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LA NOVELA COLOMBIANA CONTEMPORANEA

EN LA MODERNIDAD LITERARIA (1970-1985)

Existen perspectivas diversas para abordar el concepto de modernidad en la


literatura, con elementos definitorios parciales que conjuntamente pueden
conformar una noción integradora: la modernidad como expresión creadora del
texto literario que enfatiza en los aspectos formales de la escritura (estructura,
técnica narrativa, experimentación lingüística); como elaboración programática
de una particular visión del hombre y del mundo en la complejidad de la
sociedad contemporánea; como noción de lo nuevo, lo actual, lo reciente, que
por su naturaleza se opone o lo viejo, el avance y la proyección estética
renovadora hacia el futuro. Sin pretender una posición simplemente ecléctica,
puede afirmarse que la modernidad participa indistintamente en todos estos
factores, oponiéndose así a las concepciones tradicionales de la literatura. En la
novela, el fenómeno de la modernidad tiene sus expresiones más significativas
en la obra de los grandes narradores de este siglo (Proust, Joyce, Kafka, Woolf,
Mann, Faulkner), que cambiaron radicalmente las nociones del género en busca
de la totalidad, y desde entonces la novela, en su concepción artística y en su
realización práctica, se entiende desde la problematicidad sincrética de los
factores antes anotados.

En Colombia, algunos de estos elementos se pueden encontrar en los novelistas


de la primera mitad del siglo, como Tomás Carrasquilla, José Eustasio Rivera,
César Uribe Piedrahita, Eduardo Zalamea Borda y José Antonio Osorio Lizarazo1,
aunque Gabriel García Márquez sea la expresión máxima del fenómeno, sobre
todo a partir de Cien años de soledad (1967). La modernidad, pues, no
puede confundirse con lo actual, pues los ejemplos citados nos remiten al
menos a un pasado relativamente lejano y al nacimiento mismo del género en
el país. Sin embargo, es a partir de Cien años de soledad cuando se inaugura
propiamente la modernidad narrativa en Colombia, marcando al respecto un
punto identificable en la historia literaria. En este sentido, sería la década del 70
la que mejor expresara la vitalización del fenómeno en tanto manifestación
colectiva, con la publicación de más de una treintena de novelas importantes en
su contenido artístico2 y mediante las cuales la narrativa colombiana dejó de ser
una suma de valores aislados, para construir una entidad en la narrativa
hispanoamericana como vanguardia de la novela contemporánea. Es una
especie de "mayoría de edad" novelística en Colombia, cuya figura principal en
sin lugar a dudas nuestro Nobel de literatura. Pero que no se queda ni se agota

1 Ver Rafael Gutiérrez, La literatura colombiana en el siglo XX, en Manual de historia de Colombia,
Tomo III, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1982; pp. 447-536.
2 Raymond Williams, Una década de la novela colombiana: la experiencia de los sesentas,

Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1982; relaciona las novelas de autores colombianos publicadas
en la década, en una lista incompleta pero significativa de la época.
en él. Por el contrario, está conformada por un número considerable de
autores, separados sólo generacionalmente, así:

a) Los contemporáneos de García Márquez, que alcanzaron su madurez


narrativa en estas últimas décadas, como Arturo Laguado (1919), Manuel
Zapata Olivella (1920), Manuel Mejía Vallejo ( 1923), Pedro Gómez Valderrama
(1923), Alvaro Cepeda Samudio (1926);

b) Los pertenecientes a las generaciones posteriores, que publican sus novelas


en la década del 70 y en los comienzos del 80 y conformados por Plinio Apuleyo
Mendoza (1932), José Stevenson (1932) Fernando Soto Aparicio (1933, Helena
Araújo (1934), Darío Ruiz Gómez (1936), Rodrigo Parra Sandoval (1939), Alba
Lucía Angel (1939), Alberto Aguirre (1939), Héctor Sánchez (1940), Oscar
Collazos (1942), Fanny Buitrago (1943) Fernando Cruz Kronfly (1943), Luis
Fayad (1945), Antonio Caballero (1945), Alonso Aristizábal (1945), Gustavo
Alvarez Gardeazábal (1945), Ricardo Cano Gaviria (1946), Rafael Humberto
Moreno Durán (1946), Benhur Sánchez (1946), Carlos Bastidas Padilla (1947),
Umberto Valverde (1947), Eligio García (1947), Roberto Burgos Cantor (1948),
Marco Tulio Aguilera Garramuño (1949), Jorge Eliécer Pardo (1950), Andrés
Caicedo (1951).

Todos estos narradores configuran lo que podríamos llamar el panorama de la


novela colombiana actual, que ofrece muchas facetas interesantes para el
investigador literario por la naturaleza de sus creaciones en cuanto obras de
ficción y por la variedad temática que ellas contienen. Teniendo en cuenta que
el factor unificador de nuestra novelística es su pertenencia a la modernidad
literaria según el esquema esbozado anteriormente, y en busca de una síntesis
analítica que destaque los valores intrínsecos y extrínsecos en ellas, pueden
proponerse algunas hipótesis de acercamiento objetivo. En este orden de ideas,
y anticipando que la novela colombiana actual -con la excepción de García
Márquez y Alvaro Gardeazábal3 no ha sido suficientemente estudiada por los
críticos especializados4, las características principales que ella ofrece, son las
siguientes:

3En bibliotecas de diferentes sitios del mundo (Paris, Barcelona, Ottawa, Montreal) hemos podido
constatar este hecho, sobre todo en lo referente a las tesis y trabajos monográficos. Si a esto se añade la
cantidad de libros de ensayo publicados sobre el autor y las 5.412 páginas reseñadas de 26 tesis en
universidades norteamericanas (Boletín Cultural y Bibliográfico, Banco de la República, volumen XXII,
No. 3 de 1985, pp. 100-103) se concluye casi un exceso de tarea crítica sobre nuestro Nobel de Literatura.
Por estas razones, creemos justo dedicarnos al estudio de nuestros novelistas contemporáneos, dejando a
García Márquez como punto de referencia indispensables, pero sin profundizar en su obra.

4Ver Raymond Williams, Op. cit., Fernando Ayala Poveda, Novelistas colombianos contemporáneos,
Universidad Central, Bogotá, 1981; Isaias Peña Gutiérrez, La narrativa del frente nacional, Universidad
Central, Bogotá, 1982.

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1. La superación del fenómeno de la violencia socio-política como prurito
ético-narrativo, en busca de una interiorización del fenómeno, expresando más
bien sus secuelas en el acervo imaginario que sus causas o hechos más
protuberantes. En este grupo pueden ubicarse La mala hora (1961) de García
Márquez, Cóndores no entierran todos los días (1971) de Gustavo Alvarez
Gardeazábal, Estaba la pájara pinta sentada en un verde limón (1975) de
Alba Lucía Angel, El Jardín de las Hartman (1979), de Jorge Eliécer Pardo,
Venga le digo (1981) de Benhur Sánchez, Noche de pájaros (1984) de
Arturo Alape, Una y muchas guerras (1985), de Alonso Aristizábal. Esta
superación del fenómeno de la violencia socio-política representa un avance
para la novela colombiana, ya que el lastre histórico se internaliza en busca de
otras formas expresivas diferentes al crudo realismo, el testimonio y la crónica
que caracterizó la abundante producción narrativa al respecto en las décadas
del 50 y 60 5;

2. La búsqueda de la identidad individual y colectiva mediante la


reconstrucción crítica del pasado. Lo cual implica una reescritura de la historia,
una indagación de nuestras raíces culturales y cierto pragmatismo del discurso
narrativo hacia la mejor comprensión de nuestra problemática. No es
propiamente novela la histórica, aunque podría tomarla como tal delimitando el
término, sino una forma de síntesis polisémica de la historia, en la alternancia
de reconstrucción documental y ficción narrativa. En este sentido, la novela
colombiana actual presenta dos vertientes principales:

a) La que se ocupa del pasado lejano, acudiendo generalmente al mito como


elemento estructural y a la cual corresponden obras como Changó, el gran
putas (1982), de Manuel Zapata Olivella, La tejedora de coronas (1983), de
Germán Espinosa, La otra raya del tigre (1976), de Pedro Gómez
Valderrama, y desde luego Cien años de soledad (1967) y El otoño del
patriarca (1975) de Gabriel García Márquez;

b) La que asume críticamente el pasado relativamente cercano y nuclea su


temática en torno a los conflictivos años sesenta en nuestro país, con la saga
de historias individuales actualizantes de tal problemática. A esta vertiente
pertenecen Crónica de tiempo muerto (1975) y Los días de la paciencia
(1976), de Oscar Collazos, Hasta el sol de los venados (1976) de Carlos
Perozzo, El titiritero (1977), de Gustavo Alvarez Gardeazábal, Juego de
damas (1977), de Rafael Humberto Moreno Durán, Años de Fuga (1979), de
Plinio Apuleyo Mendoza, y Sin remedio (1984), de Antonio Caballero.

3. La renovación del lenguaje novelístico mediante la experimentación,


asimilación y desarrollo de las técnicas modernas del arte narrativo, que

5Gustavo Alvarez Gardeazábal, en su tesis La novelística colombiana de la violencia en Colombia,


Universidad del Valle, Cali, 1970, reseña cerca de medio centenar de novelas al respecto. Lo mismo ocurre
con la obra de Gerardo Suarez Ramos, La novela de la violencia en Colombia (tesis), Universidad
Javeriana, Bogotá, que se refiere a 64 novelas publicadas entre 1951 y 1970.

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representa una relativa autonomía frente a la novela tradicional y expresa una
búsqueda formal permanente frente a la complejidad del mundo
contemporáneo. Esta es una de las características más importantes de la novela
colombiana actual y se evidencia en las obras citadas de García Márquez,
Manuel Zapata Olivella, Pedro Gómez Valderrama, Germán Espinosa, Carlos
Perozzo, Rafael Humberto Moreno Durán, Alba Lucía Angel, lo mismo que en
Aire de tango (1973), Y el mundo sigue andando (1984) de Manuel Mejía
Vallejo, !Que viva la música! (1975), de Andrés Caicedo, Hojas en el patio
(1978) de Darío Ruiz Gómez, El álbum secreto del Sagrado Corazón
(1978), de Rodrigo Parra Sandoval, El cadáver de papá (1978) de Jaime
Manrique Ardila, Los parientes de Ester (198), de Luis Fayad, La cola de la
osa mayor o retrato de Catalina (1979), de Arturo Laguado, Falleba
(1979), de Fernando Cruz Kronfly, Reina rumba (1981 ), de Umberto
Valverde, Prytaneum (1981, de Ricardo Cano Gaviria, La muerte de Alec
((1983), de Dario Jaramillo Agudelo, Sala capitular (1984), de Francisco
Sánchez Jiménez, El pez en el espejo (1984), de Alberto Duque López, Entre
Ruinas (1984), de Héctor Sánchez, El patio de los vientos perdidos (1984),
de Roberto Burgos Cantor;

4. La tendencia a desarrollar la llamada "novela urbana", caracterizada por


una visión caleidoscópica del mundo, centrada en el ser individual, con una
marcada intencionalidad en reflejar la encrucijada del hombre contemporáneo,
su anonimidad, soledad, desarraigo y vacío espiritual. Casi todas las novelas
citadas en el punto anterior pertenecen a este grupo y revelan críticamente la
vida de las llamadas ciudades masificadas6, identificadas como grandes urbes
de crecimiento desordenado, que expresan una sociedad escindida, compleja,
en la que el hombre ha perdido su individualidad y es un ser anónimo que
apenas sobrevive al vestigio de la tecnificación y la miseria económica y
espiritual.

