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Al comenzar éste curso, uno de los primeros recursos didácticos que no tardó en ocupar el
maestro Fernando en las clases de observación, fueron los dados. Con ellos, el alumno sabría
cuántas veces debería estudiar un pasaje determinado. Cuando le comenté a mi novio acerca
de ésta estrategia, me regaló uno de sus set de dados con muchas caras para ocuparlos en mis
clases, muy bonitos por cierto, de un color oscuro con pintas que hacen recordar como algo
“mágico” o al universo. Fascinada con mi nueva adquisición, empecé a rodarlos una, dos, tres,
cuatro veces (etc.) expectante a los números que arrojaban cada vez que hacía una tirada.
Expectante al azar. Comencé a pensar entonces en esa “fascinación por el azar” que tenemos
las personas, basta con pensar en la casi infinita cantidad de juegos que se consumen y ni
hablar si involucra dinero de por medio.
Bueno, creo sinceramente que el azar no es culpable de su atractivo. Y tampoco creo que sea
algo tan terrible, siempre y cuando se reconozca el trabajo y el esfuerzo del alumno reflejado
en logros significativos. Sin embargo es algo que no deja de llamar la atención. Creo que el
problema está cuando los adultos llenan de prejuicios negativos a los niños porque
“lamentablemente el azar no te escogió a ti”, es algo realmente nefasto y en ese sentido
entiendo la preocupación que tenía el maestro Suzuki, la cual plasma en el libro en diversas
ocasiones, en distintos capítulos.
En el capítulo “Amigos de valor inestimable” (pág. 30), hay una de las frases que sintetiza la
razón del ejemplo de Koji: “El practicar como es debido la técnica de cualquier arte, ciencia u
oficio tiene que dar buenos resultados”. Casi como una fórmula infalible, Suzuki hace mucho
hincapié en ello a lo largo del libro, no por antojo, sino por testimonio de la experiencia. Y creo
que efectivamente hay una responsabilidad del individuo en ello, pero también del entorno
(algo que vine a confirmar en éste curso, una vez más) porque también lo he visto y lo intento
aplicar cada día, no solamente en las clases, sino en la cotidianeidad. ¿Hay que estudiar y no
tengo ganas?, preparo el contexto primero: pongo los cuadernos a la vista, saco los lápices,
pongo música instrumental, aviso en casa que estaré ocupada durante unos minutos u horitas,
en fin, me invito a hacerlo. Me invito con mi entorno. Porque muchas veces ese entorno no
existe. Y eso me hace pensar en ese punto tan importante, del cual se habló constantemente
durante éste curso: el entorno. En ese sentido, anteriormente nunca había conocido de un
método que le diera tanta importancia a los tutores del alumno, en la mayoría de las veces sus
propios padres. Según lo observado en clases, realmente es un punto determinante para el
niño, que definitivamente quiero comenzar a aplicar en mis clases. De esa forma la mesa de
tres patas, o el acorde de tríada (alumno-padre-maestro) tendrá sus tres patas bien firmes y no
solamente dos. Por supuesto que, si es que la tónica (el alumno) llegara a cojear, ahí estará la
quinta dándole el soporte necesario (los padres) y la tercera (el maestro) ayudando al
florecimiento de aquel protagonista.
Desde hace varios años descubrí que me encantan, lo que yo llamo los “aparatos didácticos”.
Amo coleccionarlos y también diseñar nuevos para ocuparlos en clases para los alumnos, ya
sean niños o adultos. Hay aparatos más sencillos y otros más complejos, pero todos con un
mismo objetivo en común. Y paradójicamente, creo que el azar controlado puede ser un gran
aliado en el aprendizaje significativo del alumno. Tampoco es el demonio, ¿verdad?
La cosa se pone un poquito más compleja cuando entramos en el campo social. La certera y
cruda frase (y que por eso me encanta) de “No hay niños prodigios, hay niños privilegiados” del
libro “Matemática… ¿Estás ahí?, es un claro ejemplo de ello. Que ganas de cambiar el
privilegio por la equidad. ¿Y qué rol tenemos como maestros en ese aspecto? ¿y hasta qué
punto? Sin duda el hacer lo que mejor podamos según nuestro contexto, parece ser la
respuesta más cercana a “lo correcto”. Aunque creo firmemente que “lo correcto” puede
alcanzar límites insospechadamente impactantes y significativos en cantidad y calidad en la
vida de las personas. Eso sí se lo dejo al azar. Del entorno a nuestro alcance, nos ocupamos
hoy.
Valentina Mylena