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La llegada del primero de los ejércitos independentistas que pisarían suelo peruano
se dio en un momento de gran convulsión en casi todas las esferas sociales
virreinales. La crisis económica galopante que se volvió más crítica con la
independencia de Chile no hizo sino ahondar los gastos en defensa y desarticular el
comercio con dicha región. Las campañas represoras financiadas en parte por el
Estado y en parte por la elite limeña, también afectó a los sectores provincianos
donde se libraron las batallas y quienes debían refinanciar a las tropas realistas. Por
otro lado, la opresión que sufrían los sectores más populares provocó adhesiones
voluntarias al ejército sanmartiniano, mientras que otras se hicieron de manera
compulsiva o mediante la entrega de beneficios y libertades particulares.
Donde la causa sanmartiniana no fue vista con buenos ojos, evidentemente, fue en
la aristócrata Lima. Inclusive con la crisis económica causada por la onerosa y ya
inútil defensa del virreinato y el asilamiento económico, las elites apostaron al
monopolio y absolutismo económico brindado por la Corona española, al menos
hasta 1820 antes de la rebelión del general Rafael de Riego. Finalmente el ejército
extranjero tuvo que ser aceptado en la medida que garantizaba el orden interno y
planteaba una monarquía constitucional, pero su debilidad militar, los errores
tácticos de San Martín y su adicción al opio producto de enfermedades quebraron
las posibilidades de consolidar la independencia en el Perú.
Los primeros atisbos de vida republicana formal se ven en la creación del primer
Congreso Constituyente en 1822 y la primera constitución ese mismo año, de corte
liberal. También se ve el inicio de la anarquía política y de la intromisión del ejército
en los asuntos del poder civil, tendencias de la vida republicana que durarían más
de un siglo.
El general argentino José de San Martín (1778-1850) tenía la idea fija que la única
manera de consolidar la independencia en los virreinatos sudamericanos era
conseguir la misma en el virreinato peruano. Luego de intentar el ingreso por el
Alto Perú en repetidas ocasiones, sin éxito gracias a la férrea defensa de los
realistas, San Martín venció a los realistas en Maipú en enero de 1818 y consiguió
la independencia de Chile. La llegada al Pacífico, militarmente hablando, significó la
posibilidad inminente de desembarcar sobre todo luego que la defensa marítima del
virreinato peruano fuera golpeada dos veces en enero y setiembre de 1819 por la
flota rebelde liderada por el mercenario inglés Tomás A. Cochrane. La Armada
peruana destruida ahondó más aun las contradicciones dentro del escenario
virreinal, pues ahora los comerciantes limeños se habían quedado sin flota
mercante, pero no habían cambiado su opción fidelista. Luego de los hechos
marítimos, en abril de 1819, Supe al norte del virreinato se declaró independiente.
Para 1820, San Martín había consolidado el norte peruano, Cochrane ejercía un
bloqueo en el puerto del Callao y en la sierra central se organizaban montoneras en
respaldo a la independencia, organizadas por sectores medios y comerciantes
ligados a las minas de plata y al comercio local. Aun así, Lima permanecía como el
bastión realista y las fuerzas realistas, militarmente, eran mucho más numerosas
que las sanmartinianas. La estrategia de San Martín fue la de negociar con las
autoridades virreinales y tranquilizar a la aristocracia local con planteamientos
moderados, mientras esperaba la adhesión criolla a su causa. Los planteamientos
de San Martín fueron los de instaurar un nuevo gobierno monárquico independiente
bajo el mando de un miembro de la familia real española. La conversación entre
realistas y sanmartinianos en Miraflores en setiembre de 1820 no llegó a mayores
acuerdos, salvo confirmar el deseo de San Martín de causar el menor
derramamiento de sangre posible. Mientras, la misión de Álvarez de Arenales logró
organizar fuerzas insurgentes en la zona de la sierra central y Cochrane capturó la
fragata Esmeralda en noviembre, con lo cual afianzó su dominio en el litoral.
