Está en la página 1de 11

TRES CULTURAS FAMILIARES EN COLOMBIA

Texto inédito del filósofo colombiano Estanislao Zuleta

Voy a tratar de dar un enfoque general de la historia de la familia en Colombia. Esto es casi lo
mismo que hacer una historia de la cultura colombiana, en el sentido antropológico del término
«cultura» Pues bien, el problema de la familia colombiana es bastante complejo, porque
nosotros tenemos culturas muy diferenciadas, abrigadas bajo unas mismas fronteras. Por
ejemplo, hubo culturas que podríamos denominar caribes: es más parecida nuestra costa a la
costa venezolana o a Cuba que a Boyacá; una cultura de altiplanos como Nariño, Boyacá,
parte de Cundinamarca, es más parecida a la tierra peruana o a Bolivia que a la costa
colombiana. Tuvimos culturas de vertiente hechas por colonos, como en Antioquia, Caldas y
parte de Santander, que se diferencian mucho más profundamente por sus tradiciones, por su
música, de los vecinos colombianos que de otros países latinoamericanos, como por ejemplo
de un país también de pequeños propietarios como El Salvador, cafetero de vertiente, con los
mismos problemas de población y de emigrantes que han tenido Antioquia y Caldas, que lo
condujeron recientemente a una guerra.

Tenemos pues, digámoslo así, cobijadas bajo las mismas fronteras de un solo Estado o de
una sola patria, culturas muy diferentes, culturas que tienen una formación histórica diferente o
que proceden de economías diferentes, de formas diferentes de poblamiento y que produjeron
en nuestra historia diferentes formas folclóricas; hay folclores costaneros de los grandes ríos y
las costas marítimas parecidos al folclor afrocubano, con los mismos atuendos de nuestras
vertientes, y hay también otro folclor de las altiplanicies. Pero así como tenemos esas tres
grandes culturas, porque nosotros no podemos hablar de una cultura colombiana, así también
tenemos tres configuraciones de la familia en Colombia, según su historia. Hablemos primero
de una cultura de vertientes; así la han llamado algunos escritores colombianos para referirse
a la cultura antioqueña, caldense y en gran parte también santandereana; una cultura
costanera, aunque cobija gran parte del río Magdalena porque está en las planicies bajas, y
una cultura de altiplanos donde una densa población aborigen fue dominada por una casta
señorial. Démosle esa expresión ahora que comenzamos a explorar sus diferencias y sus
características, y la manera como ella configuró una forma de familia y por tanto una
psicología, un temperamento, un lenguaje, un folclor.

La cultura costanera procede de una forma económica que es la esclavitud. La esclavitud es


una forma de explotación económica que se caracteriza, entre otras cosas, por ser enemiga
acérrima de la estabilidad familiar en todas las partes donde ha ocurrido. Al señor esclavista le
interesa la fuerza de trabajo activa, no los costos improductivos; por tanto, compra la fuerza de
trabajo ala edad próxima a la producción y no le importa su reproducción.

Los sistemas esclavistas se caracterizan porque no tienen una forma de reproducción, esto
es, porque no se reproducen a sí mismos; necesitan una importación continua de fuerza de
trabajo extraña, sea por guerras, como en Grecia y en Roma; sea por compra o por cacería,
como lo hicieron los estados cristianos de los siglos XVI, XVII y XVIII al atraparlos en África y
realizar una importación masiva y continua que duró tres o cuatro siglos; como la servidumbre
es la que se reproduce y la esclavitud no, se requiere una continua fuerza de trabajo en venta
o en cacerías o en guerras. Por eso todos los estados esclavistas fueron en la antigüedad
estados en guerra permanente: necesitaban un movimiento continuo de nueva fuerza de
trabajo. ¿Para qué? Para mantener a bajo costo el esclavo. En cambio, la inversión que
consiste en mantener una familia para que se reproduzca ya no se justifica; por tanto, da lo
mismo que el tipo sea siervo, que se mantenga a sí mismo con su propio trabajo y que le
entregue al Señor apenas unas horas del día o unos días de la semana, como era la
costumbre.

La esclavitud no se reproduce, por lo que la familia bajo el régimen esclavista es más


inestable que la de cualquier otro régimen. En el momento en que se suprime el ingreso de
trabajo esclavo, entra en crisis el régimen económico de la esclavitud. Una parte de nuestro
país tiene en su historia una enorme influencia de la configuración esclavista, debido a que la
esclavitud es un producto de exportación; frutos de plantación tropical cosechados en
Jamaica, en Haití, en Cuba, en todas las costas caribes, se exportaron a los mercados
europeos, porque estaban vecinos a los centros de exportación, a los mares, a los ríos; por tal
razón, la región costanera fue poblada por una gran cantidad de fuerza de trabajo esclava.

