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Estanislao Zuleta

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Zuleta, Estanislao, 1934-1990
Tres culturas, tres familias y otros ensayos/ Estanislao
Zuleta. - Medellín : Hombre Nuevo Editores : Fundación
Hombre Nuevo Editores, 2010.
236 p ;22 cm.
ISBN 978-958-8245-72-0
1. Familias colombianas - Aspectos socioeconómicos -
Ensayos, conferencias, etc. 2. Estructura social - Colombia -
Ensayos, conferencias, etc. 3. Economía politica - Historia -
Colombia - Ensayos, conferencias, etc. 4. Sociedad y cultura -
Historia - Colombia - Ensayos, conferencias, etc. I. Tít.
aoass ea 21 ea.
cer-Banco de la Repúbiieasibiiofm Luis Ángel Arango

ISBN: 978-958-8245-72-0

© Estanislao Zuleta
© Hombre Nuevo Editores
Director editorial: Jesús María Gómez Duque
Edición a cargo de Alberto Valencia Gutiérrez
Carátula: diseño de José Zuleta y Mauro Valencia
Fotografía: Silbato Quirnbaya
Primera edición: Hombre Nuevo Editores, Fundación Hombre Nuevo
Editores, enero 2010.
Distribución y ventas: Hombre Nuevo Editores,
Cra. 50D N" 61-63
Teléfono: 284 42 02, Medellín, Colombia,
hombrenuevo0une.net.co
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mediante alquiler público.
Tres culturas familiares colombianas

El problema de la familia colombiana es bastante com-


plejo, pues tenemos, como se sabe, culturas muy dife-
renciadas bajo las mismas fronteras. Una cultura como
la denominada Caribe hace que nuestra Costa Atlántica
se parezca más a la costa venezolana o a Cuba que a Bo-
yacá. Una cultura de altiplanos (como la que se da en
Nariño, en Boyacá y en parte de Cundinamarca), está
más cerca de la cultura peruana o boliviana que de la
cultura de nuestras costas colombianas. De la misma
manera, la cultura que se denomina de vertiente, hecha
por colonos (como se presenta en Antioquia, Caldas y
parte de Santander) está más cerca de un país cafetero de
vertiente, como El Salvador, que de sus propios vecinos
colombianos.
Tenemos, entonces, bajo un mismo Estado o en una sola
patria, culturas muy diferentes, que tienen tras de sí no
sólo formaciones históricas distintas, sino que también
difieren por su economía, poblamiento y formas folclóri-
cas. Y así como tenemos estas tres grandes culturas -cari-
be, de altiplano y de vertiente-, así también tenemos tres
configuraciones de la familia en Colombia. Ahora que las
hemos denominado, intentemos explorar sus diferencias
y caracteristicas y la forma como se fueron con gurando
en una determinada familia, en ima psicología, en un
temperamento, en un lenguaje y en un folclor.
La cultura costanera procede de una forma económica
como es la esclavitud, que es una forma de explotación
económica que se caracteriza por ser, donde quiera que se

