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Antecedentes de Arroyo del Río

Carlos Alberto Arroyo del Río nació en Guayaquil el


27 de noviembre de 1893 de padres colombianos per-
tenecientes a preclaras familias originarias de Popayán
y Cartagena de Indias. Cursó la enseñanza primaria en
la escuela San Luis Gonzaga de su ciudad natal, y la se-
cundaria en el colegio San Felipe de los padres jesuitas
en Riobamba. Desde la niñez se destacó por su talento,
excepcional memoria, dotes oratorias e inspiración poé-
tica, aptitudes puestas de manifiesto en la Universidad
de Guayaquil donde se graduó de doctor en jurispru-
dencia antes de completar 24 años de edad. Incorpora-
do en 1914 al Colegio de Abogados porteños, principió
muy pronto a ejercer su profesión con notable éxito en
el bufete del doctor José Luis Tamayo. Tempranamente
afiliado al Partido Liberal-Radical, sus primeros cargos
públicos fueron los de secretario de la Dirección de
Estudios del Litoral y la Gobernación del Guayas. En
1916 fue diputado al Congreso nacional por el Guayas.
Desde 1918 dictó Derecho Civil durante 22 años en la
Facultad de Jurisprudencia, de la que fue decano varios
períodos.
De 1920 a 1924, mientras Tamayo ejerció la presiden-
cia de la República, Arroyo regentó el bufete jurídico de
su ilustre coideario. Sirvió a su ciudad en el municipio
como concejal presidente del Cabildo por un bienio, a
partir de 1922. Apenas tenía 29 años. Simultáneamente,
volvió a representar a su provincia en la cámara de di-
putados, siendo presidente ese mismo año y relegido en
1923. En 1924 fue senador de la República. Apartado el
liberalismo del poder por la Revolución juliana, Arroyo,
jefe de ese partido en el Guayas, comenzó una labor me-
tódica de oposición, crítica y reorganización buscando
recuperar la influencia. En 1932 ejerció el rectorado de

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la Universidad de Guayaquil. En 1934 fue nuevamente
elegido senador y presidente del Senado en 1935, po-
sición desde la cual dirigió la ofensiva liberal contra el
presidente Velasco Ibarra. Arroyó volvió al Senado en
1938, se encargó del poder a la muerte del presiden-
te Mosquera Narváez y, candidato a la presidencia de
la República, ganó las elecciones de 1939 y accedió al
Palacio de Carondelet el 1 de septiembre de ese mismo
año.

Gobierno de Arroyo del Río

Apenas proclamado el triunfo del jefe liberal, el candi-


dato popular doctor Velasco Ibarra denunció el fraude
electoral e intentó un alzamiento militar, apoyado por
pilotos de la base aérea de Salinas, pero frustrado ese in-
tento, el líder fue apresado con uno de sus seguidores,
el joven dirigente de izquierda Carlos Guevara Moreno,
y desterrado del país. Al asumir Arroyo del Río la pre-
sidencia, Velasco Ibarra alzó la bandera oposicionista
desde el exilio y la mantuvo con tenacidad. Varón de ve-
ras sobresaliente, el presidente de la República se empe-
ñó en realizar una administración eficaz y constructiva
pero, dada la fuerza de la oposición, en la que desde el
principio confluyeron todos los partidos menos el suyo,
alcanzó del Congreso, de absoluta mayoría liberal basa-
da asimismo en el fraude, que se le otorgaran amplias
facultades, los llamados "poderes omnímodos", que le
convirtieron en un verdadero dictador constitucional.
Suprimidas las garantías ciudadanas, el régimen apli-
có una severa política de represión que terminó por
restarle la poca simpatía de que ya gozaba por las de-
nuncias sobre su irregular origen. Sordo a los clamo-
res populares, rígido en la aplicación de sus principios,
el gobierno arroyista retornó, de hecho, a la situación