La crisis de Roma se debe fundamentalmente a que los bárbaros ya no eran objeto de una
importación continua de fuerza sino más bien un peligro militar, de la misma manera que la
crisis griega se origina en que los griegos ya no eran capaces de someter a gran parte del
Asia Media a su propio sistema de explotación esclavista. Además, ya había visto Platón
desde su propio tiempo que la civilización griega se encontraba en serio peligro, precisamente
por la misma razón. La esclavitud entra en crisis siempre que se dificulta la importación de
fuerza de trabajo esclavista. En el siglo XIX las gentes africanas comenzaron a escasear, lo
que generó tal encarecimiento del precio de los esclavos en el sur de Norteamérica, en las
colonias españolas e inglesas y en las repúblicas latinoamericanas, que muchos prefirieron
pagar un salario bajo que comprar un esclavo.

En el momento, y eso no es edificante pero hay que decirlo claramente, en el momento en que
la esclavitud dejó de ser buen negocio, la idea de la libertad se puso de moda. Entonces las
religiones que habían convivido durante cuatro siglos alegremente con la esclavitud,
descubrieron que su idea del hombre, de la dignidad humana era tan alta, que resultaba
incompatible finalmente con la esclavitud. Pero sólo lo descubrieron cuatro siglos después de
haber convivido con la esclavitud. Lo descubren exactamente en el momento en que se hace
un mal negocio, cosa poco edificante.

Hegel había sostenido en su filosofía de la historia universal hasta qué punto era benigna,
favorable, la institución de la esclavitud, en sí misma mala, pero históricamente necesaria.
Mala para el hombre, pero para el hombre que esté suficientemente desarrollado, y buena
para que se desarrolle. Había sido claramente explicado por los teólogos como consecuencia
inevitable del pecado original, había sido fuertemente defendida por todos los pensadores
clásicos del liberalismo, sin excepción, que habían condenado como un atraco contra la
libertad de comercio la prohibición de la esclavitud, porque el hombre era un ser libre, libre de
vender y compra lo que quisiera, por ejemplo esclavos, y por tanto era un atentado contra la
libertad humana, es decir, comercial, porque el hombre el comerciante son la misma cosa para
el pensamiento liberal; la prohibición de la esclavitud era un atentado contra la libertad
humana. Finalmente los liberales, los protestantes, los católicos, diéronse todos cuenta que la
esclavitud era una cosa indigna de la naturaleza humana en el momento en que dejó de ser
un buen negocio; todos descubrieron que era incompatible esa institución con su alta idea de
la dignidad humana. Y entonces se acabó la esclavitud en Norteamérica y en Suramérica; en
el Brasil duró un poco más, pero finalmente también se acabó.

Se acabó la esclavitud ciertamente, y como ustedes saben, no siempre con el buen ánimo de
los esclavos, que se veían arrojados a un mercado de fuerza de trabajo donde la comida era
mucho más imprevisible que en la esclavitud misma, por lo que muchos de los esclavos
protestaban. Alegaban fidelidad, amor a sus amos y sobre todo su horror al mercado de fuerza
de trabajo; solicitaban el servicio de seguir siendo esclavos, pero no lo lograron. La abolición
de la esclavitud no fue una medida tan heroica como hoy la adjudican a ciertos próceres,
como a José Hilario López y antes a Bolívar; los españoles ya la habían decretado, con tal que
los esclavos los apoyaran en la guerra de Independencia. Era una medida mucho más
comercial y menos heroica y menos ideológica de lo que parece, por lo que se adoptó en
todas partes más o menos al mismo tiempo; en todas partes se encontró al gran profeta de la
libertad.

¿Qué ocurrió entonces en esas zonas que habían sido pobladas por la esclavitud? Pues que
se convirtieron en zonas de latifundio, de explotación por medio de peones o por medio de
agregados. El agregado se diferencia del esclavo en que él mismo se consigue la “lata”;
también trabaja gratis como el esclavo pero no hay que darle de comer, no es sino dejarle
algún pedazo de tierra para que él mismo se levante la comida; es una institución que todavía
es muy frecuente en Colombia. No hay que darle nada y en cambio trabaja gratis; el sistema
del agregado es un negocio muy bueno que hoy en día se emplea mucho en las dos costas
colombianas, sobre todo en la atlántica. Vivieron en poblados en lugar de vivir en parcelas, y
ese es un hecho muy importante para la constitución de la familia en una comunidad
originaria, y no aislados, como ocurre en Nariño, en Antioquia, en Caldas, que son mosaicos
de pequeños minifundios pero donde cada familia está encerrada dentro de su propia frontera.
En lugar de eso en la costa atlántica las familias están agrupadas en poblados, al igual que en
la costa pacífica, en el valle del Magdalena y en el Cesar, lo cual significa que desde el
comienzo viven reunidas. Esto tiene un efecto muy notable en el carácter de los costeños, y es
que son de muy fácil comunicabilidad entre sí; por tal razón se tratan de tú, de hermanos,
mientras que los antioqueños no saben cómo hablarse los unos a los otros: si de usted, si de
vos, si de tú. Por eso, en lugar de la timidez típica del ser que procede de la pequeña parcela,
tienen esta rápida comunicabilidad. Son las familias en las cuales hay menos patriarcado en
Colombia; allí la mujer cabeza de familia es muy frecuente; por su familia discurren varios
maridos, o a veces uno solo, pero ella mantiene un poder que se acrecienta con los años.

