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EXPOSICIÓN DE LA CARTA A LOS GÁLATAS

Traducción: Pío de Luis, OSA

COMENTARIO DE SAN AGUSTÍN EN LAS «RETRACTACIONES» (1,24)

1. A continuación de este libro comenté la Carta del mismo apóstol a los Gálatas, no de modo
selectivo, esto es, omitiendo algunos pasajes, sino seguida y en su totalidad. Dicho comentario
lo recogí en un único volumen.

Allí escribí: «En conformidad con lo dicho, eran veraces los primeros apóstoles que no fueron
enviados por hombres, sino por Dios, sirviéndose de un hombre, es decir, de Jesucristo, aún
mortal. Fue veraz también el último apóstol, enviado por Jesucristo, ya plenamente Dios,
después de su resurrección». Las palabras «ya plenamente Dios» las dije considerando la
inmortalidad que comenzó a tener a partir de la resurrección, no la divinidad siempre inmortal
de la que nunca se apartó, en la que era Dios plenamente, incluso cuando aún tenía que morir.
Esta interpretación la revela lo que sigue, pues añadí: «Los primeros apóstoles son los demás, a
excepción de Pablo, llamados por Cristo en parte todavía hombre, o sea, mortal; el último es
Pablo, llamado por Cristo ya Dios en su totalidad, o sea, inmortal en cada uno de sus
componentes». Estas palabras exponen estas otras del Apóstol: no de parte de hombres ni por
mediación de hombre alguno sino por obra de Jesucristo y de Dios Padre 1, dichas como si
Jesucristo ya no fuera hombre. De hecho continúa: que le resucitó de entre los muertos, para
aclarar el motivo por el que dijo: ni por mediación de hombre.Así, pues, considerando su
inmortalidad, Cristo Dios ahora ya no es hombre; pero si nos fijamos en la sustancia de su
naturaleza humana en la que ascendió al cielo, incluso ahora es el hombre Cristo Jesús,
mediador entre Dios y los hombres2, porque vendrá como le vieron los que le contemplaron subir
al cielo3.

2. Escribí también: «La gracia de Dios es el don en virtud del cual se nos perdonan los pecados
para obtener la reconciliación con él; la paz, en cambio, es el don por el que obtenemos dicha
reconciliación». El texto hay que entenderlo en el sentido de que la gracia en su acepción más
amplia incluye lo uno y lo otro (el perdón y la reconciliación). Lo mismo acontece, por ejemplo,
cuando hablamos del pueblo de Dios. En una acepción restringida una cosa es Israel y otra
Judas y, sin embargo, uno y otro están incluidos en Israel en su acepción más amplia.

De igual manera, al exponer Quid ergo lex transgresionis causa proposita est 4, juzgué oportuno
organizar las palabras de modo que la pregunta fuese: ¿Entonces, qué? (quid ergo?) y la
respuesta: La ley fue dada en razón de la transgresión (lex transgresionis causa proposita est).
Aunque este planteamiento no se opone a la verdad, me parece mejor este otro en que la
pregunta es: ¿Para qué la ley, entonces? (Quid ergo lex?), y la respuesta: Fue dada en razón de
la transgresión (transgresionis causa proposita est).

Allí escribí: «Y así, en perfecta lógica, añade: Porque si os dejáis guiar por el Espíritu, no estáis
ya bajo la ley. De tales palabras hemos de entender que se hallan bajo la ley aquellos cuyo
espíritu tiene, sin duda, deseos contrarios a los de la carne, pero no hacen lo que quieren; es
decir, no se mantienen invictos en el amor a la justicia, sino que los vence la carne que se les
opone con sus deseos». Estas palabras se derivan de la comprensión que tenía entonces según
la cual el texto: Pues la carne tiene deseos contrarios a los del espíritu y el espíritu contrarios a
los de la carne, de modo que no hacéis lo que queréis 5 se refería a aquellos que están bajo la
ley, todavía no bajo la gracia6. Aún no había comprendido que tales palabras se ajustan también
a quienes están bajo la gracia, no bajo la ley (ibid.), puesto que también ellos poseen los deseos
de la carne a los que se oponen con el espíritu. Aunque no les dan el consentimiento, preferirían
carecer de ellos, si les fuera posible. En consecuencia, no hacen lo que quieren, porque quieren
carecer de ellos, pero no pueden. Sólo carecerán de ellos cuando carezcan también de la carne
mortal.
Este libro comienza con estas palabras: Causa propter quam scribit Apostolus.

EXPOSICIÓN DE LA CARTA A LOS GÁLATAS

1. El motivo por el que el Apóstol escribe a los gálatas es hacerles comprender que es obra de la
gracia de Dios el que no estén ya sometidos a la ley. Lo hace porque, después de anunciarles la
gracia del Evangelio, no faltaron algunos, provenientes de la circuncisión, que, aunque cristianos
de nombre, aún carecían del don de la gracia. Éstos querían continuar bajo el peso de la ley que
el Señor Dios había impuesto a los que no servían a la justicia sino al pecado. Es decir, a ellos,
carentes de justicia, les había dado una ley justa para hacerles ver sus pecados, no para
hacerlos desaparecer. En efecto, los pecados sólo los borra la gracia de la fe, que obra mediante
el amor. Hallándose los gálatas ya bajo esta gracia, tales hombres querían someterlos al peso de
la ley, sosteniendo que el evangelio no les sería de provecho alguno, si no se circuncidaban y no
aceptaban las restantes observancias carnales del ritual judío. Por esa razón habían comenzado
a tener por sospechoso al apóstol Pablo que les había predicado el evangelio, como si no
mantuviese la praxis de los restantes apóstoles, que obligaban a los gentiles a vivir como judíos.
De hecho, el apóstol Pedro había cedido ante los tropiezos que le ponían tales sujetos hasta caer
en la simulación, dando a entender que también él era de la opinión de que el evangelio no
servía de nada a los gentiles, si no cumplían las cargas de la ley. De esa simulación le hizo dar
marcha atrás el apóstol Pablo7, como indica en la presente carta.

El mismo problema aparece planteado también en la Carta a los Romanos, aunque con algunas
diferencias al parecer. En ella dirime la misma cuestión y pone fin a las divergencias surgidas
entre los fieles originarios del judaísmo y los provenientes de la gentilidad. La controversia
consistía en lo siguiente: los primeros juzgaban que el evangelio se les había dado como premio,
en pago a los méritos contraídos por practicar las obras prescritas por la ley; premio que no
querían se otorgase a los incircuncisos por considerar que no lo merecían; los segundos, en
cambio, saltaban de gozo por haber sido preferidos ellos y no los judíos en cuanto asesinos del
Señor. En esta Carta a los Gálatas, por el contrario, escribe a personas ya turbadas por la
autoridad de quienes, procedentes del judaísmo, les obligaban a observar la ley. Ya habían
comenzado a darles crédito, como si Pablo no les hubiera predicado la verdad al no querer que
se sometieran a la circuncisión. De ahí que comience de esta manera: Me maravilla que tan
pronto os hayáis pasado del que os llamó a la gloria de Cristo a otro evangelio 8. En este exordio
apuntó brevemente el meollo de la cuestión. Ya en el saludo inicial, al presentarse como
apóstol  no de parte de hombres ni por mediación de hombre alguno9 -detalle que no aparece en
ninguna otra carta suya- mostró con suficiencia, primero, que quienes persuadían tales puntos
de vista no venían de parte de Dios, sino de parte de hombres y, segundo, que, por lo que se
refiere a la autoridad para testimoniar el evangelio, no procedía que le tuviesen por inferior a los
restantes apóstoles. Sabía que era apóstol no de parte de hombres ni por mediación de hombre
alguno, sino por obra de Jesucristo y de Dios Padre. Con el permiso y la ayuda del Señor a mi
esfuerzo, he emprendido el comentario de la carta, a partir de su misma introducción.

2. [1,1-2] Pablo, apóstol no de parte de hombres ni por mediación de hombre alguno sino por
obra de Jesucristo y de Dios Padre que le resucitó de entre los muertos, y todos los hermanos
que están conmigo, a las Iglesias de Galacia. El enviado por hombres es mentiroso; quien es
enviado por mediación de un hombre puede ser veraz, puesto que también el Dios veraz puede
enviar por medio de un hombre. En consecuencia, quien no es enviado por hombres ni por
medio de un hombre sino por medio de Dios recibe el ser veraz de aquel que hace veraces
incluso a los enviados por mediación de un hombre. En conformidad con lo dicho, eran veraces
los primeros apóstoles que no fueron enviados por hombres, sino por Dios, sirviéndose de un
hombre, es decir, de Jesucristo, aún mortal. Fue veraz también el último apóstol, enviado por
Jesucristo, ya plenamente Dios, después de su resurrección. Los primeros apóstoles son los
demás, a excepción de Pablo, llamados por Cristo en parte todavía hombre, o sea, mortal; el
último es Pablo, llamado por Cristo, ya Dios en su totalidad, o sea, inmortal en cada uno de sus
componentes. Sea, pues, de igual autoridad el testimonio de aquel a cuyo favor juega el haber
sido llamado por el Señor glorificado, si juega en su contra el haberlo sido en un momento
posterior. Por esa razón, tras haber dicho y de Dios Padre, añadió: que lo resucitó de entre los
muertos para indicar, también de esta manera y de forma breve, que él fue enviado por
Jesucristo ya glorificado.

3. [1,3-5] Gracia a vosotros y paz de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo. La gracia de
Dios es el don en virtud del cual se nos perdonan los pecados para obtener la reconciliación con
él; la paz, en cambio, es el don por el que obtenemos dicha reconciliación. Que se entregó a sí
mismo por nuestros pecados para librarnos del actual mundo maligno. Ha de entenderse que el
mundo actual es maligno debido a los hombres malignos que hay en él, igualque hablamos de
una casa maligna debido a las personas malvadas que la habitan. Según la voluntad del Dios y
Padre nuestro, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos.  Amén.Cuando los hombres
ejecutan alguna obra buena no deben referirla arrogantemente a sí mismos. Se trata de algo
evidente si hasta el mismo Hijo de Dios dijo en el evangelio que no buscaba su gloria10 ni había
venido a hacer su voluntad, sino la voluntad del que le envió11. Esa voluntad y gloria del Padre es
la que acaba de mencionar ahora el Apóstol para significar que tampoco él mismo, a ejemplo del
Señor que lo envió, busca su gloria ni hace su propia voluntad cuando anuncia el evangelio,
como dice poco después: Si (buscase) agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo 12.

4. [1,6-9]  Me sorprende que tan pronto os hayáis pasado del que os llamó a la gloria de Cristo,
a otro evangelio, que no es otro.Porque, si hay otro evangelio distinto del que dio el Señor, sea
por sí, sea por alguna otra persona, ya no puede llamarse con propiedad evangelio. Después de
haber dicho: os hayáis pasado de quien os llamó, muy adecuadamente añadió: a la gloria de
Cristo, que aquéllos pretendían anular, como si Cristo hubiera venido en vano. (Ése sería el
caso) si la circuncisión de la carne y las restantes obras prescritas por la ley tuvieran tal valor
que los hombres pudiesen obtener la salvación a través de ellas. Sino que hay algunos que os
perturban y quieren volver del revés el evangelio de Cristo. Si bien logran perturbaros, no tienen
semejante éxito en cuanto a volver del revés el evangelio de Cristo, puesto que permanece
inamovible. El propósito, sin embargo, de quienes desvían la atención de los creyentes de los
bienes espirituales a los carnales es volverlo del revés. Pero aunque ellos se vuelvan a los bienes
carnales, el evangelio permanece inalterado. Ésa es la razón por la que, tras haber dicho: os
perturban, no siguió: y vuelven del revés, sino: quieren volver del revés el evangelio de
Cristo. Pero, aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del
que os hemos anunciado, ¡sea anatema! La verdad hay que amarla por sí misma, no en atención
al hombre o al ángel que la anuncia. Quien la ama en atención a sus anunciantes puede amar
también mentiras, si, eventualmente, ellos profieren las suyas propias.  Como os dijimos ya, y
ahora os lo repito: si alguno os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea
anatema! Este os dijimos puede entenderse de dos maneras: o que lo había dicho en otra
ocasión, o que repite lo dicho poco ha. En todo caso, la repetición misma orienta de forma muy
saludable la intención a retener con firmeza lo que con tanto vigor se recomienda.

5. [1,10]  Entonces, ¿trato de convencer a hombres o a Dios? ¿O lo que busco es agradar a los
hombres? Si aún agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo. Nadie trata de convencer a
Dios, puesto que todo le es manifiesto, pero trata de convencer adecuadamente a hombres
quien no quiere ser él quien les agrade, sino la verdad de que trata de convencerlos. Quien
agrada a los hombres, pero no buscando su propia gloria, sino la de Dios, para que se salven, ya
no agrada a hombres, sino a Dios; o junto a Dios agrada también a hombres, pero no a hombres
(sólo). Una cosa es agradar a hombres y otra agradar a Dios y a hombres. Más aún, quien
agrada a los hombres por mor de la verdad, no es él ya quien les agrada, sino la
verdad. Agradara,  dijo, en cuanto está en su poder, en cuanto concierne a su voluntad; como si
dijera: Tratara de agradar. Porque si, no procurándolo él, agrada a alguien como por sí mismo y
no en atención a Dios y al evangelio que anuncia, no hay que atribuirlo a su orgullo, sino más
bien al error de aquel a quien agrada de manera inadecuada. Éste es, por tanto, el sentido:
Entonces, ¿trato de convencer a hombres, o a Dios? ¿O en el hecho de convencer a hombres
busco agradar a hombres? Si aún buscase agradar a hombres, no sería siervo de Cristo. La
razón es que él ordena a sus siervos que aprendan de él a ser mansos y humildes de corazón13.
Algo de todo punto imposible para quien busca agradar a hombres pensando en sí mismo, es
decir, por mor de una gloria que fuera como privativa y particular suya. Convencemos a
hombres, mas para Dios estamos al descubierto14. Así escribe también en otro pasaje para que
entiendas estas palabras: ¿trato de convencer a hombres, o a Dios? No se trata de convencer a
Dios, sino a hombres. Por tanto, no debe suscitar perplejidad lo que dice en otro pasaje: Como
también yo agrado en todo a todos, pues añadió: no buscando mi propio interés, sino el de
muchos, para que se salven15. Mas a nadie le aprovecha, con vistas a su salvación, el que un
hombre le agrade por lo que es personalmente. Tal agrado sólo es de utilidad cuando le agrada
en relación a Dios: cuando el agrado que le produce el hombre hace que le agrade también Dios
y lleve a glorificarle, ya sea cuando contempla sus dones en el hombre, ya cuando los recibe por
el ministerio de algún hombre. Pero cuando un hombre agrada por ese motivo, ya no es el
hombre, sino Dios quien agrada. Por tanto, puede afirmarse con idéntica corrección tanto «yo
agrado» como «yo no agrado». Si existe un buen entendedor que sabe llamar con piedad,
resultará claro lo uno y lo otro y no habrá oposición que eche atrás al que intenta entrar.

6. [1,11-12]Porque os notifico, hermanos, que el evangelio anunciado por mí no tiene origen
humano. Pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo. Un
evangelio con origen humano es una mentira. Todo hombre es mentiroso16, puesto que cuanto
de verdad se halla en el hombre, no procede del hombre, sino de Dios, que se sirve de un
hombre. En consecuencia, a lo que tiene origen humano ni siquiera hay que llamarlo ya
evangelio: es lo que aportaban quienes arrancaban de la libertad y arrastraban a la esclavitud a
personas a las que Dios llamaba a pasar de la esclavitud a la libertad.

7. [1,13-14] Pues habéis oído hablar de mi conducta pasada en el judaísmo: cómo perseguía


fuera desaforadamente a la Iglesia de Dios, y la asolaba y hacía más progresos en el judaísmo
que muchos de los de mi raza y edad, superándolos en celo por las tradiciones de mis
antepasados. Si hacer progresos en el judaísmo se manifestaba en el perseguir y asolar a la
Iglesia de Dios, salta a la vista que el judaísmo se opone a la Iglesia de Dios, no por razón de la
ley espiritual, que recibieron los judíos, sino por la vida conforme a la carne, propia de su
esclavitud. Y si Pablo perseguía a la Iglesia de Dios en cuanto celoso, esto es, imitador de las
tradiciones de sus padres, son estas tradiciones las que resultan contrarias a la Iglesia de Dios.
No hay que hacer responsable de ello a la ley. La ley es espiritual17 y no obliga a que se la
entienda en sentido carnal. El mal está en quienes entendieron en sentido carnal lo que
recibieron y, además, transmitieron muchas cosas de su cosecha, derogando el mandato del
Señor por mantener sus tradiciones18.

8. [1,15-19] Mas cuando al Señor que me escogió desde el vientre de mi madre y me llamó por
su gracia le plugo revelar en mí a su Hijo para que lo anunciase entre los gentiles, no
condescendí con la carne ni la sangre y ello sin dilación.Es escogido en cierto modo desde el
seno de su madre todo aquel al que se le aparta de la costumbre de seguir ciegamente a los
padres carnales; a su vez, condesciende con la carne y la sangre todo el que da su asentimiento
a las propuestas, con origen en la carne, de los parientes y personas de su entorno, también
carnales. Ni vine a Jerusalén a visitar a los apóstoles anteriores a mí, sino que me fui a Arabia y
de allí regresé otra vez a Damasco. Luego, tres años después, subí a Jerusalén a ver a Pedro y
permanecí en su compañía quince días. Pablo vio a Pedro después de haber anunciado el
evangelio en Arabia; en consecuencia, no fue a visitarlo para que le enseñara el evangelio, pues,
de lo contrario, se habría encontrado antes con él. Si lo visitó fue para afianzar la caridad
fraterna mediante el conocimiento personal. No vi a ningún otro apóstol, a excepción de
Santiago, el hermano del Señor. Se ha de entender que Santiago era hermano del Señor o en
cuanto hijo de José, fruto de un matrimonio anterior, o en cuanto pariente de María, la madre de
Jesús.

9. [1,20-24] Respecto a esto que os escribo, Dios es testigo de que no miento. Quien dice Dios
es testigo de que no miento pronuncia un juramento. ¿Y hay algo más sagrado que este
juramento? Pero no va contra el precepto el juramento que procede del mal19, no del que lo
pronuncia, sino del mal de la incredulidad de aquel ante quien se ve obligado a jurar. A partir de
este texto se entiende el sentido de la prohibición del Señor respecto del juramento. Quiere decir
que nadie jure en cuanto dependa de él, algo que hacen muchos que tienen siempre a punta de
lengua el juramento, como si se tratase de una realidad noble y sabrosa. El Apóstol conocía sin
duda el precepto del Señor y, sin embargo, pronunció ese juramento. No hay que hacer caso a
quienes opinan que expresiones como la señalada no constituyen un juramento. ¿Qué dirán los
tales de esta otra: Muero día a día, ¡por vuestra gloria, hermanos!, la que tengo en Cristo
Jesús, Señor nuestro?20 Los ejemplares en lengua griega no dejan lugar a duda de que se trata
de un juramento. Así, pues, en cuanto depende de él, el Apóstol no jura, dado que no busca
jurar por un capricho o porque le resulte placentero hacerlo. Es algo más que decir Sí, sí; no,
no21, y, por ello mismo, procede del mal, pero del mal de la debilidad o del de la incredulidad de
quienes sólo de esa manera se sienten impulsados a dar crédito. Después me dirigí a las
regiones de Siria y Cilicia, pero de vista era un desconocido para las Iglesias de Judea que están
en Cristo.Hay que señalar que no sólo en Jerusalén creyeron judíos en Cristo y que no fueron
tan pocos que se diluyesen entre las Iglesias gentiles; al contrario, eran tantos que ellos solos
constituían Iglesias. Sólo habían oído decir: «El que en otras ocasiones nos perseguía, ahora
anuncia la buena nueva de la fe que antes devastaba», y por causa mía proclamaban la
grandeza de Dios. Es lo mismo que decía antes, a saber, que no buscaba agradar a los hombres
pensando en sí mismo, sino en proclamar la grandeza de Dios. Es también lo mismo que dice el
Señor: Brillen vuestras obras delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones
y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos 22.

