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¡Tenía una sola regla, por Dios! ¡Una maldita regla! Y no solo la
había roto, sino que además la había cagado de lo lindo
acostándose con Massimo Amadore.
Gruño con frustración, enterró las manos en su frondosa
cabellera mientras seguía buscando por su ropa y a la vez se
insultaba por haber llegado a la cama de tal hombre.
—Suéltame.
—Olvide mi teléfono.
Gina se puso de pie antes de Max que pudiera hacer algo para
convencerla de que se quedará con él, que importaba si Ace
estaba esperándolo a fuera, tenía la sensación de que no
volvería a ver a Gina y no quería desperdiciar la oportunidad
de follarsela una vez más, pero ella parecía inmune a sus
encantos o tal vez solo intimidada, porque paso por su lado
sin mirarlo ni hablarle y luego se largó.
Max apretó los dientes, tan fuerte que le dolió, sus manos se
convirtieron en puños y el cuerpo le zumbo de la ira, tenía
graves problemas con aquellos que intentaban darle ordenes,
sobre todo si estas provenían de su padre, pero sabía que no
podía desobedecerle, además, ¿qué tan terrible podía ser
conseguir una esposa? Tendría a alguien con quien coger
todos las noches y en el día se encargaría de no verla, parecía
una cosa tentadora, pero la sola idea de estar casado con
alguien le revolvía las entrañas y le así sentir ahogado, podía
ser un idiota mujeriego y estaba casi seguro de que su destino
era seguir así hasta el último segundo de su vida, pero
entendía el peso de la unión, pasar el resto de tu existencia
con una persona, ambos igual de infelices porque lo suyo
había sido un arreglo por convivencia y no por amor y
Massimo no quería ser responsable de arruinarle la vida a una
mujer, incluso él tenía sus estándares y una ética que evitaba
joderle la vida a la gente que no se la había jodido a él.
¿Por qué ella estaba entre las fotos y por qué él no sabía que
pertenecía a la mafia?
—¿Por qué hay alguien fuera de nuestra puerta que luce como
si quisiera matarnos? — pregunta Frances con un susurro
temeroso.
Gina soltó una risita irónica, como si lo que había dicho fuera
la tontería más grande de todo el mundo.
—Si no vuelvo entonces vas a tomar lo que te herede y hacer
ese viaja a Inglaterra que siempre has querido— le dijo con
una sonrisa que demostraba que no estaba bromeando.
Rodo los ojos, fuerte, odia que le hablen así, como si fuera de
la realeza, uno porque no lo era y dos porque tenía claro que
ninguna de esas personas la respetaba, la quería o se
interesaban por ella.
—No, gracias.
No era una idiota ni una rebelde sin causa y sabía elegir muy
bien sus batallas, así que decidió que sentarse donde le
habían indicado.
—¿Buenas noticias? — miró a su padre expectante por que
hablara luego, él nunca le había dado buenas noticias, no para
ella al menos.
—Ven, cariño.
Irina, que había estado ahí mirando todo el show y siendo una
mamá de mierda no haciendo nada, intentó acercarse a ella,
pero Gina la aparto con un gruñido. Se apoyó, en la mesa y
respiro ruidosamente, con lágrimas en los ojos porque todo
dolía demasiado, incluso para ella.
—Te quiero lista en una hora, vamos a ir al cumpleaños de
Massimo, te vas a comportar y estarás malditamente feliz
cuando se anuncie el matrimonio— le apuntó con un dedo
amenazador.
Bastardo inteligente.
Gina:
Muero de aburrimiento, sácame de aquí :(
Fran:
Paso, por fin puedo ver La Monja sin alguien gritando en mi
oído todo el tiempo
Gina:
>:/
Esa película es una basura
Y yo no grito
Gina:
Fran!
No te enojes
Vamos!
Frances!
—Hola, Giana.
Era un poco sadica para sus cosas, pero cada persona tiene
su lado oscuro, que no lo veamos no significa que no exista.
—Mentira.
—Quitate de encima.
Tenía que ser una puta broma, venía hasta aquí y ni siquiera
tenía un puesto, ¿no se supone que esta noche anunciaban su
compromiso? No podían haberse olvidado de ella, ¿o sí? Eso
sería una terrible organización y estaría muy ofendida y si le
sentaban con alguna de las amigas huecas de Susan iba a
cortarse una teta, porque no había nada que odiara más que
esas mujeres, la solidaridad femenina se iba a la mierda
cuando tenías que ofrecerle la mano a una idiota que defendia
las violaciones dentro del matrimonia y quería un macho
dominante que le mostrara su amor con los puños, esas eran
las peores, pero también estaban las que tenian como única
meta en la vida contraer matrimonio, tener hijos y vivir a
través de sus esposo, no es que tuviera algo encontra de las
mujeres que querían ser madres y formar una familia, pero era
el siglo veintiuno, se podían hacer ambas cosas o al menos no
aspirar a depender de un hombre.
Ah, así que ahí debía sentar, genial, pensó molesta. Se alejo de
su madre sin mirarla de nuevo y buscó a Massimo que estaba
sentado al lado de su padre conversando con el mismo
hombre que había visto en su cuarto aquella segunda mañana
que desperto a su lado.
Caminó hacia ellos, revisó todos los papelitos, obviamente el
suyo está al lado del de Massimo. Le lanza una mirada
hastiada y después se sienta en la silla lentamente con los
ojos de ambos hombres sobre ella, sabía que se estaba
moviendo demasiado lento y que eso llamaba la atención de
cualquiera, pero sentarse dolía, caminar dolía, ¿qué más podía
hacer?
—Hola, Gina.
—Necesito su ayuda.
—Bien— asintió.
—Mierda.
Doc. se acercó a ella algo temeroso por ver tanta piel desnuda
sobre todo si esa piel pertenecía a la prometida de Massimo.
Pero después de poner en orden su mente se convirtió en el
profesional que era y examinó los moretones de Gina, para
ello tuvo que palpar el área dañada además de otras cosas
igualmente dolorosa.
—Bien.
—¿Qué?
—No.
Gina gruño, era algo que ambos hacia a menudo, solo que su
sonido era un gorjeo dulce mezclado con una rabia a la cual
Massimo era incapaz de temer.
—¿Papas fritas?