En la costa atlántica hay una institución incomprensible para las zonas boyacenses, por
ejemplo, y es la abuela: la abuela como fuente de poder, como autoridad, no como una viejita
que ya no se sabe dónde ponerla. Y es que la mujer no solamente es la base de la estabilidad,
el centro de la familia, sino que tiene un poder que crece a medida que se observa su
permanencia; además, muchas veces es el centro económico o la cabeza de hogar. Eso
significa que no padecen los costeños una micro dictadura familiar, como la padecen los
antioqueños, ni por tanto tienen que hacer lo que es clásico en Antioquia en el momento en
que surge la crisis de la pubertad: la volada de la casa a los 16 años. El joven se vuela de la
casa y se va «para arriba», es decir, para el Cauca, para el Valle, para Pereira; ahora los de
Pereira también se vuelan, pero antes los antioqueños se volaban para Pereira. En cambio, en
la costa viven sin la inhibición que significa un patriarcado mísero y dictatorial, para llamarlo
por ahora de un modo poco científico pero más o menos comprensible.

Ese patriarcado produce ciertamente muchas inhibiciones; fíjense en el carácter espontáneo y


directo de los costeños, en sus relaciones con el cuerpo mucho más sencillas y más
espontáneas; por ejemplo con el ritmo, con el baile: no hay nadie que baile peor en el mundo
que un antioqueño y nadie que baile mejor que un costeño. Ahí está una medida de la
inhibición marcada sobre el cuerpo y sobre las relaciones del cuerpo con el ritmo. Claro que el
antioqueño tiene muchas otras inhibiciones pero también muchas aspiraciones, mientras que
el hombre de pocas inhibiciones tiene pocas aspiraciones; esa es la otra cara del asunto.

Esa confianza primordial, es decir, ese lenguaje abierto, esa espontaneidad en el movimiento
y en las relaciones con el propio cuerpo, esa falta de inhibición sexual que a veces se
aproxima en ciertas regiones a la perversión colectiva, al animalismo, por ejemplo, les permite
recoger la música correspondiente, la música de ritmos africanos. Esto es un paréntesis, pero
un paréntesis muy importante; es un paréntesis teórico que les voy a hacer para que no se
vayan a despistar en esta caracterización de las tres culturas de Colombia y, por tanto, de las
tres órdenes familiares. Para que no se vayan a despistar les voy a hacer un pequeño
paréntesis sobre el difusionismo; el difusionismo es una forma de explicar las cosas por el
contagio: en tal parte existe tal cosa porque la recibieron de Africa, en tal parte existe tal otra
porque la recibieron de España; por ejemplo el pasillo, porque lo recibieron de la abuelita, pero
son los mismos pasillos.

En otras partes existen cumbias que son del Africa. De todas maneras es el origen lo que se
busca y no la significación; se llama difusionismo porque creen que los rasgos de las culturas
se explican por la difusión o contagio. Fue típico de la religión: donde veían a un Dios que
moría y volvía a resucitar, se imaginaban que tenían que haberlo copiado de otra religión
donde hay un fenómeno parecido. Así por ejemplo, los historiadores de la religión se
imaginaron que los centenares de casos de los dioses que mueren y resucitan todos los años
tienen que haber sido contagiados por uno primordial; por ejemplo, se imaginaban al principio
que Adonai era un Dios egipcio que muere descuartizado por los demás, se va a los infiernos
y al tercer día resucita. Hace tres mil milenios y medio que existe esa historia.

Todos los historiadores de la religión pensaban que alguno había copiado al otro. En realidad
no es necesario; todos son dioses agrarios y resurrección es el nacimiento de las cosechas y
todos resucitan en primavera y todos los dioses son enterrados en el momento de la siembra.
De la misma manera los antropólogos demostraron, especialmente Lévi-Strauss en un ensayo
magnífico sobre artes, que los rasgos artísticos aparentemente más específicos, corresponden
a cierto grado de desarrollo de la vida social y no se deben a que se hubieran conocido ni a
que tuvieran ningún contacto entre sí; uno de estos rasgos conocido como desdoblamiento de
la representación, que consiste en pintar el animal o la persona como si le hubieran cortado la
piel y la extendieran, que no es por tanto ni de frente ni de perfil sino como desenrollando, lo
tienen tribus de Estados Unidos, Canadá, centro del Africa y la China, que no se conocen
entre sí. De la misma manera, en las culturas que a nosotros nos interesa estudiar, no
debemos apelar al difusionismo. El difusionismo no explica nada. Una cultura tiene un
determinado rasgo idiomático, lingüístico, musical, familiar, etc., porque corresponde a su
organización, de manera que el hecho de que exista una música en la costa no se explica
porque la hayan importado de talo cual parte; al contrario, es la sociedad, la cultura la que
explica por qué pudo haber importado esa y no otra.

