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Una Oscura Victoria
Una Oscura Victoria
Introducción
3. La máscara.
Es plausible objetar la trilogía de Christopher Nolan desde una perspectiva no simplista, sino
simplificadora: después de todo, Bruce Wayne no es más que un gran protector del statu quo. Batman
no resuelve las brutales injusticias económicas y sociales de Gotham, que esta película manifiesta de
soslayo. En última instancia, por unos segundos, queremos creer en la demagogia explícita de Bane y
ver a Batman como un símbolo de justicia social. Pero eso implicaría que Gotham necesita a Batman
como un guardián, como una especie de pastor hipertrofiado. Ese es, curiosamente, el defecto implícito
en la Ley Dent, que denuncia John Blake, criticando a Gordon: saltar los límites de la libertad
individual para conseguir un objetivo mayor. También estaba implícito en el uso espurio del sistema de
sonar que activa Batman para localizar al Joker sobre el final de El Caballero Oscuro.
Batman no es un guardián, no es el pastor en que se transforma la imagen de Harvey Dent. Es
una inspiración. Lo que Bruce Wayne busca es transformar a Gotham en una ciudad autónoma, capaz
de prescindir de los superhéroes. O mueres luchando por tu heroísmo, o vives dependiendo e un héroe,
suficiente tiempo como para volver a corromperte.
Para mí, esto queda de manifiesto en el último diálogo entre Batman (o ese extraño sujeto
vestido de murciélago que lucha casi como un ciudadano más) y Gordon. James Gordon es el héroe de
Bruce Wayne, porque basta con un abrigo para enseñarle a un niño que no todo es tan absurdo. Que hay
un sentido. Por eso esta película está llena de policías y huérfanos. Por eso un huérfano como John
Blake elige ser policía, primero, y Batman, después. John Blake es Batman corregido. Batman por
opción, sin desesperación, sin deseo de morir, sin miedo. Para este muchacho, el símbolo es una
herramienta para hacer aquello que un policía no puede. Los policías son, creo, el símbolo que
Christopher Nolan utiliza para el auténtico heroísmo. El policía cobarde encarnado muy pobremente
por Matthew Modine pasa del miedo a la muerte, a perder a su familia, a dar la vida en cumplimiento
del deber. Porque el verdadero heroísmo es ser capaz de superar el miedo a la muerte y dar la vida por
un ideal, aunque eso cause daño, aunque destruya la vida de quienes lo intentan. Es lo que esta trilogía
nos ha reiterado continuamente.
Bruce Wayne nunca tuvo miedo a la muerte. Tenía miedo al miedo. Lo superó, lo convirtió en
un arma. Se hizo a sí mismo un mito. El mito lo hizo inmortal. Para volver a vivir, necesitó aprender el
miedo a la muerte. Renació y comenzó a vivir.
5. Conclusión: El triunfo del Señor de la Noche.
Señalé al comienzo que Batman es, a casi ochenta años de su creación, un dispositivo narrativo.
Los autores escogen el ángulo del personaje donde prefieren enfocarse y dejan fluir sus historias desde
allí. También es mi caso.
Batman es uno de los símbolos más potentes de mi niñez y de mi juventud. Creo que las razones
por las cuales funciona es porque en la niñez, de alguna forma, todos nos sentimos solitarios, carentes y
frágiles y Batman se sobrepone a esa fragilidad sin ayuda de superpoderes. No es el Último Hijo de
Krypton o un adolescente con complejo de culpa picado por una araña radioactiva. No. Es elegante,
siniestro, se envuelve en las sombras con esa figura estilizada que ha heredado de Neal Adams,
Marshall Rogers, Jim Aparo. Además, es listo. Estudioso. Preparado tanto física como mentalmente
para la interminable guerra contra el crimen.
