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2
TRADUCCIÓN
Mona

CORRECCIÓN Y REVISIÓN FINAL 3


Mona & Sara

DISEÑO
Moreline
SINOPSIS 5 15 169 30 341

1 10 16 180 31 354

2 21 17 189 32 365

3 38 18 199 33 373

4 40 19 216 34 388

5 50 20 217 35 398
4
6 64 21 225 36 406

7 74 22 238 37 414

8 90 23 254 38 420

9 107 24 270 EPÍLOGO 433

10 111 25 278 HEY, MISTER


MARSHALL 450
11 128 26 294
ACERCA DE LA
12 137 27 305 AUTORA 451

13 146 28 318

14 150 29 331
Bronwyn Littleton, de dieciocho años, está enamorada de un
desconocido que conoció en una noche de verano hace un año.
Un desconocido que era alto y ancho de una manera que la hacía sentir
segura. Tenía unos ojos azul oscuro que ella no puede dejar de dibujar en su
cuaderno. Y tenía una voz profunda y relajante que ella no puede dejar de
escuchar en sus sueños.
Pero eso es todo lo que sabe de él.
Hasta que se encuentra con él de nuevo. En la escuela St. Mary's para
Adolescentes con Problemas —un reformatorio solo para chicas—, donde está
atrapada por un pequeño delito que cometió en nombre de su arte.
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Ahora sabe que el hombre de sus sueños tiene un nombre: Conrad
Thorne.
Sabe que sus ojos son mucho más azules y hermosos de lo que ella
pensaba. Y que su cara es el país de las maravillas de un artista.
Pero también sabe que Conrad es el hermano mayor de su mejor amiga.
Lo que significa que está completamente fuera de los límites. Por no hablar de
que es el nuevo entrenador de fútbol, lo que hace que esté fuera de los límites
dos veces.
Sin embargo, lo que hace que esté fuera de los límites tres veces, y que
todo este escenario sea una tragedia épica, es que Conrad, el hombre de los
sueños de Wyn, tiene su propia chica de sus sueños.
Y está tan enamorado de la chica de sus sueños como Wyn lo está de él…
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7
Sueño (s.):
Un mosaico de pensamientos, ideas e imágenes que pasan
por tu mente mientras duermes.
También, un objetivo o una ambición.

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Sueño roto (s.):
No hay tal cosa. Porque los sueños no se rompen.
Evolucionan y se transforman y crecen a medida que tú creces.
Sueños son lo que tú haces de ellos.
PARTE 1 9
Hace dieciocho meses.

H
ay un hombre al que estoy mirando.
Llamémoslo Hombre Misterioso.
Es alto. Y ancho.
De hecho, es tan alto y tan ancho que se sale de la ropa. Lo
es.
El traje negro que lleva apenas puede contenerlo. Parece que sus hombros,
musculosos y totalmente esculpidos, van a salirse de la chaqueta del traje. Y ese
pecho que parece duro como una roca y cortado va a arrancarse de su camisa
de vestir blanca.
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Ese es el primer indicio de que no es de aquí.
No por el hecho de que sea posiblemente el hombre más fornido y atlético
que he visto en mis cortos dieciséis años y medio de vida. Pero el hecho de que
su traje está claramente mal ajustado y anticuado.
Lo que me hace pensar que no se lo pone a menudo, o que incluso si se lo
pone, no se preocupa de estar al día con los últimos estilos y modas o que su
cuerpo es demasiado grande para ello.
Qué fascinante.
No preocuparse por cosas tan tontas y superficiales.
En realidad, no. Eso no es lo más fascinante de él.
Lo más fascinante de este Hombre Misterioso es su cabello.
Es largo.
Bueno, más o menos.
No solo se enrosca en las puntas, tocando y rozando el cuello de esa
anticuada chaqueta de traje, sino que también cae sobre su frente. Algunos
mechones cuelgan incluso hasta las cejas. Y luego hay mechones que revolotean
sobre el costado de su cara.
Según los estándares de esta ciudad, necesita un corte de cabello y
gomina. Un peine también, tal vez.
Y no quiero que le pase nada de eso, porque, Dios, nunca he visto un
cabello así. Puede que haya visto un físico como el suyo —aunque lo dudo; en
mi tierra no hay nadie tan alto ni tan grande como él—, pero no el cabello.
Me gustaría poder decir el color exacto de su cabello, pero está de pie en
un rincón tan oscuro y solitario de este salón de baile espacioso pero abarrotado,
que no puedo.
Ni siquiera puedo ver su cara con claridad.
Todo lo que puedo ver son las líneas que cabalgan en lo alto de sus
pómulos y los ángulos que se inclinan tan bellamente en su mandíbula.
Pero todo lo que puedo ver me tiene totalmente convencida de que
definitivamente, definitivamente, no es de Wuthering Garden, el pueblo en el que
vivo. El pueblo del que no me aventuro a salir.
Porque los pueblos que rodean nuestra ciudad están “por debajo de
nosotros”.
Al menos eso es lo que dice mi madre.
Dice que esas ciudades están llenas de gente pobre, desesperada y de clase
media que no sabe nada de nuestras ricas y fabulosas costumbres. De hecho,
esa gente haría cualquier cosa por aprender nuestras costumbres y ser como
nosotros. 11
Así que tenemos que protegernos de ellos.
Tenemos que ceñirnos a nuestra ciudad, a nuestra gente y a nuestra
sociedad pija, donde la gente se corta el cabello con regularidad y nunca se pone
nada de la anterior temporada.
Así que tal vez debería quedarme aquí, en mi propio rincón oscuro y
solitario que muy amablemente sirve de escondite, y no acercarme a él.
Probablemente no debería pensar en preguntarle su nombre o de dónde
viene. O qué está haciendo aquí en esta fiesta.
Por no mencionar, ¿por qué parece que no respira?
Aunque podría estar equivocada en eso. Sobre lo de no respirar.
Porque, como he dicho, yo estoy aquí, escondida entre dos plantas, y él
está allí, casi en el extremo opuesto del salón. Pero juro por Dios que no lo he
visto moverse ni una sola vez en los últimos diez minutos que lo he estado
observando.
No le he visto pedir una copa cuando pasaba el camarero ni saludar con
la cabeza a ninguna de las personas que han pasado por su lado y se han
detenido a mirarlo. Tengo la sensación de que no ha sido porque parezca que no
pertenece a este lugar, sino por lo rudo e interesante que es.
Porque la mayoría de los que se detuvieron y le dieron una segunda mirada
fueron mujeres. Incluso las madres de algunos de mis compañeros de clase.
Pero, de todos modos, no es de mi incumbencia por qué aparece tan
inmóvil o cuál es exactamente el color de su cabello. Debería quedarme en mi
escondite y dejar de observarlo.
Debería preocuparme por mí misma.
Debería; esta noche es una gran noche para mí. Más o menos.
Sin embargo, parece que no voy a preocuparme por mí. Parece que voy a
salir de mi escondite y acercarme a él. Incluso doy unos pasos en su dirección,
y por supuesto ese es mi primer error.
Porque por supuesto me pillan.
Mi madre.
—Bronwyn. —Su voz airada detrás de mí me detiene en seco—. ¿Qué estás
haciendo?
Aprieto los ojos y cuelgo la cabeza.
Mierda.
Y lo estaba haciendo muy bien.
Para alguien que no se esconde mucho en estas fiestas, lo estaba haciendo
fenomenalmente bien. Había conseguido encontrar este precioso lugar en mi
segundo intento. E incluso había conseguido calmarme medio a medio de todo
el asunto de la gran noche hasta que me distraje con mi Hombre Misterioso.
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Y ahora he perdido mi oportunidad.
Maldita sea. Maldita sea. Maldita sea.
—¡Bronwyn!
Cuando la voz de mi madre alcanza un nivel chillón, abro los ojos, suspiro
y me doy la vuelta, pegando una sonrisa despreocupada y alegre en mi cara.
—Hola, mamá.
Mientras el rostro de mi madre es sereno y tan bello, sus ojos —marrones
y bonitos— están furiosos.
—¿Qué haces? ¿Dónde has estado?
—Solo estaba, eh, tratando de encontrar agua —digo, manteniendo la
sonrisa en su lugar—. ¿Recuerdas?
Eso es lo que le dije a mi madre nada más llegar a la fiesta. Que iba a
buscar agua. Me dijo que volviera enseguida y le dije que lo haría.
Solo que, en lugar de agua, quería simplemente… respirar. Así que me
puse a cubierto y me escondí.
Pero iba a volver. Lo iba a hacer.
Nunca le haría eso a mi madre o a mi padre.
—¿Desde hace media hora? —pregunta ella, levantando una ceja
sospechosa.
Vaya.
—También fui al baño —digo, mintiendo de nuevo, tratando de mantener
su ira a raya—. Había una larga cola. Y entonces me encontré con Christine, del
colegio, y nos pusimos a hablar. Me estaba contando su viaje a Europa este
verano con sus padres. Dijo que fue increíble. Roma fue mágica. Quiere volver a
ir el año que viene y…
Me despido porque mamá ha dejado de escuchar. Y menos mal, porque no
sé si Christine encontró la magia de Roma o si realmente piensa volver.
Se lo pregunté hace unos días, cuando me la encontré en otra fiesta como
esta, pero no me respondió. Estoy segura de que me oyó; éramos las únicas dos
personas en el baño en ese momento y ella estaba de pie dos lavabos más abajo,
retocando su lápiz de labios.
Pero el caso es que Christine no me habla mucho; piensa que soy rara. Y
extraña.
Ella me lo dijo. Hace un par de años.
He intentado disipar esa idea, de ahí la charla informal que intentaba
iniciar el otro día, pero hasta ahora no he tenido mucho éxito. 13
Pero no se trata de eso.
La cuestión es que mi madre ha dejado de escuchar y ha empezado a
observarme.
De la misma manera que Christine y todas las chicas de mi clase.
En la forma en que me dicen que están comprobando si he mejorado desde
la última vez que me vieron. Si mi piel fantasmalmente pálida ha florecido con
color. O si mi cabello castaño, tan apagado como la suciedad, ha desarrollado
un brillo de la noche a la mañana. Ah, y si mis ojos, grises y, de nuevo, tan
pálidos como un fantasma, de modo que parecen plateados, parecen… menos
fantasmales.
Lo cual está bien.
Estoy acostumbrada.
Me preocupa más el qué y si mi madre ha encontrado algo sobre mí. No
debería. Quiero decir, estoy impecable ahora mismo. Tan impecable como puedo
estar con mi extraña apariencia, pero, aun así.
—¿Te has estado mordiendo los labios?
Oh, mierda.
Me olvidé completamente de eso. Que lo he hecho porque he estado muy
nerviosa y que no debía hacerlo. Porque arruinaría mi lápiz labial.
—Lo siento. Yo…
Me detengo porque me doy cuenta de que he cometido el segundo error de
la noche: llevarme la mano a los labios y, a su vez, exponer mis manos a mi
madre.
Si creía que estaba loca antes, estaba equivocada. Ahora está enfadada.
Tan furiosa que estira la mano y me la coge con fuerza. Se queda mirando mis
dedos, sucios y manchados de tinta. Y antes de que pueda decir algo, estallo:
—Mamá, yo solo…
—¿Por qué nunca me escuchas? —sisea—. ¿Por qué todo es tan difícil
contigo? Te lo dije, ¿no? Que esta noche es importante. Tienes que comportarte.
Tienes que estar perfecta. Pero no, por supuesto que no escuchaste, y ahora
tienes las manos sucias porque no puedes alejarte de tus hábitos inútiles.
Martha tiene mejores manos que tú.
Martha es nuestra ama de llaves —y mi amiga— y tiene mejores manos
que yo. Siempre están limpias y sus uñas nunca se rompen a pesar de que cada
semana friega cada centímetro de nuestra casa de arriba a abajo. Y siempre me
da consejos para mantener mis dedos y mis uñas limpias. Pero a mí siempre se
me olvida.
Me debato en su apretado agarre.
—Mamá, lo siento. Voy a lavarme las manos ahora. Yo…
—¿Qué está pasando aquí?
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Esta vez es mi padre quien me corta el paso.
Llega con un vaso de vino tinto y un enorme ceño fruncido entre las cejas,
que sé que solo se va a hacer más grande cuando mamá responda a su pregunta.
Que es lo que va a hacer.
Mi madre nunca desobedece a mi padre.
Nunca.
—Lo ha vuelto a hacer —dice mamá con un suspiro molesto, soltando mis
manos.
Tenía razón; el ceño de papá se frunce enormemente. Sus labios se fruncen
también mientras me mira.
—¿Es cierto lo que dice tu madre? —Llevando mis manos hacia atrás y
escondiéndolas de mi padre, trago saliva—. ¿Es cierto, Bronwyn?
Asiento con un movimiento de cabeza.
—Sí. Pero yo…
Aprieta los dientes.
—¿Cuántas veces he dejado que te salgas con la tuya?
—Papá, yo…
—¿Cuántas veces, Bronwyn?
—Desde hace años. —Le doy la respuesta esperada.
—Sí. Desde hace años. ¿Y por qué?
—Porque eres mi padre y me quieres. Pero tengo que madurar ahora.
—¿Y eso por qué?
El corazón se me aprieta en el pecho y trago saliva para mantener a raya
mis emociones.
—Porque ya no soy una niña. Soy una adulta y necesito… necesito ser una
buena hija.
—¿Y tú de quién eres hija?
Vuelvo a tragar.
—Jack Littleton. El fiscal.
Lo es.
Es un fiscal muy conocido y apreciado, sobre todo porque proviene de una
familia rica, pero ha elegido servir al público. Siempre está en las noticias,
siempre da entrevistas, es invitado a eventos y fiestas. También es muy popular
en DC, es amigo de congresistas y senadores.
Así que básicamente todo el mundo conoce a mi padre.
Lo que significa que todos conocen a mi madre, la esposa de Jack Littleton, 15
y a mí, la hija de Jack Littleton.
—Exactamente —dice, con sus ojos clavados en mi lugar—. Lo que
significa que tienes responsabilidades. Tienes deberes que cumplir. Una imagen
que tienes que dar. Lo que significa que no puedes perder el tiempo en cosas
inútiles e intrascendentes. ¿Lo entiendes?
Sé la respuesta que se espera de mí.
Ya se la he dado varias veces cuando me han pillado perdiendo el tiempo.
Pero por alguna razón esta noche, quiero discutir con él. Quiero decir que
no es inútil, lo que hice, lo que quiero hacer. No es intrascendente.
Es mi… pasión.
Es algo que me encanta.
Y sé que me hace extraña por ser quien soy y por lo que se espera de mí.
Por no hablar de que nadie en nuestro círculo o pueblo, formado por gente rica,
influyente y política, tiene esta pasión. ¿Pero no pueden intentar aceptarla o al
menos verla, por una vez, a través de mis ojos?
Pero no lo diré.
No puedo.
Porque no es su culpa que yo sea extraña. Que me gusten las cosas que
me gustan. No pidieron una hija como yo. Y tiene razón. Tengo
responsabilidades.
Así que asiento como siempre.
—Sí.
Mi padre me observa durante un rato antes de suspirar y dar un paso
atrás.
—Bien. Ahora tu madre ya te ha dicho lo importante que es esta noche.
Los Rutherford están esperando. Están ansiosos por verte. Robbie también está
ansioso. Así que espero que nos encuentres en el balcón en diez minutos.
Con eso se da la vuelta y se aleja, dejándome sola con mi madre.
Que se centra en mí y dice con una voz mucho más calmada:
—Ya has oído a tu padre. Quiero que vayas a retocarte el pintalabios y a
lavarte las manos, ¿de acuerdo? —Me mira de arriba abajo de forma crítica—.
Aunque no sé en qué estaba pensando con el amarillo. No te hace ningún favor.
Especialmente bajo estas luces. Pero tendrá que servir. Menos mal que Robbie
ya está interesado en ti.
Lo está.
Robin Rutherford, o Robbie, está muy interesado en mí.
Es el hijo de un amigo de mi padre.
Que podría convertirse en un importante donante de campaña. 16
Mi padre se presenta a la reelección este año, lo que significa que necesita
todas las donaciones y todo el dinero —además del dinero de nuestra familia—
para una campaña exitosa. Y como Robbie ha mostrado recientemente un interés
en mí, mi padre está tratando de usar eso a su favor.
Esa es la razón por la que esta noche es importante.
Los Rutherford están aquí y Robbie ha preguntado específicamente por mí.
De hecho, mi madre me ha dicho que va a asistir a esta fiesta
específicamente por mí.
—Lo que me hace pensar que, después de todo, este vestido podría no ser
tan mala elección —murmura mirándome el pecho.
Sí.
Mis activos. Es decir, mis pechos.
Es lo único que mi madre aprueba de mí: mis copas C que parecen copas
D si me pongo un sujetador con relleno.
Robbie también los aprueba.
Dado que es lo único que mira cada vez que hablamos.
Juguetea con el collar de diamantes que me ha regalado para que lo lleve
esta noche, y continúa:
—Mira, sé que crees que estamos siendo duros contigo, pero como dijo tu
padre, tienes responsabilidades. Se esperan cosas de ti. Lo creas o no, queremos
lo mejor para ti. Queremos que seas feliz. Y sé que no eres fan de Robbie. Lo
entiendo completamente. Pero tienes que confiar en nosotros, ¿de acuerdo?
¿Recuerdas lo que dije?
—Sí, lo recuerdo —digo.
Ella asiente.
—A pesar de lo que parece, es un buen tipo. Conoce sus responsabilidades.
Sabe lo que se espera de él. Así que va a estar bien.
Robbie es la razón por la que me estaba escondiendo en primer lugar.
Me pone los vellos de punta con la forma en que no deja de mirarme las
tetas, y sé que lo volverá a hacer esta noche.
Pero mi madre tiene razón. Es un buen chico. Viene de una buena familia
y debería darle una oportunidad.
Como ella, yo también asiento.
—Bien.
Finalmente, mi madre sonríe, satisfecha.
—Bien. Ahora vete, ¿de acuerdo? ¿Y sabes qué? —Estira la mano y me
pellizca con saña las dos mejillas, haciéndome estremecer—. También pellízcate
un poco las mejillas. Estás demasiado pálida y choca con el amarillo. Y vuelve
enseguida, ¿bien? No hagas esperar demasiado a tu padre.
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Me froto las manos sudadas en los muslos.
—No lo haré.
Mi madre se va entonces y yo voy al baño a retocarme el pintalabios y a
hacer todo lo que me dice. Me mentalizo para enfrentarme a Robbie y a los
Rutherford y hacer lo que se espera de mí.
Me mentalizo y me mentalizo antes de salir del baño. Incluso empiezo a
caminar en dirección al balcón, donde todos me esperan.
Pero entonces me detengo.
Por alguna razón, miro hacia el mismo lugar donde vi a ese hombre.
Mi hombre misterioso.
Ya no está allí. Ese rincón oscuro y solitario está vacío.
No sé por qué, pero empiezo a buscarlo entre la multitud. Recorro con la
mirada el entorno y empiezo a buscar al hombre que nunca había visto antes de
esta noche.
Tal vez porque todavía estoy convencida de que no es de Wuthering
Garden. Que es de ahí fuera.
De un lugar al que no se me permite ir. De un lugar en el que no se me
permite pensar.
Porque esta es mi vida.
Mis responsabilidades, mis deberes.
Y por alguna razón, cuando no lo encuentro, mi Hombre Misterioso,
empiezo a sentir pánico. Empiezo a hiperventilar. Empiezo a sentirme asfixiada.
Sin esperanza.
Es una tontería. Lo sé.
Aun así, no puedo evitar sentirme débil y asustada.
No puedo detener este impulso de huir, de escapar.
Así que, a pesar de prometer a mi madre y a mí misma que seré una buena
hija, la hija que mis padres se merecen, me escapo.
Me doy la vuelta y salgo del salón de baile hacia la noche.

He cometido un gran error.


Lo sé.
No debería haberlo hecho. No debería haber salido corriendo de la fiesta
como lo hice. Mis padres deben estar muy avergonzados. Enfadados. Mi padre
debe estar furioso ahora mismo y mi madre debe estar intentando calmarlo a
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pesar de su propio enfado conmigo.
Pero no pude hacerlo.
No podía ver a Robbie. No podía quedarme allí y sonreír y mezclarme.
Así que aquí estoy.
Sentada en el borde de la carretera junto a una farola.
Porque, en primer lugar, a juzgar por mi ubicación actual —una calle
oscura flanqueada a ambos lados por el elegante campo de golf que tanto le gusta
a mi padre y al resto del pueblo—, creo que he caminado cerca de tres kilómetros
desde la fiesta, y nada menos que en tacones. Así que ya estoy cansada.
También estoy cansada de llorar, pero no quiero pensar en eso.
Y, segundo, necesito la luz de la farola.
Porque quiero ver.
Y es que quiero darme el gusto de hacer lo que mis padres, Christine, mis
compañeros de clase y el resto del pueblo consideran inútil e intrascendente. Lo
que me hace extraña: la pintura.
Dibujar, hacer bocetos.
Arte.
Estoy sentada aquí porque quiero dibujar. Porque cuando estoy nerviosa
y agitada, eso es lo que hago.
También lo hago cuando estoy feliz, emocionada, aburrida e inspirada. En
realidad, lo hago todo el tiempo. Tengo una especie de estudio secreto en mi
ático, oculto a la vista de todos; a mis padres no les gusta que me pillen
dibujando, así que he encontrado un lugar seguro para mí.
Rebusco en mi bolso de mano. Paso de la barra de labios y el estuche de
polvos que mi madre siempre me obliga a llevar en este tipo de eventos y
encuentro la cosa mágica que estoy buscando: un bolígrafo.
Es de color rosa y tiene un plumín fino y afilado.
Entonces, me subo el dobladillo del vestido hasta la parte superior de los
muslos y dejo al descubierto la parte de piel que quiero.
Así puedo convertirlo en mi lienzo y dibujar cosas en él.
En mi piel.
Porque dibujo en todo lo que encuentro. Y porque la falta de papel nunca
me detendrá.
Empiezo con una rosa.
Porque donde hay rosas, hay espinas. Y por alguna razón, las espinas
siempre han sido mis cosas favoritas para dibujar. Quizá porque son protectoras.
Protegen las rosas del mundo, y eso me gusta.
Así que cuando hago espinas, las hago extra afiladas y puntiagudas.
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Peligroso.
Las hago cosas que hay que tener en cuenta. Y eso es lo que estoy
haciendo, haciéndolas punzantes y penetrantes, cuando escucho algo.
Pasos.
Son afilados y seguros. Autoritarios, al menos por su sonido, y parecen
acercarse.
Mucho más cerca.
Joder.
¿Es Robbie? ¿Mi padre?
Joder.
¿Me han encontrado?
Vaya.
Me arrebato el dobladillo del vestido y lo pongo encima de mi boceto a
medio terminar, cubriéndolo, ocultándolo de ellos, y tiro el bolígrafo a un lado.
Entonces levanto los ojos, con el corazón en la garganta, preparada para una
sincera disculpa, pero no debería haberme molestado.
Practicar una disculpa en mi cabeza.
Porque no puedo formar ninguna palabra. Las he olvidado todas.
No es mi padre. O Robbie.
Es él.
Mi hombre misterioso.

20
—¿E
stás bien?
Vaya.
De acuerdo.
Su voz. Baja y rasposa. Profunda.
No esperaba que fuera tan profunda. Tan profunda que pudiera
sumergirme en él. Tan profunda que suena poderosa.
Tan poderosa como su alta estructura.
Y, Dios, es alto. Tenía razón en eso.
Es tan alto que no basta con levantar el cuello para verlo. Tengo que
inclinarme ligeramente hacia atrás para mirarlo, para ver su cara.
Lo cual, para mi total consternación, todavía no puedo ver con claridad.
21
Quiero decir, puedo verlo un poco. Puedo ver que tiene la frente ancha. No
tan ancha como para hacerla indecorosa, pero sí lo suficiente como para que me
haga pensar en líneas de expresión obstinadas.
También tenía razón sobre sus pómulos. Son altos. Tan altos que creo que
bajo ciertas luces podrían proyectar sombras sobre su mandíbula. En lo que
también tenía razón: afilada y oblicua.
Pero no es suficiente.
Quiero ver más y quiero que entre en el charco amarillo de luz en lugar de
quedarse fuera de él. Y lo deseo tanto que abro la boca para decírselo.
Pero vuelve a hablar, su voz es profunda y acogedora.
—¿Necesitas ayuda?
De nuevo voy a responderle, pero al hilo de sus palabras, una ligera brisa
de verano pasa por delante de nosotros y me distraigo.
Por su cabello.
Su larga y fascinante cabellera, que revolotea sobre su frente y a los lados
de su rostro asombrosamente delineado. Los rizos del final rozan el cuello de su
chaqueta de traje, que todavía parece demasiado pequeña para contener su
volumen.
Un segundo más tarde, parece que su traje se va a deshacer en las
costuras porque, de alguna manera, sus hombros y su pecho sobresalen y se
expanden, y dice, con una voz que adquiere un tono impaciente, probablemente
porque no he hablado durante mucho tiempo:
—Mira, ¿estás perdida? ¿Quieres que llame a alguien por ti?
—No estoy perdida…
Le suelto, agradecida.
También parpadeo.
Lo que me hace ver que no lo había hecho. Parpadear, quiero decir. Desde
que llegó aquí.
Lo he mirado sin hablar, sin pestañear, como un bicho raro.
—No lo estás —dice con voz llana, con la cara inclinada hacia mí, su fuerte
barbilla casi rozando ese pecho musculoso.
—No. —Sacudo la cabeza.
—¿Estás segura?
—Sí —respondo.
Entonces mira hacia arriba.
Mira a su alrededor, suspirando.
No estoy segura de lo que busca, pero no tengo tiempo de preguntármelo
porque su examen termina en una fracción de segundo, tras lo cual vuelve a
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dirigirse a mí.
—Así que esto es habitual en ti. Estar sentada en el arcén de una carretera
vacía, en medio de la noche, así —dice, moviéndose sobre sus pies.
—No es medianoche —le digo, volviendo a mirar hacia él, a sus rasgos
oscurecidos—. Seguramente son solo las once.
—Once y quince —me corrige.
En realidad, acompaña sus palabras con acciones.
Hasta ahora, sus manos han estado en los bolsillos. Pero ahora saca una,
aparta los ojos de mí y los dirige hacia un reluciente reloj de plata que lleva atado
a la muñeca.
Es el reloj más grande que he visto, con la esfera más grande y la correa
metálica más brillante.
Apuesto a que se puede saber la hora desde un kilómetro de distancia.
Lo mira durante un segundo antes de levantar la vista y centrarse en mí,
con las cejas alzadas como si estuviera haciendo una observación. Y cuando ha
quedado claro, vuelve a meterse la mano en el bolsillo, sin dejar de observarme.
Quiero sonreír.
No, en realidad, creo que quiero reír. Lo cual es un gran cambio después
de todo el llanto que he hecho.
No por lo que dijo, sino por cómo lo dijo.
Cómo se ve ahora: tan… responsable.
Tan autorizado y maduro.
Como si este fuera su trabajo.
Decirle a la gente que ya ha pasado el toque de queda y que se vaya a casa.
Y algo de la autoridad de mi Hombre Misterioso me hace decir:
—No tengo toque de queda. Y las once y cuarto todavía no es medianoche.
Frunce el ceño ante mi tono frívolo y me dan ganas de sonreír un poco
más.
Esta urgencia no hace más que aumentar cuando su voz adquiere un tono
severo al decir:
—Las once y cuarto tampoco es el momento de estar sentada en el arcén
de una carretera desierta y potencialmente peligrosa tú sola. Así que, de nuevo,
¿hay alguien a quien pueda llamar por ti?
Entonces agacho la cabeza.
Y me muerdo el labio. Así que no sonrío.
¿Quién es él?
No puedo creer que esté tratando de ayudarme. Eso es lo que está
23
haciendo, ¿no?
Intenta asegurarse de que estoy bien. Que no estoy perdida.
No creo que nadie haya hecho eso antes.
Así que tal vez debería decirle lo que estoy haciendo aquí y que esta parte
de la ciudad es extremadamente segura. Y que vengo de la misma fiesta en la
que él estaba.
Pero no lo hago. Todavía no.
En lugar de eso, me pongo en pie y digo con el mismo tono frívolo de antes,
tratando de erizar un poco más sus responsables plumas:
—Y ahora tampoco estoy sentada en el arcén de una carretera desierta y
potencialmente peligrosa. Ah, y definitivamente ahora no estoy sola. Tú estás
aquí. ¿Ves?
Esta vez, junto con sus cejas fruncidas, su pecho se mueve también
mientras suspira.
—Sí. Lo que claramente es un error que tengo que rectificar. Así que creo
que voy a…
Doy un paso hacia él.
—¿De dónde eres?
Da un paso atrás.
—¿Qué?
Sé que ha sido brusco, pero me moría por hacerle esa pregunta desde que
lo vi esta noche. Así que le pregunto mientras doy otro paso cerca.
—No eres de aquí, ¿verdad? No puedes serlo.
Automáticamente da otro paso atrás.
—¿Y qué me delató?
Todo.
Desde su ropa hasta su cabello. Hasta el hecho de que se detuvo para ver
cómo estaba.
Por no hablar de que me acabo de dar cuenta de que sigue alejándose de
mí.
Cada paso que doy hacia él, él retrocede uno. Como si estuviera decidido
a mantener una distancia entre nosotros. Distancia respetable y responsable.
De nuevo, tan jodidamente fascinante después de mis encuentros con
Robbie.
—Porque primero te detuviste a ver cómo estaba —le digo—. Asegurarte de
que estaba bien.
Siento que me estudia durante uno o dos segundos, posiblemente 24
desconcertado.
—¿Y?
—Así que es un gesto muy bonito —respondo—. La gente de esta ciudad
no es tan amable.
Me siento mal por decir eso.
Es mi ciudad; me he criado aquí. Y aunque no sea la más querida o
considerada, sigue siendo mi ciudad. Probablemente voy a vivir aquí el resto de
mi vida. Pero es lo que es y no voy a dejar de hacerle un cumplido cuando se lo
merece.
Esta vez su escrutinio dura más de dos segundos antes de preguntar:
—¿Y qué es lo segundo?
—¿Lo segundo?
—Primero me paré a ver cómo estabas —explica—. ¿Qué es lo segundo que
hice que me delató?
—Tu cabello.
Retrocede un poco.
—¿Qué?
Bien, eso no esperaba decirlo.
Quiero decir que lo pensaba, pero no pensaba decirlo. En voz alta.
Soy rara. No estoy loca.
Pero…
Retirarlo ahora parecería aún más loco. Además, tiene un buen cabello.
Míralo: los mechones ondeando en la brisa de verano, rozando el cuello de su
camisa. Algunos incluso han caído sobre esa hermosa y amplia frente suya,
colgando en sus ojos.
Me gustaría poder decir el color de ambos.
Sus ojos y su cabello.
Solo para poder mezclar los tonos exactos y pintar mi cuerpo con ellos.
—Bueno, tienes… un cabello interesante —digo.
Entrecierra los ojos como si estuviera pensando.
—Cabello interesante.
—Sí. —Asiento—. La gente de esta ciudad tiene un cabello aburrido. Todo
pulido y cortado cerca del cuero cabelludo. Todo engominado, ¿sabes? Supongo
que todos intentan parecer sofisticados y civilizados y lo que sea. Pero tú, tu
cabello es precioso. Es largo y libre y apuesto a que puedes sentir el viento en tu
cabello. Lo cual me encantaría sentir también, pero si me libero el cabello ahora
mismo, me va a costar una eternidad volver a recogérmelo con ese aspecto. Así
que, de todos modos, me gusta tu cabello. Es superinteresante. No se parece a 25
nada que haya visto.
Me sonrojo, con mucha fuerza, cuando termino mi vómito de palabras,
sintiéndome de nuevo ligeramente mal por despreciar el cabello de la gente de
mi pueblo.
Y probablemente pueda verlo todo, mi rubor quiero decir.
Ya que estoy de pie bajo el charco de luz amarilla, toda expuesta mientras
él disfruta de la cobertura de la oscuridad. Probablemente también pueda ver
mis manos en puños, y sé a ciencia cierta que acaba de pasar sus ojos de color
desconocido por mi cabello.
Pero cuando su escrutinio se prolonga demasiado, todo silencioso y
pesado, le digo:
—Es un cumplido.
A lo que él responde con una voz muy seca y sardónica:
—Ah. Un cumplido. Todavía estoy pendiente de que exista un cabello
interesante.
Ante esto olvido mi vergüenza y sonrío.
—Está claro que sí. Y probablemente deberías darme las gracias ahora.
—Porque es un cumplido.
—Sí. Y tuve la amabilidad de hacerte uno.
Sin dejar de observarme, murmura:
—Entonces, según tu opinión, tú tampoco eres de esta ciudad. Porque
aparentemente la gente de aquí no es tan amable.
—Sin embargo, se me permite ser amable —le digo.
—¿Por qué?
—Porque soy especial.
Y no en el buen sentido, pero él no necesita saberlo.
Algo se mueve en su rostro ante mis palabras.
No puedo decir qué, pero baña sus rasgos, haciendo que esas apretadas
líneas altas se aflojen y sean ligeramente flexibles.
—¿Y qué tienes tú de especial?
—El hecho de que soy un enigma. —Me encojo de hombros, riéndome de
mi propio humor autodespectivo—. Un misterio total. Soy superrara y
superdiferente a todos los demás en esta ciudad. La gente me llama rara.
Bronwyn Littleton, la extraña. —Me pongo una mano en el pecho—. Por cierto,
ese es mi nombre. Bronwyn. —Y añado—: Pero deberías llamarme Wyn.
Porque nadie lo hace nunca.
Todo el mundo me llama siempre por mi nombre completo: Bronwyn. Y, 26
sinceramente, parece una total decepción.
Pero no Wyn.
Creo que Wyn es linda y bonita y una hija ideal y todo lo que Bronwyn no
es. Así que quiero que me llame así.
También quiero que me diga su nombre ahora.
Quiero decir que solo es de buena educación, ¿no?
Pero lo único que hace es respirar con fuerza, con la frente fruncida.
—¿Es por eso que estás aquí?
—¿Qué?
—¿Alguien te ha dicho algo? —pregunta en voz baja—. ¿Alguien te ha
llamado raro o alguna chorrada así?
Parpadeo hacia él.
Entonces vuelvo a parpadear porque, por un momento, no entiendo su
tono. No entiendo la tirantez que se ha apoderado de su cuerpo y el hecho de
que su ceño se haya vuelto aún más grueso, si cabe.
Pero luego lo entiendo.
Entiendo lo que está sucediendo y por qué y… y estoy tan impresionada
ahora mismo.
Que no puedo evitar dar otro paso, dos pasos de hecho, hacia él. A lo que
él responde por defecto dando un gran paso atrás.
Y esta vez en lugar de hacerme sonreír, me hace tragar un gran bulto de
emociones.
Porque es tan… bueno.
Y responsable.
Por no solo mantener una distancia adecuada entre nosotros, sino también
por enfadarse por mí.
Eso es lo que es, ¿no?
Su cambio de tono y comportamiento se debe a que está molesto por lo
que dije tan descuidadamente. Solo estaba haciendo una broma.
Sacudiendo la cabeza, digo:
—No es nada. Nadie ha dicho nada. Solo… vine aquí para alejarme de las
cosas por un tiempo. Y este lugar es extremadamente seguro. Tiene un índice de
criminalidad muy bajo. Y lo sé porque mi padre, Jack Littleton, es el fiscal del
distrito. ¿Ves esto? ¿Este campo de golf? —Agito mi mano—. Mi padre viene aquí
todos los sábados a jugar con sus amigos. Así que conozco esta zona. Confía en
mí. Todo está bien. Aunque sean las once y cuarto de la noche y se haya pasado
mi toque de queda, que no tengo. Así que estoy bien. Pero gracias. —Vuelvo a 27
tragar saliva porque ese bulto de emoción no ha hecho más que crecer—. Te lo
agradezco mucho.
Mis últimas palabras son delgadas y frágiles.
Apenas salen de mi boca y hacen mella en el mundo. Porque tengo este
gran peso sentado en mi pecho. Este peso aplastante, que proviene del
conocimiento de que probablemente debería volver ahora.
Probablemente debería ser valiente y volver a enfrentarme a mis padres.
Para enfrentar a Robbie.
Y este encuentro —que ha sido tan maravilloso y encantador hasta ahora—
va a terminar.
—Entonces, ¿qué es?
Levanto la vista al escuchar su voz.
—¿Qué?
Me observa con la barbilla hundida y los ojos graves.
—Las cosas de las que intentas alejarte.
Vuelvo a parpadear porque, de nuevo, soy incapaz de entender lo que dice.
Hasta que lo entiendo y mis ojos se abren de par en par.
—¿Quieres… quieres saber las cosas de las que trato de huir?
—Y supongo que eso es otra cosa que la gente de tu pueblo no hace —
concluye.
—No, no lo hacen —digo con voz alta y sorprendida—. Quiero decir que sí
que dicen “hola, cómo estás” o “qué tal el fin de semana” o “estás bien”. Pero no
creo que lo digan en serio. Tal vez es lo que hace la gente rica y educada.
Preguntar cosas que no quieren decir.
Tal vez.
No estoy muy segura.
Lo único que sé es que nadie me ha preguntado nunca si estoy bien y
quería una respuesta sincera al respecto.
Entonces se encoge de hombros, con un movimiento perezoso de sus
enormes hombros.
—Bueno, pues bien por ti. Que no soy rico ni educado ni de esta ciudad.
—Lo sabía. —Salto en mi lugar—. Lo sabía. Sabía que no eras de este
pueblo. Tenía razón.
Él, mi Hombre Misterioso, me observa con lo que solo puedo suponer que
es una expresión fría y aburrida, sus ojos bajan a mis pies descalzos —lo primero
que hice cuando me senté fue quitarme los tacones y apartarlos— durante un
segundo antes de volver a subir a mi rostro radiante. 28
Cómo se las arregla para mantener sus rasgos en blanco ante mi absoluta
felicidad por tener razón es algo que nunca entenderé. Pero lo hace.
—Ahora que hemos establecido y celebrado el hecho de que no soy de aquí,
¿vas a hablar de ello?
Me doy cuenta de que sí. Voy a hablar de ello.
Así es.
Podría ser una tontería contarle todo a este desconocido del que no sé
nada. Cuyo nombre ni siquiera conozco. O de dónde viene, excepto que no es de
aquí. Y que lo he visto por primera vez hace probablemente una hora en la fiesta.
Pero también es el primer hombre que me pide cosas.
Así que tengo que decírselo.
No tengo otra opción.
—Es una larga historia —le advierto con las cejas levantadas.
Me observa.
—Sí, según mi experiencia, suele ser así.
Frunzo el ceño.
—¿Qué?
Se mueve sobre sus pies, su pecho se mueve en otro suspiro.
—Tengo una hermana de tu edad —me dice—. También tiene la costumbre
de contar largas historias, así que…
Sin más, vuelve a apartar la vista de mí y examina la zona. Y cuando
encuentra lo que busca, comienza a caminar.
Al otro lado de la carretera vacía en la que estamos.
Y no solo eso, cuando lo alcanza, baja su gran cuerpo hasta el bordillo.
Sus largas y musculosas piernas se doblan a la altura de las rodillas, sus
brazos se posan sobre ellas y sus manos se juntan en el centro, su gran reloj de
plata brilla en la oscuridad.
—¿Qué haces? —le pregunto.
Me observa desde su lugar en la acera y, Dios, ni siquiera tiene que inclinar
el cuello para mirarme. Es como si no importara si está de pie o sentado, siempre
será más alto y más grande que yo.
—Sentándome —responde.
—¿Por qué?
—Porque es una larga historia y, como he dicho, tengo experiencia en
escucharlas.
—Porque tienes una hermana de mi edad —repito sus palabras anteriores
y me doy cuenta de que es la primera cosa personal que me divulga.
29
—Sí.
Y entonces tengo que preguntarle:
—¿Por eso te has parado a verme? ¿Porque te recuerdo a tu hermana
pequeña?
La idea es desagradable para mí.
Extremadamente.
De hecho, es tan desagradable que casi hago una mueca. No quiero que
piense en mí como su hermana pequeña o algo así. No estoy segura de por qué,
pero no lo hago.
En absoluto.
—Si estuviera en problemas —dice—, no me gustaría pensar que alguien
no la vigilara si pudiera. —Y añade—: Aunque ella sabe que no debe romper su
toque de queda. Así que no.
—¿No qué?
Deja pasar un tiempo en el que mantiene sus ojos de color aún
indeterminado sobre mí antes de responder:
—No, no me recuerdas a mi hermana pequeña.
Sonrío.
No, resueno y no puedo evitar burlarme un poco de él.
—¿Por qué, te tiene miedo? Porque eres un hermano mayor que da miedo.
Su respuesta es inmediata.
—Sí.
Riéndose, le respondo:
—Pues entonces, tienes razón. No es posible que te recuerde a tu hermana
pequeña porque no te tengo ningún miedo. —Sus ojos se vuelven oscuros, lo
cual es una hazaña. Porque sus ojos ya eran superoscuros en la noche. Pero
ahora se han vuelto más oscuros que antes y antes de que vuelva con una
respuesta, lo interrumpo—. ¿Tienes más hermanos? Soy hija única, así que no
sé qué se siente al tener hermanos. Debe ser genial tener como, por defecto,
amigos para toda la vida. Yo… —Me detengo cuando me lanza una mirada plana
con sus ojos cada vez más oscuros. Me acomodo los mechones de cabello sueltos
detrás de la oreja—. Claro. Mi historia.
—Sí. Tu historia. —Levanta la barbilla—. Antes de que cambie de opinión.
Mis ojos se abren de par en par y me apresuro a tomar asiento, justo
enfrente de él. Porque no voy a dejar que cambie de opinión ahora. Me ha pedido
mi historia y la está consiguiendo.
Doblo las piernas y enhebro los dedos en mi regazo. Intento pensar por 30
dónde empezar o incluso cómo.
Pero entonces decido que voy a empezar por lo más natural de mí:
—Así que lo primero que tienes que saber de mi historia es que soy una
artista.
—Eres una artista —dice en un tono tranquilo y sin disgustos.
Algo que es una reacción muy rara a lo que he dicho.
Y su calma, su absoluta falta de objeción, es lo que me da fuerzas para
seguir adelante.
—Sí. Soy una artista. —Sonrío porque siempre me siento feliz y eufórica
cuando pienso en mi arte—. Me encanta dibujar. De hecho, vivo para dibujar.
No sé de dónde viene mi amor por las artes. Porque, como sabes, mi padre es
abogado y mi madre organiza todos los actos benéficos y demás. Pero creo que
mi amor por la pintura viene de mi bisabuela por parte de mi padre, Bertha. Era
una artista. He oído tantas historias sobre ella, ¿sabes? Cómo se encerraba en
su habitación y se pasaba todo el día dibujando y pintando. Cómo nada le
interesaba, excepto su necesidad de dibujar. Pero todo el mundo la odiaba. Todos
pensaban que estaba desperdiciando su vida y que estaba loca. Mi madre me
compara mucho con Bertha. Al menos cuando mi padre no está cerca. Sin
embargo, ella nunca diría nada en contra de la familia de mi padre delante de él.
Pero, de todos modos, creo que Bertha era extremadamente genial. Incluso me
parezco a ella. A veces pienso que incluso podríamos ser almas gemelas.
Es cierto.
Tengo sus ojos, su cabello y su arte. Y realmente me hubiera gustado
conocerla. Y creo, creo, que a Bertha le habría gustado. O al menos espero que
lo hiciera. También me habría enseñado cosas. He visto su trabajo, solo en
fotografías, pero, aun así. Era extremadamente talentosa.
—¿Y cuál es el problema? —pregunta.
Mis hombros se hunden ante su pregunta y mi ligereza se desvanece.
Agacho la cabeza y, mirándome las manos, continúo.
—Bueno, como habrás adivinado por la historia de Bertha, mis padres
odian eso. Mi arte. Creen que es inútil e intrascendente y que me ensucia las
manos y la ropa. Quieren que lo deje porque no queda bien en los medios. O
realmente no va con lo que son, y… y siempre pensé que lo haría. Realmente lo
pensaba. Porque quiero ser una buena hija para ellos, ¿sabes? Quiero
obedecerlos, hacer todo lo que quieren que haga. Ir a la universidad que les
gusta, elegir la carrera que quieren que haga. Y conociendo a mi padre, y porque
es lo único de lo que habla, va a ser la facultad de derecho. Lo cual está bien.
Puedo ser abogada si ellos quieren que lo sea. También puedo casarme con el
tipo que elijan para mí. Puedo hacerlo.
—Pero tú no quieres.
Sacudo la cabeza, sintiéndome como una traidora. Una maldita traidora
31
épica.
—No. —Suspirando, miro hacia arriba—. Tenemos un ritual en nuestra
ciudad en el que, en tu primer año, tus padres te envían a un internado en
Connecticut. Es una escuela preparatoria muy elegante a la que van todos los
niños ricos. Y yo voy a ir allí en dos meses. Y siempre lo supe. Sabía que iba a
ir. Sabía que se acercaba el día en que debía dejar mi afición, pero…
Sí, el internado.
Es algo inevitable. Está llegando y, sí, siempre lo he sabido.
—Pero… —Me provoca cuando no recojo el hilo.
Vuelvo a sacudir la cabeza.
—Pero hace unas semanas descubrí algo.
—¿Descubrir qué?
Trago saliva, mirando a sus ojos oscuros.
—Que soy una artista.
Frunce el ceño, confundido.
—¿Qué?
Lo cual entiendo perfectamente, así que le explico:
—Mira, hay un nuevo profesor de arte en nuestra escuela, el señor Pierre.
Es tan increíble. Tan increíble, que ni siquiera lo sabes. Es francés y tiene acento
y es un genio cuando se trata de arte. Ha estado en el Louvre. Ha visto la Mona
Lisa y dice que es tan inspiradora como yo pensaba que sería. Y me ha enseñado
mucho. Me ha enseñado tantas cosas que estaban fuera de mi alcance hasta él.
Y fue él quien se ofreció a enseñarme. De hecho, se ofreció a darme clases
particulares y, por supuesto, dije que sí. Por supuesto. Y pensé que recibir clases
particulares de alguien que ha estado en el Louvre era lo mejor que me había
pasado. Pero me equivoqué.
—Te equivocaste —repite—. ¿Cómo?
—Porque lo mejor que me pasó fue cuando me llamó a su despacho el
último día de clase.
—¿Qué?
Su voz está cortada y apretada y no entiendo por qué sería así. Porque es
algo bueno y se lo digo.
—No, es algo bueno. En realidad, me llamó para decir todas estas cosas
maravillosas sobre mí.
—Sí, ¿como qué?
Frunzo el ceño ante su continua irritación. 32
—Como el hecho de que lamentara que el año hubiera terminado. Que yo
era su mejor alumna y que era un privilegio enseñarme. Y que fue él quien me
dijo que yo era una artista. Verás, siempre lo sospeché, pero nunca lo supe con
certeza. Quiero decir, soy como Bertha y amo el arte, pero ¿soy realmente una
artista? Una artista, ya sabes. Alguien… especial como eso. Nunca lo supe. Hasta
que él me lo dijo.
»Me dijo que mi arte no es solo un pasatiempo como yo creía. Podría hacer
algo con él. Dijo que incluso podría ir a la escuela de arte. ¿Qué tan loco es eso?
Yo yendo a la escuela de arte. Incluso se ofreció a ayudarme con mis solicitudes.
Dijo que le encantaría continuar con nuestras clases particulares el próximo año
porque quiere nutrirme, mi arte. Pero me voy el año que viene y…
—Quiere nutrirte. ¿Es eso lo que ha dicho? —Casi arremete, hablando por
encima de mí.
Tardo un segundo en orientarme después de que me cortara a mitad de
discurso.
—Sí. ¿Y qué?
—Entonces —dice, apretando la mandíbula, el músculo de su mejilla
palpitando—, tu señor Pierre es claramente un pervertido.
Me retiro.
—¿Qué?
—Tienes que alejarte de él.
—¿Perdón?
Se inclina ligeramente hacia delante.
—Te llamó a su despacho. Para decirte que quiere nutrirte. Y que quiere
seguir dándote clases particulares. Lecciones de las que seguro que tus padres
no saben nada, ¿verdad?
—Claro que no. Son clases particulares. Privadas —le explico despacio—.
Por supuesto que no lo saben. ¿Y no has prestado atención? Odian mi arte.
Se burla.
—Creo que eres tú quien tiene que empezar a prestar atención porque,
como he dicho, tu profesor es un puto pervertido. Él conoce tu situación en casa.
Sabe que estás sola. Sabe que tus padres son unos cabrones y está intentando
aprovecharse de ti. Eso es lo que hacen los hombres como él. Si lo vuelves a ver,
tienes que correr hacia el otro lado. De hecho, tienes que correr a la oficina del
director y denunciar a este hijo de puta.
Abro la boca para decir algo, pero luego la cierro.
Porque esto es una locura.
Está loco.
No puedo creer que mi Hombre Misterioso con el que he estado tan
fascinada sea en realidad un loco. 33
—Ni siquiera has conocido al tipo. ¿Cómo sabes que es un pervertido?
¿Cómo sabes que se está aprovechando de mí?
Su mandíbula vuelve a palpitar.
—Porque tengo una hermana de tu edad. Es mi trabajo saber estas cosas.
—Eso es… —Sacudo la cabeza atónita—. El señor Pierre ni siquiera es el
problema ahora mismo. Él es el bueno aquí. Es quien me ha dicho que vale la
pena perseguir mi arte. Que soy una artista. Pero no puedo hacerlo porque me
voy al internado en dos meses. Donde no hay arte en absoluto. En cambio, lo
que tengo es a Robbie.
Su ceño es más negro que la noche.
—¿Ahora quién carajo es Robbie?
—Robbie es el tipo con el que estoy bastante segura de que voy a tener que
casarme algún día y que me va a meter mano en los pechos el resto de su vida
—le digo levantando la barbilla—. Y no es de tu maldita incumbencia.
—Lenguaje.
—¿Perdón? —digo, pero esta vez más alto que nunca.
—Cuidado.
No puedo creer que haya dicho eso. No puedo creer que piense que puede
ser tan prepotente conmigo.
Tenía razón.
Mi Hombre Misterioso está loco.
—¿Sí? ¿Por qué? ¿Porque tienes una hermana de mi edad y crees que
debería inclinarme ante ti como ella? —pregunto levantando la barbilla.
Observa mi gesto desafiante con una mirada intensa y pesada.
—Inclinarse es demasiado, pero no dejes que te detenga.
Le devuelvo la mirada.
—¿Cuántos años tienes?
—Mayor.
—¿Cuánto más viejo?
—Mucho.
Exhalo bruscamente.
—¿Sabes qué? Me alegro de ser hija única. Porque habría asesinado a mi
hermano mayor si fuera como tú. —Entonces, me pongo en pie de un salto—.
Voy a dar un paseo.
Para mi consternación y también enfado, él también se pone en pie.
Todo con fluidez y gracia para alguien con un cuerpo tan grande y alto. 34
—¿Qué estás haciendo? —pregunto, ignorando su gran despliegue de
atletismo.
Se acerca a mí.
—Dar un paseo contigo.
—Claro que no —protesto—. No tengo ningún deseo de caminar contigo.
Metiendo las manos en los bolsillos, dice:
—Anotado. Entonces, ¿puedo sugerir que caminemos hasta tu casa?
Donde, con suerte, están tus padres.
Mis padres no están en la casa. Están en la fiesta.
Donde yo también debería estar.
De hecho, nunca debí dejar la fiesta en primer lugar. Nunca debí
abandonarlos. Me doy cuenta de eso, pero entonces…
Pero entonces nunca lo habría conocido y, sí, está loco —ahora lo sé—,
pero también es la primera persona que me habla de mis cosas. Y se para a ver
cómo estoy.
—Te dije que esta zona es extremadamente segura. Así que no tienes que
acompañarme. —Estudiando su cara oscura y misteriosa, porque de alguna
manera sigue fuera de la luz amarilla, continúo—: Pero supongo que eso no te
impedirá acompañarme a mi casa de todos modos.
Estudia mi rostro iluminado como respuesta.
—No.
Levanto las cejas.
—Porque tienes una hermana de mi edad y es tu trabajo. Proteger a todas
las adolescentes ingenuas e inocentes. De los caminos oscuros y los profesores
pervertidos.
—Si puedo.
Entonces pierdo mi ira.
No creo que pueda seguir enfadada con alguien tan bueno. Y responsable.
El mejor hermano mayor que puede tener una hermana.
Suspirando por enésima vez, me agacho para recoger mis tacones.
También me levanto y me desato el cabello, dejándolo caer por mi espalda en
una larga y desordenada cascada.
Porque parece que me voy a casa.
No creo que pueda enfrentarme a nadie esta noche. Me disculparé con
todos mañana.
Y porque si quiere acompañarme a algún sitio, mi protector mandón y
confuso, debería llevarme a mi lugar seguro, mi casa donde está mi buhardilla.
Me paso los tacones por encima de los hombros y me quito de encima los 35
mechones sueltos.
—No te importa que camine descalza, ¿verdad? No creo que pueda volver
a ponerme los tacones esta noche.
Por un momento creo que se ha quedado congelado.
Su cuerpo, sus ojos. Que parecen estar en mi cabello recién liberado que
revolotea alrededor de mi cara y mis hombros. Alrededor de la parte baja de mi
espalda también.
Pero luego se mueve y creo que lo estaba imaginando.
Asintiendo a mi pregunta, afirma:
—Después de ti.
Y le digo a mi corazón que deje de volverse loco ante la perspectiva de que
me acompañe mientras empiezo a caminar.
Sin embargo, mi corazón no escucha.
Se acelera y se acelera con cada paso que doy, damos. Porque él camina a
mi lado como ha dicho. Mantiene sus pasos pequeños para que coincidan con
los míos, naturalmente cortos.
Y no sé qué hacer con eso.
No sé qué hacer con él.
¿Quién es él?
¿Cómo se llama? ¿De dónde es?
¿Cómo conoce a los Halsey? Porque esa es la fiesta de la que ambos
venimos. ¿Por qué parecía tan callado allí? Tan congelado, tan sin aliento.
Sin vida.
De repente es lo único en lo que puedo pensar.
Que aparezca desprovisto de vida.
Y quiero preguntarle sobre ello. Quiero decir, él me pidió mi historia a
pesar de que terminó tan abruptamente como eso. ¿No debería al menos
preguntarle a él?
Estoy dispuesta a hacerlo, pero me doy cuenta de que hemos dejado de
movernos.
O, mejor dicho, lo he hecho.
Porque hemos llegado a nuestro destino, y ni siquiera recuerdo haber
caminado ni haber doblado las esquinas y cruzado las calles.
—Esta es mi casa —le digo, mirando la enorme mansión ante la que
estamos.
Tiene altos y gruesos pilares y un lujoso jardín junto con unas amplias
escaleras de mármol que conducen a las grandes puertas de color marrón pulido.
Un Lamborghini —la reciente compra de mi padre— está estacionado en la
36
entrada circular.
Y aunque mi ático seguro me espera allí, no quiero entrar.
—¿Quieres… quieres entrar?
Es una invitación de última hora y sé que la va a rechazar. Ya lo sé, pero
aun así tuve que hacerla. Porque extrañamente, no quiero que se vaya.
No quiero que esta noche termine.
Cuando guarda silencio, abandono la vista de mi casa y me enfrento a él.
Y me toca congelarme.
Azul.
Sus ojos son azules. Por fin puedo verlos; la calzada está iluminada y,
aunque estamos de pie a cierta distancia de ella, el resplandor sigue llegando a
él y lo ilumina.
Azul oscuro y brillante.
Ojos con los que está tomando la casa detrás de mí antes de que se centren
en mi cara.
—Eres una artista.
Tengo la lengua gruesa en la boca porque también puedo ver su cabello,
algo al menos, y pienso que es rubio sucio. Y entonces todo lo que puedo hacer
es asentir.
Clava esos ojos en los míos plateados.
—Eres una artista porque lo eres. Porque dibujas. Pintas, dibujas. Porque
eso es lo que haces y eso es lo que amas. No porque un profesor idiota te haya
dicho que lo eres. Él no te hizo artista. Lo eras mucho antes de conocerlo y lo
serás mucho después de él. Lo serás, aunque renuncies a ello. Porque eso es lo
que eres. No importa lo que el mundo quiera o diga. Lo que piensen tus padres.
Lo único que importa es lo que tú quieres. Lo único que importa es lo que amas,
lo que te hace sentir viva. Porque esta es tu vida. Tú eres quien la va a vivir. Así
que deberías ser tú quien tome todas las decisiones. Deberías ser tú quien
hiciera las cosas que quieras hacer, y soñar todas las cosas que quieras soñar.
Hace una pausa aquí porque creo que tiene que hacerlo.
Porque creo que algo pasa por sus ojos, haciéndolos brillar y cargados de
misteriosas emociones.
—Porque a veces no lo haces. No puedes hacer lo que quieres. No puedes
soñar. No puedes elegir. A veces no puedes hacer tu vida porque tu vida está
hecha para ti. Y es… difícil. Vivir así. Es difícil. —Su mirada va de un lado a otro
de la mía—. Así que, si eres una artista, deberías seguir siéndolo.
—¿Cómo conoces a los Halsey? —pregunto. Aunque no pueda oír mi propia
voz por encima de los latidos de mi corazón, sé que se lo he preguntado. Todavía
sé que quiero preguntarle muchas cosas, así que las suelto—. Te vi en la fiesta. 37
¿La fiesta de la boda? Yo también estaba allí. Antes de salir corriendo. Te vi en
una esquina, solo y tan… quieto. Pensé que ni siquiera respirabas. No… no lo
entiendo. ¿Por qué tenías ese aspecto? Por qué… ¿Eres amigo del novio? ¿De la
novia? ¿Qué…? ¿Quién eres tú?
Mis palabras son inconexas. Lo sé.
Puede que lo que diga no tenga ningún sentido ahora mismo. Al menos
por eso creo que no ha dicho nada.
Por eso creo que tiene la mandíbula tensa y apretada mientras me observa
con ojos intensos.
Y tal vez por eso se aleja de mí.
De mi cuerpo que respira enloquecido y tiembla. De mi cuerpo que bulle
de curiosidad. Con sus palabras que acaba de decir. Con el pánico de no volver
a verlo.
Que se va a ir en cualquier momento y sé que no lo voy a olvidar.
Aunque no sé nada de él.
Ni una sola cosa.
Y lo hace. Se va.
Solo antes de darse la vuelta y adentrarse en la noche, dice, con esa misma
voz áspera y profunda que tiene:
—Buena suerte, Bronwyn.
Thorn el Original

S
ueños y elecciones.
Estas son las dos cosas en las que nunca pienso.
Porque no los tengo.
Y por eso no tiene sentido perder mi tiempo anhelando las
cosas que ya no tengo. Cosas que no tienen sentido. Cosas que solo me arrastran
y me hacen enfadar.
Me hacen sentir hueco y pesado al mismo tiempo.
Pero esta noche es diferente.
Esta noche es la noche en la que no puedo mantener a raya mis
pensamientos inútiles. Esta noche no puedo evitar sentirme enfadado.
38
Furioso.
Me he quedado atrás.
Como un puto niño en un parque infantil.
No puedo evitar sentir que el mundo se mueve mientras yo estoy aquí,
inmóvil.
Todavía.
¿Por qué estabas tan quieto?
Su voz resuena en mi cerebro mientras me alejo de ella tras dejarla en su
mansión. Y aunque esta noche me he esforzado mucho por acallar mis tontos
pensamientos, no puedo evitar responderle en mi cabeza.
Parecía quieto probablemente porque lo estaba.
Probablemente porque eso es lo que es mi vida: inmóvil. Y porque acababa
de ser testigo de cómo alguien seguía adelante.
Ella.
Esta noche he estado tan quieto en esa fiesta porque he visto a mi sueño
caminar por el pasillo con un vestido blanco y con un hombre que no era yo.
Que nunca sería yo.
PARTE 2 39
Presente.

H
ay una chica a la que estoy mirando.
Tiene el cabello negro desordenado, el flequillo grueso
colgando en sus ojos. Y me mira fijamente.
Posiblemente porque acabo de despertarla del sueño.
Tirándole un vaso de agua a la cara.
En mi defensa, lo intenté todo antes de esto. Intenté despertarla
suavemente, hablarle, razonar con ella. Pero realmente no se puede razonar si
una persona está roncando en su almohada. Así que tuve que ser creativo.
—Hola —la saludo, dejando el vaso en la mesita de noche junto a su 40
cama—. Buenos días.
—Voy a matarte —sentenció, apartando su cabello negro y húmedo de la
cara—. Lo juro por Dios, Bronwyn. Acabaré contigo.
—No, no lo harás, Poe Austen Blyton. Porque me quieres —le digo,
sonriendo porque hace eso cuando intenta molestarme, usar mi nombre
completo. Así que uso su nombre completo, completo con su segundo nombre,
de vuelta—. Ahora, es hora de prepararse. Vamos a llegar tarde a clase.
Se tumba de nuevo en la cama.
—Uf. Deja de usar mi nombre completo. Y no intentes ser amable conmigo
ahora. Estoy enfadada contigo.
—No tienes permiso para enfadarte conmigo. Estoy tratando de salvar tu
trasero.
Su única respuesta es echarse los dos brazos a la cara y gruñir.
Suspiro.
—Poe, no puedes llegar tarde a más clases, ¿de acuerdo? La escuela solo
lleva un par de meses abierta y ya has perdido casi todos tus privilegios. No
puedes permitirte perder más.
—No me importa. Odio este lugar —declara desde detrás de sus brazos—.
Que me quiten todos mis privilegios. Empezaré una revolución, ya verás.
Quemaré toda esta escuela, créeme.
Lo hago.
Confío en ella.
Si alguien puede iniciar una revolución y destruir este lugar, es Poe. Una
de mis mejores amigas y la alborotadora residente de este lugar.
Con este lugar, me refiero a la Escuela St. Mary's para Adolescentes con
Problemas.
—Bueno, tengo completa fe en ti. Comenzarás una revolución, Poe. Un día.
Pero antes de que eso ocurra, todavía tienes que ir a clase. Además, ¿recuerdas
qué día es?
Eso llama su atención.
Baja los brazos de la cara y parpadea hacia mí.
—¿Qué?
—Es el lunes después de Acción de Gracias.
Tarda un segundo en entender lo que le digo y cuando lo capta, pasa. Y
me doy cuenta de que probablemente debería haber empezado con eso. Soy una
idiota.
Poe se levanta bruscamente y se sienta, pareciendo finalmente alerta.
—Oh, Dios mío, lo es. 41
—Sí.
—Así que hoy es el día.
—Hoy es el día, sí —estoy de acuerdo.
Entonces salta de la cama y empieza a revolverse.
—Oh, mi maldito Dios, Wyn. Necesito prepararme. Necesito prepararme
más. ¿Por qué no me despertaste antes? Sabes que no lo he visto en meses.
Meses, Wyn. Necesito estar lo mejor posible. Necesito…
Y sé que mi trabajo está hecho. Está despierta y sé que se va a preparar a
tiempo. Así que dejo a Poe a su aire y afronto mi siguiente proyecto: despertar a
mi segunda mejor amiga, Salem Salinger.
Que no necesita ser despertada en absoluto, aparentemente.
Porque, a diferencia de Poe, ella recuerda exactamente qué día es. Así que
está despierta y lista para salir, y tan emocionada —si su enorme sonrisa y sus
ojos brillantes son una indicación— como Poe.
Y tengo que decir que es un espectáculo raro, ver a mis amigas
entusiasmadas por un día en la escuela.
Porque St. Mary's es ligeramente diferente a un instituto normal.
Definitivamente es muy diferente del internado al que mis padres querían
enviarme el año pasado.
En primer lugar, esta escuela está ubicada en medio del bosque en el
pueblo de St. Mary's y no en Connecticut. Y, en segundo lugar, St. Mary's es un
colegio solo para chicas al que la gente envía a sus hijas por una razón muy
concreta.
Para ser reformadas.
Rehabilitadas. Restauradas. Incluso rehechas.
Es decir, la gente envía a sus hijas delincuentes y problemáticas a la
escuela St. Mary's para adolescentes con problemas —un reformatorio— para
que se vuelvan buenas.
Como si robas algo, digamos dinero, y tratas de huir con él. Y crees que tu
plan de huida es infalible, pero no lo es y te pillan. ¿Y la persona que te atrapa
—digamos tu tutor— quiere darte una lección? Este es el lugar al que te enviarán
para hacerlo.
O en lugar de dinero, podrías robar un auto y sumergirlo en un lago para
vengarte de tu exnovio. Eso también te llevará a este lugar. O tal vez siempre has
sido una alborotadora y la gente que te rodea está cansada de tus costumbres
salvajes. También en ese caso, aquí es donde te encontrarás.
Así que es seguro que para rehabilitarnos a las chicas malas, esta escuela
tiene muchas reglas.
Normas estrictas y férreas.
42
Reglas para llegar a tiempo a las clases, para entregar los deberes a tiempo.
Comer a tiempo, dormir a tiempo, despertarse a tiempo. También hay reglas
sobre cuándo salir del campus y por cuánto tiempo, cuándo usar los aparatos
electrónicos y por cuánto tiempo, etc.
Y cuando sigues estas reglas, eres recompensada. Con los privilegios.
Por ejemplo, puedes ver la televisión durante más de una hora cada noche,
que es el tiempo asignado. O puedes usar la computadora de la escuela durante
una hora más. O puedes salir del campus más de una vez a la semana, cosas
así.
Eso es básicamente lo que ocurre aquí.
Así que, como he dicho, es muy raro que mis amigas estén contentas al
empezar el día.
La única persona que no está contenta con el día que es hoy es mi tercera
mejor amiga, Calliope Thorne, o Callie.
En realidad, fue mi primera amiga en este lugar.
Llegué aquí hace un año, para mi tercer año, y Callie fue la que se hizo
amiga mía. De hecho, ella fue la que se hizo amiga de todas nosotras cuando
llegamos aquí: Poe en su segundo año, y Salem, hace un par de meses para
nuestro último año.
Básicamente, Callie es el pegamento de nuestro grupo. Ella es la razón por
la que las cuatro tuvimos la oportunidad de conocernos y convertirnos en
mejores amigas.
La vemos nada más entrar en la cafetería para desayunar y nos
apresuramos a darle un fuerte abrazo. Ya tiene bandejas cargadas de panecillos,
yogur y fruta cortada para nosotras. Y nos ha traído magdalenas; a Callie le
encanta la repostería. Pero a ninguna de nosotras le importa realmente la comida
en este momento.
Estamos más preocupadas por nuestra amiga, que estos días luce
perpetuamente cansada y pálida.
—Oye, ¿cómo estás hoy? —pregunto, tomando asiento a su lado.
Ella hace una mueca, haciendo lo mismo.
—Mal. Vomité dos veces antes de llegar aquí.
—Caramba. —Poe se hace eco de la mueca, tomando asiento en el lado
opuesto de la mesa—. Pero quizá esto te anime. —Busca en su bolso y saca un
bote de mantequilla de cacahuete—. Ta-da.
Los ojos de Callie se abren de par en par y en un alarde de fuerza —algo
poco frecuente en estos días— se lanza a por él.
—Oh, Dios mío. ¿De dónde has sacado esto? 43
Poe se encoge de hombros y responde con orgullo:
—Lo robé de la cocina.
—¿Qué? —dice Salem, que está sentada al lado de Poe—. ¡¿Y nunca me lo
dijiste?! Podría haber ido contigo. Yo soy la ladrona aquí.
Lo es totalmente.
Una muy buena. Solo la única vez que realmente contó, fue atrapada.
Es la chica que robó dinero a su tutor y se escapó con él, pero la pillaron.
Y el resto es historia.
Pero Poe tampoco se queda atrás. Además de poder iniciar una revolución
y destruir este lugar, también puede robar cosas. Es la chica que siempre ha
sido una alborotadora y la perdición de la existencia de su tutor. Así que la envió
aquí no solo para castigarla, sino también —pensamos todas— para alejarse de
ella.
Mientras Callie se entretiene con la mantequilla de cacahuete y tranquiliza
a Salem, ofreciéndole que le robe un libro de la biblioteca, yo rebusco en mi bolso
porque también tengo algo para ella.
Un boceto.
Todas mis chicas se reúnen y se turnan para admirar la imagen que he
creado.
Es un testimonio de lo profunda que es mi amistad con ellas que soy capaz
de mostrar mi trabajo sin que se me corte la respiración o me suden las manos.
Antes de St. Mary's, había ocultado mi pasión y mi trabajo durante tanto tiempo
—solo se lo mostraba a mis profesores de arte—, que poner mis bocetos sobre la
mesa de esta manera para que alguien más los admirara habría sido impensable
para mí.
Pero ya no.
Especialmente cuando Callie me mira con lágrimas en los ojos.
—Esto es hermoso. Ella es hermosa.
Yo también sonrío.
—Bueno, duh. Ella eres tú. Por supuesto que es hermosa.
Una lágrima de felicidad corre por su mejilla y se la quita de encima,
dándome un abrazo.
—Gracias. Gracias. Estoy tan sensible todo el tiempo. Estar embarazada
es jodidamente agotador.
Lo es.
Todas podemos verlo en su agotado pero hermoso rostro.
Así que acabamos de descubrir que nuestra mejor amiga está embarazada.
Y como ella dijo, estar embarazada es jodidamente agotador. Pero cuando estás
44
embarazada mientras estás en el último año de la escuela secundaria, es más
que eso.
Es aterrador y complicado.
Sobre todo, cuando el instituto al que vas es un reformatorio conocido por
rehabilitar a las chicas y quedarse embarazada es una forma segura de ser
expulsada.
Lo que hasta hace unos días todas pensábamos que iba a ocurrir.
Solo que no ocurrió. Porque alguien vino a rescatarla: el chico del que está
embarazada.
Su exnovio.
¿Recuerdas a la chica que robó el auto de su exnovio y lo sumergió en el
lago por venganza? Esa es Callie. Lo hizo porque Reed Jackson, su exnovio, una
larga historia, le rompió el corazón hace dos años y quería devolverle el daño.
Pero ahora está embarazada de él, otra larga historia sobre cómo se produjo todo
y cómo no significa que vuelvan a estar juntos.
Pero, en cualquier caso, gracias a él —y a su influyente apellido— Callie
no solo se queda aquí, sino que es la primera chica en toda la historia de St.
Mary's que vive fuera del campus. Reed ha movido todos los hilos y ha
conseguido que ella también tenga esa excepción.
—Y hoy es lo peor —continúa Callie, metiendo el dedo en la mantequilla
de cacahuete y lamiéndola—. Estoy muy nerviosa.
Ah, sí.
Hoy.
Lunes después de Acción de Gracias.
Sabía que el día de hoy sería increíble para algunas de mis amigas —Poe
y Salem— y no tan increíble para otras —Callie—.
Salem es la primera en consolar a Callie, apretando su mano sobre la
mesa.
—Todo va a salir bien. Te estás preocupando sin motivo. Confía en mí. De
hecho, creo que va a ser épico. Vamos a tener un nuevo entrenador de fútbol.
Honestamente, no puedo esperar. Estoy tan emocionada de verlo.
Callie se muerde el labio.
—Sí, pero tú no sabes cómo son las chicas aquí. Solo llegaste aquí este
año. Las chicas de aquí siempre, siempre, se lo hacen pasar mal a los nuevos
profesores. Se lleva una mano a la barriga, aunque todavía no se le nota. —
Además, estoy embarazada. Soy un hazmerreír. Las chicas le harán pasar un
mal rato por esto. Por mi culpa.
De acuerdo, Callie tiene razón en una cosa: las chicas de aquí se lo hacen 45
pasar mal a los nuevos profesores.
Porque las chicas odian este lugar. Odian las reglas y el hecho de que se
les haya quitado la libertad.
Y, por supuesto, a los profesores.
Por eso, cada vez que tenemos uno nuevo, las tensiones son siempre altas.
Las peleas estallan en los pasillos o en la cafetería. Siempre hay una o dos
chicas que inician una discusión con el nuevo profesor, solo para poner a prueba
sus límites. Hay más casos de chicas a las que se les retiran los privilegios en
un día cuando empieza un nuevo profesor que en una semana normal.
Nuestro grupo no se ha preocupado de eso antes, pero hoy las cosas son
diferentes.
Porque el nuevo profesor, nuevo entrenador de fútbol, que empieza en St.
Mary's es el hermano mayor de Callie. O uno de sus hermanos mayores, al
menos; tiene cuatro.
Conrad Thorne.
Pero también entiendo la emoción de Salem porque es una gran aficionada
al fútbol. De hecho, tiene una conexión muy profunda con el juego. No solo
practica este deporte, y muy bien, sino que también está enamorada de un
jugador de fútbol, Arrow Carlisle.
Sí.
Callie no es la única de nuestro grupo de amigas con una historia de amor
complicada, Salem también la tiene. De hecho, su ahora novio, Arrow, fue
nuestro entrenador de fútbol, de forma temporal, hasta que tuvo que marcharse
a California. Donde juega en un equipo de fútbol profesional, el LA Galaxy.
No voy a entrar en todo el asunto de Salem y Arrow, pero sí diré que han
tenido un camino accidentado y complicado, dado que Arrow es el hijo de nuestro
director, el director Carlisle. Casi tan complicado como lo que está viviendo Callie
en estos momentos, y me alegro mucho de que Salem haya encontrado su final
feliz.
Yo también cruzo los dedos por Callie y Reed.
—Creo que es más probable que le den un tiempo fácil que uno difícil —
dice Poe despreocupadamente, yendo a por la magdalena—. Digo, ¿has visto a
tu hermano? Es un maldito dios. Tiene EPG.
Cierto.
Ahora Poe está emocionada porque está enamorada del hermano mayor de
Callie.
Como demuestran no solo sus palabras, sino también lo rápido que ha
saltado de la cama esta mañana cuando le he recordado qué día era.
—¿Qué es EPG? —pregunta Salem. 46
Poe da un mordisco a su magdalena.
—Energía de polla grande.
—Puaj. Qué asco. —Salem sacude la cabeza, golpeando el hombro de Poe—
. Eres asquerosa, Poe.
Solo se encoge de hombros.
—Es la verdad, amigas mías.
—Salem tiene razón. Eres asquerosa —dice Callie con una mueca que
delinea sus rasgos—. Es mi hermano mayor. —Luego añade, retorciéndose las
manos en el regazo—: Solo quiero que todo vaya bien hoy. No quiero que nadie
le cree problemas. Es decir, sé que puede cuidarse solo. Pero, aun así. Es mi
hermano y…
—Oye, escucha. Todo va a salir bien —le digo a Callie, intentando
tranquilizarla—. Ya verás. A tu hermano no le gustaría que te preocuparas por
él así. Sobre todo, ahora. Así que relájate. Además, estamos todas aquí.
Cuidaremos de él y nos aseguraremos de que las cosas vayan bien.
—Exactamente —dice Salem—. Poe incluso estableció las reglas ayer
después de la cena.
—Sí, me aseguré de hacerles saber que no hay que meterse con él —dice
Poe con orgullo.
Después de la cena de anoche, Poe hizo un anuncio en la sala de televisión,
advirtiendo a todas las que quisieran escuchar que se mantuvieran alejadas del
hermano de Callie. O de lo contrario se enfrentarían a su castigo. Y como
alborotadora residente, la retribución de Poe ha demostrado ser muy incómoda
en el pasado: ratas sueltas en los despachos de los profesores, ranas en las
camas y los cajones, polvos que pican en los uniformes escolares y otras cosas.
—¿Ves? Estoy segura de que las chicas saben que es mejor no meterse con
él ahora —digo.
—Claro que lo saben. —Sonriendo lentamente, Poe guiña un ojo—. Les dije
que soy la única que puede ligar con él, así que más vale que todas tengan
cuidado.
Finalmente, el nerviosismo de Callie disminuye y, poniendo los ojos en
blanco, se ríe.
Bien.
Porque, honestamente, hoy es un buen día. Y como Poe y Salem, yo
también estoy emocionada.
No porque me interese el fútbol o porque esté enamorada del hermano de
Callie, sé que Poe bromea sobre ello, pero ninguna de nosotras lo haría jamás;
Callie es nuestra mejor amiga y hay ciertas líneas que no se cruzan, sino porque
hoy es el día en que voy a conocer a Conrad por primera vez. 47
Salem y Poe lo conocen porque suele ser él quien la visita los fines de
semana o quien viene a recogerla antes de las vacaciones.
Pero hasta ahora he perdido todas las oportunidades de conocerlo a él o a
sus otros hermanos.
Porque cuando viene, ya me he ido.
Un auto, enviado por mi padre, viene a recogerme a primera hora de tales
vacaciones o mañanas de visita y me lleva al lugar de donde vengo. Mi pueblo,
Wuthering Garden.
Así que hoy es la primera vez que voy a conocerlo y por fin podré ponerle
cara al nombre de la persona de la que tanto he oído hablar.
El día pasa en un santiamén. Clases, clases, comida; Callie sale corriendo
de biología para vomitar; a Poe le ponen deberes extra porque no entregó el
original a tiempo; Salem se queda dormida en trigonometría y le pilla el profesor;
más clases y, por fin, llega el momento que todas estábamos esperando.
Entrenamiento de fútbol.
Todas nos ponemos los uniformes de fútbol del colegio —camisetas
blancas con pantalones cortos de color mostaza; el mostaza es básicamente el
color de nuestro colegio, lo que significa que nuestro uniforme consiste en una
falda de color mostaza junto con una blusa blanca, medias blancas hasta la
rodilla y Mary Janes negras— en los vestuarios antes de salir al campo de fútbol.
Aunque Callie no puede jugar al fútbol debido a su condición, nos
acompaña al campo para ver a su hermano antes de que se marche.
Todos nuestros pasos son rápidos y ansiosos y hay una sensación de
anticipación en el aire.
Por eso es inesperado, incluso chocante, que disminuya mi ritmo a medida
que me acerco al campo de fútbol.
Las chicas no se dan cuenta porque ya van unos pasos por delante de mí,
con los ojos clavados en el público del campo.
Y en esta figura tan alta en medio de ellos.
Mis ojos también están pegados a esa alta figura, por supuesto.
Una figura que hasta ahora estaba de espaldas a nosotras.
Pero entonces se dio la vuelta y fue entonces cuando mi ritmo disminuyó.
Fue entonces cuando mis extremidades se volvieron pesadas.
Mi corazón también se puso pesado, lento y aletargado, latiendo
demasiado despacio. Peligrosamente lento. Y mis ojos, se volvieron estrechos y
entrecerrados.
De hecho, todavía están así. Mientras lo miro fijamente.
Y quiero culpar al sol por ello. 48
Quiero culpar al exceso de calor de que mi cuerpo actúe de forma tan
extraña. Pero el caso es que estamos en diciembre y el sol de invierno apenas es
visible a través de las nubes grises.
Así que no son los elementos de la naturaleza.
No.
Es otra cosa. Alguien más.
Él.
Es él.
Esa figura alta en medio de la multitud en el campo de fútbol.
Está haciendo que mi cuerpo se vuelva loco por alguna razón.
Su cabello, para ser específicos.
Es de color marrón dorado. Rico y grueso, delicioso. Pero lo más
importante es que está cortado cerca del cuero cabelludo. Y así, los mechones
castaños dorados se levantan en algunas partes, con un aspecto espigado, con
absolutamente ninguno de ellos tocando siquiera el cuello de su camiseta.
Lo cual está bien.
¿Por qué deberían hacerlo?
Solo que mi loco cerebro, y mis ojos entornados y mi estúpido y lento
corazón, no pueden dejar de imaginar esos mechones crecidos. No pueden dejar
de imaginar esos mechones enroscados en las puntas, colgando sobre esa frente
lisa y rozando el costado de esa cara.
Pero eso no es todo.
No puedo dejar de imaginarme esos hombros, anchos y musculosos,
enfundados en una chaqueta de traje en lugar de en la camiseta azul claro que
lleva este hombre. Y no solo eso, no puedo dejar de imaginar que esa chaqueta
de traje es un poco pequeña para contener toda esa masa muscular alta.
¿Qué me pasa?
¿Por qué estoy imaginando estas cosas?
Especialmente cuando nunca he visto a este hombre en mi vida.
¿Verdad?
¿Verdad?
Entonces, ¿cómo es posible que sepa exactamente y hasta qué punto
tendría que levantar el cuello y estirar los dedos de los pies si me pusiera a su
lado, para poder mirarlo a los ojos?
Ojos que aún no he visto porque está mirando hacia abajo, pero, de nuevo,
me los imagino azules.
Azul oscuro, oscuro. 49
Azul profundo.
Y entonces sí mira hacia arriba.
Lo hace, y descubro que tenía razón. Sus ojos son azules. Azul marino.
Exactamente como los recuerdo, y los recuerdo muy vívidamente.
Tan vívidamente como si los hubiera visto ayer. Anoche. Solo hace unas
horas en lugar de cuando los vi realmente: hace dieciocho meses, en una noche
de verano cualquiera en la que se cruzó conmigo y me acompañó de vuelta a
casa.
No solo lo vi esa noche, también lo dibujé.
Lo dibujé en el auto de mi padre.
Dibujé esa cara, esos ojos, y me enviaron aquí a St. Mary's por ello.
T
odos han hecho algo para aterrizar en St. Mary's.
Lo que significa que yo también he hecho algo.
Algo malo.
Algo que ha hecho que mis padres me odien.
Antes, solo les decepcionaba con mis rarezas y mis inútiles aficiones. Pero
después de lo que hice el verano pasado, no soportan verme.
Mi madre me dijo que deseaba que yo no hubiera nacido. Que desearía
tener una hija diferente, una hija normal. Una hija que no fuera tan
desagradecida y egoísta. Después de todo, han hecho todo lo posible para darme
una buena vida. Una vida de dinero y prestigio.
Pero, a cambio, lo rechacé todo, y en el proceso los humillé delante de todo
el mundo. No solo eso, lo hice todo en un año de elecciones. En un año en el que 50
nuestra familia ya estaba bajo tanto escrutinio. Cuando mi padre ya estaba bajo
tanta presión.
Y, si por mí fuera, habría arruinado todo y le habría hecho perder la
reelección.
Por suerte, a él —junto con sus ayudantes y, por supuesto, mi madre— se
le ocurrió en el último momento enviarme a este reformatorio. Pensaron que así
resucitaría su imagen ante el pueblo. Mis acciones estaban suscitando dudas
sobre nuestra familia, sobre cómo mi padre podía ser el guardián del sistema de
justicia cuando no había podido controlar a su propia hija. Así que, si me
castigaba por mis crímenes, también haría lo necesario para hacer justicia con
ellos.
Funcionó totalmente y ganó las elecciones.
Lo cual me alegra mucho.
Porque no era mi intención arruinarle las cosas.
La razón por la que hice lo que hice fue por mi arte.
Porque soy una artista.
Porque me encanta dibujar. Vivo para dibujar. Así que dibujé un grafiti en
el auto de mi padre, su flamante Lamborghini para ser más específicos.
Tal vez debería haberlo pensado bien. Tal vez debería haber optado por un
enfoque diferente y más sutil que el de destrozar el auto de mi padre esa noche.
Algo que no avergonzara a mis padres más tarde y pusiera en peligro la carrera
de mi padre.
Pero no estaba pensando en esas cosas en ese momento.
Simplemente me inspiré.
Por él.
El hombre cuya cara dibujé en el Lamborghini de mi padre.
Que había dicho que yo era una artista no porque alguien me lo hubiera
dicho, sino porque simplemente lo era. Lo sería, aunque renunciara a ello. Y por
eso tal vez no debería.
Tal vez debería vivir mi vida.
Así que lo hice.
Esa noche viví mi vida y lo dibujé.
Su cara. Sus ojos. Su cabello largo.
Esa mandíbula apretada.
Dibujé sus hombros, su reluciente reloj de plata, su traje.
Y luego lo decoré.
Hice nubes esponjosas alrededor de su hermoso rostro, arcoíris alrededor
de sus hombros. Envolví su alto cuerpo en una cadena de rosas y espinas. Puse
51
mariposas en sus dedos y dejé caer estrellas en sus zapatos.
Al final, era un amasijo de colores y formas tras el que se escondía su bello
rostro como un código secreto.
Mi hombre misterioso.
El que nunca pensé que volvería a ver.
Pero sí.
Lo estoy viendo.
Está de pie en el campo de fútbol, frente a mí.
De alguna manera, con mis pesadas extremidades, he conseguido caminar
hasta el borde del campo donde se ha reunido la multitud, y de alguna manera
mi corazón, que se había ralentizado como mis piernas, también ha cogido
velocidad.
Mi corazón late y palpita mientras estoy aquí, mirándolo.
Pero cómo es… Qué es…
Mis pensamientos acelerados se desvanecen cuando un segundo después
mi mejor amiga, Callie, se acerca a él.
La veo sonreírle, feliz y luminosa.
En mi Hombre Misterioso.
Incluso veo que le toca en el brazo mientras le dice algo. Y él escucha.
Y entonces escucho algo, su profunda voz tranquilizadora, en mi cabeza:
Tengo una hermana de tu edad.
Sus palabras van seguidas de otras, pronunciadas por Callie: ¿Y si le crean
problemas? Porque es mi hermano…
Joder…
Mierda.
Él es el hermano.
Él.
Maldita sea. Y Callie es la hermana.
Callie es la razón por la que no me dejó volver a casa sola aquella noche,
por la que se paró a ver cómo estaba. Porque es un hermano mayor.
Es el hermano mayor de Callie.
Él es…
—Conrad —susurro para mí, con los ojos muy abiertos al verlos juntos—.
Se llama Conrad.
Algo se retuerce en mi pecho entonces.
Por fin sé su nombre.
52
Por fin, por fin sé quién es.
Conrad. Conrad Thorne.
Con. Rad.
Con.
Así es como lo llama Callie, ¿no?
Mi hermano, Con. Con esto, Con aquello.
Conrad es mi Hombre Misterioso.
¿Cómo es posible? Cómo es…
Un ruido estridente irrumpe en el aire, haciéndome estremecer y
robándome los pensamientos. Nos avisa del comienzo del entrenamiento, por lo
que no solo Callie se marcha, sino que yo también tengo que recomponerme y
prestar atención.
No sé cómo lo hago, pero consigo apartar la vista de él y centrarme en el
momento. En el entrenador TJ. En Salem y Poe, que me encuentran entre la
multitud y vienen a ponerse a mi lado. En formar una fila cuando el entrenador
TJ nos lo pide y poner un pie tras otro hasta que encuentro mi lugar en ella.
Y entonces todo el grupo se asienta y no tengo nada más con lo que
distraerme.
No tengo nada más en lo que centrarme.
Excepto él.
Respiro hondo y tembloroso y me limpio las palmas de las manos
sudorosas en el pantalón de fútbol antes de atreverme a mirarlo de nuevo.
Es un puñetazo en las tripas, en mi pecho. Un aguijón agudo en mi corazón
y mis pulmones.
La vista de él.
Y mis ojos no pueden dejar de mirarlo. Mis ojos no pueden dejar de
deleitarse, de atiborrarse de su cara. Incluso cuando el entrenador TJ comienza
a hablar, presentándolo como nuestro nuevo entrenador. Antes de decirnos que
nos acerquemos por turnos y nos presentemos y qué posición jugamos uno por
uno.
No puedo apartar los ojos de su cabello. Rubio sucio, grueso y abundante
y corto. Mucho más corto de lo que era aquella noche, lo que me hace
preguntarme qué le ha pasado. No es que le quite belleza a su cara, pero me
parece que echo de menos sus largos mechones.
Echo de menos que rocen sus cejas, que revoloteen sobre los finos huesos
de sus mejillas.
Sus mejillas.
Esa es otra cosa que no puedo dejar de mirar. La altura de ellas, el arco. 53
Los huecos. Las sombras que proyectan —como pensé que harían— sobre su
mandíbula. Que está bien afeitada y cuadrada.
Tan inequívocamente bella y masculina.
Y luego está su cuerpo.
El traje que llevaba esa noche le quedaba pequeño. Demasiado restrictivo.
Por supuesto que ocultó su tamaño, su poder.
Que es jodidamente impresionante en su camiseta azul claro y pantalones
de deporte negros.
Su ropa no solo se amolda a sus músculos, sino que los exhibe.
La anchura de sus hombros, los globos. Las protuberancias de sus bíceps,
que se realzan aún más porque tiene los brazos cruzados sobre el pecho. Esas
caderas delgadas que luego desembocan en muslos poderosos.
Está de pie en el campo de fútbol, observando a las chicas que se
presentan una a una.
Y me doy cuenta de que voy a tener que hacer lo mismo.
Voy a tener que presentarme. O reintroducirme, más bien.
Porque ya nos conocemos, ¿no?
Y entonces no hay que controlar los latidos de mi corazón ni el zumbido
en mi piel. No hay que controlar mi respiración ni mi expectación hasta que
llegue mi turno.
Y cuando llega, doy un paso adelante con las piernas temblorosas.
Mirando a esos ojos azul eléctrico, le digo:
—Bronwyn. —Trago saliva—. Me llamo Bronwyn Littleton. Pero puedes
llamarme Wyn.
Repito las palabras que le dije aquella noche.
Y así lo espero.
Espero que suceda.
Aunque me está matando y apenas puedo contener la respiración, espero
a que me reconozca.
—Y.
Es la primera palabra que pronuncia desde que empezó el entrenamiento
y, de alguna manera, al oírla, el aire se silencia. Puedo sentir a todas las chicas
de este campo acercándose y aferrándose a él.
Su primera palabra.
Habla con su voz profunda, la más profunda que he escuchado. 54
La voz que ahora sé que he recordado correctamente.
—¿Y…? —pregunto con el corazón en la boca.
Sus ojos parpadean ante mi pregunta, haciéndolos brillar.
—¿Y nos lo vas a contar?
—¿Contar el qué? —pregunto confundida.
Sus ojos brillantes se estrechan ligeramente.
—¿En qué posición juegas en el equipo? —explica despacio, muy despacio,
antes de inquirir—: ¿Está suficientemente claro para ti?
Oh.
Oh, está bien.
Sí, claro. Olvidé por completo que también debía responder a eso. Como
todas las otras chicas.
Pero entonces… ¿no deberíamos hablar de lo otro?
Lo de que yo lo conozco y él me conoce.
¿No es eso más importante y sorprendente y una loca coincidencia que el
fútbol?
Sonrío con inseguridad.
—¿Me estás… me estás preguntando en qué posición juego en el equipo?
Mi pregunta le hace cambiar de pie. También hace que ese estrechamiento
temporal de sus ojos sea permanente mientras me mira fijamente durante uno
o dos tiempos en silencio.
—Entonces, entiendes el inglés, ¿no?
Sacudo la cabeza.
—Yo no…
—¿Entiendes el inglés? —me interrumpe, su voz profunda se vuelve más
grave, más autoritaria—. Sí o no.
Estoy tan jodidamente confundida en este momento, pero su tono no se
puede negar, así que respondo:
—Claro que sí.
—Y entiendes lo que se te pregunta.
—Sí.
Lanza una breve inclinación de cabeza.
—Entonces, ¿por qué no respondes a la pregunta y dejas de hacernos
perder el tiempo a todos?
Entonces estudio su rostro.
No es que no lo estuviera haciendo ya, pero esta vez lo veo bajo una luz 55
diferente. En una luz en la que no me concentro en el hecho de haber visto esa
cara antes, sino en el hecho de que sus cejas están fruncidas y su boca está
tensa. Que sus ojos tienen algo parecido a la irritación.
Me concentro en el hecho de que nada en su cara o en su lenguaje corporal,
que sigue siendo tan autoritario como siempre, sugiere que me conoce.
No hay ningún indicio, ni siquiera un poquito, de que me haya visto en
algún sitio. O que se acuerde vagamente de mí.
Mis ojos se abren de par en par entonces.
Mi boca se abre también y, antes de que pueda detenerme, exhalo.
—No sabes quién soy.
En cuanto lo digo, me estremezco.
Sé que fue algo incorrecto. Muy equivocado. Me doy cuenta cuando sus
brazos se despliegan y bajan a los lados. Cuando ese reloj plateado me mira
desde donde tiene los dedos apretados y cuando inclina la barbilla hacia mí como
si ahora tuviera toda su atención.
Ahora tengo toda su atención.
—¿Y quién eres tú, Bronwyn Littleton?
Mis propias manos se cierran con un puño a los lados cuando dice mi
nombre.
Bronwyn.
Porque suena exactamente igual que aquella noche. Hermoso y delicado.
Único. En lugar de como siempre suena cuando la gente de mi ciudad lo dice:
grosero, decepcionante, un bocado.
Y, sin embargo, no recuerda que lo haya dicho antes.
Necesito tiempo para procesar eso.
Necesito asimilar el golpe, la herida que me ha hecho ahora. Así que el
curso de acción lógico es recomponerme y responder a su pregunta original antes
de volver a alinearme y lamer los moratones que me ha hecho.
Solo que no lo hago.
Me mantengo firme, con las manos aún apretadas, mientras respondo:
—Bueno, si quieres saberlo, soy una artista.
Esta vez no me inmuto.
Aunque sus ojos se han estrechado un poco más y mis inesperadas
palabras han sorprendido a todos los demás en el campo. Creo que es la primera
vez que escuchan este tono de mi parte.
Este tipo de tono aburrido y rebelde.
Soy una de las chicas buenas de St. Mary's. 56
Nunca me porto mal.
Así que esto es nuevo.
—Eres una artista —repite en un tono que estoy segura de que provoca
escalofríos en todos.
Sin embargo, por alguna razón, no en mí.
Por alguna razón, su tono solo me hace ser más audaz. Tal vez porque aún
no hay señales de reconocimiento en él.
—Sí. Me encanta dibujar. De hecho, vivo para dibujar. —Levanto la
barbilla—. Siempre llevo conmigo un bloc de dibujo y un bolígrafo. Dibujo a
primera hora de la mañana, durante el desayuno. Durante la comida, durante
la cena. Dibujo hasta que apagan las luces a las 9:30 cada noche. Y luego, a
veces, dibujo bajo la luz de la luna. —Probablemente no debería haber dicho eso,
pero sigamos con ello—. De hecho, estaría dibujando ahora mismo si no
estuviera aquí.
Es cierto.
Yo dibujo.
La mayoría de las veces lo dibujo —sí, llevo dieciocho meses dibujándolo—
como si mis deditos fueran sus esclavos y mi mente obsesionada fuera su país
de las maravillas.
Pero, aun así, no tengo ni idea de a dónde voy con esto. Por qué estoy
diciendo las cosas que estoy diciendo. Pero callar y volver a la fila como todas las
demás no es una opción ahora mismo por alguna razón.
—Si no estuvieras aquí haciéndome perder el tiempo con la historia de tu
vida, quieres decir —concluye.
Y me encomiendo a mí misma por no haberme acobardado ante su
“historia de vida”.
¿No fue él quien dijo que tenía experiencia con las historias largas? Por
eso le conté la mía. Eso y porque fue la primera persona que preguntó.
Pero, por supuesto, no lo recuerda, ¿verdad?
No recuerda nada.
Y, Dios, me hace enfadar.
Estoy tan irracionalmente enfadada ahora mismo.
—En realidad, estaría dibujando ahora mismo, si no estuviera perdiendo
mi tiempo con el fútbol —le digo.
Maldita sea. Maldita sea. Maldita sea.
He perdido la cabeza.
¿Qué estoy haciendo? ¿Qué me pasa? 57
No es así como me comporto.
—¿Es así? —murmura sedosa y condescendientemente.
Pero, de alguna manera, no puedo parar. Su tono me provoca, me desafía
a seguir, a ser rebelde.
—Sí. No me interesa el fútbol. Creo que el fútbol es aburrido. —Juro que
oigo a Salem jadear a mi lado, también a Poe—. Creo que es el deporte más
aburrido del mundo. Y obligarme a mí y a todas nosotras, en realidad, a jugar
solo en nombre de la formación de equipos es completamente inútil y roza la
crueldad.
No puedo creer que haya dicho eso.
No es que nada de lo que he dicho sea mentira.
Los entrenamientos de fútbol son aburridos. No se trata tanto del deporte
como de un ejercicio de formación de equipos, o simplemente de hacer algo de
actividad física. La mayoría de las chicas aquí ni siquiera son jugadoras. Bueno,
excepto algunas, como Salem y un par más. Así que es una fuente constante de
frustración para la mayoría de nosotras que nos hagan hacer esto.
Y no es la primera vez que alguien dice algo sobre cancelar el fútbol y el
otro par de deportes que nos hacen elegir.
Es que es la primera vez que soy yo quien lo hace.
Él habla:
—Bueno, eso es lo único que no quiero ser.
Su tono es tan suave y sedoso como siempre. Como el chocolate negro
derretido, dulce y amargo a la vez.
Y adictivo.
Odio que la mía a su vez sea alta y con tropiezos.
—¿Qué?
Parece que sus labios apenas se mueven cuando responde:
—Cruel.
—Así que entonces…
Ladea ligeramente la cara, como si estuviera pensando, mientras me
interrumpe.
—¿Qué tal si hago una excepción contigo?
—¿Una excepción?
—Sí. —Asiente, aún pareciendo estar pensativo—. Porque tengo la
impresión de que eres especial.
Eso me da una pausa. Eso me da todas las pausas, en realidad.
Especial. 58
—¿Qué?
—¿No es así? A tus compañeras tampoco les interesa el fútbol, pero nadie
ha tenido la audacia de decir una palabra. —Me hace un gesto con la barbilla—
. Excepto tú. Una artista. Diferente a todos los demás. Especial.
Soy consciente de que las cosas van en una mala dirección para mí. Puedo
sentirlo. Aunque no ha cambiado su tono suave ni su expresión pensativa.
Pero me resulta difícil preocuparme por eso en este momento porque mi
corazón palpita dentro de mi cuerpo.
Con esperanza.
Porque cada palabra que ha dicho es la réplica exacta de lo que le dije esa
noche.
Porque soy especial. Soy una artista. Soy diferente a todos los demás en
esta ciudad…
Dios.
Dios.
¿Significa eso que se acuerda después de todo? ¿Se acuerda de mí?
—¿Recuerdas…?
Me corta de nuevo.
—Así que es justo que te devuelva el favor haciendo una excepción contigo.
Lo miro a los ojos. Los estudio. Son azul marino, el color de mis vaqueros
favoritos. Pero, salvo un brillo intenso, no contienen nada más.
No guardan ningún recuerdo.
Así que tal vez no.
Tal vez simplemente estoy haciendo conexiones porque quiero hacerlo. Lo
deseo desesperadamente.
—¿Cómo? —pregunto.
Se apresura a responder, como si hubiera estado esperando que le hiciera
la pregunta.
—Escribiendo una nota.
—¿Qué tipo de nota?
—En realidad, va a ser una carta. No creo que una simple nota te haga
justicia —responde, paseando su mirada por mi cuerpo de forma rápida y
despectiva, pero aun así hace que las cosas se muevan dentro de mí, en mi
vientre—. Empezaré por describir lo absolutamente valiente que eres. Qué
valiente al enfrentarte a mí de esa manera. La gente suele mantener la boca
cerrada y los ojos bajos cuando estoy cerca. Luego diré lo original que fue ver a
alguien, una chiquilla, nada menos, hacer exactamente lo contrario de lo que le
pedí que hiciera. La mayoría de las personas con las que estoy en contacto, 59
jugadores y el resto de la población en general, se limitan a hacer lo que yo les
digo. Caminan cuando les digo que caminen. Corren cuando les digo que corran,
y dejan de hacerme perder el tiempo en cuanto lo menciono. Porque realmente
no me importa la desobediencia. O que la gente, especialmente los adolescentes,
usen sus pequeños cerebros adolescentes cuando les he ordenado hacer algo.
Pero tú no, no. Qué… —Otro movimiento de su mirada—. Única. Lo que me hace
pensar que cuando termine de describir con detalle todas tus singulares
cualidades, voy a poner una petición más para ti.
No creo que nadie me haya insultado nunca con adjetivos tan elogiosos. Y
creo que nunca he tenido tan poco miedo en una situación en la que parece que
mi perdición es inminente.
Y cercana.
De hecho, me siento exaltada y emocionada y tan rebelde.
—¿Va a ser tan especial como tu carta? —pregunto, levantando las cejas
en señal de desafío—. Esta petición tuya. Porque creo que quiero algo especial.
Y creo que no se lo esperaba, que me enfrentara a él de nuevo, porque su
mandíbula palpita. Solo una vez, pero es suficiente para que lo note y me deleite
con ello.
Que estoy llegando a él.
Aunque sea un poco.
Porque tal vez esta vez se acordará de mí.
Recuerda a la chica que discute con él en su primer día.
—Tengo entendido que te vas a graduar a finales de este año —dice
finalmente, su tono sigue siendo igual de suave.
Frunzo el ceño, aunque no quiero hacerlo. No quiero demostrarle que me
está afectando, pero no puedo imaginarme por qué me preguntaría eso.
—Sí.
Tararea.
—Me lo temía. —Se mueve sobre sus pies—. Como los estudiantes como
tú son tan raros y como me has impresionado tanto, estoy pensando que tal vez
no deberías.
—¿Qué?
Mi voz es fuerte y alta, la más fuerte y alta que ha sido hasta ahora. Pero,
joder, no ha dicho lo que yo creo que ha dicho.
No lo haría.
Es una locura. Es… cruel.
Algo parecido a la satisfacción pasa entonces por sus rasgos. Como si por
fin hubiera conseguido asustarme. Como si por fin hubiera conseguido ponerme
en mi sitio, que es con la boca cerrada y los ojos bajos, como él ha dicho. 60
—Estudiantes como tú son muy difíciles de encontrar. Especialmente
aquellos que hacen que tu día, tu primer día nada menos, sea tan memorable.
Quiero decir, no creo que vaya a olvidar este día. No creo que vaya a olvidarte a
ti. —Se detiene aquí, sus ojos se clavan en los míos, robando y estrangulando
mi respiración—. Así que voy a hacer una petición, una muy especial como tú
querías, para que te quedes. Después de la graduación.
Entonces, las cosas explotan en mi pecho.
El aire estalla en murmullos. Todo el mundo sisea, susurra y jadea.
Incluso el entrenador TJ está sorprendido. Tiene la boca abierta mientras se
acerca a él y trata de llamar su atención.
Sin embargo, no se la va a dar.
Porque su atención está en mí.
En mi forma congelada.
Que de alguna manera sigue palpitando. Esta vez no por la esperanza de
que se acuerde de mí, sino por lo que acaba de insinuar.
Bueno, hizo más que insinuar.
Lo dijo.
Dijo lo indecible.
Lo llamamos así. Lo llamamos lo indecible.
La cosa de la que nadie habla. No en St. Mary's. No en un reformatorio
donde todos son enviados a ser castigados. Donde las reglas son férreas y
carcelarias.
Nadie, ni siquiera un profesor, bromea con ello o lo menciona de pasada.
Sobre detener la graduación de alguien.
Porque es como extender la sentencia de prisión de alguien.
De hecho, solo ha habido ocho casos desde la creación del colegio en 1939
de chicas que hayan tenido que repetir el último año. Los profesores, por muy
severos que sean o por muy impopulares que sean entre los alumnos por su
rigor, siempre trabajan contigo para que tus notas, tu rendimiento y tu
comportamiento sean los adecuados para que puedas graduarte.
Así que para él decir eso, mencionar lo indecible, es… inaudito.
Es, como he dicho, una locura y una crueldad.
Y asombroso.
—¿Estás…? —comienzo a decir y esta vez el campo se queda en silencio
por mi culpa—. ¿Estás diciendo que vas a detener mi graduación?
Su brillo de satisfacción solo aumenta ante mi pregunta.
—Solo para poder mantenerte aquí. —Y añade—: Conmigo.
—¿Estás…? —digo con las mismas palabras porque no sé qué decir—.
61
¿Estás loco? Estás loco. Lo estás, ¿verdad? Estás hablando de detener mi
graduación porque he contestado un poco. Eso es una locura. Estás jodidamente
loco. Estás…
—Lenguaje.
Su gruñido, un quiebre de su hasta ahora suave y sedosa voz, me corta.
También me golpea en las entrañas. Un golpe tan grande y drástico como el que
sentí al verlo.
Tal vez incluso más.
Porque tiene exactamente el mismo aspecto que tenía aquella noche
cuando me pidió que cuidara mi lenguaje. La única diferencia es que ahora
puedo ver claramente la dureza de sus rasgos.
Tan claramente que sé, sé, que voy a dibujarlos.
Lo voy a dibujar tal cual, con las cejas fruncidas y las líneas apretadas,
más adelante. Cuando salga de aquí.
Si salgo de aquí.
—¿Qué pasa con eso? —pregunto, condenándome aún más.
—Vigílalo.
Me lo trago.
—¿Por qué?
Un músculo se le eriza en la mejilla.
—Porque yo lo digo.
—Y porque… —Abro los puños, soltando los últimos restos de mi
autoconservación mientras lo miro a los ojos furiosos y salto figuradamente por
el acantilado—. Porque eres mayor que yo. Y porque tienes una hermana de mi
edad y por eso crees que puedes decirme lo que tengo que hacer. ¿No es así?
Crees que me inclinaré a tus pies.
¿Qué he hecho?
¿En serio?
El músculo de su mejilla se detiene ante mis palabras.
Ese último trozo palpitante se congela como si se preparara para que su
ira, caliente y explosiva, estalle.
Y lo hace.
—No —dice—. Te postrarás a mis pies porque soy tu nuevo entrenador de
fútbol. Y porque si no lo haces, te enseñaré tal lección de obediencia que mi
amenaza de detener tu graduación se sentirá como un regalo de Navidad. Se
sentirá como lo mejor que te han hecho nunca y me lo agradecerás. —Sin dejar
de mirarme, levanta ligeramente la voz y se dirige al resto de las chicas—. ¿Está
claro para todas ustedes también o tengo que repetirlo? 62
Al principio nadie dice nada.
No hasta que desvía su mirada de mí y la dirige a ellas.
Entonces, una ráfaga de noes suena a mi alrededor.
Y vuelve a hablar.
—No estoy seguro de cómo se hacían las cosas antes de que yo llegara aquí
y, en realidad, no me importa. Lo que me importa es cómo se harán las cosas a
partir de ahora. Tengo una regla y una sola regla: la obediencia. Esto no es una
democracia. Lo que ustedes quieran no importa. No estoy aquí para escuchar
sus opiniones o la historia de su vida. A partir de ahora, harán lo que yo diga. Si
hago una pregunta, la responderán. Si quiero que formen una fila, la formarán.
Si quiero que corran una vuelta alrededor del campo, correrán una vuelta
alrededor del campo. Y si quiero que lleguen a tiempo, llegarán cinco minutos
antes. ¿Entendido? Esto podría ser solo un ejercicio de construcción de equipo
para ustedes. Pero si quieren aprobar esta clase, van a tener que esforzarse. Van
a tener que jugar al fútbol. —Aprieta la mandíbula una vez antes de continuar—
. Y tú —dice, sus ojos vuelven a viajar hacia mí—, te veré en mi despacho.
Mañana después de clase.
Conrad.
Se llama Conrad.
Por fin lo sé.
Ha sido esquivo para mí durante el último año, su nombre. Aunque lo he
oído un millón de veces de boca de Callie.
Pero ahora lo sé.
Y así, cuando mi compañera de habitación se va a dormir, me arrastro
hasta la ventana enrejada y, bajo la luz de la luna, dibujo su nombre.
Sobre mis muslos.
Muy alto, con espinas y rosas serpenteando.
Parece una tontería y un acierto al mismo tiempo.
Porque su nombre suena a espina 1.
Afilado y protector.
Conrad Thorne.

