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REFLEXIONES TENTATIVAS (O MARGINALES)

SOBRE LA IDEALIZACIÓN DEL DERECHO


PENAL INTERNACIONAL
EN EL CONTEXTO VENEZOLANO
MICHAEL REED-HURTADO
(GUERNICA CENTRE FOR
INTERNATIONAL JUSTICE)

I. INTRODUCCIÓN

El uso del derecho penal internacional (DPI) para enmarcar las denuncias de viola-
ciones manifiestas a los derechos humanos y otras situaciones derivadas del abuso
de poder en Venezuela es extendido y se torna problemático. (El uso extendido se
nota, a manera de ejemplo, en el trabajo de la Organización de Estados Americanos
o los diversos actores políticos.) Por un lado, es un poderoso recurso retórico que
emociona y parece dar renovado vigor a las voces que claman justicia; por otro lado,
es un recurso con pocos dientes, (algo) escandaloso, y con base y futuro inciertos o
tenues (por ponerlo de manera suave).

El DPI puede ser útil en el contexto venezolano, pero el radiante camino de


promesas y expectativas que se ha tendido está repleto de delirios y trampas. El
éxito retórico de este paradigma puede conducir a terrenos pantanosos. Por ejemp-
lo: la politización y la instrumentalización de una rama del derecho internacional que
carece de un corpus juris consolidado pueden llevar a evoluciones poco útiles (in-
cluyendo su dilución, en la medida en que el ladrido del DPI es mucho más fuerte que
su mordida); o la promesa ideal de una Corte Penal Internacional (CPI) que produce
justicia cuando el sistema nacional protege a los presuntos responsables probable-
mente se aguará, contribuyendo, aún más, a la imagen de un órgano internacional
inefectivo que, no ha sabido despegar (o aterrizar) en los contextos latinoamerica-
nos.

Indudablemente, el bosquejo inicial puede desilusionar. El tránsito por un


estado de desencanto no está mal, puesto que la ciudadanía venezolana preocupada
por estos asuntos experimenta, por lo general, un estado de euforia, en relación con
lo que el DPI y la CPI pueden hacer, que distorsiona los alcances de estos recursos
internacionales y sus capacidades.

El propósito de este blog no es desalentar a quienes en Venezuela promueven


la procuración de justicia en relación con graves crímenes amparados por el poder,
pero sí aterrizar algunas de las aspiraciones que se han extendido en relación con la
CPI. Igualmente, conducir la reflexión a un punto que permita dimensionar lo que
puede ofrecer el recurso al DPI (y el tribunal internacional) y explorar una aproxi-
mación ponderada que pueda contribuir al complejo proceso (nunca ideal) de recu-
perar el sentido de justicia – de “lo justo” – en Venezuela.
REFLEXIONES TENTATIVAS (O MARGINALES)
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EN EL CONTEXTO VENEZOLANO

II. “LO INTERNACIONAL EN CONTEXTO”

El cierre de los recursos nacionales en Venezuela ha conducido a la tramitación


de denuncias en sede internacional y a que muchos sectores de la sociedad
vuelquen su mirada y sus expectativas hacia los órganos internacionales, incluyendo
más de una veintena de casos contenciosos decididos por la Corte Interamericana
de Derechos Humanos. Los diversos mecanismos internacionales, además de con-
tribuir al reconocimiento de las violaciones y las personas victimizadas, elaboran el
rastro de la injusticia y hacen explícito el incumplimiento de los compromisos inter-
nacionales por parte de Estados que, como el venezolano, niegan y ocultan las atro-
cidades y sus responsabilidades. Son instancias valiosas, pero no reemplazan la
(necesaria) acción estatal. Los mecanismos internacionales de protección (por ejem-
plo, los del sistema interamericano) limitan, contralan, condicionan y complementan
la acción estatal, de acuerdo con compromisos soberanos; pero no la sustituyen – no
pueden.

¡Finalmente, todo regresa al Estado! Afortunadamente, los Estados evolucio-


nan. La determinación de la responsabilidad internacional exige o demanda la (ulte-
rior) acción responsable del Estado, de lo contrario, todo se queda en voz de conde-
na. Se trata de un punto obvio, pero que muchos suelen pasar por alto: los marcos
internacionales son medios para conseguir cambios en el plano nacional, no son un
fin en sí mismo. Esta afirmación es cierta (y debería ser de cajón) en relación con los
órganos de protección de derechos humanos; también lo es, en relación con la pecu-
liar y limitada actuación de los órganos que se derivan del sistema establecido en el
Estatuto de Roma.

