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en autcr, autodidacta y Lasker, al que se asocia el nombre
de Lassalle.-^ Las primeras de estas palabras llevan a la oca-
sión del sueño, significativa esta vez: Había yo obsequiado
a mi mujer varios volúmenes de un conocido autor con quien
mi hermano mantiene lazos de amistad y que, según me he
enterado, es oriundo del mismo lugar que yo (J. J. David).
Platicábamos con mi mujer una tarde sobre la profunda im-
presión que le había hecho la conmovedora y triste historia
de un talento malogrado, que David cuenta en una de sus
novelas, y nuestra conversación recayó sobre las señales de
talento que percibíamos en nuestros propios hijos. Subyugada
por su reciente lectura, ella exteriorizó una aprensión con
respecto n los niños, y yo la consolé haciéndole notar que
esos precisamente son los peligros que pueden evitarse me-
iliiinte In cdiicnción. lisa noche proseguí la ilación de mis
pensnniicMlos, recogí la aprensión de mi mujer y con ello urdí
algo enteramente diverso. Una observación que el escritor
había hecho a mi hermano acerca del matrimonio indicó a
mis pensamientos un camino lateral por el que podían figu-
rarse en el sueño. Ese camino llevaba a Bresiau, donde se
había casado una dama que tiene gran amistad con nosotros,
Y para la aprensión de perderse por culpa de una mujer, que
constituía el núcleo de mis pensamientos oníricos, encontré
en Bresiau los ejemplos de Lasker y de Lassalle, que me per-
mitieron figurar al mismo tiempo los dos modos en que esa
influencia fatal puede ejercerse."" El «cherchez la femmey>
en que estos pensamientos pueden resumirse me lleva, en
otro sentido, hasta mi hermano todavía soltero, de nombre
Alexander. Ahora reparo en que Alex, que es como abre-
viamos su nombre, suena casi como un anagrama de Lasker,
y este factor tiene que haber cooperado para imponer a mis
pensamientos el desvío por Bresiau.
Pero el jugueteo con nombres y sílabas que cultivo aquí
tiene todavía otro sentido. Es subrogado del deseo de que
mi hermano tenga una vida familiar dichosa, y ello por el
siguiente camino: En la novela L'oeuvre, sobre la vida de
un iirlisla, i|uc tiene que haberse insinuado a mis pensamien-
tos oníricos por sii tema, es notoricj c}ue el autor [Zola] se
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pintó episódicamente a sí mismo y a su dicha familiar pre-
sentándose bajo el nombre de Sandoz. Es verosímil que re-
corriera el siguiente camino para tal cambio de nombre:
Zola, inviniéndolo (como suelen hacerlo los niños), da
Aloz. Pero esto lo descubría demasiado; por eso sustituyó
la sílaba Al, que inicia el nombre de Alexander, por la ter-
cera sílaba de este, sand, y así obtuvo Sandoz. De manera
parecida se engendró también mi Autodidasker.
Mi fantasía de contarle al profesor N. que el enfermo exa-
minado por ambos padece en efecto de una neurosis llegó
al sueño del siguiente modo. Poco antes que terminase mi
año de labor, recibí a un paciente cuyo diagnóstico me hizo
dudar. Cabía suponer una grave enfermedad orgánica, qui-
zás una alteración de la médula espinal, pero no era posible
comprobarla. Habría sido seductor diagnosticar una neuro-
sis, y ello resolvería todas las dificultades, si el enfermo no
hubiera puesto en entredicho tan enérgicamente la anamnesis
sexual, sin la cual no puedo reconocer neurosis alguna. Per-
plejo, llamé a consulta al médico a quien más estimo como
hombre (y no soy el único en hacerlo) y ante cuya autori-
dad me inclino por sobre todas. Escuchó mis eludas, las
juzgó justificadas, y opinó después; «Manténgalo bajo ob-
servación, ha de ser una neurosis». Como yo sé que él no
comparte mis puntos de vista sobre la etiología de las neu-
rosis, me abstuve de contradecirlo, pero no le oculté mi
incredulidad. Días después comuniqué al enfermo que yo no
atinaba a nada con él, y le aconsejé que se dirigiese a otro.
Para mi enorme asombro, él empezó a disculparse por haber-
me mentido; es que era tanta su vergüenza. . . Y me reveló
justamente el fragmento de etiología sexual que yo había
esperado y que necesitaba para conjeturar una neurosis.
Ello fue para mí un alivio, pero también motivo de bochor-
no; debía confesar que mi consejero, sin dejarse engañar por
el relato de la anamnesis, había visto más claro que yo. Me
propuse decírselo cuando lo volviese a ver; le diría que él
tenía razón y yo estaba equivocado.
Es precisamente lo que hago en el sueño. Ahora bien, ¿qué
cumplimiento de deseo puede ser ese, el de confesar que me
había equivocado? Pero ese es mi deseo; me gustaría andar
equivocado con mis temores, y correlativamente me gustaría
que lo anduviera también mi mujer con los suyos, que yo
me apropio en los pensamientos oníricos. El tema a que se
refiere en el sueño el tener razón o el estar equivocado no
se halla muy lejos de lo que realmente interesa a los pensa-
mientos oníricos. Es la misma alternativa que media entre
deterioro orgánico o deterioro funcional por causa de la
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mujer, o más propiamente por causa de la vida sexual: pará-
lisis tabética o neurosis. Y el fin de Lassalle puede asimilarse
laxamente a esta última.
El profesor N. desempeña un papel en este sueño bien
compaginado (y en un todo trasparente para una interpre-
tación cuidadosa), no sólo por esta analogía ni por mi deseo
de estar equivocado (tampoco por sus incidentales relacio-
nes con Breslau y con la familia de nuestra amiga, la que
se casó y estableció allí), sino por un pequeño episodio que
siguió a nuestra consulta. Después que terminó su tarea mé-
dica formulando la conjetura que dije, dirigió su interés a
los asuntos personales: «¿Cuántos hijos tiene usted aho-
ra?». «Seis». Hizo un gesto de admiración y preguntó, ca-
viloso: «fiNiñas, varones?». «Tres y tres, son mi orgullo y
mi riqueza». «Pero tenga usted cuidado, con las niñas todo
va fácil, pero los varones más adelante le crean a uno difi-
cultades en la educación». Le objeté que hasta ahora se com-
portaban con mucha docilidad; es manifiesto que este se-
gundo diagnóstico sobre el futuro de mis hijos varones me
gustó tan poco como el que pronunció primero, a saber, que
mi paciente no tenía sino una neurosis. Estas dos impresio-
nes se conectaron entonces por contigüidad, porque se vi-
venciaron de un mismo tirón, y cuando en el sueño recojo
la historia de la neurosis, con ella sustituyo lo que se dijo
sobre la educación, que muestra una trabazón más estrecha
con los pensamientos oníricos por rozar tan de cerca las
aprensiones exteriorizadas después por mi mujer. Así logra
entrar también en el contenido del sueño mi angustia por el
eventual acierto de las observaciones de N. acerca de las
dificultades pedagógicas que oponen los varones; lo hace
ocultándose tras la figuración de mi deseo de que yo ande
equivocado con tales temores. Esta fantasía, sin cambio al-
guno, sirve para figurar los dos extremos opuestos de la
alternativa.
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