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El punto tiene que ver, en tercer lugar, con una potencial renovación
ideológica de la política colombiana. Una suma de corrientes
contestatarias, tradicionalmente excluidas, se agrupa hoy en el
Progresismo que tiene el inesperado reto de ser expresión política del
primer gobierno de izquierda. En su seno se expresa un conglomerado
que hace rato no cabe en los moldes habituales de la política colombiana,
y que la vez se desmarca definitivamente de la lucha armada. El desafío
mayor de este proyecto es lograr no ser visto como amenazante para un
sector de la población, sino como representante de los intereses de toda
la nación. Si así se plasmara convincentemente el remezón sería
duradero. Como lo ha recordado el analista mejicano Silva Herzog, " el
político no tranquiliza, trastorna el equilibrio para encontrar, en el
conflicto, una terapia para el cuerpo social ..el político complica las cosas
para lograr un orden”. Un orden, un nuevo orden, es lo que puede estar
también en gestación en Colombia.
Como sea, para salir del laberinto la propia insurgencia tiene mucho que
aportar. Una guerrilla proteiforme ha minado en efecto por décadas la
capacidad crítica y transformadora de la izquierda y del país. No se trata
de idealizar. La Paz Total no es en últimas un producto sino una ficción
democrática, una ruta por caminar, un llamado a la ampliación de la
conversación nacional y a la invención de metodologías y estrategias que
la acerquen a lo posible.