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Sanidad Interior – BIEN SANADO 1

INTIMIDAD Y AUTOESTIMA
Pasaje Clave: Mateo 13:54-55.

Dios quiere que estés bien sanado. Todos los seres humanos tenemos dos
necesidades: autoestima que es la necesidad de que me miren, me valoren, me
reconozcan; e intimidad que es espiritual. Estima tiene que ver con lo psicológico, con la
necesidad de ser mirado, acariciado, valorado. Si uno no le habla a un bebé, el bebé no va a
hablar porque necesitamos ser deseados. Intimidad es la capacidad de conectar con el otro,
de construir una relación con alguien más. A tener empatía, comprender y ser comprendido,
lo llamamos A. Todos necesitamos sanar, o llenar, esas dos áreas.

¿Qué pasa cuando una de esas dos áreas no está sana? A veces ocurre que en los
primeros años de nuestra infancia, que deberían ser una parte fundamental para ser sanos
en esas dos áreas, por una cosa u otra nos falta A. Tenemos una carencia de A, de
autoestima o de tener intimidad. Cuando nos falta A, una de las cosas equivocadas que
hacemos casi todos los seres humanos es tratar de llenar esa necesidad con B; es decir con
otras cosas para que se sane A. Si yo tengo una necesidad de intimidad o de autoestima, si
le pongo B (trabajo, droga, sexo, alcohol, malos amigos, viajes o histeriqueo), esta no se
llena porque A se llena con A. Si yo necesito estima, preciso que alguien me mire, me valore
y la única manera de cubrir eso es con lo mismo; si yo necesito tener intimidad con alguien,
abrir mi corazón, conocer y ser conocido, la única manera de llenar A es con A. A se llena
con A.

Un experto en casinos me contó cómo se entrenan para captar adeptos. Primero, cuando
vas a ciertos hoteles y te registrás, los casinos te regalan un voucher de cien o doscientos
pesos para las maquinitas, es decir dinero para gastar allí. Te lo regalan para generarte la
adicción, para que vos vayas y digas: «Son doscientos pesos, es gratis, no pierdo nada,
quizás me gano unas moneditas y hasta me divierto». Segundo, le ponen clima frío a los
casinos para que sientas hambre y consumas más. Y tercero, lo cual es interesante, arman
eventos para que vayan los chicos a los casinos, por ejemplo fiestas de egresados para que
los jóvenes guarden recuerdos de que con el papá, la mamá o los amigos pasaron un
momento agradable en el casino.

Satanás discipula a las próximas generaciones. Él sabe que cuando te falta A, lo vas a llenar
con B. Entonces entrás en una carrera de llenarlo con algo que nunca te termina de sanar.
Cada vez que le metas más B, más te alejarás de tu verdadero problema. Y cuando te das
cuenta, ya tenés veinte años en la droga y no sabés para qué te drogas, creés que lo hacés
porque te gusta. Lo cierto es que autoestima e intimidad solo se sanan con autoestima y con
intimidad. A se sana con A. Veamos algunas maneras B (ejemplos bíblicos) equivocadas de
tratar de sanar A:

Con Dinero.
Hay personas que laburan como condenados porque quieren ganar plata y juntar plata para
comprarse cosas, aunque después sientan angustia cuando gastan. Todo es número para
ellos, te miran y ya saben que tu campera vale doscientos dólares. ¿Por qué le meten plata?
Porque tienen una carencia de estima o de intimidad, entonces se matan trabajando para
ahorrar compulsivamente. Eso le pasó a Zaqueo. Era un señor petisito rico, un ladrón que
cobraba impuestos.

Cuando Jesús llegó al pueblo, Zaqueo bien vestido corrió entre la multitud y se preguntó
cómo hacer para ver a Jesús. Vio un árbol y se le ocurrió una idea. Tenía plata porque era
vivo, veía soluciones donde nadie más las veía. Se subió al árbol y se quedó ahí mirando a
Jesús, Cuando el Señor lo vio en el árbol, le dijo: «Zaqueo, hoy voy a ir a comer a tu casa»,
es decir que se invitó solo. Durante el almuerzo, Zaqueo le anunció: «Señor, lo que robé lo
voy a devolver multiplicado». ¿Por qué Zaqueo se arrepintió al punto de devolver el dinero?
Porque Zaqueo juntaba dinero (B) para sanar su carencia de estima (A). Pero de pronto el
rey de la gloria lo miró y lo llamó por su nombre públicamente. A un hombre despreciado
Jesús no le dijo: «Después llamame así voy a tu casa», sino que frente a todos le anunció:
«Hoy voy a ir a comer a tu casa». Y Zaqueo fue sanado.

