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Docente: Dra. Lidia Naranjo.


Estudiante: Pedro Vásconez.
Sexto Semestre-Contratos y Obligaciones.
Las fuentes de las obligaciones y el derecho a la libertad de contratación en materia civil
Cuando se habla del Derecho en su vertiente civil, es fácil traer a colación todo lo
relacionado con los contratos. Es, casi por antonomasia, el principal eje de estudio doctrinal, la
cual, desde lo jurídico y lo crítico, busca entender no sólo el aspecto epistémico de las obligaciones,
sino también lo relacionado con sus fuentes y derechos vinculados (Court Murasso y Wegner
Astudillo, 2013). Es decir, se persigue comprender las bases de lo conocido como dar, el hacer o
el no hacer que embebe gran parte de los contratos desde la perspectiva civil. Por esta razón,
atendiendo a la importancia del tema de la contratación, se decidió realizar el presente ensayo que,
como temática esencial, será el de las obligaciones y el derecho a la libertad de contratación en
materia civil.
Por supuesto, el tema previamente señalado no nace de un mero capricho de abordaje
teórico, sino de una cuestión problemática que algunos autores han destacado respecto a dicho
ámbito. Concretamente, gracias al estudio pormenorizado del Código Civil, se ha logrado
determinar que las obligaciones civiles, así como sus fuentes y derechos, no siempre quedan
plenamente establecidas desde el aspecto interpretativo (González Pesantes, 2017, p. 59). Por ello,
resulta pertinente recapitular no sólo las obligaciones en lo que respecta a las fuentes actualmente
aceptadas (ello como recordatorio de la dirección analítica desde la vertiente académica), sino
también qué debe entenderse como derecho a la libertad de contratación. Todo ello ayudaría a
crear un panorama pleno de los límites y alcances, en materia civil, del tema señalado.
Así, el objetivo del ensayo, su idea principal, será el exponer las fuentes de las obligaciones
y el derecho a la libertad de contratación en materia civil. Para ello, se hará uso del Código Civil
como principal punto de partida para comprender estos dos temas. Aparte, se evocarán diferentes
criterios doctrinarios que fungirán de punto de partida para el análisis crítico y jurídico del autor
de este escrito, a modo de entender más a fondo los rasgos esenciales de estas figuras dentro de la
materia civil. La idea, en sí, será ofrecer al lector un documento pertinente que bien pueda servir
como referencia e incentivo de líneas de investigación futuras sobre el tema destacado, abriéndose
así la posibilidad de profundizar sobre el problema que se ha estado estructurando a lo largo de
esta introducción.
Antes de finiquitar con esta sección introductoria, vale la pena señalar al lector las partes
en las que se compondrá el presente trabajo. Aparte de esta introducción, en donde se presenta, en
párrafos bien diferenciados, la temática, el problema, el objetivo y la estructura de este trabajo, el
ensayo tendrá dos secciones adicionales clásicas: el desarrollo y la conclusión. En el desarrollo se
desglosará el tema de las fuentes de las obligaciones y el derecho a la libertad de contratación en
materia civil, ello en dos secciones entre líneas separadas para que se pueda analizar
sistemáticamente cada tema. Dicha sección incluirá todo lo relacionado con la exposición
normativa, doctrinal y análisis jurídico-crítico del autor. Finalmente, en el apartado de conclusión,
se ofrecerán tres consideraciones sobre el tema que se ha abordado a lo largo del documento y,
aparte, una breve reflexión de los principales hallazgos a raíz del análisis del tema. Así, sin ánimos
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de más dilaciones o necesidad de otras acotaciones importantes, se da paso a la sección de


desarrollo de este escrito.
Desarrollo
El primer tema que se debe desarrollar es el de las fuentes de las obligaciones en materia
civil. Para ello, por supuesto, es necesario comenzar entendiendo qué es una obligación y la forma
en la que la misma nace. Una vez que esto se haya delimitado, se tendrán los conocimientos
suficientes para analizar el aspecto más complejo relacionado con las fuentes desde el aspecto legal
y doctrinal.
Una obligación, entonces, puede ser comprendida como un acuerdo que se ha contraído,
de manera voluntaria, a raíz de una palabra expuesta o una promesa, desde la cual nacen
responsabilidades de una persona para con, al menos, otra (Villalobos Novoa, 2018, p. 1). Todo
ello alza a la obligación, pues, como un compromiso social. Es evidente que, por su propio
significado semántico común, las obligaciones se adhieren a una responsabilidad, a una imposición
que debe cumplirse y que, de otra manera, podría traer consecuencias negativas para el que infringe
el acuerdo. Jurídicamente hablando, esta realidad debe nacer desde un instrumento o un acto que
bien pueda tener una figura jurídica discernible, capaz de configurarse desde los postulados del
Derecho que, para este caso, sería el civil.