Por esto hay que voltear el difusionismo al revés para abandonar el irracionalismo histórico,
que generalmente se esconde bajo una capa de erudición en lugar de analizar por qué en una
sociedad se produce un fenómeno; se busca de dónde se importó, cuando ese no es el
problema central; si se importó es porque le corresponde. Hay muchas otras cosas que entran
en contacto con una sociedad, y a pesar de que se las trata de imponer, no es posible porque
no le corresponden.

Por eso el cristianismo, que es una religión que corresponde a la familia patriarcal, no pudo
imponerse en ciertos países africanos. Aunque los cristianos europeos dominan por milenios
un país donde no existe la familia patriarcal, no pueden imponer el cristianismo, como en las
patrias árabes; por ejemplo, pudieron dominar Argelia durante centurias, pero no volverla
cristiana. Así sucede en las costas atlántica y pacífica porque donde la familia patriarcal no
impera, el cristianismo no tiene nada que hacer. A un señor que tiene su harén en la otra
pieza, hablarle de crucifixión es nulo porque no quiere oír. Eso es obvio y específico de la
familia patriarcal, de una determinada estructura de la familia patriarcal. Por eso en las
regiones donde la familia patriarcal es muy débil, donde el patriarca no ejerce su micro
dictadura doméstica, el cristianismo no se desarrolla ni echa honda raíz colectiva. Claro que
en cosas particulares sí, pero no en la vida de la sociedad; a pesar de que sea la religión
confesada, la religión oficial, a pesar de que no está en competencia con ninguna otra, no
hunde sus raíces en el ánimo de las gentes, no se convierte en esa obsesión particular que
caracteriza, por ejemplo, a la religiosidad antioqueña.

De manera que nosotros encontramos otro rasgo de la familia no difundido sino adecuado, no
importa si los rasgos que vamos a descubrir son traídos o producidos en el terreno. Los que
son traídos, lo son porque corresponden a lo que la gente es, si no, ni siquiera hubiesen sido
aceptados. Por eso no se dejen despistar por la falsa erudición histórica del que sabe que tal
rasgo procede de tal parte, pero no qué significa; de los comparatistas que siempre saben a
qué pintores del futuro influenció y de quiénes padeció la influencia, pero no saben qué
significa lo que pintó, ni lo que pintaron los que aparecieron. Esa forma de crítica histórica
difusionista debe desecharse para poder pensar la cosa misma, es decir, una organización
especial, una estructura. Tenemos, pues, que en esa estructura costanera nos encontramos
con una carencia primordial, la carencia de un patriarcado; la debilidad de esa formación
familiar tiene un origen económico muy evidente: primero su historia, que procede de la
esclavitud, y segundo que la familia se formalice allí donde hay pequeña propiedad, y no
donde no hay más propiedad que la de los latifundistas, y fuera de la propiedad de los
latifundistas hay unos peones y agregados; entonces es evidente que la familia se debilita
enormemente y sobre todo que no tiene ninguna estabilidad.

La familia es una necesidad para el parcelero. En las regiones donde se funda una agricultura
personal o una colonización campesina directa, la familia corresponde a la llamada división
natural del trabajo, y mientras el hombre echa hacha, la mujer prepara el almuerzo, por
ejemplo. De cierta manera los niños colaboran desde chiquitos y la señora con su huerta, con
su cría de gallinas, se convierte en una necesidad; pero para un señor que es peón de una
mina y que vive allá, si se casa no encuentra una colaboración tan clara como la que
encuentra una pequeña familia parcelera; es más bien una división del suelo que se va
subdividiendo a medida que le van llegando más hijos. Por eso la familia es inestable donde
reina el salario, y la prostitución crece precisamente donde reina el salario y disminuye donde
reina la pequeña propiedad. Es un fenómeno típico del paisaje cultural colombiano;
tendríamos que hacer varios mapas de Colombia: mapas de prostitución, de delincuencia, y
todos los mapas montados sobre un primer mapa: el mapa de la propiedad privada, de las
formas de propiedad y de las formas de relaciones económicas.

