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La eco-geografía

Jean Tricart y Jean Kilian

La eco-geografía
la ordenación del medio natural

E D IT O R IA L A N A G R A M A
BARCELONA
Título de la edición original:
L ’éco-géographie et l’aménagement du tnilieu naturel
© Librairie Franfois Maspero
París, 1979

Traducción:
Joaquín Jordá, Cristina Nieto, Nuria Pérez de Lara

Revisión técnica:
Albert Puntí

Portada:
Julio Vivas

© EDITORIAL ANAGRAMA, 1982


Cálle de la Cruz, 44
Barcelona-34

ISBN 84-339-1422-7
Depósito Legal: B. 32614-1982

Printed in Spain

Gráficas Diamante, Zamora 83, Barcelona-18


INTRODUCCION

En la actualidad, la presión de la opinión pública ha hecho pat,ar los


problemas del medio ambiente al plano político. En la localidad alsaciana
de Markolsheim una compañía química bávara había obtenido el apoyo
del prefecto de la región y se disponía a percibir una subvención guber­
namental para la instalación de una planta industrial que provocaría una
considerable contaminación de derivados del mercurio. La legislación ale­
mana, más severa, no permitía a dicha sociedad la instalación de la fá­
brica en su país de origen. Los habitantes de Alsacia y del Estado alemán
de Badén se movilizaron y obligaron al gobierno francés a enterrar el
proyecto. En Bretaña, los habitantes de Plogoff se rebelaron, con su alcal­
de a la cabeza, para conseguir la suspensión de determinados estudios
técnicos de E.D.F., que tenían por objeto la creación de un proyecto de
central nuclear en la punta de Raz, uno de los parajes marítimos más
hermosos de Europa. El alcalde subrayó que no poseía la competencia
necesaria para responder al antiguo procedimiento de la investigación
de comodo et incomodo, y que dichos problemas tenían que ser debatidos
en el Parlamento. Por otra parte, ésta es la práctica habitual en Suecia,
Inglaterra y los Estados Unidos de América.
La actitud del alcalde de Plogoff es significativa: demuestra que, en
este caso, se trata de un aspecto de la crisis de civilización que caracte­
riza nuestra época. Nuestras instituciones, así como los procedimientos
administrativos que han segregado, y el poder de decisión que se des­
prende de ellos, ya no responden a ciertas necesidades. Entre ellas apare­
ce, en lugar destacado, la defensa de nuestro ambiente y la utilización
«como un buen padre de familia» de los recursos naturales. El mito del
crecimiento ilimitado, cómodo invento de unos economistas irresponsa­
bles, es puesto a discusión: el Club de Roma, que no es, evidentemente,
un «grupúsculo» de «izquierdistas», le opone la idea de un «crecimiento
cero». En realidad, se trata de otra posición extrema, aceptable única­
mente para los individuos y los países acomodados, y que es natural que
sea denunciada en los países subdesarrollados como una manera hipó­

7
crita de salvaguardar las situaciones adquiridas. Está claro que un «cre­
cimiento cero» sólo permitiría aminorar las escandalosas desigualdades del
mundo contemporáneo modificando la distribución de la riqueza, toman­
do parte de ella a unos para dársela a otros. Es obvio mencionar las resis­
tencias que ello suscitaría. En realidad, el crecimiento cero impide pensar
en una solución al problema del subdesarrollo, problema vivido aguda­
mente por las tres cuartas partes de la humanidad.
Así, pues, no es posible razonar de ese modo. Es preciso plantear el
problema de otra manera, en otros términos.
Hay que volver a unas concepciones más sanas. El aumento de la
producción no puede constituir un fin en sí mismo. Sólo puede ser un
medio de mejorar las condiciones de vida, de permitir que cada cual
pueda comer lo que necesite, pueda vestir y alojarse cómodamente, pueda
estar al amparo de las enfermedades y tener tiempo de saborear las dichas
de la existencia. La visión mezquina de la econometría es incapaz de
plantear ese problema correctamente. El P.N.B. no puede medir el propio
crecimiento económico, puesto que, por ejemplo, cuantos más accidentes
de carretera se producen más aumenta.
Cabe distinguir tres niveles de organización en el mundo que nos
rodea, que es nuestro entorno:

— el nivel de organización de la materia, caracterizado por la ordena­


ción de los corpúsculos que la componen;

— el nivel de organización de la vida, que supone una aptitud para


la reproducción acompañada de una tendencia hacia unas formas de orga­
nización creciente, al revés que la materia;

— el nivel de organización social, que se basa en una conciencia que


suscita unas formas de organización inmaterial, de tipo social y eco­
nómico, y que va acompañada de la elaboración de una cultura.

Cada uno de estos niveles de organización se caracteriza por unas


estructuras sostenidas por unas fuerzas específicas. El hombre de las socie­
dades menos tecnificadas tiene profunda conciencia de ello. Dicha con­
ciencia es un elemento fundamental de su cultura, y le lleva a admitir
una cierta armonía de las cosas a la que debe tributar el mayor respeto.
Esa armonía está basada en algunas interdependencias: interdependencia
entre los elementos de la naturaleza, interdependencia entre los hombres,
e interdependencia entre el hombre y la naturaleza. Quienes luchan en
favor de la preservación de nuestro ambiente recuperan esas interde­
pendencias y quieren salvaguardar esas armonías. Aquí nos hallamos al
nivel de las concepciones filosóficas: se trata, pues, de un problema de
civilización. No tenemos la pretensión de resolverlo, pero el problema,

8
planteado de esta manera, constituye el marco en el que se desarrolla
nuestra actividad, cuyo objeto es la ordenación del medio natural.
En primer lugar, eliminemos un falso problema que consiste en en­
frentar la naturaleza y el hombre. Hay quienes, prisioneros de esta óptica,
intentan recuperar una naturaleza virgen e intacta, inmodificada por el
hombre, para que les sirva de referencia. Es la búsqueda del paraíso terre­
nal. De ahí a caer en el maniqueísmo rousseauniano según el cual la
naturaleza es buena y el hombre perverso, sólo hay un paso, un paso
muy pequeño... Pero esta actitud se prolonga hasta el nivel de la orde­
nación del medio natural: culmina en un conservadurismo radical que
pretende cubrir la tierra de reservas supuestamente sustraídas en su tota­
lidad a los efectos de las intervenciones humanas. Tales posiciones son
insostenibles: desde 1880 hasta 1960, aproximadamente, la proporción
de gas carbónico en la atmósfera ha crecido alrededor de un diez por
cien. ¿Cómo impedir que eso afecte a las reservas integrales? A partir de
1945, las explosiones atómicas han incorporado a la atmósfera un cierto
número de cuerpos radiactivos, como el estroncio, que aparece actual­
mente incluso en los hielos de la Antártida, lo cual nos sirve para medir
su velocidad de acumulación. ¿Cómo proteger de ellos estas reservas su­
puestamente integrales? No, no podemos confiar en encontrar una «natu­
raleza virgen» jamás desflorada por el hombre. Este, al igual que los
restantes seres vivos, es un elemento de la naturaleza, a la cual está
unido por múltiples vínculos de interdependencia. De la misma manera
que las plantas o los animales, sólo vive gracias a ciertos recursos que
le ofrece el mismo ambiente, en especial el aire que respira. Al igual que
todos los animales, es incapaz de captar la energía solar para elaborar
sus tejidos, y está obligado a alimentarse extrayendo su alimento de
diferentes eslabones de las cadenas tróficas. Así que es parte integrante
de los eco-sistemas, sin los cuales, por no ser productor primario,1 no
podría existir. El hombre pertenece al segundo nivel de organización,,
el de los seres vivos, desde el momento en que comenzó a diferenciarse
como especie... Y eso ocurrió hace varios millones de años, ¡mucho antes
de que aparecieran los economistas e inventaran el P.N.B.!
Todas las formas de organización social dependen, a través de la vida
misma, de este hecho fundamental. La eco-geografía es un punto de vista
que se caracteriza por reconocerlo, es decir, por estudiar de qué manera
el hombre se integra en los eco-sistemas y de qué manera se diversifica esta
integración en función del espacio terrestre.
Esta integración del hombre en los eco-sistemas12 reviste dos aspectos
principales:

1. Los productores primarios, punto de partida de las cadenas alimenticias, son


los seres vivos capaces de elaborar sus tejidos utilizando lá energía irradiada por el
sol gracias a la fotosíntesis. Los únicos productores primarios son las plantas.
2. Habitualmente se escribe: ecosistema, pero por la analogía con eco-geografía,
en la presente obra escribiremos esta palabra con un guión intercalado.

9
I

El estudio del medio ambiente natural:


La eco-geografía
Durante mucho tiempo, desde mediados del siglo xrx, la investiga­
ción ha privilegiado la actitud analítica de una manera abusiva. Esto ha
originado una proliferación de las especialidades, cada día más redu­
cidas y esotéricas, a la vez que menos capaces de responder a las preo­
cupaciones de la opinión, que percibe de manera global la degradación
de las condiciones de existencia a medida que se desarrolla un «creci­
miento» discutible. La opinión reclama unas medidas de salvaguardia y
exige unos ordenamientos que permitan vivir mejor. Protesta contra las
consecuencias de intervenciones sectoriales mal insertadas en un medio
ambiente natural complejo.
Desgraciadamente, la investigación no ha dedicado a estas cuestiones
los esfuerzos necesarios. Nuestros conocimientos suelen estar muy retra­
sados respecto a la demanda. Sólo a fines de la Segunda Guerra Mundial
aparecieron los primeros intentos de aprehensión global del medio natu­
ral. Y siguen siendo estáticos, del tipo «inventario».
Ahora bien, nuestro ambiente ecológico se modifica incesantemente.
Está caracterizado por una dinámica que se manifiesta mediante unas
interacciones entre diversos elementos. Para utilizar mejor este medio
ambiente a fin de extraer de él mayor alimento, mayor número de materias
primas vegetales y animales, sin destruirlo, para protegerlo contra las
degradaciones que le harían incapaz de permitir la existencia biológica del
hombre, debemos conocer esta dinámica, y tener en cuenta estas interde­
pendencias. Toda explotación modifica esta dinámica e interfiere en estas
interdependencias, al igual que toda ordenación. Para alcanzar el obje­
tivo deseado, el planteamiento debe tener muy en cuenta esta dinámica y
estas interdependencias. Debe insertarse en la compleja trama que for­
man. Así que no puede reposar en un mero inventario, por esencia está­
tico. La comprensión global de nuestro medio ambiente, necesaria para
su utilización y para su protección, debe referirse fundamentalmente a
su dinámica. Así es como, de manera exclusiva, podremos apreciar el
grado de sensibilidad de nuestro ambiente, es decir, su tolerancia respecto

15
a nuestras intervenciones, cada vez más complejas, por no decir insidio­
sas, dado el progreso técnico.
Ese es el problema al que dedicamos la primera parte del libro.
Así, pues, para comenzar, analizaremos los métodos que han sido uti­
lizados para intentar establecer un conocimiento global de nuestro medio
ambiente natural y de los recursos que nos ofrece. Demostraremos, a con­
tinuación, que sólo un conocimiento de su dinámica responde a las exi­
gencias del ordenamiento. Apoyándonos en nuestra experiencia profesional,
adoptaremos un punto de vista ecológico y, a la vez, espacial; geográfico,
en definitiva. Para designarlo, proponemos el término «eco-geográfico».
El estudio de los flujos de energía, que los ecólogos-biólogos han efec­
tuado únicamente dentro de las biocenosis — es decir, de las comunidades
de seres vivos— se extenderá al ambiente ecológico. Demostrará que la
mayor parte de la energía disponible en los eco-sistemas alimenta la diná­
mica del medio natural, y no las cadenas alimenticias. Por consiguiente,
sólo a partir de unos fenómenos físico-geográficos, muy especialmente de
unos procesos morfogénicos, debe intentarse un estudio eco-geográfico de
nuestro medio ambiente apto para resolver las exigencias de ordenamien­
to. De la exposición de estas nuevas concepciones se desprende, con ex­
trema evidencia, un enfoque metodológico para las investigaciones dotadas
de un objetivo práctico.

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1. ¿COMO CONCEBIR UN ESTUD IO INTEGRADO
D E L M EDIO NATURAL?

Desde que se perdió de vista la unidad de la naturaleza, el principal


intento efectuado para recuperar su conciencia es australiano. Se debe
a un organismo de investigación aplicada (no por casualidad...), la Com-
monwealth Scientific and Industrial Research Organization (C.S.I.R.O.),
que se remonta a la última guerra mundial. Este método ha tenido y tiene
aún en la actualidad un irrefutable éxito en los países anglófonos (Canadá,
Inglaterra). Fue «descubierto» casi veinticinco años después de su apari­
ción por la F.A.O., que intentó aplicarlo en Argentina, sin obtener resul­
tados halagüeños pese a los importantes medios utilizados. Así, pues, debe­
mos exponer este método y discutir su valor científico y práctico.
A continuación examinaremos otras concepciones, basadas en la apre­
hensión de la imagen global del «paisaje», que nos propone en Francia por
ejemplo, G. Bertrand. Mostraremos sobre qué tipo de realidades se apoyan
y cómo resultan indispensables para la explotación de documentos cuyo
interés es reconocido cada día con mayor amplitud: fotografías aéreas y
grabaciones de teledetección de diferentes naturalezas.
Finalmente expondremos nuestras propias concepciones, que consis­
ten en considerar el medio natural como un sistema, cuya estructura y
dinámica analizaremos y expondremos.

I. LOS LEVANTAMIENTOS DE TIERRAS


DEL C.S.I.R.O. (AUSTRALIA)

El método australiano apareció durante la Segunda Guerra Mundial,


pues su primera publicación está fechada recién concluida dicha guerra.
Este contexto histórico es muy importante para apreciar su valor.

17
1. P rin cip ios del m étodo

Para entender los principios del método es necesario, en primer lu­


gar, conocer su objeto. En 1943-1945, Australia es un continente vacío. La
ofensiva japonesa ha provocado una reacción de lucha por la vida que
no se traduce únicamente en unos actos de heroísmo en los campos de
batalla. Ha hecho tomar conciencia de la urgente necesidad de una acele­
ración del desarrollo del país, que es la razón de la política de inmigración
adoptada al terminar la guerra.
Pero Australia, continente vacío, es asimismo una tierra mal cono­
cida. Quedan muchos millares de km2 por explorar, en el sentido que
poseía esta palabra en el siglo pasado. Añadamos a ello las características
propias de la naturaleza australiana con su excepcional endemismo, sus
irregularidades climáticas de región semi-árida, y las inmensas sabanas difí­
ciles de recorrer. No podía tratarse de estudios pormenorizados, de obser­
vaciones sistemáticas y de análisis profundos. Había que abarcar vastas
extensiones y plantear una explotación rápida, sin mano de obra abundante
ni inversiones importantes. En suma, se precisaban unas soluciones extre­
madamente baratas, que aprovecharan unos recursos ecológicos que no
pertenecían a nadie y que se limitaran a evitar las equivocaciones suscep­
tibles de frenar la toma de posesión por los pioneros.
En este contexto, se apoyaron en uno de los avances tecnológicos sur­
gidos de la guerra: la utilización sistemática de las fotografías aéreas. El
reconocimiento de las tierras en vistas a su toma de posesión, que cons­
tituía el objetivo de los «levantamientos de tierras», es, fundamental­
mente, un trabajo de foto-interpretación referido al medio natural. Se
hace cargo de él un organismo del gobierno federal: el C.S.I.R.O. Se crea a
este respecto una división especializada. Su papel consiste en producir rápi­
damente unos estudios a pequeña escala de las partes peor conocidas del
continente.1 Comienza trabajando en la escala 1/1.000.000. A continua­
ción, adoptará en ocasiones escalas superiores: 1/500.000 e incluso
1/250.000, pero el método es aplicable fundamentalmente a las pequeñas
escalas. Al mismo tiempo, la Land Surveys División ha estudiado, en oca­
siones, algunas regiones ya explotadas, pero en escasa medida. Desde hace
unos cuantos años, multiplica los trabajos sobre la mitad oriental de Nueva
Guinea, tierra colonial cuya agricultura se desea modernizar, a las puertas
de Indonesia, de un continente asiático que no se renuncia a contener.
Al apoyarse en las fotografías aéreas, el método de los «levantamien­
tos de tierras» es esencialmente fisionómico. Tiende a definir unos tipos
de paisajes. El procedimiento supone un examen previo de las fotografías,
seguido de un control de terreno a lo largo de lo que los biogeógrafos
llamarían unos transectores. En dicha ocasión, se recogen algunas infor­

1. Aparecen publicadas en la colección Land Research Series, que comenzó en


1946.

18
maciones suplementarias: determinación de las especies que constituyen
las formaciones vegetales, de determinadas rocas, de rasgos estructurales,
de formaciones superficiales, de suelos. Se extraen unas muestras de suelos
característicos para su análisis. La última fase del procedimiento consiste,
de vuelta al departamento de trabajo, en reunir los datos disponibles, en
completarlos mediante unos exámenes detenidos (bibliografía, observacio­
nes climáticas), en levantar unos mapas gracias a una foto-interpretación
sistemática apoyada en los controles de terreno.
Los resultados se presentan bajo la forma de dos tipos de documen­
tos que se completan recíprocamente:

— Un volumen que constituye una puesta a punto de la región estu­


diada y, sobre todo, ofrece las características de las diferentes unidades
cartografiadas. Unos bloques diagramas ponen en evidencia la disposición
del relieve y la ordenación de sus diferentes partes. En ocasiones, están
representados los datos estructurales y las formaciones superficiales. Y en
otras, la distribución de las formaciones vegetales, y también de los suelos.
Pero no constituye la regla habitual.
— Un mapa de las diferentes unidades naturales consideradas y defi­
nidas en el volumen. Con el tiempo, llega a observarse una evolución.
Inicialmente, sólo se establecía un mapa de los «sistemas de tierras». Lue­
go aparecieron unos mapas de la vegetación, de los suelos, en ocasiones
unos mapas de la pluviometría, e incluso unos mapas llamados «geomor-
fológicos».
La taxonomía adoptada por el C.S.I.R.O. es sencilla. Supone, en su
versión más elaborada, tres únicos niveles:
— Los «sistemas de tierras» (latid Systems), que constituyen el nivel
más elevado. Se trata de unas unidades corográficas que corresponden en
la práctica a lo que se suele denominar «regiones naturales», término habi­
tual pero muy mal definido. Por ejemplo, una llanura litoral, con algunas
playas antiguas, unas lagunas y unos cordones litorales actuales, y algu­
nos pequeños deltas, puede constituir un «sistema de tierras». Lo mismo
ocurre en el caso de una región de mesetas de cubiertas ferruginosas, más
o menos desecadas.
— A continuación vienen las «unidades de tierras» (latid units). Se
trata de unos tipos de reheves que van asociados a los sistemas de tierras.
Por ejemplo, en el caso de mesetas de cubiertas ferruginosas desecadas,
las unidades de tierras son: los restos de mesetas, los valles que las cortan,
los cerros-testigo que las preceden.
— Las «facetas de tierras» constituyen la unidad inferior. No ha sido
muy estrictamente definida y es poco utilizada. Creemos que las facetas
correspondían a los elementos del modelado: por ejemplo, la cornisa su­
perior de una vertiente o su parte coluvial inferior.
Esta taxonomía no intenta situar los elementos que diferencia en
un conjunto genético. Es meramente descriptiva.

19
B U i E 3 5 E O fo j 5 vm
7 O , m
1 „ iE D 13

fm 2 [¿ É l 6 m. m ,o iH 12 1f c Í v ¿ l 14

F io . 1

F lG . 1
FlG. 1

F ig. 1 E3 ; E3 « E3 .
F ig . 1. E jemplo de « levantamiento de tierras» del C.S.I.R.O /

A. S istemas de tierras

Montañas y colinas sobre rocas volcánicas resistentes, granito y sedimento:


1 Starcke: montañas de rocas volcánicas, granito, grau wacke y otros sedi­
mentos, mesetas profundamente disecadas y arenisca cuarzosa; suelos del­
gados pedregosos; bosques de ironbark y/o bosques mixtos de eucaliptus.
2 Rurnula: montañas de granito, grauwacke y otros sedimentos; suelos de tex­
tura fina uniforme y limos rojos de buena estructura; vine forest.
3 Maytown: colinas bajas, densamente disecadas de rocas volcánicas, de grau
wacke y de otros sedimentos; suelos delgados y guijarrosos; bosques de
ironbark, algunos bosques box.
Regiones de relieve ondulado que llega hasta colinas sobre rocas bastante resistentes:
rocas metamórficas, granito, sedimentos, basalto:
4 Hodgkinson: relieve ondulado que pasa a unas colinas sobre grauwacke y
otras rocas sedimentarias; suelos guijarrosos delgados; bosques de ironbark.
5 Arkara: relieve ondulado y colinas bajas pedregosas sobre roca metamórfica
y granito; tierras compactas y suelos arenosos uniformes; bosques de
bloodwood-stringybark o de ironbark.

Llanuras y regiones bajas sobre unos sedimentos continentales alterados:

6 Koolburra: llanuras y bajas mesetas de arenisca terciaria alterada; tierras


rojas arenosas; bosques de bloodwood-stringybark-, algunos bosques de
paperbark.
7 Balurga: vastas llanuras sobre unas formaciones continentales meteorizadas;
tierras rojas arenosas y amarillas, suelos arenosos uniformes; bosques de
bloodwood-stringybark con algunos bosques de paperbark.
8 Motile: vastas llanuras sobre formaciones continentales meteorizadas, sobre
pelitas y aluviones; tierras compactas; bosques de paperbark o de blood­
wood-stringybark.
Llanuras sobre antiguos aluviones y coluviones:
9 Ninda: conos aluviales; suelos con fuertes variaciones de textura; predo­
minancia, muy variable, de bosques de paperbark.

Llanuras de aluviones recientes:


10 Radnor: llanuras estables de aluviones, claramente por encima del nivel de'
las crecidas; suelos de texturas muy cambiantes; praderas o sabanas.
11 Cumbulla: llanuras aluviales parcialmente sometidas a la acumulación ac­
tual y ampliamente inundadas en la estación de las lluvias; suelos de tex­
tura muy cambiante; bosques de paperbark.

2. Región de Mitchell-Normanby, Norte de Queensland según Land Research


Series, 26, 1970.

22
Llanuras y dunas sobre acumulaciones litorales recientes:

12 Inkermarr. llanuras litorales arcillosas con unos cordones litorales arenosos


bajos; suelos salinos-alcalinos de fuerte coeficiente de contracción; prados
con algunas formaciones espinosas de arbustos de hoja perenne.
13 Battersea: marismas litorales; suelos salinos-alcalinos con fuerte coeficiente
de contracción y suelos uniformes finos; manchas de vegetación de ma­
rismas saladas alternando con vastas extensiones desnudas.
14 Flattery: dunas en buena parte fitoestabilizadas; suelos arenosos uniformes;
formación de matorrales siempre verdes.

B. G eología

T erciario

1. Formaciones litorales. Arcillas y arenas eólicas.


2. Aluviones recientes. Arcillas, limos, arenas.
3. Aluviones antiguos y coluviones. Arcillas, limos, arenas, gravas parcialmente
meteorizadas.
4. Formaciones continentales meteorizadas. Arenas, algunos empedrados y arcilla.
Mesozoico

5. Esquistos sedimentarios, arcillas y pelitas parcialmente meteorizadas.


6. Arenisca cuarzosa.
Paleozoico

7. Grauwacke y otras rocas sedimentarias.


8. Rocas volcánicas, granito.

Precámbrico
9. Rocas metamórficas, granito.

Nota. Las formaciones cuaternarias han sido presentadas por los autores de las le­
yendas del mapa como «terciarias». Nos hemos limitado a traducir al pie de la letra...

C. S uelos

Suelos arcillosos agrietados

1. Marina, Carpentaria, Minor Nassau, Koolatah, Dinah.

Suelos de textura muy cambiante


2. Alice, Minor Koolatah, Gamboola, Stewart, Hanna.
3. Gamboola, Minor Kalinga, Clark, Alice.

Tierras compactas

Tierras rojas y amarillas.


4. Kimba, Minor Clark, Coleman,
% Kimba, Clark, Bridge catena, Minor Healy, Cardwell.

23
Tierras pardas y grises lavadas

6. Crowbar, Staaten, Minor Bathutst, Bridge, Kalinga, Gamboola, Alice.

Suelos rojos y pardos de estructura clara

7. Frazer, Springvale.

Suelos de textura media a fina

8. Maitland-Minor, Brooklyn, Kalinga, Bathurst, Gamboola.

Suelos arenosos uniformes

9. Cardwell, Kalinga, Minor Clark, Staaten, Gamboola, Hanna.


10. Dinah.
Formaciones rocosas

11. Minor Cardwell, Mungana, Emú.

D. V egetación

1. Praderas y sabanas boscosas.


2. Vegetación de marismas saladas y manglares.
3. Bosques de paperbark.
4. Bosques de bloodwood-stringybark.
5. Bosque de ironbark.
6. Bosque de vine.
7. Bosque mixto de eucaliptus y de ironbark en proporciones iguales, en un 50 %,
de bloodwood-stringybark y de paperbark en proporciones iguales, en un 25 %,
componentes menores para el 25 % restante.

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METODO DE LOS TRAZADOS DE TIERRAS DEL C.S.I.R.O.
Caracterización del sistema de tierras de Starcke (ver mapa, fig. 1)

S uperficie y
Unidad G eomorfología S uelos V egetación
LOCALIZACIÓN

1 40 %, principalmente Montañas graníticas y Principalmente aflora­ Roca con arbustos es­


2 obs. en el sur volcánicas, alt. 650- ciones rocosas y li- pinosos caducifolia-
1.300 m., muy roco­ tosuelos delgados dos (Patalostigma),
sas, grandes aflora­ (Mungana). Débiles en otras partes, bos­
mientos de roca des­ superficies de suelos ques de ironbark (E.
nuda. Valles estre­ arenosos delgados shirleyi, E. cullenii,
chos con pocos o nin­ (Cardwell) con mu­ E. brevifolia, Galli-
gún aluvión. cha grava. tris, Xanthorrhoea en
el E. con E. alba)
por debajo de The-
mada australis, Schi-
zachyrium, algunos
spinifex.

3 35 %, sobre todo en Mesetas de areniscas Principalmente aflo- Bosque mixto de eu­


4 obs. el norte disecadas, desnivela­ suelos delgados; tie- caliptos, arbustos es­
ciones 60-500 m. Su­ raciones rocosas y pinosos siempre ver­
perficies de la cum­ rras rojas y amarillas des o bosque de pa-
bre poco extensas pedregosas (Broo- perbark. Arbustos
con corazas de grava klyn) sobre algunas frecuentes, hierbas
ferruginosas; abrup- superficies culmina- bajas o medias. Algu­
tuosidades rocosas en les, suelos arenosos nos espesuras de lan-
lo alto de las pen­ delgados y uniformes cewood.
dientes. (Cardwell) en las
Coluviones arenosos pendientes bajas.
escasamente extendi­
dos en los valles es­
trechos.
25 %, principalmente Montañas desecadas Sobre todo suelos Bosque de ironbark
2
en el centro de sedimentos plega­ delgados rocosos (E- (E. cullenii); pies de
2 ebs: dos y de rocas meta- mu) con piedras en vertientes con bos­
mórficas. superficie y salientes ques box con M. vi-
Desniveles 100-650 m. rocosos, superficies ridiflora, E. cullenii
Pies de vertientes menores de suelos o bloodwood, con ma­
coluviales poco ex­ de textura muy cam­ lezas de Themeda
tendidos, pedregosos biante (Stewart), al australis, en ambos
en la parte alta, sus­ pie de las vertientes. casos, y, al E., algu­
ceptibles de abarran­ nos E. alba.
carse y limpiarse.

F ig. 2

25
SISTEMA DE TIERRAS DE CUMBULLA

Superficie y
Unidad G eomorfología S uelos V egetación
localización

1 10 %, dispersa Llanuras aluviales y Suelos pardos de bue­ Bosque mixto de eu­


7 obs. terrazas elevadas, no na estructura (Wyaa- caliptos en las partes
funcionales. Limo y ba y Waterhole); sue­ altas (bloodwood, M.
arcilla. Amplitud 90- los arcillosos de fuer nervosa, Grevillea
1.800 m. te contracción (Koo- Erythrophleum), pa-
latah) y suelos finos perbark (M. viridiflo-
uniformes (Mimosa). ra) en bosques o es­
pesuras mixtas siem­
pre verdes (Excoer-
caria) sobre las llanu­
ras de inundación y
en las hondonadas.
Niveles de cobertura
muy variables.

2 35 %, dispersa Levantamientos no Sobre todo suelos de Bosque mixto de eu­


6 obs. inundables, principal­ textura muy variable caliptos (bloodwood,
mente arena y limo, (Alice), algunas tie­ box, Excoercaria, M.
amplitud 45-900 m. rras rojas y amarillas nervosa, Terminalia
(Coleman y Kalinga), Coelospermum, Cana-
algunos suelos unifor­ rium), denso soto-
mes de textura media bosque de Heteropo-
y fina (Helenvale y gon contortus, Isei-
Bosworth). lema Schizachyrium,
Chrysopogon fallax,
Capillipedium; algu­
nos bosques de pa-
perbark (M. viridi-
flora, M. nervosa).

3 20 %, sobre todo so- Llanuras y vravicos Suelos de ' textura Sabana de box (so­
2 obs. bre la baja Mitchell aluviales no cortadas, muy variable, casi bre todo E. microthe-
parcialmente inunda­ siempre sobre mate­ ca) o paperbark (M.
bles. Predominio de rial alcalino: Stewart, viridiflora), sotobos-
limo y arcillas. An­ Alice, más raramen­ que de Eriachne bur-
chura 90-450 m. te Gamboola. kittii, Schizachyrium,
Sorgbum, Cyperaceae,
Panicum decomposi-
tum Praderas (E-

4 20 %, sobre todo so- Igual que la unidad Suelos de fuerte con­ Praderas (Eriachne
6 obs. bre la Mitchell me­ 3, pero más conti­ tracción arcillosa, so­ burkittii, Schizachy­
dia nua. Anchura 450- bre material alcalino: rium, Sorghum, Cype­
1.800 m. Koolatah. Más rara­ raceae, Panicum de-
mente, suelos unifor­ compositum), algunos
mes de textura me­ árboles esparcidos,
dia, aluviales: Helen­ como en la unidad 3.
vale.

26
S uperficie y
Unidad G eomorfología S uelos V egetación
LOCALIZACIÓN

5 10 %, dispersa Depresiones y brazos Suelos arcillosos de Variada: bosques de


5 obs. muertos frecuente­ fuerte contracción: bloodwood - stringy-
mente inundados, ar­ Koolatah y Yanko. bark, de paperbark
cilla predominante. (M. Viridiflora de
Anchuras 9-450 m., box (E Microthe-
profundidad 2-18 m. ca, Excoercaria), o
prados (Heteropogon
triticeus, Eriachne
burkittii, Cyperaceae,
Brachyachne, Chloris
Panicum, Vetiveria,
Oryza).

6 5 %, dispersa Lechos de cursos de Suelos uniformes alu­ Variada, generalmen­


2 obs. agua casi siempre se­ viales de textura gro­ te suelo desnudo, ga­
cos en la estación se­ sera de promedio: lería de M. argéntea
ca, arena predominan­ Morehead y Helen- o M. leucadendron.
te, anchura alcanzan­ vale.
do 1.100 m., profun­
didad 1,5-10 m. Es­
trecho linde de le­
vantamientos y cana­
les cenagosos a lo
largo de los principa­
les ríos, susceptibles
de ser inundados.

50

1 --------——____________ I I Mile
A llu v io l cto y 5¡|ti 5Q nd

Fio. 3

27
SISTEMA DE TIERRAS DE INKEMAN
Altitudes exageradas 10 veces
Superficie y
Unidad G eomorfología S uelos V egetación
LOCALIZACIÓN

1 30 %, dispersa Llanuras arcillosas, Suelos arcillosos alca­ Praderas (Bothrioch-


1 obs. ligeramente más ele­ linos de fuerte con­ loa, Schizachyrium,
vadas que la unidad tracción: Koolatah, Bryachyachne, Eriach-
2. Sobre todo anti­ de ninguna forma ne burkittii, Vetive-
guas lagunas ahora suelos de textura ria, Dichanthium),
por encima del nivel muy cambiante: Han- con Cyperaceae vigo­
del mar. Anchura va­ na. rosas; algunos bos­
riable alcanzando 3 ques de paperbark
kilómetros. (M. viridiflora).
2 40 %, dispersa Llanuras arcillosas li­ Suelos arcillosos sali- Igual que en la uni­
2 obs. geramente más eleva­ nos-alcalinos de fuer­ dad 1, pero, además,
das que la unidad 1. te contracción, con li­ Sporobolus virgini-
Principalmente, arci­ gero relieve de gilgai cus, Panicum decom-
llas de antiguas lagu­ (15-60 cm). Marina. positum, P. trachyra-
nas colmatadas por chis.
levantamientos epiro-
génicos. Anchura al­
canzando 8 km.

3 10 %, dispersa Cenegales y pantanos Lodos salados. Desnuda o mangla­


1 obs. inundados por los res.
ríos en la estación
húmeda y por las
grandes mareas. An­
chura 45-450 m.

4 10 %, dispersa Alternancia de eleva­ Suelos arenosos par Bosque mixto de eu­


1 obs. ciones arenosas bajas dos uniformes, bien caliptos, bloodwood y
y de depresiones ar­ seleccionados Dinah. box con arbustos,
cillosas. Levantamien­ hierbas y otros árbo­
tos de 1-3 m. de al­ les además de euca­
tura, y 45-220 m. de liptos. A veces ma­
anchura. Depresiones leza siempre verde,
de 45-450 m. de an­ sin eucaliptos, abier­
chura. Arenas cuar­ ta, con grandes hier­
zosas y conchíferas. bas y algunas palme­
Faja de 400-3.500 de ras.
anchura y 3-16 km.
de longitud a lo lar­
go de la costa.

28
SISTEMA DE TIERRAS DE BATTERSEA
Altitudes exageradas 10 veces
S uperficie y
Unidad G eomorfología Suelos V egetación
localización

1 60 %, dispersa Cenagales salados des­ Arcillas salinas-alca­ Desnuda.


1 obs. nudos, probablemen­ linas de fuerte re­
te inundados en la tracción. Carpenta-
estación invernal y ria y suelos unifor­
en ocasión de las mes finos Nassau.
grandes mareas. An­ Eflorescencias salinas.
chura 90-4.500 m.
2 15 %, dispersa Llanuras arcillosas li­ Arcillas alcalinas de Marismas saladas de
1 obs. geramente por enci­ elevadísima contrac­ Cyperaceas bajas con
ma de la unidad 1. ción. Marina, local­ algunos Sporobolus
Anchura 90-900 m. mente ligero gilgai. virginicus, Iseilema y
Sesbania.
3 5 %, dispersa Igual que la unidad Igual que la unidad Marismas saladas de
2 obs. 2. 1. Arthrochnemum.
4 10 %, dispersa. Alternancia de cordo­ Sobre los cordones, Bosque mixto de eu­
1 obs. nes litorales arenosos suelos arenosos uni­ caliptos, bloodwood
y de fajas. Arenas formes, bien seleccio­ y box con arbustos,
cuarzosas y conchífe­ nados, Dinah. árboles y hierba.
ras desplazadas local­ A veces, no hay eu­
mente por el viento. caliptos: maleza
siempre verde con
grandes hierbas y al­
gunas palmeras.
5 10 %, dispersa Canales de marea y Tierras siempre hú­ Manglares.
1 obs. marismas. medas, lodos salados.

F ig. 5

29
De igual manera, el objetivo de los «levantamientos de tierras»
del C.S.I.R.O. es meramente descriptivo. Los bloques-diagramas represen­
tativos de los sistemas de tierras muestran la disposición de las unidades
de tierras que suelen indicarse por medio de números. Se proporcionan
unas características generales de cada sistema de tierras, bajo unas sec­
ciones: clima, geología, geomorfología, drenaje. A continuación, un cuadro
describe las unidades de tierras, designadas cada una por su número. Indi­
ca, en cada caso y bajo forma de columnas, si su extensión es grande,
pequeña o media (no existen generalmente planimetrías ni porcentajes),
y cuáles son las formas de terreno, los suelos y los tipos de formación
vegetal que se encuentra en ellos. A lo largo del volumen se ofrecen algu­
nas precisiones suplementarias en los capítulos correspondientes, especial­
mente algunos análisis de suelos y unas listas de especies de las formaciones
vegetales indicadas.

2. Apreciación critica

El método de levantamientos de tierras del C.S.I.R.O. es muy empírico.


¿La causa reside en una determinada mentalidad anglosajona o en un
cierto aislamiento intelectual del continente de las antípodas, tan innega­
ble como sentido por los investigadores que viven en él? Da igual: es sor­
prendente comprobar que los australianos se han preocupado muy poco
de entregarse a un examen crítico de su método, de exponerlo y discutir
sus principios, de relacionarlo con las corrientes de pensamiento exterio­
res. Por ejemplo, cuando se hojea la colección de las publicaciones (Land
Research Series) se ven aparecer gradualmente algunas modificaciones. La
principal consiste en acompañar el mapa de los «sistemas de tierras» de
una serie de mapas temáticos más especializados. Ahora bien, nunca, que
sepamos, las razones de este cambio han sido objeto de publicaciones de
discusión metodológica.
Sin embargo, se trata de un cambio fundamental. En efecto, lleva a
abandonar el postulado inicial sobre el que se sustentaba el método. Este
postulado equivale a afirmar la identidad de las unidades para los dife­
rentes aspectos del medio natural considerado: modelado, suelos, vegeta­
ción, condiciones hidrológicas. Equivale asimismo, por lógica consecuencia,
a admitir que los límites de los diferentes aspectos coinciden necesaria­
mente. Pues bien, nuestra experiencia nos enseña que esto no es exacto:
la coincidencia se realiza ampliamente, al 80 o 90 % , y en ocasiones más,
cuando los factores limitadores son simples y muy coercitivos, pero menos
en las ocasiones en que esto no ocurre o cuando intervienen otros facto­
res, que no son tenidos en cuenta. En suma, el problema es de índole
parecida al de la dispersión estadística. Es silenciado pese a que el estu­
dio de las tasas de correlación ofrezca un instrumento perfectamente ade­
cuado para su estudio. Ahora bien, los grados de coincidencia en la exten­

30
sión espacial de fenómenos de naturaleza diferente (o los aspectos que
engendran, para no salirse de la óptica descriptiva del C.S.I.R.O.) expre­
san precisamente unas tasas de correlación entre esos mismos fenómenos.
Con ello nos topamos con un tema de estudio de importancia capital, no
sólo para el estudio de la estructura del sistema natural, sino, también,
para el ordenamiento, pues dichos estudios son indispensables para poder
prever las modificaciones en cascada que puede provocar tal o cual in­
tervención.
Diríase que, al desarrollar los estudios, los australianos han llegado
a una percepción más sutil y se han dado cuenta de que los límites de
ias diferentes unidades, naturales no coinciden exactamente según los
aspectos que se estudien. En tales condiciones se ha mantenido, por fide­
lidad a la tradición, el mapa de los «sistemas de tierras», pero sin creer
excesivamente en él, como una piadosa reliquia procedente de un com­
promiso más o menos afortunado, y cada especialista ha «recuperado su
libertad» en su terreno, situando más o menos diferentemente los límites
de los hechos que estudia. La precisión es probablemente mayor. En efec­
to, el examen de los mapas recientemente publicados muestra unas dife­
rencias muy sensibles, no sólo en el trazado de los límites de las unidades,
sino también en la división en unidades entre el mapa de los «sistemas
de tierras» y los mapas temáticos que se le adjuntan. Pero, en tal caso,
¿qué valor posee el mapa de los «sistemas de tierras»? Más aún, ¿cuál
es el valor del método? ¿Por qué no abordar frontalmente el problema de
la coincidencia entre las áreas de extensión de los diferentes aspectos? Eso
es tanto más sorprendente en la medida en que los geógrafos anglófonos
son los más propensos a la cuantificación y a las formulaciones matemá­
ticas a todo coste, bajo el nombre, algo engañoso, de «nueva geografía».
En realidad, no tiene nada de sorprendente. Las preguntas que nos
formulábamos en el párrafo anterior son la consecuencia de una posición
metodológica. Examinemos este punto con más detenimiento.
El enfoque del C.S.I.R.O. se basa fundamentalmente en la foto-inter­
pretación. Nosotros mismos llevamos demasiado tiempo utilizando las foto­
grafías aéreas como para rechazarlas ahora. Pero, precisamente por ello,
somos perfectamente conscientes de sus limitaciones. La fotografía aérea,
sobre todo cuando se practica a una escala bastante pequeña (1/50.000
o 1/60.000, como ocurre generalmente en Australia), se presta mucho
más a una descripción que a un análisis dinámico. Permite directamente
la percepción del relieve, en estereoscopia, y de la vegetación. Los restantes
aspectos del medio natural se deducen de los anteriores por interpretación.
Así ocurre con los suelos, la litología, la estructura e incluso los procesos
actuales. El material disponible, y la urgencia de los estudios debido a las
condiciones geopolíticas, impedían, en la época de la realización de los
levantamientos, actuar de otra manera. La descripción se impone en las
fases iniciales de la exploración. A continuación no basta. La crítica que
cabe dirigir al C.S.I.R.O. es que ha seguido siendo demasiado empírico,

31
y no ha sabido cambiar de concepciones y de método en el momento
oportuno, por falta de una reflexión suficiente.
En efecto, hacia 1940-1946, la geomorfología, especialmente en los
países anglófonos, estaba escasamente orientada hacia el estudio de los
procesos. La influencia de Davis seguía siendo fuerte, y conducía a apo­
yarse más en la «imaginación» que en la observación precisa de los proce­
sos. La geomorfología dinámica nació a continuación y tardó en difun­
dirse por el mundo anglófono, que menosprecia con excesiva frecuencia
las publicaciones en lengua extranjera. La única geomorfología a disposi­
ción de los pioneros del C.S.I.R.O. era de tipo fisiográfico. Se limitaba a
describir las formas influenciadas por la estructura, las explicaciones, las
etapas de un supuesto «ciclo de erosión». Con ello no se podía ir mucho
más lejos... Pero los métodos habituales, poco exigentes desde un punto
de vista de rigor científico, casaban perfectamente con la foto-interpreta­
ción, y en especial con sus deficiencias. Quedaba cerrado, pues, el cículo
vicioso. Ahora bien, tales círculos viciosos tienen una asombrosa capa­
cidad de supervivencia: la prueba está en el «ciclo de erosión» de Davis
en los Estados Unidos. Recordemos que encontramos la misma deficiencia
metodológica en otro concepto de origen anglosajón: el de catena en
pedología. Ahora bien, es contemporáneo: no es efecto del azar...
Es importante efectuar la aproximación, pues las relaciones entre sue­
los y modelado, tal como se admiten en los «sistemas de tierras» del
C.S.I.R.O., están basadas en el concepto de catena. El es, en efecto, el que
permite aplicar el postulado de la coincidencia entre las unidades morfo-
gráficas y las unidades pedológicas. Insistiendo en este mismo terreno,
es una pena que un cierto endemismo intelectual haya impedido a los inves­
tigadores del C.S.I.R.O. tomar en consideración los trabajos que han lle­
vado a modificar estas concepciones. Y son más lamentables en la medida
en que los pedólogos del propio C.S.I.R.O. han desempeñado, en el plano
internacional, un papel capital en el estudio de las relaciones entre los
suelos y las condiciones geomorfológicas. ¿Se debe, pues, a alguna división
administrativa?
Estas críticas se refieren a la insuficiente evolución de los métodos
aplicados a los «levantamientos de tierras», pero no deben hacer olvidar un
punto importante. Han hecho tomar conciencia del interés de las foto­
grafías aéreas, que los geógrafos apenas habían descubierto. Al mismo
tiempo, han puesto en marcha un cierto tipo de trabajo interdisciplinario,
basado en pequeños equipos formados respectivamente por un geomorfólo-
go, un botánico especializado en ecología y un pedólogo, a los cuales
se añaden en ocasiones un geólogo o un especialista en montes, o un
especialista en pastos, y también un agrónomo.
Sin embargo, debemos subrayar un punto capital: los levantamientos
de tierras del C.S.I.R.O. han sido concebidos para el reconocimiento de
regiones científicamente inexploradas, prácticamente sin poblar y para la
confección de documentos a pequeña escala. En la propia Australia apare­

32
cieron las dificultades cuando el paso del tiempo modificó estas condicio­
nes iniciales. De todos modos no han sido graves gracias al conocimiento
empírico acumulado. Cuando éste ha faltado, las dificultades han sido
tan graves como para conducir al fracaso: así ha ocurrido con el costo­
sísimo intento realizado por la F.A.O. en la Patagonia argentina, con un
equipo numeroso y, sin embargo, compuesto únicamente de australianos.
En Canadá, para el estudio de las zonas forestales que rodean el lago
Saint-Jean, ha sido preciso adaptar considerablemente el método. Así, pues,
de manera paradójica, en el preciso momento en que el método debe ser
reelaborado para resultar eficaz, ha sido adoptado fuera de Australia, por
la F.A.O. y por el Ministery of Overseas Surveys de Londres, en especial.
Examinemos ahora otro enfoque: el que se basa en el concepto de
«paisaje».

II. EL ANALISIS DE LOS PAISAJES

En Europa se ha desarrollado otro enfoque, cuyos orígenes son anti­


guos y muy anteriores a la utilización de las fotografías aéreas. Asegura,
apenas sin solución de continuidad, la transición entre el pensamiento con­
temporáneo y el de los grandes naturalistas del siglo xix. Es el método
basado en el análisis de los paisajes, que se ha desarrollado en Europa cen­
tral y oriental: el término «paisaje» corresponde a la traducción del alemán
Landschaft, afincado desde hace tiempo en el vocabulario científico. A tra­
vés de Von Richthoffen, el concepto se vincula a los explotadores del siglo
pasado: en efecto, el gran geógrafo alemán dedicó un pequeño volumen
al método de las observaciones practicado en los viajes científicos. Reco­
mienda, en la tradición de A. de Humboldt, interesarse por los diferentes
aspectos de la naturaleza y relacionarlos entre sí. A fines del siglo pasado,
en Rusia, el fundador de la pedología, Dokuchaev, se impregnó de las
mismas concepciones, y adoptó el término Landschaft, que perdura en el
lenguaje científico ruso. Sitúa de nuevo los suelos en el conjunto del medio
natural y utiliza con frecuencia, para designarlos, expresiones que aluden
a otros aspectos del medio natural, principalmente la vegetación («suelos
de estepa», por ejemplo). Bajo su impulso, la pedología quedó estrecha­
mente integrada desde su origen en la geografía física, y así sigue estándolo
en la Unión Soviética. A él debemos la tendencia a insistir en la zonalidad
de los suelos, característica que se desprende directamente de la zonación
de la vegetación natural en las llanuras de Rusia y de la parte occidental
del Asia soviética.
La noción de paisaje coincide prácticamente con la de unidad natural.
Un paisaje se caracteriza por una asociación de caracteres: relieve, clima,
vegetación, suelos. El concepto es de naturaleza fisionómica. Coincide en

33
la práctica con el que descubrieron los australianos del C.S.I.R.O. en el
método de los levantamientos de tierras, cosa que, por otra parte, igno­
raban. Pero la óptica metodológica es bastante diferente y más les habría
valido a los australianos tomarla en consideración. En efecto, desde el
comienzo aparece la preocupación por estructurar la observación, vincular
los datos de naturaleza diferente que componen el paisaje mediante una
red de relaciones de causalidad. El concepto de zonalidad, introducido
desde sus comienzos en la pedología por Dokuchaev, traduce esta orien­
tación.
Eso explica una serie de hechos:

Los soviéticos se interesan por el método de los levantamientos de


tierras. Procede de una concepción para la que les ha preparado la noción
de «paisaje». Por otra parte, responde a unas necesidades prácticas aná­
logas: la mayor parte del Asia soviética es una tierra escasamente pobla­
da, todavía poco conocida, difícil de valorizar y que conviene ocupar rápi­
damente por unas razones geopolíticas parecidas a las que conoció Australia
en la época de la Segunda Guerra Mundial.

— Pero los soviéticos extraen de su tradición científica una orien­


tación de investigación que apenas aparece en Australia. Analizan el pai­
saje como un sistema y pretenden medir los grados de correlación que
existen entre sus diferentes miembros. Aplican a estas investigaciones el
instrumental matemático moderno. Prueban unos programas de medidas
en unas parcelas experimentales y en unas muestras representativas de
las unidades naturales. Estos trabajos continúan, pero es difícil infor­
marse respecto a ellos pues las publicaciones que se les dedican son inlo-
calizables en Francia.

— En Polonia y, sobre todo, en la República Democrática Alemana


(R.D.A.) se desarrollan unas investigaciones que siguen una orientación
similar. Desde 1962, las publicaciones alemanas se dedican a la Landschaft-
sókologie, a la ecología de los paisajes. Describen unas minuciosas obser­
vaciones, hechas a muy gran escala sobre unos perfiles. Estos correspon­
den a unas catenas, a unas toposecuencias. Ponen en relación las dife­
rentes biocenosis definidas sobre todo por sus especies, con las carac­
terísticas del medio: posición topográfica, material, suelos, condiciones hí-
dricas. Al igual que en la catena de la mayoría de los pedólogos, la pers­
pectiva es fisionómica y estática. Falta la dimensión evolutiva y dinámica,
tanto en lo que se refiere a las biocenosis como a su soporte eco-gráfico.

Entre los trabajos del C.S.I.R.O. y los de los investigadores alemanes


parece existir un gran abismo. En Australia han cubierto grandes super­
ficies a pequeña escala sin pensar demasiado en los métodos y sin tomar
en consideración lo que se hacía fuera. Puede decirse que se ha caído un

34
poco en la rutina, peligro que amenaza a los organismos de investigación
aplicada. En la R.D.A., al contrario, se ha trabajado el detalle y dejado de
lado la aplicación. En ambos casos, sin embargo, aparece el mismo defecto:
la concepción es estática. Las investigaciones soviéticas son mucho más
interesantes, tanto desde el punto de vista fundamental como desde el
punto de vista práctico.
No obstante, la orientación de dichos trabajos tiene, en cualquier caso,
un gran valor: tienden a vincular la ecología v el estudio de su soporte,
el medio natural. Eso constituye un germen de progreso, evidenciado por
las publicaciones más recientes.
Así, en la R.D.A., G. Haase (1967) aborda, en un extenso artículo,
el problema metodológico del estudio de las relaciones entre la ecología
de los paisajes y el estudio del medio natural. En su opinión, los «geosiste-
mas» se definen por unos intercambios de materia, por el funcionamien­
to de los eco-sistemas y por unos aspectos «dinámico-genético». La eco­
logía del paisaje estudia las relaciones verticales entre los elementos de
la biocenosis y su distribución en el espacio. Debe tomar en consideración
los intercambios de materia y de energía (concepción ecológica) y las mo­
dificaciones en el tiempo, periódicas y generales, que indican una evolución.
Siempre según la opinión de G. Haase, debemos proceder a efectuar en pri­
mer lugar un reconocimiento fisionómico, y después un análisis cualitativo
de los fenómenos, el cual, a continuación, se cuantifica estableciendo unos
balances. Eso lleva a corregir la clasificación fisionómica. A partir de en­
tonces, podemos cartografiar las unidades definidas. El análisis ecológico
del paisaje puede efectuarse utilizando dos enfoques: un análisis llamado
«diferencial» referido a los componentes del paisaje (temperatura, hume­
dad, pedogénesis, etc.) en unas unidades de diferente orden y apoyado en
unas medidas; y un «estudio estacional» referido a unas muestras de las
que se examinan todos los elementos. En cualquier caso, hay que estudiar
lo que el autor denomina los «sistemas parciales», o sea las interacciones
entre los componentes del medio tomados en parejas, por ejemplo, las
relaciones modelado pedogénesis (concepto de catena). La redacción es
recargada y muchas veces de falta de claridad, pero la preocupación que
las motiva es jvidento. Son idénticas a las de los investigadores soviéticos
y coinciden con las de algunos investigadores franceses, como los del
C.E.P.E. (Montpellier).
Son especialménté lnteresantes los trabajos de G. Cabaussel (1967) y
de G. Bertrand, que, por otra parte, coinciden en varios puntos.
G. Cabaussel (1967) ha intentado establecer una tipología de los paisa­
jes y analizar su extensión en los límites de la hoja Grenoble a escala
1/100.000. Se sitúa, por consiguiente, en una escala media, diferente a
la vez de los trabajos del C.S.I.R.O. y de las investigaciones de Land-
chaftskólogie de la R.D.A. Para él, «el tipo de paisaje corresponde a un
modo de adaptación (fisionómico, específico o estructural) del conjunto
formado por la vegetación natural (o transformada) y la acción humana

35
(agrícola, pecuaria...) al medio que se le ofrece».3 La coincidencia entre
la extensión de determinados cultivos y la de determinadas especies es­
pontáneas descubre una misma adaptación al medio, o, si se prefiere, una
equivalencia ecológica. La cartografía procede por superposición: unos tipos
de signos diferentes representan los datos litológicos, los regímenes hídri-
cos, el clima. El problema de los límites no se resuelve por medio de un
postulado. Se 'aborda a través del método llamado de la eliminación con­
vergente. Consiste en partir de conjuntos bien tipificados, que ofrezcan
entre sí un contraste bien claro. En el punto donde se comienza a dudar
acerca de la pertenencia del espacio a uno de los dos comienza una región
intergrado, una zona de transición. A continuación se examina si puede
erigirse en tipo o no.
G. Bertrand también adopta el concepto de «paisaje» y lo define del
siguiente modo: «E s una porción de espacio caracterizada por un tipo
de combinación dinámica, por consiguiente inestable, de elementos geo­
gráficos diferenciados — físicos, biológicos y antrópicos— que, al reaccio­
nar dialécticamente entre sí, hacen del paisaje un «conjunto geográfico»
indisociable que evoluciona en bloque, tanto bajo el efecto de las interac­
ciones entre los elementos que lo constituyen como bajo el efecto de la
dinámica propia de cada uno de sus elementos considerados separada­
m ente.»4 Esta definición,, que se sitúa en la línea de pensamiento de
A. Cholley, es la de un sistema. Corresponde exactamente a lo que noso­
tros designamos mediante la expresión de «sistema natural». Cada uni­
dad se caracteriza por una estructura propia, que coincide con esta red
de interacciones. La totalidad no tiene nada que ver con la suma de sus
partes: posee su propia organización específica. Un montón de guijarros
multicolores todavía no es un mosaico...
Las «unidades de paisaje» deben estar jerarquizadas, por lo que hay
que establecer su taxonomía. G. Bertrand distingue tres niveles sucesivos:
el medio físico, los eco-sistemas, la intervención humana. Eso permite
introducir, sin dificultades, una dimensión temporal, una perspectiva diná­
mica y evolutiva. Para ello, G. Bertrand (1968) se apoya en la teoría bio-
rexistásica de Erhart. Distingue unos geosistemas biostásicos estables y
unos geosistemas rexistásicos en los que la morfogénesis «dificulta la pedo-
génesis y la colonización vegetal».5 Algunos son climácicos, pues la morfo­
génesis reviste una cierta importancia debido a las características del medio
y va asociada, en el sistema, a un cierto tipo de cobertura vegetal consi­
derada, a su vez, como climácica. Otros proceden de una degradación
antrópíca y son, a partir de ahí, «regresivos». Más adelante insistiremos
sobre estos puntos, pues juegan un papel de primera magnitud en nues­
tras propias investigaciones.

3. C. Cabaussel, 1967, pág. 132.


4. G. Bertrand, 1970, pág. 197.
5. G. Bertrand, 1968, pág. 267.

36
La taxonomía establecida por G. Bertrand es la siguiente:

— El geotopo es la unidad inferior. Ocupa unos pocos metros cua­


drados y corresponde prácticamente al área ocupada por un microclima,
en el sentido que los ecólogos confieren a este término. Ofrece unas
condiciones ecológicas especiales, que permiten la aparición de lo que
algunos ecólogos designan con el nombre de nicho. Puede tratarse de una
depresión fangosa de unos metros cuadrados en una meseta, de una cavi­
dad de una cornisa rocosa, de una sima kárstica. Generalmente, el geo­
topo corresponde a una forma de modelado mejor, y ofrece, pues, una
unidad litológica y microclimática. Abriga una biocenosis característica.

— La geofacies ofrece una fisionomía homogénea en distancias com­


prendidas entre unos centenares y unos millares de metros. Una hondo­
nada de inundación en una llanura aluvial, una vertiente orientada de de­
terminada manera, un borde de meseta, un pequeño valle pueden servir
de base a una geofacies a condición de que estén ocupados por una forma­
ción vegetal homogénea. Es generalmente heterogénea desde el punto de
vista litológico y, por consiguiente, desde el punto de vista pedológico.
Pero los suelos que se encuentran en ella se ordenan de acuerdo con
determinados criterios y forman una asociación o secuencia, por ejemplo
una toposecuencia. Los campesinos llevan siglos utilizándolas para esta­
blecer la trama de las tierras. Con suma frecuencia, la geofacies es objeto de
una división parcelaria que tiene en cuenta las características del medio y
se presenta, ante el catastro, como una zona.

— El geosistema es todavía más vasto. Puede ocupar de una decena


a un centenar de kilómetros cuadrados. En la montaña, por ejemplo, corres­
ponde a una parte de piso climático homogéneo desde el punto de vista
litológico y topográfico. El geosistema reagrupa unas geofacies diferentes,
por ejemplo solana y umbría de un valle. Constituye un marco de valori­
zación y, como tal, se presta al análisis del impacto humano sobre la tierra,
como hemos indicado anteriormente.

G. Bertrand ha ofrecido unos ejemplos de la aplicación de su sistema


en unos medios geográficos tan diferentes como la España cantábrica6 y
el Nepal,7 de modo que el método puede aplicarse a unas regiones que
están en la fase de la exploración científica. Y, al mismo tiempo, desde el
punto de vista conceptual, es mucho más rico que el de los levantamien­
tos de tierras del C.S.I.R.O., lo que permite adaptarlo a las necesidades
de ordenamiento. De todas maneras, eso exige algunos esfuerzos comple­
mentarios, a fin de conocer mejor la estructura del medio natural.

6. Cf. G. Bertrand, 1972.


7. Cf. G. Bertrand y O. Dollfus, 1973.

37
III. LA INTEGRACION DINAMICA

Repitámoslo una vez más: el ordenamiento consiste en modificar o


en sustituir por otra una dinámica existente. Por consiguiente, no puede
limitarse a una visión estática, descriptiva, del medio natural. Debe poder
tener en cuenta la sensibilidad de dicho medio respecto a tal o cual tipo
de intervención. Esta perspectiva ha sido formulada por algunos ecólogos,
y es de capital importancia.
Los progresos del conocimiento del medio natural nos llevan a con­
ceder una considerable importancia a su grado de estabilidad. El hombre
que, en nuestros días, conoce simultáneamente una fase de conmociones
en el plano técnico y un estallido demográfico sin precedentes, ejerce una
presión enormemente acrecentada sore todo el medio natural. Esto puede
terminar en una catástrofe, por lo que apreciar la capacidad de resistencia
de dicho medio es, pues, esencial. Pero, por otra parte, este medio tam­
bién ha conocido, a lo largo de los tiempos, unas modificaciones muy im­
portantes cuya responsabilidad no incumbe al hombre. No debemos olvidar,
en efecto, que hace sólo 12.000 años — por consiguiente un pasado geo­
lógicamente reciente— la última glaciación reinaba todavía en Escandi-
navia, Escocia, los alrededores de Nueva York y de Leningrado... Nues­
tros antepasados cazaban el reno...
Sería una enorme falta de perspectiva pretender considerar la natu­
raleza actual como situada en un «régimen permanente». Está en curso
de adaptación a unas condiciones que han cambiado considerablemente.
Según las categorías de los fenómenos, esta adaptación, más o menos rá­
pida, está más o menos avanzada. Pero debemos plantear el problema.
Existen bajo nuestros ojos muchas herencias, muchas características del
medio natural que actualmente ya no se elaboran y que sobreviven a las
condiciones en que se han desarrollado. Eso influye muchísimo en la
sensibilidad de la naturaleza respecto a nuestras intervenciones. Una vez
más, sería artificial pretender distinguir entre el conocimiento fundamental
y la investigación aplicada. El problema afecta a uno y otro aspecto de
nuestras actividades intelectuales.
Así que la integración basada en la dinámica debe ocuparse, conjun­
tamente, de dos aspecto*:

— La dinámica actual, que determina algunas características del medio


natural, que interfiere con determinados recursos ecológicos que explo­
tamos o queremos explotar, que también puede amenazar las instalaciones
que implantamos. Debe ser tenida er cuenta en todo ordenamiento.

— Las dinámicas anteriores, que se han ejercido en épocas anteriores


a la actual, durante unos períodos relativamente breves en relación a la
escala geológica, y que han dejado unas herencias en el medio natural que

38
utilizamos y que es nuestro marco ecológico. La sucesión de estas diná­
micas diferentes, ritmada fundamentalmente por los cambios climáticos,
es un factor de explicación decisivo de la siuación actual. Indirectamente,
influye también sobre los problemas del ordenamiento, sobre la sucepti-
bilidad del medio respecto al impacto del hombre.

H. Ehrart (1956), en su teoría biorexistásica, ha propuesto una expli­


cación de las características de los sedimentos basada en unos cambios
climáticos. Opone unos períodos de biostasia, durante los cuales las tierras
emergidas están revestidas de una densa cobertura vegetal que sólo per­
mite la migración de iones en solución hacia las cuencas de sedimentación.
Las rocas se alteran e impera sin barreras la pedogénesis. La sedimentación
es de naturaleza química y orgánica. Unos cambios climáticos alteran de
vez en cuando esta situación e introducen unos períodos de rexhtasia. La
cobertura vegetal sufre, disminuye y ya no cubre bien el suelo. Los pro­
cesos morfogénicos ejercen una acción mecánica importante. La arroyada
moviliza los suelos anteriormente formados, arrastrados por las aguas a
las cuencas de sedimentación, donde las aportaciones de detritus son im­
portantes. Se forma otro tipo de materiales, nutrido por la transformación
de los suelos.
La concepción es esquemática y permanece dentro de la inspiración
catastrofista, en la tradición de Cuvier o de la geomorfología de Davis.
Ha tenido, sin embargo, el valor de hacer reflexionar, especialmente a
ciertos geólogos demasiado propensos a atribuir a un paroxismo tectó­
nico la intercalación de unos pocos centímetros de arena en una capa
arcillosa... Y sigue siendo válida, siempre que sea matizada. La movili­
zación de los materiales espesos de alteración8 ha alimentado en mayor
medida la sedimentación que los suelos, siempre delgados. Es una dife­
renciación que debe hacerse aunque, en ocasiones, los pedólogos parezcan

8. Actualmente impera una cierta confusión de vocabulario en las ciencias de


la tierra. Por consiguiente, debemos precisar el sentido de los términos que utilizamos.
Para nosotros, al igual que para la mayoría de los geólogos y de los geomorfólogos,
las formaciones superficiales engloban todos los materiales, en afloramiento, que difie­
ren de la roca subyacente, bien porque sean alógenos, bien porque procedan de proce­
sos de meteorización que han modificado el substrato. La grava de gelifracción, el gra­
nito podrido, una morena, unos desprendimientos son unas formaciones superficiales.
El estudio de las formaciones superficiales definidas de este modo interesa, obviamen­
te, a toda una serie de disciplinas: la geología, pues aparecen en los mapas geológicos
y permiten describir los episodios recientes de la evolución del globo; la geomorfología,
pues su elaboración va estrechamente vinculada a la génesis del modelado; la pedología,
pues son el material original de los suelos. Sin embargo, considerar las formaciones
superficiales como parte integrante de los suelos es abusivo. En el sentido estricto, el
suelo se detiene en la base del horizonte B. Pensamos, por otra parte, que los suelos
pueden ser cómodamente incluidos en las formaciones superficiales, de las que consti­
tuyen un elemento. Esta posición favorece las aproximaciones interdisciplinarias, y por
tanto la comprensión de la naturaleza.

39
ignorarla. Hay que admitir sobre todo, en base a lo que se observa, que
pedogénesis y morfogénesis no se alternan como afirma la teoría biorexis-
tásica. Pedogénesis y morfogénesis coexisten a menudo y, en tal caso, se
interfieren entre sí. Analizar esta interferencia, precisar sus modalidades y
apreciar sus efectos es, evidentemente, mucho más complejo que admitir
su alternancia y su dominio exclusivo durante unos períodos sucesivos.
Es comprensible que no se haya comenzado por ahí. Pero, para entender
mejor los fenómenos naturales, es preciso hacerlo.
Procederemos a franquear dos etapas sucesivas. En primer lugar, recor­
daremos la estructura del medio natural. A continuación, presentaremos
una clasificación de las unidades naturales basadas en su dinámica.

1. El medio natural: organización del sistema y flujos

La organización general del medio natural en tanto que sistema ya ha


sido presentada. Así que nos contentaremos con recordarla rápidamente
(fig. 6).
El medio natural ocupa una interfacies,9 la que está entre el globo
terrestre, tierras y aguas, y la atmósfera. Ahí es, también, donde se elabo­
ran los materiales especiales: las formaciones superficiales, resultado de
la modificación de las formaciones geológicas en contacto con la atmós­
fera, el agua y los gases que contiene (fenómenos de meteorización). Por
su metabolismo, las plantas están típicamente adaptadas a esta interfacies:
captan la radiación solar — que las alimenta de energía— en la base
de la atmósfera, y extraen unos elementos minerales y el agua, vehículo
fisiológico, del suelo donde penetran sus raíces.
La energía que alimenta el sistema, constituido por la propia materia,
se introduce en él por dos caminos:

— Una parte procede del exterior, del sistema solar, y, en el caso de


una ínfima parte, de más lejos todavía (radiaciones cósmicas, impactos
de meteoritos). Engendra lo que suele designarse con la imprecisa expre­
sión de «fuerzas externas». Su parte esencial está constituida por la ener­
gía transmitida por el sol bajo la forma de radiaciones. Recordemos que
en la parte superior de la atmósfera esta energía alcanza un promedio de
1,4 kw/m2. Es algo considerable. De manera accesoria respecto al punto
a que nos referimos, también interviene la atracción newtoniana, que se
debe al sol y a la luna y engendra las mareas, que, a su vez, provocan
importantes corrientes en las regiones costeras.

—El resto se manifiesta en el interior de la materia sólida del globo,


engendrando las llamadas «fuerzas internas». Los rearreglos de electrones

9. Cf. J. Trican, 1972, pág. 22.

40
N iv e le s

SIST E M A SO LA R t R A D IA C IO N SO LA R

Fenómenos que se producen Fenómenos que funcionan gracias


en la cobertura vegetal Escasa a la energía de la gravedad

Fig. 6. Los flujos de energía


ofrecen una energía que se manifiesta por un desprendimiento de calor,
por unas modificaciones de la materia (volcanismo, metamorfismo), por
unos movimientos de materia (volcanismo, deformaciones técnicas). Y,
finalmente, la propia masa del globo ejerce también una atracción newto-
niana, que origina la gravedad. Digamos, de manera esquemática, que
las fuerzas tectónicas engendran unas desigualdades de la superficie de la
litosfera, fosas oceánicas, montañas, y que los flujos de materia movidos
por la gravedad tienden a atenuarlas. Se movilizan unos productos en las
áreas levantadas y una parte de ellos acaba depositándose, bajo la forma
de sedimentos, en las depresiones ocupadas por los mares y océanos. La
persistente vecindad, en la superficie del globo, de extensiones marinas
y de tierras emergidas a lo largo de la historia geológica procede de la
permanencia de estas deformaciones de la litosfera.
Como vemos, el medio natural terrestre es un sub-sistema de un
sistema más vasto, más englobador: el sistema solar, y lo mismo le ocurre
a éste en relación con una galaxia. Así, pues, el medio natural es un sistema
abierto-, recibe energía del exterior (sistema solar), la emite también,
bajo la forma de una emisión de radiaciones por la tierra. Con ello con­
seguimos explicarnos fácilmente una cierta inestabilidad del medio natu­
ral a lo largo del tiempo. Se traduce, especialmente, por los cambios de
clima, considerablemente amplios y repetidos en el transcurso de los
tres últimos millones de años, a partir del período villafranquiano. Pero,
sin embargo, eso no debe llevarnos a olvidar que también con anteriori­
dad el clima del globo ha conocido modificaciones: las glaciaciones paleo­
zoicas tienen, como mínimo, una importancia semejante a las del cuater­
nario. De todas formas, las del cuaternario siguen ejerciendo una fuerte
influencia sobre el medio natural actual, cosa que no puede decirse res­
pecto a las oscilaciones climáticas paleozoicas cuyo interés es esencialmente
geológico. Las oscilaciones climáticas cuaternarias se han traducido en
unos cambios generalizados de la temperatura de la superficie del globo.
Por ejemplo, con motivo de la última glaciación, en el Würm (Europa occi­
dental) o en Wisconsin (América del Norte) o el Vístula (Europa centro-
oriental), incluso bajo el Ecuador, la temperatura disminuyó en varios
grados (5-6 °C , por ejemplo, en los alrededores de Bogotá, Colombia). Es
preciso admitir, por consiguiente, que estas oscilaciones climáticas han
sido provocadas por unas modificaciones del balance radiactivo.
El medio natural se caracteriza por unos flujos, tanto de energía como
de materia, que son los que se manifiestan en los diferentes fenómenos
que observamos.
Las plantas, base de la pirámide de los niveles tróficos, realizan la
síntesis de moléculas de hidrato de carbono al captar la energía irradiada
por el sol. Las ondas cortas contienen una cantidad muy superior de ener­
gía que las ondas más largas. Un quantum de azul, por ejemplo, contiene
de siete a ocho veces mayor cantidad de energía que un quantum de
rojo. La energía de onda corta, la ultravioleta por ejemplo, provoca una

42
ionización que aumenta la energía contenida en los electrones. Es la que se
utiliza en la fotosíntesis. Esta ionización no se produce en sus ondas más
largas que las ultravioleta. Las radiaciones más largas engendran unas
vibraciones que sólo provocan unos movimientos de rotación de los elec­
trones, de manera que la energía, a fin de cuentas, se dispersa en calor.
Así ocurre, especialmente, en el caso de las radiaciones infrarrojas. Pero,
como promedio, en las condiciones óptimas de laboratorio, el rendimiento
de la luz solar en la fotosíntesis no supera el 20 % (27,5 % en el azul
extremo y sólo el 15,7 % en el caso del rojo extremo). Es evidente que
el rendimiento en la naturaleza es mucho menor. La suma de la radia­
ción luminosa y la ultravioleta constituyen aproximadamente la mitad
de la radiación solar total: queda, pues, mucha energía no utilizada por
las plantas para alimentar otros fenómenos...
La radiación infrarroja tiende a elevar la temperatura de los órganos
aéreos de las plantas. Sin mecanismos reguladores, superaría el umbral
letal y los organismos quedarían destruidos. La transpiración contribuye
a fenar este calentamiento: en efecto, la vaporización del agua es un
fenómeno endotérmico, y, por consiguiente, rebaja la temperatura. Mien­
tras la fotosíntesis modifica el flujo energético al llegar a la superficie
del suelo, la transpiración, que consume una parte de la energía de la
radiación solar, pone en marcha un flujo hídrico. El agua extraída del sue­
lo por las raíces, circula por la planta bajo forma de savia y regresa a la
atmósfera bajo forma de vapor de agua. Este flujo aumenta y refuerza
el trayecto más simple constituido por la evaporación del agua en la
superficie del suelo y en el suelo, al contacto con el aire que penetra por
el interior de sus poros y cavidades. Pero el flujo de agua en las plantas
va acompañado de elementos minerales en la savia. Al contacto con las
raíces, determinados minerales se disocian y una parte de sus elementos
es movilizada por la planta.
Al vivir estrictamente sobre la interfacies litosfera/atmósfera, las plan­
tas desempeñan un papel de extrema importancia en el medio natural:

— Extraen una parte de la energía irradiada por el sol para efectuar


la fotosíntesis.

— Absorben otra parte de esta energía, principalmente en la parte


infrarroja del espectro. Cuando las condiciones hídricas al nivel de sus
raíces lo permiten, lo utilizan para aumentar la proporción de agua de
la atmósfera mediante la transpiración.

Así, pues, las plantas modifican el clima al nivel del suelo y en el


suelo. Ahora bien, el clima es lo que dirige la meteorización, incluidas
la alteración de las rocas y la pedogénesis. Como el ordenamiento influye
casi ineluctablemente sobre la cobertura vegetal, se entiende la necesidad

43
de un estudio del medio natural visto a partir de la perspectiva que pro­
ponemos.
Pero la intervención de las plantas en los flujos de materia y de ener­
gía del medio natural no se limita a este aspecto, por muy importante que
pueda parecer. La fotosíntesis elabora unos hidratos de carbono. Es cierto
que una parte de ellos se destruye por efecto de la respiración, pero
existe, sin embargo, un excedente, almacenado en los tejidos vegetales,
donde está asociado a los elementos minerales extraídos del suelo. Al cabo
de un período más o menos prolongado (un verano en el caso de las hojas
de las plantas de hoja caduca, más en el caso de los tejidos leñosos de
los árboles), esta reserva es liberada. Los tejidos mueren y caen a la
superficie del suelo. Los elementos minerales migran hacia su punto de
origen, dando inicio a un ciclo. Los hidratos de carbono nutren de energía
a los seres al entrar en un segundo nivel trófico: insectos, lombrices, roedo­
res y, sobre todo, microorganismos que liberan los elementos minerales
contenidos en los tejidos. En el transcurso de estas transformaciones, al­
gunos cuerpos entran en solución. Son arrastrados a través del suelo, cuya
organización y propiedades dirigen. Se trata de los procesos de humidi-
ficación de la materia orgánica y de mineralización del humus de los
pedólogos. Las soluciones que migran en profundidad se modifican sucesi­
vamente, bajo la influencia de los microorganismos de donde extraen su
alimentación. Sus propiedades cambian, y esto es lo que ocasiona la
aparición de horizontes diferenciados en los suelos. Los mismos meca­
nismos intervienen a mayor profundidad, en las formaciones superficia­
les, hasta llegar al contacto con la roca sana: dirigen las alteraciones de
ésta. Las formaciones superficiales están influenciadas por los suelos que
se forman en su superficie. Pero, gracias a una retroacción muy impor­
tante, también influyen sobre los suelos en tanto que material original,
en tanto que material a partir del cual se forman. Por otra parte, los suelos
deben su propia existencia a las acciones bióticas: abastecimiento de resi­
duos vegetales y modificación de estos residuos por descomposición en su
superficie. Los suelos, al igual que las plantas, son una función intrín­
seca de la interfacies litosfera/atmósfera.
Pero una vez llegada nuestra exposición a este punto, debemos decir
que adolece de una excesiva simplificación. Nos hemos limitado a una
única dimensión: la dimensión vertical. Estamos en la situación, intelectual­
mente empobrecedora, del pedólogo metido en su agujero... Debemos
tomar en consideración, asimismo, otras dos dimensiones, es decir, los
flujos tangenciales y las migraciones de materia que se ejercen a lo largo
de la superficie terrestre, de la interfacies.
La epidermis de la tierra es heterogénea: cada uno de los diferentes
horizontes de los suelos tienen no sólo sus características químicas, sino
también físicas, en especial una mayor o menor porosidad; las forma­
ciones superficiales también son heterogéneas, formadas a menudo por
capas sucesivas; finalmente, debajo, la roca madre también es diferente.

44
Ahora bien, en la mayor parte de la superficie de las tierras, estas super­
posiciones de materiales de propiedades diferentes no son horizontales.
Siguen aproximadamente la topografía, en la que dominan las pendien­
tes. El agua circula a lo largo de las capas más porosas. En los suelos
y las formaciones superficiales, estos movimientos constituyen la circula­
ción hipodérmica. Es lo que los pedólogos denominaron drenaje oblicuo
cuando se apercibieron de su existencia. Esta migración no afecta al agua
pura, desconocida en la naturaleza. El agua va acompañada de materia,
sobre todo disuelta, pero también, en parte, arrastrada mecánicamente. La
circulación hipodérmica engendra un flujo de materia que debe ser toma­
do en consideración en el esquema unidimensional que hemos expuesto
anteriormente. La pedogénesis y las alteraciones se ven modificadas por
este componente tangencial, así como el modelado, es decir, la geometría
de la interfacies. Aquí se produce una pérdida de materia. Allí, al contra­
rio, se abandonan unos elementos y se produce un incremento de materia
(corazas de pie de vertiente, por ejemplo). De ahí resultanunos asenta­
mientos, unas modificaciones de las propiedades químicas y mecánicas del
material. En ocasiones, se producen algunos trasiegos (sufusión). Estas cir­
culaciones también modifican la alimentación hídrica de las plantas, pues
en parte se efectúan al alcance de determinadas raíces, y, por lo tanto,
influyen en el medio ecológico. En algunos lugares son suficientemente
lentas como para que se produzca un atasco. En los materiales que con­
tienen arcilla, las propiedades mecánicas pueden resultar modificadas (su­
peración del límite de liquidez, por ejemplo), cosa capaz de engendrar
unos movimientos masa. Entran en la morfogénesis. Todos estos cambios
ocasionados por un flujo de materia son más o menos rápidos. Interfieren
en la pedogénesis al modificar las condiciones en que se ejerce. Unos
movimientos lentos alteran los horizontes de los suelos.Unos movi­
mientos rápidos arrastran el suelo y, en mayor o menor espesor, su ma­
teria original. Una vez han concluido, la pedogénesis vuelve a partir
de cero. Situación que se asemeja, en los casos extremos, a la que expu­
simos en la teoría biorexistásica, pero que supone una variedad mucho
mayor.
Finalmente, no toda el agua se infiltra. En un suelo saturado, cuando
la velocidad de filtración es débil, las precipitaciones pueden tener tal
caudal que no resulte suficiente y aparezca un excedente en la superficie.
Este rechazo fluye, se convierte en un arroyo. Pero, con mayor frecuencia,
el mecanismo es diferente. Un aguacero, en efecto, contiene una cierta
cantidad de energía. En un principio, interviene la energía irradiada por
el sol, que ha permitido la evaporación o la transpiración de las plantas,
y, por consiguiente, la introducción en la atmósfera de una cierta canti­
dad de vapor de agua. La distribución desigual de esta energía en la super­
ficie terrestre, su desigual absorción por la atmósfera, son las causas de
los desplazamientos de masas de aire, que afectan a este vapor de agua
y su condensación. La atracción terrestre provoca la caída de las gotas

45
cuando, bajo el efecto de la condensación, han alcanzado un tamaño sufi­
ciente. El aire ejerce un freno, pero, en cualquier modo, la gota llega
al suelo con una determinada energía cinética que le transmite al pro­
ducirse el impacto, cosa que desprende finas partículas de tierra que, des­
pués de un salto, recaen en la superficie del suelo, donde el agua las arras­
tra. Mientras no son excesivamente abundantes, acompañan el agua que
se infiltra, pero tienden a obturar los poros en los que penetran. Si el
aguacero es suficientemente prolongado, o, lo que es lo mismo, si los
impactos son más violentos, los poros acaban por obturarse. El suelo se
alisa, se «lustra», y, en la superficie, la velocidad de filtración tiende a
ser nula. Ya no hay infiltración, aunque en sus profundidades la tierra
siga seca. En una superficie plana, el agua se concentra en los huecos, for­
mando charcos. En una pendiente, se organizan hilillos de agua y se
produce un arroyo. Esta destrucción de los agregados del suelo por el
impacto de las gotas constituye la erosión pluvial.
La erosión pluvial, gran generadora de la arroyada, moviliza las par­
tículas finas del suelo y permite su arrastre inmediato por los hilillos
de agua, bajo forma de turbulencias. Ahora bien, estas partículas finas
desempeñan un papel especialmente importante en las propiedades agro­
nómicas de los suelos: dirigen la capacidad de retención, es decir, la
aptitud del sol para almacenar agua entre los aguaceros, agua de la
que se nutren las plantas. La arroyada, además, arrastra los residuos vege­
tales, el humus, los abonos esparcidos en estado sólido poco antes del
aguacero. El mecanismo reviste unos aspectos agronómicos muy importantes
y debe ser tomado en consideración con motivo de las ordenaciones eco­
lógicas.
Por una parte, la erosión pluvial es función de la resistencia mecánica
ofrecida por los agregados del suelo al impacto de la lluvia, cosa que los
pedólogos denominan con el nombre de «estabilidad de los agregados»,
expresión bastante esotérica. Ahora bien, la estabilidad de los agregados
varía mucho según los suelos, en función, en último término, del clima,
de la litología y del abastecimiento de residuos vegetales. Los proce­
dimientos de cultivo influyen sobre este último y, de igual manera, sobre
la porosidad del suelo, y su velocidad de filtración. La presencia de carbo­
nates en el suelo aumenta la resistencia mecánica de los agregados, y, al
contrario, la de cloruros (suelos salados) la disminuye. La materia orgá­
nica la aumenta: tropezamos de nuevo con la agronomía.
Pero la erosión pluvial también es función de la violencia del impacto
de las gotas. Interviene el tipo de precipitación. Puede caracterizarse por
la intensidad del aguacero, dato obtenido gracias a los pluviógrafos. El
caudal del aguacero, evaluado en mm/h, es, en efecto, función de la dimen­
sión de las gotas, y la masa de las gotas define su velocidad al llegar al
suelo, que es, en un suelo desnudo, la velocidad-límite a caída libre. Las
lluvias de convección, especialmente frecuentes en zonas de convergencia
intertropical, los aguaceros en los que interviene una ascendencia orográ-

46
fica son habitualmente más intensos que las lluvias ciclónicas de los climas
templados oceánicos. Sin embargo, no debemos razonar como si nos en­
contráramos en un desierto. La energía transmitida al suelo por el aguace­
ro sólo es proporcional al producto de su intensidad por su duración, en
un suelo desnudo, por ejemplo, entre las plantas de un campo escardado o
después de la labranza antes de que las plantas hayan crecido. En los
restantes casos, hay que hacer intervenir a la cobertura vegetal (una vez
m ás...). En efecto, cuando la cobertura vegetal es densa («cerrada»), el
impacto de las gotas de lluvia se produce sobre los órganos aéreos de
las plantas. Es ahí donde se produce la liberación de la energía cinética,
sin efecto directo sobre la superficie del suelo. Sin embargo, al cabo de
un tiempo variable, que depende de la morfología de las hojas y de las
cortezas, el agua comienza a chorrear. Se desliza por las hojas y las ramas
hasta que un obstáculo provoca la formación de un canalón, por el que cae
nuevamente. Pueden producirse canalones en cascada a niveles decrecientes.
Una cierta proporción, en general un máximo del 5-10 % del agua del
aguacero, se desliza hasta el suelo a lo largo de los troncos y llega, concen­
trada de este modo, a su pie, pero sin que se haya producido impacto
alguno. En el fenómeno de los canalones, la fisionomía de la vegetación
y la morfología de las plantas desempeñan un papel muy importante.
Existen situaciones muy diferentes. A veces los canalones se forman a una
altura elevada y las gotas que salen de ellos llegan al suelo con la velo­
cidad-límite de la caída libre que, en el caso de las gotas gruesas, se alcan­
za a los 7-8 metros de caída. Sucede también que los canalones se pro­
duzcan a tan baja altura que la energía cinética de las gotas es práctica­
mente nula. Así ocurre, por ejemplo, en un césped. Pero, en cambio, los
canalones pueden originar unas gotas mucho más gruesas que las de la
lluvia en una atmósfera libre. Si la altura de caída es suficiente, la ener­
gía cinética aumenta. También hay que tener en cuenta la intercepción: una
fracción de las lluvias, que puede alcanzar un 35 % de las precipitaciones
anuales, no alcanza el suelo y permanece en las hojas, en las que se eva­
pora después del aguacero. Finalmente, tampoco podemos olvidar la exis­
tencia o la ausencia de un lecho en la superficie del suelo, lecho que
puede provocar la dispersión de la energía de las gotas e impedirles que
produzcan un trabajo. Ahora bien, el lecho es función en parte de la
vegetación, y, en parte, de la destrucción de la materia orgánica en la
superficie del suelo. Volvemos a encontrarnos con una interferencia entre
unas influencias ecológicas, en las que interviene el clima, y agronómicas...
Los mecanismos de la erosión pluvial y de la arroyada son, en su tota­
lidad, muy complejos. Interviene un número elevado de factores, parte de
los cuales son interdependientes, y pueden producirse algunas compen­
saciones. Por ejemplo, las mediciones efectuadas en las plantaciones de
café colombianas han demostrado que, bajo los árboles de sombra, la
concentración debida a los canalones infundía una incrementada energía
cinética a las gotas que llegaban al suelo. Pero, por otra parte, al pro­

47
porcionar los árboles de sombra un lecho abundante, hacían que esta
energía se disipara sin provocar ninguna erosión pluvial. Al favorecer,
además, la nitrificación del suelo, aumentaban su permeabilidad, por no
mencionar la misma mejora del suelo. En resumidas cuentas, un balance
realizado a un nivel intermedio (justo encima del suelo) es desfavorable,
mientras que un balance efectuado al final del proceso es muy positivo.
Ejemplo significativo de las dificultades metodológicas de un ordena­
miento racional...
La arroyada, finalmente, provoca un flujo de materia superficial. Arras­
tra unas partículas minerales liberadas por la erosión pluvial o arrancadas
por los hilillos de agua. También arrastra humus y residuos orgánicos.
En suma, produce una ablación difusa de la parte superficial del suelo
en algunos lugares y, al contrario, una acumulación en otros, en aquéllos,
por ejemplo, donde, por disminuir la pendiente, ya no está tan asegurado
el arrastre de las partículas (coluvionamiento). Estos mecanismos morfo-
génicos interfieren con la pedogénesis. Mientras que el suelo tiende a
desarrollarse en profundidad bajo la influencia de la circulación subterrá­
nea de las soluciones, gracias al agua infiltrada, la arroyada le hace sufrir
superficialmente un empobrecimiento, prácticamente una ablación. Para en­
tender el suelo, es preciso relacionarlo con dos series de fenómenos. Para
ello nos es útil enfrentarlos bajo forma de un balance. Nos referimos a
nuestro balance morfogénesis/pedogénesis, flexible instrumento que, sin
embargo, exige para su aplicación que la morfogénesis sea generalizada,
es decir, que afecte de manera sensiblemente uniforme a toda una super­
ficie, como la pedogénesis.
El balance morfogénesis/pedogénesis varía en el tiempo y en el espa­
cio. Unas pendientes acusadas, un clima «agresivo» (con aguaceros vio­
lentos), unos suelos de deficiente estructura favorecen la morfogénesis,
y, de pasada, la arroyada; pero, inversamente, son desfavorables para la
pedogénesis. Los suelos tienen dificultades en formarse y permanecen em­
brionarios (litosuelos). Viceversa, una cobertura vegetal cerrada, espesa,
con un estrato bajo muy abrigado, unas pendientes suaves, una lenta des­
trucción de la materia orgánica, unas lluvias poco intensas, son favorables
a la pedogénesis, mientras que la morfogénesis es poco activa. Al revés
que en el caso anterior, el balance es favorable a la pedogénesis.
Dichos balances son modificables. Eso puede proceder de oscilaciones
climáticas: dada la importancia de las recientísimas oscilaciones climáticas,
no exponemos una preocupación meramente académica... En tal caso es
muy importante saber cuándo se ha producido un cambio radical de dicho
tipo. Pero la cobertura vegetal y la estabilidad estructural de los suelos
desempeñan también un papel capital en estos balances. Ahora bien, pue­
den ser modificados con gran rapidez a consecuencia de la intervención del
hombre, y con ello volvemos a encontrar los problemas del ordenamiento,
de la inserción de las actividades humanas en el medio natural.
Nuestra intención no es ofrecer un análisis completo del sistema 11a­

48
mado medio natural. Nos hemos limitado únicamente, a partir de unos
cuantos ejemplos de singular importancia, a justificar nuestra concepción.
Confiamos en haber demostrado que es fecunda. Permite vincular la
eco-geografía a la ecología, a la vez que tiene en cuenta los recientes
adelantos de la biología y de la física. Ofrece sobre todo la posibilidad de
abordar más racionalmente los problemas de ordenamiento de nuestro am­
biente ecológico. Ahora podemos pasar a la segunda etapa: definir los
tipos de medios de ordenamiento en función de esta óptica dinámica.