Gina frunció los labios, ese tema había logrado dejarlo fuera
de toda la historia, nunca le había mencionado a Fran nada
sobre su vida pasada, era un tabú, en parte porque ella odia
esa época y todo lo que representaba, los pecados de su
padre los había cargado sobre sus hombros hasta que
entendió que nada de lo que él hacía era su culpa, y en parte
porque había una ley no escrita entre todos aquellos que
compartían esa sangre y es que sus asuntos eran de nadie
más que de ellos.
—No vas a llevar ese, vamos a buscar uno sexy que les haga
estallar la cabeza— declaró con una sonrisa maliciosa.
—Nop.
Para Massimo esa fue la gota que rebalsó el vaso. Ella era tan
insolente y estaba harto de eso, solo la había visto un par de
veces, pero era suficiente para querer arrancarle la cabeza y
hacerle entender que en este juego ella no es nada más que
un peón. La agarró del brazo para empujarla contra la pared,
Gina hizo una mueca de dolor, pero eso no sacio su sed de
sangre.
El azul en sus ojos dejo de ser tan frío por un segundo, Gina
vio con orgullo como sus iris se transformaban en una
tormenta sin precedentes y sin control, las mismas
emociones asustaron a Massimo, desconcertándolo por un
segundo de lo que quería hacer, pero luego la ira resurgió y
esta vez no hubo nada que la contuviera.
Esta vez Massimo la deja ir, le hace una señal para que entre
al departamento y cuando ella pasa por su lado le susurra al
oído.
—Como vengarme.
Entraron al auto con las pisadas de los otros casi sobre sus
talones, Ace los sacó de ahí como lo hacía siempre que
Massimo los metía en un problema. Manejo expertamente,
apagando las luces de vez en cuando para que así fuera más
fácil perder a los hombres que les seguían y estaban
disparando contra ellos. Al llegar a la carretera sus
respiraciones seguían siendo aceleradas producto de la
corrida y ambos tenían una sonrisa loca en los labios.
—Te odio— le dijo Ace, sin quitar los ojos del camino —, no
entiendo porque sigo siendo tu amigo, es como si yo fuera el
adulto aquí.
—Pero tienes— le dice con una mueca triste que Gina imita
casi de inmediato.
—No.
—Gina...
—No quiero hacer este día más difícil para ti— comenzó su
amiga —, pero podrías haberme contado.
Así que ella podía lidiar con sus platos sucios sola, no quería
a su mejor amiga pensando en esa clase de cosas.
Se rio amargamente.
—No quiero.
—Bien...
—Perra.
—No.
—¿Qué?
—No es una buena idea meterme en tu juego con Max— dijo
con su voz monótona, se parecía bastante a la de Frances,
pero obviamente era más grave.
Ace formo una mueca con sus labios que se acercaba a una
sonrisa, le dio un giro y cuando volvió a estar entre sus brazos
ya estaba serio de nuevo, dándole una mirada analítica.
—¿Quién no lo hace?
—No me digas.
—¿Segura? ¿Y si...?
—¡Massimo!
—¿Qué carajo?
Acortó el espacio entre Gina y él en un segundo para poder
ver mejor su cuerpo magullado. Trazó con las yemas la piel
coloreada, Gina se estremeció en sus brazos y después se
apartó de él con un movimiento furioso que lo sorprendió un
poco.
—Aw, ¿ya te preocupas por mí? ¿Quieres matar a todos los que
me hagan daño? — se burló de él, Massimo tan solo la miró
inexpresivo — No te preocupes, llevo cazando mis propios
monstruos desde los diez, no necesito un caballero de
armadura brillante.
—Ya dormiste conmigo dos veces, ¿por qué tanto drama por
una tercera? — preguntó inclinándose sobre ella.
Gina sujeto la toalla con más fuerza contra su cuerpo, sacudió
la mano que seguía atrapada por el agarre de su marido
queriendo librarse de él y recuperar un poco de su espacio
personal. Dolía reconocer que cuando lo tenía tan cerca era
más difícil pensar con claridad, olía bien y tenía una presencia
viril imposible de ignorar, en cualquier otra situación no habría
tenido problema en acostarse con él cuantas veces quisiera,
pero no dejarlo meterse entre sus piernas era su manera de
preservar la dignidad y orgullo que creía perdido.
Ace bufo.
—Nunca se va a acostar contigo, supéralo y concéntrate en
nuestro problema— apuntó algo sobre el documento que
había estado leyendo.
—¿Massimo no…?
Le ofreció por cortesía a Fran, pero ella negó con una mueca
de asco, Gina no podía entender como no le gustaban cuando
eran un dulce exquisito.
—Hola...
—Yo... nosotros no... No creo que sea una buena idea— vomito
las palabras retrocediendo un paso.
Le cruza los brazos por detrás del cuello y roza sus cuerpos
con cada movimiento.
Gina abrió los ojos, que sin querer había cerrado, para buscar
a Frances y darse cuenta de que estaba segura conversando
con Cole.
—Bien por mí— alzó los brazos y los agito fingiendo felicidad
—. Ahora, si me disculpas, iré a mi casa a dormir.
—Yo conduzco.
Gina tenía las llaves, así que puso el pestillo y evitó que se
subiera.
La noche iba de mal en peor y todo lo bien que se lo había
pasado se esfumó en el aire borrando las emociones
positivas y dejando lo único que sentía cuando tenía a
Massimo o a cualquiera de sus hombres cerca.
—No.
—Coger también.
—Sí, señora.
—¿Algún problema?
Agarro su brazo y lo utilizó para así poder tirar de ella hacia él.
Sus cuerpos se pegaron, Gina luchó por alejarse de él, como
siempre, pero en esta ocasión Massimo se lo dejo imposible
pasando un brazo por su cintura. Se estremeció de placer al
contacto de sus pieles, se estaba arrepintiendo un poco de
haber entrado a la piscina desnudo.
—Porque sí.
—¿Qué significa eso? — exigió saber, incluso se puso de pie y
caminó apresuradamente hacia él.
Después se marchó.
—Massimo.
—Ah, eres tú— dice aburrida —, tan solo estaba siendo una
buena esposa— pone ese tono inocente que siempre usa
cuando nada de lo que dice lo es y después le cuelga.
—¿Qué?
