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En el fuego

de la zarza
ardiente i
11j

M a r k o I v a n R u p n i k
Título original: N el fuoco del roveto ardente. Iniziazione alia vita
spirituale. 1996
Traducción: Ignacio Otaño
Diseño de cubierta: Estudio SM. Alfonso Ruano y César Escolar

© Lipa
Via Paolina 25
OO184 Roma

© PPG, Editorial y Distribuidora, SA


C/Enrique Jardiel Poncela, 4
28 0 16 Madrid

ISBN : 8 4 -2 8 8 -14 2 9 -5
Depósito legal: M -349 9 -19 9 8
Fotocomposición: Grafilia, SL
Impreso en España/Prmrec/ in Spain
Imprenta SM - Joaquín Turina, 39 - 2804.4 Madrid
I. L A V I D A E S P I R I T U A L

Al fin al del segundo m ilen io constatam os, com o


p o r sorpresa, que el hom bre con tem porán eo, sea cual
sea su cultura, su relig ió n o la zona geográfica a la
que pertenezca, m anifiesta u n gran interés p o r todo lo
relacionado con la espiritu alidad y lo espiritual. D e ­
cim os « c o m o p o r so rp re sa» p orq u e en los últim os
siglos la espiritu alidad y las cuestiones de la vida e sp i­
ritu al parecían depreciadas.
N o querem os estudiar aquí los m otivos de este re ­
novado in terés. N os detenem os u n m om en to en el
hecho innegable de que hoy la « c u e stió n e sp iritu a l»
ha vuelto a p rim e r p lan o . Se ocupan de ella in te le c­
tuales, escritores, editorialistas, críticos de arte y p e r ­
sonas cultas, y tam bién com erciantes y amas de casa.
A p arecen temas de espiritu alidad en revistas y p e r ió ­
dicos. Esa espiritualidad se sale de los puntos de re ­
feren cia clásicos y constituye más b ien u n ám bito de
interés com ún para quienes no se contentan con lo m a­
terial y con las insuficientes explicaciones de la vida co n ­
sum ista. Se p resen ta com o u n terre n o de e n te n d i­
m iento para los hom bres de hoy que q u ieren ir más
a llá ...
Pero detrás de las propuestas de « e sp iritu a lid a d »
se esconden in fin id ad de concepciones diferentes de la
vida, del hom bre, de D ios y del m u n do. A veces esas
concepciones so n con tradictorias entre sí y no tienen
nada que ver con el cristianism o. Son form as de r e ­
ligiosidad que p od ríam os llam ar posm odernas, in d e ­

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finibles, incatalogables, sin referen cia explícita a D ios
com o person a, form as más b ien de p ararrelig io sid ad
o de mezcla de creencias. M uchas de esas form as v ie ­
n en del E xtrem o O rie n te , co n adaptaciones más o
m enos afortunadas al O cciden te.
T am bién entre los cristianos, tras el im pulso vital
del C o n cilio Vaticano II, se ha experim entado el de­
seo de volver a las fuentes para recobrar la fuerza, la
in spiración , el « e sp íritu » que se echaba en falta en la
vida de fe a causa de la instalación en esquemas cu l­
turales y m entales superados.
Ese ferm en to nuevo tom a expresiones diversas se­
g ú n los am b ien tes que lo acogen . Las ó rd en es r e li­
giosas favo recen el estu d io de la h isto ria de la fu n ­
d ació n para re d e sc u b rir, en la aven tu ra d el fu n d a ­
d o r o de la fu n d a d o ra , la im p ro n ta in ic ia l de su
« e s p ir it u a lid a d » . E n la vida co tid ian a se em pieza a
h ab lar de « e sp iritu a lid a d del tra b a jo » , « e s p ir it u a ­
lid a d de la fa m ilia » , y tod o ám bito de la vid a del
h o m b re req u iere u n a co n sid e ra c ió n de su e sp iritu a ­
lid ad . Se habla de la e sp iritu a lid a d esp ecífica de las
d ife re n te s v o cacio n e s: re lig io sa , sacerd o tal, m a tr i­
m o n ial, etc.
E n el pasado, la palabra « e sp iritu a lid a d » era m e­
nos equívoca. Se p o d ía llam ar « ascética» o « teo lo g ía
e sp iritu a l» , p ero hoy, en contacto con la m entalidad
posm oderna, la m ism a palabra puede evocar todo tipo
de co n ocim ien to n o e m p írico , desde la m ed itación
trascendental al yoga, pasando p o r las sesiones de es­
p iritism o . P o r eso, hoy más que nunca es muy n ece­
sario evitar los equívocos, arran car las incrustaciones
extrañas y hacer ver con claridad cuál es la verdadera
esencia de la espiritualidad cristiana.
¿Q u é significa el térm in o « e s p iritu a l» ? ¿Q u é sig­
n ifica la «vid a e sp iritu al» en la trad ición cristiana?

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Q u isiera resp on d er a esas preguntas con u n a síntesis
que pueda servir de « b a se » para reflexion ar dentro de
las categorías teológicas y antropológicas que eviten la
dispersión .
E l in terlocu tor al que me d irijo es alguien que está
interesado en co n o cer el sentido cristiano de la e sp i­
ritualidad. E spero qúe estas páginas puedan ayudar a
vivir, con la gracia de D ios, « seg ú n el E sp íritu » .
Estam os al p rin c ip io de u n nuevo m ilen io de la
cristian d ad; la Iglesia está p rep aran d o y p lan tean d o
una nueva evangelización o reevangelización o , m ejo r,
una fase que sigue a la evangelización, dirigida al m u n ­
do secularizado. E s u n a fase que constituye com o u n a
etapa posterior al largo proceso comenzado en los p ri
m eros siglos de la era cristiana. V ivim os en u n m u n ­
do en que los cristianos som os u n a m in o ría en d iás-
p ora, y eso hace necesario p ro fu n d izar, trabajar sobre
los temas im portan tes y sobre los aspectos fu n d am en ­
tales de la fe. H ay que recom enzar p o r lo esencial para
ayudar a quien no es cristiano a com prender el inm enso
p atrim on io espiritual de la Iglesia y la p ro fu n d id ad de
su trad ición , para b e b er de esa fuente con verdadero
provecho espiritual. N o podem os presentarnos al m u n ­
do preocupados p o r los detalles, los matices que, p o r
muy im portantes que sean, son incom prensibles si fa l­
ta el fo n d o , la v isió n global del organism o del que
fo rm an parte.
C re o que ésa es la tarea del teólogo de hoy: fa cí-
litar el cam ino, acom pañar con am or en una nueva r e ­
flexión que ilum ine y ayude a adentrarse en el universo
espiritual de la Iglesia, yendo a lo esencial y p o n ie n ­
do la aten ción en cuestiones de fon d o. Esa es tam bién
la tarea de todo cristiano, llam ado a ser « lu z » , « s a l» ,
« a lm a » del m u n d o. A las puertas del tercer m ilenio
es de desear que cada vez haya más cristianos que, im ­

7
pulsados p o r el am or de C risto —fundam ento de su
vida— y por el am or a todos los hom bres y mujeres con­
temporáneos, puedan dar testimonio de una santa y sana
« e sp iritu a lid a d » .

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A C L A R A C IO N E S P R E L IM IN A R E S
I. L o espiritual como inm aterial
L o s h o m b res [ . . . ] so n espirituales p o r la p a r - |
ticipación d e l E sp íritu , n o p o r la p riv a c ió n y j
elim in a c ió n d e la ca rn e .1 ¡
La gran contribución de Ireneo, contra los gnós­
ticos, ha sido la elim in ació n d e l concepto de
espiritual p o r naturaleza (com o « in m a teria l » ) .2
A m enudo se habla de lo espiritual com o si fuese
lo m ism o que lo in m aterial, iden tifican do en el le n ­
guaje com ún esas dos realidades.
Esa id en tificació n lleva a u n a com prensión parcial
0 errón ea de lo que es verdaderam ente espiritual. E n ­
ten der lo espiritual com o inm aterial sign ifica excluir
de la d im en sión espiritu al todo el m undo m aterial,
físico y co rp ó reo . Esta tendencia ha encontrado tam ­
b ién en la Iglesia u n espacio favorable. D urante siglos,
m uchos predicadores han exhortado a los fieles a o c u ­
parse de las cosas espirituales y, para explicar en qué
consiste eso, les p edían que n o se interesasen p o r las
cosas de la tierra, que no se dejasen seducir p o r las co
sas materiales. Posiblem ente todos podríam os encontrar
ejem plos reales de ese planteam iento. Y o recuerdo u n
episodio que m uestra cóm o esa m entalidad se ha h e ­
cho com ún en el m odo de hablar y de pensar de los cris­
tianos. E n u n a con ferencia en el norte de Italia h a ­
blé de este peligro de id en tificar lo espiritual sólo con
lo in m aterial. U n sacerdote m ostró su desacuerdo d i­
ciendo que esa ten dencia quizá había existido en el
pasado, p ero que ahora ya n o era así y que m i visió n
era dem asiado pesim ista. D espués de la con ferencia se

1 Iren eo , Adv. haer., V , 6 ,i.


‘ T. ápiDLÍK, La spiritualita dell’Oriente cristiano, Roma 1 9 $ 5 ' pág- ? 5 -

9
ofreció una buena cena a los participantes. Guando nos
íbam os a sentar a la mesa o í al m ism o sacerdote que
decía a otro: « ¡Q u é m aterialistas somos! ¡A las cosas
espirituales les hem os dedicado tan poco tiem po y para
las cosas m ateriales n u n ca nos parece b astan te!».

%. U n cambio en la antropología m oderna


Este p e río d o histórico se desenvuelve bajo el sig­
n o de la lib era ció n d e las energías creadoras d el
h o m bre, d e la descentralización espiritual, de la
diferenciación d e todos los sectores de la vida so­
cial y cultural, d e la autonom ización d e cada
ám bito d e la cultura h u m a n a ... E l paso de la
historia m edieval a la m o dern a marca una espe­
cie de viraje de lo divino a lo hum ano, de la p r o ­
fu n d id a d d e D io s, d e la con cen tración en lo
ín tim o , d el n ú cleo espiritual in terio r, a la m a­
nifestación cultural externa. Este distanciam ien-
to respecto a la p r o fu n d id a d espiritual, a la que
las energías hum anas estaban ligadas e ín tim a ­
m ente unidas, más que una liberación es una su -
perñ cializa ció n d e esas energías, un desplaza­
m iento d e lo p r o fu n d o a la p e riferia , de la cu l­
tura religiosa m edieval a la cultura laica. Cuando
el centro d e gravedad se desplaza d e la p r o fu n ­
didad de D ios a la creatividad puram ente humana,
e l n exo espiritual con el centro de la existencia
se va debilitan do cada vez más. Toda la historia
m o d ern a es una m archa pro g resiva de a leja ­
m ien to d el h o m b re eu ro p eo respecto al centro
espiritual, e l cam ino d e la lib re puesta a p r u e ­
ba d e las energías creadoras d e l h o m b r e .3

3 N. BeRDJAEV, Smysl istoriir París 1949» *rad. italiana Milán 1972» pág.
III.

IO
L a dificultad aum enta si, al equívoco de fo n d o so ­
bre lo que es espiritual, le añadim os el cam bio cu ltu ­
ral —y, p o r tanto, tam bién de la antropología— en la
época m od ern a,
f Según u n aspecto de la an tropología de san Pablo,
que después algunos Padres h an desarrollado sigu ien ­
do la lín ea de san Iren e o , todo el h om bre es im agen
de D ios, com o cu erpo, alm a y espíritu . E l pecado ha
ofuscado esa im agen y ha obstruido la sem ejanza, que
la salvación de C risto devuelve a su esplend or o rig in al
p o r el bautism o. E n la teología oriental, el hom bre ha
recibido en su p rim era creación la dignidad de la im a­
gen, p ero la sem ejanza debe conquistarla p o r sí m is­
m o, con su esfuerzo, im itando a D ios.
A lo largo de la h istoria, se ha consagrado tam bién
u n m odo de hablar del hom b re com o cuerpo y alm a,
y su p articip ació n en la vida divina se explicaba com o
vid a sobren atu ral, com o gracia san tifican te. P ero la
época m oderna, al hablar del hom bre, desconfía de lo
religioso y con sid era el alma sin trascendencia, re d u ­
ciéndola a la « p s iq u e » , sin referencia a su d im en sión
sobrenatural. A sí el concepto cristiano de « p e rso n a »
ha su frid o una gran evolución.
E n la historia se p rod u ce este fen óm en o cultural:
tras una época de evidente « te o c e n trism o » , con el
ren acim ien to se in icia u n p erío d o que hoy llam am os
« m o d e rn id a d » y que se caracteriza p o r u n an tro p o -
centrism o creciente. E l epicentro de la cultura se tras­
lada claram ente de lo divino a lo hu m an o, de lo teo ­
lógico a lo filo só fico , de lo sobrenatural a las ciencias
naturales. E l antropocentrism o de la m odernidad in au ­
gura la cultura de la autonom ía y de la in d ep e n d e n ­
cia del hom b re respecto al m un do religio so. S i la a n ­
tigüedad era la cultura de la afirm ació n de lo re lig io ­
so, la m o d ern id ad es la a firm a c ió n del h o m b re: el

n
horizonte cultural e intelectual se traslada del horizonte
teológico y trascendente al antropológico inm anente.
E l hom bre busca en el ám bito de lo hum ano los c r i­
terios últim os del con ocim ien to y del desarrollo cu l­
tural.
G om o consecuencia, la m od ern id ad desarrolla u n
pluralism o cultural de m anera totalm ente autónom a e
ind epend ien te respecto a la Iglesia. L a nueva cultura
no eclesial ha p erd id o de vista com pletam ente la visión
teológica del hom b re com o u n id ad de cuerpo, alm a y
espíritu. L o considera más bien com o u n com puesto
de cuerpo y alm a, sin saber m uy bien dónde y cóm o
colocar la presencia de la vida sobrenatural en él. La
cultura m od ern a no dispone de las categorías necesa­
rias para com pren d er lo sobrenatural en el hom bre y,
cuando lo tom a en con sid eración , lo en cierra dentro
del ámbito más trascendente que es capaz de im aginar,
el de la racionalidad hum ana, que, sin embargo, es una
realidad com pletam ente inm anente.
A sí pu es, el h o m b re m o d e rn o se reco n o ce sólo
com o alm a racion al y cu erpo. A m edida que ha ido
avanzando la m o d e rn id ad , los dos térm in o s se han
desligado de toda referen cia a la dim en sión teológica
y religiosa que u n ía el m un do hum ano tem poral con
el m undo divino y etern o.

3- L a psique es inm aterial

A m e n u d o e l té rm in o « e s p iritu a l& se toma


com o s in ó n im o [■■■] d e « n o m a t e r i a l y se
sitúa en la esfera d el intelecto y d e la psiqu e n a ­
tural,*

1 M . COSTA, D irezio n e spirituale e discernim ento, R om a 1993- pág-


5 i-

12
E l ilu m in ism o y el positivism o, aunque in ten taro n
reconocer una d im en sión trascendental a la razón Hu­
m ana, no su p eraron esa visió n reductiva del h o m b re.
L a época m o d e rn a ha com p letad o el proceso a f i r ­
m ando que el hom b re es u n ser psicosom ático in se r­
to en una d im en sión social, y así ha dado a lo social
casi u n carácter trascendental. E l térm ino « a lm a » ex­
presa todo lo que n o es el cuerpo del h om bre y va te ­
n ien d o cada vez más u n significado psicológico, hasta
ser identificado con la « p siq u e » . La realidad del h o m ­
b re, cuando no es u n asunto de la m edicina, es una
cuestión de la psicología, de la sociología, de la p o li
tica y de la econ om ía.
Si al m undo del cuerpo corresponde el m undo m a­
terial, el m undo in m aterial acaba p o r coin cid ir con el
de la psique y, p o r derivación, con el m undo intelec­
tual, de la voluntad y del sentim iento. L o espiritual,
que no es del ám bito m aterial, pertenece al cam po de
la psique. Según esta form a de pensar, la vida espiritual
es la vida de las ideas, de los sentim ientos y de la vo ­
luntad.
T a m b ié n e n la Ig le sia lo s c ristia n o s re c ib e n la f
in flu e n c ia de esa cu ltu ra an tro p o ló g ic a que co n cib e f | - .
lo e s p ir itu a l co m o in m a t e r ia l y c o n fu n d e la i n - :J
te rio rid a d , la vid a ín tim a d e l esp íritu , co n la r e a li- "
dad de la p siq u e .

4 * Repercusiones peligrosas
E l ra cio n a lism o es la m u e rte d e la esp iritu a li­
d a d .5

5J . MARITAIN, Descartes et l ’esprit cartésien, e n J . MARrrAIN - B . V y


CHESLAVZEFF, Descartes, P a rís I 9 3 1. pág- 3 6 .

i3
B u e n o es e l a y u n o , b u e n a la vig ilia , buenas
ig u a lm en te la a scesis y la « x e n i t i a » 6. P ero es­
tas co$aS d e b e n s e r só lo e l p r in c ip io y la in -
t r o d u c d ó n d e la vida d e a m o r d e D io s, de
m odo <}u e s e r ía a b su rd o c o n t a r só lo con esos
m ed io s -7
| La o r a c i ó n n o h a y q u e p r a c t ic a r la p o rq u e seá
¡ a g ra d a b le . 8
La i f o r t i f i c a c i ón, de lo e s p ir it u a l con lo psíquico,
0 con Ir, i n m a t e r i a l y etéreo, es U n a tram pa. S i lo es-
piritual fu e se I a d im e n s ió n in t e le c t u a l —o sea, el cam­
po del p e n s a m ie n t o y de las id e a s —, se r más espiritual
equivaldría a t e n e r p e n sa m ie n to s c a d a vez más «elevad-
dos» hasta s e r u n p erfe cto id e a lis t a . A l mismo tiem-
po, si lo e s p i r i t u a l fu ese la v o lu n ta d . q Ue se esfuerza en
aplicar esos h e r m o s o s p e n s a m ie n to ;. se caoría crv el
vohm tarisíft° - Y s i lo e sp iritu a l f u e s e el sentimiento-,

6 Este térm i»° p o d r í a m o s traducirlo t o n |,, - j o c x t r a ñ u d a d * .


Como el térm»n o h e sy c h ia , significa u m lo llUil Jim u j uiteuoi o>mo
un estado externo- S e trata sobre fodn cl^ , , tl<| clc.Mtu,\ Lnt?noi di. ei-
trañeidad, que t i e n e c o m o objetivo m j , ll(JS tom o exiiaitn.s. o pe­
regrinos en el c a m i n o hacia la ciudad C-<- le s l ,,
«nosotros te»e ir lo s n u e stra ciudadan 1.1 c u Jo s ( |, iiip 11 l n
ese sentido, la x e n i t e i a quiere decir h u iriild .id [( M ,
sidad y no in t r o m is ió n en ias cosas i|u< n<, IUJSi , , 1T i • n *lur
de todo juicio ° v a l o r a c i ó n de todas Lis c o s a s i-n relación con la eipr
nidad y teniend0 e n cuenta la in c e rm lu ín |,,, j ¡ fi , , li m i ' * 11
hora imprevisible d e nu estra muerte 1 11 l rt vlfj j ¿je ]o< tro i'jit la ,\e-
niteia se expresaba o p ta n d o po* vivir m u n p dls e\trajero y roa «
tilo de vida ra¿ic a - l * ta n to a nivel cotpor.il t o m o Je vi’>e7irTa P'iq'ncü
Trataban de vivir e s a actitud de eiír,i»u(J<ic/ íesp et to al ñauado que s*-
da ontológicaíoen-te a to d o cristiano en el n lo m o n t o d*J baolv.rn.Oj (0 S
lo hace extranje:rc> e i1 este mundo, lio m lirc MI, patria- orfeníadn
cia la Ciudad ¿e l p a r a í s o . . .
1 M a c a r i o El E & i t > c i o > P a m fra m d ¡ " ■ ■> ■ /-.•»' ■" ’ r * r CI» *-*
Filo cali», trad- i t a l i a n a de M. B. Artioli 1* ^ ovato»

^ CARITONE Di V A L A M ° , o mo/ítve 'liu s o v ,, Valaro Í 9 3 6' ^ ^ 5.”


na L ’arte cíeJía p r~ * ^ g h ie ra , Tu fin igi-O p .ig . l 3 e>- ' "* "
ic correría el riesgo de id e n tific a r « e s p ir itu a l» con
¡entimerttal.
Si fuese así, las prácticas esp iritu ales n o serían más
:pje un ejercicio psíquico. E n ton ces la o ra ció n se iden­
tificaría cóh la m ed itació n , e n el sen tid o de capacidad
de concentración m en tal y v aciam ien to psíquico. El
«boom » de las prácticas de ascesis m en tal, de los ejer­
cicios de oración co n u n fo n d o o rien talizad o no ne­
cesariamente religioso, es u n a de las consecuencias de
este malentendido. E l e q u ívo co que p r o p o n e la con­
secución de un m ítico estado « e s p ir it u a l» p o r un es­
fuerzo constante de la v o lu n ta d con la ayuda de una
tpcnica tiene, la m ayoría de las veces, u
liiarista que es lo g rar u n a « b u e n a v id a » . D a la im ­
presión de que t-l h o m b ic , agob iad o p o r el ritmo de
Id \ida modern.i ti iui <!.' recu p erar u n equ ilibrio in ­
terior, peio sm U n cí q 'ie cam b iar n a d a en la propia
vidii. La \ida 11 ít u*»l se con vierte así en u n simple
tranquilizante. ( uanto mo|Q,r « fu ncl<Mia^-v-^más,.bienestaE-
g>oducc.
Pero hay también quu-u, p ara m e d ir la consistencia
y "validez de la vida espiritual, se co n fro n ta con los idea­
les éticos ronseguulos ) el b u e n hacer dem ostrado •-_cuan -
■ i'iLjut m h i n , I , tosas, m ás esp iritu a l se es.

5- Crisis sacramental
La hum anidad n o so la m en te d e b e co n tem p la r
a Pi'< ,■ l(l t ('( be p e r m it ir q u e esta con~
• . i i j t ' j r i t u i i,i t / i i i i i ' í i ; la n u eva r e lig ió n no
puede sei w lo una v e n e ra c ió n pa siva d e D ios
Ííheosébeia,) o sólo iju.í a d o ra c ió n (theolatreia},
' r 1 un«i .ico o n iU L>ios y-, al m is m o tiem po,
4 hom bre, para tra n sfo rm a r la h u m a n id a d
, Jfi c&rjie o natural u n a h u m a n id a d espi-
i d i, \ lr se trata d e u n a crea ción
(, (a p a rtir d e la nada) sin o de una tran sfo rm a-
l ció n , de una transustanciación de la m ateria
) en esp íritu , d e la vida de la carne en vida d i-
j vina.
La visió n de ia espiritualidad que hem os descrito
anteriorm ente, y que p odríam os llam ar « g n ó stic a » ,
puede extender el equívoco a am plios cam pos de la
fe.
T om em os, p o r ejem plo, los sacram entos. E m p ece­
mos p o r la co n fesió n . U n a person a se confiesa de un
pecado ligado de alguna m anera a una ligera p ato lo ­
gía psicológica. Recibe la absolución, dice algunas ave­
m arias de peniten cia, p ero no m ejora. Sigue co n fe ­
sándose, p ero , después de tantas veces, empieza a de­
san im arse cada vez m ás. P u e d e su ced er q u e d e je
completamente de ir a confesarse, pensando que ha vis­
to claro que no sirve para nada. C on fesarse no le sir ­
ve para no com eter ya más « e s e » pecado.
S in em bargo, esta person a ten dría que exp erim en ­
tar la lib eració n de su pequeña o gran obsesión y sa­
b o rear los frutos de la verdadera vida espiritual. S i no
ha pod id o hacerlo es p orqu e la vida espiritual, re d u ­
cida al ám bito psíquico o ético, resulta ineficaz.
Puede suceder que esa m ism a p erson a m ejore y se
cure si acude a u n psicoterapeuta o a u n psicólogo. E l
experto que estudia el m u n do consciente e in co n s­
ciente y la relación entre lo racional y lo in stin tivo-
pasional ha pod id o hacer algo en el punto en que el
con feso r ha fracasado. Es u n hecho com probado que
cada vez más el psicólogo está sustituyendo al co n fe ­
sor, hasta el punto de que m uchos sacerdotes estu­
dian para tener una prep aración en psicología y ter-

3 V. SOLOV’ÉV, Duchovnja osnovy íizm. Sobre. So¿., III, Bruselas 1966,


trad. italiana I fondam enli spirituali del la vita, Turín- Roma 19 4 9 ,
págs. 1 0 8 - 1 0 9 .

16
m inan actuando más com o psicólogos que com o sa­
cerdotes.
E n la base de ese fen ó m en o está la clásica visión
equivocada de la vida espiritual. E l confesor que r e ­
duce la vida espiritu al al m un do psíquico —ign oran d o
la pneum atologia y, p o r tanto, la fuerza liberadora del
E sp íritu — se convierte en u n c o n fe s o r íjr
capaz de hacer gustar en la vida cotidiana concreta el
p o d e r tran sfo rm ante del amo|> Si el con feso r tien e
u n a visión de la person a y de la vida espiritual que no j
considera al E sp íritu Santo com o aquel que inhabita |
en el h om b re, la co n fesió n resulta problem ática. E n i|
efecto, el verdadero protagonista de la con fesión es el j
Esp íritu Santo, y no ten erlo en cuenta mete a la p rác- j
tica sacram ental en callejones sin salida. [
Tom em os tam bién el ejem plo de la eucaristía. S i lo
espiritual es in m aterial, ¿cóm o explicar las realidades
físicas del pan y del vino com o realidades eucarísticas
perfectam ente espiritu ales? S i lo espiritual se id e n ti­
fica Con lo inm aterial, no hay m odo de explicar a los
fieles la transustanciación que sucede en la eucaristía.
Se suele hablar de este m isterio con incom odidad, re ­
cu rrien d o a veces a explicaciones alam bicadas y a u n a
term in ología oscura y vaporosa. Parece que a la m e n ­
talidad actual le resulta d ifícil concebir que la m áte-
ria cósm ica y el trabajo hum ano p u edan llegar a ser,
en la eucaristía, auténticam ente espirituales en el se n ­
tido más auténtico del térm in o . Esta «d ificu ltad c u l- ^
tu ra l» al presentar el m isterio de la eucaristía ha ido \
vaciando poco a poco al sacram ento p or excelencia del /
«gusto de D io s» : sin el « g u sto » y el co n o cim ien to de S
él y su salvación, la eucaristía se convierte en un rito l
árid o, en u n m isterio lejano que no toca el corazón i
de las personas n i llega a su vida. j

---------------- — ------- — 17
/ A I fin al sólo queda el precepto de la m isa d o m i-
^ n ical. Pero tam bién en esto, con la afirm ació n de la
\ libertad in d ivid u al y la « d e sm itific a ció n » de la au to -
) rid ad eclesial, la gente ha dejado de sentirse obligada
l respecto a u n precepto. A lgun os siguen p o r costum -
I b re; para otros n o es más que u n a práctica tradicio
( nal y la sustituyen co n u n a de las muchas prácticas
\ dom inicales m odernas que ofrece el pluralism o cu ltu -
\ ral.

6. L a cuestión de la naturaleza y de lo espiritual

La p e rso n a significa qu e el h o m b r e n o p u e d e
red u cirse a su naturaleza. [ . . . ] P ero el h o m b re
n o existe fu era d e la naturaleza a la q u e está
u n id o hipostáticam ente y q u e supera sin p a u ­
sa, q u e ex-tasía en cierto m o do .™
A l hablar del h om b re, nuestra trad ición ha desa­
rrollado más el concepto de naturaleza que el de p e r ­
sona. Es u n dato objetivo, n i negativo n i positivo en
sí m ism o, que se debe a la evolución de la reflexión
teológica sobre las dim en sion es del depósito de la fe.
Este planteam iento ha perm itido sacar a la luz m u ­
chas nuevas posibilidades en la investigación sobre el
hom bre y ha contribuido al brillo de nuestra tradición,
pero tam bién ha com portado algunos riesgos.
Cada conquista teológica necesita u n a segunda fase
de reflexió n para in teg rar las pistas de pensam iento
que su m ism o d e s a r r o llo le ha h ech o a b a n d o n a r
m om en tán eam ente. T o d o estudio an alítico req u iere
u n cotejo con las otras opciones dejadas para ser in ­
tegrado en una síntesis con junta. L o m ism o ha suce­
dido en la antropología respecto a la cuestión n atu ra­

V. LOSSKY, A 1’ímage et á la ressemblance de Dieu, París 1967» pág.


118 .

18
leza/persona: hoy se estudia la person a desde la p e rs­
pectiva del p rin cip io agápico (el am or com o fuente y
fundam ento de la p erson a).
La naturaleza, considerada com o lo que es com ún
a todos los hom bres, com o una especie de fo rm a u n i­
versal, llega a ser u n a realidad que se puede estudiar.
Es una realidad con sus p rop ias leyes que, cuando se
con ocen, la hacen « c o n tro la b le » . Basándose en este
concepto de naturaleza, se ha desarrollado una ra c io ­
nalidad de tipo cien tífico que ha llevado a id en tificar
casi la ciencia con la tecnología, o sea, con el saber « g o ­
b e r n a r » las realidades m ateriales y saber sacar el m á ­
xim o provecho de las potencialidades de la naturaleza
cósm ica y hum ana de la m ism a m anera.
E n ese concepto de naturaleza, el hom b re n o es
más que u n in d ivid u o, es decir, la fo rm a particular de
una naturaleza hum ana u niversal. L a p erfecció n de la
naturaleza está en obedecer a su p ro p ia ley, y la p e r ­
fección del in d ivid u o consistirá en con form arse a esa
ley de la naturaleza hum ana.
Esa visión ha llevado a entender lo espiritual y la
vida espiritual com o p erfecció n de vida, com o si tam ­
b ié n el m u n d o esp iritu al, ten ie n d o u n a naturaleza
p ro p ia, tuviese sus p ro p ias leyes a las que la n atu rale­
za hum ana, que p o r sí m ism a no es todavía espiritu al
y que en todo caso es una naturaleza « c a íd a » , se te n ­
dría que co n fo rm ar.
Parece que, en u n m om ento determ inado, la n a ­
turaleza hum ana y la naturaleza espiritual se en cu en ­
tran fren te a fren te, cada una con sus propias leyes. Y
a la afirm ació n de la au todeterm in ación del hom bre,
en que tanto se insiste en la época m odern a, le sigue
la con clusión de que la vida espiritual es « in n a tu ra l» ,
incluso « c o n tra n a tu ra » , que las prácticas esp iritu a­
les lim itan y em pobrecen la naturaleza hum ana d es­

19
naturalizándola. Las renuncias y la ascesis que prevé la
vida espiritual aparecen com o violencias contra n atu ­
ra.
A l con trario, si se da im portan cia únicam ente a la
naturaleza espiritu al de la person a, se co rre el riesgo
de u n a in terp retación racionalista-ética de la vida es­
p iritu al, red u ciéndola a reglas éticas. En ton ces la vida
espiritual se convierte en u n a ética y se va c o n fu n ­
diendo cada vez más con la vida m oral. Y si la vida es­
p iritu al se id en tifica con la vida ético -m o ral, au to­
m áticam ente los m edios de la vida espiritual son los de
la ascesis m oral.
Pero la naturaleza hum ana sólo se com prende a la
luz del p rin cip io agápico que la personaliza y a p artir
de él se em pieza a ver el verdadero significado de la
vida espiritual que tam bién abarca, en la relación y en
el am or, la dim ensión objetiva de la naturaleza humana,
f L a naturaleza hum ana pertenece a la persona, y con la
i vida espiritual de la person a se espiritualiza todo el
¡ hom bre.

7 . E l con cepto de n a tu ra le z a , la s c ie n c ia s y la v id a
e s p ir itu a l

| E l teólogo d eb e p a rtic ip a r en la o ra ción y en


I toda la vida de la Iglesia p o rq u e el fin de la teo-
\ logia es co n o c er y h a cer c o n o c er a D io s. P ero
n o se p u e d e c o n o c er a D io s si n o se entra en
una relació n p e rso n a l d e a m o r con é l y con los
creyentes p o r la o ra ció n y e l serv icio .1'
La evo lu ció n re cien te de la teología ha h ech o
sen tir más vivam ente la n ecesida d d e otras d is­
ciplinas.- lo s aspectos técnicos han llev a d o al

" D . StakiloaJE, IIg en io dell'ortodossia, trad- italiana Milán 19 86, p ág.


Il8 -

20
teólogo a r e c u r r ir a las ciencias auxiliares. Su
aportación es útil, in clu so necesaria. P ero han
term in ad o o cu p a n d o , en la investigación y en
la enseñanza, el espacio m ayor, p o r n o d e c ir
todo e l espacio. P arece co m o si la teología h u ­
biese estallado. [ . . . ] P ro p ia m e n te ha b lan d o, la
teología r e q u ie re la fe, y esas disciplin as a u xi­
liares n o la su p o n en . [ ... ] S in fe ya n o hay teo ­
logía. [ . . . ] E n cada época, la teología está i n ­
fluida p o r la concepción de la ciencia en los d i­
feren tes cam pos d e l saber h u m a n o . A sí, tres o
cuatro siglos después, su fre lo s con tragolpes
d e l d esarro llo de las ciencias d e la observación
y d e las ciencias ex perim en ta les.,s
E n la m isma perspectiva que hace prevalecer el co n ­
cepto de naturaleza —y que, p o r tanto, alienta el d e ­
sarrollo de las m aterias científicas— se sitúa tam bién la
tensión dialéctica entre la espiritualidad y la ciencia, fa ­
vorecida p o r u n cam bio h istó rico significativo. E n el
prim er m ilenio, la teología nace en el ámbito de los m o­
nasterios, m ientras que en la baja Edad M edia y en la
época m oderna se elabora en las universidades. C o n ello
tam bién la vida espiritual, integrante de la teología, su ­
fre los efectos de ese paso.
L a teología estaba ligada a su « a n c e lla » , su servi­
dora, que era la filo so fía. U n id a a la filosofía, la te o ­
logía siente la evolu ción del pensam iento m o d ern o ,
sobre todo en las cuestiones relativas a la ep istem olo­
gía y, más tarde, a las ciencias em píricas, hasta ten er
que situarse ella m ism a com o una ciencia en sentido
m od ern o para p od er dialogar co n el pensam iento d o ­
m in an te. Esta re la ció n co n la m o d e rn id ad , con su
consiguiente red u cción a u n a disciplina científica más,

15 M . DUPUY, La notion de spirítualité, en DS, XIV, París I99O, col.


116 6 -116 7.

