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Nombre:

Samildys Veró nica

Apellido:

Sá nchez Castillo

Matricula:

1-20-0466

Asignatura:

Cultura y

Civismo

Docente:

Gladys Torrez de Estévez

Asignación:

Capítulo V y VI
Capítulo V

La izquierda latinoamericana en el poder

El primer asunto que debemos tomar en consideració n es la heterogeneidad


de la izquierda y el cambio de su lugar histó rico en la escena latinoamericana. La
primera parte de mi aseveració n no es nada nuevo. La puesta en escena de la
izquierda socialista europea (en sus dos variantes la socialdemó crata y la
propiamente bolchevique) estuvo de alguna forma vinculada a partidos obreros,
pues en parte se asumía al movimiento obrero como el sujeto histó rico
revolucionario por definició n, en parte porque realmente fue el movimiento obrero
el que artículó el primer y hasta ahora ú nico movimiento, que en Occidente en gran
medida forzó al capitalismo a la articulació n de lo que se ha convenido en llamar
“estado de bienestar”, a un pacto social de enormes consecuencias civilizatorias.

El otro componente del asunto es la disputa geopolítica que esta vez sí convirtió a
la izquierda en un “peligroso actor” que de suyo no representaba ese gran peligro,
al menos si leemos el asunto, como dije arriba, desde la perspectiva de su
capacidad de representació n social. Fue esto y no otra cosa lo que convirtió a la
revolució n cubana, como primera revolució n socialista en Latinoamérica, en un
referente universal de toda la izquierda latinoamericana, fue la disputa geopolítica
la que por otro lado cercenó las posibilidades de una revolució n nacionalista como
fue el caso de la Nicaragua Sandinista.

Simplificando demasiado las cosas, me atrevería a sostener que en América Latina


desde finales de los noventa podemos reconocer al menos tres grandes categorías
de movimientos políticos de izquierda:

La izquierda fundamentalista. Esta izquierda mantiene la perspectiva del


choque frontal, acepta la democracia no como un marco civilizatorio de la
convivencia política, sino como un medio para ganar espacio de masas. Rechaza la
globalizació n por entenderla que representa la versió n contemporá nea del
imperialismo.
La izquierda populista. Esta variante acepta los riesgos de la globalizació n,
asume la democracia, pero no se compromete demasiado con las implicaciones de
tipo institucional que de ello se deriva. Lo esencial aquí es que esta izquierda
cuando alcanza el poder o participa del mismo sostiene una política clientelista en
su vínculo con las masas, así como un manejo neopatrimonial del Estado.

La izquierda reformadora. Esta variante apuesta por la democracia, se


decide por aceptar los riesgos de la globalizació n y entiende que la lucha contra la
exclusió n social debe evitar el choque frontal con la derecha conservadora. Acepta
el programa de reformas econó micas neoliberal, al tiempo que reconoce sus
limitaciones en el campo social y en este á mbito da pasos tímidos por un programa
social de cara a la pobreza y la exclusió n.

¿Qué representa la izquierda latinoamericana en el poder?

El triunfo del PT y la llegada a la presidencia de Lula en Brasil generaron


grandes expectativas en la izquierda latinoamericana, lo que se reforzó con los
triunfos de la izquierda en Uruguay, Argentina, Bolivia y Ecuador. Pero los causales
de los gobiernos de izquierda, tanto los que ya han salido del poder, como los que
Udictadura en Chile, la fortaleza del PT desde el sindicalismo, a los gobiernos
locales y estatales en Brasil, la alianza del frente amplio en Uruguay, el deterioro
del sistema de partidos tradicionales en Venezuela, la crisis del partidarismo
populista en Ecuador: todos definen situaciones muy distintas.

En el caso de la Venezuela de Chá vez, sus éxitos electorales condujeron a la


divisió n de la sociedad y al cierre de un espacio de diá logo con la oposició n política,
tanto de centro conservador como de centro izquierda, que diera paso al elemento
quizá s central de la democracia: la concertació n no solo de mayorías, sino má s bien
al convencimiento de la gente en la viabilidad de las propuestas.

La llegada al poder de Rafael Correa no puede verse desprendida de esa tradició n.


No olvidemos que su ingreso al tren gubernamental fue como ministro de hacienda
del sucesor de Gutiérrez, quien fuera vicepresidente del primero y le sustituyó tras
su caída, Alfredo Palacio. Los éxitos de Correa comenzaron a cosecharse ya en su
cargo como ministro, precisamente a consecuencia de su postura contra el FMI, y la
posibilidad de un acuerdo de libre comercio con los EE.UU.

