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Estudios Marianos 85 (2019) 45-59

La belleza de María en la Patrística

Francisco María Fernández Jiménez


Instituto Teológico San Ildefonso. Toledo

1. INTRODUCCIÓN

El tema de la via pulchritudinis en los estudios de la teología es reciente.


Intentar encontrar en los Padres una sistematización sobre esta cuestión es
tarea ardua, aunque no faltan referencias al tema de la belleza aplicado a
Dios y a su creación. No podría ser de otra manera, pues en el Génesis se
afirma que Dios creó todo hermoso. Así aparece en la versión griega del
relato de la Biblia. En este artículo me detendré solo en examinar cómo los
Padres aplican a la Virgen María el término de la belleza a través de unos
textos escogidos para ello. Es necesario indicar que en la Patrística latina
apenas hallamos referencias a la belleza de María a no ser en la liturgia o
en la homilética mariana. En cambio, los Padres Griegos son más prolijos
en este asunto sobre todo en las homilías dedicadas a María con motivo
de las fiestas de la Presentación en el templo, la Anunciación o la Dormi-
ción, y en Odas e Himnos a María.

2. LA BELLEZA DE MARÍA EN LOS PADRES LATINOS

Deseo comenzar esta exposición por los Padres Latinos. Lo primero que
debemos tener claro es que estos autores no se quedan solo en la belleza
del cuerpo de María sino también unen la del alma, si bien la hermosura
corporal de la Virgen es tema importante en occidente. Así lo manifies-
ta Stefano de Fiore quien nos indica con toda razón que, «frente al silen-
cio bíblico sobre la belleza física de la madre de Jesús, algunos, con san
46 francisco maría fernández jiménez

Agustín, han afirmado sin reparos: “No conocemos el rostro de María”.


Otros, por el contrario, han querido colmar la laguna bíblica afirmando en
general que la belleza convenía a María en cuanto que “la misma belleza
del cuerpo –decía san Ambrosio– fue una imagen del alma, una figura de
su probidad”»1.
Esto se refleja en la misma iconografía mariana, pues, mientras la
iconografía occidental destaca especialmente la belleza física de María,
los iconos orientales se fijan más en su belleza mística. Por eso «mientras
que el arte mariano occidental se ha visto amenazado por el naturalismo,
el arrianismo y el nestorianismo, en cuanto que prevalece en él el aspecto
humano, el arte oriental acentúa la gracia y la santidad de María, a veces
en detrimento de la belleza física»2.
Sobre la cita de Stefano de Fiore sobre san Agustín, es preciso se-
ñalar que, si se lee la referencia agustiniana en su contexto, nos damos
cuenta de que no está indicando tanto la belleza de María, que no pode-
mos conocer como la veracidad del nacimiento virginal de Cristo. Baste
estas palabras para indicarlo:

«Creemos que nuestro Señor Jesucristo nació de una virgen que se


llamaba María. Pero que sea virgen, que haya nacido y cuál es su nombre
no creemos sino conocemos. En cambio, si el rostro de María es como
nos lo imaginamos cuando hablamos o mencionamos estas cosas, ni sa-
bemos en absoluto, ni conocemos. De este modo es lícito decir con fe ín-
tegra: “Quizás tenía este rostro o no”. Pero nadie con fe íntegra cristiana
puede decir: “Quizás Cristo nació de una virgen”»3.

San Ambrosio, en cambio, sí que es más explícito a la hora de


mencionar el aspecto bello de María tanto del cuerpo como del alma cuan-
do se dirige a las vírgenes y les propone a María como su modelo pues
«relumbra como en un espejo el aspecto bello (species) de la castidad y

