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Me encontraba aburrida en medio de una reunión de familias.

Estaban discutiendo
sobre mi compromiso con Edwards Wright. Hijo y heredero de la fortuna que posee
la familia Wright. Aunque quisiera atrasar esta reunión, ya lo había hecho bastante.
Las dos familias están seguras de que mi futuro esposo será Edwards, aun mas mi
familia. Suelen decir que es lo mas conveniente para mi futuro y para la familia.

—Disculpen, me tengo que retirar. — Anuncie captando la atención de la todos los


presentes en aquella sala. Pude sentir la mirada de mi madre clavada en mi como
dagas, con la esperanza de que me quedé sentada en esta silla como lo había hecho
esta media hora, aunque sabe que no lo hare.

—Oh, no hay problema señorita Amelia. —Dice la señora Wright. Pude captar la
amabilidad en su tono de voz. Estaba segura que mi madre no seria igual de amable
después de la actitud rebelde que estoy portando.

Salude a cortésmente a toda la familia. Mi madre no protesto, ya que estábamos en


frente mi futuro prometido y su familia, o eso creía ella. Pero si pude sentir las
miradas de reproche, decepción y petición de que me vuelva a sentar en aquella
silla donde me condenarían a vivir una vida que estoy segura que no deseo.

Llegue a la lujosa puerta que pertenecía a la casa de la familia Wright y me retire de


la sala. Apenas cerré la puerta a mis espaldas corrí levantando mi fastidioso vestido
con distintas capas de tela. Disminuí la velocidad cuando me encontré con un
mayor domo de la casa y lo saludé con un asentimiento de cabeza.

Después de perderme por distintos caminos de este gigante y lujoso hogar,


finalmente llegue a la puerta principal. En ella se encontraban unos amables
señores que se disponían a abrirla por usted. Al cruzarla estaba totalmente a la
deriva. Había llegado hasta aquí con mi madre. Pude observar verde y caminos de
tierra. Caminé con la esperanza de encontrar una señal que me guie de vuelta a
casa.

Después de caminar un buen rato las esperanzas se habían esfumados y la


sensación de mis pies adoloridos se había apoderado de mí, deseando encontrar un
lugar donde descansar.

Por señal del destino me encontré el hermoso lago donde me escapaba a escribir
en las tardes. El lugar era tranquilo y irradiaba la paz que necesitaba en este
momento.

Decidí tomar asiento en el pasto y descansar para luego volver a casa. La imagen
que daba mi extravagante vestido no concordaba con la idea que me encontrara
tirada en el pasto observando el lago.

Estaba absorta en mis pensamientos que no sentí la presencia de una hermosa


dama hasta que su voz interrumpió el silencio que se había formado en el lugar.

—¿Puedo sentarme con usted? — Pregunto.

Asentí. —No hay problema.

Era una mujer hermosa, rondando los 25 años. Su cabello era rubio con ondas y lo
llevaba en una media cola. Sus ojos eran de color celestes y profundos. Parecía una
princesa y daba la sensación de paz que encajaba en conjunto al lugar.

—¿Viene aquí a buscar paz? — Pregunte mirando su perfil después de unos


segundos de silencio. Sonrió y su sonrisa era preciosa al igual que ella.

Giro y sus ojos se encontraron con los míos. Asintió en forma de respuesta. —
Encontré este precioso paisaje de casualidad.

Mire la imagen que teníamos en frente: Las hojas naranjas flotaban sobre el agua
cristalina anunciando la llegada de otoño, acompañadas del hermoso cielo
anaranjado con el sol escondiéndose después de un despejado día.

—¿Puedo preguntar que le atormenta tanto como para buscar la paz que da este
lugar? —Pregunte observando el lago.

Anteriormente me habían hecho notar lo mucho que hablaba. Era tan molesto para
la gente que me rodeaba que decidí empezar a expresarme menos. Pero la figura
que tenía haciéndome compañía alimentaba mi curiosidad. ¿Cómo una mujer tan
preciosa como ella puede necesitar la paz que daba este lugar?

Tal vez la misma preciosidad era la que le arrebataba su paz.