2. Tipos de medios para su ordenamiento

La alimentación energética de los procesos morfogénicos procede, por


una parte, de la radiación solar, y por otra de la gravedad terrestre que
interviene parcialmente a través de las desnivelaciones engendradas por
las fuerzas internas, tectónica y volcanismo. Se traducen en unos flujos
de materia que suelen contrarrestar los que permiten la pedogénesis. Estos
flujos también obstaculizan, en la mayoría de los casos, el crecimiento y
la reproducción de las plantas. Son contrarios al desarrollo de la cobertu­
ra vegetal. Pero, a consecuencia de una retroacción muy extendida, la
cobertura vegetal obstaculiza o frena la mayoría de los procesos morfogé­
nicos de tipo mecánico. Ahora bien, el ordenamiento rural afecta funda­
mentalmente a la cobertura vegetal y a los suelos. Una débil actividad
de los procesos morfogénicos le ofrece unas condiciones favorables. Lo
mismo ocurre con las instalaciones humanas: vías de comunicación, luga­
res de producción industrial o de hábitat, ordenamientos hidráulicos. Por
consiguiente, apreciar los medios naturales en función de su mayor o me­
nor actividad morfogénica responde a las necesidades del ordenamiento,
y es lo que ahora nos proponemos hacer, tomando como criterio su grado
de estabilidad. Este enfoque también permite determinar la mayor o
menor susceptibilidad de dichos medios respecto a las intervenciones hu­
manas, que constituye otra de las preocupaciones de un ordenamiento
racional.
Establecer dicha clasificación presenta algunas dificultades:

— Es necesaria una perspectiva cronológtca> basada en una taxonomía


temporal de las dinámicas. En efecto, para poder ser apreciados correcta­
mente, los fenómenos actuales deben situarse en dicha perspectiva. Eso
requiere la utilización de una medida de tiempo evaluable en millares de
años. Repitamos una vez más que el hecho capital, en efecto, es la mayor
oscilación climática, de la que el término de la última glaciación sólo es
un aspecto. Un mejor conocimiento de las vegetaciones antiguas, basado
sobre todo en el estudio de los espectros polínicos de los pantanos, de
los lagos, de las turberas, es decir, de los suelos, la evidencia en unas
regiones muy alejadas entre sí. Las formaciones superficiales y los tipos

49
de modelados que se les asocian revelan, a su vez, unas modificaciones
de la dinámica de los medios naturales, que deben ser correlacionados con
los cambios de tipo de cobertura vegetal. Finalmente, y es otro camino de
aproximación, las paleotemperaturas del agua, evaluadas a partir del isóto­
po 0 1 8 contenido en las conchas, y que han revelado una disminución
de 5-6°C en los océanos de las latitudes ecuatoriales. Al adoptar diversas
precauciones (estudio de las conchas de especies que viven en las aguas
superficiales) y tomar en consideración las corrientes marinas, es posible
considerar que la temperatura de las aguas oceánicas próximas a la super­
ficie es sensiblemente similar, en las bajas latitudes, a la temperatura
media anual del aire. De modo que el método permite excelentes con­
frontaciones con los precedentes.10 Entre doce y ocho mil años antes de
nuestra época se produjo un rápido y considerable calentamiento univer­
sal, aunque discontinuo e interrumpido por un breve retorno del frío. An­
teriormente existió el último período frío, caracterizado por una gran
extensión de los glaciares, con unos casquetes glaciares en el noroeste de
Europa (casquete glaciar escandinavo), en el nordeste y centro-norte de
América del Norte, al norte del Ural y otros grandes casquetes glaciares
en Siberia, en los Andes de Patagonia y en Tasmania. La circulación
atmosférica era muy diferente de la que conocemos. La orientación de las
dunas y la dispoición de los depósitos eólicos nos permiten reconstituirla.
Los climas diferían sensiblemente de los actuales. El Sahara era menos
árido: se encuentran esparcimientos fluviales en regiones que actual­
mente no son alcanzadas por las riadas; también aparecen unos paleosuelos,
unos de tipo mediterráneo y otros de tipo tropical; los hombres prehis­
tóricos han dibujado sobre las rocas, en admirables pinturas, los anima­
les que cazaban: entonces vivían hervíboros exigentes en unas regiones
en las que, en los días actuales, le cuesta vivir al dromedario. Generali­
zando, en la última glaciación le corresponde al Sáhara un período más
húmedo, tradicionalmente llamado «pluvial». En cambio, más al sur, en la
actual zona saheliana y en la zona sahelo-sudanesa, reinaba por la misma
época un clima árido, con aparición de inmensos campos de dunas, que
van dél Senegal a los alrededores de Jartúm. Posteriormente se produjeron
unos períodos más húmedos, especialmente en el neolítico, que permitie­
ron la instalación de aldeas a orillas de lagos actualmente desecados y,
sobre todo, la formación de paleosuelos. En Nigeria, en el Níger y en
Senegal, estas dunas y sus paleosuelos constituyen, por definición, las
tierras del cacahuete. Pero este tipo de medio es especialmente sensible
a la degradación. Muy silíceos y pobres en materia orgánica, estos suelos se
agotan con rapidez y tienen una mala estructura. Al cabo de unos años,
su productividad desciende y, al mismo tiempo, la arroyada y, sobre todo,
el viento, los atacan fuertemente. Muchos terrenos han sido abandonados
al cabo de unas decenas de años de una explotación que en ocasiones se

10. Acerca de estos métodos, ver J. Tricart, 1965.

50
denomina «minera». Así ocurre en el norte del Senegal, en torno a Luga
especialmente, región que alimenta la emigración hacia las «tierras vír­
genes» del Senegal oriental.
Este ejemplo muestra la importancia de las condiciones paleoclimá-
ticas: han engendrado ciertas características residuales del medio natural
que, con frecuencia, son especialmente frágiles. Los suelos de las antiguas
dunas de Luga .tienen una mala estructura porque las arenas que les
sirven de materia original son casi exclusivamente cuarzosas. Al no conte­
ner prácticamente minerales alterables, originan con rapidez unos suelos
polvorientos y ácidos. Su única cohesión procede de la materia orgánica,
poco abundante dado el clima seco, y rápidamente destruida bajo el
efecto del cultivo. La recuperación por el viento de este material es fácil
gracias a su origen. Puesta allí por el viento, la arena de la duna es
expulsada por él. Ofrece, pues, la granulometría óptima para su movili­
zación por las acciones eólicas. El peso de las herencias es aparente. Defi­
ne un cierto número de condiciones a las que debe obedecer una orde­
nación racional, es decir, una ordenación que asegure a un tiempo la
utilización de estas tierras y su conservación. El objeto del estudio eco-
gráfico es precisar estas condiciones.
Este ejemplo nos permite definir también el segundo paso de tiempo
a considerar: un paso de tiempo mucho más corto, que se expresa en
años y que coincide con la experiencia humana. Es el de los fenómenos de
degradación. En una generación, y a veces menos, unas tierras vírgenes,
como las del oeste de los Estados Unidos, sometidas a una agricultura
minera, pueden degradarse hasta el punto de ser abandonadas. Lo que
era una pradera alimenta unas tempestades de polvo que emigran a cen­
tenares de kilómetros. Las tierras vírgenes del norte del Kazajstán han
mostrado una susceptibilidad aún mayor del medio, de la que nadie se
apercibió a tiempo. En Colombia, a unos 2.500 metros de altura, en torno
a Villa de Leiva, unas colinas en las que hace unos cuarenta años habían
campos de trigo y pastos han quedado reducidas a unos abarrancamientos
estériles. Dichos fenómenos, desgraciadamente tan frecuentes y dramáti­
cos en un mundo en el que los alimentos corren el peligro de escasear,
permiten entender la expresión «erosión acelerada», muy criticable por
otra parte, pero dolorosamente insuficiente en el plano conceptual.
Así que también la perspectiva cronológica permite establecer una
taxonomía. Los mecanismos de degradación, que pueden llegar a ser muy
rápidos, deben ser situados en el marco de medios que son más o menos
susceptibles a la naturaleza y la -mportancia de las herencias paleocli-
máticas.
De este modo hemos llegado a preguntarnos, en cada medio, si sus
caracteres dinámicos actuales son antiguos o recientes; en otras palabras,
cuándo han sucedido a unos caracteres dinámicos diferentes, desde qué
época existen. Eso lleva a diferenciar, por ejemplo, unos medios actual­
mente estables, de componente mecánica de endogénesis poco intensa,

51
que han sido anteriormente unos medios inestables. Los alrededores de Luga
son un ejemplo de ello: muestran, y eso es general, que dichos medios
ofrecen una gran susceptibilidad a ciertas formas de degradación resultan­
tes de la reactivación de los procesos que ocasionaban, en otros tiempos,
su inestabilidad. Otros medios actualmente estables llevan mucho tiempo
siéndolo, y su ordenamiento no plantea este problema. Algunos medios
son actualmente inestables a causa de una degradación reciente. Y otros lo
son sin intervención del hombre: cabe calificar su inestabilidad de «cli­
mática». Sus características son muy diferentes, y su ordenamiento plantea
el problema, difícil de resolver, de modificar profundamente su dinámica
natural.

— Se impone, además, una perspectiva morfodinátnica. Para exponer


este aspecto, nos vemos obligados a recordar algunas nociones de geomor-
fología.11 La morfogénesis procede de mecanismos complejos. No solamente
es preciso analizarlos, sino estudiar también sus relaciones mutuas. Una
actitud fecunda consiste en considerarlos como sistemas: los sistemas mor-
fogenéticos. Un sistema morfogenético está constituido por un conjunto
de procesos interdependientes que construyen el modelado. Es evidente
que aseguran necesariamente unos flujos de materia y, por otra parte,
consumen energía. En el centro del sistema morfogenético se hallan los
procesos de transporte: arroyada, viento, movimientos de masa, etc. Pero
estos procesos de transporte no pueden asumir cualquier material. Su
energía sólo produce un trabajo si puede ejercerse sobre un material ade­
cuado, «movilizable». En determinadas condiciones, un fluido sólo puede
desplazar unas partículas de una cierta dimensión y de una cierta masa. La
dimensión y la masa máxima de las partículas desplazadas definen su com­
petencia. En las rocas blandas suele ocurrir que la movilización resulte
posible, pues las partículas son inferiores a la competencia, pero no es
esto lo más habitual. Además, las rocas coherentes están formadas por unas
masas separadas por unos planos de discontinuidad, uniones de estratifi­
cación, diaclasas. Generalmente, estas masas son superiores a la compe­
tencia de los agentes de transporte. Para que el material pueda ser movi­
lizado, se precisa, por tanto, un acto preliminar que lo reduzca a unas
partículas movilizables. Es lo que denominamos la preparación de este ma­
terial. Obedece a procesos diferentes, que se ejercen al contacto con la
atmósfera: variaciones de temperatura (especialmente por encima y debajo
de O °C ) y de humedad, que, al suscitar unas variaciones de volumen en la
roca, hacen aparecer unas tensiones generadoras de cizalladuras, procesos
químicos como la alteración de determinados minerales que disgrega la
roca (arenización del granito, por ejemplo).
Un sistema morfogénico asocia, generalmente, los procesos de pre­
paración y los procesos de movilización/transporte a mayor o menor dis-1

11. Ver J. Tricart, 1973.

52
tanda. Las relaciones entre unos y otros deben ser cuidadosamente estu­
diadas. Están influidas por diversos factores, los principales de los cuales
son la gravedad (influencia del valor de las pendientes) y la cobertura
vegetal. Esta favorece el desarrollo de las acciones químicas y bioquími­
cas gracias al ataque directo a las raíces y a la descomposición de la mate­
ria orgánica. Por otra parte, las plantas son una fuente de cohesión del
suelo mediante el desplegamiento de sus raíces. Los paquetes de césped
que se derrumban a consecuencia de la zapa de una orilla por la crecida
de un río se disgregan difícilmente: la tierra contenida en las raíces es
difícilmente movilizable. Los desbordamientos de las corrientes de agua,
aun allí donde la corriente es fuerte, tienen dificultad en abrir canales en
las praderas densas. También las plantas crean, en la superficie del suelo,
una rugosidad que frena el movimiento de los fluidos y engendra unos
torbellinos en los que se produce una cierta dispersión de energía. Este
fenómeno es aprovechado en los abrigaños. Estos ejercen un efecto eco­
lógico en una banda de terreno cuya amplitud supera de doce a dieciocho
veces la altura del abrigaño. Simultáneamente, en esta banda, el suelo es
protegido contra las acciones eólicas, especialmente la deflación (moviliza­
ción de las partículas por el viento). La influencia de la vegetación es
considerable en los sistemas morfogenéticos. El valor del presente ejem­
plo es general.
Así que desde el punto de vista del ordenamiento es necesario proceder
a un análisis lo más correcto posible de los sistemas morfogenéticos. Con­
viene, en efecto, estudiar los factores limitantes, que ocasionan unos desa­
justes entre los diferentes factores del sistema. Por ejemplo, bajo una
cobertura vegetal densa, la preparación del material, principalmente bajo
el efecto de la alteración y de la pedogénesis, puede ser intensa y engendrar
mayor cantidad de material blando del que movilizan los procesos de
transporte, poco activos. Eso corresponde a lo que Ehrart denomina una
situación de biostasia,12 pero supone asimismo un peligro potencial, del
que se desprende una coacción para una ordenación racional. Es preciso
explotar este medio de manera que la acción de los procesos de trans­
porte no se intensifique. Hay que hacer de tal manera que su energía
tenga un mal rendimiento, produzca poco trabajo. Generalmente, la mejor
solución consiste en adoptar un sistema de producción basado en una co­
bertura vegetal adecuada. Definirla es una investigación necesariamente
interdisciplinaria en la que intervienen la geografía física, la pedología y

12. El término «biostasia» utilizado por Ehrart no corresponde a la realidad.


Son especialmente las plantas las que desempeñan un papel estabilizador, mientras
que los animales, otro elemento del «bíos» engendran una inestabilidad. Pensemos
en las madrigueras, en las pisadas de los animales, y sobre todo en los invertebrados:
hormigas, termitas, lombrices, que remueven enormes cantidades de tierra (10 a 100
t/ha por año sólo en el caso de las lombrices en las parcelas de cultivo extensivo y de
tierras de huerta). Utilizaremos, pues, el término «fitostasia», salvo cuando aludamos
a H. Ehrart.

53
la agronomía. También son posibles otras soluciones: la edificación de obs­
táculos para reducir el desagüe, la implantación de pantallas vegetales
en curvas de nivel. Para elegir entre una u otra solución, suele ser nece­
saria la experimentación, basada en el conocimiento de la dinámica del
medio.
El estudio de la morfodinámica es esencial para apreciar las trabas
que un medio opone a su valorización racional. También lo es para valorar
su susceptibilidad, para identificar los riesgos de degradación que provo­
caría tal o cual tipo de ordenamiento o utilización. Con frecuencia, la
sucesión de sistemas morfogénicos diferentes se traduce en la existencia,
en el medio natural, de restos, muchos de los cuales son útiles. Al estable­
cer esta sucesión, es posible precisar las condiciones de su persistencia y,
de pasada, las medidas a tomar para asegurar su conservación: con ello
encontramos la perspectiva cronológica.
Por consiguiente, debemos basar nuestra clasificación dinámica de
los medios naturales en la combinación de ambas perspectivas. Llegamos
de este modo al cuadro de las páginas 56 a 61. Al determinar los tipos
de grados de estabilidad y las modalidades de inestabilidad basadas en
los sistemas morfogenéticos, disponemos de un poderoso medio de inte­
gración ecográfica. En efecto:

— Los grados de estabilidad son función del conjunto de las condicio­


nes de morfogénesis: fuerza del relieve, intervención de las fuerzas inter­
nas (por ejemplo, seísmos y volcanismo), influencias climáticas directas
(naturaleza y energía potencial de los agentes) e indirectas, interviniendo
a través de la cobertura vegetal y de los suelos.

— La perspectiva cronológica está incluida en los tipos de relieve, que


proceden de una morfogénesis más o menos prolongada, en las forma­
ciones superficiales, en ocasiones en los suelos, e incluso en los tipos de
vegetación que, también ellos, pueden ser relictos. De este modo, distin­
guimos entre los medios estables y los que llevan más o menos tiempo
siéndolo. Es en función de ellos, en efecto, que son importantes las
herencias: lo son mucho menos en el caso de los medios inestables, donde
las herencias tienen escasas posibilidades de conservarse durante largo
tiempo.

— La estabilidad morfogénica es favorable a la pedogénesis y a la


cobertura vegetal. A través de ella, facilitamos la comprensión de esos
dos importantes elementos del medio natural.

Finalmente, como ya hemos mostrado, esta concepción permite llevar


el estudio del medio natural de una manera que responde a las necesidades
del ordenamiento ecológico y de la conservación.

54
Aquí nos limitaremos a exponer nuestra propia clasificación, y evoca­
remos sus aspectos integradores en el capítulo siguiente.
Podemos considerar dos casos extremos, en cierta medida compara­
bles a las situaciones de biostasia y rexistasia de Ehrart. Son los medios es­
tables (A) y los medios fuertemente inestables (C). Pero no podemos
limitarnos a ellos y oponerlos sistemáticamente. Entre los dos existen
unas transiciones muy graduales y multiformes, que constituyen, además,
los casos más frecuentes y ampliamente extendidos en la superficie del
globo. Por consiguiente, deben retener nuestra atención. Es lo que desig­
namos con el nombre de medios intergrados (B). Es imprescindible explicar
que si representamos nuestra clasificación bajo la forma de un cuadro, es
en aras a la claridad. Pero este tipo de exposición, al igual que todo es­
fuerzo pedagógico, supone necesariamente una parte de esquematización
que no corresponde exactamente a la realidad. Sería más adecuado el es­
pectro de los colores, con todos sus matices intermedios, fundidos los
unos con los otros...
Los medios estables se caracterizan por unos sistemas morfogenéticos
que suponen escasos procesos mecánicos. En ellos, la meteorización se
efectúa principalmente por alteración. Los flujos de materia se refieren
sobre todo a unas soluciones. Las migraciones de material detrítico son
muy reducidas. Los tonelajes kilométricos de cantos rodados, de gravas
e incluso de arena son poco importantes en relación a la superficie de la
unidad considerada. Esta debilidad de los flujos detríticos corresponde a la
situación de biostasia de Ehrart. En efecto, los aluviones marinos están
formados principalmente de soluciones, que precipitan directamente para
dar unos sedimentos, o que, con mucha mayor frecuencia, son utilizados
por los organismos para fabricar su concha, sus espículas, su esqueleto,
que, a su vez, después de su muerte, engendran unos sedimientos (sedimien-
tos organógenos).
La debilidad de los flujos de productos detríticos tiene por efecto una
permanencia bastante profunda de la geometría de la superficie terrestre.
Las formas del modelado y del relieve evolucionan lentamente, de manera
que a veces es difícilmente perceptible. Eso no crea ninguna dificultad
ecológica especial para la vegetación. Digamos que, en tales condiciones,
apenas se ejerce presión morfodinámica sobre ella. Lo mismo ocurre en
el caso de los suelos, cuya génesis se efectúa en unas condiciones óptimas,
teniendo en cuenta la vegetación y la lluvia de residuos que proporciona.
El balance pedogénesis/morfogénesis es tan favorable a la pedogénesis que
no debe ser tomado en consideración.
De todos modos, debemos considerar la perspectiva cronológica. Te­
nemos que preguntarnos si esta dinámica lleva suficiente tiempo reinan­
do como para que no existan, en el medio natural, unas herencias proce­
dentes de un período anterior caracterizado por una dinámica diferente,
en dicho caso, una morfegénesis mecánica más activa. En el cuaternario, la
mayor parte de las regiones del globo conocieron unas alternancias de

55
G ran d es c a te g o ría s T ip o s d e in flu e n c ia s P r in c ip io s de in te g r a c ió n
de m e d io s M o r fo g é n ic a s del fac to r m o rfo g é n ic o
C a r a c te rístic a s
g e o d in á m ic o s so b re la p e d o g é n e sis en la c la sific a c ió n p e d o ló g ic a
G e o m o r fo ló g ic a s

I II III IV

1 ° E s t a b i l i d a d c o n s e g u i d a des-, M e te o r iz a c ió n y p e d o g é n e s is se Las c la sific a c io n e s c lá sic a s


cte h a c e m u c h o t i e m p o : e je rc e n con el m á x im o de in te r­ de lo s su e lo s h a n sid o e la b o ­
E v o lu c ió n su p e r fic ia l d e l m o ­ f e r e n c ia de lo s a g e n te s d e tran s­ rad as to m an d o en c o n sid e ra ­
d e la d o le n to , p o c o p e r c e p tib le p o rte . L o s p ro d u c to s q u e e la b o ­ c ió n e sta s c o n d ic io n e s, que
( fo r m a s « f ija d a s » ) , e n e q u ilib r io ran n o se m u e v e n d e l lu g a r d o n ­ so n la s m á s sim p le s y la s m ás
c o n la s c o n d ic io n e s b io c lim á ti- d e q u e d a n s o m e t id o s a u n a le n ­ in te r d is c ip lin a r ia s p ara lo s
c a s a c t u a le s , p o c o d if e r e n t e s d e ta a b la c ió n . P u e d e n a lc a n z a r u n p e d ó lo g o s . La e v o lu c ió n de
la s q u e r e in a n d esd e u n os cen­ grad o de e v o lu c ió n c o n sid e ra b le , lo s su e lo s se hace en « r e g i­
t e n a r e s d e m ile s d e a ñ o s . E n ­ que v a ría se gú n la s c o n d ic io n e s m en p e rm an e n te ». La n o c ió n
g e n d r a u n a s fo r m a s c lim á tic a s. b io c lim á tic a s . E s t a s d ir ig e n la v e ­ d e c a te n a e s in d is p e n s a b le . U n
E sta situ a c ió n ap arece por una l o c id a d y la n a tu r a le z a d e la s p u n to im p o r ta n te e s la d u r a ­
p a rte en la s r e g io n e s de fu e r­ e v o lu c io n e s . E n l o s á m b i t o s de c ió n d e s d e la q u e re in a n e s ­
te in flu e n c ia b ió tic a , y p o r o tr a e v o lu c ió n le n t a , lo s s u e lo s p u e d e n ta s c o n d ic io n e s y la p e d o g é ­
e n á m b ito s d e d é b il a g r e s iv i­ se r d e lg a d o s y poco e v o lu c io n a ­ n e s is c o r r e sp o n d ie n te .
dad de c ie r to s a g e n te s m e c á n i­ dos aunque e sté n en gen d rad o s
cos (d e s ie r b r u m o s o de la co sta p o r la rg o s p e r ío d o s (e je m p lo : a l­
p a c íf ic a d e A m é r ic a d e l S u r , p o r te ra c io n e s « p o lv o r ie n t a s » d e l d e ­
e je m p lo ) . L a d ise c c ió n d e b e se r sie r to b ru m o so p a c ífic o , su e lo s
p o c o in te n s a . E n c ie r ta m e d id a , h ú m e d o s tu r b o so s d e a lg u n a s tu n ­
la s m o d a lid a d e s g e o d in á m ic a s d r a s d e l N o r o e ste c a n a d ie n se ).
e x t e r n a s p u e d e n n e u tr a liz a r u n a
g e o d in á m ic a in te rn a b astan te
a c tiv a (C o sta p a c ífic a de A m é­
ric a d e l S u r , d e s ie r to b r u m o so ).

2 ° E s t a b ilid a d r e la tiv a m e n te
r e c ie n t e : A s o c ia c ió n de su e lo s su rg id o s La m a y o r ía de lo s su e lo s
d e p e d o g é n e sis d e tip o s y e d a ­ s o n p o l if a s a d o s .
A E l c a so e s fre c u e n te d e b id o d e s d if e r e n t e s q u e e s t á n , a d e m á s , T ie n e n h isto ria s re c ie n te s.
a la s o s c ila c io n e s c lim á t ic a s c u a ­ so m e tid o s a u n o s fe n ó m e n o s d e
M e d i o s e s t a b le s te r n a r ia s y m á s e x t e n d id o q u e tra n sfo rm a c ió n d esd e h ace m ás Ila y que in tr o d u c ir un do­
e l a n te r io r . G e n e r a lm e n t e , la o m e n o s t ie m p o . E l s u e lo r e lic to b le p r in c ip io de c la sific a c ió n :
E v o lu c ió n le n ta , e s ta b ilid a d a p ro x im a tiv a en la s sirv e de m a te ria l p a re n ta l a la — e n f u n c ió n d e l t ip o in i­
apenas p e r c e p tib le , c o n d ic io n e s a c tu a le s s ó lo se h a n u e v a p e d o g é n e sis. c ia l d e p e d o g é n e s i s , e v e n t u a l-
e n « e q u ilib r io » , q u e r e a liz a d o d e s d e e l c o m ie n z o d e l M o sa ic o d e su e lo s. La d e fin i­ m e n te en fu n c ió n de la su ­
tie n d e a u n a s it u a ­ h o lo c e n o (u n o s 1 0 .0 0 0 a ñ o s). c ió n d e la p e d o g é n e sis a c tu a l e s c e s ió n de la s p e d o g é n e sis d i­
c i ó n d e c lim a x . E s t a s F o r m a s r e lic t a s , d e b id a s a h e­ in d isp e n s a b le p a r a p r e c is a r la n a ­ fe re n te s q u e s e h a n e je r c id o ;
c o n d ic io n e s se r e a li­ r e n c ia s p a lc o c lim á tic a s . a s o c ia ­ tu r a le z a y la im p o r ta n c ia de la s — e n fu n c ió n d e l g r a d o d e
zan en la s r e g io n e s d a s a u n a s fo r m a s a c t iv a s, d e l h e re n c ia s. e v o l u c i ó n , d e t r a n s f o r m a c ió n ,
de d é b il a c t iv id a d t ip o p re c e d e n te , c lim á c ic a s. P u e ­ Los t r u n c a m ie n to s de su e lo s d e b id o a la p e d o g é n e sis re­
g e o d in á m ic a in te rn a y d e n h a b e r v a r ia s g e n e r a c io n e s a n tig u o s so n la r e g la e n t o d a s la s c ie n te .
de d é b il in te n sid a d s u c e s iv a s d e f o r m a s r e lic t a s , d e r e g io n e s e n la s q u e lo s p e r io d o s 1 ° S u e lo s p o lifa sa d o s con
d e lo s p ro c e so s m e ­ tip o d ife r e n te , lo que in tr o ­ a n te rio re s de in e s t a b ilid a d no t r u n c a m ie n to s , á c la sific a r^ en
c á n ic o s d e la g e o d in á ­ d u c e u n a s v a ria n te s q u e p u e d e n h an sid o e x c e siv a m e n te in te n so s. fu n c ió n :
m ic a e x te r n a . lle g a r a se r m uy c o m p le ja s . El E n c a s o c o n tr a r io , lo s s u e lo s an­ a) d el t ip o de su e lo tru n ­
B a la n c e p e d o g é n e s is / m o d e la d o , p o lig é n ic o . se carac­ tig u o s h a n sid o to ta lm e n te ex­ cado,
m o rfo g é n e sis m u y fa ­ te r iz a p o r u n a s r e a d a p t a c io n e s tra íd o s. El tr u n c a m ie n to de lo s b) del n iv e l de la tru n ca-
v o r a b le a la pedogé­ s u c e s iv a s b a jo la in flu e n c ia d e s u e lo s a n tig u o s lib e r a unos m a­ c ió n ,
n e s is . C aso e x tre m o la s o sc ila c io n e s c lim á tic a s. E s t a t e r ia le s p e d o g e n iz a d o s que so n c ) d e la t r a n s f o r m a c i ó n p o s ­
c o rr e sp o n d ie n te a e v o lu c ió n c o n c lu y e e n g e n e r a l recu p erad o s en la s f o r m a c io n e s te rio r p o r u n a n u e v a p e d o g é ­
b io s t a s ia d e H . Eh- c o n u n a a b la c ió n e n la s p a r t e s s u p e r fic ia le s, e s p e c ia lm e n t e en n e s is d e la q u e s e d e b e to ­
ra rt. a lta s d e la s p e n d ie n te s y co n lo s d e p ó s it o s de p e n d ie n te s. La m a r e n c o n s i d e r a c i ó n e l t ip o
u n a a c u m u la c ió n c o rr e la tiv a s o ­ p e d o g é n e sis d e lo s p e r ío d o s d e y la in te n sid a d ;
b r e la s p a r te s b a ja s y e n la s e s ta b ilid a d a fe c ta p o r u n a p a rte 2 ° S u e lo s p o lifa sa d o s d e re ­
d e p re sio n e s. P uede s ig n if ic a r a lo s su e lo s tru n c a d o s, en g en ­ c u b r im ie n t o s , a c la s ific a r en
ta m b ié n , s in e m b a r g o , u n a s a c ­ d ran d o u n a s s o b r e i m p o s ic io n e s , y fu n c ió n :
c io n e s e ó lic a s , lo q u e in tr o d u ­ p o r o t r a a u n a s fo r m a c io n e s d e ­ a) del t ip o de su e lo re cu ­
c e u n a d ist r ib u c ió n m á s c o m ­ trític a s a lim e n ta d a s , en p a rte , b ie r to ,
p le ja . Con o c a sió n de lo s pe­ por el m a te ria l a lte ra d o o pedo- b ) del esp e so r del re c u b ri­
río d o s de e s ta b iliz a c ió n , lo s g e n iz a d o , que su fre u n as tra n s­ m ie n to ,
m a te r ia le s e n t r á n s it o p o r la s f o r m a c io n e s. c) d e la s tra n sfo rm a c io n e s
p e n d ie n te s s e in m o v iliz a n ahí su frid a s d e sp u é s d e l re c u b ri­
En lo s lu g a r e s d e a c u m u la c ió n ,
d o n d e se e n c u e n tra n , e n c u a l­ m ie n to y q u e s e d eb en a e s­
lo s su e lo s d e lo s p e r ío d o s o e p i­
q u ie r p o s ic ió n to p o g rá fic a . La so d io s d e e s ta b ilid a d so n c u b ie r­ ta c a u sa ;
P a m p a D e p r im id a (A r g e n tin a ) 3 ° S u e l o s p o l i f a s a d o s a la
to s por la s a p o r t a c io n e s de lo s
c o n s t it u y e u n e x c e le n te e je m ­ v e z d e t r u n c a m ie n to s y d e r e ­
p e r ío d o s d e in e st a b ilid a d . C u a n ­
p lo d e e s te c a so . L o s m a te ria ­ d o e l c u b r im ie n to e s p o c o p r o ­ c u b r im ie n to s .
le s « a v e r ia d o s » c u a n d o h a c o ­ C o m b in a r lo s c r it e r io s de
fu n d o . su fre n una tra n sfo rm a ­
m e n z a d o e l p e r ío d o a c tu a l d e c ió n d e b id a a la s c o n d ic io n e s c la sific a c ió n de 1 y de 2.
la e s t a b ilid a d c o n s t it u y e n la s
n u ev as en q u e h an sid o s itu a d o s .
f o r m a c io n e s s u p e r f i c i a le s d e la
En t a l c a s o , e l m a t e r i a l fo s ili-
r e g ió n y d e s e m p e ñ a n el papel
zador ha su frid o g e n e r a lm e n te
de m a te ria l p a re n ta l D ara la
u n a p e d o g é n e sis a n te s d e l tra n s­
p e d o g é n e sis.
p o r t e y t a m b ié n s e v e a fe c t a d o
por la s tra n sfo rm a c io n e s.
L as r e g io n e s de d é b il r e lie v e ,
s o m e t i d a s a la a l t e r n a n c i a d e c l i ­
m a s a g r e s iv o s y d e p e r ío d o s d e
b io s t a s ia . c u y o t ip o e s la P a m ­
p a D e p r im id a a rg e n tin a , so n e s­
p e c ia lm e n te fa v o ra b le s a e sta
e v o lu c ió n m uv c o m p le ja .
I n flu e n c ia s lito ló g ic a s
C o n s e c u e n c ia s g e n e r a le s C o n s e c u e n c ia s g e n e r a le s
p ara la c o n se r v a c ió n a g ro n ó m ic a s

So b re la m o rfo g é n e sis Sobre la p e d o g é n e sis


VI V II
Va Vb

I m p o r ta n c ia d e c r e c ie n te de la in flu e n c ia li- La f r e c u e n c ia d e lo s s u e lo s a n ti­


to ló g ic a c o n e l t ie m p o , t a n t o e n lo s a s p e c to s guos in tr o d u c e un la v a d o e x c e siv o
g e o m o r fo ló g ic o s c o m o e n lo s p e d o ló g ic o s : « e n ­ en zon a húm eda, unos aco raza­
v e je c im ie n t o » d e l a s f o r m a s y d e lo s s u e lo s . m ie n to s y e n c o str a m ie n to s d e m a ­
L o s p r o d u c t o s d e m e te o riz a c ió n lle g a n a se r sia d o c o n s o lid a d o s en la s re g io n e s
ta n e sp eso s y g e n e r a liz a d o s com o lo p e r m it e n d e se q u e d a d al m enos e sta c io n a l
la s c o n d ic io n e s b io c lim d tic a s . T ie n e n h a c ia u n a m ás acen tu ad a.
c ie r ta h o m o g e n c iz a c ió n ( e je m p lo : lo s p r o d u c t o s D e to d o s m o d o s , la s m e jo r a s y
d e a lte ra c ió n f e r r a lít ic a ). S o n lo s c a ra c te r e s d e c o rr e c c io n e s lle g a n a se r e fic a c e s
e s t o s p r o d u c t o s lo s q u e in flu y e n d e m a n e r a p o r la e s t a b ilid a d d e l m e d io . U n a
d e t e r m in a n te m o r o fo g é n e s is y p e d o g é n e s is (a s í v e z re a liz a d a s, p e r m a n e c e n t o d o el
com o la h id r o lo g ía ). tie m p o q u e lo p e r m it e la t é c n ic a
Su e s tu d io es p r im o r d ia l. u tiliz a d a .

I n flu e n c ia lit o ló g ic a im p o r ta n t e si e x is t e « r e ­ M a n te n e r una c o b ertu ra v eg eta l Ig u a le s a sp e c to s que en el caso


n o v a c ió n » p o r lim p ie z a del su b stra tu m . d e d e n s i d a d e q u i v a le n t e a la v e g e ­ de A - l, pero la s c o n d ic io n e s va­
t a c ió n c lim á c ic a p a r a e v i t a r la d e - ría n m u c h o e n e l e s p a c io , y d e a h í
g r a d a c ió n . la n e c e sid a d de t r a b a ja r con m ás
I n flu e n c ia s lito ló g i- Q u ed an lim it a d a s a E n c a s o c o n tr a r io , la d e g ra d a c ió n « f in u r a » , p r e s t a n d o a te n c ió n a la s
c a s v a r ia b le s se g ú n el la p e d o g é n e sis in ic ia l. p u e d e se r m u y r á p id a v ten er co n ­ in te r p o la c io n e s , que d eben e sta r
siste m a m o rfo c lim á ti- E n o c a sió n d e lo s f e ­ s e c u e n c ia s grav es d e b id o a la co­ c u id a d o sa m e n t e su ste n ta d a s. Las
co. E n c u a lq u ie r c a so , n óm enos de tra n sfo r­ b e rtu ra de lo s p ro d u cto s de m e­ e x t r a p o la c io n e s so n m uy p e lig ro sa s
la s in flu e n c ia s lito ló g i­ m a c ió n , in te r v ie n e n in ­ te o riz a c ió n b la n d o s fre cu e n te s en y. en la p rá c tic a , p r o h ib id a s .
cas e stá n « filtr a d a s » d ir e c t a m e n te a trav és e sto s m e d io s.
p o r la s fo r m a c io n e s d e d e l su e lo a n tig u o c o n ­ E ste t ip o de d e g ra d a c ió n c o rres­
m e te o riz a c ió n y lo s v e r t id o e n m a te r ia l pa- ponde a la r e x is ta s ia de II. Eh-
s u e lo s . E l c o n o c im ie n ­ re n ta l y a trav é s del ra r t.
to de lo s su e lo s e s in ­ d r e n a je de la b ase del
d is p e n s a b le p ara la p e r fil. P ero so n so b re
c o m p r e n s ió n de lo s to d o lo s cara c te re s de
p ro c e so s m o rfo g é n ic o s. lo s p r o d u c to s d e m e-
tc o riz a c ió n . y no de
la s ro c a s en s í, lo s q u e
in te r v ie n e n e n to n ce s.
G ran d e s c a te g o ría s T ip o s de in flu e n c ia s P r in c ip io s d e in te g r a c ió n
d e m e d io s C a r a c te rístic a s M o r f o g é n ic a s d e l fa c to r m o rfo g é n ic o
g e o d in á m ic o s G e o m o r fo ló g ic a s so b r e la p e d o g é n e sis en la c la sific a c ió n p e d o ló g ic a

I II III IV

M o rfo g é n e sis y p e d o g é n e sis I .° C u a n d o la p e d o g é n e sis do­ 1 ° E l b a la n c e p e d o g é n e sis/


s e e je r c e n s im u lt á n e a m e n t e e in ­ m in a so b r e la m o r fo g é n e sis, n o s m o rfo g é n e sis, m uy s e n s ib le ,
te rfie r e n e n tr e sí. N o s h a lla m o s acercam o s m ás al ca so p re ced en ­ v a ría no ú n ic a m e n te en el
en la p a rte c e n tral d e u n co n t e ( A ) e n l a m e d i d a e n q u e e l- t ie m p o , e n b r e v e s p e r ío d o s,
t in u u m . Sus in te n sid a d e s no b a la n c e p e d o g é n e sis/m o r fo g é n e sis s in o ta m b ié n e n e l e s p a c io ,
s o n m u y d e s i g u a l e s , l o q u e c o n -' es m ás fa v o ra b le a la pedogéne­ en fu n c ió n d e lo s s it io s . P u e ­
fie r e u n a g r a n im p o r ta n c ia a s i s . S i n e m b a r g o , la in te r v e n c ió n de a p lic a r se la f u n c i ó n d e c a ­
la s f lu c t u a c io n e s a c o r t o p la z o d e la m o r f o g é n e s i s f r e n a la e v o ­ le ñ a , pero a c o n d ic ió n de
de la s c o n d ic io n e s c lim á tic a s. lu c ió n de lo s su e lo s, que, in c lu ­ d a r le u n a s ig n ific a c ió n d in á ­
U na se rie d e a ñ o s m á s se c o s o so en c o n d ic io n e s c lim á tic a s y a m ic a y n o p u r a m e n t e t o p o g r á ­
m ás h ú m e d o s , o c o n u n o s in ­ lo la r g o d e m u c h o s a ñ o s , n o a l­ fic a . R e s u lt a d e e llo u n a s a s o ­
v ie r n o s m á s f r ío s , p u e d e n m o­ canzan lo s grad o s de e v o lu c ió n c ia c io n e s d e s u e lo s , c o n , en
d ific a r e l e q u ilib r io en u n sen m á s a v a n z a d o s. L o m ism o o c u ­ g e n e r a l, u n o s in te r g r a d o s , q u e
t id o o e n o t r o , lo q u e e s im ­ rre c o n la s a lte r a c io n e s (e je m p lo : se c a ra c te r iz a n , c u a n d o l a s in ­
p o r t a n te p a r a la a g ro n o m ía y la s a lte r a c io n e s ilít ic a s e n la s r o ­ f lu e n c ia s lito ló g ic a s no in te r­
la c o n s e r v a c ió n . L a s in te r a c c io ­ c a s g r a n i t o i d e s d e la s e lv a n u b la ­ v ie n e n , p o r u n o s g r a d o s d e
n e s e n t r e p r o c e s o m o r fo g e n é ti- da de lo s A ndes v e n e z o la n o s, e v o lu c ió n (e v e n tu a lm e n t e ta m ­
eos y p e d o g e n é t ic o s d e s e m p e ­ so b r e fu e r t e s p e n d ie n te s c o n m o ­ b ié n d e h id ro m o r fism o ) d if e ­
ñan u n g ra n p a p e l. L a s p r o p ie ­ v im ie n t o s d e m a s a c r ó n ic o s ). H a y re n te s.
d a d e s d e lo s su e lo s, p o r e je m ­ u n a e s p e c ie d e r e ju v e n e c im ie n t o L o s m o s a ic o s d e b e n s e r a n a ­
p lo , in flu y e n so b r e la m o r fo g é ­ p e rm a n e n te de lo s su e lo s, m á s o liz a d o s te n ie n d o en c u e n ta el
n e s is , q u e , a s u v e z , in flu y e , m en o s a c e n tu ad o se gú n la in te n ­ fa c to r m o rfo d in á m ic o .
p o r r e tr o a c c ió n , e n la p e d o g é n e ­ sid a d d e la m o rfo g é n e sis.
sis. E sto s siste m a s n a tu r a le s ,
m uy co h e ren tes, deben se r to ­
m a d o s e n c o n s i d e r a c i ó n p a r a la
c o n s e r v a c ió n y la r e s t a u r a c ió n . 2 .° C u a n d o la m o r fo g é n e sis d o ­ 2 o La m o rfo g é n e sis d esem ­
A lg u n a s p rá c tic a s a g ro n ó m ic a s m in a u n p o c o so b r e la p e d o g é n e ­ p e ñ a u n p a p e l to d a v ía m ayor,
B
p u e d e n m o d ific a r la s e in v e r t ir s is , h a y q u e d is t in g u ir 2 c a so s: lo q u e lle v a a d if e r e n c ia r d o s

M e d io s ín te rg r a d o s e l s e n tid o d e la e v o lu c ió n . U n a ) M o r fo g é n e sis p e lic u la r su ­ caso s:


e je m p lo : la e s ta b ilid a d de lo s p e r fic ia l (e ro sió n p lu v ia l, arroy a­ a ) t a m b ié n a q u í, e l b a la n c e
L a d in á m ic a a c tu a l a g r e g a d o s d ir ig e la e r o s ió n p l u ­ da d if u s a , re p ta c ió n p o r e je m ­ p e d o g é n e sis/m o rfo g é n e sis va­
s e c a ra c te r iz a p o r u n a v ia l y la a r r o y a d a d i f u s a , y , p o r p lo ) . E l s u e lo s u f r e u n a a b la c ió n ría e n fu n c ió n d e lo s lu g a r e s.
c o n s i g u i e n t e , l a a r r o y a d a o la su p e r fic ia l p e r o c re c e p o r su b a ­ P e r o lo s s u e lo s p o c o e v o lu ­
in te rd e p e n d e n c ia m o r ­
fo g é n e sis / p e d o g é n e - in filtr a c ió n , e l a b a r r a n c a m ie n t o se . E s uno de lo s caso s m ás de­ c io n a d o s so n m ás frecu en tes
o lo s m o v im ie n to s d e m asa. m o s t r a t iv o s d e a p lic a c ió n d e l c o n ­ e n t o d o s lo s lu g a r e s d o n d e el
sis. El b a la n c e pedo-
A h o ra b ie n , puede se r aum en­ c e p to de b a la n c e p e d o g é n e sis- b a la n c e s e e s ta b le c e en fav o r
g é n e s is / m o rfo g é n e ­
tad a por la s p rá c tic a s agro n ó ­ m o rfo g é n e sis. d e la m o r f o g é n e s i s . L o s m o ­
sis es fa v o ra b le , se ­
m ic a s (a b o n o o r g á n ic o , s u r c o s ). s a ic o s ta m b ié n d e b e n s e r a n a ­
gún lo s c aso s, a la
liz a d o s en fu n c ió n del fa c to r
p e d o g é n e sis o a la
m o rfo d in á m ic o .
m o rfo g é n e sis. pero
S ig u e h a b ie n d o c o m p a ra c ió n
sie m p r e b astan te dé­
a p r o x im a t iv a , e n e l c o n ju n to ,
b ilm e n te .
e n tre la d e so x id a c ió n su p e r fi­
C u a n d o e stá c la ra ­
c ia l y la p e n e t r a c i ó n e n p ro --
m e n te a fa v o r d e la
fu n d id a d d e la p e d o g é n e sis.
p e d o g é n e sis, se p asa
P ero .e sta c o m p e n sa c ió n se
a lo s m e d io s 'e s ta b le s ,
r e a liz a m á s o m e n o s b ie n en
c u a n d o e s c la ra m e n te
fu n c ió n d e la s v a r ia c io n e s d e l
f a v o r a b le a la m o r fo ­
b a la n c e p e d o g é n e sis/m o rfo g é ­
g é n e s is , a lo s m e d io s
n e s is d e u n lu g a r a o tr o . E s
in e sta b le s. L o s d if e ­
lo que se debe hacer ap are­
re n te s c a so s fo rm an
cer en e l a n á lis is de lo s m o­
u n a se r ie c o n tin u a en
sa ic o s.
la q u e la s d iv isio n e s
so n a r b it r a r ia s .

b ) M o r f o g é n e s is p o r m o v im ie n ­ b ) L a d if e r e n c i a c ió n d e lo s
to s d e m a sa p o c o p ro fu n d o s g e ­ h o r iz o n t e s s e v e o b s t a c u liz a ­
n e r a liz a d o s o lo c a liz a d o s ( d o s v a ­ d a . o p rá c tic a m e n te im p e d id a
r ia n te s): s o liflu x ió n la m in a r o en en su to t a lid a d , d o n d e h ay
n u d o s . E l c o n ju n to d e l p e r fil p e ­ m o v im ie n to . P uede haber
d o ló g ic o se ve a fe c ta d o . m e z c la de h o r iz o n t e s . En el
caso de fe n ó m e n o s lo c a liz a ­
d o s , m o s a ic o s d e s u e lo s d iv e r ­
sam e n te a fe c ta d o s, in c lu id o s
lo s su e lo s p o c o o n a d a a fe c ­
ta d o s en la s á re a s d e e s ta b i­
lid a d lo c a l.
I n flu e n c ia s lito ló g ic a s
C o n s e c u e n c ia s g e n e r a le s C o n s e c u e n c ia s g e n e r a le s
p ara la c o n s e r v a c ió n a g ro n ó m ic a s
So b re la m o r fo g é n e sis So b re la p e d o g é n e sis
V I V II
V a Vb

F o rtísim a in flu e n c ia In te rv ie n e m u c h o en L a c o n s e r v a c ió n de u n a c o b ertu ­ L a s c o n d ic io n e s a g ro n ó m ic a s so n


d ir ig ie n d o e l m o d e la d o la m e d id a en q u e la ra v e g e tal d e n sa o el m e jo r a m ie n ­ t a n to m á s d e s f a v o r a b le s e n la m e ­
d e lo s d if e r e n t e s n iv e ­ p e d o g é n e sis no puede to d e e s ta c o b e r tu r a so n e se n c ia ­ d id a q u e e l b a la n c e s e in c lin e e n
le s d im e n s io n a le s: c in ­ a lc a n z a r un grad o de le s. S i la c o b e r t u r a v e g e ta l s e d e ­ fa v o r de la m o rfo g é n e sis. A h o ra
c e la d u r a m u y fin a de e v o lu c ió n m uy avan ­ grad a, se p ro d u ce una rá p id a e li­ b ie n , e l c u ltiv o ju e g a e n e s t e se n ­
la s r e g io n e s á r id a s de zado. m in a c ió n d e lo s su e lo s y e l p a so tid o . L a s s e r ie s d e a ñ o s e c o ló g ic o s
fu e rte arro y ad a esp o ­ a la situ a c ió n D -3 . E n e l c a so c o n ­ d e s f a v o r a b le s so n e s p e c ia lm e n t e
rá d ic a . Las p ro p ie d a ­ tra rio (m e jo r a m ie n to de la p ro te c ­ p e lig r o so s. L o s p ro c e so s m o rfo g é n i-
d e s m e c á n ic a s d e l m a ­ c ió n v e g e t a l) , la e v o lu c ió n e s f a v o ­ c o s e m p o b re c e n e l su e lo d e e le ­
te ria l so n la s m ás im ­ r a b le y s e e fe c t ú a h a c ia la s it u a ­ m e n to s f in o s y s o lu b le s, y d e r e s i­
p o rta n te s. c ió n A - l. d u o s o rg á n ic o s (h u m u s a r r a s t r a d o
L a s su c e s io n e s d e a ñ o s e c o ló g i­ p o r l a m ig r a c ió n p e lic u la r ).
c o s d e s f a v o r a b le s so n a m en udo El m e jo r a m ie n t o de lo s re n d i­
c r ític a s y d esen cad en an u n as m a­ m ie n to s e s tá c o n d ic io n a d o p o r u n a
n ife sta c io n e s d e d e g ra d a c ió n que m a y o r e s ta b ilid a d m o rfo d in á m ic a .
d e s p u é s e s d if íc il c o r r e g ir . La a g ro té c n ic a debe c o n tr ib u ir a
En d ic h o s p e r ío d o s deben se r e llo y c o n sid e ra rlo com o una con­
a p lic a d a s un as m e d id a s e sp e c ia l­ d ic ió n p re v ia . Las p rá c tic a s erró ­
m e n te e s tr ic ta s . n e a s tie n e n u n a s r e p e r c u s io n e s a m ­
p lif ic a d a s : m a rg e n d e t o le r a n c ia d e l
m e d io m u y d é b il.

M e d io c r ític o m u y d ifíc il d e c o n ­ L a s p la n ta s d e ra íc e s p r o fu n d a s
se r v a r : e l b o sq u e a p e n a s fre n a lo s (á r b o le s, a r b u s to s) so n le sio n a d a s
m o v im ie n to s de m asa. E sto s se y d e fo r m a d a s p o r lo s m o v im ie n to s
d e sa r r o lla n en un m a te ria l a rc illo ­ d e m a sa . L a p r a d e r a p e r m a n e n te
so a p to p ara el a b a r r a n c a m ie n t o , e s la u tiliz a c ió n m á s a d e c u a d a , a
q u e h ay q u e im p e d ir q u e s e d e ­ c o n d ic ió n de que se a a b a ste c id a .
sa r r o lle , p e r o s in a u m e n t a r l a in ­ F a v o r e c e u n a a rr o y a d a in a c tiv a d e s ­
filtra c ió n d e a g u a (d e b e n e v ita r se d e e l p u n to d e v is ta m o rfo g é n ic o ,
lo s o b s t á c u lo s ) . E l c r e c im ie n t o d e l pero d ism in u y e lo s tie m p o s de
c o n su m o d e a g u a p o r la v e g e ta c ió n c o n c e n t r a c ió n y la i n te r c e p c ió n en
n o in te r v ie n e e n o c a s ió n d e e s t o s re la c ió n al b o sq u e . E so debe se r
p e r ío d o s m uy llu v io so s. co m p en sad o m e d ia n t e peq ueñ as
La d is m in u c ió n de la c o b ertu ra o rd e n a c io n e s h id r á u lic a s. E v ita r
v e g e ta l puede fa v o re c e r lo s d e sli­ c u id a d o sa m e n t e la p isa d a e x c e siv a
z a m ie n to s m e d ia n te la f o r m a c ió n de lo s a n im a le s (p e lig r o de d egra­
de h e n d id u ra s de d e s e c a c ió n que d a c ió n : t e r r a c illa s ) .
a u m e n ta n la in filtr a c ió n .

D é b il in flu e n c ia d e b i d o a q u e la d iv e r s id a d
de lo s m a te r ia le s q u e p e r m it e n lo s m o v im ie n ­
to s d e m a sa e s lim it a d a .

E l c a rb o n ato d e c a lc io (c o a g u la n t e ) y e l c lo ­
ru ro d e so d io (d is p e r s a n te ) d e se m p e ñ a n un pa­
p e l e s p e c ia lm e n t e im p o r ta n te ta n to en la m o r­
fo g é n e sis c o m o en la p e d o g é n e sis.
G ran d e s c a te g o ría s T i p o s d e in flu e n c ia s P r in c ip io s d e in te g r a c ió n
d e m e d io s C a r a c te rístic a s M o r fo g é n ic a s d e l fa c to r m o rfo g é n ic o
g e o d in á m ic o s G e o m o r fo ló g ic a s s o b r e la p e d o g é n e sis en la c l a s i f i c a c i ó n p e d o l ó g i c a

I II III IV

In flu e n c ia d e te r m in a n te d e la m o rfo d in á m ic a ,
l o q u e in tr o d u c e e l sig u ie n te p r in c ip io d e c la ­
sific a c ió n :
1“ F e n ó m e n o s l o c a l i z a d o s , e s p o r á d i c o s , i n t e n ­
so s.
D e s tr u y e n l o s s u e lo s . L a p e d o g é n e s is v u e lv e
a p a rtir d e ce ro c u a n d o e s p o sib le , so b r e m a ­
te ria l b r u to . A p a re c e n d e e s te m o d o u n o s m o sa i­
c o s c a r a c t e r iz a d o s p o r u n a d o b le d e fe r e n c ia c ió n :
e n f u n c ió n d e la d u r a c ió n d e la p e d o g é n e s is
( m o n o g é n i c o ) , e n f u n c i ó n d e la l it o l o g í a . E x i s t e
u n a s e r i e d e t r a n s i c i o n e s c o n B - 2 -b y A - 2 .
P r in c ip a le s c a s o s : c o r r ie n te s fa n g o s a s , c o r r ie n ­
t e s v o lc á n ic a s , d ig ita c io n e s a lu v ia le s ( c o n o s d e
d e y e c c ió n , e s p a r c im ie n to s d e a b o n o s , le v a n ta ­
m ie n to s).

2 ° F e n ó m e n o s lo c a liz a d o s , re c u rre n te s fre c u e n ­


te s.
A llí d o n d e a c tú n , la p e d o g é n e sis n o e s p o s i­
b l e : lito s o le s o re g ó so le s, s u e l o s m i n e r a l e s b r u t o s .
L a p e d o g é n e s is s ó lo a c tú a e n lo s e s p a c io s in te r­
m e d io s, q u e g o z a n d e u n a c ie r ta e s ta b ilid a d al
c a b o d e u n m ín im o d e tie m p o . S e tie n e e n to n c e s
u n m o sa ic o h c te r o d in á m ic o . S o n p o s ib le s d o s te n ­
d e n c ia s e v o lu tiv a s o p u e s ta s :
— I n n e s t a b ilid a d c r e c ie n te : lo s is lo t e s d e s u e ­
lo s rc lic tu a lc s so n p r o g re siv a m e n te d e s tr u id o s
p o r a b la c ió n , d is e c c ió n o e n te r r a m ie n to .
— E s t a b i l i z a c i ó n : d i s m i n u c i ó n d e la i n t e n s i ­
d a d y d e la f r e c u e n c i a d e l a s a c c i o n e s m o r f o g é ­
n i c a s , r e c o lo n i z a c i ó n p o r l a v e g e t a c i ó n . L o s s u e ­
lo s s e d e s a r r o lla n e n lo s lu g a r e s q u e s e e s t a b ili­
z a n . T r a n s i c i ó n c o n B -2 .
C

M e d io s fu e rte m e n te
in e sta b le s

F u e r te p r e d o m in a n ­ In te n sa m o rfo g é n e sis c u y a s
c a u s a s , q u e p u e d e n c o m b in a r se ,
a ) E n lu g a r d e a b la c ió n , el
c ia d e la m o rfo g é n e ­ p r in c ip a l p ro c e so e s la a r r o ­
so n :
s i s s o b r e la p e d o g é ­ y a d a , c o n in c is io n e s d e b a ­
n e s is . — u n a s c o n d i c i o n e s b i o c li m á -
S u b o rd in a d a m u y estre c h a m e n ­ rran co s cu y a re d se h ace cad a
tic a s « a g r e s i v a s » ( c lim a e x t r e ­
t e a la m o r f o g é n e s i s y p o c o a c e n ­ v e z m á s d e n s a , h a s ta la fo r ­
m o ) d e fu e r t e s v a r ia c io n e s ir r e ­
tu a d a . E n el c a so d e u n a d e g ra ­ m a c ió n d e a b a r r a n c a m ie n to s
g u l a r e s , d e s f a v o r a b l e a la c o ­
d a c ió n a n tr ó p ic a , liq u id a c ió n d e g e n e r a l i z a d o s ( b a d la n d s). L a
b e r tu r a v e g e ta l p e r o tra n sm i­
lo s su e lo s a n te rio re s (« e r o s ió n d e d e s o x id a c ió n g e n e r a liz a d a e n ­
tie n d o u n a g r a n c a n t id a d d e
e n e rg ía ); lo s s u e lo s» ). tra en e l c a so C -3 . E n e l lí­
E n r é g im e n p e r m a n e n t e , p r e ­ m ite , c a b e c o n s id e r a r lo s a b a ­
— un r e lie v e a c c id e n ta d o ,
d o m in a n c ia d e l o s s u e lo s m in e ­ r r a n c a m ie n to s g e n e r a liz a d o s
con v ig o r o s a d is e c c ió n (p e n ­
d ie n te s fu e r te s y p ro lo n g a d a s). r a le s b r u to s (r e g o s o ie s y lit o s o ­ c o m o f o r m a n d o p a r t e t a m b ié n
le s). d e l c a so C -3.
U n a g e o d i n á m i c a i n t e r n a in t e n ­
s a y re c ie n te (le v a n ta m ie n to , E s t a s c a r a c t e r ís t ic a s s e a p lic a n
ta n t o a lo s m e d io s d e d ise c c ió n b ) E n lu g a r d e a c u m u la ­
v o lc a n ism o ) e s u n fa c to r f a v o ­
c o m o a lo s d e a c u m u la c ió n . L a c ió n , s e o b t ie n e n a p o r t a c io n e s
r a b le . L a in te n sa d in á m ic a a c ­
m i g r a c ió n d e l m a t e r i á l d e t r í t i c o m in e ra le s b r u ta s . S e g ú n su
t u a l im p id e l a p e r s is te n c ia d e
d e lo s p rim e r o s h a c ia lo s se g u n ­ fr e c u e n c ia y s u e x te n s ió n m á s
la s h e re n c ia s. L a re c o n stru c c ió n
d o s e s r á p id a . o m e n o s g ra n d e , e x iste u n a
d e l p a s a d o , e s d ifíc il p o r fa lt a
se rie tra n sic io n a l e n tre lo s
d e te stig o s , o fr e c e e s c a so in te ­
c a so s C - l y C -3.
ré s.

3 o A c c io n e s g e n e r a liz a d a s
c r ó n ic a s b a s ta n te in te n sa s, p o r
e je m p lo , d e s o x id a c ió n (a r r o y a ­
d a d if u s a ) o a c u m u la c ió n s o ­
bre una lla n u ra in u n d a b le
(h o n d o n a d a de in u n d a c ió n ,
e tc .). D is tin g u ir lo s se c to r e s
d e a b l a c ió n y d e a c u m u l a c i ó n :

a ) S e c to r e s d e a b la c ió n . M o ­
sa ic o s d e lit o y r e g o s o ie s y
d e su e lo s e m b r io n a rio s. T ran -
________________________ s i c i ó n c o n e l c a s o B .___________

b ) S e c to r e s d e a c u m u la c ió n .
S i é s t a e s su fic ie n te m e n te le n ta , s e e fe c tú a
u n a p e d o g é n e sis e m b r io n a ria c o n n u e v a s a p o r ta ­
c i o n e s . E n l o s m e d i o s b a s t a n t e ric o s ' e n s e r e s
v i v o s s e p r o d u c e u n a h e m o g e n e iz a c ió n p o r r e ­
m o v id o b ió tic o . E n a lg u n o s m e d io s p o b r e s en
s e r e s v i v o s , s e e f e c t ú a u n r e m o v i d o p o r c r io -
t u r b a c ió n , h id r o tu r b a c ió n o h a lo tu r b a c ió n
I n flu e n c ia s lit o ló g ic a s C o n s e c u e n c ia s g e n e r a le s C o n s e c u e n c ia s g e n e r a le s
p a r a l a c o n s e r v a c ió n a g ro n ó m ic a s
Sob re la m o rfo g é n e sis Sobre la p e d o g é n e sis
Va Vb VI V II

D e te r m in a n te . M u y g r a n d e : la p e ­ E l c o n j u n t o d e e s t a c a t e g o r í a e s t á f o r m a d o p o r m e d io s d e a lía
E n lo s lu g a r e s d e d i­ d o g é n e s is in c ip ie n te d e ­ se n sib ilid a d . L a u t i l i z a c i ó n a g r o n ó m i c a e s m á s o m e n o s m a r g i n a l . L a
s e c c ió n , la a p titu d d e l pende estre c h a m e n te p e r s p e c t i v a d e b e i r m á s e n e l s m t i d o d e c o n s e r v a r , p a r a p ro te g e r
m a t e r i a l a l a m o v i l iz a ­ d e la s p ro p ie d a d e s d e l la s t ie r r a s s i t u a d a s r ío a b a jo y lo s r e c u r s o s d e a g u a , q u e d e p r o d u c ir .
c ió n e s d e c is iv a (p o r m a te ria l p a re n ta l. F r e ­
e je m p lo , p ro p ie d a d e s c u e n c ia d e lo s su e lo s E s m u y d if íc il lu c h a r c o n tr a e l Los lím ite s a g ro n ó m ic o s m uy
m e c á n ic a s y a lim e n ta ­ d e s e n c a d e n a m ie n to d e e s to s fe n ó ­ f u e r t e s h a c e n d e e s ta s u n id a d e s
m in e ra le s b r u to s.
c ió n d e a g u a s o b r e la s m e n o s. L a c r e a c ió n d e b o s q u e s , p o r u n a s t ie r ra s m argin a les.
c o r r ie n te s fa n g o s a s ) . e j e m p l o , n o i m p i d e l o s m o v i m ie n ­ L o s m e jo r a m ie n to s s o n c o s t o s o s
E n la s a c u m u la c io ­ t o s d e m a s a , a v e c e s in c lu so lo s y p r e c a r io s ( s u e lo s p o c o e v o lu c io ­
n es, la s p ro p ie d a d e s fav o re ce . n a d o s, o p rá c tic a m e n te a u se n c ia d e
del m a te ria l (flu id e z L a p e r s p e c t i v a d e b e s e r la d e su e lo s).
d e la s l a v a s , g ra n u lo - im p e d ir u n a d e g r a d a c ió n c r e c ie n te L a s l i m i t a c i o n e s d e l a u t i l iz a c i ó n
m e tr ía d e lo s a lu v io ­ c o m o , p o r e je m p lo , la a p a ric ió n d e d e la s t ie r r a s d e b e n s e r m u y e s ­
n e s ) d ir ig e n e l m o d e ­ a b a r r a n c a m ie n to s e n u n á r e a a fe c ­ tr ic t a s , d e l m ism o tip o q u e e n el
la d o . t a d a p o r u n o s m o v im ie n to s d e m a ­ c a s o d e B -2 p e r o m á s se v e r a s .
sa p u e s s ó lo s e le s p u e d e c o n tr o ­ E l rie sg o d e d e g ra d a c ió n irre v e r­
la r a u m e n ta n d o lo s rie s g o s d e m o ­ s ib le d e b e se r to m a d o e n c o n si­
v im ie n to s d e m a sa . d e r a c ió n d e m a n e ra im p e r a tiv a , so ­
b r e t o d o e n la s re g io n e s c o n e x a s .

D ir ig e la in te n sid a d H a y q u e i n t e n t a r f a v o r e c e r la S o n t a m b ié n u n a s t ie r ra s m a rg i­
y la n a t u r a l e z a d e l o s e v o lu c ió n h a c i a la e s t a b i l i z a c i ó n , n a le s , q u e d e b e n s e r c o n s i d e r a d a s
p ro c e so s m o rfo g é n ic o s c o s a q u e a v e c e s e s d ifíc il. i n e p t a s p a r a u n a p r o d u c c ió n re n ­
y e l s e n tid o d e la e v o ­ E n lo s c a s o s d e la s m a n ife s ta ­ ta b le . L a v e g e ta liz a c ió n n o p u e d e
lu c ió n . L a e s ta b ilid a d c io n e s to r r e n c ia le s , e s p o s ib le a s o ­ ju s t i f i c a r s e por un r e n d im ie n to
e s tr u c tu ra l d e lo s su e ­ e c o n ó m ic o d ir e c t o . N o e s m á s q u e
c ia r:
lo s e s d e c is iv a e n lo s u n a e t a p a h a c ia la e s ta b iliz a c ió n .
— u n o s tr a b a jo s d e c o rr e c c ió n
fe n ó m e n o s d e a rro y a ­ E s t a e s t a b i l i z a c i ó n p u e d e s e r im ­
d e s t in a d o s a n e u tr a liz a r te m p o r a l­
d a . C u a n d o l a i n c is ió n p u e s t a p o r e l c a r á c t e r d e reg ió n
m e n t e l o s p r o c e s o s t o r r e n c ia l e s .
de h o n d on ad as, ñor c o n ex a. U n a v e z i n i c i a d a , l a e s t a ­
— una re v e g e ta liz a c ió n , que b iliz a c ió n s ó lo p u e d e c o n tin u a r se
e je m p lo , lle v a a la co r- . C o m o en el c a so C - l. a p r o v e c h a la t r e g u a q u e o f r e c e n g r a c ia s a se v e r a s m e d id a s d e p r o ­
t a d u r a d e u n m a te r ia l
lo s tr a b a jo s d e c o rr e c c ió n . D e b e te c c ió n , e s tr ic ta m e n te re sp etad as,
su b y acen te d ife r e n te ,
p u e d e h a b e r , s e g ú n lo s re le v a r a e s to s a n te s d e q u e n e ­ lo q u e im p o n e e s tr e c h a s lim it a c io ­
c e s ite n u n a re p a r a c ió n c o s t o s a , b e n e s a la u t i l iz a c i ó n d e l m e d i o n a ­
c a s o s , b ie n a c e le r a c ió n
del a b a r r a n c a m ie n to , d e b e n h a c e r su c e d e r u n o s t ip o s d e t u r a l.
c o b e rtu ra v e g e ta l que a seg u re n
b ie n fre n o y e s ta b ili­
u n a e s ta b ilid a d c r e c ie n te . U n a ten ­
z a c ió n .
d e n c ia n a tu r a l a la re v e g e ta liz a ­
c ió n e s u n fa c to r m u y fa v o r a b le , a
r e fo r z a r .

In flu e n c ia m u y g ra n ­
de: c in c e la d u ra fin a
e s tr e c h a m e n te d ir ig id a
p o r l a l it o l o g í a i n c l u s o
e n s u s d e ta lle s.

L a g ra n u lo m e tr ía d i­ U n a e s ta b iliz a c ió n m o rfo g é n ic a U n a v e z r e a liz a d a la e s ta b iliz a ­


rig e e l m o d e la d o d e e s u n a c o n d ic ió n p r e v ia in d isp e n ­ c ió n , e l p ro b le m a c o n siste e n o r ­
la s a c u m u la c io n e s (c o ­ sa b le . L a s c o n te n c io n e s d e p r o te c ­ g a n iz a r u n a su c e s ió n d e c u ltiv o s
n o s d e d e y e c c ió n , b o l­ c ió n d e b e n se r c u id a d o s a m e n te e s ­ q u e a c e p te n u n o s su e lo s m in e ra le s
sa s a lu v ia le s , a p o rta ­ t u d ia d a s y p e r m it ir la a c u m u la c ió n b r u t o s a l p r in c ip io , y q u e d e s p u é s
c i o n e s c ó l i c a s o c o lu - d e b u e n a s c o n d ic io n e s al m arg e n p e r m it a n m e j o r a r l o s g r a d u a l m e n t e .
v ia lc s). d e l se c to r p ro te g id o . E n c a so c o n ­ E l r é g im e n h í d r i c o r e v i s t e u n a im ­
tra rio , se p ro d u c ir á n u n a s ru p tu ­ p o r ta n c ia c a p ita l: d e b e se r c u id a ­
ra s c a d a v e z m á s g ra v e s d e lo s d i­ d o s a m e n t e t e n i d o e n c u e n t a e n el
q u e s . A c tu a r s o b r e la fu e n te d e o r d e n a m ie n to .
a p o r ta c io n e s d e tr ític a s e s in d isp e n ­
sa b le .

I n flu y e la m a y o r o In flu e n c ia m u y fu e r­
m en or in e sta b ilid a d te (s u e lo s e m b r io n a ­
m o rfo d in á m ic a . r io s , lito s o le s , re g o so -
le s).

(C o m o en el caso C - l.)

I n flu y e la v e lo c id a d D a d o e l t ip o d e su e lo s
d e la m o r fo g é n e sis y fu e r te in flu e n c ia so b r e
d e te rm in a la s fo rm as la p e d o g é n e sis.
d e l m o d e la d o .

I n flu e n c ia d e te r m in a n te d e la n a tu r a le z a d e
la s a p o r t a c io n e s y d e s u g r a n u lo m e t r ía s o b r e el ( C o m o e n e l c a s o C - 2 - b .)
m o d e la d o y la p e d o g é n e sis.
período de estabilidad e inestabilidad. La modificación de la circulación
atmosférica con motivo del último período frío se tradujo en unos gradien­
tes térmicos más fuertes entre las medias y las bajas latitudes. Parece
que eso ha producido una mayor violencia de los fenómenos meteoroló­
gicos. Una mayor inestabilidad morfodinámica, una mayor violencia de
los procesos quedan demostrados, en cualquier caso, en la mayor parte
de las regiones del globo por el modelado y por las formaciones detríticas
que le acompañan. Así que debemos subdividir los medios estables en
medios estables desde siempre y en medios de estabilidad relativamente
reciente. La formulación es vaga: para precisarla, hay que disponer de
datos cronológicos. Son muchísimos, pero no siempre están disponibles.
El principal criterio, importante tanto en el plano disciplinario como en
el plano práctico, es la presencia o ausencia de herencias diferentes de lo
que engendra la dinámica actual. Cuando estas herencias ocupan un lugar
considerable en el medio natural, nos hallamos en presencia de un medio
de inestabilidad relativamente reciente; no existen por el contrario, en
los medios de estabilidad antigua. Es evidente que también en este caso
conviene rechazar las definiciones terminantes. Existen transiciones que
aseguran una continua variación tipológica entre los dos extremos. Estos
intergrados pueden ser introducidos en la clasificación cuando se dispone
de las observaciones necesarias para hacerlo. En cualquier caso, no debe­
mos olvidarlas, incluso cuando nuestra percepción es insuficientemente
precisa para intentar unas subdivisiones más definidas.
Los medios inestables son más complejos. Hay que tener en cuenta, en
efecto, tanto los factores como las modalidades de su inestabilidad.
Antes de examinar estos puntos, que están en la base de las subdivisio­
nes de estos medios, definámoslos. De manera general, los medios inesta­
bles están caracterizados por unas modificaciones apreciables de la super­
ficie topográfica, en ocasiones rápidas y en otras repetidas y frecuentes.
Proceden de flujos importantes de materia, principalmente de materiales
groseros, pero no necesariamente: la arroyada de los abarrancamientos ge­
neralizados puede acarrear unos derrubios abundantes, correspondientes-
a un elevado número de toneladas/kilómetros por kilómetro cuadrado. Las
corrientes fangosas afectan siempre a un material rico en arcilla. De todos
modos, la importancia de los flujos de material y las modificaciones apre­
ciables experimentadas por la superficie topográfica constituyen un factor
ecológico limitador, que dificulta el desarrollo de la cobertura vegetal. Por
ejemplo, un deslizamiento de terreno o una corriente fangosa destruyen
completamente la vegetación y dejan una llaga desnuda que se cicatriza
con mayor o menor rapidez, gracias a la instalación de formaciones pione­
ras, de aspecto y de composición florística diferentes a los de la vegetación
climácica. En los Alpes, por ejemplo en el pico Queyras, los conos en
que terminan crónicamente las avalanchas muestran una vegetación espe­
cial. En el eje de los pasillos, donde el barrido ha sido más violento y
más frecuente, no hay árboles, arbustos, ni formaciones herbáceas. En la

62
orilla, donde disminuye el peligro, aparecen unos matorrales, que se
doblegan bajo la avalancha y brotan entre los bloques y las gravas. Un
poco más lejos, aparecen unos arbustos, sobre todo los sauces más flexi­
bles, que con frecuencias están deformados, hasta alcanzar una posición
horizontal, por las avalanchas que todavía son frecuentes. Más lejos aún,
aparecen los abedules. Los sauces ocupan un puerto de árboles, pero, al
igual que los abedules, no consiguen crecer, pues se rompen a un metro
o metro y medio del suelo y son traducidos periódicamente, de este modo,
a unas formas bajas, de mal desarrollo. La inestabilidad tiene unas conse­
cuencias paralelas sobre los suelos. Están lacerados por los barrancos, des­
truidos completamente por las corrientes fangosas, desoxidados por la
arroyada generalizada. Su formación se ve obstaculizada o interrumpida.
Sobre las heridas que se cicatrizan, al mismo tiempo que se produce la
colonización» por una vegetación pionera, recomienzan a formarse los sue­
los, a partir de un material bruto. La noción de balance pedogénesis/mor-
fogénesis puede aplicarse, pero de manera matizada y sólo en ciertos casos.
La inestabilidad puede tener causas diversas. Examinemos las prin­
cipales:

— El juego de las fuerzas internas es una de ellas. Los fuertes seísmos


provocan unos derrumbamientos, desencadenan unas corrientes fangosas,
hacen intervenir los accidentes tectónicos. Unas áreas hundidas pueden
convertirse en mal drenadas, prácticamente inundables. Las erupciones
volcánicas sueltan unas corrientes de lava en las que se instala, más o me­
nos rápidamente, una vegetación pionera, que inicia la pedogénesis. Las
lluvias de cenizas volcánicas eliminan el estrato bajo de la vegetación, el
más eficaz desde el punto de vista morfogénico. La arroyada se desencade­
na en la superficie de estos materiales finos, sin ninguna pedogénesis, gene­
ralmente batientes. Un período de unos cuantos años de intensa actividad
morfogénica, característico de un medio fuertemente inestable, comienza
inmediatamente después de la caída de cenizas. Termina con la coloni­
zación por una vegetación suficientemente densa, que inicia una pedo-
génesis. En ambos casos — corrientes de lava y lluvias de cenizas— el
volcanismo introduce una brutal modificación del medio natural, seguida,
en el caso de las cenizas, por una fuerte inestabilidad pasajera, de breve
duración. Después, en ambos casos, cuando el clima lo permite, se evolu­
ciona hacia una estabilización con colonización vegetal y pedogénesis. La
sucesión en el tiempo es análoga a la de las regiones estables que han sido
afectadas, en tiempos relativamente recientes, por unas condiciones de
inestabilidad. Pero las duraciones no son en absoluto las mismas. En el
caso de las regiones actualmente estables y anteriormente inestables, el
cambio se ha producido a lo largo de varios milenios; a menudo se esca­
lona a partir del final del último período frío y el holoceno, a lo largo
de unos quince mil años. Las modificaciones de dinámica provocadas por
una erupción volcánica ocupan unos cuantos años, como máximo unos

63
cuantos siglos en el caso de las comentes masivas de vegetalización muy
lenta. Hay analogía en las secuencias, pero las evoluciones tienen unas
duraciones de orden de magnitud diferente.

— El relieve, que procede de la evolución morfogénica sobre unas du­


raciones de varios millones de años, también interviene. Los fenómenos
movidos por la gravedad crecen en función del seno de la pendiente. Las
regiones accidentadas, de pendientes empinadas, intensifican muchos pro­
cesos morfogénicos, especialmente la arroyada y la reptación. Determina­
dos procesos sólo pueden desarrollarse cuando las pendientes superan un
cierto valor mínimo, un cierto umbral. Este es el caso de los desliza­
mientos de terreno, de los derrumbamientos, de las avalanchas, de las
corrientes fangosas. Por consiguiente, el valor de las pendientes es un
factor muy importante de la morfogénesis, de la inestabilidad del medio
natural. Está claro que éste no es el único factor que interviene. Una
cobertura vegetal puede contrarrestar su influencia. La arroyada es ineficaz
en las pendientes de 30° en los Vosgos, en los lugares donde crece un
bosque espeso, con una densa maleza, un abundante lecho, unos suelos
con un considerable horizonte húmico, por ejemplo sobre granito hacia
los 900 o 1.000 metros en la ladera occidental del Champ du Feu. Pero el
bosque no impide en absoluto el desencadenamiento de las corrientes
fangosas. Estos fenómenos son frecuentes bajo bosque templado austral
en la isla meridional de Nueva Zelanda, en los densos bosques de Nueva
Guinea, de los Andes venezolanos y de la vertiente amazónica de los An­
des peruanos. Arrastran la vegetación y abren unos calveros que luego
son colonizados por una vegetación secundaria. En ciertos aspectos, el
bosque llega a favorecerlos indirectamente: crea una sobrecarga en la su­
perficie del suelo y, sobre todo, favorece la infiltración de las precipita­
ciones. De manera general, la pendiente aumenta los riesgos de inestabili­
dad. Por dicho motivo se la toma en consideración para la clasificación de
las tierras en vistas a su conservación. Y por la misma razón, también, el
balance pedogénesis/morfogénesis se desplaza en favor de la morfogénesis
cuando la pendiente aumenta, hasta el punto de que las regiones acciden­
tadas se caracterizan, en general, por unos suelos delgados, atrofiados, lla­
mados anteriormente «esqueléticos», término a fin de cuentas más obje­
tivo que la expresión «poco evolucionados» que la sustituye. Ahora bien,
el vigor del relieve procede de la intensidad de la disección, que tiene
a su vez por causa un levantamiento tectónico. Según la naturaleza de las
rocas, y según, asimismo, las condiciones climáticas, esta disección sigue
con mayor o menor retraso el inicio del levantamiento que la origina.
Y continúa, por otra parte, cuando este levantamiento se ha detenido.
Dichas histéresis y dichos desfases son estudiados cuando se reconstruye
la evolución morfogénica.

— Las condiciones bioclimáticas son la tercera causa de inestabilidad.

64
De manera general, la irregularidad climática es un factor ecológico muy
limitador. La vegetación se adapta mejor a unas precipitaciones débiles pero
de periodicidad definida que a unas lluvias sin régimen aparente, que se
producen al azar y están separadas entre sí por unas sequías de duración
muy variable. Al contrario, la morfogénesis se ve más bien favorecida por
los fenómenos irregulares, sin periodicidad estricta. Esta característica está
incluida en la noción de manifestación «catastrófica», junto a la violencia
y a los daños ocasionados. La irregularidad climática obstaculiza el desa­
rrollo de la cobertura vegetal pero, por el contrario, no atenúa los efectos
morfodinámicos de las manifestaciones meteóricas. Eso es favorable a la
inestabilidad del medio. Una sequía como la que llevan varios años cono­
ciendo las regiones sahelianas de Africa afecta gravemente a un medio
natural frágil. Disminuye el poder estabilizador de la cobertura vegetal,
pastoreada hasta el exceso, además de afectada por la ausencia de agua.
Ahora bien, esta región está formada en buena parte por antiguos campos
de dunas estabilizados a consecuencia del clima más húmedo que reina en
ellos desde antes del neolítico. Esta estabilización puede ser duradera­
mente puesta en cuestión. Es un problema que debemos examinar con
atención en los programas de restauración que nos disponemos a estudiar.
En las regiones de transición, de las que forma parte la zona saheliana,
las oscilaciones climáticas, que son menores fuera de allí, se amplifican por
resonancia. Las secuencias evolutivas se acortan, lo que introduce unos
intergrados entre regiones actualmente inestables y regiones anteriormente
inestables convertidas en estables. Por otra parte, en un medio ecológica­
mente difícil, la competencia entre las plantas, especialmente en lo que se
refiere a la alimentación hídrica, hace que la cobertura vegetal sea abierta.
Su papel estabilizador queda disminuido. Al margen de las oscilaciones
climáticas (que, por otra parte, intervienen frecuentemente), puede existir
un régimen continuo o clímax, que está caracterizado por una débil pedo-
génesis y una importante morfogénesis superficial, principalmente bajo el
efecto de la arroyada. Los materiales arenosos y más finos son rápidamen­
te arrastrados tan pronto como son engendrados por meteorización. Los
suelos permanecen embrionarios, a falta de tierra fina, y no llegan a
desarrollarse, sea cual sea la duración de la evolución. Así, pues, existen
unos medios en los que los suelos climácicos son embrionarios o no pasan
de ser unos suelos minerales más o menos brutos, a causa de la inestabili­
dad. En los mismos medios, la cobertura vegetal climácica es fuertemen­
te abierta. El cultivo, bajo unas condiciones ecológicas menos desfavo­
rables, puede llevar al mismo resultado: la desoxidación es tan conside­
rable que los suelos no tienen tiempo de formarse y se cultiva la roca
cuando está blando. Eso es frecuente en las regiones mediterráneas.
Así que la clasificación de los medios muy inestables debe tomar en
consideración la naturaleza de los procesos morfogénicos, que dirige la
manera como se ejercen en el espacio y las modalidades de su aparición
en el tiempo.

65
Los fenómenos generalizados, que afectan al conjunto de un área
de frecuencia elevada, como la desoxidación por los hilillos de agua diva-
gadores, como la deflación ejercida por el viento sobre los materiales finos,
hacen inclinar el balance pedogénesis/morfogénesis de manera muy pronun­
ciada en favor de la morfogénesis. En condiciones naturales es algo fre­
cuente en las regiones semiáridas. En ellas la situación climácica se carac­
teriza por una cuasi-ausencia de suelos, que todavía hace más desfavo­
rables las condiciones ecológicas. Las formaciones superficiales relictuales
quedan limitadas a unos materiales muy groseros, no movilizables, como
los desprendimientos de bloques, con patina, que aparecen en la franja
semiárida de la zona saheliana en el sur de Mauritania o en las inmediacio­
nes del meandro del Niger, en Mali. Los paleosuelos, las formaciones super­
ficiales blandas han desaparecido totalmente cuando esta situación climá­
cica lleva un tiempo considerable instalada en las regiones de disección.
Una variante de este subtipo procede de las regiones de fuerte degra­
dación antrópica. El cultivo, al borrar los barrancos y aplanar el suelo, fa­
vorece la persistencia de una acción generalizada de los procesos morfo-
génicos. Mantiene, además, una cobertura vegetal abierta, en ocasiones
muy abierta, principalmente en los barbechos cultivados (dry-farming).
Cuando este régimen se prolonga considerablemente sobre rocas blandas,
termina en el cultivo de la propia roca, pues los suelos han desaparecido
totalmente. Cuando la degradación se acentúa y hace poco que se ha
iniciado, se evoluciona hacia esta situación, pero persisten, a título
transitorio, unas manchas residuales de suelos. También en este caso nos
encontramos con un intergrado de infinitos matices.
Los dos casos anteriores han sido expuestos tomando como ejemplo
unos modelados de disección. Tienen sus equivalentes en los lugares de
acumulación: fondos de valles, esparcimientos de abonos, pies de vertientes
de coluvión. En ellos la pedogénesis se ve obstaculizada por la llegada
de material mineral. No tiene tiempo a ejercerse entre dos aportaciones
o entre dos conmociones por las crecidas. Estos suelos son unos suelos
minerales brutos de aportación o unos suelos poco evolucionados de apor­
tación, según la terminología de algunos pedólogos.
Las dinámicas que acabamos de definir no entran en el concepto de
rexistasia de Ehrart. Salvo en el caso de una brusca acentuación de la
degradación antrópica, no existe movilización de un almacenamiento pedo­
lógico preexistente. Nos hallamos ante un régimen permanente, una situa­
ción climácica. Pero, incluso en el caso de una agravación de la degrada­
ción, sería inoportuno hablar de rexistasia, pues el orden de magnitud
de las duraciones es totalmente distinto.
Los fenómenos localizados engendran unas disposiciones en mosaico.
Se ejercen, en un momento determinado, sólo sobre una parte limitada
de la región, y, por consiguiente, quedan asociados a otro tipo de diná­
mica. Entre las áreas que afectan pueden persistir, por ejemplo, unas con­
diciones de cuasi-estabilidad, prácticamente de estabilidad. Así ocurre en

66
el caso de una terraza atacada por los barrancos. Entre sus mordeduras,
la superficie de acumulación puede permanecer estable, con una cobertura
vegetal y unos suelos. Otro ejemplo: una vertiente efectada por unas
corrientes fangosas espaciadas. Es posible reducir el problema a una cues­
tión de frecuencia. Si las corrientes fangosas son crónicas, al cabo de una
duración relativamente débil, toda la superficie de la vertiente habrá sido
afectada por ellas, pero en momentos diferentes. Nos encontraremos, pues,
con una yuxtaposición de corrientes más o menos antiguas, en unos esta­
dios diferentes de recolonización vegetal y de pedogénesis. El mosaico
queda caracterizado entonces por la intervención de un único tipo de
proceso, pero en unas épocas diferentes. Es un mosaico heterocrónico: sólo
la fecha en la que ha intervenido el proceso constituye en elemento de
diferenciación. En el caso de los barrancos, hay que tener en cuenta la
tendencia evolutiva. Cuando son activos, se produce una incisión regre­
siva. Se traduce por la profundización de los barrancos, con retroceso de
sus bordes, y por su alargamiento, ya que sus cabezas roen los interfluvios.
Aparecen simultáneamente unos barrancos afluyentes que atacan las ori­
llas: se ramifica la red. Todo eso tiene por efecto aumentar la superficie
ocupada por los barrancos, por consiguiente inestable, en detrimento de
los restos del modelado de acumulación de la terraza, medio estable. Así
que la evolución se opera hacia un aumento, en su conjunto, de la pro­
porción de las superficies inestables. Este aumento tiende a asumir una
dimensión exponencial. A lo largo aproximadamente de un siglo, a partir
de mediados del xix, se ha podido establecer en las estepas rusas y ucrania­
nas que la superficie ocupada por los barrancos de origen antrópico había
aumentado en una tasa media del 5 % anual. Un clima agresivo, unos
métodos de cultivo destructores, fuertes espesores de loess fácilmente
derrubiable explican este elevado valor. El análisis de dichos casos debe
ser hecho de manera que se determine la tendencia evolutiva y su velo­
cidad. La persistencia de islotes residuales del medio estable en curso de
destrucción asegura una transición con los medios cuasi-estables. En tal
caso nos hallamos ante un mosaico heterogénico, pues asocia unas áreas
cuyas dinámicas son diferentes. También es, al mismo tiempo y por
otras razones, heterocrónico, puesto que las dos dinámicas diferentes no
son sincrónicas. Este caso se corresponde bastante bien con la rexistasia
de Ehrart, pero, una vez más, las duraciones no son las mismas...
Los medios cuasi-estables forman un amplio intergrado entre ambos
extremos, de modo que sólo pueden ser definidos uno a uno y partiendo
de ellos. Se caracterizan por una interferencia pedogénesis/morfogénesis sin
que ninguna de las dos domine en exceso. Cuando la pedogénesis predomi­
na claramente, se pasa a los medios estables. Y cuando esto le ocurre a la
morfogénesis, se llega a los medios inestables.
En dichas situaciones poco claras, los matices son numerosos y no
deben quedar sacrificados al esquematismo de la clasificación. Las conse­
cuencias quedan con frecuencia amplificadas en relación a los efectos (fe­

67
nómenos de resonancia). También pueden desempeñar un gran papel unas
modificaciones aparentemente menores. Examinemos algunas de ellas:

— Las fluctuaciones climáticas de breve plazo son un ejemplo de ello.


Ya nos hemos referido a ellas con motivo de la sequía actual en la zona
saheliana de Africa occidental. Limitémonos, pues, a insistir ahora en
la importancia general de este tipo de fenómenos, principalmente en las
regiones de transición climática: semiáridas, subárticas.