Sobre esto último, el aspecto del Derecho Civil, las obligaciones tienen un cierto origen, el
cual se le denomina como fuente. Según el Código Civil (2019) “las obligaciones nacen, ya del
concurso real de las voluntades de dos o más personas [...] ya de un hecho voluntario de la persona
que se obliga [...] ya por disposición de la ley” (Art. 1453). Ello conlleva a un entendimiento de la
obligación como un triunvirato de circunstancias que bien pueden presentarse en diferentes
instancias del devenir de cualquier actividad de una persona.
Resulta destacable que existan, en sí, tres formas de que nazcan las obligaciones que
involucran, en cierta medida, tres circunstancias bien diferenciadas. Primero está el hecho de que
una persona, unilateralmente, decida obligarse voluntariamente. Esta primera forma reconoce
inherentemente el derecho que tiene un individuo a contraer obligaciones (algo que se analizará
más adelante) y que da pie a la existencia de circunstancias como la aceptación de herencias o
legados. Luego está lo bilateral, que es la existencia de esa voluntad de obligarse a algo, pero esta
vez desde la perspectiva de dos personas o más. Esto permite la existencia de instrumentos como
el contrato de fideicomiso, que por antonomasia requiere que las partes contraigan obligaciones
en relación a la administración de ciertos fondos y bienes (Trovato, 2017, p. 2). Finalmente, la
obligación impuesta, que es la que nace por designio de la ley, reconoce la necesidad de establecer
imposiciones a las personas que no asumen responsabilidades que, en otras circunstancias,
deberían arraigar de manera voluntaria. Esto último podría evidenciarse en las obligaciones que
nacen de los padres para con sus hijos.
Comprendiéndose entonces lo que implica una obligación y de qué manera se genera, es
importante volver a las instancias del Código Civil, pues este propone como fuente principal de
las obligaciones a los contratos o convenciones. Esto no lo impone en sí de manera tangible (algo
que se evidencia en la inexistencia de la especificidad de fuentes de las obligaciones dentro de
dicho cuerpo legal), pero se comprende como tal desde la exposición inmediatamente consecutiva
de estos instrumentos como representación básica de las obligaciones en la materia civil. Esto
genera ciertas contradicciones porque, al inicio, expone hasta tres fuentes de las obligaciones, lo
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que debería derivar en tres instrumentos para ello. Pero, a la larga, esto no parece ser realmente
cierto.
Tal postura la apoya González Pesantes (2017) quien recuerda que, en los anales de las
discusiones de las obligaciones en materia civil ecuatoriana, se cree que en realidad sólo hay do
fuentes posibles de estas: la contratación y la ley (p. 61). Ahora, esto no quiere decir
necesariamente que el Código Civil aísla intencionalmente a esa voluntad individual de las
obligaciones, sino que, en realidad, las engloba con las demás. Esto ocurre porque la ley, como
fuente principal, reconoce las que ella dispone por su existencia y a la voluntad unilateral, mientras
que el contrato reconoce las obligaciones que se desprenden de la voluntad concordada entre
diversas partes.
Esta forma de determinar las fuentes de las obligaciones no puede aseverarse como algo
nuevo, realmente, dado que esa dualidad en su origen ya partía de otros códigos civiles, como el
francés, donde esta forma de ver el nacimiento de las obligaciones ya estaba considerada.
Concretamente, Sánchez Hernández (2020) recuerda que este código civil europeo contemplaba a
la voluntariedad de las partes (o una de estas) como fuente, mientras que la ley sería la segunda
forma de emanar estas obligaciones (p. 498). La inherencia de esta forma de entender a las
obligaciones tiene una esencia más que clara: la voluntad.
Claro está que cimentar en la voluntad (la buena voluntad) de las personas el nacimiento
de las obligaciones requiere de ciertas regulaciones, de ahí que la ley sea partícipe en los casos
donde dicha voluntariedad no es suficiente. La perfección de la voluntariedad de obligarse nace,
en sí, con la entrega del instrumento que permite que se le exija el cumplimiento de la promesa
que ha realizado (Herrara Bravo, 2021, p. 105; Rojas Sangüesa, 2020, p. 161). Sin este
instrumento, no se puede exigir una obligación dado que la voluntariedad de la existencia de esta
quedaría entredicha. Por estos motivos es que se considera que el contrato, al menos en materia
civil, es una fuente tangible de las obligaciones.