21
ha hecho pagar a la teología u n precio m uy alto: la ha
desvinculado de la fe y de la m ism a vida éclesial. S i la
teología era u n a m ateria de estudio com o las otras, si
para ser teólogo bastaba estudiar teología en las u n i­
versidades, desaparecía esa relación mutua y esencial en­
tre teología y fe, en que la teología servía de alim en ­
to de la fe person al y com u n itaria. S e r teólogo n o te ­
nía nada que ver con la participación existencial en la
vida de la Iglesia, sobre todo en la com unidad litú r ­
gica, orante y activa p o r la caridad fraterna.
G uando este fen ó m en o alcanza u n a gran d ifu sió n ,
la teología se ve obligada a a b rir u n nuevo cam po de
estudio, el de la espiritualidad, creando cátedras de
teología espiritual y después institutos y facultades de
espiritualidad. Se co n firm a así definitivam ente el cis­
ma entre teología y vida espiritu al, paradigm a del cis­
m a m ucho más grave, que ya se había produ cido ante­
riorm en te, entre teología y vida, entre teología y fe.
Esa división refleja la evolución del pensam iento
teológico sobre la naturaleza. C u an to más se con vier­
te la com pren sión de la naturaleza en objeto de estu­
dio de las ciencias m odern as, más dism inuye el espa-
1 ció de lo espiritual y de la vida espiritual. E l im p era­
tivo m o d e rn o de la necesid ad de clarid ad racio n al
respecto al sujeto, al objeto y al m undo, entra tam bién
en la teología d ifu m in an do la im portan cia ,esencial.deL
principio agápico personal y, por tanto, evaporando toda
la viHa‘^ 'jp fin r ^ o " r « lu c íe n d o la a zonas particulares de
la vida.

8 . U n a tentación m onista o panteísta y dualista


E n la c o m p r e n s ió n cristia n a d e la re la c ió n
existente en tre D io s y e l m u n d o , co n vien e ante
todo ex clu ir dos co n cep cio n es diam etralm ente
opuestas: p o r una p a rte, el m o n ism o p a n teís-

22
ta o ateo, y, p o r otra, la con cepción dualista de
la creación. Según la doctrina monista, el m u n ­
do es auto su ficien te y tien e en s í m ism o la ra ­
zón d e l p r o p io ser. E n e l p o lo opuesto d el
cosm ism o o d e l cosm oteísm o en la c o m p r e n ­
sión d el m u n d o está el dualism o. Éste reconoce
la creación d e l m u n d o , e in clu so sostiene que
el m u n d o n o ha sid o creado p o r un solo crea­
d o r sin o p o r d o s. Se c o m p ren d e el absurdo
relig io so qu e su p o n e ese dualism o, que es sólo
una fo rm a enm ascarada d e ateísm o .'3
O tro posible m alen tend ido del térm in o espiritu al
tiene relación con el panteísm o y con el m on ism o,
tentaciones interm iten tes en la historia del cristianis­
m o.
En tender lo espiritual com o separado de la vida, del
m undo m aterial e h istó rico , hace sospechar u n m odo
dualista de entender el m u n d o : si m aterial y espiritual
se opon en , la p erfecció n estará en anu lar u n o de los
dos (m onism o) o en relativizar todo en u n a p lu r ifo r -
m idad en que todo tiene el m ism o valor (panteísm o).
Las tendencias y corrientes monistas explican la r e ­
alidad com o U n o , cuya p erfecció n absorbe lo m ú lti­
p le . E l U n o pu ede ser lo esp iritu al, p o r lo que el
m undo, en su aspecto más elevado, se anula de su m a­
terialid ad m ú ltiple para sum ergirse en lo espiritual.
E n cam bio, las tendencias que p refie re n la fó rm u la
panteísta con sid eran que tod o, hasta lo más m ín im o ,
form a parte del m undo espiritual.
Pero, com o h an hecho no tar los grandes p en sad o­
res del pasado, la estructura m ental del m onism o y
del panteísm o es fundam entalm ente la m ism a: es una

13 S. BULGAKOV, Nevesta Agnca. París 1 9 4- , trad. italiana La. Sposa


d eü ’A gnello, Bolonia 19 9 1, págs- 19 -2 2 passim.

23
estructura materialista, en cuanto inm anentista, y es tí­
pica de una visión atea del m u n do. P o r el con trario,
la estructura p ro p ia de la fe es el reconocim iento re ­
cíproco de dos sujetos, o sea, el diálogo. E n el m o ­
nismo, el otro está destinado a desaparecer, mientras que
en el panteísm o el otro n o es reconocid o en su d i­
m ensión religiosa, puesto que no se p rod u ce el reco ­
nocim ien to lib re del otro com o absoluto que caracte­
riza tam bién la relación de fe. Para com pensar este
vacío fu n d am en tal, u n a v isió n panteísta del m undo
puede dar lu g ar a u n m isticism o e lab o rado, y rico.,
p ero sin el D ios trascendente y, p o r tanto, sin que
exista u n verd adero p rin c ip io relig io so . M on ism o y
panteísm o son visiones del m undo en que el m isticis­
m o es sólo usado com o elem ento que hace el papel de
p rin cip io religioso, p e ro que en realidad no desem ­
boca nunca en lo religio so, es decir, en la apertura al

9. E l dualismo m aterial y espiritual y las conse­


cuencias de la desencarnación

S o ste n e r q u e D io s n o se interesa en absoluto


p o r nuestras n ecesidades m ateriales es ju s t if i­
car el ateísmo, p o n ie n d o lím ites a la D ivinidad .14
Guando, com o sucede en el panteísm o, no hay una
verdadera apertura relaciona! hacia el o tro . sino que en
u n ambiguo misticismo se camufla u n fatalismo con re ­
finadas tendencias m aterialistas, el espíritu hum ano se
convierte en esclavo del m undo y de los procesos h is­
tóricos. Ese m isticism o es sólo una terapia para sua­
vizar el determ inism o latente en esa visión.

H V. SOLOV’ÉV, Duchovnja osnovy iizni, Sobr. Soé, III, Buselas 1966,


trad. italiana I fondamenti spirituali della vita, cit., págs. 36 -37.

24
Pero igualm ente atea es la visión dualista, en que
se excluye a D ios del m u n d o m aterial y co rp ó reo . L a 1!
concepción de u n D ios que no se interesa p o r la histo-
ria m uestra una visión de la vida, de lo espiritual y de ¡
la religión radicalm ente opuesta a la fe cristiana y co n - j
traria a los prin cipales dogmas cristológicos. Detrás de i
bonitas etiquetas espirituales y devotas (actitud in o - b
cente, desinterés p o r el m u n do y la historia, etc.) se
esconde u n arm a potente a disposición de quien esté |
interesado en o b rar con tra la fe y la vida cristiana. 1
L a h istoria lo co n firm a: u n a espiritualidad desen - í
carnada, red u cida a lo inm aterial, que quiere llevar al
h om bre a desinteresarse del m u n d o, va contra la ca- I
ridad, peca de unilateral y comete una injusticia. Siem - I
pre que se quita u n aspecto del con ju n to, si una p a r ­
te prevalece sobre el resto, se comete una injusticia. A sí
tam bién, una visión religiosa en la que D ios queda ex­
cluido de la vida m aterial y co rp ó rea puede ju stifica r
la in ju sticia; equivale a d ecir que esto es el m un do y
D ios n o entra en esto.
Pero si u n a injusticia encuentra ju stificación y a p o ­
yo en una visión religiosa, eso supone, a nivel h istó ­
rico , dar argum entos para u n a solución revolu cion a­
ria que derrib e, al m ism o tiem po que la inju sticia, la
relig ió n que la p erm ite.
Hay que decir tam bién u n a palabra sobre el m ate­
rialism o latente en u n a visión del cuerpo hum ano que
lo id en tifica con la m ateria. E l cuerpo n o es m ateria
que se opon e al espíritu . San Pablo habla de cuerpo
esp iritu al y varios autores m o d ern o s (p o r eje m p lo ,
Sergej Bulgakov) han meditado de form a espléndida so­
b re la d im en sión espiritu al del cuerpo, cuya resu rrec­
ció n fu nd am enta la fe . I d en tificar el cuerpo-,,con la i
materia dificulta la com prensión de los m ás im portantes.
dogmas del j:ristian |sxiip , haciendo incom prensible la j

25
[ teología y la espiritu alidad de la encarn ación, de la
I tran sfigu ración y, n atu ralm ente, de la resu rrecció n .

I O. Sentirse en regla

La vanagloria p r o d u c e una radical in versió n de


lo s co m po rta m ien tos naturales p o r la p r e o c u ­
p a c ió n d e n o q u e re r se r en co n tra do nunca en
falta. S o n características suyas que se angustia
p o r nada, hace esfu erzos in ú tile s y p o n e en
p e lig ro las p ro p ia s cualidades. E s hija de la fa l­
ta d e fe y p r e c e d e a la so b erb ia , causando el
n au fra gio d e la nave entrada ya en p u e rto . E l
fie l qu e se vanagloria es un idólatra q u e p a r e ­
ce h o n r a r a D io s p e r o , en realid ad , n o q u ie ­
re co m p la cer a D io s sin o a los h o m b re s .'5
( A lg u n o s sostienen q u e la falta d e aceite d e las
\ vírgenes necias signifíca la insuficiencia de obras
j d e virtu d realizadas d u ra n te la vida. Esta in -
) terpreta ción es totalm ente equivocada. ¿ Q u é
falta d e acciones virtuosas p o d ía n te n e r si son
llam adas vírgenes, a u n q u e n ecia s? [ . . . ] Y o h u ­
m ild em e n te creo q u e lo q u e les faltaba era el
■ E sp íritu Santo de D io s. P racticando las virtu -
( des, aquellas vírgen es, esp iritu a lm e n te ig n o -
¡ rantes, creían que la vida cristiana consistía en
j esas prácticas .'6
U n a espiritualidad de fo n d o dualista, de p lan tea­
m iento gnóstico, puede h in ch ar a la person a hasta h a­
cer que se sienta « e n re g la » , perfecta. E n efecto, si

15 JUAN ClÍMACO, Scala paradisi, XXIII, 122-123 passim, PG 88, 9 4 8 d- 952 b-


'6 Seraphim de Sarov. 5 a vie par Irina Gora'inofí, Abb. Bellefontaine
19 73, trad. italiana Serafíno di Sarov. Vita, colloquio con Motovilov,
scritti spirituali, a cargo de Irina Gorainov, trad. italiana Turín 1981,
pág. 158.

26
se entiende la vida espiritu al com o u n a actividad in - /
telectual, para ser espiritu ales basta con adherirse a(
determ inados p rin cip io s doctrinales, observar algunas [
norm as, seguir una lógica determ inada y cum plir prác \
ticas precisas. Pero una «espiritualidad» de ese tipo co- ¡
rre el riesgo de n o p e rm itir u n a co m u n ió n a nivel j
social o eclesial. Se crean clichés y m odelos de com
portam iento ligados a grupos restringidos y la perso
na acaba m idiéndose a sí misma y su vida espiritual con'
ellos. E l que entra en esos m odelos se puede sentir en
regla y ju zgar fácilm ente a q u ien no vive o no co n si­
gue vivir según ese estilo, y así se elabora una « c la si­
fic a c ió n » de las personas según su grado de p e rte - j
n en cia a ese cliché. Se crea así u n con form ism o a las ^
reglas que se co n fu n d en con la espiritualidad. j
U n a m uestra de ese con form ism o es, p o r ejem plo,
que si en u n sem in ario hay u n rector que da m ucha
im portancia a la visita al Santísim o y u n sem inarista lo
ve pasear delante de la capilla rezando el b reviario ,
entre en la capilla para com placer a su su p erio r. Pero
esa visita al Santísim o, ¿es e sp iritu al? ¿N o tiene re la ­
ción más bien con el oportunism o y la hipocresía, con
el m undo psicológico de ese sem inarista?
Q u iero decir con esto que la com prensión parcial |
de la espiritualidad, la espiritu alidad circunscrita sólo (
a algunos sectores, p rod u ce deform acion es p sico ló g i- j
cas, in cid e autom áticam ente en el carácter de la p e r- >
sona y suscita problemas de tipo ético y m oral. Entender
la espiritualidad de m odo gnóstico, valorando sólo la
esfera intelectual, conduce fácilm ente a u n a desvia­
ción que podríam os llam ar «absolutización de lo p a r ­
tic u la r» . M e explico. Q u ie n con funde lo « e sp iritu a l»
con las ideas elevadas que tiene de la vida y con las h e r­
mosas ideas que quizás le vienen durante la oración cree
que será más espiritual en la m edida en que esté m en -

27
talmente más atento a D ios y dedique más tiem po a las
\ cosas que considera espirituales.
Según ese criterio , se llegaría a la afirm ación ab­
surda de que el ser espiritu al depende del tiem po que
se dedica a las prácticas espirituales. Pero eso lleva a
fo m en tar el cism a entre o ració n y existencia, entre
oración y com portam iento cotidiano. L a vida hoy no
se estructura al ritm o de la oración , sino dél trabajo.
¿S ig n ifica eso que se acabó la época de las «p erso n as
esp iritu ale s» ?

I I . L a re a c c ió n d el p é n d u lo
Ya desde hace bastante tiem po , una larga se­
r ie d e doctrinas filosóficas, que habían apare­
cid o todas ellas com o la verd a d absoluta, han
id o sien d o refutadas p o r la sigu ien te com o un
e r r o r .17
U n enfoque dualista de la vida espiritual produce,
com o ya hem os dicho, m oralism o, voluntarism o, le -
galism o y otras desviaciones parecidas. E n ese contex­
to, antes o después viene u n a reacción. S i toda la vida
espiritual se concentra en lo que esta m entalidad co n ­
sidera el m undo del alma, pero que pretendo dem os­
trar que es sólo el m undo p síqu ico, se llega pro n to a
u n a ten sió n in sop ortab le. C o n el pensam iento y la
voluntad (llam ados « a lm a » ) se inten ta d irig ir, con te­
ner y controlar toda la realidad corpórea: instintos, pa­
siones, deseos o necesidades. L a ten sión se hace cada
vez más fuerte, casi insoportable. P o r m ucho que se es­
fu erce, la person a siente que n o puede seguir así m u ­
cho tiem po y que, antes o después, toda esa realidad
explotará. M ientras tanto, la vida espiritual, entendí -

17 V . SOLOV’ÉV, Krisis zapadnoj ñlosoñi, Sobr. So¿, I, Bruselas, trad.


italiana La crisi della filosofía occidentale, Milán 1966, pág. 7 5 -

28
da com o práctica de oració n , es u n ejercicio p u ra ­
m ente in m an en te, u n a ascesis sin gusto, incapaz de
ofrecer una lib eración a la person a prision era entre el
intelecto y las pasiones. Puede suceder que, para d is­
m in u ir la ten sió n , se baje a com ponendas cuantitati­
vas: me dejo llevar lo que se pueda y hasta donde se
p u e d a... Se llega a caer en auténticas patologías, en las
que esta actitud rígid a -q u e es gnóstica y no realm en ­
te religiosa— hace aum entar una ten sión inconsciente,
que estaba ya latente, y la tran sform a en neurosis.
E n algunos, la parte pasional se rebela tan v io le n ­
tamente que, para m antenerse en eq u ilib rio , la p e r ­
sona se ve obligada a construirse una «falsa filo so ­
fía » , es decir, la racion alización de los p ro p io s vicios
e instintos. U n a especie de « d e fe n sa » , de ju stificación
bien pensada y apoyada en argum entos filosóficos, p si­
cológicos, culturales y también espirituales. Para camuflar
las propias concesiones se cita incluso la Sagrada E s ­
critu ra. Y a los Padres veían en esto u n a de las ab erra­
ciones espirituales más graves. A pesar de ello, este
fen óm en o es m uy frecuente. E l hom bre, para p o n e r
de m an ifiesto su singularidad respecto a otro y d e ­
m ostrar su diversidad, envuelve las p ropias ideas en
citas bíblicas y santas enseñanzas. Pero, en realidad, no
hace más que afirm ar la p ro p ia voluntad con una t o ­
zuda au toafirm ación .
E l b in o m io que opon e idea-m ateria, in telecto -p a-
siones, volu n tad-in stin tos, explica tam bién la larga se­
rie de oscilaciones produ cidas en la h istoria del p e n ­
sam iento h u m an o . E n filo so fía, desde la época clási
ca griega^- a u n g ran idealista le sucede siem pre, p o r
reacción, u n gran m aterialista. Feuerbach y M arx v ie ­
n e n después de H eg el. E n el arte, al ren acim ien to
idealista le sigue el b arro co . D espués del im p resio n is­

29
mo viene el expresionism o. Y así se p o d rían m u ltip li­
car los ejem plos.
L o m ism o sucede tam bién en el cam po teológico y
eclesial. E n u n a ord en religiosa, donde en el pasado
se acentuaba el estudio y el trabajo intelectual, hoy se
puede dar la reacción de la p u ra praxis, del co m p ro ­
miso directo, com o u n a especie de «rechazo del es­
tu d io » tan subrayado antes.
Tam bién en la historia de los pueblos y de las tra­
diciones culturales, donde más había destacado u n ca­
tolicism o ascético, riguroso y legalista, tras un breve p e ­
ríodo de explosión y liberación del yugo, siguen déca­
das de rebéldía contra toda autoridad y la ruptura de toda
vinculación con el pasado. L o mismo ha sucedido en los
países protestantes, en otro tiem po baluarte de la con ­
cepción puritana y m oralista de la fe y hoy sometidos al
más despiadado liberalism o y subjetivismo ético.

I ? . U na reacción psicologísta
N o m e p a re ce qu e se deba re c o n o c e r a la p s i­
cología una fu n c ió n in tegrad o ra d e la p erso n a
humana [...], es el respeto al m isterio de la p e r ­
sona hum ana el qu e la exig e .13
La reacción más com ún p rod u cid a p o r u n m odo
gnóstico de entender la espiritualidad ha sido, a m i ju i ­
cio, la reacción psicologista. A la línea dura de una vida
espiritual reducida a la m ente, en que la person a era
tan a m enudo obligada á hacerse violen cia a sí mism a,
en ocasiones ha seguido una lín ea blanda, la de la p si­
cología. A una espiritualidad desencarnada, abstracta y
conceptual, le ha resp on d id o u n a espiritu alidad del
« s e n tir » . S ó lo cuenta « c ó m o m e sie n to » . A una d i­
rección espiritual impositiva se reacciona con u n «co u n -

18 M . COSTA, Direzione spirituale e discernimento, c it ., p á g . 96 -

30
selín g» psicológico, de sólo escucha, en el que es m e­
jo r no hablar, no in terv en ir nunca.
E n la espiritualidad de tipo gnóstico se infravalora­
ba o se ignoraba la realidad psicológica. E l plantea­
m iento era de tintas fuertes, sin m uchos matices: la
vida espiritual era el fruto de la voluntad, del ejercicio
constante y de la ascesis. Eso bastaba para vencer las d i­
ficultades y las tentaciones. Podía ser una posición fu n -
damentalista, y hoy asistimos al exceso opuesto: se d i­
ría que, si no se tien en en cuenta el subconsciente y la
historia psicológica del individuo, la vida espiritual es
im posible. E n realidad, el psicologism o es sólo la otra
cara del m ism o gnosticism o espiritual y, p o r eso, r e ­
sulta realm ente d ifíc il afirm ar que se haya dado u n
paso adelante positivo en la espiritualidad. Se p erm a­
nece siem pre encerrado en el espacio del yo.
E n la p ro b lem ática esp iritu al, es im p o rtan te n o
caer en la trampa del automatismo, o sea, en una reac­
ción que en realidad es igual que la con cepción de la
espiritualidad que se quiere rechazar. E n la concepción
de tipo gnóstico-legalista era d ifícil llegar a vivir u n a
dim en sión p ro fu n d a de fe. Pero si a eso se reacciona
con el psicologism o, se recae en el m ecanism o de la
reacción « d e l p é n d u lo » .
E n cam bio, la reacción sana y positiva sería la ap er­
tura del yo a u n D ios personal y trascendente, o sea,
una apertura que oriente la persona, al m ism o tiem ­
p o, al p ró jim o y a toda la creación. E l psicologism o,
en cam bio, no supera el engaño gnóstico ni supone
una novedad sustancial. Es sólo u n retoqué form al del
gnosticismo y, com o este últim o, no consigue a m enudo
que la person a traspase el um bral del p ro p io m undo y
hace que quede encerrada en sus propios problem as.
E n los lib ro s de espiritu alidad que hoy llen an los
estantes de las librerías se encuentran m uchos textos es­

3i
critos p o r sacerdotes psicólogos, p ero raram en te se
habla de una apertura real a u n trascendente que im ­
plica a toda la person a en todos los aspectos de su
vida. Parece casi desconocida la term inología espiritual
de la « r e la c ió n » , de la « d im e n sió n p e rso n a l» , del
« D io s que tiene u n ro s tr o » . E l psicologism o ha p e ­
netrado en la vida espiritual y en los m anuales de es­
p iritu alid ad , trastocando una vez más el sentido fu n ­
dam ental de « e sp iritu a l» .
E n los años de gran entusiasm o p o r la psicología,
m uchos maestros de novicios fu e ro n escogidos p r in c i­
palm ente p o r su com petencia psicológica. A l p rin cip io
parecía que, a pesar de la diversidad de las órdenes re ­
ligiosas y de su situación en las distintas áreas geográ­
ficas y culturales, a los novicios les ayudaba m ucho
este trabajo en su dim en sión psicológica. Salían del
noviciado con una psique más serena, com o «lavad a»
y reorganizada. Só lo algún añ o más tarde aparecían
las prim eras dificultades precisam ente en lo que es la
vida espiritual según los fund adores y los carism as de
sus institutos religiosos.
Salía a relu cir el aspecto que él tratam iento p sico ­
lógico no había afrontado in fravalorán dolo. Prob ab le­
mente esos novicios habían aprendido a conocerse m e­
jo r a sí mismos, pero no habían sido iniciados a la vida
con C risto en lo cotidiano n i a la dim en sión e sp iri­
tual de la vida de estudio y de la vida apostólica. E n
la fo rm ació n se había privilegiado el trabajo terapeú -
tico p o r considerarlo p rioritario. Si en esto obtenía u n
buen resultado, el candidato podía ser adm itido a con ­
tin u ar en el noviciado.
A si pues, bajo el letrero del psicologism o puede
esconderse de nuevo la tram pa gnóstica, dualista, in ­
cluso u n dualism o nuevo con u n « a n te s» y u n « d e s ­
p u é s» . A ntes se hace la terapia y después se puede ser

32
espirituales. Pero ¿tien e que ser necesariam ente así, es
decir, u n proceso terapéutico es co n d ició n de u n ca­
m ino esp iritu al?
En todo caso, existe el peligro del «u n a cosa u otra»:
o psicología o espiritualidad, o «sentirse b ie n » o m o -
ralism o. E n el plano puram ente psicológico, el campo
de la « p siq u e » y el de la «esp iritu alid ad » son distin­
tos, y es prácticam ente im posible llegar a una integra­
ción real. A lo sumo se llega a com prom isos que no h a­
cen más que con firm ar la no reducción de un campo
al otro. Si no se distinguen bien psicología y espiritua­
lidad, se llega a una confusión que no ayuda a sanar las
dificultades puestas de m anifiesto en la terapia. U n tra- ‘j
tam iento terapeútico puede llevar a tom ar conciencia j
de un problema de orden psicológico, pero eso no qu ie- j
re decir que la persona esté en grado de resolverlo. Ser?
conscientes, gracias a la terapia, de unas realidades n o ]
significa que éstas estén ya salvadas. N o es seguro que se i
conviertan en una realidad espiritual para la persona, es /
decir, que p o r ellas la persona se encuentre con el D ios /
verdadero personal y que, p o r tanto, haga integrar esas /
realidades en Cristo para reencontrarlas al final de los f
tiempos transfiguradas y form ando parte de su totalidad j
personal. Esa es la auténtica integración, pero sólo se p ro - ‘t
duce en el ám bito de la fe, que es el ámbito de la r e - j
lación personal, o sea, del am or. Por eso, hay que bus-
car el modo de que la psicología y la vida espiritual no j
se combatan n i se confundan, sino que se integren. h

1 3 . L a d e sin te g ra c ió n

Je s ú s « n o d ifie re de las virtudes d e las qu e es


el c u lm e n » . E l es al m ism o tiem po Ju sticia, Sa­
b id u ría y V e rd a d / 9

19 T . SpIDLÍK, La spiritualitá deU'Oriente cristiano, cit., pág. S>5 l.

33
Trata de a d q u irir la v irtu d p erfecta , adornada
de todo lo que complace a D ios. Se le llama vir­
tud única p o rq u e com prende en sí misma la b e­
lleza y va ried a d d e todas las virtudes. C o m o
una diadem a rea l n o p o d ría estar entrelazada
d e p erla s sin p ied ra s precio sa s m u y escogidas,
así la única v irtu d n o p u e d e su b sistir sin la
belleza d e las d ife re n te s virtu d es / 0
U na visión en la que la vida espiritual quede reducida
a la m ente hum ana p rod u ce en la person a llam ada es­
p iritu al u n a fractura tam bién respecto a lo que tra d i­
cionalm ente se llam a virtu d .
Q u ie n sigue su ideal espiritual puede alcanzar una
notable p erfección , pero si hay una falta de u n id ad en
su com portam iento integral se puede su p on er que esa
perfección es el fruto de u n gnosticism o espiritual y no
del espíritu . P ó r ejem plo, u n a person a puede haber
avanzado mucho en lo que form alm ente se puede iden ­
tificar con la pobreza. Pero la m ism a person a juzga
de m an era cortante al p ró jim o y habla m al de los
otros. Quizá no se dé cuenta o, si llega a «verse», p u e­
de q uerer rem ediar su con trad icción con u n a ra c io ­
nalización ético-pedagógica, con una especie de « p r o ­
g ram a» para conquistar tam bién la virtu d de la cari­
dad. Su vida espiritual se convierte así en una campaña
militar hecha de posiciones virtuosas que debe conquistar
p e rd ie n d o su esencia de organ ism o vivo, com pleto,
todo u n o con la p erson a m ism a. Q uizá sólo después
de unos cuantos años de fatiga y tensiones casi in ú ti­
les, esa persona com prenderá que está siguiendo u n ca­
m in o equivocado.
E l gnosticism o espiritual de cu alq u ier tipo —tanto
psicologista com o m oralista—, se caracteriza p o r la in -

20 EVAGRIO, Sermo asceticus, e d . R o m a , I, p á g . Gl.

34
capacidad de ver los nexos entre las diferentes d im e n ­
siones de la p erson a y entre los diferentes hechos de
la vida. L a vida espiritu al abarca pensam ientos, afe e - ¡
tos y aspecto físico; no hay ningún hecho de la vida co - |
tidiana, p o r in sign ifican te que sea, que esté exclu ido, jj
que no esté tocado p o r la vida del espíritu. V
E l gnosticismo de tendencia psicológica se nota p o r ­
que la persona « q u e lo p ad ece» , cuando se encuentra
ante una vida espiritual auténticam ente vivida, no tie ­
ne el instrumental, la plataforma epistemológica para co­
n o cer y en ju iciar esa vida. C o n ese gnosticism o p sico ­
lógico son evaluados los fenóm en os de algunas vidas
santas y, p o r eso, n o dicen nada al m u n d o o, a lo
sum o, quedan expuestos com o « c a so s» en la vitrin a
de la historia. A q u ien los juzga le falta esa dim en sión
relacional del am or, com o ám bito en el que llegar a
com prender los gestos, la m entalidad y las prácticas es­
p iritu ale s. P o r eso sucede que inclu so el gesto m ás
am oroso, im pulsado p o r u n conocim iento íntim o de la
palabra de D ios y realizado com o acto verd aderam en­
te libre, es juzgado p o r u n gnóstico psicologista com o
violencia sobre sí m ism o, fanatism o religioso, etc.
U n gnóstico esp iritu al está com o ciego ante u n a
vida realm ente espiritual; no llega a reconocerla p o r ­
que n o ha entrado nunca en una dim en sión verdade­
ram ente esp iritu al, sino que sólo la ha considerado
m entalm ente. Su vida « e sp iritu a l» se rige p o r una l ó ­
gica intern a filosófica, psicológica o legalista. G uando ,
se encuentra ante u n fenóm en o auténticam ente esp iri­
tual, lo encuadra en su estructura m ental de religio si­
dad, o sea en clave psicológica, legalista o m oralista, y
lo marca con el sello de esplritualismo, fúndamentalismo
o in teg rism o , p o rq u e éstas son las categorías de su
m entalidad. Esta actitud se hace todavía más explícita
cuando se trata de la llamada paternidad o dirección es­

35
p iritu al. Para u n gnóstico espiritual de tipo psicologis-
ta, una carta de san Ignacio es im positiva, u n dicho de
los Padres del desierto, peor todavía, u n consejo del pa­
dre espiritual para orar m ejo r es paternalism o, u n ata­
que a la libertad personal, una coacción.
E l gnosticism o de cualquier tipo tiene siem pre algo
que ver con la desintegración. U n gnóstico, p o r ejem ­
plo, puede estar completamente absorbido p o r una gran
batalla, incluso evangélica, com o la justicia y la igualdad,
y puede estar com prom etido hasta el fond o en la rea­
lización de u n gran ideal. Pero, al mismo tiem po, pu e­
de ser injusto y prepotente: a quien no vive su misma
aventura lo ve com o extraño e incluso adversario.
Es u n fen óm en o que se observa tam bién en la vida
de la Iglesia. Se « c o m b a te » p o r u n gru po y, al m is­
m o tiem po, se hace daño a otro. U n o que, com o p e r­
sona, enarbola la ban dera de altos títulos espirituales
acaba a veces haciendo sufrir a la propia com unidad re-
¡ ligiosa. Por d efen d er o asegurar la oración en la co ­
m unidad se puede caer en ju ic io s negativos sobre los
herm anos, en críticas, desprecios e in com pren sion es.
A sí, paradójicam ente, p o r q u erer fortalecer la oración
se puede llegar a sostener la violen cia.

1 4 . L o espiritual pertenece a la persona

Se insiste prin cip a lm en te en que toda vida p r o ­


vien e d e D io s y q u e e l « es p íritu » fu e soplado
en el rostro del h o m b re en la prim era creación.
j E l h o m bre p u ed e desarrollar su <<espiritualidad»
I sólo en rela ció n con D ios.
\ T o d a m erm a d e esa re la c ió n es, p o r tanto, un
[ ataque a la vida d e l h o m b r e .81

a' T . &PÍDLÍK - I. GARGANO, La spiritualir.á dei Padri greci ed orien ­


tal!, Rom a 19 8 3 , pág. 8.

36
Si lo espiritual n o está inseparablemente unido a las
Personas Divinas, la vida espiritual n o podrá estar n u n ­
ca inseparablem ente u n id a a las personas hum anas. S i
m i realidad esp iritu al es im person al, separada de la
persona divina de C risto, siem pre existirá el peligro de
p o n erle u n título, en co n trar una etiqueta y afirm arla
com o totalidad ignorando la personalidad de cada u n o .
Eso lleva a la ideologización y a u n enfoque abstrac­
to, que antes o después se ve que es u n a desviación y
provoca u n a patología porqu e no se tiene ante los ojos
a una persona viviente. E n corsetar al hom bre en co m ­
partim entos estancos y en las fórm ulas de la e sp iri­
tualidad n o es espiritual. L o que n o se fundam enta en
una realidad viviente difícilm ente podrá ayudar al h o m ­
b re a una vida m e jo r y más auténtica. S i q u iero p r o ­
p o n er a los hom bres la vida espiritual y ayudarles a al­
canzarla, el p rim e r acto espiritu al consiste ya en estar
atento al hom b re con creto, al que me d irijo y en el
que busco lo que tiene de espiritu al. L a vida e sp iri­
tual es vida precisam ente p o rq u e está en relación con
la persona viviente. Desenganchar lo espiritual de la rea­
lid ad teológica y an tropológicam en te significativa de
la person a supone a b rir la puerta a gnosticisnios, f i ­
deísm os, magias, y a otros « ism o s» del m ism o tip o .
La espiritualidad no es un campo p o r sí misma, sino
que es parte integrante del verdadero dogma, o sea, de
la verdadera teología y de la verdadera an tropología
teológica. S i se separa de estos dos pilares que crean
la u n id ad de base, la espiritu alidad deja de serlo y la
vid a esp iritu al tam bién . L o que n o está u n id o a la
vida y enraizad o en ella no pu ed e servir a la vid a.
A dem ás, despista al hom bre y lo puede alejar fatal­
m ente de la vida concreta cotidiana.