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prevaleciente en el país antes de la Revolución juliana,
cuando el Partido Liberal-Radical se autocomplacía en
ostentar el monopolio del poder: Estado laico, estricta
sujeción de la enseñanza privada a la parcializada vigi-
lancia de la oficial, prohibición rigurosa de actos religio-
sos públicos, carné partidista para el acceso a los cargos
fiscales, etc. La deprimente imagen que la oposición
había logrado crear en poco tiempo del doctor Arroyo,
al que acusaba de orgulloso, soberbio, engreído e in-
sensible, fue volviéndose cada vez más negativa ante la
opinión popular.
Esta situación se agravó dados los acontecimientos
internacionales. A partir del 5 de julio de 1941 el Perú
inició una agresión armada al Ecuador, cuyas reducidas
tropas de cobertura fronteriza sostuvieron heroicamen-
te la defensa, sin ceder ante numerosas y bien pertrecha-
das fuerzas de ataque, expresamente preparadas para
el efecto. De nada valieron los buenos oficios ofrecidos
por varios países amigos. Mientras las exhaustas tropas
ecuatorianas de la línea de frontera aprovechaban un
concertado cese del fuego, las fuerzas peruanas, que-
brantándolo y utilizando por primera vez en América el
bombardeo de poblaciones indefensas y lanzamiento de
paracaidistas aerotransportados, a más de tanques, arti-
llería mayor y tropas de asalto, desataron el 25 de julio
una ofensiva que culminó con la ocupación parcial de
la provincia ecuatoriana de El Oro, cuya población civil
huyó en doloroso éxodo, y sectores de la de Loja. El 31
de julio se produjo al fin un alto al fuego al parecer de-
finitivo, pero en los primeros días de agosto la invasión
peruana continuó aguas arriba de los ríos orientales,
sobrepasando la línea de statu quo de 1936. A pesar de
la mediación de países amigos y el cese del fuego, la
ofensiva peruana habría continuado si las tropas ecua-
torianas no hubiesen formado una nueva línea de-

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fensiva y detenido a los invasores en los combates de
Porotillo y Panupali. Poco después se firmó el Acta
de Talara, que permitió al Perú mantener sus tropas
de ocupación en los territorios invadidos.
En esta situación, con parte del patrimonio nacional
retenido en prenda, se celebró la reunión de Cancille-
res de América, convocados a Río de Janeiro para con-
solidar la unidad continental frente a la agresión japo-
nesa en Pearl Harbor que determinó la participación
de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. A la
coacción física (determinada por la ocupación armada
de territorio) se añadió la coacción moral sobre el ne-
gociador ecuatoriano, doctor Julio Tobar Donoso, que
el 29 de enero de 1942 se vio compelido a suscribir el
Protocolo de Río de Janeiro que cercenaba gravemente
el territorio patrimonial del Ecuador y sus derechos se-
culares, fundamentados en el uti possidetis iuris de 1810
y en las cédulas reales determinantes de la erección y
delimitación de la antigua Real Audiencia de Quito.
Estos hechos sellaron la suerte del gobierno de Arro-
yo del Río, compelido también a ceder bases militares a
los Estados Unidos en la península de Santa Elena y en
una de las islas Galápagos. Algo de su prestigio recobró
con la gira a la que fue invitado por varios países de
América (Colombia, Venezuela, Cuba, México y Nor-
teamérica), que le recibieron cariñosa y calurosamente;
fue llamado "apóstol del panamericanismo"; seis uni-
versidades le otorgaron doctorados honoris causa, y en
todas partes dejó grata huella de su sapiencia, señorío y
elegante palabra, uno de los más insignes oradores de la
historia ecuatoriana.
También se empeñó en realizar nuevas obras positi-
vas, como la carretera Cuenca-Loja; avances en la Baños-
Puyo, con puentes sobre los ríos Verde, Topo y Zúñag;
adquisición de sendos edificios en Quito para los minis-