—Pon el celular en silencio esta vez— dijo Ace con una mirada
molesta.
—Mataron a Massimo.
—Sí, jefe.
Salió del cuarto que estaba usando —cada vez sentía más
ganas de matar a los bastardos que habían atacado su casa—
al tiempo que la puerta del baño se abría dando paso a la
figura de Gina moldeada por los pantalones cortos y ese top
que usaba como pijama. Se quedó en blanco, bebiendo de
cada curva femenina, su trasero bien envuelto en la tela, una
ligera curvatura en su estómago y el busto prominente,
adornado deliciosamente con las cimas de sus pechos
endurecidas.
Gina no le creía ni un poco. Podía ver que estaba loco por ella,
la deseaba, estaba escrito en toda su cara y en la obsesión
que había desarrollado con el tiempo, producto también de
sus constantes negativas. Pero iba atenerse a su escusa y
sacar provecho de ella.
¿Qué iba a hacer ella con un hijo? ¿Iba a ser una buena
madre? ¿Sería, esta nueva familia que estaba formando a la
fuerza, como la suya? Tenía tantas dudas en la cabeza que
comenzaba a arrepentirse de no haberse librado de él. Todos
los hijos debían ser amados y ella no sabía si era capaz de
eso, poco sabía sobre el amor, Frances era quien aportaba el
cariño y la dulzura en su relación, a Gina le costaba más que
le salieran gestos amorosos. No quería ser una madre fría y
distante, tampoco quería ser una que odiara a su hijo, el pobre
niño no se lo merecía, pero en este momento le resultaba
difícil sentir algo por el embarazo que no fuera incertidumbre,
una que con el paso de los minutos se fue convirtiendo en un
miedo asfixiante que le acelero el pulso.
—Santino, por favor, solo iré a dar una vuelta y volveré— mintió
con su mejor sonrisa.
Con las cosas en mano, salió del cuarto, pasó por el lado de
Massimo que seguía con la boca abierta, observándola
caminar con un andar cansado. Casi tiró la maleta a sus pies,
como si fuera su sirviente para que él se hiciera cargo de ella
y salió del departamento caminando con el mentón en alto.
DIECISIETE-El corazón del diablo-
Dreame
Gina entorno los ojos y pidió una dona más, después fue a
pagar. Estiró el cuello sobre el hombro mientras esperaba a
que la chica le diera la boleta.
—No tan así, pero sí— se encogió de hombros con una sonrisa
coqueta.
Carter se la queda mirando por un par de segundos con esa
expresión babosa que Gina conoce tan bien y hace crecer la
sonrisa en su rostro.
—Te odio.
—¡Bien por mí! Cada uno vive su vida sin molestar al otro y
listo, ¡todos felices! — exclamó sacudiendo su brazo, por fin
librándose de él.
—Exacto.
Retrocedió varios pasos para así tener una mejor vista del
lugar. El piso estaba cubierto por una alfombra roja con un
diseño sobrio, las paredes eran de color crema y no había
nada que probara su teoría excepto la sospechosa biblioteca.
¿Sería posible que hubiera un pasadizo secreto?
—Estaban— le corrigió.
—¿Lorenzo?
Iba a tener que tener los ojos bien abiertos eso sí, dudaba de
que en una situación de vida o muerte Massimo se
preocupara por ella, lo que significaba que estaba sola en
esto.
—Y serás tú.
Les dio una sonrisa nerviosa que no había usada hace años,
agarró uno de sus largos rulos, —probablemente debía
cortarlo, las puntas estaban demasiado quemadas—, y lo
enrolló en su dedo mientras esperaba una respuesta que tardo
bastante segundos en llegar y estuvo acompañada de dos
ceños fruncidos.
Ugh, no podía creer que había pensado en eso, era una cosa...
ni siquiera tenía palabras para ello, seguía sin poder creer la
mitad de lo que estaba sucediendo en su vida.
DIECIOCHO-El corazón del diablo-
Dreame
Gina entornó los ojos, Ace podía ser tan… correcto a veces.
La tela era suave, fresca y tenía una caída muy bonita que
resbalaba sobre sus curvas, acentuándolas. Se lo pasó por la
cabeza rápidamente y salió de detrás de la puerta con los
brazos apoyados en sus caderas, captando la atención de
Ace.
Gina:
Fran:
Eso le sacó una risa, ojalá fuera cierto, pero la verdad es que
estaba vivita y coleando metros más allá, conversando con
todas las esposas sínicas de La Legge.
Gina:
Fran:
Gina:
Fran:
Soltó una carcajada al ver la cara de Fran, quien tan solo negó
con la cabeza y se hizo a un lado para complacerla.
—Te extrañé.
—¿Sabes el género?
—¿No crees que si supiera el género habría pensado en un
nombre ya? — respondió con un tono duro.
Otra patadita.
—Y a un montón de desastres.
—Pero valen la pena, ¿no? — dice Max con una ceja enarcada.
Ace responde tan solo con una mirada seria. Segundos más
tarde la puerta del local se abre dando paso a un grupo de
hombres. Pasaron uno a uno por la puerta, dos tuvieron que
ladear los hombros para poder entrar y él último tuvo que
agacharse ligeramente para pasar, a ese Massimo lo
reconoció casi de inmediato, la cicatriz con forma de rayo que
le cruzaba la cara fue una ayuda extra.
Zeus se abrió paso entre el resto de los hombres hasta quedar
frente a ellos, Massimo se levantó también y caminó hasta él
para estrechar su mano con un apretón que destilaba
testosterona y dominancia, ambos se miraron fijamente a los
ojos, dos glaciares de diferentes colores; uno gris aguado y el
otro de un celeste cristalino que se endureció al sentir la
presencia imponente de su enemigo. Se sostuvieron la mirada
por varios segundos, dejándose saber que no se sentían
amenazados por el otro, después asintieron cortamente con
la cabeza y fueron a sentarse cada uno a un lado de la mesa.
Gina:
¿Cuenta cómo desobediencia si no
fuiste específicamente claro sobre no hacer algo?
Ace
Sí
Gina:
Mierda, puede que te enojes un poquito, pero necesito ayuda.
No, no se iba a enojar, pero sí le cabreaba que Gina estuviera
todo el tiempo haciendo lo que quería sin pensar en las
consecuencias de sus actos, ya había demostrado varias
veces que no terminaba bien y siempre acaba metiéndolo a él
en sus problemas.