63

1
El apellido Thorne suena igual que thorn, que en español significa espina.
Thorn el Original

L
a gente piensa que soy predecible.
Creen que tengo una rutina. Un horario que sigo
estrictamente. Un horario del que no me gusta desviarme.
No se equivocan.
Soy previsible. Tengo un horario que sigo rigurosamente.
Por ejemplo, durante al menos la última década, he salido a correr diez
kilómetros a la misma hora cada mañana. Durante años he comprado en el
mismo supermercado, he comido en la misma pizzería, he hecho ejercicio en el
mismo gimnasio. He comprado la misma marca de leche, la misma marca de
detergente y la misma marca de cereales. He conducido el mismo tipo de camión, 64
he repostado en la misma gasolinera y he reducido la velocidad en todos los
semáforos en amarillo de vuelta a casa en lugar de pasarlos a toda velocidad.
Además, nunca envío mensajes de texto y conduzco.
Y todos los que me conocen lo saben.
Así que cuando acepté este trabajo en St. Mary's, la gente se sorprendió.
No esperaban que dejara mi antiguo trabajo —entrenar fútbol en el
instituto de mi ciudad, Bardstown High— y aceptara un trabajo en otro instituto,
en otra ciudad. Sin ninguna indicación previa.
Primero, porque había estado en mi antiguo trabajo durante al menos la
última década. Y, segundo, junto con mi previsibilidad, la gente que me conoce
también sabe de mi odio por este lugar.
Por la escuela St. Mary's para adolescentes con problemas, un
reformatorio solo para chicas.
Para ser justos, hasta hace dos años no tenía ninguna opinión al respecto.
Era solo un colegio, un tipo de colegio diferente, más extremo, situado a una
ciudad de la mía y nada más.
Nunca había pensado en ello.
Pero entonces me vi obligado a enviar a mi hermana, Callie, aquí.
Me vi obligado a ver cómo dejaba la seguridad de su hogar —donde
pertenecía, donde todavía pertenece— y atravesaba esas puertas de metal negro
para ir a vivir con un grupo de delincuentes.
Eso cambió un poco las cosas.
Eso cambió mi apatía por el odio.
Por la ira.
Porque estaba atrapada aquí.
Todavía lo está, hasta que se gradúe, y no puedo hacer nada al respecto.
No pude hacer nada para protegerla. Para evitar que se fuera, y lo lamento.
Me he arrepentido todos los días durante los últimos dos años.
Entonces, no es tan sorprendente, ¿verdad? No es tan inesperado que,
dada la oportunidad, acepte un trabajo aquí. Porque soy predecible, sí, pero
también soy otra cosa.
Lo que me define: soy un hermano.
Un hermano mayor.
Y mis hermanos son mi todo. Mi vida. Mi propósito.
Todo lo que hago, lo hago por ellos.
Por Stellan, Shepard, Ledger y Calliope.
65
Nacidos con tres minutos de diferencia, Stellan y Shepard son gemelos
idénticos y tienen ocho años menos que yo. Luego viene Ledger, que tiene doce
años menos, seguido de Calliope, o Callie como la llamamos, que nació cuando
yo tenía catorce.
Aunque yo mismo era un niño cuando todos ellos nacieron, de alguna
manera sucedió que la responsabilidad de ellos recayó en mí. Fui yo quien se
ocupó de ellos, quien los cuidó. Quien les dio de comer a tiempo, les ayudó con
los exámenes y los deberes, los llevó a los entrenamientos de fútbol y a los
recitales. Y cuando crecieron, soy el que puso toques de queda, se aseguró de
que sus habitaciones estuvieran limpias, de que hicieran sus tareas.
Soy el mayor de los Thorne. El jefe de la familia. Su protector.
Especialmente para Callie, nuestra hermana pequeña.
Yo la he criado. En realidad, todos los hermanos la hemos criado juntos.
Ella nunca ha conocido otra autoridad o figura paterna que nosotros.
Pero cuando llegó el momento, le fallé.
No pude detener la cadena de acontecimientos que la llevaron a St. Mary's.
Es mi responsabilidad asegurarme de que no les ocurra ningún daño. Es
mi trabajo olfatear el peligro potencial y eliminarlo antes de que pueda tocar a
mi familia.
Así que, por supuesto, cuando me enteré de una vacante en St. Mary's,
dejé mi antiguo trabajo y acepté este.
A pesar de que este trabajo es una mierda y lo puede hacer cualquiera que
sepa cómo es un balón de fútbol. Alguien como yo, que ha llevado a sus equipos
a los campeonatos estatales, que ha entrenado a jugadores que se han
convertido en profesionales y en algunos de los mejores atletas del país, está
demasiado cualificado para un trabajo que tiene que ver más con la creación de
equipos que con cualquier otra cosa.
Pero no importa, porque estoy aquí por mi hermana.
Además, no es que me guste entrenar.
Soy bueno en eso. Incluso soy famoso por ello. En este estado y en muchos
otros. Pero no, no es algo que me guste o que elija hacer por pasión.
Pero eso no es ni aquí ni allá.
La cuestión es que es solo un trabajo. Así que realmente no me importa si
lo hago en mi antigua escuela o aquí mientras pueda cuidar de mi hermana.
Que ahora mismo está insistiendo en que vaya a saludar o algo así a sus
amigas.
—Vamos, Con. Solo serán dos segundos —dice, toda emocionada y dando
saltos en los pies mientras me mira con sus grandes ojos como hacía cuando era 66
pequeña y quería que le comprara un helado antes de cenar o que viera películas
de Disney con ella.
Nunca pude rechazarla en aquel entonces. Ninguno de mis hermanos
pudo.
Y es aún más difícil rechazarla ahora porque esos grandes ojos suyos
parecen cansados esta mañana y mi rabia por fallarle aumenta.
Esta vez, sin embargo, no está dirigida solo a mí.
También va dirigida a ese hijo de puta por el que me vi obligado a enviar a
mi hermana aquí.
El maldito Reed Jackson.
El tipo que le rompió el corazón hace dos años y casi le arruina la vida en
el proceso.
—¿Deberías estar corriendo alrededor así en tu…? —Busco una palabra—
. ¿Condición?
Ella frunce el ceño.
—Estoy absolutamente bien, Con.
Estudio su rostro cansado, sus ojos hundidos.
—No tienes buen aspecto.
Eso la hace sonreír.
—Con, te quiero por preocuparte tanto por mí. Pero créeme, estoy bien.
Son solo un poco de náuseas matutinas. Ahora vamos, quiero que conozcas a
una de mis mejores amigas. Todavía no la conoces.
Náuseas matutinas. Sí.
Porque mi hermana está embarazada.
Porque ese maldito hijo de puta dejó embarazada a mi hermanita de
dieciocho años. Porque aparentemente aún no ha terminado de arruinar su vida.
Debería haberlo matado hace dos años. Debería haber acabado con él en
el momento en que miró a mi hermana.
—Vamos, Con. Vamos —insiste de nuevo.
Respirando hondo, me froto la nuca, masajeando los músculos cansados
a pesar de que solo es la mañana de mi segundo día en St. Mary's y la escuela
aún no ha comenzado.
—¿No deberías estar yendo a clase?
Pone los ojos en blanco.
—Todavía tenemos como diez minutos antes del primer timbre. —Me coge
la mano y me sonríe dulcemente—. ¿Por favor? Te va a encantar.
No estoy de humor para conocer a una adolescente cuando sé que voy a
tener que pasar las próximas ocho horas lidiando con un colegio lleno de ellas.
67
Pero la idea de negarle algo a Callie es aún peor, así que me doy un último
apretón en el cuello y asiento.
—Está bien.
Callie sonríe y su felicidad me quita parte del dolor que me palpita en el
cuello y los hombros.
Estamos en el deprimente pasillo principal del edificio del colegio y la sigo
por la entrada, bajando las escaleras que llevan al patio. El recinto está lleno de
estudiantes que intentan llegar a clase o desayunar antes de que suene el timbre.
Algunas ocupan los bancos de hormigón, con los libros abiertos delante de ellas,
presumiblemente intentando ponerse al día con los deberes.
Callie se detiene en uno de esos bancos, pero el libro que está abierto frente
a la chica que está sentada allí no es un libro en absoluto.
Es un cuaderno de dibujo.
Y un bolígrafo rosa se posa sobre él, formando, por lo que puedo ver, los
pétalos de una rosa. Que está extrañamente flanqueada por dos ojos. Dos ojos
de aspecto muy familiar.
—¡Wyn! —grita Callie y el bolígrafo deja de rascarse mientras levanta la
vista.
Bronwyn Littleton.
La chica del campo de fútbol ayer. La artista.
Ha estado sentada inclinada sobre su cuaderno de dibujo, con su larga
trenza colgada del hombro y las cejas fruncidas. Pero al oír la voz de mi hermana,
levanta la vista y se le dibuja una sonrisa en la cara.
Abre la boca para decir algo, pero es entonces cuando su mirada se posa
en otra cosa y su sonrisa se desvanece.
En mí.
Sus ojos, grises claros, plateados en realidad, se abren de par en par y se
apresura a cerrar su cuaderno de dibujo.
También se apresura a levantarse, con lo que no solo se golpea la rodilla
contra la mesa de cemento, sino que también hace que el bolígrafo salga
despedido de su mano hacia el suelo.
—Oh, Dios mío, ¿estás bien? —Callie se apresura a acercarse a ella y ella
aparta la mirada de mí.
Me agacho para recoger su bolígrafo.
Rosa y brillante.
Lo muevo entre los dedos, lo miro un segundo antes de guardarlo en el
bolsillo y luego miro hacia arriba.
Y de vuelta a ella.
—Sí, no. Estoy bien —dice apresuradamente, colocándose un mechón de
68
cabello detrás de la oreja—. Solo soy una estúpida.
Callie frunce el ceño.
—¿Estás segura? Parecía que te habías dado un golpe muy fuerte en la
rodilla.
Haciendo una mueca, sacude la cabeza y deja libre ese mechón recién
recogido que vuela alrededor de su rostro enrojecido.
—Sí. Uh, no. No pasa nada. De verdad. Creo que me he asustado. Pero
todo está bien. —Le lanza a Callie otra sonrisa y se acomoda ese mechón de
cabello detrás de la oreja por segunda vez—. ¿Y qué pasa?
Callie le sonríe con entusiasmo antes de decir:
—Bueno, quiero que conozcas a alguien. —Entonces se dirige a mí—. Este
es mi hermano, Conrad. —Sacudiendo la cabeza, Callie se vuelve hacia ella—.
Sé que lo conociste ayer en el entrenamiento de fútbol. Pero quería presentarte
oficialmente a mi hermano mayor. Mi hermano mayor, porque, ya sabes, tengo
cuatro hermanos mayores. Pero Con es el más bueno y el más increíble de todos.
Y Con… —Me devuelve la mirada—. Esta es una de mis mejores amigas,
Bronwyn Littleton. Pero puedes llamarla Wyn.
Bronwyn “pero-puedes-llamarla-Wyn” Littleton me mira vacilante, con las
mejillas encendidas y los ojos plateados aprensivos.
Me pregunto si es por lo que pasó ayer en el campo.
—Hola —dice con voz suave—. Es un placer conocerte por fin. Fuera del
campo de fútbol, quiero decir.
La veo, con su larga trenza, que le cuelga hasta las caderas; su uniforme
escolar, la rebeca color mostaza sobre la blusa blanca y su falda pulcramente
plisada.
Y sus manos, pequeñas y de aspecto frágil, por no hablar de que están
manchadas de tinta, se cierran con fuerza frente a ella.
Cuando vuelvo a acercarme a su cara, sus mejillas están tan rosadas como
el bolígrafo que tengo en el bolsillo.
—Mejor amiga, eh.
Mi hermana continúa, dando un abrazo lateral a su amiga.
—Sí. Compañera de cuarto en realidad. O excompañera de cuarto desde
que me mudé. Pero, de todos modos, Wyn es increíble. Es como la persona más
tranquila que puedas conocer. Es tan buena, Con. Es una persona que sigue las
reglas. Pregúntale a cualquier profesor aquí en St. Mary's. Te dirán lo mucho
que la quieren.
—Seguidora de reglas —murmuro, viendo cómo sus mejillas se encienden
aún más debido a los elogios de Callie.
Ayer no lo parecía. 69
Y probablemente esté pensando lo mismo porque su pequeña nariz se
arruga y va a decir algo, pero mi hermana habla primero y con orgullo.
—Sí. De hecho, tiene los mayores privilegios por aquí. Incluso más que yo.
—No lo soy —suelta finalmente, apartando los ojos de mí, y mis labios se
crispan—. Tan buena chica, quiero decir. Callie está exagerando.
De hecho, Callie no está exagerando.
Como hoy nos reunimos al final del día y me gusta estar preparado, ayer
cogí su expediente de la oficina.
Bronwyn Bailey Littleton.
La niña buena de la escuela St. Mary's para adolescentes con problemas.
Va a las clases a tiempo; entrega los deberes a tiempo; nunca se ve
envuelta en una discusión o una pelea; mantiene la cabeza baja y hace el trabajo.
Y, sí, los profesores la quieren.
Lo que me hace preguntarme qué está haciendo aquí en primer lugar.
Cuando Callie va a protestar por los comentarios de su amiga, yo llego
primero.
—No estoy de acuerdo.
Vuelve a levantar la vista hacia mí.
—¿Qué?
—No creo que esté exagerando en absoluto. Creo que puede dar en el clavo.
—Mirando el ligero ceño entre sus cejas, añado—: Sobre lo especial que eres.
Esos ojos plateados suyos, que hasta ahora estaban cargados de
vergüenza, se estrechan.
De alguna manera sabía que lo harían.
Por no hablar de que la rebeldía reluce en ellos como ayer y, por alguna
razón, mis labios vuelven a crisparse. Tal vez porque a la gente le cuesta mirarme
a los ojos, y mucho más dejar que sus sentimientos se manifiesten.
Pero ella no.
No Bronwyn Littleton, la artista.
—Callie solo está siendo amable, pero gracias —dice entonces, con la voz
suave como antes, pero más segura—. También ha hablado mucho de ti. De lo
increíble que eres. El mejor hermano mayor que una chica podría pedir. Pero se
olvidó de mencionar una cosa.
—¿Y qué sería eso?
Levanta la barbilla ante eso.
—El hecho de que seas un excelente entrenador de fútbol. Creo que nunca
he tenido un entrenador tan bueno.
Es valiente, ¿verdad?
70
O tonta.
Hay una línea muy fina entre ambos.
Especialmente cuando me provoca. A un profesor. En un reformatorio.
He leído su manual de mierda y por lo que parece puedo hacerle la vida
imposible si quiero. Puedo detener su graduación incluso, con lo que la amenacé
ayer y que tengo que admitir que fue solo una exageración.
Quería ver lo que haría.
Pero, de todos modos, no necesito un manual que me diga cómo hacer la
vida de un estudiante un infierno. Soy bastante bueno en eso de todos modos.
Un entrenador suele serlo, pero aun así.
Muy valiente y muy tonta.
Por ahora, lo único que hago es lanzarle un breve gesto de reconocimiento.
—Tal vez si lo hicieras, no encontrarías el fútbol tan aburrido. Y tal vez tus
habilidades no apestarían tanto.
Porque lo hacen.
Creo que no he visto un jugador peor en mi vida, y eso es decir algo porque
había algunos jugadores realmente malos en el equipo.
Por no hablar de que mi propia hermana no sabe nada de fútbol y la he
visto dar patadas a un balón en nuestro patio muchas veces.
Las dos se quedan con la boca abierta ante mi comentario y mi hermana
dice:
—Dios mío, Con. Eso es una cosa tan grosera.
—No sería un entrenador tan excelente si no señalara los defectos de mi
jugadora ahora, ¿verdad? —respondo a mi hermana sin dejar de mirar a su mejor
amiga.
Cuyos ojos se estrechan aún más ante mi pinchazo.
—No puedo creer esto. Y acabo de decir que eres el más simpático de todos
nuestros hermanos. —Callie se vuelve hacia su amiga—. Lo siento mucho, Wyn.
Con…
—Tiene razón —corta a mi hermana, manteniendo sus ojos ardientes sobre
mí—. No lo sería. Un entrenador tan excelente. Y no sería tan buena estudiante
o jugadora si no le dijera, de nuevo, que no me interesa en absoluto el fútbol.
Soy una artista.
La miro fijamente antes de meter la mano en el bolsillo y sacar su bolígrafo.
Se lo devuelvo y ella lo mira.
—Toma.
Me mira antes de cogerlo de mi mano.
—Gracias. —Agarrándolo con fuerza entre sus dedos, dice, con voz suave—
71
: Es mi bolígrafo favorito.
Vuelvo a meter la mano en el bolsillo.
—Y probablemente lo lleves encima las veinticuatro horas del día.
Sus ojos plateados se iluminan ligeramente ante mi comentario,
recordando lo que me dijo ayer.
—Sí. Igual que mi cuaderno de dibujo.
—Como tu cuaderno de dibujo. —Cuando asiente, miro su cuaderno de
dibujo antes de levantar la vista y decir—: Entonces, deberías volver a él.
Con eso, doy un paso atrás, dispuesto a dar la vuelta y marcharme, pero
mis pies se congelan cuando veo algo.
A alguien.
A ella.
Pero no deberían. Mis pies no deberían congelarse. Como si estuviera
sorprendido, o peor, en trance.
Porque no estoy ninguna de las dos cosas.
No me sorprende verla aquí. En el St. Mary's. Sabía que trabajaba aquí
cuando acepté este trabajo. También sabía que tendría que verla todos los días.
Cinco días a la semana durante el tiempo que trabajara aquí también.
De hecho, también la vi ayer.
Así.
Caminando por el camino de cemento antes del primer timbre, con un
bolso colgado al hombro. Ayer también llevaba un montón de carpetas en los
brazos con las que hacía malabares, con su cabello rubio revoloteando alrededor
de su cara.
Y aunque tampoco estoy embelesado, no puedo evitar mirarla.
Como hice ayer.
No puedo evitar mirar su cabello rubio, liso y corto.
Tan elegante y corto como cuando la conocí. Hace años y años.
También era suave.
Una masa espesa y sedosa por la que podrías pasar los dedos.
Por no hablar de su piel suave. Ese ceño fruncido entre sus cejas mientras
lleva todo en sus brazos. No puedo evitar mirar todo eso.
Y al mirarla, me doy cuenta de que lo había olvidado todo.
La había olvidado con los años.
De hecho, me dije a mí mismo que lo olvidara. Porque no he tenido tiempo
de recordar. No he tenido tiempo de recordar, ni de sentir nada, ni de pensar en
nada más que en mis hermanos. 72
De nuevo, durante al menos la última década.
Pero aquí está ahora.
Toda real y con el aspecto de antes. Cuando la conocía íntimamente.
Me meto las manos en los bolsillos ante la repentina opresión en el pecho.
Un repentino ataque de dolor en mis hombros. El dolor que sorprendentemente
no había sentido en los últimos minutos, cuando siempre me acompaña.
Cuando por fin pone en orden todas las cosas que lleva, levanta la vista y
sus ojos chocan con los míos.
El dolor de mi pecho aumenta y aprieto la mandíbula al ver que una
agradable sorpresa colorea sus rasgos al verme. Cuando sus labios se estiran en
una pequeña y familiar sonrisa, aparto la mirada de ella.
No debería haberla mirado en primer lugar.
Ella es mi pasado y no tengo tiempo ni ganas de mirar mi pasado. Además,
ella no es mía para mirar de todos modos. Pertenece a otra persona.
Así que debería irme y seguir con mi día.
Pero esta vez, cuando voy a darme la vuelta para irme, mis ojos se posan
en ella, Bronwyn Littleton, la artista.
La mejor amiga de mi hermana.
Que me mira con el ceño fruncido, como si tratara de entenderme.
Aprieto la mandíbula con irritación —no necesito que una adolescente me
descubra— antes de dar finalmente la vuelta y marcharme.
Por mi hermana o no, estoy empezando a pensar que aceptar este trabajo
ha sido la peor puta idea de mi vida.

73
E
stoy de pie frente a su oficina.
Diez minutos antes de cuando había pedido verme hoy.
Solo para causarle una buena impresión.
Porque aparentemente, no lo he hecho.
No esta mañana cuando Callie nos presentó en el patio, y definitivamente
no ayer en el campo de fútbol. Dios, no sé en qué estaba pensando ayer.
No creo que estuviera pensando en otra cosa que no fuera lo sorprendida
que estaba al verlo. al hombre con el que he estado obsesionada durante más de
un año, aquí, en St. Mary's, como nuestro entrenador de fútbol nada menos.
También como… el corazón roto.
Lo cual es raro. Probablemente una reacción demasiado emocional de mi
parte. 74
Pero yo era eso. Se me rompió el corazón al darme cuenta de que no se
acordaba de mí.
Todavía lo está un poco.
Sin embargo, para ser justos, desde su punto de vista, realmente no pasó
nada esa noche. Es decir, sí conoció a una chica a la que acompañó a casa
porque pensó que no era seguro. Y, sí, habló con esa chica por la bondad de su
corazón y escuchó su historia antes de darle un gran consejo.
Pero tal vez lo hace con todos.
Tal vez ayude a todas las chicas que encuentre en la carretera.
¿Y por qué no lo haría?
Es un hermano mayor, un protector natural. Tiene tres hermanos
menores. Por no hablar de una hermana.
A la que quiere mucho.
Y que también resulta ser mi mejor amiga.
Esa es la segunda razón por la que necesito dar una buena impresión y
dejar atrás lo que pasó ayer. En realidad, necesito dejar atrás todo este asunto
del Hombre Misterioso.
Porque anoche se me ocurrió algo que había olvidado por completo: Callie
sabe…
Ella sabe todo lo que hay que saber sobre esa noche de verano.
Se lo conté un par de meses después de llegar a St. Mary's. Siempre nos
quedábamos hasta altas horas de la noche, hablando y susurrando la una a la
otra, y en una de esas noches, le conté la historia de cómo llegué aquí. Ella sabe
que conocí a un hombre que me cambió la vida. Sabe que he estado pensando
en él, preguntándome por él. De hecho, ella ha participado activamente en todas
esas preguntas. Ha pasado horas hablando de él conmigo.
Aunque ella lo llama mi Hombre de los Sueños.
No estoy segura de cómo va a reaccionar si le digo que oye, por fin sé quién
es y lo curioso es que tú también lo conoces.
Es decir, se sorprenderá. Eso es un hecho.
Pero no estoy segura de si será una buena sorpresa o no. Tal vez ella se
sienta inquieta por esta revelación. Tal vez odie el hecho de que el hombre con
el que he estado tan obsesionada —el hombre con el que ella también ha estado
obsesionada, por mí— sea su hermano mayor.
O tal vez no le importe en absoluto.
Sin embargo, no estoy dispuesta a averiguarlo.
No estoy dispuesta a arriesgarme a perder su amistad o a hacerla enfadar
cuando ya tiene tantas otras cosas de las que preocuparse. Como su embarazo 75
y las náuseas matutinas, y su relación con Reed.
Especialmente cuando su hermano ni siquiera me recuerda.
Así que sí, voy a dejar esto atrás y volver a ser una buena chica que nunca
discute con los profesores ni con los alumnos.
Solo que no está aquí.
Su despacho está vacío y la puerta entreabierta. Creo que todavía está en
el campo, terminando el entrenamiento, y por eso espero fuera.
También estoy mirando esa puerta y pensando…
De hacer algo tonto e inapropiado. Como hice anoche cuando escribí su
nombre en mis muslos.
Estoy pensando en entrar en su despacho y echar un vistazo. Un vistazo
muy rápido.
Solo porque el pasillo está desierto y él no está aquí y yo solo…
Tal vez esta sea mi despedida. De mi obsesión.
Tal vez esta es mi manera de cortar todos los lazos con él.
Con el hombre que solo he conocido como un misterio o como el hermano
mayor de mi mejor amiga. Aunque esto último no lo sabía hasta ayer, pero igual.
Esta es mi última oportunidad de ver su espacio, de estar en su espacio,
aunque sea por unos minutos.
Así que, sin perder más tiempo, me dirijo a la puerta, la empujo y entro.
En su espacio.
Y entonces lo asimilo todo, lentamente, poco a poco. Aunque no hay mucho
que ver.
El escritorio que se encuentra en el centro de su habitación no contiene
nada, excepto un portapapeles con la lista de alumnos de segundo año y un
folleto de color mostaza de St. Mary's. Y la estantería junto a la pared está más
o menos vacía, llena de archivos y libros viejos y todo eso. También está muy
polvorienta, lo que significa que nadie la ha tocado recientemente, ni siquiera el
equipo de limpieza que viene después de vaciar el edificio de la escuela.
Y las paredes, tan beige y apagadas como la puerta, están desnudas.
Tan desnudas que mi corazón artístico y mis dedos inquietos quieren
llenarlas.
Quieren llenar sus paredes desnudas de colores.
Con cosas bonitas, extravagantes, cosas que pueda mirar mientras está
sentado en esa aburrida silla suya.
Pero, por supuesto, no puedo, así que me alejo de ellas con un suspiro,
decepcionada.
No hay nada aquí, ni una sola pista sobre él. 76
Sobre quién podría ser como hombre.
Paso el dedo por su estantería, dibujando una línea ondulada y una
pequeña flor en el polvo. Toco su silla, su escritorio, incluso abro su cajón muy
rápido y…
Me detengo por completo.
Porque hay algo en él.
Un papel que sé de inmediato que no es un recibo o una basura olvidada.
No puede serlo.
Porque mira lo bien doblado que está. Solo hay una arruga en el centro e
incluso los bordes están muy cuidados y nítidos.
Sea lo que sea, es personal.
Muy personal.
Fuera de los límites personales. Incluso más fuera de los límites que revisar
su oficina.
Pero no parece importar en este momento.
Estoy tan desesperada por cualquier conexión con él, tan patéticamente
desesperada, que ni siquiera me tomo un respiro antes de alargar la mano y
agarrarlo como una ladrona desvergonzada y temeraria. Y mis ojos criminales se
comen las palabras de la página.
Gracias por recibirme. Sé que fue difícil para ti, Con. Lo sé. Eres un buen
hombre y tal vez por eso no puedo alejarme —H.
Nada más terminar, un fuerte escalofrío se apodera de mi cuerpo y suelto
la nota.
Como si me hubiera quemado.
O como si me pinchara la piel como una espina.
Pero no tengo tiempo para pensar en eso. Tengo que recoger la nota, que
afortunadamente solo ha flotado hasta el fondo del cajón, y volver a colocarla.
Así que lo hago, con la mente deliberadamente en blanco.
No puedo alejarme…
No, no, no. No estoy pensando en eso. No quiero pensar en eso.
Me niego a pensar en quién lo ha escrito —aunque por la delicada letra
está claro que solo puede ser una mujer— y en lo que significa. Solo quiero salir
de aquí, volver a estar de pie en el pasillo como debería haber hecho en primer
lugar.
Eres un buen hombre…
Maldita sea, Wyn. Deja de pensar en ello.
Me abalanzo hacia la puerta, agarro el pomo para abrirla, pero en cuanto 77
mis dedos temblorosos tocan el frío metal, la puerta se abre sola. Y entonces
pienso que no voy a ninguna parte.
Porque hay un hombre parado en el umbral.
Un hombre que conocí hace dieciocho meses en una noche de verano al
azar. Cuyo nombre está escrito en lo alto de mis muslos.
Y cuyo espacio personal acabo de invadir.
Conrad.
En realidad, él también lo cree. Que he invadido su espacio personal.
Porque puedo ver que está molesto.
Incluso enfadado.
Está en la forma en que su pecho se expande al respirar, llenando,
abarcando la puerta, como si bloqueara toda escapatoria, y en la forma en que
sus musculosos brazos se ponen tensos e inmóviles, uno de ellos en medio de la
apertura de la puerta. Por no hablar de que su mandíbula, ya tan afilada, se ha
cerrado con tanta fuerza que creo que está rechinando los dientes mientras mira
fijamente a mi propia persona sorprendida.
Afortunadamente salgo de mi estupor.
—Ya me iba.
Es su turno de salir de su estupor entonces. Por mis palabras.
Su expresión desaparece de cualquier sorpresa o enfado y se suaviza
cuando suelta el pomo. Luego, sin dejar de mirarme, pone la mano en la puerta
y abre los dedos antes de empujarla, con los bíceps flexionados por la fuerza, y
abrirla por completo.
Entonces cruza el umbral y entra por fin en la habitación.
Automáticamente doy un paso atrás para dejarle espacio a él, a su enorme
cuerpo. Y también me estremezco automáticamente cuando, sin quitarme los
ojos de encima, lleva el brazo hacia atrás y cierra la puerta tras de sí.
Aunque con un suave chasquido en lugar del fuerte golpe que esperaba.
Lo que de alguna manera hace que todo parezca aún peor.
—¿Sí? —pregunta, casi murmurando, su voz también es suave.
Igual que ayer en el campo, todo sedoso, suave y peligroso.
Es un escalofrío.
Me aclaro la garganta.
—Sí.
Al oír esto, cruza los brazos sobre el pecho y se apoya en la puerta, como
si dijera con sus acciones que no voy a ir a ninguna parte.
—¿Por qué? 78
—¿Qué?
—¿Por qué te ibas? —pregunta como si no lo supiera y tuviera mucha
curiosidad por escuchar mi respuesta.
Como si no fuera obvio.
—Porque yo… —Aprieto mi falda—. Esta es tu oficina y yo. No debería
haber estado aquí así y…
—Entonces eres consciente de ello —me corta—. Que no deberías haber
estado aquí. En mi despacho.
Me sonrojo.
—Sí. Sí, soy consciente. Yo solo…
—Entonces, si eres consciente de que no deberías haber estado aquí en
primer lugar —me interrumpe de nuevo con un tono burlón y reflexivo—, ¿qué
estabas haciendo? En mi despacho.
Tragando, vuelvo a hacer una mueca de dolor, aunque él todavía no ha
levantado la voz.
—Sé que esto tiene mala pinta. Lo sé. Pero solo he venido a buscarte y…
—A buscarme —dice de nuevo sobre mí, por tercera vez—. En una
habitación vacía. —Abro la boca para decir algo, pero esta vez no me deja ni
siquiera hablar y continúa—: ¿Y dónde estabas buscando? ¿Detrás de esa
estantería? O debajo del escritorio, tal vez.
—Yo… —Lo intento una y otra vez, me corta.
Oh, Dios, ¿por qué no me deja hablar?
—O tal vez pensaste que estaba escondido en ese armario de
almacenamiento. Junto a mi escritorio. Tal vez por eso —continúa, su voz
finalmente alcanzando su ira—, estabas paseando tranquilamente por el
despacho de un profesor como si fuera tu puto parque de atracciones personal.
¿Es eso?
—Oh, Dios mío, lo hacía por ti —suelto entonces.
La verdad.
¿Por haría eso?
¿Por qué?
¿Por qué, Wyn?
—Por mí —repite en tono plano.
Maldita sea.
¿Por qué tengo que ser tan patética?
Es tan patético que ahora tenga que salvar esta situación después de haber
soltado la verdad tan descuidadamente.
—Sí. —Asiento—. Porque ayer me traumatizaste. 79
Lo hizo.
Me traumatizó, sacando a relucir lo indecible.
Todo el mundo hablaba de ello en los dormitorios después de la cena.
Sobre cómo yo —Bronwyn Littleton, la chica buena y tranquila de St. Mary's—
le contesté a un profesor por primera vez. Y de cómo ese profesor amenazó con
impedir mi graduación. Poe parecía extremadamente orgullosa de mí, mientras
que Salem parecía preocupada por si me estaba contagiando algo.
Me alegro de que Callie ya no viva en los dormitorios o se habría enterado
de mi absurdo comportamiento y habría sospechado. Así las cosas, les he pedido
a Poe y a Salem que no le digan ni una palabra.
Su pecho se mueve mientras toma aire y vuelve a repetir mis palabras.
—Traumatizada.
Trago saliva, moviéndome sobre mis pies y tratando de sonar más segura.
—Sí. Lo hiciste. Cuando amenazaste locamente con detener mi
graduación.
Entonces, algo parpadea en sus ojos.
Algo brillante.
Pero antes de que pueda leerlo o entenderlo, los mueve. Sus ojos azules
oscuros.
Los lleva hasta mi cuerpo.
A mi trenza primero, que está tirada y desordenada sobre mi hombro.
Empieza bastante bien, por las mañanas. Pero luego, a lo largo del día, empieza
a deshacerse. Tal vez porque meto cosas en ella, bolígrafos, lápices y pinceles.
Mi rebeca y mi falda comparten el mismo destino que mi trenza.
Planchadas y limpias por las mañanas, pero arrugadas y manchadas de tinta al
final del día. Incluso mis calcetines hasta la rodilla tienen manchas de tinta rosa,
y mis Mary Janes están sucias como si hubiera estado dando patadas a un balón
en el campo de fútbol cuando lo único que he hecho hoy es ir a las clases y
dibujar.
Probablemente esté llegando a la misma conclusión.
Que parezco un desastre en comparación con el aspecto que tenía hace
unas horas por la mañana, cuando Callie lo trajo inocentemente para que se
presentara.
—No me parece que estés traumatizada —dice levantando los ojos. Aquella
cosa brillante sigue viva en su mirada, solo que se ha vuelto más brillante y
siempre tan misteriosa.
Por alguna razón me sonrojo.
Incluso más que antes. 80
Pero lo ignoro. Ignoro sus palabras que suenan rasposas mientras insisto:
—Lo estoy. Extremadamente. Porque no es algo que se le diga a un alumno
sin más. Es indecible. Así es como lo llamamos aquí en St. Mary's: Lo indecible.
Nunca se habla de lo indecible. No se amenaza la graduación de un estudiante.
Esa es como la primera regla de ser un maestro en St. Mary's. Esto es un
reformatorio. Es como una prisión. No puedes hablar de extender la sentencia
de prisión de alguien solo por el gusto de hacerlo. Y luego hiciste ese gran
discurso de hacer la vida de todos miserable si no hacían lo que decías. “Tienen
que llegar como diez minutos antes al entrenamiento o haré que su mundo se
derrumbe a su alrededor”. O algo así. Por supuesto que estaba traumatizada.
Por supuesto que vine temprano y quise comprobar si realmente estabas aquí o
no. No quería que me castigaran innecesariamente, aunque lo hiciera todo bien.
Su rostro es ilegible mientras termino mi farragosa explicación.
No es falso lo que he dicho. Pero tampoco es toda la verdad. Y como nunca
le voy a decir toda la verdad, solo espero que se lo crea y podamos dejar atrás
este estúpido y mal pensado incidente.
—¿Cuál es la segunda regla?
Frunzo el ceño.
—¿Segunda regla?
Sus rasgos están dispuestos en una fría máscara, así que no sé lo que está
pensando, como siempre. Pero sus ojos siguen brillando y siguen observándome
de una forma que me hace juntar las manos delante de mí.
—Si la primera regla es no hablar nunca de lo indecible —explica—, ¿cuál
es la segunda?
El corazón me retumba en el pecho.
Por su inocua pregunta. Porque me preguntó algo similar la noche que nos
conocimos. Tal vez por eso digo:
—La segunda regla es tener cuidado.
—¿De qué?
—De las chicas de aquí.
—¿Y eso por qué?
—Porque pueden ser… peligrosas.
—Peligrosas —murmura, bajando ligeramente la cabeza.
Asiento, bajando también la voz.
—Les gusta gastar bromas a los nuevos profesores, crearles problemas.
Empezar peleas y discusiones, intentar que renuncien. Cosas así.
Al oír esto, baja aún más la barbilla mientras dice algo que me hace sentir 81
como si estuviera flotando.
—Así que tal vez debería empezar a esconderme en los armarios entonces,
eh. Solo para estar seguro. —Me mira de arriba abajo rápidamente—. De todo el
peligro.
Y solo porque soy tan ligera que estoy flotando, con mis polvorientas Mary
Janes en el aire, digo:
—En realidad, tacha eso. No creo que tengas que preocuparte por las
chicas que intentan que lo dejes. Creo que deberías preocuparte por otras cosas.
Porque tus problemas van a ser diferentes.
Sí, definitivamente.
Quiero decir, solo míralo.
Sigue apoyado en la puerta y con los brazos cruzados.
Pero en algún momento de nuestra tumultuosa conversación hasta ahora,
ha doblado un poco las rodillas. Sus hombros están un poco menos rígidos que
cuando entró en la habitación y su boca está ligeramente inclinada hacia arriba
en lo que solo puedo suponer que es una dosis muy pequeña de diversión. La
más pequeña dosis de diversión que alguien haya sentido jamás, tal vez.
Pero es suficiente, ya ves.
Es suficiente para transformarlo.
Es suficiente para que parezca relajado y casual. Una imagen de
arrogancia y masculinidad.
Y si no estuviera ya tan obsesionada con él, lo estaría ahora.
Como todas las demás chicas de St. Mary's.
Poe tenía razón ayer. Callie no debería preocuparse de que las chicas se lo
hagan pasar mal a su hermano. Porque ya están medio enamoradas de él. Ese
fue el otro tema de conversación en los dormitorios anoche.
Qué bueno está nuestro nuevo entrenador.
—¿De qué debo preocuparme entonces? —me pregunta, sacándome de mis
pensamientos.
Y antes de que pueda detenerme, respondo:
—De las cosas que podrían hacer para que te quedes. —Mirándolo a los
ojos, continúo—: Deberías preocuparte por todas las cosas que podrían hacer
para que te fijes en ellas.
Me devuelve la mirada.
—Sí, ¿como qué?
—Como… —Hago una pausa aquí por un segundo porque siento que el
corazón se me va a salir del pecho—. Las chicas que te paran en el pasillo para
hablarte sin motivo. O que se pasean por tu oficina o por el campo de fútbol,
82
fingiendo que les gusta el fútbol solo para que les contestes.
—¿Qué más? —murmura con la voz de terciopelo.
Me estoy quedando sin aliento ahora mismo, pero no me importa. Ni
siquiera me importa lo que estoy diciendo con tal de seguir adelante.
—Podrían fingir que se meten en problemas solo para que las salves. Puede
que se les caigan los libros cuando estés cerca solo para que les ayudes a
recogerlos. O pueden fingir que se tropiezan con los pies solo para que las
atrapes. —Y añado—: O podrían… podrían salir a escondidas de sus
habitaciones y caminar por las calles en medianoche, esperando encontrarse
contigo. Esperando que les ayudes a encontrar el camino de vuelta a casa. Como
si fuera una película de Disney y ellas fueran damiselas en apuros y tú su
caballero de brillante armadura.
Yo lo hice.
Varias veces.
Después de esa noche, recorrí las calles en medianoche, buscándolo.
Ese verano, antes de que me enviaran a St. Mary's, me escabullía de mi
casa e iba al mismo sitio, a veces con ese mismo vestido, amarillo ranúnculo.
Fue una tontería, lo sé.
Ir a esa misma calle, llevar ese mismo vestido.
Pero quería hacer todo lo correcto. Quería apaciguar al destino, alinear las
estrellas correctamente.
Solo para encontrarme de nuevo con mi Hombre Misterioso.
—Porque creo que…
—¿Qué crees?
—Creo que todas las chicas de aquí están obsesionadas contigo —digo
mientras sus ojos se clavan en los míos.
Y en cuanto lo hago, su reloj de plata —el más grande y brillante que he
visto nunca— me mira.
Me recuerda que, aunque ahora parezca perezoso y despreocupado,
accesible con sus ojos brillantes y su voz grave, sigue siendo un profesor.
Esta sigue siendo su oficina y yo sigo siendo una estudiante.
Y luego me recuerda con sus palabras.
—Bueno, entonces deberías decirles a esas chicas que están perdiendo el
tiempo. No me interesan las damiselas y sus angustias adolescentes. Algo sobre
tener una hermana pequeña que no veía nada más que películas de Disney
mientras crecía. De esta manera me torturó la mierda de siempre. Así que ahora
prefiero alejarme de situaciones que me obliguen a intervenir y salvar el día.
Con eso se endereza de la puerta, perdiendo su comportamiento relajado
83
y accesible y volviendo a su ser distante.
Llorando en silencio la pérdida de todo, lo veo caminar hacia su escritorio
y sacar su silla. Toma asiento, abarcando el respaldo de la misma como lo hizo
con la puerta. De hecho, incluso bloquea parcialmente la ventana,
ensombreciendo su despacho.
Luego, con la voz más profesional y de entrenador que le he oído nunca,
me dice:
—He leído tu expediente.
—M-mi expediente.
Me mira fijamente desde su percha mientras continúa:
—Como dije esta mañana, mi hermana tenía razón. Sobre tu historial
estelar. Está todo en tu expediente. La mejor de tu clase, grandes privilegios,
nunca causa problemas, nunca se involucra en una pelea.
No sé a dónde va con esto, así que todo lo que hago es simplemente asentir.
—Sí. Eso es correcto.
Apoyando los codos en los brazos de su silla y frotándose los labios con el
pulgar, pregunta:
—¿Entonces qué hace una chica buena, tranquila y artística como tú en
St. Mary’s?
Trago.
También aprieto mis muslos. Porque su nombre en mi piel ha empezado a
zumbar.
Las espinas de mis muslos que he hecho en su honor han cobrado vida y
ahora pinchan mi pálida piel.
Pican.
Porque él es la razón.
Él es la razón por la que estoy en St. Mary's. Porque me inspiró. Me dijo
que viviera mi vida como quisiera y lo hice. Y eso, a su vez, me llevó a mi
maravillosa libertad.
Sé que otras chicas odian este lugar, pero yo no.
¿Cómo puedo hacerlo si puedo ser yo misma aquí? Cuando puedo dibujar
todo el día. Cuando tengo tan buenas amigas aquí también.
Pero no puedo decirle lo maravilloso que es, ¿verdad?
Porque no lo recuerda.
—Porque dibujé un grafiti en el auto de mi padre —digo, contándole lo
básico como se lo cuento a todo el mundo.
—¿Por qué? 84
Me agarro al respaldo de la silla que tengo delante y aprieto aún más los
muslos.
—Porque mis padres odiaban mi arte. Siempre lo han hecho. Querían que
lo dejara. Pero no lo hice.
—¿Y ahora?
—Aún no quiero dejarlo —le digo—. En realidad, quiero… quiero ir a la
escuela de arte.
Sí.
Aunque sé que mis padres odiarán la idea.
Por eso no se lo he dicho todavía.
Según ellos, el incidente de las pintadas fue algo puntual. Piensan que
hice un truco, una rabieta. Y ahora que estoy en St. Mary's, me he reformado.
Lo que significa que ya no pienso en el arte.
Pero eso no es cierto, por supuesto.
Me lo estoy pensando. Más que eso, quiero ir a una escuela de arte. Tanto
es así que incluso he presentado solicitudes para ellas. Bueno, además de todas
las escuelas que mis padres quieren que solicite. O, mejor dicho, la escuela.
Mi padre tiene una preferencia, por supuesto, su alma mater. Y como soy
su hija, ya estoy dentro, así que…
—¿Y ellos lo saben? —pregunta.
—Uh… —Aprieto los labios—. No exactamente.
Eso llama su atención y un ceño fruncido surge entre sus cejas.
—¿No exactamente cómo?
No estoy segura de cómo hemos llegado hasta aquí, pero no sé cómo
rechazarlo.
Cómo no contarle mi historia.
No lo sabía hace dieciocho meses y no lo sé ahora.
De hecho, quiero decírselo, y así lo hago.
—Bueno, después del incidente del grafiti, mis padres se angustiaron
mucho. Lo cual era de esperar. Quiero decir, destrocé el auto de mi padre.
Cuando nunca había levantado la voz delante de ellos. Estaban enfadados,
desconcertados y estresados. Pensaron que era algo puntual y dejé que lo
pensaran. —Me encojo de hombros, sintiéndome ligeramente avergonzada—. No
les conté mis planes de futuro.
Entonces estudia mi cara durante uno o dos tiempos, y cuando parece que
va a decir algo, hablo yo:
—Lo cual está totalmente bien. Ni siquiera importa ahora mismo. Porque
todavía estoy solicitando universidades y becas. Lo que significa que aún no
85
estoy dentro. Y por eso no tengo que decírselo ahora mismo. Puedo decírselo
cuando entre. En el momento adecuado.
Ese es mi plan.
No quiero revolver la olla todavía. Cuando ni siquiera sé si he entrado.
Cuando todavía se están tambaleando por mi insurrección anterior.
Quiero darles tiempo para que lo asimilen antes de lanzarles otra bomba.
Pasa un rato antes de que pregunte:
—¿Qué tipo de auto era?
—Uh, Lamborghini.
—Lamborghini.
—Sí. —Asiento—. Era el auto de los sueños de mi padre. Lo había
comprado hacía apenas un par de semanas. Y también dibujé en el revestimiento
de mi casa y en la puerta principal. Que era la puerta soñada de mi madre. La
hizo importar específicamente de Italia.
Y mi madre estaba furiosa por ello. Incluso más que por lo que hice con el
flamante auto de papá.
—¿Se puede salvar algo de eso?
Sacudo lentamente la cabeza.
—Mi madre tuvo que cambiar la puerta. Y mi padre dejó de lado el auto
después de eso. Dijo que todavía olía a pintura en aerosol.
No estoy segura, pero algo como… satisfacción pasa por sus rasgos.
Orgullo incluso.
—Bien.
—¿Qué?
Su mandíbula se aprieta ligeramente antes de decir:
—Ahora que has pintado con spray y arruinado sus supuestos sueños de
ricos, se lo pensarán dos veces antes de arruinar los tuyos. Así que deberías
decírselo. Ahora. —Luego añade—: Sobre la escuela de arte.
El escozor de mis muslos se acentúa entonces.
Delicioso y glorioso aguijón.
Porque tenía razón.
Está satisfecho. Está orgulloso de lo que he hecho por mi arte. Y nadie ha
hecho eso. Quiero decir, sí, mis chicas aquí en St. Mary's están orgullosas de mí
y me aceptan por lo que soy.
Pero el mismo hombre que me inspiró es el que está orgulloso y eso me
encanta. 86
—Lo siento —digo entonces—. Sobre lo que hice ayer. Fui una idiota
contigo. Y nada menos que en tu primer día. Yo no soy así. Todas las cosas en
mi expediente y todas las cosas que Callie dijo son ciertas. Soy una buena chica.
No doy problemas. Y especialmente no quiero causarte problemas a ti.
—A mí.
—Sí —digo, clavando los dedos en la silla—. Porque eres el hermano de mi
mejor amiga. —Y el hombre que me liberó—. Eres el hermano de mi mejor amiga
y yo… he oído tantas cosas sobre ti. Tantas cosas maravillosas. Sobre lo mucho
que amas a tu familia. Cómo los has mantenido unidos. Cómo los has criado,
cómo los has cuidado. Cómo has renunciado a tanto para estar ahí para ellos.
Lo ha hecho.
Callie me lo ha contado todo. Todo sobre cómo su padre nunca estuvo muy
presente cuando ellos estaban creciendo y por eso todo recayó en su madre.
Y Conrad, al ser el hijo mayor, compartía su carga.
Y cuando su madre murió, fue él quien estuvo allí para recoger todos los
pedazos. Tenía dieciocho años —Callie tenía cuatro y sus otros hermanos
también eran niños— y estaba en la universidad con una beca de fútbol. Pero
renunció a todo eso y volvió enseguida.
Por no hablar de lo que está haciendo ahora.
Está aquí por su hermana.
—Y ahora, estás aquí —continúo, sintiendo una ráfaga de calor por él—.
Has aceptado el trabajo por Callie, para cuidarla y eso es simplemente…
increíble.
Nunca he conocido a nadie como él. Tan fuerte y tan dedicado a su familia.
Tan protector.
Muy bien.
Eres un buen hombre.
Ella escribió eso, ¿no es así? H.
Sea quien sea, tenía razón.
—Cuidar de ella, sí —murmura, entrecerrando ligeramente los ojos como
si estuviera pensando—. Pero resulta que he llegado un poco tarde para eso.
Frunzo el ceño.
¿Está hablando del embarazo de Callie?
Porque sé que Conrad y el resto de sus hermanos no lo han llevado muy
bien. Al principio estaban enfadados y molestos, sobre todo con Reed. Y aunque
ahora han decidido trabajar juntos para ayudar a Callie a superar esto, todavía
hay cierta tensión entre sus hermanos, especialmente Conrad, y Reed.
—Pero eso no es cierto —digo yo—. No es demasiado tarde. Sé que piensas
eso, pero ya verás. Creo que Reed no es tan malo como todo el mundo piensa
87
que es.
Pasan unos instantes mientras me estudia antes de ignorar por completo
lo que acabo de decir y proseguir:
—La razón por la que te he llamado aquí es para decirte que te revoco tus
privilegios.
—¿Qué?
—Solo porque todos los demás, incluida tú, piensen que no eres un
problema, no significa que no lo seas. Así que, a partir de este fin de semana, he
pedido que tus privilegios de salida sean revocados durante las próximas cuatro
semanas.
Tengo los ojos muy abiertos.
—¿Cuatro semanas?
—Sí. —Asiente secamente—. Tal vez esto sea un incentivo más para ti.
Para ser una buena chica. Como crees que eres.
El corazón me da un vuelco ante su buena chica y separo los labios.
Entonces digo:
—Bien. Está bien. Me lo merezco.
Estudia mi postura enderezada antes de decir:
—Ya puedes irte.
Con eso, desliza la lista que está sobre su escritorio hacia él,
despidiéndome.
Desde su oficina. Desde su mente.
Así de fácil.
Muy muy fácilmente.
Qué glorioso debe ser, qué conveniente que pueda olvidarme así.
Mientras me quedo aquí con las piernas zumbando, observándole unos
segundos más.
Llorando el final de nuestra reunión.
Suspirando, me doy la vuelta y me dirijo a la puerta. Mis manos
temblorosas giran el pomo y la abren. Pero mis piernas, que están llenas de
espinas con su nombre, no se mueven y me doy la vuelta.
Y mi boca suelta una pregunta que no esperaba.
—¿Puedo dibujarte?
En los dos segundos que he tardado en ir de la silla a la puerta, ha cogido
el bolígrafo y ya está en la segunda página de la lista, total y absolutamente
absorto en ella.
Pero ya no. 88
El papel se arruga como si sus dedos lo hubieran apretado. Y el bolígrafo
que tiene en la mano deja de moverse.
Bien.
Entonces le he robado su atención. He recuperado ese pequeño espacio en
su mente del que tan fácilmente me echó.
Levanta los ojos, su mirada es eléctrica.
—¿Qué?
—¿Puedo… me dejarías que te dibuje?
No estoy segura de lo que digo.
Este no era en absoluto el plan.
Pero, aun así, sigo adelante.
—Quiero decir, soy una artista, como sabes. Y los artistas dibujan. Y me
encantaría dibujarte si tú…
—Sal.
—Pero yo…
Abandona entonces su bolígrafo, enderezándose y alejándose del
escritorio.
—Fuera.
—Pero tal vez deberías…
Esta vez dejo de hablar porque se levanta.
Sus ojos parpadean y me inmovilizan cuando rodea el escritorio y se acerca
a mí con pasos largos y decididos. Como si fuera necesario. Como si necesitara
inmovilizarme en mi sitio. Como si fuera a moverme.
No lo haré.
No voy a ninguna parte. Ni siquiera quiero hacerlo.
Aunque parece tan peligroso, tan… depredador mientras se acerca a mí. Y
entonces me alcanza y sigue sin dejar de destruir la distancia entre nosotros.
Él se inclina y baja y yo subo y subo.
Hasta que hace algo más allá de mi imaginación: me toca.
Me agarra el bíceps por encima de la rebeca, sus dedos son firmes y
fuertes.
Calientes.
Y los utiliza para empujarme hacia atrás —no con dureza, pero tampoco
con suavidad— haciéndome dar un paso atrás, y es el paso que me saca de la
habitación. Y mientras me doy cuenta de que ya no estoy en su despacho, me
quita la mano de encima y me dice: 89
—Hemos terminado.
Con eso, me cierra la puerta de la oficina en la cara.
H
e caído en desgracia.
Al menos así lo llama alegremente Poe.
En la última semana, he discutido con un profesor, me han
llamado a su despacho y me han retirado los privilegios de salida.
Durante cuatro semanas.
Lo último no lo sabe nadie excepto Poe y Salem. Y de nuevo les he pedido
que se lo guarden para ellas y no se lo digan a Callie. Que te llamen al despacho
de un profesor es una cosa, pero que te retiren los privilegios es otra.
Especialmente para mí, porque esto nunca me había pasado antes. Si Callie lo
supiera, sin duda me sacaría la verdad a la fuerza.
Así que por mucho que odie guardar un secreto a mi mejor amiga, lo voy
a hacer.
90
También sigo con mi plan original: seguir adelante.
De mi obsesión, fascinación, preocupación por él.
Mi hombre misterioso.
Porque no solo podría estar en juego mi amistad con Callie, sino que podría
perder potencialmente todo aquello por lo que he estado trabajando.
Algo que mi orientadora me hizo notar.
No hace falta decir que está muy enfadada por mi reciente
comportamiento. Lo cual también odio, porque realmente no me gusta
molestarla. Algo que no muchos estudiantes de St. Mary's pueden decir.
En St. Mary's, los orientadores son los guardianes de nuestros privilegios.
Nos reunimos con ellos cada semana para evaluar nuestro rendimiento, nuestro
comportamiento, nuestros planes de futuro. Ellos son los que llevan la cuenta
de todas tus buenas y malas acciones y, por tanto, de los privilegios que se nos
conceden o no.
Así que, por supuesto, no son muy populares entre los estudiantes de aquí.
Y con razón, porque los orientadores pueden ser malos e intimidantes. Pueden
ser injustamente estrictos dependiendo de quién te asigne.
Pero mi orientadora es realmente agradable.
Solo empezó a mediados del año pasado, pero me ha ayudado mucho
desde entonces. Me ha animado a solicitar plazas en escuelas de arte y trabaja
diligentemente conmigo en mis solicitudes. Y me dijo que, si seguía por este
camino, podría arruinar mis calificaciones y cartas de recomendación,
arruinando así mis posibilidades de cumplir mi sueño.
Así que tengo que tener cuidado.
Estoy de acuerdo con ella. Tengo que centrarme en mis solicitudes de
ingreso a la universidad y en mis objetivos y olvidarme de esta locura.
El único problema es que el hombre del que intento pasar página está en
todas partes.
Todas. partes.
Desde que es el nuevo entrenador de fútbol, el entrenador Thorne, el
primer lugar en el que tengo que verlo es en el entrenamiento.
Las dos prácticas siguientes son muy parecidas a la primera.
Donde el entrenador TJ es el que habla, y el nuevo entrenador, él,
simplemente se queda con los brazos cruzados sobre el pecho o detrás de la
espalda y observa todo críticamente.
Solo se digna a hablar cuando una de las chicas mete la pata de forma
masiva. E incluso entonces en monosílabos gruñidos.
En realidad, se ha convertido en un juego para nosotras, las chicas. Quién
va a meter la pata más y recoger la mayor cantidad de gruñidos de una sola
palabra. Hasta ahora Poe y un par de otras chicas están a la cabeza. Mientras 91
que yo estoy en cero. Y estoy segura de que no es porque mis habilidades
futbolísticas hayan mejorado mágicamente.
Simplemente no me dice nada.
Ni siquiera creo que me mire.
Quiero decir, después de lo que dije en su oficina —ya sabes, lo del final—
¿por qué lo haría?
¿Puedo dibujarte?
Estas fueron mis palabras. Aunque no puedo creer que hayan salido de mi
boca.
No sé en qué estaba pensando. Otra vez.
Todo lo que sé es que en ese momento fue una compulsión. Una necesidad
profunda y visceral de mi corazón artístico y de mi alma desesperada.
Pero, de todos modos.
Dijo que no, obviamente.
Bueno, me echó de su despacho y me cerró la puerta en las narices, pero
entendí el mensaje.
Y ahora, al igual que él, intento no mirarlo tampoco.
Especialmente cuando también pasa por la cafetería todos los días.
Todos los días a la hora del almuerzo, aparece en nuestra mesa para ver a
Callie. Para ver cómo está, para ver cómo le va. También le trae todas las cosas
que le apetecen últimamente, o que al menos ha podido comer. Que son en su
mayoría verduras, col rizada, lechuga, rúcula.
En esos momentos, intento mantener la cabeza baja.
Intento concentrarme en mi almuerzo, en mis manos manchadas de tinta
en mi regazo, en mi arrugada falda color mostaza.
Incluso ignoro cómo Poe siempre coquetea con él. O es la primera en
entablar una conversación con él. A lo que él responde amablemente, pero con
su habitual distanciamiento. Luego viene Salem con todas sus preguntas sobre
fútbol. A las que responde con un poco más de interés que a las de Poe.
—Estás perdiendo el tiempo —canta Callie un día cuando su hermano se
va—. Él no está interesado en ti.
—¿Y cómo lo sabes? —pregunta Poe.
—Porque conozco a mi hermano —dice Callie con orgullo—. Él es bueno.
Es moral. Tiene principios. Nunca jamás mirará a una chica estudiante de una
manera poco apropiada. De hecho —dice y mira alrededor de la cafetería—,
probablemente debería decírselo a todo el mundo. Por ejemplo, que dejen de
reírse y sonrojarse cuando él se acerque. Nunca va a ser como, “oh, Dios mío,
eres realmente bonita. Deja que te tenga. No me importa que seas una 92
adolescente y mi estudiante”. Especialmente si esa estudiante es mi amiga. Es
superparticular en eso. El resto de mis hermanos son animales. No les importa
el código o lo que sea. Pero Con no. Mi hermano mayor, el más dulce y también
el más asustadizo, es demasiado responsable moralmente para hacer nada de
eso.
Callie tiene razón.
Su hermano mayor nunca miraría a ninguna de las estudiantes de St.
Mary's. No es que quiera que me mire de una manera inapropiada, no lo hago.
Pero da igual.
No importa.
Tengo otras cosas de las que preocuparme.
Porque no solo está en todas partes durante las horas de clase, sino que
también está aquí antes de ellas.
Al igual que aparece todos los días en nuestra mesa del almuerzo, también
aparece en el campo de fútbol. Mucho antes de que empiecen las clases y el
campus esté repleto de estudiantes.
Y en ese campo de fútbol, sale a correr.
Todos los días.
La única razón por la que sé esto es porque soy la primera chica que se
despierta en St. Mary's. Me despierto antes que las demás, normalmente una o
dos horas antes, y salgo con mi bloc de dibujo. Tengo un lugar en el que suelo
sentarme, debajo de un árbol en el campo de fútbol, y hago bocetos en paz antes
de que empiece el día.
De todos modos, la primera vez que lo vi fue al día siguiente de nuestra
reunión en la oficina.
Estaba bajo mi árbol favorito, abrigada con mi jersey preferido y un gorro
de punto —ambos regalos de Navidad de Callie, a la que le gusta mucho tejer—,
con mi cuaderno de dibujo en el regazo mientras el sol de invierno se elevaba
lenta, muy lentamente, en el cielo.
Estaba ocupada trabajando en mi boceto.
De él.
Por eso, cuando levanté la vista y vi un destello de alguien más adelante
en el campo, me sorprendió.
Me quedé más sorprendida cuando me di cuenta de quién era ese flash.
Él.
No había duda de que era su forma alta y ancha.
Estaba cerca de la pared de ladrillos, corriendo a lo largo de ella. No estoy
segura de cuándo llegó allí porque estaba ocupada con mi trabajo, pero por lo
que parece, llevaba un rato allí. 93
Estaba sudado por su continuo entrenamiento y bronceado incluso bajo
el sol de invierno, y pude ver… cosas.
Pude ver que su camiseta se pegaba a su cuerpo.
La tela se aferraba a su amplio pecho y a sus hombros como una cosita
necesitada. También se ceñía a su torso estriado y musculoso, que luego se
estrecha en sus caderas.
Y no me hagas hablar de sus muslos.
Sus muslos se abultaban bajo sus pantalones de deporte mientras corría
y seguía corriendo incluso cuando se acercaba a mí.
Y entonces se detuvo junto a la red del campo, directamente en mi línea
de visión, se agachó y cogió una botella de agua en la que no había reparado
antes.
Se tragó la mitad antes de dejar que la otra mitad cayera sobre su cara.
Mis dedos se apretaron alrededor de mi lápiz y mis labios se separaron,
mis respiraciones erráticas y sin ritmo mientras veía esa lluvia de agua sobre él.
Mientras observaba cómo le empapaba la cara, cómo le empapaba el
cabello, cómo bajaba por su garganta venosa y en movimiento hasta su camiseta,
convirtiendo la tela ya oscurecida en casi translúcida.
Cuando terminó, se pasó los dedos por el cabello mojado, se pasó una
mano por la cara, recogió otra cosa del suelo —su sudadera con capucha
desechada, al parecer— y se marchó sin mirar atrás.
Así que ese fue el primer día.
Desde entonces lo he visto dar vueltas —diez, he contado— alrededor del
campo de fútbol todos los días.
Me siento bajo mi árbol y dibujo, a él por supuesto, mientras hace ejercicio.
Ni una sola vez me mira ni me habla, y yo tampoco. Ambos fingimos que
el otro no está ahí. O, mejor dicho, él finge. Yo no creo que pueda con todo lo que
observo.
Por eso es una sorpresa —grande, épica, que quita el aliento— cuando un
día se detiene.
Fingiendo que no estoy allí.
Han pasado dos semanas desde aquella reunión en su despacho y es una
mañana típica antes de que empiecen las clases. Estoy en mi lugar habitual bajo
el árbol con mi bloc de dibujo. He llegado hace uno o dos minutos, igual que él.
Pero en lugar de hacer lo que hace todos los días, quitarse la sudadera,
dejarla en el suelo junto a la red y empezar a correr, se acerca a mí.
Al principio no puedo creerlo, y luego mi corazón no deja de acelerarse con 94
cada paso que da.
Mis muslos no dejan de zumbar.
Donde está su nombre.
Todavía lo escribo cada noche como un ritual. Y lo decoro con espinas y
pequeñas rosas.
Sé que tengo que parar. Lo sé.
Pero es mi placer culpable. Un placer secreto que pica.
Como verle correr cada mañana.
Cuando está a unos tres metros de mí, cierro mi cuaderno de dibujo, lo
dejo a un lado y me pongo de pie.
—Hola —digo, cuando se detiene frente a mí.
En lugar de devolverme el saludo, casi me pincha:
—¿Qué coño estás haciendo?
Observándote.
Lo tengo en la punta de la lengua.
Probablemente porque es lo primero que me dice en dos semanas. Esta es
la primera vez que me mira y estoy… sacudida.
Y sin aliento.
Pero todavía tengo el buen sentido de dejar esas palabras ahí, en la punta,
y no dejarlas caer.
—Uh, dibujando —respondo, apartando un mechón de cabello de mi cara.
Mi respuesta solo hace que frunza aún más el ceño, lo que a su vez me hace
señalar hacia donde estaba sentada—. Dibujo aquí todos los días. En este lugar.
Este es mi sitio. —Cuando lo único que hace es apretar la mandíbula como
respuesta, me veo obligada a ir más allá—. Soy Bronwyn. —Me señalo el pecho—
. ¿Littleton? ¿Te acuerdas? La gente me llama Wyn, pero tú me llamas Bronwyn.
Soy una de tus estudiantes. O jugadoras. Lo que sea. Me llamaste a tu oficina el
otro día. Y me quitaste mis privilegios de salida durante cuatro semanas. ¿Te
suena algo de eso?
Sus fosas nasales se agitan y finalmente habla.
—¿Se supone que eso es gracioso?
Me río ligeramente.
—Más o menos. —Cuando su mandíbula se aprieta de nuevo, me apresuro
a añadir—: Pero dado que no te hace gracia, creo que no.
—¿Qué haces aquí fuera —pregunta con los dientes apretados—, en la
nieve?
Ah, sí. La nieve. 95
Esta mañana está nevando.
Pequeñas gotas de azúcar blanco que caen en el suelo, pero no hay que
preocuparse.
Miro la nieve que cae suavemente.
—Oh, la nieve no me molesta. Es superligera de todas formas. Es bastante
bonita, ¿no crees?
Su mandíbula se mueve de nuevo, junto con su pecho. Probablemente con
una respiración aguda.
—No. Creo que es fría. La nieve. Y por eso deberías volver a entrar.
Miro fijamente sus rasgos tensos pero hermosos.
—No tengo frío. Estoy bien. De verdad.
Estoy diciendo la verdad.
Este invierno ha sido muy suave hasta ahora. Salvo una fuerte nevada a
mediados de noviembre, no hemos tenido días de nieve ni de frío. Y lo sé porque
todas las mañanas salgo a la calle solo con un jersey y me siento en el suelo que
apenas está frío.
—Además, dibujo aquí todos los días —continúo—. Es mi rutina. Y una
vez leí en un libro que la disciplina es muy importante si quieres tener éxito en
algo. Sobre todo, si quieres tener éxito como artista. Es una pasión única, ves.
Es superautodirigido, así que necesito seguir un horario. —Y también
observarte—. Pero no tengo que decirte eso, ¿verdad? Quiero decir, tú también
estás aquí todos los días. Justo a tiempo. —Entonces, sin ni siquiera tomar aire,
pregunto—: ¿Sabes que lo haces mucho?
—¿Hacer qué? —dice de nuevo.
—Mirar a la gente así. —Inclino mi barbilla hacia él—. Como si quisieras
aplastarlos bajo tus botas. Como si fueran un bicho o algo así. —Señalo su reloj
entonces—. Tu reloj también hace eso.
Sigue mirándome como acabo de describir, antes de suspirar y decir
bruscamente.
—Vuelve al dormitorio.
—Pero acabo de decir…
—Solo ve a tu habitación. Ahora.
—Pero tú también estás aquí fuera. En la nieve.
—No estamos hablando de mí en este momento.
Y entonces no puedo evitarlo.
Se me escapa una carcajada y frunce el ceño.
—De nuevo. ¿Se supone que eso es gracioso?
—No me mates, pero por un momento has sonado como mi padre. “Vete a 96
tu habitación. No vamos a hablar de mí ahora”. —Me río a pesar de su ira—.
Como, ¿cuántos años tienes?
Sus ojos recorren mi cara durante un rato.
Creo que se quedaron en mis labios sonrientes durante un segundo, pero
puede que me lo esté imaginando.
Puede que me esté imaginando ese brillo oscuro en ellos, la mirada
intensa.
Puede que yo también me esté relamiendo, solo porque quiero que siga
buscando.
Pero no lo hace.
Levanta los ojos cuando termina de estudiarme y murmura:
—Tu padre.
Me relamo los labios una vez más.
—Sí.
—Ese en cuyo auto dibujaste un grafiti.
Mi corazón se acelera al escuchar su tono bajo.
—Lo hice.
Esos ojos suyos que creía que estaban en mis labios se oscurecen aún
más.
Su mandíbula también se aprieta.
Pero solo durante uno o dos segundos.
Entonces suspira, no tan bruscamente como antes, pero sí, y se pone en
pie.
Seguido de hacer algo más. Algo espectacular.
Increíble.
Se acerca a la cremallera de su sudadera con capucha y la baja de un
tirón. Luego agarra la parte delantera y la abre más, rodando los hombros y
quitándosela.
Quedándose solo con una camiseta, gris clara y entallada.
—Toma —me la ofrece.
Mis ojos están muy abiertos.
—¿Qué? Yo no…
—No lo necesito para correr.
—Pero no puedo…
—Si insistes en sentarte aquí fuera en la nieve, al menos abrígate para ello.
—Mira su sudadera negra con capucha—. No es mucho, pero las capas deberían
ser mejores que tu… —Piensa en ello—. Pequeño suéter. 97
Mis labios tiemblan y mis muslos se pinchan con las espinas imaginarias
con las que he decorado su nombre.
—No sé —digo tragando— qué decir.
Realmente no lo sé.
Como aquella noche en la que se detuvo a ver cómo estaba en el arcén,
ahora me ofrece calor.
Algo que nadie había hecho antes que él.
—Solo tómalo antes de que mueras de frío —dice. Y añade—: Y privarme
de la oportunidad de aplastarte bajo mis botas como a un bicho yo mismo.
Sonrío.
Es imposible no hacerlo. Por su malhumor. Por la forma en que interpreta
al héroe reticente.
Mi héroe reticente.
También tomo la sudadera, lo que le hace dar un paso atrás,
probablemente dispuesto a marcharse.
—Una flor.
Entonces se detiene en su camino.
—¿Qué?
—Soy una flor. —Me abrazo a su sudadera, tan suave y acogedora, pero
sobre todo cálida—. No soy un bicho. Un alhelí.
—¿Qué es un alhelí?
—Un tipo de flor que crece en las paredes y le encanta —explico, frotando
mi barbilla en la acogedora tela mientras sus ojos se centran en mis acciones—
. Soy un alhelí. Y tú eres una espina. —Vuelve a mirar hacia arriba, con los ojos
oscuros y ligeramente entrecerrados—. ¿Lo entiendes? Porque tu apellido es
Thorne.
Deja pasar un segundo en silencio antes de preguntar:
—¿De qué color es? El alhelí.
—Oh. Uh, azul. Y púrpura y rosa y rojo. Naranja. —Y entonces digo—: Oh,
y amarillo.
El color que llevaba la noche que lo conocí.
—Amarillo —murmura, mirándome fijamente a los ojos.
—Sí —susurro, devolviendo la mirada, deseando que recuerde.
Por un segundo parece que lo hace, cuando las cosas parpadean en su
mirada, pero luego rompe la conexión, da otro paso atrás antes de ordenar:
—Solo ponte la puta sudadera. 98
Lo hago.
Me pongo su sudadera que me ahoga, que va aún más en contra de mis
planes de seguir adelante, pero no me importa.
No me importa en absoluto, porque lo huelo.
Por primera vez.
Siempre ha estado a distancia de mí, a un brazo de distancia, y por eso es
la primera vez que descubro su olor.
Huele a especias. Cálido e invernal. Y a algo dulce.
Algo como las rosas.
Me doy cuenta entonces de que así es como deben oler las espinas:
nerviosas y mordaces, pero con un toque de flores dulces.
A pesar de mi determinación y buen juicio, pienso en esto todo el día y
toda la noche.
También pienso en esto al día siguiente mientras estoy en la biblioteca
durante mi periodo libre. Estoy tratando de conseguir un libro sobre el
impresionismo francés y casi lo tengo.
Está en lo alto de la estantería y me he estirado lo suficiente como para
que mis dedos casi lo toquen.
Casi.
Hasta que alguien se acerca y arrebata el libro de la estantería.
Me vuelvo a tirar al suelo y me doy la vuelta.
Y ahí está.
Mi espina.
Es algo que he llegado a llamar ahora que sé cómo se llama.
El color de su camiseta hoy es inusual, el más oscuro de todos, el negro,
y de alguna manera hace que todo en él sea aún más vívido —su piel bronceada,
el azul marino de sus ojos, incluso el rubio oscuro de su cabello— y con el sol de
invierno que entra por los grandes ventanales detrás de mí, parece un cuadro.
Tiene mi libro en la mano y lo mira por un segundo antes de levantar la
vista. Y como ayer cuando me sorprendió en el campo de fútbol, le digo:
—Hola.
Y de nuevo, como ayer, no me devuelve el saludo.
Aunque sus palabras no llevan el mismo veneno al murmurar:
—Otro libro.
—Sí. —Aliso mi falda con las manos—. Es sobre el impresionismo francés.
El origen, los primeros años. —Luego añado—: Es un movimiento artístico del
siglo XIX. El nombre Impresionismo se deriva de la pintura de Claude Monet, 99
Impresión, Soleil Levant. Significa amanecer. En francés. Fue muy radical en su
momento. Iniciado por un puñado de artistas en París. Y, obviamente, a la gente
no le gustaba eso. No les gustó que un grupo de personas violara las reglas
típicas del arte de la época y propusiera algo nuevo. Así que sí. —Asiento—. De
todos modos, es muy interesante. Ya sabes, para una lectura ligera.
Vuelve a mirar el libro, una tapa dura negra con el título escrito en dorado,
antes de volver a levantarse.
—Lectura ligera.
—Antes de acostarse.
Algo pasa por sus rasgos, haciéndolos parecer aún más hermosos y
ligeramente… suaves. Especialmente con la luz jugando sobre ellos mientras
pregunta:
—¿Qué tal una escalera?
—¿Qué?
—¿Hay algo de eso, en esto? —Me ofrece el libro entonces—. La cosa que
debes usar mientras agarras un libro de lo alto de la estantería. Porque no
puedes alcanzarlo. Porque eres bajita de cojones.
Le quito el libro de la mano y, al igual que la sudadera de ayer, lo abrazo
contra mi pecho.
—No soy bajita de cojones. —El peligro atraviesa sus ojos ante mi cojones
porque, por alguna razón, está obsesionado con corregir mi lenguaje. Entrecierro
los míos en respuesta mientras continúo—: Mido 1,65 metros.
Me mira de arriba a abajo.
Temo decir que tengo el mismo aspecto de siempre: ropa desordenada y
trenza más desordenada. Pero no me siento tan cohibida como la primera vez en
su despacho.
Quizá porque cuando termina y me mira a los ojos, los suyos son aún más
oscuros y bonitos.
—Si tú lo dices.
Levanto la barbilla.
—También tengo dieciocho. —Él frunce el ceño y yo le explico—: Años.
—Al azar —murmura—. Pero bueno.
—Ahora te toca a ti —digo, agitando una mano hacia él.
—¿Mi turno para qué?
—Para decirme cosas. Tu altura, por ejemplo. ¿Y qué edad tienes?
No estoy segura de por qué le pregunté estas cosas, especialmente su edad.
Cuando ahora lo sé de verdad. Sé que tiene treinta y tres años. Sé que es 100
el más alto de todos sus hermanos, con un metro ochenta.
Pero creo que esto es lo nuestro.
Aunque no lo sepa. O lo recuerde.
—Mayor —responde.
—¿Cuánto más mayor?
Espero que vuelva con algo evasivo o de distracción porque eso es lo suyo.
Por alguna razón.
Pero esta vez clava sus ojos en los míos y responde:
—Estoy mucho más cerca de tu padre en edad que de ti. —Luego añade—
: Que tengas un buen día, Bronwyn.
Está listo para irse, pero yo no estoy lista para dejarlo ir.
Así que suelto lo primero que se me ocurre justo cuando está a punto de
darse la vuelta.
—¿Has pensado en dejarte crecer el cabello?
Y como ayer, se detiene en su camino y me lanza una mirada.
Desconcertado porque le he hecho una pregunta tan estúpida y brusca.
Pero al menos se detuvo y eso es todo lo que quería.
En realidad, eso no es cierto.
Eso no es todo lo que quiero.
Quiero algo más. Algo que he decidido, ahora mismo, en este mismo
segundo, mientras la luz de la tarde lo golpea y lo hace brillar, que es algo bueno
—lo correcto— a pesar de todo.
A pesar de mis planes.
De hecho, debería ayudar a mis planes.
—¿Qué? —pregunta, con un tono también desconcertante.
Trago saliva, abrazando el libro, casi perdiendo los nervios.
—No me malinterpretes. Tu cabello corto se ve muy bien. —Agito una mano
hacia sus mejillas—. Te resalta los pómulos y la línea de la mandíbula y todo.
Pero estoy pensando, desde la perspectiva de un artista, que tal vez deberías
pensar en dejarte crecer el cabello un poco. Puede que te guste. Lo libre que es
y cómo puedes sentir el viento en tu cabello. Puede que te quede bien. —Me
sacudo la cabeza porque me estoy yendo por las ramas en este momento, y luego
simplemente voy a por ello—. Pero eso no es importante. Lo importante es que
necesito tu ayuda.
Sigue mirándome fijamente, con la mirada desconcertada, antes de
inclinar la cabeza hacia un lado, con los ojos entrecerrados.
—Que si he pensado en dejarme crecer el cabello porque podría quedarme 101
bien. Y tú necesitas mi ayuda. ¿Es eso lo esencial?
Me aclaro la garganta.
—Solo la segunda parte. La primera parte sobre el cabello fue…
—Inútil —suministra la palabra.
Mis mejillas se calientan y murmuro:
—En realidad, no, pero está bien.
Luego se adelanta y cruza los brazos sobre el pecho y ensancha los pies,
como si se plantara frente a mí.
—¿Entonces para qué necesitas mi ayuda?
De acuerdo, bien.
Ha mordido el anzuelo.
Me aclaro la garganta de nuevo.
—Con… mis solicitudes para la universidad.
—¿Qué pasa con tus solicitudes de ingreso a la universidad? —pregunta
con la cara desencajada.
—Como sabes, estoy aplicando para las escuelas de arte —comienzo—. Y
como es una escuela de arte, requieren arte. Como un portafolio. Con bocetos y
cosas. Y yo los tengo. Los tengo. Pero no están como, donde quiero que estén.
En cuanto a la calidad. Y me doy cuenta de que es porque estoy un poco
bloqueada.
—Bloqueada.
Asiento.
—Sí. Como de forma creativa. Y por eso estaba pensando… —Me relamo
los labios, que se están secando bajo su pesado escrutinio—. Sé que antes te
oponías a la idea. Cuando te pregunté, en tu despacho. Me cerraste la puerta en
las narices para que dijera que la odiabas. La idea. Pero me preguntaba si lo
reconsiderarías.
Con la mandíbula marcada en una línea firme, me observa un rato antes
de preguntar en tono llano:
—Reconsiderar qué.
Aprieto el libro contra mi pecho y aprieto los muslos donde está su nombre.
—La idea que propuse de dibujarte. ¿Podría?
Es una pregunta peligrosa.
En muchos niveles.
Una de ellas es que, a primera vista, parece que estoy yendo en contra del
plan original de pasar de él. Pero, en realidad, no lo es. Me va a ayudar a seguir
adelante con él.
102
Porque me he dado cuenta de algo en este mismo instante.
Me he dado cuenta de que realmente está en todas partes.
Quiero decir, ya lo sabía, pero lo que digo es que como va a estar en St.
Mary's, me voy a encontrar con él. Voy a verlo siendo silencioso y dominante en
los entrenamientos, o corriendo a primera hora de la mañana. Voy a ver cómo
se le insinúan otras chicas. Voy a ver cómo se ocupa de Callie.
Voy a verlo… cuidando de mí también.
Regalándome su sudadera con capucha, aunque ayer no la necesitaba. O
cogiendo un libro para mí de la estantería. A pesar de que casi lo tenía.
Y esta obsesión mía, esta curiosidad, nunca terminaría.
Así que esta es la manera de terminar.
Esta es la manera de matar mi curiosidad por él.
Si consigo pasar un tiempo con él, hablarle, dibujarle a gusto, no
necesitaría pensar en él a altas horas de la noche. No necesitaría dibujar su
nombre en mis muslos.
No necesitaría soñar con él, si paso mis horas de vigilia con él.
Así que esto es todo.
Así es como seguiré adelante.
Así que sigo, por el bien de mi amistad con su hermana y por el bien de mi
propia cordura.
—Es que tu cara realmente me inspira. Hace que mis jugos creativos
fluyan, por así decirlo. Así que esto realmente me ayudaría. Porque de nuevo,
como te dije, estoy tratando de obtener una beca y necesito llevar mi juego A
para eso. Y tú eres profesor, ¿verdad? Es prácticamente tu deber ayudar a un
estudiante, así que sí. ¿Me dejarías dibujarte?
Nada cambia en su rostro cuando termino.
Y, de alguna manera, su cara inexpresiva y su continuo silencio han
empezado a hacer que me sonroje aún más.
Entonces habla, y siento que alguien acaba de empezar a desenredarme.
—Pero por lo que tengo entendido —dice, con la cabeza inclinada hacia un
lado en una mirada pensativa—, ya lo haces.
—¿Qué?
Despliega sus brazos y salva la distancia que nos separa.
Como hizo en su despacho y como aquel día, me quedo clavada en mi sitio.
Veo cómo sus zapatos cruzan el suelo enmoquetado de la biblioteca mientras se
acerca a mí, todo ello de forma lenta y peligrosa.
Y cuando llega allí, donde estoy yo, me inunda su olor a espina picante 103
mientras murmura:
—Cada mañana. —Sus ojos se mueven sobre mi cara y no puedo evitar
inclinarla hacia él—. Cuando te sientas bajo ese árbol tuyo con tu cuaderno de
dibujo. Con ese pequeño jersey rosa y ese gorro blanco de punto. Y me sigues
por el campo de fútbol con tus grandes ojos plateados. Entonces me dibujas,
¿no?
Ojos plateados.
Sabe que mis ojos son plateados.
Quiero decir, por supuesto que lo sabe. Los ha visto. Me está mirando a
los ojos en este momento, pero a la gente le cuesta mucho trabajo determinar su
color.
Pero a él no.
Se ha dado cuenta. Del color de mis ojos, y también de mí.
Que lo vigilo.
Que cuando me siento allí todos los días lo dibujo.
—No te sigo con mis grandes ojos plateados —digo en un tono que suena
más sin aliento que confiado—. Y ya te he dicho que me siento bajo ese árbol
todos los días. Es mi sitio. También dibujo todos los días por la mañana
temprano. Porque yo…
—Porque lo has leído en un libro. Sí, lo sé —afirma, su mirada sigue
recorriendo mi rostro—. Sé lo que me has contado.
—Pues eso —respondo esta vez con más confianza—. Ya te lo he dicho. Ya
lo sabes.
—Pero también sé —dice mientras se acerca a mí, robándome el poco
aliento que me queda— lo que encontraré si abro ese cuaderno de bocetos tuyo.
Lo que llevas encima las veinticuatro horas del día. Junto con tu bolígrafo
favorito. De color rosa, ¿no? Porque eres una artista.
El corazón se me sale del pecho.
Intenta salir volando de mi boca, pero me lo trago y digo:
—No vas a encontrar nada. No sé por qué crees…
—Me encontraré a mí mismo —dice, atravesando la mitad de mi frase—.
Mis ojos. Rodeados de rosas. Eso es lo que estabas dibujando ese día, ¿no? En
el patio. —Luego dice tras una pausa—: Bronwyn.
Oh… joder.
Lo ha visto.
Joder, vio lo que estaba dibujando el día que Callie lo trajo para
presentarnos. Pero pensé… pensé que había cerrado el cuaderno de dibujo antes
de que tuviera la oportunidad de ver algo. Pensé… 104
—No lo hiciste —me dice como si me leyera la mente—. No a tiempo.
Y la forma en que lo dice, con el lento movimiento de su cabeza, con ese
brillo arrogante en sus ojos, me deja sin aliento.
Me hace pensar que esto es glorioso.
Es glorioso.
Tan jodidamente glorioso.
Aun así, protesto.
Tengo que hacerlo.
Por más de una razón.
—Eso puede ser así. Pero yo soy una artista. Y asumir que tú eres mi única
musa es ridículo.
—¿Es así?
—Sí. —Asiento—. Así que creo que has perdido la cabeza.
—La cabeza.
—Uh-huh. —Sigo, por el bien de mi plan, por el bien de mi amistad con
Callie—. Creo que tu mente se está yendo. Ya que, ya sabes, estás más cerca de
la edad de mi padre y todo eso. Porque creo que te he dicho un millón de veces
que mi nombre es Bronwyn, pero la gente me llama Wyn. Así que te agradecería
que tú también lo hicieras.
No lo haré.
No lo apreciaré en absoluto.
Quiero que me llame por mi nombre completo. Quiero que me llame
Bronwyn.
Pero, por supuesto, no puedo. Así que intento parecer inocente e
indignada.
—No un millón de veces, no —dice—. Solo dos. —Antes de que pueda
calcular cuántas veces le he dicho que me llame Wyn, me dice—: Y creo que te
gusta.
—¿Cómo qué?
—Que sea mayor —explica— que tú.
Abrazo el libro con más fuerza, utilizándolo como defensa contra la guerra
que está librando contra mí, contra mis sentidos.
—¿Por qué me gustaría eso?
Pero su respuesta a mi pregunta me hace ver que no hay ninguna.
No hay defensa contra él.
Contra mi espina.
—Porque tú, Bronwyn Littleton —dice con la mirada penetrante—, tienes 105
problemas con tu padre.
—¿Qué?
Suele tomarse su tiempo para responderme, como si eligiera
cuidadosamente sus palabras. Pero esta vez no.
Esta vez tiene su respuesta preparada y me la da con palabras bajas y
ásperas.
—Tu padre es un idiota —dice—. Es un puto pedazo de mierda que se
merece todo lo que le has hecho. De hecho, si pudiera ponerle las manos encima,
le rompería tantos huesos del cuerpo y le reordenaría la cara de tal manera que
no se reconocería en el espejo. Por enviarte aquí. Por hacer tu vida miserable.
Por hacerte llorar.
Hace una pausa y deja de mirar mis labios por un segundo. Estudia mi
boca temblorosa.
También estudia mis mejillas rojas, mi trenza parcialmente deshecha, mis
manos manchadas de tinta antes de mirarme, con los ojos más serios que nunca.
—Pero lo que no voy a hacer —continúa— es dejar que esta mierda
continúe.
—¿Perdón?
—No has sido la princesa de tu padre, así que quieres ser la mía —dice
rasposamente, inclinando la cara hacia mí—. ¿No es así? Eres un caso de libro.
Por eso me miras cada mañana. Por eso te sonrojas y agachas la cabeza y finges
no notar mi presencia. Por eso hablas y hablas y nunca dejas de hacerlo cuando
estoy cerca, ¿correcto? Por eso me provocaste aquel primer día. Por eso te colaste
en mi despacho. ¿Creíste que no me daría cuenta? ¿Que soy el objeto de tu
obsesión adolescente? Que la mejor amiga de mi hermana pequeña está
fascinada conmigo. Lo noté. Me di cuenta. Y déjame que te aclare esto, porque
creo que el portazo en tu cara no ha captado el mensaje.
»No me interesas. Nunca me interesarás. De hecho, soy jodidamente
alérgico —dice con la mandíbula apretada—. A ti. Soy alérgico a tus grandes ojos
plateados y a tus labios rosados. A tus mejillas sonrojadas y a tu voz jadeante.
Soy alérgico a la forma en que no puedes dejar de mirarme. Te dije que no me
interesan las películas de Disney, ¿no? Lo dije en serio. Así que te sugiero que
busques a otra persona con la que jugar a la damisela en apuros. Alguien más
que resuelva tus problemas de adolescente. Alguien de tu edad, alguien que
probablemente aún esté dando un puto estirón o alguien que se pase los fines
de semana jugando a videojuegos y haciéndose pajas. A partir de ahora, si te
pillo mirándome al otro lado del pasillo o si te encuentro a menos de tres metros
de mi despacho o de mí sin motivo, seas o no la mejor amiga de mi hermana, me
aseguraré personalmente de que no vuelvas a ver el exterior de ese muro de
ladrillos y esas puertas negras de metal durante el resto del año. —Y luego, antes
de enderezarse, añade—: Y puede que yo esté más cerca de la edad de tu padre
que de la tuya, pero sí recuerdo cómo te llama la gente. Y también sé cómo te
106
llamas, Bronwyn.
H
ay una hilera de casas de campo en un lado del campus.
Lejos de los edificios de la escuela y de la cafetería, lejos del
dormitorio y de la biblioteca y del campo de fútbol.
Están arrinconadas contra la pared de ladrillos que rodea la
escuela y se supone que son parcialmente privadas y para el profesorado.
En los viejos tiempos —en 1939, concretamente—, cuando la escuela
estaba recién inaugurada, la escuela era todo lo que había.
Lo que significa que la ciudad de St. Mary's se construyó después de la
creación de la escuela.
Así que muchos profesores vivían en el campus, en estas casas de campo.
Pero con el tiempo, la ciudad creció y los profesores empezaron a vivir fuera del
campus. Ahora nadie vive aquí. Estas casitas están abandonadas y
desordenadas, con la pintura desconchada y la hiedra crecida. Se habló de
107
derribarlas y construir un nuevo pabellón, pero la financiación siempre ha sido
un problema.
Pero no me importa. En realidad, me gustan estas casas de campo.
Me gusta que sean cutres y viejas. Y aisladas y solitarias, porque la
mayoría de las chicas de la escuela mantienen las distancias. Así que cuando no
tengo ganas de hablar con nadie o de dibujar como una posesa, puedo venir aquí
un rato y esconderme.
Ahí es donde me dirijo.
Para alejarme de todo el mundo. De la charla ruidosa y de los ojos
preocupados de mis chicas.
Les he dicho numerosas veces desde el día en la biblioteca, que fue hace
dos días, que estoy bien. No hay nada de qué preocuparse. Tal vez realmente me
esté enfermando de algo. Y tal vez por eso tengo los ojos hinchados y la nariz
roja todo el tiempo.
No tiene nada que ver con un hombre.
Un hombre que me rompió el corazón hace dos días.
El hombre que camina por el campus despreocupado. Sin que le afecte lo
que ha pasado, lo que ha hecho.
Por cómo me aplastó bajo sus botas.
Pero, de todos modos, no quiero pensar en eso.
Estoy cansada de pensar en ello y solo quiero alejarme un poco, lejos de
todo el mundo.
Pero parece que eso no es posible, porque cuando llego al extremo del
campus y doblo la esquina para dirigirme al cornejo que se encuentra detrás de
las cabañas y donde suelo sentarme a dibujar, veo que ya hay alguien allí.
Alguien tan inesperado que por un segundo no puedo creer lo que estoy
viendo.
Mi consejera, la señorita Halsey.
Está de pie bajo el árbol, con la cabeza agachada y las manos retorcidas
frente a ella.
¿Qué diablos hace ella aquí?
Por un extraño segundo pienso que está aquí para verme.
¿Pero cómo sabía ella que yo iba a estar aquí?
Sé que ella conoce este lugar, porque le dije en una de nuestras sesiones
que me encanta venir aquí cuando quiero alejarme de las cosas. Y la señorita
Halsey debe ser la única orientadora de St. Mary's que ni siquiera pestañeó ante
esta información; cree que el autocuidado es tan importante como la reforma.
Aunque no se me ocurre una sola razón para que esté aquí, siento que
debe ser algo importante lo que la trajo a estas cabañas, a este escondite. 108
Debería ir a preguntarle, a ver si puedo hacer algo para ayudar.
Y doy un paso hacia ella.
Pero entonces me detengo, porque ya no está sola. No somos las únicas
dos personas en esta parte de St. Mary's. Hay alguien más aquí.
Alguien más que ha surgido en la mitad de la franja de entre dos casas de
campo.
Un hombre.
No solo ha surgido de la nada, sino que también se ha apoderado de toda
mi atención. Ha secuestrado mi línea de visión hasta el punto de que todo lo
demás desaparece.
Excepto él.
Sus anchos hombros y su espalda ondulada se cubren con una sudadera
con capucha azul marino, sus poderosas piernas con un pantalón de chándal
mientras avanzan a grandes zancadas hacia ella, donde se encuentra. Y cuando
llega a su destino, el cornejo, mi respiración se detiene.
Porque se gira, mostrando su perfil, revelando esa fuerte línea de su
mandíbula que de alguna manera siempre permanece lisa y bien afeitada.
Pero hoy no.
Hoy, hay una sombra.
Una barba oscura.
Incluso su cabello, esa masa corta y recortada, parece erizado. Como si se
hubiera pasado los dedos por él.
Se ve como me siento.
Todo arruinado y agitado.
Y por un segundo me permito pensar tontamente que tal vez sea por lo que
pasó entre nosotros. Que le está cortando ser tan cruel conmigo como me está
cortando soportar su crueldad. Que el hecho de caminar por el campus sin estar
afectado era solo para aparentar.
Pero eso no puede ser.
¿Verdad?
Si lo fuera, entonces no habría sido tan malo ese día.
Aun así, no puedo evitar preguntarme. No puedo evitar dar un paso hacia
él como una patética idiota. Pero me detengo de nuevo, porque además de poder
verle a él, a su perfil, soy capaz de ver también otras cosas.
Cosas como ella, mi consejera.
Que se vuelve hacia él y levanta el cuello. Como si ella fuera una flor y él
el sol. Y lo necesitara para florecer. 109
Lo cual hace: sonríe.
Una pequeña y triste sonrisa que noto hincha sus bonitas mejillas.
Pero él no lo hace.
No sonríe. En lugar de eso, su afilada mandíbula tiene un tic. Palpita como
palpita mi corazón.
Pero luego se detiene.
Tanto mi corazón como su mandíbula, porque ella lo toca.
Ella estira la mano de él, su puño en realidad, por su lado y lo lleva hacia
arriba. No solo eso, sino que la lleva hasta el punto en que la toca, su mejilla.
Observo esa mano, grande y fuerte, de color oscuro, sobre su mejilla
delicada y de aspecto suave, y algo doloroso sucede en mi pecho. Porque esos
dedos se aferran a su mejilla. Se aferran, las puntas de ellos, escarbando, y ella
se pone de puntillas y le susurra algo. Y lo que dice le hace tragar.
Gruesamente. Duramente.
Y después de eso, después de ese trago de él, ella se acerca y pone sus
labios sobre él.
En su desaliñada mandíbula, su ligero picoteo deja una marca de carmín
rojo, tenue pero inconfundible. Antes de lanzarse sobre él y abrazarlo.
Y entonces es como una ráfaga del pasado.
Desde hace dieciocho meses.
Cuando lo vi en la fiesta, de pie en un rincón oscuro, con aspecto inmóvil
y congelado.
Sin vida.
Eso es lo que parece ahora, y entonces se me escapa una risa rota. Porque
siempre me he preguntado por qué.
¿Por qué tenía ese aspecto?
Incluso le pregunté esa noche, pero nunca me contestó.
Sin embargo, ahora sé por qué.
Es por ella.
Cuya marca de lápiz de labios rojo se asienta tan orgullosa y
llamativamente en su mandíbula sombreada. Aunque si fuera yo, dejaría mis
manchas de carmín en su corazón, en su alma. Para que nunca pudiera
borrarlas.
Ella.
Es ella.
Y esto… esto es amor, ¿no?
Tiene que serlo. 110
Doloroso, intenso y abrasador. Picante.
Tanto que puedo sentirlo en mi propio pecho. Puedo sentirlo en mi propio
cuerpo. Especialmente cuando esos ojos suyos, de alguna manera, Jesucristo,
atraviesan el espacio y se posan en mí.
H
elen Halsey.
Ese es su nombre completo. El de la señorita Halsey, quiero
decir.
Helen. O H.
Ella es la que piensa que es un buen hombre y por eso no puede alejarse
de él.
Por eso le escribió esa nota.
¿No es así?
La nota que he intentado olvidar, pero no he podido.
La nota a la que tanto se aferra.
Como si se aferrara a ella ayer.
111
Apuesto a que mira esa nota todos los días, varias veces al día, de hecho.
Apuesto a que, si me colara de nuevo en su despacho y me metiera en su cajón,
encontraría esa nota exactamente dónde estaba el otro día.
Pero no voy a hacerlo.
Nunca lo haré.
He terminado con él.
He terminado con mi loca e insana obsesión que tiene el poder de arruinar
todo lo que valoro. Mi amistad con mi mejor amiga, mis privilegios en esta
escuela, mis solicitudes universitarias.
Mi propio yo.
En realidad, ya había terminado con él hace tres días, después de la
biblioteca en la que me machacó a conciencia.
Tanto es así que cuando volví a mi dormitorio, me pasé treinta minutos en
la ducha, intentando borrar su nombre de mis muslos.
Y al día siguiente no fui a mi lugar bajo el árbol.
Hace tres días que no voy.
Ni siquiera lo he dibujado en tres días.
Porque me niego a pasar otro segundo pensando en él.
Ese imbécil.
No puedo creer que esté diciendo esto sobre él, mi Hombre Misterioso. Mi
espina.
Pero el misterio se ha resuelto ahora: es como todos los demás hombres
que he conocido en mi vida. Es cruel y mezquino y un maldito idiota.
Así que, en lugar de perder mi tiempo con él, voy a dejar de revolcarme en
esta estúpida miseria. Soy una artista, maldita sea. Y tengo que cumplir con mi
horario. Y como no he ido a mi sitio por la mañana, voy a ir ahora, después de
clase.
No el del campo de fútbol; ahora está abarrotado. Sino al que iba a ir ayer,
antes de que ese plan se arruinara.
Vuelvo al cornejo que hay detrás de las casitas y esta vez me voy a sentar
allí a dibujar. Y destruiré el recuerdo de lo que vi allí, y así, cuando doble la
esquina y encuentre el lugar felizmente vacío, me sentiré feliz.
Al llegar a mi árbol, tiro la mochila y me siento en el suelo. Me apoyo en la
corteza y abro mi cuaderno de dibujo. Pero antes de que tenga la oportunidad de
presionar la punta de mi lápiz sobre la página, aparece la última cosa —el último
hombre— que quiero ver en este momento.
Como ayer, sale de entre las dos casas de campo, alto y ancho, y bloquea
toda mi vista.
Se convierte en mi vista cuando empieza a caminar hacia mí, sus pasos
112
atléticos y fuertes laten en mi pecho como un tambor.
Late entre mis muslos, retumba en mi piel como un pulso, aunque su
nombre ya no esté ahí. Y lo odio tanto que dejo de lado mi cuaderno de dibujo y
me pongo de pie.
Solo para poner fin a esta palpitación en mi cuerpo.
Lo cual solo empeora cuando le veo la cara.
Porque su cara está exactamente igual que ayer, con su mandíbula
desaliñada y sin afeitar y su cabello desordenado. Una ligera tensión alrededor
de sus ojos, su boca.
Incluso sus hombros.
Y como ayer, algo se retuerce en mi pecho. Algo me obliga a dar un paso
hacia él.
Pero no lo hago.
No lo haré.
De hecho, doy un paso atrás. Doy dos pasos atrás y me choco con el árbol
que está detrás de mí.
—No te acerques más —le digo y se detiene—. Hace poco me han dado una
regla de tres metros. Y no quiero romperla accidentalmente y pasar el resto de
mis días atrapada aquí. Sin que sea culpa mía.
Al recordar lo que me dijo aquel día, algo se agita en sus duras facciones
y me clavo las uñas en las palmas.
—No has venido a tu sitio —dice, observándome—. Por las mañanas.
Trago saliva, endureciéndome ante su voz aterciopelada.
—Oh, ¿es otra regla que estoy rompiendo ahora? Vas a tener que
escribirme todo esto. Cada vez es más difícil seguirles el ritmo.
Sus ojos parpadean y sus manos, con el puño metido en los bolsillos, se
tensan.
—Es tu lugar. Tu rutina diaria.
—¿Y?
—Así que deberías atenerte a ella. Te pertenece.
Cruzo los brazos sobre el pecho.
—Acabo de darme cuenta de que ya no me gusta la vista. Desde mi lugar.
Así que creo que voy a elegir un nuevo lugar para mí. Sin embargo, gracias,
entrenador Thorne. No sabía que estaba tan preocupado por mi rutina.
Sus fosas nasales se agitan.
—Estás molesta.
—¿Molesta? ¿Moi? —Me señalo el pecho—. ¿Por qué, por favor, tendría que 113
estar molesta?
Me mira fijamente un rato. Apuesto a que parezco furiosa.
Bien.
Debería saber que no puede hablarme así y salirse con la suya.
—Fui duro —afirma—, contigo. Fui… —Sus ojos se clavan en los míos—.
Cruel. Compartiste cosas conmigo y las usé en tu contra.
Lo hizo.
Compartí toda la historia de mi vida con él. No una, sino dos veces. La
primera vez fue hace dieciocho meses, pero por supuesto no lo recuerda. Pero la
segunda vez fue en su oficina. Le hablé de mis padres, y lo utilizó para
machacarme.
Para cortarme en pedazos.
—Lo hiciste.
Sus rasgos se tensan, se vuelven quebradizos y duros, cortados en
mármol.
—He cruzado una línea. Me confiaste algo y yo… —Aprieta la mandíbula—
. Y la rompí. Tu confianza. Y lo hice a sabiendas.
Sé que no debería importarme.
Sé que no debería darle la oportunidad de explicarse. Lo que dijo fue una
mierda y, sin embargo, me encuentro preguntándole con voz estrangulada:
—¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste cuando sabías que me haría daño?
Al oír esto, respira agudamente.
—Porque quería hacerlo. Quería hacerte daño.
Me escuecen los ojos.
—Querías h-hacerme daño.
Otra respiración aguda, y esta vez, también se mueve sobre sus pies como
si estuviera inquieto.
—Sí. Porque quería que lo superaras. Quería acabar con tu fascinación
adolescente por mí o por lo que sea que esté pasando por tu cerebro. Quería
tomar eso y aplastarlo. Porque solo te va a hacer daño después. Te hará más
daño.
Despliego los dedos y me agarro al árbol que tengo detrás mientras
pregunto:
—¿Por qué? ¿Por qué iba a hacerme más daño?
En ese momento, saca la mano del bolsillo, con su reloj de plata reluciente,
y se la pasa por el cabello, desordenándolo aún más. 114
Más desaliñado y, de alguna manera, aún más hermoso y despreocupado.
—Porque eres joven —dice con los dientes apretados—. Porque eres
demasiado joven para saber lo que haces. Porque tengo una hermana de tu edad.
Porque eres la mejor amiga de esa hermana. Porque soy tu maldito entrenador.
Hay un millón de razones. Toma tu maldita elección, escríbela en tu cuaderno y
mírala todos los días hasta que la memorices y superes tu maldita obsesión.
Su voz es fuerte.
Más fuerte de lo que he escuchado antes.
Lo que me hace ver que nunca levanta la voz. Ni siquiera cuando me pilló
en su despacho. Su voz era tensa y enfadada, sí, pero nunca tan fuerte como
ahora. Y el hecho de que ahora esté levantando la voz por alguna razón, que su
control se haya resquebrajado ligeramente, me hace decir:
—Y porque estás enamorado de otra persona.
Un obturador recorre sus rasgos, cerrándolo por completo.
Ahora ni siquiera puedo distinguir la tensión en su rostro. Está todo en
blanco. Y frío.
Frío.
—¿No es así? —le espeto, clavando las uñas en la corteza del árbol—. Estás
enamorado de la señorita Halsey.
En cuanto lo digo, me raspo las uñas en la corteza.
Porque eso es lo que siento en mi corazón.
Que mil espinas lo pinchan, arrastrando los músculos de mi órgano
blando. Haciéndolo sangrar.
Haciendo que duela.
—Es mi orientadora —continúo, mi voz se tambalea ligeramente, pero no
me detengo—. Estoy segura de que lo sabes. Me refiero a que has mirado mi
expediente. Me quitaste mis privilegios. Claro que sabes que es mi orientadora.
Pero ¿sabías que la conocía antes de St. Mary's?
Espero alguna reacción de su parte ante esto. Algún signo de conmoción
o sorpresa.
Pero nada.
—Sí, es de mi ciudad. De Wuthering Garden. La conozco de toda la vida.
Y generalmente, la gente de mi pueblo me odia. Pero ella no. No Helen.
Helen es diferente.
Siempre ha sido diferente. Siempre le he gustado, me hablaba cada vez
que nos cruzábamos. De hecho, incluso me cuidó cuando era pequeña. Y cuando
vino aquí —trabaja aquí a tiempo parcial como orientadora y profesora de
historia como parte de la fundación benéfica de sus padres— tuve suerte y me
la asignaron como orientadora. 115
Somos amigas, incluso. O al menos yo la considero una.
—Helen era simpática —le digo—. De hecho, nuestro vínculo no ha hecho
más que crecer desde que empezó a dar clases aquí. Fui yo quien le habló de
este lugar. Le di el dato de que es un gran lugar. Para esconderse. Eso es lo que
ustedes dos estaban haciendo, ¿no? Esconderse, reunirse en secreto. Porque
ambos sabemos que no se puede hacer a la vista. Porque ambos sabemos que
Halsey es su nombre de soltera.
Lo es.
Su nombre de casada es Turner.
Helen Turner.
Nunca adoptó el apellido de su marido, Seth, después de casarse. Pero eso
no significa que no lo esté.
Casada, quiero decir.
Lo está. Mucho.
De hecho, ella y Seth, junto con toda la familia Halsey, vinieron a cenar a
nuestra casa en Acción de Gracias el mes pasado. Y entonces, todo parecía estar
bien entre Seth y Helen. Se los veía muy enamorados, como una pareja feliz.
No es que las cosas hayan ido mal desde entonces.
La semana pasada, en nuestra sesión, Helen me hablaba de las vacaciones
de esquí que Seth planeaba hacer en Vail. Para Navidad.
—Lo sabes, ¿no? —le pregunto entonces, aunque sé la respuesta—. Sabes
que está casada.
—Sí —responde, rompiendo por fin su silencio.
Sin embargo, su quietud. Eso no va a ninguna parte.
Está tan quieto como cuando abordé esta conversación por primera vez.
Tan quieto como ayer, e incluso antes.
En la fiesta de la boda donde lo vi por primera vez.
De nuevo clavo mis uñas en la corteza. De nuevo raspo la superficie áspera
y mordaz.
Porque esta vez me imagino mil espinas pinchando su corazón.
Me imagino esas espinas arrastrándose por su órgano magullado.
Qué doloroso debe haber sido para él. Que matador.
Ver eso.
Ver a la mujer que amas casada con otro.
Y sin embargo… sin embargo se detuvo para ayudarme. Se sentó en la
acera y escuchó mi insignificante, tonta y adolescente historia.
Porque no podía no hacerlo. 116
Porque es un buen hombre.
Y quiero hacer lo mismo ahora mismo. Quiero preguntarle todo.
Pregúntale dónde la conoció, ¿desde cuándo la conoce? ¿Por qué se casó
con otro? ¿Por qué dejó que ocurriera?
¿Por qué no están juntos si por lo que vi ayer ambos se aman claramente?
No lo entiendo. No entiendo…
—¿Tienes una aventura con ella? —Hablo en voz alta, con una confusión
clara en mi voz.
Dios.
Me siento sucia. Mi boca se siente sucia.
Una aventura.
Una palabra tan dañina.
He visto el daño que hace de primera mano. Es desenfrenado en Wuthering
Garden. Los maridos tienen amantes. Las esposas lo ignoran o toman pastillas
para combatir la toxicidad. Y otras veces tienen sus propias aventuras.
Mi madre ha elegido el camino de la ignorancia.
Así que lo sé.
Soy consciente de lo destructiva que puede ser una aventura.
Y no puedo imaginarme, no puedo imaginarme, que un hombre como él,
que se detendría para ayudar a una chica desconocida en la calle, que lo dejó
todo para estar ahí para su familia, haga algo así.
Es demasiado bueno para eso.
Demasiado moral para hacer algo tan malo.
—Lo que estoy haciendo —dice—, no es de tu incumbencia. Quiero…
—¿Hablas en serio? —suelto, interrumpiéndolo—. ¿Te he visto casi liarte
con otro profesor y dices que no es asunto mío? Sí es de mi incumbencia. Ella
está casada. Tiene un marido. Lo conozco. La conozco. Conozco a toda su
familia. Y te conozco a ti. Sé que no puedes hacer esto. Lo sé. No hay manera.
Así que tienes que decírmelo. Tienes que decirme que lo que vi, lo que estoy
pensando no es real. Tienes que decirme que la nota en tu cajón no significa
nada. Tienes que decirme que…
—La nota.
Esa única palabra suya pone fin a mis agitadas divagaciones. Y pone algo
más en perspectiva.
El hecho de que le dijera algo que nunca quise.
He soltado un secreto.
Joder. Joder. 117
Y él lo sabe. Él sabe absolutamente lo que hice accidentalmente.
—Ese día en mi despacho —concluye, con la boca tan tensa que apenas
se mueve.
Tragando, aprieto la espalda contra el árbol mientras asiento.
—Sí. La vi en tu cajón. No era mi intención. Lo siento. Sé que era algo
personal y yo…
Me interrumpe.
No con sus palabras, no. Ni siquiera con un movimiento de su mano o un
movimiento de su cabeza.
Lo hace rechinando la mandíbula con tanta fuerza que siento el dolor en
mis propios dientes. Lo hace respirando tan agudamente que siento que me
duelen los pulmones.
Y lo hace dando un paso, medio paso hacia mí. Antes de detenerse
bruscamente.
Antes de dejar que su pecho se expanda con una gran respiración y dejar
que sus ojos se cierren por un segundo.
Mata todas mis palabras controlando muy visiblemente su ira. Justo
delante de mis ojos.
Entonces me muerdo el labio.
En su legendario control, el esfuerzo que le ha costado recuperar la
paciencia. En el hecho de que quiero ir a él y simplemente… abrazarlo.
Disculparme por invadir su privacidad.
Y cuando levanta la cabeza y se masajea la nuca, yo también quiero
hacerlo por él.
Finalmente abre los ojos, azules y brillantes, y dice en tono resignado:
—¿Lo vas a contar?
—¿Qué?
—Sobre lo que viste —explica—. Ayer.
—Contar… —Sacudo la cabeza—. ¿Contarle a quién?
Mueve la mandíbula de un lado a otro.
—Tus amigas. Mi hermana. Otras chicas de la escuela. ¿Piensas contarles
lo que has visto?
Abro la boca para contestarle, pero no sale nada.
Ni una palabra.
No esperaba que me hiciera esta pregunta, y mucho menos que tuviera
que responderla. Porque nunca se me ocurrió. Contarlo.
He estado tan angustiada por lo que vi ayer, por lo que todo podía 118
significar, que ni siquiera se me ocurrió ir a contárselo a alguien. estado tan
angustiada por el dolor que debe haber pasado en esa fiesta de bodas, que
contárselo a alguien era lo último que tenía en mente y…
—¿Crees que voy a decírselo a alguien? —pregunto, incrédula.
Me observa durante unos segundos antes de responder:
—Eres una adolescente, ¿no? Los adolescentes chismean. Suelen abrir la
boca y decir cosas que no quieren. —Y añade—: También tienden a entrar en
habitaciones que no deberían y a tocar cosas que no les pertenecen.
Veo las sombras de esa ira que acababa de controlar en sus ojos, y la culpa
me apuñala en el pecho.
A pesar de todo, a pesar de sus dudas sobre mí, me hace casi soltar otra
disculpa.
Pero no lo hago.
Porque se me ocurre otra cosa.
Algo que me apuñala aún más fuerte que su ira.
—¿Es por eso que has venido aquí? —pregunto, frunciendo el ceño—. ¿Es
por eso que… es por eso que te disculpaste hace un momento? Por hacerme
daño. Por decirme todas esas cosas malas. ¿Porque crees que voy a contarle a
alguien tu secreto? Así que crees que tienes que mantenerme feliz, ser amable
conmigo. No puedo creerlo. Yo…
Esta vez me corta dejándose llevar.
Al dar ese paso se había detenido a sí mismo de antes.
De hecho, da todos los pasos. Para llegar a mí.
Y lo hace tan rápido, tan a la velocidad del rayo, que ni siquiera me doy
cuenta ni tengo la oportunidad de apartarme de él.
—Me disculpé —dice, inclinado sobre mí, con el pulso en el costado del
cuello palpitando—. Porque me equivoqué. Porque te hice daño.
Deliberadamente. A sabiendas. Te hice tanto daño que tu sitio bajo ese árbol ha
estado vacío. Durante tres malditos días. Durante tres putos días, no has
aparecido con tu pequeño jersey y tu pequeño gorro de punto. No te has sentado
en el suelo, inclinada sobre tu cuaderno de dibujo y concentrada en él hasta que
una pequeña sonrisa inclina tus labios. Probablemente porque por fin lo has
hecho bien, tu arte, tu boceto, lo que sea. —Mi boca se separa cuando él se
acerca aún más, con sus ojos azules enfadados—. Me disculpé porque estabas
dejando que lo que pasó entre nosotros se interpusiera en tus sueños. Ser artista
es tu sueño, ¿no? —Asiento con un movimiento de cabeza y sus fosas nasales se
dilatan—. Y tú, muy estúpidamente, estabas dejando que algo intrascendente se
interpusiera en tu camino. Y por eso me disculpé y me reconcilié contigo, porque
que me parta un rayo si te dejaba hacer eso. Si dejo que potencialmente arruines
tus sueños por mí. ¿Eso te aclara las cosas?
119
Lo hace.
Así es.
Lo aclara todo. Que se arrepiente. De lo que dijo. La forma en que me hirió.
Que su disculpa fue sincera. Que una vez más es el único hombre que de alguna
manera se preocupa por mi sueño.
Posiblemente tanto como yo.
Y por eso es doloroso, una espina en mi corazón, pronunciar:
—Pero todavía piensas que lo contaré.
Algo grave recorre sus rasgos, misteriosos, pero aparentemente
empresariales, y da un paso atrás mientras dice:
—Sigues siendo una estudiante de aquí, de St. Mary's. Sigues siendo la
chica que discutió conmigo el primer día y que se coló en mi despacho. Y cuyos
privilegios tomé. Así que sí, necesito saber si en tu impulsividad o en la agonía
de tus hormonas adolescentes, vas a contárselo a alguien o no.
Las hormonas de la adolescencia.
Cierto.
Porque soy una adolescente. Y por eso tengo una boca adolescente y un
cerebro adolescente y un puto deseo adolescente de decirle que sí, que se lo diré.
Lo voy a enlucir por todo St. Mary.
Dibujaré en todas las paredes de todas las aulas que el entrenador Thorne
tiene una aventura con la señorita Halsey.
Dios. Dios.
Odio que piense que puedo hacer algo así. Todo por mi edad.
Todo porque soy una estudiante aquí, una chica más en St. Mary's. Y sé
que no debería tomarlo como algo personal, porque no es que me recuerde de
aquella noche.
No sabe que ya nos conocemos. Y por eso no siente la misma conexión que
yo siento con él. Así que es natural que me haga esta pregunta.
Aun así.
Me lo tomo como algo personal. Porque siento la conexión.
Yo sí.
Así que endurezco mi columna vertebral y vuelvo a respirar profunda y
dolorosamente.
—¿Qué conseguiré si lo hago? No contarlo. —Sus ojos se estrechan. Y me
encojo de hombros—. Tiene que haber un precio, ¿verdad? Por guardar tu
secreto. ¿Cuál es?
Me estudia, mi rostro desafiante, durante unos instantes antes de soltar
casi a mordiscos:
120
—¿Qué quieres?
Le miro de arriba abajo ante su pregunta.
Solo porque el corazón se me retuerce en el pecho y, si no lo hago, me
empezarán a picar los ojos. Así que me concentro en él, en su cuerpo. Alto y
orgulloso. Hermoso. Cada línea, cada músculo es una obra de arte.
—Creo recordar que te pedí ayuda —digo, levantando la vista—. El otro
día. Con mis solicitudes para la universidad.
Sus ojos tienen un brillo peligroso, un brillo oscuro.
—¿Es eso lo que quieres?
—¿Qué pasa si lo quiero?
Se toma un segundo para responder.
—Bien. Puedes dibujarme.
Quiero reírme.
Quiero echar la cabeza hacia atrás y gritar. De dolor.
Él haría eso, ¿no? Me dejaría dibujarle, algo a lo que se ha opuesto, porque
cree que podría revelar su secreto.
Aprieto los dientes y amplío mi postura, lo que no pasa desapercibido para
él.
Bien.
Quiero que sepa que estoy preparada para la batalla. Inclino la cabeza
hacia un lado y me revuelvo un mechón de cabello mientras finjo reflexionar
sobre su aquiescencia que ha sonado más arrogante que otra cosa.
—En realidad, he cambiado de opinión. Creo que ya no quiero dibujarte.
Creo que es demasiado fácil. Para ti. Quiero otra cosa.
Puedo ver claramente la ira en sus rasgos. Claramente.
Puedo ver cómo los oscurece, los afila también. Los cincela en puntas
afiladas y espinosas mientras pregunta:
—¿Y qué quieres a cambio?
Mirándole a los ojos, le digo:
—Quiero que me beses.
No voy a mentir y decir que no sabía que iba a decir eso.
Lo sabía.
Sabía que iba a decir algo escandaloso, algo loco e irracional, para
provocarlo.
Para ponerlo a prueba. Para ver hasta dónde llegaría con esto.
Para ver la baja opinión que tiene de mí y de mi adolescencia. 121
—Quieres que te bese —repite.
—Sí. —Asiento con seguridad, aunque el corazón me retumbe en el pecho,
me tiemblen las rodillas y me escuezan los muslos—. El otro día tenías razón. Te
sigo con mis grandes ojos plateados. Te dibujo en mi cuaderno de dibujo. Si lo
abrieras ahora mismo, te encontrarías a ti mismo. Tus ojos. Tu cabello. Ese reloj
de plata que llevas. Ese ceño que siempre tienes en la frente. Tu mandíbula, toda
apretada y cuadrada. De mármol. Tus pómulos. Dios, tus pómulos. Son afilados
como fragmentos de vidrio. Como espinas. Y tu cuerpo. Tu cuerpo es… magnífico.
Tan grande, alto y ancho. Musculoso. Cada músculo está tan bien hecho y ni
siquiera lo he visto desnudos. Todo lo que he visto son sombras y crestas a través
de tu camiseta cuando corres y aun así lo sé. Aun así, me haces sentir pequeña
y delicada. Y no lo soy. Me haces sentir que podría escalarte como una montaña.
Que podría sentarme en tu regazo, en tus muslos y ni siquiera lo sentirías. Y
yo…
—¿Tú qué?
Sí, ¿él qué, Wyn?
¿Qué estás diciendo?
No sé lo que estoy diciendo y cómo, durante mis divagaciones, he llegado
hasta aquí. Pero estoy mirando sus manos y se convierten en puños bajo mi
escrutinio, sus nudillos sobresalen, y no puedo evitar continuar:
—Las veo. Tus manos. En mis sueños. Te veo en mis sueños. Te he visto
desde que llegaste a St. Mary's. Desde que me metí en esa estúpida pelea contigo
en el campo. Y te enfadaste mucho. Siempre estás enfadado. En mis sueños.
Siempre estás agitado, frunciendo el ceño y apretando tu sexy mandíbula. Y
siempre me quitas mis privilegios porque quieres castigarme por ser mala. Me
hace preguntarme qué pasaría si te presionara demasiado. ¿Harías algo drástico,
una locura? ¿Pondrías esas manos sobre mí? Tus grandes y fuertes manos que
podrían volver mi pálida piel toda rosa con una sola bofetada. Toda rosa y bonita
y dolorosa. Porque eres una espina. Y yo soy una flor y… Así que sí, tenías razón.
Mi cerebro adolescente está obsesionado contigo y esa es mi condición: tienes
que besarme.
Todo lo que acabo de decir es la verdad.
Cada pequeña cosa.
Excepto una cosa: no solo he estado soñando con él desde que llegó a St.
Mary's. Llevo haciéndolo desde hace dieciocho meses.
Y cada vez que sueño con él, me despierto retorciéndome y acalorada, con
los muslos zumbando con su nombre y el vientre palpitando de dolor.
Incluso ahora me retuerzo.
Mis muslos están muy apretados. Mis puños sudan y mis labios se han
abierto para dejar entrar el aire en mis pulmones. 122
Que, en el momento siguiente, se sienten aún más hambrientos que antes.
Porque cualquier distancia que había creado entre nosotros, ha
desaparecido.
La destruye.
La atraviesa con ese gran cuerpo suyo y se cierne sobre mí.
No solo eso, Dios, no solo eso, sino que extiende una mano sobre el cornejo,
por encima de mi cabeza, y la otra la posa al lado de mi cintura.
Sus magníficas y soñadoras manos.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto, con el cuello ya torcido para mirarle.
Sus ojos se posan en mis labios antes de mirar hacia arriba.
—Darte lo que quieres.
—¿Qué significa…?
—¿Dónde las pongo? —dice en voz alta, hablando por encima de mí.
—¿Qué?
—¿Dónde pongo las manos? —Se lame los labios, recorriendo con la
mirada mi cuerpo arqueado—. En tu cuerpo.
Mi cuerpo se sacude ante su inesperada pregunta.
Ante su loca, loca pregunta.
—Me estás preguntando sobre… —Mi respiración se entrecorta y se
dispersa—. ¿Sobre mis sueños?
—Dime.
Oh, Dios.
Dios.
Realmente lo está haciendo.
Realmente me lo está preguntando y no sé qué hacer.
No me lo esperaba.
Aunque yo era la que le empujaba y provocaba, no esperaba que me
siguiera el juego. No esperaba que me pusiera las manos encima.
O más bien a mi alrededor.
Sus manos están en el cornejo, pero aun así parece que me está tocando
a mí en lugar del árbol al que estoy pegada.
Todavía siento que su mano por encima de mi cabeza está en realidad en
mi cabello, apretando los mechones, y la que está a mi lado está realmente
agarrando mi cintura.
Mi pequeña y frágil cintura.
Y creo que por eso todo parece confuso. 123
El propio aire parece drogado y mi boca se abre sola y suelta cosas que
nunca imaginé decir.
—El otro día yo… soñé contigo en tu despacho. Cuando… cuando te
pregunté si podía dibujarte y te acercaste a mí y pusiste tu mano aquí. En mi
brazo.
Inclino la cabeza y engancho el hombro derecho para mostrárselo. Para
mostrarle qué brazo y él, obedientemente, se fija en él. Desvía su mirada de mi
rostro y mira hacia donde le he señalado antes de preguntar:
—¿Y luego qué?
Trago saliva y me agarro a la falda.
—Me dices que deje de hablar e intentas empujarme hacia la puerta. Pero
yo…
—Pero tú no te vas —dice con rudeza.
—No.
—Y tampoco dejas de hablar.
—No lo hago. Así que te hartas y me pones la mano en el… cuello —
susurro.
Sus ojos se oscurecen lo veo pasar, antes de que los baje y me mire a la
garganta.
—Pero mi mano es demasiado grande. Para tu cuello.
Vuelvo a tragar.
—Lo es.
Mirando hacia arriba, dice:
—Entonces la abarco. Tu garganta. La agarro y envuelvo con mis grandes
dedos tu pequeño cuello de cisne, ¿no?
Asiento con un movimiento de cabeza.
—Sí.
—Y luego, probablemente la apriete también, ¿sí? —dice bruscamente, con
la mandíbula tensa—. Probablemente apriete mis dedos alrededor de ese
pequeño cuello de cisne tuyo hasta sentir tu pulso saltando bajo mi palma.
Patinando. Palpitando.
—¿Por qué harías eso?
Se acerca entonces.
O, mejor dicho, se acerca más.
Por el rabillo del ojo, veo sus bíceps abultados mientras se empuja contra
el árbol y avanza hacia mí.
—Para advertirte. 124
—¿Acerca de qué?
—Acerca del hecho de que estás presionando ahora —dice casi
mordiendo—. Realmente lo estás empujando. Estás justo al borde y por eso
deberías escucharme. Deberías hacer caso a mis putos dedos que agarran tu
frágil cuello y deberías cerrar la puta boca, Bronwyn.
—Pero yo… —Sacudo la cabeza ligeramente—. Creo que ni siquiera
entonces escucho.
Sus pómulos tienen ahora un rubor y no creo que sea el clima. Creo que
soy yo.
Le estoy haciendo eso.
Estoy coloreando su piel como la artista que soy y, Dios, es increíble.
Asiente lentamente.
—Sí, tenía miedo de eso. Tenía miedo de que no me escucharas. A pesar
de lo que está escrito en tu expediente. A pesar de lo que me dijiste. Que eres
una buena chica. Que mantienes la cabeza baja y escuchas. Pero no lo haces,
¿verdad? Eres un problema.
—Sí —susurro—. Lo soy. Soy un problema. Soy mala. Pero solo por ti.
—Solo por mí.
Entonces, alzo aún más el cuello al oír su voz.
Arqueo mi cuerpo en una reverencia más cerrada.
Como si buscara su guía. Como si le pidiera que me mostrara el camino.
—¿Y ahora qué?
Se fija en mi postura tan tensa como un arco por un segundo antes de
decir:
—Así que ahora no tengo más remedio que tomar medidas drásticas.
—¿Cómo qué?
La protuberancia de sus bíceps se expande aún más mientras dice
raspando:
—Ahora tendré que poner las manos en otro sitio, ¿no?
—¿Dónde?
Sus mejillas se sonrojan aún más y sus ojos tienen ahora un tono azul
más intenso.
—Voy a tener que poner mis manos donde mis dedos no solo puedan
agarrarte, sino que puedan clavarse de verdad y hacerte temblar. Donde mi
mano pueda hacer que te menees, rebotes y bailes, joder. Dime dónde está ese
lugar, Bronwyn. En tu cuerpo.
Lo sé. 125
Sé dónde está ese lugar.
Estoy frotando ese lugar contra el árbol ahora mismo. Lo arqueo hacia
arriba, casi lo hago rebotar para él.
—Mi culo.
La satisfacción baña sus rasgos, la aprobación, y yo florezco bajo ella como
una flor.
Una flor enferma y obsesionada.
—Sí —dice con voz ronca—. Tu culo. Y por supuesto mis manos son muy
grandes para tu pequeño y apretado culo también. Tan grandes que puedo
agarrar cada globo con una mano y preocuparme y sobar esa cosa alegre y
mocosa hasta que se ponga toda rosa. ¿No puedo?
—Sí.
Sus labios se estiran hacia arriba en un lado, luego en una sonrisa
burlona, una primera vez que he visto de él y tan jodidamente increíble y sexy.
—Y cuando haga todo eso, cuando ponga mis manos en tu culo de
adolescente saltarín y lo coloree de rosa, te va a doler, ¿no?
—Sí —susurro, con mi culo arrastrándose hacia arriba y hacia abajo del
árbol en un ritmo.
Un ritmo que es tan obvio para él.
Tan notable y visible.
—¿Sabes por qué, Bronwyn? ¿Por qué va a arder y picar cuando te toque?
—¿Por qué?
Se acerca cada vez más, sus ojos se clavan en los míos, su olor me droga
aún más el cerebro.
—Porque eres una flor. Un alhelí. Y cada centímetro de ti es suave. Cada
centímetro de ti es frágil y aterciopelado. Y yo soy una espina. Cada centímetro
de mí es afilado y duro. Y jodidamente enfadado. Porque tú lo haces. Me haces
enfadar. Me pones tan jodidamente furioso, Bronwyn, que me empujas tanto que
te haré girar, te agarraré por la nuca de tu bonito cuello y te inmovilizaré a este
árbol para que no puedas escapar. Y luego te levantaré la falda plisada y te daré
un puto golpe en el culo tan fuerte y tantas veces que tu piel se volverá rosa como
en tus malditos sueños. Tan rosa como tu bolígrafo favorito. Tan rosa como las
rosas que sigues dibujando en tus muslos.
»Tan rosa —dice con los dientes apretados—, como tu regordeta boca de
adolescente. Que me pedirá que me detenga. Me pedirá que me detenga. Vas a
armar un escándalo, Bronwyn. Harás un berrinche, te retorcerás bajo mis manos
e intentarás escapar, créeme. Te quejarás de que te estoy haciendo daño, de que
estoy siendo malo contigo. Y que se lo contarás a todas tus amigas. Incluso se lo
dirás al director. Sobre cómo el entrenador Thorne te puso las manos encima. 126
Sobre lo cruel que es y cómo te hizo llorar. Pero no me detendré, ¿verdad? Porque
lo necesitas. Porque apuesto a que nadie ha azotado ese culo antes. Tu culo es
virgen, ¿sí? Nadie te ha dado una puta lección y ahora me toca a mí. Ahora me
toca a mí abofetear ese culo apretado y hacer que te duela y enseñarte los
caminos del mundo. Enseñarte lo que pasa cuando en vez de mantener la puta
boca cerrada, presionas y presionas y haces que un hombre la pierda, joder.
Y no puedo evitar tocarlo entonces.
No puedo evitar poner mis manos sobre él, sobre su estómago que se siente
duro como una roca y rígido. Caliente.
Tan acalorado como sus ojos, como sus agudas respiraciones.
—Nunca lo contaría. Nunca jamás contaría nada a nadie. —Aprieto el puño
de su sudadera—. Nunca jamás diría una palabra sobre lo que me haces y cómo
me castigas porque lo siento, ¿de acuerdo? Lo siento. Por hacerte enfadar. Por
empujarte y hacerte enfadar. Pero tú también me haces enfadar. Me haces
enfadar mucho. Y me haces daño. Lo haces. Al pensar que alguna vez lo contaría.
Que alguna vez abriría la boca y cotillearía sobre lo que vi solo porque soy una
adolescente. Solo porque soy una estudiante aquí, crees que arruinaría tu
reputación. Y estás tan seguro de ello que estás dispuesto a dejar que te dibuje.
Incluso estás dispuesto a besarme. Aunque no quieras. Estás…
—No sabes lo que quiero.
—¿Qué?
Estudia mi rostro agitado durante un segundo antes de responder:
—No me conoces. No tienes ni idea de lo que quiero o no quiero.
—Pero tú la quieres, ¿no? —digo, con la respiración agitada, mis dedos
agarrando su sudadera con más fuerza cuando algo agudo y caliente me pincha
el corazón.
Afilado como una espina y caliente como los celos.
Estoy celosa.
Tan tan celosa. De que esté enamorado de otra persona. De otra mujer.
Una mujer mayor, sofisticada y hermosa, mientras que yo soy una aspirante a
artista de dieciocho años con la ropa manchada de tinta y los dedos sucios.
—Te vi —le digo, mirándole a los ojos azules oscuros—. Hace un año. En
la fiesta de bodas. En la fiesta de boda de Helen. Yo también estuve allí. Sé que
no recuerdas nada de eso, pero te encontraste conmigo más tarde esa noche y…
—Trago saliva—. Has cambiado mi vida. Me inspiraste a ir tras mis sueños. Tú
eres la razón por la que tomé una posición. Dibujé ese grafiti en el auto de mi
padre, pero… eso no es importante. Lo importante es que te vi. He visto cómo
estabas en esa fiesta. Tan quieto y sin vida. Tan desconsolado. Y, Dios, no puedo
imaginar el dolor que debes haber pasado. El dolor que aún debes sentir al ver
a Helen casada con otro. Y tampoco conozco tu historia. No sé lo que pasó entre
ustedes dos. Pero lo que vi ayer y esa nota y… no está bien. 127
»Tiene que haber otra manera. Tiene que haberla. Porque si haces esto, si
estás haciendo esto, si estás teniendo una aventura, entonces sé que no importa
qué, no serás feliz. Porque tú no eres así. Porque no te sienta bien. No puede.
Eres un buen hombre. No eres como todos los otros hombres que he conocido.
Eres diferente. Eres especial. Eres un hombre que se detiene a ayudar a una
chica desconocida al lado de la carretera. Eres un hombre que escucha la
historia de su vida. Que acompaña a esa chica de vuelta a casa y luego cambia
su vida. Eres…
—¿Qué soy?
Retuerzo y retuerzo su sudadera entre mis dedos y respondo:
—El hombre de los sueños de alguien.
El hombre de mis sueños.
Thorn el Original

