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PSICOLOGÍA EDUCATIVA Y DEONTOLOGÍA PROFESIONAL

En este artículo se comentan algunos conflictos deontológicos frecuentes en el ejercicio


profesional de la psicología, en particular en el ámbito educativo, y se relacionan con
las peculiaridades de la intervención en el entorno escolar. Las situaciones planteadas
se encuadran en dos grandes principios éticos de la profesión: consentimiento para la
intervención y confidencialidad de la información obtenida, aunque se abordan también
otros, como la pertinencia de la propia intervención y la capacitación profesional.

"Un psicólogo, con varios años de experiencia de práctica privada con niños,
entra a trabajar en un centro escolar de titularidad pública. Se le informa que
una de sus tareas es la aplicación de unas pruebas de aptitudes y de
personalidad en diversos cursos para un programa de prevención. El
profesional no utiliza habitualmente pruebas colectivas en su trabajo por
considerarlas poco útiles para el mismo, por lo que intenta buscar otras formas
alternativas para la realización del programa. La dirección del centro insiste,
argumentando que se ha realizado de esa manera otros años y les ha resultado
útil. Llegan al acuerdo de que aplicará las pruebas y facilitará los resultados a
los tutores, pero que hará una evaluación individual de aquellos casos que
considere más complejos."

La actuación de este psicólogo es denunciada ante la comisión deontológica de


su colegio profesional. ¿Podría decirnos cuáles podrían ser los motivos?

Este caso, aunque virtual, refleja una situación que puede resultar familiar a muchos de
los profesionales que trabajan en el ámbito educativo, y permite que analicemos algunos
de los conflictos deontológicos que se nos plantean en nuestra práctica diaria.

Tendemos a asumir, por principio, que el psicólogo está actuando de "buena fe" y que
intenta realizar su función de una manera eficaz; la lectura del caso expuesto no nos
permite, por otra parte, determinar con facilidad cuál puede ser el motivo de la
denuncia, que muy bien podría deberse a desacuerdos del centro o de las familias más
que a una mala práctica profesional. Sin embargo, podemos encontrar, aunque sea por la
omisión de datos, varios aspectos que pueden resultar conflictivos si analizamos el caso
expuesto desde un punto de vista deontológico.

Vamos a utilizar el ejemplo propuesto para esbozar algunos principios de ética


profesional, ampliamente aceptados por los colegios y asociaciones profesionales de
psicólogos en diferentes países, aunque sin entrar en un análisis detallado de los
mismos.

Consentimiento

La aplicación colectiva de pruebas psicológicas es una práctica relativamente frecuente


en el ámbito educativo, y es precisamente esa frecuencia la que lleva, en muchas
ocasiones, a olvidar algunas fases necesarias en este proceso, como la de solicitar el
consentimiento de la familia.

El Código Deontológico del Colegio Oficial de Psicólogos (1987) indica en diversos


artículos el deber de informar debidamente al cliente, o a sus tutores legales, sobre las
características de su intervención y de garantizar la libertad del mismo para continuar o
abandonar dicha intervención, pudiéndose deducir fácilmente de ellos la necesidad de
contar con su consentimiento.

Este mismo principio, con un mayor o menor grado de concreción, se encuentra


presente en todos los códigos éticos para psicólogos al hablar del respeto a la integridad
de la persona y del derecho que tiene el cliente a tomar libremente las decisiones sobre
su participación en la intervención, salvo situaciones especiales en las que el sujeto está
legalmente incapacitado.

Más explícita se muestra la American Psychological Association (A.P.A.) cuando en el


artículo 4.02 de sus principios éticos para psicólogos (A.P.A., 1992) establece la
obligación que tiene el psicólogo de obtener un "consentimiento informado" y las
condiciones que debe cumplir para que éste sea aceptable.

Según Rekers (citado en Silva, 1995), son tres los requisitos que deben cumplirse:

- Competencia o capacidad de consentir. Nos encontramos que los menores de


edad tienen limitada por ley la posibilidad de tomar ciertas decisiones, por
considerar que carecen de la capacidad necesaria para decidir responsablemente.
Esto nos obliga, de forma ineludible, a contar con el permiso de los padres o de
los tutores legales para realizar una intervención psicológica y es fuente de
posibles dilemas deontológicos, como la negativa de los padres ante una
actuación que consideramos técnicamente necesaria para el bienestar del niño, la
atención a un adolescente que se niega a que sus padres sean informados de que
acude al psicólogo, o la solicitud de evaluación por una de las partes en caso de
padres separados con la patria potestad compartida.