1
S. de Fiore, «Belleza», en: en S. De Fiore – S. Meo – E. Tourón (dirs.), Nuevo
Diccionario de Mariología (Editorial San Pablo, Madrid 32001) 295. Las citas son:
Agustín, De Trinitate, 8, 5, 7; CCL 50, 277, y Ambrosio, De Virginibus II, 2, 7, ed. D.
Ramos Lissón en: Ambrosio de Milán, Sobre las vírgenes y Sobre las viudas (Fuentes
Patrísticas 12, Ciudad Nueva, Madrid 1999) 125. De la misma opinión es Alfonso
Langella, «Bellezza», en: S. De Fiores – V. Ferrari Schiefer – S. M. Perrela (ed.)
Dizzionari San Paolo. Mariologia (San Paolo, Cinisello Balsamo, Milano 2009) 193.
2
S. de Fiore, «Belleza», 296.
3
Agustín, De Trinitate, 8, 5, 7; CCL 50, 277.
la belleza de maría en la patrística 47
la forma ideal de la virtud»4. Luego pasa a enumerar las virtudes maria-
nas después de hacerse esta pregunta: «¿Quién es más espléndida que Ma�-
ría?», a la que contesta: «ipsa corporis species simulacrum fuerit mentis,
figura probitatis»5 (el mismo aspecto bello del cuerpo era la imagen del
alma, figura de su probidad).
Otros autores profundizan más en la belleza de la madre de Dios
y nos revelan quién es el autor de esta hermosura, el Espíritu Santo, y la
finalidad de la misma, el engendrar al Hijo del eterno Padre. Así lo seña-
la san Cromacio de Aquileya6 en la Homilía sobre el Evangelio de Mateo,
2, 1 con estas palabras: «Era oportuno que santa María, que iba a conce-
bir en su seno al Señor de la gloria, fuese hecha bella por el Espíritu San-
to y por la potencia del Altísimo, para que, hecha santa en su seno, pudie-
se acoger en sí misma al Creador del mundo»7.
Uno de los campos donde descubrimos referencias a la belleza de
María es la poesía. Entre los poetas que destacan en este tema se encuen-
tran san Alcimo Sexto Ecdicio Avito y Venancio Fortunato. El primero es
un escritor que nació en Vienne, en la Galia, hacia el año 450 y murió en
el 518. Entre sus obras en verso han llegado a nosotros De spiritualis his-
toriae gestis y el poema De virginitate8. En el libro cuarto del De spiritua-
lis historiae gestis podemos leer la siguiente mención a la belleza de Ma-
ría: «Pues el dador de la vida, Cristo, envió tales dones y dio un Salvador
de una doble sustancia. En la tierra tomada de la carne de una virgen her-

4
Ambrosio, De Virginibus II, 2, 6, ed. D. Ramos Lissón, 123.
5
Ambrosio, De Virginibus II, 2, 7, ed. D. Ramos Lissón, 125.
6
Este autor vivió entre el siglo cuarto y comienzos del quinto muriendo el año 407.
Escribió una serie de sermones sobre el evangelio según san Mateo en los que cita a la
Virgen María. Como resumen de su doctrina mariológica podemos leer la que nos ofrece
el Papa Benedicto XVI en su Catequesis sobre este autor: «Al subrayar intensamente la
naturaleza humana de Cristo, san Cromacio se siente impulsado a hablar de la Virgen
María. Su doctrina mariológica es tersa y precisa. Le debemos algunas descripciones
sugerentes de la Virgen santísima: María es la «virgen evangélica capaz de acoger a Dios»;
es la «oveja inmaculada e inviolada» que engendró al «cordero cubierto de púrpura» (cf.
Sermo XXIII, 3: Scrittori dell’area santambrosiana 3/1, p. 134). El Obispo de Aquileya
pone a menudo a la Virgen en relación con la Iglesia: ambas son «vírgenes» y «madres»».
Benedicto XVI, Audiencia General, miércoles 5 de diciembre de 2007.
7
Cromacio de Aquileya, Homilía sobre el Evangelio de Mateo, 2, 1; Revue Bénédictine
70 [1960] 474.
8
Cf. M. Simonetti, «Avito de Vienne», en A. Di Berardino (dir.), Diccionario Patrístico
y de la Antigüedad Cristiana, Tomo I (Sígueme, Salamanca 1991) 281.
48 francisco maría fernández jiménez

mosa [nitida], está presente el fulgor natural del germen paterno»9. Obser-
vamos cómo la belleza de María está aquí también relacionada con su pa-
pel de Madre del Salvador. Junto a esta correspondencia, hallamos tam-
bién la noción de participación de la hermosura de la Virgen de la del Pa-
dre eterno que la Belleza.
Más célebre por sus himnos es el segundo. Me refiero a Venancio
Fortunato que nació hacia el año 530 y murió hacia el 60010. En uno de los
himnos en alabanza a la Santísima Virgen afirma lo siguiente:

«Oh Virgen excelente, que superas a las madres en todo, ¡cómo te ha


ensalzado tu descendencia, a la que Dios le dio cosas excelsas! […]
Candelabro hermoso [pulchrum] que contiene la lámpara de Cristo, cuya
forma es esculpida por un artesano que está por encima de los astros.
Sorprendente belleza [venustas] que adorna la santa Jerusalén»11.

Termina con esta alabanza:

«Hermosa [pulchra] más que las joyas que oscurecen el fulgor del sol,
brillando alta sobre los cielos y sobre los astros. Más blanca que el copo
de nieve, más radiante que el oro, más refulgente que el rayo más dulce
que un panal en la boca, […] Amada, benigna, refulgente, piadosa, san-
ta, venerable, llena de hermosura [venusta], flor, ornato, altar, candor,
palma, corona pudor. Por quien todos los confines de la tierra merecie-
ron la salvación. Y se alegra la tierra entera, el mar, la costa y el cielo.
Estas cosas, aunque indigno de corazón, te susurro con la boca. Sé para
mí la esperanza de perdón, tú que llevas el auxilio del mundo»12.