10. [2,1-2] Después, al cabo de catorce años, subí de nuevo a Jerusalén con Bernabé, llevando
también a Tito. Nombra a éstos como presentando varios testigos. Subí merced a una
revelación. Este detalle busca evitar toda extrañeza ante el hecho de que subiese precisamente
entonces a un lugar a donde no había subido desde hacía tanto tiempo. Si subió impulsado por
una revelación, hay que concluir que era de provecho la subida en aquel preciso momento.  Y les
expuse el evangelio que predico a los gentiles, pero a los notables lo hice en privado. El que a
los notables de la Iglesia les expusiera en privado su evangelio, después de haberlo presentado
en público a todos, no se debe a que hubiera dicho alguna falsedad y necesitara decir en privado
la verdad a unos pocos. Lo que hizo fue omitir algunos particulares que determinadas personas
no podían soportar por ser aún párvulos (en la fe); personas como aquellas respecto de las
cuales dice en la Carta a los Corintios que les dio leche, no alimento sólido23. Nunca es lícito decir
falsedad alguna, pero a veces es útil callar parte de la verdad. Era necesario que los restantes
apóstoles conocieran en su totalidad la obra que estaba realizando. Del hecho de ser creyente y
poseer la fe ortodoxa y verdadera, no se seguía que debiese ser también un apóstol. A
continuación dice: No sea que tal vez esté corriendo o haya corrido en vano. No hay que
entender estas palabras como dichas a aquellos con quienes confrontó en privado su evangelio,
sino, cual si se tratase de una pregunta indirecta, a los destinatarios de la Carta. Pretendía que
se viese que él no corría ni había corrido en vano. Al contar también con la atestación de los
demás apóstoles, quedaba claro que no se apartaba en nada de la verdad del evangelio.

11. [2,3-5] Sigue diciendo: Con todo, ni siquiera obligaron a circuncidarse a mi compañero Tito.


Aunque Tito era griego y ninguna costumbre o parentesco de parte de sus padres -como era el
caso de Timoteo- le obligaba a hacerlo, fácilmente hubiera permitido el Apóstol que también a él
le circuncidasen. En efecto, su enseñanza no incluía que tal circuncisión privase de la salvación;
se limitaba a señalar que iba contra ella el poner en dicha práctica ritual la esperanza de
obtenerla. Por tanto, podía tolerarla sin escrúpulos en cuanto superflua, conforme a lo que
afirma en otro lugar: La circuncisión no cuenta nada y nada la incircuncisión; lo que cuenta es el
cumplimiento de los mandatos de Dios24. Pero no obligó a circuncidarse a Tito a causa de los
falsos hermanos infiltrados solapadamente; esto es, los tales no pudieron extorsionarle a que lo
hiciese circuncidar. La razón, dice, fue la siguiente: esos infiltrados solapadamente para
espiar su libertad los sometieron a estricta vigilancia, deseando que Tito fuese circuncidado,
para proclamar a los cuatro vientos, contando incluso con el asentimiento y atestación del
mismo Pablo, que la circuncisión era necesaria para salvarse. Y de esta manera, como indica,
deseaban esclavizarlos, o lo que es lo mismo, ponerlos de nuevo bajo las obras serviles de la
ley. A los tales, dice, no cedió ni una hora, esto es, por algún espacio de tiempo, para preservar
la verdad del evangelio anunciado a los gentiles.

12. [2,6-9] Sin embargo, le apuntaban con el dedo y, llenos de celos, querían hacer sospechoso
al apóstol Pablo por el hecho de haber perseguido tiempo atrás a las Iglesias. Por eso dice: De
parte de los que parecen ser algo -cómo hayan sido en otro tiempo, no me interesa-... Habla así
porque incluso quienes parecen ser algo en sí mismos no son nada; se trata sólo de un parecer
de hombres que se dejan llevar por la carne. Y si son buenos ministros de Dios, quien es algo es
Cristo presente en ellos, no ellos por sí mismos. Si fuesen algo por sí mismos, lo hubiesen sido
siempre. Respecto a cómo hayan sido en otro tiempo -alusión a que también ellos fueron
pecadores-, afirma que el asunto no le interesa. La razón es que Dios no tiene acepción de
personas o, lo que es lo mismo, sin hacer acepción de personas, llamó a todos a la salvación,
dejando de imputarles sus delitos. De ahí que, en ausencia de quienes fueron llamados al
apostolado antes que él, Pablo recibiera del Señor la perfección. De este modo, cuando se
confrontó con ellos, no tuvieron nada que añadir a su perfección; antes bien, vieron que el
mismo Señor Jesucristo, que salva sin acepción de personas, concedió a Pablo que ejerciese el
ministerio entre los gentiles, igual que había otorgado a Pedro el ejercerlo con los judíos. Nada
descubrieron en que disintiesen de él. Cuando les dijo que había recibido el evangelio en su
plenitud, no lo negaron ni pretendieron añadirle algo como si estuviera incompleto. Al contrario,
en vez de reprobarlo por incompleto, aprobaron su perfección. Y alargaron su diestra en señal
de acuerdo, esto es, se mostraron de acuerdo en mantenerse en comunión, y obedecieron a la
voluntad del Señor dando su asentimiento a que Pablo y Bernabé se dirigieran  a los gentiles y
ellos a los de la circuncisión, circuncisión que parece contraria a la incircuncisión, es decir, a los
gentiles. También puede entenderse, por contraste, de otro modo, ordenando la frase de esta
manera: Pues los que parecían ser algo nada me hicieron añadir, sino, al contrario, asintieron a
que nosotros, Bernabé y yo, fuéramos a los gentiles, los contrarios a la circuncisión, y ellos a la
circuncisión. A esto se refieren las palabras: Nos alargaron su diestra en señal de acuerdo.

13. Nadie juzgue como una afrenta para quienes le precedieron estas palabras: De parte de los
que parecen ser algo  -cómo hayan sido en otro tiempo, no me interesa-. Pues también ellos, en
cuanto varones espirituales, querían que se ofreciese resistencia a los carnales, a quienes creían
ser algo en sí mismos y no, más bien, Cristo en ellos. Quedaban llenos de inmenso gozo cuando
persuadían a otros hombres que ellos mismos, predecesores de Pablo, como el mismo Pablo,
puesto que eran pecadores, fueron justificados por el Señor, que no tiene acepción de personas.
Todo ello porque buscaban la gloria de Dios, no la suya propia. Mas como los hombres carnales y
orgullosos se aíran si se saca a la luz algo concerniente a su vida pasada y lo toman como
afrenta, presuponen idéntico modo de reaccionar en los apóstoles. Pedro, Santiago y Juan
fueron los que gozaron de mayor honor entre los apóstoles. La prueba es que el Señor se les
manifestó a los tres en la montaña, símbolo de su reino, pues seis días antes les había
dicho: Hay algunos de los aquí presentes que no gustarán la muerte, hasta que vean al hijo del
hombre en el reino de su Padre 25. Tampoco eran las columnas, pero parecían serlo. Pablo sabía
que la Sabiduría se había edificado una casa para sí, levantando no tres columnas, sino siete26.
Número que hay que referir a la unidad de las Iglesias, pues suele utilizarse para indicar la
totalidad, conforme a las palabras del evangelio. En él se leen estas palabras:  recibirá en este
mundo el siete por uno27, que significan lo mismo que estas otras: Como quien no tiene nada,
pero lo posee todo28. Por la misma razón el apóstol Juan escribe a las siete Iglesias29, que a todas
luces simbolizan a la Iglesia universal. Ese mismo número de siete columnas puede referirse
más bien a la séptupla operación del Espíritu, la operación por la que dona la sabiduría y el
entendimiento, el consejo y la fortaleza, y ciencia y la piedad, y el temor de Dios30, operaciones
con las que se sostiene la casa de Dios que es la Iglesia.

14. [2,10] Sólo que nos acordásemos de los pobres, algo que también me he esforzado por
cumplir. Estas palabras refieren la preocupación, común a todos los apóstoles, por los pobres de
entre los santos residentes en Judea, que habían puesto lo obtenido por la venta de sus
posesiones a los pies de los apóstoles31. Así, pues, Pablo y Bernabé fueron enviados a los
gentiles, a fin de que, gracias a su exhortación, las iglesias de la gentilidad, que no habían hecho
tal desapropiación, socorriesen a las que la habían hecho. Así lo dice Pablo en su Carta a los
Romanos: Mas ahora iré a Jerusalén para servir a los santos, pues Macedonia y Acaya tuvieron a
bien hacer una colecta en favor de los santos pobres residentes en Jerusalén. Lo tuvieron a
bien, y están en deuda con ellos.  En efecto, si los gentiles han participado de sus bienes
espirituales, deben, a su vez, servirles con los materiales 32.

15. [2,11-16] Pablo no había caído en simulación alguna por el hecho de seguir las observancias
que le parecían más adecuadas en cada lugar, tanto en las Iglesias gentiles como en las judías,
y no suprimir en ningún lugar un rito cuya observancia no impedía obtener el reino de Dios,
limitándose sólo a advertir que nadie pusiese la esperanza de la salvación en cosas superfluas,
incluso si quería que se mantuviese su uso para evitar dar motivo de tropiezo a los débiles.
Como dice a los corintios: ¿Fue llamado uno siendo circunciso? No presente su prepucio. ¿Otro
fue llamado siendo incircunciso? No se haga circuncidar. La circuncisión no cuenta nada y nada
la incircuncisión.  Lo que cuenta es la observancia de los mandatos de Dios. Que cada cual
permanezca tal como lo encontró Dios cuando lo llamó 33. Esto lo aplicó a aquellos usos o
condiciones de vida que en nada dañan la fe y buenas costumbres. Sobra decir que, si uno era
un ladrón cuando fue llamado, no debe permanecer en esa condición de ladrón. Caso distinto es
el de Pedro. Cuando llegó a Antioquía, Pablo no le reprochó el que siguiese las observancias
judías en que había nacido y había sido educado, aunque no las siguiese ante los gentiles, sino
el que quisiese imponerlas a los gentiles, al ver que llegaban algunos del entorno de Santiago, o
sea, de Judea. Santiago era quien presidía la Iglesia de Jerusalén. Temiendo a quienes aún
pensaban que la salvación radicaba en aquellas observancias, dejó de relacionarse con los
gentiles y con su pantomima consentía que los primeros impusiesen a los segundos aquellas
cargas serviles. Así resulta con claridad de las palabras con que le reprochó tal modo de
proceder. En efecto, no le dice: Si tú, siendo judío, vives como judío y no como gentil, ¿cómo es
que vuelves otra vez a las observancias judaicas?, sino ¿cómo fuerzas a los gentiles a
comportarse como judíos? Fue la necesidad la que le obligó a decírselo en presencia de todos.
De esa manera, el reproche dirigido a él podría sanar a todos. No resultaba de provecho corregir
en privado un error que ocasionaba un daño público. A esto se añade todavía el detalle de la
firmeza y amor de Pedro, a quien el Señor dijo por tres veces: ¿Me amas? Apacienta mis
ovejas34. En bien de la salvación de su grey, soportaba con sumo agrado tal reproche que le
llegaba de otro pastor inferior. La persona que recibía el reproche era más digna de admiración y
más difícil de imitar que la que se lo dirigía. De hecho, es más fácil ver en otro algo que corregir
y corregirlo, mediante la vituperación o el reproche, que ver lo que hay que corregir en uno
mismo y aceptar de buen grado la corrección, ya venga de uno mismo, ya venga de otro; más
aún, de alguien inferior a uno mismo; y más todavía, si es en presencia de todos. El hecho tiene
el valor de un extraordinario ejemplo de humildad, cima de la enseñanza cristiana, pues
mediante la humildad se conserva la caridad. Nada la extingue más rápidamente que el orgullo.
Por esa razón el Señor no dice: Tomad mi yugo y aprended de mí que resucito cadáveres que
llevan ya cuatro días en el sepulcro y expulso de los cuerpos de los hombres todo demonio y
enfermedad, y cosas por el estilo, sino Tomad mi yugo y aprended de mí que soy manso y
humilde de corazón35. Esas acciones prodigiosas son signos de realidades espirituales; en
cambio, ser manso y humilde mantenedor de la caridad son ellas mismas realidades espirituales;
realidades a las que son conducidos quienes, sometidos a los ojos del cuerpo, buscan la fe en lo
invisible mediante realidades nuevas e imprevistas, puesto que ya no les es posible a partir de lo
conocido y asueto.

Por tanto, si hasta los que obligaban a los gentiles a comportarse como judíos hubiesen
aprendido a ser mansos y humildes de corazón, cosa que Pedro había aprendido del Señor, al
menos una vez corregido varón tan excelente, se hubiesen visto invitados a imitarle. Y no
habrían pensado que el evangelio de Cristo se les había entregado en pago de su justicia; antes
bien, sabedores de que el hombre no se justifica por las obras prescritas por la ley, sino sólo por
la fe en Jesucristo que ayuda su debilidad, para que cumplieran las obras prescritas por la ley,
no porque lo merecieran, sino por gracia de Dios. En esa hipótesis, no exigirían a los gentiles
cumplir las observancias carnales de la ley, sino que, en virtud de la misma gracia de la fe,
conocerían que podían realizar las obras espirituales de la ley. Porque ninguna carne, esto es,
ningún hombre o nadie que piense con criterios de la carne recibe su justificación de las obras
prescritas por la ley, cuando la atribuye a sus fuerzas y no a la gracia misericordiosa de Dios.
Por ello, aquellos que, estando ya bajo la ley, creyeron en Cristo vinieron a la gracia de la fe no
porque fueran justos, sino para llegar a serlo.

16. [2,15-18] Debido a cierta soberbia ya arraigada, como si ellos fueran justos y como viendo
la mota en el ojo ajeno pero no la viga en el propio, los judíos habían motejado a los gentiles de
pecadores. Hablando a su estilo, dice el Apóstol:  Nosotros, judíos de nacimiento y no gentiles
pecadores, es decir, a los que los judíos llaman pecadores, no obstante serlo también ellos
mismos. Dice: Nosotros, judíos de nacimiento (puesto que no provenimos de los gentiles, a los
que ellos llaman pecadores), siendo también nosotros pecadores, hemos creído en Cristo
Jesús, a fin de conseguir la justificación por la fe en Cristo Jesús. De hecho, no buscarían la
justificación si no fueran pecadores. ¿O acaso pecaron al querer hallar la justificación en Cristo?
Si ya eran justos, pecaron ciertamente al buscar otra cosa. Pero si las cosas están así, entonces,
como dice, Cristo está al servicio del pecado. Algo que no pueden afirmar, dado que hasta los
mismos que querían que el evangelio se entregase sólo a los gentiles que se hubiesen
circuncidado habían creído en Cristo. En consecuencia, ese Ni pensarlo no lo dice él solo, sino
también ellos con él. Aniquiló el orgullo consistente en gloriarse de las obras de ley, orgullo que
podía y debía ser aniquilado para evitar que la gracia de la fe pareciera innecesaria. Tal sería el
caso, si se creyese que también las obras prescritas por la ley justifican sin ella. Sería un
prevaricador si de nuevo levantara las obras prescritas por la ley, sosteniendo que también ellas
justifican sin la gracia, con la consecuencia de que Cristo aparecería estando al servicio del
pecado. Se le podrían objetar sus mismas palabras: Si vuelvo a levantar las obras que una vez
demolí, yo mismo declaro ser un transgresor. Entonces, ¿qué? ¿Te has convertido en
prevaricador por haber atacado antes la fe en Cristo que ahora levantas? Pero no demolió dicha
fe porque no admite demolición. Lo que en verdad había demolido y seguía demoliendo sin
cesar, puesto que admitía demolición, era ese orgullo. Tal es la razón por la que no es
prevaricador aquel que, aunque intentase demoler una realidad verdadera, al descubrir luego su
verdad e indestructibilidad, la conservó para ser levantado él en ella. Prevaricador es quien, tras
demoler -dado que era posible hacerlo- una realidad falsa, la vuelve a levantar.

17. [2,19-21] El Apóstol afirma haber muerto a la ley, pero  mediante la ley. Dice esto quizá
porque era judío y había aceptado la ley como su pedagogo, según manifiesta más adelante36.
Función del pedagogo es hacer innecesario al pedagogo mismo, igual que los pechos maternos
nutren al recién nacido a fin de que llegue el momento en que ya no necesite de ellos, o igual
que, mediante un barco, se llega a la patria en la que ya no es necesario tal barco. También
pudo estar muerto a la ley mediante la ley, al entenderla en sentido espiritual para no vivir
carnalmente bajo ella. De este modo quería que muriesen a la ley mediante la ley cuando les
dice poco después: Vosotros que queréis someteros a la ley, decidme: ¿no habéis leído la ley?
Pues está escrito que Abrahán tuvo dos hijos37, etc., buscando que muriesen a las observancias
carnales de la ley mediante la ley, entendida en sentido espiritual.

Luego añade: A fin de vivir para Dios. Vive para Dios quien está bajo Dios; vive para la ley quien
está bajo la ley, pero uno está bajo la ley en cuanto es pecador, o sea, en la medida en que no
ha cambiado despojándose del hombre viejo. En este caso vive en virtud de su propia vida y,
por ello, la ley está sobre él dado que quien no la cumple está bajo ella. En efecto, la ley no se
ha dado para el justo38, es decir, no se ha impuesto para que esté sobre él. Él está más bien en
ella que bajo ella, puesto que no vive en virtud de su propia vida, para reprimir la cual se otorga
la ley. Por decirlo así, vive en cierto modo la ley misma quien vive conforme a la justicia al amar
la justicia y hallando que su gozo no está en un bien privado y transitorio, sino en el bien común
y sin término. Por esa razón no había de imponerse la ley a Pablo que dice: Mas ya no vivo yo,
sino que es Cristo quien vive en mí. ¿Quién, entonces, osará imponer la ley a Cristo que vive en
Pablo? Pues nadie se atreverá a afirmar que Cristo no vive como es debido, de modo que haya
que imponerle la ley con finalidad coercitiva. En cuanto vivo ahora en la carne, dice. Como la
vida en la carne es vida mortal y no podía sostener que Cristo vivía aún en vida mortal,
añade: vivo en la fe en el Hijo de Dios. Cristo, por tanto, vive también en el creyente, habitando
por la fe en su hombre interior39, para plenificarle después mediante la visión, una vez que la
condición mortal haya sido absorbida por la vida40. Para manifestar que el hecho de que Cristo
viva en él y de que, mientras vive en la carne, viva en la fe del Hijo de Dios no es mérito
personal, sino don de su gracia, dice: Quien me amó y se entregó a sí mismo por mí. ¿Por quién,
realmente? Por un pecador, para hacerlo justo. Y esto lo dice un judío de nacimiento y educación
y cuya vida había destacado entre las de los demás por su mayor celo en favor de las tradiciones
paternas. Por tanto, si Cristo se entregó también por personas como él, es que también ellos
eran pecadores. No sostengan, en consecuencia, que se otorgó a los méritos de su justicia lo
que no era necesario dar ni a los justos. Pues, dice el Señor, no vine a llamar a los justos, sino a
los pecadores41, con el objetivo de que dejen de serlo. Entonces, si Cristo me amó y se entregó a
sí mismo por mí, no hago inútil la gracia de Dios afirmando que la justificación proviene de la
ley. Si la justificación proviene de la ley, entonces Cristo murió en vano. O, lo que es lo mismo,
habría muerto sin causa que justificase tal muerte en el caso de que los hombres pudiesen
obtener la justificación mediante las obras prescritas por la ley en las que ponían su confianza
los judíos. Pero que Cristo haya muerto en vano no lo sostienen ni aquellos a los que rebate el
Apóstol, puesto que deseaban se les tuviese por cristianos. No andaban acertados cuando
trataban de convencer de que los cristianos alcanzaban la justificación mediante aquellas obras
ordenadas por la ley.