37
Q U É E S L O E S P IR IT U A L Y L A V ID A E S P IR IT U A L
I g . L o espiritual del icono

E l desarrollo histórico es u n largo y d ifícil p r o ­


ceso d el estado z o o -h u m a n o al estado te o -h u -
m a n o .22
E l h o m b re p e rfe cto u n e todos los elem entos de
la p e rso n a : todos ello s están p en etra d o s de la
fuerza d el E sp íritu S a n to .23
í C uanto más crece e l a m o r en ti, más crece la
I belleza: la ca rid ad es precisa m en te la belleza
\ d e l a lm a 2i
i
P a dre S era fín m e tom ó p o r lo s h o m b ro s y m e
1 d ijo :
I —L o s dos ten em o s la p le n it u d d e l E s p ír itu :
1 ¿ P o r q u é n o m e m ira s?
Y —N o p u e d o , P a dre. T u s o jo s son centellas que
\¡ brillan, tu rostro se ha vuelto más lum inoso que
¡! el s o l...
f —N o tengas m ie d o , am igo de D io s; tam bién tú
' te has vuelto lu m in o so com o yo . T a m b ién tú
| ahora tienes la p le n it u d d e l E sp íritu S a n to ; si
1 n o , n o habrías p o d id o verm e [ . . . ] . 25
1 E n la trad ició n cristiana, podem os en co n trar u n
significado auténtico de lo espiritual en el icon o del
rostro de C risto llam ado N erukotvornyj ( « n o p in ta­
do p o r m ano h u m a n a » ).
E l retrato de C risto , así com o todos los retratos
de los santos, en los icon os se delinean en u n a com -

42V . SOLOV’ÉV, Opravdanie dobra, Sobr. Soc, V III, Bruselas 1996, pág.
174.
22 T . Sp ID L Ík, Manuale fondamentale d i spiritualitá, Casale M onferra-
I 9 9 3 - p á g - 13-
24 S. AGUSTÍN, Comentario a la prim era carta de Juan, IX, 9.
53 Seraphim de Sarov, trad. italiana cit., pág. II5 .

39
p o sició n de cuatro círculos con céntricos. E n esta es­
tructura de los cuatro círculos, partiendo del más in ­
terio r, se en cierra el significado p ro fu n d o de lo e sp i­
ritual.
E l p rim e r círculo com prende una parte de la fr e n ­
te y la m itad de los ojos, y gen eralm en te es invisible.
Es el círculo de la particip ación del E sp íritu Santo, o
sea, la capacidad dada p o r el C re ad o r al hom b re de
abrirse y acoger la p articipación person al del E sp íritu
Santo. Es el pu n to vivificante p orq u e es la in h abita-
ción m ism a del S e ñ o r que da la vida.
E l segundo círculo com prend e la fren te y los ojos:
es el círculo del alm a, o sea, del m un do psíquico, de
la inteligencia, del sentim iento y de la voluntad.
E l tercer círculo abarca los cabellos, la boca y la b a r­
ba, y representa el cu erpo, o sea la d im en sión más
expuesta del hom bre. L o s cabellos caen y em blanque­
cen; la boca es la parte más sensual porqu e ind ica la
necesidad de com er para sobrevivir. R ecu erda la v u l­
n erabilidad física: y la m ortalidad del cuerpo hum ano.
E l cuarto círculo representa el círculo del oro más
pu ro de este icon o , del am arillo más dorado y lu m i­
n oso. Es lo que com únm ente llam am os aureola; es la
luz del E sp íritu Santo que, desde el círculo más in te­
r io r, penetra todo el m undo psíquico y todo el m u n ­
do corp óreo, y envuelve a la p erson a en una lu m in o ­
sidad tan perceptible que los otros pu eden verla.
E l E sp íritu Santo, el revelador de D ios, la nube
m isteriosa que descendía cuando D ios descendía en
m edio de su pueblo, la som bra del A ltísim o que c o ­
m unica a D ios haciéndolo carne en la V irg en , ese E s­
p íritu Santo realiza la obra de la santificación , o rie n ­
ta todo hacia el H ijo y grita « A b b á » , dando a todo
en C risto la im pro n ta de la filiac ió n , para que él e n ­
tregue todo al Padre. Ese E sp íritu Santo que co m u n i­

co
ca toda la verdad nos recuerda la m aravilla de D ios y
nos hace reco n o cer la obra de la salvación. E l E s p ír i­
tu Santo que a p a rtir de Pentecostés da a los ojos h u ­
m anos la capacidad de ver el rostro de D ios en el c ru ­
cificado, nos hace ver cóm o debería ser todo h o m ­
bre: aureolado de luz. E l E sp íritu Santo, si el hom bre
quiere, produ ce los fru tos de la vida divina en la h is­
toria, en la hum anidad nueva. E l fruto del Espíritu, en
las form as enum eradas p o r san Pablo en la carta a los
Gálatas, evoca los him nos de la caridad y hace al h o m ­
bre sem ejante, en su existencia, a D ios.
E l icono nos muestra dónde reside el Espíritu S a n ­
to en la p erson a y cóm o se ve su inhabitación. S ó lo |
cuando el E sp íritu Santo penetra el m undo intelectual j¡
y psíq u ico , m ueve lo s gestos y las acciones del c u e r- |
po y, p o r tanto, penetra toda la person a, entonces se J
hace visible y cualqu iera puede p e rcib irlo . La person a j
que progresivam ente se deja llen ar del E sp íritu Santo |
lo trasparenta en su acción , recu erd a a los o tros a f
D ios, llam a a los otros a D ios, se convierte en co m u - i
n icad or de D io s. Llega a ser una n arración suya. L a I
m orada del E sp íritu Santo en el h om bre es el h o m - ]
bre entero, y esta presencia sagrada se percibe p o r la ac­
ción del E sp íritu Santo m ism o. U n a persona im p reg - ;
nada de la luz y de los frutos del Espíritu Santo se con - !
vierte en una orien tación viviente hacia el Padre. Llega 1
a ser una im agen, u n a sem ejanza de D ios. Llega a ser i
u n a palabra de D ios que la gente puede ver y tocar, J
E l icono Nerukotvornj nos muestra el significado ge­
nuino de lo espiritual en la tradición cristiana: lo espi- s
ritual es una acción del Espíritu Santo que se extiende a í
todo el universo y hace que las cosas, los acontecim ien- j
tos y las personas nos recuerden a Dios, nos hablen de ¡
él, narren sus maravillas y la historia de la salvación, nos ]
orienten hacia él, nos lo com uniquen y nos unan a él. !

41
S i éste es el efecto del auténtico espiritual, ninguno
puede llamarse «espiritual» a si mismo: son los otros los
que en una persona espiritual reconocen una palabra de
Dios. Son los otros los que demuestran, transformándose
a su vez, que esta persona les ha recordado a D ios y los
ha llevado a él. Son los otros los que reconocen en su
vida la obra de la caridad que les hace experim entar el
am or de Dios. So n los otros los que reconocen en esa
persona una m entalidad espiritual que les recuerda el
evangelio y su mentalidad. E n efecto, la persona espiri­
tual encarna una m entalidad próxim a a Cristo.
Esa es la razón p o r la que lo espiritu al n o puede
ser identificado sólo con el m undo p síqu ico, etéreo o
inmaterial. Todo el hom bre entero, todo el mundo cós­
m ico, físico e histórico está llam ado a ser espiritual;
el cósm ico, co rp ó reo , m aterial y físico igual que el
resto. S i n o , el dualism o será inevitable y nunca se
alcanzará la salvación. T ras el pecado original, es p re ­
cisamente el cuerpo, con sus inclinaciones, el que más
se resiste a ser espiritual y trata de no entrar en el sig­
n ificado de esa palabra. Pero puede a veces el cuerpo
ponerse al servicio del am or y, sin em bargo, la m e n ­
talidad del hom bre, que es tozuda y m uy astuta en sus
m anifestaciones, no dejarse em papar p o r el am or.

l6 . L a v id a e s p ir itu a l
L o s espíritus in co rp ó reo s n o serán nunca h o m ­
bres espirituales, p e ro nuestra sustancia, o sea,
la u n ió n del alma y d el cuerpo, al re cib ir el E s­
p íritu de Dios, constituye el h o m b re espiritual .26
\ L a vida espiritu al es la vida en el E sp íritu y
| con el E sp íritu S a n to .*7

16IRENEO, Adv. haer., V, 8, 2 .


Manuíde fondaméntale di spiritualilü, c i t., 1993» P á g- * 2.
27 T . S p id l Í k ,
Eso hace que el Y o, tras una profundización más
com pleta en s í m ism o , descubra d en tro d e é l
algo m ás ín tim o q u e su p r o p ia in tim id a d más
ín tim a , y lo conozca y lo reconozca en la im ­
p o te n c ia y en la d evo ció n com o algo contra lo
q u e e l h o m b re n o está en g ra d o d e com batir
[ ... ] , algo a lo q u e e l h o m b r e d ic e, m e jo r,
d eb e d e c ir: « T ú e r e s » .2®
La vida espiritual en la tradición cristiana refleja ese
sentido de lo auténticam ente espiritu al al que nos es­
tamos refirie n d o .
Los antiguos m aestros espirituales repetían : la vida
espiritual es la vida en el E sp íritu Santo. L a p erson a
espiritual vive inm ersa en el Espíritu Santo; su vida está
ilu m inada p o r el E sp íritu Santo en todas las d im e n ­
siones, intelectual, afectiva y sentim ental. Su voluntad
en las decisiones, sus gestos, sus palabras y sus accio ­
nes están guiadas p o r el E sp íritu Santo, la fuerza y
energía del Espíritu Santo recorren y sostienen toda su
existencia. La vida espiritu al no es u n a d iscip lin a o
una ascesis, y, más que u n a ciencia, es u n arte de si­
nergia con el E sp íritu Santo, el arte de hacer fru c ti­
ficar su presencia en nuestra vida.
[ . . . ] La fe en el sen tid o estricto d el térm in o es
afirm ación de una existencia absoluta [...], exis­
tencia in co n d icio n a l. Este carácter absoluto co ­
rre s p o n d e ig u a lm en te a todo lo q u e existe en
cuanto es .29
L a vida espiritu al es el arte de prestar aten ción al
E sp íritu Santo. E l acto fu nd am ental de la vida e sp iri-

28 V. I. IVANOV, Anima, en S. FRANK, II pensiero religioso russo. Da


Tolstoj a Losskij, Milán 1977 . pág- l8 g.
29 V. SOLOv’ev, Kritika otvelcénnych naca], Sobr. Soí., II, Bruselas 1966,
trad. italiana La critica dei principi astratti (l8 j? -l8 8 o ), en Sulla Di-
vinoumanitá e altri scritti, Milán 197T, pág. 2 0 3

43
I'tual es el reconocim iento del E sp íritu Santo, u n re -
| con ocim iento tan radical que crea u n « h á b ito » in te-
j r io r , el de dar p rio rid ad al E sp íritu , o sea, de vivir en
íu n a apertura constante al o tro , y de ser p ro fu n d a -
1 m ente consciente de que en él reside la fuerza, la vida
i y la sabiduría.
Se trata de u n acto profun dam en te religioso: com o
hem os dicho antes, el p rin cip io religioso es el reco ­
n o cim ien to de la existencia in c o n d ic io n a l del o tro .
E l sen tid o d e l yo situado fu era d e las fr o n te ­
ras d el in d iv id u o es el p r in c ip io d e toda m ís­
tica, com o el asom bro lo es d e la filo so fía ... E l
éxtasis es el p r im e r m o m en to d e toda vida r e ­
ligiosa, el alfa y om ega d el estado re lig io so ,s°
Este acto coincide con la com prensión cristiana del
am or. E l am or significa salir de la afirm ación del p r o ­
pio carácter absoluto, com ún a todo in d ivid u o, para
recon ocer al otro com o absoluto. E l am or es u n m o -
\ vim iento extático de salida de sí m ism o para re c o n o -
I cer el verdadero centro en el otro.
| E l a m o r es e l traslado d e todo n u estro in terés
í

\ vital desde n osotros m ism os al otro, e l despla­


zam ien to d e l cen tro m ism o d e n u estra vida
\ p e rs o n a l .31
I Es u n a salida no destructiva n i alienante. U n a sa-
I lida kenótica, p ero al m ism o tiem po festiva p o rq u e es
1 la expresión m áxim a de u n Ser llam ado am or.
Para con ocer el am or hay que m irar a D io s. Ju a n ,
en su p rim era carta, m uestra que el am or consiste en
am ar com o D ios nos ha am ado. E l ha dado a su p r o -

30 V . I. IVANOV, Ellinskaia religiia stradajouStego boga (La religión h e ­


lénica del dios sufriente), en «Vosprosy íiz n i» , V II (1905), pág. 179 -
21 V . SOLOV’EV, Stnysl ljubvi, Sobr. Soí . , V II, Bruselas 1966, trad. ita­
liana II significato dell'amore, Milán 1983» pág- 10 3 .

44
p ió H ijo , el H ijo ha m u erto p o r n osotros; p ero el
acontecim iento pascual de C risto no ha destruido a
D ios, sino que, al co n trario , lo ha revelado triu xifal-
m ente com o señor de la vida.
C o n o c ie n d o , gracias al am or, la verd a d d e lo s
o tro s n o d e m a n era abstracta s in o esen cial,
trasladando efectivam ente el centro d e nuestra
vida más allá d e los lím ites de nuestra p a rtic u ­
la rid a d em pírica, n osotros revelam os y realiza­
m os nuestra verdad y nuestro valor absoluto, que
consisten precisam en te en la capacidad de tras­
c e n d e r los lím ites d e nuestra existencia d e h e ­
chos y em p írica, y en la capacidad d e vivir n o
só lo en n osotros m ism os sin o tam bién en lo s
o tro s.3*
Para nosotros, los cristianos, la coin cid en cia del
p rin cip io religioso y del p rin cip io del am or n o co n s­
tituye u n a sorpresa: nuestro D ios es el am or. C re e r en
D ios no es, para los cristianos, adherirse a doctrinas
o asum ir determ inadas actitudes éticas, sino rec o n o ­
cer a Dios am or y orientar hacia él. toda la vida. E l ejer­
cicio de la fe es la relació n ; creer sign ifica reco n o cer­
se uno mismo en una relación esencial con el D ios p e r­
so n a l que ab arca a tod a la p e rso n a , in c lu id o s el
con ocim ien to y el o b rar m oral.
A sí pues, la actitud de fond o que caracteriza la vida
espiritu al cristiana es inseparable de la fe y del am or.
C reer y amar son dos dim ensiones inseparables que de­
term in an el m odo de ser de la persona en la vida es­
p iritu al.

32 Ibíd., págs. 96-97-

45
1 7 . L a tric o to m ía de lo s P a d re s

|
i! E l h o m b re p e rfe c to es la m ezcla y u n ió n d el
alma que ha re c ib id o el esp íritu d e l P a dre y se
ha m ezclado con la carne plasmada a im agen d e

i D ios. [ . . . ] E n efecto, p o r las m anos d el Padre,


¡ o sea el H ijo y el E sp íritu , el h o m b re, y
n o una pa rte d el h o m b re, está hecho a im agen
{ y sem ejanza de D io s .33
La tricotom ía pau lina y patrística nos puede acer­
car a esta visión de lo espiritual y de la vida espiritual.
Los Padres decían que el hom bre es la u n idad del
E sp íritu , alma y cuerpo. G om o en el icono del ro s­
tro de C risto, la estructura tricotóm ica se puede es­
quem atizar en tres círculos concéntricos.

26 IRENEO, Adv. haer., V ,6 ,I.

46
L a vida espiritu al tiene su orig en en la acción del
E sp íritu Santo, que ob ra desde dentro de la p erso n a
hum ana y se m an ifiesta al exterior, en la vida, e n el
ob rar y en la m entalidad del cristiano. L a inhabitación j
del E sp íritu Santo en la person a hum ana es la p a r ti- |
cipación del am or de D ios Padre al hom bre. Esta p a r - I
ticipación es elem ento constitutivo del hom bre p orq u e j\
la creación del hom b re es la com unicación del am o r l)
tf
de D ios, o sea, la esencia de D ios, su realidad más í
personal. Es precisam ente la com unicación de la d i- f
m en sión person al de D ios la que hace a la criatura |
hum ana person a. « A l darnos el E sp íritu Santo, D io s Í
ha derram ado su am o r en nuestros corazon es» (R o m
5 ,5 ) : el p rin cip io agápico está en la raíz de la vida es­
piritu al del h om b re. E n el círculo in tern o de la fig u ­
ra, donde habita el E sp íritu , en realidad se puede es­
crib ir « a m o r de D io s » .
A sí pues, la dim en sión agápica de lo espiritu al se
puede com pren d er p o r el am or m ism o. E l am or d i-
vino es u n a realidad relacion al en sentido absoluto,
una realidad total, que incluye y abarca todo, u n d i­
nam ism o person al en contacto con cada cosa existen­
te. E n ese sentido, el am or es la ú nica idea absoluta
que es posible pensar, Idea Viviente, Personal, no rea­
lidad conceptual. L a idea del am or nos hace pensar en
u n organism o u n id o p o r u n nexo absoluto e in sep a­
rable: el am or es la u n id ad absoluta universal.
A l m ism o tiem po, ese am or es frágil. E l am or es
la ú nica realidad absoluta que existe com o si no estu ­
viese. El am or es u n a relación que no se puede in te ­
rru m p ir y que, al m ism o tiem po, está com pletam en­
te ausente. E l am or logra estar presente de m odo que
el am ado, si quiere, lo puede experim entar sólo com o
p u ra ausencia. E l am or abraza a la p erso n a am ada,
pero al m ism o tiem po no la retiene, la deja lib re. E li

47
am or ama, p ero el am ado puede faltar; está, pero no

I se im pon e. E l am or puede quedar esperando eterna-


^ m ente, aunque el amado lo ignore o no lo acoja n u ti-
ca. E l am or no destruye al am ado porqu e es insepa­

Í rable de la libertad: el am or incluye la libertad. N o exis­


te am or sin libertad y, viceversa, el verdadero significado
j-'de la lib ertad se capta sólo en el am o r. Separar el
| am or de la libertad sign ifica su p rim ir el am or y la li-
fbertad . La libertad, como dim ensión in terior del am or,
] es la dim en sión que hace eterno el am or. La libertad
' en el am or es la m ayor objetividad que la inteligencia
• hum ana puede com p ren d er. E n efecto, la libertad en
| el am or hace posible un reconocim iento radical del otro
i com o de una objetividad « e n sí m ism o » , hasta el p u n -
fto de hacer esta objetividad del otro tam bién libre res­
pecto a m í. U n ejemplo de esa objetividad se ve en C ris­
to en el m onte de los O livos, donde reconoce hasta el
fin al la objetividad real del Padre. L o m ism o vem os en
la M adre de D ios en el m om ento de la anu n ciación.
Se pu ede h ablar de una verd ad era o b jetividad sólo
cuando se llega a ella con u n pensam iento que p ie n ­
sa dentro de la relación. A la objetividad nuestra m en ­
te llega p o r el recon ocim ien to. La objetividad es re ­
con ocida, y no im aginada o proyectada.
E l reconocim en to del otro es tan radical que, aun
en el caso de que este am or sea rechazado, no destruye
! el am or. Precisam ente la lib ertad es la que hace p o si-
i b le que el am or reconozca al o tro , quedando éste li-
j bre, tanto si acepta com o si no acepta el am or, sin que
i el am or cese nunca de am ar. P o r eso, en la libertad
V en el in te rio r del am or se p rodu ce la tragedia, com o

i la crucifixión, cuando el am or más fuerte llega a su cul-


í m inación , reconociend o al otro de m odo tan ob jeti-
! vo que es capaz de acoger el « n o » , el rechazo y, a p e -
| sar de ello, p erm an ecer y segu ir am an do. P o r eso,

4.8
tam bién el « s í » es verdadero sólo en la libertad del
am or y es tam bién, en la m ism a d im en sión del am or,
fiesta y alegría de u n am or correspon dido y acogido. ]
Por esa característica del am or, que el Espíritu S a n ­
to nos com unica, D io s puede habitar en nosotros sin
que se produzca rivalidad n i am enaza recíproca n i l i ­
m itaciones. A sí pues, la relació n entre D ios y el h o m - J*
bre es el am or p o r m ed io del E sp íritu Santo. ^

18 . E l am or unitivo y expansivo

E l a m o r a la p e rso n a q u ie re d e c ir la p e r c e p ­
ción d e su id en tid a d y d e su un idad en su c o n ­
tin u o ca m b io y d e s d o b la m ie n to , p e r c e p c ió n
tanto d e su grandeza com o d e su más manifiesta
abnegación. E l a m o r es un p e n e tra r a través del
m u n do objetivado y p en etra r en la existencia in ­
te rio r a llí d o n d e e l objeto desaparece para h a ­
cer sitio al y o .3*
S e p o d ría d e c ir q u e la p e rso n a vive sim u ltá n e­
am ente en dos registros: en s í m ism a y en r e ­
la c ió n .35
E l am or es relacionalidad absoluta, el núcleo en el j
que se anudan todos los nexos de lo existente, el m ag- i|
netism o más potente que la mente hum ana pueda im a- i
g in ar, capaz de u n ir incluso lo que es im posible a la [
lógica hum ana. E l E sp íritu Santo, com o dice san P a- j
b lo , da el am or de D ios al corazón del hom bre, d o - i
tándole del mismo poder unificante. Por tanto, podemos
afirm ar que el p rim e r m ovim iento de la vida e sp iri­
tual es centrípeto, o sea, entra en nuestra in terio rid ad
desde fu era y nos u n ifica.

3+ N. BERDJAEV, Ja i mir, París 1 9 3 4 : trad. italiana Milán 19 42, págs.


233-234-
35 D. StaNILOAÉ, Dio é amore, Roma 1986, pág. 32.

49
E l espíritu actúa com o unificad o r y el p rin cip io de
la integración espiritual es el am or. Sólo el am or, que
un e p ero n o u n ifo rm a, pu ede arm onizar en una u n i­
dad todas las contradicciones y antinom ias de la p e r ­
sona hum ana y todas las heridas psíquicas, físicas y de
carácter que causan al h om bre su situación de escisión
y su frim ien to . A l m ism o tiem po que recom pon e la
unidad y confirm a la vida, el am or irradia su dinamismo
expansivo, relacion al, en éxtasis, es d ecir, hacia los
dem ás y hacia todo lo creado: es el segundo m o vi­
m iento de la vida espiritual, cen trífu go.
E n realidad, se trata de u n ú n ico m om ento, d e n ­
tro de él y en relación, que se distingue en dos m o ­
m entos sólo para ayudar a la com prensión racional. E n
el am or los dos constituyen u n acto ú n ico, tam bién a
nivel fenom en ológico. C u an d o la person a vive su p a r­
ticularidad, incluso física, en función del am or, esa par­
ticularidad es asumida en el am or y, por tanto, ella m is­
m a se hace am or, y se in tegra en la p erso n a com o
don y relación. C u an d o el « o t r o » es am ado precisa­
m ente a través de esa particu larid ad, ésta es para él de
g ran valor, p o rq u e le recuerda lo que le hace am ado,
o sea, reconocido. A través del A m o r que se m anifiesta
p o r m ed io de ese aspecto p articu lar, la p e rso n a se
percibe a sí misma como única e integrada, porque otro,
am án dolo, lo ha recon ocid o.

19 . L a vida espiritual es cristológica


S i e l p r im e r h o m b re , e l h o m b re natural, era
im agen y sem ejanza d e D io s, el n u evo h o m b r e
espiritu al es D io s m ism o, p o r q u e e l ser d iv i­
n o qu e se m ostró en él resu m ía e l verd adero
sen tid o d e todo lo q u e existe y se m anifestaba
com o absoluto. E n é l D io s n o es esa ley fatal
q u e pesa so b re la vida n atural d e la m ateria. Y

5o
n o es tam poco la razón [ ... ] . C risto ha re v e ­
lado q u e D io s es a m o r o, en otras palabras, que
es la p e rs o n a lid a d absoluta.36
Cristo, qu e es e l n uevo A d á n , al revelar el m is­
terio d e l P a d re y d e su am or, revela tam bién
p len a m en te el h o m b r e al h o m b re y le da a co ­
n o cer su altísima vocación. [ ...] E l cristiano, h e ­
cho c o n fo rm e a la im agen d e l H ijo que es e l
p r im o g é n ito e n tre m u ch o s h erm a n o s, re c ib e
las « p rim ic ia s d e l E s p ír it u » (R o m 8, 23 ) ’ q ue
le p e rm ite n c u m p lir la le y nueva d e l am or. E n
v irtu d d e este E s p íritu , q u e es « la p r e n d a de
nuestra h e r e n c i a ( E f 1 , 14) > todo el h o m b re se
rehace in te rio rm e n te hasta q u e lleg u e « la r e ­
d e n c ió n d e n u e s tro c u e r p o 3> (R o m 8 , 2 $ ) . 37
L a cu lm in ación de toda reflexió n sobre lo e sp iri­
tual y la vida espiritu al está en C risto . C risto es la ú l­
tim a palabra sobre el hom bre y la últim a palabra so ­
bre D ios, la com u n icación total y definitiva de D ios,
p o r tanto lo espiritu al p o r excelencia.
D ios es el am or. E l am or es la esencia de la n atu ­
raleza divina, la vida de la Santísim a T rin id ad , la r e a ­
lidad absolutam ente más espiritu al. S i n os p regu n ta­
m os qué es lo que nos habla más de D ios, lo que más
nos lo recuerda, lo que nos acerca más a D ios, si nos
preguntam os qué es lo que nos hace más sem ejantes a
él y lo que más n os com u n ica el sabor, el c o n o c i­
m iento ín tim o y el gusto de D io s, no hay duda de
que la respuesta es el am or. C risto en toda su re a li­
dad es para nosotros el am or, la palabra que narra la
p ro fu n d id ad de D ios Padre, la inm ensid ad de la b o n ­

36 V. S o lo v ’ev, Duchovnja osnovy íizni, trad. italiana cit., págs. 9 5 “


96.
37 Gaudium et Spes 22-

51
dad de D ios y sus m aravillas. C risto es palabra p r i ­
m ordial de vida que se ha dejado tocar y gustar, p o r ­
que en su cuerpo ha hecho visible ese am or absoluto
en los abismos del am or trin itario, que supera al h o m ­
bre. C risto es la im agen de u n h om bre sencillo, co n ­
dicionado p o r todo lo que es historia, marcado p o r los
acontecimientos de la vida hum ana, con una inteligencia
y una psique im pregnada p o r el am or. E l aconteci­
m iento pascual de Cristo es el m om ento culm inante de
la revelación de lo que es « A b b á » , el « P a d r e » . Este
hecho de llam ar a D ios Padre recoge la últim a y más
p ro fu n d a aspiración que h ab ían m an tenid o durante
siglos generaciones enteras desam paradas de los des­
cendientes de A d án .
E l C u erp o de C risto es, en el cosmos y en la h u ­
m anidad, totalm ente espiritual. Es espiritual porque es
palabra de D ios, revelación de D ios, com unicación de
D ios y nuestra vuelta a D ios.
E n C risto el h om bre es totalm ente espiritual p o r ­
que es D ios. C risto en la cruz que, con el p o d e r del
E sp íritu Santo, se ofrece a sí m ism o en sacrificio ab­
soluto y am oroso, es una p erson a en la que todo está
| hipostáticamente unido en el am or. N o hay u n solo áto-
| m o de la perso’na de C risto que no esté asum ido en
' el A m o r y vivido en fu n ció n del am or. C risto se c o n ­
sum a com pletam ente en el am or, y el auténtico sign i­
ficado de lo espiritu al se fundam enta en su Pascua.
C risto es verdadero D ios y verdadero h om b re: C risto
verd ad ero hom b re es C risto verd ad ero D io s, o sea,
am or del Padre. Toda la hum anidad asum ida en C ris­
to se une hipostáticam ente en la hipóstasis del h ijo, en
el am or filia l al ú n ico Padre, fuente del A m o r y de la
vida. E n C risto en la cruz se revela la últim a verdad
del h om b re: su filiac ió n de D ios Padre.

53
2 0 . L a dim ensión eucarístic.a de lo espiritual
Padre, te dam os gracias p o r tus d on es; haz que
la fuerza d e l E sp íritu Santo, qu e n os has c o ­
m u n ica d o en estos sacram entos, perm an ezca
en n osotros y tran sfo rm e nuestra v id a .1'1
M e p o stro , S e ñ o r, ante tu p resen cia en este
universo a rd ien te y, en los sem blantes d e todo
lo qu e en co n tra ré, de todo lo qu e m e su ced e­
rá y de todo lo qu e realizaré en este día, te a n ­
h e lo y te e sp e ro .39
L os sacram entos, com o realidad fundada p o r C r is ­
to y en C risto en su m isterio pascual, son esp iritu a­
les. L o s sacram entos cristifican la historia, la creación
y al hom bre m ism o. Las realidades escogidas p o r C r is ­
to, com o el agua, el p an y el vin o , son com u n icación
de Dios de manera personal, o sea, a la manera de C ris­
to. E n el sacram ento, D io s am a sensiblem ente a la
creación y a la h u m an id ad. C o m o la ha am ado en su
H ijo Jesu cristo .
E l dogm a de la eucaristía ofrece el auténtico sig n i­
ficado de lo espiritu al y de la vida espiritual. E l p an
y el vin o, dos realidades que u n e n el fru to de la tie ­
rra y el trabajo del h om b re, en la consagración euca-
rística, p o r la poten cia del E sp íritu Santo, se con vier­
ten en una realidad plenam en te espiritual, el cuerpo
y la sangre de C risto . U n trozo de pan, en la litu rgia
eucarística que celebra la Iglesia p o r m edio del m iste­
rio del sacerdocio y con el don del E sp íritu Santo i n ­
vocado en la Epíclesis, nos n arra toda la historia de
C risto, nos hace presente toda la salvación realizada p o r

38 Oración de después de la comunión del X X X II Domingo del tiem ­


p o ordinario (N. del T . : traducción de la versión italiana del Misal ro
mano, que difiere de la española).
33 P. TeijlHARD DE ChARDIN, La Messe sur le m onde, París 1965, trad.
italiana La Messa sul M ondo, Brescia 1990, pág. 31.

53
él y nos com unica realm ente el don que ha hecho de
sí m ism o.
C risto parte el pan y lo da en m anos de sus d iscí­
pulos. Éstos al com erlo lo destrozan y viven, porqu e
se com e para vivir. C risto id en tifica este p an y este
acto con él m ism o. E l cuerpo de C risto se entrega en
manos de los hom bres, se deja maltratar y destrozar por
ellos y tom a sobre sí m ism o toda la violen cia acum u­
lada p o r el pecado del m u n d o ; cuando, colgado de la
cruz, extenuado y ensangrentado, m ira a la h u m an i­
dad, dice con toda su p erso n a: « G u sta d y ved qué
bueno es el S e ñ o r» . Qué bueno es el Señor que se deja
tratar así p o r el hom bre y que ama tanto a la hu m a­
n id ad que se p o n e totalm ente en sus m anos, aunque
sepa que son m anos de p ecado r y de una gen eración
perversa y violenta. A sí la hum anidad ve quién es D ios
de veras, todo lo in fin itam en te bu en o que él es. Y
con él la hum anidad sobrevive p orq u e vuelve al Padre,
acaba el exilio de A d án y com ienza el éxodo en los de­
siertos, en las tierras áridas en que n o hay agua n i
vida. E l hom b re vive de su relació n fu nd ante con su
creador y padre, relación que se hace posible cuando
C risto en la cruz derrota la falsa im agen de D ios, in ­
sin u ada en el corazón h u m an o p o r la antigu a se r­
piente, y revela definitivam ente que D ios es Padre p o r­
que es am or. E l cristiano celebra la eucaristía y co n ­
tem pla el d o n de D ios, que n o da sino que se da.
E l que va a la iglesia y en el o fe rto rio ofrece el
pan, fruto de la tierra, ofrece u n pan amasado con pre­
ocupaciones, dolores y problem as. O frece un pan m an­
chado con el pecado y las heridas de la vida cotidiana
que no hablan de D ios y desgarran el corazón. Pero
la m ism a p erson a sale de la iglesia y vuelve a casa con
C risto .

54
Gomo el pan eucarístico, al convertirse en Cristo, na­
rra toda la historia del sacrificio de Cristo y de su am or
p o r nosotros, así tam bién las cosas ofrecidas ju n to con
el pan, una vez unidas a C risto, empiezan a orien tar el
corazón de la person a hacia él. A unque son realidades
de sufrim iento y d o lor, com o se han u n ido reiterada­
m ente a C risto, o sea, ofrecidas ju n to al pan converti­
do en cuerpo de C risto, esas realidades difíciles y ago­
biantes están ya en el cuerpo de C risto, están unidas a
él y selladas en su carne, com o en la hora de la pasión
cuando él ha cargado con toda nuestra iniquidad.
N o se trata sólo de una o p e ració n racio n al. L o
m ism o que el p an n u tre realm en te, así tam bién el
mismo pan, convertido en cuerpo de C risto, com unica
verdaderam ente su vida, y el cáliz nos hace en trar en
el aco n tecim ien to de la Pascua de u n a m an era tan
existencial que la fuerza de C risto com ienza a obrar en
n osotros dotán don os de su m ism a d im en sión e sp iri­
tual. E n la eu caristía lo que nosotros ofrecem os se
transfigura realmente, de la misma m anera que el cu er­
po de C risto , que en la p asión ha cargado con el m al,
resucita tran sfigu rad o.
V la d im ir Solov’ év, hablando de la belleza, p o n e el
fam oso ejem plo del carbón y del diam ante: se trata de
la m isma realidad quím ica, p ero con diferente estruc­
tura física. E l carbón, con su contradicción interna,
no deja pasar la luz, sino que más bien la com e, la d e ­
vora, la mata, y se queda n egro. E l diamante, en cam ­
b io , deja que b rille la luz y que la m ism a sustancia del
carbón llegue a ser de una belleza indescriptible.
Ese ejem plo nos puede ayudar a com prender la d i­
m ensión cristológica, eucarística y sacramental de lo es­
p iritu al. E l pan puede ser elem ento de conflicto com o
elem ento que se posee y, p o r tanto, elem ento que nos
divide, pero el mismo pan asumido en la eucaristía, en el

55
cuerpo de Cristo, o sea, empapado del amor de Dios, es el
sacramento de la comunión, esplendor de la creación. En
él resplandece la verdad del creado y se refleja el rostro del
creador, que es el Dios dador. E l hombre, su cuerpo, en el
que se mezclan instintos, pasiones, deseos egoístas y volun­
tad autosalvífica, en Jesucristo llega a ser el cumplimiento de
la creación, la verdadera imagen y semejanza del Dios invi­
sible. La materia, el cuerpo y cualquier otra realidad, cuan­
do está penetrada del amor, aparece transfigurada, y así re­
vela su verdad interior. E l pan se convierte en el verdadero
i pan, la bebida en verdadera bebida, y el hombre en verda-
1 dero hombre. El pan recibe la propia verdad interior en la
{ eucaristía, cuando se convierte en comunicación del amor,
¡ cuando está hipostáticamente unido con Cristo.
E n esa clave se com prende que lo espiritu al no sea
u n idealism o racionalista. N o es el h om bre el que da
u n sign ificad o espiritu al a las cosas, sino que es el
m ism o E sp íritu Santo el que en el am or revela la v e r­
dad y el significado últim o de to d o . Se abre la corte
za de lo creado, se desvela el significado últim o de los
acontecim ientos y el am o r abre el corazón y los ojos
in terio res para leer y acoger la revelación en lo crea­
do. N o se trata de u n idealism o, p o rq u e, más allá de
toda especulación, hay u n hecho h istó rico , el de la
cru cifixió n y resu rrección de C risto , y en él todo eso
se ha realizado. La hum anidad ha revelado la d iv in i­
dad, y la divinidad ha revelado la verdadera h u m an i­
dad.

