Está en la página 1de 160

1

2
Páginas históricas de Molango

3
Páginas históricas de Molango
José Eduardo Cruz Beltrán

Octavio García Ábrego

coordinadores

Gobierno Municipal de Molango

Molango 2017

4
Coordinación general y académica: José Eduardo Cruz Beltrán

Coordinación editorial: Octavio García Ábrego

Primera edición: 2017

© d. r. José Eduardo Cruz Beltrán, por la compilación, coordinación e


introducción a los textos.

© d. r. Los autores o descendientes, por los textos.

Fotografías de portada y contraportada: Sin título/Gloria a Molango.


Adalberto González Sarmiento, ca. 1940.

Formación y diseño: Octavio García Ábrego.

Fotografías de interiores: José Olguín, Adalberto González Sarmiento,


Eduardo Cruz, Alberto Avilés Cortés y Antonio Lorenzo Monterrubio,
Octavio García Ábrego.

Colección de fotografías antiguas: Salvador Sustaeta Salguero, Nahúm


González, Néstor Velasco Villegas y Germán de la Vega Hernández.

Impreso y hecho en México

5
Quien vaya en busca de los paraísos ocultos de
México, encontrará el más sorprendente en Mo-
lango… gozará la vista de un inmenso anfiteatro
montañoso, con un lago azul engarzado a sus pies.

Gutierre Tibón, Aventuras en México, 1983.

6
Contenido
Presentación..................................................................................................... 8
Raúl Lozano Cano
Hablemos de Molango: a manera de introducción.......................................... 9
José Eduardo Cruz Beltrán
Primera parte Lecturas históricas para el Molango de ayer............................ 16
La leyenda del dios Mola.................................................................................. 17
Ortiz de Letona: ministro plenipotenciario de la insurgencia........................ 21
Carta del pueblo de Molango a favor de la creación del estado de Hidalgo... 26
El incendio de Molango en 1914...................................................................... 31
Testimonios literarios de la escuela normal rural de Molango....................... 38
El primer carro en Molango............................................................................. 46
Segunda parte. Apuntes para escribir la historia molangueña....................... 50
Rasgos de la molangueñidad: investigación y difusión de su historia............ 51
José Eduardo Cruz Beltrán
Etimologías nahuas del municipio de Molango.............................................. 67
José Eduardo Cruz Beltrán
La semana santa en Molango........................................................................... 71
Gildardo Medardo Salguero Melo
Biopoemario (fragmento)................................................................................ 75
Jesús Ángeles Contreras
La hacienda de Xicalango................................................................................ 79
Heriberto Castillo Montaño
Soy lo que soy, gracias a mi pueblo.................................................................. 83
Salvador Sustaeta Salguero
Porque no hay nada oculto que no ha de ser revelado, ni secreto que no ha de
ser conocido: historia de los medios impresos en Molango............................ 92
Arcadio (Benito) Bautista Trejo
Anhelo de ser más: el plan de vida de los molangueños de la primera mitad del
siglo veinte........................................................................................................ 107
Gonzalo Aquiles Serna Alcántara
Trazos de la vida y obra de Don Beto González, el alquimista de la fotografía
de Molango....................................................................................................... 114
Octavio García Ábrego
Notas para una historia de la música molangueña.......................................... 117
Arcadio (Benito) Bautista Trejo y José Eduardo Cruz Beltrán
Molango, Hidalgo: señales de un viajero......................................................... 133
Antonio Lorenzo Monterrubio

7
Presentación
Una de las tareas primordiales en un gobierno municipal es la preserva-
ción de la identidad. Cuando asumí la responsabilidad que el pueblo de
Molango me otorgó, lo hice con el entusiasmo y con el ánimo que nos ca-
racteriza para llevar a nuestro municipio en aras del progreso, el que tanto
deseamos. Comprendí al mismo tiempo que la tarea de hacer un municipio
sólido, donde sus habitantes se identifiquen con sus raíces y con sus tra-
diciones, en fin, de hacerlo un municipio con identidad, no es el resultado
de las acciones que haga un gobierno exclusivamente, sino que son sus
habitantes quienes mucho contribuyen para alcanzarla.

La gran dinámica cultural que se originó en Molango durante buena


parte del siglo xix y xx queda de manifiesto en sus hombres, hombres
que aún lejos de su tierra natal, nunca la olvidaron, siempre estuvieron
ocupados en que el pueblo progresara, y así como le compusieron las más
sentidas melodías, los más hermosos versos, las más interesantes historias,
lograron organizarse para traerle escuelas, hospitales, caminos, y a la par,
las veladas literario-musicales más animadas y bullangueras de toda la
sierra, las excursiones, las amistades con los pueblos hermanos.

Hoy, en este siglo en que nos toca vivir, anhelamos un Molango


que camine de frente a los beneficios de la modernidad, y que en vez de
caminar mirando al pasado, lo lleve con él, que cargue con su historia. Es
así como Páginas históricas de Molango es el esfuerzo conjunto de un
grupo de autores que al igual que nosotros, desean para nuestro pueblo lo
mejor. Yo me encuentro agradecido y a la vez más motivado, pues el cul-
tivo de la cultura molangueña es uno de mis retos. Confío en que, con este
libro, haya muchos más interesados en conocer este rincón hidalguense,
que nuestros paisanos se encuentren más cerca de su tierra y sobre todo,
los que aquí vivimos, sintamos con orgullo ser molanguenses.

8
Hablemos de Molango:
a manera de introducción
Ing. Raúl Lozano Cano
Presidente municipal constitucional de Molango

Consumada la conquista, la Corona española convocó a los funcionarios


para elaborar un escrito en el cual se informe cómo eran las tierras que
desde entonces comprenderían el territorio de Nueva España. Se llamaron
relaciones geográficas. Uno de ellos, escrito por Gabriel de Chávez, alcal-
de mayor de Metztitlán, se incluyó a Molango. La fecha: 1579.

Este dicho pueblo, está en el medio de la serranía y montañas; está


situado en la ladera de una sierra grande, y no participa de ningún
llano. El temple es frío y donde a la continua hay muchas neblinas,
de cuya causa es tierra muy húmeda. La mayor parte de los pue-
blos, sus sujetos, están poblados en tierras calientes, por tener sus
habitaciones en las honduras de los valles y quebrados que hace
esta serranía, donde los naturales gozan de ríos donde tienen pes-
querías, y de muchas frutas, y tienen mucha abundancia de maíz y
frijoles y otras semillas, de que se mantienen. Cogen mucho algo-
dón y, así, dan tributo a sus mantas. En este pueblo hay un monas-
terio muy suntuoso, y es de los más antiguos.1

Breve, sencilla, clara y amena, más que un informe administrativo se tra-


ta, a mi parecer, de la más bella descripción que se tiene de Molango. Y
quise iniciar con estas líneas para expresar que a Molango, el entrañable
y apacible Molango, a su historia misma, como la de muchos municipios
en Hidalgo, se le dan distintas perspectivas, ni únicas ni absolutas; distin-
tos enfoques, distintas miradas. Por ello, el trabajo que presentamos hoy
responde a lo anterior, toda vez que aquel que ha estudiado a Molango, ya
sea desde lo académico, lo institucional o lo personal, lo hace desde un
particular punto de vista. Con estas ideas fue entonces que me di a la tarea
de reunir textos y convocar autores cuya principal condición fue hablar de
ese entrañable y apacible Molango.
1Gabriel de Chávez, “Relación de la alcaldía mayor de Meztitlán y su jurisdicción”, en René Acuña, Relaciones geográ-
ficas del siglo xvi, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Antropológicas,
t.2, p. 59.
9
Cuando en 2013 la dirección de investigación del Centro Estatal de
Lenguas y Culturas Indígenas realizó trabajo de campo en el municipio,
y dadas las incursiones que ya había realizado desde 2006, me sumé al
equipo y comprendí entonces que en Molango hay espacio para una visión
multidisciplinaria. Los descubrimientos fueron sorprendentes: confirmar
el pasado huasteco del municipio reflejado en el sitio arqueológico de Ix-
cuicuila donde se encontró una plataforma circular, propia de la cultura
huasteca; explorar las cuevas en las inmediaciones de Naopa donde fueron
encontrados restos de cerámica y de ahí bajar a la confortable finca de Xi-
calango cuyo dueño originario de Italia desarrolló la industria de la caña
de azúcar y la producción de piloncillo y aguardiente; encontrar también
los temazcales de Coachula que hasta hace algún tiempo eran utilizados
por la población; qué decir de los inexplorados arroyos que recorren Acua-
titlán y Tlatzintla, o las siempre interesantes capillas novohispanas de san
Miguel en Molango, Atezca, Malila, Ixmolintla y Pemuxtitla y otras que
aun fuera del municipio guardan una increíble influencia del convento mo-
langueño: las capillas de Oxpantla en Zacualtipán y la de Acomulco en
el vecino Xochicoatlán; destacar también la producción minera de man-
ganeso en Malila y Naopa o las fiestas con reminiscencias nahuas que se
conservan en Cuxhuacán; contemplar las verdosas alfombras que la vida
le regaló a Molocotlán y Achocoatlán o los horizontes que a Tepeco le
prestó. Confirmar finalmente su querencia serrana al recorrer lomeríos en
Acayuca, San Antonio y Xuchitlán.

Con lo anterior, al tiempo que el pródigo y bondadoso torrente de


la naturaleza se mostraba frente a nosotros, caímos en la cuenta del gran
espectro cultural creado en torno a Molango. Los pintores, músicos, ac-
tores, poetas, historiadores, maestros, ingenieros, médicos y un sinfín de
profesionistas que nacieron en este municipio hicieron ganarle el mote de
Atenas de la Sierra. Ellos, agradecidos, se preocuparon siempre por su
pueblo. Le formaron asociaciones de carácter cívico y cultural como el
Círculo Social Molanguense, la Colonia Molangueña (fundada en 1922
por Jesús Silva, otrora gobernador del estado), el Molango Tradicional (de

10
Elfego de la Vega para recuperar los sitios históricos de la cabecera mu-
nicipal), las excursiones al cerro del Tepeyac instituidas por Severo Gon-
zález Castillo desde 1940 para conmemorar la fiesta patronal de Nuestra
Señora de Loreto (en recuerdo de las excursiones que se hacían al cerro de
Santo Roa), o de corte músico-actoral como el Metz-Mola-Mex, organiza-
ción creada por Homero Anaya Lara en la que montaron obras de teatro y
ejecutaron piezas musicales de carácter regional y que aún hoy podemos
escuchar en la solemnidad de la semana santa (el nombre responde a que
sus integrantes provenían de las poblaciones de Metztitlán, Molango y la
Ciudad de México).

Los hallazgos anteriores, como muchos más, nos permitirán recons-


truir la historia de Molango desde un enfoque que arrope a sus comunida-
des y que permita darle voz no sólo a una cabecera municipal sino también
a sus alrededores; así entiendo la historia de los pueblos y por tanto, el his-
toriador, el cronista local, el investigador social en vez de concentrar todas
sus estudios exclusivamente en la población más importante, ya no caería
con facilidad en la centralización, fenómeno del cual buscó alejarse la mi-
crohistoria; para eso fue creada. Por tanto, el objetivo del presente trabajo
es hacer un primer esfuerzo para repensar la historia de Molango y darle
un nuevo giro: aminorar lo monográfico y enfatizar en temas específicos a
partir de los intereses o líneas de estudio de sus autores, de sus vivencias y
experiencias o de sus trabajos previos.

De manera paralela, consideré importante traer de nuevo una serie


de textos clásicos que fungieron como fuentes primarias y que dada su
antigüedad y la dificultad de su acceso resulta imprescindible su lectura
para lograr el objetivo trazado. Dichos textos componen la primera parte
de este libro y fueron seleccionados por su contribución al estudio de la
historia regional hidalguense desde la evangelización agustina en el siglo
xvi hacia la primera mitad del siglo xx; previamente, van acompañados de
breves comentarios para situar al lector en el contexto social e histórico en

11
que acontecieron los hechos ahí relatados y así como el momento en que
fueron escritos.

El primero de ellos, quizá el más representativo por la carga simbó-


lica que identifica a Molango: la evangelización agustina en las crónicas
de Juan de Grijalva que mencionan la llegada de los frailes Antonio de Roa
y Juan de Sevilla a tierras molangueñas y, sobre todo, la versión original
de la célebre leyenda del dios Mola. El segundo, se compone de dos textos,
una biografía del insurgente Ortiz de Letona y la carta que llevaba consigo
al momento de su aprehensión. Otro, proveniente de los periódicos del
siglo xix donde el pueblo de Molango expresa su opinión sobre la política
de entonces y su deseo de formar parte de una nueva entidad. Uno más,
relata el incendio que sufriera la población en plena revolución. Y los dos
últimos, de carácter costumbrista: la vida cotidiana al interior de la escue-
la normal y la llegada del primer auto a Molango contada por uno de sus
testigos, Donaciano Serna Leal.

La segunda parte comprende lo mencionado anteriormente, las múl-


tiples miradas. El trabajo de Eduardo Cruz realiza algunas aproximaciones
historiográficas acerca de cómo se ha abordado la historia de Molango,
quiénes la han estudiado y los temas que más han llamado la atención de
los estudiosos; hace un recuento de las obras más importantes en las cuales
el lector podrá acudir para profundizar más o iniciarse en el conocimiento
del municipio. Asimismo, se hace una relación de las toponimias nahuas
del municipio.

Es recuperado el texto de Gildardo M. Salguero quien deja constan-


cia de la celebración de la semana santa en el siglo xix en el extracto de
su obra monumental, inédita: Historia completa del distrito de Molango.
Es Molango, junto con Tianguistengo, el municipio que más arraigo tiene
en cuanto a la celebración de la semana mayor ya sea por los personajes
utilizados, las vestimentas y el simbolismo y solemnidad que le imprimen,
cuantimás por la gran cantidad de visitantes y paisanos que atrae. Para los

12
que viven la semana santa, el relato de don Gildardo resultará de mucho
interés para observar qué elementos han permanecido hasta hoy.

A propósito de semana santa, nos permitimos incluir al final del


libro la receta para preparar la flor de cuaresma platillo exclusivo de la
temporada y proporcionada generosamente por la señora Ema Ramírez
Sagaón, vecina del barrio La Garita, en la cabecera municipal.

La vida cotidiana en Ixcuicuila durante la década de los veinte es re-


latada por el profesor y licenciado Jesús Ángeles Contreras (1921-2006).
Abogado, docente, poeta y biógrafo, dejó inédita su autobiografía que,
gracias a la apertura de los archivos que su familia proporcionó, hoy pode-
mos conocerla y en tanto logra editarse completa, recuperamos un extracto
de ella en los que da muestra de sus recuerdos de niñez y adolescencia y
de cómo trascendería hasta convertirse en un gran referente de la cultura
estatal.

Algunos aspectos de la vida de don José Perlasca, italiano y de su


hacienda Xicalango son relatados por Heriberto Castillo Montaño, como
una invitación, para continuar con el estudio de la migración italiana a la
Sierra Alta de Hidalgo. Castillo Montaño, originario de Naopa, combina
la historia de su pueblo con la propia. Es interesante la obra de dicho autor
en tanto hay pocas comunidades, fuera de sus cabeceras municipales, que
han merecido libros enteros; sea la oportunidad para registrar qué comuni-
dades de Hidalgo han tenido dicho privilegio.

Retomada de una entrevista hecha por Eduardo Cruz, el cronista


vitalicio del municipio, Salvador Sustaeta, hace gala de su título al con-
versar acerca del culto al fraile agustino, a las fiestas del 26 de septiembre,
a la visita de Lázaro Cárdenas y al significado de Molango como pléyade
intelectual de Hidalgo. Su tarea ha sido el de recuperar la memoria histó-
rica, pero, sobre todo, con particular interés, algo que en pocos cronistas
se halla, el de divulgar y compartir desinteresadamente todo cuanto sabe
de su tierra natal.

13
Benito Bautista Trejo, periodista, conocido por muchos como El
Chicoyote, en alusión a la gaceta con el mismo nombre de la cual es di-
rector, hace un muy completo recuento de la prensa molangueña desde sus
inicios hasta el día de hoy; enfatiza sobre todo en las editoriales, pues es
en ellas, así lo considera Benito, que son los espacios donde se hacen más
explícitas las ideas de los molangueños de entonces, sus motivaciones e
intereses para con el pueblo, y de los deseos por el progreso no sólo de su
terruño sino de su patria.

Al hablar de aquel Molango intelectual, se habla también del Mo-


lango que le brindó al estado de Hidalgo cinco gobernadores. Uno de ellos,
Donaciano Serna Leal, hablará a través de uno de sus hijos, Gonzalo Serna
Alcántara, quien con su testimonio que permite comprender y construir
la historia política de la entidad y de todos los vaivenes propios de dicho
ámbito en el que sobresale ante todo, el gran deseo de superación y al
mismo tiempo, ambos con toda intensidad, de ver progresar al pueblo que
lo trajo a la vida. Así fue el pensamiento de don Chanito Serna y hoy lo
recrearemos aquí.

**Amante confeso de la fotografía, y particularmente las que “ha-


blen” de su pueblo natal, Octavio García Ábrego, ha creado una perfecta
simbiosis: la fotografía y Molango. Por ello, hubiera resultado paradójico
si no nos hablara de ella y sus precursores. Es así como Octavio hace
un retrato de don Adalberto González Sarmiento, el tío Beto como solían
conocerlo, quien por muchos años fungió como el único fotógrafo de la
Sierra Alta y que fue, por tanto, el primer cronista gráfico de Molango y
su región. Paisajes, fiestas, desfiles, actos cívicos, fotografías escolares
fueron inmortalizados a través de su lente y que hoy, por fortuna, aun po-
demos ver en varias colecciones digitalizadas.

Nuevamente Benito Bautista nos comparte unas interesantes notas


de la música molangueña y de aquellas corrientes musicales tan de boga
entonces y que muestran una vez más, el amor por las artes y la cultura que

14
mucho se cultivaron en Molango.

Al hablar en líneas anteriores de los viajes por Molango, Antonio


Lorenzo Monterrubio, hace el suyo, acompañado de su equipaje de arqui-
tecto, de aquel que no pierde detalle alguno de los edificios que estudia
y que con precisión observa. Con su bien ganada autoridad en el estu-
dio de la arquitectura mexicana y particularmente la hidalguense, Antonio
Lorenzo nos brinda algunos pormenores del trabajo de catalogación de
los principales edificios religiosos que se encuentran entre las serranías
molangueñas y que realizara en la década de los noventa como un primer
acercamiento al registro del patrimonio cultural. Es, cabe decirlo, el catá-
logo preparado por el arquitecto, guía para futuras investigaciones no sólo
para la historia del arte sino también, acompañado de otros miembros,
para conocer de los trabajos arqueológicos y antropológicos realizados a
lo largo y ancho de la entidad.

Con todo, convencido que las diferencias de pensamiento e ideas


son mejor aprovechadas cuando todas buscan un fin común, colocar nue-
vamente a Molango en el plano de la historia regional hidalguense, y que
habrá muchos interesados en la historia de este rincón serrano, dejo abierta
la invitación para que en otro momento puedan compartirnos sus saberes
y que estas Páginas históricas de Molango sean las primeras de muchas
más. Por tanto, agradezco en primer lugar al ingeniero Raúl Lozano Cano,
presidente municipal de Molango, quien interesado por hacer aún más só-
lida la identidad molangueña, se mostró muy entusiasta con este proyecto,
por las facilidades otorgadas y por disponer de su equipo de trabajo para la
culminación de este libro. Y mi gradecimiento, desde luego a los autores
que participaron en este volumen, por su confianza en que este trabajo
llegaría a buen puerto y sobre todo por su manifiesto interés profesional,
académico y emocional por este Molango, el entrañable y apacible.

José Eduardo Cruz Beltrán

Pachuca, 16 de enero de 2017 y 148 de la creación del estado de Hidalgo.

15
Primera parte
Lecturas históricas para el
Molango de ayer

16
La leyenda del dios Mola
Juan de Grijalva, publica en 1624 su Crónica de la orden de san Agustín
en las provincias de la Nueva España. Hay dos ediciones posteriores, una
de 1924 y una más reciente de 1985, de la cual extractamos el capítulo
referente al retorno de Antonio de Roa a la Sierra Alta. La evangeliza-
ción de la Sierra Alta comienza en 1536, sin éxito; se retoma en 1538 y
se consolida hacia 1546 en que se edifica el convento de santa María. Al
respecto, el cronista agustino comenta:

Fue la conquista de la sierra de las más arduas y difíciles que tuvimos, por
el sitio y circunstancias. Corre esta parte de sierra, que llamamos alta,
desde Metztitlán por la parte del norte con tan altas y tan continuadas
serranías [...] Estaba esta tierra llena de gente desde las cavernas más
hondas hasta los riscos más encumbrados, sin tener población alguna, ni
más casas para su vivienda que las cavernas y riscos con que se abrigaban
[...].2

La intención de la crónica fue ofrecer un panorama cercano a los prime-


ros años de la evangelización, sobre todo en tierras tan apartadas como la
sierra y las Huastecas; al mismo tiempo, exaltar los trabajos de los agus-
tinos en medio de las adversidades climáticas y topográficas, lingüísticas
y culturales, enfatizando en sus sencillas formas de vida, llenas de peni-
tencias, así como la destrucción de idolatrías y los milagros acometidos:
el relato de Grijalva señala la confrontación de Antonio de Roa con los
adoradores de Mola.

El dios Mola forma parte del imaginario de los molangueños de


hoy. Han nombrado como piedra de la mula, a un monolito con cavidades
formadas por la erosión, que dan la impresión de haber sido moldeadas
por las extremidades de dicho animal y a la que se le atribuye un carác-
ter ceremonial, es decir, una piedra de sacrificios. Sin embargo, metros
2 Juan de Grijalva, Crónica de nuestro padre san Agustín en las provincias de la Nueva España, México, Porrúa, 1985,
p. 77.
17
más adelante, encontramos un segundo monolito con una serie de ins-
cripciones y líneas: se trata de un petrograbado, en las inmediaciones
de Zacapetlaco, a unos metros de la pista de aterrizaje en la cabecera
municipal. Para la crónica local se trata del adoratorio del dios Mola.
Las primeras iglesias a las que hace alusión muestran la ideología de los
agustinos para combatir la idolatría: la capilla de san Miguel, localizada
en el panteón municipal de la cabecera, fue construida, en efecto, sobre
un montículo prehispánico.

De cómo volvió el bendito fray Antonio de Roa a la Sierra Alta

No estoy olvidado de la cosa que más cuidado dio a esta provincia, que es
la conversión de la Sierra Alta: antes deseaba volver a la historia, porque
me tenía picado ver que se retirase el más valeroso de nuestros capitanes
sin haber hecho alguna buena facción en ella. Digo pues, que el padre fray
Juan de Sevilla se quedó solo entre aquellas sierras con algunos pocos in-
dios que había llevado de los llanos, sin que en muchos meses se hubiese
mejorado el tiempo. Daba voces en aquellos desiertos, y aunque la voz era
de virtud, porque era de Dios, ni los montes se humillaban, ni se levanta-
ban los valles, ni se mejoraban los caminos: todo estaba cerrado, sordo y
arisco, pero no por esto levantaba la mano de la empresa ni se cansaba de
predicar, ni de esperar. El padre fray Antonio de Roa luego que se volvió
de la sierra comunicó su espíritu con el padre provincial; y debióle de dar
tan buenas razones que alcanzó licencia para volverse a España: y porque
entonces no había embarcación se fue a Totolapa en el Marquesado a es-
perarla […].

Estaba en aquel pueblo un mestizo con quien el santo varón em-


pezó a comunicar cosas de la lengua mexicana, y como con luz infusa
empezó a hallar facilidad en ella, copia y elegancia. Y séase por la buena
ayuda que allí tenía, o porque Dios le quiso abrir entonces los tesoros que
antes le había cerrado, el santo varón supo con facilidad la lengua y cobró
tanto amor a los indios, y tan gran gusto en su administración, que propuso
18
de tornar a la sierra y ofrecer a nuestro Señor sus fuerzas y su vida en aquel
ministerio. Comunicólo en aquella junta que se hizo el año de 38, y con
gusto de todos y con la bendición de su prelado tornó a asaltar aquellas
encumbradas sierras, de que ya una vez había sido repelido.

Puesto allá, y entendida la esquivez de los indios, y la causa que


había para ella, que eran las continuas pláticas y fieras amenazas del de-
monio, quiso coger el agua en su fuente y hacer la herida en la cabeza
declarando la guerra principal contra el demonio. Empezó a poner cruces
en algunos lugares más frecuentados del demonio, para desviarlo de allí
y quedarse señor de la plaza. Sucedía como el santo lo esperaba, porque
apenas tremolaban las victoriosas banderas de la cruz, cuando volvían los
demonios las espaldas y desamparaban aquellos lugares. Todo era visible
y notorio a los indios; porque (como decíamos) hablaba el demonio con
ellos familiar y visiblemente. Y como veían que desamparaba su antigua
posesión, era fácil entender que era más fuerte el que le vencía, y que los
podría defender de sus amenazas en que con tanta facilidad lo ponía en
huida.

Entre los indios dura hoy la tradición de un caso raro, que por
grande se ha venido derivando de padres a hijos, y es, que en el pueblo de
Molango había un ídolo famoso que se llamaba Mola, el cual habían traído
de Metztitlán mucho tiempo había, y era tutelar de todas aquellas sierras,
príncipe y cabeza de todos los demás ídolos. Y así tenía alrededor de su
templo gran número de casas de los sacerdotes y mucha otra gente, que
servían en su templo. A este acudían de todas aquellas sierras con ofrendas
y solemnes sacrificios, y él daba familiares respuestas y oráculos, con que
toda la multitud le respetaba y servía muy de corazón. Echó de ver el santo
fray Antonio de Roa que estaban aquí los nervios y fuerzas de la guerra, y
que sería bien reducirla a singular certamen. Fuese allá acompañado de los
indios que tenía ya a su devoción, que no eran pocos. Citó para el caso a
los sacerdotes del ídolo y a toda la multitud, que por curiosidad se convocó
al espectáculo: a la manera que el profeta Elías en aquel solemne desafío
(llamémosle así) que hizo a los sacerdotes del ídolo Baal, hizo nuestro
19
campeón la misma plática del profeta a todos aquellos indios, y para de-
jarlos del todo desengañados, se llegó al ídolo y le preguntó quién era y
que dijese él mismo si era Dios o criatura suya. Respondió el ídolo con
voz triste y dejativa que no era Dios, sino criatura la más vil y miserable de
toda la naturaleza, porque aunque la había criado Dios noble y rica, por su
culpa estaba despojado de todas aquellas gracias y ardía miserablemente
en el infierno. A esto le replicó el Santo Roa, dime, los padres, los abuelos
y todos los ascendientes de estos indios que te han adorado ¿dónde están?
Respondió entonces con voz terrible y fiera, (de que parece que se estre-
mecían los montes): todos están en el infierno ardiendo, porque negando
la adoración al verdadero Dios me la daban a mí. Y volviéndose a ellos les
hizo un fervoroso sermón, y movidos los indios con lo uno y con lo otro
arremetieron al ídolo y lo hicieron pedazos. Y allí en aquel mismo lugar
se hizo la primera iglesia, que era pequeña; con que nunca más volvió el
demonio a aquella su antigua posesión. Después se mudó la iglesia, y la
pusieron en el lugar donde hoy está, porque es más alto, y más acomodado
para el asiento del pueblo. Esto que he contado es de relación de los indios,
que por tradición de sus padres lo refiere por cosa indubitable.3

3 Publicado originalmente en: De Grijalva, Juan, Crónica de la orden de nuestro padre san Agustín en las provincias de
la Nueva España, México, Porrúa, 1985, 537 p. Primera edición:1624.
20
Ortiz de Letona: ministro
plenipotenciario de la insurgencia

Suceso digno de estudio es la aprehensión de Pascasio Ortiz de Letona


(1775-1811) durante la guerra de independencia. Valgan algunos comen-
tarios. Miguel Hidalgo llega a Guadalajara a finales de noviembre de
1810, ciudad tomada por el insurgente Ignacio “el amo” Torres. Hidal-
go comienza a realizar diversos actos de gobierno como emitir decretos,
despachar asuntos militares y políticos; al mismo tiempo, asistía a las
actividades eclesiásticas.

Ortiz de Letona se encontraba en la ciudad por sus estudios de bo-


tánica. Pronto se declaró afecto a la causa insurgente y consiguió que Hi-
dalgo lo nombrara ministro plenipotenciario ante los Estados Unidos. La
conversación fue seguramente interesantísima sobre todo por cómo logró
hacerse de la confianza de Hidalgo y Allende ante la magnitud de la em-
presa, y por los atributos que vieron éstos caudillos en el joven guatemal-
teco para encomendarle llegar al país del norte y celebrar cualesquiera
tratados en beneficio de la insurgencia.

Otro punto digno de atención es la ruta que planearon él y sus


acompañantes para llegar a la frontera. ¿Por qué determinaron marchar
con dirección al golfo de México y no por la vía más cercana desde Gua-
dalajara que era hacia Zacatecas y Coahuila, la misma que tomó Hidalgo
al final de su campaña cuando fue apresado? Como sabemos, el principal
núcleo a vencer era el numerosísimo ejército de Hidalgo. Hombres como
Calleja, acantonado en San Luis Potosí, y Manuel Flón, en Puebla, lo
persiguieron; en el resto del país hubo más bien guerrillas entre realistas
e insurgentes y en otras regiones apenas comenzaba la rebelión. Ante la
dificultad de llegar a Estados Unidos por mar, dado que las fuerzas vi-
rreinales ocupaban los puertos importantes de la Nueva España, Letona
y sus acompañantes coincidieron en que la mejor forma de llegar sería
por tierra. De Guadalajara tomaron el camino que conduce a la Ciudad
21
de México y de ahí enfilaron al norte. Quizá la zona del Mezquital fue
su entrada a territorio hoy hidalguense que era ya un foco insurgente
encabezado por la familia Villagrán y algunos curas, de manera que po-
siblemente encontraron despejada esa porción de territorio; no obstante,
en la Sierra Alta y la Huasteca se habían sumado brotes contraindepen-
dentistas desde Metztitlán hacia Tlanchinol. Ante el inminente paso por
bastiones realistas resolvieron disfrazarse e detuvieron la marcha en el
pueblo de Molango para hacerse de alimentos y víveres para continuar su
viaje. Los textos, a continuación, relatan el destino de Ortiz de Letona así
como el nombramiento firmado por Hidalgo a dicho personaje.

Don Pascasio Ortiz de Letona

Fue este el primer embajador nombrado por el embrionario gobierno in-


dependiente, y la suerte que corrió aquél tenía que estar en consonancia
con la de éste. Ortiz de Letona había nacido en Guatemala y hacía poco
tiempo que había pasado a Nueva España para proseguir sus estudios de
botánica, a los que era muy aficionado; en 1810 se encontraba en Guada-
lajara, protegido por su pariente don Salvador Batres, uno de los oficiales
reales de la ciudad, cuando fue ocupada por Torres, y se convirtió en la
residencia de los principales caudillos. El joven naturalista se declaró in-
surgente, y de las conversaciones que tuvo con Rayón, que fue muy afecto
siempre a buscar apoyo en el exterior, nació la idea de enviar un embaja-
dor a los Estados Unidos, con el objeto de conseguir la ayuda del gobierno
de esa nación, cuyas tendencias se desconocían, pero al que se suponía
lleno de altruismo hacia los pueblos hispanoamericanos que luchaban por
adquirir su independencia de España.

Sometida la idea de la embajada a Hidalgo, éste no la desaprobó, así


como tampoco Allende, que por esos días llegó a la ciudad, y, en conse-
cuencia, se procedió a extender las credenciales del embajador, pero como
pareció necesario que fueran firmadas por autoridades en forma y no por

22
simples caudillos, se procedió previamente a instalar la audiencia, que ja-
más llegó a funcionar, el ministerio, etc.; una vez hecho esto y dado a
Letona el nombramiento de Mariscal, para dar mayor realce a su persona,
se le extendió el trece de diciembre de 1810, firmada por Hidalgo, Allende,
Chico, Rayón y otras cuatro personas. El documento demuestra la igno-
rancia de sus autores de achaques y formalidades diplomáticas, pero no es
ridículo ni absurdo como algún escritor ha dicho.4

No conociendo bien el país Letona, necesitaba una persona que lo


conociese para que por veredas extraviadas lo llevase hasta la costa donde
se embarcase, pues se consideraba muy difícil hacerlo por tierra, ya que en
esos días se ignoraban los progresos que por el norte hacía Jiménez. Don
José Guadalupe Padilla, mediero en la hacienda de El Cabezón, propie-
dad del mayorazgo Cañedo, fue designado por Hidalgo y Batres, que lo
conocía, para acompañar a Ortiz de Letona. Padilla estaba acostumbrado
a hacer viajes con ganado desde la costa del Pacífico hasta la ciudad de
México y de allí dirigirse a la costa del Norte y Tabasco para comprar
cacao, de manera que conocía perfectamente una buena porción del país
y las veredas, caminos extraviados, etc. Consiguieron llegar Letona, y
Padilla hasta la Huaxteca, y en el pueblo de Molango se separaron mo-
mentáneamente; Letona quiso cambiar por moneda menuda una onza de
oro y se internó en el pueblo, donde se hizo sospechoso y fue aprehendido;
registrado cuidadosamente su pequeño equipaje, se encontró en la silla de
montar su credencial, por lo que el justicia del pueblo formó un pequeño
proceso que, en unión del reo, remitió a México.