Este matiz no ha tenido mucha receptividad en Latinoamérica, por lo que vale


la pena enfatizar la necesidad de confrontar la veneración de “lo internacional” sin
una mirada analítica sobre los resultados concretos que produce o puede producir.
Cabe resaltar que “lo internacional” – todo eso que se logra en sede internacional –
es particularmente pertinente cuando se aplica o se ejecuta en el plano nacional
(Drumbl 2007, 14).

El punto que resalto es simple: si se busca activar la CPI, se debería saber cómo
puede ser útil en el proceso de procuración de justicia en Venezuela. La intervención
de la CPI no debe ser vista como un fin en sí mismo; además es un instrumento par-
ticularmente selectivo y burdo.

MICHAEL REED-HURTADO
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III. EL APOGEO DEL DPI EN VENEZUELA Y SU POLITIZACIÓN

Las referencias al DPI y a la CPI se han vuelto comunes en el trabajo de diversos sec-
tores venezolanos, incluyendo partidos políticos y organizaciones sociales. En parte
por la cultura legalista, cierto desencanto con lo que los órganos de derechos hu-
manos pueden hacer y el reconocimiento de que la justicia penal está cooptada por
el Estado partido venezolano, se ha puesto en marcha una admiración desmedida a
las promesas de la CPI. Este embeleso ignora las limitaciones funcionales de este
sistema y parece desconocer su operación práctica, incluyendo los pocos avances
registrados en relación con otras jurisdicciones, como en relación con Uganda (con
dos casos abiertos, un juicio en curso y solo un detenido, desde que se inició en julio
de 2004 esa investigación).

La predilección por las figuras del DPI en relación con el encuadramiento de las
conductas cometidas en Venezuela se derivó, en parte, por la presión de actores
internacionales, incluyendo a la Organización de Estados Americanos (OEA) y a un
grupo de Estados que ha promovido la acción de la Fiscalía de la CPI en relación con
conductas penales que implicarían la responsabilidad de funcionarios del régimen de
Maduro. No hay duda de que las organizaciones sociales han insistido en este marco,
pero su apogeo en el contexto venezolano está más ligado al uso instrumental que
elementos gubernamentales han prohijado.

La promoción del DPI por parte de los Estados acarrea riesgos evidentes, entre
otros, la instrumentalización del sistema del Estatuto de Roma para aumentar la
presión política orientada a forzar un cambio en Venezuela politiza el DPI y su apli-
cación. Además, promueve un uso relativista e incoherente de las normas del DPI
para condenar conductas cuando implican la responsabilidad de agentes de otros
países (enemigos), pero no de los agentes propios. Esta distorsión es particular-
mente evidente en relación con el Estado colombiano que busca evadir la acción de
la CPI en su territorio, pero la auspicia en contra de su enemigo político (el régimen
de Nicolás Maduro).

La tergiversación del DPI y de los órganos de la CPI se agudizó con la inter-


vención del gobierno venezolano, que optó por contraatacar en clave de DPI, trans-
mitiendo el 13 de febrero de 2020 información a la Fiscalía de la CPI que alega la
comisión de crímenes de lesa humanidad en su territorio como resultado de “medi-
das unilaterales coercitivas” impuestas a Venezuela, y dando lugar a la apertura de
un segundo examen preliminar a la situación de Venezuela (conocido como Venezu-
ela II). Esta nueva situación bajo examen preliminar de la Fiscalía pone en evidencia
los riesgos del uso politizado del DPI.

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IV. NO TODO ES UN CRIMEN DE LESA HUMANIDAD

La amplia acogida del marco del DPI en Venezuela tiene múltiples efectos: algunos
positivos, como, por ejemplo, la toma de conciencia de que se han cometido
crímenes atroces bajo el manto de la ley en Venezuela; y otros negativos, como, por
ejemplo, el efecto hiperbólico que ha tenido sobre el lenguaje que se usa para descri-
bir la situación en el país, o cualquier situación que implica un abuso.