La larga duració n de la dictadura de Pinochet con su secuela de barbarie y


crímenes, así como su revolució n conservadora, la “gran transformació n” la han
llamado dos autores socialistas, si bien cambiaron la escena chilena, no liquidó a
los partidos tradicionales del período anterior, tanto por el lado del socialismo, de
la democracia cristiana y el pequeñ o partido radical, como del propio partido
comunista.

En el 2010, Sebastiá n Piñ era llega al poder en Chile en un contexto trá gico, con el
terremoto ocurrido ese añ o. De todos modos, pese a los conflictos que se le
presentaron en su gobierno, sobre todo al principio del mismo, el gobierno de
Piñ era no implicó ningú n giro radical a la política implantada por la Concertació n
en materia macroeconó mica y fiscal.

Más allá de la coyuntura neoliberal

La izquierda hoy es heterogénea, representando un conjunto diverso de


agregados sociales. Hay sin embargo algo má s: hoy día no existe un referente
totalizador en torno al cual se nuclee un proyecto histó rico ú nico. El sujeto
unificador de los movimientos sociales no existe má s. La política en este contexto
ya no tiene referente ú nico o bipolar y ningú n movimiento puede aspirar a
representar la complejidad de subjetividades sociales de raíz popular o laboral.

Es imposible hoy asaltar el Palacio de Invierno sencillamente porque este ya no


existe, ni como figura emblemá tica, ni como método de lucha política, ni como
marco geopolítico de la lucha social. Las estrategias del pasado no solo han perdido
sentido y racionalidad, sino que incluso el marco conceptual que las sostenía se ha
desvanecido. El ejemplo del debate “dependencia-desarrollo” es ilustrativo. La
teoría de la dependencia en sus diversas versiones no puede explicar las
complejidades en las que se mueve hoy América Latina en un mundo globalizado.

La revolució n tecnoló gica e informacional en marcha reordena los flujos


econó micos mismos, desarticula y relocaliza los circuitos industriales y modifica la
ló gica reproductiva del mundo del trabajo. En este escenario el Estado pierde su
capacidad centralizadora y directiva del proceso econó mico, el mercado arropa
ahora circuitos econó micos antes dirigidos por el Estado o comandados por el
mismo, en una palabra el tema societal-econó mico pasa a ser predominante ante el
momento estatal-político.

El eje central del asunto continú a siendo el reto que significa para la izquierda
asumir la lucha contra la exclusió n y, en esta perspectiva, asumir un discurso
coherente frente al tema de la igualdad, conservando la gobernabilidad
democrá tica y asegurando el éxito de las políticas sociales. En el marco de las
políticas neoliberales esta tarea es imposible de llevar a cabo con éxito. Fuera de
este marco los proyectos políticos encuentran obstá culos doctrinales en los
organismos multilaterales que regulan y ordenan la economía global,
principalmente en su dimensió n financiera. La solució n a esta aporía solo puede
venir desde lo político, aun cuando no se puede plantear ninguna estrategia con
posibilidades de éxito desconociendo la realidad econó mica global y regional.

La llegada de la izquierda al poder resultó un complejo producto de su reacomodo


reformador, lo que la obligó a girar hacia el centro, como del desencanto ciudadano
con las políticas neoliberales. La sostenibilidad de ese experimento no puede
asumirse como permanente, ha dependido mucho de la coyuntura internacional,
de los programas mismos de la izquierda donde el ejercicio transparente del poder
ha jugado un rol determinante, como del marco regional en que se inscriban.

La crisis de la izquierda y sus transformaciones en el poder

Al convertirse en opció n de poder y tomar la ruta democrá tica, a la


izquierda latinoamericana no solo se le planteó la posibilidad de llegar al poder por
la vía electoral, como en efecto ocurrió , también se enfrentó al compromiso
democrá tico en su plena consecuencia, a saber: la incertidumbre de la competencia
electoral en sus resultados, la asunció n de un ethos democrá tico que debía
defenderse, una alta dosis de realismo que conduciría a la negociació n y al acuerdo
como componentes rutinarios de la política, así como el manejo de resultados no
previstos que podían conducir a derrotas.
En primer lugar, así como el ascenso al poder de la izquierda se vio favorecido por
una coyuntura internacional con sus diferencias de ritmo, la fase de salida de la
izquierda del control de gobiernos, o sus crisis internas en los mismos, se ha visto
también afectada por el entorno internacional. En la fase de llegada al poder, la
economía mundial favoreció los precios de los comodities de productos de
exportació n como la soya en Argentina, o la buena coyuntura de precios del
petró leo en Venezuela y el descubrimiento de yacimiento de gas en Bolivia. En la
fase de crisis es clara la influencia del deterioro sistemá tico de los precios del
petró leo que ha afectado al gobierno del sucesor de Chá vez en Venezuela, el
Presidente Maduro.

