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Elena Garro

La
Semana de
Colores

ficción
Universidad Veracruzana
Elena Garro

La Semana
de Colores
(Cuentos)

Ficción
Universidad Veracruzana
Xalapa México
1964
UNIVERSIDAD VERACRUZANA
Rector:
FERNANDO GARCÍA BARNA

Secretario General:
JoAQUÍN CARRILLO PATRACA

LA CULPA ES DE LOS TLAXCALTECAS

Derechos reservados © conforme a la Ley por:


Universidad Veracruzana, Lomas del Estadio,
Xalapa, Ver., México, 1964
EL ARBOL
El sábado a las tres de la tarde salió Gabina. Era
su día libre y no volvería sino hasta el domingo por
la mañana. Marta la vio irse y, sola, se recogió en su
habitación. Miró los frascos de perfume y las porce-
lanas intactas sobre el tocador. Su casa de alfombras
y cortinajes espesos la aislaba de los ruidos y las luces
callejeras; le pesó su silencio y lo sintió como aban-
dono. Había camas intactas, algunas ventanas ya no
se abrían nunca y a las únicas ceremonias a las que
asistía eran ceremonias de adiós: entierros y casa-
mientos. Un timbrazo en la puerta de entrada la sacó
de sus cavilaciones. Cautelosa, cruzó la casa y se acercó
a la puerta.
-¿Quién? -Preguntó, ant~s de decidirse a abrir.
-Soy yo, Martita -dijo una voz infantil desde el
otro lado de las maderas.
-¿Luisa? ...
Marta abrió la puerta para dejar entrar a la india.
El bulto sombrío y renegrido de la mujer se coló
veloz hasta el salón; entró como una centella, esqui-
vando los muebles y mirando de reojo a Marta. En
la penumbra provocada por las sedas de las cortinas,

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apenas se distinguía su cara angulosa. Se dejó caer india se echó a reir y miró maliciosa a Marta, como
en un sillón y esperó. Un olor nauseabundo escapaba si adivinara lo que estaba pensando.
de su persona. Marta miró sus pies renegridos, des- -¡No se ría! -Ordenó Marta con sequedad.
calzos y gastados de tanto caminar. -Julián es malo, Martita, ¡muy malo!
-¿Qué sucede, Luisa? ¿Qué la trajo a México? -¡Cállese ya, no diga más tonterías!
Luisa se irguió de un salto, se levantó las enaguas Hubiera querido decirle que ella era odiosa y que
y mostró un moretón enorme en la ingle descarnada; si J ulián le había pegado se lo merecía, pero se con-
después, convulsa, señaló su nariz amoratada y la tuvo.
oreja por la que escurría un hilo de sangre negra y -¡Es malo, me hace llorar!
a medio coagular. -Mire, Luisa, usted es de risa y de lágrima fácil.
-¡Julián! ¿Y sabe lo que le digo? Que si Julián le pegó se lo
-¿Julián? merece.
-¡Sí!, Julián me pegó. -No, no lo merezco. El es malo, muy malo ...
-Eso no es cierto, Julián es muy bueno. Y Marta Insistía en acusarlo. Su miseria producía náuseas.
recordó las palabras de Cabina: "Al hombre bueno Su olor se extendió por el salón, invadió los muebles,
le toca mujer perra". Luisa era una perra, perseguía se deslizó por las sedas de las cortinas. "Basta con
a su marido hasta volverlo loco. La india la miró a olerla para que esté uno castigado", había dicho Ca-
los ojos y cruzó los brazos sobre el pecho. bina, y era verdad. Marta la miró con asco. Luisa
-¡Siempre me ha golpeado, Martita! ... ¡Siempre! se levantó de un salto y, como era su costumbre,
Su voz chillaba como la de una rata. Marta tuvo empezó a cubrirla de besos. Luego se detuvo y se
la certeza de que calumniaba a su marido. Hacía volvió al sofá. Marta vio que le corrían unas lágrimas
muchos años que conocía a la pareja. La veía siempre escuálidas por las mejillas, pero no sintió compasión
que iba a su casa de campo, en el pueblo de Omete- alguna. La india se limpió las lágrimas c.on un d~d?
pec. Al conocerlos, pensó que Luisa era una mujer- sucio, se cruzó de brazos como un momto, la miro
niño; no fue sino mucho después cuando notó que desconfiada y agregó:
sus risas y su conducta no sólo eran extrañas sino -Siempre me pega, siempre. Es malo, muy malo,
malvadas. Le perdió el afecto y no desaprovechó nin- Martita.
guna ocasión para tratarla con dureza. Le indignaba Las dos mujeres guardaron silencio y se miraron
esa mujer que seguía a su marido con una tenacidad enemigas. Marta se volvió a un espejo para observar
estúpida. No lo dejaba solo ni a sol ni a sombra; sus cabellos bien peinados. Estaba turbada por la
adonde él iba, iba ella, sonriente y maligna. A Julián repugnancia que le inspiraba la india. "¡Dios mío!
todos lo querían; en cambio, nadie solicitaba la pre- ¿Cómo permites que el ser humano adopte se~ejantes
sencia de Luisa. El la soportaba con resignación. La actitudes y formas?" El espejo le devolvía la imagen

