Está en la página 1de 4

La 

guerra de las Galias fue un conflicto militar librado entre el procónsul romano Julio César y


las tribus galas entre el año 58 a. C. y 51 a. C. En el curso de esa guerra la República
romana sometió a la Galia, extenso país que llegaba desde el Mediterráneo hasta el canal de
la Mancha. Los romanos también realizaron incursiones a Britania y Germania, pero estas
expediciones no llegaron a transformarse en invasiones a gran escala. La guerra de las Galias
culminó con la batalla de Alesia en 52 a. C., donde los romanos pusieron fin a la resistencia
organizada de los galos. Esta decisiva victoria romana supuso la expansión de la República
romana sobre todo el territorio galo. Las tropas empleadas durante esta campaña
conformaron el ejército con el que el general marchó después sobre la capital de la República.
Pese a que César justificó esta invasión como una acción defensiva preventiva, la mayoría de
los historiadores coinciden en que el principal motivo de la campaña fue potenciar la carrera
política del general y cancelar sus grandes deudas. No obstante, nadie puede obviar la
importancia militar de este territorio para los romanos, quienes habían sufrido varios ataques
por parte de tribus bárbaras provenientes tanto de la Galia como del norte de esa tierra. La
conquista de estos territorios permitió a Roma asegurar la frontera natural del río Rin.
Esta campaña militar es descrita extensamente por el propio Julio César en su
obra Comentarios a la guerra de las Galias, fuente histórica de mayor importancia acerca de
esta campaña y obra más importante —conservada— del general. El libro es considerado
como una obra maestra de propaganda política, puesto que César estaba sumamente
interesado en influir a sus lectores en Roma.
Según Plutarco, los resultados de la guerra fueron 800 ciudades conquistadas, 300 tribus
sometidas, un tributo de más de 40 millones de sestercios para César, un millón de
prisioneros vendidos como esclavos y otros tres millones muertos en batalla (se estima que la
población gala era de unos 3 a 15 millones de habitantes antes de la guerra).
En el año 58 a. C., Julio César terminó su consulado en Roma. El excónsul estaba muy
endeudado desde su edilidad, sin embargo, siendo miembro del Primer Triunvirato (la alianza
política compuesta por él mismo, Marco Licinio Craso y Pompeyo) se había procurado el
gobierno de dos provincias: Galia Cisalpina e Ilírico. Cuando Quinto Cecilio Metelo Céler,
gobernador de Galia Transalpina, murió de forma inesperada, César fue nombrado también
gobernador de esta provincia. Mediante votación, llevada a cabo en el Senado, se dictaminó
que César gobernara sobre estos territorios durante el sorprendente periodo de un lustro.
Inicialmente, César contaba con cuatro legiones veteranas bajo su mando directo: Legio
VII, Legio VIII, Legio IX Hispana y Legio X. César conocía personalmente a la mayoría (tal vez
a todas) esas legiones, puesto que había sido gobernador de Hispania Ulterior en 61 a. C. y
junto a ellas había efectuado una exitosa campaña contra los lusitanos. Entre sus legados se
encontraban su primo Lucio Julio César y Marco Antonio, Tito Labieno, Décimo Junio Bruto
Albino, Cayo Trebonio, Aulo Hircio y Quinto Tulio Cicerón (hermano menor de Marco Tulio
Cicerón). Además, César tenía la autoridad legal para reclutar más legiones y tropas
auxiliares si así lo creía conveniente.
Probablemente, la ambición de César era realizar una campaña que lo encumbrara y aliviara
su situación económica, pero es discutible que hubiera elegido a los galos como objetivo