- Voluntariedad. La ausencia de coacción puede ser la condición que defina


esta característica necesaria del consentimiento; pero, ¿qué vamos a entender por
coacción?. La definición de la Real Academia (1992): "Fuerza o violencia que se
hace a una persona para obligarla a que diga o ejecute alguna cosa" resulta clara
pero insuficiente para nuestros propósitos, ya que lo más habitual es la
utilización de sistemas de presión más sutiles. No vamos a extendernos en este
apartado ya que parece tener poca relación con nuestro caso, aunque sería
necesaria una reflexión más profunda sobre el mismo para analizar algunas
situaciones: ¿Qué implicaciones deontológicas puede tener la exigencia de pasar
por un proceso de valoración psicológica para recibir un apoyo educativo
específico?.

- Información. Esta condición matiza aún más los requisitos del consentimiento
para considerarlo válido, ya que establece que se debe facilitar una información
clara y detallada -al interesado o a sus representantes legales- sobre los
procedimientos que se van a seguir, los objetivos que se persiguen y las
implicaciones que puede tener la intervención.

Se suele asumir, en la práctica cotidiana, que el centro escolar informa directamente a


los padres cuando se van a realizar determinadas actividades, como la aplicación de
pruebas, o que estas medidas son ya habituales y están aceptadas al haber sido
aprobadas en los diferentes órganos de gobierno del centro y figurar en los proyectos del
mismo. Sin embargo, aunque esto fuera cierto, no exime de su responsabilidad
profesional al psicólogo, que debe garantizar que se ha facilitado la información y
solicitado el consentimiento.

En el caso que nos ocupa, encontramos además que se están planteando dos
procedimientos distintos de evaluación que pueden tener diferentes implicaciones, lo
que nos obligaría a solicitar el consentimiento para cada uno de ellos. Por otra parte, la
exigencia de una información específica parece indicar que es el psicólogo, y no el
director del colegio o el tutor, la persona idónea para facilitar la misma.

La importancia concedida al principio del consentimiento puede deducirse del


desarrollo del articulado sobre el mismo, realizado en algunos códigos éticos como el
canadiense (1991, 1997).

Confidencialidad

El respeto a la intimidad de las personas y el secreto profesional constituyen pilares


básicos para la relación entre el psicólogo y su cliente. Este principio está ampliamente
recogido en el articulado de los códigos éticos estudiados y resulta, en general, poco
controvertido, al menos en lo que se refiere a la necesidad del mismo y a su formulación
general: "Toda la información que el psicólogo/a recoge en el ejercicio de su
profesión... está sujeta a un deber y a un derecho de secreto profesional, del que, sólo
podría ser eximido por el consentimiento expreso del cliente..."

Los conflictos surgen cuando se analizan situaciones concretas, como en el caso


propuesto. A la dificultad que conlleva el que los destinatarios de la intervención directa
del psicólogo sean menores, que rara vez acuden por propia iniciativa al mismo,
tenemos que añadir el hecho de trabajar en una organización, en este caso la escolar.

¿Quién es el cliente: la institución, los padres, los alumnos?; ¿quién es el destinatario


"legal" de los datos?; ¿qué datos hay que facilitar?; ¿quién tiene derecho a conocerlos?.
Éstos son sólo algunos de los interrogantes que se nos presentan, o que deberíamos
plantearnos, en nuestra práctica profesional en los centros escolares. No podemos
olvidar que, como señala França-Tarragó (1996), se rompe la relación clásica persona-
psicólogo, que se convierte en persona-psicólogo-institución y surgen nuevas
obligaciones respecto al "cliente-institución" que pueden entrar en conflicto con las que
debe seguir manteniendo con el "cliente-persona".

El derecho de los padres a conocer el hecho de la valoración y los resultados de la


misma parece bien establecido ya que ostentan la representación legal de sus hijos
menores de edad. Surgen dudas, en cambio, con relación al contenido de la información
que se les debe facilitar cuando la intervención ha sido solicitada por la institución; ¿se
debe hacer un informe específico para la familia que les resulte más comprensible?,
¿tienen derecho al acceso a la documentación escolar de sus hijos?...

Estas preguntas no tienen siempre una respuesta fácil ni la solución tiene que ser única.
El realizar un informe especial para los padres estaría justificado ya que facilitaría la
comprensión del mismo al poder adecuarlo al destinatario, cumpliendo así el requisito
de inteligibilidad de los informes psicológicos. Esto mismo -la inteligibilidad- podría
conseguirse también aportando verbalmente las explicaciones y aclaraciones oportunas
del informe, sistema que evitaría, además, posibles sesgos en la información que se
facilita a profesores y padres.