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de una señora vestida de negro y adornada con perlas padre, quédese en la casa ... " ¿Y usted 9-ué hac~ ~penas
rosadas. Sintió vergüenza frente a esa infeliz, aturdi- nacidos? Se larga a la calle a persegmr a Ju han. No
da por la desdicha, devorada por la miseria de siglos. me diga que llora por ellos.
"¿Es posible que sea un ser humano?". Muchos de -Sí Martita, por ellos lloro.
sus familiares y amigos sostenían que los indios esta- -P~es sus lágrimas no me conmueven. ¿Por qué
ban más cerca del animal que del hombre, y tenían persigue a Julián? El pobre hombre se quej~ de que
razón. Sus náuseas aumentaron. ¿Por qué tenía que usted no lo deja solo ni para hacer sus necesidades.
oir a esa mujer? Ya era tarde, estaba en su salón y Marta guardó silencio y miró a la india con enojo.
no tenía valor para echarla a la calle. La sintió llorar La otra sonrió con suavidad.
a sus espaldas. Le daría algo de comer, ya que no -Allá no es como acá, Martita, allá vamos a la ba-
podía darle afecto. No era posible dejarla sentada en rranca.
el sofá con toda su miseria, su desamparo y su fealdad -¿Qué tiene que ver la barranca con lo que le estoy
a cuestas. diciendo?
-Luisa, ¿quiere comer? Marta golpeó el suelo con el pie; la astucia de la
-Usted no se moleste, Martita, que me dé algo india la hacía enrojecer de ira.
Gabina. -La barranca está muy oscura, Martita, muy os-
-No está, es su día libre. cura ...
-Entonces, no se moleste, Martita. La voz de Luisa sonó extraña en la cocina radiante.
Sin oírla, Marta se dirigió a la cocina. Luisa la si- Marta guardó silencio y la miró con atención. La
guió, se sentó junto a la ventana y esperó. Con la luz mujer se echó a llorar y apartó el plato con brus-
de la tarde sobre la cara, su aspecto se volvía más quedad.
horrible: tenía la cara como una fruta pisoteada; la -Usted no sabe lo que es lo oscuro, Martita, acá
sangre seca, revuelta con la sangre que le manaba hay mucha luz, pero allá está oscuro, muy oscuro ...
del oído, le untaba las greñas negras. Su olor invadió y lo oscuro es muy feo, Martita.
las ollas de aluminio, el fregadero, las sillas azules, los Parecía un animal acorralado. Marta .sintió compa-
rincones. Marta le sirvió un café caliente, unos peda- sión por aquella criatura, pues lo único que ella era
zos de pollo y unos panes. Luego se acercó a la puerta capaz de entender era el miedo.
para escapar al olor que empezaba a marearla. La -Sí, lo sé, Luisa. Póngase contenta, aquí hay mucha
miró con ira y la india se encogió en la silla y se echó luz. Si quiere, quédese unos días conmigo. ¿A dónde
a llorar. va a ir? Nadie la quiere.
-¡Dejé a mis hijos ... ! -Es cierto, Martita, nadie me quiere.
-¡Perra! ¿Cómo se atreve a hablarme de sus hijos? ¿Quién podía querer a aquella mujer? Marta volvió
¡Pobres niños!, siempre llorando: "Mamá, deje a mi a sentir la repugnancia de unos minutos antes. El olor

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invadía su casa, se le untaba a la nariz, volvía el aire Al decir esta palabra se quedó mirando a Marta:
pegajoso. Se fue a su cuarto a respirar el perfume en- parecía avergonzada y parecía también que quería
cerrado en sus paredes. ¿Cómo decirle que se bañara? avergonzarla.
La casa entera se iba a contagiar de aquel olor de -¿Asco? ... ¡Luisa, por Dios, no diga eso!
bilis, sangre y sudor viejos. Buscó en su armario y -Sí lo digo, Martita, lo digo porque es cierto.
encontró algunas ropas muy usadas. Con ese pretexto ¿Dónde me baño?
le diría que se bañara y la vieja aceptaría gustosa la Marta enrojeció. La india se había dado cuenta de
orden y el regalo. Volvió a la cocina y la encontró su repugnancia. .
mirando el plato con fijeza. -¿Dónde, dónde? -Insistía con malignidad.
-Luisa, ahora que acabe de comer, báñese. Tiene Marta cedió a la voz imperativa de Luisa y, domi-
cara muy cansada. nada por ella, la llevó hasta la puerta del baño ama-
Luisa se levantó de un salto y abrió los ojos. Se rillo.
acercó a Marta y la cogió de la mano. -Le voy a enseñar cómo se maneja la ducha ...
-¿Dónde, dónde, Martita? -¡Yo sé, Martita, yo sé! -Repuso Luisa, empuján-
-¿Dónde qué? dola fuera del cuarto.
-¿Dónde me baño, Martita? -¿Cómo lo va a saber? En su pueblo no hay
-Espere, no corre prisa, cuando acabe de comer ... baños ...
Y mire, póngase esta ropa limpia ... Luisa cerró la puerta sin contestar.
-Gracias, Martita, gracias, Dios se lo pague. Yo -¡Vieja estúpida, se va a quemar! -Gritó Marta con
traje mi ropita, la guardé conmigo, me salí de mi casa ira, mientras golpeaba la puerta con fuerza. Pero la
y me hallé sola en la mitad del mundo ... no tenía india había echado la llave. Resignada, M.arta se
adónde ir. Iba yo caminando, caminando, y de repen- volvió a su habitación. Había que esperar a que la
te, en medio del campo, se me apareció Martita y me mujer saliera del baño: rompería todo y se quemaría.
dije: me voy con ella, ¡es tan buena! ... Y así llegué Era una salvaje que desconocía los adelantos moder-
hasta acá, con la cara de Martita enfrente de mí, con- nos. Luisa tardó tanto en bañarse que Marta se quedó
duciendo mis pasos ... dormida en un sillón. Desde el sueño oyó que alguien
Mientras hablaba, desató una de las puntas de su hablaba por teléfono.
rebozo y sacó unas ropas viejas y limpias. Las agitó - Martita está dormida en una silla ...
delante de Marta: Se levantó sobresaltada y se dirigió a la habitación
-Mire, ya no les queda color. vecina, donde encontró a Luisa hablando por teléfo-
Marta disimuló las prendas que traía en las manos no. Al verla, la mujer colgó la bocina y la miró son-
y no supo qué contestar. riente. Llevaba el pelo suelto y húmedo y un vestido
-Mejor me baño ahora, Martita, así no le doy asco. limpio. El olor se había disipado.

