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657 EN ARGENTINA
Autor: Gorbacz, Leonardo
Cita: RC D 1076/2015
Tomo: 2013 1 Derecho y salud mental.
Revista de Derecho Privado y Comunitario
Sumario:
1. Introducción. 2. Los antecedentes y contexto de sanción de la ley 26.657. a)
Declaración de Caracas y Principios de Naciones Unidas. El rol de la OPS-OMS. b) Los
fallos de la Corte Suprema. c) Antecedentes de legislaciones provinciales. d) Revisión
de paradigmas en el campo de la infancia y la discapacidad. e) La lucha por los
derechos humanos en Argentina. f) Vidas arrasadas. 3. El proceso de aplicación de la
Ley Nacional de Salud Mental. a) Recuperación de la capacidad jurídica. b)
Desmanicomialización. c) Desjudicialización. d) Integralidad del enfoque. d.1)
Interdisciplina. d.2) Intersectorialidad. 4. Conclusiones.
1. Introducción
Hay dos fallos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación que han sido una piedra
fundamental, no sólo en la consideración de la redacción misma del proyecto de ley,
sino también en la creación de las condiciones para que ésta fuera sancionada.
Se trata de los fallos conocidos como "Tufano, Ricardo A. s/Internación" del año 2005,
anterior al primer proyecto presentado, y "R. M. J. s/Insania" del año 2008, previo al
segundo proyecto presentado y contemporáneo al proceso de debate y construcción
participativa que se inició en Diputados y continuó en el Senado de la Nación.
En el primer caso se trata de un conflicto de competencia entre dos juzgados por el
control de la internación de un joven de 20 años que padecía "trastorno psíquico por
abuso de sustancias psicoactivas".
Allí, la Corte sostiene que "en los procesos donde se plantea una internación
psiquiátrica involuntaria o coactiva, es esencial el respeto a la regla del debido proceso
en resguardo de los derechos fundamentales de las personas sometidas a aquélla.
"Estas reglas deben, con mayor razón, ser observadas en los procesos en los que se
plantea una internación psiquiátrica coactiva en virtud del estado de vulnerabilidad,
fragilidad, impotencia y abandono en el cual se encuentran frecuentemente quienes son
sometidos a tratamientos de esta índole, erigiéndose por ende, como esencial el control
por parte de los magistrados de las condiciones en que aquélla se desarrolla".
También en este fallo y basándose en los Principios de Naciones Unidas, la Corte señala
que dichas garantías incluyen "la designación de un defensor para que lo asista y
represente, la obtención de un dictamen independiente sobre la posible enfermedad
mental, previéndose la posibilidad de detención -la que se desarrollará por un período
breve y en tanto sea la opción menos restrictiva- cuando exista un riesgo grave de daño
inmediato o inminente para esa persona o para terceros. En todos los casos, los motivos
de la admisión y la retención se comunicarán sin tardanza al paciente y al órgano de
revisión (Principio 16, admisión involuntaria), quien deberá examinar a la persona 'lo
antes posible', decisión que podrá ser apelada ante un tribunal superior (Principio 17,
órgano de revisión)".
Por otra parte, en el fallo "R. M. J.", también por un conflicto de competencias, en este
caso por el control de una medida tomada en el marco de un caso de inimputabilidad, la
Corte señala "Que la debilidad jurídica estructural que sufren las personas con
padecimientos mentales -de por sí vulnerable a los abusos- crea verdaderos 'grupos de
riesgo' en cuanto al pleno y libre goce de los derechos fundamentales, situación que
genera la necesidad de establecer una protección normativa eficaz, tendiente a la
rehabilitación y reinserción del paciente en el medio familiar y social en tanto hoy nadie
niega que las internaciones psiquiátricas que se prolongan innecesariamente son dañosas
y conllevan, en muchos casos, marginación, exclusión y maltrato y no es infrecuente
que conduzcan a un 'hospitalismo' evitable".
