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CIENCIA, DERECHO, FILOSOFÍA Y ANIMALES

Esta entrada temática pertenece a Proyecto Interinsular - Ciencia,


Derecho, Filosofía y Animales coordinado por Silvina Pezzetta en
el marco de la convocatoria internacional de Culture and
Animals Foundation .

Uno de los principales ejes para comprender la problemática relación de las sociedades actuales
con los demás animales y la biósfera, es repensar el antropocentrismo en clave contemporánea.
El antropocentrismo suele estar asociado principalmente a la emergencia del denominado
“antropocentrismo renacentista”, como una nueva forma de comprender al ser humano que
inaugura la concepción moderna de “hombre”. Pero, el recorrido que propongo implica revisar el
antropocentrismo y cómo este se articula con la excepcionalidad humana, la ecología y la
continuidad evolutiva, a partir de la idea de construcción de sentido.

El antropocentrismo es, primero, una perspectiva, una de las tantas maneras posibles de dotar de
sentido al mundo, adscribirle significado y habitar en él. Y desde allí producimos sentido.
“Antropocentrismo” significa que el ser humano, entendido de una determinada manera, es el
centro y punto de referencia de todas las cosas. Pero, si es una perspectiva entre otras, podemos
preguntarnos ¿por qué no es visible, por qué es la que aparece como única? Se trata de una
perspectiva hegemónica, es decir, sostenida por la mayoría de los integrantes de nuestra cultura.
Por eso se convierte en el ambiente ideológico en que nos movemos, pensamos, actuamos,
producimos conocimiento, etc. En definitiva, desde esta particular perspectiva construimos
sentido, y este sentido está vinculado a la jerarquía y el dominio sobre aquello considerado no-
humano.

A efectos prácticos, donde el antropocentrismo puede verse en acción, supone que el ser humano,
o la sociedad en su conjunto, pueden disponer de todo lo viviente y, en definitiva, de todo lo
existente para utilizarlo con la finalidad que se determine. Es decir, el mundo es pensado al
servicio del hombre, y exclusivamente en función de él cobraría sentido. Así, todo lo entendido
como no-humano puede ser utilizado en función de un interés social, económico, político y/o
personal. Bajo esta representación, las consideraciones éticas se restringen al trato entre
humanos, mientras que los animales y la biósfera no son comprendidos como entidades con un
valor propio, inherente a sí mismos. En otros términos, tanto su valoración, como su permanencia
o existencia quedan ancladas a circunstancias, determinaciones y procesos humanos. En la

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filosofía, particularmente, se retraduce en perspectivas que posicionan al ser humano como sujeto,
mientras que los demás animales y todo lo considerado por fuera de lo humano quedan reducidos
a objetos. También, sus análisis pueden quedar sesgados bajo una mirada reduccionista que no
problematiza ciertos puntos de partida.

Ahora bien, el antropocentrismo como construcción de sentido no afecta solamente a otras


entidades, también tiene consecuencias en el modo de concebirnos a nosotros mismos y como
generamos conocimiento. Respecto al ser humano, el enfoque antropocéntrico lo identifica con la
esfera de lo racional, lo mental, subordinando al cuerpo, las emociones, y todo aquello que se suele
vincular con “lo animal”. Además, especialmente, postula la “tesis de la excepcionalidad humana”:
la convicción de que somos seres radicalmente distintos al resto del universo, diferentes de los
animales y que no rigen en nosotros las dinámicas que están presentes en ellos (Schaeffer, 2009).
Así, a lo largo de la historia de las ideas de nuestra cultura se buscó colocar el límite humano-
animal en la razón, el alma, la capacidad moral, la subjetividad, la sensibilidad estética, el uso de
herramientas, el símbolo, la misma cultura y otras… no obstante, para cada una de estas mentadas
excepciones existen estudios que muestran que la diferencia es solo de grado, resaltando la
presencia de características tradicionalmente consideradas “humanas” en los animales (Lázaro,
2020). Esto marca otro punto importante: la existencia de la continuidad evolutiva, que posiciona
al ser humano como una porción dentro del conjunto de los organismos que existen en el planeta.
Ahora bien, esta última noción, propia del pensamiento biológico, no fue asimilada completamente
por nuestra cultura, de manera que co-existe con formas de pensamiento predarwinianas (Singer,
2003:382). De manera que el antropocentrismo nos afecta a partir de la asunción distorsionada
de lo que somos.