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terios de Hacienda y Agricultura, y de una casa en el
centro histórico convenientemente restaurada para Mu-
seo de Arte Colonial; sede para la Academia Nacional
de Historia; fundación de la Universidad de Loja y del
colegio Juan Pío Montúfar en la capital de la República;
fondos para la construcción de la monumental Catedral
Nueva de Cuenca, y fundación el 11 de noviembre de
1943 del Instituto Cultural Ecuatoriano, para la divulga-
ción y promoción de las artes y las letras del país, entidad
a la que dotó de cuantiosos recursos propios consisten-
tes en los 3/4% del impuesto ad valorem a las importa-
ciones, cuyas actividades inauguró personalmente el 12
de enero de 1944, ocasión en la que manifestó que "la
cuestión básica para el Ecuador es la de su cultura". Al
poco tiempo, en efecto, comenzaron a publicarse los
primeros volúmenes de la Colección de clásicos ecuatoria-
nos, dedicados a difundir las obras del jesuita Juan Bau-
tista Aguirre, el precursor Eugenio Espejo, el poeta José
Joaquín de Olmedo y monseñor Federico González Suá-
rez, volúmenes prologados por Gonzalo Zaldumbide,
Isaac J. Barrera, Aurelio Espinosa Pólit y Jacinto Jijón y
Caamaño, respectivamente.
Todo parecía augurar la cumplida terminación del
período presidencial, aunque el 28 de mayo de 1942,
luego de una conferencia en la Universidad Central, un
grupo de líderes opositores capitaneados por el mayor
Leonidas Plaza Lasso y Luis Felipe Borja del Alcázar,
intentó penetrar por la fuerza al Palacio de Gobierno
y deponer al presidente. El golpe fracasó, Borja logró
escapar al Perú pero varios de los asaltantes cayeron pre-
sos, entre ellos Leonidas Plaza, que algo más tarde pro-
tagonizó espectacular fuga con la complicidad de sus
hermanos José María y Galo.
Poco después fueron convocadas elecciones genera-
les. El Partido Liberal-Radical oficializó como su candi-

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dato al caballeroso y probo ciudadano ambateño doctor
Miguel Ángel Albornoz, mientras la oposición cerraba
filas en torno del doctor Velasco Ibarra, por tercera
vez candidatizado, esta ocasión por una conjunción de
fuerzas denominada Acción Democrática Ecuatoriana
(ADE) en la que confluían desde los conservadores hasta
los comunistas. El presidente Arroyo del Río manifestó
que no gobernará "ni un día más, ni un día menos".
Pero la situación económico-social se había tornado
deplorable, las manifestaciones antigubernamentales
proliferaron, duramente reprimidas por el cuerpo de
carabineros, policías profesionales muy adictos al ré-
gimen arroyista, que no vacilaron en disparar más de
una vez contra los manifestantes. En uno de aquellos
incidentes murió una niña menor de edad, hecho que
desató airada protesta de la Federación de Estudiantes
Universitarios con carteles que decían: "El pueblo pide
pan y el gobierno le da bala", asimismo dispersada por
la fuerza.
Velasco Ibarra, para entonces, se había trasladado
desde Argentina al sur de Colombia. Delegaciones de
todo el país le visitaban. Los diversos grupos políticos
aceleraban sus contactos. La represión aumentaba. Fal-
taban pocos días para las elecciones cuando por fin es-
talló la revolución en Guayaquil el 28 de mayo de 1944.
Núcleos comprometidos de la oficialidad joven respal-
dados por elementos de tropa, con el apoyo de milicias
civiles, se alzaron en armas procurando tomar el control
de la ciudad y debelar focos de resistencia. Varias casas
de dirigentes arroyistas, incluso la del gobernador, fue-
ron asaltadas y sus muebles lanzados a la calle. Las fuer-
zas leales al régimen se hicieron fuertes en el cuartel de
carabineros, asediado por los revolucionarios. La lucha
fue sangrienta, los policías se defendieron con bravura
y el combate solamente cesó con el incendio del cuartel.

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El movimiento encontró inmediato eco en Riobamba,
donde Garbo Paredes, jefe de los pesquisas arroyistas,
rindió la vida y su cadáver fue arrastrado por las calles.
En Cuenca, asimismo, fueron asaltadas las casas de los
áulicos del arroyismo. En Quito, el doctor Arroyo del
Río intentó defender el régimen constitucional, sin ha-
llar respaldo, mientras grupos de trabajadores y estu-
diantes civiles salían a las calles en manifestaciones de
respaldo a los revolucionarios de Guayaquil, hasta que
el presidente se vio forzado a dejar el poder y buscar
asilo en la Legación de Colombia.
El buró político de Alianza Democrática Ecuatoriana
partió de inmediato a Ipiales para traer al doctor Velas-
co Ibarra. Llegó el 31 de mayo y fue apoteósicamente
recibido por multitudes congregadas de manera espon-
tánea, que coparon la Plaza de la Independencia y sus
alrededores. El caudillo popular recibió de la ADE los
poderes supremos que le entregaban y se dirigió a la
masa allí reunida, hablándole en forma directa y arre-
batadora. Todos escucharon el largo y apasionado dis-
curso, aplaudido a cada instante, sin moverse nadie de
sus puestos no obstante el torrencial aguacero que se
desató sobre Quito. Velasco Ibarra, por su parte, aceptó
estoicamente el chubasco, por "solidaridad con el pa-
triotismo de su pueblo", negándose a aceptar el para-
guas con que intentaban guarecerle.
Casi en seguida el gobierno revolucionario otorgó el
salvoconducto necesario para que el doctor Arroyo del
Río saliera a Colombia, protegido por el asilo diplomá-
tico. Los bienes raíces, muebles y biblioteca del ex presi-
dente fueron confiscados. Su recuerdo fue cubierto de
escarnio. La Asamblea Constituyente y el gobierno le
privaron de los derechos de ciudadanía; le denostaron y
hasta se llegó a pedir para él la pena de muerte. Arroyo
del Río se radicó en Bogotá, donde escribió dos volú-