Cuando alguien iba a comer en la antigüedad significaba «quiero ser tu amigo», era un acto
de amistad. Cuando Zaqueo se sanó con el amor del Señor, decidió devolver todo el dinero
que había robado multiplicado por cinco. Al que le había robado un Ford Falcon, le devolvió
un BMW. La gente estaba feliz. Zaqueo devolvió B porque ya no lo necesitaba más, el rey, el
Alfa de la vida, el Señor de la gloria vino y lo sanó. ¡Es extraordinario!

Con Trabajo.

Cuando una persona trabaja, trabaja y trabaja, y llega a su casa y sigue trabajando es
porque está frustrado en el placer de otras áreas. No puede tener intimidad en otras áreas y
monopoliza, pone todo el placer en un área y labura todo el día porque eso le da el placer
que le falta en otras áreas. Le falta el placer de las relaciones afectivas, de las relaciones
familiares, de las relaciones con los hermanos de la iglesia, etc. Trabaja todo el día para
sanar A y le mete trabajo, pero por más trabajo que le meta, A nunca se termina de sanar.
Hasta que sufre un infarto y cae en depresión. ¿Por qué? Porque ahora no tiene ni A ni B, no
tiene nada. Ahora cuando alguien lo invita a la iglesia y conoce al Señor, ya no necesita ni B
ni H ni J ni K… porque el Rey de la gloria nos sana.

Con Sexo.

Cuando a uno le falta A, por ejemplo usa la seducción. El hombre que vive histeriqueando:
«Hola, ¿cómo estás bonita? Qué linda que estás». O la mujer que se saca fotos e
histeriquea. ¿Por qué? Porque necesitan ser mirados. El varón necesita sentir que está en
carrera; la mujer que todavía la miran. Y algunas chicas dicen: «No sé por qué todos se
quieren acostar conmigo…»; es lógico porque están mostrando una carencia de afecto, que
necesitan la mirada del otro.

¿Está mal la mirada? No, el problema es que B nunca te va a sanar A porque lo que vos
necesitás es una mirada honesta de estima, de validación, de valoración. El hombre que se
va con la prostituta es inseguro; paga y todo está pautado, la mujer le dice: «¡Qué macho,
sos King Kong!». Él se siente inseguro de construir una relación afectiva, entonces busca en
la prostituta calmar su inseguridad.

¿Por qué una persona consume pornografía? Porque queda insatisfecho del placer emocional
de la intimidad en una relación afectiva. Hay hombres que tienen sexo, tienen relaciones, y
después consumen pornografía porque en el plano afectivo (no en el plano físico) están
vacíos, hay algo que no está sano, que no se ha construido.

¿Por qué la gente busca sexo y no amor? Porque el amor se construye e implica un
compromiso de todos los días, implica la verdad. Algunos salen con una persona y desde el
principio mienten, engañan, porque necesitan tener intimidad; pero están metiéndole B para
sanar A y eso nunca se termina de sanar. A se sana con A no con B. Buscan en la habitación
equivocada. Como la persona que dice: «Yo me quedo en este cargo, me voy a morir en
este lugar, a mí de acá me sacan como cadáver», tiene una carencia: necesita que lo miren,
que lo valoren, y trata de obtenerlo mediante el control.

Con Dolor y Castigo.

Es otra manera de tratar de sanar A. Conocí a un muchacho de mediana edad hace un


tiempo que se drogaba, consumía todas las drogas que te imagines. Empezamos a charlar y
me contó que él tiene un hermano que se murió. Le pregunté: «¿Vos alguna vez lo
hablaste?». Hacía veinte años que se había muerto el hermano y nunca había hablado con
los padres sobre eso. Entonces le di una tarea: «Quiero que vayas con tu papá y hables,
hablen todo lo que tengan que hablar». Hablaron una vez, dos veces, tres veces y lloraron,
gritaron, se contaron todo. Lo volví a ver algunos meses después al muchacho y me dijo:
«No me drogo más, me saqué toda la droga de encima». Y yo le contesté: «¿Sabés por qué?
La droga era B y vos estabas tratando de buscar allí la manera de hablar, de sacar ese
dolor, ese castigo, afuera. Vos necesitabas sanar tu estima y cuando pudiste hablar y
romper el secreto, A se sanó y B ya no fue más necesario».

El enemigo te dice que si te falta A, te vengas a la habitación equivocada porque B te va a


sanar A pero la verdad es que así nunca terminamos de ser sanados.