En estos dos fragmentos del mismo poema se nos canta la belle-


za de María en el contexto cristológico, como en el poeta anterior. María
es ensalzada por su Hijo y por eso es el hermoso candelabro que contiene
la lámpara de Cristo. El autor resalta además otros valores de la hermosu-
ra mariana como ser el fruto más sobresaliente de la Iglesia «sorprenden�-
te belleza que adorna la santa Jerusalén». Finalmente, Venancio Fortuna�-

9
Avito de Vienne, De spiritualis historiae gestis, libro IV, 641-644, PL 59, 356.
10
Cf. L. Navarra, «Venancio Fortunato», en: A. Di Berardino (dir.), Diccionario
Patrístico y de la Antigüedad Cristiana, Tomo II, Salamanca 1991, 2183-4.
11
Venancio Fortunato, In laudem sanctae Mariae, PL 88, 281.
12
Venancio Fortunato, In laudem sanctae Mariae, PL 88, 284.
la belleza de maría en la patrística 49
to, además de cantar la hermosura mariana, recurre a la intercesión de la
Virgen para encontrar la salvación que viene de Dios.
Dejamos el mundo de la poesía mariana, para dirigirnos a la ho-
milética medieval, donde también se exalta la belleza de María. Significa-
tiva es la homilía que sobre la Virgen María nos ofrece san Beda el Vene-
rable con ocasión de la Asunción de santa María al cielo13. En ella el san-
to inglés nos dice que la Virgen se fue al cielo para interceder por noso-
tros ante su Hijo, de tal forma que el mundo hubiera sido destruido sin su
intercesión. Esta se da especialmente sobre las personas vírgenes que per-
severan en su virginidad. Por eso nos relata una historia de un clérigo que
pertenecía a una de las familias más importantes de Roma. Sus padres, su
hermano y su hermana habían muerto, quedando él solo con una gran for-
tuna. Tenía cerca de su casa una capilla dedicada a la Virgen que visitaba
frecuentemente para cantar todas las Horas del oficio de Santa María. Sus
parientes le forzaban a casarse, pero él se opuso durante un tiempo hasta
que le encontraron una de las mujeres más importantes de Roma y termi-
nó accediendo. El día de la boda, vinieron alegres sus parientes para ce-
lebrar los esponsales y así se hizo. Pero en el momento preciso en que el
novio se dirigía al banquete de bodas, se acordó que no había rezado la
nona a la Virgen y les comunicó a sus parientes que preparasen todo que
enseguida volvía. Al ir a la capilla de la Virgen, allí se le apareció Nues-
tra Señora y le dijo:

«No temas, yo soy tu amiga que siempre amaste y en tu mente tuviste.


Pero ahora me abandonaste y tomaste a otra. ¿Por qué hiciste esto? ¿No
soy yo tu amiga? ¿No soy suficientemente hermosa [pulchra]? O ¿buscas
a otra que tenga mayor belleza [pulchritudine] que yo?» 14.

El clérigo le respondió:

«¿Quién eres, señora mía, que no te conozco? Pero te veo hermosa y tan
honesta que no hay igual en el cielo. La fragancia que proviene de ti me
llena tanto que creo que estoy en el paraíso. La Virgen responde: Yo soy
santa María, Madre de Cristo. Tú hasta ahora me has servido. Pero ¿por
qué ahora abandonándome te desposas con otra? No me dejes por una
mujer mortal y que dura poco tiempo»15.

13
Beda el Venerable, Homilía LIX, De sancta Maria Virgine, PL 94, 422-423.
14
Beda el Venerable, Homilía LIX, De sancta Maria Virgine, PL 94, 422.
15
Beda el Venerable, Homilía LIX, De sancta Maria Virgine, PL 94, 422.
50 francisco maría fernández jiménez