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menes de su libro Bajo el imperio del odio para defender
su obra de gobierno y varios fascículos de un segundo
estudio intitulado En plena vorágine, urticante crítica del
velasquismo y su líder. Escribió también otros dos tomos
sobre los problemas internacionales de 1941 y 1942, con
el encargo a su hijo Agustín de que fueran publicados
después de su muerte.
Al doctor Arroyo le impidieron terminar su período,
más que la insurgencia popular que empujaba el doc-
tor Velasco Ibarra, las dolorosas consecuencias de los
acontecimientos de 1941 y 1942 —momentos aciagos,
asimismo tristes, como la crisis nacional de 1859 y 1860,
aunque muy diferentes en lo esencial y de peores y ca-
tastróficos resultados, pues no pudo contar el Ecuador,
como entonces, con la vigorosa acción cohesionante y
batalladora de un García Moreno—. La revolución del
28 de mayo impidió no sólo la terminación del período
constitucional de Arroyo —le faltaron escasos dos meses
y catorce días—, sino la nueva consolidación del régi-
men liberal radical con el casi seguro triunfo del can-
didato oficialista, gracias al inveterado fraude electoral
implantado desde los tiempos del alfarismo, perfeccio-
nado como sistema bajo el placismo.
Terminada la segunda administración velasquista vol-
vió el doctor Arroyo del Río a la patria y reabrió en Gua-
yaquil su acreditado bufete jurídico, tornando a ejercer
su profesión de abogado con el prestigio y buen éxito
de siempre. Conforme fue transcurriendo el tiempo, los
más variados círculos sociales y políticos le fueron devol-
viendo la consideración y respeto de que siempre gozó.
Esto quedó en evidencia con motivo del fallecimiento
de su esposa, doña Elena Yerovi. El doctor Arroyo del
Río falleció en su ciudad de Guayaquil el 31 de octubre
de 1969 cuando le faltaban pocos días para cumplir 76
años. El propio doctor Velasco Ibarra, que presidía por

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entonces el país en su quinta administración, declaró
duelo nacional y reconoció, en público acuerdo publi-
cado en todos los diarios del país, los eminentes valores
y atributos que aureolaron la vida y personalidad del
ilustre fallecido.

Valoración del período de la decadencia liberal

Los casi veinte años que dura este período representan


los estertores del Partido Liberal-Radical, empeñado en
retornar al poder y, conseguido momentáneamente ese
afán, mantenerse en él contra la voluntad popular. No lo
puede lograr a pesar de todas las argucias y la sucesión
de sus mejores hombres en el mando de la República.
Pero su actividad origina, en parte, la dramática ines-
tabilidad política que caracteriza a este período, y por
consiguiente, el debilitamiento general del país y su des-
composición cívica. Por haber sido el doctor Arroyo del
Río eje del liberalismo radical y su principal mentor du-
rante todo el veintenio, aunque sólo al final haya llegado
al poder, denominamos a este lapso como "arroyista".
Restablecido a raíz de la Revolución juliana el depar-
tamento central de estadística, el doctor Italo Paviolo,
con base en los datos de esa institución, publica aná-
lisis demográficos en torno al número de dos millo-
nes de pobladores, dato que es acogido en 1936 por
Jaramillo Alvarado. El ensayo de éste origina un no-
table estudio histórico demográfico realizado por el
general Telmo Paz y Miño, quien calcula para el país
3'414.106 habitantes como mínimo, y 4'275.465 como
máximo, tomando como base el censo de 1780 y pro-
yectando sus cómputos con un crecimiento anual de
15 o 10 por mil, respectivamente. En 1940 el profesor
Aquiles Pérez publica su Geografía del Ecuador con análi-

