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ÉPOCA CONSTANTINOPOLITANA ETAPA CONSTANTINOPOLITANA

Entre los años 642 y 1453, Constantinopla, centro médico importante antes de la
primera de esas dos fechas, va a ser cabeza única de la medicina bizantina.

Por un lado, para mejorarla; así acontece en lo tocante a la asistencia hospitalaria a los
enfermos. Por otro, para mostrar definitivamente la incapacidad creadora de Bizancio en la
tarea de entender y gobernar científicamente la realidad sensible..

A. Cuanto acerca de la totalidad de la medicina bizantina quedó anteriormente dicho,


puede y debe decirse de la que se hizo y escribió en la Constantinopla ulterior al año 642.
Pero los reiterados y graves problemas internos y externos que desde entonces sufrió el
Imperio de Bizancio, y con ellos, claro está, el paso del tiempo, dieron lugar a un sesgo
nuevo de su medicina. Varias fueron las notas esenciales de él.

. La primera, negativa: ni los médicos, ni los filósofos constantinopolitanos lograron


superar creadoramente la obra de recopilación y ordenación de la medicina griega que
desde Oribasio hasta Pablo de Egina habían llevado a cabo los escritores del primer
Bizancio. Hubo a lo sumo conatos, como los de Miguel Psellos y Simeón Seth que luego
serán mencionados; pero, aun siendo greco hablantes, ni uno, ni otro logró construir un
pensamiento médico semejante al galenismo cristianizado que edificaron los patólogos de
la Edad Media europea.
Los «obstáculos tradicionales» del mundo bizantino siguieron operando en su seno hasta la
caída de Constantinopla.

2., la literatura médica pasa de la sinopsis didáctica a un enciclopedismo por extensión o


acumulación. De un modo o de otro, ese género cultivaron el iatrosofista León y el teólogo
Focio, y más tarde Teófanes Nonno, Miguel Psellos, Simeón Seth, Teodoro Pródromo y
Nicolás Myrepso. Lo cual, naturalmente, no excluye la existencia de algunos buenos
tratados monográficos, como el de Demetrio Pepagómeno sobre la gota y el de Juan
Actuario sobre la orina.

3. Se hace más acusada la relación entre la medicina bizantina y la


de los países geográficamente próximos, aunque no fuese
infrecuente la guerra con ellos. En unos casos, los bizantinos
exportaron su propio saber: contactos científicos con Bagdad;
regalo de un Dioscórides griego del emperador Constantino VII al
califa omeya Abd al-Rahman III, y embajada del sabio monje
Nicolás en Córdoba; envío de textos a la Europa occidental o
acogida a los eruditos de ésta (Burgundio de Pisa, Pietro d'Abano,
Nicolás de Reggio); cursos en Florencia de Miguel Chrysoloras (en
torno a 1400).

En otros, ellos fueron los receptores: introducción del ruibarbo, traducciones del árabe de
Miguel Psellos, influencias persas e indias sobre la medicina bizantina.

En resumen: pese a la mayor agudeza intelectual de hombres como Miguel Psellos y


Simeón Seth, capaces de terciar en la polémica aristotelismoneoplatonismo, pese a la
estimable complejidad del pensamiento médico de un Juan Actuario, el discreto nivel
técnico que lograron Alejandro de Tralles y Pablo de Egina no fue rebasado por quienes en
Bizancio les sucedieron.

B. Examinemos brevemente ahora las más importantes vicisitudes y las figuras principales
de la medicina constantinopolitana.
En relación con el desarrollo de la medicina, el filme de la historia bizantina permite
señalar varios sucesos especialmente influyentes:

1. Dando un paso atrás en el tiempo, esto es, volviendo a la Constantinopla anterior a la


conquista de Alejandría por los árabes, de gran importancia para la ulterior medicina
medieval fueron las consecuencias de la herejía nestoriana. Nestorio, patriarca de
Constantinopla (428), negó la divinidad de Cristo —Jesús de Nazaret y el Verbo divino
serían, según él, dos personas distintas— y postuló que a María no se la llamase
Theotokos, «Madre de Dios». Condenado formalmente por el Concilio de Efeso (431),
él y sus seguidores fueron desterrados a Oriente.

Los nestorianos se establecieron en Edessa, ciudad siria de la alta Mesopotamia, en la cual


ya existía una importante escuela teológica y científica; y
clausurada ésta por el celo antinestoriano del emperador Zenón
(489), se trasladaron a Nisibis, también en Siria, y a
Gundishapur, en Persia, sede desde el siglo III de un centro de
estudios semejante a los de Bizancio.

Tras el cierre de la Academia platónica por Justiniano (529),


en Gundishapur fueron asimismo recibidos varios sabios
atenienses. Quedó así constituido un estimable grupo
intelectual greco-bizantino-persa, consagrado al cultivo de la teología, la filosofía, la
ciencia y la medicina. Pronto veremos el decisivo papel que estos sucesos político-
religiosos tuvieron en la génesis de la medicina árabe.

