LA REINA DEL PACÍFICO

AFP / SSP

36 GATOPARDO
El amor en
los tiempos
de la coca
LA DETENCIÓN DE SANDRA ÁVILA BELTRÁN, LA REINA DEL PACÍFICO, CAPTURÓ LA
ATENCIÓN DE LOS MEXICANOS, YA QUE SU IMAGEN ATRACTIVA Y MIRADA DESAFIANTE
CONTRASTABAN CON EL OSCURO ESTEREOTIPO DEL NARCOTRAFICANTE. PERO SU
ARRESTO NO SÓLO ABONA EL FOLCLOR CRIMINAL, SINO QUE DESNUDA UNA FUERTE
ALIANZA ENTRE CÁRTELES COLOMBIANOS Y MEXICANOS, Y PLANTEA UNA PREGUNTA
URGENTE: ¿ESTÁ LISTO MÉXICO PARA UNA GUERRA SIN CUARTEL CONTRA EL CRIMEN
ORGANIZADO? / POR SEMINARIO KNIGHT–GATOPARDO*

E
n la oscuridad de la noche en altamar, muy cerca de las
Islas Galápagos, un buque tiburonero que zarpó de Bue-
naventura, Colombia, se apareja a un barco atunero
blanco que espera con los motores apagados. El atunero Macel
abre sus compuertas para dejar entrar una carga dos mil veces
más valiosa que las toneladas de atún que caben en su bodega.
Pronto, el atunero vira al norte. Transporta ahora más de nue-
ve toneladas de cocaína.
Es la noche del 15 de diciembre de 2001. La operación es
casi rutinaria: el clan mexicano–colombiano que la realiza
lleva ocho años haciendo este tipo de traspasos bajo la luz de
la Luna. Pero esta noche, los radares de la agencia antidrogas
de Estados Unidos siguen paso a paso el avance del barco por
el Pacífico.
El traspaso de cocaína quedó documentado. Los agentes es-
tadounidenses estaban listos para actuar. Cuando el barco estuvo
frente a las costas de Manzanillo, México, pero aún en aguas in-
ternacionales, el guardacostas estadounidense Mobile Bay recibió
la orden de abordar al Macel. La operación fue veloz para evitar
que la droga desapareciera en la profundidad del océano.
Desesperados, el capitán y su tripulación hicieron varias
llamadas histéricas a teléfonos en Guadalajara: del otro lado
de la línea, contestaban un colombiano y una mexicana.
Los guardias costeros encontraron 9 291 kilos de cocaína
en polvo, que en las calles de Nueva York valían 279 millones
de dólares. Pero los estadounidenses también descubrieron
una relación amorosa y comercial, la de Sandra Ávila Beltrán
y Juan Diego Espinosa.
Seis años después, esa investigación de la dea fue clave
para que agentes federales mexicanos arrestaran a Ávila Bel-
trán, mientras aguardaba a Juan Diego en un restaurante del
lujoso barrio de San Jerónimo en Ciudad de México. El Tigre
cayó minutos después.
Las pantallas de televisión mostraron a la mujer de 47
años caminando por los pasillos de la Procuraduría General
de la República (pgr). Iba segura, sonriente, desafiante, sos-
teniéndose de uno de los agentes que la escoltaba rumbo a su
declaración, comentando que tenía lastimado el tobillo. Les
pidió a los oficiales unos minutos para maquillarse antes de
que las cámaras de televisión la captaran. En su declaración,
dijo dedicarse a su hogar, a la venta de ropa y a la renta de
inmuebles.
—¿Por qué estás aquí? —le pregunta una voz masculina
en el video del interrogatorio.
* Coordinadora: Ana Arana, Knight International Journalism
Fellow / Reporteros: Alejandro Suverza, Alberto Aguirre y Alberto
Nájar / Asistente: Daniela Guazo /El Seminario agradece a
Norman Navarro, de Expreso, y a Ismael Bojórquez, de RÍODOCE.