Ace
Estoy ocupado
Gina:
Ya lo sé, pero no tengo en número de Santino. ¿Le podrías
decir que me venga a buscar?
El grito de dolor que soltó fue música para sus oídos y mejoro
un poco su ánimo, ahora sabía que tendría alguien a quien
torturar más tarde para obtener información, una pista que les
dijera de una vez por todas quien era el maldito que estaba
intentando acabar con ellos.
Lo que poca gente sabía del capo, era que, a pesar de esas
cualidades, también tenía una parte lógica a la cuál hacia
caso en ciertas ocasiones, como ahora, por ejemplo; sabía
que no podía ponerle una bala a Zeus entre ceja y ceja porque
si no tendría problemas con la mafia de Boston y El Cartel, y
prefería luchar con uno a la vez, así lo disfrutaba más.
También sabía que no era Zeus quien había organizado este
ataque, sus hombres estaban muertos y los cuerpos restantes
tenían una pinta de cubanos indiscutible, El Cartel los había
mandado y su rata tenía que ver algo en ello, eso era seguro.
La puerta se abrió.
—Gina.
—¿Vas a salir?
Carter se rio entre dientes, pero le hizo caso. Gina entornó los
ojos y volvió a sentarse derecha, se cubrió la boca cuando
bostezo.
—Nop.
Gina le dedico otra mirada de las suyas, que decía que estaba
loca.
Gina tenía razón, era un bastardo posesivo, pero eso era culpa
de sus padres por hacerlo hijo único.
—¿No te molesta?
—¿Antojo de medianoche?
VEINTIDOS-El corazón del diablo-
Dreame
Ace rio, bueno, fue más bien un bufido cargado de gracia, pero
eso fue suficiente para sorprenderla, dejándola a medio
camino de abrir el refrigerador y haciéndola voltear hacia él
con los ojos demasiado abiertos.
¡Bajo. La. Camiseta! ¡Piel contra piel! Esto iba a durar mucho
menos de lo que había pensado, pero al menos iba a pasar.
—¡Gina!
O no.
—Eres…
Estaba loca por aceptar ese beso, por desearlo tanto y estaba
decepcionándose a sí misma. ¡Se había prometido no hacerlo
de nuevo!
—Sí lo hago. Tengo todo el poder para hacerlo, tan solo debo
mover un dedo— saco la lengua para humedecer sus labios y
de paso los de Massimo mientras masajeaba su erección —
para que hagas cualquier cosa.
Gina se hizo hacia atrás, pero eso solo sirvió para que sus
cuerpos se juntaran un poco más, su erección presionando
contra su abdomen bajo.
—Sí— resolló.
—Sí— jadeo.
—Muévete— ordenó.
—Jefe… Oh mierda.
—Lárgate.
—Es qué…
—Jefe, usted sabe que yo no… Su tío dijo que debían verse
ahora.
—Tengo que…
No sabía porque estaba intentando excusarse, ni siquiera
sabía hacer una excusa, nunca había tenido la necesidad.
Pero Gina se lo dejo muy claro, lo malo que era en ello.
No creía que las cosas fueran a cambiar entre ellos una vez el
bebé naciera, pero eso tampoco le preocupaba; tenía a
Frances y Santino, y de alguna extraña manera a Ace, quien
después de casi un mes evitándola había regresado a tener
pequeños detalles cariñosos con ella y hasta a hablar un
poco. Se sentía orgullosa de cómo había evolucionado toda
su relación, gracias a ella, por supuesto, porque ninguno de
los hombres en la casa tenía la capacidad de relacionarse con
otras personas para hacer amigos y mucho menos
inteligencia emocional como para mantener a un amigo.
—¿Adónde?
—Centro comercial, necesito comprar un par de cosas para el
bebé.
Gina paso por su lado con una sonrisa que no auguraba nada
bueno, lo que significa que tendría que acompañarla y pasar
horas mientras ella intentaba decidir entre dos cosas
idénticas.
—Me aseguro de que nadie nos siga— dijo como si eso fuera
una real respuesta.
Manejar era otra de las cosas que le traía paz, debía ser tener
el control de la situación y también poder pisar el acelerador y
escuchar ese rugido del motor, este mismo vibrando en todo
tu cuerpo. Le gustaban las cosquillitas que le subían por las
piernas y las que aparecían en sus dedos también.
—Sí.
Gina achinó los ojos y torció los labios, odiaba esa palabra y
cualquiera que tuviera el mismo significado, él lo sabía, pero
no encontró ninguna otra para describirla en ese momento.
Era su esposa, debía guardarle respeto, debía serle fiel en
todo momento, incluso si Massimo cometía sus errores y se
acostaba con otras mujeres, además la culpa de que eso
sucediera la tenía ella por negarle lo que le correspondía.
Gina no entendía que era lo que estaba mal, aquel dolor no era
común, ninguna contracción se había sentido así. Se puso una
mano sobre el vientre de manera protectora, no quería que
Damon naciera antes de tiempo, ni que hubiera nada mal con
él, era su bebé, se supone que debía protegerlo de todo
peligro y cuidarlo hasta que estuviera listo para enfrentar el
mundo por cuenta propia. Además, aún no había hablado con
Massimo sobre lo que escuchó más temprano ese día,
necesitaba saber que no estaba planeando nada en su contra.
—Sí— resolló.
—¿Adónde vas?
El tiempo era un ser vil, podía hacer que una semana fuera
una eternidad, alargando las horas y junto con ellas el dolor
que había sentido por ver a su pequeño dentro de la
incubadora. Ahora, otra semana más tarde, el tiempo seguía
siendo un ingrato, volviéndose nada en momentos en donde
deseaba que transcurriera lento como la semana anterior.
—¿Para qué?
—¿Qué tramas?
Gina hizo una búsqueda mental del catálogo que había leído,
estaba segura de que en alguna parte lo mencionaba, pero no
podía recordarlo. Pero supuso, teniendo en cuenta de que no
le había salido tan caro, que debía ser lo normal, así que, eso
fue lo que le respondió a Ace, quien tan solo levantó la ceja
sutilmente antes de decirle que tendría que comprar uno con
más alcance si quería acompañarlo.