Terminada la aparición, el clérigo, después de rezar la nona, vol-


vió al convite para comunicar que él no se casaba y que con la novia se
desposara otro de sus parientes, pues, siendo devoto de la Virgen María,
la serviría toda su vida. Por ello se dirigió al Papa san Céfiro (¿Ceferino?)
para pedirle consejo en cómo proceder y este le indicó que vendiera sus
posesiones, se las diera a la iglesia de la aparición y allí se hiciese monje.
Toda esta historia la presenta san Beda para indicar que la Virgen María
no abandona a los que esperan en ella y que su hermosura atrae al alma a
la conversión y al servicio de Dios.
Termino este recorrido por los Padres latinos con dos autores que
no pertenecen estrictamente a la patrología por haber vivido en los siglos
VIII y IX respectivamente, pero que están cerca en su pensamiento de los
Padres de la Iglesia. El primero es san Ambrosio Autperto († 781) quien,
en la Homilía para la fiesta de la Asunción de la Virgen María, nos canta
esta alabanza: «¿Quién es esta virgen tan santa a la que el Espíritu Santo
se dignó venir? ¿Quién tan preciosa [speciosa] que Dios la eligió como es-
posa para él? ¿Quién tan casta que puede ser virgen después del parto?»16.
En este texto se nos muestra la idea de la belleza como elemento principal
para ser elegida por Dios como su esposa.
El segundo es Pascasio Radberto († 865) quien también en una
Homilía sobre la asunción de la Virgen María, que aparece en el Mig-
ne como una carta de san Jerónimo a santa Paula, muestra cómo el Espí-
ritu Santo se asombra de la belleza de María a la que elogia en el Cantar
de los Cantares: «¿Quién es esta que surge como la aurora, bella como la
luna, resplandeciente como el sol y terrible como un ejército formado en
batalla?»17. Este asombro del espíritu al ver subir a María al cielo es pro-
vocado en parte por la belleza con la que se alza, pues es «más bella [pul-
chrior] que la luna, porque brilla sin defecto, iluminada por los celestiales
fulgores. Más resplandeciente que el sol por el fulgor de sus virtudes por-
que el mismo sol de justicia la eligió para nacer de ella»18. El motivo prin-
cipal de su belleza es ser la madre del sol de justicia que es la belleza ra-
diante. Este sol ha iluminado a María y la ha hecho resplandeciente y sin
defecto. Se mezcla en este texto la belleza con el resplandor de la luz y
todo ello con las virtudes. Todo viene de Dios que ha iluminado y embe-

16
Ambrosio Autperto, In festo Assumptionis B. Mariae, 4, PL 39, 2131.
17
Cant 6, 9.
18
Pascasio Radberto, De assumptione beatae Mariae Virginis, 8, PL 30, 130.
la belleza de maría en la patrística 51
llecido a su madre porque la eligió para nacer de ella. Sigue en la misma
homilía con el tema de la belleza al comentar el versículo del Cantar de
los Cantares: «Vi a mi hermosa [speciosa] subir como una paloma sobre
ríos de agua». Sobre él dice: «Verdaderamente hermosa como una paloma
que mostraba la forma y la simplicidad de aquella paloma que vino sobre
el Señor señalando a Juan como el verdadero bautizador»19. Hace referen-
cia al agua tranquila del Salmo 22: «me conduce hacia aguas tranquilas»
que salen desde el cielo para regar la tierra. Es difícil no ver una referen-
cia bautismal en esta imagen. María, irrigada por estas aguas, sube al cielo
bella admirable e inefablemente perfumada y la Jerusalén celestial corre al
olor de sus perfumes20. En estos perfumes están las rosas y los lirios pues
a María la rodean los mártires, simbolizados por las rosas, y las vírgenes,
simbolizadas por los lirios, pues María es mártir y virgen, aunque no pa-
deció martirio cruento. Su martirio fue grande pues una espada le traspa-
só el alma en el árbol de la cruz21. Termina este número con estas palabras
que resumen el contenido del comentario a este versículo:

«Pero ahora la rodean las flores de las rosas que sin cesar admiran su
belleza [pulchritudinem] entre las hijas de Jerusalén en la que puso el Rey
su trono, porque amó apasionadamente su forma y su belleza [decorem],
pues fue llena de caridad y amor, por ello la siguen detrás de ella el ejér-
cito de los que llevan la púrpura y el rebaño de los cándidos»22.

Por tanto, María es bella porque posee en ella las virtudes que vie-
nen de las aguas bautismales y ha vivido, como ninguna, otra el martirio,
sin ser martirizada, y su virginidad. En efecto, tiene en ella todas las virtu-
des, especialmente la caridad en grado pleno, pues el Espíritu Santo des-
cendió sobre ella y la divinidad entró en su seno y lo llevó durante nueve
meses. Pero lo que la hace más venerable es que es llena de gracia: «De
hecho, la llena de gracia, la llena de Dios, la llena de virtudes no puede no
poseer plenamente la gloria de la claridad eterna que plenamente recibió
para convertirse en madre del Salvador»23.

19
Pascasio Radberto, De assumptione beatae Mariae Virginis, 14, PL 30, 137.
20
Ibid.
21
Pascasio Radberto, De assumptione beatae Mariae Virginis, 14, PL 30, 137-38.
22
Pascasio Radberto, De assumptione beatae Mariae Virginis, 14, PL 30, 138.
23
Pascasio Radberto, De assumptione beatae Mariae Virginis, 15, PL 30, 139.
52 francisco maría fernández jiménez

Hasta aquí nuestro recorrido por los Padres latinos, en los que
poco a poco hemos visto cómo la belleza de María proviene de la partici-
pación por gracia de la belleza de su Hijo y cómo esta irradia toda la tierra.