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haya dado, enemiga acérrima de la estabilidad familiar.
Al señor esclavista le interesa la fuerza de trabajo acti-
va, es decir, lo que cuenta para él es la edad próxima o
apta para la producción, sin importarle para nada la re-
producción, por considerarla un costo improductivo. En
lugar de reproducirse, los sistemas esclavistas necesitan
muchas veces una importación continua de fuerza de tra-
bajo extraña, sea por guerras -como en Grecia y Roma-,
sea por compra y cacería, como lo hicieron los Estados
cristianos de los siglos XVI, XVH y XVIII, dando lugar,
en este caso, a un tráfico masivo y continuo de esclavos
durante varios siglos. Al ser, entonces, un régimen que no
se reproduce, la familia en la esclavitud es más inestable
que en cualquier otro tipo de formación económica.
Nos encontramos, pues, con que una parte de nuestro
pais tiene, en su historia, una enorme in uencia de la
configuración esclavista. La producción esclavista es una
producción para la exportación: frutos de plantacióntro-
pical, como ocurrió en Jamaica, Haití, Cuba y en todas las
costas del Caribe. Al estar vecinas de los centros de ex-
portación, los mares y los ríos, 'las-' regiones costeras fue-
ron pobladas por una gran cantidad de fuerza de trabajo
esclava. Como ocurrió en otras partes y en otras épocas, el
régimen de la esclavitud entró en crisis en el momento-en
que empezó a di cultarse enormemente la importación
de fuerza de trabajo esclava. En Roma, por ejemplo, -la- cri-
sis se debió a que los bárbaros, en lugar de seguir siendo
objeto de una importación continua de fuerza de trabajo,
se convirtieron en un peligro militar. Al comenzar-a esca-
sear los esclavos, en el siglo XIX,. se produce un notable
encarecimiento de su precio, lo que hace que, tanto en
el sur de Norteamérica como en las colonias españolas,
resulte preferible pagar un salario bajo que comprar un
esclavo. Fue entonces cuando se puso de moda la idea de
la libertad.

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No es muy edi cante decirlo, pero hay que hacerlo: cuan-
do la esclavitud dejó de ser buen negocio, la idea de la li-
bertad se puso de moda. Las religiones, que habían convi-
vido durante cuatro siglos alegremente con la esclavitud,
descubrieron que su idea del hombre y de la dignidad
humana, era tan alta, que no era compatible con ella. Pero
eso sólo lo descubrieron -cosa poco edificante, repito- en
el momento en que la esclavitud se convirtió en un mal
negocio. Hasta entonces, protestantes, católicos y libera-
les la habían justificado, ya fuera como una consecuencia
del pecado original o como una necesidad histórica para
el desarrollo del hombre. Por lo que al liberalismo respec-
ta, todos sus pensadores clásicos, sin excepción ninguna,
habían condenado como un atentado contra la libertad
de comercio la prohibición dela esclavitud, es decir, con-
tra la libertad humana, porque, como se sabe, el hombre
y el comerciante son la misma cosa para el pensamiento
liberal, es decir, el hombre es un ser libre de comprar y
vender lo que quiera, por ejemplo esclavos. Unos y otros,
entonces, terminaron dándose cuenta, cuando dejó de ser
un buen negocio, de que la esclavitud era una cosa indig-
na dela naturaleza humana.
Se acabó entonces la esclavitud en Norte y en Suramérica
-en el Brasil duró un poco más pero finalmente también
se acabó- y, como ustedes saben, la terminación no contó
siempre con el buen ánimo de los esclavos que se veían
arrojados a un mercado de fuerza de trabajo donde la co-
mida era mucho más imprevisible que en la esclavitud
misma. De ahí que muchos esclavos protestaran, alega-
ran fidelidad y amor a sus amos y, sobre todo, expresaran
su horror al mercado de fuerza de trabajo y solicitaran,
sin lograrlo, el servicio de seguir siendo esclavos. La abo-
lición de la esclavitud no fue entonces una medida tan
heroica, como se le atribuye hoy a ciertos próceres.

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¿Qué ocurrió entonces en esas» zonas que habían sido
pobladas por la esclavitud? Que se convirtieron en zo-
nas de latifundio, de explotación por medio de peones
o de agregados. El agregado se diferencia del esclavo
en que él mismo se consigue su sustento. También tra-
baja gratis, como el esclavo, pero no hay que darle de
comer; sólo hay que dejarle algún pedazo de-tierra para
que él mismo se encargue de-su manutención. Es una
institución que todavía es muy frecuente en Colombia,
sobre todo en las costas, y con más intensidad' en la At-
lántica. - ' ' »
En el sistema del agregado los trabajadora viven en pq-
blados, en lugar de vivir en parcelas, y_ ese es un. hecho
muy importante para la constitución de la porque
viven en una comunidad y no aislados en
lias dispersas, como se puede ver -en el mapa de Nariño,
Antioquia y Caldas, que son mosaicos de pequeños mini-
fundios donde cada familia está encerrada en su propia
frontera. En las costas Atlántica y Pacífica, en el Cesar y
en el valle del Magdalena, por el contrario, las familias
están agrupadas, desde el comienzo, enpoblaciones. Este
hecho produce tm efecto muy notable sobre su carácter y
es que son de muy fácil entre si,_~mien-
tras que, por ejemplo, los antioqueños no cómo' lia-
blarselos unos a los otrosštsi de "usted", si de -"iba", si
de "tú". En lugar, entonces, della timidez tipica del ser
que procede de la pequeña parcela, los habitantes de los
poblados se caracterizan por una rápida y fluida comuni-
cabilidad. `
Las familias en las cuales hay menos patriarcado en Co-
lombia son las costaneras. Si se consultan las estadísticas
se podráobservar que en la Costa Atlántica hay tres ve-
ces más cabezas de familia mujeres, que en el interior; y