La Ley de Régimen Jurídico de las Administraciones (1992) establece en su artículo 37


el derecho que tienen los ciudadanos de acceder a los archivos y documentos que obran
en los archivos administrativos. No podemos olvidar que el informe psicológico
constituye en muchas ocasiones un documento administrativo que forma parte del
expediente del alumno (Colodrón, 1997), lo cual puede ayudarnos a decidir sobre los
dilemas antes propuestos y nos debe hacer más cautos en relación con la información
que debe quedar reflejada en dicho informe.

La información que se facilita a los profesores y al centro están también incluidas en el


principio de confidencialidad y en las obligaciones del psicólogo respecto al "cliente-
persona", como lo hemos denominado. Es cierto que los tutores pueden precisar
determinada información psicológica sobre aptitudes, actitudes, etc. de sus alumnos
para ajustar las medidas educativas; pero no es menos cierto que, en muchas ocasiones,
se les facilitan datos que no son estrictamente necesarios para este objetivo. Es
imprescindible tener una especial cautela al decidir qué información se va a facilitar y
cómo va a recogerse en el informe ya que, además, resulta imposible garantizar la
confidencialidad del informe una vez entregado y el uso que se puede hacer de los
datos.

Otra práctica, relativamente frecuente, que resulta conflictiva es la de adjuntar al


informe los perfiles de las pruebas o la de facilitar al colegio los resultados numéricos
de las mismas con una breve explicación. La utilización generalizada de puntuaciones
transformadas en los tests psicológicos facilita la comparación inter e intra-sujeto y una
interpretación más rápida de los resultados, pero esta tarea no debe recaer en el profesor
ya que sobrepasa los límites de su obligación y, posiblemente, los de su formación; la
responsabilidad de interpretar las pruebas psicológicas corresponde al psicólogo, que no
debe delegar esta función.

Sabemos, por ejemplo, que el hecho de que un sujeto obtenga una puntuación típica de
69 en una prueba de inteligencia o un percentil 10 en una de aptitudes puede tener una
significación diferente dependiendo de las características psicométricas de las pruebas
utilizadas e implicaciones diagnósticas distintas, al relacionar estos resultados con otros
datos de la evaluación. El docente, sin embargo, puede interpretar estos mismos datos
de una forma incorrecta o excesivamente simplista y llegar a conclusiones erróneas
respecto al alumno o a las medidas necesarias, y este error podría atribuirse en muchos
casos a los datos aportados por el psicólogo. Tendríamos que plantearnos, por tanto, qué
información precisa el tutor para su toma de decisiones y cuál es la mejor manera de
proporcionársela para que le sea más útil.

La custodia del material psicológico utilizado (protocolos de las pruebas o registros de


las entrevistas...), la prudencia en la transmisión de la información a otras personas u
organismos relacionados con el caso, o la necesidad de obtener el consentimiento del
cliente para admitir la presencia de terceras personas innecesarias para el acto
profesional son otras responsabilidades que conlleva el secreto profesional, que no
vamos a examinar con detenimiento, aunque no porque se consideren menos
importantes.
El análisis del caso presentado, intencionadamente ambiguo, nos ha permitido revisar
con cierta extensión dos grandes principios deontológicos y encontrar varias fuentes de
posibles conflictos éticos, en una actuación que inicialmente parecía correcta o, al
menos, no denunciable deontológicamente. Esto debería hacernos reflexionar y
examinar con mayor detalle nuestras intervenciones profesionales, como plantea la
Revista de Psicología Educativa (1996) en uno de sus editoriales.

Además de los tratados, se esbozan también en el caso dos situaciones más que atañen a
otros grandes principios, como son el de la pertinencia de la intervención y la
capacitación profesional. Las limitaciones de espacio y la complejidad de los temas no
aconsejan abordarlos en este artículo, ya demasiado denso, pero sí quiero plantear de
forma breve la problemática general y algunas dudas que me surgen.

Una actuación profesional correcta exige la utilización de técnicas y procedimientos


adecuados, y, de forma especial, que dicha intervención sea pertinente. La aplicación de
este principio en la práctica privada resulta evidente, ya que estaríamos engañando al
cliente si iniciamos o mantenemos una intervención que no es necesaria, pero resulta
más complejo en el trabajo en organizaciones. La lectura de los artículos 15 y 16 del
Código Deontológico del C.O.P. (1987) nos indica la línea de actuación que deberíamos
seguir cuando se plantean conflictos entre los intereses de la institución y el de las
personas, tema que también se desarrolla de forma extensa en la obra de França-Tarragó
(1996) ya citada.