2 1 . E n co n tra r a Dios en todas las cosas


E l tercer p u n to es co n sid era r cóm o D io s tra­
baja y labora p o r m í en todas las cosas criadas
so b re la haz de la tierra.40

40 I g n a c i o d e L o y o l a , Ejercicios espirituales 2 3 6 -

56
[ . . . ] S e p u e d e n ejercita r en buscar la p r e s e n ­
cia d e n u estro S e ñ o r en todas las cosas, com o
en e l conversar con alguno, andar, ver, gustar,
o ír, en te n d er, y en todo lo qu e hiciéram os,
p u e s es verd a d q u e está su divina M ajestad p o r
p resen cia , p o te n c ia y esencia en todas las c o ­
sas.*1
E l co n o c im ien to gravita en to rn o a la n o c ió n
d e o b je to , p e r o sólo e l a m o r n os p u e d e d es­
cen trar en cierta m anera, h a cién d o n o s co n si­
d era r al otro com o su jeto .42
E l cu erp o , cu an do gusta las delicias terrestres,
tien e una in fa lib le experien cia d e l sen tid o ; así
tam bién el in tele c to , cuando se exalta p o r e n ­
cim a d e l e n te n d im ie n to d e la ca rn e, p u e d e
gustar sin e r r o r d e la con so lació n d e l E s p ír i­
tu S a n to . P o r eso d ic e : « G u stad y ved q u é
b u e n o es e l S e ñ o r » , p o r conservar el re c u e r­
d o in o lv id a b le d e lo q u e ha gustado, p o r la
o p era ció n ín tim a d el am or re co n o c ien d o in fa ­
lib le m e n te lo qu e es m e jo r .43
Sigu ien do la estela eucarística de lo espiritu al y de
la vida espiritual, los objetos y los acontecim ientos se
en cien d en ante n o so tro s com o la zarza ardiente de
M oisés en el desierto.
U n a lógica más b ien m ecánica, form al, inclinada al
análisis nos tienta con la pregunta: « ¿ Q u é es e sto ?»

+' IGNACIO DE L o y o l a , Epistolario III, 506 , 513 (N. del T.: en Obras
completas de san Ignacio de Loyola, B .A .C ., Madrid ISb2, Cartas e
instrucciones, 64, pág- 7^9)-
43 J . LACROIX, Personne et amour, Lyon 19 4 0 , p á g . I I .
43 D i a d o c o DI FOTICA, D efínizioni. Discorso ascético diviso in cento
capitoli pratici di scienza e d i discernimento spirituale, n.° 30 , en La
Filocalia, trad. italiana cit., I, pág- 3 5 9 -

57
Pero la acción del Espíritu, con una lógica agápica, nos
invita a arro d illarn o s, a qu itarn os las sandalias, a in s­
taurar una relación con las cosas, con los objetos, con
I lo creado. E l am or, a la pregunta « ¿ Q u é es e sto ?» nos
: susurra el interrogante « ¿ Q u ié n está a q u í? » . E l am or
nos im pulsa a buscar el sujeto en los objetos, y ese su ­
su rro pentecostal habla al intelecto en el corazón. E l
sign ificad o de las cosas sólo se capta reco n o cien d o ,
[ prestando atención, relacionánd ose. N os encontram os
j así de nuevo ante la actitud fu ndam ental en la vida
i esp iritu al: dar la preced en cia, p restar aten ció n . E n
cuanto M oisés em pieza a prestar aten ción al S e ñ o r y
acepta la lógica del am or —no con ocerá al S e ñ o r si no
1 lo considera, si no está atento a él—, D ios le habla. N o
1 se conoce a D ios sin D ios. E l E sp íritu Santo, con la
lógica del am or, hace que los objetos se abran y hace
que de los objetos em erja el sujeto que habla. Esta es
Ua dim en sión espiritual.
E l ú ltim o destino de la creación y de la historia es
llegar a ser una realidad espiritual, o sea, teofánica y
cristófora. La acción del E sp íritu Santo mueve, por
m edio del mundo sensible, nuestros sentidos, suscitando
en ellos el conocim iento y el gusto espiritual; la m is­
ma acción del E sp íritu mueve a la person a que poco
a poco va siendo una realidad trasparentem ente espi­
ritual, o sea, teofánica y cristófora.
Sobre los sentidos hay u n equívoco que ha creado
m uchos m alentendidos sobre su verdadero significado
en la vida espiritual. Los sentidos y todo lo relacionado
con ellos se suelen con sid erar dem asiado a m enudo
com o u n obstáculo para la vida espiritual y, p o r eso,
se com baten y se hacen ejercicios ascéticos para ven -
l cerlos. P ero los sentidos son u n d o n con ced id o al
j| cuerpo y parte integrante del m ecanism o cognoscitivo
! del h om b re. Su verdadero significado está en gustar la

58
b o n dad del cread or; p o r tanto, tienen una fu n c ió n
en la vida espiritual.
T odo sentido co rp o ral tiene su gem elo en el E sp í­
ritu . U n sentido exterio r tiene su gem elo en la parte
in te rio r del alm a, allí donde el alm a se abre al E s p í­
ritu (nos servim os de nuevo de los tres círculos de la
tricotom ía). D e hecho, la vida espiritual consiste en m i­
rar con los ojos externos y ver con los ojos in tern o s,
o sea, con los ojos espirituales.: la m ism a realidad v is ­
ta con los ojos corporales se lee in teriorm en te com o
u n a realidad espiritual, así llega a ser lo que realm ente
es, o sea, una realid ad que dice algo de D io s, que
orien ta hacia él. Progresivam ente, el gusto externo y el
gusto in tern o se van haciendo u n solo gusto. Lo que
los sentidos exteriores percib en interiorm en te se c o n ­
vierte en gusto espiritual.
S i su d iv in id a d [la d e l E sp íritu S a n to ] n o i lu ­
m in a lo s rin c o n e s d e n u estro corazón con su
o p era ció n ín tim a, n o p o d re m o s gustar el b ie n
en sen tid o in d iviso , o sea, con una d is p o si­
ción ín teg ra .4*
E l Espíritu Santo, con su revelación interior, o rie n ­
ta el gusto externo hacia su gem elo in tern o . A sí el E s ­
p íritu Santo realiza la ob ra de la semejanza con D ios.

2 2 . T a m b ié n la m u e rte y el pecado p u e d e n se r
e sp iritu a le s
« C o n su m u erte ha ven cid o la m u e rte » . E n
consecuencia n in g ú n h o m b re m u e re ya s o lo ,
p o rq u e Cristo m u ere con él para resucitarlo con
¿ ¡t í

14 Ihíd., n .’ 2 9 , pág. 3 5 9 .
*5 P. EVDOKIMOV, L'art de l ’ieóne. Théologie de la bes o té, París 19 ^2 .,
trad. italiana Teología delia bellezza, pág. 2 9 0 .

59
Sabem os que hay muchas cosas en el hom bre que
se resisten a lo espiritual. E l hom bre está continuamente
tentado de ser él m ism o q u ien ponga los lím ites e n ­
tre lo que es espiritual y lo que no lo es, entre lo que
constituye la vida espiritual y lo que queda íuera de ella.
Pero además de las clásicas tentaciones del gn osti­
cism o, hay otras, tam bién clásicas, com o la de no co n ­
siderar espiritual la m uerte. N o sólo la m uerte en su
sentido estricto sino tam bién la m u erte in te rio r, la
ru ptu ra con D ios, el rechazo de él, la auto afirm ación
y confianza en las propias fuerzas, o sea, el pecado. Y ,
ju n to con eso, todo lo que de algún m odo form a p a r­
te del pecado y de la m uerte, com o, p o r ejem plo, la
frustración, el fracaso, la injusticia, el su frir violencia,
el ser escarnecidos e in com p ren d id os. A l tratar de la
vida espiritual no se pu eden ign o rar esas realidades.
C on un potente m ovim iento de las m anos, C ris­
to arranca de lo s in fie r n o s a A d á n y E va, qu e
se habían extraviado. E s el en cu en tro c o n m o ­
ved o r de los dos A d á n , q u e profetiza ya el p ie-
rom a d el r e in o . A h o ra los dos A d á n co in cid en
y se id e n tific a n n o ya en la kenosis de la e n ­
carnación sin o en la g lo ria de la paru sía. « E l
q u e ha d ich o a A d á n '¿ D ó n d e estás?’ ha su b i­
do a la cruz para buscar al que había p e r d id o .
H a bajado a lo s in fie r n o s y ha d ic h o : V en,
im agen y semejanza m ía » (H im n o d e S. E fré n )
[ ...] . « Y e l S eñ o r, ex ten d ien d o la m ano, hizo
el signo d e la cruz sobre A d á n y so bre todos los
santos y, tom ando de la m ano a A d á n , su bió
de lo s in fie rn o s ; y todos los santos lo sig u ie­
r o n C r i s t o n o sale d el se p u lc ro sin o < d e
en tre lo s m u e rto s» , ek n e k r ó n .46

+ei P. EVDOKIMOV, L'arí de l'icón e. Théologie de la heauté, París 197 2 ,


trad. italiana Teología della bellezza, pág. 3 0 0 .

60 ________________________
E l hom bre adánico, el hom bre de C aín, tras la trá ­
gica experiencia del pecado huye del R ostro del S e ñ o r
y se refugia en la tum ba. E l im perio de la m uerte y de
los in fie rn o s le parecen u n refu gio seguro. S i D io s
n o puede entrar en la tum ba, será tam bién verdad la
inversa: la m uerte no puede ser u n a realidad e sp iri­
tual, la m uerte no puede hablar de D ios, los m uertos
no cantan las alabanzas del S eñ o r.
Pero para llegar a la tum ba hay que pasar p o r todo
lo que la precede. E l pecado ha causado la m uerte y,
p o r tanLo, el p ecado no puede ser u n a realidad esp i­
ritual. A sí, el hom bre está convencido, en cierto m odo,
de que la tum ba es el lugar al que D ios no llega. P o r
eso, el rqino h um ano es el ám bito en el que el h o m ­
bre piensa que es el único dueño y señor, y en eso con ­
siste precisam ente el pecado. Pero en C r is to D ios ha
entrado en la tum ba y ha tom ado sobre él el pecado
del m u n do. E l árb o l del E d én , en el que el h om b re
ha puesto su m irada apartándola de D ios, es una tram ­
pa, u n cebo para atraer al hom bre con falsas p ro m e ­
sas. D e ese árbol el h om b re esperaba la divinización,
los atributos del absoluto, la belleza, la bondad y el co ­
nocim iento o verdad. Pero el fruto de ese árbol no ha
traído más que la m uerte de generación en generación.
Pero D io s n o ha olvidado al h om b re que lo ha
cam biado p o r el árbol.
nuevo, viene él m ism o, baja en person a y se deia cía-
var sobre el leño de ese árbol que miraban los ojos id ó ­
latras del hom bre. Sólo así el hom bre, que tiene su m i­
rada fosilizada en el p ro p io pecado, del que esperaba
la vida, puede ver el rostro de su creador, que ahora
es tam bién el ro stro del salvador. E n el pecado, que
hace al hom bre objeto, el hom bre p odía ver ahora el
rostro de la persona, para poderse u n ir hipostáticamente
de nuevo y ser su sagrada im agen.

61
C o n to d o , el h o m b re sigue p ecan d o . P ero peca
p o rq u e espera del pecado u n alivio, u n a ganancia, a l­
guna conquista, quizá la red en ción . Y después de cada
pecado el engaño es m ayor y la noche más oscura. E l
árbol-p ecad o hace al hom b re objeto p orq u e ese árbol
es tam bién objeto. P o r eso, sobre u n o b jeto -árb o l te­
nía que dejarse clavar el p rin c ip io agápico, el p rin c i­
pio person al, el am or, para que así el h om b re escla­
vo de los objetos pudiese volver a ser de nuevo p e r­
sona y para que la m irada hum ana se elevase de una
cultura de los objetos y de las cosas a u n a cultura del
corazón, de las relaciones y de la com unicación.
E n rea lid ad , n osotros co m p ren d e m o s a D ios,
in clu so n o s hacem os id ea d e él, p recisa m en te
en n uestro p e ca d o . N uestra m a n o , qu e se c ie ­
rra para p o s e e r y m atar, c o n tie n e e l d o n q u e
se hace p e rd ó n y resu rrección para nosotros. E l
m isterio d e nuestra salvación es g ra n d e, ú n ico
en cu en tro p o s ib le en tre n osotros y D io s en e l
p le n o resp eto de la lib e rta d d e los dos *7
1 Es precisam ente desde el pecado, en el que D ios se
i ha dejado clavar, desde donde se le dirige al hom bre
j la palabra.
Es una palabra de resu rreció n : así com o D io s ha
creado al hom bre d irigién d ole la palabra, ahora lo re-
i crea resucitándolo. E n efecto, a él, que no ha peca-
I do, D ios lo hizo pecado p o r nosotros (2 C o r
Pienso que esta expresión paulina es* una de las más im ­
presionantes del Nuevo Testam ento. D ios santo, fie l y
om n ipoten te, se hace pecado para llegar al h om bre
¡qu e yace en el pecado. A sí com o la serpiente en el
desierto acarrea la m uerte, la m irada a la serpiente de

” S. FAUSTl, Ricorda e racconta il Vangelo, Milán 1989, págs. 4 8 1 - 4 8 2 .


Es un comentario de Me 14 ,4 8 : «Habéis salido con espadas y palos a
prenderme, como si fuera un bandido».

62
M oisés trae la vid a. E l pecado y la m uerte hablan de
D ios en Jesu cristo , p orq u e C risto ha cargado sobre sus
espaldas nuestra realidad. Se ha cubierto con el crim en
de la hu m anid ad, y desde ahí nos h a hablado. ¡
C o n tal de volver a hablar con el hom bre, C risto
se deja em pu jar a la m uerte y a la tum ba, para so r­
prenderlo en el últim o escondite donde se ha refugiado ;
para h u ir del D ios viviente, creyendo que la muerte n o
puede hablar de vida n i com u n icar a D ios. Pero tam ­
b ié n esta visión hum ana de la m uerte, cóm o el p e ca- \
do, se revela engañosa. ^
C risto, en su encarn ación, descendiendo al abism o
de los in fiern o s es el culm en de su revelación, su p a ­
lab ra más clara, la im agen de D ios más explícita y n í ­
tida, que com unica a D ios en la m uerte, en la tum ba
y en la resu rrección .
Por tanto, la vida espiritual es también una iniciación
del E sp íritu Santo a la lectu ra esp iritu al de las d i ­
m ensiones hum anas más trágicas y una revelación de
su sentido espiritual.
Pero ¿se puede realm ente con segu ir eso?
S i am ar es co m o en g en d ra r un h ijo , p e r d o n a r j
es com o resu citar a u n m u e rto .48 I
L a respuesta en la vida espiritual está en el p erd ó n .
E l que se descubre a sí m ism o pecador siente todo ^
el peso y toda la oscuridad del pecado; el p en sam ien - \
to vuelve obsesivam ente al lu gar del pecado y al p e ca- j
do com etido. A veces se trata de u n a fu erte sensación |
que viene de im proviso. C o m o si u n pájaro de m al (
agüero hubiese atravesado el corazón, se siente u n gran i
m iedo y el m al que se ha hecho m uestra su rostro de j
m al que pesa y pertu rba. N o se consigue nunca h u ir j

48 A A . W . , Una comunita legge il vangelo di Luca, B o lo n ia 1 9 8 6 ,


pág- 195 -

63
de él. L a m em oria se m uestra herida, cargada y conio

Í clavada sobre u n m on stru o d o lo ro so del que no se


consigue lib erar. O lvidar resulta su p erior a las fu e r-
( zas hum anas. La m em oria cautiva del pecado llen a el
i corazón de angustia, in q u ietu d , rabia, ren cor.
( D e esa m em oria sólo puede lib e rar uno que, com o
( h a escrito Jere m ías, dice: Y o p e r d o n a r é su m a lda d y
-^no m e a co rd a ré más d e sus p eca d o s (Jr 3 I .3 4 1) •
' E l p ecado r que se encu en tra con q u ien p erd o n a
I olvidará la angustia del pecado, pero se acordará siem -
{ pre de q u ien le ha p erd o n ad o . L a m em oria h erida y
( clavada en el m al es curada y transfigurada en m em o -
I ria del bien, m ejo r dicho, en m em oria del b u en o, del
| salvador.
L a dinám ica del pecado es hacer h u ir al pecador le ­
jo s de D io s y del p ró jim o . E l p e rd ó n , en cam bio,
reu n ifica, sana y crea u n nexo inseparable entre peca-
^ do y red en to r. E l p e rd ó n que une el pecado a la p e r-
| sona del red en tor realiza la tran sfigu ración de la m e-
} m o ria y de la m ente.
7 N o se recuerda ya el pecado más que para rec o r-
\ dar a D ios. S i la m em oria vuelve todavía sobre el p e -
{ cado, es sólo para g lo rificar al S e ñ o r que lo ha tom a-
] do sobre él. C u an d o el alm a se em briaga de la b e lle-
| za del S e ñ o r y de su m irada m isericordiosa, el pecado
llega a ser una realidad espiritual, una realidad que
| orien ta hacia D io s. E n el p e rd ó n D ios se com unica al
pecador, y el pecado deja de ser u n a realidad oscura,
putrefacta, que enem ista con la vida y con la relación .
L a trad ició n cristiana nos habla de santos en o ra ­
ción cuyo corazón llo ra con u n llan to dulce p o rq u e,
al recon ocer el p ro p io pecado, se sienten abrum ados
p o r la dulzura de la m isericord ia de D ios, embriaga-^
dos p o r el perd ón , rebosantes de alegría en la fiesta de
la vuelta al Padre.

64
E n este m arco, la peniten cia que el penitente r e ­
cibe es una m ed icina espiritual que le ayuda a p e rm a­
n ecer con la m em oria del p e rd ó n , con el recu erd o
peren n e de la -mitada-jcle. agi.or .del salvador sobre él.
E l pecador p erd on ad o vencerá el pecado y saldrá de la
vida pecam inosa precisam ente porqu e el pecado, que
ya no separará más de C risto, se ha convertido en p ie ­
dra angular de la vida espiritu al que em pezará a co n s­
tru ir con él. E l h om bre se aleja del pecado sobre todo
porque ha conocido al Padre bu en o, al D ios del am or,
y ya no huye de él, sino, al co n trario , corre hacia él.
E n cam bio, el que se lam enta del pecador a rre p e n ti­
do y lo sigue considerando pecador, com o era antes del
p erd ó n , n o es u n h o m b re espiritual. Q u ie n n o m ira
al pecador a través del p e rd ó n que D ios le ha dado es
sólo u n id e ó lo g o ético , que con su ju ic io fé rre o y
dogm ático del otro m uestra que se considera a sí m is­
m o D io s. La m isericord ia hacia el pecador, la com pa­
sión p o r el hom b re que ha pecado es el signo más
claro de la vida espiritu al. A veces en frases de la S a ­
grada E scritu ra se envuelven los ju ic io s crueles y fo s i­
lizados sobre u n h om b re. E n realidad, se trata sobre
todo de dureza de corazón y volu ntad p rop ia (p h ila u -
tía). A sí las norm as éticas y las teorías espirituales se
separan de la vida y se arran can de la visión integral
de la person a. O b ie n se asocian a algunas personas
concretas, que co n u n estilo sectario se con vierten en
n o rm a y ju e z del b ie n y del m al.

2 3 - L a realidad psicológica tiende a lo espiritual


Puesto que toda la co m p le jid a d d e nuestra n a ­
turaleza p r o v ie n e d e nuestra h isto ria dram áti­
ca, de los fracasos y d e las ilu m in a cio n es d e
nuestra lib erta d, toda la am bigüeclad, ya trans­
figurada, d e las «tú n icas d e p i e l » en con trará

65
sitio en el r e in o : n o s adm ira rem os de que los
antros de la nada excavados p o r nuestra lib e r ­
tad en el ser b u en o d e la creación hayan l l e ­
gado a ser en C risto las llagas d e las m anos, de
los p ies y d el corazón p o r las cuales, para siem ­
p r e , la vida divina n o s alcanza y n o s alcanza­
rá .49
O ra r p o r la cu ra ció n in t e r io r sig n ifica ante
1 todo p e rm itir qu e Je s ú s visite todas las zonas de
\ nuestra vida en qu e estam os h e rid o s. [ . . . ] E n
■la base de una h erid a hay un. p ro b lem a d e p e r -
| d ó n . P o r tanto, es un p ro b le m a esp iritu a l.5°
E n m i trabajo pasto ral be p o d id o constatar que
u no de los grandes obstáculos en el cam ino de la vida
espiritual son los fracasos y los su frim ientos de todo
tipo. Cada historia person al deja marcas y traum as en
la psique; además, hay personas que desde su n aci-
| m iento tienen una estructura psíquica muy frágil, a
veces incluso mutilada. Todas esas realidades están muy
cerca de C risto , íntim am ente unidas a su dram a de la
Pascua.
Pero, a m enudo, una cultura form al e idealista nos
desvía y nos ciega, im p id ién d o n o s ver la relació n de
las heridas y de los traum as con el dram a de la Pas­
cua de nuestro S e ñ o í. Y entonces la p erson a es in ca­
paz de captar la palabra de D ios que viene, p ero que
está ya dentro de su corazón.
Com o he dicho anteriorm ente, se oye decir con fre ­
cuencia que es preciso cu rar la psique, liberarse de la
p rop ia historia person al, antes de em pezar a con stru ir
; la vida espiritual. Y o pienso que la cuestión fundamental

115 O . CLEMENT, Questions sur l ’homme, París 1 9 7 2 , trad. italiana R i-


flessioni sull’uomo, Milán 1991, págs. I 3 5 _I 3 6 -
5° N . A S IA U ü HIDALGO - A , SMETS, Sauver ce q u i était p e r d u , P a rís 1 9 8 6 ,
tra d . ita lia n a lo li guarirb, M ilá n 1 9 8 7 , p ág - 2 7 -

66
J á - á í ® S 0^Íé.n„jd¿L amox_ de D ías • 1'
Q u iero decir que tam bién u n su frim ien to p síq u i­
co, una p ertu rb ació n de la estructura person al o u n a
frustración pueden convertirse en recuerdo de Dios, co- ¡
m u n icación de D ios y particip ación en su Pascua. 1
L a d im en sión sacram ental de la Iglesia puede ilu ­
m in ar m ucho este cam in o. U n a persona herida, in c a ­
paz p o r estructura o p o r naturaleza de dirigirse a D ios
y de establecer relaciones serenas con los demás, pue
de vivir una experiencia de am or, de cariño y atención
en una com unidad de cristianos. Si encuentra p e rso ­
nas que, com o h e rm an o s, reco n o cen con am o r su
existencia, aunque les repita m il veces la m ism a h isto ­
ria y m il veces les grite el ren co r que lleva den tro, en
esta relación, sin dejar de su frir, poco a poco irá in ­
tegrando cada vez más su sufrim iento en la relación con
el o tro . Y así ese d o lo r, vivido dentro de una relación
de caridad, em pezará a ser m em oria de la co m u n i­
dad, de la Iglesia, de las relaciones de am or y de li ­
b ertad. Y donde hay caridad allí está D ios.
E l que sufre, el que es víctim a de su neurosis, po
drá experim entar en lo concreto que tom ar co n cie n ­
cia de sus estructuras y heridas psíquicas no lo es todo,
i S í _es decisivo q u ^ la tom a de conciencia del p ro p io
; m u n do p síqu ico, antes desconocido o no recon ocid o,
jjxn g a lugar en el am or, que alguien lo acoja, acepte y
i con fíe a D ios en su corazón.
U A l fin y al cabo, no es tan im portante que u n o lie - !
gue a la tran q u ilid ad psicológica. T am bién ésta p u e ­
de ser u n íd o lo que n o se debe m itific a r. L o que
cuenta y sana de veras es d escu b rir la p ro p ia vida in ­
tegrada y escondida con Cristo en Dios. Puedo elim inar
racion alm en te los ep iso d io s de m i h isto ria que me
h acen s u fr ir , p u e d o n o re c o n o c e rlo s y v iv ir com o

67
n eu rótico, y puedo tam bién aceptarlos, « n o rm a liz a r­
m e » y vivir « t r a n q u ilo » ; p e ro si todo lo que soy y
he sido no se reúne n i se integra en el am or, soy u n
| h om bre a m itad de cam ino porqu e hay toda una p a r­
te de m i h istoria y de m i p erso n a no integrada en el
A m o r etern o. Es fu n d am en tal e n co n trar el m odo de
que todo eso sea tran sfigurado en C risto para la eter­
n id ad .
Para ello, tiene en orm e im p o rtan cia la o ració n ,
dim en sión fu ndam ental de la vida espiritual. Se p u e ­
de vivir concretam ente u n m om en to de acogida y de
aceptación reco n o cie n d o ante el S e ñ o r los p ro p io s
pensam ientos buenos o m alos, los p ro p io s sen tim ien ­
tos violentos o de alegría, abriéndolos a la palabra de
D ios repetida o diciéndoselos sencillam ente al S eñ o r
llamándolo por su nom bre. N orm alm ente son cosas que
u n o hace hablando consigo m ism o, en u n soliloquio
m ental. L a verdadera tom a de conciencia que salva es
p o n e r esas realidades en m anos del o tro . P rob ab le­
m ente n o es lo m ism o si me lib e ro de m is p e n sa­
m ientos y sentim ientos en u n diálogo p ro fesio n al que
si lo hago en una relación espiritu al en la que el otro
relaciona todo eso con C risto . Porqu e no se trata de
tirar fu era los p rop ios pensam ientos, sino de e sp iri­
tualizarlos. N o se trata de re p rim ir o en cu b rir la p r o ­
p ia realidad, sino de apren der a vivir en la libertad de
la relación con él, donde todas nuestras cosas se p u ­
rifican .
La separación de lo psicológico y lo espiritual, o su
confusión, se debe a una visión de la espiritualidad que
no llega a integrar de verdad el d o lo r y el su frim ie n ­
to. L e resulta d ifícil in clu ir en lo espiritual lo que ra ­
cionalm ente no es con trolab le o lo que no entra en
una im agen tranquilizante de la vida: es una distorsión
muy condicionada p o r la lógica form al idealista que im ­

68
pide captar la verdad del am or de D ios. E l am o r de
D ios no tiene a p rio ri form as determ inadas y p riv ile ­
giadas de m an ifestación y realización.
La p erfecció n de D ios consiste en su santidad, que
es el am or. P o r el am or D ivin o, con la E n carn ació n j
histórica de D ios en Jesu cristo , cualquier escenario de ¡
la h istoria hum ana se convierte en u n a ocasión extra­
ordinaria de realización, incluso la form a del siervo su­
frien te y del crim in al: en el m om ento de la c ru c ifi­
xió n se realiza plenam en te el am or. ¡
Deberíamos repensar muchas cosas sobre el problem a
del su frim ien to y sobre la idea de que sólo una p e r ­
sona en perfecta fo rm a psíquica pueda crecer e s p iri­
tualm ente. E n el am or, psique y espíritu se u n e n : la
participación en el sufrim iento y en la m uerte de C ris­
to y la experiencia de la fuerza de la resu rrección es­
tán m ucho más presentes de lo que creem os en las fa ­
tigas de la vida. N o olvidem os que a las tres de la tar- í
de, en el G ólgota, desde la perspectiva de la ló g ica |
fo rm al C risto vive u n com pleto fracaso, m ientras que /
desde la óptica del am or es el m om ento del triunfo so - [
bre la m uerte y el m al. P o r eso, podem os p en sar que^
u n su frim ien to, físico o psíqu ico, visto desde el exte­
r io r sólo puede ser u n a realidad de su frim ien to; p ero
visto desde d en tro , con los ojos del am or de D ios,
que en esa persona sufre y resucita, puede ser una rea­
lid ad m uy diferen te.
La psique hum ana encuentra su verdad en la d i­
m en sión relacio n al, expresa toda su p oten cialid ad y
llega a la realización de toda su verdad en la relación
con los otros. La psique hum ana se p erfeccion a y se
esp iritu aliza en la m ed id a en que se im p lica en el
p rin cip io agápico, o sea, en el p rin cip io de la u n ió n
hipostática. Sólo el am or de D ios sabe hasta qué p u n ­
to u n a realidad está hipostáticam ente u nida en el ága­

69
pe, y sólo él conoce el verd adero sign ificado de todas
las situ acion es psicológicas y psíquicas del h om b re.
Sólo C risto , cuya psique hum ana se integra hipostáti-
cam ente en el ágape, conoce el verdadero significado
de todas las situacion es psicológicas y psíquicas del
hom bre.
E n todas las cuestiones acabamos tropezando con la
lógica form al, con las no rm as sofocantes que n o so ­
tros mismos hemos impuesto en las relaciones. U na poi­
que frágil, llevada con su frim ien to y desequilibrada
nos crea problem as p orq u e quien está desfigurado p o r
el su frim ien to n o responde al ideal form alm ente p e r ­
fecto de nuestras categorías mentales idealistas. Pero una
psique no es necesariam ente sana porqu e responda a
las norm as que nosotros hem os establecido. S í es sana
e íntegra cuando vive en la esfera de la relación , y
cuando se incluye a sí m ism a y al m undo en el p ro -
ceso de integración hipostática, cuando vive en el am or
de D ios.
Q u ie ro hacer todavía dos breves precisiones sobre
el intelecto y los sentim ientos, para aclarar que n o hay
n in g u n a o p o sic ió n e n tre las distin tas esferas de la
p erson a hum ana. N o hay n in g ú n antagonism o entre
intelecto y sentim iento: el sentim ien to no queda fu e ­
ra del intelecto, sino que fo rm a parte de la d im e n ­
sió n racion al. L a razón (ra tio ) y el sentim ien to (af -
fectus) son dos d im en sion es de la m ente (in te lle c -
tus). Cualquier tipo de antagonismo es una falsificación
de la realidad.
T am b ién la vida esp iritu al y el in telecto están in -
{ separablem ente u n id o s: el intelecto h u m ano es el eje
Ide la vid a e sp iritu a l e in clu so se p u e d e d e c ir, en
jcierto sen tid o, que la vid a esp iritu al n o existe fu era
jdel in telecto . H ablam os de in telecto en el sentido
■noble que le daban lo s an tigu o s, el in telecto que

70
ahonda en los abism os on to ló g ico s del corazón h u ­
m an o. T oda actividad del in telecto , si está ilu m in a ­
da p o r las p ro fu n d id a d e s esp iritu ales del co razó n y
guiada p o r el ágape, lleva a u n co n o cim ien to e s p ir i­
tual in teg ral. R acio n alid ad y vida esp iritu al no p u e ­
den ser antagonistas n i rivales, n i p revalecer u n a so ­
bre otra, sino que son com o la levadura que se f e r ­
m enta recíprocam en te. D e hecho, la vida esp iritu al se
recon oce tam bién p o r u n cierto sentid o com ú n , con
el que la p e rso n a esp iritu al sabe d istin g u ir y d e c id ir
sobre sí m ism a y sobre los otro s. G u and o se trata de
los otros y de la capacidad de aconsejar, puede ser más
e sp iritu al acu d ir a u n h o m b re caracterizado p o r su
sentido co m ú n y b u e n ju ic io , que acu d ir a o tro fa ­
m oso p o r algú n tip o de san tid ad . S i ésta n o está
con trastada co n la vid a, p o d ría ser sólo u n a extrava­
gancia o u n m od o de h acer la p ro p ia volu n tad, de la
que ya hem os h ablad o.
E n el pasado existía a m enudo el riesgo de id e n ti­
ficar la vida espiritu al con el racionalism o y el in te -
lectualism o, com o tam bién existía, y sobre todo exis­
te hoy, el riesgo de id en tificarla con e l sentim iento y
el sentim entalism o. U n a id en tificació n de la vida es­
p iritu al con lo que se siente lleva a dogm atizar los
propios estados de ánim o y a favorecer, con el pretexto
del bien y de lo religioso, u n a especie de fanatism o.
E l sentim entalism o espiritual, lleva a u n a fatal fra g ili­
dad de la vida espiritual que im pide e l d iscern im ien ­
to y, p o r tanto, la lectura de la verdad de los hechos,
acontecim ientos y personas.
L a auténtica vida espiritual se puede realizar tam ­
b ié n de m an era com pleta durante largos períod os de
sequedad sentim ental, cuando no « se sien te » nada
fuerte n i explícito salvo una p ro fu n d a conciencia de la
relación con el S eñ o r que se p ro cu ra vivir en la fid e ­

7i
lid ad y espera. C en trarse dem asiado en lo s p ro p io s
sentim ientos puede im pedir entrar en la Pascua y com ­
p ren d er la sabiduría de la cruz y, p o r consiguiente, al
verdadero C risto.