Batman es un símbolo que cambia con los años. Lo he visto levantarse de la silla de ruedas;
superar la muerte del segundo Robin, Jason Todd, a quien arrancara de entre las cenizas para verlo
resucitar en forma ignominiosa, unos años más tarde; afrontar la tortura y el lavado de cerebro del
Diácono Blackfire; escapar de trampas imposibles y, ante todo, luchar continuamente contra sí mismo y
el deseo de destruir al Joker, una y otra vez. Con el paso del tiempo y tantas aventuras transcurridas
guardo especialmente dentro del corazón ese aspecto tan poco trabajado del personaje que,
precisamente, esta trilogía escogió como foco narrativo.
Bajo el Detective, el Cruzado de la Capa, el Artista Marcial, el Vigilante, el Caballero Oscuro,
el Señor de la Noche, los múltiples aspectos que han hecho de Batman uno de los íconos más
reconocibles y exitosos de la cultura pop, siempre vi a Bruce Wayne como un espejo, cuya mayor
cualidad personal residía en la capacidad para hacer del horror y del sufrimiento herramientas, fuerzas
impulsoras para una cruzada por ayudar al prójimo. Un hombre herido en la profundidad de su ser que,
sin embargo, se entrega a una causa tan absurda y desproporcionada como noble. Una hipérbole de
cierta clase particular de seres humanos, un símbolo de digna soledad y fuerza incomparable.
Para mí, Batman no es un vengador. No es un psicópata. No es un asesino ni un fascista.
Tampoco es un ser especial, dotado de poderes que lo lleven a responsabilizarse por la humanidad. Así
como Superman encarna la hipóstasis: el mito que se hace humano, que se reduce al nivel de los
hombres, Batman encarna la apoteosis, el hombre que lucha por hacerse mito, por transformarse en
símbolo. Superman está eternizado desde su planteamiento; Batman está condenado al desgaste. Como
ya dije antes, los hombres no son mitos. No somos irrompibles, por mucho que intentemos llegar a
serlo. Por nobles que sean nuestras intenciones, cada noche, como Batman, llegamos a casa cansados,
“heridos”, tras las distintas luchas cotidianas. En la medida en que nos entreguemos por una causa, ese
dolor puede, al menos, constituirse en un arma, en un impulso más para seguir adelante, para no
rendirnos.
“¿Cómo puede Batman procesar ese nivel de estrés?” se pregunta, en Últimos Ritos, maestro
torturador, mientras explora la psique del Hombre Murciélago “Qué clase de hombre puede convertir
incluso los recuerdos de su vida en un arma?”
Bruce Wayne es esa clase de hombre. Pero Bruce no tiene poderes especiales. Esa aptitud es una
cualidad humana, muy particular, propia de cierto tipo de seres humanos —y acaso de todos, puestos al
límite — , capaces de lidiar con la locura y el dolor, de tomar la angustia y la soledad y transformarla
en algo de valor perdurable, una causa, un sentido. Una victoria.
Este cierre de la trilogía del Caballero Oscuro me ha llegado profundamente porque, pese a las
cualidades que he nombrado anteriormente, permite vislumbrar un final satisfactorio y hasta feliz para
este hombre noble, Bruce Wayne. Un final consistente para una “vida” sostenida sobre la consistencia
misma. En última instancia, he preferido ver El Caballero Oscuro Asciende como un comentario
formidable sobre los conceptos de heroísmo, altruismo, filantropía. ¿Cómo termina la lucha de hombres
y mujeres como éste? ¿Cuándo termina? Ante la disyuntiva del heroísmo y la entrega total, opuestos a
la satisfacción personal ¿es posible dar un paso al costado? ¿Qué es esa fuerza que nos permite
levantarnos después de caer: venganza, rabia, locura, deseo de muerte o auténtico heroísmo?
Batman, como siempre, permanece. Bruce Wayne asciende de sí mismo y triunfa. La señal
brilla nuevamente en el cielo de una Gotham eterna dentro de las viñetas de nuestra fantasía juvenil y el
mito ilumina nuestro andar por los callejones oscuros del pasado y la memoria.
Jano Moore.
La Granja, 24 de noviembre, 2012.