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Álvaro Contreras
Universidad de Los Andes-Mérida
alconber@gmail.com
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Álvaro Contreras. Prefacio a un relato imposible...
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presentatividad y, por qué no, la misma noción de thinking not about the
margen. Preguntar a una historia del policial por development of the crime
genre but its shifts. What is
sus obras representativas es interrogar acerca de ultimately typical of these
sus modos de lectura, que es como el valor mismo shifts is not the search for
de su jerarquía. Entonces se perciben enfrentadas the continuity of certain
la continuidad de una historia y sus valores y la techniques but the slight
murmur of forms, the
aparición de unas obras que interrumpen ese hilo
liveliness of a genre that
homogéneo de lo histórico. Qué encontramos en shows no deference to its
el centro de estas experiencias no representativas. origins, as if, of all the
En primer lugar, una lengua que nombra lo banal, possible methods of
casos insignificantes a través del humor, historias dialogue with the past,
only the dark malice of
de callejón, de robos menores, relatos que paro- parody and the indifferent
dian el sentido de vigilar y castigar, enigmas que vein of humour could
tienen la estructura de un mal chiste, detectives uncover the suffocating
improvisados, ya no torpes sino cegatos, que no pretensions of the classic
crime novel.
saben dónde está lo falso o lo verdadero. En se-
gundo lugar, líneas de subjetivación que no son las Keywords:
del policial clásico, que no pasan por la resolución Latin America. Detective
del enigma, el castigo, la cárcel, la pena, sino por Story. Twentieth Century.
el control de la ilegalidad –“Es mejor que ande
suelto un asesino y no una ruedita de la justicia”,
dice el personaje de un cuento de Rodolfo Walsh
(1999:150-151)–. Las historias de estas experien-
cias tienen menos líneas de gravedad que las con-
tadas por el policial clásico, y el hecho de que sean
menos pesadas les da otro relieve, pues se han li-
berado de la sensatez de lo canónico para articular
un modo de lectura que transforme el estatuto de
lo representativo.
2. Pastiches
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Es la época, al decir de Jorge Rivera, de “eclosión más orgánica del género po-
licial” (1996:85), y donde se dan a conocer las obras referenciales Jorge Luis
Borges, Enrique Anderson Imbert, Leonardo Castellani, Abel Mateo, Manuel
Peyrou, Rodolfo Walsh, María Angélica Bosco, Adolfo Pérez Zelaschi e Isaac
Aisemberg.1 Dentro de este contexto, adquiere un relieve singular la obra
Antología apócrifa de Conrado Nalé Roxlo (1898-1971), pues allí aparecen los
ejercicios narrativos conocidos como “pastiches”, remitiendo algunas formas
narrativas a una visible tradición, a una forma de diálogo intertextual que in-
cluía variadas formas genéricas y de estilo. La conocida serie “A la manera
de…” recogida en este libro, incluye textos paródicos de relatos policiales al
estilo de Jorge Luis Borges (“Homicidio filosófico”, 1952: 97-106), Gilbert K.
Chesterton (“Nuevas aventuras del padre Brown”, pp. 199-205), y Arthur
Conan Doyle (“Los crímenes de Londres”, pp. 223-228), pero asimismo abarca
autores tan diversos como Ramón Gómez de la Serna, Federico García Lorca,
George Bernard Shaw, Evaristo Carriego, Julio Herrera y Reissig, Charles
Baudelaire, William Somerset Maugham, Gabriel D’Annunzio, James Joyce y
Mark Twain.2
Unas décadas antes de Nalé Roxlo, la idea de ensayar una forma de escri-
tura que tuviera como centro ese movimiento simulado de citas textuales con
marcas autoriales bien definidas, había sido ensayada en la serie titulada
“Dezires, Layes y canciones”, incorporada en la segunda edición (Darío,