Letona comprendió que en aquellos momentos de efervescencia se


le condenaría a muerte y decidió suicidarse, para no verse sujeto a un
juicio enojoso y en el que se le obligase a hacer declaraciones y revelar
nombres, y para evitar la afrenta del suplicio; sin embargo, alimentando
la esperanza de fugarse, no puso en planta su resolución sino hasta el úl-
timo momento. Viéndose ya en la villa de Guadalupe, a pocos minutos de
4 Probablemente se refiera al texto siguiente: “Este documento prueba la falta de ideas que Hidalgo y sus ministros
tenían de todas las formas establecidas de la diplomacia, y aun de la naturaleza del gobierno de los Estados Unidos
[…]”. Lucas Alamán, Historia de México, México, Imprenta de J. M. Lara, 1849, t. ii, p. 83.
23
México, comprendió que su situación no tenía remedio y apuró un veneno
que a prevención llevaba y que le produjo la muerte en los últimos días del
mes de enero de 1811.

Padilla esperó inútilmente a Letona en las afueras de Molango y aun


procuró averiguar el motivo de su tardanza; habiéndolo sabido, se alejó
rápidamente de la población, y por sendas extraviadas, para no encontrarse
ni con realistas ni con independientes, se dirigió a Guadalajara, ya ocupa-
da por Calleja y Cruz. No faltó quien lo denunciase a éste último, y hubie-
ra sido fusilado si poderosas influencias, entre ellas las del mayorazgo don
Ignacio Cañedo y Zamorano y las del mismo don Salvador Batres, sobre
todo la de éste último, no hubieran conseguido salvarlo; la pena de muerte
le fue conmutada en una multa de trescientos pesos anuales que Cruz exi-
gía con toda puntualidad y que Padilla pagó hasta el año de 1821. Falleció
en 1828, y Batres vivió mucho tiempo todavía, pues falleció después de
1853. Esta relación nos ha sido enviada por un miembro de la familia
Villaseñor, a la que por línea materna, pertenecía don Guadalupe Padilla.5

Poder conferido por los jefes independientes a don Pascasio Or-


tiz de Letona para celebrar tratados de alianza y comercio con
los Estados Unidos del Norte.

El servil yugo y tiránica sujeción en que han permanecido estos feraces Esta-
dos por el dilatado espacio de cerca de tres siglos: el que la dominante España
poco cauta haya soltado los diques a su desordenada codicia, adoptando sin
rubor el cruel sistema de su perdición y nuestro exterminio en la devastación
de aquella, y comprometimiento de éstos, el haber experimentado que el único
objeto de su atención en el referido tiempo sólo se ha dirigido a su aprovecha-
miento y nuestra opresión, ha sido el vehemente impulso que desviando a sus
habitantes del ejemplo, mejor diremos, delincuente y humillante sufrimiento
en que yacían, se alarmaron, nos exigieron en jefes, y resolvimos a toda costa
o vivir en libertad de hombres, o morir tomando satisfacción de los insultos
hechos a la nación.
5 Publicado originalmente en: Villaseñor y Villaseñor, Alejandro, Biografía de los héroes y caudillos de la independen-
cia, con retratos, México, Imprenta del Tiempo, 1910, t. i.
24
El estado actual nos lisonjea de haber conseguido lo primero, cuando
vemos conmovido y decidido a tan gloriosa empresa a nuestro dilatado
continente. Alguna gavilla de europeos rebeldes y dispersos, no bastará
a variar nuestro sistema ni a embarazarnos las disposiciones que puedan
decir relación a las comodidades de nuestra nación. Por tanto, y teniendo
entera confianza y satisfacción en vos, don Pascasio Ortiz de Letona, nues-
tro mariscal de campo, plenipotenciario y embajador de nuestro cuerpo
cerca del supremo congreso de los Estados Unidos de América; hemos
venido en elegiros y nombraros, dándonos todo nuestro poder y la facultad
en la más amplia forma en que se requiere y sea necesaria para que por nos
y representando nuestras propias personas y conforme a las instrucciones
que os tenemos comunicadas, podáis tratar, ajustar y arreglar una alianza
ofensiva y defensiva, tratados de comercio útil y lucroso para ambas na-
ciones, y cuanto más convenga a nuestra mutua felicidad, accediendo y fir-
mando cualesquiera artículos, pactos o convenciones conducentes a dicho
fin; y nos obligamos y protestamos en fe, palabra y nombre de la nación,
que estaremos y pasaremos por cuanto tratéis, ajustéis y firméis a nuestro
nombre, y lo observaremos y cumpliremos inviolablemente, ratificándolo
en especial forma: en fe de la cual mandamos despachar la presente, firma
de nuestra mano, refrendada por el infrascrito nuestro consejero y primer
secretario de Estado y del despacho.

Dado en nuestro Palacio Nacional de Guadalajara, a trece del mes


de diciembre de mil ochocientos diez. Miguel Hidalgo, generalísimo de
América. Ignacio de Allende, capitán general de América. José María Chi-
co, ministro de gracia y justicia, presidente de esta nueva audiencia. Li-
cenciado Ignacio López Rayón, secretario de Estado y del despacho. José
Ignacio Ortiz de Salinas, oidor subdecano. Licenciado Pedro Alcántara de
Avendaño, oidor de esta audiencia nacional. Francisco Solórzano, oidor.
Licenciado Ignacio Mestas, fiscal de la audiencia nacional.6

6 Publicado originalmente en: Hernández y Dávalos, Juan, Colección de documentos para la historia de la guerra de
independencia de México de 1808 a 1821, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2007, t. ii.
25
Carta del pueblo de Molango a favor de
la creación del estado de Hidalgo
La creación del estado de Hidalgo fue consecuencia de una serie de de-
bates y gestiones entre los ayuntamientos, ciudadanos y diputados sepa-
ratistas de la porción norte del estado de México poco después del resta-
blecimiento del sistema republicano como forma de gobierno en 1867 y
concretado el 16 de enero de 1869 que deseaban un gobierno autónomo
al haber demostrado, durante la intervención francesa, que podían gober-
narse por sí mismos como distrito militar.

Las primeras iniciativas para desmembrar el entonces extenso esta-


do van desde los primeros años de la vida independiente de México. Ya en
1823 el ayuntamiento de Huejutla buscaba reunir a varios pueblos huastecos
a crear un estado; no tuvo eco. En 1855 el diputado Manuel Fernando Soto
vuelve a presentar la idea, un estado llamado Iturbide, con un territorio que
no sólo abarcara la Huasteca sino parte de la actual Sierra Baja de Hidalgo;
de la misma manera, no tuvo efecto. En 1859, el partido conservador lanza
la iniciativa para que los partidos de Apan, Pachuca y Tulancingo formen un
departamento separado de Toluca llamado Colombia, en honor a Cristóbal
Colón; tres años más tarde, el presidente Juárez divide al estado de México en
tres distritos militares, el segundo de los cuales estuvo situado en la porción
norte de dicha entidad; en aquella época un grupo de diputados, convencidos
que la desmembración el territorio mexiquense, tan extensos como era, per-
mitiría una mejor administración de los gobiernos y un mejor equilibrio geo-
gráfico, político, social y económico, promueven una nueva iniciativa para
crear una entidad, ahora con el nombre de Hidalgo, en memoria del caudillo
insurgente; ahora con mucha mayor fuerza, muchos diputados estuvieron de
acuerdo, pero las guerras internas y las presiones de la invasión francesa lo
frenaron. En 1867, luego de derrocar al imperio de Maximiliano, retoman el
proyecto, aunque ese mismo año, el presidente Juárez determina que los dis-
tritos militares se reintegren al estado de México, pues no estaba en sus planes
crear la nueva entidad. No obstante, como el asunto ya contaba con fuerza
suficiente creía que era el congreso quien debía atenderlo.
26
La resolución de reintegrarse hizo que muchos pueblos se manifes-
taran inconformes y en el que suplicaban resolver de una vez por todas
la creación de una nueva entidad para el mejor progreso de los pueblos.
Los vecinos y autoridades de Molango fueron ejemplo de lo anterior y, por
tanto, escriben deseosos al jefe político del Segundo Distrito militar, se
sirva comunicar al presidente Juárez su parecer, que recapacite e impida
que se agreguen de nuevo a la administración toluqueña.

Ciudadano jefe político del distrito: los que suscribimos, capitulares del
ayuntamiento, autoridades civiles, judiciales, empleados y vecinas de más
nota de la municipalidad de Molango, con el debido respeto y previas las
protestas de estilo, ante usted decimos: que habiendo visto en el núme-
ro 41 del periódico titulado El estandarte nacional, que se redacta en la
capital del Segundo Distrito, un artículo que manifiesta que el día 23 del
pasado ha salido a luz en Toluca un nuevo periódico titulado La legalidad,
el cual tiene por objeto principal solicitar por todos los medios posibles
la reconstrucción del antiguo estado de México; y como esta pretensión
venga a ser un mal para todos los pueblos que componen el Segundo Dis-
trito, y destruya para siempre las lisonjeras esperanzas que teníamos en el
progreso y adelanto de esta parte de la república, desde luego protestamos
contra tales ideas, suplicando a usted se sirva elevar esta representación
al C. presidente de la república, para que se digne atender las razones que
brevemente pasamos a exponer.

Nosotros, que carecemos de conocimientos científicos como un


pueblo sumergido en el centro de la Sierra Alta, que no podemos impug-
nar los sublimes argumentos, que tampoco estamos al tanto de las exigen-
cias que motivaron el decreto de 7 de junio de 1862, sino que juzgamos
las cosas por los resultados, y por el instinto material de un bien positivo,
nos limitamos puramente a extractar la serie de ventajas adquiridas en
cinco años de emancipación en cada una de las localidades, en la entidad
política del Segundo Distrito, y sobre todo en los intereses generales de
27
la nación, en sus días más aciagos y terribles; así como la dolorosa expe-
riencia de inacción y completo abandono del tiempo en que pertenecimos
al populoso antiguo estado. Porque esta municipalidad, impulsada por la
inmediata protección del gobierno del Segundo Distrito, ha recibido des-
de su erección, orden, estabilidad, fomento en las obras públicas, en la
instrucción primaria, en la pronta administración de justicia y en todas
nuestras necesidades locales: los pueblos todos han estrechado más sus
relaciones mercantiles, y se han amalgamado y poseído de ese interés
mutuo y recíproco que les ha inspirado un gobierno que está a la vista
de sus necesidades; el Segundo Distrito, apareciendo como nueva enti-
dad política, ha auxiliado eficaz y oportunamente a los estados limítro-
fes, y desempeñado su papel importante en el sangriento drama por el que
acabamos de pasar; y si se atiende a esos servicios generales en la lucha que
se ha sostenido, y tal vez debido a su situación topográfica, podremos decir:
que mandó a Puebla su contingente de 3 000 hombres en 1863; que su brigada
se batió en aquella ciudad y en San Lorenzo; que fue la última fracción que
acompañó al supremo gobierno a su salida de México; que siguió después
defendiendo sus pueblos; y por último, abandonado de todos, se reconcen-
tró a esta sierra, donde mantuvo siempre y con heroísmo el fuego sagrado
de la libertad; nos consta de vista, porque esta población fue muchas ve-
ces el lugar de su residencia, porque peleábamos en su compañía y porque
partíamos con él nuestros cortos recursos. Las columnas extranjeras que
nos invadían y penetraban hasta la Huasteca, nunca salieron victoriosas de
sus excursiones, porque batidas en los escabrosos pliegues de estas serra-
nías, se retiraban escarmentadas; y al acontecimiento glorioso del mes de
junio del año próximo pasado que tuvo lugar en Tlalnepanco, derrotando
el general Martínez a los austriacos, se debió la completa pacificación de
la Huasteca y la desocupación de la plaza de Zacualtipán: avanzó después
sus fuerzas para arriba hasta posesionarse de la capital de Pachuca, lo-
grando con esto la evacuación de la de Tulancingo y restablecer el orden
constitucional en todos los pueblos que le pertenecen, estando todavía la
capital de la república ocupada por numerosas fuerzas enemigas y antes
que Toluca fuese recobrado por las del primer distrito; ocurrió en seguida
28
al sitio de Querétaro con más de 4 000 hombres, y tomada que fue, se
dirigió a Jalpan a restablecer el orden, como de todo tiene conocimiento
el supremo gobierno. ¿Qué hubiera sucedido sin el decreto de 7 de junio
de 1862? que en todos los pueblos del Segundo Distrito hubiera entrado el
desorden, la desmoralización y anarquía más espantosa; que sin gobiernos
y sin jefes que alentaran su pairlotismo [patriotismo], hubiesen sucumbi-
do impunemente, porque el de Toluca, si es que existió, se alejó por un
rumbo tan distinto, que para nosotros hubiera sido nula su influencia en
momentos tan supremos.

Por otra parte, estamos plenamente convencidos que en el antiguo


estado, quizá por el número de sus habitantes en su inmensa extensión te-
rritorial, es ineficaz la acción gubernativa, y por lo mismo se desatienden
todos los ramos de la administración pública, caminan con suma lentitud
los negocios, y sobre todo, no estando a la vista de las necesidades de los
pueblos en sus diversos climas y costumbres, no hay mejoras materiales en
los lejanos como el nuestro, y necesitan ser gobernados según lo permitan
estas imperiosas circunstancias. La primera previsión de todo gobierno, es
la sabia división de sus partes en su extensión territorial, comprendiendo
sólo aquellas que sus magistrados puedan fácilmente gobernar; y si hemos
de juzgar por la experiencia que nos ha dejado la imprevista erección del
Segundo Distrito, hija de las exigencias militares y que ha dado los me-
jores resultados bajo todos aspectos, no sólo suplicamos al C. presidente
que continúe fungiendo como tal, sino que se le erija en estado, cuyo
procedimiento debiera seguirse con los demás populosos de la república,
que fraccionados como el que se solicita, posean los elementos y recursos
necesarios para su existencia y el progreso general de nuestra patria.

Esta es, ciudadano jefe, nuestra ferviente solicitud y protesta contra


las pretensiones del periódico titulado La legalidad, que le encarecemos
le de curso seguro y violento a la superioridad para que nuestra débil voz
se una con la de todos los pueblos del Segundo Distrito a que tenemos el
honor de pertenecer.

29
Molango, julio 10 de 1867. Vicente Anaya. A. Gutiérrez. Manuel Ve-
lasco. Cirilo Contreras. Pánfilo Mercado. Simón Contreras. José E. Mar-
tínez. Justo Vittz. Juan Anaya. Antonio Ramírez. Hilario Reyes. Gabino
Martínez. Ricardo Silva. José María Cordero. Jesús Mercado. Juan Casti-
llo. I. Cardenete. Tomás Ramírez. Felipe Martínez. Evaristo Flores. José
María Sarmientos. Faustino Fernández. Cástulo Martínez. Emilio Merca-
do. José Silva. H. Gutiérrez. Arcadio Castro. Vicente V. Angeles. Carmen
Ita. Mariano Espinosa. Antonio M. Espinoza. Manuel Belio. Francisco
Cordero. Loreto Vega. Francisco Nájera. José Serna. José Salvador. Es-
teban Hernández. Juan Mercado. Celso Vargas. Fernando Vargas. Felipe
Gómez. Martín Salvador. Ignacio Ángeles. Francisco Castillo, secretario.7

7 Publicado originalmente en: Diario oficial de la federación, 2 de septiembre de 1867 y David Lugo Pérez, Hidalgo:
Documentos para la historia de su creación, Pachuca, Gobierno del Estado de Hidalgo-Instituto Hidalguense de Desa-
rrollo Cultural e Investigaciones Sociales, 1994, t. i.
30
El incendio de Molango en 1914
El control que el entonces victorioso ejército del auto nombrado primer
jefe Venustiano Carranza hacia sus jefes militares luego de vencer por
completo las fuerzas de Victoriano Huerta se desvanecería. Con persona-
lidades tan opuestas entre sí como las de Francisco Villa y Álvaro Obregón,
y del mismo Carranza, este último dado a la vanidad y al protagonismo,
no toleraría que el primero de ellos, Villa, alcanzara mayor popularidad
que él, y por si no fuera suficiente, que entre sus filas, se encontrara el
general Felipe Ángeles, con amplias simpatías entre los revolucionarios,
por sus conocimientos militares y por su fidelidad al extinto presidente
Madero.

Para nadie era un secreto las intenciones de Carranza de llegar


al poder. El maderismo había resultado un gobierno débil y con excesos
de confianza. Huerta, que había tomado el poder con las armas, resultó
igualmente fatídico. Carranza tenía el mérito de haber sido el primer go-
bernador en levantarse contra el usurpador. La división del norte, cuyo
cerebro en sus victorias fue el artillero hidalguense, ganó la batalla más
importante en Zacatecas, privilegio que Carranza tenía reservado para
Obregón. Con el tiempo, esta desobediencia hizo que villistas y carran-
cistas se enfrasquen en lucha interna, quizá más desastrosa que las ante-
riores.

En todo el país varias poblaciones se inclinaron por uno u otro


bando. Como era de esperarse, Molango estaría del lado de Villa. Ente-
rado de esto, y sobre todo que las raíces del villista Ángeles, para muchos
natural candidato presidencial, y de quien don Venustiano veía una seria
amenaza a sus pretensiones, el carrancista Pablo González Garza, en su
camino hacia el norte del país, sostuvo un enfrentamiento con los habitan-
tes de Molango quienes desde La Cumbre, hoy conocido como el mirador,
prepararon la defensa; las superiores fuerzas de González abatieron a
los defensores y se produjo un incendio en la población por parte de sus
tropas que inició en la entonces oficina de telégrafos, al oriente de la pla-
31
za principal; el fuego alcanzó también al convento agustino. La pena fue
más llevadera gracias al solidario apoyo de los habitantes de Metztitlán,
quienes atendieron en todo momento a los molangueños y que muestra la
mutua amistad entre ambos pueblos no sólo en la desgracia sino también
en los ambientes festivos, amistad que no debiera olvidarse en la actua-
lidad. Es Eleuterio Espinosa quien relata los sucesos de aquel neblinoso
viernes de diciembre.

Si bien Zacualtipán es considerada la cuna de Ángeles Ramírez,


todavía hay voces que le atribuyen su molangueñidad, esto basado en
que su padre nació en Molango. Lo cierto es que el general Felipe de
Jesús estuvo siempre orgulloso de su querencia hidalguense, y aun mas
de su querencia serrana incluso a pocos instantes de entregar su vida a
la eternidad.

Nobleza de un pueblo (un hecho real)

Fue el primer viernes de diciembre de 1914, cuando los soldados carran-


cistas al mando del general Pablo González, llegaron al poblado de Acho-
coatlán de paso para Molango, Hgo., donde tenían planeado pernoctar.
Sabedores los molanguenses de que pronto llegarían los carrancistas, or-
ganizaron la defensa del pueblo, apostándose en La Cumbre veinticinco
voluntarios que, como sucede siempre, fueron de la clase media ya que los
ricos y los pudientes, se preocuparon más por salvar a sus familias y perte-
nencias, yéndose a rancherías cercanas donde contaban con la hospitalidad
de sus compadres.

Entre los “defensores” se contaban los señores Celestino Silva, So-


ledad Reyes, un señor de Agua Blanca, Genaro Castillo, Martín Cano, un
señor Silva, los hermanos Graciano e Ignacio Vite y otros cuyos nombres
no pude investigar, para al menos recordarlos con gratitud por su hombría.
Como los días de diciembre, en Molango y poblaciones cercanas, son hú-
medos y nublados de tal manera que la neblina “se pega” al suelo; en ese
triste y memorable viernes de diciembre de 1914, la soldadesca que llegó a

32
Achocoatlán, no veían a más de tres metros, lo que acontecía también con
los defensores de Molango apostados en La Cumbre.

Cuando los carrancistas siguieron su camino cuesta arriba hasta


llegar a La Cumbre, los defensores no se dieron cuenta de su presencia,
sino hasta que los tuvieron “a boca de jarro”. Sin embargo, no les dispa-
raron porque se dieron cuenta de que eran muchos, más de cuatrocientos,
pues de haberlo hecho su sacrificio hubiera resultado inútil. Su instinto
de conservación y su sentido común, los hicieron permanecer inmóviles,
más por su mala suerte y porque “así estaba escrito”, fueron descubiertos
Celestino Silva, de Molango; Soledad Reyes, de Achocoatlán y el señor de
Agua Blanca, a quienes aprehendieron y desarmaron desde luego.

Sin más autoridad que la voluntad de la soldadesca, de inmediato


los fusilaron en el mismo lugar, La Cumbre, cubierta por una espesa neblina
a manera de sudario. Los otros defensores, por estar a mayor distancia del
camino, pudieron huir rumbo a Xochicoatlán, pasando por el legendario ce-
rro de Santo Roa, evangelizador de la sierra hidalguense. Pero ¡oh, sorpresa!
para Soledad Reyes…, pues aunque cayó en el momento de los disparos del
fusilamiento, instantes después se dio cuenta de que aún vivía y que, ¡oh,
milagro!, no lo habían alcanzados las balas…, ¡estaba ileso!, pero siguió sin
moverse hasta que pasó el último de los soldados. Se había salvado; Dios
había sido misericordioso con él. Cuenta la gente, que más de un mes estuvo
tomando té de yerbas cólicas, por el susto. Vaya susto que se llevó.

Mientras tanto y a medida que los soldados carrancistas entraban a


Molango, empezó el saqueo de las casas abandonadas por sus dueños que
huyeron para salvar sus vidas. Una vez que llegaron al centro, empezaron
a incendiar las casas que rodean la iglesia y finalmente la casa de Dios fue
profanada, saqueada y también incendiada. Todo esto sucedía la tarde del
primer viernes de diciembre de 1914, dos meses después de que yo había
nacido y si yo en ese día ya hubiera podido hablar, por lo menos les hubiera
mentado la madre por haber incendiado la iglesia y casas del centro de mi
pueblo. Pero en esta vida todo se paga. ¿Cómo murió Carranza?
33
Al día siguiente, sábado, aún se percibía el olor a madera que-
mada y se veía el humo que producían los rescoldos de la iglesia y casas
incendiadas. ¡Qué aspecto tan tétrico y desolador debe haber presentado
el bellísimo pueblo de Molango, enclavado en la Sierra Alta del estado de
Hidalgo!, y, precisamente ese día, sábado, los hermanos Graciano (Chano)
e Ignacio (Nacho) Vite, preocupados por sus casas y pertenencias, hicieron
viaje de Xochicoatlán a Molango que un día antes habían tratado de defen-
der en La Cumbre. ¡Un bello gesto de civismo y hombría!

Cuando llegaron, desarmados desde luego, se encaminaron direc-


tamente a la plaza, sorprendiéndose de ver que, lo que antes había sido
iglesia y casas, ahora solamente eran ruinas humeantes… Siendo sensibles
a las emociones, como lo son la mayoría de los provincianos que gracias a
Dios aún no se han deshumanizan como la gente de las grandes ciudades;
no resistieron el impacto que les produjo la dantesca escena, pues ellos
esperaban ver, como siempre, las pintorescas casas cuyas fachadas lucían
primorosas macetas con una gran variedad de flores, como: bombas, he-
liotropos, jazmines, margaritas, hortensias, azaleas, geranios, violetas, cla-
veles, rosas, azucenas, alcatraces, bugambilias y otras muchas; y constatar
que los preciosos truenos que le adornaban y daban frescura al atrio de la
iglesia, y que también daban generoso albergue a infinidad de gorriones
que por las tardes ofrecían maravillosos conciertos para alegrar al pueblo;
ahora estaban calcinados, como seguramente también lo estaban los miles
de nidos con sus recién nacidos polluelos, que no pudieron emprender el
vuelo para escapar de las llamas que prendieron los infelices carrancistas.
Y…, todo porque Molango siempre fue villista y tierra nada menos que
del señor general Felipe Ángeles, quien como todo mundo sabe, fue ar-
teramente sacrificado por consigna de Venustiano Carranza en la ciudad
de Chihuahua. Y…, es que Carranza siempre envidió al general Ángeles
porque no le llegaba ni a los talones como genio militar y mucho menos
como caballero, gentil caballero.

Cuando los hermanos Chano y Nacho Vite se dieron cuenta y


presenciaron horrorizados las salvajadas de las huestes carrancistas, no
34
pudieron más y, vencidos por el dolor y rabia contenida, clavaron los men-
tones en sus pechos y empezaron a llorar, mientras la chusma soldadesca
festejaba la “toma” de Molango, embriagándose más y más.

Ver llorar a dos hombres y los soldados carrancistas embrutecidos


por el alcohol, fue suficiente para que uno de ellos, el “más valiente”, les
gritara a sus compañeros: “Para que de veras tengan por qué llorar ese par
de maricones, ahorita mismo les formo un cuadro y los pongo de lomo en
un paredón para echárnoslos”. No acababa de lanzar esta amenaza cuando
Chano Vite le contestó: “Maricón serás tú, hijo de la chingada” y también
no terminaba de decirlo cuando el mismo soldado que se burló de ellos,
les ordenó a sus compañeros: ¡Alíniense, preparen armas…, apunten…,
fuego!

Los dos hermanos cayeron sin vida en la plaza empedrada de Mo-


lango. Las detonaciones de siete disparos casi no se oyeron. Fueron opaca-
dos por los gritos estentóreos de los carrancistas que se embriagaban más
y más. Cuando sólo habían incendiado la iglesia y las casas que rodean la
plaza, pero que querían arrasar con el pueblo entero, el general González
ordenó suspender tan criminal propósito. Aunque su orden fue tardía, no
por ello los molanguenses dejamos de reconocer su gesto humano de evi-
tar que se quemara todo un pueblo.

Al fin, para tranquilidad y felicidad del pueblo, al día siguiente,


domingo, reanudaron su viaje rumbo a la Huasteca. Era tal el desorden de
la tropa que, en el momento de la partida se quedaron algunos soldados
rezagados: unos por borrachos y otros en su afán de saquear las casas de
las orillas de la población, como ocurrió en el barrio de Atlapacho donde
un soldado mató a una señora e hirió a otra por oponerse a que les roba-
ra. Ese pobre diablo lo único que consiguió, fue que lo mataran pues el
señor Ezequiel Velasco, molanguense, salió en defensa de las mismas. Y
también como sucedió en el barrio de Chichapa, donde dos carrancistas
borrachos que cargaban tamañas maletotas con lo que habían hurtado; al
pasar casualmente junto a Baldomero Gutiérrez, también molanguense, le
35
mentaron la madre. Baldomero les respondió con dos balazos que acaba-
ron con sus miserables vidas.

Como se comprenderá, el pueblo había quedado abandonado y


poco a poco fueron llegando sus moradores, quienes tristes y echando pes-
tes, encontraron sus casas vacías, pues hasta los muebles se habían lleva-
do. No tenían donde dormir, ropa con qué cambiarse y menos tenían qué
comer. Sin embargo, y de momento, tenían la vaga esperanza de que los
pueblos cercanos los auxiliarían, pero…, vana esperanza, porque ni Xo-
chicoatlán, ni Tianguistengo, ni Zacualtipán, ni San Agustín Mezquititlán,
ni Tepehuacán, ni Lolotla, ni Tlanchinol, ni Calnali, ni Eloxochitlán, ni
Ixtlahuaco, dieron muestras de solidaridad, de hermandad y menos de sen-
tido humano para con sus paisanos serranos. Permanecieron indiferentes,
fueron insensibles al dolor y desgracia de los molanguenses.

Sin embargo, hubo un pueblo lejano, el más lejano de todos los


citados y del que menos se esperaba, que, apenas supieron de la desgracia
de los molanguenses; empezaron a reunir mediante donaciones, dinero,
ropa, maíz, frijol y todo lo que útil fuera, para lo cual organizaron comi-
siones para que recorrieran todos los barrios de Metztitlán, el pueblo noble
y generoso que tendió la mano a Molango cuando más lo necesitaba.

Para colectar dinero, ropa y víveres en el barrio de Coatlán, fue


comisionada la respetable señora Wilfrida Piña de Mora, a quien acom-
pañó la entonces señorita Esperanza Posada, quien poco tiempo después
se convirtió en la esposa del señor Vicente Mora Piña, gran admirador
de Molango. Para la entonces señorita Posada, que afortunadamente aún
vive, y según su propia versión, esta comisión le significó un suplicio por-
que como llevaba zapatos de tacón alto, pues ya era novia quinceañera, y
las calles estaban llenas de piedra suelta, sufrió tres caídas con los consi-
guientes raspones en las rodillas y rotura de medias a las que se les fueron
los hilos.

36
Por su parte y por iniciativa propia, la también entonces señorita
Consuelo Fernández, que afortunadamente aún vive, colectó ropa y víveres
para los de Molango. Todas las personas, damas y caballeros que fueron
comisionados para hacer la colecta, lo hicieron con la mejor voluntad y,
antes de tres días ya tenían reunido todo lo que pensaban mandar y no preci-
samente como caridad, sino como ayuda al hermano que lo necesita; por lo
que procedieron a nombrar una comisión para que se encargara de llevar lo
colectado, quedando integrada por los siguientes señores: Elías Leiner, Mi-
guel Varela, Eloy Fernández, Enrique Serna, Vicente Mora y Emilio Amado,
encabezados por el señor Julio Carrasco que no era de Metztitlán.

Y…, emprendieron el recorrido a caballo, pasando por los siguien-


tes poblados: Zoquizoquipan, Nonoalco, Malila, Molocotlán, Acuatitlán y
Achocoatlán. Más pronto de lo que se suponía, oportunamente y cuando
menos se lo esperaban los molanguenses, llegó la comisión y desde luego
se entrevistaron con las autoridades para entregarles todo lo que generosa-
mente llevaban; las que, en presencia de la misma comisión, entregaron lo
donado a la gente más necesitada. Dentro de las circunstancias reinantes en
que se carecía de todo, el pueblo entero de Molango atendió lo mejor posible
a los caballeros de Metztitlán, para manifestarles su gratitud. Poco tiempo
después, un grupo de molanguenses se trasladó a Metztitlán, exclusivamen-
te para expresar su agradecimiento por su actitud noble y generosa.

Y…, pasó el tiempo y, cuando Metztitlán fue flagelada con catas-


tróficas inundaciones y el pueblo por motivos políticos y sociales se había
dividido, una numerosa comisión de Molango los visitó llevándoles ayuda
material y moral con su presencia, logrando que la división cesara y reinara
nuevamente la amistad, la unión y la concordia. Han pasado 69 años y desde
entonces, hasta la fecha, 1984, los dos pueblos se consideran y tratan como
hermanos de los buenos que no sólo hacen acto de presencia en las fiestas,
sino también en los momentos difíciles en que tanto Molango como Metztit-
lán, han sabido responder como lo que son: hombres de bien, o si se quiere,
simplemente como hombres, con un alto sentido humano.8
8 Publicado originalmente en: Espinosa Ángeles, Eleuterio, Se lo conté a la luna (Cuentos que yo soñé), México, El
autor, 1984, 217 p.
37
Testimonios literarios de la escuela
normal rural de Molango
La escuela normal rural de Molango, creada en febrero de 1923, sentó
precedentes en la historia de la educación en el estado de Hidalgo en
tanto fue el reflejo de toda una corriente intelectual que por aquellos años
permeaba en la Sierra Alta. Considero que el asentamiento de una es-
cuela, un instituto, un colegio, una universidad responden siempre a una
demanda o bien a una necesidad de la sociedad. No creo casual que dos
políticas educativas que por aquellos años de la posrevolución se concre-
taron en México tuvieran sus inicios en la sierra de Hidalgo: la escuela
rural y las misiones culturales. Me llamaba la atención cómo es que eli-
gieron dentro de la vasta geografía nacional, dos poblados, Molango y
Zacualtipán, entonces alejados de toda comunicación digna e inmersos
entre las cimas y gargantas de la Sierra Madre Oriental. Pienso en el gran
peso que ejercieron los serranos en su gusto por las artes y las ciencias.
Fue en verdad una generación de intelectuales que mucho brillaron en la
poesía, en la música, en la historia, en las letras, lo que le llevaría a ser
conocida como la Atenas de la Sierra y, por tanto, la escuela normal rural
de Molango se convirtió en semillero de hombres ilustres que destacarían
en el ámbito estatal y nacional.

Es por ello que, ante la necesidad de continuar estudiando la ideo-


logía de las instituciones formadoras de maestros, esto es, el normalismo,
y convencido que el relato de vida como fuente de investigación históri-
ca reaparece con vigor ante la falta de información documental, reúno
dos testimonios acerca de la escuela normal, asentada en las celdas del
convento de santa María y que funcionó de 1923 a 1928. Con estos testi-
monios se cumplen dos propósitos: el primero de ellos, orientar la pers-
pectiva biográfica-narrativa hacia los relatos de los alumnos, perspectiva
tan aclamada en la historia de la educación, aunque más inclinada hacia
los relatos de vida de los maestros; y el segundo, hacer una aportación a
la narrativa hidalguense pues uno de los relatos proviene de una magnífi-

38
ca novela de costumbres molangueñas. Leamos pues, a Samuel Lugo con
“¡Aquella normal!” y a Eleuterio Espinosa con “Un donjuán criollo”.

¡Aquella normal!

Conocí Molango en 1923. Era domingo de carnaval cuando, en las pri-


meras horas del día, mi padre, Nati mi hermana, y yo, nos internamos en
su caserío por el rumbo de Atezca, ya que veníamos de Jacala. Hubimos de
conquistar la pendiente de abajo hacia arriba y, por razones de topografía
nos privamos de una panorámica generosa.

El objeto exclusivo de nuestro viaje era el de inscribirme en la Es-


cuela Normal Rural que días antes habíase fundado en ese bello rincón
hidalguense. A buen temprano del lunes 24 del mismo mes de febrero, nos
dirigimos al edificio donde anidaba la incipiente escuela. Ante la mesa de
inscripciones no pronuncié una palabra, fue mi padre quien me introdujo
diciendo: “se llama Samuel Lugo, aquí está su certificado de instrucción
primaria y demás documentos”. Por todo comentario se me indicó que
pasara a incorporarme al grupo. No dejó de impresionarme aquel caballero
que fungía de secretario, por sus distinguidos morales y afabilidad en el
trato. Me instalé en una banca de fierro, un poco alta para mi tamaño. Un
joven moreno de rostro redondo, de Tlahuiltepa, me preguntó con melo-
sidad: “¿de dónde vienes?”, de Jacala, respondí con voz opaca. Mi inter-
locutor era nada menos que el actual licenciado Salvador Escamilla, y el
secretario, el eminente maestro don Emilio Vite.