— Las interacciones pedogénesis/morfogénesis intervienen de una ma­


nera especialmente eficaz. Se traducen con frecuencia en unas retroaccio­
nes positivas, que aceleran el fenómeno y contribuyen a los efectos de
resonancia. Este es el caso de la estabilidad estructural de los suelos y
de la desoxidación por erosión pluvial y arroyada. Si la estabilidad estruc­
tural de los suelos disminuye, la infiltración decrece en favor de la arro­
yada. Las plantas, peor alimentadas, cubren menos eficazmente el suelo:
la erosión pluvial se intensifica, y así sucesivamente. La dinámica pasa a
ser la de una degradación cada vez más rápida. Se evoluciona hacia la
inestabilidad. Si, por el contrario, la estabilidad estructural aumenta y/o
si la cobertura vegetal se hace más protectora, la alimentación hídrica de
las plantas queda mejor asegurada. Las irregularidades de la pluviosidad
influyen menos sobre los rendimientos. La producción mejora a la vez
que el medio se hace más estable. En los medios cuasi-estables, el margen
que separa las dos evoluciones es reducido.

— Las intervenciones humanas son especialmente delicadas, lo que es


un corolario de los puntos anteriores. La estabilidad de los agregados y
la resistencia del suelo a la erosión pluvial dependen en buena parte de la
agronomía: aportaciones de estiércol, de cal, modos de cultivo. Y también
la protección ofrecida por la cobertura vegetal. Al recurrir a la experi­
mentación, hay que determinar los tipos de cultivos y los tipos de proce­
dimientos de cultivo que permiten al suelo una mayor protección o una
mayor resistencia a los períodos críticos, determinados por el clima.

Estos medios cuasi-estables son aquellos cuyo ordenamiento es más


delicado y exige un método especialmente seguro, basado en unas investi­
gaciones suficientes y fundado en un enfoque interdisciplinario eficaz. Las
regiones mediterráneas, las estepas, las regiones tropicales con una estación
seca prolongada, entran en la categoría de los medios penestables cuando
su relieve no es muy accidentado. Ahora bien, son precisamente las topo­
grafías bastante suaves las que mejor se prestan a la explotación agrope­
cuaria. Vayamos con cuidado... Pensemos en el mañana. Está próximo.
Se incluyen también en estos medios cuasi-estables las regiones de
topografía accidentada pero en las que las condiciones bioclimáticas son
favorables, lo que permite a la cobertura vegetal limitar los efectos de los

68
procesos morfogénicos. Este es el caso de las montañas húmedas y no
excesivamente frías. Los Alpes septentrionales y una parte de los Andes son
unos ejemplos. La combinación de determinadas condiciones litológicas y
de algunos rasgos climáticos puede hacerles correr un gravísimo peligro
de degradación rápida. Unas obras públicas inconsideradas, en especial las
carreteras, pueden poner en marcha unos procesos difícilmente reversi­
bles. Así ocurre en Venezuela con la carretera Trujillo-Bocono, que talla
unos granitos podridos en unas pendientes de 30-40°. Ha provocado unos
deslizamientos que hacen problemático su mantenimiento y que, además,
han inestabilizado grandes extensiones de vertientes. Las heridas que
abren no se cicatrizan, y simultáneamente evolucionan en cicatrices de
pespegue y en barrancos, alternándose los dos procesos según las lluvias.

Los diferentes factores que son favorables a la inestabilidad intervie­


nen con una intensidad que varía mucho en cortas distancias. Así ocurre
con la pendiente, la litología, las zapas de cursos de agua, la utilización del
suelo. Los peligros de degradación y el grado de inestabilidad cambian con
ellos. Se alcanzan de este modo unos mosaicos que con frecuencia son
muy complejos. Sólo la referencia a los sistemas morfogénicos apoyada
en unos levantamientos geomorfológicos detallados permite verlos con
claridad y ofrecer las bases de una intervención, especialmente necesaria,
pero también extremadamente delicada.
En estos medios intergrados, hay que combinar dos principios de cla­
sificación para ordenar las obesrvaciones y establecer un diagnóstico co­
rrecto:

— En el caso de los procesos generalizados, nos apoyamos en el ba­


lance pedogénesis/morfogénesis y en sus variaciones. Se obtiene de este
modo un continuum entre los medios estables y los medios inestables.
Está claro que siempre que pueda resultar útil, es decir, siempre que
persistan unas herencias, se tiene en cuenta la duración a partir de la cual
se ha realizado el tipo de dinámica actual. Pero es obvio que este proble­
ma sólo se plantea en el caso de los medios bastante estables, que están
poco diferenciados de los medios estables, subdivididos de acuerdo con
este principio cronológico.
— En el caso de los procesos morfogénicos localizados, el análisis debe
ser llevado en función del doble criterio intensidad-frecuencia. Unas cir­
cunstancias climáticas especiales pueden provocar el desencadenamiento
de fenómenos que no entran en el sistema morfogénico. Dejan a veces
de funcionar al cabo de algunos años y sólo dejan unos aspectos relictua-
les. Según la velocidad de retorno al sistema morfogénico climático y según
la frecuencia de los procesos que se apartan de él, quedan garantizadas todas
las transiciones entre las regiones inestables afectadas por unos procesos
localizados y las regiones estables anteriormente inestables. Los principales
procesos a que nos referimos son las corrientes fangosas, las avalanchas, las

69
avenidas torrenciales. Digamos también que el retorno a la estabilidad no
es simultáneo para todos los procesos que actúan en una región. También
en este caso existen unos desfases. Así, por ejemplo, en la cuenca del
Guil, la crecida de junio de 1957, totalmente excepcional, provocó la apa­
rición de llagas en las vertientes debidas a unas avalanchas de nieve semi-
derretida. Ahora han sido ampliamente recolonizadas por la vegetación y
casi todas están estabilizadas. Son unas formas relictuales. En cambio, la
dinámica del Guil ha quedado totalmente modificada. El juego de barre­
ras de troncos de árboles, de presas mediante unos torrentes afluyentes y
la repentina ruptura de algunos de estos obstáculos, especialmente de
puentes en los que se acumulaban troncos de árboles, han provocado unos
considerables enarenamientos en el fondo del valle. Los prados han desa­
parecido, el lecho estable, de canal único, ha sido sustituido por unos
canales anastomosados. Allí donde el lecho no ha sido tratado ni se ha
puesto un dique, persisten todavía, pero se estabilizan gradualmente. Lina
vegetación pionera, principalmente de sauces, coloniza los bancos de cantos
rodados. Así que la estabilización del fondo del valle está retrasada res­
pecto a la de las vertientes. El sistema morfogénico anterior a la crecida
ya ha sido restablecido en las vertientes, mientras que la dinámica del
Guil todavía difiere de la de antes de 1957. Es imprescindible tener
en cuenta tales desfases en las ordenaciones. En el caso del Guil, eso
habría llevado a hacer mucho menos costosa la reconstrucción de la red
de carreteras.13

CONCLUSION

En el capítulo que ahora termina, hemos querido mostrar una progre­


sión en el concepto de estudio integrado del medio natural.
El método de los levantamientos de tierras del C.S.I.R.O. es una
descripción fisionómica efectuada por un equipo interdisciplinario. No ha
sido objeto de suficientes reflexiones para escapar a un cierto empirismo
rutinario que limita su interés. En realidad, sólo puede aplicarse al reco­
nocimiento a escala reducida de regiones desconocidas; y a falta de llegar
a definir una dinámica del medio natural, no responde a las necesidades
del ordenamiento.
El concepto de paisaje, forjado por unos geógrafos naturalistas, ha
sufrido en la Europa central y oriental la crisis de atomización del pen­
samiento científico. Llegado el momento, se ha revelado apto para englobar
un enfoque ecológico. Se presta a un análisis integrado del medio natural,
que desemboca en la ecología. Dentro de dicho espíritu sirve de marco a las
13. Ver, sobre este punto: J. Tricart, 1959; J. Tricart, 1960; J. Tricart y otros,
1961.

70
investigaciones de las escuelas soviética, germano-oriental y polaca. En
Francia algunos biogeógrafos como Cabaussel y Bertrand siguen el mis­
mo camino. Y, en especial, G. Bertrand ha mostrado que el análisis de
los paisajes podía hacerse a partir de la fase de reconocimiento en unos
países aún por explorar en el plano científico (Nepal). En tales condi­
ciones, puede sustituir fácilmente a los levantamientos de tierras, pues
recurre a un método claramente más elaborado.
Este vínculo entre el estudio del medio físico y la ecología permite ir
más lejos y unificar los conceptos y los enfoques metodológicos. Es lo que
hemos intentado hacer al considerar el medio natural como un sistema
dentro del cual los diferentes tipos de fenómenos que son objeto de dis­
ciplinas especializadas no son más que unos subsistemas, uno de los cuales
es la ecología. Aprovechándonos de los esfuerzos realizados por esta disci­
plina para establecer unos balances, para analizar unos flujos, para poner
en evidencia unas modalidades de evolución, efectuamos la integración del
medio físico basándonos en unos flujos de energía y de materia, lo que
desemboca necesariamente en una dinámica.
Al ser el medio natural una interfacies litosfera-atmósfera, su carac­
terización debe estar basada en la manera como cambia esta interfacies, es
decir, en su grado de estabilidad. Esta concepción permite recuperar el
denominador común de la ecología, de la pedología y de la geografía fí­
sica. Estas modificaciones de interfacies reflejan la relación de fuerzas que
se sientan tanto fuera del globo terrestre como dentro de él. Nuestra
concepción permite situar la eco-grafía en unos conjuntos de nivel taxo­
nómico superior: eso es esencial para el pensamiento científico.
Regida por la relación de las fuerzas externas y las fuerzas internas, la
dinámica de los medios naturales se basa fundamentalmente en los proce­
sos morfogénicos. En efecto, se alimentan de energía tanto en el propio
globo como en el sistema solar. Estos procesos morfogénicos interfieren
con los demás componentes del sistema natural, principalmente con los
procesos pedogenéticos. Así que ahora debemos estudiar con mayor dete­
nimiento cómo se debe emprender su estudio, para entender mejor estas
interferencias.

BIBLIOGRAFIA

ALGUNAS PUBLICACIONES A CONSULTAR

Señalamos aquí unas cuantas referencias destinadas a ofrecer un panorama de


los problemas discutidos en el presente capítulo. No es nuestra intención ofrecer
una bibliografía exhaustiva ni citar sistemáticamente las obras más conocidas,
sino permitir que el lector se informe por sí mismo acerca de las principales
orientaciones metodológicas.

71
1. Aspectos metodológicos generales: métodos de integración,
taxonomía de las unidades naturales

B artkowski T., 1968, «Les Méthodes de división du pays en microrégions


pour les besoins de l’évaluation du milieu géographique», Geographia Po-
lonica 14, pp. 217-221.
B ertrand G., 1970, «Ecologie de l’espace géographique. Recherches pour une
Science du paysage», Société de biogéographie, Transcripción, sesión del
19 de diciembre de 1969, pp. 195-205.
C.N.R.S., Centre d’études phytosociologiques et écologiques, 1967, Ecologie
végétale et développement du territoire, Montpellier, 32 pp. 6 figs.
Carece de abertura interdisciplinaria.
C h o r ley R., K ennedy B., 1971, Physical Geography. A Systems Approach,
Prentice Hall International, Londres, 370 pp. fig.
No mantiene sus promesas.
Deffontaines J.-P., 1973, «Analyse du paysage et etude régionale des systémes
de production agricole», Economie rurale, 4 ° trimestre, n.° 98, pp. 3-13.
Parte de la noción de paisaje y la relaciona con los sistemas de producción.
Eso permite un buen enfoque de los vínculos de interdependencia entre
elementos naturales, humanos y técnicos.
F edina A. E., 1963, «Systems of Taxonomic Units of Physical-Geographical
Regionalization», Izvestia Akademia Nauk SSSR, serie geográfica, n.° 2,
pp. 91-98 (en ruso).
Fedina A. E., 1965, Piziko-geograficeskoe rajonirovanie, Izd. M. G. U., Moscú,
142 pp. figs.
G alón R'.' 1965, «Sur les méthodes d’évaluation du milieu géographique en
vue de l’aménagement planifié», Mémoires et Documents du Service de
documentation cartographique et géographique du C. N. R. S., X, n.° 2,
pp. 20-28.
G ates D., 1962, Energy Exchange in the Biosphere, Harper, Nueva York,
151 pp.
G odron M., P oissonet J., 1972, «Quatre Thémes complémentaires pour la
cartographie de la végétation et du milieu», Bulletin de la Société languedo-
cienne de géographie, VI (3), pp. 329-356.
Estudio de la cicatrización de las llagas abiertas en la cobertura vegetal, que
permite valorar la aptitud del medio a la estabilización.
H u brich H., 1967, «Die landschaftsókologische Catena in reliefarmen Gebie-
ten, dargestellt an Beispielen aus den nordwestsachsischen Flachland», Pe-
termanns geographisch Mitteilungen, CXI, pp. 13-18.
Un tipo de catena caracteriza un microcoro. El régimen hídrico, dirigido
por las formaciones superficiales, es el factor ecológico determinante.
L ong G., 1969, «Ecologie végétale et Aménagement du territoire», Science-
Progrés, La Nature, n.° 3412, pp. 281-288.
Posición exclusivista: «Sólo el estudio ecológico de la vegetación permite un
enfoque global e integrado de los hechos principales del medio biofísico»,
que culmina en una petición de principio.
N eef E., 1972, «Geographie und Umweltwissenchaft», Petermanns geographische
Mitteilungen, 116, pp. 81-88.
M orello J., Adamolli I., 1968, Las Grandes unidades de vegetación y am­

12
biente del Chaco argentino, I. N. T. A., Serie Pitogeográfica, l.°, 125 pp. 17
figs., 17 pl. fot.
Plantean los problemas de los límites de unidades (naturaleza, coincidencia
entre límites de fenómenos diferentes).
Rik h t e r G. D., 1962, «Natural Regionalization», Soviet Geography, American
Geograpkical Society, Occasional Publication n.° 1, pp. 205-209.
S armiento G., M onasterio M., 1971, «Ecología de las sabanas de América
tropical, análisis macroecológico de los Llanos de Calabozo, Venezuela», Cua­
dernos Geográficos, Mérida, n.° 4, 127 pp. 31 figs.
Dificultades, en la aplicación del método de los levantamientos de tierras,
por su carácter estático.
S ocava B., 1972, «Geograpie und ükologie», Petermanns geographiscbe Mittei-
lungen, 116, pp. 89-98.
Presentación rápida de la jerarquía taxonómica de las unidades biogeográ-
ficas. Organigrama del ecosistema de la estepa.
S ochava V. B., 1972, «The Study of Geosystems: the Current Stage in Com-
plex Physical Geography», International Geography, I, pp. 298-301.
Taxonomía de las unidades ecogeográficas y ecológicas.
T ricart J., 1968, «Aspects méthodologiques des études de ressources pour le
développement», Livre jubilaire O. Tulippe, Duculot, Gembloux, pp. 345-
361.
T ricart J., 1972,^ La Terre, planéte vivante, col. Sup., P. U. F., París, 183
pp. 3 figs.

2. Método fisiográfico de los levantamientos de tierras

Como el método ha sido objeto de escasas discusiones metodológicas, daremos


sobre todo ejemplos de su aplicación.
A itch in so n G., G rant K., 1967, «The P. U. C. E. Programm of Terrain Des-
criptíon, Evaluation and Interpretation for Engineering Purposes». Procee-
dings of the 4th Regional Conference for Africa on Soil Mechanics ad Foun­
dation Engineering, Capetown, I, pp. 1-8.
Bawden M., 1965, «A Reconnaissance of the Land Resources of Eastern Bechua-
naland», Journal of Applied Ecology, II, pp. 357-365.
B awden M., 1967, «Applications of Aerial Photography in Land System Map-
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C hapman T. G. ed., 1969, C.S.I.R.O. Symposium on Land Evaluation. Pre-
sentation and discussion of Papers. C.S.I.R.O., Canberra, 26-31 agosto
1968, 98 pp.
C hapman T. G., 1969, «L ’Evaluation des terres: un colloque international»,
Nature et Ressources, U.N.E.S.C.O., París, V (I), pp. 2-9.
Informe del coloquio anterior.
C h ristian C. S., 1952, «Regional Land Surveys», Journal of the Australian
Institute of Africultural Sciences, 18, pp. 140-146.
C hristian C. S., 1958, «The Concept of Land Units and Land Systems» Pro-
ceedings of the 9th Pacific Science Congress, pp. 74-81.
H aantjens H., 1965, «Practical Aspects of Land System Surveys in New Gui­
nea», Journal of Tropical Geography, XXI, pp. 13-20.

73
Buena exposición del método. Referencias bibliográficas.
K ing B., 1970, «A Parametric Approach to Land System Classification», Geo-
derma, 4, pp. 37-47.
L offler E., H aantjens H. y otros, 1972, Land Resources of the Vánimo Area,
Papua New Guinea, Land Resources Series 31, 126 pp., 10 figs., 20 pl. fot., 4
mapas col. f.t.
La última publicación de la serie que hemos recibido, a título de ejemplo.
M abbutt J. A., 1968, «Review of Concepts of Land Classification», Land Eva­
luaron, G. A. Stewart (ed.), Macmillan, Melbourne.
M abbutt J. A., S teward G. A., 1963, «The Application of Geomorphology in
Resources Surveys in Australia and New Guinea», Revue de géomorpholo-
gie dynamique, XIV, pp. 97-109.
M it c h e l l G., 1971, «Carte géomorphologique et description du milieu naturel:
la montagne de la Clape», Mémoires et Documents du Service de documen­
taron cartographique et géographique du C.N.R.S., 12 (1972), pp. 165-180.
Aplicación del método del C.S.I.R.O. Comparación con un mapa geomor-
fológico detallado de la misma región.
V ink A., 1968, «The Role of Physical Geography in Integrated Surveys of
Developping Countries», Tijdschrift voor Economish en Sociale Geografie,
59, pp. 294-312.
Puntualización sobre el método de los levantamientos de tierras.
W r ig h t R. L., 1972, «Principies in a Geomorphological Approach to Land
Classificatoin», Zeitschrift für Geomorphologie, N.S., 16, pp. 351-373.
Crítica del método de los levantamientos de tierras. Bibliografía.
Y oung A., «Natural Resources Surveys for Land Development in the Tropics»,
Geography, 53, n.° 240, pp. 229-248.
Buena realización.

3. Otros métodos que relacionan los diferentes elementos del


medio físico

B artkowski T., 1964, «L ’Essai de l’évaluation du milieu geographique á


quelques exemples choisis de la plaine de la Grande Pologne», Zeszyty
Naukowe U.A.M., Geogr., 4, 76 p.
Aplicación de los coeficientes a los diferentes caracteres del medio.
B artkowski T., 1968, «Les Méthodes de división du pays en microrégions pour
les besoins de l’évaluation du milieu géographique», Geographia Polonica,
14, pp. 217-221.
B artkowski T., 1972, «Upon the Notion of Resources of Geographical En-
vironment and upon Methods of their Measurement», Przeglad Geograficzny,
XLIV, pp. 31-61.
B elosel ’skaja G. A., 1956, «Essai de subdivisión physico-geographique du
désert Mouiunkuom», Voprossy Geografii, 39, pp. 168-178.
Sustenta las unidades naturales en una comunidad de evolución.
B lanck J.-P., 1969, «Investigación geomorfológica aplicada a proyectos de apro­
vechamiento hidro-agrícola del valle medio del Río Niger (Rep. de Malí)»,
Revista Geográfica, Mérida, X (22-23), pp. 5-30.
K o h l H., 1964, «Erfahrungen aus Arbeiten zur naturraumlichen Gliederung in

74
Oesterreich», Mitteilungen der ósterreichischen Geografischen Gesellschaft,
CVI, pp. 291-303.
Parte de la geomorfología y del agua como caracteres dominantes e inte-
gradores.
K ondracki J., 1964, «Problems of Physical Geography and Physico-Geography
Regionalization of Poland», Geographia Pólonica, I, pp. 61-77.
Concluye con una determinación de «paisajes».
K ondracki J., 1966, «Geographical Studies on the Pinczow District» Prace
Geograficzny, 47, 190 pp. 27 figs. 8 mapas f. t.
Concluye con una clasificación de unidades en función de los factores do­
minantes.
Marosi S., Szilard J., 1964, «Landscape Evaluation as an Applied Discipline
of Geography», in Applied Geography in Hungary, Akad, Kiado., Budapest,
pp. 20-35.
Excelente realización.
P rokaev V. I., 1967, Fundamentos de la metodología de la regionalización físi­
co-geográfica, Leningrado, 248 pp. (en ruso).
R aveneau J., 1972, «Eléments d’une cartographie globale de l’habitat rural.
Quelques exemples appliqués au comté de Ballechasse, Quebec», Revue de
géographie de Montréal, 26, pp. 35-49.
Método de la superposición aplicada a los principales componentes del
medio físico.

4. Trabajos que utilizan la noción de «paisaje»

Como la noción de «paisaje» ha desembocado en la ecología, la distribución de


las publicaciones entre la presente sección y la siguiente resulta en ocasiones
difícil. Es interesante, por tanto, consultar también acerca de este punto el
apartado siguiente.

«Probleme der physisch-geographischen Gliederung. Materialen des Symposiums


über naturraumliche Gliederung», 16-24. September 1966, Prace Geogra­
ficzny, 69, 112 pp., 1 mapa f. t. (en polaco, resúmenes en alemán).
Utiles bibliografías.
B ertrand G., 1968, «Paysage et Geographie globale», Revue geographique des
Pyrénées et du Sud-Ouest, 39, pp. 249-272.
Fundamental.
B obek H., Sc h m it h u s e n J., 1949, «Die Landschaft im logischen Systhem
der Geographie», Erdkunde, 1949, n.° 3.
Czarnecki R., 1973, «Ueber die Typologie der Terrains. Okochoren», Prze-
glad Geograficzny, 45, pp. 101-108 (en polaco, resumen en alemán).
Jerarquía de los componentes que sirven de base a una regionalización.
I sachenko A., 1965, Osnovylandsaftovedniya i fizikogeograficskoe rajoniro-
vanie, Moscú, 327 pp.
K alesnik S. V., 1962, «Landscape Science», Soviet Geography, American Geo­
graphical Society, Occasional Publication n.° 1, pp. 201-204.
K ondracki J., 1960, «Types of Natural Landscapes (Geographical Environment)
in Poland», Przeglad Geograficzny, 33 supl., 29-39.

75
Subraya la unidad de los complejos físicos.
Maarleveld G. G , D e L ange G. W., 1972, «Een globale geomorfologische
en landschappelijke kartering en waardering van de uitwarden van de neder-
landse Grote Rivieren», Landbouwkundig Tijdschrift, 84 (8), pp. 273-288.
Mapa de los paisajes a una escala de 1/50.000 en colores, que se parece
mucho al mapa geomorfológico.
Massonie J., M a t h ie u D., W ieber J., 1971, «Application de l’analyse facto-
rielle á l’étude des paysages», Séminaires el Notes de recherche, ».* 4, Ca-
hiers de geographie de Besangon, 51 pp., 16 figs.
Estudio de correlaciones a escala muy grande entre la vegetación y el medio.
M orariu T., M ih a ilesc u V., Savu A., I ancu M., 1960, «Méthodes appliquées
á la división en régions naturelles du territoire de la République Populaire
Roumaine». Recherches et Etudes géographiques, Ac. R. P. rumana, pági­
nas 117-127.
N eef E., 1963, «Topologische und chronologische Arbeitswesen in der Land-
schaftsgenese», Geographische Berichte, n.° 59, pp. 119-133.
H utter N., M inning G., N etterville J., 1972, Terrain Maps, Mackenzie
Valley, Cañada Geological Survey, Open File Report 93.

5. Trabajos que vinculan «paisaje» y ecología

Bertrand G., 1972, «Les Structures naturelles de l’espace géographique. L ’exem-


ple des montagnes cantabriques centrales (nord-ouest de l’Espagne)», Revue
géographique des Pyrénées et du Sud-Ouest, 43, pp. 175-206.
Bertrand G., 1972, «Ecologie d’un espace géographique. Les écosystémes du
Valle de Prioro (Espagne du Nord-Ouest)», Espace géographique, n.° 2,
pp. 113-128.
Bertrand G., D ollfus O., 1973, «Les Paysages du Népal central et leur orga-
nisation», Bulletin de l’Association des géographes frangais, n.° 404-405,
pp. 383-399.
B illw ite K., 1963, «Die sowjetische Landschaftsokologie», Petermanns geo­
graphische Mitteilungen, 107, pp. 74-79.
Cómoda puntualización, numerosas referencias.
C abaussel G., 1967, «Photo-interprétation et Synthése écologique, essai d’ppli-
cation á la feuille de Grenoble (1/100.000)», Document pour la caríe de la
végétation des Alpes, V, pp. 127-172.
D elvaux J., G aloux A., 1962, Les Territoires écologiques du Sud-Est belge,
Centre d’écologíe generale, travaux hors serie, Services écologiques régio-
naux, Bruxelles, 2 vol., 315 pp. fig.
G rumazescu H., 1966, «The Geographical Región and the Land Use», Revue
roumaine de géologie, géophysique et géographie, serie Géographie, X, pági­
nas 167-175.
Haase G., 1964, «Landschaftsokologische Detailuntersuchung und naturraumli-
che Gliederung», Pertermanns geographisch Mitteilungen, 108, pp. 8-30.
H aase G., 1967, «Zur Methodik grossmasstabiger Landschaftsokologischer und
naturraumlichen Gliderung», in Probleme der landschaftsokologischen Erd-
kundung..., Geogr. Ges. R.D.A., Leipzig, pp. 35-128.
H aase G., 1968, «Inhalt un Methodik einer umfassenden Landwirtschaftlichen

76
Standortkartierung auf Grundlage landschaftsokologischer Erkundung», Wis-
senschaftliche Veróffentlichungeti des Deutschen Instituís für Landeskunde,
N.S. 25-26, pp. 309-350.
J acquinet J.-C., 1969, Elude écologique intégrés de l’unité régionale de déve-
loppement de Solimán (Tunisie), C.E.P.E., Montpellier, 250 pp., cuad.,
mapas.
El estudio del marco ecológico es deficiente y no está integrado.
J ager W., R iecke G., 1966, «Landschaftsokologische Talstudien in den Die-
drichshager Bergen», Wissenchaftliche Zeitschrift der Universitát Rostock,
15, Math.-Naturwisse, Reihe, 7-8, pp. 943-960.
J urdant M., D ionne J.-C., B eaubien J., B elair J.-L., G eradin V., 1972, «An
Ecological Survey of the Saguenay-Lac Saint-Jean Región, Quebec, Cañada»,
International Geography, I., pp. 259-261.
K ondracki J., 1967, «Landschaftsokologische Studien in Polen», Wissenschaft-
licbe Abhandlungen der Geographischen Gesellschaft der D.D.R., V, pági­
nas 216-231.
Revista de los trabajos polacos, bibliografía.
M olinier R., 1972, «Carte écologique. L ’exemple de la región Provence-Cóte
d’Azur au Service de l’aménagement du territoire», Aménagement et Nature,
n.° 26, pp. 26-27.
Revela el grado de equilibrio y la sensibilidad de los medios naturales.
N eef E., 1962, «Die Stellung der Landschaftsókologie in der physischen Geo-
graphie», Geographische Berichte, n.° 25, pp. 349-356.
N ee f E., 1964, «Zur grossmasstabigen Landschaftsokologischen Forschung», Pe-
termanns geographisch Mitteilungen, 108, pp. 1-7.
N ee f E., 1967, «Entwicklung und Stand der Landschaftsokologischen Forschung
in der D.D.R. Probleme der Landschaftsokologischen Erkundung und Na-
turráumlischen Erkundung und naturráumlichen Gliederung», Geogr. Ges.
D.D.R., Leipzig, pp. 22-34.
N eef E. (ed.), 1967, Landschaftsokologische Erkundung und naturraumliche
Gliederung, Geogr. Ges. D.D.R., Leipzig, 300 pp., 7 h. t.
Obra colectiva que contiene una serie de trabajos que permiten hacerse una
idea de las investigaciones llevadas a cabo en la R.D.A.
P h ip p s M., 1969, Recherches sur la distribution géographique et l’utilisation
du sol. Structure lócale, modéle biogéographique, structure régionale, Thése
se. Toulouse, 122 pp., anexos, cuadros, figs.
Utiliza el análisis multivariable para definir unas unidades, pero se limita
a unos parámetros estáticos.
S c h o n e ic h R., 1970, «Physiotope und ihre raumliche Ordnung im Bereich
der Ostlichen Randzertalung des Hagenower Altenmoranenlandes», Geogra­
phische Berichte, n.° 54, pp. 42-59.
La geomorfología es el factor determinante.

77
2. EL ENFOQUE GEOM ORFOLOGICO

La geomorfología tiene por objeto el estudio d e ja s formas terrestres


y su explicación. Es evidente que cualquier modificación de dichas for­
mas supone unos flujos de materia. Algunos de ellos se sitúan a un nivel
dimensional elevado: son, por ejemplo, los que se supone emplazados en
las partes superiores de la litosfera y que provocan la diferenciación de las
áreas continentales y de las depresiones oceánicas. La deriva de los con­
tinentes, la tectónica de placas, la expansión y extrusión de materia a lo
largo de las grandes fisuras oceánicas son otras tantas hipótesis formu­
ladas para describir unas observaciones geofísicas y geológicas. Estos fe­
nómenos, que explican los grandes rasgos del relieve terrestre, interesan,
evidentemente, a la geomorfología. Sin embargo, no constituyen uno de sus
objetos específicos de estudio. Su enfoque es necesariamente interdisci­
plinario. La diferenciación del relieve que provocan, por la entrada en juego
de la gravedad, es uno de los motores de la morfogénesis, y el material que
sitúan influye, por sus características, en el juego de los procesos morfo-
génicos. Por otra parte, los fenómenos externos, comenzando por la me-
teorización, acto inicial de la geodinámica externa, se manifiestan por unos
flujos de materia fuertemente influenciados por la biosfera. El estudio de
estos flujos, elemento indispensable de las investigaciones geomorfológicas,
tampoco es de su incumbencia exclusiva. La interdisciplinariedad es la
única actitud posible para resolver la contradicción entre la unidad de los
fenómenos naturales y nuestra división artificial en disciplinas.
El estudio de los aspectos geomorfológicos de la dinámica natural ase­
gura la relación entre los fenómenos estudiados por las ciencias de la tierra
y los que estudian las ciencias de la vida. La descripción razonada del re­
lieve sigue normalmente a la medición de sus caracteres geométricos (topo­
grafía) y al examen de las fotografías aéreas. Dicho aspecto, que ha per­
manecido estático debido a la fecha del intento, es la base del método de
los levantamientos de tierras del C.S.I.R.O., que parte de la fisiografía.
Los progresos realizados a partir de entonces en el estudio de los procesos
permiten ir mucho más lejos. El aspecto estático de la fisiografía sigue

78
siendo válido, pero en la actualidad se manifiesta insuficiente. Debe ser
completado con el aspecto dinámico, que permite una mejor comprensión
de la naturaleza y que, además, es el único adecuado para el ordenamien­
to. Hemos demostrado que dicha concepción podía ofrecer un método de
integración del estudio del medio natural. Pese al considerable progreso
de las concepciones metodológicas y de los conocimientos en el transcurso
de los últimos veinticinco o treinta años, el lugar de los fenómenos es­
tudiados por la geomorfología sigue siendo el mismo; está en el punto
de partida de los inventarios de los recursos ecológicos y en la base del
conocimiento de los sistemas naturales.
Por consiguiente, en el presente capítulo examinaremos las concepcio­
nes recientes de la geomorfología y sus métodos de investigación, y a
continuación mostraremos cómo se insertan las aportaciones de esta dis­
ciplina en el estudio eco-geográfico.

I. LOS CONCEPTOS FUNDAMENTALES


DE LA GEOMORFOLOGIA

Durante mucho tiempo la geomorfología ha sido una disciplina divi­


dida, hecho que ha perjudicado su desarrollo. Surgió, en efecto, de dos
corrientes de pensamiento que durante años se ignoraron mutuamente. Por
una parte, los ingenieros de Obras Públicas, y después los de Montes,
quienes, llamados a actuar sobre la naturaleza, efectuaban con absoluta
naturalidad unas observaciones que guiaban sus intervenciones, y alcan­
zaban incluso en determinadas ocasiones un cierto nivel de generalización,
Leonardo da Vinci observó una proporcionalidad entre la dimensión de
los valles y la importancia de los cursos de agua que aparecen en ellos.
Bremontier, al examinar las dunas, preparó un método biológico para fi­
jarlas. Surrey, ingeniero de caminos, canales y puentes, restableció, bajo
la monarquía de Julio, los caminos cortados por los torrentes, recopiló
unas observaciones que le permitieron elaborar el concepto de las acciones
torrenciales. Por otra parte, desde los orígenes de su disciplina, los geólo­
gos se han sentido empujados a buscar los agentes responsables de la
implantación de algunos materiales o de determinadas particularidades de
su disposición. A fines del siglo xvm , el ginebrino de Saussure, y después,
a lo largo de la primera mitad del siglo xix, Agassiz, otro suizo, dedujeron
de la identificación de las mdfcenas una extensión antigua de los glaciares
en los Alpes, en la Europa occidental y posteriormente en América del
Norte infinitamente mayor que la que observamos actualmente. Quedó
forjado el concepto de «glaciación». Por la misma época, el gran geólogo
inglés Lyell señaló en su tratado los fenómenos de meteorización. Insistió
sobre el actualismo y planteó como principio el rechazo a hacer intervenir

79
en las explicaciones geológicas otros fenómenos que los efectivamente ob­
servados, y la necesidad, por consiguiente, de referirse a la dinámica actual.
Medio siglo después, la asociación en Francia de un topógrafo, el general de
la Noé, y de un geólogo, de Margerie, culmina con la elaboración de un
prototipo de geomorfología estructural a partir del Jura. Un poco después,
a fines del siglo xix, W. M . Davis, que había buscado su camino entre
la meteorología, la botánica y la astronomía, elabora su cuerpo doctrinal
de la geomorfología, en el marco de laboratorios de geología. El ciclo
de erosión parte de la observación de las discordancias que separan la
base de una serie sedimentaria de una estructura de antigua cadena ple­
gada. Se sitúa de entrada en el marco de las duraciones de la historia
geológica. Aunque Davis haya recomendado que se tomara en consideración
la trilogía estructura-estadio-proceso, el exceso de las especulaciones teóri­
cas, las facilidades de la paráfrasis y de la explicación verbal le llevaron,
de manera catastrófica, a la observación minuciosa de procesos en ocasio­
nes poco evidentes. El último término de la trilogía, quedó arrinconado.
Así se explica la concepción fisiográfica de la geomorfología, aplicación re­
gional de la geomorfología davisiana.
Durante el mismo período, en Europa central un grupo de investiga­
dores seguían un camino diferente. Si bien W. Penck se lanzó a unas lucu­
braciones tan teóricas como las de W. M. Davis, otros investigadores
alemanes nunca dejaron de ser unos naturalistas. El más eminente de
ellos es S. Passarge, médico de origen, infatigable viajero, excelente obser­
vador, espíritu original y profundo. Sus descripciones regionales aportan
unas presentaciones de los procesos que apenas han envejecido. En 1917,
en una revista local que desgraciadamente carecía de difusión, publicó un
mapa geomorfológico a escala 1/25.000 de los alrededores de Stadt-Rem-
ba, en Alemania, que está basado en unas concepciones absolutamente
modernas. Muy por delante de su época, fue, desgraciadamente, igno­
rado. La misma tradición se mantuvo hasta nuestros días a través de
un grupo de científicos, especialmente C. Tro 11, que ofreció en 1944
una notable descripción de los mecanismos periglaciares. La geomorfolo­
gía alemana rechazó en su conjunto los esquemas de Davis y les opuso una
geomorfología climática, es decir, una concepción que hacía depender los
procesos de los diferentes climas y que culminaba en una evolución dife­
renciada del relieve en los diferentes ámbitos climáticos. Aunque, al prin­
cipio, se sobreestimara la influencia directa del clima, o llegaran a estable­
cerse algunas correlaciones criticables entre el clima y determinadas formas
menores (polígonos debidos a las alternancias de hielos diurnos menores
que los que se deben a las alternancias estacionales), dicha geomorfología
presentaba el enorme valor de poderse integrar en las ciencias naturales
y sobre todo de abrirse hacia la ecología y contribuir al nacimiento de la
«ecología del paisaje». De este modo se establecieron unos fecundos víncu­
los interdisciplinarios, cosa que no ocurrió en el caso de la geomorfo­
logía norteamericana, que nunca dejó de ser fisiográfica y bastante limitada

80
por su integración en los departamentos de geología, en los que sólo de­
sempeña un papel menor.
Este preámbulo histórico permite entender mejor la situación actual.
En nuestros días, la geomorfología vive un período de mutación brusca.
Eso se traduce en una gran variedad de actitudes por parte de los espe­
cialistas.' Algunos buscan unas formulaciones matemáticas más o menos
adecuadas para poder seguir practicando la especulación teórica a expensas
de la observación.: Otros, al contrario, como en las demás ciencias de la
naturaleza, insisten en ésta y perfeccionan sus métodos, por ejemplo los
de la cartografía geomorfológica. Esta última resulta para ellos un medio
de análisis insustituible, que no sólo permite recoger los hechos, sino,
al mismo tiempo, situarlos en un conjunto de nivel taxonómico superior.
Los métodos de laboratorio acuden a apoyar la cartografía. Sólo después
se elabora la información y se buscan correlaciones entre fenómenos dife­
rentes. En ocasiones, la oposición de puntos de vista es muy vivo, cosa
que introduce una cierta confusión en la mente de los especialistas de
unas disciplinas conexas, deseosos de colaborar con los geomorfólogos.
Como el autor de las presentes páginas se ha dedicado a desarrollar los
métodos nuevos y es un adepto convencido de la concepción naturalista
de la geomorfología, expondrá, evidentemente, esta última. Sin embargo,
quiere subrayar que su posición científica ha sido tomada bajo la influencia
de las necesidades prácticas y que su objetivo es conseguir una geomor­
fología más idónea para unas investigaciones interdisciplinarias encamina­
das al ordenamiento y el desarrollo agrícola y urbano.
Uno de los conceptos más fructíferos de la geomorfología moderna ha
sido el de relacionar las formas de relieve y de modelado, que se caracte­
rizan por una cierta geometría; los procesos que los dirigen; los materia­
les en los que se desarrollan (modelado de disección), que los constituyen
(formas de acumulación) o que los tapizan (productos en tránsito). Estas
relaciones pueden ser representadas bajo la forma de un esquema trian­
gular. Y los procesos situados en su auténtico lugar. Su estudio constituye
un aspecto especial de la geomorfología: la geomorfología dinámica. La
observación simultánea de la geometría de las formas, de los materiales y
de los procesos permite unas divisiones que contribuyen a disminuir la
subjetividad en favor de la objetividad y eliminan las peticiones de prin­
cipio y los razonamientos tipo círculo vicioso. Destacamos el hecho, pues es
muy importante, de que esta nueva concepción permite insistir sobre los
flujos de materia y de energía, sobre los balances, sobre el trabajo efec­
tuado por la energía introducida en el sistema y, por consiguiente, sobre
su rendimiento. De este modo conseguimos establecer un plano de igual­
dad con la ecología, y la integración del medio natural resulta posible.
En la actualidad no es suficiente el examen visual de la geometría de
una forma de modelado o de relieve para obtener una identificación geo-
morfológica. La definición de las unidades geomorfológicas se basa en la
confrontación de una forma y de un proceso o de un material. Eso con­

81
siste en generalizar una actitud adoptada, en determinados casos, por el
lenguaje habitual: así, por ejemplo, una duna no es un montículo de
cualquier cosa, sino, necesariamente, un montículo levantado por el viento
y, generalmente, formado de arena.
Sin embargo, la adopción de esta actitud se enfrenta con una difi­
cultad. Los procesos morfológicos son más o menos aparentes. Algunos
de ellos, al menos en ciertos medios, aparecen con claridad, como el fun­
cionamiento de un torrente a causa de un aguacero suficientemente violen­
to. Pero no siempre es así. En cierto modo, esto es lo menos habitual.
Muchos procesos actúan lentamente, de manera infinitesimal, como la
reptación, como la arroyada embrionaria. Pueden también actuar de ma­
nera esporádica, sin periodicidad fija, durante cortas duraciones separadas
por unos considerables intervalos de tiempo. Ambas modalidades, por
otra parte, son compatibles. Las discontinuidades en el tiempo son una con­
siderable dificultad para la medición. Suponen una serie de observaciones
muy prolongadas. Las acciones infinitesimales exigen unas mediciones de
gran precisión, difíciles de realizar sin turbar el medio estudiado. Los
datos numéricos fiables son poco numerosos, lo que retrasa la cuantifica-
ción, por ejemplo la aplicación de las técnicas de grafos o del análisis ma­
temático de sistemas. Subsanar esta deficiencia formulando unas hipó­
tesis, o introduciendo en los procesos de tratamiento matemático unos
valores elegidos arbitrariamente, es peligroso: la subjetividad es conside­
rable y, además, la representación que se obtiene de los fenómenos queda
muchas veces excesivamente simplificada. ¿Cuál es, en tal caso, el benefi­
cio de la operación?
Esto es lo que nos lleva a insistir sobre los desajustes y las discon­
tinuidades de todo tipo que aparecen en los fenómenos naturales. Con­
cepción exactamente opuesta a la de W. M. Davis, en la que todo se
encadena perfectamente, como un mecanismo bien engrasado, sin ningún
error. Ahí está toda la diferencia entre un ser de razón matemática y un
fenómeno natural susceptible de unos análisis estadísticos de frecuencia/
intensidad, como las curvas de caudales clasificados de los cursos de agua.
Desajustes y discontinuidades nos llevan a preguntarnos sobre el trabajo
efectuado, sobre el rendimiento de la energía disponible. Por ejemplo,
un flujo de productos disueltos, que puede llegar a ser importante bajo
un clima cálido y húmedo en determinadas rocas, no provoca necesaria­
mente una modificación del relieve. El trabajo morfogénico puede ser muy
débil: así ocurre con la alteración que lleva a elaborar un granito podrido.
La roca pierde materia, mucha materia, pero su volumen no cambia: se re­
conoce la disposición de unos cristales alterados, unas fisuras, unos filon-
cillos. Es semejante a la de la roca sana. La alteración se denomina isovolu-
métrica. La desaparición de iones en solución se traduce en una disminu­
ción, incluida la neogénesis de los minerales arcillosos, modifica las pro­
piedades físicas y químicas de la roca. Se traduce en una preparación, sin
efecto inmediato sobre la morfogénesis, pero que permite a continuación,

82
después de un tiempo muy variable, la movilización de los materiales
alterados por unos movimientos de masa, por el trasiego bajo el efecto
del desagüe hipodérmico, o bien por los procesos superficiales, reptación y
arroyada. La discontinuidad temporal es clara. El sistema morfogénico
asocia unos procesos ^sucesivos, desfasados en el tiempo: preparación, y
después movilización. En medio estable, al establecerse la referencia en
relación a los procesos de movilización, el desfase es considerable, lo que
permite al frente de alteración avanzar en profundidad, y separarse cada
vez más, con el tiempo, de la superficie topográfica. Como demuestra este
ejemplo, el balance energético de la morfogénesis es muy difícil de es­
tablecer.
Los obstáculos que se oponen, al menos en el estadio actual de nuestro
desarrollo tecnológico, al estudio directo y a la medición de los procesos,
explican por qué recurrimos con tanta frecuencia, en geomorfología, a los
métodos sedimentológicos, que nos ofrecen un camino indirecto. Los ma­
teriales abandonados por un curso de agua o acumulados por el viento
ofrecen determinadas características resultantes de los procesos a que han
sido sometidos: naturaleza de las partículas, forma de ellas, disposición,
granulometría, por citar únicamente los que se estudian con mayor fre­
cuencia. Una parte de los recientes progresos de la geomorfología procede
del estudio de la forma de adquisición de estas diferentes características,
pues dicho estudio permite, teniendo en cuenta un inevitable margen de
errores, deducir los procesos que los han engendrado. Algunas de ellas
han sido adquiridas rápidamente y nos informan acerca de fenómenos que
pueden llegar a ser muy fugaces. Así ocurre en el caso de la granulome­
tría: depende de la dinámica del fluido en el mismo momento del aban­
dono de las partículas y en el lugar preciso donde han sido depositadas.
Lo mismo ocurre con la disposición de los cantos rodados en un curso
de agua. En cambio, la elaboración de los granos de arena, cuarzo y feldes­
patos, se produce muy lentamente. Es despreciable al cabo de un trans­
porte de 100 a 200 km en un río. Por el contrario, se conserva bien. Por
una parte, puede servir para identificar los medios actuales dotados de una
gran energía, como las playas abiertas a fuertes oleajes, y por otra redes­
cubrir la huella de acciones a veces muy antiguas. En el Senegal, algunos
granos de arena conservan la ordenación que habían adquirido con mo­
tivo de su sedimentación en las areniscas ordovisianas, hace 400 millones
de años. Al igual que el químico, disponemos de una gama de reactivos
muy diversificada, y es cosa nuestra utilizarla correctamente. Está claro
que los mismos métodos se aplican a los materiales que tapizan los inter-
fluvios, transportados o no. El estudio local de las formaciones autóctonas,
por ejemplo de los residuos de alteración, es interesante. Al compararlos
con el material original, se puede apreciar lo que se ha perdido, y las
neogénesis y transformaciones que han aparecido. Los geoquímicos no
actúan de otra manera.
Así, pues, el estudio de los procesos se realiza, en buena parte, uti­

83
lizando unos métodos sedimentológicos y geoquímicos. Ofrecen una vía de
aproximación indirecta que permite reconstituir unos fenómenos de difícil
observación. Dichas reconstrucciones se basan necesariamente en unas co­
rrelaciones establecidas a partir de observaciones de campo, de resultados
de otras disciplinas, y en ocasiones de la experimentación. Esta lleva
mucho tiempo jugando un gran papel en la mecánica de los fluidos. Tam­
bién se practica para estudiar algunos fenómenos de meteorización (acción
de las alternancias hielo-deshielo, de la cristalización de la sal, de la per­
colación de las diferentes soluciones sobre los fragmentos de rocas). Pero
encuentra rápidamente unos límites debidos al carácter inevitablemente
artificial de las condiciones propias del laboratorio. Los que se despren­
den de la aplicación de la ley de las similitudes a los modelos reducidos
son una demostración de ello.
Así, pues, las concepciones modernas de la geomorfología llevan a
adoptar unos métodos de enfoque parecidos a los de las restantes cien­
cias de la naturaleza, cosa que no ocurría en el caso de la geomorfología
de Davis (llamamiento a la imaginación, recurso al finalismo, etc.). Simul­
táneamente, aplica también unas técnicas a todo un grupo de disciplinas,
especialmente las de la sedimentología, la geoquímica, la mecánica de los
suelos. De este modo, los resultados que obtiene resultan más fácilmente
comparables con los de las disciplinas conexas. A partir de ese momento
es posible la progresión hacia un conocimiento integrado.

II. INTEGRACION DE LA GEOMORFOLOGIA


EN EL ESTUDIO ECO-GEOGRAFICO

Los fenómenos estudiados por la geomorfología se insertan en el estu­


dio eco-geográfico de dos maneras diferentes:

— Desempeñan un papel importante en la dinámica general de los sis­


temas naturales por los flujos de materia que provocan y las modificacio­
nes de la superficie terrestre que resultan de ellos. Su energía somete a
los demás fenómenos del medio natural a unas presiones. Con suma fre­
cuencia, son, pues, una fuente de limitaciones. Por ejemplo, los terrenos
inestables, sometidos a frecuentes movimientos crónicos, son desfavora­
bles a los árboles, que son removidos y rotas sus raíces. Los conos barri­
dos periódicamente por las avalanchas, como suele ocurrir en los altos
valles de las montañas francesas, sólo contienen hierbas y arbustos, que
sufren daños menores. En los bordes, allí donde el fenómeno es menos
frecuente, aparecen los sauces, cuya flexibilidad asegura la perennidad.
Cuando se dignifican aparecen con frecuencia curvados paralelamente al
Buelo. A mayor distancia, comienzan a aparecer los abedules. Están gene-

84
Energía solar
(Radiaciones)

Atmósfera

/ Procesos exogeros
Aguas corrientes
Biosfera Viento
Meteorización

Litología
Litosfera
Disposiciones
tectónicas

Volcanismo
y movimientos

_±_
tectónicos

Energía
de materia
del globo

Fio. 7
raímente rotos a un metro o metro y medio por encima del suelo, al
nivel de la cobertura de nieve invernal, por las avalanchas que se alejan
de los trayectos más habituales. Esta disposición de la vegetación explica
la disminución de la peligrosa presión ecológica resultante del fenómeno
morfogénico. Los flujos de materia en y cerca de la superficie interfieren
también la pedogénesis. Alteran los suelos, los laceran, los desoxidan, los
hunden. Suelos truncados y suelos fósiles son más frecuentes de lo que
se creía anteriormente. Su estudio debe recurrir a la geomorfología. Todos
estos aspectos de las relaciones geomorfología/ecología vegetal y geomorfo-
logía/pedología son de naturaleza dinámica. No podían ser percibidos
cuando la geomorfología estaba reducida todavía a una visión estática y
fisiográfica del relieve terrestre. Entran en nuestra integración del medio
natural basada en la dinámica.
— Conforman a lo largo del tiempo ciertas características importantes
del medio natural que son, a su vez, unos parámetros de los aspectos
y de las manifestaciones de este medio natural estudiadas por otras dis­
ciplinas. Al ser cualquier modificación geométrica de la superficie terrestre
provocada nacesariamente por unos flujos de materia, la geomorfología
estudia los materiales superficiales, rocas inmóviles, productos de meteori-
zación, residuos que han emigrado más o menos lejos. Estos materiales
son también aquellos en los cuales se forman los suelos. Ambas disciplinas
tienen un objeto común. La colocación de estos materiales y su elabora­
ción pueden continuarse actualmente. Pueden también remontarse a un
pasado bastante lejano en el caso de los medios actualmente estables.
Caracterizar estos materiales, entender las modalidades de su elaboración y
de su colocación, son unas condiciones previas indispensables para el estu­
dio de la pedogénesis que las afecta y para la cartografía de los tipos de
suelos que han engendrado. Lo mismo ocurre con su datación, especial­
mente con la determinación del comienzo del período de estabilidad ac­
tual, que es el que ha dispuesto la pedogénesis cuyos resultados observa­
mos. Estos materiales son también el marco de una serie importante de fe­
nómenos hidrológicos: infiltración hacia las capas freáticas o desagüe hipo-
dérmico, atascamiento superficial y arroyada. Así, pues, la geomorfología
aporta ciertos elementos de descripción del medio natural necesarios para
un enfoque interdisciplinario. Eso se descubrió muy pronto, a partir del
estadio de su desarrollo caracterizado por la fisiografía (método de los
levantamientos de tierras del C.S.I.R.O.), pero no por ello es menos
válido. Dicha concepción tiene su lugar en nuestro enfoque de integra­
ción dinámica.
Dos recientes orientaciones de la investigación permiten a la geomor­
fología aportar lo que exige el estudio eco-gráfico integrado: el estudio
de las interacciones entre procesos y la cartografía geomorfológica.

86
1. E stu dio de las interacciones entre procesos

Repitámoslo una vez más: la unidad de los sistemas naturales existe


independientemente de las comodidades que se haya creído encontrar, du­
rante un tiempo, en la división de la ciencia en disciplinas que tienden
a llenarse de fronteras y a atribuirse terrenos vedados. El estudio inte­
grado exige, por el contrario, un mejor conocimiento de las interacciones
entre procesos cuyo estudio recae tradicionalmente en el ámbito de dis­
ciplinas diferentes. Para que eso sea posible, es preciso que las diferentes
disciplinas interesadas puedan llegar a unos resultados comparables, y, por
consiguiente, que se sustenten en unas metodologías compatibles, que
utilicen unas técnicas que tengan el mismo grado de precisión. Los recientes
progresos de la geomorfología han sido decisivos desde esta perspectiva.
Debieran permitir responder en unos términos adecuados a las cuestiones
planteadas por las disciplinas conexas.
Para integrar las acciones morfogénicas en el sistema eco-gráfico debe­
mos definirlas desde la doble perspectiva de sus aspectos espaciales y de su
aparición en el tiempo. Esta doble serie de características ha sido fre­
cuentemente descuidada por muchos geomorfólogos, en especial la se­
gunda. En efecto, los esquemas de Davis ofrecían una respuesta prepa­
rada de antemano, que no estimulaba el estudio del problema. Por otra
parte, la influencia geológica jugaba en favor de una geomorfología estra-
tográfica que toma en consideración unos «pasos de tiempos» de tal du­
ración que el problema no se plantea en iguales términos en el caso de
duraciones más cortas. La unidad del millón de años no conviene al cua­
ternario... Ahora bien, la combinación de las estructuras espaciales y tem­
porales es necesaria si queremos aplicar los métodos de razonamiento es­
tadísticos y probabilistas.
Desde el punto de vista espacial, es posible distinguir unos fenóme­
nos localizados, llamados frecuentemente «concentrados», y unos fenómenos
generalizados, llamados a veces «areolarios». Como su nombre indica,
los fenómenos localizados sólo actúan en un área determinada, casi siem­
pre claramente delimitada, y no afectan el terreno vecino. Así ocurre, por
ejemplo, en el caso de un barranco. Abre una llaga viva en los suelos y
la cobertura vegetal, sobre todo si incide sobre una topografía poco
accidentada, como una vertiente de colina de pendiente suave o un borde
de meseta o de terraza. Una ruptura de pendiente muy marcada caracte­
riza el borde del área afectada por el barranco: corresponde a la cumbre
del corte vivo, abrupto, desnudo. Lo mismo ocurre en el caso de un
nicho de cicatrización despegue de colada fangosa, cuya pared superior está
formada por un plano de cizalladura, o de la lengua de la corriente
fangosa. En cambio, el límite de una acumulación aluvial o eólica suele
ser menos claro. El material de un cono de deyección avanza en lenguas
sobre el sustrato, y pequeños regueros, en ocasiones discontinuos, de dese-

87
chos recubren la hierba. Las capas eólicas se deshilachan a la vez que
disminuyen.
Los fenómenos generalizados afectan al conjunto de un área. Actúan
en toda esta área con la eficacia suficiente como para imprimirle unos
caracteres distintivos. Bajo unas condiciones de clima (semiárido) y de co­
bertura vegetal favorables, en unos materiales adecuados para la incisión,
los barrancos aumentan rápidamente, siempre que la pendiente sea sufi­
ciente. Se amplían por incisión regresiva. Se ramifican. Su crecimiento es
exponencial gracias a unas retroacciones positivas. En efecto, el modelado
de barrancos facilita el desagüe, lo hace más rápido, cosa que aumenta las
puntas de las crecidas durante las cuales la energía disponible es máxima.
La dispersión de energía por roce contra los lechos disminuye con la con­
centración del desagüe. Todo eso favorece la escultura de modelado en
barrancos, y así sucesivamente. Al cabo de cierto tiempo, a veces sólo
diez o veinte años, toda la topografía está formada por barrancos, por una
asociación de crestas estrechas con pendientes empinadas que se encuen­
tran a lo largo de vaguadas vivas. La brutal arroyada ha imprimido su
marca exclusiva al modelado. Este se ha adaptado totalmente al proceso,
que contribuye a mantener. Nos hallamos en presencia dé' arrancamientos
generalizados. Son unas tierras prácticamente imposibles de explotar, ni
siquiera como pastos, de manera que los pioneros que colonizaban el oeste
de los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo pasado las denomi­
naron bad lands, «malas tierras», apreciación eminentemente práctica. Este
ejemplo muestra que es posible pasar de manifestaciones localizadas a unas
manifestaciones generalizadas, sin que cambie la naturaleza del fenómeno.
La intervención del factor tiempo es claramente aparente. Algunos otros
ejemplos de acciones morfogénicas generalizadas: el relleno aluvial sobre
un lecho mayor de corriente de agua, los efectos del viento en un campo de
dunas, el espolvoreamiento de unas cenizas volcánicas o unos limos eólicos,
la reptación sobre una vertiente.
Pero ahora tenemos que considerar el factor tiempo. Su intervención
ya ha sido señalada, de pasada, cuando mostramos el desarrollo de los
barrancos hasta llegar al abarrancamiento generalizado. Recordemos que
esta evolución procede de una retroacción positiva que engendra un cre­
cimiento exponencial. Desde el punto de vista ecológico, nos hallamos en
presencia de un empeoramiento del medio, de una degradación creciente.
Dichos mecanismos son frecuentes en la naturaleza. El proceso dispone el
modelado de tal manera que se ejerce con más facilidad, o, si se prefiere,
de tal manera que disipa una menor cantidad de energía; en otras palabras:
produce más trabajo, lo que permite una modificación, una «adaptación»
más marcada de este modelo y así sucesivamente. Las reacciones en cade­
na son análogas a las que se producen en un reactor atómico que se descon­
trola, que no se frena, que «se embala». En tal caso, la curva, también
es exponencial. Pero, en el paso al abarrancamiento generalizado, nos en­
contramos con un fenómeno discontinuo en el tiempo. Por definición, el

88
régimen de los barrancos es torrencial: el desagüe está totalmente «influen­
ciado», depende estrechamente de las precipitaciones. Sólo se produce
cuando tiene lugar un aguacero suficiente. Es el aguacero-umbral de arro­
yada. Se caracteriza por una cierta intensidad/duración. La frecuencia de
estas lluvias, es decir, la frecuencia de funcionamiento de los barrancos,
depende del clima. Mientras tanto, también interviene la retroacción po­
sitiva que permite la aceleración. En efecto, la lluvia-umbral de arroyada
varía según las características de la superficie. La cobertura vegetal pro­
voca una intercepción hidrológica y, con frecuencia, una dispersión de
energía pluvial. Ofrece una cierta rugosidad que obstaculiza la formación
y el avance de los hilos de agua una vez iniciada la arroyada. En suma,
esta cobertura vegetal ejerce un cierto efecto secante. Interviene cuando
estamos en el estadio de los barrancos localizados. Hace que el barranco
reciba relativamente poca agua de las tierras adyacentes, en las que el
coeficiente de desagüe es más débil. En otras palabras, para que se pro­
duzca la arroyada, hace falta un aguacero más abundante y más intenso.
El aguacero-umbral es más raro. El efecto secante no interviene, o en muy
débil medida, en la superficie de barranco. Allí, el coeficiente de arroyada
es mucho más elevado, lo que tiene el efecto de rebajar el valor del agua­
cero-umbral, y, por consiguiente, de hacerlo más frecuente. La incisión
regresiva, alimentada por las aguas salidas de las tierras que todavía no
son barrancos, permite una extensión gradual, pero discontinua en el tiem­
po, intermitente, de la superficie de barranco en la que el aguacero-umbral
es más débil y el fenómeno más frecuente. Una vez iniciado, el fenómeno
se desarrolla siguiendo una ley exponencial, salvo si aparecen unas pre­
siones exteriores, comparables al «freno» de los reactores. La corrección
de los barrancos es una de ellas.
Al analizar este ejemplo, hemos efectuado una trasposición estadís­
tica. En efecto, hemos considerado globalmente un conjunto de barrancos.
Si alteramos el nivel de percepción y si observamos individualmente unos
barrancos determinados, las cosas son más complejas. Determinado agua­
cero, por ejemplo, ha provocado una cierta arroyada en uno de ellos,
pero no en el otro. En el caso de los aguaceros tormentosos, cuya inten­
sidad y duración cambian en distancias reducidas, eso es frecuente y se
explica con facilidad. Pero también se observa lo mismo en el caso de
lluvias homogéneas en una cierta superficie. En tal caso hay que admitir
que el aguacero-umbral tiene unos valores diferentes de un barranco a
otro. La pendiente, la tasa de cobertura vegetal, la naturaleza del suelo
en el perímetro de alimentación del barranco siempre son heterogéneas,
y eso es lo que interviene. En consecuencia, la frecuencia de los desagües
varía de un barranco a otro, y, con ella, la tasa de extensión de las super­
ficies afectadas por el abarrancamiento. Igual que en el caso de los agua­
ceros-umbral, volvemos a encontrarnos con una noción de intensidad/fre-
cuencia, con unas curvas del tipo de los caudales clasificados en hidrolo­
gía. En suma, debe ser utilizado un razonamiento estadístico probabilista.

89
Este tipo de razonamiento, de utilización habitual en las ciencias de
la naturaleza, confiere una considerable importancia a la estructura tem­
poral de los fenómenos. La mayoría de los que estudiamos son discon­
tinuos en el tiempo e intermitentes. En las tierras emergidas, el principal
fenómeno continuo es el flujo de productos en solución de los cursos de
agua perennes. Estos cursos de agua jamás están formados de agua pura...
Pero nos vemos obligados a utilizar el adjetivo «perenne», pues no todos
los cursos de agua entran en esta categoría. Incluso en climas húmedos,
la baja Costa de Marfil por ejemplo, los hay que se interrumpen en deter­
minadas estaciones. Además, aunque la evacuación de iones disueltos sea
continua en los cursos de agua perennes, su movilización es, casi siempre,
discontinua. La percolación de las soluciones en los suelos se interrumpe
cuando las plantas viven de la reserva del agua del suelo. Los afloramien­
tos y rezumamientos, exutorios del desagüe hipodérmico, también cesan.
Sucede incluso qye algunas capas subterráneas dejan de afluir a los cursos
de agua. Todo eso provoca en los ríos perennes unos cambios de concen­
tración de los productos disueltos e incluso unas modificaciones de la
composición de las soluciones que, conjuntamente, desencadenan unas pre­
cipitaciones. Incluso en los casos en que nos hallamos en presencia de
partículas dotadas de una fuerte movilidad, se producen discontinuidades.
En general, la geodinámica externa se caracteriza por un fuerte predomi­
nio de los fenómenos intermitentes. Para analizarlos, hay que tener en
cuenta, por tanto, su frecuencia. Algunos de ellos son estacionales, como
las nevadas en nuestras montañas o el hielo invernal en Alsacia. Pero su
intensidad varía mucho de un año a otro, y más aún sus efectos, el tra­
bajo que efectúan. El número y la importancia de las avalanchas no puede
estar en correlación con la duración de la cobertura de nieve ni con la
altura de las precipitaciones sólidas. Y todavía menos los efectos geomor-
fológicos de estas avalanchas: son débiles en el caso de las avalanchas de
nieve en polvo, considerables en las de nieve pesada, más densa, fun­
diente. Los perjuicios ocasionados en la vegetación por las avalanchas
están influenciados, además, por otros factores, especialmente, sobre el
cono, por el espesor de la capa de nieve en el momento en que se produce
la avalancha, pues esta capa desempeña un papel protector. Por encima de
ella, los árboles quedan rotos o heridos. Nos vemos obligados a un aná­
lisis intensidad/frecuencia de los diferentes parámetros. Esta actitud sigue
siendo la única válida, incluso cuando disminuyen las frecuencias. Algunos
fenómenos estacionales (frecuencia elevada), pero de gran intensidad, sólo
se producen en circunstancias excepcionales, hasta el punto de ser califi­
cados de «catastróficos». Una crecida como la del Sena en 1910 es una
crecida invernal, fenómeno estacional, pero su intensidad fue excepcional,
de manera que revistió un carácter catastrófico debido a los daños oca­
sionados. La crecida del Guil en junio de 1957 también es de tipo esta­
cional (crecida de primavera, coincidiendo con el deshielo de las nieves),
pero toda una serie de fenómenos de resonancia le permitieron ocasionar

90
enormes daños (aldeas destruidas, carreteras totalmente arrasadas) y efec­
tuar un trabajo geomórfico sin precedentes desde la desglaciación.
Por definición, tales fenómenos catastróficos se producen con bas­
tante rareza, pero, en cambio, tienen unos efectos considerables sobre
el medio natural, y no solamente sobre el modelado, sino también sobre
los suelos, las plantas, los animales, las actividades humanas. Para volver
a situarlos en la evolución, es evidente que hay que establecer un «com­
pás de espera» considerable. Pero, al hacerlo, el enfoque intensidad/fre-
cuencia les es aplicable.
En cierto número de casos, la distinción entre procesos localizados y
generalizados se esfuma y desaparece cuando se utiliza el enfoque inten-
sidad/frecuencia. Tomemos un ejemplo: el de la arroyada inicial. Des­
cribamos en primer lugar sus aspectos y su sucesión genética y espacial.
Nos hallamos en presencia de una cobertura vegetal abierta. Comien­
za el aguacero. Sobre las zonas de suelo desnudo, la energía cinética de
las gotas de lluvia se transmite íntegramente a la superficie. El impacto
de estas gotas divide los conglomerados y desprende algunas de las par­
tículas que los formaban. Van a parar más o menos lejos, en una serie
de trayectorias aleatorias. Algunas de ellas son arrastradas por el agua
que se infiltra en los poros del suelo y contribuyen a obstruirlos, cosa que
disminuye la infiltración. Al cabo de algún tiempo, la erosión pluvial ha
modificado el aspecto de la superficie: los conglomerados han sido destrui­
dos, cosa que concede a las asperezas, a los terrones — por ejemplo en
un campo trabajado— un aire embotado, «fundido». En los huecos se
reúnen las partículas que han obstruido los poros. Después de la lluvia,
decantados en los pequeños charcos que se han formado en ellos, cons­
tituyen una película lisa y brillante. Es el «glaseado» del suelo. En una
pendiente, este atascamiento superficial por la erosión pluvial da origen
a unos arroyuelos de agua que comienzan a fluir. Al comienzo, su caudal
es débil. Una gran parte de la energía gravitoria se dispersa en precario.
Las piedras salientes, las matas de vegetación, las pequeñas elevaciones, la
llevan a dividirse, y en ocasiones lo retienen. Las pequeñas corrientes de
agua se anastomosan, divagan. Con frecuencia, están frenadas por obs­
táculos. Y muchas veces también llegan a unas zonas protegidas de la
erosión pluvial por unas plantas más porosas a causa de' la presencia de
gravas, de arena, de madrigueras de insectos, etc. Puede ocurrir que desa­
parezcan por infiltración. Esta arroyada embrionaria es discontinua. Si
las condiciones pasan a ser más favorables — por ejemplo si la lluvia
continúa, si pasa a ser más intensa, si la pendiente aumenta hacia abajo—
se infiltra menos agua, pues la destrucción de los conglomerados está
menos avanzada, el suelo se atasca superficialmente y los obstáculos son
más fácilmente superados por las pequeñas corrientes de agua. Las anas­
tomosis persisten, pero las perdidas de pequeñas corrientes de agua por
infiltración se hacen menos numerosas. El desagüe está mejor organizado.
Las pequeñas corrientes de agua se concentran, lo que les permite dispo­

91
ner de una mayor energía, que sirve, en parte, para acondicionar su lecho.
Aparecen algunas incisiones. Inician una retroacción positiva que acelera
el desagüe, la concentración y la misma incisión. Este es el motivo de que
en el estudio de estos problemas, capitales para la conservación de las
tierras y de las aguas, se tomen en consideración la intensidad y la dura­
ción de las lluvias, el valor de la pendiente y su longitud. En función de
los tres primeros parámetros, y permaneciendo invariables los restantes
factores, aparece siempre, al cabo de una cierta distancia, unas incisiones
debidas a la arroyada concentrada. Van precedidas, genéticamente, por la
arroyada discontinua, y después por la arroyada inestable.1 Esta se mani­
fiesta en la parte elevada de la pendiente, allí donde los caudales arras­
trados son inferiores. A lo largo del tiempo, si la lluvia dura suficiente­
mente, la arroyada discontinua (con infiltración de las pequeñas corrientes
de agua al cabo de un cierto recorrido), y después la arroyada inestable
y, finalmente, la arroyada suficientemente concentrada como para abrir
unos barrancos se suceden una tras otra, siempre que la naturaleza del
material sea favorable.
Tomemos ahora un período de tiempo mucho mayor, aproximadamen­
te un siglo. Supongamos, para simplificar, que no se produzca cambio
alguno en las características de las lluvias, ni en el tipo de cobertura vege­
tal. Nuestras formaciones vegetales abiertas se han modificado en sus
detalles: aunque la composición floral no haya cambiado, ya no está com­
puesta por los mismos individuos. Los que habrían podido persistir, han
cambiado de forma: han crecido nuevas ramas, mientras otras han muer­
to. En suma, persiste el tipo, pero la disposición pormenorizada de las
zonas de tierra desnuda y de los lugares en los que la superficie está
protegida por los órganos vegetales ya no es la misma. La erosión pluvial
ya no se ejerce en los mismos lugares. Las raíces próximas a la superficie
y las matas de plantas tampoco se disponen de la misma manera. Los obs­
táculos que provocan la división de las corrientes de agua en varios brazos
han cambiado de lugar. Lo mismo ocurre con las madrigueras, las galerías
de gusanos de tierra que permiten la infiltración. El mecanismo de la
arroyada sigue ejerciéndose, y más o menos con la misma intensidad. Pero
afecta a otros lugares, reviste otras modalidades de detalle. Actúa en
unos parajes que, cien o doscientos años antes, estaban protegidos. Luga­
res, en cambio, que entonces eran barridos por las pequeñas corrientes
de agua o atacados por la erosión pluvial, están ahora protegidos por una
mata de vegetación. Debido a su carácter inestable, estos fenómenos se
ejercen sucesivamente sobre el conjunto de la superficie, a condición de

1. Esta arroyada inestable es denominada frecuentemente «arroyada difusa». La


expresión es impropia, pues está formada por unos hilillos de agua perfectamente
individualizados. La expresión de desagüe o de arroyada laminar es un contrasentido,
pues el desagüe laminar se define como exento de turbulencia. Suele producirse muy.
pocas veces y exige, en el laboratorio, unas condiciones especiales, estrictamente de­
finidas.

92
tomar un «período de tiempo» de observación suficientemente largo. Po­
demos decir, utilizando una expresión familiar de los físicos: «Todo se
desarrolla como si la superficie considerada estuviera afectada en su con­
junto», como si tuviéramos una elaboración generalizada.
Este ejemplo nos muestra un tipo de situación frecuente. Volvemos a
encontrarla, por ejemplo, en la reptación. Examinado en un período breve,
este fenómeno ofrece unas considerables diferencias de intensidad a esca­
sa distancia. Entre otras, se producen unas acumulaciones de material
contra la cara río arriba de los árboles, contra las raíces que asoman a la
superficie, etc. Todos estos obstáculos desaparecen al cabo de un tiempo
suficientemente largo y reaparecen en otra parte, igualando las manifesta­
ciones del proceso. La acumulación sobre un cono de deyección, con unos
chorros esporádicos de material en ocasión de las riadas, todos ellos con
su respectiva disposición, pueden ser estudiados haciendo también una
integración temporal, que define la unidad «cono de deyección». Lo mis­
mo ocurre en el caso de las migraciones de canales, que dirigen el empla­
zamiento de las hondonadas y de los terraplenes, en una llanura aluvial.
El concepto de llanura aluvial se sitúa a un nivel taxonómico más elevado
que las hondonadas, los terraplenes y los canales. La llanura aluvial es
una asociación de estas formas de nivel taxonómico inferior, y equivale,
desde este punto de vista, a lo que los pedólogos denominan un mosaico.
La distinción entre acciones generalizadas y localizadas no debe ser
tomada al pie de la letra. Debemos hacerla teniendo en cuenta una cierta
intensidad/frecuencia, que dirige el «lapso de tiempo» a tomar en con­
sideración, y el nivel taxonómico en que se sitúa. Una vez adoptadas estas
precauciones, constituye un instrumento muy útil para el estudio eco-
geográfico, pues facilita el análisis de las relaciones entre los fenómenos
geomórficos y los demás componentes del medio natural, especialmente
el suelo y la vegetación. En los tipos de medios que se prestan a la explo­
tación de los recursos biológicos, la cobertura vegetal y los suelos ocupan
la mayor parte de la superficie. La palabra «cobertura» ya es en sí misma
significativa. Son los aspectos generalizados del medio natural. Allí donde
se producen unas acciones geomórficas localizadas, intensas, tanto los
suelos como las plantas son destruidos por ellas. Es el caso de las corrien­
tes volcánicas, de las corrientes fangosas, de los desprendimientos, de los
deslizamientos de terrenos, de las incisiones torrenciales violentas. La
vegetación vuelve a reinstalarse, bajo una forma pionera, una vez que
el proceso geomórfico deja de funcionar. Después, se manifiesta la pedo-
génesis, casi siempre a partir del material mineral bruto. A un medio
natural afectado únicamente por la morfogénesis, le sucede un medio más
complejo. La estabilización morfogénica condiciona el paso de uno a otro.
Hay una sucesión de condiciones diferentes, caso relativamente sencillo.
En cambio, cuando las acciones morfogénicas están generalizadas y son
moderadas, coexisten con la cobertura vegetal y con la pedogénesis. Se

93
producen interferencias entre los diferentes fenómenos, que dirigen las
características del medio eco-gráfico.
Limitémonos, por ahora, a las relacionesjaedogénesis-morfogénesis. Por
una parte, bajo el efecto de la evolución, un suelo tiene tendencia a profun­
dizarse, a aumentar su espesor hasta un cierto punto, definido estadística­
mente: la profundidad modal, variable según los tipos. Simultáneamente,
sus horizontes se hacen cada vez más claros y sus caracteres más afirmados.
En suma, se produce una diferenciación de los horizontes, que, a su vez,
está más o menos marcada según los tipos. Profundización del suelo y
diferenciación de sus horizontes se producen con mayor o menor rapidez
según los casos. Al igual que las de la morfogénesis, las velocidades de
la pedogénesis son extremadamente dispares. Un horizonte hidromórfico
característico puede desarrollarse en unos cuantos años. Un horizonte B
arcilloso en un suelo pardo se elabora en 10 o 20.000 año^.: en Alsacia
sólo se encuentran en los suelos fósiles formados en el interglacial Riss-
Würm sobre unos loess antiguos. En tal caso, que no es extremo, .es
preciso que la pedogénesis pueda ejercerse libremente, sin estar contra­
rrestada por la intervención de procesos morfogénicos generalizados. Estos,
en efecto, mezclan los horizontes en el caso de la solifluxión y desoxidan
la parte superior del perfil pedológico en los de la arroyada o de la
reptación. Tomando un período de tiempo adecuado, se puede esquema­
tizar la situación de la manera siguiente:

— La pedogénesis avanza en profundidad sobre el material subyacente^


al nivel de los horizontes B y C .

— Al ejercer la morfogénesis una ablación generalizada en la super­


ficie, tiende a reducir la cumbre del perfil, en detrimento del horizonte A,
y generalmente del A„. Por otra parte, este horizonte A tiende a pro­
fundizarse en detrimento del horizonte B subyacente.

La combinación de estos dos mecanismos acaba por impedir la dife­


renciación de los horizontes, en especial haciendo aparecer unos aspectos
polifásicos en la cumbre del antiguo horizonte B, que se convierte en hori­
zonte A. El estudio pedológico debe tener en cuenta esta circunstancia.
En el caso que examinamos, la interferencia entre pedogénesis y mor­
fogénesis depende esencialmente de las velocidades relativas de las dos
categorías de fenómenos. Si la ablación generalizada es más rápida que
la pedogénesis, el suelo se estrecha y, al cabo de cierto tiempo, aparece
un suelo truncado/ Inversamente, si la pedogénesis domina, es posible
obtener con el tiempo unos suelos cada vez más evolucionados, con pro­
fundidad creciente y diferenciación clara de los horizontes. Se tiende
hacia el suelo modal. Pero esta evolución queda frenada, pues es contra­
rrestada por la morfogénesis y su ablación superficial generalizada. La dife­
renciación de los horizontes puede quedar atenuada por algunos carac­

94
teres polifásicos en la cumbre del horizonte B. La adquisición de los
caracteres modales es más lenta que en un medio morfogenéticamente
estable. Algunos suelos que exigen unas duraciones muy grandes para
formarse pueden llegar incluso a faltar en estos medios penestables.
Para ir más lejos en esta utilización de los grados de estabilidad para
el estudio integrado del medio natural, hemos propuesto la noción de
balance morfogénesis/pedogénesis. Este balance varía en el tiempo y en
el espacio. Las modificaciones de la cobertura vegetal, debidas a unas
oscilaciones climáticas o a unas acciones antrópicas, lo hacen fluctuar en
uno u otro sentido. En el espacio, los materiales rebeldes a la pedogé-
nesis, las pendientes fuertes, favorables a la morfogénesis, lo hacen des­
favorable a la pedogénesis. Estos factores pueden yuxtaponer unos suelos
delgados, poco evolucionados, o unos suelos profundos. El concepto de
balance morfogénesis/pedogénesis se aplica únicamente a los fenómenos
taxonómicos muy diferentes. Cabe recurrir a él para enriquecer la noción
de catena, de toposecuencia, y darle una dimensión dinámica, También
nos podemos servir de él al nivel de los grandes ámbitos climáticos.
La elaboración de las nociones que acabamos de exponer ha ido íntima­
mente unida a las investigaciones referidas a la cartografía geomorfológica.
En efecto, el trazado de planos es insustituible para el análisis de los as­
pectos espaciales del medio natural.
La elaboración de la nomenclatura ha obligado a un esfuerzo de taxo­
nomía mucho más riguroso que los efectuados hasta el momento.

2. Cartografía geomorfológica

Los avatares metodológicos de la geomorfología explican un hecho in­


creíble: el enorme retraso con que la disciplina ha comenzado a practicar
el método cartográfico. Mientras que la geología, la pedología y la biogeo-
grafía comenzaron a trazar mapas tan pronto como se individualizaron
en ramas de investigación, la cartografía geomorfológica sólo comenzó a
organizarse pasada la Segunda Guerra Mundial, Y, además, lo hizo en
parte bajo el impulso de necesidades exteriores: acondicionamientos ru­
rales, preocupaciones de la UNESCO respecto al conocimiento del medio
ecológico. En nuestros días, muchos geomorfólogos siguen ignorando más
o menos totalmente el alzado geomorfológico y la contribución que puede
ofrecer al progreso del conocimiento. Se practica sobre todo en Europa
(Polonia, URSS, Alemania, Hungría, Rumania, Bélgica, Francia, Italia,
Suiza), y, a partir de allí, el método gana adeptos en Canadá, Venezuela,
Chile y Brasil. Los investigadores norteamericanos están prácticamente
ausentes en este terreno, mientras que los europeos trabajan también en
Africa, América Latina y Asia.
La Unión geográfica internacional (UGI) ha mantenido, durante doce
años, una comisión de geomorfología aplicada en la que ha funcionado un

95
grupo de cartografía (subcomisión), que ha gozado del apoyo de la UNESCO.
En el curso de numerosas reuniones, ha establecido una doctrina, adop­
tada por la mayoría de los investigadores que trabajan en este campo.
Algunos habían pensado en establecer un texto universal y en imponerlo
mundialmente. En realidad, querer normalizar todos los sentidos figu­
rados es un error. En efecto, queremos representar unos fenómenos com­
plejos y extremadamente variados. Hacer con ellos un catálogo completo
es imposible: se producen y seguirán produciéndose durante mucho tiem­
po descubrimientos en materia de formas y de procesos. Además, es im­
posible multiplicar infinitamente los signos. Sobre un mapa, es posible sub­
dividir cada vez más los fenómenos importantes sin llegar a encontrar
ningún ejemplo de tal o cual categoría. Por consiguiente, es necesaria la
máxima desenvoltura en la nomenclatura. Por otra parte, la elección de los
signos es menos importante que la misma concepción del mapa, su objeto,
su contenido, el método elegido para establecerlo. Son unos puntos que de­
terminan la naturaleza de la información que se puede encontrar en él
y la calidad de esta información, y por consiguiente, la misma utilización
del mapa y su justificación. La subcomisión ha llegado a un acuerdo sobre
estas nociones, y esto es lo esencial.

A. Concepción del mapa geomorfológico

El mapa geomorfológico procede de observaciones directas sobre el te­


rreno, combinadas con la utilización de fotografías aéreas y, eventualmente,
de otros registros de teledetección. Así, pues, es el resultado de investiga­
ciones originales, emprendidas especialmente en vistas a su elaboración. Es
un documento de primera mano, que contribuye al conocimiento cientí­
fico de base con igual justificación que los mapas geológicos, pedológicos,
biogeográficos, etc. Por consiguiente, no hay que confundir los mapas geo-
mórficos que responden a estas exigencias con los esquemas ilustrativos
que los autores pueden llegar a establecer para exponer sus ideas y que no
proceden directamente de alzados efectuados especialmente para esto.
El mapa geomorfológico debe ofrecer una descripción explicativa de
los aspectos geomorfológicos del terreno y situarlos en un contexto gené­
tico que permita entenderlos.

B. Contenido del mapa geomorfológico

Para responder a esta concepción, el mapa geomorfológico debe pre­


sentar una información sobre los siguientes aspectos:

— Geometría de las formas de relieve. Cuando existe, viene dada por


el fondo topográfico. Pero, incluso en tal caso, éste no siempre es satis­

96
factorio y, por consiguiente, debe ser completado. Se incorporan así al
mapa geomorfológico unos datos morfográficos (cualitativos) y morfomé-
tricos (cuantitativos), tales como, por ejemplo, la incisión del lecho de
los pequeños cursos de agua, la altura de las orillas, los bordes de los
bancales, las cornisas y los cornisamentos rocosos, las dunas, etc.

— Naturaleza de las formas del relieve, haciendo intervenir los pro­


cesos que los moldean. La identificación de las formas del relieve se hace
basándose en las estrechas relaciones que existen entre formas, procesos
y materiales, y recurriendo, siempre que sea necesario, a las técnicas de
laboratorio.

— Edad de las formas y de los materiales conexos de la morfogénesis.


Las secuencias de formas deben ser ilustradas teniendo en cuenta, princi­
palmente, las oscilaciones climáticas cuaternarias. Lo mismo ocurre en
el caso de las formaciones superficiales. En cambio, se deja de lado cual­
quier aspecto estratográfico de los materiales geológicos: aparece en los
mapas geológicos.

— Naturaleza del material, formaciones superficiales y sustrato pró­


ximo del afloramiento. Las rocas blandas se caracterizan principalmente
por su granulometría. El sustrato, por su naturaleza litológica, su grado
de cohesión, sus disposiciones tectónicas. Se pone el acento sobre las for­
maciones superficiales conexas de la morfogénesis: productos de meteoriza-
ción, aluviones, formaciones de punta, etc.

C. Realización

El mapa geomorfológico resulta necesariamente un documento com­


plejo. No hace más que reflejar la complejidad de la propia disciplina
debido a su objeto: una interfacies. La preparación de nomenclaturas que
permitan representar los elementos considerados ha sido difícil. Ha exigido
tiempo. Se ha basado en numerosas pruebas llevadas a cabo, por ejemplo,
durante quince años en el Centro de geografía aplicada hasta el estable­
cimiento de la nomenclatura del mapa detallado de Francia, en el marco
de una «Investigación cooperativa sobre programa» (R.C.P. n.° 77) del
C.N.R.S. Sólo ha sido posible gracias al intercambio de opiniones, desarro­
llado tanto dentro de los diferentes grupos como en el marco de la sub­
comisión de la UGI.
Ha sido necesario aprender a utilizar lo más racionalmente posible los
diferentes recursos de la técnica cartográfica adaptándolos simultáneamente
al objeto buscado. Se ha llegado, inevitablemente, a unas soluciones dife­
rentes en cuanto al uso del color, a la elección de los signos convencio­

97
nales, al recurso a los símbolos. Da igual: lo esencial es poder disponer
de un instrumento eficaz y flexible.
Cada uno de los diferentes grupos posee su nomenclatura. Así pue-
den, por una parte, poner mayor énfasis en los problemas que consideran
fundamentales, y por otra adaptar sus alzados a los aspectos particulares
del medio sobre el que trabajan. El mapa geomorfológico de Francia
(nomenclatura R.C.P.) ha ido muy lejos en este camino. Su nomenclatura
ha sido objeto de un esfuerzo taxonómico especialmente intenso, jerarqui­
zando las observaciones, disecando los diferentes aspectos de los objetos
estudiados sobre el terreno, y recomponiéndolos después gráficamente
sobre el mapa. Se basa en unos criterios precisos de identificación, adap­
tados al trabajo de campo. Ofrecen una guía de investigación y una disci­
plina intelectual propicias al progreso de la disciplina. Finalmente, esta
nomenclatura ha ido acompañada de un código numérico que permite el
tratamiento informático. Este esfuerzo se ha revelado muy útil cuando
los pedólogos decidieron, en el marco de una acción interdisplinaria, defi­
nir con mayor precisión el entorno de los perfiles pedológicos.2 Ha sido
posible ofrecerles rápidamente el tipo de datos que deseaban.
La nomenclatura R.C.P. es flexible. Deja a cada autor la posibilidad
de incluir en el mapa los datos que le parezcan especialmente intere­
santes, pero que no habían sido previstos inicialmente. Así, por ejemplo,
en algunas hojas de Normandía, Y. Dewolf ha diferenciado los limos cóli­
cos carbonatados y los que no lo son; y en unos mapas alzados por el
Centro de geografía aplicada en los Andes de Venezuela, en región seca,
se han diferenciado varias intensidades de arroyada embrionaria y discon­
tinua.
Los colores corresponden a los grandes sistemas morfogénicos: volcá­
nico, litoral, fluvial, eólico, glaciar, periglaciar, xerico, templado, tropical
seco y húmedo. Dentro de cada uno de ellos, unos matices más o menos
pronunciados permiten indicar la cronología relativa de las formas siendo
representadas las más recientes en tono oscuro. Los procesos y las for
mas están representados mediante signos, en su mayoría a escala, y
algunos de ellos convencionales para indicar unas formas menores espe­
cialmente importantes. Esta solución ha sido elegida porque los signos
pueden ser mucho más fácilmente multiplicables que los colores o las
tramas, así que era preferible utilizarlos en el tipo de información que
ofreciera una mayor variedad. Eso concede el máximo de flexibilidad y
en caso necesario permite introducir, en pequeña cantidad, unos signos es­
peciales aparte de la nomenclatura. Los signos están concebidos de ma­
nera que confieren una cierta cualidad plástica al mapa: están dispuestos,
según los casos, paralela o perpendicularmente a las curvas de nivel. De

2. Grupo de trabajo de la D.G.R.S.T. «Pédologie et Informatique» que pos­


teriormente se amplió para dar lugar a la Association internationale informatique et
biosphére, 105 ter, rué de Lille, 75007 París.