2. La «querella de las imágenes». A lo largo del siglo V, una verdadera guerra religiosa,
social y cultural tuvo lugar en el mundo bizantino. Por un lado, los «iconoclastas»,
cristianos hostiles contra la representación plástica de Cristo y los santos; por otro, los
«iconódulos», cristianos cuya devoción pedía tal representación. Aquellos eran
hombres de las clases altas, procedentes en su mayoría de Oriente y de una religiosidad
poco dada a la expresión sensible y al gusto por ella; éstos, por el contrario, eran
gentes del pueblo, pertenecientes a las tierras de la antigua Hélade —península
helénica, costa jónica— y de religiosidad proclive a la contemplación del mundo
visible y al arte figurativo.

Por fin, ya a fines del siglo V, triunfó el culto a las imágenes, y con él tuvo su peculiar
realidad la amplia porción religiosa del arte bizantino; pero las violentas y reiteradas
acciones de los iconoclastas contra los monasterios, focos principales de la iconodulía,
fueron dañosas para la cultura griega que en ellos se conservaba. De hecho, el desarrollo de
la medicina constantinopolitana sufrió así un serio colapso.

3. Restauración de la cultura bizantina bajo los emperadores frigios y macedonios

. 4. Durante el siglo X, auge social del hesycaísmo, movimiento religioso quietista


(hesykhía, en griego, significa «quietud»), antiintelectual y antioccidental.

5. Toma de Constantinopla por los cruzados y ulterior etapa de emperadores latinos (1204-
1261). 6. Reconquista de Constantinopla por Miguel VIII Paleólogo e intensificación de los
contactos culturales con los países de Occidente. Tales vicisitudes históricas van jalonando
y configurando el curso histórico de la medicina de Bizancio. He aquí un sumario elenco de
sus figuras principales:

1. Meletio, monje frigio, autor de un tratado Sobre la constitución del hombre, compuesto
con saberes ajenos y con clara actitud antipagana.

2. El iatrosofista León (s. IX) enciclopedista, recopilador, inventor de artefactos


mecánicos y —por lo que en sus escritos se lee hábil cirujano.

3. El teólogo Focio (820-891), patriarca de Constantinopla y redactor de un extenso


repertorio bibliográfico.

4. El médico Teófanes Nonno (s. X), compilador y enciclopedista.

5. El monje Mercurio (ss. X-XI), autor de una sofisticada obra sobre el pulso.

6. Las dos grandes figuras del siglo XI, Miguel Psellos y Simeón Seth, ambos filósofos,
médicos y enciclopedistas. El monje Psellos fue neoplatónico y escribió sobre diversos
temas fisiológicos, dietéticos y terapéuticos.
Muy parecida a la suya es la obra de su coetáneo, el médico cortesano Simeón Seth. En su
escrito Controversia con Galeno, Seth, cristiano, se opone expresamente al pensamiento
filosófico del Pergameno; pero tanto en él como en Psellos se hará patente la incapacidad
del cristianismo bizantino para incorporar adecuadamente a su ciencia la cosmología y la
antropología galénicas, o para superarlas desde otros presupuestos.

7. Entre el siglo IX y X son dignos de recuerdo Sinesio, que tradujo del árabe al griego un
tratadito sobre la higiene de los viajes, el recopilador de escritos quirúrgicos Nicetas y
Teodoro Pródromo, autor de un calendario dietético.

8. Durante los decenios centrales del siglo X sobresalió


Nicolás Mirepso (myrepsos, «.ungüentarlo»), al cual se debe
la copiosísima colección de recetas llamada Dynamerón.

9. Bajo el reinado de los Paleólogos, algo se eleva, aunque ya


tardíamente, el nivel de la ciencia y la medicina bizantinas.

Así lo demuestran varias figuras de cierta importancia: el


matemático Máximo Planudes (ca.1260-1310), que introdujo
en Bizancio la cifra cero, y los médicos Demetrio Pepagómeno (segunda mitad del s. X) y
Juan Actuario (fines del s. X). Antes quedó mencionada la monografía de Demetrio
sobre la gota. Más extensa e importante es la obra de Juan Actuario («actuario», título
cortesano), autor, entre otros escritos menores, de dos tratados muy influyentes, Método
terapéutico y Sobre la orina, y de una monografía psiquiátrica. La fidelidad hipocrática a
la observación clínica, el galenismo, el neumatismo y una excelente erudición médica se
aunan en la producción escrita de Juan Actuario (Neuburger).

En ella tuvo un decoroso canto de cisne la medicina bizantina.