En Antioquia la parcela genera rasgos en cierto modo contrapuestos a los que produjo el
latifundio en la costa; por ejemplo, el aislamiento originario; ya les había dicho que el
antioqueño es de carácter reservado y tímido. Pero también la parcela es una contradicción,
por lo siguiente: porque en la misma medida en que encierra a la gente en esa misma medida
la expulsa, no tiene más relaciones con sus vecinos que relaciones de compadrazgo y de
linderos; su vida social es los domingos en la plaza y en la misa y se acabó; regresa al silencio
parcelario, a la falta de diálogos, al empleo del mínimo lenguaje, un silencio cada vez más
extraño para nosotros, que vivimos rodeados de millones de palabras a todas horas; la cultura
de las vertientes es una cultura cuyo principal rasgo histórico es que fue fundada por colonos
libres y no bajo la forma ni de servidumbre ni de esclavitud. La homogeneidad social que ello
produce es muy notable en Antioquia en la época de finales de la Colonia, durante el gobierno
de Mon y Velarde, uno de los hombres más importantes, naturalmente; un gran pensador. Él
calculaba que a finales de su gobierno las dos terceras partes de la población serían
propietarias de tierras, un dato muy notable; el propósito de su gobierno era tratar de lograr
que toda la población fuera propietaria de la tierra e hizo una gran campaña en ese sentido,
una reforma agraria de verdad, no de las de ahora. En la población que se formó de una
manera tan homogénea se observa esa homogeneidad en su lingüística, que se fue
desarrollando en el trato; donde hay una dominación largamente prolongada, ésta marca el
lenguaje y entonces la gente dice su merced; donde hay una homogeneidad largamente
prolongada la gente dice don Fulano, porque la diferenciación de clases no marcó la forma del
lenguaje. Por ejemplo, en Antioquia el castellano que emplean hoy los trabajadores y el
castellano que emplean los ricos es muy similar, mientras que en otras regiones, como
Cundinamarca, el habla popular y el habla de la aristocracia parecen dialectos diferentes. Eso
es la huella de la homogeneidad.

Otra huella muy característica de la homogeneidad que produce un tipo de estructura familiar
de un pequeño propietario —un reverso negativo pero muy típico de la homogeneidad— es el
regionalismo. El regionalismo es característico de una región que tiene dos rasgos: primero,
una cierta homogeneidad social, y segundo, un excedente demográfico. La primera se da
porque donde hay una casta señorial, una aristocracia y una servidumbre nadie es
regionalista. La servidumbre porque no se siente orgullosa de sí, sino avergonzada de existir,
y la aristocracia porque no se siente orgullosa de ser de donde son esos indios, sino de
proceder de España o de otra parte. Esto significa que donde no hay una cierta homogeneidad
social no reina el regionalismo nunca. Eso marca la literatura.

Ustedes ven, por ejemplo, la literatura de poetas que están siempre buscando la manera de
escribir como algún europeo, sobre un problema que nunca han vivido ni se ha presentado en
su región, y la diferencia que tiene con la forma de literatura que fue particular de Antioquia en
los primeros años de este siglo y en los últimos del siglo pasado. Tomás Carrasquilla,
Fernando González, etc., son gentes que escriben con cierto orgullo en su propio lenguaje,
como el habla popular vuelta literatura, en lugar de un habla ultra gramatical especialmente
separada de la forma lingüística del pueblo. Ven ustedes cómo se expresa la estructura
económica en la forma lingüística, literaria e ideológica; es un rasgo muy característico de una
región en la cual se configura la familia como pequeña propiedad, como familia patriarcal,
como división natural del trabajo; se consolida, por tanto, como una familia muy firme y
produce en la población grandes contradicciones: por una parte, la hace conservadora, y por
otra la hace emprendedora, porque la expulsa. En la parcela todos viven aislados, a los otros
no los ven sino el domingo y por tanto con pena, y se tapan la cara con la ruana, pero cuando
cumplen quince años no caben porque la parcela es suficiente apenas para que la trabaje el
papá, que suele tener ocho, diez hijos; las cinco hectáreas fueron buena cosa para el señor
pero para los ocho hijos no son nada porque no caben ahí, entonces les toca irse; por
consiguiente la parcela, al mismo tiempo que aísla, que impone limitaciones e inhibiciones,
obliga a la gente a emprender la búsqueda de una nueva colonización, a fundar otra parcela, a
irse para alguna parte, a buscar alguna aventura, a buscar vida. De manera que crea ese
carácter tan extraño de gentes que son al mismo tiempo conservadoras y aventureras,
religiosas por la estructura familiar y sin embargo jugadoras, como ocurre en el Quindío,
donde la gente sale de la misa el domingo a echar dados.