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en el Chocó hay el doble que en la Costa Atlántica. Esto
significa que, muy frecuentemente, la cabeza de familia
es, en esas zonas, la señora, la mujer. Por su casa a ve-
ces discurren varios maridos, a veces tmo solo, pero ella
mantiene un poder que se acrecienta con los años. En la
Costa Atlántica existe la institución de la abuela, que re-
sulta incomprensible en otras zonas, no como una viejita
que ya no se sabe dónde poner, sino como una fuente de
poder y autoridad.
Que prime el matriarcado en esa cultura significa que
no padecen los costeños, como si los antioqueños, una
microdictadura, y no tienen que hacer, por lo tanto, lo
que es clásico en Antioquia en el momento en que surge
la crisis de la pubertad: la volada de la casa. En la Cos-
ta viven sin la inhibición que representa un patriarcado
mísero y dictatorial, para decirlo, por. ahora, con un tér-
mino poco científico pero más bien comprensible; de ahí
el carácter espontáneo y directo de los costeños: sus re-
laciones con el cuerpo, por ejemplo, son más sencillas
y naturales, como puede verse en el ritmo y en el baile.
No hay nadie que baile mejor que un costeño, ni nadie
que lo haga peor que un antioqueño; La razón de ello,
en el caso de este último, es la marcada inhibición que
caracteriza sus relaciones con el cuerpo. Sin embargo,
al mismo tiempo que tiene muchas inhibiciones, tiene
también muchas aspiraciones, mientrasque el hombre
de pocas inhibiciones tiene pocas aspiraciones; pero esa
es otra cara del asunto. Volviendo a los costeños, hay
que decir que es esa con anza primordial, es decir, ese
lenguaje abierto, esa espontaneidad en el movimiento y
en las relaciones con el propio cuerpo, esa falta, incluso,
de inhibición sexual -que a veces se aproxima, en ciertas
regiones, a la perversión colectiva como es el animalis-
mo, por ejemplo- lo que les permite recoger la música

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correspondiente, la de ritmos africanos. Esta última a r-
mación me obliga a hacer, un paréntesis.
El paréntesis a que me refiero es sobre el difusionismo.
Esta es una forma de explicar los hechos sociales y de la
cultura que se apoya en la noción de contagio: en tal parte
existe tal cosa porque la recibieron de África, en tal otra
porque la recibieron de España y así por el estilo. Lo que
se busca es el origen y no la signi cación, porque se cree
que los rasgos de la cultura se explican por difusión o
contagio. Este procedimiento de explicación fue tipico del
estudio de las religiones: alli donde veían los historiado-
res a un dios que moría y volvía a resucitar, imaginaban
que debía ser copia de otra religión donde ocurría un
fenómeno parecido. Se imaginaron, por ejemplo, que el
mito de Adonais, un dios egipcio que muere descuartiza-
do, va a los infiemos y al tercer día resucita, es el origen
de una historia que existe hace tres milenios y medio y ha
contagiado a otras religiones. En realidad, no es necesa-
rio recurrir a una hipótesis como ésta. Todos son dioses
agrarios y su cido vital corresponde al de las cosechas:
resucitan en primavera y son enterrados en el momento
de la siembra.
Lévi-Strauss ha mostrado, en un magnifico ensayo sobre
las artes, que los rasgos específicos que se dan en repre-
sentaciones artísticas de culturas muy separadas en el
espacio no se explican porque dichas culturas se hayan
conocido o entrado en contacto entre sí, sino porque co-
rresponden a cierto grado de desarrollo de las respecti-
vas formas de vida social. Tal es el caso de la forma de
representación llamada desdoblamiento, que consiste en
pintar un animal o una persona como si le hubieran corta-
do la piel y la extendieran, que da la impresión de que el
objeto no se presenta de frente ni de perfil sino, digamos