1. La superación de la violencia socio-política como prurito ético-


narrativo

La novela que enfrenta el fenómeno de la violencia socio-político colombiana


con más recursos expresivos, tal vez sea Estaba la pájara pinta sentada en
un verde limón (1975), de Alba Lucía Angel, ya que la perspectiva no es ética
o crítico-pragmática, sino polivalente y autosuficiente en la experimentación
lingüística hacia la virtualidad de su mundo narrativo.

La novela de Alba Lucía Angel ofrece dos niveles de aproximación al fenómeno


de la violencia socio-política colombiana: un nivel exterior u objetivo,
consistente en la reconstrucción del pasado "real" con una expresa voluntad
histórica documental; y un nivel interior o subjetivo, a través de la vida de Ana,
personaje principal, en que la violencia se manifiesta en la introspección de la

6 José Luis Romero. Latinoamérica: las ciudades y las ideas, Siglo XXI, México, 1976.

4
mujer con simbologías individuales como noción de la muerte y los traumas
sexuales.

La obra participa de la modernidad literaria en cuanto el lector es actor y


decodificador del mensaje: ya no se trata de un simple acopio documental para
la reconstrucción del fenómeno en cuanto referente histórico concreto (con sus
variantes de testimonio, crónica, denuncia, panfleto), que podrían conformar el
"nivel objetivo o social", sino la propuesta de una realidad más compleja,
facilitada por la interacción con una memoria individual en donde la "violencia"
es concreta, pero también simbólica, en las distintas etapas de la protagonista.
De esta manera, el referente histórico concreto y en cierta medida eje estructu-
ral de la novela -El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán el 9 de Abril de 1948- está
relacionado indisolublemente a la infancia de Ana, ofreciendo una percepción
múltiple del fenómeno (que como se sabe fue el detonante para la agudización
del conflicto), fusionando el recuerdo infantil con la experiencia adulta de la
protagonista en el presente inmediato de la narración. Lo puramente
documental o testimonial, entonces, gracias al trabajo cuidadoso del lenguaje,
supera la visión unívoca de cierto tipo de literatura de la violencia7 para el
hallazgo de una pura-realidad narrativa que, conforme a la naturaleza del
discurso mismo, es plurisignificativa y en alguna forma totalizadora de la
realidad8

Uno de los mayores aciertos de la novela, en la especificidad de novela de la


violencia, es la construcción formal, los recursos técnicos, la estructura
narrativa, que inscriben esta novela en lo mejor de la modernidad literaria
colombiana. Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón se
estructura en un eje central nucleante de la historia -Ana- al que concurren
múltiples voces y personajes, como manifestaciones dispersas de la memoria
colectiva. El movimiento narrativo o esquema estructural es la circularidad,
mediante la alternancia y simultaneidad de los niveles ya señalados: la infancia,
adolescencia y vida adulta de Ana en cuanto figura central de la ficción, y la
reelaboración del pasado lejano y del presente inmediato de la vida nacional,
destacando ante todo la convulsionada realidad colombiana entre 1948 y finales
de la década del 70, conforme los indicios que brinda la obra. Este esquema
narrativo circular es reforzado por la reiteración de hechos históricos de diversa
índole, vinculados a las distintas etapas de la vida de la protagonista (su rela-
ción con Saturia, Alirio, Valeria, Lorenzo), que representan al mismo tiempo su
iniciación sexual y sus primeros lazos con la idea de la muerte.

La interacción entre una forma de monólogo indirecto de Ana como mujer


adulta -en el presente de la narración y en una ambigua introspección infantil-,
y una especie de voz omnisciente participante de la historia, actúa como

7 Germán Guzmán Campos, La violencia, tema recurrente en la literatura colombiana, hace un estudio
importante sobre las etapas de la violencia en la narrativa colombiana.
8 Conforme la opinión de Sartre, la novela tiende a una visión totalizadora de la realidad. Ver Jean-Paul

Sartre, ¿Qué es la literatura?, Buenos Aires, Lozada 1950.

5
recurso efectivo en la superposición de planos y voces hacia una configuración
narrativa circular. Para poder realizar esta operación narrativa, Alba Lucía Angel
acude a la intertextualidad como recurso técnico de la modernidad literaria: la
novela se inicia con la transcripción de un fragmento de Joaquín Estrada
Monsalve, El 9 de abril en Palacio, a manera de epígrafe introductorio9. Se
incorporan en el texto noticias radiales, informaciones periodísticas, anuncios
publicitarios, discursos presidenciales, editoriales, relatos de testigos, diálogos
callejeros, canciones infantiles, dichos, refranes, en una especie de concierto
múltiple de voces que van refiriendo reiterativamente ese dicho nucleador de la
novela que es la violencia socio-política colombiana. Esta es la originalidad y el
logro principal de la novela en su factura formal, ya que al mismo tiempo una
voz en off (como en el cine) de narrador omnisciente dinamiza la narración
participando como conciencia crítica de la realidad.

La novela participa también, de manera relativa, en la noción clásica de "novela


de personaje", pues como se dijo, la obra es estructurada en torno a un
personaje protagónico. Los aspectos más destacados de Ana como
individualidad y vinculados al desarrollo general de la novela, son la muerte y la
sexualidad, que en el nivel simbólico expresan la perspectiva personal de la
autora respecto del fenómeno de la vida nacional.

La noción de la muerte correspondiendo a la opción narrativa de interrelación


sujeto-objeto, se expresa en la obra como experiencia perturbadora individual
(la muerte de dos amigas, Valeria y Julieta), en la atmósfera de descomposición
y criminalidad del país, sacudido por la violencia social y política.

La sexualidad, por su parte, es un elemento de altos contenidos expresivos, por


su simbología y funcionalidad en la vida interior de Ana. Al mismo tiempo,
porque desde su perspectiva singular, nos muestra la elaboración de un
discurso femenino crítico sobre un tema que las mujeres escritoras habían
eludido frecuentemente hasta entonces. Tal vez por primera vez en la historia
de la novelística colombiana, una mujer escritora asume los conflictos de la
iniciación sexual mediante una sensibilidad específica, problematizadora,
femenina. El lenguaje poético transforma la violencia externa de la iniciación
sexual de la mujer en un acto significativo (la defloración consentida de Ana por
parte de Alirio, un peón de la finca donde ella vive), cuando este logra
fusionarse con otras imágenes de la psiquis individual. O representa la
exaltación de los sentidos en medio de la confusión, como en el juego erótico
de la protagonista con Saturia, una muchacha campesina mayor que Ana. Lo
interesante, en ambos casos, es la ausencia de una actitud moralista respecto
de la experiencia, haciendo énfasis mas bien en los sentimientos contradictorios
que tales experiencias generan en la sensibilidad erótica del personaje10.

9 Alba Lucía Angel, Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón, Colcultura, Bogotá, 1975; p. 5.
10 Ibid., p. 297.

6
Existe en la obra una voluntad de desmitificar estos lastres culturales e indagar,
mediante el discurso narrativo, los numerosos tabús que en torno al sexo ha
constituido una sociedad altamente influida por la herencia judeo-cristiana,
según la cual el sexo no enaltece al ser en la plenitud vital, sino es una
manifestación del placer y la impureza que solo tiene la función pragmática de
reproducir la especie.

En síntesis, se puede afirmar que esta novela de Alba Lucía Angel constituye la
novela mejor lograda de la violencia socio-política colombiana hasta el
momento, ofrece un material narrativo de bastante complejidad sexual,
representa la vanguardia de un discurso específico sobre la mujer, y logra crear
una realidad trascendente que busca la totalidad de su aproximación a la
historia.

Las otras novelas sobre la violencia que hemos mencionado, presentan


diferentes limitaciones temáticas y estructurales, aunque Cóndores no
entierran todos los días (1971), de Alvarez Gardeazábal significó un paso
adelante importante, sobre todo en la configuración del héroe individual y la
recreación de ese mundo provinciano que el escritor conoce muy bien. Noche
de pájaros (1984), de Arturo Alape (tal vez el mejor de los cuentistas sobre la
violencia y destacado investigador sobre el tema), no alcanza a superar la
superficie del fenómeno, carece de una estructura definida, no construye
personajes como tales y constituye, sin duda, un retroceso en la obra narrativa
del autor, que había publicado dos libros de cuentos muy bien logrados sobre
esta misma temática11.

El jardín de la Hartman (1978), caso insólito de manipulación editorial en


Colombia12, es más una nouvelle de aprendizaje, que tiene sin embargo el
mérito de asumir el fenómeno desde la interioridad y la descomposición
familiar. Una y muchas guerras (1985), de Alonso Aristizábal, penetra con
más proyección artística en los antecedentes de la violencia por la visión infantil
del protagonista en su medio familiar y social, con propuestas narrativas mejor
consolidadas en la revelación de esta temática, pero sin trascender
efectivamente la anécdota.

Lo más significativo, entonces, de esta tendencia de la novela colombiana, es la


superación efectiva del prurito ético sobre la violencia que en cierta medida
padeció la narrativa colombiana por mucho tiempo, reduciendo
esquemáticamente en fenómeno a la retaliación partidista y olvidando las
causas y secuelas generales del mismo. Y el hallazgo de un lenguaje y una

11 Arturo Alape, Las muertes de Tirofijo, Bogotá, 1972; El cadáver de los hombres invisibles,
Bogotá, 1979.
12 La novela de Jorge Eliécer Pardo, El jardín de la Hartman, Plaza y Janés, Bogotá, 1978, ha sido

también publicada con los títulos El jardín de las Weismann, (Bogotá, 1982), y La estrella de las
Baum, (Bogotá, )

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virtualidad narrativa que le confieren a las obras la naturaleza de novelas y no
simples testimonios o crónicas de la época.

