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EL SANTO

La condición a la que llegó Jesús al ser LA CORTINA


EL ALTAR EL SUMO SACERDOTE engendrado como hijo espiritual de El cuerpo de Jesús, la barrera que
Dios mientras aún vivía en la Tierra
Jesús (HEBREOS 9:11). (MATEO 3:16, 17; ROMANOS 8:14-17; HEBREOS separaba la vida terrestre de la celestial EL SANTISIMO
La disposición
(1 CORINTIOS 15:44, 50; HEBREOS 6:19, 20).
de Dios a aceptar 5:4-6). El cielo (HEBREOS 9:24).
el sacrificio de Jesús
(HEBREOS 13:10-12).

En el Día de Expiación,
el sumo sacerdote
ofrecía un sacrificio por
los pecados del pueblo
(LEVITICO 16:15, 29-31).

El 14 de nisán del
año 33, Jesús sacrificó
su vida a favor nuestro El sumo sacerdote atravesaba
(HEBREOS 10:5-10; la cortina que separaba el
1 JUAN 2:1, 2). Santo del Santísimo
Ya en el Santísimo, el sumo sacerdote
salpicaba parte de la sangre del sacrificio
delante del arca del pacto (LEVITICO 16:12-14).

Al presentar el valor
de su sangre derra-
mada , Jesús propor-
cionó la expiación
“COPIA DE LA REALIDAD” completa de nues-
tros pecados (HEBREOS
¿Qué representaba Jesús atravesó la cortina cuando, tras
resucitar, ascendió al cielo “para compare-
9:12,24; 1 PEDRO 3:21, 22).

el tabernáculo? cer […] delante de la persona de Dios a


favor de nosotros (HEBREOS 9:24-28).
En el tabernáculo, existían dos altares:
EL ALTAR DE LA OFRENDA QUEMADA
Estaba colocado delante de la entrada del tabernáculo. Llamado
también “altar de cobre”, tenía forma de un cajón hueco. Estaba
hecho de madera de acacia y revestido de cobre en su totalidad
(EXODO 27:1-8; 38:1-7; 39:39).
EL ALTAR DEL INCIENSO
Llamado también “altar de oro”, hecho de madera de acacia y su
superficie superior y sus lados” estaban revestidos de oro. En este
altar se quemaba un incienso especial dos veces al día, por la mañana
y al atardecer. Mientras se quemaba el incienso, el pueblo estaba
reunido en oración fuera del santuario. Estaba colocado dentro del
tabernáculo justo delante de la cortina del Santísimo (EXODO 30:1-5; 37:25-
28; 39:38; 40:5).

El altar de las ofrendas quemadas representa la


“voluntad” de Dios, es decir, su disposición de aceptar el
sacrificio humano perfecto de su Hijo Unigénito (HEBREOS 10:5-
10). El que estuviese frente a la entrada que conducía al
santuario recalca que, el ejercer fe en el sacrificio de rescate
es imprescindible para que Dios apruebe a una persona.
De acuerdo con Revelación 8:3, 4 el “altar de oro” para
incienso está relacionado explícitamente con las oraciones de
los santos. Este único altar de incienso también representa la
única vía de acercamiento a Dios.
La Ley estipulaba una serie de requisitos muy rígidos para quien
desempeñara este cargo. Tenía a su cargo la supervisión de los demás
sacerdotes. El sumo [literalmente, “gran”] sacerdote de Israel empezó
con Aarón y se pasaba del padre al hijo primogénito a menos que ese
hijo muriese o se le inhabilitase. Parece que a lo largo de toda la historia
de la nación, hasta la destrucción de Jerusalén, los sumos sacerdotes
fueron descendientes de Aarón con pocas excepciones. Su
nombramiento era vitalicio. Sólo el sumo sacerdote podía entrar en el
compartimiento Santísimo del santuario y debía hacerlo exclusivamente
un día al año, el Día de Expiación.

Jesús se ofreció de hecho en el altar de la voluntad divina


cuando se bautizó y Dios lo ungió con espíritu santo en el
año 29 E.C. (Lucas 3:21, 22.) La grandeza del sacerdocio de
Cristo y su superioridad está por encima del sacerdocio
aarónico.
En el cielo, Jesús „salpicó la sangre‟ de su sacrificio cuando
presentó a Jehová el valor redentor de su sangre vital. Tal como
el sumo sacerdote de Israel tomaba primero la sangre de un
toro y la introducía en el Santísimo para expiar los pecados de
los sacerdotes, el valor de la sangre derramada de Jesús se
aplicó primero a los 144.000 subsacerdotes.
El que fuera ungido con espíritu santo, en realidad,
señaló para Jesús el principio de una vida propiciatoria
que duró tres años y medio (Hebreos 10:5-10).
Durante este tiempo Jesús tuvo una relación con
Dios propia del que ha sido engendrado por espíritu.
Ningún otro ser humano podía entender completamente
esta relación singular de Jesús con su Padre celestial.
Era como si una pantalla la ocultara de los ojos del
entendimiento humano, tal como la pantalla impedía ver
el Santo a los que estaban en el patio del tabernáculo
(Éxodo 40:28).

Ya que la carne humana de Jesús suponía una


barrera, la cortina que separaba el Santo del
Santísimo en el antiguo templo de Dios era un
símbolo adecuado de ella (Hebreos 10:20).
Ahora bien, tres días después de su muerte, Dios
resucitó a Jesús como espíritu (1 Pedro 3:18). Así le
era posible entrar en el compartimento Santísimo del
templo espiritual de Dios: el cielo mismo.
Y eso es precisamente lo que hizo. Tras resucitar,
ascendió al cielo “para comparecer [...] delante de la
persona de Dios a favor de nosotros” (HEBREOS 9:24-28).

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