39
Una tarde, memorable en mis añoranzas, se presentó en el salón
don Casimiro Velasco, agradable, jovial, comprensivo. Iba en funciones
de embajador, pues su propósito era presentarnos a alguien que le acom-
pañaba: era el profesor Erasmo Ángeles, de quien observé que nos lanzaba
a todos su mirada escrutadora, con su pelo rizado y oscuro, su traje café
que contrastaba con aquella tarde atiborrada de niebla. Don Casimiro, con
solemnidad moderada pronunció su frase final: “Ahora es suya la palabra,
profesor Ángeles...”; un hálito de ansiedad infló la pausa de espera..., pero
aquel hombre enigmático se limitó a decir con firme acento: “si trabaja-
mos a conciencia saldremos todos avantes. Nos veremos mañana a las
ocho. Nuestra única clave será el trabajo”. Y se separó sin más ceremonia
ni cortesía. En el suspenso, que lógicamente siguió a esta escena trascen-
dental, Héctor Castillo, ya inscrito como alumno, embutió su sentencia
graciosa: ¡’ora sí...!, reímos todos y nos fuimos a casa.

Al día siguiente los estudiantes molanguenses comentaban todos la


noticia: ahora viene Salvador; ya viene Erasmo. Galdino borró amable-
mente mi gesto interrogante diciendo: “es el profesor Salvador Espinosa;
viene de México como director de la normal”. Y en efecto, al poco rato, y
en forma sorpresiva se situó frente a la clase un joven de acción resuelta,
que sin preludio alguno inició un pequeño reconocimiento. No fue proble-
ma para mí la observación que tuve sobre su persona. Consciente sin duda
de la categoría de su puesto, había dado a su semblante un brochazo de for-
malidad, pero le traicionaba la mirada amable y aquella boca elástica era
de inequívocas a propensión a la risa, sana, espontánea. Caminaba de un
lado a otro y con voz clara y sonora dirigía la palabra, de preferencia a las
filas de atrás. Cuando dio por concluido aquel balance rápido de nuestras
capacidades, apagó un poco su voz y agregó en tono familiar: “si alguna
dificultad tienen, sobre todo los elementos que vienen de fuera, háganla
saber para que tratemos de subsanarla”.

A continuación, presentáronse los maestros que habrían de confor-


mar el cuerpo docente. El profesor Marcos Velasco, atlético ciento por
ciento en su constitución, siempre sereno y bien dispuesto. Jamás vimos
40
agrietarse su personalidad por algún abrupto. El profesor Rafael Carranza
Barrera, maestro de varias generaciones. El profesor Fernando Galviatti,
italiano, experto en agricultura y muy versado en economía doméstica.
Don Severo González, quien puso en nuestras manos pinceles y paletas;
íbamos a pintar bajo su dirección. Don Gildardo M. Salguero, maestro de
extensa cultura y de magnifica posición para servir a la juventud. Esperan-
za González Ramírez, dama muy distinguida que con el sueldo de $2.50
diarios impartía utilísimos conocimientos de cocina y repostería.

A la par que se atendía el aspecto científico, se proveyó al salón del


material necesario para dar comodidad en las labores, hasta conseguir la
distribución definitiva de los lugares. Estaba ya así integrado el contingente
fundador de la Escuela Normal Rural de Molango, Hgo., que pronto ha-
bría de convertirse en una familia escolar de firme cohesión, en donde los
problemas individuales tomaron siempre el carácter de interés general. No
hubiera sido posible herir a una sola unidad sin provocar un bravo impacto
colectivo. Vendrían generaciones más numerosas y quizá vibrantes, pero no
podrían robarnos el legítimo orgullo de haber plantado la bandera inicial.
Éramos pocos en número, y tal vez por eso cada uno en particular se con-
sideraba como fuerza contratada para vigorizar la casa de estudios, tierna
todavía, pero con raíces saludables y vigorosas promesas de ramificación.

He pedido el auxilio de Raquel y Aurora González, para traer a la


memoria sin que falte ninguno, a todos los compañeros. Los hemos orde-
nado alfabéticamente. Ellos son: Adolfo Espinosa, Alfonso Acosta, Alicia
Carranza, Alicia Castillo, Ángela Mercado, Armando Carballo (oyente), Ar-
turo Castillo (oyente), Aurora González, Benigna Anaya, Epifanio Medina,
Galdina Vite, Gaudencio Morales, Héctor Castillo, Hilda Velasco, Horacio
Ramírez (oyente), Humberto Carranza, Humberto Montaño, Ignacio Acos-
ta, Jesús Valencia, Jesús Vite, Juana Belío, Juliana Silva, Manuel Espinosa,
María Carballo, Ma. Concepción Sarmiento, Ma. Natividad Lugo, Marieta
Belío, Moisés Castillo, Raquel González, Raúl Lozano Ramírez, Rosa Án-
geles, Rosalía Acosta, Salvador Escamilla, Samuel Lugo Nájera y Samuel
Vargas. Treinta y ocho en total.
41
En nuestro incomparable y numeroso bagaje de recuerdos de “aque-
lla normal”, ¿quién puede olvidar la primera melodía que aprendimos de
los labios del maestro Erasmo Ángeles, “Princesita de los ojos azules”?
Quién no recuerda la dulce canción puesta por el maestro Velasco: “sin tu
amor yo en el mundo viviría triste y solo”? En los orfeones que se inte-
graban para cantar las canciones de moda, Raúl Lozano y yo, compañeros
de banquillo y amigos inseparables, estirábamos la voz en la escala de los
sopranos. Bien merecíamos el mote con el que el grupo nos distinguió
desde un principio: “los monaguillos”.

El cuadro de asignaturas, nada ampuloso, llenaba las funciones de


preparar a maestros en el medio rural, y no sólo, sino en el semiurbano:
lengua nacional, aritmética, geometría, psicología pedagógica, geografía
patria y americana, historia patria y universal, historia natural, sociología,
pequeñas industrias, agricultura, dibujo, pintura, gimnasia y deportes, can-
to, organización escolar y práctica de la enseñanza. Inolvidable escuela
normal de Molango, semillero de inquietudes, despertar de aspiraciones,
impulsora generosa de las más nobles y constructivas ambiciones yo te
admiro como ayer, como hoy y como siempre. México D.F., febrero de
1974.9

***

Un donjuán criollo (fragmento)

Hace ya muchos años, cuando se crearon las escuelas normales rurales en di-
ferentes estados de la República, tocó el honor de que un pueblito enclavado
en el corazón de la sierra hidalguense, se inaugurara la primera, no obstante
que ni con local ni maestros suficientes contaba. Pero esto no importaba. Lo
importante era que un prominente maestro originario del pueblo, señor Re-
fugio Belío, bien relacionado como estaba con las altas autoridades de la Se-
cretaría de Educación Pública, consiguió que se estableciera en su tierra, la
primera de esas escuelas que tan buenos resultados dieron: un semillero de
9 Publicado originalmente en: Lugo, Samuel, “¡Aquella normal!”, Ventana. Mensaje hidalguense, año ii, no. 4, agosto
1974.
42
competentes maestros, que en el transcurso de sus vidas, algunos y algunas
se convirtieron en médicos, abogados, aunque buen número de ellos y ellas,
pues en las normales estudiaban hombres y mujeres, no hicieron otra carre-
ra. Sin embargo, siempre trataron de superarse, logrando puestos relevantes.

En aquellos tiempos, en el referido pueblito ni siquiera se conocían


los coches, por lo que el medio de transporte era a caballo, en mula, en burro
o a pata. Por eso, por estar incomunicado no dejó de causar sorpresa que
se estableciera una escuela de tal magnitud. Pero no era por casualidad ni
por capricho del maestro bien relacionado que lo consiguió.  Se tomaron en
consideración dos factores.

Primero: su lejanía de las ciudades en comunicación con las mismas.


Segundo: se trataba de un pueblo culto, el más culto de la región en el que un
elevado número de sus jóvenes emigraba y sigue emigrando a las ciudades
para estudiar, para hacer carrera como orgullosamente decían los padres de
los estudiantes.

La cultura de este pueblo se manifestaba claramente por sus contras-


tes, pues mientras en otros a no más de tres leguas de distancia, los vecinos
se dividían en dos partidos por intereses políticos y económicos de los ne-
fastos caciques y se mataban unos a otros, haciéndolo no de hombre a hom-
bre, de frente, sino venadeándose en frecuentes y repugnantes emboscadas;
decía que mientras esto sucedía, en el pueblo todo era paz y tranquilidad sin
que se supiera jamás de un asesinato y, era de esperarse porque su gente era
culta, pacífica y trabajadora. Esto es, era civilizada.

Pues bien, y como decía, no se contaba con local para la escuela, por
lo que la autoridad municipal puso a disposición del director de la misma el
teatro que de inmediato fue adaptado con bancas rústicas hechas con tablas
donadas por la gente siempre dispuesta a colaborar. Como coincidencia, el
director designado por la secretaría de educación era nada menos que un
estudiante que emigró la capital en donde terminó, junto con otros dos de sus
compañeros, la carrera de maestro.

43
Así es que el pueblo se sintió satisfecho y orgulloso que tres de sus
paisanos fueran los maestros, los primeros maestros comisionados para
trabajar en la naciente Escuela Normal Rural. Cuando se conoció la noti-
cia, no menos de cien muchachos y muchachas llegaron a inscribirse para
hacer la carrera de maestro rural. Procedían de pueblos cercanos y lejanos
por lo que constituyeron una verdadera novedad. Se les veía con curio-
sidad pues vestían sus mejores “trapitos”, aunque al andar, el rechinido
de sus zapatos acusaba su presencia, y…, también llegaron “pránganas”,
“brujas”, por lo que les era imposible alojarse en el único hotelito que ha-
bía. Además, no cabían pues sólo contaba con diez cuartitos.

Así es que, por razón natural, empezaron a buscar casas particulares


donde les dieron comida y alojamiento, lo que consiguieron en la fan-
tástica suma de quince pesos y hasta con lavado de ropa mensualmente.
Instalados e inscritos ya, empezaron las clases a las que también asistían
muchachas y muchachos de lugar. Todo era alegría, todo era entusiasmo,
bullicio, conociéndose unos a otros, unas a otras y unos a otras, surgiendo
de inmediato una franca camaradería que, tiempo después, dio origen a
numerosos noviazgos que escandalizaban a los vecinos por pasearse en la
plaza, aunque el lugar preferido en el cementerio, antiguo cementerio con-
vertido en jardín, limitado por dos hileras de preciosos truenos que forman
una preciosa y fresca calzada cuadrangular entre la iglesia, al oriente, y el
famoso campanario, al poniente, desde donde se admiran las anfractuosi-
dades de las montañas con los rugientes ríos en sus barrancas flanqueadas
por gigantescas ceibas. Por cierto, que estos preciosos y añosos truenos
fueron donados y enviados desde Huauchinango, Puebla, por el sacerdote
Manuel Espinosa Silva.

¡Qué maravillosos, qué gratos al oído eran los conciertos que daban
por las tardes los miles de gorriones que revoloteaban en las ramas de los
truenos! Ahí cantaban sus idilios, sus romances, que culminaban con la
construcción de un nido donde nacerían xolotes, dos, tres y hasta cuatro
polluelos que, al emplumar y crecerles las alas, lo abandonarían empren-
diendo el vuelo al infinito, a las cimas de los majestuosos cerros que, cual
44
guardianes, rodean al pueblo culto y generoso. Como sucede en todas las
escuelas, pronto surgieron los apodos a cual más ingeniosos como: el Chi-
vo, el Loco, el Catallás, el Chillón, el Gato, el Zopilote, la Catahuila, la
Lechuza, el Nicho, la Cucaracha, el Negro, el Morcón, la Calavera, el
Catoce y otros, llamándose así sin que se molestaran en lo más mínimo.
Pronto se hizo famosa la escuela por las veladas y bailes que organizaban
y por las parrandas que corrían llevándoles gallo a las novias.

Por su parte los maestros, jóvenes como eran y encabezados por el


director, se reunían con frecuencia con sus amigos en un kiosco de ma-
dera que existía en la parte sur de la plaza y era ni más ni menos que
un changarrito donde vendían tibico, jabón del chivo, cigarros cuachates,
gondumbios, axocol, cerillos, velas de cebo y principalmente aguardiente
y cerveza dos equis. Fueron reuniones memorables, alegres, bullangueras
por la música, las canciones y las carcajadas que se oían en toda la plaza;
pero…, nunca se suscitó un disgusto, un pleito. No en balde eran gente de
un pueblo culto, civilizado. Si de algo nos sentimos satisfechos y orgu-
llosos, muy orgullosos, es que Molango es tierra de hombres. ¡No, no; de
machos no! Simplemente de hombres.10

10 Publicado originalmente en: Espinosa Ángeles, Eleuterio, Se lo conté a la a luna (Cuentos que yo soñé), México,
El autor, 1984, 217 p.
45
El primer carro en Molango
Un día, el viejo anhelo de los pueblos serranos por estar comunicados, y
con ello llegara el progreso mismo, se cumplió. No por nada, el encabe-
zado de la fotografía que inmortalizó el acto reza: “Molango en el primer
paso al progreso”. Al ser un pueblo serrano, las carreteras difícilmente
llegaban, había que abrir montañas y sortear barrancos. Ya desde 1853,
Fernando Soto señalaba la idea de comunicar la Ciudad de México con
Tampico de cuyo camino atravesaría el extenso estado de México. Tuvo
que pasar mucho tiempo, el primer tercio del siglo xx cuando el gober-
nador Bartolomé Vargas Lugo emprende la titánica tarea de abrir una
carretera que comunicara la Sierra y la Huasteca pues los viajes a Pa-
chuca eran de días enteros. Gobernadores y presidentes iban y venían y
la carretera avanzaba o se detenía según sus intereses o el dinero que
hubiera disponible.

Fue tal el acontecimiento que Donaciano Serna Leal, profesor nor-


malista y gobernador interino del estado de 1971 a 1972, dedicara una obra,
Los quince mil días, para relatar las penurias, éxitos, sinsabores y triunfos
que dejó la carretera, iniciada en 1933 por el gobernador Bartolomé Vargas
Lugo y concluida por Manuel Sánchez Vite, entonces gobernador, y también
originario de Molango. Contaba don Chanito, como se le conocía, que fue
tanta la emoción por la terminación de la carretera que se dio la tarea de
investigar datos y anécdotas para recrear los quince mil días, en alusión
al tiempo que tardó en construirse, sobre todo, por haber sido testigo de la
llegada del primer auto a Molango. Todos eufóricos y a la vez sorprendidos
vieron por primera vez el paso de un móvil de combustión interna. La gente
se agolpaba. Fue una gran celebración al progreso. Incluso, en la imagen
del suceso que captara don Beto González, aparece Chanito a la edad de
quince años. Gustaba contarle a su hijo Gonzalo la siguiente anécdota:

Cuando avisaron por medio de cohetones, que el auto se aproxi-


maba proveniente de Xochicoatlán, los vecinos se apresuraron a
salir a su encuentro. Algunos, como mi padre, llegaron tarde a la

46
entrada del pueblo y vieron que la gente venía de regreso, con
prisa. Le preguntaron a don Chayo, un viejecito más que octage-
nario: “Don Chayo, ¿Ya pasó el carro (ese era el nombre que se
le daba y aún hoy, a todos los vehículos de cuatro ruedas)?” Y el
vejecito contestó: “Uy, ya pasó, iba tan rápido que no le vi las pa-
tas a los caballos. Bueno, ¡ni a los caballos vi!

Son estos hombres y personajes los protagonistas de una historia


que merece contarse. Es la historia de los pueblos, de su pensamiento, de
su momento histórico y el espacio social que les tocó vivir: la llegada de
aquel auto hizo que los molangueños, más que nunca, cambiaron su forma
de ver el mundo: el progreso mismo.

A todos nos intrigaba el lugar por donde habría de llegar el camino, pero
pronto se despejó la incógnita: los ingenieros que hicieron los trazos, y que
se habían trasladado a Molango, nos dijeron que éstos estaban hechos arri-
ba del cerro Podrido. Más tarde, al hacer la rectificación, pasaría el camino
atrás del cerro de la Campana y abajo del cerro Podrido.

Venciendo lluvias torrenciales, la obra avanzaba. Violadores de la


virginidad de las montañas, los barreteros hundían sus barrenos hasta lo
más profundo: luego de hacer veinte o treinta perforaciones, las cargaban
con dinamita y preparaban la tronada, avisando a peones y caminantes
para que tomaran las debidas precauciones. Sin embargo, hubo veces que
en un pequeño descuido, una falla en el cálculo de tiempo en que el fuego
avanzaba por la cañuela, una ligerísima entretención, dejaba a los propios
barreteros o peones a descubierto, con las más funestas consecuencias:
gentes sepultadas por un alud de toneladas de piedra desgajadas del cerro,
que no volverían a ver la luz, o heridas de gravedad. A estos hombres
humildes, que dieron su existencia en el trabajo, para quienes no hay una
placa que recuerde su sacrificio, mi sincero homenaje. La tronada era para
nosotros, estudiantes adolescentes, diversión interesante, pues antes de es-
cuchar el tronido de las cargas de dinamita (la transmisión del sonido es
lenta si se le compara con la luz), veíamos la explosión, el desgajamiento

47
de los cerros y los innúmeros pedruscos de todos tamaños, que volaban
por el aire. Los trabajos de Xochi para Molango, continuaban. Halagüeñas
eran las noticias: ─ ¡Ya pasaron de Coachula!─, ─ ¡Vienen arriba de Aco-
mulco!─, ─ Llegaron al cerro Podrido─.

A poco, al llegar al puertecito que conduce a Acomulco, se es-


cuchó, en la diafanidad de la atmósfera, el roncar del primer motor de
combustión interna. Para los pueblerinos, significaba una vida nueva, pre-
cursora del progreso. El ruido del primero de esos motores, era un canto
a la civilización. Una tarde se extendió la noticia en el apacible poblado,
como reguero de pólvora:

─ ¡Ya viene, ya viene!─

─ ¿Qué viene?─

─ ¡El carro!─

Toda la gente, emocionada, corrió rápidamente hacia la salida del


pueblo. Algunos se quedaron por la calle, por la que pensaban que iba a
pasar el vehículo. ─ ¡Miren, allí está!─

Y efectivamente, allá arriba, dando tumbos y tocando su bocina,


venía el automóvil Dodge, placa 58469-hgo, tripulado por el ingeniero
Fermín Iracheta, quien dirigía los trabajos del camino, y acompañado por
los señores Isauro Gómez y Hubert Skertchly. El carro llegó a la población,
en medio de vítores y aplausos de todos los pueblerinos, que respetuosos
y emocionados, formaban una especie de valla. Alguien se consiguió unas
docenas de cohetes que atronaron en el aire y sirvieron para llamar la aten-
ción de los campesinos que estaban en sus labores. Las campanas fueron
echadas a vuelo, y la gente toda, en tumultuosa manifestación, siguió al
vehículo y a su conductor hasta el centro de la población. En ese momen-
to histórico para los molanguenses, el reloj parroquial dio la hora: tan…
tan… tan… tan… tan… ¡Las cinco de la tarde del 27 de noviembre de
1934! Los molanguenses se abrazaron emocionados; poco faltó para que

48
pasearan en hombros al conductor. ¡Por fin, llegaba por vez primera, un
coche a nuestra tierra! De ahí en adelante, todo se facilitaría. La carretera
pavimentada, decían los mayores, sería cuestión de dos o tres años; de po-
cos meses, afirmaban los optimistas. Alguien debía tomar la palabra para
expresar la profunda emoción del pueblo y la trascendencia del hecho.

─ ¡Que sea la autoridad!─

─ ¡No! Mejor el director de la escuela─

─ El padre Martiniano…─

─ Sí ¡Que sea el padre!─ expresaron muchos.

Joven y de complexión atlética, el padre Martiniano, se trepó so-


bre el capacete del carro e improvisó un formidable discurso cívico. Habló
del progreso; se refirió a los beneficios de la revolución; hizo mención al
gran esfuerzo realizado por el gobierno al construir este camino y, final-
mente, expresó los agradecimientos del pueblo de Molango, a las autorida-
des superiores y a los ingenieros, contratistas y peones, que habían hecho
posible esta obra. Finalmente, hablando en representación de la región,
pidió al gobierno que continuara los trabajos hacia la Huasteca, en la que
“hay cientos de pueblo y miles de personas que se beneficiarán con esta
hermosa carretera”. Esta fecha, dijo para concluir, debe ser histórica. No
debemos olvidarla: 27 de noviembre de 1934.11

11 Publicado originalmente en Serna Leal, Donaciano, Los quince mil días, México, El Autor, 1975, 188 p.
49
Segunda parte
Apuntes para escribir
la historia molangueña

50
Rasgos de la molangueñidad:
investigación y difusión de su historia
José Eduardo Cruz Beltrán

De los municipios que integran la Sierra Alta, es Molango, el más estudia-


do en cuanto a investigación y difusión histórica se refiere. Probablemente
le sigan detrás Zacualtipán y Tianguistengo y apenas incipientes Eloxo-
chitlán y Juárez Hidalgo; lo mismo puede decirse de Lolotla, Xochicoat-
lán, Calnali y Tlanchinol; y en menor grado Tepehuacán y Tlahuiltepa. En
la tarea de recuperar la memoria histórico-local del municipio, se perciben
claramente varias maneras de abordar la historia, lo cual está íntimamente
relacionado a las ideas, intereses y motivaciones de sus autores, y desde
luego, influidos por la época en que les tocó vivir. En este sentido, este
documento pretende un acercamiento a lo realizado en materia de investi-
gación y difusión en el municipio de Molango, muchas de ellas resultado
de iniciativas personales en las que se evidencian los rasgos afectivos a
esta localidad serrana.

Descripciones geográficas y estadísticas

Un buen punto de partida y de guía para todo aquel interesado en conocer


la historia molangueña es lo referente a los informes geográficos y esta-
dísticos. En la época colonial se menciona a Molango y sus pueblos ve-
cinos, algunos ya desaparecidos en la actualidad, cuántos habitantes y su
distancia en leguas; dichos informes se encuentran en a) Papeles de Nueva
España. Segunda serie: geografía y estadística en el apartado “Pueblos en
cabeza de su majestad”, b) la Relación de los obispados de Tlaxcala, Mi-
choacán, Oaxaca y otros lugares del siglo xvi, c) el Teatro americano de
José Antonio Villaseñor y Sánchez, y d) el informe de Gabriel de Chávez,
“Relación de la provincia de Meztitlán y su jurisdicción”. Hacia 1869, el
tulancingueño Manuel Fernando Soto publica sus Noticias estadísticas de
la Huasteca y una parte de la Sierra Alta formadas en el año 1853 con la
intención de mostrar la producción agrícola, maderera, pesquera, de flora
y de fauna de los pueblos de dichas regiones. Para el caso de Molango des-
51
taca desde entonces los depósitos ferrosos en las comunidades de Malila
y Zacapetlaco que darían a la región, con el tiempo, una gran explotación
minera; y la necesidad de comunicar a estas poblaciones a propósito de
unir el centro del país con los puertos del Golfo.

Obras monográficas

Considerado como el primer microhistoriador del municipio, don Gildar-


do M. Salguero compuso su Historia completa del distrito de Molango. Su
obra se divide en cuatro épocas que son los tomos que componen su obra.
La primera desde los tiempos prehistóricos hasta 1536; la segunda desde
1536 a 1812, año en que la población sucumbe a una peste; la tercera de
1812 a 1871 año en que se convierte en distrito; y la cuarta de 1871 a 1947,
año en que termina sus apuntes. Lo referente a la época prehispánica se
caracterizó por darle rienda suelta a la fantasía al no existir evidencia de
ninguna fuente fidedigna y cuyos acontecimientos se tienen como muy
poco confiables. Consciente de ello don Gildardo aclara: “[…] está basada
únicamente en la tradición porque poco o nada se ha escrito, y si algo ha-
bía, esto pereció en los repetidos incendios que ha sufrido nuestro pueblo.
Por esto, puede darse crédito o no a lo escrito en la primera época”. La
obra se caracteriza por su alta concentración de fechas y datos, retomados
de tantas fuentes como haya tenido a su alcance, aunque no hace mención
de ellas.

La obra de Salguero sirvió de base para nuevos trabajos como el de


Jesús Ángeles Contreras, Monografía del municipio de Molango (1992),
ganadora del concurso “Este es mi municipio”, y cuyos temas que mayor
peso ocuparon en su investigación fueron la etimología de Molango (don-
de analiza en primer lugar los nombres que le habían dado a la población
y después descompone la palabra para concluir que es Molango “lugar de
mole”), la evangelización agustina, las biografías de Felipe Ángeles padre
y el notario Jesús Silva y la revolución mexicana. Finalmente se ocupa de
las actividades económicas, tradiciones, turismo y personajes notables del
municipio.
52
En 2007, José Eduardo Cruz se dio a la tarea de hacer un nuevo
trabajo de investigación sobre el municipio en el que permanece la incli-
nación por la evangelización agustina, de ahí el título: Molango, su histo-
ria y su convento; se habla un poco más sobre los focos insurgentes, los
molangueros y la captura de Pascasio Ortiz de Letona quien fue enviado
por Miguel Hidalgo como ministro plenipotenciario a los Estados Uni-
dos. El trabajo de Eduardo Cruz incursiona en las fiestas patronales, de
semana santa, gastronomía y, sobre todo, un estudio del convento basado
en los profesionales del arte y la arquitectura. El trabajo no contiene una
introducción geográfica como suele hacerse para las monografías locales
y hasta la fecha permanece inédito; no obstante, se han dado a conocer dos
extractos de dicha obra: uno de ellos en 2008 con el título “La evangeliza-
ción agustina en Molango por fray Antonio de Roa” y que fue publicado
en una memoria electrónica a propósito del Segundo Encuentro de Histo-
ria y Antropología de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, y
un opúsculo titulado Fiestas y celebraciones en Molango editado en 2013
por el ayuntamiento del municipio y el Centro Estatal de Lenguas y Cul-
turas Indígenas (celci) en donde se describen y explican las celebracio-
nes de semana santa y la fiesta patronal a Nuestra Señora de Loreto en la
cabecera, así como la fiesta del elote en la comunidad de Cuxhuacán, éste
último con la colaboración de Rufina Gómez Soto, del equipo de investi-
gación del citado centro.

Otro punto que ha generado debate es el surgimiento de la idea, a


propósito de la fiesta patronal de la virgen de Loreto, que esa imagen fue
la primera imagen de la virgen en toda la Nueva España y que fue traída
por Antonio de Roa, cuando en realidad la advocación original fue Santa
María Molango y que probablemente, en su proceso de secularización, pá-
rrocos en vez de frailes, haya cambiado el nombre. Los trabajos de Rabin-
dranath Hernández López van referidos a ello. Otro dato que ha generado
confusión ha sido la fecha de fundación del convento, entre 1536 y 1538,
cuando de acuerdo con autores como Alipio Ruiz Zavala y Guadalupe
Victoria se tiene como fecha 1546 y esto es porque a la llegada de Antonio

53
de Roa en 1536, pasó un año entero sin éxito en la conversión cristiana
de los pobladores; sucede luego la retirada al convento de Totolapan que
es cuando decide regresar y finalmente logra entonces la edificación de
monumentos religiosos comenzando por el de Molango. La falta de inves-
tigaciones serias y la escasa documentación al respecto ha generado que
en Molango sean varias las inconsistencias en los datos y acontecimientos.
Las obras monográficas por lo general han sido realizadas por personajes
cercanos a Molango, ya por ser originarios o ya por alguna relación con el
municipio en el que por supuesto, hay un gran peso afectivo, y con ello se
mantiene vigente lo dicho por Luis González cuando dibuja el perfil del
microhistoriador: “la gran mayoría se habrá metido por simple nostalgia y
amor a la familia y al terruño. Los más de los microhistoriadores son ori-
ginarios del villorrio. La actitud romántica sigue siendo el motor principal
de la microhistoria”.12

Periodo mesoamericano

Para el periodo mesoamericano la información ha sido más escasa. Ha


tenido que recurrirse a una investigación con amplitud regional para poder
comprender al Molango prehispánico, en este caso, su participación en
torno al señorío de Metztitlán. Hay por lo menos tres trabajos, con un en-
foque etnohistórico: el primero, Los señoríos independientes del imperio
azteca (1968) de Claude Nigel Byam Davies, señala que Mollanco no fue
conquistado por los aztecas y que se mantuvo fiel al señorío independiente
de Metztitlán que, en efecto, contuvo siempre las intenciones de conquis-
ta de dicho imperio. Por su parte, el historiador español Rossend Rovi-
ra, con su trabajo “Élites locales y economía política en la Mesoamérica
posclásica: el caso de Molango” (2010), años después refuta la ideal de
Nigel Byam y propone que, si bien fue dependiente de Metztitlán, Mo-
lango mantuvo relaciones políticas y económicas (principalmente con el
algodón de Ixcatlán) con la Triple Alianza, con Huejutla y con el valle de
Tulancingo esto, en función de su ubicación geográfica como paso del

12 Luis González y González, Invitación a la microhistoria, México, Secretaría de Educación Pública, 1973, p. 21
(Sep-setentas, 72).
54
centro a la Huasteca y al golfo de México así como por su composición
lingüística que la emparentaba con los hablantes de dichas regiones. El
auge de Molango en la época prehispánica coincide con el detrimento en
categoría política de Malila que era un punto estratégico importante para
el señorío de Metztitlán y por ello, Rovira señala que fue donde los agus-
tinos consideraron como el centro más influyente y del que debían partir
todas sus misiones a lo largo de la Sierra Alta.

Para el caso de Malila debe consultarse el trabajo de Federico Fer-


nández Christlieb en Territorialidad y paisaje en el altépetl del siglo xvi
(2006) que señala a esta comunidad como parte de la organización comu-
nitaria del señorío y que dado su enclave en una hondonada, su disposición
urbana no estaba acorde a los establecido en la época colonial de que los
enclaves fundacionales estuvieran en lugares cercanos a los caminos y por
tanto, la sede política de Malila es trasladada a Lolotla que como vemos
actualmente, se emplaza sobre un lomerío. Las encomiendas de Molango
y Malila son referidas en Geografía histórica de la Nueva España 1521-
1821 (1980) de Peter Gerhard; lo referente a la evangelización agustina en
la Historia de la provincia agustiniana del santísimo nombre de Jesús en
México (1981) de Alipio Ruiz Zavala.

Fuera de la esencia legendaria que se le atribuye, la mención del


dios Mola abre la puerta de nuevas estudios. Autores como Víctor Manuel
Ballesteros y Jesús Ángeles Contreras cuestionan su existencia, convenci-
dos de que es una leyenda y basados en que el nombre de Mola fue creado
para exaltar la figura de Antonio de Roa e incluso para sugerir que de ahí
provenía el nombre de Molango; señalan que se trata de Tezcatlipoca “el
nombre del más principal ídolo que adoraban en Metztitlan” a cuyo señorío
pertenecía Molango.13 Lo cierto es que dicho petrograbado ha dado nuevas
pistas para reconstruir la historia prehispánica de nuestro municipio en
tanto señala una posible asociación con las corrientes de agua o el ciclo de
lluvias representada en la serpiente enroscada que aún puede percibirse a

13 Víctor Manuel Ballesteros, “la Historiografía agustina y el actual estado de Hidalgo”, p. 51; Jesús Ángeles Contreras,
Monografía del municipio de Molango, p. 30.

55
pesar de la humedad y la intemperie; y de acuerdo con esto, su caracterís-
tica topográfica que le brinda un panorama hacia las aguas de Atezca, cuya
raíz, tézcatl: espejo, la asocia nuevamente con Tezcatlipoca.14

Historia del arte

Era la década de los cuarenta cuando en México, producto de una revalo-


ración de la mexicanidad, surge un interés por el arte desde sus distintas
aristas ya desde lo popular, lo prehispánico, hasta los conceptos de arte
traídos desde Europa como el románico o el barroco. En este sentido, el
mayor interés que se tiene historiográficamente sobre Molango ha radica-
do aquí, en la historia del arte, dada la importancia que tiene el convento
agustino y sus capillas del siglo xvi. En general, a lo largo del estado de
Hidalgo, el interés de los historiadores se ha volcado precisamente a la
etapa que conocemos como la evangelización o conquista espiritual, y,
por tanto, los estudios que a continuación menciono forman parte de esa
tendencia. Cabe señalar, que son los más representativos y que incluyen a
nuestro municipio en obras de carácter general.

Las obras generales incluyen a Molango desde un análisis social,


esto es, desde quién realizó su construcción, hasta los factores sociales y
económicos que la produjeron como el caso de Arquitectura mexicana del
siglo xvi (1948) de George Kubler quien señala en su obra cómo influyeron
dichos factores para determinar los estilos artísticos de acuerdo con la épo-
ca. Con un carácter más informativo y descriptivo se encuentran las obras
de Diego Angulo, John Mc Andrew y Pablo C. de Gante: Historia del
arte hispanoamericano (1945), Open-air churches of the sixteenth century
Mexico (1948) y Arquitectura de México en el siglo xvi (1954), respectiva-
mente, aunque esta última con algunas deficiencias en las interpretaciones
artísticas y en la terminología. Por cierto, el norteamericano McAndrew
escribiría que Molango es “sin ninguna exageración, uno de los sitios más
hermosos en el mundo”. Otro texto, considerado como clásico entre los
estudiosos del tema, es el de Manuel Toussaint Arte colonial en México

14 José Eduardo Cruz Beltrán. “La pintura rupestre en la Sierra Alta del estado de Hidalgo…”, p. 264.
56
(1948), por ser el pionero en los estudios del arte en el país y fuente básica
los que se inician en la disciplina; incluye algunas referencias al convento
agustino de nuestro municipio. Estos autores resaltan el género de espada-
ñas exentas como únicas en el país, la tracería de la ventana del coro, de
los pocos ejemplos existentes junto con Yecapixtla y Atotonilco de Tula;
asimismo, se desmiente la versión que en el convento fue construido sobre
una plataforma prehispánica como sí lo fue para construir la capilla de San
Miguel, cuyo entorno es considerado el primer asentamiento poblacional.