—¿H
as hablado con ella?
Es la primera pregunta que hace nada más llegar.
Helen.
Llega tarde.
Llevo quince minutos esperándola. Y dado que, para empezar, me resistía
a venir aquí, a este bar de hotel, quiero señalárselo.
En realidad, quiero levantarme e irme porque me imagino por qué llegó
tarde.
La única razón por la que no lo hago es porque, en cuanto toma asiento a
mi lado, me agarra la mano. Dirige sus preocupados ojos marrones hacia mí y
128
me pregunta por ella…
—¿Ha ido bien? ¿Qué ha dicho? ¿Se lo ha dicho ya a alguien?
Bronwyn Littleton, la mejor amiga de mi hermana. La artista.
Libero mi mano de la suya, envuelvo con ella el vaso de whisky que había
pedido mientras esperaba y doy un gran trago. No soy un gran bebedor ni mucho
menos; el hecho de tener un padre alcohólico siempre ha frenado mis impulsos,
pero me doy un capricho de vez en cuando.
Y esta es una de esas ocasiones.
—No, no lo hizo —respondo.
—¿Estás seguro?
Apartándome de ella, miro fijamente las hileras de coloridas botellas de
licor que tengo delante.
—Sí.
—Bien. ¿Pero lo va a hacer?
Aprieto los dientes.
—No.
Por fin, Helen suspira a mi lado.
—Gracias a Dios. —Sacude la cabeza, apoyando los codos en la barra—.
Jesús, he estado tan preocupada.
Mi mano se aprieta alrededor del vaso.
—Lo sé.
Sé que ha estado preocupada.
Siempre ha sido así. Preocupada por su reputación, preocupada por si
alguien nos vio. Si saben algo.
Si lo van a contar.
Supongo que ser rico conlleva un montón de paranoia.
Poniendo su delicada mano en mi bíceps, me dice lo que me ha dicho
numerosas veces desde ayer:
—Sé que no te pareció gran cosa, Con. Pero lo fue. Es una estudiante. Una
estudiante a mi cargo. Soy su consejera. Pero más que eso, es de mi ciudad. Solía
cuidarla. Nos conocemos. Nuestras familias se conocen.
Ha hecho de su niñera.
Jesucristo.
Así de joven es, ¿no?
Tan joven que Helen solía cuidarla. 129
Mi exnovia solía cuidar a la chica que nos vio juntos ayer.
Doy otro trago —este más grande que el anterior— del whisky antes de
decir:
—Entonces deberías haberlo sabido. Deberías haber sabido que ella nunca
diría nada.
—Pero todavía es una estudiante. Todavía es joven. Y podría haber sacado
fácilmente una conclusión errónea sobre lo que vio y…
—Errónea —la corto, mirándola.
Su rostro se calienta ante mi interrupción.
—Sabes lo que quiero decir.
Recorro con la mirada ese rostro, de piel tersa y pómulos elegantes, antes
de apartar la mirada.
—Ella es diferente.
No estoy seguro de por qué he dicho eso.
De dónde vino la compulsión de defenderla. De defender a una chica que
no ha hecho más que provocarme, agravarme, desde que llegué a St. Mary's.
Y no es que Helen esté equivocada: Bronwyn Littleton es una adolescente.
Todavía es joven e impulsiva.
Demasiado impulsiva para su propio bien.
Quiero que me beses…
—Aun así, me alegro de que no haya dicho nada —dice Helen, rompiendo
mis oscuros y agitados pensamientos—. Aunque sigo preocupada por la sesión
de mañana. Va a ser incómoda y…
—No vas a decirle ni una palabra —la corto rápidamente, mi mano en el
vaso apretando aún más.
—Pero…
—Ni una sola palabra —ordeno—. Te dije que me encargaría de ello y lo he
hecho. Así que solo… —Suspiro—. Déjalo estar.
—Y te lo agradezco. Aunque sigo sin entender por qué fuiste tú quien quiso
hablar con ella. Podría haberlo hecho yo misma con la misma facilidad. Pero, en
fin, gracias por ocuparte de ella por mí. —Me aprieta el bíceps, sonriendo
ligeramente—. Por nosotros.
—No lo he hecho por ti —suelto.
No lo hice.
No lo hice por su reputación y tampoco por la mía.
Lo hice porque si no lo hacía, entonces Helen lo iba a hacer. 130
De hecho, estaba dispuesta a hacerlo.
En cuanto se dio cuenta de que nos había “pillado” una alumna y de quién
era esa alumna, Helen quiso correr tras ella. Quería asegurarse de que Bronwyn
mantuviera la boca cerrada. Que nunca más dijera una palabra a otro ser
humano. Especialmente a nadie en la escuela o en su ciudad natal.
Porque si se corriera la voz de que la señorita Halsey, o más bien la señora
Turner, se reúne con un colega en secreto, su reputación quedaría arruinada.
Sus padres probablemente la repudiarían como querían.
Cuando estábamos saliendo.
Pero no podía permitirlo, Helen hablando con ella.
Por alguna extraña razón, si alguien iba a hablar con esa estudiante, iba
a ser yo. Y nadie más.
Hablaría con ella. Lo manejaría.
Tal vez porque sabía que ya estaba alterada por lo ocurrido en la biblioteca.
Tan alterada que durante los últimos tres días no había acudido a su lugar para
dibujar. No se había sentado bajo su árbol para hacer lo que probablemente es
la razón por la que se levanta por la mañana: dibujar. Y cada vez que la veía por
el campus, parecía… devastada.
Por mi culpa.
A pesar de estar curtido contra las pataletas y las excusas de los alumnos
a lo largo de los años, tengo que admitir que algo me oprime el pecho desde hace
tres días. Lo que hice estuvo mal. Las cosas que le dije fueron malas, duras y
deliberadamente crueles. Diseñadas para aplastarla y hacerla olvidar su
enamoramiento por mí.
Y no iba a aumentar su estrés —o hacer que se enfadara más— dejando
que otra persona se encargara de esta situación.
—Bueno, sea cual sea la razón por la que lo has hecho —dice Helen—, me
alegro de que lo hayas hecho. Aunque no sé si te has dado cuenta, pero creo que
está colada por ti.
Su risita me pone de los nervios y le hago una señal al camarero para que
pida otro vaso de whisky.
—No, no lo he hecho.
Su risita se convierte en una carcajada, lo que me hace apretar el
abdomen.
—Antes de que salgas volando y te lleves más privilegios de ella porque
estás loco de remate, quiero decirte que solo es un flechazo de colegiala y que se
le pasará después de un tiempo. Pero es bonito.
El camarero me pone la bebida delante y me ahorro una respuesta, ya que
me la trago de un tirón.
131
Lo cual está muy bien.
¿Qué coño se supone que tengo que decir aquí?
Sé que está enamorada de mí. Esa es la razón por la que fui tan duro con
ella el otro día. Y sé, lo sé de verdad, que se calmará después de un tiempo.
Solo que no estoy seguro —por enésima vez, carajo— de por qué ese
pensamiento me hace querer romper el vaso en mi mano y hacer una señal para
pedir otro trago.
Y esa es la cuestión, ¿no?
Eso es lo que pasa con Bronwyn Bailey Littleton.
Por alguna razón, cuando se trata de ella, nunca sé por qué hago las cosas
que hago. Por qué reacciono como reacciono.
Y me cabrea.
Me hace enfadar.
Como lo hizo hoy, hace solo una hora, bajo ese maldito árbol. Donde crucé
otra línea con ella. La forma en que la hablé. La forma en que casi… puse mis
manos sobre ella.
¿En qué coño estaba pensando?
Es una estudiante. Tiene la edad de mi hermana. Es la maldita mejor
amiga de mi hermana.
Algo que todavía no he podido entender.
Que la chica que conocí hace dieciocho meses no solo está en St. Mary's,
sino que es la mejor amiga de mi hermana pequeña.
Sé que piensa que no la recuerdo. Pero lo hago.
La recuerdo.
La recuerdo, sentada a un lado de la carretera, sola. La recuerdo con ese
vestido de baile amarillo, inclinada sobre algo, con aspecto de maldita sirena.
Bueno, una flor.
Un alhelí, aparentemente.
Que sí, el otro día busqué en Google. Junto con el impresionismo francés.
En fin, el caso es que la recuerdo.
Recuerdo su pasión.
Cómo la mención de su arte iluminó sus ojos plateados y cómo, a su vez,
esos ojos plateados iluminaron toda la oscura calle.
Recuerdo su impulso, su deseo, su sueño.
Era raro.
Aunque era una adolescente, todavía lo es, no podía dejar de admirarla.
No podía dejar de admirar que supiera lo que quería, aunque no supiera cómo
132
conseguirlo. Y cuando me enteré de que lo defendía, de que defendía su sueño,
me alegré.
No, en realidad, estaba orgulloso.
Tan jodidamente orgulloso.
Extrañamente.
Y entonces me enfurecí. Porque en lugar de valorar eso, su lucha, en lugar
de alimentar su impulso y alentarla, sus padres —sus malditos padres buenos
para nada— la enviaron aquí.
Los ricos no sirven para nada, ¿verdad?
Pero entonces no todo es culpa de ellos.
Al parecer, también es mía.
Porque fui yo quien la inspiró. Yo fui el que inclinó la balanza, la llevó a la
insurrección contra su padre, y por eso soy responsable de que esté aquí.
Yo.
—Vas a romper ese vaso. —Helen vuelve a interrumpir mis furiosos
pensamientos—. ¿En qué piensas tanto?
Aflojo mis dedos alrededor del vaso y lo pongo a un lado.
—Me voy.
Ante esto, me agarra del brazo.
—Pero acabo de llegar, Con. Y yo…
—¿Y tú qué?
Sus ojos marrones se vuelven suplicantes.
—Y nunca llegamos a terminar nuestra conversación. De ayer.
Sí.
La conversación.
—Bueno, entonces será mejor que te pongas a ello —digo, manteniendo mi
voz informal—. Porque ya has llegado quince minutos tarde.
—Yo no…
—O quizás no. Porque creo que ayer ya entendiste lo esencial.
Helen me estudia.
—¿Por qué te pones así? ¿Por qué lo haces tan difícil? ¿Por qué no podemos
ser amigos? Todo lo que quiero es ser amiga tuya, Con.
Aprieto la mandíbula.
—Los dos sabemos que no.
—Con, por favor. 133
—Los dos sabemos que cada vez que me envías un mensaje de texto, me
llamas, me pides que nos encontremos en algún sitio, no estás buscando un
amigo con el que salir a tomar un café. —Inclinándome más hacia ella, la miro,
su esbelto y atractivo cuerpo enfundado en un ajustado vestido rojo—. Si lo
hicieras, no te pondrías eso. Es para mí, ¿no? Dime lo que ha dicho Seth sobre
que salgas con este vestido. ¿Por eso llegaste quince minutos tarde? ¿Porque no
te dejó ir?
Sus labios se fruncen y su puño se aprieta en mi brazo.
—Si quieres saberlo, Seth no estaba en casa. Esta noche trabaja hasta
tarde. Y yo llegué quince minutos tarde, Con, porque me estaba probando
vestidos para ti. Intentaba estar guapa para ti.
—Bueno, me siento halagado. —La miro de arriba abajo de nuevo—. Te
has tomado muchas molestias por mí. Y te ves bien.
Lo hace.
Helen siempre se ha visto bien.
De hecho, es fenomenal.
Eso fue lo primero que me atrajo de ella. Cuando tenía diecisiete años y
era un adolescente cachondo. Y la había visto en el restaurante donde trabajaba.
Ella estaba allí con sus amigas y yo era el chico que servía las mesas.
Nunca pensé que podría tocarla.
Era demasiado brillante para mi gusto.
Ella era una rica princesa de Wuthering Garden y yo un humilde plebeyo
de Bardstown que hacía trabajos esporádicos para ayudar a su madre con las
facturas y tenía un récord de golpes perfecto en el equipo de fútbol del instituto.
Pero lo hice.
La toqué porque, por alguna razón, la princesa quería que lo hiciera.
Ella quería al plebeyo.
Y como un idiota pensé que podía tener eso. Podría tener la única cosa
brillante en mi vida.
—¿Y por qué no te quedas un rato? —pregunta ella—. Podemos tener una
buena cena, hablar de cosas. Te echo de menos. Te he echado de menos todos
estos años. Fuiste mi primer pensamiento cuando volví. Ya lo sabes.
Lo sé.
Porque se puso en contacto conmigo cuando volvió.
Me llamó hace un año, de improviso, para decirme que había vuelto de
Nueva York y que se casaba.
Tuvo la amabilidad de invitarme también a su boda.
Me negué. 134
No tenía planes de ir a su boda. No tenía planes de verla en absoluto.
Era mi pasado —una relación intensa pero muy efímera— y hasta su
llamada, la había enterrado. La había metido en una jaula en algún lugar
profundo de mi cuerpo, donde guardo todos mis sueños rotos.
Aunque terminé yendo a esa maldita fiesta. Acabé viéndola y ella también
me vio. Pero antes de que pudiera venir a hablar conmigo —y por lo que parece,
iba a hacerlo— me fui.
Y yo también me voy a ir ahora.
—No creo que tengamos nada que hablar —digo, levantándome del
taburete de la barra—. Porque puedes fingir todo lo que quieras, Helen, pero
ambos sabemos lo que quieres de mí, de esto. Por qué sigues llamándome y
enviándome mensajes de texto e invitándome a restaurantes y a tu casa cuando
Seth no está. Ambos sabemos que, si alguien nos hubiera visto juntos ayer, un
alumno, un profesor o quien sea, habría sacado la conclusión correcta. Habrían
concluido que nos estamos viendo a espaldas de tu marido. Porque eso es lo que
quieres. Quieres que te folle a espaldas de tu marido. Y ya te he dicho que no
voy a hacerlo.
Con eso, me voy a ir. Pero ella no me deja ir.
De hecho, me agarra con fuerza de la manga de mi jersey.
—Si quieres ser grosero, Con, entonces está bien. Bien. Quiero que me
cojas. Sí, quiero eso. ¿Y por qué está tan mal? Tenemos una historia juntos, tú
y yo. Nos íbamos a casar. Prometiste que te casarías conmigo. Prometiste que
cuando llegáramos a la universidad, cuando llegáramos a Nueva York,
podríamos estar juntos. Ibas a ser una gran estrella del fútbol y yo iba a ser tu
esposa. Pero me dejaste. Como siempre. Me dejaste. Rompiste tu promesa y
huiste con tu familia a la primera oportunidad.
El dolor en mi cuello, mis hombros, que nunca está lejos, se expande
ahora.
Lo hice.
Fui yo quien la dejó.
Al final fui yo quien rompió con ella y volvió a Bardstown. Cuando le
prometí que no lo haría.
Le prometí que las cosas serían diferentes cuando llegáramos a la
universidad. Le dije que tendría más tiempo para ella.
El tiempo.
Ese fue siempre el punto de discordia entre nosotros.
En aquel entonces nunca tuve suficiente. Con la escuela, los
entrenamientos de fútbol, los dos trabajos, el cuidado de mi familia. Helen, de
alguna manera, siempre quedó en segundo plano.
Pero cuando ambos entramos en la misma universidad en Nueva York, le 135
prometí que empezaríamos nuestra propia vida. Que ella sería mi prioridad. Que
tendría todo el tiempo del mundo para ella.
Y prometió que no tendríamos que escondernos. Que era mi condición.
Porque en aquel entonces teníamos que hacerlo. De sus padres. De la
gente de su pueblo. Porque como dije, ella era la princesa y yo el plebeyo. Pero
una vez que me pusiera en el camino de convertirme en un jugador de fútbol
profesional, las cosas iban a ser diferentes. Sus padres, su sociedad elegante,
me aceptarían.
Aunque no me importaba ser aceptado, sí me importaba no tener que
esconderme.
Pero entonces mi mundo se vino abajo. Mi madre murió. Mis hermanos
me necesitaban y tuve que volver.
Tuve que romper mi promesa con ella.
—Me he sacrificado por ti, Con —continúa, sus dedos apretando mi
jersey—. He esperado por ti. Porque me prometiste que las cosas serían
diferentes cuando llegáramos a la universidad. Me prometiste que nuestra vida
empezaría. Pero de nuevo, una vez más, elegiste a tu familia antes que a mí. Así
que me debes esto. Me debes dar lo que quiero ahora. Me debes dar esta relación
como yo quiera. En mis términos.
—En tus términos —repito, con la mandíbula apretada.
—Sí. —Asiente—. No quieres follar conmigo porque estoy casada, ¿no? Ese
es todo tu problema, ¿correcto? Porque tienes una especie de código moral que
no vas a romper. Porque eres demasiado bueno para hacer lo que otros hombres
hacen sin más. Y no es que no quieras hacerlo. Sé que quieres hacerlo. Sé que
me quieres. Lo sé. ¿Por qué si no seguirías soltero y solo?
—Ve al puto grano.
—La cuestión es, Con, que esperas que siempre renuncie a las cosas por
ti. Siempre has esperado que te espere, que haga las cosas bajo tus condiciones.
Pero ya no. —Ella también se levanta—. No voy a alterar mi vida ni a dejarla en
suspenso por ti como hice antes. Así que si quieres venir a mí, lo harás bajo mis
condiciones.
Tarareo.
—Ultimátum, ¿eh? ¿Seguro que quieres hacer eso? ¿Y si te digo que es un
farol? Porque creo que eres tú la que está teniendo todo el deseo aquí. ¿Por qué
si no estarías suplicando tan patética y desesperadamente? —Entonces me
inclino más hacia ella y le susurro al oído porque tiene razón—: Tenemos una
historia juntos. Y aunque no soy partidario de mirar atrás, tengo que decir que
estoy tentado. Pero no hasta que dejes a tu marido.
Por fin, puedo irme.
Y por alguna razón vuelvo a escuchar su dulce y suave voz. 136
Eres el hombre de los sueños de alguien…
M
e quedo en la puerta y espero.
Me digo a mí misma que está bien. He ensayado lo que voy
a decir. Si sale el tema.
Voy a decir que no es asunto mío.
Porque no lo es.
No es mi asunto saber lo que están haciendo. O lo que pasó entre ellos en
el pasado. Por qué no están juntos y por qué se casó con Seth.
Aunque no he podido pensar en otra cosa que en eso desde que los vi bajo
el árbol.
Pero es su historia y no tienen que contármela.
Así que sí, eso es exactamente lo que voy a decir si ella saca el tema en la
reunión y que nunca se lo voy a contar a nadie. Como le dije a él ayer. 137
Con ese pensamiento, levanto la mano y llamo a la puerta para alertarla
de que estoy aquí y luego espero su habitual “pasa”.
Sin embargo, en lugar de pasa, la puerta se abre de golpe y Helen se queda
de pie con una pequeña sonrisa.
Una pequeña sonrisa incierta.
Y todo lo que puedo pensar mientras la miro de pie es lo que presencié
bajo ese árbol, y tengo la sensación de que todo lo que ella puede pensar mientras
me mira es que lo sé.
Conozco su secreto.
—Hola, pasa —dice, con voz suave, cuando llevamos lo que parece una
eternidad.
Finalmente recuerdo que puedo hablar y sonreír también.
—Hola. Gracias.
Cuando entro, Helen cierra la puerta tras de mí y se dirige a su escritorio.
—Toma asiento.
Trago y hago lo que dice.
Pero en lugar de esperar a que saque el tema como había decidido antes
de esta reunión, lo saco yo misma.
—Solo quiero decir… —Trago saliva y los ojos de Helen se vuelven
cautelosos—. No… no voy a decir nada. Así que no tienes nada de qué
preocuparte. No sabía que ibas a estar allí, en el lugar, o nunca habría…
—Lo sé. —Ella habla por encima de mí—. Lo sé, Bronwyn. Por supuesto,
sé que no lo sabías. No es tu culpa que… tropezaras con nosotros. Siento mucho
que te hayan puesto en esa posición. Y él me lo dijo. Con dijo que no lo harías.
Con.
Qué increíble es que ella pueda decir su nombre sin apenas pensar. Y qué
injusto que cuando lo oigo, mi cuerpo zumba en secreto.
Mi cuerpo pintado.
Después de que me pidiera disculpas por lo sucedido en la biblioteca, como
una tonta enferma, volví a escribir su nombre. Pero no solo en mis muslos, sino
que escribí su nombre en todas las partes ocultas de mi cuerpo: mi bajo vientre,
mis costillas, el valle entre mis pechos, alrededor de mis tobillos.
Escribí y escribí y escribí su nombre como una chica poseída. Tal vez
porque no lo había hecho en tres días y así estaba recuperando todo ese tiempo
perdido.
Y también soñé con él.
Como casi todas las noches, y me desperté toda excitada y palpitante entre 138
las piernas.
Pero no puedo insistir en ello ahora. No aquí.
No delante de ella.
Respirando profundamente, asiento.
—Nunca lo haría.
Helen pone las manos sobre el escritorio y se inclina hacia delante.
—Gracias. Por decir eso. Te lo agradezco de verdad. Es que… hay
demasiado en juego aquí. Para mí. Y no estoy dispuesta a arriesgarme. Y por eso
yo… —Suspira y me mira a los ojos—. Aunque Con me ha asegurado que el
asunto está resuelto, quiero que entiendas de verdad que no puedes decir nada,
Bronwyn. No puedes decir ni una palabra de esto a nadie. Ni a tus amigas, ni a
nadie de casa. Prométemelo, por favor.
Leo la urgencia en su tono, en su rostro, y me inclino hacia delante.
—Lo prometo. Por supuesto que lo prometo. Nunca te haría eso.
Estudia mi cara durante unos instantes.
—Bien. Eso es bueno. Porque podría perderlo todo, Bronwyn. Todo. Mi
matrimonio. Mi familia. Mi reputación, y yo… te considero una amiga. Aunque
eres joven, mucho más joven que yo, eres una de mis mejores amigas aquí en
St. Mary's. Otros profesores no me quieren mucho porque soy de Wuthering
Garden. Mi familia es rica. Pero tú entiendes estas cosas. Eres mi mejor
estudiante. Así que espero que entiendas lo devastador que sería para mí si
alguna vez dijeras algo.
Mi corazón se retuerce por ella.
Siempre sentí eso, en Wuthering Garden. Que era una extraña.
Cuando mis compañeros no me incluían en las cosas. Cuando me miraban
como si fuera diferente solo porque me gustaba el arte. Así que la entiendo.
La entiendo totalmente y digo con vehemencia:
—No lo haré. Ni en un millón de años. No es mi lugar.
Sonríe con alivio.
—Gracias, Bronwyn. De verdad. No sabes lo feliz que me hace.
Y es entonces cuando tomo la decisión.
Para ayudarla.
A ellos.
De alguna manera.
Es realmente irrisorio. Que pueda hacer algo para ayudarlos, pero tal vez,
solo tal vez pueda y así no tendrán que esconderse así. Para que no tengan que
andar a escondidas.
No tendrá que hacerlo.
139
Porque me refería a lo que le dije ayer: que, si está haciendo esto, si está
teniendo una aventura, no será feliz. No puede serlo. No es ese tipo de hombre.
—Puedo… —comienzo titubeando—. ¿Puedo preguntar qué ha pasado?
Entre ustedes dos. —Sus rasgos vuelven a ser cautelosos y me apresuro a
explicar—: No pretendo entrometerme. Solo… quiero entender. Quiero… Pude
ver que ustedes tienen una historia. Pude ver eso. Han tenido algo intenso y
desgarrador y si hay alguna manera de que pueda ayudar, no lo sé. Solo… me
gustaría hacerlo.
Al final de mi explicación entrecortada, sonríe casi con indulgencia, y mis
mejillas se calientan. Se echa para atrás en su silla y dice:
—Ya veo por qué quieres saberlo. Lo que has visto probablemente te ha
confundido. Estoy casada y he quedado en secreto con un hombre extraño que
no es mi marido. Así que tienes curiosidad. Lo entiendo. —Asiente—. Si te pido
que guardes un secreto, es justo que te lo cuente todo. Así que sí, lo haré.
Me meto las manos en la falda y asiento.
—Lo conocí cuando tenía diecisiete años —comienza a decir—. Estaba en
mi último año de instituto. No fuimos al mismo colegio, por supuesto. Yo fui a
ese horrible internado al que tus padres querían enviarte. Pero lo conocí cuando
estaba de vacaciones. Estaba en un restaurante con algunas de mis amigas y él
era un chico muy guapo. Nos quedamos mirándolo, ¿sabes? Era alto, musculoso
y tenía los ojos más azules que jamás habíamos visto y… era simplemente
magnífico. Y bueno, él también nos miraba. O más bien a mí. No lo supe hasta
que volví al restaurante un par de veces más para verlo. —Se ríe cohibida—.
Estaba muy obsesionada con él. Aunque sabía que mis padres nunca lo
aprobarían. Querían que me juntara con ese otro chico que les gustaba. Aunque
yo lo odiaba. Pero sí, yo… estaba loca por Con.
Aquí hace una pausa, con los ojos clavados en algo por encima de mis
hombros, como si mirara al pasado.
El pasado que es mi presente.
Porque yo siento lo mismo.
También me siento loca. Me siento obsesionada, poseída. Hipnotizada por
él.
—De todos modos —dice de nuevo—. Empezamos a salir. Aunque no creo
que se pueda llamar así realmente. Estábamos a larga distancia debido a mi
internado y por eso la mayor parte del tiempo lo único que hacíamos era… hablar
por teléfono y esas cosas. Y cuando lo visitaba, incluso entonces era muy difícil
que pudiéramos pasar tiempo juntos. Y siempre tenía que ver con su horario. Su
horario era una locura. Su escuela, el trabajo, su práctica de fútbol, su familia.
Era frustrante. Muy frustrante porque tenía otras prioridades. Otras cosas
tenían prioridad para él sobre mí. Y por eso siempre seguíamos peleando,
discutiendo el uno con el otro. 140
»Pero aún había esperanza. Que un día conseguiría dejar su ciudad, su
familia, y ser su propio hombre. Entonces tendría tiempo para mí. Yo sería su
prioridad. Y todo el mundo sabía que un día se haría profesional y yo sabía que
cuando eso ocurriera, mis padres lo aceptarían. Y por un tiempo, parecía que
nuestra vida se estaba encaminando. Solicitamos y entramos en la misma
universidad. Él consiguió una beca de fútbol. Se hablaba de ojeadores que ya
hacían cola para verlo jugar.
»Pero entonces, solo un par de meses después de nuestro primer semestre
en la universidad, su madre murió; tenía cáncer. Y él decidió volver para cuidar
de las cosas. Sus hermanos. Y… —Sacude la cabeza, respirando con fuerza—. Y
yo no quería que volviera a mudarse. Quería que me eligiera a mí. Por una vez.
Que me eligiera a mí, que eligiera nuestro futuro juntos. Que eligiera su carrera,
nuestro amor. Habíamos trabajado tan duro para estar juntos. Habíamos pasado
por tanto, y sí, fui egoísta. Lo quería para mí. Le di un ultimátum. Le dije que, si
volvía a elegir a su familia antes que a mí, se acababa todo. No lo esperaría. Y a
él no le importó. —Se ríe con tristeza—. Se fue de todos modos. Eligió a su familia
antes que a mí. Dijo que ni siquiera soñaría con hacerme esperar. Dijo que su
familia lo era todo y que, si no volvía, entonces no sería el hombre del que me
enamoré. Y yo estaba tan enfadada con él. Tan enojada que no lo detuve.
Callie me habló del cáncer de su madre. Que Conrad había sido el
encargado de cuidar a su madre y que, para empezar, ni siquiera había querido
ir a la universidad. Pero su madre insistió y él fue.
—Pero su madre acababa de morir —digo a trompicones—. Tuvo que
volver.
—Sí —dice Helen—. Pero no tenía que quedarse allí. No tenía que
abandonarlo todo. Su carrera, su lugar en la profesión. No tenía que abandonar
todo por lo que había trabajado. No tenía que abandonarme a mí. Estaba tan
sola en una nueva ciudad, sin el tipo que prometió estar ahí para mí. Pero lo
hizo. Renunció a todo eso. Todo eso. Y ahora está atrapado siendo un entrenador
de fútbol. Arruinó su propia vida.
Por su familia.
Lo hizo por su familia.
Por sus hermanos y Callie, y lo hizo todo solo, ¿no?
Lo hizo todo él solo. Podría haber tenido a su lado a alguien, a ella, a la
mujer que amaba —que aún ama, por lo que parece—, pero…
—¿Así que no te fuiste con él? —vuelvo a preguntar, pero no estoy segura
de por qué ya sé la respuesta—. Lo dejaste… lo dejaste ir solo.
Eso la irrita, mi pregunta, y se nota en su rostro fruncido y en su tono.
—Sí, Bronwyn, lo dejé ir. Yo soy la mala aquí. Soy egoísta. Puedes pensar
lo que quieras, pero no iba a arrastrarme con él. No iba a ser tonta como él y
destruirlo todo, incluida mi familia, cuando él elegía a la suya antes que a mí. 141
¿Pero quién lo eligió?
Si elegía a todo el mundo, si se ocupaba de todos, entonces ¿quién lo elegía
a él?
¿Quién se ocupó de él?
No estoy segura de cómo puedo sentarme derecha cuando cada parte de
mi cuerpo tiembla, se estremece y tiembla. Cuando el dolor ataca mi pecho y mi
vientre en oleadas.
Cuando todo lo que quiero hacer es salir corriendo de esta habitación y
encontrarlo.
Cuando todo lo que quiero hacer es abrazarlo y decirle que…
Que lo elijo a él.
Yo sí.
Aunque sé que no importa que lo haga.
Pero, aun así.
—Pero, en fin, unos años después, mis padres me presentaron a Seth —
prosigue—, y nos enamoramos. Nos casamos. Pero cuando regresé, yo… contacté
con Con. Lo invité a mi boda. No sé por qué lo hice. Tal vez porque fue mi primer
amor. Era el hombre con el que me iba a casar un día, pero no lo hice. Él fue el
que se escapó. Fue el que me dejó. Y yo solo… cuando volví me di cuenta de que
todavía tengo sentimientos por él. Esos sentimientos que tenía por él nunca se
fueron.
—Deberías decírselo —suelto.
Me frunce el ceño.
—¿Decirle el qué a quién?
—A Seth —me explico—. Es decir, no hay manera de que esto sea fácil
para ti. Pero tienes que decirle a Seth que quieres a Conr… el entrenador Thorne,
y que quieres estar con él.
Sí.
Exactamente.
Esto es lo que debería hacer. Especialmente cuando tiene sentimientos por
Conrad.
Quizá no lo eligió antes, cuando su madre murió y tuvo que dejarlo todo y
elegir a su familia por encima de sus propios deseos y, Dios, solo de pensarlo, de
que pasase por la pérdida de una relación junto a la su madre me dan ganas de
ponerme a sollozar, pero puede hacerlo ahora.
Ella puede elegirlo ahora.
¿No puede? 142
—¿Qué?
—Sé que le romperá el corazón. El de Seth —le digo, con la mente acelerada
por todas las posibilidades—. Los he visto juntos. Está completamente
enamorado de ti. Pero esto es peor, ¿no? Dejar que piense que le devuelves el
amor cuando amas a otra persona, y aunque no signifique mucho, pero yo estaré
a tu lado. Te apoyaré…
—Pero yo quiero a Seth —me interrumpe Helen.
Ahora es mi turno de estar confundida.
—¿Qué?
—Sí lo quiero —responde—. Sí quiero a mi marido.
—Pero acabas de decir… —Sacudo la cabeza, aún más confundida ahora—
. Acabas de decir que cuando volviste, te diste cuenta de que aún amas al
entrenador Thorne.
Helen me mira con algo que no entiendo.
—Sí, pero no voy a dejar a mi marido por él.
—Pero yo no…
Suspirando, se sienta.
—Eres joven, Bronwyn. Eres idealista. Pero todavía eres de Wuthering
Garden. Todavía sabes cómo es nuestro pueblo. Cómo se ven los divorcios. No
puedo dejar a Seth. Él maneja los negocios de mi padre. Nuestras familias son
socias de negocios.
—No, lo entiendo. Va a ser muy difícil. Pero creo que…
—No voy a arruinar todo solo porque tengo sentimientos por mi exnovio.
—Tengo las manos apretadas en el regazo y siento una opresión en el pecho
mientras trato de entender todo lo que me está diciendo—. Mira —dice, aún más
irritada que antes—. Aunque deje a Seth por Con, aquí no hay futuro. Mis padres
nunca aceptarían que estuviera con Con. Sus días de profesional han terminado.
Está atrapado aquí, en esta ciudad. En este trabajo. Eligió su camino hace años
y yo no puedo seguirlo con él. No puedo casarme con un don nadie. No puedo
hacerle esto a mis padres. Necesito usar mi cabeza.
Creo que lo entiendo.
Creo que por fin lo entiendo todo.
Hasta ahora pensaba que no había opción. Que tenían que hacerlo.
Tuvieron que reunirse en secreto, tuvieron que escabullirse, tuvieron que
llevar su relación en privado porque se querían mucho. Porque se vieron
obligados por el amor.
Pero ahora creo que estaba equivocada.
Me equivoqué porque sí tienen una opción. 143
Helen tiene una opción.
—Así que dices que quieres a los dos —afirmo al fin, con el corazón latiendo
dolorosamente en mi pecho—. A tu marido y a tu exnovio.
Se burla de mi tono, que sigue con una risa burlona.
—¿Me estás juzgando? —Otra risa—. Dios, eres tan joven. De todos modos,
no espero que entiendas esto ahora mismo, Bronwyn. Quizá algún día, cuando
hayas crecido lo suficiente, puedas ver de dónde vengo. De hecho, estoy bastante
segura de que estarás en la misma posición que yo. No creerás que estás por
encima de mí o de cualquier otra persona de nuestro pueblo, ¿verdad? —Me
recorre con la mirada—. Sé que siempre has tenido dificultades para integrarte.
Con tu arte y esas cosas. Y personalmente suscribo la idea de que debes hacer
lo que quieras, pero no puedes ser tan ingenua. No puedes pensar que, dada la
misma situación, no harías lo mismo que yo.
¿Lo haría?
¿Haría lo mismo que Helen?
Dejar al hombre que amo cuando más me necesita.
Tal vez soy joven e ingenua, pero no creo que pudiera hacerlo. No creo que
pudiera dejar al hombre que amaba. No por nada. No por mi ciudad. No por mis
padres. No por la única cosa que siempre he amado: el arte.
Si amara a un hombre, lo elegiría por encima de todo.
Lo elegiría a él antes que a mí misma.
No estoy segura de en qué me convierte eso. Definitivamente no estoy por
encima de nadie de mi ciudad o de otra. Probablemente me convierte en una
tonta. Tal vez incluso patética, porque no puedes vivir tu vida basándote en tu
corazón.
Pero está bien.
Seré una tonta y seré patética, pero no creo que pudiera dejar al hombre
que amaba.
—Además, todo esto es discutible de todos modos —dice después de unos
momentos.
—¿Por qué?
—Porque se acabó —luego añade—: No es que haya comenzado, pero aun
así.
Trago, el corazón me late en el pecho, más fuerte y hambriento que antes.
—Entre tú y… Conrad.
Se me escapó su nombre. Deliberadamente.
Para humanizarlo. Para hacerlo aún más real a sus ojos.
Solo para que dejara de clavarle el cuchillo en el corazón. En mi corazón. 144
—Sí —dice con voz cortante—. Por lo visto, es como tú. Idealista y tonto.
Así que no importa cuántas veces le llame o le mande un mensaje o le suplique
que esté conmigo, no lo hará. Y sé que quiere hacerlo. Puedo ver que aún siente
algo por mí. Es obvio, pero aun así, esta vez, está eligiendo sus inútiles principios
en vez de a mí. Nunca a mí.
Lo sabía.
Lo sabía.
Sabía que no lo haría. Sabía que nunca haría algo así.
Y, Dios, estoy tan aliviada. Estoy tan jodidamente contenta de que haya
tomado la decisión correcta, que me lleva un segundo darme cuenta de algo.
Algo horrible que me hace morderme el labio y cerrar el puño con fuerza.
—Así que está… —susurro—, ¿sigue solo?
Porque si eligió sus principios por encima de la mujer que ama, entonces
sigue estando solo, ¿no?
Tan solo como en la fiesta de la boda.
Tan solo como debe haber estado cuando rompieron hace años.
Tan solo como… siempre.
Helen se burla.
—Conrad Thorne está solo porque es su propia elección. Le he dado
oportunidades sobre oportunidades. No puedes ayudar a alguien si no quiere ser
ayudado. Así que no creo que debas preocuparte por él. Puede arreglárselas solo.

145
E
n St. Mary's tenemos un ritual.
Todos los viernes, a medianoche, mis chicas —Poe, Salem y
Callie— y yo nos escapamos de los dormitorios y vamos a este bar,
Ballad of the Bards, en Bardstown. Para pasar el rato, bailar y, en
general, divertirnos.
Bueno, Callie ya no porque se mudó hace unas semanas.
Y también recientemente, yo tampoco.
Hace unas semanas que no voy al bar. Cuatro para ser exactos. Bueno,
más que eso, casi seis semanas, si contamos las vacaciones de Navidad y Año
Nuevo, pero aun así.
Porque durante las últimas semanas mis privilegios de salida han sido
suspendidos.
146
Lo que significa que no podía salir del campus.
No es que salir a escondidas en medio de la noche no fuera una salida
sancionada por St. Mary's, o que alguien se hubiera enterado si hubiera decidido
salir.
Pero, aun así, decidí quedarme en mi habitación.
Porque él lo quería.
Fue él quien me quitó mis privilegios y no quise desobedecerle.
Sé que es una tontería, pero no me he atrevido a ir, para disgusto tanto de
Salem como de Poe. Pero esa restricción autoimpuesta se levanta esta noche
porque las vacaciones de invierno han terminado y tengo oficialmente mis
privilegios de vuelta.
Y así el primer destino es Bardstown.
Su ciudad.
He estado aquí antes, por supuesto. En este bar, obviamente, junto con
varias tiendas y restaurantes con Callie y mis otras chicas durante el año
pasado, pero nunca supe que estaba en su ciudad.
Como si estuviera en la mío entonces. La noche que lo conocí.
Así que esto es especial.
Esta noche es especial.
—Creo que voy a bailar.
He sorprendido a mis amigas con mi declaración.
Aunque este es un bar de baile —un tipo muy inusual porque en lugar de
música de baile, ponen música con violines, bajo y letras que hablan de amor
perdido y trágico, de ahí el nombre de “Ballad of the Bards”—, no suelo bailar.
Suelo llevar mi cuaderno de dibujo, sentarme en un rincón y dibujar mientras
Salem y Callie, ambas bailarinas, disfrutan de la música y Poe, que estrictamente
no es bailarina porque sus tetas le golpean la cara cada vez que lo hace, coquetea
con los chicos e intenta colar las bebidas al camarero.
Salem parpadea hacia mí.
—¿Bailarás?
Asiento, observando a la multitud que se balancea lentamente en la pista
de baile y sintiendo el impulso de hacer lo mismo yo.
—Sí.
—Pero tú nunca bailas. —Esa es Poe.
Me encojo de hombros.
—Lo sé. Pero quiero hacerlo.
Salem y Poe se miran primero entre sí antes de mirarme con recelo.
Entonces Salem estalla:
—Oh, Dios mío. —Se vuelve hacia Poe—. No tiene su cuaderno de dibujo.
147
Poe mira mis manos y jadea.
—Oh, Dios, sí. ¿Cómo no me he dado cuenta antes? ¿Dónde está tu
cuaderno de dibujo?
—En mi habitación. —No les doy más oportunidad de protestar y me quito
la parka de color magenta, con flores amarillas que yo misma he pintado, la tiro
sobre la mesa alta en la que estamos y me agarro al brazo de Salem—. ¿Bailamos
o no?
Y entonces la arrastro a la pista de baile.
Porque, de nuevo, esta noche es especial.
No solo porque estoy en su ciudad sabiendo que estoy en la suya, sino
también porque por primera vez tengo ganas de sentir estas canciones tristes.
Tengo ganas de vivir en ellas.
Callie y Salem son grandes fans de esta música y siempre han hablado de
su amor por las canciones tristes. Probablemente porque ambas han sentido el
desamor y la nostalgia.
Sin embargo, nunca lo entendí.
No hasta que él llegó a St. Mary's.
No hasta que me di cuenta de que él también lo había sentido. Ha sentido
el desamor, la nostalgia.
Ha sentido la soledad.
Así que yo también quiero sentirlo.
Quiero sentir su dolor.
Quiero sentir esas emociones espinosas y punzantes. Quiero robárselas,
absorberlas en mi piel que él cree que es de terciopelo y en mi cuerpo que él cree
que es frágil y pequeño.
Y colorearme de rosa por él.
Así que cierro los ojos y respiro profundamente.
Intento sentir la voz ronca de la mujer y sus palabras de un amor trágico.
Antes de levantar los brazos y pasar los dedos por mis mechones castaños claros,
sueltos y largos.
Muevo lentamente las caderas y doblo las rodillas.
Antes de bajarme al suelo y separar los muslos.
Y mientras subo, fluyo con la música. Estoy fluyendo con sus palabras.
Estoy fluyendo con su dolor.
Estoy fluyendo con él.
Tanto, que siento un escozor detrás de los ojos. Siento las lágrimas. Caen
por mis mejillas, calientes y tristes, y las dejo caer. 148
Dejo que me mojen las mejillas por él. Me permito llorar por él. Me permito
doler mientras echo la cabeza hacia atrás y hago girar mis caderas.
Hasta que alguien me agarra del brazo y mi corazón salta de miedo.
Abro los ojos; es Salem, que se inclina y me susurra al oído:
—Está aquí.
Parpadeo hacia ella.
—¿Qué?
—El tipo para el que bailabas. —Me lanza una mirada grave antes de
añadir—: Y por el que llorabas.
Mis ojos se abren de par en par cuando entiendo su significado.
—¿Conrad?
Su sonrisa es diminuta y algo triste.
—Lo sabía. Sabía que algo pasaba entre tú y él. —Ella mira detrás de mí—
. De acuerdo, no tenemos mucho tiempo. Pero vamos a hablar de esto más tarde.
—Me da un rápido abrazo y luego dice—: Buena suerte.
Con eso se va y me doy la vuelta.
Y ahí está.
Al borde de la pista de baile.
Más alto que todos. Y tan fácilmente perceptible.
A pesar de que el espacio es oscuro y con poca iluminación, es fácil
distinguirlo. Es muy fácil detenerse y abrirle paso.
Porque eso es lo que hace la gente.
Se detienen a mitad de la danza para mirarlo, para separarse y construir
un camino claro para él.
Creo que son sus ojos. Los que les hacen hacer eso.
Brillan en la oscuridad. Brillan con algo que solo puede describirse como
depredador. Y dominante.
O podrían ser sus hombros, tan anchos y rectos que la gente y los
obstáculos no tienen más remedio que apartarse de su camino. Porque parece
imparable.
Parece una fuerza a tener en cuenta.
Una fuerza que no se detendrá hasta llegar a donde quiere.
A mí.
Y no puedo evitar prepararme para el impacto.
No puedo evitar darle la bienvenida con respiraciones agitadas y mi cuerpo
suave y receptivo. Y cuando llega, inclino el cuello para mirar sus afilados y 149
hermosos rasgos.
—Hola.
Pasa sus ojos brillantes por mi cara durante un segundo y aprieta la
mandíbula.
Luego añade:
—Sígueme.
M
e está mirando fijamente.
Lleva treinta segundos mirándome fijamente.
Más o menos, quiero decir.
No es que me importe realmente, porque le devuelvo la
mirada. Es la primera vez que lo veo después de las vacaciones. En realidad, no
esperaba verle hasta el lunes, que es cuando realmente empiezan las clases, pero
aun así; aunque odiamos St. Mary's —excepto yo—, solemos volver antes al
campus, ya que la mayoría de mis chicas quieren quedarse en casa lo menos
posible.
De todos modos, cuando me dijo que lo siguiera, lo hice.
Por supuesto que sí, y ahora estamos en una habitación al fondo del bar.
Es un pequeño espacio tipo oficina con un escritorio, un sofá de cuero y una
cómoda colocada junto a la pared.
150
Yo estoy junto al tocador y él sigue junto a la puerta.
De hecho, está bloqueando la puerta.
Como lo hizo en su oficina.
Está apoyado en ella, con los brazos cruzados sobre el pecho y los muslos
casi extendidos.
Y como el espacio está vacío excepto por nosotros dos y está muy bien
iluminado, me doy cuenta, por primera vez, de que su ropa es diferente.
Salvo aquella vez el año pasado que lo vi con traje, solo lo he visto con
cosas de entrenador: camisetas y pantalones de entrenamiento, sudaderas con
capucha.
Pero esta noche lleva vaqueros.
Azul marino como sus ojos, y un jersey gris oscuro con las mangas subidas
hasta los codos y que deja al descubierto sus fuertes brazos, espolvoreados de
vello oscuro. Pero lo que tiene toda mi atención es la camisa blanca que lleva
debajo.
Solo puedo ver el cuello, recto y almidonado, asomando por debajo del
cuello redondo del jersey.
Pero es suficiente.
Eso es suficiente para que parezca tan… maduro.
Tan autoritario y mayor.
Bueno y responsable.
Y así no puedo soportarlo más.
No puedo soportar este pesado silencio.
Apretando mis muslos donde su nombre está zumbando, digo:
—¿Cómo fue tu descanso?
Me estaba examinando, desde la parte superior de mi cabeza hasta la parte
inferior de mis pies.
Porque, bueno, mi ropa también es diferente.
Salvo aquella vez que me vio con un vestido de gala —que no recuerda,
aunque sí le recordé aquella noche bajo aquel árbol, antes de las vacaciones—,
solo me ha visto con el uniforme del colegio. Esta es la primera vez que me ve
con algo que realmente me gusta llevar: un vestido rosa de largo máximo.
Es sin mangas, con cuello en V y un dobladillo desigual. Y flores púrpuras
esparcidas por todas partes. Que yo misma he pintado, como hice con mi parka.
Pero eso no es todo.
También llevo otras cosas.
Y antes de que le distrajera con mis palabras, tenía los ojos puestos en 151
una de ellas.
Mi pulsera de brazo. De plata con cadenas que se cuelgan y tintinean.
—Me gusta tu jersey —digo cuando no responde a mi pregunta amistosa—
. El regalo de Navidad de Callie, ¿verdad? Lo sé. Lo estuvo tejiendo en el colegio.
— Entonces, como sigue sin elegir decir nada y sigue mirándome fijamente,
continúo—: ¿Recuerdas ese gorro blanco que siempre llevo puesto? También lo
hizo ella. También el jersey. Ese rosa.
Nada.
Tampoco responde a eso, así que tengo que continuar, tragando primero.
—Me gustan las joyas. Llevar muchas. —Me encojo de hombros y cuando
lo hago se oye un tintineo producido por los dos collares que llevo y las pulseras
del brazo. Además de las otras tres pulseras que me rodean las muñecas—.
Como puedes ver. Y escuchar. Y como no se nos permite llevar joyas en la
escuela, tiendo a ir con todo cuando puedo.
Lo hago.
Además, a mi madre no le gusta mucho mi gusto por las joyas y el hecho
de que las consiga en tiendas de segunda mano principalmente, así que ese es
otro incentivo para usar muchas cuando puedo. Especialmente durante mis
salidas de St. Mary's.
Como sigue optando por mantener su silencio, no dejo de hablar.
—Y, por supuesto, me gusta dibujar en mi cuerpo.
Porque eso es lo otro que estaba mirando antes de que empezara a hablar.
Las flores alrededor de mis codos y hombros.
También tengo otro arte en mi cuerpo, bajo la ropa. Como su nombre.
Que gracias a Dios no puede ver en este momento.
—Me gusta la autodecoración. Y sé lo que estás pensando. Estás…
—¿Sí? —dice por fin.
Mis labios se separan ante su voz.
Baja y profunda como siempre.
Mi favorita.
—Sí —respondo.
Inclina la cabeza hacia un lado.
—Entonces, ¿qué es? Qué estoy pensando. —Hace una pausa antes de
añadir—: Bronwyn.
Lo hace, ¿verdad?
Hace una pausa antes de decir mi nombre.
No estoy segura de por qué. Tal vez para intimidarme.
152
Pero eso solo hace que quiera escuchar mi nombre de él aún más.
—Estás pensando que, si le gusta la autodecoración, ¿por qué no los
tatuajes? Pero lo que pasa con los tatuajes es que son permanentes. Quiero decir,
cuando no te haces uno temporal. Pero me gusta pensar que mi cuerpo es mi
lienzo. Así que me encanta dibujar cosas. En él.
Sus rasgos cambian durante mi explicación.
Sus ojos se oscurecen. Su mandíbula se vuelve más dura y, aunque no sé
lo que significa, las pulsaciones en mis muslos —y entre ellos— también se
vuelven más intensas.
El pulso se acelera cuando sacude lentamente la cabeza como respuesta.
—Intenta de nuevo.
Y de nuevo aprieto los muslos, mirando fijamente sus rasgos marcados.
—Uh, estás pensando… —Me relamo los labios—. Qué estoy haciendo
aquí. En este bar.
Sus ojos brillantes se estrechan.
—Bingo.
Mierda.
Maldita sea.
No es que no supiera que estaba pensando eso.
Por supuesto que lo sabía.
Porque, antes que nada, es mi maestro. Mi entrenador.
Y me ha vuelto a pillar.
Esta vez rompiendo el toque de queda.
Pero estaba tan feliz de verlo después de tanto tiempo y… no quería que lo
de St. Mary's se interpusiera entre nosotros. Pero siempre va a estar entre
nosotros, ¿no? Así que apreté las manos y endurecí mi columna vertebral para
explicar mi presencia en este bar, a esta hora de la noche.
—Sí, sobre eso. Es… sé que va estrictamente contra las reglas. Como, muy
fuera del libro de reglas. Pero por favor, por favor, no castigues a mis amigas. Ya
no tienen muchos privilegios y te prometo —lo hago— que después de esto, no
dejaré que rompan ninguna otra regla. Puedes contar conmigo.
—Puedo contar contigo.
—Sí, puedes. —Haciendo una mueca y suspirando, continúo—: Me doy
cuenta de que mi palabra no significa mucho en este momento. Teniendo en
cuenta todo lo que ha pasado y todo lo que he hecho. Pero te lo prometo. De
verdad, lo prometo. Por favor.
Me estudia durante unos instantes, mis ojos suplicantes, mis labios
entreabiertos, antes de decirme: 153
—¿Y tú? ¿Vas a romper alguna otra regla?
—No, claro que no. Yo tampoco. —Me llevo una mano al pecho—. No
romperé otra regla, lo prometo. Pero entiendo que ya he roto esta, así que si
quieres castigar a alguien, castígame a mí. Puedes volver a quitarme mis
privilegios. Salidas, computadora, televisión, lo que quieras. Puedes castigarme
como quieras. Pero, por favor, no… hagas nada a mis amigas.
Espera un momento para responder.
Lo aprovecha, ese momento, para volver a recorrerme con la mirada.
—Puedo castigarte como quiera —repite mis palabras, pero en un tono
más áspero y bajo.
Y no puedo evitar pensar en ese día bajo el árbol.
Sobre todas las formas en que dijo que me castigaría y todas las formas en
que le dije que parara.
Tanto es así que, junto con mis muslos y el lugar entre ellos, siento
también la palpitación en mi culo. Siento el ardor y doy un paso atrás para
apretarlo contra la cómoda. Sus ojos se vuelven aún más oscuros ante mi acción
y susurro:
—Sí. Como quieras.
Sus fosas nasales se agitan ante esto. Y su pecho se expande mientras
dice, ignorando mi invitación.
—¿Quién te enseñó a bailar así?
—¿Qué?
Me hace un gesto con la barbilla.
—Ahí fuera. En la pista de baile. ¿Quién te enseñó a mover el culo así?
Oh.
Eso es extremadamente aleatorio.
Pero respondo de todos modos.
—Nadie realmente. Pero, um, mi madre me envió a clases de baile en mi
primer año. Aunque fue un desastre total.
—¿Por qué?
—Porque no me interesaba. Estaba pasando por mi fase de pintura al óleo
por aquel entonces. Ya sabes, antes de decantarme por algo menos complicado
como la acuarela, porque la acuarela es más… —Dejo de divagar cuando él
estrecha los ojos y vuelve a la carga—. Pero, de todos modos, solía tener siempre
como un libro abierto antes de la práctica o veía tutoriales en línea. Estaba
totalmente distraída. Me saltaba los pasos o los hacía mal. La cantidad de veces
que André tenía que venir a corregir mi postura era… —Suspiro—. Nada
divertido. Era su peor alumna.
Lo era.
154
Como su peor alumna. Jugadora. Lo que sea.
Creo que soy mala en todo lo demás en este mundo excepto… en el arte.
—André —dice, de alguna manera, aún más enojado que antes.
—Sí.
—Así que él es el responsable de esto.
Frunzo el ceño.
—¿Responsable de qué?
—De ti. —Baja la barbilla, sus ojos se clavan en los míos—. Bailando como
una stripper.
—¿Qué?
—Dime algo. ¿Este André también te dio propina? Por sacudir ese culo.
¿Te pasó un billete de veinte dólares cada vez que vino a corregir tu maldita
postura? Tantas veces, según tú, que no tiene ni puta gracia.
Me echo atrás ante esto, ante el veneno en su voz.
—Estás… Eso es…
—No, en realidad, lo que me gustaría saber es por qué es que los hombres
siempre están husmeando a tu alrededor y tú eres la última persona en todo este
maldito mundo que lo sabe. —Se inclina hacia adelante entonces, sus dientes
apretados—. ¿Por qué un idiota como tu profesor de danza y tu puto profesor de
arte, el señor Pierre, y quienquiera que sea el puto Robbie, están siempre
salivando como perros sobre tu pequeño cuerpo autodecorado y tú nunca tienes
ni idea? Lo que me gustaría saber, Bronwyn, es qué coño pasa por ese cerebro
rosa chicle tuyo.
—Estás loco —digo con voz chillona—. El señor Pierre es…
Me quedo sin palabras.
Porque… Porque, ¿cómo sabe lo del señor? ¿Cómo sabe el nombre de
Robbie? ¿Cómo…
Y entonces algo cae dentro de mi cuerpo.
Algo pesado, cálido y líquido que me hace separar los labios. Me hace
apretar los muslos y doblar los dedos de los pies.
—Te acuerdas. —Exhalo—. Te acuerdas de esa noche. Te acuerdas…
De mí.
Sigue mirándome, con sus ojos oscuros e intensos.
—De ti. —Asiento con un movimiento de cabeza, sin palabras—. Sí, lo hago
—retumba—. Me acuerdo de ti.
—¿Porque te lo he recordado? —pregunto—. El otro día. 155
—No. —Sacude la cabeza—. Porque nunca lo he olvidado.
Y entonces me alegro de estar de pie pegada a una cómoda porque sé que,
si no lo estuviera, habría perdido el equilibrio.
Habría caído de rodillas porque están temblando.
Están temblando mucho.
Tanto como mi corazón.
Tanto como todos los lugares donde su nombre está escrito en mi cuerpo
autodecorado.
De hecho, todos esos lugares duelen.
Duelen con la intensidad de mis escalofríos. Con todas estas espinas que
he dibujado en su honor pinchando mi piel.
—Nunca lo olvidaste.
—No —dice con la voz gruesa—. No olvidé a una chica que conocí en el
arcén de la carretera. No olvidé que estaba sentada sola en la acera en medio de
la noche. Y que estaba dibujando rosas en sus muslos. No olvidé nada de eso.
Nunca lo hice.
Abro la boca para decir algo cuando paso por mi mente las palabras que
acaba de decir.
Las mismas palabras que dijo bajo aquel árbol. Las mismas palabras que
había escuchado una y otra vez en mis sueños: tan rosa como las rosas que
sigues dibujando en tus muslos.
—Lo viste —digo, con los ojos muy abiertos—. Viste que aquella noche me
dibujaba rosas en los muslos.
—Lo hice.
Me lamo los labios secos.
—Pero las escondí. Las cubrí con mi vestido en cuanto oí tus pasos.
—No lo suficientemente rápido, no.
Como si no hubiera sido lo suficientemente rápida el día que me vio
dibujando sus ojos. Y entonces recuerdo algo más. Algo que había dicho, en la
biblioteca, refiriéndose a mi padre.
Te hizo llorar…
—También viste que estaba llorando.
Eso le hace apretar la mandíbula.
—Sí.
Inclino la cabeza porque de repente me parece demasiado pesada para que
mi cuello la sostenga. De repente siento tantas emociones que todo mi cuerpo se 156
siente demasiado pequeño para sostenerlas.
Había muchas pistas.
Tantas pistas, pero nunca las recogí.
Pero entonces, ¿por qué no dijo nada?
¿Por qué no me lo dijo antes?
Quiero hacerle esas preguntas, pero habla y yo levanto la vista.
—También recuerdo que se suponía que ibas a un internado elegante.
Donde iban todos los niños ricos.
—Sí —digo, mirando fijamente sus ojos azules de mezclilla.
—Pero estás aquí. En St. Mary's en cambio.
—Sí, porque dibujé…
—Por mi culpa —dice, hablando por encima de mí—. Por mi culpa hiciste
lo que hiciste y acabaste aquí. En una escuela que parece una prisión. Con
ventanas enrejadas y paredes de ladrillo. En una escuela con un millón de reglas
de mierda y un puto sistema de privilegios. Que yo te quité, por cierto. Yo fui la
causa de todo esto. La causa de que terminaras en un reformatorio en medio de
la puta nada porque te encontraste conmigo una noche. Porque yo te inspiré —
se burla—. He odiado el hecho de que mi hermana vaya aquí. He odiado al
responsable de eso. Pero resulta que soy exactamente como ese hijo de puta,
¿no? Porque soy responsable de enviar a la mejor amiga de mi hermana a este
infierno.
Me despego del tocador en cuanto termina.
En realidad, ya estaba despegada mucho antes de que terminara de
hablar. Ahora estoy a un cuarto del camino hacia él. Y en el siguiente par de
segundos, hago todo el recorrido.
Llego hasta él y me pongo tan cerca que puedo sentir su calor, oler su
dulce y picante aroma.
Mi espina.
Tan cerca que tengo que inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo, a sus
ojos furiosos y llenos de arrepentimiento.
—Tú me inspiraste. Estaba dispuesta a dejarlo todo. Estaba lista para ir a
ese internado. Estaba lista para hacer todo lo que mis padres querían que
hiciera. Estaba lista para romper todos mis sueños porque nadie los entendía.
Nadie los apoyaba. Pero tú me dijiste que no lo hiciera. Me dijiste que fuera lo
que quisiera ser. Sin embargo, no es tu culpa que haya elegido hacer un
espectáculo tan grande. Podría haber sido más sutil. Podría haber sido…
Su cabeza también está inclinada hacia abajo para poder mirar a mis ojos
amplios y lo que espero que sean ojos agradecidos mientras me corta. 157
—¿Tus padres fueron sutiles en su objeción a tu arte?
Trago, negando.
—No realmente. Pero…
—Entonces, como te dije antes, lo que hiciste estuvo bien —dice, clavando
sus ojos en los míos—. Lo que hiciste estaba jodidamente justificado.
El calor inunda mi pecho ante estas palabras.
Por su enfado en mi nombre.
—¿Ves? Eres el único que se ha enfadado por mí —le digo, tan feliz de
poder decirle por fin lo maravilloso que es—. El único que ha estado tan orgulloso
de mí por hacer lo que hice. Excepto mis amigas de aquí. A quienes conocí porque
vine aquí. A St. Mary's. Sé que este lugar tiene muchas reglas, pero me encanta
estar aquí. Por primera vez, tengo amigos. Nunca tuve amigos en mi ciudad.
Nadie quería ser mi amigo. Nunca me invitaron a ninguna fiesta. Nunca me
invitaron a sentarme con nadie en el almuerzo. La gente se alejaba de mí en la
escuela porque siempre estaba desordenada y mis dedos estaban siempre sucios
y manchados de tinta de tanto dibujar y hacer bocetos.
»Pero mira. —Le muestro mis manos sucias, mirándolas yo misma—. Aquí
puedo dibujar y a nadie le importa. Todos saben que soy Wyn, la artista, y todos
me aceptan como soy. —Levanto la vista para descubrir que todo este tiempo me
estaba mirando a mí y no a mis manos—. Ya no puedo hacer eso en casa. No
puedo dibujar. No se me permite después de lo que hice con el auto de mi padre.
Lo cual entiendo completamente. Piensan que soy peligrosa con todas las
pinturas y esas cosas. ¿Pero entiendes lo que te estoy diciendo? Puedo ser yo
misma aquí. Pertenezco a este lugar. Tengo una mejor amiga aquí. Tres mejores
amigas. Y todo es porque me encontré contigo una noche.
Sigue mirándome con la misma mirada de enfado y yo mantengo mi
sonrisa.
Para derretir ese ceño fruncido entre sus cejas.
Para demostrarle que soy muy muy feliz y que todo es gracias a él.
—No tienes permitido dibujar en casa.
—Yo…
Sacude la cabeza, con los ojos entrecerrados.
—Tus putos padres no dejan de ser unos pedazos de mierda, ¿verdad?
Bueno, tal vez debería darles una razón para…
Lo paro en ese mismo instante.
Acercándome y poniendo una mano en su boca.
Joder.
Estoy tocando su boca.
Estoy tocando su cálida, suave y afelpada boca. 158
Una anomalía en su rostro, que por lo demás es duro y afilado.
Pero ignoro todo eso.
Ignoro sus ojos azules parpadeantes mientras digo:
—¿Eso es todo lo que has sacado de ahí? Dije todas esas cosas
maravillosas y verdaderas, pero elegiste lo que no debías escuchar. Y no, no vas
a hacer nada a mis padres. Mi padre es el fiscal, ¿de acuerdo? Él puede hacerte
cosas. Así que ni siquiera bromees con eso. La moraleja de la historia es que eres
maravilloso y punto. Y me encanta St. Mary's, y nunca habría venido aquí si no
fuera por esa noche. Si no fuera por ti.
Mi mano sigue cubriendo su boca y quizá por eso sus ojos parecen tan
bonitos y tan peligrosos.
Tal vez por eso se sienten como el centro de mi mundo en este momento.
Y por eso cuando algo pasa por ellos, una especie de diversión oscura, lo siento
en mi vientre.
Lo siento en toda mi piel y quito mi mano de su boca como si estuviera
electrocutada.
—Soy maravilloso —dice, mirándome fijamente.
Aprieto la mano que tengo a mi lado, aquella con la que toqué sus labios.
—Sí.
También eres mi espina.
Su mandíbula se aprieta como si me hubiera oído.
—Entonces estás más loca de lo que pensaba.
Y también tu flor.
Su mandíbula se aprieta de nuevo como si hubiera oído eso también antes
de decir:
—Y también puedo hacerle cosas a tu padre. Del tipo de las que le harían
cojear por el resto de su vida. Así que no tienes que preocuparte por mí.
Se me pone la piel de gallina ante su confianza.
La arrogancia.
La pura masculinidad.
Tragando, pregunto:
—¿Por qué no has dicho nada?
Sabe de lo que hablo.
Sabe que le estoy preguntando por fingir que ha olvidado cuando nunca lo
hizo.
—Porque no importa. 159
—¿Qué?
Sus rasgos se reorganizan en su habitual mirada vacía y fría mientras
explica:
—No importa que nos hayamos conocido una noche y que te haya
acompañado a casa. Lo que importa es que yo soy tu entrenador y tú eres una
estudiante de St. Mary's.
Maldita sea.
Otra vez.
De nuevo trajo a St. Mary's entre nosotros cuando yo estaba feliz de haber
olvidado su existencia. Amo ese lugar —lo hago—, pero realmente estoy
empezando a odiarlo.
Realmente estoy empezando a odiar cómo crea esta distancia entre
nosotros.
Esta distancia profesional, respetable y apropiada.
Pero no voy a dejar que lo haga más. No voy a dejar que cree ningún tipo
de distancia entre nosotros.
—No me importa eso. No me importa que seas mi entrenador —digo con
vehemencia—. Porque no eres solo mi entrenador, ¿verdad? Eres el hombre que
cambió mi vida y te conozco. —Cuando sus ojos se entrecierran, continúo con
voz decidida—: Sí, lo sé. Sé todo lo que quería saber entonces. Aquella noche.
Cosas que nunca me contaste. Conozco a la hermana de la que hablabas
entonces, por la que te detuviste a ver cómo estaba. Esa hermana es Callie. Sé
que tienes otros tres hermanos, tres hermanos, todos más jóvenes que tú.
Conozco la ciudad en la que vives. Estoy en tu ciudad. Y sé cómo te llamas y
cómo te llama la gente.
Su mandíbula se aprieta ante mi última afirmación.
Un poco de sus propias palabras, las que me dijo en la biblioteca el día
que me destrozó el corazón.
Porque quería alejarme.
Sin embargo, no voy a dejar que lo haga más. No otra vez.
Así que sigo:
—Me lo ocultaste. Esa noche. ¿No es así? No me dijiste tu nombre. No me
dijiste nada sobre ti. Tal vez querías mantener la distancia entre nosotros, pero
adivina qué, no me importa. Y ahora lo sé. Lo sé todo. —Respiro profundamente
y lo digo—: Sé que no tienes una aventura con ella. Lo sé.
Mi información le sorprende.
Hace que su pecho se ondule con una respiración aguda. Incluso le hace
moverse sobre sus pies mientras dice:
—Ella habló… 160
Y como no lo voy a dejar escapar más, le pongo las manos encima.
Coloco mis manos en sus antebrazos y los agarro.
—Y sé que tenías razón.
—¿Razón sobre qué?
—Que solo soy una adolescente.
Sus cejas se juntan.
—¿Qué?
Y no puedo aguantarlo más.
Todas estas cosas que he estado pensando desde mi encuentro con Helen
antes del descanso. Todas las cosas que he estado sintiendo mientras bailaba
ahí fuera.
Todo el dolor y la angustia.
Su desamor.
—Callie hablaba de ti, sabes. Todo el tiempo —digo, mirando su hermoso
rostro, sus fuertes hombros, mis dedos clavándose en su cálida carne—. Me
contaba todas las cosas que hiciste por ella, por tus hermanos, por tu madre
antes de morir. Todos los sacrificios que hiciste. Y pensé… pensé que lo entendía.
Pensé que entendía lo que dejaste y te admiraba por ello. Dios, tanto.
»Y entonces finalmente te vi. Y descubrí quién eras. Que no solo eres el
hombre que cambió mi vida, sino también el hermano del que hablaba mi mejor
amiga, y me quedé… asombrada. Me quedé tan alucinada, Conrad. —Su cuerpo
se tensa aún más cuando digo su nombre, y en respuesta me acerco hasta que
las puntas de nuestras botas chocan entre sí—. Y todavía creía que lo entendía
todo. Pero me equivocaba. No lo entendí. No hasta que te vi con ella, bajo ese
árbol. Te veías tan… quieto, tan sin vida. Así es exactamente como te veías
entonces, en la boda. Así que no, nunca lo entendí. Nunca entendí nada hasta
entonces. Hasta que Helen me contó todo y me di cuenta de que siempre te he
admirado por tu bondad. Siempre te he admirado por tu capacidad de hacer lo
correcto. Pero nunca…
Dejo colgar mi frase porque algo me pincha en la garganta.
Algo erizado y espinoso.
Algo doloroso que no me deja hablar.
Eso no me deja seguir porque lo único que quiero hacer ahora es
derrumbarme.
Todo lo que quiero hacer ahora es llorar.
Por él.
Por todo lo que ha pasado. Solo. 161
Cuidando de su familia, de sus hermanos pequeños. A su madre.
Renunciando a sus ambiciones por ellos.
Renunciando a la mujer que amaba, ama.
Por no solo pasar por el golpe de perder a su madre, sino también una
relación.
Quiero llorar por todas las veces que ha elegido a los demás por encima de
sí mismo.
—¿Pero nunca qué? —pregunta cuando no continúo, con la voz tan tensa
como siempre.
Y de alguna manera empujo el bulto de emociones hacia abajo y continúo,
todavía mirando a sus ojos.
—Pero nunca entendí el costo. De todos tus sacrificios. Nunca comprendí
el efecto que tuvieron en ti. Admiraba cómo cambiabas la vida de los demás sin
darte cuenta de que, en el proceso, tu vida también cambiaba. Creo… —Sacudo
la cabeza, hurgando y clavando los dedos en su antebrazo—. Creo que
sobrestimamos a las personas fuertes. Creemos que los más fuertes no sufren.
Porque los más fuertes siempre asumen responsabilidades que otros no asumen
y hacen lo correcto cuando el mundo no lo hace. Pero sí sufren. Sienten el dolor.
Se sienten solos. De hecho, creo que los más fuertes necesitan más confort, más
calor. Más suavidad.
Vuelvo a apretar sus brazos.
»Y creo que… también me equivoqué con las espinas. Son lo que más me
gusta dibujar porque siempre he pensado que las espinas están ahí para proteger
a las rosas. Y eso puede ser cierto. Pero creo que hay algo más que eso. —Me
pongo de puntillas y lo miro fijamente a los ojos, esperando que me escuche, y él
me devuelve la mirada, con cara de estar escuchando—. Creo que las espinas
crecen donde están las rosas porque están hambrientas de suavidad. Están
hambrientas de todas las cosas suaves y frágiles después de haber vivido una
vida afilada y espinosa. Una espina necesita la suavidad de una rosa. Y creo que
es por eso que una rosa es tan suave en primer lugar. Porque una espina necesita
que lo sea.
Es cierto, ¿no?
Eso es lo que he estado pensando durante todas las vacaciones de Navidad
mientras lo echaba de menos, echaba de menos al St. Mary's.
Siempre lo he visto como un pilar, con una arquitectura tan fuerte —un
monumento de su familia— que me olvidé de echar un vistazo por debajo.
Me olvidé de mirar debajo de su personaje de hermano mayor y entrenador
duro.
Lo admiraba tanto que me olvidé de entenderlo.
Y yo, tan insensiblemente, tan ingenuamente, le predicaba que hiciera lo
correcto con Helen. 162
Dios, soy una idiota.
Soy una maldita idiota.
—Debe ser muy duro para ti decirle que no —continúo entonces—. Y, sin
embargo, lo hiciste. Dijiste que no. Solo porque querías hacer lo correcto y yo era
tan estúpida que te decía lo que tenías que hacer y…
Entonces despliega los brazos.
Finalmente.
Sale de mi retención.
Me mira con los ojos azules centelleantes y la mandíbula tan tensa que
pienso que debe estar haciéndose daño y entonces mis manos se dirigen de
nuevo a su cuerpo. Las pongo sobre su torso, sobre su estómago que se contrae
y se expande mientras dice:
—¿Quieres saber por qué le dije que no? ¿Por qué rechacé su oferta? Ya
has oído su historia. Ahora déjame contarte la mía. Le dije que no porque no me
follo a una mujer y la mando a casa con otro hombre. Si me cojo a una mujer,
me la quedo. Por el tiempo que quiera. Y no se le permite mirar a otros hombres.
Tampoco se le permite que la miren. —Me mira de arriba abajo, mis joyas, mis
rosas—. O que mueva su apretado culo de stripper por alguien que no sea yo. Si
me follo a una mujer, ella sabe que debe ponerse de espaldas en el hueco de mi
dedo y abrir las piernas. Sabe que debe arquear la espalda y abrir su agujero
para mí. Y si en lugar de estar de espaldas, la quiero a mis pies y si en lugar de
su agujero, quiero su boca rosada, ella sabe que debe dejar todo y ponerse de
rodillas. Y abrir esa puta boca.
»Si me cojo a una mujer, Bronwyn, su mundo gira en torno a mí,
¿entiendes? Soy el centro de su gravedad. Soy la sangre en sus venas y los latidos
de su corazón. Soy el hombre para ella y para nadie más. Así que la razón por la
que le dije que no es porque soy un hijo de puta posesivo que nunca aprendió a
compartir sus juguetes. Así que te pido amablemente que no desperdicies tu
simpatía adolescente conmigo. Porque no se trata de hacer lo correcto. Se trata
de hacer las cosas a mi manera.
Sus palabras, tan gráficas y tan intensas, explotan en mi vientre como
petardos.
Siento el calor y los colores corriendo por mis venas. Mucho calor, pegajoso
y pesado, que se acumula en mi bajo vientre.
En el lugar entre mis muslos.
Pero sé que no era su intención.
No era su intención hacer que mi vientre se estremeciera o que mis muslos
se apretaran. No era su intención hacer que mis miembros se volvieran inquietos
y pesados.
Sé que estaba tratando de asustarme, pero ahí lo tienes. 163
Por no hablar de que tiene razón.
Tiene toda la razón. Querer eso.
Para sí mismo.
Para que alguien lo elija a él y solo a él.
Hacer todas las cosas a su manera, y lo siento tanto en mi pecho y en mi
vientre y en todo mi cuerpo que hago lo que he querido hacer desde la oficina de
Helen.
Desde siempre.
Lo abrazo.
Abrazo a este hombre fuerte y especial que sigue mirándome con el ceño
fruncido y la mandíbula apretada y ni siquiera me importa que acabe
rechazándolo.
Pero no lo hace.
De alguna manera no lo rechaza.
De alguna manera me deja.
Me deja rodear su cintura con mis brazos. Me deja poner mi cabeza sobre
su pecho, sobre sus costillas. Y me deja oír el latido de su corazón bajo mi mejilla.
El único indicio de que está vivo.
Porque en cuanto lo abracé, se puso rígido como una piedra. Congelado.
Así que mientras lo abrazo, escucho los latidos de su corazón,
asegurándome de que está vivo y es real. Siento su calor, acogedor como una
manta. Aprieto su cuerpo, intentando sentir la densidad de sus músculos, su
dureza mientras le doy mi suavidad.
Mi espina, y yo soy su flor.
Su alhelí.
—¿Qué…? —pregunta, sus palabras vibrando bajo mi mejilla, y yo cierro
los ojos—. ¿Qué coño estás haciendo?
Aprieto su cuerpo.
—Abrazándote.
Siento que aprieta los puños a los lados, aunque tenga los ojos cerrados.
—¿Por qué coño me abrazas?
—Porque necesitas un abrazo.
Pasa un momento de silencio.
Luego dice:
—Suéltame.
Me froto la nariz en su jersey.
—No.
164
—Suéltame, Bronwyn.
—No.
Su pecho se mueve en una respiración aguda.
—Me estoy poniendo…
—Lo odio —digo, apretándolo de nuevo.
—¿Odias qué?
—Todas las cosas por las que pasaste.
Otro movimiento de su pecho, y esta vez siento que el cabello de mi cabeza
se agita también, con su gran suspiro mientras murmura casi para sí mismo.
—Jesucristo.
Hundo aún más mi cara en su pecho, oliendo su aroma picante.
—Lo siento mucho. Ni siquiera sé qué decir.
—Bueno —suelta—. No tienes que hacerlo. Deja de aferrarte a mí como un
maldito mono araña y déjame ir.
Le abrazo aún más fuerte mientras le digo:
—Una flor.
—¿Qué?
—Soy una flor, ¿recuerdas? No un mono araña.
Esta vez su suspiro es mayor.
—Un alhelí, sí. Erysimum.
—¿Qué?
—Esa es la nomenclatura correcta. —Un segundo después, dice—:
Perteneces a la familia de las coles.
Levanto la cabeza y me doy cuenta de que ya me está mirando, con los
ojos oscuros y brillantes, la mandíbula tensa y las facciones onduladas.
Algo intenso.
—¿Cómo sabes eso? —pregunto.
Odia la pregunta, pero aun así responde:
—Google.
¿Buscó alhelí en Google?
Lo hizo, ¿verdad?
Dios, lo hizo.
Y… y quiere que lo deje ir.
Quiere que no lo abrace. 165
Está loco.
Mi espina está loca.
Apretando de nuevo mis brazos alrededor de su cintura, le susurro:
—Estabas solo. Cuando tu madre murió. Podrías haber estado… con
alguien.
Con la mujer que amas.
Su mandíbula se aprieta.
—No necesito a nadie. No necesito a nadie.
—Todo el mundo necesita a alguien.
—No lo hago —dice, con una expresión obstinada, casi como la de un niño
pequeño—. Nunca lo he hecho.
Aprieto la espalda de su jersey y aprieto mi cuerpo contra el suyo,
plenamente consciente de que no me está tocando en absoluto. No me devuelve
el abrazo. Tiene las manos en los costados.
—No es justo —digo.
—¿Qué no es justo?
—Que tuviste que renunciar a muchas cosas.
Espero una respuesta superficial a esto. Espero que pase por alto mi
preocupación, pero no lo hace.
Primero me estudia a mí, mi cara respingona, mi cabello suelto. Mis
collares, incluso el arte de mis hombros. Lo asimila todo antes de volver a
acercarse a mi cara y decir:
—Es culpa mía.
Me congelo por un segundo.
Incapaz de comprender lo que dice.
Incapaz de entender por qué dice eso, y tal vez pueda ver la confusión en
mi cara porque continúa explicando, sus ojos color azul marino clavados en los
míos.
—Todas las cosas que quería, todas las cosas que soñaba para mí estaban
fuera de mi alcance. Estaban fuera de mi alcance. Intenté ser más de lo que era.
Intenté alcanzar las estrellas: el fútbol, una novia rica y princesa. Sabía que esas
historias no terminaban bien. Lo sabía. Especialmente para alguien como yo.
Alguien que nació en el lado equivocado de las vías. Alguien que no tenía mucho
para empezar. Pero lo quería todo de todos modos. Soñaba con ello de todos
modos. Así que, si tuve que dejarlo todo, si mis sueños se rompieron, entonces
no es culpa de nadie más que mía.
Mi corazón se aprieta entonces.
Aprieta y aprieta y no sé qué hacer. 166
No sé cómo procesar esto.
¿Es eso lo que piensa? Que sus sueños se han roto y que es su culpa.
Que no tiene derecho a soñar.
Eso es una mierda.
Eso es una puta mierda.
Vuelvo a apretar mis brazos alrededor de su cuerpo, con tanta presión
como la que siento en mi propio corazón mientras digo:
—Eso no es cierto, ¿de acuerdo? Eso no es en absoluto cierto. Esta es tu
vida y puedes soñar. Deberías soñar. Deberías…
—Has mencionado que necesitabas mi ayuda —dice bruscamente,
cortándome.
—¿Qué?
Mueve la mandíbula de un lado a otro como si lo estuviera meditando.
—Ese día en la biblioteca. Dijiste que necesitabas mi ayuda con tu arte.
Tus solicitudes para la universidad, tu portafolio, lo que sea.
Pasan unos momentos mientras trato de entender a dónde va esto.
¿De dónde viene esto?
Luego añade algo más:
—Podría tener algo de tiempo. La próxima semana. —Luego dice—:
Probablemente el próximo sábado.
Desplazo mis ojos por su rostro afilado, por sus hermosas facciones,
mientras por fin comprendo lo que está haciendo. Está hablando de la cosa de
la pintura que tanto he echado de mi mente.
Y quizás lo hace para distraerme de lo que estábamos hablando antes.
Pero veo que, aunque quiera volver a él, no me deja, así que le digo:
—Me dejas… ¿Me dejas dibujarte?
—Sí.
—Para mis solicitudes universitarias.
Sus ojos se dirigen a mis labios.
—Para tus solicitudes universitarias.
Es entonces cuando me doy cuenta de algo más.
Que mi vestido, mis joyas, mi arte corporal no son las únicas cosas que
está viendo por primera vez. También hay algo más.
En mis labios.
Mi lápiz de labios.
Mi barra de labios rosa llamada Pink and Shameless.
167
Algo que había olvidado por completo. Mi madre siempre ha querido que
me pinte los labios y me maquille, y aunque todavía no me maquillo, me he
aficionado a pintarme los labios. Cortesía de Poe. Algo que mi madre siempre se
alegra de ver cuando vuelvo a casa.
Y esta barra de labios me da una idea.
El hecho de que lo esté mirando.
Así que me pongo de puntillas y aprieto aún más su cuerpo. Sus ojos se
levantan y creo que está confundido. Tiene el ceño fruncido y creo que está a
punto de decir algo, pero no le doy la oportunidad. Antes de que pueda
pronunciar una palabra o tomar aire, lo beso.
En su mandíbula.
Presiono mis labios contra su suave piel y dejo una marca de carmín.
Como ella.
Y aunque no sea una mancha en su alma como yo quería, lo aceptaré.
Me quedo con la perfecta marca rosa en su bonita mandíbula.
—Se llama Pink and Shameless. Mi lápiz de labios. Es mi segundo favorito.
Sus ojos brillan ante mis palabras y su mandíbula se aprieta.
Como si pudiera sentirlo.
La marca que he dejado allí.
Luego dice:
—Vamos. —Ante mi ceño fruncido, explica—: Las llevo a ti y a tus amigas
de vuelta.