Leemos en La Biblia la historia de la adúltera, la mujer que estaba en una relación con un
hombre casado. Los fariseos la pescaron in fraganti bien de madrugada y la llevaron de los
pelos al templo donde estaba Jesús. Le dijeron: «Maestro, la ley dice que hay que matarla.
¿Qué dices tú?». Si Jesús decía: «Sí, apedréenla», iban a decir que tenía falta de
misericordia; si Jesús decía: «Muchachos, déjenla liberada», que estaba en contra de la ley
y había que apedrearlo a Él. Lo querían meter en una trampita al Señor pero Él les dijo: «El
que esté sin pecado que tire la primera piedra».

Esa mujer buscó ser descubierta, en el fondo sabía que la estaban vigilando, no la
descubrieron de casualidad. Seguramente ella se sentía culpable y se quedó hasta la
madrugada sabiendo que la estaban vigilando. Ella necesitaba ser apedreada porque en el
fondo quería ser castigada; aunque le metía B (adulterio), el vacío seguía estando y ella
buscaba sanar A mediante el castigo. Pero se llevó el chasco de su vida porque la trajeron
delante de Jesús, la persona equivocada para los fariseos pero la persona oportuna para
Dios.
Dios tiene una agenda y no dejará que el castigo te liquide, Él es un especialista en soltar
las piedras de todos los que te querían matar, hasta las piedras invisibles que vos tenés. La
mujer estaba buscando matarse y el Señor le dijo: «Yo te perdono, vete y no peques más».
Ella fue libre porque el Señor nos sana con A.

Otro ejemplo es la mujer de mala vida que fue a ver a Jesús cuando estaba de visita en una
casa con un frasquito de aceite. ¿Qué hizo? Abrió el frasquito, echó el aceite en los pies del
Señor y empezó a llorar. Todo el mundo decía: «¡Cómo lo está tocando esta desgraciada!»,
porque la gente mira y opina. ¿Por qué esta mujer se metió en la casa delante de todos a
ungirle los pies al Señor? Porque buscaba que la castigaran. Si de verdad hubiera querido
ungirlo, se habría quedado en la puerta de la casa esperando que Jesús saliera para hacerlo.
¿Por qué lo ungió delante de la gente? Porque en el fondo buscaba ser castigada y la gente
la empezó a castigar; pero el Maestro, que sabía que esa mujer tenía una carencia, les dijo:
«Déjenla en paz porque ella me está preparando para ir a la cruz, ella ha hecho algo
glorioso y cada vez que se predique este evangelio se la nombrará». Y la mujer quedó
sanada.

Hay gente manipuladora, mentirosa, que te engañan, te envuelven, te sacan dinero, se


meten en tu casa. ¿Por qué lo hacen? A ellos no les duele nada, no les importa nada, lo
hacen porque tienen una estima tan baja que necesitan manipular para sentirse
inteligentes; pero en el fondo, en lo profundo de su ser, tienen una carencia. Entonces
manipulan pero por más engaño que le metan, por más B que le metan, A nunca se termina
de sanar. El apóstol Pablo mataba cristianos y sentía odio por ellos, hasta que se le apareció
el Señor y lo sanó.

(CONTINÚA…)

Cuando Jesús viene a tu vida, no viene a darte un B ni a mimarte. Él viene a sanarte. Dicen
que cuando la gente lo veía, sorprendidos decían: «¿Este no es el hijo del carpintero? ¿De
dónde sacó estas cosas? ¡Si es el hijo de José!».

Analicemos algunos puntos sobre la figura del carpintero: El Señor me sana como un
carpintero El carpintero ve en la madera un futuro glorioso y dice: «Acá voy a armar una
silla, una mesa, un placard». Cuando llegás al Señor, Él te ve como un pedazo de madera y
dice: «Acá voy a armar una silla para que la gente descanse; acá voy a armar una mesa
para que la gente coma; acá voy a armar un placard de bendición. ¡Voy a construir algo
grande!».

Cuando Dios te ve, no ve tu herida sino que ve tu mañana. Y tu mañana en el taller del
carpintero es que terminarás siendo un mueble de primera calidad. Él siempre construye
para adelante. Tenemos un futuro glorioso, por eso necesitamos soltar la idea de un Dios
pediátrico, de «Diosito, ayúdame, me duele acá, padrecito, ayúdame, dame unos pesitos».
Dios nos ha llamado y nuestro compromiso genuino es con Él que nos ve y nos quiere
formar.

