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El relativismo cultural es una de las principales corrientes antropológicas del siglo XX.
Sin embargo, la propuesta de Boas trascendió el ambiente académico y, debido a sus
múltiples interpretaciones, se convirtió en objeto de debates extra-académicos. En
tiempos de globalización y de internet, Michael Brown hace una revisión del recorrido
del relativismo cultural, deteniéndose en sus reformulaciones y en las críticas que se le
han hecho desde dentro y fuera de la academia para terminar exponiendo su propia
propuesta: el relativismo cultural 2.0.
Uno de los primeros puntos importantes del texto es el apartado dedicado a la relación
entre el relativismo cultural clásico y los Derechos Humanos. Brown señala que desde
mediados del S. XX, y con la creación de organismos supranacionales, los antropólogos
han tendido a asumir una perspectiva relativista. Sin embargo, lo que en un primer
momento fue un modo de apoyo a los grupos sociales sometidos, se convirtió en una
postura contraproducente y condenable para el gran público. Así ‘los propios violadores
de derechos humanos comenzaron a apropiarse de la lógica relativista para defender sus
políticas y prácticas cuestionables’.1 Lo que sigue es una historia de luchas políticas
reivindicativas de las minorías en las que se relativiza el orden social hegemónico. El
feminismo es, tal vez, el mayor ejemplo. De la política se pasó a la academia y se
construyeron teorías en las que se negaba que la diferencia social entre el hombre y la
mujer tuviera una base natural. Las posturas acríticas se iban retroalimentando y
generaron la renuncia total a la búsqueda de universales en la Antropología.
Brown también resalta que, a pesar de las evidentes deficiencias del relativismo
totalizador, la academia no hizo mucho por cambiar el panorama. Por el contrario, fue
convirtiendo al relativismo cultural en una parte más de la currícula, una práctica
inherente a la antropología. Así se configura un sentido común en la disciplina: Cada
cultura se explica por sí misma y la actitud en el trabajo de campo debe ser la apertura
total.
El autor también se detiene en ‘el problema de los modos de pensamiento’ que generó
mucho estudio y debate en las Ciencias Sociales. Sin embargo, al ser programas
construidos sobre las teorías sociales, las limitaciones no tardaron en aparecer. Tales
Como comentario final, podría ser oportuno preguntarse si todas las polémicas surgidas
en el siglo XX no son producto de la adopción de una postura política crítica que
antecede a la investigación y el estudio. ¿No será que el compromiso con el Otro es más
poderoso que el compromiso con la ciencia? O, como el mismo Brown señala, ¿no será
que somos occidentales haciendo evidente nuestro etnocentrismo tratando de imponer
como universal lo relativo? Por mi parte, estoy seguro de que mientras no existe un
compromiso serio por remarcar la línea entre academia y ágora, la polémica seguirá
vigente y en expansión. También podemos preguntarnos si una buena investigación y
un buen estudio previo proporcionarían mejores herramientas a los antropólogos para
una acción política o pública acorde con los requerimientos de la sociedad. Si se va a
hablar en público que se haga a la luz de hechos comprobables. Solo así la antropología
se despojará de esa imagen de disciplina empeñada en defender al Otro siempre, al
margen de qué sea lo defendido.
Referencia bibliográfica: