Está en la página 1de 8

PSICOLOGÍA EDUCATIVA Y DEONTOLOGÍA

PROFESIONAL

Mª Francisca Colodrón Gómez

Psicóloga Educativa. Ministerio de Educación y Cultura

En este artículo se comentan algunos conflictos deontológicos frecuentes en


el ejercicio profesional de la psicología, en particular en el ámbito educativo, y
se relacionan con las peculiaridades de la intervención en el entorno escolar.
Las situaciones planteadas se encuadran en dos grandes principios éticos de
la profesión: consentimiento para la intervención y confidencialidad de la
información obtenida, aunque se abordan también otros, como la pertinencia
de la propia intervención y la capacitación profesional.

This paper is concerned with some frequent ethical conflicts in the practice of
psychology, particularly in the educational field and which are related to the
peculiarities of the practice in the school environment. The situations we deal
with can be classified in two basic ethical principles: the consent to the
intervention and the confidentiality of information. Apart of this, we also men-
tion other principles such as the pertinence of the intervention and the profes-
sional qualification.

"Un psicólogo, con varios años de experiencia de práctica privada con


niños, entra a trabajar en un centro escolar de titularidad pública. Se le
informa que una de sus tareas es la aplicación de unas pruebas de ap-
titudes y de personalidad en diversos cursos para un programa de pre-
vención. El profesional no utiliza habitualmente pruebas colectivas en
su trabajo por considerarlas poco útiles para el mismo, por lo que inten-
ta buscar otras formas alternativas para la realización del programa. La
dirección del centro insiste, argumentando que se ha realizado de esa
manera otros años y les ha resultado útil. Llegan al acuerdo de que
aplicará las pruebas y facilitará los resultados a los tutores, pero que
hará una evaluación individual de aquellos casos que considere más
complejos."

La actuación de este psicólogo es denunciada ante la comisión deonto-


lógica de su colegio profesional. ¿Podría decirnos cuáles podrían ser
los motivos?.

Este caso, aunque virtual, refleja una situación que puede resultar familiar a
muchos de los profesionales que trabajan en el ámbito educativo, y permite
que analicemos algunos de los conflictos deontológicos que se nos plantean
en nuestra práctica diaria.
Tendemos a asumir, por principio, que el psicólogo está actuando de "buena
fe" y que intenta realizar su función de una manera eficaz; la lectura del caso
expuesto no nos permite, por otra parte, determinar con facilidad cuál puede
ser el motivo de la denuncia, que muy bien podría deberse a desacuerdos del
centro o de las familias más que a una mala práctica profesional. Sin
embargo, podemos encontrar, aunque sea por la omisión de datos, varios
aspectos que pueden resultar conflictivos si analizamos el caso expuesto
desde un punto de vista deontológico.

Vamos a utilizar el ejemplo propuesto para esbozar algunos principios de ética


profesional, ampliamente aceptados por los colegios y asociaciones profesio-
nales de psicólogos en diferentes países, aunque sin entrar en un análisis de-
tallado de los mismos.

Consentimiento

La aplicación colectiva de pruebas psicológicas es una práctica relativamente


frecuente en el ámbito educativo, y es precisamente esa frecuencia la que lle-
va, en muchas ocasiones, a olvidar algunas fases necesarias en este proceso,
como la de solicitar el consentimiento de la familia.

El Código Deontológico del Colegio Oficial de Psicólogos (1987) indica en di-


versos artículos el deber de informar debidamente al cliente, o a sus tutores
legales, sobre las características de su intervención y de garantizar la libertad
del mismo para continuar o abandonar dicha intervención, pudiéndose deducir
fácilmente de ellos la necesidad de contar con su consentimiento.

Este mismo principio, con un mayor o menor grado de concreción, se encuen-


tra presente en todos los códigos éticos para psicólogos al hablar del respeto
a la integridad de la persona y del derecho que tiene el cliente a tomar li-
bremente las decisiones sobre su participación en la intervención, salvo si-
tuaciones especiales en las que el sujeto está legalmente incapacitado.