—Siempre tan sutil, Gina— negó con la cabeza y ella le dio una
sonrisa que pretendía ser de disculpa —Sonia me mando a
preguntar qué vas a querer para cenar.
Ah, las cocineras. Habían sido un amor con ella durante las
últimas dos semanas, preparándole las cosas que sabía que
le gustaban y dejando de darle esas miradas serias que antes
compartían. No se habían vuelto mejores amigas, eso jamás
iba a pasar, pero se sentía consentida por ellas y era bueno
tener a alguien más que no la odiara en esta casa, sin contar
Santino y Ace.
—Gina...
Estaba segura que la culpa tenía algo que ver con eso, pero se
le hacía difícil imaginar algo que hubiera afectado tanto a Ace
como para que diera una muestra de cariño de esa manera.
Tal vez ella se veía más vulnerable de lo que creía, tal vez Ace
sí podía comprender los sentimientos de las otras personas y
hacer algo por ellos.
—No quise hacerte sentir mal— la apretó un poco más fuerte
antes de relajar el agarre y comenzar a frotar el pulgar contra
el dorso de su mano.
Sacó el celular del bolsillo tan solo para ver el nombre y saber
a quién debía asesinar más tarde, pero luego vio el nombre
Tito y tuvo que controlarse para no lanzar el celular o
romperlo con sus manos. No solo lo habían interrumpido, sino
que no tendría la oportunidad de hablar con Gina y evitar que
se sumergiera más en esos pensamientos que sabía estaba
teniendo en este momento. No sabía mucho sobre la mente
humana más allá de como causarle dolor, pero conocía a su
esposa y era demasiado orgullosa para el bien de su
matrimonio. Si se iba ahora no habría nada que intentar al
volver, pues ella ya habría levantado miles de barreras para
mantenerlo lejos, convenciéndose de que todo lo relacionado
con él no le convenía.
Gina soltó una carcajada, pero al ver que él seguía serio y que
no se había movido de su lugar, comenzó a asustarse.
Santi negó.
Gina:
—Buenos días, bella durmiente— dijo una de las voces con una
parsimonia que le puso los pelos de punta.
—¿Por qué yo?, tú mismo dijiste que para Massimo tan solo
soy su puta
—Yo propongo que nos divirtamos un rato, ver qué más puede
hacer con esa boquita.
—Ya no me agradas.
—Calla
Tragó con dificultad, al abrir la boca para decir algo tan solo
salió un sonido ahogado, como el de un cervatillo asustado.
Con cada segundo que pasa sentía que estaba más cerca de
su muerte y eso no hizo más que aumentar su pánico. Luchó
desesperada por liberarse, sacudiendo las manos, la cabeza,
queriendo gritar, sollozar y vomitar, porque su estómago no
soportaba tantas emociones. Pero en algún momento se dio
cuenta de que así no iba a lograr nada, tan solo estaba
empeorando las cosas y mientras comenzaba a calmarse,
primero convenciéndose de que entrar en pánico no la llevaría
a ningún lado y después intentando regular su respiración, no
se dio cuenta de que King se había movido hasta quedar
frente a sus ojos otra vez, la navaja en su mano presionada
firmemente sobre su yugular.
—Alto
TREINTA-El corazón del diablo-
Dreame
Lucía fatal, incluso llego a sentir un poco de pena por él, sobre
todo cuando intentó caminar por su cuenta y tan solo logro
dar un par de pasos antes de desplomarse en el piso.
—Rai— Giovanni troto hacia él para ayudarlo a levantarse.
Massimo pestaño, tan solo una vez, pero eso basto para que
Zeus supiera que había dado en el clavo, el capo de Las Vegas
tenía un heredero escondido en algún lugar de su vasto
territorio y ahora ellos lo sabían.
—¡No!
¿Y qué era ese vuelco que había dado su corazón al saber que
estaba en peligro? ¿De dónde nacía la necesidad de subir a su
cuarto y colarse en su cama tan solo para saber que estaba
bien?
—¿Corazón?
—Eso no va a pasar.
Bufó, sabiendo que esa sería su primera respuesta. Acomodó
a Golden mejor en sus brazos, pero estaba inquieto así que lo
cambio de posición. Massimo siguió sus movimientos con
suma atención, incapaz de quitarle la mirada de encima a su
hijo, quien tenía los ojos entre abiertos y estaba haciendo
muecas graciosas con la boca.
—No seas tonto— por la mirada que Massimo le dio supo que
esa no era la mejor manera de convencerlo —. Tú no querías
casarte, yo tampoco, pero lo hicimos igual. Ya tuve tu
heredero— le dolió referirse a Den de esa manera, él no era
nada de Massimo —, que era el propósito de todo este
matrimonio y ahora podemos terminarlo, así todos seremos
felices; tú no tendrás que verme la cara todos los días ni tener
que meter mujeres a escondidas en la sala de estar y yo podré
ser libre de nuevo.
—¿Se puede saber qué harías con toda esta libertad con la
que estás tan obsesionada? — cuestionó con un tono irritante
—No porque nos divorciemos significa que estos meses dejen
de existir, serás mía para siempre, mis enemigos lo recordaran
y mis hombres también, nadie se atrevería a estar contigo
sabiendo que fuiste mi mujer.
—Te vez tan linda intentando negar que estás loca por mí.
—Max.
—No es eso, quiero que seas feliz y siendo que nunca podrás
dejarlo, ¿por qué no darle una oportunidad?
—Si intentaras ser diferente con él, tal vez las cosas
funcionarían.
Gina apretó los brazos contra el pecho con más fuerza y abrió
la boca dispuesta a argumentar que no se trataba de eso, pero
fue interrumpida.
Ace le dedico esa mirada astuta y seria que ponía cada vez
que intentaba leerla, Gina siempre se preguntaba si es que las
cosas que su guardaespaldas creía ver era la realidad. No le
sorprendía que así fuera, ella también se había tomado su
tiempo observándole, desentrañando el misterio que era. Y la
verdad es que Ace era bueno leyendo a las personas,
sentimientos y todo, muchos creían que Ace era alguna clase
de sociópata, pero en realidad solo es un hombre callado y
calculador, simpático de alguna manera si se le presionaba
hasta el punto de hablar.
