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Como médico, atendía a todos, con una caridad que la Arquidiócesis de Caracas
describe como “inagotable”: “A los que no podían pagar los recibía, atendía gratis y
hasta les daba dinero para que compraran la medicina. A todos los pacientes les
aconsejaba y les hablaba de Dios. Eso lo hizo muy cercano a los enfermos”.
Fue declarado Venerable en 1986, por el entonces papa Juan Pablo II.
Desde el comienzo llamó la atención que, pese a que, según el parte médico,
había tenido una “marcada pérdida de masa encefálica, de sangre y huesos”, la niña
ingresara al primer centro de salud en el que estuvo –de varios que tuvo que visitar
para ser operada, por falta de neurocirujanos–con una escala de conciencia estable.
Mientras era sometida a una operación de cráneo, un día después del accidente,
su madre imploró a José Gregorio Hernández su intercesión ante Dios por la salud de
su hija. Ella dice que sintió una mano sobre su hombro y una voz que le decía: “¡Todo
saldrá bien!”.
Monseñor Tulio Luis Ramírez Padilla, como vice postulador de la causa, lo que
la Iglesia debe hacer es seguir impulsando los “valores humanos y cristianos” que
caracterizan al médico de los pobres pero es necesario impulsar la correcta devoción
de nuestro beato.