GATOPARDO 37
LA REINA DEL PACÍFICO

—Por una orden de aprehensión con fines de extradición declaró la guerra contra las drogas y sorpresivamente extradi-
—contesta sonriente. tó a Estados Unidos a dos de los más grandes capos mexicanos,
Su historia se convirtió en una telenovela con episodios Osiel Cárdenas, líder del Cártel del Golfo, y Héctor El Güero
diarios en todos los canales televisivos. Se hablaba de ella Palma, del de Sinaloa. Lo hizo sin aviso previo y cuando Esta-
como la primera mujer capo de la droga en México, miembro dos Unidos ya había archivado esos expedientes. “Fue una
de una nueva generación del narcotráfico con igualdad de iniciativa de la administración de Calderón. Ellos se acercaron
género; como la mujer que se valió de sus encantos físicos al gobierno estadounidense. Calderón quería sacarlos del sis-
para conquistar a los grandes capos; o como una mujer mar- tema y construir puentes de cooperación con Estados Unidos”,
cada por su historia familiar, que supuestamente declaró a dice Andrew Seele, director del Instituto México del Centro
los agentes que la arrestaron: “Yo no quería dedicarme a esto. Woodrow Wilson.
Yo no pedí vivir esto, pero lo traigo en la sangre”. Las extradiciones marcaron una clara diferencia entre la
El gobierno presentó el arresto de Ávila Beltrán como un nueva administración y la anterior, de Vicente Fox. En 2001, a
gran golpe del presidente Felipe Calderón contra el narcotráfico, sólo dos meses de la toma de posesión del gobierno foxista,
con el que se desmantelaba el vínculo entre organizaciones co- Joaquín El Chapo Guzmán, líder del Cártel de Sinaloa, se esca-
lombianas y mexicanas. Desde que asumió el poder, Calderón pó del penal de alta seguridad de Puente Grande. Los seis años
de Fox no alcanzaron pa-
ra capturarlo y sigue pró-
JUAN DIEGO ESPINOSA RAMÍREZ, EL TIGRE, después de su arresto en Ciudad de México cuando iba a fugo. En cambio, Calde-
encontrarse con La Reina en un restaurante del barrio San Jerónimo. El colombiano podría ser extraditado rón empezó su sexenio
a Estados Unidos. con mensajes claros al
narco: extraditó capos,
envió tres mil soldados a
Tijuana y apareció en ac-
tos públicos en uniforme
militar, un gesto inédito
en la historia de México
del último siglo.
La administración
foxista había sido criti-
cada por “dejar trabajar”
a los cárteles de Juárez y
Sinaloa, mientras ataca-
ba a los del Golfo y de
Tijuana. El Cártel del
Golfo llegó a enviarle una
carta al presidente Fox
donde le exigía que deja-
ra de proteger a la orga-
nización de Sinaloa. Aún
durante los primeros
ocho meses de Calderón,
la suma de arrestos deja-
ba al Cártel de Sinaloa
muy por debajo de los
otros. Pero la detención
de La Reina, asociada a
los cárteles de Sinaloa y
Juárez, marcó una nueva
ruta en la lucha contra el
narcotráfico: el ataque a
todos los cárteles, sin
discriminación. Esta
AP / DAVID OZIEL

nueva actitud de Calde-

rón dio un golpe más el
21 de enero, cuando cayó
Alfredo El Mochomo Bel-

38 GATOPARDO
trán Leyva, tío de La Reina y uno de los capos de Sinaloa.
Beltrán Leyva es muy cercano a El Chapo Guzmán, a quien se
dice introdujo al negocio de la cocaína.
Con esas pruebas de voluntad política, el presidente co-
menzó a granjearse el respeto de los vecinos del norte —acos-
tumbrados a desconfiar de las autoridades mexicanas— y
México parece destinado
a enfrentar una crisis de
narcoviolencia de la misma
intensidad que la que Colombia
soportó hace dos décadas.
recibió elogios efusivos de altos funcionarios judiciales esta-
dounidenses. Al mismo tiempo, México intensificó su coope-
ración con el gobierno colombiano. Pero la voluntad no es
suficiente. Según expertos, el presidente Calderón se lanzó a
la guerra contra el narcotráfico sin las herramientas necesa-
rias: no cuenta con leyes efectivas contra el lavado de dinero
y la confiscación de bienes y, mucho menos, con la estructura
policiaca, el armamento, el entrenamiento y los servicios de
inteligencia que necesita. Las fuerzas de seguridad mexicanas,
es sabido, además padecen altos niveles de corrupción.
Las aparentes victorias que México ha logrado —extradi-
ciones, arrestos espectaculares— no habrían ocurrido sin el
apoyo de las agencias de seguridad de Estados Unidos.
Hoy, los ojos de Estados Unidos y Colombia están puestos en
México. Mientras el país andino ha logrado ganar territorio a los
grandes capos por medio de las extradiciones, México parece
destinado a enfrentar una crisis de narcoviolencia de la misma
intensidad que la que Colombia soportó hace dos décadas.