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así, como desenrolladol. El difusionismo no explica nada.
Una cultura tiene un determinado rasgo idiomático, mu-
sical o familiar porque corresponde a su organización. El
hecho, entonces, de que exista una música en la Costa, no
se explica porque la hayan importado de tal o cual parte;
por el contrario, es la sociedad, la cultura, la que expli-
ca por qué pudo haber importado ese y no otro rasgo.
De manera que hay que voltear el difusionismo al revés
para abandonar el irracionalismo histórico que, so capa
de erudición, generalmente esconde. En lugar de anali-
zar por qué en una sociedad se produce un fenómeno, se
busca de dónde se importó, lo cual, evidentemente, no
es el problema fundamental. La forma de crítica histórica
difusionista debe, pues, ser desechada para poder pensar
la cosa misma, es decir, una organización especial, una
estructura.
Tenemos, entonces, que en la estructura de la familia
costanera nos encontramos con una carencia primordial
de patriarcado. La debilidad de esa formación tiene un
origen económico evidente: primero, por su historia, que
procede de la esclavitud; segundo, porque la familia se
fortalece allí donde se da la pequeña propiedad. Donde
no hay más propiedad que la de los latifundistas y don-
de, aparte de los señores, sólo hay peones y agregados,
la familia se debilita enormemente ya que ésta es una
necesidad sólo en regiones donde se funda una agricul-
tura personal o una colonización campesina directa que
requiera de la llamada división natural del trabajo, es de-
cir, que mientras el parcelero trabaja el campo, la mujer
le prepara el almuerzo. Qtra cosa ocurre si quien trabaja

1. Cfr. "El desdoblamiento de la representación en las artes de


Asia y América”, en Antropología estructural, cap. XIII, FCE (N.
del E.).

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lohaoecomopeónenunamina. Lafamilia,enestecaso,
más que ayudar a la división del trabajo, como lo reclama
la pequeña propiedad, contribuye a la división del sueldo
del asalariado. No sobra señalar, asi sea de pasada, que
hay en Colombia, como por lo demás en otras partes, una
relación directa entre el incremento de la prostitución y
el predominio de la forma salario, así como una disminu-
ción allí donde reina la pequeña propiedad.
La parcela produjo en Antioquia rasgos en cierto modo
contrapuestos a los que produjo el latifundio en la Cos-
ta. Como hace un momento lo he anotado, el aislamiento
originario propio de la parcela hace que los antioqueños
tengan un carácter reservado y tímido. Pero no hay que
olvidar que la parcela envuelve una contradicción, yaque
en la misma medida en que encierra a la gente, la expul-
sa de sí. La encierra, porque el parcelero tiene con sus
vecinos relaciones de compadrazgo o de linderos, pero
no de colaboración y, menos aún, de división del trabajo.
Su vida social es los domingos, en la misa y en la plaza,
y allí se acaba todo porque después viene el regreso al si-
lencio parcelario, a la falta de diálogo, al empleo minimo
del lenguaje; un silencio que para nosotros, que vivimos
rodeado de millones de palabras a todas horas, resulta
cada vez más extraño. _ , , _,
La cultura de vertientes posee como rasgo histórico prin-
cipal el haber sido fundada por colonos libres ylnoibajo
la forma de servidumbre ni de esclavitud. La homoge-
neidad social que ella produce es muy notable: En Antio-
quia, en la época de finales de la Colonia, como observaba
Mon y Velarde (este personaje, como conviene señalarlo,
además de un gran pensador es uno de los más importan-
tes hombres de Estado que haya tenido Latinoamérica),
las dos terceras partes de la población eran propietarios
de tierras, situación que él quiso extender al conjunto de