Para este momento, ya algunas deserciones se habían producido del bando realista
al libertador, lo que aumentó la desconfianza de los oficiales españoles frente a sus
subordinados mestizos y criollos.
Las derrotas del ejército realista y la situación crítica del virreinato llevaron a que el
ejército realista obligue al virrey Joaquín de la Pezuela a renunciar a favor del
general José de la Serna. Nuevas conversaciones entre realistas y sanmartinianos
se llevaron a cabo en la hacienda Punchauca en junio de 1821, en donde San
Martín confirmó aun más su intención de establecer una monarquía constitucional
independiente. La Serna evaluó su situación y decidió que Lima no era una plaza
adecuada para defender el régimen colonial, pues los sanmartinianos eran más
fuertes en la costa y salvo las guerrillas del centro, que dicho sea de paso ejercían
una presión leve pero latente en Lima, las fuerzas realistas eran muy superiores en
los andes. Además, luego del desastre económico de la elite criolla limeña y del
nulo apoyo que ésta brindaba, los realistas prefirieron contar con los suministros y
mano de obra que proporcionaba la sierra. Además, la militarización de la sierra sur
desde la rebelión del Cuzco de 1814 y luego por las constantes represiones en el
Alto Perú hacía de la zona un bastión realista. El 6 de julio los realistas partieron de
la costa hacia Cuzco, donde establecieron su centro de operaciones. San Martín no
autorizó el ataque a los realistas, acción sugerida por Álvarez de Arenales, y
provocó que el ejército realista aplastara las montoneras y guerrillas organizadas.
La sorpresiva salida de La Serna de Lima dejó a la ciudad sin protección por cuatro
días, en los cuales hubo manifestaciones violentas contra establecimientos
comerciales de criollos. La entrada a la ciudad, sin resistencia, por parte de San
Martín el 10 de julio fue por ello bien recibida por casi todos los sectores, menos
por la elite que aun observaba con recelo a los libertadores. La aristocracia limeña
tuvo que aceptar el proyecto libertador de San Martín, más obligada por las
circunstancias que por decisión propia, mas no brindó mucho apoyo económico. De
esa manera, la firma del acta de la Independencia el 15 de julio por parte de la
aristocracia limeña y la posterior declaratoria el 28 del mismo mes fueron simples
formalidades. La real independencia del Perú se lograría con la derrota de las tropas
realistas acantonadas en los andes.
La situación del Perú era ambigua. Con una Lima declarando la independencia y la
sierra dominada por los realistas, el desorden en parte provocado por las
indecisiones estratégicas de San Martín, quien se mostró más que tibio al no atacar
a las tropas comandadas por el realista Canterac que en setiembre ingresaron al
Callao y regresaron a la sierra con todos los pertrechos militares del Real Felipe.
Este titubeo provocó que algunos de los generales sanmartinianos pensaran en
derrocarlo, entre ellos Cochrane, quien al final decidió retirarse -desertar- a Chile
no sin antes saquear toda la reserva de plata de Lima. La crisis y el caos poco a
poco fueron invadiendo al Perú recientemente liberado. La falta de financiamiento
agudizada por la crisis económica que azotaba al Perú recientemente liberado
frustró los intentos de incursionar en la sierra en busca de los realistas. La crisis
social que fue amenguada por las tropas de San Martín en Lima se fue agudizando
a medida que pasaban los días y no había resultados concretos. La elite limeña,
dubitativa, no confiaba por completo en San Martín y temía el caos social o rebelión
de sectores populares. Algunos se escondieron en los conventos mientras que otros
fundaron la Sociedad Patriótica de Lima en enero de 1822, que buscaba conservar
una aristocracia de origen colonial que garantizase sus intereses políticos.