El caso de Sandra Ávila Beltrán, pariente de varios gran-
des capos de la droga en México, puso a los expertos a discu-
tir si en verdad ella era una reina o tan sólo un peón más en
el tablero de ajedrez del narco mexicano. Pero nadie se ocupó
de El Tigre ni del hecho de que su arresto desnudaba una
fuerte conexión entre traficantes colombianos y mexicanos.
El otro dato que pasó inadvertido es que, aunque hacía
tiempo que las autoridades mexicanas sabían que La Reina
existía, en los expedientes de la fiscalía había pocos detalles
más. Es que la investigación no era mexicana y las pruebas
tampoco estaban en el país, según asegura un diplomático
europeo. La evidencia estaba en 26 audios y videos que agen-
tes de la Drug Enforcement Administration habían grabado
seis años antes, durante el viaje inconcluso del Macel.
S
i los cárteles de Sinaloa y Juárez, hoy conocidos como la
Federación, hubieran sido una gran corporación, las tar-
jetas de presentación de Sandra Ávila Beltrán habrían
llevado las siglas cfo (Chief Financial Officer) o Jefa de Finanzas.
Desde 2000, ella se encargó del dinero, de las cuentas, de las
operaciones financieras. Su habilidad con los números y destreza
para hacer circular millones al parecer también le ganaron la
confianza del cártel colombiano del Valle del Norte, al que se
asocia a El Tigre. Durante al menos cuatro años, Ávila Beltrán y
Espinosa, desde su base en Guadalajara, habrían realizado ope-
raciones financieras para la organización que él representaba.
Los grandes líderes de la Federación habían dejado en
manos de Sandra la recolección del dinero producto del tráfi-
co de cocaína, el transporte de miles o millones de dólares en
efectivo de Estados Unidos a México y de ahí a Colombia, el
lavado del dinero y el reparto de las utilidades a los capos. El
primer traspaso de dinero del que hay evidencia fue en 1990,
cuando la detuvieron en la frontera de Arizona con México.
Había intentado ingresar 1 230 000 dólares en una camioneta
con cajuela de doble fondo, donde escondía dos maletas llenas
de billetes. Ahí se supo que su novio era un jefe antinarcóticos de-
dicado a la quema de sembradíos de marihuana. Inexplicable-
mente, La Reina no purgó ninguna condena. Se ha dicho que
reclamó a la justicia el efectivo incautado y lo perdió por un
tecnicismo legal. Otra versión dice que renunció al dinero y
quedó libre. La información sobre el arresto no se encuentra
en los archivos públicos de la policía de Arizona.
La Reina tenía tres tipos de negocios que le permitían
circular el dinero sucio y devolvérselo a sus jefes como dinero
bien ganado. La manera más rápida, pero también peligrosa,
era cambiar dólares por pesos en puertos turísticos. Luego,
enviaba el dinero a paraísos fiscales o a cuentas bancarias al-
rededor del mundo. Los bienes raíces eran otra de sus áreas de
trabajo. Compraba grandes extensiones de terreno y las frac-
cionaba, o las usaba para construir centros comerciales. Soli-
citaba créditos bancarios para la construcción, los que no eran
más que una pantalla para justificar el flujo de efectivo. Des-
pués, liquidaba los préstamos sin problema. La tercera subsi-
diaria de su emporio era una red de negocios de envío de di-
nero de Estados Unidos a México, especialmente a ciudades
fronterizas, una actividad en la que hay poca regulación y su-
pervisión de las autoridades. Una parte de esta red, con
sucursales en Nueva York y Puebla, fue intervenida por la
justicia estadounidense en noviembre pasado, tras la captura
de La Reina.
Además, tenía pequeños negocios para la clientela feme-
nina, que cumplían una doble función. Sus camas de broncea-
do, joyerías y hasta líneas 800 para consulta esotérica de san-
teros no sólo le servían para lavar dinero, sino que le proveían
empleadas. En su mayoría, eran mujeres colombianas que
usaba para mandar dinero de México a Colombia. Lo llevaban
en viajes de Ciudad de México a Bogotá que la policía colom-
biana apoda “los vuelos de los fajadores”, porque en alguna
época cargaban los dólares en fajas alrededor de la cintura.
Una cuñada de El Tigre, Liliana Bustamante Trujillo, fue de-
tenida en 2002 cuando intentaba abordar uno de esos vuelos
con casi un millón y medio de dólares.