Más explícita se muestra la American Psychological Association (A.P.A.) cuan-


do en el artículo 4.02 de sus principios éticos para psicólogos (A.P.A., 1992)
establece la obligación que tiene el psicólogo de obtener un "consentimiento
informado" y las condiciones que debe cumplir para que éste sea aceptable.

Según Rekers (citado en Silva, 1995), son tres los requisitos que deben
cumplirse:

- Competencia o capacidad de consentir. Nos encontramos que los


menores de edad tienen limitada por ley la posibilidad de tomar ciertas
decisiones, por considerar que carecen de la capacidad necesaria para
decidir responsablemente. Esto nos obliga, de forma ineludible, a
contar
con el permiso de los padres o de los tutores legales para realizar una
intervención psicológica y es fuente de posibles dilemas deontológicos,
como la negativa de los padres ante una actuación que consideramos
técnicamente necesaria para el bienestar del niño, la atención a un
adolescente que se niega a que sus padres sean informados de que
acude al psicólogo, o la solicitud de evaluación por una de las partes en
caso de padres separados con la patria potestad compartida.

- Voluntariedad. La ausencia de coacción puede ser la condición que


defina esta característica necesaria del consentimiento; pero, ¿qué va-
mos a entender por coacción?. La definición de la Real Academia
(1992): "Fuerza o violencia que se hace a una persona para obligarla a
que diga o ejecute alguna cosa" resulta clara pero insuficiente para
nuestros propósitos, ya que lo más habitual es la utilización de sistemas
de presión más sutiles. No vamos a extendernos en este apartado ya
que parece tener poca relación con nuestro caso, aunque sería necesa-
ria una reflexión más profunda sobre el mismo para analizar algunas si-
tuaciones: ¿Qué implicaciones deontológicas puede tener la exigencia
de pasar por un proceso de valoración psicológica para recibir un apoyo
educativo específico?.

- Información. Esta condición matiza aún más los requisitos del con-


sentimiento para considerarlo válido, ya que establece que se debe
facilitar una información clara y detallada -al interesado o a sus repre-
sentantes legales- sobre los procedimientos que se van a seguir, los
objetivos que se persiguen y las implicaciones que puede tener la
intervención.

Se suele asumir, en la práctica cotidiana, que el centro escolar informa direc-


tamente a los padres cuando se van a realizar determinadas actividades,
como la aplicación de pruebas, o que estas medidas son ya habituales y están
aceptadas al haber sido aprobadas en los diferentes órganos de gobierno del
centro y figurar en los proyectos del mismo. Sin embargo, aunque esto fuera
cierto, no exime de su responsabilidad profesional al psicólogo, que debe ga-
rantizar que se ha facilitado la información y solicitado el consentimiento.

En el caso que nos ocupa, encontramos además que se están planteando dos
procedimientos distintos de evaluación que pueden tener diferentes implicacio-
nes, lo que nos obligaría a solicitar el consentimiento para cada uno de ellos.
Por otra parte, la exigencia de una información específica parece indicar que
es el psicólogo, y no el director del colegio o el tutor, la persona idónea para
facilitar la misma.

La importancia concedida al principio del consentimiento puede deducirse del


desarrollo del articulado sobre el mismo, realizado en algunos códigos éticos
como el canadiense (1991, 1997).
Confidencialidad

El respeto a la intimidad de las personas y el secreto profesional constituyen


pilares básicos para la relación entre el psicólogo y su cliente. Este principio
está ampliamente recogido en el articulado de los códigos éticos estudiados y
resulta, en general, poco controvertido, al menos en lo que se refiere a la
necesidad del mismo y a su formulación general: "Toda la información que el
psicólogo/a recoge en el ejercicio de su profesión... está sujeta a un deber y a
un derecho de secreto profesional, del que, sólo podría ser eximido por el con-
sentimiento expreso del cliente..." (art. 40 del Código Deontológico del C.O.P.,
1987).