18. [3,1]Con toda razón les dice: ¡Oh insensatos gálatas!, ¿quién os embrujó? Estas palabras no
cuadrarían con personas que no hubiesen avanzado nada, pero sí con quienes, tras haber hecho
progresos, hubiesen desfallecido. Ante cuyos ojos ha sido proscrito Cristo crucificado. Esto es,
ante sus ojos, Cristo Jesús perdió su heredad y su posesión. Se la habrían quitado y de ella
habrían expulsado al Señor quienes, desde la gracia de la fe por la que los gentiles son posesión
de Cristo, invitaban a los que habían creído a practicar de nuevo las obras prescritas por la ley.
De esta manera, sustraían a Cristo su posesión, esto es, aquellos en quienes habitaba por
derecho de gracia y fe. El Apóstol quiere que se vea que esto aconteció en la persona de los
gálatas. A ello se refieren las palabras: Ante cuyos ojos. Pues, ¿qué otra cosa aconteció ante sus
ojos, sino lo que tuvo lugar en sus mismas personas? Mas, después de haber dicho: Jesucristo
fue proscrito, añadió: crucificado. Con ello pretendía, sobre todo, que se estremeciesen al
considerar a qué precio había comprado la posesión que perdía en sus propias personas,
resultando insignificante el hecho de haber muerto en vano, ya mencionado antes. Sus palabras
suenan como si no hubiera llegado a poseer la heredad por la que había entregado su sangre. La
realidad, sin embargo, es otra. Al proscrito se le priva hasta de lo que tenía. A Cristo, empero,
no le daña su condición de proscrito, dado que, incluso así, es Señor de todo en virtud de su
divinidad. A quien daña es a la posesión misma que carece del cultivo que le aporta esta gracia.

19. A partir de aquí comienza ya a demostrar cómo la gracia de la fe es suficiente para


conseguir la justificación, sin la ayuda de las obras prescritas por la ley. Lo hace con el objetivo
de que nadie sostenga que no hay que atribuir la justificación íntegra del hombre sólo a las
obras prescritas por la ley o sólo a la gracia de la fe, pues la salvación resulta de ambas cosas a
la vez. Mas para examinar con diligencia esta cuestión y evitar que la ambigüedad lleve a error a
alguien, ha de saberse que las obras prescritas por la ley se dividen en dos categorías. Una la
constituyen los ritos simbólicos y otra los preceptos morales. Pertenecen a la primera la
circuncisión de la carne, el sábado temporal, los novilunios, los sacrificios y todas las
innumerables observancias del mismo estilo. Pertenecen a la segunda, los preceptos morales, no
matarás, no cometerás adulterio, no dirás falso testimonio 42, etc. ¿Acaso puede desentenderse el
Apóstol de si un cristiano es un homicida o un adúltero, o casto e inocente, igual que se
desentiende de si está circuncidado o es un incircunciso?

Ahora se ocupa sobre todo de las obras clasificadas entre los ritos simbólicos, aunque a veces
deje entender que se mezclan también las otras. Casi al final de la Carta se ocupará por
separado y de forma breve de las leyes clasificadas como preceptos morales. Las primeras las ha
considerado más detenidamente. A los gentiles se imponen más las cargas cuya utilidad radica
en entenderlas, pues todas esas obras se exponen a los cristianos con el fin único de que
entiendan su valor, sin que se les obligue a practicarlas. Si no se entienden tales observancias,
la única consecuencia que se deriva es la de la esclavitud, como la que se daba y se sigue dando
hasta el presente en el pueblo judío. Si, por el contrario, se entienden, aunque se observen no
dañan en absoluto; más bien son de alguna utilidad, si responden al momento. De ese modo las
observaron Moisés y los profetas, acomodándose a aquel pueblo al que aún le era útil tal
esclavitud, para que el temor lo protegiera. En verdad, nada infunde tanto pánico al alma como
un rito sagrado no comprendido; pero, una vez comprendido, engendra un gozo lleno de piedad
y se obtiene la libertad para celebrarlo, si el momento lo requiere. Y si no lo requiere, al espíritu
le basta leerlo y exponerlo para experimentar cuán dulce es. La comprensión de todo rito
sagrado tiene su término o en la contemplación de la verdad o en las buenas costumbres. La
contemplación de la verdad se fundamenta en el amor del único Dios; las buenas costumbres,
en el amor de Dios y del prójimo, los dos preceptos que resumen la ley y los profetas43. Veamos
ahora cómo, una vez manifestada la gracia de la fe, ya no son necesarias la circuncisión carnal
ni las restantes obras por el estilo prescritas por la ley.

20. [3,2-9] Dice el Apóstol: Sólo esto quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las
obras prescritas por la ley o por haber prestado oído al anuncio de la fe? La respuesta es:
Obviamente por haber obedecido a la fe. El Apóstol les predicó lafe, predicación en la que, de
hecho, habían percibido la llegada y presencia del Espíritu Santo, de modo semejante a como su
presencia se manifestaba, incluso con prodigios sensibles, en los tiempos en que por primera vez
se invitaba a la fe, según se lee en los Hechos de los Apóstoles44. Esto mismo había acontecido
también entre los gálatas, antes de que llegasen a ellos los adversarios de Pablo con el objetivo
de apartarles del recto camino, imponiéndoles que se hiciesen circuncidar. Esto es lo que quiere
decir: Si vuestra salvación radicase en las obras que prescribe la ley, el Espíritu sólo se os
hubiese dado después de que os hubieseis hecho circuncidar. De ahí infirió: ¿Sois tan insensatos
que, habiendo comenzado con el Espíritu, acabáis en la carne? Es lo mismo que había dicho con
anterioridad en el comienzo de la Carta: Sino que hay algunos que os perturban y quieren volver
del revés el evangelio de Cristo45. La perturbación es contraria al orden. Ahora bien, el orden
consiste en elevarse de lo carnal a lo espiritual y no en precipitarse desde lo espiritual hasta lo
carnal, como les había acontecido a ésos. Lo que buscaban equivale a cambiar el sentido del
evangelio, orientándolo en sentido contrario. De hecho, dado que no se trata de algo bueno,
cuando se anuncia eso, no se anuncia el evangelio. Habéis padecido tanto, les dice. En efecto,
ya habían tolerado muchos padecimientos por la fe, y no por temor, como si se hallasen
sometidos a la ley; al contrario, en los mismos padecimientos habían vencido el temor con la
caridad, puesto que la caridad de Dios se derramó en sus corazones por medio del Espíritu Santo
que habían recibido46. En vano -les dice- habéis padecido tanto vosotros quienes, poseyendo la
caridad, que tanto soportó en vuestras personas, queréis volver al temor. Si es que habéis
padecido tanto en vano. Aquello de lo que se afirma haber sido hecho en vano es superfluo;
ahora bien, lo superfluo ni aprovecha ni daña. Hay que mirar si lleva a la perdición. No es lo
mismo no levantarse que caer. Aunque los tales aún no habían caído, estaban a punto de ello,
una vez perdido el equilibrio. Aún actuaba en ellos el Espíritu Santo, como dice a
continuación: El que os otorga el Espíritu y obra prodigios en vosotros, ¿lo hace en virtud de las
obras prescritas por la ley o por haber prestado oído al anuncio de la fe? La respuesta es: Sin
duda por haber prestado oído al anuncio de la fe, según hemos expuesto antes. Acto seguido
presenta el ejemplo del patriarca Abrahán, de quien se ocupó con más amplitud y claridad en la
Carta a los Romanos47. El hecho que en él destaca sobre los demás es que su fe le fue reputada
como justicia, aun antes de haberse hecho circuncidar. A él hace referencia con toda justicia lo
que escuchó, a saber, que en él serían bendecidos todos los pueblos48. Bendecidos, por
supuesto, en la medida en que imitaran la fe que le justificó a él incluso con anterioridad al rito
de la circuncisión, que aceptó como signo exterior de esa fe, y de toda esclavitud proveniente de
la ley que fue promulgada mucho después.

21. [3,10-12] Todos los que se remiten a las obras prescritas por la ley, se hallan bajo la
maldición de la ley. Estas palabras quiere que se entiendan en el sentido de que están bajo el
temor, no en la libertad. Esto es, sobre los que no observan cuanto está escrito recae un castigo
físico y presente, a fin de que lo cumplan. A eso se añade el temor a la afrenta de la maldición,
unida al castigo físico. Pero ante Dios se encuentra justificado quien le tributa culto gratuito, o
sea, no impulsado por el deseo y apetencia de algo que no sea él mismo, o por el temor de
perderlo. Sólo en él se halla nuestra felicidad auténtica y plena. Y, dado que es invisible a los
ojos de la carne, se le rinde culto en la fe, conforme a lo que dijo antes:  En cuanto vivo ahora
en la carne, vivo en la fe en el Hijo de Dios49, y en esto consiste la justicia. A ello se refieren las
palabras:  Porque el justo vive de la fe. Con ellas quiso mostrar que nadie halla su justificación
en la ley, puesto que está escrito que el justo vive de la fe. Por ello ha de entenderse que
aquel en la ley equivale al presente en las obras prescritas por la ley, referido a quienes se
hallan incluidos dentro de la circuncisión de la carne y otras observancias por el estilo. Quien
vive en ellas está de tal manera dentro de la ley que vive sometido a ella. Mas, como se indicó,
ahora puso ley  en lugar de las obras prescritas por la ley, según resulta de lo que sigue a
continuación. Dice: La ley no procede de la fe, mas quien realice sus obras, vivirá en ellas. No
dice: quien realice la ley, vivirá en ella, para que entiendas que en este pasaje la ley sustituye a
las obras prescritas por la ley. Quienes vivían en estas obras temían que, si no las cumplían,
tuvieran que sufrir la lapidación, o la crucifixión, o algo parecido. Por tanto,  quien realice sus
obras -dice- vivirá en ellas, esto es, tendrá como premio no perecer con esta clase de muerte.
No lo tendrá en Dios a quien poseerá como recompensa en mano, una vez que haya salido de
esta vida, quien haya vivido en ella de la fe en él. Así, pues, no vive de la fe quien desea o teme
las realidades presentes y visibles, dado que la fe en Dios pertenece a las realidades invisibles,
que se otorgarán después. Si no queda sin su recompensa, es que existe una cierta justicia en
las obras prescritas por la ley, de modo que quien las realiza vive en ellas. Por esa razón dice
también en la Carta a los Romanos: Pues si Abrahán fue justificado por las obras, tiene gloria,
pero no ante Dios50. Una cosa es no ser justificado en absoluto, y otra no ser justificado ante
Dios. Si alguien no obtiene absolutamente ninguna justificación es porque no cumple ni los
preceptos que tienen una recompensa temporal, ni los que la tienen eterna. Quienes, por el
contrario, obtienen su justificación en las obras prescritas por la ley, no son justificados ante
Dios, dado que esperan de ella una recompensa temporal y visible. Sin embargo, también esto
es, como indiqué, una cierta justicia terrena y carnal, por decirlo de alguna manera. Hasta el
Apóstol mismo la denomina justicia, cuando dice en otro lugar: Yo que viví sin reproche
conforme a la justicia de la ley51.

22. [3,13-14] Por esa razón, el Señor Jesucristo, que iba a otorgar la libertad a los creyentes, no
observó a la letra algunas de esas observancias. Ahí halla también su explicación la respuesta
que dio a quienes se sintieron ofendidos porque sus discípulos, hambrientos, habían arrancado
algunas espigas: El hijo del hombre es también señor del sábado52. Al no cumplir tales
observancias suscitó contra sí la animosidad de los carnales, y asumió el castigo propuesto para
quienes no las cumpliesen. Pero lo hizo para librar del temor del mismo a quienes creyesen en
él. A esto se refieren las palabras que vienen a continuación: Cristo nos rescató de la maldición
de la ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros, pues dice la Escritura: Maldito todo el
que pende de un madero.Para quienes la entienden en sentido espiritual, esta afirmación es un
símbolo de libertad; mas para quienes la sienten carnalmente, si se trata de judíos, es un yugo
que les hace esclavos; si, en cambio, se trata de paganos o herejes, es un velo que les equipara
a los ciegos. Algunos católicos, poco instruidos en las Escrituras, temiendo en exceso lo que dice
tal sentencia, a la vez que aprueban con la debida piedad el Antiguo Testamento, juzgan que
tales palabras no fueron pronunciadas pensando en el Señor, sino en Judas que lo entregó.
Sostienen que, si no se dijo: Maldito todo el que esté clavado en un madero, sino el que  penda
de un madero, se debe a que en tales palabras no se significaba al Señor, sino a quien se colgó
sirviéndose de una soga. Quienes así piensan se hallan demasiado alejados de la verdad. No
advierten que se oponen a lo que dice el Apóstol: Cristo nos rescató de la maldición de la ley,
haciéndose él mismo maldición por nosotros, puesto que dice la Escritura: Maldito todo el que
pende de un madero.Por lo tanto, el que se hizo maldito por nosotros no es otro que quien
pendió del madero, esto es, Cristo que nos libró de la maldición de la ley. El objetivo era que no
hallásemos la justificación por temor en las obras prescritas por la ley, sino ante Dios mediante
la fe que no obra por temor, sino por amor. El Espíritu Santo, quien pronunció tales palabras por
medio de Moisés, tuvo en consideración ambas posibilidades. De esta manera, los que aún no
podían vivir de la fe en las realidades invisibles podían sentirse protegidos por el temor al castigo
visible; al mismo tiempo eliminaba tal temor, asumiendo en sí lo que se temía, el mismo que,
tras eliminarlo, podía otorgar el don de la caridad.

Tampoco hay que considerar como una afrenta al Señor el llamar maldito a quien penda de un
madero, pues colgó de él en la parte mortal de su persona. Ahora bien, los creyentes saben de
dónde procede la condición mortal: proviene, sin duda, del castigo y maldición originados en el
pecado del primer hombre. Esa maldición la asumió el Señor y en su cuerpo llevó sobre la cruz
nuestros pecados53. Si hubiese dicho: La muerte ha sido maldecida, nadie se hubiese
horrorizado; mas ¿qué otra cosa pendió del madero sino la muerte del Señor para vencer,
muriendo, a la muerte? Por tanto, ha sido maldecida la misma que ha sido vencida. De igual
manera, si hubiera dicho: El pecado ha sido maldecido, nadie se extrañaría; pero ¿qué otra cosa
colgó del madero, sino el pecado del hombre viejo que el Señor asumió en nuestro favor en la
misma mortalidad de la carne? Ésa es la razón por la que el Apóstol ni se sonrojó ni temió decir
que lo hizo pecado por nosotros, añadiendo: para condenar al pecado por medio del pecado 54.
Pues tampoco nuestro hombre viejo quedaría a la vez crucificado -como dice el mismo Apóstol
en otro pasaje- en caso de no pender la figura de nuestro pecado en aquella muerte del Señor
para destruir el cuerpo de pecado y para que no fuéramos ya más esclavos del pecado55. Como
figura de esa muerte y pecado, también Moisés clavó la serpiente sobre un madero en el
desierto56. De hecho, el hombre cayó en la condena de muerte debido a la persuasión de la
serpiente. Por ello resultó adecuado levantar a la serpiente sobre un madero para significar la
misma muerte. En el madero pendía en símbolo la muerte del Señor. Pero ¿quién se opondría si
se dijese: Ha sido maldecida la serpiente que pende del madero? Y, sin embargo, la serpiente
que prefigura la muerte de la carne del Señor pendía de un madero. De esa prefiguración da
testimonio el mismo Señor cuando dice: Como Moisés levantó la serpiente en el desierto,
conviene que sea levantado el hijo del hombre sobre la tierra 57. Nadie dirá tampoco que Moisés
hizo esto con ánimo de afrentar al Señor. Él conocía la abundancia de salvación para los
hombres que radicaba en tal cruz y, para indicarla, mandó levantar aquella serpiente con el
único objetivo de que quienes, mordidos por las serpientes, estuviesen abocados a la muerte,
sanasen al instante con sólo mirarla. El hacerla de bronce no tuvo otro motivo que significar la fe
en la pasión, de efecto duradero, del Señor. Hasta el vulgo designa como «de bronce» aquellas
cosas cuya contextura permanece. Si los hombres se olvidasen y llegara a borrarse de la
memoria temporal que Cristo murió por los hombres, entonces estarían muertos de verdad. Mas
ahora permanece la fe en la cruz como realidad «de bronce», de modo que, mientras unos
mueren y otros nacen, los hombres encuentran que ella permanece como realidad sublime,
mirando a la cual quedan sanos. Nada hay, por tanto, de extraño en que haya vencido a la
maldición con la maldición quien venció a la muerte con la muerte, al pecado con el pecado y a
la serpiente con la serpiente. No obstante, la muerte ha sido maldecida, maldecido ha sido el
pecado y maldecida la serpiente, cosas todas vencidas en la cruz. Maldito todo el que pende de
un madero. Así, pues, dado que Cristo justifica a los que creen en Él no por las obras prescritas
por la ley, sino por la fe, quedó eliminado el temor a sufrir la maldición que recaía sobre la cruz;
para los gentiles, permanece el amor a la bendición de que fue objeto Abrahán por el ejemplo de
su fe. Para que, mediante la fe, recibamos el anuncio del Espíritu, es decir, para que a los que
van a creer se les anuncie no lo que se teme en la carne, sino lo que se ama mediante el
Espíritu.