72
A L G U N O S C R IT E R IO S D E V E R IF IC A C IÓ N D E
L A V ID A E S P IR IT U A L

24 * E n el am or no hay cisma
D io s es a m o r; en lo s santos e l E sp íritu San io
es am or. L o s santos qu e están en los C ie lo s
ven el in fie r n o y lo en vu elven con su a m o r,51
L o s que han llegado al re in o de los C ielos y vi­
ven en D ios, ven p o r el E sp íritu Santo los abis­
m os d e l in fie r n o , p o r q u e en todo el universo
n o hay un solo lu ga r en qu e D io s n o esté p r e ­
sente. « T o d o e l C ie lo d e los santos vive en e l
Espíritu Santo y nada d e lo que existe en e l u n i­
verso está ocu lto al E sp íritu Santo. » 5S
L a persona espiritual tiene sobre sí m ism a una m i- j
rada de am or. C o m o am o r significa u n id ad total, es
decir, un organism o vivo en contacto con cada parte
del conjunto, la persona espiritual madura una concien- !
cia de sí m ism a com o realidad cada vez más integral, i
Am arse significa considerarse en la globalidad, no exa- j
gerar en una sola dim en sión , no dividirse en co m - ;
partim entos estancos, no hacer totalizante u n solo as- j
pecto de sí m ism o. A m arse sign ifica ver el sign ificad o j1
de cada cosa en relación con toda la p erson a. i
Lo mism o vale para el am or al otro. La persona es- i-
p iritu al trata de vivir la caridad para con D ios p o rq u e
ha experim entado su am or, que la ha alcanzado y r e ­
dim ido. Para quien ha entrado en el am or de Dios, éste
es el ú n ico deseo de su corazón: am ar a D ios sig n ifi­
ca encontrarse en él con todos, en él y p o r su am or,
en C risto , llegar a cada person a en la tierra. La p e r ­

51 SOFRONIJ (SAKHAROV), archim., Starec Siluan, París 19 5 2 , trad. ita­


liana Silvano del M onte Athos. Vita, dottrina, scritti, Turín 1978,
pags. 12 8 -12 9 .
K Ibíd., pág. 129.

73
sona espiritu al no con oce am ores particulares, sino
que conoce el am or, p o r eso conoce la unidad de las
virtudes y la insign ificancia de las acciones desvincu­
ladas del am or. S i p o r naturaleza está inclin ada a v i­
v ir u n a virtu d más que otra, sufre p o r lo que le falta
y hace m al, participando en la cruz. Este su frim ien to
es precisamente la m edida de la madurez del am or, casi
com o una verificació n de la eclesialidad.

35* E l a m o r n e ce sita de la m a te ria


E l a m or es la fuerza q u e im pulsa a todo ser a
in teg ra r su esfuerzo en la m a teria lid a d pa ra
realizarse.S3
E n la vida espiritual, las m ayores decepciones sue­
len produ cirse p o r la falsa idea sobre u n o m ism o y el
autoengaño. Se puede creer que se es espiritual y no
serlo. Se puede u n o im aginar que se ha puesto en re ­
lación , que ha salido de sí m ism o, que ha traspasado
el um bral de los lím ites del p ro p io yo, y en realidad
haberlo traspasado sólo en la m ente. C ree u n o reco
n o cer la existencia del otro y n o se da cuenta de que
el otro no es considerado objetivam ente p o r él m is­
mo sino como una proyección del propio yo y, p o r tan­
to, n o com o verdadera person a.
H oy se habla mucho de relación, se hacen cursos y te­
rapias relaciónales, y, sin embargo, es difícil encontrar al
guno que reconozca de veras la objetividad del otro.
Todo va bien mientras estamos juntos entre amigos, has­
ta que el otro manifiesta aspectos de su persona que no
nos gustan y entonces las relaciones empiezan a resque­
brajarse. La actitud auténticamente espiritual, como ya he­
mos visto, n o da la precedencia a las propias categorías
mentales, sino al Espíritu Santo reconocido como p ri-

53 J. LA.CROIX, P e rs o n n e et a w o u r, cit., pág- 13-

74
( m er artífice. L o que muestra la autenticidad de la vida
espiritual es la transform ación, o m ejor, la transfigura­
ción de la existencia, porque la acción del Espíritu San ­
to en la historia de la creación y de la salvación es la tran-
j figuración del m undo y de las personas. Si una persona
\ está realmente guiada p o r el Espíritu Santo, su esásten-
| cia es cada día más conform e a Cristo; el am or de Dios,
del que la persona humana participa por el Espíritu San­
to, impulsa a la persona a la transfiguración. E l am or en
el Espíritu Santo realiza la hipóstasis de la naturaleza
hum ana de esa persona; pero la integración hipostática
j de la carne, de la naturaleza, de las realidades heredadas
j y de todo lo que el hom bre es, supone que se ha abier-
| to totalmente al am or, que se ha dejado hacer p o r él.
E l am or necesita de la m ateria en la que realizar­
se com o Persona. L a person a no es u n concepto abs- '
tracto p recisam en te p o rq u e está co n stitu id a p o r el
am or, fundada en él, y el am or es siem pre con creto: j
el p rin cip io agápico es el p rin cip io de la h istoria, de
la con creció n y del esfuerzo com prom etido. A sí pues,
la m edida de la vida espiritu al es la con creción e sp i­
ritu al vivida en lo cotidiano. E n eso se ve si la m e n ­
talidad de la p erson a se co n fo rm a a la caridad, si en
el cuerpo y en los gestos resplandece y se alegra de v i­
v ir en la existencia del am or. U n verdadero padre es- \
p iritu al n o es nunca in d iferen te a los problem as so - i
cíales y econ óm icos de la gente, le interesa cada deta­
lle de la existencia, sabe que todo ha sido creado para
ser asum ido en la p erson a, o sea, en el am or. P o r j
eso, el padre esp iritu al escucha con aten ción cóm o )
vive la p erson a las cosas más cotidianas. Só lo en el f
am or encuentra el m un do su verdadero significado y {
su destino últim o. Hasta la más m ín im a parte del eos- i
m os, si es donada, perm anece eternam ente.

75
La espiritualización progresiva del mundo y de la vida
lleva a la realización de la belleza.54 La belleza en senti- j
do teológico no es el reflejo del absoluto en el m undo, j

sino que es u n m undo transfigurado p o r el am or, en el \


que las diversas realidades están en arm onía. La estética '
espiritual es el signo de una auténtica vida espiritual y de
una profun da com prensión de lo espiritual. P or eso, las
personas espirituales pueden hacer bello el mundo; su pre­
sencia en la tierra marca de m anera indeleble la vida so-
cial, política, ecológica dél tiem po en él que viven. \
E l am or es una palabra visible, com o es visible la
person a espiritual. E l am or es eterno, com o es eter­
na la Persona espiritual, que ha pasado de la m uerte
a la vida p o rq u e ama a los h erm an os.

2 6 . L a vida espiritual en la hum ildad


j E l ayuno, la abstinencia y las vigilias, el silencio
¡ y otros esfuerzos ascéticos n os ayudan, p e r o la
\ verdadera fuerza se encuentra en la hum ildad.
Santa M aría Egipcíaca hizo qu e se desecase su
cuerpo con el ayuno d e un año, p o rq u e n o te­
nía nada para com er, p e ro con sus pensam ientos
tuvo que luchar durante diecisiete años. Tú n o
aprenderás la hu m ild a d de un m om ento a otro.
E l S eñ o r dice: « A p ren d e d e m í la hum ildad y la
m ansedum bre». Para aprender se requiere tiem ­
p o . A lg u n o s se han hecho viejos hacien do es­
fuerzos ascéticos, p e ro n o han a prendido la h u ­
mildad, y n o pueden tampoco com prender p o r qué
n o tienen paz y p o r qué está abatida su alma.55
L a actitud espiritual es la escucha. L a vida espir i-
tual plasm a el corazón h u n iajrio en la d o cilid ad. \
.tA
54 G f. M TENACE, L a bellezza, unitá spirituale, R o m a 1 9 9 4 - i*-'*-
“ SOFRONIJ (SAKHAROV), a r c h im ., op. cit., pág. 4 2 7 - _|_Jf

' 76 -----------------------— ---------


E n la an trop ología espiritual de la Sagrada E s c r i­
tura, la d o cilid ad es la d im en sión fundam ental de la
hum ildad. N o se trata de la hum ildad psicológica tem ­
plada p o r la volu ntad, que puede acabar en el fa r i­
seísm o; tam poco se trata de la hum ildad que d esp er­
sonaliza, que hace inseguros, que llega a m in ar la sa­
lu d m ental e in te rio r de la p erson a. H ablam os de la ]
hu m ildad en sentido teo ló gico -esp iritu al, que c o n si- |
dera hum ilde al que n o encuentra en sí m ism o nada/
seguro en que apoyarse p orq u e su única certeza es el!
am or que el o tro ha derram ado en él, la palabra que |
el otro le ha escrito en su in te rio r, y que m isteriosa- |
m ente lo eleva. M aría es tapeinós, tan pobre que no í
encuentra en sí m ism a n in g u n a certeza in falible, p e ro j
está totalm ente orien tad a hacia su S e ñ o r y ha dado la i
precedencia a él. D eja a él la p rim era palabra: ella n o !
es estéril, es virgen , es decir, ha ren u n ciad o a ser eljj
artífice de su vida, ha puesto toda su confianza en él. [
C o m o hu m ilde sierva m ira al S e ñ o r, y así sus m ira ­
das p u ed en cruzarse. U n a p ro fu n d a sim patía hacia el
Señ o r la ha hecho dócil a su palabra más allá de su ca­
pacidad de com p ren sión ; esta hum ildad suya es la ac- |
titud auténtica de la vida espiritual, la que hace sen - 1
tirse al otro com o en su casa, p o rq u e le da espacio, le j
hace vivir. La V irg e n es la im agen incom parable de í
esa m adurez espiritu al: se hace tan dócil que la p a la ­
bra en ella se hizo carne. G uando ya no se tiene m ie ­
do de desaparecer si se cede el puesto, cuando se v e n ­
ce el tem or a p erd er, a term in ar en el olvido si se
hace pequeño p o r el o tro , entonces, y sólo entonces,
se entra en la eterna m em oria de aquel a q u ien h e ­
m os cedido el espacio y nos hem os entregado. M aría ^
ha cedido el puesto a su S e ñ o r y él se ha acordado de
ella y de su gesto eternam ente, y ha elevado su c u e r­
po de m adre al cielo. M aría en su m aternidad ha h e -

77
cho sitio al Señ o r, y él n o la abandona al olvido de la
m uerte, sino que la hace vivir para siem pre con él.
í H em os dicho que la vida espiritual de u n a p erso -
i na es reconocida p o r los otros, porqu e el am or puede
j ser reconocido sólo p o r los que son am ados. Esta h u -
¡ mildad mariana es el signo de que quien la vive no bus­
ca nada para sí m ism o: entra en la m em oria de D ios
p o rq u e aquellos que con su hu m ildad ha hecho ser
dibujan ante D ios su retrato, en m em oria del gesto, de
la palabra y del pensam iento que les ha hecho se n tir­
se acogidos.
Pero tam bién es verdad que una person a espiritual
puede vivir totalm ente desconocida. U na vida e sp iri­
tual auténtica no es necesariamente percibida com o tal.
Ese reconocim iento será verdaderamente posible « só lo »
en la eternidad, p ero com o allí ten drá lugar tam bién
el reconocim iento de la Iglesia com o com u n ión , ya
aquí se tienen que ver algunos signos. Incluso en el caso
de que alguno en esta vida n o sea aceptado, y sea re -
■ chazado, un signo fiable de una auténtica esp iritu ali-
1 dad será su no odio a los hom bres.
A sí pues, el reconocim iento de la vida espiritual p o r
parte de los otros es sólo una de las posibles verifica­
ciones. O tra es la con firm ación silenciosa que D ios da |
al corazón de su siervo fiel. Es la certeza intuitiva de an- 1
dar por el camino de Dios. Es una certeza que no es to- j
zudez, que no es afirm ación en voz alta, pero que su r- j
ge sin duda en el corazón com o u n don am oroso del i
que brota una imprevista seguridad, la prontitud para el l¡
m artirio y, al mismo tiempo, una inmensa hum ildad. Es \
una humildad que llega a transfigurar en positivo incluso
la aversión de quien no com prende y se equivoca y, so ­
bre todo, la soledad del fiel desconocido.
Es más, precisam ente porque la vida se consum e en I
fid elid ad escondida y despreciada, llega a ser zarza a r- [

78
diente en el m u n d o , m isterio pascual. U na zarza de la
que nos dam os cuenta sólo cuando se ha consum ado
el sacrificio. ^

27- E l am or a los enemigos

Este a m o r al en em ig o es e l ágape, el m ism o ¡


a m o r sin fo n d o co n e l q u e p i o s n o s ama, es
D io s m ism o .56
E l am or, com o actitud relacional hacia el otro en
su totalidad, nadie puede crearlo con su voluntad, fo r ­
zándose a am ar. E l a m o r fo rzad o pu ed e d u ra r u n f
poco, y lu ego pasa a p e d ir cuentas. Se p ide la devo­
lu ció n de lo que se ha hecho p o r el otro, se espera u n
« s a la r io » o, p o r lo m enos, el reconocim iento del es­
fuerzo o una palabra de agradecim iento. E l am or fo r - ¡
zado es u n am o r com ercial que se parece a la esclavi- j
tud. Es una tentación en la que a m enudo caen los p a - i
dres: «H em o s sacrificado todo p o r ti, y tú nada, haces j
lo que quieres y n o piensas en n o so tro s» . ^
Pero el am or no es eso. Es la m anifestación más ex- .'
plícita de nuestro parentesco con D ios, es la p artícu ­
la de D ios que cada uno lleva dentro y que hace e n - )
trar en el cam ino del verd adero am or. U n cam in o
largo que puede p artir del sim ple am or hum ano, pero
que se pierde en el inescrutable am or trin itario , p o r ­
que está más allá de la ascesis y del esfuerzo de la v o ­
luntad, y es p u ro d o n que hay que acoger con asom -'
b ro y tem blor, entregándose plenam ente. Es el am or
a quien nos ha hecho algún mal.
E l am or a los enem igos es índice de una vida es­
p iritu al m adura. Sólo el am or de D ios es capaz de f
am ar a quien nos ha hecho m al y de alegrarse sin ce- j
ram ente y agradecer al Señ o r p o r el éxito de quien nos (

56 A A . W . , Una co m un ítá legge il vangelo di Luca, cit., I, pág. 19 5 .

79
ha ofen d id o . Esto puede hacerlo sólo la o m n ip o te n ­
cia del Espíritu. Santo, que hace cristoform es y tran s­
figura la m entalidad haciéndola semejante a la de C ris­
to, que se ha entregado en nuestras m anos cuando to ­
davía éram os enem igos de D ios.

2 8 . L a sabiduría de la cruz
Estamos en el in te r io r de la m u erte a d o n d e ha
b a ja d o e l m is m o q u e p o d ía d e c ir : « S o y la
vida^>. Esa es la razón p o r la que su vida ha sido
una in c o n c e b ib le laceració n en la qu e se han
visto en globados todo el m al d e l m u n d o y to ­
das nuestras m u ertes; así toda angustia, todo
o d io , toda sep a ra c ió n , toda m u e rte y todas
n uestras m u ertes están anuladas o m ás b ie n
cambiadas, con la m ism a fuerza, en confianza,
am or y vida p o r aquel y en a qu el qu e fu e o b e ­
d ie n te al P a dre hasta la m u erte y que, co n su s­
tancial al P a d re y al E sp íritu en la p le n itu d
trinitaria, se ha h e ch o consustancial a n o s o ­
tros hasta el in fie r n o , para q u e tam bién n u e s­
tro in fie r n o , nuestra m u erte, se lle n e de luz,
en cuanto nuestra libertad se deje plegar. E l i n ­
fie r n o y la m u e rte su fre n una m eta m o rfo sis
p o r m e d io d el que, aban d on án d ose a su so b e ­
rana com pasión, in tro d u c e el a m o r más fu e r ­
te que la m uerte en el lugar espiritual en el que
el o d io , el o rg u llo y la desesperación in d ica n
el re in o d e l sepa ra d o r; así, en un m ism o m o ­
vim iento, Cristo ro m p e las p ied ra s d e las tu m ­
bas y las pu erta s d e l in fie r n o .57
La vida espiritu al incluye la com p ren sión e sp iri­
tual de la cruz que inevitablem ente se encuentra en la

57 O ClÉMENT, Q upstions su r l ’h o m m e, trad . italiana cit., págs. 133-134-

8o
vida. T e n e r u n a relació n eq u ilibrad a co n la cruz es
realm ente u n arte espiritual. Su pon e n o buscarla, n o
jactarse de ella, no castigarse con la cruz, n o hacerse
el h éroe ayudando a toda costa a los otros a llevar la
suya.
Respecto a la cruz surgen algunos com p o rtam ien ­
tos que m uestran u n a espiritu alidad poco clara e i n ­
cluso insana. Puede u n o creer que, para santificarse,
está obligado a escoger en la vida el cam ino más m a r­
cado p o r la cruz. Puede u n o creer que se asemeja a J e - \¡
sucristo yendo a buscar el su frim ien to. Pero así se cae f
en la soberbia espiritual. ¿C ó m o puede el h om bre es- j
cogerse p o r sí solo la cruz que tiene que llevar, si el j
H ijo de D ios, al abrazar la cruz, tiem bla y pide al P a - ;
dre evitarla si es p o sib le ? ¿Q u é p resu n ción espiritu al i
hay detrás de quien escoge el p ro p io vía crucis para ser !
perfecto y cristo fo rm e, si el H ijo de D ios en la cruz {
ha gritado a D ios p o r qué lo ha aban don ado? 1
A sí pues, en to rn o a la cruz se esconden muchas
tram pas y m uchos engaños para la vida espiritual, que
a veces sólo son oscuros ju egos de la psique. L a sab i­
du ría de la cruz, en cam bió, es característica de q u ien
está guiado p o r el E sp íritu . Sabidu ría de la cruz sig ­
nifica acoger el am or que el Espíritu da y ser conscientes
de que p o r ese am o r se entra en la lógica pascual,
porque quien ama sufre, quien se expone al am or y es­
cribe en el am or la historia de la propia existencia, e n ­
tra inevitablem ente en la cruz. La sabiduría de la cruz
es la lógica inversa del m u n do. E l am or da la fuerza
para sacrificar el propio apego a todo lo que a uno más
le ata y da la capacidad de darlo todo. T odo lo que se
da perm anece para siem pre: la lógica de la cruz es la I
lógica de la resu rrección . j

81
2 9 * L a c u ltu ra del re c o n o c im ie n to (co n viven cia
m u lt ic u ltu r a l, m u ltié tn ic a y m u lt ir r a c ia l)

La actitud cristiana ante el m u n do n o p u ed e ser


nunca una negación, ascética o escatológica. Es
siem p re una afirm ación, p e r o escatológica: una
su p era ció n in cesa n te hasta e l té rm in o en el
que, en vez d e cerrar, a b re todas las cosas más
allá d e s í m ism as.38
O tra verificació n de la vida espiritual se realiza en
el ám bito cultural, o m ejo r, intercu ltu ral.
L a cultura tiene en sí m ism a una dim en sión espi­
ritual, porqu e la cultura supone com partir y co m u n i­
car, y hemos visto que todo lo que orienta a otro y lle­
va a la com unicación es espiritual. E l riesgo, para la
cultura, es el de fosilizarse, considerarse ya realizada,
porque entonces pierde la energía del im pulso hacia los
otros, le falta la fuerza de la com unicación.
A l m ism o tiem po, una p erson a que m antiene viva
la actitud espiritu al del reco n o cim ien to del o tro se
m antiene tam bién viva culturalm ente. La person a es­
p iritu al establece respecto a los otros la m ism a actitud
de aten ción in te rio r que tiene respecto al E sp íritu .
Su pon e atención, reconocim iento y tener en cuenta al
o tro. Y todo eso se realiza en la com unicación. C u a n ­
do realm ente com unico con el otro , lo reconozco de
veras, a la vez que me entrego y m e com unico a él.
Ese es precisam ente el corazón de la cultura: la ac­
titud religiosa que, p o r la fuerza del am or que brota
del centro, mueve a la persona a com unicar. U n a p e r­
sona espiritual, y p o r consiguiente culturalm ente viva,
es en u n a cultura u n p rin cip io de apertura y de co ­

58 P. Evdokimov, L ’amour fou de Uieu, París 1 9 7 3 - trad. italiana l'a -


m ore folie di D io, Roma 1983, págs. 129-13O (N. del T.i traducción
española E l amor loco de Dios, Madrid 19 9 0, pág. 115).

82
m unión que tiende a la com unión universal. U na p e r ­
sona espiritual está en perm anente diálogo cultural,
sabe que nin gu n a cultura es absoluta en su m an ifes­
tación concreta e histórica, que el único absoluto de
la cultura lo constituyen los valores y significados ex­
presados en el recon ocim ien to del otro y en la b ú s ­
queda de com u n icación . Sabe d iscern ir en la cultura
lo esencial y lo accidental, lo auténtico y lo artificial.
E n el fo n d o , la p erson a espiritual sabe que las p ala- 1
bras, los gestos y todo lo que com pone el tejido c u l­
tural puede ser salvado sólo si se pon e al servicio del
diálogo y del recon ocim ien to de los otros.
A sí pues, la verdadera cultura es u n ám bito que
nos perm ite am ar al p ró jim o . N o es posible u n re c o ­
nocim iento integral del otro si no hay también una im ­
plicación cultural, u n « a m o r cu ltu ral» . E l culm en del
am or cultural es m o rir a la p ro p ia expresión cultural
p o r am o r al o tro , h acer tam bién que el p ro p io tejid o
cultural se viva con C risto en la Pascua. 1
E l hom b re espiritual sabe que aquello a lo que re - [
nu n cia p o r am or al otro resucitará con C risto al fi- i
nal de los tiem pos. M o rirán las lenguas y resucitarán
sólo las que se hayan integrado en C risto . Y en él se
in teg rarán las lenguas que, al fin a l de los tiem pos,
sean reconocidas p o r los que han sido am ados en esas
lenguas. E l hom bre espiritual sabe que en la propia cu l- ;
tura hay ya algo de eterno, que no hay que d efen d er I
con violen cia n i proteger con exclusivism o, p o rq u e la í
violen cia y el exclusivism o son los asesinos de la c u l- i
tura. E l hom b re espiritu al sabe que está cu ltu ralm en - |
te vivo en la m edida en que está abierto a la fuerza in - !
te rio r del am or que lo m antiene orien tad o al otro en |
la com u nicación. Sabe que toda con creció n cultural i
que le es querida puede ser tam bién un ídolo peligroso
que se interpon ga entre él y el otro. P or eso, el h o m -

83
\ bre espiritual sabe en su corazón que es más im p o r-
f tante perm anecer abierto y en relación con el otro, aun-
í que con eso ren u n cie a las form as culturales propias.
E n efecto, es más im portan te el am or, que resucitará
de entre los m uertos todas las form as a las que u n o ha
ren unciado para m an tener la relación con el otro. La
cultura es el fen óm en o que más directam ente nos re -
! cuerda la paradoja del am or. S i querem os m antener lo
i que hay de más precioso y b ello , hay que vivirlo todo
I en la lógica pascual del am or.

3 0 . L a vocación y la resurreción

A legraos en el S eñ o r, vosotros todos siervos d e


1 D io s y re c o n o c e d vuestra vocación com o p r i -
[ m e r signo d e su a m o r para con vosotros.59
T o d o s los seres, todas las cosas qu e n u estro
a m o r hace p a rticip a r en la p resen cia tendrán
tam bién un lugar en la nueva Je r u s a lé n .60
O tro criterio que puede ayudar a verificar la au­
tenticidad de la vida espiritual es el aspecto de la v o ­
cación.
E l comienzo de la vida espiritual es verse tocado por
Cristo. El encuentro con Cristo, en el lugar y momento
que m enos se espera, incluso en el pecado, es el des-
, cu brim iento sorpren dente del D ios am or, es u n don
| que llena de adm iración y gratitud hacia el salvador que
• viene personalm ente a lib e rar al am ado. L a vida espi-
i ritual empieza con el reconocim iento de la acción con -
¡ creta de D ios dentro de u n o m ism o y m arca el fin al
* del con ocim iento abstracto y teó rico de él.
Vam os a volver u n m om ento al esquem a de la t ri­
cotom ía.

59 J u a n C iI m a c o , Scala paradisi, I, 6 , P G 8 8 , 641a-


60 O. CLÉMENT, Questions sur rhom m e, trad. italiana cit-, pág. 136-

84
E l com ienzo de la vida espiritu al coincide co n la
tom a de con ciencia del am or de D ios que p o r el E s ­
p íritu Santo trata de p e n etrar todo nuestro m u n do
psíquico y corpóreo para llegar tam bién al m undo que
nos rodea. E n eso consiste el m isterio de la voluntad
de D ios y de la vocación cristiana: la voluntad de D ios
es que el m u n do se vea am ado p o r él y que vuelva a
él. La vocación cristiana es la respuesta a esa palabra,
conformarse a esa voluntad. Responder quiere decir bu s­
car la m anera de que el am or de D ios penetre la p e r ­
sona más fácilm ente, más com pletam ente, más r a d i­
calm ente y se expanda al exterio r de fo rm a que lo s
otros lo pu edan sentir.
V iv ir la p ro p ia vo cació n sig n ifica v iv ir segú n el
p rin c ip io agápico, m o rir con tinu am en te a todo a p e ­
go, au to afirm ació n y egoísm o. A sí pues, vivir la p r o ­
p ia vocación sign ifica, con el p o d e r del am or que se
nos da en el E sp íritu Santo, arran car el p ro p io c u e r­
po y la p ro p ia p erso n a de la m u erte. T odo lo que es
« in v a d id o » p o r el am o r se tran sform a en la resu ­
rre cc ió n . D ejar que el am or clave a la p ro p ia p e rso ­
na sign ifica grabar en el cu erpo hecho p o r m anos de
hom b re las señales que después de la resu rrecció n lo
h arán rec o n o c ib le . C risto , clavado en el m om en to
del am or absoluto, es reco n o cid o p o r sus discípu los
p o r las señales de los clavos.
U na vida espiritual auténtica es una vida para la re ­
surrección. Es u n a vida serena y pacificada, porque una
vocación vivida espiritualm ente lleva a u n h u m o r sano
respecto a sí m ism o y a los acontecim ientos de la vida.
E l sentido del h u m o r m erecería u n tratam iento es­
p e cífico , y n o debe ser in fravalo rad o com o signo de
la m ad u ración espiritu al. N os referim o s al h u m o r en
el sentido de tom arse a sí m ism o y a las cosas con esa

85
distancia típica del am o r que está, p ero que es com o
si no estuviese.

3 1 . £ 1 d iscern im ien to

E s n ecesario q u e lo s q u e luchan conserven la


m en te al abrigo de las olas, para que el in t e ­
lecto , d is c e rn ie n d o lo s p e n sa m ien to s q u e lo
atraviesan, vuelva a p o n e r en el tesoro de su m e ­
m o ria lo s p en sa m ien to s b u en o s y enviados p o r
D io s; y lo s oscuros y d em o n íacos los eche f u e ­
ra d e los depósitos d e la naturaleza.61
E l que piensa según la lógica form al cree que la vida
espiritual es u n ideal a realizar.
S in em bargo, com o ya hem os visto, se trata de u n
proceso que no apunta a u n a meta form alm en te al-
canzable, sino a u n organism o vivo person al que no se
puede con vertir en algo abstracto. Se trata de u n d i­
nam ism o que cuanto más rad ical, más p erfecto es.
A q u í no se entiende la radicalidad en el sentido de u n
gesto drástico o h ero ico , sino de Una orie n tación ra ­
dical a C risto con todo el im pulso del E sp íritu que da
el am or. Eso quiere decir que las realizaciones de la
vida esp iritu al p u ed en ser m uchas y com pletam ente
diferentes.
Entramos en el tema del discernimiento. La auténtica
vida espiritual llega a su m aduración p o r el arte de dis­
cern ir. E l discernim iento del am or es la garantía de la
salud de la vida espiritual. H e p o d id o com probar p o r
m í m ism o cóm o pu eden in flu ir la fragilidad , la in e s­
tabilidad psíquica y las desviaciones en las personas, es­
pecialm ente jóvenes, que em pren den u n cam ino espi-

51 DlADOCO DI FOTICA, Definizioni. Discorso ascético diviso en cento


capitoli pratici di scienza e di discem im ento espirituale, c it., n .° 2 6 ,
pág. 357-

86
ritu al. Se puede ser presa de fundam entalism os, in te -
grism os y fanatismos interpretando la Sagrada Escritura
en sentido ú n ico , dogm atizando u n a sensación o to ­
m ando p o r voz de D ios el p rim e r pensam iento que se
cruza en la m ente. T odo esto y más puede suceder si
no hay u n trabajo serio de discernim iento de los acón - f
tecim ientos, de los encuentros y de las lecturas, si no
* ' ¡
se aprende a d isce rn ir entre los pensam ientos y sen--]
tim ientos que llevan a C risto y los que alejan de él. E l \
discernim iento protege el cam ino de los peligros, de
las caídas y de las exageraciones.
Q u ie n in ten ta o ra r so lo basándose en lo que
ha o íd o d e c ir o en lo q u e ha a p re n d id o se
p ie r d e com o u n o qu e n o tien e g u ía ,6a
L o s santos p a d re s h a b lan d e m u ch os q u e se
habían p u esto a practicar la o ra ció n d e m o d o
in adecu ad o , sig u ie n d o m éto d o s para los cuales
n o estaban m aduros n i eran capaces, y qu e han
caído en la ceguera esp iritu al o h a n su frid o
p e rtu rb a c io n e s m en ta les.63
U n a vida esp iritu al sana se in ic ia ju n to con lo s )
otros, en la Iglesia, y se cam ina acom pañado, en co m ­
pañía, con una am istad espiritual o, de todos m odos,
con el am or de u n padre espiritual. Aventurarse en so - *f
litario en las p rofun didad es espirituales supone co rre r |
grandes riesgos de extravío, desviaciones y anom alías, i
Q u ien se lanza con entusiasm o en la vida espiritual,
pero n o acepta u n guía, puede acabar desilusionado,
amargado e incluso sin fe, porque no sabrá superar los
obstáculos, los espejismos y las com plicaciones que e n -

6" GREGORIO SINAITA, e n La Filocalia, a cargo d e M .B . Artioli y M.F.


Lovato, Turín 1985» pág- 60 1.
63 I. BRjANÓANINOV, Preghiera e lotta spirituale, Turín I 9 9 1 - pág- 146.
Es traducción italiana de Soíinenija Episkopa Ignatija, en la edición
de Pietroburgo de 19 0 5 , págs. I 4 7 _2 5 4 -

87
contrará en el cam ino. Pero tam bién es posible que el
m ism o E sp íritu Santo conduzca in teriorm en te a una
person a de form a que vaya m adurando sin ayuda ex-
j terna. E n la historia siem pre han existido los llamados
«teodidactasí*, o sea, aquellos a los que D ios enseña­
ba directam ente. Todo lo dicho anteriorm ente servi­
rá para verificar si se trata o no de soñadores o apa­
sionados.

Conclusión
N o he preten d id o hacer u n tratado exhaustivo de
vida espiritual, sino que he querido p o n e r de relieve
los puntos de la vida espiritual y del significado de lo
espiritual que, a m i ju icio , son im prescindibles para su
com prensión y que, al m ism o tiem po, tienen una gran
im portan cia para el h om b re de hoy. Y todo ello a
p artir de la verdad básica del hom bre, que es su p a r­
ticipación en la vida del am or trin itario . D e lo dicho
se deduce que la vida espiritu al no puede separarse
del significado auténtico de lo espiritual y que éste, a
su vez, no puede prescin d ir de la d ivin o-h u m an id ad
y, p o r tanto, de la historia de salvación. Entonces con
vergen D ios, hom bre, cultura, Iglesia y sentido de la
historia, espiritual, y la vida espiritual encuentra su
significado en la d im en sión escatológica de todo este
| proceso. La vida espiritual consiste en ver con el E s-
ipíritu Santo, iluminados p or una luz nueva, nuestra vida
I cotidiana, este m undo y esta historia.

88
II. L A P A T E R N ID A D E S P I R I T U R A L :
U N C A M IN O R E G IO P A R A L A IN T E G R A C IÓ N P E R S O N A L

E n la « n u e v a evan g e lizació n d el E ste y d el O e s te » *

I . E l contexto
Estamos viviendo una época en la que se asiste al oca­
so de la modernidad y se pueden ya comprobar algunos
efectos de ese período histórico ya concluido. H a sido u n
tiempo en que se Kan dado nuevos contenidos a los co n ­
ceptos de «cien tífico» y «lib ertad », y se han descubier­
to las «autonom ías». Ese tiempo ha visto nacer la nueva
religión de la mente, del racionalismo, del iluminismo
idealista, de la técnica y del esfuerzo del hombre por d o ­
m inar el cosmos. Cada una de esas realidades se ha ido
abriendo paso en nom bre del hombre y del hum anism o.1
Pero, tras el ocaso de esas grandes promesas y el declive de
esta civilización m oderna tan lógica y tan bien estructura­
da, cuando se han agotado las «grandes narraciones»

E n el artícu lo h ab lo de « p atern idad e s p iritu a l» p o rq u e lo he e sc ri­


to p a ra los padres esp iritu ales. S o b re la e sp iritu a lid ad de la fig u ra fe ­
m e n in a y la m aternidad e sp iritu a l aconsejo: varias p u b licacio n es de
E lisabeth B eh r-S ig el; M at’ M arija Skobcov (1891-1945)? e ra m a ­
d re esp iritu al y amiga de m u ch o s p en sad o res e u ro p eo s que viv iero n e n
P arís y escribió u n a serie de ensayos m uy in teresa n te s; P. EVDOKIMOV,
La fem m e et le salut du m onde, París 19 78 ; M .áTREM FELJ, VíVere la
maternitá spirituale oggi, en : In colloquio, R om a 1994 . págs- 223-247*
F. MORANDI, Dalla m aternitá alia maternitá, en : In colloquio, R o m a
* 9 9 4 , pág- 2 4 9 -2 5 5 -
1C f. M . AZEVEDO, Inculturation and the Challenges o f M odernity, en
« I n c u ltu r a tio n » , I ( 19 82 ). págs. 1 - 6 3 ; Id ., Challenges from M odern
C u itu re e n « I n c u ltu r a tio n » , XI ( 1989 ), págs. 6 3 ~77 ; cf. G . COLZA-
NI, M oderno, p ostm o d ern o e fed e cristiana, en « A g g io rn a m e n ti so-
c ia li» , 12 ( 19 9 0 ), pág, 7 8 1 .