1901) de Prosas profanas. Mientras publicaba sus crónicas sobre la vida mo-
derna en las capitales europeas (España contemporánea, 1901; Peregrinaciones,
1901; La caravana pasa, 1902), Darío ensayaba a la vez la reescritura de las
formas poéticas castizas de la lengua española: “A la manera de Johan de
Duenyas”, “A la manera de Johan de Torres”, “A la manera de Valtierra”. En
estos poemas percibimos una clara determinación. La reescritura establecía
una cercanía afectiva, revelada en la familiaridad del lenguaje con el modelo
evocado. Había un modelo compatible, precisamente donde tenían lugar unas
señales de sentido que conducían a un nivel de identidad. El trabajo sobre la
lengua poética española, a contrapelo del estilo ensayado en su crónicas, su-
ponía la vivificación de la vieja lengua de los clásicos, siendo sin embargo
ambas formas de escritura, la poética y la cronística, enmarcadas dentro del
proyecto de una lengua literaria moderna. En esta serie, al decir de Rama,
Darío ejercita “una reconstrucción modernizada de la prosa española de los
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decir, policía filósofo. Por otro lado, está el desplazamiento de estos materiales,
pues se trata ahora de componer otra historia alterando la significación de los
elementos desplazados. Es el ámbito de la dispersión y asociación, de nuevos
procedimientos y funciones. Si lo pensamos en términos de los formalistas
rusos, hablaríamos de un nuevo “principio constructivo”; si lo pensamos en
términos del pastiche, podemos hablar de una parodia del estilo borgeano y
también parodia del relato policial. Según Iuri Tynianov, la parodia “existe en
la medida en que a través de la obra se vislumbra el segundo plano, el paro-
diado”; cuanto más preciso, específico, es “ese segundo plano”, “el matiz de
ambigüedad que presentan todos los detalles de la obra”, “tanto más fuerte es
el carácter paródico” (Tynianov, 1992:170). Este aspecto doble de la parodia
remite a dos planos superpuestos y en desajuste, crea una superficie de en-
cuentro donde se exponen y sustituyen las convenciones del policial; los
textos así pueden orientarse bien hacia la repetición de un modelo temático,
estilístico o genérico, pero también pueden tender hacia el desplazamiento de
uno de los elementos del texto invocado y citado, o estrictamente solicitado
para marcar su separación de los viejos procedimientos y proponer otro modo
poético o narrativo.
Y sin embargo, no resulta difícil mostrar en cada momento aquellos ele-
mentos elegidos para el trazo del pastiche: escenas, personajes, lenguaje, el
crimen como signo estructural en la construcción del relato policial, o el juego
con los temas y los motivos adoptados y puestos a funcionar en otro plano com-
positivo. Pero más interesantes resultan el carácter filosófico del homicidio y la
filología lunfarda desviados del policial criollo borgeano, el primero haciendo re-
ferencia al léxico del detective Filodoro, al método de su aprendizaje, su “cul-
tura de plantón” (Nalé Roxlo, 1952:100), y el segundo a la apropiación de un
modelo de narración que implica a la vez el ejercicio de re-elaboración de sí
mismo. El contrapunto entre el lenguaje y el aspecto filosófico acentúa ese
efecto humorístico del relato, el choque entre lo filosófico y el material vulgar de
la lengua. De allí todos los emblemas citados con fines paródicos en el cuento de
Nalé Roxlo: la Enciclopedia Británica, Oscar Wilde, Gilbert Chesterton, Jean-
Jacques Rousseau, René Descartes, Heráclito, Adolfo Bioy Casares, el Bhagavad
Gita. Desde este punto de vista, el uso de la erudición es el proceder que otorga
el tono humorístico, una erudición llevada al absurdo y de la cual forma parte la
configuración de la legalidad del relato y el método deductivo de Filidoro.