¡El Señor quiere agarrar un pedazo de madera y transformarla en un mueble de bendición


para adornar este país! El carpintero toca la madera ¿Te gusta la madera? Yo de chiquito
quería ser carpintero (en realidad quise ser de todo) y Dios me dijo: «Te hago pastor que es
como ser un poco de todo… y más también». Cuando sos pastor, sos asesino porque querés
matar a la gente; sos invisible porque querés desaparecer; sos boxeador porque te dan
ganas de noquear a alguien.

Así como el carpintero toca la madera, el Señor nos toca, nos abraza, nos acaricia, pone su
mano sobre nosotros. Eso se llama experiencia. Yo puedo hablarte y vos me escuchás pero
si el Señor no te toca, no te acaricia, no tenés tu experiencia. Podemos hacer setecientas
horas de alabanza, gritar y llorar pero si el Señor no te toca, no te acaricia, no tenés tu
experiencia y nunca serás un mueble usado por Dios.

Un hombre va al trabajo y el jefe le grita: «¡Desgraciado, sinvergüenza, váyase a su casa,


maleducado, no lo voy a perdonar!». Entonces piensa: «Memoria y justicia». Agarra una
piedrita y se la pone en el bolsillo para que cuando vaya al trabajo y lo vea al jefe, se
acuerde de lo que le hizo. El jefe le vuelve a gritar otra vez y el hombre agarra otra piedrita.
Ahora tiene dos; llega a su casa y hay un mensaje en el contestador del jefe. Agarra una
piedra más grande y con tres piedras vuelve a trabajar. El jefe vuelve a gritarle una y otra
vez y ahora el hombre tiene cinco piedras, siete piedras, ocho piedras… hasta que se le
rompe el bolsillo. Entonces se compra un maletín y va al trabajo con quince piedras todos
los días. Pero un día llega y el jefe lo insulta muy feo, entonces piensa: «Esto no es una
piedrita, es un cascote». Y como el cascote no entra en el maletín, se compra una maleta de
viaje grande con rueditas. Así que todos los días arrastra todas las piedras.

El jefe lo sigue maltratando y al hombre ya le duele el hombro de llevar la valija; se compra


otra valija y ahora va al trabajo todos los días con las dos valijas llenas de cascotes, para
recordar todo lo que el jefe le dijo. Un día, el jefe lo mira y le pregunta: «¿Qué tiene ahí
usted? ¿Es tarado que viene con esas valijas?». Y como ya no entraban más piedras en las
valijas, el hombre empieza a guardarlas en la casa, hasta que se le llena el living de piedras
y ahora tiene que comer en la cocina, hasta que se le llena la cocina de piedras también, y
el dormitorio… y tiene que dormir arriba de las piedras. Todos los días va al trabajo con los
bolsillos rotos y las dos valijas llenas de piedras, y el jefe lo sigue maltratando. Cuando la
casa ya está llena de piedras y ya no hay más lugar, él se queda a dormir en la entrada pero
también el jardín se empieza a llenar de pierdas.

Un día pasa un señor que era geólogo (un experto en piedras), mira todas las piedras afuera
y llama a los alumnos de la universidad: «Vengan todos que encontré un coleccionista que
tiene una colección de piedras extraordinarias». Media facultad llega a la casa y le pide ver
su colección de piedras y sorprendidos le dicen: «¡Pero usted es un experto!». Y al hombre
le da vergüenza contar la verdad, pero finalmente les dice: «Bueno, empecé a juntar en
realidad la primera piedrita porque me hirieron, y después otra cuando me hirieron otro día,
y otra cuando me gritaron otro día… y ya ni me acuerdo». Todos los geólogos se sorprenden
y piensan que es muy triste armar así una colección. Se van y pasan ocho meses.

Un día el profesor de geología les dice a los alumnos: «Vamos nuevamente a visitar al
coleccionista de piedras para sacar fotos» pero cuando llegan a la casa, no hay ninguna
piedra, solo flores, flores y más flores, afuera en la entrada, en las ventanas y en el techo.
Cuando tocan el timbre, sale el hombre con más flores encima y le preguntan qué pasó. A lo
que él contesta: «¿Saben que ustedes me hicieron reflexionar? Yo juntaba una piedra por
cada dolor que me causaron y cuando se fueron me quedé pensando y dije ‘basta, ahora
voy a plantar una semilla por cada cosa linda que me pase’. Así que cambié mi colección y
ahora junto flores».