Con temáticas más específicas, se encuentran los trabajos de Elisa


Vargaslugo Las portadas religiosas de México (1983), que le otorgan a la
portada del convento de Molango un estilo tequitqui, la combinación de
estilos europeos con acento indígena, así como Las capillas posas de Mé-
xico (1950) de Raúl Flores Guerrero que considera las capillas posas que
existieron en el atrio molangueño y que por el tiempo y las condiciones
climáticas se vinieron abajo. En dichas capillas se “posaban” las imágenes
durante las procesiones, aunque a juzgar por quienes la conocieron, aún en
pie, posiblemente se trató de una capilla abierta o capilla de indios.

Ya de carácter regional, obra monumental y referencia obligada por


antonomasia, es el Catálogo de construcciones religiosas del estado de
Hidalgo (1940-1942); lo es en tanto fue obra pionera en su género para
todo el país, privilegio que sólo comparte con el catálogo similar para Yu-
catán y que fundó a partir de su publicación nuevas formas de interpretar
la historia y la historia del arte. Consiste en una recopilación de datos his-
tóricos de cada uno de los municipios del estado, una descripción, aunque
ya superada, de cada construcción religiosa, planos y apuntes gráficos bien
logrados. Fue durante mucho tiempo, y quizá lo es todavía, una fuente
imprescindible para el conocimiento histórico del estado de Hidalgo y sus
edificios religiosos. Fue elaborado por la Secretaría de Hacienda y Crédito
Público, a través de dos autoridades en la materia: Justino Fernández y
Manuel Toussaint, y de Luis Azcué y Mancera, ingeniero en jefe, cuando
el Estado mexicano catalogó los bienes muebles que había adquirido de
la Iglesia y que posteriormente funcionaría como una obra para el estudio
57
del arte en Hidalgo y que claro, contiene información histórica sustancial
del municipio. Este catálogo se propone una valoración más historicista,
es decir, hay una reflexión de las obras de arte representadas a través de la
historia y en el caso de Molango incluye referencias básicas a sus etapas
coloniales e independientes.

Por supuesto, la obra quedaría igualmente superada, y ante la nece-


sidad de una actualización surge entonces el Catálogo del patrimonio cul-
tural del estado de Hidalgo (1991-1998), publicado en ocho volúmenes,
el séptimo de los cuales incluye información de Molango. La obra fue aún
más ambiciosa porque incorpora no sólo los monumentos religiosos, sino
que también dedica espacio para el registro de sitios arqueológicos que no
habían sido estudiados como los encontrados en Molango o Ixcotla; así
como los objetos artesanales hechos en Atezca.

A diferencia de los catálogos, Los conventos del estado de Hidalgo.


Expresiones religiosas del arte y la cultura del siglo xvi (2001), ofrece
por su parte una interpretación a través del simbolismo implícito en las
construcciones religiosas en las que se incluye Molango en tanto, la dis-
posición de sus diferentes espacios cumple con el plan arquitectónico de
la época como señalar la monumentalidad de los conventos agustinos, la
ubicación del templo hacia el oriente, la función de las espadañas exentas,
entre otras. Finalmente, el estudio más detallado, hasta el momento de
los conventos agustinos de la región, es el propuesto por José Guadalupe
Victoria en Arte y arquitectura en la Sierra Alta. Siglo xvi quien desde el
punto de vista artístico analiza el claustro, la nave del templo, el atrio y los
rasgos más relevantes de los trabajos realizados por los agustinos.

Dos trabajos, más recientes, son los de José Vergara y Elisa Var-
gaslugo en los que señalan que dado el avanzado estado de deterioro del
convento no ha sido posible especificar sus dependencias como sí se ha
identificado en Actopan, Metztitlán o Atotonilco el Grande. Asimismo, se-
ñalan que posiblemente, el claustro nunca fue terminado, de ahí que en la
arcada sólo aparezcan tres de los cuatro costados. En todos los autores in-
58
fluye directa o indirectamente la figura de Manuel Toussaint: Justino Fer-
nández y Elisa Vargaslugo, quien fuera maestra a su vez de José Vergara
y José Guadalupe Victoria. Los autores extranjeros como Angulo, Kubler
y McAndrew se acercaron a Toussaint por ser entonces el único referente
del estudio del arte colonial en México.

Esfuerzos para su difusión

Hay mucha información diseminada en las fuentes de archivo y hemero-


gráficas. El archivo parroquial está a la espera de ser estudiado en tanto el
municipal merece ser recuperado. La Hemeroteca Nacional, dependiente
de la unam ofrece en versión digital copias de diversos periódicos en cuya
búsqueda, seguro encontraremos vasta e interesante información, lo mis-
mo en el Archivo General de la Nación. Por lo demás podemos decir que
la difusión de la historia molangueña es entusiasta sobre todo porque con-
junta tanto iniciativas individuales o de ciertos grupos, así como las oficia-
les. Organizaciones pioneras fueron, la Colonia Molangueña y el Círculo
Social Molanguense, agrupaciones creadas por paisanos residentes en la
Ciudad de México quienes crearon órganos de difusión con aspectos de
historia, cultura y sociales. Lo hace el cronista municipal Salvador Sustae-
ta, nieto de Gildardo Salguero, quien posee una colección de fotografías
que expone durante las fiestas patronales del ocho de septiembre; y no es
para menos: la memoria gráfica molangueña es vasta, así lo confirma la
recopilación de alrededor de 250 fotografías digitalizadas por iniciativa
del profesor Nestor Velasco Villegas, colección titulada Molango del re-
cuerdo. Germán de la Vega Hernández, hijo de Elfego de la Vega, quien,
al emular los incansables esfuerzos que hiciera su padre en la década de
los setenta, continua con las gestiones para la conservación y protección
de la primitiva capilla del barrio San Miguel, así como el proyecto del es-
tudio-museo Antonio de Roa en la calle de Hidalgo donde exhibe la obra
pictórica de don Fego. Ha surgido por parte de Octavio García Ábrego el
proyecto “Los hijos del Mole” que a través de documentales y exposicio-
nes fotográficas en redes sociales busca dar a conocer a los internautas,

59
aspectos históricos y culturales; por el lado de la prensa escrita lo hace la
revista El chicoyote que es una publicación de cultura y sociales acerca
de varios municipios de la Sierra Alta. Finalmente cabe señalar que hay
muy poco estudiado sobre las comunidades vecinas. Destaca el trabajo
que realizara Heriberto Castillo Montaño sobre costumbres de Naopa así
como su autobiografía; asimismo, el trabajo de campo emprendido por el
celci en el que se visitaron las comunidades de Ixcuicuila a propósito del
descubrimiento de un sitio arqueológico, se visitó también la comunidad
de Tetipanchalco y la hacienda de Xicalango en cuyos cerros aledaños se
localizaron algunas cuevas con material arqueológico, de igual manera en
Coachula donde se encontraron temazcales así como gastronomía, y las
comunidades de Malila, Atezca, San Bernardo e Itzmolintla con capillas
novohispanas así como las columnas basálticas de Zacapetlaco. Salvo las
investigaciones sobre las capillas, incluidas en el estudio de Eduardo Cruz,
hasta el momento esos trabajos quedaron a nivel de campo y sigue pen-
diente su sistematización y redacción en un informe.

Finalmente, la bibliografía que a continuación presento no es quizá la


más completa que se tenga en materia histórica para el municipio; no obstante,
intenta exponer cuáles son algunos de los textos más representativos para todo
aquel interesado en hacer una búsqueda más exhaustiva y completa de infor-
mación. Y como considero que para estudiar cualquier municipio no debe ver-
se de manera aislada, sino que, desde una perspectiva más abierta, he puesto
algunos trabajos sobre la Sierra Alta, esto, con la finalidad de que su consulta,
con una perspectiva más amplia y menos localista, pueda contexualizar mejor
la región, y, por tanto, a Molango; asimismo sirva de estímulo para aumentar
las investigaciones locales y otros trabajos académicos y de difusión.

Bibliografía de las descripciones geográficas y estadísticas

De Chávez, Gabriel, “Relación de la alcaldía mayor de meztitlán y su jurisdic-


ción” en René Acuña, (editor), Relaciones geográficas del siglo xvi, México,
Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones An-
tropológicas, 1986. Tomo 2, volumen 7, (Serie Antropológica, 63), p. 49-75.
60
De Villaseñor y Sánchez, José Antonio, Teatro americano. Descripción de
los reinos y provincias de la Nueva España y sus jurisdicciones, México, Uni-
versidad Nacional Autónoma de México, 2005 (Nueva Biblioteca Mexicana,
159) [Primera edición, 1746. Molango en p. 218-220].

García pimentel, Luís (editor), Relación de los obispados de Tlaxcala, Mi-


choacán, Oaxaca y otros lugares del siglo xvi. Manuscrito de la colección
del señor don Joaquín García Icazbalceta. Publicado por primera vez por su
hijo Luís García Pimentel de la Academia de Historia, México, París, Madrid,
Casa del Editor, 1904 (Documentos Inéditos para la Historia de Méjico, ii)
[Molango en p. 141-143].

Gerhard, Peter, Geografía Histórica de la Nueva España. 1521-1821. Tra-


ducción de Stella Mastrangelo. México, Universidad Nacional Autónoma de
México, Instituto de Investigaciones Históricas, Instituto de Geografía, 1962
(Espacio y Tiempo, 1) [Molango en p. 192-193].

Paso y troncoso, Francisco del, Papeles de Nueva España. Segunda serie:


geografía y estadística. Suma de visitas de pueblos por orden alfabético, Ma-
drid, Establecimiento Tipográfico Sucesores de Rivadeneyra, 1905, Tomo i
[Molango en p. 114].

Rivera cambas, Manuel, México Pintoresco, Artístico y Monumental, Méxi-


co, Imprenta de la Reforma, 1883. Tomo iii, [Molango en p. 205-208].

Soto, Manuel Fernando, Noticias estadísticas de la Huasteca y una parte de


la Sierra Alta, formadas en el año 1853, México, Imprenta del Gobierno en
palacio, 1869 [Molango en p. 49-53].

Bibliografía de obras monográficas

Ángeles contreras, Jesús, Monografía del municipio de Molango, Pachuca,


Gobierno del Estado de Hidalgo, Instituto Hidalguense de la Cultura, 1992.
116 p. (Lo nuestro...).

61
Cruz Beltrán José Eduardo, Fiestas y celebraciones en Molango. Centro
Estatal de Lenguas y Culturas Indígenas, Ayuntamiento de Molango, 2013
60 p.

_______, Molango. Su historia y su convento, 2007, inédito, 104 p.

Mendoza Bautista, Efraín, Mini monografía de Molango, 1968, inédito,


12 p.

Salguero, Gildardo, Historia del Distrito de Molango, Molango, 1947,


cuatro tomos inéditos.

Textos para la época mesoamericana

Ángeles Contreras, Jesús, “Molango. Jeroglífico y etimología”, en Primer


Congreso de la Cultura del Estado de Hidalgo, Pachuca, Universidad Au-
tónoma del Estado de Hidalgo, 1970, p. 35-45.

Davies, Claude Nigel Byam, Los señoríos independientes del imperio az-
teca, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1968, 257 p.

Fernández Federico, Gustavo Garza, Gabriela Wiener, Lorenzo Váz-


quez, “El altépetl de Metztitlán y su señorío colonial temprano”, en Fede-
rico Fernández Christlieb y Ángel Julián García Zambrano (coordinado-
res), Territorialidad y paisaje en el altépetl del siglo xvi, México, Fondo
de Cultura Económica, Universidad Nacional Autónoma de México, 2006,
p. 479-530.

Peñafiel, Antonio, Nombres geográficos de México. Catálogo alfabético


de los nombres pertenecientes al idioma náhuatl. Estudio jeroglífico de la
matrícula de tributos del códice mendocino, México, Oficina Tipográfica
de la Secretaría de Fomento, 1883 [el glifo de Molango en p.144-145].

Rovira Morgado, Rossend, “Élites locales y economía política en la


Mesoamérica posclásica: el caso de Molango (señorío de Metztitlán)” en
Revista de Indias, Madrid, no. 249, v. lxx, mayo-agosto 2010, p. 525-550.

62
Textos para el estudio de la evangelización agustina

Ballesteros García, Víctor Manuel, “La historiografía agustina y el ac-


tual estado de Hidalgo” en ¿Qué hacer con 500 años de historia? Segundo
simposium, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, Acade-
mia Regional de Historia, 1991, p. 49-56.

Cruz Beltrán, José Eduardo, “La evangelización agustina en Molango,


Hidalgo por fray Antonio de Roa en el siglo xvi” en Thelma Camacho
Morfín (coordinadora), Memoria del segundo seminario de investigación
en historia y antropología, Pachuca, Universidad Autónoma del Estado de
Hidalgo, 2011, p. 195-215.

García rodríguez, María del Rosario, et al., Totolapan. Raíces y testimo-


nios, Cuernavaca, Universidad Autónoma del Estado de Morelos, Ayunta-
miento de Totolapan, 2000. 261 p. [texto que reseña la estancia de Antonio
de Roa luego de desistir su primer intento de evangelización]

Hernández lópez, Rabindranath, Evocación de la Virgen de Loreto en


Molango de Santa María, [Molango], s/e, [2006]. [13 p.]. Copia meca-
noscrita.

López beltrán, Lauro, Fray Antonio de Roa, taumaturgo penitente, Cuer-


navaca, Imprenta Juan Diego, 1948. 223 p.

Ruiz zavala, Alipio, Historia de la Provincia Agustiniana del Santísimo


Nombre de Jesús en México, México, Porrúa, 1984. Tomo ii, (Biblioteca
Porrúa, 81) [Molango en p. 341-342 con una lista de los padres priores del
convento hasta 1754, año de la secularización].

Textos para el estudio de la historia del arte

a) Obras generales

Angulo Íñiguez, Diego, Historia del arte hispanoamericano, México,


Instituto de Estudios y Documentos Históricos, 1982, 710 p.

63
Artigas, Juan B., México: arquitectura del siglo xvi, México, Taurus,
2010, 603 p.

Kubler, George, Arquitectura mexicana del siglo xvi. Traducción de Ro-


berto de la Torre, Graciela de Garay y Miguel Ángel de Quevedo. México,
Fondo de Cultura Económica, 1983, 683 p.

McAndrew, John, Open-air churches of the sixteenth century-Mexico.


Atrios, posas, open chapels and other studies, Cambridge, Harvard Uni-
versity Press, 1965, 755 p.

Toussaint, Manuel, Arte colonial en México, México, Universidad Na-


cional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1983,
303 p.

Vargaslugo, Elisa, Las portadas religiosas de México, México, Univer-


sidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéti-
cas, 1969, 358 p. (Fuentes y estudios del arte mexicano, xvii).

b) Obras regionales y específicas

Artigas Hernández, Juan Benito, Metztitlán, arquitectura del siglo xvi,


México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Arqui-
tectura, Gobierno del Estado de Hidalgo, 1996, 190 p.

Azcué y Mancera, Luis, Fernández, Justino, Catálogo de Construccio-


nes Religiosas del Estado de Hidalgo. Introducción de Manuel Toussaint.
Secretaría de Hacienda y Crédito Público, Dirección General de Bienes
Nacionales, 1940-1942. Dos volúmenes. [Molango en t. i, p. 555-581].

Ballesteros García, Víctor Manuel, Los conventos del estado de Hi-


dalgo. Expresiones religiosas del arte y la cultura del siglo xvi, México,
Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, 2000. 168 p.

vargaslugo Elisa, “El convento agustino de Molango” en Manuel Alber-


to Morales y Angélica Velázquez Guadarrama (coordinadores), Historia

64
del arte en Hidalgo, Pachuca, Universidad Autónoma del Estado de Hi-
dalgo, 2013, p. 45-53.

Vergara Vergara, José, Convento de los santos reyes, Metztitlán. Con-


vento de santa María, Molango, Pachuca, Gobierno del Estado de Hidal-
go, 2013, 207 p. (Colección Hidalguense, 9).

Victoria, José Guadalupe, Arte y arquitectura en la Sierra Alta. Siglo xvi,


México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investi-
gaciones Estéticas, 1985, 183 p. (Cuadernos de historia del arte, 24).

Textos para diversos periodos históricos

Ballesteros García, Víctor Manuel, Síntesis de la guerra de indepen-


dencia en el estado de Hidalgo, México, Universidad Autónoma del Esta-
do de Hidalgo, 2005, 128 p.

Vite Vargas, Marisol, “La escuela normal regional de Molango” en His-


toria de múltiples voces. Primer encuentro de historia de la educación,
Pachuca, Instituto Hidalguense de Educación, p. 173-180.

Sánchez Crispín, Álvaro y María Teresa, Sánchez Salazar, Los mine-


ros del manganeso: aspectos de la organización territorial de la explota-
ción de ferrosos en el norte de Hidalgo, Pachuca, Instituto Hidalguense
de la Cultura, 1993, (Lo nuestro…) [un estudio socioeconómico sobre la
empresa Minera Autlán].

Bibliografía de la Sierra Alta

Cruz Beltrán José Eduardo, “Aspectos de la cultura de la Sierra de Hi-


dalgo” en Palabras ancestrales, Pachuca, Centro Estatal de Lenguas y
Culturas Indígenas, 2015, p. 17-23.

_______, “La pintura rupestre en la Sierra Alta del estado de Hidalgo. Arte
pictórico asociado al señorío de Metztitlán”, en Gustavo Ramírez, Fran-
cisco Mendiola, William Breen, Carlos Viramontes (coordinadores), Arte
65
rupestre de México para el mundo, Ciudad Victoria, Instituto Tamaulipeco
para la Cultura y las Artes, 2015, p. 263-268.

Lorenzo monterrubio, Antonio, et al., Catálogo del patrimonio cultu-


ral del estado de Hidalgo, México, Instituto Hidalguense de la Cultura.
Gobierno del estado de Hidalgo, 1993, Tomos vi y vii, 300 p. [los tomos
corresponden a la región de la Sierra Alta]

Lorenzo monterrubio, Carmen, Sierra Alta hidalguense, monografía,


México, Consejo Estatal para la Cultura y las Artes. Gobierno del estado
de Hidalgo, 2001, 112 p. (Regiones).

66
Etimologías nahuas
del municipio de Molango
José Eduardo Cruz Beltrán

Un registro previo de los topónimos nahuas en el municipio lo hizo el


licenciado Jesús Ángeles Contreras. Producto de esta titánica labor surge
un opúsculo dedicado a la etimología nahua de Molango; faltaba enton-
ces de sus comunidades y rancherías. Quedan las presentes líneas con la
intención de poder completarlo con algunos parajes, ríos, cerros y otros
componentes geográficos.

Comunidades
Acayuca. Donde abundan los carrizos. De ácatl, carrizo, -yo, partícula
abundancial, -can, locativo.

Achocoatlán. Lugar de agua de lágrimas, lodosa. De atl, agua, chocoa,


llorar, tlan, locativo.

Acuatitlán. Lugar de anguilas. De acoatl, anguila, serpiente de agua, -ti,


ligadura eufónica, -tlan, locativo.

Atezca. Espejo de agua. De átl, agua; tézcatl, espejo.

Coachula. Lugar de serpientes huidizas. De cóatl, víbora, choloani, fugi-


tivo, choloa, huir, -tlan, locativo.

Cuxhuacán. Donde abundan los gavilanes. De cuixin, gavilán; -hua, par-


tícula posesiva -can locativo.

Ixcatlán. Lugar de algodón. De íxcatl, algodón, -tlan, locativo.

Ixcotla. Sobre la superficie. De ixco, cara, superficie, -tlan, locativo.

Ixmolintla. Donde reverdece la tierra. De itzmolini, nacer, germinar, re-


verdecer, -tlan, locativo.

Ixcuicuila. Donde abundan pájaros jaspeados. De ixcuicuil pájaro de ojos


jaspeados, -lan por -tlan, abundancial.

Malila. Lugar aprisionado. De malli, preso, en cautiverio, -tlan, locativo.

67
Molango. Donde abunda el mole, lugar de bastimentos. De molli, guisado,
-lan, abundancial, -co, locativo.

Molocotlán. Lugar de gorriones. De mólotl, gorrión, -co, ligadura eufóni-


ca, tlan locativo.

Naopa. Lugar de cuatro, lugar de cuatro ríos. De nahui, cuatro, atl, agua,
-pan, locativo.

Ohuezco. Lugar encumbrado. De Ohueyxtia, crecido, encumbrado, -co,


locativo.

Olotlilla. Donde abunda el olote. De ólotl, olote; tli, ligadura eufónica,


-lan por -tlan, abundancial.

Pemuxtitla. Donde abundan los pemuches. Pemux, pemuche, -ti, ligadura


eufónica, -tlan, abundancial. Pemuche, árbol de la familia de las legumi-
nosas, también llamado colorín o zompantle. En el estado de Guanajuato
le denominan patol.

Temacuil. Temazcal de gusanos. De temazcalli, temazcal, ocuilli, gusano.

Tenango. Lugar amurallado. De tenámitl, muralla, -co, locativo.

Tepetlapa. Sobre la tierra de cerros. De tépetl, cerro, tlalli, tierra, -apan,


sobre.

Tepeco. Lugar de cerros. De tépetl, cerros, -co, locativo.

Tlatzintla. En la parte baja de la tierra. Tlalli, tierra, -tzintla, en la parte


baja.

Xicalango. Donde abundan las jícaras de calabaza. De xicalli, jícara, -lan,


abundancial, -go, locativo.

Xuchitlán. Lugar floreado, lugar de flores. De xóchitl, flor, -tlan, locativo.

Zacapetlaco. En la cama de hierbas. En el empastado. De zácatl, hierbas,


pasto, pétatl, petate, cama, sábana, tlalli, tierra, -co, locativo.

Zacuala. En las pirámides. De tzacualli, pirámide o centro ceremonial


-tlan, locativo.

68
Rancherías
Acuexcaco. Lugar húmedo. De átl, agua, cuechahctic, cosa húmeda, mo-
jada -co, locativo.

Amelco. En el manantial. De ameyalli, manantial, -co, locativo.

Huehuetipa. Lugar de tambores. De huehue, tambor, -ti, ligadura eufóni-


ca, -pan, locativo.

Puerto Tlamaxa. Lugar donde se desmenuza, donde se desmigaja algo


entre las manos. De tlamaxacualoli, desmenuzar, triturar, despedazar.

Satiopa. Templo sagrado. Probablemente alteración de la voz híbrida


sancteopan, del latín sancto, santo, sagrado, teopantli, templo.

Tehuizco. Lugar de piedras puntiagudas. De tehuitztli, piedra puntiaguda,


-co, locativo.

Tenextipa. Sobre la ceniza. Tenextli, cal, ceniza, -ti, ligadura, pan, sobre,
en.

Tepeixco. En la superficie del cerro. De tépetl, cerro, ixco, rostro, cara,


superficie.

Tepolchapa. Río donde se hunde el ollín. De tepolacti, hundir, cuichtli,


ollín, -pan, río. [¿]

Toncohuil. De tonqui, desatado, desligado cohuilia, desdoblar. [¿]

Zacatzonco. Lugar de los cabellos de zacate. De zácatl, zacate, tzontli,


cabellos, -co, locativo.

Ríos
Atlapacho. Donde se riegan las plantas, regadío. De atl, agua, apachtli,
algas, plantas acuáticas.

Chichapan. Río amargo. De chíchic, amargo, apan, río.

Pilateno. Puente de las pilas. Del castellano, pila, lugar donde se almace-
na agua, tenolli, puente.

Tetipanchalco. Lugar de los jades de piedra. De tetl, piedra, -pan, sobre,


en, chalchíhuitl, jade, piedra preciosa; -co, locativo.
69
Xaltetla. Lugar de las piedras de arena. Xalli, arena, tetl, piedra, -tlan,
locativo.

Xochico. Lugar de flores. De xochi, flor; -co, locativo.

Zececapa. En el agua fría. De cecec, frío; atl, agua; -pan, en, sobre.

Cerros

Temimilco. Lugar de piedras redondas. De temímil, piedra redonda, -co,


locativo.

Texcalera. Precipicio. De texcalla, precipicio, lugar elevado, lleno de ro-


cas.

Barrios de la cabecera municipal


Cuatlacalca. Donde está la casa de reunión. De coatlaca, asamblea, reu-
nión, calli, casa, -ca, donde.

Tepetlanixco. Sobre el cerro, en la superficie del cerro. De tépetl, cerro,


-tlan, locativo, ixco, superficie.

Tlalaquía. Lugar enterrado. De tlalaqui, asentarse, hundirse, enterrarse,


esconderse bajo tierra.

Zacatempa. Río donde hay zacate. De zácatl, zacate, atempa, río.

70
La semana santa en Molango
Gildardo Medardo Salguero Melo

Cuando ya había esculturas, se hicieron muchas imágenes de santos, y


entre ellas las que debían servir para las ceremonias de la semana mayor.
Para mayor entendimiento de los indios, se organizó un grupo de hom-
bres a los que se les llamaba “robenos” o “ravenos”, y representaban a los
italianos de Rávena que fueron los que en Jerusalén llevaron a Cristo al
calvario. Toda esta sinagoga comprendía a los apóstoles, a los jueces de Is-
rael, a las mujeres piadosas y a las gentes que intervinieron en la pasión de
Cristo. Un grupo de doce hombres representaban a los apóstoles y se sen-
taban con Cristo a la mesa, mientras el sacerdote principal, o sea el prior
del convento cantaba el evangelio. Se servían doce platillos con comidas
diferentes prefiriendo las de vigilia, pero nadie comía en ese momento; los
familiares de ellos las recogían y las guardaban para comerlas allá en sus
casas, cuanto más, que aquellas gentes que ayunaban cumplidamente la
cuaresma entera, con excepción de los domingos.

Terminada la ceremonia de la cena, se seguía el lavatorio de los


pies. Para esto, el prior del convento, o sea, el sacerdote más reconocido
por sus méritos y virtudes, servido de dos religiosos y de algunos legos,
imitando a Cristo, se arrodillaba a los pies de cada uno de aquellos indios
que en ese momento representaban a los apóstoles y con profunda hu-
mildad y reverencia, les lavaba los pies, los enjutaba con una toalla y los
besaba, para imitar a Cristo en este paso y seguir el ejemplo del bendito
Roa, que siempre antes de comer lavaba los pies a los pobres y los besaba
reverente. El disfraz de estos apóstoles consistía en un lienzo blanco en
la espalda a manera de paño de sol, y en la cabeza una corona de ramas
recién cortadas, generalmente de árbol de llorón.

En la noche del jueves santo, la gente se apiñaba para ver al Na-


zareno orando entre una palizada que representaba el Huerto de los Oli-
vos. Tanto el que representaba a Judas, como los que representaban a los

71
sayones o ravenos, estaban pendientes de las palabras del predicador para
ejecutar los actos que se iban mencionando. La indumentaria de Judas era
alba blanca, una mascada en la cara, un bonete en la cabeza y en las manos
una bolsa con dinero.

Los rabenos o robenos en ese día se ponían su mejor traje de es-


treno, generalmente un pantalón de casimir negro, una camisa de manta
blanca perfectamente planchada; sobre el hombro izquierdo una banda de
color rojo, azul, amarilla o verde, según la tenían y que tanto se usaba en
aquellos tiempos; sobre la banda se prendían hermosos y artísticos floro-
nes de fino listón de colores diversos, zapatos de dos riendas y botines; la
cara se la cubrían con una máscara, las más horribles que conseguían, que
por lo general eran de fisonomía ridícula y espantable, y cuántas veces la
máscara consistía en una simple piel de zorra, de tejón u otro animal cual-
quiera. Todo esto se hacía para demostrar en la cara la maldad, el odio del
pueblo judío contra el divino redentor.

Los fariseos eran unos hombres campesinos, venidos de los pue-


blos y ranchos vecinos; vestían camisa del diario, pero se ceñían los ri-
ñones con un pañuelo rojo; otro pañuelo del mismo color atravesado en
la espalda; otro cubría en lo general el ancho sombrero de palma, y otro
pañuelo a guisa de barboquejo pendía del sombrero y les llegaba hasta
la barba. En las manos llevaban una lanza muy larga toscamente labrada
por ellos mismos y de trecho en trecho cañutos de color rojo y azul. La
ocupación de los fariseos era cuidar el buen orden en las procesiones, abrir
calles, y no dejar dormir a nadie, platicar o reír en las velaciones.

El Judas, con un farolillo con vela encendida subía y bajaba simu-


lando buscar al maestro para entregarlo, y llegado el momento, penetraba
al monte, abrazaba al Nazareno y le besaba la mejilla y se retiraba precipi-
tadamente. Entonces, los ravenos, ligeros como el rayo y haciendo mucho
ruido con pitos, machetes y cadenas; llegando al Nazareno le vendaban los
ojos con un pañuelo blanco, le ataban sus manos hacia atrás, le ponían una
soga en el cuello, y se ponía en marcha la procesión del Divino Preso por
las principales calles de la ciudad, semi pagana aún.
72
El viernes santo, al mediodía se predicaba el sermón del viaje al
calvario, o sea de las tres caídas; puesto el Nazareno en andas, le ponían
una cruz en los hombros, una soga al cuello, y entre gran ruido de cade-
nas, pitos y tambores se efectuaban las tres caídas de Jesucristo según las
palabras del predicador que elocuentemente pintaba la pasión. Cuando la
procesión regresaba al templo, ya el altar mayor estaba cubierto con una
gran enramada de árboles (de zuchate generalmente) matizado con flores
de tepenextle y de sotol, y en el centro se destacaba la imagen de Cristo
crucificado.

La gente regresaba a sus casas para volver por la noche al ejercicio


del descendimiento y procesión del santo entierro. Cuando los indios ha-
cían el papel de santos varones de Arimatea golpeaban los clavos simulan-
do desprender de la cruz el cuerpo de Cristo, la gente lloraba, se golpeaba
el pecho, se azotaban y las más de las veces, era el mismo predicador que
daba el ejemplo. Para la procesión del santo entierro, se juntaban todos los
principales señores del pueblo, empleados, comerciantes y particulares, y
con cirios en la mano y en apretada fila acompañaban al santo entierro de
Cristo. Los robenos acompañaban también en la procesión pero esta vez,
no iban con banda de color, sino que la cambiaban por bandas y florones
negros, en la mano llevaban su cadena enrollada, sin hacer el ruido que
hacían en las procesiones del jueves y viernes a la hora de las tres caídas.
Salían grupos numerosos de niñas vestidas de ángeles, todo de riguroso
luto. Cuando la procesión regresaba al templo, depositaban la urna en la
sacristía y allí se velaba, turnándose grupos de señores durante la noche.
Esta procesión era solemnísima e imponente; nadie hablaba, nadie reía,
nadie volteaba a los lados, sólo se oían las pisadas, los suspiros, los sollo-
zos, y los acordes solemnes del Miserere mei Deu. Ya para amanecer se
obsequiaba de ayuno a todas las personas que habían velado.

El sábado de gloria, en la mañana se hacían los oficios del día


según el rito de la Iglesia, siguiéndose la misa solemne. A la hora en que
el celebrante entonaba el Gloria in excelcis Deo, se corría una cortina
que cubría el altar y aparecía la imagen de Cristo resucitado; se agitaban
73
las banderas; del cielo del templo se desprendía una lluvia de flores; los
tambores redoblaban, la gente se alegraba y los rabenos echaban a correr
hacia afuera, y aquí terminaban las ceremonias de la semana santa y los
ayunos.15

15 Publicado originalmente en: Salguero, Gildardo M. Historia completa del distrito de Molango, Molango, 1947.
Cuatro tomos inéditos.
74
Biopoemario (fragmento)
Jesús Ángeles Contreras

Alcanzo a recordar cómo era, hace setenta y cuatro años, el pueblo de


Molango, donde nací el 14 de diciembre de 1921. El centro, “la plaza” un
gran cuadrilongo, con las casas de los principales, de mampostería, dos
niveles o pisos, techo de dos aguas de lámina, y algunas de teja, en los
cuatro puntos cardinales; subsistiendo los paredones, por el lado oriental,
de casas consumidas por el fuego, pues los carrancistas incendiaron gran
parte del caserío el día 5 de diciembre de 1914, por considerar que era la
tierra natal del destacado general villista Felipe Ángeles. Las mujeres, los
ancianos y los niños se refugiaron en las barrancas y en algunos pueblos
cercanos, mientras un pequeño grupo de ciudadanos armados tomaron sus
lugares para defender la población, siendo derrotados. Entre los prisio-
neros, fusilados todos, estaban los heroicos hermanos don Nacho y don
Chano Vite, quienes, como soldados al mando del coronel Felipe Ángeles
Melo, padre del “artillero de la revolución”, tomaron parte en el sitio de
Querétaro que epilogó el imperio de opereta de Maximiliano, fusilado jun-
to con los traidores generales Miramón y Mejía.

Molango, centro cultural y comercial de la Sierra Alta, se había


levantado de sus cenizas y tenía una activa vida social, cultural y económi-
ca. Se estableció la primera escuela normal del estado. Su banda musical
interpretaba bellas composiciones de don Chucho Acosta: marchas, paso-
dobles, valses, etc.; bailes elegantes y de “media lana”; muchachas her-
mosas, varones bien puestos con sombrero tejano, chamarra, pantalones
de montar, “tacos” lustrosos, botines, carrillera abastecida en la cintura, y
revólver Smith and Wesson. Sin embargo, fue un pueblo proverbialmente
pacífico. Llegaban las montañas a las orillas del pueblo, destacándose por
su majestuosidad el cerro de la Campana […].