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Que el relato de Nalé Roxlo sea un pastiche que contiene estos elementos
dispares nada tiene de extraordinario; más sorprendería en un cuento policial
de la época que no los tuviera. En la perspectiva que aquí nos interesa, po-
demos considerar “Homicidio filosófico” en la misma tendencia abierta por el
relato policial de vanguardia, siempre y cuando precisemos tanto en un caso
como en el otro las variantes correspondientes. Dado que el policial vanguar-
dista no ausculta la ciudad en busca de elementos políticos o sociales peli-
grosos, sino más bien tratando de imaginar la posibilidad de un delito, la figura
del detective expresa la certeza de un saber y una mirada que se ha perdido
para la resolución de los casos. No es extraño, por lo tanto, que al vaciar la no-
ción de caso de sus fuertes referencias legales y médicas, el policial vanguar-
dista haya recurrido a las tácticas del humor, la ironía y la parodia, para
desacreditar el mecanismo racional (búsqueda de indicios, observación de las
huellas, causalidad de los hechos), que hacía posible tanto la construcción del
delito como la imagen del sujeto peligroso. A través de la parodia y el chiste,
el enigma vanguardista desafía este imperativo de racionalidad, la maximiza-
ción de la causalidad, intentando escapar, con ayuda del divertimento y el dis-
parate, a la lógica racional del policial clásico, pero a su vez elaborando nuevas
formas narrativas de percibir lo enigmático en la vida moderna. En otras pala-
bras, lo que aparece en el horizonte narrativo del relato policial vanguardista
(Pablo Palacio, Arqueles Vela, Vicente Huidobro) no es de ningún modo el
ideal de un mecanismo normativo en el que el procedimiento legal que ordena
las ideas de delito y culpabilidad sea asumido como demanda positiva. En ese
horizonte tenemos, por el contrario, la idea de unos mecanismos indiciales fra-
casados por su extrema causalidad, la parodia de una mirada detectivesca que
sospecha de todo, siempre en busca de algo o alguien que satisfaga su obsesión
de legalidad; una trama delirante que impugna la misma idea de representa-
ción, crímenes que no son más que el pretexto para armar un disparate verbal.
Esta ascendencia del policial vanguardista, y en la cual habría que insertar el
relato de Nalé Roxlo, reniega de las mascaradas de Conan Doyle, de las tác-
ticas deductivas de Poe y Gaboriau, para crear un linaje propio, invertido, al-
terado y, con sus restos de significación, inventar otra tradición, como ya lo
hicieran en su momento Eduardo Holmberg, Horacio Quiroga y Alberto
Edwards.4
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3. La biblioteca alucina
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4. Selección mexicana
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medicina legal, toxicología, códigos penales, etc.: “El escritor policiaco está
comprometido además a proporcionar una prueba legal de la hipótesis del de-
tective ya que, sin ella, el principio axiológico no podría ser aplicado” (íd.).
Agrega que “el problema que la literatura detectivesca plantea y resuelve se
reduce” a la búsqueda de lo “anómalo” (íd.) para expulsarlo del cuerpo social.
En este sentido, el detective encargado del restablecimiento del orden se ase-
meja a un héroe caballeresco de la vida moderna: lucha por la concordia entre
lo social y lo individual. Hasta ahora, confiesa la autora, ella ha estado pen-
sando en la tradición policial representada por Poe y Conan Doyle. Pero a esta
tradición en lengua inglesa agrega una más, la francesa, representada por
Maurice Leblanc. En esta otra tradición del policial, Arsenio Lupin encarna ya
no al “caballero” honrado sino al “aventurero” (13) que toma la justicia en sus
manos para hacerla cumplir. Con Lupin desaparece ese principio abstracto in-
herente a la ley: demuestra que es posible quebrar ese principio para que haya
justicia. Bermúdez considera este tipo de narración más de “aventuras” que
propiamente policial, pues el héroe del relato policiaco francés, aunque a
veces actúa como un adversario de la policía, necesariamente guarda una re-
lación estrecha con la institución policial si desea “cumplir su misión literaria
y social” (14).
El segundo aspecto considerado por Bermúdez, los rasgos sicológicos del
pueblo mexicano, es expuesto como un elemento en estrecha relación con la
posición del intelectual mexicano frente al género policial. Se trata de dos as-
pectos que señalan un cambio en la relaciones del escritor con la sociedad, y
marcan el surgimiento de una nueva forma del relato detectivesco. Partiendo
de una consideración general, aquella que señala el desarrollo de las grandes
ciudades como un factor que favorece la producción literaria policial, la au-
tora reflexiona cómo en la sociedad hispanoamericana, y la mexicana en es-
pecial, al carecer de una sólida estructura urbana, se ha ido conformando una
experiencia compleja de la ley, y por la que los ciudadanos se reconocen como
sujetos en abierta oposición, creándose vínculos, no de acuerdo con un sis-
tema de reglas y restricciones, sino articulados a un orden pasional y trans-
gresor. Para el inglés y el estadounidense, la ley representa “respeto” y
“confianza”, y estos conceptos marcan “su fisonomía colectiva” (14); de esta
sólida imagen institucional de la ley, deriva la confianza de las víctimas en su
autoridad para la reparación del delito y el castigo del malhechor. Ahora bien,
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Parecería por lo tanto, que la natural simpatía del mexicano por los de
abajo, por los proscriptos, ha determinado hasta cierto punto el gusto na-
cional en literatura policiaca. Como sugerimos anteriormente, quienes en-
carnan la fuerza de la ley no gozan de gran estima en ningún lugar de
Latinoamérica. Y por cierto, este hecho puede haber impedido un desa-
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rrollo más amplio que el registrado hasta la fecha por el género detecti-
vesco (9).