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sis demográficos que le llevan a señalar una población,
hacia 1939, de 3'614.659 habitantes.
Como telón de fondo de estos casi veinte años caóti-
cos, en los que figuran con categoría de jefes de Esta-
do, en veinte gobiernos unipersonales o plurales, nada
menos que 29 personas, la crisis económica —causada
en buena parte por la ruina de los cacaotales, azotados
por la "escoba de la bruja" y la "monilia"— agudiza las
lacras de nuestro infradesarrollo, se acentúan nuestros
defectos nacionales de siempre y nuestra inestabilidad,
extremada entonces hasta lo caricaturesco. El peor y de-
sastroso efecto de esta etapa de anarquía, cuartelazos,
incertidumbre e imprevisión, es la mutilación territo-
rial impuesta en el Tratado de Río de Janeiro, compleja
de causas pero, en todo caso, culminación de nuestras
quiebras y pugnas intestinas.
A partir de 1930 se expande la novela social en el
Ecuador, en buena parte de tema indigenista campesi-
no pero también del proletariado urbano y la clase me-
dia que insurge, cuyos autores más característicos, orge
Icaza, Enrique Gil Gilbert, Alfredo Pareja Diezcanseco,
Demetrio Aguilera Malta y Humberto Salvador estuvie-
ron precedidos por un precursor remoto, Luis A. Martí-
nez, y dos próximos, Fernando Chaves y Gonzalo Hum-
berto Mata. Sin embargo de que la crítica ha analizado
ampliamente la novela del Ecuador, hay que decir que
no se ha hecho hasta el presente el análisis correlativo
de su impacto, primero como descripción y denuncia
de realidades ominosas, y luego como estímulo para la
acción de cambio. Creo, sinceramente, que en su hora
esos novelistas ecuatorianos cumplieron con honor es-
tos papeles.
También es ésta la época en que se gesta la pintura
indigenista en nuestro país, cuyos precursores son dos
maestros y con sus nombres se continúa la gloriosa tradi-

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ción del arte nacional que en el siglo xix había alcanza-
do altas cotas con los Salas, Cadena, Manosalvas y Pinto:
son ellos Víctor Mideros, que luego se vierte hacia temas
bíblicos de inspiración escatológica, y Camilo Egas. Sus
cuadros indigenistas no son, sin embargo, de denuncia
fuertemente matizada de ideología protestataria, sino
testimonios casi antropológicos de la realidad indígena,
con énfasis en su colorida vestimenta, sus aperos, sus
instrumentos musicales. Sólo al terminar el veintenio
arroyista hacen su aparición los jóvenes maestros pinto-
res de tema indigenista que buscan llamar la atención
sobre las lacras sociales: Eduardo Kingman, Oswaldo
Guayasamín, Leonardo Tejada, Bolívar Mena, etcétera.

PERÍODO DEL CIVILISMO POPULISTA O VELASQUISTA


(1944-1962)

Visión general

Desde 1944 fue el doctor José María Velasco Ibarra la


figura dominante en la escena política del Ecuador, por-
taestandarte de la libertad del sufragio, la libertad de en-
señanza, la libertad de cultos y la igualdad de derechos
para todos los ciudadanos, sin discriminaciones ideoló-
gicas, siempre apoyado en el sufragio popular, pues las
masas se rendían dócilmente a su carismática palabra de
"profeta" —según se le llamaba— y a su quijotesca y ascé-
tica figura. Prosiguió y realizó ampliamente el desarrollo
vial del país, la ampliación de los niveles educativos, el
regadío y las telecomunicaciones. En el solio presiden-
cial o en el destierro, él fue quien sirvió de eje a todos
los movimientos políticos durante casi siete lustros. En
el transcurso de este período ejercieron la primera ma-
gistratura las siguientes personas: doctor Velasco Ibarra,