Los conflictos surgen cuando se analizan situaciones concretas, como en el


caso propuesto. A la dificultad que conlleva el que los destinatarios de la
intervención directa del psicólogo sean menores, que rara vez acuden por pro-
pia iniciativa al mismo, tenemos que añadir el hecho de trabajar en una organi-
zación, en este caso la escolar.

¿Quién es el cliente: la institución, los padres, los alumnos?; ¿quién es el des-


tinatario "legal" de los datos?; ¿qué datos hay que facilitar?; ¿quién tiene dere-
cho a conocerlos?. Éstos son sólo algunos de los interrogantes que se nos
presentan, o que deberíamos plantearnos, en nuestra práctica profesional en
los centros escolares. No podemos olvidar que, como señala França-Tarragó
(1996), se rompe la relación clásica persona-psicólogo, que se convierte en
persona-psicólogo-institución y surgen nuevas obligaciones respecto al "clien-
te-institución" que pueden entrar en conflicto con las que debe seguir mante-
niendo con el "cliente-persona".

El derecho de los padres a conocer el hecho de la valoración y los resultados


de la misma parece bien establecido ya que ostentan la representación legal
de sus hijos menores de edad. Surgen dudas, en cambio, con relación al
contenido de la información que se les debe facilitar cuando la intervención ha
sido solicitada por la institución; ¿se debe hacer un informe específico para la
familia que les resulte más comprensible?, ¿tienen derecho al acceso a la do-
cumentación escolar de sus hijos?...

Estas preguntas no tienen siempre una respuesta fácil ni la solución tiene que
ser única. El realizar un informe especial para los padres estaría justificado ya
que facilitaría la comprensión del mismo al poder adecuarlo al destinatario,
cumpliendo así el requisito de inteligibilidad de los informes psicológicos. Esto
mismo -la inteligibilidad- podría conseguirse también aportando verbalmente
las explicaciones y aclaraciones oportunas del informe, sistema que evitaría,
además, posibles sesgos en la información que se facilita a profesores y
padres.

La Ley de Régimen Jurídico de las Administraciones (1992) establece en su


artículo 37 el derecho que tienen los ciudadanos de acceder a los archivos y
documentos que obran en los archivos administrativos. No podemos olvidar
que el informe psicológico constituye en muchas ocasiones un documento ad-
ministrativo que forma parte del expediente del alumno (Colodrón, 1997), lo
cual puede ayudarnos a decidir sobre los dilemas antes propuestos y nos
debe hacer más cautos en relación con la información que debe quedar refle-
jada en dicho informe.

La información que se facilita a los profesores y al centro están también inclui-


das en el principio de confidencialidad y en las obligaciones del psicólogo
respecto al "cliente-persona", como lo hemos denominado. Es cierto que los
tutores pueden precisar determinada información psicológica sobre aptitudes,
actitudes, etc. de sus alumnos para ajustar las medidas educativas; pero no es
menos cierto que, en muchas ocasiones, se les facilitan datos que no son es-
trictamente necesarios para este objetivo. Es imprescindible tener una
especial cautela al decidir qué información se va a facilitar y cómo va a reco-
gerse en el informe ya que, además, resulta imposible garantizar la confi-
dencialidad del informe una vez entregado y el uso que se puede hacer de los
datos.

Otra práctica, relativamente frecuente, que resulta conflictiva es la de adjuntar


al informe los perfiles de las pruebas o la de facilitar al colegio los resultados
numéricos de las mismas con una breve explicación. La utilización genera-
lizada de puntuaciones transformadas en los tests psicológicos facilita la
comparación inter e intra-sujeto y una interpretación más rápida de los re-
sultados, pero esta tarea no debe recaer en el profesor ya que sobrepasa los
límites de su obligación y, posiblemente, los de su formación; la responsabili-
dad de interpretar las pruebas psicológicas corresponde al psicólogo, que no
debe delegar esta función.