En 1929 mi padre decidió que la familia se trasladara a un pue-


blo habitado por indígenas nahuas que no hablaban “el castilla”, llamado

75
Ixcuicuila, distante nueve leguas, en cuya región tenía una casa, grande
también, y enormes terrenos propios para la agricultura y la ganadería. En
Ixcuicuila escuché las más horripilantes narraciones de brujas que chupa-
ban la sangre a los niños. Aprendí hechicerías como hacer un muñeco de
trapo y colocarle alfileres en el corazón y en los ojos, luego ese muñeco
se enterraba tras la casa de la persona que deséabamos muriera; aprendí a
jugar guerritas disparándonos municiones con una pistola hechiza, un ar-
mazón de madera figurando una pistola escuadra con un canal en el cañón
sobre el que se colocaba un casquillo de máuser amarrado con alambre,
con un agujero cerca de la base, donde se colocaba la cabeza de un cerillo,
rellenando previamente con una poca de pólvora, luego un empaque, y a
encender el cabo del cerillo esperando que la flama del fósforo se comuni-
cara con la pólvora y ¡ya!, una cara cacariza, un ojo apagado, eran signos
de los valientes que se enfrentaron. Yo confieso que, tras una gran piedra,
únicamente sacaba la mano disparando mi dotación sin ton ni son […].

Recuerdo que en una especie de pony, con silla de montar infantil,


acompañé a mi papá a uno de sus ranchos, llamado Santo Domingo, en
época de molienda. Inmenso cañaveral con espaciosa casa techada con za-
cate y una cocina adjunta en la que de madrugada las cocineras encendían
sus fogones, molían el nixtamal en sus metates con el metlapil cogido de
los extremos acumulando la masa del maíz con movimientos rítmicos dan-
do juego a las muñecas de las manos, luego el sonoro palmoteo de la pelo-
tita de masa formando las tortillas que eran colocadas sobre los comales de
barro calentado sobre los fogones, volteando las olorosas tortillas que se
esponjaban como sapos en celo, de ahí a las petacas de palma entretejida,
con servilletas de manta trigueña para conservarse calientitas. Ahora los
chiles serranos molidos en el molcajete con un pequeño mortero de barro
o de piedra llamado tejolote. En las ollas de barro ya están hirviendo los
frijoles negros con cebolla y epazote, chiles verdes picados, y gránulos de
sal esparcidos bien calculados. Está amaneciendo, los peones esperan su
ración de frijoles, tortillas y chile. Hay también café de olla y brasa (se
echa una brasa de encino crepitante a la olla de café para que asiente, o

76
sea, para que lo grumos del café molido se precipiten al fondo). Algunos
peones portan un guaje, fruto de gran tamaño con una cintura que permite
amarrarlo sin que deslice, y traerlo en la cintura o en bandolera, ya seco,
adquiriendo la coraza de cinco milímetros de espesor, una gran resistencia,
lleno de agua, de pulque, de miel, y, en ocasiones, puede utilizarse como
flotador para nadar sin riesgo. Otros peones traen una pequeña botella con
aguardiente, pues no les gusta almorzar en ayunas, primero son unos tra-
gos ardorosos.

El trapiche para moler la caña de azúcar, está listo. La yunta de


bueyes está uncida al yugo de madera para tirar de una vigueta de madera
para hacer girar el trapiche y exprimir el manojo de cañas de azúcar que
salen por el lado opuesto convertidas en bagazo, mientras el dulce líquido
cae en una gran tina. Los peones llegan con su carga de cañas que arrojan
sobre un montón del cual se toman los manojos para introducirlos al tra-
piche, que más de una vez, trituró la mano del encargado de colocar los
manojos, cuando éste se adormeció por el cansancio o por el aguardiente
y no soltó a tiempo el extremo del manojo. Viene enseguida el proceso de
elaboración del piloncillo.

Sobre un horno alimentado con trozos de encino encendidos, está


una gran batea de lámina en la que se vacían una y otra vez botes de agua
de caña que, al hervir, se convierte en miel que debe ser constantemente
agitada con una especie de largo remo de madera, por un peón el cual,
además de su fortaleza física, debe estar muy alerta para no resbalar y car,
como sucede, dentro de la batea con miel hirviente; además, para avisar
cuando esté en su punto a fin de que varios peones a la vez, con grandes
cucharas de madera, llenan los moldes de barro colocándolos en largas
filas para su enfriamiento, dándoles vuelta después, expulsando sólidos
piloncillos que son apareados por la parte más ancha formando las man-
cuernas envueltas en hoja de caña y amarradas con tiras muy resistentes
de hojas hervidas de higuizote, que es una planta parecida al henequén. De
ahí a los costales transportados en la recua, a las fábricas de aguardiente o
a las tiendas de comestibles para su comercialización. Era todo glotonería
77
saborear la caña asada al horno, la calabaza hervida en la miel o la melco-
cha que se estiraba a todo brazo. 16

16 Publicado originalmente en: Ángeles Contreras, Jesús, Biopoemario, Pachuca, 2001. Inédito.

78
La hacienda de Xicalango
Heriberto Castillo Montaño

Hablaré un poco sobre la hacienda de Xicalango. Lugar que adquirió


fama por lo avanzado de la técnica para trabajar las tierras y aprovechar los
productos agrícolas, como jamás se había hecho en la región, por ejemplo:
de la caña de azúcar, además del piloncillo al que estamos acostumbrados
en toda la comarca serrana, se extraía el azúcar, se instaló una fábrica de
buen aguardiente y con frutas silvestres se elaboraban vinos de excelente
calidad con técnicas europeas.

Al finalizar el siglo xix, llegó a la jurisdicción de Naopa, un se-


ñor de origen italiano de nombre Giuseppi, conocido entre nosotros como
José, de apellidos Perlasca Mareli, quien comerciaba comprando y ven-
diendo. Seguramente le gustó el rumbo y adquirió algunas fracciones de
terreno para fundar el rancho de Xicalango y convertirlo después en ha-
cienda. Nadie conoce las razones que tuvo para escoger un lugar tan ale-
jado de toda comunicación, distante de Pachuca, aproximadamente ciento
cincuenta kilómetros y que para recorrerlos no había otro medio más que
a pie o a caballo.

Al señor Perlasca le agradó el lugar para constituir allí un centro


de trabajo y formar una familia, como reza un dicho: “El gusto se rompe
en géneros y en petates… buenas noches.” Decían de él, que era un buen
tipo, con personalidad sobresaliente, galán y de recio carácter; su presen-
cia fue distinguida por todos; no hablaba bien el español pero se hacía
entender y respetar.

Al poco tiempo de vivir en Xicalango, conoció a una señorita de


apenas quince años de edad, de nombre Isiquia Castillo Anaya, hermana
de mi abuelo paterno don Ignacio Castillo Anaya, a ella todo el mundo
le decía de cariño “Chica”. Como el señor Perlasca no pronunciaba bien
el español, al nombrarla le decía “Xica” y tal parece que de allí derivó el
nombre de la hacienda: Xicalango.
79
Siguiendo las costumbres del lugar, enamoró a la señorita Isiquia
mandándole recados por conducto de una señora especialista en esos me-
nesteres; alguna alcahueta que como siempre han sido y son muy efectivas
en ese trabajo. Cuando ya habían concertado el noviazgo y la forma de
cómo se iría con él, un día la esperó a la orilla del pueblo y se la llevó para
Xicalango; así seleccionó a su pareja y formó la familia Perlasca Castillo.
Sus hijos fueron Ángela, Vicente, Josefina, María, Luis y Yolanda.

Es muy importante decir que el señor Perlasca revolucionó el


sistema para trabajar la tierra en esos lugares temporaleros de la sierra
hidalguense, desafortunadamente estas nuevas formas de trabajo no tras-
cendieron, sólo se practicaron en Xicalango mientras él vivió. Los princi-
pales productos agrícolas son: la caña de azúcar, el maíz, el frijol, el chile
y una serie interminable de frutos y legumbres silvestres, que la propia
naturaleza produce en el campo sin que nadie los siembre ni los aproveche
convenientemente.

Don José Perlasca observó que la caña de azúcar se producía y se


desarrollaba en abundancia, que los lugareños sólo la aprovechaban para
hacer el piloncillo mediante un procedimiento arcaico y rudimentario.
Para moler la caña y extraerle el jugo, lo hacían con un trapiche o molino
de madera, tirado por una yunta de bueyes, proceso muy lento, pues había
que pasar cada caña dos veces por el molino para exprimirla mejor. Enton-
ces sembró algunas hectáreas de caña de azúcar y mientras la planta crecía
y se desarrollaba, mandó a fabricar, posiblemente en la ciudad de México,
maquinaria, molinos de fierro fundido y motores de combustión interna
para la molienda. De la capital de la república transportó la maquinaria por
ferrocarril a la estación de Apulco ubicada por el rumbo de Tulancingo,
Hgo. Desde allí, por partes, y a lomo de mulas hasta llegar al rancho de
Xicalango, distante ciento cincuenta kilómetros aproximadamente, con un
tiempo de cinco o seis días de camino.

La llegada a Xicalango de la maquinaria, molino y motor fue la


novedad. Hubo personas que pensaron que eso era una locura. Don José,
80
poco comunicativo, no daba explicación de sus proyectos. Cuando termi-
nó de armarlos y dijo que el motor trabajaría con combustible para mover
el molino, nadie se lo creyó, pues no había gas, ni gasolina, ni dísel, ni
petróleo, y menos le creyeron cuando les dijo que él mismo haría producir
el gas para combustible de su motor. Desconozco el procedimiento que
utilizó para producirlo, pero lo cierto es que comenzó la molienda y no
para hacer solamente piloncillo sino azúcar, que era lo más novedoso en la
región.

El azúcar lo entregaba en las poblaciones grandes, principalmente


en las panaderías, abaratando los costos, pues traerlo de Pachuca resultaba
más caro. En nuestra región nadie hizo azúcar antes del señor Perlasca y
aunque parezca mentira, ninguno de los que trabajaron con él aprendieron
a hacerlo.

Hoy en día, aún se pueden ver partes de esa maquinaria que el


señor Perlasca hizo trabajar hace cien años, mediante combustible produ-
cido allí mismo. Con el piloncillo fabricaba el aguardiente refinado, que
mezclaba con frutas de la región para producir diferentes vinos. El vino de
excelencia le puso por nombre Mirmo. También hacía el torino y el jerez,
todos de buena calidad.

El señor Perlasca fue emprendedor, de gran iniciativa. Con su


trabajo y técnica demostró lo que puede aprovecharse en nuestra región.
Nadie aprendió algo de lo mucho que él sabía. A sus hijas e hijos, desde
pequeños los mandó a estudiar la ciudad de México en la escuela “El Sa-
leciano”, sostenida por un patronato. Su interés era que vivieran mejor que
en Xicalango. Ya de edad muy avanzada y enfermo, el señor Perlasca viajó
a la ciudad de México para su atención médica, donde murió en el año de
1937.

Sus descendientes: hijos, nietos, bisnietos y hasta tataranietos, ra-


dican en diferentes partes de la república mexicana y en el extranjero.
Año con año, el 19 de marzo, día de san José, se reúnen en Xicalango,

81
los que pueden hacerlo, en memoria de don José Perlasca Mareli. Uno de
sus nietos, el doctor Enrique Perlasca Espinosa, actual propietario de la
exhacienda, tiene gran interés en que el rancho de Xicalango, siga siendo
el punto de reunión de toda la familia descendiente del señor José Perlasca
Mareli. El doctor Enrique está invirtiendo para actualizar las instalaciones
y hacerlas atractivas a los visitantes.17

17 Publicado originalmente en: Castillo Montaño, Heriberto, Naopa. Historia y autobiografía, Pachuca, El autor,
2004.

82
Soy lo que soy, gracias a mi pueblo
Salvador Sustaeta Salguero

Ser cronista municipal

jecb: ¿Cómo se convierte usted en cronista?

ssg: Mi abuelo fue un historiador, historiador local. Tiene trabajos que él hizo
aquí en Molango. Un investigador nato, que no tuvo mayores oportunidades
de seguir estudiando pero fue un hombre muy trabajador, inteligente, tuvo
mucho interés en la cosa educativa, fundamentalmente más que lo político,
lo educativo. Y empezó a escribir, a investigar, y escribió lo que investigó.
Hizo monografías de los pueblos, de los municipios, nos dejó por ahí mucho
escrito; y muchos o casi todos los que han escrito sobre Molango se basan en
los escritos de mi abuelo, entonces de ahí me salió. Anduve mucho tiempo con
él, él era maestro y yo siendo niño. Y me iba contando, yo le preguntaba, el
abuelo que le va contando al nieto y esto pasó por esto, y estos dijeron esto,
y estos dijeron esto otro. A él le tocó vivir la época de la revolución aquí en la
sierra, le tocó cerrar su casa en el incendio de 1914, irse a dormir en el campo,
en los bosques, donde se iba toda la gente y desde ahí veían las llamaradas de
las casas que incendiaban, y yo creo que de tanto oír se me quedó también la
idea, y por eso escribimos algunos detalles, no libros, documentos, charlas, de
lo que había yo oído, de lo que yo había leído, entrevistándome con las demás
gentes que les interesa y les importa algo de Molango, papeles que me dejó él
y cosas que hemos ido investigando por nuestra cuenta.

Cuando el gobierno del estado auspició que en cada municipio hubiera


un cronista para que fuera guardando los hechos más relevantes del municipio
entonces alguien dijo que yo, y me llamaron y me hicieron la aclaración de
que no había sueldo para eso, que no había presupuesto, pero sabían que me
gustaba y quería yo al pueblo, que si aceptaba. Yo les dije pues acepto. La
única condición que les puse: que no fuera una cosa transitoria, de tres años.
Si ustedes me van a nombrar que se estipule que yo voy a quedar, porque lo
que yo traté de juntar pues no la voy a dar, no la voy a regalar, puedo darles
los documentos para que los investiguen pero dar todo el acervo para que se

83
lo lleven pues no se puede: es una cosa personal y además una cosa familiar.
Yo les prestó el libro, si quieren cópienlo, léanlo, lo que quieran. No me van a
pagar, entonces, yo lo voy a hacer con mucho gusto, dije; y que alguien quiera
algún documento, alguna investigación y que yo pueda tenerla y dársela lo
haré con mucho gusto. Así fue como me dieron el nombramiento de cronista.
¿Y qué se hace? Pues que pasó esto, alguna anécdota o un hecho histórico o
un acontecimiento, pues anotamos la fecha y qué pasó y por qué pasó, para
mañana o pasado que se requiera; se les dice lo que sabemos. Y luego va uno
platicando con la gente, cómo lo vio, cómo lo percibe desde su punto de vista.
Era presidente municipal José Luis Espinosa. Fue hace siete años, aunque
ya era considerado cronista desde mucho antes de mi nombramiento porque
cada vez que se necesitaba pues tuve la oportunidad de que los presidentes
municipales me conocen muchos de ellos desde niños, fui amigos de sus pa-
pás, fueron maestros, entonces me invitaban a hablar en algún acontecimiento
sobre todo el 26 de septiembre y oían que les contaba y por eso yo creo que se
les ocurrió que yo fuera el cronista. Luego los muchachos vienen a verme por
alguna tarea que les dejan.

Mi gusto por la historia

jecb: Su gusto por la historia viene de don Gildardo Salguero, su abuelo.


¿Tuvo algún otro maestro que lo haya influido durante toda su trayectoria
profesional?

ssg: A la normal superior fui a ciencias sociales. Yo era profesor de español en


la secundaria porque fue lo primero que estudié: lengua y literatura española.
Me gustaban las ciencias sociales con los nuevos enfoques que tiene y creo
que por eso me atrajeron más que la matemática y química y todas las demás
ciencias exactas y yo creo que por eso se nos dio por leer y tener y guardar li-
bros y preguntar y platicar con la gente grande. Ahora ya no hay gente grande
y yo tengo 83 años, son pocos los que estamos más o menos de mi edad pero
fui amigo de mucha gente grande que me contaba y que me decían los acon-
tecimientos de aquí, de Molango. Por eso yo creo que me llamó la atención.
Ahora me gusta platicar con las nuevas generaciones.

84
El culto a fray Antonio de Roa

jecb: Hablemos de algo que sé que le apasiona a usted: hablemos de la his-


toria de Molango. Me gustaría preguntarle primero el culto a fray Antonio de
Roa. La gente lo sigue recordando…

ssg: Desde luego, yo le veo mucho mérito a este sacerdote. Venir, dejar su
tierra, España, y además tenía un cargo aparte de párroco allá, para venir a
un mundo desconocido, que no hablaba el español, que no hablaba su len-
gua. Adoctrinar, no cabe duda, que tiene un mérito: dejar comodidades para
venirse a meter a tierras desconocidas, tierras indígenas que no lo recibían
inclusive, es muy difícil. Y luego su misión que era cristianizar un pueblo que
no habla tu lengua, que no tiene antecedentes de tu divinidad, de tus actos es
una cosa muy difícil. Desistió, se regresó, porque vio que no podía y que no le
hacían caso. Se fue y dijo: “no, no puedo. Ya le hice la lucha pero no, no pue-
do, no me entienden, no me hago entender”. Y se va a Totolapan, al convento,
mientras le avisaban que hubiera una nave que lo llevara a España. Un em-
pleado de ahí, un muchacho hablaba náhuatl y le enseñó a hablar al padre Roa,
“y entonces ya así yo me voy a entender con los pueblos que hablan náhuatl.”

(Algunos pueblos de la sierra y la Huasteca ya hablaban náhuatl porque


debo de decir que antes de la llegada de los españoles hubo una oleada desde
Tenochtitlan hasta Huejutla, la triple alianza. Se juntaron tres reinos, los azte-
cas, los texcocanos, los tepanecas, y bajaron por aquí. Esta fue la ruta para ir
a la Huasteca porque les habían dicho que había un reino muy poderoso allá:
el reino de Huastecapan. Entonces bajaron miles y en cada lugar que pasaban
y que había más o menos habitantes, dispersos desde luego, no había casas,
no había pueblos; aquí sobre todo por el adoratorio al dios que veneraban; y
en cada pueblo fueron dejando familias que les iban a servir como semilla y
como comunicación para tener el control de todos los pueblos de la Sierra
hasta la Huasteca y así llegaron a Huastecapan. Entonces esas familias ya
hablaban náhuatl porque antes de la llegada de ellos no se hablaba náhuatl.
Inclusive en la Huasteca había pueblos que no hablaban el náhuatl, hablaban
el huasteco y es diferente completamente el huasteco del náhuatl).

85
Entonces él aprendió náhuatl y entonces dijo “ya con esto ya voy a
poder comunicarme con ellos” que era lo que no podía. Y no le entendían,
por eso no le hacían caso. Y ahí viene de nuevo. Y esta vez ya tuvo más éxito
porque se comunicó con ellos. La comunicación es base del ambiente social.
Con la comunicación empezó a adoctrinar. Yo le considero mucho mérito y en
los veinte años que estuvo por aquí realmente hizo una obra monumental por-
que no fue sólo Molango. Aquí porque estaba el adoratorio del dios, que los
españoles le pusieron Mola pues quién sabe cómo se llamaría. Su influencia
llegó hasta la Huasteca. No tan sólo fue la doctrina, sino la sociabilización,
porque realmente él fue la flecha importante que llevó la civilización europea
a toda esta región y la prueba está que muchos de los templos son creación de
él; desde el punto de vista cultural nos trajo la lengua, nos enseñó a hablar,
a expresarnos. Han exagerado, para mí, los biógrafos un poquito su vida. Yo
creo que un hombre con esa forma de martirizarse… nadie aguanta tanto,
veinte años así y luego acostumbrado a otro tipo de alimentos y luego comer
raíces… hay que entender que todo hombre tiene un límite.

Las fiestas del 26 de septiembre

jecb: Septiembre es un mes muy especial para Molango. ¿Cómo celebraban


las fiestas del 26 de septiembre?

ssg: Aquí no celebramos la erección municipal del 30 de agosto. Nadie se


acuerda, nadie sabe, y para mí es más interesante que la distrital; la prueba
está que los distritos jurídicos, rentísticos ya no existen. Y yo sugerí que hi-
ciéramos una ceremonia, sencilla, porque es una fecha importante. No una
fiesta grande, porque Xochicoatlán lo hace, Lolotla lo hace, Calnali lo hace.
En Molango no lo hacemos.

Casi siempre eran las escuelas fundamentalmente, las que celebraban.


Un desfile, discursos, un templete, el mismo del 16 quedaba ahí en la plaza
para que ahí se hiciera la ceremonia del 26; cambiaron inclusive las vacacio-
nes, antes eran del 16 al 26 pero las pusieron del 26 en adelante para poder
preparar la festividad del 26 porque para los molangueños era mucho más
importante la fiesta del pueblo, porque Molango, ya hecho municipio en 1848,
pertenecía a Zacualtipán y cuando se funda el distrito, fue un acontecimiento
86
grande: dejamos de pertenecer, de depender de Zacualtipán y vino a ser cabe-
cera distrital porque los ciudadanos de Molango que se prestaron en la época
de intervención francesa fue gente muy valiosa, muy valiente, que fueron a
luchar, inclusive a la Huasteca y una forma de agradecerles, fue haciendo
un distrito. Le quitaron al distrito de Huejutla, Calnali y Tepehuacán; y al de
Metztitlán le quitaron Tlahuiltepa. Y para los molangueños fue un triunfo. Se
sintieron con más importancia política.

Se hacían desfiles con las escuelas, el presidente de la junta patriótica,


el presidente municipal, cargando la bandera, el estandarte. Hubo una época
en que se formaron con todos los trabajadores del pueblo, gremios; se le an-
tojó esto a un sacerdote: gremio de carpinteros, veinte o treinta, gremio de
albañiles, gremio de panaderos, gremio de campesinos; tenían su estandarte
cada uno y se desfilaban por gremios. Muy bonito. A mi abuelo lo nombraron
abanderado de todos los gremios; ¿por qué?, porque era un maestro conocido,
maestro de muchas generaciones, la mayor parte habían sido sus alumnos en
la primaria, muchos años trabajó y se veía muy bonito porque se veían desfi-
lando todos los gremios.

Molango, semillero intelectual

jecb: Maestro, ¿por qué fue Molango, eso siempre me lo he preguntado, un


municipio que, a diferencia de los demás pueblos dio a luz a una corriente
intelectual muy fuerte que trascendió más allá del municipio, de la región, a
nivel estado y a nivel nacional?

ssg: Un orador de los grandes que hubo aquí, le llamó la Atenas de la Sierra.
Siempre hubo una inquietud de superación. Para seguir estudiando después
de la primaria, había que irse a pie por Zoquizoquipan para agarrar el tren en
Apulco y hasta ya había que viajar para ir a la Ciudad de México. Entonces
hubo mucha inquietud desde ese punto de vista. Por otra parte, la logia masó-
nica: ideas, libertad de ideas, la superación. En las logias se premia la supera-
ción personal; ahí, los grados no son políticos, los ganas porque tengas ganas
de superarte. Todo eso fue influyendo en hacer que la gente fuera a la escuela
y el que iba a la escuela no quería que su hijo fuera una analfabeta, quería que
también su hijo aprendiera a leer y escribir y ahí se fue germinando la idea
87
de mejora. Y la prueba está que, hasta la fecha, la gente se va, los muchachos
quieren estudiar, desgraciadamente ya no regresan, ¿a qué?, ¿de paseo?, muy
bien, pero ya no para establecerse aquí. Curas, abogados, profesionistas y
los descendientes de ellos, también querían seguir. Músicos, literatos, poetas
historiadores… la Atenas de la Sierra. Bien dicho. Aquí tenemos mucha gente
valiosa.

¿Por qué se hizo la normal aquí? Se necesitaba formar maestros: ¿sabes


escribir?, ¿sabes contar?, vas a enseñar eso que sabes, ya eres profesor. Pero
ahora vamos a hacer mejores maestros y para eso se necesita formar maestros
especiales para eso. A eso se le llama escuela normal. Y entonces se hacen dos
normales: una en Michoacán y una en Molango. ¿Por qué en Molango? porque
era director de Educación un molangueño y él dice pues en mi pueblo, en mi
tierra, está abandonada. Allá que se haga la normal. Una normal que influyó
mucho. Otra cosa, muy importante, cuando los maestros salían de la normal
de México, todos se quedaban allá. Curiosamente un grupo de alumnos dijo:
nos vamos a nuestro pueblo. Muy meritorio también porque pudiéndose haber
quedado en México, don Marcos Velasco, don Salvador Espinosa, se vienen a
su pueblo, un pueblo tan lejano, sin carreteras, y se vienen a ser maestros. Así
nace la segunda normal rural, que después por razones políticas se la llevan a
Actopan y después al Mexe.

Ahí estaba, en los altos del teatro el Nigromante. Ahí nació también
la primera cancha de básquetbol de los normalistas, ahí en el cementerio. Y
todo eso influye para ir sembrando en la gente el deseo de seguir; y un padre
que sabe leer y escribir quiere que su hijo sea el mejor, que se supere y los
alumnos, todos, queríamos seguir estudiando; yo no me acuerdo de alguien
que haya dicho yo no quiero estudiar todos queríamos, que no se podía por ra-
zones económicas, familiares y eso, pero todos lo deseábamos y esa inquietud
se siguió sembrando en la juventud.

La visita de Lázaro Cárdenas

jecb: Profesor, platíqueme aquella anécdota de la cual usted fue testigo pre-
sencial: ¿qué andaba haciendo el general Cárdenas en Molango? Hay fotos
que así lo atestiguan.
88
ssg: Una hija de Lázaro Cárdenas estaba casada con un señor de Tianguisten-
go, ingeniero. En determinado momento aceptó venirse el ingeniero; tenía te-
rrenos, casas, venían a pasear. Y alguien le dijo: “por qué no te vienes de presi-
dente municipal, haces falta aquí”. Fue presidente municipal en 1858. Tuve la
oportunidad de conocerlo, de platicar con él: Wenceslao Fuentes Solís. Tenía
su rancho arribita de Chinameca. A invitación del ingeniero, Cárdenas vino a
ver a su hija, y como antes pasaba la carretera por ahí algún amigo le dijo: “es-
tamos cerca de Molango, visítenos general”, y por eso vino a Molango. Tenía
referencias del pueblo, que fue ciento por ciento cardenista. En 38 apoyaron
la expropiación petrolera, inclusive la gente daba lo que podía con tal de pagar
la deuda petrolera. Se corrió la voz: “viene Lázaro Cárdenas para acá, júnten-
se, vamos a conocerlo”. Y todo mundo era cardenista por aquí; en la escuela
primaria nos hicieron sentir que la expropiación petrolera había sido un logro
enorme para México, todos conocíamos a Cárdenas por su trayectoria políti-
ca, un buen presidente de la república. Y se juntó el pueblo. Echamos cohetes
a su llegada, nosotros éramos músicos, todo mundo era alegría para recibirlo;
lo recibimos a la entrada, por ahí por la que era la primaria, donde están ahora
las oficinas de educación; venía acompañado con gente de Tianguistengo, de
ahí siguió a pie. Aplausos, gritos, vivas: se sintió bien el general. Vinieron los
paisanos desde México, estaba muy bien organizada la Colonia Molangueña.

Recorrió el cementerio. Lo rodeamos y preguntó qué pueblo era aquél,


“se llama San Lorenzo Iztacoyotla, general” “Tengo una carta de San Loren-
zo”, contestó, “donde un campesino me dice que no tenía gran cosa pero lo
que tenía, con gusto lo daba para solventar la cuenta con las compañías y que
me felicitaba por eso”. Y una vez que fui a San Lorenzo lo conté en una comi-
da. Y alguien de los presentes, dijo que fue su padre o su abuelo quien mandó
esa carta. Son detalles de las historias de los pueblos, son significativas, y yo
me admiro de la memoria del general, que se haya acordado con tantos asun-
tos, porque yo creo que también le caló.

Felipe Ángeles y su lugar de nacimiento

jecb: Otro aspecto de la historia de Molango, por extensión de Hidalgo que


causa todavía discusión entre los interesados, los aficionados, los gustosos a

89
la historia, y sobre todo por la admiración al hombre: me refiero al lugar de
nacimiento de Felipe Ángeles Ramírez, ¿qué puede platicarme al respecto?

ssg: Un muchacho de aquí, Pepe, de los Sarmiento, muy interesado él, pidió
permiso en el Colegio Militar para entrar a la biblioteca, y fotocopiar algunos
documentos relacionados con Ángeles. Y hay una copia donde dice: “nací
en Molango, estado de Hidalgo”. Yo sí lo creo y aquí se defiende mucho eso
porque la mamá era de Zoquizoquipan, pero se supone que la primera esposa
ya había fallecido, entonces es probable que se haya venido a vivir aquí y que
Felipe Ángeles probablemente haya nacido aquí, en la casa donde estaba el bi-
llar, la casa de José Luis Espinosa. Nosotros así los supimos. ¿Y por qué dicen
los de Zacualtipán que nació allá? Muy sencillo: el papá de Felipe Ángeles era
jefe político de esa localidad. Zacualtipán estaba lejos de Molango, eran siete
horas de camino, no cualquiera podía viajar de allá para acá. Cuando termina
la primaria Felipe Ángeles, hijo, su papá lo va a mandar al Colegio Militar y
en lugar de ir a Molango, pensó que era mejor hacerle un acta en Zacualtipán
y por eso el acta de nacimiento está allá. Ahí empezó la discusión. Y luego,
para que no estuvieran peleando, los restos no se fueron ni a Zacualtipán ni a
Molango, sino a Pachuca. Desde el punto de vista legal, nació en Zacualtipán;
desde el punto de vista histórico, sabemos nosotros que no. Pero la historia
así se escribió.

Qué significa Molango para mí

jecb: Maestro, finalemente: usted siempre ha sido muy entusiasta por Molan-
go, lo hemos visto en las festividades del ocho de septiembre exponiendo sus
fotografías. ¿Qué significa Molango para Salvador Sustaeta?

ssg: En principio de cuentas, la tierra de mis ancestros, gente conocida aquí;


mi abuelo fue un maestro muy distinguido, mi madre también fue maestra.
Familia humilde porque la familia de un profesor no es una familia potentada,
apenas si gana para comer, y más en aquel entonces. Eso me enorgullece.
Otra, aquí me eduqué, aquí fui a la primaria. Entonces no había jardín de
niños. Lo pusieron en 43, 44 cuando yo iba en quinto o sexto. Por mi familia,
90
una familia católica, me mandaron a la doctrina, hice todos mis cursos con
maestros, como la señorita Elvira, la maestra Consuelo Olivares, mi mamá,
ellas eran nuestras catequistas, una educación religiosa culturalmente buena.
Todo eso me hizo encariñarme con Molango. Es mi pueblo, es mi tierra y yo
me siento muy orgulloso de mi familia y de mi pueblo. Ha habido cosas que
no me gustan, que no me parecen, pero eso no ha sido culpa del pueblo, son
situaciones de tipo político, que a veces no cuadran con nuestra forma de pen-
sar, pero nadie va a pensar como yo, cada quien va a pensar a su modo. Tengo
muchos amigos, desde niños, nos llevamos bien, nunca tuve problemas de
tipo político. Me metí a la política cuando profesor, yo fui secretario general
de la delegación sindical cuando la zona de Molango abarcaba Xochicoatlán,
Lolotla, San Guillermo, San Lorenzo, San Agustín; nos echamos una bronca
buena para ganarla, porque siempre las cosas sindicales apasionan, yo era
muy joven y con el apoyo de muchos maestros y amigos, me respaldaron
todos los pueblos; la guitarra, el chupe hacen amigos por dondequiera. Hici-
mos un buen papel. Lástima que no terminé mi periodo porque me fui para
Pachuca en esa época. Todo eso me hizo encariñarme con mi pueblo y lo sigo
queriendo. Para mi estado de ánimo, aquí en Molango estoy contento y mien-
tras Dios no diga otra cosa, por aquí nos vamos a quedar.

91
Porque no hay nada oculto que no ha de ser revelado,
ni secreto que no ha de ser conocido:
historia de los medios impresos en Molango
Arcadio (Benito) Bautista Trejo

Agradezco infinitamente a Eduardo Cruz Beltrán por la invitación a


escribir la historia periodística del municipio de Molango, Hgo. Es un ho-
nor colaborar en la tarea que el profesor Beltrán hace al rescatar el acervo
cultural de nuestro bello estado de Hidalgo, y plasmarlo en páginas im-
presas; pero sobre todo, con el corazón en la mano rendir pleitesía a todos
aquellos educadores molangueños que con su pensamiento platónico y su
empuje educaron a la juventud serrana; así mismo, a aquellas personas
que reunidas, bajo el lema de: “Unidad, Fraternidad y Legalidad” y, a los
profanos, que sin ser eruditos en el arte de la pluma, plasmaron en la mente
de la juventud, el amor por el estudio, y en las blancas hojas de papel su
conocimiento y el gran saber de la historia de nuestro pueblo y, con ello,
mantener viva la llama del amor al terruño querido.

Corría el año 1906 cuando don Vicente Ferrer Olguín y sus hijos
Félix y Efraín, con espíritu futurista, hicieron traer de la ciudad de México
una imprenta y de allí salieron los folletos y avisos para los pueblos serra-
nos; el doctor. Ruperto Serna, el profesor Emilio Vite y el señor Samuel
Salguero junto con don Vicente e hijos editaron el primer periódico local
llamado el Eco de la sierra y firmaban sus escritos bajo los respectivos
seudónimos de Luzbel, Milord y Don Quijote; editar el periódico era un
esfuerzo titánico, ya que se imprimía por partes, debido a que la máquina
era pequeña y cuando tenían la necesidad de clichés, hacían el dibujo con
una navaja sobre la madera, lo importante era hacer el periódico con di-
bujos para que la gente entendiera más los mensajes. El eco de la sierra
terminó en 1908 por la repentina muerte de don Vicente.

