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Roncadera 1
Primer testimonio
Tira y afloja
He llegado al final del análisis con tres nombres que, aunque en sí mismos no
conforman una unidad, mantienen una relación. Esos nombres son neutralizador,
respirador y ronquido. Los tres surgen como respuestas a los traumas padecidos, en
escenas en las que la vida y la muerte se conjugan.
Durante esos nueve meses, el fibroma y yo fuimos las partes en pugna de esa
forzosa coexistencia, que se dirimiría en una lucha cuerpo a cuerpo por el espacio:
1
Primer testimonio. Presentado en la EOL en una Noche de Enseñanzas del Pase, el 17
de agosto de 2016
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Sylvia Plath, poeta y novelista estadounidense, dedicada a de la poesía confesional
éramos él o yo. Ese tira y afloja duraría hasta el último instante: “si el embarazo es más
fuerte -le decía el médico a mi madre- llegará a término. Si el fibroma es el dominante,
habrá un aborto o un parto prematuro”. Frente a ese relato, el analista intervino como
árbitro inapelable del combate: “Usted fue la triunfante en esa batalla”.
Frente a ese tira y afloja verbal existían dos posibilidades: que yo estuviera o no
estuviera allí. Todavía tenía que inventarme a mí misma y, para hacerlo, debería
formarme en las mejores tácticas del ataque y la defensa. Claro que ése no era un
escenario de guerra: eran más bien discusiones cuidadas, elegantes, obstinadas. Esa era
una figura del Otro para mí, que en ocasiones me resultaba agobiante.
Muy pronto me hice acreedora de un exceso de ternura por parte de mis padres y
hermanos, que luego interpreté como un afecto desmedido. Una desmesura que, en
definitiva, contribuyó a que terminara apartando la mano que venía en señal de cariño,
especialmente las de mis seres más queridos. “Alegre y arisca”, me definía mi padre.
Mi versión era distinta: el exceso de cariño se me hacía asfixiante, y fundaba una
atmósfera en la que me faltaba el aire. Ahí residía mi temprana ficción del Otro.
El inconsciente transferencial estuvo dirigido hacia dos analistas. Mi primer
análisis se inicia poco tiempo después de mi mudanza a Buenos Aires, aunque habían
existido otros intentos anteriores, el primero a los 15 años. Fue a esa edad cuando la
palabra Lacan comenzó a sonar en mi mundo, ya que di con un analista lacaniano.
Por entonces, cursaba la Sección Clínica, y con la hipótesis de que estaba cautiva
del silencio de mi padre, realicé este análisis en Buenos Aires. Mi propensión a callar
encontraba en él sus raíces: hablaba con frases cortas, y el agalma era la retención de la
palabra. Así sostenía al padre, y utilizaba los síntomas en el cuerpo para lograrlo. Mi
condición de mujer y de ser la más chica me convirtieron en la consentida del padre.
Si bien ése no fue –como ya les mencioné- mi primer analista, sí fue el primero
que supo hacer lugar, instalando un vacío necesario que sólo más tarde pude valorar,
reconociéndolo como una experiencia que alivió mi existencia y me desangustió. Con él
conocí lo que significa beneficiarse de un análisis, y ese reconocimiento hizo que me
apegara al psicoanálisis y a él.
Durante esos primeros años nacieron mis dos hijas. La alegría de ese presente
contrastaba con lo que vivía al interior del análisis: mientras, el fantasma se iba
construyendo, el síntoma se iba formalizando, en una operación de simultaneidad.
De espaldas
En la vereda opuesta al silencio paterno, ubiqué el bla bla bla del decir materno.
Mi madre me irritaba, al punto de creer que mi silencio era el marco necesario para
contener su exceso de palabras. Como sobre el sujeto de la mujer y la relación sexual
cada uno tiene su construcción y su delirio, el mío era que ser mujer era sinónimo de
ser parlanchina.
El texto del fantasma era El otro me da la espalda. Ese Otro, inventado por mí,
me había revelado todo el alcance del desaire que me reservaba, dándome la espalda.
Sólo años después el fantasma logró mostrar su reverso: era yo, más bien, la que
daba la espalda, lo que terminó develando la relación entre goce y sentido. Pero, tal
como señala Miller, “queda el resto de goce, donde había inconsistencia del Otro, y al
explorarla en todos los sentidos, sólo queda la consistencia de un objeto que reduce ese
Otro a la ilusión”3
Me descubrí a mí misma vista de espaldas, un anverso en continuidad con el
reverso. Aquel Otro vuelto de espaldas hoy me dedica una sonrisa aprobatoria.
3
Miller, J.A.: Donc, La lógica de la cura, Los cursos psicoanalíticos de Jacques-Alain
Miller. Paidós, Bs. As., 2011, p. 462
de Marx, Engels, Gramsci o Lenin. Tiempo más tarde, la policía allanó mi casa, y no
encontró nada: el saber ya había sido enterrado. Yo quería saber, siempre quería saber.
Y el Otro se encargaba de retacearme la información.
En mi memoria quedó un recuerdo especial: mi interés por espiar con las orejas.
Escucho a mi padre, con su índice alzado en señal de enojo, advirtiendo a mi hermano
militante que debía ser neutro frente al enfrentamiento que se libraba en la Argentina.
El neutralizador
Desde los 15 años, con el dolor de la lejana nostalgia del hermano, sólo podía
constatar que no existía el olvido. ¿De qué manera podía neutralizarse el dolor? La
neutralidad era una defensa. Así, mientras por un lado no podía olvidar, por el otro
miraba siempre al futuro, animada, haciendo mil cosas a la vez, como cursar dos
carreras de manera simultánea.
En aquella primera apuesta, una vez concluido el procedimiento del pase, los
pasadores me piden que los llame si había quedado algo por decir. Esa noche, a la
madrugada, el cuerpo responde a aquello que faltaba: mi gran ronquido me despierta,
me asusto y quedo insomne.
El ronquido y el respirador
Ser el respirador del Otro tenía su alcance. Comento en análisis que Duchamp se
declara a sí mismo como un respirateur. “Exactamente, usted es un respirador”, corta el
analista. Por fuera del episodio materno, yo había relatado circunstancias de consuelo a
amigas u otras en las que reanimaba a mi padre, siendo su aliento vital en los tiempos
del duelo.
La roncadera
Dos años antes del final soy nombrada pasadora. Por entonces, sueño a un
médico, a quien veo con una lista de nombres en su mano. Mientras se acerca, escucho
que grita fuerte mi nombre y, a modo de diagnóstico, dice: era una roncadera histérica.
Era, en realidad, un antidiagnóstico: podía ser una roncadora, ¿pero roncadera? No
conocía ese término.
El final
Toda la construcción del análisis partió del objeto voz, como valor de apoyo y
soporte de mi relación al mundo. La colocación de la voz, su cercanía con la
respiración, entendida como un ritmo, una pulsación, una alternancia vital. El síntoma
como funcionamiento es así, el movimiento vital que modula el goce respiratorio y
opera como una bomba de aire, en un tira y afloja, entre un ronquido y la disminución
de la presión del aire. Dos fuerzas opuestas entre alivio y tensión, como escansiones
espasmódicas presentes en el lazo.