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¿VIOLENCIA CÍCLICA O VIOLENCIA PERVERSA?

El poder es infligir sufrimientos y humillaciones. El poder es desgarrar en pedazos el


espíritu humano. GEORGE ORWELL , 1984

La violencia cíclica
Los primeros especialistas que estudiaron la violencia conyugal,
en particular, describieron que se manifiesta en forma de ciclos,
porque es la manera más frecuente, aunque no la única.

No todas las relaciones violentas adoptan ciclos. Como veremos en


las páginas siguientes, sólo los individuos impulsivos y,
especialmente, quienes poseen una personalidad borderline,
experimentan una violencia cíclica.

Esta violencia se va asentando progresivamente en la pareja, al


principio mediante tensión y hostilidad, que no siempre se detectan.

El primer episodio violento suele producirse durante el embarazo o


en los momentos inmediatamente posteriores al parto. El niño que
va a nacer se percibe como un intruso que retirará al hombre la
atención de su compañera y éste puede tener miedo de verse
excluido. En su dificultad para imaginarse como padre, el hombre
puede ver resurgir angustias vinculadas a experiencias precoces
difíciles; en particular, con su propia madre.

Debe renunciar a una posición de adolescente para convertirse en


padre y algunos hombres se sienten tan perturbados por este paso
que llegan, incluso, a poner en duda su paternidad: «¿Acaso el niño
no será del cartero?».

De modo clásico, el ciclo de violencia se desarrolla en cuatro fases y


de manera repetitiva. En cada etapa, aumenta el peligro para quien la
está sufriendo: Fase de tensión, fase de agresión, fase de disculpas,
fase de reconciliación o luna de miel.
• Una fase de tensión, de irritabilidad del hombre, relacionada,
según él, con preocupaciones o dificultades de la vida cotidiana.
Durante esta fase, la violencia no se expresa de modo directo, sino
que se transparenta a través de la gestualidad (silencios hostiles), las
actitudes (miradas agresivas) o el timbre de voz (tono irritado). Todo
lo que hace la compañera suscita nervios.

Y ésta, al sentir esta tensión, se bloquea, se esfuerza por ser amable,


calmar la agresividad para rebajar la tensión. Para ello, renuncia a
sus propios deseos y se comporta de un modo que satisfaga a su
compañero.

Durante esta fase de escalada de la violencia, el hombre tiende a


responsabilizar a la mujer de las frustraciones y el estrés que hay en
su vida. Por descontado, las razones que esgrime sólo son un
pretexto y, en ningún caso, una causa de la violencia; a pesar de
todo, la mujer se siente responsable.

Si pregunta qué es lo que va mal, su compañero contesta que todo va


bien, que ella es quien se lo inventa, que tiene una percepción falsa
de la realidad, y la culpabiliza: «Pero ¿de qué me estás hablando?»,
«¡No entiendo de qué te quejas!», «¡Me estás buscando; sabes
perfectamente que no he hecho nada!». Entonces llega a la violencia
verbal y a los insultos, y la mujer se arrepiente de haber preguntado.

• Una fase de agresión, donde el hombre da la impresión de


perder el control de sí mismo. Se producen, entonces, gritos,
insultos, amenazas; también puede romper objetos antes de agredirla
físicamente. La violencia física se inicia de modo progresivo:
empujones, brazos retorcidos, bofetadas, puñetazos después y,
posiblemente, recurso a un arma.
No es extraño que en esta fase el hombre desee mantener relaciones
sexuales, para marcar mejor su dominación. Los hombres suelen
hablar del estallido de violencia como de un alivio, una liberación de
energía negativa acumulada.

La mujer no reacciona, porque pequeños ataques pérfidos han ido


preparando el terreno y tiene miedo. Puede protestar, pero no se
defiende. Como veremos en el capítulo siguiente, la agresión rara
vez le suscita ira, sino más bien tristeza y un sentimiento de
impotencia.

Cualquier reacción de ira no hace más que agravar la violencia del


compañero, por eso la mujer se siente indefensa y, por culpa del
dominio, la única solución que suele tener es la sumisión.

• Una fase de disculpas, de contrición, donde el hombre trata de


anular o minimizar su comportamiento. Es cierto que estas
explosiones de violencia van seguidas de remordimientos, pero
como se trata de un sentimiento desagradable, el hombre intenta
desembarazarse de él buscando una explicación que pueda liberarle
del sentimiento de culpa.

Lo más fácil es responsabilizar a su compañera; ella le ha


provocado. O justificar su comportamiento con motivos externos
(ira, alcohol o sobrecarga de trabajo).

La función de esta fase es culpabilizar a la mujer y propiciar que


olvide su ira.

Por lo general, ella se dice a sí misma que, mostrándose más atenta y


modificando su comportamiento, evitará que su compañero vuelva a
irritarse.

El hombre pide perdón, jura que no se repetirá, que irá al psicólogo,


que se apuntará a Alcohólicos Anónimos, y demás. Si la mujer,
finalmente, logra marcharse, se pondrá en contacto con un allegado
para convencerla de que vuelva.