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-¡Qué latosa es usted! ¿Por qué cogió el teléfono con el "Malo", la muerte y el más allá, tal vez se por-
si no sabe usarlo? taría mejor.
-¡Sí sé, Martita, sí sé! -¡Ah, con que ya lo vio dos veces! Pues cuídese, el
Marta no quiso contradecirla. ¿Cómo iba a saberlo, día que se muera, el demonio la va a perseguir como
si en Ometepec no había siquiera luz eléctrica? Esta- usted persigue a J ulián.
ba chiflada. Había escuchado el timbre y llevada por Luisa la miró con rencor. Se agazapó en su silla y
la curiosidad cogió el aparato: al oir una voz lejana, retiró el plato. Marta la observó con el rabillo del ojo
se puso a charlar con ella como una loca y ahora allí y al ver su mal humor, colocó su cena en una bandeja
estaba, mirándola muy contenta, con el pelo suelto y y se dispuso a salir. Quería dejarla sola para que
los ojos llenos de malicia. reflexionara. El miedo la haría cambiar de conducta.
-Voy a acabar de cenar, Martita. -Lo que se debe en esta vida se paga en la otra. J)e
Ya era de noche y Luisa había encendido las luces manera que piense en lo que le digo y cuando vuelva
de toda la casa. Marta miró la hora: eran las ocho. Se a su casa pórtese bien.
dirigió a la cocina para prepararse algo de cenar y en- Pensó que se iba a echar a reir y se apresuró a
contró a Luisa llorando sobre su plato. llegar a la puerta. Luisa guardó silencio y le lanzó
-¡Es ma,lo, Martita, malo!, volvió a insistir. una mirada oscura. Marta, para disipar la mala im-
-¡Cállese ya, la que está endemoniada es usted!, presión, agregó antes de salir:
-Contestó Marta con violencia. -¡Sea buena!
-¿Endemoniada, Martita? -Y a pesar suyo se echó a reir. Con los indios siem-
-Sí, endemoniada. ¿Por qué persigue a Julián? pre se reía. Eran como ella, les gustaba reirse y cuan-
-No lo persigo, lo cuido porque es cobarde. do llegaba a Ometepec, la recibía un coro de risas que
-¿Cobarde? Ahora calúmnielo. Lo que debería ella compartía.
hacer Julián, es lo que le aconsejan sus hijos: irse -Ande usted, Martita -contestó Luisa sombría.
lejos y dejarla. Marta siguió riendo en su cuarto. ¡Pobre vieja, qué
-¿Irse lejos? ¿J)ejarme? susto le había dado! Era fácil manejar a los indios:
Los ojillos de Luisa la miraron fugaces desde una bastaba nombrar al demonio para hacer con ellos
esquina. Parecía asustada y ya no estaba dispuesta a cualquier cosa. Terminó de cenar y no tuvo ganas de
la calumnia. volver a la cocina. J)e prontp, le pareció que había
-Sí, dejarla, porque usted está endemoniada. algo extraño en la mujer: su olor se había disipado
-¿Endemoniada? ¡Si sólo dos veces lo vi! y en su lugar un aire pesado había dejado inmóviles
-¿A quién? a las cortinas y a los muebles. En realidad no sabía
-¡Al "Malo", Martita! cómo había tenido ganas de reir. No podía decir en
Había visto dos veces al demonio. Si le metía miedo qué residía la extrañeza de Luisa. La recordó arrin-