2. La búsqueda de la identidad cultural

Otro elemento definitorio de la novelística colombiana actual es la búsqueda de


la identidad individual y colectiva, mediante la reconstrucción y reescritura del
pasado, que constituye una indagación de nuestras raíces culturales más
remotas, a través de un discurso polivalente y crítico de nuestra historia. La
novela, en este sentido, es tomada como una forma de conocimiento de la
realidad, sin construir propiamente "novela histórica" en la noción tradicional, y
corresponde a una tendencia casi generalizada de la narrativa his-
panoamericana y de este siglo13. Conforme se enunció al comienzo, existen dos
formas de esta búsqueda de la identidad cultural en la novela colombiana
actual: la que está relacionada más abiertamente con el mito y el pasado
lejano; y la que se ocupa de esa misma indagación en un pasado lejano;
concerniente sobre todo con la problemática social y política de los años 70.

a) Las raíces del pasado

Las novelas citadas de Manuel Zapata Olivella, Germán Espinosa, Pedro Gómez
Valderrama, constituyen no solamente las obras representativas de esta
tendencia, sino las novelas más importantes de Colombia en las últimas
décadas de escritores diferentes a García Márquez: Changó, el gran putas,
en cuanto epopeya de la raza negra y en cierta medida en todos los
desposeídos del mundo en América, La tejedora de coronas, como
manifestación de los orígenes de las ideas iluministas en el continente, La otra
raya del tigre, refiriendo la gesta liberal del progreso en Colombia en el siglo
XIX. Obras de sugestivos contenidos simbólicos hasta en sus propios títulos,
expresan una madurez narrativa evidente en sus autores, un elemento
significativo de aproximación a la historia y a los principales factores que
configuran nuestra identidad cultural, y un logro sobresaliente desde la
perspectiva artística de la modernidad literaria en el género novelístico.

Changó, el gran putas: mito e historia

Manuel Zapata Olivella es el ejemplo típico de la consagración artística con una


sola obra, trabajada por casi veinte años, y cuya producción anterior es una
forma de aprendizaje para la escritura de esta novela "total". La trayectoria
novelística del escritor ha sido estudiada por Marvin A. Lewis como paso de la

13A esta tendencia pertenecen varias de las más importantes novelas hispanoamericanas de este siglo,
como Pedro Páramo de Juan Rulfo, El siglo de las luces de Alejo Carpentier, Yo el supremo de
Augusto Roa Bastos, Bomarzo de Mujica Lainez, La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, La
guerra del fin del mundo de Mario Vargas Llosa, Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato.

8
opresión a la liberación14, señalando las diversas tendencias que se hallan en su
obra narrativa anterior. Sin embargo, debido a la naturaleza misma de Changó,
el gran putas, esta novela puede analizarse prescindiendo de las otras.

El fenómeno de la identidad cultural se da en la novela por la elaboración de


una mitología que podría llamarse "subversiva", en cuanto se opone al
intelectualismo occidental, fusionando sincréticamente una visión del hombre y
del mundo en donde lo esencial es la indiferenciación entre el mito y la historia.
No es simplemente la voluntad hacia lo "real maravilloso" según los postulados
de Alejo Carpentier15, sino la abolición concreta de las categorías espaciales y
temporales por la opción del mito como realidad ontológica última del hombre.
Mediante esta difícil operación, verdadera aventura lingüística, el autor cons-
truye una novela poemática, conforme el criterio de Ian I. Smart: "La novela va
a contar la historia de toda América, desde su principio en el mundo mitológico
africano hasta la época contemporánea, y con el pleno reconocimiento de la
persistentemente (sic.) central de los elementos llamados "mitológicos". De
hecho, la novela va a ser poemática en la medida en que su lenguaje es
infundido por la mitología"16.

La propuesta narrativa es la epopeya de los negros y de los desposeídos en


América, rescatando la memoria colectiva que se trasmite de generación en
generación y alternando para este fin personajes históricos y mitológicos. El
mito es historia y viceversa, los dioses y ancestros de la cultura negra africana
se comunican en un movimiento interno circular con los personajes reales de
nuestra América, los muertos hablan a los vivos y entre sí, un hombre es
muchos hombres y muchos dioses, la vida se confunde con la muerte; y los
grupos étnicos marginados en la historia se unen en el dolor y la búsqueda de
la libertad.

Desde el punto de vista estructural, la novela está dividida en cinco partes, que
en el nivel diacrónico describen el origen mítico de la raza negra, la trata de
esclavos en la consolidación del siglo XVII, el paso de miles de negros al
continente americano, su instauración en estas tierras del Nuevo Mundo, el
mestizaje cultural posterior, y algunos hechos importantes de esta secreta gesta
en la época contemporánea. A su vez, cada parte se subdivide en capítulos, que
corresponden a momentos claves en el desarrollo cronológico y lineal de la
historia.

En el nivel sincrónico, la estructura interna es la elaboración funcional de un


tiempo cíclico, mítico, único, que como una espiral crea una realidad más

14 Marvin A Lewis. La trayectoria novelística de Manuel Zapata Olivella: de la opresión a la liberación, en


Ensayos de literatura colombiana, compilación de Raymond Williams, Plaza y Janes, Bogotá, 1985;
pp. 137-148.
15 Alejo Carpentier, El reino de este mundo, Compañía General de Ediciones, México, 1967.
16 Ian I. Smart, Changó el gran putas, una nueva novela poeática" en Ensayos de literatura

colombiana, Op.cit., p. 151.

9
trascendente e inmutable, la realidad mítica. Este es uno de los aspectos más
sobresalientes y bien logrados de la novela, pues al abolirse las nociones del
tiempo y del espacio, se hace posible la comunicación del hombre con sus
ancestros, dioses y personajes sagrados. En el hombre contemporáneo que
lucha por la libertad, pervive entonces la herencia cultural de sus antepasados,
y algunos símbolos identifican a los elegidos de los dioses para asumir el
liderazgo de la raza: las dos serpientes que se muerden las colas, tatuaje o
signo exterior con el que nacen los descendientes de Nagó, aquellos
encargados de sacar a su pueblo de la esclavitud material y espiritual en las que
están confinados los hombres. Los héroes reales de la historia americana
(Simón Bolívar, José Prudencio Padilla, José María Morelos, Benkos Biojo,
Toussaint L'Ouverture, Henri Christhophe, Bouckman, Mackandal, Malcom X y
otros) son los depositarios de esta herencia y como tal están investidos de
unos poderes especiales de la tradición religiosa africana, que la raza negra
perpetúa a través de los siglos.

Respecto de las técnicas narrativas, esta obra se inscribe también en la


modernidad literaria, en la medida en que tiende a la totalidad superando los
moldes clásicos de la escritura novelística. Changó, el gran putas, es
simultánea y alternativamente poema, ensayo, historia, mitología, epopeya,
saga, y desde luego, novela. Una novela afro-hispánica y americana, en que el
referente real es cuestionado permanentemente, ya que se trata de una
reescritura de la historia de todo un continente con el protagonismo de la raza
negra, tradicionalmente vilipendiada en la literatura oficial. La factura narrativa
múltiple, como recurso técnico, requiere del lector una participación efectiva, ya
que el autor (por lo menos en la parte inicial de la obra), mediante un largo
poema, quiere remitirnos a la escritura de los libros sagrados: la primera parte
"Los Orígenes" por ejemplo, tienen el ritmo del Génesis de la Biblia y su
función narrativa es similar. Y como la intención esencial es el tiempo cíclico, el
tiempo del mito, la sintaxis misma es desarticulada para esa indiferenciación:

... Una noche iniciaré el gran viaje con la proa de mi frente. Palpaba,
veo el sentido, me teñían los olores navegaba en los fondos
placentarios..."

[...] Nado, desde nueve noches atrás inicié mis brazadas con la luna
nueva... Y en la novena noche asomé la cabeza, me halan por la oreja y
resbalo por entre las piernas..." 17.

Ejemplos estos de ruptura en los tiempos verbales, sinestesia, con una factura
narrativa muy sugestiva para representar el nacimiento de José Prudencio
Padilla, el héroe reivindicado en la cuarta parte, "Las sangres encontradas".

17 Manuel Zapata Olivella, Changó, el gran putas, Oveja Negra, Bogotá, 1983.

10
Todo esto indica que la novela de Zapata Olivella, a través del lenguaje,
desarticula la historia como referente objetivo, convirtiendo la búsqueda de las
raíces culturales en una afirmación categórica y liberadora; y ofrece una
virtualidad artística que seguramente la convertirán en una de las obras
imprescindibles para entender el proceso novelístico colombiano en los últimos
años.

2) La tejedora de coronas: la búsqueda del saber

La novela colombiana que en las últimas décadas ha revelado mayor


talento narrativo de un escritor diferente de García Márquez, es sin lugar
a dudas La tejedora de coronas (1983), de Germán Espinosa. Se trata
de una extensa y monumental obra que indaga el pasado rescatando
momentos cruciales de los siglos XVII y XVIII tanto en Europa como en
América, a través de un largo monólogo interior de la mujer
protagonista, Genoveve Alcocer, mientras espera en una celda de la
prisión en Cartagena de Indias, su muerte al día siguiente, acusada de
bruja por el Santo Oficio de la Inquisición.

El pasado se encarna desde una perspectiva crítica múltiple, planteando


la búsqueda y revelación de la identidad cultural en la plurisignificación
narrativa del personaje protagónico, que relata su vida y la de su tiempo.
En la introspección de Genoveva discurre y transcurre casi un siglo en el
tiempo histórico (la mujer tiene más de noventa años cuando es recluida
en prisión), una época de fundamentales cambios en la historia de las
ideas en Europa con la consolidación de la Iluminación en todos los
campos del saber, y de graves hechos militares de la potencia contra
América, como el sitio de Cartagena por el barón de Pointis en abril de
1697. Este hecho, que actúa como eje narrativo estructural -en la
historia individual de Genoveva y en historia colectiva que la obra intenta
revelar- es relatado con las licencias propias del discurso narrativo, sin
presentar una correspondencia exacta con el hecho en sí, sino a partir de
una voluntad transformadora del pasado18. Esta voluntad transformadora
de la realidad desde una perspectiva artística personal, que parte de un
gran conocimiento de la historia por la investigación documental,
significa una toma de partido en el proceso de búsqueda en la identidad
cultural. Se pretende así traspasar los límites historiográficos de una
visión más o menos "objetiva" del pasado, para ubicarla en el plano de
una realidad superior (la del discurso novelístico) que como tal trasciende
la versión unívoca de la historia.