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la población. Este es un dato muy importante porque
permite entender la homogeneidad que se presentó en
esa región. Para empezar, una homogeneidad en la for-
ma lingüística, que se fue desarrollando en el trato. Una
dominación largamente prolongada marca el lenguaje y
entonces la gente dice "su merced"; pero alli donde hay
una homogeneidad largamente prolongada, la gente dice
"don fulano”, porque la diferenciación de clases no ha
marcado la forma del lenguaje. Todavía hoy el castellano
que emplean en Antioquia los trabajadores es el mismo
que utilizan los ricos, mientras que en otras regiones, por
ejemplo en Cundinamarca, el habla popular y el habla de
la aristocracia di eren casi como dialectos.
Otra huella muy característica de la homogeneidad que
produce el tipo de estructura familiar de pequeños pro-
pietarios es el regionalismo, que es característico de re-
giones que presentan dos rasgos: primero, una cierta ho-
mogeneidad social y, segundo, un excedente demográfico
crónico. Alli donde hay una casta señorial, una aristocra-
cia y una servidumbre, nadie es regionalista. No lo puede
ser la servidumbre, porque no se siente orgullosa de sí;
tampoco lo puede ser la aristocracia, porque no se siente
orgullosa de ser de donde son "esos indios” y prefiere
proceder de otra parte, de España o de cualquier otro lu-
gar. Esto marca mucho la literatura. Ustedes, por ejem-
plo, ven poetas que están siempre buscando la manera
de escribir como un europeo, sobre algún tema que nun-
ca se ha vivido, ni presentado en su región. Esta actitud
difiere de la que se da en Antioquia a nales del siglo
XIX y comienzos del XX. Tomás Carrasquilla y Femando
González, entre otros, fueron gentes que escribieron con
cierto orgullo de su propio lenguaje. Con Carrasquilla, el
habla popular ingresa a la literatura, ya que no recurre
a un habla gramaticalmente so sticada, separada de las
formas lingüísticas del pueblo. Ven ustedes, pues, cómo

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se expresa la estructura económica en la forma lingüística
en una región en la cual se configura y consolida de ma-
nera estable la familia como pequeña propiedad, como
familia patriarcal, como división natural del trabajo.
En la parcela, decíamos, todos viven aislados. Pero cuan-
do los hijos cumplen quince años, no caben allí porque la
parcela es apenas suficiente para el padre que la trabaja.
Mientras fueron pequeños, los ocho o más hijos que suele
haber en una familia tan estable fueron una buena cosa.
Pero, ya crecidos, las cuatro o cinco hectáreas que confor-
man la parcela no son nada y entonces les toca irse. La
parcela, por lo tanto, al mismo tiempo que aísla, que im-
pone limitaciones e inhibiciones, obliga a la gente a fun-
dar otra parcela, a emprender la búsqueda de una nueva
colonización, a intentar alguna aventura en otra parte,
como se dice "a buscar la vida”. De allí ese carácter tan
_ extraño de gentes que son simultáneamente, conserva-
doras y aventureras; religiosas, por la estructura familiar,
pero al mismo tiempo jugadoras: salen de la misa del do-
mingo a echar los dados. La contradicción entre la misa
y el dado es la misma contradicción de la parcela, que
contiene y al mismo tiempo expulsa.
El fenómeno que vengo señalando es parte importante de
lo que denominamos alma o espíritu paisa y es la clave,
entre otras cosas, de "la pelea con el papá”, a los diez y
seis o diecisiete años, que lleva a que el muchacho se vue-
le de la casa. Es una pelea que tiene una particularidad ya
que, aunque es ciertamente una rebelión -no aceptar más
microdictaduras-, en la que el hijo va a imitar al padre
y va a hacer lo mismo que él, es, al mismo tiempo, una
identi cación. Se va, busca su novia de la vereda a la que
va a tratar exactamente como el padre trató a la mamá
y construye su parcela, como el padre lo hizo en su mo-
mento. La pelea con el padre termina, pues, en que el hijo