En ese momento, el hombre es sincero, aunque eso no quiere decir


que no lo repita. Con demasiada frecuencia, las mujeres se creen a
ciegas las hermosas promesas hechas durante esta fase y conceden
rápidamente el perdón. Y más aún cuando el hombre aprovecha este
momento para justificarse hablando de su infancia desgraciada y
haciendo chantaje: «Sólo tú puedes ayudarme. ¡Si me abandonas,
sólo me queda la muerte!».

• Una fase de reconciliación, también llamada fase de «luna de


miel», donde el hombre adopta una actitud agradable y, de repente,
se muestra atento, solícito.

Ayuda en las tareas domésticas; incluso se muestra amoroso, ofrece


regalos, flores, invita a salir al restaurante y se esfuerza por
tranquilizar a su mujer.

Incluso puede hacerle creer que ella es quien tiene el poder. En


ocasiones, esta fase se interpreta como una manipulación perversa
para «controlar» mejor a la mujer.

En realidad, en ese preciso momento, los hombres son sinceros, ya


que sienten pánico ante la idea de haber ido demasiado lejos y que
su mujer les abandone.

Como veremos a continuación, el miedo al abandono es lo que


produce este cambio puntual y ese mismo miedo es lo que, más
tarde, les conducirá a recuperar el control de su mujer.

Durante esta fase, las mujeres recuperan la esperanza, ya que


vuelven a encontrar al hombre encantador que supo seducirlas
cuando se conocieron.
Piensan que van a curar a ese hombre herido y que, con amor,
cambiará. Por desgracia, esto no hace más que alimentar la
esperanza en la mujer e incrementa, de este modo, su umbral de
tolerancia a la agresión. Por lo general, retira la denuncia en este
momento.

Mientras que el miedo que siente durante el periodo agresivo podría


darle ganas de acabar con esa situación, el comportamiento de su
compañero, durante la fase de contrición, la incita a quedarse.

De manera que el ciclo de violencia puede volver a empezar…

Cuando la violencia se ha asentado, los ciclos se repiten, como una


espiral que va acelerándose con el tiempo y va adquiriendo una
intensidad creciente. Poco a poco, el periodo de remisión va
disminuyendo y el umbral de tolerancia de la mujer aumenta.

Acaba pareciéndole normal la violencia, incluso justificada. En un


determinado momento, ninguna ruptura interrumpe el proceso, la
vida de la mujer puede estar en peligro.

Existe un desfase muy grande en el comportamiento del hombre


durante la fase de tensión y durante la fase de reconciliación. Las
mujeres suelen decir que no están delante del mismo hombre, sino
de Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

Durante la primera fase, para sentirse mejor, el hombre necesita


aliviar su tensión; durante la fase siguiente (reconciliación), necesita
tranquilizarse, porque teme que le abandonen.

En el hombre violento se produce una especie de adicción a este


comportamiento, no sabe calmarse si no es recurriendo a la
violencia. Cuando se inicia el ciclo, sólo puede interrumpirlo el
propio hombre.
Sea cual sea su actitud, no hay forma de que la mujer lo detenga.

Entonces ella opta por mimar y reconfortar a su agresor para


satisfacerle.

Le observa, le acecha buscando los signos sutiles que anuncian una


crisis: cambio de tono, una manera particular de abrir la puerta, etc.
Ante la violencia verbal, las mujeres intentan, la mayor parte de las
veces, explicarse o tranquilizar a su compañero.

Ante las agresiones físicas, intentan huir o refugiarse en otra


habitación. Para ellas es una cuestión de supervivencia, puesto que
saben que el enfrentamiento puede incrementar la violencia.

Algunas responden a los golpes con más golpes, pero corren el


peligro de que la violencia de su compañero se multiplique por dos o
de que las tomen por violentas a ellas. No obstante, puede suceder
que este tipo de reacción marque, en el otro, un límite que no
debe superarse.

La violencia perversa

Existe otra forma de violencia, mucho más insidiosa, sutil y


permanente, que es la violencia perversa. Por descontado, se
encuentran formas intermedias que podrían calificarse de
«cíclicamente perversas».

Muriel y Benjamin vivieron juntos cinco años antes de casarse.

Según Muriel, exceptuando el hecho de que, en ocasiones, Benjamin daba


la impresión de ser un niño mimado, este periodo fue un auténtico cuento
de hadas.
Aunque ambos deseaban un hijo, la situación empezó a deteriorarse cuando
Muriel se quedó embarazada.
Benjamin se volvió cada vez más posesivo y exigente; se puso a criticar todo
lo que Muriel hacía y le gustaba, y se negaba a hablar.
Cuatro días después del nacimiento de su hijo, la situación empeoró.

Con un pretexto fútil, perdió los estribos, rompió la cuna del bebé y empujó
a Muriel.
Después, la presión fue aumentando aún más.

Despertaba a su compañera cuando intentaba descansar entre dos tomas de


pecho y se paseaba por la casa con un cuchillo. Jugaba a meterle miedo.

Por ejemplo, mientras observaba el brazo oscilante del bebé dormido,


decía: «¡No sé cómo sería si se le rompiera el brazo!».

