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CAIDA DEL IMPERIO ROMANO SIGLO IV D.

C
La decadencia y caída del Imperio romano es un concepto historiográfico que
hace referencia a las transformaciones operadas durante la Crisis del siglo III y el
Bajo Imperio romano, que a partir de 395 condujeron a un rápido deterioro del
poder romano, y al hundimiento del Imperio de Occidente, cuyo último emperador
efectivo, Rómulo Augústulo, fue depuesto por el caudillo hérulo Odoacro,
empleado al servicio de Roma.

La decadencia y caída del Imperio romano es una de las cuestiones más


debatidas y estudiadas de la Historia. Es considerada por algunos como "el mayor
enigma de todos", y ha sido uno de los ejes del discurso histórico clásico desde
san Agustín de Hipona. La ruina de la “Roma eterna” ha perdurado como el
paradigma por excelencia del agotamiento y muerte de las civilizaciones, una
caducidad mundana interpretada como el precedente y anuncio del fin del mundo
o, al menos, de la civilización occidental. Los siglos. XX y XXI han visto
multiplicarse el interés por este problema histórico, debido probablemente al hecho
de que la civilización contemporánea tiene muchos rasgos comunes con la de la
Antigüedad Tardía, y a que la cultura occidental está en un período de transición,
como la Roma de los siglos III y IV.[1]

Se oficializa el cristianismo (313) y más tarde se prohíben las otras religiones


(380).

En este siglo empieza la construcción de iglesias que habrán de llamarse


paleocristianas o sea del comienzo del cristianismo. Son de planta rectangular (en
cruz latina) o central (redondas). Las iglesias y otros monumentos suelen
clasificarse según la época en que fueron reestructuradas, considerándose
principalmente la fachada : sin embargo aquí para las iglesias, se indica el siglo en
que fue constituida (aunque haya sido demolida y rehecha posteriormente) a fin de
seguir la tradición religiosa, mientras que para los palacios, villas y otras
construcciones rehechas o muy modificadas, se indica la época de la última
edificación sin perjuicio de referir eventualmente si hay vestigios anteriores. De
este siglo IV, el primero del cristianismo, hay a lo menos 24 iglesias de las cuales
17 son basílicas. De monumentos romanos no cristianos como arcos y basílicas
quedan pocos pero bien conservados.

Año 409 d.C. En esta fecha hacen su aparición en la Lusitania los pueblos
bárbaros del Norte: Suevos, Vándalos y Alanos, que en sucesivas oleadas se
presentarán a las puertas de Augusta Emerita.
Año 429 d.C. El rey Suevo Hermegario invade la ciudad en este año, llevando a
cabo la profanación del tumulus de Eulalia.

Año 442 d.C. El suevo Rechila ocupa Mérida después de derrotar al ejército
imperial, fijando en la ciudad su capital y afianzando su poderío al derrotar a los
visigodos años más tarde cuando intentaban recuperar la ciudad para la
administración romana.

Año 450 d.C. Por los restos epigráficos hallados y estudiados en la ciudad, se
tiende a generalizar desde este año el formulario cristiano que aparece en las
inscripciones funerarias, y que denominamos típico de Mérida y su territorio:

“ N....famulus Dei, uixit annos (o annis) tot requiuit in pace die tot, era tot”

Año 456 d.C. El rey godo Teodorico elige la ciudad de Mérida para invernar en
Hispania, donde seguiría hasta la primavera del 457.

Año 468 d.C. Por Hydacio sabemos de la presencia en la ciudad de elementos


visigodos, una vez desaparecida completamente la autoridad romana, aunque no
sabemos ni en qué número, ni si terminaron de instalarse definitivamente en la
capital lusitana.

Año 483 d.C. Inscripción que fecha la reconstrucción del puente romano de Mérida
sobre el Guadiana, bajo los auspicios del obispo Zenón y del dux de la Lusitania
Salla, durante el reinado del visigodo Eurico. También se llevan a cabo la
restauración de las murallas de la ciudad, como han puesto de manifiesto las
últimas excavaciones en la Zona arqueológica de Morería, cercana a la Alcazaba
islámica, y en el mismo recinto de la fortaleza maridí.