El texto La obligación de asesinar, más allá de sus deudas formales con el fo-
lletín es, como todo relato policial, una aventura donde se ponen a prueba las
capacidades de un personaje para descifrar un enigma, pero, a diferencia de
estos relatos, explora de manera humorística (y a veces alucinada y desqui-
ciada) las bases del saber de la biblioteca policial. Los enigmas que debe re-
solver Roldán están inscritos en el anonimato citadino. Casas, calles,
individuos, son interpretados por una mirada que, no moviéndose en el te-
rreno de la asociación ley–razón, no relaciona el delito con los aparatos de co-
rrección y castigo, y abandona el camino de la pesquisa indicial como ese canal
regular por donde el detective pretende llegar a la verdad. ¿Qué lectura hace
entonces el policial de aquel anonimato? El tiempo de los sucesos desarro-
llados en la ciudad es el del azar, de lo estrictamente fugaz y contingente, un
tiempo sin causalidades por efecto del humor y el disparate. El primer relato
del libro, “Un clavo saca otro clavo” cuenta la conversión de Roldán de ciu-
dadano honrado a ladrón y criminal. Luego de asesinar por casualidad a un es-
tafador, abandona la escena del crimen con el dinero, tropieza con una
vendedora ambulante y es arrestado por la policía por golpear a la mujer. Así
comienza “su vida de ladrón profesional” (Helú, 1991:22). Cómo escapar de
la ley. ¿Sobornando “a los agentes”? (íd.). Camino a la comisaría, debería in-
ventar algo. Y ahí se inicia el segundo relato: “El hombre de la otra acera”.
Roldán avanza por una calle en medio de dos policías. Piensa en cómo li-
berarse. De pronto observa a un sujeto caminando de manera extraña por la
otra acera:
avanzaba tres pasos hacia delante, daba un paso, luego, hacia la izquierda,
otros dos hacia delante y uno a la derecha, para volver a avanzar tres pasos,
a dar otro a la izquierda, dos más hacia delante y el otro a la derecha, y con-
tinuar su marcha en esa forma, repitiendo los pasos hacia delante y a los
lados, en la misma cantidad siempre, sin perder la cuenta (24).
¿Qué deduce Roldán? ¿No pueden ser acaso los pasos de un loco, alguien
obsesivo que repite de manera simétrica ese ritmo citadino? Roldán realiza una
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supuesta lectura paranoica para escapar de la ley. ¿Cómo iba la paranoia a des-
hacer el enigma que hace imposible saber cuál es el significado de los pasos, es
decir, lo anónimo vuelto extraño, la atribución de significados a gestos y acti-
tudes, las interpretaciones que Roldán lanza contra el misterio citadino? El in-
dividuo de la otra acera dirige miradas extrañas a varios puntos de la calle,
seguidas de una alteración de su manera de caminar: “tres pasos hacia delante,
uno a la derecha, tres hacia adelante…” (24). Diríamos que Roldán, en esa
atribución de significados a los pasos y miradas del extraño transeúnte, co-
mienza a jugar con la verdad de la ley: donde la policía ve anonimato, vida
común, cotidianidad, Roldán ve peligrosidad, transformando a los peatones en
potenciales criminales. Desde la astucia se induce a una lectura paranoica de
la realidad. Pero el narrador no nos dice que haya sido la astucia la que ha te-
jido ese jeroglífico citadino, ni que en ella esté el sentido de ese jeroglífico.