Varias veces, al irse de casa, cortó la electricidad para que ella no pudiera
enviar correos electrónicos.

Cuando ella quiso que sus compañeros de trabajo conocieran al bebé, él


trató de impedírselo.

A pesar de todo, se marchó y comentó la situación con sus amigas.

Por la noche, no regresó a casa y, extenuada, se refugió en casa de una


vecina, porque temía por su bebé y por ella misma. Lamentablemente, las
cosas ya habían llegado demasiado lejos, porque tuvo que ingresar en el
hospital en un estado de agotamiento extremo.

Cuando inició los trámites del divorcio, se enteró de que Benjamin


solicitaba la custodia «porque la madre estaba loca».

En este caso clínico se constata que, visto desde el exterior, no


sucedió nada. Benjamin no pegó a Muriel, sólo le hizo reproches y
le impidió dormir. No hizo ningún gesto hacia el niño, sólo bromas
de mal gusto. Pero Muriel sintió miedo, mucho miedo, hasta el
punto de ponerse enferma. Es cierto que era vulnerable y estaba muy
sensible, porque acababa de dar a luz y era madre de un bebé de
corta edad.

La violencia perversa se caracteriza por una hostilidad constante e


insidiosa.
Desde el exterior, parece que todo marcha con normalidad, como
acabamos de ver.

Al principio, la mujer está deslumbrada por un hombre seductor y


brillante.

Piensa que, acercándose a alguien de tanta altura, ella también


crecerá. Está dispuesta a darlo todo, ya que se siente fascinada.

Pero la tranquilidad no tarda en verse perturbada por el miedo que se


insinúa en su estado de ánimo, que va transformándose en angustia
de modo progresivo. Se pregunta si está demasiado sensible y se
reprocha estarlo, sobre todo cuando su compañero le dice que son
imaginaciones suyas, que está paranoica. Sin embargo, mediante
pequeños ataques verbales, miradas de desprecio y, sobre todo, una
fría distancia, parece que le reprocha algo, pero ella no sabe qué es.

Al no mencionar lo que plantea un problema, ostenta un poder sobre


ella. Sólo se muestra agradable cuando la necesita; puede querer su
dinero, o su saber, o su agenda si tiene una red de contactos
profesionales muy influyente. Por lo general, en este estadio, la
mujer prefiere someterse, pues espera encontrar así un amparo
duradero.

Después, los ataques se multiplican: frases mordaces delante de


testigos o en privado, críticas malévolas sobre todo lo que hace o
dice. Ella está aislada; no se atreve a ver a sus amigos y su familia,
porque ellos también son objeto de ataques. También prefiere
evitarlos porque siente vergüenza.

Sin motivo, la violencia pasa a un estadio superior. Los golpes bajos


y los insultos se multiplican; se hace escarnio de todo lo que dice la
mujer.
Cuando ella suplica: «¿Por qué me tratas así?», él se ríe con
sarcasmo: «¡Pues mírate, pobrecita mía, y lo comprenderás!». La
mujer puede detectar odio en la mirada de su compañero y todos los
golpes están permitidos, hasta los más pérfidos, como en este caso:

Un día de verano muy caluroso, durante una cena, René «ironizó»


sobre la familia de Janine, que tenía la suerte de estar a la
sombra.

Nadie entendió la alusión, excepto ella, puesto que su padre


acababa de entrar en prisión por quiebra fraudulenta.

Ella se molestó, y René le susurró a sus amigos que estaba muy


preocupado porque su mujer se mostraba «extraña» en ese
momento.
Los amigos, efectivamente, notaron que Janine parecía fuera de
sí. Se movía, temblaba y estaba al borde de las lágrimas.

La violencia perversa es un puro concentrado de violencia. Puede


infiltrarse en la mente de alguien para llevarle a la autodestrucción.
Este movimiento mortífero continúa incluso sin la presencia de
quien lo ha iniciado, y no se detiene nunca, ni siquiera cuando la
mujer ha decidido abandonar a su cónyuge violento.

Incluso llega a ser contagioso y es un riesgo importante; la víctima o


los testigos también pueden caer en la transgresión, perder sus
puntos de referencia. Trataremos de nuevo esta cuestión cuando
hablemos del dominio.

Libro Mujeres maltratadas. Mecanismos de violencia en la


pareja. Marie-France Hirigoyen

Vulnerabilidad social Vulnerabilidad


psicológica
• Sistema patriarcal y misoginia • El historial de salud mental de una
Normas sociales implícitas. mujer y/o el historial de abuso.
• Roles sociales que asignan Ignorancia: no conocer, detectar y
comportamientos a las mujeres. nombrar la violencia psicológica
• Tradiciones familiares y un Inocencia: Creer que no existe
condicionamiento temprano con la maldad (intención de dañar)
respecto al comportamiento del
hombre en la familia de origen de Mitos sobre la víctima:
una mujer. masoquismo (ella busca el
Violencia simbólica: la dominada maltrato porque le gusta sufrir)
adopta el discurso del dominante
(paradigma del poder)

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