El problema se materializa en que la retórica no va de la mano de una apli-


cación seria y rigurosa del derecho, ni de una valoración informada de lo que el DPI,
ni los órganos encargados de su aplicación pueden conseguir. En vez de contribuir a
la valoración objetiva de los eventos y las responsabilidades involucradas en el
cúmulo de conductas que merecen reproche, las figuras pintorescas y patéticas,
tanto de exageración como de generalización y sobre-inclusión, terminan por
retorcer y exacerbar los ánimos sin brindar claridad sobre lo que pasa en el país.
Además, es tan común el recurso que, para recibir atención, se termina equiparando
todo acto que se cree injusto a un crimen internacional.

No cuestiono la gravedad de los eventos que han tenido lugar en Venezuela,


pero no toda transgresión a la ley es un crimen de lesa humanidad. Además, no sólo
los crímenes de lesa humanidad demandan respuestas en materia de justicia.

V. LA DEMANDA DE JUSTICIA DE LA CIUDADANÍA VENEZOLANA NO LO PUEDA


SATISFACER LA CPI

En Venezuela hay un universo amplio y variado de conductas que exigen la puesta


en marcha de mecanismos efectivos de rendición de cuentas: muchas de esas con-
ductas no están cobijadas por el DPI y otras aunque se encuadren en crímenes inter-
nacionales no hacen parte del examen que adelanta la Fiscalía de la CPI (a manera
de ejemplo, considérense homicidios cometidos por miembros de la Guardia Nacion-
al Bolivariana antes de 2014 o una cualquier serie de conductas violentas amparadas
por una policía local en alianza con una pandilla barrial ligada a la captura de renta
extorsiva en una zona urbana).

Se trata de conductas graves que requieren justicia, pero que no son crímenes
de lesa humanidad o no son los crímenes de lesa humanidad sobre los cuales ha dec-
idido enfocarse la Fiscalía. Estas tendrán que ser juzgadas, eventualmente, en sede
nacional. Ante la perpetración masiva de conductas, la respuesta al cúmulo de casos
no provendrá de un organismo internacional que aplica esta rama del derecho inter-
nacional público. Como en todas las otras realidades, la investigación y juzgamiento
de esos casos recae sobre las autoridades nacionales.

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En relación con aquellas conductas que pueden estar en el marco de la competencia


de la CPI (ratione temporis, materiae y personae), cabe recordar que, de ser activada
la intervención jurisdiccional de la CPI – y esto no es muy probable – esta es tan se-
lectiva que la carga preponderante de investigación, juzgamiento y establecimiento
de responsabilidades de conductas que acarrean crímenes internacionales recaerá,
en todo caso, sobre las autoridades nacionales. Es decir, el proceso de hacer justicia
será principalmente nacional.

En el marco de la apelación extendida al DPI y a la CPI como promesa de justi-


cia, parece olvidarse (o ignorarse) que el sistema que teje el Estatuto de Roma es un
sistema de protección extraordinario, de ultima ratio, reservado (supuestamente)
para los casos más extremos cuando los sistemas nacionales fallan. Además, es un
sistema que ha demostrado una capacidad restringida en relación con su alcance
sobre personas que eventualmente pueden ser procesadas por los órganos de la
CPI. Para que no quede duda: de proceder la intervención jurisdiccional de la CPI,
está nunca excederá unas pocas personas (entiéndase, un manojo); todos los otros
autores o partícipes (y esos son miles) deberán ser investigados y juzgados en sede
nacional, como resulta del examen de cualquiera de la situaciones que han pasado
del examen preliminar de la Fiscalía de la CPI a la fase de investigación y judicial-
ización (a manera de simple ejemplo, considérese la situación de cualquiera de los
países africanos que se encuentra bajo investigación).

VI. LA ACTUACIÓN DE LA CPI: EN EL PANTANO, CON UN LARGO CAMINO POR


DELANTE

Recientemente, el 10 de agosto de 2021, se hizo pública la posición que a mediados


de junio de 2021 la anterior fiscal de la CPI, Fatou Bensouda, plasmó como observa-
ciones a la decisión que forzó el gobierno de Venezuela ante la Sala de asuntos pre-
liminares de la CPI sobre el examen de la situación preliminar relativa a conductas
acaecidas desde, al menos, abril de 2017 en contra de miembros de la oposición, par-
ticularmente en el contexto de detenciones, por agentes del Estado (Venezuela I).
Como resulta obvio, es un examen preliminar de una situación muy delimitada que
excluye muchas dinámicas y conductas que ameritan investigación y sanción.