Esa contradicción de la misa y el dado es la contradicción de la parcela que contiene y


simultáneamente aísla y expulsa, y que es parte importante de lo que nosotros denominamos
el alma colombiana; esa es la clave de la pelea con el papá, cuando a los 16 o 17 años el
muchacho se vuela de la casa con su varita y su ataíto; es una pelea que tiene la
particularidad de que, aunque ciertamente el hijo se rebela y no acepta más micro dictaduras,
la rebelión consiste en que se va a imitar al papá; es una identificación. El hijo se va, se busca
su novia de vereda y la va a tratar exactamente como el papá trató a la mamá; va a coger su
parcela como el papá la cogió y peleó con su papá para convertirse él en el papá.

Esa es la pelea identificatoria del carácter de nuestras zonas de vertiente y es una forma de
vida, es un carácter, es una ideología interior. Muy diferente de lo que podemos considerar
como nuestra cultura costanera latifundista, donde se produce un temperamento mucho más
abierto, más descomplicado, más espontáneo. Pero así como no hay nadie que lo oprima a
uno desde chiquito con su gritería y con su mandonería, tampoco hay nadie a quién superar,
tampoco hay nadie de quién librarse y así no hay muchas inhibiciones ni muchas aspiraciones.

En el otro sector de la cultura colombiana, es decir, del pueblo colombiano, porque yo no me


refiero a las aristocracias pues las aristocracias no tienen en realidad mucha importancia
cultural; el hecho de que se cojan para sí toda la plata y exploten a todo el mundo no significa
que tengan mucha importancia. En el otro sector —decía— del pueblo colombiano, nos
encontramos con unas regiones en las cuales la historia produce un fenómeno completamente
diferente y es que el poblamiento fue señorial; allí donde los españoles encontraban a quién
explotar lo explotaban, allí donde no había una población aborigen propicia a la servidumbre
les tocaba poblar a ellos mismos la región; por ejemplo, en las zonas donde encontraron tribus
agrarias organizadas, como en Nariño, como en la meseta cundiboyacense, en la que los
chibchas organizaron una explotación de tipo servil, los convirtieron en siervos. Es una cultura
de altiplanos, llamémosla así para darle una denominación geográfica inapropiada, es cierto;
pero lo importante no es el nombre sino el contenido de la cosa, lo importante es que la
sepamos describir bien y no que la llamemos bien; no nos obsesionemos con las palabras.
Llamémosla de altiplano, o si ustedes quieren, de origen servil.

El valle es un fenómeno muy interesante y hay muchos fenómenos que no entran en estas
culturas. Yo estoy hablando de los grandes rasgos de la cultura y de la vida del hombre
colombiano; por ejemplo, el llanero no entra en ninguna de las tres; es un fenómeno distinto,
numéricamente en Colombia no es muy importante. Los más importantes son los tres rasgos
culturales que les voy a decir. Ustedes encuentran por ejemplo en Boyacá y en Nariño, a
pesar de que están separados por el espacio, a pesar de que entre los dos hay culturas de
ríos, de bogas, culturas propiamente costaneras, encuentran un extraño parentesco en el
lenguaje, en los giros que conservan del siglo XVI, tales como el su merced y en los que
expulsan el vos. El vos es una forma del vosotros, una forma del lenguaje típico antioqueño y
rioplatense, es decir, vosotros sois se reduce a vos sos, se le quita la i; vosotros queréis, vos
querés, se reduce el vosotros a un vos quitándole el plural y reduciéndolo en una segunda
persona del singular que procede de la segunda persona del plural, a la que se le quita el
carácter plural quitándole la i en la conjugación del verbo. Todas las formas en las que el
castellano del siglo XVI expresa sus excepciones señoriales son expulsadas de las regiones
minifundistas, porque nada tiene que hacer con la tradición y el apellido quien nada hereda.
No es muy importante tener un pergamino que diga que el abuelo de uno era Fulano o
Mengano si uno no heredó un pedacito de tierra; eso se le va olvidando. Lo que no se olvida
es cuando además del pergamino escrito con letra muy retorcida, está el latifundio que
demuestra que el abuelo en realidad era muy importante porque si no fuera por él, uno sería
un indio como los otros indios, y los peones trabajan para uno porque el abuelo era
importante.