89
—o sea, los grandes sistemas absolutos, racionales—, nos
encontramos en una época inform e, titubeante, insegura,
en la que todo se pone en cuestión, incluso lo que hasta
ayer eran certezas indiscutibles, como regímenes incom ­
bustibles, límites territoriales intocables y equilibrios in ­
ternacionales. A esta época se le ha llamado, como para evi­
tar toda clase de definición previa, «p osm od em a». N o es
éste el lugar para adentram os en los más diversos análisis
de la sociedad y de la cultura contemporáneas. Solamente
queremos destacar algunas de las características más claras
del estado de ánimo de este período «posm odem o». Hay,
en efecto, u n estado de ánimo del hombre posm odem o,
del que el arte moderno nos da señales inconfundibles. Las
últimas exposiciones internacionales importantes de p in ­
tura y escultura contemporáneas han aglutinado de modo
impresionante gente de distintos países, culturas, zonas
geográficas e, incluso, de continentes y extracciones p olí­
ticas diferentes. Paralelamente a la pintura y a la escultu­
ra, se pueden buscar y localizar características de ese esta­
do de ánimo en la filosofía, en la literatura, en el teatro,
en el cine, en la música y hasta en las ciencias empíricas.

El distanciamiento de ¡a objetividad

La característica p rin cip al y fundam ental que q u ie ­


ro m en cion ar es el cam bio radical en la com pren sión
de lo que es la realidad objetiva y, p o r tanto, en el
modo de relacionarse con la objetividad.2 G om o la rea­

2 Ya Solov’év ponía en guardia respecto a los fundamentos gnoseoló-


gicos de la cultura moderna: «N ingún conocimiento real se reduce a
los datos de nuestra experiencia sensible (las sensaciones) ni a las fo r­
mas de nuestra razón pensante (los conceptos)». El objeto «sólo se pue­
de percibir y pensar en una relación determinada, o sea, siempre en
su ser relativo». (V. Solov'éV, Kritika otvleüéaniych nacal, Sobr. So¿.,
II, Bruselas, 1966, trad. italiana La critica dei p rin cip i astratti [ 1 8 J J -
1880], en Sulla Divinoumanitá e altri scritti, Milán 197 *. pág- 197 )-

90
lidad objetivam ente existente hacia la cual se o rie n ta
la com prensión del intelecto hum ano —y, por tanto, la
cultura del hom b re— ha cam biado, estamos asistiendo
tam bién a u n cam bio general de la d e fin ició n que el
hom bre da de sí m ism o. A sí, en la antigüedad el h o m ­
bre recon ocía la divin id ad com o existencia objetiva y
su com pren sión de la m ism a era tan absoluta que l le ­
gaba a ser aplastante para su vida.
Podem os afirm ar con Solov’ év que se daba u n p r e ­
dom inio totalitario de lo divino, de lo teológico.3 C o n
esta clave de lectura podem os com pren d er m e jo r lo

La «existencia incondicional del objeto no sería de algún modo acce­


sible para mí si entre yo y él existiese una separación perfecta: en ese
caso, yo podría relacionarme con él sólo externamente y conocería
sólo su ser relativo pero, como en realidad sé que podría relacionar­
me con él sólo externamente y conocería sólo su ser relativo pero,
como en realidad sé también algo de su ser incondicional, se deduce
que no existe esa separación y que el cognoscente está, en cierto modo,
ligado interiormente con el conocido y que se encuentra con él en una
unión sustancial; y eso expresa la convicción inmediata con la que
afirmamos la existencia incondicional del otro. Por esa convicción el
sujeto cognoscente es libre, no está ligado ni por los hechos de la ex­
periencia ni por las formas del pensamiento puro, porque afirma algo
que no es ni puede ser un hecho empírico ni tampoco categoría de la
razón y está más allá de los límites de ambos. Por esta convicción
nuestro sujeto cognoscente no obra como sensible empírico ni como
racional-pensante sino como absoluto y libre, y así el objeto es cono­
cido en su sentido absoluto» (Ibídem , pág. 20 0 ). « E l pensamiento ra­
cional en sí mismo no tiene contenido y no puede recibir de la ex­
periencia externa el contenido que le corresponde, es decir, un con­
tenido unitotal y verdadero; tiene que recibir del conocimiento positivo
y esencial, que está determinado por la fe y la contemplación ideal. En
otras palabras, el hombre en cuanto racional recibe su contenido ver­
dadero y positivo de su propio elemento místico o divino, y si llama­
mos filosofía al sistema del saber racional, tenemos que reconocer que
la filosofía recibe su contenido del conocimiento religioso o teología,
(como también el arte), entendido como conocimiento de todo en Dios
o conocimiento de la unitotalidad esencial» (Ibídem , págs. 2 12 -2 13).
3 « [ ...] En el campo del conocimiento, la propiedad característica de
la evolución occidental es la separación consecuente y la atomización

91
que sucede a p artir del ren acim ien to, cuando el h o m ­
bre descubre la p osib ilid ad de distanciarse de esa to ­
talidad divina, afirm an do la autonom ía p ro p ia y, p o r
tanto, lo hum ano in d epen d ien te de lo religio so: « E l
hom bre que ha dejado atrás toda fo rm a de m in oría de
edad es el h om bre que se afirm a en su subjetividad, y
adem ás con una lógica de in m an en cia y una d in ám i-

exclusiva de sus tres grados. Al principio nace la división entre el sa­


ber sacro, la teología, y el saber laico o natural. En este último
durante la edad media no se había establecido todavía una distinción
clara entre la filosofía propiamente dicha y la ciencia empírica que, ju n ­
tas, formaban una única filosofía servidora —«ancella»— de la teolo­
gía y que sólo al final de la época medieval (en el renacimiento) se li­
beró de esa sevidumbre» (V. SOLOV’ÉV, Filosofskie naíala cel’nogo
znanija, Sobre- So£.. I, Bruselas 1966, trad. italiana: I principi filo -
sofici del sapere integrale, en Sulla Divincumanitá e altri scritti, M i­
lán 1971, pág. 44" S® trata de dos pasajes de los tres momentos de la
evolución del organismo humano universal. En el primer estadio, los
grados «son indiferenciados y confusos, de modo que cada uno de ellos
no posee un verdadero ser distinto como autónomo y existe sólo poten­
cialmente. [...] Esta indiferenciación se da porque el grado supremo
o absoluto engulle y esconde en él todos los demás sin permitirles
manifestarse de modo autónomo. En el segundo momento, los grados
inferiores se liberan del poder supremo y tienden a la libertad abso­
luta; primero, todos se alzan juntos contra el poder supremo, lo nie­
gan, pero para conseguir un desarrollo completo cada uno debe afir­
marse él mismo exclusivamente, no sólo respecto al supremo sino tam­
bién respecto a los otros, debe negar también éstos, y así en la lucha
común de los elementos inferiores contra el supremo se produce ne­
cesariamente una lucha intestina dentro de los mismos grados inferiores.
Al mismo tiempo, el grado supremo, a consecuencia de este proceso,
se perfila y se determina como tal, adquiere la libertad y así crea las
condiciones para una nueva unidad» (Ibídem , págs. 3 5 ~3^)- Efecti­
vamente, para «conseguir el objetivo supremo común del' conoci­
miento, objetivo determinado por la teología [...], ésta a su vez de­
berá renunciar a la ilegítima pretensión de reglamentar los instru­
mentos de la cognición filosófica y de limitar el material de la ciencia
interviniendo en sus respectivas esferas, como hizo la teología medie
\ val. Sólo una teología que tenga debajo una filosofía y una ciencia
j autónomas podrá transformarse con ellas en teosofía libre porque sólo
' es libre quien da la libertad a los otros» (Ibídem , pág. 51) ■

92
ca de rechazo de la fe cristiana y de su in flu e n c ia » .4
Pero con esta « lib e ra c ió n de las energías h um anas» se
da tam bién su su perficialización , la pérdida del nexo
de aquella p ro fu n d i da d espiritual que las u n ía y daba
consistencia^ Este h om b re, « [ . . . ] tom ado en su ais­
lam iento y en su realid ad exteriores y su p e rficia le s» 6
se ha «p ro clam ad o , en esta falsa po sició n , divin id ad
única y a la vez átom o in sig n ific a n te » .7 Pero el h o m ­
bre n o puede existir y razonar si no se orien ta hacia
u n jpu ^ojd e^£eferencia^sólid o j objetivo. Precisam en­
te''p o rq u e son necesarios, esos puntos de referen cia
han perm anecido tam bién en la época m od ern a, p ero
han ido cam biando según lo que en cada m om ento d e­
term inado se con sideraba com o la realidad más « o b ­
je tiv a » . « P e ro ¿d ó n d e en co n trarem os el con ten id o
absoluto de la vid a y del s a b e r ? » 8 E n el p osm od ern o,
« u n a vez que ese valo r se ha disuelto, la m ism a r e a ­
lidad com o tal p ierd e su sign ificad o: en la e xp e rie n ­
cia postm oderna, la realidad no tiene ya más el s ó li­
do significado objetivo que tenía para la hum anidad del
p a sa d o » .9 H u bo u n tiem po en que se veía el p re d o ­
m in io del pensam iento, de la idea entendida en su
carácter abstracto com o eterna, verdaderam ente o b je ­
tiva y universal; en ese tiem po fue en el ám bito de la
filo so fíá donde se dio la o rien tació n de todo hacia lo
objetivo. Después vino el tiem po del predom inio de la
naturaleza, de lo em pírico. Entonces prevalecía la obje­

4 G. COLZANI, M oderno, postm oderno e fede cristiana, e n «Aggior-


namenti sociali», 12 (1990), págs. ’J&l-'J&'J..
5 C f. N . BERDJAEV, Smysl istorii, B e r lín I 9 2 3 , tr a d . ita lia n a : II senso
della storia, M ilá n 1977, pág- I I I .
6 V . SOLOV’ÉV, Filosofskie n a&ila cel'nogo znanija, cit., pág. 4-8-
7 Ibídem, pág. 4 ®-
8 Ibídem , pag. 4 9 -
s G . VattIMO, II museo e l ’esperienza d e ll’arte nella post-modernitá,
en « Rivista di Estética», 37 (1991), pág- 4 -

93
tividad « c ie n tífic a» , o sea, una aplicación de las estruc­
turas conceptuales a las leyes naturales. A sí el m odo em ­
pírico de entender la ciencia, según paradigmas cartesiano-
newtonianos, se convertía en la clave para la afirm ación
de lo objetivo, de lo indiscutible, de lo universal.10
L e llega después el turno a la sociología. Se convierte
entonces la sociología en centro com o vía de com pren­
sión de lo que para el hom bre es más determinante, ob­
jetivo y condicionante. Pero lo más sorprendente es que
al final de este proceso que se desarrolla a lo largo de
la m odernidad, el hom bre se centra en sí m ism o y se
convierte en la única realidad objetiva, el sujeto enten­
dido sobre todo como sensación de sí m ism o, como es­
tado de ánim o, muchas veces com o percepción del sen­
tim iento de sí m ism o, o incluso com o sensación senso­
rial." Si la m odernidad en sus inicios se caracterizaba por
la afirm ación de la lógica y de la racionalidad sistemá­
tica, que pretendía ser universal, term ina con la revan­
cha del subjetivismo o del individualism o, o con la re ­
vancha de la cultura de la autoafirm ación. E n el arte nos
encontram os con una explosión de estilos, p ero sin
fuerza com unicativa, sin contenido co m u n itario .15 E l

10 Sobre «progreso» y «desarrollo» como palabras mágicas de la épo­


ca moderna, cf. I. VaCGARINÍ, La condizione <<postmodern¿i» : una
sfida p er la cultura cristiana, en «Aggiornamenti sociali», febrero
1990, pág. 127 ; G. VATTTMO, II museo e l ’esperienza dell’arte nella post-
modernitá, cit. pág. 4, y G. FORNI, Riñessioní sull’idea di m oderni-
tá, Génova 1992, págs. 4 4 -56 .
« [ ...] sintiéndose en el centro de la realidad, porque todo debe
converger en él, fácilmente puede ceder a la tentación de considerar
real el mundo sólo en cuanto es sensible. Al ceder a esta tentación,
pierde también la realidad sensible: experimenta como realidad sola­
mente el propio yo subjetivo: todo el resto, el mundo externo, con los
demás hombres, le parece escasamente real, llega a ser pura aparien­
cia, aunque, eso sí, hermosa y fascinante» (H. PFEIFFER, Le dimen
sioni dell'arte, en «Nuova Um anitá», I (l 9 7 9 )> págs. 9 4 ~9 5 -
12 C f. A. BOATO, I pop artists: G li ultimí «peintres de la vie m oder-
n e » , en Arte Americana, Roma 1 9 9 2 > pág- 2 4 o -

94
arte, rey de la com prensión, que tenía u n lenguaje te n ­
dente a la com unicación universal, acaba siendo el lá n ­
guido canto lastimero de individuos separados que se m i­
ran y se hablan a sí m ism os. E l arte se convertía así en
u n llanto, en u n « v ó m ito » de lo que el individuo es­
taba sufriendo en la sociedad m oderna. Las exposicio­
nes eran el « c o n fe so n a rio » de lo que sucedía en el in ­
terio r de u n hom bre que ya no estaba en grado de sa­
lir de sí m ism o .13 U n a gen eralización su perficial del
consum ism o ha llevado al extremo el afán de ser ú n i­
cos, originales, incon fundibles. Por eso, cada artista ha
inventado nuevas form as, nuevos estilos, sin u n código
de com prensión, sin com unicación.14 L o mismo ha ocu­
rrid o en el campo de la filosofía y de la ciencia. D es­
pués de mucho tiem po en que ha dom inado una sola
lógica, ha llegado u n m om ento en que nos hem os dado
cuenta de que vivim os en una época de pluralism o de
lógicas y lo que una ciencia ha desarrollado en su ám ­
bito ha empezado a estar en contradicción con el p r o ­
greso de otras ciencias.
La cultura que se ha ido así desarrollando « [ . ..] en
su esencia p rofun da es ecléctica y contradictoria, an alí­
ticamente fragm entada, com puesta de elementos hosti-

13 C f. G. COLZANI, M oderno, postm odem o e Fede cristiana, cit., pág.


789-
14 C f. P . FLORENSKIJ, Obratnaja perspektiva, en Izbranye tm dy po es-
tetike, París 1985. págs. 16 5 -16 6 , trad. italiana La prospettiva roves
data, Roma 19 8 3. pág. 12 6 . « S i todos los hombres se consideran in ­
dividualmente en el centro de la realidad, la comunicación entre ellos
se hace difícil. Cada uno ve sólo un aspecto de las cosas, y por este
aspecto trata de juzgar todo el resto, intentando hacer valer el punto \
de vista propio contra el punto de vista del otro. Todos los valores lie- j
gan a ser subjetivos y relativos; cada uno puede establecer individual- 1
mente qué es el arte. Basta con que la autoafírmación artística de un
individuo encuentre una amplia aceptación en la sociedad para que sus
obras sean valoradas como obras de arte». H. PFEÍFFER, Le dim ensio-
n i dril'arte, en «Nuova Um anitá», I (1979). pág- 9 5 -

95
les entre ellos y tendentes cada uno a la autoafirm a-
c ió n » .15 Todo campo del saber ha afirm ado p o r sí m is­
m o la p ropia verdad y la p ropia objetividad, llegando a
una peligrosa atom ización que hace real la amenaza de
la destrucción espiritual, psicológica y física de la hum a­
nidad: « E l interés egoísta, individualista, el caso concreto,
la estrecha particularización, la atomización en la vida, en
la ciencia y en el arte, son la últim a palabra de la civi­
lización occidental Esta civilización elaboró form as
particulares y materiales exteriores para la vida, pero no
dio a la humanidad el contenido interior de la vida m is­
ma; tras haber puesto de relieve algunos elementos in ­
dividuales, los condujo al máximo grado de desarrollo po­
sible en su separación, pero los dejó sin u n nexo orgá­
nico y privados de espíritu vivo, por lo que toda esta
riqueza es u n capital m u e rto » .16
Resu m iendo esta p rim e ra característica, podem os
afirm ar que el hom bre posm oderno está desenganchado
de la objetividad indiscutiblem ente existente, que es
la vida m ism a. D esligado, p o r tanto, de la vida, se ve
p risio n e ro de los num erosos sistemas y estructuras in ­
telectuales, sociológicas, científicas, políticas y culturales,
todas ellas sin resp iro , sin aliento, sin alim ento vivi
ficante. E n búsqueda desesperada de la vida, se dirige
a la propia psique, centrándose en lo que la psique sien­
te y proclam a com o más urgente, aprem iante y o b je ­
tivo en su h o rizo n te: lo que siente, lo que e x p e ri­
m enta, sin u n a d istin ció n verdadera entre la sensa­
ción , el sentim iento y el pensam iento. Estam os en la
época del p sicologism o.'7

15 P. F lo RENSKIJ, Ikonostac, San Petersburgo 1993, pág. 149.


lGV . SOLOV’ÉV, Filosofskie nadala cel’nogo znaníja, cit., pág. 48.
17 Cf. G. LASCH, The Culture o í Narcissism, Nueva York 1979, trad.
italiana La cultura del narcisismo, Milán 19 8 1.

96
La necesidad de consuelos

O tra característica, que fácilm ente se deduce de la


anterior, es que estamos en u n a época de búsqueda de
consuelos.
L a época m od ern a p rom etía u n a felicid ad in d iv i­
dual basada en el bienestar económ ico, y hoy asistimos
a la desilusión provocada p o r esa vana espera. V ivim os
en una sociedad repleta de cosas, pero la gente está d e ­
cepcionada p orq u e no es feliz. E l abu rrim ien to es u n
sentim iento muy d ifu n d id o .'8 Y , com o la sociedad m o ­
derna, racionalista y tecnocrática, ha creado una c u l­
tura cosificada de las cosas, todo el aspecto típicam ente
hum ano que constituye la d im en sión relacional, de
am or, ha quedado m utilada, sin realizarse. L a fe lic i­
dad pertenece netam ente a esta esfera, y así asistim os
al extraño fen óm en o de personas satisfechas p o r d e ­
terminadas cosas y conquistas, pero infelices. Se intenta
entonces contentar esta d im en sión a la que le ha sido
negada una verdadera vida. Y a n o se apunta a u n c o n ­
suelo derivado únicam ente de las cosas, del tener, sino
que, ju n to al d isfru te consum ista, se busca u n a satis­
facción del m un do relacional y de todo lo que es ca­
racterístico de él, sobre todo el m undo psíquico y es­
p iritu al. Se ha inventado así todo u n arte relacional,
de con cien ciación de la relación , p ero que sigue sien ­
do u n a ficción , y la creencia de estar en relación, más

18 « E l que no admite ninguna realidad fuera de la visible de sí mis- i


mo y del mundo externo tiene que renunciar a todo contenido ideal ¡
de la vida y a todo verdadero saber y arte. En ese caso al kombre no í
le queda más que la vida animal interior, y en esta última la felicidad, i
si la consigue, resulta siempre una ilusión; al mismo tiempo, la ten­
dencia a lo superior y la conciencia de la propia insatisfacción per­
manecen. La conclusión natural es que la vida es un juego sin valor y
la nada absoluta parece que sea el fin esperado para el individuo y para
toda la sociedad» (V . SOLOV’EV, Filosofskie naüala cel’nogo znanija, cit.,
P ág- 49>-

— ---- ------------------------- 97
que u n a superación real de los lím ites del p ro p io yo,
u n recon ocim ien to existencial del otro y una o rie n ta­
ción hacia él de las energías de la p ro p ia vida. A d e ­
más de la extensión de ejercicios psicológicos y cu ida­
dos psíquicos, asistim os tam bién a u n am plio m erca­
do de lo p arar relig io so , del que la d ifu sió n de las
sectas es u n signo evidente. U n den om in ad or com ún
de todas estas propuestas es la fuerte acentuación del
consuelo y la autorrealización. Pero, a pesar de eso, el
hom bre es extrem adam ente desconfiado e incapaz de
una auténtica relación que tenga en cuenta la o b jeti­
vidad del otro y la reconozca com o tal.

Una dificultad para e¡ conocimiento de Dios

Esta tragedia de las relaciones, al fin al de la época


m oderna, tiene consecuencias profu n d as y decisivas.
S i D ios es el am or, o sea, la relacionalidad absoluta,
no puede ser conocido de una m anera puram ente abs­
tracta y conceptual n i de ningún otro modo que no im ­
plique relacionarse con él. Según la antigua trad ición
patrística, a D ios se le conoce relacionándose con él en
una com unicación am orosa y se le experim enta en un
encuentro que no excluya ningu na dim en sión hu m a­
na, sino que im pliqu e a todo el h o m b re .19 Pero si es­
tamos en una sociedad cosificada, en una cultura ca­
racterizada p o r el racionalism o subjetivista, si además
en las personas se da un déficit notable de la experiencia
positiva de las relaciones interpersonales a p artir de la
familia, viene la pregunta: ¿C óm o se puede conocer hoy

n Gf. voz Connaitre en X . L e ON-D u fo u r , Vocabulaire de Théologie


biblique, París 1971 (1.0 ed. 1962) cois. 199-204. (N. del T .: traducción
española en Vocabulario de Teología bíblica, voz Conocer, Barcelona
1964, págs. I 5 4 - Í 57 ). Ver también P. EVDOKIMOV, La connaissance
de Dieu seloa la tradition orientale, Lyon 1966, trad. italiana La co-
noscenza di Dio, Roma 19 8 3. págs. 16-IOI.

98
a D ios, si se revela en las relacion es? Se p o d ría o b je ­
tar que D ios puede ser tam bién conocido en la n atu ­
raleza, en la creación. Pero tam bién en este aspecto,
al térm in o de u n p e río d o h istórico que ha visto el
p red o m in io de una cultura de la m an ipu lación tec­
nológica de la creación, de una cultura industrial, i n ­
form ática y urbana, hay generaciones enteras que no
han visto u n a sola auténtica experiencia cósm ica. H oy,
m uchas veces sólo al fin al de u n cam ino dram ático y
trágico, lleno de errores y desilusiones, las personas des­
cubren la bondad y la tern u ra de D ios que viene a su
encuentro en la luz.

Una existencia dividida

E l hecho de que al final de la época m oderna D ios


esté lejos de la conciencia o, p o r lo menos, se esté h a­
bituado a vivir com o si él no existiese, determ ina u n a
experiencia de división esquizofrénica de la person ali­
dad.20 La persona experim enta que continuam ente tie ­
ne que responder a antinom ias cada vez más in co n ci­
liables con la propia experiencia y con la propia viven­
cia. C ontinuam ente se ve teniéndose que com portar de
m odo distinto según los diferentes contextos en los que
le toca vivir. La vida del individuo está cada vez más a
merced de expectativas diferentes que corresponden a cri­
terios diferentes que, a su vez, serán tam bién suplidos
p o r otros nuevos. T odo se convierte en u n instante fu ­
gaz y ocasional, y la afirm ación del yo se concentra en

30 «Sólo cuando la voluntad y el intelecto de los hombres entran en


comunión con el ser eterno y verdadero, todas las formas y los ele­
mentos particulares de la vida y del saber adquieren valor y significa­
do positivo y serán órganos necesarios o mediadores de una vida in ­
tegral. Su contradicción y enemistad, a causa de la autoafirmación ex­
clusivista de cada tino, desaparecerán necesariamente en cuanto todos
juntos se sometan libremente al principio y centro unitotales» (V-
SOLOV’ÉV, tiloso fskie naíala cel’nogo znanija, cit., pág. 50).

99
u n m om ento preciso, que será seguido necesariamente
de otro para vencer y superar el enemigo cada vez más
frecuente del aburrim iento, de la m onotonía y del o l­
vido.

Pecadoj memoria

S in que u n o sepa exp licar p o r qué, e in d e p e n ­


dientem ente de la co n d ició n social y ética, algunas de
las cosas que se han vivido, hecho o su frid o , em p ie­
zan a pesar, a volver a m enudo a la m ente, a aflo rar
de nuevo en la conciencia. La m em oria del hom bre ale­
jad o de u n D ios-am or, de u n D ios-m isericordia, p u e ­
de ser com parada a la m em oria del ordenador. Es una
m em oria fosilizada que tiene necesidad de b o rra r para
liberarse de algo. A sí, la m em oria se convierte en m al­
d ició n porqu e es capaz de persegu ir a u n hom bre que
em plea toda su capacidad en tratar de pacificarla p o r
los m edios más variados. Para olvidar, se acude a téc­
nicas del psicoanálisis, de la au to con cien ciación y a
otros m uchos m edios in ú tiles. E l h om bre con tem p o­
ráneo se esfuerza más en olvidar que en recordar. U na
m em oria atorm entada y perturbada p o r experiencias no
integradas aumenta la conflictividad, tanto a nivel p e r-
■son al com o in terp e rso n al. U n a m em oria n o sanada
| destruye la relación con u n o m ism o, con el am b ien -
f te, con la historia y, sobre todo, con el fu tu ro . U na
m em oria insana p rod u ce la m uerte de la creatividad.
■D e la m em oria no curada provien en los ju ic io s fáci-
l les y los preju icios. U n preju icio no es algo abstracto,
sino que tiene su raíz en la distancia provocada p o r Una
experiencia negativa n o integrada. Y el p reju icio fá ­
cilm ente condena la m ente del hom bre, ya de p o r sí
tan expuesta al mal y proclive a la duda, a la sospecha y
a la curiosidad por lo negativo. E n el tiempo de los mass
m edia —el verdadero p o d er de la época cón tem porá-

10 0
nea—, tenem os que reco n o cer que sufrim os u n a in fla ­
ción de in fo rm a ció n sobre e l mal.

Nuevas manifestaciones de un espíritu cerrado

E l m al es, p o r u n a parte, fascinante para nuestra


m ente y nuestra fantasía y, p o r otra, exige ju sticia, es
decir, la in d icació n del culpable y el pago de la pena
p o r el m al realizado. Para u n a gran parte del m u n d o,
el m al se identifica con el m iedo a p erd er algo ya ad
q u irid o , y el m alo es el que se me presenta com o una
amenaza. Esto puede explicar los nuevos nacionalism os
que se están d esarrollan d o en E u rop a en dos v ertie n ­
tes d iferen tes. E n O ccid en te, en co n tram os u n n a ­
cionalism o que quiere proteger y m antener a toda cos­
ta lo que la época m od ern a ha conquistado y que ve
am enazado con todo cam bio, que se in terpreta com o
u n cam bio a p e o r. E n el Este, al con trario, se desa­
rro lla u n nacionalism o cuya característica es exigir con
fuerza lo que ha sido negado o suprim ido durante d e­
cenios p o r u n colectivism o y u n in tern acio n alism o
forzado. E n todo caso, estamos ante u n nuevo e n d u - j
recim iento de las relaciones, donde el otro ya no es vis- j
to com o u n estím ulo sino más b ien com o u n p e lig ro , i
Hasta el m ism o p lu ralism o, del que tanto presum e la
época m oderna, n o despierta ya adhesión, porqu e una
o p in ió n distinta se considera com o u n a pertu rbación ,
una am enaza. Se opta entonces p o r la in d iferen cia.
E n este túnel cada vez más estrecho, en esta cu ltu ­
ra que se caracteriza p o r personas encerradas en su in ­
dividualism o, en este caos de subjetivismos, donde todo
es relativo y n i tan siquiera la vida hum ana constituye
u n valor indiscutible, se va abriendo cam ino la voz de
algunos jó ven es pensadores que p id e n orden , m ano
dura, para reconducir al hom bre contem poráneo a la
disciplina en el pensar, en el obrar, etc. Asistimos a una

IOI
nostalgia p o r sistemas y regím enes que hace diez años
parecían sepultados para siem pre. A sim ism o, asistimos
a llamadas cada vez más frecuentes a las leyes, a la d is­
ciplina. Y , sin em brago, la época m oderna ha adqu i­
rid o algunos valores que no hay que dejar que desapa­
rezcan. Se trata de darles vida y personalizarlos con
una fe que im pregna las cosas y las hace inm ortales.

2,. E l padre espiritual. A lgun as características in d is­


pensables

E n este contexto de la E u ro p a contem poránea, la


Iglesia quiere, con nueva fuerza y convicción, anunciar
a C risto . A p a rtir de u n testim on io vivo, se quiere
prom over una nueva evangelización. E n esta línea se si­
túa tam bién la paternidad-m atern idad espiritual que la
Iglesia nos ha trasm itido desde los p rim ero s tiem pos.
N o es éste el m om ento de explicar la im portan cia de
este m edio de anuncio y form ació n . Es sim plem ente
u n o de los m odos. Pero q u iero subrayar que, sin p a­
tern id ad -m atern id ad espiritu al, la nueva evangeliza­
ción no tendrá la p en etració n y p ro fu n d id ad necesa­
rias para cu m p lir de veras la p ro p ia m isió n en una
E u ro p a que está ahora p rofu n d am en te descristianiza­
da. Procurarem os ahora p o n er de relieve algunos p u n ­
tos destacados de la paternid ad espiritual que, ten ie n ­
do presente la situación cultural y espiritu al con tem ­
poránea, nos p e rm itirán ver lo significativa que puede
ser hoy la aportación de este arte.
C uan do hablo de paternidad espiritual, recupero la
trad ición que en los tiem pos antiguos la entendía so
bre todo com o don del E sp íritu , com o carism a ex­
cepcional, y que tuvo u n d esarrollo extraord in ario en

21 G f. I . HauSHERR, Direction spirituelle en Orient autrefois, O G A 1 4 4 ,


Roma 1 9 5 5 - De ahora en adelante, cuando habíe de «paternidad

102 -----------------------------_ _ _ _
el monaquisino antiguo.*1 Después de muchos siglos, re ­
surgió con los starets en la Iglesia rusa com o verd ad e­
ro arte y fuente del ren acim ien to de la fe y de la Ig le ­
sia, duram ente probad a p o r sus com prom isos co n el
p o d er y la m entalidad d el m u n d o. E n O ccid en te se
tran sform ó más b ie n en u n m in isterio y se le llam ó
«d ire cció n e sp iritu al» . Hay que decir que n o han fa l­
tado las dificultades y que ha habido m uchas desvia­
ciones, sobre todo en instituciones formativas como se­
m inarios, noviciados y asociaciones. Tras el C o n cilio
V aticano II, p o r in flu jo de líneas más person alistas
que subrayaban la vocación del cristiano, la paternidad |
espiritual se ha entendido de nuevo tam bién com o v o - í
cación, y se ha ligad o a la vocación cristiana. Y a en la }
fam ilia, los padres desem peñan la fu n ció n de la p ater­
nidad espiritual. Eso no significa que se deprecie la v o ­
cación del padre espiritual propiam ente dicho. A l co n ­
trario , se puede constatar u n notable resu rgir de la
p atern id ad esp iritu al en ten d id a com o carism a, d o n ,
enriquecido p o r la tradición, los conocim ientos y la re­
flexió n sobre la experiencia.
S in em bargo, no es fácil en co n trar u n bu en padre j.
espiritual. Y , com o hay m ucha dem anda de padres es- j
pirituales, tam bién pueden darse m uchos fallos en este £
cam po. E l hecho de que estos fallos repercutan en las
personas obliga a hacer todo lo posible p o r evitarlos,
aun sabiendo que la equivocación pertenece inevita­
blem en te a toda actividad hum ana. P or eso, m e p a re ­
ce im portante destacar algunos rasgos que d efin en la
figu ra del padre y de la m adre espirituales. Señalo las
características que se p u eden p ro p o n e r hoy y que p o ­
d rían con stituir para nosotros la garantía de u n e je r ­
cicio adecuado del acom pañam iento espiritual.

espiritual» y de «padre espiritual», me estaré refiriendo siempre a la


realidad paternidad-maternidad espiritual.

10 3
a) El padre espiritual es una persona llena del Espíritu Santo

E l padre esp iritu al es el que, con el p o d e r fe cu n -


¡ dante del E sp íritu S an to , gen era los hom b res para
i D io s. P o r m ed io de él se cum ple lo que se dice en la
p legaria eucarística IV , después del Sanctus: « P o rq u e
n o vivam os ya para n o so tro s m ism os, sino p ara él,
| que p o r n osotros m u rió y re su c itó » . E l padre esp i-
| ritu al es el p o rta d o r de este carism a de la g en e ra­
c i ó n ; p o r eso, tien e u n a m isió n estrecham ente lig a -
\ da a la vida: « E l sentid o de la verdadera p atern id ad
Je s [ ...] d a r l a v id a » .23

b) El padre espiritual es la persona de la cardiognosia

E l E sp íritu Santo, que escruta las p ro fu n d id ad e s


de D io s y da vid a al e sp íritu h u m an o , es el que abre
al padre esp iritu al los corazones h u m an o s.33 Este c o ­
no cim ien to del otro n o es algo m ilagroso o una cu a­
lidad p ropia de los sensibles, una cosa extraña, sino u n

** G. B uN G E, Geístliche Vaterschañ, Regensburg 1988, trad. italiana La


paternitá spirítuale nel pensiero di Evagrio, Magnano 199I1 pág- 18.
5 83 « E l primer pensamiento que aparece en mi mente creo que me lo
envía Dios; así hablo sin saber qué está sucediendo en el alma de m i
interlocutor, pero con la certeza de que ésta es la voluntad de Dios y
1 es por su bien. A veces, me Baba de mi razón y respondía pensando
¡ que era una cosa fácil. Pero entonces cometía errores. Como el hie-
■ rro se entrega al yunque, así confío yo mi voluntad a Dios. Actuó
i como quiere él, no tengo una voluntad mía propia», Pero Padre A n-
i tonio le replicó que él veía el alma de un hombre como un rostro en
| un espejo gracias a su pureza de corazón.. Padre Serafín puso la mano
} derecha en la boca del discípulo y exclamó: «N o, gozo mío, no de-
j bes hablar así. El corazón humano está sólo abierto ante Dios. Si el
i hombre se acerca, descubre qué profundo es el corazón del otro» (Sal
64,7)» (Seraphim de Sarov. Sa vie par Irina Garai'noff. Entrctien avec
Motovilov et Instructions sprituelles traduit du russe par I. Gorainoff,
Abb. de Bellefontaine I 9 7 3 - trad. italiana Serañno di Sarov, Turín
19 8 1, pág. 7 0 -7 1.

