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Metáfora del colapso

Ríos de tinta se han escrito ya del caso Djokovic, ese excepcional deportista con miedo
de ser abducido cualquier día. No me interesa hablar aquí de lo justo o injusto de su no
participación en el Open de Australia o el negro futuro que se le avecina en los
siguientes torneos sin vacunarse, sino de su caso como signo de nuestros tiempos.

Para quienes a gritos defienden a este exponente de los magufos como es Novak
Djokovic, sería bueno recordar solo un par de cosas: es un duro promotor de las
pseudociencias, fiel en la secta new age de un gurú llamado Pepe Imaz (ex-tenista que
fundó su religión del amor basado en “El secreto” de Byrne y otros librillos de
autoayuda más) y es amigo íntimo del ultranacionalista Jolovic, negacionista del
Genocidio de Srebenica, en el que él mismo participó.

«¿Puedo acaso burlarme de toda esta columna que estos desquiciados se han armado
para que la sociedad funcione?» quizá ese sea su pensamiento. Porque él y, en especial,
su padre asumen que son unos héroes que están librando una batalla crucial para la
humanidad. El problema Djokovic no es solo un problema de burocracia política dentro
del deporte, es un problema metapolítico con repercusiones explícitas en las formas de
entender la vida en común que representan las sociedades modernas.

Y es que es difícil entender que tipos como él o como Steve Jobs y similares, con tanto
dinero y tanta influencia, estén dispuestos incluso a morir por las cosas en las que creen.
Steve Jobs, fundador de Apple y autor del discurso que a tantos personajes inspira,
murió literalmente porque se negó a creer en la medicina occidental y eligió abrazar la
medicina china y luego realizarse una terapia budista a base de jugos veganos.

Mi apuesta por dar una explicación a estas tendencias de pensamiento es la necesidad


urgente de buscar salidas y vías de fuga del sistema en que vivimos. Cuánto tiempo
llevamos reclamando un sistema fuera del tardocapitalismo, un sistema que nos dé aire
y sea más justo e igualitario con el medioambiente y con el tercer mundo. Demasiado
tiempo desde que sabemos que estamos colapsados y que necesitamos un sistema
nuevo, pero no sabemos crearlo, se nos ha necrosado la imaginación, vivimos una crisis
creativa.

Hemos creado un mundo sobreinterpretado y, ahora, ¿de qué forma nos salimos de él?
Esta es la pregunta que nos llevaría a entender los alegatos iluminados de Bosé,
Bunbury y de nuestros amigos y conocidos negacionistas. En esta crisis en la que
quienes saben y deben no son capaces o se ven obstaculizados a la hora de imaginar un
sistema alternativo, famosos con inmerecido altavoz radian desesperadas e inocentes
salidas al colapso capitalista. Y he de decir que en lo profundo de mi corazón los
entiendo y que me provocan compasión. Entonces, sí, les agradezco que sean
conscientes de la visión perversa que el corporativismo cierne sobre las sociedades, pero
la necesidad por hacer frente a los aspectos del mundo que nos asfixian merece mejores
discursos. En todos recae el peso del deber, saber que se vive en comunidad y que sin
ella no existe la individualidad que tanto reclaman.

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