El origen de las formas señoriales se borra en la pequeña parcela donde no se hereda nada y
queda sin la huella lingüística, mientras que en la gran propiedad donde se conserva la forma
latifundista por herencia, el antepasado es importantísimo y la aventura nula, porque el
nacimiento decide lo que uno es: si fue latifundista pues uno debe ser un latifundista, ahí no
hay más que hablar. De tal manera que el nacimiento se constituye en un destino y
prácticamente desde el momento en que nace uno sabe ya qué va a ser de ese señor, cómo
va a hablar, cómo le van a hablar, si le van decir de tú o le van a decir de su merced, con
quién se va a poder casar y con quién no se va a poder casar, a quiénes va a poder amar con
un amor expresivo y a quiénes no va a poder amar más que con una pasión oculta. Todo lo
que le va a pasar ya lo saben cuando lo bautizan. Cuando uno ya está previamente definido y
clasificado, en el momento mismo en que pega el primer alarido ya se sabe que el espíritu que
allí se genera no va a ser muy aventurero; eso es lo que ocurre cuando hay lo que los
sociólogos llaman clases con muy poca movilidad, es decir, señores siervos y señores
propietarios. Los siervos no se convierten nunca en propietarios y los propietarios no se
convierten nunca en siervos; por tanto, lo que llaman movilidad social escasea en una cultura
en la cual la forma de dominación tiende a ser interiorizada, a diferencia de la esclavitud; en la
esclavitud la explotación no se interioriza; los esclavos son más libres que los siervos, porque
los siervos tienen el amo adentro y los esclavos lo tienen afuera, con su látigo y todo, pero
afuera; con su capataz, pero afuera. Por consiguiente, si el amo se descuida se vuelan y se
vuelven cimarrones; en cambio, para el siervo el amo no se descuida nunca porque lo lleva
adentro; por eso la servidumbre no se puede producir sin una previa dominación ideológica,
llamada con un nombre muy conocido: religión. Por eso los encomenderos eran señores a
quienes especialmente les encomendaban los indios, es decir, les encomendaban que trajeran
el cura doctrinero (así lo llamaban los españoles) para que los catequizara, porque si no lo
hacían, si no los convertían, como diríamos hoy, los indios no servían para siervos.

El siervo es el que tiene la explotación interiorizada, el que funciona realmente cuando lleva el
amo por dentro; por tanto, es una forma de vida y de civilización en la que los principales
rasgos proceden de la interiorización de la dominación. Donde había tribus con sus propios
caciques, ellas mismas agobiadas de tributos, fue muy fácil para los españoles imponer una
forma de servidumbre; donde no las había, hicieron lo mismo que los ingleses hicieron en
Norteamérica. La diferencia no es religiosa, como algunos creen; que como los ingleses eran
bárbaros protestantes mataron a los pieles rojas y los echaron a bala en lugar de mezclarse
con ellos, como los católicos en su infinita bondad lo hicieron aquí en Latinoamérica. Pues los
ingleses hicieron con los pieles rojas exactamente lo mismo que los católicos hicieron con los
pijaos o con los aburraes o con los caribes o con todas las tribus cazadoras y recolectoras que
no servían para la servidumbre: los mataron y no se mezclaron con ellos. El que no sirvió para
la servidumbre fue simplemente suprimido, protestantemente allá y católicamente aquí.
Fueron suprimidos y se les podía hacer guerra justa porque se los consideraba consumados
apóstatas y no sólo paganos. Paganos eran los explotables, y apóstatas los irreductibles a la
servidumbre; esta era la formulación teológica del problema. Por tanto, se les podía hacer
guerra justa a aquellos a los que no se podían volver siervos.

De manera que tampoco se dejen despistar mucho por esas formulaciones teológicas del
problema. Los ingleses explotan a la gente que pueden explotar donde la encuentran. En
Norteamérica no había tribus agrícolas importantes, en la India sí las había y las explotaron
bien explotadas y las dejaron en una miseria peor de la que dejaron los españoles en
Latinoamérica. Algunos espíritus liberales creen que Norteamérica tuvo la fortuna de haber
sido dominada por Inglaterra en vez de los bárbaros españoles que no piensan sino en el
honor y no quieren trabajar; pero los hindúes tuvieron la poca fortuna de ser dominados por
Inglaterra y ya los ven cómo van. De tal manera que no hay que pensar que es la psicología
de los pueblos ni el carácter de la religión lo que determina la historia.

Contra lo que el doctor Indalecio Liévano Aguirre piensa, contra lo que el doctor Alfonso López
Michelsen piensa, vale decir ciertamente que los sermones no son el motor de la historia y que
la diferencia entre los sermones evangélicos y los sermones católicos no es la causa de las
diferencias entre Norteamérica y Latinoamérica sino otras mucho más profanas. Esta tercera
forma que estoy comenzando a referir se produjo en las regiones que se poblaron en forma de
dominación señorial de una población aborigen ya desarrollada desde el punto de vista
agrícola, y organizada, unificada y con jefes. En primer lugar, para que una tribu pueda ser
derrotada se necesita que esté unida y que tenga jefes. Los pijaos no podían ser derrotados
porque los caciques eran mucho más variables; cada tribu producía su pequeño líder,
desaparecía y producía otro. Eran tribus cazadoras y recolectoras con un desarrollo agrícola
mínimo; por eso no estaban asentadas en un espacio limitado, por eso eran móviles;
migratorios crónicos, como los caribes en casi toda la costa, no podían ser derrotados y
menos aún esclavizados. El problema principal de los negreros (no creo que ustedes lo hayan
leído en la historia de Colombia, que se ocupa tan poco de estas cosas) era evitar el suicidio,
que era uno de los costos mayores que tenían los esclavistas, tanto los luteranos como los
papistas, porque muchas tribus eran gentes cazadoras y recolectoras, e inmediatamente caían
en la servidumbre tendían al suicidio. El suicidio colectivo fue uno de los problemas más
graves en la conquista española y el que menos se menciona porque no es de muy grata
recordación, sobre todo para quienes pretenden ahora defender las ideologías que entonces
justificaron aquellas acciones.