168
—H
abla.
Levanto la vista de mi libro y encuentro a Poe, que
acaba de decir eso, y a Salem, sentadas frente a mí en la
cama de mi compañera.
—Ahora —añade Poe con impaciencia.
—Sí. Acerca de todo —dice Salem con la misma impaciencia que Poe—.
Pero especialmente sobre lo de anoche.
Antes de que pueda decir nada, Poe estalla:
—¿Realmente pudimos viajar en su camión? Quiero decir… —Finge
desmayarse y se tumba en la cama.
Salem se ríe.
—Lo sé. Y ni siquiera nos ha castigado. —Me mira con los ojos muy 169
abiertos—. ¿Te lo puedes creer? El profesor más duro de St. Mary's, que te quitó
los privilegios de salida durante cuatro semanas enteras, nos pilló anoche. Y ni
siquiera dijo una palabra al respecto. Como, ¿qué es eso? Tienes que decirnos
qué está pasando.
Cuando Salem menciona lo de anoche, me muerdo el labio.
Después de que aceptara que le dibujara y le besara la mandíbula —Dios,
lo besé—, nos llevó de vuelta a St. Mary's en su gran camión negro. Y tienen
razón: no nos dijo ni una sola palabra. Excepto para preguntarnos por el punto
de entrega. Que es el bosque detrás de St. Mary's.
Y luego caminó con nosotras, sabía que lo haría, hasta el lugar en la pared
de ladrillos, desde donde solemos entrar y salir a escondidas. Poe y Salem se
acercaron primero y, cuando me tocó a mí, me enfrenté a él y le di las gracias.
A lo que él respondió:
—Recuerda tu promesa. Compórtate. —Recuerdo que entonces también
me mordí el labio y recuerdo que lo miró antes de decir—: No más aventuras
nocturnas con tus amigas. O iré a por ti.
No estoy segura de que se diera cuenta de lo que me haría ese “iré a por
ti”.
Porque ahora me apetece aún más ir de aventuras nocturnas.
Pero, de todos modos, ahora es sábado por la mañana y mis amigas tienen
preguntas.
Sabía que las tendrían.
Y, honestamente, quiero darles respuestas. Quiero hablar con ellas.
Son mis mejores amigas. Quiero compartir todo lo que llevo dentro, así que
cierro el libro y me siento.
—Bien, pero tienen que prometerme que no se lo dirán a Callie.
Mi corazón se retuerce.
Me siento como una traidora. Especialmente cuando ella siempre ha sido
una confidente tan cercana. Fue la primera persona, la única, a la que le conté
lo de aquella noche. Siempre ha estado tan involucrada y tan emocionada con
ese loco incidente en mi vida.
Y ahora le estoy ocultando cosas.
Cosas tan importantes.
Sé que debería decírselo sobre todo ahora que se acuerda de mí —se
acuerda de mí— pero todavía no estoy dispuesta a arriesgarme. No estoy
preparada para arriesgarme al daño que puede o no causar a nuestra amistad.
Solo necesito más tiempo para resolver las cosas.
Poe pone los ojos en blanco.
—Ah, sí. Por supuesto. Si no, ¿por qué crees que nunca hemos sacado el
tema en horario escolar?
170
—¿Qué?
—Sabemos, Wyn —me dice Salem, balanceando las piernas de un lado a
otro—. Que algo está pasando entre tú y el entrenador Thorne. Recuerdas en la
pista de baile anoche? Te dije que lo sabía.
Sí.
Ella me lo dijo.
Me olvidé completamente de eso en medio de todo, y ahora se me ocurre
algo.
—¿Crees que Callie lo sabe?
Salem aleja mis preocupaciones.
—No. Ella no sabe nada. La única razón por la que lo sabemos es porque
desde que llegó, te has convertido en una chica mala.
Poe sonríe.
—Sí, y estoy muy orgullosa de ti. Por fin eres una rebelde de St. Mary's. —
Se pone las dos manos en el pecho y suspira feliz—. Todo mi trabajo duro y mis
malas influencias por fin están dando sus frutos.
Le saco la lengua.
—Sí, eso es. No pude resistir tu encanto, Poe.
Poe agita su cabello oscuro.
—Nadie puede.
Salem me mira expectante.
—¿Y? Cuéntanos todo para que podamos ayudarte.
Exhalo una bocanada de aire, cierro los ojos y les cuento.
Todo.
Desde el principio.
Cómo nos conocimos hace más de un año y cómo cambió mi vida y cómo
he estado obsesionada con él desde entonces. Cómo fue una conmoción tan
grande que resultó ser el hermano de Callie. Que a su vez se convirtió en nuestro
nuevo entrenador de fútbol.
Y luego les cuento sobre Helen. Sobre su pasado con ella y lo que descubrí.
Sé que le prometí —también a ella— que nunca se lo diría a nadie. Que
nunca cotillearía. Pero esto no es así.
Esto no es un chisme.
Porque después de anoche, he decidido algo.
He decidido que voy a ayudarle.
Y necesito su ayuda para ello.
171
Cuando termino, hay un silencio total. Ambas me miran como si pensaran
que estoy bromeando. Que lo que les he contado no puede ser real.
Poe es la primera en romper el silencio.
—Mierda.
—Santa jodida mierda. —Salem exhala.
Me retuerzo las manos en mi regazo.
—Sí.
Poe levanta la mano en un gesto que dice que necesita un minuto para
procesar esto y se lo doy. Luego dice:
—Estás aquí, en el St. Mary's, gracias a él.
—Bueno, en realidad, no —respondo, todavía retorciéndome las manos—.
Quiero decir que él no me retorció el brazo y me obligó a destrozar el auto de mi
padre. Solo lo hice porque me inspiró esa noche. Para ser una artista. Él me
liberó, realmente. Sé que ninguna de las chicas quiere estar aquí en St. Mary's.
Pero este es mi lugar feliz.
Ante esto, Salem sonríe ligeramente.
—Y ahora está aquí.
—Sí.
Sacude la cabeza.
—Eso es algo serio…
—Mierda de vudú —dice Poe.
—Iba a decir Destino —responde Salem—. Esto es un destino serio que
está sucediendo aquí. Quiero decir, pensé que Arrow y yo estábamos destinados.
Como, tú sabes que él llegó aquí cuando yo llegué. Pero no es nada comparado
con ustedes.
Arrow Carlisle, nuestro antiguo entrenador de fútbol y novio de Salem,
llegó a St. Mary's al mismo tiempo que Salem. Y creo que fue el destino. Porque
antes de eso Salem había estado enamorada de él durante ocho años y él nunca
se había fijado en ella.
No hasta St. Mary's.
—No estoy segura del Destino —digo, negando, sin saber qué responder a
su observación.
—¿Hablas en serio? Esto es definitivamente el Destino. —Salem hace una
mueca—. Aunque no me gusta el hecho de que le guste la señorita Halsey.
—No solo le gusta —corrijo a Salem—. La ama. La amaba hace años
cuando estaban en el instituto y creo que la ama ahora años después. Quiero
decir que fue a su boda. Y vi su cara. Estaba… estaba tan congelado. 172
—¿Y le dio un ultimátum y lo dejó ir cuando su madre murió? —pregunta
Salem.
Mi corazón se aprieta en el pecho y por eso solo puedo asentir.
Esto es lo único, de todo, que me hace retorcer de dolor.
Me dan ganas de hacerme un ovillo y sollozar.
El mismo hecho de que ella lo dejara cuando más la necesitaba.
No puedo hacer frente a eso.
No sé cómo.
—¿Y realmente no está dispuesta a dejar a su marido por él? —Salem
continúa—: ¿Aunque haya dicho que siente algo por él y que quiere que vuelvan
a estar juntos?
—No. Por lo menos ahora no —digo.
—Vaya, no esperaba eso de ella —dice Poe, con la incredulidad clara en su
voz—. Es decir, es una maldita orientadora. ¿No se supone que son la
personificación de la moral y esas cosas? Mira qué hipocresía. Pueden quitarnos
nuestros privilegios solo porque no entregamos los deberes a tiempo y ella está
dispuesta a ser infiel a su marido sin repercusiones. Además, la conoces. Ella
solía cuidarte cuando eras una niña. Son como… amigas.
No quiero pensar en el tema de la infidelidad ahora mismo.
Excepto que sé que es difícil.
En nuestra ciudad y nuestra sociedad, es muy duro, los divorcios. Y
complicado y difícil y… No puedo imaginar todas las duras decisiones que tendrá
que tomar y a toda la gente que tendrá que herir para hacer esto, para elegir a
Conrad en lugar de a Seth.
Pero entonces…
¿Pero qué pasa con él?
El hombre que se queda solo en este lío.
El hombre que siempre ha estado solo.
—Y ella enseña historia —continúa Poe—. La historia es como la
asignatura más aburrida del mundo. Odio la maldita historia.
Tanto Salem como yo nos distraemos ante esto y Salem pregunta:
—Bien, ¿por qué odias historia?
Poe se toma su tiempo para responder. Luego, con un agudo suspiro, dice:
—Porque él lo enseña.
—¿Es profesor de historia? —suelto.
—Catedrático —corrige Poe de mala gana—. Enseña historia en una
universidad. 173
Bien, pues ahora estamos total y completamente distraídas del asunto que
nos ocupa porque Poe nos ha soltado una bomba.
—Espera. —Salem frunce el ceño—. Pero tú siempre decías que él no hacía
nada. Como si fuera ese viejo jubilado y vago que se quedó con tu custodia tras
la muerte de tu madre y que tiene el control de todas tus finanzas hasta que te
gradúes en el instituto. Así que se supone que todas debemos odiar a ese viejo
malvado que no te da dinero y que te envió aquí como castigo.
Exactamente.
Eso es lo que nos dijo sobre su tutor. Que es un viejo cruel que merece
morir en sus manos o bajo sus tacones de Prada.
De nuevo, Poe nos hace esperar su respuesta.
Mira al techo, se mira las uñas, se las sopla como si se estuviera haciendo
la manicura. Luego suspira y por fin nos presta atención.
—Puede que haya exagerado un poco su edad.
—¿Cómo de exagerado? —pregunto con desconfianza.
Frunce los labios.
—Mucho.
Salem dice:
—Bueno, entonces, cuántos años…
Poe la interrumpe.
—Puede que no sea tan viejo como les hice creer a todas. Pero es viejo, o
más viejo que nosotras. Y tiene el control de mis finanzas hasta que me gradúe.
Lo cual ocurre en dos meses, y me envió aquí como castigo. Así que sí,
demándame por hacerlo parecer un viejo senil que nació con los dinosaurios.
Salem y yo nos miramos un segundo antes de que ella pregunte:
—¿De verdad lleva abrigos de tweed con coderas, Poe?
—¡Sí! —dice Poe con énfasis—. Entonces, ¿realmente puedes culparme
después de todo?
—¿Podemos, por favor, ver su foto? —le ruego, pero antes de que pueda
decir nada, digo—: Espera, ¿es realmente su nombre el que nos dijiste? ¿O
también has mentido en eso?
—No, no he mentido en eso —dice Poe—. No podría inventar ese estúpido
nombre, aunque quisiera.
—¿Así que ya podemos ver su foto? —vuelvo a preguntar, más que
intrigada ahora.
No puedo creer que Poe nos haya estado mintiendo sobre la edad de su
tutor. Siempre pensé que ella compartía todo sobre él, así que ¿por qué no iba a
compartir también su foto? Y ahora sé por qué. 174
—Sí. —Salem salta en su sitio—. ¿Por favor? ¿Por favor? Quiero decir,
ahora lo sabemos todo sobre él. ¿Podemos?
Poe la mira a ella y luego a mí antes de decir:
—Sí, pueden. En su funeral. Me aseguraré de elegir una foto en la que
aparezca especialmente… elegante o algo así, ¿de acuerdo? Ahora, ¿podemos
volver al problema de Wyn?
Suspiro.
Porque sí, tenemos que volver a mí.
Y Salem asiente.
—Sí. Sí. Lo siento. —Se centra en mí—. Entonces, ¿qué vas a hacer?
Mis pensamientos distraídos y dispersos vuelven a surgir y sacudo la
cabeza.
—No sé. Es que… Se siente solo, ¿de acuerdo? Se siente solo y está solo y
dice que no necesita a nadie, pero eso no es cierto. Incluso Helen dijo que estaba
solo por elección y que no necesita a nadie. Pero lo necesita. Necesita a alguien.
Y yo quiero dárselo. Quiero… Ha hecho tanto por los demás. Ha renunciado a
tanto. Por su familia. Por sus hermanos. Siempre los ha hecho el centro de su
universo, ¿saben? Siempre ha elegido a los demás por encima de sí mismo, por
encima de su carrera, por encima de su amor y yo… quiero que ahora sea su
turno. Su turno de ser elegido. Su turno de ser feliz, de tener alegría, de ser el
centro del universo de alguien.
Eso es lo que dijo, ¿no?, en el bar anoche.
Y quiero darle eso.
Quiero que tenga eso.
Quiero darle todo lo que quiera.
—Entonces dale eso —dice Salem.
Y ahí está el problema.
El problema con el que necesito su ayuda.
¿Cómo darle eso?
—Bueno, me gustaría. Es que… —Trago saliva, sintiéndome un poco
cohibida—. No sé cómo. Como, ¿qué hago para que eso ocurra? ¿Qué puedo
hacer?
—Estás bromeando, ¿verdad? —pregunta Salem con incredulidad.
Bueno, ahora no solo estoy cohibida, sino que me siento francamente
avergonzada mientras me retuerzo en la cama y me paso el cabello por detrás de
la oreja.
—No, no lo estoy. ¿Cómo puedo hacer esto por él? ¿Como organizarle una 175
cita?
En cuanto lo digo, me dan ganas de vomitar.
No quiero que tenga citas.
Ni siquiera me gustó verlo con Helen, la mujer que ama.
La mujer que realmente quiere, pero que no puede tener porque está
casada.
No creo que pueda verlo salir con otras mujeres. Pero no es eso egoísta de
mi parte y no debería…
Las risas de mis amigas rompen mis pensamientos y pregunto:
—¿Qué?
—¿Quieres organizarle una cita? —pregunta Salem, riéndose.
—Yo… yo no…
—No lo sabe —le dice Poe a Salem, sonriendo.
Salem la mira un segundo antes de volver a mí y estudiar de nuevo mi cara
de confusión.
—Oh, Dios mío, no lo hace.
Poe se ríe.
—No.
—Sí, no tiene ni idea —dice Salem con tristeza, negando.
—Bien, tiempo muerto, ¿de acuerdo? ¿Qué es lo que no sé?
Poe pierde la cabeza entonces y empieza a reírse.
—Eres muy mona cuando te cabreas.
Salem también se ríe, pero sus palabras son un poco más útiles que las
de Poe.
—Wyn, cariño, lo amas.
—¿Perdón?
Su risa se convierte en una sonrisa cuando dice:
—Estás enamorada de él. Posiblemente estés enamorada de él desde el
momento en que lo viste.
Sacudo la cabeza.
—No lo hago.
—¿De verdad?
—Sí. No estoy enamorada de él. Sí, estoy obsesionada con él. También
puede que esté un poco enamorada de él. Y sí, he pensado en él desde aquella
noche. Pero eso es solo porque él cambió mi vida. Es solo porque me inspiró y
me dijo que soñara y fuera lo que quisiera ser. Y yo… —Parpadeo, sintiendo que 176
se me humedecen los ojos—. No puedo imaginar un mundo donde él no sea feliz.
En el que no sonría. No sonríe, ¿lo sabían? Nunca lo he visto sonreír. Siempre
está enojado y con el ceño fruncido y me duele todo el cuerpo cuando pienso en
él de esa manera. Cuando pienso en él solo. Me duele el pecho cuando pienso en
todos los sueños a los que ha tenido que renunciar. En el hecho de que piensa
que es su culpa. Que no tiene derecho a soñar y yo… quiero que termine. Ahora.
No voy a dejar que siga solo. No puedo. Por eso. No es… amor.
No puede ser.
¿Verdad?
No, no puede. No puedo estar enamorada del hermano de mi mejor amiga.
Eso es incluso peor que todos los secretos que le he estado ocultando a Callie.
Mucho peor.
Y, además, es un profesor aquí. Un profesor.
No puedo estar enamorada de un profesor. Eso es como, sin privilegios
hasta el fin de los tiempos. No es que me importen los privilegios. Pero tampoco
puedo ser tan rebelde. No puedo ignorar las reglas tan descaradamente.
Además, está enamorado de otra persona. Esa es la peor clase de amor:
estar enamorado de alguien que ama a otra persona.
Además, Dios no quiera que lo descubra.
Que yo, una adolescente, estoy enamorada de él. Una adolescente que
tiene la edad de su hermana y es su estudiante.
Me mataría.
Ya quiere la mitad del tiempo, así que no.
No puedo estar enamorada de él.
Sería un desastre. Una tragedia. Una catástrofe.
Ya hay muchas cosas en mi contra y no puedo.
No puedo. No puedo.
No lo estoy.
El corazón me late en el pecho y las palmas de las manos se me ponen
húmedas y, por si acaso, repito:
—No… no puedo amarlo. No puedo. No puedo en absoluto y…
—Bien. Está bien. Está bien. —Salem me corta, tratando de calmarme—.
Tú no lo quieres. Culpa mía. Pero creo que tengo una solución al problema. De
hecho, creo que tú misma has resuelto tu propio problema allí.
Por fin recupero el aliento y pregunto:
—¿Qué? ¿Cómo?
Ella mira a Poe y ambas se miran antes de que Poe diga:
177
—Quieres matar su soledad, ¿verdad? Quieres hacerle sonreír. Quieres
hacerle feliz.
—Sí.
Se encoge de hombros.
—Bueno, solo hay una manera de matar la soledad.
Salem asiente.
—Sí. Y lo has adivinado.
Lo pienso y entonces:
—Para. No.
—Quiero decir, la soledad desaparece cuando tienes compañía, ¿verdad?
Y tienes compañía cuando tienes citas.
—Exactamente. Tienes que echarle un polvo —insiste Poe.
Salem le da un golpe en el brazo.
—Eso es asqueroso, Poe.
—¿Qué? Es la verdad.
Salem sacude la cabeza y se centra en mí.
—Mira, quieres hacerlo feliz, ¿verdad? Quieres que sea elegido, que sea el
centro del universo de alguien. Ahora podrías ser tú o alguna otra chica. Hice
algo similar con Arrow en ese entonces. Y decidí que quería ser esa chica para
él. Así que ahora tienes que decidir. Quién quieres que sea.
—Yo —suelto en cuanto Salem termina—. Quiero…
Ser yo.
Quiero hacerlo.
A pesar de todas mis protestas sobre el amor y todo eso, sé en el centro de
mi ser que quiero ser yo.
Quiero ser esa chica.
Para él.
Porque ya lo soy, ¿no?
Ya soy esa chica cuyo universo gira en torno a él. Ya soy la chica cuya
gravedad se centra en él.
¿Y no es justo que yo haga esto por él? Yo y nadie más.
Él cambió mi vida, mi espina. Así que es justo que yo cambie la suya, su
flor.
—¿Quieres qué? —pregunta Salem.
—Quiero ser esa chica —susurro, con el corazón palpitando en mi pecho—
. Para él. 178
Salem sonríe.
—Lo sé.
La miro.
—Pero piensa que solo soy una adolescente molesta. La mejor amiga de su
hermana.
—Así que depende de ti entonces. Demostrarle que no lo eres —me dice
Salem—. Depende de ti demostrarle que eres más que eso.
—Exactamente —está de acuerdo Poe—. Demuéstrale al entrenador
Thorne que, seas o no adolescente, seas o no la mejor amiga de su hermana, vas
a sacudir su puto mundo. Muéstrale que eres la chica de sus sueños.
La chica de sus sueños.
Mi corazón salta y vuela en mi pecho.
Ante la idea de ser la chica de sus sueños.
Pero no puedo, ¿verdad?
Ya tiene una.
Sin embargo, extrañamente, está bien en este momento.
Porque sé que no puedo ser la chica de sus sueños, pero puedo ser la chica
que lo elija.
Puedo ser la chica, la artista, que llena su vida de colores y alegría. La
chica que le quita la soledad.
No soy la chica de sus sueños, pero puedo ser su premio de consolación.

179
E
l tiempo por fin ha cambiado.
Y St. Mary's es un país de las maravillas del invierno.
Un país de las maravillas hecho de bonita nieve blanca. Cubre
la tierra, los edificios de hormigón, los bancos de piedra, el muro de
ladrillo. El bosque detrás de la escuela.
E incluso el campo de fútbol en el que estoy parada está blanco y nevado.
Nunca me ha gustado la nieve.
Se siente monocromático. Me gusta más la primavera o el otoño, cuando
las flores florecen o las hojas vuelven y es una explosión de colores.
Pero hoy no.
No creo que la nieve sea monocromática en absoluto.
Creo que la nieve es maravillosa.
180
Y también el hombre que camina sobre ella.
A primera vista, podría parecer que también es monocromático. Lleva una
sudadera negra con capucha, junto con un par de pantalones de entrenamiento
negros. Además de un par de zapatos negros para correr.
Sin embargo…
Tienes que mirar más de cerca. Tienes que entrecerrar los ojos mientras
caminas hacia él y distinguir todos los bonitos colores. Como el rubor invernal
de sus altos pómulos, el cálido marrón dorado de su cabello. El rojo de sus labios.
Y luego están sus ojos, que están en mí mientras camina hacia mí también.
Azul marino.
¿Ves? Es colorido.
Solo tienes que observarlo.
Y lo he hecho.
Mucho.
Especialmente aquí, desde mi lugar donde lo dibujo todas las mañanas y
donde estoy de vuelta este lunes por la mañana también. Aunque tengo que decir
que no parece una mañana de lunes típica, y no es solo por la nieve.
Y se lo expreso cuando nos encontramos.
—Hola, Dios mío —digo, jadeando y poniéndome una mano en el pecho en
señal de sorpresa—. ¿No nos hemos visto antes en algún sitio?
Me mira fijamente durante un segundo, con algo jugando en las esquinas
de sus ojos. Algo parecido a la diversión.
—¿Lo hemos hecho?
Me muerdo el labio para detener mi sonrisa mientras digo:
—Uh-huh. Definitivamente, creo que nos hemos conocido antes.
Esa diversión aumenta mientras retumba.
—No lo sé. Vas a tener que recordármelo.
Entrecierro los ojos hacia él y esa diversión se expande aún más para
cubrir el costado de sus labios, y se crispan mientras le digo:
—Bueno, por lo que recuerdo, te vi a un lado de la carretera, llevando el
mayor reloj de plata conocido por la humanidad, tratando de ayudar a una
damisela en apuros como hace un año y medio.
Sus ojos van de un lado a otro de los míos, con la diversión aún presente
en sus rasgos, antes de protestar:
—No es el mayor reloj de plata conocido por la humanidad.
Me río. 181
—Así es. ¿Has mirado esa cosa?
—Y no era una damisela en apuros.
—¿Qué?
Me mira por encima de mi parka magenta hasta las pantorrillas con flores
amarillas.
—No salvo a damiselas en apuros, ¿recuerdas? —Levanta sus ojos azules
nítidos—. Era una alhelí. Una alhelí con un vestido de baile amarillo.
Dios.
Dios.
El hecho de que diga vestido de baile con esa voz tan grave hace que algo
se me mueva en el estómago. El hecho de que se acuerde de mí, de que se
acuerde de mí todo este tiempo, hace que algo se me mueva también en el
estómago y lo único que puedo hacer es sacudirle la cabeza.
—Eres un idiota.
Entonces su boca se levanta en una media sonrisa y me olvido de respirar.
—Y yo que pensaba que era maravilloso.
Sonrió.
Sonrió.
Aunque solo era una cuarta parte de una sonrisa —una jodidamente
gloriosa, que le hacía aún más guapo de lo que ya es—, la acepto.
Lo tomaré y correré con ello.
Antes de que pueda recomponerme y comentarlo, me hace un gesto con la
barbilla.
—Flores, eh.
El corazón me late en el pecho y miro mi parka.
—Sí.
—¿Te las dibujas tú misma?
—Sí.
—Porque supongo que también te gusta… —Ladea la cabeza hacia un lado,
pensativo—. La decoración de ropa. O como coño se llame eso.
—Casi. Pintura en tela. Y, sí, me gusta todo tipo de decoración. —Antes de
que pueda decir algo más, suelto—: También me gustan tus sonrisas. —Cuando
frunce levemente el ceño, le muevo la barbilla, sus labios divertidos—. Deberías
hacer eso más a menudo.
Ahora le toca a él sacudir la cabeza hacia mí, con los labios todavía
levantados en ese cuarto de sonrisa. 182
Pero antes de que pueda decir nada, le pregunto lo que quería preguntarle
nada más verle.
—¿Puedo ver tu casa?
Eso despeja su diversión y le hace fruncir el ceño.
—¿Qué?
Estoy un poco triste por eso, por la desaparición de su pequeña sonrisa,
pero está bien.
Voy a darle más sonrisas.
Solo necesito terminar esto primero. Así que me aclaro la garganta
mientras le explico:
—¿Puedo dibujarte en tu casa? Este sábado.
—En mi casa.
—Sí. En tu espacio personal, quiero decir. Creo que me ayudará a capturar
la esencia. De ti.
Me estudia en silencio durante un rato.
—Es para tus solicitudes universitarias, ¿correcto?
Dudo un segundo mientras tiro de la correa de mi bolsa de mensajería en
la que están todos mis materiales de arte y mi cuaderno de dibujo.
—Sí.
—Bien.
—¿Qué?
—Puedes captar. La esencia. —Hace una pausa antes de decir—: De mí.
—¿Puedo?
—Eso es lo que he dicho.
Sacudo la cabeza con asombro. Eso era fácil. Y aquí estaba yo dando
vueltas en la cama toda la noche, tratando de imaginar todos los escenarios en
los que él diría que no y entonces tendría que convencerlo de alguna manera.
Sonriendo, digo:
—Gracias. Será genial. Ya lo verás.
Tararea ante eso.
—¿Cuál es tu comida favorita?
Su pregunta fuera de lugar me desconcierta un poco.
—¿Qué?
Se mueve sobre sus pies como si estuviera ligeramente incómodo.
—¿Qué te gusta comer?
Me retraigo. 183
—¿Qué me gusta comer?
—¿Es una pregunta difícil?
—No. —Sacudo la cabeza—. Supongo que mexicana. Me gusta la comida
mexicana.
Asiente.
—Entonces recogeré algo. Y a las doce y media.
—¿Doce treinta qué?
—Te recogeré el sábado a las doce y media. Prepárate.
Ha dicho tantas cosas con tan pocas palabras que tardo unos segundos
en darle sentido a todo. Y cuando lo hago, algo se mueve en mi pecho de nuevo.
Algo cálido y acogedor.
Como su suéter de la otra noche cuando lo abracé.
—¿Estás diciendo que recogerás comida mexicana el sábado porque es mi
favorita? ¿Y que también vendrás a recogerme al colegio a las doce y media? —
pregunto para aclarar.
—Si esperas que te cocine en mi casa, te vas a llevar una gran decepción
—dice metiendo las manos en los bolsillos—. En todos mis años de empacar
almuerzos y cocinar cenas, me temo que nunca aprendí la habilidad. Y, sí, iré a
buscarte a la escuela, porque en realidad no sabes dónde vivo, ¿verdad?
Esa cálida y acogedora sensación en mi pecho baja hasta mi estómago y
sacudo la cabeza.
—No tienes que hacer nada de eso. Puedo coger el autobús y…
—No vas a coger el autobús.
—Pero yo…
—Fin de la discusión. —Se aferra a su voz más autoritaria.
La voz que hace cantar su nombre en mis muslos.
—¿Fin de la discusión? ¿De verdad? ¿Cuántos años tienes?
—Treinta y tres —responde, en el más impactante giro de los
acontecimientos. O más bien, el segundo giro chocante, porque el primero fue
cuando sonrió. Antes de que pueda asimilar el hecho de que realmente me haya
dicho su edad después de negarse a hacerlo durante tanto tiempo, continúa—:
El sábado a las doce y media. No llegues tarde. No me gusta que me hagan
esperar.
Está listo para irse después de eso, pero doy un paso más hacia él.
—No puedes.
—¿Qué?
—No puedes venir a recogerme. 184
—¿Y eso por qué?
Porque la razón por la que voy a su casa es para hacer su vida… más fácil.
Voy a su casa porque lo estoy haciendo.
Voy a ser esa chica para él.
La chica que lo ha elegido. Que lo ha convertido en el centro de su universo.
Lo que significa que necesito pasar tiempo con él, y por eso la casa. Para
poder mostrarle. Que ya soy. Esa chica.
Y seducirlo.
Sí, voy a seducir a mi nuevo entrenador de fútbol.
Que también resulta ser el hermano de mi mejor amiga.
A mi mejor amiga la estoy traicionando al hacer esto, y espero por Dios
que lo entienda cuando le cuente todo.
Pero, de todos modos, si viene a recogerme a la escuela como dijo que
haría, la gente hablará. Habrá rumores, chismes. Su reputación podría ponerse
en duda.
Eso no le facilita la vida y no voy a permitirlo.
Levanto el cuello y estiro las piernas para acercarme a su cara.
—Porque si vienes a recogerme, la gente te verá. Las chicas hablarán. Eres
un profesor aquí. No puedes recogerme, ponerme en tu camioneta y llevarme
lejos. Los estudiantes aquí pueden ser realmente viciosos. Has visto cómo son
las cosas para Callie, ¿verdad? Pasarás por lo mismo. Tu reputación será una
broma.
De hecho, el otro día, unas chicas estaban molestando a Callie durante la
comida y Conrad las pilló él mismo. Con su habitual estilo aterrador, las miró
fijamente antes de quitarles los privilegios de la televisión.
Bien.
Se acerca a mí.
—¿Alguien te ha estado molestando?
—Qué, no. Por supuesto que no. Pero no puedes…
—Quiero que me digas si lo hacen. —Se va, con los ojos graves—. ¿Lo
entiendes?
—Pero ese no es el punto. Estoy bien.
—No estás bien. Estás aquí, en este infierno, por mi culpa. Y por mucho
que te guste estar aquí, quiero saber si alguien, un alumno, un profesor, un puto
guardia de seguridad, te está molestando. Quiero saber si tus padres te están
molestando.
—Mis padres.
Su mandíbula está apretada por la ira.
185
—Sí. Tu madre, tu puto padre, quien sea. Si alguien te molesta, me lo vas
a decir.
Mi pecho se siente tan apretado entonces. Y mi corazón demasiado grande
mientras exhalo.
—¿Alguien en el mundo?
—Por favor, sí. Cualquiera en el mundo. ¿Entiendes, Bronwyn? —Sus
pómulos están cortados por la agitación—. Si alguien te molesta, quiero saberlo.
Agacho entonces la cabeza y recupero el aliento durante unos segundos.
Incluso me aprieto una mano en el estómago porque hay un jaleo en el
fondo.
Está causando un alboroto en mi cuerpo.
Porque está siendo exactamente quien es: una espina que protege su flor.
Y por eso necesito protegerlo también.
Necesito proteger a mi espina.
Por fin, levanto la vista y susurro:
—Lo haré. Pero solo si me prometes que no vendrás a recogerme. Por favor.
Tienes que entenderlo. Por tu propio bien. Te lo dije en el árbol. Nunca dejaría
que te pasara nada.
Sus fosas nasales se agitan.
El disgusto recorre sus rasgos como si odiara aún más el St. Mary's. Lo
entiendo. A pesar de mi amor por él, a veces también odio este lugar.
Especialmente cuando se interpone entre nosotros de esta manera.
Finalmente, suspira con fuerza.
—Está bien.
—¿De verdad?
—Sí. Por tu bien.
—¿Qué?
Se agacha un poco mientras dice:
—Quiero que entiendas algo: no me importa mi reputación. A la mierda mi
reputación. La única razón por la que vine a hablar contigo ese día sobre ella fue
porque iba a hacerlo. Y como dije antes, no quiero que nadie te moleste en este
lugar dejado de la mano de Dios que tanto amas, así que decidí intervenir. Y esa
es la única razón por la que no vendré a recogerte.
Mis respiraciones están dispersas en este momento. En la revelación.
Sobre por qué habló conmigo ese día.
Me hirió con sus preguntas. Aunque sabía que no debería haberlas tomado
como algo personal. Pero ahora estoy tan aliviada. 186
Tan… contenta y abrumada.
Porque lo hizo para protegerme.
Incluso cuando fingía que no se acordaba de mí.
—Conrad, yo…
No estoy segura de lo que iba a decir, pero su nombre en mis labios hace
que sus ojos brillen mientras continúa:
—En la entrada.
—¿Qué?
Aprieta la mandíbula.
—Estaré en la curva del camino. Justo delante.
—Pero…
—No voy a dejar que cojas el autobús —dice de nuevo, con los ojos oscuros
y decididos.
Y discutiría más, pero sinceramente no quiero hacerlo.
No quiero discutir con él.
Cuando todo lo que quiero hacer es abrazarlo de nuevo.
Besarlo.
Darle las gracias.
Pero como no puedo hacer ninguna de esas cosas en este momento,
asiento y le doy lo que quiere.
—De acuerdo.
—Bien.
Con eso, da un paso atrás, listo para irse, cuando noto algo en él.
Algo muy muy crucial.
No puedo creer que no lo haya visto antes. Quiero decir, lo estaba
esperando, o más bien deseando y deseando que volviera.
Tal vez sea que su capucha me lo ocultó, pero…
—Tu cabello. —Exhalo y se detiene en seco—. Está largo. Como, más largo
que antes.
Lo está.
No es tan largo como el de la primera noche, pero es más largo que cuando
llegó aquí. De hecho, ahora que presto atención, puedo ver los mechones que se
enroscan al final, rozando el cuello de su sudadera. Incluso puedo ver algunos
mechones sobre su frente cuando levanta la mano y los echa hacia atrás.
Sacudo la cabeza, con los ojos muy abiertos.
—¿Estás… te lo estás dejando crecer? 187
Parece… avergonzado.
Esa es la única manera de describirlo. Es la única manera de describir la
forma en que desvía la mirada por un segundo y exhala, frunciendo el ceño. Y la
forma en que se pasa los dedos por el cabello de nuevo.
—Se podría decir que sí —responde finalmente.
Mi corazón se expande en mi pecho. Se expande y se expande.
Y se expande.
—¿Por qué? —pregunto.
Sus ojos vuelven a mí, parpadeando.
—Porque pensé que era el momento de sentir el aire. En mi cabello.
PARTE 3 188
E
stoy en su casa.
Estoy de pie en la sala de estar, asimilando todo con lo que sé
que son ojos muy abiertos.
Pero no puedo evitarlo.
Esta es su casa. Su casa.
Vive aquí.
Mi espina vive aquí, y lo primero que sé de inmediato —que supe nada más
cruzar la puerta— es que esta casa, este lugar tiene carácter.
No es el tipo de carácter que proviene de las molduras de corona o de los
accesorios de luz de época o de un clásico salpicadero de azulejos en blanco y
negro, no. Es el tipo de carácter que viene de vivir aquí.
Vivir aquí durante años y años, para que la casa adquiera su personalidad. 189
Que se pueda decir con solo mirarla que una familia, una familia amorosa, llama
a este lugar su hogar.
Cuatro hermanos y su cariñosa hermana.
El hecho de que la hermana sea mi mejor amiga, Callie, intento ignorarlo.
Aunque es difícil porque su firma está en todas partes: en las colchas de colores
del sofá, en la alfombra azul bajo la mesa de centro, en esa cesta de punto junto
a la chimenea.
Pero intento centrarme en las demás personas que viven aquí todo lo que
puedo.
Por todo lo que Callie me ha contado sobre sus hermanos a lo largo del
último año, puedo deducir que la gran estantería de la pared del fondo la utiliza
sobre todo Stellan, que es un gran lector. Hay unos cuantos posters de autos
antiguos enmarcados repartidos por este gran espacio que creo que son cortesía
de Shepard, al que le encantan los autos.
Y bajo el enorme televisor, que sé que todos los hermanos contribuyeron a
comprar porque ¡deportes!, se encuentra una complicada consola de juegos que
creo que definitivamente pertenece a Ledger, pero por lo que he oído se la
disputan todos los hermanos por igual.
Bueno, excepto uno. Creo que…
Que por alguna razón está de pie junto a la puerta, apoyado en ella, con
los brazos cruzados.
Y cuya firma está en todo y en todas partes.
Organización.
Cómo está todo ordenado, los libros en la estantería, los cojines en el sofá.
El hecho de que todos los pósteres estén rectos en lugar de ligeramente
inclinados o descentrados.
Sé que es responsable de eso.
De supervisar todo y a todos.
Conrad.
También es el que me trajo aquí.
Como habíamos hablado o, mejor dicho, como me prometió a
regañadientes el lunes, me estaba esperando al final del camino que corta la
autopista y lleva a St. Mary's. Los cuarenta minutos de trayecto hasta su casa
se hicieron en silencio. Y si hubiera sido una situación habitual, habría
entablado alguna conversación.
Pero no fue así.
Me estaba llevando a su casa, donde ahora voy a poner en marcha mi plan.
Así que me quedé callada y miré fijamente.
A él, mucho. 190
De reojo, por supuesto.
Me quedé mirando sus fuertes manos que agarraban el volante de una
manera que quería que me agarraran a mí. Y su mandíbula que estaba colocada
en una línea firme que me hacía querer acariciarla y aflojarla.
Y luego estaba su cabello.
Ha crecido, muy notablemente también, y fue realmente difícil de mirar
hacia otro lado.
De todos modos, ya estamos aquí y aún no nos hemos dirigido la palabra.
Pero está bien.
Si bien antes estaba nerviosa, ya no lo estoy.
Estoy tranquila.
Su casa, un vistazo a su vida, me ha tranquilizado.
Así que cuando termino de recorrer su salón con la mirada, la poso en él
y le digo con voz brillante:
—¿Vas a quedarte en la puerta todo el tiempo? Esta es tu casa. Puedes
dar un paseo por ella si quieres.
Ante mis palabras, algo entra en sus ojos, algo que ahora reconozco como
diversión.
—No me gustaría entorpecer toda tu vigilancia.
—Sé que estoy siendo una asquerosa, pero esto es increíble. —Sonrío de
placer—. Me encanta tu casa.
—A diferencia de tu mansión en la que caben tres de estas —dice con
sorna.
—Oh, ¿te refieres a la mansión donde no se me permite dibujar? —Levanto
las cejas—. Sí, creo que sí.
Me observa durante un segundo antes de inclinar la boca hacia arriba en
un lado, algo que todavía veo como una victoria, su cuarto de sonrisa.
—Punto tomado. —Mirando alrededor de su propia casa murmura—: Este
lugar es un basurero. Pero es un hogar. Siempre ha sido un hogar.
—Sabes, crees que soy una princesa adolescente rica y mocosa —le digo—
. Pero realmente no lo soy.
—¿Sí? —retumba—. ¿Qué tal una adolescente rica y mocosa alhelí?
—No —digo, mi corazón tamborileando en mi pecho—. Solo un alhelí.
Y se lo voy a demostrar.
Su alhelí.
Pero por ahora, quiero ver más de su casa.
Así que cruzo las manos a mi espalda y me doy la vuelta para seguir dando 191
mi paseo. Desde el salón hay un pasillo del que salen un par de habitaciones y
una escalera que sube. Pero antes viene el comedor, y cuando lo miro, siento
que me ha tocado la lotería.
Por las fotos.
Toneladas y toneladas de ellas. Están colgadas en una pared, casi
cubriéndola, y en lugar de ir por el pasillo, que era mi plan original, doy un rodeo
y me dirijo hacia los cuadros.
En cuanto llego a ellas, se me dibuja una sonrisa en los labios.
Ni siquiera las he analizado ni me he centrado en una, pero todo el mosaico
de caras sonrientes y risueñas me llena de mucha alegría.
Elijo una foto en el centro y, a partir de ahí, me dirijo lenta y
cuidadosamente hacia el exterior.
La mayoría de las fotos son de Callie, desde que era un bebé hasta este
verano, creo. En todas ellas, está rodeada de sus hermanos. Y en cada una de
ellas, están haciendo el tonto.
Especialmente Ledger y Shepard, con sus orejas de conejo y sus caras
sonrientes.
Stellan también, pero no tan a menudo. Sus sonrisas y poses son más
tenues. Más en línea con la gravedad y la arrogancia, incluso con una sonrisa
ladeada o una mueca.
Supongo que puedo ver a quién sigue.
Su hermano mayor.
Solo que no puedo encontrarlo en ningún sitio.
A diferencia de su firma, que era bastante evidente en el salón y también
aquí con todo ordenado y limpio, no he podido encontrar su foto y creo que he
revisado más de la mitad de ellas.
Lo busco en la otra mitad, y justo cuando estoy a punto de perder la
esperanza, ahí está.
A un lado, como si dejara que su familia fuera la protagonista mientras él
se mantiene en las sombras.
Pero no puede, ¿verdad?
Es demasiado brillante para eso. Demasiado magnético. Es la fuerza que
une a esta familia.
Es el hermano mayor autoritario.
Y estas fotos de él, unas cuantas en realidad, todas juntas, son
jodidamente mágicas. Son una máquina del tiempo, que me lleva a su pasado.
Porque en ellas, parece estar en el instituto.
De hecho, en un par, está jugando al fútbol. 192
Está en el campo, con un uniforme verde y blanco —los colores de la
escuela, supongo— y está casi en el aire. Tiene una pierna estirada, como si
estuviera corriendo, y la otra está doblada por la rodilla, lista para dar el golpe,
con los brazos extendidos para mantener el equilibrio.
Alguien lo atrapó a mitad de camino, ¿no es así?
Y les estoy muy agradecida porque, caramba, es magnífico.
Es más grande que la vida aquí.
Aunque está congelado en el tiempo y en el espacio, todavía puedo ver el
viento azotando su cabello largo —en realidad, su cabello entonces era incluso
más largo que la primera vez que lo vi— y su camiseta de fútbol. Casi puedo
sentir su propia respiración agitada, su total concentración en el balón, porque
su boca está ligeramente separada y sus cejas están juntas.
Y luego hay un par donde está con su equipo, creo.
Todos están sonriendo a la cámara, sosteniendo un trofeo, y él está en
medio del pelotón.
Aunque no creo que quiera estarlo. En la foto en absoluto, quiero decir.
Porque es el único que lanza una tenue sonrisa ladeada a la cámara, lo
que me hace pensar que preferiría estar en cualquier otro sitio. Pero puedo ver
la felicidad en sus ojos azules. Puedo ver que está orgulloso de lo que ha hecho,
de lo que han hecho juntos como equipo.
El corazón me late en las venas.
Rugiendo.
Viéndolo así. Así de feliz, así de guapo. Y solo con mirarlo, me duele el
pecho.
Este anhelo de estar allí.
En el pasado donde está.
Poder verlo jugar de verdad, sentada en las gradas.
Y de repente este anhelo es tan grande y profundo que se me enroscan los
dedos de los pies.
Porque le oigo entrar en la habitación.
Oigo sus pasos, acercándose.
Cada vez más cerca hasta que está detrás de mí.
Hasta que siento su calor en mi columna vertebral.
Siento su presencia hormigueando en la parte baja de mi espalda. Incluso
siento que mi cabello se agita, mi largo cabello que llega hasta mi culo, se mueve
ligeramente, suavemente, las hebras crujen entre sí.
Como si lo estuviera tocando, frotándolo entre sus dedos.
Tragando saliva, alzo la mano para tocar una de sus fotos, en la que sus
193
compañeros sostienen una camiseta de fútbol para la cámara.
—Te llaman Espina, ¿no?
Está en la camiseta que sostienen.
Su camiseta con su nombre.
Pero en lugar de escribir su apellido con una “e”, simplemente pone
“Thorn” en gruesas letras negras.
Siento su aliento en mi nuca y mis dedos tiemblan sobre su foto.
—Sí. O al menos solían hacerlo.
—¿Solían?
—Al principio —me dice—. Pero luego llegaron mis hermanos y también
eran Thorne. Así que ahora soy otra cosa.
—¿Qué?
Su pecho se expande, o al menos lo siento mientras dice:
—La Espina Original 2. Solo OG.
Me muerdo el labio con más fuerza.
—Me encanta.

2
La Espina Original o Thorn el Original.
—¿Sí?
—Sí. —Acaricio su nombre a través del marco de cristal—. Significa que
eres el primero de tu especie. La primera espina. El original.
Y no puedo evitar querer ser la primera flor.
La flor original.
Solo para igualarlo.
—Y probablemente la más afilada —murmura y siento un tirón en mi cuero
cabelludo.
Como si me hubiera tirado del cabello.
¿Está… está tocando mi cabello?
Conmovedor.
Todavía no lo ha hecho.
Salvo aquella vez que me empujó fuera de su despacho con sus dedos
enredados en mi bíceps, siempre ha mantenido sus manos lejos de mí.
Así que debería darme la vuelta. Debería preguntarle, pero tengo miedo.
Tengo miedo de que se detenga si lo hago.
Así que lo dejo. 194
Dejo que me toque, mi cabello, en secreto.
—Y así la más protectora —susurro, sintiendo calor en el pecho—. Se te ve
tan feliz aquí. Tan orgulloso y tan lleno de alegría.
No espero que de una respuesta, pero lo hace y me corta.
Hace que mis dedos se estremezcan en esa sonrisa ladeada que estoy
trazando.
—Era un tonto.
Mi columna vertebral se estremece de calor y protesto con mucha
vehemencia:
—No, no lo eras.
Deja escapar una bocanada de aire.
—¿Sí? Ves a ese tipo. ¿Justo a mi lado? —Siento que inclina la barbilla
hacia él—. Juega en el New York City FC. —Otra bocanada de aire—. No puede
regatear una mierda. Yo le enseñé eso. Yo. ¿Y el tipo a su lado? Ni siquiera pudo
entrar en el equipo en el primer intento. Practiqué con él durante semanas antes
de las segundas pruebas y voilà. Estaba en el equipo. Y luego pasó a jugar en la
universidad. Y yo sigo aquí, enseñando cosas a la gente. Probablemente seguiré
enseñando cosas a la gente durante mucho mucho tiempo.
Quiero darme la vuelta entonces.
Quiero mirar su rostro maduro y no el adolescente que estoy mirando
ahora. Porque el primero es más precioso para mí.
Es más querido y más hermoso.
Más mío de alguna manera.
Quiero decirle que no es un tonto.
Era un soñador, y todavía puede serlo.
Pero es como si lo percibiera, mi intención de darme la vuelta, y se acerca
aún más.
Tanto que siento su duro pecho rozando mis hombros. Incluso levanta el
brazo, el izquierdo, su bíceps rozando mi mejilla mientras raspa:
—Y esa, la de ahí, es mi madre.
Es tan difícil concentrarse cuando estoy rodeada por él.
Cuando realmente ha hecho que esté rodeada por él.
Cuando en realidad ha hecho que cada aliento que tomo sea el de las rosas
dulces y las espinas afiladas.
Pero sí.
Me concentro y me prometo a mí misma que una vez que le haya
demostrado que soy esa chica y haya llenado su vida de alegría, también voy a 195
hacer que vuelva a ser un soñador.
De alguna manera le haré soñar.
De alguna manera.
—Tu madre —susurro y siento su breve asentimiento en la parte superior
de mi cabeza—. Es preciosa.
Su madre tiene la sonrisa más grande y hermosa que existe. Sonríe a la
cámara mientras sus hijos la rodean.
Bueno, excepto el hombre detrás de mí.
Como en todas las fotos de aquí, creo que ha elegido pasar a un segundo
plano y ser el hermano detrás de la cámara. Y mi corazón estalla de ternura por
él.
Todo el calor.
—Lo es. —Asiente, con el brazo aún levantado y los dedos sobre el cuadro.
—Se parece a Callie —susurro, rozando con mi mejilla su bíceps que se
flexiona ante mi contacto—. O, mejor dicho, Callie se parece a ella.
—Conoció a mi padre en el instituto —dice, su pecho se mueve con una
respiración—. Ambos estaban en el último año cuando se enamoraron. Y antes
de que terminara el año, ella se quedó embarazada de mí y abandonó los
estudios. Mi padre también lo dejó. Se casaron, consiguieron trabajo y me
tuvieron a mí. Creo que fuimos felices por un tiempo, o tal vez estoy inventando
cosas porque quiero creerlo. Pero luego tuvieron más hijos, y mi padre empezó a
beber. Empezó a engañar a mi madre. También abandonaba su trabajo. Lo
despedían, conseguía otro trabajo, hacía lo mismo y lo volvían a despedir. Así
que mi madre tuvo que hacerse cargo de la situación. Lo que significa que, a
pesar de lo increíble que era, no tenía mucho tiempo para los niños. Así que tuve
que intervenir.
Una pausa aquí.
Tengo miedo de moverme. Respirar incluso.
Tengo miedo de parpadear para que no se detenga. No sea que se dé cuenta
de que alguien está escuchando la historia que está contando.
Ese alguien está pendiente de cada una de sus palabras, apreciándolas
como un tesoro, un regalo.
—Estaba feliz el día que decidió irse —continúa diciendo—. Sé que mi
madre no lo estaba. A pesar de que era un peso muerto, un idiota, un borracho,
un tramposo, mi madre lo quería. Mi madre no solo lo amaba, sino que lo dejó
todo por él. Su escuela, su educación. Eligió tener cinco hijos con ese pedazo de
mierda. Eligió tenerme a mí. ¿Sabes por qué fue eso?
—¿Por qué? —pregunto en un susurro, con el cuerpo aún tenso e inmóvil.
—Porque era una adolescente. —Baja el brazo con eso—. Cuando conoció
y se enamoró del chico equivocado. Y los adolescentes normalmente no saben lo
196
que hacen. Se enamoran. Sueñan. Cometen errores que a veces afectan a todos
los que les rodean. Así que Callie no solo se parece a mi madre. Ella es mi madre.
Se aleja entonces y yo me doy la vuelta, consiguiendo por fin verle la cara.
Y me golpea en el pecho. En el estómago.
Como si lo viera después de años.
Esos pómulos sobresalientes ligeramente sonrojados y esos ojos brillantes.
Sus labios rojos que parecen húmedos y separados como si los hubiera estado
trazando con la lengua todo este tiempo.
Aunque me parece que acabo de despertar de un sueño, levanto la barbilla
y frunzo el ceño hacia él, dispuesta a defender a mi mejor amiga.
—Tienes razón. Callie es como tu madre. Lo que significa que va a ser una
madre increíble y que su bebé va a ser como uno de tus hermanos. Con suerte,
como tú. Porque eres maravilloso. No tanto ahora, pero, aun así. ¿Y sabes qué
más? —Ensancho mi postura y aprieto mis manos—. Tal vez tu madre se
equivocó al elegir a tu padre, pero creo que Reed es diferente. Reed va a ser un
padre increíble. Y lo sé porque Callie se enamoró de él una vez. Y sé que ahora
tienen problemas, pero Callie nunca lo habría elegido si Reed no mereciera la
pena. Y por eso confío en su decisión. Aunque tenga mi edad, es una adolescente.
Así que deberías darles un poco de margen. Deberías darles la oportunidad de
demostrarte que pueden ser más. Que son más. Porque aparentemente nosotros,
los adolescentes… Podemos sorprenderte a veces.
»Oh, y para que lo sepas, los sueños no son solo para los adolescentes. Los
sueños son para todos. No hay edad ni límite para los sueños. Y soñar no te
convierte en un tonto, te convierte en un visionario y…
—¿Qué te pasa con el cabello largo? —pregunta bruscamente, poniendo
fin a mi perorata.
—¿Qué?
Sus ojos siguen brillando, pero junto con ese brillo, también contienen
extrañamente diversión. Una diversión mucho más fuerte que cuando me veía
observar su salón, mucho más fuerte que cualquier otra vez antes de eso incluso.
—Tu cabello.
Mi respiración es agitada y estoy segura de que mi cara está enrojecida en
este momento por mi irritación. Pero aun así miro hacia abajo.
Mis largos cabellos castaños están medio sobre mi hombro y medio
fluyendo por mi espalda. No estoy segura de por qué estamos hablando de mi
cabello de repente, pero le miro y digo:
—¿Sí?
Le echa un vistazo por un segundo antes de decir:
—Es largo.
Frunzo el ceño mientras paso los dedos por las hebras.
197
—Lo sé.
—Podrías usarlo para bajar una torre. O al menos un árbol.
Parpadeo, mis dedos se detienen.
—¿Estás diciendo que tengo el cabello de Rapunzel?
—No. —Sacude la cabeza lentamente—. Digo que por qué tienes el cabello
de Rapunzel.
Entrecierro los ojos hacia él y su diversión no hace más que aumentar.
—¿Ese conocimiento de la película de Disney —pregunto entonces,
levantando las cejas— es porque tienes una hermana de mi edad?
Mete las manos en los bolsillos.
—Sí. Que además resulta ser tu mejor amiga. La que estabas defendiendo
tan bellamente hace un momento.
A pesar de mi enfado, me sonrojo ante su simpatía y ahora sus labios se
crispan.
Lo cual tengo que decir que derrite un poco más esa ira mía.
—Porque me gusta, el cabello largo —decido contestarle, enroscando un
mechón alrededor de mi dedo—. Porque es una cosa en la que mi madre y yo
estamos de acuerdo. Que el cabello largo se ve bonito. En una chica —Pero quizá
mi ira no se ha derretido del todo, porque me aseguro de mirar su preciosa
melena y señalar—: Pero no en un chico.
Si pensé que se ofendería, me equivoqué.
Está lejos de ofenderse.
Sonríe y hasta lo llamaría media sonrisa porque es más grande que todas
las demás sonrisas que me ha regalado hasta ahora y el corazón casi me estalla
en el pecho.
—Bueno, menos mal que soy un hombre entonces. —Vuelve a mirar mi
cabello antes de decir—: Y aunque odie admitirlo, diría que tu madre tenía razón.

198
Y
a es hora.
Estamos en su habitación y me quito la ropa.
O al menos eso parece.
En realidad, solo es mi jersey. Pero como lo hago bajo su
mirada, parece que me estoy desnudando.
Porque es intenso y exponente, su escrutinio.
Con la forma en que me observa desde el otro lado de la habitación, me
hace sentir que él es el artista y yo la musa.
Pero no es el caso, ¿verdad?
El caso es que estoy aquí para pintarlo.
También estoy aquí para hacer otra cosa, algo mucho más difícil que
dibujarlo en papel.
199
Por eso en el comedor, donde después de ver todas las fotos me dijo que
me sentara en la mesa porque íbamos a comer —la comida mexicana que me
había traído porque es mi favorita— le dije que quería pintarlo en su habitación.
Y para convencerlo de que dijera que sí, le dije que era un espacio aún más
personal.
Un espacio que le pertenece a él y solo a él.
Así que sería bueno para la esencia. La que estaba tratando de capturar.
Y lo único que dijo fue que estaba bien. Como lo hizo en el campo de fútbol
cuando le propuse esta loca idea de dejarme dibujar en su casa.
Pero, de todos modos, ahora estamos aquí.
En su dormitorio, y cuando termino de quitarme el jersey, lo dejo caer a
los pies de su cama, de aspecto muy espartano, con su manta de color oscuro y
su sábana blanca y crujiente.
Para armarme de valor, me paso las manos por el vestido rosa, haciendo
tintinear las pulseras y las cadenas del brazo. Incluso llego a rozar con los dedos
el elaborado collar de cuatro cadenas, con piedras rosas a juego con mi vestido,
que llevo.
Todo mi atuendo, mi vestido y mis adornos, ha sido cuidadosamente
elegido por Poe, ya que es la reina de la moda. Y hasta ahora pensaba que era
un poco excesivo, un poco demasiado expuesto, con solo unos finos tirantes de
espagueti que sujetan el vestido y un amplio escote cuadrado que muestra una
tonelada de mi escote de copa casi D. Por no hablar de la longitud. El dobladillo
me llega a medio muslo, dejando las piernas al descubierto.
Pero ya no pienso así.
Porque a pesar de lo expuesta que es su mirada, de lo desnuda que me
hace sentir, me encanta.
Me encanta que se quede mirando mis hombros, que están decorados con
flores. Me encanta que observe cómo mi pecho sube y baja con respiraciones
rápidas. Me encanta que sus ojos se fijen en el brillo de mi collar, en las pequeñas
estelas de mis pulseras.
Me encantan sus ojos sobre mí.
Y no puedo esperar a enseñárselo. No más.
No puedo esperar a que sus ojos vean el resto de mi cuerpo, que está aún
más decorado —con su nombre— y oculto bajo mi escaso vestido.
Pero todo a su tiempo.
Por ahora, mirando fijamente a sus ojos oscuros, digo:
—Tu turno. —A pesar de las ganas que tengo, me tropiezo al decir las
siguientes palabras—. ¿Podrías quitarte el jersey, por favor?
No sé lo que esperaba aquí.
200
Tal vez esperaba que hiciera una protesta. O tal vez que apretara la
mandíbula de esa manera suya, furiosa pero deliciosa.
Pero no pasa nada.
Su expresión sigue siendo la misma —tan intensa y atenta como siempre—
mientras se agarra la parte trasera de su jersey gris oscuro, muy sexy, y se lo
quita de un tirón.
Entonces trago.
Tengo que hacerlo porque se me ha secado la boca.
Por el hecho de que cuando se quitó el jersey, se revolvió un poco el cabello
largo y ahora los mechones cuelgan sobre su frente, rozando las comisuras de
los ojos y la mejilla.
Por el hecho de que mientras yo dejé caer el mío con cuidado sobre su
cama, él tira el suyo a un lado sin cuidado.
Un contraste directo con sus hábitos tan pulcros y organizados.
Por no hablar de que por fin puedo ver su camisa, de la que hasta ahora
solo se veía el cuello.
Blanca y crujiente.
—Uh. —Me aclaro la garganta—. Ya puedes tomar asiento. —Hago un
gesto con la barbilla—. En ese sillón. Justo detrás de ti. —Entonces digo—: Por
favor.
También lo hace.
Todo con gracia y sin problemas.
Aunque no estoy segura de cómo, porque ni siquiera mira hacia dónde va.
Porque sus ojos siguen fijos en mí, como si esperara que yo le dijera qué hacer a
continuación. Pero, de alguna manera, simplemente se sienta lentamente en ese
sillón de cuero marrón con un respaldo alto.
Y vuelvo a tragar.
Porque de nuevo, mi garganta se ha secado.
Por lo real que se ve en este momento. Qué divino. Sentado así en su silla
con respaldo alto, como un trono. Con sus muslos vestidos de vaqueros
extendidos, su gran cuerpo ligeramente inclinado mientras apoya los codos en
ellos.
Y cómo, aunque esté sentado y con la cara hundida, tiene los ojos
levantados.
Hacia mí.
Dios. 201
De acuerdo.
De acuerdo, puedo hacerlo. Puedo hacerlo.
Esta es la parte fácil. Dibujarlo es la parte fácil. El resto, lo pensaré cuando
llegue el momento. Así que lo recorro con los ojos y lo miro objetivamente.
Como lo haría un artista.
Por suerte, su habitación está bien iluminada. De hecho, el lugar que he
elegido para él se encuentra directamente en el camino de esa luz, lo que significa
que está brillando.
Perfecto.
Así es exactamente como quiero dibujarlo. Todo natural y sin esfuerzo.
Respirando hondo, cojo mi bloc de dibujo que ya he sacado de mi bolsa de
mensajería y tomo asiento en el borde de su cama.
—Bien, esto está bien. Me gusta la luz que hay aquí. Solo… mantén la
postura. —Ojeo las páginas hasta llegar a una vacía—. Si te empiezas a cansar,
avísame y paramos. Aunque, no debería tomar mucho tiempo. Todo lo que estoy
tratando de hacer hoy es conseguir la pose, hacer las cosas grandes. Los detalles
y todo lo demás vendrá después.
Mordiéndome el labio, le echo una última mirada entrecerrada antes de
empezar.
La habitación se llena con el rayado de mi lápiz sobre el grueso papel. El
tintineo de mis pulseras cuando me pongo un poco agresiva con las líneas de su
cuerpo. O el tintineo de mi collar cuando me desplazo para ver mejor las sombras
que juegan en sus rasgos.
En todo esto, él se sienta allí, todo silencioso e inmóvil.
Mi estatua griega personal.
Con ojos animados y un rostro intenso.
Se sienta allí y me deja dibujarlo.
Durante mucho mucho tiempo.
No estoy segura de cuánto tiempo ha pasado cuando termino de bajar los
últimos —por ahora— ángulos y pendientes de su cuerpo doblado, ni de cómo
sabe siquiera que he terminado, pero en el momento en que, de hecho, he
terminado, pronuncia sus primeras palabras.
—Muéstrame.
Levanto la vista hacia su voz ronca.
Sigue agachado, sus ojos muestran la misma mirada tranquila pero
pesada, aunque sabe claramente que he terminado y que puede moverse.
Me retuerzo en mi asiento. 202
—Uh, todavía no está hecho. Puede que todavía tengamos que hacer como,
unas cuantas sesiones más. Y luego tengo que hacer los colores y necesito
conseguir…
Me detengo porque él aprieta la mandíbula.
Lo cual está bien; lo hace todo el tiempo.
Pero esta vez también me dirige una mirada, o más bien sus ojos se vuelven
dominantes, ligeramente entrecerrados y aún más intensos. Y junto con su
mandíbula apretada, no necesita palabras.
Para ordenarme. Para obligarme a hacer cosas.
Lo hago.
Tengo que hacerlo.
Aunque me da un poco de miedo mostrarle mis esfuerzos.
Sé que ya me vio dibujar esas rosas en mis muslos esa noche, y luego otra
vez, sus ojos en mi cuaderno de dibujo. Pero esto es diferente. Esto es él viendo
algo en su totalidad y estoy nerviosa.
Quiero que le guste.
Me acerco a él con piernas temblorosas, con mis adornos tintineando. Se
endereza cuando me acerco y, cuando lo alcanzo, ensancha sus musculosos
muslos.
Como si se tratara de una invitación a interponerse entre ellos.
O más bien una orden si él la emite, y yo también lo haría. Felizmente.
Y lo hago de manera que los lados de mis muslos desnudos rozan la tela
gruesa de sus vaqueros. Y cuando lo hacen, sus músculos se flexionan. Se
crispan y saltan, por lo que doblo la rodilla y la froto contra su muslo tenso aún
más antes de ofrecerle mi cuaderno de dibujo.
Que toma, con los ojos más oscuros que antes.
Una vez que lo tiene en su gran mano, su mirada se aparta de mí por
primera vez desde que entramos en la habitación. Y lo ve. Cómo lo veo yo.
Un guerrero. Un dios. Un protector.
La espina original.
Mi espina.
Pasan unos momentos en silencio, con la cabeza agachada y los ojos
pegados a mi cuaderno de dibujo. Y cuando ya no puedo aguantar más, le
pregunto, entre titubeante y ansiosa:
—¿Te gusta?
Entonces levanta la vista.
Y tengo que arrugar el vestido con el puño al ver su cara.
Todo apretado y bonito y rebosante de cosas. 203
Cosas que se reflejan en sus ojos azules —los más azules— y en el músculo
saltarín de su mejilla.
También en sus dedos.
Que ha apretado tanto el bloc de dibujo que está arrugando el papel,
doblando el grueso bloc.
—Me lo quedo —dice con una voz que rebosa de cosas también.
Palpitante y espeso.
—Pero aún no está hecho —digo, sintiendo cada salto del músculo de su
mejilla en mi propio vientre.
En el lugar entre mis piernas.
—Me lo quedo —repite, casi mordiendo.
—Pero yo…
—Es mío, ¿no? Mi boceto.
—Sí. Pero es para mis…
No puedo decirlo.
Por alguna razón, no puedo decirlo.
Aunque ya se lo he dicho muchas veces.
Sus ojos brillan mientras completa mi hilo.
—Para tus solicitudes universitarias.
Un rubor caliente me sube por el cuello, por las mejillas, y asiento con un
movimiento de cabeza.
—Sí.
—Que presentaste hace un mes.
Como siempre, no ha levantado la voz.
Es muy raro que lo haga. Pero aun así me estremezco.
Todavía trato de alejarme de él.
Pero no me deja ir.
Me mantiene donde estoy mientras aprieta sus muslos alrededor de los
míos. Sus rodillas se clavan en mi suave carne y sus ojos me advierten de que
no me mueva ni un centímetro.
—¿No es así? —pregunta cuando todo lo que hago es permanecer en
silencio y arrastrar pequeñas bocanadas de aire.
—Lo sabes —susurro.
—Que no necesitas mi ayuda —dice con su voz suave y sedosa—. Sí, lo sé.
Sé cuándo hay que presentar la mayoría de las solicitudes universitarias. Fui a
la universidad. Aunque haya sido hace años. Y aunque fuera solo por un tiempo. 204
Le he estado mintiendo.
En la biblioteca, cuando saqué el tema por primera vez, también era
mentira entonces; ya había presentado mis solicitudes. Solo lo dije para que
estuviera de acuerdo, pero no lo hizo. Y después, cuando lo hizo, no quise decirle
la verdad. Podría haberlo hecho. Debería haberlo hecho. Lo sé. Pero necesitaba
este tiempo —necesito este tiempo— con él para poder hacer lo que quiero.
Pero por supuesto que lo sabe. Por supuesto.
Para empezar, fue una mentira estúpida y descuidada.
—Entonces, por qué… —Aprieto el puño y desempolvo mi vestido—. ¿Por
qué aceptaste hacerlo? Había abandonado todos los planes de llegar a dibujarte
después de la biblioteca. Después de que tú…
Me hicieras tanto daño.
El remordimiento se dibuja en sus rasgos por lo que hizo entonces y quiero
decirle que lo he perdonado por ello. El momento en que se disculpó. Pero aprieta
sus muslos alrededor de mis piernas y dice:
—Porque yo también te he estado mintiendo.
—¿Qué?
Se lame los labios.
—Sobre no recordarte. —Entonces dice—: Fingí que no lo hacía. Y aunque
todavía lo mantengo, quería… darte lo que querías. Antes, cuando aún mentía.
A cambio de toda la mierda que te hice pasar. Así que considera que estamos a
mano. Y ahora tienes lo que querías. Me has dibujado. —Un apretón de
mandíbula—. Así que me quedo con esto. Porque no lo necesitas.
—¿Y tú lo haces? —pregunto.
Sus ojos se mueven por mi cara mientras dice:
—Sí, es mío.
Mío.
Suyo.
Este boceto es suyo, sí. Pero yo también soy suya.
Hace más de dieciocho meses que soy suya, ¿no?
Y creo que voy a ser suya por el resto de mi vida.
Mi espina.
Que me dio lo que quería porque me mintió. Porque me engañó
deliberadamente y me hizo pasar por tanta confusión. Y aunque entiendo por
qué lo hizo, aunque lo odiaba; todavía lo hago, no sabía que necesitaba esto.
Que necesitaba esta disculpa de él, este reconocimiento de sus errores.
De sus propias mentiras.
Y ahora que tengo lo que ni siquiera sabía que quería, voy a darle algo de
205
mí.
Mi corazón.
Porque lo quiero.
Estoy enamorada de él, ¿no?
Dios.
Estoy enamorada de este hombre. Siempre lo he estado.
Salem y Poe tenían razón.
Y me equivoqué.
Me equivoqué al pensar que no arriesgaría mi amistad con Callie. Que no
me arriesgaría a romper más reglas de St. Mary's. O mis objetivos universitarios.
O arriesgarme a mí misma, mi corazón, mi cordura. Porque está enamorado de
otra persona.
Lo haría.
Lo arriesgaría todo por él. Todo.
Lo elegiría cada día y cada vez.
Lo elegiría a él antes que a mí misma.
Y así despliego mis puños y dejo que el amor llene mi cuerpo.
Dejo que el propósito también llene mi cuerpo.
Para amarlo. Para cuidarlo como él lo hizo conmigo. Ser su flor.
—No tengo lo que quiero —digo.
—¿Qué?
No hay ninguna duda en mí cuando me inclino hacia delante y pongo mis
manos sobre sus hombros. Al igual que los músculos de sus muslos, saltan y se
tensan bajo mi suave tacto. Y su mirada desciende.
Llega hasta el amplio escote cuadrado de mi bonito vestido rosa. Va a mi
escote.
Y nada, ni una sola cosa antes de esto, se ha sentido tan bien.
Él mirándome tan descaradamente. Tan embelesado.
Él observando el rubor en mi piel. La piel de gallina. Que note lo apretados
e hinchados que están mis pechos bajo el vestido cuando está tan cerca de ellos.
Cuando los mira fijamente con un enfoque singular.
Tanto es así que su boca se separa.
Y respira profundamente al ver mis pesados pechos, y entonces no puedo
contenerme.
De caer a sus pies.
—Qué m… 206
Por fin sale de su estupor, se sacude en la silla con tanta violencia que mi
cuaderno de dibujo se le resbala del regazo.
—¿Qué coño estás haciendo?
Llevando mis manos a sus apretados muslos, susurro:
—Diciendo que no tengo lo que realmente quiero.
Su mandíbula se cierra por un segundo antes de ordenar:
—Levántate del puto suelo ahora.
Sacudiendo la cabeza, froto mis palmas abiertas por sus muslos y estos se
tensan aún más si cabe.
—Quiero algo más.
Sus manos se aferran a los brazos de la silla, los tendones de su muñeca
se tensan.
—Levántate del suelo. Ahora.
Clavo mis dedos en sus tensos músculos.
—No.
Entonces me observa. Con tal… violencia. Una mirada tan furiosa y
beligerante que me muerdo el labio, sintiéndome ligeramente culpable por
haberlo agravado de nuevo.
Me muerdo el labio con más fuerza cuando abre la boca y luego la cierra
antes de hacerlo por segunda vez. A continuación, cierra los ojos y vuelve a
respirar profundamente.
Como si se controlara a sí mismo.
Como lo hizo en el árbol.
Cuando se ha controlado, abre los párpados, sus ojos parecen tan
violentos como siempre, y dice:
—Justo cuando pienso… —Hace una pausa, sus puños se tensan—. Justo
cuando pienso que te he hecho entender, que he hecho que te comportes, que he
conseguido controlar tu mal comportamiento, joder, haces algo así. Tú… —Hace
una nueva pausa, esta vez para pellizcarse el puente de la nariz antes de golpear
el reposabrazos con el puño—. Levántate del suelo ahora mismo. Levántate. Y
supera de una puta vez tu obsesión adolescente, ¿entiendes? Ahora mismo,
joder. Te lo advierto, o haré que te duela más que antes. Confía en mí. Confía en
mi palabra, Bronwyn.
Aprieto los muslos por que suena como un profesor.
Qué severo y autoritario.
Qué jodidamente sexy.
Lo miro a través de las pestañas, lo que solo consigue agravarlo más. 207
—Esto no es una obsesión adolescente.
—Sí, ¿entonces qué carajo es? —dice, casi mirándome fijamente.
—Esta soy yo… dándote las gracias.
Eso hace que se quede quieto.
Eso hace que deje de respirar mientras dice:
—¿Qué?
Trago.
Clavo mis uñas en sus implacables muslos mientras le digo lo que sabía
que tendría que hacer. Para convencerlo. No es una mentira, pero tampoco es
toda la verdad.
Especialmente ahora.
Especialmente cuando acabo de admitir que estoy enamorada de él.
—Sé que piensas que eres mi entrenador de fútbol y…
—Lo soy.
—Y que eres mayor que yo. Mucho mayor. Y tienes una hermana de mi
edad, una hermana que es mi mejor amiga. —Aprieta los dientes aquí—. Pero tú
eres más que eso. Para mí. Eres el hombre que cambió mi vida. Quien me liberó.
Que me dio cosas que ni siquiera sabía que quería. —Esto nunca ha sido más
cierto que ahora después de cómo se disculpó por mentir—. Y yo soy más
también. Para ti. Soy la chica a la que ayudaste. Soy la chica que salvaste.
Aquella noche. De muchas maneras. Y por eso quiero darte cosas también.
Sus ojos me disparan fuego, todo acalorado y enardecido y azul, mientras
pregunta bruscamente:
—¿Qué cosas?
Vuelvo a masajear sus muslos, que vuelven a flexionarse.
—Cosas que quieres. Cosas que dijiste el otro día, en el bar. Dijiste que la
mujer con la que folles… —Hago una pausa aquí, tengo que hacerla, porque sus
fosas nasales se encrespan ante mi palabra con F—. Dijiste que se pondría de
rodillas. Para ti. Cuando tú quisieras. Y yo… quiero hacer eso. Quiero ser esa
chica. Para ti. Cuyo mundo entero gire en torno a ti. Cuyo centro de gravedad
seas tú.
—Yo.
Asiento, con el corazón palpitando en mi pecho.
—Sí.
Estudia mi rostro durante unos instantes. La rosa sobre mis hombros, mi
collar de cuatro cadenas. Mi cabello de Rapunzel que sé que estaba tocando ahí
atrás.
Antes de volver a mirarme a los ojos y decir: 208
—Así que esto es gratitud entonces.
No.
Es amor.
Pero está bien si él piensa eso. No necesito que sepa la verdad.
Solo necesito que me deje amarlo como a una mujer. Aunque sea una
adolescente.
—Sí —susurro la mentira.
—Así que quieres darme las gracias —retumba, sus ojos van de un lado a
otro de los míos.
—Sí.
—De rodillas.
Mi respiración sale con hipo.
—Sí. O en mi espalda.
Sus fosas nasales se agitan con una gran respiración.
—O de espaldas.
—Como dijiste.
—Como he dicho, joder —repite mis palabras y yo asiento—. ¿Por eso
querías dibujarme en mi casa? En mi habitación. Para que me dieras las gracias
como te he dicho, joder.
—Sí.
Su mandíbula empieza a tintinear mientras mira hacia abajo un segundo
antes de preguntar:
—Y este vestido. ¿También te pones este vestido rosa para mí?
—Sí. Para ti.
—Así que has preparado el escenario. —Aprieta la mandíbula—. Me has
traído a mi habitación; has agitado tus tetas maduras y lechosas con un puto
vestido escaso ante mis narices; te has arrodillado delante de mí. Y has hecho
todo esto para poder darme las gracias, como jodidamente he dicho. ¿Estoy
entendiendo bien?
Mis pechos, lechosos y maduros, se agitan ante sus palabras.
Se estremecen y se vuelven aún más maduros.
Y se da cuenta de eso, sus ojos bajan.
—Sí —susurro.
Al oír esto, levanta la vista. 209
—¿Recuerdas qué más he dicho?
—¿Qué?
Finalmente se inclina más hacia mí.
Tan cerca que tengo que hacer espacio para su cuerpo. Tengo que inclinar
la columna vertebral y arquear el cuello cuando se acerca a mí.
Y lo hago con gusto.
Dejo que se cierna sobre mí como una amenaza oscura y masculina.
—Dije que cuando una chica —dice— está a mis pies, sabe abrir su boca
rosada, ¿no?
Me cosquillea la boca ante sus gráficas palabras y asiento con las manos
agarrando sus muslos.
—Sí.
—¿Vas a abrir tu boca rosa para mí, Bronwyn?
—Sí. Lo haré.
—¿Sí? Tu boca rosada y desvergonzada, ¿no es así? —Sus ojos bajan a mis
labios por un momento—. Ese era el nombre del lápiz de labios que llevabas esa
noche, ¿no?
Clavo mis uñas en su suave mandíbula.
—Sí. Rosa y desvergonzada 3.
—Tu segundo favorito.
Me muerdo el labio ante su memoria. Por lo bien que recuerda lo que le
dije.
Lo bien que recuerda esa noche, incluso.
—Lo es.
—¿Qué hay de este? —Hace un gesto con la mandíbula—. ¿Es este tu
favorito entonces?
—Uh-huh. —Asiento—. Pinky Winky Promises.
Sus pómulos se tensan aún más.
—Pinky Winky Promises.
—Sí.
Es un tipo de rosa oscuro, más rosado, que combina con mi vestido.
Y es mi favorito.
—¿Así que tu boca me promete —dice, con la mandíbula moviéndose con
fuerza, sus muslos aún flexionados— que me dará un buen paseo? ¿Que me
dará el paseo de mi puta vida?
—Sí —respondo con entusiasmo—. Lo hace. Lo prometo con el dedo
210
meñique.
Se estremece ante mi respuesta entusiasta.
Se estremece y respira profundamente.
Y entonces hace algo que he estado esperando desde que lo conocí.
Desde que entró en mi vida con ese traje y ese reloj de plata y con su
precioso cabello.
Despliega los puños que tenía plantados en los brazos de su silla y lleva
las manos hacia delante. Y entonces me toca.
En realidad, me toca de verdad con ellos.
No solo mi cabello como en su comedor, sino a mí.
No solo me toca, me agarra.
Me entierra los dedos en el cabello y vuelve a cerrar los puños. Solo que
esta vez, en lugar de aire, me agarra el cabello y tira de él para que mi cuello esté
aún más tenso y doblado.
Y eso es solo una mano.
La otra va alrededor de mi cuello. Va en mi collar de cuatro cadenas. Que
recoge de mi pecho ruidosamente, antes de apretarlo también en su puño.

3
En inglés: Pink and Shameless.
Y una vez que me tiene en sus manos, todo apretado y dominante, sonrío.
Pongo mis manos en sus tensos bíceps mientras mi cuerpo se vuelve
líquido y suave. Y no puedo evitar sentir que por fin estoy completa.
Finalmente soy su flor porque he roto su barrera; mi espina me está
tocando. Él está dando puñetazos y tirando de las cosas, haciendo que pique de
manera tan hermosa.
Poéticamente.
Sé que aún me queda un largo camino por recorrer. Pero aceptaré esto.
Me alegraré.
—¿Qué tal si antes de prometerme algo con el meñique —dice, su voz tan
áspera y sexy como su tacto— me dices qué es lo que me prometes, eh? Dime lo
que te digo, Bronwyn. Dime qué quiero que haga tu boca rosada.
Mi corazón palpita en mi pecho, se acelera y vuela. Con tanto amor por él.
Con tanto afecto.
Con lo ingenuo que es.
¿Realmente cree que esto me impactará? Que haga esa pregunta.
Acaricio sus duros bíceps —cuyas venas puedo sentir incluso a través de
la tela de su camisa— mientras susurro: 211
—Quieres que mi boca te chupe la polla.
Su aliento es tan violento ante mis francas palabras, tan fuerte que agita
los vellos de mi cabeza. Y su mano alrededor de mi collar tiembla tanto que hace
tintinear la cadena tan gloriosamente.
—Mi polla —gruñe.
—Sí. —Me muerdo el labio y miro su regazo—. Que me parece grande.
Porque tú eres muy grande. Y no puedo esperar.
Otro escalofrío recorre su apretada estructura y vuelve a tirarme del
cabello, haciéndome levantar la vista.
—Deja de mirarla, joder.
—Pero…
—Y es enorme.
—¿Cómo de enorme? —pregunto con los ojos muy abiertos.
Le rechinan los dientes ante mi pregunta. Y creo que no va a responder,
pero lo hace.
De hecho, pinta un cuadro que me hace jadear.
—Es la polla de un hombre de treinta y tres años —repite—, que no cabe
en tu boca de dieciocho años. Es una bestia que tu boca de dieciocho años se
esforzará por asimilar, y mucho más por chuparla como a mí me gusta. Es más
ancha que tus pequeñas muñecas y más larga que esa cara rosada de mierda
que tienes, ¿entiendes? Si pones tu cara debajo de mi polla, Bronwyn, te la
cubriré desde la barbilla hasta la frente y aún te quedarán centímetros.
¿Entiendes lo que te estoy diciendo?
Ahora no solo estoy jadeando, estoy salivando.
Lo juro por Dios.
También estoy apretando mis muslos, apretándolos y presionándolos,
porque realmente no puedo esperar ahora.
Realmente no puedo esperar a tener esa cosa, su bestia, en mi boca
rosada.
—Sí, sí —susurro, apretando el puño de su camisa—. Y ahora sí que no
puedo esperar.
—Estás deseando que llegue el momento. —Suelta sus dedos
retorciéndose en mi cabello—. Te mueres de ganas de meter mi polla en el capullo
de tu boca, ¿verdad? Para abrir ese capullo de rosa de la boca y estirarlo para
mí. No puedes esperar a sacar tu lengua y tenerme ahí dentro. ¿Es eso lo que
estás diciendo? Que te estire, como una puta goma elástica. Porque lo haré. Voy
a estirar tus labios. Te untaré tu bonito pintalabios por toda la barbilla. Tu
maldito lápiz labial favorito, por toda tu maldita barbilla, arruinando todas tus
promesas del meñique. Así que piensa antes de hablar. Piensa, Bronwyn.
—Sí.
212
—Hazlo.
—Sí. —Trago, lamiendo el capullo de mi boca—. Y entiendo que tal vez no
podré hacerlo de una sola vez. Pero entonces… Pero entonces puedo practicar.
—Practicar.
—Sí. Quizá pueda empezar chupando solo la cabeza —susurro, tan
ansiosa, tan jodidamente ansiosa de hacerlo—. Lamiéndola, dejándola toda
húmeda y babosa. Y luego, cuando pueda hacer eso bien, tal vez puedas… tal
vez puedas darme más. Y yo también puedo hacerlo. Todo el mundo dice que soy
una buena estudiante. Que soy muy trabajadora. Que aprendo rápido. Leíste mi
expediente, ¿recuerdas?
Se queda en silencio durante un par de segundos, como si asimilara lo que
he dicho, como si meditara la idea en su cabeza, antes de decir con una voz que
suena desgastada, lijada.
—Sí, lo hice. Bronwyn Littleton, la buena chica de St. Mary's.
Quiero asentir, pero me tiene tan agarrada que no puedo moverla, así que
le inyecto toda mi determinación y afán a la palabra:
—Sí. Y sé que a veces me porto mal y puedo dar problemas. Pero prometo
que aprenderé rápido. Prometo que te chuparé la polla como a ti te gusta. Porque
tú eres mi espina y yo soy tu alhelí.
Eso le hace gruñir.
Un gruñido muy bajo, en algún lugar de su pecho.
—Mi alhelí —repite—. Mía. Y me lo quiere agradecer. Chupándome la polla
como a mí me gusta.
—Uh-huh.
Sus dedos se flexionan de nuevo en mi cabello.
—Me gusta mucho, ¿entiendes? Lo necesito mucho. Necesito que me
chupen la polla todos los días, tres veces al día. ¿Estás lista para eso?
Me vuelvo a relamer los labios, esta vez se me hace la boca agua al máximo.
—Sí. Sí lo estoy.
Empuja su pecho contra el mío, casi chocando nuestras narices.
—Lo necesito antes del primer timbre, ¿sí? Antes de que vayas a tu clase
y escuches a tus profesores como la buena chica que eres. Y luego, otra vez,
durante el almuerzo. Necesito que me chupes la polla antes de comer tu
almuerzo, para que lo primero que entre en esa boca rosa sea yo. Y luego lo
necesito una vez más. Después de la última campana y antes de que vuelvas a
tu dormitorio a hacer los deberes. ¿Puedes hacer eso?
—Sí, pero…
—¿Pero qué? 213
—No puedo… no puedo hacerlo en la escuela.
Sus pómulos sobresalen más ante esto. Como si estuviera enfadado ante
esta perspectiva, de que no pueda chuparle la polla en el colegio.
Como si lo estuviera deseando.
Por favor, Dios, deja que lo espere.
—¿Y por qué no? —pregunta.
—Porque alguien podría vernos.
Su frente cae sobre la mía, sus ojos furiosos siempre cerca.
—Sí, mi maldita reputación.
Despliego su camisa y me acerco a su cara, a su rostro afilado y
puntiagudo y hermoso que acabo de pasar un largo rato mirando y dibujando.
Lo toco y aprieto mi frente contra la suya mientras susurro:
—Sí. Sé que no te importa, pero a mí sí. No puedo… no puedo dejar que le
pase nada. O a ti. Tengo que protegerte.
—Protegerme.
—Sí —susurro, acariciando su rostro tan suavemente como puedo—.
Siempre estás protegiendo a los demás. Alguien tiene que protegerte a ti. Y tengo
que ser yo. Porque soy tu alhelí.
Algo se mueve en sus rasgos al oír mis palabras, algo distinto a esa
tirantez, a esa agitación que está mostrando. Algo como… suavidad mezclada
con incredulidad.
Como si no pudiera creer que alguien quiera protegerlo.
Pero va y viene tan rápido que ahora creo que lo estaba imaginando.
—¿Qué tal si cierro la puerta de mi despacho en cuanto te dejes caer a mis
pies?
Ante sus palabras, mis rodillas se estrellan contra el suelo mientras digo:
—Pero, aun así. No podemos arriesgarnos.
Tararea en el fondo de su pecho antes de proponer otra idea.
—¿Qué tal si cierro la puerta y te escondo también bajo el escritorio? ¿Qué
tal si en cuanto entras en mi despacho y te pones de rodillas, te hago arrastrarte?
Hago que mi alhelí se arrastre por el suelo con su uniforme de colegiala y se mete
debajo de mi escritorio. ¿Me chupará la polla entonces?
Mis pechos suben y bajan por su pecho, mis pezones rozan sus músculos.
—Debajo de tu escritorio.
Él asiente, haciendo rodar nuestras frentes juntas.
—Sí, debajo de mi escritorio. Así, si por casualidad alguien entra, no lo ve. 214
—No lo hacen.
—No. —Su voz es apenas humana ahora—. No ven que el entrenador
Thorne tiene una adolescente bajo su escritorio. No ven que le están chupando
la polla mientras la escuela está en sesión. Y la estudiante que tiene su boca
sonrosada alrededor de su bestia no es otra que la chica buena de St. Mary's.
Bronwyn Bailey Littleton. La alhelí. Su alhelí.
—Bien, sí. Lo haré.
—¿Sí? —Sus ojos están brillantes y drogados, probablemente como los
míos—. Así que no ven lo duro que su alhelí está trabajando su polla. Su polla
palpitante, de color rojo remolacha. No ven lo ansiosa que se ve, cómo sus tetas,
tetas que muy posiblemente pertenecen a una lechera en una puta peli porno,
están todo hinchadas bajo su blusa de colegiala y lo mojada que está bajo esa
falda. Quizá esté goteando en el suelo, haciendo un charco a mis pies. Como si
estuviera goteando por su barbilla y haciendo un charco en la base de su
garganta. ¿Lo está? Goteando, Bronwyn.
—Dios, sí. Lo está. Yo soy…
—Sí, lo está —prosigue, haciendo rodar su frente contra la mía—. Está
chorreando y goteando por la barbilla y sigue viniendo. Sigue saliendo porque al
entrenador Thorne no le importa, ¿verdad? No le importa que su alhelí esté
babeando toda su polla porque todo lo que le importa es ir aún más profundo.
Todo lo que le importa es bajar hasta su garganta para poder ver. Para poder ver
el contorno gordo de su polla en su delgada garganta. Para que pueda ver cómo
la está destrozando. Adueñándose de ella. Tocando su apretado estómago de
adolescente.
Mi estómago tiene espasmos.
—Sí. Sí, por favor. Conrad, yo…
—Pero no a nadie más.
—No.
—Nadie puede ver lo que el entrenador Thorne le hace a su alhelí bajo su
escritorio. Lo malo que es con ella. Cómo vierte su carga en su garganta y la
envía a comer todos los días con su vientre lleno de su semen.
Asiento.
—No. Nadie.
De repente, el dolor en mi cuero cabelludo sube y mi cabeza es tirada hacia
atrás.
De repente, está encima de mí, enojado y echando humo, con el ceño muy
fruncido y el cabello largo revuelto hasta las cejas furiosas.
—Deja de decir que sí —ordena.
—¿Qué? 215
Agita su puño en mi cabello.
—Deja de decir que sí a todas las estupideces que te digo.
—Pero yo…
—Suficiente. Ya no puedes decir que sí. ¿Entiendes?
—Conrad, yo…
—Cierra la puta boca —truena—. Por una vez en tu vida, cierra la puta
boca, Bronwyn. Porque es hora de dejar de hablar y empezar a escuchar: se
acabó el tiempo de la pintura. Te voy a meter en mi camión y te voy a llevar de
vuelta a St. Mary's y no se te permite hablar. No se te permite decir ni una sola
palabra a mí. No se te permite dejarme hablar. A ti. De la forma en que lo hice.
Como si fueras una sucia zorra que recogí en un bar en lugar de una inocente
alhelí que conocí en la carretera y me llevé a casa, ¿entiendes?
»No se te permite ponerte de rodillas delante de mí. Y no se te permite usar
este maldito vestido nunca más. Si alguna vez te pillo con este maldito vestido
rosado, moviendo tu culo de stripper y tus putas tetas de lechera delante de mis
narices, te lo quitaré yo mismo. Lo romperé por la mitad y lo arrancaré de tu
pequeño y apretado cuerpo delante de toda la escuela. Todo el mundo,
¿entiendes? Y veremos qué pasa con mi puta reputación entonces. Así que esto
de aquí, es el final. Voy a poner fin a esto. No habrá gratitud aquí, ¿de acuerdo?
No la quiero. No quiero que me agradezcas. No quiero que hables. No quiero que
pienses. No quiero que digas mi maldito nombre.
Thorn el Original

N
o.
No. No. No.
Mil putas veces no.
No lo voy a hacer. Jodidamente no lo voy a hacer.
No voy a aceptar lo que me está lanzando. No lo haré.
Es joven.
Tiene la edad de mi hermana.
Es la mejor amiga de mi hermana.
Es mi alumna.
216
Con cada paso que doy en el pavimento mientras corro y corro y corro, y
probablemente no dejaré de correr en toda la noche, repito este mantra.
No la estoy tomando. No voy a tomar lo que ella está dando tan
ansiosamente.
Nadie, y quiero decir nadie, me ha agravado como ella. De la forma en que
ella lo hace.
No nadie que haya conocido. Ni siquiera Helen.
Aun así, no lo voy a hacer.
No lo estoy haciendo.
No importa que cada cántico en mi cabeza sea seguido por su dulce voz:
quieres que mi boca te chupe la polla.
No importa que a cada canto le siga una ráfaga del aroma de su suave
cabello: rosas.
No importa.
H
ay un buzón en la puerta de su oficina.
Tiene una ranura fina en la que se pueden meter cosas,
como memos, documentos y cartas, y esas cosas se deslizan y caen
al fondo. Y se quedan ahí de forma segura hasta que se abre con
una pequeña llave que se da a cada miembro de la facultad, y se recuperan.
Ahí es donde Salem solía poner sus cartas para Arrow.
Cuando Arrow era nuestro entrenador de fútbol.
Sí, ella solía escribirle cartas secretas. Secretas y sexys. Porque ella trataba
de seducirlo.
Dios, definitivamente somos las rebeldes de St. Mary's, ¿no?
Salem por enamorarse de Arrow y seducirlo cuando era el entrenador de
fútbol aquí; Callie por quedarse embarazada, la primera chica que lo hace 217
estando aún en St. Mary's.
Yo por enamorarme del nuevo entrenador y seducirlo.
Porque lo estoy.
No he renunciado a eso. Por supuesto que no.
Sé que quiere que lo haga.
Es lo que esperaba.
No sería el hombre del que me enamoré, todo bueno y moral y profesional
incluso cuando no lo necesita, si no luchara contra ello.
Si no tratara de alejarme y asustarme.
Lo que intentó hacer, de nuevo, cuando me llevó de vuelta en un silencio
espumoso ese día.
Después de la sesión de pintura/seducción fallida, me subió a su
camioneta y me llevó de vuelta. Aunque me di cuenta de que, antes de subirme
a su camioneta, arrancó la página —la página con su boceto que yo había
hecho— de mi cuaderno de bocetos, la dobló limpiamente y se la guardó en el
bolsillo.
Lo que me hizo sonreír.
Pero, de todos modos, ni una sola vez me miró, y mucho menos me habló
en el camino de vuelta.
Ni una sola vez dejó de apretar la mandíbula o de respirar profundamente.
Sé que lo que estoy haciendo ahora, hoy, puede hacer que vuelva a hacer
todas esas cosas.
Pero tengo que hacerlo.
Así que, a primera hora de la mañana del lunes, me acerco a su despacho
y me dispongo a dejar algo, lo que le he traído, en la pequeña ranura de su buzón.
Pero en el último segundo, la puerta se abre y la persona en cuyo buzón
estaba intentando entrar se encuentra allí mismo.
Llevando su habitual sudadera negra con capucha y pantalón de chándal
y su típico gran ceño fruncido.
Llevo las manos hacia atrás, ocultándole la cosa, lo que él nota con un
movimiento de sus ojos azul marino. Sin embargo, antes de que pueda decirle
algo al respecto, pregunta:
—¿Qué coño estás haciendo?
Lo hace con un gruñido.
Grueso y profundo.
Y tengo que apretar los muslos como siempre. Antes de sonreír y decir:
—Hola. Feliz lunes. —Su mandíbula se aprieta—. Quería dejar algo.
—¿El qué? 218
—Uh, es solo algo que escribí —le digo, aún manteniendo las manos
atrás—. Y quería deslizarlo en tu buzón.
Estudia mi cara que espero que parezca alegre y soleada para contrastar
su negro estado de ánimo.
—Algo que has escrito.
—Sí. —Asiento—. Porque dijiste que no se me permite hablar contigo. El
otro día.
Al mencionar lo del otro día, su mandíbula se vuelve a apretar y se
mantiene así durante unos segundos antes de aflojarla y gruñir:
—Ahora estás hablando.
—Cierto —digo, aún sonriendo—. Me doy cuenta de ello. Y por eso quería
dejarlo. Lo que escribí, en tu buzón. Pero entonces abriste la puerta y yo…
—No lo quiero.
—¿Qué?
—No lo quiero —suelta—. Lo que sea que hayas escrito.
Finalmente, lo saco.
—Pero iba a dártelo ahora…
—Es rosa —dice con los dientes apretados, pareciendo extremadamente
ofendido.
Miro el sobre que tengo en la mano, que efectivamente es rosa.
O más bien un matiz.
Ayer dediqué todo el día, o al menos las seis horas que me correspondían
para mi salida, a buscar estos sobres. Quería conseguir el tono perfecto, así que
fui a todas las tiendas de regalos y librerías de St. Mary's y de los pueblos
vecinos: su pueblo, mi pueblo incluso.
Sin embargo, finalmente lo encontré en el suyo.
—No realmente. Es más rosado —digo, relamiéndome los labios—. Como
mi pintalabios del otro día.
Pinky Winky Promises.
El que dijo que destrozaría si intentaba chuparle la polla.
Solo de pensarlo, vuelvo a apretar los muslos y es un apretón tan grande
que él lo nota. Sus ojos se dirigen a mis muslos apretados antes de subir y
posarse durante uno o dos segundos en mi pecho, que respira con rapidez.
Llevo una rebeca, así que no puedo mostrarle el efecto que tiene en mis
pezones, pero me gustaría poder hacerlo.
Entonces lo sabría.
Que he estado pensando en él todo el fin de semana. 219
Me pregunto si estaba pensando en mí.
Sube sus ojos ahora ahumados.
—Puedes retirarlo.
—Pero lo escribí para ti.
—Y no me interesa leerlo.
Doy un paso más hacia él y, deslizándose en su papel anterior, retrocede.
Lo que me duele.
Porque esto es dar un paso atrás, ¿no? De todo el progreso que hemos
hecho.
Pero no dejo que eso me detenga —no puedo—, así que me acerco un paso
más y sigo haciéndolo hasta que su espalda está en la puerta y no tiene adónde
ir.
Hasta que lo haya atrapado.
Lo cual es de risa porque realmente no puedo, pero al menos por ahora,
no se va a ir a ninguna parte.
—Pero no puedo retractarme —le digo, mirándole a la cara sin
concesiones—. Se trata de un sueño que tuve.
Realmente lo es.
Y todas las cosas que he estado pensando desde el sábado.
Cuando volví y les conté a Salem y a Poe lo sucedido, me dijeron
inmediatamente que le atacara a escondidas el lunes y le saltara los huesos en
su despacho. Sin embargo, Salem propuso un enfoque más sutil. Me recordó que
ella escribía cartas a Arrow y que tal vez yo debería hacer lo mismo.
Y entonces hizo clic.
Mis sueños.
Tal vez debería hablarle más de ellos.
Como lo hice en el árbol ese día.
Su pecho se expande en una respiración.
—Un sueño.
—Sí. —Asiento—. Y la única persona a la que se lo quiero contar es a ti.
—Soy la última persona a la que quieres decírselo.
—¿Por favor?
Al oír mi voz suave y suplicante, aprieta los puños y su pecho deja de
moverse durante unos instantes.
Esos pocos momentos se convierten en horas y días y semanas hasta que
vuelve a arrancar, su pecho. Con un suspiro agudo, y me lo quita.
Coge el sueño que le he traído, el papel rosa parece tan frágil en su mano 220
grande y rasposa.
Tan perfecto.
—Gracias —susurro con gratitud.
Otra respiración aguda.
—Solo ve a clase.
Y eso es todo.
Ahora tiene mi carta y voy a mis clases caminando en las nubes.
También ando en ascuas para el resto del día.
En un puño y espinas, imaginando su reacción.
Me pregunto si ya lo ha leído.
Si está enfadado por ello.
Tal vez debería ir a verlo. Tal vez debería ver por mí misma lo que está
pasando y si puedo hacer algo al respecto.
Pero entonces no tengo que hacerlo.
Porque viene a mí.
O, mejor dicho, viene a nuestra mesa durante el almuerzo.
Me siento al lado de Callie mientras Poe y Salem se sientan en el lado
opuesto. Y por lo general, mantengo la cabeza baja cuando viene.
Pero hoy sí miro hacia arriba.
Solo para ver si lo ha leído ya. Solo para ver cuál es su reacción si lo ha
hecho.
Y la respuesta a esa pregunta es… nada.
No hay ninguna reacción. Ninguna en absoluto.
Está tan calmado y frío como siempre. Tan preocupado por Callie y su
almuerzo y sus clases como suele estarlo, lo que debería ser, por supuesto.
Pero esperaba que tuviera alguna reacción.
Esperaba que diera alguna indicación de que había leído la carta y no la
había arrugado y tirado.
Descorazonada, aparto la mirada de él y vuelvo a mi comida.
No pasa nada.
No pasa nada si no lo ha leído.
Tal vez lo haga. Más tarde. O tal vez no.
Y eso también está bien.
Tendré que seguir escribiéndolas hasta que ceda y lea una. Y luego seguiré
escribiéndole más hasta convencerlo.
Hasta que le haga ver que soy su flor.
221
No sé por qué quiero llorar. Por qué quiero apuñalar este pedazo de
zanahoria una y otra vez.
—Así que Reed. Es bueno con los autos, ¿no?
Su voz hace que me detenga y levante la vista.
Conrad está de pie junto a la mesa, con las manos metidas en los bolsillos
y sus facciones dispuestas de la forma neutra e inofensiva habitual. Bueno,
excepto cuando me mira y frunce el ceño.
Y cuando habla del exnovio de Callie y del chico del que está embarazada,
Reed Jackson.
—Uh, sí —dice Callie titubeante, tan asombrada como Poe, Salem y yo de
que su hermano mencione de buen grado a Reed.
Que es bueno con los autos.
¿Recuerdas el auto que Callie condujo hasta el lago y por el que acabó
aquí?
Reed construyó ese auto él mismo.
Así que sí, definitivamente es bueno.
Conrad asiente.
—Necesito que alguien revise mi camión. ¿Crees que estaría dispuesto a
hacerlo?
Los ojos de Callie —tan azules como los de su hermano, excepto por un
tono más claro— se abren de par en par, mientras asiente.
—Sí, por supuesto. Quiero decir, no veo por qué no.
—Bien. Te lo llevaré a tu casa este sábado. —Luego dice—: Y yo llevaré el
almuerzo.
—¿Qué?
Su mandíbula se aprieta por un segundo antes de suspirar y moverse
sobre sus pies.
—Como agradecimiento. Por mirar mi camión. Y por… —Otro suspiro—.
Cuidar de ti.
Entonces me doy cuenta de lo que es.
Me doy cuenta de lo que está haciendo aquí.
Les está dando una oportunidad. Le está dando una oportunidad a un
adolescente. No es que Reed sea un adolescente, pero, aun así. Su hermana lo
es, y está dispuesto a dejar que le muestren lo bien que pueden manejar esta
situación.
Y lo hace por lo que dije, ¿no?
Lo es. 222
Así es.
Así que cuando retrocede, listo para irse, sin siquiera mirarme durante
todo el encuentro —nunca lo hace, pero, aun así— sin siquiera reconocer mi
presencia, le digo:
—Por favor, no te vayas.
Mis manos se agitan, una aferrando el tenedor punzante y la otra puesta
en mi regazo, ante mis estúpidas e impulsivas palabras.
Aunque sí lo detienen.
Mis palabras lo detienen en su camino y sus ojos, azules oscuros y
brillantes, se posan en mí. Y se estrechan. Haciendo que mi corazón se eleve y
palpite en mi pecho como un pájaro feliz.
—Quiero decir, ¿por qué no, eh, comes con nosotras? —digo, tropezando,
saboreando el amor espeso y dulce en mi lengua—. Nunca comes con nosotras.
Poe y Salem, como buenas amigas que son y que están al tanto de mi
secreto, asienten. Callie también asiente, pero más despistada y pensativa, como
si fuera una buena idea que se le está ocurriendo ahora.
Su hermano, sin embargo, no sabe todo esto.
Porque no las está mirando.
Me está mirando y lo hace de una manera que me hace pensar que nunca
apartará la mirada.
—Comer con ustedes —retumba, rasposo incluso, mirándome fijamente.
Suelto el tenedor y bajo la mano al regazo para poder agarrar las dos
juntas.
—Sí. Quiero decir, es el almuerzo y vas a comer de todos modos, ¿no? Así
que más vale que lo hagas con nosotras.
De nuevo, Salem y Poe asienten. Callie también. Y de nuevo él es ajeno a
todo eso porque tiene los ojos pegados a mí.
Desde mi trenza desordenada, a punto de deshacerse, hasta mis mejillas
acaloradas.
—En realidad, no voy a hacerlo —dice por fin.
—¿No vas a hacer qué? —pregunto, echando mis mechones hacia atrás.
—Ir a comer esta tarde.
—Oh. ¿Por qué no?
Deja pasar un rato antes de responder:
—Porque tengo que ponerme al día con la correspondencia.
—¿Qué?
Asiente con gravedad, moviéndose sobre sus pies.
—Correspondencia. Correos electrónicos, cartas. Ese tipo de cosas.
223
Ahora mi corazón no late en absoluto.
Se ha ralentizado.
También ha bajado de mi pecho a mi estómago.
Como una flor que se desprende del tallo y cae al suelo. Esperando a ser
recogida por los amables dedos de alguien o a ser aplastada bajo las botas de
alguien.
—Cartas —digo, tratando de mantener mi voz tranquila y natural.
—Sí —responde, y soy yo o su voz se ha vuelto aún más grave, más
áspera—. He recibido una carta esta mañana y he estado… —Una pausa, y
luego—: Pensando en ello.
—Oh. —Trago, retorciendo las manos en mi regazo—. ¿Lo has hecho?
—He estado pensando en cómo responder. Cómo hacer llegar mi mensaje.
—¿Tu mensaje?
—Sí. —Un ceño fruncido y pensativo aparece entre sus cejas, pero sus
ojos, al menos para mí, parecen más oscuros, más brillantes—. Ves, es un
problema. El contenido de esa carta. Y he tratado de pensar en una solución.
Quiero sonreír entonces. En su “problema”…
Pero todo lo que hago es parpadear inocentemente y preguntar:
—¿Puedo ayudar? Con la búsqueda de la solución. Se me dan bien. Las
soluciones, quiero decir.
—Y yo que pensaba que solo eras la artista.
—Soy…
—Gracias por la oferta, sin embargo. —Por fin se pone en marcha, dando
otro paso atrás antes de decir—: Pero creo que esto lo voy a tener que resolver
yo solo.
Con eso, se va y creo que me voy a combustionar en mi silla.
Especialmente cuando Poe me mira y me guiña el ojo.
Y Salem se ríe en la sopa y Callie murmura algo parecido a que su hermano
mayor está actuando muy raro.
—No creo que haya dicho la palabra “correspondencia” en su vida —dice—
. Ni siquiera creo que le guste recibir correspondencia.

224
L
eyó mi carta.
Lo hizo.
Lo hizo. Lo hizo. Lo hizo.
Y así, al día siguiente, me presento ante su despacho con otro
sueño para él, envuelto en rosa, con una sonrisa. Y de nuevo, como ayer, abre
la puerta antes de que pueda deslizarlo en su buzón.
De hecho, abre la puerta mucho antes de que yo haya sacado el brazo para
meter la carta.
La abre en cuanto llego.
Como si supiera que iba a venir. Como si me estuviera esperando.
—Hola —susurro—. Feliz martes. —Mi saludo, como ayer, como siempre,
le hace fruncir el ceño y yo, como siempre, sigo—: Tengo otro sueño para ti. Este 225
continúa justo después del primero.
Su pecho se mueve bruscamente con su respiración.
—Entra.
—¿Qué?
—Entra en mi oficina.
Aprieto la carta contra mi pecho.
—Pero… ahora tengo clase.
Aprieta los dientes, sus rasgos son de piedra.
—Y tú irás a tu clase. Cuando termine contigo.
Después de que haya terminado conmigo.
Suena siniestro.
Pero está bien. Bien. Puedo llevarlo.
—Está bien —digo y paso por delante de él.
En cuanto cruzo el umbral, cierra la puerta y también la cierra con llave.
Me doy la vuelta, me enfrento a él y descubro que sus ojos recorren mi
cuerpo.
Lentamente, metódicamente. Con pereza.
A esta hora del día, estoy toda arreglada y ordenada.
Aunque eso no significa que sea pulcra y ordenada por dentro.
En realidad, soy todo un caos.
Estoy acalorada e inquieta.
Todo porque me está mirando así.
Cuando termina de hacerme un lío, mira hacia arriba.
—Ponte ahí.
Mueve la cabeza en dirección a “allí”.
Es la pared desnuda adyacente a su escritorio la que quise pintar ese
primer día. Quería pintarla con colores y flores para que tuviera algo interesante
que mirar.
Algo que pueda darle alegría.
Ahora voy hacia ella, con las piernas temblorosas y los muslos zumbando.
Y me pongo de espaldas a él.
Aprieto mi espalda contra ella incluso, no solo para darme un poco de
equilibrio sino también para convertirme en un cuadro yo misma.
Una flor pegada a la pared.
Para él.
Es como si pudiera escuchar mis tontos y fantasiosos pensamientos.
226
Porque sus ojos parpadean y su pecho se mueve hacia arriba y hacia abajo
en un par de respiraciones rápidas antes de que se calme y meta la mano, la que
tiene ese gran reloj de plata, dentro de su bolsillo.
Solo para sacarla un segundo después con sus dedos agarrando algo.
El sobre rosado idéntico al que tengo en la mano.
Mi carta de ayer.
—Léela.
Me relamo los labios y pregunto:
—¿Qué?
Pone la carta que tenía en la mano sobre su escritorio y la desliza hacia
mí.
—Lee la carta.
Miro la carta que está sobre su escritorio.
Está doblada por la mitad y sus bordes están arrugados y parecen
manipulados. Y pregunto, levantando la vista:
—¿Quieres que te lea la carta que te escribí?
Su mandíbula se mueve.
—Sí.
—Pero yo…
—Si puedes escribirla —dice casi con mordacidad—, también puedes
leerla. Ahora tómala y lee lo que me has escrito.
Es entonces cuando lo entiendo.
Entiendo lo que me pide.
Entonces quiero reírme.
Sonríe al menos.
¿Esta es su solución? Para el problema que soy yo.
Cree que esto podría ponerme en mi lugar, leyendo mis propias palabras
en voz alta para él. Como si fuera una niña caprichosa.
Es un idiota.
Un adorable y enojado idiota.
Bien, lo haré.
Así que en lugar de reírme o sonreír o negar, doy un paso adelante para
recoger la carta de su escritorio.
—Bien. Si eso es lo que quieres.
Los músculos de sus bíceps se tensan al oír mis palabras y lo veo
perfectamente con su camiseta azul marino y sin capucha.
227
Pero luego apoya despreocupadamente la cadera contra el borde de su
escritorio y cruza los brazos sobre el pecho.
—Cuando estés lista.
Al oír esto, agacho la cabeza y sonrío mientras abro el sobre y recupero la
hoja de papel.
Que es tan rosa como el sobre y tiene una rosa impresa en la esquina
derecha.
Respirando profundamente, empiezo:
—Querido entrenador Thorne,
Estoy bastante segura de que en este momento estás echando humo. Estoy
bastante segura de que también estás frunciendo el ceño ante esta carta. Tal vez
quieras perseguirme por el campus y quitarme mis privilegios. Para que lo sepas,
me parece bien y si vas a buscarme, siempre seré fácil de encontrar.
Pero ten paciencia.
Esta carta tiene un propósito.
El otro día tuve un sueño.
Sobre ti.
Lo cual, como sabes, es algo habitual.
Pero, de todos modos, tuve un sueño en el que te dibujaba. Como hice el
sábado por la tarde.
Estábamos en tu casa, en tu habitación de hecho. Tú estabas en el mismo
sillón que aquel día y yo en la cama. La única diferencia es que, en lugar de llevar
esa camisa blanca, no llevabas… nada.
Quiero decir, sí que tenías puestos tus vaqueros. Los de color azul marino.
Que creo que hacen juego con el color de tus hermosos ojos.
Pero no la camisa. La blanca, con ese cuello tan almidonado que te hacen
ver todo sexy y dominante.
Y así pude verte.
Pude ver tu cuerpo. Las apretadas pendientes de tu pecho. Las curvas y
protuberancias de tus hombros. Incluso podía ver las pendientes y las cumbres de
tus costillas y abdominales. Y esa V.
Dios mío, creo que tienes una V.
Sí, ¿verdad?
Y pude ver eso. Pude ver todo.
Y como podía ver todo, creo que puedes imaginar lo que estaba pasando.
No solo en el sueño, sino también en mi cama. 228
Donde daba vueltas en la cama. Toda caliente e inquieta.
Mis bragas estaban pegajosas y subían por la raja del culo. Mi camisón
estaba retorcido alrededor de mi estómago. Y cada vez que me movía, me dolían
las tetas. Los pezones rozaban la tela y era muy doloroso. Como si estuvieran en
llamas.
Estaba en llamas.
Y creo que gemí. Varias veces, de hecho, y lo hice tan fuerte que desperté a
mi compañera de cuarto. Que estaba bastante enojada por todo el alboroto que
estaba causando.
Pero esa no es la cuestión.
El caso es que, aunque tuve un sueño contigo que me hizo estar toda mojada
e hinchada y dolorida, tanto que tuve que tocarme el coño después de que mi
compañera de piso volviera a dormir, seguí sin romper tu regla. Porque cuando me
corrí con tu nombre en mis labios rosados, te llamé entrenador Thorne y no Conrad.
Como tú querías que lo hiciera.
¿Ves? Una buena chica.
Una aprendiz rápida. Una gran trabajadora.
Tu Bronwyn (tu alhelí), a la que la gente llama Wyn y que tú crees
erróneamente que es problemática.
P. D.: Por favor, fíjate que incluso aquí me he dirigido a ti como el entrenador
Thorne y no como Conrad.

Cuando termino, me tiemblan los dedos.