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segunda administración (1944-1947), derrocado por el
coronel Carlos Mancheno Cajas, su ministro de Defensa,
contra quien levantó bandera legitimista el doctor Ma-
riano Suárez Veintimilla, vicepresidente de la Repúbli-
ca que logró triunfar, se encargó del poder por veinte
días y renunció voluntaria y patrióticamente para evitar
un posible nuevo enfrentamiento armado; Carlos Ju-
lio Arosemena Tola, patricio y banquero guayaquileño
(1947-1948) que convoca y preside las elecciones en las
que triunfa Galo Plaza Lasso, paladín de la democracia
representativa, hijo del ex presidente general Leonidas
Plaza Gutiérrez, el primero en terminar su mandato
constitucional (1948-1952) en casi un cuarto de siglo;
doctor Velasco Ibarra, tercera administración, muy cons-
tructiva, la única que logró concluir (1952-1956); doctor
Camilo Ponce Enríquez, ministro de Gobierno del ante-
rior, el primer católico militante en volver al solio presi-
dencial desde 1895, que gobierna de manera enérgica y
progresista (1956-1960) aunque enemistándose con su
antecesor; doctor Velasco Ibarra, cuarta administración
(1960-1961), que no terminó, derrocado por su vicepre-
sidente doctor Carlos Julio Arosemena Monroy, hijo del
presidente interino primero de este apellido, confirma-
do por el Congreso como presidente constitucional para
completar el tiempo que faltaba al período de su ante-
cesor. Al doctor Arosemena Monroy le derrocaron, a su
vez, los jefes militares que le sostuvieron en el poder al
coaccionar a los legisladores cuando fue planteada su
destitución constitucional en el Congreso de 1962. Esos
cuatro coroneles, luego autoascendidos a generales, lo-
graron lo que no habían podido otros varios intentos
fallidos (generales Gómez de la Torre y Larrea Alba y
coronel Mancheno), la reiniciación en el país de las dic-
taduras militaristas erradicadas en 1912.

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El hecho de haber gobernado tres períodos constitu-
cionales, completos y sucesivos, mandatarios de la talla
de Plaza, Velasco Ibarra y Ponce Enríquez, los tres con
grandes realizaciones —antes solamente en el perío-
do de la plutocracia liberal hubo tres gobernantes que
asimismo lograron terminar sus mandatos, el general
Plaza, Baquerizo Moreno y Tamayo, pero dadas las cir-
cunstancias las realizaciones que alcanzaron no admi-
ten comparación con las obtenidas durante el período
del civilismo populista—; tal hecho, decimos, permite
aseverar que esta etapa es uno de los momentos áureos
en la historia nacional.

Antecedentes del doctor José María Velasco Ibarra

Este escritor, catedrático y político, cinco veces presi-


dente de la República del Ecuador, por lo que consti-
tuye caso singular no sólo en la historia de nuestro país
sino en la de Hispanoamérica (sólo el doctor Balaguer
en la República Dominicana ha batido ese récord, pues
ha sido seis veces presidente), nació en Quito el 19 de
marzo de 1893, de entre los cuatro hijos habidos en el
matrimonio del ingeniero Alejandrino Velasco Sardá
con doña Delia Ibarra Soberón. Aprendió de su madre
las primeras letras y cursó estudios secundarios en el Se-
minario Menor y en el Colegio San Gabriel de los padres
jesuitas. Se graduó de abogado en la Universidad Cen-
tral, en su ciudad. Mientras desempeñaba cargos secun-
darios (director del Boletín Eclesiástico, procurador sín-
dico del municipio de Quito, secretario del Consejo de
Estado) se dedicó al periodismo a lo largo de la segunda
década de este siglo con sesudos artículos escritos bajo
el seudónimo de Labriolle que llamaron poderosamente
la atención por su forma y fondo filosófico y la acerada

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crítica que formulaba sobre los males del país. Esta la-
bor le mereció el ingreso como individuo de número en
la Academia Ecuatoriana de la Lengua correspondiente
de la Real Española; también la Academia Nacional de
Historia le designó su miembro por sus profundos artí-
culos sobre el pensamiento de Bolívar y las ideas cons-
titucionales de Rocafuerte. Nunca había tomado parte
en la política, pero aparecía como independiente que
propugnaba un retorno a las libertades conculcadas por
el Partido Liberal Radical imperante en el país desde la
turbulenta época del general Alfaro.
Al comenzar los años treinta Velasco viajó a Europa
para realizar estudios y observaciones sobre la realidad
educacional de Francia. Siguió cursos en algunos ins-
titutos de la Sorbona, y allí se encontraba cuando fue
llamado al país por varios amigos que habían lanzado su
candidatura a la diputación por Pichincha, haciéndole
triunfar. Su palabra electrizó a las barras en el Congreso
Nacional. Esa oratoria vibrante y llena de imprecaciones
le conquistó al segundo año la presidencia de la Cámara
de Diputados y se caracterizó por promover no sólo la
caída de varios gabinetes ministeriales sino, incluso, la
del propio presidente de la República, Martínez Mera,
al que fulminó con implacables dicterios. Años más tar-
de reconoció la honorabilidad y estoicismo del manda-
tario defenestrado.