Antes bien, lo importante es saber qué beneficios obtiene Roldán respecto a
su situación actual, y cómo ese beneficio viene a ser una nueva cercanía a
aquello que es el enigma mismo. Roldán, un ladrón que guía a la policía en su
visión de la ciudad, instala el azar interpretativo en el escenario urbano, or-
dena deliberadamente los signos ciudadanos y tiende así una trampa a la ley:
“aquel señor que se mueve en forma tan extraña ha conseguido su propósito,
que era el de llamar la atención de la policía para que lo siga” (26). La trama
que se inventa Roldán es esta: el individuo que se desplaza en forma extraña
por la acera de enfrente, camina así para fijar el interés policial, e indicar que
está en persecución de “cinco o seis” sospechosos (28). Su modo de avanzar
indica “cuántos persigue por el lado derecho y a cuántos por el lado izquierdo”
(íd.): “del lado derecho –por donde él va– caminan tres de los perseguidos”;
“del lado izquierdo –por donde vamos nosotros– caminan otros tres: dos ade-
lante y uno atrás” (íd.). Roldán deduce para la ley una trama de paranoia per-
secutoria. Un individuo vigila y persigue a seis individuos, uno de estos a su
vez vigila a quien interpreta: “sucede que nosotros, a su vez, estamos siendo
vigilados por un sexto individuo, que se ha percatado de nuestra persecución”,
y “a ese sexto individuo, según la discreta advertencia de nuestro buen infor-
mador, debe incluírsele entre los individuos, y no considerarle como a un per-
seguidor” (íd.). El relato que inventa Roldán de la trama urbana es la premisa
fundamental de un giro en la estructura visual del suceso: como si fuera de-
tective, el ladrón primero interpreta y luego busca los indicios de lo anónimo
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(Esta sería también una de las razones que explican la ausencia de litera-
tura policial latinoamericana: una policía juzgada corrupta de modo uná-
nime no es susceptible de crédito alguno: si esta literatura aspirase al
realismo, el personaje acusado casi nunca sería el criminal verdadero y, a
menos que fuese pobre, jamás recibiría castigo. Por lo demás: a) los crí-
menes de o entre pobres no le interesan al género. El ámbito predilecto de
esta literatura suele ser el de la gran burguesía, mansiones donde el mal im-
pera, codicia entre magnates, chantaje alrededor de la piscina; b) el
crimen, además, no posee una connotación expropiable: lo excepcional, lo
desusado, no es que un latinoamericano resulte víctima, sino que pueda
dejar de serlo) (2-3).
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Notas
1 A esta década de 1940, Jorge Rivera le consagró un texto clásico sobre las tramas
ideológicas y culturas de lo arquetípico, incluyendo el relato policial como parte de
esta trama: “La literatura arquetípica, en todos sus campos, es ciertamente el te-
rreno más propicio para amparar la ilusión de una máxima racionalidad construc-
tiva, de un rigor que se afana sobre sí mismo y concluye por autodevorarse”
(1974:192-193). De ahí deriva la inclinación del escritor al relato policial “ce-
rrado”, “a las catálisis eruditas y refinadas” de Phillpots, Chesterton, Van Dine,
Ellery Queen, y su renuncia “a la forma hard-boiled, abierta, existencial y crítica de
Hammett o de Chandler” (188).
2 Conrado Nalé Roxlo, Antología apócrifa (1era. edición 1943); cito por la 2da. edi-
de la parodia, “se señala más bien la semejanza que la diferencia” (182); al desa-
parecer la dimensión crítica de la parodia, el pastiche señala la “ausencia de dis-
tanciación diferencial” (1992:182).
4 Remito a la antología de Contreras, 2009, sobre el relato policial de entre siglos
(XIX-XX).
5 Abogado y político, Alberto Edwards (1874-1932) nace en Valparaíso y es considerado
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6 Ver Contreras 2006, para una antología del relato policial de vanguardia.
7 Cfr. Beatriz Sarlo, Borges, un escritor en las orillas, 1995.
8 El perfil detectivesco de Filidoro es contemporáneo del peluquero don Isidro Parodi,
en los relatos de H. Bustos Domecq (seud. de Borges-Bioy Casares), así como del
inspector Leoni, en los cuentos de Adolfo Pérez Zelaschi, del comisario Pablo
Laborde en los cuentos de Manuel Peyrou, del ex comisario Laurenzi de Rodolfo
Walsh, y don Frutos Gómez, de V. Ayala Gauna. Para un estudio preciso sobre el
policial argentino en las décadas de 1940 y 1950, y sus relaciones con las nuevas
tendencias del policial inglés y norteamericano, ver Jorge Lafforgue, “Narrativa
policial en la Argentina. Género / Parodia / Lecturas”, publicado originalmente en
la revista Graffiti (Montevideo, No. 14, noviembre 1991, pp. 17-19), trabajo pos-
teriormente incorporado al libro Asesinos de papel, 1996: 105-115). Remito igual-
mente al libro de Sonia Mattalía, La ley y el crimen, 2008, especialmente las págs.