Y tengo cero vergüenza en decir que mis piernas están apretadas con
fuerza.
Cero puta vergüenza en decir que incluso estoy moviendo las caderas aquí
y allá, moviendo el culo contra la pared, mordiéndome el labio, respirando con
dificultad.
Tardo un segundo en enfocar mi mirada drogada cuando levanto la vista.
Solo para descubrir que su mirada coincide con la mía.
Que sus ojos azul marino son brillantes y oscuros. Sus pupilas se han
tragado sus ojos azules por completo.
Y ya no está apoyado en su escritorio, no.
Está de pie, con los pies separados a la anchura de los hombros y las
manos en los costados. Y el cuerpo del que hablaba se mueve, se desplaza con
su respiración.
Lo miro fijamente, con el cuerpo empapado de lujuria y el coño llorando
en mis bragas como cuando tuve ese sueño y no puedo evitar gemir:
229
—Conrad, por favor, necesito…
—Lee la siguiente —agrega, su voz más tensa, más gutural.
Tanto que me raspa el cuerpo, su voz.
Como si se tratara de manos.
—Pero yo…
—Léela.
No estoy segura de cómo lo consigo, pero de alguna manera, de algún
modo, bajo la primera carta y la cambio por la que le he escrito hoy y empiezo:
—Querido entrenador Thorne,
Espero que hayas sobrevivido a mi última carta y que esta no te enoje tanto
como debió hacerlo la primera. Porque de nuevo, si tienes paciencia conmigo, te
darás cuenta de que también tiene un final feliz.
Sigo dibujándote en tu habitación y tú sigues en ese sillón. Sigo en tu cama
y tú sigues sin camisa. Pero esta vez, estás molesto por mi ropa.
Ese vestido rosa que me puse para ti el sábado.
El que dijiste que ya no puedo usar. Por lo ajustado que es y lo corto que es.
Porque crees que se pega a mi culo de stripper y a mis tetas de lechera.
Y te prometo…
Eso es todo lo que consigo decir.
Antes de que esté sobre mí.
Antes de que su cuerpo me apriete contra la pared y sus brazos se planten
a ambos lados de mi cabeza, asegurándose de que no me vaya a ninguna parte.
—Deja de hablar —dice con una voz aún más desgastada que antes.
—¿Qué?
El ceño fruncido entre sus cejas se hace más profundo.
—A la mierda la carta. A la mierda.
Estoy de acuerdo.
Así que arrugo la carta en mi puño y dejo que caiga al suelo antes de
contestar:
—Pero tú querías que la leyera y lo hacía. Lo hacía por ti. Soy tu alhelí.
—Deja de hablar. Deja de decirme esas cosas.
—Pero yo…
—No está funcionando —gruñe—. Todo esto no está funcionando. Toda
esta idea era una puta mierda. Hacerte leer en voz alta tus cartas rosas, las
cartas que ni siquiera deberías escribirme en primer lugar. No te hace entender
230
que no deberías hablarme así.
Entonces aprieto mi cuerpo contra él. Aprieto mi pecho contra sus costillas
duramente cortadas y aprieto su camiseta.
—Pero soy tuya. Y tú eres la única persona con la que quiero hablar así.
Y…
Me quedo con la boca abierta porque como el sábado me vuelve a tocar.
Retira las manos de la pared y las entierra en mi cabello, desordenando
mi trenza perfectamente arreglada en el proceso. Me clava los dedos en el cuero
cabelludo y me echa la cabeza hacia atrás, con su boca tan cerca de mí.
Tan cerca como en su casa.
En realidad, no, incluso más cerca.
Y mis párpados se agitan ante su proximidad.
Se agitan ante el hecho de que me está tocando de nuevo y es glorioso.
Incluso más ahora que antes, de alguna manera.
Pero entonces ocurre algo más que es aún más glorioso.
Algo que inclina mi mundo sobre su eje.
Porque me recoge.
Fuera del suelo.
Ni siquiera sé cómo sucedió. Porque un segundo sus manos estaban
desordenando mi trenza, tirando de mi cabeza hacia atrás, y al siguiente, están
en mi cintura.
Me aprieta la cintura y me levanta del suelo, mis Mary Janes flotando en
el aire antes de pegarme a su cuerpo. Pero no se detiene ahí. Su mano baja hasta
mi culo y me levanta aún más.
De modo que mis muslos se enganchan alrededor de su delgada cintura y
estoy atrapada entre él y la pared.
Mis manos se dirigen a sus hombros, donde aprieto su camiseta y le
pregunto, jadeante:
—¿Qué estás haciendo?
—Poniendo mis manos sobre ti —gruñe, con sus dos manos en mi culo,
apretando y amasando la carne por encima de la falda.
—¿Por qué? —pregunto, sin que me importe.
Solo estoy… asombrada por este giro de los acontecimientos.
Flagelada porque mis muslos se enroscan en sus caderas, donde no
pueden dejar de apretarlo. Donde no pueden dejar de regocijarse en sus duros
músculos.
No puedo dejar de regocijarme en el hecho de estar pegada a él, a su 231
cuerpo. Al entramado y la red de sus músculos.
—Porque te voy a enseñar —dice, con sus dedos clavados en mi culo.
Me retuerzo.
—¿Enseñarme qué?
Se inclina más, su pecho empuja contra el mío, rozando mis duros
pezones.
—Los caminos del mundo. Y lo que ocurre cuando llevas a un hombre a
su límite.
Lo remata con el más fuerte apretón de la historia y lo entiendo. Entiendo
lo que quiere decir, sus palabras me recuerdan a lo que me dijo en el árbol
semanas atrás, y abro la boca para decirle algo cuando sigue ese apretón con
una bofetada.
En mi trasero.
Una fuerte bofetada que resuena en la habitación y que sacude no solo mi
culo, sino todo mi cuerpo.
Eso me hace saltar en sus brazos también.
Por no hablar de que me hace morderme el labio. Con fuerza. Muy fuerte.
Porque me duele.
Duele.
Y él lo sabe. Lo sabe porque pregunta:
—Duele, ¿sí?
Odio decir que sí.
Odio darle la razón, pero no puedo ocultarlo. Está escrito en mi cara, en
mi mueca. Así que me sacudo.
—Sí.
Sus ojos se vuelven malvados mientras dice:
—Bueno, entonces, tal vez esto haga que mi mensaje llegue. Tal vez esto
te haga entender que no puedes decirme esas cosas.
No lo hará.
Nada hará que su mensaje llegue porque su mensaje es una mierda.
—No es…
Otra bofetada. Esa no solo me roba las palabras, sino que me hace arquear
la espalda.
Y me hace gemir también.
—¿Recuerdas lo que te dije el sábado? —pregunta, sus ojos acalorados
recorren mis facciones—. No puedes hablar. No se te permite decir nada excepto
lo que yo te diga. 232
Me empujo contra su pecho, respirando con dificultad.
—Estás siendo malo.
Se desplaza entre mis muslos entonces y Dios, Dios algo pasa.
Algo delicioso y sorprendente que convierte el ardor de mi culo en algo…
sexy.
En algo necesitado y lleno de lujuria.
Porque cuando se movió, su torso estriado rozó el punto perfecto. Contra
mi clítoris, y eso cambia todo el juego. Y ni siquiera sabía que podía sentir eso
ahora mismo.
Hasta que se movió en contra.
Hasta que me lo dijo con su cuerpo.
Hasta que me dio lo que quería.
Como siempre hace.
Y él también lo sabe. Sabe que me ha hecho daño y por eso esta es su
disculpa. Porque se desplaza de nuevo, golpeando ese punto que acompaña con
otra bofetada en mi culo y dice con voz rasposa:
—Sí. Y estoy a punto de ser más malo.
Dios, es maravilloso, ¿verdad?
Incluso cuando está siendo malo.
No hay manera de que me detenga ahora.
No hay manera.
—Conrad, yo… Por favor…
Me aprieta el culo y gruñe:
—Repite después de mí: No escribiré cartas inapropiadas al entrenador
Thorne.
Y, por Dios, hasta eso me llega a la médula.
Me golpea en el coño.
Sus palabras ásperas y autoritarias. Y todo lo que puedo hacer es gemir y
retorcerme.
Lo que obviamente no le satisface porque me vuelve a dar una palmada en
el culo.
—Dilo, Bronwyn. Di las malditas palabras. Di: “No escribiré cartas
inapropiadas al entrenador Thorne”.
No estoy segura de que esto sirva para transmitir su mensaje.
Haciendo que me retuerza contra su cuerpo así. Haciendo que me monte
sobre su estómago como una chica cachonda. 233
Pero retorciéndome contra él, le doy lo que quiere.
—No escribiré cartas inapropiadas al entrenador Thorne.
Mi sumisión le hace respirar hondo y me vuelve a pegar en el culo.
—No le diré al entrenador Thorne lo de mis sueños.
Me hace dejar su camiseta e ir por su cabello.
—No le hablaré al entrenador Thorne de mis sueños.
—El entrenador Thorne no quiere mis cartas —dice, dándome otra
bofetada, haciendo que me restriegue aún más por su estómago.
—El entrenador Thorne no quiere mis cartas.
Se estremece, su pecho roza el mío mientras emite su siguiente orden.
—No le diré que he dado vueltas en la cama.
Apretando su cabello, aumento mi ritmo.
—No le diré que he dado vueltas en la cama.
—No daré vueltas en la cama y punto.
—No voy a dar vueltas en mi cama, y punto.
Entonces se inclina hacia mí. Como si no pudiera sostenerse más. Sus
dedos me masajean el culo, dando y calmando el dolor, su nariz aterrizando en
algún lugar debajo de mi oreja.
Y entonces me huele.
Huele mi piel y gruñe.
E inclino la cabeza hacia un lado, retorciéndome en sus brazos, dándole
más acceso.
—No dejaré que mi camisón me suba por el estómago cuando duerma —
gruñe en mi piel.
Gimoteando, intento repetir lo que ha dicho:
—No voy a… no voy a dejar que mi…
Pero no puedo.
Porque ahora que su nariz está ahí, en mi garganta, la está frotando.
Tan suavemente. Tan suavemente.
Así que en contraste con lo que sus dedos están haciendo. Así que en
contraste con lo que sus labios me están diciendo.
Me hace sentir que soy realmente su flor.
Que mi piel es de terciopelo y no se cansa de ella.
De mí.
—Dilo, Bronwyn. —Me recuerda mientras me olfatea el lado de la
garganta—. Di: “No dejaré que mi camisón suba por mi apretado estómago
234
rosado cuando duerma”.
—No lo haré… —trago saliva, presionando la parte posterior de su cabeza
para acercarlo aún más—. No dejaré que el camisón se suba por mi vientre
rosado cuando duerma.
—Lo mantendré bajado y recogido alrededor de mi pequeño cuerpo.
—Lo mantendré bajado y recogido alrededor de mi pequeño cuerpo.
—Sí —dice, en el centro de mi garganta ahora, su boca abierta y
respirando—. Que oculte mi coño, esa rosa apretada entre mis piernas.
Mi coño —mi rosa apretada— tiene espasmos y juro que casi me corro.
Casi lo pierdo.
—Que… oculte mi coño, esa rosa apretada entre mis piernas.
Su pecho se estremece de nuevo.
—¿Era rosa? Tu camisón.
Ruedo la cabeza de un lado a otro de la pared mientras le respondo
aturdida:
—Sí. Mi favorito.
—¿Tiene flores?
—Sí.
—¿Las pintas tú misma?
—Uh-huh. Rosas.
Otro estremecimiento, un espasmo, este más violento que los anteriores
mientras dice:
—Dejaré de llevar mi camisón rosado favorito a la cama.
Enrollo los brazos alrededor de su cuello, todavía ondulando en sus
brazos.
—Dejaré de llevar mi camisón rosado favorito a la cama.
Sus dedos, que siguen en mi culo, pero que han dejado de repartir castigos
desde hace un rato, se dirigen a mis muslos. Me masajean los muslos por encima
de la falda, justo donde está su nombre, y yo gimo.
Gimo y entierro mi propia nariz en su cabello.
—Voy a tirar mi camisón favorito —dice, con sus labios en mi trenza ahora.
—Tiraré mi camisón favorito.
Frotando sus labios en mi cabello, gruñe:
—No me voy a venir en las bragas pensando en el entrenador Thorne.
—No voy a… venirme en mis bragas pensando en el entrenador Thorne.
—¿También eran rosas? —pregunta, frotando mi falda de arriba a abajo,
235
metiendo la nariz en mi trenza.
—B-blancas. Pero con encaje rosa.
Un soplo de aliento en mi cabello y aprieto mis brazos alrededor de él.
—Dime cómo estaban de mojadas. Tus bragas blancas, pero con encaje
rosa.
—Tan mojadas.
—¿Sí? ¿Estaban pegadas a tu coño?
—Sí.
—Apuesto a que estaban tan pegadas que se podía ver, ¿sí? —susurra—.
Apuesto a que podías ver la forma de tu coño rosado a través de tus bragas
mojadas. Apuesto a que tu coño sonrosado estaba tan hinchado que también se
salía de tus bragas. Chorreando y goteando, haciéndolo todo pegajoso.
Asiento, frotando mi mejilla contra la suya.
—Sí. Todo estaba pegajoso y caliente.
Todo está pegajoso y caliente.
Todo está hinchado y dolorido. Todo está empapado de lujuria y de mi
crema.
Y solo quiero venirme.
Solo quiero que me haga venir y voy a decírselo, pero tiene otros planes.
Quiere algo más de mí, porque me suelta los muslos y me lleva las dos
manos a la cara. La agarra y me hace mirar sus ojos lujuriosos y febriles.
—Háblame del final feliz. —Cuando solo parpadeo ante él y ante su
magnífico y acalorado rostro, se lame los labios y me explica—: De ese segundo
sueño.
Jadeando, susurro:
—Lo quemas.
Lo consigue.
Él entiende lo que estoy hablando. El vestido.
—Sí. —Me lamo los labios—. Porque lo odias tanto y porque te enfada
tanto. Lo arrancas de mi cuerpo como dijiste que harías y… lo quemas.
—Bien —gruñe—. Porque no quiero mirarlo y preguntarme. No quiero
preguntarme si esa pequeña y apretada rosa entre tus piernas, esa pequeña y
apretada rosa prohibida es tan rosada como tu maldito vestido.
Quiero decirle que no está prohibido.
Mi rosa es suya.
Quiero dársela. 236
Pero no me da tiempo a responder. Porque, de alguna manera, me mueve,
me maniobra contra su cuerpo de tal forma que me destroza.
Incluso a través de las capas de ropa, la suya y la mía, consigue tocar ese
punto de mí, de mi coño, para que me rompa en pedazos y me corra.
Se me ha ido la respiración.
Mi corazón también ha desaparecido.
Sé que nunca lo voy a recuperar, mi corazón, pero tiene la amabilidad de
devolverme el aliento.
Tiene la amabilidad de abrir su boca sobre la mía, arrastrar nuestros
labios tórridos y vaporosos entre sí, y respirar dentro de mí.
Solo que pica.
Porque no tiene la amabilidad de cerrar esos labios suyos sobre los míos y
darme lo que realmente quiero.
Lo que realmente necesito.
Sus besos.
Y sigue haciéndolo.
Sigue hiriéndome con su dulce aliento durante días.
Porque todos los días le escribo un nuevo sueño y todos los días, antes del
primer timbre, cuando voy a entregárselo, me dice que entre en su despacho. Me
pone junto a esa misma pared y me pide que los lea en voz alta.
Y entonces me levanta en brazos y me da unos azotes.
Me dice que diga cosas.
O al menos empieza así porque sus azotes, sus palabras gruñidas, su
cuerpo, la forma en que me huele, la manera en que se olvida de castigarme en
medio de todo y simplemente amasa mi carne, simplemente la siente, la forma,
la moldea en sus grandes manos, me hacen venir.
Solo que no hay besos ni cesión por parte de él.
Pero todavía no me rindo.
Nunca me rendiré.
Si tengo que demostrarle cada día que lo elijo, lo haré.
Solo que no lo consigo.
Porque uno de esos días, no estoy en St. Mary's como pensaba.
Me llevan.

237
—E
stamos en casa, señorita Littleton.
La voz me despierta y me doy cuenta de que el auto ha
dejado de moverse.
Parpadeando, miro por la ventana hacia la oscuridad y
veo que, efectivamente, estamos en casa.
—Claro. Lo siento. —Me enderezo en mi asiento—. Gracias, Charles.
Charles, nuestro conductor, asiente en el asiento delantero y yo recojo mi
mochila del suelo enmoquetado del auto de mi padre, dispuesta a salir. Pero en
cuanto abro la puerta, recuerdo algo y me detengo.
—Oh, se me olvidaba esto —le digo a Charles y rebusco en mi mochila,
buscando algo—. He hecho este dibujo tan bonito para Janie. Martha dice que
últimamente le gusta el Hombre Araña. —Encuentro el boceto que había
enmarcado hoy—. Dile a Janie que hizo una gran elección. Pero Ironman es el
238
hombre. Me niego a ver más películas de Marvel porque lo mataron en la última.
Es decir, Tom Holland es genial, pero Robert Downey Jr. es un bote de
ensueño total. Esa barba, esa arrogancia. Sus secos comentarios sarcásticos.
Eso solo se consigue con la edad y la experiencia.
Charles me quita el boceto para su nieta Janie; Martha es su hija y una
de nuestras empleadas con manos perfectas y una de mis muy buenas amigas.
Charles lo mira y sonríe.
—Esto es maravilloso. Pero no tenías que hacerlo.
Me sonrojo de placer; Charles, y por supuesto Martha, siempre han
apoyado mi arte. Aun así, no empecé a mostrar mis bocetos y a hacer cosas para
Janie —aunque siempre he querido hacerlo— hasta que me enviaron a St.
Mary's.
Así que ahora intento hacer cosas para Janie cada vez que puedo.
Encogiéndome de hombros, digo:
—Meh. No hay problema. Pero espero que a Janie le guste. —Señalo el
boceto—. También le hice un pequeño Ironman en la parte de atrás. Solo para,
ya sabes, empujarla en la dirección correcta.
Charles se ríe.
—Me aseguraré de decírselo. Sé que a Janie le encantará. Se lo agradezco,
señorita Littleton.
Recogiendo mi mochila, abro más la puerta del auto, dispuesta a salir.
—Para que lo sepas, mi oferta sigue en pie. —Charles frunce el ceño y le
explico—: Que me llames Wyn en lugar de señorita Littleton. Por si lo has
olvidado.
—¿Después de recordármelo unas veinte o treinta veces solo en el último
año? Por supuesto que no, señorita Littleton.
Entrecierro los ojos hacia él.
—Ja. Ja. Buenas noches, Charles.
Se ríe.
—Nos vemos el lunes, señorita Littleton.
Sí, el lunes.
Cuando pueda volver a mi verdadero hogar, St. Mary's.
Despidiéndome de Charles, salgo finalmente del auto y cierro la puerta
tras de mí.
Me cuelgo la mochila sobre los hombros, lista para ir a la ducha y lavarme
este largo y horrible día.
El único pensamiento que me hace seguir adelante ahora mismo es que ya
está hecho. Lo que mis padres querían que hiciera y por lo que me hicieron faltar 239
a la escuela. Ahora ya no tendré que volver a hacerlo. Y el lunes Charles estará
aquí sobre las seis de la mañana y me llevará de vuelta a St. Mary's. Además, la
próxima visita de fin de semana no es hasta el cumpleaños de mi padre, para el
que aún faltan semanas…
Estoy caminando por el camino de entrada a mi casa, cargando mi mochila
sobre los hombros, cuando lo oigo: el sonido de la puerta de un auto cerrándose
con un golpe y unos pasos agudos y fuertes.
Seguido de mi nombre:
—Bronwyn.
En su voz.
La suya.
Por un segundo miro a ciegas mi casa bien iluminada.
Yo también me detengo, congelada en mi sitio, con el corazón latiendo tan
fuerte como esos pasos que aún puedo oír.
Los pasos que se acercan más y más con cada latido de mi corazón.
Hasta que se detienen y mi corazón se detiene con ellos.
Solo para que vuelva a la vida de golpe porque vuelvo a oír mi nombre, esta
vez con un toque de impaciencia.
—Bronwyn.
Me doy la vuelta y ahí está.
Como si saliera del pasado.
Alto y ancho y envuelto en la oscuridad, se encuentra exactamente donde
lo hizo la noche que me acompañó a casa.
Si no lo supiera, pensaría que es una alucinación.
Que es una aparición.
Pero sé que no es así, y cuando empieza a caminar hacia mí, por muy loco
que parezca, me doy cuenta de que está aquí.
Está realmente aquí y se está acercando.
Está cruzando hacia mí, sus pasos son decididos y largos, sus ojos
centellean, brillan en la oscuridad. Y cuando me alcanza, mi mochila se desliza
por el hombro y cae al suelo.
—¿Conrad? Qué… —Parece que no puedo formar palabras ahora mismo—
. ¿Qué estás haciendo aquí?
Me mira fijamente, su mirada recorre mis rasgos aturdidos.
—¿Estás bien?
—¿Qué?
—¿Estás jodidamente bien? 240
No entiendo la urgencia de su voz, pero aun así le tranquilizo:
—Sí, por supuesto. Por supuesto que estoy bien. ¿Por qué crees que no lo
estaría?
No responde de inmediato.
En cambio, se toma su tiempo para estudiar mis rasgos un poco más.
Como para asegurarse de que no estoy mintiendo acerca de estar bien.
Y sigo sin entender por qué.
Sigo sin entender qué está pasando aquí.
Añade:
—No apareciste esta mañana. —Se detiene antes de decir—: No apareciste
en el entrenamiento de fútbol.
—Oh.
Es todo lo que puedo decir mientras frunzo el ceño hacia él, todavía
confundida.
Me pregunto si faltar al entrenamiento de fútbol debería justificar tal
reacción por su parte.
Pero ¿debería hacerlo?
Quiero decir que sé que es mi entrenador de fútbol, pero ¿es realmente por
eso por lo que ha venido, porque he faltado al entrenamiento?
—¿Qué coño ha pasado? ¿Tus padres te hicieron algo?
—¿Qué? No. —Sacudo la cabeza, se me estruja el corazón de que siempre
esté tan al límite cuando se trata de mis padres—. No han hecho nada. Bueno,
excepto sacarme del colegio hoy. Pero, de todos modos, querían llevarme.
—¿Qué te llevan a dónde?
—Uh, a Nueva York. Para una visita al campus —explico—. Bueno, fue
más que nada para este evento al que mi padre fue invitado, en la escuela. Es
su alma mater y estaban organizando un evento de caridad con mi padre como
invitado de honor. Así que me llevaron también. Para conocer a toda la gente,
ver el campus, ese tipo de cosas. De hecho, acabo de regresar. Pero alguien de
la oficina de mi padre llamó a la escuela y les hizo saber que hoy faltaría.
Que, por cierto, lo odiaba.
Odiaba faltar a la escuela.
Odié no ir a su oficina esta mañana. Lo odié porque lo eché de menos.
Tanto.
—Gira por el campus —dice, con la mandíbula desencajada.
—Sí —respondo.
—El alma mater de tu padre. 241
Asiento con un movimiento de cabeza.
—Sí.
—¿Cómo es el programa de arte allí?
Me muerdo el labio ante su tono desenfadado, que desmiente por completo
sus oscuros rasgos.
—No tienen.
—No tienen ninguno.
—No, pero…
—Así que fue una completa pérdida de tiempo —luego añade—: Para ti.
Hago una mueca.
—No fue una pérdida de tiempo. Era un buen campus. Es solo que no voy
a ir allí.
—¿Ya lo saben? Tus padres.
Hago una mueca más fuerte.
—No realmente.
Cuando su pecho se mueve bruscamente, subo las dos manos.
—Te lo dije. Estoy esperando el momento adecuado. Estoy esperando mi
carta de aceptación, ¿de acuerdo? Y hasta que no consiga una no tiene sentido
contárselo y molestarlos. Especialmente cuando ni siquiera sé si voy a conseguir
una y…
—Claro que tendrás una puta carta de aceptación —interrumpe con voz
azotadora.
Y mi corazón se eleva en mi pecho. Por su total confianza en mí.
En mi sueño.
—¿Tú crees? —No puedo evitar preguntar.
Es decir, sé que esto es lo que quiero hacer y sé que puedo hacerlo, pero
¿y si…?
¿Y si no puedo?
¿Y si todo está en mi cabeza?
¿Y si no soy lo suficientemente buena para ir a la escuela de arte?
—Creo que sí —dice, con la voz tan azotada como antes, en realidad ahora
más—. Joder, sí, lo creo. Lo creo porque trabajas mucho para ello. Y tienes
mucho talento, joder. —Se acerca a mí, con la cabeza agachada, los ojos llenos
de fuego y convicción—. ¿Sabes lo raro que es eso? ¿Ser talentoso en algo y
también ser lo suficientemente disciplinado para hacer algo con ello? Es
jodidamente raro. Tan raro que puedo contar con una mano todos los jugadores
que he entrenado que no solo tienen talento, sino que también son lo 242
suficientemente inteligentes como para reconocerlo. El resto de ellos son unos
mierdecillas que no saben qué hacer con el talento con el que han nacido.
Entonces abro la boca para decirle algo.
Algo así como te quiero.
O como ¿por qué no puedes corresponderme? ¿Por qué amas a otra
persona?
Y es tan grande ese impulso, que tengo que apretar los dientes para
mantener las palabras dentro.
Porque si no lo hago, se irá.
Y nunca volverá. Y nunca tendré la oportunidad de enseñarle todo lo que
quiero.
Nunca tendré la oportunidad de ser suya.
Ni siquiera un poco.
—¿Dónde están tus padres? —pregunta bruscamente, sacándome de mis
pensamientos.
—¿Qué?
—Si hoy te han llevado a Nueva York y acabas de volver, ¿dónde están?
—¿Qué, por qué?
—Porque el momento adecuado es ahora.
—¿Qué? —casi chillo, completamente horrorizada.
—Vamos —dice mirando hacia la casa—. Vamos a decírselo. Vamos a
decirles que vas a ir a la escuela de arte. Y que dejen de sacarte de la escuela así
y de hacer perder el tiempo a todos.
Oh, Dios mío.
Oh, Dios.
Está loco.
Está absolutamente loco.
No voy a decírselo a mis padres ahora mismo.
No puedo.
Hoy estaban tan felices. Bueno, tan felices como pueden estar conmigo,
pero aun así. Esta fue la primera vez que mi padre me presentó a la gente y no
hizo una mueca en un año. Desde que destrocé su auto.
No puedo decírselo ahora y arruinar todo.
Ya lo hice una vez.
Necesito tiempo.
Tengo que darles suavemente la noticia.
Y esto no es suave. Este hombre aquí, respirando salvajemente, mirando
243
a la casa en la que crecí.
—No —le digo y se centra en mí—. Absolutamente no. No vas a hablar con
mis padres de nada. No importa. Ha sido un recorrido por el campus y ahora se
ha acabado. No tendré que volver a hacerlo.
Cuando abre la boca, vuelvo a detenerlo. Pero esta vez lo hago tanto con
mis palabras como con mis manos. Pongo ambas sobre su pecho y separo los
dedos.
—Son mis padres, Conrad, y puedo manejarlos yo misma. Lo he hecho
durante dieciocho años. Todo irá bien. Cuando tenga la carta de aceptación, se
lo diré entonces. No puedes tomar esta decisión por mí, ¿de acuerdo? Así que
déjalo.
Ahora me está mirando fijamente.
Su pecho grande y duro bajo mis palmas. Da miedo.
Pero no me importa.
No puede en absoluto tomar esta decisión por mí.
Lo haré yo misma. Elegiré el momento y el lugar para hacerlo.
Por fin pierde la mirada obstinada y respira profundamente. Lo que hace
que yo también respire hondo y aliviada.
—Vas a venir conmigo.
Estoy confundida por su orden.
—¿Qué?
—Supongo que como has salido del auto sola, tus padres no están aquí —
explica—. ¿Lo están?
—No.
Mi padre está en DC porque recibió una llamada de última hora sobre una
reunión a la que tenía que asistir. En realidad, creo que ha volado para
encontrarse con su novia o amante o quienquiera que sea. Y cuando mi madre
se dio cuenta, se reservó un spa para el fin de semana y no volvió de Nueva York.
—¿Y qué pasa con tu ejército de sirvientes? ¿Van a tomarse la noche libre
y marcharse?
—Sí, excepto… —Sacudo la cabeza—. Espera, ¿cómo sabes lo de mi
ejército de sirvientes? —Pero antes de que pueda responderme, continúo—: En
primer lugar: por favor, no los llames sirvientes. Todos ellos trabajan aquí, para
mis padres. Se ganan la vida honradamente y su trabajo consiste en mantener
la casa de mis padres. Llamarlos sirvientes es denigrante. Y segundo: como he
dicho, trabajan para mis padres, así que no son míos. Además, no hay ejército.
Tenemos como cinco o quizá seis personas trabajando en nuestra propiedad. —
Arrugo las cejas y luego digo—: Espera, hay dos más. Pero uno de ellos solo viene
dos días a la semana, así que no sé si se le puede llamar a tiempo completo o 244
qué, pero…
—Bronwyn —advierte.
Y cierro la boca, dándome cuenta de que estoy divagando.
—Claro. Lo siento. Pero ¿cómo lo has sabido? —Entorno los ojos hacia él,
apretando el suéter con el puño—. ¿Porque crees que toda princesa adolescente
rica y mocosa tiene un ejército de sirvientes?
Si dice que sí a eso, juro que le voy a pegar.
Pero no lo hace.
—No, supongo que ya hemos establecido que no eres una princesa. —
Luego, desvía la mirada un segundo antes de decir—: Puede que haya… hablado
con uno de ellos.
—¿Hablaste con uno de ellos?
Suspira.
—Cuando llegué aquí, sí. Uno de ellos abrió la puerta cuando llamé, una
mujer. Y cuando pregunté por ti, me dijo que no estabas aquí y que debías volver
en una o dos horas.
Estoy… asombrada.
Estoy jodidamente asombrada.
Al menos tanto como cuando lo vi aquí, de pie al final de mi camino de
entrada, si no más.
Esto es surrealista.
Dejo entonces de estudiar sus rasgos y miro hacia otro lado porque
recuerdo algo: el sonido de la puerta de un auto al cerrarse cuando me llamó por
primera vez.
Miro en la dirección de la que viene y me fijo en el brillo de su camioneta.
Volviendo a mirar hacia él, le pregunto, con el corazón empezando a
acelerarse en mi pecho de nuevo:
—Así que has estado… ¿Has estado esperando a que volviera a casa?
Desde hace una o dos horas.
Mi pregunta, vacilante y esperanzadora, le hace apretar la mandíbula.
También le hace rugir el corazón en el pecho.
Como el mío.
Lo siento bajo mis palmas.
Solo que no sé la razón que hay detrás.
¿Es la misma que la mía? La razón.
¿Será porque está tan extasiado de verme como yo de verlo a él? ¿Y porque 245
me ha echado de menos tanto como yo a él?
Esto es por lo que vino, ¿no? No por el estúpido entrenamiento de fútbol.
—Vamos, vamos.
Eso es todo lo que dice y yo aprieto su jersey aún más que antes.
—Pero necesito saberlo. Necesito saber si me estabas esperando. Y si lo
estabas, ¿me has echado de menos? Yo…
—Tus putos padres incompetentes no están aquí —dice por encima de
mí—. Y no te voy a dejar en esta casa. Sin la supervisión de tus padres.
Mi corazón, que estaba acelerado y rugiendo en mi pecho, se detiene
bruscamente.
Y mis labios se separan mientras arrastro grandes bocanadas de aire.
—Supervisión de los padres.
Su corazón, en cambio, está bien y vivo. Sigue latiendo, rugiendo y
tronando en su pecho.
—Sí.
Recorro con la mirada sus rasgos bien definidos, buscando algo, cualquier
cosa, que me diga que las conclusiones que estoy sacando ahora mismo en mi
cabeza son erróneas. Incluso le pregunto:
—¿Has venido a ver cómo estoy porque me he perdido el entrenamiento de
fútbol?
Una ráfaga, un trueno suena en su pecho entonces.
—Sí.
—Porque pensaste que mis padres me hicieron algo.
Otro latido atronador.
—Dada la historia de tus padres, era una conclusión obvia a la que llegar.
Le retuerzo los puños en el pecho.
—Y ahora quieres que me vaya contigo porque no están aquí. Porque crees
que necesito la supervisión de mis padres.
Sus ojos se clavan en los míos.
—Sí.
—Y esa es la única razón y nada más.
—Sí.
—Cierto. —Asiento—. Bien.
Sigo asintiendo mientras mis puños se sueltan alrededor de su jersey.
Mientras lo sueltan. 246
También sigo asintiendo cuando me alejo de él.
Lo que noto que él nota.
Sus ojos se dirigen a mis pies, a mis botas de invierno, mientras me alejo
un paso más de él.
—Deberías irte —le digo.
Al oír mi voz, levanta los ojos.
—No sin ti, no.
Un tercer paso lejos de él.
—No voy a ir contigo.
Sus fosas nasales se agitan al advertir, como suele hacer:
—Bronwyn.
Sacudo la cabeza mientras me alejo de él.
—No voy a ir a ninguna parte contigo. Quiero que te vayas. Ahora.
—Deja de alejarte de mí —gruñe.
No lo hago.
—Vete —digo con severidad y sus puños se cierran—. Ahora. —Ignorando
mi orden, da un paso adelante y yo levanto las manos—. Si te acercas a mí ahora
mismo, voy a gritar. Voy a gritar en este lugar, ¿entiendes? Quiero que te vayas.
Vete, Conrad.
Por supuesto que mis amenazas no lo asustan.
Por supuesto que las ignora como si no importaran. ¿Y por qué no lo haría?
Nada de lo que hago le importa. Nada de lo que hago hace la diferencia.
Nada de lo que haga cambiará las cosas, le hará ver que soy más que una
adolescente.
Que soy más.
Y fui estúpida, tan estúpida como para pensar que vino aquí porque me
echaba de menos.
—He sido muy paciente contigo —le digo, con las manos aún levantadas y
los pies moviéndose hacia atrás—. Extremadamente paciente. Pero no importa,
¿verdad? Porque nunca me verás como algo más que una adolescente que
necesita supervisión de sus padres.
En una épica inversión de roles, es él quien sigue acercándose a mí
mientras dice:
—Eres una puta adolescente.
Sus palabras me atraviesan la piel, el corazón, mientras digo:
—Lo sé. Sé que lo soy, y qué enorme crimen es que lo sea, ¿no? Qué enorme
y jodido crimen es que tenga dieciocho años. —Alzo las manos y suelto una
carcajada—. Y si pudiera hacer algo al respecto, si pudiera hacer algo con mi
247
edad, lo haría. Créeme, lo haría. Me haría de la edad que considerara apropiada
para ti. Porque he hecho todo lo demás. Todo lo demás. Para hacerte ver que soy
más que una adolescente. Quiero decir, he hecho todo lo que me has pedido.
Estoy ahí todas las mañanas, cumpliendo tus órdenes, leyendo mis cartas en
voz alta para demostrarte que soy más. Y todo lo que haces es castigarme por
ello. Y ni siquiera te dignas a besarme. Y no lo harás, ¿verdad? Ahora me doy
cuenta. Porque tienes prejuicios y juicios y eres un imbécil épico. Eres un
discriminador. Eso es lo que eres y te odio. Así que tienes que irte o voy a hacer
una rabieta adolescente como nunca has visto en tus treinta y tres años de vida,
entrenador Thorne.
Con eso, me doy la vuelta, dispuesta a marcharme.
Lista para subir a mi habitación y llorar.
Y llorar y llorar.
Porque no creo que vaya a parar pronto.
De llorar.
Por mí. Por mi edad. Por el hecho de que estoy enamorada de un imbécil
que nunca me verá como algo más que una adolescente. Y yo…
Mis pensamientos se agarrotan entonces.
Porque lo siento a mi espalda. Siento su calor, súbito y agitado, sus
respiraciones, y luego siento su agarre.
Siento que sus dedos me agarran el bíceps y luego noto que me aprietan
la carne, presionando hasta que me hace girar de nuevo, tirando de mí hacia él.
Y me estrello contra su pecho.
Y entonces le oigo y siento gruñir:
—Deja de alejarte de mí, joder.
Estoy lista para alejarlo como si estuviera lista para irme y llorar.
Lo estoy.
Incluso le planto las palmas de las manos en el pecho, que respira de forma
salvaje, para empujarlo.
Pero en el último segundo, como una tonta, como una puta tonta, levanto
la vista y suelto:
—Si fuera mayor —pregunto y me relamo los labios—, ¿me besarías
entonces?
Sus ojos vuelven a recorrer mis rasgos con la misma urgencia. Aunque
esta vez creo que su urgencia tiene un sabor diferente.
Una ventaja diferente.
Esta vez su urgencia está impregnada de una extraña desesperación.
—No —susurra, sacudiendo la cabeza lentamente. 248
Así que ahora es el momento.
Ahora es el momento de alejarlo ya que tengo mi respuesta.
Pero por alguna razón no puedo apartar la mirada de esa desesperación
en sus ojos brillantes.
—¿Ni siquiera si tuviera diecinueve años?
Sus dedos en mi bíceps se flexionan.
—No.
—¿Veinte?
—No.
Debería parar ahora.
Debería.
Cada no es un cuchillo en mi corazón. Cada no me hace sangrar. Cada no
me pincha como una espina.
Y, sin embargo, como una patética masoquista, sigo adelante.
—¿Veintiuno?
—No.
Por fin reúno las fuerzas de autoconservación para apartarlo, pero para
entonces ya estoy atrapada.
Para entonces, su otra mano está en mi cabello y la que me agarraba el
bíceps se ha agarrado a mi cara.
Y ha clavado sus dedos en mi cuerpo.
Ha clavado sus dedos punzantes, rasposos y perfectos en mi cabello y mi
mejilla y esa desesperación se ha filtrado en su voz cuando dice:
—El otro día me dijiste algo. Me dijiste que, si te buscaba por el campus,
sería fácil encontrarte. Pero me mentiste, ¿verdad? Porque cuando no apareciste
esta mañana, para estar allí y cumplir mis órdenes y leer esas rosadas letras
tuyas, fui a buscarte. Te busqué en los pasillos, en la cafetería, en la biblioteca.
Te busqué en todas las aulas. Busqué en cada centímetro de esos terrenos
cubiertos de nieve. Pero no estabas allí. Estabas aquí. Estabas en tu maldito e
inútil tour por el campus.
—¿Me buscabas a mí?
—Sí. —Se inclina aún más hacia mí, tirando de mi cuello, de mi cara hacia
atrás para poder mirarme de verdad y hacer que lo mire—. Y la razón por la que
no te besaría si fueras mayor es porque voy a besarte ahora. No cuando tengas
diecinueve o veinte o veintiuno. Voy a besar tu boca de dieciocho años ahora
mismo, porque ya me he cansado de no besarla. Y puede que me odies por ello.
Puede que me odies porque voy a hacerlo como si estuviera cabreado con tu
boca. Como si estuviera jodidamente enfadado con ella. Pero eso es solo porque 249
tienes una boca criminal, Bronwyn. Tu boca de puchero, regordeta y rosada es
una pequeña y sexy criminal por decirme pequeñas cosas sexy. Por torturarme.
Por volverme jodidamente loco. Y por ser la protagonista de todos mis
pensamientos X.
Y entonces lo hace.
Me besa.
Me está besando.
Su boca está sobre mí. Y es cálida, húmeda y suave.
Tan tan suave.
Pero también es dominante, su boca.
Tan autoritario y dominante. Posesivo y castigador.
Sin embargo.
Sin embargo.
No puede besarme. Ahora no. No aquí.
Y yo debería decirle eso también. Debería decirle que no puede besarme
aquí.
Que alguien podría vernos. Que nos pueden pillar.
Pero resulta que no tengo que decirle nada. Lo consigue por sí mismo. Lo
consigue porque quiere protegerme tanto como yo a él.
Somos dos guisantes en una vaina, ¿no?
Y así, como siempre hace en su oficina, me levanta. Me pone las manos en
la cintura y me da el empujón que da cada mañana. Y como mi cuerpo está tan
acostumbrado a sus acciones, sube.
Mis pies abandonan el suelo y mis muslos se acomodan alrededor de sus
caderas, extendiéndose.
Acomodando mi coño en su estómago y encendiéndome.
Y cuando me ha acomodado sobre sí mismo, empieza a moverse. Comienza
a llevarme a alguna parte y me pregunto adónde, en la parte posterior de mi
cabeza, mientras me retuerzo en sus brazos, mis dedos agarrando su jersey, su
boca moviéndose sobre la mía.
Resulta que no está muy lejos.
Se detiene tras unos pocos pasos y entonces las cosas cambian un poco.
Aprieto mis muslos alrededor de los suyos cuando siento que baja.
Cuando siento que se pone de rodillas y me tumba en el suelo.
En la hierba blanda.
Como si yo fuera su lecho de rosas, su lecho de bonitas alhelíes, y él se
acostara sobre mí.
Y suspiro en su beso.
250
Suspiro porque ahora puedo devolverle el beso. Ahora que estamos
escondidos y seguros, puedo besarlo con todo el amor de mi corazón. Mis besos
no le arruinarán las cosas.
Así que lo hago.
Le devuelvo el beso.
Y en cuanto lo hago, cobra vida.
Su boca se vuelve agresiva, como si estuviera esperando que yo
participara. Estaba esperando que lo besara y ahora que lo hago, me obliga a
abrirla, mi boca.
Como una flor.
Para que pueda entrar.
Para que me atraviese como una espina afilada. Y cuando lo hace, me
muevo contra él. Florezco como mi boca.
Le rodeo el cuello con los brazos y lo acerco.
Para tirar de él sobre mí. Para que me dé su peso, para que me apriete,
mientras yo enrollo mis muslos alrededor de su cintura y froto mi coño en su
estómago. Porque no puedo imaginarme sin que él me presione. No puedo
imaginarme no ser su alhelí y quedar aplastada bajo su peso.
Y supongo que él piensa lo mismo.
Porque su agarre se estrecha a mi alrededor ante mis acciones. Su agarre
se vuelve aplastante y omnipresente.
Como si estuviera en todas partes, a la vez.
Su boca agarra la mía de forma posesiva.
Sus dedos agarran mi mejilla, apretando para abrir más mi boca.
De alguna manera, también me agarran de la nuca para acercarme aún
más a él.
A su cuerpo que respira con dureza, a su boca que besa con pericia.
Y gimoteo.
Gimoteo muy fuerte. Porque esto es lo que quería.
Esto es lo que necesitaba.
Estar tumbada en el suelo y extendida así. Para frotar mi coño hinchado
en su estómago como lo hago todos los días. Para joder mi coño húmedo y lloroso
y empapado en las crestas de sus abdominales para poder dejar manchas de
lágrimas en su camisa.
Y por lo que parece, también lo necesitaba.
Lo necesitaba con urgencia.
Puede que lo necesite desde hace semanas. 251
Y entonces siento algo más.
Algo entre mis muslos. Ese algo se frota y empuja dentro de mí a través de
las capas de ropa por primera vez y no sé qué hacer excepto empujar contra él.
Su polla.
Su gran y dura polla que, según dijo, me cubriría desde la barbilla hasta
la frente si ponía mi cara bajo ella.
Esa bestia de polla está ahora entre mis piernas y, al igual que su boca,
aún no me ha dejado tocarla.
Me hace frotar mi coño en su estómago como una puta desvergonzada
cada mañana, pero no me deja frotarlo contra su polla.
Y lo he intentado.
Lo he intentado muchas veces en los últimos días.
Cada vez que me deslizo más abajo de donde él quiere que esté, me golpea
el culo. También me golpea los muslos, donde sigo escribiendo su nombre cada
noche, y estos días, poco después de nuestras sesiones de oficina. Porque me
gusta la idea de dibujar bonitas rosas en mi piel rosada y urticante, cortesía de
mi espina.
Pero no esta noche.
Esta noche, además de su boca, me da también su polla. No solo me la da,
sino que la frota arriba y abajo en la unión de mis muslos. Hace rodar sus
caderas, golpeando el punto correcto cada vez.
Y me muevo con él. Bailo con él.
Toda feliz y lujuriosa y tan jodidamente drogada por sus besos.
Y le gusta cómo bailo y me retuerzo para él porque gime.
Gime dentro de mi boca, incitándome, moviendo sus caderas,
empinándolas contra mí como yo empino mi coño en su oficina. Todo con
desesperación y lujuria y de una forma que me hace pensar que quiere que llegue
al orgasmo.
Y así se lo doy.
Me sacudo debajo de él.
Me sacudo y me retuerzo y me corro.
Me corro en el jardín delantero de mis padres como me corro en su oficina
todos los días, mi cuerpo con espasmos, mis miembros apretándose aún más
alrededor de él, mi cabeza echada hacia atrás y mis gemidos alcanzando el cielo.
Solo esta noche sus labios están ahí para calmarme.
Sus labios están ahí para besar el rubor de mis mejillas, para soplar el
sudor de mi frente. Sus dedos están ahí para trazar la forma de mi barbilla, de
252
mi nariz.
Y sus ojos, brillantes y posesivos, me miran fijamente y preguntan:
—¿Tomas la píldora?
Mi corazón late.
Mi coño también late.
Y jadeando, asiento aturdida.
—Sí.
—Quiero que sepas que estoy limpio.
—Bien.
Se lame los labios, sus ojos recorren mi cara mientras dice, como para sí
mismo,
—Nada ha funcionado. Nada ha funcionado. Nada de lo que he hecho me
ha hecho desearte menos. Sé que no debería. Lo sé. No debería ni siquiera pensar
en ti, y mucho menos desearte como lo hago. Apenas tienes dieciocho años. Eres
la mejor amiga de mi hermana. Eres mi estudiante. Así que voy a intentar una
última cosa.
—¿Qué?
Me mira fijamente a los ojos mientras ruge:
—Voy a tomarte.
De nuevo me recorre un pulso y me sacudo bajo él.
—Tómame.
—Sí —susurra, su pulgar acariciando mi mejilla, su aliento abanicando
mis labios—. Voy a tomar cada centímetro de ti. Cada centímetro rosado. Y luego
te voy a comer. Voy a beberte hasta el fondo. Voy a inhalarte. Te voy a inyectar
en mi sangre. Voy a vivirte, Bronwyn. Hasta que ya no quiera hacerlo. Hasta que
este loco deseo irracional desaparezca. Hasta que no te busque en la escuela o
conduzca hasta tu ciudad y llame a tu puerta como un adicto. Solo porque no
he podido verte hoy. Solo porque no he conseguido mi dosis. Así que te vienes
conmigo. Porque eres mi pequeña y bonita alhelí y ya he terminado de estar loco
por ti.

253
E
stoy en su casa de nuevo.
En su habitación.
Y de pie en la puerta, me mira fijamente.
En realidad, está apoyado en la puerta, en el marco de la
puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho mientras me mira con ojos
intensos y posesivos. Igual que en mi casa, en el jardín delantero de mis padres.
—Sabes, podrías haber preguntado —digo.
Es como si se despertara con mi voz, parpadeando.
Y me doy cuenta de que no estaba. Parpadeando, quiero decir.
No lo había hecho mientras me miraba fijamente. Lo que ha sido
prácticamente todo el tiempo desde que llegamos a su casa hace unos veinte
minutos. Y tan pronto como lo hicimos, me quité las botas de invierno, mi parka 254
magenta con flores amarillas, y me dirigí a su dormitorio y él simplemente me
siguió.
—¿Preguntar qué?
—Dónde estaba —explico—. De vuelta en St. Mary's. Podrías haber
preguntado a alguien dónde estaba.
En lugar de buscarme.
En todas las aulas.
Y en los pasillos.
Ensancho los ojos, burlona.
—Y en el campo de fútbol.
En la biblioteca.
La diversión pasa por sus ojos. —Y la cafetería.
—¿Qué?
Sus labios se mueven. —También te busqué en la cafetería.
—Oh, claro. Me olvidé de eso. Culpa mía. —Levanto las cejas—. ¿Y qué?
Podrías haberte ahorrado la molestia y simplemente preguntar a alguien.
—Lo hice.
—¿A quién?
—A una de tus amigas.
Esta vez mis ojos se abren de par en par en una serio conmoción.
—No Ca…
Estrecha sus ojos, sin embargo, algo parpadea en ellos.
—¿También estamos protegiendo mi reputación de mi hermana?
Me muerdo el labio.
—No. Es que…
—¿Qué?
Hago una mueca, dándome una patada por haber sacado el tema ahora
de todos los lugares y momentos. ¿Y si cambia de opinión ahora?
¿Y si se da cuenta de que no podemos hacerlo?
Genial, Wyn. Simplemente genial.
—Es que ella lo sabe. Sobre mi Hombre Misterioso. Así es como la he
estado llamando. Antes de saber… —Miro fijamente a sus ojos—. Quién eras tú.
Pero en fin, ella sabe que conocí a alguien y que me cambió la vida y… Pero no
sabe que eres tú. No sabe que nos hemos conocido antes y siento que la estoy
traicionando al no decírselo. Pero tengo miedo de que si se lo digo, ella podría…
—Ella podría… 255
—¿Enloquecer? No lo sé. Puede que me odie por haberle ocultado todos
estos secretos. Y además —trago saliva, sin dejar de mirarlo a los ojos—, ahora
todo es mucho más complicado, ¿no?
Porque estoy contigo. Aquí.
Porque estuve esperando y esperando a que me tomaras. Y porque
finalmente me has tomado.
No tengo que decírselo. Ya lo entiende.
Se ve claramente en sus rasgos, que están marcados en líneas apretadas
mientras me mira fijamente.
—No para ti, no —dice por fin.
—¿Qué?
—No es complicado para ti —explica, flexionando sus tensos bíceps—. Es
complicado para mí. Porque soy yo quien te trajo aquí. Yo soy quien te tomó. A
pesar de… —Su mandíbula se aprieta—. Todo. Así que ahora, este secreto es
mío. Me pertenece. Soy yo quien la ha traicionado. Así que si mi hermana quiere
odiar a alguien, puede odiarme a mí. A ti no.
—Pero yo…
—Tú no, Bronwyn —dice con severidad—. ¿Lo entiendes?
Trago de nuevo, mi corazón se retuerce.
Esto no es lo que quería.
No quería darle más cargas. O responsabilidades.
—Ahora eres mía —continúa diciendo—. Así que tus secretos son míos. No
quiero que te preocupes por algo así. Es tu mejor amiga y siempre lo será. Me
aseguraré de ello.
Incluso después de que se haya ido, quiere decir.
Eso es lo que quiere decir, ¿no?
Después de que esto termine. Después de que haya hecho mi trabajo y
llenado su vida con todos los colores y toda la alegría. Y después de que deje de
quererme, se asegurará de que no pierda a mi amiga.
Porque por eso me trajo aquí. Para sacarme de su sistema.
Para joderme.
Aprieto las manos a los lados. Aprieto mi vientre.
Porque el dolor es inmenso.
Y me golpea de la nada.
Pero lo ignoro porque lo quiero y le daré lo que quiera. Lo elegiré a él antes
que a mí y a este dolor.
Tragando, susurro: 256
—Bien. —Trago, esta vez con una sonrisa trémula—. Gracias.
Sus rasgos se contraen por un momento al percibir mi sonrisa. Como si
estuviera pensando lo mismo. Como si estuviera pensando en el final antes de
que hayamos empezado.
Pero se le pasa rápido y dice: —Fue tu otra amiga.
—¿Cuál?
—La que siempre. —Sacude la cabeza con una leve mueca—. Está
dándome miradas.
Un casi grito me sobresalta de la nada. —¿Poe?
—Sí.
—¿Así que te dijo que estaba en casa?
—No —suelta—. Me dijo que era para que ella lo supiera y para que yo lo
averiguara. Dónde estabas.
Esta vez dejé escapar la risita. —No lo hizo.
—Lo hizo. Con esas mismas palabras.
Sus ojos se vuelven suaves cuando me río un poco más. —¿Y cómo lo has
descubierto?
—Tu otra amiga —responde, todavía apoyado junto a la puerta—. La que
sabe jugar al fútbol. La única que sabe jugar al fútbol.
—Entonces, Salem. ¿Así es como supiste que tenías que conducir hasta
mi casa?
—Sí.
—Y así lo hiciste.
—Y así lo hice.
—Y llamaste a mi puerta y preguntaste por mí.
Entonces despliega los brazos. —Y llamé a tu puerta y pregunté por ti, sí.
—Y…
Da un paso hacia mí. —Y he esperado dos horas.
Sacudiendo la cabeza, doy un paso atrás. —Lo sabía. Lo sabía. Sabía que
estabas esperando.
—Y luego te vi coquetear con uno de tus fans —dice, su voz adquiriendo
un tono peligroso, sus ojos clavados en mí mientras sigue avanzando.
Mis pies tropiezan pero sigo retrocediendo, acercándome a la pared junto
a su cama. —¿Qué fan?
Su mandíbula se tensa por un segundo. —El tipo con el que estabas
hablando. Riendo con él. En el auto.
—¿Charles? 257
—Así que ahora también hay un Charles.
—Oh, Dios mío, estás loco —digo, riendo—. Charles es como… es mi
amigo. Y es viejo.
—¿Si?
—Sí.
—¿Cuántos años?
Una corriente me atraviesa ante sus palabras, ante la pregunta familiar
que me hace. La mirada de sus ojos mientras avanza hacia mí y yo retrocedo.
—Más viejo —susurro.
—¿Cuánto más viejo?
Me muerdo el labio. —Mucho. —Cuando sus ojos brillan aún más, digo—
: Probablemente tenga sesenta años. Tiene una nieta, Janie. Le estaba dando un
dibujo que hice para ella. Le gusta el Hombre Araña, pero estoy tratando de
cambiarlo y hacer que se convierta en Iron Man.
No sé por qué, pero su pecho se ondula ante esta información. Se mueve,
y sus puños se cierran como si algo, una gran emoción, se moviera a través de
él. Entonces, murmura como para sí mismo. —Ella nunca se rinde, ¿verdad?
—Deja…
—¿Cómo se llama este? —pregunta, acercando su barbilla a mis labios,
acercándose cada vez más.
Mi lápiz de labios.
Estoy usando uno ahora.
Después de hacerme venir y explicarme todas las cosas, estaba lista para
que nos fuéramos. Pero le dije que necesitaba algunas cosas antes de que
pudiéramos irnos. Así que entré corriendo en la casa, agarré las cosas que
necesitaba, entre las que estaba este pintalabios que llevo, y volví a salir
corriendo para ir con él.
Marta sí me pilló entrando y saliendo, pero cuando le dije que iba a una
fiesta y vio la ropa que llevaba —sí, yo también me he cambiado de ropa; me he
arreglado para él— me dejó ir sin pestañear.
De todos modos ahora, respondo, mordiéndome el labio.
—Adicto al rojo.
Sus ojos se encienden ligeramente.
Hasta que no te busque en la escuela o conduzca hasta tu ciudad y llame a
tu puerta como un adicto.
Eso es lo que me dijo, así que me pinté los labios de ese color, rojo granate
oscuro, para él. 258
—¿Te gusta? —pregunto.
Ante mi pregunta, se estremece y su voz se vuelve espesa y gruesa. —Ven
aquí.
Yo no.
Sigo. —¿Qué pasa con mi vestido?
Sus ojos se dirigen a mi vestido. Es un vestido granate a juego con el
pintalabios. Es de encaje y muestra más escote que el que llevaba el día que lo
dibujé. Y cuando me quité la parka magenta y lo revelé, pensé que diría algo.
Pero aún no lo ha hecho.
—Bronwyn, ven de una puta vez.
Pero no le obedezco. Sigo caminando hacia atrás hasta que no puedo.
Hasta que toco la pared.
La pared que está tan desnuda como la de la oficina contra la que me paro
cada mañana. Excepto que hoy no he podido hacerlo.
Así que estoy aquí.
Y con la respiración dispersa, digo: —Tengo un sueño para ti.
Al oír esto, se detiene bruscamente, y sus rasgos se vuelven tensos y
severos.
—Escribí algo para ti en ese papel rosa. Un sueño que tuve anoche —digo,
jugueteando con la tela de mi vestido—. Pero hoy no he podido dártelo. Y ahora
no quiero hacerlo. No quiero darte algo que escribí en un papel. Cuando
realmente quiero darte algo más, un tipo de sueño diferente.
Para cuando termino, su cuerpo se ha vuelto el más tenso que de lo he
visto nunca.
Todo músculos abultados y crestas bajo su jersey oscuro.
—Un sueño diferente —repite con voz desgastada.
—Sí —susurro, apretando la tela de mi vestido oscuro y deslizando el
dobladillo hacia arriba.
Su mirada se dirige inmediatamente a mis manos. Y se fija en ellas.
Veo que empieza a respirar más rápido, que su pecho se expande y se
contrae mientras digo: —He querido, pero… estaba esperando el momento
adecuado. Estaba esperando a que lo quisieras, a que me quisieras. Y resulta
que sí me quieres. Y que estabas fingiendo. Eres tan bueno en eso, en mantener
todos tus pensamientos y emociones bajo control. Para hacerme pensar lo que
quieres que piense, aunque no sea verdad. Odio eso, y vamos a hablar de eso en
algún momento.
Las cosas parpadean y se mueven en sus ojos ante mis palabras, pero sigo
adelante, tanto con mis palabras como con el dobladillo de mi vestido.
259
—Y por eso quiero darte, mostrarte, algo que he hecho.
Algo que hago todas las noches.
Algo que decoro con espinas afiladas y bonitas rosas.
Una obra de arte.
En mi cuerpo.
Que he estado escondiendo bajo mi ropa.
De todos.
De ti.
Traga cuando me detengo de nuevo, llevando mi vestido hasta allí.
Justo ahí, carajo.
Una micro pulgada arriba y lo verá.
Verá las cosas que me hago. Cómo escribo su nombre.
Esta es la última barrera, ¿no?
He derribado todas las suyas y ahora esta es la mía. Mi única y pequeña
barrera.
Que llevaba tiempo queriendo romper y por eso es un alivio.
Una euforia por poder mostrarlo.
Y lo hago.
Me subo el dobladillo y luego me quito todo el vestido de encaje, dejando
al descubierto mi cuerpo ante él. Incluso me quito las bragas y me las quito con
la punta del pie, dejándome toda decorada y desnuda.
—No quiero darte un sueño escrito en un trozo de papel cuando puedo
darte uno escrito en mi cuerpo —susurro, mis ojos audaces y descarados, mi
cabello de Rapunzel cayendo por mi columna desnuda en una cortina marrón
claro.
Por un segundo, no pasa nada.
Está congelado, inamovible frente a mi cuerpo desnudo. Ante mis espinas
y rosas.
El corazón me late y retumba en el pecho y siento que un escalofrío se
instala, tiñendo de azul mi acalorada piel.
Pero entonces sucede.
Pieza a pieza. Poco a poco.
Comienza a descongelarse. Empieza a calentarse, incluso.
Comienza con sus ojos, de un azul oscuro que ahora parecen aún más
oscuros. Más pesados, más intensos, más vivos. Y hace un segundo estaban
enfocados en mis manos, pero ahora están… desenfocados. 260
Están frenéticos.
Están por todas partes.
Como sus manos cuando me besaba.
En mis muslos, donde su nombre está escrito en elaborados remolinos. En
el bajo vientre, donde he escrito su nombre con un tipo de letra stabby. Luego
saltan al lado de mis costillas, donde he utilizado una combinación de ambas. A
continuación, en el lugar justo debajo de mis pechos y luego en mi vientre de
nuevo, donde he dibujado una rosa alrededor de mi ombligo, y en los pétalos, he
escrito su nombre de nuevo en una letra diminuta.
Y mientras sus ojos se mueven, dando vueltas, barriendo y yendo de un
lado a otro de mi cuerpo, los músculos de los suyos también se mueven.
Cambiando y expandiéndose y subiendo y bajando.
Mientras respira de forma salvaje. Cuando separa su boca. Mientras su
pulso se acelera en el lado de su cuello.
Y luego hay ruidos. Un gruñido, creo.
Procedente de lo más profundo de su pecho agitado. Probablemente
originado en algún lugar de su estómago que se contrae y expande.
Finalmente llega, ese fenómeno que le está sucediendo, este
descongelamiento y calentamiento, a sus piernas.
Porque se mueven.
No, en realidad, arremeten.
Saltan a través de la distancia que nos separa y, antes de que pueda
siquiera parpadear, él está justo ahí. Aparece ante mí, tan cerca que su pecho
vestido de jersey casi roza la punta de mis pechos.
Y entonces ese casi roce se convierte en un petardo abrumador cuando se
inclina y engancha un brazo alrededor de mi cintura desnuda. Cuando me tira
hacia él, dobla las rodillas y me levanta. Y cuando hace todo eso, mi suave cuerpo
desnudo, mi suave piel desnuda se desliza y se retuerce sobre sus vaqueros
rasgados y su jersey de lana.
Haciendo que me quede sin aliento.
Me hace estar inquieta y caliente.
Y tan… tan húmeda.
Tan húmeda como los besos que me está dando.
Porque lo es.
En cuanto me hace subir a su cuerpo, me pone la boca encima. Y, por
supuesto, me aferro a ella. Por supuesto, le chupo el regordete labio inferior y él
chupa la mío con el mismo vigor.
Y me lleva a algún sitio. Como lo hizo en mi casa cuando me tenía en sus
261
brazos.
No solo eso, sino que también inclina mi mundo, de nuevo como hizo
antes, pero esta vez mi espalda choca con sábanas calientes en lugar de con la
fría hierba. Y una vez más, está encima de mí.
Se acomoda sobre mi cuerpo desnudo, su pecho musculoso e implacable
presionando mis tetas gordas y sus muslos vestidos de vaqueros rozando los
míos. Y su boca sigue besando, mordiendo y chupando mientras sus manos me
palpan.
Mientras sus manos, tan ásperas y deliciosas como su ropa, recorren mi
cuerpo.
Aprietan mis tetas desnudas. Presionan mis delicadas costillas antes de
bajar y amasar mi culo. Antes de bajar más y masajear mis muslos. En realidad,
tiran de mis muslos, los pasan por encima de su cintura, y yo los enrollo
alrededor de sus caderas con fuerza. Incluso cruzo mis tobillos a su espalda y
me muevo.
Froto mi coño desnudo en su ropa mientras él rompe el beso y se dirige a
mi garganta.
Donde lo primero que hace es hincar los dientes y morder.
Y me sacudo como si alguien me hubiera electrocutado.
También gimo fuerte y claro e inclino la cabeza hacia un lado para darle
más espacio, más piel para morder. Para chupar, cosa que hace un segundo
después.
Chupa mi suave carne como si bebiera de ella. Como dijo que haría.
También frota su nariz en mi piel como si me respirara.
Antes de llevar su boca a mi pecho. A mis tetas para ser exactos.
Pero no al pezón. Donde me doy cuenta de que lo necesito más. Sino a la
inclinación de mi pecho, a la parte carnosa, en la que inmediatamente vuelve a
hundir sus dientes mientras mi espalda se arquea con corrientes pulsantes.
Y entonces comienza a chupar mi carne regordeta.
Me arqueo hacia arriba y hacia su boca mientras él chupa y chupa. Con
tal fuerza, Dios, con tal tirón que sus mejillas se ahuecan. Me doy cuenta; lo
hago. Sus afiladas mejillas forman hoyos y sus altos pómulos suben a medida
que chupa y tira de mi pesada teta hacia arriba y lejos de mi cuerpo.
Antes de soltarla y hacerla rebotar y sacudir.
Y un hematoma rojo florece en mi pálida piel.
Antes de que me dé tiempo a respirar, se sumerge de nuevo. Hace lo mismo
con mi otra teta antes de ir por los pezones. Esas cosas palpitantes y dolorosas
que han necesitado su atención desde hace años. 262
Y luego se mueve más abajo.
A mis costillas, mi cintura, mi vientre.
Que también he decorado para él, con una cadena para el vientre, la única
pieza de joyería que me pareció apropiada. No quería llevar nada encima, excepto
su nombre.
Ahora tira de la cadena.
Tira de él mientras baja hasta mi ombligo.
Mientras tanto, me retuerzo bajo él, gimiendo, mojándome cada vez más.
Toda humeante y caliente.
Pero cuando llega a mi bajo vientre y siento sus hombros rozando mis
muslos, cuando siento su barbilla rozando la parte superior de mi muy mojado
montículo, le aprieto el cabello.
Tiro de él y me retuerzo contra él mientras digo:
—Conrad, espera…
No lo hace.
Está ocupado pintando mi piel con sus dientes y dándome mordiscos de
amor.
—C-Conrad. —Vuelvo a tirarle del cabello, subiendo sobre mis temblorosos
codos—. ¿Qué estás… qué estás haciendo?
Por fin, levanta la vista y lo que veo hace que se me resbalen los codos y
me hace caer de nuevo en la cama.
Lo que veo es un hombre poseído.
Con ojos oscuros, negros y un rostro duro.
Un rostro con tantas aristas afiladas y espinosas que si no hubiera dicho
eso, allá en mi casa, si no me hubiera reclamado como su flor, todavía me sentiría
como tal.
Todavía me sentiría aterciopelada y suave y femenina frente a su pura
masculinidad. Su aguda e intensa posesividad.
Incluso sus manos son posesivas y masculinas por la forma en que
mantienen mis muslos abiertos para él.
Veo que su pecho sube y baja contra la cama mientras vuelvo a preguntar:
—¿Qué haces?
Se lame los labios rojo oscuro. —Disculpándome.
—¿Qué?
—Por volver a mentirte. —Recorre con sus ojos la longitud de mi cuerpo—
. Por hacer que te escondas de mí.
Mi corazón se retuerce al recordarlo. Que, de hecho, me ha vuelto a mentir. 263
—Me buscaste.
—Sí.
—Has venido a mi casa —susurro—. Me deseabas. Todo este tiempo. —
Empuño más su cabello—. Pero has fingido que no.
El arrepentimiento aparece en sus rasgos.
—Lo hice.
Sacudo la cabeza, clavándole las uñas en el cuero cabelludo. Luego, con
los ojos entrecerrados, digo:
—Entrenador Thorne.
A mi “entrenador Thorne” le pasa algo.
Justo delante de mis ojos, se expande y se hace más grande. Sus músculos
sobresalen y los huecos de su cara se vuelven más afilados. Se vuelve más
hermoso, más letal.
De alguna manera, más mío.
Mientras aprieta la mandíbula y gruñe:
—Sí, y ahora voy a pedir malditas disculpas por ello.
Con eso, vuelve a mi coño.
Pasa su nariz por mis cremosos labios, oliéndolos. Tomando su aroma.
Casi resopla mi aroma. Y entonces lame.
Dios, qué bien lo lame.
Me lame todo el coño, lo chupa en su boca y hace que me corra.
Es vergonzoso lo fácil que soy.
Que zorra que con un lametón ya estoy ahí. Me estoy viniendo en su boca
pero no puedo odiarme por eso. He estado esperando este momento durante
mucho tiempo y él me ha excitado.
Me tenía al borde, así que mi rosa estalla en su boca y se la bebe toda.
Incluso mete la lengua dentro y siento una presión. Muy pequeña, pero
está ahí. Me dice que hay algo dentro de mí, lo que me hace apretar las sábanas
mientras me retuerzo en su boca, con la cadena del vientre sacudiéndose y
haciendo ruidos suaves.
Conrad también hace ruidos pero no son suaves.
Dios, no.
Están crecidos y cachondos y juro que los siento en mi coño. Y Jesús, me
corro otra vez.
Por segunda vez.
O es la tercera, no lo sé.
Y no tengo capacidad cerebral para contar porque en cuanto me hace 264
venir, se levanta de entre mis muslos.
Como una especie de dios griego, un guerrero vikingo con su largo cabello
rubio oscuro en los ojos, y se pone de rodillas, con la boca húmeda.
E hinchada.
Entonces, como el día que lo pinté y le pedí que se quitara el jersey, se
acerca y se engancha a la parte trasera del jersey antes de quitárselo del cuerpo
y tirarlo en algún sitio.
Pero lo que hace que mi respiración se vuelva loca y que me tiemble el
estómago es el hecho de que, mirándome fijamente, empieza a desabrocharse la
camisa. En realidad, empieza por los puños, lo que de alguna manera hace que
todo sea aún más caliente.
Porque, por alguna razón, le hace parecer tan maduro y crecido,
empezando por los puños, revelando su gran reloj de plata.
Luego pasa a su botón superior y, justo delante de mis ojos, lo repasa con
tanta gracia, tan rápido y a la vez tan lento que para cuando termina y se saca
los faldones de la camisa de los vaqueros, yo estoy hecha un lío.
Soy un desastre húmedo.
No es que no lo estuviera antes.
Pero estoy bastante segura de que ya he vuelto a tener un orgasmo porque
mi canal no deja de palpitar. Mi canal no deja de gotear. Y en algún momento de
los últimos segundos, probablemente parpadeé o algo así, porque lo siguiente
que sé es que su gloriosa, ondulante y musculosa carne queda al descubierto.
Y Jesucristo, tiene una V.
Pero antes de que pueda maravillarme, baja hacia mí.
Pero no hasta el final.
Se inclina sobre mí, con sus dos manos a cada lado de mi cara, su larga
melena formando una cortina súper sexy y masculina sobre su frente y mis
brazos se acercan a él.
Mis manos agarran sus bíceps e incluso levanto mis muslos y los envuelvo
alrededor de sus calientes y desnudos costados como una especie de gimnasta
desvergonzada y cachonda.
Con una voz muy gutural y profunda, dice: —Soy un imbécil, Bronwyn. Tu
entrenador Thorne es un imbécil egoísta y cruel. Por hacerte eso. Por hacerte
pasar por una mierda otra vez.
Ruedo la cabeza de un lado a otro. —No, por favor. Solo… solo quiero…
—Especialmente cuando todos los días estoy junto a esa pared. Y lo huelo.
—¿Qué?
—Me pongo junto a la pared donde te encuentras y froto mi nariz contra
los ladrillos, con la esperanza de captar un olor tuyo. Y cuando lo hago, abro la
265
puta boca y me lo bebo. Tu entrenador Thorne te bebe y luego se golpea la cabeza
contra la pared por hacer eso. Por hacer algo tan depravado. Y entonces, aunque
se maldice a sí mismo, odiándose por querer a su pequeña alhelí prohibida, va
a su silla. Se sienta en ella y abre su carta rosa. La abre y la lee él mismo.
Ahora me estremezco, arqueando la espalda, clavando las uñas en sus
bíceps. —C-Conrad, por favor.
—Y cuando lo hago mi polla se pone dura. Se pone dura —me dice, con el
estómago contraído—. Porque normalmente ya está dura en el momento en que
entras por la puerta y se queda así hasta que te vas. Pero cuando leo tus cartas,
Bronwyn, cuando veo esas palabras escritas con tu delicada y florida letra, se
me pone dura. Mi polla palpita. Palpita y gota tras gota de pre-semen se desliza
por mi polla. Pero no me masturbo, no. Porque me estoy castigando, ves. Me
estoy castigando por querer algo tan joven y dulce. Pero me equivoqué, ¿no?
»Porque todo este tiempo yo también te estaba castigando. Te estaba
torturando. Haciéndote esperar, haciéndote sufrir bajo mis manos cuando cada
noche, te haces para mí. Te decoras a ti misma. Escribes mi nombre en cada
centímetro de tu cuerpo tan dulcemente. Haces flores en él. Mi alhelí hace flores
en su cuerpo para tu espina y en vez de apreciar eso, en vez de besar cada
centímetro de su cuerpo, hago que tu carne arda. La coloreo de rosa y de morado.
Pero ya no, ¿entiendes?
—Conrad, tú no…
—No voy a dejar que te escondas de mí. No de mí —dice, sus bíceps se
agolpan bajo mis manos—. No como has tenido que hacer con otros.
Mi corazón se aprieta de nuevo.
Sé a qué se refiere. Sé a lo que se refiere, a mis padres, a mi ciudad, y
solo… solo lo quiero aquí. Sobre mí. Dentro de mí. Cerca de mí.
—Conrad —susurro porque es lo único que puedo hacer ante tanto amor
que me presiona.
Para él.
—No voy a dejar que guardes más secretos —insiste—. Nada se
interpondrá entre nosotros, Bronwyn. Voy a destruir todo lo que lo haga. Incluso
ese pequeño pedazo de carne.
—¿Pedazo de carne?
Se baja ligeramente, sus brazos se tensan, se doblan como si estuviera a
punto de hacer una flexión. —Ese pequeño trozo de carne que me obsesiona.
Que te mantiene tensa y pura.
Mi canal pulsa por millonésima vez esta noche.
O tal vez nunca se detuvo.
—¿Mi virginidad? 266
Él baja aún más y yo arqueo la espalda, mis pezones magullados rozando
su duro pecho. Mi coño se frota contra su vientre desnudo ahora que ha bajado
lo suficiente para que yo pueda hacerlo.
—Sí. Tu virginidad. —Se le escapa una bocanada de aire—. Y no solo me
obsesiona, no. No solo estoy constantemente, constantemente pensando en
meter mi lengua ahí abajo, dentro de tu agujero rosado, para poder saborearlo,
ese pedacito de carne. En mi puta boca. Antes de rasgarlo con mi polla. Como
acabo de hacer.
—Tú…
—Sí. Y sabe tan bien como tu coño. Rosy.
Mi canal palpita, recordando esa presión dentro de mí cuando me metió la
lengua. Y sigo frotando mi húmedo y cremoso agujero en las apretadas crestas
de sus abdominales mientras pregunto: —¿En qué más estás pensando?
—También estoy pensando en el hecho de que está ahí para mí —dice con
voz ronca, mientras sus dedos aprietan las sábanas—. Que lo has conservado,
tu himen, todo intacto para mí. Soy lo suficientemente arrogante como para
pensar que todos estos años has mantenido tus piernas cerradas y tus faldas
hasta las rodillas para poder mantenerlo todo a salvo. Del resto de esos
imbéciles, de esos putos fans tuyos, porque me has estado esperando. Has
estado esperando que viniera y lo tomara. Quieres que mi polla te la robe y te
haga sangrar. Y luego quieres que mi polla pinte tu rosa ahí abajo, tu bonita rosa
rosada, con mi semen. Yo y nadie más. Así de arrogante y egoísta he sido,
Bronwyn. Así de egoísta y cruel es tu entrenador Thorne, que te hace estar junto
a una pared y leer esas cartas y te hace esconder tu cuerpo de él.
Mis manos vuelan hacia su cara, sudorosas y apretadas. —Yo también lo
quiero. Lo quiero. Y lo hice. Lo guardé para ti. No dejaría que nadie lo tomara.
—¿Sí? —Pasa sus labios por los míos y yo los chupo como si fueran
caramelos.
Asiento, soltando sus labios con un chasquido.
—Sí. Solo tú. Solo mi espina.
Por último, se deja caer sobre mí y me susurra al oído:
—Sí, mantuviste tu coño rosado y puro para mí. Encerrado firmemente
contra todos esos bastardos cachondos que, si tuvieran la oportunidad, te
machacarían de siete maneras hasta el domingo, incluso si no lo quisieras.
Porque eres mía, ¿no? Porque estás hecha para mí.
Estoy tan delirante ahora mismo que vuelvo a asentir.
Sin palabras.
Y entonces se acerca a mi oreja, me lame el lóbulo mientras susurra:
—Lo siento, Bronwyn. Lo siento muchísimo.
Quiero decirle que ya no estoy enojada con él. Que sí, que quería hablar 267
de sus mentiras pero que ahora no lo hago.
Ahora todo lo que quiero es a él.
Pero él desaparece. Se aleja de mí.
Pero solo por un segundo.
Antes de que pueda abrir los ojos y pensar en formar algunas palabras
coherentes, él está aquí y puedo sentir la punta de su polla, empujando mi
abertura.
Suspendido sobre sus codos, se inclina y deposita un suave beso en mis
labios, susurrando:
—Mi alhelí.
Y entra.
Me mete la polla de golpe y yo arqueo la espalda. Y juro por Dios que me
corro otra vez.
Mi canal palpita en torno a la única cosa que siempre ha querido, él. Y
supongo que lo único que siempre ha querido es a mí también, porque gime y se
deja caer completamente sobre mi cuerpo.
Mi espina.
Acunando mi cara, mete su cabeza en el pliegue de mi cuello,
abrazándome, con sus labios respirando y haciéndome callar.
Mientras su polla está toda alojada dentro de mi cremoso y antes virgen
coño.
Que para ser tan recientemente virgen, se está comportando de forma
tan… gustosamente.
No estoy segura de sí es el hecho de que he llegado al orgasmo tantas veces
esta noche que mi coño está lubricado y abierto. O tal vez es el hecho de que
todavía me estoy corriendo alrededor de su longitud.
Pero no siento el dolor.
Sí, hay presión. Y hay plenitud. Mucho de eso. Pero lo he anhelado durante
tanto tiempo, me ha dolido durante tanto, tanto tiempo que no me importa. No
me importa sentirme llena o estirada.
De hecho, me gusta. Me gusta que esté metido dentro de mí, que mi núcleo
esté lleno de él como mi corazón.
Así que me muevo.
Porque no necesito que se detenga. No necesito que me calle o me haga
sentir mejor. Ya lo hago, con él dentro de mí.
Se lo digo moviéndome debajo de él, arqueándome y retorciéndome. Y él
mira hacia arriba.
Haciendo que mi corazón se retuerza. 268
Sus ojos están alucinados, sus pupilas oscuras y dilatadas. Sus rasgos
también son oscuros, tensos y apretados. Tiene una mancha de sudor en la
frente, de tanto aguantarse, creo. Incluso si sintiera algún dolor, este
desaparecería ahora ante sus cuidados y su lucha.
—Bronwyn, deja de mo… —se interrumpe, con las palabras arrastradas.
No pasa nada.
No necesita hablar. Yo me ocuparé de él.
Así que sonrío como la flor que soy.
Su alhelí.
Y ahuecando su mejilla, susurro: —Mi Thorn.
Sus ojos se fijan en mi sonrisa. Su cuerpo se concentra en mis
movimientos y se pone alerta.
Se anima sobre mi cuerpo que se retuerce y en mi quinto movimiento, más
o menos, se mueve conmigo. Y yo jadeo, agarrando su cintura y subiendo aún
más mis muslos.
Así que estoy más abierta para él.
Así que puede llevarme. Puede tomar lo que quiera.
Todos mis jugos. Mi néctar.
Todo mi amor.
Y se lo lleva todo.
Al principio, está ahí arriba, mirándome, con la mandíbula tensa y el
cabello en los ojos. Sus músculos sudorosos ondulan sobre mí, moviéndose y
deslizándose como su polla dentro de mi coño. Pero entonces, después de unos
cuantos golpes, se acerca a mi boca sonrosada y acelera. Establece un ritmo
rápido y empieza a moverse de verdad. Golpea de verdad mi coño, haciéndome
sentir de verdad.
De nuevo, espero el dolor pero solo hay placer.
Como si cuando nuestros cuerpos se unen, todo está bien con el mundo.
Todo es liso y suave. Todo son rosas. Cuando estamos así, besándonos y
tocándonos, todo el dolor, todo el tormento desaparece.
Es como un sueño.
Nuestro sueño.
Así que todo lo que hay en este sueño es placer y él y sus encantadores
besos de espina.
Y sigue dándomelos incluso cuando sus caderas se estrellan contra las
mías. puedo oír el slap slap slap de la carne. El chinkchinkchink de la cadena de
mi vientre.
De repente, todo esto se detiene cuando se sacude sobre mí, todo su 269
cuerpo se pone rígido.
Y gime, su boca sigue pegada a la mía.
Entonces lo abrazo fuerte. Más fuerte que nunca.
Porque sé que se va a venir.
Sé que se viene dentro de su alhelí.
A
bro los ojos en una habitación vacía y oscura.
Al principio me entra el pánico.
No porque no sepa dónde estoy —seguro que sé dónde estoy
y lo que acaba de pasar— sino por la hora que es.
En el camino, le dije a Conrad que tendría que volver a mi casa al final de
la noche para que mis padres no descubrieran mi ausencia. Pero no dijo nada al
respecto. Solo apretó la mandíbula y flexionó los dedos sobre el volante.
Así que me preocupa llegar tarde y que todo se venga abajo ahora. Apenas
dos segundos después de que todo haya comenzado.
Pero cuando miro el reloj que parpadea en la mesita de noche, dice que
solo son las 2 de la madrugada y suspiro.
Antes de centrarme en el siguiente problema. 270
¿Dónde está Conrad?
Porque sé que se durmió conmigo.
Recuerdo que una vez que terminamos, se retiró. Fue al baño a refrescarse,
todavía desnudo; recuerdo específicamente haber visto su preciosa espalda
ondulándose, su culo extremadamente apretado y musculoso agitándose al
caminar, y me trajo una toalla caliente. Me limpió entre los muslos, aunque le
dije que podía hacerlo yo misma. Su reacción fue levantar la mirada y seguir
sujetando mis muslos con sus manos posesivas y gruñir:
—Eres mía.
Eso fue todo.
Lo interpreté como: eres mío para cuidar y limpiar.
Así que lo dejé estar.
Y entonces recuerdo que, una vez terminada la limpieza, se subió los
vaqueros de espaldas a mí, entonces sí que le miré el culo, entró de nuevo en su
baño y trajo un bote de pastillas. Me dio una junto con agua y cuando le pregunté
por qué, se limitó a decir:
—Para el dolor.
Quería discutir porque literalmente no había dolor. Pero la mirada de su
cara era súper decidida así que también lo acepté.
Y por fin llegó a la cama.
Me abrazó sin decir nada, nos tapó con una manta y me hizo dormir sobre
su pecho. Ni siquiera aflojó el brazo que me rodeaba, de nuevo algo que recuerdo
específicamente, porque me hacía sonreír y frotar mi nariz en su pecho desnudo.
Después de eso es ahora.
No sé cuándo se despertó y dejó la cama.
Así que levanto mi cuerpo desnudo, hago a un lado la manta y me bajo. O
lo intento. Porque cuando balanceo las piernas hacia el suelo, hago una mueca
de dolor.
Vaya.
Me duele todo el cuerpo. Mis pechos se sienten pesados y mis pezones
palpitan con un dolor sordo. Pero mis muslos… me duelen de verdad. Por no
hablar de que hay un dolor importante en el lugar entre ellos.
Me retuerzo en la cama para probar las cosas y sí, vuelvo a hacer una
mueca de dolor.
Supongo que Conrad tenía razón entonces.
Como siempre, sabía lo que necesitaba.
Lo que me hace sonreír ligeramente, incluso a través del dolor, y más
decidida a ir a buscarlo.
Así que me levanto con cuidado de la cama y camino alrededor de ella,
271
haciendo una mueca de dolor aquí y allá. Pero para cuando busco mi vestido,
que extrañamente no se encuentra por ninguna parte, ya estoy bien para
caminar. Sin embargo, encuentro su jersey, tirado en el suelo, donde tan
sexymente lo había desechado. Así que me lo pongo y voy en su busca.
La casa está en silencio y el pasillo está poco iluminado. Hay luz
procedente de la cocina y del salón, pero me giro en dirección a una puerta que
está abierta al final del pasillo. Supongo que es el patio trasero y estoy en lo
cierto.
Lo es y ahí es donde lo encuentro.
Jugando al fútbol.
O más bien, pateando el balón en la red.
Tiene toneladas de ellos, tirados a sus pies, desparramados por un saco
de red, y los está pateando uno por uno.
Cuando salgo y me acerco a la barandilla para observarlo de cerca, me doy
cuenta de que los patea de forma que golpea la red en diferentes puntos.
Primero la mira fijamente, la red, mientras hace girar la pelota entre sus
dos manos, antes de agacharse y ponerla delante de él. Luego retrocede unos
pasos antes de correr hacia delante y golpear la pelota, que sale volando y golpea
la red donde él quiere. A veces está en el centro, a veces a la izquierda o a la
derecha. Y a veces golpea el poste en la parte superior y cuando eso sucede, la
pelota vuelve a rebotar y él la patea de nuevo. Y de nuevo se lanza al aire y golpea
la red.
Es impresionante.
La forma en que juega. La forma en que su cuerpo se mueve y ondula bajo
su camiseta gris, que debe haberse puesto al despertarse.
Y Dios, en un momento dado hace una voltereta en el aire, su larga melena
revoloteando alrededor de su cara, su magnífico cuerpo yendo de lado, su fuerte
pierna golpeando el balón, y yo pierdo el aliento.
Lo pierdo y me quedo aquí, temblando y asombrada.
Y tal vez pueda oír mis pensamientos, los frenéticos latidos de mi corazón
—no me sorprendería porque son muy fuertes; son como petardos en mi
cuerpo— porque se gira, con el pecho jadeante, los labios entreabiertos y
arrastrando bocanadas de aire.
—Bronwyn —dice, pasándose una mano por el cabello y apartándolo de la
frente.
Me agarro con fuerza a la barandilla. —Hola.
Abandona el balón y su juego de fútbol individual y comienza a dar
zancadas hacia mí. —¿Estás bien? ¿Por qué estás levantada?
En lugar de contestarle, lo observo como una pervertida. 272
Observo su cabello que, a pesar de estar echado hacia atrás, le cuelga en
la frente. Observo su enorme y glorioso pecho, su afilado torso. Esos brazos que
se balancean ligeramente al caminar, esos muslos.
Cuando llega al escalón inferior del porche trasero, me muevo para
situarme en el superior. —Eres increíble.
Frunce el ceño y sus ojos recorren mi cuerpo. —Bronwyn, ¿qué coño estás
haciendo? Hace frío. Vuelve a entrar.
—También estás aquí fuera.
Su ceño se frunce y, antes de que me dé cuenta, se ha agachado, ha
rodeado con sus brazos mis muslos desnudos y mi cintura y me ha levantado
del porche. Me levanta en brazos y mis muslos, doloridos o no le rodean la
cintura.
Rodeando su cuello con mis brazos, le pregunto sin aliento:
—¿Ahora qué haces?
—Llevarte dentro —responde, con una mano puesta en mi columna y la
otra en la nuca—. Donde no haga frío.
Ni siquiera estoy segura de cómo lo hace, acompañándome de vuelta al
interior cuando ni siquiera mira por dónde va.
Cuando me está mirando.
Pero no me importa mientras esté en sus brazos. Así que, tirando de las
puntas de su cabello húmedo por el sudor, le pregunto:
—¿Has oído lo que he dicho? Eres increíble.
—Te he oído.
Le vuelvo a tirar del cabello.
—Así que es un cumplido.
Ya estamos dentro de la casa y, sin dejar de llevarme en brazos, cierra la
puerta tras de sí con el pie y me deposita contra la pared del pasillo. Supongo
que me dejará en el suelo y no quiero que lo haga, así que voy a acercarme a él.
Pero ya está ahí.
Se acerca por su cuenta, se planta entre mis muslos antes de plantar sus
manos también en mis muslos.
Muy por encima de ellos.
Donde está escrito su nombre, entre otros lugares.
En realidad, no se contenta con tocarlo. Empuja hacia arriba el dobladillo
de su jersey, que estaba en algún punto de mi medio muslo, hasta dejar al
descubierto su nombre.
Expone las espinas y las rosas que le he hecho. 273
Y en el proceso, expone la rosa entre mis piernas también.
Cuando termina de abrirme así, exponiendo todas las partes de mí con las
que quiere deleitarse, levanta la vista.
—Cumplido.
Me retuerzo entre su cuerpo duro y sudoroso y la pared mientras digo:
—Sí.
—Como un cabello interesante, quieres decir.
—Uh-huh. —Asiento, mi canal palpita—. ¿Crees que…
—¿Creo que qué?
—¿Crees que alguna vez podría —lo miro fijamente a los ojos—, venir a
verte jugar?
Sus dedos se flexionan sobre mis muslos. —No.
Frunzo el ceño, jugando con las puntas de su cabello. —¿Por qué no?
Apretando la mandíbula durante un segundo, responde:
—Porque ya no juego. ¿Te acuerdas?
—Pero tú entrenas —le digo—. Seguro que a veces juegas con ellos.
—No lo hago.
—¿Qué, por qué no?
Otro apretón. —Porque no quiero.
Estudio sus rasgos, intentando averiguar si está diciendo la verdad. No
estoy segura de que lo haga. Teniendo en cuenta que lo acabo de ver jugando en
medio de la noche.
—Tal vez deberías. Porque creo que te encanta. —Tirando de su cabello de
nuevo, añado—: Lo suficiente como para jugar solo. En medio de la noche.
—Me gusta jugar solo. En medio de la noche.
Entorno los ojos hacia él.
—¿Es lo mismo que tu “no necesito a nadie porque nunca he necesitado a
nadie y soy feliz solo”?
Porque eso fue lo que dijo en el bar cuando lo abracé por primera vez.
—¿Cuánto es el dolor?
Por supuesto.
Eso es lo que hace cuando hago preguntas profundas, distraerme.
Pero no me rindo.
—No hay dolor. Entonces, ¿juegas todas las noches?
Me lanza una mirada.
—No hay dolor.
274
—No. —Sacudo la cabeza y le vuelvo a tirar del cabello—. ¿Y? ¿lo haces?
Sus ojos van y vienen entre los míos, sus dedos se clavan en la suave carne
de la parte superior de mis muslos.
—Sí. Y deja de mentir sobre el dolor.
—No estoy mintiendo —digo—. Entonces, si juegas todas las noches, ¿por
qué no puedes jugar con tu equipo y con todos los chicos que entrenas?
Se desplaza entre mis muslos, frotando su torso sobre mi coño desnudo,
haciéndome jadear.
—Deja de mentir por mentir. Ya te lo he dicho: Me gusta jugar solo y
además no duermo mucho.
—¿Por qué no?
Suspirando, advierte:
—Bronwyn.
Abro los ojos.
—Conrad.
Su agarre se flexiona de nuevo sobre mis muslos.
—¿Necesitas otra pastilla?
—No —respondo solo para ser terca porque él está siendo así.
Entonces se acerca más, sus palmas se mueven aún más hacia arriba, su
pulgar súper cerca de la costura de mi núcleo.
—He visto tu coño, Bronwyn. Está destrozado. Todo rosa oscuro e
hinchado. También he visto la sangre en mi polla y en las sábanas. Por eso te di
la pastilla. Ahora, quiero que me digas si necesitas otra pastilla o no.
Creo que sí.
Pero no se lo voy a decir hasta que me diga su respuesta.
—Te diré si necesito otra pastilla o no —digo, levantando la barbilla—, si
respondes a mis preguntas. —Luego, señalándolo con el dedo—. La verdad.
Me mira fijamente, casi de forma beligerante, pero lo espero.
Dice:
—No duermo mucho porque la casa es silenciosa. Demasiado silenciosa.
Estoy acostumbrado a… más ruido. Así que cuando mis hermanos se fueron uno
a uno y luego Callie se fue, mi sueño también se fue. Y no voy a jugar con mis
alumnos porque me recuerda demasiado.
—¿Qué?
Un gran suspiro.
—El pasado. De cómo solía jugar con mi equipo. Y no me gusta mirar al
pasado.
275
Mi corazón se retuerce entonces.
Se retuerce y se retuerce en mi pecho.
Se aprieta y se contrae y se convierte en la mitad del tamaño de un corazón
normal. Ni siquiera creo que lata. Al menos no de la manera normal.
Late de forma rota, de forma dolorosa.
Por él.
Y siento un escozor en los ojos. Un gran nudo en la garganta mientras abro
la boca para decir algo. Pero no estoy segura de lo que podría decir. Qué podría
decirle en este momento, pero no tengo que hacerlo.
Porque él llega primero.
Y llega con el ceño fruncido.
—¿Estás… —Estudia mi cara con lo que solo puedo suponer que es
confusión—. ¿Estás llorando?
Una lágrima cae por mi mejilla en el momento en que lo dice, pero sigo
negando con la cabeza.
—No.
Sus manos se apartan de mis muslos y acunan mis mejillas.
—Bronwyn. Deja de mentirme, joder.
—No estoy mintiendo.
Limpiando la avalancha de lágrimas de mis mejillas, me dice con fuerza:
—Y deja de llorar, joder. —Y añade con severidad—. En este momento.
Le aprieto el cuello de la camiseta.
—Así no se consigue que alguien deje de llorar, Conrad. No puedes
gritarles —sollozo—. No es así como funciona.
Su rostro se llena de dolor y de una avalancha de emociones. Al igual que
mi avalancha de lágrimas. Y su frente cae sobre la mía, sus dedos arrastrando,
apretando mis mejillas mientras dice:
—Bronwyn, por favor, ¿de acuerdo? Deja de llorar. Deja de llorar. Por favor,
cariño.
Lloro más fuerte por su "cariño".
Este es el momento en que elige llamarme por algo que no sea mi puto
nombre completo.
Este.
Cuando ya estoy tan emocionada por él.
Cuando ya estoy tan enamorada de él que estoy a punto de estallar.
Enrollo mis brazos alrededor de su cuello y aprieto mi frente contra la 276
suya.
—Lo odio, ¿de acuerdo? Ya te lo he dicho. Odio que estés solo. Odio que
incluso estés jugando solo de esta manera. ¿Recuerdas lo que me dijiste?
Siempre seré una artista pase lo que pase. Y tú siempre serás un jugador de
fútbol. Solo porque seas un entrenador y enseñes cosas ahora no significa que
ya no seas un jugador. No tienes que hacerte profesional para encontrar la
alegría en ello, para jugar con un equipo. Todavía puedes hacerlo. Todavía
puedes hacer nuevos sueños y encontrar nueva alegría. Te lo prometo. Puedes
hacerlo.
Entonces presiona su boca sobre la mía. Para besarme.
Para besar mis lágrimas y probablemente para cerrar cualquier otra
palabra que pueda tener sobre esto.
Pero no puedo no devolverle el beso.
No puedo dejar de demostrarle que lo quiero cada vez que puedo. Así que
lo hago.
Le devuelvo el beso con toda la desesperación, con todo el amor que llevo
dentro.
Y toda la lujuria también.
Porque mientras su boca se mueve sobre la mía, sus caderas se deslizan
contra mi coño. Mi coño dolorido y golpeado florece, se llena de crema y se llena
de jugo para él.
Rompiendo el beso, jadea contra mi boca:
—Sé que te destrocé el coño antes. lo he destrozado, pero…
Esta vez lo interrumpo con mi beso al que se aferra, hambriento,
desesperado, antes de susurrar:
—Hazlo, por favor. Fóllame.
En la penumbra, sus ojos parecen brillantes y febriles. Frenéticos.
Tan frenéticos como sus manos que bajan a abrir la cremallera de sus
vaqueros. Yo tampoco me quedo atrás. Aprieto mis muslos alrededor de él y
arqueo mi cuerpo. Incluso llego a arrastrar la mano hacia abajo y frotar mi coño
para extender la humedad.
Para abrir mis labios rosados y facilitarle las cosas.
Aunque no creo que lo necesite. Porque ya estoy tan abierta, tan húmeda
y cremosa.
Y así se desliza dentro de mí tan fácilmente.
Como un sueño. 277
De nuevo, siento muy poco dolor.
Hay dolor de antes, pero no es suficiente para que lo aleje. No me basta
con decirle que pare.
Además, si lo hiciera, me moriría.
Así que lo acerco aún más y respiro con él.
Y mientras respira conmigo, le prometo, en silencio, en secreto y una vez
más, que llenaré su vida con tantos colores, tanta alegría, tantos sueños que
nunca estará solo.
Incluso cuando no yo esté.
Thorn el Original