Tomando en cuenta los Principios de Naciones Unidas y normas nacionales y
provinciales vigentes (aún antes de la Ley Nacional de Salud Mental), la Corte fija "un
catálogo de derechos mínimos específicos para quienes padezcan trastornos psíquicos
que deben ser respetados rigurosamente. Entre ellos cabe mencionar a los siguientes: a)
derecho a ser informado sobre su diagnóstico y sobre el tratamiento más adecuado y
menos riesgoso; b) derecho a un examen médico practicado con arreglo a un
procedimiento autorizado por el Derecho nacional; c) derecho a negarse a recibir un
determinado tratamiento o formatos terapéuticos; d) derecho a recibir los medios
adecuados tendientes a la cura o mejoría donde las negligencias o retardos en la
prestación de un tratamiento pueden restar justificación a la internación, y volverla
ilegítima; e) derecho a la continuidad del tratamiento; f) derecho a la terapia
farmacológica adecuada, del que se deriva que la medicación no debe ser suministrada
al paciente como castigo o para conveniencia de terceros, sino para atender las
necesidades de aquél y con estrictos fines terapéuticos; g) derecho a un registro preciso
del proceso terapéutico y acceso a éste; h) derecho a la confidencialidad del tratamiento,
incluso después del alta o la externación; i) derecho a la reinserción comunitaria como
un eje de la instancia terapéutica; j) derecho al tratamiento menos represivo y limitativo
posible; k) derecho a no ser discriminado por su condición".
En relación con la vigencia del criterio de peligrosidad para determinar el inicio o
prolongación de una internación, el máximo tribunal es claro: "no resulta indispensable
que la persona deje de ser considerada peligrosa sino que debiera alcanzar con que la
internación no sea entendida como el único medio terapéutico disponible, ya sea porque
se cuenta con nuevos medios para contenerla o bien porque el estado de peligrosidad no
fuera -constatación fehaciente mediante- lo suficientemente grave o inminente".
En el apartado referido a control judicial analizaremos más en detalle el alcance efectivo
de lo dispuesto por la Corte en relación con esta última cita, y cómo la exigencia
permanente de garantía de no peligrosidad se ha transformado en uno de los peores
obstáculos -al menos hasta la sanción de la ley- para que las personas con padecimientos
mentales una vez internadas pudieran volver a vivir en la comunidad.
De la lectura de ambos fallos hemos sacado importantes conclusiones que han servido
de base para la redacción de la ley 26.657. En particular la necesidad de:
1) Reformular el criterio amplio de "peligrosidad" que se venía utilizando para decidir
internaciones involuntarias o para prolongarlas en el tiempo;
2) establecer un sistema de controles judiciales periódicos más eficientes, y
3) garantizar una defensa técnica "de parte".
Decía que la ley no debe ser considerada un punto de partida ni un punto de llegada.
Efectivamente, lo que la ley 26.657 viene a poner en términos normativos es una forma
de concebir y abordar los problemas de salud mental que reconoce no sólo antecedentes
legales y jurídicos en nuestro país y en el mundo, sino que también recoge experiencias
concretas que se vienen desarrollando, muchas veces sin el apoyo que merecen.
Reformas como la de Italia, o la brasilera, para no ir tan lejos, así como también las
experiencias nacionales como la de Río Negro o San Luis, o de aquellas provincias que
han desarrollado desde siempre acciones en salud mental prescindiendo del hospital
monovalente, como es el caso de mi provincia de adopción, Tierra del Fuego, han sido
una referencia fundamental.
También las leyes de distintas provincias de nuestro país, incluyendo la Ley 448 de la
Ciudad de Buenos Aires, nos han brindado elementos más que importantes en la
redacción y discusión de la ley nacional.
Si uno se toma el trabajo de recorrer las leyes existentes en nuestro país al momento de
sanción de la ley 26.657 en el año 2010 (aproximadamente la mitad de las
jurisdicciones), puede observar que en líneas generales todas ellas se inspiran en la idea
central de la desinstitucionalización de las personas y su inclusión en la comunidad. Es
un piso importante, que podría no haber existido.
Sin embargo, también es cierto que todas ellas contenían un límite, en la medida en que
no podían modificar el Código Civil, competencia exclusiva del Parlamento Nacional,
dejando intacto el esquema de la incapacidad civil.
Otra diferencia con la ley nacional es que las normas provinciales en general no habían
modificado sustancialmente el rol judicial en el esquema de control de las internaciones,
manteniendo el juez la facultad de internar por propia iniciativa, y también la de evitar
externaciones decididas por el equipo de salud.
No sabemos si eso también se debe a la imposibilidad de las legislaciones locales de
modificar el Código Civil (art. 482) o si fue una decisión, en cada caso, convalidar esas
facultades judiciales. Los especialistas en Derecho podrán dilucidar en parte el asunto.
Por otro lado, y éste es un tema que analizaremos en detalle más adelante, ninguna
legislación local había excluido definitivamente al hospital monovalente del sistema,
aun cuando avanzó en la formulación de redes con dispositivos alternativos orientados
al tratamiento y la inclusión social.