En Chile la salida del poder de la Concertació n fue mucho menos traumá tica que el
mantenimiento en el poder de los gobiernos de Maduro en Venezuela y de Dilma
Rousseff del PT en Brasil. El modelo chileno, con todo y sus problemas, es el que ha
mostrado mayor coherencia y estabilidad institucional, pero es el que ha
producido un agregado de actores que han asumido un compromiso democrá tico
estabilizador. Quizá s la prueba mayor de esa fortaleza es que la llegada al poder de
Piñ era como candidato claramente de la derecha, no alteró el formato institucional
que en el país se había establecido bajo la direcció n de la llamada Concertació n.

Lo interesante de la política argentina hoy es que por un mecanismo


sustancialmente distinto al de la experiencia chilena, ambos países se enfrentan a
una situació n parecida. La salida del poder del peronismo no lo liquida como
fuerza política, puesto que el peronismo má s que una fuerza política compacta
representa una cultura y un gran movimiento social, por definició n disperso. En
ese sentido, su vuelta a la oposició n le brinda una oportunidad para reorganizar
sus fuerzas y unificar criterios mínimos de cara a sus diversas tendencias.

El derrumbe del experimento chavista en Venezuela, tras la muerte de Chavez y la


llegada de Maduro al poder muestra con ribetes trá gicos las trampas e
incapacidades del movimientismo mesiá nico del populismo de izquierda. No solo
por sus fracasos evidentes y dramá ticos resultados en el deterioro del nivel de vida
de la població n, como se está viendo en la Venezuela post Chá vez, sino sobre todo
por su clara incapacidad política de construir mediaciones que aseguren la
precaria gobernabilidad democrá tica del país, comenzando por construir una
mínima capacidad de diá logo.

La izquierda dominicana en el espejo latinoamericano

Es absurdo afirmar que los izquierdistas se convirtieron en parias políticos.


Sencillamente sus vidas expresaron lo ocurrido en muchas otras experiencias de
acciones políticas, “fracasadas” o no, pero nadie puede negarles la dignidad de su
propó sito. Lo central sin embargo es el otro extremo: mientras la izquierda se
dispersaba en el sentido arriba apuntado, solo una organizació n sobrevivió con el
portaestandarte de la izquierda, esgrimiendo un discurso nacionalista con ribetes
tercermundistas y un formato má s o menos socialista, me refiero, naturalmente, al
PLD. Para muchos izquierdistas que provenían de otras parcelas el PLD representó
el espacio esperado: un partido conducido por un liderazgo respetable, el de Juan
Bosch, que se esforzaba por encontrar la vía propia del socialismo criollo.

Histó ricamente hubo una gran tensió n en la izquierda dominicana entre su


concepció n vanguardista que predicaba el predominio del grupo organizado por
encima del movimiento social y la acció n populista que de suyo rechazaba la
organizació n. La tensió n solo se completa y entiende bien a la hora en que la
izquierda ha querido tener una presencia electoral, donde su trabajo propiamente
electoral ha terminado siendo compromisario del modelo populista.

Fue esa tensió n la que posiblemente marcó las difíciles relaciones entre el PRD,
como la organizació n que canalizó el gran movimiento democrá tico dominicano y
la izquierda. Salvo en el período de lucha militar durante la revolució n
constitucionalista de 1965, histó ricamente las relaciones entre el PRD y la
izquierda nunca encontraron una solució n y cauce político satisfactorio.

En el período que va de 1978 a nuestros días no puede decirse que la izquierda


dominicana no haya aprendido las lecciones de la historia, pero el precio fue su
prá ctica disolució n como fuerza política con capacidad de incidencia en la vida
nacional. Ese proceso fue desigual y tortuoso. Hasta hace muy poco, el sector má s
radicalizado del llamado Frente Amplio estaba convencido de que la resistencia
armada como respaldo a la protesta popular era un mecanismo adecuado de
política revolucionaria.