98
este modo refuerzan visualmente en cada caso el fondo topográfico o
remedian su ausencia. El material está representado, en el caso de las
formaciones conexas, en los colores que corresponden al sistema morfo-
génico que lo ha situado, y en el caso del sustrato en una serie de
tintas neutras que ayudan a destacar las unidades morfoestructurales.
Cuando las formaciones superficiales tienen menos de 0,75 m de espesor,
están representadas en sobrecarga sobre el sustrato. Sólo aparecen cuando
superan los 0,75 m de espesor. Unos signos convencionales permiten
representar, en caso necesario, las formaciones desmanteladas o muy del­
gadas (menos de 0,25 m de espesor), por ejemplo unos cantos rodados
de cuarzo esparcidos en la superficie de las llanuras calcáreas.
Concebido de este modo, el mapa geomorfológico es un documento
básico. No está especialmente adaptado a las necesidades de las discipli­
nas conexas o de la ordenación, cosa que, por otra parte, no es su objeto.
Constituye una primera etapa de inventario científico, a la que sigue,
en caso necesario, una segunda etapa, la de las investigaciones aplicadas
dotadas de un objetivo específico.
Los mapas geomorfológicos, principalmente cuando han sido estable­
cidos de acuerdo con los métodos del Centro de geografía aplicada o
de la R.C.P. 77, aportan a los pedólogos una ayuda directa. Les ofrecen
un conocimiento de las condiciones de la pedogénesis. En efecto, reúnen
todos los datos fisiográficos que pueden necesitar, y representar, además,
la naturaleza de los materiales en los que se desarrollan los suelos, los
procesos que intervienen y han intervenido en el pasado sobre el mode­
lado. Por ejemplo, un bancal está representado con la indicación del ma­
terial que lo constituye y de su edad. Los restos de formas de acumula­
ción se diferencian de los retoques que ha podido experimentar desde la
formación de los aluviones que lo constituyen: recubrimiento por unos
coluviones, disección por unos pequeños valles, intersección por unos
glacis, etc. Cada una de estas manifestaciones ha influido sobre la pedo-
génesis. En los restos de formas de acumulación original, el suelo ha
comenzado a formarse a partir del final del aluvionamento. En cambio,
allí donde unos coluviones recubren el bancal, la pedogénesis puede haber
interferido con la acumulación durante su formación y después, cuando está
terminada, se ha ejercido libremente, sin interferencias. La precisión de
dicho tipo de mapa es muy superior a la descripción fisiográfica. En
efecto, no sólo están inventariadas las unidades geomórficas, sino que se
sigue paso a paso su evolución desde su elaboración inicial hasta la época
actual. La morfogénesis se estudia en detalle. Finalmente se analizan los
procesos y se ponen en evidencia los sistemas morfogénicos. En 1954 se
elaboró el primer mapa geomorfológico francés. Fue alzado en el delta del
Senegal por un equipo de Estrasburgo, a petición de la Misión de orde­
namiento del Senegal, para ayudar a los estudios pedológicos así como al
ordenamiento.
Los mapas geomorfológicos permiten definir sin dificultad el grado

99
de estabilidad de los medios naturales. Son la base del método de inte­
gración dinámico presentado en el capítulo anterior.
Pero también es posible asociar las observaciones geomorfológicas y
pedológicas a fin de delimitar unas unidades caracterizadas por ciertos
tipos de relaciones morfogénesis/pedogénesis, especialmente los balances
morfogénesis/pedogénesis. De ese modo se obtienen unos mapas morfope-
dológicos, de los que hablaremos en el próximo capítulo.
Para las necesidades del ordenamiento, especialmente de la conserva­
ción y de la protección, las observaciones geomorfológicas pueden ser
presentadas de una manera especial y diferente de los mapas geomorfo-
lógicos. Estos últimos son necesariamente complejos y se refieren a unos
tipos de información que no son útiles para la acción. Por otra parte, ésta
exige unas precisiones mayores respecto a algunos aspectos especiales. Para
satisfacerlos, se llega, por consiguiente, a unos tipos de mapas especiales,
adaptados a las necesidades específicas de cada proyecto. Es evidente que
estos mapas especiales se apoyan en unos alzados regulares cuando éstos
existen, de la misma manera que los mapas mineros sobre los mapas geo­
lógicos. Pero su nomenclatura, su grado de precisión, y en ocasiones su
escala, son diferentes.

D. Justificación del mapa geomorfológico

Estos mapas se justifican principalmente en dos casos:

a) Para la conservación de las tierras y de las aguas

No podemos limitarnos a apreciar el peligro de degradación de las


tierras cultivadas basándonos exclusivamente en el valor de las pendientes.
Existen unas pendientes de 1° o de 2° grados que están muy afectadas
por la erosión pluvial y alimentan una fuerte arroyada cuando se refieren
a unos cultivos propios, como el algodón en el perímetro de irrigación
de Repelón (Colombia). En Venezuela, en la región de Machiques (Zulia),
las terrazas del antiguo cuaternario soportan unos suelos muy poco satura­
dos y muy sensibles al superpastoreo. Este provoca la arroyada tan pronto
como las pendientes superan el 3er grado. Para apreciar claramente los pe­
ligros de degradación, hay que estudiar de manera integrada todos los
datos eco-geográficos. El método de clasificación americana data de los
años treinta, es decir de hace unos cuarenta años, y desde entonces se han
realizado muchos progresos. Por consiguiente, no hay por qué seguir
encerrado en una rutina.
El conocimiento de los procesos es indispensable, a su vez, para aplicar
unas medidas de conservación o de restauración correctas. El método
americano postula, sin decirlo claramente por otra parte, que el único pe­

100
ligro es el arrastramiento de las partículas por las aguas corrientes. Sólo
se habla de «erosión», jamás de acumulación, así como tampoco de defla­
ción, pese a los buenos trabajos efectuados sobre este fenómeno por el
americano Chepil. De esta manera se recomienda el tratamiento por
cunetas, método brutal que destruye los suelos y ocasiona con frecuencia
daños que a veces pueden ser dramáticos. Es frecuente, en efecto, que
las cunetas provoquen, sobre todo al cabo de algunos años, desborda­
mientos con motivos de las grandes riadas. En tal caso concentran el
agua, que abre rápidamente un barranco. Sucede entonces que el agua,
al infiltrarse, hace pasar los materiales arcillosos al estado líquido. Son
numerosas las banquetas que han desencadenado unos movimientos de
masa destructores. Marruecos vivió una triste experiencia de ello en el
Rif, poco después de la independencia. Túnez también.
Para las necesidades de la conservación, es necesario disponer de ma­
pas en los cuales se represente la litología, determinadas características de
los suelos (especialmente compacto) y los diferentes procesos morfogé-
ntcos. Dichos mapas permiten asimismo precisar la procedencia de los
sedimentos susceptibles de taponar un embalse. Pero, para ello, hay que
completarlos con los datos relativos a las interrupciones de los flujos
de materiales y a las represas de residuos almacenados, especialmente me­
diante la zapa de orillas de corrientes de agua.

b) Para la protección contra determinados fenómenos naturales

El ordenamiento de los cursos de agua a fin de luchar contra sus


crecidas, contra sus divagaciones, contra la destrucción de las tierras
mediante sus zapas, debe estar basado a su vez en un conocimiento de
los procesos naturales que se pretenden controlar. La cartografía detallada,
a escala 1/10.000, 1/5.000 e incluso 1/2.500, ofrece una gran parte de
los conocimientos básicos necesarios. Completada por estudios sedimen-
tológicos (curvas granulométricas, espectros petrográficos principalmente),
permite analizar lo que sucede durante las crecidas. Dichos mapas represen­
tan con precisión la disposición de los bancos aluviales, con su material,
su eventual cobertura vegetal, la de sus canales y de las orillas vivas o
socavadas. Estas observaciones pueden ser aprovechadas directamente por
los ingenieros hidráulicos para determinar los tipos de ordenamientos a
efectuar. También pueden servir para establecer un modelo reducido, y
después destararlo y controlar su funcionamiento.
Para el trazado de las vías de comunicación, los canales de riego o de
alimentación de centrales eléctricas, para la ubicación de ciudades, de
pueblos, de fábricas, de almacenes, es necesario apreciar el grado de esta­
bilidad del medio geomorfológico. Se trata de una cuestión de seguridad,
o, al menos, de costes de inversión y mantenimiento. Teniendo en cuenta
las exigencias técnicas y las características regionales, se pone el acento

101
sobre unos procesos diferentes. Entregarse a importantes movimientos de
tierras en un lugar donde existen peligros de movimientos de masa signi­
fica exponerse a gravísimos daños, pues se dispone de escasos métodos
eficaces para impedir su desencadenamiento, y los pocos que existen son
muy costosos. El conocimiento de este peligro es un importante elemento
de decisión. Cuando no hay otra alternativa, tomando determinadas pre­
cauciones en la dirección de las obras y en los tipos de obras, se puede
limitar el peligro. En caso contrario, puede suceder que nos veamos obli­
gados a abandonar una carretera o un canal en el que ya se ha invertido
mucho dinero. Además, con mucha frecuencia se han puesto también en
marcha unos procesos de degradación que afectan el medio natural cer­
cano y que ya no se puede dominar. Hay una carretera, en Venezuela,
que ha costado muchos millones de bolívares por kilómetro antes de
convertirse en prácticamente inutilizable. Los deslizamientos de terreno,
en granito podrido, que ha desencadenado, avanzan rápidamente hacia lo
alto de la vertiente, destruyendo centenares de hectáreas. Ofrecen asimis­
mo enormes masas de arenas al curso de agua vecino, que las deposita
sobre una llanura aluvial y sobre las tierras de la llanura inclinada al pie
de la montaña, que se perderán.
Los seísmos plantean un problema especial. No es posible impedir
su aparición; por consiguiente, sólo cabe intentar protegerse de sus efec­
tos. Ahora bien, las diversas unidades geomorfológicas reaccionan de
manera diferente a las sacudidas. En algunas vertientes poco estables se
producen desprendimientos y se forman corrientes de barro. En el Perú,
donde se nos pidió que interviniéramos a consecuencia del seísmo del 31
de marzo de 1970, pueden desprenderse masas de hielo de glaciares en
retroceso, deslizarse a una velocidad enorme sobre las rocas acanaladas
por la erosión, y precipitarse sobre el valle vecino. En un intervalo de
menos de diez años, las aldeas de Ranrahirca y de Yungay fueron destrui­
das y todos sus habitantes muertos por este fenómeno. Los terrenos poro­
sos, impregnados de agua, están sometidos a unos apisonamientos que
expulsan el agua. Con ello aumenta la amplitud de las sacudidas, lo que
ocasiona más daños. La subida del agua, que a veces forma una capa
en la superficie, daña las casas. Todos estos tipos de peligros pueden ser
descubiertos, y una vez efectuada dicha operación se pueden alzar unos
mapas que hagan aparecer su agudeza y su naturaleza. En las regiones
del Perú afectadas por el seísmo de 1970, a título de ayuda francesa, el
Centro de geografía aplicada estableció dichos mapas. Sobre el fondo topo­
gráfico, se representan en rojo las áreas peligrosas con indicación del tipo
de proceso que puede desencadenarse en caso de seísmo. Se han valorado
tres grados de intensidad de peligro. Las manifestaciones hídricas aparecen
en azul (lugares susceptibles de inundarse bajo el efecto del apisonamiento
de los terrenos).
Así, pues, la geomorfología interviene bajo diferentes aspectos en el
estudio geográfico y en el ordenamiento del medio natural:

102
— ofrece una de las bases de la foto-interpretación;
— permite situar los fenómenos de pedogénesis en su marco dinámico;
— define un cierto tipo de obstáculos que el ordenamiento debe tener
en cuenta;
— ofrece un principio de integración para el estudio ecográfico. Este
principio consiste en definir los tipos de medios en función de su grado
de estabilidad morfodinámica, cosa que facilita el estudio de las demás
componentes del sistema natural y permite insertar mejor en los diferentes
medios las actividades humanas que significa su ordenación.

BIBLIOGRAFIA

ALGUNAS PUBLICACIONES A CONSULTAR

Es imposible ofrecer aquí una bibliografía de todas las obras que ofrecen un
panorama de las orientaciones de la geomorfología y de sus diferentes aplica­
ciones. Nos limitaremos a una selección de títulos efectuada en la perspectiva del
capítulo y rogamos al lector interesado que utilice las bibliografías de las obras
citadas.

1. Nociones fundamentales de geomorfología

Nos limitaremos a unas cuantas obras de fácil acceso que puedan servir de ini­
ciación a la disciplina.

Birot P., 1958, Morphologie structurale, col. Orbis, P.U.F., París, 2 vols.,
464 pp., 100 ilustraciones.
B irot P., 1959, Précis de géographie pbysique générale, Colín, París, 403 pp.,
82 ilustraciones.
La geomorfología sólo ocupa un lugar limitado, pero, a diferencia del título
anterior, se abordan los aspectos dinámicos y climáticos.
C h o l l e y A., 1950, «Morphologie structurale et Morphologie climatique», An­
uales de géographie, LIX, pp. 321-335.
Excelente visión de conjunto metodológica.
D erruau M., 1967, Précis de géomorphologie, Masson, París, 5.* edición, 416 pp.,
162 ilustraciones, 61 planchas f. t.
Excelentes ilustraciones.
D erruau M., 1969, Les Formes du relief terrestre, Masson, París, 120 pp.,
111 ilustraciones.
Resumen del anterior.
E asterbrook D. J., 1969, Principies of Geomorpbology, McGraw Hill, Nueva
York, 462 pp.
Manual norteamericano que concede una importancia relativamente grande
a los procesos. Fotografías aéreas y extractos de mapas topográficos.

103
F airbridge R. (ed.), 1968, The Encyclopedia of Geomorphology, Reinhold
Book Corp., Nueva York, 1295 pp.
Monografías sobre los diferentes temas, presentados por orden alfabético.
Cómodo.
L eopold L. B., Wolman M. G., M iller J. P., 1964, Fluvial Processes in Geo­
morphology, Freeman, San Francisco-Londres, 522 pp., 128 ilustraciones,
48 cuadros.
Obra excelente, que trata de los problemas de disección y de modelado de
las vertientes.
L ongwell C., F lint R., S anders J., 1969, Pbysical Geology, Wiley & Sons,
Nueva York, 685 pp.
Manual de geomorfología bastante representativo de la geomorfología ame­
ricana. Excelentes fotografías.
M arkov K. K., D obrojedow O. P., O rlow I. A., Sudakov N. G., Suje -
towa J. A., 1971, Einführung in die allgemeine physische Geographie,
trad. alemana H. Haack, Gotha-Leipzig, 164 pp., 31 ilustraciones, 1 mapa
color f. t.
Representativo de la geografía soviética. Muy conciso, su valor fundamental
reside en la orientación metodológica.
P itty A., 1971, Introduction to Geomorphology, Methuen, Londres, 526 pp.
Excelente manual, de concepción muy moderna.
St r a h le r A., 1970, Introduction to Pbysical Geograpby, Wiley & Sons, Nue­
va York, 457 pp.
La geomorfología es sucinta, pero está tratada de manera sistemática.
T ricart J., 1968-1973, Précis de géomorphologie, S.E.D.E.S., París; t. I:
Géomorphologie structurale; t. II: Géomorphologie dynamique; t. III:
Géomorphologie climatique.
T ricart J., Cailleux A., Traité de géomorphologie, S.E.D.E.S. París; t. I-V:
Géomorphologie climatique.
Gran obra de referencia, sin equivalente. Abundantes bibliografías analíticas
y críticas al final de cada capítulo.
T ricart J., L utz G., R imbert S., 1970, Introduction á l’utilisation des pho-
tographies aériennes en géographie, géologie, écologie, aménagement du
territoire, S.E.D.E.S., París; t. I: Notions générales, données structurales,
géomorphologie, 274 pp., 68 ilustraciones.
No supone únicamente la exposición de un método, sino también unas foto­
grafías aéreas, en su mayoría montadas en parejas estereoscópicas, y unos
ejercicios de interpretación de dificultad graduada.
V iers G., 1967, Eléments de géomorphologie, Nathan, París, 208 pp., 119 ilus­
traciones.
Pequeño volumen elemental, que contiene ideas interesantes.

2. A spectos m etodológicos

La mayoría de las obras que acabamos de citar suponen unas visiones meto­
dológicas. Aquí siguen algunas referencias.
C h o r ley R. J., Geomorphology and General Systems Theory, United States
Geological Survey, Professional Paper 500-B.

104
C h o r l e y R. J., 1963, «Diastrophic Background on Twentieth-Century Geo-
morphological Thouhgt», Bulletin of The Geological Society of America,
LXXIV, pp. 953-970.
C h o r ley R. J., D unn A. J., B eckinsale R. P., The History of the Study of
Landforms or The Development of Geomorphology, Methuen & Co, Wiley
& Co, Nueva York-Londres-Toronto.
Colección en curso de publicación. El primer volumen cubre el período
predavisiano, el segundo la vida y la obra de W. M. Davis.
D emangeot A., 1967, «Les Tendances de la géomorphologie fran^aise», Acta
Georgraphica, l “r trimestre, pp. 8-18.
Insiste sobre la posguerra. Pone de manifiesto las grandes tendencias.
D ury G. H., 1972, «Some Current Trends in Geomorphology», Earth-Science
Review, 8, pp. 45-72.
Util panorama de los últimos quince años, bibliografías.
D ylik J., 1964, «Some Remarks on the Development of Modern Geomorpholo­
gy in Poland», Czasopismo Geograficzne, XXXV, pp. 259-277.
Buen cuadro histórico, insiste sobre la importancia de los recientes cambios
de métodos.
G ellert J., 1968, «The System of the Morphogenesis and Morphogenetic Clas-
sification of the Earth Surface Forms as the Basis of the Conception of
Geomorphological Maps (State March 1969)», Studia Geographica, Brno,
pp. 52-56.
T ricart J., 1965, Principes et Méthodes de la géomorphologie, Masson, París,
496 pp., 36 ilustraciones, 8 planchas fotográficas, 1 mapa color f. t.
Exposición sistemática, discusión de los diferentes problemas metodológicos.
Importantes bibliografías.

3. Aplicaciones de la geomorfología

Nos limitaremos en esta ocasión a una panorama bastante general y a unos


cuantos ejemplos demostrativos.
Trabajos del simposium internacional de geomorfología aplicada, Bucarest, Ins­
tituto de geología y de geografía, Ac. Rep. Soc. Rumana, 255 pp., ilus­
traciones.
B akker J.-P., 1959, «Recherches néerlandaises de géomorphologie appliquée»,
Revue de géomorphologie dynamique, X, pp. 67-84.
B arat C. A., 1963, «La Géomorphologie appliquée en République populaire
roumaine. Constatation et suggestions», Revue de géomorphologie dynami­
que, XIV pp. 145-152.
Barat C. A., 1966, «Considérations sur quelques problémes actuéis de la géo­
morphologie appliquée», Revue de géomorphologie dynamique, XVI, pá­
ginas 114-128.
F lawn P., 1970, Environmental Geology. Conservation. Land-Use Planning and
Resources Management, Harper & Row, Nueva York-Evanston-Londres,
313 pp., 32 ilustraciones.
Realmente mucha geomorfología aplicada. Buenos ejemplos.
G ellert J., 1968, «Wesen der angewandten Géomorphologie», Petermanns
geographische Mitteilungen, 112 pp. 256-264.

105
Buena puntualización, bibliografía.
Míe H e l P., 1966, «Les Applications des recherches géomorphologiques en
Afrique occidentale», Revue de géographie de VAfrique occidentale, n.° 3,
pp. 37-60.
Excelente panorama regional.
M orariu T., T ufescu V., 1965, «Problémes de géographie appliquée en Rou-
manie», Revue de géomorphologie dynamique, XV, pp. 34-39.
Pujos A., Raynal R., 1959, «La Géomorphologie appliquée au Maroc»,Rév«e
de géomorphologie dynamique, X, pp. 103-105.
T ricart J., 1959, «Enquéte sur les organismes faisant des recherches de géo­
morphologie appliquée: le Centre de géographie appliquée (Université de
Strasbourg)», Révue de géomorphologie dynamique, X, pp. 85-96.
Número totalmente dedicado a la geomorfología aplicada.
T ricart J., 1962, «Panorama et Problémes de la géomorphologie appliquée dans
le monde», Révue de géographie du Maroc, n.° 1-2, pp. 11-18.
T ricart J., 1962, L ’Epiderme de la terre. Esquisse d’une géomorphologie
appliquée, col. Evolution des Sciences, Masson, París, 167 pp., 35 ilustra­
ciones.
Puntualización fácil de leer.
T ricart J., 1971, «Les Etudes géomorphologiques pour la conservation des
terres et des eaux», Options méditerranéennes, octubre, n.° 9, pp. 94-99.
V erstappen H. T., 1968, «Etudes géomorphologiques de l’Institut central de
recherches sur les zones arides (Inde)», Nature et Ressources, U.N.E.S.C.O.,
IV (3), pp. 5-9.
Zvonkova T. V., 1959, Estudio del relieve para objetivos prácticos, Gos. Izd.
Geogr. Lit., Moscú, 304 pp., 59 ilustraciones (en ruso).
Panorama de las investigaciones soviéticas y de los métodos utilizados en
la U.R.S.S.
Z vonkova T. V., 1960, «Applications pratiques de la géomorphologie en
U.R.S.S.», Revue de géomorphologie dynamique, XI, pp. 122-124.

4. M apas geom orfológicos

Las publicaciones son numerosas. Aparece una bibliografía analítica de ellas al


comienzo de

Cartographie géomorphologique, trabajos de la R.C.P. 77, publicados bajo la


dirección de J. Tricart, Mémoires et Documents du Service de documenta-
tion cartographique et géographique del C.N.R.S., París, 1971 (1972),
267 pp., un sobre de mapas en color f. t.

Un mapa geomorfológico de Francia, cuyas partes son las del mapa topográfico
a escala 1/50.000, está en curso de confección. El trabajo avanza lentamente,
por falta de medios. Las hojas publicadas s evenden en el «Service de carto­
graphie géographique» (C.N.R.S.), 191, rué Saint-Jacques, 75005, París, y en
el B.R.GJM.

106
3

E L ENFOQUE PEDOLO GICO

L CONCEPCIONES BASICAS. RESEÑA

Si bien la noción de suelo es muy antigua, la pedología es una ciencia


incipiente. El nombre de pedología procede del griego pedon, que significa
el suelo, el terreno que se pisa. En una primera aproximación, la pedo­
logía sería, según G . Gaucher (1968), «la ciencia que estudia los fenóme­
nos de descomposición de la zona superficial de la litosfera y de las
sustancias que engendra». Estudia los caracteres y la evolución del suelo.
Según que se le dé más importancia a los caracteres que se refieren a la
descripción de las partes de un suelo o a su evolución que sobreentiende
una dinámica, las concepciones de la pedología podrán variar mucho.

La pedología nació, según G. Gaucher (1968), de la impotencia de


la agrología, ciencia de los suelos cultivados, para generalizar sus concep­
ciones y conclusiones. Este punto de vista merece un cierto análisis: la
agrología tuvo su origen, en efecto, en la voluntad de aumentar la pro­
ducción de las tierras, y por ello se preocupó durante mucho tiempo úni­
camente por la óptica agrícola. El suelo, para la agronomía, no era más
que el soporte de los cultivos; sólo le interesaba la capa de la superficie
trabajada por los instrumentos; a las capas inferiores utilizadas por las raíces
se les llamaba el subsuelo, el total apenas superaba los 30 o 50 cm de
profundidad. Se estudiaban los caracteres únicamente a través de la preo­
cupación por el cultivo: caracteres químicos, físicos, comportamiento del
conjunto con relación al agua; los vocablos utilizados transmitían estas
preocupaciones: había tierras francas, tierras ligeras, áridas, pesadas.
Durante mucho tiempo, la agrología sólo se orientó hacia el mejora­
miento de la fertilidad química de los suelos debido al progreso que expe­
rimentó a partir de 1840-1850 el conocimiento y la extensión de los
fertilizantes (trabajos de Liabig en 1840: La Química en sus relaciones con
la agronomía; trabajos de Bousingault en Francia y de Lawes en Ingla-

107
térra). Se produjo un primer cambio más tarde bajo el impulso de Risler
en Francia y de Staring en Holanda: se abordaron las relaciones entre el
suelo y la geología y se obtuvieron considerables éxitos durante diez años.
Risler describía los caracteres agrícolas de los suelos clasificándolos en
relación con las formaciones geológicas. «E s a la vez la clasificación más
científica y la más práctica», dijo (citado por G. Gaucher) en la sesión
inaugural de su curso de agricultura comparada en el Instituí National Agro-
nomique en 1878. El trabajo de estos geólogos de formación desembocó en
la elaboración de mapas agro-geológicos y en descripciones regionales del
suelo. A pesar de este trabajo serio aparecido en su «geología agrícola»,
Risler centró su estudio en la estratografía de los materiales geológicos
mucho más que en la naturaleza misma de las rocas. Lagatu, alumno de
Risler, retomó más adelante el punto de vista agro-geológico introducien­
do algunos matices: mucho más centrado en la naturaleza mineralógica de
los materiales, su consistencia, su porosidad; fue también un precursor del
concepto de «material original»; geólogo de origen, supo sin embargo do­
minar la noción de estratografía, por tener ya presente la noción de alte­
ración.

A pesar de los intentos de Risler, con la «geología agrícola», y de


Lagatu, a continuación, de regionalizar la noción de suelo, la ciencia del
suelo permaneció ligada durante muchos años a la noción de tierra arable,
de productividad agrícola. Los esfuerzos hechos en el sentido de las rela­
ciones con otras ciencias como la química, la física, la geología, no pudie­
ron desembocar en una ampliación de esta ciencia; las primeras clasifica­
ciones y sus criterios jamás desbordaron el marco químico, físico de los
cultivos. Todas estas propiedades no proporcionaron las bases de una cla­
sificación general.
Hacia los años 1877-1878, el geólogo ruso Dokutchaev recibió de su
gobierno el encargo de estudiar los suelos de Ucrania, en donde una grave
sequía hacía estragos, para intentar remediar y mejorar la productividad
agrícola. Se puso a observar los suelos desde un nuevo punto de vista y
de sus reflexiones nació una nueva ciencia: la pedología. Se puede obser­
var por otra parte que, también allí, el origen fue idéntico: el objetivo
inicial fue el mejoramiento de los rendimientos agrícolas, lo que nos en­
seña que la solución de un mismo objetivo puede generar métodos muy
distintos. La pedología, sin embargo, se extendió lentamente en Francia,
donde se desarrolló gracias al impulso de Demolon.
Dokutchaev supo, en el curso de sus investigaciones, y éste es su gran
mérito, salir del marco de las preocupaciones de sus contemporáneos euro­
peos; sus numerosas observaciones le permitieron poner de relieve las
ideas maestras de esta nueva ciencia y establecer las bases de la doctrina
pedológica que consistía, al principio, en tres ideas fundamentales (G. Gau­
cher):

108
— el suelo es un medio especial resultante de una formación continua
o pedogénesis;
— la influencia del clima es predominante en la pedogénesis;
— solamente el estudio de la pedogénesis permite poner de relieve
las características esenciales de los tipos de suelos.

Es conveniente desarrollar estas ideas; permitirán precisar las defini­


ciones, comprender algunas concepciones que actualmente se contradicen,
abordar los problemas de clasificación que encuentran una promoción en
la cartografía.

1. El suelo y la pedología

Desde las primeras concepciones de agrología, para las cuales el suelo


no representaba más que las primeras docenas de centímetros accesibles a
los instrumentos de arar, la noción de suelo fue ampliándose y ha reci­
bido varias definiciones que traducen en cierto modo la evolución de las
concepciones. Para A. Demolon (1952), el suelo, situado en el límite de
la litosfera y la atmósfera, aparece como la resultante de ambas. Forma
parte de la biosfera y los factores biológicos también intervienen podero­
samente en su evolución. Sus ideas le llevaron a formular la siguiente
definición general: «El suelo es la formación natural de la superficie de
estructura blanda y espesor variable, resultante de la transformación de
la roca madre subyacente bajo la influencia de diversos procesos físicos,
analíticos y biológicos.» Demolon, en este caso, toma la expresión «roca
madre» en su sentido más general, pudiendo ser esta roca una formación
blanda. De entrada esta definición proporciona el punto de vista de los
pedólogos sobre el suelo: es una formación natural, resultante de una
serie de procesos. Desde este punto de mira, los suelos cultivados no
son más que un caso particular.
Las definiciones más recientes del suelo confirman este punto de vista,
introducido en él la noción de límite inferior del suelo, que sigue divi­
diendo a los pedólogos y es, como ya veremos, el objeto de una contro­
versia bastante viva con las concieicias conexas a la pedología. Para G. Gau­
cher (1968), «al suelo no se le puede fijar, arbitrariamente ningún espe­
sor; la profundidad de la descomposición de la roca y la de la penetración
de la vida vegetal son los únicos criterios». Para él el suelo puede ser
la película superficial de una roca sobre la que se ha instalado una
colonia de liqúenes. Por el contrario, también puede ser una capa blanda
enterrada que se recubrió de vegetación durante un período geológico
pasado y que las condiciones actuales no reproducen. El punto de vista
de G. Sys (1961) es bastante parecido: «El suelo es la parte superficial
de la corteza terrestre influenciada por los factores que rigen los procesos
orgánicos. Como el suelo se encuentra en la intersección del reino mineral

109
y el de los organismos vivos terrestres, todas las fases de evolución del
primero deben necesariamente influenciar la evolución del otro. De ello
se deduce que el suelo es una materia mineral alterada en la que se
desarrolla una vida orgánica.» G. Aubert (1962), por el contrario, «consi­
dera el suelo en su perfil total desde la roca inalterada que le ha dado
vida hasta su superficie». Por último, más recientemente, Jamagne defi­
nió el suelo como «la parte superior de la litosfera que evoluciona bajo
la influencia de los factores externos, es decir la hidrosfera, la atmósfera
y la biosfera», lo que le induce a escribir que la pedología es «la ciencia
que estudia la génesis de esta formación superficial así como las propieda­
des que adquiere bajo la influencia de estos factores». De este modo la pe­
dología amplió y revolucionó el concepto de suelo considerándolo un medio
capaz de evolución. El estudio de esta evolución constituye la pedogénesis.

2. La pedogénesis

Estos fenómenos de descomposición contribuyen a la formación del


suelo, sea a expensas de una roca madre o sea a partir de materiales trans­
formados. La evolución de un suelo en el curso de su historia se carac­
teriza por tres procesos distintos (Duchaufour, 1952):

— descomposición y alteración progresiva de las rocas, que termina


con la formación de un «complejo de alteración» a expensas de I03
materiales primitivos;
— incremento del contenido en materia orgánica fabricada por la ve­
getación que coloniza el suelo en formación. El equilibrio se al­
canza más o menos rápidamente, según los casos, ya que las nuevas
aportaciones compensan exactamente las pérdidas por minerali-
zación;
— desplazamiento de los elementos solubles o coloidales, de un pun­
to al otro del perfil bajo la influencia de las corrientes de agua
que circulan en el suelo: son las migraciones de sustancias que ter­
minan en la constitución de horizontes empobrecidos (horizontes
A) o enriquecidos (horizontes B).

La evolución del suelo, que lleva a la diferenciación del perfil pedo­


lógico en horizontes, caracterizados por su color y sus propiedades, cons­
tituye lo que los pedólogos llaman corrientemente pedogénesis y que
representa, según G. Gaucher, «el conjunto de los fenómenos que descom­
ponen las rocas, produciendo suelos a sus expensas y provocando en éstos
transformaciones y desplazamientos de sustancias... La pedogénesis consti­
tuye esencialmente la fase de ablandamiento de las rocas que permite la
erosión y la sedimentación».

110
El suelo, objeto de la pedología, se encuentra situado en el marco de
los fenómenos naturales y se puede definir por unos caracteres originales
que se definen así (G. Gaucher, 1968):

— es un medio natural, formado independientemente de la acción del


hombre, aunque ésta pueda intervenir para modificar sus carac­
teres;

— es un medio autónomo creado por unos procesos especiales, some­


tidos a unas leyes propias, a pesar de las múltiples disciplinas
científicas cuya colaboración requiere la pedología;

— es una formación continua, en constante evolución, en la que se


superponen o se suceden numerosos fenómenos combinados con
fuertes interacciones. Esta continuidad imprime a los procesos de
evolución una orientación determinada en la que puede apreciarse
un cierto dinamismo;

— por último, estos fenómenos se extienden al conjunto de la capa


superficial de la litosfera.

Esta ampliación de la noción de suelo y de la pedología, característica


durante los últimos años, matiza la diferencia de esta ciencia con respec­
to a la agrología que constituyó, no lo olvidemos, su punto de partida.
Pero, ¿hasta dónde llegará esta ampliación? ¿Dónde se sitúan los límites
de estudio de la pedología, si es que existen límites? ¿Este proceso de
ampliación claramente iniciado no invadirá otras ciencias? Debemos plan­
tearnos estas preguntas, por muy molestas que puedan resultar. La res­
puesta permitirá entrever las posibilidades de enriquecimiento que ofrece
el enfoque interdisciplinario. Las definiciones existentes del suelo nos
muestran que sigue habiendo un punto oscuro y poco preciso que en­
frenta a pedólogos y especialistas de otras disciplinas, tales como la geo-
morfología o la geología: es el problema del espesor del suelo, de su lími­
te inferior; dicho de otro modo, de la diferenciación que se establece
frecuentemente entre suelo y formaciones superficiales; en la parte infe­
rior del «suelo», en efecto, el campo de la pedología se encuentra con
el de la geomorfología y el de la geología. Reina una cierta confusión y los
límites, cuando se fijan, suelen ser bastante arbitrarios y dogmáticos.

Suelos y formaciones superficiales

Las formaciones superficiales constituyen para los geomorfólogos el


conjunto de materiales distintos de la roca pura, por consiguiente son

111
muy diferentes de las rocas definidas por los geólogos. Comprenden los
productos de alteraciones y los que han sido desplazados.
El análisis de algunos casos concretos nos ayudará a intentar clarifi­
car la controversia.

— En ciertas zonas tropicales húmedas y especialmente en el hemis­


ferio sur, se han podido desarrollar alteraciones profundas (50-
60 m) sin ser interrumpidas por unos procesos morfogénicos o
unas modulaciones de clima en una situación, por tanto, de fitosta-
sia en la que la pedogénesis se puede ejercer libremente. En estos
casos, la zona de alteración, bajo el horizonte B, se extiende mucho
en profundidad; hay disyunción entre las formas de alteración pro­
fundas, esencialmente físico-químicas, y el modo de evolución de la
superficie, altamente influenciado por los procesos biológicos. Se
plantea, entonces, el problema del límite inferior del suelo: ¿dónde
se detiene la pedogénesis si se considera que el factor biológico es
necesario para su existencia? ¿Dónde se sitúa el límite entre suelo
y alteración, y cómo se realiza el relevo entre los dos procesos?
Para los americanos y los belgas, los efectos de la pedogénesis se si­
túan esencialmente en el solum (parte activa del suelo formada por
los horizontes A y B). Para otros pedólogos, entre los cuales algu­
nos clasificadores franceses, el perfil del suelo comienza en la roca
inalterada que le ha dado vida. Sin ninguna duda, entonces, forma­
ción superficial y suelo se confunden, por lo menos en lo que
concierne al solum.

— En el caso de los materiales alóctonos, la pedogénesis, en general,


sólo se ejerce después del depósito (materiales aluviales, depósitos
de lavanzas, etc.). En dicho caso, no hay ninguna confusión posible
entre formaciones superficiales y suelos: las primeras forman el
material original de las segundas; son influenciadas por unos sue­
los que se forman a sus expensas.

— Cuando una roca viva se encuentra en una posición estable, la


transformación de la roca bajo la acción de procesos químicos, fí­
sicos y biológicos conduce a la formación de un suelo. Este suelo
también es una formación superficial. Si la evolución prosigue du­
rante un tiempo suficientemente largo y siempre en posición de
estabilidad, llegaremos progresivamente al primer caso citado. Si se
admite que los procesos biológicos y las sustancias orgánicas son
necesarias para «el conjunto de fenómenos que descomponen las
rocas, produciendo suelos a sus expensas», la profundidad del sue­
lo se limita a la presencia de organismos vegetales o de productos
orgánicos; el relevo geomorfológico o pedológico se sitúa a este

112
nivel... pero, ¿cómo discernir este límite que es mucho más teórico
que real?

— Por esta razón, y para evitar fraccionar inútilmente unas forma­


ciones continuas en la naturaleza, admitiremos con numerosos geo-
morfólogos que las formaciones superficiales resultan de interac­
ciones entre procesos geológicos, geomorfológicos y pedológicos.
La anexión de una disciplina no sirve más que para escamotear un
problema cuyo estudio sólo puede ser interdisciplinario; de este
modo podemos escribir con J. Tricart: «Muchos suelos están for­
mados a partir de unas formaciones superficiales y, a la inversa, el
suelo influye sobre las formaciones superficiales.» Varias discipli­
nas deben abordar este problema tan amplio; en efecto, la natu­
raleza no admite forzosamente los límites que el espíritu humano
se forja. El estudio de este problema tiene su principal importan­
cia en la clasificación de los suelos.

Si bien la ampliación del concepto de «suelo» ha permitido a la pedo­


logía salir del atolladero de la química agrícola, la nueva situación ex­
tremó su atención sobre el perfil del suelo, lo que paradójicamente ha ale­
jado a los pedólogos de una visión sana de su utilización agrícola. Esta
tendencia se ha abierto paso a través de las clasificaciones que poco a poco
han nacido; unas se orientaron demasiado hacia los suelos vírgenes, sin
entrever las consecuencias de este particularismo; otras cristalizaron sobre
aspectos estáticos, descriptivos. Esto tiene como efecto apartar de la cien­
cia del suelo a muchos de sus utilizadores.
Situaremos esta evolución analizando algunas clasificaciones estable­
cidas estos últimos años, e intentaremos deducir sus consecuencias sobre
la cartografía de los suelos que es un objetivo nada desdeñable de la pe­
dología.

3. Las clasificaciones

Tanto en Francia como en otros países, las clasificaciones quieren dar


respuesta a un doble objetivo:

— reagrupar unos objetos en una serie de categorías definidas por


criterios según un principio de clasificación adaptado a la ciencia;

— suministrar a los pedólogos los medios de representar cartográfica­


mente las unidades definidas por la clasificación, y esto con fines
— en principio— prácticos.

113
El objetivo final de la clasificación consiste en llegar (P. Duchaufour,
1970) a «una clasificación única, jerarquizada, que comprenda todas las
categorías de unidades; una clasificación de conjunto debe presentarse en
forma de una pirámide: las unidades superiores, poco numerosas, forman­
do la cúspide, las unidades inferiores cada vez más divididas y numerosas,
formando la base». Si nos quedamos en las unidades superiores las bases de
las clasificaciones son los procesos fundamentales de evolución del perfil,
de ahí el uso del término de clasificación genética.
Si las primeras clasificaciones se centraron exclusivamente en un factor
dominante, las clasificaciones más recientes han matizado este punto de
vista y se basan del mismo modo en los caracteres del conjunto del perfil
pedológico, considerando que estos caracteres son la resultante del proce­
so evolutivo.
La primera clasificación genética fue la clasificación climatológica,
propuesta por Dokutchaev y sus discípulos, que dividían los suelos en
tres grandes grupos superiores en función de la influencia del clima: sue­
los zonales, suelos azonales y suelos intrazonales. Estas ideas aplicables
en Rusia, en inmensas regiones donde el clima es un factor preponderante,
tenían que haber sido matizadas en otros países y especialmente en las
regiones mediterráneas. En los Estados Unidos, después de Marbut (1927),
quien insistió sobre la importancia de las características de los propios
suelos, la clasificación de Balwin, Kellog y Thorp (1938) se basó también
en el clima a nivel de unidades superiores, siendo definidos los grandes
grupos a partir de las propiedades de los suelos. También se han elabo­
rado clasificaciones basadas en las propiedades químicas de los suelos: cla­
sificaciones fundamentadas en la saturación del complejo que se aborda
(Gedroiz, 1929) y sobre la naturaleza de la colada analizada en el «perco-
lado» (Pallmann, 1947). Por último se hicieron otras clasificaciones a
partir del grado de colada y el clima (Robinson, 1949).
El acento de las clasificaciones más recientes recae en los caracteres
morfológicos del suelo, entendiéndose que estos mismos reflejan e inte­
gran los procesos evolutivos (Kubiena, 1953, después Muckenhausen,
1957).
En la clasificación australiana de Stephens (1956) se diferencian las
unidades por la morfología según caracteres que traducen las diferencias
genéticas.
Nos detendremos más en las clasificaciones norteamericanas y francesa,
que actualmente son los mejores ejemplos de todas estas clasificaciones cen­
tradas en los caracteres de los suelos, dando cuenta de un proceso evo­
lutivo.

A. La clasificación norteamericana

El sistema de clasificación elaborado por el Soil Survey Staff del

114
USDA Soil Conservation Service, llamado Soil Classification. A Compre-
hensive System. 7th Approximation, presentado por primera vez por
D. Smith en Madison (U.S.A.) en 1960 se expuso de nuevo en el Simpo-
sium internacional de clasificación de los suelos de Gante en 1962.
Las unidades de este sistema «se definen por las propiedades del suelo
que pueden ser observadas, detectadas o medidas... La decisión de definir
las nuevas unidades en función de propiedades del suelo se basaba en las
siguientes consideraciones» (D. Smith):

— los suelos constituyen el objeto a clasificar y no los factores de for­


mación del suelo; son los suelos los que deben clasificarse y no el
clima, la geografía o las formas de terreno;

— es necesaria una clasificación que pueda ser aplicada por todos


los pedólogos; lo que implica unas definiciones de unidades obje­
tivas. Las interpretaciones genéticas son subjetivas; dependen de
los criterios de las clasificaciones;

— si se utilizan unas definiciones genéticas, los suelos cuya génesis se


desconoce no se pueden clasificar.

Este sistema intenta seleccionar un cierto número de propiedades que


se utilizan para definir las unidades. La selección de estas unidades se basa
en varias consideraciones:

— sólo deben utilizarse las propiedades que existen actualmente;

— para definir las unidades sólo pueden intervenir las propiedades


que resultan de la pedogénesis o que la influencian;

— los caracteres y propiedades seleccionados deben ser, según las pa­


labras de Smith (1962), «medibles, visibles o tangibles»;

— el punto de vista genético constituye una base obligatoria para la


selección de las propiedades escogidas para la definición de las
unidades, pero se utiliza a través de los efectos directos que los
procesos producen en el suelo.

Los distintos estadios de la evolución de un suelo no se agrupan en


un taxon común. Los procesos que han dominado el desarrollo de un
suelo dejan en él su huella, lo que permite agrupar los suelos que han
experimentado una génesis común, a condición de que conserven las mar­
cas.
Estas concepciones han llevado a la definición de horizontes diagnós­
ticos, los cuales permiten caracterizar el perfil y clasificarlo. Los hori-

115
CAPACIDAD DE UTILIZACION DE LAS TIERRAS:
CLASIFICACION NORTEAMERICANA1

C lase 1

Relieve muy escaso (pendientes inferiores al 3 96). Sin manifestaciones de erosión,


o escasa erosión en menos del 10 96 de la superficie.
Suelos profundos, sin piedras o con tan pocas piedras que no estorban el trabajo
de las máquinas.
Ninguna salinidad, o salinidad fácilmente corregible en menos del 10 96 de la
superficie.
Suelos bien drenados, no inundables.
Capacidad de retención buena o media.
Permeabilidad media, ni demasiado lenta ni demasiado rápida.
Fertilidad buena o media.
Clase 2
Relieve poco vigoroso (pendientes inferiores al 12 96). Sin manifestaciones de ero­
sión, o escasa erosión en menos del 20 96 de la superficie.
Suelos bastante profundos, sin piedras que estorben a las máquinas.
Ninguna salinidad, o salinidad fácilmente corregible en menos del 20 96 de la
superficie.
Drenaje que puede ser mediocre. Ninguna acumulación superficial durante más
de 15 días.
Inundaciones ocasionales que no duran más de 1-2 días y no perjudican las cosechas.
Capacidad de retención buena o media.
Mediocre permeabilidad.
Fertilidad buena o media.
Estos suelos piden prácticas de cultivo más precavidas que la clase 1, pero fáciles
de aplicar.
C lase 3
Pendientes inferiores al 25 96. Erosión ligera que no afecta a más de un 30 96 de
la superficie, o erosión moderada que no afecta a más de un 10 96 de la su­
perficie.
Sin pedregosidad en las pendientes de menos del 12 96, pedregosidad admitida en
las del 12 al 25 96.
Mediocre profundidad del suelo.
En los suelos salinos o salino-alcalinos, la salinidad no debe afectuar a más del 30 96
de la superficie.
Drenaje mediocre, pudiendo ser excesivo o insuficiente. Inundaciones que no sobre­
pasan un total de 30 días por año. Acumulación superficial que no sobrepasa
30 días por año.
Capacidad de retención escasa a muy fuerte.
Permeabilidad mediocre.
Fertilidad mediocre.
Iguales limitaciones que la clase 2, pero más severas. Las prácticas de cultivo deben
ser muy cuidadas, con control de la erosión, del régimen hídrico, fertilización,
rehabilitación de tierras salinas.
C lase 4

Pendientes inferiores al 25 96. Erosión escasa en menos del 40 96 de la superficie,


moderada en menos del 20 96, fuerte en menos del 10 96.
Profundidad mediocre. Pedregosidad como la de la clase 3.
1. Versión completada por el I.G.A.C., Colombia.
Salinidad que afecta hasta el 40 96 de la superficie.
Drenaje de excesivo a insuficiente. Acumulación superficial hasta 60 días por año,
Inundaciones que pueden alcanzar 60 días por año, en dos períodos.
Retención de insuficiente a excesiva.
Permeabilidad de muy lenta a muy rápida.
Fertilidad de insuficiente a buena.
Esta clase exige importantes prácticas de conservación y mejora, difíciles de aplicar.

C lase 5

Relieve poco accidentado (pendientes inferiores al 3 96). Ninguna manifestación


notable de erosión.
Pedregosidad superficial excesiva, que impide la utilización de máquinas.
Drenaje de excesivo a insuficiente.
Fertilidad mediocre.
Estas tierras no pueden cultivarse y deben dedicarse a bosques o a pastos.

C lase 6

Relieve como el de la clase 4, o relieve accidentado, pendientes del 25 al 50 96. La


erosión, ligera, puede afectar hasta el 60 96 de la superficie, moderada hasta
el 30 96 y fuerte hasta el 20 96.
Profundidad de muy escasa a muy grande.
Pedregosidad de nula a excesiva.
Salinidad pudiendo afectar hasta el 60 96 de la superficie en el caso de suelos salinos
o salino-sódicos.
Drenaje indiferente. Acumulación superficial, pudiendo alcanzar 90 días por año.
Inundaciones durante 2 a 4 meses.
Retención indiferente.
Permeabilidad indiferente.
Fertilidad indiferente.
Estas tierras no pueden utilizarse más que para pastos bien cuidados, cultivos per­
manentes y bosque. Las formas de cultivo y las prácticas de conservación deben
ser particularmente esmeradas.
C lase 7

Relieve como en la clase 6 o pendientes superiores al 50 96. Erosión más intensa:


escasa hasta el 100 96 de la superficie, moderada hasta el 70 96, fuerte hasta
el 50 96, muy fuerte hasta el 30 96.
Profundidad indiferente.
Pedregosidad indiferente.
Drenaje indiferente. Acumulación pudiendo alcanzar 120 días por año. Inundaciones
de 4 a 6 meses.
Retención indiferente.
Permeabilidad indiferente.
Fertilidad indiferente.
Estas tierras casi sólo sirven para bosque y, en los sectores menos accidentados, para
pasto, pero administrándolas con mucha precaución con objeto de asegurar su
conservación.
C la se 8

Pendientes muy fuertes.


Pedregosidad excesiva.
Los suelos poco accidentados se convierten en improductivos por una de las causas
siguientes: salinidad, capas de arena, manglares, inundaciones de más de 8 meses
por año.
No aptas para su utilización: la vegetación espontánea debe conservarse.
zontes se definen en términos lo más exactos posible, «ya que se necesita
un sistema de clasificación objetivo» (D. Smith).
Los horizontes diagnósticos se dividen en tres grupos:

— los horizontes de profundidad, que son los más importantes (hori­


zontes arcíllicos, óxicos, cámbicos, etc.);

— los horizontes de superficie que corresponden a los horizontes A


y a los horizontes de transición (horizontes móllicos, úmbicos,
cámbicos, hísticos, etc.). Constituyen los «epijedones». Estos hori­
zontes, especialmente los de profundidad, sirven para definir las
unidades superiores de la clasificación: órdenes y subórdenes;

— los horizontes secundarios o particulares (horizontes cálcico, yesoso,


álbico, duripan, fragipan, etc.) sirven para definir los grandes grupos
y las unidades inferiores.

Estas definiciones, en principio, deben ayudar a una cartografía prác­


tica de los suelos. Es probable que todas estas definiciones, ya muy nume­
rosas, sean en un futuro, y según las propias palabras de D. Smith, «aún
más complicadas cuando los límites se ajusten a los distintos suelos. Del
mismo modo cabe esperar que las definiciones llegarán a ser más precisas,
ya que nuestros conocimientos serán más amplios». Esta conclusión nos
muestra sin ambigüedad la vía que se han fijado los pedólogos norteame­
ricanos.

B. La clasificación francesa

La última versión del sistema de clasificación francés fue publicado a


título provisional en 1967 por la Comisión de pedología y de cartografía de
los suelos, creada por el Servicio de mapas de los suelos de Francia y
cuya labor se extendió desde 1964 hasta 1967. Esta clasificación retoma
los grandes principios de la «clasificación pedológica utilizada en Fran­
cia», presentada por G. Aubert en el Simposium internacional de la cla­
sificación de los suelos que se celebró en Gante en 1962. Según palabras
de G. Aubert, la clasificación debe obedecer «al principio de homología
y de subordinación de caracteres», así como al principio de parentesco
y de filiación. Debe ser general, es decir, debe permitir clasificar y carto-
grafiar todos los suelos existentes, cualquiera que sea su nivel de estudio.
Es necesario que pueda ser utilizada sobre el terreno, y, para hacerlo,
debe tener en cuenta caracteres observables. Por último debe tener en
cuenta los caracteres agrícolas de los suelos.
Pese a estar basada en el principio de parentesco y de filiación, la

118
clasificación pedológica debe, sin embargo, ser siempre una clasificación de
los propios suelos, y no convertirse en la de sus modos de formación.
Al nivel de las unidades superiores se ordenan los suelos que tienen
en común las características principales siguientes (C.P.C.S., 1967):

— un cierto grado de desarrollo del perfil o de evolución del suelo;


— un modo de alteración de los minerales definido por la naturaleza
de los sesquióxidos liberados, así como el de dominio de ciertos
tipos de arcilla;
— una composición y un reparto de la materia orgánica susceptible
de influenciar la evolución del suelo y la diferenciación de los
horizontes del perfil;
— ciertos factores fundamentales de evolución del suelo que se con­
vierten en predominantes, por ejemplo el hidromorfismo y el halo-
morfismo, a condición de que su intensidad modifique completa­
mente el modo de evolución del suelo y de su perfil.

Las otras unidades son definidas por unos caracteres morfológicos del
perfil que corresponden a unos procesos de evolución de estos suelos
(grupos), de intensidad de este proceso o de procesos secundarios (sub­
grupo). Las unidades inferiores tienen en cuenta caracteres menos gené­
ticos y se utilizan sobre todo para las cartografías de detalle. La unidad
taxonómica de base para esta última, utilizada por el Servicio cartográfico
de Francia es la serie, que se divide a su vez en series derivadas, va­
riantes, fases. Forman parte de una misma serie (Jamagne, 1967) «todos los
suelos que presentan igual sucesión de horizontes genéticos desarrollados
en un material original de la misma naturaleza y que presentan una eco­
nomía hídrica análoga». Así, pues, las series son definidas por dos ele­
mentos esenciales: un elemento litológico: el material original; un ele­
mento pedológico: el desarrollo del perfil; al explicar la economía de
agua del drenaje interno del suelo, según los mismos términos de la clasi­
ficación, la serie constituye la etapa previa a su interpretación genética.
El punto de partida es la observación del perfil y la búsqueda prioritaria
de criterios de identificación. El suelo sigue siendo el objeto principal a
cartografiar.

C. La clasificación de la FAO

Establecer un mapa mundial de los suelos es uno de los objetivos de


la FAO en materia de suelo. Enfrentada a una multitud de clasificaciones
nacionales o regionales, la FAO se encontró desde el principio en una
posición delicada en el plano técnico y diplomático. Utilizar una única
clasificación habría suscitado polémicas sin fin, cuya primera consecuen­
cia hubiese sido el completo abandono de un documento producido con

119
unos costos muy elevados. Así, pues, se imponía la necesidad de una
armonización de las clasificaciones que desembocase en un sistema inde­
pendiente de cualquier escuela, si se quería llevar a buen término este
objetivo, por otra parte muy loable en sí mismo. Este fue el origen del
sistema de clasificación propuesto por la FAO (Dudal, 1968). Esta ope­
ración se revelaba muy difícil en la medida que los principios de base de
las clasificaciones eran muy distintos. Sin embargo, si bien el espíritu dife­
ría, se reveló la existencia de una cierta convergencia a un determinado
nivel de clasificación: el grupo. El trabajo consistió, pues, en armonizar
los distintos grupos dotándoles de una nueva definición, mucho más que
en concebir las bases de una nueva clasificación. Al no tropezar con
ninguna susceptibilidad de escuela, el «reagrupamiento» de la FAO logró
imponerse a pesar de las críticas que se le formulan. Los numerosos gru­
pos así definidos se reagruparon en veinticuatro categorías, que proba­
blemente serán modificadas. Los trabajos del subcomité de correlación
de los suelos para el Africa Occidental creado en 1971 por la FAO des­
pués de las reuniones preliminares de Kumasi (Ghana, 1970), están
dirigidos, entre otros objetivos, a mejorar la armonización entre el siste­
ma FAO y las otras clasificaciones utilizadas en Africa. Estas categorías
son definidas a partir de criterios más geográficos que morfológicos.
Actualmente, sin embargo, las clasificaciones norteamericana y fran­
cesa siguen siendo las más utilizadas por los pedólogos de expresión fran­
cesa; por esta razón n®s limitaremos a comparar las dos últimas y a
examinar en qué medida pueden utilizarse para comprender el estudio del
marco ecológico y de su ordenamiento, objeto de nuestras preocupaciones.

D. Comparaciones y crítica. Clasificaciones norteamericana y francesa

Si quisiéramos analizar exhaustivamente los múltiples aspectos de las


dos clasificaciones, no acabaríamos nunca, y el interés no es evidente ni
prioritario. La crítica y la comparación de las concepciones y de los mé­
todos cartográficos nos mostrarán, sin embargo, si el empleo de estas
clasificaciones nos parece estar adaptado al objeto mismo de nuestras
preocupaciones, que es el estudio del medio físico con vistas a un ordena­
miento racional.
En las dos clasificaciones se da prioridad a los caracteres morfológicos
de los suelos. Esta concepción está claramente definida en las dos presen­
taciones. Son los propios suelos los que deben ser clasificados y no sus
factores de formación. La pedogénesis es tomada en cuenta, pero en la
medida en que deje señales en el perfil.
Clasificación norteamericana. Este principio está firmemente asentado en
la clasificación norteamericana. Para que un suelo de creta, por ejemplo,
sea clasificado como rendzina (Rendolls), el perfil debe manifestarlo por
sus horizontes. Incluso si el medio de pedogénesis calcimorfo se mani­

120
fiesta desde hace poco sobre un material calcáreo revelado por la erosión,
no se toma en cuenta. Al estar ausentes del perfil las propiedades mor­
fológicas resultantes de estos procesos, señalarlas se considera una inter­
pretación; y, por consiguiente algo subjetivo. Esta preocupación por la
objetividad explica la importancia dada por los clasificadores norteame­
ricanos a los horizontes diagnósticos y principalmente a los de profundi­
dad, ya que se sitúan fuera de las modificaciones posibles tales como la
puesta en cultivo por ejemplo. Las propiedades que permiten una dife­
renciación, y de las cuales los clasificadores buscan la permanencia, de­
bieran ser, según las palabras de D. Smith (1962), «medibles, visibles o
tangibles. Las más útiles son las que pueden ser medidas o estimadas
cuantitativamente sobre el terreno». Este sistema admite la génesis en
tanto que proceso de formación de los suelos, pero no figura en su defi­
nición... Así, pues, la caracterización de un suelo sobre el terreno puede
hacerse sin análisis del medio de pedogénesis, y casi sin tomar en cuenta
el entorno del perfil... El factor tiempo también se tiene en cuenta, pero
bajo un aspecto que se podría calificar de negativo; en efecto, sólo se
buscan las huellas medibles que han dejado en el suelo uno o varios pro­
cesos, cualquiera que sea su duración. En estas condiciones, apreciar una
evolución es imposible. Sólo cuenta el resultado, podríamos afirmar para
resumir esquemáticamente esta concepción.
Ninguno de los aspectos de esta perspectiva que aparecen en carto­
grafía es desdeñable. Se ha impuesto una cierta disciplina de las aprecia­
ciones permitiendo una uniformización de las observaciones que facilita
las comparaciones. En el plano cartográfico, conduce a una homogeneiza-
ción que hace menos difíciles las comparaciones. Por otra parte, los crite­
rios de diferenciación obedecen a unas normas que evitan divergencias
demasiado fuertes de interpretación de hechos naturales; se evita de
este modo una excesiva diversidad contra la que los norteamericanos han
procurado preservarse. Sin embargo, este exceso de cuantificación conduce
a una rigidez que hace condenar tales concepciones y este sistema de clasi­
ficación, por lo menos para aprehender la complejidad del medio natural.
En primer lugar, en el plano práctico, pues si bien la codificación llevada
al extremo facilita el trabajo del especialista, no por ello permite una ade­
cuada visión del medio físico. Un buen manual de referencia se convierte,
en efecto, en la herramienta fundamental del pedólogo que, en último
término, puede ser reemplazado por un buen lector de códigos; la propia
cartografía puede ser elaborada, en estas condiciones, «en casa»: se car-
tografían unas características mucho más que la naturaleza. La mente,
asegurada por un enorme arsenal de normas que podrán dar la solución,
deja de buscar a su alrededor, no busca las «correlaciones naturales» tan
útiles, sin embargo, en suma, deja de razonar en términos de naturalista,
cosa que debe seguir siendo la base de la cartografía. Sin querer caer en
una polémica fácil, no creemos que este método pueda «facilitar la carto­
grafía de los suelos con fines prácticos, una cartografía cuyo objetivo sea

121
el mejoramiento de la agricultura». Este mejoramiento depende de canti­
dad de otros parámetros que el mismo suelo, incluso en un paisaje, es
incapaz de integrar por sí solo.
Desde el punto de vista del método seguido, la búsqueda de criterios
permanentes y situados sobre todo en profundidad nos parece peligroso
para abordar los problemas del ordenamiento del medio físico. Es evidente
que la apreciación de estos criterios permite en cierta medida, explicar una
evolución pasada, a través de la huella que dejan sobre los suelos o los
procesos que dirigieron. Esforzarse en encontrar en el suelo las señales de
un proceso determinado para saber si este proceso sigue desarrollándose
o ya se ha desarrollado, es consecuencia, también, de una buena intención
metodológica. Sin embargo, a fuerza de querer cuantificario y medirlo
todo, sin querer referirse demasiado a los fenómenos superficiales, se exclu­
ye el estudio de la evolución actual, y especialmente de la morfodinámica,
que tiene la importancia que sabemos en la organización de los suelos; el
análisis dinámico no puede incorporarse, el espíritu mismo de la clasifica­
ción norteamericana no lo permite. En efecto, ¿cómo cuantificar, una deso­
xidación de superficie, ya que elimina toda posibilidad de formular un diag­
nóstico al nivel de horizonte? ¿Cómo definir un aporte coluvial actual, en la
base de un campo (por ejemplo recubrimiento de cepas a consecuencia de
malas prácticas de cultivo en la parte superior), ya que este aporte coluvial
se traduce en una aportación de materiales heterogéneos, en la textura, el
espesor, la estructura, la porosidad, etc., no organizada en horizontes? «Las
propiedades de un suelo que han desaparecido o que todavía no se han desa­
rrollado no pueden ser, pues, utilizadas uniformemente para clasificar los
suelos. Como estas propiedades han desaparecido actualmente, su utiliza­
ción se convierte en puramente subjetiva» (D. Smith, 1962). A partir de
ahí, se entiende que toda esta dinámica, que traduce la evolución actual,
no pueda ser tomada en cuenta por los clasificadores norteamericanos. Sin
embargo, estos fenómenos son esenciales para identificar tanto en su natura­
leza como en su intensidad el ordenamiento del medio físico. Entiende,
por consiguiente, lo difícil que es la utilización de esta clasificación para
los técnicos que quieren dominar los métodos racionales de revalorización
de las tierras.

Clasificación francesa. Si bien la clasificación francesa concede menos


importancia al rigor absoluto del diagnóstico, y tiene en cuenta en cierta
medida los procesos de evolución que han afectado a los suelos (aspecto
genético), «debe, sin embargo, seguir siendo una clasificación de los suelos
en sí mismos, y no de sus modos de formación» (G. Aubert, 1962).
Las grandes líneas son las mismas, aunque más matizadas. La diferencia
esencial que concede a esta clasificación parte de su originalidad, fue vista
rápidamente por los norteamericanos: «La clasificación de Aubert y de Du-
chaufour (1956) está basada en la génesis y en las propiedades de los suelos
vírgenes; en efecto, estos autores no tienen en cuenta los perfiles BC»

122
(D. Smith, 1962). Es posible responder, como por otra parte hizo
G. Aubert el año 1962 en Gante, que, cuando el perfil está erosionado,
el suelo retorna a la categoría a la que pertenecería de no existir la erosión,
después de la comparación con los suelos parecidos de perfil completo.
Otras modalidades permiten, si tal eventualidad no es posible, relacionar
este perfil con otras unidades taxonómicas de nivel variable. Sin embargo,
la materia orgánica (composición y reparto) que condiciona la migración
de las soluciones que influyen sobre las formas de alteración, está en el
origen de unos procesos mayores que se traducen en la individualización
de un horizonte humífero que interviene en la definición de las unidades
superiores de la clasificación; así es como las investigaciones se dirigieron
hacia los suelos vírgenes, pero eso supone unas condiciones especiales
del medio, difíciles de generalizar, esencialmente las condiciones de esta­
bilidad, que colocan el suelo en situación de biostasia. Si por cualquier
causa (roturación, modulación del clima), se desarrollan procesos de mor­
fogénesis (desoxidación, recubrimiento...) que afectan a la parte super­
ficial de los suelos, el ambiente biológico de los suelos se modifica. Nuevas
tendencias de la pedogénesis pueden imponerse sobre un perfil cuya mor­
fología conserva las huellas del medio anterior, hasta alcanzar la elabo­
ración de una nueva organización del suelo; la evolución del pasado crea,
en efecto, un antecedente para la siguiente; esta nueva pedogénesis, que
es importante definir, puede ser distinta de la que se va realizando en los
suelos vecinos de perfil completo; de igual manera, en el caso de los
«suelos poco evolucionados por la erosión» es esencial conocer las condi­
ciones de la pedogénesis que están en el principio del horizonte humífero
nuevamente formado, porque el estudio de un suelo no está terminado
en tanto que no se conozca su pedogénesis» (G. Gaucher 1968). Todas
estas modificaciones surgidas de una dinámica perpetua son a veces difí­
ciles de evidenciar a través de la actual clasificación.
Los clasificadores norteamericanos, muy centrados en el rigor de las defi­
niciones de los criterios, prefirieron por esta razón dedicar sus esfuerzos a
los horizontes inferiores del perfil, lo que no resuelve de todos modos el
problema fundamental. Sin embargo, el punto de vista dinámico no queda
totalmente excluido en la clasificación francesa, pero aparece a niveles
taxonómicos muy distintos según los tipos de suelos, del grupo a la fase,
dirigiéndose sobre todo esta última a las modificaciones débiles y tempo­
rales. Esta ponderación desigual infravalora y sobre todo diluye la impor­
tancia del papel de la morfodinámica, causa no desdeñable de la evolución
del complejo modelado-suelo. En la práctica, esta dilución puede crear una
cierta heterogeneidad en las unidades cartográficas: la degradación o la
desoxidación de los suelos podrá aparecer por ejemplo, al nivel de sub­
grupo, ya que la unidad más próxima, afectada por los mismos procesos,
aparecerá en otro sub-grupo evidenciando otros caracteres; eso puede dar
lugar a una heterogeneidad perjudicial para la lectura y la utilización má­
xima de los mapas pedológicos.

123
Entre las dos clasificaciones analizadas hay divergencias fundamentales:
la utilización abundante de los horizontes diagnósticos domina el ñ ° enfo­
que; la importancia dada a la materia orgánica caracteriza la francesa. Am­
bas, sin embargo, y en eso son parecidas a muchas otras clasificaciones, dan
prioridad a los caracteres del suelo; se clasifican los suelos y no sus facto­
res de formación; en eso se les puede atribuir un carácter general descrip­
tivo. Los mapas pedológicos, que son el reflejo de las clasificaciones, están,
como es lógico, centrados esencialmente en el objeto suelo. Ciertos mapas
contribuyen al conocimiento científico de un territorio, y por dicha causa
está justificada su existencia. ¿Significa esto, sin embargo, que son sufi­
cientes, actualmente, para responder a todas las preguntas que se hacen
los responsables del ordenamiento. En otras palabras: ¿basta el mero cono­
cimiento de los suelos para administrar convenientemente el medio natu­
ral? La respuesta a estas dos preguntas proporcionará las bases de nuestro
enfoque cartográfico. Hemos visto, en efecto, en las páginas anteriores,
que, para nosotros, el medio natural es un sistema caracterizado por una
interacción entre una serie de fuerzas diversas. La finalidad de nuestros
estudios es comprender la estructura de los diversos sistemas naturales, con
el fin de descubrir y determinar unas formas de intervención que permitan
aumentar la productividad, manteniendo las potencialidades. Nuestro mé­
todo se basa en gran parte en el estudio de las interacciones que tienen
lugar entre los diversos componentes de este sistema. Un ordenamiento
no consiste en intervenir en un medio inerte; repitámoslo una vez más:
consiste en modificar y reemplazar una dinámica existente por otra. Estu­
diar un ordenamiento, es determinar cómo se insertará una acción en la
dinámica natural para corregir ciertos aspectos desfavorables y para faci­
litar la explotación de los recursos ecológicos que ofrece el medio. Nume­
rosos pedólogos, entre los que se enfrentan regularmente con los proble­
mas prácticos y especialmente los del IRA T,1 han tomado conciencia poco
a poco de que el «cambio» de un medio provocado por un ordenamiento
dependía de muchos datos y que, en cualquier caso, no podía clarificarse
únicamente por medio de la pedología, demasiado dedicada a la descripción
del perfil y de los horizontes; el punto de vista dinámico debe situarse en
cabeza del enfoque; debe guiar la clasificación de los medios naturales
al nivel taxonómico más alto. Parece lógico conocer el medio antes de
explotarlo, es decir, analizar las fuerzas que lo forman y sus interacciones.
Se trata de evidenciar esta dinámica que se desarrolla en un relieve que
ha contribuido, en el transcurso del tiempo, a modelar y que el hombre
explota y modifica: la pedología a secas no puede pretender responder a
todas estas preocupaciones. Esta es la razón que nos ha inducido a insertar
la pedología en un enfoque mucho más amplio. Este enfoque interdisci­
plinario desemboca normalmente en un método cartográfico de nuevo

2. I.R.A.T.: Instituí de recherches agronomiques tropicales et des cultures vi-


vriéres, 110 rué de l’Université, 75007 París.

124
género, mucho más adaptado, según creemos, a los problemas prácticos
de la valorización. Después de haber expuesto el enfoque, abordaremos
más detalles de los diferentes mapas que alzamos.

II. ENFOQUE CARTOGRAFICO

La orientación seguida consiste en acceder al conocimiento del medio


físico tanto en su descripción como en su dinámica; pretende, pues, anali­
zar los componentes de este medio considerado, según hemos visto, como
un sistema cuyas interacciones específicas definan unas unidades de terri­
torio que poseen una estructura, una evolución y unos problemas comu­
nes. Se integra un cierto número de elementos interdependientes, se con­
cibe que las dificultades para la valorización se resuelvan mejor y que el
ordenamiento propuesto sea más racional; se aplica igualmente a la agro­
nomía en la medida en que los temas de búsqueda pueden ser adaptados
mejor a los tipos de medio. Nuestra cartografía se aparta, pues, de los
métodos tradicionales, que consisten en representar únicamente algunos
aspectos del medio, analizados separadamente por las disciplinas clásicas
(pedología, geomorfología, hidrología, etc.). No negamos el interés de dichos
mapas, que contribuyen eficazmente al conocimiento científico de un
territorio; pero estimamos que los problemas planteados por la valoriza­
ción y el ordenamiento de las tierras no pueden contentarse con un enfoque
que disocie las fuerzas de la naturaleza y necesitan un enfoque distinto.
Los mapas en cuestión asocian estrechamente los datos litológicos, geo-
morfológicos y pedológicos, datos que están estrechamente relacionados en
la naturaleza.
La integración de la geomorfología dinámica en el estudio de la eco-
grafía ha sido el objetivo del capítulo precedente, y veremos en los párra­
fos siguientes la inserción de la geomorfología dinámica en la expresión
cartográfica. Antes de abordar la propia realización de los mapas, conviene
estudiar cómo integramos la pedología en la cartografía ecográfica. Las
concepciones expuestas más adelante continuarán siendo aplicables, con
algunos cambios, a los diferentes niveles cartográficos que utilizamos.1

1. Integración de la pedología en el estudio eco-gráfico

Ya hemos visto que los sistemas de clasificación corrientemente utili­


zados, en especial el 7.° enfoque, se dedican esencialmente a los caracte­
res morfológicos del suelo; esta concepción es fundamentalmente descrip­
tiva, en el sentido de que el pedólogo se dedica en primer lugar a unos
caracteres visibles que resultan de una cierta evolución. No hay ningún
motivo para luchar contra esta orientación, pues la descripción es uno

125
de los métodos utilizados por las ciencias naturales. Sin embargo, dedicarse
demasiado a los diagnósticos y a las descripciones conduce indefectible­
mente a la individualización y a la multiplicación de unidades cartográfi­
cas no siempre vinculadas entre sí por relaciones de causa-efecto. Los
criterios descubiertos no siempre son determinantes, y es difícil evidenciar
una dinámica, una evolución. Por otra parte, los criterios morfológicos
clasificados a un mismo nivel taxonómico pueden proceder de procesos muy
distintos; de ahí se deriva una cartografía no siempre coherente.
Por ejemplo, una cartografía de suelos ferralíticos puede hacer colin­
dar suelos ferralíticos hidromorfos y modificados, porque estos dos fenó­
menos, pese a ser muy distintos, están situados en la clasificación al mismo
nivel taxonómico; en este caso, los vínculos de causalidad que rigen la
aproximación de estas unidades no aparece; la hidromorfia puede ser recien­
te, y la modificación muy antigua; el enfoque taxonómico no permite des­
cubrir la evolución del medio; de ello se deduce una cierta confusión per­
judicial para la lectura del mapa.
Nuestra orientación consiste, por el contrario, en dar cuenta de las
interacciones que modelan al medio; es, pues, explicativa y deductiva; por
esta razón preferimos dar prioridad a las condiciones de la pedo génesis.
En eso seguimos de muy cerca las concepciones de G. Gaucher, para quien
la definición de los caracteres morfológicos no representa más que un
conocimiento incompleto de los suelos.
La delimitación espacial de unidades de suelos definidos a partir de
criterios morfológicos, variables según la clasificación adoptada, nos es
menos útil que delimitar las unidades regidas por los procesos comunes
de pedogénesis; procesos cuya intensidad interfiere además con otros facto­
res tales como la litología, la morfogénesis, etc., que aparecen también en
nuestros mapas. Por eso hacemos nuestra la definición dada por G. Gau­
cher, del mismo medio de pedogénesis, que «es a la vez el marco espacial
en el que se verifica la pedogénesis, y el régimen que se instaura y que
resulta de las influencias, acciones o presiones, provocadas por la natu­
raleza de la pedogénesis, la intensidad de sus intervenciones, la combina­
ción de estas intervenciones». Esta visión de las cosas nos permite intro­
ducir, a un nivel elevado y cartografiable, la geoquímica interna o externa.
Ofrece las ventajas metodológicas y prácticas siguientes:

— Si, como subraya G. Gaucher (1968), el medio de pedogénesis con­


duce a un tipo de suelo determinado, o a una unidad taxonómica del
suelo, la denominación del suelo no es más que una etiqueta que abarca
un grupo bastante amplio como para englobar unos suelos que tienen un
mismo origen sin poseer exactamente todos los caracteres del prototipo.
Es más importante, añade, definir la podzolización que el podzol. En
nuestra orientación, que tiende a clasificar los tipos de medio y no única­
mente los suelos, esta concepción es preciosa. En primer lugar sitúa el suelo
en el paisaje y obliga al experto a tenerlo en cuenta: el papel de los datos

126
distintos a los vinculados al suelo es mejor estimado de este modo, y eso
de forma sistemática; la atención no se materializa en el horizonte del
perfil y el diagnóstico que pueda contener; el razonamiento se convierte
en deductivo y las unidades cartográficas se crean a partir de los procesos
comunes que constituyen su base; están relacionadas por vínculos de cau­
salidad. En un contexto calcimorfo, por ejemplo, en el que limitan rendzi-
nas bien desarrolladas y suelos desoxidados sobre calcáreo, con débil activi­
dad biológica, el paisaje no será dividido en rendzinas y en suelos poco
evolucionados de erosión; en efecto, esta separación no muestra con sufi­
ciente claridad los vínculos de parentesco mayores que relacionan estos
dos suelos, a saber el papel del calcario. Nosotros preferimos hacer apare­
cer en el mapa el medio de pedogénesis calcimorfo, bien desarrollado en
las rendzinas, embrionario en los segundos. Más adelante veremos que la
representación de los datos de la morfodinámica evidencia claramente esta
desoxidación.
Al adoptar esta concepción, y para retomar otro ejemplo citado en
las páginas precedentes, los oxisuelos de la 7.a aproximación tendrían una
extensión geográfica mucho mayor y más racional que la que les otorga
su definición basada sobre un diagnóstico sumamente estricto (recordemos
que los oxisuelos son definidos por la presencia de una «plinthite» a me­
nos de 30 cm de profundidad); una de las consecuencias es que el espacio
está menos repartido en una multitud de unidades cartográficas cuya filia­
ción no se llega siempre a comprender.

— El estudio del medio de pedogénesis permite la distinción entre


la pedogénesis actual y la pedogénesis del pasado, lo que no es siempre
posible si se clasifican los suelos en función de diagnósticos demasiado
estrictos. Cada suelo, haya sido desoxidado, recubierto o haya experimen­
tado una sobreimposición, conserva en grados variables las huellas de su,
historia; cada dinámica está condicionada por la que la ha precedido. Vol­
viendo al pensamiento de G. Gaucher, la pedogénesis aparece como una
continuidad de fenómenos que se desarrollan situándose con referencia a
las coordenadas de espacio y tiempo. Nos parece importante definir las
pedogénesis actuales y situarlas con relación a las herencias, lo cual permi­
te describir la evolución del suelo; ¿es normal, por ejemplo, clasificar en
los suelos ferrolíticos un medio de pedogénesis actual condicionado por una
vegetación esteparia, induciendo un reparto de la materia orgánica y una
movilización de sustancias órgano-minerales totalmente diferentes de los
procesos que se ejercen bajo el bosque y favorecen la ferratilización? Aun­
que la alteración de profundidad siga siendo de tipo ferrolítico, la nueva
pedogénesis, que se ejerce en la superficie sobre un material que conserva
las huellas de su pasado, no es comparable en nada a la que realiza un
poco más lejos. La estructura del horizonte de superficie es diferente, los
horizontes A se hacen más profundos, la permeabilidad aumenta y los
caracteres del horizonte B se modifican; el tipo del medio se vuelve dis­

127
tinto y la misma evolución del modelado no es igual que bajo bosque.
Este caso es típico del Medio-Oeste malgache en donde la estepa ha reem­
plazado al bosque desde hace algunos milenios. La valorización de estas
zonas, en general más ricas, no se hace de la misma forma que en las regio­
nes con climas parecidos aún ocupadas por el bosque.

Pensamos que de este modo la concepción del medio de pedogénesis


permite integrar la pedología en la ecografía. Permite conceder una mayor
importancia a las interdependencias y considerar el suelo no en tanto que
suelo, sino como un elemento del sistema natural.

Otro aspecto de nuestra orientación se refiere al desarrollo propia­


mente dicho de los estudios de terreno. Yendo de lo general a lo parti­
cular, consiste en reunir y confrontar en cada momento un «cierto grupo
de aspectos del medio natural que se condicionan mutuamente, y deducir
después de ello un cierto diagnóstico» (J. Tricart).
Más adelante pueden ser aportados otros elementos, lo que conduce
a otro diagnóstico. La integración de los factores avanza por etapas sucesi­
vas, correspondiendo cada una de ellas a una ampliación de los conoci­
mientos y una mayor precisión. Lamarck en 1889 en su «filosofía cientí­
fica» ya había lanzado las bases de este método: «El verdadero medio de
llegar a conocer bien un objeto, incluso en sus más pequeños detalles, es
empezar por considerarlo en su conjunto.» Los mapas alzados a partir de
estas concepciones son el resultado de conversaciones, de reuniones de
trabajo constantes y frecuentes entre el Centro de Geografía Aplicada de
Estrasburgo y el IRAT. Son de distintos tipos que dependen del obje­
tivo fijado, y por tanto de la escala.

2. Definición de los mapas

A. Nivel de percepción global: el diagnóstico morfopedológico

El diagnóstico morfopedológico es la primera etapa del conocimiento


de una región. Así que trata, en general, grandes superficies (de algunas
centenas o algunos miles de kilómetros cuadrados) a un nivel de percepción
elevado, o sea a pequeña o media escala (hasta 1/50.000). No pretende
más que ofrecer una primera descripción de una región, desprender a un
nivel taxonómico elevado las grandes unidades del medio ordenándolas
entre sí. Sólo constituye una primera introducción, cuyo interés real con­
siste en que posteriormente vaya seguida de otros estudios más precisos.
En la práctica, estos diagnósticos desembocan de igual modo en la indi­
vidualización de unas zonas cuya valorización es posible en función de
ópticas agrícolas determinadas (cultivos de secano, de regadío, repoblación
forestal, ganadería, parques naturales); permiten, pues, situar geográfica­

128
mente los terrenos que merecen estudios más exactos y establecer su na­
turaleza.
Esta etapa permite formular las primeras impresiones, los primeros
«órdenes de magnitud» que orientan, jerarquizan, ponderan la cantidad, el
orden y la precisión de estudios posteriores. Evita falsas direcciones, a
menudo inútiles, a veces largas y siempre demasiado costosas. Sucede
también que la aplicación de esta concepción interdisciplinaria representa,
desde un punto de vista lógico, el mejor sistema de estudio para entender
desde este nivel las interacciones geomorfología-pedología. En efecto,
como subraya G. Gaucher (1972), «los factores de la morfogénesis son
los mismos que los de la pedogénesis; son los que el pedólogo tiene en
cuenta cuando establece la síntesis del medio de pedogénesis de un perfil
y también son los que constituyen el entorno del perfil». Esta «comunidad
de origen y de historia de los medios de morfogénesis y pedogénesis» con­
duce de forma significativa, y a este nivel de estudio, a una analogía de
contornos entre unidades geomorfológicas y unidades pedológicas; la difi­
cultad reside en el trazado de estos contornos. En efecto, esta similitud no
es sistemática ni siempre evidente; la delimitación de las unidades fisio-
gráficas es útil, pues permite el análisis de las formas de relieve, eslabón
esencial de la comprensión. En algunos casos concretos, los vínculos de
causalidad son claros entre formas de relieve (unidades geomorfológicas)
y unidades pedológicas: revés de costa, pequeño cono aluvial, cerro testigo,
etc.; los límites pueden ser trazados sin dificultad, y la utilización de la
foto-interpretación alcanza su pleno rendimiento; el estudio de las formas
de relieve permite en este caso un indiscutible mejoramiento de la precisión
de la cartografía. Pero por muy útil que sea la aportación descriptiva, es
insuficiente en nuestro enfoque. Este consiste sobre todo en delimitar espe­
cialmente las zonas donde las interacciones morfogénesis-pedogénesis se
organizan según las formas que les son específicas; los contornos de estas
zonas pueden no coincidir con los del relieve fácilmente visible, y esto en
mayor medida cuanto mayor sea la escala estudiada.
A escala más reducida, al nivel, pues, de diagnóstico pedológico, los
efectos globales de estas interacciones son más fáciles de distinguir; indi­
vidualizan las unidades morfopedológicas que pueden ser concebidas como
partes de territorio en los que coexisten conjuntos geomorfológicos y uni­
dades de suelos correspondientes, determinados. Conviene subrayar que
las unidades así definidas no son elaboradas solamente a partir de simples
criterios de pendiente, y por tanto de topografía, es decir de geometría.
Nosotros superamos la concepción estática de la fisiografía tal como es
utilizada en los levantamientos de tierra del C.S.I.R.O.
El progreso consiste en caracterizar también las unidades morfopedo­
lógicas a partir de procesos complejos de morfogénesis y de pedogénesis
muy relacionados entre sí, que es necesario evidenciar, y están en el
origen de su forma, de su estructura y les confieren una dinámica de
evolución específica. Es evidente que los procesos varían según la pen­

129
diente, aspecto fisiográfico, pero también según la naturaleza de las rocas,
del material superficial, del clima, de las formaciones vegetales y de los
suelos. Ahora bien, el ordenamiento rural actúa sobre estos dos últimos
factores, muy importantes.
Particular atención debe dedicarse a las herencias: sus aspectos tanto
geomorfológicos como pedológicos tienen, en efecto, una influencia sobre
la definición de las unidades propiamente dichas y sobre los métodos de
ordenamiento. Se trata, pues, de una búsqueda sistemática de las estrechas
relaciones existentes entre la geomorfología y la pedología. La unidad
morfopedológica no corresponde forzosamente a la unidad fisiográfica,
y esto queda más claro cuanto mayor es la escala estudiada. Tomemos un
ejemplo sencillo bastante frecuente en regiones mediterráneas: los estudios
fisiográficos con objetivo agrónomo hechos en zonas montañosas o acci­
dentadas llevan muy a menudo a fraccionar el paisaje en unidades según
la altitud y la pendiente, preocupaciones normales. Pero los tipos de
pendiente son definidos de una vez por todas y generalizados a toda la
región; se delimitará así una unidad de vertiente orientada al norte por
dos límites de altura con unas clases de pendientes, determinadas a partir
de la geometría de esta vertiente. Además de este aspecto descriptivo, que
constituye el punto de partida, nuestro enfoque también tendrá en cuenta
otros datos, tales como la naturaleza del material, el recubrimiento vege­
tal y los fenómenos morfodinámicos, cuyas interferencias llevarán a defi­
nir los umbrales de pendientes a partir de los cuales se inician los procesos.
Estos umbrales dependen del valor de la pendiente, pero en general no
son superponibles a los límites de las clases de pendientes y pueden no ser
paralelos a las curvas de nivel. Esto lleva a un fraccionamiento de la
unidad fisiográfica, fácilmente perceptible, en varias unidades morfopedo-
lógicas, así tienen en cuenta estas múltiples interacciones, y por consiguiente
esta dinámica. Aquí vemos claramente los peligros de una foto-interpre­
tación demasiado rápida, basada en criterios excesivamente simples. Resulta
arriesgada la aplicación de «esquemas-tipo» de intervención, construidos
sobre un enfoque analítico (elementos visibles del relieve) y sobre unas
técnicas generalizadas a todos los paisajes. Es criticable, ya que las inter­
acciones entre componentes del sistema natural no son tenidas en cuenta
debido a su base, estrictamente descriptiva. Utilizar la geomorfología no
consiste únicamente, repitámoslo una vez más, en una delimitación sim­
plificada y engañosa de las formas de relieve; debe pretender sobre todo
esclarecer, explicar y representar la evolución del complejo modelado-
suelo.
Prolongando esta línea de acción y apoyándonos en el principio de que
el aprovechamiento está condicionado (además de los factores humanos
y económicos) por el modelado terrestre y la naturaleza de los suelos, a
estas unidades morfopedológicas les corresponden unas orientaciones de
cultivos que ya se pueden proponer en esta etapa. Estas unidades, debido
a su entorno, sus presiones o limitaciones, son propicias para la especula­

130
ción o para un gran grupo de especulaciones agrícolas: irrigaciones, cultivos
ricos o pobres de secano, ganadería extensiva, intensiva, repoblación fo­
restal, etc.
Así, pues, ganando un tiempo precioso, el diagnóstico morfopedológico
permite reunir en un solo documento los elementos que forman «el esque­
leto» de una región, susceptibles de facilitar la elaboración de los planes
de desarrollo.
El texto del mapa destaca estas unidades, morfopedológicas y de
orientación de cultivos, pone de relieve los principales procesos de la morfo-
dinámica que se ejercen sobre estas unidades, informando, de este modo,
de su grado de estabilidad y de su evolución, especialmente útiles para
guiar los procedimientos de conservación de los suelos. En la segunda
parte de esta obra daremos algunos ejemplos de tales diagnósticos.
En el informe que acompañe al estudio, se separará lo que a este
nivel de estudio parezca claro de aquello que aún sea problemático. Asi­
mismo se tratará la incidencia de las dudas planteadas sobre el alcance
de las conclusiones formuladas, sobre todo en lo que concierne a las
superficies de las unidades y al valor científico de las hipótesis emitidas. El
informe establecerá, en resumen, los órdenes de magnitud y las aproxima­
ciones. Pondrá también en evidencia las presiones (o limitaciones) del
paisaje y los problemas que necesiten un estudio en profundidad, haciendo
sugerencias para su estudio; localizará finalmente las tierras que, por su
interés agronómico y humano, deberán ser posteriormente objeto de un
estudio más detallado.

B. Estudios a niveles más detallados

La etapa precedente permite, a quienes poseen el poder de decisión,


hacer una elección regional a partir de unos documentos cartográficos que
no contengan, a este nivel de percepción, un exceso de datos inútiles.
Tomadas las decisiones respecto a la elección de la o las regiones que
deberán ser objeto de un ordenamiento o de una redistribución de la
explotación de los recursos, la etapa siguiente debe ser capaz de propor­
cionar unos elementos más precisos y específicos: los mapas deben ser
establecidos a un nivel más detallado, es decir, a una escala mayor. El
diagnóstico integra un cierto número de datos y de aspectos que es nece­
sario profundizar. El estudio tiende a establecer una documentación más
numerosa constituida por mapas acompañados de informes:

— mapas morfopedológicos
— mapas de presiones
— mapas de propuestas de ordenamiento.

131
a) Mapas rnorfopedológicos

Estos mapas se akan a la escala deseada para la precisión exigida y


adaptada a las características o a la mayor o menor complejidad del terri­
torio estudiado. Se alzan, en general, a gran o media escala (aprox.
1/20.000); el diagnosticó morfopedológico integra, como hemos visto, en
el seno de unidades completamente delimitadas, los tipos de interferencias
que existen entre varias series de procesos (por ejemplo relaciones morfo-
génesis-pedogénesis). La ampliación de la escala permite la representación
separada de estos procesos o datos, que permite ver mejor la dinámica
de las interacciones.
Los mapas morfopedológicos, en esta fase de nuestro enfoque, asocian
estrictamente tres tipos de datos:

— la litología
— la morfogénesis
— la pedogénesis.

El objetivo es representar estos datos de forma que pongan en eviden­


cia una estructura del paisajes y una dinámica resultante de las interdepen­
dencias.