Esta aproximación al pasado lejano contribuye muy significativamente,


además, a plantear la influencia de las ideas iluministas en América, la
noción de la libertad y del progreso, la importancia de la ciencia y el

18 Germán Espinosa, La tejedora de coronas, Pluma, Bogotá, 1983.

11
saber, aspectos estos que han sido aprendidos y modificados
sincréticamente por Genoveva en Europa al ingresar a las logias
masónicas de mucho auge por entonces, para luego difundir en nuestro
continente, en una gesta intelectual y existencial que le cuesta la
sentencia de muerte dictada por la Santa Inquisición de Cartagena de
Indias. Genoveva Alcocer simboliza, en este sentido, la búsqueda la liber-
tad en un siglo de oscurantismo, la afirmación de la ciencia sobre los
dogmas religiosos.

Los personajes más destacados de la época representada en la novela,


como Francois-Marie Arouet (Voltaire), Luis XIV, el astrólogo francés
Henri Boulainvilliers, Gianangelo Brachi (quien se convertiría luego en Pío
VI), Benjamín Franklin y otros, tienen una relación diversa con la
protagonista (Voltaire ha sido su amante, Luis XVI la ha conocido en
París y ha besado galantemente su mano, Henri de Boulainvilliers le
enseña los secretos de los astros en su laboratorio, etc), configurando así
un personaje de gran valor intelectual y humano. Se trata, desde luego,
de un recurso narrativo, para conferirle mayor veracidad al personaje en
su naturaleza intrínseca y para hacer más coherente ese gran fresco de
la época que la novela logra plenamente.

Pero no sólo en esta elaboración liberadora de la historia radica la


importancia de la novela. Los logros formales de La tejedora de
coronas en cuanto a la estructura, técnicas narrativas, experimentación
lingüística, manejo del tiempo y del espacio, creación de ese bello
personaje que es Genoveva Alcocer, son elementos que le confieren a
esta novela un carácter de ficción fabulosa y lúdica19.

Externamente la novela está dividida en 19 capítulos, que no


corresponden a una secuencia lineal en el desarrollo cronológico de los
hechos; cada capítulo desarrolla simultáneamente varios planos,
eliminando las barreras temporales y especiales, en un ejercicio narrativo
contrapuntístico de lograda factura que exige una participación bastante
activa del lector en la composición del material narrado. Internamente, la
estructura es circular y descansa fundamentalmente en el trabajo
incesante del intelecto y la memoria, en el monólogo interior de la
protagonista nucleante del relato. Una polifonía de voces, hechos,
personajes, anécdotas, teorías, reflexiones filosóficas, ocurren
alternativamente en la introspección de esta mujer singular y única,
quien parece estar contando su vida y la de su tiempo -en la celda de la
prisión- a la bruja de San Antero, pero que realmente está dirigiéndose a

19Jaime Mejía Duque, Germán Espinosa, la ficción fabulosa y lúdica" Astrolabio, No 2, Ibagué, septiembre
de 1983, analiza así este valor de la novela: " Antes de la tejedora de coronas, jamás habíamos leído de
autor colombiano alguno un uso tan convincente y preciso de tales sistemas de puntuación a los que
suelen recurrir sin la menor necesidad estructural y estilística, por pura coquetería 'experimental' no pocos
autores latinoamericanos de hoy " p.23

12
un interlocutor inexistente20 que funciona como alter-ego imaginario para
facilitar y posibilitar la narración. De esta manera, se crean dos niveles
en el tiempo y en el espacio: el largo día/noche en que Genoveva relata
su historia en la celda esperando una muerte anunciada que nunca se
sabe si llega, y el inmenso fresco de la época con el protagonismo de la
mujer en el devenir y espacio histórico.

La novela toda, es decir, el extenso monólogo de Genoveva, tiene su


soporte artístico en el minucioso y talentoso trabajo del lenguaje, en
donde se ensayan múltiples técnicas narrativas, principalmente la
multifocación, los vasos comunicantes, la caja china, el juego de espejos,
el contrapunteo, concurrentes todos a ese continuo fluir de la conciencia
de la protagonista relatando sus peripecias y aventuras amorosas
(Genoveva ha amado sexualmente a muchísimos hombres y mujeres,
luego que descubre su imposibilidad para la maternidad y puede disfrutar
por lo tanto con mayor libertad el intercambio erótico), su interés por la
astronomía luego de la muerte de Federico Goltar, que ha descubierto un
nuevo astro y le ha puesto del nombre de Genoveva, que significa
tejedora de coronas, su ansia del saber, su prisión en la Bastilla, su
militancia en la francmasonería, sus viajes por América y Europa, toda
esa gama de hechos, circunstancias y anécdotas que le confieren a la
obra una atmósfera de novela de aventuras. La combinación coherente
de todas estas técnicas narrativas se hace posible gracias a la
eliminación de la puntuación tradicional, ya que en los capítulos las
pausas solo se separan mediante comas, rematándolos con un solo
punto aparte y final.

La anécdota se enriquece, invariablemente, con una infinidad de datos


en que alternan conocimientos de historia, astronomía, esoterismo,
pintura, política, literatura, religión, filosofía, de los cuales es poseedora
la propia Genoveva, y que le dan a la obra un ambiente complejo de
erudición (como largas citas, diálogos y locuciones en latín, francés,
italiano, portugués, inglés) para el lector no experimentado, pero
funcionales para las secuencias y ambientaciones del relato. El lenguaje,
en este orden de ideas, resulta exuberante, sugestivo, barroco,
plurisignificativo, dinamizador de la materia narrativa, logrando nuclear
en una sola esfera la aparente dispersión de los innumerables hechos y
circunstancias en que la protagonista se ve envuelta y que funden
acertadamente una historia individual y una historia colectiva como
forma reflexión reveladora de nuestra identidad cultural.

3) La otra raya del tigre: dicotomía civilización-barbarie

20 El manejo del lenguaje, a través de la ambigüedad, tiene un valor muy significativo en la novela, ya que
se necesita una relectura atenta para establecer la inexistencia del supuesto interlocutor. Esta técnica ha
sido empleada, magistralmente, por Juan Rulfo en su cuento Luvina.

13
La expansión de las ideas liberales del progreso en el siglo XIX y la
presencia del capital y la iniciativa extranjera en Colombia, son
presentados en la prosa de Pedro Gómez Valderrama en la obra La otra
raya del tigre (1976) como un testimonio más de ese interés por
revisar el pasado a través de la invención novelística. El espíritu
romántico ya un tanto decadente en la segunda mitad del siglo XIX en
Europa es mostrada en la secuencia cronológica de la vida individual y
social de Geo Von Lengerke, un alemán que llega a Colombia huyendo
de un crimen en su patria, desembarca en Santa Marta y hace un re-
corrido extraordinario por la arteria fluvial más importante de la época, el
Río Grande de la Magdalena, en medio de penalidades, animales
salvajes, bosques tropicales, color, enfermedad y amores tormentosos
(sólo comparables en su belleza y expresividad poética al viaje por la
misma ruta de El amor en los tiempos del cólera, de García
Márquez), mientras atraviesa maravillado los reinos simbólicos del
caimán, del tigre y del hombre21.

La novela es decimonónica en su concepción formal, aunque participa de


algunos elementos de la modernidad narrativa, sobre todo en la polifonía
del lenguaje y el trabajo técnico en el que alternan diferentes puntos de
vista en la narración, los documentos históricos, la introspección de los
personajes y una especie de supraconciencia narrativa de narrador-
testigo que le confiere a la novela un gran valor literario.

Como en otras obras que asumen críticamente el pasado, la novela de


Gómez Valderrama plantea la oposición de los conceptos civilización-
barbarie (Europa- América) desde una perspectiva contemporánea,
resolviéndola mediante el sincretismo o mestizaje cultural22, puesto que
Geo von Lengerke, al instalarse definitivamente en tierras
santandereanas en la segunda mitad del siglo pasado, es absorbido y
cautivado por la exuberancia del paisaje y de sus gentes, pierde
paulatinamente su identidad europea y se integra de manera relativa a
los patrones culturales locales. Es decir, en la madurez de sus días más
felices, siente una nostalgia desgarradora por su país de origen (al cual
ha viajado además en varias oportunidades para no perder sus lazos
afectivos familiares), pero no puede abandonar su castillo de Montebello
ni sus vínculos personales y amorosos en este país que lo devoró con su
encanto y sus luchas. El ideal romántico de la libertad y el progreso que
efectivamente emprende el protagonista en América con una
desbordante energía vital, al fin se convierte en una experiencia feudal
que contradice el propósito inicial, en una actualización de su propia

21 Esta secuencia de reinos en la novela de Pedro Gómez Valderrama fusionan al hombre con la naturaleza
y muestran la símbología del mundo primitivo enfrentado al extranjero invasor.
22 Ver Roberto Fernández Retamar, Calibán y otros ensayos, Arte y literatura, La Habana, 1979.

14
contradicción existencial y cultural23. Y la decadencia última de su im-
perio en ruinas certifica el caos de la realidad social: componendas
burocráticas, tráfico de influencias, guerras civiles, ausencias de un
proyecto político en una nación que intenta consolidarse, una sociedad
que vive de la mentira y el chantaje. Así, el tratamiento del pasado aún
conserva plena vigencia, por lo cual la obra es aún más significativa en el
plano ideológico. De esta manera, una parte importante de los hechos
históricos que incidieron en la conformación de nuestra nacionalidad,
como las guerras civiles y la expansión comercial en el siglo XIX, la
difusión del liberalismo filosófico y una visión antropocéntrica del mundo,
tienen una importancia crucial en esta obra, escrita en un lenguaje
preciso, poético y enaltecedor del hombre.

En su presentación externa, la obra está dividida en ocho capítulos a su


vez integrados por sesenta y tres apartes secuenciales. La estructura
interna, sin embargo, esta construida por varios núcleos principales,
según los distintos momentos de la vida de Lengerke: su contacto con el
Nuevo Mundo en donde la naturaleza ejerce una gran fascinación para el
personaje y lo impulsa a establecer sus dominios; la consolidación de su
vasto imperio en tierras santandereanas en donde instaura un verdadero
estado feudal centrado en el castillo de Montebello, contando con el
apoyo del gobierno central y regional, en un lapso considerable de
tiempo en el que ocurren importantes guerras civiles en el país; y la
decadencia material y espiritual del alemán, cuando ha perdido la
confianza y ayuda de las autoridades por negocios venales y más
fructíferos de estas con los enemigos de Lengerke -Cortissoz y Puyana-
para la explotación de la quina, se dedica al alcoholismo, pierde el in-
terés por la vida, le sobreviene la ruina moral y muere solitario, a pesar
de contar con la ayuda y compañía de Francisca y algunos de sus
amigos.