T
engo tres hermanos y una hermana.
Cuatro hermanos en total.
La gente me pregunta a menudo quién es mi hermano
favorito. Es una pregunta estúpida; quiero a todos mis hermanos
por igual. Pero no los detengo si quieren especular. Y según la más popular de
sus especulaciones, es Callie.
Dicen que Callie es mi hermana favorita de los cuatro.
Y Stellan es mi hermano favorito.
Es una suposición obvia: Callie es la más joven de todos nosotros.
Es mi hermana pequeña.
278
Fui el primero en tenerla en brazos; mi madre estaba descansando
después de un duro parto y mi padre no aparecía por ningún lado.
Volvió una semana después para decirnos que se iba.
Así que, por supuesto, Callie es mi favorita.
Ella es mi corazón. Ella es todos nuestros corazones en realidad.
Todos la queremos, los cuatro, desde el día en que nació.
La otra especulación, que Stellan es mi hermano favorito, vuelve a ser una
obviedad. Aunque tiene ocho años menos que yo, al ser tres minutos mayor que
Shepard, es el siguiente en la lista.
Siempre ha sido mi mano derecha.
Es el más parecido a mí. Si no estoy, él está al mando. Es el que dirige las
cosas y al que responden los demás. Así que de nuevo, es obvio.
Pero la verdad es que, por mucho que lo intente, no puedo elegir un
hermano favorito.
Es como elegir un órgano favorito.
No hay un órgano favorito. Todos son igual de importantes. Todos te
mantienen vivo. Así que mi hermana puede ser mi “nuestro” corazón, pero mis
hermanos son una parte igual de mí.
Y ahora mismo quiero estrangular a cada uno de ellos.
Es sábado y mis hermanos están de visita desde Nueva York. Fue una
visita sorpresa. Llamaron y dijeron que estaban en la casa mientras yo salía a
hacer la compra.
Aunque sinceramente, no es tan sorprendente como todo eso.
Ahora que Callie está embarazada, les gusta venir siempre que sus
agendas se lo permiten. Y teniendo en cuenta lo ocupadas que están sus agendas
—Shepard juega en el New York City FC, Ledger acaba de ser elegido y Stellan
es el entrenador asistente con ellos— es un poco sorprendente que sigan
viniendo cada dos fines de semana, un testimonio de lo mucho que queremos a
nuestra hermana. De lo mucho que queremos cuidarla y comprobar cómo está.
Y lo mucho que no confiamos en el maldito Reed Jackson para hacerlo.
Como todos estamos esperando que meta la pata como la metió nuestro
padre con nosotros.
Aunque tengo que admitir que hasta ahora no lo ha hecho. Hasta ahora
nos ha sorprendido. Y bueno, yo personalmente también puedo dar fe de sus
grandes habilidades como mecánico de automóviles.
Pero esa no es la cuestión.
El caso es que acabo de regresar de mi recorrido por el supermercado y
ahora voy a matar a mis hermanos. 279
La única razón por la que todavía estoy en la puerta y no he hecho mi
movimiento aún es porque estoy en conmoción —en maldita conmoción— por lo
que estoy viendo y no he decidido por quién ir primero.
—Tetas —dice Ledger, con los ojos recorriendo la pantalla del televisor de
un lado a otro y los pulgares presionando los botones de su mando sin descanso.
—Definitivamente tetas.
—¿Qué? —Shepard sacude la cabeza, haciendo lo mismo—. Que se jodan
las tetas, hermano. Las tetas no te mantendrán caliente en una noche fría.
—¿Sí? ¿Y un culo lo hará?
—Uh, sí. Puedes follarte un culo.
Ledger mira de reojo a Shep.
—También puedes coger tetas, genio.
—Lo sé. Pero un agujero es un agujero, amigo mío —dice Shep con
sabiduría.
—De acuerdo. Lo que sea. —Ledge se encoge de hombros. Añade—: Oye,
Stellan. Tu turno.
Stellan, que ha estado concentrado en su libro, pregunta distraído sin
levantar la vista.
—¿Mi turno en qué?
—Para responder a la pregunta.
—¿Qué pregunta?
Ledger sacude la cabeza con exasperación. —Tetas o culo. Tienes que elegir
uno. Y eso es todo lo que tienes por el resto de tu vida.
—Escojo —Stellan pasa la página—, que los dos se callen de una puta vez
y me dejan en paz.
Ante esto, Shep se ríe tan fuerte que falla el tiro y Ledge toma la delantera.
Al menos, por eso creo que Ledge se carcajea como una bruja tonta.
—Déjalo en paz, Ledge —dice Shep, volviendo al juego—. Stella está
abatida.
—Llámame Stella una vez más y limpiaré el suelo contigo —responde
secamente Stellan.
Lo que solo hace que Shep mueva las cejas. —Ooh, juego de palabras.
Stella está peleona esta noche.
Ledger frunce el ceño ante Stellan.
—¿Por qué coño estás deprimido?
Stellan abre la boca para responder, pero, por supuesto, Shepard llega
primero. 280
—Porque una chica que le gusta me eligió a mí.
En este momento, todas las festividades se detienen.
Ledger detiene el juego. Shepard protesta.
—Estaba ganando, idiota. —Y Stellan cierra el libro con un chasquido,
pareciendo dispuesto a dar un puñetazo a Shep.
—¿Qué chica? —pregunta Ledger.
Otra vez Shepard llega primero. —Esta chica increíblemente caliente a la
que ha estado echando el ojo, pero por supuesto ella me ha estado mirando a
mí. Isadora.
—Te lo advierto, joder —dice Stellan con gravedad.
Ledger levanta la mano. —A ver si lo entiendo: una chica llamada Isadora
eligió a Shepard antes que a ti. ¿Qué, está loca?
Shepard golpea a Ledger en la cabeza. —Que te jodan, hombre. Ella tiene
buen gusto. Yo soy claramente el mejor partido.
Ledger le devuelve la bofetada a Shep. —Sí, si quiere coger clamidia quizás.
Shepard frunce el ceño, sentándose erguido. —Tú maldito…
—¿Qué coño es eso? —bramo, sin interés de seguir escuchando sus
estupideces, apretando y soltando los puños.
Los tres saltan en sus asientos y dirigen sus miradas hacia mí.
Y cuando ven dónde están plantados mis ojos, sus ojos se ensanchan.
Se apresuran a quitar los pies de la mesa. Shepard y Ledger apartan sus
mandos y Stellan tira su libro sobre la mesa.
En la que patina y acaba tocando lo mismo que estoy mirando.
—¿Dónde has encontrado esos? —pregunto cuando nadie ha dicho nada—
. ¿Y qué coño hacen en la mesita?
Todos hacen una mueca de dolor y se miran entre sí, culpables.
Lo que me enoja aún más y trueno:
—Si nadie responde en los próximos cinco segundos, voy a aplastarles a
todos las narices. Así que será mejor que abran sus agujeros y empiecen a
hablar.
Shepard es el primero en hablar, mientras señala con el dedo a Ledger.
—Él lo hizo.
Los ojos de Ledger se abren de par en par cuando se dirige a Shepard.
—¿Qué coño, hombre? —Dirigiéndose a mí, dice—: No he sido yo, Con. Ni
siquiera entro en tu habitación y mucho menos… —Hace un gesto en la dirección
general del objeto—, sacar algo de ahí. No quiero morir. Fue Shep. Estaba
revolviendo la casa en busca de pilas, entró en tu habitación, abrió el cajón de
tu mesita de noche y las encontró allí. Y fue él quien las trajo aquí.
281
Shep golpea la parte posterior de la cabeza de Ledger.
—Sí, y quién dijo que ya era hora de que Con tuviera algo, ¿eh? ¿Quién
fue el que dijo, en cuanto vio el par de bragas en mis manos, que gracias a Dios
nuestro hermano mayor había echado un polvo?
La palabra “bragas” finalmente me hace entrar en acción.
Me acerco a la mesa de café y las recojo. Las aprieto en la mano y las meto
en mi bolsillo trasero, lejos de sus ojos brillantes.
Es entonces cuando mi hermano favorito decide romper su silencio. —
Entonces, ¿de quién son?
Giro la mirada hacia Stellan, que me observa con ojos astutos. —¿Qué
acabas de decir?
Se encoge de hombros.
—Solo pregunto. Es muy raro que tengas una chica en casa. ¿Y quién es
ella?
Aprieto los puños, debatiéndome entre estrangular al hermano con el que
siempre he estado más cerca, bueno, lo más cerca que puedo estar de alguien
en realidad, dado el hecho de que sigue siendo ocho años más joven que yo, o
simplemente romperle los dientes para que deje de hablar.
—Limpia esta mierda —le digo antes de clavar mis ojos en los otros dos
imbéciles—. Y a ustedes dos. Si veo a alguno de los dos durante el resto del fin
de semana, me voy a olvidar de que son parientes míos, ¿entendido?
Con eso, salgo de la habitación y me alejo de ellos antes de hacer algo
realmente drástico.
Horas más tarde y después de una tensa cena con mis hermanos, me
encuentro despierto en medio de la noche como siempre. Pero en lugar de dar
patadas a la pelota como suelo hacer, me siento en la mecedora del porche
trasero y me quedo mirando la oscuridad.
—¿Cerveza?
Oigo la voz desde detrás de mí y, sin siquiera mirar, sé quién es. Es el
único que es lo suficientemente valiente como para venir a hablar conmigo
cuando mi estado de ánimo es una mierda.
Caminando alrededor de la vieja mecedora en la que estoy sentado, Stellan
se deja caer en la de al lado y apoya los pies en la barandilla de madera antes de
decir:
—¿Como una tregua?
Miro su tregua y levanto la botella que tengo apoyada en el muslo. —No
estoy de humor para ello. 282
—Whisky, eh.
Me encojo de hombros y bebo un trago como respuesta.
—Las cosas deben ser nefastas —continúa—. Para que tomes lo más difícil.
Directo. Sí.
Son malditamente terribles.
Mi única respuesta es beber otro trago de whisky.
Suspira y da un sorbo a su cerveza. —¿Así que has pensado en ello?
—¿Acerca de perdonarte la vida un día más? Sí. —Lo miro de reojo—. Creo
que te dejaré vivir.
Se ríe, sacudiendo la cabeza. Añade:
—¿Cuánto tiempo vas a seguir evitándolo?
Mis dedos se tensan alrededor de la botella porque sabía que iba a sacar
el tema. Siempre lo hace.
—No lo estoy evitando —respondo—. Estoy diciendo que no. Es que no
sabes cómo tomarlo.
—Con, en serio —dice Stellan con gravedad—. Al menos puedes subir a
ver las instalaciones. Son lo mejor, ¿de acuerdo? Ya lo sabes. Y la FC te quiere.
Te quieren de verdad, joder.
Lo sé.
El New York City FC me quiere como su entrenador.
Me quieren desde hace mucho tiempo. Y han intentado todo para
conseguirme. Hasta hace un par de años, me llamaban cada dos meses. Se
presentaban en el instituto de Bardstown. Una o dos veces, incluso se
presentaron en esta casa. Y todas las veces los he rechazado.
Creo que entendieron el mensaje cuando dejaron de intentarlo.
Pero ahora que Stellan trabaja para ellos, han vuelto a empezar. No es que
me haya movido de mi posición, pero han reclutado a Stellan en su cruzada para
contratarme.
—Sé que me quieren —le digo—. Y saben que no me interesa. Nunca me
ha interesado. Así que por qué no dejas de hacerles el trabajo sucio y les dices,
una vez más, que no voy a aceptar el trabajo.
La mandíbula de Stellan se aprieta, como la mía, y me doy cuenta de que
no va a dejar pasar esto.
Es mi hermano.
—No voy a hacer el trabajo sucio por ellos. Que se jodan. Estoy tratando
de convencerte de que este es el movimiento correcto para ti. Así que
básicamente estoy tratando de hacer tu trabajo aquí: pensar. Entrenar a un
equipo profesional es tu sitio. 283
La irritación se filtra en mi voz mientras respondo:
—No me importan los profesionales, ¿de acuerdo? No lo he hecho en
catorce años y no tengo ganas de volver. Y además, Callie está aquí. Está
jodidamente embarazada. Tengo que estar ahí para ella.
Al mencionar el embarazo de Callie, su mandíbula se vuelve a apretar y
estoy completamente de acuerdo con esa muestra de emoción.
Todos estamos preocupados por ella.
Por su futuro, por el bebé.
—Sí, y todos estamos aquí para ella —dice—. Y cuando tenga su bebé,
también estaremos ahí para ella. Y luego irá a la universidad, Con.
Probablemente terminará en la escuela de sus sueños. Vivirá su vida. Y
estaremos ahí para ella durante todo eso. Pero eso no significa que no puedas
vivir tu vida. No hay razón para que no consideres su oferta.
Nuestra hermana es bailarina, una jodidamente fantástica, y su escuela
de ensueño es Juilliard. Cuando se quedó embarazada y decidió quedarse con el
bebé, esa fue mi mayor preocupación. Que tuviera que renunciar a su sueño,
pero resulta que, gracias nada menos que al apoyo de Reed, sigue intentando
alcanzarlo.
Y sé, lo sé en mi corazón, que lo conseguirá.
Tiene talento. Es muy trabajadora. Es fenomenal.
Como su mejor amiga.
Todo mi cuerpo se estremece al pensarlo.
Mis latidos también se disparan.
Como si de alguna manera, por alguna razón, siempre lo hiciera.
Pero lo ignoro, una reacción tan irracional y severa ante la sola idea de
ella. —La razón es que no me interesa.
—¿Y qué, vas a ser entrenador de instituto el resto de tu vida?
El dolor ataca la base de mi cráneo ante sus palabras.
De manera brutal.
Mordazmente.
El dolor nunca está lejos.
Pero a veces le salen dientes. Me araña con sus garras.
—¿Por qué, no es suficiente para ti ahora? —suelto, con los dedos
apretando y estrujando la botella—. ¿Que soy un entrenador de fútbol de la
escuela secundaria? ¿Ahora que todos ustedes tienen su lugar en los
profesionales?
En cuanto lo digo, sé que no debería haberlo hecho.
Sé que mi hermano no quiso decir eso.
284
Y sé que él sabe que tampoco quise decir lo que acabo de decir de manera
equivocada.
Si estoy seguro de algo en este mundo, es de mi vínculo con mis hermanos.
Hemos pasado muchas cosas juntos.
Un padre alcohólico, su abandono, una madre agobiada y cansada, su
enfermedad, su muerte. La incertidumbre de lo que iba a pasar cuando mamá
muriera. Aunque siempre me aseguré de desterrar esas preocupaciones por
ellos, pero aun así.
Saben que los quiero. Y no solo eso, saben que estoy orgulloso de ellos.
Estoy jodidamente orgulloso de ellos por soñar y alcanzar esos sueños.
Por salir y vivir sus vidas. hacer sus vidas.
También saben que si no lo hubieran hecho, los habría presionado aún
más de lo que lo hice. Habría movido cielo y tierra, montañas y valles para darles
sus sueños.
Porque conozco el dolor.
Conozco el arrepentimiento, la desolación de los sueños rotos.
—Jesús, sabes que no quería decir eso, Con —dice Stellan, disculpándose,
aunque no tiene por qué hacerlo—. Ya lo sabes. Lo único que quería decir era…
—suspira, haciendo una pausa, clavándome una mirada grave y franca—,
escucha, eres mi hermano mayor, ¿de acuerdo? Te quiero, joder. Te admiro,
joder. Eres el mejor hombre que conozco. Y eso me revienta, ¿de acuerdo? Me da
coraje que estés aquí, solo. Cuando todos estamos ahí fuera. Cuando todos
estamos viviendo nuestras vidas. Sé que antes no podías. Sé que tenías
obligaciones. Nos tenías a nosotros. Hemos sido tu mayor obstáculo, tu mayor
barrera. Y renunciaste a tanto por nosotros. Renunciaste a toda tu vida por
nosotros. Tu carrera, tu educación, todo, y si pudiera cambiar eso, Con, lo haría.
Lo haría, joder. Pero no puedo. Todo lo que puedo hacer es tratar de hacerte ver
que no tienes que estar más aquí. No tienes que contenerte. Puedes vivir tu vida.
Necesitas vivir tu vida. Y necesitas estar en ese equipo porque ese es tu lugar.
Además, el entrenador que tenemos ahora es una mierda.
—¿Esa es su opinión profesional como entrenador asistente? —bromeo.
—Joder, sí —dice, sentándose de nuevo en su silla—. Te lo digo yo. Tu
lugar está ahí.
Pienso que pertenezco a ese lugar.
Que debería estar viviendo mi vida ahí fuera.
Hace tiempo yo también pensaba como él.
Pensé que mi vida estaba fuera. Que esta ciudad no es todo lo que hay.
Pensé que saldría de esta ciudad, que haría lo que estaba destinado a hacer —
jugar al fútbol en los profesionales; algo que encontré accidentalmente cuando 285
tenía cinco años o más y tuve la suerte de trabajar con los entrenadores que
alimentaron mi talento— y que sacaría a mi familia de este infierno.
Soñé que mi madre no tendría que trabajar de sol a sol. Mis hermanos no
tendrían que sentirse abandonados por ello. Soñaba que todos viviríamos en una
casa grande, que siempre tendríamos suficientes regalos de Navidad, que iríamos
de vacaciones. Soñaba que seríamos felices.
Pero entonces mi madre enfermó y siguió enfermando. La poca felicidad
que tenía nuestra familia se alejaba cada vez más de nosotros. Estancias en el
hospital, visitas al médico, medicación, quimioterapia, radiación. En realidad,
había tomado la decisión de no ir a la universidad, pero mi madre siguió
insistiendo y fui.
Hasta que me llamaron porque había muerto.
Y todos mis sueños de sacar a mi madre de esta ciudad, de darle la vida
que merecía, de dar a mis hermanos la vida que merecían, se desvanecieron. Mis
propios sueños, el tipo de vida que quería vivir, se desvanecieron.
Estaba triste por eso, sí.
Estaba destrozado.
Pero luego cerré esa puerta. Enterré los pedazos de mis sueños rotos
porque tenía trabajo que hacer.
Porque aunque mis sueños estaban rotos, aún podía ayudar a mis
hermanos, a mi hermana, a realizar los suyos. Eran jóvenes. Estaban intactos.
Todavía no se habían dado cuenta de su potencial.
Así que hice todo lo que pude para que sus sueños se hicieran realidad.
Los empujaba, los alentaba, los animaba, les vendaba los rasguños, los
levantaba cuando se caían.
Y uno a uno fueron consiguiendo todo lo que deseaban.
Que se merecían.
Así que esta es mi vida ahora.
En esta ciudad. En esta casa. Cuidando de mis hermanos, aunque todos
me hayan superado. Y eso está bien. Todos los padres quieren que sus hijos
vuelen y sí, me doy cuenta de que no son mis hijos pero los he cuidado como si
lo fueran.
Aquí es donde debo estar.
—No eres un obstáculo —digo entonces, enfáticamente—. O un
impedimento. Son mi familia y he hecho lo que he hecho, hago lo que hago,
porque los quiero. No porque sean una puta obligación. —Haciendo una pausa
para tomar otro sorbo de whisky, añado—: Y estoy bien. Estoy viviendo mi vida.
Así que no tienes que preocuparte por mí. 286
Porque a lo largo de los años me he dado cuenta de que algunas personas
no pueden soñar.
Algunas personas no consiguen desplegar sus alas y volar. Algunas
personas están arraigadas en el suelo como los árboles.
Sólido, fiable y fuerte.
Gente como yo.
Yo soy ese árbol. Siempre he sido ese árbol.
Intenté desarraigarme una vez. Intenté soñar una vez y me explotó en la
cara. No voy a volver a hacerlo. No voy a soñar ni a alcanzar las estrellas o lo que
sea que digan para inspirar a la gente.
Nada vale ese dolor.
No hay nada en este mundo que valga la pena pasar por ese dolor de
nuevo.
De todos modos, Stellan parece haberse rendido porque su única
respuesta es suspirar y sacudir la cabeza. Lo cual es genial. Me vendría bien un
poco de silencio.
Para reflexionar sobre lo que hice.
Anoche.
Pero resulta que no voy a conseguirlo. Porque después de solo un par de
minutos, mi hermano habla. —¿Así que es especial?
—¿Qué?
Me lanza una sonrisa de satisfacción y yo entrecierro los ojos. —La chica
de las bragas rosas.
Me siento con la espalda recta. —Qué…
—Bueno, tengo que decir que tiene un gran gusto —dice, cortándome—.
Quiero decir, hay algo en las bragas de encaje rosa que simplemente lo hace por
un chico, ya sabes. Y…
—Te lo advierto, Stellan —gruño—. Si hablas así de ella, no lo harás nunca
más.
El cabrón se ríe y da un sorbo a su cerveza. —Entonces ella es especial.
—Cierra la puta boca.
Se ríe de nuevo y se encoge de hombros. —Sin embargo, estoy contento.
Aprieto los dientes.
—¿No me vas a preguntar por qué?
Permanezco en silencio, hundiendo los dedos en la botella. De alguna
manera, soy muy consciente de que todavía tengo sus bragas en el bolsillo 287
trasero de mis vaqueros. Muy jodidamente consciente de que las he tomado esta
mañana, estaban metidas debajo de la cama, y de que las he sentido como gasa
o algo parecido en mis ásperos dedos antes de ponerlas cuidadosamente en mi
mesita de noche lugar de.
En lugar de simplemente… tirarlas.
Igual como también lo hizo esta mañana, la idea me repugna. La idea de
desprenderse descuidadamente de ellos o de cualquier cosa que le pertenezca
es… inaceptable.
Está claro que fue un gran error.
Ponerlas en la mesita de noche.
Donde cualquiera, mis hermanos imbéciles, podrían encontrarlas. Ahora
se quedan cerca de mí, en mi bolsillo trasero. Al menos durante este fin de
semana.
Solo para poder guardarlos.
Esa es la única razón.
El lunes se las devolveré y ya está.
Bebo con furia otro trago de whisky ante el hecho de que esto sea de nuevo
un pensamiento objetable.
Devolverlas.
Maldito Cristo.
Odio lo que me hace. Odio cómo me retuerce por dentro y no entiendo la
razón.
Nunca he sido capaz de hacerlo.
—Bueno, te lo voy a decir de todos modos —comienza Stellan—, es
porque…
—No lo hagas.
—Es porque no es Helen.
Eso me hace reflexionar.
Estaba en proceso de tomar otro sorbo del licor, la botella casi inclinada
hacia mi boca, pero la bajo y miro a mi hermano.
Está sentado ahí, todo despreocupado, dando un sorbo a su cerveza como
si no hubiera dicho nada digno de mención.
Como si no me hubiera tirado una bomba.
Mi relación con Helen no es un secreto para mis hermanos, pero tampoco
es un hecho conocido. Estuve con ella brevemente cuando tenía unos diecisiete
o dieciocho años, y todos mis hermanos eran niños entonces. Stellan y Shepard
tenían diez años, Ledger tenía ocho y Callie apenas cuatro.
Los gemelos sí tenían alguna idea, pero no creo que Ledger y Callie
supieran que yo salía con alguien por aquel entonces. Además, nuestra relación
288
no duró mucho, así que no, no es un hecho muy conocido.
Y probablemente ha habido una o como mucho dos ocasiones en las que
Stellan ha abordado el tema. La primera vez que recuerdo específicamente fue
justo después de la muerte de mamá, cuando me mudé a casa y me preguntó
por ella. Recuerdo que me sorprendió que lo supiera y le dije que no era algo de
lo que tuviera que preocuparse. La segunda vez fue probablemente años después
de eso y para entonces Helen estaba tan atrasada en mi pasado que ni siquiera
recuerdo lo que le dije.
Así que no sé de dónde viene esto.
¿Por qué iba a mencionar su nombre ahora?
Pero sé que me está provocando por alguna razón y, a pesar de saberlo, lo
muerdo. El cebo.
—¿Qué coño se supone que significa eso?
Entonces me mira.
—Nada. Es que nunca has actuado así. Tan posesivo y enojado. Cuando
estabas con ella.
—Tenías diez años cuando estaba con ella. ¿Qué sabes de cómo actué?
Me mira y me dice:
—Sé que eras infeliz. Sé que estabas estresado todo el tiempo. Haciendo
malabares con el trabajo, el fútbol, nosotros y ella. Sé que había días en los que
te escapabas a medianoche, cuando todos nos habíamos dormido y mamá se
había ido a su trabajo nocturno o lo que fuera, y volvías a casa al amanecer o
algo así. Había días en los que estabas muy cansado. Lo vi en tu cara. Y sí, yo
también tenía diez, nueve años, un niño. Pero te olvidas de una cosa muy
importante, hermano mayor: nunca tuvimos una gran infancia, tú y yo. Shep
siempre fue despreocupado. Ledge era un bebé. Callie era en realidad la bebé.
Sé que tú también me consideras un niño, pero no lo soy. Creo que nunca lo fui.
Soy tu puta mano derecha por una razón. Así que, joder, sí, lo sé.
Él inclina la boca de su botella hacia mí mientras continúa:
»Y también sé, aunque nunca me lo has dicho, no es que lo hagas porque
nunca hablas cuando el tema de conversación eres tú, que se casó anteayer. Y
que ahora trabaja en el St. Mary's. En realidad, la he estado observando durante
el último año. Más ahora que trabajas en St. Mary's también. Solo para ver si te
iba bien. Porque cuando no estás bien, tienes la costumbre de morderle la cabeza
a la gente. Como hiciste esta noche. Y por eso estoy feliz.
Estoy aturdido.
No… no estoy muy seguro de qué decir, excepto que… no sabía que era
tan transparente.
289
—No para otros, no. Pero para mí, sí.
Soy transparente para mi hermano pequeño.
Yo.
El tipo que lo crio.
Cómo es que… Ni siquiera puedo calcular eso así que tal vez por eso digo
esto: —Tal vez sea Helen.
Aúlla de risa y no voy a mentir, me molesta un poco.
—¿Helen? Sí, claro. —Se ríe de nuevo mientras continúa—: Está casada.
No la tocarías ni con un palo de tres metros. Porque sabes lo que el engaño le
hace a un hogar. Has visto a nuestro padre. Tú eres el hombre que ni siquiera
tocaba el licor fuerte porque nuestro padre era alcohólico. —Dirige una mirada
mordaz a la botella que tengo en la mano—. Bueno, excepto cuando la situación
es extremadamente grave. Nunca te he visto con resaca o borracho. Eres
demasiado bueno, demasiado moral para ello. Así que no, no es Helen. Y estoy
jodidamente feliz por eso.
Tiene razón. Al menos en una cosa.
Sobre que no haga lo que hizo mi padre: engañar y beber.
No bebo licor fuerte, excepto cuando la situación es extremadamente
grave. Y todo ha sido extremadamente grave desde que empecé en St. Mary's.
¿Entonces lo he subestimado, a Stellan? Como he subestimado a tantos
otros.
Siempre ha sido el más maduro y consciente de mis hermanos. Y sí, esa
es la razón por la que siempre me he sentido cómodo dejándolo a cargo de las
cosas. Pero sigue siendo mi hermano menor y lo he protegido de las cosas, lo he
protegido como al resto.
Pero no sabía que él se daba cuenta de las cosas.
Que estaba más atento a su entorno de lo que pensaba.
—No es culpa de Helen —me encuentro diciendo, confiado—. Simplemente
nunca tuvimos la oportunidad de ser felices. Para empezar, fui un novio de
mierda. Nunca tuve mucho tiempo para ella. Le hice promesas, pero las rompí
todas. La hice esperar. La hice confiar. Así que la culpa es mía.
Lo es.
Además de hacerme soñar a mí, también la hice soñar a ella.
Con una vida mejor. De una mejor relación.
Debería haberlo sabido.
Debería haber sabido que no.
—No, joder —subraya Stellan—. No es tu culpa. Así que tal vez no tuviste
tiempo para ella. Pero no fue por elección. Lo que pasó no fue por tu elección. No
290
querías ser responsable de nosotros. No querías que mamá tuviera cáncer. Pero
lo que Helen hizo, lo hizo por su maldita elección. Rompió contigo cuando
estabas en el punto más bajo de tu vida. Cuando más la necesitabas. Así que
que se joda, ¿de acuerdo?
Sacudo la cabeza. —No podría haberle pedido que caminara conmigo por
esta senda. Yo la arrastraba y ella hizo lo que era correcto para ella. Mi carrera
profesional se acabó antes de que empezara. Ella venía de una familia
asquerosamente rica. Nunca habrían ido por mí. Así que no puedo culparla por
mirar por sí misma.
Y tampoco la culpé por casarse con ese tipo.
Porque la verdad es que habíamos pasado página.
Tenía una vida tan pequeña y tan aburrida como pueda parecer. Un
trabajo, responsabilidades. Sí, no he salido estrictamente con nadie pero he
estado con mujeres. No soy un maldito monje. Si a lo largo de los años he querido
compañía, la he buscado. No es que la estuviera esperando o suspirando por
ella.
Así que no, no la culpo.
Tanto por seguir adelante como por querer mirar atrás.
Porque yo también he querido eso.
Pero no. Nunca hago trampa y no voy a romper esta regla por nadie. Ni
siquiera por Helen.
—Pero puedo —responde Stellan con los dientes apretados—. Por no
haberte elegido. Por no amarte como te mereces. Una mujer que te ama, Con, no
te deja a la intemperie. Camina contigo en la nieve y en el hielo fino si es
necesario. Y si esta nueva puede…
—Esta nueva tiene dieciocho años, joder —suelto.
Stellan hace una pausa por un segundo. Luego añade:
—¿Qué?
Me rechina la mandíbula.
—Va a St. Mary's.
No lo miro, pero sé que me está mirando. Sé que se ha quedado con la
boca abierta y que me mira atónito mientras suspira.
—Santo cielo.
Sí, la mierda tiene razón.
Aun así, no capta la profundidad del error, la profundidad del crimen que
he cometido.
Y la razón es que no se siente como tal. 291
No se siente como un crimen.
No se siente mal. El hecho de que he estado pensando en ella todo el día.
La he estado oliendo por toda la casa. He estado mirando esa mancha de sangre
en mis sábanas. Me he estado masturbando con ella.
Eso es lo que he hecho hoy durante todo el día antes de que llegaran mis
hermanos.
Me masturbé con esa mancha roja en mi cama.
Por el hecho de que anoche lloró por mí. Ella quiere protegerme. Ella quiere
ser mi flor.
Mía.
Pero eso no es todo.
Anoche, antes de dejarla de muy mala gana en su casa, estudié su cuerpo
mientras dormía. Recorrí su piel con mis dedos. Todos los lugares donde había
escrito mi nombre. Todas las rosas y espinas con las que decoró su cuerpo.
Para mí.
En mi nombre.
Por no hablar de que también he jugado con su cabello.
Porque me vuelve loco. Me vuelve jodidamente loco como nadie lo ha hecho
antes.
Joder. Joder. Joder, joder.
—Dora.
La voz de Stellan me distrae de mis furiosos pensamientos y dirijo mi
mirada hacia él. —¿Qué?
Su mandíbula se tensa. —Sé que escuchaste nuestra conversación antes.
Sobre Isadora. Aunque yo la llamo Dora.
Frunzo el ceño. —¿La chica que le gusta a Shepard?
—Le gusta Shepard —se burla antes de decir—: Yo la vi primero.
Oh, mierda.
Tengo un mal presentimiento sobre esto.
Un puto mal presentimiento.
Aun así, como siempre he hecho, mantengo la calma y pregunto: —¿Y?
Puedo ver la tensión en sus rasgos mientras mira fijamente a la oscuridad
durante unos segundos.
—No importa —dice después de un rato, sacudiendo la cabeza—. Tenía
razón. Ella lo eligió a él.
—Pero querías que te eligiera a ti.
Pasan otros segundos.
292
Luego da un gran trago a su cerveza antes de decir:
—¿Por qué la quiero si ella no me quiere a mí? Si quiere a mi hermano de
mierda, puede tenerlo.
—Pero —insisto porque con Stellan es necesario.
Ledger y Shep suelen ser más abiertos. Callie también.
Él traga.
—La quiero. —Mirándome, dice—: Quiero a la nueva novia de mi hermano
gemelo.
Mi propia mandíbula se aprieta al mirarlo.
Mientras estudio su cara, sus rasgos, su relato.
Esto va a doler.
Ya lo veo.
Y como siempre, mi propio pecho se siente apretado cuando mis hermanos
quieren algo pero no pueden conseguirlo. Mi propio pecho se siente asfixiado
cuando digo:
—Tienes que irte. Vuelve aquí. A casa.
Esa podría ser la única manera de superar el dolor.
Mi solución lo hace sonreír y sacudir la cabeza. —Sabía que dirías eso.
Porque siempre estás pensando en nosotros. Sin embargo, voy a estar bien. —
Otro movimiento de cabeza—. Lo que quiero decir, hermano mayor, es que tú no
eres el más imbécil aquí. Por querer a una estudiante de dieciocho años. Así que
tienes que darte un respiro.
Respiro.
No. No puedo.
No puedo porque es demasiado joven. Demasiado brillante, demasiado
preciosa.
Y sé que yo también la he subestimado. Por eso sé que va a hacer grandes
cosas en la vida.
Tal vez debería dejarla ir. La tuve una vez y la única razón por la que lo
hice fue para sacarla de mi mente, de mi sistema.
Pero incluso la idea de eso, la idea de renunciar a ella ahora mismo, es de
alguna manera incluso más objetable que tirar sus bragas.
Aun así, mientras me siento aquí, me prometo a mí mismo. Me prometo a
mí mismo que la dejaré ir.
Que no me la quedaré.
Algún día acabaré con esto. 293
Un maldito día.
Porque aunque mi nombre esté escrito en cada centímetro de su suave y
aterciopelado cuerpo de alhelí, ella no es realmente mía.
N
o puedo esperar a verlo.
No estoy segura de cuál es el protocolo aquí. Pero cuando
me despierto el lunes por la mañana no puedo dejar de sonreír.
Cuando Charles me lleva de vuelta al colegio desde
Wuthering Garden, sé que me voy a perder mi sesión de bocetos de primera hora
de la mañana. Así que no podré verlo dar vueltas alrededor del campo de fútbol.
Lo que me entristece un poco.
Porque quería verlo. Hablar con él, antes de que empiece la escuela, lejos
de todos los demás.
Quería asegurarme de que era real.
Lo que pasó entre nosotros.
Y que me hizo el amor no una sino dos veces. 294
Lo sé. Sé que no hay amor involucrado aquí. Lo sé. Soy demasiado joven
para él y él está enamorado de otra mujer y nunca me amará, pero aun así.
Para mí era hacer el amor porque lo quiero.
Porque soy el alhelí para su espina.
Así que nadie puede apagar mi entusiasmo en este momento.
Sobre todo porque después de esa segunda ronda de sexo en el pasillo, en
la que no dejaba de besarme, no me dejaba respirar nada más que el aire de sus
pulmones, le hice el desayuno y lo sorprendí por completo.
Después de que me dijera el otro día que no era un gran cocinero, decidí
que si tenía la oportunidad cocinaría para él.
Porque soy una cocinera de primera.
Tuvimos una cocinera durante un par de años que se convirtió en mi amiga
y que me enseñó cosas. Así que sé cocinar prácticamente de todo. Y como era
tarde en la noche, lo que podría estirarse y llamarse súper temprano en la
mañana, le hice panqueques y una tortilla de espinacas.
No voy a mentir, estaba un poco sorprendido.
—Sé lo que estás pensando.
—¿Si? ¿En qué estoy pensando, Bronwyn? —preguntó, de pie en el umbral
de la cocina, apoyado en la pared como siempre que me observa en su espacio.
—Estás pensando, Conrad —amplié los ojos, lo que hizo que se le escapara
una pequeña sonrisa—, que ¿cómo es posible que Bronwyn sepa cocinar? Una
adolescente que no conoce los caminos del mundo. ¿Cómo es posible? Pero he
de decir que…
Eso fue todo lo que pude decir antes de que se me echara encima.
Antes de que me levantara de nuevo, con su boca besándome como si no
pudiera soportar la idea de romper nuestros besos, y me dejara en la isla de la
cocina.
—Pero ahora conoces los caminos del mundo, ¿no? —dijo sobre mis
labios—. Yo te he enseñado. Te estoy enseñando. Y te voy a enseñar más.
Le agarré el cabello. —¿Dices que ya no soy un adolescente?
—Lo eres, joder —dijo antes de recorrer con sus ojos mi cara y continuar—
, pero eres diferente. Eres más.
Entonces sonreí.
Lentamente y con seguridad.
Porque, Dios mío. ¿Realmente acaba de decir eso?
Y entré para preguntarle, para confirmar, pero procedió a besarme de
nuevo antes de bajar y besarme también ahí abajo.
Ah, y también descubrí, mientras le preparaba tortitas y él se sentaba en
295
esa misma isla de la cocina, mirándome con sus labios rojos y húmedos, lo que
pasó con mi vestido.
Al parecer, lo tiró.
Y cuando le pregunté por qué, esta fue su respuesta:
—Porque te dije lo que pasaría si te ponías un vestido que apenas pudiera
contener tus tetas de lechera y tu culo de stripper. —Sus ojos brillantes se
oscurecieron mientras los recorría por mi cuerpo—. Te dije que te lo arrancaría.
Pero como ya estaba fuera de tu cuerpo, lo recogí y lo tiré a la basura.
Una vez superado el susto, pregunté, balbuceando:
—¿Qué voy a… qué voy a ponerme de vuelta a casa?
Su mirada se volvió posesiva entonces. —Mi ropa. Y no puedes decir que
no.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Un escalofrío fuerte y palpitante.
—No puedo decir que no.
Sacudió la cabeza muy, muy despacio, con una sonrisa que estiraba los
labios hacia un lado. —No.
—¿Y por qué no?
—Porque —sus ojos volvieron a moverse, mirando mis piernas desnudas
que mostraban parcialmente el arte de mi cuerpo—, mi nombre está escrito sobre
ti. Lo que significa que me perteneces. Lo que significa que si quiero verte con mi
ropa, no puedes decir que no.
Así que ahí está.
No puedo decir que no y ni siquiera quiero hacerlo.
Así que, por supuesto, he estado sonriendo desde el viernes.
Lo que Salem y Poe definitivamente notan. Y como ambas pueden adivinar
por qué, sonríen conmigo. Salem me guiña el ojo y Poe me choca los hombros
cuando Callie no mira.
Lo cual, a pesar de todo, frena un poco mi entusiasmo.
Ella tiene todo el derecho a saber por qué estoy tan feliz hoy. No solo
porque es una de mis mejores amigas, sino porque el motivo de mi felicidad es
su hermano.
Y sin embargo, le estoy ocultando cosas.
Sé que Conrad dijo que siempre sería mi mejor amiga, pero ahora no estoy
tan segura. Si hubiera acudido a ella antes y le hubiera confesado todo, aún
podría haber salvado nuestra amistad. Pero ahora, después de tantos secretos,
especialmente el del viernes, sé que he perdido mi oportunidad.
Sé que he estropeado las cosas más de lo necesario.
Pero se lo diré pronto. Lo haré.
296
Debo hacerlo.
Pero por ahora necesito verlo.
Así que en lugar de ir a clase con mis chicas, me invento una excusa y voy
corriendo a su despacho.
Como he dicho, no estoy segura del protocolo aquí. ¿Debo esperar a que
me encuentre o debo ir a buscarlo? Así que estoy eligiendo la mejor opción.
Solo que no se encuentra en ninguna parte.
O al menos no está en su despacho.
Además, la puerta está cerrada, lo que es muy inusual. Me hace pensar
que tal vez nunca llegó a St. Mary's hoy. Lo cual es muy inusual también porque
nunca ha faltado un día desde que empezó.
La flotabilidad y la ligereza que sentía antes empiezan a desvanecerse
entonces.
Pero la preocupación empieza a ser real cuando tampoco se presenta a
comer. Lo que hace como un reloj. Todos los días, para ver a Callie. Y me inquieta
tanto que casi le pregunto dónde está su hermano.
Preguntar por ello no levantará sospechas.
Puedo preguntar por Conrad, ¿verdad?
Pero resulta que no tengo que hacerlo. Salem lo hace por mí y además lo
hace de forma tan casual. —¿Dónde está el entrenador Thorne?
Poe asiente, de nuevo de forma casual. —Sí, normalmente ya está aquí.
Dios, quiero a mis amigas.
Me encantan.
Callie, que es totalmente inconsciente, lo que no puedo evitar repetir en
mi cabeza y lamentar un millón de veces al día, se encoge de hombros. —Hoy no
está aquí. No va a estar aquí esta semana.
—¿Qué?
Mi voz es tan aguda y chillona que me sorprendo a mí misma y el tenedor
que sostengo cae estrepitosamente sobre la bandeja.
Callie me observa con el ceño fruncido. —Wyn, ¿estás bien?
¿En serio, Wyn?
Soy un gran idiota.
—Sí —le digo con una voz mucho más calmada mientras recojo el tenedor
con una mano ligeramente temblorosa—. Lo siento, eso ha sonado más fuerte de
lo que pensaba. Es que… Sí, estoy bien.
Me ahorro dar cualquier tipo de explicación porque Poe y Salem vuelven a 297
acudir a mi rescate. Poe me mira con preocupación antes de ponerle un mohín
a Callie con su forma habitual. —Bueno, ¿por qué no? ¿Ahora qué voy a hacer
para que me miren?
Salem pone los ojos en blanco.
—¿Quién va a hacer nuestro entrenamiento de fútbol hoy entonces?
Callie, ahora suficientemente distraída, responde:
—Oh, está ayudando en el instituto de Bardstown esta semana. Su nuevo
entrenador sufrió un tirón en la rodilla y tienen un gran partido en casa este
viernes, así que le han pedido que ayude. Va a estar allí toda la semana.
Toda esta semana.
Toda esta semana.
No podré verlo. No podré hablar con él.
No podré… tocarlo.
No es que vaya a hacerlo. No aquí. No donde la gente pudiera ver, pero aun
así.
No estará aquí hasta dentro de una semana.
No sé por qué me golpea tanto. Tanto que tengo que apretar los dientes,
cerrar los puños en mi regazo, tragar repetidamente para contener las lágrimas
que se avecinan.
Quiero decir que volverá en una semana.
No se ha ido. Esto es temporal.
Pero la cosa es que todo lo nuestro es temporal. Toda esta relación, si es
que se puede llamar así, es temporal.
Ahora está aquí, pero algún día desaparecerá.
Me aplastará como la espina afilada que es o me dispersaré por mi cuenta
como los pétalos de una flor.
Así que tengo muy poco tiempo para vivir.
Muy poco tiempo para ser suya.
Y así el resto del día pasa en una niebla. Una niebla gris y deprimente.
Aun así, me digo que estoy exagerando. Que las cosas siguen bien. ¿Y qué
pasa si no puedo verlo hoy y durante el resto de la semana?
Puedo sobrevivir una semana. No estoy tan desesperada o patética.
Hasta que suena el último timbre y de alguna manera lo veo en el patio al
salir por la puerta principal.
Es entonces cuando me doy cuenta de que soy así de patética. Estoy así
de desesperada.
Porque solo con verlo, con su habitual jersey oscuro y sus vaqueros azules, 298
se me acelera el corazón. También hace saltar mis pulmones. Como si respirara
por primera vez desde que pisé St. Mary's esta mañana con la esperanza de verlo.
Y antes de que pueda pensar en las consecuencias y en todas las razones
por las que no debería hacerlo, doy un paso hacia él.
En ese mismo instante levanta la vista como si estuviera vigilando la
puerta, esperando que salga después del último timbre.
Y toda la desesperación, la estúpida preocupación por el protocolo
correcto, desaparece.
Porque sus ojos, esos ojos azul marino, brillan de posesividad.
Incluso con propiedad.
Entonces da un paso hacia mí, con los puños apretados, el pecho
moviéndose con una larga respiración, y una sonrisa florece en mis labios.
Pero luego muere.
Porque su progreso se detiene por algo.
Una mano delicada y de uñas rojas que le escribió esa nota.
Helen.
La mujer que ama.
Le pone una mano en el pecho y le impide dar un paso más. Es entonces
cuando me doy cuenta de que no está solo. Está de pie con un grupo de
profesores, Helen incluida, mientras todos charlan y se ríen de algo.
Por no hablar de que tampoco estoy sola, ¿verdad?
Tengo a mis amigas a mi alrededor; de hecho, Callie está a mi lado. El
patio está lleno de profesores y alumnos.
Por supuesto, no estamos solos.
Por un segundo lo olvidé.
Y Helen está aquí y le dice algo con una sonrisa.
Lo único es que no le presta atención.
Sus ojos están pegados a los míos y esa mandíbula cortada que tiene se
aprieta.
Pero miro hacia otro lado.
No puedo seguir mirándolo así. Como si mi corazón se rompiera.
Especialmente cuando él me devuelve la mirada, y si no la contengo, va a saber
el secreto que me llevo a la tumba.
Aunque no quiere que me esconda más, esto es lo único que no puedo
decirle. 299
Además están Helen y Callie y todas las demás personas que no pueden
ser testigos de esto.
Así que intento centrarme en lo que hablan mis amigas. Pero resulta ser
una lucha porque sigo volviendo a él y cada vez que lo hago, me devuelve la
mirada.
Hasta que Callie me sorprende con su pregunta. —Oye, ¿qué pasa?
Parpadeo. —¿Qué?
—¿Qué estás mirando?
—Nada.
—¿Estás segura? Estabas mirando fijamente algo.
Dios.
Vaya.
Agacho la cabeza y me paso un estúpido mechón por detrás de la oreja. —
Uh, no. Solo estaba… pensando en algo.
Entonces se preocupa. —¿Sobre qué? Sabes, has estado muy callada estos
días. ¿Pasa algo, Wyn? Puedes decírmelo, lo sabes, ¿verdad? Quiero decir, tienes
que saberlo. Te quiero.
Oh, Dios.
Se dio cuenta.
Y yo que pensaba que estaba siendo inteligente. Estaba siendo muy astuta
y reservada sobre las cosas.
De alguna manera reúno el suficiente sentido común para sonreír e
inventar una razón de mierda. —Lo sé. Es que estoy estresada por las solicitudes
de la escuela de arte. Estamos a finales de febrero y no me han contestado. Así
que no sé si les gustaron mis bocetos o no.
Qué miserable mentira.
No es que no haya pensado en ello, en recibir cartas de aceptación. Pero
aún es pronto para saber nada y, además, ese pensamiento no está ni
remotamente en mi radar en este momento.
Pero ella se lo cree.
Y eso lo convierte en una mentira aún más miserable. Que ella se crea
completamente mi preocupación y proceda a hacerme sentir mejor al respecto.
No solo ella, tanto Poe como Salem vienen a consolarme. Sé que lo hacen por
Callie, para que se sienta incluida en esta red de mentiras que he creado.
Así que cuando Callie se va por el día, respiro aliviada.
También le echo una última mirada.
Sigue aquí, por supuesto, de pie en el mismo lugar, y Helen está a su lado,
riendo y charlando. Al igual que el resto de los miembros de la facultad. Solo que 300
ahora se centra en ellos en lugar de en mí y no sé por qué pero eso duele aún
más.
Es decir, no podía quedarse ahí y mirarme, ¿verdad?
Una estudiante.
Así que probablemente debería dejar de lado estas ganas de llorar.
Mientras bajo los escalones, probablemente debería dejar de ver esa mano,
la de ella, en su pecho en el fondo de mi mente o de obsesionarme con lo que
está haciendo aquí cuando supuestamente debería estar en el instituto de
Bardstown.
Trabajan juntos. Por supuesto que van a estar cerca el uno del otro.
Por supuesto.
—Bronwyn.
Me detengo bruscamente cuando me llama por mi nombre. Desde algún
lugar detrás de mí. Mis amigas también se detienen bruscamente.
De hecho, una de ellos me lleva de la mano.
Miro hacia arriba y veo que es Salem.
Sus ojos dorados guardan una pizca de tristeza, pero su sonrisa es
alentadora. Sé que ella también lo vio, a él con ella.
Y dado que ella ha pasado por algo similar con Arrow, me presta su apoyo.
El apoyo de Poe llega en forma de susurro:
—Barbilla arriba, pastelito. —Ella se aprieta la nariz—. O algo así. Estaba
tratando de ser de apoyo sin ser inapropiado. Pero de todos modos, ve a buscarlo.
Te esperaremos en tu habitación.
Justo en ese momento lo escuchamos acercarse.
Antes de dirigirse a mí, o más bien a mi espalda. —¿Puedo hablar contigo
un segundo?
Mi corazón empieza a latir con fuerza y cuando Salem me aprieta la mano
por última vez, dispuesta a dejarme marchar, dudo un segundo. Por alguna
razón, tengo miedo. Aunque he querido verlo, estar con él, desde el momento en
que me dejó en casa el viernes.
Pero mi amiga también lo entiende.
Me vuelve a apretar la mano y me susurra: —Puedes hacerlo. Confía en
mí.
Entonces la dejé ir.
Porque tiene razón. Puedo hacer esto. Sea lo que sea esto.
Puedo ser valiente.
Respirando profundamente, controlando todas mis emociones para
parecer serena, me doy la vuelta para mirarlo. Y se me debilitan las rodillas de
301
inmediato.
Porque tiene la misma mirada que antes.
Solo que ahora está mucho más cerca y por eso el efecto es más potente.
Es más grueso y pesado.
Esta posesividad en sus ojos.
—Hola —digo en voz baja.
Su mandíbula se aprieta durante un segundo, mucho más fuerte de lo
habitual, cuando lo saludo antes de decir:
—¿Estás bien?
Por alguna razón, su voz profunda me llega hoy de forma diferente.
Me golpea con mucha más fuerza y trago, asintiendo. —Sí.
—¿Llegaste bien a la escuela esta mañana?
—Sí.
—Bien.
—No es la primera vez que voy a un fin de semana de visita —le digo para
tranquilizarlo, porque su "bien" no sonaba tan convincente.
Su mandíbula se mueve de nuevo. —Y no es la primera vez que quiero
hacer esa pregunta.
Entonces aprieto los muslos y suelto: —He ido a verte esta mañana. En tu
oficina. Pero estaba cerrada con llave.
Sus rasgos se agitan con una emoción desconocida. —No voy a estar aquí
esta semana.
Asintiendo, digo:
—Sí, Callie me lo dijo. Estás ayudando en el instituto de Bardstown.
Su pecho se mueve con un suspiro y sacude la cabeza con disgusto
mientras dice: —El nuevo entrenador aparentemente se lastimó la rodilla.
Mientras estaba en el campo. Maldito imbécil incompetente. Y me llamaron para
pedirme un favor. En lugar de pedirle a otro miembro de la facultad que se hiciera
cargo. Ahora tengo que perder mi tiempo en un equipo que nunca va a ganar
otro partido porque su nuevo entrenador hace su trabajo tan bien como él.
Me muerdo el labio ante su irritación. —Pero es tu equipo, ¿no? Me refiero
a antes de que vinieras aquí. Practicabas con ellos.
—¿Y?
—Así que quizá todo haya sido para bien. Callie me ha dicho que este
viernes es un partido importante. Quizá puedas ayudarlos a ganar —le digo con
una ligera sonrisa—. Puedes recordarles todo lo que les has enseñado antes.
Tal vez esto sea lo mejor que ha hecho su nuevo entrenador por ellos. 302
Lastimando su rodilla y haciéndose a un lado.
Entonces su antiguo entrenador puede ayudar.
Se queda en silencio durante unos instantes, sus ojos van de un lado a
otro de los míos.
Y cuanto más lo hacen, más se oscurecen y no puedo evitar separar los
labios.
Mirándolos por un momento, levanta la mirada y dice con aspereza:
—No renuncias, ¿verdad?
Se me pone la piel de gallina ante su tono áspero y tierno. —¿Renunciar a
qué?
—Ser tan jodidamente dulce y rosada todo el tiempo.
Mi pecho se expande entonces. Haciendo que mis respiraciones sean
dispersas y extrañas.
Y no puedo evitar preguntar:
—¿Qué haces aquí?
¿Por qué estabas tan cerca de ella?
En cuanto el pensamiento pasa por mi cabeza, tengo un mal
presentimiento.
Una sensación muy, muy mala.
Una sensación aplastante.
Tal vez vino a verla. Porque no podrá hacerlo. Durante la próxima semana.
Tal vez él…
—No sabía —comienza, sacándome de mis oscuros pensamientos—, no
sabía que estaría aquí. Cuando vine. Y yo no… Nosotros no… —suspira entonces,
tropezando y quedándose a medias antes de retomar el hilo y afirmar—.
Llevamos todo el día practicando. Porque así de mal están las cosas y… no he
podido salir hasta esta tarde.
—Bien.
Me clava la mirada en la siguiente parte. —Si no, habría llegado antes
para…
—¿Para hacer qué?
Pasa un tiempo mientras se mete las manos en los bolsillos. —Para decirte.
—¿Decirme?
Otro aliento. —Que no voy a estar aquí esta semana.
Estudio su rostro durante un segundo, sus ojos, tratando de entender lo
que quiere decir. Entonces, por fin, me doy cuenta y exhalo:
—Has venido a verme. 303
Ante mis palabras, da un paso más hacia mí. —Fue inesperado. Su
llamada. No tuve tiempo de decírselo a nadie. A ti.
Yo también doy un paso más hacia él, aunque sé que es peligroso hacerlo.
Debo de parecer toda una enamorada y empapada de amor mientras lo
miro fijamente. Pero es tan difícil, tan difícil, alejarme de él cuando acaba de
hacerme florecer.
Como lo hizo el viernes por la noche cuando vino a mi ciudad, a mi casa,
a buscarme.
—Cuándo puedo… —pregunto, tragando—. Cuándo podemos…
Estar juntos.
Ese brillo posesivo en sus ojos brilla, más que antes. —El viernes. —Saca
algo de su bolsillo, un permiso rosa, antes de dármelo—. Toma.
Lo tomo y veo que es un pase nocturno. Para todo el fin de semana.
Levantando la vista, frunzo el ceño. —Pero no es un fin de semana de
visitas.
—Lo es —dice—, si yo quiero que lo sea.
Sí.
Por supuesto, los profesores pueden dar pases de fin de semana de visita
fuera de los fines de semana de visita. No es que todos los estudiantes puedan
obtenerlos. Solo un puñado como yo con los mayores privilegios.
—No me ha gustado —continúa en voz baja y áspera y yo levanto la vista,
repentinamente toda feliz.
—¿Qué?
—Que tuve que llevarte de vuelta. Después. Volver a meterte en tu casa
como una especie de ladrón.
Abrazo el papel rosa contra mi pecho. —¿Es por eso por lo que estabas tan
enojado en el camino de vuelta a casa?
Porque lo estaba.
Todo enojado y malhumorado, respondiendo a mis preguntas con un
gruñido o con pesados silencios.
—Joder, sí —espeta—. Esta vez no te voy a dejar salir de mi cama. Te vas
a quedar ahí. Conmigo. Y cuando llegue el lunes te llevaré de vuelta a St. Mary's
después de tu puto fin de semana de visitas.
Me muerdo el interior de la mejilla para no sonreír.
—Bien.
Me estudia la cara durante unos instantes, como si memorizara mis rasgos
304
porque no podrá verlos durante la próxima semana. Yo hago lo mismo,
sintiéndome a la vez triste y feliz en este momento.
Antes de sentir un ligero tirón, miro hacia abajo para ver su origen.
Es él. Sus dedos.
Que están rozando la cola de mi trenza.
Observo cómo se mueven sus grandes dedos. Una vez. Dos veces.
Y luego, una vez más, antes de retroceder y volver a meterse las manos en
los bolsillos. —Te recogeré el viernes. A las siete. En el mismo lugar que antes.
Con eso se da la vuelta y se va.
Y dejo salir mi sonrisa.
El viernes entonces.
E
s viernes.
Pero no estoy donde debería estar.
No lo espero en la curva de la carretera a las siete como me
pidió.
De hecho, lo estoy esperando en el instituto de Bardstown. O más bien
viéndolo, en el campo de fútbol, desde las gradas. Junto con otros cientos de
personas, porque el partido está en marcha.
Lleva una hora en marcha y pronto terminará.
Y estamos ganando.
Es una locura que llame al equipo “nuestro”, cuando no voy a esta escuela
y tampoco soy de esta ciudad. Además nunca he tenido mucho interés en los
deportes como para llamar a ningún equipo “nuestros”. 305
Sin embargo, este equipo se siente como "nuestro".
Por él.
Porque es su entrenador. Bueno, ex—entrenador, pero los ha entrenado
esta semana y es la razón por la que están ganando.
Lo es.
Porque es magnífico.
Y ni siquiera está jugando.
Está de pie en la banda, con los pies separados a la altura de los hombros,
los brazos cruzados sobre el pecho mientras observan el partido con una cara
muy fría. De vez en cuando, muy de vez en cuando, llama la atención a sus
jugadores. Mientras un par de personas a su alrededor, que supongo que deben
ser los entrenadores asistentes o lo que sea, gritan y maldicen, con un aspecto
muy animado.
Pero, no obstante, es la estrella del espectáculo.
En realidad no, no es la estrella. Es el rey.
Es el dios al que estos jugadores intentan impresionar.
Porque lo son.
Cada poco tiempo, miran a su entrenador, no a los payasos de alrededor,
sino a él, el entrenador principal, esperando su aprobación, su opinión.
A lo que responde con una breve inclinación de cabeza y una leve
inclinación de los labios.
Y me hace sentir muy orgullosa.
Por la forma en que la gente responde a él.
La forma en que los inspira, cambia su momento, su día, su vida así de
fácil.
De hecho, por eso he venido.
Porque quería verlo en su elemento.
También quería sorprenderlo, pero sobre todo he venido a verlo en torno a
su sueño, al fútbol. Y tengo que decir que brilla absolutamente.
Tanto que quiero plasmarlo en mi cuaderno de bocetos aquí y ahora. Para
mostrárselo. Para hacerle ver que, aunque no juegue como siempre quiso, sigue
consiguiendo que este juego sea mejor. Y tengo la sensación de que también le
da orgullo. Cuando hacen algo bien. Cuando alcanzan su potencial.
Porque en el momento en que ganan el partido, sonríe. Y por primera vez
desde que empezó el partido, aplaude. Se mueve de su sitio y se acerca a sus
jugadores, que le reciben como si le echaran de menos.
Echaba de menos su orientación.
Aunque no se queda mucho tiempo con ellos. Permanece entre ellos
306
durante un par de minutos antes de separarse y alejarse de la multitud. Lo veo
sacudir la cabeza y rechazar lo que supongo son las invitaciones a quedarse, tal
vez incluso a celebrar con ellos.
Y entonces lo veo mirar su gran reloj de plata y lo sé.
Ya sé por qué.
Sé que los rechaza porque necesita llegar a mí. Tiene que conducir hasta
St. Mary's en exactamente cincuenta minutos para ir a recogerme, y es entonces
cuando me muevo.
Ya estaba de pie, aplaudiendo con los cientos de espectadores cuando el
equipo ganó, y ahora me abro paso entre la multitud. Me abro paso a través de
las filas de personas que intentan salir y me impiden el paso hasta que llego al
final de la fila, y entonces bajo las escaleras a toda prisa y me dirijo a la salida,
a esa especie de arco que conduce al interior del estadio.
De donde sé que va a salir.
De hecho, está ahí ahora mismo, en la boca del mismo, en cuanto la
alcanzo.
Lo veo atravesar la avalancha de gente que sale y estoy a punto de llamarlo
cuando me bloquean la vista. Por un grupo de chicos. Que por lo que parece
también están tratando de salir.
Me tropiezo con ellos en mi prisa.
—Oh, lo siento.
—Estás bien —dice uno de ellos, pero en lugar de apartarse de mi camino
continúa—: ¿Te has perdido?
—Uh, no —le digo, tratando de pasar por encima de él—. Solo necesito…
El segundo tipo, este más alto que el primero, pregunta:
—¿Vas a la escuela aquí? ¿En qué curso estás?
Me alejo de ellos. —No, no lo hago. Es que… necesito llegar a alguien.
El tercer tipo se une y yo retrocedo de nuevo, chocando con alguien. —
Podemos ayudarte a encontrarlo, si quieres. Este lugar podría ser confuso si no
sabes a dónde vas.
—Sí, y no creo que estés aquí con alguien, ¿verdad? —interviene el
segundo tipo.
Me retiro. ¿Qué?
—Perdón, eso ha salido escalofriante. —El segundo chico se ríe
nerviosamente mientras los otros dos gimen—. Es que estábamos sentados en
la misma fila y…
—Bronwyn.
Al oír mi nombre, exhalo alivio. 307
No solo porque el mar de chicos, que francamente estaban empezando a
asustarme, se separa, sino también porque él está aquí.
Me vio.
Aparte de estar asustada por esos tipos extraños, empezaba a inquietarme
que nos perdiéramos el uno al otro.
Está de pie a pocos metros, alto y con el ceño fruncido, mientras me mira
fijamente. Y yo le lanzo una pequeña sonrisa de alivio. Justo entonces uno de
los chicos dice:
—Oh, hola, entrenador Thorne. Buen partido.
El segundo sonríe. —Puto juego, amigo. Pensé que esta temporada estaba
condenada.
El tercero también dice algo pero apenas le presto atención.
Solo presto atención a Conrad, que creo que ni siquiera ha oído hablar a
los dos primeros. Porque toda su atención está puesta en mí, y entonces empieza
a acercarse a grandes zancadas y mi corazón se acelera más que el estadio, que
sigue animando la victoria de nuestro equipo.
Se abre paso entre ellos, sin apenas decir una palabra mientras ellos
siguen hablando, para llegar a mí.
Pero cuando uno de los chicos se pone delante de él para decir algo, aparta
la mirada y lo apunta a él. Y justo delante de mis ojos ese caluroso azul vaquero
se convierte en un tono tan gélido que me estremece. ante el escalofrío que
Conrad le provoca a ese tipo por meterse en su camino.
Lo que hace que ese chico se apresure a apartarse del camino de Conrad,
y entonces su atención vuelve a centrarse en mí.
Entonces sus ojos también se calientan.
Y cuando llega a mí, son intermitentes e intensos. Tan intensos que siento
una atracción hacia ellos, hacia él, y levanto el cuello mientras susurro con el
corazón en la garganta: —Sorpresa.
Sus fosas nasales se agitan ante mi suave voz.
Antes de que me agarre de la mano y comience a caminar de nuevo
conmigo.
No tengo la oportunidad de decir otra palabra después de eso. Ni de mirar
a mi alrededor mientras corro detrás de él, con la mochila colgada de los
hombros.
No es que quiera siquiera mirar los alrededores ahora mismo.
O incluso hablar.
Lo cual es una sorpresa, porque siempre quiero hablar con él.
Sin embargo, en este momento, soy feliz siendo arrastrada y llevada a otros
lugares. Soy feliz con sus ásperos dedos clavándose en mi muñeca de una
308
manera que me hace pensar que tiene tanto miedo de perderme como yo de
perderme en este extraño y abarrotado lugar.
Pronto estamos en el estacionamiento y rápidamente lo cruzamos y por
fin, estamos en su camioneta.
Todavía sosteniendo mi mano, abre la puerta de golpe y tira de mí hacia
delante. Me pone las manos en la cintura y me mete en su furgoneta, todo en
silencio y con aire melancólico. Justo cuando mis muslos chocan con los
asientos de cuero, cierra la puerta con un golpe y rodea el vehículo.
A través del parabrisas, veo que el músculo de su mejilla se tensa y mi
corazón hace tictac con él. Coloco la mochila que he preparado para mi estancia
de fin de semana con él en el suelo, entre las rodillas, y me abrocho el cinturón
de seguridad justo cuando entra en la camioneta.
Todavía sin una palabra, pone en marcha el motor, sale del lugar y nos
vamos.
No estoy segura de adónde vamos, pienso que a su casa, pero sé que quiero
llegar rápido. Sé que quiero ir a un lugar donde estemos solos.
Realmente solos.
Y creo que él siente lo mismo que yo.
Siente la misma desesperación.
Creo que toda su agitación, la velocidad con la que conduce y el hecho de
que acaba de saltarse un semáforo en amarillo, es porque también quiere llegar
rápido a donde va.
Y me da la razón en los siguientes minutos, cuando ni siquiera llega a su
destino.
A no ser que su destino sea un punto cualquiera de la oscura carretera,
en el que se sale de la carretera y se adentra en el bosque. Conduce hasta que
nos adentramos un poco más y la carretera ya no es tan visible a través de los
gruesos troncos antes de detener bruscamente su camioneta.
Cuando se baja, ya estoy sin ataduras, tanto en sentido literal, me he
quitado el cinturón de seguridad, como en sentido figurado, porque estoy a punto
de derretirme de tanta inquietud. Así que cuando abre la puerta y vuelve a rodear
mi cintura con sus manos, esta vez para sacarme de la camioneta, le doy las
gracias.
Le agradezco tanto que mis brazos le rodeen el cuello con facilidad. Y
entonces vuelve a cerrar la puerta y me acomoda contra ella, levantando mis
muslos y apretándolos alrededor de su cuerpo antes de ir por mi cara y acunarla.
—¿Cómo has llegado hasta aquí? —pregunta con fuerza, con sus ojos
clavados en los míos, incluso en mi alma.
Mis propias manos se posan también en sus mejillas, mis dedos trazan su 309
largo cabello, apartándolo de sus preciosos ojos. —Tomé el autobús.
Su pecho empuja el mío con un suspiro. —El autobús.
Asiento, arqueándome contra él, frotando mis pesadas tetas contra su
pecho después de la semana más larga que he tenido en mi vida. —Sé que no te
gusta eso. Que tome el autobús. Pero quería verte. Quería ver el partido. Sé que
era importante y sé que pensabas que no ganarían, pero mira, lo hicieron. Y te
dije…
Me aprieta las mejillas, interrumpiéndome, mientras dice:
—A la mierda el juego.
Y entonces me besa.
Atrapa mi boca en la suya y empuja su lengua dentro. Y yo me aferro a
ello. Me aferro a él.
No es que no lo fuera antes.
Pero es como si sus labios, sus besos, me hubieran devuelto a la vida y
estuviera viva por primera vez en días.
Estoy viva y respirando por primera vez desde el lunes.
Cuando me dio ese permiso rosa.
He estado durmiendo con él metido debajo de la almohada. Contando días,
horas y minutos.
Apartándome, rompo el beso y le digo eso:
—Me vine tan pronto como pude. Tan pronto como me dejaron salir.
Lo hice.
Iba a estar allí tres horas más tarde, pero me aseguré de salir por esas
puertas en el momento en que me quedara libre.
Su respuesta es gruñir como si estuviera descontento de que haya roto el
beso, de que haya apartado mis labios de él. Y entonces vuelve por ellos. Vuelve
a besarme y, entre las chupadas de su boca y los mordiscos de sus dientes, dice
guturalmente:
—Pensé que estaba viendo cosas.
Empuño su cabello. —¿Cuándo?
Me chupa y succiona el labio inferior, haciendo que me escueza,
mojándome y retorciéndome en sus brazos, frotando mi cuerpo sin pudor. —
Cuando te vi. Allí atrás.
—No estabas.
Aprieta su frente contra mí, sus ojos oscuros y tormentosos, su boca
jadeando sobre la mía. —Debería volver. Debería arrancarles los ojos por mirarte.
Por hablar contigo. Por pensar en ti.
Vuelvo a estremecerme ante la violencia de su voz. —Creo que ya los has
310
asustado bastante.
Su mandíbula se tensa mientras la lujuria lucha con la ira en sus ojos.
O tal vez ambos se alimentan mutuamente, no lo sé.
—Lo olieron en ti, ¿entiendes? Lo olieron —gruñe.
Golpeo la parte posterior su jersey mientras hago llover suaves besos sobre
sus tensas facciones. —¿Qué olieron?
Ante mi pregunta, tiene que respirar profundamente.
Tiene que empujar mi cabello y tirar de mi cabeza hacia atrás, haciéndome
parar
Como si no quisiera mi suavidad en este momento.
Cuando dice:
—Tu coño.
Mi coño palpita al oírlo.
Con tanta fuerza que me sacudo y ondulo en sus brazos, frotando no solo
mis tetas sino también mi núcleo contra su cuerpo.
Así que todo lo que puedo responder es un gemido de necesidad.
Que solo se hace más fuerte cuando baja la cabeza y recorre con su nariz
la curva de mi garganta, gruñendo de nuevo: —Podrían oler tu coño. Podían oler
que estabas recién rota. Tan fresca como hace una semana. Podían oler que
hasta hace siete días, nadie lo había tocado. Nadie había puesto sus ojos en ella.
Nadie la había probado. Nadie. Antes de mí —me lame la piel ante esto, como si
se imaginara haciéndole eso a mi coño—. Nadie había visto su color rosado. O lo
rosa que es. Rosa y descarada. Al igual que tu lápiz de labios, ¿no?
Asiento, feliz y excitada de que se haya fijado en el pintalabios que llevo
ahora mismo para él, de que se haya acordado del tono, mientras inclino el cuello
hacia un lado, dándole más acceso para lamer, morder y chupar.
Y va por ello.
Se mete mi suave carne en la boca y chupa y chupa, gruñendo de nuevo
antes de continuar: —Tampoco nadie sabía lo estrecha que es. Lo pequeña que
es. Como una frágil flor. Una jodida y dulce rosa. Nadie lo sabía antes de la
semana pasada, Bronwyn. Antes de mí.
—Sí.
Su cuerpo se tensa de nuevo, vibra con toda la agresividad contenida. —Y
ellos podían sentirlo. Querían eso. Querían su turno.
—Pero tú…
Vuelve a estar en mis labios, respirando agitadamente, mirándome a los
ojos con fiebre. —Y los chicos son unos cachondos. ¿Entiendes lo que te digo?
Se follan cualquier coño que se les presente. Cualquier coño. Pero este de aquí
311
—rodó sus caderas contra las mías, haciéndome gemir de nuevo, haciéndome
aletear con los ojos cerrados—, esto es un coño de primera. Este coño es mágico.
Está hecho para soñar. Porque cuando me envolvió la semana pasada, cuando
siguió viniendo y viniendo y pulsando a mi alrededor, estrangulándome, vi
estrellas. Vi puto brillo rosa y unicornios. Tu puto coño rosado me hizo ver doble,
Bronwyn. Y ellos querían eso para sí mismos. Querían mi alhelí. Y por eso, por
solo pensar eso, merecen morir. Merecen ser despedazados miembro a miembro.
Y yo debería hacer eso. Debería tomarme mi tiempo.
Golpea la mano contra la camioneta, sacudiendo toda la cabina al
terminar.
Entonces aprieto, aprieto, aprieto mis miembros alrededor de él.
Prácticamente me fusiono con él mientras le digo: —No, no vas a ir a
ninguna parte. No te dejaré. Porque no importa lo que piensen. No importa si me
querían para ellos. No soy de ellos.
—No, joder, no lo eres —suelta, con los ojos casi dominados por la ira—.
Eres mía. Mía.
—Lo soy. Y por eso tienes que cuidar de mí. Y tienes que dejar que yo cuide
de ti. Porque ha pasado una semana, ¿de acuerdo? Una semana entera sin ti. Te
he echado de menos. —Paso mis ojos por toda su cara—. Te he echado mucho
de menos.
La fiebre persiste en sus ojos durante unos segundos, la violencia, hasta
que todo es sustituido por la lujuria.
Oscura y caliente.
—Sí —dice con rudeza, repasando también mis rasgos, y eso es suficiente.
Para que yo sepa. Para que sea feliz.
Su reconocimiento de que me echaba de menos.
Que no me dio la semana pasada. Cuando vino a buscarme.
Entonces sonrío ligeramente y él vuelve a capturar mis labios.
Y arqueo la columna vertebral y empujo mis tetas contra su pecho,
mientras presiono su nuca para que me bese aún más profundamente. Para
compensar la semana pasada.
Pero cuanto más chupa y más hace que pique y duela tanto, más me duele.
Más dolorida que antes.
Más pesado e hinchado, más cargado de lujuria.
Tanto es así que saco fuerzas de algún lugar profundo para apartarlo, para
quitar su boca de mis labios e incluso para bajar de sus brazos.
Entonces me arrodillo.
A sus pies. 312
Mis tetas se agitan bajo mi vestido de jersey y mis rodillas golpean el suelo
helado.
Y cuando estoy en posición, miro hacia arriba.
Miro su cuerpo alto y grande. Su cara inclinada, sus ojos brillantes. Ese
cabello largo que le cuelga sobre la frente, sus mejillas duras.
Y yo digo:
—Necesito tu polla.
Se queda quieto.
—En mi boca.
Cuando lo único que hace es mirarme con los labios entreabiertos y
jadeantes, con los dedos apretados a los lados, pongo las manos en sus muslos
y digo:
—Sé que es grande y que no me cabe en la boca. Pero aún lo necesito y no
puedes decir que no.
Finalmente rompe su silencio. —No puedo.
Sacudo la cabeza. —No. Porque si soy tu alhelí, significa que tú también
eres mi espina. Y entonces sí quiero chupar tu bestia de polla con mi flor de
boca, puedo hacerlo. Me dejarás. No puedes decir que no.
Sus muslos se flexionan ante mis palabras.
Las palabras que me dijo en su cocina la semana pasada.
Las palabras que significan más para mí de lo que él podría imaginar.
Así que voy por ello entonces.
Voy por sus vaqueros, dispuesta a desabrocharlos, mientras froto mi
mejilla sobre esa tienda de campaña en sus pantalones, caliente y palpitante. Lo
que hace palpitar aún más mis suaves mejillas.
Pero me agarra por la nuca y me estira hacia arriba. Se inclina y me mira
con sus ojos lujuriosos para poder gruñir sobre mis labios: —¿Quieres chuparme
la polla, nena? —Asiento, encendida por su cariño, y me da un beso duro y
posesivo en los labios antes de continuar—: Puedes chuparme la polla. Pero
recuerda lo que te he dicho. Recuerda que la bestia de mi polla va a destrozar la
flor de tu boca. Destrozará y estirará tus labios antes de hacer lo mismo con tu
garganta. Recuerda que te lo advertí. Tu espina te advirtió sobre su polla.
Me da otro beso posesivo en la boca antes de enderezarse y dejarme hacer
lo mío.
Y lo hago.
Hago lo mío mientras mis manos saltan para abrir sus vaqueros. Para tirar
de ellos, bajarlos y sacar su polla.
Y cuando está fuera, odio decirlo pero me olvido de todo. 313
Me vuelvo egoísta y egocéntrica.
Una adolescente malcriada.
Una adolescente que no tiene ningún concepto de los bosques, del
invierno, del hombre que respira salvajemente y que está de pie sobre ella. Ella
solo necesita esta cosa, esta cosa roja palpitante frente a ella.
Ella quiere lamerlo y chupar la cabeza. Así que lo hace.
Yo lo hago.
Me inclino hacia delante para meterme su ancha cabeza morada en la boca
y palpita como un corazón en mi lengua. Así que lo hago más. Apoyando mis
manos en sus muslos, chupo y chupo la cabeza de su polla, haciéndola palpitar,
poniéndola toda tensa y crecida.
Hasta que me aburro de él. Como si estuviera jugando a un juego y ahora
quisiera jugar a otro.
Ahora quiero ver si lo que me dijo era cierto o no.
Así que envuelvo mis manos alrededor de su grueso eje y lo pongo en mi
cara. Desde la barbilla hasta la frente. Y tenía razón. Era…
Me cubre por completo y aún quedan algunos centímetros. Su cabeza
morada pasa por mi frente y yo sonrío. Y gimo.
También me golpeo la mejilla con ella, froto mi nariz por la parte inferior
de su vara oscura. Mientras lamo esa vena.
Esa gruesa vena que creo, creo que sentí palpitar cuando estaba dentro de
mí la semana pasada. Creo que se expandió cuando se corrió y estoy tan ansiosa
por ver si hace lo mismo cuando lo haga correrse ahora.
En mi boca.
Así que yo también abandono este juego.
Y menos mal, porque creo que lo he hecho enojar con mis juegos
insensibles. Lo he vuelto a poner agresivo con la forma en que me mira con los
ojos rasgados y los puños cerrados.
Así que me muerdo el labio y le dirijo una mirada de contrariedad a través
de las pestañas.
Pero eso solo lo hace gruñir aún más.
Solo hace que su polla salte entre mis manos y rezume pre-semen, que
atrapo con mi lengua, haciéndola girar alrededor de la cabeza, lamiéndola para
limpiarla, con todo mi cuerpo temblando ante su sabor salado y almizclado.
Y entonces no lo suelto.
No dejo que su polla salga de mi boca después de eso. La mantengo en mi
lengua, mis labios se estiran alrededor de ella mientras chupo y chupo. Mientras
me inclino hacia adelante y la empujo más adentro.
En ese momento, sus puños se despliegan y sus manos me agarran por la 314
parte de atrás de la cabeza, empujando mi cabello. No me empuja, no. Pero justo
ahí, como una oscura pero acogedora amenaza.
Una amenaza que me hace sentir aún más ganas de seguir adelante.
Para introducirlo aún más en mi boca, y después de unos cuantos intentos
y algunas arcadas, consigo hacerlo. Lo meto más adentro, tocando el paladar, la
parte posterior de la boca.
Pero un segundo después, me arranca de su polla y me levanta. Y antes
de que pueda parpadear, me hace girar y me levanta el culo.
Mis manos se dirigen a las ventanas de su camioneta y me vuelvo,
jadeando. —Pero yo…
Está en proceso de subirme el vestido y bajarme las bragas de encaje
cuando levanta la vista, todo enojado y obsesionado. —No más, ¿entiendes? No
vamos a jugar más a este juego. No vamos a jugar a ver cuán loco volvemos a
Conrad con la boca chupapollas de Bronwyn —termina con una fuerte palmada
en el culo que me hace gemir mientras continúa—, ya he superado eso.
Empuño su jersey mientras le devuelvo la mirada con ojos a la vez
alucinados y ansiosos. —¿Pero te ha gustado? ¿Lo has visto? Casi me lo llevo
todo. Casi…
Me corta viniendo de nuevo por mi boca hinchada como si no soportara
oírme hablar en este momento. Como si no pudiera soportar estar lejos de ella,
de darme sus besos.
Sus encantadores besos de espina.
—Sí, nena, lo he visto —arrulla y gruñe a la vez, con su boca chupando
mis labios—. Y fue jodidamente fenomenal, ¿sí? Y un día me correré en tu boca
y me veré gotear por tu barbilla. O tal vez me corra en tus tetas —se adelanta
para agarrar una y apretarla por encima del vestido—, regándolas con mi semen.
Y luego me pondré sobre ti y veré cómo te frotas mi semen por todas tus tetas de
lechera. Para que huelas como yo. Pero por ahora, necesito un paseo en ese coño
de primera, ¿de acuerdo? Han pasado siete días. Siete putos días y no he
pensado en nada más. Nada más, Bronwyn. Ni en el juego, ni en la práctica. Solo
en meterme en ese coñito y darle una paliza.
¿Cómo puedo rechazarlo entonces?
¿Cómo puedo ser una adolescente mocosa y egoísta y decirle que me deje
chuparle la polla cuando necesita tanto mi coño?
Cuando esto es lo único en lo que ha pensado.
Así que le devuelvo el beso y le susurro. —Bien.
Una oleada de emoción recorre sus rasgos ante mi fácil aceptación antes
de que vuelvan a endurecerse, goteando una lujuria demoníaca, y siento que se
coloca en mi suave y blanda entrada.
Siento su cabeza rozando mi hendidura durante un segundo antes de que
la introduzca.
315
Y sigue y sigue hasta que toca fondo.
Hasta que se siente como si estuviera en mi vientre, empujando mi vientre.
Entonces gime, golpeando mi culo de nuevo como si no pudiera contener
su placer. Y juro, juro por el puto Dios, que siento que la vena con la que estaba
jugando se hincha y palpita. Mi mano se retuerce en su jersey y la otra se desliza
por la ventanilla mientras me pongo de puntillas, arqueando aún más el culo
para que él suba más.
Y entonces estoy gimiendo en su boca porque me está besando mientras
empieza a moverse.
Mientras empieza a bombear dentro de mí.
Lentamente, con pereza al principio.
Porque creo que me está dando tiempo para adaptarme. Porque todavía
soy casi virgen, ves. Todavía estoy toda apretada y fresca porque solo lo he tenido
dos veces en una noche. El viernes pasado.
Así que a pesar de estar todo loco por llegar a mí, por llegar a mi coño, mi
Conrad me da todo el tiempo del mundo.
Me abre el canal con su gruesa polla, todo cuidado.
Todo dulce.
Mientras me mantiene suave y acogedor con sus besos.
Y poco a poco, empiezo a dar la vuelta.
Empiezo a rebotar mi culo sobre su polla.
Que es lo que estaba esperando.
Se aparta de nuestro beso y ajusta nuestras posiciones. Me inclina aún
más, haciéndome poner las dos manos en el cristal de la ventana, y me levanta
el culo para que pueda llegar a él. Y entonces se mueve. Se desliza dentro y fuera.
Bombea y golpea mientras cabalga por mi coño de primera, con sus apretados
abdominales rebotando contra mi culo, contra los puntos en los que me azotó,
haciendo que este polvo sea aún más delicioso que el primero.
Mientras tanto todo lo que puedo hacer es rebotar cada vez que viene por
mí.
Todo lo que puedo hacer es sentirlo esparcirse, esta lujuria caliente y
líquida.
Hasta que esté todo cubierto de ella.
Hasta que estoy justo ahí, en el borde.
Y hasta que se inclina hacia delante, su gran pecho respirando en mi
espalda, sus manos que se aferraban a mis caderas ahora envueltas en mi
cintura, enderezándome y fijándome contra él.
Cambia el ángulo en el que su polla me golpea y jadeo: 316
—Dios, Conrad, yo…
—Te gusta eso, ¿eh?
—Uh-huh.
Sube una mano y me agarra la garganta, sus labios me susurran al oído:
—Sí, a mi alhelí le gusta. A ella también le gusta cuando le destrozo el
coño. Cuando la machaco tanto que no puede evitar correrse en mi polla. ¿Te
vas a correr, Bronwyn?
Asiento. —Sí.
Pero no sucede.
No de inmediato.
Aunque pensé que lo haría.
No me desborda, hasta que me empuja. Hasta que me golpea con la mano
en el culo, la bofetada más fuerte y mordaz hasta ahora, y me corro.
Vuelo y me disperso como pétalos.
Pero me mantiene tranquila.
Me mantiene reunida y atada en sus brazos mientras se acerca también.
Dentro de mí, todo grueso y caliente y azotando.
Para cuando me endereza la ropa y se agacha para ponerme las bragas,
depositándome después en la camioneta, estoy toda adormilada y saciada. Pero
me acuerdo de decir:
—Felicidades.
Cuando frunce el ceño, sonrío con sueño y le retiro el cabello de los ojos.
—Has ganado el partido. Sabía que lo harías. Porque eres maravilloso.
Sus rasgos se tensan durante uno o dos segundos mientras mira mi
desaliñado y somnoliento yo como fuera maravillosa. Como si fuera la chica más
maravillosa del mundo.
Antes de que me bese de nuevo y me susurre:
—Vete a dormir.

317
P
aso todos los fines de semana con él.
Bueno, no todos los fines de semana.
Porque voy a una escuela en la que cada uno de nuestros
movimientos está vigilado y contabilizado. Y aunque soy una de las
pocas chicas que tiene más privilegios, no puedo abusar de ellos a mi antojo.
Así que tenemos que ir a nuestro ritmo.
Tenemos que tener cuidado.
Aunque es difícil después de esa semana de separación.
Así que en lugar de cada fin de semana, Conrad me da un permiso rosa
cada dos semanas. Que puedo usar para salir y quedarme con él. Y esos fines
de semana, me espera en la curva de la carretera en su camioneta para llevarme
a su casa en Bardstown. 318
¿Y puedo decir que me encanta su casa?
Sé que es vieja y sé que ha vivido en él toda su vida. Lo que significa que
no es un gran fanático, pero aun así.
Y solo porque quiero que le guste más, le voy a regalar uno nuevo.
Un nuevo hogar, quiero decir.
Pintando sus paredes de un nuevo color.
Especialmente las paredes de su habitación.
En uno de esos fines de semana, de pie en medio de su dormitorio, le digo:
—Sabes, quería pintar tus paredes.
De nuevo está en la puerta, apoyado en ella con los brazos cruzados,
mientras me observa caminar libremente por sus dominios.
O mira mis muslos; específicamente, el arte en ellos.
Hace poco tuve una consulta de moda con nada menos que Poe, la
fashionista entre nosotros. Le dije que quería algo corto y ligeramente más
revelador y sexy. Obviamente, pensó que era para Conrad, que lo es, y me prestó
un montón de su ropa. Es bueno que seamos más o menos iguales en el
departamento de pecho. Sin embargo, los suyos son más grandes que los míos,
pero como soy más alta que ella, sus vestidos cortos son ligeramente más cortos
en mí.
Lo cual es incluso mejor que bueno.
Porque con sus vestidos cortos, hechos para mí, puedo mostrar el arte de
mi cuerpo.
Puedo presumir de su nombre que todavía escribo cada noche en mi
dormitorio.
Que es lo que está mirando: su nombre asomando por debajo del dobladillo
de mi vestido rojo.
Levantando los ojos, dice desde su lugar junto a la puerta:
—Pinta mis paredes.
Aprieto un poco los muslos ante su voz, ante el brillo oscuro de sus ojos.
Al hecho de que no haya dejado de mirarme desde que llegamos a su casa y me
quité la parka magenta…
—Sí. —Asiento, levantando las cejas—. Odio decirte esto pero tus paredes
están desnudas. Sobre todo las de tu despacho. Me di cuenta el primer día que
estuve allí.
Sus ojos se estrechan al mencionar ese primer día. El día en que me quitó
mis privilegios. —Quieres decir, el día que te paseaste por mi despacho como si
fuera tu parque de atracciones personal.
Sí.
Intento parecer arrepentida mientras digo: 319
—Sí. Lo que todavía siento mucho, por cierto.
Pero creo que fracaso porque mi disculpa es lo que hace que se mueva. Mi
disculpa hace que despliegue los brazos, se aparte de la puerta y dé un paso
hacia mí.
Y solo para irritarlo, doy un paso atrás.
Me observa los dedos de los pies desnudos, de uñas rosas, los tobillos
adornados con tobilleras de plata, antes de levantar la vista hacia mí. —¿Lo
estás?
—Sí —respondo enseguida, mordiéndome el interior de la mejilla para
mantener a raya mi excitada sonrisa—. Pero no es eso lo que quiero decir aquí.
Da otro paso hacia mí. —¿Y qué es lo que quieres decir aquí?
—El punto que estoy tratando de hacer es que quería pintar tus paredes
ese día —le digo, retrocediendo—. Quería darte algo bonito y colorido que mirar
mientras te sientas en tu aburrida silla y haces todas las aburridas cosas de
entrenador.
Sus labios se crispan ante las "cosas de entrenador" mientras recorre mi
cuerpo con la mirada, observando las uñas rosas de mis pies, mi vestido rojo, mi
cadena dorada para el brazo con cuentas rojas, mi collar de piedras rojas. —Algo
bonito y colorido, eh.
Me sonrojo. —Sí. Como las flores.
Eso lo hace reflexionar.
Sus pasos suaves y depredadores también flaquean.
—Flores —dice, con aspecto ligeramente ofendido.
Me detengo porque ahora estoy en la pared mientras respondo: —Sí.
Flores.
Me mira fijamente un rato. —Bueno, me alegro de que no lo hayas hecho.
—¿Y eso por qué? —pregunto, levantando la barbilla—. ¿Eres demasiado
hombre para que te guste una flor, Conrad Thorne?
En esto ocurre algo sorprendente.
Algo que me deja sin aliento durante uno o dos segundos y me hace olvidar
lo que estábamos hablando.
Se ríe.
Risas.
De verdad.
Creo que nunca lo he oído o visto hacer eso antes. Porque me habría
acordado. Habría recordado lo profundo que es. Lo bajo y áspero, como su voz.
Cómo hace brillar su cara de dios griego.
Y me hace pensar que he estado apuntando demasiado bajo. 320
He querido hacerlo sonreír y siempre me he sentido victoriosa cuando lo
hacía.
Pero debería haber apuntado a esto.
Debería haber apuntado a sus risitas. risas increíbles, hermosas y sexys.
Estoy tan fascinada por este maravilloso giro de los acontecimientos que
ni siquiera me doy cuenta de que ha reanudado la marcha y ha llegado hasta
mí. No hasta que pone una mano en la pared por encima de mi cabeza y se
inclina. No hasta que dice, con voz gruesa y divertida al mismo tiempo:
—No, Bronwyn Littleton, no soy demasiado hombre para que me gusten
las flores. De hecho, hay una flor que me gusta mucho.
Voy a decir algo en ese momento pero solo sale un jadeo porque me toca.
Con su otra mano, me toca ahí abajo.
Y si fuera sobre mi vestido, probablemente estaría bien.
Pero no lo es.
De alguna manera, se las ha arreglado para meter su otra mano bajo mi
vestido y en mi coño. De alguna manera ha conseguido enganchar sus dedos
alrededor de la entrepierna de mis bragas y tirar de ellas. Contra mi canal, contra
ese pequeño manojo de nervios.
—Esta pequeña y bonita rosa —dice rasposamente, sus ojos casi me
queman viva—. Aquí mismo.
Aprieto los muslos y arqueo la espalda para que pueda usar mis bragas
para frotarme con más fuerza. Incluso llego a balancearme contra sus
movimientos mientras digo sin aliento, agarrando su bíceps. —Voy a hacerlo.
—¿Hacer qué?
—Pintar tus paredes desnudas. Con f-flores.
Al oír esto, empuña mis bragas y tira de ellas con más fuerza, haciendo
que me sacuda. —¿Sí?
—Sí.
Mueve su mano de la pared y pone esa en mi cuerpo también, en la nuca,
para tirar de mí y acercarme. —¿Y sabes lo que voy a hacer?
—¿Follarme?
Su mandíbula se tensa ligeramente ante mi desvergonzada respuesta. —
Sí. Porque lo necesitas. También necesitas que te recuerde una cosa muy
importante, ¿no?
—¿Qué cosa?
Otro fuerte tirón con sus nudillos rozando mi clítoris. —Que no te está
permitido alejarte de mí. No puedes alejarte de Conrad. —Me recorre un
321
escalofrío cuando dice eso y estoy a punto de cerrar los ojos, pero me aprieta el
cuello y continúa—: Pero primero voy a ocuparme de este vestido.
Ahora estoy de puntillas, toda estirada y tambaleándome al borde del
orgasmo y lo único que ha hecho es jugar con mi clítoris. —¿Te refieres a
arrancarlo de mi cuerpo y tirarlo a la basura?
Esa es la otra razón por la que fui donde Poe para una consulta de
vestuario
Para irritarlo un poco.
Sus ojos van y vienen entre los míos. —Por eso te lo pusiste, ¿sí?
—Sí. Y también porque podré usar tu ropa después.
—Bueno, si te has vestido tan bien para mí —dice, con sus dedos todavía
agarrando y retorciendo mis bragas—, entonces es justo que te dé lo que quieres.
Pero creo que esta vez me quedaré con mi ropa.
—¿Por qué? —pregunto frunciendo el ceño.
—Porque creo que te prefiero desnuda. Solo para tener algo bonito y
colorido que mirar.
Me besa en cuanto termina, y me corro en cuanto toca su boca con la mía.
Todavía no puedo creer lo fácil que soy cuando se trata de él.
Con qué facilidad me hace venir y me desmorona.
Pero, de todos modos, al día siguiente me lleva a comprar pintura y
materiales para que pueda empezar a darle un nuevo hogar.
Que odio decir que incluso después de varias semanas todavía se está
retrasando.
Estoy muy atrasada en mis planes.
Porque por mucho que quiera esforzarme en darle una bonita imagen de
flores atrevidas y coloridas, no me deja hacerlo.
Sigue distrayéndome.
Algo que nunca pensé que Conrad Thorne, el epítome de la autoridad y el
control, sería capaz de hacer.
Pero todos los sábados por la mañana, después de que desayunamos, que
yo hago porque también he decidido cocinar para él cada vez que puedo, porque
realmente es pésimo cocinando, y me pongo mi holgado mono vaquero para ir a
trabajar, entra en la habitación y me mira.
Y no es algo normal… mirar.
No es que esté haciendo algo mientras me mira. Como leer un libro, por
ejemplo, o algo en lo que de vez en cuando me mire antes de volver a su actividad
real, no.
Realmente me observa. 322
O bien se queda en la puerta como siempre, con los brazos cruzados, o se
sienta en el borde de su cama, inclinado, con los codos apoyados en sus muslos
abiertos mientras recorre con la mirada mis brazos enjoyados y decorados o mi
media barriga expuesta en el crop top estilo sujetador que llevo bajo el mono.
Y cada segundo que está ahí, mirándome, no puedo pensar.
No puedo trabajar.
Ni siquiera puedo respirar bien.
Y cuando le pregunto qué es lo que cree que está haciendo, siempre me
dice:
—Mirar algo colorido y bonito.
Lo cual siempre, siempre me derrite y entonces no tiene sentido pensar en
el trabajo.
Lo que necesito es arrastrarme hasta él y arrodillarme a sus pies.
Lo que necesito es que me deshaga el moño que suelo llevar para el trabajo
y deje libre mi cabello de Rapunzel.
Y entonces saco su polla y la chupo. Chupar y chupar hasta que la he
tomado por completo, he estado practicando, y hasta que se vuelve tan loco que
me empuña el cabello y me aparta de su eje. Así, en lugar de mi boca, puede
metérmela en el coño, allí mismo, en el suelo, entre todos los colores y pinturas.
Pero eso no es todo.
No es la única vez que me distrae.
También me distrae cuando lo pinto.
Lo cual he empezado a hacer mucho más, y eso es decir algo porque ya lo
dibujé veinticuatro veces.
Sin embargo, estos días es más divertido, porque ya no tengo que
ocultárselo y porque mis jugos creativos son siempre más potentes.
Especialmente en la cama, cuando él acaba de hacerme venir.
Por alguna razón sus orgasmos actúan como afrodisíacos.
El néctar de los dioses creativos.
Me inspiran, su polla, su cuerpo, sus besos. Me dan este picor épico,
necesidad épica de dibujar y dibujar y llenar el mundo de colores y confeti.
Así que pongo algo de música en su teléfono, por lo general, esta canción
lenta y sexy sobre una chica que está enamorada de este tipo y se emborracha
con él mientras cuenta constelaciones como pecas en su cuerpo, y recurro a mi
cosa favorita para dibujar: él.
Ah, y también me toca posar con él.
¡Sí! 323
Consigo hacer posar al hombre del que estoy enamorada.
Puedo jugar con su cabello, todo desordenado y bonito después de hacer
el amor. moverlo, peinarlo, colocarlo sobre su frente como quiera.
Consigo decirle que se siente de nuevo en las almohadas blancas, su pecho
desnudo y sudoroso, las crestas de sus abdominales expandiéndose y
contrayéndose con sus respiraciones, sus muslos abiertos bajo las sábanas
blancas.
A veces le pido que ponga el brazo por encima de la cabeza, estirando los
esculpidos músculos de sus pectorales y tensando sus bíceps. Y a veces, cuando
no lo hace bien, voy y lo acomodo yo mismo. En realidad, lo acomodo yo mismo
incluso cuando lo hace bien.
Porque soy una fanática de su cuerpo.
Y también su reloj de plata.
Que siempre le digo que se ponga. Especialmente durante las sesiones de
sexo y pintura.
Cuando lo mencioné la primera vez, estaba confundido. —Mi reloj.
Tirada sobre él después del sexo, sonreí. —Uh-huh.
—Tienes algo con mi… reloj de plata —preguntó de nuevo, inclinando la
barbilla hacia abajo para mirarme, todo sexy.
—Sí. —Asentí, besando su pecho sudoroso—. Te hace parecer sexy y
dominante. Autoritario. —Y entonces bajé un poco la voz—. ¿Sabes qué hora es?
Son las 11:15.
Me reí y me agarró del cabello, tirando de mi cabeza hacia arriba. —Se
supone que eso es gracioso?
Abriendo los ojos en señal de miedo, dije: —No, señor.
Sus puños se apretaron en mi cabello y sus labios se crisparon. —Tú eres
la…
—¿Soy la qué?
Sus ojos recorrieron mis rasgos enrojecidos. —Eres la persona más
extraña que he conocido. —Y si vuelves a llamarme "señor", me aseguraré de que
no vuelvas a llamarme así.
Y entonces me besó y me folló.
Todo con el reloj de plata en la muñeca.
Porque me deja hacer todo lo que mi corazón desea.
Me deja tocarlo, pincharlo, empujarlo con el extremo romo de mi lápiz,
mirarlo fijamente durante horas mientras lo dibujo, tratando de conseguir todos
los detalles. Consiente todas mis manías y yo le consiento las suyas: dibujarlo
desnudo. 324
Porque a él también le gusta mirarme.
Aparte de su habitual vigilancia, le gusta mirar las obras de arte de mi
cuerpo. Su nombre decorado con rosas y espinas.
De hecho, ha empezado a escribir su nombre en mí. Y es tan sigiloso al
respecto.
Como si no lo hiciera cuando estoy despierto o cuando estoy mirando, no.
Escribe su nombre en mi cuerpo cuando duermo y lo hace en lugares que
puedo encontrar fácilmente. Que puedo distinguir fácilmente en el espejo cuando
voy a ducharme después de despertarme: mis clavículas, en el valle entre mis
pechos.
Y cuando lo encuentro, sonrío y hago rosas a su alrededor. Solo para
decirle que lo he visto y que me ha encantado.
También le gustan mis joyas.
Que me dice que siga adelante incluso cuando me arranca los vestidos del
cuerpo.
De hecho, también me compró una.
Sí. Una cadena de vientre.
Algo así como el que llevé la primera vez que tuvimos sexo. La suya es más
sencilla, una delicada cadena de oro, sin cosas colgantes y tintineantes. Y lo amo
más de lo que he amado algo en mi vida.
Es totalmente él.
Y por eso lo llevo todo el tiempo.
Incluso en la escuela, bajo mi uniforme.
Pero de todos modos, le gusta jugar con mis joyas como yo juego con sus
músculos.
Le gusta alargar la mano y mover un dedo hacia mis pulseras colgantes,
haciéndolas tintinear. O meter su dedo meñique en los agujeritos de mi collar y
tirar.
A veces lo hace también con mi cabello, lo enrosca alrededor de sus
grandes dedos masculinos y tira.
Y cuando lo hace mientras lo estoy dibujando, le quito la mano de un
manotazo y le digo que estoy trabajando.
Que estoy tratando de concentrarme.
—No deberías moverte de todos modos —digo, con los ojos puestos en el
cuaderno de bocetos y el lápiz moviéndose—. Se supone que eres mi modelo. Se
supone que debes quedarte quieto, Conrad. 325
No escucha.
Vuelve a buscar mi cabello suelto y agarra un mechón para frotarlo entre
sus dedos.
Finalmente levanto los ojos para decirle que deje de hacerlo.
Solo para descubrir que su mirada es ardiente.
Se ha vuelto todo oscuro y cachondo y la siguiente respiración que hago
es temblorosa.
Mis siguientes palabras también son temblorosas. —Conrad, para.
De nuevo no lo hace.
Ante mi protesta, algo posesivo parpadea a través de sus ojos ya
encendidos, algo arrogante también, haciéndome arder aún más.
—No puedo creer esto —digo entonces, tratando de ser todo fuerza frente
a su arrogancia de alguna manera madura y a la vez infantil—. Creía que eras
bueno. Creía que seguías todas las reglas. Que eras ese estirado, disciplinado y
mojigato que nunca se le ocurriría distraer a alguien de un asunto serio.
Apoyado en almohadas, debería parecer relajado y perezoso. Y hasta cierto
punto lo parece. Pero al oír mis palabras, parece como si su cuerpo vibrara con
una corriente. Vibra con un grueso pulso de dominación cuando vuelve a tirar
de mi cabello antes de ir por mí muñeca mientras tararea: —Quizá para ti sea
diferente. Soy malo. Quizá para ti, Bronwyn, soy un problema.
Mi respiración se ha vuelto loca ahora, dado que ha repetido lo que le dije
hace tanto tiempo. Y aunque diga estas palabras, no las siento en absoluto. —
Tengo que terminar esto.
—¿Si?
Asiento tan primorosamente como puedo mientras estoy sentada desnuda
frente a él, con los pechos al aire y agitados, y con solo una almohada en mi
regazo y mi cuaderno de dibujo abierto sobre ella.
—Sí —susurro—. Porque soy una artista y necesito terminar este boceto.
Aprieta sus dedos alrededor de mi muñeca y le da un tirón, un ligero tirón
de fuerza, y ahí voy.
Me veo sacudida hacia él, mi cuaderno de dibujo se desliza de la almohada,
mi lápiz se cae de mis dedos, mientras él se inclina también hacia delante,
saliéndose de sus almohadas.
Mientras desciende sobre mí, todo hombros macizos y ojos oscuros.
—Veamos qué clase de artista eres —repite, adelantando su otra mano y
agarrando mi collar—. Veamos si puedes terminar este boceto de rodillas. Si
puedes colorear dentro de las líneas cuando te lo estoy haciendo al estilo perrito.
Cuando estoy haciendo temblar este cuerpo apretado y tu coño rosado habla. —
Sus labios están respirando sobre mí ahora, sus dedos se flexionan alrededor de
mi muñeca—. Vamos, Bronwyn. Vamos a ver si mi pequeña y bonita alhelí puede
326
hacer arte cuando golpee su apretado culo y haga sonar todas las campanas de
su cuerpo.
Entonces lo beso.
Porque al diablo con el arte.
Puede golpear mi trasero y tocar todas las campanas de mi cuerpo cuando
quiera. También alerta de spoiler: no pude.
Me refiero a colorear dentro de las líneas.
Cuando me lo hacía al estilo perrito.
Dios, me encantan estos fines de semana con él.
Me encantan.
Me encanta pintar su casa. Me encanta pintarlo.
Me encanta hacerlo ver películas de Disney —sí, lo hago ver películas de
Disney. Al principio le disgustaba, pero cuando le dije que eran mis favoritas,
aceptó. Aunque en realidad no son mis favoritas. Es decir, me gustan, pero me
gusta más verlas con él y reírme de sus expresiones de dolor.
Me encanta despertarme en su cama, besarlo siempre que quiero, que me
bese siempre que quiere. Me encanta salir con él, porque salimos. No donde nos
puedan reconocer. Solo en viajes largos.
También me lleva a su entrenamiento de fútbol.
Solo para que conste: Eso no fue algo fácil de lograr.
Ni siquiera sabía que seguía ayudando en el instituto de Bardstown. Pensé
que lo habían tomado prestado para esa semana y que eso era todo. Pero
aparentemente los está ayudando durante los fines de semana.
Lo que me dijo de muy mala gana después de desaparecer dos veces los
sábados mientras me quedaba con él.
Así que, naturalmente, mi primera pregunta fue si podía ir a ver su
práctica. A lo que él dijo definitivamente que no. Pero seguí insistiendo y un fin
de semana cedió. Con la condición de que me sentara en las gradas, al aire libre,
y lo observara. En lugar de encontrar un lugar discreto en algún lugar, escondido
de todos los jugadores, y observarlo.
Que era mi plan, por supuesto.
Porque no quiero que la gente le haga preguntas sobre mí, sobre lo que
estoy haciendo allí y cómo me conoce y todo eso. No estoy segura de cómo iba a
lograr "esconderme" en un campo abierto, pero iba a pensar en algo.
Pero lo cerró todo y dijo que se encargaría de ello.
Y lo hizo. Ocuparse de ello, quiero decir.
Le dijo a todo el mundo que era estudiante de St. Mary's y que soy una
artista y que estoy haciendo una serie de retratos relacionados con el fútbol para 327
mis portafolios universitarios. Así que, como buen profesor, me dio permiso para
asistir a su entrenamiento. Y como el entrenador Thorne tiene una reputación
tan estelar, nadie se inmutó ante su mentira.
Así que desde entonces he ido a su práctica unas cuantas veces.
Me siento en las gradas con mi cuaderno de dibujo abierto y lo observo
comandar a un grupo de unos veinte adolescentes.
Veo cómo se le iluminan los ojos cuando un jugador hace algo bien y cómo,
cuando no lo hacen, entra en su modo de entrenador inspirador. Cuando los
guía, trabaja pacientemente con ellos y no les permite abandonar hasta que
están en el camino correcto. Ah, y si los jugadores se equivocan, también entra
en su modo de entrenador duro y los deja en evidencia.
Lo veo todo con la misma sensación que tuve en aquel partido.
Que a Conrad podría… gustarle esto. Puede que le guste su trabajo. le
guste entrenar, guiar y enseñar a la gente.
Solo que él no lo sabe.
Tal vez porque está demasiado enojado por ello. Que tuvo que aceptar este
trabajo hace años y años en lugar de cumplir sus sueños profesionales.
Así que mientras lo observo, dibujo.
Hago un boceto de todo eso en mi cuaderno de dibujo y después, cuando
llegamos a su casa, le enseño todos mis bocetos.
Le muestro cómo brilla y resplandece cuando está cerca del fútbol. Cuando
entrena a los chicos y los guía, haciéndolos mejores jugadores. Le digo lo
maravilloso que es eso. Que es maravilloso y sorprendente y asombroso que
toque tantas vidas a diario.
Me deja pasar las páginas de mi cuaderno de dibujo y divagar sobre las
cosas, señalarlas, hasta que no lo hace.
Hasta que me agarra por la nuca y me toma la boca.
Sé que lo hace para distraerme. Para hacerme callar, porque no creo que
le guste escuchar estas cosas.
Pero eso no significa que vaya a dejarlo.
Voy a seguir diciéndole, haciéndole entender que aunque su sueño de ser
futbolista profesional no se cumplió, todavía puede encontrar alegría en este
juego. Que aunque este fue un trabajo que tuvo que tomar hace años, no significa
que tenga que odiarlo por eso.
Pero, sobre todo, quiero decirle que no tiene por qué despertarse en mitad
de la noche para ir a dar patadas a la pelota en su patio trasero, solo.
Porque él también lo hace.
Y sinceramente creo, después de pasar varios fines de semana con él en
los últimos dos meses, que tal vez esté progresando. Que tal vez pueda ver que 328
su trabajo de entrenador podría ser su nueva pasión.
Pero un día, en el entrenamiento, llegan un par de personas y eso le
amarga inmediatamente el ánimo. Inmediata y visiblemente. Y me doy cuenta de
que estoy tan lejos de mi objetivo que ni siquiera tiene gracia.
Cuando más tarde le pregunto por ellos en su casa, me ignora. Pero a estas
alturas debería saber que no voy a ceder. Y no lo hago. No hasta que me dice que
eran del New York City FC.
—Bien —digo, frunciendo el ceño—. Entonces, ¿qué querían de ti?
No le gusta la pregunta porque no solo aprieta la mandíbula, sino que se
dirige a su nevera, la abre de golpe y agarra un Gatorade. Que luego procede a
beber en su totalidad de un solo trago.
De pie junto a la isla de la cocina, lo espero antes de volver a pinchar.
Porque a estas alturas sé que necesita que lo empujen en dosis. Así que cuando
termina y deja la botella en la isla con un golpe seco, le digo:
—Conrad. ¿Qué querían de ti?
Respira bruscamente, mirándome fijamente. —Me quieren como su
entrenador.
—¿Su entrenador?
Aprieta la mandíbula antes de casi arremeter: —Sí.
Lo miro sin palabras durante unos segundos antes de preguntar:
—Pero, ¿no es eso algo bueno?
Su respuesta es apretar la mandíbula de nuevo.
Pero no dejo que me disuada. —Conrad, oh Dios mío. —Salto en el acto—
. Es increíble. Ellos te quieren. Quieren que entrenes a su equipo. Es un equipo
profesional. Oh, Dios mío. ¿Cómo no estás saltando ahora mismo?
Mira mi felicidad por un segundo antes de cortar. —Porque no me interesa.
—¿Perdón?
Su pecho se mueve con una respiración aguda. —No me interesa, carajo,
aceptar el trabajo. Nunca me ha interesado aceptar ese trabajo.
Parpadeo, intentando despejar las telarañas de la confusión. —Espera, ¿no
es la primera vez que te lo ofrecen? El trabajo.
Otra respiración, pero esta es más bien un suspiro, como si estuviera
cansado de tener esta conversación. Que no ha hecho más que empezar. Recoge
la botella de plástico de Gatorade que acaba de vaciar y la tira a la papelera antes
de decir, distraído:
—No, no es la primera vez. Y definitivamente no es la primera vez que los
rechazo.
—¿Pero por qué? —Me agarro al borde de la isla—. ¿Por qué harías eso?
¿Por qué los rechazaste? 329
—Porque no me interesa —repite como si hubiera memorizado estas líneas,
mientras intenta pasar por delante de mí.
Sin embargo, lo detengo.
Le agarro la mano y lo detengo en su camino.
Mirando su rígido perfil, vuelvo a preguntar:
—Conrad, dime, ¿de acuerdo? ¿Por qué? ¿Por qué los rechazaste? Te
encanta entrenar. Lo haces.
Te he visto.
Con tus jugadores.
He visto cómo eres con ellos.
Lo apasionado que eres por enseñarles y hacerlos mejores jugadores.
Te vi en el partido ese día.
Sonreíste cuando ganaron.
Nunca sonríes, Conrad.
Eso es un gran problema.
Te encanta esto y sé que piensas que no puedes tener nuevos sueños o
una nueva pasión.
Pero tú puedes.
Solo tienes que aceptarlo y…
Me mira de reojo. —No lo hagas.
—Pero…
—No —dice secamente, su voz es un eco de cómo solía ser conmigo
entonces, cuando empezó en St. Mary's, todo distante y alejado—. No voy a
aceptar ese trabajo porque no me interesa. No me interesa cambiar un trabajo
de mierda por otro. No me interesa dejar esta ciudad de nuevo y volver a Nueva
York como hice hace catorce años. No me interesa volver a desarraigar mi vida,
¿entiendes? Esta es mi vida. Este es mi lugar. Y este es mi trabajo. Fin de la
discusión.
Con eso sale de la cocina y marcha hacia su baño para ducharse.
Mientras que yo me quedo ahí sacudida.
Me quedo allí escuchando sus palabras una y otra vez. La determinación
en ellas. La absoluta negativa a considerar siquiera una maravillosa oportunidad
en su vida.
Y me doy cuenta de que quizá nunca lo consiga.
Tal vez nunca pueda convencerlo.
Tal vez no haya suficientes fines de semana en este mundo, en nuestro
mundo, para hacerle entender. 330
Y no las hay, ¿verdad?
Porque no estaré aquí el próximo fin de semana.
M
e miro en el espejo.
Llevo un vestido rosa tipo vestido de baile con una abertura
en un lado. No tiene tirantes y me queda como un guante. Sobre
todo en la zona del pecho.
Que a mi madre le gusta especialmente.
—Date la vuelta —me dice y lo hago. Me recorre el cuerpo con la mirada y
tengo que alisar las manos sobre mis muslos para ocultar su temblor—. Bien,
creo que esto debería funcionar. Por fin hemos encontrado un color que no te
hace parecer un cadáver. —Ella entrecierra los ojos—. O tal vez la iluminación
es buena. En cuyo caso, me alegro de que hayamos tenido que trasladar la fiesta
a nuestra casa.
Es la fiesta de cumpleaños de mi padre y solemos celebrarla en el club de
campo, donde mi padre invita a todo el pueblo y a todos sus conocidos. A todos 331
los que conoce, en realidad. Pero una tubería se rompió en el último momento y
mi madre tuvo que cambiar el lugar. Ayer estuvo muy estresada por eso, pero al
menos ahora parece feliz.
Lo que casi hace que todo este vestido valga la pena.
Porque sinceramente, no me gusta.
No me gusta lo revelador que es.
Cómo para llevarlo, tuve que frotar con cuidado y diligencia los puntos
expuestos donde había escrito su nombre. En realidad no me gusta el hecho de
tener que exponer mi piel en absoluto. Donde la gente puede ver. Donde pueden
pasar sus ojos por mi piel sin decorar y no tengo ningún control sobre eso.
Y no es que no haya llevado esos vestidos antes.
Lo he hecho.
Pero ahora solo quiero mostrarle. me gustan sus ojos en mi cuerpo, mi
espina.
Y lo extraño.
Le echo mucho de menos.
El hombre que piensa que tengo la piel rosada mientras el resto del mundo
piensa que soy fantasmal.
Ya sabía que no iba a poder pasar este fin de semana con él, es el
cumpleaños de mi padre y también porque ya habíamos pasado el fin de semana
anterior juntos, así que durante la semana, todo se sentía desolador.
Todo se sentía desincronizado y al revés.
Algo que ocurre cada vez que sé que no podré pasar tres gloriosos días con
él. O más bien dos días y medio.
Porque no es que podamos estar juntos en la escuela.
El único momento en el que nos reunimos es cuando corre por la mañana.
Es entonces cuando lo veo sin reparos, sentado bajo el árbol, con su sudadera
con capucha —¿recuerdas la sudadera que me regaló aquella vez? Sí, me la he
puesto mucho, intentando sentir sus brazos a mi alrededor. Y le encanta verme
con ella porque sé que me devuelve la mirada.
Pero el resto del tiempo mantenemos la distancia.
Ya tenté mi suerte cuando iba a su oficina y le leía esas cartas. Ya no voy
a hacer eso.
Y como el fin de semana pasado tuvimos una especie de primera pelea,
sobre los representantes del New York City FC, y me di cuenta de lo lejos que
estoy de mi objetivo, odié aún más esta semana.
Por no hablar de que ayer por la tarde descubrí algo que estoy deseando 332
compartir con él.
Así que sí.
No estoy de humor para fiestas, pero es el cumpleaños de mi padre y voy
a intentar ser una buena hija.
Para compensar el hecho de que realmente no lo soy.
Con mi vestido rosa y mis tacones plateados de tiras, bajo las escaleras de
mi casa para dirigirme al patio trasero donde están reunidos todos los invitados.
De pie junto a las puertas francesas que dan acceso a la enorme zona decorada,
observo la abarrotada escena, intentando decidir qué camino tomar.
Debería buscar a mi madre y ver si necesita que le hagan algo. Todo este
asunto de la sede la ha dejado fuera de juego, y…
Todos mis pensamientos se desvanecen cuando durante mi encuesta
encuentro algo.
A alguien.
Alto y ancho y con el cabello largo.
También lleva traje.
No el que llevaba esa noche. Este es diferente. Este es probablemente
nuevo. Y aunque estoy súper apegada a su antiguo traje porque fue el primero
que le vi, este también me gusta.
Pero eso no es lo más destacable aquí.
Lo más destacable —aparte del hecho de que está aquí de alguna manera—
es que no está de pie en un rincón oscuro, alejado de todo el mundo, mirando
algo con una pesada quietud.
Está alejado de la gente, sí. Y parece congelado.
Pero me está mirando fijamente.
Y sus ojos se mueven. Sus ojos brillan y centellean mientras me miran. Y
cuando termina de recorrer mi cuerpo, los lleva de nuevo a mi cara y no puedo
contenerme.
No puedo detenerme como lo hago en la escuela.
No puedo evitar lanzarme hacia él, correr hacia él.
Y él tampoco puede detenerse.
Porque en cuanto me muevo, él también lo hace.
Aunque creo que es más controlado en sus pasos. Es más controlado y
elegante en su forma de andar por el espacio, sin hacer que la gente gire la cabeza
para ver lo que pasa.
Pero yo no.
Creo que algunas personas me miran, a mi forma de trotar, pero en este
momento no me importa. 333
En este momento necesito llegar a él y cuando llego, casi lo rodeo con mis
brazos. Casi salto a sus brazos. Pero entonces oigo una carcajada a lo lejos y, de
alguna manera, la realidad vuelve a golpear.
La realidad de donde estamos.
La realidad de lo que iba a hacer.
Lo ve pasar en mi cara y su mandíbula se aprieta. Sus rasgos se tensan,
pero metiendo las manos en los bolsillos, se aleja de mí.
Con la respiración agitada, pregunto:
—¿Qué… qué haces aquí?
Me mira fijamente durante unos segundos más. Como si su primer
escrutinio no fuera suficiente. Como si no le satisficiera cuando lo hacía de lejos.
Necesita hacerlo, estudiarme, de cerca.
Y cuando ha terminado, estoy jadeando aún más.
—Me han invitado —responde.
Frunzo el ceño.
—¿Qué?
Se encoge de hombros.
—Toda la facultad de St. Mary's lo estaba.
Sí.
Por supuesto.
Cuando he dicho que mi padre invita a todos los que conoce, quiero decir
que invita a todos.
Todos.
Incluyendo a los miembros de la facultad de St. Mary's. Invitaba también
a los miembros de la facultad de mi anterior escuela. Y nunca he estado más
feliz por ello. Nunca estuve tan de acuerdo con incluir a todas las personas de
esta ciudad y de todas las ciudades vecinas.
Tanto es así que sonrío. —Me olvidé por completo de eso.
Esto es fantástico.
Esto es épico.
Le he echado mucho de menos y ahora está aquí. Y no, no podré pasar
mucho tiempo con él ni hablar con él fuera de lo apropiado, pero podré seguir
viéndolo.
Todavía puedo deleitarme sabiendo que está en esta fiesta.
Incluso podría darle mis noticias ahora en lugar de esperar hasta el lunes.
Y estoy a punto de decir algo en ese sentido cuando él dice, moviendo la
barbilla hacia algo que está por encima de mis hombros. —¿Ese es tu padre? 334
—¿Qué?
Está mirando algo por encima de mis hombros con expresión pensativa.
—Me gustaría conocerlo.
Mis ojos se abren de par en par ante sus palabras.
Y me pongo en su camino en el momento en que se mueve en lo que ahora
sé que es la dirección de mi padre. —¿Qué estás haciendo?
Conrad pasea sus ojos por mi cara, su mirada se dirige a mi cabello.
Es un elaborado peinado que la peluquera de mi madre ha tardado casi
una hora en hacer. Levanto el brazo para tocarlo, tocar los mechones trenzados
y atados.
Que francamente parecen ridículos en lugar de sofisticados.
Y doloroso.
Y apretado y confinado.
Ante mi acción, murmura:
—Deberías quitarte ese nido del cabello y dejarlo libre.
—¿Qué?
—Ya sabes, para que puedas sentir el viento en tu cabello. Creo que te
gustaría eso.
Con eso, rechazando mis palabras, se va a encontrar con mi padre. Y por
supuesto no puedo dejar que eso ocurra.
Porque conociendo a Conrad, no va a ser bonito. Y mi padre lo va a hacer
aún más feo.
Así que en cuanto Conrad se pone en marcha en dirección a mi padre, yo
hago lo mismo. Pero en lugar de caminar como Conrad, hago footing. Otra vez.
Atraigo las miradas de la gente, pero esta vez me importa aún menos que antes.
Tengo que llegar a mi padre antes de que lo haga Conrad.
No estoy segura de lo que voy a hacer cuando llegue, pero tengo que estar
allí. Así que pongo toda mi fuerza y llego allí probablemente cuatro segundos
antes que Conrad, sobresaltando a mi padre.
Estaba hablando con un grupo de personas con una copa de champán en
la mano y, en cuanto me percibe, se vuelve hacia mí bruscamente, con el ceño
fruncido de desaprobación en la frente.
—Papá, oye —digo, tratando de controlar mi respiración.
—Qué…
Le corto cuando veo a Conrad en mi visión periférica, que viene a ponerse
a mi lado. —Uh, me gustaría que conocieras a alguien. —Sonriendo
nerviosamente, me vuelvo hacia Conrad—. Este es mi entrenador de fútbol, el 335
entrenador Thorne. Y este es mi padre, Jack Littleton.
Mi padre mira a Conrad con una sonrisa.
Una sonrisa agradable y amistosa.
Eso suele decir a la gente que mi padre es un tipo accesible. Elegante y de
la alta sociedad, sí. Pero también es una persona sociable. Un fiscal.
Conrad no lo cree así.
No ofrece a mi padre una sonrisa a cambio.
De hecho, tarda un par de segundos —segundos en los que me retuerzo y
retuerzo las manos delante de mí— en aceptar el apretón de manos de mi padre.
—Entrenador Thorne —dice mi padre, sacudiendo la mano de Conrad
hacia arriba y hacia abajo, con aspecto pensativo.
Conrad le lanza a mi padre una breve inclinación de cabeza. —Señor
Littleton.
Aunque su tono es cortés, trago saliva con nerviosismo. Porque puedo ver
el frío en sus ojos. Puedo ver lo fríos que parecen ahora mismo.
Sin embargo, mi padre no es más sabio, ya que dice:
—Thorne. Conrad Thorne, ¿correcto?
—Sí.
La sonrisa de mi padre crece. De hecho, se vuelve bastante genuina.
—Por supuesto. Por supuesto. Me he enterado de que te has unido a St.
Mary's. Es un placer conocerte. ¿Cómo estás disfrutando de la fiesta? —Levanta
su copa—. Hay champán. Y pastel, por supuesto.
Conrad mira la copa de champán de mi padre.
—Creo que le dejaré el champán a usted. Y no me gusta el pastel.
Los ojos de mi padre se entrecierran ligeramente y yo empiezo a hacer una
mueca, pero lo deja pasar y dice:
—Como quieras. Aunque tengo que decirte que has sido todo un tema de
conversación en los últimos meses. En realidad, siempre has sido un tema de
conversación entre la gente.
—¿Es así?
—Sí, ¿y por qué no? —Mi padre se ríe—. Eres el mejor entrenador de fútbol
que hemos visto en años. Todo el mundo te quiere en su equipo. Todas las
escuelas de esta ciudad y de cuatro ciudades alrededor. De hecho, todas las
escuelas de este estado. Y, por si fuera poco, he oído que los profesionales llaman
constantemente a tu puerta. —Mi padre da un sorbo a su champán mientras
continúa—: La gente se sorprendió mucho cuando aceptaste una oferta de St.
Mary's.
Conrad se mete las manos en los bolsillos. 336
—Sí, así soy yo. Me gusta sorprender a la gente.
Mi padre vuelve a reírse.
—Bueno, espero que estés disfrutando de tu estancia en St. Mary's. —
Entonces me mira. De hecho, me pasa el brazo por los hombros y me da un
abrazo lateral como haría un padre orgulloso—. Espero que mi hija no te esté
haciendo pasar un mal rato. Ella puede ser muy desesperada en los deportes si
lo digo yo.
El enojo aparece en las facciones de Conrad y abre la boca para decir algo,
sin duda algo mordaz, pero no se lo permito.
—Sí, el fútbol no es lo mío, lo siento.
Mi padre vuelve a reírse y me aprieta los hombros antes de soltarme.
—Bueno, no hace falta. Probablemente deberías centrarte más en tus
notas que en perder el tiempo dando patadas a una pelota sucia. —Mira a
Conrad al decir eso—. Sin ánimo de ofender, por supuesto.
Conrad está furioso.
Ya lo veo. Tiene la mandíbula muy apretada y sus ojos disparan fuego. Y
no es por el comentario de mi padre sobre el fútbol, y me da la razón al segundo
siguiente, cuando Conrad encuentra por fin un espacio y dice:
—Por lo que tengo entendido, a su hija le gusta el arte. Es una artista,
¿no? Así que sí, no necesita centrarse en algo que no le interesa.
La irritación aparece en los ojos de mi padre, pero se las arregla para bajar
el tono y decir:
—Sí, fue toda una fase, ¿no?
Me lanza una mirada y yo agacho la cabeza, sonrojada por la vergüenza.
—Una fase —murmura amablemente Conrad.
Mi padre suspira antes de explicar:
—Sí, por desgracia. Los adolescentes y sus rabietas, ¿verdad? ¿Qué se
puede hacer? —Se ríe de nuevo—. Pero St. Mary's ha sido un regalo del cielo,
¿no?
Se me encoge el corazón, pero sonrío de todos modos y asiento.
—Sí.
Es decir, lo ha sido.
Pero no de la forma en que mi padre piensa.
Conrad tararea.
—No sé, señor Littleton, creo que a veces los adolescentes pueden
sorprenderte. —Dirijo mis ojos hacia él para descubrir que me está mirando
antes de centrarse en mi padre—. Es difícil de entender, el concepto. De hecho,
hasta hace poco ni yo mismo era consciente de ello. Pero me gustaría decir que 337
he madurado. Y ahora pienso que a veces los adolescentes saben exactamente
lo que están haciendo y sus rabietas no son rabietas en absoluto. Ya sea
rompiendo el toque de queda o destrozando un auto caro.
Mientras mi corazón late, late, late en mi pecho, a mi padre no le importan
especialmente los comentarios de Conrad. Y esta vez su irritación no desaparece
fácilmente. Se filtra un poco en sus ojos y también en su voz.
—Puede que sea así. Pero me gustaría pensar que conozco a mi hija. Que
sé lo que es mejor para ella.
Los ojos de Conrad se entrecierran ligeramente mientras dice:
—Sí, me lo temía.
—¿Temías qué?
—Que usted lo piense. Que sabe lo que es mejor para tu hija.
—Lo siento, pero —mi padre vuelve a dar un sorbo de champán— ¿se
supone que eso significa algo?
—Bueno, entre los dos, usted es el que fue a una escuela de derecho —
dice Conrad, con ojos letales y fríos mientras su tono es casual—. Harvard, según
he oído. Estoy seguro de que puedes entenderlo. Lo que se supone que significa
eso.
Mi padre mira a Conrad confundido, o más bien pensativo, antes de decir:
—¿Estás realmente ins…?
Pero un par de recién llegados lo interrumpen y quieren hablar con él, así
que lo apartan. Y yo respiro aliviada. En realidad, solo respiro.
Porque no lo he hecho desde que Conrad empezó a hablar con mi padre.
Mirándolo, le digo:
—¿Qué ha sido eso? ¿Estás loco? Acabas de insultar a mi padre en su
fiesta de cumpleaños —añado—: De una manera que no creo que haya entendido
realmente, pero aun así.
Y creo que es porque nadie ha insultado realmente a mi padre en su cara.
Especialmente no en su propia fiesta.
Conrad estaba mirando a mi padre, pero al oír mis palabras, se centra en
mí.
—Fiscal, ¿eh?
—¿Me estás escuchando? Que…
—Bueno, mi más sentido pésame. Para el público —dice en voz baja.
Y entonces tengo que apretar los labios.
Tengo que hacerlo.
Porque no puedo creer que quiera reír. Y esta no es una situación para
reírse. Esto podría haber sido un desastre. Y se lo digo. —No estoy segura de lo 338
que estabas tratando de hacer aquí. Ya te he dicho que te apartes y…
—Lo que trato de hacer —dice, cortándome—, es que te des cuenta de que
tienes que parar.
—¿Parar qué?
Respira bruscamente, mirándome. —Dijiste que te inspiré esa noche, ¿sí?
Que te inspiré a defenderte a ti misma y a tu arte —se burla—. Entonces deja de
castigarte por levantar la voz. Deja de castigarte por levantarte. Deja de mimar a
tus putos padres de mierda porque no pueden soportar lo que eres. Deja de
intentar complacerlos siempre porque una vez en tu vida hiciste algo por ti
misma. Deja de disculparte por ser una artista y sé una maldita artista.
Quiero decir algo entonces.
De verdad que sí.
Solo que no sé qué decir. sé qué podría decir.
Y antes de que tenga la oportunidad de formar algún tipo de respuesta,
me apartan como a mi padre. Por mi madre, y la noche se vuelve aún más
desastrosa después de eso.
Porque ni una sola vez consigo hablar con Conrad.
Ni una sola vez consigo estar cerca de él.
Primero, estoy ocupada ayudando a mi madre con los arreglos y las cosas.
Y luego, cuando tenemos un momento para respirar, mi madre me hace
intervenir para las presentaciones. En ese momento se une mi padre y después
no hay escapatoria; los medios de comunicación descienden sobre nosotros,
fotos y clics de cámara y tanta gente. Para colmo, cuando empieza la música mi
madre me manda a bailar con las personas que me ha presentado: un par de
universitarios.
Y se siente mal.
Siempre se ha sentido así.
Pero antes lo toleraba para mantener la paz, para mantener a mis padres
contentos, porque ya han sido muy infelices conmigo. Pero hoy los brazos
extraños y el cuerpo aún más extraño de este tipo me dan casi asco. Me da rabia.
Me asfixia más de lo normal.
Me hace buscarlo de nuevo entre la multitud.
Y ahí está, de pie en el borde de esta pequeña zona de baile improvisada,
mirándome fijamente. Mirando fijamente al tipo con tanta ferocidad. Con una
tensión que atormenta mi propio corazón y lo entiendo.
Por fin, por fin lo entiendo.
Lo que intentaba decir. Lo que intentaba decirme, y tenía razón.
Tenía toda la razón.
Siempre me he sentido culpable por ser quien soy, una artista. Siempre he 339
tratado de disculparme, de compensar mis deficiencias como hija de un famoso
abogado. Y ese sentimiento no ha hecho más que crecer después de lo que le
hice al auto de mi padre, por lo que he estado compensando en exceso. He estado
tratando de complacerlos más, de mantener la paz a toda costa. Incluso les estoy
ocultando mi decisión de ir a la escuela de arte.
Y con los brazos de otro tipo alrededor de mí y Conrad observando con
furia hirviente, me doy cuenta de que no voy a hacerlo más. No voy a disculparme
más.
Tengo que parar.
Como me dijo.
Dios, he sido tan idiota.
Así que cuando se aleja de la pista de baile, con un comportamiento tenso
y enojado, dejo de bailar.
Me alejo del tipo y, pidiéndole perdón, abandono también la pista de baile.
Me abro paso entre la multitud, recorriendo con la mirada todo el lugar,
tratando de buscarlo. Pero no lo encuentro por ninguna parte. Así que salgo de
la zona de la fiesta y me dirijo hacia la propia casa, hacia las puertas francesas
por las que entran y salen los camareros y los invitados, con la esperanza de
poder ubicarlo cuando salga.
Ahora estoy en el pasillo, corriendo por él, todavía buscándolo, cuando, de
repente, alguien me agarra de la mano con bastante fuerza, deteniendo mi
búsqueda y arrastrándome al interior de un baño. Cierran la puerta detrás de
mí con un golpe y me acomodan contra ella y estoy tan sacudida, tan
conmocionada, que dejo que todo suceda.
Pero entonces me despierto y estoy a punto de gritar cuando una mano
me presiona la boca y me doy cuenta —por fin, por fin— de quién es.
Me doy cuenta de que es el hombre que yo he estado buscando.