Eso es lo que el Señor tiene que hacer con nosotros. Un futuro glorioso que acaricia es la
experiencia. El carpintero usa la lija Como el carpintero a la madera, el Señor nos tiene que
meter la lija. ¿Sabés cuál es el problema número uno de muchos líderes? Que nos vemos
demasiado bien. Eso se llama exceso de confianza. «Yo estoy bien, no tengo problemas».
Nos vemos mejor de lo que somos en realidad. Hablo de la empatía y decimos: «Yo soy muy
empático». Hablo de la misericordia y decimos: «Yo soy muy misericordioso». Hablo de la
madera y decimos: «Sí, es verdad, hay que tener la experiencia». Nos vemos demasiado
bien y no nos dejamos lijar, sacar las asperezas.

En una oportunidad, una persona estaba quejándose y yo le dije: «Te voy a enseñar algo
que aprendí: cuando a un chico le decís que no coma caramelos, se rebela y como es muy
omnipotente no solo se revela, sino que transgrede la orden, va a escondidas y se come
veinte caramelos.

Rebelión es verbal, transgresión es ir y hacerlo. Pero cuando uno es adulto, ninguno de esos
dos métodos sirven porque son infantiles. En los nenes está bien pero si vos vivís
quejándote, te estás revelando y eso es una conducta infantil; y si transgredís el límite,
también es infantil. En cambio, los adultos planificamos, pensamos soluciones, proponemos
ideas y ni nos rebelamos ni transgredimos. Por eso somos adultos y Dios nos mandó a los
adultos cuidar a los niños, y no a los niños cuidar a los grandes». Al enseñarle esto a esa
persona, le estaba pasando la lija. Tenemos que ser enseñables.

Hay gente que me dice: «Qué sabio que es usted». Ahora lo soy porque a mí alguien me lijó
también, un mentor me enseñó cuando yo me quejé y fui pavote. La lija te quita las
asperezas, vos sos un mueble útil para Dios y tenés futuro. Por eso, dejate formar. A veces,
venís a la iglesia y hay cosas que yo digo que te molestan. Cuando eso pasa es porque el
Señor te está lijando y no hablo de maltrato, sino de ser formado. Y después, por último,
viene el barniz. Esa es la parte más linda, cuando Él te unge pero no lo hace de entrada;
primero Dios te dice: «Te voy a usar para esto»; segundo te da la experticia y tercero te
lija. Y cuando ve que sos madera dócil, dice: «¡Ahora sí te unjo!»

En la última carta de Pablo, él le dice a Timoteo que todos lo abandonaron: Demas se fue a
Tesalónica, Crescenti a Galacia y Tito a Dalmacia; y le pide que le mande a Marcos y le
traiga la capa y los libros. Cuando lo leí, pensé que había algo escondido. Demas quiere
decir «popular». Se trata de cuando la popularidad te abandona, cuando la gente antes te
miraba, te quería, te reconocía, te acompañaba y de repente ya no lo hace más. Crescenti
quiere decir «crecimiento». Hay un momento en el que no pasa nada en tu vida y dejás de
crecer. Y Tito quiere decir «enfermero».

A veces, se te va la salud y encima todos te dejan, como le pasó a Pablo. Y el apóstol pide
que le manden a Marcos con el que se había peleado pero después se amigaron. Dios tiene
gente preparada sana que te va a acompañar; gente que tal vez estuvo herida como Marcos
pero ahora están sanos. Y por último pide la capa que simboliza la presencia de Dios.
«Mandame el manto de la unción», le dice. Y además los libros, es decir La Palabra de Dios.
Dios te sana mandándote gente sana, presencia y palabra. Él no lo hace ni con aumento, ni
con enfermería, ni con popularidad; sino con alguien que estuvo enfermo y ahora está sano,
con la capa de la unción para el invierno y con la Palabra escrita prometida para tu vida.

Señor, que seamos madera, instrumentos en el taller del carpintero. Somos hijos del
carpintero celestial. Muéstranos nuestro destino, los planes que tienes para nosotros.
Acarícianos, danos experiencia, líjanos las asperezas, corta lo que no sirve de nosotros y
píntanos con tu presencia. Gracias por los que se fueron y sobre todo por los que vienen,
por los Marcos que se vienen, por la unción, por la Palabra. Declaro no más B, no más
dinero, no más trabajo, no más sexo, no más peleas, no más castigos, no más nada para
sanar. La mirada de Cristo sana tu estima y los brazos del maestro sanan tu intimidad. ¡Y
todo lo que hagas te saldrá bien! Amén.

Por Bernardo Stamateas

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