Por su composición, La otra raya del tigre es una novela polifónica, ya


que no sólo pretende captar la experiencia individual de un héroe
protagónico, sino la experiencia colectiva de un grupo social y de una
época, revelando las transformaciones esenciales de una sociedad con
un referente histórico identificable. La apropiación artística que el autor
hace de la realidad es múltiple, tratando de reflejar los conflictos más
importantes de su tiempo, desde una perspectiva stendhaliana que el
autor acepta expresamente al final del libro:

23 Pedro Gómez Valderrama, La otra raya del tigre, Bogotá, Oveja Negra, 1983. La contradicción, sin
embargo, es defendida por el protagonista en estos términos, al fin de la obra: " Sí, es un procedimiento
feudal, que sustituye al colonialista. Esta tierra que acaba de independizarse no soportaría un colonialismo
abierto como lo hacen los ingleses. En cambio el feudalismo nace del país, de la tierra, y a través de ese
feudalismo lo estoy llevando a progresar. Verás, agregó en broma, cómo dentro de cincuenta o cien años
van a reconocernos el espíritu progresista. Si no nos apoyamos en el feudo, no vamos a lograr sacarlos de
la edad media". ( p. 285)

15
El maestro Stendhal me dijo: "Señor, una novela es un espejo que pasea
sobre un gran camino. A veces refleja ante sus ojos el azul de los cielos,
y otras el fondo de los pantanos de la senda. ¡Y el hombre que lleva el
espejo en el arzón será acusado por usted de inmoral! ¡Su espejo
muestra el fango, y usted acusa al espejo!24

Por eso la obra conserva tanta vigencia en la intención reelaboradora del


pasado, para plantear desde allí la búsqueda de la identidad cultural en
el discurso narrativo, por los vericuetos secretos y sugestivos de las
enigmáticas rayas del tigre.

b) La problemática de los años sesenta

Casi todas las novelas que han sugerido la discusión social y política de
los años sesenta, con todo lo que significó el flujo y reflujo de la
izquierda y la incidencia en la esfera ideológica de la época, son al mismo
tiempo y consecuentemente, novelas con temática urbana, pero se
relacionan en esta parte por la especificidad del fenómeno. Las novelas
más importantes desde el punto de vista literario, que han hecho un
cuestionamiento de estos años tan definitorios de nuestra vida política,
son Juego de damas (1977), de Rafael Humberto Moreno Durán,
Hasta el sol de los venados (1976), de Carlos Perozzo, Sin remedio
(1984), de Antonio Caballero. Al mismo tiempo, expresan un gran avance
de la novelística colombiana respecto de la modernidad literaria, por las
propuestas formales y la visión del hombre y del mundo que ellas
contienen.

Juego de damas

Es la primera de la trilogía Fémina suite, de Rafael Humberto Moreno


Durán, a la que pertenecen Toque de diana (1981), y Finale
capriccioso con madonna (1983), que como sus títulos lo denotan,
toman a la mujer -dama, Diana, madona- como eje narrativo central,
hacia la composición de una gran pieza literaria y musical (suite) de
interesantes connotaciones artísticas. Sin embargo, es Juego de damas
la que desarrolla más concretamente esta discusión sobre la historia
política colombiana reciente.

El cuestionamiento de la realidad social y política de los años sesenta es


uno de los núcleos narrativos principales de la novela, al igual que la
temática de la mujer y el desarraigo de los intelectuales. La novela
transcurre en una noche de fiesta a la que asisten varios hombres y
mujeres de los núcleos intelectuales de Bogotá y en donde se discute

24 Pedro Gómez Valderrama, Op. cit., p. 307.

16
sarcásticamente sobre el país, el sexo, la religión la familia, la revolución
y muchos otros temas más. El propósito central, un tanto frívolo, es
plantear cómo han sido las mujeres las conductoras de la política
colombiana en una dinastía de "mujeres ilustres de Indias", que en sus
vidas desarrollan invariablemente la función de Meninas, Mandarinas y
Matriarcas, a través de la seducción y el intercambio erótico en una
operación llamada "coñocracia", que les permite usufructuar el poder a
través del sexo y, por lo tanto, con escasa o ninguna inteligencia. Para
llevar a cabo este propósito, el autor utiliza como recursos principales la
ironía, el humor cáustico, la paradoja, la caricatura, aplicados
implacablemente a los personajes femeninos, en una especie de
misoginia abierta y provocadora que en lugar de dinamizar el proceso de
cuestionamiento a la realidad, parcializa un tanto la visión sobre el
fenómeno, haciendo reiterativa y farragosa la narración25. El ambiente y
la atmósfera son deciochescos, con un barroquismo desbordante en el
lenguaje de salón, supuestamente culterano, para conferirle a la novela
suficiente coherencia como obra de ficción con pretensiones críticas de la
realidad.

La estructura y técnicas narrativas expresan una asimilación bien lograda


de los aspectos formales de la modernidad literaria, siendo muy notable
el paralelismo de los tres planos (una vida, una idea y un mundo) que
indican el movimiento narrativo general de la novela, pero especialmente
la primera parte, "Primero Meninas" con algunas fracturas de la escritura
26, que conducen a la expresividad plurisignificativa. El soporte narrativo

es la técnica dialogal y la ambigüedad, configurado una transgresión del


habla en que los puntos de vista de los personajes no son
independientes entre sí, sino que son mejorados por un narrador
omnisciente que construye estereotipos en esa fauna intelectuales
pequeño-burgueses descreídos de toda acción práctica, satisfechos de su
"tour d'ivoire" marginal.

Por eso la obra, de una enorme riqueza en el lenguaje y haciendo


demasiado énfasis solo en esa aventura de la imaginación formal,
afectada por una visión superficialmente carnavalesca, carece de una
profundización sobre el ser y la sociedad, elabora clichés, incurre en la
falsa erudición libresca27, y no logra configurar ni dar vida a personajes

25 Helena Araújo, en su ensayo Juego de damas, Eco, (Bogotá, abril-mayo-junio, 1978), dice al respecto:
"Desgraciadamente, la codificación del discurso, tan ágil en la crónica dialogada como en la descripción
espontánea de la fiesta, se hace reiterativa y farragosa en las retrospecciones que encuadran el curriculum
universitario y/o revolucionario de las damas". (p. 803)
26 Rafael Humberto Moreno Durán, Juego de damas, Seix Barral, Barcelona, 1977; pp. 11-58.
27 La misma Helena Araújo, Op. cit., enfatiza en este sentido: "A menudo, en el texto, el código de la

frase y el código de la figura alternan con artificio, y la expresión vulgar impone un quiebre excesivamente
abrupto. Sobre todo cuando se evocan anécdotas de origen histórico y mitológico o cuando se improvisan
teorías como la que supuestamente erige en el " Juego de damas " ... Algo parecido sucede en aquellos
capítulos en donde se impone el referente erudito: Los coloquialismos y retruécanos no alcanzan a
disimular la pedantería" (p. 802).

17
auténticos en el mundo de la ficción, sino caricaturas de hombres y
mujeres de los que se vale el autor para hacer su discusión política,
ideológica y cultural, desde una perspectiva muy radical, de estos años
en Colombia28. Según este esquema, la lucha política y revolucionaria
siempre ha sido una farsa, los líderes son viciosos del poder y de otras
cosas menos intangibles, las mujeres aprenden a pensar por la vagina y
la revolución en Colombia se frustró porque se quemó un pollo en un
apartamento bogotano, debido a la lascivia y fornicadera de uno de sus
conductores; y toda la historia del país es una larga fiesta en que se
funden la vanidad y la mentira, la seducción y el engaño, en una especie
de dialéctica del desorden y la improvisación, sin pasado ni futuro.

Por esto el cuestionamiento de Moreno Durán tiene la perspectiva del


nihilismo intelectual (divertido, ingenioso, recursivo) en una novela que
podría llamarse de "tesis", pero sin crear la fascinación de un mundo
virtual que se agote en sí mismo y funcione por sus propias leyes.

Hasta el sol de los venados

Esta es la primera novela de Carlos Perozzo, a la que siguió Juego de


mentes (1981) que desarrolla una temática parecida, un tanto más
"intelectual" sobre el mundo de la universidad y la política en Colombia
en los años sesenta29.

De las obras que pertenecen a esta sección de la historia colombiana en


su referente real e imaginario, Hasta el sol de los venados (1976) es
la que más explícitamente plantea la discusión política e ideológica sin
desarticular el mundo narrativo, en una novela muy vigorosa donde el
caos mental de sus personajes corresponden al caos de la realidad
social. Como hombre experimentado en el teatro, Perozzo coloca al
servicio del discurso narrativo las técnicas escénicas, oponiendo en
diálogos contundentes, dos visiones antagónicas sobre la revolución, el
cambio, la historia y la vida misma del país: el idealismo intelectual de
Ugolugo Rangel, poeta, bohemio, nihilista; y el pragmatismo marxista de
El Caraqueño (Luis Rosales), un ex-militante de izquierda que ha sido
guerrillero y es intransigente en la conceptualización de la lucha de
clases. Tal vez ninguna novela en Colombia contenga afirmaciones tan
precisas y elocuentes sobre esas dos visiones de la realidad nacional, y al
mismo tiempo presente una desmitificación más radical sobre estas
posiciones ideológicas extremas que tanta influencia han tenido en el
proceso político colombiano, con toda esa secuela de canibalismo

28 En este mismo error incurre Años de fuga, de Plinio Apuleyo Mendoza, sobre todo en los apartes que
se relacionan con la lucha revolucionaria en Colombia, ya que el prejucio ideológico del autor imposibilita
la creación de personajes, obedeciendo sólo a las fórmulas esquemáticas de la caricatura.
29 Sobre esta misma temática, José Stevenson, Los años de la asfixia, (1969), Oscar Collazos, Los días

de la paciencia (1976), Gustavo Alvarez Gardeazábal, El titiritero (1977).

18
dogmático, atomización de la vanguardia y desarticulación de la
izquierda.

El acierto literario e ideológico de la obra consiste en desarrollar


paralelamente dos visiones bien diferentes de entender el mundo, que se
integra a la naturaleza de los personajes, creando un ambiente de
tensión y coherencia en el discurso. Contrario a la novela de Moreno
Durán, donde los conceptos permanecen en abstracto a los personajes
pues no pueden independizarse del autor, en la obra de Perozzo se logra
la armonía y correspondencia entre la visión del mundo y la
individualidad de los personajes, haciéndolos complejos, contradictorios,
es decir, confiriéndoles naturaleza humana y no simplemente conceptual.