Juan Diego y Sandra estaban altamente calificados para
ser operadores financieros. Los dos habían estudiado conta-
duría, sabían manejar dinero, y conocían las leyes y los vacíos
fiscales. Su habilidad con los números y su parentesco con
narcos importantes les permitieron organizar un negocio efi-
GATOPARDO 39
LA REINA DEL PACÍFICO
caz donde brindaban un servicio completo de lavado, trans-
porte y distribución del dinero —tareas que hoy suelen ser
manejadas por muchas personas o grupos distintos—. La efi-
ciencia de La Reina y El Tigre le permitían a la Federación
dedicarse a ganar dinero con tranquilidad, mientras otros
cárteles, como el de El Golfo y sus sicarios, Los Zetas, se en-
frentaban con las autoridades mexicanas.
La pareja operaba bajo las narices de las policías mexica-
na y colombiana. Un ex alto funcionario de la policía colom-
biana dice que manejaron más dinero de lo que en su momen-
to tuvo Pablo Escobar. Para mayo de 2003, investigadores
estadounidenses y la Agencia Federal de Inteligencia mexica-
na le atribuían a Ávila Beltrán el lavado de 22.5 millones de
dólares. Dos meses después, estaba entre las más buscadas
por la justicia mexicana.
L
a historia de La Reina y El Tigre puede leerse como la
crónica de cuatro décadas del narcotráfico en México y
Colombia. Los dos crecieron en un periodo crucial para
esa industria. Sus abuelos, padres y parientes, provenientes de
pueblos pequeños y familias humildes, ascendieron durante
la bonanza de la marihuana y la cocaína.
Sandra Ávila Beltrán nació en Mexicali, Baja California,
el 11 de octubre de 1960. Sus primeros años los vivió en un
barrio humilde de calles lodosas cerca del centro de esa ciudad
fronteriza, donde se establecieron muchas familias sinaloenses
que habían migrado a trabajar en los campos algodoneros. El
mismo padre de La Reina se declara agricultor en el acta de
nacimiento de su hija, en la que firman como testigos dos
cantineros. Para 1964, la familia se había mudado a una zona
pobre de la vecina Tijuana. Vivían cerca de la famosa Avenida
Revolución, centro de burdeles y cantinas. A principios de los
setenta, el padre dejó la agricultura: en el acta de nacimiento
de otro de sus hijos, se declaró comerciante.
Más o menos por esa época, cuando Sandra era niña y
pasaba temporadas con sus familiares maternos en Sinaloa,
éstos ya dominaban los sembradíos de marihuana. Su tío Mi-
guel Ángel Félix Gallardo, alguna vez vendedor ambulante de
quesos y gallinas, se hizo legendario en el folclor del narco por
haber organizado la mayor cosecha de marihuana en la histo-
ria de México. Los relatos cuentan que reclutó a miles de
manzaneros y tomateros de toda la región. Llegaban por mon-
tones, transportados en camionetas de redilas, a trabajar en
la cosecha. Así fue como el narco involucró a los campesinos
sinaloenses en su cadena productiva.
La misma madre de La Reina llevaba droga a Estados
Unidos por tierra y por avión. María Luisa Beltrán Félix había
nacido en el mismo pueblo que Rafael Caro Quintero y era
prima de Félix Gallardo, los dos fundadores del primer cártel
mexicano, el de Guadalajara.
En los ochenta, la familia pasaba por su mejor momento.
Caro Quintero, socio del tío de Sandra, se vanagloriaba de
poder pagar la deuda externa mexicana con Estados Unidos,
si tan sólo lo dejaran “trabajar”. Todo cambió en 1985, cuando
el capo mandó matar a Enrique Camarena, un agente infiltra-
do de la dea. Estados Unidos presionó al gobierno mexicano,
40 GATOPARDO
Los grandes líderes de la
Federación habían dejado en
manos de Sandra la recolección
del dinero producto del tráfico de
cocaína, el transporte de efectivo
de Estados Unidos a México y de
ahí a Colombia, el lavado de
dinero y el reparto de utilidades
a los capos.
que arrestó a los tres grandes del Cártel de Guadalajara, Er-
nesto Fonseca, Caro Quintero y Félix Gallardo. El cártel se
reorganizó con el surgimiento de una nueva generación de
capos, al tiempo que otras organizaciones comenzaron a dis-
putarle el control y las plazas. Con el asesinato de Camarena,
por primera vez el tráfico de drogas se convirtió en un foco de
tensión entre México y Estados Unidos. Esto demostró que
los capos podían generar reacciones a nivel internacional y,
por ende, ser un problema para los presidentes mexicanos.