De esta imprenta, tengo dentro de mi pequeña hemeroteca, un fo-


lleto impreso en el año de 1937, que con motivo del 66° aniversario del
distrito de Molango, se hace una semblanza histórica del distrito, llamada
Composición disque histórico-literaria para el día 26 de Septiembre de
92
1937, su autor fue J. Ales Jason, seguramente algún seudónimo; fue dedi-
cado a la señorita María Espinoza A., y leído probablemente en el teatro
“El Nigromante”, por la señorita Maximiana Sánchez Vite, hermana del ex
gobernador de Hidalgo Manuel Sánchez Vite. En uno de los párrafos dice:

Por el año de 1538 nuestra población ascendía a catorce mil habitantes, ex-
tendiéndose hasta los pintorescos lagos de Atezca. disminuyendo después
la población a causa de las invasiones guerreras de los reyes mexicanos. Su
actuación como pueblo fue salpicada de gloria, aunque sometida a duras
pruebas. Es imposible vaciar en los estrechos lindes de mi discurso los fas-
tos de nuestra historia, puedo afirmar, sin embargo, señores que esta tierra
de tradiciones sublimes, ha tenido hijos dignos que han sabido luchar por
el engrandecimiento de la porción de tierra que los vio nacer.”

En otro dice:

Porque es mi rincón querido este pueblo de Molango, mi patria chica,


porque es el lugar donde se meció mi humilde y proletaria cuna, porque
entre sus floridos huertos he comenzado a vivir mi juventud azul, por eso
le amo; porque es el pueblo mío, le amo con el cariño hondo y sincero
que predica Séneca, y para él, mis caricias, mis besos, mis ilusiones y el
palpitar de mi corazón…

Eran tiempos en que la juventud seguía el ejemplo de aquellos grandes


pensadores y educadores que habían dejado su terruño en busca de mejo-
res expectativas de estudio, pero que jamás se olvidaron del pueblo que los
vio nacer y siempre buscaron la forma de apoyar a la gente de su terruño.

Los periódicos que se editaron en el siglo pasado, fueron el Eco de


la sierra, El tiempo, Molango, primera y segunda época; El balcón, La
voz estudiantil, órgano de la Escuela Secundaria por cooperación Cecilio
Ramírez Castillo; y las revistas: Molango y Ventana. Desgraciadamente,
no cuento con ningún ejemplar del Eco, y de El balcón, solamente una
media hoja en copia fotostática. Era septiembre de 1942, cuando surgió el
periódico El tiempo de publicación quincenal, independiente, y fundado
por don Francisco Silva López y como director el señor Alfonso Castillo
93
López y jefe de redacción el señor don Santiago Castillo M. Sus redactores
eran los molanguenses residentes en Molango, Pachuca y la Ciudad de
México.

Tomar en las manos estos viejos periódicos, es como tomar a un


bebé recién nacido, que se toma con sumo cuidado para no estropearlo,
es mirar a los ojos del infante y buscar en la profundidad de su miranda el
misterio de la vida pasada. En 1942 el mundo estaba en zozobra debido
a la segunda guerra mundial y en México se había instituido el “día de la
defensa de la patria” y Molango no podía ser la excepción, por tanto, en el
periódico El tiempo hay un pequeño aviso que dice:

Por acuerdo de la Secretaría de la Defensa Nacional se transfirió


para el día 28 del actual (refiriéndose a mayo 28) la celebración
del “día de la defensa de la patria” en virtud de que fue ese día
cuando México declaró la guerra a Alemania en el histórico mensaje
del presidente Ávila Camacho ante el Congreso de la Unión, el año
próximo pasado. Por lo tanto, será ese día cuando las autoridades
militares en colaboración con las civiles celebren las ceremonias
respectivas.18

También hay noticias de la guerra, enviadas por la Oficina de Información


Aliada, así como caricaturas de Hitler. Pero no todo es mala noticia, tam-
bién hay llamados a la gente para que cooperen para la construcción del
hospital civil, del monumento a los héroes de Molango, y de la primaria
Héroes de Chapultepec, solicitudes de libros para la biblioteca del lugar, ar-
tículos sobre las tradicionales fiestas de los barrios de San Miguel y Santa
Cruz y no podían faltar las colaboraciones de gente estudiada como lo fue
el señor Gildardo M. Salguero con sus “Breves apuntes históricos del Dis-
trito de Molango”, por ejemplo: la fundación de Tlala (Calnali), descrip-
ciones de ruinas antiguas (Itztacuatla, Lolotla); también el notario Jesús
Silva (primer gobernador de nuestro estado en la época de la Revolución),
felicita al periódico El tiempo por su primer año de vida y la inigualable

18 México declaró la guerra a Alemania debido al hundimiento de los barcos petroleros Potrero del Llano y Faja de
Oro.

94
pluma del gran vate Cecilio Ramírez Castillo, cuando en el primer aniver-
sario le escribe y dice:

Un año ha, en que al depositarse el óvolo de las ideas sobre las co-
lumnas de El tiempo, con perseverancia, con inaudito esfuerzo, como
adalid de férrea voluntad, ristre en lanza y con coraza al pecho, ha
conquistado su lugar en el estadio de la prensa nacional”.

Trabajos, contratiempos, desengaños, ¡quién sabe cuántos se


hayan sufrido! Pero al ver a sus fundadores que no han sido estériles,
hoy sentirán la honda, la altísima satisfacción con que les alumbra
la antorcha del progreso. Juventud entusiasta que edita El tiempo,
seguid adelante con la evolución de las ideas modernas que llevan al
ideal soñado a su completa realización resplandeciente con la fulgida
luz del pensamiento. Y no desvirtuar la gloriosa misión de difundir
las ideas y ser paladín de la justicia, haciéndose cómplice de mez-
quindades, olvidando el respeto que se merece el periodista y el que
merece la sociedad.

El periodista que acepta todas las responsabilidades en su no-


ble misión, constantemente tiene amenazado el cuello con la espa-
da de Damocles, pero por el apasionamiento del ideal, vence sobre
todas complicaciones; sobre todos los despotismos; sobre todas las
tiranías, porque el pensamiento es la inmortal y eterna gestación del
cerebro humano. Seguid adelante sin escuchar las palabras de Ma-
cbeth, sin personalismos y sin bandera política, sed los verdaderos
portavoces de los anhelos de la sierra y los sembradores de la con-
cordia y de la fraternidad.

Vasta era la pluma de don Cecilio Ramírez Castillo. Sus colaboraciones


se llamaban “Proyecciones Espirituales”, la sección literaria dentro de la
cual daba rienda suelta a toda aquella pasión que le embargaba como por
ejemplo el Canto del cisne que dice:

95
Elevando tus ojos al cielo

llenos de fuego y santa inspiración

me parece un ángel de consuelo

que implora de los cielos el perdón.

Y yo sigo la armonía

de tu canto sonoro, angelical,

porque al perderse en vaga melodía

algo tiene tu acento de inmortal.

Yo te miré, y al escuchar tu acento,

mi alma de amor, se estremecía por ti;

en cambio alivia mi fatal tormento

ya que amoroso el corazón te di.

Y si sabes mañana que en la vida

por esos fangos del dolor me pierdo

conságrame una frase bendecida

no me niegues un último recuerdo.

Yo te adoro, mujer tu amor sublime

en la grata esperanza de mi vida

por ti mi pecho sin cesar se oprime

por ti concibo una ilusión querida.

Por ti mi pensamiento delirante

vuela del mundo a la región del cielo

porque al morir tu mágico semblante

me pareces un ángel del consuelo…


96
Cuántos años duró el periódico El tiempo no lo sé, pero dejó clavada la
espinita de la letra impresa y en julio de 1948 surge la revista Molango,
en tamaño medio oficio, de publicación bimestral y estaba dirigido por el
profesor Abel Ramírez Acosta y al lado el profesor José Vite Vega, el señor
Severo González y el señor Mario Salguero Acosta. En un párrafo de su
saludo e introducción dice: “Si en el curso de la vida que hoy comienza
esta revista, vemos logrados los ideales que nos animan, si se responde
a nuestro llamado, nos sentiremos satisfechos de haber emprendido esta
obra que sólo aspira a ser: cimiento, semilla, surco”. Luego, en su edi-
torial nos dice:

Patriotismo molanguense. Pocos solares nativos de nuestra patria que-


dan tan profundamente grabados en el corazón de sus hijos como Molango
en el de los suyos. Y no puede decirse que este fenómeno se debe a la
incultura, porque el molanguense se ha ido, va, e irá siempre a caza de la
civilización: Molango cuenta hoy por hoy con 1500 habitantes en su suelo
y trecientos fuera de él, de los cuales sesenta son profesionistas; es decir,
que han llegado a graduarse un molanguense por cada ochenta que nacen
o por cada cinco que emigran, proporciones difícilmente competidas por
otros pueblos mexicanos de la modesta categoría del nuestro.

Tampoco puede decirse que el regionalismo sea debido a la desa-


daptación social molanguense, pues no hay noticias de que alguien haya
fracasado en algún medio, así sean tan exigentes como los de la capital de
nuestro estado, la de nuestra república y aún de las urbes extrajeras; mu-
cho menos se sabe de fracasos en el ejercicio de ninguna actividad, sean
las crudas y azarosas de nuestros braceros allende el Bravo, las laboriosas
y delicadas de los educadores del valer de Claudio Castro, o las difícil y
variadas de los profesionistas de la talla de Austreberto Silva.19

Tampoco el regionalismo molanguense ha sido privativo de deter-


minada edad o sexo, ya que ocurre por igual en jóvenes que en viejos, en
hombres que en mujeres; ni característico de algunas épocas, pues tan se
observa en los estudiantes de 1900 acuartelados en Santa Teresa, Monte
Alegre y la Perpetua en la metrópoli, como en la bohemia de 1910 con
19 Ingeniero Claudio Castro, molanguense, director de la facultad de ingeniería en la época cuando se gesta la autono-
mía de la unam. Una calle de la colonia Guadalupe-Insurgentes, en la Ciudad México, lleva su nombre.
97
sede en la airosa Pachuca, en los parranderos de gallos y huapangos de
1915 fincados en el Carmen y en Aztecas, y finalmente en la bullanguera
Colonia Molanguense de estos tiempos.

El regionalismo molanguense es voluntario; se practica contra to-


dos los obstáculos; distancia, pobrezas y aun desgracias, basta ver como El
Pachotes concurre a nuestras fiestas.20 Es además, un acto consciente, en
la aceptación más amplia y apropiada de estos términos; es, en síntesis el
alma inmaterial de nuestro suelo vivificado por el fluido creador de nuestro
espíritu: ¡Es la expresión más pura y más genuina del patriotismo!

En este mismo número hay una columna donde dice “Honor, a quien ho-
nor merece”:

Molango se enorgullece de haber tenido entre sus ilustres hijos, al


sabio Pbro. Dr. D. José Ignacio Ángeles, rector que fue de la Real
y Pontificia Universidad de México y al distinguido jurisconsulto
D. Juan del Castillo, catedrático del Colegio de San Idelfonso de
la Ciudad de México, cuya memoria ha quedado olvidada por el
transcurso del tiempo pero que ahora recordamos con gratitud.

Es grato encontrar en estas viejas revistas la gran participación de la gente


que mucho les importaba el engrandecer el conocimiento de las personas
que habitaban el pueblo de sus amores como otro gran poeta molangueño,
el profesor y después licenciado, Jesús Ángeles Contreras con su poema
Angustia cromática.21
Te vistes, patria chica, de exclusivismo azul
para bailar un vals entre hastiados planetas
urgidos de tu risa de mazorca y sauz.
¡Ay, tu vestido azul! El tiempo es una percha
donde no he de mirar pendiente tu vestido
que hoy apenas persiguen los polvos del suspiro.

20 Margarito Trejo, “El Pachotes”, perdió sus piernas al ser atropellado por un tranvía, pero, aun así, vivió en la abun-
dancia y la bohemia.
21 En Pachuca, una calle, un fraccionamiento y preparatorias llevan el nombre de Jesús Ángeles Contreras.

98
Hinco los ojos en el cuello sin quilates
de anémicos ocaso de urbes tuberculosas
donde en oro lejano y en nostalgia te glosas.
Y estoy vampiro hambriento parado en tu recuerdo
como el chiquillo pobre frente al escaparate.
En mis horas menguadas de tu verde presencia
“La Campana”, “Las Guaguas”, “El Balcón”, “Carlos iv”-
muerdo tu nombre, Tierra, para acallar el grito
de angustia, que trasciende la comba de la ausencia.
Molango, cenicienta de tan mínima planta
que me cabe en el pecho y la mano amplia
que es caricia redonda de pan y lentejuela:
me encuentras en tus noches, estoy en la calandria,
en tu camino real; durazno y aguacate.
Y aquí parado frente a tus viejas imágenes,
como el chiquillo pobre frente al escaparate.

Cuánta pasión y amor les embargaba a nuestros coterráneos del pasado,


por el terruño que les vio nacer; eran gente unida pues muchos de ellos,
guiados por el patriarca molangueño don Severo González Castillo, se
agruparon en la ya formada Colonia Molangueña en la Ciudad de México
y con ello, buscaron la superación del pueblo en salud y educación, logran-
do a través del tiempo la construcción del primer hospital civil en Molango
y la sierra, el jardín de niños José Refugio Belío (a este profesor se le debe
que en el año de 1923, se instalara en Molango, la segunda escuela normal
rural regional del país; posteriormente, esta escuela pasó a Actopan y, des-
pués se convirtió en el Mexe).

Al agruparse sólidamente la Colonia Molangueña y posiblemente


99
como presidente de la misma el profesor José Ángeles Contreras, se edita
el Periódico El balcón y consta en mis manos una copia fotostática de una
página y un suplemento, donde el licenciado Issac Piña Pérez, metzco,
gran hermano de Molango, escribe sobre sobre la historia, conquista y
evangelización de estas tierras. Asimismo, nos da a conocer los sueldos
que devengaban los catedráticos de la Escuela Normal Rural Regional en
Molango.

Año 1924. Director, profesor Salvador Espinosa, $6.00 diarios. Profr.


de matemáticas generales, Erasmo Ángeles, $5.00 diarios. Profesor
de agricultura y pequeñas industrias, señor Herón Miranda $3.00 dia-
rios. Profr. de matemáticas generales Marcos Velasco $5.00 diarios.
Profesor de música y canto señor Eusebio Sánchez $3.00 pesos dia-
rios. Profesora de economía doméstica $ 3.00 diarios. Y en el futuro
de esta escuela Los Molangos se proyectaron el porvenir, a través de
las generaciones egresadas en el plantel, a partir del año 1924 cuando
salió de las aulas con el honor que hasta la fecha han sabido con-
servar. Tal fue la obra de Los Molangos en tierra hidalguense. Con
ella escribieron una página en la historia de la educación en México.
Mayo de 1958, México, df.

Corría el año de 1958 y la semilla sembrada por don José Olguín veintiún
años antes seguía creciendo y ahora, con brío juvenil. Y es entonces cuando la
secundaría Cecilio Ramírez Castillo en el año de 1958, edita su propio vocero
llamado La voz estudiantil dirigido por el profesor Gonzalo Gutiérrez Va-
lero y el jefe de redacción el doctor Germán Pérez Monterrubio, ambos de
la plantilla de profesores de la misma escuela. En un mensaje que rinde el
entonces director de la secundaria, el profesor y director Hilario Cruz Cruz
escribe “Plus Ultra” como encabezado:

Encontrándonos en el ocaso de un año que se extingue, un año, que nos


dice adiós, para no volvernos a ver con él, cuyo fenecer, se ve en lonta-
nanza el horizonte y en éste, un año nuevo de trabajo, que para los jóvenes
aún trae esperanzas, esperanzas pletóricas de bellezas incomparables, de
mundos donde el elixir de la eterna vida y juventud perenne son una reali-
dad, soñada y guiada.
100
Año lectivo que terminas con un galardón, por la lucha librada,
en hermosa batalla, en pos del triunfo en los estudios, de cada uno de los
alumnos de esta escuela secundaria, te decimos adiós y esperamos que el
que te sustituye, sea para la juventud, el año que diga, a los que se van y
a los que se quedan, les traigo: el alivio que salva y la resolución que a
vuestros problemas buscáis.

Marchemos más allá, que como dijera una madre griega a su hijo,
“Si tu espada es corta, dad un paso más”, diremos a nuestros jóvenes alum-
nos: “plus ultra”. Caminad más y detrás del horizonte azul, que embele-
sado veis, existe aún otro, mucho, mucho más hermoso. Luchad. Que los
grandes puestos están desocupados, para los valientes. Tu puesto está en la
cumbre. Alcánzalo”.

Como todos medios publicados anteriormente, en La voz estudiantil, casi


una plana completa se dedica una síntesis de la historia de Molango, por el
profesor Alfonso Ábrego. Asimismo este medio sirve para dar a conocer
todo lo relacionado a lo que la escuela hace con sus alumnos, principal-
mente, para impulsarlos en la continuidad de sus estudios. También en este
medio se lanzaba la proclama en solicitud de apoyo para la construcción
de la preparatoria.

Eran los años sesenta, para ser exactos 1968, época de grandes cam-
bios y movimientos mundiales; en México, la matanza de estudiantes del
día dos de octubre. Único movimiento en que el pueblo mexicano real-
mente se ha unido y que mucha sangre le costó, y fue cuando la Colonia
Molangueña le da vida al periódico Molango, primera época; debido a la
censura impuesta a los diarios, Los Molangos no hacen comentarios, pero
entre líneas, no están de acuerdo con lo sucedido. El director del periódico
Molango, era el famoso profesor Joel Vega Dorantes; de gerente, el profe-
sor Jesús Velasco Barrera, y como presidente el profesor Donaciano Serna
Leal.22 Era octubre de 1969, el licenciado Manuel Sánchez Vite gobernaba
el estado de Hidalgo y con él, un gran contingente de hidalguenses hicie-
ron acto de presencia ante el despacho de Luis Echeverría, el entonces
candidato a la presidencia de la república y la Colonia Molangueña no
22 Joel Vega Dorantes, nació en Molango el 3 de junio de 1910 y muere en trágico accidente en Tuxtla Gutiérrez, Chia-
101
podía faltar, encabezados por su directiva el profesor Joel vega Dorantes,
doctor Marcos Velasco, el profesor Salvador Espinosa, el señor Eusebio
Contreras, el profesor Estanislao Acosta, el profesor José Ángeles Con-
treras, el profesor Diego Velasco, el profesor J. Jesús Velasco, profesor
Ramón Mundo, profesor Juan Pedraza, y otros elementos de la Colonia
Molanguense. Escribe Joel Vega Dorantes:

El pasado día 14 de agosto nuestra amada provincia tuvo la oportu-


nidad de presenciar dos acontecimientos de inusitada importancia: la
celebración de los veinticinco años de haberse inaugurado el hermoso
edificio que ocupa la escuela rural de Atezca, pueblo de gran tradición
y que tan gratos recuerdos trae a todos los molanguenses, y el onomás-
tico de un gran amigo molanguense, el señor Eusebio Acosta Velasco.
Por la tarde del 13, arribamos a nuestro querido terruño un grupo de
paisanos entre los que podemos anotar a los siguientes: doctor Marcos
Velasco, profesor Salvador Espinosa, profesor Ramón Mundo, señor
Miguel silva, profesor Juan Pedraza, señor Vicente Acosta y casi toda
la familia Acosta Velasco.

Era la época de las grandes fiestas de Molango, los bailes de salón ameni-
zado con las notas del mariachi que iniciaba con Viva Molango. Tiempos
gloriosos aún más si se recuerda el tiempo de la gran música molangueña
como lo recuerda Homero Anaya en su escrito para el periódico Molango
que tiene como encabezado: “El maestro divino y el discípulo amado”:

Fragmentos. En lo terrenal, nadie osa equipararse a Jesús, el maestro de la


sublime doctrina de amor al prójimo ni a Juan, el discípulo amado. Pero en
lo espiritual, el arte de la música o divino arte como apropiadamente se le
designa porque eleva el alma, Molango tuvo un maestro a quien pude ca-
lificarse de divino, ya que profesaba el divino arte, la música. Fue don Ri-
cardo Silva. También contó con un discípulo amado, Jesús Acosta Vargas,
que ganó la predilección de don Ricardo. Don Ricardo Silva tuvo como
maestro de música al ixmiquilpense J. Carmen García que fue el primer
director de la banda de Molango; al fallecer; don Ricardo ocupó su lugar.
pas, el 17 de febrero de 1972. Fue hijo del señor Jovito Vega Espíndola y la Sra. Cruz Dorantes. En Teacalco, muncipio
de Huaquechula, Puebla, su labor social y docente impactó por su entrega de tal manera que a la avenida principal la
bautizan con el nombre de su amado terruño; “avenida Molango”, y adoptan su apellido materno y llaman a su pueblo:
Teacalco de Dorantes. Testimonio de su hijo, amigo nuestro: Rolando Vega Mercado.
102
Con cariño paternal enseñaba a jóvenes de 14 y 16 años de edad,
les dedicó a diversos oficios que ejercían fuera de las horas de escoleta;
los eximió de desempeñar comisiones oficiales; instrumentaba las piezas
populares en boga y las clásicas de autores de fama mundial, formando un
selecto repertorio que ejecutaban impecablemente hasta sesenta músicos,
obedientes y disciplinados y tras signar a cada uno el instrumento apropia-
do, logró crear un magnifico cuerpo filarmónico.

La banda molanguense compitió con la banda hidalguense en Pa-


chuca, a fines del siglo xix y tras de reñida controversia, alcanzó el segundo
lugar, pues la hidalguense mereció el primero, triunfo muy honroso para
don Ricardo si se considera que su banda careció del buen instrumental y
del pago de sus componentes que tuvo el hidalguense. El maestro Silva
tuvo por discípulos destacados a Inocencio Vega, Gil Díaz y Jesús Acosta
Vargas. La banda de don Ricardo tocaba un vals de muy difícil ejecución
Número uno; Jesús Acosta Vargas lo instrumentó para orquesta; al saberlo
don Ricardo, le dijo: “si tu orquesta logra tocar ese endemoniado vals,
obsequiaré a sus miembros con el mejor vino de mi tienda”. El vals fue
ejecutado de maravilla; don Ricardo lo escuchó embelesado; los músicos
de la orquesta de Jesús paladearon un excelente vino. A partir de entonces,
don Ricardo prefirió a Jesús sobre Inocencio y Gil. Por tal predilección, lo
llamo yo el discípulo amado.

Cuánta información histórica se encuentra en estos viejos periódicos como


por ejemplo lo que nos dice el profesor Salvador Espinosa en su artículo
“Cosas de mi pueblo.”

Y así es como vemos la organización de los molanguenses radicados en


México en su forma de Círculo Social o de la colonia molanguense, de-
signación ésta con la que inició sus actividades constructivas en el pasado
y con la que continúa en el presente, se ha esforzado por crear, por gestio-
nar y realizar muchas obras en Molango entre las que se podría citarse las
siguientes: introducción de la energía eléctrica desde las instalaciones que
estuvieron en Chinameca, sustituida por la de la energía hidroeléctrica, la
construcción de la cancha deportiva anexa a la primaria, la adquisición por
compra de un terreno situado en la parte superior del antiguo venero que
surte de agua a la población, la fundación de un jardín de niños, la erección
103
del simbólico monumento a los paladines locales del 26 de septiembre
de 1871, consecución de becas a jóvenes de provincia para su ingreso a
escuelas normales; reparación del histórico reloj público; introducción de
pescado fino en la laguna de Atezca; consecución de mobiliario escolar
para las escuelas de: Atezca, Pemuxtitla, Tehuisco, San Bernardo, Malila,
Ixcatlán, Achocoatlán, Cuachula,, Jalamelco, Acomulco, y Molango.23

Y ahora continuamos con Molango, segunda época, que salió a la luz en


el mes de septiembre de 1971 cuando Molango iba a cumplir su centena-
rio como distrito judicial y rentístico. Estaba como director del periódico
el profesor David Rodríguez S.; presidente: profesor José Ángeles Con-
treras; gerente: profesor Luis Anaya Roa, redacción: Jorge Anaya, publi-
cación: señor Manuel Díaz de León, circulación: profesor Juan Pedraza,
departamento artístico: señor Ramiro de la Vega.

A partir de este número el periódico Molango contó con la colabo-


ración de la distinguida periodista y poetisa molangueña Helia D’Acosta
(Helia Diana Acosta Ángeles), hija del pedagogo Hermilo Acosta y de la
señora Leonor Ángeles, hermana del famoso revolucionario general Feli-
pe Ángeles. La señorita D´Acosta, maestra en Letras Castellanas, impartió
clases de literatura en diversos centros docentes. Se inició en el periodis-
mo en el diario capitalino Excélsior, pasando después a otros como El
Universal, Novedades y varios más. Tuvo también a su cargo el programa
de radio Qué, Quién, Cuándo, Dónde, Cómo, y Quizá, mismo título de
una columna editorial que desarrolló en diversas publicaciones, que era
trasmitido por la xew. Asimismo, es autora de varios libros, entre los que
pueden mencionarse: Una cuna, un libro, una sonrisa en donde habla de
estudios realizados en Europa, y Nuevo arte de amar; también escribió en
la revista Impacto.

También encontramos la página literaria con poemas dedicados a


Molango, por ejemplo, la canción: La molangueña compuesta en su tiem-
po por el estudiante de leyes J. Guadalupe Ramírez Sagaón, canción nos-
tálgica que, inspirada en el anhelado retorno al amado terruño, solían en-
23 La Colonia Molangueña fue la gran benefactora de Molango.
104
tonar en vacaciones los jóvenes que se cultivaban en Tulancingo, Pachuca
o México; A Molango (1971), de Elfego de la Vega, que entonces usaba
el seudónimo de T. Xolo; A Molango en su día, soneto relacionado con la
popular marcha del inspirado coterráneo Jesús Acosta Vargas, que dedica-
ra en algún aniversario a su amado terruño; también encontramos la obra
del ingeniero Homero Anaya con su poema Semana santa, La chimolera y
la canción Mi Pueblito es así.

De febrero de 1973 a 1975 sale a la luz la revista Ventana dirigida


por el señor Ricardo Silva Solís y como administrador el contador público
Emelio Velasco Lara; el jefe de redacción, el señor Elfego de la Vega y Es-
píndola; era una revista ya no local, sino que frente a un nuevo Molango,
la norma de esta publicación anhelaba alcanzar, apoyada en el báculo de la
concordia, la cima de coadyuvar modestamente a su vida social con pro-
yección estatal. Y deseaba merecer la simpatía y el apoyo oficial y privado.
En su primer número se hizo un balance de las obras ejecutadas en el es-
tado por el entonces gobernador licenciado Manuel Sánchez Vite; también
podemos encontrar un artículo donde se le rinde un merecido homenaje a
Helia D´Acosta Ángeles; “Del Pasado al presente”, entrevista, hecha por
Ricardo Silva al profesor Salvador Espinosa, donde nos hace referencia a
la historia de la fundación de la Normal Rural de Molango y de la historia
del pueblo; un artículo escrito por el profesor Donaciano Serna Leal, so-
bre Bartolomé Vargas Lugo cuando construyó la antigua carretera, desde
Velasco hasta Molango.

En su sección “Rinconcito literario”, esta vez encabezado por el cal-


nalita Enrique Parra Montejano, quien en 1971 con motivo del centenario
de la erección del distrito escribió Perlas de un centenario; y por su pro-
lífico amor a Molango le escribió varias poesías: “Himno de dos pueblos
que la mano se dan; que sellan con su ejemplo el valor de la vida ¡hossa-
na a ti, Molango!, ¡hossana a ti, Metztitlán!” Don Fego no podía faltar y
escribe la anécdota de la confraternidad Molango-Metztitlán y una críti-
ca al sistema educativo llamada “¿Hacia el despeñadero?” En la sección
“Nuestras gentes”, encontramos el artículo sobre la muerte de don Severo
105
González y del apoyo que dio tanto al pueblo como a la iglesia. Salvo El
tiempo y Ventana, todos estos periódicos y revistas, eran subsidiadas por
Los Molangos y fueron de carácter local.

Veinticinco años después, en los albores del siglo xxi, siguiendo el


ejemplo de aquellos grandes hombres que participaron en el engrandeci-
miento histórico de este bello rincón serrano surge la gaceta El chicoyote,
infantil sueño que tiene su despertar el mes de junio del año 2000. Comen-
zó como un simple díptico y el conocimiento del arte gráfico y, la poca
historia y el arrojo de hacer algo por Molango. La gaceta toma su nombre
de una muy peculiar ave de la Sierra Alta; una perdiz, que según la conseja
popular dice que esta ave marca un cambio en el tiempo y así ha sido: la
gaceta marcó su tiempo. Ha visto los cambios de la era análoga a la di-
gital y que la vez, ha contribuido a pesar de que existe, solamente, por el
esfuerzo continuo de un soñador y su fiel escudera, Sandra Valencia, que
como Sancho Panza acompaña a este quijote de lanza rota que creyó en un
momento que la gente con gusto escribiría. Craso error. Por tanto, se tuvo
que editar, redactar, imprimir, distribuir y sobre todo sufrir, pero se hace
con gusto por la tierra que me vio nacer.

106
Anhelo de ser más: el plan de vida de los
molangueños de la primera
mitad del siglo veinte
Gonzalo Aquiles Serna Alcántara

El contexto

En el estado de Hidalgo no se libraron batallas importantes, pero indu-


dablemente la Revolución Mexicana afectó a su población. Las hambru-
nas, escasez de todo tipo de bienes y servicios, enfermedades, ausencia de
trabajo remunerado e inseguridad permanente en los caminos y poblados,
seguramente ocasionaron daños y penalidades a los habitantes y más gra-
vemente a los asentados en los pequeños poblados, como es el caso de
Molango. Los humildísimos ciudadanos, subsistían gracias a una forma
de vida más que austera basada en el autoconsumo de los productos de sus
parcelas y el comercio de sus escasos excedentes. La solidaridad entre las
familias, la mayoría emparentadas, hacía su parte y aliviaba las necesida-
des más urgentes.

Afrontaban con entereza y dignidad las contrariedades, como la epi-


demia terrible de la gripe española o las causadas por las gavillas de todos
los bandos y banderas, que asaltaban y asesinaban sin freno. No obstante,
estas duras pruebas, en el pueblo de Molango, nadie murió de hambre du-
rante esos años. Y más sorprende que su pequeña escuela primaria, nunca
suspendió las clases a los niños. Molango era, bajo este rápido panorama,
un pueblo solidario, pobre más no miserable, creyente pero no fanático;
austero y digno. En aquel tiempo, un pueblo tan alejado de la capital, sólo
podría perdurar por el empeño de sus habitantes quienes debían solucionar
todo tipo de problemas. Tenían mucha autonomía, pero poca ayuda de los
gobiernos.

Los molanguenses tenían un carácter muy peculiar. Eran serios y


adustos. Usaban en su conversación sólo las palabras necesarias. Las fies-
tas eran escasas, limitadas por la pobreza de los habitantes, que, aunque tu-

107
vieran la fortuna de reunir un poco de dinero, no “iban a echar la casa por
la ventana” en diversión. Tampoco lo hacían en ropa. Sus comidas eran
modestas: café y pan por la mañana, almuerzo de frijolitos con tortillas del
comal. En la comida, sopa y otra vez frijoles con algún guisado de hierbas
de la huerta y los domingos o días de fiesta, pollo. Esa frugalidad se veía
reflejada en todos los demás aspectos de su vida cotidiana.

Escribo este artículo, con base en las pláticas de mi padre, Donacia-


no Serna Leal, a quien tomo como prototipo para intentar explicar algunas
de las motivaciones compartidas que sirvieron como base para el plan de
vida de los molanguenses de esos años. Acepto desde ahora, que mi visión
puede estar sesgada por razones emotivas, pero considero que constituye
un punto de arranque para trabajos que tengan como fin dilucidar aspectos
culturales y antropológicos de la región serrana y de sus habitantes. Tam-
bién expongo ideas que son productos de mis relaciones con molangueños
coetáneos de mi padre.

El plan de vida y los valores

Es probable, como hipótesis, que muchos coetáneos y paisanos de la genera-


ción de Donaciano Serna Leal, nacido en 1919, compartan las mismas raíces.
Observé en ellos, comportamientos y actitudes similares, lo que me lleva a in-
ferir que el ambiente social en que transcurrió su niñez y adolescencia en Mo-
lango, los marcó para establecer su plan de vida. En el periodo que comprende
de 1915 a 1945, surgió en el país una generación que podríamos denominar de
la “revolución institucionalizada” debido a que sufrieron las consecuencias del
conflicto armado, pero se incorporaron rápidamente a las instituciones creadas
por los regímenes surgidos de la Revolución. Además, cada estado o región
del país imprimió su sello distintivo a los miembros de esa generación.

Con base en la idea anterior, expondré algunos atributos de la perso-


nalidad de mi padre, que considero característicos de su generación. He reali-
zado un deslinde y dejo a un lado aquellos más propios de las circunstancias
personales.

108
Austeridad. Mi padre nunca hizo ostentación de riqueza, ¡porque
nunca la tuvo! Primero como modesto profesor rural, luego profe “de ciu-
dad”, después estudiante de la Normal Superior de México aspirando a
trabajar como docente de educación secundaria, y su paralela actividad
política como dirigente sindical, diputado, tesorero del estado y goberna-
dor interino. Y otras actividades como periodista, escritor y hasta poeta.
En esta resumida trayectoria de vida, podemos deducir que su relación con
el dinero fue muy variable. De la pobreza como profesor de ranchería y
pueblo a los recursos puestos a su alcance de su actividad, como funcio-
nario. Toda su existencia, vivió con un similar estilo de vida, comiendo y
bebiendo lo mismo, teniendo como mayor satisfacción pasarla en reunio-
nes familiares sencillas y simples. Platicando con sus escasos amigos de
temas cotidianos. Jamás presumiendo ni haciendo ostentación de bienes,
de amistades poderosas o de honores. Sin vanidad ni frivolidad vivió y
murió.