inicial. Lo más probable es que César estuviese planeando una campaña contra el reino
de Dacia, en los Balcanes.2
Por otra parte, las tribus galas eran civilizadas, ricas y se hallaban completamente divididas.
Muchas de ellas comerciaban con mercaderes romanos y habían sido ya influidas por la
cultura romana. Algunas incluso habían cambiado sus sistemas políticos, abandonando
la monarquía tribal para instalar repúblicas inspiradas en la romana.
Los romanos respetaban y temían a los galos y las tribus germánicas. Hacía apenas 45 años,
en el año 109 a. C., que Italia había sido invadida por una gran migración germana y
rescatada tras varias sangrientas y costosas batallas lideradas por el general Cayo Mario.
Hacía poco tiempo, la tribu germánica de los suevos había migrado al territorio de Galia
encabezada por su líder, Ariovisto. Parecía que las tribus habían vuelto a ponerse en
movimiento, y eso amenazaba de nuevo la existencia de la República.
En el año 61 a. C., instigados por Orgétorix, los helvecios comenzaron a planificar y organizar
una migración masiva. Los líderes de los helvecios no estaban satisfechos con la extensión de
su territorio, cercados por las tribus germánicas, los sécuanos celtas y los romanos de la Galia
Narbonense. En materia diplomática, Orgétorix negoció con los sécuanos y los heduos, y
estableció también contactos personales y una alianza con Cástico y Dúmnorix, llegando
incluso a casarse con la hija del último. César acusó a los tres hombres de ansiar ser
coronados reyes. Durante tres años, los helvecios se prepararon para la guerra, trazando
planes y enviando emisarios a varias tribus galas para procurarse salvoconductos y alianzas.3
En 58 a. C. la tribu de Orgétorix se dio cuenta de su ambición y juzgaron a su líder. Aunque
consiguió escapar, acabó muriendo y se sospechó que incluso pudo haberse suicidado. No
obstante, todo este asunto no evitó que los helvecios continuaran adelante con sus planes.
Debido a sus luchas constantes y distancia, los helvecios eran una tribu guerrera y su gran
número de habitantes representaba una gran amenaza para cualquiera que se les opusiera.
Cuando se pusieron en marcha, el 28 de marzo según los datos que aporta César,
incendiaron todos sus pueblos y villas para eliminar cualquier tentativa de retirada. También
se unieron a ellos otras tribus vecinas: los ráuracos, los tulingos, los latobicos y los boyos.
Ante ellos, había dos rutas posibles: la primera era a través del peligroso y complicado Pas de
l'Ecluse, ubicado entre la cordillera de Jura y el río Ródano; la segunda, que era mucho más
simple, los llevaría al pueblo de Ginebra, donde el lago Lemán desemboca en el Ródano y un
puente permitía el cruce del río. Estas tierras pertenecían a los alóbroges, una tribu que había
sido sometida por Roma y, por lo tanto cuyo territorio se encontraba bajo la esfera de
influencia de la República romana.
Por entonces, César se hallaba en Roma. Había quedado una única legión en la Galia
Transalpina y se encontraba en peligro. Al ser informado de estos acontecimientos,
inmediatamente apresuró su marcha hacia Ginebra y, además de ordenar la leva de varias
tropas auxiliares, ordenó la destrucción del puente. Los helvecios enviaron una embajada bajo
el mando de Nameyo y Veruclecio para negociar el paso de su pueblo por su territorio,
prometiendo no provocar ningún daño. César estancó las negociaciones, tratando de ganar
tiempo para que sus tropas fortificaran sus posiciones al otro lado del río mediante
una muralla de casi cinco metros de alto y una zanja que corría paralela a ella.