En esas observaciones, la entonces fiscal Bensouda manifestó que, en su crite-


rio, además de reiterar que consideraba que se habían cometido crímenes interna-
cionales bajo su competencia, el análisis de complementariedad le llevaba a concluir
que los procedimientos nacionales no solo eran insuficientes y no avanzaban, sino
que no eran genuinos y se orientaban a proteger a los perpetradores. El criterio de
la fiscal se publicó con fines de registro; puesto que, extinguido su mandato, la de-
cisión le corresponde al nuevo fiscal, Karim A. A. Khan.

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EN EL CONTEXTO VENEZOLANO

La airada reacción del gobierno venezolano fue inmediata a la publicación o la des-


clasificación de las observaciones de Bensouda. En vísperas de la instalación de un
nuevo intento de diálogo político facilitado por Noruega, el gobierno venezolano
rechazó el 12 de agosto de 2021 “de manera contundente y enérgica todas las acusa-
ciones que en esta se vierten” y cierra augurando un trabajo de colaboración y aper-
tura con el nuevo fiscal Khan.

Todo parece urgente y final, pero la realidad es que el examen preliminar que
ha realizado la Fiscalía de la CPI ha sido inefectivo. Bensouda anunció la apertura del
examen preliminar en febrero de 2018 en relación con conductas acaecidas en el
contexto de los disturbios y las protestas de abril de 2017; dio a conocer sus
hallazgos sobre la competencia material en el marco de sus informes anuales de ac-
tividades (de 2018 en adelante), y decidió comunicar (el 15 de junio de 2021) sus
hallazgos en un momento poco oportuno para la acción, a pocos días de su salida,
cuando su sucesor ya había sido nombrado. Todo esto aconteció sin repercusión: la
fiscal saliente emitió una opinión sin consecuencia.

La realidad es que el examen preliminar continúa y el nuevo fiscal y su equipo


tomarán tiempo para tomar una posición. El contexto, además, no es fácil, justa-
mente porque las actuaciones de la CPI están siendo instrumentalizadas por muchos
actores, tanto en la negociación como en otros escenarios políticos. La Fiscalía de la
CPI, además, encara todo tipo de problemas, incluyendo carencia de recursos.

De abrirse una investigación en relación con Venezuela, esta será acotada y sus
tiempos serán pausados, como lo suelen ser los tiempos en los procesos penales
complejos. Este paso en la ruta procesal no necesariamente conduce a una acu-
sación ni (mucho menos) a una condena, como lo demuestra, por ejemplo, el laberin-
to procesal del caso de Jean Pierre Bemba. Además de los condicionamientos
propios de un proceso penal, este puede tener condicionamientos políticos y mucha
distracción (como la ha tenido todo el examen preliminar de la situación venezola-
na).

VII. A MANERA DE CIERRE: REGRESANDO A VENEZUELA

En resumidas cuentas, el proceso ante la CPI es lento, engorroso e incierto, y hay


muchos factores (legales, políticos, económicos y de seguridad) que lo condicionan
y que seguramente lo empantanarán. En el mejor de los casos, la ruta es farragosa
e incierta y foránea (entiéndase extraña) para la mayoría de la ciudadanía venezola-
na. Además, el recorrido será resistido activamente (tanto por medios visibles y for-
males como subrepticios). Es hora de pensar cómo se puede conducir este camino
para que tenga efectos favorables en la búsqueda de la justicia en Venezuela: que se
active la competencia de la CPI no debe ser un fin en sí mismo.

MICHAEL REED-HURTADO
MICHAEL REED-HURTADO

Michael Reed-Hurtado es actualmente el director op-


erativo del Guernica Centre for International Justice.
En los últimos 25 años ha trabajado, principalmente,
en Colombia, en temas de derechos humanos, dere-
cho penal y asuntos humanitarios. Por fuera de Co-
lombia, ha trabajado en diversas organizaciones
intergubernamentales y no gubernamentales en
varios países latinoamericanos, y de Europa, Asia y
África, particularmente, en el campo de la perse-
cución penal de crímenes de sistema. En el campo
académico, Reed Hurtado es investigador y profesor
en Georgetown University de derechos humanos,
dinámicas colectivas de violencia, resolución de con-
flictos y justicia transicional. Es columnista de varios
medios escritos de comunicación; escribe sobre se-
guridad pública, reforma a la justicia, prisiones y con-
flicto armado, entre otros.

@mreedhurtado

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