340
M
is ojos, ya muy abiertos, se agrandan aún más al verlo y mi
cuerpo se afloja.
En cuanto lo hace, retira la mano y yo exhalo. —Oh Dios,
estaba… Me has asustado.
Estudia mi rostro enrojecido con una mandíbula apretada que solo se hace
más tensa cuanto más me mira. —Lo sé.
Trago saliva, mirando sus ojos duros y beligerantes. —Te estaba buscando.
—¿Por qué?
Sé que está enojado. Lo sé.
Sé que verme con esos tipos lo puso furioso. Sé lo posesivo que es. Lo
territorial que es. La última vez unos tipos simplemente me hablaron y él se
agitó. Definitivamente no va a manejar bien que alguien me toque, y eso solo me 341
da ganas de abofetearme.
Porque, ¿en qué estaba pensando?
¿Cómo pude pensar que estaba bien ser la marioneta de mis padres? Que
estaba bien cumplir sus órdenes, no dibujar cuando estoy en casa, ir a visitas
no deseadas al campus, conocer a gente que no quiero conocer, posar para las
cámaras, bailar con chicos con los que no quiero bailar.
¿Por qué pensé que traería la paz?
Nunca trae paz. No importa lo que haga, mis padres nunca están contentos
conmigo. Nunca están contentos.
Y mira lo que hice en mi tonta búsqueda de eso.
Yo misma he sufrido, sí.
Pero yo también lo hice sufrir.
Le he hecho daño.
La única persona, aparte de mis amigos, que cree en mí. Que me apoya.
Que me ha inspirado no una sino dos veces.
Y necesito decírselo. Necesito decirle que voy a parar.
Así que me agarro a su camisa blanca de vestir, con el pecho todavía
agitado. —Lo siento. Esos chicos… no sabía quiénes eran. Mi madre me los
presentó y…
Sus fosas nasales se ensanchan y golpea con una mano la puerta por
encima de mi cabeza. —Tu madre.
Aunque ahora está amenazante y enojado, inclinado sobre mí,
cubriéndome con su oscura sombra, me siento segura por primera vez desde que
salí ayer de St. Mary's.
Me siento completa.
Me siento suave, femenina y bonita.
Retorciendo mis manos en su camisa, digo:
—Sí, pero quiero que sepas que…
Se inclina aún más, su pecho que respira con fuerza empuja el mío,
mientras me corta y dice:
—¿Y este vestido? Tu madre también te hizo usar este vestido.
Odio, odio absolutamente admitirlo, pero le respondo:
—Sí. Pero cuando lo llevaba era diferente y…
De nuevo no me deja hablar, ya que me dispara con una pregunta aguda
y mordaz.
—¿Por qué?
—Conrad, por favor, escucha… 342
—Respóndeme —espeta, su pecho empujando más hacia mí, frotando mis
pezones con su áspera respiración.
No quiero hacerlo.
Porque sé que solo avivará su ira. Solo lo agitará más.
Pero sé que no lo dejará pasar.
Así que mordiéndome el labio, le digo:
—Porque piensa… ella piensa que mis pechos se ven grandes y…
—¿Y qué?
—Y a los chicos les gusta eso.
Mi corazón se aprieta en el pecho.
Mi vientre también se aprieta. Algo dentro de mí se retuerce y se retuerce
ante el efecto que mi respuesta tiene en él. Por la furia y la angustia que veo en
sus ojos. Y vuelvo a intentarlo.
Intento decirle:
—Pero no voy a…
—¿Por qué?
—Conrad…
—No —truena—. Joder, no. Ni una palabra. No quiero oír nada más que la
respuesta a mi pregunta, ¿entendido? Acabo de verte con otro tipo. Acabo de
presenciar a un puto adolescente cachondo tocando lo que es mío. Te dije que
los chicos son unos cachondos, ¿sí? Así que si dices algo distinto a lo que te he
preguntado, voy a perder la cabeza. Apenas, apenas, estoy colgando de un hilo.
»Solo responde por qué. ¿Por qué tu madre quiere vestirte con lo que les
gusta a los chicos?
Y no puedo rechazarlo.
No puedo.
Porque me doy cuenta de que ahora es mi turno de disculparme. Es mi
turno de compensarlo por haberle hecho pasar por esa mierda.
Así que se lo diré más tarde. Le diré que tenía razón y que hoy es el día en
que dejo de castigarme.
Por ahora, voy a calmar su ira. Le daré lo que quiere.
Me disculparé.
—Porque si me pongo lo que les gusta, puede que acabe gustándoles. Y si
nos… juntamos, mi padre… podría ayudar a su campaña. Con donaciones y
redes y cosas. Así era Robbie. Nuestros padres querían arreglarnos una cita.
Porque su padre era un importante donante potencial. Pero cuando… destrocé 343
el auto de mi padre, se echaron atrás y… —no puedo evitar añadir—: Tú también
me liberaste de él.
Respira agitadamente cuando termino.
Su pecho raspa y roza mis pezones, provocando un dolor en el fondo.
En mi pelvis. Entre mis muslos.
Y tengo tantas ganas de dejar de hablar de esto. Quiero poner mi boca
sobre él. Besarlo, calmarlo.
Pero sé que no me dejará.
Mi disculpa tiene que ser en sus términos.
—Así que ella quiere prostituirte —dice, con la voz gruesa y los dedos
clavados en la madera—. Al mejor postor. Al hombre que pague más dinero a tu
padre por poseerte. Poseer tus tetas de lechera y tu culo de stripper.
Me estremezco ante sus sucias palabras.
Me estremezco y tengo espasmos.
También arqueo la columna vertebral porque el dolor de mi cuerpo, de mis
pezones palpitantes, de mi coño, está en su punto más alto. Estoy hinchada y
congestionada y todo me duele ante sus sucias palabras, ante su oscura y
peligrosa presencia.
—Conrad.
Uso su nombre como una súplica. Una súplica para que deje esto, para
que deje de torturarse y sus ojos furiosos se cambian.
Se alejan de mi cara y se dirigen a mi cuello estirado, a mi pulso
enloquecido. Antes de descender a mi pecho erguido, a mis duros pezones, cuyos
contornos son claramente visibles a través de mi vestido.
Aprieta los dientes al verlos.
—Sin embargo, no se equivoca, ¿verdad? Tu madre —dice, con voz
áspera—. A los chicos les gustan las tetas grandes. Y como tu coño mágico, tus
tetas también son mágicas. Tus tetas son con las que los hombres se masturban.
Lo que fantasean con follar cuando se follan el puño.
Le suelto la camisa y le agarro la cara. Lo acuno, haciendo que mire hacia
arriba. —Conrad, yo…
Sus ojos son oscuros y brillantes. —Dime algo.
—¿Qué?
—¿Y si ese hombre fuera yo?
—¿Ese hombre?
Me mira las tetas por un segundo antes de volver a centrarse en mi cara.
—Sí. ¿Y si me gustaran tus tetas? ¿Y si me gustaran lo suficiente como para
pagar por ellas? ¿Tu madre me dejaría? 344
—Oh Dios, por favor, lo siento. Yo…
—¿Y si te meto en un baño, te bajo el vestido y meto mi polla entre ellas?
¿Cuánto va a costar eso? ¿Cuál es el precio de follarte las tetas, Bronwyn?
Me muerdo el labio ante la corriente viciosa que me atraviesa.
Pero aún no ha terminado.
No ha terminado de sacudirme con corrientes de lujuria mientras
continúa:
—¿Qué hay de tu padre, eh? Tu famoso padre. ¿Va a dejar que me folle a
su hija? Mientras él está por ahí bebiendo champán, celebrando su puta vida
inútil. —Se lame los labios, sus ojos barren mi rostro—. Si tuviera suficiente
dinero, Bronwyn, ¿me dejaría comprarte? ¿Me dejaría quedarme contigo?
Quedarse conmigo.
Nunca ha dicho eso antes.
Nunca había querido eso.
Y hay algo en su pregunta, en la forma en que dice “quedarme”, con su voz
gutural, que hace que me piquen los ojos. Me hace apretar los dedos en sus
mejillas afiladas y espinosas mientras susurro:
—No. —Él gruñe y yo continúo—: Porque ya soy tuya.
Se queda quieto un segundo ante mi franca respuesta. mi respuesta
sincera.
Por supuesto que soy de él.
No necesita hacer nada para retenerme.
Ese no es el problema, ¿verdad?
El problema es que él no quiere. Eso es lo que dijo al principio. Por eso
empezó todo, porque no quiere quedarse conmigo. Y es por eso que en las últimas
semanas.
Nunca he olvidado a quién ama.
A quién quiere.
Todos mis pensamientos se dispersan cuando él viene por mi boca.
Cuando la captura, la atrapa, la chupa. Cuando asalta mi boca con la suya y la
viola con su lengua. Cuando hace el amor con sus dientes.
Y tampoco voy a dejar que se vaya.
No puedo.
Por fin puedo calmarlo. Por fin puedo quitarle su frustración y no puedo
esperar.
Ni siquiera me importa dónde estamos. 345
Ni siquiera me importa que debamos ser más precavidos, más cuidadosos
con nuestro entorno.
Porque tengo que disculparme con él.
Tengo que darle mis tetas para que se las folle. Porque al igual que yo son
suyas.
Así que eso es lo que hago.
Lo alejo y me dejo caer a sus pies. El lugar que he llegado a amar en las
últimas semanas, estar de rodillas para él, mirando hacia arriba. Mirando cómo
le afecta mi ansia, cómo se estremece y sus rasgos se vuelven oscuros y carmesí.
Cómo sus ojos se vuelven tan cachondos y bonitos con su cabello colgando en
ellos.
Me apresuro a abrir la cremallera del vestido y a bajarlo, dejando al
descubierto mis temblorosas tetas rosadas.
Mirando fijamente su cuerpo imponente que respira locamente, palmo mis
pesados montículos y se los ofrezco. —Mira, también son tuyos. Escribí tu
nombre en ellos, ¿ves? Porque tuve que borrarlo de otras partes de mi cuerpo.
¿Te las vas a follar? Mis tetas.
Como siempre, un escalofrío lo recorre.
Un enorme escalofrío, un espasmo mientras estudia mi forma arrodillada
y sumisa.
Pero hoy es peor.
Sus estremecimientos no cesan. Su pecho no deja de moverse y expandirse
con su respiración. Incluso tiene que levantarse y limpiarse los labios separados
con el dorso de la mano cuando una vena de su sien emerge, palpitante.
Y luego está su polla.
Eso también está palpitando, haciendo una gran tienda de campaña en
sus pantalones.
Y lo deseo tanto. Deseo tanto su bestial polla entre mis pesadas y doloridas
tetas que las aprieto. Amaso la carne, junto mis pesados montículos antes de
separarlos mientras susurro, suplicando:
—Por favor, Conrad. Odiaba bailar con él. Odiaba llevar este vestido y
mostrar mi cuerpo a los demás. Lo odiaba. Por favor, lo siento. Por favor, fóllame
las tetas.
Ante mi último favor, algo se astilla en su interior.
Algo recorre todo su cuerpo y extiende el brazo. Se inclina ligeramente y
entierra sus dedos en mi cabello, en mi complejo y doloroso peinado.
Mirándome fijamente, gruñe:
—Voy a encontrar la manera de liberarte, ¿entendido? No vas a hacer esto
de nuevo. No otra vez. No te lo permitiré. 346
Y con eso, me libera. Me abre el complicado peinado que estaba sujeto con
un pasador y deja que mi cabello caiga por la espalda. Deja que mis pesadas
trenzas respiren. Me deja respirar.
Y entonces estoy sobre él.
Le bajo la cremallera de los pantalones más rápido de lo que me
desabroché el vestido. Le saco la polla aún más rápido, con más desparpajo del
que me saqué las tetas. Y cuando se escupe en la palma de la mano antes de
restregar la humedad en su polla, le aparto la mano de un golpe.
Porque es mi trabajo.
Es mi trabajo lubricar su polla. Para prepararla antes de que me folle las
tetas.
Es mi polla. Me pertenece.
Así que me hago cargo. Escupo sobre su polla. Recorro con mi boca abierta
su varilla venosa. La lamo y la chupo y la humedezco antes de juntar mis pechos
con mis manos húmedas y pegajosas y hacer un valle para él.
Un valle apretado que lo hace gemir cuando por fin mete la polla.
Hace que le tiemblen los muslos y las rodillas ligeramente dobladas. Hace
que me agarre los pechos con sus grandes manos y los junte, que los apriete aún
más mientras sube y baja.
Mientras bombea su polla, sus grandes manos acarician mi carne, sus
caderas se mueven de la manera que me gusta.
Eso hace que casi me corra solo con verlo.
Saco la lengua para que, a cada empujón, pueda saborear su polla.
Consigo lamer el pre-semen de su vara rubicunda e hinchada.
Pero tras unos cuantos lametones y unos gemidos que no puedo contener,
me suelta las tetas. Se quita la polla y me sienta en la encimera. Que no me
había dado cuenta de que estaba allí. Justo a mi lado. Tan cerca, tan fácilmente
accesible para que me siente y me folle.
Eso es lo que va a hacer, ¿no?
Me va a follar.
Así que abro las piernas antes de que tenga la oportunidad de separarlas.
Levanto mi estúpido vestido, dejando al descubierto mis muslos, mis bragas
mojadas y también su nombre. Escrito en otra parte de mi cuerpo.
Lo ve y gruñe.
Me clava el pulgar en la carne, justo en el centro de su nombre donde he
hecho una rosa, mirándolo fijamente.
Y le levanto la cara y le susurro:
—Siento haberte hecho pasar por mis tonterías.
347
Respira con fuerza antes de reclamar mi boca en un beso feroz.
Antes de empujar mis bragas a un lado, exponiendo mi agujero y metiendo
su polla.
Que como siempre me queda muy bien y apretada y apenas siento el dolor.
Pero siempre tiene cuidado al principio.
No importa cuántas veces hayamos hecho esto.
Siempre tiene cuidado de controlar sus empujones, de contener sus
bombeos hasta que estoy abierta. Hasta que mis paredes estén empapadas y
blandas como una flor. Solo entonces aumenta la velocidad. Solo entonces se
entrega a mí y lo siento en mi estómago.
Y cuando sus bombeos han alcanzado su máxima velocidad y fuerza, se
acerca a mi boca.
La atrapa en la suya y me da sus besos de Thorn.
Esta noche él hace lo mismo y en el momento en que lo siento dentro de
mí, me corro.
Me arqueo en sus brazos, gimiendo y temblando, con mi canal dando
espasmos alrededor de su vara, haciendo que él también se corra.
Haciendo que se ponga rígida mientras su polla palpita dentro de mí,
lanzando su semen caliente, llenándome.
No estoy segura de cuánto tiempo ha pasado, pero cuando siento que sus
brazos me rodean, su pulgar en el lado de mi boca abierta, abro los ojos y lo
encuentro mirándome con ternura.
—Pinky Winky Promises —susurra, su pulgar trazando la curva de mi
labio inferior.
—Me lo puse por ti —le susurro, mis dedos se despiertan y tamizan los
gruesos mechones de su cabello—. Pensé que no podría verte esta noche, así que
quería sentir que estabas cerca. También me puse tu cadena para el vientre.
Traga.
—Bronwyn, yo…
—Tenías razón —solté, deteniéndolo—. Cuando has dicho que tengo que
parar. Sí que lo necesito. Sí que necesito parar. Todo este tiempo seguí pensando
que si hacía lo que ellos querían que hiciera, si compensaba el no ser una hija
ideal, serían felices. Que tal vez incluso llegarían a… amarme. Así que lo acepté
todo. Pensé que era lo que me correspondía. Obedecerlos, hacer las cosas que
ellos querían que hiciera porque no soy todo lo que ellos querían en una hija.
Pero ya no puedo hacerlo. Y por eso voy a decírselo.
Sonrío al decir esto y él lo nota con el ceño fruncido, ligeramente enojado
por mi parte y también curioso.
—¿Decirles qué?
348
Mi sonrisa se amplía y le rodeo el cuello con los brazos.
—Tú…
Asiento con entusiasmo.
—Entré en la escuela de arte. En la UNIVERSIDAD DE NUEVA YORK. Me
contestaron ayer y quería decírtelo. Pero ya estaba de vuelta en casa y me he
estado muriendo. Me moría de ganas de decírtelo, Conrad. Y pensé que tendría
que esperar hasta el lunes, lo que apestaba totalmente, pero puedo…
Me detiene con un beso.
Un beso duro, de algún modo cariñoso y apasionado a la vez.
Antes de retirarse y Dios, me regala la sonrisa más impresionante que he
visto nunca en él. Sus labios estirados, mostrando sus dientes.
Y entonces se ríe mientras su pulgar roza mi mejilla de la manera más
preciosa.
—Has entrado.
Le agarro la muñeca.
—Lo hice. También tengo una beca. Y quería decírtelo antes.
Él traga al oír eso, sus ojos se vuelven líquidos, mirándome fijamente como
lo hacen a veces.
Cuando me siento la chica más bonita y maravillosa del mundo.
—¿Estás orgulloso? —pregunto, aunque no hace falta.
Puedo verlo en toda su cara.
Se ríe de nuevo, sus ojos se vuelven aún más suaves.
—Sí. Joder, sí, estoy orgulloso. —Incluso se acerca para darle otro beso—
. Mi pequeña y bonita alhelí.
Me muerdo el labio ante su tono tierno, tierno.
—Y realmente no tenía un plan sobre cuándo decírselo a mis padres. Sé
que seguía diciendo que cuando recibiera la carta de aceptación, se lo diría
entonces. Pero ahora está aquí y ayer me entró el pánico. —Sacudo la cabeza—.
Pero lo voy a hacer. Voy a decirles que no es una fase. Y que voy a ir a la escuela
de arte y que no pueden detenerme.
Una expresión feroz colorea entonces sus rasgos. Una expresión protectora
y posesiva cuando dice, con sus dedos flexionados sobre mi cara. —No, joder, no
pueden.
Miro fijamente sus ojos azules.
—Y tú me lo has hecho ver. Sigues inspirándome, ¿verdad?
Otra sonrisa, esta más pequeña pero no menos hermosa. 349
—No, nunca fui yo. Siempre fuiste tú. Hay algo en ti. En tu forma de ser.
En tu forma de ver y sentir las cosas. Yo… —Entonces, sus ojos parpadean sobre
mis rasgos—. Podrías ser…
—¿Podría ser qué?
Su mandíbula se aprieta con algo. Algo profundo, creo. Algo
extremadamente conmovedor mientras dice con voz ronca:
—Creo… creo que podrías ser la chica de los sueños de alguien.
Entonces me quedo quieta. Él también se queda quieto.
Quieto y congelado y… aturdido.
Como si no pudiera creer que haya dicho eso.
Lo mismo que le dije a él, cuando pensé que tenía una aventura con Helen.
Y lo dije porque él era mío. Era el hombre de mis sueños.
Lo es.
Un hombre tan bueno y protector y tan jodidamente leal. Un hombre que
hace que mi corazón se acelere y mis rodillas tiemblen. Que me ve y me acepta
y me apoya.
Un hombre que me ama.
Entonces eso significa…
¿Quiere decir que yo podría ser la chica de sus sueños?
¿Es por eso… es por eso que dijo que quería quedarse conmigo? Justo
ahora, hace un rato, cuando estaba enojado.
Cuando empieza a alejarse de mí, aprieto más y digo:
—Conrad, yo…
Un golpe en la puerta se come mis palabras.
Detiene mi respiración.
Y entonces llega una voz que me sobresalta y me hace aferrarme a él con
más fuerza.
—Con, ¿estás ahí?
Helen.
Es Helen.
Todavía sobre Conrad, mis ojos se vuelven amplios y temerosos. Sus ojos,
sin embargo, están lejos de eso. Están enojados y duros, con la mandíbula
apretada. Y se aprieta más cuando Helen vuelve a llamar a la puerta.
—¿Hola? ¿Con? —murmura para sí misma—. Maldita sea. ¿Por qué está
cerrada esta puerta? —Antes de levantar la voz de nuevo para repetir—: ¿Hola?
¿Hay alguien ahí?
Ni siquiera sé qué hacer. Ni siquiera sé qué pensar. 350
He perdido toda la capacidad de funcionar.
Pero él no tiene ese problema.
En una fracción de segundo, me sube el vestido, cubriendo mis pechos, y
luego empuja el dobladillo hacia abajo, cubriendo mis muslos y mi núcleo.
Incluso se sube la cremallera de los pantalones. Entonces añade:
—Sí, solo un segundo.
Su voz fuerte y tranquila me sobresalta de nuevo. Me hace sentir aún más
miedo. Me hace sentir que voy a enfermar. Y él puede verlo. Puede ver mi
aprensión, mi pánico absoluto, porque se acerca para darme un suave beso y
susurrar:
»Confía en mí.
Así que lo hago.
Confío en él mientras me baja del mostrador y me pone contra la pared
junto a la puerta para que, cuando la abra, quede oculta tras ella. alisa el resto
de la ropa, se pasa los dedos por el cabello para domarlo y abre la puerta.
—Oh, gracias a Dios —oigo decir a la voz de Helen—. Pensé que estaba
perdiendo la cabeza. Alguien me ha dicho que te ha visto entrar ahí. Eh, qué…
—una pausa—, ¿estabas haciendo ahí dentro?
La pregunta del momento.
La pregunta que casi me hace hiperventilar. Pero ocurre algo que me calma
al instante. Que al instante extiende un torrente de calor por todo mi pecho.
Su mano.
Me la da a mí.
De pie junto a la puerta, con su hombro derecho medio escondido detrás
de ella, estira el brazo y me toma la mano. Entrelaza nuestros dedos, dándome
algo a lo que agarrarme, dándome un lazo, tranquilizándome mientras habla con
la mujer que ama.
Y mis ojos se llenan de agua cuando me golpea de nuevo. Lo que le hice
pasar esta noche.
Especialmente cuando siempre hace lo contrario.
Se asegura de hacer lo contrario.
Desde que los vi juntos aquel día, cuando vino a St. Mary's a decirme que
no estaría allí esa semana, se ha cuidado mucho de evitar a Helen. Ha tenido
mucho cuidado de no dejarse arrastrar a una conversación con ella, o incluso si
hay una conversación, es cuando están rodeados de gente.
Ha tenido mucho cuidado de mantenerse alejado de ella en cada
oportunidad, llegando a evitarla en los pasillos y en el campus.
Me he dado cuenta. 351
Y aunque nunca le he dicho nada al respecto, sé que lo hace por mí.
Sé que lo hace para no herirme. Lo hace por respeto a mí.
Por su alhelí.
Ahora está haciendo lo mismo. No va a follarme y dejarme. Lo conozco. Por
eso me ha dado su mano para que me agarre.
Y agradecida, muy agradecida, estoy.
—¿Qué quieres? —pregunta en un tono plano.
Un tono que hace dudar a Helen. —Yo… yo solo, te estaba buscando.
—Y me has encontrado.
Otra pausa antes de que pregunte:
—¿Estás… estás bien? Pareces un poco… —Aprieto su mano mientras
espero a que termine—. Si no te conociera mejor, pensaría que…
Cuando ella se retira, Conrad me aprieta la mano como respuesta mientras
le dice a Helen: —¿Pensarías qué?
Oigo su risa cohibida. —Nada. Solo… pensaría que tienes a alguien ahí
dentro.
Estoy segura de que mis uñas van a romperle la piel en cualquier momento
con la forma en que le agarro la mano. No es que haya ninguna señal de angustia
en él, por mi furioso agarre. De hecho, solo me agarra con más fuerza.
—Bueno, sí me conoces mejor —dice Conrad—. Entonces, ¿qué es lo que
quieres?
Utiliza su voz autoritaria y fría que desalienta todo tipo de preguntas y
hace lo mismo con Helen. Porque en lugar de hurgar más, ella pregunta:
—¿Puedo… puedo hablar contigo un segundo?
—No realmente, no. Ahora no es un buen momento.
—Pero yo…
—Hablaremos en la escuela.
—Por favor, Con. Realmente necesito… —suspira de nuevo—. Es
importante, ¿de acuerdo? Se trata de nosotros.
Sus dedos se flexionan. —Nosotros.
—Sí. Por favor. Realmente… es importante que hable contigo en este
momento.
Conrad no dice nada.
Deja pasar el momento en silencio y creo —tengo el presentimiento— de
que no lo hará. Decir nada, quiero decir.
Miro fijamente su mano, tan sólida y fuerte, de un tono ligeramente más
oscuro que el mío, y me doy cuenta de que no se irá con ella. 352
Porque estoy aquí. Porque él no me hará eso. No ahora mismo.
Pero Helen vuelve a insistir y su voz es tan… suplicante. —Por favor, tengo
que decirte algo.
Mi corazón empieza a retumbar en mi pecho.
Golpes, golpes, golpes.
Y le solté la mano.
Abro los dedos y lo libero.
Como él dijo que me liberaría de mis padres. No tiene que hacerlo, puedo
hacerlo yo misma, pero aun así.
Solo que no va a ninguna parte.
No por otros tres segundos.
De hecho, aprieta más. Puedo ver sus nudillos sobresaliendo, casi
reventando a través de la piel, tan blancos y lixiviados de todo color. Como si no
quisiera dejarme ir.
No quiere renunciar a mí.
Su bonita alhelí.
Y Jesús, yo tampoco quiero dejarlo. No quiero que me deje ni que se vaya
a ninguna parte. Solo lo dejé libre porque pensé que eso era lo que quería. Así
que voy a agarrar su mano de nuevo. Voy a enroscar mis dedos alrededor de su
mano grande y sólida, pero antes de que pueda hacerlo, me suelta.
Retira la mano y suspira. —Bien.
Y entonces sale de la habitación, cerrando la puerta tras de sí y
llevándosela, despejando la costa para mí.

353
T
engo pánico.
En este momento tengo mucho pánico.
Pero me digo que me calme.
Me digo que no ha pasado nada. No ha ocurrido ninguna
tragedia. No se ha caído el cielo.
Sí, casi nos pillan en la fiesta de cumpleaños de mi padre. Casi arruinamos
todo. Todo lo que hemos hecho para mantener nuestro secreto a salvo, para
mantenernos a salvo. Y puedo decir honestamente que no me importa mi
persona. No me importan los chismes ni el juicio que seguramente la gente me
lanzará, pero sí me importa él.
Solo me he preocupado por él.
Pero. 354
La palabra clave es casi.
Casi nos atrapan. Casi arruinamos todo.
Conrad nos salvó en el último segundo. Evitó la crisis.
Así que, como he dicho, no se ha producido ningún daño importante. Mi
Thorn no dejó que me pasara nada.
Lo único dramático que ocurrió durante el fin de semana fue que se lo dije
a mis padres.
Por fin, por fin tomé partido.
Y no tenía nada que ver con hacer un grafiti o hacer un truco de
adolescente en el que no tuviera que enfrentarse a ellos y hablar de ello.
No, esta vez he hablado de ello.
Les hablé de la escuela de arte y de mi beca y de que no voy a ir a la
universidad que ellos eligen. Les dije que esto es lo que quiero hacer con mi vida
y sí, es diferente a lo que ellos quieren pero espero que puedan apoyarme. Que
espero que puedan quererme a pesar de todo.
Como era de esperar, estaban enojados. Muy enojados.
Hubo amenazas, voces fuertes, golpes en las puertas.
Mi madre no pudo ni mirarme en todo el tiempo que estuve en casa. Mi
padre no paraba de amenazarme con quitarme la beca, que conoce al decano de
la Universidad de Nueva York y que puede hacer que se anule la oferta.
Pero le dije que no importaría si lo hacía. Porque había otras escuelas a
las que había aplicado y podría entrar en una de ellas. E incluso si no lo hacía
entonces también estaría bien. Porque soy una artista. Siempre lo seré. Un título
no me va a hacer o romper.
Cuando eso no funcionó, les dije que tenía dieciocho años.
Un adulto. Puedo hacer lo que quiera y legalmente no pueden detenerme.
Lo que finalmente penetró en el cerebro de mi padre.
No estoy contenta con ello. Nunca he querido pelearme con ellos, discutir
con ellos, sobre todo después de lo de las pintadas. Siempre he querido la paz,
pero ya no puedo hacerlo. No puedo dejar que me controlen como lo hacen.
Aunque debo decir que hacer un grafiti en el auto de mi padre fue mucho
más fácil que enfrentarse a él de esta manera. Pero lo hice y nunca me he sentido
más orgullosa de mí misma.
Y no puedo esperar a decírselo a él, el hombre que me inspiró a hacer esto.
Que dice que no era él en absoluto. Siempre fui yo.
Podrías ser la chica de los sueños de alguien…
Me lo dijo a mí.
Antes de que la chica de sus sueños llamara a la puerta. Antes de que se
fuera con ella y lo dejara ir.
355
Así que tal vez por eso tengo pánico.
Porque quería decirle algo.
Algo sobre ellos. Algo que sonaba importante.
Y mi mente, mi corazón no ha dejado de correr desde ese momento. Desde
el momento en que se fue con ella, alejando efectivamente la amenaza de mí.
Porque cuando salí del baño después de un rato y me reincorporé a la fiesta, no
los encontré por ningún lado.
Ahora es lunes por la mañana y tengo que encontrarlo.
Tengo que preguntarle.
Pero llego tarde a St. Mary's, así que no tengo la oportunidad de alcanzarlo
durante su carrera o de correr hasta su oficina, lo que en estos días no haría
normalmente, pero son circunstancias desesperadas, y encontrarlo antes del
primer timbre. No es lo ideal, pero es lo que hay. Lo veré durante la comida, y
no, no podremos hablar el uno con el otro, pero está bien.
El mero hecho de verlo me dará algo de paz y podré pensar en cómo hablar
con él más tarde.
Solo que él lo descubre primero.
Viene a nuestra mesa durante el almuerzo, habla con Callie, le lleva el
almuerzo y otras cosas. Se entretiene un poco mientras Poe y Salem se unen a
la conversación y yo, como siempre, intento parecer indiferente.
Pero se hace difícil cuando me mira con sus ojos azules de mezclilla, fríos
y tranquilos, y dice:
—¿Puedo hablar contigo un segundo?
Mis ojos se abren de par en par y casi dejo caer el tenedor sobre la mesa.
—¿Conmigo?
Nada pasa por sus rasgos ante mis torpes acciones. Ninguna señal de que
nos conocemos. O que hace solo un día, casi nos pillan y que él dijo todas esas
cosas.
Simplemente asiente. —Sí.
Callie es la que rompe el silencio. Porque incluso Poe y Salem están
aturdidas como yo. Ambas saben que Conrad y yo no solemos relacionarnos
mucho en el colegio. Así que esto es una sorpresa, una conmoción, tanto para
ellas como para mí.
—¿Por qué? —pregunta Callie con suspicacia.
Mira a su hermana. —No es nada de lo que tengas que preocuparte.
Callie me agarra la mano. —Por supuesto que tengo que preocuparme por 356
ella. Es mi amiga. ¿Por qué necesitas hablar con ella?
Voy a decirle que no pasa nada, pero Conrad aprieta la mandíbula y
aprieta, —Es una de las jugadoras que entreno. Así que, si quiero hablar con
ella, hablaré con ella.
Al oír esto, Callie me rodea los hombros con su brazo, como si quisiera
protegerme, siempre como una amiga leal. —No. Te dije que no puedes ser malo
con ella sobre el fútbol. A ella no le gusta, Con, ¿de acuerdo? A nadie le gusta el
fútbol. Sin ofender. —Antes de dirigirse a Con—: Solo déjala en paz. Ella no
necesita que le des un sermón sobre sus habilidades.
Conrad abre la boca para discutir, estoy segura, pero pongo fin a esto. —
Está bien. Yo iré. —Callie se vuelve hacia mí, dispuesta a protestar, pero
poniéndome de pie, le digo—: No pasa nada. Es tu hermano, pero es… El amor
de mi vida mi entrenador de fútbol y yo soportamos las críticas sobre el fútbol,
así que no pasa nada. —Cuando Callie sigue frunciendo el ceño, me agacho y le
doy un abrazo lateral, besando su mejilla—. Lo prometo.
Ella suspira. —Bien. —Entonces se vuelve hacia su hermano—. Sé amable
con ella.
Va a ser una mamá oso, lo juro.
Respirando profundamente, me enderezo y lo miro. Sigue teniendo esa
expresión distante en su rostro mientras ordena:
—Sígueme.
Me reiría si pudiera.
A sus duras órdenes de entrenador, pero como soy una masa de ansiedad
y músculos temblorosos, lo único que hago es obedecer y seguirlo.
Atravesamos la cafetería, el pasillo, pasando entre la multitud que es ajena
a quiénes somos y a lo que somos el uno para el otro, y subimos las escaleras.
Sigo siguiéndolo hasta que llegamos al tercer piso, recorriendo el mismo pasillo,
aunque menos concurrido, hasta llegar a su despacho.
Allí abre la puerta, la mantiene abierta como lo haría un caballero y espera
a que entre.
Que es lo que hago.
Con las piernas temblorosas y agitadas.
Entonces cierra la puerta y, en cuanto lo hace, me doy la vuelta. —Está
todo…
Él también se enfrenta a mí, solo que no es tan brusco como yo y su voz
es tan tranquila como en la cafetería. —Sí. Todo está bien.
Me retuerzo las manos. —¿Así que nadie lo sabe? Como nadie…
Su mandíbula se mueve.
—No. Nadie sabe nada. —Luego, en un tono súper familiar y querido por
mí, continúa—: No quiero que te preocupes por estas cosas. No voy a dejar que
357
te pase nada.
Mi corazón se estruja ante su declaración, que es tan familiar como su
tono feroz. —No estoy preocupada por mí.
Vuelve a apretar la mandíbula antes de exhalar un fuerte suspiro y decir:
—Toma asiento.
Ignorándolo, suelto:
—¿Qué quería? Helen.
Mi pregunta hace que me mire fijamente durante uno o dos minutos antes
de decir:
—No es importante. Siéntate.
Todavía no escucho. —Pero sonaba importante. Quería hablar de… ti.
Juntos. Entonces, ¿qué dijo? ¿Qué pasó? No pude encontrarte en la fiesta
después de salir y…
—No es importante —repite en un tono más alto—. Ahora quiero que tomes
asiento porque tenemos que hablar.
Ante esto, mi corazón, ya acelerado, estalla.
Abro la boca para protestar, para decir algo, lo que sea, que pueda evitar
esto.
Lo que sea que vaya a pasar.
Porque sé que es malo.
Simplemente lo sé.
Pero no sale nada cuando se mueve de su sitio después de dar la orden
por segunda vez y se acerca a su mesa. Retira su silla y mira hacia mi figura,
que sigue en pie, lo que me hace comprender que está esperando a que me siente,
lo que hago un segundo después.
Solo entonces toma asiento él mismo.
Porque eso es lo que hace.
Siempre espera a que yo tome mi asiento primero antes de hacerlo él.
Lo sé porque lo hace en su casa cuando estamos a punto de comer en la
mesa del comedor o en la isla. Lo que me hace darme cuenta de algo extraño.
Algo loco y completamente irrelevante en este momento.
Que en todas las veces que he entrado en su despacho, nunca me he
sentado en una silla. Siempre he estado de pie junto a una o junto a la pared.
La pared donde me hacía leer mis cartas para él.
Las cartas que ahora sé que guarda escondidas en el fondo de su cómoda
en casa.
Recuerdo que sonreí cuando las encontré un día mientras buscaba una de
sus camisetas para ponérmela. Junto con el dibujo que había hecho de él. Que
358
había insistido en conservar.
Ah, y mis bragas rosas, las que me puse la primera noche que tuvimos
sexo.
Cuando le pregunté al respecto me dijo, de forma muy gruñona y críptica,
que los mantenía a salvo de los pervertidos.
Es extraño, esta abrupta comprensión, y me da más pánico por alguna
razón.
—¿Has hablado con tus padres? —pregunta, con los hombros rígidos y los
dedos enlazados sobre el escritorio—. Sobre la escuela de arte.
Trago, mis propias manos en mi regazo, con los dedos entrelazados. —Sí.
—¿Y?
—No están contentos con ello. Lo cual es de esperar. Mi padre me amenazó
con anular la oferta. Pero le dije que me presentaría a otra escuela. Que seguiría
presentando solicitudes en todas partes hasta que entrara y que, aunque no lo
hiciera, no importaría porque seguiría siendo una artista. Además, no pueden
detenerme legalmente. Tengo dieciocho años, así que.
Estudio el juego de emociones en su rostro ante esto.
Primero llega el enojo y la irritación por el comportamiento de mis padres,
que son rápidamente sustituidos por la satisfacción y el orgullo cuando dice:
—Buena chica.
De nuevo me resulta tan familiar su tono y sus expresiones, tan cálidas
en este mundo que se ha vuelto frío de repente, que me pongo al borde del asiento
y digo:
—Conrad, por favor. Dime qué…
—Creo que deberíamos parar.
—¿Qué?
Todas las expresiones familiares, toda la calidez familiar ha desaparecido
de su rostro. Ha vuelto a ser distante. Vuelve a ser profesional y distante como
solía ser cuando dice:
—Creo que es hora de parar.
—¿Parar qué?
Sus ojos azules de mezclilla se mueven por mi cara y ni siquiera me
importa que deba parecer un desastre ansioso en este momento. —Se acabó,
Bronwyn.
Son solo tres palabras.
Y una de ellas es mi nombre.
Así que debería ser fácil de entender. Debería ser fácil entender lo que me 359
está diciendo.
Pero no lo es.
Así que le digo:
—Te ruego que me perdones.
No sé por qué lo he dicho así.
Nunca lo digo. Nunca digo “Te pido perdón”.
Pero tal vez sea su… dureza. Su frialdad que me ha impulsado a ser más
cortés de lo que suelo ser. Al igual que su agudeza de espina me vuelve una flor
suave.
Entonces, sus fosas nasales se dilatan. Como si lo entendiera.
Como si entendiera esta extraña e íntima dinámica entre nosotros.
Una dinámica que nadie más conseguirá jamás.
Es nuestra.
Luego añade:
—Nunca debería haber empezado en primer lugar. Ya estabas enamorada
de mí y nunca debí haber hecho lo que hice. Debería haberlo sabido. Debería
haber luchado más. Debería haber…
Mis manos vuelan hacia su escritorio y se agarran al borde afilado del
mismo. —Pero ya hemos superado eso. He roto todas tus barreras. Conseguí
llegar a ti y no sé por qué estamos hablando de esto ahora. Yo no…
Su pecho se mueve bajo su camiseta blanca con un agudo suspiro. —
Estamos hablando de esto ahora porque se ha acabado. Porque tenemos que
parar, y yo…
—¿Es por lo que pasó? —suelto entonces, con la voz alta y, me temo,
nasal—. ¿Es porque casi nos atrapan? Pero solo fue una vez. Y eso fue solo
porque rompimos nuestra propia regla. Hemos sido tan buenos. Hemos sido tan
cuidadosos todo este tiempo. No puedes dejar que una cosa que pasó arruine
todo lo demás.
Sus manos siguen sobre el escritorio, unidas, tranquilas y serenas. —No
es por lo que ha pasado. Porque no ha pasado nada. Porque que me parta un
rayo si dejo que te pase algo.
—Entonces, ¿por qué…
—Es porque es el momento —declara con firmeza.
—Es la hora.
Una breve inclinación de cabeza. —Sí. Como he dicho, nunca debería
haber empezado. Pero lo hizo y ya ha durado demasiado. Así que he decidido
terminar aquí antes de que sea demasiado tarde.
360
Clavo las uñas en la madera. —Has decidido.
—Sí.
—¿Y quién te ha dado derecho a decidir nada? —pregunto con los dientes
apretados—. ¿Por qué no he participado en la decisión? Está claro que nos afecta
a los dos.
En silencio, me mira fijamente con ojos penetrantes.
Y juro por Dios que si ahora mismo me dice algo condescendiente o se
refiere a mi edad después de todo lo que ha pasado entre nosotros y todo lo que
hemos pasado, voy a hacer algo realmente drástico.
Voy a hacer algo que alertará a toda la escuela, a toda la ciudad, al mundo,
de que hay algo entre nosotros.
Que no somos quienes decimos que somos para los demás.
No es solo mi entrenador de fútbol o el hermano mayor de mi mejor amiga.
Y yo no soy solo su estudiante y la mejor amiga de su hermana pequeña.
Es mío.
Él es mi espina y yo su alhelí.
—He tomado esta decisión por mi cuenta —dice, de nuevo con la mayor
calma que se puede tener—, porque no estás pensando con claridad en este
momento. Porque eres demasiado emocional. Incluso ahora estás dispuesta a
llorar. Estás lista para llorar por algo que no es real. Que nunca ha sido real.
Estás demasiado apegada. A mí. A toda esta idea de nosotros… de estar juntos.
Cuando no hay un nosotros. Nunca lo hubo y fue mi culpa que aún alentara este
tipo de comportamiento…
—No lo hiciste —hablo por encima de él aunque sé que no debo hacerlo.
Que debería intentar parecer tan tranquila y serena, tan impasible como
él en este momento, especialmente cuando acaba de señalar que estoy a punto
de llorar.
Pero, ¿cómo puede uno mantener la compostura cuando su mundo ha
empezado a desmoronarse, ladrillo a ladrillo, muro a muro?
Aun así, respiro profundamente y vuelvo a bajar las manos a mi regazo,
donde las retuerzo, me rasco la piel mientras afirmo con mucha calma—: Sé que
no hay un nosotros. Siempre lo he sabido. Sé que no se trata de un romance ni
de amor ni de ninguna de esas cosas. No soy tan ingenua. Sabía en lo que me
metía cuando todo empezó. Sabía que amabas a otra persona. Que amas a otra
persona y que solo me quieres a mí por ahora.
—Exactamente —dice en cuanto termino, como si estuviera esperando
para decirlo, esperando con un contra argumento propio—. Entonces, ¿cómo es
que no te molesta? ¿Cómo no te molesta que te esté utilizando? Que te he
utilizado para mis propios fines. Para frenar mi propio dolor, mi propia soledad. 361
¿Cómo no te molesta que haya sido egoísta contigo? —Hace una pausa para
respirar con fuerza—. Necesitas apuntar más alto que eso. Tienes que apuntar
más alto que yo. Un hombre débil y egoísta. Tienes que pedir más para ti,
Bronwyn. Tienes que pedirle el mundo a la persona con la que estás porque te
lo mereces.
—Pero yo…
—¿O siempre quieres que te follen en un baño mientras tus padres están
de fiesta fuera, ajenos a lo que le pasa a su hija?
Tenía todos los argumentos preparados en mi cabeza.
Estaba esperando, esperando una oportunidad para derramarlas, para
exponerlas delante de él para que se olvide de todo esto de "se acabó" y podamos
volver a la normalidad.
Nuestra normalidad.
Pero en este momento no recuerdo ninguno.
No recuerdo lo que iba a decir después de lo que acaba de decir.
—¿Qué? —Exhalo, mis manos se aflojan, mis dedos se sueltan en mi
regazo.
Sacude la cabeza como si estuviera asqueado de sí mismo antes de decir—
: Mira, de todas formas el curso escolar está a punto de terminar. Ahora te vas
a Nueva York. Vas a empezar una nueva vida. Una vida lejos de este puto colegio
y de tus putos padres. Una vida que es tuya y solo tuya. La harás tan hermosa
y colorida como haces todo lo demás. Así que como dije, es el momento. Teníamos
que terminar en algún momento y ese momento es ahora. No hay futuro aquí.
Nunca lo hubo.
—¿Qué pasa con ella?
—¿Qué?
Me lamo los labios resecos mientras lo miro fijamente a través de la niebla,
desde la distancia casi, clavada en lo que ha dicho hace un rato. —¿Te la habrías
follado en un baño en medio de una fiesta como me has follado a mí?
Todo su cuerpo se tensa como una trampa.
Sus manos unidas sobre el escritorio vibran por la fuerza con la que las
mantiene unidas.
—¿Qué? —Volvió a soltar, esta vez con mucha más furia.
Sacudo la cabeza, casi hablando sola. —Claro que no. Por supuesto que
no lo harías. Porque la quieres. Sientes algo por ella. Pero yo… solo soy una chica
a la que te estás tirando. Solo soy una chica que estás usando para tus propios
propósitos egoístas. Y yo lo sabía y estaba bien con eso. Lo quería, ¿no? Te lo
supliqué. Prácticamente te supliqué que me usaras. Entonces, ¿en qué me
convierte eso? Si quería que me follaran en un baño mientras mis padres estaban
fuera. Si quería ponerme de rodillas delante de ti sabiendo que todo el mundo
estaba al otro lado de la puerta, sabiendo que no me quieres y que nunca me
362
querrás. Eso me convierte en una puta, ¿no? Me convierte en una puta. Soy una
puta y…
Dejo de hablar cuando mi silla se da la vuelta bruscamente y hay un
hombre, un hombre enfurecido que respira de forma salvaje, que se cierne sobre
mí, sus ojos azules oscuros me clavan en mi sitio, me inmovilizan.
Agarrando los reposabrazos de la silla en la que estoy sentada, con sus
rasgos más afilados que de costumbre y acuchillados por la ira, dice en voz alta,
muy alta—: Si alguna vez, alguna vez —sacude la silla—, utilizas esa palabra en
el mismo contexto que tú, te castigaré de una manera que hará que todo lo que
ha pasado antes, todo lo que te he hecho pasar, sea un recuerdo muy feliz y muy
lejano. Si alguna vez te pones así, si siquiera lo piensas, Bronwyn, no seré
responsable de lo que te haga. No seré responsable de lo que le haga al mundo.
—Otra sacudida de la silla—. Nada de lo que pasó entre nosotros, nada, por muy
sucio que sea para que el mundo de mente estrecha lo entienda, está
remotamente mal. Para nosotros. Fue jodidamente hermoso, ¿entiendes? Fue
hermoso, precioso y correcto. Éramos nosotros. Tú y yo. Fue entre tu espina y mi
alhelí y no dejaré que lo colorees menos de lo que fue.
Mis manos saltan entonces hacia él.
Saltan para agarrar su camiseta, la aprietan con fuerza para que no se
vaya a ninguna parte. —Entonces, ¿por qué haces esto? ¿Por qué dices estas
cosas?
Algo recorre sus rasgos, una especie de agonía que no entiendo pero que,
incluso ahora, quiero calmar.
Incluso ahora que me está haciendo daño, aplastándome bajo sus botas,
quiero quitarle el dolor.
—Porque es el momento —repite una vez más—. Porque es lo que hay que
hacer.
Quitando las manos de los reposabrazos, las rodea con los puños,
intentando zafarse de mi agarre. Pero no lo suelto. No puedo, mientras digo,
suplico. —Esto no está bien. Esto es…
Se me ocurre algo; algo que me obsesiona desde el sábado, en lo que estaba
tan concentrado cuando entré en su despacho pero de lo que me distraje
completamente por lo que siguió y entonces pregunto:
—Ella te dijo algo, ¿no? Ella dijo algo. ¿Qué dijo?
Suspira, su agarre en mis dedos aumenta. —Bronwyn, no es importante.
Es…
—No, dime —digo, manteniendo mi agarre sobre él, luchando por mantener
mi agarre sobre él intacto—. Dime lo que ha dicho. ¿Qué quiso decir cuando dijo
que quería hablar de nosotros?
—Bronwyn. 363
Entonces, como no puedo contenerme, pregunto:
—¿Vas… vas a ir con ella? ¿Vas a t-tener…?
Ni siquiera puedo decirlo.
Ni siquiera puedo usar esa palabra cuando se trata de él.
Pero, sin embargo, lo entiende.
Él entiende a dónde se ha ido mi mente y por eso responde:
—No.
Y exhalo un suspiro de alivio.
Todo el alivio que puedo sentir en este momento en el que todo se sigue
desmoronando.
Pero creo que lo hice demasiado pronto. Respiré demasiado pronto porque
no ha terminado.
Con la misma voz tranquila con la que me dijo que habíamos terminado,
ahora dice:
—Porque va a dejar a su marido.
—Ella es…
Todo el aire, todas las respiraciones que he hecho hasta ahora, salen de
mi cuerpo.
Toda la lucha, toda la fuerza.
Y finalmente consigue liberarse.
Por fin consigue zafarse del aplastante agarre de su alhelí y enderezarse.
Mirándome, me dice:
—Para que no sea una aventura.

364
Thorn el Original

M
iro fijamente la silla.
En la que se sentaba cuando estaba en mi oficina.
Bronwyn Bailey Littleton.
La artista.
Mi pequeña y bonita alhelí.
Bueno, ella no es mía. Nunca lo fue y ahora se ha ido.
Lleva unas seis horas fuera de mi oficina. Yo también debería irme. Volver
a mi casa vacía, probablemente ir al gimnasio, recoger la cena, volver a la vida
normal. 365
La vida antes de ella.
La vida que he tenido siempre.
Antes de que ella irrumpiera en ella y… lo cambiara todo.
Pero por alguna razón, no puedo moverme de aquí.
No me atrevo a levantarme de mi silla y marcharme.
Tampoco puedo dejar de mirar su silla. Y cuanto más la miro, más me
duele el dolor de cabeza. Cuanto más doloroso y despiadado se vuelve el latido
en mi nuca.
Y me pregunto…
Me pregunto qué debe estar haciendo en este momento. En el otro lado del
campus. ¿Qué debe estar… sintiendo?
Después de lo que le dije.
Después de todas las cosas que le dije. Pero especialmente lo que le dije al
final.
Sobre Helen.
No quería hacerlo pero ella insistía e insistía y yo… no tenía otra opción.
Tuve que decirlo. Tuve que mentir y…
Suena un golpe en la puerta, rompiendo mis pensamientos, haciéndome
caer en la cuenta de que me he agarrado la nuca con fuerza. Abro la boca para
decirle a quienquiera que esté en la puerta que se vaya a la mierda cuando se
abre y la última persona que quiero ver en este momento está allí.
No solo se queda ahí, sino que entra y cierra la puerta tras ella. Sonriendo,
dice:
—Oye, llegas tarde.
La veo adentrarse en la habitación, acercándose a mi escritorio.
Acercándose a esa silla.
Veo que sus pasos se acercan y que su brazo se extiende, para tocarla tal
vez. Para sacarlo y sentarse ella misma en la silla, y le digo:
—No lo hagas.
Le arrebata la mano antes de que pueda hacer contacto. —¿Qué?
Cuando lo sé, cuando me he asegurado de que su mano vuelve a estar
donde debe estar, a su lado, y no va a intentar tocarla de nuevo, levanto la vista.
—¿Te he pedido que te sientes?
Sus cejas se juntan. —¿Perdón?
—Y tampoco recuerdo haberte pedido que entraras.
Estudia mi rostro; probablemente mi aspecto es el que siento: total y
absolutamente enojado. 366
Conmigo mismo.
—¿Qué te pasa? —pregunta, frunciendo ligeramente el ceño—. ¿Va todo
bien? ¿Qué está pasando?
Respirando profundamente para controlar mi temperamento, le digo—: Te
voy a ahorrar la molestia y te voy a decir, una vez más, que eso no va a pasar.
—¿Qué?
Jesucristo.
No tengo tiempo para esto.
No tengo tiempo para lidiar con su drama, sus constantes y falsos intentos
de llamar mi atención. Para empezar las cosas entre nosotros. Me pellizco el
puente de la nariz antes de decir:
—Mira, me queda muy poca paciencia, ¿bien? Muy poca. Y este no es un
buen momento. Así que quiero que salgas de mi despacho y no vuelvas nunca
más.
La ira le hace fruncir los labios, sacudir la cabeza mientras dice:
—¿Hablas en serio? ¿Lo dices en serio, Con? Después de lo que pasó el
sábado por la noche.
El sábado por la noche.
Sí.
Esa noche me va a perseguir el resto de mi vida.
—¿Qué crees que pasó el sábado por la noche? —espeto, tratando de
desechar todos mis pensamientos y dispuesto a terminar con todo este asunto.
Le molesta más que le pregunte eso.
Pero es importante.
Tiene que entender qué carajo estamos haciendo aquí. O no.
Su farsa ya ha durado bastante, pero el sábado cruzó una línea y se acabó,
joder.
—Bien. —Sonríe con fuerza—. Ya que lo has olvidado con tanta facilidad,
déjame que te lo recuerde: el sábado te dije que podría dejar a mi marido, mi
matrimonio. Algo que nadie hace en mi tierra. Los divorcios están mal vistos. Va
a romper el corazón de mis padres, su reputación. Pero lo estoy pensando porque
mi marido podría estar engañándome. Mi marido podría estar acostándose con
otra mujer. Lloré sobre tus hombros, Con. Estaba sufriendo. Necesitaba un
amigo. Hoy necesito un amigo y tú estás actuando como un idiota. Necesito a
alguien para superar este duro momento de mi vida y a pesar de lo que ha pasado
entre nosotros en el pasado y el año pasado, pensé que tú eras ese amigo. Pensé
que podía contar con que me cubrieras la espalda. Si lo compartiera con alguien
más de mi círculo, todos dirían que estaba exagerando. Que todo el mundo
engaña de donde yo vengo… 367
—Como si fueras a hacerlo, ¿no? —Se lo recuerdo.
Ella odia aún más ese recordatorio.
—No puedo creer que me eches eso en cara en este momento.
Me río con fuerza.
Aunque no es el momento de reír. Tampoco es el momento de mostrar
moderación.
Que es lo que he hecho.
Me enderezo en mi silla. De hecho, me pongo de pie. Abandono la silla en
la que estoy sentado desde hace horas, pongo las manos sobre el escritorio y me
inclino hacia ella.
—Déjame que te deje algo muy claro: No me importa que tu marido te
engañe. No me importa si se está acostando con otra mujer. Porque sé que es
otra de sus estratagemas.
—¿Qué?
Inspiro bruscamente y me dejo llevar. —Sé que es otra de tus excusas para
que me importe. Para conseguir que me acueste contigo. Que es lo que has
intentado hacer desde que volviste a la ciudad hace dos años. Primero, fueron
tus interminables textos y tus llamadas telefónicas y tus invitaciones a
encontrarte en algún lugar privado. Cuando eso no funcionó, empezaste a
inventar planes, reuniones con profesores, fiestas relacionadas con el trabajo y
happy hours para tener la oportunidad de estar cerca de mí. Y cuando eso
tampoco funcionó, inventaste toda esta farsa para conseguir mi simpatía. Todo
este drama sobre tu matrimonio roto. Lo cual, si soy honesto, diría que incluso
si fuera cierto, no me importaría. Pero no lo es. Porque si lo fuera, si realmente
tuvieras el puto corazón roto, no habrías intentado destrozarme la boca cuando
te dije que me iba. Así que, Helen, lo sé. Soy jodidamente consciente, ¿de
acuerdo?
Cuando fui con Helen el sábado por la noche, dejando a Bronwyn en el
baño, mi única intención era despejar la costa.
Aunque… me molestaba.
Me molestó mucho soltar su mano. Dejarla así. Como si ella fuera una
especie de pequeño y sucio secreto.
Pero tenía que hacerlo.
Tenía que protegerla, alejar el peligro de ella.
Así podría tener la oportunidad de escabullirse y volver a unirse a la fiesta.
Así que le di a Helen lo que quería: ir a un lugar apartado donde
pudiéramos hablar.
Bueno, hasta cierto punto.
Helen quería salir de allí, ir a un restaurante o a un café o algo así. Y le 368
dije que lo mejor que podía hacer era salir a la calle desierta. Así que fuimos y
hablamos, y cuando empezó con su triste historia de que Seth la engañaba y
necesitaba un amigo, me excusé diciendo que tenía que irme.
Lo que la escandalizó, por supuesto, y cuando, a pesar de sus fuertes
objeciones, me di la vuelta para irme, intentó besarme. La aparté con firmeza
porque ya estaba harto de ella.
Ya me cansé, carajo.
Durante meses, ha estado tratando de llamar mi atención.
Meses.
Y aunque estaba bien cuando no estaba… involucrado con alguien, ahora
me jode. Especialmente cuando trata de acercarse a mí en St. Mary's.
Especialmente cuando trata de pararme en los pasillos, de meterme en
conversaciones de grupo.
Cuando intenta tocarme.
Y cuando lo hace delante de ella.
No es… agradable. No lo es…
Sus mejillas sonrosadas pierden su color. Sus ojos plateados pierden su
luz. Deja de sonreír y de reír y eso lo odio.
Por eso siempre me aseguro de mantenerme alejado de Helen.
No es que tuviera ningún deseo de estar cerca de ella en primer lugar; está
casada, por el amor de Dios.
Pero estas últimas semanas, he tenido un propósito añadido al hacerlo.
Así que esta confrontación ha tardado mucho en llegar, y me alegro de que
haya llegado el momento.
Helen aprieta los dientes ante mis francas palabras, con las manos en
puño. —No he intentado destrozarte la boca. Fui emocional. —Recorre con sus
ojos mi cuerpo de arriba abajo—. Algo de lo que nadie puede acusarte,
aparentemente.
Aprieto aún más mis manos sobre el escritorio ante su insinuación.
No es que esté equivocada.
Las emociones no son mi fuerte desde hace mucho, mucho tiempo.
—Bueno, ahora que lo hemos aclarado todo, deberías irte —le digo,
esperando que por fin tenga algo de paz.
Aunque no estoy muy seguro de que lo haga.
No estoy seguro de que vaya a conseguir la paz.
—¿Y por qué has venido? —pregunta ella, cruzando los brazos sobre el
pecho—. Si sabías que estaba intentando llamar tu atención, joder. Si sabías que
intentaba acostarme contigo, ¿por qué respondiste a mis llamadas y aceptaste
369
todas mis invitaciones en aquel entonces?
Sí.
¿Por qué lo hice? ¿Por qué acepté todas sus invitaciones? me reuní con
ella en el maldito árbol?
Podría haberla cerrado fácilmente.
No soy conocido por la delicadeza o el tacto.
Entonces, ¿por qué carajo no lo hice?
Al principio pensé que era el deseo. Que quería verla. Aunque ella está
casada y yo no soy un hombre que mire hacia atrás, pensé que era la innegable
necesidad de ver un viejo sueño roto.
Pero no era eso, ¿verdad? No fue eso en absoluto.
La miro fijamente, a su cara, a sus ojos y a sus labios, cosas que una vez
soñé mientras digo, finalmente:
—Porque fui culpable. Porque siempre he sido culpable. Por ser un novio
de mierda. Por romper mis promesas contigo. Por hacerte soñar conmigo cuando
debería haberlo sabido. Cuando debería haber sido más inteligente. Y siempre
me sentiré culpable por eso. Siempre. Y…
Aprieto la mandíbula ante esta parte por un segundo, antes de continuar:
»Fui a tu boda. Aunque cuando me llamaste con la invitación, no tenía
intención de ir. Había cerrado ese capítulo de mi vida y lo había cerrado con
fuerza. Pero aun así fui. Y creo que lo hice porque quería castigarme. Porque
quería verte a ti, alguien a quien no tenía derecho a querer, alguien con quien
no tenía derecho a soñar convertirse en alguien más.
Sí, eso es todo.
¿No es así?
Por eso fui a su boda.
Para ver cómo me quitan otro de mis sueños tontos.
Realmente me lo han quitado.
Para castigarme. Para darme una lección.
Para que nunca más cometa el error de soñar y alcanzar cosas que no me
pertenecen.
Finalmente me enderezo y me centro en ella, notando por primera vez
lágrimas en sus ojos.
Y por eso probablemente no debería decir lo que voy a decir pero realmente
no me importa.
Realmente no me importa herir a Helen cuando ya la he herido… a ella. 370
—Lo que teníamos ya no existe, Helen —le digo para que finalmente lo
entienda y me deje en paz—. Se fue en el momento en que rompimos. Tal vez nos
quisimos una vez. Pero ya no nos queremos. Tú no me quieres. Solo quieres la
emoción que te puedo traer, en tu aburrida vida. Y yo no te quiero. Y por un
tiempo, pensé que era porque estabas casada. Que nunca podría hacer lo que
mi padre le hizo a mi madre. Pero eso no es cierto. No es cierto en absoluto.
»No soy tan moral. No soy tan bueno. Soy un maldito egoísta. Cuando
quiero algo, no hay poder en esta tierra que pueda impedírmelo. Cuando quiero
algo, lo tomo. Lo agarro. Sin pensar en las consecuencias o repercusiones. Así
que si te quisiera ahora, Helen, nadie podría detenerme. Ni tu matrimonio, ni tu
marido. Ni las malditas reglas ni la maldita moral.
Es cierto.
No tenía la perspectiva para entender esto.
Entender que seguía rechazando a Helen no por un código moral sino
porque no la quería.
No entendí el tipo de hombre que realmente soy.
Hasta que me derrumbé, rompí mis propias reglas, y la tomé.
Aunque sabía que ella no era no es para mí. Es demasiado joven. Es mi
estudiante, la mejor amiga de mi hermana.
Por no mencionar que está destinada a cosas más grandes y mejores.
Está destinada a la escuela de arte, ¿no?
Siempre lo supe. Siempre supe que ella entraría. Siempre supe que algún
día tendría que renunciar a ella.
Y así llegó el momento.
Era el momento de liberarla.
Para poder mirar al futuro. Su futuro y empezar un nuevo capítulo en su
vida.
Para que pudiera cortar todas las cosas que pudieran ser un obstáculo.
Cosas como yo.
Un hombre que no ha tenido un sueño en catorce años.

371
PARTE 4 372
H
ace días que no hago bocetos.
Pensé que lo echaría de menos. Lo he hecho en el pasado.
Sobre todo cuando vuelvo a casa y no consigo dibujar.
Pero, sinceramente, ahora no lo echo de menos.
No siento la necesidad de crear. Hace días que no lo hago.
Es como si algo hubiera muerto dentro de mí.
Alguna pequeña parte, algún pequeño fuego que me hacía querer tomar el
bolígrafo y agarrar lo más cercano que pudiera dibujar.
Sin embargo, no me quejo.
La muerte es buena. La muerte es pacífica. La muerte es la felicidad.
Me ha dado mucho tiempo libre para estudiar y hacer los deberes, 373
prepararme. Siempre he estado muy pendiente de mis notas y demás. Y ahora
estoy realmente encima de las cosas. Todos mis deberes y tareas están hechos
antes que los de los demás.
Incluso he empezado a prepararme para los finales, aunque todo el mundo
está relajado porque aún faltan unas semanas. Pero creo que nunca se puede
estar demasiado preparado para algo como los finales.
Así que, como he dicho, la muerte es genial.
El problema es cuando me animo.
Es cuando mi corazón salta y mi respiración vuelve a empezar. Cuando la
vida empieza a correr por mis venas.
Es entonces cuando siento la agonía, la tortura.
Es entonces cuando siento el dolor.
El dolor que siempre supe que estaba en mi futuro.
Ese dolor está aquí ahora y lo siento cuando está cerca.
Lo siento cuando lo veo. Cuando lo oigo. Cuando escucho su voz profunda
y autoritaria.
Que ya no sea un alhelí, su alhelí, no significa que el mundo se haya
detenido.
El mundo avanza mucho y, como he dicho, tenemos deberes y clases y
finales.
Lo que significa que la escuela está en marcha.
Y que también significa que él está aquí.
Sigue siendo el entrenador de fútbol. Sigue siendo el hermano de mi mejor
amiga, muy cariñoso.
Así que por supuesto que lo veo.
Lo veo en los pasillos cuando saco los libros de mi casillero. Lo veo cuando
estamos en el patio y él entra en el día. A veces también lo veo cuando se va a ir
por el día.
Y luego están los almuerzos y los entrenamientos de fútbol.
Así que con el paso de los días, he desarrollado un sistema.
Un sistema sólido en el que solo tenga que verlo cuando sea absolutamente
necesario.
Realmente no es difícil; ya lo intenté antes. Cuando todavía pensaba que
podía controlar esta cosa dentro de mí y ser una buena amiga, una buena
estudiante.
Así que, según mi sistema, me paso los almuerzos en la biblioteca, siempre
alegando deberes o estudiando para los finales.
Me aseguro de llevar todos mis libros conmigo para no tener que ir a mi
taquilla.
374
Paso el menor tiempo posible en el patio, sobre todo cuando sé que va a
estar por ahí: estar enamorada de alguien puntual y que lleva el reloj de plata
más grande que se haya visto nunca tiene sus ventajas.
No puedo hacer mucho con respecto a la práctica del fútbol, pero
mantengo la cabeza agachada y aprieto los músculos, muy fuerte, para que su
voz no me duela tanto.
No es que hable mucho.
Sigue dejando que el entrenador TJ hable por él y solo abre la boca cuando
es absolutamente necesario.
Así que lo estoy haciendo… bien.
Podría ser peor. Podría estar viva todo el tiempo.
Podría estar llorando, sollozando y gritando cada segundo de cada día.
Ahora solo lo hago por la noche, después de que mi compañera de piso se
vaya a dormir.
Así que sí, la muerte es buena.
Excepto que mis amigas no dejan de hablar de ello.
O de él.
Cuando les conté lo que había sucedido, tuve que hacerlo, incluso ese
mismo día; estaba demasiado destrozada, demasiado conmocionada para
ocultarlo, no podían creerlo. Ambas pensaron que era imposible que Conrad
hiciera algo así. Ambas pensaban que estaba enamorado de mí.
—He visto la forma en que te mira —dijo Salem—. Ese hombre está
enamorado de ti, Wyn. Te ama.
—Sí —Poe insistió—. Como cada vez que viene a comer, siempre te está
mirando. No puede quitarte los ojos de encima. Es decir, es una puta maravilla
cómo Callie todavía no lo sabe. Que su hermano moralmente bueno, que nunca
haría algo así, está enamorado de su mejor amiga.
—Exactamente. —Salem asintió—. Y no es solo el almuerzo. Es todo el
tiempo. Cada vez que están en el mismo espacio, te observa, Wyn. Te mira como
si no pudiera creer lo que está viendo. Como si estuviera tan… encantado o algo
así. Y francamente, me peleé con Arrow por eso cuando vino de visita la semana
pasada. Yo estaba como, ¿por qué no me miras como el entrenador Thorne mira
a Wyn? Lo cual lo confundió totalmente y acabó comprándome dos enormes
cubos de helado, pero —sacudió la cabeza—, la cuestión es que Wyn, el
entrenador Thorne te quiere, ¿de acuerdo? Tienes que hablar con él. Tiene que
pasar algo. Tienes que…
—No —dije, aferrándome a la almohada, secándome las lágrimas—. No lo
hace. La quiere.
—Oh, por favor, eso es una noticia vieja. Tal vez él la amaba antes pero 375
ahora te ama a ti y…
—Va a volver con ella.
Salem retrocedió. —¿Qué?
—Está dejando a Seth.
—¿Qué carajo?
Esa era Poe.
Asentí, con un sollozo. —Me lo dijo.
—Dijo que iba a volver con ella —confirmó Salem—. Te lo dijo a ti. Con
esas palabras exactas.
—Sí… sí.
Me lo dijo.
Ese era el objetivo de esa conversación, ¿no?
Por eso terminó las cosas.
Por eso dijo que era el momento. Porque iba a volver con ella. Porque
finalmente había decidido dejar a su marido por él y por eso rompía conmigo, no
es que tuviéramos una relación tradicional, pero aun así, para ir con ella.
Así que la discusión con mis amigas se terminó.
O eso creía.
Porque desde entonces Poe y Salem han establecido un sistema propio.
Mientras que yo lo evito con una ferocidad que nunca antes había conocido,
ambas básicamente lo acechan.
Y a ella.
Ambos siguen sus movimientos.
Como dónde está, qué está haciendo. Con quién está hablando. Si habló
con Helen todo el día; si miraba fijamente a Helen; si había alguna vibración
romántica entre ellos, esa vez que estuvieron juntos fuera de la cafetería.
Además, Poe tiene ojos y oídos en todas partes.
Tiene una elaborada red de chismes y espías y está constantemente
vigilando sus canales para ver si han captado algún romance entre profesores
en St. Mary's.
—No es posible —dice un día Poe, paseándose de un lado a otro de mi
habitación, mientras Salem se sienta en la cama de enfrente—. Es imposible que
haya algo entre ellos. Mis fuentes no han detectado nada. —Ella sigue
refiriéndose a ellos como fuentes, pero no tenemos ni idea de quiénes son; nunca
nos lo dice—. No he recogido nada. Casi nunca se les ve juntos. ¿Y te has dado
cuenta de cómo le ha mordido la cabeza a Maisie hoy en el entrenamiento? Esa
chica acaba de fallar un pase. Un maldito pase, amiga. Y la hizo llorar por eso.
La hizo desear no haber nacido. 376
La hizo llorar.
Por lo que me sentí mal.
Yo jugaba peor que ella y, si seguía pintando o dibujando o creando, le
dibujaba algo bonito. Así las cosas, solo le di un abrazo después del
entrenamiento antes de buscarme un rincón tranquilo donde llorar. Algo que
rara vez hago durante el día, pero a veces cuando escucho su voz, no puedo
esperar hasta la mitad de la noche para llorar.
Sacudiendo la cabeza, Salem dice:
—Bueno, no fue un simple pase. Podríamos haber ganado si lo hubiera
tomado. Pero el punto es tomado. No creo que haya nada entre ellos en absoluto.
—Sí, ese hombre está demasiado enojado —añade Poe, que sigue
paseando—. Demasiado tenso y encorsetado. No hay manera de que se estén
acostando. No hay manera…
Entonces cerré mi libro. —Bien, chicas, tiempo muerto, ¿de acuerdo? No
quiero escuchar esto.
—Pero, Wyn, te estoy diciendo —insiste Poe, deteniéndose frente a mí—.
Las dos te decimos que no hay nada entre ellos. Si ha dejado a su marido por él,
entonces lo ha hecho por nada. Porque el entrenador Thorne no va a aceptarla
de nuevo.
Abro la boca para responder, pero Salem habla por encima de mí. —Y Wyn,
todavía te observa, ¿de acuerdo? Sigue observándote, joder. Me refiero a cuando
no lo evitas como a la peste y estás realmente en el mismo espacio que él. Y
preguntó por ti, ¿recuerdas? Te lo dije. Ese primer día cuando decidiste almorzar
en la biblioteca. Preguntó por ti. Sigo pensando que él te…
—Por favor, para —sollozo antes de que pueda decir la palabra A; no creo
que fuera capaz de soportarlo y todos mis planes de aguantar el llanto hasta la
mitad de la noche se harían añicos—. Sigo diciendo que no quiero escuchar esto.
Y quiero que dejen de hacerlo. Por favor. Sé que lo hacen por mí, pero por favor,
paren. No me importa si hay algo entre ellos o no. En realidad quiero que así sea.
En cuanto lo digo, mi corazón vuelve a latir.
Me sacude la vida, el dolor.
Y no estoy segura de cómo soy capaz de formar alguna palabra en este
momento cuando cada parte de mi cuerpo se retuerce, pero lo hago. —Él la ama.
Siempre la ha amado. Y si puede tenerla, entonces debería. Si ella es lo que
quiere, entonces deberían estar juntos.
—Pero Wyn —protesta Poe.
—No, por favor —la interrumpo—. Solo quiero que sea feliz. Eso es todo lo
que he querido. Eso es todo. Y si ella lo hace feliz, que así sea.
Esa es la otra cosa que me hace seguir adelante.
377
Aparte de mi pequeña muerte.
La idea de que finalmente podría tener algo que siempre ha querido. Que
podría tenerla. Ya piensa que todos sus sueños están muertos. Ya está
demasiado enojado por lo que la vida le ha deparado. Así que si puede tener este
sueño cumplido, ¿cómo no voy a querer eso para él?
Además, Helen por fin está haciendo lo correcto. Aunque nunca hemos
hablado de estas cosas después de aquella vez y no recibo ninguna indicación
de ella sobre su vida personal, me alegro de que por fin sepa lo que quiere hacer.
Y sí, a veces pienso que debería ir a hablar con él.
Especialmente cuando siento sus ojos sobre mí. Y los siento. Los siento.
Pero supongo que no importa.
Ha hecho su elección.
Y a veces también recuerdo que dejé tantas cosas sin terminar. Tantas
cosas que quería hacer por él y que nunca pude llevar a cabo: esa pared que
estaba pintando en su dormitorio; esa película que quería ver con él; ese nuevo
plato mexicano que vi en YouTube y que quería preparar para él el fin de semana
siguiente al cumpleaños de mi padre; el hecho de que nunca pude convencerlo
de que considerara ese trabajo en Nueva York.
Nunca conseguí convencerlo de que tener nuevos sueños está bien.
Que los sueños pueden cambiar y evolucionar y que aún se pueden
encontrar nuevas alegrías entre los trozos rotos de los antiguos.
Cuando pienso en esas cosas, sí quiero ir a hablar con él.
Quiero decirle que lo quiero. O mejor dicho, que yo también lo quiero y que
haré cualquier cosa para hacerlo feliz.
Pero esa es la cuestión, ¿no?
Esto es lo que tengo que hacer.
Esto.
Que vaya con ella. Que esté con ella.
Porque si es feliz con ella, ¿cómo puedo quitárselo?
Salem se pone a llorar entonces.
Unas lágrimas silenciosas caen por sus mejillas y se precipita desde la
cama para venir a abrazarme. —Oh, Wyn. Lo siento mucho. Lo siento mucho.
Dios, nunca le desearía este dolor a nadie, y menos a ti. —Apretando
fuertemente, dice—: No te mereces esto. No te mereces esto en absoluto.
Mientras Poe murmura:
—Bueno, si esa es su cara de felicidad, entonces no quiero ni pensar en
cómo es cuando está enojado. 378
A pesar de todo, me río mientras abrazo a Salem con fuerza.
Ella es la chica que conoce bien este dolor. Ella sabe cómo se siente. Pasó
por ello durante ocho años antes de que ella y Arrow estuvieran juntos. Pero
sobrevivió.
Así que yo también puedo sobrevivir.
Además, solo son unas pocas semanas más.
Los finales están a punto de llegar, y luego todas nos graduaremos e iremos
a la universidad. Yo iré a la Universidad de Nueva York. Empezaré una nueva
vida en Nueva York y poco a poco, las cosas serán más fáciles.
Empezaré a sentirme mejor.
No rezaré tanto por la muerte como lo hago ahora.
Pero unos días más tarde, se convierte en un verdadero inconveniente que
el hombre que amo sea el hermano mayor de mi mejor amiga, porque esta decide
organizar una pequeña reunión.
La escuela St. Mary's para adolescentes problemáticos, la escuela a la que
nadie quiere ir. Y todas recibimos nuestras cartas de aceptación: Callie entró en
Juilliard; yo en la Universidad de Nueva York; Salem entró en un campamento
de fútbol de verano realmente genial en California; y bueno, Poe pronto podrá
asesinar a su tutor.
Así que técnicamente todo es genial.
Y Callie quiere celebrarlo en su nueva casa en la que vive desde hace unos
meses por su embarazo. Y si fuera menos amiga mía, me habría negado.
Pero no puedo.
Es mi mejor amiga y es la persona a la que más he traicionado aquí.
Nunca pude decírselo; otra cosa que no pude hacer antes de que se
acabara. Y eso siempre me perseguirá. El hecho de que ella tenía derecho a saber
pero yo seguía ocultándole cosas.
Quizá algún día se lo cuente. Cuando no me duela tanto pensar en ello.
Pero por ahora, voy a volver a ser una buena y leal amiga y apoyarla
aceptando su invitación.
Estará bien.
Será como en los entrenamientos de fútbol. Mantendré la cabeza
agachada, me mantendré ocupada con otras personas, y pronto se acabará.
Solo que no cuento con algo… extraño.
Algo totalmente fuera de este mundo.
Su hermano se me insinuó.
No del que estoy enamorada. Sino su otro hermano, Ledger.
Desde que llegué a la pequeña reunión con Salem y Poe, se quedó 379
mirándome. Al principio no me di cuenta porque estaba ocupada en no darme
cuenta de las cosas.
Como me temía, también está aquí.
Alto y ancho, lleva su habitual camisa blanca y vaqueros azul marino. Y
como hace un tiempo primaveral, no lleva jersey y lleva los dos primeros botones
desabrochados.
Temo decir que me di cuenta enseguida. También me he dado cuenta de
que le ha crecido el cabello desde la última vez que se lo cortaron. Ya lo estaba
cuando todavía estaba con él, y cuando le señalé que necesitaba un corte de
cabello, procedió a mirarme fijamente en su forma habitual antes de decirme que
era por cortesía hacia mí. Como me gustaba tocarlo, jugar con él, empuñarlo
durante los momentos sensuales, solo que él no decía exactamente "momentos
sensuales", sino que utilizaba otras palabras coloridas.
—Francamente estás obsesionada con mi cabello —murmuró, sentándose
en la isla de la cocina.
Le tiré un trozo de pan. —¿Qué, y tú no? Noticia de última hora, Conrad:
tú también estás obsesionado con mi cabello. Estás más que obsesionado con
mi cabello. Lo tocas mientras duermes. Sí, me he dado cuenta. Lo tocas cuando
estamos viendo la televisión. Lo tocas cuando estamos lavando los platos. Lo
tocaste la primera vez que vine aquí y estábamos mirando esas fotos. No creas
que te saliste con la tuya. Yo también lo noté. Lo tocas todo el tiempo.
Para cuando terminé, toda su preciosa cara estaba coloreada de diversión
y sus ojos brillaban mientras decía: —Sí. Y lo hago.
—¿De qué estás hablando?
—Voy a tocarlo ahora.
Y entonces lo hizo. Primero, cuando me atrajo para darme un beso húmedo
y hambriento, y luego, cuando me puse aún más hambrienta y me arrodillé para
chuparle la polla. Entonces también me tocó el cabello. De hecho, lo empuñó y
lo utilizó para subirme y bajarme sobre su gruesa y sabrosa polla y…
Fue entonces cuando dejé de notarlo.
Cosas de él en la fiesta, quiero decir.
Y como todos están aquí, todos los hermanos de Callie, Reed y su hermana,
Tempest, que es realmente genial y le ha tomado bastante cariño a Poe, me
distraje con ellos.
Hasta que me di cuenta de que estaba siendo observada.
Por Ledger.
Lo cual fue una sorpresa épica por un montón de razones, incluyendo el
hecho de que creo que capté una vibración muy fuerte entre él y Tempest.
Así que cuando me acorrala en la cocina, donde he ido a tomarme un
segundo para mí misma antes de salir hacia donde él está, y me pide una cita,
380
me quedo sin palabras. Y me quedo aún más sin palabras cuando, tras mi
negativa, sigue intentando convencerme.
—¿Pero qué pasa con ella? —pregunto finalmente.
—¿Qué pasa con quién?
Miro a sus bonitos ojos marrones. Tiene unos ojos estupendos.
Los dibujaría si todavía dibujara. Y si pudiera dibujar la cara de alguien
más.
Además de la suya.
—Tempest —digo.
Eso me da una reacción. Una bastante feroz.
Sus cejas se juntan y su mandíbula cuadrada se tensa. Todo su cuerpo se
tensa cuando responde:
—¿Qué pasa con ella?
—Pensé… que ella era importante para ti. Quiero decir, la forma en que
fingías no mirarla y…
—Tempest no es nada.
Y esa es mi respuesta.
Sé que está mintiendo. Y sé que estaba en lo cierto en cuanto a la vibración
que capté. Hay algo ahí, entre ellos, y quizá por eso me pide una cita. Por ella.
Le sonrío con tristeza y le digo:
—Sabes, sería una gran idea tener una cita. Pero tú eres…
Pero me detengo porque noto movimiento detrás de los hombros de Ledger.
Un destello de cabello oscuro y unos ojos grises desorbitados.
Tempest.
Ella está en el umbral de la cocina y, por lo que parece, lo ha oído todo.
Cuando se da la vuelta y se va, mi corazón se retuerce por ella, por el desprecio
y el rechazo que debe haber escuchado en la voz de Ledger.
Estoy a punto de ir tras ella, quizá para ayudarla a entender lo que pasa
por la cabeza de Ledger, pero me quedo helada.
Porque no es la única que ha escuchado cosas.
Él también los escuchó.
El hombre del que estoy enamorada.
Sale de detrás de la pared de color claro y se coloca en el lugar donde
estaba Tempest hace un momento.
Y sus rasgos son… también afligidos. 381
Aturdido y apretado.
Pero solo por un segundo.
Después de eso, pierde esa mirada aturdida y entonces simplemente hay
tensión. Una mandíbula tensa. Pómulos altos y frágiles. Ojos duros.
Con lo cual me da una última mirada y se va.
Y entonces no sé qué hacer. No sé si debo ir tras él y decirle que…
¿Decirle qué?
Que no me interesa su hermano. Que no tiene razones para estar celoso o
territorial. Porque sé que se pone así. Pero entonces, eso era antes.
Antes, cuando me quería.
Ahora no lo hace.
Ahora está con otra persona.
Así que voy a dejarlo pasar.
Que es lo que hago por el resto de la fiesta.
Me mezclo con la gente. Me como las magdalenas de Callie. La ayudo con
las cosas porque estos días le resulta difícil moverse debido a su embarazo.
Aunque probablemente no tenga que ayudarla realmente, ya que Reed siempre
aparece cuando Callie parece necesitar cosas.
Pero de todos modos, una vez que las cosas se calman, hago mi parte de
la limpieza. Cuando Poe se corta accidentalmente un dedo con un cristal, porque,
según sus palabras, no está hecha para el trabajo manual, me apresuro a ir al
baño por el botiquín de primeros auxilios.
Que es donde me encuentra.
No solo me encuentra, sino que me retiene un rato mientras entra y cierra
la puerta tras de sí. Estoy de espaldas mientras rebusco en el botiquín unas
tiritas, pero cuando oigo el suave clic, me doy la vuelta.
Y ahí está.
De pie junto a la puerta cerrada, con los brazos cruzados y los ojos puestos
en mí.
Como siempre lo hizo. En aquel entonces.
Y no estoy segura de lo que debo hacer.
Mi sistema sólido no tiene nada que ver con estar encerrada en una
habitación con él.
En una habitación tan pequeña y confinada como esta.
Así que no tengo más remedio que centrarme en él. No tengo otra opción
que mirarlo, realmente mirarlo.
Algo que no he hecho en tres semanas.
382
Y Dios, no puedo dejar de mirar. No puedo dejar de mirar. No puedo dejar
de pasar mis ojos por sus rasgos y preguntarme por qué parecen tan cansados.
¿Por qué parecen tan tensos? ¿Por qué lleva una barba incipiente?
Solo hubo una vez que se vio así.
Cuando dijo todas esas cosas horribles en la biblioteca y vino a disculparse
por ellas en el árbol.
Y no puedo evitar preguntarme si esto se debe a lo que ocurrió en su oficina
y…
Sacudo la cabeza para romper mis propios pensamientos fantasiosos. —
Necesito llevarle la…
Me corta. —¿Cómo estás?
—¿Qué?
Su mandíbula se tensa un segundo antes de volver a preguntar:
—¿Estás bien?
No sé por qué me lo pregunta. Y por qué lo hace en ese tono íntimo suyo
que me corta y me tranquiliza al mismo tiempo. Pero aun así respondo con la
mayor despreocupación posible. —Uh, sí. Por supuesto. —Luego, con una leve
sonrisa—. ¿Cómo estás?
Su conocida respuesta a mi sonrisa, el apretón de su mandíbula, me hace
apretar el kit mientras me pregunta: —¿Cómo van tus clases?
—¿Clases?
—Sí.
De nuevo no estoy segura de por qué me pregunta estas cosas y por qué
eligió acorralarme en el baño, especialmente cuando está en una casa llena de
gente.
Personas que conocemos y nos importan y que no saben nada de nosotros.
—Las clases están bien. Lo de siempre —le digo—. Uh, ¿hay algo que
querías?
—Y los deberes —continúa como si yo no hubiera hablado.
Frunciendo el ceño, respondo:
—Realmente creo que debería irte. Poe se cortó el dedo y…
—Vivirá —dice, con los ojos brillando y parpadeando con algo
desconocido—. Has estado haciendo muchas cosas.
—He estado haciendo un montón de ¿qué?
—Los deberes —explica—. Siempre estás en la biblioteca. Haciendo los
deberes. 383
Vuelvo a tragar.
Recuerdo lo que dijo Salem el otro día, sobre que preguntaba por mí.
Y he tratado de no pensar en ello. He intentado olvidarlo, atribuirlo a una
preocupación normal por su parte.
Es decir, no es un desalmado.
Solo está enamorado de otra persona. Y cuando tuvo la oportunidad de
estar con ella, rompió su relación conmigo. Así que cuando dejé de aparecer para
comer, se preocupó un poco.
Nada más.
Pero yo no…
No entiendo esto.
No entiendo qué está pasando aquí.
Sacudiendo la cabeza, respondo:
—Sí, lo he hecho. Pero también he estado preparando los exámenes finales
y…
—Todavía faltan cuatro semanas —me dice como si no lo supiera.
—Bueno, sí, pero nunca se puede estar demasiado preparado para ellos,
¿verdad? Quiero decir, los finales son los finales, así que.
Me estudia durante un rato, con algo parecido a la irritación que atraviesa
sus rasgos, como si le molestara pensar en los finales. —Y tus padres.
—¿Mis padres qué?
—¿Todavía te hacen pasar mal? —pregunta mordazmente—. Sobre la
escuela de arte.
Sí.
Así que mis padres no me han hablado en tres semanas.
Desde aquel fin de semana en el que por fin me enfrenté a ellos como debía
hace tiempo, no han vuelto a ponerse en contacto conmigo. Por lo general, hacen
que sus asistentes me llamen a la escuela para mantenerme al tanto de cualquier
evento al que deba asistir durante los fines de semana de visita. Pero no he
sabido nada en las últimas tres semanas.
No estoy segura de cómo me siento al respecto.
Por un lado, me siento aliviada de que todo haya salido a la luz, pero
también me entristece que el hecho de haber admitido finalmente mis
sentimientos los haya distanciado aún más.
Encogiéndome de hombros, le digo:
—Lo mismo. Creo. No he hablado con ellos desde… ya sabes.
La fiesta.
384
No puedo decirlo.
Porque en esa fiesta pasaron muchas cosas.
Tantas cosas terminaron y tantas cosas comenzaron. Y yo solo… no puedo
manejarlo.
No puedo soportar que esté tan cerca de mí, mirándome así.
Haciendo preguntas, mostrando preocupación, pareciendo enojado y
agitado por mí como si todavía estuviéramos juntos. Como si todavía hubiera
algo entre nosotros cuando sé que no lo hay.
—Puedo… —me aclaro la garganta—. ¿Me puedo ir? Yo…
—Ledge es un buen tipo —dice bruscamente.
—¿Perdón? —pregunto, apretándome contra el borde del fregadero.
No responde de inmediato.
No creo que pueda. De repente se ha vuelto extremadamente rígido. No
solo sus rasgos, que ya estaban tensos y suaves para empezar, sino también su
cuerpo.
Puedo ver sus bíceps abultados y flexionados a través de las mangas de su
camisa. Su pecho tampoco va muy bien. Se expande y se vuelve macizo cuando
toma aire, ampliando su postura.
Como si se preparara para decir sus siguientes palabras, que salen más o
menos como un gruñido:
—Es mi hermano. El hermano más joven. Lo he visto crecer. Yo lo crié
básicamente. Y como he dicho, es un buen chico. Un poco impulsivo, pero eso
es de esperar. Es el bebé de la familia. Bueno, después de Callie.
—Ledger es un buen chico —repito, sin poder decir nada más.
Un músculo comienza a tintinear en su mejilla mientras continúa:
—Sí. Y es joven. Mucho más joven que yo. Acaba de ser reclutado, Ledge.
Y aunque acaba de empezar su carrera, sé que llegará lejos. Es talentoso. Un
buen jugador. Necesita pensar bien las cosas a veces. Pero yo estaré ahí,
ayudándolo. Y él vive en Nueva York.
—Nueva York —repito sus palabras.
Una breve inclinación de cabeza. —Sí. A dónde vas. A la universidad. Así
que sí.
Me he quedado como entumecida en este momento, viéndolo, oyéndolo,
que incluso cuando intento decir algo propio, lo único que se me ocurre decir es:
—¿Así qué?
Mi pregunta hace que se ponga aún más rígido.
Ya lo estaba cuando empezó a hablar.
385
Y a través de todo ello, su quietud no ha hecho más que crecer. Su postura
se ha vuelto más tensa, más frágil.
Como si estuviera rechazando algo.
Rechazando sus propias palabras.
—Sí, deberías decir que sí —agrega, sus bíceps se flexionan de nuevo—. A
él.
Y se me cae el corazón.
Cae a través de mi pecho y se va al suelo.
Como si hubiera metido la mano dentro de mí, desde allí, lo hubiera
arrancado de mi caja torácica como si fuera una flor y la hubiera tirado al suelo
sin cuidado.
Así que esto es lo que es.
Ha venido a decirme que está bien salir con su hermano.
Pero entonces…
Pero entonces no puedo deshacerme de la sensación, esta otra sensación
que tengo, justo en el centro de mi vientre. Que me hace clavar las uñas en el
botiquín y decir:
—Quieres decir sobre la cita.
—Sí.
—Porque es joven —continúo, observándolo, viendo el efecto que tienen
mis palabras en él—. Mucho más joven que tú.
Respira agitado. —Sí. Doce años.
—Y porque acaba de ser reclutado.
—Correcto —confirma, algo ondulando en sus rasgos—. Va a llegar lejos.
Va a ser uno de los mejores jugadores. Incluso podría ir a la Liga Europea. Así
que tiene un futuro brillante.
Lo miro fijamente durante unos instantes.
Lo miro y lo miro fijamente.
En su forma inmóvil. sin vida.
En el hecho de que apenas puede inhalar o exhalar.
Antes de que diga:
—A diferencia de ti.
Creo que lo he abofeteado.
Eso es lo que parece al menos.
Se retira ligeramente. 386
No mucho, pero como estoy mirando como siempre, con toda mi alma y
corazón, lo noto.
Noto que le aparece una vena en la frente mientras sigo:
»Está claro que no tienes futuro. No vas a ir a ningún sitio. Te vas a quedar
aquí. Ni siquiera irás a Nueva York. Donde vive. Y donde voy a estar yo. —Cuando
no responde, lo presiono—: ¿Verdad?
Aun así, tarda unos instantes en contestar. —Sí.
—Así que crees que salir con tu hermano es el movimiento correcto para
mí.
Mirándome a los ojos, dice.
—Sí. Es lo correcto.
Lo que hay que hacer.
Eso es lo que dijo cuando me llamó a su despacho y me dijo que habíamos
terminado.
Eso es exactamente lo que dijo.
Junto con un montón de otras cosas. Cosas en las que me he centrado
durante las últimas tres semanas.
Estúpidamente. Idiota.
Tan jodidamente estúpida.
Pero ya no. Ya no.
Ahora voy a centrarme en lo real.
La verdad.
De lo que sucedió ese día en su oficina.
Entonces sonrío, grande, brillante y falsa. —Por supuesto, estoy a favor de
hacer lo correcto. Así que creo que voy a decir que sí. Tengo que admitir que
pensé que sería un poco raro, salir con tu hermano, dada nuestra historia. Pero
creo que me equivoqué. Creo que podría ser el tipo para mí. El tipo correcto.
Además, estás con la chica adecuada para ti, ¿no? Estás con la chica de tus
sueños y creo que es hora de que consiga un hombre de mis sueños.

387
L
levo mi vestido de baile amarillo.
El que llevaba la noche que lo conocí.
Lo he mantenido cerca de mí desde esa noche. Incluso lo llevé
a St. Mary's conmigo.
Creo que esta noche es una buena noche para ello.
Llevar el vestido con el que me vio por primera vez.
También estoy usando mi lápiz de labios favorito, su favorito también:
Pinky Winky Promises. Junto con una tonelada de joyas, porque a él le gustan
las joyas, y esa cadena para el vientre que me regaló, que tengo que admitir que
me la quedé a pesar de todo.
A pesar de lo que hizo.
Pero de todos modos, me he maquillado como a él le gusta. 388
Tal y como sueña.
Porque ahora sé con qué sueña.
Lo sé.
Y se lo voy a decir.
Voy a decirle lo que sé cuando lo vea.
Porque ahí es donde voy.
Me escapo de St. Mary's y voy a su casa en plena noche. Estoy segura de
que tendrá muchas cosas que decir al respecto, sobre mi caminando por las
calles con mi bonito vestido de baile a medianoche, pero el caso es que ahora no
le incumbe.
Él mismo me entregó.
Así que no me importa.
En fin.
Cuando llego a su casa, no voy a la puerta.
Aunque sé que está despierto; no duerme mucho y estoy segura de que
esta noche no va a dormir. Porque solo horas antes me dijo que saliera con su
hermano.
Así que debe estar inquieto.
Debe estar sufriendo.
Sin embargo, no lo estoy.
Por primera vez en días, no tengo dolor. No estoy muerta.
Estoy enojada.
Estoy furiosa.
Así que me dirijo a su camioneta, que está estacionada enfrente, en la calle
vacía y adormecida. Dejo la mochila que me traje del colegio y, agachada, busco
mi pintura en spray favorita: rosa. También el morado. Junto con otros colores.
Y luego me pongo a trabajar.
En su camioneta.
Agito los brazos mientras avanzo. Hago círculos y líneas mientras lleno su
camión de colores. Con flores y estrellas. Con nubes y arco iris. Incluso llego a
hacer unicornios en su puto vehículo negro y masculino.
Toma eso, Conrad Thorne.
Tómalo.
Porque voy a meterle caballos mágicos y purpurina rosa aunque sea lo
último que haga. llenar su oscura vida de sol brillante y no podrá detenerme.
No puede evitar que le dé su sueño en Technicolor. 389
Y luego voy a llamar a su puerta para que vea lo que he hecho para él.
Para que pueda mirarlo y llorar, solo en su casa.
Solo que no tengo que llamar a su puerta.
La abre él solo cuando llego al final de la pintada.
Sale de su casa, todo sudado y jadeante, probablemente de dar patadas a
la pelota solo en su patio trasero como suele hacer, con el cabello crecido
desordenado y colgando en los ojos, con el aspecto del hombre de mis sueños.
Aunque por un segundo, algo en él me hace dudar.
El hecho de que haya… rayas de pintura. En sus antebrazos desnudos y
también en su camiseta blanca.
Hay uno en el lado de su mandíbula y yo…
—Bronwyn —dice como si no pudiera creer que estoy aquí, parada frente
a su casa—. Qué… qué…
Ante su voz grave pero desconcertada, decido no darle importancia.
No me importa por qué tiene pintura.
No es asunto mío.
Él lo hizo así.
Así que puede irse al infierno ahora mismo.
—Hola —digo, saludándolo mientras aún sostengo mi pintura en aerosol,
que luego tiro en su patio.
Limpiándose la boca abierta con el dorso de la mano, se aleja más, llegando
al borde de su porche, entrecerrando los ojos hacia mí, hacia la lata que acabo
de tirar, antes de centrarse en su camioneta.
—Pensé en hacerte algo —le digo con voz falsa y alegre—. Ya que nunca
pude terminar esa pared de tu dormitorio. Además creo que definitivamente te
mereces un regalo después de cómo me has ayudado hoy temprano. Sigues
haciendo eso, ¿no? Ayudándome. Ayudándome a ver cosas. Me ayudaste a ver a
tu hermano, lo que nunca hubiera hecho si no fuera por ti.
Eso hace que se mueva.
Mi mención sobre su hermano.
Ahora, en lugar de limitarse a mirar lo que he dibujado en su camioneta,
sus ojos vuelven a mirar los míos. Sus ojos se aclaran también. La leve mirada
de confusión desaparece y se vuelven alertas, parpadeando antes de que se
mueva.
Antes de bajar las escaleras de su casa, cruzar a zancadas el camino de
entrada y venir por mí.
Y estoy lista para él. 390
Estoy totalmente preparada con una postura amplia y una barbilla
levantada.
Al llegar a mí, gruñe, recorriendo con sus ojos mi vestido, que ahora está
cubierto de manchas rosas, moradas, rojas y amarillas. —¿Qué carajo crees que
estás haciendo?
—Te lo dije. Haciéndote un regalo especial por ayudarme con Ledger hoy.
Aprieta la mandíbula en “Ledger”.
—¿Cómo has llegado hasta aquí? —Antes de que pueda informarle
alegremente de cómo, acierta a adivinar—. ¿Tomaste el autobús?
—Sí —le digo con entusiasmo—. Aunque diré que si no fuera mi única
opción, no lo habría tomado. La gente me miraba mucho con mi atuendo. —Sus
ojos se vuelven rasgados ante esto pero no me importa, sigo—, que me puse
específicamente para ti. Porque sé que te gusto con esto. Mi vestido de baile, mi
lápiz de labios. Todas mis joyas. Mi cabello.
Luego, abriendo los ojos, añado:
»Pero, por favor, no se lo digas a Ledger, ¿de acuerdo? No quiero empezar
nuestra relación con él sabiendo que me estoy vistiendo para otro hombre. Nada
menos que para su hermano. Me refiero a cuán de mal gusto y…
—Detente —reclama, con las manos puestas a los lados—, de decir su
nombre.
Entonces aprieto mis propios puños, ante su ira, sus celos.
Está celoso, ¿verdad?
De su propio hermano.
Está celoso a pesar de haber terminado las cosas.
Me abandonó hace tres semanas.
—¿Por qué? —pregunto, mirando fijamente sus ojos azules y furiosos—.
¿Por qué no debo decir su nombre? Es el hombre adecuado para mí. Es joven.
Tiene un futuro brillante. Va a llegar lejos. Vive en Nueva York. Tú mismo lo has
dicho.
—Yo no…
—Al contrario que tú —lo interrumpo, inclinándome hacia él—. Un
mentiroso.
—¿Qué?
Entonces sacudo la cabeza. Aprieto los dientes. De alguna manera aprieto
cada parte de mi cuerpo mientras digo:
—Eso es lo que eres, ¿no? Un maldito mentiroso.
—Bronwyn —advierte.
Me río con dureza ante su voz severa. Con rabia, con amargura, mientras 391
digo:
—Debería haberlo sabido. Debería haber sabido, joder, que harías algo así.
Lo has hecho antes, ¿verdad? Me has mentido antes. No una vez. Pero dos veces.
Mentiste sobre no recordarme. Cuando empezaste en St. Mary's. Y luego
mentiste sobre no quererme cuando en realidad estabas obsesionado conmigo.
Y te perdoné. Te perdoné las dos veces. Pero ya no. No voy a perdonarte esta
tercera vez. Porque lo sé. Sé que estás mintiendo de nuevo.
Está furioso. Ya lo veo.
Está ardiendo y quiero decirle que vaya a su ritmo.
Porque aún no he llegado a la parte buena.
Por ahora solo cubrimos lo básico.
—¿No es así, Conrad? —lo presiono—. Mientes sobre lo de estar con ella.
—Levanto la mano entonces, antes de que pueda decir algo—. Oh, no
exactamente. No con esas palabras. Nunca me dijiste que te ibas con ella. Nunca
dijiste esas palabras exactas, pero lo insinuaste. Ese día en tu oficina. Cuando
te preguntaba y te preguntaba. Cuando seguí indagando y preguntando por qué.
¿Por qué, Conrad? ¿Por qué teníamos que terminar? La usaste como excusa.
Usaste la excusa que sabías que aceptaría. Usaste la excusa que sabías que
haría que dejara de hacer preguntas. Porque no querías que hiciera preguntas.
Porque si lo hacía, tendrías que admitir la verdad. Entonces tendrías que
enfrentarla. Y no querías hacerlo. Y también te diré por qué. Es porque tú,
Conrad Thorne, tienes miedo.
Se estremece ante mis palabras.
Y no es un pequeño respingo, es uno grande.
Es más bien un espasmo que recorre su cuerpo. Como si lo hubiera
sacudido.
Y como la idiota que soy, quiero rodearlo con mis brazos. Quiero darle
consuelo.
Pero no.
Ya no soy su alhelí. No puedo darle mi suavidad.
Todo lo que puedo darle ahora es la verdad.
Las cosas que antes no veía pero ahora sí. Después de la fiesta.
—Sabes, todo este tiempo, no dejaba de pensar en ello y de darle vueltas
—digo, mi corazón latiendo y palpitando en mi pecho—. Seguí pensando, ¿por
qué no quieres ese nuevo trabajo en Nueva York? ¿Por qué sigues rechazándolo?
¿Por qué quieres quedarte aquí si lo odias? Si odias esta casa. Si crees que es
un basurero. Si odias esta ciudad. ¿Por qué no quieres ver que amas el
entrenamiento? Por eso lo haces todo el tiempo. Lo haces durante la semana. Lo
haces los fines de semana. Lo haces porque te apasiona. Pero no quieres 392
admitirlo.
»Y yo seguía pensando, ¿por qué? Seguía pensando, ¿cómo puedo
convencerte de que lo veas? Para que veas que aunque lo que soñaste para ti no
resultó, no significa que lo que tienes ahora es menos digno, es menos alegre.
puedas querer cosas nuevas, que no puedas construir una nueva vida, una vida
que te has hecho a pesar de todo. Eso es lo que siempre le dices a la gente, ¿no?
Que debes hacer tu propia vida. Así que me sigo preguntando por qué. ¿Por qué
no haces lo mismo por ti? ¿Por qué no sueñas nuevos sueños? Y la razón es que
tienes miedo. Tienes miedo de soñar.
En esto no puedo parar.
No puedo detener la lágrima que rueda por mi mejilla a pesar de todo.
A pesar de decirme a mí misma que sea fuerte y distante como suele ser
él.
Al ver mis lágrimas, su estremecimiento es aún mayor y da un paso hacia
mí, pero yo retrocedo.
No quiero que me toque.
No quiero que me toque nunca.
Y me alegro de que no presione. Que pueda verlo en mi cara, mi
determinación.
Así que se queda de pie, con el pecho moviéndose hacia arriba y hacia
abajo en ondas, con los puños apretados, con los ojos estudiándome tan de
cerca, tan minuciosamente.
Tan tortuosamente.
—Tienes miedo de desear cosas —digo, cuando por fin he conseguido que
ese nudo de emociones se meta en mi garganta—. Porque si no lo haces, no
tendrás que pasar por el dolor si no se hacen realidad. Si no sueñas entonces no
tendrás que pasar por el dolor si esos sueños se rompen. Porque ya pasaste por
ello una vez. Hace años y años. Pasaste por el dolor cuando eras un adolescente.
Querías ser profesional. Querías salir de esta ciudad. Querías una chica rica y
hermosa. Disparaste a las estrellas y te quedaste corto. Me lo contaste. Y te dolió.
Te dolió tanto que te encerraste en ti mismo. Cerraste todas tus puertas. Dejaste
de centrarte en ti mismo y convertiste a los demás en el centro de tu mundo.
Porque así es más fácil. Es más fácil estar enojado, solo y quedarse quieto porque
si caminas, podrías tropezar. Podrías caerte. Podrías hacerte daño. Y no quieres
hacerlo.
Y entonces hago una pausa porque no sé si debo decirlo.
No sé si debería contarle este secreto.
Un secreto que acabo de descubrir.
Pero he terminado con esto. 393
He terminado con él. Se lo diré y lo dejaré que reflexione sobre ello. Y
volveré a mi dormitorio y haré lo que he estado haciendo toda la noche, desde
que terminó la tertulia: llorar y sollozar por mi estúpida historia de amor.
Por este estúpido hombre al que no puedo dejar de amar.
Respirando con hipo, continúo:
—Es más fácil, no es así, Conrad, terminar las cosas con una chica que
admitir realmente que te has enamorado de ella.
Pensé que lo haría retroceder de nuevo. Es el mayor golpe que le he dado
hasta ahora.
El golpe que vine específicamente a su casa para tratar con él.
Pero no es así.
Mis palabras no le hacen flaquear.
Solo hacen que me mire, mis lágrimas que siguen cayendo, con más
agonía, más tormento.
—Me quieres —continúo, esperando terminar pronto para poder irme—.
¿No es así? Ella no. A mí. Soy la chica de tus sueños. Eso me dijiste. Que podía
ser la chica de los sueños de alguien y te referías a ti mismo. Esa noche en la
fiesta de mi padre antes de que… ella viniera. Tal vez la amabas al principio,
cuando las cosas empezaron entre nosotros, pero me amas ahora. y…
Dejo de hablar porque creo que ha llegado a su límite.
Creo que ha hecho todo lo posible por mantenerse quieto y alejado de mí,
porque entonces viene por mí.
Viene por mí cintura a la que pone las manos, agarrando la carne con
fuerza, tan fuerte y gloriosa, y tirando de mí hacia el suelo. Pega mi frente a la
suya y, conmigo envuelta alrededor de él, porque mis muslos y mis brazos no
pueden evitar enroscarse en su cuerpo caliente y familiar, a pesar de que tocarlo
no era mi plan, camina unos pasos y me acomoda contra su camioneta.
Me toma la cara llena de lágrimas con las dos manos y me dice:
—Deja de llorar, Bronwyn. Por favor. Deja de llorar, cariño.
—No me llames así.
Presionando sus manos en mis mejillas, se inclina más cerca y yo aprieto
mis muslos alrededor de sus caderas, sintiendo su peso, su calor, su cuerpo que
no he sentido en semanas.
Que nunca pensé que volvería a sentir en esta vida.
—Lo siento —me dice, mirándome a los ojos—. Lo siento mucho, joder.
Le empujo los hombros. —No, ya no puedes pedirme perdón. No puedes…
Te amé y me mentiste. Tú…
Se queda quieto ante mi declaración.
394
Quieto y congelado.
Su cara está aún más aturdida y sorprendida que cuando vio a Ledger
invitándome a salir. Y pienso que tal vez pueda liberarme de él, ahora que lo he
sorprendido con mi verdad.
Una verdad que no pensaba decirle.
Pero sabes qué, a la mierda.
Que se joda.
No me importa. Solo quiero alejarme de él.
Pero cuando voy a empujarlo de nuevo, no se mueve.
No va a ninguna parte.
Su cuerpo es como una montaña y su agarre parece eterno.
—Me amas —repite, con los ojos fieros, el cabello rozando el lado de las
mejillas.
Le doy otro puñetazo en el pecho. —Sí. —Otro puñetazo y un empujón—.
Maldito imbécil.
Me mete los dedos en el cabello. —¿Desde cuándo?
—Desde siempre —solté, mirando fijamente su hermoso y sorprendido
rostro.
—Siempre.
—Sí —suelto—. Desde que te conocí esa noche y te detuviste a ayudarme.
Desde que me inspiraste. Desde que viniste a St. Mary's. Te he amado desde
siempre. Y tú me mentiste. Me dejaste creer que querías a otra persona. Durante
tres semanas enteras. Durante tres semanas enteras, me dejaste creer que mi
amor estaba destinado a sufrir. Que mi amor estaba condenado porque el
hombre del que estoy enamorada quiere estar con otra persona. Tú…
—Tu amor está condenado de todos modos —brama entonces, saliendo
por fin de su asombro.
—¿Qué?
Sus manos, que se habían desplazado hasta mi cintura y mi nuca para
mantenerme a salvo cuando me esforzaba, se despiertan ahora también.
Sus dedos se clavan en mi carne con fuerza, como garfios, como espinas,
mientras dice:
—Crees que tengo miedo de soñar, ¿no? De querer cosas para mí. De
desear cosas. De caminar hacia lo jodidamente desconocido. Sí, lo tuve. En una
época. Tenía miedo al dolor, a la agonía, a la herida de los sueños rotos. No
quería nuevas metas. Nuevas ambiciones. No quería nada de eso. Y sí, te mentí
por eso. Te alejé. Usé la única cosa que sabía que creerías. A pesar de que no
quería a Helen desde hace mucho tiempo. Creía que sí, pero… no. No desde ti. 395
Pero la razón por la que me alejé, durante tres semanas enteras, a pesar de que
cada célula de mi cuerpo me gritaba que confesara la verdad, es porque tengo
miedo por ti.
»Tengo miedo de no poder darte las cosas que te mereces. Tengo miedo de
no tener nada que darte. Y no lo tengo. Esto de aquí, es mi vida. Esto es todo lo
que he conocido, ya sea por elección o por circunstancias. Esta ciudad, este
trabajo. Y sí, una vez intenté disparar a las estrellas y no salió bien y me dolió,
joder, y me cerré, pero eso ya no importa. A la mierda con eso. A la mierda el
fútbol. Que se joda ella. Que se jodan todas las cosas que he querido antes que
tú y que no he conseguido. Lo que importa es que ahora no puedo permitirme
fallar, ¿entiendes? No puedo permitirme que las cosas no salgan bien ahora.
Porque hay mucho en juego. Lo que está en juego eres tú y me condenaría si te
fallara. Me condenaría si te arrastrara conmigo. Me condenaría si te retuviera
por mis propias razones egoístas cuando deberías estar ahí fuera, haciendo arte,
viviendo tu vida, viviendo tu sueño. Que me condenen, Bronwyn, ¿de acuerdo?
No lo haré. No puedo.
Traga saliva, sus ojos recorren mi cara frenética y urgentemente mientras
ruge: —Eres demasiado importante. Eres demasiado valiosa, joder. Eres mi…
Eres mi suave, frágil y aterciopelada alhelí y que me parta un rayo si te aplasto
con mis ásperas manos y mi espinosa vida cuando no tengo nada que darte.
Cuando termina, estoy destrozada.
Soy un desastre.
De lágrimas y respiraciones.
Y el amor.
Estoy hecha un lío de amor por este hombre.
Dios.
Dios.
¿Qué me pasa?
¿Qué me pasa con él?
¿Por qué no puede ver que ya me ha dado tanto? Ya me lo ha dado todo.
Mis manos, que hace unos segundos lo alejaban, se aferran ahora a él. Mis
muslos se tensan en torno a sus caderas y mis dedos aprietan todo lo que
encuentran en su cuerpo, su camiseta, su cabello, y lo acercan mientras
susurro:
—Pero ya lo has hecho. Ya me has dado mucho, Conrad, ¿no lo ves? Me lo
has dado todo. Sin siquiera pedirlo. Sin siquiera decir una palabra. Me has
liberado. Me has hecho verme a mí misma, abrazarme no una sino dos veces.
»Y lo hiciste porque eso es lo que eres. Inspirador y maravilloso y protector
y fuerte. Así que no puedes fallar. No puedes. No conmigo. Porque te amo por lo
que eres. Te he amado por lo que eres. Te he amado incluso cuando pensé que
amabas a otra persona y te amo ahora cuando sé que tú me amas a mí. Te elijo
396
por lo que eres. Eres el centro de mi universo. Eres mi gravedad. Y todo lo que
quiero es a ti. Solo a ti. Tal y como eres. Mi espina. El hombre de mis sueños.
Tan pronto como termino, viene de nuevo por mí. Esta vez por mi boca, y
me besa.
Y aunque sé que no debería besarlo, me ha mentido; ha estado
torturándome, torturándose a sí mismo durante las últimas tres semanas, lo
hago.
Le devuelvo el beso.
Le devuelvo el beso para demostrarle que lo amo y que lo único que quiero
de él es a él.
Algo que ni siquiera pensé que fuera posible.
Algo que ni siquiera yo me atrevía a soñar.
Un sueño sobre nosotros.
Juntos.
Así que le devuelvo el beso y le digo que ahora lo haré yo. Soñaré con
nosotros y él también tiene que soñar con nosotros.
Pero entonces llega una voz y hace añicos el momento. La misma voz que
hizo que todo se desmoronara la noche de la fiesta de cumpleaños de mi padre.
—¿Con?
Entonces nos separamos, nuestras bocas se separan.
Y al igual que aquella noche, no sé qué hacer. Estoy congelada. Soy inútil.
Pero él no.
Me aprieta la nuca y me arropa en su pecho, ocultando mi rostro, mientras
Helen contempla la escena.
Una chica envuelta en Conrad y una explosión de colores y pinturas.
Un grafiti en su camioneta.
Y cuando distingue lo que es el grafiti, una chica con un vestido de baile
amarillo con toneladas de joyas, y que es la chica que está envuelta en Conrad,
su voz es aún más alta que antes. —¿Bronwyn?
Y así, creo, todo termina antes de haber tenido la oportunidad de empezar.

