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Maquiavelo, envuelto en una coyuntura histórica bien particular, abogó por la formación de un
Estado centralizado y por la secularización de la política; pues el ordenamiento territorial-
administrativo que se requería para la llegada de la burguesía al poder, no podía ser de otra
forma que con un Estado-nación unido, con una misma cultura, un mismo lenguaje y un
sentido de pertenencia; capaz de tomar decisiones propias y autónomas, lo que se traducía en
alejar a la Iglesia de la política, que representaba un obstáculo para el objetivo antedicho. En
este sentido pudo complementarse muy bien con el reformista Lutero, quien luchó por una
Iglesia sin política. Así es que, ambos buscando la separación de la teología y la política
(aunque en sentidos diferentes) pudieron abrir paso a una época de reformismo.
Maquiavelo, además, veía en la Iglesia católica una perfecta ejecución del poder a través del
consenso y la coerción. Con la inteligencia y la fuerza suficiente para hacer cumplir sus
demandas. El pensador clarificó este esquema y lo puso a disposición de la clase burguesa.
Maquiavelo habló de la política de forma tan realista, sin eufemismos, que una vez llegada al
poder la clase burguesa prefirió borrar su “pasado” cínico y olvidar al viejo pensador que tanta
ayuda les había brindado. Más no todo es tan fácil y los clásicos nunca mueren, de modo que
el pensar que les había dado herramientas en algún momento, pronto fue tomado por autores
de una izquierda crítica contra el sistema capitalista y usado en su contra. Podemos pensar en
Gramsci, quien tomó la dialéctica de los “fines” y “medios” y promulgó una articulación
conflictiva y abierta entre ambos conceptos: contraponiendo temas como la teoría y la praxis,
la ética y la política y hasta el ideal y las estrategias; o Althuser, que no dudó en utilizar a
Maquiavelo y a Spinoza como precedentes de Marx (reemplazando al clásico Hegel), haciendo
así un marxismo más realista, materialista y profundamente político.
No solo la izquierda; hasta la derecha fascista ha retomado al viejo pensador, en muchos casos
simplificando su pensamiento a un pragmatismo profundamente cínico, y hablando de la
“naturaleza humana” como un instrumento en manos de una élite dirigente.
En cuanto al sometimiento, explica que quien intenta someter a alguien atienta contra su
libertad y debe ser castigado; de modo que queda justificada la revolución burguesa contra las
monarquías absolutistas.
Locke afirma que el Estado civil es un perfeccionamiento del Estado de naturaleza, y toda
sociedad debe apuntar a él; si no es así debe ser castigado. Más aún, pues afirma que la tierra
puede ser poseída mientras se le saque provecho; el dinero es el único medio por el cual
alguien puede acumular tierras, pero en el Estado de naturaleza este no existe, así que solo
son poseídas en tanto son cultivadas. A través de estos postulados el pensador legitima la
conquista de América, explicando que los pueblos originarios no querían ser civilizados, por lo
que fueron arrasados y como reparación se tomaron sus tierras.
Locke habla de los derechos humanos, y postula inclusive cinco principios de orientación que
establecen un marco de derivación de los derechos humanos, que, vale decir, son un “copia y
pegue” de las banderas levantadas por los liberales durante la revolución; y es por esto que
hasta el día de hoy sigue siendo citado como un gran defensor de los derechos del hombre;
pero basta con ahondar un poco en la idea para entender realmente de lo que habla.
Este pensador, al contrario de lo que se piensa, habla de los derechos del hombre, como la
propiedad, no como una necesidad del hombre para vivir, sino como un sistema de
competencia y eficiencia: su propiedad es la propiedad del individuo posesivo. En este sentido,
Locke no habla de los derechos humanos como algo propio del hombre, no hace más que crear
un sistema social para el cual los humanos no son más que un soporte: Locke institucionaliza
los derechos humanos; instituciones que se imponen y arrasan contra todo lo que predican
con tal de mantenerse en pie. Locke convierte la institución de los derechos humanos en un fin
en sí mismo, y esto destruye todo lo que estos mismos significan.