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“Erendira Vidal”, dice en aquella lapida de piedra, vieja, mohosa y agrietada.

Su tumba está
cubierta de césped, a su alrededor hay todo tipo de flores. En el centro de ese viejo mausoleo se
encuentra un gigantesco árbol; de unos trece metros de alto. Tiene unas hojas redondas de
distintos colores; unas raíces tan delgadas como los cabellos de una dama; un tallo de color rosado
como la piel de una hermosa mujer. En sus ramas viven diversos tipos de pájaros; azulejos,
codornices, picaflores, golondrinas, entre otros. Aquel árbol tiene un aroma característico; algunos
dicen que es por las flores; otros creen que es el olor de la muerte, pero todo eso no puede estar
más lejos de la verdad. Solo yo, quien conoció a Erendira Vidal, puedo asegurar que la fragancia
que tiene ese árbol es la misma que tenía su cuerpo cuando estaba vivo.

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