Por ejemplo, en Cuba se suicidaron sociedades enteras tomando alimentos envenenados;


entre los aburraes se suicidó una tribu entera. Ven ustedes que poco servían para la
servidumbre y por eso la cultura a la que me estoy refiriendo está sólo donde había una
cultura aborigen desarrollada, agraria, ya organizada. Padecía, pues, 500 años de
servidumbre y ese pasado es optimista. Pero creo que ustedes se imaginan, sin necesidad de
tener un vuelo muy alto de su imaginación, lo que puede ocurrirle a una población para la cual
la infancia —porque la infancia es el origen de nuestro carácter, de nuestro modo de ser— es
la única escuela real. La estructura familiar es la escuela primordial porque no es la que
enseña cosas sino la que hace el carácter, no es la que transmite conocimientos sino la que
constituye el modo de ser, el modo de sentir, de pensar y actuar, de vivir el cuerpo, el amor.
Imagínense la escuela que significa para una cultura en conjunto el haber pasado su infancia
en una familia con un padre vencido, con un padre que diga «mi amito», con un padre que
incluso puede ser desalojado. Vean ustedes la sumisión y la hostilidad que pueden
combinarse a raíz de ese origen: en lugar de altivez y cordialidad, hostilidad y servilismo.
Afortunadamente también hostilidad, porque en la pareja hostilidad y servilismo, lo que yo
considero bueno es la hostilidad y malo el servilismo, y lo que los señores que se aprovechan
de esa situación consideran bueno es el servilismo y malo la hostilidad.

Yo lo que considero bueno, meritorio y progresista en el carácter de las regiones que se


formaron en la esclavitud, es la pereza, porque la pereza es una manifestación de la dignidad
humana, es la manifestación de que uno cuando está interesado en hacer un trabajo tiene y
por qué ser diligente, y no como las mulas, que son muy diligentes en llevar la carga aunque a
ellas no les interesa nada. Los hombres afortunadamente no son mulas y por eso son
perezosos, protestan contra un trabajo que no los transforma y en el cual no está su futuro. Es
una protesta interiorizada, convertida en casi inercia total, que se llama pereza: es un grito de
dignidad humana, que les choca mucho a los esclavistas, pero que es una buena cosa de los
esclavos. Y no es nada de la psicología de ningún pueblo. Esos señores que creen tanto en la
psicología de los pueblos, esos antropólogos ingleses, esos psicólogos colectivos,
consideraban hace no muchos años que había pueblos perezosos, pueblos inertes,
entregados a la contemplación de su propia barriga, desinteresados del mundo circundante. Y
tenían un ejemplo por encima de todo: el pueblo chino. Pero pasaron 29 años, y ese ejemplo
se les está volviendo inquietantemente poco perezoso, inquietantemente activo. De tal manera
que la psicología de los pueblos se les cambió en una forma repentina. Ojalá les siga
ocurriendo.

En nuestro caso, en Colombia tenemos una forma cultural en la cual se han desarrollado
mucho, se han adherido al lenguaje, todas las configuraciones del castellano del siglo XVI
correspondientes a la dominación, a la interiorización de la servidumbre. En la música han
preferido todo lo que expresa el fracaso, el amor imposible, el amor lejano. El famoso pasillo
lleno de colores, música de esclavos satisfechos de su esclavitud, música de siervos que han
interiorizado su servidumbre, una gran cosa para llorar de pasión, un chinguis chingui chinguis
lo menos musical que pueda conseguirse. Bueno, eso somos nosotros, esas tres culturas
cada vez más mezcladas en la licuadora que se llama vida urbana, donde se van volviendo
una sola, donde se están convirtiendo ya no en tres culturas sino en una sola clase, que es
cosa muy distinta. Cali es un ejemplo como ningún otro en Colombia de mezclas, de
descomposición de tradiciones cultura1es campesinas en una forma de vida que produce una
cosa nueva; no es ninguna de esas tres, es otra cosa, y esa otra cosa es la que les interesa a
ustedes. Este era más que todo un paseo, una diversión, un establecimiento hasta cierto
punto de un método de observación que he procurado hacer en esta primera charla sin
término; es un simple recordatorio del origen de las tres culturas que ya hoy llevamos casi
todos dentro, que en cierto modo somos, y de cuya descomposición va a salir el colombiano
de mañana. Ojalá se descompongan ligero y salga bien distinto.

También podría gustarte