397
T
engo pánico.
Y esta vez hay una razón para entrar en pánico.
Esta vez se ha producido definitivamente una tragedia. El
cielo se ha caído absolutamente.
Porque alguien nos vio.
Alguien que es Helen. La peor persona que podría habernos visto.
Y estaba al descubierto.
En una calle oscura y adormecida sin ningún lugar donde esconderse. Ni
una puerta ni una pared tras la que ponerse a cubierto como hacíamos en la
fiesta de mi padre.
Y una vez que salí de mi modo congelado, quise decirle algo a Helen.
Quería decirle que no era lo que parecía. Pero entonces eso habría sido
398
completamente ridículo porque estábamos envueltos el uno en el otro. Nos
estábamos besando. Yo lo besaba a él y él me besaba a mí y estábamos tan
absortos en ello que no nos dábamos cuenta del mundo.
Nunca nos dimos cuenta de que alguien se acercaba a nosotros.
Alguien que llegó allí en un auto.
Lo cual sé ahora.
Porque en cuanto nos vio, reconoció a quien estaba en sus brazos,
comprendió lo que estaba pasando, se dio la vuelta y se dirigió a su auto. Abrió
la puerta, entró y la cerró de golpe, alejándose. Y todo eso fue tan fuerte, tan
estruendoso, que es una maravilla que nunca la hayamos oído. Que no hayamos
prestado atención.
Pero entonces prestábamos atención.
En cuanto se alejó, le dije a Conrad que teníamos que ir tras ella. Que
teníamos que detenerla y explicarle las cosas. Le dije que le diría que fui yo y que
fui yo quien se escapó de la escuela en medio de la noche. Que fui yo quien
rompió todas las reglas y que, por lo tanto, debía ser yo la castigada.
Pero él puso fin a ello.
Puso fin a todo eso.
Y dijo:
—Confía en mí.
Eso es todo.
Las palabras exactas que me dijo la noche de la fiesta, y luego me besó en
la frente y me llevó de vuelta a St. Mary's. Y al dejarme cuando aún yo no lo
dejaba ir, me dijo, con toda la confianza y seguridad en su voz.
—Te veré mañana.
Y ahora es mañana.
Es lunes por la mañana y la escuela está en marcha.
Estoy en la cafetería, fingiendo que como, para apaciguar a mis amigas y
que no se preocupen demasiado por mí, no he compartido con ellas lo que pasó
anoche, cuando lo único que quiero hacer es vomitar. Cuando lo único que
quiero es salir corriendo de aquí e ir a su despacho. Y si aún no está allí, buscarlo
por el campus.
Pero tengo miedo.
Tengo miedo de que pueda empeorar las cosas yendo a él ahora.
Estando cerca de él y siendo vista junto a él.
Porque, ¿y si Helen ya se lo ha contado a todo el mundo, a los profesores,
al director? ¿Y si ya nos ha denunciado a nosotros y lo que vio? Y si es así,
entonces que yo intente hablar con Conrad sería un desastre.
Un desastre aún mayor.
399
¿No es así?
Todos podrían señalarnos con el dedo y decir, mira qué cerca están. Cómo
lo mira ella y cómo la mira él. Debe ser cierto.
Así que si ese es el caso, si Helen ya nos ha denunciado, entonces tal vez
en lugar de buscar a Conrad, debería buscar a la directora Carlisle. Tal vez
debería ir directamente a ella y decirle que fue mi culpa y asumir toda la
responsabilidad. Podría decirle que intenté seducirlo. Yo. Lo obligué a besarme
y que no lo dejaría en paz.
Lo cual, en su mayor parte, es correcto. En la superficie.
Pero entonces, ¿qué pasa si Helen no ha dicho nada?
¿Y si Conrad lograba detenerla?
Dijo que confiara en él, ¿verdad?
Así que tal vez habló con ella antes de la escuela y lo solucionó todo. Y que
yo fuera a ver a la directora Carlisle sería el mayor desastre de todos.
Así que tal vez debería quedarme aquí en la cafetería, desayunar como si
nada hubiera pasado y esperar a que él me encuentre primero.
Que me diga exactamente lo que está ocurriendo para que pueda
reaccionar en consecuencia, porque hasta ahora las cosas parecen normales.
Hasta que no lo son.
Hasta que la puerta de la cafetería se inunda de toda la gente en la que he
estado pensando, la directora Carlisle y los profesores. Bueno, solo algunos
profesores, pero también el vicedirector, el ayudante del director y el ayudante
del vicedirector.
Y un hombre.
Un hombre oscuro. Amenazante y severo.
O al menos eso es lo que me parece a mí por el estado de ánimo que tengo.
Tiene el cabello ligeramente rizado, o más bien ondulado, de color oscuro,
marrón chocolate si tengo que elegir un tono. Sus ojos también son oscuros. Tal
vez marrón chocolate también; no puedo decirlo desde esta distancia. Y su
mandíbula es del tipo que crees que está siempre apretada porque los músculos
de la misma, la inclinación de la misma es tan severa y tensa.
Eso es lo que lo hace parecer una amenaza, decido.
O alguien con quien no deberías meterte.
Eso y sus hombros.
Su pecho.
Macizo y ancho bajo la camisa gris oscura que lleva puesta, y una
chaqueta. Una chaqueta de tweed gris oscuro.
No estoy segura de quién es y qué hace aquí y por qué nos mira a todos
400
con expresión grave, pero no tengo un buen presentimiento.
No es una buena sensación en absoluto.
Ya estoy empezando a levantarme, con la intención de acercarme a su
grupo que ha venido a colocarse delante, junto a la barra de comida, y agarrar
lo que sea que hayan venido a repartirnos. Porque están aquí por nosotros, ¿no?
Por Conrad y por mí. Solo que no entiendo el propósito de que vengan así.
Pero entonces todas mis intenciones se desvanecen cuando oigo un golpe
de puño sobre la mesa.
Es Poe.
Y ella está mirando.
A ese hombre amenazante y severo.
¿Por qué estaría ella…
Y entonces lo entiendo.
Todas lo entendemos, Callie, Salem y yo.
Por fin se entiende: chaqueta de tweed.
Todas estamos a punto de decir algo a Poe, abriendo la boca, cuando la
directora Carlisle habla:
—Buenos días a todos. Me disculpo por interrumpir su desayuno de esta
manera. Entiendo que es muy inusual y que todas ustedes pueden estar
confundidas, pero no hay nada de qué preocuparse. Hay algo que me gustaría
compartir con ustedes y he pensado que sería mejor hacerlo en persona en lugar
de enviar un correo electrónico masivo o anunciarlo en el boletín escolar. Y como
no tenemos asambleas en St. Mary's, este parecía un buen momento.
Nos lanza una pequeña sonrisa.
—Me complace y me entristece a la vez anunciar que dejaré mi puesto de
director de St. Mary's.
La sala, que había quedado en silencio ante su abrupta y extraña llegada,
estalla en murmullos. Pero una mirada de la directora Carlisle y todos se callan.
—He tenido mucha suerte de formar parte de esta institución durante todo el
tiempo que lo he hecho. He apreciado cada momento que he pasado aquí. He
apreciado a cada uno de los estudiantes y he tratado de ayudarlos lo mejor que
he podido. Esta escuela ha sido una gran parte de mi vida durante años, a veces
toda mi vida, pero ahora es el momento de seguir adelante.
Con eso se vuelve hacia el hombre que está a su lado, que no ha mostrado
ninguna emoción en todo este pequeño discurso. —Y por muy agridulce que sea
este momento, estoy muy contento de dejarlo en manos extremadamente
capaces. Este es el señor Marshall. Ha estado en la junta desde hace mucho
tiempo y cuando expresé mi deseo de irme, estuvo más que feliz de intervenir.
Lo que significa que, a partir del próximo curso, él será su nuevo director.
Director Marshall.
401
Continúa diciendo algo más y entonces las manos aplauden en señal de
bienvenida y se reanudan las conversaciones emocionadas. Pero no me importa
nada de eso. Me preocupa más Poe. Todas lo estamos.
Que sigue mirándolo con ojos de odio.
Callie es la primera en hablar. —Ese… es tu…
Poe estrecha los ojos detrás de sus gafas.
Y esa es nuestra respuesta.
Es su tutor que lleva chaquetas de tweed con coderas. Y que hasta ahora
todas pensábamos que era súper viejo porque Poe no paraba de mentir sobre su
edad. Definitivamente no es viejo, eso es seguro.
—Pero es como, muy… —Salem se detiene cuando Poe dirige su mirada
hacia ella.
—No lo digas —dice ella, con una calma mortal.
—Perdón —murmura Salem.
Sin embargo, sé lo que iba a decir.
Algo que no se me ocurrió cuando lo vi por primera vez.
Tal vez porque tiene un aura oscura y amenazante. Y porque mi vida es
básicamente un desastre en este momento.
Y Callie también lo sabe, lo que Salem iba a decir, porque pregunta:
—¿Es por eso que nunca nos enseñaste ninguna foto ni siquiera cuando
admitiste que mentías sobre su edad? Porque es tan…
Poe también la fulmina con la mirada. —No lo hagas.
Callie levanta las manos en señal de rendición y luego hace la mímica de
cerrar los labios. Lo que Poe encuentra satisfactorio antes de volver su atención
hacia mí. —Tú. ¿También tienes algo que añadir?
Miro a Salem y a Callie antes de negar con la cabeza y decir:
—En realidad, no.
—Bien. Porque no quiero oírlo. —Nos clava a todas su severa mirada gris-
azul con gafas—. Sí, no es viejo como todas sabíamos ya. Y es jodidamente…
guapo, ¿de acuerdo? Ya está, lo he dicho. Es guapo.
—No solo es guapo, es jodidamente glorioso —dice Salem.
—Está como… Guao. —Callie va entonces—. Y tal vez estoy exagerando
las cosas porque estoy embarazada y hormonal. Pero no creo que lo esté. Creo
que todas aquí piensan eso.
Poe vuelve a golpear su puño sobre la mesa. —Lo sabía. Sabía que dirías
eso. Sabía que en cuanto le echaras un vistazo a su glorioso rostro —mira a
Salem—, olvidarías lo que me hizo. Y… 402
Callie extiende su puño entonces. —Claro que no. Nunca olvidaremos lo
que te hizo. Es nuestro enemigo jurado. Hasta el final de los tiempos.
Salem interviene:
—Sí, exactamente. Glorioso o no, es el hombre que te envió aquí. Y aunque
si no hubieras venido aquí, nunca nos hubiéramos conocido y eso me hubiera
entristecido, sigo odiándolo. Siempre lo odiaremos por eso.
Esto le da a Poe un poco de alivio.
—Y sabemos que estás enloqueciendo al verlo así —decido razonar un poco
con ella—. Pero ¿no has oído lo que ha dicho la directora Carlisle? No va a ser el
director hasta el próximo curso. Y todas nos graduamos en unas semanas. Así
que tal vez no sea tan malo como todas estamos pensando.
El rostro de Poe se vuelve aún más grave ante mi observación y no entiendo
cómo.
Ninguno de nosotras lo sabe.
Pero cuando Callie va a preguntarle por ello, Poe levanta su mano y se
levanta bruscamente.
Y se va.
Sale a grandes zancadas de la cafetería, que aún bulle de entusiasmo y de
ruidosa charla. De hecho, ahora está más llena que antes de que la directora
Carlisle llegara con sus noticias.
Y en medio de todo ese parloteo y entusiasmo, lo veo a él.
Finalmente veo al hombre que he estado buscando.
El hombre del que estoy enamorada.
Está de pie en el umbral de la cafetería, alto y tan visible, tan mío.
Y todo entra en movimiento, la preocupación, el miedo, la sensación de
fatalidad inminente y no puedo quedarme aquí sentada por más tiempo. Tengo
que ir con él. Pero también me preocupa Poe y Callie está aquí y…
—Oye, Callie y yo vamos a buscar a Poe, ¿bien? —dice Salem, acudiendo
a mi rescate como ha hecho tantas veces en el pasado—. ¿Puedes traerme una
magdalena, Wyn? Antes de la campana.
Le lanzo una mirada llena de gratitud mientras asiento. —Sí.
Ella sonríe. —Gracias.
Luego ayuda a Callie a levantarse de su silla y se van, buscando a Poe. Y
cuando se pierden de vista, me dirijo en su dirección. Tengo muy poco tiempo
antes del timbre y tengo que hablar con él.
Necesito asegurarme de que todo está bien, y si no, cómo puedo ayudar.
Solo espero que el hecho de que me dirija a él así no empeore las cosas.
Cuando ve que me acerco a él, lo que básicamente hizo en el momento en 403
que me levanté porque sus ojos estaban puestos en mí, su mirada se vuelve
líquida.
Se vuelve brillante y llena de calor y… de amor.
Dios, él me ama.
Él me ama.
Sé que aún no lo ha dicho, no con esas palabras exactas, pero puedo verlo
en sus ojos.
Me hace feliz. Y me hace enojar.
Me dan ganas de besarlo, golpearlo, abrazarlo y enfurecerlo.
Por hacer lo que hizo.
Por hacerme pasar por todo.
Por amarme como lo hace.
Cuando llego a él, le hago la pregunta que le hice hace tres semanas. —
¿Está todo…
Mete las manos en los bolsillos, baja la barbilla y dice:
—Todo está bien.
—Ella… —miro a mi alrededor, completamente pendiente de nuestro
entorno, de la gente y de si nos lanzan miradas; nadie lo hace hasta ahora, por
suerte—, ¿va a decir algo? Porque si lo hace, estoy preparada. Les diré que…
—No tienes que preocuparte por ella —dice tranquilamente con una leve
sonrisa—. Ni por nadie. Ya me he encargado de ello. No te va a molestar ni a
decir nada. Tú céntrate en tus finales, ¿de acuerdo?
—No me importan los finales. Dime qué ha pasado. Dime cómo.
Sus ojos recorren mis rasgos, todavía tranquilos y sin prisa pero intensos,
como si tratara de memorizar mis rasgos. —Son cuatro semanas. Menos de
cuatro semanas incluso. Quiero que aguantes hasta entonces, ¿sí? Quiero que
aguantes y quiero que sepas que vendré por ti.
—¿Qué?
Su mandíbula se mueve de un lado a otro mientras me mira fijamente. —
Iré por ti, Bronwyn. Estaré allí cuando termines tus finales, con St. Mary's. Te lo
prometo.
—¿Y eso…?
Esta vez mis palabras son engullidas por el estridente sonido de la
campana, al que siguen ruidos fuertes y estruendosos de sillas arrastradas y
conversaciones y personas que golpean sus bandejas de comida en los lugares
asignados.
—Vete a clase —dice, arrastrando mi atención de nuevo hacia él, hacia sus
ojos azules de mezclilla—. Nos vemos pronto. 404
Doy un paso hacia él, esperando detenerlo.
Agárrate a él y pregúntale qué demonios está diciendo. ¿Qué quiere decir
con que vendrá por mí? ¿Por qué me promete eso?
Pero no puedo.
Aquí no.
No donde todos puedan ver.
Así que me quedo clavada en mi sitio mientras él se va. Mientras la gente
se mueve a mi alrededor, va a sus clases, a sus taquillas, recoge sus libros. algún
momento, alguien viene a recogerme a mí también. Es Salem y con ella voy a mi
clase. Asisto a las clases y a las lecciones hasta la hora del almuerzo.
Cuando Poe me agarra de la mano, que después de su anterior muestra
de rabia se ha calmado y parece descarada y burbujeante como de costumbre,
mientras me levanto del pupitre y, sin mediar palabra, me arrastra fuera de la
clase. Me lleva a un lugar tranquilo al final del pasillo, junto a un aula y una
ventana de cristal, y me dice:
—Wyn, escucha, mis fuentes han recogido algo.
Mi corazón empieza a latir con fuerza en el pecho. —¿Qué?
Mira a su alrededor. —Probablemente no habrá más entrenamientos de
fútbol por el resto del curso. Y… —Hace una mueca—. Y unas cuantas personas
vieron salir al entrenador Thorne con un grupo de tipos de aspecto aterrador
hace apenas una hora.
—¿Qué significa eso? ¿Qué tipos de aspecto aterrador?
—No lo sé. Pero parecía que eran policías.

405
Thorn el Original

H
ace catorce años, dejé de soñar.
Mi madre murió. La mujer que me crio, que me amaba y
que eligió al hombre equivocado para pasar su vida. Ella se
merecía algo mejor.
Mucho mejor que lo que tiene.
Pero falleció antes de que pudiera dárselo.
Y junto con mi madre, también perdí todo lo demás.
Perdí el fútbol. Perdí al amor de mi vida en ese momento. Perdí todos mis
sueños.
Fue una reacción natural parar. Para no volver a abrir esa puerta. Para no
406
volver a pasar por ese dolor cuando ya me dolía la pérdida de mi madre.
Así que fue fácil.
Para dejar de soñar quiero decir.
Ahora no ha sido tan fácil.
Ahora sueño.
Sueño todas las noches.
Sueño cuando cierro los ojos. Sueño cuando tengo los ojos abiertos.
Y todo comenzó hace tres semanas.
Todo comenzó el día que le mentí y la dejé ir.
Y me hizo entrar en pánico, el hecho de no poder dejar de soñar, de desear.
Me asustó. Estaba petrificado. Tan jodidamente petrificado.
Y entonces me enojé.
Estaba enojado conmigo mismo por no haber aprendido la lección. Por no
haberme metido en la cabeza que no debía soñar. Se suponía que no debía desear
cosas, ansiar cosas, anhelar cosas.
Solo me trae dolor.
Solo me hace sentirme miserable.
Así que puse mi casa patas arriba. Mi casa vacía y de mala muerte que
ella intentaba hacer nueva. Para mí.
Rompí cosas. Golpeé cosas. Me enfurecí con las cosas.
Hasta que me di cuenta de algo.
Mientras estaba sentado en mi habitación, junto a esa pared de colores
sin terminar que se burlaba de mí y se mofaba de su ausencia, me di cuenta de
que ya no me importa el dolor. Ya no me importa si mis sueños se hacen realidad
o no. Ya no me importa si tengo miedo.
Ya no me importa.
Sobre cualquier cosa que no sea ella.
Nunca pensé que nada podría valer la pena volver a pasar por ese dolor.
Que no pasaría por esa miseria, por esa desolación por nada ni por nadie.
Pero me equivoqué.
Lo haría por ella.
Es ella.
Ella lo vale.
Ella vale todo el dolor, toda la agonía. Por ella vale la pena dejar de lado
mi maldita y estúpida autopreservación y saltar del acantilado. Por ella vale la 407
pena caminar y caer. Por ella vale la pena adentrarse en lo desconocido.
Su ausencia, que fue y es mucho más dolorosa y agonizante que cualquier
dolor que me hayan causado mis sueños rotos, me hizo darme cuenta de que
por ella lo haría todo.
Así que sí, he estado soñando con ella durante las últimas tres semanas.
He estado soñando y soñando, sabiendo que ya la había dejado ir, y que
nunca podría recuperarla. Sabiendo que cada uno de los sueños que tejí se
rompería, no se cumpliría.
Pero estaba bien.
Solo me importaba ella.
La chica que me ve como nadie lo ha hecho.
Y por quien pasé la tarde, encerrado en una celda.
Que es de donde estoy saliendo en este momento.
Sin embargo, pensé que todo estaba bien. Que me había ocupado de todo
anoche.
Pero aparentemente no.
En cuanto dejé a Bronwyn en St. Mary's, llamé a la directora Carlisle.
Le conté lo que pasó y lo que vio Helen. Y luego le dije la verdad. Le conté
lo que había pasado en los últimos meses. Cuáles eran mis intenciones de cara
al futuro.
Así que estaba renunciando.
No podía quedarme en una posición que pudiera poner en peligro mis
objetivos, la reputación de Bronwyn. Incluso durante las próximas cuatro
semanas.
También le dije que me sometería a una investigación si era necesario.
Cooperaría y me sometería a las revisiones internas que ella considerara
necesarias.
Pero mi única condición era que se mantuviera en secreto y de forma
estrictamente confidencial. Lo cual también les favorecía; nadie quiere un
escándalo entre alumnos y profesores, especialmente en un reformatorio. Y
porque quería que se mantuviera al margen. Y si para ello tenía que cargar con
la culpa o si tenían que poner esto en mi historial permanente, me parecía bien.
No sé por qué, pero al final de mi historia, Leah, la directora Carlisle,
parecía muy cansada.
Tal vez porque era la mitad de la noche o por el hecho de que a principios
de ese año ya había pasado por un par de situaciones de este tipo. Una de ellas
me resulta familiar: mi propia hermana se quedó embarazada y Leah siguió con 408
ella. Y la otra, la de una amiga de mi hermana, Salem, y su propio hijo, Arrow.
Sea como sea, dijo:
—La noticia no saldrá de mí. Pero si Helen decide compartirla e involucrar
a la junta, entonces no voy a detenerla. Esta es una situación seria, Conrad,
espero que lo sepas. Habrá preguntas sobre la autoridad y el consentimiento y
el código de conducta. La única razón por la que no estoy tomando ninguna
acción por mí misma es porque te conozco. Conozco tu reputación desde hace
años. Es irreprochable y porque elegiste venir a mí y estás dispuesto a renunciar
y sentarte para una investigación formal si es necesario. Y el hecho de que tenga
dieciocho años. Tal vez eso me convierte en un adulto irresponsable y en un
profesor. Pero de nuevo, si otros quieren hacer preguntas, no voy a detenerlos.
Así que lo único que quedaba por hacer era hablar con Helen.
Sabía que no sería fácil. Convencerla de que lo dejara pasar. Dado que de
nuevo estaba en mi casa por las mismas cosas que le he negado y me he negado
a dar. Ella no es muy buena para renunciar a lo que quiere.
Así que ni siquiera lo intenté.
Todo lo que dije fue que la verdad había salido a la luz y que estaba
renunciando. Así que si quería venganza, la tenía. Pero si quería más, podía
hacer lo que quisiera conmigo, pero no con ella.
Pero supongo que no escuchó porque todavía la involucraba.
Su padre.
Que me hizo arrestar.
De momento he conseguido encontrar una solución para eso también.
Temporal pero efectiva, ya que estoy bajando las escaleras de la comisaría, tras
haber pagado la fianza.
Con la ayuda de la última persona a la que quería llamar.
Reed Jackson.
Está de pie, apoyado en su Mustang blanco, esperándome mientras cruzo
la calle a grandes zancadas. Cuando llego a él, se endereza y me menea la
barbilla. —¿Estás bien?
—Sí —respondo con sinceridad.
Estoy bien.
Normalmente, a esta hora del día, me empiezan a doler los hombros. El
cráneo empieza a latir y tengo una tensión en los músculos que ningún tipo de
estiramiento o pastillas puede eliminar. Y estas últimas tres semanas el dolor ha
sido realmente intenso.
Pero hoy no.
Hoy estoy sorprendentemente bien.
—Agradezco por pagarme la fianza —digo. 409
Se encoge de hombros. —No fue nada. —Luego, con una pequeña
sonrisa—. Y creo que tengo algo para ti.
Voy alerta. —Por fin.
Frunce el ceño ante eso. —Estas cosas llevan tiempo, ¿de acuerdo? Es el
maldito fiscal. Tiene su mierda bien cerrada. Mi chico tuvo que hurgar y
rebuscar.
—Y.
Vuelve a encogerse de hombros. —Y creo que nos ha tocado el premio
gordo. Va a enviar cosas más tarde. Te llamaré cuando lo haga.
Hace tres semanas, en la fiesta de su padre le hice una promesa.
Prometí que la liberaría.
Aunque por fin había tomado partido, tenía la sensación de que su padre
no la dejaría marchar tan fácilmente. Así que sabía que tenía que hacer algo.
Tenía que eliminar permanentemente su amenaza.
Y esa es la otra razón por la que llamé a Reed hoy.
Porque ya me está ayudando. Porque es la única persona que conozco que
puede ayudarme. Porque Reed Jackson tiene conexiones.
O más bien lo tiene su padre, el hombre más rico de Bardstown y de cuatro
pueblos más.
Y necesito esas conexiones, esa influencia para ir contra un fiscal.
Necesito una palanca.
—¿Y cuál es el daño? —le pregunto.
—¿Qué daño?
—Por haber pagado mi fianza. Y por conseguir por fin el premio gordo.
¿Cuánto te debo?
Me mira como si estuviera diciendo tonterías. —Nada.
Frunzo el ceño. —Nada. —Él asiente como respuesta y yo continúo—: Así
que dices que entraste en la sala y me dejaron ir. Y ese tipo tuyo no te va a cobrar
nada?
Vuelve a sonreír. —Bueno, sé que es la primera vez para ti, viendo el lado
oscuro de Bardstown, pero estos tipos, son mis secuaces. Los secuaces de mi
padre. Solo hacen las cosas que les digo que hagan. Y bueno, normalmente
ayuda que mi padre sea asquerosamente rico.
Lo estudio, su rostro arrogante.
Su actitud siempre me ha molestado. Solía ser mi jugador cuando
entrenaba a Bardstown High y siempre pensé que tenía talento. Más que muchos
de los chicos que he entrenado. Y siempre he pensado que lo ha desperdiciado
por completo.
—¿Se lo has dicho a Callie? —pregunto. 410
Toda su sonrisa y arrogancia, todo lo que siempre he odiado de él, se
derrite al oír el nombre de mi hermana. —No, joder —responde casi con rabia—
. Y nadie le va a decir nada. Ella ya está bajo mucho estrés, ¿de acuerdo? Le
molesta la espalda. No puede moverse mucho. Siempre está enojada y hormonal.
Y encima tiene los putos finales. Nadie va a decirle nada a Fae. Ella no necesita
esa mierda n este momento.
Fae.
La llama por su propio nombre, lo que tengo que admitir que me molestó
mucho en el pasado.
Pero ya no.
Especialmente cuando de alguna manera tiene el mismo nivel de
protección hacia ella como yo. Como todos mis hermanos.
Quiero decir que nunca va a ganar contra nosotros, contra lo mucho que
nos importa Callie, pero es bueno ver que está ahí arriba.
Por no hablar de que finalmente he llegado a ver que tiene más de lo que
retrata. Así que sí.
—Bueno —digo, de acuerdo.
Callie no necesita saber nada ahora mismo; esa era la otra razón por la
que quería mantener en secreto todo lo relacionado con la directora Carlisle y St.
Mary's. Se lo contaré todo yo mismo cuando llegue el momento, pero no antes.
Siento que Reed me estudia durante un rato antes de cruzar los brazos
sobre el pecho y preguntar con su típica sonrisa:
—¿Y quién es ella?
—¿Quién es quién?
—La chica —dice—. Por la que te arrestaron.
Me meto las manos en los bolsillos para ocultar el efecto inmediato ante
su sola mención.
—¿Por qué tiene que ser una chica?
—Porque cuando los hombres hacen cosas jodidamente estúpidas, cosas
que nunca pensaron que harían en un millón de años, cosas que ni siquiera
soñaron hacer, normalmente hay una chica involucrada —responde—. Una
bonita también. El fiscal te hizo arrestar y estoy bastante seguro de que, aunque
saliste bajo fianza por ahora, va a ir por ti. Quiero decir, hasta que vea lo que
tenemos contra él. Entonces, ¿quién es ella? La chica afortunada. La que
consiguió que el entrenador Thorne rompiera todas las reglas y fuera a la cárcel.
Chica afortunada.
Sí, no lo sé.
No sé si tiene suerte o si es una broma cruel.
He estado soñando con ella, sí. Pero no sé si ella debería soñar con alguien
411
como yo.
Alguien tan duro y rígido y tan quieto. Cuya vida es tan limitada y pequeña.
Para alguien tan viejo como yo, no he visto mucho mundo, ¿verdad?
No he hecho nada. No he ido a ninguna parte.
No he conseguido nada por mi cuenta.
Por eso me alejé. Durante tres semanas enteras.
A pesar de haber superado mi miedo cobarde a soñar, a querer cosas. No
me estaba protegiendo a mí mismo durante las últimas tres semanas, la estaba
protegiendo a ella.
De mí.
Porque su futuro está ahí fuera.
Su futuro es grande y brillante y en Nueva York.
¿Cómo podía ser egoísta con ella cuando sabía que no era lo
suficientemente bueno para ella? Cuando sabía que no podía darle las cosas que
se merecía.
Por eso la empujé hacia Ledger.
A pesar de que me mataba. Aunque por primera vez en mi vida, sentí celos
de él. De mi propio hermano.
Tanto es así que quería darle un puñetazo y un golpe hasta que
abandonara la idea de salir con ella.
Y sin mencionar, ¿cómo podría ir a ella cuando le mentí?
Como un imbécil, me aproveché de su confianza una vez más. Le dije la
única cosa que la haría retroceder. Que la haría seguir adelante. Para vivir su
vida. Que se olvidara de esta fiebre de sueños de corta duración que tuvimos.
este enamoramiento adolescente por mí.
No pensé que…
Ella me quería.
A mí.
Nunca pensé… nunca pensé que ella podría soñar conmigo. Que podría
desearme así. Nunca entendí la profundidad de sus sentimientos y debería
haberlo hecho.
Debería haberlo hecho.
Porque ella me lo había mostrado, ¿no?
Ella me había demostrado una y otra vez que era diferente. Que era más.
Era mía.
Y la he vuelto a herir. 412
Le hice daño y la hice pasar por mi mierda otra vez.
Saliendo de mis furiosos pensamientos, miro a Reed. —¿Hablas por
experiencia?
Una mirada preocupada entra en sus ojos antes de que la ignore y se
encoja de hombros. —No sabría qué hacer con una chica bonita. —Luego, en voz
baja—. Excepto arruinarla.
Entonces, me río.
No sabía que lo tenía en mí en este momento, pero aun así.
—Sabes que siempre me he preguntado por qué Callie te eligió —digo—.
Por qué después de múltiples advertencias, numerosos sermones sobre ti, aún
se enamoró de ti. Creo que ahora tengo mi respuesta.
Sus ojos se estrechan. —Y yo estoy en ascuas, esperando escucharlo.
Vuelvo a reírme. —Es porque eres como yo.
—¿Qué?
—Lo eres.
—¿Se supone que eso es un cumplido?
—No, joder —digo como él ha hecho hace unos minutos—. Soy un idiota.
Y su nombre es Bronwyn.
Sus ojos se iluminan con interés, con reconocimiento. —La amiga de Fae.
No estoy seguro de que me guste el hecho de que conozca a mi Bronwyn,
pero lo permitiré por ahora. —Sí. La gente la llama Wyn.
La diversión se dibuja en sus rasgos. —¿Cómo la llamas?
Alhelí.
Mi alhelí.
Y me llama espina. Su espina.
Así que, de nuevo, como le prometí esta mañana en St. Mary's, voy a ir por
ella.
Y voy a darle lo que quiere.
Si es que todavía lo quiere.
Si todavía me acepta.

413
M
e miro en el espejo.
Llevo otro vestido de baile rosa. Este es más bien sin
hombros que sin tirantes, pero al igual que el que llevé en la fiesta
de cumpleaños de mi padre, me abraza el cuerpo.
Mi pecho, para ser más específicos.
Aunque no es para otros hombres o chicos.
Es específicamente para Robbie.
Porque está de visita en la universidad y ha expresado su deseo de
conocerme. De olvidar mi mal comportamiento de aquel verano y darme otra
oportunidad.
Mis padres están muy contentos.
Y sobre el hecho de que ahora no puedo decir que no. 414
A pesar de haberles dicho, hace poco, que lo haría. Que diría que no a las
cosas que no quería hacer. Que había terminado. Que era libre y que por fin
estaba tomando las riendas de mi vida.
Pero está bien.
No lo quiero. No quiero el control. No quiero ser libre.
Especialmente cuando mi libertad es tan cara.
Cuando se trata del precio de su libertad.
Su reputación.
Su bienestar.
No quiero mi libertad si lo perjudica a él.
Si consigue que lo arresten…
Me llevo una mano al estómago al pensarlo. Porque parece que voy a
vomitar otra vez.
Aunque no he comido mucho en todo el día, en realidad creo que no he
comido nada desde que mi padre me contó lo que le hizo a Conrad ayer por la
tarde, sigo vomitando constantemente.
Después de que Poe me contara lo que había averiguado, sobre unos
hombres que acompañaban a Conrad fuera de St. Mary's y que parecían policías,
lo supe. Sabía que tenía algo que ver con mi padre.
Y Helen.
Y que era peor que lo que había estado pensando y temiendo ayer por la
mañana. Pensé que Helen nos denunciaría a mí y a Conrad al director, pero hizo
algo peor.
Fue a ver a mi padre.
Así que me apresuré a ir a la oficina del director, donde la directora Carlisle
ya sabía por qué estaba allí. Me dejó llamar a mi padre y él envió un auto para
llevarme a casa.
Esperaba un ambiente nefasto cuando llegué. Como la noche en que
destrocé el auto de mi padre o incluso el día en que expresé mi deseo de ir a la
escuela de arte. Esperaba que me gritaran. Esperaba que me condenaran y me
insultaran a gritos.
Pero se hizo un silencio sepulcral. Mi madre no dijo ni una palabra y la voz
que usó mi padre fue suave y educada y tan comercial.
—Quiero que renuncies a esta idea loca e irracional de ir a la escuela de
arte —dijo mi padre, mirándome a los ojos, pareciendo cada centímetro el
abogado implacable que es—. Por supuesto, no tendrás ningún contacto con él
ni ahora ni en el futuro. No intentarás verlo, ni llamarlo, ni ponerte en contacto
con él de ninguna manera. La directora Carlisle me ha asegurado que ha
renunciado a su trabajo y esa es la única razón por la que he decidido dejarte 415
hacer sus exámenes finales. Pero te quedarás aquí; no vas a volver a los
dormitorios. Te quedarás aquí y te comportarás. Actuarás como la hija que te
hemos criado. Si me prometes estas cosas, haré que esto desaparezca. Lo dejaré
libre. No se le hará ningún daño. No habrá rumores. Será como si esto nunca
hubiera ocurrido.
Por supuesto que le prometí esas cosas.
Por supuesto que le di a mi padre todo lo que quería. Podía tenerlo todo
siempre que dejara libre al hombre del que estoy enamorada.
Nunca pensé que llegaría a esto. Que mi propio padre vería una
oportunidad y la usaría contra mí.
Eso es lo que hizo, ¿no?
Helen se lo dijo y, como un excelente abogado, utilizó esa información para
conseguir lo que quería de mí.
Así que aquí estoy.
De vuelta a mi casa, asistiendo a otro evento.
Este es menos lujoso y elaborado, ya que fue una idea de última hora, pero
no por ello menos importante. Creo que mis padres quieren celebrar que vuelvo
a ser suya y por eso han decidido organizar una cena a la que asistirán los
Rutherford.
Inspirando profundamente una o más bien varias veces, me miro por
última vez en el espejo y salgo de mi habitación para bajar y unirme a la fiesta.
No estoy segura de cuánto podré comer ni de si conseguiré estar sentada durante
toda la fiesta sin querer vomitar, pero haré lo que pueda.
Con las piernas temblorosas, bajo las escaleras, maldiciéndome en la
cabeza por no haber seguido el consejo de Martha de tomar al menos un zumo.
Probablemente debería haberlo hecho, porque realmente creo que voy a vomitar
de nuevo y esta vez va a ser delante de toda esa gente que se arremolina en el
vestíbulo y el salón con sus copas de champán y…
Pierdo el hilo de mis pensamientos porque alguien entra a zancadas por la
puerta principal.
Alguien alto y ancho con el cabello rubio oscuro que le cuelga en los ojos
azul marino. Alguien cuya mirada me sobresalta tanto que casi pierdo un paso
y me agarro con las dos manos a la barandilla para no caerme y dar tumbos por
las escaleras.
¿Qué es… qué está haciendo aquí?
Sabía que estaba fuera.
Lo sabía; Martha me lo dijo.
Al igual que Poe en St. Mary's, Martha tiene sus propios espías y fuentes
en la casa. Le había pedido que estuviera atenta —le hablé de Conrad ayer
416
cuando vino a mi habitación a dejarme algo de comer después de mi
enfrentamiento con mi padre— y que me avisara en cuanto supiera algo. Y
anoche me dijo que había escuchado a mi padre por teléfono. Hablaba de que
Conrad había salido y parecía muy enojado.
No sé por qué mi padre se enojó, pero yo me alegré de que Conrad tuviera
su libertad.
Y mirándolo en este momento, ante la prueba de que realmente está fuera,
no puedo evitar que mi corazón salte en mi pecho, que palpite como un pájaro
feliz de que parezca estar bien. Que esté bien.
Hasta que me doy cuenta de que no debería estar aquí.
Aquí no.
No en mi casa.
Pero antes de que pueda salir de mi estupor y pensar en hacer algo, como
bajar las escaleras a toda prisa para ir a su encuentro mientras está de pie en el
amplio vestíbulo de mi casa, con sus ojos recorriendo el espacio, buscando algo,
aparece otra persona en mi línea de visión.
Alguien que me sobresalta aún más y me pone en movimiento.
Mi padre.
Se acerca a grandes zancadas a Conrad, cuya mandíbula se aprieta en
cuanto ve acercarse a mi padre. Y cuyos ojos se han estrechado hasta convertirse
en peligrosas rendijas en cuanto mi padre llega a él.
Yo también estoy allí.
O por lo menos estoy al final de la escalera donde puedo oír a mi padre
decir:
—Tienes mucho valor…
Sin embargo, Conrad lo interrumpe.
No solo por sus palabras, sino también por casi golpear algo en el pecho
de mi padre. Una especie de carpeta gruesa que sacude ligeramente a mi padre.
—Sí, lo sé —gruñe Conrad—. Y por eso estoy aquí para decirte que lo mejor
para ti es que te retires de una puta vez.
—¿Perdón?
Conrad se toma su tiempo para responder mientras barre con sus fríos y
letales ojos la cara de mi padre. —Eres una mierda, ¿lo sabías? Quiero decir que
los abogados suelen serlo. Pero tú te llevas la palma porque no solo eres una
mierda cuando se trata de tu trabajo, sino también cuando se trata de ella. Tu
hija.
El corazón me da un salto cuando Conrad me menciona y se me sale por 417
completo del pecho cuando dice la siguiente parte:
—No pensaste que la dejaría ir, ¿verdad? Solo por tu rabieta de ayer.
Porque si lo hiciste, entonces eres aún más estúpido de lo que pensaba y de lo
que dice este expediente. —Mira el expediente por un segundo antes de
continuar—: Te sugiero que lo leas. Y luego te sugiero que pienses en lo que
pasará si otros llegan a leerlo. Y cuando lo hayas pensado todo y hayas llegado
a la conclusión correcta, quiero que destruyas cada pequeño pensamiento en tu
cabeza acerca de tratar de mantenerla aquí. Sobre tratar de asustarla o
manipularla o impedir que logre sus sueños. ¿Entiendes? Porque si recibo el más
mínimo indicio de que estás pensando en tocar a mi Bronwyn o en hacerle daño
o en complicarle la vida, me aseguraré personalmente de que este expediente
llegue a manos de todos los medios de comunicación de esta ciudad y de este
estado.
Con eso, Conrad suelta la carpeta y la mano de mi padre se apresura para
agarrarla antes de que pueda resbalar y caer al suelo.
Y entonces sus ojos se posan en mí, en el hombre del que estoy enamorada
y al que creí que no volvería a ver.
Directamente, sin reparos.
Como si supiera que estoy allí, junto a la escalera, y en cuanto me enfoca,
empieza a acercarse, con pasos fuertes y seguros.
Tan fuertes que creo que la gente ha empezado a darse cuenta.
Bueno, ya habían empezado a notar que algo andaba mal cuando Conrad
había llegado con los ojos enojados. Y entonces mi padre lo interceptó y tuvieron
un acalorado intercambio. Y ahora mi padre parece haber sido golpeado, sus
rasgos están tensos y sorprendidos y enojados.
Por no hablar de mí.
Estaba de pie junto a las escaleras, congelada y asustada, observándolos.
Así que sí, creo que lo saben.
Y creo que mi padre va a hacer algo. Que en cualquier momento saldrá de
su estupor y evitará que Conrad se acerque a mí.
Pero no lo hace.
No pasa nada.
Al menos por fuera.
Por dentro, mi cuerpo es un caos y las cosas estallan cuando él llega a mí
y dice:
—Hola.
Incluso ahora, cuando pienso que el peligro nos rodea en forma de mi
padre y de tanta gente de aquí, no puedo evitar pensar que este es su primer,
primer saludo para mí. 418
Normalmente, soy yo quien sonríe y lo saluda, pero esta vez es él.
Sonríe, o mejor dicho, sus labios suben un par de centímetros mientras
me mira fijamente.
—Qué estás… No puedes estar aquí —le digo incapaz de pensar en otra
cosa que decir.
Mientras que sus ojos azul mezclilla eran fríos y peligrosos cuando miraba
a mi padre, ahora son cálidos y brillantes. —Te dije que vendría por ti.
—Pero mi padre. Él… ¿Qué le diste? ¿Qué hay en ese archivo?
Su mandíbula se tensa antes de responder:
—Algo que lo hará desistir.
—¿Cómo puede desistir?
Sus ojos recorren mi rostro, sin miedo y con confianza. —Prometí que no
tendrías que volver a hacer esto, ¿recuerdas? Estas fiestas, estos eventos. No
tendrías que hacer nada que no quisieras. Y no lo harás.
El corazón se me aprieta en el pecho y los ojos me escuecen.
Todo mi cuerpo me escuece de tanto amor por él. Tanta necesidad y anhelo
y susurro:
—Tenía tanto miedo. Cuando te llevaron. Poe me dijo… y yo no sabía qué
hacer. Yo no… yo no…
Se aproxima y acerca su mano a mi mejilla, acunándola, y me agarro a ella
como si mi vida dependiera de ello. —Oye, ya no tienes que tener miedo. Nunca
tienes que tener miedo. No de esta gente. No de tu padre. Ya está hecho. Se
acabó. Para siempre. Me he encargado de ello.
Aprieto su mano en mi mejilla. —No tengo miedo por mí. Tengo miedo por
ti.
Sus ojos se ablandan mientras dice:
—A mí tampoco me pasa nada.
—¿Para siempre?
—Sí —susurra, sus dedos se clavan en mi mejilla—. Para siempre.
Su voz, su tono, la absoluta creencia en su rostro hacen que mi cuerpo se
hunda de alivio. Por fin.
Ahuyenta mi miedo.
O al menos la mayor parte.
Supongo que no se desvanecerá totalmente hasta que esté lejos de este
lugar. Lejos de la gente que ha intentado dañar a mi Conrad.
Así que susurro:
—Llévame. 419
Como siempre, no tengo que decirle lo que quiero decir.
Porque creo que hablamos el mismo idioma, él y yo. Hablamos como las
espinas a las rosas. Y cómo las hojas hablan al otoño. Como las estrellas le
hablan al cielo.
Hablamos con el corazón.
Nuestras almas.
Así que me toma la mano, sus dedos se enroscan con los míos, y hace lo
que le he pedido.
Me lleva.
Fuera de casa.
E
stoy en su casa.
En su sala de estar.
Justo en el centro y está junto a la puerta.
Por alguna razón, esta noche me recuerda la primera vez que
vine a su casa. Lo nerviosa que estaba durante el viaje y cómo todo mi
nerviosismo se desvaneció una vez que entré en su espacio.
Su vida.
Qué segura me sentía. Como en casa.
Todavía me siento así.
Sana, a salvo y en casa.
De hecho, ni siquiera me puse nerviosa durante el trayecto.
420
Sin embargo, no estoy tan segura de él. Porque parece estar al límite.
Parece… inseguro mientras me mira fijamente.
Aunque está de pie como siempre, apoyado en la puerta, con los brazos
cruzados, hay una tensión en su cuerpo.
Un sordo rumor de algo que se agita.
Supongo que son todas las cosas que no se dicen entre nosotros.
Todas las cosas que no llegamos a resolver esa noche, la noche en que
Helen nos vio besarnos. La noche en que le dije que lo amaba, y él me dijo que
no tenía nada que darme.
—¿Cómo sabías que estaba en casa? —pregunto.
—Leah —responde, observándome fijamente—. Ella llamó. Me dijo que tu
padre te retenía en casa. No te dejaba volver a St. Mary's.
—Dijo que te dejaría ir —le digo—. Si acepto sus… condiciones.
Se burla, con la rabia en los ojos.
—Me lo imaginaba. Me imaginé que haría algo así. Maldito pedazo de
mierda —continuación añade—: Así que aunque Leah no hubiera llamado, me
dirigía a tu casa de todos modos. A ver a tu padre.
—Darle el expediente y decirle que se retire.
—Sí.
—¿Cómo lo has conseguido?
—Reed. —Cuando frunzo el ceño, me explica—: Lo llamé justo después de
la fiesta de cumpleaños de tu padre. Sabía que aunque le plantara cara, no lo
aceptaría sentado. Así que quería una forma de cerrarle el paso de forma
permanente. Algo que lo mantuviera a raya por ahora y siempre. —Respirando
con fuerza, añade—: También me ocupé de Helen.
—¿Cómo?
Su mandíbula se endurece por un segundo como si fuera de desagrado. —
Le dije que si volvía a abrir la boca, yo también abriría la mía. Y si lo hago, le va
a doler mucho más que a mí. O a ti. Porque soy el hombre con el que ella ha
estado intentando acostarse durante el último año.
—¿Qué?
—No es la única que sabe jugar sucio. Sobre todo cuando lo que intenta
joder es lo único que me importa. —Trago saliva ante sus palabras, y él
continúa—: Así que va a sentarse y a mantener la boca cerrada. De nuevo, por
ahora y siempre.
Me aprieto las manos.
Por muchas razones.
El hecho de que haya calibrado el peligro incluso antes que yo. El hecho 421
de que me protegiera de él, de que encontrara una solución.
Como una espina.
Mi espina.
Pero también me pinchó, ¿no?
Me hizo daño. Me mintió. Me torturó durante tres semanas.
Me doy cuenta de que empieza a decir algo, pero llego antes y pregunto:
—¿Qué es eso?
Sin embargo, no estoy preparada para escuchar sus disculpas. No estoy
preparada para dejarlo libre de culpa todavía. Así que señalo el punto de la pared
junto a la puerta, pero él ni siquiera lo mira mientras responde:
—Un agujero.
—¿Por qué hay un agujero en tu pared?
—Porque le di un puñetazo.
—¿Por qué?
Me mira un rato, sus ojos penetrantes y tan azules. —Porque estaba
enojado. Porque te hice llorar. En mi oficina ese día. Porque la casa se sentía
vacía cuando volví después. Más vacía que de costumbre y porque sabía que así
se sentiría siempre. Por el resto de mi vida.
Porque me apartó.
Él mismo me entregó.
Algo me oprime la garganta, algo punzante, pero lo ignoro y digo:
—Así que me has echado de menos.
Su mandíbula se mueve de un lado a otro mientras me observa durante
un segundo antes de responder, con una voz muy gutural:
—Sí, te he echado de menos. Te he extrañado, joder.
Ante sus palabras francas y crudas, esa cosa en mi garganta crece pero
me digo a mí misma que sea fuerte. Me digo a mí misma que aguante.
Todavía no.
—Es tu culpa —digo.
Algo en mis feroces palabras hace que lance una sonrisa ladeada y
autocomplaciente. —Lo sé.
—No esperes ninguna simpatía por mi parte —añado solo para dejar claro
mi punto de vista.
—No. Ni en un millón de años.
Aprieto los dientes ante su fácil aceptación, su afán por soportar mi ira. —
Yo…
No estoy segura de lo que iba a decir porque se me ocurre algo. 422
Recuerdo algo de la otra noche, la noche en que hice un grafiti en su
camioneta, que por cierto sigue ahí. Todavía no lo ha lavado y al igual que el
hecho de que hiciera un agujero en la pared porque me echaba de menos,
tampoco voy a dejar que eso del grafiti me afecte.
En lugar de eso, me doy la vuelta y me dirijo a su dormitorio, dejando que
me siga.
Lo cual hace.
En cuanto llego a su habitación, mi corazón empieza a latir tan fuerte, tan
estruendosamente, que creo que nunca se detendrá. Que mi corazón seguirá
latiendo incluso después de mi muerte.
Con las piernas zumbando, me acerco a la pared, la pared desnuda que
intentaba pintar para él, y presiono mi mano sobre ella. —¿La has pintado tú?
—Sí —responde desde detrás de mí.
Cuando me marché, la pared era mitad gris y mitad azul polvo. Por no
hablar de que había un árbol de cerezos en flor a medio hacer que estaba en
proceso de elaboración.
Para él.
Elegí el cerezo en flor porque indica nuevos comienzos.
Nuevas alegrías. Nuevos sueños.
Ahora la pared es toda azul. Sin embargo, el cerezo en flor está como lo
dejé.
Y es como si pudiera oír mis pensamientos, me explica:
—No podía… —me giro ante su voz y continúa—: No sabía hacer lo que tú
haces. Así que dejé el cerezo en flor solo.
—¿Qué hago?
—Hacer todo de color de rosa y colorido. —Sus ojos se clavan en los míos—
. Como tú.
Dios.
Lo odio. Lo odio mucho.
Porque pase lo que pase, por mucho que me haga daño, no puedo dejar de
amarlo.
No puedo aplastar este anhelo dentro de mi pecho.
—Me has mentido —digo, con la voz más temblorosa de lo que me
gustaría—. Me has mentido.
Sus rasgos se agolpan mientras traga. —Sí.
—Me has torturado durante tres semanas.
—Lo hice. 423
—No soy…
—Tengo algo para ti —dice con brusquedad, parándose en la puerta.
—¿Qué?
Mete la mano en el bolsillo y saca algo. Un papel doblado. O más bien un
montón de papeles doblados. Todos arrugados en los bordes. Todos
desordenados y, de alguna manera, muy valiosos para mí, incluso antes de que
me diga lo que son.
Tragando de nuevo, dice:
—Durante días, te hice leer esas cartas que me escribiste. En mi despacho.
Todos los días, te parabas allí tan valientemente y me leías tus sueños. Las cosas
que pensabas y yo… me asombraba de ti. De tu valor. Del hecho de que me
confiaras las partes más íntimas de ti misma. —Hace una pausa para apretar la
mandíbula antes de continuar—: No soy tan valiente. Nunca lo he sido. Tenías
razón aquella noche. Cuando me llamaste cobarde. Porque soy eso. Soy un
cobarde. Pero…
Vuelve a hacer una pausa y esta vez mira esos papeles y juro, juro por
Dios, que casi voy hacia él.
Casi le digo que no tiene que hacer esto.
No tiene que hacer algo que le haga temblar las manos.
Eso hace que un temblor recorra su cuerpo.
Porque eso es lo que está ocurriendo ahora.
Está temblando.
Pero él habla antes de que yo pueda hacer algo. —Pero he decidido ser
valiente. He decidido tener valor. Porque quiero contarte una historia.
—¿Qué historia? —susurro.
Sus manos tiemblan un poco más mientras dice:
—La historia de cómo perdí mis sueños y cómo los encontré.
Entonces mira hacia abajo y abre esas páginas.
Pero aparentemente, no las necesita.
Porque cuando empieza, mira hacia arriba.
A mí.
A mis ojos.
Como si tuviera todas las palabras de su historia memorizadas.
—Bronwyn. No soy muy bueno con las palabras. Ni habladas ni escritas.
Normalmente, dejo que mis gestos hablen. Mi mandíbula apretada. Mis cejas.
Mis ojos entrecerrados. Tienes razón cuando dices que miro a la gente como si
quisiera aplastarla bajo mis botas. Creo que perfeccioné esa mirada cuando tenía
diez años o así. Sobre todo porque tenía dos hermanos gemelos que entonces 424
tenían dos años y con los que era muy difícil razonar. Así que tuve que
desarrollar un sistema para que me escucharan. Pero, de todos modos, esa no
es la cuestión. La cuestión es que no se me da bien expresarme. Pero voy a
intentarlo.
Así que puedo decir que siempre me he visto como un árbol.
Un árbol robusto y sólido, con un tronco grueso y ramas fiables. Un árbol
que se mantiene alto y fuerte en todas las estaciones, climas y años. Y que
permanece inmóvil mientras el mundo continúa a su alrededor y al que todos
acuden para refugiarse del fuerte sol.
Me gustaría poder decir que esta imagen es mía, pero no lo es; es algo que
vi en un libro de cuentos que le leía a Callie cuando era pequeña. Y cuando mi
madre murió y yo volví para ocuparme de las cosas, miraba ese árbol todas las
noches cuando todos se iban a dormir.
Intentaba no dormir durante esos días, ves.
Intentaba mantener los ojos abiertos en todo momento. Porque cuando los
cerraba, soñaba. Soñaba con la ciudad de Nueva York. Soñaba con el equipo que
había dejado atrás, con todos los trofeos que nunca ganaría, con la chica con la
que creía que quería pasar mi vida.
Soñaba con todas las cosas que no había podido hacer y que quería hacer.
Muy, muy mal.
Así que todas las noches, cuando el sueño amenazaba con anestesiarme,
sacaba ese libro, iba a la página donde estaba dibujado ese árbol y lo miraba
fijamente durante horas.
Lo miraba y lo miraba.
Hasta que se me grabó en el cerebro.
Hasta que pude dormir y solo ver ese árbol detrás de mis ojos cerrados.
Y vi ese árbol durante catorce años.
Pero entonces conocí a alguien.
Una chica.
En medio de la noche, estaba sentada en el arcén, con un vestido de baile
amarillo, dibujando rosas en sus muslos. Tenía la piel rosada y grandes ojos
plateados. Su cabello era largo y parecido al de Rapunzel. Al principio lo llevaba
recogido en un moño muy complicado antes de que decidiera quitárselo y
mostrármelo.
Pensé que era una sirena, esa chica.
Pero luego me dijo que era una flor.
Un alhelí.
Aunque supongo que tiene sentido. Es suave, aterciopelada y dulce. 425
Y colorida.
En fin, esa noche hablamos. Me habló de sus sueños, de su pasión. Me
recordó a mí mismo en algunos aspectos. Me recordó mi propia pasión, el fuego
que tenía en mí por mis propios sueños.
Y quizá por eso, cuando la acompañé a casa y me fui, miré hacia atrás.
Miré hacia atrás para verla por última vez.
Sin embargo, no la encontré por ningún lado. Desapareció tan
abruptamente como había aparecido ante mis ojos como una visión.
Pensé en ella a menudo después de aquello. Me preguntaba si conseguía
mantener viva su pasión en ella. Si lograba mantener ese fuego encendido. Algo
que yo no podía hacer. Algo que yo no estaba dispuesto a hacer.
Me pregunté si volvería a verla y entonces lo hice.
Dieciocho meses después.
En el más insólito de los lugares.
Estaba ante mí en el campo de fútbol, igual que la última vez, con el mismo
aspecto que una visión. Solo que esta vez llevaba un uniforme escolar y una larga
y gruesa trenza. Y por primera vez en catorce años, cuando me fui a dormir esa
noche, después de verla de nuevo, vi algo detrás de mis ojos cerrados.
Un mechón amarillo. Un destello de cabello de Rapunzel. Grandes y
hermosos ojos plateados.
No voy a mentir, me aterrorizó. Me hizo entrar en pánico.
Tanto es así que me desperté. Salí a correr. Y creo que esa noche corrí
durante horas. Y muchas otras noches después.
De hecho, eso es lo que he estado haciendo desde que la volví a ver.
He estado corriendo. Tanto en sentido literal como figurado.
Porque me asustó, esa chica.
Su coraje. Su valentía. Su fuerza.
Me asustó que luchara por las cosas en las que cree. Que nunca se rinde.
Que de alguna manera suaviza las asperezas de mi vida.
Que sueña.
Pero más que eso, creo que me ha asustado el hecho de que me haga soñar.
Y me hace soñar de tal manera que, por primera vez en catorce años,
quiero moverme.
Quiero caminar.
Quiero olvidar que soy un árbol, arraigado a un lugar, inmóvil.
Por primera vez en catorce años, simplemente quiero ser un hombre.
Un hombre que se arriesga. Un hombre que asume riesgos. Que se adentra
en lo desconocido. Que camina por caminos extraños. Que es lo suficientemente
426
valiente como para equivocarse en el camino y lo suficientemente fuerte como
para seguir caminando hasta encontrar el camino correcto.
Por primera vez en catorce años, quiero ser un hombre que sueña.
Porque eso es lo que hace.
Ella me inspira a soñar. Por no hablar de que me inspira a ser el tipo de
hombre con el que ella sueña.
Esta es la historia de cómo perdí mis sueños y cómo una chica llamada
Bronwyn me ayudó a encontrarlos de nuevo.
Tuyo, Conrad al que llamas espina y que desea y espera y sueña con
llamarte su alhelí.
Mis sollozos son el único sonido cuando termina.
Que luego es ahogado por el fuerte sonido de sus pasos. Mientras camina
hacia mí. Como si esperara, solo esperara, a que su historia terminara para
poder venir a mí.
Yo también lo estaba esperando.
Para que venga.
Para que me toque.
Para acunar mi cara como lo está haciendo ahora. Para besar mi frente
con tanto afecto y reverencia como acaba de hacer mientras limpia mis lágrimas.
—Bronwyn, por favor —suplica, con voz áspera y gruesa.
—Deja de llorar, cariño.
Deja de llorar.
Haré lo que sea, ¿de acuerdo?
Haré todo lo que me digas.
Deja de llorar.
Deja de llorar, Bronwyn.
Pero más que eso, creo que estaba esperando tocarlo.
Así que me agarro a sus muñecas, a él mientras digo, jadeante:
—Es tu culpa. Todo es culpa tuya. Tú has hecho esto.
Apoya las palmas de sus manos en mis mejillas, levantando mi cara y
respirando sobre mis labios húmedos. —Lo sé. Sé que es mi culpa. Y voy a
compensarte. Yo…
Le clavo las uñas en la muñeca. —No. No quiero que lo hagas. Te odio.
Primero por hacerme daño y luego por hacer que me duela por ti.
Dejando caer su frente sobre la mía, dice con voz ronca:
—Esa no era mi intención. quería… 427
—¿Has mirado hacia atrás? —pregunto, hablando por encima de él, mis
ojos llorosos estudiando sus rasgos tensos—. Aquella noche. ¿Cuando me
dejaste en casa?
Sus dedos se flexionan en mis mejillas ante mi pregunta. —Sí, lo hice. Miré
hacia atrás. —Luego, un momento después—. Creo que me dije a mí mismo que
lo hacía para asegurarme de que llegaras bien al interior. Pero estaba…
—¿Estabas qué?
Sacude ligeramente la cabeza.
—Solo quería echarte otro vistazo.
Para asegurarme de que eras real.
Mi corazón se aprieta en mi pecho. —Y yo te inspiro.
Ante esto, una mirada feroz entra en sus ojos, una mirada enfática. —Sí.
Sé que siempre dices que te he inspirado, pero eso no es cierto, Bronwyn. Nunca
ha sido cierto. No soy yo quien inspira, eres tú. Es porque puedes hacer lo que
quieras, cualquier cosa que te propongas. Es porque cada vez que te miro, veo
colores y huelo a rosas. Es porque antes de conocerte, apenas estaba vivo. Era
un hombre muerto caminando. Pero tú lograste sacarme de ahí. Lograste
devolverme a la vida. Hiciste un hechizo y mis pulmones empezaron a respirar.
Mi corazón empezó a latir. Mi corazón empezó a sentir y al principio, fue doloroso.
Pensé que iba a explotar. Que mi corazón estallaría y se rompería en un millón
de pedazos con lo mucho que me hiciste sentir. Pero de nuevo, de alguna manera,
lograste expandir mi corazón también. Te las arreglaste para hacerlo más
grande, más fuerte, para que pudiera caber en ti. Para que me cupieran todas
las cosas que me hiciste sentir después de catorce años. Así que no soy yo,
cariño. Eres tú.
Oh, Dios.
No soy… no soy lo suficientemente fuerte para esto.
No soy lo suficientemente fuerte para él.
Por el hecho de que he escuchado innumerables historias en las que una
musa inspira al artista. Pero nunca he oído ninguna en la que el artista acabe
inspirando también a la musa.
Y no sé qué hacer con eso. No sé qué hacer cuando me hace sentir así.
Toda suave y aterciopelada como las flores. Pero también feroz y
apasionada.
Tan fuerte que le digo, casi con rabia:
—No eres un árbol.
—No.
—No dejaré que seas un árbol, Conrad, ¿de acuerdo? —insisto, mis ojos
se clavan en los suyos—. No lo haré. Me niego. 428
Sus labios se inclinan de nuevo, como si no pudiera creer mi tono feroz,
como si no pudiera creer que alguien lo usara para él, en su nombre.
—Y no quiero serlo —responde, su agarre sigue siendo igual de fuerte—.
Quiero moverme. Quiero caminar. Quiero estar donde tú estés. Quiero ir a donde
tú vayas. —Una fuerte emoción recorre sus rasgos mientras dice—: A Nueva
York.
—¿Qué?
Me mira fijamente un rato. —Acepté el trabajo.
Me paralizo por un segundo. Antes de que se me abra la boca y exhale. —
Tú aceptaste el trabajo.
—Empieza en otoño.
—De ninguna manera.
Sus ojos se vuelven ligeramente divertidos ante mi tono jadeante. —Sí.
Y me pongo de puntillas, con el corazón casi saliéndose del pecho.
—Un par de días después —dice—. Después de que… Después de que te
mintiera y te echara. Yo… —Se toma un momento para ordenar sus
pensamientos—. Ese día llegué a casa desde St. Mary's y le di un puñetazo a la
pared, rompí algunos muebles, lo puse todo patas arriba. Pero entonces, yo…
saqué tus bocetos. Los que hacías en los entrenamientos. Los que siempre me
mostrabas y yo siempre me negaba a ver, a escuchar lo que me decías. Los saqué
y no pude dejar de mirarlos. No podía dejar de escuchar tu voz, tu creencia en
mí, en el hecho de que podía… podía amar mi trabajo. Algo que siempre he visto
como un símbolo de mis fracasos. No pude interpretarme a mí mismo, así que
ahora enseño. Así que los llamé. Los llamé al día siguiente y acepté hacer una
visita a las instalaciones. Y cuando fui allí, hice todo lo que me dijeron. Hablé
con los jugadores. Hablé del juego, de la estrategia, de sus puntos fuertes y
débiles y de cómo podía ayudarlos, guiarlos. Cómo podía hacerlos… mejores. Y
me permití disfrutar de eso por un segundo. Me permití disfrutar del hecho de
ayudarlos. Y me di cuenta de que lo hago. Lo disfruto. Me gusta estar cerca del
juego, cerca del equipo. Me gusta enseñar y sacar lo mejor de ellos y yo… Tenías
razón.
—Tenía razón —repito.
—Sí. Creo que —se lame los labios, los ojos brillantes, un poco emocionado
también—, creo que me gusta. Creo que me encanta. Me encanta lo que hago.
Mi corazón es tan ligero en este momento. Tan aireado y feliz.
Como el suyo.
—Has aceptado el trabajo —digo de nuevo, esta vez mis ojos se llenan de
lágrimas de alegría.
—Lo hice —dice, con los ojos líquidos—. Pero no solo porque me encanta.
Sino también porque está en Nueva York. Es donde vas a ir. 429
Y entonces hace clic.
Me alegré tanto de que aceptara el puesto que claramente va a arrasar con
sus locas habilidades de entrenador, que descuidé una cosa.
—Así que cuando tú… —Frunzo el ceño—. Cuando me acorralaste en
aquella reunión para cantar alabanzas a tu hermano, lo sabías. Sabías que
también ibas a estar en Nueva York.
—Lo hice, sí.
—Pero aun así me empujaste hacia él.
Sus ojos van y vienen entre los míos. —Sí. Porque pensé que estaba
haciendo lo correcto.
—¿Y si hubiera aceptado tu loca idea, eh? —Le aprieto las muñecas—. ¿Y
entonces qué? Ibas a verme salir con tu hermano. En Nueva York.
Su mandíbula se aprieta y tensa antes de que, de alguna manera, consiga
decir:
—Sí. Si te hacía feliz. Si te daba lo que querías y necesitabas.
—¿Y tú qué? —pregunto, negando con la cabeza—. ¿Qué habrías hecho tú
mientras me veías ser feliz con tu hermano?
No tarda ni un segundo en responder:
—Soñar contigo.
—¿Qué?
Viene a apoyar su frente sobre la mía mientras dice:
—Habría soñado con estar contigo. Con tocarte y besarte y llegar a amarte.
Te habría visto con mi hermano y habría soñado con una vida contigo. Habría
soñado que me habías elegido a mí. No a él. Porque cuando se trata de ti,
Bronwyn, ya no tengo miedo de soñar. No tengo miedo de soñar contigo aunque
tú sueñes con otra persona.
Entonces cierro los ojos.
Los cierro, los aprieto.
Y simplemente respiro por un segundo.
Me permito respirar y absorber sus palabras antes de abrir los ojos y
preguntar:
—¿Por qué?
—Porque eres la chica de mis sueños.
Aprieto mi frente contra la suya. —¿Crees que vas a decir todas esas cosas,
las más maravillosas que una chica haya oído nunca y me vas a escribir una
carta, de nuevo la más maravillosa que nadie haya escrito nunca para una chica,
y que te voy a perdonar?
—No. —Sacude la cabeza—. Y yo tampoco quiero que lo hagas.
430
—¿Qué significa eso?
—Significa que no quiero que me perdones —dice mirándome a los ojos—
. Hasta que me lo gane. Hasta que me gane tu perdón. Hasta que te haga creer
que voy a hacer todo lo que pueda para hacerte feliz. Para hacerte sonreír, para
hacerte reír, para darte todo lo que te mereces. Sé que has dicho que solo me
amas a mí. Y por Dios, soy tuyo. Soy jodidamente tuyo, Bronwyn. Cada
centímetro de mí. Pero no voy a parar hasta darte cada estrella del cielo y cada
flor del suelo. Voy a ponerlo todo a tus pies. Voy a decorarte como te decoras a
ti misma. Voy a ganarte, Bronwyn. Y no quiero que me perdones hasta que haya
hecho todo eso.
Dios, es un idiota, ¿no?
Lo es.
Y estoy enamorada de él.
Completa e irremediablemente.
—Quieres ganarme —digo, alejándome ligeramente de él e intentando
parecer toda seria.
Frota sus pulgares sobre mis mejillas. —Sí.
Mantengo los ojos entrecerrados e incluso llorosos. —¿Eres un gran
trabajador?
Los suyos se llenan de ternura ante mi pregunta.
Al recordar que le dije esas palabras cuando trataba de seducirlo. Cuando
intentaba convencerlo de que soy una buena chica y que por eso debía dejarme
chuparle la polla.
—Sí —dice, con una voz muy seria aunque sus ojos son muy suaves—.
Era un estudiante sobresaliente y el capitán de mi equipo de fútbol —luego
añade—: Con un récord perfecto.
Por supuesto.
Mi bebé trabajador.
—¿Un aprendiz rápido?
—Sí, joder. Una vez tuve que cubrir el turno de un amigo en el restaurante
donde trabajaba. Él era camarero y al final de la noche, yo estaba mezclando
bebidas mientras hacía malabares con tres botellas.
—No lo hacías —digo—, del todo impresionada.
Me lanza una sonrisa ladeada. —Lo hacía.
—Eso es imposible.
—¿Es así?
Sacudo la cabeza hacia él, con una sonrisa que amenaza con brotar. —Así 431
que, básicamente, eres el chico bueno de Bardstown, ¿eh?
—Sí.
—Excepto cuando me distraes de mi trabajo.
—Excepto entonces, sí.
Suspirando, le suelto las muñecas y subo los brazos, enrollándolos
alrededor de su cuello. —Bien. Puedes hacerlo.
—¿Puedo qué?
—Llámame tu alhelí —digo, enterrando mis dedos en su cabello largo,
refiriéndome a la última frase de su carta.
Sus propias manos se mueven entonces.
Y a su vez, vienen a enterrarse en mi cabello. —¿Sí?
—Sí. —Presiono mi cuerpo contra el suyo—. No estaba preparada para
escucharlo antes. Estaba demasiado enojada. Pero me estoy descongelando un
poco.
—¿Entonces significa que estoy haciendo un buen trabajo? —susurra, sus
dedos se flexionan en mi cabello—. Para ganarme el perdón de mi alhelí.
—Sí. —Asiento—. Pero si alguna vez, alguna vez, me haces daño o me
mientes así de nuevo, Conrad, yo…
—No —habla por encima de mí, su voz, sus ojos, incluso sus dedos todos
graves y serios—. Nunca. No de esa manera.
—¿Promesa?
—Sí, cariño. Pinky promesa.
Finalmente sonrío y algo se desprende de su rostro, de su cuerpo. Pierde
su rigidez, ese límite que tenía desde que llegamos a su casa y aprieta su cuerpo
contra el mío en respuesta.
—Dime —susurro, con el corazón palpitando y latiendo en mi pecho.
No tengo que darle explicaciones ni sobre lo que quiero porque él lo
entiende.
Como siempre hace.
Y me dice:
—Te amo.
Tengo que separar mis labios entonces.
A sus palabras gruesas y ásperas.
En el puro y crudo amor en sus rasgos mientras continúa:
—Estoy enamorado de ti. Probablemente he estado enamorado de ti
durante mucho tiempo. Yo solo… 432
—Solo eres un idiota —Completo su hilo por él.
Una sonrisa ladeada.
—Sí, soy un maldito idiota por tardar tanto en darme cuenta.
—Y pensar que alguna vez elegiría a otra persona y mucho menos a tu
hermano —le digo entonces, con todo el amor en mi voz y en mis ojos—. Porque
yo también te amo. Y te elijo a ti. Ahora y siempre.
Sus fosas nasales se dilatan ante mis palabras. Su pecho se mueve con
una respiración. Su estómago se hunde.
Es como si absorbiera mis palabras ahora.
Mi amor por él.
—Para siempre —repite como yo en mi casa.
—Sí, para siempre.
Y luego sellamos nuestra promesa mutua con un beso.
Un beso encantador, rosado y espinoso.
Dos meses después…

—T
engo algo que decirte —digo, en cuanto Callie cierra la puerta
de su habitación y se gira para mirarme.
Sus ojos se entrecierran ante mis palabras. También
cruza los brazos sobre el pecho mientras pregunta:
—¿Tiene algo que ver con el motivo por el que has venido aquí en la
camioneta de Con?
Mierda.
—¿Has visto eso?
—Sí. —Ella levanta las cejas—. También me he fijado que su camioneta, 433
muy negra y muy masculina, tiene manchas de pintura rosa. Rosa —hace una
pausa para dejar que surta efecto—, es tu color favorito.
Vaya.
Los restos de mi grafiti que hice para Conrad hace dos meses. Sigo
diciéndole que tiene que ocuparse de ello y sacarlo por completo, pero no me
escucha.
Pero da igual.
En este momento me preocupa más el hecho de que esto no vaya como lo
había planeado.
Y juro que lo planeé.
Por eso, nada más llegar aquí, a su casa en la que vive desde que se quedó
embarazada, le dije que quería hablar con ella. Y que quería hacerlo en privado.
Por eso estamos en su habitación.
Me aclaro la garganta antes de decir:
—No diría que el rosa es mi color favorito en sí. Me gusta, pero también
creo que…
—Wyn —me interrumpe.
Y menos mal, porque no sé por qué lo decía. El rosa es mi color favorito y
estoy harta de ocultarle cosas.
Así que, carajo, ya está hecho.
Hace un mes que terminó la escuela, y he estado esperando y esperando
para compartir todos mis secretos con ella.
Y por fin ha llegado el momento, pero estoy un poco asustada. Y no ayuda
que con sus ojos azules clavados en mí de esa manera, se parece totalmente a
su hermano.
Su hermano mayor.
Del que estoy enamorada, aunque en secreto.
Aunque tengo que decir que solo es un secreto para Callie. El resto del
mundo, todas mis amigas de St. Mary's, sus otros hermanos, incluso Reed, lo
saben.
Así que, respirando hondo, suelto:
—Estoy enamorada.
—¿Qué?
Maldita sea.
Debería haber dicho todo. Que estoy enamorada de uno de sus hermanos.
Vuelvo a respirar profundamente y me acerco a ella. Me mira con
desconfianza. Sobre todo, cuando le pongo las manos en los hombros y le digo:
—¿Podemos sentarnos, por favor? 434
No espero su respuesta. Simplemente la dirijo a la cama y le doy un suave
empujón para que tome asiento.
—Bien, ya estoy sentada —dice Callie, con las manos en el regazo—. ¿Me
lo vas a contar?
Optando por ponerme de pie, me retuerzo las manos y asiento. —Sí.
Entonces, ¿recuerdas al hombre del que solíamos hablar? El que conocí el verano
antes de que me enviaran a St. Mary's. El que me dijo que siguiera mis sueños
y después dibujé, ya sabes, un grafiti en el auto de mi padre. Porque me sentía
inspirada.
—Sí. El hombre de tus sueños.
Trago saliva cuando dice eso.
—Claro. Así que ese hombre, me lo encontré de nuevo.
Sus ojos azules se abren de par en par.
—Cállate. ¡¿Lo hiciste?!
—Sí.
—¿Y?
Bien, el momento está aquí, de hecho, literalmente aquí mismo. Y me lanzo
a ello.
—Es tu hermano. Conrad. Y estoy enamorada de él.
Creí que sus ojos se abrirían más ante esto. O que se estremecería,
parpadearía o chillaría ante la información que le he dado. Pero todo lo que hace
es mirarme fijamente en silencio, con sus ojos inamovibles, antes de decir:
—Cuéntame todo. En este momento.
Y lo hago.
Le cuento todo. Todo lo que le he estado ocultando. Desde el hecho de que
cuando lo vi por primera vez en el campo de fútbol, inicié una discusión con él
para que se fijara en mí y me quitó mis privilegios al día siguiente, hasta el hecho
de que seguía enamorado de su antigua novia que resultó ser una de las
profesoras. O mejor dicho, él creía que todavía lo estaba. También le cuento los
días en los que pensaba que no me quería y que me quedaría sin él para siempre.
Y luego termino con el hecho de que lo arrestaron por mi culpa y cómo Reed
acudió al rescate.
De hecho, en más de un sentido
Porque Reed no solo consiguió el expediente de mi padre, le pedí a Conrad
específicamente que me dijera lo que había allí y después de múltiples intentos
divulgó que había pruebas contra mi padre en relación con la manipulación de
pruebas, la manipulación de testigos, el soborno y demás, sino que también fue
él quien pagó la fianza de Conrad.
Lo que finalmente resolvió el misterio de por qué mi padre estaba tan 435
enojado ese día cuando hablaba por teléfono. Algo que Martha compartió
conmigo mientras compartía la noticia de la liberación de Conrad. Por no hablar
de que me hace pensar que tal vez mi padre me estaba mintiendo acerca de dejar
ir a Conrad. Tal vez no tenía intención de hacerlo y por eso se puso tan furioso
cuando Conrad fue liberado de todos modos.
Cuando termino, Callie se limita a respirar, con las manos apretadas en el
regazo y el ceño fruncido.
Y yo la dejo.
Dejo que absorba toda esta información, los secretos de meses. Pero
cuando los segundos y los minutos pasan sin una palabra de ella, me pongo
ansiosa.
Tanto que yo misma no puedo quedarme callada. —Sé que esto es mucho.
Lo sé. Y te juro que quería decírtelo. Tantas veces. Te lo juro, Callie. Es que… —
Sacudo la cabeza, y mis ojos me pican—. Al principio pensé que no se acordaba
de mí y por eso creí que no importaba. Y cuando me enteré de que sí lo hacía, yo
simplemente… te había ocultado tantas cosas y no sabía cómo decírtelo. Cuanto
más tiempo pasaba, más miedo tenía y lo siento. Lo siento mucho, Callie. Y yo…
—suspiro, juntando las manos delante de mí—. Es que lo amo. Amo tanto a
Conrad.
Por fin me mira, con ojos graves. —¿Es por eso que estabas tan triste?
Todos esos meses.
Me muerdo el labio. —Sí.
—Porque él pensó que amaba… a la señorita Halsey. Y toda esa otra
mierda.
—Más o menos, sí.
Sus labios se fruncen. —Así que te hizo llorar.
—¿Qué?
Sacude la cabeza, ahora con los dedos apretados. —Mi hermano, el
hermano que siempre pensé que era tan bueno e increíble y maravilloso, te hizo
llorar. Hizo llorar a mi mejor amiga. Por sus estupideces. No puedo… no puedo
creerlo.
Finalmente tomo asiento a su lado. —Callie, no. No es su culpa. Bueno,
en parte lo es. Como al final. Pero él no es…
—Mi hermano es un estúpido, ¿verdad? —suspira, todavía negando con la
cabeza—. Es exactamente igual que mis otros hermanos. Es exactamente igual
que Reed. Dios mío, por eso odia tanto a Reed. Porque el mismo Con es un
imbécil. Oh, Dios mío.
—Callie, no, escucha…
—Sabes qué, voy a ir a hablar con él —dice, dispuesta a levantarse—. Voy
a decirle lo que pienso. 436
Pero la detengo.
Le agarro las manos en el regazo y le digo:
—Callie, escúchame. Escucha, ¿de acuerdo? No vas a hablar con él.
Porque todo está bien ahora. Todo está en el pasado. Lo que sea que haya
pasado. Y todo lo que hizo, alejándome y demás, lo hizo no porque sea un mal
tipo. Lo hizo porque pensó que estaba haciendo lo correcto. Y me hizo enojar, sí.
Pero ya se acabó. Se acabó. No me hará daño. No así. De hecho, me cuida. Y soy
muy feliz, Callie. Él me hace feliz. Y creo… creo que yo también lo hago feliz a él.
Creo que le doy alegría a tu hermano y realmente quería hacerlo. Realmente
quería hacerlo feliz y que sonriera y riera y que viviera su vida, ¿sabes? Y él me
hace vivir la mía. Me acepta y me apoya y cree en mí. Me ama. —Le aprieto las
manos—. Así que sí, todo está bien. Es que… no quiero que te enojes por esto.
No quiero perderte. Eres mi mejor amiga y…
Es entonces cuando Callie me abraza.
Me abraza con fuerza y yo hago lo mismo.
—No vas a perderme —dice alejándose, con los ojos húmedos—. Nunca me
vas a perder, Wyn. Tú también eres mi mejor amiga. Te quiero. Estoy muy triste
porque nunca me lo dijiste. Que hayas dudado por un segundo de que te dejaría
o me enojaría contigo.
Trago saliva, parpadeando mis propias lágrimas.
—Supongo que… nunca tuve muchos amigos antes de St. Mary's. Nunca
tuve gente que me entendiera o que me apoyara. Y tenía tanto miedo de
perderlas. Que volvería a estar sola como lo estaba en mi pueblo y…
Esta vez su enojo es por mi pueblo ya que dice:
—Tus padres son unos imbéciles.
El tema de mis padres sigue siendo doloroso.
Todavía me retuerce el corazón y me hace llorar.
Han pasado dos meses desde que salí de esa fiesta con Conrad. Y desde
entonces, no he escuchado una palabra de ellos. Ni durante ese último mes en
St. Mary's. Ni siquiera cuando terminaron mis exámenes finales y la escuela.
Pensé que mis padres al menos se pondrían en contacto conmigo entonces.
Después de los finales, quiero decir. No para darme la bienvenida a casa desde
los dormitorios, ya sabía que no lo harían; no después de cómo me fui de la fiesta
con Conrad delante de todo el mundo, sino para al menos, hablar conmigo o
decirme algo sobre la graduación del instituto.
Pero no lo hicieron.
Y aún no lo han hecho.
Es como si estuviera muerta para ellos.
Vuelvo a respirar profundamente para alejar el dolor. La absoluta tristeza
437
de que mis padres probablemente no vuelvan a hablarme. Por no hablar de que
intento ignorar el hecho de que, después de todo lo que me han hecho a mí y a
Conrad en concreto, sigo siendo tan idiota como para echarlos de menos.
—Es que… —empiezo a decir, suspirando y esta vez, Callie me agarra las
manos para darme la fuerza que necesito—. Todavía me cuesta creer que mi
padre haya hecho que lo arresten. Me resulta tan surrealista.
Y el hecho de que mi padre haya estado involucrado en cosas tan ilegales.
Dios.
Es como si nunca hubiera conocido a mi padre. O tal vez lo conocí. Solo
que no quería verlo.
—Oh y la señorita Halsey —Callie dice—. No puedo creer que los haya
delatado. Y a tu padre. Quiero decir guao. Esa maldita rata odiosa. Si hubiera
sabido. La habría derribado. Lo juro por Dios.
No es una sorpresa que Callie, mi mejor amiga, diga esto. Porque mis otras
mejores amigas, Poe y Salem, han dicho cosas similares cuando se enteraron de
lo que había hecho Helen.
De hecho, tuve que impedir activamente que Poe, múltiples veces, le hiciera
una broma a Helen en la escuela.
En primer lugar, porque Poe ya estaba está con un montón de problemas.
Dios, me siento tan mal por ella y su situación en este momento. Y segundo
porque según Conrad, ya se había encargado de ello, de Helen.
Aunque al principio me costó creerlo. Que Helen se quedaría callada y no
intentaría ir por nosotros de nuevo.
Pero no lo hizo.
Lo cual es bueno por muchas, muchas razones.
Una de ellas es que el último mes en St. Mary's fue… difícil.
Tengo que volver a St. Mary's, sí todo gracias a Conrad y estoy muy
agradecida por ello porque sé que habría echado de menos a mis mejores amigas.
Pero como siempre supe que pasaría, hubo rumores.
La gente ya había visto cómo se llevaban a Conrad. Y luego me llevaron
más tarde ese día en el auto de mi padre, y no volví hasta un par de días después.
Así que sí, había rumores y preguntas.
La verdad es que me extraña que Callie no se haya dado cuenta de todo
antes de que se lo dijera. Pero supongo que su embarazo ha sido difícil de vez en
cuando y eso la mantuvo ocupada esas últimas semanas.
Pero tengo que decir que, a pesar de lo difíciles que fueron esas últimas
semanas, hubo algunos aspectos positivos. 438
Por ejemplo, la directora Carlisle se encargó de mi asesoramiento para que
no tuviera que ver a Helen. Lo cual funcionó muy bien porque, aunque había
evitado que mis amigas tomaran algún tipo de medida drástica contra Helen, no
sé qué habría hecho si hubiera estado en contacto directo con ella.
No soy una persona violenta, pero solo pensar que intentó hacer daño a
Conrad me hace hervir de rabia.
Mucha rabia.
Pero de todos modos, al igual que detuve a mis amigas, también me detuve
a mí misma.
Sobre todo, porque no quería montar otro escándalo cuando apenas
habíamos conseguido salir indemnes del anterior.
Especialmente porque no solo pude volver a St. Mary's, sino que Conrad
también pudo quedarse en la facultad durante esas últimas semanas.
Sin embargo, no fue una hazaña fácil en absoluto.
Primero tuve que convencerlo de que volviera. Lo cual no estaba dispuesto
a hacer debido a nuestra relación. Pero cuando le expliqué y reexpliqué cómo su
ausencia podría afectar a Callie, a la que aún manteníamos en la oscuridad
debido a su embarazo y demás, estuvo de acuerdo.
Y luego estaba la directora Carlisle.
Ella no estaba a favor de esto en absoluto. De hecho, incluso involucró al
nuevo director en esta decisión, el director Marshall.
Cuando me enteré de eso, perdí la esperanza. Después de tantas historias
sobre el señor Marshall de Poe, pensé que nunca aceptaría esto ni en un millón
de años.
Pero de alguna manera, lo hizo.
Aceptó traer a Conrad para las últimas semanas. Siempre y cuando
Conrad prometiera no tener ninguna interacción conmigo durante las horas de
clase y mis notas fueran manejadas por el entrenador TJ.
—Lo sé —digo, apretando las manos de Callie—. Me alegro de que haya
terminado. Me alegro de que Helen no haya hecho nada. Que Conrad haya
conservado su trabajo. Y que mi padre parece haberse echado atrás también.
Además de no ponerse en contacto conmigo, mis padres, mi padre
concretamente, tampoco se han puesto en contacto con Conrad. No han hecho
nada para perjudicar a Conrad o dañar su reputación.
Algo así como Helen.
—Todo gracias a tu Reed —prosigo.
Lo que hace que ella se sonroje y susurre:
—Es bastante sorprendente, ¿no? 439
Sonrío. —Lo es totalmente. Siempre te lo he dicho.
Oh, Callie y Reed están totalmente juntos ahora. De hecho, están casados;
se casaron hace un par de días.
Algo que realmente, realmente deseaba. Porque no solo Reed es increíble,
sino que también es perfecto para mi mejor amiga. La hace feliz como Conrad
me hace feliz a mí. Y estoy tan extasiada de que hayan podido dejar de lado sus
diferencias y estar juntos.
Ah, y otra feliz noticia: ¡tienen un bebé!
Una niña llamada Halo.
Tiene cinco semanas y es el bebé más precioso del mundo. Con los padres
más cariñosos del mundo. Tanto Callie como Reed están súper locos por ella.
Como sabía que lo estarían. Sabía que serían los mejores padres y así es.
Así que ahora son una feliz familia de tres.
De repente, Callie sonríe y me aprieta las manos. —Mi hermano es el
hombre de tus sueños.
Me río de su emoción, como si acabara de darse cuenta. —Lo sé.
—Esto es increíble —exclama moviendo la cabeza con incredulidad—. Dios
mío. Esto es como un cuento de hadas. Esto es como… magia. Todo este tiempo.
Quiero decir que hemos hablado y hablado de él y resulta que es mi hermano.
Es Con.
—Sí. —Yo también sacudo la cabeza—. Es una locura. Es perfecto. Es
perfecto.
Callie se ríe. —Eso es lo mejor de todo. Estás saliendo con mi hermano.
Me río. —Yo también.
Luego se pone seria. —¿Es por eso que ha estado tan feliz? Lo está, ¿no?
—Ella traga—. Sonríe más. Lo he notado. Y tiene esta ligereza en él. Como si no
estuviera tan tenso y enojado todo el tiempo. Eres tú, ¿no?
Me muerdo el labio. —Me gustaría pensar que sí.
—Dios, Wyn. —Ella me abraza de nuevo—. Gracias. Muchas, muchas
gracias por hacer eso por mi hermano. Si alguien lo necesitaba, era Con. —
Luego, alejándose, me da un golpe en el brazo—. No puedo creer que no me lo
hayas dicho. Podría haberlo sabido todo este tiempo. Incluso podría haberte
ayudado.
—Prometo contarte todas las cosas a partir de ahora —digo, riendo.
—Más te vale.
Con un último abrazo, ambas nos levantamos y salimos para reunirnos
con los demás en el salón. Y en cuanto llegamos, mis latidos se disparan.
Se me pone la piel de gallina. Me zumban y escuecen los muslos, sobre
todo donde los decoré anoche. Bajo su fuerte, intenso y acalorado escrutinio. 440
Porque ahí está.
El hombre cuyo nombre está escrito en mi piel.
Y no es solo el hecho de que ahora sea mío completa y totalmente mío, lo
que hace que mi corazón se vuelva loco. También es el hecho de que tenga algo
en sus brazos.
O más bien alguien.
A la bebé Halo.
Que está durmiendo sobre él, sobre su pecho.
Así que Conrad tiene un toque mágico. Siempre que Halo llora o se queja
y Conrad está cerca, la toma en brazos, se sienta en el sofá, desparramada y
perezosa, y le frota la espalda en círculos.
En cinco círculos, sus grandes ojos azules comienzan a caer. Su linda
boquita se abre y sus puños se aflojan. Y luego sale como una campeona y,
viéndola así, toda somnolienta y sonrojada y tan tranquila, ni siquiera se sabría
que había estado alborotada minutos antes.
Ahora también, Conrad está en el sofá y Halo duerme plácidamente sobre
su gran pecho, con sus pequeños y regordetes brazos abiertos y como abrazando
a su tío. Y su tío tiene su preciosa cara inclinada, su cabello rubio oscuro
colgando sobre su frente y su mejilla apoyada en la cabeza morena de Halo
mientras simplemente respira.
Pero cuando me siente allí, en el umbral, levanta la vista.
Sonrío en cuanto sus ojos azul mezclilla me golpean.
Solo para poder asegurarle que todo ha ido bien.
Porque estaba preocupado en el camino. No por la reacción de Callie, sino
porque iba a ser yo quien hablara con ella en lugar de él. Que es lo que quería
hacer inicialmente. Pero insistí en que ella era mi amiga y quería que fuera yo,
así que cedió.
Ahora se levanta lentamente, con Halo en brazos, que luego le es
arrebatada por Reed. En realidad, Reed salta para arrebatarle a Halo como si
estuviera buscando una oportunidad para sostener a su hija él mismo.
¿Ves? Totalmente ido por su niña.
En cuanto Halo sale de los brazos de Conrad, Callie dice en voz baja para
no molestar a Halo:
—Tú y yo vamos a hablar. —Señalando con el dedo a su hermano mayor,
continúa—: Eres un imbécil, Con. En serio. Nunca esperé estas cosas de ti.
Lo que hace que Reed se ría mientras se encarga de frotar la espalda de
Halo. Y también a Ledger, que está sentado en el otro extremo del sofá, jugando
con su teléfono; está de visita desde Nueva York.
Callie mira fijamente a Reed. —Tú no eres mejor. —Luego se dirige a 441
Ledger—: En realidad eres el peor, Ledge. Al menos estos dos tuvieron las agallas
de aceptar sus sentimientos al final. Pero tú no. No puedes manejar el hecho de
que tienes sentimientos. Por una chica.
Ante esto, Reed tapa los oídos de Halo mientras dice, como incrédulo:
—Este imbécil tiene sentimientos. Por una chica. ¿Qué chica?
Callie sacude la cabeza ante Reed. —No tienes ni idea, ¿verdad?
Porque Reed totalmente no la tiene.
La chica de la que habla Callie es su propia hermana, Tempest.
Mientras que Ledger suelta, aunque en voz baja también:
—Cállate, Callie.
Y así sigue su discusión pero no les presto atención.
Porque Conrad ha empezado a moverse.
Ha empezado a acercarse a mí, y mi sonrisa empieza a crecer.
Para cuando llega a mí, estoy sonriendo. Lo que alivia su tensión, me doy
cuenta. Pero sigue preguntando, con sus ojos recorriendo mi cara:
—¿Estás bien?
Puse mis manos en su pecho. —Sí. Se acabó.
—Lo está, eh —murmura.
Porque realmente se acabó.
Ya no hay secretos.
Ninguno.
Y me alegro mucho de ello. Me alegro mucho. Porque Conrad, después de
muchas preguntas, compartió todo sobre su relación con Helen y cómo tenían
que esconderse en el pasado, y cómo solía odiar eso.
Me rompió el corazón. Que tuviera que esconderse.
Que también tuvimos que escondernos.
Pero ahora todo el mundo nos conoce.
Incluso los chicos de su equipo. El equipo de Bardstown High al que ha
estado entrenando como un favor este verano. Incluso ellos saben quién soy y
por qué me siento en las gradas a ver el entrenamiento con un cuaderno de
dibujo en el regazo.
No es que lo necesite ahora.
Para que le muestre lo magnífico que es mientras entrena al fútbol,
guiando a sus alumnos.
Y jugando con ellos.
Porque lo hizo la semana pasada. Jugó con sus alumnos y fue increíble. 442
Los chicos estaban contentos; nunca habían tenido la oportunidad de jugar con
su entrenador o simplemente divertirse con él. Y yo también estaba feliz. No solo
porque llevaba años intentando convencerlo de que lo hiciera, sino también
porque Dios, la forma en que se movía.
La forma en que dominaba y era dueño de ese campo, todo poderoso y
elegante.
Realmente me excitó.
Tanto es así que salté sobre sus huesos en cuanto volvimos a casa.
—Ahora todo el mundo lo sabe. —Me animo—. Y mi mejor amiga no me
odia.
Me pone las manos en la cintura. —Por supuesto que no.
Frunciendo el ceño, le digo:
—Pero te odia un poco.
Sus rasgos se tensan mientras responde con seriedad:
—Como debe ser.
Le doy un golpe a su camisa blanca. —No, no debería. Le dije.
Sus dedos se flexionan en mi cintura. —¿Qué le dijiste?
Dando un paso más hacia él, levanto el cuello. —Que me haces feliz. Y que
me cuidas.
—Siempre lo haré —dice como siempre dice estas palabras: como una
promesa.
Lo hace.
Quiero decir que siempre ha sido súper protector. Pero no conocí el alcance
de su protección hasta que me gradué en St. Mary's y me mudé con él.
Mientras mis padres eligieron abandonarme, Conrad eligió esperarme.
Fuera de esas puertas de metal negro el día que salí de St. Mary's.
Para que pudiera llevarme lejos. A casa.
A su antigua casa.
Que desde entonces hemos pintado y hecho nuevo.
Aunque no nos quedaríamos allí por mucho tiempo. Ya que ambos nos
mudaremos a Nueva York en un par de meses, yo para mi escuela de arte y él
para su nuevo trabajo. Pero Conrad quería modernizar la casa ya que siempre
ha sido suya y quiere que él y sus hermanos tengan un hogar en Bardstown si
nosotros o ellos deciden volver alguna vez.
De todos modos, no sabía lo dulce que podía ser. Qué cariñoso. Qué gentil
y maravilloso.
Hasta que empecé a vivir con él.
Especialmente cuando lloro por mis padres. Cuando me pongo triste
443
porque nunca me aceptarían por lo que soy. Que nunca lo aceptarían.
Él me sostiene entonces, en esos días y noches.
Aunque lo haga enojar, mi tristeza, mis lágrimas. Le dan ganas de rabiar
e ir a ver a mis padres y hacerlos entrar en razón. Porque así es él, todo protector
y leal, mi espina.
Pero deja de lado su propia ira y me da lo que necesito.
Me abraza, me susurra palabras dulces al oído. Incluso me prepara baños,
esparce pétalos de rosa en el agua, enciende velas para calmarme. Me promete
que un día dejaré de llorar por ellos. Él hará que así sea. Llenará mi vida de tanta
felicidad que ni siquiera sentiré el dolor.
Lo que me hace llorar aún más.
Porque es muy despistado, ¿no?
Mi vida ya es muy feliz.
Porque ya lo ha hecho.
—También le dije que te hago feliz —susurro entonces.
Ante esto, sus ojos se vuelven suaves. —Sí, lo sabes.
—Cree que estos días sonríes más.
—¿Sí?
—Uh-huh. Estoy totalmente de acuerdo. Estás muy guapo cuando sonríes.
—Me acerco aún más a él para poder susurrar—: Y no voy a mentir. Me excita
totalmente.
Sonríe, y sus dedos se agarran a mi cintura mientras me arrastra aún
más, juntando nuestros cuerpos.
—Quizá sea esa la razón entonces. Por eso sonrío. Para excitarte.
—¿Entonces me abalanzo sobre ti?
—Sí, joder.
Me río y le doy un suave beso en la mandíbula lisa y dura.
—Además, tienes que deshacerte de la pintura rosa que queda en tu
camioneta. Hasta Callie cree que queda raro en tu varonil camioneta negra.
Inclina su cara hacia mí, sus labios cada vez más cerca. —Bueno, entonces
deberías decirle que no soy demasiado varonil para el rosa. Y tampoco soy
demasiado varonil para las flores. O para amarlas. O para dibujarlas.
Entonces aprieto los muslos.
Porque tiene razón.
No es demasiado varonil ni para el rosa ni para las flores.
Porque anoche dibujó una flor rosa en mi cuerpo. Antes de que él amara a 444
la que está entre mis muslos.
De hecho, ha dibujado varias en las últimas semanas.
Ahora, además de escribir su nombre en mi piel, también dibuja en ella.
En mis muslos, mi vientre, mis pechos, mis clavículas, la parte posterior de mi
rodilla, la parte posterior de mi cuello. Y luego, una vez que ha terminado, me
ama y me folla suavemente como si fuera una flor.
Y cuando eso esté hecho, será mi turno.
Para recurrir a él.
Para pintarlo de colores.
De hecho, anoche le hice una bonita rosa en el omóplato derecho y la
coloreé de rosa.
—Sabes, sin embargo, que eres pésimo dibujando, ¿no? —pregunto
levantando las cejas.
Oh, lo hace totalmente.
Es el peor en dibujo. O cualquier cosa artística.
Me aprieta la cintura. —Quieres decir que apestas en fútbol.
Me río. —Sí. Eres tan bueno en el arte como yo en el fútbol —añado—:
Pero me encanta. Cuando dibujas en mi cuerpo.
—Lo sé —dice con rudeza.
Voy a decir algo pero una voz corta el momento. La de Ledger.
—Consigan una habitación, ustedes dos.
Oh, mierda.
Había olvidado por completo que no estábamos solos.
Quiero decir que no es nada nuevo. Siempre me olvido del mundo cuando
estoy en sus brazos. Pero ahora, cuando miro a mi alrededor, Callie y Reed se
han ido, pero Ledger sigue en el sofá, y me sonrojo.
Conrad se da cuenta de mis mejillas rojas y, sin quitarme los ojos de
encima, se dirige a Ledger. —Vete.
Lo que Ledger hace un segundo después, refunfuñando.
Me encanta lo dominante que es Conrad. Y cómo todos sus hermanos se
lanzan a hacer su voluntad con una sola palabra.
Mi espina.
Le lanzo un ceño falso entonces, apretando mis puños en su camisa. —Oh
no, Ledger no. Me gustaba cuando estaba aquí.
Eso me da la reacción que buscaba.
Gruñendo y celoso.
Lo cual es muy ridículo. Especialmente cuando ya le he explicado la razón 445
por la que Ledger me pidió salir en primer lugar.
Justo después de que me llevara de la fiesta de mis padres y nos
reuniéramos, salió el tema de Ledger, Conrad quería hablar con él, y le dije que
no había necesidad de eso. Porque era imposible que Ledger tuviera interés en
mí. A él le gusta Tempest. A quien aparentemente también le gusta él. Solo que
Ledger no ha conseguido juntar su mierda todavía como dijo Callie.
Pero de todos modos, desde entonces Conrad ha tenido una charla con
Ledger, a pesar de mis protestas, y Ledger le ha explicado también a Conrad que
no quería decir nada con eso y que Ledger se alegraba por los dos.
Pero aun así mi Thorn se pone espinoso cuando Ledger está cerca.
Y como soy su flor, una flor un poco traviesa, trato de aprovecharlo.
Su mano sube y cierra un puño en mi cabello, tirando de mi cabeza hacia
atrás. —Deja de hablar.
Apretando de nuevo mis muslos, sonrío lentamente. —Eres tan fácil.
Sus ojos se estrechan. —No me gusta la forma en que te mira.
Me río porque está loco.
Y tan adorable.
Así que le doy otro suave beso. —No me mira para nada. Le gusta otra
persona, ¿recuerdas? Se lo he dicho. Incluso Callie acaba de hablar de ello.
Sus ojos permanecen entrecerrados y su agarre en mi cabello se estrecha
aún más. —Sí, no. No me lo creo. No he notado nada.
—Eso es porque nunca te fijas en nada más que en mí —le digo.
Ante esto, pierde el ceño y tararea. —Sí, puede ser el caso.
—Y porque eres un jodido despistado.
Al oír la palabra J, su cuerpo se tensa, sus ojos se vuelven brillantes y
dominantes. —Lenguaje.
Oh, Dios.
Debería dejar de ser tan sexy. Estamos en la casa de su hermana.
—¿Qué pasa con eso? —pregunto, retorciendo mis puños en su camisa.
—Ten cuidado.
Me muerdo el labio para controlar mi sonrisa. —¿Por qué, porque tienes
una hermana de mi edad?
Se inclina ligeramente, como para intimidarme. —No porque yo lo digo.
Ensancho los ojos. —Sí, señor.
Un escalofrío le recorre entonces, sus dedos se flexionan en mi cabello, en
mi cintura, donde aún me sujeta posesivamente. —¿Recuerdas lo que te dije?
Sobre lo de llamarme señor. 446
Mirándolo a través de mis pestañas, asiento. —Dijiste que si volvía a
llamarte señor, te asegurarías de que te llamara así para siempre.
—Sí.
De repente se me ocurre algo.
Algo travieso.
Y no es mi culpa que lo haya hecho.
Es él.
Es porque es tan… jodidamente sexy, autoritario y dominante.
Poniéndome de puntillas, acerco mis labios a los suyos y le susurro:
—¿Pero y si te llamo de otra manera?
—¿Qué?
Me muerdo el labio, reflexionando sobre si debo hacerlo.
Un segundo después, voy por ello. —Algo que comienza con una P.
Frunce el ceño, confundido, y juro que me echo a reír en ese momento.
Pero tengo que aguantar. Necesito sobresaltarlo un poco. Si no lo hiciera, no
tendría problemas.
Para él.
Ahora, ¿lo haría?
Así que me estiro más y acerco mis labios a su oído. Y entonces le digo
cómo le voy a llamar. La palabra que empieza con P y termina con i.
Y se queda quieto.
Como completa y totalmente inmóvil.
Retrocediendo, miro su rostro. Está en blanco, sus ojos fríos. Salvo una
mandíbula apretada, muy apretada, no hay movimiento en su rostro.
Vaya.
Creo que he cruzado una línea aquí, ¿no?
Joder.
—Conrad, estaba bromeando, ¿de acuerdo? —le digo—. Totalmente lo
estaba. Solo trataba de asustarte. No tienes que asustarte. Te lo juro. Yo…
Me corta soltándome y alejándose.
Abro la boca para calmarlo de nuevo. Pero me agarra la mano, con
bastante fuerza, antes de gritar:
—Nos vamos.
Y entonces me tira del brazo y empieza a caminar, casi a trotar,
arrastrándome detrás de él, y es entonces cuando estallo en carcajadas. Me lleva
hasta su camioneta y abre la puerta. Me pone las manos en la cintura, me 447
levanta y casi me deja tirada en el asiento, pero antes de que pueda alejarse, le
agarro del cuello y lo retengo.
—Te ha gustado, ¿eh? —susurro, sonriendo.
El azul de sus ojos ha desaparecido, sustituido por el negro. —Nos vamos
a casa.
A casa.
Sí, donde vivimos juntos, él y yo.
Todo acogedor y cómodo.
Muevo su largo cabello para apartarlo de esos bonitos y lujuriosos ojos. —
Te amo.
Se enternece ante mi suave declaración durante un segundo y agarra el
collar de piedras rosas que me regaló hace unos días y tira de él, acercándome
para darme un largo y húmedo beso. Al final, me dice:
—Yo también te amo, cariño.
Sonrío ante su cariño antes de pedir:
—Bien, llévame a casa. Y pon tu cara de juego. Ponte furioso y gruñón. Sé
mi espina.
Me besa de nuevo antes de preguntar con voz divertida: —¿Sí? ¿Por qué?
—Así podrás enseñar a tu alhelí todas las lecciones —susurro contra sus
labios.
Ante esto, su beso se vuelve tembloroso.
Porque se vuelve tembloroso.
Porque se está riendo.
No puedo creer que se esté riendo mientras me besa. Se supone que esto
es romántico y sexy.
Pero está bien.
Me encanta cuando se ríe. Me encanta cuando me besa.
Lo amo.

Thorn el Original
Hace tiempo, tenía miedo de soñar.
448
Porque pensé que el dolor no valía la pena. El dolor no valía la euforia del
sueño. La agonía no valía el éxtasis de la esperanza.
Pero entonces conocí a esta chica. En el lado de la carretera a medianoche.
O más bien a las 11:15 PM.
Parecía un sueño y yo estaba en una búsqueda para castigarme por soñar.
Es bastante poético.
Como ella diría.
Probablemente incluso dibujaría algo en su cuaderno de dibujo para
representar el momento. Porque así es ella.
Es una artista.
Es colorida e imaginativa. Está hecha de rosas y purpurina rosa. Tintinea
cuando camina y su piel es como un hilo de araña.
Ella es el arte mismo.
La chica que me hace reír. La que me hace soñar.
La chica de la que estoy enamorado.
Mi alhelí. Mi Bronwyn.
(Para Conrad y Bronwyn)

449
(St. Mary’s Rebels #4)

A los dieciocho años, la vida de Poe Blyton es


un caos y la razón es Alaric Marshall.
Tras la muerte de su madre, apareció de la
nada y se convirtió en el tutor controlador de Poe.
Cuando ella protestó por su tiranía, él tuvo la
audacia de enviarla a un reformatorio sólo para
chicas. Una escuela llena de reglas y normas de
hierro.
Pero al menos se graduará pronto.
450
Hasta que el propio Alaric llega a la escuela
como nuevo director y le quita eso también.
Ese demonio.
Realmente se lo está buscando, ¿no?
Y Poe se lo va a dar.
No importa que su enemigo jurado tenga los
ojos oscuros más bonitos que jamás haya visto. O
que le queden muy, muy bien sus aburridas
chaquetas de tweed. Tanto que quiere arrancárselas
y ver lo que hay debajo.
Porque, caliente o no, siendo su nuevo director o no, Poe va a arruinar la
vida de Alaric.
Saffron A. Kent

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Escritora de malos romances. Aspirante a Lana Del Rey del Mundo del
Libro.
Saffron A. Kent es una escritora éxito en ventas del USA Today escribe
novelas de Romance Contemporáneo y Nuevo Adulto.
Tiene una maestría en Escritura Creativa y vive en la ciudad de Nueva
York con su marido nerd que la apoya, junto con un millón y un libros.
También escribe en su blog. Sus reflexiones sobre la vida, la escritura,
los libros y todo lo demás se puede encontrar en su JOURNAL en su sitio web.
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