10 4
fru to del E sp íritu Santo d esarrollad o después, en u n
segundo tiem p o, con la reflex ió n que el padre e sp i­
ritu al hace sobre la p ro p ia experien cia y sobre la ex­
p erien cia que lo s o tros le h an contado. E fectivam en ­
te, la card iogn o sia n o es más que u n a in tu ició n de
am or sobre la p e rso n a, sobre el otro y tam b ién sobre
u n o m ism o .24 Esta característica específica de la c a r- ^
d iogn osia es u n o de los elem entos fundam entales q u e ,:
garantizan u n a sana p atern id ad esp iritu al, p o rq u e es y
u n a rad ical a firm a c ió n del a m o r25 com o p r in c ip io |
cogn oscitivo. E l am o r com o p rin c ip io cogn oscitivo #
pertenece al con ocim ien to in terp erso n al. C uanto más
am o más co n o zco .26 S ó lo con este p rin c ip io se c o n - í
serva siem pre a la persona hum ana en el verdadero n i­
vel de person a, no se le hace b ajar al nivel de los o b ­
je to s p o rq u e no se relacio n a con ella con e l.c o n o c i-

24 «E l amor a la persona significa la percepción de su identidad y de


su unidad en su continuo cambio y desdoblamiento, percepción de su
grandeza y también de su más manifiesta abnegación. E l amor es p e­
netrar a través del mundo objetivado y penetrar en la existencia inte­
rior allí donde el objeto desaparece para dejar sitio al yo» (N. BERD-
JAEV, Ja i m ir', París I 9 3 4 > trad. italiana L ’Io e il m ondo. Cinque m e-
ditazioni sull’esistenza, Milán 19 42, págs. 2 3 3 -2 3 4 ). «E l amor es la
intuición de la persona. Nosotros debemos tener esta intuición res­
pecto a nosotros mismos y a los demás [...]. La realización de la per- f
sona está unida a la renuncia y al sacrificio, al triunfo sobre el ego­
centrismo, pero no a la indiferencia respecto a sí mismo» (Ihíd. pág,
2 3 5 )-
13 «Conociendo, gracias al amor, la verdad de los otros no de mane- (
ra abstracta sino esencial, trasladando efectivamente el centro de núes- í
tra vida más allá de nuestra particularidad empírica, con eso revelamos i
y realizamos nuestra verdad y nuestro valor absoluto, que consisten j
precisamente en la capacidad de trascender los límites de nuestra rea- j
lidad de techos concretos y fenoménica, en la capacidad de vivir no ;
sólo en nosotros mismos sino también en los otros [ ...] » (V. S o - i
LOV’ÉV, SmysVljuhvi, Sobr. Soí., trad. italiana II signifícato d e ll'a m o -
re e aItri scritti, Milán 19 8 3, pág. 96).
26 ORÍGENES, Homiliae in Canticum Canticórum, P G 13 , 85b.

10 5
m iento típicam en te e m p írico y analítico de las cosas.
N o se trata de una idealización del co n o cim ien to del
otro, sino de u n conocim iento integral, cuidadoso, p e ­
netrante, incluso analítico si se quiere, pero con la ca­
racterística fu n d am en tal de que todos estos datos es-
j tán envueltos en el am or y son leídos con los ojos del
! am or, que es el pu n to de p artid a de la com p ren sión
j del otro.

c) El padre espiritual es lapersona del discernimiento

D e las dos características anteriores se puede deducir


fácilm ente la tercera, que es la capacidad de d iscern ir
cuáles son los pensam ientos y sentim ientos p o r m edio
de los cuales D ios habla, los que orien tan hacia él y
los que constituyen un engaño, muchas veces camuflado
i bajo apariencia de b ie n .27 A sí pues, el padre espiritual
es u n m aestro en facilitar una cita entre el h om bre y
D ios, puesto que con oce b ie n los com portam ientos
tanto de uno com o del otro cuando se están acercan-
| do. La sobriedad espiritual, afectiva y racional acom -
í’ paña al discernim iento y es u n a de sus típicas carac-
I terísticas. Esa sobriedad im pide que el padre espiritual
/ invada los campos ín tim os y totalm ente personales del
í otro; al m ism o tiem po, p ro p o rc io n a al padre espiiri-
, tual elem entos objetivos para transm itir el arte de d is­
cern ir al otro, que así llega a ser un cristiano m ad u -
¡ ro .

57 «Este carisma de la diorasis es un signo del Espíritu y está consti­


tuido fundamentalmente por dos elementos: el conocimiento de los mis­
terios de Dios (la teología) y el conocimiento de los secretos de los co­
razones (cardiognosia). Es una perspicacia espiritual que ve a través del
espacio y del tiempo>> (T. S pid l ÍK, La Spirítualité de l'O rien t C bré-
tien, O C A 206, Roma 1 9 7 8 . Edición italiana, Roma 1985* pág- 73 )-

106
d) El padre espiritual es el que enseñaj acude a la tradición

E l padre esp iritu al n o actúa p o r su p ro p ia cuenta,


presum iendo del p ro p io carism a y apoyándose sólo en
las propias intuicion es. N orm alm ente, al padre e sp iri­
tual se le distingue p orqu e, con p ro fu n d a hum ildad,
busca los nexos con la trad ició n de los grandes m aes­
tros espirituales y hace ver al otro que su experiencia
no es algo aislado, sino que está inserta en el tejid o
de tantas relaciones espirituales del pasado. P or eso es [
tam bién hom bre de estudio, de reflexión y de un cie r- I
_ • \
to don de la palabra para en señ ar.28 T ien e que ser ca- s
paz de tran sm itir la savia vital de los santos del p asa- í
do a u n h om bre con tem porán eo, a m enudo p ro b le - 1
m ático . G u an d o h abla u n pad re e sp iritu a l, en sus ¡
palabras se escucha a sus am igos de un pasado lejan o j
que están tan vivam ente presentes com o si fuesen sus *-
con tem porán eos. E n u n padre espiritual resuena toda
la Iglesia. Por eso, tiene que orien tar hacia la co m u ­
nidad y la eclesialidad.29 Esa es, sobre todo, la diferencia
radical entre u n g u rú y u n padre espiritual.
A l m ism o tiem po, se debe destacar la im portan cia
de u n con ocim iento de las ciencias m odernas y de la ]
psicología. N o q uiero decir que la psicología « sa lv a » ,
pero es una clara ayuda para la salvación que el E sp í- s
ritu opera en las person as. L a vida espiritual se d e- 1
senvuelve en el con tin u o y recíproco paso de lo d iv i- |
no a lo hum ano y, p o r tanto, tam bién a lo psíqu ico J
y sensorial. P o r eso, la psicología ilu m in a muchas le - *
yes de las reacciones en esas esferas y nos ayuda a com ­
prender cóm o se puede dispon er el hom bre a una más

88 Es la diakonia tou logou (el servicio de la palabra), como lo llama­


ba san Basilio (Homélies sur l ’Hexaéméron, ed. Giet, SC 26bis, pág.
3 8 8 ). «Padre, dinos una palabra^, dicen a menudo los apotegmas.
39 T. SpiDLÍK, La direzione spirituale n e ll’Oriente cristiano, en «Vita
consacrata» X VI (1980), págs. 5 0 3 -5 14 y 573-5 8 5.

107
com pleta y serena adhesión a D ios, de quien provie
ne toda salvación y todo don de la vida. G u and o aquí
hablo de « p sic o lo g ía » , me refiero a esa capacidad de
una inteligencia psicológica natural que u n o d e sarro ­
lla en perfecta sin ton ía con todo lo que es la p r o fu n ­
d iz a r o n de la psicología com o ciencia. Pero soy más
bien precavido respecto a los padres espirituales que son
ante todo psicólogos y enfocan todo desde la p sico lo ­
gía, psicoterapia, psicoanálisis o psicología de lo p ro
fu n d o , añad ien do sólo a ese plan team ien to de base
algunas « c o n n o ta c io n e s» de la espiritualidad, p o r el
hecho de ser, a la vez, sacerdotes o religiosos.

e) El padre espiritual es uno que sirve a D io sj a los otros

E l padre esp iritu al n o está o rien tad o hacia sí m is­


m o, hacia la p ropia doctrina o sabiduría, sino que tie-
i ne una actitud de sum isión a Dios. Es alguien que obra
j según la volu ntad de D io s y se d irige hacia aquellos a
] los que D ios q u iere llegar. U n verd adero padre espi­
ritu al sabe que su servicio, cuanto más auténtico sea,
'| antes acabará. U n a vez que ha llevado a la p erson a al
i arte del d isce rn im ie n to , una vez que ha facilitad o esa
i cita entre el h om b re y D ios, su tarea ha term in ad o.
] C u an d o la person a llega a verse con el am or de D ios,
>el padre espiritu al pu ede ya retirarse. E l padre espi-
,! ritual acom paña al hom b re hasta el um bral del padre.
Esto se ve m uy bien en la vocación de Sam uel. C u a n ­
do Sam uel oye que alguno lo está llam an d o , acude al
padre. T ie n e , p o r tanto, su «e stre lla p o la r » . Su c o ­
razón, su m undo in te rio r está « e stru c tu ra d o » c o n ­
fo rm e a la im agen de la relació n . T en e r un padre
sign ifica no estar p erd id o , ten er las coordenadas para
la búsqueda y saber a q u ién d irig irse . T ras la tercera
llamada, Samuel acude de nuevo a E li y éste le recuerda
el verdadero Padre. Ese es el fundam ento de toda p a ­

10 8
tern id ad . P o r eso n o hay verd adera p atern id ad si n o f
conduce a su fu n d am en to , que es el Padre de C risto
Je sú s. E n ese m om en to el ancian o E li no ha « c o n ­
su m ad o» la p ro p ia m isió n , p ero la ha vivido en p le ­
n itu d p o rq u e ha educado al jo v e n p ara el c o n o c i­
m iento que se realiza en la relació n y para la escucha
a D ios, que se revela personalm ente, p o r m edio de re
lacio nes.

j 0 El padre espiritual ora con los otrosy por los otros


E l padre espiritual acom paña continuam ente con la j
oración a las personas que le han sido confiadas, co n - j
tinuam ente las sostiene con la oración , se u n e a ellas ;
de corazón, ora con ellas, invoca para ellas la gracia y i
la m isericordia. P o r eso, u n padre espiritual debería f
aceptar para los coloqu ios a cuantas personas pueda,
en el E sp íritu San to, recom end ar al Padre.

g) Son los otros los que eligen al padre espiritual

U n padre esp iritu al n o se hace n o tar, n o se hace


p u b licid ad . U n padre esp iritu al se descubre sig u ien ­
do u n sendero ya b atid o, p o rq u e m ucha gente ha p a ­
sado p o r allí acu d iend o a él. U n padre esp iritu al se j
reconoce p o r el u m b ral gastado p o r tantos pasos que j
lo han pisado buscando la sabiduría. Pero esto es sólo i
u n a parte del crite rio . Se com pleta con la otra p a r ­
te, co n la vida de las p erson as que van a él. E fe c ti­
vam ente, el testim on io de vida de sus h ijo s e sp iritu a­
les es la garantía de que u n padre esp iritu al lo es de
veras. N os llega la voz de u n padre esp iritu al y se es- ,
p era hasta ser recib id os p o r él. E l que haya sido lla ­
m ado a ser padre esp iritu al, o la vida le haya puesto
en esta situación , no debe abrum arse con el m axi-
m alism o o el p e rfe ccio n ism o , es d ecir, no debe c o n ­

109
vertirse en m oralista con sigo m ism o. L o im p ortan te
es que, au n q u e ten ga m uy p oeo de lo que h em os
m encionado, tenga estas características al menos en una
m ínim a parte y que, en su orientación, se mueva d en ­
tro de esas coord en adas.

3. L a obra del padre espiritual


La rela ció n in terp e rso n a l con el p a d re e s p i­
ritu a l co m o lu ga r d e l co n o c im ien to de D ios.
E l padre espiritu al es alguien con q u ien se vive la
experiencia de u n a relació n sana. E n efecto, la rela-
| ción con el padre espiritu al es el ám bito en el que la
[ persona —sobre todo hoy en que a m enudo está tan he-
( rida en el aspecto de la relación— puede vivir u n a v er-
ídadera y auténtica experiencia de lo que es esp iritu al-
jm e n te una «relació n in terp e rso n al» .30 Cuando em pleo
le í térm in o « e sp iritu a l» q uiero decir todo lo que co-
im unica a D ios, que habla de D ios, que n arra su h is-

[ 30 El dar la vida, del que hablábamos antes, significa ofrecer al


otro el espacio para que sea él mismo en libertad. La verdadera « f i­
liación.» —aspecto al que hay que dar mucha importancia— compren­
de la libre acogida de sí mismo como ser en relación. «Padre» e
« h ijo » , independientemente del sexo y de la edad física de las per­
sonas en cuestión, son, en el campo espiritual, metáforas que expre­
san una relación. Por eso, la tradición no conoce sólo «padres» es­
pirituales, sino también «madres» espirituales. Y , como la misma ima­
gen padre-hijo se aplica también a las personas divinas de la Santísima
Trinidad, está claro lo que se pone en juego. En efecto, quien no lle­
va a cabo la experiencia de la verdadera paternidad y de la verdadera
filiación en el campo espiritual corre el riesgo de no hacer tampoco
j una verdadera experiencia personal de Dios. Paternidad espiritual no
1 significa más que la experiencia de la superación de la propia indivi-
í dualidad en el encuentro con un « tú » que lleva el antiquísimo nom-
i bre de «padre», porque, en esa superación, es «el que genera» su ser-
persona. E n sentido absoluto, esa experiencia de ser-persona se rea­
liza sólo en el encuentro con el «tú » de Dios, a quien nostros, gracias
al H ijo, podemos también llamar con el Espíritu Santo «¡Abbá, Pa­
dre!» ( G . BUNGE, Geistliche Vaterschaft, cit., p. 18).

no
toria, que lleva a él, que orien ta la vida hacia D io s .31
E n pocas palabras, llam o « e sp iritu a l» al proceso p o r
el que el hom b re em pieza a abrirse, a ver más allá de
sí m ism o, de los lím ites del pro p io yo, y a todo lo que
o rien ta a la p erson a hacia el otro, es decir, lo que
perm ite al hom bre vivir su indispensable dim en sión de
la relig io sid ad .32 Y p o r « re lig io sid a d » entiendo aquí
ese p rin cip io religioso que es, para Solov’ év, el r e c o ­
nocim iento de la existencia incon dicional del otro .33 E l
padre espiritual, en su relación, hace posible que esa
m ism a relació n sea para el otro u n a experiencia esp i­
ritu al. La person a deb ería experim entar que el padre
la acepta totalm ente y la considera de m anera absolu ­
ta; que la verdadera relación es salir de sí mism o y re ­
con ocer el p ro p io epicen tro en el o tro .34 Para el m is­
mo padre espiritual, ésta es una experiencia de D io s,
de su am or, con cuya fuerza logra relacionarse de m a­
n era gratuita y desinteresada. Y el otro vive esta rela­
ción com o una auténtica experiencia de am or, porqu e
exp erim en ta que es rec o n o c id o , con sid erad o en su

3' Cf. T. S p IDLÍK, La spiritualitá dell’Oriente cristiano, cit., pág. 2 5 "


26.
38 Cf. M. I. R u p n i k , La vita spirituale, en T . S p id l ÍK y otros, Lezioni
sulla Divinoumanitá, Roma 1995, págs. 2 7 9 -3 3 3 .
53 « [...] La Fe, en el sentido estricto del término, es afirmación de una
existencia absoluta [...], existencia incondicional. Este carácter abso­
luto corresponde igualmente a todo lo que existe en cuanto es» (V.
SOLOV’ÉV, K ritiía otvledénniych naial, cita. pág. 2 0 3 ) . Solov’ev afir­
ma lo mismo sobre la fe que sobre el amor: « E l amor es la transfe­
rencia de todo nuestro interés vital de nosotros al otro, el desplaza­
miento del centro mismo de nuestra vida personal» (Smysl ljubvi, cit.
pág. 10 2).
31 «La persona está muy estrechamente ligada al amor. Por amor se rea­
liza, por amor supera la soledad, por amor llega a la comunión. A su
vez el amor implica a la persona, es una relación entre persona y per­
sona, una relación en la que la persona sale de sí misma para entrar
en otra persona, es el acto por el que la persona es aceptada y afir­
mada en la eternidad» (N. BERDJAEV, Ja i m ir’, cit-, pág. I32).

III
9t
m isterio de ser person a, no forzado n i m anipulado o
reducido a objeto de estudio. Este aspecto de la rela­
ción será para la person a la «zarza a rd ie n te» . L a p re ­
sencia de D ios, para la person a que acude al padre
espiritu al, será al p rin c ip io todavía u n a experien cia
acategorial, pero p oco a poco suscitará en él ese res-
| peto necesario para elevar el intelecto de las cosas y ha-
I cerlo capaz de orien tarse a o tro , com o sucedió con
M oisés, que se acercó a la zarza para ver qué era y se
encontró hablando con u n « t ú » . Se en co n tró p res-
jtando atención a D ios, que em pezaba a hacerse co n o -
;cer. La relación con el padre espiritu al es el am b ien -
jíte, el « E m a ú s » , en el que, conversando y partiend o
’ el pan, un día la p erson a reconocerá a C risto . D o n -
| de hay am or, allí está D io s. D ios es el a m o r,35 la re-
í lacion alid ad absoluta, y, p o r eso, la relación personal
J es el lugar privilegiado del con ocim iento de D ios, de
su revelación, com o lo expresa C alixto Catafuguiota:
« L o más gran de que tiene lu gar entre D ios y el alma
es am ar y ser a m a d o » .36

Testigo de ¡a misericordia

Í
E1 padre espiritual, con su presencia llena del espí­
ritu y con su m irada espiritual, debería testim oniar la
mirada de Cristo, esa mirada que acompañó a Pedro du-
| rante tres años de cam ino ju n to s y que, p o r fin , en el
| patio del Sum o Sacerdote, Pedro captó en su plenitud

35 De la abundante bibliografía que podríamos citar sobre este punto,


nos limitamos a señalar las siguientes obras, para subrayar el «amor
de reciprocidad» que constituye el vínculo de la Santísima Trinidad:
S. BULGAKOV, UteSitel’, París 19 36 , trad. italiana II Paráclito, Bolonia
1971, pág. 14-2; ID., Agnec. B oíij. O Bogo£elove£estve, óast’ I, París I 9 3 3 >
trad, italiana L ’A gnello di Dio, Roma 199 ° . y G. M. ZANGHI, D io che
é Amore. Trinitá e vita in Cristo, Roma I99I, pág- II 5 -
36 D e vita contemplativa, P G I4 7 > 860.

1 1 5 ----------------------------------------------------------------------------------------
(cf. Le 2 2 ,6 2 ) . E l padre espiritual debería com unicar
esa m irada inm ensam ente benevolente.37
U n día estaba yo hablando con u n estudiante en m i
estudio y en el caballete acababa de p in tar u n rostro
de C risto de grandes dim ensiones. E ra el p erío d o en
que m e acercaba a u n a in terp retación bizantina de la
figu ra de C risto y era u n rostro lu m in oso, de s u fri­
m ien to , p e ro m ajestuo so, co n dos gran des ojo s de
com pasión. Estábam os sentados a cada lad o del caba­
llete. Pregunto al estudiante:
—Según tú, ¿a q u ién m ira C risto ?
—M e m ira a m í.
Le digo que se levante, que siga mirando a Cristo y vaya
viniendo, paso a paso, hacia m í. Le pregunto de nuevo:
—A h ora estás solo, y tienes la cabeza llen a de m a ­
los pensam ientos, violen tos. ¿ Q u é hace C risto ?
—M e m ira ^ resp on d e.
A l paso siguiente le digo:
—U n sábado p o r la noche estás con tus amigos, b o ­
rrach o. ¿ Q u é hace C risto ?
—M e m ira respon de de nuevo.
D a u n paso más y le pregunto:
—A h ora estás con tu novia, y vives la sexualidad, tal
com o m e has dicho, de fo rm a que te agita la m em o ­
ria. ¿ Q u é hace C risto ?
—M e m ira con la m ism a benevolencia.
C u an d o ya estaba a pu n to de llegar a la parte d o n
de yo me encontraba, le digo:
—Y ahora estás en la iglesia, en misa, y haces las lec­
turas. ¿Q u é hace C risto ?
—M e m ira con u n a gran com pasión.

3J C f. SOFRONIJ (SAKHROV) archim., Starec Siluan, París 1 9 5 2 , tra­


ducción italiana Silvano del monte Athos. Vita, dottrina, scritti, Tu-
rín 1978, págs. 3 13 - 3 18 .

H3
—M uy b ien —le digo—, cuando sientas sobre ti, en
todas las circunstancias de la vida, esta mirada compasiva
y m isericordiosa de C risto , serás de veras u n a p e rso ­
na espiritual, serás de nuevo com pletam ente íntegro,
próxim o a lo que podem os llam ar paz in te rio r, sere­
nidad de alm a, felicid ad de vida. G uando te descubras
en su m irada m isericordiosa y sientas que el am or te
envuelve com o u n bálsam o, cam biarán todas las situa-
í ciones que acabamos de m en cion ar. E l hom bre cam -
\ bia a causa del am or que in u n d a su corazón. Peca por
í falta de am or o, m ejor dicho, p o r la no aceptación del
¡am or que le espera en el corazón,,
\ E l padre espiritu al juzga los pecados, no al peca-
| dor, y, en su ro stro , dentro de esta relación , la p e r-
j sona debe d escu b rir u n a re la ció n caracterizada p o r
i, una acogida sin lím ites y sin cansancios.

Mediador

Es im pensable que el padre espiritu al tenga en sí


m ism o, en su m undo psíquico, tanta energía que p u e­
da acoger incan sablem en te a todos, la desintegración
I de cada u n o , y u n ir todo lo que está disperso. E l p a-
í dre espiritual es simplemente un m ediador. Está o rien -
í tado hacia el Padre y trata de com u n icar al que tie ­
ne enfrente lo que contem pla interiorm ente. Se es pa­
dre espiritual de sí m ism o y de los otros en la m edida
en que se apren de a ver con los ojos del Padre que
ama.

La fidelidad como experiencia de la objetividad de la relación

L a fidelidad es la realización más objetiva de las re ­


laciones interpersonales. Por eso, ya en el A ntiguo Tes­
tam ento, D ios form aba y educaba a su pueblo p o r m e­
dio de la alianza. P o r eso tam bién, C risto, con la nue­

114
va y eterna alianza, constituye el m áxim o im aginable
del am or. U n am or, cuanto más m aduro y p u rificad o ,
más fiel es.38
Y no podem os llam arlo am or hasta que no haya f i ­
delidad. E l padre espiritu al ha experim entado e n él
m ism o la fidelidad de la m isericordia del Padre hasta
el sacrificio, y tam bién él llega a ser fidelidad relacio-
nal con la persona que se le confía. C uan do hoy ve­
mos tantas dificultades para una verdadera relación,39 el
padre espiritual, con su fidelidad, constituye para el
otro esa objetividad relacional que el otro debe ten er
en cuenta. P o r eso, el padre espiritual, con la fid e li­
dad que sólo puede darse en el am or, dice al otro tam ­
bién cosas que p u eden n o gustarle, o perm anece im ­
pasible cuando el otro esperaría entusiasmo y ap ro b a­
ción. De esta m anera, el padre espiritual introduce a la
persona en el arte de la aceptación de la objetividad del
otro. Se trata del paso inevitable hacia la madurez que
supera lo que es sólo agradable y com ienza la integra­
ción de la objetividad de la vida. Pero esta actitud p u e ­
de ser u n cam ino seguro únicam ente si se fu n d am en ­
ta en su red en tor que él contem pla en su corazón.

Confiar la vida del otro a Dios

G racias a esta con tinu a con tem plación in te rio r y a


su incesante apertura al espíritu del Padre, el padre es­
p iritu al, com o m ed iad or, encom ienda y com unica al

3Í Esta penetración del amor-fe (cf. nota 33) es la que hace superar
la realidad de «impenetrabilidad del tiempo», que consiste en que «el
momento siguiente del ser no conserva el anterior, sino que lo excluye
o lo elimina de la existencia de modo que todo lo que es nuevo en el
mundo material se realiza exclusivamente a costa o en perjuicio de lo
que existía antes de él» (V . SoLO V ’ÉV, Smysl Ijubvi, cit., pág. 147).
39 Vivimos una época en la que todo es reversible, en la que reina el
rechazo a toda continuidad» en la que las relaciones humanas están mar­
cadas por la laceración y se experimenta una gran incapacidad para

115
Padre m isericordioso lo que ve, escucha y conoce. La
persona que acude a él es posible que no esté todavía
en condiciones de co n fia r la p ro p ia vida a D ios, p o r ­
que vive en la dispersión y el desconcierto de la exis­
tencia, y m uchas experiencias perm an ecen cerradas,
aisladas, y están destinadas al olvido definitivo, o sea,
j a la m uerte. Entonces, el padre espiritual, m ientras es-
• cucha a la persona, con la fuerza del E sp íritu Santo,
) confía en su corazón a D ios lo que escucha. L a p a-
i ternid ad espiritual se basa en nuestra fe en la p resen ­
cia del E sp íritu Santo, en su inhabitación en la p e r­
sona y en su eficacia para im pulsar la creación y la
hum anidad, p o r m edio de C risto , hacia el Padre. El
padre espiritual indica los nexos interiores entre las d i­
versas experiencias, y esos nexos aparecen in m e d ia­
tamente cuando la existencia está abierta a D io s .40 C o n
el arte del discernim iento ayuda a la person a a in te r­
pretar el lenguaje que D ios usa con ella y a descubrir
en los acontecimientos de la vida la palabra de Dios para
ella. A sí la vida de la persona se entrega cada vez más

o p cio n es definitivas. P e ro , al m ism o tie m p o , e n c o n tra m o s ta m b ié n


m uchos sín tom as de u n a fid e lid ad q u e se hace im p o sib le y, sin e m ­
b argo, se invoca. V éase, p o r ejem p lo , La messa é fin ít a, film de N a n -
n i M o retti, q ue ha sido d e fin id o com o « u n g ra n cántico a la fid e li­
d a d » ; M . NlCO LETTI, La cittá, un p rete e la ricerca della fedeltá, en
« II M a rg in e » , e n e ro 1986, págs. 2 9 -3 3 .
40 N o se trata de elab o rar cada e lem en to de la vida, « s in o de vivificar
y e sp iritu alizar co n u n p rin c ip io p acifican te su p e rio r lo s elem en to s
e n fren tad o s e n tre sí y m u e rto s en su en em istad , de d arles u n c o n te ­
n id o g en eral absoluto y así lib erarlo s de la a u to a firm a c ió n exclusivis­
ta y de la negación m u tu a» (V. SOLOV’ÉV, Filosofskie nadala cel’nogo zna-
nija, cit-, pág. 49)- Este p rin c ip io se e n c u e n tra « e n el m u n d o ab so ­
lu to d iv in o , in f in ita m e n te m ás real y ric o q u e este m u n d o de los
fen ó m en o s superficiales ap aren tes. A d m itir esto resu lta n a tu ra l p u e s­
to que el h o m b re, p o r su p rin c ip io e te rn o , p e rten ece a ese m u n d o d i­
v ino trascen d en te, y en los grados su p erio res de su vida y de su saber
h a m a n te n id o c o n él u n n ex o n o sólo sustancial sin o ta m b ié n ac tu a l»
( Ib íd .).

116
a D ios, « está escon dida con C risto en D io s» ( C o l
3 *3 )» 7 poco a p o co , p o r m edio del padre espiritual,
esta person a experim enta la inm ensa acogida de D io s
y su apertura y b o n d ad para con el hom bre. E n resu ­
m en, la person a, p o r m edio del padre espiritual, em -j
pieza a entrever toda su vida, hasta ahora rota y des-)
perdigada, recogerse en u n corazón inm enso y cálid o.!
Em pieza así a entrever tam bién, p o r m edio del padre
espiritual, una nueva im agen de sí m ism o, más lu m i­
nosa y de c o n ju n to , sin ten er que ser condenado n i
ten er que cortar algunas experiencias y aspectos del
carácter. Este ver en el con ju n to, en su totalidad, es
típico de la m ente ilu m in ada p o r el am or, que p ie n ­
sa con am or. Y es la co n m oción típica del d escu b rí- )
m iento del am or la que hace saltar en la persona el re - j
sorte de la con versión, del cam bio. C u an do se descu- j
b re que se es am ado se cam bia de m en talid ad , de l
com portam iento y de costum bres. E s una experiencia |
que no encadena al padre espiritual sino que libera en
el inm enso abrazo del verdadero Padre porqu e, en d e - f
finitiva, no es el padre espiritual quien ama, sino que
es el Padre celeste el que ama en él. Ser amados es elfi
único camino del cambio, del «crecim ien to», de la r e a - l
lización de la person a, que no será violenta, au to rita- j
ria n i forzad a .41

+l « C o n o c ie n d o , gracias al a m o r, la verdad de los o tro s n o de m a n e ­


ra abstracta sin o esencial, trasla d a n d o efectivam ente el c e n tro de n u e s ­
tra vida m ás allá de n u e stra p a rtic u la rid a d em p írica, co n eso revelam os
y realizam os n u e stra v e rd a d y n u e s tro valo r a b so lu to q u e co n siste n
p recisam en te e n la capacidad de trasc e n d e r los lím ites de n u e stra re a ­
lid ad de h echos co n creto s y en la capacidad fen o m é n ic a, e n la c a p a­
c id ad de vivir n o sólo e n n o so tro s m ism os sin o ta m b ié n e n los o tro s.
[...] Para errad icar realm en te el egoísm o es necesario c o n tra p o n e rle u n j
a m o r q u e, p o r u n a p arte , sea c o n creto e in d isc u tib le y q u e, p o r o tra , j
sea capaz de im pregnar y d o m in ar todo nuestro se r» (V. SOLOV’ÉV, Smysl (
Ijubvi, c it., págs. 9 6 -9 7 )-

117
Q u iero todavía subrayar la diferencia que existe e n ­
tre esa acogida y una aUtoconcienciación del propio in ­
consciente, que hurga en las propias experiencias, bien
sea m entalm ente o b ie n ante u n psicoterapeuta que se
com porta según las reglas de su p ro fesió n . N o discu­
to la utilidad de esta práctica que indudablem ente ayu­
da a una vida más serena y sana. Pero es muy d istin ­
to contar los p ro p io s pensam ientos, las propias h isto ­
rias dramáticas e inquietantes, a una persona que todo
lo pone en m anos de D ios y, p o r este cam ino, poco
a poco nos conduce a la m adurez de p o d e r nosotros
m ism os co n fiar todo eso a D ios Padre en la oración .
A q u í nos m ovem os dentro de u n a auténtica relación
con D ios en la que se realiza tam bién u n a co n cien -
ciación a nivel p sicológico, p ero , al m ism o tiem po,
J estas realidades son verdaderam ente asum idas p o r una
[persona, D ios-P ad re-am or, que sana, lava, cuida, cura,
íy conduce todo a u n a tran sfigu ración en la resu rrec-
j ción . U n a cosa es ser intelectualm ente consciente de
los p rop ios condicionam ientos psicológicos y otra aña­
d ir a ese con ocim iento la conciencia de que todo eso
no sólo no se ha p erd id o sino que se tran sfigu ra en
el rostro de aquel que en la cruz ha m anifestado el
am or.

