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EL ESTANQUE DE LAS FLORES NEGRAS.

FLORES EFIMERAS…

Las flores de cerezo, tan bellas, delicadas y majestuosas solo duran unas horas, como nuestro
amor.
Uno transitorio, intenso, que se desvanece al día siguiente.

Este sentimiento divino está prohibido, pues nos hace débiles, transformándose en una necesidad
de la que no hay retorno. Sólo pertenecemos a la noche, al encanto de la oscuridad, que sin
haberlo anhelado, nos hizo participes de su juego placentero.

Supera tus límites. Esos que fueron impuestos por alguien más. Sólo así florecerá tu propia
esencia.
Al final, lo único cierto es nuestro propio yo, que no ha de ceder nunca aunque todo se derrumbe.
Capítulo uno "Camino al paraíso". (Primera parte)

Has  llegado para salvarme del infierno, transformando en primavera mi dolor eterno.

Julio, año 1824. Período Edo.

Verano.

Me encontraba jugando en el pequeño estanque de piedra antiguo que utilizábamos para


surtirnos de agua, en compañía de mis dos hermanos menores Taki y Sora, cuando escuché
reiteradas veces el llamado de mi madre.

-¡Ayame! ¡Ayame! ¡Ven aquí!

-¡Sí madre! ¡En un momento estaré allí!- noté en su tono de voz que algo no andaba bien-.
¡Espérame!

Me adentré a la casa y unas personas extrañas estaban en la cocina  me tomaron de inmediato por
los hombros y brazos.

Gritos de desesperación atravesaban mi alma y mi frágil cuerpo de niña.

-¡No! ¡No! ¡Suéltenme!- forcejee varias veces y mordí a uno de ellos.

-¡Ah! ¡Mocosa quédate quieta!- Vi que sus ojos se cristalizaron por un momento del dolor.

Sentía que me arrastraban por el suelo escamado en donde las lágrimas rodaban por mis mejillas
sin cesar, hidratando cada una de las grietas de la tierra, más no entendía lo que estaba
sucediendo, veía a mis padres que tenían una expresión de culpa en sus rostros adueñándose de
sus facciones por completo, mi madre no pudo soportar más la tensión, Cayó asustada sobre sus
rodillas rompiendo en llanto, en cambio mi padre se quedó allí, de pie inmóvil junto al umbral de
nuestra humilde casa, con un vacío en sus ojos. Mi voz se iba desvaneciendo con el pasar de los
segundos, no podía respirar, sentía que me ahogaba en un río tan profundo que no tenía fin. Mis
movimientos corporales fueron en vano, nadie pudo rescatarme de esas manos viles que se
apoderaron de mi inocencia.

Sentí un fuerte golpe que me entumeció un lado de la cara y perdí el conocimiento.

No volví a ver a mi familia nunca más.

🌸🌸🌸🌸🌸🌸🌸🌸🌸🌸🌸

Desperté con un dolor de cabeza insoportable que se me hacía difícil de sobrellevar, me


encontraba en un lugar extraño y oscuro, no sentía mi cuerpo, estaba amarrado por la cintura con
los brazos detrás de la espalda, la cuerda iba desde el pecho hacia el ombligo rodeándome como
un espiral, mis tobillos también estaban sujetados, sentí que mis piernas se adormecían de a poco,
escuché muchas voces extrañas que me alarmaron por completo.
El destino forzado empezaba a hacer su primer movimiento. Un por qué vacilante salió de mis
pequeños labios como un sollozo, pues en ese momento no poseía la fuerza necesaria para pensar
en nada más.

A la mañana siguiente una luz me cegó, era la claridad que entraba por la puerta corrediza, no
tenía ningún indicio de dónde me encontraba miré hacia todos los lados que mi cabeza me
permitía apareciendo de pronto la silueta de una mujer sombría y con un destello de malicia, se
acercó apresuradamente con dos bollos de arroz y los apoyó bruscamente en el suelo mal trecho,
no quería aceptarlos por temor a que estuvieran envenenados pero estaba hambrienta así que esa
idea se esfumó de inmediato ya que los quejidos de mi estómago no me estaban dejando pensar
con raciocinio, me deslicé por el piso para poder alimentarme, la joven anunció que me convertiría
en una kamuro. El desconcierto me inundó y tenía que buscar una forma de huir, pues pondría mi
vida en riesgo para cumplirlo.

Lloré, grité llamando a mis padres, mi garganta se desgarraba y ardía terriblemente, todo fue en
vano, nadie vino a ayudarme. Experimenté por primera vez el odio hacia ellos, pues no podía
comprender lo que me había pasado.

Mis lamentos continuos hicieron que me envuelvan en una manta y me golpearan reiteradas veces
con una varilla de madera para que mi cuerpo no sufriera marcas de gravedad, ya que era
considerada una inversión y una terrible molestia, pues obtendrían provecho de mí hasta el
cansancio.