La litología. Contrariamente al aspecto geológico, que describe ante todo


una estratigrafía, el mapa tiene en cuenta sobre todo las propiedades físicas
y químicas del material que condicionan las velocidades y las formas de la
alteración. Por esta razón debe prestarse particular atención a la granulo-
metría, la consistencia, la porosidad, las diaclasas. Como subraya J . Tricart:
«Los datos litológicos son descriptivos; suministran el fondo del mapa
sobre el que se representan los otros elementos, los cuales son diná­
micos».
Visto desde esta óptica, la litología engloba las rocas y todos los demás
materiales sobre los que se ejerce la pedogénesis. Puede que la roca haya
podido ser recubierta con importantes modificaciones por encima de la
alteración siempre activa del sustrato. Si estas formaciones se hacen densas,
como ocurre a menudo en las regiones tropicales del hemisferio sur, puede
haber disyunción, divergencia entre el tipo de alteración profunda esencial­
mente química, y el modo de evolución de superficie influenciado por los
procesos biológicos.
Una modificación del clima, de la vegetación, de los procesos morfo-
génicos pueden cambiar el medio de pedogénesis de superficie sin afectar
sensiblemente los procesos que actúan al nivel del frente de alteración.
La pedogénesis actual está influenciada por los caracteres del material
sobre el que se ejerce. Cuando esta interferencia entre lo que es antiguo,
heredado, y actual, funcional, es clara, se puede hablar de suelos polifá­
sicos. Cuando, al contrario, la nueva evolución impone excesivamente la

132
herencia, ésta es difícilmente discernible. Así existen una serie de transi­
ciones. El material heredado es considerado entonces como un material
original. De nuevo estamos frente al problema de la diferenciación entre
suelos y formaciones superficiales. Este problema merece un examen obje­
tivo y atento. Desgraciadamente, con excesiva frecuencia ha sido abordado
de una manera formal y desde el ángulo de una polémica entre disci­
plinas.
En Anjouan, por ejemplo, una parte de los productos volcánicos que
forman el substrato de la isla está recubierta de una espesa capa de altera­
ciones de tipo ferralítico. Al nivel del frente de alteración, la presencia
de ciertos criterios prueba que los procesos físico-químicos de ferralización
siguen adelante. Sin embargo, determinadas modificaciones de la superficie
(desoxidación, recubrimientos coluviales ricos en materiales primarios, es-
polvoreamientos por productos piroclásticos, cambio de vegetación, etc.),
crean los medios de pedogénesis actuales del tipo suelos pardos o ándicos,
totalmente distintos de la pedogénesis ferralítica típica: los suelos tienen
una reacción positiva al fluoruro de sodio, una densidad aparente débil,
una estructura mucho menos marcada: la alteración ferralítica se men­
cionará en la litología permitiendo separar a nivel cartográfico las diná­
micas en curso de las dinámicas antiguas encubiertas o puestas en discu­
sión. De tal manera se pone en evidencia la evolución, situando mejor que
en el pasado el papel de las herencias.

La morfogénesis. No se trata aquí de superponer a los demás datos un


mapa geomorfológico. Estos mapas son cosa de especialistas de igual ma­
nera que los mapas pedológicos; corresponden a unos objetivos precisos
y comprenden sobre todo una gran cantidad de parámetros cuya presencia
no siempre es indispensable para el objetivo perseguido. Se llegaría además
a tan alto grado de complejidad, que la lectura del mapa pasaría a ser
imposible; el aspecto descriptivo propiamente dicho, que consiste en re­
presentar todas las formas del relieve con sus perfiles, no es prioritario
ni necesario. Sólo se representan las formas realmente explicativas o domi­
nantes, las que constituyen unos buenos puntos de referencia y dan un
cierto valor plástico al mapa.
Por el contrario, el estudio de la morfodinámica es esencial si se
quieren entender las interacciones morfogénesis-pedogénesis, y por con­
siguiente la organización misma de los suelos. Los datos de la morfo­
dinámica que permiten acceder a esta comprensión son: el grado de esta­
bilidad del medio, la naturaleza de los procesos y su intensidad.
En el mapa morfopedológico sólo aparecen los tipos de grados de
estabilidad tal como han sido definidos por J. Tricart: medios estables
(estabilidad antigua y reciente), medios penestables, y medios inestables.
Así que la representación pone en evidencia las zonas en que la pedogénesis
puede ejercerse libremente, y aquellas en que las posibilidades de desarrollo
del perfil pedológico están reducidas al extremo. Materializa, pues, el

133
concepto de balance morfogénesis-pedogénesis que hemos tratado en la
primera parte de este estudio.
Los procesos de morfogénesis y su intensidad aparecen en el mapa de
presiones. Puede parecer arbitrario que aparezcan en dos mapas diferentes
dos series de datos con fuertes interferencias y que, en general, son per­
cibidas simultánamente; sin embargo, el grado de estabilidad permite com­
prender y explicar el medio de pedogénesis, que constituye un aspecto
fundamental del mapa morfopedológico: se representa el factor morfo-
génico, que tiene una influencia directa sobre la pedogénesis; es impor­
tante saber, por ejemplo, que un mosaico de suelo se debe a una fuerte
inestabilidad del medio. En cambio, la identificación de los peligros de
erosión y su intensidad desemboca en la apreciación de una serie de pre­
siones, que habrá que resolver en una óptica de valorización racional; así
que es lógico que estos datos aparezcan en el mapa de presiones.

La pedogénesis. En nuestro enfoque, el acento recae esencialmente en el


medio de pedogénesis, definido en las páginas precedentes. Sin excluir,
claro está, el interés del diagnóstico descriptivo de los horizontes del perfil,
preferimos centrar nuestra atención sobre la «naturaleza geoquímica de los
procesos de pedogénesis» (G. Gaucher, 1972). De este modo, las condi­
ciones de la pedogénesis son explicadas por los restantes datos represen­
tados en el mapa (litología, morfodinámica...), de la misma manera que
se revela el papel que desempeña la pedogénesis en la organización de las
unidades del sistema natural. Los suelos ya no quedan aislados del paisaje,
y la pedología está integrada en el estudio global del medio. No se excluye
la observación del perfil, pero esta perspectiva permite la elección de
criterios de observaciones correspondientes a los procesos de pedogénesis
importantes que influyen en la estructura de los tipos de medio natural.
Eso se desprende de la clasificación, de la jerarquización de los procesos
y desemboca, pues, en la ponderación de su influencia; las unidades tal vez
sean menos abundantes, pero su delimitación mejora en coherencia, pues
permite desprender las relaciones de causa a efecto: aparecen los vínculos
de filiación. Además, y también lo hemos tratado, este enfoque permite
la diferenciación entre pedogénesis actual y pedogénesis del pasado; las
condiciones actuales de la pedogénesis quedan precisadas por los datos
de la morfodinámica representados, que, por otra parte, permiten la posi­
bilidad de entender el estado de degradación del suelo, es decir, la acti­
vidad de ese medio y su tendencia evolutiva. Así, por ejemplo, algunos
procesos de morfogénesis actuales como la desoxidación y los recubrimien­
tos, que modifican las acciones biológicas de la superficie y tienen la im­
portancia que sabemos en las condiciones de la pedogénesis, son estudiados
sistemáticamente. Este método muestra la importancia que concedemos a
los fenómenos de geodinámica externa, fenómenos que, en los sistemas
de clasificación existentes, no aparecen o sólo a unos niveles taxonómicos
variables y poco jerarquizados. Los restantes caracteres del suelo, que ca­

134
bría clasificar entre las propiedades agrológicas, no aparecen necesariamen­
te en este mapa, cuyo objetivo esencial es el de revelar la estructura y la
evolución de las unidades naturales. Dichos datos son, en cambio, indis­
pensables para apreciar las presiones que dificultan la valorización de estas
unidades: aparecerán, pues, en el mapa de presiones.
En la práctica, cada grupo de datos está representado en el mapa por
unas tramas diferentes de un mismo color. Por ejemplo, en el mapa mor-
fopedológico de Anjouan, que aparece en las páginas siguientes, los datos
litológicos aparecen en color de humo, los datos de la pedogénesis en negro,
y los de la morfogénesis en rojo. Así que el mapa morfopedológico hace
aparecer un cierto número de unidades territoriales no limitadas formal­
mente. Estas unidades aparecen por sí mismas constituidas por unas agru­
paciones de datos que se interfieren recíprocamente.
En el plano de la investigación, este aspecto tiene su importancia; este
método de cartografía permite apreciar cómo se interfieren y se reagrupan
en el medio físico los diferentes parámetros considerados; representa una
manera de abordar los problemas de la concordancia de los límites entre
unidades fisiográficas y unidades morfopedológicas así como los límites
de las unidades del medio propiamente dichas con sus integrados.
Así, pues, el enfoque interdisciplinario y la confrontación con las nece­
sidades de la práctica han conducido progresivamente a la elaboración de
mapas de nueva concepción. No son ni mapas geomorfológicos ni mapas
pedológicos. Describen más bien las interdependencias que modelan el me­
dio físico, el cual para ser utilizado más racionalmente, debe ser enten­
dido tanto en sus características como en su dinámica. No excluyen en ab­
soluto el interés de los mapas pedológicos o geomorfológicos; responden,
sin embargo, de manera más directa y adecuada a las necesidades del
desarrollo.

b) Mapa de presiones

El mapa de presiones revela las limitaciones para la utilización de los


medios definidos en el mapa anterior. Es mucho más lógico y coherente
hacer aparecer las presiones antes que expresar las potencialidades. En efec­
to, las primeras son inherentes al medio físico, son específicas a él, y, por
consiguiente, le caracterizan de manera objetiva; la apreciación de las se­
gundas es, por el contrario, subjetiva y variable. La capacidad de produc­
ción va demasiado estrechamente unida a los progresos de la tecnología, a
las disponibilidades financieras, a los datos económicos e incluso a las
opciones políticas, para poder esperar ofrecer a los hombres u organismos
que deben tomar decisiones un documento que tenga un valor algo peren­
ne y orientador.
Por esta razón hemos considerado esencial prolongar el mapa anterior
con el de las presiones que representa para la valorización de las tierras la

135
contribución esencial de los técnicos del estudio del medio físico. La de­
tección de las limitaciones procede de un buen conocimiento de la estruc­
tura y de la dinámica del medio físico; es por dicho motivo que considera­
mos que ambos mapas son suplementarios y que el segundo no puede ser
claramente establecido sin haber alzado el primero. Este documento, que
refleja un aspecto del medio físico, es probablemente el más útil para la
elección de las posibles vías del ordenamiento, y por ello evitamos mez­
clar en él análisis y proposiciones: estas últimas constituirán el tema de
otro mapa.
La clasificación de las presiones desemboca en su jerarquización, que
permite hacer aparecer las presiones mayores; éstas engloban y dirigen a
las demás en el caso de que aparezcan varias de ellas.
Este mapa permite asimismo visualizar las interferencias entre varios
grupos de presiones, unas estáticas y otras dinámicas. Se distinguen las
presiones siguientes:

— edáficas
— morfodinámicas
— hídricas.

Las presiones edáficas. Se refieren al propio suelo y son, en consecuencia,


de orden muy variable y específico de cada región: pedregosidad, textura,
profundidad, toxicidad, fertilidad, etc.
Si aparecen varias presiones, sólo se tienen en cuenta las presiones ma­
yores que dirigen a las demás, en el supuesto de que estas últimas pueden
estar presentes en unos grados más o menos elevados. En Anjouan, por
ejemplo, caracterizado por una extrema multiplicidad de factores limitati­
vos vinculados al suelo, el mapa sólo menciona los que dominan sobre
todos los demás. Cuando no aparece ninguna dominancia, pueden crear­
se unas unidades heterogéneas siendo la heterogeneidad, como las demás,
una presión a la que hay que acomodarse. Ninguna subdivisión puede ser
definida de antemano, ni siquiera un sistema de clasificación. Hay que
limitarse a los caracteres propios del medio que dirige la jerarquización.

Las presiones morfodinámicas. El acento recae sobre todo eh los proce­


sos de morfogénesis y su intensidad, procesos mecánicos que contribuyen
en general a la degradación de las tierras; arroyada difusa, desoxidación,
acumulación, desplazamientos de masa, etc. Si bien los procesos son casi
siempre identificables, no suele resultar fácil valorar su intensidad, y con
ello tocamos una de las dificultades del método; en efecto, algunos de ellos
son insidiosos, lentos, dispersos en el espacio, poco perceptibles al ojo
humano aunque tengan una acción importante a largo plazo. Sin embar­
go, las observaciones sobre el terreno, descubriendo las marcas y los
efectos del proceso, pueden ayudar a proporcionar unas apreciaciones glo­
bales que faciliten una clasificación propia de la región. La utilización de

136
fotografías aéreas es en estos casos de gran ayuda. En Alto Volta, en los
glacis de las regiones de Mogtedo o de Bittou, el moldeamiento de la super­
ficie en pequeños escalones (magnitud centimétrica) indica una desoxida­
ción intensa y crónica; sobre las arcillas vérticas, la presencia de un mulch
de estructura muy fina es el índice de un empobrecimiento de superficie
debido a un arroyamiento que conduce a una modificación del régimen
hídrico y, por tanto, a una degradación; de igual manera, la altura de las
acumulaciones de residuos vegetales por encima de las matas de hierbas,
los troncos de árboles o las termiteras informan sobre la intensidad de
la arroyada.
En un clima determinado, las manifestaciones de la morfodinámica de­
penden en amplia medida del material, de la cobertura vegetal y del mode­
lado. La comparación de estos datos con los de los mapas anteriores per­
miten descubrir los umbrales más allá de los cuales se desencadenan algu­
nos procesos y pasan a ser peligrosos. Así estaremos capacitados para apre­
ciar la naturaleza y la importancia de los trabajos de conservación de los
suelos necesarios para bloquear o invertir una dinámica de degradación.
Está claro que este enfoque es mucho más realista y útil que el que con­
siste en establecer un mapa de pendientes. Las gamas que definen estas
clases quedan establecidas de una vez para siempre; es fácil entender, por
consiguiente, que si se realizan sin tener en cuenta el papel de factores
esenciales (variación del material, por ejemplo), estos mapas sólo ofrezcan
un aspecto simplificado y con frecuencia muy engañoso de la realidad.

Las presiones hídricas. El análisis de estos datos debe llevar a precisar


los regímenes hidrológicos revelando las limitaciones inducidas en los pla­
nos agronómico y morfodinámico. Por ejemplo, un régimen de pseudogley
que se desarrolla anualmente bajo forma de flujo hipodérmico sobre una
vertiente de textura arenosa da lugar a una limitación agronómica de pri­
mera magnitud; se harán constar los regímenes que provocan atascos pro­
longados, sumersiones demasiado largas, flujos hipodérmicos desarrollán­
dose en favor de las discontinuidades, etc. El mapa de la tierra de Mogtedo
presentado en las páginas siguientes ofrece un ejempplo de la pepresenta-
ción de esas presiones.
Al igual que en el caso del mapa anterior, cada uno de los datos que
forman los grupos de presiones es representado por unas tramas diferentes
de un mismo color: negro para las presiones edáficas, rojo para las presio­
nes morfodinámicas y azul para las presiones hídricas. Tampoco existe una
individualización de unidades cartográficas resultantes con límites claros
y precisos. Si éstos existen en la naturaleza, y teniendo en cuenta los datos
tenidos en cuenta aparecerán por sí mismos en el mapa.
Este último mapa, además, es especialmente útil para la experimenta­
ción agronómica orientada hacia el ordenamiento (investigación de los
sistemas de cultivos). Pone en evidencia las deficiencias del medio físico y
favorece, por tanto, la definición de los temas de investigaciones diferen­

137
cíales específicas en cada tipo de medio natural. En este mapa estarán, por
consiguiente, localizados unos parajes representativos de cada una de
estas variantes de medio. Eventualmente podrá alzarse un mapa detallado
de estos parajes, a fin de representar mejor y delimitar las presiones. A
partir de estos parajes se estudiarán y medirán los procesos de degradación
del medio resultante de los cultivos, y se experimentarán las técnicas que
permitan restringirlos (formas de cultivo, tipos de plantación, rotaciones,
etc.), así como los ordenamientos en el marco de la parcela (curvas de nivel,
caballones sembrados de hierba, setos vegetales, etc.). Esta investigación
perfectamente adaptada a las condiciones del medio puede permitir resolver
numerosos problemas de valorización de las tierras.

c) Mapa de las propuestas para el ordenamiento

El ordenamiento regional de las tierras depende sobre todo de deci­


siones tomadas a nivel político a partir de unos datos económicos y so­
ciales. Escapa, pues, a los técnicos del medio físico; éstos, sin embargo,
deben ofrecer unos elementos que favorezcan tales decisiones, pues inte­
gran cada vez en mayor medida las características del medio físico. De
todos modos, al no estar situados en los niveles de decisión, no pueden
pretender imponer sus opiniones; a ello se debe que este último mapa,
que se desprende de los otros dos, sólo pueda ser una formulación de
propuestas.
Contrariamente a los dos mapas anteriores, este último fracciona la
región estudiada en varias clases cuyas posibilidades de valorización son
definidas en función de las presiones y de los resultados de la experimen­
tación agronómica. De modo que las unidades diferenciadas quedan bajo
la dependencia de la naturaleza y de la importancia de los factores limi­
tativos. No se puede proponer ningún sistema general de clasificación;
si bien es fácil establecer un sistema semejante para una región o un país
determinado, su generalización es difícil y conduce a unas adaptaciones
locales que transforman completamente el sistema de salida. La utilización
de la clasificación norteamericana de las tierras plantea en ocasiones pro­
blemas insolubles, cuando se la quiere aplicar, por ejemplo, a unos terrenos
tropicales.
El principio cartográfico básico se apoya en el concepto de que cuanto
más oscuro es el tinte de las unidades, más importantes son las restric­
ciones para el ordenamiento. En cada clase definida, las diversas posibi­
lidades de cultivo así como los diferentes tipos de ordenamiento deben ser
precisados con sus ventajas y sus inconvenientes.
Así, pues, este mapa no es una conclusión en sí misma; sólo repre­
senta la última aportación de los técnicos que estudian el medio físico.

138
CONCLUSION

Creemos que este proyecto de concepción interdisciplinaria debiera


contribuir a comprender mejor la complejidad del medio físico, y, por
consiguiente, a mejorar la solución de los problemas de la valorización
de los suelos.
Creemos asimismo que este proyecto, en el seno del I.R.A.T., debe
permitir que la experimentación agronómica defina los temas de inves­
tigaciones diferenciales adaptados a una evolución del paisaje, a veces
rápida, que geomorfólogos y pedólogos deben prevenir. De dicho modo,
y mediante ese trabajo de grupo, el campo de reflexión del conjunto se
ampliará para entender mejor las relaciones con la ordenación propiamente
dicha.
Este método, basado esencialmente en el estudio de las interacciones
y de las interdependencias que facilitan al medio físico su dinámica de
evolución, debe, como es lógico, desembocar en una cartografía interdis­
ciplinaria que refleje la misma doctrina; por dicho motivo hemos llegado,
en estrecha relación con el Centro de geografía aplicada de Estrasburgo,
a concebir unos mapas de nuevo tipo, que integran unos aspectos muy
relacionados entre sí, y que sería lástima fraccionar. La naturaleza es un
todo, y la expresión cartográfica debe ser capaz de mostrarlo; es induda­
ble que las técnicas cartográficas progresarán paralelamente a la evolución
del pensamiento: existe ahí una vía de investigación que también merece
ser profundizada.

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143
4. LOS RECURSOS H IDRICOS

La abundancia de agua es una de las características del medio natural.


Las moléculas de agua predominan sobre todos los demás cuerpos en los
tejidos vivos: con frecuencia se encuentran en una proporción del 80 %
en el peso de los animales, y más aún en el de ciertas plantas. Entran
en la composición de los minerales. Juegan un papel muy importante en
la atmósfera, principalmente absorbiendo una fracción de las radiaciones
solares, y reenviándolas de un modo difuso. E l agua es también el vehículo
de los cuerpos disueltos en el espesor de la epidermis de la tierra y en su
superficie. Las plantas la extraen del suelo y la restituyen a la atmós­
fera por medio de la transpiración. La filtración de las soluciones permite
por sí sola la pedogénesis y las alteraciones. El deslizamiento del agua por
la superficie del suelo es el principal relevo gracias al cual la gravedad
influye sobre la morfogénesis. El agua intersticial modifica las propiedades
mecánicas de los materiales finos y permite su deformación y su movili­
zación sobre las pendientes (lupias de solifluxión, coladas de limo, flujos,
deslizamientos de terreno). La abundancia de agua en sus tres formas
— sólida, líquida y gaseosa— es, sin lugar a dudas, la que imprime su
originalidad al medio natural terrestre y a los seres vivos de todos los
tamaños que en él se encuentran. El agua interviene en la mayoría de los
mecanismos que modifican dicho medio y que caracterizan su dinámica
así como en la mayoría de las manifestaciones del metabolismo de los
seres vivos terrestres.

I. ESTADO DE NUESTROS CONOCIMIENTOS

Esta omnipresencia del agua en la naturaleza ha perjudicado su estudio


en el marco de las investigaciones tradicionales, en exceso analíticas. La
visión de conjunto, tal como se esbozaba en las lecciones de cosas de los
maestros de principios de siglo, ha sido en cierto modo abandonada.

144
La climatología estudia el agua atmosférica. Desde sus inicios viene
asociando la medición de las lluvias y la de las temperaturas. El obser­
vatorio climatológico más rudimentario es, en principio, pluviométrico.
Pero, a pesar de la existencia en ciertos lugares de largas series de obser­
vaciones, nuestra percepción del fenómeno deja todavía mucho que desear.
Conocemos mal, y con frecuencia muy mal, las dos características más
importantes de uná precipitación: su intensidad y su duración. Sin em­
bargo, éstas son las más importantes para una visión integrada del medio
natural, pues de ellas dependen la energía transmitida por la precipitación
a la superficie del suelo y el comportamiento del agua en contacto con el
suelo. La intensidad y la duración de las precipitaciones son los datos
básicos irremplazables para el estudio de los procesos morfogénicos y de
los problemas de conservación de las tierras y de las aguas, así como para
el estudio de los regímenes hídricos del suelo y de los fenómenos hidro­
lógicos. Desgraciadamente las lagunas de nuestros conocimientos no se
quedan ahí... Los observatorios pluviométricos están generalmente mal
repartidos y forman una red de malla demasiado ancha. Permiten a duras
penas levantar mapas aproximativos a media y, más en general, a pequeña
escala. El mapa de las precipitaciones al 1/1.000.000 de Francia es satis­
factorio. La representación gráfica de las precipitaciones sobre el mapa
climatológico se apoya sobre muchas interpolaciones, cuyo carácter es más
o menos válido en función de la experiencia personal, la habilidad y el
instinto de sus autores. En cuanto al levantamiento de mapas climáticos
al 1/25.000 o al 1/10.000, a la misma escala que la de los demás com­
ponentes del medio natural, casi siempre debemos renunciar a ello. Nues­
tra percepción demasiado basta no nos permite analizar los efectos de la
exposición, de la topografía sobre las precipitaciones. Somos incapaces
de decir si las lluvias son más abundantes sobre la ladera oeste de un
pico de los Vosgos o sobre la que mira en dirección opuesta, sobre el
declive de una ladera de la Lorena o sobre su cima, sobre la solana o sobre
la umbría de un valle alpino o pirenaico. ¡Ni siquiera podemos establecer
gradientes pluviométricos correctos entre la llanura alsaciana y las cumbres
de los Vosgos!
Sin embargo, las precipitaciones, de lluvia o de nieve, no son en sí
mismas más que una parte de los recursos hídricos provechosos para el
medio natural. Otras manifestaciones meteóricas son aún peor conocidas:
el granizo sólo es registrado en unos pocos centros climatológicos y, lo
más frecuente, ni siquiera es objeto de medición alguna: su duración, el
tamaño de las piedras, o la cantidad equivalente de lluvia son cosas que
se ignoran. Las compañías de seguros saben más de ello, pero conservan
celosamente sus datos como secreto profesional. Las diversas formas de
condensación, rocío, escarchas, nieblas son cómodamente agrupadas bajo
el nombre de «precipitaciones ocultas», admirable expresión digna de una
sonrisa... Hace pensar, en cuanto a rigor científico, en las «ciencias
ocultas». Son, ciertamente, cosas difíciles de medir. Sin embargo, una

145
niebla, una escarcha, un intenso rocío, ¿acaso son manifestaciones meteoro­
lógicas tan ocultas que debamos renunciar a observarlas y a señalar su
existencia? Es algo tanto más lamentable cuanto que su función es con­
siderable en el plano ecológico. Ciertas formas de vida como los pastos
temporales de las «lomas», capaces de atraer ganados trashumantes en el
desértico litoral peruano, no existen más que gracias a las nieblas y a la
condensación que producen. ¡Lo único que registran los pluviómetros
vecinos son «rastros» de precipitaciones! En Lachay, en el norte de Lima,
desde 1944 a 1954, el pluviómetro registró una media de 168 mm, lo
cual corresponde a un clima árido atenuado. Pero bajo las casuarinas la
media asciende a 488 mm, y bajo los eucaliptus a 676 mm. En 1949, año
húmedo, el pluviómetro colocado en las condiciones reglamentarias recogió
204 mm, y bajo los eucaliptus 1.240 mm. En 1954, año seco, los valores
respectivos fueron de 121 y de 756 mm. Sin embargo, las lomas de
Lachay se sitúan en un sectot de aridez atenuada del desierto costero.
Otras lomas están situadas en lugares donde los pluviómetros registran
unas precipitaciones muy inferiores (menos de 100 mm): la desviación
entre las precipitaciones medidas según las normas de la O.M.M. y las
precipitaciones reales es, probablemente, todavía mayor.
Las investigaciones de los climatólogos han dependido demasiado de
las de los meteorólogos, centrándose de una manera demasiado exclusiva
en el establecimiento de un inventario mundial a pequeña escala. La
utilización de un lapso de veinticuatro horas para la extracción de datos
permite únicamente una observación superficial. La explotación de los
datos bajo la forma de medias mensuales y anuales aplana demasiado los
fenómenos. Nos da tan sólo datos abstractos, que ciertos climatólogos
ilustran con el estudio de los tipos de tiempo. Pero ello no responde
tampoco a las exigencias de los usuarios, hidrólogos y ecologistas. ¿Por
qué no establecer, como se hace en hidrología, unos análisis de frecuencia/
intensidad equivalentes a las curvas de los caudales clasificados de los
cursos de agua? Los datos disponibles lo permiten. Ello nos mostraría
la frecuencia de las precipitaciones cotidianas (a falta de algo mejor)
comprendidas entre unos valores determinados, por ejemplo menos de
10 mm, de 10 a 30 mm, de más de 100 mm. Correlativamente, se pueden
también elaborar unas tablas de frecuencia de los períodos de x, y, z días
consecutivos sin precipitaciones. Por último, queda también por conside­
rar el instrumental. Los pluviógrafos existen. Su costo sigue siendo módico
comparado al de muchas otras técnicas meteorológicas. ¿Por qué no intro­
ducirlos sistemáticamente en las redes de observación? La mayoría de los
organismos que efectúan estudios hidrológicos lo hacen. Queda, por último,
el perfeccionamiento de los aparatos, principalment&dtas de medición del
rocío. ¿Es imposible?
Debemos admitirlo: las precipitaciones son en la actualidad mal cono­
cidas. Conocemos de manera muy insuficiente las «entradas» de agua en
el medio natural. Lo mismo sucede con las «salidas» constituidas princi-

146
Fig. 8. Diagrama de los flujos de agua en el entorno ecológico (J. Tricart)
pálmente por la evaporación y la transpiración de las plantas. Es algo
habitual el agruparlas bajo el nombre de evapotranspiración. Se han reali­
zado numerosos trabajos sobre la evapotranspiración potencial, es decir,
sobre el valor máximo que puede suponer la evapotranspiración. Todos
ellos se basan sobre cálculos efectuados con la ayuda de fórmulas en las
que intervienen diversos parámetros climáticos. Desgraciadamente, cada
una de estas fórmulas es válida tan sólo, de un modo aproximativo, en la
medida en que se dan ciertas condiciones biogeográficas. Además, muchas
de ellas hacen intervenir muchos parámetros, rara vez evaluados, como
la radiación solar. Finalmente, hay que admitir que de este modo sólo se
obtienen resultados bastante burdos. En consecuencia, es mejor recurrir
a las fórmulas más sencillas como el índice de aridez (en realidad de
humedad) de E. de Martonne o a los diagramas ombrotérmicos de Bag-
nouls y Gaussen, que sólo hacen intervenir las temperaturas y las preci­
pitaciones. Sin embargo, quedan sin medir la evaporación y la transpira­
ción reales. Para ello no contamos todavía con los instrumentos deseados.
La cubeta Colorado permite medir la evaporación en la superficie de un
manto de agua libre: los resultados obtenidos son bastante interesantes
para el estudio de las pérdidas en los depósitos o para la hidrología de los
lagos, pero se limita sólo a ello. La evaporación en la atmósfera se mide
por medio del evaporómetro Piche, pero los resultados obtenidos sólo
corresponden aproximativamente a la realidad, aunque diversos métodos
correctivos intenten hacerlos más representativos. Realmente todo ello
hace pensar en el «bricolage»... Con mucha frecuencia, también la evapo­
transpiración es evaluada indirectamente, a partir del déficit de escorrentia
tal como resulta de los balances hidrológicos. El círculo se cierra y se
convierte en un círculo vicioso. Nos hace recaer, de manera poco agra­
dable, en la incertidumbre relativa respecto de las precipitaciones...
Por ello no hay que sorprenderse si:

— Las correlaciones entre precipitaciones y escorrentia son general­


mente mediocres a pesar de los considerables esfuerzos hechos por los
hidrólogos. Los caudales de los cursos de agua pueden ser conocidos con
mejor precisión que las precipitaciones sobre el conjunto de la cuenca
correspondiente. Sin embargo, los errores aumentan a causa de los fuertes
caudales que, a pesar de su mejor frecuencia, influyen sobremanera en
los balances anuales. Este inconveniente se palia poniendo en juego la ley
de las grandes cantidades. Para las precipitaciones se considera como «nor­
mal» una serie de treinta años, y en hidrología de veinte años como
mínimo. Esto plantea problemas prácticos difíciles de resolver. Una de dos:
o bien disponemos de un equipamiento generalizado suficiente sobre el
conjunto del territorio para poder extraer, llegado el momento, los datos
necesarios, o bien deberemos conformarnos con series de observaciones
demasiado cortas y tomar precauciones contra su insuficiencia con amplios
márgenes de seguridad, lo cual lleva a una gran envergadura en las obras

148
Circulación atmosférica

(cursos de agua, lagos, pantanos)


R E D H ID R O G R A F IC A

Fig. 9. Flujos hídricos en una cuenca

i = infiltración (flujo gravitante)


Hemos ignorado las subidas capilares de las aguas ubtesrráneas hacia las formaciones
upesrficiales y los suelos.
Cada uno de los recuadros puede ser asimilado a un «depósito», es decir a un cierto
almacenamiento de agua, por ejemplo en los tejidos vegetales y en la superficie de las
hojas y de las ramas en el caso de la vegetación. Tal asimilación es la que ha dado
lugar a los modelos «de depósitos» de los fenómenos hidrológicos.
y por lo tanto a excesivas inversiones. A pesar de los esfuerzos que ya se
han hecho en este sentido, es raro que los Estados hayan implantado, en
los últimos veinte o treinta años, redes hidrométricas suficientemente den­
sas como para que los datos necesarios para el estudio de un ordena­
miento estén disponibles en cualquier cuenca. No es éste el caso de Francia.
Nos vemos, pues, obligados a adoptar la otra solución, la de los márgenes
de seguridad y la de la envergadura. Esto se convierte, según los casos,
en un despilfarro o en un bajo equipamiento. Francia ofrece continua­
mente ejemplos de una y otra cosa. En efecto, el exceso en las propor­
ciones, adoptado por razones de seguridad, se traduce en costos de capital
más elevados. Muchos ordenamientos se hacen entonces aparentemente
poco rentables. Si hay grupos de presión que imponen su ejecución, se
produce el despilfarro. En caso contrario, no se hace nada, con lo cual
hay un mal equipamiento. Es importante resolver el dilema. Ello se ha
intentado por medio de métodos indirectos cuyo objeto es permitir una
mejor adecuación de las medidas hidrológicas y una mejor elaboración
de los datos. Estos métodos descansan en la cartografía (mapas hidromorfo-
lógicos): trataremos de ellos más adelante.
— Los ecologistas, incluidos los agrónomos, están intentando, desde
hace algún tiempo, paliar la insuficiencia de los conocimientos climato­
lógicos. Como les sucedió a los hidrólogos, se han visto obligados a tomar
ellos mismos ciertas medidas. Los hidrólogos establecen centros en las
cuencas que estudian. Su esfuerzo está particularmente centrado en la
intensidad de los chubascos y de las nevadas. Sin ir más lejos, organismos
franceses como el O.R.S.T.O.M. y E.D.F. nos ofrecen excelentes ejemplos
de ello. Las precipitaciones de nieve en los Alpes son conocidas sobre
todo gracias a E.D.F. En los Estados Unidos la sección de hidrología
del U.S. Geological Survey efectúa también un trabajo considerable. Todo
ello contribuye con bastante eficacia a nuestro conocimiento climatológico
regional. El punto de vista de los ecologistas, de los agrónomos, de los
guardas forestales es distinto. Las condiciones normalizadas de las obser­
vaciones climatológicas no les dan demasiada satisfacción. Responden a
las exigencias de un inventario mundial al precio de la introducción de
toda una serie de condiciones artificiales. La temperatura, bajo techo, no
es la misma a que están sometidos los órganos de las plantas y que regula
su transpiración. Las precipitaciones al aire libre no son las mismas que
alcanzan el suelo tras ser interceptadas por tal o cual vegetación. Sin
embargo, son esas precipitaciones que alcanzan el suelo las que regulan
el comportamiento del agua arroyamiento y/o infiltración), las que inter­
vienen en la conservación de las tierras y de las aguas, las que participan,
en la medida en que se infiltran, en la pedogénesis y la alimentación de las
raíces. No es de extrañar, pues, que la interceptación haya sido estudiada
sobre todo por los forestales. La humedad del aire, las condensaciones
«ocultas», la insolación, el viento son parámetros ecológicos muy impor­
tantes. Regulan la evaporación y, por tanto, la transpiración de las plantas.

150
La insolación dirige la fotosíntesis. La reserva de moléculas de hidrato
de carbono en los tejidos de una planta depende por una parte de la
fotosíntesis y por otra de la respiración que destruye una parte de estos
hidratos de carbono. La transpiración, por otra parte, regula la circulación
del agua en las plantas. Los ecologistas medioambientalistas se han dedi­
cado a estudiar de qué modo influyen las condiciones naturales sobre el
metabolismo de las plantas. Se han visto así obligados a medir ciertos pará­
metros climáticos, pero no bajo techo sino en las condiciones naturales
reales, en contacto con los órganos. Esto ha dado lugar a la bioclimato-
logía. La utilización de los recursos ecológicos descansa necesariamente
sobre los conocimientos obtenidos gracias a ella.
Debemos, pues, recordar ahora la importancia que el régimen hídrico
posee para las plantas.

II. REGIMEN HIDRICO Y PRODUCTIVIDAD VEGETAL

La utilización de los recursos ecológicos y la organización del medio


natural descansan necesariamente sobre la noción de las productividades
de las plantas. Sin embargo, está estrechamente relacionada con la alimen­
tación acuosa de tales plantas, y con la cantidad de agua que las plantas
deben rechazar por transpiración en la atmósfera para evitar un excesivo
calentamiento de sus órganos. La circulación del agua en la planta permite,
por otra parte, la distribución por sus tejidos de los elementos minerales
extraídos por las raíces y de las moléculas de hidrato de carbono elabora­
das por la fotosíntesis en la clorofila. Sin embargo, el régimen hídrico de
las tierras es relativamente fácil de modificar. La irrigación se practica
desde hace miles de años. El saneamiento y el drenaje de las tierras es
también muy antiguo. Muchas prácticas tradicionales como el cultivo
sobre caballones y terrazas, como el trabajo en el sentido de la pendiente,
permiten luchar contra los excedentes de agua a nivel de la parcela. Los
cultivos de decrecida, en el valle del Senegal, a lo largo del Níger medio,
sacan provecho de un régimen hídrico contrastado de los suelos que el
hombre no está todavía capacitado para dominar. Es una adaptación
ingeniosa a las condiciones naturales. Está basada en un buen conocimiento
de los diversos tipos de suelos, de los modelos, de las formaciones super­
ficiales que conforman el régimen hídrico en que se encuentran las plantas.
Para la expresión de tales particularidades se ha creado un completo
vocabulario vernáculo.
El conocimiento y, a veces, el dominio de los regímenes hídricos de
las tierras de cultivo han sido elaborados paciente y prudentemente en el
marco de todas las agriculturas tradicionales. Los progresos de la técnica
nos permiten acrecentar considerablemente, en nuestros días, en unas

151
condiciones económicas aceptables, nuestro dominio de los regímenes hí-
dricos. No sucede lo mismo con los demás parámetros del medio ecológico.
Frente a la radiación solar, podemos, a duras penas, poner en práctica la
plantación de árboles umbrosos, como por ejemplo en los cultivos de los
cafetales. Contra las temperaturas insuficientes podemos disponer de tol-
dajes de nylon y construir invernaderos. La aplicación de tales técnicas
queda necesariamente limitada por imperativos de índole económica. Con­
tra el viento disponemos de hileras de árboles y de setos incorporados
en la organización de ciertos territorios tradicionales pero, aunque los
agrónomos estén convencidos de su utilidad, su empleo está lejos de ser
tan extendido como las técnicas de control del agua. En Francia, el Minis­
terio de Agricultura ha establecido que las irrigaciones de complemento
eran, en un país húmedo, el mejor medio técnico de atenuar las varia­
ciones de rendimiento de los cultivos y, por lo tanto, de acrecentar la
seguridad económica del productor. El control de las condiciones hídricas
continuará, pues, desempeñando un importante papel en el ordenamiento
del medio rural.
El control de las condiciones hídricas continuará desempeñando un
importante papel en el ordenamiento del medio rural: la apreciación, el
estudio inmediato de los regímenes hidrológicos, la medición de sus
fluctuaciones y de sus consecuencias sobre las posibilidades de su explota­
ción por las plantas, son unas de nuestras mayores preocupaciones. Sin
querer tratar aquí ese inmenso dominio del agua, nos parece, sin embargo,
esencial recordar brevemente algunas nociones fisiológicas sobre las cuales
descansan tales condiciones hídricas, para pasar a tratar después unos cri­
terios fundamentales y sus técnicas de medición en las cuales se apoyan.
Seguidamente, mostraremos con algunos ejemplos hasta qué punto unas
condiciones hídricas particulares han podido ser estudiadas para mejorar
unas productividades regionales.

1. Utilización del agua por la planta

A. Alimentación acuosa

El agua es el factor cuya influencia aparece como la más directamente


ligada a la planta: las diferencias entre coberturas vegetales de los climas
áridos y tropicales son sus más inmediatas manifestaciones y las menos
criticadas. Las células de las plantas jóvenes pueden alcanzar una reserva
de agua del orden de un 90 % . El agua mantiene en el interior de la
planta un movimiento constante, con múltiples funciones; a través de unos
fenómenos de osmosis asegura, en primer lugar, la nutrición mineral de
la planta transportando las sales minerales contenidas en las soluciones
del suelo y favoreciendo una actividad microbiana que interviene en ciertos

152
procesos tales como la nitrificación. La circulación permanente se produce
por la transpiración o evaporación por la planta de los excesos de agua;
por lo tanto, se efectúa una regulación térmica de los tejidos vegetales.
Generalmente se admite que se precisa aproximadamente un litro de agua
para formar 3 gramos de materia seca; todo aquello que no es fijado por
la planta. Por último, interviene de modo fundamental en la fotosíntesis.
Sin embargo, no toda esta agua está presente en el estado de agua libre;
una parte constituye la materia misma de las células (protoplasma y mem­
brana), y las hidrata. La reserva de agua de la planta no es constante y
varía en función de su edad, del ciclo vegetativo y de la hora del día; en
los tejidos viejos, por ejemplo, esta reserva puede disminuir a un 15 % ,
mientras que en las plantas jóvenes puede superarlo.
La cantidad de agua evaporada por el vegetal, necesaria para la forma­
ción de 1 kg de materia seca, se designa con la expresión «coeficiente
de transpiración». Investigaciones realizadas por Shantz y Piemeisel (1927)
en los Estados Unidos, por Yankovitch (1960) en Túnez, y por Demolon
(1968) en Francia, han demostrado que, para unas condiciones idénticas
del medio, tal coeficiente varía según las plantas. En las experiencias
citadas, en Túnez (Yankovitch), dicho coeficiente varía a grandes rasgos
entre 340 (maíz) a 800 (pimiento); en Versalles y en casos lisimétricos
(con un dispositivo para reducir al mínimo las pérdidas del suelo por
evaporación directa), Demolon halló un coeficiente medio de 450 durante
diez años consecutivos en un conjunto de cultivos. Dicho coeficiente de­
pende también de las diversas fases de la vegetación. Para el trigo, por
ejemplo, según Demolon, va desde 130 después de la cosecha a 2.700 en
la formación del grano, con una media de 300. En un suelo determinado,
aumenta con su humedad; en los suelos permanentemente húmedos, por
ejemplo, puede haber un consumo de lujo.
El abono puede también disminuir el coeficiente de transpiración. En
este sentido se han realizado en Madagascar (J. Velly, J. Kilian, 1963) unas
experiencias en recipientes de vegetación (método Chaminade, 1964) para
evaluar los volúmenes de agua expelidos entre cosecha y cosecha por el
vegetal test y comparar estos consumos en función del tipo de suelo estu­
diado y del abono introducido. Se experimentó sobre cinco tipos de suelos
(varios suelos ferralíticos, ferruginosos y de aluvión fluvial). En las medi­
ciones efectuadas se evidenció que la carencia en un suelo de un elemento
fertilizante provocaba despilfarras considerables de agua y que las distintas
carencias en elementos fertilizantes se traducían en consumos variables en
función de la carencia constatada, según la siguiente clasificación decre­
ciente: P, K, S (Ca, Mg), oligoelementos.
El agua es un factor de crecimiento en el mismo grado que los demás;
interviene en el desarrollo vegetativo de la planta y sobre su rendimiento.
En 1920 Mitscherlich demostró que la curva de rendimiento ascendía
rápidamente en función de la humedad, pasaba por un punto óptimo, y
luego disminuía con el aumento de la reserva en agua a causa de una

153
disminución de la aireación. El punto óptimo de la curva varía con la
planta y el medio físico, al nivel, por tanto, del terruño.
La medida de esta cantidad de agua óptima para cada planta, bajo
un clima y un suelo dados, es en general una de las preocupaciones domi­
nantes en los puestos de investigación para el riego. Efectivamente, el
establecimiento de esta dosis de agua óptima tiene unas enormes repercu­
siones en los planos económico y vegetativo. Esta cantidad óptima depende
en alto grado de los caracteres hidrodinámicos del suelo y se sitúa en
torno a su capacidad de retención; el rendimiento máximo de un cultivo
regado está en estrecha dependencia de esas cantidades óptimas de agua
suministradas en el momento oportuno. En el caso de ciertas plantas,
como por ejemplo el maíz, un descenso de la irrigación al principio de la
maduración puede provocar asolamientos y, por tanto, reducir la produc­
ción. Se están llevando a cabo, por los institutos franceses de investiga­
ción, numerosos estudios en clima tropical que apuntan a conocer, cara
a las necesidades de la irrigación:

— los consumos máximos de agua (E.T.M.) de los cultivos utilizados


en estas regiones en las distintas etapas de su ciclo vegetativo;
— las posibles restricciones de agua en el riego que no pondrían en
peligro el rendimiento;
— la elección de las especies o variedades más sobrias en agua.

Más adelante veremos los estudios que han sido realizados por el
I.R.A.T. en Senegal para la investigación de zonas favorables a los culti­
vos secos para conseguir las condiciones más favorables de alimentación
acuosa.
El agua reviste la mayor importancia para la maduración de los culti­
vos; como subraya Demolon, según que la deshidratación de los tejidos
se produzca lenta o bruscamente, se ven modificadas las migraciones. En
el momento del estadio pastoso que precede en algunos días a la madura­
ción del grano se produce una migración muy activa de las soluciones
minerales, y más adelante desecación. Si durante estos días persiste un
exceso de humedad, desciende la calidad de los granos; si, al contrario, se
produce una carencia de agua (cese de irrigación, por ejemplo, o brusco
levantamiento de un viento cálido y seco), se produce asolamiento, es
decir, una falta de crecimiento del grano. Cuando los cultivos no fun­
cionan por irrigación, las plantas son particularmente sensibles al régimen
y al reparto de lluvias durante los períodos críticos (Azzi) que correspon­
den a unos estadios precisos de su desarrollo, como por ejemplo el mo­
mento del encañonado, del espigado y de la maduración. Los rendimientos
obtenidos, es decir, la productividad, están en relación directa con el
estado de humedad del suelo en estos períodos. Para el arroz de lluvia,
por ejemplo, una falta de agua en el momento del encañonado compromete
sobremanera los rendimientos, incluso si las cantidades son, por otra

154
parte, suficientes. En las zonas del Sudán o del Séhel, las fechas de siem­
bra de los cereales tienen una importancia capital si se quiere que el
ciclo vegetativo llegue a su término antes del final de las lluvias para
los últimos períodos críticos (maduración, especialmente). Para citar otro
ejemplo (Demolon), en la región de París las condiciones climáticas del
invierno son las preponderantes. Cuando las lluvias de diciembre, enero,
febrero, sobrepasan los 100 mm con una temperatura media superior a
4o C, existe una elevada probabilidad de obtener una cosecha sin exceden­
tes. Sin embargo, los años de fuerte producción corresponden a los invier­
nos secos y fríos (P < 1 0 0 mm, t < 3 ° C). Sobre las altas mesetas argelinas,
unas lluvias de primavera correctas aseguran una buena cosecha de trigo,
incluso si, por otra parte, el déficit pluviométrico es elevado. En cultivo
de regadío así como en el pluvial es de capital importancia el conocimiento
del régimen hídrico del suelo que expresa la evolución en el tiempo de
su humedad: permite situar la función del agua en el momento de los
períodos críticos y condiciona el crecimiento de la planta y su rendimiento.
En efecto, la alimentación mineral de la planta está en función de la
circulación del agua en el vegetal; es esencial, pues, conocer de cerca los
órganos de la planta que aseguran su alimentación acuosa y su observación
in situ nos dará con frecuencia respuestas sencillas a defectos de creci­
miento o simplemente a inadaptaciones de un cultivo a un terreno.

B. Absorción del agua

Chaptal había señalado ya (en 1930) que durante ciertos años de sequía
la humedad del aire tenía una acción notable sobre el crecimiento de los
granos de la uva en Francia. Consideraba que era sobre todo a través del
raspajo y de las hojas que el agua podía penetrar en el interior de los
granos. Desde Sprecher se sabe que la humedad atmosférica influye en la
presión osmótica de los jugos foliares, la cual depende, en cierta medida,
de las variaciones de humedad. Una cierta cantidad de agua puede penetrar
en la planta por las hojas a través de los estomas y de la cutícula epidér­
mica (Palmiter, 1966). Esta alimentación, aunque débil, no es de poca
importancia: tanto si es en forma de rocío matutino, a menudo intenso
en los climas tropicales secos, como a consecuencia de la humedad persis­
tente tras una lluvia en clima semiárido, la eficacia de tal alimentación es
probable, aunque todavía poco mesurada. Seguramente interviene en los
desiertos brumosos de la costa pacífica de América Latina (desierto chileno-
peruano); a pesar de las precipitaciones medidas y consideradas débiles
(3 a 6 mm anuales), el alisio saturado de agua sopla permanentemente
desde el océano, manteniendo constantemente elevada la humedad del aire.
En tales condiciones, ciertas especies vegetales, como la Tillandsia stratinea
(bromeliácea), crecen posadas en el suelo, prácticamente sin raíces, «absor­
biendo la humedad de la niebla a través de las hojas» (T. Monod, 1972);

155
otra variedad se desarrolla incluso sobre los hilos telegráficos. ¿Cómo
olvidar la influencia capital que los rocíos matinales de toda la estación
seca causan en los cultivos de aluvión del norte de Madagascar? Cada
mañana, los campos de algodón y de tabaco están saturados de humedad
y es muy probable que cierto volumen de agua penetre en los vasos a tra­
vés de los estomas. Este fenómeno, observado por todo el mundo, desgra­
ciadamente no ha sido todavía objeto de estudios precisos.
Aunque no desechable, en ciertos casos de condiciones climáticas muy
concretas la alimentación acuosa a través de las partes aéreas sigue siendo
un fenómeno menor. Esta se efectúa, en casi su totalidad, por las raíces
en el suelo. Esta función de absorción del agua y de su circulación en el
vegetal está ligada a la transpiración; la energía en juego es, pues, de origen
respiratorio e influye notablemente sobre la actividad misma de las raíces.
Esta circulación del agua va además acompañada de la absorción de ele­
mentos fertilizantes disueltos en el agua. Mientras que las raíces gruesas
lignificadas, principales y otras, anclan al vegetal en su soporte, la absor­
ción del agua y de los elementos en ella disueltos queda asegurada por
las raíces jóvenes y sobre todo por los pelos absorbentes, cuyo contacto
con las partículas de tierra es siempre estrechísimo. Según Henin, Gras
y Monnier (1969), la absorción del agua y de los elementos fertilizantes
que contiene son distintas y la planta no absorbe más que aquellos ele­
mentos necesarios a su metabolismo. Dichos autores explican así la absor­
ción del agua y de los elementos fertilizantes:

— La raíz disminuye el contenido en agua a su nivel, lo cual produce


como resultado un desplazamiento del agua del entorno hacia la raíz; pero
este proceso se efectúa tan sólo en un volumen limitado de suelo. El radio
máximo de un cilindro desecado en torno a una raicilla rectilínea no
sobrepasa el decímetro.
— En condiciones comparables, una raíz puede extraer el agua y los
elementos fertilizantes nada o poco absorbidos (nitratos, sulfatos, calcio,
magnesio) a distancias mucho mayores que los elementos profundamente
absorbidos, tales como el fósforo o el potasio. En tales condiciones, cuanto
más denso sea y mejor repartido esté el sistema radicular, menos percep­
tible será la diferencia de absorción de los elementos fertilizantes.
— El sistema radicular merece siempre que sea posible una observa­
ción proyectada, pues condiciona el crecimiento del vegetal al tiempo que,
en cierta medida, lo explica.

C. Desarrollo de las raíces

Las raíces crecen por aumento de longitud y diámetro; las raíces


nuevas surgen de las más viejas. Su rapidez de alargamiento diario es
muy variable: puede ir desde 1 cm para las gramíneas, a 6 cm en el caso

156
del maíz. El crecimiento del vegetal está en estrecha dependencia de su
desarrollo radicular, que a su vez está estrechamente influenciado por las
características físicas y químicas del suelo y, sobre todo, por su estado
de humedad.

a) Influencia de los caracteres físicos y químicos del suelo

La profundidad y la distribución de las raíces están, en primer lugar,


condicionadas por el estado estructural del suelo y por su organización,
es decir, por el perfil pedológico; en un perfil arijo, relativamente homo­
géneo, el sistema radicular se distribuye por el conjunto del perfil y toma
la fisonomía propia de la especie considerada (sistemas pivotantes, fasci-
culados, rastreros, etc.) La alimentación del vegetal, tanto en agua como
en fertilizantes, está asegurada con un máximo de rendimiento.
Los accidentes del perfil, sin embargo, tienen una incidencia inmediata
sobre este desarrollo y pueden explicar, en cierta medida, el estado de
las partes aéreas. En primer lugar interviene la estructura, ligada a la
textura, que opone una cierta resistencia a la penetración. Los suelos
arenosos, arijos, de regiones templadas oponen una débil resistencia me­
cánica; los sistemas radiculares pueden desarrollarse en ellos sin obs­
táculo; la granulometría de tales arenas y su consistencia desempeñan
asimismo un importante papel; un exceso de arenas gordas puede llegar a
ser un factor desfavorable, del mismo modo que las arenas demasiado
comprimidas que no son demasiado explotadas. Una estructura arija, de
gasones finos, es muy favorable a la penetración de las raíces en profun­
didad. Los obstáculos más frecuentes son esencialmente de índole mecá­
nica. Un terreno pedregoso puede suponer un obstáculo insuperable para
las raíces de sistema pivotante, que entonces se ven obligadas a crecer
dando rodeos; en cambio, en el caso de las gramíneas, unos recientes
trabajos en el Africa occidental han demostrado que un suelo de grava
puede constituir un buen medio radicular, al producir un aumento de la
capacidad de reserva de agua. En un clima tropical húmedo pueden
desarrollarse hermosas plantaciones de cacao y de «ylanguiers», sin dismi­
nución del rendimiento sobre proyecciones piroclásticas de granulometría
grosera: los sistemas radiculares se acomodan perfectamente a estos medios,
que les proporcionan la aireación y la humedad deseables. La compacti­
bilidad, sin embargo, tanto si es de origen natural o mecánico (formas
culturales) supone un obstáculo mayor al igual que los terrones duros y
compactos que limitan el volumen explotado por las raíces; el aumento
brutal de la compactibilidad (discontinuidad) constituye probablemente el
obstáculo mayor a un desarrollo radicular normal, hasta el punto de que
puede determinar la profundidad explotable por las raíces. Tales acciden­
tes modifican el aspecto mismo de las raíces y sobre todo su distribución;
provocan deformaciones, localizaciones anormales, curvas nefastas, enco­

157
gimientos o necrosis perjudiciales para el rendimiento del vegetal. Por
último, ciertas particularidades del perfil, tales como las cavidades, las
crotovinas, las galerías muertas de los termiteros, pueden estar en el origen
de desarrollos preferenciales de aglomeraciones radiculares.
Las raíces son especialmente sensibles al estado del medio químico, sea
cual fuere la organización del perfil. La riqueza en elementos fertilizantes
o, al contrario, la presencia de elementos tóxicos, influyen sobre la dis­
tribución de las raíces. En un suelo rico en cationes minerales en la base
del perfil, por ejemplo, las raíces acusarán un desarrollo extremado en esa
zona, mientras que las raíces de los horizontes superiores químicamente
pobres se verán desprovistos de ellas. La influencia de la riqueza mineral
sobre el desarrollo radicular es particularmente perceptible sobre ciertos
suelos de aluvión de las llanuras tropicales explotadas en cultivos de
decrecida. Estos suelos poco evolucionados están formados por la super­
posición de capas de textura variable, que son mucho más el reflejo de la
historia del asentamiento de materiales que el resultado de una evolución
pedológica propiamente dicha. Las muy numerosas observaciones de los
perfiles radiculares (capitales para comprender la explotación de dichos
suelos) muestran que las capas de textura fina, más húmedas y mejor pro­
vistas de bases intercambiables, son asiento de abundantes cabelleras
radiculares, totalmente ausentes en los estratos arenosos. Por otra parte,
pueden encontrarse necrosis o simplemente bruscas curvaturas si aparece
una discontinuidad demasiado brutal de orden físico o químico entre dos
capas de depósitos. El sistema radicular aparece aquí como la resultante
de interacciones que es esencial poner en evidencia. El valor del pH puede
también influir sobre el desarrollo de las raíces. Una excesiva acidez se
traduce en una liberación de iones tóxicos tales como el manganesio o el
aluminio, que frenan su crecimiento. En la costa este de Madagascar, por
ejemplo, en las cercanías de Tamatave (J. Kilian, 1966) numerosas planta­
ciones de banana instaladas sobre suelos turbosos drenados han periclitado
tras algunos años de explotación; el aspecto amarillento de las hojas
permitía suponer una carencia fosfórica. La degenerescencia de las plantas
había sido provocada en realidad por la liberación de aluminio libre a
causa de un fuerte aumento de la acidez debido al drenaje probablemente
demasiado rápido de las turberas; la presencia excesiva de iones de alumi­
nio produce un enroscamiento de las raíces con un enanismo consecutivo.
La aportación de elevadas dosis de fósforo produce un ascenso del pH y
un bloqueo del aluminio, efecto que puede también obtenerse con correc­
ciones calcáreas. Lo mismo sucede con los suelos de pH demasiado ele­
vado. Un exceso de calcáreo activo provoca el conocido fenómeno de la
clorosis por aumento de la alcalinidad del suelo, entorpeciendo la absor­
ción de hierro por las raíces. Podemos citar asimismo la carencia en man­
ganesio, que puede conllevar un ataque de las raíces por las saprofitas del
suelo.
Por último, la atmósfera del suelo interviene en el desarrollo radicu­

158
lar; sobre todo la reserva de gas carbónico no debe superar ciertos um­
brales límite, que serían del orden del 1 % (Hénin, Gras y Monier, 1969).
Las reservas de oxígeno tienen también una poderosa influencia: «El
oxígeno presenta para cada especie un límite inferior, en el que las raíces
dejan de crecer, y uno superior, a partir del cual el rendimiento es óptimo»
(Demolon 1968). Una buena aireación del perfil, favorecida por la estruc­
tura y por una porosidad conveniente es, por tanto, esencial para asegurar
una difusión equilibrada de los gases. La aireación está también en es­
trecha dependencia del grado de humedad de los suelos, que constituye el
segundo factor fundamental del desarrollo radicular.

b) Influencia de la humedad

El sistema radicular se adapta bastante bien, aunque sólo en cierta


medida, al estado de humedad del suelo. También en este caso, el volumen
radicular crece en función de la humedad hasta cierto límite. Más allá,
la disminución de la aireación, causante de asfixia, frena el crecimiento
radicular. Al contrario de lo que sucede con la riqueza mineral que no
ocasiona en el suelo una atracción preferencial (no existe verdaderamente
un quimiotropismo sino más bien un mayor desarrollo de las raicillas en
los horizontes más ricos), éstas son atraídas por las zonas más húmedas
del suelo, tanto si están situadas lateralmente como en profundidad. Por
el contrario, las raíces se frenan siempre y de un modo brutal al nivel
superior de un manto de agua (experiencia de Burgevin y Henin, 1943).
Sin embargo, explotan abundantemente la franja capilar que la sobrepasa
v que está siempre mucho más aireada. Dicha dinámica explica las va­
riaciones extremas que se observan en los cultivos de decrecida en los
sistemas radiculares de una misma planta cultivada (algodón o tabaco,
por ejemplo). La forma, la longitud, la disposición de las raíces, así como
el volumen ocupado están en estrecha dependencia de la pendiente relativa
del plano acuoso en relación a la superficie, es decir de la posición geomor-
fológica. En cierta medida el sistema radicular depende de las modalidades
sufridas en el asentamiento de los materiales, es decir, de la historia del
medio físico. Vemos aparece/ ahí relaciones de causalidad cuyo estudio
no está desprovisto de interés: efectivamente, en la práctica, el buen
conocimiento del modelo fluvial conduce, en tal caso, a una buena explo­
tación de esos materiales aluviales.
La captación de la determinación en el tiempo del régimen de humedad
es una dinámica esencial si se quiere llegar a una justa comprensión de la
evolución del sistema radicular en el curso del ciclo vegetativo. Una obser­
vación muy corriente en el Africa tropical seca nos proporcionará un
ejemplo. Los cortes o perfiles, en el punto máximo del estiaje, muestran
a veces un enraizamiento fino, abundante y muy bien repartido en una
masa de tierra seca compacta, cimentada, de estructura continua, lo cual

159
demuestra que el suelo se humedece periódicamente y constituye en
ciertos períodos del año un medio poroso, aireado, permeable, que permite
una penetración homogénea de las raíces. Ello supone un régimen de
humedad provisional o periódicamente satisfactorio.
En consecuencia, un vegetal puede, en cierta medida, organizar y
modificar su sistema radicular en función de las condiciones mecánicas,
químicas o hídricas del medio, a pesar de las propiedades morfológicas de
la especie. En palabras de Demolon (1968), «el aparato radicular consti­
tuye un sistema deformable»: «Se encuentra definido a la vez por su
propio desarrollo, es decir, por la superficie activa, así como por su dis­
tribución topográfica, o sea por el volumen de tierra que explota.» Estos
dos factores reflejan la adaptación, del mejor modo posible, de la planta
al medio que intenta explotar. Debido a esta razón, en nuestro enfoque
del medio físico damos una importancia muy especial al examen del perfil
radicular en cualquier suelo, esté o no explotado por el hombre.
Dicho examen debe tener en cuenta (Hénin, Gras, Monnier, 1969) la
distribución general de las raíces (densidad, irregularidad), las deforma­
ciones y sus causas y el estado sanitario de aquéllas. El resultado de tal
examen permite conocer mejor el medio de pedogénesis actual, que, como
hemos visto, constituía una de las bases más importantes de nuestro
enfoque. Puede explicarse así el tipo de humus, lo cual permite situar las
herencias y contribuye a captar lógicamente la historia y la evolución del
complejo modelado-suelo. Se concibe así que la tipología de los suelos sea
en este sentido muy poco modificada.
Desde el punto de vista agronómico, el estado del vegetal en creci­
miento, en un suelo no explotado por el hombre, examinado a través de
sus partes aéreas y de sus raíces, proporciona ya enseñanzas preciosas para
preveer el comportamiento de las plantas cultivadas que se quieran intro­
ducir en dicho soporte. Ello permitirá situar el papel de los horizontes que,
por su estructura, su compactibilidad o su impermeabilidad, constituyen
otros tantos obstáculos que frenan el desarrollo radicular y que son, por
tanto, susceptibles de aminorar los rendimientos; nos podrá también in­
formar sobre la dinámica del régimen de humedad antes de efectuar las
medidas indispensables que puedan ser así reducidas al mínimo necesario.
Así, por ejemplo, si unas raíces más o menos podridas se distribuyeran de
modo regular en el horizonte veteado de un terreno profundo, de textura
arenosa o arcillosa, se podrá deducir que las raíces se han desarrollado a
favor de una aireación generalizada del suelo seguida de un infarto total
a consecuencia del ascenso de un plano acuífero; el terreno profundo está,
por tanto, sometido a un régimen de manto freático, cuyos niveles de
fluctuación actuales pueden ser definidos de forma aproximada.
En terreno cultivado, explotado por el hombre, nos apoyamos en el
concepto de perfil cultural (Hénin, Gras, Monnier, 1969), definido como
«el conjunto formado por la sucesión de capas de tierra individualizadas
por la intervención de los instrumentos de cultivo, las raíces de vegetales

160
y los factores naturales que rigen dichas acciones». En comparación con
otros suelos semejantes que no hayan sufrido los mismos tratamientos,
este examen proporciona una dinámica de evolución surgida de las técnicas
utilizadas para su cultivo. El perfil cultural puede, pues, considerarse
como la parte superior de un perfil pedológico que evoluciona bajo la in­
fluencia de factores humanos o mecánicos. Hacer comparaciones entre
estos dos conceptos ofrece tan sólo un interés menor. Se completan así
las informaciones obtenidas y, como precisa S. Hénin, el examen del perfil
cultural está «esencialmente adaptado a la actuación de las técnicas de
cultivo». Su observación periódica puede contribuir a modificar, desviar,
mejorar las técnicas de valorización, si producen una degradación de las
capas superficiales del suelo (evidenciación, por ejemplo, de un desliza­
miento hipodérmico originado en una discontinuidad creada por labranzas
repetidas y mal dirigidas). Basado en un método de observación riguroso
y lógico, este concepto es capital para nosotros, pues nos ofrece el medio
de analizar el balance morfogénesis-pedogénesis a nivel de los horizontes
superficiales, bajo la influencia del hombre; constituye, por tanto, en
cierta medida, una relación que permite captar con mayor rigor las inter­
acciones entre el medio físico y la ordenación parcelaria; en este sentido,
lo consideramos como un precioso eslabón en la mejora del trabajo inter­
disciplinar.
Las observaciones analíticas así efectuadas ponen en evidencia un cierto
número de relaciones entre el estado del medio físico y la planta, relaciones
que se han percibido aquí sobre todo a través del sistema radicular.

2. El agua del suelo

Aquí trataremos tan sólo los principios esenciales referidos a la alimen­


tación acuosa de la planta, lo cual limita el problema a la humedad, la
reserva en agua y a la humectación del suelo.

A. La humedad del suelo

La humedad es, por definición, la proporción de agua contenida en


el suelo. Esta agua puede ser de origen atmosférico (lluvia, nieve, rocío...)
o de origen interno (regímenes de mantos temporales o fluctuantes esen­
cialmente). El método más corrientemente utilizado por su dosificación
consiste en calentar una cantidad de tierra dada a 105° C hasta un peso
constante, para pasar a medir luego la diferencia de peso. La humedad se
expresa en gramos por 100 gramos de tierra, tanto en relación a la tierra
húmeda como en relación a la tierra seca. Sin embargo, para una cantidad
dada de humedad, las propiedades del suelo pueden variar poco, especial­
mente en función de la textura. Un suelo arenoso, por ejemplo, parece

161
mucho más húmedo que un suelo arcilloso que contenga una proporción
de agua semejante; la tierra arcillosa retiene su agua mucho más enérgica­
mente que las arenas. Para dar cuenta de esta diferencia, capital en la agro­
nomía, se recurre a la noción de potencial capilar, que expresa la fuerza
de succión o de presión «que hay que ejercer sobre una tierra de humedad
semejante para empezar a extraer de ella el agua» (Hénin, Gras, Mon-
nier, 1969). Esta energía o presión se valora en altura de agua medida en
centímetros. Dado que el agua utilizable por las plantas puede ser extraída
por ellas hasta presiones muy elevadas (16 atmósferas), que se traducen
en largas cifras, por simplificación se utiliza el logaritmo de dicho número:
es el PF. Así, por ejemplo, una humedad del 20 % a PF 3 significa que
si se ejerce una presión equivalente a 1.000 cm de agua (es decir, 1 atmós­
fera), la humedad residual del suelo será del 20 % .
Desde el punto de vista de la humedad, los siguientes estados del
agua en el suelo son especialmente importantes para la planta:

— la capacidad máxima: corresponde a un suelo completamente satu­


rado de agua. El volumen de agua que contiene es igual a su porosidad
total. Dicha capacidad se perpetúa mientras no se ejerza la atracción
del peso, es decir, mientras la alimentación en agua compense las pérdidas
por infiltración.

— la capacidad de retención: cuando la alimentación acuosa ha cesado,


la tierra se reseca progresivamente hasta alcanzar, tras un lapso que se
sitúa entre los 2 y los 4 días, una humedad cuyo contenido evoluciona
muy lentamente: es la «capacidad de retención». Se trata en gran medida
del agua que, ocupando la microporosidad, se sustrae a las fuerzas del
peso. Dicha proporción de agua está, pues, en estrecha dependencia de la
textura y de la estructura. La medición de la capacidad de retención puede
efectuarse directamente sobre el terreno: se dosifica la humedad de una
cantidad de tierra dada, extraída entre los dos y los cuatro días después
de unas lluvias abundantes. Sin embargo, dicha humedad es superior a la
capacidad de retención, ya que considera también el agua de gravedad
de lento deslizamiento, por lo que se ha dado a este valor el nombre de
«capacidad en el campo» (Richard, Wadleigh, 1952). Se puede igualmente
operar en laboratorio, sometiendo dicha tierra a una fuerza de succión
determinada de la atmósfera o PF 3 (peso normal); este valor se llama
«humedad equivalente»; contrariamente a lo que en otro tiempo se
creía, no siempre se corresponde con la capacidad en el campo. Paralela­
mente, debe efectuarse una medición sobre el suelo in situ para evaluar
a qué PF corresponde la verdadera capacidad en el campo.

— el punto de marchitamiento: cuando un suelo ha dejado de ser


alimentado por el agua, se deseca progresivamente hasta un punto en
que la fuerza de succión de las raíces no es suficiente para extraer el agua

162
del suelo; la planta comienza a marchitarse, luego sigue marchita; es el
punto de marchitamiento: corresponde a una presión (o a una succión)
de 16 atmósferas, es decir, a un PF 4,2. Este punto de marchitamiento es
independiente de la planta; en contrapartida, la tasa de humedad corres­
pondiente al punto de marchitamiento está muy ligada a la textura. Si los
suelos arcillosos, por ejemplo, contienen mucha más agua que los suelos
arenosos, es porque la retienen más enérgicamente; debido a ello, los
valores del PF en la capacidad en el campo son tanto más fuertes cuanto
más arcillosas son las tierras.

— cantidad de agua disponible para las plantas: esta cantidad se evalúa


hallando la diferencia entre la capacidad en el campo y la humedad en el
punto de marchitamiento. Esta cantidad puede expresarse en volumen o
en milímetros de agua, haciendo intervenir la densidad aparente.

— la reserva en agua del suelo: la reserva en agua del suelo considera


la cantidad de agua disponible para las plantas y la profundidad de enraiza-
miento. Esta reserva se expresa así (Hénin, Gras, Monnier, 1969):

R = p x d (C — F),

en donde

R es la reserva en agua del suelo, expresada en milímetros,


p la profundidad de enraizamiento en decímetros,
d la densidad aparente,
C y F las humedades expresadas en % de tierra seca correspondiente res­
pectivamente a la capacidad en el campo y al punto de marchitamiento.

Muchos especialistas de la irrigación estiman que esta reserva en agua,


llamada «reserva utilizable» (R. U.), no está completamente disponible
para la planta, en especial cuando la evaporación es muy activa. Las plantas,
en estas condiciones, podrían sufrir marchitamientos temporales. Para
expresar la cantidad de agua fácilmente explotable por las plantas, ha sido
introducida la noción de R.F.U. (reserva fácilmente utilizable, que es igual
a un tercio de la reserva total). La R.F.U., muy utilizada en irrigación, es
criticada por algunos.

B. Circulación del agua en el suelo

En el párrafo anterior hemos examinado varios estados del agua en el


suelo, que pueden ser considerados como datos estadísticos. Debemos abor­
dar ahora el aspecto dinámico, es decir, los movimientos del agua en el

163
suelo. A primera vista, estos movimientos se realizan bajo forma gaseosa
y bajo forma líquida. La circulación gaseosa está ligada a muchos pará­
metros, como por ejemplo la temperatura del suelo; sus efectos son difí­
ciles de apreciar y, además, se ejercen principalmente en la parte super­
ficial del suelo; nos atendremos, en consecuencia, sólo a los movimientos
del agua líquida.
La circulación del agua en el suelo puede efectuarse bajo la acción del
peso, pero del mismo modo puede escapar a ella; las dinámicas son distin­
tas, pero ambas intervienen en la alimentación hídrica de las plantas y, por
tanto, en la productividad agrícola; vamos a examinarlas brevemente antes
de dar ejemplos de aplicación práctica en donde el estudio de los regíme­
nes de humedad se ha podido apreciar en un paisaje, con el fin de poder
proponer sistemas de valorización adaptados.

a) Movimientos del agua debidos a la gravedad

El agua que llega a la superficie del suelo en forma de lluvia o de apor­


taciones (irrigación o inundación) obedece a la acción de la gravedad. En
primer lugar se infiltra, es decir, penetra en el suelo a partir de la
superficie. La infiltración propiamente dicha es prolongada por el filtraje,
que corresponde al tránsito de dicha agua en el suelo a partir de un cierto
nivel de humedad. La mayor o menor rapidez de filtraje depende de los
caracteres del perfil (esencialmente textura y estructura) y se traduce por
el término de permeabilidad.

La infiltración. El agua penetra en la superficie del suelo y la va mojando


progresivamente. El límite entre la zona mojada y la zona seca materializa
el frente de humectación; la dinámica de esta infiltración ha sido particu­
larmente estudiada en Francia por A. Feodoroff (1960). La regularidad
de este frente depende en primer lugar de la heterogeneidad del perfil
pedológico: en unos suelos relativamente homogéneos, el frente de humec­
tación es más o menos paralelo a la superficie del suelo. Esta dinámica
depende de la intensidad de las aportaciones de agua superficiales (irriga­
ción o pluviometría). Según A. Feodoroff, «tras un corto período durante
el cual la penetración es rápida, la velocidad disminuye y se hace cons­
tante. Pero esta velocidad de infiltración es tanto mayor cuanto más
elevada es la intensidad del riego». A partir de un cierto volumen de
aportaciones de agua, dicha agua reemplaza gran parte de los poros del
suelo (alrededor de las 9/10). Se produce entonces un infarto, que se
traduce por un estancamiento de las aguas en la superficie. «La intensi­
dad-límite de riego o de lluvia, a partir de la cual aparece un plano de
agua, se llama la capacidad máxima de infiltración del suelo» (Hénin,
Gras, Monnier, 1969). Esta capacidad es variable y estrechamente depen­
diente de los caracteres del suelo y principalmente de la estructura y de

164
la porosidad. Una estructura inestable, sobre todo cuando las lluvias son
violentas, conduce con bastante rapidez a la formación de una capa super­
ficial, compacta, que obstaculiza la infiltración del agua; incluso si la inten­
sidad de las aportaciones disminuye posteriormente, la compacidad de esta
capa (la costra de compactación) persistirá y frenará dicha infiltración hasta
provocar la formación de un plano de agua superficial.
Esta infiltración reviste gran importancia para la agricultura. Si ésta
se efectúa mal por razones de compactación de inestabilidad de la estruc­
tura, por ejemplo, el desarrollo del sistema radicular se verá profunda­
mente afectado; tendrá tendencia a concentrarse en la superficie y será,
por tanto, mucho más sensible a los períodos de sequedad.
Cuando el agua se infiltra, se puede llegar a una tasa de agua superior
a la capacidad del campo. El agua excedente empuja el volumen de agua
preexistente y se produce derramamiento del agua excedente. Decimos que
el agua es saturante; en tales condiciones la velocidad de flujo del agua, es
decir, el volumen de agua que atraviesa un espesor de suelo durante un
tiempo dado, obedece a la ley de Darcy:

(H + L)
Q = K --------------- x S,
H

en la que Q es el caudal por unidad de sección, L la altura constante del


plano de agua por encima del suelo (que mantiene el estado de saturación),
H la columna de tierra mojada, y S la superficie de la base de dicha
columna. La permeabilidad del suelo es la mayor o menor aptitud más o
menos grande para el filtraje; se cifra por la rapidez de filtración por uni­
dad de pendiente K. Este coeficiente representa la altura de la columna
de agua infiltrada por segundo, cuando la altura del plano de agua por
encima del suelo (L) es nula. K se expresa en m/h. El valor de K varía
en función de los caracteres del suelo y, principalmente, mucho más en
función de la estructura que de la textura (Combeau, Monnier, 1968).
Para una textura dada, todos los factores que influyen en la estabilidad de
la estructura, y en particular la materia orgánica, favorecen la permeabi­
lidad. En ciertos casos, los suelos arenosos pueden ser poco permeables
(arenas finas entarquinadas, pobres en materia orgánica). Este factor K
para un suelo dado es relativamente constante, pero puede variar en fun­
ción de la naturaleza de las aguas que se filtran a través de la tierra;
debido a ello, a la hora de medir la permeabilidad tiene gran importancia
el operar con las mismas aguas que van a utilizarse en la explotación del
suelo (principalmente en irrigación).

La permeabilidad puede medirse en laboratorio sobre una muestra


elaborada (Hénin, Gras, Monnier, 1969); este método tiene sobre todo
el objetivo de apreciar la permeabilidad de la estructura; puede hacerse

165
también sobre una muestra no elaborada (método Vergiére), que consiste
en someter un bloque de tierra extraída sobre el terreno a la infiltración
de agua bajo una carga constante. Sobre el terreno, en suelo no desecado,
se la puede medir por el método Muntz, que consiste en medir la altura
del agua infiltrada durante una hora en el interior de un cilindro, bajo
carga constante (3 cm), gracias al empleo de un recipiente de Mariotte.
Esta medida entronca con la de una velocidad de infiltración a partir
de la superficie del suelo, que hemos visto ya en el párrafo anterior. El
método Porchet consiste en medir el tiempo que necesita un volumen
dado de agua para filtrarse en un agujero cilindrico horadado en el suelo;
por tanto, este método aprecia mejor que el precedente la permeabilidad,
pero no se efectúa bajo presión constante. Por otra parte, nos da un valor
global que integra a la vez la filtración vertical y los movimientos late­
rales; la cifra de permeabilidad obtenida depende del horizonte más per­
meable buscado por el agujero y del nivel de humedad del suelo en el
momento de la medición; es decir, que puede variar según las estaciones.
En todas las estaciones, las mediciones deben ser múltiples y repetidas
tanto en el tiempo como en el espacio. De todos modos, no nos dan más
que valores de magnitud que no deben ser tomados al pie de la letra.
Cuando estamos en presencia de un plano acuoso próximo a la super­
ficie, las medidas pueden ser más rigurosas, ya que se efectúan en atmós­
fera saturada. El método del agujero-sonda (Porchet-Hoghourt) consiste
en perforar un agujero cuyo fondo se sitúe a una cierta profundidad por
debajo del nivel del plano acuoso. Se bombea el agua y luego se mide la
velocidad de ascenso del plano acuoso. Este método se utiliza corriente­
mente para el cálculo de las redes de avenamiento.

b) Movimientos del agua no debidos a la gravedad

Esta dinámica es distinta según que haya o no un manto de agua


próximo a la superficie; en ambos casos intervienen los movimientos capi­
lares ascendentes. A veces todavía se les denomina per ascensum por
oposición a los movimientos por gravedad, que se denominan per des-
censum.

Movimientos sin manto de agua. Estos movimientos son los más difíciles
de captar, razón por la cual son los más discutidos y, a veces, los más
controvertidos. Conducen al desecamiento del suelo. A partir del estadio
de la capacidad de retención del suelo donde ya no se efectúa ningún
movimiento por la acción de la gravedad, el desecamiento se efectúa sobre
todo (existen otros procesos) por la evaporación del agua del suelo y por
la absorción del agua a través de las raíces de los vegetales, que se traduce
en unas pérdidas debidas a la transpiración.
La velocidad de evaporación del suelo, que es rápida y relativamente

166
constante cuando la humedad es superior a la capacidad de retención, des­
ciende fuertemente a partir del momento en que se alcanza dicho estado
de humedad. Las capas superficiales se desecan entonces más rápidamente
que el conjunto del suelo, y «cuando la humedad en la superficie del
suelo alcanza sensiblemente la de la tierra secada al aire se llega a un
régimen de evaporación lenta. La evaporación se produce a una velocidad
tanto mayor cuanto más lentamente circula el líquido una vez que la hume­
dad de la superficie del suelo ha alcanzado la de la tierra secada al aire»
(Hénin, Gras, Monnier, 1969). Dicho de otro modo, cuanto más se deseca
un suelo, más lentamente pierde su agua; la evaporación se va reduciendo
sin anularse (1 mm al día, aproximadamente). Si no interviene algún tipo
de alimentación acuosa, el suelo tiende muy lentamente a la humedad
higroscópica. Cuando el suelo está recubierto de vegetación, el período de
evaporación rápida se prolonga (Hénin, Gras, Monnier, 1969). Se dan otros
procesos que provocan también las pérdidas de agua del suelo, como
síntesis biológicas diversas que necesitan el agua, al igual que las reac­
ciones de hidratación de sustancias minerales (Gaucher, 1968).

c) Movimientos con manto de agua

La dinámica de desecación se ve, en estas condiciones, muy modifi­


cada. La cantidad de agua evaporada en superficie depende, en primer
lugar, de la profundidad del plano de agua, lo cual significa que el suelo
se deseca a partir del momento en que la cantidad de agua perdida por
evaporación no es ya compensada por las aportaciones debidas a la ascen­
sión capilar a partir del manto. El régimen de desecación está estrecha­
mente regido por la amplitud del movimiento ascensional del agua cuando
éste está provocado tan sólo por la capilaridad y el manto no está car­
gado (C. Gaucher, 1968). Esta subida capilar y su zona de acción, llamada
«franja capilar», ha sido sistemáticamente estudiada por B. A. Keen (1931).
En los materiales más adecuados, ésta no supera los 2 metros y a ese nivel
la cantidad de agua disponible no es suficiente para asegurar la alimenta­
ción necesaria a una planta. Así, pues, en segundo lugar esta ascensión
depende de la textura. Según las cifras citadas por B. A. Keen (1931), iría
de 30 a 40 cm en las arenas gordas a 120-150 cm en los suelos arci­
llosos.
El espesor del suelo adecuado para la ascensión capilar depende tam­
bién de otros factores. Una fuerte intensidad de la evaporación puede
acelerar las pérdidas de agua no compensada por la ascensión capilar ori­
ginada en el manto; el frente de humedad puede, pues, descender a una
profundidad que depende de la textura. La amplitud y la naturaleza de la
ascensión capilar puede también depender de la heterogeneidad del perfil,
principalmente de sus discontinuidades.
Los estudios realizados en los suelos aluviales de los grandes ríos del

167
noroeste de Madagascar (Bouchard, Bourgeat, Damour, Casabianca, Kilian,
1963-1970) han sacado a la luz un cierto número de hechos que precisan
estos movimientos capilares. Estos suelos aluviales poco evolucionados,
denominados «baibos», son de los más ricos de Madagascar. Son cultiva­
dos en decrecida durante la estación seca que, según los años, se escalona
de abril/mayo a octubre/noviembre. La alimentación acuosa de las plantas
se efectúa a partir del agua almacenada en el suelo durante la estación de
las lluvias y sobre todo a partir del manto freático que circula en los
aluviones, y se sitúa entre 1 y 3 metros de profundidad en el mes de julio.
La naturaleza y productividad de los cultivos dependen de la posición del
manto en relación con la superficie en el momento de la siembra, de la
velocidad de descenso de la franja capilar que recorre el manto, y de la
capacidad de retención acuosa del suelo. Ante la importancia regional de
dichos suelos, en 1963 el I.R.A.T. puso en marcha una experimentación
en la región de Ambato-Boeni. Los resultados parciales obtenidos (Casa­
bianca, 1966) pusieron de manifiesto que en los mejores suelos (de tex­
tura media) el ascenso capilar es tanto más lento cuanto más profundo
es el manto freático, que disminuye a medida que el manto desciende y
que parece depender también de la «fuerza de succión» ejercida por las
raíces de las plantas experimentadas (maíz y cacahuete). La velocidad
de descenso del manto depende de la textura del material (en consecuen­
cia, está ligada a la morfodinámica fluvial). En función de estos paráme­
tros, la velocidad de descenso varía de 18 a 40 cm por mes.
La profundidad del manto en el momento de la siembra es también
un factor esencial de la productividad. Para el cacahuete, por ejemplo, no
se aconseja sembrar cuando la profundidad del plano acuoso es superior
a 120 cm. En cambio, sembrando con un manto a 80 cm se puede contar
con una duplicación del rendimiento. Por otra parte, numerosas observa­
ciones del terreno efectuadas en esta época (Roche, Kilian, Bourgeat, Da­
mour) han evidenciado claramente que una capa arenosa de un grosor
superior a los 20 o 30 cm provocaba una ruptura brutal de la ascensión
capilar. Es importante, pues, cartografiar dichas capas. La implantación
de piezómetros, que permitan seguir la evolución del manto, es muy acon­
sejable para este tipo de cultivos, cuyo éxito depende en gran medida de
las fechas de su siembra.
Estos resultados parciales demuestran hasta qué punto el conocimiento
del régimen de humedad es importante, tanto si se trata de suelos influen­
ciados por un manto acuoso como si no. Es esencial la observación y la
medición del comportamiento del agua y su dinámica en una óptica de
valorización, y por ello damos tan especial importancia a los perfiles
hídricos.

168
C. Perfiles hídricos

Un perfil hídrico es una curva que, en un momento dado, permite


darse cuenta de los niveles de humedad en función de la profundidad.
La sucesión en el tiempo de estos perfiles hídricos permite evaluar el
régimen de humedad. Las gráficas deben establecerse en función de los
horizontes cuyos caracteres influyen fuertemente en el comportamiento
referente al agua. Las tasas de humedad se sitúan en las abcisas y la pro­
fundidad en las ordenadas; el examen del perfil permite entonces evaluar,
en el momento de la medición y para una profundidad dada, el porcentaje
de humedad en relación, a las constantes hídricas del suelo que pueden ser
llevadas al gráfico (capacidad de retención y humedad en el punto de
marchitamiento y diferentes PF). Los movimientos del agua en el suelo
y las modalidades de enraizamiento son datos fundamentales a conocer
para enfocar las posibilidades de cultivo de los tipos de medios definidos
por la cartografía morfopedológica. Tales indicaciones pueden completarse
por las proporcionadas por los balances hídricos.

D. Balances hídricos

El agua que llega a la superficie del suelo se distribuye clásicamente


en varias fracciones: una de ellas se evapora, otra se desliza por la super­
ficie, la tercera se filtra. Realmente nos interesa tan sólo el agua filtrada;
por ello vamos a retener la definición que da G. Gaucher (1968) del
balance hídrico: «Significa la ventilación del agua que ha penetrado en el
suelo, entre los distintos destinos que en él ha tomado: agua de drenaje,
agua retenida por el suelo, agua evaporada, agua retenida por las plantas.»
Desde este punto de vista, el balance hídrico puede representarse por la
ecuación (G. Gaucher 1968): agua infiltrada = agua retenida + drena­
je + agua de evaporación atmosférica + agua consumida por los vege­
tales.
Es difícil, si no imposible o ilusorio, encontrar unos límites estrictos
entre estos diversos estados. Según G. Gaucher, además este balance puede
enfocarse de distintos modos; en primer lugar puede establecerse de modo
global para el conjunto del suelo o ser estudiado separadamente por hori­
zontes. Puede también calcularse globalmente para un ciclo anual, o período
a período. Las informaciones solicitadas varían en función del objetivo
propuesto. «Sea cual fuere el método utilizado, el resultado, siempre
aproximativo, sólo nos da un orden de magnitud» (G. Gaucher, 1968).
La inserción de estas diferentes fracciones ha sido ya abordada en el
primer párrafo del presente capítulo. Recordemos simplemente que el
balance del agua en el suelo se puede establecer utilizando casos lisimé-
tricos que se establecen con unas cubas de hormigón en las que se colocan
los perfiles del suelo estudiado, evitando las mezcolanzas. Unas aberturas

169
en la base de dichas cubas están destinadas a recoger el agua de dre­
naje.
Los movimientos del agua en el suelo y las modalidades del en riza­
miento son elementos fundamentales en el enfoque de las posibilidades
de cultivo de un suelo. El estudio geográfico que ahora vamos a describir,
nos proporciona un ejemplo característico:

E. Ejemplo de aplicación: los suelos grises de Casamance (Senegal)

La organización de las llanuras aluviales del departamento de Sedhiou


(Casamance) se distribuye en dos grandes unidades morfopedológicas clara­
mente diferenciadas:

— la terraza reciente (nuakchottiana): inundable, cultivada de arroza­


les o de cañaveral;
— la terraza media (ulgiana): nunca inundada, y ocupada por una
sabana arbórea más o menos densa. Los distintos tipos de suelos desarro­
llados sobre estas dos unidades están más o menos marcados por la
hidromorfia.

Para R. Bertrand (1970), los «suelos grises arenosos hidromorfos»


forman una asociación que comprende:

— suelos hidromorfos poco humíferos, con gley sobre materiales are­


nosos de la terraza media muy marcados por la hidromorfia;
— suelos ferruginosos tropicales hidromorfos sobre coluviones, forman­
do el paso con los suelos ocres de pendiente. Estos suelos están menos
marcados por la hidromorfia. Esta asociación corresponde a las unidades
cartográficas antiguamente utilizadas = suelos hidromorfos descubiertos
(Fauck, Seguy, Tobías) y suelos hidromorfos poco humíferos con super­
ficie de gley o de conjuntos colados (Baldens Perger, Staimesse, Tobías).
Estos «suelos grises» de la base de una vertiente, a pesar de las pro­
piedades físicas (textura muy gruesa) y químicas (muy pobres) aparente­
mente muy desfavorables para el cultivo del arroz, tradicionalmente han
sido siempre cultivados con arroz pluvial por los campesinos de Casamance;
una encuesta del G.E.R.C.A.1 realizada en 1962, mencionaba la presencia
de un manto freático próximo a la superficie en invernada sobre la ver­
tiente de ciertos «marigots», pero no daba ninguna precisión sobre los
tipos de suelos influenciados por ella ni sobre su localización. Algunos
años más tarde, Seguy, Haddad, Siband y Bertrand, agropedólogos del
I.R.A.T. y de la S.A.T.E.C.12 advertían sobre las interesantes potencialidades

1. G.E.R.C.A.: Agrupación de estudios rurales en Casamance.


2. S.A.T.E1C.: Sociedad de ayuda técnica y de cooperación.

170
arroceras de tales suelos y ponían el acento sobre dicho manto freático.
En 1972, R. Bertrand insistía todavía sobre la «presencia de un manto
freático cuya manifiesta influencia en los cultivos explicaría las potenciali­
dades arroceras de dichos suelos».
Paralelamente, los diversos organismos de desarrollo gubernamentales,
frente a las dificultades de valorización encontradas en la planicie, dirigían
su atención a dichos «suelos grises». Así fue como se le pidió al I.R.A.T.
que los estudiara desde un punto de vista global, integrando los aspectos
de alimentación acuosa, fertilización, técnicas de cultivo y definición del
tipo de cultivo más adecuado a ese tipo de medio.
Las modalidades de dicho estudio fueron concebidas y realizadas en
estrecha colaboración entre los servicios técnicos centrales del I.R.A.T.
y el C.R.A.3 de Bambey (Bertrand, Charreau, Forest, Gillet, Vincent).
Este estudio, centrado esencialmente en las relaciones medio físico-agua-
planta, apuntaba por medio de un adecuado dispositivo a:

— caracterizar el medio pedogenético de los suelos grises;


— determinar la fluctuación del manto freático durante un año entero
en cinco zonas representativas de «la asociación de los suelos grises are­
nosos extraídos» del departamento de Sedhiou, en los alrededores de
Bounkiling;
— apreciar la contribución de dicho manto a la alimentación hídrica
del arroz y valorar los eventuales peligros de salsedumbre.
— dar la posible extrapolación de tales resultados, apreciando la pro­
porción de suelos grises en manto freático elevado en la zona del proyecto
(R. Bertrand, 1972).