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conada en la cocina, mirándola con sus ojillos tenaces. observándola con sus ojos intensos, mientras que de
Durante años la había considerado la tonta del sus labios colgaba la misma sonrisa fija.
pueblo; cuando la regañaba, se reía y luego la besaba -¿Usted mató a una mujer?
con tal ardor, que parecía una loca. Muchas veces -Sí, Martita, maté a la mujer.
había sentido que sus regaños la llenaban de ira y que -¡Ah, que Luisa, qué cosas dice!
sus besos, en apariencia infantiles, venían cargados de Quería simular que le parecía natural que hubie-
odio. "Los locos son malos, creen que todos los persi- ra matado a la mujer. La india seguía observándola y
guen y por eso persiguen a todos y Luisa está loca, riéndose en silencio, sólo con la mueca de la risa, como
señora", le repetía Gabina, mientras le alcanzaba las si estuviera ocupada en oir algo que Marta no es-
sales del baño y las toallas perfumadas de romero. Y cuchaba.
era verdad, Luisa tenía algo singular, sobre todo esa -Martita, estoy oyendo sus pensamientos... -Dijo
noche. Era como si todos sus años de desdicha empe- con su mismo sonsonete infantil. Y avanzó veloz hasta
zaran a tomar forma y estuvieran encarnando en un ella y sin ruido se sentó a sus pies sobre la alfombra.
ser de tinieblas. Marta se asustó de sus propios pensa- -El miedo es muy ruidoso. Martita, -agregó. Y
mientos y miró en derredor suyo para cerciorarse de luego guardó silencio. Las dos mujeres supieron que
que era el miedo lo que la hacía pensar extravagan- estaban frente a frente, en una casa sola, aisladas del
cias. El orden nítido de su cuarto la volvió a la tran- mundo por unos muros tapizados de seda y unas al-
quil~dad. "Calumnia a su marido porque es muy fombras que apagaban cualquier ruido.
desdichada; no me voy a dejar asustar por una -La primera vez que vi al "Malo" fue antes de
simpleza". Se interrumpió al oír unos pasos descalzos, casarme con mi primer marido.
apenas audibles, oprimiendo la alfombra del pasillo. ¡Había tenido otro marido! Marta descubrió que
Se quedó quieta. Luisa apareció en el marco de la no sabía nada de la mujer que estaba sentada a sus
puerta, pequeña y desmedrada, mostrando los dientes pies.
blanquísimos en una sonrisa ambigua. -Cuando lo vi, estaba en el corral de mi casa. Era
-¡Martita! un charro que respiraba lumbre; no tenía botas sino
-Sí, Luisa ... cascos de caballo y al caminar sacaban lumbre. Lle-
-La primera vez que vi al "Malo", fue antes ... vaba en la mano un látigo y con él azotaba a las
-¿Antes de qué, Luisa? piedras y las piedras echaban lumbre. Eran las cuatro
-Pues antes de que matara yo a la mujer. de la tarde y yo comencé a gritar: "¡Ahí está! ¡Ahí
Se produjo un silencio largo y asombroso. ¿Luisa está!" "¿Quién ha de estar?" Me contestaban mis
había matado a una mujer? ¿Dónde, cuándo? ¿Y lo padres, porque ellos no lo veían. El "Malo" me oyó
decía con esa tranquilidad y esa voz de niña? Sintió gritar y se me fue acercando, y sus ojos echaban
que tenía que contestar algo, para evitar que siguiera lumbre. "¡Ahí está! ¡Ahí está!", gritaba yo. "¿Quién

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ha de estar?", me contestaban mis padres, porque ellos sus confidencias movida por un interés. que ella n?
no lo veían. Y el "Malo" me comenzó a chicotear alcanzaba a adivinar. Tenía que impedir que conti-
antes de que yo dijera su nombre ... Luego me que- nuara con su relato.
daron los temblores y el espanto. En ese tiempo llegó -Luisa, ya no me cuente más.' es mejor, olvidar ...
mi primer marido y me pidió, y mis padres me dieron, -No, Martita, no hay que olvidar. ¡Aqm fue donde
gratos, para ver si me aliviaba. . . Y nos vinimos a viví y aquí fue donde conoci' a 1a m~Je_r;
. '
México ... Hizo otra pausa, Marta no se sii:iuo ~on fuerzas
Había vivido en México y Marta lo ignoraba. Luisa para decir nada; la voz de Luisa y el silenc10 d~ lacas~
la miró con fijeza. Parecía muy consciente de su sor- la agobiaban. ¿Qué quería de ella? ¿Por que la mi-
presa y eso la regocijaba. Sentada en el suelo, agaza. raba así? ¡Era una zorra!
parla como un animalito, fruncía los párpados, para -¡Y aquí fue donde la maté! ..
ocultar las chispas de malicia que sus ojos dejaban Al decir esta frase, su voz y su rostro adqmner?n
escapar. sus rasgos infantiles. La mató y l? decía con ese aire
-Viví en México, aquí pues, en Tacubaya ... y inocente. Se arrepintió de haber sido suave en su trato
aquí tuve a mi criatura. Pero me hinché toda, Marti- con los indios: sentada a sus pies estaba l~ pru_eba, de
ta, y a los tres días de parida, mi marido me llevó al su error. La vieja repugnancia criolla hacia lo,mdi.ge-
pueblo y me dejó en casa de mis padres. "¡No la na se sublevó en ella con violencia. ¡No merecia~ smo
sacaste hinchada, ¿por qué la devuelves· así?", le di- la~igazos! Miró a la india y se sintió segura, atrinche-
jeron. "¡Váyanse a la chingada!", les contestó, y se fue rada en sus principios.
y nunca más lo vi. Pero eso no lo supieron mis padres. -¿Y por qué la mató?
Al poco tiempo yo les dije: "Mire, papá, voy a buscar -Porque andaba diciendo cosas ...
a mi marido". Y mi papá se soltó llorando. "¡Déjanos -¿Qué cosas? -Preguntó otra vez con du:eza.
a la criatura!", me rogó. "¡Cómo no! ¿A poco cree -Pues cosas ... que andaba yo con .~u mar~do, ~ yo
que se la voy a quitar?" Y así fue que me vine otra ni lo conocía... -Al decir esto, sus aptos se ilumma-
vez a México y volví a vivir en Tacubaya y aquí ron: carecía como la mayoría de las mujeres, del
estuve ... sentimiento de culpa. Ella era inocente frente a
Luisa detuvo su relato para espiar a la otra. Marta Julián, frente a la ~u,erta y .frente al marido de la
no sabía cómo corresponder a su mirada, bajó los muerta. Marta la miro con ira.
ojos y esperó. Luisa levantó el brazo flaco: -¡Ni lo conocía! ... Ni nunca lo vi y ella decía
-¡Aquí viví! cosas ... -Afirmó rascándose la cabeza, para conven-
Y señaló un lugar en el espacio, como si Tacubaya cerse de la verdad de sus palabras; luego levantó el
estuviera adentro de la habitación. Marta guardó si- dedo índice:
lencio con turbación. Presentía que la india le hacía -¡Mira, mujer, no andes hablando, no sea que