23. [3,15-18] Por esa razón menciona también el testamento humano, que, obviamente, es
menos firme que el divino. Nadie anula o añade cláusula alguna a un testamento definitivo.
Cuando el testador cambia el testamento, cambia un testamento aún no definitivo, que se
convierte en definitivo con su muerte. La muerte del testador tiene valor para hacer definitivo su
testamento, puesto que ya no le es posible cambiar de voluntad; idéntico valor tiene la
inmutabilidad de la promesa divina para hacer definitiva la herencia prometida a Abrahán, a
quien su fe se le reputó como justicia58. Y por eso el Apóstol llama descendencia de Abrahán, el
receptor de las promesas, a Cristo, esto es, a los cristianos que imitan la fe de Abrahán. Si la
expresa en singular, poniendo el énfasis en que no se dijo: Y a los descendientes, sino a tu
descendencia, se debe a que también la fe es única y no pueden ser justificados de igual modo
los que viven, según la carne, de las obras y los que viven, según el Espíritu, de la fe. La
siguiente deducción no deja vuelta de hoja: La ley aún no se había dado, ni pudo darse después
de tantos años con la consecuencia de anular las promesas hechas a Abrahán con anterioridad.
Si es la ley la que justifica, Abrahán no fue justificado porque existió mucho antes de darse la
ley. Como esto no pueden sostenerlo, se ven obligados a reconocer que el hombre recibe la
justificación no de las obras prescritas por la ley, sino por la fe. Y, a la vez, nos obliga a nosotros
a comprender que cuantas personas fueron justificadas en tiempo del Antiguo Testamento, lo
fueron en virtud de la misma fe. Nosotros nos salvamos creyendo una parte referente al pasado,
la primera venida del Señor, y otra parte referente al futuro, su segunda venida; ellos, en
cambio, creían ambas venidas como futuras, habiéndoselo revelado el Espíritu Santo para que
pudieran salvarse. A esto se refieren también las palabras: Abrahán deseó ver mi día, y lo vio, y
se llenó de gozo59.

24. [3,19-20][De lo dicho] se deriva una cuestión cuyo planteamiento resulta bastante


necesario. Si la fe justifica y los primeros santos que fueron justificados ante Dios lo fueron por
medio de ella, ¿qué necesidad había de promulgar la ley? Cuestión que introdujo, para
examinarla, con la pregunta: ¿Qué, entonces? Hasta aquí la pregunta; en lo que sigue aporta la
respuesta: La ley fue dada en razón de la transgresión, hasta que llegara  -dice- la descendencia
a quien iba destinada la promesa, dispuesta mediante ángeles por obra del Mediador. El
mediador, sin embargo, no lo es de uno solo; Dios en cambio es único. Que se llama Mediador a
Jesucristo en su condición de hombre resulta más claro de otra afirmación del mismo Apóstol en
que dice: Pues hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo
Jesús60. Por tanto, no puede haber un mediador entre Dios y Dios, porque no hay más que un
único Dios. El mediador no lo es de una sola persona, porque está en medio de varios. Los
ángeles que no se alejaron de la presencia de Dios no tienen necesidad de un mediador que los
reconcilie; a su vez, el mediador no reconcilia a aquellos otros ángeles que, sin mediar
persuasión de nadie, prevaricaron espontáneamente y se alejaron. [Sólo] queda que el hombre
que fue derrocado por mediación del diablo que, orgulloso, persuade el orgullo, sea levantado
por mediación de Cristo que, humilde, persuade la humildad. Si el Hijo de Dios hubiera querido
permanecer en su igualdad natural con el Padre, y no se hubiera anonadado61, no sería mediador
entre Dios y los hombres, puesto que la misma Trinidad es un único Dios, es la misma en los
tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo, permaneciendo la eternidad e igualdad de la deidad. El único
Hijo de Dios se convirtió en mediador entre Dios y los hombres, cuando, siendo la Palabra de
Dios, Dios junto a Dios, depuso su majestad hasta lo humano y levantó la humildad humana
hasta lo divino, para ser mediador entre Dios y los hombres, en cuanto hombre que, a través de
su condición divina, trasciende a los hombres. Pues él es el más bello entre los hijos de los
hombres62 y fue ungido con óleo de alegría más que sus compañeros63. Han sido sanados de la
impiedad del orgullo, para ser reconciliados con Dios, todos los hombres que, creyendo, amaron
y, amando, imitaron la humildad de Cristo, ya fuera por revelación antes de que aconteciese, ya
por el evangelio después de acontecida. Pero esta justicia de la fe, puesto que no se otorgó a los
hombres por sus méritos, sino por la misericordia y gracia de Dios, no había llegado al pueblo
antes de que Dios naciese como hombre entre los hombres. La descendencia a la que iba
destinada la promesa significa al pueblo, no a aquellos poquísimos que, contemplándola como
futura merced a revelaciones, aunque personalmente se salvasen por ella, no podían salvar al
pueblo. Pueblo que, si se le considera en cuanto extendido por todo el orbe (pues congrega a la
Iglesia, la Jerusalén celeste, de todo el orbe), lo constituyen pocos, dado que la vía estrecha la
siguen pocos; sin embargo, congregados en unidad, el conjunto de cuantos pudieron existir
desde el inicio de la predicación del evangelio y el de cuantos podrán existir en todos los pueblos
hasta el fin del tiempo, sumados también aquellos que, aunque reducidísimos en número,
recibieron la salvación de la gracia por la fe en el Señor, fe de naturaleza profética, con
anterioridad a sus dos venidas, completan el conjunto de ciudadanos que disfrutan de la suma
bienaventuranza y constituyen la ciudad sempiterna. La ley fue dada, pues, a un pueblo
orgulloso. La finalidad era que, como no podía recibir la gracia de la caridad más que humillado,
y sin esta gracia en ningún modo podía cumplir los preceptos de la ley, la transgresión le
volviese humilde, de modo que solicitase la gracia y no juzgase que podía salvarse por sus
propios méritos, pensamiento orgulloso. Así alcanzaría la justicia, no por su poder y fuerzas, sino
por obra del mediador que justifica al impío. Toda la economía salvífica del Antiguo Testamento
fue dispensada por medio de ángeles, actuando en ellos el Espíritu Santo y la misma Palabra de
la verdad, aún no encarnada, pero siempre presente en toda administración de la verdad. Aquel
otorgamiento de la ley fue dispensado por medio de ángeles, unas veces en representación
propia, otras en representación de Dios, según lo que era costumbre también de los profetas.
Por otra parte, por medio de dicha ley que descubría los males, pero no los eliminaba, también
el orgullo quedó triturado con el crimen de la prevaricación. La descendencia fue dispuesta por
medio de ángeles, por obra del Mediador, para que él liberara de los pecados a aquellos a
quienes la transgresión de la ley había obligado a confesar que tenían necesidad de la gracia y
de la misericordia del Señor. De esta manera se les perdonaban los pecados y, en la nueva vida,
se reconciliaban con Dios, por medio de quien había derramado su sangre por ellos.

25. [3,21-22] La transgresión de la ley servía para quebrantar el orgullo de quienes, gloriándose


de tener por padre a Abrahán, se jactaban de poseer una especie de justicia natural y
ostentaban ante los demás pueblos sus méritos derivados de la circuncisión, de forma tanto más
dañina cuanto más arrogante; los gentiles, en cambio, se humillarían con suma facilidad, incluso
sin la transgresión de una ley semejante. Pues la gracia del evangelio encontró también a los
esclavos de los ídolos, hombres que no previeron que pudieran hacer manar ninguna fuente de
justicia de sus antepasados. A los judíos no se les podía decir que había sido falsa la justicia de
su padre Abrahán, igual que se podía decir a los gentiles que no existía la justicia que ellos
creían se daba en sus padres por adorar a los ídolos. Por eso a aquéllos se les dice: Producid,
por tanto, un fruto digno de penitencia, y no andéis repitiéndoos: tenemos por padre a
Abrahán. Pues Dios es poderoso para suscitar de estas piedras hijos para Abrahán 64. A los otros,
en cambio, se les dice: Por lo cual, recordáis que, en otro tiempo, vosotros los gentiles según la
carne, llamados incircuncisos por la que se llama circuncisión  -por una operación practicada en
la carne- estabais a la sazón sin Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel y extraños a las
alianzas, sin la esperanza de la promesa y sin Dios en este mundo 65. Para acabar, aquéllos se
muestran como infieles desgajados de su olivo66; éstos, como fieles que, procedentes del olivo
silvestre, han sido injertados en su olivo. El orgullo de los judíos debía ser quebrantado por
medio de la transgresión de la ley. Como, acumulando sus pecados con palabras de la Escritura,
dice en la Carta a los Romanos: Sabéis que todo lo que dice la ley, lo dice para aquellos que
están bajo la ley, para que toda boca enmudezca y todo el mundo se haga reo ante Dios 67. Es
decir, los judíos en virtud de la transgresión de la ley y los gentiles en virtud de su impiedad,
aun sin ley. Por eso dice todavía una vez más: Pues Dios encerró todas las cosas en la
incredulidad, para apiadarse de todos68. Esto dice también ahora, restregando la misma
cuestión: ¿Está entonces la ley contra las promesas de Dios? ¡De ningún modo! Si se nos
hubiese dado una ley capaz de vivificar, la justicia vendría efectivamente de la ley.  Pero la
Escritura encerró todo bajo el pecado, a fin de que la promesa se otorgase a los creyentes
mediante la fe en Jesucristo. Por tanto, la ley no fue dada para eliminar el pecado, sino para
encerrar todo bajo el pecado. Pues la ley mostraba que existía el pecado, pecado que ellos,
cegados por la costumbre, podrían juzgar como justicia: a fin de que, humillados de esta
manera, conociesen que su salvación no estaba en su poder, sino en el del Mediador. Es la
humildad sobre todo la que nos revoca del lugar a donde nos arrojó el orgullo. Y la misma
humildad está acomodada a la recepción de la gracia de Cristo, quien constituye un ejemplo
único de humildad.

26. [3,23] Llegados aquí, nadie debe ser tan incompetente que pregunte: ¿Por qué, entonces,
no fue de provecho a los judíos, dado que, por medio de los ángeles que promulgaron la ley,
fueron dispuestos por obra del Mediador? Realmente les resultó de provecho en medida
imposible de decir. Pues ¿qué iglesias de la gentilidad vendieron todas sus posesiones y pusieron
lo recabado a los pies de los apóstoles, algo que hicieron con toda espontaneidad tantos miles de
personas?69 Ni siquiera hay que poner los ojos en la masa de los que no creyeron; toda era tiene
en muchas de sus partes más paja que grano. ¿A qué, si no a la santificación de los judíos, se
refieren aquellas palabras del mismo Apóstol en la Carta a los Romanos? ¿Qué decir, pues? ¿Es
que ha rechazado Dios a su pueblo? ¡En ningún modo! También yo soy israelita, del linaje de
Abrahán, de la tribu de Benjamín. Dios no ha rechazado a su pueblo, que conoció de
antemano70. Sin embargo, alabando a la Iglesia de los tesalonicenses por encima de las demás
Iglesias de la gentilidad, les dice que se hicieron semejantes a las Iglesias de Judea, porque
habían sufrido mucho por la fe de parte de sus compatriotas, como también ellos de los judíos71.
De aquí procede asimismo lo que dice en la misma Carta a los Romanos, que poco antes
mencioné:Si los gentiles han participado de sus bienes espirituales, deben también ellos
servirles con sus bienes materiales72. En consecuencia, dice también con lógica de los mismos
judíos: Mas antes de que llegara la fe, estábamos custodiados bajo la ley, encerrados en la
espera de aquella fe que luego se reveló. En efecto, se hallaban tan al lado y desde tan cerca
accedieron, una vez vendidas todas sus posesiones, a Dios, que el Señor les ordenó que
pusiesen su voluntad en ser perfectos73. Eso aconteció merced a la ley bajo la cual estaban
custodiados, encerrados en la espera de aquella fe, esto es, de la llegada de la fe en él, que
luego se manifestó. El encerramiento de ellos se identificaba entonces con el temor al único
Dios. Y el hecho de que se les encontrara como prevaricadores respecto de la ley, a los que
creyeron no les resultó dañino, sino de provecho; el conocimiento de que la enfermedad era más
grave hizo que deseasen al médico con mayor intensidad y lo amasen con mayor ardor. A quien
mucho se le perdona, mucho ama74.

27. [3,24-27] De manera -dijo- que la ley ha sido nuestro pedagogo hacia Cristo.Es lo mismo


que dice: Estábamos custodiados bajo la ley, encerrados en ella75.  Una vez llegada la fe, ya no
estamos bajo el pedagogo. Ahora, por tanto, reprende a quienes anulan la gracia de Cristo,
pues, como si aún no hubiera venido quien llamara a la libertad, quieren así estar aún bajo el
pedagogo. Si afirma que todos son hijos de Dios por la fe, puesto que todos los que han sido
bautizados en Cristo se han revestido de él, mira a que los gentiles no pierdan la esperanza
respecto de sí mismos por no haber estado custodiados bajo la ley y, en consecuencia, no se
juzguen hijos. Revistiéndose de Cristo por la fe, todos se convierten en hijos. No por naturaleza,
como el Hijo único de Dios que es también su sabiduría, ni por el excelso poder y singularidad
que significa el haber sido asumido para poseer por naturaleza y encarnar la persona de la
Sabiduría. Es el caso del Mediador mismo, hecho una sola cosa con la Sabiduría que lo asumió
sin que interviniera ningún otro mediador. Ellos se convierten en hijos participando en la
Sabiduría, participación que prepara y otorga la fe en el Mediador. Ahora llama vestido a esta
gracia de la fe, de modo que quienes han creído en Cristo están revestidos de él y, por tanto,
son hijos de Dios y hermanos de quien hace de Mediador con él.

28. [3,28-29] Dentro de esa fe no hay diferencia entre judíos y griegos, ni entre esclavos y
libres, ni entre varón y mujer. En la medida en que todos poseen la fe, todos son una sola cosa
en Cristo Jesús. Y si esto lo logra la fe que hace que se camine en santidad por esta vida, ¿con
cuánta mayor perfección y abundancia lo ha de hacer la visión misma, cuando le veamos cara a
cara?76 Aunque ahora poseemos las primicias del Espíritu que es vida merced a la justicia de la
fe, como el cuerpo está aún muerto a causa del pecado77, la diferencia basada en la
nacionalidad, en la condición social o en el sexo, ya ha sido eliminada de la unidad fundada en la
fe, pero aún permanece en la existencia mortal. Más aún, su ordenamiento ha de mantenerse en
el curso de esta vida. Lo mandan los apóstoles, quienes dan normas sumamente saludables
sobre cómo deben convivir, de acuerdo con su diferente raza, judíos y griegos; de acuerdo con
su diferente condición social, amos y esclavos, y de acuerdo con su diferente sexo, los maridos y
las mujeres, o de acuerdo con cualquier otra situación diferenciada que pueda acaecer. Lo
mismo hizo con anterioridad el Señor mismo, quien dijo: Dad al César lo que es del César y a
Dios lo que es de Dios78. Unas son las normas que guardamos dentro de la unidad de la fe
eliminando toda diferencia, y otras las que observamos, como personas en camino, en el
ordenamiento de esta vida, para que no sea objeto de blasfemia ni el nombre de Dios ni su
doctrina. Y esto no lo hacemos sólo pensando en la ira, esto es, para evitar ofender a los
hombres, sino también por motivos de conciencia. No lo hacemos fingiendo, como para que nos
vean los hombres, sino, desde la pura consciencia del amor, en atención a Dios, que quiere
que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad 79. Así pues  -
dice-, vosotros sois uno en Cristo Jesús. A continuación añadió: Pero si vosotros sois uno en
Cristo Jesús para matizar y subrayar y luego inferir:  por tanto sois la descendencia de Abrahán.
El sentido es éste: Por tanto, todos vosotros sois uno en Cristo Jesús; y si sois uno en Cristo
Jesús, sois en consecuencia descendencia de Abrahán. Con anterioridad había afirmado: No
dice: Y a los descendientes, como si fueran muchos; sino como refiriéndose a uno solo: a tu
descendencia, que es Cristo80. Aquí muestra que, bajo esta única descendencia que es Cristo, no
ha de entenderse sólo al Mediador mismo, sino también a la Iglesia, su cuerpo del que él es la
cabeza. De modo que en Cristo todos son uno y, conforme a la promesa, reciben la herencia por
la fe. Con vistas a esa herencia estaba encerrado; es decir, con vistas a su venida, como bajo un
pedagogo, estaba custodiado el pueblo hasta que alcanzase la edad necesaria, en que habían de
ser llamados a la libertad los que en el mismo pueblo han sido llamados según el plan divino, o
sea, los que fueron hallados siendo grano en aquella era.

29. [4,1-3] A lo anterior añade: Pues yo digo: Mientras el heredero es menor de edad, en nada


se diferencia de un esclavo, no obstante ser dueño de todo; sino que está bajo tutores y
administradores hasta el tiempo fijado por el padre.  De igual manera también nosotros, cuando
éramos menores de edad, vivíamos como esclavos bajo los elementos de este mundo. Se puede
investigar de qué manera, conforme a los términos de la semejanza, estuvieron los judíos bajo
los elementos de este mundo, considerando que, por medio de la ley que recibieron, se les
confió el culto del único Dios, que hizo el cielo y la tierra. Pero puede ser otro el significado del
presente pasaje. Dado que con anterioridad presentó a la ley como el pedagogo81, bajo el cual se
hallaba el pueblo judío, cabe que ahora designe como tutores y administradores a los elementos
del mundo bajo los cuales servían como esclavos los gentiles. De esta manera, aquel hijo menor,
el pueblo que, por la unidad de la fe, pertenece a la única descendencia de Abrahán, puesto que
ha sido formado tanto de judíos como de gentiles, en una parte, la que provenía de los judíos,
se hallara bajo la ley teniéndola como su pedagogo, y en otra, la que provenía de los gentiles,
bajo los elementos de este mundo a los que servía, como si fueran sus tutores y
administradores. Aunque el Apóstol incluya su propia persona, puesto que no dice: «Cuando
erais menores de edad, os hallabais bajo los elementos de este mundo», sino: cuando éramos
menores de edad vivíamos como esclavos bajo los elementos de este mundo, no hace que estas
palabras se refieran a los judíos, de los que él procede, sino más bien a los gentiles, al menos en
este pasaje. Con pleno derecho puede incluirse entre ellos quien fue enviado a evangelizarlos.

30. [4,4-5] A continuación dice ya que, al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió a su hijo
a liberar al heredero menor de edad, sometido en uno de sus componentes a la Ley, en
condición de pedagogo, y en otro a los elementos de este mundo, en condición de tutores y
administradores. Dice: Dios envió a su Hijo único hecho de mujer. Al emplear el término
«mujer» se está refiriendo a la persona de sexo femenino, según el modo de expresarse de la
lengua hebrea. En efecto, del hecho de que se haya dicho de Eva: Dios la creó mujer82, no se
deriva que hubiese mantenido relaciones sexuales con su marido. Según la Escritura, tales
relaciones sólo las mantuvo una vez que ambos fueron expulsados del Paraíso. Utiliza el
verbo hacer en atención a haber asumido una criatura. Cuando uno nace de mujer, no nace en
ese mismo momento de Dios y, sin embargo, es Dios quien los hace a fin de que puedan nacer
de esa manera, igual que hace a toda criatura. Afirmó que fue hecho bajo la ley, puesto que
también fue circuncidado y por él se ofreció la víctima prescrita por la ley83. Y no debe causar
extrañeza que se sometiese también a aquellas prácticas de la ley de las que iba a librar a los
que estaban sometidos a ellas como esclavos, quien igualmente sufrió la muerte para librar de
ella a quienes le estaban sometidos por la mortalidad. Para que recuperemos -dice- la adopción
como hijos. Habla de adopción, para que advirtamos la distinción respecto del único Hijo de
Dios. Nosotros somos hijos de Dios merced al favor y condescendencia de su misericordia, él es
Hijo por naturaleza, dado que es lo mismo que el Padre. Y no dijo: «recibamos»,
sino recuperemos, para significar que esa condición la habíamos perdido en Adán, a quien
debemos el ser mortales. Las palabras para rescatar a los que estaban bajo la ley se refieren a
la liberación del pueblo que, siendo menor de edad, estaba sometido al pedagogo, y están en
relación con lo dicho antes: hecho bajo la ley. En cambio, estas otras para recuperar la adopción
como hijos, se refieren a hecho de mujer. Efectivamente, recuperamos la adopción porque aquel
Hijo único, hecho de mujer, no desdeñó participar de nuestra naturaleza. De este modo no sólo
es unigénito al no tener hermanos, sino también primogénito entre muchos hermanos84. Hecho
de mujer, hecho bajo la ley: en la respuesta cambió el orden de las dos cosas que había
afirmado.