Las acciones emprendidas por el Congreso contra las fuerzas realistas fracasaron,
en las llamadas campañas a los puertos intermedios. Se intentó dividir a las tropas
realistas con un ataque simultáneo de tropas peruanas y bonaerenses en el Alto
Perú, sin éxito. En octubre de 1822, tropas lideradas por Rudecindo Alvarado
salieron a hacerle frente a La Serna, quien no tuvo problemas en derrotarlos.
Inclusive con las victorias parciales de Miller, para inicios de 1823 la ofensiva había
fracasado y concluido. Esta nueva crisis provocó el primer golpe de estado de la
historia republicana. El 26 de febrero los generales del ejército, grupo que había
adquirido grandes cantidades de poder y fueros, obligaron al Congreso a designar
como nuevo presidente del Perú a José de la Riva Agüero.
Las tropas libertadoras del venezolano Simón Bolívar (1783-1830) lograron sus
primeras victorias en 1813, para luego lanzar una nueva y definitiva ofensiva en
1817 llegando a liberar Bogotá el 10 de agosto.
Allí las tropas al mando de Santa Cruz apoyaron a las bolivarianas. La ocupación de
Quito y Guayaquil en mayo de 1822 abrió otro frente de batalla, que a la postre
sería el decisivo. Las tropas provenientes de la Gran Colombia esperaron,
expectantes, a que los acontecimientos en el territorio peruano inclinaran la
balanza para uno u otro lado antes de intervenir.
.-Conversaciones en Guayaquil
La situación de Riva Agüero en Trujillo seguía sin resolverse. Tenía bajo su mando
las tropas lideradas por Guise y Santa Cruz, y además consiguió el apoyo de los
líderes guerrilleros de la zona al anunciar que su guerra era en contra del nuevo
dominio extranjero. Sus aspiraciones eran las de la elite criolla que buscó un punto
medio de restauración monárquica, así que entabló relaciones con La Serna,
ofreciéndole un pacto y el mismo sistema de gobierno que le ofreció San Martín,
una monarquía constitucional. Finalmente, Riva Agüero fue traicionado por sus
propios hombres y desterrado hacia Panamá el 25 de noviembre de 1822, mientras
que sus generales se unían a las tropas bolivarianas.
Mientras tanto, Bolívar decidió que a causa de la anarquía política no era posible
defender la capital y decidió partir a Trujillo para iniciar el ataque final a los
realistas. Las tropas fidelistas ocuparon nuevamente Lima desde febrero hasta
diciembre de 1824, desatando una vez más una crisis política que esta vez incluyó
la deserción del propio presidente de la república, Torre Tagle, al bando realista. El
liderazgo patriota en Lima desapareció, la aristocracia recibió una vez más con los
brazos abiertos a los españoles y Bolívar monopolizó todos los poderes, con lo cual
el destino de la independencia del Perú quedaba enteramente en sus manos.
La primera acción del venezolano fue nombrar a José Faustino Sánchez Carrión
como jefe de gobierno y reunir a sus fuerzas, las cuales llegaron a conformar un
ejército de diez mil hombres. Sumado al ejército bolivariano se encontraban las
guerrillas del centro que fueron asignadas al general Miller. En su intento de
ingresar al valle del Mantaro, el ejército unido se encontró en las pampas de Junín
con las tropas acantonadas de Canterac, librándose batalla el 6 de agosto de 1824.
Lo que en un principio pareció una derrota militar bolivariana devino en victoria
gracias a la intervención del escuadrón peruano Húsares del Perú, guerrilleros
convertidos en fuerzas regulares liderados por Isidoro Suárez. Esta victoria hizo que
las tropas realistas se acantonaran en el sur andino, último bastión fidelista en el
Perú.
La presencia de Simón Bolívar en territorio peruano nunca fue bien vista ni por las
elites políticas recién conformadas, ni por la antigua elite criolla. Los primeros
vieron en el libertador y dictador a un usurpador napoleónico que quiso establecer
un gobierno absoluto basado en su figura, mientras que los segundos lo asociaron
con su condición de extranjero que amenazaba sus privilegios de grupo.