Los días fueron pasando y comencé a observar en dónde me encontraba, caminé durante un
tiempo, las mujeres y otras niñas que rondaban por el lugar comenzaron a explicarme con poca
paciencia las instalaciones de la casa, Pero sin detalles mayores, recibí varias versiones sobre su
origen, de las cuales creí todas. Pero una me puso la piel arrugada, como una hoja de otoño recién
caída de la rama, que el sitio era antiguamente un templo sintoísta abandonado y que estaba
maldito por el último monje demoníaco que vivió en él, nadie logró siquiera pasar por la senda
exterior por mucho tiempo, ya que se escuchaban sonidos de bebés llorando y quejidos, muchos
quejidos que ensordecían a cualquiera que caminaba por allí. Los gatos que son considerados
como espíritus protectores y limpiadores de energía maligna morían al ingresar por el portón
enrejado central. Pero el dueño actual se dio cuenta que en el jardín delantero había una escultura
de un perro sagrado sin cabeza y las patas traseras destruidas a punto de desmoronarse, se
notaba que habían robado las piezas de jade que conformaban el pecho del animal , ya que habían
abandonado en su afán de huida las piezas pequeñas restantes. Además las paredes, techos y
demás jardines parecían una jungla, cubierta de plantas trepadoras, raíces de árboles secos y
arbustos, un templo realmente terrorífico.

Cuando el dueño compró el lugar por unos cuantos koban, nadie quería trabajar aunque se le
pagase con toneladas de diamantes, los carpinteros, herreros y canteros se rehusaban a poner un
pie allí.

Pero la cuestión fue reconstruir la estatua y liberarla de ese mal que había durado décadas, ahora
ese espíritu perro protege a cada persona que ingresa para dar placer, pero nadie puede salir de
aquí sin antes pagar un alto precio.
Me quedé rumiando con la historia que hace momentos acababa de escuchar y me senté en el
borde del corredor mirando el gran muro de piedra que rodeaba el jardín principal, aceptando el
espacio  acogedor, no quería hacer enfadar al gran perro guardián de la entrada.

🌸🌸🌸🌸🌸🌸🌸🌸🌸🌸🌸

Una mujer rechoncha con piel cenizosa se me acercaba de manera apresurada, sus pasos
retumbaban sobre la madera del pasillo, parecía un dragón gigante de siete cabezas despidiendo
fuego y veneno por la comisura de los labios, al verla mi cuerpo se quedó inmóvil por el miedo,
quería correr hacia cualquier parte, alejarme de esa figura como fuera posible, su mirada se
entrecruzó con la mía, palidecí casi al borde del desmayo.

- ¿Pretendes llegar tarde tu primer día de trabajo?

- ¿Trabajo? No entiendo.

- Si mocosa, vamos, la señorita Hikari está esperando y carece de buen humor.

Asentí con la cabeza siguiendo a la persona, a la expectativa de con qué situación me encontraría.
Estaba realmente perdida.

Entré en una habitación bastante espaciosa para mi vista, a la izquierda estaban dispuestos en
varios percheros una infinidad de  kimonos y obi estampados de todos los colores y combinaciones
posibles, tres mesitas de madera lacadas de rojo con tintes para el rostro, pinzas y peinetas de
metal con incrustaciones en piedra para el cabello, lociones para el cuerpo distribuidos en
pequeños cuencos de piedra y frascos con fragancia, mis ojos salían de sus órbitas de la emoción,
llevé mis manos hacia mi boca al ver esa cantidad de objetos, jamás se me cruzó por la mente
presenciar tanta ostentación y belleza. Un biombo hecho de papel de arroz parcialmente
traslucido donde se apreciaba un lago y algunos peces koi nadando en él con Hortensias celestes y
violetas en la orilla ilustrado a detalle, separaba el lugar en dos, del lado derecho del aposento se
encontraban dos ventanales en donde se colaban los rayos de sol, las paredes eran de un rosado
claro con cuatro tapices bordados en cada una de ellas en donde se representaba las estaciones
del año. En una de las esquinas había un instrumento musical de tres cuerdas sobre un almohadón
verde de seda que desprendía dos borlas en color dorado. El piso estaba enteramente cubierto
de tatami con tramado rústico pero agradable a la vista y al tacto, salvo debajo del umbral de la
puerta que había unas tablillas de madera de unos quince centímetros por otros diez una al lado
de la otra perfectamente pulidas y enceradas dándole al lugar una destacada elegancia. Después
de unos minutos mis manos sudaban al igual que mi frente, no podía creer que algo así existiera,
sólo lo pensaba en mis más locos sueños que jamás se realizarían. Mi mente se enfocó en el
maravilloso sitio evitando así el verdadero problema en el que estaba sumergida.
Notas de la autora:

Kamuro: Niñas de unos diez años, vendidas por sus padres a cambio de grandes cantidades de
dinero  a casas de placer.

Koban: Era una moneda japonesa ovalada de oro, que estuvo en curso durante el periodo Edo.

Tatami: Son un elemento muy característico de las casas japonesas, que se usaban para recubrir
todo el suelo en las habitaciones.

Se utilizará el calendario Gregoriano.

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