Sabemos, por ejemplo, que el hecho de que un sujeto obtenga una puntuación
típica de 69 en una prueba de inteligencia o un percentil 10 en una de aptitu-
des puede tener una significación diferente dependiendo de las características
psicométricas de las pruebas utilizadas e implicaciones diagnósticas distintas,
al relacionar estos resultados con otros datos de la evaluación. El docente, sin
embargo, puede interpretar estos mismos datos de una forma incorrecta o ex-
cesivamente simplista y llegar a conclusiones erróneas respecto al alumno o a
las medidas necesarias, y este error podría atribuirse en muchos casos a los
datos aportados por el psicólogo. Tendríamos que plantearnos, por tanto, qué
información precisa el tutor para su toma de decisiones y cuál es la mejor ma-
nera de proporcionársela para que le sea más útil.

La custodia del material psicológico utilizado (protocolos de las pruebas o


registros de las entrevistas...), la prudencia en la transmisión de la información
a otras personas u organismos relacionados con el caso, o la necesidad de
obtener el consentimiento del cliente para admitir la presencia de terceras per-
sonas innecesarias para el acto profesional son otras responsabilidades que
conlleva el secreto profesional, que no vamos a examinar con detenimiento,
aunque no porque se consideren menos importantes.
El análisis del caso presentado, intencionadamente ambiguo, nos ha permitido
revisar con cierta extensión dos grandes principios deontológicos y encontrar
varias fuentes de posibles conflictos éticos, en una actuación que inicialmente
parecía correcta o, al menos, no denunciable deontológicamente. Esto debería
hacernos reflexionar y examinar con mayor detalle nuestras intervenciones
profesionales, como plantea la Revista de Psicología Educativa (1996) en uno
de sus editoriales.

Además de los tratados, se esbozan también en el caso dos situaciones más


que atañen a otros grandes principios, como son el de la pertinencia de la
intervención y la capacitación profesional. Las limitaciones de espacio y la
complejidad de los temas no aconsejan abordarlos en este artículo, ya dema-
siado denso, pero sí quiero plantear de forma breve la problemática general y
algunas dudas que me surgen.

Una actuación profesional correcta exige la utilización de técnicas y procedi-


mientos adecuados, y de forma especial, que dicha intervención sea pertinen-
te. La aplicación de este principio en la práctica privada resulta evidente, ya
que estaríamos engañando al cliente si iniciamos o mantenemos una
intervención que no es necesaria, pero resulta más complejo en el trabajo en
organizaciones. La lectura de los artículos 15 y 16 del Código Deontológico
del C.O.P. (1987) nos indica la línea de actuación que deberíamos seguir
cuando se plantean conflictos entre los intereses de la institución y el de las
personas, tema que también se desarrolla de forma extensa en la obra de
França-Tarragó (1996) ya citada.

En el supuesto presentado, se expone que el psicólogo considera poco eficaz


la aplicación de pruebas colectivas, por lo que nos podemos cuestionar cuáles
son los motivos reales que le llevan a utilizarlas: ¿evitar conflictos que pueden
restar eficacia a su posterior actuación?; ¿la presión de la autoridad?; ¿lo utili-
za como estrategia para hacer posibles otras actuaciones?.

Las respuestas pueden ser múltiples, pero la principal pregunta que debería-
mos hacernos es la licitud de someter a los alumnos a un proceso de
evaluación cuando la finalidad no está clara o lo hacemos por otros motivos,
aunque éstos sean correctos, o en otros términos: ¿el fin justifica los medios?.

La formación y capacitación profesional en un ámbito de actuación determi-


nado es un tema complejo que resulta difícil de abordar mientras no se des-
arrollen los perfiles profesionales y los criterios mínimos de formación. La ob-
tención del título de licenciado habilita legalmente para el ejercicio de la profe-
sión pero ¿se está realmente preparado?.

Existe un acuerdo casi unánime entre los profesionales y entre los propios es-
tudiantes sobre la necesidad, en los momentos actuales, de una formación
que capacite realmente para la práctica profesional. La polémica se plantea
cuando se intenta delimitar los requisitos de dicha formación o la formación
complementaria que se precisaría cuando cambiamos de ámbito de actuación,
como en el caso propuesto; ¿está preparado un profesional con experiencia
en clínica infantil para actuar en el ámbito educativo sin una actualización de
conocimientos?.

Este problema aparece de forma más específica en psicología educativa, área


en la que un número considerable de profesionales accede a un puesto de tra-
bajo de tipo técnico tras superar un proceso de oposición a un cuerpo docente
(Psicología Educativa, 1997). Si estudiamos el análisis realizado por la revista
de Psicología Educativa (1998) sobre el contenido del temario de dicha opo-
sición, deberíamos plantearnos su idoneidad para garantizar un buen ejercicio
profesional, no de tipo docente, y la necesidad de un buen sistema de
formación permanente.

He planteado en este artículo gran cantidad de dudas y ofrecido pocas solu-


ciones; esto es así porque considero que la situación actual de la psicología
educativa, en relación con el desarrollo de la deontología profesional, no acon-
seja en este momento ofrecer soluciones cerradas ante los diferentes conflic-
tos presentados, aunque podría hacerse en muchos casos.

Es cierto que, a medio plazo, pueden ser necesarias la revisión y la actua-


lización de nuestro código deontológico para ajustarlo a la realidad actual;
pero, a corto plazo, es más urgente estudiar la casuística que se nos presenta
y promover el debate entre los profesionales, como medio para desarrollar una
"conciencia deontológica", superando la polémica entre conciencia individual y
código de conducta profesional (Batres, 1998), que genere dudas sobre nues-
tra actuación profesional y nos impida caer en actuaciones rutinarias, fuente
de numerosos conflictos.

Bibliografía

American Psychological Association (1992): Ethical principles of psychologists


and code of conduct. American Psychologist, 47(12), 1597-1611.

Batres , C. (1998): Deontología profesional: El código deontológico. Papeles


del Psicólogo, 70, 43-47.

Canadian Psychological Association (1991): Canadian code of ethics for psy-


chologists. Otawa, Ontario: Canadian Psychological Association.

Canadian Psychological Association (1997). Companion manual to the ca-


nadian code of ethics for psychologists, 1991. Otawa, Ontario: Canadian Psy-
chological Association.

Colegio Oficial de Psicólogos (1987): Código Deontológico del psicólo-


go. Madrid: Colegio Oficial de Psicólogos.
Colodrón, F. (1997): El informe educativo en el contexto público. En La
deontología: Garantía de calidad de los servicios psicológicos. Jornadas
deontológicas organizadas por el Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid.

França-Tarragó, O. (1996): Ética para psicólogos. Introducción a la psicoé-


tica. Bilbao: Desclée de Brouwer.

Ley 30/1992, de 26 de noviembre, de Régimen Jurídico de las Administracio-


nes Públicas y del Procedimiento Administrativo Común. Boletín Oficial del Es-
tado de 27 de noviembre de 1992.

Psicología Educativa (1996): Editorial. Psicología Educativa. Revista de los


psicólogos de la educación, 2(1), 5-7.

Psicología Educativa (1997): Editorial. Psicología Educativa. Revista de los


psicólogos de la educación, 3(1), 5-6.

Psicología Educativa (1998): Editorial. Psicología Educativa. Revista de los


psicólogos de la educación, 4(1), 5-6.

Real Academia Española (1992): Diccionario de la lengua española. Madrid:


Espasa Calpe.

Silva, F. (1995): Cuestiones introductorias. En F.Silva (Ed.), Evaluación


psicológica en niños y adolescentes. Madrid: Síntesis.

También podría gustarte