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halles el silencio en mi cuchillo! Así le dije, y no me "Matar debe ser un momento terrible, quizás tenga
hizo caso. ¿Cree Martita, que no me entendió? Enton- su grandeza", se dijo Marta.
ces la fui a buscar al mercado, a la hora en la que to- -Y me salí del mercado y bajé la calle corriendo ...
das vamos a comprar. ¡Y estaba bonito! Lleno de cebo- Todavía llevaba yo el cuchillo en la mano, cuando
llitas, de cilantro, de limas. Me puse a un ladito de me metí en la casa donde me agarraron. ¡Iba bien
las mujeres que venden las tortillas y como ellas están lleno de sangre!
arrodilladas, la vi venir. La muy ingrata venía colum- -¿No se lo dejó clavado?
piando su canasta bien llena de fruta, y me dije en -No, Martita, se lo saqué porque era mío. ¡Y es-
mis adentros: "ya vas a callar, paloma" ... y le ente- taba bien lleno de sangre!... ¿Cree Martita, que
rré mi cuchillo. Luisa dejó de hablar. Marta tuvo la alcanzó a salpicarme? ...
certeza de que sus silencios eran premeditados. Asus- Con la punta de los dedos acarició la hoja del
tada, respiró el aire pesado que las palabras de Luisa cuchillo, levantó los ojos y los fijó en los ojos de Mar-
acumulaban sobre sus cabezas. ta. Se rascó la cabeza como para ahuyentar un pensa-
-¡Ay!, Luisa, ¿y cómo tuvo valor para hacer una miento y volvió a acariciar el cuchillo, extraviada en
cosa tan horrible? ¿Cómo se puede enterrar un cu- sus recuerdos.
chillo? ... -Uno tiene harta sangre ... somos fuentes, Martita,
-Pues en la barriga, Martita, ¿dónde más seguro y hermosas fuentes ... Así quedó ella, como una fuente
más blandito que la entraña? en la mañana del mercado ... ¿Ve, Martita, una ma-
Con un movimiento brusco, Luisa sacó un enorme ñana, con su mercado y su hermosa fuente? ... -Su voz
cuchillo que llevaba oculto debajo de la blusa e hizo volvió a esconderse en el tono infantil. Sonrió afable.
ademán de enterrarlo en una barriga imaginaria. -¿Y quién era ella?
Marta apenas tuvo tiempo para sofocar un grito de Marta quería saber quién era aquella mujer que
horror que quiso escaparse de su pecho. Muda, la vio quedó tirada en la mañana de un mercado remoto,
despanzurrar a un ser inexistente. Había olvidado sus con su canasta volcada y sus frutas revueltas. en la
maneras infantiles y sus ojos brillaban alucinados. sangre; a su lado, los gritos de los vendedores y el
-¡Así, así! -Repetía Luisa jadeante, mientras se- olor del cilantro.
guía dando cuchilladas en el aire. -¡Ah! Pues eso sí quién sabe ...
-Y allí quedó y yo me fui corriendo ... -¿Cómo se llamaba?
-Se fue corriendo ... -¡Pues eso sí quién sabe!
Y Marta la vio correr entre la gente del mercado, Luisa se dio cuenta de su interés y no quiso darle
con el pelo encendido, los ojos crueles que tenía nada de su muerta. Celosa, la guardaba para ella y es-
ahora y el cuchillo en la mano. Los demás le abrían condía su nombre y su cara. Marta se irritó.
paso, para salir después corriendo detrás de ella. -¿Cómo que quién sabe?