Este último límite da cuenta de las posibilidades reales de cada contexto y de cada
momento histórico en que esas leyes fueron discutidas y sancionadas.
No obstante todas esas leyes, y en particular una de las más modernas como la Ley 448
de la Ciudad de Buenos Aires, deben ser consideradas antecedentes fundamentales y
parte de un proceso histórico que, como ya dije, aún no está concluido, tendiente a la
desinstitucionalización de personas con padecimientos mentales y al desarrollo de una
política de salud mental con enfoque de derechos. Sin esos pasos previos no hubiésemos
podido dar el salto que significó la ley nacional.
Cuando debatimos la Ley Nacional de Salud Mental el país venía de definir y poner en
marcha el inicio de un cambio de paradigmas tanto en el campo de la discapacidad
como en el de las políticas de infancia, en el contexto del cumplimiento de
compromisos internacionales.
En ambos casos se trataba de abandonar una concepción "tutelar", que ubica a las
personas -ya sean menores de edad o con algún tipo de discapacidad- en el lugar de
objetos a proteger, para desarrollar un enfoque de "derechos", basado en la concepción
de estas personas como "sujetos", o dicho en otros términos, de ciudadanos.
La Ley 26.061 de "Protección integral de los derechos de niñas, niños y adolescentes"
del año 2005, basada en la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño del
año 1990, estipula en su artículo 3° que respecto de los niños se debe respetar "su
condición de sujeto de derecho", y "el derecho de las niñas, niños y adolescentes a ser
oídos y que su opinión sea tenida en cuenta".
En su artículo 19 señala:
...Las personas sujetos de esta ley tienen derecho a su libertad personal, sin más límites
que los establecidos en el ordenamiento jurídico vigente. No pueden ser privados de ella
ilegal o arbitrariamente. La privación de libertad personal, entendida como ubicación de
la niña, niño o adolescente en un lugar de donde no pueda salir por su propia voluntad,
debe realizarse de conformidad con la normativa vigente.
La norma también promueve, entre otras, el fortalecimiento de la familia, la
constitución de redes intersectoriales y la participación de la sociedad civil.
Por otra parte, la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con
Discapacidad del año 2006, ratificada por Argentina en 2008, entre sus principios
generales (art. 3°) establece:
a) El respeto de la dignidad inherente, la autonomía individual, incluida la libertad de
tomar las propias decisiones, y la independencia de las personas; b) La no
discriminación; c) La participación e inclusión plenas y efectivas en la sociedad; d) El
respeto por la diferencia y la aceptación de las personas con discapacidad como parte de
la diversidad y la condición humanas; e) La igualdad de oportunidades; f) La
accesibilidad; g) La igualdad entre el hombre y la mujer; h) El respeto a la evolución de
las facultades de los niños y las niñas con discapacidad y de su derecho a preservar su
identidad.
Es decir que en ambos procesos de reforma lo que se ha puesto en tela de juicio es un
modelo de protección, o más bien de pseudoprotección, de determinadas poblaciones
vulnerables, consistente centralmente en la sustitución de la toma de decisiones, la
judicialización y, en muchos casos, la institucionalización como forma de evitar una
inclusión comunitaria que según sostiene ese modelo sería inadecuada para la
protección de los intereses de la persona.
El colectivo de personas con discapacidad que participó activamente del debate que dio
lugar a la Convención planteó un concepto interesante: la "dignidad del riesgo". Con ese
concepto designan el hecho fundamental de que la vida y la libertad incluyen
permanentemente riesgos de todo tipo, y la pretensión de la sociedad de anular, para el
caso de las personas con discapacidad, todo tipo de riesgo conduce inevitablemente a la
anulación de la libertad y la subjetividad.
De modo que la protección de la persona, cuando apunta a anular los riesgos, conduce
inevitablemente al autoritarismo.
Quienes transitan las instituciones de salud mental saben perfectamente los callejones
sin salida a que se enfrentan los equipos cuando se les exigen garantías de "ausencia de
peligrosidad", desde la justicia, la familia, la sociedad o los medios. La única forma es
el encierro y la vigilancia permanente. Y ni aún así.
Estos procesos de cambio de paradigma, que aún están en curso, son absolutamente
comparables al que pretendemos llevar adelante en el campo de la salud mental, y la
circunstancia de que las normas legales que le dan marco hayan precedido a la ley
26.657 le han dado a ésta un contexto y un antecedente formidable, no sólo en términos
legales sino también porque ha promovido el debate en sectores cercanos a nuestro
campo en un tiempo histórico muy cercano e inmediatamente previo.