Este experimento fue realizado en cinco zonas situadas en el borde o


en las proximidades del valle de Sungrugru, en los alrededores de Boun­
kiling; la elección de dichos puntos se realizó a partir de un mapa morfo-
pedológico de la región establecido por R. Bertrand en 1970. Conocido el
medio físico, la representatividad geográfica del experimento agronómico
quedaba asegurada. Dichos lugares fueron también elegidos en razón de la
presencia, a algunos kilómetros de distancia, de tres tipos de «suelos grises
descubiertos» (R. Bertrand):

— dos pequeños estanques en vertiente, uno de ellos estrecho, que


desemboca directamente en el Sungrugru (Inor Talweg), el otro más am­
plio, también más complejo, que desemboca en un afluente del Sungrugru
(Tobor);
— una zona estrecha de suelos grises a orillas del Sungrugru y con
suelos de una textura relativamente más gruesa (Inor Village);

3. Centro de investigaciones agronómicas.

171
— dos amplias zonas de suelos grises a orillas del Sungrugru, una de
ellas con unos suelos de textura muy gruesa (Kandiadou); la otra, más
compleja, compuesta de una parte alta con suelos de textura gruesa y de
una parte baja con suelos de textura fina bordeada de amplias zonas de
suelos salados inundables.

Los temas de investigación fueron también adaptados a las caracterís­


ticas específicas de estos tipos de medio; esta experimentación fue conce­
bida, desde el principio, de tal modo que nos permitiera alcanzar, en las
mejores condiciones posibles, la realización de las técnicas racionales de
valorización.

a) Dispositivo. Experimentación. Mediciones

En cada punto se instaló una línea principal de piezómetros según la


línea de mayor pendiente y prolongándose fuera de los límites de exten­
sión de los suelos grises, tanto en los de río arriba como en los de abajo.
Semejante dispositivo básico se completó con unas líneas transversales de
piezómetros, unas escalas de crecidas y pluviómetros.
La influencia del manto freático sobre los rendimientos de arroz plu­
vial se comprobó en unas parcelas experimentales situadas paralelamente a
la línea principal de los piezómetros (Kandiadou e Inor Village); se ins­
talaron también unas parcelas de cultivos variados con la finalidad de
valorar las eventuales posibilidades de una diversificación de los cultivos.
Los piezómetros se renovaron tres veces por semana al principio de
la experimentación (hasta el mes de julio), posteriormente una vez por
semana. Periódicamente se realizaron perfiles hídricos de un modo adap­
tado a la región, por extracción de muestras con barrenas. Por último, se
realizaron periódicamente extracciones de agua a lo largo del tiempo de la
experimentación para seguir la evolución de la salsedumbre del manto.

b) Resultados

Desde la primera campaña de observación y medición, Bertrand extrajo


conclusiones interesantes respecto de la pedogénesis de los suelos grises,
la dinámica del manto freático y las posibilidades de valorización de esta
unidad individualizada del paisaje. Las primeras conclusiones fueron con­
firmadas y completadas como ciertas por S. Guillobez durante la segunda
campaña. Los resultados son los siguientes.

Pedogénesis actual de los suelos grises. Estos suelos representan clara­


mente una unidad morfopedológica en el sentido en que se la define en
función de fuertes interacciones entre los procesos de morfogénesis y los

172
de pedogénesis, lo cual le confiere una estructura propia y una dinámica
específica; esta unidad está constituida por una asociación de suelos que
resulta inútil querer fraccionar, pues los lazos de interdependencia son
demasiado estrechos; una tipología excesiva basada en la distinción dema­
siado estricta de horizontes diagnósticos nos llevaría a una excesiva divi­
sión del espacio en unidades mal relacionadas entre ellas; existe toda una
serie de delicadas transiciones cuyos límites son difíciles de captar. Los
estudios detallados de toposecuencia en los cinco lugares representativos
han mostrado que los «suelos grises» de media Casamance son de color
gris muy claro y poseen horizontes arenosos blanqueados en su conjunto
de estructura particular. Según dichos autores, se presentan pues como
suelos hidromorfos completamente deferruginizados en la parte alta de la
vertiente y en la parte superior de los perfiles. En la parte opuesta, en la
base de la vertiente, en la parte baja de la toposecuencia, es frecuente
encontrar zonas de acumulación de hierro que pueden llegar a ser verda­
deros alios. La parte alta de la toposecuencia parece representar también
un horizonte eluvial que pasa progresivamente a ser iluvial en la parte
baja de la toposecuencia. El perfil completo quedaría así representado
por toda la toposecuencia; en este contexto, tan sólo el estudio de la topo-
secuencia tomada en su conjunto conduciría a la comprensión del medio
de pedogénesis y de su dinámica; siendo así que las transiciones son a me­
nudo difusas a lo largo de la vertiente, se comprende la inutilidad de
dividirlas en tipos de suelos definidos por diagnósticos a nivel del hori­
zonte. Por ello, en el caso de los «suelos grises» la observación de un solo
perfil conduciría a clasificarlos entre los suelos poco evolucionados de
aluvión coluvial hidromorfos; el estudio de la vertiente en su conjunto
lleva a considerarlos más bien como suelos muy evolucionados bajo la
influencia de una pedogénesis hidromorfa de tipo exohidromorfo. Se tra­
taría en este caso de suelos grises hidromorfos completamente referrugini-
zados, cuyo horizonte iluvial se situaría hacia la base de la toposecuencia.
Tal enfoque nos parece más lógico, pues conduce a la diferenciación de
unidades de paisaje cuya génesis, dinámica y lazos de filiación pueden
captarse claramente. Por otra parte, pondera el papel absoluto que tienen
los «criterios de identificación» a nivel de los horizontes que difieren
según las clasificaciones utilizadas y que conducen a la división del espacio
en unidades cartográficas dependientes del espíritu de las clasificaciones.
Tales observaciones se han realizado también en otros países de Africa
occidental, sobre todo en Dahomey (J. Kilian, 1970) y en Costa de Marfil
(J. Kilian, J. Teissier, 1972).

Las fluctuaciones del manto freático. Las observaciones hechas por


R. Bertrand en 1971 le han llevado a considerar que este manto de los
suelos grises era alimentado por un deslizamiento hipodérmico cuyo origen
debería buscarse en la infiltración de las aguas de lluvia sobre los suelos
muy permeables y poco espesos que recubren las corazas, siendo éstas las

173
que encaminan las aguas infiltradas hasta el nivel de los suelos grises;
tales observaciones fueron confirmadas en la siguiente campaña, por S.
Guillobez, que las completó; en efecto, este manto parece confundirse en
la estación seca con el del terminal continental. Efectivamente, el exce­
dente de agua que ocasiona en invierno el deslizamiento hipodérmico y que
proviene de las lluvias que se infiltran a través de los suelos de grava,
permeables y poco espesos, se superpondría al manto del terminal conti­
nental y favorecería así durante dicha estación el ascenso capilar de éste en
las zonas de «suelos grises»; las disponibilidades de agua están, pues,
aumentadas. En la estación seca el manto del terminal continental encuen­
tra de nuevo su nivel normal. En la práctica, las observaciones efectuadas
sobre el conjunto de los piezómetros se esquematizan así:

— el manto asciende lentamente tras el inicio de la estación de las


lluvias (julio) hasta mediados de agosto;
— luego se eleva bruscamente por encima de 1 metro en pocos días,
hacia finales del mes de agosto;
— hasta el final de las lluvias el manto oscila poco alrededor de su
nivel máximo;
— después de las lluvias (finales de septiembre) el manto desciende
lentamente y de manera regular en un 1 cm diario de media.

Las consecuencias de las fluctuaciones del manto sobre el cultivo del


arroz. Las observaciones, las mediciones y la interpretación de los resul­
tados de los ensayos de cultivos han permitido distinguir tres zonas en
los suelos grises, que corresponden a unas posiciones bien determinadas
en el modelado:

— en la parte alta de los suelos grises, justo en la parte contraria a la


base de «suelos ocres de pendiente», el manto es siempre profundo, in­
cluso cuando la estación de las lluvias es abundante; las raíces del arroz
no pueden alcanzar la franja capilar; el cultivo del arroz es estrictamente
pluvial y está sometido a los azares climáticos; en 1970, marcados por un
déficit hídrico al final del ciclo, los rendimientos de paddy fueron bajos
(15 a 20 q/ha);
— en medio de los suelos grises el manto está próximo a la superficie,
incluso cuando las lluvias son poco abundantes; su nivel se sitúa a menos
de 1 m de profundidad y la subida capilar se efectúa incluso en los hori­
zontes superficiales del suelo; en tales condiciones puede soportar períodos
de sequía, siendo su rendimiento aceptable (35 q/ha en Kandiadou; 27 q/ha
en Inor);
— en la parte baja de los suelos grises, a orillas de los arrozales
acuáticos, el manto es subaflorante desde el principio y durante todo el
período crítico para el arroz desde mitades de agosto (momento del en­
cañonado) hasta la cosecha (finales de octubre, como media). Cualquier

174
riesgo de sequía queda eliminado y se posibilitan unos rendimientos im­
portantes si, por su parte, las técnicas de cultivo y las variedades son las
adecuadas. En Kandiandou se han obtenido rendimientos de 48 q/ha. En
medio campesino, la productividad puede superar 35 q/ha, como sucedió
en Karcia y en Kandiadou.

R. Bertrand y S. Guillobez han podido definir unos criterios para la


elección de los suelos grises para el cultivo del arroz teniendo en cuenta
el nivel del manto freático tras el fin de las lluvias y plantas indicadoras
que dan un índice de elección. Evidentemente los criterios exigen una
confirmación práctica con el tiempo, lo cual traerá consigo una cierta pon­
deración. En la actualidad dichos autores proponen un método simple para
la prospección de las zonas arroceras; está basado en la rapidez de des­
censo del nivel del manto tras el fin de las lluvias y sobre la profundidad
máxima del plano acuoso en dicha época. Las observaciones y mediciones
han mostrado que el manto descendía 1 cm diario tras la última lluvia
importante, y que en las zonas aptas para el cultivo del arroz el plano
acuoso no debía situarse a más de 1 m de profundidad en el momento de
la cosecha. Si la prospección se hace con barrena tras el término de las
lluvias, se considerarán zonas arroceras los suelos grises en los que el
manto se sitúe a 100 cm + y cm, siendo y igual al número de días que
separan la fecha de la observación de la última lluvia importante. Más allá
de dicho período el nivel del manto freático es demasiado bajo y este sim­
ple método, utilizable por los mismos campesinos, ya no es aplicable.
Este estudio puso en evidencia que incluso en un año poco lluvioso
una parte no despreciable de los suelos grises seguirá siendo apta para el
cultivo del arroz pluvial sobre manto freático. Sin embargo, incluso sobre
dichos suelos propicios, la utilización de variedades de ciclo corto y la
precocidad de las siembras a principios del invierno (a más tardar durante
la primera semana de julio) son unos parámetros que deben respetarse para
asegurar una buena productividad.
La mayor extensión de estos suelos grises se sitúa en media Casa-
manee (entre Diana Macari y Kolda), donde se han desarrollado sobre
amplios glacis a lo largo del curso del río Casamance; menos extensos
en la alta Casamance, están situados a lo largo de los «marigots», donde
constituyen unidades más fraccionadas. Los documentos morfopedológicos
establecidos permiten valorar en 20.000 ha la superficie de los suelos
grises arroceros, incluso en años de pluviometría deficitaria; su superficie
total puede calcularse aproximadamente en 100.000 ha.
Este tipo de medio, de caracteres bien individualizados y de poten­
cialidades agrícolas netamente superiores a las de las unidades vecinas, me­
recería un estudio más profundo. El enfoque utilizado es parte del cono­
cimiento previo del medio físico que ha permitido precisar los temas de
investigaciones específicas para esta unidad de paisaje. Los resultados
obtenidos pueden ser ya extrapolados, pues la representatividad geográ­

175
fica de dicha experimentación puede evaluarse aproximadamente gracias a
los mapas morfopedológicos establecidos.
Tras haber examinado la utilización de los recursos acuosos del suelo
por las plantas, luego — a nivel del terruño— por los cultivos, pasamos
ahora a un nivel dimensional más elevado, el de las cuencas-vertientes.

III. LOS MAPAS HIDROMORFOLOGICOS

Las organizaciones hidráulicas, sobre todo las de la hidráulica agrícola,


deben apoyarse sobre un buen conocimiento hidrológico. Este es general­
mente insuficiente, ya que los Estados no han realizado a tiempo las inver­
siones necesarias para disponer de inventarios satisfactorios de sus recur­
sos naturales. Tal es el caso de Francia, donde sólo recientemente han
sido implantadas redes hidrométricas aceptables en numerosas cuencas.
No hace todavía mucho, no disponíamos, para el Sena, más que de medi­
das de caudal hechas por Belgrand, bajo el segundo Imperio... La guerra
de 1914-1918 interrumpió los aforos que se estaban practicando sobre nu­
merosos cursos de agua. Y, bajo la ocupación, el conjunto de anuarios en
los que estaban publicados los datos se perdió con los papeles viejos...
En la mayoría de las regiones del globo los conocimientos hidrológicos
son parciales y generalmente insuficientes para el establecimiento de pro­
yectos organizativos.
Los métodos tradicionales se basan en el tratamiento estadístico de
datos generalmente poco precisos o poco representativos, de tal modo
que las correlaciones precipitaciones/caudal están caracterizadas por una
fuerte dispersión de los casos puntuales. Esto hay que remediarlo re­
curriendo a largas series, de veinte o treinta años, que permitan obtener
medias. Generalmente, semejantes plazos son inaceptables cuando se plan­
tea un proyecto. Ante la demanda del genio rural, el Centro de geografía
aplicada emprendió investigaciones cuyo objetivo era alcanzar mejores
correlaciones precipitaciones/caudales gracias a un conocimiento más exacto
del comportamiento del agua en el medio natural. Investigaciones del
mismo tipo fueron realizadas simultáneamente en Polonia por el Instituto
Geográfico de la Academia de Ciencias. La idea es cartografiar las formas
de incidencia del agua en el medio geográfico, y de ahí el nombre de mapas
bidromorfológicos que hemos dado a tales documentos. Efectivamente, nos
parece preferible evitar la expresión de mapas hidrológicos, utilizada por
los polacos ya que, siendo demasiado vaga, es utilizada para designar otro
tipo de mapas (mapas de redes hidrográficas, mapas de instalaciones hidro­
métricas, mapas en los que figuran los caudales de los cursos de agua, etc.).
Vamos a exponer sucesivamente la concepción de tales mapas y su
utilización.

176
1. Concepción de los m ap as h idrom o rfológico s

Los fenómenos hidrológicos no están aislados en el medio natural. No


constituyen más que uno de los aspectos de la dinámica de dicho medio
y, como tales, son interdependientes de los demás aspectos. El comporta­
miento del agua en superficie está influenciado por la capa vegetal, prin­
cipalmente por medio de la interceptación. Pero, a su vez, el consumo
de la capa vegetal se resta a la escorrentia y entra en el déficit de es-
correntia. Una precipitación libera una cierta cantidad de energía que
puede modificar las propiedades mecánicas del suelo; entre otras, imper­
meabilizar por aplastamiento un suelo que no esté saturado. El fenómeno
depende de la intensidad y de la duración de la precipitación, pero tam­
bién de la resistencia mecánica de los componentes del suelo («estabilidad»
de los componentes). Con frecuencia, de ello depende el arroyamiento, por
tanto una manifestación hidrológica. El arroyamiento repetido con cierta
frecuencia deja huellas en los detalles del modelado: concentración super­
ficial de las partículas más gruesas identificable por medio de curvas granu-
lométricas, acumulación de materiales tras los obstáculos (tufos de hierba,
raíces rastreras, cepas...), incisiones producidas por hilillos de agua dando
lugar a veces a quebradas, etc. La infiltración da lugar, en ocasiones, a
una escorrentia hipodérmica. Ello depende de la porosidad de los diversos
materiales superpuestos cerca de la superficie, pues es necesario por en­
cima de una formación poco filtrante, otra que lo sea más. La escorrentia
hipodérmica se manifiesta a veces por fenómenos de sufusión, por movi­
mientos de masa. Este tipo de manifestaciones no se produce más que
cuando la escorrentia hipodérmica es bastante frecuente. Lo mismo sucede
con las huellas del arroyamiento. Su observación, si se realiza con discer­
nimiento, permite reconocer no sólo hechos accidentales episódicos, y en
consecuencia de mínimo interés, sino fenómenos que se renuevan con
bastante frecuencia y por tanto característicos de un cierto régimen. Las
migraciones del agua en el medio natural, estudiadas como tales, son objeto
de la hidrología. De ellas dependen también fenómenos que estudia la
geomorfología. Se sitúan a un nivel más general en el sistema natural. Este
nos ayuda a estudiar las interdependencias existentes entre objetos tradi­
cionalmente estudiados por disciplinas diferentes, objetos que, por otra
parte, no son específicos de ninguna de ellas.
La cartografía hidromorfológica descansa sobre esta concepción. Su
objeto es presentar el comportamiento del agua en el medio geográfico
apoyándose sobre diversas observaciones significativas.
Muchas de estas observaciones, de estos índices de comportamiento
del agua, entran en la geomorfología. Lupias de solifluxión, quebradas, un
lecho de riachuelo, un vertedero de grava son objetos geomorfológicos y,
como tales, figuran sobre los mapas geomorfológicos detallados. No dejan
de ser, por otra parte, manifestaciones de un cierto régimen hidrológico,
de ciertos tipos de escorrentia. No son específicos ni de una ni de otra

177
disciplina. Las formaciones superficiales, los diversos tipos de rocas, deben
tenerse en cuenta en un estudio geomorfológico. También están represen­
tados en los mapas geomorfológicos. En la concepción francesa (R.C.P. 77)
se ha dado gran importancia a la granulometría de las formaciones muebles
y a la densidad y disposición de las fisuras en los materiales consolidados.
Los mismos caracteres influyen de modo determinante en la penetración
y en la circulación del agua por estos diversos materiales. Por ello, no es
de extrañar en absoluto que en Polonia y en Francia sean geomorfólogos
quienes han realizado los mapas hidromorfológicos. Su experiencia les lle­
vaba a ello. Por ello, desde un punto de vista práctico, resulta económico
efectuar simultáneamente el alzamiento de mapas geomorfológicos e hidro­
morfológicos: alrededor del 75 % de las observaciones sobre las que se
basan los mapas hidromorfológicos forman parte de las proyecciones geo­
morf ológicas.
Sin embargo, no debemos tampoco confundirnos y creer que los mapas
hidromorfológicos no son más que mapas geomorfológicos simplificados.
Su objetivo es otro. Las observaciones comunes se realizan con un espíritu
diferente, determinado por tal objetivo. Sobre un mapa geomorfológico,
una formación en declive, por ejemplo, es examinada desde el punto de
vista de la morfogénesis. El interés se centra en los procesos que la han
conformado, en su edad, en sus relaciones con las formas. Desde el punto
de vista hidrológico cuentan tan sólo sus caracteres, esencialmente su poro­
sidad, de la que depende la velocidad de filtración del agua. Su edad, su
génesis nos son indiferentes. Sólo pueden servirnos para cartografiar su ex­
tensión. En cambio, debemos observar su humedad habida cuenta de sus
antecedentes climáticos. Debemos también buscar las huellas de la escorren-
tia hipodérmica y de la infiltración de las aguas bajo la forma de arrastre
de arcillas, precipitaciones de minerales solubles, etc. A partir de datos
comunes, la observación se afina en direcciones distintas con objeto de
llegar a identificar fenómenos distintos. Es por ello también que la carto­
grafía hidromorfológica censa datos que interesan poco a la geomorfología,
como fuentes, manantiales, manifestaciones de hidromorfismo y satura­
ción temporales, estacionales y permanentes, los tipos de escorrentia espo­
rádicos, estacionales, perennes, etc.
Tras numerosos ensayos escalonados durante varios años, el equipo del
Centro de geografía aplicada preparó un escrito respondiendo al objetivo
científico y práctico que se había asignado. Se basa en la distinción de
tres regímenes fundamentales:

a) El régimen superficial, dibujado en azul, color tradicional. Engloba


las diversas manifestaciones de la escorrentia en los talwegs, clasificados
en función de su frecuencia: esporádicos, estacionales y perennes. Ello
exige repetidas observaciones de terreno, en épocas adecuadas, completadas
eventualmente por encuestas. Se distinguen también las escorrentias que se
producen entre márgenes, en lechos definidos topográficamente, y las

178
escorrentias que no han producido lecho, que se producen a través de la
vegetación o en el mismo suelo, como es frecuente en los marigots tropi­
cales. El calibre del lecho también se toma en consideración. Lo mismo
sucede, cuando resulta justificado, con sus dimensiones (anchura, profun­
didad). Las superficies inundables, los pantanos, están también indicados
por medio de signos convencionales, siempre en azul.
El mapa expresa también las manifestaciones del arroyamiento sobre
los interfluvios. Las pendientes barridas por el arroyamiento embriona­
rio, las formas de concentración elementales, las incisiones en quebradas
y las quebradas están también representadas. Del mismo modo, si ello se
justifica, se representan las áreas de suelos compactados afectados por la
erosión pluvial. Estudios sobre la estabilidad de los componentes pueden
completar las observaciones del terreno y, en ciertos casos, permiten in­
troducir clases cuantitativas.

b) El régimen hipodérmico, representado en violeta, color interme­


dio entre el azul (régimen superficial) y el rojo (régimen freático).
En función de la litología y de las manifestaciones observadas sobre
el terreno en épocas propicias, se distinguen varias categorías de regímenes
hipodérmicos, según su profundidad, espesor de las formaciones sobre las
que se ejercen, su rapidez. Los ensayos de laboratorio permiten determi­
nar la rapidez de filtración en los materiales. No pueden dar más que
escalas de tamaño bastante imprecisas, siendo grande la dispersión de los
resultados. Este es el principal obstáculo que se presenta para la expresión
sobre los mapas de estos datos cuantitativos.
No sólo llevamos a los mapas los diversos tipos de comportamiento
de los terrenos de régimen hipodérmico, sino además los manantiales y
arroyamientos alimentados por él, en violeta. Lo mismo también los
deslizamientos subterráneos que se producen en los mantos aluviales y los
mantos freáticos aluviales en equilibrio con los cursos de agua.

c) El régimen freático está representado en rojo. Su estudio deta­


llado es del dominio de los hidrogeólogos. No deseamos ejercer el pluri-
empleo con sus trabajos ni sobrepasar nuestras competencias. Por ello
nos limitamos a representar los macizos de formaciones aptos para una
circulación profunda de las aguas y a indicar de qué tipo de circulación
se trata, por ejemplo: circulación diaclásica, circulación difusa en terrenos
de grava o de arenas, circulación encerrada a lo largo de ciertas capas más
porosas intercaladas en macizos poco permeables, etc. Indicamos también
las fuentes alimentadas por los acuíferos profundos y, evidentemente, las
manifestaciones de hidrología kárstica. En cambio, no abordamos los aspec­
tos de geometría de los acuíferos, la velocidad de transmisión ni los regí­
menes de los mantos.
Nuestros mapas proporcionan informaciones poco distintas de las de
los mapas polacos, aunque éstas proporcionan más datos hidrogeológicos,

179
principalmente la profundidad de los mantos freáticos, la localización y las
características de los pozos. En un pís en el que la mayoría de los acuíferos
se encuentran en el cuaternario y son poco profundos, esto está justifi­
cado.

2. Utilización de los mapas hidromorfológicos

El objetivo de nuestros mapas hidromorfológicos es el de representar


uno de los aspectos del medio natural basándose en las posibles demarca­
ciones entre las observaciones introducidas en el marco de las disciplinas
arbitrariamente separadas. Nuestro enfoque es distinto del de la hidro­
logía estadística y matemática; lo complementa.
Los mapas hidromorfológicos pueden intervenir en dos etapas distintas
de los estudios.

A. En el momento de establecer una red hidrométrica

El mapa hidromorfológico permite reconocer los distintos tipos de


regímenes y su extensión en una determinada cuenca vertiente. La com­
pletamos además con un mapa de las pendientes y otro de los tipos de
cobertura vegetal, establecidos a la misma escala y superponibles a aquél.
Partiendo de este grupo de documentos, es fácil establecer una regionaliza-
ción de la cuenca y planimetrar las diversas unidades obtenidas.
Una vez efectuado este trabajo preliminar, se escogen de entre las
cuencas afluentes las que a la vez son más representativas de cada tipo
y que mejor se prestan al aforo. Se establece así un compromiso entre las
comodidades prácticas y la racionalización de las medidas, mientras que,
con demasiada frecuencia, en el modo de proceder tradicional son muy
predominantes las comodidades prácticas. Simultáneamente, el examen de
los mapas, completado, si fuera preciso, con un rápido reconocimiento
biogeográfico y de las encuestas, permite la elección de los emplazamientos
de las estaciones climatológicas. En efecto, éstas deben ser también repre­
sentativas. El recurso a los instrumentos registradores, ampliamente prac­
ticado en Francia, por ejemplo por E.D.F., permite evitarse obstáculos
prácticos, principalmente el de tener que reclutar algún observador prác­
ticamente benévolo. Semejante tipo de limitaciones son las que hacen
que la red climatológica de la meteorología nacional contenga numerosas
estaciones poco representativas, principalmente algunas estaciones regiona­
les situadas en los aeródromos y puestos secundarios instalados en pobla­
ciones de montaña, que suelen estar situadas en lugares privilegiados. El
reconocimiento biogeográfico tiene por objeto la identificación, basada en
la presencia de plantas o de insectos con bien definidas exigencias, de la

180
existencia y extensión de matices climáticos difícilmente perceptibles por
otros métodos.
Una red de este tipo permite mediciones mucho más representativas
de los fenómenos naturales. Las correlaciones entre precipitaciones y des­
lizamiento se mejoran, lo cual permite obtener resultados más precisos con
la misma duración de observación o resultados con el mismo grado de
precisión con una serie más corta de medidas. Generalmente, por razones
prácticas se prefiere ganar tiempo.
Otra ventaja de este modo de proceder: la mayoría de las estaciones
están situadas en cuencas de pequeñas dimensiones, de algunos kilómetros
o decenas de kilómetros cuadrados, en lugares de pequeño caudal. Así
resulta más fácil preparar la estación de aforo, y la calidad de las medidas
se ve beneficiada. Estas estaciones son complementadas por otras instala­
das a la salida de una cuenca vertiente más extensa y heterogénea. Están
destinadas a posibilitar controles.

B. En la explotación de los datos

Los mapas hidromorfológicos permiten también analizar mejor los datos


hidrométricos, ya que ponen en evidencia los factores del régimen. El
estudio de las pequeñas cuencas representativas permite definir diversos
regímenes elementales, que son los componentes del régimen de la cuenca
más amplia y heterogénea de que forman parte. Este modo de proceder
es el del método llamado hidrograma sintético. Fue aplicado por los inge­
nieros de la oficina de estudios Coyne y Bellier en la cuenca del Soum-
mam (Argelia) a partir de un mapa hidromorfológico a 1/250.000 esta­
blecido por unos equipos del Centro de geografía aplicada. En este caso
no se disponía de una red hidrométrica racional: tan sólo médidas discon­
tinuas en el tiempo, efectuadas en cuencas poco representativas. Ello de­
muestra que los mapas hidromorfológicos rinden importantes servicios in­
cluso para la explotación de datos hidrométricos poco satisfactorios y an­
tiguos, previos a una racionalización de la red. Esto es importante. Las
estaciones situadas en la desembocadura de cuencas bastante extensas sir­
ven para el control de las hipótesis y de los parámetros utilizados para
la construcción del hidrograma sintético.
Los mapas hidromorfológicos permiten también sacar mejor partido,
a posteriori, de redes hidrométricas tradicionales poco racionales y de
series de medidas incompletas por el hecho de las circunstancias, tales
como la de Soummam. Posibilitan una verdadera valoración de la docu­
mentación, lo cual es precioso.
Cuando se opera con una red hidrométrica racional, establecida con
base en una cartografía hidromorfológica, o mejorada a partir de ella, los
resultados son aún mejores. Las pequeñas cuencas representativas permiten
definir tipos de regímenes elementales que son los componentes del régi­

181
men de la cuenca más extensa. Sus características vienen dadas en el mapa
y en las observaciones del terreno sobre las que se apoya. El mapa permite
determinar la extensión de las demás cuencas del mismo tipo y de tipos
poco distintos. Este modo de proceder da lugar al establecimiento de hidro-
gramas sintéticos. Su exactitud es mayor que la del caso precedente, por el
hecho de la mayor representatividad de los datos iniciales.
Advirtamos, de paso, que este modo de proceder, basado en una apre­
ciación mejorada de la representatividad de lugares puntuales de medición,
es aplicable en muchos otros campos técnicos. Es válido cada vez que las
medidas que se deben realizar son «duras», es decir, costosas y/o largas,
lo cual impide multiplicarlas, y que se dirigen a una extensión hetero­
génea, caso muy frecuente, habitual, ya que se trata de la naturaleza. El
mismo enfoque es aplicable, en particular, al problema de la experimen­
tación agrícola, como demostraremos más adelante.
Por otra parte, nuestro método es ágil y permite un enfoque por
aproximaciones sucesivas. El estudio de las pequeñas cuencas permite com­
parar sus reacciones hidrológicas. Al cabo de algunos años, ciertas esta­
ciones pueden ser cerradas y reemplazadas por otras más representativas
o de mejor calidad. Se puede también adaptar la red a modificaciones en
la ocupación del suelo y tener en cuenta, por ejemplo, establecimientos
de cultivos, abandonos al baldío o plantaciones de bosque. Los plu­
viógrafos pueden ser reemplazados al cabo de cierto tiempo por pluvióme­
tros o, cosa preferible, completados por éstos. En efecto, en la cuenca del
Bruche en los Vosgos se han podido evidenciar tipos de precipitaciones
con una cierta extensión espacial. El estudio de las modificaciones locales
de tales precipitaciones se efectúa comparando los resultados obtenidos
con ayuda de una red a la que se han asociado pluviógrafos y mayor
número de pluviómetros. Tal solución se ha adoptado a causa de la extre­
ma modicidad de los créditos disponibles para la investigación.
Recordemos que los mapas hidromorfológicos pueden ser fácilmente
asociados a los mapas de los procesos actuales en el estudio integrado de
una cuenca fluvial. En efecto, los mapas geodinámicos no son más que
una variante de las cartas geomorfológicas, en la que se conservan los
datos litológicos y en la que se pone el acento en los procesos contem­
poráneos. La extracción de datos litológicos sirve para los dos tipos de
mapas, incluso si la apreciación de tales datos se realiza de modo distinto
y si algunos de ellos difieren en algo en ambos casos. En lo que se refiere
a los procesos, éstos tienen también un importante tronco común: todas
las manifestaciones del deslizamiento superficial. Sin embargo, la noción
de trabajo interviene en los mapas geodinámicos lo cual no sucede en las
manifestaciones hidrológicas. Una escorrentia puede jugar un importante
papel en la formación de caudales, sin contribuir sensiblemente a la carga
sólida del curso de agua. Tal es el caso de una pradera frondosa. Observar
tales diferencias ofrece gran interés para el ordenamiento de las cuencas
vertientes. Permite proponer soluciones respondiendo a los deseos. Un

182
chorreo intenso acarreando poco material produce mucha agua, pero de
un modo irregular en el tiempo. Reviste un carácter torrencial desde el
punto de vista hidrológico. Su utilización implica la construcción de reten­
ciones. En cambio, dichas retenciones están poco sujetas a la saturación si
se toman unas medidas de conservación con vistas a mantener una densa
pradera sobre el suelo. También se produce un arroyamiento intenso sobre
los suelos rocosos. Transporta pocos residuos cuando dichas losas resisten
a la meteorización. En tales casos, también se puede pensar en la edifi­
cación de retenciones para disminuir la torrencialidad del chorreo, con el
fin de prevenirse contra las crecidas y disponer de recursos acuosos más
abundantes en períodos de estiaje. Para preparar los mapas básicos de las
cuencas vertientes, siempre es preferible entregarse a un estudio lo más
integral posible del medio natural. Es recomendable mantener en primer
plano la cartografía hidromorfológica y la cartografía geodinámica. Ello
hace posibles muchas confrontaciones o delimitaciones bastante útiles para
el ordenamiento.
Pero las escorrentias superficiales no son los únicos recursos acuosos
interesantes que afectan al ordenamiento. Las aguas que están en el suelo,
a poca profundidad, constituyen un importante factor ecológico. También
deben ser tenidas en cuenta.

CONCLUSION

El agua es uno de los constituyentes más importantes del medio eco-


gráfico. Es un vehículo que permite flujos de productos disueltos y de par­
tículas. En tanto que tal, interviene como agente en la morfogénesis y en
el metabolismo de los seres vivos, sobre todo de las plantas. Pero cada
vez más, quiérase o no, sirve para transportar los desperdicios de las acti­
vidades humanas: calorías transmitidas a las aguas de enfriamiento de las
centrales eléctricas y de los altos hornos, productos químicos de todo tipo
de los que se desembarazan las industrias y las minas, aguas residuales de
los lugares habitados, excedente de abonos y pesticidas procedente de los
cultivos. Las cantidades de agua realmente consumidas son mínimas en
comparación con los volúmenes de agua degradada. Esta degradación se
traduce también, generalmente, en una prolongación del circuito natural
del agua. Este es el caso, por ejemplo, del agua captada para la irrigación
y que se infiltra en el suelo: ésta no retorna a su curso de agua más que
tras un retraso que puede llegar a ser de meses. Pero también es cierto
que parte de dicha agua retorna rápida y directamente a la atmósfera por
evapotranspiración.
El ordenamiento de las aguas es muy complejo. La intervención hu­
mana modifica el curso de las aguas, cosa que puede provocar desajustes

183
locales o regionales en ciertos períodos. Por otra parte, la demanda es cada
vez mayor en épocas de penuria (sequías, estiajes). Entonces es cuando el
conflicto entre los usuarios en competencia se hace más agudo. Se impone
entonces la regularización del agua, estableciendo almacenajes. Al aire
libre, estos almacenamientos sufren pérdidas por evaporación. La cons­
trucción de retenciones presenta también peligros importantes en regiones
inestables (seísmos, erupciones volcánicas, corrimientos de tierras, y des­
prendimientos). Por otra parte, la retención interrumpe el tránsito de los
materiales acarreados por los cursos de agua. Su longevidad de la que
dependen las anualidades de amortización de los ordenamientos, depende
de las cantidades de detritus que se sedimenten en la retención y de la
concentración de productos disueltos que se concentren en ella por evapo­
ración. Las aguas subterráneas son un tipo de almacenamiento que escapa
a estas limitaciones, al menos en tanto en cuanto no están tan próximas
a la superficie como para ser afectadas por la evaporación. La recarga de
los mantos, principalmente por la irrigación, es una solución para muchos
ordenamientos. Pero no hay que olvidar, sobre todo, la coherencia intrín­
seca del ciclo del agua en el medio natural, pues en tal caso se provoca su
degradación: salinización de las tierras, hidromorfia de los suelos obs­
truidos.
La ordenación de las aguas es una pieza importante de las organiza­
ciones regionales. Se han creado especialmente ciertos organismos para
efectuarla en el marco de una cuenca o a partir de las aguas de un río:
Tennessee Valley Authority, Compagnie Nationale du Rhóne, Compagnie
Nationale d ’amenagement du bas Rhóne-Languedoc, Organización de los
Estados Ribereños del río Senegal, etc. Así se posibilita la coordinación de
la participación de los especialistas de diversas disciplinas para asegurar
una mejor utilización del agua, a la vez para captar la energía de la gra­
vedad (centrales hidroeléctricas), para la alimentación de los seres vivos
(irrigación, alimentación humana), para la industria, para las comunica­
ciones. Pero el recurso «agua» tiene limitaciones. La principal de ellas
es el flujo de materia que acompaña al agua, en la naturaleza, productos
disueltos, turbulencias, carga de fondo. La concentración de las sales este­
riliza las tierras. Los transportes sólidos colman los pantanos y hacen ines­
tables los canales, lo cual obstaculiza la navegación y amenaza las instala­
ciones situadas a sus orillas. Una de las condiciones previas más importan­
tes para cualquier ordenación regional de las aguas es restringir dichos
flujos, lo que comporta, principalmente, la estabilización morfogénica de
la cuenca vertiente. Las plantas son su principal medio (noción de fitos-
tasia). Uno de los objetivos de la agronomía es poner a punto unos tipos
de cultivos que aseguren a la vez una producción satisfactoria, unas con­
diciones de fitostasis lo mejor posible y el mínimo de carga de detritus
degradantes del agua.

184
BIBLIOGRAFIA

ALGUNAS PUBLICACIONES A CONSULTAR

1. Relaciones agua-suelo-vegetación

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187
2. M apas h idrom o rfológico s

Añadiremos a los mapas hidromorfológicos, llamados también hidrográficos o


hidrológicos, algunos ejemplos de mapas hidrogeológicos particularmente inte­
resantes.

D orywalski M., 1958, «An Example of Morphodynamic Map», Acta Geographi-


ca Universitas Lodziensis, n.° 2, pp. 68-99 (en polaco, resumido en inglés).
G alón R., 1964, «Hydrolical Research for the Needs of the Regional Economy»,
Geographia polonica, n.° 3, pp. 239-250.
Extracto de mapa a 1/50.000.
G atescu P., Zavoianu I., D riga B., 1967, «Légende des cartes hydrogeogra-
phiques», Revue roumaine de géologie, géophysique et géographie, serie
Géographie, II, pp. 149-154.
Enfoque muy cercano al nuestro. Un extracto de hoja dado en muestra.
Institutut Geologie si Geogra., Acad. Rep. Soc. Romanía, 1969, Geografía vaii
Dunarii Romanesti, Ed. Acad. Rep. Soc. Romanía, Bucarest, texto y Atlas
de 26, pl.
Estudio del valle del Danubio.
K limaszevski M., 1968, «La Carte hydrographique detaillée et son importance
pratique et scientifique», Mélanges M. Farde, Ophrys, París, pp. 341-356.
Exposición del enfoque polaco.
K owalska A., 1965, «Attempt of showing on a Map Hydrological Conditions
Occurring in Soils developped from Quaternary Deposits», Przeglad Geo-
graficzny, 37 (2), pp. 369-386.
Pie de mapas a 1/25.000.
M argat J., R icour J., 1963, «Présentation des maquettes de la premiére carte
hydrogéologique normalisée á grande échelle réalisée en France»: feuille de
Douai au 1/50.000», Bullelin de la Société géologique de Trance, V (7),
pp. 47-51.
Dos maquetas en color, reducidas, correspondientes a dos enfoques dis­
tintos.
P.A.N., Instutut Geografii, 1964, Key and Explanation of the Hydrographic
Map of Poland on the Scale of 1/50.000, Varsovia, p. 48, I mapa.
Szuprryczynski J., 1971, «Scrutiny and Appraisal of the Géographie Environ-
nment on a Regional Scale», Przeglad Geograficzny, 43 p., pp. 311-321.
Historia de la cartografía hidromorfológica polaca. En 1968 se habían alza­
do ya 58.970 Km2 y publicado 41 hojas a 1/50.000.
T ison J., D ubertret L., Castany G., 1962, «Une légende pour les cartes
hydrogéologiques», Bulletin de l’Association Internationale d’hydrologie scien­
tifique, VII (3), pp. 18-32.
T ricart J., 1963, «La Cartographie hydrologique détaillée et son intérét pour
l’étude des régimes fluviaux», Mémoires et travaux de la société hydrotechni-
que de France, n.° 1, pp. 51-56.
T ricart J., 1968, Méthode de cartographie au 1/1.000.000 du contexte hidro
logique elaborée au Centre de géographie apliquée, Université de Strasbourg»,
Mélanges M. Farde, Ophrys, París, pp. 671-682.
U sselmann P., 1971, «Carte géomorphologique et carte hydromorphologique
au 1/50.000: le bassin de Lebrija (Colombie) extrait 1/4 S.W. Mémoires

188
et Documents du Service de documentation cartographique et géographique
du C. N. R. S., París, 12, 1972, pp. 181-192.
En anexo los dos mapas en color.
W ilgat T., 1968, «The Compilation of a General Hydrogeographical Map with
Lublin Voivodship as an Example», Geographia Polonica, n.° 13, pp. 151-158.
W it K., Z iemonska Z., 1960, «Hydrography of the Western Tatra Mtd. Expla-
nation to the Map “ Tatry Zachodnie*’ 1/50.000», Polska Ak. Nauk, Instituto
de geografía de Cracovia, 99 pp, 7 pl., 1 mapa (en polaco con resumen
en inglés).
W it -Jozwik K., 1968, «Examples of Hydrographical Maps of Southern Poland
(showing regions with different systems of water circulation)», Przeglad
Geograficzny, 40 (2), pp. 271-283.

El Atlas Eaux et Nuisances de la Région Alsace, de próxima publicación, pro­


porciona un ejemplo de mapas hidromorfológicos y de su aplicación en la orde­
nación de las aguas (utilización racional del recurso, lucha contra la polución).
Dicho Atlas, preparado en el Centro de Geografía aplicada (Universidad Luis
Pasteur, Estrasburgo) ha sido realizado por los hidrogeólogos del S.G.A.L. y
los geógrafos físicos del C.G.A. Está publicado a una escala de 1/100.000 y cons­
tituye un estudio piloto cuyos promotores son l’Agence du Bassin Rhin-Meuse,
l’Etablissement public regional Alsace, el O.E.D.A., y el S.R.A.E.

189
II

El estudio de la ordenación del medio rural


El primer libro de la presente obra nos ha permitido presentar los
aspectos ecográficos de la naturaleza. Nos hemos esforzado, contrariamente
a la que suele ser la actitud tradicional en la investigación, en mostrar la
unidad del medio en que se desarrolla la vida. Frente a la noción de eco­
sistema del biólogo, hemos intentado dibujar el otro panel del díptico, en
el mismo estilo: nos hemos apoyado, también, en la noción de sistema.
Operando de este modo, les ocasionamos dificultades a los amantes de las
etiquetas, a los de blandientes estandartes y a los burócratas que quieren
encerrar el mundo en sus clasificadores. En efecto, ¿somos geógrafos o
somos ecologistas? El estudio de los aspectos de la naturaleza en la super­
ficie del globo forma parte de la geografía: constituye la geografía física.
Pero la ecología es, por otra parte, la ciencia de las agrupaciones organi­
zadas de seres vivos y de sus relaciones con el medio... Trastornar a los
formalistas no nos disgusta del todo: desde Berbardin de Saint-Pierre se
ha dejado de creer en que el melón tuviera corteza para ser comido en
familia con mayor facilidad... Peor para los retrasados que todavía siguen
con eso. Estamos convencidos de que, para comprender la naturaleza, hay
que saber encontrar su unidad propia detrás de la aparente y falaz como­
didad de la separación de nuestras disciplinas que la oculta. Tan sólo
razones históricas, que por otra parte han jugado de manera desigual según
las escuelas de pensamiento, explican la aberrante separación entre geogra­
fía física y ecología. Creemos estar en el buen camino reconstruyendo el
estudio del medio natural de una manera simétrica.
Por otra parte, este enfoque desemboca directamente en los problemas
de ordenación: los dos autores de la presente obra le han consagrado mu­
chos años de actividad profesional. Además, con el fin de resolverlos
mejor, entraron en contacto, se pusieron a trabajar juntos y reflexionaron
sobre los métodos que emplearon. La exposición de la presente obra sigue
el camino inverso de su andadura: tras haber presentado un nuevo enfoque
para el estudio del medio natural, vamos a abordar ahora los problemas
de su ordenación.

193
¿Desde qué punto de vista? Somos perfectamente conscientes de que
la expresión «medio rural» es criticable. En muchos países, la población
agrícola ha descendido al 15-20 % de la población activa total, o menos
todavía. En contrapartida, las gentes que practican otras actividades inva­
den los campos: residencias secundarias, pabellones junto a las ciudades
tentaculares, turismo, camping son sus principales formas, que, con fre­
cuencia, suscitan reacciones hostiles por parte de los «rurales». La tra­
dicional diferencia entre ciudad y campo se pierde no sin conflictos de
todo tipo. Sin embargo, la tierra en el sentido campesino del término sigue
siendo nuestro soporte ecológico. Las plantas son, a pesar de las baterías
solares de los satélites, el único medio eficaz de captación de la radiación
solar: la transforman en alimentos para el hombre, para los animales que
él come. Ellas la transforman también en materias primas para la indus­
tria, hoy en día tanto como lo hicieron en el pasado. El petróleo y el
carbón son energía solar almacenada desde hace millones de años.
Una increíble aberración de egoístas nos ha hecho creer en la ilusión
de los excedentes en géneros alimenticios y nos ha hecho cerrar minas de
hulla para consumir más petróleo, erigir centrales térmicas con fuel en
lugar de equipar los saltos de agua. Los mediocres jugadores de póquer
que nos dirigen, han perdido la partida. Sus trampas salen a la luz: la
verdad se hace evidente. El crecimiento de la población del globo ha sido
mucho más rápido que el de los recursos. El verdadero problema es pro­
ducir más alimentos y materias agrícolas, y utilizar mejor la energía, dis­
ponible tan sólo en cantidades limitadas. Los recursos en tierra y agua del
planeta son preciosos: a pesar de los enormes gastos que ello ocasiona,
no será el envío de comandos a la luna lo que resolverá esta situación de
hecho. La luna puede constituir un medio ecológico menos apropiado
para el hombre que el fondo de una mina a 3.000 metros bajo el suelo...
En el presente libro abordaremos los problemas de la ordenación de
las tierras y de las aguas consideradas como recursos ecológicos, como las
bases de una producción vegetal y animal útil al hombre. Dejaremos de
lado el aspecto de la naturaleza como base del hábitat humano (implan­
tación de las ciudades y los pueblos, vías de comunicación). No abordare­
mos tampoco los problemas de la inserción del turismo en la naturaleza.
Desgraciadamente, el turismo se traduce principalmente en matices que
explican las reacciones de rechazo de las poblaciones rurales.
Ante todo, volveremos sobre ciertas nociones abordadas con anteriori­
dad, principalmente sobre el concepto de dinámica de las unidades eco-
gráficas, haciendo resaltar su importancia desde el punto de vista de la
ordenación. Este capítulo permitirá mostrar las grandes diferencias de sus­
ceptibilidad frente a la intervención humana que ofrecen los diversos tipos
de medios, en función de su grado de estabilidad. Aclararemos también
la noción de ordenación racional. Con ello entendemos una ordenación que
permite utilizar los recursos ecológicos sin producir degradación, una orde­
nación que salvaguarde el porvenir, o, si se prefiere, que no despilfarre

194
el capital que nos ha sido legado. En ciertos casos, la ordenación puede
también mejorar las condiciones naturales. Ello permite destacar una serie
de puntos centrales, principalmente, la noción de limitación en lugar de la
de potencial, por ser más objetiva. A partir de estas concepciones se ha
preparado un método práctico de enfoque.
Antes de exponerlo, tendremos que analizar el papel de la experimen­
tación. La complejidad de los fenómenos en juego, el elevado número de
parámetros que los influyen, la dificultad de apreciar y de medir la mayo­
ría de ellos, dan a la experimentación un lugar preponderante. ¿Decimos
con esto que no podemos desprendernos del empirismo? Ciertamente, no.
Un conocimiento más profundo del medio natural permite mejorarlo ha­
ciéndolo más representativo. La desviación, con frecuencia considerable,
que puede haber entre los resultados obtenidos en una granja experimental
y los obtenidos en las explotaciones ordinarias, puede ser reducida. Este
será el problema que examinaremos en este capítulo.
La experimentación agrícola, ahora más representativa, se imbrinca
estrechamente en el enfoque que se plantea en el capítulo siguiente. Se
caracteriza por un proceso gradual, progresivo, que parte del conocimiento
fundamental y desemboca en una propuesta de soluciones prácticas. La
palabra pasa de los investigadores a los responsables políticos y adminis­
trativos de tal modo que la elección que a ellos incumbe se pueda realizar
en las mejores condiciones de objetividad, con pleno conocimiento de
causa. La utilización de los estudios por aquellos que deben decidir,
plantea difíciles problemas que están lejos de haberse resuelto de manera
general. Lo más frecuente es que el pedólogo establezca, a partir del
estudio de los suelos, mapas de aptitudes para cultivos. El método es peli­
groso, pues tiende a hacer olvidar todo un grupo de factores: los factores
humanos, sociales y económicos que intervienen, a menudo, de un modo
determinante. Un cambio de precio, una modificación de los circuitos
comerciales o de las condiciones de crédito, y un cultivo que no era ren­
table puede dar importantes beneficios. Se constituyen grupos de presión
para conseguirlo. Todo ello fluctúa tanto más cuanto más compleja es la
organización de las sociedades. No podemos ignorarlo. Pero ello no se
obtiene a partir del estudio del medio natural. Por ello hemos adoptado
también un enfoque distinto: parte de las limitaciones características de
tal medio. Se apoya sobre la experimentación para determinar hasta qué
punto y según qué prácticas, tales limitaciones pueden ser atenuadas. El
estudio llega así a unas recomendaciones en vistas a la ordenación del
medio, teniendo en cuenta su propia susceptibilidad y cuáles son las pre­
cauciones a tomar al respecto. La experimentación permite definir estas
precauciones y precisar su coste. Contribuye también a determinar la cuali-
ficación que deben adquirir los campesinos para aplicar los métodos pre­
conizados. Todo ello constituye unos elementos de decisión, ya que una
ordenación comporta no sólo unos trabajos específicos que pueden ser
efectuados por empresas extrañas a la región, sino también, y necesaria­

195
mente, una participación de los habitantes. Esta debe ser voluntaria, pero
para obtenerla deben darse ciertas condiciones económicas, sociales, cultu­
rales y políticas. La experimentación diversificada para adaptarse a las
condiciones naturales y humanas de la región permite plantear tales proble­
mas. Una vez tomada la decisión, permite pasar ágilmente a su aplicación,
proporcionando los datos básicos para la vulgarización.

196
5. ¿QUE ES UNA ORDENACION RACIONAL
D EL M EDIO RURAL?

A pesar de que se ha producido una cierta uniformización por efecto


de ciertos tipos de explotación, los medios rurales del globo son de una
gran variedad. Es difícil proponer una clasificación y establecer una taxo­
nomía de ellos. Ciertas técnicas de probada eficacia durante siglos o mile­
nios en un medio concreto, tienen, en otro, consecuencias catastróficas. Tal
es el caso de la labranza con aladro, adecuado en Europa, pero que ha
producido graves perjuicios cuando se lo ha querido aplicar sin discerni­
miento ni precaución en las regiones tropicales secas o húmedas. Ciertos
abonos químicos, satisfactorios en países templados, tienen una solubili­
dad demasiado rápida y tienen pocos efectos en las regiones de bosque
ombrófilas. Las técnicas de cultivo, los métodos de ordenación, deben ser
adaptados al medio en el que se los aplica. Todo ello forma parte de lo
que nosotros llamamos «ordenación racional».
La ordenación racional descansa sobre el conocimiento de su objeto.
Sólo así puede adaptarse a las particularidades del medio natural. Por este
hecho, los métodos de ordenación, el concepto mismo de ordenación,
están llamados a evolucionar en función del progreso técnico, por una
parte, y de nuestro grado de conocimiento del medio, por otra. En su
conjunto, desde hace más de medio siglo, el progreso técnico ha sido más
rápido que la mejora de nuestro saber relativo a las condiciones naturales.
Este desequilibrio ha sido perjudicial. Ha sido la causa de muchas degra­
daciones cuando no de irremediables destrucciones de riqueza. Es dema­
siado fácil dejar juguetear a las excavadoras en una naturaleza frágil. Un
ingeniero, a falta de otro argumento que oponer a uno de nosotros que
intentaba llamar su atención sobre el peligro que presentan unas excava­
ciones hechas a diestro y a siniestro, le respondió: «De todos modos esto
tranquiliza a la población porque les demuestra que se hace algo...» Este
«se hace algo» es toda la cuestión.
¿Hasta qué punto y de que manera se puede intervenir sin poner en
marcha unos procesos de degradación más o menos graves, a veces muy di­
fíciles de encarrilar? La determinación de este umbral es la definición del

197
criterio de ordenación racional. Esto lleva a precisar el grado de sensibili­
dad de los sistemas naturales frente a los diversos tipos posibles de inter­
venciones del hombre. ¿Qué tipo de cultivos, qué prácticas de cultivo se
pueden adoptar en determinado terreno sin correr el riesgo de empobrecer
el suelo y de provocar su despojo a causa de los procesos morfogénicos?
¿Qué cantidad de productos fosforados puede verterse en un suelo sin
desencadenar su eutrofización? He aquí unos ejemplos de la aplicación de
esta noción de sensibilidad del medio natural. Pero una ordenación se sitúa,
por regla general, a un nivel de complejidad más elevado. La eutrofización
de un lago, la contaminación de un curso de agua, la degradación de los
suelos de una colina, no son más que productos parciales de una actividad
regional, sea cual sea la gravedad de sus consecuencias. Los suelos arras­
trados por el arroyamiento enturbian el agua y van a perjudicar a otras
tierras sobre las que se depositan. Su separación modifica las condiciones
de la escorrentia y, por tanto, el régimen de los cursos de agua, que se
hace más torrencial: los recursos hídricos son menos abundantes en pe­
ríodos de sequía, las crecidas más violentas, producen mayores desgastes.
No podemos contentarnos con una visión sectorial, parcial, de las cosas.
La ordenación racional sitúa de nuevo a su nivel propio las diversas ma­
nifestaciones de la dinámica del medio. Este debe, por lo tanto, apoyarse
sobre una concepción ecográfica integral.
En el presente capítulo mostramos, por consiguiente, cómo se puede
concebir una ordenación racional del medio apoyándose sobre el principio
de integración dinámica que hemos expuesto en el libro I, principio que
consiste en definir unos grados de estabilidad.
Daremos a continuación un resumen de la interdependencia de las di­
versas modalidades de ordenación al nivel de los conjuntos regionales he
terogéneos.

I. ORDENACION DE LOS MEDIOS ESTABLES

Los problemas de ordenación se plantean principalmente para los me­


dios estables no áridos. En los desiertos, la estabilidad del medio depende
de la litología: los afloramientos de rocas coherentes no pueden ser uti­
lizados por la agricultura, incluso irrigada; los de formaciones finas, arcillo-
limosas, resistentes a las acciones eólicas, pueden ser transformados en
oasis. La principal precaución a tomar es evitar una degradación por la
salinización de las aguas y de las tierras. En los otros tipos de medios
estables, la estabilidad es mantenida por la vegetación. Los problemas de
ordenación, por tanto, deben otorgar la máxima atención a las relaciones
vegetación-suelos-procesos morfogénicos.

198
1. P rob lem as de la salinización b a jo el efecto de la irrigación

El principio mismo de la irrigación consiste en colmar el déficit hí-


drico de las tierras con aportaciones artificiales de agua con el fin de per­
mitir el cultivo o de mejorarlo considerablemente. La irrigación se justi­
fica en los medios en donde un déficit hídrico crónico es un importante
factor que limita la producción vegetal. Ese déficit tiene necesariamente
como consecuencia una importante evaporación que tiene en sí misma
el efecto de concentrar los productos disueltos en el agua. Incluso cuando
las rocas liberan pocos iones solubles, pueden manifestarse fenómenos de
salinización en los valles. Tal es el caso del río Salitre, en Brasil, de signi­
ficativo nombre. Drena una región de zócalo precambriano, granito-gneísi-
co, en el norte del estado de Bahía, donde las temperaturas medias son del
orden de 25-26° C y la precipitaciones de 400-600 mm. En su curso infe­
rior el río Salitre se desliza muy lentamente sobre un amplio fondo de
valle donde la evaporación, muy intensa, provoca la prepicitación de sales
procedentes sobre todo de los feldespatos potásicos y calcosódicos. Este
ejemplo muestra que, cuando el déficit hídrico es suficiente, incluso rocas
ácidas como los granitos y los gneis pueden ser causantes de una salini­
zación. Es una cuestión de concentración por la evaporación. Este meca­
nismo funciona con tanta mayor facilidad cuanto más iones solubles con­
tiene la roca, combinados tanto en cloruros como en sulfatos. Los pro­
ductos piroclásticos, sobre todo las cenizas, más finamente porosas, pueden
estar en este caso. Su colada produce importantes cantidades de sales.
En Chile los yacimientos de nitratos del Norte Grande se han situado
en depresiones endorreicas, de origen tectónico, al pie de los volcanes de
la Cordillera que durante el plioceno y el cuaternario viejo emitieron
grandes cantidades de material piroclástico. Son el resultado de una con­
centración por evaporación de las aguas de los ouaos procedentes de los
volcanes y que se extienden en unas cubetas del tipo sebia. La evaporación
de las gotitas de agua de mar de las nieblas, en las regiones secas, tiene
por efecto la suspensión en el aire de microscópicos cristales de sal ma­
rina. Pueden ser transportados bastante lejos por el viento y espolvorear
de sal la superficie del suelo. Los alisios, con su constancia, facilitan consi­
derablemente dicho flujo. Una gran amplitud térmica diurna, que provoca
cambios considerables de la humedad relativa, produce un aumento de
peso de los cristales de sal, muy higroscópicos, durante la noche, y con­
tribuye a su sedimentación. En el suroeste de Mauritania, sobre todo en
enero y febrero, se producen también condensaciones de rocío salado.
Tales aportaciones, en forma de un espolvoreo de sal, salan las tierras. Son
fácilmente recuperadas por las aguas superficiales y alimentan sebias. Son
el origen de una parte de la sal de los suelos del delta del Senegal. Se les
atribuye el origen de la sebia de Idjil, cerca del antiguo fuerte Gouraud
(en el Norte de Mauritania). En Australia occidental permiten la formación,
a más de 100 km del océano Indico, de cubetas saladas sobre un zócalo

199
granítico arenizado y lateritizado en el plioceno, y por tanto sin producir
ya casi iones solubles bajo un clima semi-árido. Los australianos denomi­
nan estas aportaciones con el nombre de «sal cíclica» (cyclic salt), expre­
sión bastante desafortunada, ya que dicha sal permanece encerrada en las
regiones endorreicas secas cuyas condiciones ecológicas va desmejorando
progresivamente.
Esta llamada de atención sobre los fenómenos naturales permite apre­
ciar la gravedad de los riesgos de salinización de los perímetros irrigados.
La irrigación se practica sobre todo sobre las llanuras aluviales, cuyo
suave relieve favorece el trazado de las redes de canales. Lo más frecuente
es que utilice las aguas de ríos alógenos, procedentes de regiones más
húmedas. Dichas aguas, al llegar a la región seca, tienen bajas concentra­
ciones de iones, aunque bajo el efecto de la evaporación tienden natural­
mente a crecer río abajo. Por otra parte, las llanuras aluviales suelen ser
porosas. Los materiales que las forman — gravillas, arenas— son aptos
para una circulación subterránea del agua, que con frecuencia toma la forma
de un inferoflujo o sub-escorrentia, que acompaña a algunos metros de
profundidad el curso de agua. La sub-escorrentia no es más que la esco-
rrentia de un manto freático superficial. Como tal, es más persistente que
el aéreo. Cuando no es demasiado interrumpido, puede alimentar freato-
fitos, cuyas prolongaciones permiten detectar su existencia en pleno de­
sierto.
Esta dinámica natural se modifica con la irrigación. Esta provoca in­
filtraciones en los mantos aluviales, lo cual se traduce en una recarga del
manto freático. El inferoflujo se hace más abundante y se hincha. Hacia
abajo, cuando la pendiente disminuye o cuando los aluviones se hacen más
finos y menos porosos, disminuye su velocidad. En cierto modo se pro­
duce una obstrucción subterránea que hace subir la altitud del techo del
acuífero. Se aproxima a la superficie del suelo y luego aflora. Es así afec­
tado por la evaporación, que concentra los productos disueltos, los cuales
en parte se precipitan. Sigue a ello una salinización del terreno, cuyos
efectos pueden hacerse sentir al cabo de algunos años solamente en cier­
tos casos. Provoca una degradación de las condiciones ecológicas. En la
parte baja de los valles del litoral septentrional del Perú se han observado
las siguientes etapas:

— antes de la subida del manto freático: cultivos, sobre todo de víve­


res, de pequeños agricultores.
— bajo el efecto de la subida del manto: obstrucción de los suelos que
obliga a abandonar los cultivos y a sustituirlos por herbaje; emigración.
— salinización de las tierras que degrada los pastos y los transforma
en pantanos salados, abandono rural.

Antes de la reciente reforma agraria, en esa región las aguas eran pro­
piedad de los dueños de la tierra. De este modo, grandes dominios, a

200
menudo de varias decenas de miles de hectáreas cada uno, implantados
en la región de pie de monte, más soleada, han desviado la mayor parte
del caudal de los cursos de agua para regar inmensas plantaciones de caña
de azúcar. Para evitar cualquier riesgo de salinización de sus propias tie­
rras, utilizaron el agua a profusión. De esta suerte sus rendimientos alcan­
zaron récords mundiales. Pero acrecentando considerablemente la recarga
del manto freático de los aluviones, provocaron la ruina de los valles
bajos, en donde pequeños agricultores utilizaban el excedente de agua
rechazado sobre unas tierras más pesadas y de clima menos soleado. Si
en lugar de hacer un balance únicamente de las grandes propiedades, se
hace un balance regional sincero, en lugar de un beneficio se evidencia
una pérdida, tanto desde el punto de vista del potencial natural como
sobre el plano social. Por ello, la reforma agraria ha supuesto la naciona­
lización de los cursos de agua.
Mecanismos del mismo tipo pueden producirse bajo climas menos
secos. Este es el caso del perímetro de irrigación del Cenizo, en la cabeza
del delta del Motatan, en el borde sureste del lago Maracaibo (Venezuela).
La región recibe apenas un millar de milímetros de lluvia por año, su
temperatura media anual es de 27° C. Hay por lo tanto déficit de agua.
Durante la postguerra se implantó en ella uno de los primeros perímetros
de irrigación modernos del país. Desgraciadamente los estudios realizados
por empresas extranjeras fueron insuficientes: el medio geomorfológico
fue completamente olvidado. El principal canal de conducción fue excavado
a través de un sistema de terraplenes aluviales gruesos, muy porosos, en
el eje de la cabeza del delta. Los depósitos están situados a una y otra
parte, sobre los flancos, en unas cubetas laterales de sedimentos más finos
y en la parte más baja, en la que el material se hace también menos poro­
so. Desde su instalación, hace poco más de veinte años, las dificultades
no han cesado de aparecer. Dejemos a un lado las que se han producido
en el plano humano, aunque éstas han sido seriamente agravadas por las
deficiencias técnicas del perímetro. En primer lugar, las pérdidas en el
canal de conducción han sido considerables. Fue necesario modificar la
toma de agua para acrecentar las extracciones. A continuación se tuvieron
que revestir ciertos sectores. Pero todo ello fue insuficiente o demasiado
tardío. El manto freático aluvial fue fuertemente recargado. Se produ­
jeron subidas semi-artesianas en las formaciones superficiales finas de nu­
merosas parcelas y, bajo los efectos de la evaporación, se salinizaron mu­
chas tierras, lo cual provocó una agresividad reivindicativa entre los co­
lonos.
Desgraciadamente, la desalinización de las tierras es muy difícil. En
cualquier caso, es infinitamente más larga que la salinización a través de
las aguas de irrigación. Colar las sales acrecentando las dosis de irrigación
exige mucha agua, generalmente más de la que se puede disponer. Puede
empobrecer y dañar los suelos. Por último, cuanto más finos son los ma­
teriales, menos resultados da. El agua no circula en las arcillas dispersadas

201
por la sal. En algunos casos se utiliza sulfato de cal, que reacciona con
el cloruro sódico, o carbonato calcico, que permite evitar la dispersión
de las arcillas por sustitución, en el complejo de absorción, del sodio por
el calcio. Pero esta técnica es costosa, sobre todo cuando las modificacio­
nes calcáreas vienen de lejos. En la actualidad, con demasiada frecuencia
la degradación por salinización debe considerarse prácticamente irrever­
sible.
Es mejor, por tanto, tomar medidas preventivas. Consisten en con­
trolar cuidadosamente la calidad de las aguas de irrigación, el régimen
hídrico del perímetro y de las tierras situadas en el llano, y analizar si
las aguas excedentes de irrigación y de drenaje pueden desembocar sin
peligro en un exutorio aguas abajo. El punto de partida es un estudio
geomorfológico atento, previo a la implantación del sistema de riego: la
del perímetro del Cenizo, realizada por el Centro de geografía aplicada,
llegó demasiado tarde y no pudo hacer más que explicar las causas de las
dificultades encontradas, pero no remediarlas. El objeto de estas inves­
tigaciones es conocer con precisión la disposición de los mantos aluviales,
las variaciones de granulometría de su material, la disposición de las diver­
sas unidades que los componen. Deben apoyarse en una cartografía deta­
llada, basada en la microsísmica y los sondeos de reconocimiento. Su obje­
to es proporcionar los elementos que dirigen la circulación de las aguas
subterráneas poco profundas. Deben completarse con unos estudios hidro-
geológicos de estas últimas. Las investigaciones hidrogeológicas sacan tam­
bién provecho de los sondeos de reconocimiento, algunos de los cuales
pueden estar equipados con piezómetros y realizar pruebas de bombeo.
Efectivamente, hay que determinar la transmisibilidad de los terrenos alu­
viales. Los datos establecidos por estos diversos trabajos permiten localizar
los sectores en los que existe el riesgo de recargar el manto acuífero y
aquellos en los que dicho manto, recargado, se aproximará a la superficie
del suelo, lo cual produciría un peligro de saturación y de salinización. Con
esta información, los ingenieros, en colaboración con los naturalistas, pue­
den evitar la colocación de canales en los sectores en que sufrirían elevadas
pérdidas, o, si a pesar de todo esto fuera necesario, pueden revestirlos
antes de ponerlos en funcionamiento. Pueden también regular las dosis
de irrigación en función de las características de las unidades geomorfo-
lógicas, lo cual puede implicar ciertas restricciones en la elección de los
cultivos. En el mismo curso de la fase de equipamiento, también es posi­
ble, por otra parte, tomar las medidas necesarias para mejorar el drenaje
de las parcelas en donde se hace previsible una saturación y la evacuación
de las aguas de drenaje. Todo ello da lugar a una ordenación racional: la
calidad de las tierras queda salvaguardada.

202
2. P rob lem as p ro p io s de los m edios de la rg a estabilidad

Los medios estables desde largo tiempo se caracterizan por la poca


importancia de los legados. Su evolución se produce en régimen perma­
nente a largo plazo. Efectivamente, preferimos utilizar esta expresión,
forjada por los físicos, mejor que la palabra clímax, utilizada sin em­
bargo en ecología. En efecto, la palabra clímax implica un cierto fina-
lismo, y algunos especialistas la rechazan. En cambio, el concepto de régi­
men permanente responde bien a nuestro objeto. Indica una evolución
gradual según una curva definida. En los medios estables los factores
determinantes siguen siendo los mismos. Engendran efectos crecientes
con el tiempo. Así es como los suelos se desarrollan poco a poco y tienden
hacia unas características bien definidas.
Los medios estables se caracterizan por unos flujos débiles de par­
tículas superficiales. Los procesos morfogénicos superficiales no producen
en ellos más que un mínimo trabajo. En ciertos casos, ello es consecuen­
cia de una entrada insuficiente de energía en el sistema natural debido a
la debilidad de las manifestaciones meteóricas o a la insuficiencia de las
pendientes. Pero, en otros casos, la energía potencial disponible no es
pequeña. Si no produce un trabajo morfogénico considerable, se debe a
la cobertura vegetal (condiciones de biostasis). Por otra parte, cuando
esto sucede, es tentador el sacar partido de los recursos ecológicos. Ello
requiere ciertas precauciones. Efectivamente, es necesario que la valori­
zación respete el efecto biostático de la cobertura vegetal. De lo contrario
puede provocar una degradación muy rápida e intensa. El ejemplo de las
primeras plantaciones de hevea realizadas en Costa de Marfil es signi­
ficativo. Un desbrozamiento completo, mecanizado, que dejó la tierra
completamente desnuda, desembocó en una intensa movilización de mate­
riales, adoptando con frecuencia la forma de ramblas y quebradas, que
fueron excavadas por unas pocas precipitaciones. Desde entonces, se
plantan los árboles sin destruir la vegetación inicial, contentándose con
limpiar sus alrededores en una pequeña superficie.
Las prácticas tradicionales, principalmente en Africa occidental, se
habían forjado empíricamente teniendo en cuenta tales fenómenos. Des­
cansan sobre un barbecho forestal de unos quince años, que permite una
acumulación de minerales en los tejidos de los árboles y arbustos, que se
pone bruscamente a disposición de los cultivos por medio del quemado.
El desbroce respeta los grandes árboles, que conservan una cierta sombra,
ecológicamente favorable, y sirven de porta-semillas en la época del bar­
becho. Por otra parte, su sombra ayuda también al desarrollo del bosque
secundario. Este conforma debajo del suelo una pantalla más o menos
opaca que el bosque climácico. El barbecho forestal juega un papel bios­
tático considerable. El cultivo se realiza por medio de instrumentos que
no remueven la tierra, excepto en el caso del ñame binado y plantado
sobre caballones. El palo cavador permite sembrar tres o cuatro granos

203
o colocar un esqueje en un agujero de pequeña dimensión. A su alre­
dedor, el suelo conserva su consistencia y su estructura, lo cual le per­
mite resistir mejor a la erosión pluvial. Tan sólo el quemado lo perjudica.
Por último, sobre el terreno, se mezclan especies de conductas diferentes,
de modo que se reconstituyan diferentes estratos de vegetación; se disper­
sa así una gran parte de la energía cinética de las gotas de lluvia, lo que
disminuye la cantidad de energía transmitida al suelo. Sin embargo, estas
prácticas tienen también sus inconvenientes. La raspadura provoca rápi­
damente una degradación superficial del suelo, lo que obliga a recurrir
a largos barbechos forestales. Las malas hierbas crecen por doquier rápida­
mente, lo que perjudica los rendimientos. Actualmente, en Africa se
están orientando también hacia el desherbaje químico, que es objeto de
investigación.
Uno de los principales problemas que se plantean a la agronomía
es actuar perfectamente desde el punto de vista biostático, al tiempo que
se busca la mayor productividad y rendimiento económico. Dicho de otro
modo, hay que intentar poner a punto unos sistemas de cultivo que
cubran lo suficiente para proteger el suelo. Ello exige que a veces se
combata una tendencia muy extendida, que consiste en no cultivar más
que una sola especie en grandes parcelas. Esta práctica va en contra de las
enseñanzas ecológicas. Unos ecosistemas tan pobres en especies son muy
inestables, lo cual se traduce en ataques masivos de parásitos, que obligan,
para salvaguardar la cosecha, a recurrir abusivamente a los pesticidas y
a desencadenar unos mecanismos de polución letal que se propagan de
uno a otro nivel trófico. Este tipo de cultivos tiene por otra parte también
el defecto de dejar el suelo completamente desnudo en ciertas épocas
durante más o menos tiempo. A veces el tipo de plantas adoptado cubre
poco, y el suelo se mantiene «limpio», constantemente desnudo entre
ellas.
En los países templados, la viña, ciertos árboles frutales, son cultivos
limpios que protegen muy poco el suelo. A partir del momento en que
se practican en pendientes, la ablación es fuerte. En los viñedos septen­
trionales, ésta se acrecienta por las labranzas realizadas en el sentido de
la pendiente para favorecer el drenaje. Antiguamente se volvía a subir
periódicamente con cuévanos, a hombros de los hombres, la tierra arras­
trada por el agua bancal abajo. Los cereales, sobre todo en los países de
inviernos fríos, no ejercen ningún papel biostático entre las labranzas de
otoño y el fin de la primavera. No impiden el arroyamiento del deshielo,
morfogénicamente muy activo. En Alemania occidental, las pérdidas de
tierra que a él se deben son tan considerables como las que se producen
por las fuertes tempestades de verano. En las estepas del sur de Rusia
son todavía mayores. Al mullir los suelos por medio de los cultivos, sobre
todo cuando se mantiene mal su estabilidad estructural, puede permitir
una acción eficaz del viento sobre las llanuras. Las trombas de polvo del
Oeste de los EEUU, que se hicieron especialmente abundantes y devasta­

204
doras hacia finales de los años veinte, contribuyeron notablemente al desa­
rrollo de las prácticas de conservación de los suelos y de los programas
de diversificación de cultivos del New Deai. El sur de Rusia y Ucrania
son también regiones de intensa deflación antrófica a partir de las cuales
se forman tempestades de polvo que, varias veces durante un siglo, espolvo­
rean vastas extensiones de Europa oriental.
En los países tropicales, la caña de azúcar asegura una excelente pro­
tección del suelo después de los primeros meses que siguen a su planta­
ción. Impide toda erosión pluvial y asegura una interceptación energética
casi total. Pero ciertas prácticas modernas tienden a renovar cada vez con
mayor frecuencia las plantaciones, en ciertos casos anualmente, lo cual alar­
ga los períodos críticos durante los cuales la protección del suelo es nula
o mínima. Si se puede aumentar el rendimiento aumentando las dosis
de abono, la estabilidad del medio se pone también en peligro. Todos
estos aspectos no se han tenido nunca suficientemente en cuenta.
Al contrario, los esfuerzos de los agrónomos por asociar plantas fo­
rrajeras con la palma de aceite, permiten mantener la estabilidad del medio.
Desde hace algunos años se han emprendido estudios por el I.R.H.O. (Ins­
tituto de investigación de aceites y oleaginosos) para asociar plantas forra­
jeras a los cocoteros y a las palmas de aceite, sobre todo en las plantacio­
nes poco rentables, de bajo rendimiento. Parece que esta práctica es
posible en las plantaciones de separación normal (143 árboles por ha.) a
razón de un animal cada dos hectáreas. Están todavía en marcha unos
ensayos para estudiar la influencia eventual del pisoteo de los animales
sobre el sistema radicular de los árboles.
De un modo general, en los medios estables desde hace tiempo, los
fenómenos geoquímicos han podido actuar intensamente. Se ha producido
un lavado superficial de los suelos. Según las condiciones litológicas y
climáticas, ésta será de distinto tipo. Será también más o menos intensa en
función de dichos factores. En ciertos casos produce una desaturación que,
a su vez, disminuye la estabilidad de los agregados. Esta depende enton­
ces más de la calidad de la materia orgánica y de su naturaleza. En efecto,
la resistencia de los agregados al impacto de las gotas de lluvia determina
la intensidad de la erosión pluvial, de los efectos de la helada y del arro-
yamiento. Este juega, pues, junto al efecto biostático de la vegetación,
un muy importante papel en la estabilidad del medio.
Ciertas prácticas como el rastrillado, el binaje, permiten destruir las
costras consecuentes a las precipitaciones y hacen que las lluvias se in­
filtren nuevamente. Es una técnica curativa. Consume energía mecánica
o muscular. Sólo es posible en el marco de ciertos sistemas de cultivo,
poco extendidos en los países de bajo nivel de desarrollo. Además, el
mullido de los suelos y la preparación de la cama de siembra pueden ser
muy peligrosos cuando los suelos tienen una mala estructura, pues los ele­
mentos finos de los horizontes superficiales pueden ser movilizados con las
primeras lluvias. La labranza y la preparación del suelo mal practicadas

205
o efectuadas en mala época del año han provocado serios perjuicios en
muchas tierras del Africa occidental.
El mantenimiento de la estabilidad estructural de los agregados de los
suelos es un imperativo agronómico esencial. Condiciona la posibilidad
que tiene el agua de infiltrarse, y por tanto de participar en la pedogé-
nesis y en la alimentación de las plantas. Es antinómico de la erosión
pluvial y del arroyamiento manifestaciones de inestabilidad morfogénica
que destruyen los suelos. La conservación de la estabilidad estructural de
los suelos es tanto más necesaria cuanto menos cubrientes sean los culti­
vos adoptados o cuanto más se practique la limpieza de dicho suelo. Por
otra parte, no existen, en el momento actual, técnicas satisfactorias de
conservación o de restauración de la estabilidad de los agregados, aparte
del empleo del estiércol. Los abonos químicos no intervienen. Las pruebas
practicadas con coagulantes químicos han llevado al fracaso. Desgraciada­
mente, en ciertos medios ecológicos no se puede practicar la ganadería,
como por ejemplo en las regiones de Africa occidental en las que la
tripanosomiasis es endémica. Por tanto no se dispone de estiércol. En
otros, son las estructuras sociales y ciertas tradiciones culturales las que
impiden asociar la agricultura y la ganadería o la utilización adecuada
de los animales. Los agrónomos han preparado, para paliar la falta de
estiércol, la técnica del abono verde. Pero es difícil conseguir que los
campesinos acepten que se pueda cultivar una planta para no cosecharla.
Por otra parte, con mucha frecuencia lo que faltan son las tierras y los
medios para cultivarlas...
Señalemos, para terminar, que el sistema natural comporta una fuerte
retroacción. El mantenimiento de su estabilidad condiciona la eficacia de
las correcciones aportadas a los suelos. Si, por el hecho de unas prácticas
agrícolas, tal estabilidad desaparece, los abonos ven disminuidos sus efec­
tos, pues en parte son arrastrados por el arroyamiento. Mantener dicha
estabilidad es, por tanto, imperativo primordial. Para ello la agronomía
dispone de dos medios principales: mantener al máximo el efecto bioes-
tático de la cobertura vegetal y salvaguardar o mejorar la estabilidad
estructural de los suelos. Por retroacción se mejora la alimentación acuosa
de las plantas, factor importante de productividad. Desde el punto de vista
práctico, el agrónomo puede jugar con la elección de las especies, los
tipos de sistemas de cultivo y las correcciones, siempre teniendo en cuenta
el conocimiento del medio ecográfico.

3. Problemas de los medios recientemente estabilizados

La característica de los medios recientemente estabilizados, por ejem­


plo a principios del holoceno o más recientemente, es decir al menos desde
hace 10.000 años, es la importancia de los legados paleoclimáticos, tanto
en el modelado como en las formaciones superficiales. A veces, también

206
se encuentran en los suelos caracteres relictivos: horizontes truncados o
enterrados, restos de pedogénesis distinta a la actual. La conservación de
estos caracteres relictivos exige unas condiciones bastante estrictas, que
se realizan de modo desigual incluso en pequeñas distancias. Predominan
los suelos de mosaico. Con frecuencia son heterogéneos (yuxtaposición de
tipos de pedogénesis distintas) y, a la vez, heterocrónicos (suelos forma­
dos en épocas diferentes). Se encuentran, además, suelos polifásicos en
los mosaicos. La complejidad es enorme. La adaptación de las soluciones
agronómicas al factor edáfico es especialmente delicada. Debe apoyarse
sobre una experimentación finamente diferenciada para que sea correc­
tamente representativa. Abordaremos este problema en el siguiente ca­
pítulo.
Para preparar este tipo de medios, hay que apreciar correctamente no
sólo sus caracteres actuales y su tendencia evolutiva contemporánea, sino
su génesis y las condiciones en las que han sido elaborados y conservados
sus caracteres relictivos. Hay que emprender la reconstrucción de toda
una cinemática, que alcanza millares de años, incluso cientos de miles de
años. La sucesión de las diferentes dinámicas del medio debe ser recons­
truida en la perspectiva del cuaternario. Ello puede conducir a pedir la
ayuda de investigadores muy especializados en aspectos particulares, tales
como la identificación de moluscos fósiles o de diatomeas, análisis polí­
nicos, establecimiento de fechas radiactivas, etc.
Desde el punto de vista del acondicionamiento, ciertos legados son
altamente positivos y mejoran las condiciones ecológicas. Tal es el caso
de los loes, porosos, bien drenados, migosos, ricos en partículas que libe­
ran preciosos elementos minerales o también vastos mantos aluviales edi­
ficados en el curso de períodos de inestabilidad reciente, y que una corta­
dura de los cursos de agua les evita inundaciones y el hidromorfismo.
Estas terrazas bajas, poco alteradas y, por tanto, todavía no empobrecidas
mineralógica y químicamente, planas, constituyen a menudo zonas ideales
de irrigación. Pero para evitar su degradación por salinización, hay que
conocer las modalidades precisas de su edificación (ver más arriba).
Desgraciadamente, estos legados preciosos son, con frecuencia, frágiles
y hay que conservarlos. Los loes, descarbonatados superficialmente, son
muy sensibles al arroyamiento agrícola. Al ser suelos de miga son fácil­
mente movilizables. El arado borra las ramblas siempre que no sean dema­
siado profundas y mantiene así una ablación generalizada. G. Lemée ha
podido ponerla en evidencia, en los alrededores de Estrasburgo, por medio
de dosis de carbonato cálcico realizados a una profundidad constante,
por debajo de la base del horizonte alcanzado por los arados. Allí donde la
ablación es débil, se encuentra un lehm muy descarbonatado. Allí donde
ésta es más fuerte se encuentra directamente un loes no pedogenizado,
más rico en carbonato. Pero no deben realizarse las comparaciones si no
es a cortas distancias pues la cantidad de carbono inicial de los loes
varía en pocos kilómetros. Bajo unos climas más agresivos como los de

207
las estepas del sur de la llanura rusa, el arroyamiento sobre todo el del
deshielo, es más violento y la cortadura de las ramblas más rápida. Entre
1860-1870 y 1940-1950 la superficie ocupada por las ramblas ha aumen­
tado en una tasa del 5 % anual... Ello demuestra el grado de inesta­
bilidad resultante de una puesta en marcha de los cultivos poco prepa­
rada. En efecto, estos loes anteriormente eran estables, como lo atesti­
gua la formación de su superficie, de espesos chernozioms, ricos en mate­
ria orgánica fuertemente polimerizada. La fragilidad agronómica de los
loes es fácilmente explicable: depósito eólico, están formados por partículas
limosas cuya dimensión es cercana a la del mínimo de la curva de Hjuls-
tróm. Ciertas cenizas volcánicas plantean problemas del mismo tipo.
El modelado de disección heredado puede también aumentar los ries­
gos de degradación. Sus formas, actualmente estables gracias al efecto bioes-
tático de la cobertura vegetal, pueden ser fácilmente reactivados por los
procesos que los han esculpido. En efecto, por medio de una retroacción
positiva, refuerzan dichos procesos. Unos mecanismos de disparo de esta
naturaleza actúan en la multiplicación de las ramblas y conducen a un
abarrancamiento generalizado, en el que el umbral de arroyamiento dismi­
nuye. Ciertas regiones del Amazonas entran en esta categoría de medios.
Tal es el caso, entre otros, de las formaciones terciarias de los alrededo­
res de Obidos y Santarem. Los mosaicos de imágenes de radar lateral
muestran una disección muy revuelta, con fuertes pendientes, que alcanzan
a veces 10° y una elevada densidad de talwegs. Dicho modelado se ela­
boró en el curso de la última regresión marina. Actualmente está conso­
lidado. Ciertos valles están represados por las subidas aluviales del Ama-
zonas^ Forman verdaderas lagunas fluviales. No se ha edificado allí ningún
delta. La debilidad de los transportes sólidos es consecuencia del bosque.
El hecho de que sea talado para el trazado de carreteras, o que sea desbro­
zado o, incluso, tan sólo explotado en el sentido del provecho inmediato
pondrá de nuevo en funcionamiento todo este modelado de disección
finamente cincelado. El arroyamiento liquidará rápidamente los suelos.
Se formarán zonas pantanosas al estar colmados los mantos acuosos o tras
los conos de deyección de los afluentes más activos. Las condiciones sani­
tarias empeorarán. Las formaciones terciarias, aparentemente desfavo­
rables para las plantas, serán probablemente incapaces de permitir la
reconstitución del bosque que será reemplazado por una mediocre sabana,
como la que ocupa una parte de los Llanos orientales de Colombia.
Los movimientos de masa constituyen un caso análogo, pero, gene­
ralmente sobre superficies más débiles. Incluso estabilizados, presentan
durante largo tiempo una considerable propensión a reactivarse. En efecto,
el material que han removido ha perdido su cohesión: es más permeable.
De tal suerte, las infiltraciones de agua, llegan con más facilidad a ser
suficientemente abundantes para que el límite de liquidez sea franqueado
y se reemprenda el movimiento. Hay que guardarse, pues, de toda orde­
nación que pueda suponer un favorecimiento de la infiltración tal como

208
el paso de canales no revestidos, abandono de las aguas de arroyamiento
en las cunetas de las carreteras, edificación de parapetos para la conser­
vación de los suelos.
Se proponen estudios geomorfológicos detallados antes de cualquier
intervención. Pueden evitar catástrofes.
Otros legados aportan graves limitaciones a la utilización ecológica
del medio. Es indispensable para los investigadores que tienen como obje­
tivo la superación de los obstáculos para el desarrollo, el estudio de las
modalidades de su elaboración.
Tomemos el ejemplo de la Pampa Deprimida, en Argentina.1 Dicha
región situada entre Buenos Aires y Mar del Plata está situada a lo largo
del curso inferior del Río Salado, un área subsidiaria cuyo hundimiento con­
tinuó hasta el cuaternario antiguo. Las pendientes son allí sorprenden­
temente suaves: los mapas topográficos a 1/50.000 presentan curvas de
nivel a la equidistancia de 0,25 m. Aunque en la actualidad el clima sea
húmedo, con unas precipitaciones de 800 a 1.000 mm, el deslizamiento
no queda asegurado. Muchos cursos de agua que descienden de las colinas
limítrofes de la Pampa Deprimida se pierden por evaporación antes de
llegar al Atlántico o al Río Salado. En la época de las fuertes lluvias, las
aguas se estancan e inundan grandes superficies en la depresión. Desde
finales del siglo xix han fracasado distintas tentativas de solución.
Dos factores limitan su valorización:

— el régimen hídrico que comporta unas inundaciones catastróficas, im­


pidiendo al ganado alimentarse (las praderas no se siegan) y unos perío­
dos de sequía. A partir del momento en que pasan quince días sin llover,
la calidad de los pastos disminuye considerablemente y la alimentación
del ganado bovino se hace deficiente. Tal sensibilidad es resultado del
enraizamiento muy superficial de la hierba (a menudo tan sólo 10 cm, a
veces incluso menos) debido al factor edáfico:

— las condiciones edáficas, caracterizadas por el gran desarrollo de


los suelos alcalinos, paradógico en una región húmeda.

Para comprender y cartografiar los suelos, para buscar soluciones agro­


nómicas habría que investigar sobre el origen de las sales y reconstituir
las modalidades de su establecimiento y de su evolución. Habría que
explorar toda la dinámica de los medios posteriores al Cuaternario antiguo.
En el Cuaternario antiguo, mientras la región estaba todavía en vías de

1. J. Tricart fue encargado por la F.A.O. de aconsejar al I.N.T.A. organismo


argentino ocupado de todos los problemas de desarrollo agrícola y pastoral del país,
para el estudio de esta región desde el punto de vista pedológico y agronómico. Rea­
lizó en 1968 una misión de 5 meses. Guardó contacto, principalmente gracias a la
U.N.E.S.C.O. con el equipo argentino del que formó parte y sus trabajos se han
utilizado aquí.