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se convierte, a su tumo, en padre. Esta pelea identi cato-
ria da carácter a nuestras zonas de vertiente y constituye
una forma de vida, una ideología interior.
En otro sector de la cultura colombiana nos encontramos
con unas regiones cuya historia produce un fenómeno
completamente diferente, debido a que su poblamien-
to fue de carácter señorial. Donde los españoles no en-
contraron una población aborigen propicia para la ser-
vidumbre, se vieron obligados a poblar ellos mismos la
región; pero donde encontraron a quién explotar lo ex-
plotaron. En las zonas donde encontraron tribus organi-
zadas, como en Nariño o en el altiplano cundiboyacense,
organizaron una explotación de tipo servil, es decir, los
convirtieron en siervos. Esto es lo que se conoce con una
denominación geográfica inadecuada, como cultura de
antiplano. Pero más importante que la denominación es
que sepamos hacer una descripción adecuada de ella.
Llamémosla, pues, cultura de altiplano o, si se quiere, de
origen servil.
Una nueva referencia al lenguaje nos puede ser aquí n-¡gy
útil. Encontramos que en Boyacá y Nariño, a pesar e
su separación en el espacio y de que en ambos departa-
mentos hay culturas de ríos y de bogas, es decir, culturas
propiamente costaneras, se conserva un extraño pareci-
do en el lenguaje en las dos regiones, hecho todavía de
giros del siglo XVI, como es el uso del "su merced”, por
ejemplo. En ambos lugares se expulsa el "vos" que es una
forma del vosotros propia del lenguaje típico antioqueño
y rioplatense. "Vosotros sois" se reduce a un "vos sos",
suprirniéndole el plural y convirtiéndolo en una segunda
persona del singular, mediante la supresión de la i en la
conjugación del verbo. Todas las formas a través de las
cuales se expresan en el castellano del siglo XVI las ex-
cepciones señoriales, son expulsadas del habla en las re-

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giones minifundistas, porque nada tiene qué haoer con
las tradiciones y con el apellido el que nada hereda. No
es muy importante tener un pergamino que diga que el
abuelo de uno era fulano o mengano si uno no heredó tm
pedazo de tierra. Eso se va olvidando. Lo que no se olvi-
da, en cambio, es marido, además del pergamino escrito
con letras muy retorcidas, se cuenta con el latifundio que
demuestra que en realidad el abuelo era muy importante
porque, si no fuera por él, uno sería "un indio”, como
los demás. El abuelo era, entonces, importante porque los
peones y los indios trabajaban para él.
Las formas señoriales se borran, pues, en la pequeña par-
cela, donde no se hereda nada y donde ni siquiera se con-
servan las huellas lingüísticas; en la gran propiedad, por
el contrario, donde se conserva el latifundio por herencia,
el antepasado es tan importante como nula la aventura.
El nacimiento, en este caso, decide lo que uno será: si se
fue latifundista, pues uno debe seguir siéndolo; si, por
el contrario, se nació hijo de siervo, pues uno será sier-
vo. El nacimiento se constituye en un destino y es posible
saber, desde el momento en que se nace, qué va a ser de
uno, cómo va a hablar, cómo le van a hablar, si le van a
decir "tú" o le van a decir "su merced", con quién se va a
poder casar y con quién no, a quién va a poder amar con
un amor expresivo y a quién no podrá amar más que con
una pasión oculta. No es un espíritu muy aventurero el
que se genera en esta forma de vida, puesto que uno ya
está previamente definido y clasi cado desde el momen-
to mismo en que da su primer alarido. Se trata de una
de esas comunidades que los sociólogos llaman de muy
poca movilidad, o sea, de siervos y de señores propieta-
rios que nunca cambian sus roles.
En este tipo de cultura la dominación tiende a ser interio-
rizada y es por eso que se puede a rmar, por paradójico