31. [4,6]Ya asocia aquel pueblo que, en su minoría de edad, estaba sometido a tutores y a
administradores, los elementos de este mundo. Para que los pertenecientes a ese pueblo no
pensaran que no eran hijos, por no hallarse bajo el pedagogo, dijo:  Mas como sois hijos, envió
Dios a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba, Padre! Empleó dos términos
para que se interprete el primero a partir del segundo, pues Abba es lo mismo que Padre. No en
vano y, además, con buen gusto literario recurrió a dos nombres que significan lo mismo, con la
mente puesta en la totalidad del pueblo que fue llamado a la unidad de la fe, integrado por
judíos y gentiles: el término hebreo se refiere a los judíos, el griego a los gentiles, y el que
signifiquen lo mismo uno y otro término, a la unidad en la fe y en el Espíritu. También en la
Carta a los Romanos, en que se trata la misma cuestión de la paz que encuentran en Cristo
judíos y gentiles, dice lo siguiente: Pues no habéis recibido un espíritu de servidumbre para
recaer en el temor, sino que habéis recibido el Espíritu de hijos adoptivos en el que clamamos:
¡Abba, Padre!85 Con razón quiso demostrar a los gentiles que están incluidos en la herencia
prometida partiendo de la presencia y don del Espíritu Santo. La evangelización de los gentiles
sólo tuvo lugar después de la ascensión del Señor y de la venida del Espíritu Santo. Los judíos
ya habían comenzado a creer cuando el Hijo de Dios aún estaba en la tierra como hombre
mortal, según está escrito en el evangelio. Aunque consta en él que alabó la fe de la mujer
cananea86, y la de aquel centurión de quien dijo que no había hallado fe tan grande en Israel87,
hablando con propiedad el evangelio sólo fue anunciado entonces a los judíos. Esto resulta
suficientemente claro de las palabras del Señor mismo. Respondiendo a la súplica de aquella
cananea, dijo que no había sido enviado sino a las ovejas que habían perecido de la casa de
Israel88. Y, cuando envió a sus discípulos, les dijo: No toméis camino de gentiles ni entréis en
ciudades de samaritanos; id antes a las ovejas que perecieron de la casa de Israel 89.
Refiriéndose a los gentiles habló de otro redil cuando dijo: Tengo otras ovejas que no son de
este redil; ovejas que, añadió, había deconducir, para que llegara a haber un solo rebaño y un
solo pastor90. ¿Cuándo, sino después de su glorificación? Después de la resurrección envió a sus
discípulos también a los gentiles, cuando les mandó que permaneciesen de momento en
Jerusalén hasta que les enviase el Espíritu Santo según se lo había prometido91. El Apóstol había
dicho: Envió Dios a su Hijo, hecho de mujer, hecho bajo la ley, a fin de rescatar a quienes
estaban bajo la ley, para que recuperemos la adopción como hijos 92. Quedaba por mostrar que
también los gentiles, que no estaban bajo la ley, caían dentro de la misma adopción como hijos.
Esto lo muestra a partir del don del Espíritu Santo, que fue otorgado a todos93. De ahí que
también Pedro se defendiera ante los creyentes judíos de haber bautizado al incircunciso
centurión Cornelio, afirmando que él no podía negar el agua a aquellos respecto de los cuales
estaba claro que ya habían recibido el Espíritu Santo. A la misma solidísima prueba recurrió
antes Pablo, cuando dijo: Sólo esto quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por haber
practicado las obras prescritas por la ley o por haber prestado oído al anuncio de la fe? 94 Y un
poco después: Aquel que os otorgó el Espíritu y obra prodigios entre vosotros, ¿lo hace porque
practicáis la ley o porque habéis prestado oído al anuncio de la fe? 95 De idéntica manera dijo
aquí: Dado que sois hijos de Dios, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que
clama: ¡Abba, Padre!

32. [4,7-8] A continuación muestra con la máxima claridad que habla de quienes habían llegado
a la fe desde la gentilidad y a los que también dirige la Carta. Dice: Por tanto, ya no es siervo,
sino hijo, teniendo en cuenta lo que había dicho antes: Mientras el heredero es menor de edad,
en nada se diferencia de un esclavo96.Luego, si es hijo  -dice- es también heredero por Dios, es
decir, por la misericordia de Dios, no por las promesas hechas a los padres, de quien no ha
nacido según la carne como los judíos. Pero, no obstante, es hijo de Abrahán por imitar su fe,
cuya gracia de la fe mereció por la misericordia del Señor. Pero entonces, sigue
diciendo,  ignorando a Dios, servisteis a dioses que no lo son por naturaleza. Es seguro que no
está dirigiéndose a los judíos, sino a los gentiles. Y no dice: «servimos», sino servisteis. Es bien
probable que antes se refiriese a los gentiles, al decir que servían a los elementos de este
mundo, como a sus tutores y administradores97. Con certeza, tales elementos no son por
naturaleza dioses que estén ya en el cielo, ya en la tierra, como si hubiera muchos dioses y
muchos señores. Mas para nosotros no hay sino un único Dios Padre, de quien provienen todas
las cosas -y en él estamos nosotros-, y un único Señor, Jesucristo, por quien fueron hechas
todas las cosas  -y por él fuimoshechos  nosotros-98. Cuando dice: Servisteis a dioses que no lo
son por naturaleza, muestra a las claras que Dios por naturaleza sólo lo es el único Dios
verdadero, nombre bajo el cual entiende la Trinidad el seno del corazón que acepta la fe íntegra
y católica. En cambio, a los que no son dioses por naturaleza los llamó antes tutores y
administradores, porque no existe criatura alguna, sea que permanezca en la verdad glorificando
a Dios, sea que no haya permanecido en la verdad, al buscar su gloria; no existe criatura alguna
-repito- que, lo quiera o no, no esté al servicio de la providencia divina. Pero de distinta manera:
con la que lo quiere, la providencia hace el bien; sobre la que no lo quiere, hace justicia. Si no
fuese correcto considerar a los mismos ángeles prevaricadores, con su jefe el diablo, como
tutores y administradores al servicio de la divina providencia, el Señor no hubiese llamado al
diablo magistrado de este mundo. Y tampoco el Apóstol, en virtud de su poder, se hubiese
servido de él en un pasaje para corregir a hombres. Es el mismo Pablo quien dice en un texto: A
ésos los entregué a Satanás para que aprendan a no blasfemar 99, y en otro para salvarlos, pues
dice: Yo por mi parte, corporalmente ausente, pero presente en espíritu, he juzgado ya, como si
me hallara presente, al que así obró: en nombre del Señor Jesús, reunidos vosotros y mi
espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesucristo, (he decretado) entregar a ese individuo a
Satanás, para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu se salve en el día del Señor
Jesús100. Pero incluso el magistrado, sometido al emperador legítimo, no hace nada fuera de lo
que le está permitido; de igual manera los tutores y administradores de este mundo, no hacen
más que lo que el Señor les permite. A diferencia de lo que pasa al hombre, a él no se le oculta
nada; tampoco hay ámbito alguno en que tenga menos poder, como es el caso de los tutores y
administradores que están bajo su jurisdicción, que no hacen nada en los asuntos que, de
acuerdo a su rango, les están confiados, sin su permiso o conocimiento. Pero no se les paga por
lo que debidamente se lleva a cabo por medio de ellos, sino por la intención con que ellos lo
hacen. Dios no negó a su criatura racional la libre voluntad, pero retuvo para sí el poder de
ordenar conforme a justicia incluso a los injustos. Este tema lo hemos examinado a menudo con
mayor amplitud y profusión. Por tanto, ya fuera el sol, la luna, los astros, el cielo, la tierra u
otras criaturas parecidas, ya los demonios lo que los gentiles adoraban, es correcto entender
que se hallaban bajo tutores y administradores.

33. [4,9]Lo que sigue vuelve a complicar la cuestión, dada ya por casi resuelta. A lo largo de
toda la Carta no resulta que hayan solicitado la fe de los gálatas más que quienes provenían de
la circuncisión y que deseaban llevarlos a las observancias carnales de la ley, como si la
salvación estuviese en ellas. En este único pasaje, en cambio, parece hablar a quienes les
incitaban a que volvieran a las supersticiones de los gentiles. Dice: Pero ahora que conocéis a
Dios, o mejor, que él os ha conocido, ¿cómo retornáis a los elementos débiles y miserables, a
los que queréis volver a esclavizaros como antes? Al decir retornáis, dirigiéndose no a los
circuncisos, sino a los gentiles, como resulta de toda la Carta, no afirma que retornen a la
circuncisión, en la que nunca se hallaron; lo que dice es: a los elementos débiles y miserables a
los que queréis volver a esclavizaros como antes. Palabras que nos vemos obligados a entender
que se refieren a los gentiles de los que había dicho previamente: Pero entonces, ignorando a
Dios, os esclavizasteis a dioses que no lo son por naturaleza 101. Que es ésta la esclavitud a la que
ellos querían volver lo indica al decir: ¿Cómo retornáis a los elementos débiles y míseros, a los
que queréis volver a esclavizaros como antes?

34. [4,10-11] Puede parecer que lo dicho queda bien confirmado por lo que añade:  Observáis
los días, los meses, los años y las estaciones; temo por vosotros; (temo) que tal vez me haya
fatigado en vano entre vosotros. Conocidísimo es este error de la gentilidad. Ya sea cuando
tramitan sus asuntos, ya cuando se hallan a la expectativa de eventos relativos a su vida o
negocios, se atienen a los días, meses, años y estaciones señalados por los astrólogos y los
caldeos. Sin embargo, quizá no sea necesario entender esas palabras referidas al error de los
gentiles, para no dejar la impresión de que, de modo repentino y osado (el Apóstol) quiso
apartar su intención del tema asumido al principio y llevado hasta el final. Cabe entenderlo
referido más bien a los errores de que no queda duda que trata la Carta de principio a fin con el
objetivo de precavernos de ellos. Pues también los judíos observan como esclavos los días, los
meses, los años y las estaciones cuando se entregan a la observancia carnal del sábado, de los
novilunios, del mes de los nuevos frutos y también de cada séptimo año, que denominan
«sábado de sábados». Realidades todas que, en cuanto sombra de lo que estaba por venir, al
llegar Cristo, permanecieron como supersticiones cuando las cumplen, como si aportaran la
salvación, quienes ignoran a qué hay que referirlas. Es igual que si el Apóstol hubiese dicho a los
gentiles: « ¿Qué provecho os reporta haberos librado de la esclavitud en que os encontrabais
cuando servíais a los elementos de este mundo, si ahora volvéis a ellos, seducidos por los
judíos?». Ellos, desconociendo el tiempo de su libertad, están también sometidos a factores
temporales igual que a las restantes obras prescritas por la ley que entienden carnalmente. A
esos factores deseáis volver a esclavizaros, como antes, cuando queréis ateneros con ellos a los
días, meses, años y estaciones a los que también estabais esclavizados antes de creer en Cristo.
Es evidente que el fluir del tiempo es gobernado por los elementos de este mundo, esto es, del
cielo, de la tierra y del movimiento y orden de los astros. Si los designa como  débiles, se debe a
que varían en su imagen exterior débil e inestable; si los califica de míseros, a que carecen de la
suma y estable imagen del Creador, para que puedan ser como son.

35. Elija, pues, el lector cuál de las opiniones acepta, siempre que entienda que la observancia
supersticiosa de los tiempos significa un peligro tan grande para el alma que a este pasaje
añadió el Apóstol: Temo por vosotros; (temo) que tal vez me haya fatigado en vano entre
vosotros. Cuando estas palabras, que gozan de tanta celebridad y autoridad, se leen en las
Iglesias por todo el orbe de la tierra, nuestras asambleas están llenas de personas que aceptan
que los astrólogos les señalen los tiempos para hacer lo que tienen que hacer. Hasta tal punto
que, a menudo, no dudan en advertirnos incluso a nosotros de que a nada demos comienzo, ya
sea la construcción de un edificio, ya de cualquier otra obra por el estilo, en los días que llaman
«de mal augurio», desconociendo, como suele decirse, el terreno que pisan. Porque si este
pasaje hay que entenderlo referido a las observancias supersticiosas de los judíos, ¿qué
esperanza queda a quienes, queriendo ser tenidos por cristianos, gobiernan su vida de náufragos
guiados por el calendario? Si, siguiendo la costumbre de los judíos, se atuviesen a los tiempos
en conformidad a los libros divinos que Dios dio al pueblo aún carnal, les diría el Apóstol: Temo
por vosotros; (temo) que tal vez me haya fatigado en vano entre vosotros. Con todo, si se
sorprende a alguien, aunque sea un catecúmeno, observando el sábado según la práctica judía,
se alborota la Iglesia. No obstante, un sinfín de personas, ya bautizadas, nos dicen ahora a la
cara con gran naturalidad: «El segundo día del mes no me pongo en camino». A duras penas y
sólo poco a poco les prohibimos este modo de proceder, con cara risueña para no irritarlos y
temiendo que les cause extrañeza, como si se tratase de una novedad. ¡Ay de los hombres por
sus pecados! Sólo nos causan horror los no habituales; los acostumbrados por cuya purificación
derramó su sangre el Hijo de Dios, por grandes que sean y cierren de forma absoluta a quien los
comete la entrada al reino de Dios, al verlos a menudo, nos sentimos impelidos a tolerarlos en
todos y, a fuerza de tolerarlos, hasta nos vemos arrastrados a cometer algunos. ¡Y, ojalá, Señor,
no cometamos todos los que no hemos podido impedir!

36. [4,9] Pero veamos ya la continuación del texto. Habíamos dejado de lado estas
palabras: Pero ahora que conocéis a Dios, o mejor, que él os ha conocido. Parece que hasta en
el modo de expresarse en este pasaje, el Apóstol quiere ajustarse a la debilidad de los hombres,
para que no piensen que la palabra divina sólo descendió hasta el nivel del pensamiento humano
en el Antiguo Testamento. El hecho de que haya corregido lo que dijo primero: conocéis a
Dios, no debe causar extrañeza; resulta claro que, mientras caminamos en la fe y no en la
visión102, aún no conocemos a Dios, aunque dicha fe nos purifica para que en el momento
oportuno seamos capaces de conocerlo. Pero, si se toma en su sentido propio, la corrección que
introduce:  o mejor, él os ha conocido, llevará a pensar como que Dios conoce a partir de
determinado momento algo que antes no conocía. En consecuencia, (hay que admitir) que lo
dijo en sentido figurado, entendiendo como «ojos de Dios» el amor mismo que puso ante
nuestros ojos al enviar a su Hijo único a la muerte por los impíos. En efecto, de las cosas que
amamos solemos decir que las tenemos ante los ojos. Las palabras: Conocéis a Dios, o mejor, él
os ha conocido, equivalen a estas otras de San Juan: No que nosotros hayamos amado a Dios,
sino que él nos amó a nosotros 103.

37. [4,12-18]Dice luego: Sed como yo. Como yo que, habiendo nacido judío, ya desprecio con
criterio espiritual estas realidades carnales. Porque también yo soy como vosotros: soy hombre.
Después, de manera oportuna y procedente, les trae a la memoria su caridad, para que no lo
tengan por enemigo. Al decirles: Por favor, hermanos, en nada me habéis dañado, es como si
les dijera: No penséis que deseo dañaros. Sabéis que ya con anterioridad os anuncié el
evangelio con ocasión de un padecimiento sufrido en el cuerpo, esto es, con ocasión de padecer
una persecución. Y vosotros no despreciasteis ni os desentendisteis de la prueba que sufríais en
mi carne. De hecho, cuando el Apóstol sufría persecución, sufrieron la prueba de dudar entre
abandonarle por temor o acogerle por amor. Y no despreciasteis, dice, la prueba, como
juzgándola útil, ni os desentendisteis de ella, hasta el punto de no participar en mi peligro. Sino
que me acogisteis como un enviado de Dios, como a Jesucristo.Luego, lleno de admiración,
encarece su obra espiritual, para que, poniendo sus ojos en ella, no caigan en el temor
proveniente de la carne. ¿Cuál fue, por tanto -dice- vuestra dicha? Pues yo doy testimonio en
favor vuestro de que, si os hubiera sido posible, os hubieseis sacado vuestros propios ojos para
dármelos a mí. Entonces, ¿me he vuelto vuestro enemigo al predicaros la verdad? La respuesta
será por supuesto: No. Pero ¿cuál es la verdad que les predica, sino que no se hagan
circuncidar? Mira lo que añade: El celo que muestran por vosotros no es bueno; esto es, quienes
quieren convertiros de espirituales en carnales os ven con malos ojos. Esto es lo que significa: El
celo que muestran por vosotros no es bueno. Al contrario, quieren separaros, para que mostréis
celo por ellos. Con otras palabras, para que los imitéis. ¿Cómo? Sujetándoos al yugo de la
esclavitud que soportan ellos. Bien está,  dice, ser siempre celosos del bien. Quiere que le
imitemos siempre; por ello añadió: Y no sólo cuando me encuentro entre vosotros. Si cuando se
hallaba entre ellos querían darle sus ojos, no cabe duda de que intentaban imitar a quien así
amaban.