En el supuesto presentado, se expone que el psicólogo considera poco eficaz la


aplicación de pruebas colectivas, por lo que nos podemos cuestionar cuáles son los
motivos reales que le llevan a utilizarlas: ¿evitar conflictos que pueden restar eficacia a
su posterior actuación?; ¿la presión de la autoridad?; ¿lo utiliza como estrategia para
hacer posibles otras actuaciones?.

Las respuestas pueden ser múltiples, pero la principal pregunta que deberíamos
hacernos es la licitud de someter a los alumnos a un proceso de evaluación cuando la
finalidad no está clara o lo hacemos por otros motivos, aunque éstos sean correctos, o en
otros términos: ¿el fin justifica los medios?.

La formación y capacitación profesional en un ámbito de actuación determinado es un


tema complejo que resulta difícil de abordar mientras no se desarrollen los perfiles
profesionales y los criterios mínimos de formación. La obtención del título de
licenciado habilita legalmente para el ejercicio de la profesión pero ¿se está realmente
preparado?.

Existe un acuerdo casi unánime entre los profesionales y entre los propios estudiantes
sobre la necesidad, en los momentos actuales, de una formación que capacite realmente
para la práctica profesional. La polémica se plantea cuando se intenta delimitar los
requisitos de dicha formación o la formación complementaria que se precisaría cuando
cambiamos de ámbito de actuación, como en el caso propuesto; ¿está preparado un
profesional con experiencia en clínica infantil para actuar en el ámbito educativo sin una
actualización de conocimientos?.

Este problema aparece de forma más específica en psicología educativa, área en la que
un número considerable de profesionales accede a un puesto de trabajo de tipo técnico
tras superar un proceso de oposición a un cuerpo docente (Psicología Educativa, 1997).
Si estudiamos el análisis realizado por la revista de Psicología Educativa (1998) sobre el
contenido del temario de dicha oposición, deberíamos plantearnos su idoneidad para
garantizar un buen ejercicio profesional, no de tipo docente, y la necesidad de un buen
sistema de formación permanente.

He planteado en este artículo gran cantidad de dudas y ofrecido pocas soluciones; esto
es así porque considero que la situación actual de la psicología educativa, en relación
con el desarrollo de la deontología profesional, no aconseja en este momento ofrecer
soluciones cerradas ante los diferentes conflictos presentados, aunque podría hacerse en
muchos casos.

Es cierto que, a medio plazo, pueden ser necesarias la revisión y la actualización de


nuestro código deontológico para ajustarlo a la realidad actual; pero, a corto plazo, es
más urgente estudiar la casuística que se nos presenta y promover el debate entre los
profesionales, como medio para desarrollar una "conciencia deontológica", superando la
polémica entre conciencia individual y código de conducta profesional (Batres, 1998),
que genere dudas sobre nuestra actuación profesional y nos impida caer en actuaciones
rutinarias, fuente de numerosos conflictos.

Bibliografía

American Psychological Association (1992): Ethical principles of psychologists and


code of conduct. American Psychologist, 47(12), 1597-1611.

Batres , C. (1998): Deontología profesional: El código deontológico. Papeles del


Psicólogo, 70, 43-47.

Canadian Psychological Association (1991): Canadian code of ethics for psychologists.


Otawa, Ontario: Canadian Psychological Association.

Canadian Psychological Association (1997). Companion manual to the canadian code


of ethics for psychologists, 1991. Otawa, Ontario: Canadian Psychological Association.

Colegio Oficial de Psicólogos (1987): Código Deontológico del psicólogo. Madrid:


Colegio Oficial de Psicólogos.

Colodrón, F. (1997): El informe educativo en el contexto público. En La deontología:


Garantía de calidad de los servicios psicológicos. Jornadas deontológicas organizadas
por el Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid.

França-Tarragó, O. (1996): Ética para psicólogos. Introducción a la psicoética. Bilbao:


Desclée de Brouwer.

Ley 30/1992, de 26 de noviembre, de Régimen Jurídico de las Administraciones


Públicas y del Procedimiento Administrativo Común. Boletín Oficial del Estado de 27
de noviembre de 1992.

Psicología Educativa (1996): Editorial. Psicología Educativa. Revista de los psicólogos


de la educación, 2(1), 5-7.
Psicología Educativa (1997): Editorial. Psicología Educativa. Revista de los psicólogos
de la educación, 3(1), 5-6.

Psicología Educativa (1998): Editorial. Psicología Educativa. Revista de los psicólogos


de la educación, 4(1), 5-6.

Real Academia Española (1992): Diccionario de la lengua española. Madrid: Espasa


Calpe.

Silva, F. (1995): Cuestiones introductorias. En F.Silva (Ed.), Evaluación psicológica en


niños y adolescentes. Madrid: Síntesis.

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