Por supuesto que sí, no iba a decir que él sabría cómo tratarla,
porque con Gina era imposible saber qué hacer, demasiado
volatín, intensa, demasiado fuego en ella, pero él podría... No,
¿en qué estaba pensando?
—Venga con mami— dijo en ese tono con el que uno les habla
a los bebés.
—No va a pasar.
—¡No puedes entrar, así como así! — abrió y cerró las manos a
sus costados, sus ojos achinándose de aquella manera tan
característica en ella.
—No somos nada de ti— Gina lo empujó para que saliera del
cuarto, el llanto de Den cada vez más impaciente —Ándate—
ordenó dando miradas fugaces a su hijo.
Había leído por ahí que al ser madre uno no debía olvidarse
que seguía siendo otras cosas: hermana, amiga, pareja, mujer.
Gina creía que eso era imposible, estos primeros mes no
había hecho nada que no tuviera que ver con Den, porque no
encontraba el tiempo para ello. Se levantaba pensando en su
hijo y se dormía casi inmediatamente después de él porque
estaba tan agotada que su cuerpo ya no daba más.
Tal vez esa era la razón del gran fracaso de su relación, tenían
demasiadas cosas en común y en lo que diferían o eran
insignificante o hacia que lo odiara aún más.
Gina enarcó una ceja, los brazos aún cruzados sobre el pecho
y esa mirada autoritario hicieron que la valentía de su madre
se esfumara tan rápido como había aparecido.
—Gina, no…
Pero eso estaba mal… ¿O no? Sí, señor, no podía permitir que
alguien pasara por sobre ella y sus decisiones todo el tiempo,
no podía gustar de alguien que no la respetaba, que no la veía
como nada más que un objeto al cual poseer.
Las lágrimas ardieron tras sus ojos, pero Gina las contuvo.
Tensó la mandíbula y respiró temblorosamente mientras se
recordaba porque debía mantenerse fuerte.
—No tendré piedad contigo— otro golpe, tan fuerte que incluso
con los pantalones se sintió como si estuvieran piel con piel —
cuando llegue la hora de pagar por todo lo que has hecho.
—Creída.
Parecía ser que no había superado del todo las hormonas del
embarazo porque de pronto sintió ganas de llorar. No era justo
que Massimo dijera esas cosas de ella, ni siquiera la conocía,
si lo hiciera sabría lo mucho que ella valía, es que tan solo
nunca se había esforzado por demostrárselo porque a él no
tenía nada que probarle, pero ahora que lo pensaba le
encontraba la razón a Frances: las cosas podrían ser mejor
entre la pareja si cada uno pusiera de su parte.
—Primero, cálmate.
Pero lo conocía desde que era un niño, Ace lo hacia todo con
intenciones y en este momento él había contado con que lo
escuchara.
¿Qué mierda?
Santino soltó una risa nasal que ayudo a romper la tensión del
momento, hasta que los otros dos hombres le lanzaron una
mirada asesina.
—Si me vomita otra vez te juro por todos mis zapatos que te
voy a matar con uno de ellos.
—Está bien...
—Gina.
—Sí— contestó.
—¿Qué…?
—Déjamelo a mí.
Aprovecho el par de minutos libres para ir a la cocina y
prepararse algo, estaba muriendo de hambre y Fran no tenía
nada listo para servirse, así que buscó el espacio donde
guardaban el pan, después abrió el refrigerador, sacó el queso
y jamón y se hizo un penoso sándwich, ineficiente para calmar
su hambre, pero al menos le dio tiempo para preparar un plato
decente.
—¿En serio?
» Es igual de hermosa.
Se giró violentamente hacia Massimo, olvidándose de lo cerca
que estaban ahora. Tan solo los separaban unos centímetros,
sus alientos se mezclaron y entre ellos flotaron todas las
palabras que ninguno se atrevía a decirle al otro. El mundo
desapareció cuando sus ojos se encontraron y Massimo se
inclinó sutilmente hacia ella.
Había descubierto que no era difícil hacerla reír, pero que ella
no era muy buena con los chistes. Tenía una risa refinada,
propia de una mujer tan elegante y exquisita como ella y sus
carcajadas despreocupadas eran contagiosas.
—Deberíamos entrar.
—Uh-mmh.
—¿Qué?
—Ya cumpliste con tu cuota de paternidad del día, eres libre
de ir a hacer lo que quieras— se abrazó a sí misma, la mirada
fija sobre Den que dormía plácidamente sobre el colchón.
Massimo entornó los ojos, era absurdo las veces que había
discutido por lo mismo, pero sabía que Gina no se iba a callar
hasta que le diera la razón o un buen motivo para mantener la
boca cerrada, así que, probando su suerte, dio un paso al
frente, aplastándola contra la puerta; enterró las manos en su
cabello salvaje y pegó sus labios bruscamente.
Gina rodó los ojos. Por supuesto que respondería algo así.
Massimo no sabía nada de asuntos del corazón, porque el
diablo no tenía uno, y estaba confundiendo sentimientos
muchos más profundos con la superficialidad del amor.
—Es tan fácil ser feliz, Corazón. Tan solo acepta que esto—
puso una mano sobre su pecho izquierdo y no hubo nada de
sexual en ello —late tan fuerte como el mío cuando te tengo
cerca.
—Por favor, porque mi orgullo duele cada vez que pienso que
estoy con un hombre que representa todo lo que odio.
—Mmh, todas las cosas que voy a hacerle a este culito— dijo
apretando su glúteo.
Massimo no era tan malo con las palabras como él creía, pero
era sus gestos y expresiones los que le estaban dando las
respuestas que necesitaba en este momento para poder
confiar en él.
—Así te amo.
Pero entonces el asunto no iba por ahí, tal vez era porque
Massimo le había quitado su vida, su libertad, la capacidad de
elegir si quería casarse, si quería hijos. La había forzado a
todo eso, se lo había exigido y ahora estaba sufriendo del
síndrome de Estocolmo, porque en la realidad su esposo no
era más que su captor.
—Al menos podrías fingir que no estás todo baboso por mí—
dijo con la cadera apoyada en el borde de la encimera, un par
de metros más allá.
—Escúchame muy bien cuando te digo que quiero esto, tal vez
tu testarudez no te permite entenderlo, pero yo quiero esto
contigo, Corazón. Quiero salir a caminar contigo y Golden,
quiero conversar contigo sin que acabemos gritándonos o sin
sospechar que el otro planea algo, me gustaría que fuéramos
una familia de verdad.