Por esos tiempos, Sandra era estudiante en la Universidad
Autónoma de Guadalajara. Primero quería ser periodista, pe-
ro luego se fue a recorrer las aulas de administración, conta-
bilidad, economía y turismo. Sus compañeros de entonces la
describen como una joven atractiva.
“Al caminar, se contoneaba todo lo que podía, levantaba
el pecho, movía la cadera. Era una cachondez de mujer”, cuen-
ta un ex compañero. “Dejaba uno o dos botones de la blusa
sin abrochar, para enseñar parte del busto. Sabía lo que traía”.
Dicen que era una mujer solitaria, rara, seria. Cuando hablaba,
lo hacía pausado. No interactuaba con sus compañeros ni se
le conocían amigos. Llegaba tarde a clases, permanecía en
silencio, participaba poco. Pero, aunque no fuera sociable,
tampoco pasaba inadvertida. Llegaba en coches último mo-
delo, enjoyada en oro. Sus compañeros le veían facha de pa-
riente o novia de narcos.
La infancia y juventud de El Tigre en Colombia fueron
parecidas.
Juan Diego Espinosa Ramírez nació en Barranquilla en
1967. Él y su hermano Mauricio, hoy encarcelado en Florida
por el caso del Macel, son hijos de Conrado Espinosa. Don
Conrado, un traficante de peso, se esfumó de Colombia en
1977, durante la guerra por el control de las rutas de cocaína
de Colombia a Miami y Nueva York. Después de que la mitad de
su familia había sido ejecutada por sus enemigos, logró eva-
dirlos al enviar a un periódico la noticia de su muerte y mu-
darse a Estados Unidos con el resto de sus familiares. No se
sabe en qué momento El Tigre se reunió con su padre en Es-
tados Unidos.
La manera de traficar había cambiado en Colombia. El padre
de El Tigre había hecho fortuna exportando a Estados Unidos
ESPECIAL
pequeñas cantidades de cocaína en maletas a bordo de vuelos
comerciales. Pronto, el tráfico pasó a hacerse en avionetas llenas
de droga que volaban directo a Miami. Las ganancias eran enor-
mes. Producir un kilo de cocaína pura en la selva costaba 1 500
dólares. Venderlo en Miami o Nueva York generaba cincuenta
mil. Eran los inicios de los hermanos Ochoa y de Pablo Escobar,
el robacarros que formó el Cártel de Medellín.
El Tigre hizo sus pininos criminales en un ambiente de
guerra cruenta, donde el negocio se volvía cada vez más peli-
groso. Escobar controlaba el negocio y, enviciado con el poder,
asesinaba a políticos de alto rango, jueces, policías y periodis-
tas. Ante la posibilidad de ser enviados a Estados Unidos, el
capo y los suyos, que se hacían llamar “Los Extraditables”,
respondieron con bombas y más violencia. Fue el principio del
fin del Cártel de Medellín, lo que, junto con el desmantela-
miento del de Cali unos años después, atomizó el negocio.
Quienes salieron ganando fueron el Cártel del Valle, los gue-
rrilleros de las farc y los paramilitares. El tráfico quedó en
manos de pequeños traficantes, sin que ninguno controlara la
producción, el transporte o el lavado de dinero.
El Tigre y su hermano Mauricio, El Mauro, eran parte de
esta nueva generación. Tenían escuela y también conexiones,
al ser sobrinos de don Diego León Montoya, capo del Cártel
del Valle. Pronto encontraron su rol, ya que los cárteles co-
lombianos necesitaban alianzas y los Espinosa tenían contac-
tos y estaban dispuestos a operar desde México, donde esta-
ban el dinero y los compradores.
SANDRA ÁVILA BELTRÁN en una fiesta a principios de los
años noventa, cuando ya había iniciado su carrera en el mundo
del narcotráfico. El hombre que la abraza ha sido identificado como
Ismael El Mayo Zambada y como Ignacio Coronel, ambos capos
del Cártel de Sinaloa.
Al principio, la relación de La Reina y El Tigre era sólo de
negocios. Se conocieron en 1994, a instancias del capo Ignacio
Coronel, miembro de la Federación. Juan Diego había llegado
a México a realizar operaciones financieras para el Cártel del
Valle del Norte y a supervisar la relación con cárteles mexica-
nos. No se sabe en qué momento la relación pasó de lo laboral
a lo sentimental, pero su unión selló la alianza entre dos po-
derosas familias de narcos latinoamericanos.
No era la primera vez que La Reina unía el amor y el tra-
bajo. Se casó por primera vez a los 21 años con Luis Fuentes
Jiménez, comandante de la Policía Judicial Federal en Sinaloa.