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que parezca, que los esclavos son más libres que los sier-
vos; mientras que los siervos tienen el amo adentro, los
esclavos lo tienen afuera, con látigo y con capataz, pero
afuera. Por ese motivo, si el amo se descuida se vuelan y
se vuelven cirnarrones; para el siervo, en cambio, el amo
nunca se descuida porque lo lleva dentro. De ahí que la
servidumbre no se pueda producir sin una previa domi-
nación ideológica que tiene un nombre muy conocido: la
religión. Los encomenderos, como se sabe, eran señores a
quienes se les encomendaban los indios, es decir, les es-
taba asignada su catequización, que corría por cuenta del
cura doctrinario (así lo llamaban los españoles), ya que si
no se les convertía, como diríamos hoy, no servían para
siervos.
Siervo es el que tiene la explotación interiorizada y, por
tanto, sólo funciona realmente como tal cuando lleva el
amo por dentro. La servidumbre, entonces, es una for-
ma de vida y civilización en la que los principales rasgos
proceden de la interiorización de la dominación. Donde
había tribus con sus propios caciques, ya agobiadas de
tributos, fue muy fácil para los españoles imponer una
forma de servidumbre; donde no las había, hicieron lo
mismo que los ingleses hicieron en Norteamérica. La dife-
rencia no es religiosa. Algunos creen que como los ingle-
ses eran "bárbaros protestantes" mataron a los pielrojas
y los expulsaron a bala, en lugar de mezclarse con ellos,
como sí lo hicieron los católicos en Latinoamérica, en su
infinita bondad. Pero no es así. Los ingleses hicieron con
los pielrojas exactamente lo mismo que los católicos hicie-
ron con los pijaos, con los aburraes, con los caribes o con
todas las tribus de cazadores y recolectores que no ser-
vían para la servidumbre: los mataron y no se mezclaron
con ellos. Quien no servía para la servidumbre era sim-
plemente suprimido, con el protestantismo allá y el cato-

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licismo aquí. De manera que no hay que dejarse despistar
mucho por esas formulaciones teológicas del problema.
No hay que pensar que es la psicología de los pueblos o el
carácter de su religión, lo que determina la historia. Con-
tra lo que el Dr. Liévano Aguirre piensa y contra lo que el
Dr. Alfonso López Michelsen cree, conviene decir que los
sermones no son el motor de la historia, y la causa de las
diferencias entre Norte y Latinoamérica no es, por lo tan-
to, la diferencia entre sermones evangélicos y sermones
católicos, sino otras causas mucho más profanasz.
Esta tercera forma de cultura se produjo en aquellas regio-
nes que se poblaron bajo la forma de la dominación seño-
rial de una población aborigen, ya desarrollada desde el
punto de vista agrícola y previamente organizada en tor-
no de sus jefes. Para que una tribu pueda ser derrotada se
necesita, antes que todo, que esté unida y que tenga jefes.
Los pijaos, por ejemplo, no podían ser derrotados porque
sus caciques eran muchos y muy variables. Cada tribu,
compuesta por cazadores y recolectores, con un desarro-
llo agrícola mínimo, producía su pequeño líder; y por este
motivo eran migradores crónicos, como los caribes en la
costa, que nunca pudieron ser derrotados ni, menos aún,
esclavizados. Si caían en la servidumbre tendían, como
también ocurrió con los negros, al suicidio. Uno de los
problemas más graves de la conquista española (que poco
se mencionan porque no es de muy grata recordación) fue
el suicidio colectivo. En Cuba, por ejemplo, se suiddaron
sociedades enteras con alimentos envenenados; entre los
aburraes, toda una tribu se suicidó.