Pero Gina sí se había dado cuenta, dudaba que alguna vez esa
mujer no se diera cuenta de algo, era astuta como un zorro y
tenía una capacidad para armar planes que, si era sincero
consigo mismo, no esperaba de una mujer. Se supone que
ellas eran emocionales, poco racionales y que no se
interesaban por ese tipo de cosas, preferían que alguien
cuidara de ella, pero Gina le había demostrado que estaba
equivocado, ella misma se lo había dejado claro el día que
comenzó su matrimonio; no necesitaba de nadie que la
cuidara, podía hacerlo a la perfección sin ayuda.
Mantuvieron sus distancias, Gina tecleando efusivamente —
esperaba que estuviera hablando con Ace— y él con su cara
de siempre, esa que en realidad nunca había sido capaz de
mostrarle a Gina, porque con ella cualquier dejo de
normalidad desaparecía, era imposible para Massimo actuar
como lo hacía con todo y con todos cuando Gina estaba tan
lejos de ser una más en su vida.
Por supuesto que Gina no señalaría solo sus labios, esta chica
sabía lo que era bueno y no tenía miedo de decirlo.
—Guardado.
—¿Por qué no? ¡Es la misma mierda! — se pasó las manos por
la cara resoplando. Se le escapó una risa maniática —. Tu
terquedad y orgullo no va a llevarte a ningún lado, lo único que
estás haciendo es meternos en este ciclo infinito de peleas.
Estaba harto de ese tira y afloja que siempre había entre ellos,
siempre intentando luchar por el control sobre el otro, por
tener la razón o por cualquier mierda estúpida que los
posicionara sobre el otro. Quería acabar con eso
completamente, cerrar este capítulo para poder empezar uno
nuevo que no estuviera repleto de rencor, odio y otras cosas
que no eran sanas en una relación.
Gina paso una mano a su nuca, para tirarle los pelos que tenía
ahí.
—Qué me amas.
—¿No?
—Sí— jadeó.
—Dime, ¿te gusta estar así: abierta para mí? — susurró contra
su oreja, mordiéndole el lóbulo después.
Por fin iba a volver a tenerlo dentro de ella, por fin iba a
sentirlo estirando sus paredes, hinchándose hasta explotar en
su interior.
Alzó las caderas frotándose contra su hueso púbico, gimió
temblorosamente junto a la oreja de Massimo, dejándole
saber lo excitada que estaba. Enganchó una pierna sobre su
cadera, separando ligeramente las piernas, bañándolo de
nuevo con su humedad.
—Pero…
Negó lentamente.
Gina sonrió.
—Tú, yo, creo que en esta historia no hay buenos, solo malos.
—No, eso solo era para molestarte, pero ahora calza. Tú eres
el corazón del diablo.
—¿Debería saberlo?
Gina frunció los labios y después los abrió, lista para gritarle
por lo que había dicho, pues para ella el tema de su
matrimonio seguía siendo uno delicado, pero Massimo los
atacó, invadiendo su boca con la lengua al mismo tiempo,
acallando cualquier pensamiento sobre la pelea que había
estado a punto de iniciar.
CUARENTA Y TRES-El corazón del
diablo- Dreame
Miró la hora por quinta vez, se pasó una mano por el rostro,
frotándose los ojos intentando borrar el ardor en ellos, era
demasiado tarde para seguir despierta. Bueno, para una
madre las doce de la noche se sentía como si fueran las tres
de la mañana y a pesar de todas las intenciones que tenía de
esperar a Massimo, si no aparecía en un par de minutos más
iba a rendirse, apagar la luz y dormir, aunque sabía que
probablemente no lo lograría hasta que él apareciera pues se
había vuelto adicta a dormir con él, más específicamente a
tenerlo a tenerlo a su lado, abrazándola y cuidándole el sueño.
—¿Por qué?
—Sí, pero ya tenemos otro traidor, así que uno más o uno
menos no importa… ¿Por qué estamos hablando de esto?
—¿Qué? — ladró.
—Escucha, Marco.
—Oh, mierda.
—¿Por qué sería eso? No me molesta que estés acá— dijo muy
cerca de su boca, alternando la mirada entre ella y sus iris
ambarinos.
Gina se mordió el labio inferior, sus ojos cayeron hacia sus
manos de nuevo, intentando evitar la mirada de Massimo. Por
alguna razón tonta toda su confianza había desaparecido,
Massimo siempre tenía ese efecto en ella y lo odiaba, pero
luego, él mismo se encargaba de hacerla sentir mejor y eso la
asustaba mucho más; que la persona que la situaba en tan
deplorable estado pudiera devolverle su confianza con tanta
facilidad.
Unió sus bocas en un beso repentino que hizo reír a Gina por
un par de segundos, hasta que Massimo profundizó el beso,
volviéndolo mucho más necesitado. Estaba hambriento por
ella, así que no tardo en cumplir su promesa, vaciando el
escritor con el antebrazo para poder depositarla a ella sobre la
madera fría que, en contraste con su piel, la hizo
estremecerse.
—¿Cuál es tu problema?
—Hey, tengo que salir, pero volveré para la cena— habló él. Las
palabras saliendo una tras otras de su boca.
Le tomó menos tiempo hablar que a ella levantar la cabeza,
atraída por el ruido, y mirarlo. Pestañeo al verlo tan cerca, pero
quedo mucho más confundida cuando recibió un beso de su
parte.
—Sí que te tiene mal, ¿eh? — la codeó Frances con una sonrisa
de mofa.
—¡Gina!
—No.
—No lo sé, hay como algo que no encaja y sabes que odio
forzar las relaciones, así que prefiero que terminemos antes
de que nos comencemos a odiar. Santi es un amor de persona
— se quedó en silencio y Gina creyó que ya no iba a decir más
—. No entiendo porque no funciona, íbamos tan bien y de
pronto todo se fue desmoronando.
—Solo lo voy a tener una charla con ella— dijo Gina de una
manera que no tranquilizo mucho a su amiga —No voy a
matarla ni nada así— puf como si fuera desgastar su tiempo
en eso. Tan solo quería que se fuera.