Cuando la embajada regresó, César rechazó de manera oficial su petición y les advirtió que
cualquier intento de cruzar el río por la fuerza sería contrarrestado. Se rechazaron
inmediatamente varios intentos. Los helvecios regresaron sobre sus pasos e iniciaron
negociaciones con los sécuanos para que los dejasen pasar pacíficamente. Tras dejar a su
única legión bajo la dirección de su segundo al mando, Tito Labieno, César se dirigió
rápidamente hacia Galia Cisalpina. Allí asumió el mando de las tres legiones situadas
en Aquileya y reclutó otras dos nuevas legiones, la Legio XI y la Legio XII. Al frente de estas
cinco legiones, César cruzó los Alpes por el camino más corto, atravesando territorios hostiles
y enfrentándose a su paso a varias tribus.

Mientras tanto, los helvecios ya habían cruzado el territorio de los sécuanos y saqueaban las
tierras de los heduos, ambarros y alóbroges. Estas tribus, incapaces de enfrentarse a ellos,
solicitaron ayuda a César como aliadas de Roma. César accedió y sorprendió a los helvecios
cuando atravesaban el río Arar (el actual río Saona).
Tres cuartas partes de los helvecios ya habían cruzado, pero el otro cuarto, los tigurinos (uno
de los clanes helvecios), permanecía en la orilla oriental. Tres legiones bajo el mando de
César emboscaron y derrotaron a los tigurinos en la batalla del Arar, causándoles grandes
pérdidas. Los tigurinos supervivientes huyeron al bosque cercano.7
Tras la batalla, los romanos construyeron un puente sobre el Arar para perseguir a los demás
helvecios. Estos enviaron una embajada liderada por Divicón, pero las negociaciones
fracasaron. Los romanos mantuvieron su persecución durante quince días hasta que tuvieron
problemas de suministros. Aparentemente, Dúmnorix estaba haciendo todo lo posible por
retrasar la llegada de estos suministros, por lo que los romanos abandonaron la persecución y
se dirigieron hacia la fortaleza hedua de Bibracte. La suerte había cambiado y los helvecios
comenzaron a perseguir a los romanos, hostigando a su retaguardia. César escogió una
colina cercana para plantar batalla y las legiones romanas se detuvieron para enfrentarse a
sus enemigos.
En la batalla de Bibracte las legiones aplastaron a sus oponentes y los helvecios, derrotados,
ofrecieron su rendición, a lo que César accedió. Sin embargo, 6000 hombres del clan helvecio
de los verbigenos huyeron para evitar ser capturados. Bajo órdenes de César, otras tribus
galas capturaron y trajeron a los fugitivos, que fueron ejecutados. Los que se habían rendido
recibieron la orden de regresar a sus tierras para reconstruirlas y organizar la provisión de
suministros para alimentar a las legiones, puesto que eran un recurso muy útil
como tapón entre los romanos y otras tribus del norte como para permitir que migrasen a otra
parte. En el campamento helvecio capturado se encontró un censo escrito en griego: de un
total de 368 000 helvecios, de los cuales 92 000 eran hombres sin discapacidades, solamente
110 000 sobrevivieron para regresar a sus hogares.

Tras la victoriosa campaña, varios aristócratas galos de casi todas las tribus acudieron a
felicitar a César por su victoria. Reunidos en un consejo galo para discutir ciertas cuestiones,
invitaron a César a acudir.12
En esta reunión los delegados se quejaron de que, debido a las luchas entre los heduos y
los arvernos, estos últimos habían contratado a un gran número de mercenarios germánicos.
Los mercenarios, liderados por Ariovisto, rey de los suevos, habían traicionado a los arvernos
y tomado como rehenes a varios de los hijos de los aristócratas galos. Además, habían
ganado distintas batallas y recibido muchos refuerzos, con lo que la situación estaba
descontrolándose.
Entonces, César mandó emisarios a Ariovisto, proponiéndole una reunión, para discutir el
asunto, pero Ariovisto se negó, diciendo que no confiaba en César, y era muy costoso
trasladar a su ejército al sur. César le respondió diciéndole que entonces él pasaría a ser su
enemigo, debido a los agravios que le había provocado a los aliados de Roma, y haberse
negado a entrevistarse con sus aliados, cuya alianza tanto él había pedido.
César se enteró de que Ariovisto amenazaba con tomar Vesontio, la principal ciudad de los
sécuanos, que además era una plaza fortificada fácil de defender, por lo que César marchó
con sus legiones e impidió que fuera tomada. En Vesontio, los soldados de César comenzaron
a temer a los germanos, a excepción de la décima, legión en la que César confiaba, pero este
temor se esfumó cuando Ariovisto le pidió a César una entrevista con la condición de que
ambos bandos llevaran únicamente jinetes, de manera que fuera difícil tender una
emboscada.
Al llegar el día señalado, César y Ariovisto se entrevistaron, pero la reunión fue inútil, ya que la
caballería de Ariovisto atacó a la romana en medio de la entrevista, por lo que César se retiró,
y ordenó a sus caballeros que no atacaran para que después no circulase el rumor de que él
había comenzado con la batalla. Unos días después, Ariovisto pidió a César que mandara
emisarios para seguir negociando, pero, a la llegada del emisario romano, fue arrestado por
Ariovisto.

También podría gustarte