En el plano formal, la novela también pertenece a la modernidad


literaria, acudiendo a variadas maneras de experimentación en la
escritura narrativa. La estructura es circular y el movimiento narrativo
conduce a la búsqueda de una esencia más significativa de la vida, que
el protagonista Ugolugo Rangel denomina labero y puede representar el
cambio radical del hombre y del mundo, la utopía del mundo feliz. La
novela se divide en dos partes, cada una conformada por tres secciones,
pero contadas desde el presente inmediato y a través de planos paralelos
que interrelacionan historias individuales en busca de la suprarrealidad
novelística. El recurso principal, como novela de personaje, es el del
viaje, recorrido exterior e interior del héroe protagónico que inicia una
búsqueda degradada de valores auténticos en un mundo degradado,
conforme la aceptación de Goldman30 y conduce a la muerte como
ejercicio y sacrificio pragmático a pesar del idealismo del personaje
principal.

El espacio novelesco es San José de Guasimales, una ciudad intermedia


calurosa y abandonada, con las limitaciones culturales propias de las
ciudades de su índole, donde llega Ugolugo en un bus, luego de un
divertido viaje desde Bogotá. El tiempo de la narración es un año y dos
días, conforme los indicios de la obra (una carta de Luis Rodríguez
Aristizábal informante de la policía sobre las actividades de El Caraqueño,
revolucionario venezolano exiliado en esa ciudad fronteriza), aunque el
período histórico que cubre sea toda la década del sesenta y
específicamente los años setenta a los que hemos venido haciendo
referencia.

30Lucien Goldman, Para una sociología de la novela, Ayuso, Madrid, 1975, expresa: "La novela no es
otra cosa que la historia de esa búsqueda degradada (que Lukács denomina demoníaca), búsqueda de
valores auténticos en un mundo también degradado, pero a nivel más avanzado y de un mundo distinto"
(p.16).

19
El punto de vista de la narración es la tercera persona, con un narrador
que no es actor sino testigo de la historia, aunque la dimensión individual
de los personajes generalmente se construye por los coloquios entre
amigos y algunas introspecciones, en un juego combinatorio bastante
efectivo.

La interacción de planos horizontales, los largos diálogos de los


personajes en que se alteran neologismo, vulgarismos, frases hechas y
clichés lingüísticos, la utilización de cartas, los apartes denominados in
illo tempore, la escritura de una novela entre la novela, las noticias de
los periódicos, el lenguaje cinematográfico, la composición teatral, son
recursos técnicos que le confieren a la novela una gran riqueza
expresiva, tienden a la totalidad y señalan a esta obra como una
referencia indispensable para la incursión definitiva de la novelística
colombiana en la modernidad literaria que confronta, discute y
reconstruye el pasado reciente.

Sin remedio

Esta primera novela publicada por Antonio Caballero, podría considerarse


la más representativa de las novelas urbanas en Colombia y a las cuales
nos referiremos luego. Su inclusión en esta sección obedece a la
perspectiva crítica amplia y reveladora desde la cual es visto el panorama
social y político de los sesenta, y por el ingenio y talento de Caballero
como creador de ficciones.

La obra participa de la linealidad narrativa de la novela decimonónica de


personaje, con un héroe individual realizando una búsqueda en un
mundo de descomposición que no ofrece al hombre posibilidades
concretas de realizarse intelectual ni materialmente. El personaje
nucleante de la historia es un poeta de extracción burguesa, Ignacio
Escobar, que descree de la amistad y la familia, nihilista en su
concepción del hombre y la sociedad, romántico decadente que al
cumplir 31 años se siente acabado y evoca la vida y figura legendaria de
uno de los mayores genios de la poesía francesa, Arthur Rimbaud;
hombre solitario y contradictorio, Escobar es una especie de arquetipo de
intelectual citadino, que en la bohemia testimonia la incapacidad y el
descreimento de toda acción práctica. Alejado voluntariamente de su
núcleo familiar generado por el fastidio del escepticismo y la frivolidad
burguesa, acude sin embargo donde su madre para explotar
oportunísticamente sus sentimientos. Incapaz de mantener una relación
que no se base en el egocentrismo y el narcisismo, visita con cierta
frecuencia a sus amigos revolucionarios para controvertir sus tesis y su
manera de entender el mundo. Abandonado por su compañera de varios
años, busca en el placer putesco una evasión a su realidad interior,

20
dominada por el desarraigo, la soledad, el desamor. Un personaje,
entonces, problemático, demoníaco en la concepción de Lukács.

La obra es lineal en su presentación episódica y revela una especie de


"viaje interior" que corresponde a la estructura mítica del héroe en la
modernidad literaria31, se divide en catorce capítulos compuestos a su
vez por secciones, que pertenecen a distintos momentos de la vida
conflictiva del protagonista Ignacio Escobar. El movimiento narrativo es
la espiralidad, el salto al vacío, la destrucción paulatina del héroe hasta
su muerte final, en un pasaje de importante connotación simbólica, y los
recursos formales principales son la oralidd, los vasos comunicantes, las
introspecciones, la reiteración, y la alternancia de los puntos de vista
narrativos, en donde sobresale el uso de la tercera persona omnisciente
que controla y dirige la narración. La visión del mundo es problemática,
como su héroe protagónico, ya que la propuesta artística es penetrar
radicalmente en los conflictos de la sociedad, expresados exteriormente
en la descomposición política de la izquierda y de todo el país e
internamente en el desarraigo, la desesperanza y la ambigüedad de
sectores sociales supuestamente representativos de la vanguardia
política e intelectual.

Sin remedio, en este sentido, es una novela política, existencial,


urbana, una lúcida reflexión crítica de nuestra historia reciente. Su
ficcionalidad narrativa descansa en la aparente superficialidad del
lenguaje, que paradójicamente configura su coherencia interna. En este
sentido, la novela maneja un lenguaje austero, lacónica, relativamente
descriptivo, coloquial en sus propuestas críticas de la izquierda y de la
burguesía, revelando el vacío espiritual de sectores marginales de su
concepción ideológica pero alineados en su origen clasista.

La ciudad que se revela, Bogotá, es una urbe anómica, escindida,


nocturna, sucia, inmensa, una máquina devoradora de hombres y
mujeres solitarios que buscan un tanto subrepticiamente su identidad
individual, pero aplastados por la incomunicación y el esceptisismo. Ni
siquiera en la intimidad del ser, en su relación afectiva o erótica, se
expresa claramente la plenitud vital, pues los seres parecen condenados
al desamor y la miseria exstencial.

Por todos estos factores y la profundidad de su visión en su visión el


hombre y del mundo, la atmósfera interior de sus personajes, el
ambiente pesadillesco de su realidad externa e interna, la obra de
Antonio caballero constituye tal vez la más importante novela urbana
publicada en Colombia hasta el momento, revelando un gran talento
narrativo de su autor y una actitud crítica integral del ser y la sociedad.

31 Juan Villegas, La estructura mítica del héroe, Planeta, Barcelona, 1979.

21
3. Novela urbana y experimentación formal

Al hacer referencia a las novelas que se ocupan de la problemática


histórica de los años setenta, se dijo cómo todas ellas son al mismo
tiempo novelas urbanas y están inscritas en la corriente de la
modernidad literaria. La concurrencia de estos dos factores
(ciudad/modernidad) no indican su indisolubilidad y correspondencia
recíproca, ya que muchas de las mejores novelas colombianas que no se
han ocupado del hombre en el medio citadino, no sólo pertenecen a la
modernidad literaria, sino al mismo tiempo representan el inicio y
desarrollo del fenómeno de la narrativa de nuestro país. De esta manera,
Cuatro años a bordo de mí mismo (1934), de Eduardo Zalamea,
Mancha de aceite (1935), de César Uribe Piedrahita, Respirando el
verano (1962), de Héctor Rojas Herazo, La casa grande (1962), de
Alvaro Cepeda Samudio, Cien amos de soledad (1967), de Gabriel
García Márquez, La cola de la osa mayor o retrato de Catalina
(1979), de Arturo Laguado, son importantes en la modernidad literaria,
aunque sus temáticas no correspondan a las grandes urbes de las
novelas contemporáneas. Su modernidad se basa en la asimilación
creativa de los aspectos formales de la escritura narrativa, como herencia
de los grandes novelistas del siglo XX (Marcel Proust, James Joyce, Franz
Kafka, Thomas Mann, Virginia Woolf, William Faulkner) y por su visión
del hombre y del mundo.

En la llamada "novela urbana" en Colombia, se evidencian los factores


antes relacionados y su singularidad de urbana no está dada
simplemente por la recreación de un paisaje o ambiente citadinos, sino
por la concurrencia de una especie de atmósfera interior, de estado
síquico de los personajes, propios del anonimato, la soledad, el
desarraigo y la quiebra espiritual de las grandes urbes contemporáneas,
en donde el hombre pierde cada vez más su identidad y pasa a ser un
elemento indeterminado relativamente útil para el engranaje social
dominado por la tecnología y la abstracción.

La tendencia hacia la producción de una novela urbana corresponde,


igualmente, al desarrollo mismo del país en las últimas décadas, al
crecimiento desproporcionado y caótico de grandes centros poblacionales
en las principales capitales y ciudades intermedias, la industrialización
desigual, la proletarización intensiva de la clase media y la tecnificación
progresiva de los medios masivos de comunicación. La vida
relativamente apacible del medio urbano hasta mitad del siglo, cambió
radicalmente en estas últimas décadas, con las secuelas propias de la
concepción del hombre y del mundo. Lo que caracteriza, en este orden
de ideas, al hombre citadino en el discurso novelístico contemporáneo en
Colombia, es el asfixiante peso de la ciudad, la homogeneidad, la pérdida

22
de su identidad individual y colectiva, y, por consiguiente, el desarraigo,
la soledad, el desamor y la miseria espiritual. El considerable número de
obras publicadas y la calidad literaria de muchas de ellas, muestran ya
claramente su importancia en las letras colombianas, por lo cual es
absurdo discutir ahora si existe o no ésta especificidad en nuestra
narrativa32

A las ya comentadas obras de Moreno Durán, Caballero y Perozzo,


pueden sumarse por lo menos una veintena de novelas que desarrollan
esta característica en Colombia: !Que viva la música, de Andrés
Caicedo, El amanecer de la noche, de Alberto Aguirre, Fiesta en
Teusaquillo, de Helena Araujo, Aire de tango de Manuel Mejía Vallejo,
Falleba, de Fernando Cruz Kronfly, El álbum secreto del Sagrado
Corazón, de Rodrigo Parra Sandoval, Los parientes de Ester, de Luis
Fayad, Prytaneum , de Ricardo Cano Gaviria, Años de fuga, de Plinio
Apuleyo Mendoza, El cadáver de papá, de Jaime Manrique Ardila,
Hojas en el patio de Darío Ruiz Gómez, El pez en el espejo, de
Alberto Duque López, El patio de los vientos perdidos, de Roberto
Burgos cantor, Todo o nada y Los días de la paciencia de Oscar
Collazos, Sala capitular, de Francisco Sánchez, Para matar el
tiempo, de Eligio García, Entre ruinas, de Héctor Sánchez, La casa
infinita, de Augusto Pinilla, Reina rumba, de Umberto Valverde,
Conciertos del desconcierto, de Manuel Gil (Magil), La muerte de
Alec, de Darío Jaramillo.