La primera administración velasquista


Con el apoyo del Partido Conservador, aunque hacien-
do profesión de liberalismo "bien entendido", consiguió
su primera presidencia de la República en las elecciones
de 1934, en las que ganó a dos opositores de extrema iz-
quierda. Como presidente electo realizó histórico viaje

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a Perú, Bolivia, Chile y Argentina, donde fue ovaciona-
do por los pueblos y cordialmente recibido por los go-
biernos. Pese a su popularidad, Velasco Ibarra no pudo
gobernar sino un año, pues en 1935, ante la embestida
de la oposición dirigida por el abogado guayaquileño
doctor Carlos Alberto Arroyo del Río, jefe del Partido
Liberal-Radical y presidente del Senado, él mismo se-
gún lo confesaría luego "se precipitó sobre las bayone-
tas", al pretender proclamarse dictador y no ser apoyado
por el ejército.
Un esquemático inventario de sus principales reali-
zaciones permitiría señalar que, no obstante su breve
permanencia en el poder, durante el primer velasquis-
mo hubo varias obras positivas, como el ingreso del
Ecuador en la Sociedad de Naciones; el establecimiento
del Servicio Militar Obligatorio; la iniciación de carre-
teras fundamentales como las de Cuenca-Loja-Puerto
Bolívar, Guayaquil-Manta, Quito-Chone y Quito-Esme-
raldas, que aunque entonces sólo se planificaron y co-
menzaron, anunciaban ya los posteriores planes viales;
la construcción de varios cuarteles para la policía; el co-
mienzo de un nuevo muelle-aduana sobre el río Guayas
en Guayaquil; la adquisición del buque Presidente Alfaro
para la Marina de Guerra, y de aparatos de caza para
la incipiente aviación militar; la inauguración de una
política de regadío para las zonas áridas, en la provincia
de Chimborazo, y sobre todo, una vigorosa acción edu-
cativa, inspirada en los modelos de Rocafuerte y García
Moreno: fundación del Colegio 24 de Mayo, con seccio-
nes de kindergarten, primaria, secundaria y comercial
(hasta entonces las señoritas que aspiraban al bachille-
rato debían estudiar en colegios de varones, el Mejía de
Quito, el Vicente Rocafuerte de Guayaquil, el Benigno
Malo de Cuenca); iniciación de los edificios del Normal
de Señoritas Manuela Cañizares de Quito, y del Cole-

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gio Vicente Rocafuerte de Guayaquil; Escuela Experi-
mental Rural en Tumbaco; Granja Agrícola en Tulcán;
Escuela de Radiotelegrafía y Radiotelefonía; pero, en
particular, refundación —ya definitiva— de la Escuela
Politécnica Nacional, creada por García Moreno para
la educación tecnológica y científica, uno de cuyos pri-
meros graduados había sido precisamente el padre de
Velasco Ibarta.
En 1939 fue presentada nuevamente su candidatu-
ra bajo signo socialista, pero fue vencido por el doctor
Arroyo del Río, al que la opinión señaló como fruto de
nuevo fraude electoral. La oposición realizada bajo los
auspicios de Velasco Ibarra, que desde el exilio dirigía
sus dardos contra el presidente Arroyo del Río, originó
el derrocamiento de éste, acusado de no haber logrado
afrontar debidamente el grave conflicto armado provo-
cado por Perú con su agresión de 1941, y la suscripción
en 1942 del Protocolo de Río de Janeiro, que redujo
notablemente el territorio ecuatoriano.