2. Se refiere probablemente a los libros la estirpe calvinista de


nuestras instituciones de López Michelsen y Los grandes con ic-
tos sociales y económicos de nuestra historia, de Indalecio Liévano
Aguirre (N. del E.)

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Estoy seguro de que ustedes pueden imaginarse sin di-
cultad lo que le puede ocurrir a una población para la
cual la infancia ha trascurrido en una familia con un pa-
dre vencido, con un padre que dice "mi amito” y que,
incluso, puede ser desalojado. La familia es el origen de
nuestro carácter, de nuestro modo de ser,- porque la es-
tructura farniliar es la escuela primordial, la (mica escuela
real, no porque sea la que enseña cosas, sino porque es
la que con gura el carácter; no porque transmita conoci-
mientos 'sino porque constituye el modo de ser, de sentir,
de -pensar, de actuar, de vivir el cuerpo y el amor. Podrán
entonces entender cómo, araiz de ese origen, se combinan
en su carácter sumisión, servilismo y hostilidad en lugar
de altivez y cordialidad. Pero, por fortuna, en esa combi-
nación también hay hostilidad, porque yo considero que
lo bueno,en esta pareja, es la hostilidad, y lo malo el ser-
vilismo, a diferencia de los señores que consideran bue-
no el servilismo y mala la hostilidad. En mi concepto lo
bueno en el carácter de las regiones que se formaron en la
esclavitud, lo meritorio y lo progresista, es la pereza, por-
que es una manifestación de la dignidad humana, porque
es la a rmación de que, cuando uno está interesado en
hacer un trabajo, no tiene por qué serdiligente como las
mulas, que son muy diligentes en llevar la carga aunque
no les interese nada. Los hombres, afortunadamente, no
son mulas y por eso son perezosos: porque protestan con-
tra 'el trabajo que no los transforma y en el cual no está su
futuro. Así concebida, la pereza es una protesta interiori-
zada, un grito de dignidad humana, que choca mucho a
los esclavistas pero que es una buena cosa en los esclavos.
Y no se trata, es importante decirlo, de algo que corres-
ponda a la psicología de ningún pueblo. Esos señores que
creen tanto en la psicología de los pueblos, antropólogos
ingleses o psicólogos colectivos, consideraban, hasta no
hace muchos años, que había pueblos perezosos, inertes,

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entregados totalmente a la contemplación de su propia
barriga, cuyo ejemplo máximo era el pueblo chino. Pero
pasaron veinte años y ese pueblo se está volviendo in-
quietantemente poco perezoso, inquietantemente activo.
Tenemos, entonces, en el altiplano una forma de cultura a
cuyo lenguaje se han adherido todas las configuraciones
correspondientes a la dominación, a la interiorización de
la servidumbre. En la música han preferido todo lo que
exprese fracaso, amor imposible o lejano. El famoso pa-
sillo, lleno de dolores, es ima música de siervos que han
interiorizado su servidumbre, un medio para llorar de
pasión y lo menos musical que se pueda concebir.
Bueno, esto somos nosotros: estas tres culturas cada vez
más mezcladas en la licuadora que se llama vida urba-
na, donde se están convirtiendo en una sola cultura, muy
distinta. Cali es un ejemplo, como ningún otro en Colom-
bia, de mezcla y de descomposición de esas tradiciones
culturales campesinas, que producen una forma de vida
nueva: ya no es la expresión de ima de estas tres culturas
sino de su destrucción, una cosa, de la que a ustedes, con
seguridad, les interesaría mucho que habláramos. Pero
eso debe quedar para otra ocasión. Lo que acabamos de
hacer en esta primera charla es, más que todo, un paso,
una diversión; es, hasta cierto punto, el establecimiento
de un método de observación, presentado sin términos
técnicos, más bien como un recordatorio de nuestro ori-
gen, una reconstrucción de las tres culturas que hoy lle-
vamos casi todos adentro y que en cierto modo somos
y de cuya descomposición va a salir el colombiano del
mañana. Ojalá se descomponga rápido y lo que salga sea
bien distinto.

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