38. [4,19] Si dice: Hijitos míos, es también con la finalidad de que le imiten en cuanto padre,


aquellos de los que dice: Por quienes sufro dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en
vosotros. Esto lo dijo más bien asumiendo el papel de la madre Iglesia. También dice en otro
lugar: Me he hecho pequeño en medio de vosotros, como cuando una nodriza cría a sus hijos 104.
Cristo se forma por la fe que radica en el hombre interior del creyente llamado a la libertad de la
gracia, que es manso y humilde de corazón, que no se jacta de los nulos méritos de sus obras,
sino de la gracia que da origen a algún mérito. A tal creyente puede llamar «el más pequeño de
los suyos», esto es, él mismo, de quien son estas palabras: Cuando lo hicisteis con uno de los
más pequeños de los míos, conmigo lo hicisteis 105. Cristo se forma en aquel que adquiere la
forma de Cristo. Ahora bien, adquiere la forma de Cristo quien se adhiere a él con amor
espiritual. Resultado de esta adhesión será que, al imitarle a él, llegue a ser lo que él, en la
medida en que se lo permita su condición. Dice Juan: Pues quien afirma que permanece en
Cristo, también él debe vivir como vive Cristo106. Las madres son las que conciben a los hombres
para formarlos y las que, una vez formados, sufren los dolores de parto para que nazcan. En
consecuencia, pueden suscitar extrañeza estas palabras: Por quienes sufro dolores de parto,
hasta que Cristo sea formado en vosotros. (Causarán extrañeza) a no ser que bajo este parto
doloroso entendamos las angustias y preocupaciones que sufrió (primero) al darlos a luz para
que nacieran en la Iglesia y, de nuevo, al alumbrarlos con dolor ante el peligro de que fueran
seducidos, peligro que ve les inquieta. El esmero y las preocupaciones, que justifican la
comparación con los dolores de parto, podrán durar hasta que lleguen a la medida de la edad
plena de Cristo, cuando ya no les zarandeará cualquier viento doctrinal107. Las palabras: Por
quienes sufro dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros, no las escribió
pensando en el comienzo de la fe, merced al cual ya habían nacido, sino pensando en su
robustez y plenitud. A este mismo parto doloroso hace referencia con lenguaje diverso en otro
pasaje en que dice: Los ataques diarios contra mí, la preocupación por todas las Iglesias. ¿Quién
se vuelve débil, sin que me vuelva débil yo también? ¿Quién sufre escándalo, sin que me abrase
yo?108

39. [4,20] [El Apóstol] añadió: Quisiera encontrarme ahora en medio de vosotros y cambiar el


tono de mi voz, pues estoy desorientado respecto de vosotros. ¿Qué ha de derivarse de estas
palabras? Probablemente que, al dirigirse por carta (y no de viva voz) a quienes había llamado
hijos suyos, les ahorra una reprensión más severa. La finalidad era evitar que quienes los
estaban engañando y a los que él, al estar ausente, no podía plantar cara, encontrasen fácil
conseguir que los afectados por tal reprensión, pasaran a odiarlo. Quisiera encontrarme ahora
en medio de vosotros y cambiar el tono de mi voz, esto es, negar que sois hijos míos, pues
estoy desorientado respecto de vosotros. También los padres suelen renegar de sus malos hijos,
para no tener que sentir vergüenza de ellos.

40. [4,21-31] Luego continúa: Vosotros que queréis estar bajo la ley, decidme: ¿No habéis
escuchado la ley? Lo que dice acerca de los dos hijos de Abrahán se entiende sin dificultad, pues
él mismo interpreta la alegoría. Abrahán tenía esos dos hijos en el momento en que se entiende
que simbolizan los dos Testamentos. En cambio, los que tuvo tras la muerte de Sara ya no caen
dentro de este simbolismo. Por esta razón, muchos lectores del Apóstol, pero desconocedores
del libro del Génesis, juzgan que Abrahán sólo tuvo aquellos dos hijos. Si el Apóstol menciona a
estos dos, se debe a que todavía tenía sólo esos dos en el momento en que simbolizaban las
realidades que expone a continuación. Esto es: que el hijo tenido de la esclava llamada Agar
simboliza el Antiguo Testamento, o sea, al pueblo del Antiguo Testamento, considerando el yugo
servil de las observancias carnales y las promesas de bienes terrenos, los únicos que esperan de
Dios; enredado en ellos, no es admitido a participar de la herencia espiritual del patrimonio
celeste. En cuanto al hijo que le nació de la libre, no es suficiente este dato para significar al
pueblo heredero del Nuevo Testamento; lo que, al respecto, tiene más valor, es el hecho de
haber nacido de una promesa. Según la carne, él pudo haber nacido de la esclava o de la libre,
igual que luego tuvo otros hijos de Queturá -con la que se casó después- no de una promesa,
sino (sólo) de la carne109. Isaac nació de forma maravillosa, cuando ambos padres habían
envejecido, pero tras una promesa reiterada. Porque si, tomando pie de la confianza que da el
Apóstol, al mostrar con toda claridad que aquellos dos hijos hay que tomarlos en sentido
alegórico, quisiera alguien ver también a los hijos de Queturá como figura de realidades futuras,
hallará tal vez que simbolizan las herejías y cismas. Pues no en vano se han escrito, bajo la guía
del Espíritu Santo, esas cosas acerca de tales personas. Los hijos de Queturá nacieron, en
verdad, de una mujer libre, igual que los herejes y cismáticos nacieron de la Iglesia, pero su
nacimiento fue según la carne, no espiritual como fruto de una promesa. Y, estando así las
cosas, se descubre que tampoco ellos pertenecen a la herencia, a la Jerusalén celeste, que la
Escritura llama «estéril», por no haber engendrado hijos en la tierra durante largo tiempo. Se la
llamó también «abandonada», una vez que los hombres abandonaron la justicia celeste y se
fueron tras los bienes terrenos, como si la Jerusalén terrena, al haber recibido la ley, tuviese
marido. Por consiguiente, Sara simboliza a la Jerusalén celeste que por largo tiempo se vio
abandonada en cuanto al trato carnal con el marido, a causa de su conocida esterilidad. Pues los
hombres de la categoría de Abrahán no usaban de sus mujeres para satisfacer su deseo carnal,
sino para obtener una prole que les sucediese. Además, a la esterilidad se había añadido la
senectud, para que, a partir de un caso totalmente desesperado, la promesa divina posibilitase
otorgar un gran mérito a quienes creyesen. Abrahán, pues, cerciorado ya por la promesa divina
del deber de engendrar, se unió a su mujer en edad ya avanzada, a la que había abandonado en
sus años lozanos por lo que a la unión carnal se refiere. No es otro el motivo por el que el
Apóstol, adjuntando el simbolismo de aquellas mujeres, ve en todo ello lo dicho por el profeta, a
saber: Porque son muchos los hijos de la abandonada, más que los de la que tiene marido, no
obstante que Sara murió antes que su marido y entre ellos no hubo divorcio alguno. Según esto,
¿cómo es ella la «abandonada» y la otra «la que tiene marido», sino porque Abrahán transfirió la
tarea de engendrar hijos de la esterilidad de Sara, su mujer, a la fecundidad de Agar, su
esclava? Todo ello contando con el permiso de Sara y aceptando ella libremente que su marido
obtuviera hijos de su esclava. Existía una norma de justicia que recomienda el mismo Apóstol a
los Corintios: La mujer no tiene dominio sobre su cuerpo, sino el marido; pero, de igual manera,
tampoco el varón tiene dominio sobre el suyo, sino la mujer 110. Y este tipo de débitos, como los
demás, se fundamentan en el dominio ejercido por aquellos a quienes se deben. Quien no actúa
fuera de este dominio salvaguarda los derechos de la castidad conyugal. La ancianidad de los
padres de Isaac tiene valor figurativo puesto que, aunque el pueblo del Nuevo Testamento es
nuevo, su predestinación para Dios y la misma Jerusalén celeste es antigua. De ahí que también
Juan diga en la Carta a los Partos: Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis lo que existía
desde el principio111. En cambio, a los carnales que hay en la Iglesia, de los que se originan las
herejías y cismas, fue el evangelio el que les brindó la oportunidad de nacer. Pero el error carnal
mediante el cual fueron concebidos y que arrastran consigo no tiene relación con la antigüedad
de la verdad. Por esta razón nacieron de una madre jovencita y de un padre anciano, pero no en
virtud de una promesa. También el Señor apareció en el Apocalipsis con cabellos blancos debido
a la antigüedad de la verdad112. Los tales, tomando pie de la verdad antigua, nacieron en la
nueva y temporal mentira. El Apóstol, por tanto, dice que nosotros somos hijos de la promesa
como Isaac. Así, Isaac sufrió persecución de parte de Ismael, igual que quienes comenzaron a
vivir según el Espíritu la sufrían de parte de los judíos carnales. Persecución por otra parte inútil,
puesto que, según la Escritura, la esclava y su hijo son expulsados y éste no puede ser asociado
como heredero al hijo de la mujer libre. Dice: Pero nosotros, hermanos, no somos hijos de la
esclava, sino de la libre. Tal libertad se ha de oponer ahora con toda intensidad al yugo de la
esclavitud que ataba a las obras prescritas por la ley a quienes arrastraban a éstos a la
circuncisión.

41. [5,1-3] Al decir: Manteneos en pie, deja entender que aún no habían caído; de lo contrario,


hubiese dicho con más propiedad: «levantaos». Pero cuando añadió: Y para que no os sujetéis
de nuevo al yugo de la esclavitud, el yugo al que no quiere que se sujeten no puede entenderse
referido más que al de la circuncisión y otras observancias judías por el estilo. De hecho
continúa en los siguientes términos: He aquí que yo, Pablo, os digo que, si os circuncidáis, Cristo
no os será de provecho alguno. ¿Cómo hemos de entender las palabras: para que no os sujetéis
de nuevo al yugo de la esclavitud, dado que escribe a quienes nunca habían sido judíos? Lo que
trata de conseguir es que no se hagan circuncidar. Sin duda, aquí explicita y confirma la
interpretación sobre la que discutimos anteriormente. Ninguna otra cosa hallo que pueda decir
en este lugar a los gentiles, sino que les es de provecho el haberse liberado, merced a la fe en
Cristo, del sometimiento servil a su superstición. Su objetivo sería evitar que optaran por volver
a esclavizarse bajo el yugo de las observancias carnales que, como si de un esclavo se tratase,
ataban al pueblo carnal, aunque ello aconteciera al amparo de la ley de Dios. Sostiene que Cristo
no iba a serles de provecho alguno en el caso de que se dejasen circuncidar, pero sólo en el caso
de que se dejasen circuncidar del modo como querían los otros que lo hicieran, esto es,
poniendo su esperanza de salvación en la circuncisión de la carne. No cabe afirmar que no fuera
de provecho la circuncisión a Timoteo, por el hecho de que Pablo en persona lo circuncidase
siendo ya joven cristiano, con el fin de evitar el escándalo de los de su raza113. El hecho no
implicó simulación alguna, estando en posesión de la indiferencia que le lleva a decir: La
circuncisión no cuenta nada, y nada la incircuncisión 114. Aquella circuncisión nada daña a quien
no cree que esté en ella la salvación. En línea con esta interpretación añadió también
esto: Declaro a todo hombre que se (deja) circuncidar, es decir, a quien desea esta circuncisión
como si aportase la salvación, que queda obligado a cumplir la ley entera. Palabras que escribe
buscando que se abstuviesen de aquellas observancias a cuyo yugo deseaban someterlos, al
menos por el pánico de verse obligados a cumplir en su totalidad las observancias contenidas en
los libros de la ley, tan innumerables que ni los mismos judíos ni sus antepasados pudieron
cumplir, como afirma Pedro en los Hechos de los Apóstoles115.
42. [5,4-12] Los que ponéis la justicia en la ley, dice,  os habéis vaciado de Cristo. Se trata de la
proscripción a que se refería al decir antes que Cristo había sido proscrito entre ellos116. De esa
manera, si ellos quedaban vacíos de Cristo o, lo que es lo mismo, si Cristo se alejaba de ellos en
cuanto dominio de su posesión, una vez desposeído, podían entrar las obras prescritas por la ley
como posesión inútil. Como eso no daña a Cristo, sino a ellos, añadió: Os habéis alejado de la
gracia.Dado que es obra de la gracia de Cristo librar de la obligación de cumplir las obras
prescritas por la ley a quienes estaban sometidos a ella, esos ingratos para con gracia tan
grande, querían verse en el deber de cumplir la ley entera. Aún no se había hecho realidad, pero
como la voluntad había comenzado a moverse (en esa dirección), en muchos pasajes se expresa
como si lo fuera ya. Pues nosotros, dice,  aguardamos de la fe, por obra del Espíritu, la justicia
que esperamos. Aquí demuestra que corresponden a la fe en Cristo las cosas que se esperan de
naturaleza espiritual, no las que desea la carne, cuya promesa mantenía aquella esclavitud. Es lo
mismo que dice en otro pasaje:  Nosotros no ponemos nuestros ojos en las cosas que se ven,
sino en las que no se ven117. Las que se ven son temporales; las que no se ven son eternas.
Luego añadió: Pues en Cristo Jesús ni la circuncisión cuenta algo, ni la incircuncisión, para poner
de relieve la indiferencia aludida antes y mostrar que nada hay pernicioso en esta circuncisión, a
no ser el esperar de ella la salvación. Afirma que para los que están en Cristo nada vale ni la
circuncisión ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor.Y aquí tocó el tema de que la
esclavitud bajo la ley actúa sirviéndose del temor. Estabais corriendo bien, dice; ¿quién os ha
puesto obstáculos, de modo que no obedecéis a la verdad? Es lo mismo que había dicho antes:
¿Quién os ha embrujado?118 Vuestra persuasión no proviene de quien os ha llamado; esta
persuasión es carnal, mientras que él os ha llamado a la libertad. Llamó persuasión suya a lo
que se les persuadía (a aceptar). En cambio, a aquellos pocos que se acercaban a éstos con el
objeto de persuadirles, los llama fermento en vista de su exiguo número, comparado con la
multitud de gálatas que habían creído. Éstos recibirán, no obstante, el fermento. Si,
acogiéndolos, los honrasen como si fuesen justos y fieles, (entonces) el conjunto de la masa,
toda su Iglesia, fermentaría (hasta convertirse) en cierto modo en la masa corrompida de la
esclavitud carnal. Yo  -dice- confío en el Señor que no pensaréis de otra manera.De aquí resulta
claro que los tales aún no se habían apoderado de los gálatas. Pero el que os causa turbación -
dice- cargará con su castigo, sea quien sea. Se trata de la turbación contraria al orden que mira
a convertir los espirituales en carnales. Hay que admitir que hubo algunos que, al querer
persuadir a los gálatas a que se sometieran a dicha esclavitud y advertir que la autoridad del
apóstol Pablo los retraía, afirmaron que también Pablo pensaba así, pero que no había querido
manifestarles a las claras su opinión. (De ahí que) se mostrara oportuno en extremo al
añadir: Hermanos, si yo anuncio aún la circuncisión, ¿por qué soy todavía perseguido? De hecho,
sufría persecución incluso de parte de aquellos que tramaban persuadir tales ideas, no obstante
dejar la impresión de haber aceptado ya el evangelio. A ésos alude en otro pasaje cuando
dice: Peligros provenientes de falsos hermanos119, y en esta misma Carta, al comienzo, cuando
dice: A causa de los intrusos, los falsos hermanos que se infiltraron solapadamente para espiar
nuestra libertad, la que tenemos en Cristo Jesús, con el objetivo de reducirnos a esclavitud 120. Si
anunciara la circuncisión, habrían dejado de perseguirle. Sin embargo, para que no les temiesen
aquellos a quienes anunciaba la libertad cristiana o para que no pensaran que el mismo Apóstol
sentía temor de ellos, pletórico de confianza y libertad, poco antes hizo revelación pública de su
nombre, al decir: He aquí que yo, Pablo, os digo que, si os circuncidáis, Cristo no os será de
provecho alguno121. Es como si hubiese dicho: «Vedme; imitadme a mí en no sentir temor (de
ellos); o, si teméis, haced caer sobre mí el motivo». Las palabras: Luego se ha quedado sin
contenido el escándalo de la cruz, repiten aquella otra afirmación: Si la justicia proviene de la
ley, entonces Cristo murió en vano122. Mas como aquí menciona el escándalo, trae a la memoria
que los judíos se escandalizaron de Cristo sobre todo porque advertían que con frecuencia se
saltaba y despreciaba esas observancias carnales que juzgaban había que mantener al servicio
de la salvación misma. Es como si hubiera dicho: Los escandalizados judíos crucificaron sin
motivo a Cristo por despreciar estas cosas, si aún se persuade a que las acepten aquellos por
quienes fue crucificado. Y con una ambigüedad de exquisito gusto literario adjuntó una bendición
bajo una como apariencia de maldición, al decir: ¡Ojalá se mutilaran quienes os conturban! No
sólo desea que se circunciden, sino que hasta se mutilen. Así se convertirán en eunucos por el
reino de los cielos123 y cejarán de sembrar doctrinas carnales.

43. [5,13] Porque vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad. Dice esto porque, al


desviarles de los bienes espirituales hacia los carnales, aquella turbación los arrastraba a la
servidumbre. Pero a partir de aquí comienza ya a tratar de aquellas obras prescritas por la ley,
de que dije con anterioridad que trata en el tramo final de la Carta. Obras que nadie pone en
duda que correspondan también al Nuevo Testamento, si son hechas con el fin con que conviene
que las realicen las personas libres, el fin de la caridad, que aguarda de tales obras los premios
eternos y los espera de la fe. No como los judíos que se veían forzados a cumplirlas por temor,
pero no el temor casto que perdura por los siglos de los siglos124, sino el que les llevaba a temer
por la vida presente. Realizaban obras prescritas por la ley que se cuentan entre los ritos
figurativos y, en cambio, no eran en absoluto capaces de realizar las que se refieren a las
buenas costumbres, que sólo la caridad realiza. Porque si alguien evita dar muerte a un hombre
para que no le maten a él, no está cumpliendo el precepto de la justicia; lo cumple si no le da
muerte porque se trata de una acción injusta, aún en el caso de que pudiera quedar impune su
acción, no sólo por parte de la justicia humana, sino también de la divina. Por ejemplo, David,
en cuyas manos puso Dios al rey Saúl, podía haberle matado con total impunidad: ni le iban a
pedir cuentas los hombres, que le amaban intensamente, ni Dios, que, según confesión suya, le
había dado poder para que le hiciera lo que quisiese125. Amando al prójimo como a sí mismo,
prefiriendo su corrección a su muerte, perdonó la vida a quien no sólo le había perseguido, sino
que también le habría de perseguir. David fue un hombre ubicado en el Antiguo Testamento,
pero no un hombre del Antiguo Testamento; la fe en la futura herencia de Cristo que se le había
revelado y en la que había creído, le otorgaba la salvación y llamaba a imitarlo. Por eso dice
ahora el Apóstol: Habéis sido llamados a la libertad, hermanos; sólo que no toméis la libertad
como pretexto para la carne.Esto es, al oír el término «libertad», no penséis que podéis pecar
con total impunidad. Antes, al contrario, servíos por amor unos a otros. Quien sirve por amor,
sirve desde la libertad, y, obedeciendo a Dios con generosidad, hace por amor lo que se le
enseña que ha de hacer, no por temor lo que se ve obligado a realizar.

44. [5,14]  Toda la ley alcanza su plenitud en un único precepto: amarás a tu prójimo como a ti
mismo. Al hablar ahora de toda la ley piensa en estas obras relacionadas con las buenas
costumbres, puesto que también aquellas que existen como ritos figurados, cuando las
entienden como deben personas libres y no las observan carnalmente personas esclavas, por
necesidad se refieren a aquellos dos preceptos, el del amor a Dios y el amor al prójimo. Y así,
con razón se acepta como referido a esto lo que dice también el Señor: No vine a abolir la ley,
sino a darle cumplimiento126, puesto que iba a eliminar el temor carnal y a otorgar, mediante el
Espíritu, la caridad, condición indispensable para poder cumplir la ley. La caridad es la plenitud
de la ley. En consecuencia, si la fe consigue el Espíritu Santo, que difunde la caridad de Dios en
los corazones de quienes obran la justicia127, nadie se gloríe de realizar buenas obras antes de
recibir la gracia de la fe. Tal es la razón por la que el Apóstol refuta de esa manera a quienes se
jactan de sus obras, señalando al mismo tiempo que las obras del Antiguo Testamento eran
sombras de realidades ocultas, sombras que mostró no ser ya necesarias, una vez venido el
Señor, al heredero libre, y que las obras relacionadas con las buenas costumbres sólo se pueden
cumplir mediante el amor por el cual obra la fe128. De donde se deduce que, si ciertas obras son
superfluas después de recibir la fe, otras son inexistentes antes de ella. Viva el justo de la fe129,
de modo que, vigorizado por la suave carga de Cristo, deponga la carga pesada de la
esclavitud130, y, sometido al blando yugo de la caridad, no traspase los límites de la justicia.