Una vez con el Perú pacificado y completamente independiente, Bolívar emitió una
nueva constitución en 1826, llamada bolivariana o vitalicia. En ella se intentó
equilibrar las libertades individuales de los ciudadanos con la fuerza de la autoridad,
a la vez que concentraba todo el poder en la figura del libertador.
El proyecto bolivariano comprendía formar una nación sudamericana, en ese
sentido la convocatoria al congreso de Panamá el 7 de diciembre de 1824 fue el
primer paso. Fueron los representantes de Colombia, México, Guatemala y Perú,
también los de Estados Unidos e Inglaterra. El congreso, que sesionó un mes, no
llegó a mayores acuerdos y fue un fracaso político. Las rencillas regionales avivaron
viejas diferencias y la fraternidad expuesta durante las guerras de independencia se
esfumó. El fracaso del congreso de Panamá fue el inicio del fin del proyecto
bolivariano de unir a parte de Sudamérica en la Confederación de los Andes.
Otra permanencia es la crisis económica. En los últimos años del virreinato, como
ya ha sido mencionado, los gastos de los ejércitos represores realistas y las
respectivas crisis comerciales y mineras se vieron agudizados con los ingresos de
los ejércitos sanmartinianos y bolivarianos respectivamente. La destrucción de
haciendas, los saqueos, las requisas, los cupos, las donaciones voluntarias u
obligatorias, dejaron a los antiguos grupos de poder comercial y productivo
prácticamente en la bancarrota. Esto produjo el intento de la aristocracia
comerciante por volver a privilegios y mercedes coloniales del siglo XVIII en la
producción y el comercio.
Una consecuencia que se debate entre la permanencia de una tendencia y el
cambio es el apogeo de los militares. Si bien durante la segunda mitad del siglo
XVIII los militares habían aumentado su poder considerablemente gracias a las
continuas represiones en todo el continente, esta tendencia se agudizó a inicios del
XIX, cuando se debieron enfrentar a las elites criollas de virreinatos como el de
Buenos Aires. A partir de entonces, la corona dio una serie de fueros y privilegios a
los militares de alto rango que les permitían actuar contra los poderosos criollos.
Fueron esos mismos militares los que asumieron el mando del virreinato
representados por José de la Serna, y conservaron sus cargos y fueros luego de las
concesivas capitulaciones de Ayacucho y del Callao. Además, los generales que
llegaron con las dos campañas libertadoras y el advenimiento de una serie de
líderes regionales rápidamente convertidos en militares de mediano rango con
mando efectivo, fortalecieron a este nuevo grupo que se encontraba disperso por el
territorio nacional. En muchas ocasiones, estos caudillos militares fueron los
árbitros y negociadores de las exigencias de sectores provinciales que buscaban los
beneficios que habían recibido durante la colonia y que ahora eran centralizados por
el poder político y la aristocracia. Las consecuencias directas de este apogeo es la
crisis política que siguió a la independencia y la inestabilidad posterior hasta
mediados del siglo XIX.
Los pocos o nulos cambios estructurales que se produjeron luego de las guerras de
independencia en el Perú provocaron un temprano atraso en el desarrollo de la
nueva república. Las clases dominantes políticas no realizaron las transformaciones
sustantivas que requerían los nuevos tiempos y la situación internacional
cambiante. La nueva república del Perú nacía sin la menor participación de los
sectores populares, que si bien no intervinieron mayoritariamente en las guerras de
independencia, lo hicieron en mayor medida que la elite criolla limeña. La
configuración de la política y sociedad peruana republicana poco se diferenció de su
pasado colonial, dando inicio a un nuevo ciclo en la historia del Perú sin los cambios
estructurales necesarios para plasmar en la realidad lo que se debatía en los
espacios públicos.