—No era una pregunta, Fran— apoyó las manos sobre los
hombros de su amiga y la hizo a un lado —. No hay nada de
qué preocuparse.
Gina le dio una sonrisa gélida, antes de botar sus pies al piso
con una mano y ocupar el lugar libre en la mesa con su
trasero.
Gina rodó los ojos, tan fuerte que creyó se caerían de sus
cuencas. Ay, señor, esta mujer estaba loquísima y todo porque
quería estar en una posición de poder, ser la reina de Vegas.
¡Ja! No era más que un peón en todo este juego.
—¿Y qué? ¿Ira a ti? Eres demasiado ingenua, si crees que eso
sucederá — dio un paso al frente, quedando a centímetros de
ella, tuvo que levantar ligeramente el mentón para mirar a
Nicolette a los ojos, pero de ninguna manera la diferencia de
altura la iba a situarla en desventaja —. ¿Quieres ser la reina
de este lugar? — su tono dejo claro que esa era una idea
ridícula — Empieza a usar la cabeza o te la arrancaré igual que
como lo hicieron con tu padre.
De nuevo esa mirada que Gina no pudo entender del todo, era
como si Nicolette se estuviera conteniendo de decir algo, de
revelar algo que no debía. La provocó dándole la espalda,
agitando su cabello para que le golpeara la cara, sabía que
con eso la ofendería lo suficiente como para querer utilizar
cualquier arma a su favor para atacarla.
—Pero…
—Ahora, ándate.
Hizo varias muecas, pero Gina sabía que no tenía nada grave,
hasta que examinó con una mirada sus brazos y se dio
cuentas del vidrio clavado en el bíceps, eso sí se veía como
una herida importante.
—¿Y por qué no? — Gina le dio una sonrisa coqueta y eso fue
suficiente para que Massimo se levantara y volviera a sentarla
sobre sus piernas.
—No me parece una buena idea que salgas cuando las cosas
están como están.
Ella tan solo le dio una mirada mortal a través del espejo, pero
no dudo de su habilidad. Tyler la conocía desde su
adolescencia, sabía cómo manejar sus rulos y era sincero con
lo que le convenía o no. Por eso no le sorprendió verse en el
espejo al terminar y darse cuenta de que lucía increíble.
Tyler le quitó la capa o como fuera que se llamara esa tela que
evitaba que todos los pelos cayeran sobre ella. Se levantó de
la silla y le dio un abrazo como agradecimiento por haber
arreglado su cabello, ahora se sentía mucho más ligero y
sedoso también, haciéndola notar por primera vez que tanto
había crecido.
Un carraspeo interrumpió su abrazo, Gina volvió a apoyarse en
sus pies y se giró hacia Santino, quien no parecía muy
cómodo con la situación.
—¿Nos vamos?
¿Qué estaba mal? ¿Por qué se sentía peor? ¿Por qué Massimo
no estaba intentando convencerla de que la amaba como el
resto de las veces?
—¿A caso no puedo? — se giró hacia ella para mirarla con una
ceja enarcada y su típica mueca sardónica.
Se suponía que sí, pero por alguna razón —suponía que por
cuestiones de confianza— había preferido que se quedará su
mejor amigo, a pesar de la historia que Ace y ella tenían, a
pesar de que probablemente lo necesitaba para solucionar el
gran problema en el que estaba metido, porque ahora no solo
tenían el inicio de una guerra interna con una o varias ratas
que estaban afectando todo, sino que además Mika estaba
intentando tomar uno de los puertos de La Legge. Ahora que
se detenía a analizarlo no entendía porque Massimo había
dejado a Ace con ella cuando él era el único hombre en quien
confiaba lo suficiente para pedir concejos y para planificar
sus siguientes movimientos, algo que en este momento debía
estar haciendo. Se lo imagino en la oficina, caminando de un
lugar a otro, pasando las manos constantemente por su
cabello, desordenándolo. Visualizó su apariencia masculina,
siempre bien arreglado, con las mangas de la camina
arremangadas. Se lo imaginó resoplando con frustración, y el
deseo de ir hasta él para consolarlo o ayudarlo se volvió
abrumante.
¿Massimo?
—Poniendo orden.
—No.
—Sé que has hecho todo esto porque quieres acceso al puerto
— ignoró su amenaza anterior —¿Para qué sino armar todo
este escándalo? — dijo mientras avanzaba hacia una mejor
posición en la sala, se quedó cerca de Massimo, con Ace aún
a su lado.
Mika le dio la razón con una inclinación de cabeza, su cabello
oscuro se sacudió como si estuviera en un comercial de
pantene, era increíble y ridículo lo lindo que su pelo era.
—No en realidad.
—Me alegra saber que Las Vegas tiene una reina tan digna
como tú— le respondió diplomáticamente antes de retirarse.
—Sí, pero no creo que eso hubiera ayudado mucho. Uno contra
diez, es casi lo mismo que dos contra diez— intentó darle una
sonrisa, pero termino haciendo una mueca.
—¿Massimo?
—¿Cómo te sientes?
—Bien.
—¿No te dolerá?
Gina negó con la cabeza mientras de sus labios salía una risa
encantadora. Massimo sonrió con los ojos fijos en su mujer,
hasta que Den agitó sus extremidades, demando atención.
Los padres observaron al bebé, ambos con una grande
sonrisa en sus rostros y Den les devolvió el gesto con sus
labios tirantes de una manera encantadora, dejando a la vista
sus encías rosadas.
—Mira, hecho mierda tan solo por dar diez pasos— le reprochó
su esposa.
—Por supuesto.
—¿Qué haces?
—Debes descansar.
Gina supo que haber dicho eso no había sido una muy buena
idea, porque ahora Massimo querría demostrarle cuan
equivocada estaba y cuan capaz era él de hacer sentir bien, lo
sabía porque lo conocía, por eso mismo se le adelantó
poniendo una mano sobre su pecho y estirándose para
alcanzar su boca, depositando un beso suave que terminó con
ambos sonriendo ampliamente.
—Golden, no.
—Está rico.
—Mh, creo que dijiste algo así esta mañana— se relame los
labios —, cuando estabas dentro de mí.
—Ya no queda.
***
—¡Tío!
—Uf, y si fuera una niña, pobre de ella— dijo entre risas Gina
—¡Massimo!