Fines de vida. Pero su actitud no era pose fingida. Su modelo de


vida tenía una fuerte raigambre en valores aprendidos en su más tierna
infancia, seguramente por boca y ejemplo de su madre y asumidos muy
pronto en la adolescencia y juventud cuando, huérfano y sin familia, hizo
de la lectura su única compañera. No era un asceta, pero sí un estoico, en
el sentido de que creía firmemente que es posible alcanzar la libertad y
la felicidad siendo ajeno a la búsqueda de riquezas materiales, guiándose
por la virtud y la razón. Esta convicción lo acompañó toda su vida adulta,
incluso en sus temporadas de mayor apremio, jamás cedió ni se quejó de
haber elegido este camino de vida.

Discreción. Chanito no era hombre de excesos o mal uso de las


palabras, discursos o discusiones. No era lenguaraz ni muy dado a dis-
quisiciones largas y detalladas. Más que en forma verbal, sus ideas las
exponía en sus escritos. Sus hijos podíamos sostener agradables charlas
con él, pero nunca, jamás, habló mal de nadie en particular. Criticaba el
mal comportamiento de los gobiernos, pero no habló mal de ninguna per-
sona, inclusive de aquellas que lo habían tratado mal o le eran ingratos.
109
Por supuesto, tampoco reveló acuerdos o conversaciones que sostuvo con
políticos y otras personas que se le acercaban pidiendo su consejo. La dis-
creción como guía para sus relaciones con los demás lo hizo muy confiable
y respetado.

Honestidad. Quizá el rasgo más conocido por la ciudadanía. La vi-


vencia de valores se pone a prueba, no en el discurso sino en la realidad.
Nadie puede asegurar que es honesto si no ha tenido a su disposición mi-
llones y no se ha apropiado de un solo centavo. Si pasa esa prueba es
verdaderamente honesto. Y Chanito lo hizo. Toda su vida adulta tuvo al
alcance recursos públicos y los respetó escrupulosamente. Sin hacer alar-
de de ello ni ponerse como ejemplo. Alguna vez, en un diario nacional,
salió un reportaje encabezado “Un ex gobernador que viaja en camión”.
Lo vi en el puesto y lo compré, llegué a casa y lo leí a mis padres. El re-
portero, asombrado, ponderaba como un hecho totalmente extraordinario,
que un ex gobernador se trasladara a sus actividades en un camión, como
cualquier ciudadano y sin ningún guardia de seguridad. Se lo mostré con
orgullo a mi papá quien únicamente sonrió y dijo: -Bueno, eso no es nin-
gún mérito, millones de mexicanos se trasladan así. Y, además. no era un
camión, era una combi. Y siguió escribiendo en su vieja máquina Olimpia,
sin hacer ningún comentario más.

Espíritu de superación. Un talante arraigado y característico de


molangueños y serranos de ese tiempo, fue el espíritu de superación. La
negativa rotunda a conformarse con un destino que sólo ofrecía pobreza
y un horizonte estrecho. Los niños y jóvenes, animados por sus maestros,
tuvieron la valentía para dejar atrás la seguridad y el afecto de sus familias
y lanzarse al mundo desconocido de las tierras lejanas de “allá arriba”
como nombraban al altiplano. Año tras año, cientos de jóvenes serranos,
algunos aún niños, se encaminaban a los internados Hijos del Ejército, o
del Estudiante Indígena, Colegio Militar, o como el caso de mi padre a la
normal “Luis Villarreal” del Mexe e inclusive en otras instituciones ubi-
cadas en lejanas latitudes. Allí, después de una dura etapa de novatadas,
se incorporaron a la vida escolar, conformando más que una familia, una
comunidad de vida, con sus compañeros provenientes de localidades de
todo el estado y el país. Esa camaradería, prevalecería por muchos años y

110
sería utilizada como llave maestra para la obtención de empleos y plazas
docentes, así como posiciones políticas. No es casual que la sep y el snte
en Hidalgo, haya sido el dominio de ex alumnos de El Mexe, aunque esta
institución no exista desde hace años.

Al igual que buen número de egresados de las normales rurales, mi


papá no se conformó con ese título. Primero, revalidó materias y curso
las restantes en la Escuela Normal Socialista de Pachuca, para obtener
el nombramiento de profesor urbano. Después, estudió en la Normal Su-
perior de México, logrando la especialidad en la asignatura de civismo.
Continuó, en esa misma institución sus estudios de técnico en Ciencia de la
Educación y después el doctorado en Pedagogía, primero de este tipo en el
país. Y me permito relatar este trayecto porque estoy seguro que muchos
profesores de esa época, se verán reflejados en esa lucha constante para
superarse, aspirando a tener y ganar más pero siempre utilizando medios
honestos relacionados con el estudio.

Dentro de este apartado y relacionado con el párrafo anterior, consi-


dero adecuado incluir el profundo amor a la lectura que siempre manifestó
mi padre. Mis recuerdos más remotos, están invariablemente relacionados
con la imagen de ver a mi papá leyendo atento, sentado en el escritorio de
su estudio. ¿Qué leía? Aun me sorprende su acercamiento a la filosofía
clásica, inducida como asignatura en la Normal Superior, y por eso leía los
Diálogos de Platón o la Ética a Nicómaco y la Política de Aristóteles. Mas
no se circunscribía a ese tema. Compraba muchos libros, de variados con-
tenidos, nuevos y usados. Por supuesto, la mayoría versaba sobre tópicos
educativos. Pero también los best sellers de Truman Capote, Irving Walla-
ce o León Uris que la colección de aventuras de Sandokan de Emilio Sal-
gari. Coleccionó todos los fascículos de La enciclopedia de la Revolución
Mexicana y los de la Segunda guerra mundial. Por supuesto, a todos sus
hijos nos trasmitió el hábito de la lectura, que además compartía con mi
mamá Socorrito. Así que en casa, no existían joyas ni muebles finos pero
libros había por alteros en su estudio y en todas partes de su casa. Muchos
años después, cuando todos los hermanos habíamos conformado nuestras
propias familias, y ya con hijos adolescentes, al visitar a Chanito, seguíamos
descubriendo libros que habían permanecidos escondidos a nuestra vista o
apenas habían sido adquiridos.
111
La convicción de los profesores para ser cultos, ilustrados y poseer
conocimientos básicos de las ciencias, las artes y la política, prevaleció du-
rante muchos años. Era propio del ser docente. Igual que su forma de vestir
y su manera de comportarse. Era el habitus (término empleado por el soció-
logo francés Pierre Bourdieu) propio de los profesores, el cual ostentaban
con humilde dignidad y sin vanagloria, pero sí firmeza. Por supuesto, esto
les confería un estatus en la sociedad.

Participación. Los niños molanguenses, creo que a imitación de sus


padres y estimulados por éstos, no se conformaban con sólo presenciar o
ser simples testigos de las actividades que se realizaban en la escuela y en
el pueblo. Su participación en desfiles cívicos, peregrinaciones y rezos, ex-
cursiones y paseos, equipos deportivos, o las “veladas literario-musicales”
donde alguien declamaba, otro tocaba violín o piano y un grupo de jóvenes
ejecutaba melodías en una “antigua” –conocidas en otras partes con el nom-
bre de estudiantinas–, era común. Por su parte, los adultos intervenían en la
vida cívica, política, religiosa y educativa. Prácticamente todos los jefes de
familia, formaban parte de una o varias de los grupos ciudadanos: Junta de
Mejoras Cívicas y Materiales, Cofradía de Nuestra Señora de Loreto, Co-
mité de Padres de Familia de la Escuela Héroes de Chapultepec, en los años
veinte Comité Pro-construcción de la Normal Rural, Guardia Rural y Junta
de Seguridad, Comité para la Carretera, etc. Esto hacía que el pueblo fuera
una expresión plena de participación y por supuesto, de formación ciudada-
na. Las elecciones locales eran muy reñidas, como lo atestiguan los diarios
de la época, que incluso narran frecuentes hechos de violencia. La inmensa
mayoría de los varones, sabía utilizar y portaba armas. La participación ac-
tiva y la actitud más que decidida para defender sus derechos e ideas, con-
formó un carácter duro y muy alejado del sometimiento a los molangueños.

La vida pública

Este panorama nos explica por qué los molanguenses de las primeras dé-
cadas del siglo veinte tuvieron como rasgo muy distintivo, su involucra-
miento en las esferas de la vida pública, incluyendo la política. Prime-
ro como estudiantes, siendo miembros y dirigentes de las sociedades de
alumnos; después como profesores, participando en las actividades de la
Secretaria de Educación Pública y del Sindicato Nacional de Trabajadores
112
de la Educación (snte) y en una enorme gama de instancias creadas por
el crecimiento del aparato burocrático y administrativo del Sistema Edu-
cativo Nacional, que propició la colocación como empleados de miles de
serranos y huastecos, entre ellos muchísimos molangueños, en las más
diversas áreas de la sep. No debemos pasar por alto, que muchos paisanos
destacaron en la dirigencia de sindicatos y como funcionarios de otras
secretarias y dependencias estatales y federales.

Su participación activa no se limitó a las actividades laborales, mu-


chísimos las combinaron con las políticas. Y no sólo en las filas del parti-
do oficial. También los partidos de oposición y organizaciones sindicales
confrontadas con el snte, tuvieron en sus filas a numerosos molangueños.
Carlos Ramírez Guerrero, Manuel Sánchez Vite, Raúl Lozano Ramírez y
mi padre, Donaciano Serna Leal, fueron gobernadores del estado de Hidal-
go. Muchísimos más, han destacado en los campos de la ciencia, las artes,
la literatura y el ejercicio profesional. Todos actuaron con la impronta, el
sello que caracterizó a los molanguenses de esa época: ser más, destacar,
sobresalir en las tareas encomendadas y en los otros aspectos de la vida.
Seguramente sus hijos y descendientes, compartirán conmigo el recuerdo
de esta actitud de sus ancestros, molanguenses “de los de antes”.

Concluyo este breve recuento de las cualidades de los molangueños


de ese pasado del cual nos separa casi un siglo. Fue muy difícil para ellos,
con muchísimas necesidades y pobreza, pero pletórico de disposición para
colaborar, sacrificar descansos, aportar dinero o comida, participar en
faenas, cooperar para las fiestas y recepciones a visitantes, intervenir en
campañas políticas y en la vida social y cultural del pueblo. ¡Sí, definitiva-
mente, era otro Molango!

113
Trazos de la vida y obra de Don Beto
González, el alquimista
de la fotografía de Molango
El 28 de noviembre de 1934, a sus 38 años, Adalberto Florentino
Leonardo González Sarmiento, tomó una foto que al revelarla titularía:
“Gloria a Molango”, el documento se trata de la llegada del segundo coche
a Molango, propiedad de Don Eusebio Acosta Velasco, nada más y nada
menos que el primer coche de un paisano en nuestra tierra, el evento tiene
tanta carga social que la imagen muestra en primer plano a los convocados
y “arrimados”, junto al coche de un feliz y emocionado dueño que sabe
bien de la importancia que es volver a su pueblo con la modernidad al vo-
lante, con el futuro cercano y tangible, con la esperanza de cosas mejores,
de la gloria por venir.

Cuando mi amigo Lalo Beltrán me invita a participar en este li-


bro, me emocioné mucho, asombro, ansiedad y hasta cierta inquietud sentí
también, cuando después de charlar a altas horas de la noche en el centro
de Molango, se soltara a invitarme a escribir acerca de la vida de “Don
Beto González”, el mejor fotógrafo que ha tenido Molango y la Sierra Alta
de Hidalgo.

Hablar de Molango es complejo, difícil acercarse a la definición, y


si no se conoce el trabajo y aporte de Don Beto, como cariñosa y respetuo-
samente le llamaré en este texto, es casi imposible.

La historia del Molango del Siglo XX, del Molango histórico, culto,
tradicionalista, valeroso y humanista, es inconcebible sin el legado visual
de Don Beto, las historias de nuestros abuelos y parientes más longevos
toman vida al mirar sus fotografías, Don Beto fue un alquimista social,
desde sus comunes retratos para escuelas y colegios hasta sus inusuales
fotos a difuntos, su crónica pictórica relata un Molango apacible, un pue-
blo alejado (hasta entonces) de las nuevas modas y los tiempos modernos,
pero a su vez visionario y progresista.

Don Beto González, hijo natural del señor Celedonio González y la


señora Porfiria Sarmiento, nació en Molango a las 4:12 de la mañana el 14
de marzo de 1896, nacería con el siglo XX, el siglo de la evolución tecno-
lógica, de los cambios de paradigmas, de las revoluciones sociales, Adal-
berto es un adolescente de 14 años cuando inicia la Revolución Mexicana;
y bajo esta sombra del cambio abrumador y en movimiento, se cobija,
comienza su vida laboral siendo sombrerero, zapatero hasta que descubre
114
su pasión y profesión, porque Don Beto se convirtió en el mejor fotógrafo
profesional de Molango y la serranía de Hidalgo.

Don Beto reveló la vida privada, social, política y familiar de Mo-


lango por más de 50 años, junto a su asistente y compañera de vida, Doña
Nala, la señora Reynalda Luna Morales, originaria de Tlanchinol, con
quien contrajo nupcias en Molango a las 12 horas del 27 de noviembre de
1935.

Don Beto es consciente de la responsabilidad que conlleva en su la-


bor, sabe que es testigo fiel de lo que acontece en el Molango pujante de su
época, lo sabe desde el momento en que es buscado para retratar desde una
foto para una credencial escolar, sus panorámicas y paisajes que reflejan
a un hombre enamorado de su tierra, hasta los mítines políticos de la se-
rranía, las reuniones entre los pueblos y comunidades hermanas donde es
testigo de las buenas nuevas, del progreso y la unión, de las festividades, y
también de las desgracias, de la cotidianidad, de los personajes que habrán
de ser recordados y reconocidos gracias a sus fotos como aquella visita
en el año 1959 del General Lázaro Cárdenas a nuestro pueblo; no puedo
desperdiciar la oportunidad de comentar una foto que para mí resulta una
muestra clara del sentido social que desprenden las fotos de Don Beto, la
foto se titula: “Metztitlán Molango siempre unido”, en ella se distingue a
un grupo de personas en un paseo por la Laguna de Atezca, en primer pla-
no junto a algunas otras mujeres sentadas, está Doña Nala, quien apenas
sonríe ante el disparo de la cámara de su esposo, detrás de ellas, una fila de
hombres y mujeres que relajadamente y acaso sin interés, posan para dejar
recuerdo de este encuentro amistoso de dos pueblos que comparten tristes
y amargos momentos en la historia, y al fondo las siempre apacibles aguas
de la laguna de Atezca que sostienen a grupo de paseantes que también
son incluidos en la toma, es el 1 de noviembre de 1938, en pleno Dia de
Muertos.

La importancia de obra artística de Don Beto a3 finales de los años


20’s y principios de los 30’s; nos ubica en el panorama actual para darle un
valor agregado a nuestras raíces y a nuestras tradiciones, gracias a su obra
podemos saber por ejemplo, la gran relevancia que tiene la celebración de
la Semana Santa para el pueblo en general, o la importancia que tenían
las actividades culturales y congresos pedagógicos que a posteriori dieran
el fastuoso mote a Molango de la “Atenas de la Sierra”; es por toda esta
significancia que la vida de Don Beto debe ser dignificada.

115
Don Beto reconoce y quizás se deslumbra al saber de la importancia
y trascendencia de su oficio, seguramente le pasa esto en cada viaje a la
Avenida Montevideo 276 en la capital del país para acudir al “Foto Estu-
dio Maya” a revelar y amplificar lo que después lo convertirá en el testigo
fiel en cada pared de las casas de los molangueños, viviendo en cada hogar
hasta la fecha, como queriendo quedar prendido para siempre en la vida
de Molango.

La función de la imagen se diversifica en el terreno investigativo,


va desde la función representativa, simbólica, semántica y epistémica has-
ta llegar a la estética, sin embargo, resulta casi imposible categorizarlas
debido a que la función de la imagen casi siempre es compartida, quie-
nes admiran o investigan a través de la imagen lo mismo encuentran su
función para informar que para causar sentimientos o significados, y es
en esta parte del trabajo cuando la capacidad interpretativa va más allá al
contemplar las fotografías de Don Beto, ya que en el sentido estricto Don
Beto construye para si su técnica como fotógrafo profesional, con su cá-
mara de fuelle y su lente alemán va mezclando su ingenio y talento innato
que le bastan para convertirse en el fotógrafo de Molango y la región, para
ello, es preciso aplicar la hermenéutica, para ir de a poco dilucidando la
intencionalidad y comprender cada escena de la cotidianidad revelada en
sus fotografías; saltan las dudas, la pregunta ¿Qué sería de nuestra historia
sin las fotos de Don Beto?, luego entonces, irremediablemente uno vuelca
su visión hacía el pasado, reconoce, valora y atesora la historia gracias a
ese gran acervo cultural, gracias a la obra del gran Beto González.

Para quienes aman a Molango desde la cuna hasta en los sueños, sa-
ben bien que no exagero al decir y repetir lo afortunados que somos de ser
de aquí, de nuestro hermoso y siempre amado Molango, que no exagero al
insistir que personajes como Don Beto González engrandecen y reafirman
la visión del pasado para aprender a reconocer el valor de nuestro presente
y dignificarnos y hacernos responsables como los herederos de un futuro
ya dado.

¡Gloria a Molango!

116
Notas para una historia de la
música molangueña
Benito (Arcadio) Bautista Trejo

José Eduardo Cruz Beltrán

Los inicios

Hace muchos años ya, a Molango se le llamó la Atenas de la Sierra; parece


ser que fue debido al pensamiento y al estudio sobre la cultura griega, ya
que en este pueblo se cultivaban mucho las bellas artes: pintores, escultores,
músicos, poetas poblaban este lugar; desgraciadamente mucha de esta gente
emigró, pero algunos de los hijos de estos artistas aún conservan y cultivan
parte de esta bella época. Hoy en este artículo escribiremos parte de la
historia musical de Molango que en tiempos pasados fue la fuente musical
que irrigó a sierra y huasteca. En Molango, a partir de 1835 la pequeña
música se componía de dos violines, un bajo, una tambora y un triángulo
de acero y dirigidos por don Toribio Anaya. Un año después, don Nicolás
Castillo y Cruz, estableció una música de viento con buen instrumental, pero
los directores, Ignacio y Antonio Maldonado, ambos de Ixmiquilpan, eran
líricos; duró muy poco tiempo y no trascendió más allá de la informalidad.
En 1849, el ayuntamiento estableció un cuerpo filarmónico compuesto por
jóvenes de doce a catorce años de edad a cargo de don Carmen García, de
Ixmiquilpan, dando principio a las escoletas el primero de julio de aquel
año y después de estar solfeando un año, tomaron los instrumentos. El
comisionado para comprar los instrumentos en la ciudad de México fue el
señor don Felipe Sagaón, saliendo el trece de julio de 1850 al tiempo que
comenzaba la epidemia de cólera, muriéndosele en el camino dos peones.
A su regreso varios vecinos y el director de la música, a la cabeza de sus
discípulos, subieron hasta Tlamaxa (el mirador), donde se abrieron las cajas
en que venía el instrumental, se repartieron entre los mismos, y entraron
tocando marcha hasta el pueblo. Estos jóvenes iniciados en las delicias de
117
la música desde su tierna edad, bajo la dirección de filarmónicos expertos,
también se convirtieron en maestros de música. El alumno Ricardo Silva,
fue sin duda el más aprovechado, pues pronto sustituyó a los directores. Di-
rigió la banda de 1848 a 1892 y participó, por supuesto, en la oficialización
de dicha banda en la erección de Molango como distrito en 1872. Uno de los
integrantes sería Jesús Silva, quien muchos años más tarde, como notario,
sería el primer gobernador maderista del estado.

A su paso en Atotonilco el Grande, se le denominó “Segundo Cuerpo


Filarmónico del Estado” y posteriormente en la ciudad de Pachuca, en su
presentación inaugural fue elogiada con una salva de fusilería. Don Rafael
Cravioto, el entonces gobernador del estado, premió al glorioso cuerpo filar-
mónico de don Ricardo Silva por su brillante actuación artística. En 1876,
un considerable número de jóvenes ingresaron a la banda, aunque propia-
mente eran dos, denominadas “la antigua y la nueva música” pero que uni-
das era un grupo numeroso y bien disciplinado en la ordenanza militar. Un
semillero de compositores de valses, marchas, polkas, pasodobles, danzas,
schottiches, mazurcas, himnos y foxtrots, dio pretexto para la creación de
otras agrupaciones: típicas, orquestas, tríos, cuartetos de cámara y demás
variantes de conjuntos musicales. No había paseo, baile, ceremonia cívica
o aniversario familiar, donde no alegraran con su arte a la concurrencia,
donde se encomiaba la feliz interpretación de los filarmónicos y la calidad
interpretativa de los autores molangueños (el ilustre Ricardo Silva murió
en la indigencia el 26 de mayo de 1892). En 1889, la autoridad proveyó a
los músicos de un vestuario uniforme, el que lucieron por vez primera el 26
de abril del mismo año cuando las fuerzas del distrito entraban triunfantes
a la población, después de haber satisfecho la consigna del gobierno del
estado para pacificar el distrito de Jacala, capturando a los conspiradores
que pretendían derrocar a su primer magistrado. Esta banda musical marcó
un hito en la música del estado y de allí surgieron posteriormente grupos
musicales de cuerdas en diferentes épocas; asimismo surgieron grupos cora-
les de cantos sacros como la banda infantil de don Delfino Cruz. Posterior-
mente la banda musical comenzó a decaer y en 1896 se hicieron esfuerzos

118
para mantenerla. Fue en 1923 cuando se cierra el tercer y último periodo de
música con el aria final de la ópera Traviata, del inmortal Giuseppe Verdi.
Como reminiscencia del brillante periodo del clasicismo musical que para
gloria de Molango a fines del siglo xix y principios del veinte se encuentran
don Inocencio Vega, padre de Elfego de la Vega Espíndola, a cuya inspira-
ción se deben la danza aborigen Indita, y Jesús Acosta Vargas (1863-1936),
éste último con su orquesta y sus composiciones de talla internacional en
las que destacan su Marcha a Molango y Molango en su día. De don Jesús
Acosta se lee en la contraportada de Molango musical (donde se interpreta-
ron sus piezas):

Estrella rutilante en el firmamento de la sierra, es también, nuestro in-


tuitivo “don Chucho”. Su vocación musical, de clara influencia hispá-
nica, se hizo sentir, no sólo en Molango, su solar nativo, sino en Cal-
nali, Acatepec, y aun en poblados indígenas donde hizo germinar su
simiente cultural formando conjuntos que llamaron la atención. Como
en Manuel M. Ponce, la música de don Chucho es igual a su persona:
noble, apacible ¡y grandiosa por sincera!

Fusión iberoamericana, palpita en ella la candorosa novia se-


rrana que, tocada con el saleroso mantón sevillano, espera ansiosas a
“su pion” bajo el confidente follaje del “cuatlapalar”. Estimulado por
el romántico siglo xix, su línea metódica parece seguir el suave cauce
del arroyuelo cantarino o el “quebrado” camino “rial”, ¡o bien la capri-
chosa horizontalidad de sus amadas montañas! Es evocación de jolgo-
rio casamentero donde fraternizan las aromáticas espirales del cigarro
“cuachate” de Xochi con la clásica yerbabuena preparada “case Doña
Irenia…”.

Don Jesús compuso otras exquisitas melodías como el vals Veintinueve de


septiembre, dedicado a su hija Gudelia en su onomástico; su obertura Me-
morias del centenario, estrenada el 26 de septiembre de 1910 al cumplir-
se cien años del grito de independencia, y una marcha fúnebre, solemne y
quejumbrosa, tocada durante la procesión del santo entierro cada año en la
semana mayor.

119
La música sacra

Los enlutados jueves y viernes santo se oyen los rezos de las señoras que
acompañan al nazareno. Don Homero Anaya Lara, “Yo-mero”, fue autor
de muchas composiciones dedicadas a su tierra natal escritas con nota para
varios instrumentos, así como música religiosa para las ceremonias tradi-
cionales de la Semana Santa entre las que solemos escuchar esos días: Las
siete palabras (Padre/perdónales en su grave error/tú serás buen ladrón/
junto a mí, junto a Dios) o Plegaria a María santísima (Blanquísimo lirio/
nacido entre zarzas/madre, la más tierna/paloma sin mancha). Entre quie-
nes participaron en los coros de música religiosa destacan Antonio Mar-
tínez y su hija Marciana así como Cecilio Chagolla quien quedó al frente
luego de que falleciera don Antonio; este coro estuvo encabezado por doña
Romana Rivera de Anaya. De acuerdo con Homero Anaya, en Molango,
la música sacra se dividía en dos, la música usual y la música de semana
mayor. Para la primera señala:

Antes de 1863, los cantos sacros eran desempeñados por voces femeninas
y masculinas enseñadas por los diversos párrocos. En 1863, el cura bachi-
ller don José Cipriano Miranda proveyó de un armónium a la parroquia;
varios jóvenes se dedicaron entonces a la música religiosa, principalmen-
te Ignacio Ángeles y Francisco Anaya. En esa época, el coro estuvo for-
mado así: organista, Pascual Miranda; voces, Remigia Castillo, Antonio
Martínez, Cristóbal Cordero, Francisco Anaya, Ignacio Ángeles y Martín
Vargas. En 1875, el coro sacro fue de esta manera: organista, Pascual Mi-
randa; voces, Loreto Ángeles y Francisco Silva.

En 1886, fue párroco el señor cura y bachiller don Francisco Cam-


pos y Ángeles; entonces, estaban frente al coro de hombres, el maestro de
capilla Francisco Anaya y su hijo de igual nombre y apellido; cuando fue
separado don Francisco Anaya padre, el señor cura Campos y Ángeles
organizó un coro de voces femeninas, que, magistralmente preparadas por
él, llegó a constituir un magnífico conjunto que años después actuó bajo
la dirección del maestro organista Loreto Sagaón y tuvo dos épocas cul-
minantes:

120
1887: organista, Loreto Sagaón; voces, señora Agustina Anaya y
María Espinosa; señoritas Altagracia Campos, Amalia Ramírez, Arnulfa
Espinosa, Asunción Hernández, Concepción Castillo Ramírez, Francisca
Sarmientos, Julia Martínez, Margarita Acosta, María Martínez Chagolla,
Porfiria Silva y Trinidad Espinosa. 1892: organista, Loreto Sagaón; voces,
señoritas Amalia Ramírez, Amanda Vite, Arnulfa Espinosa, Asunción Her-
nández, María Razo, María Martínez Vite, Marciana Martínez y Porfiria
Silva.

Durante muchos años después, fue maestro de capilla el señor Fran-


cisco Anaya hijo, que tanto organizaba coros religiosos para las fiestas de
la iglesia como profanos para los actos religiosos. En 1894, fue designado
párroco el presbítero don José Trinidad Vargas, quien fungió como director
del coro formado con las voces femeninas siguientes: señoritas Ángela Es-
pinosa, Castalia Piña, Concepción Castillo Ramírez, Felipa Martínez, Fi-
lena Martínez, Francisca Castillo, Guadalupe Ramírez, Irene Silva, Isaura
Acosta, Juana Razo, Julita Ángeles, Luz Ramírez, María Martínez, María
Piña, María Razo, Porfiria Silva.

En 1892, fue organista de la parroquia el profesor Antonio Carrillo


y sólo en las grandes solemnidades actuaba el grupo femenino. En 1910,
el señor cura presbítero don Erasto G. Vivanco retiró las voces femeni-
nas sustituyéndolas por las de los jóvenes Claudio Serna, Clemente Cano,
Erasmo Ángeles, Gildardo M. Salguero, Rafael Montiel, Roberto Ángeles
y otros más. En 1932, el señor cura bachiller Martiniano Sagaón y Hernán-
dez estableció nuevamente el coro de voces femeninas al que llamó Schola
Canctorum Fernando Bravo.

En tanto, para la semana santa comenta:

Desde 1894 hasta el incendio de Molango en 1914, estas hermosas y so-


lemnes melodías estuvieron a cargo de las señoritas María Martínez, Mar-
ciana Martínez y de su señor padre don Antonio Martínez a quienes se
unían ocasionalmente las de los señores Honorio Martínez a quienes se
unían ocasionalmente las de los señores Honorio Martínez, Claudio Díaz
y Loreto Dorantes, y siempre, acompañados por algunos de los elementos
de la banda de música bajo la dirección de los maestros Inocencio Vega y

121
Gil Díaz. Al fallecimiento de María y de don Antonio, Marciana continuó
con la tradición de su familia cantando bajo la dirección de Cecilio Chago-
lla, hasta que a su vez pagó tributo a la madre tierra; sólo que, en la época
de Cecilio Chagolla, mermó considerablemente el número de músicos vie-
jos, principalmente por fallecimiento, siendo remplazados por elementos
nuevos.

Además de la voz de Marciana Martínez, había la de su sobrina


Imelda también Martínez, la de la señora Romana Rivera de Anaya, la de
la señorita María Ventura y una docena más de voces femeninas; entre los
nuevos músicos se cuentan Rodolfo Anaya Ramírez, Francisco Rivera y
Miguel S. Salguero con trompetas, Alfonso Castillo López con saxofón
barítono y Gonzalo Acosta Ábrego con trombón.

En la semana santa de 1959, este tradicional conjunto sacro no si-


guió encabezado por Cecilio Chagolla que mucho antes se ausentó de Mo-
lango: Francisco Rivera lo sustituyó en el mando; las voces femeninas han
ido variando bien por haber emigrado o bien por haber contraído matrimo-
nio, dando ejemplo de constancia la señora Romana Rivera de Anaya, la
señorita Imelda Martínez y todos los músicos nuevos, pues de los viejos
continúa con asiduidad Vicente Cano, que toca bajó de latón.

Desde la semana mayor de 1946, Homero Anaya Lara compuso la


letra y la música de las siete palabras, que fueron estrenadas en la ceremo-
nia religiosa de la agonía de nuestro señor Jesucristo en la cruz; los sermo-
nes alusivos estuvieron a cargo del párroco, presbítero don Jesús Dorantes;
el coro formado con las voces de la señorita María Luisa Roa Vega, los
señores Eduardo, Alberto y Homero Anaya, y al órgano el maestro Delfino
B. Cruz. En 1947, se agregaron las voces de las señoras María del Refugio
Rodríguez de Gárate, Evangelina Vertti de Sánchez, Ángela Martínez de
Espinosa, señoritas Ángela Espinosa, María Espinosa Ángeles, Ema Ro-
dríguez y Gudelia Ramírez Acosta e igualmente las de los señores Ciriaco
Gárate, profesor Carlos Rivero que fungía como maestro de música de la
misión cultural destacada en Molango en esa época por la Secretaría de
Educación Púbica, Homero y Alberto Anaya Lara.

De 1948 a 1958, sustituyeron a las personas que no se presentaron,

122
las voces de los siguientes elementos: señoras Romana Rivera de Anaya,
María Luisa Roa de Anaya, señoritas María Espinosa Ángeles, Margarita
Austria, Paula Cano, Paula Montes, Caritina Pérez, Heriberto Perusquía y
cinco voces femeninas más, así como las de los señores Juan Lara, Cecilio
Chagolla, Rubén M. Campos, Elfego de la Vega, acompañando el armó-
nium alternativamente los dos últimos; los sermones estuvieron a cargo
respectivamente de los párrocos, señores presbíteros Patricio García Ríos
y Enrique Valencia Muratalla.

Todavía en la actualidad, podemos escuchar aquellas melodías. De carác-


ter más sentido, como en jueves santo: “Nazareno hermoso/estrella bri-
llante/válganos tu cruz/tu cuerpo y tu sangre”; hasta las más alegres, como
las del domingo de resurrección: “Que viva mi Cristo/que viva mi rey/que
impere doquiera/triunfante su ley”. Desde 1992, el coro ha editado para
sí, la letra de las canciones de semana santa, algunas de ellas escritas en
latín y acompañadas de las bandas de viento de la región como la Banda
Tecuiyaca de Xochicoatlán.

La música popular

Ya en los años treinta, semillero de recuerdos de la bulliciosa vida escolar,


cuando resonaba el exótico banjo de Abel García acompañado de la guita-
rra parrandera de Nicandro “Ticho” Castillo ejecutando un rumboso paso-
doble flamenco o bien, en las alegres serenatas que estos jóvenes entonces,
llevaban a las señoritas del pueblo o a las compañeras de la normal que en
esa época vivían en Molango. En los años cuarenta podemos mencionar
las cuatro áureas liras de Cecilio Ramírez Castillo, J. Guadalupe Sagaón,
Jesús Ángeles Contreras y el hermano Metzco Domingo Ortega en los ar-
moniosos conciertos serrano-huastecos. Asimismo, a Othón López Martí-
nez, autor de numerosas melodías entre las que sobresalen Albricias, Brisa
serrana, Celerina, El Progreso, El Güero, Danza bohemia, Tezontepec,
Stella, y algunas más. López Martínez fue fundador de varios conjuntos
musicales y miembro de la estudiantina hidalguense. También creó zar-
zuelas entre las que se distinguen Con tres maridos, El bautizo de Calles,
El vecino, Marte, El anarquista, El faquir, Fábrica de mujeres, La tierra
123
prometida, La sombra de don Juan, y Los mineros. Fue autor en varias de
ellas en el libreto, la música y la letra. Fue sin duda en su tiempo, uno de
los artistas más polifacéticos del estado de Hidalgo.