Para expresar esta complejidad del ser y del mundo, la novela ha


buscado nuevas formas de expresión, transformando el discurso
narrativo de modo tal que su arquitectura verbal corresponda a la
problemática contemporánea. De esta manera, la experimentación téc-
nica en el lenguaje de la modernidad está ligada casi indisolublemente a
la temática citadina y no aparece simplemente como una vanguardia. Al
examinar las obras más representativas que configuran esta
característica de la novela colombiana actual, se observan varias
tendencias que las pueden unificar, desde una perspectiva temático-
formal, así: a) Las que plantean una forma de aproximación a la realidad
indagando la problemática de algunos sectores marginales,
generalmente identificados en la música como forma de búsqueda
individual y colectiva; b) Las que describen el proceso de deterioro del
hombre citadino solitario y desarraigado que acude a formas límites para
testimoniar su experiencia humana e intelectual; c) Las que asumen los
aspectos formales de la escritura novelística como eje central y
estructurante del discurso, participando total o parcialmente de la

32Esta discusión es una especie de enajenamiento cultural que parte fundamentalmente de una visión
eurocentrista-norteamericanista de la literatura, desafortunadamente aún en boga en universidades y
foros públicos. A nuestro juicio expresa también una sub-valoración de lo propio, y, en la mayoría de los
casos, la ignorancia de nuestra importante novelística contemporánea.

23
cotidianidad citadina y haciendo de la novela una aventura lúdica del
lenguaje.

a) Música y marginalidad

Con la publicación de Aire de tango, de Manuel Mejía Vallejo y !Que


viva la música! de Andrés Caicedo, la novela colombiana dio comienzo
a una forma particular de indagar elementos específicos de nuestra
identidad cultural y en nuestra problemática social contemporánea, en su
intención de aproximación a la realidad: el planteamiento de la margi-
nalidad de ciertos sectores de la población que se identifican en la
música como expresión de búsqueda individual y colectiva. En este
sentido, la marginalidad puede entenderse como una actitud del hombre
frente al mundo y la música como factor para expresarla, por lo cual
estas obras hacen énfasis en la recreación de un lenguaje oral que en
cierta medida caracteriza su pertenencia marginal.

En Aire de tango, de Mejía Vallejo, tal vez la más lograda de sus


novela33, la marginalidad está representada en la pasión por el tango de
su héroe protagónico, Jairo, un hombre de extracción proletaria que no
sólo ama a Carlos Gardel, sino que actualiza en su vida individual la figura
legendaria de aquel. La pertenencia del protagonista a sectores bajos de
la sociedad, su vida azarosa entre cuchilleros, prostitutas, homosexuales,
ladrones, traficantes, bares y ese barrio ya un tanto mítico de Medellín
(Guayaquil), que tantas similitudes puede tener en su ambiente y
atmósfera marginal con los barrios porteños en los que vivió y creció
Gardel (El Boca, principalmente), pero sobre todo la interiorización que de
la vida del más grande cantante de tango de toda la historia hace el
protagonista, convierten la novela de Mejía Vallejo no sólo en la
reconstrucción artística de una vida individual y colectiva (Jairo-Barrio
Guayaquil-Medellín), sino en un homenaje a un artista universal que
mucho influyó con su música y su voz en una concepción más moderna de
la identidad regional antioqueña.

El soporte esencial de la obra es el lenguaje, su carácter coloquial,


conversacional, con la exhibición de toda una gama de recursos técnicos
y estilísticos hacia la virtualidad artística, trascendiendo lo anecdótico
para surgir un mundo posible y mítico que conduce a Balandú en su
proceso creativo34. Mostrando una plenitud en su trabajo narrativo, Mejía
Vallejo ha construido con Aire de tango una de las más logradas

33 Manuel Mejía Vallejo es otro claro ejemplo de superación como narrador, desafortunadamente hasta
hace poco reconocido como uno de los más importantes escritores de Colombia e Hispanoamérica, con
una amplia obra novelística: La tierra éramos nosotros (1945), La pie de la ciudad (1958), El día
señalado (1964), Las muertes ajenas (1979), Tarde de verano (1980), Y el mundo sigue
andando (1985), además de la obra que nos ocupa.
34 Marino Troncoso, Manuel Mejía Vallejo: la nostalgia de un liderazgo en Ensayos de literatura

colombiana, Op. cit., pp. 43-49.

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novelas colombianas de los últimos tiempos que parten de la oralidad
para estructurar la visión del mundo y del hombre, haciendo de este
recurso una forma de recuperación de la identidad regional por la
transcripción y asimilación artística de refranes, proverbios, giros
lingüísticos, jergas, versos, dichos, canciones, que salen del marco
espacial identificable en busca de la universalidad, debido a la
integración trascendente del hombre frente al amor, la soledad, el
erotismo, la mujer, a través de los personajes de la novela.

La obra se divide en dos partes y su estructura interna corresponde al


desarrollo episódico alternante de tres historias: la del protagonista Jairo
-núcleo narrativo principal-, la del narrador en primera persona, Ernesto,
amigo y homicida de Jairo que evoca su figura con nostalgia y ternura, y
la del cantante de tangos Carlos Gardel, que condensa en su perso-
nalidad mítica a los tres. El tiempo de la narración es de una noche de
bohemia y evocación, mientras un grupo de amigos reconstruye historias
pasadas, al calor de trece tragos como elemento cabalístico de la muerte
individual y colectiva en el mito gardeliano. El tiempo histórico
corresponde a unos 35 años, desde la muerte de Gardel en Medellín en
1935 hasta el presente inmediato de la narración, que puede ubicarse en
1970 por diferentes indicios de la obra, aunque existen referencias
biográficas anteriores referentes a Gardel. El ritmo de la novela, es el
ritmo del tango, por su naturaleza fragmentaria, episódica, convencional,
que genera una atmósfera de violencia interior y exterior, vacío espiri-
tual, soledad y búsqueda. La novela representa un logro muy
significativo de aproximación a la problemática urbana mediante la fusión
entre la marginidad y la música en cuanto elementos temáticos; al
mismo tiempo, una dura crítica a valores tradicionales de nuestra cultura
como el machismo, la violencia y el coraje masculino, la amistad, la reli-
giosidad, el erotismo; y un punto de partida importante en la evolución
de la novela colombiana, conforme la especificidad a la que hemos hecho
referencia.

¡Que viva la música!, de Andrés Caicedo, por su parte, desarrolla el


fenómeno de la marginalidad desde una perspectiva distinta y acorde al
mundo de su autor: la de los jóvenes que se identifican en el rock y la
salsa como expresiones nucleantes de su desarreglo existencia, de su
desarraigo familiar, de su descontento con una realidad vacía, violenta y
sin futuro.

Esta obra pertenece ya a lo mejor de nuestra tradición novelística


contemporánea y sintetiza acertadamente esa especie de "otra cara" de
la realidad colombiana por los años setenta, ajena al compromiso
político, la militancia revolucionaria o los coqueteos con la izquierda, pero
no por eso menos significativa: el mundo de la juventud en las grandes
metrópolis, hermanado en la música, la droga y el desconcierto, que

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descree del presente y la tradición y busca en situaciones límites un
significado de la vida y la realidad. Este reverso de la moneda, que
mantuvo tanta influencia en el país en momentos de radicales cuestio-
namientos de la sociedad, es una lúdica aproximación a una
problemática nacional e hispanoamericana mediante el discurso
narrativo, por la contundencia de sus planteamientos sociológicos
respecto de la juventud y por el talento artístico que tan intensamente
mostrara Andrés Caicedo.

El rock y la salsa, en este mundo de jóvenes, son dos formas de


enfrentar la realidad, de realizar una búsqueda: el rock, como
manfiestación de la novedad, el enajenamiento cultural, el estruendo, el
desarreglo de los sentidos para husmear paraísos artificiales, como lo
hicieran los "poetas malditos" en la Francia de mediados del siglo XIX; la
salsa, en cuanto expresión sincrética cultural más auténtica y en donde
los jóvenes caleños encuentran una forma de ostentación individual y
colectiva.

La estructura narrativa es de composición binaria, con un personaje


principal femenino, Angelita, como eje aglutinador de la historia general.
Esta binariedad estructural desarrolla una oposición antagónica entre el
día y la noche, la vida y la muerte, el sur y el norte, el rock y la salsa, es
un espacio narrativo identificable como referente real, la ciudad de Cali
de los años setenta. Los personajes -como hecho singular en la historia
novelística de nuestro país hasta ese momento- son todos jóvenes, de
extracción social pluriclasista, hombres y mujeres solitarios, cansados
tempranamente de vivir, violentos, que acuden a la droga como forma
de evasión de la realidad y al sexo como expresión de la libertad y re-
chazo a los cánones morales establecidos. La obra está contada en
primera persona casi en su totalidad, a través del personaje femenino
protagonista, una muchacha que ama la rumba y la bohemia, que se
ama a sí misma y a los demás por el simple deseo de hacerlo y nada
más, sin profundidad sicológica, pero con una enorme carga existencial
en su desconcierto. El lenguaje, lo mismo que en Mejía Vallejo, es
fundamentalmente oral, revelando artísticamente una manera particular
de entender el mundo en los jóvenes, mediante el uso de una jerga
especial, originada en el rock, la salsa y la droga, con toda una serie de
neologismos, vulgarismos, giros lingüísticos e inflexiones verbales propios
de la juventud de aquella época. Es una manera de rescatar elementos
sustanciales en el proceso de contradicción filosófica y social de la
juventud y una aproximación hacia la trascendencia artística de una
marginalidad prácticamente desconocida hasta entonces en las letras
colombianas.

Las obras de Mejía Vallejo y Caicedo iniciarían, pues, esta especie de


tendencia en Colombia y originarían novelas con temáticas y

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tratamientos del lenguaje relativamente parecidas, aunque sin los valores
literarios de la ya mencionadas: Reina Rumba, de Umberto Valverde,
Conciertos del desconcierto, de Manuel Gil y Acelere (1985) de
Alberto Esquivel.