Los nuevos sujetos que emergen en la lucha social y política del siglo XXI (jó venes,
mujeres, ecologistas, inmigrantes, LGTB) definen otra agenda que ya no gira en
torno al lugar del trabajo, sino en torno a objetivos como la defensa del
consumidor, el derecho a la diversidad de opciones sexuales, la pluralidad étnica y
un sentido distinto del bienestar, que ya no se concentra ú nicamente en el salario,
pues está atravesado por asuntos tan variados como el consumo cultural de masas,
la seguridad en el uso de los espacios pú blicos, los derechos de género, entre otros
aspectos.

Capítulo VI

La Nueva Derecha Dominicana y sus Achaques

Una de las paradojas que má s llama la atenció n al observador interesado en


la política dominicana contemporá nea es la gran presencia mediá tica de la
pequeñ a Fuerza Nacional Progresista (FNP) y su influencia en la política cotidiana.
Sin un correlativo peso en el electorado, puesto que dicha organizació n política
nunca ha logrado reunir ni siquiera un dos por ciento de los votos. En sus ya tres
largas décadas de existencia como fuerza política, la presencia de la FNP en la
escena nacional no solo es un hecho, lo má s importante es que tiene un peso
significativo en el debate político nacional.

La transformación neoliberal y el nacionalismo

Transformaciones sociales, reacomodo neoliberal y


partidos

Así como Salvador Jorge Blanco no tuvo una propuesta de reforma


econó mica alternativa a la crisis de la industrializació n por sustitució n de
importaciones y del sector exportador tradicional, concentrá ndose simplemente
en el saneamiento de las finanzas pú blicas en lo relativo al déficits fiscal y la deuda
externa, tampoco Balaguer, logró producir una respuesta exitosa al desplome del
modelo econó mico industrial-exportador tradicional. De esta forma, mientras
Jorge Blanco produjo un acuerdo con el FMI que llevó al PRD a la pérdida de gran
parte de su base popular, alcanzando, sin embargo, cierto éxito en la estabilizació n
de las finanzas pú blicas, Balaguer no pudo enfrentar con igual éxito la crisis que su
política monetaria de corte inflacionario de gasto pú blico e incentivos a granel,
estaba produciendo. En el fondo de todo, lo que había era una reconversió n
profunda de la economía dominicana que la propuesta neoliberal estaba
estimulando a nivel global y local.

La reconversió n de la economía, como es natural, afectó las relaciones del


empresariado con el Estado. Por lo pronto, los empresarios alcanzaron mayor
autonomía, pero a la vez perdieron ciertas capacidades frente al mismo para
alcanzar protecció n en sus dominios del mercado, lo cual se avenía claramente con
el nuevo canon neoliberal hegemó nico. Sin embargo, este cambio de la posició n del
Estado en su potencial de ordenamiento del mercado, como de protecció n al
empresariado, fortaleció a la élite política.

La hegemonía neoliberal

La crisis de los noventa tuvo al menos dos respuestas por parte de los
actores sociales y políticos dominantes. En primer lugar, implicó un
reordenamiento del Estado a fin de adaptar su armazó n institucional a las nuevas
condiciones de una economía exportadora de servicios en el marco neoliberal que
se imponía. Sin la crisis econó mica de los ochenta y el triunfo del neoliberalismo
como corriente de pensamiento econó mico en los noventa, no se hubiera
producido el abandono del desarrollismo por parte de la derecha balaguerista.

Para 1994 la FNP era ya un partido con un perfil político propio, aunque
continuaba muy cercana y en contacto con Balaguer; tenía autonomía, al punto de
que en ese añ o su presidente Marino Vinicio Castillo fue candidato a senador del
Distrito Nacional por el PLD. En esas condiciones, en 1994 y sobre todo en 1996, la
FNP pasó a definirse como la promotora del antihaitianismo nacionalista radical.
En ese momento la FNP ya se había desprendido en gran medida de su programa
agrarista.
Las etapas de la historia política de la derecha dominicana

Como todo fenó meno social, la derecha dominicana contemporá nea


también tiene su historia. Esa historia, sin embargo, no es el mero reflejo del
pasado remoto de los forjadores de la nació n independiente en el siglo XIX,
proceso en el que la lucha entre anexionistas e independentistas desgarró la
Primera Repú blica, la de Duarte y los Trinitario, dando fin al primer experimento
republicano con el triunfo del bando satanista-anexionista y con ello abriendo el
camino a la anexió n neocolonial a Españ a (1856). Tampoco se trata de la lucha por
la Restauració n de la Repú blica, cuyo enfrentamiento con el anexionismo
conservador les dio finalmente la victoria a los restauradores (1865).