3. LA BELLEZA DE MARÍA EN LOS PADRES GRIEGOS

Pasamos ahora a señalar cómo expresan los Padres orientales la belleza de


María. Antes, es preciso observar que los griegos valoraban mucho la be-
lleza como expresión del bien. El término καλός significaría la hermosura
del bien, de ahí que, a veces lo traducimos por hermoso, a veces por bue-
no. El mariólogo Turoldo lo explica así en esta larga cita:

«Para Platón lo bello es la idea central del mundo y de la vida; idea que
es una sola cosa con lo divino. No es únicamente una emanación del
bien, sino la otra forma del bien: todo bien es belleza. Bajo este aspecto
nadie podría comprender mejor que un griego a la Virgen-madre. Lo be-
llo representa siempre la idea ejemplar. Sócrates decía: “Concededme el
llegar a ser bello por dentro”. Para el griego el fundamento de la paideia
es consiste en el hambre del alma por la belleza”.
“¡Ánimo! ¡Que cada uno se haga deiforme y bello, si intenta contemplar
a Dios y la belleza!” El mundo tiene que hacerse según la idea eterna del
kalon; esto es, forma en continuo devenir del ser eterno, creación como
expresión continua de la infinita belleza de Dios. El término original bí-
blico para indicar el estado de perfección de las cosas es kalós. Es lo que
indica la expresión: “Dios vio que todas las cosas eran bellas”.
Ahora se comprende cómo la Virgen puede representar verdaderamen-
te el camino de la belleza, el camino más seguro para llegar a Dios y al
misterio de las cosas: ella, la madre de la belleza, la que dio cuerpo al es-
plendor de la luz eterna, al candor sin mancha, a la imagen sustancial del
Dios invisible. María es verdaderamente la creación que “irradia la luz
del Espíritu Santo” y con su belleza aúna y expresa todos los bienes ver-
daderos del alma humana»24.

Estas palabras nos ponen en situación para comprender que esta


noción de la belleza, la vamos a hallar entre los autores griegos, especial-
mente los poetas y los iconógrafos. Ya he apuntado más arriba que, mien-
tras los occidentales se preocupan más por representar la belleza física de

D. M. Turoldo, «Belleza», en: S. De Fiore – S. Meo – E. Tourón (dirs.), Nuevo


24

Diccionario de Mariología, 291-92.


la belleza de maría en la patrística 53
María, los orientales desean contemplar su belleza mística, la que acer-
ca a Dios.
Dicho esto, veamos cómo encontramos este término en los auto-
res antiguos griegos. El primero de ellos que denomina hermosa a María
es Melitón de Sardes († d. 180) quien en su Homilía de Pascua afirma que
María es la cordera hermosa. Esta es la cita y el contexto de esta afirma-
ción: «Y aquel que en una Virgen se encarnó, que sobre el leño fue colga-
do, que en tierra fue sepultado, que de los muertos fue resucitado, que en
las alturas del cielo fue elevado, es el cordero mudo, el cordero degollado,
el que nace de María, la cordera bella»25. Muchos han traducido la corde-
ra pura por entender la belleza signo de la pureza.
Pero es en la himnografía donde se canta la belleza de María de
una manera más precisa. Entre los himnógrafos griegos destaca Roma-
no el Cantor que vivió entre el 490 y el 555 aproximadamente. Este au-
tor compuso una serie de himnos entre el que se encuentra el que dedica a
la Anunciación de María. En él se nos canta a María que fue digna de ser
madre de Dios. Comienza el himno con una estrofa que dice: «Sabemos,
Señor, que nadie es tan misericordioso como tú, pues naciste y has sido
llamado hijo de una mujer que tú creaste; la estimamos bienaventurada to-
dos los que clamamos: ¡Salve, esposa virginal!»26. Esta última expresión
será el estribillo que se repite en todas las estrofas. En la primera ya se ala-
ba entre otras cualidades la belleza de María cuando se invita a todos a sa-
ludar a la Virgen con el arcángel Gabriel, pues también a los pequeños les
está permitido hacerlo y no solo al ángel. El saludo es el siguiente: «¡Sal-
ve, oh pura! ¡Salve muchacha elegida por Dios! ¡Salve, oh augusta! ¡Salve
encantadora y hermosa! ¡Salve, graciosa! ¡Salve, intacta! ¡Salve, inconta-
minada! ¡Salve, madre sin marido! ¡Salve esposa virginal!»27. Nos intere-
sa de este pasaje, los epítetos que aparecen junto con la belleza y que for-
man parte de ella: pureza, gracia, virginidad, elección divina, encanto y
realeza. Todas estas cualidades hacen bella a María y digna de admiración.
Luego relata todo el anuncio del ángel y la aceptación de la Vir-
gen a su anuncio y la consiguiente encarnación del Verbo. Cuando se va