209
ción... Es lamentable que estos aspectos hayan interesado poco a los plani­
ficadores y economistas pues su incomprensión los lleva a veces a rechazar
unos programas de ordenamiento racional bajo el pretexto de una renta­
bilidad insuficiente. Pero, ¿cómo calcular correctamente la rentabilidad
cuando se conocen mal los mecanismos naturales? Demasiados planifica­
dores y economistas clasifican todavía las tierras y las aguas entre los
recursos naturales renovables. Olvidan que dichos recursos no son mante­
nidos, es decir aumentados, si no es por ordenamientos adecuados y por
una utilización racional. En el caso contrario son destructibles y no reno­
vables, exactamente igual que un yacimiento minero. Algunos geógrafos
emplean la expresión «agricultura minera», a menudo muy justificada, es­
pecialmente en los medios actualmente estables pero frágiles. Ciertos lega­
dos de un período de inestabilidad poco antiguo hacen que este peligro sea
muy grave. La región de Santarem y Obidos, en Amazonia, ofrece un
excelente ejemplo de ello.

II. LOS MEDIOS MAS O MENOS INESTABLES: FRENADO


DE LA EVOLUCION Y RESTAURACION

En los medios muy inestables y en los que no lo son más que modera­
damente, la valorización debe enfrentarse a una dinámica que el más mínimo
error puede intensificar. La susceptibilidad de estos medios es elevada
y su margen de tolerancia es débil. La dinámica actual, natural o antrópica,
es un factor limitador de su utilización. El ordenamiento debe producirse
imperativamente, con objeto de evitar toda intensificación de la dinámica.
En muchos casos debe también tender a frenarla, es decir a bloquearla y
a invertir su sentido de evolución para iniciar una mejora. Cuando la
dinámica nociva actual es consecuencia, al menos en parte, de un proceso
de degradación, se puede hablar de restauración. Cuando no es éste el
caso, es preferible la palabra «mejoramiento».
De un modo general, los mecanismos de degradación suponen el si­
guiente encadenamiento:

1. Modificación de la cobertura vegetal cuya eficacia bioestática se


ve disminuida. Puede ser resultante de una oscilación climática ecológi­
camente desfavorable o de una intervención del hombre (prácticas agríco­
las defectuosas, exceso de pastoreo).

2 . Degradación de los suelos, resultante de una modificación de la


cobertura vegetal (menor alimentación en desperdicios vegetales), que
supone una disminución de actividad de los organismos del suelo (por
ejemplo, menor nitrificación). Ciertos cambios de clima del suelo (ex-

212
Fig. 10. Esquema que muestra los mecanismos de degradación del medio físico
los procesos que liberan unas partículas movilizables. La erosión pluvial es
uno de ellos. Sin embargo, su estudio no se inició hasta después de la segun­
da guerra mundial, y en Francia principalmente, bajo el impulso de S. Hé-
nin, veinte años después de los inicios de la campaña de conservación de
los suelos en los Estados Unidos. El desajuste en el tiempo y en el espa­
cio es significativo.

b) El abuso del término «erosión» es característico desde otro punto


de vista. La geomorfología davisiana centró toda su atención en las regio­
nes sometidas a desecación, olvidando los procesos y las formas de acu­
mulación que no fueran litorales. Examinar tan sólo los medios de donde
parten los residuos es condenarse a una visión incompleta de los fenómenos
naturales. Insistimos en el hecho de que la geomorfología debe descansar
en el estudio de los flujos. Ellos son los que provocan los cambios de la
geometría de la superficie terrestre. Lo que parte de aquí se acumula algo
más lejos. Dichos flujos son discontinuos en el tiempo y en el espacio. Sus
interrupciones se traducen en acumulaciones, más o menos extensas y más
o menos duraderas, que van desde el material en tránsito sobre una pen­
diente hasta los sedimentos de las cubetas oceánicas pasando por los colu-
viones, los conos de deyección los mantos aluviales, los deltas, etc. La
movilización acelerada de material sobre una pendiente tiene la consecuen­
cia ineludible de una acumulación, también acelerada, algo más lejos.
La ablación de las tierras sobre los interfluvios supone el recubrimiento
de las depresiones con materiales poco fértiles. Los efectos económicos de
la degradación de los interfluvios son a menudo menores que los de la
degradación de los fondos de los valles. Polarizar la atención únicamente
sobre la «erosión» nos pone en el peligro de olvidar esta interdependencia,
de capital importancia para el ordenamiento regional.

c) Recurrir exclusivamente al término «erosión» implica un postula­


do: la consideración exclusiva de las aguas corrientes. Este punto no ha
sido nunca objeto de un examen metodológico, hecho que denota un em­
pirismo excesivo, como el método de las extracciones de tierras del
C.S.I.R.O. Ciertamente, el arroyamiento es muy importante en los fenó­
menos de degradación antrópica y los norteamericanos han comprendido
muy bien las estrechas relaciones existentes entre la «erosión de los suelos»
y las manifestaciones de torrencialidad que caracterizan la degradación de
los recursos hidrológicos. Pero tal postulado merece un examen. En efecto,
su ciega adopción tiene una consecuencia práctica muy negativa: el atribuir
un papel excesivo a la pendiente de los terrenos para apreciar los riesgos
de degradación. En efecto, es fácil medir una pendiente. Es una operación
elemental que puede confiarse a cualquier ayudante poco cualificado. Los
datos obtenidos satisfacen el formalismo de la administración y pueden
ser presentados en respuesta a un deseo de eficacia. Pero esto es más apa­
rente que real. El valor de las pendientes no es más que un parámetro

216
entre otros. Exagerar su importancia es una fuente de errores a veces
graves. En Colombia, en el perímetro de irrigación de Repelón, pen­
dientes de segundo grado e inferiores se ven afectadas por la arroyada que
excava ramblas en los márgenes de los canales que están cultivados de al­
godón. La planta cubre poco, el suelo se mantiene desnudo. Sin embargo,
pendientes de segundo grado se clasifican como cultivables sin restriccio­
nes... Las mismas vertientes no sufren ninguna degradación de esta natu­
raleza cuando tienen huertos de agrios bajo los cuales sólo se deshierba
moderadamente. Lo mismo sucede en muchos países del Africa Occidental
(Senegal, Malí, Alto Volta, Níger) vertientes de pendiente muy débil se
degradan rápidamente en suelos arcillosos o arenosos cuando las rotaciones
y las técnicas de cultivo son mal elegidas. Las rotaciones mijo-algodón y
sorgo-algodón practicadas sin precauciones, con las técnicas tradicionales,
no sobrepasan ya, en la mayoría de los lugares, unos ridículos rendimientos.
La utilización de abonos minerales en cantidades elevadas sólo provoca
mínimos incrementos de producción. El incremento de los rendimientos
debe pasar ahora por la realización de unos métodos de cultivo capaces
de frenar la dinámica de degradación de estos suelos frágiles.
Si bien el principio de clasificación de las tierras en función de las
limitaciones engendradas por los riesgos del arroyamiento, es bueno, su
aplicación debe ser sensiblemente modificada. Apoyándonos sobre el pro­
greso de la geomorfología, hemos elaborado los siguientes conceptos:

a) Hay que considerar el medio ecográfico como un sistema: tal punto


de vista ha sido expuesto en el libro I. Ello nos lleva a precisar las inter­
acciones entre los fenómenos diferentes, a definir unos flujos de material
cuya abundancia en relación con la superficie permite apreciar grados de
inestabilidad del medio. No hay disociación entre ablación y acumulación:
la «erosión» deja de enfocarse unilateralmente.

b) Se tiene en cuenta la energía de gravedad: contribuye a alimentar


el sistema. Le hacemos un lugar en la explicación de los grados de ines­
tabilidad de los medios. Pero, es tan sólo un parámetro entre otros. No
interviene nunca solo. Se producen interferencias. Se manifiestan retroaccio­
nes. Resultan de ello múltiples efectos de umbral. Su evaluación teórica es,
actualmente, casi imposible. La determinación de los umbrales se pro­
duce a partir de observaciones de terreno bajo la forma de una «horqui­
lla» que se va cerrando progresivamente. Tales umbrales tienen tan sólo
un valor regional, es decir, local. Las limitaciones que ellos permiten pre­
cisar, también. Conseguimos así una mejor adaptación a las condiciones
específicas de cada medio.

c) La inestabilidad reviste distintas modalidades en función de los di­


versos procesos que actúan cuando se aportan ciertas modificaciones. Las
aguas corrientes no son más que un proceso entre otros. No cabe duda

217
de que su papel es predominante en algunos casos, pero tan sólo en algu­
nos. Exagerarlo por falta de discernimiento nos puede hacer cometer erro­
res tácticos muy graves. Tal es el caso de las banquetas de infiltración
edificadas sobre pendientes arcillosas, que desencadenan movimientos de
masas extremadamente peligrosos, como sucede en el Rif (Marruecos).

En lugar de aplicar una serie de prácticas rutinarias, para satisfacer


el formalismo administrativo, hacemos una llamada al discernimiento
científico con el fin de desentrañar la originalidad de cada caso y aplicarle
la terapéutica mejor adaptada. Expondremos en los capítulos 6 y 7 los
métodos que hemos elaborado con este efecto. Antes, examinaremos, aquí
mismo, los tipos de técnicas de intervención y las modalidades de su inser­
ción el el medio natural.
Los movimientos de masa plantean los problemas más difíciles de re­
solver. Las fuerzas que se ponen en juego son considerables. Querer opo­
nerles unas estructuras rígidas no tiene sentido, ni siquiera para proteger
puntos bien definidos, como una carretera, una construcción. El empuje
de las tierras agrieta y desmantela los más sólidos muros. Dichos muros,
por otra parte, incrementan el movimiento y, por tanto la fuerza que se
ejerce sobre ellos, ya que no pueden asegurar un drenaje satisfactorio a
pesar de las barbacanas de que están provistos. Son preferibles los gaviones,
ya que son naturalmente drenantes y, hasta cierto punto, deformables. No
acentúan el fenómeno al cual se oponen. Se pueden rehacer, utilizando de
nuevo el relleno, cuando el movimiento los ha afectado excesivamente. Los
gaviones se prestan bien, entre otras cosas, a la protección de orillas, prin­
cipalmente en los lugares en los que la zapa del curso de agua puede des­
encadenar un movimiento de masa. Este tipo de intervención en la parte
baja de la pendiente, es casi el único que puede tener cierto éxito, sobre
todo cuando es preventivo.
Pero muchos movimientos de masa no son provocados por un ataque al
pie de la pendiente. Se producen bajo el influjo de la gravedad cuando el
coeficiente de rozamiento interno de los materiales que contienen arci­
lla, disminuye bajo el efecto del acrecentamiento de la proporción de agua,
que provoca un desbordamiento de los límites de plasticidad o, con mayor
frecuencia, de los límites de liquidez. Teóricamente, se debería poder im­
pedir su desencadenamiento disminuyendo la proporción de agua. Esto
nos lleva de nuevo al drenaje del material. Sin embargo, esto no sólo es
difícil sino poco eficaz. Los niveles de saturación varían a veces según los
antecedentes climáticos. Pero, sobre todo, los desagües deben situarse en
profundidad, a veces a 10, 20 o 30 m. Es un trabajo difícil. Por otra
parte, el movimiento no puede frenarse por completo y al momento, de
suerte que los desagües se deforman, se desencajan, se rompen, se aplastan:
empiezan a funcionar mal y pueden llegar a concentrar las aguas que reco­
gen en las fisuras, de modo que aceleren el movimiento. Los pocos casos
en que el drenaje ha permitido frenar el movimiento de masa, son siempre

218
casos de áreas restringidas, generalmente en medio urbano, en donde el
control de la filtración de las aguas es posible, a diferencia de lo que sucede
en el medio rural.
Plantar árboles está lejos de ser una solución siempre eficaz. Efecti­
vamente, los árboles, afectados biológicamente por el movimiento, dan tan
sólo una producción mediocre. Por otra parte, sobrecargan la superficie
del suelo e incrementan la solicitación de la gravedad. Por último, favo­
recen la infiltración de las precipitaciones débiles o moderadas y por tanto
la alimentación acuosa del terreno subyacente. En el bosque natural se dan
todo tipo de ejemplos. En efecto, ciertas especies extraen una cantidad de
agua importante del suelo, pero ello no parece compensar los efectos nega­
tivos de la repoblación forestal. Es preferible recurrir a una cobertura
herbácea densa, que consume casi tanta agua como los árboles y sobre la
cual puede ejercerse la arroyada sin peligro. En efecto, los materiales finos
sobre los que se producen los movimientos de masa son favorables, tam­
bién, al resquebrajamiento. No hay que enfrentar un proceso al otro. Des­
graciadamente, bajo ciertos climas de régimen pluviométrico contrastado,
como en las regiones mediterráneas, el abarrancamiento tiende a ejercerse
al principio de la estación de las lluvias pues la cobertura vegetal es abierta
y los movimientos de masa, a finales de dicha estación, en el momento en
que las formaciones arcillosas están saturadas. Es muy difícil controlar si­
multáneamente ambos fenómenos. Sin embargo, el control de la carga
pastoral o la adopción de sistemas y técnicas de cultivo adecuadas pueden
evitar un empeoramiento de las condiciones ecográficas.
Las acciones eólicas son favorecidas por unas condiciones en parte
semejantes a las que incrementan las acciones hídricas. Efectivamente, la
movilización de las partículas está en función, en ambos casos, de la cohe­
sión mecánica superficial del suelo (estabilidad estructural) y del efecto
biostático de la vegetación. Acciones como la plantación de cordones vege­
tales o la mejora de la estructura de los suelos conllevan, a su vez, la de­
gradación por el viento y por la arroyada. Además, es necesario que las
pantallas vegetales tengan una estructura adecuada. Deben estar formadas
por plantas bajas, que recubran el suelo, y jueguen el papel de peine tanto
frente al arroyamiento como frente al viento. Se ha constatado que una pan­
talla vegetal correctamente formada ejerce su efecto protector frente al
viento en una amplitud igual a quince veces su altura cuando el viento le
es perpendicular. Su eficacia recae sobre la deflación y sobre la transpira­
ción de los cultivos. Se traduce en un aumento del rendimiento.
La paja ejerce también un efecto protector tanto frente a la deflación
como frente a la erosión hídrica y la arroyada. Disminuye también la eva­
poración y mejora el régimen hídrico del suelo. Con un cierto plazo, incre­
menta la proporción de materia orgánica en el suelo. La utilización de
desperdicios como el cascabillo del arroz o ciertos serrines permite la esta­
bilización de algunos medios muy degradados o de dinámica intensa.
En cambio, otras prácticas tienen efectos antinómicos y deben utilizar­

219
se tras un cuidadoso análisis de la dinámica natural. Es el caso de la des­
trucción de las cortezas formadas por el impacto del agua que al endurecer
el suelo favorecen la deflación. La mejor solución es mejorar la estruc­
tura del suelo o cubrirlo con paja: disminuye a la vez los efectos del viento
y de la lluvia.
Estos pocos ejemplos demuestran la necesidad de un enfoque interdis-
ciplinario basado en la dinámica del medio y que permita elegir las solu­
ciones más adecuadas para enfrentarse a sus aspectos negativos y, al mismo
tiempo, mejorar las condiciones ecológicas, cosa que proporciona mejores
rendimientos. Lo más frecuente es que, en el cálculo económico, se tome en
consideración tan sólo este aspecto, muy parcial, de la ordenación. Actitud
errónea que hay que tener en cuenta.
Cuando los fenómenos de erosión pluvial y de arroyamiento son muy
predominantes, los problemas son menos complejos. En los casos más
graves se puede combinar el empleo de dos métodos distintos, a condición
de coordinarlos cuidadosamente:

a) Una acción sobre las pendientes que tenga por efecto la disminu­
ción de la arroyada y la contrarreste. En ciertos casos, limitados, se puede
recurrir a las banquetas. No deben producir ningún riesgo de movimiento
de masa, dato que puede establecerse con un estudio geomorfológico, y de­
ben ser construidas y mantenidas de tal modo que no pueda producirse
desbordamiento alguno. Esto es algo difícil: razón importante para que
tengamos ciertas reservas frente al empleo de dicha técnica. Por otra
parte, las banquetas, que son caras, provocan con frecuencia una pérdida
en la cosecha, cosa que las hace ser una inversión negativa. En la India,
en Bellary, cerca de Mysore, un estudio llevado conjuntamente por los
servicios agrícolas indios y por la fundación Ford puso en evidencia una
pérdida de! 30 % en la cosecha de algodón y del 39 % en la de cáñamo
cultivados durante la estación de las lluvias (monzón). También en la In­
dia, en el Madhya Pradesh, en 1972, las banquetas provocaron un descen­
so en el rendimiento de un 14 % en los lugares en los que, para edificar­
las, la tierra había sido extraída y una pérdida total de un 5 a un 10 % de
la superficie cultivada. Por otra parte, al entorpecer la circulación de los
animales de labor, retrasan ciertos sistemas agrícolas que ya no pueden
efectuarse en el momento adecuado lo que viene a ser una de las causas
de disminución del rendimiento. De ello resulta una hostilidad de los cam­
pesinos que rechazan su mantenimiento con lo cual aumenta el riesgo de
mal funcionamiento. Tantos inconvenientes llevan a recurrir a ello lo menos
posible. Con mayor frecuencia, se pueden utilizar los cordones vegetales for­
mados por plantas que juegan un papel de peine eficaz a ras del suelo
pero fuertemente enraizadas. Permiten una autorregulación del régimen
hídrico en forma de infiltración que nunca es excesiva y de la arroyada
excedente. Este abandona la mayor parte de las partículas transportadas
en las pantallas en donde queda frenado. Los cordones vegetales permiten

220
la construcción progresiva de cortinas. Su efecto es progresivo en el tiempo.
Su empleo debe estar asociado a unas medidas de mejoramiento de los
suelos que incrementan la producción al aumentar la infiltración. Existe
ahí una retroacción positiva: la mejor alimentación en agua de las plantas
incrementa su rendimiento y permite, también, ampliar la gama de las plan­
tas cultivadas (nuevas variedades más productivas pero más exigentes,
nuevas especies). Es una ordenación que hace sentir sus efectos a largo
plazo pero que actúa a medio término. Se presta a una aceleración del desa­
rrollo tras un cierto tiempo que puede aprovecharse para iniciar la forma­
ción de los campesinos y para preparar infraestructuras.

b) Una acción sobre los talwegs por medio de las técnicas de corrección
habituales. Su empleo debe nacer de una investigación interdisciplinaria
que asocie geomorfólogos especializados e ingenieros. El ordenamiento de
los cursos de agua tiene una doble utilidad: obstaculizar los procesos
regresivos que parten de los talwegs y degradan los interfluvios y, por otra
parte, disminuir las limitaciones que pesan sobre las regiones situadas en
el curso bajo, principalmente la inestabilidad de los fondos de valle. En
Argelia, la ordenación de la cuenca condiciona la más intensa utilización
de la llanura aluvial del Soummam, objetivo prioritario del gobierno. La
corrección de los cursos de agua tiene por objeto bloquear la incisión regre­
siva que tiende a acrecentar la densidad de las ramblas y lacerar cada vez
más las pendientes utilizables por los campesinos. De un modo accesorio,
disminuye la torrencialidad y mejora el régimen de los cursos de agua.
Limita también los transportes sólidos, reteniendo una parte de los ma­
teriales gruesos y, sobre todo, evitando en gran medida la zapa de los
márgenes. Las espigas de cestón y los empedrados permiten proteger los
márgenes. La construcción de pequeñas presas por medio de muros de
obra, de viejos raíles, de troncos de árboles, y de fajinas sobre las ramblas,
bloquea la incisión progresiva y frena la arroyada. Indirectamente permite
una estabilización de los flancos de la cortadura. Los efectos del ordena­
miento de los cauces son rápidos, más rápidos que los del tratamiento bio­
lógico de las cuencas. Pero, su eficacia disminuye con el tiempo. Las pe­
queñas presas en los torrentes se colman rápidamente y, entonces, al arras­
tre de residuos se reemprende en gran medida. Por último, como todas las
obras, necesitan un mantenimiento que se hace gradualmente más costoso
al envejecer.
La solución más racional consiste, pues, en empezar por el ordena­
miento de los cauces que aporta un alivio inmediato. Pero, sin demora,
es necesario emprender el tratamiento de las pendientes. Este, actuando
con cierto retraso, será plenamente eficaz antes de que las obras de correc­
ción de los cursos de agua exijan importantes reparaciones. En las mejores
condiciones, éstas podrán ser evitadas gracias a una estabilización suficien­
te de las cuencas.

22 1
Este tema nos conduce, con toda naturalidad, a situarnos a otro nivel
taxonómico, el del ordenamiento de los conjuntos regionales heterogéneos.

III. PROBLEMAS DE ORDENACION AL NIVEL


DE LOS CONJUNTOS REGIONALES

Nos situaremos únicamente al nivel de los conjuntos regionales natu­


rales, dejando de lado los demás tipos de entidades como las unidades
administrativas o las regiones económicas centradas en una ciudad. Inclu­
so limitándonos de este modo, nos encontramos con territorios que poseen
dos características aparentemente contradictorias: por una parte, son hete­
rogéneos y, como tales, no deberían ser tratados en el mismo marco de
ordenación; por otra parte están integrados, en gran medida, en un mismo
sistema, lo cual crea entre ellos una cierta interdependencia. Esta debe
ser tenida en cuenta para una intervención. Estas solidaridades parciales
plantean, evidentemente, problemas específicos, que son los que vamos
a abordar aquí.
Las cuencas fluviales son, con mucho, los principales conjuntos de este
tipo. La heterogeneidad es, en ellas, regla. Se dividen en subcuencas que
tienen cada una sus características propias. Y, sin embargo, una cuenca
fluvial posee cierta cohesión. Constituye un sistema desde el doble punto
de vista hidrológico y energético. La estructura del sistema se traduce,
en el plano hidrológico, por la formación de los caudales y por las carac­
terísticas del régimen que se puede definir como la distribución en el
tiempo de los tipos de relaciones entre las precipitaciones y los caudales.
Desde este punto de vista es, precisamente, desde el que se estudian con
mayor frecuencia las cuencas. Sin embargo, el flujo dispone de una cierta
energía proporcionada por la gravedad. Varía directamente en función
de las pendientes resultantes de la evolución geomorfológica. Las centrales
hidroeléctricas captan una parte de dicha energía. Pero esta energía pro­
duce también un trabajo natural: el transporte de partículas procedentes
de la cuenca y de los cauces mismos de los cursos de agua. La energía dis­
ponible para dicho trabajo procede de la gravedad, pero, una parte de
ella se dispersa por el rozamiento de las moléculas de agua contra las partes
fijas del lecho, roca compacta o elementos que superan la competencia.
Cuando los caudales crecen, la superficie de rozamiento aumenta también
aunque a menor velocidad. La superficie de la sección mojada aumenta
menos rápidamente que la parte de su perímetro formada por el contacto
con la roca o los aluviones. Por este hecho, un aumento de caudal se
traduce en un aumento de la rapidez del agua y, dada esta consecuencia,
por una cantidad de energía disponible para un trabajo morfogénico toda­
vía más fuertemente acrecentado. La competencia aumenta con fuerza, la

222
movilización del material del lecho es mucho más fácil: los efectos de
pavimento juegan mucho menos.
Estas relaciones son bien conocidas en hidráulica. Algunas de ellas
han sido establecidas por los ingenieros hace más de un siglo. Son capi­
tales para la ordenación de las cuencas fluviales. Repitámoslo, el trabajo
morfogénico se efectúa en ellas de manera muy desigual en el tiempo. Las
grandes crecidas tienen unos efectos considerables. El trabajo efectuado,
cuando el material disponible no es suficiente, crece con más fuerza en
relación a los caudales que si la función fuera lineal. Diversas razones nos
hacen pensar que la función es exponencial. Efectivamente, toda una serie
de retroacciones positivas entran en juego.
En el plano práctico, resulta de tales mecanismos una consecuencia
importante. El costo de los trabajos de protección contra los cursos de
agua crece muy fuertemente a medida que se quiere defender contra unas
crecidas de caudal más elevadas, por tanto menos frecuentes. Lo más one­
roso no es por lo general dominar los caudales sino contrarrestar los efectos
morfogénicos del flujo (estabilización de los márgenes, protección de los
diques, canalización del flujo de materiales groseros). En Francia, la prác­
tica administrativa considera como normal la protección de los rivereños
contra las crecidas decenales. Las crecidas de menor frecuencia son objeto
de medidas especiales en el marco de las ayudas a las víctimas de catás­
trofes.
Las crecidas constituyen, pues, una limitación para el ordenamiento
y una limitación tanto mayor cuanto más abundantes son aquéllas. Obligan
a medidas de protección de los fondos de valles en las que se efectúan
crecientes inversiones. Estas extensiones aluviales llanas, favorables con
frecuencia a los asentamientos, atraen las aglomeraciones, las vías de comu­
nicación de mucho tráfico, las fábricas. Son, también, favorables para una
agricultura tecnificada. Estudios realizados en Estados Unidos han demos­
trado el rápido crecimiento de las inversiones que en ellas se han efectua­
do. El compromiso de protección de las llanuras aluviales constituye una
proporción cada vez más elevada de las instalaciones del conjunto del país.
Las crecidas no ofrecen, desgraciadamente, demasiadas contrapartidas útiles.
Cuando éstas se producen, el agua es superabundante y las tierras exigen
más un saneamiento que una irrigación. Los caudales superan, con mucho,
la capacidad de las centrales hidroeléctricas. La única solución está en la
construcción de presas para almacenar una parte del agua. Se disminuyen
también los riesgos de catástrofe en el curso bajo y se puede utilizar dicha
agua cuando más preciosa es, en período de escasez, durante el estiaje.
Pero dichas presas deben ser tanto más capaces cuanto más irregular es el
régimen. Para obtener un mismo resultado, las inversiones son tanto más
elevadas cuanto más variables son los caudales. Además, hay que encon­
trar todavía los puntos que se prestan mejor a la construcción de las pre­
sas. Son tanto más raros cuanto mayor es la obra proyectada.
Los gastos de mantenimiento de una presa son generalmente pocos.

223
La carga financiera mayor proviene de su amortización. Las anualidades
están en función de la duración sobre la cual se hace recaer. Ahí es donde
interviene el caudal sólido del curso de agua. Efectivamente, en la actua­
lidad estamos mal armados, en el plano técnico, para impedir la sedimen­
tación de los materiales transportados en las contenciones. Los vaciados
de fondo son poco eficaces ya que para volver a movilizar un material es
necesaria una corriente más violenta que para su mero transporte. La dis­
persión es especialmente grande para las partículas de menos de 0,1 mm,
como lo demuestran las curvas de Hjulstróm; ello se debe a la fuerte cohe­
sión de los limos y arcillas. Por otra parte, en el agua tranquila de un
pantano, sobre todo en su parte baja, más profunda, la decantación se
ejerce en buenas condiciones, de tal modo que se depositan muchos mate­
riales finos. El dragado de los depósitos es generalmente de un costo pro­
hibitivo. Además, es necesario poder almacenar el material extraído, cosa
que, por regla general, no es fácil. Quedan las presas de paso abierto: el
nivel de colmo es mínimo pero no permiten almacenar el agua hasta el
estiaje; su papel se limita a suavizar las crecidas. Las soluciones interme­
dias consistentes en presas de retención provistas de compuertas de fondo
que permiten dejar pasar la parte de la crecida más cargada de material
como a través de una presa de paso abierto y a continuación almacenar
el resto, son de manejo delicado pues los volúmenes acarreados durante las
crecidas son muy variables, en el tiempo y en relación a los caudales. Suce­
de a menudo que la duración de amortiguamiento de una presa debe cal­
cularse en función de la rapidez de colmo de la retención. Las aportaciones
de sedimento adquieren así un valor económico, pero un valor negativo.
Las intervenciones que tienen por objeto reducirlas aparecen desde ese
momento como «rentables» para el economista. Una golondrina no hace
primavera...
A la inversa, los períodos de poca agua ponen en juego el fenómeno
de la escasez. La producción de energía hidroeléctrica disminuye. Si el
equipo ha sido calculado en función de caudales superiores, resulta en
parte inutilizable, lo que aumenta el precio de la energía captada. Aumen­
tar los caudales supone entonces un gran interés económico. Esto es lo que
justifica las presas de regularización. Es entonces también cuando las nece­
sidades de agua para la agricultura son más elevadas: para impedir la dis­
minución de los rendimientos se impone la irrigación. Por último, cuando
coinciden con calores, cosa frecuente, los estiajes son también períodos de
demanda de agua superior para la distribución en las ciudades. Las necesi­
dades rurales y urbanas entran en conflicto. Pero, el aspecto cuantitativo
no es el único que entra en juego: se plantea también un problema de cali­
dad. Los caudales de productos polucionantcs procedentes de las aglome­
raciones urbanas y de las fábricas siguen siendo sensiblemente los mismos,
pero como hay menos agua en los ríos para diluirlos, se incrementan sus
concentraciones lo cual ocasiona graves inconvenientes. Rotterdam, en la
parte inferior del gran desagüe europeo en que se ha convertido el Rin,

224
conoce por ello serias dificultades: incluso tratada, es peligroso beber el
agua del Rin.
El ordenamiento de las cuencas fluviales, por lo tanto, tiene casi siem­
pre los siguientes objetivos:

— una disminución de la dispersión de los caudales con el fin de paliar


los inconvenientes planteados por las crecidas e incrementar los recursos
en agua durante los estiajes, lo cual, a su vez, atenúa la polución.
— una reducción del trabajo morfogénico efectuado por los cursos de
agua, que se obtiene por el hecho mismo de la regularización de los caudales
pero, que es necesaria también para incrementar la longevidad de las presas
y mejorar la calidad del agua consumida por los habitantes de las ciudades
y por ciertas industrias.

Cada vez con mayor frecuencia tales ordenaciones tienen múltiples


fines: unos y otros apuntan a la satisfacción de distintas necesidades.
La cohesión del sistema que constituye una cuenca fluvial resulta de
interdependencias entre sus constituyentes. Si se toma en consideración
se consigue un ordenamiento llamado integrado. Mostremos algunos de
sus aspectos.
En primer lugar, un aspecto hidrológico. Se trata de la interdependen­
cia entre las aguas superficiales y las subterráneas. Una gran parte de la
recarga de los acuíferos se efectúa durante las inundaciones. El agua pe­
netra entonces entre los intersticios de las partículas de los mantos aluvia­
les. Cuando ha sustituido completamente al aire entre ellas se dice que
hay saturación. Excepto cuando los aluviones contienen una matriz arci­
llosa abundante, contienen también acuíferos libres, en equilibrio con el
curso de agua. Sin embargo, interviene un cierto desfase. Está en función
de la velocidad de circulación del agua en el material. Juega un cierto
papel regulador. Durante las crecidas, una parte de los caudales se separa
del curso de agua por infiltración. Se produce así un descrestamiento de las
crecidas. Este mecanismo juega, a menudo, más que el efecto geométrico
de la instalación de las aguas en la llanura inundable, en donde el desli­
zamiento es más lento. En período de bajas aguas, el agua almacenada en
los aluviones es restituida al curso de agua. Mantiene los estiajes. Es así
como el deslizamiento llega a ser totalmente nulo en la parte alta de un
pantano, mientras que persiste a partir de un cierto punto del curso, si­
tuado en la llanura aluvial, aunque no sea visible ninguna fuente.
Esta situación presenta ciertas ventajas. Además de una cierta regula­
rización de los caudales, pone a disposición de los usuarios un manto
freático poco profundo en la llanura aluvial. Su acceso es fácil a los agri­
cultores. Sus aguas han sufrido un cierto filtraje y son generalmente de
mejor calidad que las del curso de agua, lo que las hace preciadas para
las aglomeraciones. Por último, sucede con frecuencia que estos acuíferos
superficiales alimenten mantos más profundos. Su agua dispone del tiempo

225
necesario para colarse en unas formaciones en donde la circulación es lenta,
como por ejemplo, las calcáreas no karstificadas. Se atribuye también un
papel importante a las inundaciones del Mosa en la recarga del calcáreo
jurásico de la cuenca de París. Pero, dichos mecanismos no exigen la inun­
dación de las llanuras aluviales sino que están permanentemente en acción
gracias al acuífero en equilibrio con el curso de agua que ocupa el man­
to aluvial.
Ciertos trabajos vienen a trastornar dicha situación. Por ejemplo, en el
Rin, la organización de la fábrica Blondel ha modificado las condiciones
hidrogeológicas de la llanura de Pierrelatte. El canal de salida, para incre­
mentar la altura de caída, ha sido excavado a bastante profundidad en los
aluviones. Ello ha hecho descender el techo del acuífero que contenían.
Se ha encontrado entonces fuera del alcance de las raíces en una gran su­
perficie. De ello han resultado serias dificultades para los agricultores. En
el Alto-Rin, el ordenamiento del Rin ha tenido los mismos efectos y ha
sido necesario, en el Hardt, intentar corregirlos con la construcción de
una red de regadío. Pero, sobre unos suelos pobres y de gravas, esto pro­
voca un peligroso lavado. El problema sigue sin resolver. Es por ello que
desde entonces, a instancias de Alemania, se ha modificado el tipo de equi­
pamiento. Para no afectar demasiado el nivel del acuífero, se ha renun­
ciado a la construcción de un canal lateral continuo. Se han perforado
tramos para cada central provistos de esclusas pero los caudales son de­
vueltos al lecho del río. En tales ordenamientos, los trastornos acarreados
al sistema curso de agua-manto freático aluvial, se incrementan cuando
los canales o ríos canalizados están revestidos y cuando su pendiente es
mnv diferente a la de sus lechos naturales.
Las modificaciones en la incidencia en las tierras o en su revalorización
intervienen también. La irrigación, principalmente por gravedad, es uno
de los modos más eficaces de recarga de los mantos freáticos. Tiene además
la ventaja económica de ser rentabilizado únicamente con la producción
agrícola. Puede ser ventajoso implantar unos perímetros de irrigación para
incrementar los recursos de agua subterránea superficial. Por ejemplo, en
Lima (Perú) la extensión de la aglomeración se realizó, en parte, sobre
el cono torrencial del Rimac en detrimento de las explotaciones irrigadas.
La recarga del acuífero contenido en el cono se ha visto fuertemente redu­
cida. Esto explica el descenso del nivel del agua en los sondeos y la dis­
minución de los caudales que pueden extraerse en la aglomeración. Nos
resultó fácil explicar este fenómeno que había inquietado y sorprendido a
los responsables. A la inversa, la implantación de redes de saneamiento
agrícola tiene como consecuencia aumentar los caudales de crecida. En
ciertas condiciones aumentan los peligros de inundación en el llano. Un
ordenamiento regional racional debe tener en consideración estos diversos
factores con el fin de evitar las «malas sorpresas» siempre onerosas y, a
veces, peligrosas.
Los perjuicios causados por los transportes sólidos pueden atenuarse

226
con los ordenamientos que mejoran el régimen. La conservación de las
tierras va de la mano con la de las aguas. Descansa sobre el ordenamiento
de las pendientes y de los torrentes tratado más adelante. La disminución
de la torrencialidad en las pequeñas cuencas tiene efectos benéficos sobre
los ordenamientos importantes situados en el curso bajo. La explotación
de los embalses se hace más ventajosa. El almacenamiento de un mismo
volumen de agua consigue una regularización más eficaz. Un embalse que,
por ejemplo anteriormente, no podía asegurar más que unas compensa­
ciones estacionales puede permitir, tras el tratamiento de su cuenca, con­
servar los excedentes de un año para otro. Pero, sobre todo, los transportes
sólidos se ven disminuidos, la longevidad de los depósitos incrementada y
su rentabilidad superada. Diversos estudios han demostrado que incluso
en regiones montañosas fuertemente desecadas como los Alpes, una eleva­
da proporción de los transportes sólidos provenía de una pequeña parte de
la cuenca. El 90 % de los materiales surgidos del 10 % de la superficie de
la cuenca es un orden de magnitud usual. La consecuencia de este hecho
es clara: es altamente rentable concentrar medios importantes para tratar
un sector crítico de pequeña superficie. Por otra parte los inevitables per­
juicios que se imponen afectan tan sólo a un pequeño número de personas
a las que se puede indemnizar honradamente.
Sin embargo, para ser racional, un ordenamiento de este tipo debe ser
cuidadosamente programado. Es necesario empezar el tratamiento de la
cuenca desde el momento en que se ha tomado la decisión, es decir, con
la suficiente antelación en relación a las construcciones de presas y canales
y a los remodelajes de los cursos de agua. Tal como hemos explicado más
arriba, ciertas acciones dejan sentir sus efectos con un poco de retraso
y progresivamente. Es capital tenerlo en cuenta. Desgraciadamente, con
demasiada frecuencia, se realiza en primer lugar un gran pantano, obra
espectacular que se presta a las inauguraciones pomposas y a los grandes
discursos. Puede llegar a ser una estafa... La honestidad exige que se
tengan en cuenta unos mecanismos naturales y que se emprenda con tiem­
po una acción mucho menos aparente, más difícil, más indispensable en
la cuenca. Hay que prever también todas las consecuencias que las grandes
construcciones puedan tener en el curso bajo sobre el comportamiento del
agua y sobre las condiciones hidrogeológicas. Las modalidades de explo­
tación de los grandes pantanos pueden ser sometidas a ciertas limitaciones
para evitar que se produzcan ciertos efectos perjudiciales. Un caudal su­
ficiente debe mantenerse permanentemente en el lecho natural para evitar
una alteración del régimen de los mantos freáticos aluviales, para diluir
los efluvios polucionantes, para mantener unas condiciones ecológicas sa­
tisfactorias. Efectivamente, cuando los aluviones no son removidos por
las crecidas, son colonizados por la vegetación, cosa que aumenta la rugo­
sidad. De tal modo que, si en ciertas circunstancias se dejan unos caudales
elevados, éstos se deslizan con mayor lentitud cosa que acrecienta los ries­
gos de inundación. Cuando los árboles crecen en un lecho o sobre sus

227
márgenes, pueden bascular bajo el efecto de la zapa y constituyen entonces
unos obstáculos peligrosos que ocasionan torbellinos. Pueden también ser
arrastrados y obstaculizar obras o incluso obstaculizar el paso del agua
en puentes y desagües. Una parte de los gastos ocasionados por el Guil en
junio de 1957 es debida a estos fenómenos. Tales peligros pueden evitarse
controlando la vegetación, por ejemplo, cortando periódicamente los árboles
y arbustos o impidiendo su desarrollo con un régimen hidrológico apropia­
do. Problemas de esta naturaleza se plantearon cuando se realizó la ordena­
ción del Durance. Ciertos ordenamientos aprovechan una diferencia de
pendiente entre dos cursos de agua vecinos para conseguir una mayor altu­
ra de caída haciendo caer las aguas del curso alto más elevado sobre el más
bajo. De ello resulta una fuerte modificación de la dinámica en uno y
otro. Los caudales captados se extraen de los caudales naturales en un
caso y se le añaden en el otro. En el curso de agua que sufre la extracción,
el hecho es mal conservado por los fenómenos naturales: hay que procu­
rar que siga siendo capaz de evacuar sin peligro una fuerte crecida que
pueda formarse más abajo. En el curso de agua que recibe la extracción,
los caudales se incrementan y su actividad puede ser mucho mayor du­
rante las crecidas. La inestabilidad de los bancos aluviales y el trabajo de
zapa tienden a crecer. Es sensato evitar tales inconvenientes tomando me­
didas preventivas, principalmente la protección de los márgenes.
Una cuenca fluvial debe, pues, ordenarse teniendo en cuenta las inte­
racciones que se ejercen entre los diversos aspectos hidrológico, geomorfo-
lógico e hidrogeológico que la caracterizan. La unidad de los fenómenos
naturales no debe ser enmascarada por la división de la investigación en
disciplinas. Esta misma unidad crea también solidaridades entre áreas
diferentes. Ciertas zonas pueden ser ordenadas con el fin de aumentar
en ellas la producción ya que ésta se beneficia de unas condiciones que
justifican las inversiones. Estas son las regiones productivas. Pero, el buen
funcionamiento de estos ordenamientos y, en consecuencia, la rentabilidad
de las inversiones que exigen, a menudo está condicionado por la diná­
mica de otras unidades que juegan un papel decisivo en la formación de
los caudales líquidos y sólidos. Son regiones conexas. La intervención
no se justifica en ellas directamente: consideradas bajo este punto de vista
las ordenaciones de conservación o de restauración no podrían conside­
rarse rentables. Pero se convierten en tales si, en el marco de la cuenca,
se aprecian sus efectos sobre el desarrollo de las regiones productivas si­
tuadas en el curso bajo.

228
CONCLUSION

La ordenación racional del medio rural presenta grandes dificultades,


incluso dejando provisionalmente de lado las relaciones entre el hombre
y el medio, las cuales serán abordadas en el próximo capítulo.
Toda ordenación comporta una modificación de la dinámica del medio
natural y de los ecosistemas cuyo soporte es. No puede ser racional más
que en la medida en que podamos apreciar, de antemano, los diversos cam­
bios, deseados o no, que desencadenará. Hemos hecho algunos progresos
en este sentido en el curso de los últimos años. Pero queda mucho por
hacer. Como hemos demostrado en el libro I, los primeros intentos de
estudios interdisciplinarios han sido realizados a partir de bases metodo­
lógicas insuficientes. Se adoptó en ellos una actitud estadística más fácil,
que evita plantear los problemas, pero que es inadecuada. No ha suscitado
ningún examen de conciencia y ha desembocado pronto en la rutina, tanto
en el C.S.I.R.O. con los levantamientos de tierras como en los Estados
Unidos, con la clasificación de los suelos en vistas a su conservación. Des­
graciadamente tales actitudes se prestan a la burocratización, cosa que ase­
gura su difusión.
La ecología, por razones históricas, se ha desarrollado por su parte
de un modo algo disforme. Sistemáticos y biólogos han jugado en ello
un papel predominante. Han privilegiado el estudio de las relaciones de los
seres vivos entre ellos en detrimento de las relaciones entre los seres vivos y
su medio. Este último aspecto ha conllevado sobre todo el establecimiento
de balances. Su utilidad no se puede negar. Sin embargo, no son suficientes,
ya que se limitan demasiado a la energía. Frente a la ecología, que ha adop­
tado muy pronto el instrumento lógico que es la noción de sistema, el estu­
dio del medio natural ha quedado desarticulado y, como tal, incapaz de ayu­
darle a mejor equilibrarse. Las estructuras administrativas juegan, aquí tam­
bién, un papel eselerotizante. Las especialidades están organizadas en grupos
de presión que obstaculizan el desarrollo de las investigaciones interdiscipli­
narias cuya necesidad práctica esperamos haber demostrado.
La investigación avanzada es capaz de abordar, en la actualidad, el
estudio de las interacciones entre los diversos elementos del sistema eco-
gráfico. Le hace falta, en primer lugar, determinar su naturaleza y hacerse
una idea de los mecanismos según los cuales se desarrollan. Hemos dado
ejemplos de ello, que nos parecen demostrativos, pero, no tenemos la
pretensión de haber trazado el panorama completo. Estamos en un estadio
cualitativo que es un estadio inicial de la investigación. Debe permitir,
con bastante rapidez, si se dan los medios suficientes, poner en marcha
medidas válidas: la principal dificultad en la materia es, efectivamente,
saber qué medir y apreciar la significación de los valores obtenidos.
Una cuantificación de este tipo es indispensable para fundamentar un
ordenamiento racional. Actualmente, resulta casi siempre prematura. Por

229
otra parte, los economistas quieren cuantificar. Generalmente ignorando
los fenómenos naturales tienen tendencia a olvidar advertencias que siguen
siendo cualitativas. En el mejor de los casos, como ciertos ingenieros, in­
troducen en el cálculo valores numéricos arbitrarios. Esto presenta un gran
peligro. La insuficiencia de las comunicaciones entre los naturalistas, los
técnicos y los economistas, es en la actualidad un serio obstáculo para la
racionalización de las ordenaciones del medio rural. Pone en tela de juicio
la política de la investigación y ciertos conceptos en materia de formación,
tanto inicial como permanente.

B IB LIO G R A FIA

ALGUNAS PUBLICA CIO N ES A CONSULTAR

1. Sobre las limitaciones geom orí ológicas

Pocas investigaciones se han consagrado a este aspecto de la geomorfología


aplicada. Las publicaciones siguientes dan una idea de los métodos planteados
para su conformación.

H orn R. van, 1972 Relative Slope Stability Map of the Sugar House Quadran-
gle, Salt Lake County, Utah, United States Geological Survey, 1/24.000.
Los procesos engendradores de inestabilidad son los flujos fangosos, los
deslizamientos, los aludes. Su estabilidad se evalúa incluso frente a peque­
ños seísmos, según cuatro clases, una de las cuales está subdividida en fun­
ción de las condiciones hídricas. Los factores considerados son la pendiente,
la litología, las condiciones hídricas, las fallas y los pliegues.
M aberry J., 1972, Map Showing relative Erodibility of Geologic Materials
in the Parker Quadrangle, Arapahoe and Douglas Ccunties, Colorado, United
States Geological Survey, 1/24.000.
Basándose en la comparación de fotografías aéreas de 1963 y 1970, sobre
la litología y la identificación de los procesos, distingue tres clases de sus­
ceptibilidad.
P anizza M., 1973, «Proposta di legenda per carte della stabilitá geomorfolo-
gica» Bolletino della Societá Geográfica Italiana, 92, pp. 303-306.
Mapas derivados de los mapas geomorfológicos en los que aparecen las limi­
taciones resultantes de los procesos morfogénicos, de las inundaciones y de
la susceptibilidad para la degradación.
W itkind I., 1972, Map Showing Seiche, Rockslide, Rockfall and Earthflow
Hazards in the Henrys Lake Quadrangle, Idaho and Montana, United States
Geological Survey, 1/62.000
Distingue tres clases de riesgos que están representados cada uno por un
color, basándose esencialmente en el valor de las pendientes.

230
2. Evaluación de la su sceptibilidad del m edio natural

La mayoría de las publicaciones sólo tratan el problema parcialmente, lo cual


no facilita la elección de los trabajos a citar. Nos hemos propuesto dar un
panorama de las principales orientaciones metodológicas.

A l la ir e G., S toupy M., 1972, Analyse écologique et Cartographie du paysage,


tesis doctor ingeniero, Universidad Paul-Sabatier, Toulouse.
Intento de correlación de la utilización del suelo con un cierto número de
parámetros del medio físico.
B artkowski T., 1971, «Upon Methods of Evaluation of Geographic Environ-
ment» Przeglad Geograficzny, X L II1, pp. 263-281.
Procede en dos etapas: 1. Inventario de las propiedades del medio, 2. Apre­
ciación del medio en función de criterios de utilización (cosa necesaria­
mente subjetiva).
C ochran A., 1972, A Selected Bibliography on Natural Hazards, Natural Ha-
zard Research Group, Working Paper, 22, 86 pp.
D orywalski M., 1968, «M aps on Natural Geographical Environment» Geo-
graphia Polonica, 14, pp. 211-216.
Se limita a cartcgrafiar los tipos de modelado.
G odron M., Poissonet J., 1972, «Quatre thémes complémentaires pour la car­
tographie de la végétation et du milieu» Bulletin de la Société Languedocien-
ne de géographie», VI (3) pp. 329-346.
Muestra la mayor o menor aptitud de la vegetación para cicatrizar las heri­
das abiertas en la cobertura vegetal. Valora la velocidad de recolonización
por la vegetación basándose en las secuencias pioneras.
Institutul Geol. si Geogr., Acd. Rep. Soc. Romanía, 1969, Geografía vaii Dunari
Romanesti, Ed. Acad. Rep. Soc. Romanía, Bucarest, Anexa de Harti, 26 pl.
K link H.-J., 1969, Das naturráumliche Gefüge des Ith-Hils-Berglandes, Fors-
chungen zur Deutscher Landeskunde, 58 pp., 3 mapas color.
M ensching H., 1968, «Bericht Über Stand und Aufgaben des Afrika-Karten-
werkes», Die Erde, 99, pp. 14-41.
M olinier R. R., 1971, «L a Cartographie écologique au Service de l’aménagement
du territoire» Bulletin du Museum d'histoire naturelle de Marseille, 31,
pp. 77-84.
Alzaron mapas de toda la Provenza, en los que están representadas las agru­
paciones vegetales en equilibrio, en ruptura de equilibrio, y degradadas. El
enfoque consiste en determinar unos grados de estabilidad, al igual que
el nuestro.
N egre R., 1968, «La Végétation du bassin de l’One (Pyrénées centraels)»,
Psrtugaliae Acta Biol., B., IX , pp. 196-290.
Monografía que demuestre; la influencia de los climas, de la exposición de
la geomorfología y de las reliquias paleoclimáticas.
O rlov V. I., 1965, «The Development of the West Siberian Plain by Man.
The Map of Nature’s Dynamics», Priroda, n.° 5, pp. 79-85 (en ruso).
R aynal R., 1970, «Geomorphologie et Vocation des sois dans les pays du
bassin occidental de la Méditerranée», An. Univ. Bucuresti, Geogr. 19,
pp. 21-33.
Relaciones geomorfología-Suelos-Ordenamiento.

231
S c h m id t G., 1964, «Zur landschaftsbkologischen Kartierung im norddeutschen
Jungmoranenland», Petermanns geographische Mitteilungen, CVIII; pp. 193-
200 .
Realiza un mapa sintético a partir de los mapas de la nivación, de la ero­
sión de los suelos, de los microclimas, de los tipos de suelos.
Z vonkova T., S a l i c h t c h e v K., 1970, Cartes a petite échelle pour l’apprécia-
tion du milieu naturel, Ed. Univ. Moscú (en ruso).

3. Ejemplos de estudios específicos

C h arreau C., N icou R., 1971, «L ’Amélioration du profil cutural dans les sois
sableux et sablo-argileux de la zone tropicale séche ouest-africaine, et ses
incidences agronomiques», Agronomie tropicale, bulletin n.° 23.
C h arrea u C., 1972, «Problémes posés par l’utilisation agricole des sois tro-
picaux par les cultures annuelles», Agronomie tropicale, bulletin n.° 9.
D amour M., B o u c h a rd L., D obelmann J.-P., 1971, Contribution a l’étude
de la mise en valeur des plaines de Marovay (Madagascar). Le probléme
de la salinité, Instituí de recherches agranomiques de Madagascar, Tenana-
rive.
D amour M., D obelmann J.-P., O liv er R., 1971, Contribution a la mise en
valeur des plaines de Marovoay (Madagascar). Un exemple de dessalage des
sois ñordiques, Instituí de Recherches agronomiques de Madagascar, Ta-
nanarive.

Instituto de investigaciones agronómicas tropicales y de los cultivos en vivero,


informes anuales, 1962-1973.

232
6. PROGRAMACION DE LOS ESTUDIO S DE ORDENAMIENTO
Y DESARROLLO

Tras haber dado el enfoque de los problemas científicos que plantea


el ordenamiento del medio rural, es necesario ahora ampliar nuestro campo
de visión. Este ordenamiento no constituye una acción gratuita, sin un
objetivo preciso. Si de esto se tratara sería mejor organizar unas reservas
naturales integrales de las que quedaría excluida cualquier acción humana.
Ciertamente, tales reservas existen y están justificadas, pero son semejantes
a museos. Su función es preservar unos testimonios de una naturaleza me­
nos transformada que la que les rodea. Su estudio, comparativo, puede
ayudar a comprender los problemas de ordenamiento. Es todo: el tema
no será tratado aquí.
El ordenamiento del medio rural tiene una finalidad humana. Debe
salvaguardar y mejorar nuestra base de sustentación ecológica frente a la
expansión demográfica. En muchos casos este objetivo fundamental se ol­
vida en favor del provecho inmediato. Pero, se plantean dudas, cada vez
con mayor claridad y con mayor fuerza, frente a las políticas que preco­
nizan el crecimiento económico a cualquier precio. La opinión pública, al
menos en muchos países, otorga una importancia creciente a la calidad de la
vida. A decir verdad, semejante preocupación no es posible más que en
la medida en que la seguridad de la existencia está garantizada, por lo tanto
sólo cuando se alcanza un nivel de vida suficiente. Sólo los pueblos desarro­
llados pueden formularla. El ordenamiento del medio rural debe tener en
cuenta todo esto: la necesidad de asegurar una producción suficiente para
mejorar el nivel de vida, deseo expresado en gran medida en los países in­
dustrializados, necesidad de ver convertir las condiciones de existencia en
cada vez más agradables y, en primer lugar, de estar menos sometido a
las molestias de todo tipo que hace proliferar un desarrollo tecnológico
especulativo.
Por lo tanto, ahora debemos examinar cómo relacionar los problemas
propios del ordenamiento del medio natural con las preocupaciones de
la sociedad. Antes que nada examinaremos el grado de tolerancia del medio
natural frente a unas utilizaciones concurrentes. A continuación estudia­
remos de qué manera debe organizarse un estudio de ordenamiento.

233
I. EL GRADO DE TOLERANCIA DEL MEDIO NATURAL
FRENTE A UNAS UTILIZACIONES CONCURRENTES

El desarrollo tecnológico, en mayor grado que la presión demográfica,


engendra una competencia entre los modos de utilización del espacio y
de los recursos ecológicos. Los barrios residenciales, las vías de comuni­
cación, las actividades industriales anulan rápidamente las superficies afec­
tadas, para un uso ecológico. A pesar de las enormes inversiones consa­
gradas a la construcción de pólders, el espacio agrícola neerlandés se ha
reducido desde hace cincuenta años. Dicha evolución es inquietante: la
industria funciona con la ayuda de combustibles fósiles y de minerales
geológicos; todo ello existe en cantidad limitada, mientras que la produc­
ción vegetal descansa sobre la captación de la energía irradiada por el sol,
para la cual el riesgo de escasez es infinitamente menor. Habrá que refle­
xionar: es urgente. Entre tanto, se manifiesta una concurrencia demasiado
dura en la utilización del medio natural. No puede seguir siendo anárquica
y devastadora. Debe intentarse una racionalización que afecte de manera
óptima a los recursos que empiezan a escasear.
P. J. Mahler (1973) ha propuesto una clasificación de las tierras que
puede ayudar a plantear dicho problema. Incluye las siguientes categorías:

a) Las tierras apropiadas para una utilización intensiva:


1. sin una gran inversión inicial
2. con grandes inversiones iniciales.

b) Las tierras apropiadas para una utilización poco intensiva. No


pueden justificar en sí mismas unas inversiones elevadas, excepto cuando
son medios conexionados con terrenos que se prestan a una producción
elevada. Cuando no es éste el caso, dichas tierras se prestan sobre todo
a un mejoramiento de su explotación.

c) Las tierras poco susceptibles de utilización:


1. dejadas como reserva en espera de progresos tecnológicos que mo­
difiquen la situación o un cambio de las condiciones socioeconómicas.
2 . radicalmente inutilizables, como las vertientes rocosas, la alta mon­
taña, los desiertos en los que no es posible el regadío, etc.

Dicha clasificación, según P. J. Mahler, debe ser combinada con la


necesidad más o menos grande de medidas de protección. La actitud de
este autor se une a la nuestra. Es bastante distinta de la más comúnmente
aceptada que intenta definir las aptitudes de las tierras. Quizás haya sido
influenciada por la clasificación norteamericana de las tierras cara a su con­
servación que entraña limitaciones más o menos graves. Efectivamente, la
categoría a se subdivide en tierras sobre las cuales no pesan otras limita-

234
dones más que las banales de su conservación (a, 1) y en tierras afectadas
por ciertas limitaciones, pero que pueden ser superadas por ordenaciones
adecuadas, modificando las características del medio, como, por ejemplo,
ei saneamiento o la irrigación. La categoría b agrupa unas tierras someti­
das a unas limitaciones tales que no se puede esperar de ellas una pro­
ducción elevada. Por último, la categoría c está formada por las tierras
en donde las limitaciones son actualmente excesivas, teniendo en cuenta
nuestros medios técnicos y la presión humana. Esta vía puede ser aplicada
una vez realizado un estudio de los medios naturales según el método que
hemos planteado en el capítulo precedente y cuyo principio ha sido publi­
cado casi al mismo tiempo que el trabajo de P. J. Mahler.
La clasificación de P. J. Mahler, combinada con la de los grados de
estabilidad de los medios naturales, puede guiar una afectación racional del
espacio en las diversas utilizaciones concurrentes. Las utilizaciones no
agrícolas deben ser reservadas para las tierras menos aptas para la produc­
ción agrícola, es decir, las que están al final de la lista.
Pero lo expuesto por P. J. Mahler sigue siendo bastante general. En
la práctica es necesario descender hasta el detalle. El problema se plantea,
por ejemplo, para la extensión de las aglomeraciones urbanas. La agencia
de urbanismo de la comunidad urbana de Estrasburgo ha pedido por ello
al Centro de geografía aplicada un estudio destinado a permitirle deter­
minar la afectación óptima de los terrenos. El trabajo, realizado hace ya
varios años, con unos métodos que más adelante mejoramos, incluyó una
cartografía a 1/25.000 de diversas características del medio natural: forma­
ciones superficiales, procesos actuales incluyendo los resultantes de una de­
gradación antrófica, condiciones hídricas y de la utilización de los suelos:
residencia, tipos de cultivos, bosques, prados. La confrontación de dichos
datos ha iluminado ciertas decisiones. Por ejemplo, sobre la terraza infe­
rior del Rin las gravas mezcladas con arena ofrecen buenas condiciones
como cimientos, pero el agua está a poca profundidad, lo cual hace muy
costosos los trabajos subterráneos. La calidad agrícola de los suelos es me­
diocre. Al borde de dicha unidad, la llanura inundable del Rin, entre los
diques, está ocupada por bosques. La terraza baja inferior renana se
presta así a la instalación de barrios residenciales de pabellones, con baja
densidad de habitantes, en un marco agradable. Esta solución permite evitar
unos trabajos subterráneos costosos tales como los cruces a varios niveles,
grandes cloacas de aguas residuales, etc.
Los ingenieros de la Sociedad nacional del canal de Provenza se han
enfrentado también a este tipo de problemas. Este organismo, efectiva­
mente, tiene como objetivo ayudar al desarrollo de la agricultura regional,
principalmente gracias a la irrigación. Los departamentos están represen­
tados en su consejo de administración. Por otra parte, Provenza está
sometida a una muy fuerte presión de organización a causa de la aglome­
ración marsellesa, las ciudades litorales, el desarrollo del turismo y las
residencias secundarias. Se plantean allí graves problemas de afectación

235
del espacio y por tanto de ordenación del territorio que la Sociedad del
canal de Provenza está destinada a abordar. Bajo el nombre de planifica­
ción ecológica, M. Falqué (1972) ha expuesto un método destinado a
dirigir las decisiones.
M. Falqué parte de un «inventario» ecológico referido a los aspectos
físicos del medio (climatología, geomorfología, fisiografía, hidrología), luego
los suelos, la flora, la fauna, la ocupación del suelo. Este punto de partida,
tomado de los norteamericanos (Me Harg, 1969) puede ser objeto de las
mismas críticas que los levantamientos de tierras del C.S.I.R.O. Utilizar
la «geomorfología» (cuya naturaleza parece mal conocida) para explicar
la «fisiografía» e invertir el orden de las cosas... Más interesantes son los
procedimientos propios de M. Falqué, aunque el punto de partida limita su
desarrollo. Constan de las siguientes etapas:

a) La «interpretación de los datos del inventario con el fin de des­


cubrir las utilizaciones prospectivas del suelo para cada una de las zonas
en el seno del conjunto geográfico estudiado».1 Cada uno de los aspectos
del medio natural es estudiado en función de su aptitud frente a cada tipo
de utilización posible. El resultado de ello es una cartografía bajo la forma
de «mapas de aptitudes intrínsecas».

b) El «establecimiento de un sistema de valores para cada zona ele­


mental con vistas a todos los usuarios posibles del suelo».2 La superpo­
sición de mapas centrados sobre las aptitudes intrínsecas de los diversos
aspectos del medio natural permite distinguir áreas de «alto valor» en
donde las aptitudes son considerables al tiempo que numerosas y altas,
y áreas de más o menos bajo valor, que ofrecen pocas aptitudes y unas
aptitudes mediocres en casi todos los casos. Para apreciar las áreas de
«alto valor» en las que son posibles varios usos hay que determinar el
grado de compatibilidad de estos distintos usos. A este efecto se estable­
cen unos cuadros de doble entrada concebidos como matrices. Se señalan
cuatro grados de compatibilidad: incompatible, poco compatible, bastante
compatible, compatible, que podrían ser fácilmente reemplazados por unos
valores convencionales, tales como 0, 1, 2, 3. Se aprecia asimismo el ca­
rácter más o menos favorable de las diversas características naturales para
los tipos de utilización del espacio (segunda tabla del cuadro) y los tipos de
degradación del medio que son susceptibles de provocar (tercera tabla del
cuadro). Los resultados de esta confrontación son cartografiados de inme­
diato bajo el nombre de «mapa sintético de las aptitudes». Se acaba así
por definir la «oferta en términos de naturaleza».

c) Paralelamente, un economista establece un «modelo de crecimien-

1. M. Falqué, 1972, pág. 8.


2. Ibid.

236
to» que sirve para determinar la «demanda» de espacio. Esta demanda es
confrontada con la «oferta». Haciendo intervenir, además, unos criterios
estéticos relativos al paisaje, se hace entonces posible plantear una planifica­
ción de la utilización del espacio.

Tal como señala M. Falqué, este procedimiento presenta gran interés:


en lugar de considerar el medio natural como una fuente inagotable, cuya
utilización está sometida, sin límites, a las presiones económicas, la hace
aparecer como el término de un balance de una importancia semejante a
la de las demandas sociales y económicas. Estamos plenamente de acuerdo
en lo referente a esta ventaja, que responde, por otra parte, a una preo­
cupación de P. J. Mahler. Efectivamente, este autor subraya que una de
los principales defectos de los estudios actuales es el hiato que existe entre
el conocimiento del medio natural y el de las condiciones socioeconómi­
cas. Lo atribuye en parte a una diferencia de métodos.
Sin embargo, el enfoque de M. Falqué, muy interesante en su prin­
cipio, parece eludir ciertas dificultades que limitan las posibilidades de
su utilización. Dos nos parecen particularmente serias:

— El enfoque del estudio del medio natural sigue siendo el del inven­
tario, estático, poco integrado. Nuestro propio punto de vista que des­
cansa sobre la dinámica del sistema ecográfico y sobre su grado de esta­
bilidad, permite distinguir más rápidamente la naturaleza de las limitacio­
nes que se oponen a la utilización de dicho medio. Permite responder más
directamente a la cuestión fundamental: «¿Cuáles son los factores limita­
dores y los principales problemas actuales concernientes al desarrollo de la
región?», volviendo así sobre la formulación de P. J. Mahler. Por otra par­
te, nuestro enfoque puede integrarse en la vía de M. Falqué ya que tiene
en cuenta los mismos aspectos haciéndolos intervenir, sin embargo, de un
modo distinto.

— La matriz y la superposición cartográfica son métodos pesados, de


difícil manejo. En un primer momento pueden seducir con la esperanza de
cuantificación que despiertan. En realidad, esta esperanza puede quedar
fuertemente decepcionada. La superposición gráfica de mapas distintos
alcanza pronto una saturación, que se realiza visual o fotográficamente. He­
mos comprobado estas dificultades en la puesta a punto de nuestros mapas
hidromorfológicos: sin embargo, tan sólo superponíamos tres documen­
tos (mapa hidromorfológico, mapa de las pendientes y mapa de la cober­
tura vegetal). Tratar los diversos parámetros contenidos en las matrices
con la ayuda de un ordenador alcanza así, con gran rapidez, la saturación.
Todo ello modifica el carácter aparentemente riguroso del método.

En resumen, nos parece preferible actuar haciendo un análisis de siste­


ma. Efectivamente, ello nos ayuda a sacar a la luz una dinámica en la que

237
funcionan numerosas retroacciones. El ordenamiento modifica esta diná­
mica y, por tanto, el medio sobre el que se ejerce. Tal como señala P. J.
Mahler, una política de desarrollo requiere un «proceso de adaptación mu­
tua de los recursos naturales, de la tecnología y del hombre mismos».3

II. ORGANIGRAMA DE LAS OPERACIONES PARA


LLEGAR AL ORDENAMIENTO

El principal problema es el de la integración de los estudios entre sí,


principalmente de aquellos que se refieren al medio natural y de los rela­
tivos a los aspectos humanos. Entre las disciplinas tradicionales, la geogra­
fía es la única que aborda abiertamente las relaciones entre el' hombre y el
medio. Desgraciadamente, ciertos geógrafos no se dan cuenta de la impor­
tancia de esta cuestión y tienden, como los economistas y los sociólogos, a
los que imitan, a ignorar y a tomar sus distancias frente al estudio del me­
dio. Esta actitud es lamentable y los relegará tarde o temprano a la posi­
ción de economistas o de sociólogos de segunda fila a los cuales se ante­
pondrán siempre, y con razón, los verdaderos economistas y los verdaderos
sociólogos. El pensamiento geográfico ha evolucionado notablemente: ha
pasado de un determinismo bastante zafio según el cual el hombre estaba
bajo la estrecha dependencia del medio, a unas concepciones más dialécti­
cas que ponen en evidencia complejas interacciones.
Partiendo de estas concepciones, nos hemos visto obligados a refle­
xionar sobre este problema para mejor satisfacer las necesidades prácticas.
Toda operación de ordenamiento o de desarrollo comporta necesariamente
una modificación de las relaciones entre el hombre y el medio. Es por ello,
por ejemplo, que P. George prefiere hablar, al respecto, de «geografía
activa». Nuestro camino nos ha conducido hasta la elaboración de un
enfoque que está representado en forma de organigrama (fig. 11).
Se estructura en tres niveles:

— En la parte superior están indicadas las etapas sucesivas de la inter­


vención: conocimiento inicial del problema, diagnóstico, búsqueda de las
soluciones, aplicación de las soluciones.

— En la parte inferior hemos situado los tipos de organismos que deben


intervenir en las diferentes etapas.

— En la parte media, por último, detallamos la naturaleza de las inter­


venciones, presentándola bajo la forma de una serie de cartuchos que

3. P. J. Mahler, 1973, pág. 257.

238
pueden ser asimilados a sub-estudios o a «cajas negras» desde el punto
de vista de la informática.

El organigrama está cortado en dos, entre las etapas C y D. En este


punto del desarrollo de las operaciones interviene necesariamente una elec­
ción, una decisión de naturaleza política. Ella es la que permite pasar
de los estudios, destinados a iluminarla, a las realizaciones resultantes.
Las tres etapas situadas antes de la elección deben permitir la elabora­
ción de un conocimiento cada vez más adecuado, con el fin de que pueda
realizarse con pleno conocimiento de causa.

1. El conocimiento inicial

Descansa, desde nuestro punto de vista, en la consideración de las


relaciones entre el grupo humano y el medio ecológico en el cual vive,
o en el cual será llamado a vivir en el caso de una valorización para la
colonización, comportando una migración. Semejante concepción no es
fundamentalmente distinta de la que inspira las investigaciones geográ­
ficas tradicionales: nuestra opinión es que hay que saber utilizar siempre
lo que ya existe... Muchos trabajos científicos realizados sin objetivo prác­
tico pueden aprovecharse durante esta etapa. Pero, habrá que tener mucho
cuidado y controlar su adecuación frente al objetivo perseguido. No cual­
quier estudio ecológico es necesariamente la base de un programa de
ordenamiento, sin molestar a ciertos ecologistas que tienen una desagra­
dable tendencia a atribuirse todas las competencias... Lo mismo sucede,
por otra parte, en todas las demás ramas de que se trate. El conocimiento
inicial debe normalmente partir de los diversos trabajos científicos exis­
tentes, pero no puede limitarse a una puesta a punto bibliográfica. No se
trata tan sólo de poner al día unas informaciones a veces demasiado viejas.
Hay que llegar a una visión íntegra de un conjunto que comporta una com­
ponente natural y una componente humana. Operando así, el problema de
las relaciones entre los estudios del medio natural y los del medio humano
está resuelto de antemano. Esto es esencial. Pero, esta visión integrada exige
unas informaciones adecuadas que no siempre se han conseguido. Hemos
dado ejemplos de ello a lo largo del presente volumen en lo que se refiere
al medio natural. Desde el punto de vista humano, las estadísticas demo­
gráficas ordinarias rara vez son suficientes. Hay que analizar el subempleo
latente en las regiones subdesarrolladas. Muchas personas clasificadas
como «activas» son, en realidad, sólo parcialmente activas. ¿Por qué ra­
zón? ¿Esta situación afecta igualmente a todas las clases de edad o sólo
a algunas de ellas? ¿Por qué? ¿Se realiza igualmente a lo largo de todo
el año o tan sólo en ciertos períodos? Se podrá precisar, respondiendo a
estas preguntas, la importancia del subempleo real y de sus modalidades.
Es indispensable estar informado sobre estos puntos cuando se quieren

239
ORGANIGRAMA PARA LA PROGRAMACION DE LOS
ESTUDIOS DE ORDENACION Y DE DESARROLLO

establecido por J. Tricart a partir de un documento de J. Killian en el marco


de la colaboración Centro de geografía aplicada — I.R.A.T.

Concepción general

El organigrama pone a la luz lar sucesivas etapas de la intervención. Su natu­


raleza está indicada someramente bajo la forma de «cajas negras» que serán
definidas más abajo.
Las etapas están dispuestas de izquierda a derecha. Para efectuar las opera­
ciones indicadas en una columna hay que disponer de los resultados propor­
cionados por las operaciones indicadas en las columnas que la preceden (a la
izquierda).
Las columnas están dibujadas sólo para señalar mejor la sucesión de las
operaciones. Un trazo grueso separa las etapas C y D. Hemos adoptado esta
figura para señalar una interrupción en las operaciones de carácter técnico.
Tal interrupción corresponde a una ELECCION, a una DECISION que es
necesariamente de carácter político y que, como tal, incumbe a las autoridades
políticas. Si esta elección es realizada por unos técnicos en lugar de por los
responsables políticos, merecen la acusación de hacer reinar una tecnocracia.
Si tal elección es efectuada, en realidad, por una autoridad ajena a los respon­
sables políticos del país interesado, se plantea una situación de neocolonialismo.
Esta división es capital. Las operaciones situadas a la izquierda tienen como
objetivo la preparación de tal elección. Tienen que llegar a establecer un abanico
de soluciones tan amplio como lo permitan las condiciones objetivas. Restringir
este abanico conduce a una usurpación de poderes que desemboca en el neo-
colonialismo o en la tecnocracia. Las operaciones que preceden a dicha elección
son de la incumbencia de los organismos de estudio. Para evitar la usurpación
de las atribuciones de poder político, estos organismos tienen que ser objetivos,
por tanto, estrictamente apolíticos.
Una vez realizada la elección (columna D) se trata de aplicar las decisiones
tomadas por el poder político. Las operaciones correspondientes son del dominio
de los organismos de ejecución responsables frente al poder político y bajo su
estrecha dependencia.

240
Fig. 11. Programación de los estudios
Precisiones respecto de las diversas operaciones

Cada una de las «cajas negras» está numerada sobre el organigrama. Em­
pleamos aquís los mismos números.
1. El conocimiento del medio ecológico debe hacer resaltar las limita­
ciones, unas estáticas (pedregosidad elevada, heterogeneidad de los suelos, fuer­
tes pendientes, etc.), otras dinámicas (arroyada intensa, descortezamiento del
suelo, hidromorfismo, etc.). Debe concebirse como el análisis de un sistema y
debe poder definir la estructura de dicho sistema, lo cual lleva a una jerarquiza-
ción de los componentes. El estudio del medio ecológico descansa en la geografía
física y desemboca en la ecología (ecografía). Apreciar el grado de estabilidad
morfodinámica del medio es un enfoque válido, previamente preparado. Per­
mite integrar los problemas de pedogénesis, de agronomía y de conservación.
2. El conocimiento del medio humano presenta unos aspectos cualitativos
y cuantitativos. Las estructuras sociales influyen fuertemente sobre la utilización
del medio ecológico, por medio de las actitudes, de los niveles culturales, de las
inversiones. El principal aspecto cuantitativo es la demografía. Su análisis no
puede ser únicamente global. Debe descender al nivel de los grupos étnicos
y de las clases sociales en cualquier sociedad diferenciada.
3. La definición de los sistemas de valoración constituye una síntesis inter­
media. Consiste en hacer sobresalir las relaciones entre el grupo humano y el
medio ecológico. Estas relaciones están doblemente diversificadas: según él me­
dio ecológico y según los grupos humanos Las soluciones aportadas por los
grupos étnicos, culturales o sociales que ocupan un mismo territorio pueden ser
bastante distintas las unas de las otras. Las sociedades africanas, por ejemplo
en Malí, ofrecen una excelente demostración de ello. Ciertos sistemas de valori­
zación son un sinsentido en el plano ecológico pero se explican por unos
factores humanos. El análisis debe evidenciar estos mecanismos que explican
las soluciones adoptadas.
4. La definición de las limitaciones supone su jerarquización. Se desprende
de inmediato de los sistemas actuales de valorización. Efectivamente, éstos
están estrechamente ligados a las limitaciones presentadas por el medio ecoló­
gico y a las consecuentes a la estructura del grupo humano. Unas y otras pro­
vocan unos efectos de bloqueo que se trata de apreciar. La mayoría de ellos
son complejos y tienen su origen en las relaciones entre el grupo humano y el
medio. Sobre todo, pues, no hay que separar los dos aspectos «medio natural»
y «grupo humano».
Estas limitaciones deben estudiarse además, según dos ejes de referencia: un
eje temporal (tendencia evolutiva del sistema de valorización) y un eje espacial
(diversificación espacial).
5. La tendencia evolutiva del sistema de valorización debe tener en cuenta
estas relaciones hombre-medio. Debe apreciar los cambios que sufre esta rela­
ción, bajo la influencia, por ejemplo, del crecimiento demográfico (presión in­
crementada del hombre sobre las fuentes) o del abandono (degradación de las
tierras en baldío, consecuencias sobre el medio de las repoblaciones, etc.) de
los cambios culturales y sociales (modificación en la utilización de los recursos),
factores económicos, etc. Por otra parte, hay que valorar también el impacto
de la intervención humana, por medio del sistema de valorización, sobre el

242
medio ecológico: mejoramiento de los suelos, condiciones hídricas y, por des­
gracia con mayor frecuencia, degradación que hace crecer la inestabilidad morfo-
dinámica de dicho medio con el correlativo incremento de las limitaciones eco­
lógicas.
6. El juego de estos mecanismos se distribuye en el espacio de manera
desigual, cualitativa y cuantitativamente. La noción de «región homogénea» es
una pura abstracción, que incluso puede ser peligrosa. Desde el punto de
vista del ordenamiento, que es una terapéutica frente a la degradación del
medio ecológico, es de capital importancia tener en cuenta dicha diversificación.
Uno de los objetivos del estudio del diagnóstico es, pues, definir unas áreas
equiproblemáticas, unas áreas que plantean los mismos problemas de ordena­
miento. Ello comporta, por una parte, un análisis de la naturaleza de estos
problemas, por otra parte, una delimitación de tales áreas.
7. La experimentación debe partir de la delimitación de dichas áreas equi­
problemáticas y apoyarse sobre ellas para establecer una red de ensayos que
sea lo más representativa posible. Para ello hay que tener en cuenta la natu­
raleza de los problemas planteados, tanto si son ecológicos y dirigidos por las
características del medio natural como si son humanos y consisten en la intro­
ducción de prácticas nuevas y en su aceptación por las diversas células sociales,
étnicas, culturales, etc. Hay que combinar los ensayos sobre parcelas propias,
que no tengan en cuenta la «viscosidad» de los grupos humanos, y los ensayos
entre los diversos grupos de campesinos, cuyo objeto es analizar estas «viscosi­
dades» y definir las vías adecuadas para reducirlas.
8. Es esencial presentar un abanico de soluciones lo más amplio posible
(cf. «Concepción general»). Sobre todo, no hay que limitarse a las soluciones
que se creen susceptibles de agradar a los gobernantes del lugar. Estos pueden
cambiar. El estudio debe servir a todas las fluctuaciones políticas, sean cuales
sean mientras las condiciones inicialmente estudiadas no se hayan modificado
radicalmente.
9. 10. 11. 12. La aplicación de las soluciones está dirigida por la deci­
sión del gobierno. Se realiza, pues, en una determinada dirección mucho más
limitada que las posibles soluciones. Las flechas situadas más a la derecha
muestran la interdependencia de los diversos aspectos que ofrece la aplicación
de la solución elegida. Esta puede llegar a modificar ciertas limitaciones natu­
rales (limitaciones superables) por ejemplo, por irrigación, por protección contra
las inundaciones, etc. Sin embargo hay que tener en cuenta limitaciones que
no han sido modificadas. Por último, ciertas limitaciones pueden atenuarse
progresivamente, por ejemplo, ciertos defectos de los suelos con prácticas agro­
nómicas adecuadas (Abonos orgánicos o minerales, despedregado, etc.) Las ac­
ciones biológicas deben tener, entre otros, este objetivo (técnicas de conservación
y restauración). Elegir un sistema de cultivo que proteja el suelo al máximo
durante períodos críticos es de capital importancia. Ello debe hacerse en fun­
ción de la susceptibilidad del medio natural frente a un incremento de la inesta­
bilidad morfodinámica. Estas acciones biológicas requieren unas medidas sociales
y económicas que favorecen las inversiones, el progreso técnico, la formación de
los hombres. Descansan también, necesariamente, sobre la formación de los
hombres.

243
modificar las actividades profesionales. La actitud de las personas frente
a ciertos problemas, principalmente su representación del medio natural
del cual viven, los recursos que ofrece, las dificultades que se le oponen,
debe ser también conocido. Ello exige unas encuestas sociológicas pero apo­
yadas en los consejos de alguien que conozca bien el medio natural y los pro­
blemas de su ordenamiento.
Estas interdependencias han sido señaladas en el organigrama por me­
dio de flechas. Una de ellas materializa el problema de la representación
del medio natural que se hace el grupo humano, la otra es la influencia de
este medio natural sobre el grupo humano. Este incluye, entre otros, el as­
pecto sanitario, las endemias, el freno que ellas plantean al desarrollo
demográfico, cultural, económico, los problemas de nutrición y sus inci­
dencias sanitarias, etc.
Por último, las relaciones entre el grupo humano y el medio natural
se materializan en un cierto sistema de valorización. Descansa sobre ciertas
técnicas cuyo estudio debe profundizarse. Para captar bien este sistema de
valorización, el equipo debe ser interdisciplinario y reunir a personas que
conozcan, las unas el medio natural, las otras el medio humano y otras
aún las cuestiones técnicas.
Esta fase inicial del estudio debe desarrollarse en un marco territo­
rial. ¿Cuál? Son posibles varias soluciones: para la eficacia es necesaria
una gran agilidad. Puede ser una circunscripción administrativa, una cuenca
fluvial destinada a ordenamientos, un cierto tipo de medio ecológico, el
territorio de una tribu o de un pueblo.

2. El diagnóstico

Por una parte, para establecerlo es necesario comprender lo que obsta­


culiza el ordenamiento racional o su desarrollo. Por otra parte, hay que
adoptar también una referencia temporal, la tendencia evolutiva, y una
referencia espacial. Cada uno de estos aspectos ha sido figurado para
mayor claridad, bajo la forma de un cartucho pero debe quedar bien
claro que el establecimiento de un diagnóstico debe descansar sobre una
consideración global del conjunto.
El punto inicial consiste en un examen crítico del sistema de valori­
zación. Hay que determinar sus deficiencias y buscar su explicación. Gene­
ralmente se trata de limitaciones naturales o humanas que son demasiado
severas para ser superadas. Hemos evocado ya las condiciones sanitarias,
la nutrición. Interviene también la escasez de los medios técnicos. Puede
llegar a valorizar unas tierras mediocres en las que el esfuerzo es mal recom­
pensado pues la productividad es poca. A veces los campesinos son ellos
mismos conscientes de esto. Pero, en general sus técnicas no les permiten
explotar unas tierras mejores, por ejemplo porque están mal drenadas o son
demasiado pesadas o malsanas. En la zona sudaniana del Africa del Oeste,

244
numerosos fondos de valles que podrían mantener una agricultura rela­
tivamente intensiva están casi desiertos a causa de los estragos de la onco-
cercosis contra la cual no se conoce ningún remedio. Eliminarla exigiría
un dominio completo del medio ecológico.
Llegamos así a definir con precisión los problemas que se plantean en
el marco de la valorización actual y las limitaciones existentes en su ori­
gen. A continuación hay que resituar estos problemas a la vez en el espa­
cio y en el tiempo. En el tiempo se trata de analizar la evolución reciente
con el fin de descubrir su tendencia. Es capital saber si ésta es favorable
o no, si la situación tiende a mejorarse por sí misma o si, al contrario,
empeora. Hay que determinar las causas de esta evolución con el fin de
conocer los factores que hay que favorecer, en el caso de una evolución
positiva o los que hay que combatir en el de una evolución regresiva. El
diagnóstico debe permitir elegir los remedios... Al mismo tiempo, hay que
hacer la parte de la heterogeneidad espacial de los fenómenos tanto si son
naturales como humanos. Diferencias en las características del medio o en
las del grupo humano comportan unas modificaciones en el sistema de
valorización o en su tendencia evolutiva. Hay que precisar estos puntos
pues tales conocimientos contribuyen a mejorar el diagnóstico y a determi­
nar el campo de aplicación de las soluciones que a continuación se bus­
carán.
En este punto de las investigaciones, es posible definir unas áreas equi-
problemáticas, es decir, delimitar sobre un mapa de escala media, los te­
rritorios en los que se plantean unos problemas de tipo definido. Estas
áreas pueden estar definidas en función de la agudeza de los problemas.
Según los casos, dependen de factores naturales o de factores humanos es
decir, con frecuencia, del tipo de relaciones entre los hombres y su medio.
Los conceptos fundamentales de la geografía pueden aprovecharse en gran
medida, también en este caso.

3. La búsqueda de las soluciones

Para cada área equiproblemática hay que buscar unas soluciones adap­
tadas a la naturaleza particular de los problemas que en ella se plantean y,
además, a unas características geográficas tanto naturales como humanas.
La solución a estos problemas se apoya sobre la investigación agronómica.
Esta puede descomponerse en dos grandes etapas, que, por otra parte,
constituyen una progresión lógica.
Los problemas generales de agronomía y los que plantean específica­
mente ciertas plantas o ciertos cultivos constituyen el primer nivel.
En lo que concierne a las plantas, la investigación afecta a la selección
o mejoramiento de las variedades, el estudio del comportamiento y la
adaptación de las variedades, la fisiología de cada especie, la protección
frente a los parásitos, los predadores, las enfermedades y adventicios. Pue­

245
de también determinar las condiciones de aclimatación de materiales nuevos
para la región cuyas cualidades han sido reconocidas en otros lugares. La
investigación sobre estas plantas a introducir se ve eficazmente guiada por
el estudio de la vegetación espontánea. Existen, en este caso, unas plantas
cuyas exigencias ecológicas son muy semejantes a las de tal o cual cultivo:
se las llama equivalentes ecológicos.
En el plano agronómico la experimentación trata todo lo que no es
realmente específico de una planta: estudio del suelo y de sus limita­
ciones, trabajo del suelo, factores físicos de la fertilidad, comportamiento
del agua en el suelo, función de la materia orgánica, dinámica del ázoe,
estudio de los abonos, rotaciones, barbechos, mantenimiento de la fertili­
dad en el marco de los sistemas de cultivo, etc.
Una parte de esta investigación, apoyada sobre la experimentación, se
practica en parcelas, en unos recintos en los que las condiciones naturales
del medio no son siempre las óptimas, incluso si la experimentación se
efectúa sobre unos grupos de suelos representativos de la ecología estudia­
da. Las parcelas se sitúan, como es normal, sobre los mejores lugares, que
plantean a la experimentación, los mínimos problemas de «parásitos».
Además, el suelo se modifica en general a medida que la investigación pro­
sigue en el tiempo y se puede llegar a crear un soporte artificial alejado
de las características reales del entorno. En último extremo, tan sólo el
clima corresponde, en líneas generales, a las condiciones naturales. Las
comodidades ofrecidas justifican la técnica dirigida por los objetivos que,
con frecuencia son ante todo, resolver las limitaciones químicas. Mientras
se trata de selección, de mejoramiento de las variedades, de agronomía, todo
ello no presenta más que inconvenientes mínimos a la vista de los resul­
tados obtenidos. Pero, no se pueden resolver del mismo modo los proble­
mas de ordenación. Para ello es necesario, en cambio, una experimentación
realizada en unas condiciones significativas, altamente representativas y
específicas de los diversos tipos de medios naturales a tratar. La etapa que
acabamos de recordar, por muy necesaria e indispensable que sea, no cons­
tituye más que una operación preliminar, al igual que el estudio del
medio geográfico. Debe ser seguida de otra etapa, la de la experim enta­
ción diferenciada en función de las áreas equiproblemáticas.
La experim entación diferenciada persigue dos objetivos distintos:

a) El estudio de las interacciones cobertura vegetal-medio ecoló­


gico: los temas de investigación deben ser adaptados al terreno. Por ejem­
plo, hay que examinar los procesos de degradación edáfica y geomorfoló-
gica resultantes de los cultivos (incluidos prados y bosques), medir su in­
tensidad, experimentar las técnicas permitiendo su restricción, tales como
modos de cultivo, modos de plantación, rotaciones, abonos, abonos mine­
rales y orgánicos, ordenamientos en el marco de la parcela (setos, corta­
vientos, cordones vegetales, diques en curvas de nivel, etc.). En el Alto Vol-
ta por ejemplo, sobre las arcillas de la región de Bittou, desarrolladas sobre

246
granito-gneiss, el arroyamiento difuso es el mayor proceso que se ejerce
sobre unas vertientes de débil pendiente pero larga. Este proceso, bajo
ese clima contrastado, tras algunos años de cultivo tradicional, degrada
con rapidez los horizontes superficiales. Las pérdidas en materia orgánica
son importantes con el corolario de una degradación de la estructura que
se afina. Se desarrolla un «muelle» terroso, que los campesinos y los expe­
rimentadores advierten al principio, pues puede constituir provisionalmente
una buena cama de simiente. Esta degradación conduce pronto, sin em­
bargo, a un desecamiento progresivo de los horizontes arcillosos subyacen­
tes. Las grietas de retirada dejan de formarse y el agua se escorre más
de lo que se infiltra acelerando así el fenómeno que desemboca en una
disminución de los rendimientos. La investigación agronómica debe cen­
trarse sobre este problema específico y reflexionar sobre los temas de in­
vestigación que integren las técnicas de cultivo (métodos de labranza entre
otras) las rotaciones, los tipos de ordenación parcelaria en curvas de nivel
y la reconstitución de la reserva orgánica del suelo. Sería vano fraccionar
estos tratamientos que, estudiados por separado llevarían a callejones sin
salida bastante costosos. El objetivo de la investigación debe ser aquí la
mejora de la dinámica del agua en los suelos arcillosos sobre pendientes
por un conjunto de tratamientos estrechamente asociados, que desembocan
en la preparación de un sistema de valorización adaptado al territorio. Este
tipo de investigación, que puede llamarse investigación de acompañamiento,
sigue siendo indispensable si se quiere llegar al campesino.
Otro ejemplo son los ataques de parásitos y las enfermedades. Ambos
deben ser estudiados del mismo modo que su inserción en la biocenosis,
sus relaciones con el medio ecográfico, las técnicas de lucha, incluyendo la
lucha biológica.

b) Pero la experimentación no debe olvidar un hecho esencial: un


campesino no es un técnico de laboratorio o de granja experimental. Aqué­
lla debe pues adaptarse también al medio humano. Para que proporcione
los resultados que se le exigen, para que dé un rendimiento satisfactorio
frente a su elevado costo, la experimentación debería situarse a varios nive­
les, por otra parte fuertemente imbrincados pero que, sin embargo, la
hacen gradualmente más representativa de las condiciones geográficas, más
adecuada, por esta misma razón, a un ordenamiento racional.