La trayectoria histó rica de la derecha dominicana transitó por varias etapas.


Propongo tres grandes momentos en el proceso de construcció n de la derecha
política dominicana. Entre 1961-1966, apreciamos una fase de dominio oligá rquico
de ese “proyecto” que podríamos definir como desarrollismo oligá rquico. Lo
central aquí es el intento de las oligarquías tradicionales anti trujillistas de pasar a
controlar directamente el Estado; en esta fase se verifica el primer y ú nico intento
de la oligarquía de organizar un partido político propio: la Unió n Cívica Nacional
(UCN).

Una segunda fase es la del dominio burocrá tico-militar del Estado en un modelo
cesarista. Esta fase cubre el período 1966-1996 y la denomino reformismo
autoritario. En una primera etapa (1966-1978) en el marco de este período, la
oligarquía abandona el proyecto de direcció n política del Estado y se somete al
dominio político cesarista de Balaguer, en quien encuentra un líder que cohesiona
y representa en términos generales sus intereses, esencialmente en lo que tiene
que ver con su crecimiento y desarrollo econó mico-corporativo.

En el llamado gobierno de los doce añ os (1966-1978) la situació n cambió , pues, en


1966, tras la crisis que sucedió a la muerte de Trujillo, fue el bonapartismo
balaguerista el que finalmente dotó de un esquema coherente de representació n
organizada en el Estado a la derecha dominicana. En primer lugar, el
balaguerismo organiza corporativamente a la derecha:
a) la hace participar como grupo en los consejos nacionales de desarrollo y
estimula su participació n en las empresas mismas del Estado,
b) define una distancia entre la política de partidos y la expresió n de sus
intereses como grupo organizado a través del pacto cesarista con
Balaguer, tras el cual los grupos empresariales de hecho delegan su
representació n en el líder conservador.
c) subordina así los intereses de los grupos de poder econó mico a la facció n
que controla el poder político.

Balaguer y el liderazgo autoritario de la derecha

Tras la desaparició n de Trujillo, fue Balaguer quien por primera vez intentó
articular un discurso de derecha propiamente tal. Antes de él, el fracasado intento
político de la UCN no produjo un discurso ideoló gico coherente, como tampoco lo
hizo el pensamiento político trujillista, que sí produjo un pensamiento conservador
y autoritario, que no debe confundirse como proyecto político de la derecha
moderna. El proyecto trujillista fue, eso sí, un proyecto esencialmente totalitario y
cuasi personal del dictador. Su propuesta anulaba el espacio histó rico de las
oligarquías tradicionales y en este sentido bloqueó la posibilidad de que desde este
grupo social se produjera un pensamiento político propio, lo ú nico que la
oligarquía pudo hacer fue someterse al orden dictatorial.

El proyecto trujillista era un proyecto burgués, como demostró José Cordero


Michel en su famoso ensayo de 1959, pero no como proyecto de un grupo o clase
burguesa, en el sentido de que se propusiese fortalecer una opció n política y
econó mica que articulara en un comú n proyecto histó rico a los grupos
empresariales.

Perfil ideológico-político del balaguerismo

Se trata de un pensamiento estatista. No se identifica con el dirigismo


econó mico monopolista propio de la dictadura trujillista, opera con un claro
dirigismo político, principalmente a propó sito del manejo de los recursos pú blicos.
El estatismo balaguerista asume la idea del progreso, propia de la Ilustració n
europea, pero la perfila como un proceso dirigido políticamente. Encuentra en la
clase media como grupo pequeñ o burgués el vehículo social que puede motorizar
en la sociedad su idea del crecimiento y del progreso. A partir del lugar asignado a
las clases medias, el pensamiento balaguerista y con ello el estamento burocrá tico
que el caudillo dirige y orienta, articula dos ideas centrales: la del crecimiento del
mercado en funció n del consumo de la clase media en expansió n y la idea del orden
social.