BIZANCIO ENFERMO:

PANORÁMICA DE LA MEDICINA EN LOS PRIMEROS SIGLOS DEL IMPERIO

Norman Baynes cuenta la historia de un sacerdote católico que, durante la peste de


Justiniano, advierte a las autoridades de Constantinopla de que ha notado una mayor
propagación de la enfermedad en los sectores pobres. Su explicación a este fenómeno es
que el hacinamiento produce escasez de aire, pero su empirismo indigna a los bizantinos:
quien muere de la peste es porque así lo ha querido Dios.

La particular mezcla de la herencia helénica y cristianismo incipiente avala esta


interpretación: la peste era el castigo predilecto de Dios, o de los dioses, como aprendían
los bizantinos de sus lecturas habituales de La Ilíada y Edipo Rey.

Hechos como estos muestran la condena a la ciencia por parte del cristianismo. La cercanía
de la ciencia con la magia, y por ende con las creencias paganas, es sin duda uno de los
motivos de tal condena: ambas se basan en la confianza del hombre de poder dominar la
naturaleza, siempre cuando conozca las leyes que la gobiernan (sean mágicas o naturales).

A pesar de que ambas, además, se centran en el individuo, se puede estipular una


diferencia sustancial que acerca la ciencia médica al cristianismo: “La medicina tiene un
componente ético, el compromiso de nihil nocere del que carece la magia, moralmente
neutral.”

Gil Fernández
prosigue
mencionando el
estatus social de
los médicos desde
la antigüedad
homérica y el
carácter lícito de
su profesión, a
diferencia de la
represión legal del imperio romano contra la magia. Para el filólogo hay un estrecho
vínculo entre medicina y religión ya desde el origen griego de la palabra terapia, therapeia,
que “designa tanto los cuidados que se le prestan al enfermo, como los actos del culto que
se rinde a los dioses.”
Es decir, tanto medicina como religión constituyen una praxis, “nacida de las necesidades
del hombre y de su instinto de conservación”. Se puede agregar una reflexión sobre la
palabra “médico” en griego: iatroi, que literalmente significa “sanador”. El cristianismo,
pues, no condena la sanación, vital desde la misma imagen de Jesús salvador y de sus
milagros, sino la técnica con la cual se consigue.

Se deben tomar estos desajustes, entre la práctica médica y la religión, en consideración a


la hora de armar un panorama del desarrollo médico en los primeros siglos del Imperio
Bizantino. El período a inspeccionar será la primera etapa del imperio, de carácter romano
aunque helenizándose cada vez más.

Esto es, desde la división de los imperios oriental y occidental en el 395 a la muerte de
Teodosio I, hasta el gobierno de Heraclio (610-641), quien terminó de establecer el griego
como lengua oficial del imperio.

Es importante este primer hito pues nos sitúa ante un imperio unificado por una religión
oficial única, el cristianismo, que sin embargo ha sido establecida así recién el año 380 por
Teodosio I. Es decir, a pesar de ser una religión de carácter dogmático y de la prohibición
de todo rito pagano en el año 388, es un culto relativamente joven y con muchos puntos
doctrinarios a discutir y clarificar durante el
siguiente par de siglos.

En medicina bizantina, esta periodización coincide


con la “etapa alejandrina” de su desarrollo, siendo la
caída de Alejandría ante los musulmanes, el año
642, su punto de culminación.

“Alejandrina” por continuar la tradición de la Escuela Médica de esa ciudad, consistente, a


grandes rasgos, en incorporar a los diagnósticos hipocráticos un importante conocimiento
anatómico e incipientes técnicas de cirugía. Aunque a menudo se señale que la historia
médica no tuvo mayor desarrollo en el Imperio Oriental, al menos hasta la expansión
musulmana, es una suposición errada, basada en un concepto moderno de ciencia y limitada
a la farmacología y la medicina teórica. Es inimaginable un pueblo sin una praxis sanatoria,
y los griegos del período medieval no serán la excepción. Se distinguen, en el Imperio
Romano Oriental o Bizantino de los siglos V-VII, tres tipos de medicinas, una mágica, una
religiosa y una técnica (o secular), que coexisten y que se interrelacionan en la vida
cotidiana de la gente:

El modo en que el enfermo vivía su mal era consecuencia no sólo de ciertas ideas médicas,
sino también de concepciones sobrenaturales, de su posición social y de criterios generales
propios de la época. Este modelo permite destacar el rol del paciente y dejar atrás la idea de
medicina naturalística como una exclusividad de las clases altas y la sanación mágico y
religiosa de las clases bajas. Enfatiza así la continuidad entre estos tres rangos por sobre las
tensiones entre ellos.

Se intentará mostrar esta interrelación entre medicina técnica, religiosa y mágica a través
de

1) la farmacología de la época en los tratados médicos,

2) el desarrollo de los hospitales (aporte bizantino para la humanidad)

3) los influjos mágico-paganos en el culto a santos cristianos, en particular Artemio de


Constantinopla y Simón el Estilita, el joven.