El matrimonio le convenía a su familia, ya dedicada al narco-
tráfico. La Reina tuvo a su único hijo con Fuentes Jiménez.
Éste fue asesinado en 1992 y, en 1994, La Reina se casó con
Rodolfo El Zurdo López Amavizca, comandante del Instituto
Nacional para el Combate a las Drogas, quien brindaba pro-
tección a Amado Carrillo, el capo de Juárez mejor conocido
como El Señor de los Cielos. También su segundo esposo fue
ejecutado, cuando yacía en un hospital de Hermosillo. Pero
cada matrimonio o noviazgo dejaba a La Reina mejor posi-
GATOPARDO 41
LA REINA DEL PACÍFICO
cionada en el mundo del narcotráfico. Además de sus mari-
dos, según informes de inteligencia, se relacionó sentimen-
talmente con los capos de Sinaloa Ismael El Mayo Zambada
y José Gil El Jogil Caro Quintero, y con Ignacio Coronel, del
Cártel de Juárez.
L
a Reina y El Tigre vivieron en Guadalajara sus años de
abundancia. Esa ciudad del occidente mexicano se con-
virtió en el centro de operaciones del narcotráfico a raíz
de la Operación Cóndor, iniciada en 1977, en la que más de
diez mil soldados —apoyados por agentes estadounidenses—
destruyeron plantíos de marihuana en Sinaloa. Los capos se
mudaron entonces a Guadalajara, una ciudad cuyo tamaño e
infraestructura les permitían más movilidad. Pronto compra-
ron a las autoridades y a la policía local para poder trabajar
sin problemas. Desde esa época, los cárteles mantienen allí un
pacto de no agresión. La presencia de narcos colombianos
junto a los mexicanos y las fortunas que se ostentan en sus
GENEALOGÍA DE LA REINA
mejores barrios hacen que Guadalajara se asemeje a la Mede-
llín de los años dorados del narcotráfico.
Sandra Ávila Beltrán y Juan Diego Espinosa vivían en la
impunidad de Puerta de Hierro, un coto privado con casas de
más de medio millón de dólares. El fraccionamiento tenía
custodia permanente de agentes de seguridad privada y po-
licías de Zapopan, un municipio aledaño a Guadalajara,
donde abundan concesionarios de los autos más caros y tien-
das de lujo.
La Reina se movía en restaurantes y tiendas sin necesidad
de cuidarse mucho. Iba al spa todas las semanas y en ocasio-
nes recorría la ciudad sin guardaespaldas. Ella y El Tigre po-
dían pasear por la ciudad como en domingo de plaza. “Si que-
rías encontrarlos, lo podías hacer. Estaban ubicables”, dice una
fuente estadounidense.
La Reina y El Tigre lucían bien juntos. Ella era la del
carácter fuerte y él era “bonachón, amable”. El cariño entre
ellos era evidente. “La consentía mucho, siempre estaba aten-
to de ella y, sobre todo, de su hijo. Ella lo quería menos, pero
estaba a gusto con él. Salían juntos cuando El Tigre estaba
en Guadalajara, porque iba mucho a Colombia”, dice una
amiga cercana de la pareja.
Su casa en Zapopan era ostentosa y predominaba el
dorado. “Parecía mueblería, montones de cosas muy caras
y finas, pero de mal gusto o en exceso. Tenía dos salas jun-
tas, no sé para qué, si con una basta. El comedor lo trajo de
Egipto, era carísimo”, dice una mujer que estuvo adentro.
En el coto residencial vivían seguros. Según cuenta una
amiga cercana, en una ocasión el personal de seguridad salvó
a La Reina de ser arrestada al avisarle que había llegado la
policía. Ella y su hijo alcanzaron a brincar la barda y escapar.
Pasado el susto, se mudó a otra casa que tenía en la acera de
enfrente. Ya no tendría problemas, pues en la fuga dejó dos
cajas fuertes llenas de dinero que lograron calmar a la policía.
Cada vez que salía de su nueva casa, solía saludar a los poli-
cías que mantenían su antigua morada bajo vigilancia.
Juan Diego Espinosa,
El Tigre, podría ser condenado
a 120 años de prisión por los
9 mil kilos de cocaína que
transportaba el buque Macel.
No fue la única vez que un policía amigo la salvó de ser
detenida. En 2006, La Reina llegaba al estacionamiento de un
centro comercial de Zapopan junto con el capo El Jogil Caro
Quintero. Un grupo de policías confundió con asaltantes a sus
guardaespaldas, que portaban armas largas, y los detuvo. Sin
embargo, La Reina siguió su camino gracias a la orden de un
jefe de policía local: “A la señora ni la toquen”.