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-Sí, Martita, qmen sabe. Nada más era la mujer tarlo y me dieron el látigo. Todos los días le daba
que decía cosas: por eso le enterré este cuchillo ... yo, y le daba, hasta que me temblaba la mano. Y
Luisa colocó el cuchillo a sus pies y lo miró con cuando acababa de azotarlo y que ya no podía ni
pasión. Marta vio que era inútil preguntar por la moverme, alguna compañera me decía: "¡Andale,
mujer y miró el arma reluciente que había entrado Luisa, pégale otro ratito por mí!" Y yo volvía a azo-
en la tersura del vientre de la desconocida. tarlo, pues un favor no se le niega a una recogida
-¿Con ese cuchillo? igual que yo. Cuando me dieron mi libertad, ya nunca
-Sí, Martita, con éste. Me lo quitaron cuando me volví a verlo.
agarraron, sólo que luego, tanto y tanto les lloré, que -¿Nunca? ¡Qué bueno, Luisa! Estaría usted feliz
me lo dieron junto con mi libertad. de verse libre del demonio y de la cárcel.
Marta tuvo la impresión de que la india mentía. No -No, Martita, la vida con las recogidas no era
era creíble que le hubieran devuelto el arma del mala: a las cuatro de la mañana nos levantávamos y
crimen. La había querido asustar porque había de- nos poníamos a cantar; luego molíamos el nixtamal
fendido a Julián. Además de envidiosa, era ladina. Se para los presos; después nos bañábamos. Por eso le
sintió ridícula creyéndole sus cuentos. Se vio con los dije que sí conocía el baño. ¿Ve, Martita, ve, cómo
ojos de un tercero: dos viejas espiándose y asustándose no le dije mentiras? Los baños de la prisión eran
en una habitación en la penumbra, y un cuchillo igualitos al suyo, sólo que no eran amarillos.
sobre la alfombra. Se echó a reir. Luisa era una em- Hablaba ahora en voz baja, y las palabras "reco-
bustera y la miró con mofa. gida" o "compañera", las decía con una ternura apa-
-¿Y la llevaron a la cárcel? sionada. Sus ojos se habían llenado de nostalgia. Se
-¡Claro, Martita! Me encerraron, me privarán de quedó triste, a sus pies brillaba inútil el cuchillo.
mi libertad. Y allí fue a donde volví a ver al Miró a Marta con dulzura.
"Malo" ... -El trabajo no se acababa nunca: limpiábamos los
Otra vez aparecía el "Malo": había una lógica en peroles en donde cocinaban la comida de los presos ...
su historia, era verdad lo que contaba. Marta descu- lavábamos la ropa, las escaleras, los pasillos ...
brió que ella había provocado sus confidencias di- -¿Y cuánto tiempo estuvo allí, Luisa?
ciéndole que estaba endemoniada. La había querido -¡Quién sabe! Se me llegó a olvidar la _calle. Y_o
asustar y lo único que había logrado era abrir la ya no me hallaba más que con las recogidas, mis
puerta por la que escapaban sus demonios. Se volvió compañeras. Allí hallé mi casa y no pasé ninguna
a preocupar. pena. Me engreí tanto, que las noches y los días se
-Sí, Martita, allí lo volví a ver. Estaba pintado en me iban como agua. Si nos enfermábamos, había dos
una pared, ¡así, de mi tamaño! Y estaba doble, como doctores, ¡dos, Martita!, y ellos nos cuidaban. Tanto
hombre y como mujer. Me dieron el trabajo de azo- tiempo me quedé, que yo ya no reconocía otra casa ...

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Miró a Marta con tristeza y guardó silencio. Ahora -Pero la desconocí, Martita! "¡Ay, Luisa, esta casa
sus pausas eran involuntarias. Era extraño verla tan ya no es tu casa!" Y nada más me quedaba sentada
melancólica, evocando sus tiempos de presidiaria. pensando en mis compañeras y en lo que estarían
Yo contestaba el teléfono. ¿Ve cómo no le dije men- haciendo ...
tiras, Martita? Su voz se cortó con los sollozos.
-Es verdad, Luisa, no me dijo mentiras .. -¿Pues cuánto tiempo estuvo allí, Luisa?
De pronto se animó y se echó a reir. -¿Con las recogidas?... ¡Quién sabe! Pero fue
-En las noches había bailes en el corral. Los pre- mucho tiempo, ¿no le digo Martita, que ya no cono-
sos sacaban sus mandolinas y sus guitarras y bailába- cía yo ni calle ni mundo? Cuando llegué a casa de
mos, bailábamos. ¡Yo antes nunca había bailado, mis padres, mi criatura estaba así de grande.
Martita! La vida del pobre no es el baile, sino las Luisa levantó el brazo y dibujó en el aire una es-
caminatas sobre las piedras y el hambre. Mis com- tatura de diez años. Se quedó suspensa, perdida en
pañeras me enseñaron los pasos; me subían las tren- sus recuerdos: para ella la cárcel significaba sus años
zas a la cabeza y me decían: "Para que te veas menos halagüeños. Hablaba de ella como otros hablan de
india". Y bailábamos y bailábamos... sus palacios, su riqueza o su juventud perdida. Ahora
Volvió a ensombrecerse y Marta se sintió turbada. que en sus recuerdos regresaba a su hogar, su rostro
-Cuando me dijeron que me iban a dar mi li- se había vuelto hostil. Dejó de llorar.
bertad, yo no la quise agarrar. "¿Para qué señor?, -¿Y qué le dijeron sus padres?
¿dónde quiere usted que vaya?" Y allí me quedé. -¡Nada! "¿Cómo te va, hija?"
Pero volvieron a decirme que tenía yo que agarrar -No, ¿qué le dijeron de su temporada en la
mi libertad. Una señora me dijo: "¡Agárrala, Luisa, prisión?
agárrala!" Y aunque yo no la agarré me la dieron Luisa se irguió de un salto, se puso en guardia y la
a fuerzas. "¿Y ahora qué hago, doctor? Ya no conozco miró con fijeza.
la calle y no tengo ni un centavo". La calle son cen- -¿De la recogida? ¡Nada!, nunca lo llegaron a
tavos, Martita, son centavos. El doctor me dio para saber.
mi pasaje y la señora que decía que agarrara yo mi ¡Nunca lo supo nadie! Ellos creyeron que yo había
libertad, vino a esperarme a la puerta del mundo, y vivido en Tacubaya con mi primer marido.
cuando me vi en la calle, me llevó al tren y me fui -¿Pero su marido no volvió al pueblo?
a casa de mis padres ... -¡No! Tuve la suerte de que lo matara uno de los
Su cara se ensombreció al decir esto. Se echó a presos que salió de la cárcel. Y nunca, nunca volvió
ilorar con desconsuelo. Se veía muy vieja, con el al pueblo para contar nada. Hay cosas, Martita, que
rostro surcado de arrugas y la piel seca por el sol y nadie debe saber. Nadie sabe que estuve en la cárcel:
el polvo. Marta guardó silencio. ni mis padres que ya murieron, ni Julián. Cuando