115-125.
9 Sería imprescindible un estudio crítico hemerográfico de las revistas mexicanas,
más representativos del género policial mexicano (1955:21-23). Por otro lado, pro-
pongo pensar esta obra de Bermúdez, así como las antologías de Rodolofo Walsh,
Diez cuentos policiales argentinos, 1953; y de Donald Yates, El cuento policial latinoa-
mericano, 1964, como los textos fundacionales que intentan organizar con un cri-
terio nacional y continental la producción narrativa policial, especialmente la
publicada en las décadas de 1940 y 1950.
11 En su valoración positiva del relato policial, Bermúdez cita el ensayo de 1945 de
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argumento de considerar el policial un género menor por apegarse a unas reglas es-
trictas. Para Reyes el policial es “el género clásico de nuestro tiempo” (1996:460).
Posteriormente, en 1959, Reyes publica en la American Literary Agency de Nueva
York dos ensayos más sobre el tema, matizando y ampliando sus primeras afirma-
ciones: “Algo más sobre la novela detectivesca”, y “Un gran policía de antaño”
(1989:412-416, y 417-420 respectivamente). Véase, por otra parte, la interpreta-
ción reciente que propone Gerardo García Muñoz (2010) de la antología de
Bermúdez y su lugar privilegiado en la historiografía del policial mexicano, en par-
ticular sus comentarios al prólogo de la autora (39-42), y el análisis de los relatos
“El caso del usurero” de Rubén Salazar Mallén (44-55), y “La clave literaria”, de
María Elvira Bermúdez (55-58).
12 La antología de Yates abarca tres países latinoamericanos, México, Chile y
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voritos, y su amor más permanente” (1973:52). Sobre la base de esta reflexión, Paz
hace un giño al relato y a la crónica policial, situando dentro de la modernidad un
saber y un hacer “inaccesible” al mexicano común: “Leyes, costumbres, moral pú-
blica y privada, tienden a preservar la vida humana. Esa protección no impide que
aparezcan cada vez con más frecuencia ingeniosa y refinados asesinos, eficaces pro-
ductores del crimen perfecto y en serie. La reiterada irrupción de criminales pro-
fesionales, que maduran y calculan sus asesinatos con una precisión inaccesible a
cualquier mexicano; el placer con que relatan sus experiencias, sus goces y sus pro-
cedimientos; la fascinación con el público y los periódicos recogen sus confesiones;
y, finalmente, la reconocida ineficacia de los sistemas de represión con que se pre-
tende evitar nuevos crímenes, muestran que el respeto a la vida humana que tanto
enorgullece a la civilización occidental es una noción incompleta o hipócrita” (53-
54).
15 Según Jorge Rivera, el tema de la “aparente impracticabilidad de lo policial”
(1996:96) en Borges está presente en sus cuentos “El jardín de senderos que se bi-
furcan” (1941) y “La muerte y la brújula” (1942). En estos relatos ocurre una
“apropiación” de lo policial “a través de la reformulación y la problematización de las
reglas de juego de lo genérico, lo epigonal, lo apócrifo y lo paródico” (íd.): “A una
estructura racional y a un planteo seductoramente ‘matemático’ [Borges] le im-
pondrá” a estos dos relatos “un desenlace que es la auténtica apoteosis del fracaso
de la razón, la compasión y la justicia” (97). A este régimen de lo impracticable
(anclado en la posibilidad de apropiación), se impone un régimen de lo imposible,
no como simulación, sino como materia que concierne a los medios de captura de
la ley: dejar libre un espacio para la ilegalidad bajo la creencia de que ese espacio
resiste la ley, pactar con todos –delincuentes y policías– con tal de llegar a la
verdad, renunciar a otros modos de narrar para poder construir otro lugar del le-
trado. Se encuentran estas formas de lo imposible en relatos tan diversos como “En
defensa propia” (1951), de Rodolfo Walsh; “¡Y baila y baila y baila!” (1951), de
Lino Novás Calvo, y “La mujer que llegaba a la seis” (1950), de Gabriel García
Márquez.
Bibliografía
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