25
Melitón de Sardes, Homilía de Pascua 70-71, SC 123, 98-100.
26
Romano el Cantor, Himno sobre la anunciación de la santísima Virgen María, 1, trad
tomada de: M. Merino Rodríguez en: Romano el Cantor, Himnos/1 (Ciudad Nueva,
Madrid 2012) 161-62.
27
Romano el Cantor, Himno sobre la anunciación de la santísima Virgen María, 1, 162.
54 francisco maría fernández jiménez

el arcángel, María va a contarle a José todo lo acaecido y le dice: «Mira,


fíjate cómo me ha embellecido; me ha adornado con lo que me ha dicho,
que es lo que tú mismo, oh santo, me dirás dentro de poco: “Salve esposa
virginal”»28. Si el arcángel cantó las bellezas de María anteriores a la en-
carnación, María le expresa a su esposo la belleza con la que su Hijo la he
revestido por el misterio de la encarnación. La reacción de José también
es original. Así nos la relata el himno: «Al ver a la muchacha embellecida
por Dios y completamente llena de gracia, José tembló, quedó estupefacto
y pensaba en su interior: ¿Quién es esta? Ciertamente hoy no me parece
la de ayer»29. Continúa diciendo el santo patriarca que la mujer que aceptó
no es la misma pues, de humilde señora y esclava, se ha convertido en se-
ñora luminosa con el Verbo en su interior y no sabe cómo tratarla. Al fi-
nal María le narra el episodio del ángel y le anima a no tener miedo pues
él debe ser su custodio. Al final san José acepta esta misión. En todo este
fragmento Romano el Cantor nos expresa el cambio de María con la en-
carnación en términos de una belleza luminosa y sobrenatural producida
por quien se ha hecho carne en ella.
Como entre los latinos, también es a partir del siglo séptimo cuan-
do con la aparición de las homilías en torno a la fiesta de la Dormición
encontramos referencias a la belleza de María. Uno de los autores de este
género literario es Modesto de Jerusalén (†634) quien en su Encomium in
Dormitionem Sanctissimae Dominae Nostrae Deipara Semperque Virginis
Mariae apunta que el día de la entrada de María en el cielo todos los ánge-
les acuden por orden de Dios «para admirar su divina belleza [la de la Vir-
gen], llena de gloria y esplendor, con la que el unigénito Hijo de Dios, Je-
sucristo, nuestro Señor, engalanó con el adorno y la belleza [κάλλους] de
su divinidad nuestra naturaleza humana, deificándola en sí mismo»30. Vol-
vemos aquí a hallar la relación entre el tema del embellecimiento de María
y la encarnación del Hijo, pues es Él quien al hacerse hombre dio esplen-
dor a la naturaleza humana hasta el punto de deificarla haciéndola partíci-
pe de la belleza de la divinidad.

28
Romano el Cantor, Himno sobre la anunciación de la santísima Virgen María, 12,
166.
29
Romano el Cantor, Himno sobre la anunciación de la santísima Virgen María, 13,
166.
Modesto de Jerusalén, Encomium in Dormitionem Sanctissimae Dominae Nostrae
30

Deipara Semperque Virginis Mariae, VIII, PG 86, 3297.


la belleza de maría en la patrística 55
Otro autor de homilías es Sofronio de Jerusalén (†638). Contem-
poráneo del anterior y del mismo lugar, escribió un sermón In SS. Deipa-
rae Annuntiationem en el que se encuentra un himno en el que podemos
leer estas palabras: «¿Quién podría expresar tu esplendor? ¿Quién se atre-
vería a contar tu asombrosa belleza [θαῦμα]? ¿Quién osará anunciar tu
grandeza? Tú has embellecido [ἐκόσμησας] la naturaleza humana. Tú has
vencido los órdenes de los ángeles. Tú has entenebrecido los fulgores de
los arcángeles»31. En este caso, la belleza de María es la que influye positi-
vamente sobre la naturaleza humana pues es causa de su embellecimiento.
Pero si hay una obra que destaca, y así nos lo hace ver Alfonso
Langella32, en presentarnos la belleza de la Madre de Dios es la Vida de
María de san Máximo el Confesor que se nos ha transmitido en versión
georgiana. Esta obra nos describe la hermosura de María en el pasaje de la
presentación de la Virgen en el templo cuando era niña. En él comenta sal-
mo 44, 10: «De pie a tu derecha está la reina envuelta en un manto dora-
do multicolor», indicándonos que la Virgen es bella especialmente por sus
virtudes. En efecto, el vestido de oro multicolor representa el ornamento
espiritual de María: su pureza inmaculada desde su infancia, las gracias de
varios colores que iba creciendo en edad la hicieron de una belleza mul-
ticolor, es decir, de una belleza de buenas obras y de palabras divinas, tal
que el rey se prendó de su hermosura y habitó en ella y de este modo me-
reció ser la Madre de Dios33.
Esta hermosura iba creciendo en María por la acción del Espíri-
tu santo mientras se desarrollaba su vida en el templo. Así al glosar el sal-
mo 44, 14: «Toda la gloria de la hija del rey está en su interior», afirma:
«Con esto no quiere solo mostrar la riqueza interior de su belleza, sino so-
bre todo la abundancia y la hermosura indecible de la gracia del Espíritu
Santo, que supera todo pensamiento»34. Descubrimos en esta cita un as-
pecto nuevo en el tema de la hermosura mariana: la intervención del Espí-
ritu Santo que es quien la embellece con su gracia.
A continuación, en este mismo escrito, se nos dice que tanto su
forma corporal como las disposiciones del alma eran todas maravillosas y