Por todo ello, es posible destacar las vías comunes en las que nacen las obligaciones dentro
del Código Civil (2019) en base a la voluntariedad y la ley. Como explica González Pesantes
(2017), las obligaciones nacerían del contrato, del cuasicontrato, de los delitos y cuasidelitos y,
por supuesto, la ley (p. 61-63). Cada uno de ellos se analiza de forma puntual a continuación.
El contrato es una fuente de las obligaciones porque es la expresión de la voluntariedad de
dos o más personas respecto a una cuestión en particular. Estos contratos, como pueden ser el de
arrendamiento o de compraventa, persigue la perfección de una necesidad entre las partes, donde
una desea dar a otra un beneficio a cambio de otro beneficio no necesariamente de la misma
especie. Un contrato, por ello, es el instrumento básico para la generación de obligaciones dentro
de la materia civil.
Los cuasicontratos, por su parte, no comparten todas las características de los contratos por
la inexistencia de una convención. No obstante, este problema se zanja por la licitud de lo que se
ha acordado entre líneas, por lo que vale a ojos de la ley. Pero este acuerdo es, en sí, por una de
las partes. Es decir, que, si la otra no acuerda sobre la materia del contrato, pero igualmente recibe
lo que se supone recibiría con la voluntariedad expresa, es establecido ello como un cuasicontrato.
Cuando el objeto de la obligación parte desde una realidad no lícita es cuando la obligación
genera lo conocido como delitos o cuasidelitos. La esencia de esta obligación parte a raíz de la
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existencia de un daño que una de las partes ha causado a la otra, sea esta por dolo o por culpa.
Cuando el daño es doloso (es decir, la intención existía de hacer daño), la obligación es por vínculo
delictivo. Por el contrario, cuando el daño se genera por culpa o imprudencia, dicho resultado sigue
generando una obligación de reparación, pero ello ya bajo una figura de cuasidelito.
La ley, como última forma de nacimiento de las obligaciones, simplemente impone una
obligación a raíz de una convención social. Tal situación es esencial dentro de la legislación civil
ecuatoriana, dado que ella, claramente, reconoce a la ley como una declaración de voluntad del
soberano y que, por ende, genera un mandato inequívoco (Código Civil, 2019, Art. 1). En este
sentido, y como ejemplo a lo dicho, una imposición como la obligación de alimentar el padre a su
hijo nace por la ley, ley que ha sido aceptada por el soberano por considerar necesaria dicha
obligación para el correcto desarrollo social.
Con todo lo analizado sobre las fuentes de las obligaciones, cabría preguntarse: al ser los
contratos basados en la voluntad y ser el elemento por antonomasia que permite la obligación, ¿es
lógico y necesario la existencia de un derecho que abra la posibilidad de la libertad de contratación?
Evidentemente, la respuesta sería sí. Sería un sí rotundo porque si el contrato es el eje de toda
obligación en la materia civil, todos deben ser capaces de acceder a dicha posibilidad. Y esto es
algo que la carta fundamental del Estado ecuatoriano reconoce cabalmente.
En la Constitución de la República del Ecuador (2020), dentro de los derechos de libertad,
se reconoce el derecho a la libertad de contratación (Art. 66.16). El derecho a la libertad de
contratación, como suele ocurrir con la mayoría de los derechos, implica ciertos alcances y
limitantes que ayudan a establecer el goce adecuado del mismo. Pero, en términos generales, el
derecho de libertad de contratación ayuda a que las personas sean libres de decidir cómo contratar
(obligarse) según su propia voluntad. La existencia de dicho derecho es esencial para que las
fuentes de las obligaciones sean, realmente, las voluntades de los ciudadanos de un sistema
jurídico.
La libertad de contratación, como explica Núñez Alvarado (2018), está regulada por las
leyes supeditadas a la Constitución, por lo que estas permiten a las partes de una obligación, crear
detener o modificar las obligaciones voluntarias que hayan adquirido (p. 5). Dichas estipulaciones
van de la mano a la necesidad de proteger el derecho a la libertad de contratación de los demás, de
forma que no se dañen las voluntades de unos por las necesidades de otros.
Un ejemplo de ello podría ser sobre el precio en un contrato de arrendamiento. En el
acuerdo, las partes podrían establecer voluntariamente un precio de arriendo (que el arrendador
impone) y aceptar dicho valor (por parte del arrendatario). La aceptación de este valor estaría
limitada por un tiempo en donde los contratantes deciden que el mismo no varíe, salvo
circunstancias de fuerza mayor.