La Revolución de Mayo y el segundo velasquismo

Tras la caída de Arroyo del Río, a raíz de la revolución


popular del 28 de mayo de 1944, Velasco Ibarra regresó
al Ecuador aclamado por los pueblos como nadie lo ha-
bía sido hasta entonces. Su gobierno se inició bajo el sig-
no de la extrema izquierda, que dominó en la Asamblea
Constituyente prontamente convocada, cuyo presidente
fue el doctor Francisco Arízaga Luque, líder de la Alian-
za Democrática Ecuatoriana que había protagonizado
en Guayaquil el golpe revolucionario. La Asamblea dic-
tó la Constitución de 1945, fuertemente motivada en la
de la República española, y eligió presidente constitu-
cional al doctor Velasco Ibarra para un período de cua-

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tro años. Pero la extrema izquierda, que creía llegada su
hora, comenzó a convulsionar al país. Ya había renun-
ciado el joven canciller doctor Camilo Ponce Enríquez,
distanciado del ministro de Gobierno, doctor Carlos
Guevara Moreno, que los extremistas creían suyo, pero
al no conseguir que siguiese sus inspiraciones comen-
zaron a atacarle. El presidente Velasco Ibarra, entonces
apoyado en dicho ministro, dio un viraje brusco el 30 de
marzo de 1946, fecha en la que dejó sin efecto la Car-
ta Fundamental del año anterior, desterró a varios diri-
gentes políticos izquierdistas y convocó nueva Asamblea
Constituyente presidida por el líder conservador doctor
Mariano Suárez Veintimilla. Bajo inspiración derechis-
ta diose, entonces, una nueva Constitución al país, la
de 1946, y se volvió a elegir presidente constitucional al
propio doctor Velasco Ibarra y vicepresidente al doctor
Suárez.
En esta segunda administración prosiguieron los em-
peños constructivos del presidente Velasco Ibarra con el
mismo ritmo febril que en la primera, y asimismo con
notables logros: ingreso del Ecuador en las Naciones
Unidas; continuación de las carreteras iniciadas en el
primer velasquismo, suspendidas varios años, y de otras
varias; ampliación de los programas de regadío, inclu-
so la construcción de la represa de Punta Carnero, en
la península de Santa Elena, que no dio los resultados
esperados, en parte por deficiencias en la planificación
y quizá también en la construcción; nacionalización de
The Guayaquil and Quito Railway Co. que administraba
el ferrocarril del Sur con la eficiencia que generalmente
caracteriza a la empresa privada, medio de comunica-
ción que al ser manejado por el Estado inició un paula-
tino proceso involutivo; ingreso del Ecuador en la Flota
Mercante Grancolombiana; vigorizamiento de las Fuer-
zas Armadas mediante la construcción de cuarteles y

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provisión de servicios, inclusive para la Marina y la Avia-
ción, arma ésta reforzada con nuevas aeronaves; cuarte-
les de policía como el de Quito; garantía a los estable-
cimientos particulares para que ejerzan la libertad de
enseñanza, liberándolos de la discriminación legal que
los sujetaba a la tutela de los colegios estatales; facultad
legal para la fundación de la Universidad Católica del
Ecuador, cuyo primer rector fue el eminente humanista
padre Aurelio Espinosa Pólit; y transformación del Ins-
tituto Cultural Ecuatoriano, que se fundara durante el
régimen arroyista, en la Casa de la Cultura Ecuatoriana,
dinamizada por Benjamín Carrión y financiada con los
mismos recursos con que Arroyo del Río había dotado
a la entidad por él creada. En fin, se dictó la Ley de Es-
calafón y Sueldos del Magisterio que hizo realidad una
vieja aspiración de los maestros. A este cúmulo de rea-
lizaciones se debe agregar la creación del Tribunal Su-
premo Electoral, como función autónoma del Estado,
independiente del Ministerio de Gobierno, destinado a
garantizar la libertad de sufragio.
No logró, sin embargo, culminar el doctor Velasco
Ibarra su cuadrienio de gobierno, nuevamente derroca-
do, esta vez por su propio ministro de Defensa, coronel
Carlos Mancheno Cajas, en el momento más inoportu-
no, pues el canciller José Vicente Trujillo había viajado a
Río a una nueva reunión de cancilleres americanos, oca-
sión para la que se había preparado el planteamiento de
revisión del Protocolo de Río de Janeiro: mas en aquel
cónclave se adujo que al carecer de reconocimiento el
gobierno surgido del golpe militar, carecían de repre-
sentación los delegados ecuatorianos nombrados por el
régimen depuesto.

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