45. [5,15-16] Puede plantearse la cuestión de por qué también aquí el Apóstol mencionó sólo el
amor al prójimo, mediante el que, dijo, se cumple la ley, y en la Carta a los Romanos,
ocupándose de la misma cuestión, escribió:  El que ama al prójimo ha cumplido la ley.  En efecto,
«no cometerás adulterio», «no matarás», «no robarás», «no desearás», y cualquier otro
precepto que haya, se resume en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.  El amor
al prójimo no hace mal alguno.  Mas la plenitud de la ley es la caridad 131. Por tanto, si la caridad
sólo alcanza su perfección en el doble precepto del amor a Dios y al prójimo, ¿por qué el
Apóstol, tanto en la presente como en la otra Carta, menciona sólo el amor al prójimo? La
respuesta es que los hombres pueden mentir respecto a si tienen el amor a Dios, porque son
raras las pruebas que lo verifican; mas, respecto del amor al prójimo, es más fácil dejarlos
convictos de que no lo tienen cuando se comportan inicuamente con los hombres. Es lógico que
quien ama a Dios con todo su corazón, con toda su alma y con toda su mente, ame también al
prójimo como a sí mismo, puesto que lo manda aquel a quien ama con todo su corazón, con
toda su alma y con toda su mente. Además, ¿quién puede amar al prójimo, es decir, a todo
hombre, como a sí mismo, si no ama a Dios, merced a cuyo precepto y don puede llevar a cabo
el amor al prójimo? Siendo uno y otro precepto de tal naturaleza que ninguno de ellos se puede
cumplir sin cumplir también el otro, la mayor parte de las veces basta también con mencionar
uno de ellos, cuando de las obras que procuran la justicia se trata; pero es más oportuno
mencionar aquel cuyo cumplimiento es más fácil probar. De ahí que diga Juan: Quien no ama a
su hermano a quien ve, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ve? 132 Algunos mentían al afirmar
que poseían el amor de Dios, puesto que el odio que sentían hacia los hermanos les demostraba
que no lo poseían. Juzgar si existe o no tal odio en la vida y costumbres de cada día es
fácil. Pero si os mordéis, sigue diciendo,  y os devoráis recíprocamente, ¡mirad no vayáis a
destruiros recíprocamente! Eran sobre todo el vicio de litigar y el de la envidia los que
alimentaban entre ellos las disputas perniciosas. Los llevaba a hablar mal los unos de los otros y
a buscar cada cual su propia gloria y una vana victoria, afanes que acaban con la estructura
social de un pueblo, al que dividen en facciones. ¿Y cómo pueden evitarlos, a no ser que
caminen en el Espíritu y dejen de satisfacer los deseos que tienen su origen en la carne? El
primer y gran don del Espíritu es la humildad y la mansedumbre. De ahí lo que ya mencioné que
el Señor proclama: Aprended de mí, porque soy manso y humilde de corazón 133, y aquellas otras
palabras del profeta: ¿Sobre quién descansa mi Espíritu, sino sobre el humilde y el pacífico, y
sobre quien teme mis palabras?134

46. [5,17]  Pues la carne tiene deseos contrarios a los del espíritu y el espíritu contrarios a los
de la carne, de modo que no hacéis lo que queréis. Tomando pie de estas palabras, hay quienes
piensan que el Apóstol niega que poseamos el libre albedrío de la voluntad. No advierten que se
les dice eso en el caso de que no quieran mantener la gracia de la fe ya recibida, la única que les
permite caminar en el espíritu y dejar de satisfacer los deseos que provienen de la carne. Por
tanto, si no la quieren mantener, no podrán hacer lo que quieren. Quieren procurarse la justicia
realizando las obras prescritas por la ley, pero les vencen los deseos que provienen de la carne,
siguiendo la cual abandonan la gracia de la fe. Por eso dice también en la Carta a los
Romanos: La sabiduría de la carne es enemiga respecto de Dios; pues no está sujeta a la ley de
Dios, ni puede estarlo135. Dado que la caridad posibilita cumplir la ley, mientras que la sabiduría
de la carne, al buscar los intereses corporales, se opone a la caridad, don del Espíritu. ¿Cómo
puede esa sabiduría estar sometida a la ley, esto es, realizar con libertad y acato la justicia y no
oponérsele? Cuando lo intente, resultará ineludiblemente vencida una vez que haya descubierto
que puede conseguir mayor ventaja temporal de la iniquidad que manteniéndose fiel a la
equidad. La primera situación vital del hombre es la anterior a la ley, etapa en que no se prohíbe
ninguna maldad o malicia y no existe ninguna resistencia de parte de malos deseos, puesto que
no hay quien los prohíba. La segunda acontece bajo la ley y es anterior a la gracia; se da cuando
existe la prohibición y el hombre se esfuerza por resistir al pecado, pero resulta vencido porque
aún no ama la justicia por Dios y ni la justicia misma, sino que quiere que esté a su servicio para
conseguir bienes terrenos. Y así, tan pronto como vea de un lado la justicia misma y de otro la
ventaja temporal, le arrastra el peso de la apetencia temporal y abandona la justicia. Justicia
que intentaba tener para poseer aquello que ahora ve que va a perder, si la tiene a ella. La
tercera situación vital es la que acontece bajo la gracia. En esta etapa no se antepone a la
justicia ninguna ventaja temporal, algo que no puede darse si no es mediante la caridad, don del
Espíritu, que el Señor nos mostró con su ejemplo y donó con su gracia. En esta situación,
aunque existan deseos de la carne provenientes de la mortalidad del cuerpo, no subyugan la
mente hasta llevarla a consentir al pecado. Y así ya no reina el pecado en vuestro cuerpo
mortal136, aunque no pueda sino habitar en él, en tanto el cuerpo siga siendo mortal. Se da,
pues, un primer momento: aquel en que el pecado deja de reinar. Acontece cuando servimos
con la mente a la ley de Dios, aunque sirvamos con la carne a la ley del pecado137, esto es, a la
costumbre, fruto de un castigo, cuando de ella se originan deseos a los que no obedecemos. En
un segundo momento, se apagará del todo. Porque, si el Espíritu de Jesús habita en nosotros, el
que resucitó a Jesucristo de entre los muertos vivificará también nuestros cuerpos mortales, en
virtud del Espíritu que habita en nosotros138. Ahora, por tanto, nos toca hacer realidad la etapa
bajo la gracia, de modo que hagamos lo que queremos en el espíritu, aunque no nos es posible
en la carne; o sea, no obedeciendo a los deseos provenientes de la carne con la consecuencia de
otorgar nuestros miembros como armas a la iniquidad139, aunque no seamos capaces de hacer
que tales deseos dejen de existir. Así, aunque aún no nos hallamos en aquella paz eterna y de
plenitud respecto de cualquier dimensión humana, al menos dejemos de estar bajo la ley, estado
en que la mente es tenida por culpable de prevaricación, en tanto que la concupiscencia de la
carne la arrastra, como a una prisionera, a consentir al pecado. Procuremos hallarnos bajo la
gracia, etapa en que no hay condenación alguna para los que están en Cristo Jesús140. La
condena no la recibe quien ha combatido, sino quien cayó vencido.

47. [5,18] Y así, en perfecta lógica, añade: Porque si os dejáis guiar por el Espíritu, no estáis ya
bajo la ley. De tales palabras hemos de entender que se hallan bajo la ley aquellos cuyo espíritu
tiene, sin duda, deseos contrarios a los de la carne, de modo que no hacen lo que quieren; es
decir, no se mantienen invictos en el amor a la justicia, sino que los vence la carne que se les
opone con sus deseos. No sólo ofreciendo resistencia a la ley de su mente, sino incluso
haciéndolos cautivos bajo la ley del pecado, que reside en los miembros mortales141. Es lógico
que aquellos a quienes no guía el Espíritu, los guíe la carne. La condena no recae sobre quien
sufre la rebelión de la carne, sino sobre quien se deja conducir por ella. Por eso dice: Porque si
os dejáis guiar por el Espíritu, no estáis ya bajo la ley, igual que antes no dijo: Caminad en el
Espíritu y careceréis de los deseos de la carne, sino no los satisfagáis142. De hecho, carecer de
absolutamente todos esos deseos ya no es un combate, sino premio al combate, en el caso de
haber conseguido la victoria perseverando bajo la gracia. Tales deseos dejará de tenerlos el
cuerpo cuando, una vez transformado, haya conseguido la inmortalidad.

48. [5,19-21] Luego comienza a enumerar las obras de la carne, para que entendieran que era
la carne, no el Espíritu, la que los guiaba, si daban su consentimiento a tales deseos para
ponerlas en práctica. Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicaciones, impurezas,
idolatría, hechicerías, enemistades, altercados, antipatías, celos, discordias, herejías, envidias,
borracheras, comilonas, y otras por el estilo, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne,
porque quienes hacen tales cosas no poseerán el reino de Dios. Realizan todas estas obras
quienes deciden que han de hacerlas consintiendo a las apetencias de la carne, aunque no
tengan medios para llevarlas a cabo. Por lo demás, no realizan tales obras y, por tanto,
poseerán el reino de Dios quienes, aunque se vean afectados por impulsos parecidos, se
mantienen inamovibles en la mayor caridad presente en ellos, y no sólo no les prestan (de
hecho) los miembros de su cuerpo para que obren el mal, sino que tampoco consienten en
prestárselos. En su cuerpo mortal ya no reina el pecado que le haga obedecer a sus deseos, no
obstante que en él habite el pecado -al no haberse extinguido aún el impulso de la costumbre
radicada en la naturaleza, en virtud de la cual hemos nacido mortales- y el de nuestra propia
vida, puesto que, al pecar, nosotros mismos hemos aumentado el que traíamos del pecado del
hombre y condena iniciales. Una cosa es no pecar y otra no tener pecado. Aquel en quien no
reina el pecado, esto es, aquel que no se somete a sus deseos, no peca; pero aquel en quien no
existen en absoluto esos deseos, no sólo no peca, sino que tampoco tiene pecado. Lo que, si en
buena medida puede realizarse en esta vida, en su plenitud sólo cabe esperarlo para el
momento de la resurrección y transformación de la carne. Las palabras: sobre las cuales os
prevengo, como ya os previne, porque quienes hacen tales cosas no poseerán el reino de
Dios pueden causar extrañeza. Se trata de saber dónde lo hizo pues no aparece en la presente
Carta. En consecuencia, o les había prevenido estando presente en persona, o estaba al
corriente de que les había llegado la Carta dirigida a los Corintios. En ella se expresa en estos
términos: No os engañéis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados,
ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los
raptores poseerán el reino de Dios143.

49. [5,22-23] Tras haber enumerado las obras de la carne, a las que está cerrado el reino de
Dios, aquí añadió también las obras del espíritu, que designa como frutos del Espíritu. Dice: En
cambio, frutos del Espíritu son la caridad, el gozo, la paz, la longanimidad, la benignidad, la
bondad, la fe, la mansedumbre, la continencia. Y añade: frente a los asimilados a éstos no hay
ley, para darnos a entender que se hallan bajo la ley aquellos en quienes no reinan tales
virtudes. Aquellos en quienes reinan usan de la ley de forma adecuada a ella; a los tales no se
les ha puesto la ley con fines coercitivos. A ellos la justicia les proporciona una satisfacción
mayor y más poderosa. Así dice a Timoteo:  Sabemos que la ley es buena, si alguien usa de ella
de forma adecuada; sabiendo que la ley no ha sido instituida para el justo, sino para los inicuos
y rebeldes, los impíos y pecadores, los irreligiosos, los impuros, los parricidas y matricidas, los
homicidas, los fornicarios, los homosexuales, los traficantes con seres humanos, los mentirosos,
los perjuros y cualquier otra cosa que se oponga a la sana doctrina 144. Hay que sobrentender:
para éstos se ha instituido la ley. Estos frutos espirituales reinan en el hombre en que no reinan
los pecados. Pero estos bienes reinan si producen tanto deleite que retienen al alma sujeta a
tentaciones evitando que consienta al pecado. Por necesidad obramos en conformidad con
aquello que más nos deleita. Por ejemplo, nos sale al paso la figura de una bella mujer, y
despierta en nosotros el deseo placentero de la fornicación; pero si, en virtud de la gracia
vinculada a la fe en Cristo, nos deleita más la hermosura íntima y la belleza no acicalada de la
castidad, vivimos en conformidad con ella y en conformidad con ella actuamos. De esta manera,
al no reinar en nosotros el pecado que nos haga someternos a sus deseos y al reinar la justicia
en virtud de la caridad, hacemos con gran deleite cuanto sabemos que agrada a Dios en ella. Lo
que he dicho acerca de la castidad y la fornicación, he querido que se entienda de los demás
vicios y virtudes.

50. Que a nadie extrañe que no haya enumerado en esta Carta exactamente las mismas obras
de la carne, en número y orden, que en la Carta a los Corintios, ni el hecho de que haya opuesto
menos bienes espirituales a los más numerosos vicios de la carne, o que no aparezca en todos
ellos la contraposición directa como la fornicación se contrapone a la castidad, la impureza a la
pureza. Su propósito no era señalar su número, sino en qué modo hay que evitar los vicios y
desear las virtudes. Al hablar de carne y espíritu indicaba que era oportuno que nos volviéramos
del castigo del pecado y del pecado mismo a la gracia y justicia del Señor, no fuera que,
desdeñando la gracia que se nos da en el tiempo, en virtud de la cual el Señor murió por
nosotros, no llegáramos al descanso eterno en el que vive el Señor en favor nuestro. No fuera
que, al no entender el castigo que nos sobrevino en el tiempo en el que el Señor se dignó
domarnos con la mortalidad de la carne, fuéramos a caer en el castigo eterno, preparado para el
orgullo que no cede en su oposición al Señor. Si, tras haber mencionado muchas obras de la
carne, añadió: y otras por el estilo,  con ello mostró con suficiencia que no había clasificado tales
obras buscando su número más exacto, sino que las expuso sin atarse a las palabras. Lo mismo
hizo también a propósito de los frutos espirituales. Pues no dijo: Frente a éstos no hay
ley, sino: frente a los asimilados a éstos. Es decir, frente a los mencionados y a los que se les
asemejan.

51. Con todo, tras una consideración más atenta, se advierte que la contraposición entre obras
de la carne y obras del Espíritu, no está falta de orden en absoluto ni es confusa. Si ese orden
no se percibe, se debe a que cada una de las inferiores en número aparece contrapuesta a
varias de las otras. Si el listado de los vicios de la carne comienza con las fornicaciones y el de
las virtudes fruto del Espíritu con la caridad, ¿no llamará esto la atención del estudioso de las
Sagradas Escrituras a examinar lo restante? Si la fornicación es un amor que no se atiene al
legítimo matrimonio y que vagabundea buscando poder satisfacer una desmedida pasión carnal,
¿hay algo que tan legítimamente se una a Dios con vistas a la fecundidad espiritual como el
alma? Cuanto más estable es su unión con él, tanto más incorruptible se hace. Ahora bien, la
unión a él la produce la caridad. Con toda razón, por tanto, a la fornicación se contrapone la
caridad, pues sólo ella custodia la castidad. Por impureza, al contrario, se entienden todas las
perturbaciones que tienen su origen en la fornicación; a ella se le contrapone el gozo que origina
la paz. La idolatría, a su vez, es el último grado de fornicación del alma, a causa de la cual
también se declaró una ferocísima guerra contra el evangelio en la persona de los reconciliados
con Dios. Sus rescoldos, aunque pisoteados por largo tiempo, aún despiden calor. A esa idolatría
se contrapone la paz por la que nos reconciliamos con Dios y con esa paz, mantenida también
con los hombres, se nos curan vicios como las hechicerías, enemistades, altercados, celos,
antipatías y discordias. De igual modo, para actuar con la debida moderación en medio de los
demás vicios entre los que nos hallamos, la longanimidad sirve para soportarlos, la benignidad
para curarlos y la bondad para perdonarlos. Por lo demás, la fe lucha contra las herejías, la
mansedumbre contra la envidia y la continencia contra las borracheras y comilonas.

52. Que nadie piense que la envidia y los celos son el mismo vicio. Son vecinos el uno del otro,
y debido a esa vecindad, a menudo se pone uno en lugar del otro, ya sean los celos en lugar de
la envidia, ya la envidia en lugar de los celos. Pero el hecho de que aquí cada uno sea
mencionado en su lugar reclama de nosotros una distinción. Los celos consisten en un dolor
espiritual que se origina cuando otra persona consigue una cosa que apetecían dos o más y que
sólo puede poseer una. Este vicio lo cura la paz, que nos hace apetecer aquello que todos los
que lo apetecen, si lo consiguen, se hacen uno en él. La envidia, por el contrario, consiste en un
dolor espiritual que surge cuando se tiene por indigno que alguien consiga algo, incluso si uno
mismo no lo apetecía. Este vicio lo cura la mansedumbre, cuando alguien, remitiéndose al juicio
de Dios, no se opone a su voluntad, y antes le cree a él en cuanto a que ha estado bien hecho,
que a sí mismo al juzgarlo inmerecido.

53. [5,24] Los que están en Cristo Jesús, continúa diciendo, han crucificado su carne con sus
apetencias. ¿Con qué la crucificaron, sino con aquel temor casto que perdura por los siglos de
los siglos145, que nos precave de ofender a aquel a quien amamos con todo el corazón, con toda
el alma y con toda la mente? El temor por el que la esposa adúltera teme que su marido la tenga
bajo vigilancia no es el mismo que hace temer a la casta que el suyo la abandone. A la primera
le produce tristeza la presencia del marido, a la segunda su ausencia. Y, en consecuencia, aquel
temor está corrompido y no quiere que pase este mundo; en cambio, este temor casto
permanece por los siglos de los siglos. Con [los clavos de] este temor desea ser crucificado el
profeta cuando dice: Clava mis carnes con los clavos del temor a ti146. La cruz es aquella de la
que dice el Señor: Toma tu cruz y sígueme147.

54. [5,25] Si vivimos del Espíritu, vayamos también con el espíritu. Está claro que vivimos
según aquello tras de lo que vamos; ahora bien, iremos tras de lo que amemos. Si se dan dos
realidades contrapuestas, el precepto de la justicia y la costumbre carnal, y se aman ambas
cosas, iremos tras aquello que más amemos. Si amamos ambas cosas por igual, no iremos tras
ninguna de ellas, sino que nos sentimos arrastrados a una y otra parte o por el temor o contra
nuestra voluntad. O, si tememos en la misma medida a una y otra, permaneceremos
inevitablemente en peligro, sacudidos por las olas alternantes del amor y del temor. Pero ¡ojalá
venza la paz de Cristo en nuestros corazones!148 Entonces, invocado el auxilio de la diestra de la
misericordia de Dios, él no deja de atender las oraciones y gemidos, sacrificio de un corazón
atribulado, y mediante la conciencia del peligro de que lo libró, aviva un mayor amor a él. En
esto se engañaban los adversarios de Pablo porque, ciertamente, no podían negar que habían de
ir tras el Espíritu Santo, asertor y guía de su libertad; mas, vueltos carnalmente a las obras
serviles, no se daban cuenta de que intentaban dar marcha atrás. Por ello no dice: Si vivimos
del espíritu, vayamos tras el Espíritu, sino vayamos con el espíritu. Ellos reconocían que
convenía que sirviesen al Espíritu, pero querían ir tras él no con su espíritu, sino con la carne. O
sea, no obteniendo la gracia de Dios del Espíritu, sino poniendo su esperanza de salvación en la
circuncisión de la carne y demás observancias por el estilo.