LA REINA DEL PACÍFICO
Además de asegurarse la protección de jefes policiales, La
Reina recurría a disciplinas metafísicas comunes en el am-
biente narco. Según personas cercanas a su círculo, traía san-
teros desde Cuba para que con sus trabajos bendijeran la
marcha de sus negocios y de su vida. Ella misma, dicen, esta-
ba pensando en volverse santera.
Pero ni siquiera la santería pudo detener el avance de la
investigación iniciada en 2001, aquella noche en que se apa-
rearon el buque tiburonero y el atunero blanco.
M
irando hacia atrás, 2002 pareciera ser el año en que el
imperio empezó a desmoronarse. Las autoridades
mexicanas lanzaron contra El Tigre la Operación Vol-
cán, a raíz de información obtenida por Estados Unidos en el
caso del Macel. En julio de 2002, decomisaron 234 predios, ve-
hículos y una joyería de la pareja, valuados en veinte millones
de dólares. En tanto, la policía colombiana capturó a El Mauro,
el hermano de Juan Diego, quien pronto fue extraditado a Esta-
dos Unidos.
El hijo de La Reina, José Luis, fue secuestrado en Guadalaja-
ra cuando tenía dieciséis años. Aún hoy, no está claro qué pasó
después. Una versión periodística cuenta que, desesperada, Ávila
GENEALOGÍA DE EL TIGRE
Beltrán presentó una denuncia ante la Procuraduría General de
Justicia del estado, lo que alertó a las autoridades de las cantidades
millonarias que manejaba. Otro relato asegura que los teléfonos
de la casa de La Reina estaban intervenidos por agentes esta-
dounidenses y que fueron ellos quienes avisaron del secuestro a
sus pares mexicanos. El adolescente fue liberado a los diecisiete
días, tras el pago de un rescate de varios millones de dólares.
Ese mismo año, la cuñada de El Tigre fue detenida al inten-
tar volar a Colombia con una fortuna, lo que dejó al desnudo el
flujo de dinero del narco entre ambos países.
Lo que detonó el desmoronamiento de la próspera opera-
ción de Sandra y Juan Diego fue un expediente iniciado por un
fiscal en el distrito sur de Florida y engordado por los testimo-
nios de los hermanos Valencia Espinosa y otros narcos colom-
bianos. Estas declaraciones ayudaron a la captura del Macel y,
al parecer, prueban la relación de Sandra con el narco. Por
ahora, las acusaciones son mínimas, ya que sólo la vinculan
con el ingreso de cinco kilos de cocaína a Estados Unidos. Sin
embargo, si la justicia estadounidense lograra la extradición
de La Reina, que ya solicitó, podría acusarla de cargos mucho
más serios que están siendo investigados, como su implicación
en el caso del Macel y en el lavado de dinero. Por eso es que la
Cuando la relación de La Reina y El Tigre pasó de lo laboral a lo
sentimental, selló la alianza entre dos poderosas familias de narcos
latinoamericanos, la colombiana del Cártel del Valle y la mexicana
de la organización de Sinaloa.
sombra del Macel —por ahora sólo vinculado a El Tigre y a su
hermano— pende sobre la cabeza de La Reina.
La caída de Ávila Beltrán, la extradición de El Güero Pal-
ma y el arresto de El Mochomo parecen señalar que el gobier-
no mexicano finalmente decidió actuar contra el Cártel de
Sinaloa, aliado al de Juárez desde finales de los noventa en la
Nueva Federación. Hasta ahora las fuerzas de seguridad ha-
bían preferido atacar principalmente a los otros dos grandes
cárteles, el de Tijuana y el del Golfo. La detención de La Reina
sería, entonces, una declaración de guerra contra el narco de
cualquier color y procedencia. Claro que, asegura una fuente
militar colombiana, “ni Calderón, ni su ejército, tienen las
herramientas necesarias para pelear contra el narcotráfico”.