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él me fue a pedir, nada le dije; yo pasaba por viuda que eran más que los míos, se me sentaron en el
y viuda soy. estómago. Y un día le dije a Julián: "¡Voy a cortar
-Se volvió otra vez un ovillo y miró a Mar- leña!" Y me fui al monte y encontré un árbol fron-
ta. Las dos guardaron silencio. ¿Por qué le contaba doso y tal como me dijeron mis compañer~s lo hice.
su historia? Se miraron a los ojos, espiándose los pen- Me abracé a él y le dije: "Mira, árbol, a t1 vengo a
samientos. El relojito de oro sobre la cómoda hacía confesar mis pecados, para que tú me hagas el bene-
un ruido rápido; el tiempo se hacía presente, se echa- ficio de cargarlos". Y allí estuve, Martita. . . y me
ba sobre ellas con una velocidad desacostumbrada. tardé cuatro horas en decirle lo que fui ...
Luisa se irguió un poco. Luisa, sin alientos, detuvo su relato y miró furtiva a
-Antes de salir de la cárcel, mis compañeras, que Marta, que estaba muy pálida. ¿A dónde quería llegar
me querían harto, me dijeron: "Mira, Luisa, a nadie la india? Sintió que el corazón le latía con fuerza,
le digas nunca que mataste a la mujer. La gente es pero no se atrevió a llevarse la mano al pecho. Inmó-
mala, muy mala". Así me dijeron. "Ya sabemos que vil esperaba el final del relato.
vas a tener la tentación de contarlo. A uno lo obligan -Me volví a mi casa y tardé un tiempo en ir a ver
a confesar los pecados, los propios pecados. Tú tienes el árbol y cuando llegué ... -Luisa guardó silencio y
los tuyos y son nada más para ti; y tienes además los miró a Marta.
pecados de la mujer y juntos te van a pesar mucho". - ... lo hallé seco, Martita.
Ya sabe, Martita, que uno carga con los pecados de El silencio cayó entre las dos mujeres y la habita-
los muertos que uno mata. Por eso se ve a esos hom- ción se pobló de seres que cortaban el aire con me-
bres que deben dos y tres muertes, bien doblados por nudos cuchillos de madera seca.
el peso. "¿Pero no se lo digas a nadie, Luisa, ni le -¿Se secó? -Murmuró Marta.
cuentes a nadie en dónde anduviste estos años!" Así -Sí, Martita, se secó. Le eché encima mis peca-
me lo dijeron y así lo hice, Martita, a nadie más que dos ...
a usted se lo he contado. "Pero mira, Luisa, me di- El árbol seco entró a la habitación; la noche en-
jeron mis compañeras, si alguna vez sientes que los tera se secaba dentro de las paredes y las cortinas
pecados te doblan las piernas y te vacían el estómago, disecadas. Marta miró el reloj: también él se secaba
vete al campo, lejos de la gente; busca un árbol fron- sobre la cómoda. Buscó en su memoria un gesto banal
doso, abrázate a él y dile todo lo que quieras. Pero para dirigirlo a Luisa, que petrificada por sus propias
sólo cuando ya no aguantes, Luisa, pues eso sólo se palabras la miraba alucinada.
puede hacer una vez". Y así fue, Martita, pasó el -Luisa, cuando le dije que estaba endemonia-
tiempo y sólo yo sabía lo que era mi vida. Hasta que da, bromeaba, ¡Tranquilícese! El pasado ya no
las piernas se me comenzaron a doblar y la comida ya existe.
no la aguantaba, pues mis pecados y los de la muerta, Nunca volvemos a ser lo que fuimos. La india per-

