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Miro su cabellera oscura, con ondas incontrolables mientras sostengo su mano para que no

caiga en la nieve, no se cuando paso desde la ultima vez que disfrute un invierno con mi
familia.

Su risa me hace sentir alivio, me recuerda porque sigo cuerda en este martirio, ella es la razón por
la que mi mente se ha mantenido firme en mi plan por escapar de este lugar.

—¡Mira! —Exclama señalando a la montaña. Veo en la dirección que sus pequeños deditos
apuntan y veo los lobos. Suspiro y con rapidez la levanto de entre la nieve y empiezo a caminar de
vuelta a la cabaña. —¿Por qué?

Le sonrío a su rostro de confusión y disgusto, verla es como encontrarme con la imagen de su padre
y mía, una demostración de todo lo que hubo entre ambos.

—Es hora de la merienda, ¿Por qué no cantamos? —El hecho de que sea hora de galletas de
chispas la alegra y asiente. —Si cantas Out tu sola prometo agregar una sorpresa a tu postre de
esta noche.

—La, la, la, la, la. —Comienza con una sonrisa de alegría, miro una vez mas sobre mis hombros para
ver como los lobos que viven en las montañas ya no pueden divisarse debido a la enorme pared
que determina la separación del bosque y la montaña con la casa. —4 Campanitas resuenan sin
parar, 9 a 8 cuentan niñas, al ritmo y al compás. 5 vocecitas que el tono elevaran, 7 niñitos con ojos
del mar.

Su voz me tranquiliza, pero es mejor para mi cuando duerme, ese momento en el que no siento
nada, no lloro tampoco me siento desanimada, solo que el concepto de emociones solo existe
mientras ella me mira. Me besa y abraza llamándome “Mami”

Hace un año paso que mis noches de rostro hinchado y ojeras desaparecieron. Ahora solo me
centro en dos cosas, salir de aquí y llevar mi hija sana y salva lejos de esa mujer.

Kaede se queda callada cuando nota su presencia en la cocina, mi agarre sobre el cuerpo de mi
niña se fortalece y me detengo sin acercarme mas a ella. Su pelo negro vuelve a no tener ni rastro
de las canas.

—¿Tienes algo que decir? —Pregunta girándose, contengo evidenciar mi odio hacia ella.

—Quiero usar la cocina—Respondo y ella rodea la isla de la cocina y se acerca a nosotras, doy dos
pasos hacia atrás aun así ella se acerca y mira a mi hija antes de intentar tocarla, pero hago un
rápido movimiento para evitarlo. —No se te ocurra

La mirada de Paulette se torna de desagrado. Por mi parte expreso mi advertencia manteniéndome


firme en mi lugar. Soy capaz de todo por mi hija, es algo que no voy a permitir que alguien como
ella se le ocurra tocar.

—Es mi nieta, estoy en todo mi derecho.

—Solo si quiere mantener su mano pegada a su cuerpo—Recalco, repitiendo lo que me dijo la


primera vez que intente huir de aquí. —Kaede solo lleva su sangre maldita para mi desgracia, eso
no le da derecho a tocarla.

Renuncia a la idea y empieza a caminar en dirección a la salida de la cocina, miro su recorrido hasta
que desaparece de mi campo de visión, y despacio me integro en la cocina. Dejo a Kaede en su silla
mientras intento recuperar el aliento y normalizar los latidos de mi corazón.
Al mirar a la niña noto que su mirada se encuentra brevemente aguada mientras tiene el ceño
fruncido y un puchero, arregla su flequillo igual de alborotado que todo su pelo y me mira.

—No te preocupes, cielo. No pienses en ella ¿Si? —Me acerco a besarla y apretar sus mejillas para
que las desinfle. Desde que nació la única que vez que permití que fuera tocada por Paulette fue
cuando nació. Yo estaba muy débil pero hice lo posible para que esa vez fuera la única vez.

—¿Paule es mala, mami?

—Eso mi amor, no es algo que deba preocuparte, solo centrémonos en las galletas y en si vas a
ganarte el premio para el postre de esta noche. ¿Nos quedamos en las 7 piezas de cristal?

Se despista mientras asiente, y retoma su canto, yo miro hacia la cámara de la cocina con disimulo
y me acerco a la despensa, es hora de poner esta plan en marcha.

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