31
Sofronio de Jerusalén, In SS. Deiparae Annuntiationem, 18, PG 87, 2337.
32
Cf. A. Langella, «Bellezza», 194.
33
Máximo el Confesor, Vida de María, 7-8, en: TMPM II, 189-190.
34
Máximo el Confesor, Vida de María, 9, en: TMPM II, 191.
56 francisco maría fernández jiménez

gloriosas: le gustaba aprender, era una buena discípula, reflexionaba so-


bre las Escrituras guardando todo en su corazón, abierta a la palabra, así
se iba preparando para ser la Madre del Verbo. Finaliza diciendo que se
ha vestido de fortaleza y belleza con la fuerza del que va a nacer de ella35.
En esta ocasión aparece unida el poder del Espíritu y la acción del Verbo.
Más adelante, la compara con los demás hombres y nos dice que
es superior a todos ellos. La declara «bella de alma y de cuerpo, […] col-
ma todas las finezas y todas las buenas acciones»36.
No falta tampoco la alusión a la imitación en la belleza a su Hijo:

«Sobre todo su alma santa estaba llena de amor y compasión hacia los
hombres y, por lo tanto, de especial imitación de la gracia y del amor por
el hombre de su Hijo manso y humilde de corazón: superaba a todos en
esta belleza interior y con tal abundancia de gracia, que en verdad apare-
cía como una reina por encima de lo que puede la naturaleza, con las ac-
ciones, la palabra y el pensamiento: estaba de hecho para llegar a ser la
Madre del verdadero Rey universal»37.

La última referencia explícita a la belleza de María la encontramos


en el pasaje de la adoración de los Reyes Magos en la que nos encontra-
mos con una Virgen que el alumbramiento le había hecho más hermosa:

«Sin embargo, superior a toda gracia y a toda gloria era la contemplación


y la escucha de la Madre intacta, desconocedora de bodas, y la armoniosa
compostura de su aspecto era más alto que ningún conocimiento huma-
no: no aparecía en ella la ley del dolor y la debilidad del parto, sino des-
pués del nacimiento era más espléndida y más bella, también ella llena de
la gracia y la luz de su parto: cosa maravillosa para cuantos la miraban»38.

En resumen, para san Máximo la Virgen ya desde niña, en previ-


sión de convertirse en Madre de Dios, aparecía llena de hermosura tan-
to en su cuerpo como en su alma, todo ello por la acción del Espíritu San-
to quien, cubriéndola con su sombra, la llenó de gracia. Belleza en la que,