La investigación agronómica debe, pues, situarse a los siguientes niveles:

— Un nivel «investigación de base» que tiene por objeto la genética, el


mejoramiento de las variedades, la agronomía (fertilización, problemas del
ázoe, dinámica de los elementos minerales, trabajo del suelo, etc.) en las
grandes ecologías estudiadas (por ejemplo, zona templada húmeda, zona
tropical seca, niveles tropicales de altitud, etc.) Esta investigación se reali­

247
za sobre los grandes grupos de suelos representativos de cada medio eco­
lógico probado.
— Un nivel «investigación de acompañamiento» que tiene como obje­
tivo resolver los problemas de ordenación, que debe realizarse sobre par­
celas altamente representativas de los tipos de medios naturales. Tiene
como objetivo estudiar las relaciones cultivos-medio incluyendo las técni­
cas de conservación hasta la parcela. Los temas de investigación son, en
este caso, específicos del terreno.
— Un nivel social que debe realizarse «en verdadera magnitud» o «en
condiciones de responsabilidad», es decir por los campesinos mismos, sobre
algunas de sus parcelas, elegidas en función de su representatividad bajo
el doble aspecto natural y humano, con los consejos y bajo la responsabili­
dad de los agrónomos.
Esta última fase de la experimentación prepara directamente la aplica­
ción de las soluciones, principalmente la formación de los hombres. Per­
mite también abordar el último elemento de los estudios preparatorios,
la elaboración de un abanico de soluciones.
Es muy importante, desde nuestro punto de vista, que la autoridad
que tiene que realizar una elección pueda hacerlo dentro de un abanico
de soluciones. No plantear más que una o cometer la hipocresía de plan­
tear dos o más pero siendo tan sólo una de ellas aceptable, es un abuso
de confianza. Efectivamente, esto conduce a forzar a los organismos res­
ponsables de dicha elección o si se prefiere a la confiscación de sus pode­
res. Desde el punto de vista moral es una verdadera estafa. Los orga­
nismos encargados de los estudios son consultivos, nada más. Es deber
suyo proporcionar una información honesta, no decidir en lugar de un
gobierno delegado para ello por los interesados en los regímenes demo­
cráticos. Cuando los organismos de estudios fuerzan la decisión se com­
portan como tecnócratas. La opinión pública en general es hostil a esta
actitud cuyo carácter peligroso capta. Cuando los consultores son, además,
proporcionados por un país extranjero, la tecnocracia toma la forma del
neocolonialismo, cosa también inaceptable.
La ética científica condena tales actitudes, y debe hacerlo con fir­
meza. Damos gran importancia a este punto y así lo refleja nuestro orga­
nigrama. Si quiere respetarse tal ética, se impone la presentación de un
abanico de soluciones.
La experimentación permite presentar una serie de soluciones distin­
tas por ejemplo, para una llanura aluvial a lo largo de un río bien ali­
mentado:

a) Conservación de una economía basada en la ganadería:


— con una mejora de los terrenos de recorrido (ranching)
— con pastos cercados mejorados
— con prados artificiales y establos.

248
b) Introducción de una economía agrícola:

— asociada con la ganadería por rotación con las praderas artificiales


— cultivos más o menos intensivos asociados o no a la ganadería
— ordenación de un perímetro de regadío, agricultura intensiva aso­
ciada o no a la ganadería.

La experimentación permite calcular, para cada una de estas soluciones


técnicas, los costos de inversión y las rentabilidades. Saca también a la
luz algunas condiciones imperativas en el plano de las técnicas, de los
equipamientos individuales y colectivos, del crédito, de la formación de
los hombres. Permite también precisar las repercusiones sobre el medio en
un marco que desborda el perímetro de ordenación. La irrigación, por
ejemplo, disminuye los recursos acuosos disponibles en el llano. ¿Es el
aumento de beneficios obtenidos superior a aquel que el agua utilizada
proporcionaría en otros lugares, con otros tipos de ordenamiento? ¿Hay
competencia en las utilizaciones del agua? ¿Cuáles son las condiciones a
cumplimentar en el plano humano para que el rendimiento de dicha agua
sea el óptimo? ¿Cuál será la rentabilidad del ordenamiento teniendo en
cuenta unas limitaciones de carácter natural y humano? ¿Qué acciones com­
plementarias deben emprenderse para mejorar dicha rentabilidad? ¿Cuáles
son las condiciones de su éxito?
He aquí una panorámica de los puntos que deben plantearse cuando
se presenta un abanico de soluciones. La elección del gobierno, conve­
nientemente iluminada, no debe dar lugar a errores imprevistos. Las inte­
racciones del sistema regional, bajo su doble aspecto natural y humano,
deben ser evidenciadas y dirigir la decisión y su aplicación. Es de capital
importancia que los responsables estén claramente informados de lo que su
decisión implica y puedan tomar las medidas conexas que exija. Tales me­
didas pueden ser decisivas para el éxito del pretendido ordenamiento.

4. La realización del ordenamiento

La aplicación de las soluciones, es decir, la realización del ordena­


miento mismo, es de la incumbencia de los organismos ejecutivos y no ya
de los organismos de estudio o de investigación. En efecto, debe ser cui­
dadosamente controlada por los representantes del gobierno investidos
de funciones de autoridad. La realización del ordenamiento supone cuatro
aspectos principales, que están representados cada uno en un cartucho
pero que son interdependientes. Las flechas dibujadas a la derecha subra­
yan dichas interdependencias en el interior del sistema.
El ordenamiento del medio geográfico descansa sobre la consideración
de las limitaciones. Para simplificar hemos señalado las limitaciones insu­
perables y las superables. Los criterios que permiten distinguir las dos
categorías son de dos naturalezas distintas:

249
— Técnica: no podemos reemplazar una región de montañas por una
llanura, debemos tener en cuenta el clima, la radiación solar, etc. Dentro
de ciertos límites, estas constricciones se traducen sobre todo por un
aumento de los costos y un descenso de la rentabilidad. Tal es el caso
de la producción agrícola o de la ganadería de montaña en nuestro país.
Cuando se han estudiado las soluciones estos puntos han tenido que ser
precisados.

— Financiera: tal o cual ordenamiento que elimina una limitación po­


dría ser técnicamente realizado, pero su costo es demasiado elevado o
parece preferible reservar las disponibilidades para otras inversiones.

Es muy evidente que tales limitaciones varían de intensidad con el


tiempo. En parte, son coyunturales. El ordenamiento las debe tener en
cuenta y evitar hacer más difícil o más costoso tal o cual tipo de inter­
venciones que no se ha considerado en el momento de la decisión, pero
que podría adoptarse más tarde. Nos referimos aquí a la noción de tierras
en reserva de P. J. Mahler.
Tales decisiones pueden tomarse en función del nivel de formación de
los hombres. Esta es relativamente lenta, y hay que tenerla en cuenta.
Transformar por ejemplo un pastor nómada en un agricultor de regadío,
resulta ciertamente difícil. Puede concebirse con mayor eficacia a largo
que a corto plazo.
Medidas sociales y económicas condicionan con frecuencia la eficacia
de los ordenamientos. Por ejemplo, a finales del período colonial, en el
Alto Volta, habían sido edificados un cierto número de presas con inten­
ción de regar los fondos de los valles. Nunca fueron utilizadas, pues se
ignoraba, cuando se tomó la decisión, que las llanuras aluviales pertenecían
a los pastores, nobles que disponían del poder tradicional, que se servían
de ellas como pastos durante la estación seca. Para ellos trabajar la tierra
era renunciar y abandonar todo su sistema de valores tradicional. Tales
equipamientos estaban condicionados ya por un cambio completo de men­
talidad de los pastores, muy difícil de provocar, ya por una transferencia
de propiedad que exigía unas condiciones políticas que no estaban reali­
zadas.
Las acciones biológicas comportan una modificación de las series de
cultivos, de las prácticas de explotación. Están en función de las carac­
terísticas del medio natural, de sus limitaciones. Pero dependen también de
las condiciones humanas, de las limitaciones de naturaleza social y eco­
nómica, del nivel de formación de los hombres. Todo ello ha sido explo­
rado durante el establecimiento del abanico de soluciones. En éste han
sido expuestas las medidas a tomar en dichos dominios para realizar las
acciones biológicas susceptibles de dar tal o cual resultado económico evi­
tando la degradación del medio natural. En ciertos casos, ello puede ser
una reforma agraria, en otros la introducción en la región de una mano

250
de obra suplementaria, o una organización del crédito, de los circuitos
comerciales. Las modalidades de formación de los hombres que se desig­
nan generalmente con la expresión «divulgación agrícola» han sido puestas
a punto durante la última fase de la experimentación.
El modo de proceder que acabamos de presentar intenta conciliar una
vía racional, basada en el conocimiento científico de los problemas, una
ética profesional que nos hace rechazar claramente las actitudes tecno-
cráticas y neo-colonialistas y las exigencias administrativas. Es susceptible
de aplicación general independientemente de los regímenes políticos y de
las estructuras sociales. Es tan compatible con el capitalismo liberal como
con el capitalismo de Estado o con el socialismo más o menos autoges-
tionario. Los tipos de organizaciones sociales y políticas condicionan la
naturaleza del organismo con capacidad de decisión: puede ser, según los
casos un gobierno, una compañía ordenando un inmenso territorio o re­
gión, una agrupación de cooperativas. Estos no condicionan la continuidad
lógica de las operaciones que está en función de la naturaleza misma de
las condiciones geográficas.
Sean cuales fueran los regímenes políticos y sociales, un punto impor­
tante debe tenerse en cuenta. El tiempo de respuesta o histéresis, entre
elementos interdependientes del sistema. Por ejemplo, se pueden intro­
ducir rápidamente unas máquinas para superar ciertas limitaciones. Es una
cuestión de planificación económica y financiera. Pero, hace falta un cierto
tiempo para que los campesinos las usen correctamente. Hay que adaptar
también ciertas reglas administrativas. Durante un cierto período el empleo
de las máquinas tiene el efecto de producir nuevas formas de degradación
del medio natural, a veces peligrosas. En la Unión Soviética, por ejemplo,
durante un cierto tiempo se primaba a los tractoristas que economizaban
carburante. Muchos de ellos se dieron pronto cuenta de que labrar en el
sentido de la pendiente permitía obtener buenas primas. De ello resultó
una grave ablación de los suelos, principalmente en la región del Medio
Volga antes de que una burocracia demasiado pesada cambiara sus normas.
Tal como señaló P. J. Mahler (1973), la naturaleza de los problemas
de ordenamiento cambia según el grado de desarrollo:

— en los países menos desarrollados, lo esencial es permitir a los hom­


bres sacar mayor partido de los recursos naturales sin degradarlos.

— durante el desarrollo se introducen soluciones técnicas nuevas, como


la mecanización o el equipamiento hidráulico. Es entonces cuando los fenó­
menos de histéresis son más importantes y más peligrosos.

— en los países industrializados, los recursos naturales existen en can­


tidades insuficientes y son objeto de una competencia que supone también
unos aspectos cualitativos (polución). Se impone un cambio de actitud de

251
los hombres frente a estos recursos, pero es difícil efectuarlo y con fre­
cuencia interviene con un tiempo de respuesta excesivo.

Pero estos tipos de situaciones se entrelazan parcialmente a la vez en


el tiempo y en el espacio. En Venezuela, por ejemplo, en el sur del país
se plantean unos problemas de desarrollo inicial de regiones casi vacías
mientras que entre Caracas y Valencia hay que resolver los problemas
de competencia en la utilización de recursos acuosos insuficientes y proble­
mas de polución.
Concluyamos, siguiendo a P. J. Mahler, que existen soluciones peores
que el mal: hay que observar con mucha atención plantear soluciones.
Por otra parte, una solución no suprime los problemas, plantea otros
distintos...

BIBLIOGRAFIA

ALGUNAS PUBLICACIONES A CONSULTAR

Las publicaciones sobre la organización de los estudios de ordenamiento son


aparentemente numerosas. La mayoría son decepcionantes. Nos vemos limitados
aquí a señalar las que nos han aportado puntos de vista originales y utilizables.

B ertrand R., 1972, «Morphopédologie et Orientations culturales des régions


soudaniennes du Siné-Saloum (Sénégal)», Agronomie tropicale, n.° 27, pá­
ginas 1115-1190.
B rown L ester R. 1971, «Human Food Production as a Process in the Bios-
phere», in Man and the f Icoshere, Freeman. San Francisco, pp. 75-83.
Cómodo panorama sobre el desarrollo técnico.
C o planar H , 1973, Metodologías utilizadas por Coplanarh en el inventario
nacional de tierras, Coplanarh Caracas publ. 36, 93 pp.
D uclos G., 1973, «Appreciation de l’aptitude á la mise en valeur des sois de
Provence», L ’irigant, n.° 60, pp. 16-32.
Jerarquización de los caracteres limitadores.
F alque M., 1972, «Pour une planification écologique», L ’irrigant, n.° 60, pá­
ginas 3-22.
F alque M., P o r t ie r , D uclos , 1973, «Pédologie et planification écologique»,
L ’irrigant, n.° 60, pp. 1-15.
M c H arg I., 1969, Design with nature, The Natural History Press, New York,
197 pp., fig.
H urault J., 1969, «Aplication de la photo-interpretation aux projets de déve-
loppement régional en Afrique tropicale», Bulletin d’information de l’lnstitut
géographique national, dic. n.° 9, pp. 24-38.
Utiliza una cobertura aérea especial al 1/15.000 en el Dahomey meridional.

252
Integra aspectos de utilización del suelo y datos humanos en un palmeral.
K ayser K., M a n sh a r d W., M e n sc h in g H., S c h u l t z e J., 1966. «Das Afrika-
Kartenwerk, Ein Schwerpunkt-Programm der deutschen Forschungsgemeins-
chaft», Die Erde, XCVI, pp. 85-95.
Programa cartográfico al 1/1.050.000 de regiones-muestra, que alcanza die­
ciocho temas distintos, con una síntesis sobre el medio natural y otra sobre
el medio humano.
K unicyn L. F., R etejum A. J., 1973, «Wechselwirkungen zwischen Naturkom-
plexen und technischen Systemen», Geographische Berichte, 68, pp. 161-167.
M a h l e r P. J., 1973 «Integrated Surveys and Environmental Problems asso-
ciated with Land Development in Developing Countries», I.T.C. Journal,
Special Issue (Symposium Enschede, 16-20 october 1972), 2, pp. 256-271.
T a rlet J., W a lle ix F., 1972, «Un cas d’application de la planification écolo-
gique: l’étude de Toulon-Ouest», L ’Irrigant n.° 59, pp. 23-52.
T ricart J., 1968, «Aspects méthodologiques des études de ressources pour le
développement», Mélanges O. Tulippe, Duculot, Gembloux, pp. 345-361.
T ricart J., 1973, «La Géomorphologie dans les études intégrés d’aménagement
du milieu naturel», Annales de géographie, LXXXII, pp. 421-453.
Y oung A., 1968, «Natural Resources Surveys for Land Development in the
Tropics», Geography, 53, n.° 240, pp. 229-248.

253
7. APLICACION D EL METODO PROPUESTO

Hemos examinado hasta ahora los fundamentos metodológicos del orde­


namiento integrado del medio natural, lo cual nos ha llevado a preconizar
un cierto enfoque, cuya base es principalmente cartográfica; más adelante
hemos expuesto cómo nos parecía deseable la organización de las investi­
gaciones requeridas. Aunque hayamos multiplicado los ejemplos concretos
sacados de nuestra experiencia profesional, creemos necesario completar
la presente obra presentando, con un espíritu práctico, el camino seguido
en un cierto número de casos representativos.
El enfoque sistemático adoptado insiste sobre las interacciones entre
fenómenos tradicionalmente estudiados por disciplinas distintas. Bien diri­
gida, permite descubrir las repercusiones, indirectas y lejanas, que cierta
intervención especializada o puntual puede tener. Debe, pues, limitar los
azares imprevistos, tan perjudiciales para los ordenamientos. No debemos
tampoco olvidar que el estudio de las interacciones no podría, en ningún
caso, reemplazar al de los fenómenos, más analítico. El responsable de un
estudio de ordenamiento debe asociar, adoptando una actitud dialéctica, la
visión de conjunto del problema, basada en el conocimiento de las interac­
ciones entre los diversos componentes, y el estudio más profundo, nece­
sariamente especializado, de aquellos de estos componentes que demues­
tran jugar un papel importante en el conjunto del problema.
Esta actitud dialéctica indispensable obliga a inclinar los estudios par­
ticulares sobre las diversas componentes del entorno ecológico, con el fin
de que los conocimientos que aportan respondan a la necesidad de un
enfoque global integrado, necesario para orientar la acción. Así los mapas
pedológicos clásicos son demasiado estrechamente dependientes de la prio­
ridad que se le ha dado a la clasificación de los suelos. Las unidades
cartografiadas, muy variadas, dependen más, en el límite, de los niveles
taxonómicos de la clasificación que de las unidades naturales. Reflejan,
con frecuencia, a nivel de los caracteres del suelo descritos, preocupaciones
algo esotéricas que no interesan demasiado al usuario. Para mejor respon­
der a las necesidades de la práctica y volviendo a las fuentes, hemos con­

254
siderado los suelos como un cuerpo natural, como una componente del en­
torno ecológico. Pero entonces, el estudio pedológico debe ser dirigido de
un modo diferente, pues ciertos aspectos del suelo, privilegiados en el
enfoque tradicional, son relegados a un segundo plano mientras que otros,
al contrario, olvidados en este enfoque, son de una importancia primordial.
Vamos a situarnos a dos niveles de enfoque distintos, para mostrar
cómo aplicar, concretamente, la metodología sistemática y la dialéctica
que preconizamos. Estos niveles son el del diagnóstico, de los estudios
preliminares, y el de los estudios detallados, punto de partida de la acción.

I. ESTABLECIMIENTO DEL DIAGNOSTICO


MORFOPEDOLOGICO

El establecimiento del diagnóstico corresponde a un cierto nivel de


percepción, necesariamente global, pues su objetivo es proporcionar una
información susceptible de guiar una decisión, una elección.
El nivel de percepción adecuado no corresponde a una escala estricta
de los mapas que están enfocados para conseguir esta misma percepción.
Efectivamente, la naturaleza de los problemas, función de los caracteres
propios de la región interesada, interviene también necesariamente. Con
frecuencia, una escala media, comprendida por ejemplo entre el 1/200.000
y el 1/50.000, es suficiente. Sin embargo, si las unidades que se distin­
guen están cabalgando unas sobre otras, si sus contornos son sinuosos y
estrechamente imbrincados los unos con los otros, para presentar un do­
cumento utilizable que, por tanto, debe ser ante todo legible, nos vemos
obligados a adoptar una escala más grande, sin que, sin embargo, sea modi­
ficado el nivel de percepción. No obstante, es muy evidente que, si cambia­
mos el nivel de percepción, si afinamos nuestras observaciones, llegamos
al mismo resultado: la necesidad de adoptar una escala mayor para la re­
presentación cartográfica. Por último, no olvidemos las contingencias mate­
riales: es frecuente que se adopte tal o cual escala porque es la de la carta
topográfica disponible. En Anjouan, en las Comoras, isla en la que las
unidades están muy parceladas, en donde el «grano» del medio natural
es muy fino, el 1/20.000 exige una generalización nada despreciable. Es
pues un nivel de percepción bastante elevado. Al contrario, en Champagne
cretácea, donde las unidades son amplias, donde el «grano» es grueso, un
mapa de 1/50.000 se apoya en una mínima generalización.
Desde el punto de vista práctico, se trata de algo de gran importancia.
El costo de las estracciones está en función del nivel de percepción. Reu­
nir observaciones cuyo detalle y precisión exceden las necesidades es decir
las necesidades de representación cartográfica sobre los fondos topográ­
ficos de que se dispone, es un despilfarro, como cualquier trabajo inútil.

255
Por lo tanto, hay que tener mucho cuidado con estas dos nociones básicas.
Ello nos hace recomendar que se evite, en la medida de lo posible, la fija­
ción prematura de la escala a que se efectuarán los alzados. Es preferible
tener una entrevista con los demandantes para conocer sus objetivos de
ordenamiento, luego efectuar un reconocimiento serio del terreno y, por
último, entrevistarse de nuevo con los demandantes para precisar, de co­
mún acuerdo, el nivel de percepción requerido, es decir la escala de los
mapas que se realizarán, el plazo de ejecución, etc. Lo ideal es que una
parte al menos de estas entrevistas pueda realizarse durante un recono­
cimiento hecho en común, sobre el terreno, por los demandantes y los
responsables del estudio.
El enfoque sistemático, así como la adopción de una actitud dialéctica,
requiere una gran agilidad. Incitan, una y otra, a evitar todo formalismo,
a rechazar recetas fijas, el limitado empirismo. Las etapas que planteamos,
aunque basadas en una experiencia importante, no son imperativas.

1. Etapa inicial: trabajo de despacho

Es indispensable reunir toda la documentación posible sobre la región


y sobre los problemas planteados. La investigación aplicada empieza nece­
sariamente, como la investigación fundamental, por despojamientos siste­
máticos de las publicaciones, por la búsqueda de las relaciones y los docu­
mentos técnicos a menudo dispersos en organismos diversos, por el estable­
cimiento de contactos personales con todos aquellos que conocen bien
la región y sus problemas. Si se firma un contrato o un intercambio, es
absolutamente necesario que estén previstos en él los gastos correspondien­
tes. No habrá que arrepentirse de ello pues se evitarán muchos despistes y
muchos despilfarras inútiles.
El establecimiento de buenas relaciones con las personas competentes
es, también, capital. Debe basarse en un clima de confianza, lo que implica
un mutuo respeto y una honestidad escrupulosa. ¿Debemos recordar que
hemos encontrado uno de nuestros informes copiado sucesivamente por
toda una serie de oficinas de estudios que lo habían presentado como un
trabajo propio y se habían hecho pagar por él? Unas buenas relaciones
con todas las personas competentes permiten intercambiar puntos de vista
en el curso del trabajo, lo cual evita, con frecuencia, errores de orientación,
dudas, conclusiones poco claras.
Estos trabajos preliminares permiten abordar el estudio con mejor
conocimiento de causa y, por tanto, con mayor eficacia. Ayudan a centrar
la observación sobre ciertos puntos, sobre algunos temas. Sucede también
a veces, sin embargo, que algunas publicaciones comprometen en una falsa
pista y hacen perder el tiempo. Unicamente una buena formación general
y una amplia experiencia reducen dicho riesgo y permiten rectificar rápi­
damente la orientación. La formación permanente, si tiene un contenido

256
metodológico de alta calidad y una gran amplitud cultural, puede contri­
buir muy eficazmente a mejorar la formación general y a ampliar la expe­
riencia de los cuadros.
Es también indispensable reunir lo más rápidamente posible los mapas
disponibles, las fotografías aéreas y los demás registros de teledetección
existentes. Un consejo: no despreciar las tapas de fotografías antiguas y,
sobre todo, cuando haya varias de ellas, estudiarlas todas comparativa­
mente. Es bueno también hacer reconocimientos sistemáticos de terreno
con las fotografías y demás registros de teledetección, con el fin de deter­
minar lo más precisamente posible el tipo de información que se puede
extraer e incrementar al máximo su aptitud para identificar los objetos y las
escenas interesantes. El aspecto de unos y otros varía con frecuencia, a
veces considerablemente, en función de las condiciones en el momento de
la toma (estación, condiciones meteorológicas, y fenomenológicas, antece­
dentes climáticos, etc.).
Dichos reconocimientos deben realizarse buscando el compromiso entre
dos criterios:

— un criterio científico: recortar las unidades más variadas y más re­


presentativas de la región (noción de transect de los biogeógrafos);

— un criterio práctico: utilizar las carreteras, pistas y senderos que


permiten orientarse fácilmente y evitar las dificultades del camino genera­
doras de pérdidas de tiempo y por tanto costosas.

2. Segunda etapa: los levantamientos de terreno

La primera etapa permite familiarizarse con los problemas y con los


aspectos de la región. Debe llegar a provocar una cierta impregnación del
sujeto en el investigador, impregnación que debe ir estrechamente ligada
a una visión tanto horizontal de los paisajes (recorridos del terreno) como
vertical (examen de las fotografías aéreas) y también a una percepción de
aspectos que escapan a nuestros sentidos (fotografías infrarrojas, multiespec-
trales, etc., termografías, imágenes de radar, etc.; en realidad todo tipo de
registros de teledetección posibles).
Esta impregnación exige tiempo. La sabiduría está en no sacrificarse a
un deseo inoportuno de rendimiento inmediato ya que la ganancia de
tiempo sería meramente aparente. Emprender prematuramente los levan­
tamientos conduce con mucha frecuencia a errores de observación y de
interpretación que obligan a rehacer el trabajo a continuación. Una vez más
se cae en el engaño...
Esta impregnación puede hacerse muy práctica recorriendo todos los
caminos sistemáticamente, con las fotografías aéreas en la mano, mirando
todos los cortes naturales, que se deben resituar cuidadosamente en el

257
paisaje. El investigador debe comprometerse en el estudio de las forma­
ciones superficiales, material parental de los suelos y medio en el que
se ejerce también la morfogénesis. Debe buscar la identificación de los pro­
cesos morfogénicos y pedogénicos e intentar establecer las relaciones gene­
ralmente antagónicas que existen entre ellos intentar también apreciar las
relaciones de unos y de otros con los regímenes hídricos. Todas estas obser­
vaciones serán sistemáticamente confrontadas con los aspectos presentados
por los diversos registros de teledetección, fotografías aéreas de las diver­
sas coberturas disponibles comprendidas.
A partir de ese momento el investigador percibe la dinámica del en­
torno que trata de ordenar. Sabe también qué aspectos de ese entorno
aparecen en las fotografías aéreas y, por tanto, hasta qué punto puede uti­
lizarlas para su prospección. Las empleará también en el momento oportu­
no para organizar sus procesos e interpolar sus observaciones. Podrá así
definir también los integrados (unidades de transición). En efecto, siempre
es más difícil comprender y representar sobre un mapa tales unidades de
transición que trazar un límite de un golpe de tiza... Pero los límites
trazados son con frecuencia arbitrarios, más o menos irreales, es decir
falsos. Por otra parte, las unidades de transición plantean con frecuencia
unos problemas de ordenamiento específicos y complejos. Merecen pues la
mayor atención.
El enfoque sistemático descansa sobre las interacciones entre fenóme­
nos. Tales interdependencias expresan unas correlaciones entre dichos fenó­
menos. Estas son las que debemos cartografiar, pues determinan la estruc­
tura misma del sistema. Concretamente, estas estructuras son perceptibles
bajo la forma de paisajes integrados por los efectos de las interacciones.
Una cartografía así es esencialmente dinámica, no descriptiva. Satis­
face, pues, las exigencias intrínsecas del ordenamiento que inflinge una
dinámica o la sustituye por otra. El conocimiento del entorno ecológico
así adquirido debe confrontarse con las experiencias agronómicas y con los
conocimientos y las intuiciones de los agricultores locales. Se debe reservar
un lugar importante para contactos frecuentes y continuados con ellos, a
la observación de los cultivos practicados, a las alternancias de cultivos,
de las prácticas agrícolas. Los datos así recogidos deben ser confrontados
con las observaciones referentes a los suelos y sobre los procesos morfogé­
nicos, en particular sobre los diversos aspectos y mecanismos de degradación
del entorno. La delimitación de las áreas sometidas a tal o cual tipo de
dinámica es con frecuencia facilitada por unas imágenes a pequeña escala,
aptas para dar una visión de conjunto: fotografías aéreas al 1/100.000 o al
1/200.000, mosaicos de imágenes del radar, imágenes multiespectrales de
satélites Landsat.

258
3. T ercera etap a: establecim iento de los docum entos

El trazado de un mapa plantea siempre un problema de leyenda. El


investigador se encuentra ante un dilema:

— para realizar el trazado mismo necesita saber qué observaciones


realizar, por tanto qué informaciones debe retener;

— pero el inventario de las observaciones posibles y, más aún, el de


las observaciones útiles no puede establecerse si no es bien conocida la
región, es decir, de hecho, ¡una vez terminados los levantamientos!

Sólo se puede salir del dilema con sucesivos ajustes. La fase prepara­
toria tiene precisamente por objeto dar una primera visión que disminuye
la importancia de tales ajustes. No puede, sin embargo, suprimir total­
mente su necesidad. Sin lugar a dudas, la leyenda inicialmente utilizada
será transformada. Ciertas informaciones se abandonan porque se ve que
tienen poco interés, a otras se les da un doble empleo o las hay también
imposibles de aplicar de manera satisfactoria. Otras, en cambio, que quizá
no habían sido previstas al principio del trabajo, se imponen a la atención
del investigador porque se muestran altamente significativas o de gran inte­
rés práctico. Aparecen también correlaciones muy estrechas entre observa­
ciones de naturaleza diferente de tal suerte que representar las unas y las
otras resulta una redundancia que sobrecarga inútilmente el mapa.
Al final del trazado hay que replantearse cuidadosamente la leyenda
utilizada y confrontarla con todas las observaciones realizadas durante la
prospección y luego con el índice del mapa. Entonces puede realizarse
ya la puesta a punto definitiva de la leyenda, luego los ajustes necesarios
en los trazados que deberán ser completados aquí o corregidos allí.
Esta fase de ajuste debe hacerse cuando se está todavía en el lugar
pues requiere desplazamientos sobre el terreno.
Permitirá también preparar la redacción del informe y la extracción de
conclusiones para responder a las preocupaciones de los demandantes. El
ajuste de la leyenda, por otra parte, se efectuará en gran medida en función
de dicho criterio.
El informe debe hacer aparecer ante todo la cohesión de las diversas
unidades ecográficas, cohesión de naturaleza dinámica. Hay que evitar a toda
costa adoptar un plan «de cajones» que yuxtaponga los diversos aspectos
de la dinámica natural en lugar de relacionarlos entre ellos («clima», «geo­
logía», «geomorfología», «suelos», etc.).
En el informe también es importante separar muy claramente lo que
está más o menos bien establecido, lo que es claro, y lo que sigue siendo
coyuntural u oscuro. Se pueden proponer algunos estudios para eliminar
las incertidumbres. Sin embargo, hay que evitar cuidadosamente recomen­
dar infinidad de continuaciones de estudio... contrariamente a la aprovecha-

259
da actitud de ciertos organismos. Es cuestión de honestidad. Es necesario
también mostrar las posibles relaciones entre las características ecográficas
y los problemas humanos cuyo estudio no es de la incumbencia de los mis­
mos investigadores. Si se proponen algunas soluciones su incidencia socio­
económica debe señalarse y hay que indicar el tipo de estudios necesarios
para determinarlas.
Las modalidades de aplicación del método propuesto difieren un poco
según los mismos tipos de entorno ecológico. Vamos a presentar ahora
también dos ejemplos de aplicación de nuestro enfoque a dominios distin­
tos: las regiones mediterráneas y las regiones tropicales.

4. Un ejemplo de aplicación en región mediterránea

El gobierno argelino decidió la realización de un programa de reno­


vación rural en la región de Beni Slimane. Separada del Mediterráneo por
el Atlas de Tablat, dicha región es de clima bastante duro debido a su
altitud (1.200 metros en el norte, 600 metros en el sur), la pluviometría
decrece desde los 750 mm de Ben Chicao a los 500 mm de Beni Slimane.
Debido al clima, a la predominancia de las formaciones margosas, y al
relieve accidentado, dicha región está sometida a unos intensos procesos
de degradación. El abarrancamiento y los movimientos de masa son allí
activos. El objetivo gubernamental es aumentar el nivel de vida de los
pequeños explotadores desarrollando cultivos frutícolas, implantando perí­
metros de irrigación y realizando repoblaciones. Un programa así debe apo­
yarse en un conocimiento de las tierras y de sus aptitudes agrícolas pero
también sobre el de los procesos morfogénicos proveedores de transportes
sólidos capaces de colmar las reservas que deben ser ordenadas para el rega­
dío. El enfoque ecográfico responde a tales preocupaciones.
Desde 1972, el I.R.A.T. se encargó de establecer un diagnóstico mor-
fopedológico rápido. Efectuado por J . Kalms, alcanzó no sólo las 300.000
ha. del perímetro de los Beni Slimane sino también los relieves montaño­
sos que lo dominan. Se hizo así posible seleccionar, en el interior de la
zona, tres pequeñas unidades más especialmente favorables, alrededor de
El Ornaría, de Beni Slimane, de Souagi.
Durante una segunda etapa, se pidió al I.R.A.T. un estudio más preciso
de estos tres sectores destinados a ser ordenados prioritariamente. Se tra­
taba, sobre todo, de determinar las limitaciones que se oponían a la valo­
rización y plantear soluciones que permitieran superarlas. El estudio fue
dirigido por M. Raumet, con un mapa a 1/50.000.
El mapa morfopedológico delimita unidades caracterizadas por ciertos
procesos de morfogénesis y de pedogénesis relacionados entre ellos por
interacciones específicas. Las relaciones pedogénesis/morfogénesis dependen
del grado de estabilidad morfodinámica. Este está en sí mismo en función,
en gran medida, de la evolución geomorfológica anterior, influenciada por

260
las características geológicas (litología, movimientos tectónicos). Aquí, las
herencias recibidas de las oscilaciones climáticas cuaternarias son particu­
larmente importantes. Tal es el caso de los glacis, grandes superficies
planas, revestidas de gravas calcáreas. Medios morfodinámicamente esta­
bles que han permitido la pedogénesis. Los suelos que allí se encuentran
difieren según la edad de los glacis, que le ha dejado un tiempo más o
menos largo a la pedogénesis para realizarse. Sobre cada glacis el ordena­
miento de los materiales detríticos, dirigido por la morfogénesis de la épo­
ca, introduce subdivisiones basadas sobre el material parental de los suelos.
La topografía poco accidentada y el buen drenaje de las gravas hacen que
estos glacis sean territorios favorables para el ordenamiento de los perí­
metros de regadío. Pero, hay que protegerlos, en los bordes, contra las
incisiones regresivas de los barrancos. La definición morfopedológica saca
a la luz unas aptitudes para la valorización, unas limitaciones que se opo­
nen a ella y delimita una orientación para las medidas de conservación de las
tierras que deberán tomarse.
Al contrario, sobre las vertientes tanto las de los valles encajonados
como las de los relieves dominantes, la morfodinámica actual es muy activa.
Estamos ante un medio inestable en el que la pedogénesis sólo llega a ejer­
cerse raramente. El desnudamiento de la roca está, generalmente, muy
avanzado. No hay suelos o son sólo jirones aislados de suelos finos, discon­
tinuos, a veces truncados. La caracterización de estas unidades no puede,
pues, fundamentarse sobre los suelos, elementos muy accesorios del entor­
no ecológico. Hay que partir, en cambio, de los procesos morfogénicos,
ellos mismos influenciados por la litología de las diversas formaciones geo­
lógicas. La forma, la disposición y la regidez de las pendientes, determi­
nadas por la evolución geomorfológica influyen también sobre los procesos
y sobre el grado de inestabilidad. En este caso la incisión regresiva de los
barrancos es violenta; allí, en cambio, una capa de gres poco coherente
provoca una saturación en agua de las arcillas y se producen fallas; en otro
lugar, una zapa de torrente desencadena deslizamientos de terreno que se
transforman a continuación en barrancos. En cambio, en las clasificaciones
pedológicas, todas estas vertientes se clasificarían en la categoría de «suelos
minerales brutos de erosión». Información demasiado vaga y de poca utili­
dad para el ordenamiento.
Tanto las terrazas como los glacis forman un grupo de unidades morfo-
pedológicas. Están subdivididas en función de las características (más
o menos arcillosos) y en función de su edad. Efectivamente, dichas terra­
zas, después del inicio de su formación, son medios estables sobre los
cuales se ejerce la pedogénesis. Las más antiguas han conocido pedogé­
nesis distintas de aquellas que se han ejercido más recientemente. Al igual
que los glacis, las terrazas antiguas conservan pliegues y cortezas calcá­
reas heredadas. En cambio, la más reciente, la terraza rharbiána, formada de
materiales finos y medianos soporta los mejores suelos a pesar de las pro­
porciones elevadas de calcáreo activo. Para el regadío, tiene como factor

261
limitador una proporción de sales relativamente elevada, que procede de las
aguas de inundación de los ouads. Por una parte, hay que proteger estas te­
rrazas contra la desecación y contra la zapa de los ouads, por otra parte,
hay que prever, para la terraza rharbiana, un colada de las sales en caso
de irrigación.
El pie del mapa está estructurado en función de los preceptos que pre­
sidieron su mismo trazado. Está dividido en varias columnas. La primera
define las unidades morfopedológicas e indica el símbolo de cada una
de ellas. Las columnas siguientes precisan, sobre unas líneas que corres­
ponden a cada una de las unidades morfopedológicas, los caracteres de la
morfogénesis, de la pedogénesis, las limitaciones que se oponen a la valo­
rización tanto si son pedológicas como morfológicas. Las distintas unidades
morfopedológicas están reagrupadas en unos conjuntos geomorfológicos:
vertientes, glacis terrazas. Estas unidades han sido determinadas en función
de los principios de subdivisión más arriba expuestos.
De un modo general, las unidades inestables se caracterizan por unos
mosaicos de suelos, que son más o menos relictivos, discontinuos, con
frecuencia truncados. Por otra parte, el mismo sistema morfogénico que
dirige la existencia misma de la unidad puede ejercerse sobre unos mate­
riales que presenten diferencias litológicas susceptibles de diversificar la
pedogénesis: por ejemplo, margas que contienen calcáreo activo, arcillas
arenosas que no lo contienen o arcillas con yesos. Pero todo ello es secun­
dario en relación a la inestabilidad morfodinámica que impide la pedo-
génesis o provoca la liquidación de las herencias pedológicas. Los procesos
morfogénicos son aquí un factor ecológico mucho más importante para las
plantas que las características edáficas.
Definir los grados de estabilidad del entorno en función de los proce­
sos morfogénicos conduce a la evidencia de la limitación principal que se
opone al ordenamiento de Beni Slimane. Se hacen aparecer así unos medios
peniestables y estables, suceptibles de ser ordenados en vistas a una inten­
sificación de la producción agrícola pero que se deben proteger contra cier­
tos procesos que los degradan o reducen su superficie. Se delimitan, por
otra parte, unos medios inestables, de intensa morfodinámica, que compiten
intensamente en la formación de la carga sólida de los cursos de agua. Dado
que la intensificación de la agricultura requiere la irrigación, y que el
clima impone la construcción de presas, hay que emprender pues una
acción de estabilización en las cuencas de los pantanos proyectados. El estu­
dio de los procesos morfogénicos y de las soluciones suceptibles de redu­
cir los transportes sólidos fue solicitado a continuación al Centro de geo­
grafía aplicada y efectuado por T- Tricart y por Mme A.-R. Cloots-Hirsch, a
petición de la Sodeteg, encargada de los ordenamientos hidráulicos.

262
5. Un ejem p lo de aplicación en región tropical

Malí tiene un territorio que se extiende desde el árido corazón del Sa­
hara hasta el territorio guineano, pero cuya mayor parte está formada por
las zonas saheliana y sudaniana en donde la estación seca es muy marcada
y en donde las fluctuaciones climáticas tienen graves consecuencias. País
enclavado, constituido por un pueblo de campesinos y de pastores, Malí
ha orientado su política agrícola hacia la autosubsistencia y la mejora del
nivel de nutrición. Uno de los elementos naturales de que puede sacar
partido es la amplia zona de esparcimiento del Níger, inundada por la
crecida anual. Tradicionalmente proporciona tierras de cultivo (mijo y
sorgo principalmente), pastos para los rebaños trashumantes, lugares de
pesca preciados. Pero un hogar de densa población en medio de las exten­
siones semidesérticas de la zona saheliana, podría jugar un papel econó­
mico de mayor importancia. Ya, en otro tiempo, el Servicio del Níger nació
de este deseo. Recientemente el gobierno de Malí decidió estudiar el desa­
rrollo del cultivo del arroz en la región del llano de Mopti, impropiamente
llamada «Delta interior» del Níger.
El objetivo es sacar mejor partido de la submersión estacional realizan­
do pequeños ordenamientos destinados a controlarla de tal modo que el ré­
gimen de inundación sea lo más favorable posible al crecimiento del arroz.
La decisión política se ha traducido ya en una solución técnica: el culti­
vo de arroz en condiciones de submersión controlada. Esta etapa se ha po­
dido controlar gracias a los importantes estudios que se vienen realizando
desde hace más de medio siglo, entre los cuales está el del Centro de geogra­
fía aplicada, en marcha desde 1957, y que han permitido definir la evo­
lución geomórfica del «Delta interior», el establecimiento de los diversos
tipos de materiales y de formas que lo constituyen, su edad, las modalida­
des de la dinámica actual. Gracias a estas investigaciones la ecodinámica
general de esta extensión era de sobras conocida y los problemas técnicos
podían plantearse con bastante claridad como para que el poder político
pudiera tomar decisiones.
Desde entonces la tarea que se confió al I.R.A.T. consistió en selec­
cionar los ecotopos que se prestaban con mayor comodidad al cultivo del
arroz en las condiciones técnicas constatadas. En total las investigaciones
preliminares habían permitido recensar nueve perímetros que cubrían 55.000
hectáreas. Aunque la complejidad de la región sea grande y su «grano»
bastante fino, los intercambios de puntos de vista con el demandante han
llegado a la conclusión de que una escala de 1/50.000 para la cartografía
era suficiente para un reconocimiento. El trabajo fue realizado en 1973 por
R. Bertrand.
Un estudio pedológico tradicional habría decidido definir y cartogra-
fiar unas series de suelos determinados ante todo por la textura, es decir,
por la granulometría de las acumulaciones fluvioeólicas. De manera secun-

263
daría, se hubieran tenido en cuenta los caracteres de hidromorfia. Las rela­
ciones dinámicas entre las unidades, en función de la morfogénesis pasa­
da y actual (ésta englobando el régimen hídrico) no habrían aparecido en
modo alguno siendo dicha dinámica fundamental para el ordenamiento.
El objetivo del ordenamiento es, efectivamente, sacar partido de los meca­
nismos naturales de submersión corrigiéndolos para maximizarlos reducien­
do, sin embargo, lo más posible, los trabajos. Hay que realizar una adap­
tación muy fina de las intervenciones en el medio natural.
Recordemos que el Níger invadió, tras un paso de un clima árido a un
clima más húmedo, una región que se había conformado en dunas. El Ní­
ger arrasó ciertas dunas y tomó su material antes de depositarlo bajo la
forma de diques aluviales arenosos. Otras dunas persisten y delimitan unas
cubetas inundadas por la crecida. Allí se depositan materiales finos, de
decantación, sobre todo limoso, a veces arcilloso. Pero desde que el Níger
forzó la presa dunar situada en la parte baja del lago Debo, muestra una
tendencia lenta a la incisión, que hace que ciertas extracciones aluviales
antiguas no sean ya inundadas y que ciertas antiguas cubetas sean sometidas
solamente a una submersión de duración bastante corta. En cambio, los
diques más bajos continúan edificándose y las cubetas más profundas están
inundadas largo tiempo, es decir, permanentemente, como el lago Debo.
Las condiciones hidromorfológicas de submersión son muy variadas, y, por
lo tanto, las posibilidades de efectuar los ordenamientos deseados en buenas
condiciones de eficacia y de costo.
No es posible comprender los caracteres de los suelos y su distribución
y por tanto tampoco sus posibilidades de ordenamiento, sin partir de las
condiciones morfogénicas. Según la edad del establecimiento de las formas
y según su evolución ulterior, los tipos de suelos, sobre unas formas del
mismo origen y constituidas por un mismo tipo de material, son distintas.
Las formas antiguas cuyas condiciones de submersión han sido modificadas
por la tendencia a la incisión de canales, conservan una pedogénesis here­
dada a la que se sobreimpone otra pedogénesis más reciente, es decir,
actual. Este es principalmente el caso de la hidromorfia.
El enfoque seguido se concretiza en la estructura de la leyenda general
de los mapas:
Cada unidad morfopedológica se identifica por medio de un símbolo
que asocia los dos parámetros determinantes: tipo de medio y tipo de
formación superficial.
Siguen luego las componentes más importantes desde el punto de
vista ecográfico:

— régimen hidrológico.
— caracteres geomorfológicos.
— caracteres pedológicos.
— vegetación que, en general, integra los caracteres morfológicos y pe­
dológicos y el régimen hídrico.

264
— limitaciones de valorización.
— aptitud para el cultivo del arroz en submersión controlada.

Para la definición de las unidades morfopedológicas se ha combinado


el criterio genético (extracción aluvial, duna, cubeta, etc.) y el criterio cro­
nológico (edad de la forma) lo cual se justifica dada la evolución geomór-
fica de la región, recordada más arriba.
El régimen hidrológico de las cubetas es particularmente complejo ya
que es influido por las oscilaciones del manto freático por una parte y, por
otra, porque se produce en la región un desfase que aumenta hacia el valle,
entre la estación de las lluvias y la llegada de la crecida, cuyo máximo
caudal proviene de la dorsal guineana. Por ejemplo, hacia Diré, en la
parte baja del Debo, la estación de las lluvias se sitúa desde mediados de
julio a finales de septiembre, mientras que la crecida empieza en enero.
La textura de los suelos, su hidromorfia, su fertilidad química están
integradas al nivel de las limitaciones que se oponen a la valorización y al
de la aptitud para el cultivo del arroz en submersión controlada.
Este ejemplo, aunque se trate también de ordenamiento agrícola, es
diametralmente opuesto al anterior. En Beni Slimane estamos en una región
de desecación donde las acumulaciones tienen una extensión reducida y
están amenazadas por la zapa de los ouads y el abarrancamiento. Un pro­
blema esencial es el control de los transportes sólidos de los cursos de
agua para asegurar la longevidad de las contenciones requeridas para el
regadío. En el «Delta interior» del Níger encontramos, en cambio, un mo­
delo de acumulación, en gran parte funcional. Se trata de insertar un nuevo
tipo de agricultura en la ecodinámica natural sin modificarla fundamental­
mente, pero, en cambio, modificándola lo menos posible y sacando de ello
el máximo partido. El mismo método general ha respondido a exigencias
de ordenamiento tan distintas porque este método parte de los caracteres
específicos del objeto que estudia y permite reconocer la lógica interna
propia del entorno ecológico. Así es como se hace posible establecer un
diagnóstico que orienta la política de ordenamiento, exactamente igual que
el diagnóstico del médico guía la terapéutica que conducirá a la curación
de la enfermedad.

II. ESTUDIOS DE REALIZACION, NIVEL


DE PERCEPCION MAS DETALLADO

El segundo nivel de percepción de que vamos a hablar ahora, corres­


ponde no ya al establecimiento de un diagnóstico para frenar unas decisio­
nes, sino a los estudios efectuados para la aplicación misma de dichas deci­
siones. Del estadio de los anteproyectos, pasamos al de los proyectos.

265
El punto de partida es, evidentemente, el diagnóstico morfopedológico.
Pero, como lo que se trata de preparar ahora no es ya la decisión sino la
acción que se desprende de tal decisión, el nivel de percepción del entorno
ecológico debe ser a la vez más fino y más especializado. El conocimiento
ecográfico debe ser más profundo, pero, al mismo tiempo, apuntar espe­
cialmente a ciertos aspectos que se desprenden de la decisión tomada.
Ello se traduce en la elección de una escala mayor para los datos: 1/10.000
o 1/20.000 por ejemplo. Aquí todavía es el nivel de percepción el que
cuenta y la complejidad propia del medio a ordenar. La escala adoptada
es la que permite presentar los datos requeridos de manera suficientemente
legible para que puedan ser utilizados.
El ejemplo que vamos a presentar fue el banco de pruebas del método.
A decir verdad, fue bajo la presión de una necesidad práctica que el I.R.A.T.
decidió desarrollar un enfoque nuevo, derivado de las investigaciones del
Centro de geografía aplicada. Efectivamente, el medio que debía ser estu­
diado se manifestó, desde un principio, de una tal complejidad que no
podía ser objeto del enfoque pedológico y agronómico tradicional. Este
hubiera desembocado en un fracaso tras enormes gastos, superiores al
financiamiento asegurado. Los dos autores del presente volumen desarro­
llaron este nuevo enfoque con E. Latrille y M. Brouwers, pedólogos del
T.R.A.T. responsables del estudio, y con diversos investigadores y técni­
cos del Centro de geografía aplicada, consejeros benévolos. En cierto modo,
se trata del prototipo original del enfoque a que recurre ahora el I.R.A.T.
y que ha sido aplicado, principalmente, en los estudios expuestos con an­
terioridad.
El archipiélago de las Comoras, situado en el canal de Mozambique,
está formado por cuatro islas enteramente volcánicas: Comora Grande,
Anjouan, Mayotte y Mohéli, densamente pobladas:

Gran
Comora Mohéli Ansouan Mayotte Totales

Superficie (km2) 1.142 290 424 374 2.230


Suelos cultivables (ha) 50.800 19.000 27.000 26.400 123.000
% de la superficie total 44,2 65,5 63,7 70,6 55,1
Población (habitantes) 118.443 9.525 83.486 32.404 243.858
Densidad bruta (hab./km2) 103 33 197 87 109
Densidad en relación 235 50 309 123 198
con los cultivables

La densidad de población es, como se ve, elevada, sobre todo en An­


jouan, y la población desigualmente repartida. La presión demográfica sobre

266
la tierra es excesiva, como lo demuestran las densidades de población por
km2 de tierras cultivables, sobre todo en Anjouan y en la Comora grande.
Estos datos permiten comprender la agudeza de los problemas políticos
planteados por una sección de Mayota, efectiva desde 1975.
Hay que subrayar además que la fuerte demanda de tierras ha con­
ducido a extender al máximo las tierras cultivables en la evaluación que
figura en el cuadro superior. Muchas tierras clasificadas como «cultivables»
se hubieran clasificado entre las no adecuadas para el cultivo si se hubie­
ran aplicado las normas habituales.
El entorno ecológico de las Comoras es, efectivamente, difícil. Se ca­
racteriza por severas limitaciones ante la valorización de las tierras:

— El clima es de tipo tropical, con una estación de lluvias de noviembre


a mayo (estamos en el hemisferio sur). Pero la exposición y el relieve
multiplican las variedades locales en la pluviometría mientras que el esta­
cionamiento modula las temperaturas. Los efectos orográficas provocan
precipitaciones intensas, morfogénicamente muy activas (fallas, abarranca­
mientos). La distribución de las lluvias durante el invierno es, con fre­
cuencia, caprichoso. Pero, cosa favorable, la humedad atmosférica es cons­
tantemente elevada. Sin embargo el límite de los diversos cultivos tropi­
cales es bastante bajo, comprendido entre los 400 y los 700 m según las
especies.

— El relieve del archipiélago es accidentado, principalmente el de An­


jouan, donde la presión demográfica es mayor. El punto culminante de An­
jouan alcanza 1.595 m a sólo 8 km de la costa a vuelo de pájaro. El Kar-
thala, 2.361 m, en la Comora grande, es un volcán activo. Sólo Mayota y
Moheli tienen un relieve menos alto y apreciables extensiones planas. Es­
tas fuertes pendientes y el clima producen el efecto de engendrar una
morfodinámica intensa. Las cizalladuras y las coladas fangosas son frecuen­
tes en Anjouan, sobre las rígidas pendientes del volcán N ’tingui e incluso en
Mayota. En esta última isla, los abarrancamientos hacen aparecer zonas
desnudas. En la Comora grande, en donde la permeabilidad de las forma­
ciones volcánicas excluye las aguas corrientes, los flujos volcánicos recien­
tes y las caídas de material piroclástico son otra limitación morfodinámica
muy severa.

— Las islas están formadas de materiales volcánicos diversos: coladas


basálticas más o menos escoriáceas, con túneles, materiales piroclásticos más
o menos groseros, predominantemente. Se han identificado tres paroxis­
mos volcánicos sucesivos. El más antiguo probablemente oligo-miocénico,
fue seguido de un largo período de disección y de alteración de tipo ferralí-
tico. El segundo sedimentó un material también ferralítico. El más reciente
se da en la actualidad en la Comora grande. A la complejidad de las facies
petrográficas originales se añade la que resulta de la alteración y la disec­

267
ción ulteriores. Las condiciones edáficas de las islas se presentan bajo la
forma de un mosaico muy en tregad o de pequeñas unidades cuya clave
viene dada por la evolución geomorfológica (formas construidas de edad
diferente, diversamente disecadas, a menudo encajadas y a veces super­
puestas).
Añadamos por fin que las Comoras no habían reclamado nunca la aten­
ción de la antigua administración. Raros eran los investigadores que habían
sido encargados de estudiarlas, de tal suerte que el archipiélago era, en el
momento en que empezaron los trabajos, una de las regiones científicamen­
te poco conocidas de Africa.1
Con el fin de preparar la independencia de las Comoras el I.R.A.T.
se encargó, en 1971, de un estudio financiado por el F.I.D.E.S. Su objeto
era inventariar las tierras cultivables del archipiélago y definir las apti­
tudes agropastorales de las situadas por debajo de los 700 m de altitud.
Debía también plantear las soluciones prácticas de ordenamiento y de
valorización de dichas tierras para incrementar su producción y asegurar
su conservación. En realidad, se había pedido un programa de desarrollo
agrario, de ordenamiento rural integrado. Los aspectos humanos se deja­
ban fuera del mercado. Por otra parte, no es posible desarrolló alguno
en las Comoras si una reforma agraria firmemente dirigida no liquida, de
antemano, unas estructuras territoriales y sociales feudales.
Dada la muy fuerte presión demográfica, se trata de concebir un orde­
namiento que permita sacar el máximo de la tierra. La extremada pobreza
de la mayoría de los agricultores permitía, por otra parte, plantear unas
soluciones que recurrían a una mano de obra superabundante. Es por ello
que las superficies clasificadas como «cultivables» son muy superiores a
las que habrían sido inventariadas en unas condiciones diferentes.
El estudio se puso en marcha a principios de 1972, en el transcurso
de una misión de J. Tricart y E. Latrille, encargados de la prospección.
Entonces fue cuando se definió el enfoque al mismo tiempo que se efectua­
ba un reconocimiento general que fijaba los procedimientos a seguir y
determinaba los criterios a adoptar para las extracciones. Las dificultades
encontradas en otros momentos durante las extracciones pedológicas reali­
zadas en pequeños perímetros de Anjouan jugaron un papel importante en
la decisión tomada por el I.R.A.T. de dirigir las investigaciones según una
concepción y una metodología totalmente nuevas. Dadas las características
propias del archipiélago y el grado de conocimiento existente no había otra
solución.
El estudio fue dirigido de manera que presentaba una serie de docu­
mentos (mapas e informes correspondientes) que aseguraba una gradación
hacia la resolución de los objetivos:12

1. Ver para la bibliografía el art. de J. Tricart, en Madagascar,


2. E. Latrille mantuvo, en 1977, en Estrasburgo una tesis doctoral de especia-
lización preparada bajo la dirección de J. Tricart que se refiere a los problemas de
ordenación rural de la Comora Grande y de Mayotte.

268
— mapa morfopedológico: destinado al conocimiento de las caracte­
rísticas del medio físico.
— mapa de las limitaciones: delimitando los obstáculos agronómicos.
— mapa de la ocupación actual de las tierras y mapa de las propuestas
de afectación; el mapa de las propuestas se deriva del mapa de las limi­
taciones. Comparado al mapa de la utilización actual de las tierras, hace
resaltar las inadecuaciones en la utilización actual, que provocan una degra­
dación de los recursos ecológicos. A partir de ese momento, los encargados
de la ordenación pueden entrar en acción y aplicar las soluciones técnicas
plateadas por los agrónomos y luego consideradas por los planificadores.
El principio de estos mapas ha sido expuesto en el capítulo 3. Nos li­
mitaremos aquí a precisar ciertos problemas particulares que se han plan­
teado en Anjouan y las soluciones que hemos adoptado para resolverlos.

1. El mapa morfopedológico

Los mapas establecidos en el I.R.A.T. han tenido que ser publicados


muy rápidamente por el hecho de la crisis política desencadenada en vís­
peras de la independencia. Simultáneamente los créditos inicialmente pre­
vistos fueron reducidos. No fue pues posible hacer las investigaciones car­
tográficas inicialmente previstas. El mapa morfopedológico se resiente de
ello en cierta medida, a nivel del contenido (la morfodinámica ha sido re­
producida de modo demasiado somero) pero sobre todo a nivel de la rea­
lización gráfica.
La litología se ha representado en color humo, tinte neutro que conviene
para un dato de un cuadro que no se modifica en el curso del tiempo a
considerar. La pedogénesis, elemento importante de la dinámica, ha sido
represesentada en negro, tinte más mantenido, fácil de imprimir sobre el
fondo humo de la litología. La morfodinámica se ha señalado en rojo,
color superponible tanto sobre el humo como sobre el negro. Desgraciada­
mente los procesos no se han precisado suficientemente, por falta de tiem­
po, y tan sólo se han llevado al mapa grados globales de estabilidad. Se
han elegido a este efecto trazos de diversos tipos, malas soluciones desde
el punto de vista gráfico, pues dichos trazos son poco visibles y, por ello,
la impresión visual llega a subestimar la morfodinámica, aunque esté en el
origen de limitaciones muy severas y ampliamente extendidas. Sobre el
extracto de mapa que presentamos aquí, hemos modificado la representa­
ción inicial para intentar mejorarla, pero sin poder efectuar cambios im­
portantes, por falta de observaciones de terreno adecuadas.
La representación de la litología ha puesto inevitablemente en evi­
dencia dos series de oposiciones:

— por una parte la oposición entre las formaciones muebles (piroclás-

269
tica, formaciones detríticas) y las rocas consolidadas (lavas, neks, dykes)
cuyo comportamiento tanto morfogénico como pedogénico es muy diferente.

— por otra parte, la diferencia fundamental entre los productos del vol­
canismo antiguo y medio, afectados por una intensa alteración ferralítica
truncada a niveles variables y los materiales acumulados por la fase de
volcanismo más reciente que ya no son ferralitizados.

Como se ha indicado en el capítulo 3, hemos decidido representar las


alteraciones ferralíticas antiguas como elemento de la litología. En efecto,
dichas alteraciones no son más que legados que se han quedado inertes.
La pedogénesis que los afecta es de tipo completamente distinto: es
pulimentadora. Por otra parte, como estas alteridades se truncan a niveles
variables, los tipos de suelo que se forman en su superficie difieren con­
siderablemente en función del nivel de truncamiento; más aún sus aptitu­
des agrícolas. Efectivamente, cuando el truncamiento se realiza cerca del
frente de alteración, aparecen descarnadas entre bolsas de material ferra-
lítico cabezas de roca basáltica. El bruñido está más avanzado, carácter fa­
vorable desde el punto de vista de la fertilidad pero, en cambio, el suelo
se ve interrumpido por frecuentes afloramientos rocosos cosa que hace
difícil su trabajo: es impropio para la mecanización e incluso para el labrado
enganchado. En cambio, cuando el truncamiento ha tenido lugar bastante
arriba en el perfil de alteración no hay formas de descarnamiento: ni bolas
ni tocones de basalto. La bronificación es menor, las propiedades químicas
del suelo son mediocres. Además sus propiedades mecánicas son franca­
mente malas. En la estación seca se endurece y en invierno está sometido
a movimientos de masa. La vegetación es fácilmente destruida y sobre las
playas de suelo desnudo que las plantas no colonizan, aparecen barrancos.
La ecodinámica difiere, pues, mucho según el nivel de truncamiento y, en
consecuencia, son también distintas las limitaciones que se oponen a su
valorización. Evidentemente sobre tales aspectos hemos insistido. Son de
una gran importancia práctica en el sur-este de Anjouan (Niou Makelé) y
en el sur de la Comora grande (Badjini). Los volvemos a encontrar tam­
bién en Mayotte en donde las alteraciones ferralíticas antiguas están muy
extendidas.
Por otra parte, un intenso desmenuzamiento caracteriza el entorno eco­
lógico de las Comoras. La heterogeneidad en pequeñas distancias es allí
extrema («grano» muy fino). Se da con frecuencia, por ejemplo, en las
formaciones volcánicas no ferralitizadas, la alternancia de coladas basál­
ticas masivas con mantos de productos piroclásticos más o menos groseros,
en pocos metros de altura. La rigidez de las pendientes hace que unos y
otros afloren bajo la forma de cintas sucesivas de tan sólo pocos metros de
ancho. No se trata de representar cada una de ellas a 1/20.000. La escala
de 1/10.000 sería también insuficente. Hemos tratado estas asociaciones
como mosaicos.

270
Ello nos ha llevado por otra parte a precisar más el concepto de mosai­
co y a distinguir unos mosaicos heterolitológicos (asociación de rocas ma­
dres distintas, como en el ejemplo precedente) heterocrónicas (yuxtaposi­
ción de suelos y de formas de edad diferente) y heterogénicas (procesos dis­
tintos). Se ha hecho un amplio uso de ello en las Comoras. Desde el punto
de vista práctico, por otra parte, dicha solución está perfectamente justi­
ficada, pues la heterogeneidad es, en sí misma, una limitación. En un
mismo terreno en donde las condiciones son heterogéneas, ningún cultivo
puede tener un rendimiento elevado, pues buen número de plantas se en­
cuentran en unas condiciones que les son poco favorables. Los remembra-
mientos en inmensas parcelas destinadas a satisfacer una mecanización a
gran escala chocan con esta dificultad en muchos medios naturales europeos.
Conforme a los principios expuestos en el capítulo 3 hemos represen­
tado los grandes tipos de pedogénesis. Hemos distinguido cuatro: ándica,
bronificada, pedomórfica y ferralítica. A nivel de las pedogénesis ándica y
bronificada, que son las más extendidas, se han distinguido las pedogéne­
sis poco evolucionadas de las evolucionadas. La organización de los suelos
que de ello se desprende tiene, efectivamente, una repercusión capital sobre
la agricultura. Ir más lejos hubiera sido vano, es decir inútil, para el orde­
namiento. En efecto, por ejemplo en las unidades afectadas por la pedo-
génesis ándica no es extraño encontrar varios tipos de suelos ándicos en 1
o 2 ha. Son el resultado de diferencias granulométricas, de pequeñas varia­
ciones petrográficas y de diferencias de edad en el material piroclástico ori­
ginal. Más que estas diferencias es el tipo ándico de la pedogénesis lo que
cuenta, con las limitaciones específicas que engendra y, sobre todo, las limi­
taciones hídricas y morfogénicas surgidas del material piroclástico.
En fin, el último punto importante: el mapa se elabora por superposi­
ción de datos de naturaleza diferente. Cada una de las categorías de infor­
mación está subdividida hasta el nivel taxonómico que se considera ade­
cuado. Cada una de estas subdivisiones está indicada por una figura espe­
cífica delimitada sobre el mapa. Pero, no hemos delimitado unidades de
un nivel taxonómico más elevado. La información se presenta así de un
modo a la vez más preciso y más objetivo. El lector constata por sí mismo,
por ejemplo, que dicho límite litológico no coincide con un límite de uni­
dades pedogénicas o que dicha área de pedogénesis se reparte entre varias
unidades morfodinámicas. De esta suerte, la realidad no es «forzada» como
en el caso de los mapas de sistemas de tierras del C.S.I.R..O. Las pedogé­
nesis pulimentadas más o menos intensas y los procesos morfogénicos más
o menos agresivos que se ejercen sobre las alteraciones ferralíticas antiguas
truncadas más o menos profundamente ofrecen un buen ejemplo de ello.
Esta solución presenta también la ventaja de poner en evidencia las
transiciones, los intergrados, tan importantes para la valorización y, even­
tualmente, para el remodelado parcelar (principalmente el remembra-
miento).

271
2. E l m ap a de las lim itaciones

El mapa de las limitaciones deriva del mapa morfopedológico. La in­


formación que presenta es un extracto de ella. Pero, esto se ha hecho en
función de una elección apoyada en las lecciones sacadas de la experimen­
tación agronómica, que prepara unos métodos que permiten superar más
o menos completamente algunas de tales limitaciones. Como lo hemos
indicado en el capítulo 3, esta elección viene acompañada de una jerar-
quización muy ampliamente apoyada sobre la investigación agronómica.
El mapa de las limitaciones condensa, de algún modo, las aportaciones del
estudio del medio natural y de la investigación agronómica y los integra
en un mismo sistema. Es por esto que la investigación agronómica, desde
nuestro punto de vista, debe dirigirse en el marco de las unidades presenta­
das por el mapa morfopedológico. Es indispensable para que sea fácilmente
utilizable en el ordenamiento.
En Anjouan, M. Brouwers adoptó las siguientes soluciones:

A. Limitaciones edáficas

La finura del «grano» obligó a recurrir con bastante frecuencia a mosai­


cos o, si se prefiere, a unas asociaciones de limitaciones, a veces caracte­
rizadas por una dominante, a veces sin ella.
Las limitaciones anotadas son las siguientes:

a) Ausencia de limitaciones importantes. Categoría favorable, desgracia­


damente poco representada.
b) Granulometría, tres casos:
— textura demasiado fina: suelos excesivamente arcillosos, sobre todo al
nivel del horizonte B, lo cual impide la filtración del agua y obstaculiza
la penetración de las raíces. Las plantas se alimentan mal. Existe la amena­
za de desoxidación superficial. En tales condiciones no es demasiado posible
mejorar estos tipos de suelo por la práctica del labrado.
— texturas demasiado groseras: suelos arenosos, de filtración demasiado
rápida, capacidad de retención deficiente.
— pedregosidad importante: del 15 al 75 % de grava en los 20 cm su­
perficiales. Esta limitación puede ser eliminada mediante un ordenamiento
adecuado de las tierras, como, por ejemplo, la construcción de muros de
piedra seca, cosa que asegura además la conservación de las tierras y de
las aguas.

B. Limitaciones htdricas

En Anjouan, tales limitaciones afectan sólo a muy pequeñas superficies.


Se distinguen dos casos:
— inundación;
— obstrucción por afloramiento del manto freático.

272
C. Limitaciones morfodinámicas

Están muy generalizadas en Anjouan y son el resultado de la interven­


ción de procesos variados, distintos a cortas distancias. Ha sido necesario
pues efectuar una generalización comportando ciertos reagrupamientos.
Descansa sobre la identificación de procesos mayores. Si las condiciones de
realización del estudio lo hubieran permitido hubiera sido posible definir
un cierto número de sistemas morfogénicos. Pero, sobre todo, se introdujo
sobre el mapa una noción de sensibilidad del entorno. M. Brouwers ha
tenido en cuenta el peligro de ver funcionar tal o cual tipo de proceso en
el caso de un uso incorrecto de las tierras. Util advertencia destinada a
orientar a los planificadores y a los ordenadores, a alertar por medio de
ella a los responsables políticos. Las categorías señaladas se refieren tanto
a las regiones sometidas actualmente a los diversos tipos de dinámica y a
aquellas en las que existe un gran peligro de que se desencadene el mismo
tipo de dinámica en caso de modificación de la cobertura vegetal.
Se han distinguido tres categorías:
— morfodinámica poco intensa, que no impone ordenamientos o afectacio­
nes particulares de las tierras. La conservación puede quedar asegurada por
medio de prácticas simples: arados en curvas de nivel y cultivos que cubran.
— peligro de desoxidación: tierras susceptibles a la erosión fluvial y al arro-
yamiento que es preferible mantener permanentemente ocupadas por una
vegetación cubriente (bosques, pastos). Las labores deben ser acompañadas
de ordenamientos tales como muros, pantallas vegetales, etc., en la medida
en que las limitaciones edáficas no sean demasiado severas.
— movimientos de masa y desoxidación asociados: generalmente se trata
de formaciones arcillosas espesas en que las cicatrices de cizalladura se aba­
rrancan con problemas de corrección torrencial de la naturaleza como los
de Beni Slimane.3

3. Mapa de propuestas de ordenamiento

El principio de este mapa ha sido definido, también, en el capítulo 3.


Este mapa se estableció por confrontación entre el mapa de las limita­
ciones y el de la afectación actual de las tierras. La comparación de estos
dos mapas muestra, por ejemplo, que cierta unidad caracterizada por unas
limitaciones fuertes es actualmente utilizada como tierra de labor mientras
que la mala calidad de los suelos reduce los rendimientos y esta afecta­
ción desencadena una intensa desoxidación. Sería preferible implantar ahí
pastos o cultivos arbóreos. El mapa es, pues, interpretativo.
Por este hecho, en Anjouan, en donde la demanda de tierra es muy
fuerte, las propuestas realizadas apuntan a indicar la extensión máxima de
tierras que pueden ser afectadas para los empleados más productivos, lo

273
Clase V. Tierras impropias en la actualidad para cualquier tipo de explo­
tación. De este tipo son las vertientes abruptas de los anfiteatros vaciados
en los antiguos edificios volcánicos o los manglares. Para estas tierras se
hace necesaria una reglamentación muy estricta de protección.

Esta clasificación integra los resultados obtenidos por la investigación


agronómica. Por ejemplo, las carencias que ha evidenciado forman parte de
las limitaciones edáficas. Pero, al mismo tiempo, por un retorno dialéctico,
esta clasificación plantea un tipo de problemas que no podrán resolverse
más que por una investigación agronómica complementaria. Esta tendrá por
objetivo la definición de un ordenamiento parcelar adaptado a los diversos
tipos de entornos ecológicos.
La clasificación propuesta por M. Brouwers y precisada durante los in­
tercambios de puntos de vista interdisciplinares se presenta bajo la forma
de un cuadro que indica, para cada clase, las limitaciones determinantes y
luego las posibles utilizaciones de las tierras. Para tener en cuenta el nive-
lamiento climático se han distinguido, en la columna de las posibles utili­
zaciones, las regiones bajas, por debajo de los 400 m aproximadamente,
donde se dan bien los cultivos tropicales y las regiones situadas por encima
de los 400 m algunas de las cuales se encuentran en malas condiciones.
Llegamos así a una evaluación completa de los diversos aspectos del entor­
no ecológico cara a su ordenamiento.
El enfoque sistemático seguido y el punto de vista ecológico adoptado
difieren de la clasificación norteamericana de las tierras,3 que tiene en cuen­
ta un elevado número de limitaciones pero sin jerarquizarlas. Esta clasifica­
ción penetra más que nosotros, en ciertos casos, en el detalle, las duraciones
de submersión, por ejemplo (que, a menudo, es muy difícil determinarlas)
pero, deja, por otra parte, de lado numerosas componentes de los ecotopos.
Más integrada, nuestra clasificación se limita a cinco clases en lugar de a
ocho. Es una ventaja para el usuario pues, lo esencial se hace más evidente.
Dada la complejidad y el parcelamiento ecográfico de Anjouan, M. Brou­
wers ha tenido que hacer un gran esfuerzo de reagrupamiento taxonómico
para limitarse a estas cinco clases. Adoptar una actitud puntillista y multi­
plicar las categorías, tendencia natural de un observador minucioso, habría
desembocado en un mapa confuso, de difícil utilización. Los planificadores
habrían efectuado entonces ellos mismos los reagrupamientos que hubie­
ran considerado indispensables para hacer su trabajo. ¿Cómo los habrían
hecho sin el conocimiento del terreno que tiene el especialista que ha rea­
lizado el mapa?
En materia de ordenamiento rural, definir unas aptitudes agrícolas es­
pecíficas es peligroso al margen de casos precisos con exigencias absolu­
tas: el trigo, por ejemplo, no crece en el agua. Efectivamente esta noción
mezcla ciertos parámetros ecológicos que obedecen a leyes naturales y un3

3. Ver más abajo, pág. 129 y siguientes.

276
aspecto técnico, el de los progresos de la agronomía, unas técnicas de culti­
vo que evoluciona en función de fenómenos totalmente diferentes, sociales
y económicos. Nuestro método, en cambio, tiene claramente en cuenta las
influencias ecológicas. Permite, pues, definir mejor el papel que juega
la agrotecnia en un ordenamiento rural.

BIBLIOGRAFIA

ALGUNAS PUBLICACIONES A CONSULTAR

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279
CONCLUSION GENERAL

Un viejo refrán afirma que «los árboles no dejan ver el bosque».


Hubiéramos podido utilizarlo como exergo de nuestro trabajo. Un bosque
es un ecosistema. No es únicamente una yuxtaposición de árboles. Es una
comunidad de seres vivos, formada principalmente de árboles, efectiva­
mente, pero también de plantas y de sotobosque. Viven también en él
insectos. Hay también pájaros que se nutren de los granos y de los insec­
tos. Herbívoros, roedores, ciervos, jabalíes consumen el tejido de las plan­
tas. Los carnívoros se sacian con los herbívoros. Pero no es eso todo.
Este ecosistema supone también un medio ecográfico. Ocupa uno o varios
biotopos, que no son tan sólo marcos inertes, fijos de una vez por todas.
La vegetación está influenciada por el suelo en el que penetran sus raíces.
Pero, dicho suelo es a su vez modificado por ella: le proporciona restos
que le enriquecen en materia orgánica y que alimentan miríadas de micro­
organismos, provoca en él desplazamientos de agua, lo protege de los
rayos solares, del impacto directo de la lluvia, del viento, en realidad,
modifica profundamente el clima atmosférico y la energía que actúan sobre
él. Nuestro bosque ocupa un modelado conformado por unos procesos que
han actuado sobre unos períodos generalmente mucho más largos que los
requeridos para el crecimiento de un árbol. A este modelado están asocia­
das formaciones superficiales, influenciadas por la roca y sin embargo
muy distintas de ella. Constituyen el material original de los suelos. Pero,
en este caso, se ejerce también una acción de retorno: el bosque modifica
los procesos que conforman actualmente el modelado. Los mismos tipos
de interacciones influyen también en el régimen hídrico y en el desliza­
miento. Por último, este bosque se inserta en un mundo habitado. Cons­
tituye un recurso. Está sometido a un sistema de explotación. Por el hecho
de su existencia, forma parte de un ordenamiento.
Si seguimos una cierta tendencia de la investigación, olvidamos el
bosque. No vemos más que árboles. Cada cual elige el suyo. Se llaman
«geología», «geomorfología», «climatología», «hidrología», «pedología»,
«botánica», «entomología», etc. Ciertamente así es más fácil. Todo queda

280
entre nosotros, como entre ciertos aristócratas... o como entre los esnobs.
Con el fin de evitar los encuentros desagradables es decir, con gentes que
planteen preguntas indiscretas, que lo quieran estropear, cada cual rodea
su propio árbol con un muro. A menudo, incluso, se puede poner una
bandera en la cumbre. Cuando un intruso intente franquear la barrera, o
incluso comprometer la conversación, se le trata de ignorante. Entonces
se ve la utilidad de la bandera: un viejo principio de derecho interna­
cional afirma que «la bandera protege la mercancía»... Algunos son más
insidiosos pero no menos perentorios. La vegetación traduce perfectamente
el medio. Al estudiar la vegetación doy un conocimiento del medio y todas
las bases para su ordenamiento. Petición de principio que está al alcance
de cualquiera. En el método de los «levantamientos de tierras» del
C.S.I.R.O. aparece también con claridad pero en beneficio de la fisiografía.
Competencia desleal, nueva ocasión de tratar al otro de intruso y quedarse
con los suyos... para seguir dando vueltas.
¿Pero, dar vueltas es avanzar? Ciertamente, no...
La actitud contra la que nos alzamos es, desgraciadamente, la más
extendida. Es sancionada por unas estructuras administrativas que son
siempre sectoriales, tanto en la investigación como en la intervención téc­
nica. A cada cual su árbol...
Y sin embargo, tal como hemos intentado demostrarlo en la presente
obra, el bosque no es una yuxtaposición de árboles. Es otra cosa muy
distinta. El cazador, el campesino, el ciudadano que quieren descansar
son, ante todo, seres vivos. Biológicamente están insertos en el ecosistema.
Mentalmente también. La naturaleza posee un atractivo sentimental tanto
mayor cuanto más duramente padecemos unas condiciones de vida arti­
ficiales e inhumanas en las hormigueantes ciudades en las que, cada vez
más, chocamos con otros hombres en lugar de encontrarnos con ellos. En
otro tiempo, esta conciencia de la unidad de la naturaleza era compartida
por todos, sentida por todos y expresada a través de unas creencias que
imponían una estricta regla de vida. Ello corresponde a una realidad pro­
funda.
Esta es la actitud que hemos adoptado, basándola no sobre un natu­
rismo ingenuo, sino sobre una base racional. Ciertamente, la razón no ex­
cluye los sentimientos, por fortuna. Pero, nuestro enfoque, en este caso,
estaba forzosamente orientado hacia el único aspecto racional de esta pro­
funda realidad. Los fenómenos naturales existen independientemente de
nosotros. El hombre es un recién llegado en la historia geológica... Hemos
intentado estudiarlos por sí mismos y no en función de nuestras como­
didades artificiales, tal como están anunciadas en nuestras tarjetas de
visita.
La naturaleza, al igual que la materia posee su propia organización,
que llamamos a veces, por «antropomorfismo», su «lógica». Trasciende
a las disciplinas. Nuestro objetivo es intentar captar esta lógica. Para,
algunos esto caracteriza a la ciencia fundamental. Pero, para nosotros es

281
también, o mejor sobre todo, la vía a seguir para insertar del mejor modo
posible las actividades humanas en esta naturaleza, es decir, para permitir
a un número cada vez mayor de hombres el vivir en ella logrando su
subsistencia con un mínimo de felicidad. Este es para nosotros el objetivo
del ordenamiento: utilizar los recursos ofrecidos por la naturaleza sin de­
gradarla, sin destruirla, sin preparar un genocidio. La oposición que algu­
nos plantean, por ignorancia o por interés, entre la investigación funda­
mental y la investigación aplicada es formal. Es falsa. Es, con gran fre­
cuencia, perjudicial.
Cqda disciplina, con la condición de realizar el esfuerzo suficiente,
puede captar ciertos aspectos de la organización propia de la naturaleza.
No creemos que esté de más la máxima utilización posible de este con­
cepto. Gracias a él hemos aplicado ciertos conceptos lógicos a unos pro­
blemas nuevos. Nociones como las de umbral, interacción, crecimiento
exponencial han sido descubiertas de antemano por la física. Se puede
sacar partido de ellas en el estudio de la naturaleza, a condición de ha­
cerlo con discernimiento. Esquemas lógicos más complejos, casi actitudes
mentales, como el estructuralismo, como la teoría de los sistemas, que
proceden de la lingüística o de la termodinámica, pueden también alum­
brar nuestra investigación.
A decir verdad, hubiéramos podido ponerle un subtítulo a nuestra
obra:
Ensayo de aplicación del estructuralismo y de la teoría de los sistemas.
En efecto, ello hubiera comprendido una parte de su contenido y defi­
nido, bastante bien, nuestra orientación.

Pensamos que la actitud intelectual que hemos adoptado es eficaz. Se


ha puesto a prueba en la ecología. Pero, por razones históricas la ecología
ha estado un poco desequilibrada en favor del estudio de las relaciones
entre los seres vivos y en detrimento de las relaciones entre los seres vivos
y los biotopos. Hemos intentado subsanar esta deficiencia sometiéndonos
al estudio de estos biotopos según los mismos esquemas lógicos sobre los
que descansan el estructuralismo y la teoría de los sistemas. No hemos
estudiado la fisiología de las plantas, pero, hemos intentado comprender
mejor su inserción en los biotopos, la influencia que ejercen sobre ellos
y su dependencia frente a ellos. El ordenamiento del medio rural supone,
en efecto, necesariamente una intervención sobre las plantas y una modi­
ficación de las asociaciones naturales para explotarlas o que se las sustituya
por otras, principalmente por cultivos que sean ecosistemas artificiales.
Nos hemos encontrado, en el plano profesional, frente a acciones pre­
cisas, respondiendo a exigencias prácticas. Ni uno ni otro hemos conce­
bido nunca nuestra actuación como rutina. Hemos intentado siempre razo­
nar nuestro trabajo. El contacto con realidades, a veces duras, como el
espectáculo de ciertas miserias nos ha llevado a desear ser eficaces por

282
unas razones morales que nos hacen amar nuestro trabajo. De tales preocu­
paciones ha nacido este libro. Se ha nutrido de nuestras experiencias perso­
nales y sobre todo de las de los grupos a que pertenecemos por intercam­
bios de puntos de vista en los que la atmósfera amical no ha impedido una
exigente sinceridad que excluyera compromisos. Pensamos que nuestro
intento permite plantear un enfoque que queda superado por su mismo
interés. El esfuerzo principal debe recaer sobre el estudio de la organiza­
ción propia de los fenómenos y de los espacios sobre los que actúan. Ello
supone la preparación de modelos lógicos ágiles, adaptables a nuevos
problemas, susceptibles de ser retocados en función de nuevos datos. Se
han obtenido ya algunos resultados en la mayoría de las disciplinas. Hay
que reagruparlos, reunirlos y, por ello mismo, superarlos. Sólo la elabora­
ción de instrumentos de este tipo nos permitirá evitar ser superados por
los datos. El problema se plantea con más agudeza en materia de teledetec­
ción con la superabundancia de información proporcionada por los saté­
lites. La técnica de registro es más avanzada que la de explotación de los
datos. En materia de conocimiento de la naturaleza estamos casi en una
situación análoga. Debemos integrar mejor en un conjunto lo que ya
sabemos para orientar la acción. Por otra parte esta acción se presenta
urgente: tras un período de torpeza durante el cual se ha rechazado el
conocimiento de ciertas realidades, como la explosión demográfica, el des­
pilfarro de recursos, la plutocracia enfrentando hambrientos y ahitos, ha
llegado la hora de despertar. Es duro. Hay que actuar rápidamente, pero
no tenemos derecho a equivocarnos pues el resultado sería fatal.

283
INDICE

I n t r o d u c c i ó n ........................................................................................... 7

I. El estudio del entorno natural: Laeco-geografía . . . 13

1. ¿C ó m o c o n c e b ir un e s t u d io in t e g r a d o de l m e d io na­
tural? 17
I. Los levantamientos de tierra del C.S.I.R.O. (Australia) . 17
1. Principios del m é to d o ................................. 18
2. Apreciación c r ític a ........................................ 30
II. El análisis de los p a is a je s ........................................ 33
III. La integración dinám ica............................................... 38
1. El medio natural: organización del sistema y flujo . 40
2. Tipos de medios de ordenamiento . . . . 49
C o n c lu s ió n ............................................................................... 70
B ib lio g r a fía ............................................................................... 71

2. El en fo q u e g e o m o r f o l ó g ic o ....................................... 78
I. Los conceptos fundamentalesde lageomorfología . . 79
II. Integración de la geomorfología en el estudio eco-geo­
gráfico ....................................................................................... 84
1. Estudio de las interacciones entre procesos . . 87
2. Cartografía geom orfológica......................... 95
A. Concepción del mapa geomorfológico (96). B. Con­
tenido del mapa geomorfológico (96). C. Realización
(97). D. Justificación del mapa morfológico (100),
a) Para la conservación de las tierras y de las aguas
(100), b) Para la protección frente a ciertos fenóme­
nos naturales (101).
B ib lio g r a fía .................................................................................... 103

285
3. E l enfo qu e p e d o l ó g ic o ..................................................................
107
I. Concepciones básicas. R e s e ñ a ........................................ 107
1. El suelo y la p ed ología................................................ 109
2. La pedogénesis................................................................ 110
Suelos y formaciones superficiales (111)
3. Las clasificaciones........................................................ 113
A. La clasificación norteamericana (114). B. La cla­
sificación francesa (118). C. La clasificación FAO
(119). D. Comparaciones y críticas. Clasificación nor­
teamericana y francesa (120).

II. Enfoque cartográfico.............................................................. 125


1. Integración de la pedología en el estudio ecográ­
fico ..................................................................................... 125
2. Definición de los m ap as................................................ 128
A. Nivel de percepción global: el diagnóstico morfo-
pedológico (128). B. Estudios a niveles más detalla­
dos (131). a) Mapas morfopedológicos (132), b) Mapa
de presiones (135), c) Mapa de las propuestas para el
ordenamiento (138).
C o n c lu s ió n ....................................................................................... 139
B ib lio g r a fía ....................................................................................... 139

4. L os r e c u r so s h íd r ic o s
144
I. Estado de nuestros conocim ientos................................ 144
II. Régimen hídrico y productividad vegetal . . . . 151
1. Utilización del agua por la planta . . . . 152
A. Alimentación acuosa (152). B. Absorción del agua
(155). C. Desarrollo de las raíces (156). a) Influen­
cia de los caracteres físicos y químicos del suelo (157).
b) Influencia de la humedad (159).

2. El agua del s u e l o ........................................................


A. La humedad del suelo (161). B. Circulación del
agua en el suelo (163). a) Movimientos del agua debi­
dos a la gravedad (164). b) Movimientos del agua no
debidos a la gravedad (166). c) Movimientos con manto
de agua (167). C. Perfiles hídricos (169). B. Balan­
ces hídricos (169). E. Ejemplo de aplicación: Los
suelos grises de Casamance, Senegal (170). a) Dispo­
sitivo. Experimentación. Medidas (172). b) Resulta­
dos (172).

286
III. Los mapas hidrom orfológicos...................................... 176
1. Concepción de los mapas hidromorfológicos . . 177
2. Utilización de los mapas hidromorfológicos . . 180
A. En el momento de establecer una red hidrométri-
ca (180). B. La explotación de los datos (180).
C o n c lu s ió n ..................................................................................... 183
B ib lio g r a fía ..................................................................................... 185

II. El estudio del ordenam iento del medio rural . . 191

5. ¿Q u é e s un o r d e n a m ie n t o r a c io n a l d e l m e d io r u r a l ? . 197

I. Ordenamiento de los medios e sta b le s ............................... 198


1. Problemas de la salinización bajo los efectos de la
ir r ig a c ió n .........................................................................199
2. Problemas propios de los medios de larga esta­
bilidad ............................................................................................ 203
3. Problemas de los medios de reciente estabilización . 206
II. Los medios más o menos inestables: frenado de la evo­
lución y r e s ta u r a c ió n ........................................................ 212
I II . Problemas de ordenamiento al nivel de los conjuntos
r e g i o n a le s .................................................................................222
C o n c l u s i ó n ......................................................................................... 229
B i b l io g r a f í a ......................................................................................... 230

6. P rogramación de lo s estudios de ordenam iento y des ­


............................................................................................................ 233
a r r o llo

I. El grado de tolerancia del medio natural frente a unas


utilizaciones c o n c u r r e n t e s ................................................234
II. Organigrama de las operaciones para llegar al orde­
namiento .............................................................................................238
1. El conocimiento in ic ia l ............................................. 243
2. El d iagn óstico .............................................................................244
3. La búsqueda de las so lu cio n es ............................................. 245
4. La realización del ordenamiento ............................................249
B i b l io g r a f í a ......................................................................................... 252

7. A plic a c ió n d el m étodo p r o p u e s t o .............................254

I. Establecimiento del diagnóstico morfopedológico . . 255


1. Etapa inicial: trabajo de despacho . . . . 256
2. Segunda etapa: los levantamientos de terreno . . 257
3. Tercera etapa: establecimiento de los documentos . 259

287
4. Un ejemplo de aplicación en región mediterránea . 260
5. Un ejemplo de aplicación en región tropical . . 263
II. Estudios de realización, nivel de percepción más de­
tallado ................................................................................................ 265
1 . El mapa morfopedológico . ” . . . . 269
2. El mapa de las limitaciones................................... 272
A. Limitaciones edáficas (272). B. Limitaciones hídri-
cas (272). C. Limitaciones morfodinámicas (273).

3. Mapa de propuestas de ordenamiento . ■ ■ ■ 273


Clase I (274). Clase II (274). Clase III (274). Clase
IV (275). Clase V (276).
B ib lio g r a fía .................................................................................................277

Conclusión g e n e r a l.................................................................................280

288

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