La novela breve de Valverde, como punto más o menos intermedio entre


las obras de Mejía Vallejo y Caicedo por su índole temática, y dirigida
fundamentalmente a la reconstrucción biográfica de otro ídolo de la
canción popular contemporánea, la cantante cubana Celia Cruz, hace
énfasis en la sala en la medida en que este ritmo registra diversas
maneras de marginalidad, relatando un mundo de jóvenes un tanto
similar al de Andrés Caicedo, pero sin la trascendencia ni expresividad
textual de éste y más bien desdibujando la voluntad biográfica debido a
una superficial erudición musical que no pasa más allá del registro
anecdótico.

Conciertos del desconcierto, de Manuel Gil, ganadora del premio


Plaza y Janés de 1982, ofrece mayores puntos de convergencia con la
novela de Andrés Caicedo, pero su visión de la juventud desconcertada,
rebelde y solitaria de los años setenta es superficial, sin ahondar en los
personajes ni en su problemática, con un estilo descuidado, sin criterio
de selección y una estructura desigual. Tal vez su importancia resida en
la vitalidad desde la cual es contada y la posibilidad de aproximación
sociológica que ella brinda al complejo mundo de los jóvenes consumidos
en el vicio, la droga y el desconcierto.

b) Soledad y desarraigo

La soledad y el desarraigo, en tanto factores prácticamente inherentes al


hombre contemporáneo, son planteados en casi todas las obras de
naturaleza urbana a las que nos hemos venido refiriendo. La visión del
mundo que ellas encierran es el escepticismo, el vacío espiritual, la
ausencia de ternura y solidaridad entre los seres. Esto es evidente y
significativo en las novelas ya estudiadas de Antonio Caballero, Carlos
Perozzo, Rafael Humberto Moreno Durán, Plinio Apuleyo Mendoza, Alba
Lucía Angel, Manuel Mejía Vallejo, Andrés Caicedo, como también en Los
parientes de Ester, de Luis Fayad, Entre ruinas de Héctor Sánchez,
Falleba de Fernando Cruz Kronfly, Hojas en el patio, de Darío Ruiz
Gómez, El patio de los vientos perdidos, de Roberto Burgos Cantor,
La casa infinita, de Augusto Pinilla, El cadáver de papá de Jaime
Manrique Ardila, La muerte de Alec, de Darío Jaramillo, Todo o nada,
de Oscar Collazos, Juegos de mentes , de Carlos Perozzo.

El ser humano, en casi todas estas novelas, está abocado


irremediablemente al cul de sac existencialista, a la soledad, al
desencanto y la fragilidad amorosa, a la ausencia de solidaridad. Las

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raíces tradicionales que unen a los seres como el amor, la amistad, la
familia, son planteadas en crisis y por ende es problemática su expresión
en los seres individuales. Los parientes de Ester, de Luis Fayad, por
ejemplo, presenta una virulenta crítica a la familia como institución
social, en un lenguaje austero, lacónico, carente de todo barroquismo y
retórica, en una obra importante como referente para los inicios de la
novela urbana en Colombia. Falleba, de Fernando Cruz Kronfly, indaga
también esta crisis, centrada en el desmoronamiento de la relación de
pareja, la quiebra existencial efectiva y sexual que conduce al suicidio y
la nada en la desesperanza del hombre citadino. Entre ruinas, de
Héctor Sánchez, a través del planteamiento de la pérdida de identidad
individual, la soledad y una sexualidad culpable ante los seres y el
mundo, con una buena dosis de humor e ironía en esos seres anónimos
de las ciudades. El patio de los vientos perdidos, de Roberto Burgos
cantor, cuestionando la falacia efímera de la gloria, la soledad y el
abandono de los héroes deportivos populares, mediante un personaje
identificable históricamente (el boxeador cartagenero Bernardo
Caraballo) que es recreado con mucha ternura por el autor, ofreciendo
una visión crítica significativa de toda una sociedad y de su tiempo.

Estas novelas se ocupan, entonces, de problemas universales del hombre


y su inspiración narrativa puede remontarse al existencialismo europeo
de mediados de siglo, aunque participan de la complejidad como
artefactos formales de la escritura narrativa en la modernidad literaria y
recogen la herencia de grandes narradores de este siglo, como Robert
Musil, Günter Grass, William Faulkner, Saúl Bellow, Henry Miller, Norman
Mailer, Elias Canetti, Cesare Pavese, Malcom Lowry.

Un tanto contradictoriamente, estas novelas enfatizan en la decadencia


de un mundo aún muy joven de nuestras grandes ciudades. La relación
amorosa, el sexo, el erotismo, regularmente tiene la perspectiva del
escepticismo, la banalidad o la violencia (Caballero, Moreno Durán,
Fayad, Sánchez, Cruz Kronfly, Burgos Cantor), y por lo tanto del desen-
cuentro de los seres en su intimidad afectiva, debido a la carga de la
culpa y el protagonismo envilecedor. La crisis espiritual del hombre
contemporáneo en estas obras, el planteamiento crítico de la realidad,
una especie de vocación hacia el desastre y el desarraigo, no es
simplemente libresca -a pesar de la evidente influencia literaria ya
anotada- sino también histórico-social en la medida en que reflejan
desde múltiples ángulos esa encrucijada crónica de los seres que
mataron a Dios sin que la realidad ni los hombres les proporcionaran su
sustituto.

c) La experimentación formal

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Otro de los factores que identifican la presencia de la novela colombiana
a la modernidad literaria es la preocupación por los aspectos formales de
la escritura narrativa, entendiendo la creación como una aventura
artística fundamentada en el lenguaje. Este carácter lúdico de la escritura
narrativa está relativamente asociado a la temática urbana, aunque su
complejidad estructural puede representarla. En este sentido se han
publicado obras muy importantes en nuestro país, como El álbum
secreto del Sagrado Corazón, de Rodrigo Parra Sandoval, Y el
mundo sigue andando , de Manuel Mejía Vallejo, Sala capitular , de
Francisco Sánchez, Misia señora, de Alba Lucía Angel, La Muerte de
Alec, de Darío Jaramillo, Hojas en el patio, de Darío Ruiz Gómez, y la
trilogía Femina Suite, de Rafael Humberto Moreno Durán.

Tal vez la obra mejor lograda en este sentido sea El álbum secreto del
Sagrado Corazón, de Rodrigo parra Sandoval, una novela que tiene
muchos nexos formales y técnicos con Rayuela de Julio Cortázar, Tres
Tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante y Gran sertón: veredas,
de Joao Guimaraes Rosa, es decir, con lo más representativo en
Hispanoamérica respeto de las técnicas de construcción narrativa de la
modernidad literaria. Por tal razón, la novela de Parra Sandoval
representa una vanguardia en las letras colombianas contemporáneas,
una aventura lúdica del quehacer literario con propuestas sugestiva en el
lenguaje, la ambigüedad, la ambivalencia, y en cierta medida de la anti-
novela en la novela. Su estructura es caleidoscópica, multifocal en la
perspectiva del punto de vista de la narración, presentando una serie
variadísima de juegos del lenguaje e invención de nuevos vocablos,
buscando en las palabras secretas e inéditas valencias, configurando y
desfigurando personajes que son espejos de sí mismos y de los otros,
descomponiendo la realidad de microcosmos que tienden al mosaico y el
collage, postulando el juego de la imaginación como recurso catártico a
la sordidez del mundo; y proponiendo un discurso crítico, despiadado,
radical, rotundo, frente a uno de los estamentos con mayor influencia en
la sociedad, la institución religiosa.

Para armar este complejo tinglado de vasos comunicantes,


desdoblamientos, ambigüedades, el autor utiliza toda una serie de
recursos técnicos narrativos; desde las alternancias y simultaneidades de
los planos espaciales y temporales, hasta la atomización lexical para
metamorfosear las palabras en el juego inventivo de nuevas
connotaciones del habla, pasando por la transcripción de esa ley 1a. de
1952 en que Colombia hace manifestación oficial de su devoción por el
Sagrado Corazón de Jesús -con la firma autentica de ministros y
presidente de la república-, cartas, latinismos, juegos verbales, parodias,
cultismo, neologismos, todo ello en una significativa atmósfera de
carnaval que se hace eficaz por la ironía y el humor, y una honda visión
crítica del hombre y del mundo.

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Algo similar puede anotarse, en su concepción formal de novela que
tiende a la totalidad, de Y el mundo sigue andando, de Manuel Mejía
Vallejo, una obra que difiere totalmente de su producción anterior, ya
que no se trata de una "novela" en el sentido tradicional, sino un juego
de imaginación en que la libertad expresiva, la libre asociación, cierta
forma de disparate verbal, son los mecanismos de aproximación al acto
de comunicación, rompiendo radicalmente con el tiempo en una
aparentemente incongruente conversación de pareja por la calle. En esta
obra se mezclan indistintamente, en busca de la ambigüedad expresiva y
la ficcionalización narrativa, el coloquio de la pareja, las disertaciones
filosóficas, las apreciaciones literarias, las disociaciones del habla, las
elipsis, los retruécanos, en una especie de narrativa repentista de factura
casi surrealista pero sugestiva en sus contenidos humanos y
efectivamente virtuales y posibles como discurso novelístico.

Como puede verse, el trabajo de experimentación técnica en estas obras


constituye un elemento sustantivo y no simplemente complementario,
abriendo nuevas perspectivas al discurso narrativo como expresión
textual. Cada una de las novelas que hemos citado en este punto sugiere
una manera muy compleja del quehacer literario que está íntimamente
relacionada con la propia complejidad del mundo que pretenden
expresar. Y representan una aproximación a la fusión entre modelo
estilístico, estructural formal, técnica narrativa y visión del hombre y el
mundo en la modernidad literaria.

A manera de síntesis, se puede concluir que la llamada "mayoría de


edad" de la novela colombiana actual no es un simple enunciado
hipotético, sino un hecho perfectamente demostrable, de importantes
connotaciones para la historia literaria del país.

Ha sido ese el propósito de estas aproximaciones críticas, en donde se


han analizado los valores específicamente literarios de las novelas más
representativas publicadas con posterioridad a Cien años de soledad,
destacando también su significado sociológico, filosófico y existencial.

El fenómeno de la modernidad literaria, tanto en los aspectos formales


de la escritura narrativa como en la visión del hombre y del mundo, y la
trascendencia artística de la mayoría de las obras estudiadas, evidencian
un conjunto sólido de autores (quizás el más importante como
manifestación colectiva en toda la historia literaria del país) que tiende a
la universalidad, ha asimilado creativamente la herencia la herencia de
los grandes maestros del género, revela críticamente el presente y el
pasado, indaga con mucha lucidez los problemas fundamentales del
hombre y realiza un proceso de búsqueda, afirmación y cuestionamiento
de nuestra identidad cultural.

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