FARMACOLOGÍA Y TRATADOS MÉDICOS

Hipócrates (remontándonos al siglo de Pericles, V a.C.) no es el primer médico de la


historia, como muchos dan a entender, pues sabemos que todo pueblo ha requerido y
practicado un saber médico. Es más, Hipócrates mismo es hijo y nieto de médicos.

El título de “padre de la medicina” que ostenta en las


historias médicas de occidente se debe a la
elaboración de una medicina racional por sobre una
religiosa, explicando las causas delas enfermedades a
partir de factores externos o internos concretos (el
clima, la alimentación, etc.).
El sacerdote católico que observaba la falta de aire como causal de contagio durante esa
primera peste bubónica, claramente seguía una lógica hipocrática.

Dioscórides y Galeno continúan la tradición hipocrática en los siglos I y II d.C.


respectivamente, realizando los mayores tratados sobre farmacología conocidos de la
antigüedad. Aquellos serán la base para futuros tratadistas de materia médica hasta bien
entrada la modernidad gracias, en gran parte, a la labor copista de intelectuales bizantinos
que mantuvieron siempre presente la importancia del legado grecolatino.

Sin embargo, estos intelectuales no se limitaron a recopilar y copiar lo ya escrito, como se


tiende a destacar, sino que manifestaron la necesidad de adaptar esos tratados a la praxis
médica bizantina, a la vez que intentaban esclarecer a Galeno en un nuevo contexto
histórico y organizar alfabéticamente a Dioscórides.

Los más relevantes de los tratadistas de materia médica bizantina fueron todos médicos
experimentados (por lo general asociados a la nobleza imperial) y sus abundantes escritos
siguieron siendo citados varios siglos después de cada uno. Los referidos son: Oribasio de
Pérgamo de fines del siglo IV, Aecio de Amida, jefe médico de la corte imperial en el siglo
VI, Teófilo Protospatario del siglo VII y Pablo de Egina del mismo siglo.

Mención aparte merece Alejandro de Tralles, posterior en época a Aecio y anterior a Pablo.
Viajador y recopilador de remedios populares a lo largo del imperio, su importancia radica
en la abundancia y variedad del saber médico que reúne en sus escritos, en los cuales
manifiesta una actitud crítica y analítica hacia la medicina anterior, e incorpora, sin
menosprecio cientificista, elementos mágicos como amuletos y hechizos a la farmacología
tradicional.

Su experiencia como médico aporta el peso experimental a sus escritos, que sugieren para
cada enfermedad terapias farmacéuticas basadas en gran cantidad de recetas originales
propias (aunque formadas a base de ingredientes conocidos con anterioridad).

El Libro trata de las enfermedades de la cabeza y se ocupa delos problemas del ojo, y el III
de los de la boca y las glándulas salivales. Los Libros IV y V tratan, respectivamente, de
patologías cardíacas y pulmonares, y en el Libro vi se ocupa de la pleuresía. Los siguientes
libros los dedica a patología digestiva, gástrica en el VII, intestinal en el VIII, hepática en el
IX, y en el libro X se ocupa de las enfermedades abdominales que Alejandro considera las
dos mayores: disentería e hidropesía. Para finalizar, el libro xi se ocupa de las
enfermedades genitourinarias y el xii de la gota. Para hacerse una idea de la especificidad
del conocimiento de Alejandro de Tralles y de la época, aquí un resumen de su materia
médica.
Entre los años 642 y 1453, Constantinopla fue la cabeza única de la medicina bizantina. La
situación política y económica hizo que los médicos de esta etapa superaran la obra de
recopilación y ordenación de la medicina griega llevada a cabo desde Oribasio a Pablo de
Egina. La obra médica pasó de la sinopsis didáctica al enciclopedismo. Se acentuó el
escolasticismo y se produjo una creciente decadencia. Sólo en su etapa más tardía se elevó
el nivel gracias a algunas obras. Entre éstas podemos citar las de Juan Actuario (finales del
XIII y comienzos del XIV), que trataban de terapéutica, enfermedades mentales y la
semiología de la orina.

En Bizancio no se reglamentó la titulación ni la enseñanza de la medicina, por lo que no


llegó a convertirse en una profesión en sentido estricto. A partir del siglo IV hubo
instituciones docentes de carácter superior, aunque no son equiparables a las universidades
de la Europa occidental.

Los hospitales sí alcanzaron un notable desarrollo. Estuvieron destinados para los pobres y
miserables, de acuerdo con la desigualdad socioeconómica de la asistencia que el
cristianismo "postconstantiniano" mantuvo.

ALUMNA: VELÁSQUEZ VEGA CONSUELO MARINA

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