Durante el siglo III Roma se hallaba sumida en el caos y su final parecía


inminente. Sin embargo, un oscuro general de origen humilde, Diocleciano,
consiguió tomar de nuevo las riendas del poder con mano firme, y el año 285
inauguró una era de reformas que asegurarían la supervivencia del Imperio
durante casi dos siglos más en Occidente y mil años en Oriente.

Diocleciano se percató de que un solo emperador no era suficiente para atender


todas las necesidades del Impero y decidió dividir sus dominios en dos, colocando
la línea divisoria en la península balcánica. Fundó así la famosa tetrarquía: cada
parte del imperio (la oriental y la occidental) sería gobernada por un emperador,
con el título de augusto, que a su vez tendría como subordinado a una especie de
vice-emperador, llamado César, que atendería a la seguridad de las fronteras.

Las reformas de Diocleciano


Durante el siglo III Roma se hallaba sumida en el caos y su final parecía
inminente. Sin embargo, un oscuro general de origen humilde, Diocleciano,
consiguió tomar de nuevo las riendas del poder con mano firme, y el año 285
inauguró una era de reformas que asegurarían la supervivencia del Imperio
durante casi dos siglos más en Occidente y mil años en Oriente.
Diocleciano se percató de que un solo emperador no era suficiente para
atender todas las necesidades del Impero y decidió dividir sus dominios en
dos, colocando la línea divisoria en la península balcánica. Fundó así la
famosa tetrarquía: cada parte del imperio (la oriental y la occidental) sería
gobernada por un emperador, con el título de augusto, que a su vez tendría
como subordinado a una especie de vice-emperador, llamado César, que
atendería a la seguridad de las fronteras.

Constantino
Con ciertas modificaciones, sus reformas fueron mantenidas y continuadas por
Constantino. Pero el reinado de este emperador merece una atención
particular por dos hechos fundamentales:
1) El año 313 d.C. Constantino declaró la libertad de cultos en todo el Imperio,
y el Cristianismo, tantas veces perseguido, inició entonces el largo camino que
le convertiría en la religión oficial de Roma.
2) Además, este emperador fundó la nueva ciudad de Constantinopla, a la que
convirtió en capital imperial. De este modo, mil años después de su fundación,
Roma quedaba reducida a una ciudad secundaria dentro del Imperio que ella
misma había creado.
Durante todo el siglo IV, las profundas reformas de Diocleciano permitieron
administrar, con muchas dificultades, un imperio acosado por los bárbaros y
debilitado por el empobrecimiento de sus provincias. Los escasos recursos del
Estado no daban abasto para sofocar todos los intentos de invasión de unos
pueblos atrasados que deseaban alcanzar el Imperio no ya para destruirlo,
sino para disfrutar de sus ventajas.
Teodosio divide el Imperio
Finalmente, el año 378 subió al trono el hispano Teodosio, llamado el Grande.
Obligado a defender las fronteras sin disponer apenas de tropas, Teodosio
comenzó a servirse de forma masiva de soldados bárbaros, y firmó un tratado
con los godos, a los que ofreció la posibilidad de asentarse en territorio
romano, a cambio de que sirvieran en las legiones.
Además, Teodosio convirtió el Cristianismo en religión oficial de Roma, al
tiempo que prohibía la práctica del paganismo. La Iglesia y la fe de Cristo se
identificaron con el Imperio, y los cristianos, otrora perseguidos, comenzaron a
ocupar los altos cargos de la administración. La excelente organización de la
Iglesia alcanzaba lugares a los que no llegaba la administración romana, y con
el tiempo ocuparía en parte su lugar.
Buscando una última solución desesperada a los problemas del Imperio,
Teodosio decidió repartirlo a su muerte (395 d.C.) entre sus dos hijos, dando
comienzo a la histórica división, que será ya definitiva, entre Oriente y
Occidente. El imperio de Occidente quedó a cargo de Honorio, y el de Oriente
en las manos de Arcadio.

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