35
Máximo el Confesor, Vida de María, 10, en: TMPM II, 191-2.
36
Máximo el Confesor, Vida de María, 11, en: TMPM II, 192.
37
Máximo el Confesor, Vida de María, 12, en: TMPM II, 192-3.
38
Máximo el Confesor, Vida de María, 39, en: TMPM II, 213.
la belleza de maría en la patrística 57
imitando a su Hijo, iba creciendo y que se hizo todavía más intensa gra-
cias a la virginidad, no solo en su concepción sino también en el parto.
Hay otros dos autores que vivieron entre los siglos VII y VIII y que
también nos hablan de la belleza de María en su Homilías sobra la Dormi-
ción de Nuestra Señora. Son san Germán de Constantinopla y san Andrés
de Creta, este último también citado en el artículo de Langella. San Ger-
mán de Constantinopla en su homilía In Dormitionem B. Mariae I, afirma:
cuando llegaste a la gloria, «en verdad embelleciste [ἐκαλλώπισας] los
cielos y alumbraste grandemente la tierra, oh Theotokos»39. La razón que
ofrece para sostener esto es que el hombre al pecar quedó bajo la idolatría
pero que, cuando el Espíritu Santo descendió sobre la Virgen y engendró
al Verbo divino, entonces el hombre pudo volver al amor de Dios40.
También hallamos la mención a la hermosura de la Virgen en
el contexto de la Presentación de María en el templo. En su Homilía In
Praesentationem SS. Deiparae I, pone en boca de Zacarías unas palabras
dirigidas a los padres de la Virgen, san Joaquín y santa Ana en las que les
dice que se ha quedado extasiado ante la belleza de María, pues tiene una
pureza tal que atrajo a Dios a vivir en ella. «No ha nacido nunca, ni nace-
rá ninguna que resplandezca por su belleza [καλονῇ διαλάμπουσα]»41.
Es decir, la hermosura de la Virgen atrae a su Creador a habitar en ella.
El segundo autor, san Andrés de Creta, es mencionado, como ya
he indicado, por Langella42 quien señala una referencia a la belleza de Ma-
ría en el discurso que este obispo escribe sobre la veneración de las imá-
genes. En efecto, san Andrés de Creta sostiene que todos han atestigua-
do que el evangelista san Lucas pintó al Verbo encarnado y a su Madre
santísima y las expuso en Roma y Jerusalén y que el mismo Flavio Josefo
las vio y descubrió por ellas la belleza de Cristo y la de la Virgen María43.
Pero también este santo nos ofrece más referencias sobre la her-
mosura de María. Una de ellas la descubrimos en la Homilía IV por el na-
cimiento de la santísima Madre de Dios, otra de las fiestas marianas cla-
ves en oriente, al final de la misma nos dice que la salvación nos viene a

39
Germán de Constantinopla, In Dormitionem B. Mariae, PG 98, 340D.
40
Germán de Constantinopla, In Dormitionem B. Mariae, PG 98, 340-42.
41
Germán de Constantinopla, In Praesentationem B. Deiparae I, 9, PG 98, 301
42
Cf. A. Langella, «Bellezza», 194
43
Andrés de Creta, De sanctorum imaginum veneratione, PG 97, 1304.
58 francisco maría fernández jiménez

través de María cuya belleza de alma era de tal calibre que Cristo, inmen-
sa belleza, se complació en ella:

«¡Oh bondad! Porque a través de esta mujer de nuestra raza, emparentada


con nosotros, Dios nos ha concedido una gracia por encima de nuestra
naturaleza y situación. Mujer, cuya belleza [κάλλους] de alma se elevó a
una altura infinita que el mismo Cristo, belleza sin medida, se complació
en la belleza de esta y tomó de ella su segunda generación»44.

Otra se encuentra en su discurso In Dormitionem Mariae II don-


de se nos invita a entrar en el santuario del cielo para ser instruidos por las
verdades más altas y sublimes. Para ello hace falta pasar por la antecáma-
ra del sancta sanctorum y admirar su belleza. Este es María y se pregun-
ta: «Si el vestíbulo y el portal del lugar santo gozan de tanta dignidad y ex-
celencia que su hermosura extraordinaria deslumbra los ojos de la mente,
¿cuán grande no será la majestad del santuario?»45 A continuación, nos in-
vita a entrar de la mano de María en la cámara donde habita Cristo pure-
za absoluta.
En resumen, para los griegos María ha sido creada bella por Dios,
como las demás criaturas. Una belleza incomparable acorde con la condi-
ción de Madre de Dios. Esta hermosura ya se hace visible desde su más
tierna infancia y se manifiesta no tanto en el exterior que es de una belleza
incomparable como en el interior manifestada en la plenitud de gracia y de
virtudes. Una hermosura que fue creciendo y que llegó a su culmen con su
asunción. Una beldad que enamoró a Dios para hacerse hombre, por eso
puede decir el último de los autores que hemos mencionado en este artícu-
lo que la salvación nos vino a través de María.

4. CONCLUSIÓN

Llegamos al final de este recorrido por la patrística latina y griega acer-


ca de la belleza de María, una hermosura más cantada por los griegos que
por los latinos, pero ambos en contextos parecidos: la poesía y las homi-
lías marianas, especialmente en las fiestas de la asunción o dormición y
en la anunciación. Esa belleza es dada por Dios, pero también es recibida

44
Andrés de Creta, In nativitatem B. Mariae IV, PG 97, 880.
45
Andrés de Creta, In dormitionem Mariae II, PG 97, 1080. Traducción de G. Pons Pons
en: Andrés de Creta, Homilías Marianas (Ciudad Nueva. Madrid 1995) 148.
la belleza de maría en la patrística 59
por María. De esa belleza se enamora el Señor para convertirla en la dig-
na morada de su Hijo encarnado y no deja de ser una participación en la
belleza de ese que es divina.
Nos enseña que Dios que embellece a su criatura con su hermosu-
ra divina pide de esta la correspondencia voluntaria para que por las virtu-
des de la humildad y de la obediencia pueda ir a Cristo.

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