El discurso político balaguerista se cohesiona en una clave de redenció n social,


donde la idea de “destino” orienta la acció n del líder. En esa visió n el discurso
político asume que la nació n debe ser redimida de sus males. Un líder capaz y con
vocació n de sacrificio debe asumir la direcció n de esa misió n redentora, para lo
cual debe hacer un gran sacrificio. Nadie sino el líder, puede asumir esta tarea y
todos, merecen en ú ltima instancia ser redimidos. La idea claramente tiene un
fuerte ascendiente escatoló gico que no nos remonta al catolicismo clá sico, sino al
calvinismo en su idea de la predestinació n por la gracia y el lugar asignado al
trabajo.

La herencia autoritaria trujillista

Surge aquí una interrogante crucial. ¿Có mo fue posible que en tan corto
tiempo el balaguerismo articulara un discurso de esa coherencia? La primera
sostiene que dicha “ideología”, o propuesta política conservadora, fue el producto
directo de un orden social que logró producir un pensamiento muy coherente en el
período previo, es decir, bajo la dictadura de Trujillo. En este sentido, lo que el
balaguerismo hizo fue desarrollar el componente modernista y reformista del
trujillismo, en condiciones políticas que le obligaban al acuerdo y la negociació n.
En esta perspectiva, el discurso democrá tico se coloca aquí como un escudo, no
como un componente articulador, intrínseco a la coherencia de la propuesta de
orden político del Estado moderno. El otro nivel del aná lisis es el del cuadro social
en que operó el discurso balaguerista.

Tras el fin de la Guerra Fría

A lo largo del período 1961-1990, la ideología de la Guerra Fría, en


particular el anti comunismo como doctrina estratégica, proporcionó a la derecha
dominicana, como en el resto de la América Latina, el fundamento doctrinal tras el
cual logró justificar su alineamiento con Estados Unidos en la pugna internacional
entre los dos bloques hegemó nicos e internamente sostener su propuesta
autoritaria. En 1962, el golpe militar contra Juan Bosch encontró en el
anticomunismo el argumento que permitió a los grupos oligá rquicos alinear a
Estados Unidos en la conspiració n golpista. Fue el anti comunismo el que sirvió de
argumento doctrinal a la represió n post bélica entre 1966-1974, tras la cual
cayeron asesinados miles de militantes de los partidos de izquierda y del PRD.

Balaguer hizo un uso maestro de este recurso ideoló gico, lo cual le ganó no solo el
favor econó mico de Estados Unidos, sino sobre todo la ayuda que requería para
bloquear iniciativas políticas alternativas a su régimen procedentes de la propia
derecha, principalmente de los grupos oligá rquicos y empresariales, tanto del
norte del país como de Santo Domingo, tanto de los grupos vinculados al agro,
como de los sectores importadores y financieros.

Si algo caracterizó a Balaguer fue su realismo político. Al volver al poder en 1986


su discurso conservador no cambió , pero sí lo hizo la forma del mensaje. A lo que
se apelaba en ese nuevo ejercicio del poder, donde ya no se tenía la fuerza de las
bayonetas, al menos de manera automá tica como estuvo acostumbrado en el
gobierno de los doce añ os y su triunfo se erigía sobre el fantasma de la crisis
interna del PRD, y el comienzo de una verdadera crisis estructural del modelo
industrializador, se apeló entonces al orden y al patriotismo que debía unificar al
país en torno a quien conducía el Estado.

El nacionalismo anti haitiano y la nueva derecha

En el proceso que condujo al ascenso político de la FNP como fuerza


independiente del PRSC se encuentra gran parte de la explicació n del giro de la
política de partidos en la Republica Dominicana de hoy, tras la quiebra del Estado
desarrollista en los añ os noventa; no porque esta organizació n tenga un peso
electoral significativo, pues como se dijo la FNP nunca ha logrado alcanzar siquiera
un 2% del voto popular en todos los certá menes electorales en que ha participado,
sino por la funció n de la FNP bajo el gobierno de los doce añ os (1966-1978) y de
los gobiernos del PLD hasta el 2015.
Representaba una fuerza de choque político empleada por Balaguer en coyunturas
determinadas, como la batalla en torno a las llamadas leyes agrarias (1973-1974),
la batalla de Balaguer por controlar el Senado de la Republica y la Suprema Corte
de Justicia, tras su derrota electoral en 1978, y en 1994 y 1996 su empleo como
organizació n ejecutora de las campañ as anti haitianas dirigidas contra Peñ a
Gó mez.