El 15 de septiembre de 2007, Calderón por segunda vez se
enfundó un uniforme verde olivo para pasar revista a la artillería
pesada del ejército mexicano. Fue su mediática manera de decla-
rar la guerra. El narco le subió la apuesta. En enero, logró quizá la
imagen más impactante cuando el país se horrorizó al ver a niños
de un jardín de infantes de Tijuana que huían del fuego cruzado
entre sicarios y agentes federales. En esa y otras batallas en Ta-
maulipas, Baja California y Michoacán, los narcos han sacado a
relucir armas de calibres que sorprenden incluso a los curtidos
agentes colombianos. Un día después de que cayera El Mochomo
Beltrán Leyva, la Policía Federal capturó en el Distrito Federal un
arsenal de ametralladoras M–16, rifles AR–15 y AK–47 y subame-
tralladoras P–90. Las armas estaban en poder de once sicarios que
portaban uniformes con las siglas feda (Fuerzas Especiales de
Arturo, por Arturo Beltrán Leyva, el hermano de El Mochomo).
A pesar de todo, autoridades colombianas que siguen la si-
tuación con extrema atención dicen que la policía mexicana no
parece tan interesada en aprender de la experiencia del país an-
dino. “México está viviendo lo que Colombia vivió hace quince
años, con la violencia hacia los cuerpos policiacos y el asesinato
de policías. Hacen falta mejores sistemas de inteligencia, pero
ésta falla por la corrupción”, dice un policía colombiano que
monitorea la situación. La ventaja que tienen los mexicanos,
según sus colegas del sur, es que México tiene una sólida ley de
extradición con Estados Unidos. “Será la salvación de los mexi-
canos”, dice otro funcionario colombiano. Sin embargo, como
con el narco nada es regla, no está descartado que así y todo el
envío de grandes capos a Estados Unidos traiga mayores estalli-
dos de violencia. La extradición es el gran temor de los narcos.
L
a Reina pasa sus días hoy en Santa Martha Acatitla, el
penal femenino más violento de Ciudad de México.
Comparte allí espacio con criminales como La Matavie-
jitas, acusada de estrangular a once ancianas. Desde su llega-
da al penal, una interna apodada La Chiquita se encarga de
brindarle protección y de dotar su celda con todo lo necesario
para que viva con comodidad. A cambio de sus diligencias, La
Chiquita ha ganado suficiente dinero para comprarse un au-
tomóvil del año, según comenta otra presa. Las autoridades
del penal temen que pueda estarse preparando un plan de fuga.
Por eso, exigieron el traslado de La Reina a una cárcel de
máxima seguridad. Pero el gobernador de Jalisco, preocupado
por la seguridad, se resiste a que la envíen al penal de Puente
Grande, que sería la opción natural por estar en el estado de
residencia de La Reina. El primo de La Reina, Joaquín El Cha-
po Guzmán, se escapó de esa misma prisión en 2001.
Ávila Beltrán enfrenta cargos en México por lavado de
dinero, delincuencia organizada y posesión de arma de fuego
de uso exclusivo del ejército. Juan Diego Espinosa podría llegar
a ser condenado a 120 años de cárcel por transporte y distri-
bución de las nueve toneladas del Macel. Estados Unidos quie-
re asegurarse de que sea extraditado y ya envió dos pedidos,
uno a México y otro a Colombia, para que El Tigre no escape
por medio de amparos.
Al ser detenida, Ávila Beltrán había mostrado su confianza en
salir pronto, porque, según ella, los expedientes no contaban con
pruebas suficientes para condenarla. Sus abogados interpusieron
numerosos amparos contra una posible extradición —lo que ella
más teme— desde el principio. En enero, concedió una entrevista
al diario El Universal de México donde aseguró ser una figura sin
importancia y juró que el personaje de La Reina “es un invento de
la pgr”, la Procuraduría General de la República. Si ella fuera una
pieza tan importante, agregó, no habrían secuestrado a su hijo.
En Guadalajara, sus amigas la esperan. Piensan que saldrá
en poco tiempo y que no será extraditada. Confían en que el
pasado se repita: “Como ha ocurrido en otras ocasiones, las
autoridades se están poniendo de acuerdo para ver cuánto di-
nero le sacan”, dice una persona con acceso a quienes la cono-
cen. Pero los investigadores mexicanos aseguran que esta vez
será diferente. “A Sandra Ávila ya le llegó el carcelazo, ya se dio
cuenta de que está presa y que seguirá ahí por mucho tiempo”,
dice un funcionario judicial. Atrás parece haber quedado la se-
guridad que mostró ante las cámaras al ser arrestada.
Los investigadores incluso aseguran que La Reina ha empe-
zado a cantar. Y gente cercana a sus amistades dice que ella se
guarda un as bajo la manga para jugarlo si se ve acorralada.
“De ser necesario —confía alguien cercano— hablará sobre
una pieza grande de la organización que hoy está muy confun-
dido y enfermo”.
Su testimonio puede ser clave para poner en jaque a la
Nueva Federación.
GATOPARDO 45