Así, la libertad de contratación permite que este acuerdo se lleve a cabo según los designios
de estas personas, pero a la vez las proteger. Ello sería, en un caso, evitando que el arrendador (por
voluntad propia) decida incrementar el precio de arriendo sin una causa de fuerza mayor, como se
había acordado. En dichos casos, la libertad de contratación delimita la posibilidad de una de las
partes, en términos de su voluntad, para no afectar el acuerdo previamente generado y que la
voluntad del otro no se vea afectada. Es un derecho, pues, supeditado a circunstancias normativas
y a lo que los propios contratantes establezcan en el mismo.
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No se debe olvidar, también, que el derecho a la libertad de contratación no implica el


derecho a rechazar obligaciones que la ley imponga. Así, una persona no puede deslindarse de una
obligación inherente al status quo establecido por la sociedad simplemente porque esta persona
considere que tiene derecho a imponerse una obligación sólo cuando desee. Ello se refleja, en
especial, en las imposiciones alimenticias que direccionan a los padres a satisfacer las necesidades
de sus hijos (Palomino Silva, 2020). En estos casos, el padre ve, en cierta medida, restringido su
derecho a la libertad de contratación, siendo la imposición por necesidad de un bien mayor el que
supedita este derecho. Este derecho se condiciona por otro derecho (que en el ejemplo sería el del
interés superior del niño), pero no implica que siempre sería así. Ello conllevaría a un análisis
puntual de cada caso que, en este documento, no es necesario al salirse de los límites de sus
fundamentos relacionados con las fuentes de las obligaciones.
Conclusiones
A consecuencia de lo expuesto en el documento, se puede llegar a tres conclusiones básicas
sobre el tema de las fuentes de las obligaciones y el derecho a la libertad de contratación en materia
civil. Estas conclusiones se desglosan en párrafos diferentes, para su mejor entendimiento, de la
manera siguiente.
En primer lugar, las fuentes de las obligaciones en la materia civil, ciertamente, no están
del todo sistematizadas en el Código Civil ecuatoriano. Se sobreentiende de su análisis que es un
sistema basado en la voluntariedad y que el contrato y la ley son los dos puntos donde la misma
nace. No obstante, su discurso inicial sobre las fuentes tácitas de las obligaciones y la falta de
definición específica de las mismas, hacen que sea un mensaje confuso y que conlleve a las
discusiones que, hasta el día de hoy, se mantienen sobre el conocer cuántas fuentes, realmente, son
las que se pueden considerar sobre las obligaciones en materia civil ecuatoriana.
La segunda conclusión pasa por el análisis del derecho a la libertad de contratación. Se
demostró que este derecho, estipulado en la Constitución de la República, forma parte de los
derechos generales de la libertad de las personas en el país. Su figura, en sí, permite el
establecimiento de contratos donde las partes disponen de cuáles serán sus condiciones, cómo
imponerlas y cómo modificarlas. Tal libertad sólo se restringe a lo que estipula la ley específica
que enmarca la realización de los contratos que, por supuesto, persigue mantener la legalidad en
el ejercicio de dicho derecho.
La tercera y última conclusión pasa por entender la relación de las fuentes de las
obligaciones y el derecho a la libertad de contratación en materia civil. El último mencionado es,
en sí, la base epistémica de las fuentes de las obligaciones en el Ecuador. Ello pasa por el carácter
voluntario que envuelve a las obligaciones en el país. La voluntariedad de la obligación debe ser,
pues, reconocida como un derecho y de ahí la necesidad que este derecho sea el precursor del
sistema de contratación voluntaria. Tiene, en consecuencia, sentido con la necesidad de dar
suficientes herramientas a las personas para gozar de su voluntariedad plena al momento de
obligarse.
Para cerrar, se debe contemplar como el hallazgo más importante de este ensayo el
determinar y demostrar, para el lector, cómo el sistema de obligaciones civiles ecuatoriano nace
de la esencia de la voluntariedad. Esta demostración, que partió del juicio jurídico y crítico, así
como de la comparación breve con el enfoque francés del Derecho Civil, permitió proponer una
forma nueva de analizar las obligaciones. Ya esto no sólo desde lo teórico y esencialmente
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conocido, sino como un discurso filosófico entre el derecho de las personas, sus necesidades y la
forma de plasmarlas en la jurisdicción vinculante. Por consiguiente, bien podrían partir nuevas
investigaciones académicas desde esta demostración, las cuales podrían profundizar sobre las
implicaciones que el sistema de obligaciones nacional tenga bases plenamente voluntarias.
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