La curación de ¡a memoria

G om o ya se ha indicado anteriorm ente, uno de los


problem as más fuertes con el que nos encontram os es
el problem a de la m em oria. Es u n problem a que hoy
se agrava todavía más porqu e en nuestro tiem po todo
se centra en la psique. P o r una parte, parece que todo
está perm itido y que el hom bre sólo m adura haciendo
experiencia de todo. Pero, p o r otro lado, el bagaje de
experiencias n o integradas, no reflexionadas, no espi­
ritualizadas, se hace gravoso e incluso oprim e y ator ­

1 x8
menta la conciencia. Existe una «m em oria m ala», o sea,
una m em oria del m al realizado y su frid o, e incluso del
m al al que u n o ha asistido. Es el depósito de la m e ­
m oria, tanto person al com o colectiva, el que lleva a la
neurosis, es decir, a u n com portam iento determ inado
p o r im pulsos y m otivos que escapan a la racionalidad
y a la auto conciencia. E l hom bre empieza entonces a ha­
cer de todo para distraerse, para desviar la aten ción a
otras cosas. Pero la m em oria, con su m ecanism o, co n ­
tinuam ente trae im ágenes pasadas, experiencias vividas,
y, cada vez que esto sucede, aflora en el hom bre una
fuerte carga de negatividad, ren co r y agresividad. P u e ­
de haber períod os en que parece que las cosas del p a­
sado se h an arreglado, p ero basta un m om en to, un
encuentro, una palabra, un lugar, una m irada, para
que todo surja de nuevo. Las cicatrices se abren y la h e­
rida reaparece con u n do lor todavía más fuerte. P o r un
tiem po se intenta estar ocupados prin cipalm en te en
otras experiencias, más atrayentes, más jugosas, p ero
en cuanto éstas em piezan a agotarse, antes de pasar a
otra distracción, existe siem pre el riesgo de que la m e­
m oria se haga sen tir. Se trata de u n a m em oria no sa­
nada, no curada. Y aquí entra todo el problem a de la
m em oria colectiva de los pueblos y de las naciones. E n
el pasado a m enudo las naciones se han herido unas a
otras o muchos individuos de u n pueblo han tenido ex­
periencias negativas de su contacto con otros pueblos.
E l últim o p eríod o de la historia europea se caracteri­
zó, como ya hemos indicado, por una cultura iluminista-
humanista, que llenó Europa de grandes palabras, como
«solid arid ad », «aceptación de las diferencias», « p a z » ,
etc. Pero en este m om ento somos testigos del resurgir
de todas las heridas de historias lejanas com probando
que esta cultura ilum inista-hum anista ha contentado al
intelecto con «ejercicio s ló g ic o s» , pero no ha cuida­

—---- ------------- -------------- iig


do los estratos p ro fu n d o s del hom bre. Y ahora, una
vez que la fascinación de la m od ern id ad ha pasado y
cuando estamos en u n m om en to de tránsito cultural,
resurge, herid a tras herida, toda una m em oria mala,
llena de cicatrices, no curada, que se convierte en cebo
fácil para los m ovim ientos nacionalistas y en in ce n ti­
vo para una cultura de p reju icios y ju ic io fácil sobre
el otro. E n el centro de E u ro p a se abren focos de
conflictividad, de guerra incluso, a causa de una m e­
m oria no curada. Podem os así im aginar cuántas situa­
ciones conflictivas y tragedias personales existen a cau­
sa de una m em oria person al no curada. Pero ¿q u é es
lo que puede curar la m em o ria? Desde luego, no lo
conseguirá el olvido, el querer b o rrar las cosas. S i uno
tuviese que b o rra r todo lo que le estorba o le oprim e
con u n vacío angu stioso, de algunas vidas q u ed aría
muy poco. Hay u n cam ino de curación que consiste en
la tran sfigu ración de la m em oria. E n el lib ro de J e ­
rem ías está escrito: « P a ra in stru irse no necesitarán
anim arse unos a otros d icien d o : « ¡C o n o c e d al S e ­
ñ o r !» , p o rq u e me con ocerán todos, desde el más p e ­
queño hasta el m ayor, oráculo d el Se ñ o r. Y o p e r do -
naré su m aldad y no me acordaré más de sus pecados»
(Jr 3 1,3 4 .). E l hom bre de hoy tiene gran necesidad de
encontrarse con alguien que acoja todo lo que él dice,
sin preguntarle dónde ha estado, qué ha hecho, d ó n ­
de se ha m anchado; tiene necesidad de alguien que le
dé ánim o haciéndole una fiesta como hace el padre del
h ijo p ró d igo , que ya no se acuerda más de sus peca­
dos. Es necesario el encuentro con otro que, en una
relación fuerte y auténtica, te diga que no se acord a­
rá nunca de tu in iq u id ad . Eso no sign ifica sim p le­
m ente que se te b o rra n los pecados y que tu in iq u i­
dad es olvidada. Sign ifica más b ie n que aquel que te
p erd on a te recordaba con am or tam bién m ientras p e ­

120
cabas, que no sella simplemente los m om entos y los ac- jj
tos de tu vida sino que, en una apertura peren ne a él, \¡
tu vida —in clu ido el pasado—, vive una peren ne m eta- |
m o rfo sis. E n to n ces, lo que para ti era u n m al re - ¿
cu erd o , u n acto o u n e p iso d io que te p e rse g u ía y
turbaba tu corazón, se convierte en u n herm oso re - ¡I -~
cuerdo p o rq u e te recuerda a aquel que te ha p e rd o - j!
nado. D el mal se pasa a la persona del bien y de la m i- \j
sericord ia. E n el N uevo Testam ento el con ocim iento
más p ro fu n d o de D ios es el con ocim iento p o r m edio
del p e rd ó n .42 Efectivam ente, los que han e xp erim en ­
tado el perdón no se han olvidado nunca más de quien
los ha perdonado. A l contrario, alcanzados por él y u n i­
dos a él en el am or, ya no existe ninguna fuerza que
los pueda separar de él, ni siquiera el m artirio (cf. R om
8,35)* E l padre espiritual debe ser imagen de aquel que j
es la m isericord ia y que perd ona, de form a que, p o r j
el p erd ó n y el descubrim iento de la verdadera im agen I
de D ios, el hom bre cam bie y crezca en una vida cada ]
vez más íntegra. E l culm en de la pedagogía cristiana es (
el p erd ó n , p orqu e en el p e rd ó n inclu so las cosas que j ^
estaban más alejadas de D ios, más cerradas a todo sig- |
n ificad o esp iritu al, se hacen espiritu ales, o sea, u n |
perm anente recuerdo de él, una perm anente com unión ||
con él.

Jtyudar al encuentro entre D io sj el hombre

D e esa form a, el padre espiritual ayuda y p rep araf


al encuentro existencial entre el hom bre y D ios. Su re-j
lación person al es, sin duda, u n elem ento privilegia-|
do para este en cu en tro. A l m ism o tiem po, es sólo el
espacio en el que todo puede suceder o ser favorecido

4S Gf. S. FAUSTI, Ricarda e racconta il vangeJo. La catechesi narrativa


di Marco, Milán 1989» pág- 4 ^ 6 .

121
y, p o r eso, ese encuentro se realiza en la m edida en
que él, ofrecien d o u n a relación , está, a la vez, au sen­
te y retirado. E l padre espiritu al sólo puede verificar,
observando las señales que se vislum bran en la p e rso ­
na que viene al coloqu io, si en la persona hay u n ver­
dadero p rin cip io religio so, no una ilu sió n espiritual,
una fijació n m ental, psicológica, p o r la que se im agi­
na que cree, piensa que está con D ios, p ero en reali­
dad está encerrado en su psique, sin traspasar nunca
el um bral del pro p io « y o » . E l padre espiritual consta­
ta, p o r las características que acom pañan a la p e rso ­
na, si ésta se mueve según el E sp íritu Santo. Precisa­
mente en el encuentro con D ios se suelen dar las des­
viaciones y patologías psicológicas más frecuentes, y
aquí se nota la verdadera calidad del padre espiritual.
E l padre espiritu al es consciente de que la relació n
entre el hom bre y D ios es real, que se basa en el v ín ­
culo real del am or, única realidad que une p ero no
con fu n d e, no id en tifica y, al m ism o tiem po, no crea
rivalidad n i lleva a la exclusividad. Por eso, el padre es­
p iritu al observa si la person a es verdaderam ente dócil
al E sp íritu Santo, que derram a en nuestros corazones
el am or de D ios Padre (cf. R o m 5 >5)> o si lo que hace
es afirm ar su voluntad que ha decidido ser buena, fiel,
creyente, rezar, etc. E l objetivo de la vida espiritu al es
la recepción del E sp íritu Santo43 para p o d er ser vivi­
ficados p o r él en todo acto e in ten ció n y ser ilu m i­
nados y guiados p o r él. P o r eso, u n signo in c o n fu n -

43 «L a oración, el ayuno, las vigilias y las demás prácticas cristianas, por


muy buenas que puedan parecer en sí mismas, no constituyen el fin
de la vida cristiana, aunque ayudan a conseguirlo. El verdadero fin de
la vida cristiana es la recepción del Espíritu Santo de Dios. La ora­
ción, el ayuno, las vigilias y todas las demás buenas obras hechas en nom­
bre de Cristo, son sólo medios para adquirir el Espíritu Santo» (Se-
raphim de Sarov. Sa vie par Irina Gorainoff. Entretien avec M otovi-
lov et Instructions spirituelles, cit-, pág. 156).

132
dible del verdadero crecim iento espiritual es la d o c i­
lid ad al E sp íritu . N o ser testarudo, n o d efen d er con
fuerza la p ro p ia voluntad y el p rop io parecer, sino es­
tar abierto a lo que dice el otro. Efectivam ente, h e­
mos visto que esta atención al otro es u n p rin cipio re­
ligioso. A sí pues, el hom bre espiritual es el hom b re de[>
fe, el hom bre que presta aten ción a D ios, a su p ala- f
bra y a su gesto. L a h u m ild ad es u n criterio auténti-¡|
co y seguro al que el padre espiritual está atento. Esaj
humildad es verse sin u n punto sólido dentro de sí m is- \
mo y recon ocer el único punto firm e y seguro en el |
otro, o sea, en el am or entre los d os.44 |
E n la p atern id ad espiritu al se da el arrebato del
am or de D ios que empieza produ ciend o fruto en el
am or a sí m ism o y a los demás. L a persona em pieza a
m irarse a sí misma y a los otros con conciencia de « e s ­
tar c o n » y llega a ser capaz de ver el m ovim iento del

** «Veo con claridad que yo no encontraría en mi pretendida perso­


nalidad y en sus múltiples manifestaciones ni un átomo que se asemeje
al menos al germen del ser autónomo, verdadero y, por eso, eterno.
Yo soy el grano muerto en tierra; pero la muerte del grano es la con­
dición de su retorno a la vida. Dios me hará resucitar, porque él está
conmigo. Yo lo reconozco en mí, como un oscuro seno generador; lo
reconozco en mí como algo eternamente superior a mí, que sobrepa­
sa lo que en mí hay de mejor y más santo; lo reconozco en mí como
el principio vivo del ser infinitamente más grande que yo y que, por
tanto, contiene, junto a mis demás fuerzas y atributos, también el
atributo de la conciencia personal, inherente a mí. Yo soy por él y él
permanece en mí y, si no me abandona, creará otras formas de su per­
manencia en mí, es decir, de mi personalidad. Dios no sólo me ha crea­
do sino que me crea sin tregua y seguirá creándome continuamente.
Desea que yo también lo cree sucesivamente como lo he creado hasta
ahora. No puede darse un descenso sin la aceptación voluntaria; en cier­
to sentido, los dos actos tienen el mismo valor y quien acoge se hace
igual en dignidad que el que desciende a él. Dios no puede abando­
narme, si yo no lo abandono. La ley del amor, grabada en nuestro co­
razón (por lo que leemos sin esfuerzo sus caracteres invisibles), pro­
clama que tenía razón el salmista al decir a Dios: «Q uoniam non de-
relinques animam meam in inferno, nec dabis sanctum tuum videre

123
espíritu incluso en campos que podrían parecer más le­
jan o s de lo directam ente relacionado con el aspecto re ­
ligio so . Este razonam iento de am or, que em pieza a
con dicion ar u n poco toda la m entalidad y el co m p o r­
tam ien to, se pu ede co m p ro b ar especialm ente en el
ám bito concreto en el que vive la persona. E n efecto,
si la persona ha encontrado de veras a D ios en el am or
y ha empezado a orientar la propia vida hacia él, se em ­
pieza tam bién a n o tar en el am or respecto a los p r o ­
pios defectos y a los aspectos más oscuros de sí m is­
m o .43 A nivel social, esto se realiza en el am or a los
| en em igo s.46 S i el padre espiritu al está en su sitio y
1 deja que la p erso n a, en el m isterio de su corazón,
j converse y se con fíe a D io s, esa person a experim enta
! una libertad cada vez m ayor. E l padre espiritual es una
| person a de libertad y q u ien acude a él se va haciendo
| lib re . N o sólo u n a lib e rtad « d e » , n i sólo lib ertad
« p a r a » , sino tam bién lib ertad « c o n » . Ser libre con
D ios y con los hom bres. A nivel psicológico, eso ga­
rantiza una sana patern id ad espiritual, lib era de toda
atadura equívoca, constrictiva y con dicionan te.

Algunos riesgos que se deben evitar

| E l padre espiritual no puede sustituir a Cristo. Tam -


| poco puede garantizar que la persona sienta la acogida
! y sus efectos psicológicos. N o puede sustituir al E sp í-

corruptionem » (Ps. XV, io ) * . ID V. IVANOV, Perepiska ¿z dvuch


uglov, en Sobr. So¿., ÍIÍ, Bruselas 1921, trad. italiana, Corrispondenza
da un angolo aU’ahro, Milán 197 ® . pág. 38. Afirma también Ivanov:
| «D os que se aman se encuentran de manera que en ese momento está
| también presente, entre los dos, una tercera persona: el mismo Dios
) del amor: "C on tal que el tercero esté presente / Y ese tercero sea el
! amor" Mysli o simvolizme, en Sobr. So¿., II, Bruselas 1974 . pág. 606.
A. LOUF, Inspden op genade, Over God-zoeken, Tielt en Weesp 1984,
trad. italiana Sotto la guida dello Spirito, Magnano 19 9 0 , págs. 5 *- 5 4 -
16 Gf. SOFRONIJ (SAKHAROV) archim., Starec Siluan, cit-, págs. 128 - 129 -

124
ritu Santo guiand o, paso a paso, el pensam iento del j*
otro. N o puede ser él la luz que ilu m in a al otro . Ése !
sería u n cam ino que llevaría indefectiblem ente a u n a j
dependencia de él y, p o r tanto, a u n verdadero b lo - ¡
queo en el crecim ien to de la fe. U n padre esp iritu al ¡
no exige que se haga com o él dice sino que se le es- :
cuche y, en la o ració n , se tenga en cuenta lo que ha |
dicho, adm itien do que se puede llegar a una decisión j
totalm ente opuesta a su consejo. Su tarea es p r o p o n e r s
al otro un pensam iento espiritu al que el o tro debe
ten er en cuenta, y en este proceso va m adurando su
m entalidad. Pero sería u n gran e rro r hacer, con h a- 1
bilid ad , que su m an era de pensar sustituya a la d el i
otro. Este riesgo se puede evitar sólo con el d isce rn i­
m iento y u n a relació n verdaderam ente espiritual.
O tro e rro r frecuente suele ser el de conm overse |
p o r la persona que sufre y ofrecerle un consuelo e x- I
quisitam ente hum ano, psicológico y paterno. T am bién 1
esto lleva a hacerse depend ien te del padre espiritu al y S
a id o latrarlo . E l padre espiritual n o debe suplantar al j
paráclito, al ú n ico con solador verd adero. *
U n tercer riesgo que se debe evitar es el de ponerse
a discutir dialécticam ente con el otro , haciendo así
que la person a se centre en el padre espiritual y en lo
que él ha dicho o piensa, y no en D ios y su palabra.
E n resum en, hay que evitar todo com portam iento que
lleve a p o n e r al padre espiritual en el centro de aten ­
ción. A l mismo tiem po, el padre espiritual no debe ser
p u n tilloso con el que acude a él porqu e ésta es tam ­
bién una manera refinada de atar, de hacer dependiente.
Pero quizá el obstáculo más frecu en te sea el de
perm anecer en el pasado, indagar el pasado de la p e r ­
sona y quedar atrapado buscando las causas. E l padre
espiritu al n o descuida el pasado, p ero p o n e u n a gran
aten ción en su sign ificad o y m ira y ayuda a m irar el

125
pasado a la luz de la salvación, es decir, del am o r de
D ios. Sob re todo, trata de o rien tar a la p erson a h a-
} cia un fu tu ro realista. O rie n tar hacia adelante. P are­
ce sin im portan cia, p ero en u n a E u ro p a que es ya u n
continente senil y m uestra signos de volverse al pasa­
do, la apertura al fu tu ro , a la esperanza y a la escato -
logia son realidades urgentem ente necesarias.

Una realidad atrayente para hoy

R ecord ando las p rim eras páginas de esta reflexión ,


podem os ahora com p ren d er que la paternidad e sp iri­
tual puede ayudar al h om bre contem poráneo a volver
a la p ropia verdad. La paternidad espiritual consiste en
hacer abrir completamente el espacio del am or a las re ­
laciones interpersonales. Es un acompañamiento del otro
con cuidado y aten ción. « L a nueva evangelización, a
la que Ju a n Pablo II nos llam a continuam ente, co n ­
siste sobre todo en acom pañar al que se ha visto cap­
tado p o r el testim onio del am or. Se trata de acom pa­
ñ ar a este hom bre en ese cam ino, que no es algo fo r ­
tuito, sino que, p o r la lógica in tern a del m ism o am or
cristiano, conduce a la plena con fesión de fe y de p e r­
tenencia a la Ig le s ia » .47 P o r tanto, cuando hablo de la
paternidad espiritual, no estoy pensando sólo en u n de­
term inado carism a de la Iglesia o de los guías e sp iri­
tuales form ados profesionalm ente, sino que pienso so­
bre todo en lo que nos transm ite la trad ició n an tigu ^
de la paternid ad espiritu al com o estructura teológico -
espiritual. Esa trad ición nos m uestra que la Iglesia/es,
sobre tod o, u n m un do de relaciones tan fuertes en
C risto que son capaces de personalizar tam bién las c o ­
sas y las instituciones. La persona, en su dim ensión del

47 Documento de la CEI [Conferencia Episcopal Italiana] Evangelizza-


zione e testimonianza della cartitá, IO.

126
am or, es sem ejanza de D ios, y D ios pu ede h ablar al
hom bre y revelarse a él en las relaciones y en la c o ­
m unicación. L a paternidad espiritual introduce al h o m ­
bre en unas relaciones sanas, y en ellas, sobre todo p o r
el p e rd ó n , em pieza a cam in ar p o r la vía del am o r.
Esa vía, p o r su lógica in tern a, le llevará a C risto , a la
imagen del am or de ese D ios que es una «co m u n id ad »
eterna y perfecta de tres personas.
La paternid ad espiritu al nos ayuda a evitar algunos
dualism os, especialm ente el de distin gu ir y separar la
teología y la reflex ió n del con ten ido person alm ente
vivo del h om b re. « L a verdad cristiana no es una te o ­
ría abstracta. Es sobre todo la persona viviente de J e ­
sucristo el S e ñ o r (Jn 1 4 ,6 ) , que, habiendo resucitado,
vive en m edio de los suyos (cf. Mt 1 8 ,2 0 ; Le 2 4
3 5 ) . Por eso, la verdad puede ser acogida, co m p re n ­
dida y transm itida sólo den tro de la experiencia total
y vital de com u nión, que es person al, concreta y p rá c­
tica, y en ella la con ciencia de la verdad se con fron ta
con la vida au tén tica» .48 L a paternidad espiritual n o es
una técnica o u n «sistem a» pastoral. La paternidad es­
p iritu al es la actividad apostólica que ya en su m od o
m ism o es u n m ensaje de nuestra fe. La paternidad es­
p iritu al es un « m é to d o » y, al m ism o tiem po, revela­
ción de u n con ten id o, el contenido de nuestra fe.

4 . A lgunas sugerencias para u n encuentro concreto

Orar mientras se escucha

E l padre espiritual procura conservar en su corazón


la apertura a Dios, el recuerdo de Dios, dándole siem ­
pre la precedencia a él. Debe mantenerse en esa actitud
típicamente religiosa que es la oración, o sea, hacer de

48 Documento de la CEI Evaaffelizzazione e testimonianza della carita, 9.

127
la oración una actitud. Y o aconsejo m antener esa acti­
tud durante el coloquio, repitiendo en su corazón lo
que escucha y contándolo a Dios. A sí se perm anece en
la oración y se evita el peor de los riesgos, que es el de
sentirse protagonista, el de empezar a pensar en lo que
se debe decir, el de com enzar, por tanto, a tratar al otro
como u n objeto de estudio, de investigación. C o n la ac­
titud de oración se ejerce también el papel de mediador,
com unicando y confiando a D ios la vida que se está es­
cuchando. Así el padre espiritual hace entrar en ese cír -
culo, en esa procesión de com unión a la que el otro
está invitado.

No juzgar

C uan do el padre espiritual no conoce todavía a la


persona más que p o r lo que ella ha dicho, en vez de
sacar con clusiones de lo que ha o íd o , pu ede elegir
otro cam ino: el de pon erse de acuerdo con la p e rso ­
na para algún pequeño ejercicio —p o r ejem plo, una lec­
tura— durante u n p erío d o determ inado y, al fin al del
m ism o, hacer una verificació n , de form a que sobre lo
concordado —y sólo sobre esto— se puedan expresar al
otro las p ro p ias constataciones. Si, p o r ejem p lo , la
persona es perezosa, el padre espiritual, previo com ún
acuerdo, puede in iciar u n diálogo sobre la pereza. E n
cam bio, si tomase com o base lo que la persona le dijo
sobre su pasado, correría el p eligro de que se in te r­
pretase com o una acusación o una no aceptación.
Ese m odo de p roced er sin p reju icio alguno resulta
todavía más positivo en el tratam iento de defectos im ­
portantes de la persona. Si esos defectos se expresan d u ­
rante el períod o concordado, la persona no se queda
fija en el pasado, como sucedería si se centrase la aten­
ción en los defectos que el padre espiritual ha escuchado
cu an do q u ie n ha acu d id o a él ha con tad o su vida

128
pasada. E n este segundo caso, se orientaría a la p e rso ­
na hacia el pasado, se le centraría en lo negativo, de lo
que, p o r lo dem ás, se es ya consciente, pero im p o ten ­
te para cam biar. A sí aum enta el sentido de culpa y la
frustración.

5. E l peligro de los padres espirituales


y de las lecturas espirituales
Las gen eracion es jóven es no q u ie ren ser d e p e n ­
dientes de n ad ie. Sabem os que u na de las reglas fu n ­
dam entales de la ideología del liberalism o absoluto es
la de inculcar en el hom bre el rechazo a toda o b e ­
diencia, excepto, claro, a esa p u blicidad de lib e ralis­
mo in co n tro lad o , que nadie debe con d icion ar y que
ejerce u n gran d o m in io sobre las person as. Resulta
especialm ente trágico que los más vulnerables en este
punto pueden ser los jóvenes de los antiguos sistemas
com unistas. E n tran , sin duda, condicionam ientos d ra ­
m áticos del pasado régim en . A pesar de ello, hay que
recon ocer que esta problem ática está dificultando m u ­
cho el desarrollo de las iglesias en esos países. M uchos
jóvenes rechazan la experiencia de sus com patriotas de
más edad. Se basan en m uchas ideas « te o ló g icas» li ­
berales superficiales, que vien en de fu era, y así creen
que son autónom os. N aturalm ente, no se dan cuenta
de la trampa en que se encuentran y de la que se a rre ­
p en tirán más tarde p o r los años que están p erd ien d o -
Lo fundam ental de esa tram pa está en que el hom bre
se aban don a a la soberbia y vanagloria espiritu ales.
Llega a ser más im portante ser autónom o que cum plir
la volu n tad de D io s. Este tipo de reb eldía Cloquea
com pletam ente a los jóvenes en su crecim iento y en su
creatividad, y a m enudo les acarrea problem as p síq u i­
cos. T o d o se les hace d ifícil. Están particu larm en te
heridos en las relaciones con las personas y, a causa de

129
su total inseguridad, buscan en ellas continuam ente
c o n firm a c ió n y re c o n o c im ie n to . P o r eso, h a b itu a l­
m ente se cierran en grupos, donde se encuentran e n ­
tre semejantes, con dificultades semejantes, no son ca­
paces de desarrollar su creatividad y no hacen más que
lam entarse y despotricar del p ro p io destino, que ellos
solos se han p reparado . Estos jóven es están expuestos
a toda clase de m an ipulacion es. La tram pa consiste en
que, creyendo que son autónom os y creativos, al fin al
todos term in an haciendo lo m ism o. E ligen las mismas
formas de rebeldía, de desacuerdo y de autoafirm ación.
T o d os esos fe n ó m e n o s m u estran que el hom b re
que no tiene en sí m ism o u n cam ino abierto hacia la
seguridad in te rio r, el que no tiene la conciencia del
« p a d re » , es víctim a de muchas tentaciones. E l h o m ­
bre se busca enseguida u n padrastro, que después lo tor­
turará y lo despersonalizará. E n el 6 8 , pensadores fa ­
m osos incitaban a rechazar a los padres y la trad ición ,
e incluso a matar a los m aestros. H oy, en cam bio, nos
encontram os con u n a necesidad tan urgente del padre,
del m aestro y del ideal que se corre el riesgo de e n ­
tregarse de m anera irracio n al, in fan til y sin d isce rn i­
m iento en m anos de cualquiera que se presente con
cierta capacidad de arrastre. Estam os en la época de la
publicidad, donde rein a la ley de lo m ejo r y lo in m e ­
diato y deslum bran los resultados, pero se tiene poco
sentido de la fatiga necesaría para llevar a cabo una ta­
rea. E n ton ces se saltan las etapas y a los pequeños se
les dan alim entos y bebidas dem asiado fuertes. Esto
puede llevar, con el tiempo, a una rechazo total de todo
lo que es religio so. Efectivam ente, im itar a un m aes-
^tro en algunas cosas, que son fruto de su larga asce-
sis y j l e la gracia, puede sign ificar u n suicidio e sp iri­
tual. Q u iere decir que no se entien de lo que es el
p rin cip io religioso y se crea, con el raciocin io y la v o ­
luntad, u n m u n do religioso dentro del p ro p io h o r i­
zonte puram en te in m an en te. Es, sin duda, un m u n ­
do falso.49 P or otra parte, com o herederos de una cu l­
tura racionalista, con ceptual —que, sin em bargo, en
su estructura sigue siendo idealista—, se piensa a veces
que no hace falta ten er m aestros, que basta con le e r y
pensar. Pero esa vía lleva a u n inevitable dualism o y,
com o consecuencia, al cansancio, al desánim o y fin a l­
m ente al abandono del cam ino e m p ren d id o .50

C o nclu sión

E n estas páginas he querido p o n er de relieve cóm o,


en u n m un do em pobrecido en todo lo que atañe a la
persona, a lo person al y a la relación, el arte de la p a ­
ternidad espiritual puede su pon er el espacio de re c u ­
p eración de u n a relación sana y, p o r tanto, la p o sib i­
lidad de e n trar p o r el cam ino del con ocim iento de
D ios com o p erson a viviente y am or. E n u n m u n do
caracterizado p o r la ausencia de u n a verdadera m e n ­
talidad religiosa, la paternidad espiritual, p o r m edio de
su actitud fundam ental, que es la del reconocim iento
del otro y la de p restar aten ción al E sp íritu Santo,

n « Quieti intenta orar sólo basándose en lo que ha oído decir o en


lo jju e Jh a aprendido se pierde como uno que no tiene guía» (GRE­
GORIO s S S ii c C e S r n r fí io s s ^ ' á cargo de M. B. Á rtioli y M. F. Lo-
vato, Turín 1985, pág. 6 0 1).
50Sobre la turbación que la lectura de los Kephalaia Gnostika de Eva-
grio provoca en un joven monje, véase BARSANUFIO y JUAN DE GAZA,
Epistolario, Roma 199 -tj págs 4 8 o~ 4 9 5 - «Los santos padres se refieren
a muchos que habían puesto a practicar la oración de modo inadecuado,
siguiendo métodos para los que no estaban maduros ni capacitados, y
cayeron en la obcecación espiritual y sufrieron perturbaciones menta­
les» (I. BRjAN&ANINOV, Socinenja Episkopa Ignatija, ed. de Petrobur-
go de 19 0 5 , trad. italiana Preghiera e lotta spirtuale, Turín 19 9 1 » pág-
146 ). Sobre el riesgo detestar junto a los grandes maes-tros e imitad­
los en su ascesis sin estar en su grado de vida espiritual, cf. ibid.,
págs. 14 6 - 14 7 .

13 1
puede ser el ám bito de una experiencia religiosa au ­
téntica. E n u n m un do en el que se corre el riesgo de
perm anecer in m ad u ros y superficiales, p o r estar c o n ­
tinuam ente distraídos, la paternidad espiritual p o d ría
ayudar a la constante profundización y a la madurez que
se expresa en la caridad y el discern im ien to. E n u n
m undo en el que fácilm ente se cae en el in d ivid u alis­
mo y el subjetivismo, la paternidad espiritual puede lle­
varnos a la aceptación de la objetividad de la vida. E l
hom bre con tem porán eo, cerrado en su subjetivism o,
puede estar de nuevo abierto si se le perm ite entrar en
una relación in terperso n al. Tam bién el oscu recim ien ­
to de la razón, descrita al p rin cip io del artículo, p a ­
sará cuando el h om b re esté de nuevo en relación con
el otro y cuando surja en él de nuevo el deseo de c o ­
m u n icación . T en drem os una ren ovación del intelecto
cuando el intelecto esté en acción en las relaciones
personales con el am or com o luz. E n todo caso, el
hom bre seguirá creándose objetividades aparentes y ab­
solutos a su m edida. Pero sólo en la relación podrá lle ­
gar al con ocim iento del otro com o realidad au tó n o ­
ma, que es absoluta en sí m ism a, in d ep en d ien tem en ­
te de que la considere así o no. Si no descubre esta
objetividad, la hum anidad constituye una amenaza para
sí m ism a. L a incapacidad para con ocer la objetividad
quiere decir que, antes o después, la idea de ob jetivi­
dad será u n sentim iento m eram ente abstracto, sin p o ­
sibilidad de que se le tenga en cuenta seriam ente en
la vid a. S in la capacidad de u n a re fle x ió n objetiva,
toda sociedad civil, todo acuerdo o toda ley están m i­
nadas, porqu e está m inado el hom bre com o ser de re ­
laciones y de am or. U n a cultura que no tenga una
verdadera conciencia de la objetividad, en verdad, no es
una cultura, porque no es un diálogo de com unicación.
U na objetividad que no se base en u n con ten ido vital

132
es sólo una construcción racional con la pretensión de
objetividad y caprichosam ente sostenida p o r una apa­
riencia científica. L a objetividad, que se basa en la rea
lidad viva de u n a person a absoluta, es una objetividad
real, porqu e debe ten er en cuenta la dimensión, de la
libertad, que es típica del p rin cip io agápico. M ientras
no reconozcam os la objetividad de la existencia lib re
del otro, no podem os hablar de objetividad, sino sólo
de nuestras construcciones m entales más o m enos su ­
tiles. Solo la objetividad que es person al p o r ser lib re
es una verdadera objetividad. Es verdadera p o rq u e la
razón no la puede con trolar n i la puede com pren d er
con su lógica de deducción. E l reconocim iento de la
libertad y de la im previsibilidad es un reco n o cim ien ­
to de la objetividad del otro. Y podem os llegar al c o ­
nocim ien to de esta d im en sión lib re del otro, que nos
puede salvar de la terrib le casualidad lúdica, p o r m e ­
dio de la inteligencia que conoce en la relación g ra ­
cias al am or. Si no, nos verem os arrojados a un ju e ­
go lú d ico , en nuestro p ro p io m undo in terio r, de p a ­
siones contrarias y de casualidad; en el círculo cerrado
de la vida personal de fam ilias o de equivalentes, d o n ­
de el otro no será nunca una realidad más que en el
ju ego de la fantasía; en la vida sociopolítica, en la que
la única objetividad será el interés individualista, r e ­
cubierto a m enudo con u n velo de frases cordiales y
de afirm acion es hum anísticas más o m enos con vin ­
centes; en la p olítica in tern acion al, en la que el r e ­
conocim iento recíproco y el acuerdo entre los pueblos
consiste más bien en la peligrosa fantasía de intrigas eco­
nóm icas que en la aten ción p o r la realidad del otro .
Por eso, la paternidad espiritual nos educa en la Igle­
sia, nos orien ta a la com unidad y nos crea para la c o ­
m un idad. N os ayuda a aceptar a la Iglesia y a vivir en
ella, en esa Iglesia que cam ina en la historia y en la

i33
vida concreta. Eso supone u n verdadero ren acim ien ­
to del hom bre y de su cultura en todos sus aspectos:
desde la ciencia al arte, desde la filo so fía a la sim ple
convivencia social. L a relación entendida sobre el fo n ­
do de la T rin id a d no se puede co n fu n d ir con la re -
lacionalidad intim ista de dos que se m iran . T od a re ­
lación es verdadera si se abre a la Iglesia, a la h u m a­
nidad universal, al D ios trin o .

134
ÍN D IC E

I. L A V ID A E S P IR IT U A L
A c l a r a c io n e s p r e l im in a r e s ........................................ 9

1. L o espiritual com o inm aterial ........... .... 9


2. U n cambio en la antropología m o d ern a... IO
3 . L a psique es in m aterial........................... 12
4 . R epercu sion es p e lig ro sa s........................ 13
5. C risis sacram ental ..................................... 15
6. La cuestión de la naturaleza y de lo espiritual 18
7- E l concepto de naturaleza, las ciencias y
la vida espiritual ............................................... 20
8- U na tentación monista o panteísta y dualista 22
9 . E l dualism o m aterial y espiritual y las
consecuencias de la d e sen carn ació n ........... 2 4
1 0 . Sentirse en r e g la ............................................. 26
1 1 . L a reacción del p é n d u lo ................................. 2 8
12 . U na reacción p sico lo g ista............................... 3 0
1 3 . L a d e sin te g ra ció n ............................................... 3 3
14 . L o espiritual pertenece a la p e rso n a ......... 36

Q ué e s l o e spir it u a l y l a v id a e spir it u a l

Ig . L o espiritual del ic o n o ................................... 39


16 . La vida espiritu al .............................................. 42
17- L a tricotom ía de los P a d re s.......................... 46
18 . E l am or unitivo y expansivo ........................ 49
19 . La vida espiritual es cristológica ................ 5o
20 . La d im en sión eucarística de lo espiritu al. 53
2 1. E n co n trar a D ios en todas las c o s a s ........ 56
22- T am bién la m uerte y e l pecado pu eden
ser e sp iritu ales...................................................... 59
2 3 . La realidad psicológica tiende a lo
espiritual ................................................................ 65

135
A lgu n o s c r it e r io s de v e r if ic a c ió n de l a v id a e s p i ­
r it u a l

24- En el am or n o hay cism a..................... 7 3


25- E l am or necesita de la m a te ria ..................... 74
26. La vida espiritu al en la hum ildad .. j 6
27- E l am or a los e n e m ig o s.................................... 79
28. La sabiduría de la c r u z ....................... 8 0
29- La cultura de la aceptación (convivencia
m ulticultural, m ultiétnica y m ultirracial) ... 82
3 0 . La vocación y la re su rre c c ió n ............ 84
3 1. E l d isce rn im ie n to ................................... ............ 86
C o n c lu sió n ........................................................................... 88

II. L A P A T E R N ID A D E S P IR IT U A L :
U n cam ino regio para la integración person al
1. E l contexto ........................................................... 89
2. E l padre espiritual. A lgunas características
indispensables........................................................ 10 2
3 . La obra del padre e s p ir itu a l......................... IIO
4- A lgunas sugerencias para u n encuentro
co n cre to .................................................................. 12 7
5 - E l peligro de los padres espirituales y de
las lecturas espirituales .................................... 12 9
C o n c lu sió n ................................................................. 13 1

136

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