55. [5,26] No nos hagamos ávidos de vanagloria, envidiándonos y provocándonos mutuamente.


De forma en verdad magnífica y conforme a un orden divino de principio a fin, primero los
instruyó para que hiciesen frente a quienes los seducían con el objetivo de llevarlos a la
esclavitud de la ley. Luego les previene no sea que, ya instruidos y queriendo responder a las
calumnias de esos hombres carnales, se entregasen a contiendas y, llevados por el deseo de
vanagloria, libres ya frente a las cargas de la ley, sirviesen a apetencias vanas.

56. [6,1] No hay nada que demuestre mejor si un hombre es espiritual que el modo de
comportarse con el pecado del prójimo. Lo es cuando piensa más en liberarle de él que en
echárselo en cara, más en procurarle auxilio que en insultarle, y en la medida de sus
posibilidades, pone manos a la obra. Por eso dice: Hermanos, aunque un hombre sea
sorprendido en algún delito, vosotros que sois espirituales, instruid a personas así. A
continuación, para que nadie crea que le instruye incluso cuando lo exaspera y se mofa de él con
insolencia o cuando, lleno de orgullo, lo desprecia como a un incurable, añade: con espíritu de
mansedumbre, volviendo la mirada a ti mismo, para evitar que también tú seas tentado. En
efecto, nada mueve tanto a la misericordia como el pensar en el propio pecado. Por eso no quiso
ni que ellos dejasen de corregir al hermano, ni que buscasen gresca. Muchos hombres, cuando
se les despierta del sueño, quieren altercar, o volver a dormir cuando se les prohíbe altercar.
Manténgase, por tanto, la paz y el amor, pensando en el peligro común. En cambio, el modo de
dirigirse a él, esto es, que sea más duro o más suave, ha de moderarse según parezca exigirlo la
salvación de aquel a quien se corrige. Dice también en otro lugar: A un siervo del Señor no le
conviene altercar; al contrario, ha de ser manso, dócil y paciente con todos 149. Y para que nadie
saque de estas palabras la conclusión de que ha de desistir de corregir el error de otro, advierte
lo que añade: Reprendiendo con moderación a los que piensan diversamente 150. ¿Cómo se
efectúa éste con moderación o éste reprendiendo? Si se mantiene la suavidad en el corazón y se
deja caer cierta dosis de aspereza medicinal en las palabras con que se reprende. No veo otra
forma de entender lo escrito en la misma Carta:  Proclama la palabra, insiste a tiempo (y) a
destiempo, reprende, exhorta, recrimina con toda paciencia y doctrina 151. Lo oportuno se
contrapone a lo inoportuno, y absolutamente ningún medicamento sana si no es aplicado en el
momento oportuno. También se puede puntuar así: Insiste a tiempo, resultando este otro
sentido: reprende a destiempo, relacionando con lo anterior lo que sigue: Exhorta, recrimina
con toda paciencia y doctrina. En este caso, sientes que actúas a tiempo, cuando tu insistir
edifica; y cuando tu reprensión destruye, no has de preocuparte si das la impresión de obrar a
destiempo, si tu actuar resulta a destiempo paraellos. Así, las dos acciones recomendadas a
continuación se pueden referir respectivamente a cada una de las anteriores: exhorta al
insistir a tiempo, y recriminaal reprender a destiempo. Y dígase lo mismo de las otras dos
recomendaciones, pero en orden inverso: Con toda paciencia hay que referirlo al soportar la
indignación de aquellos a quienes destruyes, y (con toda) doctrina a instruir los propósitos de
aquellos a quienes edificas. Si se puntúa del modo más frecuente, a saber: Insiste atiempo y, si
de este modo no avanzas, a destiempo, ha de entenderse de esta manera: no debes dejar pasar
en absoluto el actuar a tiempo, y el a destiempo  has de entenderlo en el sentido de que a aquel
que no escucha con agrado lo que le dices le parece que actúas a destiempo. Pero sábete que tu
actuar es a tiempo, y mantén con ánimo manso, moderado y fraterno el amor y esmero por su
salvación. Muchos, rumiando después lo que oyeron y cuán justo era, dirigieron contra sí
mismos reproches más graves y severos y, aunque parecían salir del médico más perturbados
(de como entraron), gracias a la eficacia de la palabra que penetró en su interior, fueron
sanando poco a poco. Algo que no se hubiera producido de haber tenido que esperar a que el
que se halla en peligro por tener sus miembros gangrenados encontrase agrado en que se los
cauterizaran o amputaran. Ni siquiera los médicos del cuerpo, que curan buscando una
recompensa terrena, esperan a que se dé esta eventualidad. ¿Cabe encontrar algún paciente
que no haya tenido que ser atado para sufrir su bisturí o su fuego cauterizador, dado que son
más raros aún los que fueron atados de voluntad propia? A muchos que oponen resistencia y
gritan que prefieren morir a ser curados de esa manera, les ataron todos los miembros
dejándoles suelta a duras penas la lengua. Y (al obrar así) no seguían los médicos su criterio, ni
el de quien se resistía, sino el de la ciencia médica. Pero ni los gritos ni los insultos de los
pacientes conmueven el ánimo del médico ni detienen su mano. En cambio, los ministros de la
medicina celeste o quieren ver con la viga del odio la paja en el ojo del hermano152, o les resulta
más tolerable contemplar la muerte del pecador que escuchar una palabra de quien se muestra
indignado. Lo cual no acontecería si aplicáramos a la curación espiritual de otra persona una
intención tan sana como las manos con que aquellos médicos manipulan los miembros ajenos.

57. Por lo tanto, nunca hemos de emprender la tarea de corregir el pecado de otra persona sino
cuando, tras haber interrogado nuestra conciencia, nos hayamos respondido con toda claridad
ante Dios que lo hacemos por amor. Supongamos que el insulto, las amenazas o incluso la
persecución de aquel a quien reprendes laceran tu espíritu. Si aún te pareciere que puedes
sanarlo, nada le respondas hasta no sanar tú antes, no sea que, llevado por tus impulsos
carnales, consientas en dañarle y hagas de tu lengua arma de iniquidad al servicio del pecado153,
devolviendo mal por mal o maldición por maldición154. Las palabras que se originan de un espíritu
lacerado son embestida punitiva, no caridad correctora. Ama y di lo que quieras. Si traes a tu
memoria y sensibilidad que, mediante la espada de la palabra de Dios, quieres liberar a un
hombre del asedio de los vicios, aunque tus palabras tengan la apariencia de una maldición,
nunca lo serán. Acontece a menudo que aceptas realizar tal obra movido por amor y con el amor
en el corazón la emprendes, pero, al encontrar resistencia mientras la realizas, se te infiltra
solapadamente algo que te aparta de golpear al vicio del hombre y te hace enemigo de él. En tal
caso, convendrá que, tras lavar con tus lágrimas tal polvo, traigas a tu memoria -lo que te será
mucho más saludable- cómo no debemos enorgullecernos frente a los pecados de otras
personas, nosotros que pecamos en el mismo acto de reprenderlos. De hecho, con más facilidad
nos vuelve airados la ira del pecador que misericordiosos su miseria.

58. [6,2] Llevad los unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo. Por supuesto,
la ley de la caridad. Si cumple la ley quien ama al prójimo, el amor del prójimo lo encarece al
máximo también el Antiguo Testamento155. En ese amor, dice el Apóstol en otro lugar, se
resumen todos los mandamientos de la ley156. Es evidente también que la Escritura dada al
primer pueblo es ley de Cristo; ley que no se cumplió con el temor y que él vino a cumplir con la
caridad157. Por tanto, la misma Escritura y el mismo mandamiento es Antiguo Testamento cuando
oprime a esclavos que anhelan bienes terrenos, y Nuevo Testamento, cuando eleva a personas
libres que arden en deseos de los bienes eternos.

59. [6,3-5]  Si alguien se imagina ser algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo. A ése no le
seducen quienes le alaban, sino él mismo. No obstante estar él más presente a sí mismo que
ellos, prefiere buscarse en ellos antes que en sí mismo. Pero ¿qué dice el Apóstol? Examine cada
cual su conducta, y entonces tendrá en sí mismo, y no en otros, su gloria. Es decir,dentro, en su
conciencia; y no en otro, o sea, cuando otro le alaba. Pues, dice,  cada uno llevará su propia
carga. Por tanto, los que nos alaban no disminuyen las cargas de nuestra conciencia, ¡y ojalá
que no las aumenten! A menudo, para evitar que, sintiéndose ofendidos, reduzcan las alabanzas
que nos tributan, u olvidamos cuidar de ellos reprendiéndoles o, rebosantes de jactancia,
hacemos (ocasionalmente) ostentación de alguna obra nuestra antes que mostrársela a diario.
Paso por alto cuanto fingen y mienten acerca de sí los hombres buscando las alabanzas
humanas. ¿Hay algo más tenebroso que esta ceguera que consiste en andar a la caza del error
humano para obtener una gloria vana en extremo y despreciar a Dios, testigo presente en
nuestro corazón? Como si hubiese algún punto de comparación entre el error de quien te juzga
bueno y tu error, pretendes agradar a un hombre con un bien falso y desagradas a Dios con un
mal verdadero.

60. [6,6] Lo que queda de la carta juzgo que son cosas ya muy claras. Pues también se
prescribe a menudo que el destinatario de la predicación de la palabra de Dios otorgue lo
necesario a quien se la predica. Necesitaban que se les exhortase a realizar buenas obras, de
modo que sirviesen a Cristo necesitado los que iban a estar a su derecha en el grupo de los
corderos. Así el amor proveniente de la fe sería en ellos más activo que el temor que suscita la
ley. Y aquí nadie tenía más títulos para mandar tal cosa que el Apóstol, quien, habiéndose
ganado su pan con sus manos, no quería que se lo hicieran a él158. De esta manera mostraba a
todos con gran autoridad que su exhortación miraba más a la utilidad de los donantes que a la
de los receptores.

61. [6,7-10] Añade a continuación: No os engañéis.  De Dios no se burla nadie.  Lo que uno


siembre, eso cosechará. Estas palabras dan a entender en medio de qué palabras, pronunciadas
por hombres perdidos, trabajan con fatiga quienes están afianzados en la fe de cosas que no
ven. Ven las obras que siembran, pero no la cosecha. Tampoco se les promete una
cosechasemejantea la que se suele recolectar aquí, puesto que el justo vive de la fe159. Porque
quien siembra en su carne, dice,de la carne cosechará la corrupción. Palabras que escribe
refiriéndose a quienes aman los placeres más que a Dios. Siembra en su carne quien, cuanto
hace, aunque parezca bueno, lo hace buscando el bienestar para su carne. En cambio, quien
siembra en el espíritu, del espíritu cosechará la vida eterna. Sembrar en el espíritu consiste en
servir a la justicia a partir de la fe y con caridad y no obedecer a los deseos del pecado, aunque
provengan de la carne mortal. La cosecha de la vida eterna tendrá lugar cuando sea destruida la
última enemiga, la muerte160, y la vida absorba nuestra mortalidad y este cuerpo corruptible se
revista de inmortalidad. Así, pues, en esta tercera etapa en que nos hallamos bajo la gracia,
sembramos entre lágrimas cuando aparecen los deseos provenientes del cuerpo animal. No
consintiendo a ellos, le oponemos resistencia para cosechar alegres una vez que, reformado
también el cuerpo, ni molestia ni peligro de tentación proveniente de parte alguna del hombre
nos importune. Hasta el mismo cuerpo animal es tomado como semilla. Dice en otro lugar: Se
siembra el cuerpo animal, a fin de que se sume a la cosecha lo que añadió: Resucitará un
cuerpo espiritual161. A esta afirmación se ajusta lo que dice el profeta: Quien siembra entre
lágrimas, cosecha en alegría162. Pero es más fácil sembrar bien, esto es, hacer el bien, que
perseverar en él. El fruto suele compensar el esfuerzo; mas como nuestra cosecha se nos
promete para el final, se precisa la perseverancia. Pues el que persevere hasta el final, ése se
salvará163. También el profeta grita: Aguanta al Señor, compórtate varonilmente; sea confortado
tu corazón, y aguanta al Señor164. Es lo mismo que dice ahora el Apóstol:  No nos cansemos de
obrar el bien, pues a su debido tiempo cosecharemos si no desfallecemos.  Por tanto, mientras
tengamos tiempo, hagamos el bien a todos, sobre todo a nuestros familiares en la fe. ¿A
quiénes, sino a los cristianos, hay que creer que se refiere? A todos hay que desearles con
idéntico amor la vida eterna, pero no a todos se les pueden ofrecer los mismos servicios de
amor.

62. [6,11-14] Tras haber enseñado que las obras mismas de la ley que aportan la salvación y
que pertenecen a las buenas costumbres sólo las puede cumplir el amor alimentado por la fe y
no el temor servil, vuelve al punto de partida del problema. Dice: Habéis visto con qué clase de
letras os he escrito de mi propio puño.Pone sobre avisopara evitar que alguien engañe a los
incautos amparándose en presuntas cartas de él. Los que quieren, dice, tener su complacencia
en la carne os obligan a haceros circuncidar, con el único fin de no sufrir persecución a causa de
la cruz de Cristo. En efecto, los judíos acosaban a quienes les parecía que iban a abandonar
observancias tradicionales como la circuncisión. Que él no los temía en absoluto lo mostró al
querer escribir de su propio puño tales letras. Enseña así que el temor aún se muestra activo en
quienes, en cuanto todavía bajo la ley, obligan a los gentiles a circuncidarse. Pues ni siquiera los
que están circuncidados cumplen la ley. Llama cumplir la ley a no matar, no cometer adulterio,
no decir falso testimonio, y (a cumplir) otros preceptos semejantes que pertenecen a las buenas
costumbres. Preceptos todos que, ya se ha dicho, no pueden cumplirse si no es por la caridad y
la esperanza de los bienes eternos, que se reciben mediante la fe. Pero quieren que os
circuncidéis,  dice, para hallar gloria en vuestra carne. No sólo para evitar la persecución de los
judíos que no soportaban en absoluto que se anunciase la ley de la no-circuncisión, sino también
para gloriarse ante ellos por el hecho de hacer tantos prosélitos. Como dijo el Señor, los judíos
recorren tierra y mar para hacer un solo prosélito165. ¡Lejos de mí gloriarme, si no es en la cruz
de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo! El
mundo -dice-está crucificado para mí, no me tiene aferrado; y yo para el mundo, para que no lo
aferre yo. Es decir, para que ni el mundo me pueda dañar, ni yo desee nada del mundo. Quien,
en cambio, pone su gloria en la cruz de Cristo no quiere tenerla en la carne; no teme las
persecuciones de los hombres carnales que Cristo sufrió primero, hasta el punto de ser
crucificado, para dar ejemplo a quienes siguen sus huellas.

63. [6,15-16] Ni la circuncisión cuenta algo ni la incircuncisión.Mantiene hasta el final la


indiferencia antes indicada, para evitar que alguien pensase que actuó con simulación al
circuncidar a Timoteo, o al circuncidar a cualquier otro, si tal vez hubiese existido un motivo
parecido. Mostró que la circuncisión misma no daña nada a los que creen, sino a los que ponen
su esperanza de salvación en tales observancias. En los Hechos de los Apóstoles se advierte que
ellos trataban de inducir a la circuncisión negando que pudieran salvarse de otro modo los
gentiles que hubieran llegado a la fe166. Lo que rechaza el Apóstol no es el daño del hecho en sí,
sino el de tal error. Por tanto, dice, ni la circuncisión cuenta algo ni la incircuncisión, sino la
criatura nueva.Llama nueva criatura a la vida nueva actuada por la fe en Jesucristo. Y hay que
prestar atención al término utilizado. Efectivamente te será difícil hallar que se llame criatura
nueva incluso a quienes por la fe llegaron ya a la adopción como hijos. Con todo, dice también
en otro lugar: Por tanto, si existe en Cristo alguna criatura nueva, es que lo viejo ha pasado; he
aquí que todo ha sido renovado. Todo ello procede de Dios167. Y donde dice: Y la misma criatura
será librada de la esclavitud de la muerte, añade luego: No sólo ella, sino que también nosotros
que poseemos las primicias del Espíritu 168. Distingue entre los que creyeron y lo que llama
criatura, igual que a los mismos unas veces los llama hombres, otras no-hombres. En un pasaje
de una Carta a los Corintios les echa en cara y les reprocha que aún sean hombres, cuando
dice: ¿No sois aún hombres y vivís a lo humano?169 Hace aquí lo mismo que con el Señor al que,
después de la resurrección, en algún texto no le llama hombre. El caso se da al comienzo de la
presente Carta, donde dice: No de parte de hombres ni por mediación de hombre alguno, sino
por Jesucristo170. En otro, en cambio, sí. Por ejemplo, en el pasaje en que dice: Pues único es
Dios, único también el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús 171. Y para todo
el que siga esta regla -dice- paz y misericordia, y para el Israel de Dios, esto es, para todos los
que se preparan para ver a Dios, no para quienes reciben tal nombre y, debido a su ceguera
carnal, rechazan ver al Señor, cuando, a la vez que rechazan su gracia, desean ser esclavos de
los tiempos.
64. [6,17] Por lo demás -dice- que nadie me moleste. No quiere que, con turbulentas disputas,
le hastíen con un asunto ya bien clarificado tanto en la Carta a los Romanos como en esta
misma.  Llevo en mi cuerpo los estigmas del Señor Jesucristo.Con otras palabras,tengo otras
luchas y combates con mi carne que pelean contra mí en las persecuciones que sufro. Se llama
estigmas a ciertas señales que quedan de los castigos que sufren los esclavos. Por ejemplo, de
un esclavo que ha estado sujeto al cepo a causa de alguna culpa por algún daño causado, o ha
sufrido cualquier otro castigo por el estilo, se dice que tiene los estigmas y, en consecuencia, en
el derecho de manumisión se le conceptúa como de categoría inferior. El Apóstol quiso hablar de
estigmas, en cuanto señales de las persecuciones que padecía. Había reconocido en ellas la
retribución por la culpa de haber perseguido a las Iglesias de Cristo, según lo indicó el Señor a
Ananías, cuando el mismo Ananías le temía en cuanto perseguidor de los cristianos: Yo le
mostraré lo que conviene que sufra por mi nombre 172. Sin embargo, debido a la remisión de los
pecados, en que había sido bautizado, todas aquellas tribulaciones no le conducían a la
perdición, sino que le aprovechaban para la corona de la victoria.

65. [6,18] La conclusión de la carta es como una clara firma, de la que se sirve también en
algunas otras cartas: La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu,
hermanos. Amén.

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