Más cercana aún, la sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario ha sido también de
gran ayuda, y no sólo por su impacto directo y positivo en las condiciones de salud
mental de la población. La extensión que tuvo ese debate, fuertemente enfocado en la
inclusión y la no discriminación, en todos los sectores de la sociedad, nos dejó un
terreno fértil para encarar un proceso de reforma que también va a requerir de la
posibilidad de la revisión colectiva de los prejuicios que, en definitiva, son la base del
sistema que debemos cambiar.
f) Vidas arrasadas
El Código Civil es, como dijo la presidenta Cristina Fernández de Kirchner al presentar
el proyecto de reforma, un texto del siglo XIX con el que no podemos resolver los
problemas del siglo XXI.
Los apartados concernientes a la salud mental, centralmente la cuestión de la
internación y de la incapacidad jurídica, están plagados de términos estigmatizantes y de
presupuestos "peligrosistas".
En los hechos la aplicación de la figura de la incapacidad jurídica ha generado una
cantidad importante (desconocemos el número) de personas sometidas al régimen de
curatela, es decir, imposibilitados
de tomar decisiones que cualquier otro ciudadano puede tomar por sí mismo como
votar, casarse, vender o comprar, alquilar, etcétera. Muchas veces esa medida, tomada
en un momento de crisis, se extiende de por vida, aun cuando esa situación fue superada
y la persona se encuentra con capacidad de obrar de manera autónoma.
Es muy parecido a lo que sucede con las internaciones prolongadas: las limitaciones
impuestas terminan generando más daño que el que buscaban evitar. Las personas
pierden autonomía y terminan convirtiéndose en enteramente dependientes.
Si bien la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con
Discapacidad es clara al promover la abolición de la figura de la incapacidad y
sustituirla por el mecanismo de redes de apoyo para el ejercicio de la capacidad, es
decir, pasar de un sistema de sustitución de la voluntad por uno de apoyos, la ley 26.657
no logra esa modificación por imposibilidad política de construir mayores consensos
para modificar más ampliamente el Código Civil. Recordemos que para ese entonces ya
se hablaba de la intención de una reforma integral.
Sin embargo, se decidió dar un pequeño paso, que hoy está vigente, consistente en
limitar por tres vías la figura de la incapacidad: 1) Estableciendo un límite temporal
máximo de 3 años para su revisión; 2) involucrando al equipo interdisciplinario en las
evaluaciones, y
3) determinando un límite en la extensión de la incapacidad, "procurando que la
afectación de la autonomía personal sea la menor posible".
Esta pequeña, o no tan pequeña, modificación, a pesar de que no clausura la figura de la
incapacidad civil (la reforma integral que se encuentra en el Senado de la Nación es una
oportunidad para lograr ese objetivo), ha generado algunos cambios y experiencias
interesantes.
Destaquemos entre ellas la experiencia piloto sobre el derecho al voto, en la que muchas
personas internadas fueron acompañadas para poder ejercer el voto en las elecciones del
año 2011, los procesos de revisión de sentencias que se realizan con la ayuda del
INADI, AGT y otros organismos en la Colonia Montes de Oca, e incluso la
modificación de sentencias para poder contraer matrimonio dos personas con larga
historia de hospitalización.
También hemos recibido críticas con relación a este artículo, fundamentalmente
referidas a que la revisión cada 3 años constituye una complicación burocrática y un
esfuerzo inútil para la persona y su familia, en particular en casos graves. Respondemos
a esos cuestionamientos que, aun en los casos donde no sea de esperar que en 3 años
pueda devolverse plenamente la capacidad jurídica, sí es posible esperar en el marco de
tratamientos adecuados algún mínimo avance que justifique modificar la sentencia
ganando alguna pequeña cuota de autonomía.
Sería deseable que también, aun cuando no esté reformado el Código Civil en su
conjunto, los jueces puedan aplicar la Convención y reformular las sentencias
estableciendo sistemas de apoyo.
Si bien entendemos que en algunos casos sea necesario tomar medidas puntuales y
urgentes para evitar que el ejercicio de la capacidad civil perjudique a la propia persona
con padecimientos mentales, no concebimos a mediano y largo plazo ningún proceso de
recuperación de la salud que no vaya de la mano con el ejercicio de los derechos y de la
autonomía.
b) Desmanicomialización
c) Desjudicialización
d.1) Interdisciplina
d.2) Intersectorialidad
4. Conclusiones
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