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Los animales mueren y no van al cielo de los animales, los animales solo mueren. El hombre es un
animal, un animal egocéntrico que se cree mejor que el resto de los animales por su “razón”, razón
la cual aún no ha aprendido a usar, razón que se deja opacar por la suciedad de los sentimientos,
razón irrazonable.
¿Por qué seguir las reglas de una monarquía? ¿Por qué no seguir las leyes de la naturaleza? ¿Por
qué seguir alimentando al que tienen tanto alimento? ¿Por qué dejar de comer para ayudar al
gusano de la debilidad? ¿Por qué tener piedad del enfermo? ¿Por qué seguir alimentando nuestro
orgullo con la caridad?
Mira a tu alrededor y dime qué vez, ¿no es acaso el sufrimiento de los hombres más débiles? El
sufrimiento de los corazones más blandos, de los esperanzados y de los quejambrosos. No puedo
ver en ellos una chispa de esperanza, de razón, una chispa de voluntad por vivir, pues esperan
ansiosos la muerte, esperan con ganas dejar de sufrir y comenzar a vivir eternamente junto a ese
ser tan benévolo que los tiene sufriendo. Si el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios es
aún más claro que de compasión y amor por el prójimo no tenemos nada.
Entonces, por qué no permitirnos disfrutar de la vida verdadera, por qué esperar a ser felices en
otra vida cuando nada es seguro, quizás exista ¿y si no es así? Y si desperdiciaste la única
oportunidad, si viviste para servir a los demás olvidando de ti, si viviste como la oveja de un
rebaño, si hiciste la fila y no te desviaste de ella hasta llenar a tu destino: La muerte. Si tomaste a
los placeres como pecado cuando en realidad eran solo placeres, si te olvidaste de vivir por querer
morir, no dejes para la otra vida lo que puedes hacer en ésta.