De 1945 a 1950 apareció en la escena musical el grupo Los Apreta-


dos: Alfonso Ábrego y Erasto Cano al violín; Antonio Vite “El Choyaco”
en el contrabajo; Gonzalo Acosta, trombón; Hipólito Vite, trompeta; Er-
nesto Ábrego, guitarra; y Carlos Ángeles en la batería. Contemporáneos a
ellos, el grupo Las Acamayas compuesto por los hermanos Castillo: Alfon-
so, saxofón; Régulo, guitarrón; Justino, jarana; Rogelio y Palemón, violín.
De igual manera, sobresale el trío Los Compadres compuesto por Alfon-
so Ábrego Reyes, guitarra; Joel Campa Silva, segunda guitarra; Ignacio
Ángeles, primera voz y requinto; asimismo, cuando había que amenizar
bailes, se integraba Neftalí Salas. Este mismo nombre de Los Compadres
es heredado de los años sesenta hasta la fecha por Omar Ábrego, Fortino
y Manuel Velasco. En 1948 Nicandro Castillo compuso en la Ciudad de
México el huapango Molango, inspirado en su primera novia y después
esposa Leticia Ángeles Contreras, e interpretada, entre otros, por Los Pla-
teados, el trío Chachalacas, Los Gavilanes y el tulancingueño trío Alma
Hidalguense:

Bonito es cantar con ganas

lo que siente el corazón;

ya que Dios me dio esa gracia

aprovecho la ocasión

para cantarle a Molango

que es pueblo de mi región.

Pueblito, vergel florido,

con flores de pura esencia

124
yo siempre por ti suspiro

si allí tuve una querencia,

primer amor que no olvido,

que alumbró mi adolescencia.

Ese es Molango,

rincón florido de Hidalgo.

Mi voz se siente orgullosa

cuando canta tu huapango

mi alma se siente gozosa

al recordarte, Molango;

tienes frutas tan sabrosas,

si vieras nomás que mangos.

Me acuerdo mucho de Atezca

y también del Santo Roa,

de tu garita risueña

con su arboleda tan bella,

pero lo que más recuerdo

es la serranita aquella.

La marca Peerless en 1952 grabó al Mariachi Los Coyotes con una mar-
cha titulada Viva Molango de Antonio L. Sánchez. En los sesenta Antonio
Vite “el choyaco”, Gonzalo Acosta, e Hipólito Vite con los violines y el
trombón de don Rodolfo Anaya junto con los inigualables Elfego de la
125
Vega y Don Eutímio con su tololoche rememoran al exquisito violín del
gran maestro de Tianguistengo, don Graciano “Chano” Solís en su vals
En el silencio de la noche. No podemos olvidar al grupo de cuerdas de
los Cordero, mejor conocidos como Los Xolencos, el trío de Samuel Her-
nández, o bien los hermanos Roberto y Camerino Montaño que deleitaban
a la concurrencia que se reunía en la plaza para escucharles. En 1963, el
entonces pujante Círculo Social Molanguense edita en los estudios Belart,
el elepé Molango musical interpretado por el Cuarteto Romántico: José
Noyola, al violín, originario de Tlajomulco, Jalisco; Héctor David Oro-
peza, capitalino, en la flauta; Elfego de la Vega, molangueño, al piano;
y en el contrabajo el entonces octogenario (nació en 1880) molangueño
Eutimio Díaz Anaya. Las piezas ejecutadas fueron la marcha A Molango
en su día, el pasodoble Año nuevo, el citado vals En el silencio de la noche
y el vals-capricho Rasetal, éste último, composición de don Fego “donde
llanamente vuelva todo su temperamento, abusando de la indulgente den-
tadura albinegra del teclado” y donde sus ‘arreglos’ fueron “candorosas
reminiscencias en la honda devoción que siente por su terruño”.

Era un gusto escuchar a don Erasto Cano “don Tato”, cuando toca-
ban el violín a dos voces. En temporada de carnaval Hipólito Vite, Yocun-
do Cortés, Armando Martínez y Ernesto Estrada Juárez acompañaban con
sus instrumentos a los disfrazados para dar rienda suelta a la mecada; o los
orfeones, cantos a varias voces por los alumnos de la secundaria Cecilio
Ramírez Castillo, dirigidos por profesor Alfonso Ábrego en sus conciertos
en el teatro El Nigromante. En los años setenta aparece el trío Hidalgo y
después El Fénix de los hermanos Raúl y Filiberto García, conocidos como
Los Monos, y Vicente Olguín, “La chiva miona”, famosos por su canción
Caminos de Hidalgo y muchas más que le cantaron a Molango; los Gar-
cía heredan de su padre don Federico García el gusto por la música. En
los años ochenta aparece el entonces famoso grupo musical Soul Fingers
compuesto por Fernando Nájera, Mario y Jaime Lozano, y posteriormente
Armando Anaya, quienes en su tiempo causaron furor con su música en la
Sierra Alta y hasta en otros estados. En cuanto a las estudiantinas, fueron

126
las organizadas con alumnos de la secundaria por las profesoras Romana
Rivera, Vianey y Venancio Austria así como en el bachillerato agropecuario
(cbta). En los años noventa el cuarteto Seducción Musical compuesto por
Enrique Mejía “el pollo”, Marco Antonio Reyes “el bicho”, Miguel Ángel
Acosta y Javier Ángel Salazar. También se debe mencionar a la orques-
ta “Jesús Acosta Vargas” organizada en el cbta 6 que funcionó de 1990 a
1998, dirigida por el maestro, Luis Enrique Skewes; los instrumentos fueron
donados a la institución por el señor Jesús Escudero, desgraciadamente, tal
vez por falta de apoyo, se perdió al grado de regalar los instrumentos a otro
plantel. En 1992 destaca el fonograma Un buen Hidalgo: don Fego bajo el
sello Tlalli con un excelente folleto que contextualiza la vida de don Elfego
de la Vega con la historia de Molango.24 Ahora, en estos tiempos, un grupo
de jóvenes entusiastas han puesto empeño y han logrado conjuntar a la ron-
dalla Molango, la cual con muchos esfuerzos ya lograron grabar su primer
disco. Asimismo, el trío Tren Musical, de corte norteño, integrado por tres
hermanos que ya se ha colocado en el gusto del público. En el año 2003, el
profesor Néstor Velasco recopila algunas canciones, huapangos casi todos
de Nicandro Castillo, referentes a los municipios de Hidalgo. La familia
Anaya Roa, realizó algunas grabaciones de campo a la señora María Luisa
Roa Vega, viuda de Anaya; esto porque durante mucho tiempo, la señora
Roa formó parte de los coros musicales del municipio, así como de sema-
na santa de 1946 a 2002, año de su deceso. A propósito de dicha familia,
Luis Anaya Roa edita el disco Molango en 2008 bajo los auspicios del pro-
fesor Manuel Castelán González, vecino de Atezca, donde se incluyen las
siguientes piezas, las cinco primeras con el acompañamiento en guitarra de
Antonio Anaya Roa.

• ¿Dónde estará el señor? Tu hijo soy ¡oh señor !, Jesús Dulcísimo.


Alabanzas, interpreta María Luisa Anaya. Grabado en Tacuba-
ya.

• Mi pueblito es así. De Homero Anaya Lara, intepreta María Lui-


sa Roa.
24 Un panorama de la música en la región se encuentra en el texto de Enrique Rivas Paniagua, Lo que el viento nos
dejó. Hojas del terruño hidalguense, en el artículo “Euterpe en la Sierra Alta”, p. 234-235.
127
• La mujer molangueña. De Jesús Cano, interpreta María Luisa
Roa.

• Molanguenses. Interpreta María Luisa Roa.

• Molango, Molanguito de Isaías Alanís Tapia, interpreta María


Luisa Roa.

• La molangueña de J. Guadalupe Ramírez, interpreta María Lui-


sa Roa.

• Himno a la virgen de Loreto (patrona de Molango). Letra: Elfe-


go de la Vega; música: Áureo Serna.

• Huapango a fray Antonio de Roa. Letra: Cecilio Ramírez Casti-


llo; música: Elfego de la Vega.

• Himno a Molango. Letra y música de Inocencio Martínez

• Estrellita Oriental. Letra y música: Elfego de la Vega.

• Ave María. Letra y música: Elfego de la Vega.

• Narración de Luis Anaya Roa para Un Buen Hidalgo… en ho-


menaje al Profr. Elfego de la Vega.

• Rebocito metzco. Pasodoble de Isaac Piña Pérez; música: Elfego


de la Vega.

• Corrido a los Cerros de Molango. Elfego de la Vega.

• La Marinerita. Letra y música: Elfego de la Vega, interpreta:


Angélica Mendoza.

• Rasetal. Vals capricho de Elfego de la Vega.

El Instituto Nacional de Antropología e Historia edita en 1993 el dis-

128
co compacto Voces de Hidalgo. La música de sus regiones con un equipo
coordinado por Benjamín Muratalla, grabaciones de Benito Alcocer y Ray-
mundo Hernández e investigación de los etnomusicólogos Raúl Guerrero
Guerrero e Irene Vázquez Valle. En dicho material discográfico se incluyen
Bello Molango en el primer disco y en el segundo varias grabaciones al
trío Los Pachangueros encabezados por don Salvio Villegas Rodríguez en
el violín, Erasto Castillo Ávila en la huapanguera (qepd) e Isael Castillo
Villegas en la jarana: Son para danza de matlachines, el son La polla pinta,
la cumbia El callejero y Corrido a la virgen de Loreto, así como un arrullo
tradicional para el niño Jesús, titulado La madrugada interpretado por la
señora Glafira Castillo Ávila; todos ellos, familiares entre sí, del barrio Za-
catempa, en la cabecera municipal.

En 2016 se forma el grupo norteño Los Mundanos compuesto por


Miguel Ángel Nájera Pablo, Javier Velasco “el panda” y Rubicel Garibaldi
Salvador “el anciano”. El huapango tiene sus orígenes en el fandango espa-
ñol y se fusiona con las tradiciones musicales nativas y se asienta principal-
mente en la zona tamaulipeca y veracruzana y de allí al estado de Querétaro
e Hidalgo, asentándose principalmente en la zona huasteca, por tanto, se
forman tríos de música huapanguera, dando por resultado que se formen es-
tos tríos en las comunidades de Molango, principalmente en Tlatzintla. Cabe
mencionar que en la sierra y principalmente en Molango siempre se ejerció
la música orquestal y romántica; desgraciadamente no cuenta con un ritmo
propio que la identifique. Igualmente en 2016 con el ayuntamiento dirigido
por el ingeniero Raúl Lozano Cano se abren las puertas de la Casa de Cultura
y con ello se imparten clases de música de cuerdas, especialmente guitarra,
aunque de forma lírica. Un comentario aparte es de la orquesta Mexicáyotl
de la Ciudad de México, dirigida hasta hace poco, por los hermanos Jaime y
Ariel Domínguez Cano, la cual, era la embajadora musical de la Escuela Na-
cional de Maestros. A Molango varios autores le han compuesto canciones,
como lo fue J. Guadalupe Rodríguez del Mariachi Barcelata de Tecolotlán,
Jalisco con su canción La molangueña y cuya música fue compuesta por
el entonces presbítero de Xochicoatlán, J. Trinidad Vargas, originario de

129
Apan. De don J. Guadalupe destacamos su participación como diputado al
congreso hidalguense que en unión de sus compañeros logró el decreto de
la erección del Distrito de Molango el 26 de septiembre de 1871; formó las
Efemérides molanguenses. Esbozo de la historia de Molango; su oratoria
tan elocuente lo hizo merecedor del mote “El Demóstenes de la Sierra”
Veamos su pieza La molangueña

Cantemos bellas canciones

cantemos todos risueños,

cantemos ¡oh molangueños!

nuestras gratas diversiones.

Alegrémonos, que es justo,

armemos nuestro fandango

y vámonos para Molango

donde está el placer y el gusto.

Armaremos con gran rango

un gran baile de halagüeñas,

las muchachas molangueñas

lucirán nuestro fandango.

¡Ay Molango! Que atesoras

mis amores, mis ensueños,

mis amigos molangueños,

mi familia y provenir.

130
Otros compositores también dedicaron melodías a Molango como
Jesús Cano con Mujer molangueña y de Manuel Velasco, Molango que-
rido. A través del tiempo, aquellos molangos que han emigrado y sobre
todo que aman el lugar donde nacieron, siempre piensan en hacer algo por
su pueblo, tal es el caso del Dueto Mola, compuesto por Emiliano “Mi-
llo” Ramírez Sagaón, y su hijo Oscar Ramírez Silva, quienes junto con el
ingeniero molangueño Eliseo Ramírez Castillo como productor, editaron
un disco de donde se grabaron las danzas de Molango. De la misma manera
incluimos a Guillermo Estrada que en forma artesanal se encuentra en la
grabación de un disco artesanal con varias composiciones, entre corridos,
baladas y huapangos dedicados a varios municipios de Hidalgo, y desde
luego, Molango. Finalmente, estas notas, con la aclaración que apenas son
tales, no constituyen en sentido estricto una historia terminada; quede lo
dicho para que en el futuro contemos con una historia musical para todo
el estado. Concluyo con la pieza musical Molango, Molanguito, del more-
lense Isaías Tapia Alanís:

Eres Molango flor de la sierra,

tienes paisajes llenos de sol,

y en la floresta cantan jilgueros

trinos alegres, trinos de amor.

Yo soy suriano, bello Molango

pero te quiero de corazón,

y como prueba de mi cariño

aquí te traigo esta canción.

¡Ay Molango, Molanguito!

el que se aleja te sueña,

dame por Dios de recuerdo

una linda molangueña.


131
Referencias

Anaya, Canuto, El libro de mis recuerdos. Apuntes y documentos para la


historia de Molango, Tulancingo, 1949. Manuscrito inédito.

Anaya Lara, Homero, Obras reunidas. Lienzos molangueños. Recuerdos


históricos y anecdóticos. Edición y notas de José Eduardo Cruz Beltrán.
Palabras preliminares de Alberto L. Anaya Gutiérrez (en preparación).

De la Vega, Elfego, hojas sueltas, Molango, s/f.

Rivas Paniagua, Enrique, Lo que el viento nos dejó. Hojas del terruño hi-
dalguense, Pachuca, Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, 2008
(Pasado y presente, 2).

_______, Nicandro Castillo, el hidalguense, Pachuca, Consejo Estatal


para la Cultura y las Artes de Hidalgo, 2003.

Ventana. Mensaje hidalguense, año 1, no. 3, México, septiembre 1974.

132
Molango, Hidalgo: señales de un viajero
Antonio Lorenzo Monterrubio

La tarea de la indagación de nuestro pasado tiene el propósito de acer-


car a todos nosotros el legado creador de las sociedades a lo largo de la
historia, quienes han entregado una serie de manifestaciones dignas de co-
nocerse y preservarse, para formar y fortalecer nuestra identidad de mexi-
canos, y crear una conciencia colectiva que coadyuve a la preservación de
esta vasta herencia.

La necesaria investigación del patrimonio cultural mexicano ofre-


ce diversas satisfacciones para el estudioso, no exentas de asombros a lo
largo de su camino. Tuve la extraordinaria oportunidad de realizar un re-
gistro del patrimonio cultural material de Hidalgo, entre los años 1990 y
1993, publicado con el nombre de Catálogo del patrimonio cultural del
estado de Hidalgo (cpceh), en ocho tomos, cubriendo los 84 municipios
de la entidad. Molango ocupa el volumen correspondiente a la región vii,
publicado en 1992. La zona se extendía, entre otros, a los municipios de
Calnali, Chapulhuacán, Huazalingo, Tlahuiltepa y Tlanchinol, dentro de
los límites de las llamadas Sierra Alta y Sierra Gorda Hidalguenses.

En efecto, la presencia majestuosa de la Sierra Madre Oriental


recorre la región, proporcionando paisajes de luminosa claridad, gamas de
azules que se recortan en el horizonte al atardecer. Los cerros del Águila,
la Aguja o Agua Fría son verdaderas marcas que imprimen un sentido de
admiración por las fuerzas naturales.

El agua y la pródiga naturaleza, en un clima templado subhúmedo


caracterizado por la omnipresente neblina, obligan a aguzar los sentidos.
Cascadas, ríos y lagunas socavan grutas y parten acantilados, contribuyen-
do a aumentar la diversidad de vistas que deleitan al viajero. Los bosques
de pino y encino conviven con fresnos, colorines, robles y enebros. En tan
majestuoso panorama natural, se establecieron culturas que dejaron su im-
pronta en el paisaje, con monumentos tan interesantes como desconocidos.
133
El recuerdo de aquellos ya lejanos recorridos se apuntala, sin em-
bargo, de informaciones contenidas en viejas libretas de apuntes, alimen-
tándose de aquellos atardeceres melancólicos.

La lista de los monumentos históricos y artísticos en Molango,


registrada en 1991 en el cpceh, es la siguiente:

Clave de registro Nombre del monumento


1342005 ii 2.6.0. 237 Capilla de San Martín. Atezca.
1342012 ii 2.6.0. 296 Capilla de San Bartolo. Malila.
1342008 ii 2.6.0. 297 Capilla de la Asunción. Itzmolintla.
1342008 ii 3.1.0. 020 Casa habitación (en ruinas).
1342008 ii 3.1.3.e. 003 Fuente pública. Itzmolintla.
1342020 ii 2.6.0. 248 Capilla de San Guillermo. Tenango.
1342022 ii 2.6.0. 299 Capilla de San Agustín. Tlatzintla
1342022 ii 3.6.g. 002 Delegación municipal. Tlatzintla.
1342009 ii 3.1.0. 021 Casa habitación. Ixcatlán.
1342011 ii 3.1.0. 022 Casa habitación. Ixcuicuila.
1342001 ii 3.1.0.023 Casa habitación. Molango.
1342017 ii 3.1.0. 024 Casa habitación. San Antonio.
1342013 ii 2.6.0. 293 Capilla de San Lucas. Naopa.
1342017 ii 2.1.2.O. 001 Ermita sin nombre. San Antonio.
1342017 ii 2.6.0. 294 Capilla de San Antonio de Padua. San Antonio.
1342001 ii 2.6.0. 288 Capilla del Calvario. Molango.
1342018 ii 2.6.0. 295 Capilla de San Bernardo. San Bernardo.
1342007 ii 2.6.0. 290 Capilla de San Miguel. Cuxhuacán.
1342011 ii 2.6.0. 292 Capilla de Santiago. Ixcuicuila.
1342002 ii 2.6.0. 287 Capilla de Santiago. Acayuca.
1342001 ii 2.6.0. 289 Capilla de San Miguel. Molango.
1342009 ii 2.6.0. 291 Capilla de San Pedro. Ixcatlán.
1342001 ii 2.3.0. 035 Parroquia y convento de Nuestra Señora de Loreto.
Molango.
1342005 iv 5.3.0. 002 Escuela primaria Eusebio Acosta Velasco. Atezca.
1342022 iv 5.3.0. 008 Escuela primaria rural federal General Felipe Án-
geles. Tlatzintla.
1342009 iv 5.3.0. 009 Escuela primaria rural federal Nicolás Flores. Ix-
catlán.
1342013 iv 5.3.0. 010 Escuela primaria rural federal Amado Nervo. Nao-
pa.

134
Además, fueron catalogados tres sitios arqueológicos, 6 artesa-
nías y un documento histórico (la Relación geográfica de 1579). Notará el
amable lector que fueron incluidos, además de las construcciones religio-
sas, arquitectura civil como casas habitación, oficinas públicas, escuelas y
una fuente. El patrimonio cultural material no se compone solamente de
obras notables por su magnitud y riqueza, sino además por expresiones
donde también se revela, de manera genuina, el espíritu humano.

El conocimiento de la evangelización de las órdenes mendican-


tes en el siglo xvi es fundamental para entender la magnitud de la labor
constructiva en la Sierra Alta del actual Hidalgo. La llegada de la orden
agustina se enmarca en el hecho de la difusión de la cultura occidental en
América. Los agustinos, a través de notables personajes como Antonio de
Roa y Juan de Sevilla, dieron un ejemplo de vida al afrontar realidades
naturales y sociales muy distintas a su experiencia europea. La historia de
los pasos sucesivos dados por los frailes, los obstáculos en su labor, las in-
comprensiones y prejuicios que debieron salvar junto con los naturales, y
la preparación etnográfica y lingüística que era necesaria para los encuen-
tros con la otredad, conforman un intrincado mosaico cultural expresado
en las construcciones religiosas de la Nueva España. Para la Sierra Alta,
el encuentro se inició a partir de 1536, aunque efectivamente se inició la
evangelización dos años después. Varias consideraciones históricas mere-
cen un mayor abundamiento. El nuevo mundo, continente virgen e inco-
rrupto a los ojos de los frailes, podría transformarse en la nueva ciudad de
Dios, en contraposición con la Europa envilecida, símbolo de la ciudad
del hombre. Sin embargo, otros puntos de vista contradictorios llegarían a
marcar la especial dialéctica de este encuentro. Más que el uso de la fuerza
militar, fue la obra mendicante artífice de la conquista, fundación y orga-
nización de la naciente formación social en la Sierra Alta. Sus métodos
para lograr tales objetivos, particularmente entre los indígenas, es digno
de hacer notar. El trabajo directo (sermones, bautismos o misas, hasta las
destrucciones de templos e ídolos, aunado con labores directas como ac-
ciones comunitarias), conformaron vertientes importantes para el cambio
de mentalidades. El dios Mola, proveedor ancestral de designios para las
comunidades nahuas de la región, cayó por los suelos por la intervención
de fray Antonio, y en el lugar del templo se levantó el pequeño oratorio

135
que aún subsiste, en el actual panteón municipal, reparado entre 1977 y
1978.25 La causa de la fundación del convento precisamente en el pueblo
de Molango se explica así al contar con una población asentada desde
antiguas épocas, núcleo que posibilitó la evangelización y la construcción
de la iglesia cristiana.

Son muy interesantes ciertas similitudes aparentes entre los ritos


indígenas y cristianos, como la creencia en la vida eterna y la confesión,
sin embargo, fueron más obstáculos a la evangelización que cuestiones
favorables, al ocasionar equívocos. Los frailes proponen al cristianismo
como algo completamente nuevo, aunque toleraron ciertas costumbres in-
dígenas ajenas a la religión. Hay que entender, además, que el misionero
no podría ser un protector de la cultura prehispánica: él era un propaga-
dor de la nueva fe, no un anticuario. Curiosamente, trataron de preservar
las lenguas indígenas, para alejarlos del trato de ciertos europeos, quienes
sólo podrían darles malos ejemplos y consejos, además que el aprendizaje
del castellano sería un paso a la emancipación, con peligro de quebrar el
sojuzgamiento español.

No cabe duda que el estudio de la evangelización en Molango res-


guarda aún varias sorpresas. Mucha es la historia aún por descubrir. Entre
los múltiples cabos sueltos, señalo los siguientes:

• La participación de Gerónimo de Aguilar en la región.

• La suerte de algunas estancias de Molango señaladas en la Suma


de Visitas (1548-1550).26

• En 1575, la condonación de la obligación que las autoridades de-


seaban imponer a los indios de Molango para la construcción de
la Catedral Metropolitana de la ciudad de México.

• La posesión de los agustinos de un trapiche en Tamazunchale para


1602.

25 El relato de la destrucción de Mola es del cronista Grijalva. Los agustinos cuentan con las relaciones de Grijalva,
González de la Puente, Basalenque y Escobar; a las que se puede agregar el estudio del padre Sicardo y el de Herrera.
26 Rescatada por el sabio Francisco del Paso y Troncoso en sus Papeles de Nueva España, (1905).
136
El legado cultural de Molango

Unas palabras de los monumentos históricos más destacados de Molango,


deben empezar con el mismo convento de la cabecera, bajo la advocación
de Nuestra Señora de Loreto. Monumento destacado del tequitqui, arte in-
dígena en piedra en su magnífica portada, los ojos de obsidiana de los án-
geles son rostros hieráticos forjados por el mestizaje cultural (imagen 23).
Las manos hábiles de los naturales también tallaron el rosetón de filiación
gótica de la fachada. La fundación conventual se distingue además por sus
finos relieves del claustro, todo un repertorio de ángeles y monogramas
y otros emblemas pasionarios, esculpidos tanto en los arcos como en los
pasillos de la planta baja. El espacio se complementa también con escudos
de la orden agustina en las arquerías. El claustro pertenece estilísticamente
a la serie Acolman-Molango-Atotonilco, postulada por el investigador An-
gulo Íñiguez, por su extraordinario parentesco, con ventanillas geminadas,
pomas góticas, etcétera. Todo el conjunto recuerda mucho el arte románico
europeo.

Su atrio se levanta, espectacular, dominando la traza urbana. El


emplazamiento del atrio fue posible gracias a una labor de nivelación no-
table. La espadaña atrial, orgullosamente levantada en el costado poniente,
es muestra de esa arquitectura abierta a los elementos naturales, así como
una capilla abierta, abovedada, la cual se conservaba en estado ruinoso, en
el lado norte del templo, prolongando el paño de la fachada principal.27 Se-
gún tradiciones, existen subterráneos bajo el atrio, clausurados hace mu-
cho tiempo, y que incluso comunicaban con la gruta del Santo Roa, abierta
en las alturas de la población.28 Debe lamentarse la desaparición de una
antigua capilla posa ubicada en el ángulo noreste del atrio, “abovedada y
con capitel”,29 La falta de mantenimiento y nula restauración fueron facto-
res determinantes que ocasionaron su desplome. Aún subsistía, aunque en
malas condiciones, para 1929.
27 Según Justino Fernández (comp.), Catálogo de construcciones religiosas del estado de Hidalgo (facsímil de la pri-
mera edición de 1940), Vol. i, Pachuca, Gobierno del Estado de Hidalgo, 1984, p. 569. Por lo menos la capilla abierta
permanecía en esas condiciones para 1929.
28 Op. cit., p. 565.
29 Ibíd., p. 567.
137
La capilla de San Bernardo, en la cercana población del mismo
nombre, es única por sus características arquitectónicas y artísticas, for-
mando parte destacada del patrimonio cultural de la región. Es la única
edificación con una entrada doble, de inspiración románica. La imagen
de San Bernardo preside la portada. Su ventana lateral del paño noroeste,
iluminando a la nave, es una variante en pequeñas dimensiones de aqué-
lla. Las grietas y fisuras que presentaba, así como otros deterioros, fueron
restaurados hace pocos años.

Para la capilla de San Bartolo en Malila, escribí en 1991: “…re-


sulta sorprendente el hecho de que el monumento se haya conservado casi
intacto en el transcurso de 60 años, como puede comprobarse al comparar
el croquis del Catálogo [de Construcciones Religiosas – ccreh -] (p. 576),
con la fotografía actual” (imágenes 24 y 25). 30

Tales permanencias como rasgos característicos de la vigencia del


legado arquitectónico eran compartidas por la capilla de San Pedro en Ix-
catlán, y la de San Antonio, por lo menos cuando realicé la catalogación
de la arquitectura de Molango, hace 25 años. Aunque en el primer caso, la
cubierta de teja fue sustituida por lámina años después (imágenes 26 y 27).

Rasgos tequitqui son compartidos por otras capillas de Molango


como la de San Martín en Atezca, tanto en el capitel con en las bases de
las pilastras de entrada, representando ángeles; así como en el templo de la
Asunción en Itzmolintla, cuya entrada posee motivos vegetales y escudos
agustinos.

La capilla de San Agustín en Tlatzintla, con su fachada compuesta


por un curioso remate superior escalonado, sufrió un grave deterioro en
uno de sus muros laterales (imagen 28). En Cuxhuacán, Naopa, o en Te-
nango, salen al encuentro del viajero muestras apreciables de la devoción
popular. A veces la casualidad juega un papel importante en la investiga-
ción. Acudí a la capilla de Santiago en Ixcuicuila, el mismo día de la fecha
30 Antonio Lorenzo Monterrubio et. al., Catálogo del patrimonio cultural del estado de Hidalgo, Región vii, México,
Gobierno del Estado de Hidalgo, Instituto Hidalguense de la Cultura, 1992, p. 160.
138
del santo patrono, el 25 de julio. Presencié la procesión religiosa a través
de las calles, encabezada por el lábaro patrio.

La escuela primaria Eusebio Acosta Velasco de Atezca, inaugura-


da el 14 de agosto de 1944,31 forma parte de ese patrimonio tan interesante
definido como la arquitectura de la Revolución Mexicana, particularmente
el realizado en la primera mitad del siglo xx, con claros valores sociales.
Espero puedan garantizarse la permanencia de estas obras, ya sea como
recintos escolares o comunitarios (imágenes 29 y 30).

Igualmente, con la deseable actualización del cpceh sería posi-


ble acrecentar el patrimonio conocido de Molango. En visitas posteriores,
por ejemplo, deberá incluirse patrimonio industrial como la hacienda de
Xicalango, o muestras representativas de arquitectura vernácula, induda-
blemente uno de los activos culturales de Molango. La apropiación de
recursos naturales a través de milenios de asentamientos humanos ha lo-
grado configurar creaciones armoniosas con el entorno, y al mismo tiempo
de una impecable funcionalidad (imagen 31).

Molango, en tus verdes y azules se contempla la eternidad.

31 Ibid., p. 168.
139
“A este acudían de todas aquellas sierras con ofrendas y solemnes sacrifi-
cios…” Piedra de la mula hecha por los alumnos del primer año Trinidad
Melo y Alfonso Naranjo, 6 de octubre de 1924.

140
Retrato atribuido de Pascasio Ortiz de Letona.

“Metztitlán, el pueblo noble y generoso que tendió la mano a Molango cuando


más lo necesitaba”. Convivencia entre metzcos y molangueños en la Laguna de
Atezca, noviembre de 1938.

141
“Se trataba de un pueblo culto, el más culto de la región”. Imágenes de la es-
cuela normal de Molango. Arriba, clase de agricultura, 1927. Abajo, alumnos
y ex alumnos en homenaje al director Salvador Espinosa.

142
“La impresión es indescriptible. Una larga valla de hombres y mujeres de to-
das las clases sociales, aplaudiendo y arrojando confeti; y los niños corriendo
detrás del extraño artefacto que expelía un olor penetrante y ronroneaba avan-
zando con un altivo conductor que portaba gorra de aviador y grandes lentes
obscuros.”: Jesús Ángeles Contreras.

143
La investigación histórica en Molango se inclina por el estudio del arte colo-
nial.

“Este dicho pueblo, está en el medio de la serranía y montañas; está situado en


la ladera de una sierra grande, y no participa de ningún llano”. Panorámica de
Molango, Adalberto González Sarmiento.
144
“Se organizó un grupo de hombres a los que se les llamaba ‘robenos’ o ‘rave-
nos’, y representaban a los italianos de Rávena que fueron los que en Jerusalén
llevaron a Cristo al calvario.”

“En Ixcuicuila escuché las más horripilantes narraciones de brujas que chupa-
ban la sangre a los niños.”

145
“El señor Perlasca fue emprendedor, de gran iniciativa. Con su trabajo y
técnica demostró lo que puede aprovecharse en nuestra región”. Retrato de
Giuseppe Perlasca en su hacienda Xicalango.

En la hacienda de Xicalango se producía azúcar, piloncillo, vinos de fruta y


aguardiente refinado.

146
“Cárdenas vino a ver a su hija a Tianguistengo, y como antes pasaba la carrete-
ra por ahí, algún amigo le dijo: ‘estamos cerca de Molango, visítenos general’”.

En las celebraciones del 26 de septiembre, los trabajadores desfilaban por gre-


mios: panaderos, carpinteros, albañiles, campesinos…, y todos portaban un
estandarte.

147
“Mi abuelo era historiador, un investigador nato.” Al centro, Gildardo Salguero
Melo, de izquierda a derecha: Manuel Salguero Nájera, Cruz Nájera, María Sal-
guero Nájera, Margarita Salguero Melo, y Guadalupe Salguero Nájera.

148
En los medios impresos los molangueños pudieron plasmar sus ideas.

“Toda su existencia, vivió con un similar estilo de vida, comiendo y bebiendo


lo mismo, teniendo como mayor satisfacción pasarla en reuniones familiares,
sencillas y simples”. Donaciano Serna Leal pronuncia un discurso como gober-
nador del estado de Hidalgo.

149
Adalberto González Sarmiento.

Don Beto gustaba de plasmar, a través de su lente, la vida cotidiana de los pue-
blos de la sierra hidalguense.
150
Molango, fuente musical que irrigó sierra y huasteca. Arriba, conjunto musical
de Atezca, ca. 1923. Abajo, portada del fonograma Molango musical, editado
en 1963 por el Círculo Social Molanguense radicado en la Ciudad de México.

151
Detalle de la portada de la iglesia de Nuestra Señora de Loreto, Molango, Hgo.
Foto Antonio Lorenzo Monterrubio, 2012 (Imagen 23).

152
Capilla de San Bartolo, Malila, Molango. Arriba, apunte de 1930 tomado del
CCREH, Vol. I, p. 576. Abajo, foto de Antonio Lorenzo Monterrubio, 1991
(imágenes 24 y 25).

153
Arriba, capilla de San Pedro, Ixcatlán. Abajo, capilla de San Antonio de Padua,
San Antonio, fotos de Antonio Lorenzo Monterrubio, 1991 (imágenes 25 y 27)

154
Tlatzintla, capilla de San Agustín Tlatzintla, croquis de Antonio Lorenzo
Monterrubio, 1991 (imagen 28).

Atezca, escuela Eusebio Acosta Velasco, croquis de Antonio Lorenzo Monte-


rrubio, 1991 (imagen 29).

155
Atezca, escuela Eusebio Acosta Velasco cponstruida en 1944, foto de Antonio
Lorenzo Monterrubio, 1991 (imagen 30).

Troja. Foto de Antonio Lorenzo Monterrubio, 1991.

156
Las plataformas circulares, de uso ceremonial o funerario, fueron comunes en
la cultura huasteca por la falta de material resistente a la humedad de la región.
Sitio arqueológico de Ixcuicuila.

En nuestro municipio se encuentra uno de los depósitos ferrosos más impor-


tantes de México y el mundo. Mina de manganeso en Malila.

157
El Molango de ahora, con el paso del tiempo, de sus mujeres y hombres ilustres,
el Molango que busca revivir la gloria de su pasado. Fotos de Octavio García
Abrego. 2017

158
159
160

También podría gustarte