Más aún, otra pregunta que podemos hacernos es ¿Qué pasaría si alguien no somete a otros seres,
pero piensa el mundo con el hombre como su eje? También resulta antropocéntrico, aunque no
se realicen acciones depredadoras directas desde allí. Ya que siempre puede surgir la postura de
que lo no-humano se encuentra subordinado a lo humano de alguna forma, en tanto se suponga
que posee un estatuto privilegiado del tipo que sea. Por lo cual, no se trata de si el ser humano se
presenta como “bueno” o “malo” desde el centro, si no de revisar completamente su
emplazamiento y el ideario jerárquico que lo sustenta.

Aproximadamente, esta concepción que llamamos antropocentrismo adquiere mayor fuerza desde
el siglo XV. En ese momento comienza a producirse un cambio en el imaginario social europeo
que marca el inicio de la época moderna, con el abandono paulatino de la representación
cosmológica teocéntrica. Es recién a mediados del siglo XX que distintas corrientes denuncian
que, junto al sistema económico, ha desencadenado la crisis ecológica. Este fenómeno, se vincula
con otro término específico relacionado: antropoceno (Stoermer y Crutzen, 2000). Con tal
neologismo se propone designar una nueva era geológica donde los impactos de las actividades
humanas están dejando una huella geológica que persistirá por miles de años. A su vez, la presión

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antrópica creciente pone en jaque la biodiversidad silvestre y hasta compromete las condiciones
de posibilidad de la vida (Leakey y Lewin, 1998).

Desde luego, una pregunta importante en este panorama es ¿Podemos pensar de manera no-
antropocéntrica? Resulta muy común la idea de que el antropocentrismo es inevitable, que solo
por ser humanos, debemos ser antropocéntricos. Sin embargo, tal como señalamos, no es un modo
de pensar(nos) ahistórico, es posible rastrear su propia historicidad. Más aun, de hecho, desde
mediados y finales del siglo pasado hasta el presente, una multiplicidad de corrientes filosóficas y
científicas desarrollan investigaciones no sólo descentradas del ser humano, si no que también
permiten aproximarnos a los demás animales, el ambiente y la comprensión de las dinámicas
naturales de forma novedosa. Se trata de aproximaciones epistemológicas anti-antropocéntricas,
post-antropocéntricas o no-antropocentradas (Aigner et al., 2016; Ferrando, 2016; Anzoátegui,
2015). Y, en definitiva, esto también cambia la forma de pensarnos a nosotros mismos. Inclusive,
fenómenos como la cultura, el lenguaje, el aprendizaje, la conceptualización, la moral, las
emociones y la capacidad de agencia pueden ser abordados sin tener al ser humano como referente
principal (Butchvarov, 2015; Mendl, et al., 2010). Estas nuevas investigaciones, justamente, están
constituyendo un paradigma alternativo, que merma la centralidad explicativa del
antropocentrismo. Así, campos recientes y variados como las epistemologías alternativas, la
etología filosófica, los estudios críticos animales, la ecología política, la ecología científica, el
ecofeminismo, la ética animal y ambiental, la etología cognitiva, la primatología, y sobre todo la
biología evolutiva, entre otros, están generando una nueva imagen de los humanos, los demás
seres vivos y la biósfera muy distinta a la que teníamos anteriormente (Singer, 2003; Anzoátegui,
2015; Butchvarov, 2015; Ferrari y Anzoátegui, 2019). La interdisciplina, a su vez, permite
abordajes integradores y críticos al vehiculizar cruces temáticos.

Por último, es importante revisar particularmente como opera el antropocentrismo en la


enseñanza (en todos sus niveles) y en la investigación. En estos ámbitos es posible detectar que
el antropocentrismo y el supuesto de la excepcionalidad humana aparecen como un sesgo
epistemológico de gran importancia por su alcance, fácil reproducción y constante naturalización.
Es decir, se trata de un error sistemático, no aleatorio, dependiente de esta cosmovisión
anacrónica. Precisamente, el sesgo epistemológico antropocéntrico o excepcionalista puede
equipararse en operatividad y consecuencias al sesgo epistemológico sexista (Femenías y
Spadaro, 2013; Anzoátegui, 2017).

En resumen, actualmente nos encontramos en un momento de revisión del sentido-de-mundo que


nos proporcionaba el antropocentrismo como modo de comprensión privilegiado.

Bibliografía sugerida
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Anzoátegui, Micaela (2015). El problema de la condición de persona aplicada a animales no-


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Anzoátegui, M. (2018). El dualismo mente-cuerpo y la división humano-animal. En M. Campagnoli


& L. Ferrari (Eds.), Cuerpo, identidad, sujeto, perspectivas filosóficas para pensar la corporalidad.
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Lexington Books.

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Como citar este trabajo
Anzoátegui, M. (2020). “Antropocentrismo” en Pezzetta, Silvina Proyecto Interinsular - Ciencia,
Derecho, Filosofía y Animales , Culture and Animals Foundation.

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