Rio. —Usted se encontraba aquí primero, yo tendría que hacerle esa pregunta.
Esa frase me hizo recordar porque estaba allí y que tenía que avanzar para llegar a
casa antes del anochecer. Apurada me levante del suave pasto donde me
encontraba sentada y me acomode mi vestido.

Ella seguía allí sentada, observando mis movimientos con absoluta tranquilidad.

—Me encantaría seguir compartiendo este hermoso paisaje, pero me tengo que
retirar, discúlpeme. — Dije tan rápidamente que eran confundibles las palabras que
había soltado.

Sorprendentemente la bella dama comprendió y me dedico una sonrisa. —No hay


problema. —Tendió su mano en mi dirección. —Eleanor.

Agarré su mano y la sacudí suevamente. — Amelia. Vengo aquí todas las tardes a
escribir, por si gusta pasarse a encontrar paz. Podemos hablar u observar en
silencio, como usted prefiera.

Al terminar la frase me di cuenta que tal vez había hablado de más y temía haber
cansado a mi acompañante. Pero para mi sorpresa me regalo otra sonrisa donde se
marcaban sus hoyuelos y asintió.

—Sera un gusto.

Al terminar de oír esas palabras salí de el hermoso lago lo mas rápido que pude
para dirigirme a mi casa.

Pase por unos cuantos arboles y caminos hasta llegar a mi pequeña y acogedora
casa donde me crie. Esta no era grande como la casa de los Wright, pero era mi
pequeño hogar.

Es una casa de madera pintada de un rojo desgastado por el paso de los años, tenia
un lindo porche donde se encontraban dos reposeras donde normalmente me
siento a escribir. La casa se divide en dos pisos, arriba están los dormitorios los
cuales tienen unos hermosos ventanales por donde entra muchísima luz. Creo que
eso es una de mis cosas favoritas.
Las semanas después de la partida de Eleanor se volvieron sin sentido. Ella era tan
necesaria para mí como lo era el oxígeno, o aún más. Con mucho esfuerzo
conseguía levantarme de mi cama para hacer mis necesidades básicas. Aunque mi
principal necesidad básica era tenerla a ella.

Sueños de nosotras dos siendo libres, riendo entre caricias, besos y abrazos eran
contantes. Sueños los cuales en esta realidad eran un crimen y nosotras habíamos
cometido y estábamos siendo condenadas a el. Despertarme de esos sueños y ver
que ella no estaba, que Eleanor no estaba y no lo iba a estar, que todo fue un
sueño, era como estar muerta en carne propia. Eleanor nunca iba a volver a cruzar
esa puerta, nunca mas iba a sentir sus cálidas yemas repasando mi fría piel y eso
era una tortura constante.

No me da miedo morir por ella y nuestro amor. Amor que cada día aumenta,
aunque ya no estemos juntas. Porque es así, por más millas de distancia que nos
separen nuestra conexión nunca será rota y nuestro amor nunca desaparecerá.

Por ella suplicaría y me derrumbaría, por ella cerraría los ojos infinitamente y
dejaría de recibir aire. Por ella soportaría muchas cosas, pero lo único que tal vez
nunca soportaría seria sacrificándose junto a mi. Si me sacrifico seria por ella, no
con ella.

Por eso estoy siendo condenada al dolor que sufro ahora, dolor del cual no me
arrepiento si es necesario para que ella se salvase.

Por eso ella ahora está en otra parte del mundo, ocultando que en un lugar muy
lejano, en una cabaña, vive el amor de su vida, su alma gemela, que todos los días
suplica que atraviese esa puerta y se sumerjan en sabanas donde solo haya lugar
para su amor, el cual no es escaso.

El día que se fue prometimos algo, promesa que no será rota:


—Eleanor, juro que nos rencontraremos. Si no es en esta vida será en otra.

—Juro que haré todo lo posible porque así sea, dulce Amelia.

Y la promesa fue sellada por mis cálidos labios sobre sus delgadas y finas manos,
que debido a las bajas temperaturas estaban frías.

Y tan rápido como apareció aquella tarde de otoño en el bosque, se esfumo, pero
esta vez dejando un amor atrás, dejando a una madame hechizada por sus
encantos, pero tal vez sus encantos no fueron tan fuertes como para que el mundo
la aceptara.

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