En un contexto de previa concepció n racista, el tema haitiano se fue convirtiendo


en un objetivo de debate pú blico y el nacionalismo se fue abriendo paso como
opció n política autoritaria. Fue así que para el momento en que Balaguer se
enfrentó a Peñ a Gó mez en 1994 y cuando fraguó la alianza con el PLD en 1996, el
discurso nacionalista se hizo el vehículo del rechazo conservador a una opció n
popular-democrá tica que no solo Peñ a Gó mez representaba, sino que también
indicaba la posibilidad de una gran transformació n social que demandaba
reformas que la élite dirigente no estaba dispuesta a conceder.

Hegemonía conservadora y neonacionalismo en la globalización

El discurso nacionalista no solo sobrevivió al desplome del autoritarismo


conservador tradicional que encarnaban figuras como Balaguer, sino que se hizo
hegemó nico, sustituyendo al desarrollismo autoritario que en Repú blica
Dominicana había nucleado a la clase política dirigente entre los sesenta y el fin del
siglo XX.

Histó ricamente, la dictadura de Trujillo apeló al nacionalismo como un


componente identitario de la ideología estatista y autoritaria que nucleaba el
poder del dictador. Tras la vuelta al poder de Balaguer en 1966 y su larga
permanencia en el mismo hasta 1978, el nacionalismo recompuso su lugar en lo
que podría definirse como los componentes ideoló gicos del discurso que unificaba
la legitimidad del nuevo régimen autoritario: continuó siendo un componente
articulador de la unidad del régimen, pero ahora bajo una modalidad diferente,
pues el cesarismo autoritario que pasó a establecer las bases de su unidad política
se estructuró a partir de dos premisas esenciales: la separació n entre lo político y
el desarrollo que se entendía era el destino del país en el proceso inevitable de
modernizació n.
La novedad de la apelació n al nacionalismo anti haitiano como el
componente unificador de la élite política dominicana en pleno siglo XXI, y en
particular de sus grupos de derecha y sobre todo del PLD, convertido ahora en el
partido conservador, es un producto histó ricamente reciente y en muchos aspectos
distinto al tradicional planteo nacionalista de ascendiente trujillista.

¿Es posible una derecha neonacionalista en el poder?

En lo aparente la pregunta de este subtitulo es retó rica, por cuanto un lector


medianamente enterado de los asuntos políticos dominicanos conoce las escasas
posibilidades electorales inmediatas de una organizació n como la FNP, que ha
sobrevivido en la política dominicana porque sencillamente ha sido un satélite de
dos grandes partidos, el PRSC y el PLD. Pero las posibilidades del neonacionalismo
como opció n política no se encuentran precisamente en el marco de la
competencia electoral. Las posibilidades de esta corriente política ultra derechista
se encuentran en su potencial de influencia y presió n en tanto corriente ideoló gica
políticamente organizada.

Desarrollismo oligárquico. Este fue el primer planteo ideoló gico de la


derecha política dominicana. Como tal, ademá s de los componentes tradicionales
del discurso conservador (catolicismo, anticomunismo, tradicionalismo), el
desarrollismo oligá rquico se caracterizó por una visió n estatista y elitista de la
organizació n del poder. Asimismo, el antitrujillismo elitista en el plano político
coyuntural, en el marco de la crisis post trujillista, en realidad tenía dos
componentes: a) el rechazo a una política del acuerdo y la negociació n y b) la
crítica moral a la dictadura.

El reformismo desarrollista autoritario. Este planteo en la prá ctica fue el


que logró imponerse como argumento ideoló gico nucleador del discurso de la
derecha conservadora, pero el precio fue que el mismo quedó en manos de un
grupo burocrá tico-político que operaba autó nomamente del poder propiamente
oligá rquico, me refiero a la élite balaguerista.

El neonacionalismo clientelista. Dicha propuesta se ha ido imponiendo


como el eje central del nuevo discurso conservador hoy hegemó nico en la política
dominicana. Este discurso tiene un profundo ascendiente corporativista.
Asimismo, no podemos perder de vista que dicho discurso es tardío, fue articulado
en los noventa como un recurso para frenar el ímpetu democrá tico de masas bajo
el liderazgo de Peñ a Gó mez y evolucionó hasta convertirse hoy día en una
verdadera propuesta racionalizadora del obrar político de la élite en el poder,
organizada en el PLD como partido hegemó nico

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