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maneció inmóvil, mirándola desde muy atrás de los su pasado. ¡Qué extraño que hubiese sido tan feliz
años. Marta sintió miedo. en la cárcel! Allí había sido igual a los demás. ¿Qué
-No tenga miedo, Luisa, aquí estamos las dos estaría haciendo ahora? Hubiera querido espiarla.
muy contentas y lo que pasó, voló. Nunca se recu- Estaba segura de que tampoco ella dormía. Ella tam-
pera ... bién tenía miedo. Por miedo espiaba a Julián, temía
Se secó, Martita, se secó ... -Repitió Luisa. que se le fuera; el campo no tiene puertas y no podía
-Ya me lo dijo, Luisa, ya no lo repita. ¡Váyase encerrarlo. Le asustaba la libertad suya y de los demás.
tranquila a dormir! Aquí estamos las dos seguras, ¡Vieja estúpida! Era igual a todos los indios. Ella no
lejos de todo ... los quería y sólo aceptaba a los que la adulaban, como
-¡Qué solitas estamos, Martita! ... Gabina. A veces era amable con ellos por pereza, pero
-¿Por qué me dice eso, Luisa? -Preguntó Marta en el fondo de su corazón había una dureza irreme-
con la voz vaciada por el miedo, consciente del si- diable. En la cárcel Luisa había encontrado a sus
lencio inmóvil de sus muebles y sus cortinas. iguales y había aprendido a bailar. En el mundo,
-Porque Gabina vuelve hasta mañana ... había vuelto a su lugar y sólo se había confiado a un
-Luisa, váyase a dormir ... ya sabe dónde está su árbol. . . "y se secó, Martita, se secó ... " Le llegó la
cuarto ... voz de Luisa repitiendo la misma frase adentro de un
Marta quería estar sola, romper el hechizo. Luisa • túnel infinito. Se encontró sudando frío y encendió
sonrió y recogió su cuchillo. Marta gritó:
la luz. Miró el embozo de su sábana con sus iniciales
-¡Déjelo!
bordadas. Lamentó no tener una pistola: ¡La mata-
-¿Por qué, Martita, si es mío?
ría como a una rata! "Si se asoma a la puerta, le
Y con un gesto suave lo hizo desaparecer debajo
diré: ya ve, Luisa, estoy rezando y se pondrá a rez(\r
de su camisa. Despacio, abandonó el cuarto de la pa-
trona. La habitación quedó quieta. Marta esperó unos conmigo". El crimen era un acto de soledad ... Vol-
minutos: nada se movía en la casa. Se levantó y movió vió a escuchar. No le llegaba ningún ruido; quizás
los frascos del tocador; dejó caer el cepillo del pelo. la india ya se había dormido. ¿En dónde habría pues-
Pero el ruido no la consolaba del miedo: desde las to su cuchillo? No se desprendía nunca de él. Era la
sombi:as espiaban sus movimientos y se reían de ella, llave que le había abierto la puerta de la igualdad,
se estaba columpiando en el vacío. Empezó a desves- del baile y de la alegría. Era su talismán. El silencio
tirse. Desde un túnel negro se reían de ella a grandes la convenció de que la mujer dormía mientras ella
carcajadas' inaudibles. Se metió en la cama: quería en- cavilaba. Miró el reloj que marcaba las dos de la
gañar a los enemigos, hacerlos creer que no tenía mañana. Anheló la proximidad de la mañana. En
miedo. Y apagó la luz. ¿Por qué le había dicho a la adelante sería más severa con los indios. De pronto
mujer que estaba endemoniada? La había vuelto a las manecillas corrieron frenéticas y armaron un ruido

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ensordecedor. Dentro de aquel ruido, Marta oyó unos
pasos descalzos oprimiendo la alfombra.
-¡Luisa!. . . ¡Luisa!. . . ¡Luisa! ...
Nadie contestó a sus llamados y el teléfono estaba
en la otra habitación. Los pasos se habían detenido a
la mitad del pasillo. No le darían tiempo ni de llegar
a la puerta para cerrarla con llave. Saltaría sobre ella
como un gato salvaje.
-¡Luisa! ... ¡Luisa! ... ¡India maldita! INDICE
Volvió a escuchar los pasos descalzos y se cubrió la
cara con las manos. La culpa es de los Tlaxcaltecas . . . . . . . . . . . . . 7
Gabina volvió a la casa de su patrona a las seis de El Zapaterito de Guanajuato . . . . . . . . . . . . . . . 35
la mañana. No fue sino hasta las ocho cuando notó
¿Qué hora es ... ? .............. · .. · . · · · · · · · 55
que algo raro había ocurrido. En el cuarto halló a la
señora Marta: hacía más de cinco horas que estaba La semana de colores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
muerta. La policía encontró a Luisa escondida en una El día que fuimos perros . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97
casa vecina, con el cuchillo ensangrentado en la mano.
La llevaron a la cárcel de Tacubaya. Antes de la guerra de Troya . . . . . . . . . . . . . . . 109
-¡Ya no hay ninguna de mis compañeras! -Dijo El robo de Tiztla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121
Luisa, después de revisar las celdas y los patios. Y se
sentó a llorar con amargura. Había olvidado que El duende . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143
entre su salida y su regreso había transcurrido más de El anillo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159
un cuarto de siglo. Martita tenía razón: el pasado era
irrecuperable. Perfecto Luna . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173
El árbol . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 191

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Este libro se terminó de imprimir
en la IMPRENTA NUEVO MUNDO, S. A.
Calzada del Moral 396. lxtapalapa,
México 13, D. F., el día 15 de oc·
tubre de 1964. Se tiraron tres mil
ejemplares y en su composición se
utilizaron ti pos 11: 12 Baskerville.
La edición estuvo al cuidado de Ser·
gio Galindo y Javier Peñalosa. Ma·
queta y dibujos de Leticia Tarragó.

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