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UNO-El corazón del diablo- Dreame

Parpadeó lentamente intentando acostumbrarse a la luz que


entraba por la ventana, las cortinas no habían sido bien
cerradas la noche anterior y ahora debía sufrir las
consecuencias, el sol en la cara era una tortura, era
demasiado sensible a la luz cuando estaba dormido.

Dio media vuelta, sus ojos volvieron a someterse en la


oscuridad y así estuvo listo para volver a dormir, mas la
presencia de otro cuerpo acabo llamando su atención. La piel
sobre la cual, sin querer, se había acostado al cambiar de
posición era suave y olía a cítricos, siempre se había
preguntado cómo se las arreglaban las mujeres para oler bien
permanentemente. Saco la lengua y con ella acaricio la piel de
su compañera quien ante la nueva sensación se removió
incomoda. Massimo abrió los ojos por completo observando
a la preciosidad exótica que tenía a su lado, dejando besos
húmedos por sobre la línea de su mandíbula definida bajó
hasta el cuello largo y elegante creando un camino que
terminó sobre sus pechos, besó la cima marrón, la endureció
soplando sobre ella, ocasionando que la mujer gimiera y se
arqueara ante la deliciosa sensación.

Todavía dentro del mundo de Morfeo, Gina no era consciente


de lo que sucedía, sentía la piel caliente y los besos de
Massimo le resultaban excitantes, pero no despierta del todo
era difícil conseguir una reacción de su parte más allá de
dejarse consentir por el hombre con quien había pasado la
noche.

—Buongiorno— ronroneó Massimo sobre su piel oliva.


Sus labios cubrieron el botón endurecido de su pecho y
succionaron perezosamente, Gina se arqueó, más despierta
apoyó una mano sobre la cabeza del hombre y tironeó de sus
cabellos cuando mordisqueó el pezón.

La mano masculina serpenteó por su cuerpo hasta alcanzar el


espacio entre sus piernas, percatándose de la humedad que
embetunaba sus muslos, Massimo se abrió paso entre ellos,
introduciendo dos dedos.

—Mmh, sí— gimió Gina, apretó sus parpados con fuerza y


después los abrió.

Vio por primera vez todo el lugar; estaba en un cuarto lujoso


que no era el suyo, con un hombre encima que ya la tenía lista
para dejarle entrar entre sus piernas otra vez. Bajó la mirada
hacia Massimo que ahora repartía besos por su piel y dejaba
nuevas marcas en ella. Su amante levantó la cabeza para
poder ver esos ojos ambarinos que lo habían cautivado la
noche anterior, sus miradas chocaron, oro fundido contra el
mar más frío que Gina había visto alguna vez, eso ojos
transmitían tanto y a la vez tan poco, eran un témpano de
hielo que jamás se derretía, uno que ella conocía muy bien.
Dándose cuenta de a quien tenía encima se espantó, lo
empujo por los hombros tomándolo desprevenido, así pudo
librarse de él.

—¿Qué pasa? — preguntó Massimo confundido.

Gina no dijo nada, maldiciendo entre dientes se puso de pie y


comenzó a buscar su ropa.

¡Tenía una sola regla, por Dios! ¡Una maldita regla! Y no solo la
había roto, sino que además la había cagado de lo lindo
acostándose con Massimo Amadore.
Gruño con frustración, enterró las manos en su frondosa
cabellera mientras seguía buscando por su ropa y a la vez se
insultaba por haber llegado a la cama de tal hombre.

—¿Dónde está mi ropa? — le preguntó al hombre en la cama.

Él la miraba con interés, como un depredador analiza a su


nueva presa. Esa mirada audaz y calculadora la hizo resoplar,
por eso no se acostaba con hombres como él, creían que las
mujeres estaban a su disposición y el "no" era un reto para
ellos.

—No lo sé— respondió con su tono ronco —¿Por qué no…? —


se puso de pie y caminó hasta ella —lo averiguamos más
tarde y ahora volvemos a la cama?

Gina lo sintió acercarse, sus pasos eran silenciosos: un


cazador experimentado que ha aprendido a andar con calma,
sin delatarse.

Lo que le deja al descubierto es su respiración excitada que a


cada paso se siente más pesada sobre los hombros de Gina,
la piel se le pone de gallina cuando una exhalación le hace
cosquillas y le agita algunos cabellos finos. Presiona los
labios en un mohín de desagrado, tanto por Massimo como
por ella que quiere golpearse por haberse dejado engatusar
por un hombre como él y que en este momento está a punto
de cometer el mismo error.

Podría haberse acostado con cualquier, pero aquí estaba:


frente a uno de los hombres más poderosos de Las Vegas,
desnuda después de haber pasado la noche haciendo quién
sabe qué. Ni siquiera podía recordar muy bien los detalles, era
patética.

Basta. Se reprendió, lo que debía hacer ahora era salir de aquí.


Distraída en sus pensamientos no se dio cuenta de que
Massimo le había apartado el cabello de un hombro dejando
paso a sus labios cálidos que se presionaron firmemente
contra su piel y siguieron el mismo camino que la noche
anterior, deteniéndose en la oreja de Gina.

Le sintió abrir la boca, la respiración húmeda y ardiente sobre


su cartílago sensible. Antes que pudiera decirle algo, Gina dio
media vuelta quedando frente a él, sus narices se tocaron y
sus labios quedaron a milímetros de distancia,
sorprendentemente Massimo no tenía mal aliento, ella, por
otra parte, temía abrir la boca. Se miraron fijamente en
silencio por un tiempo indefinido, ninguno incomodado por la
cercanía, menos aún dispuestos a dar un paso atrás, eso
significaría perder y ambos odiaban no ser el mejor.

—Mueve ese lindo cuerpo devuelta a la cama— susurró él con


una sonrisa arrogante bailando en sus labios.

Gina quiso gritar, plegó los labios en una mueca de desagrado,


era obvio que Massimo se creía lo máximo (un terrible juego
de palabras, lo sabía), pero en realidad no era más que otro
chico bonito hijo de papi que no sabía ni limpiarse el culo
solo.

—Paso— respondió después de unos segundos con una


imitación mejor de su sonrisa —¿Sabes dónde está mi ropa?

Se mantuvo firme frente a él, con el mentón en alto y los ojos


refulgentes, no tenía otra opción en realidad, Massimo había
pasado un brazo por detrás de su cintura para mantenerla
pegada a él, piel contra piel, pudiendo sentir por completo al
otro. Gina intentó soltarse de su agarre sacudiendo el cuerpo,
pero eso tan solo sirvió para que él la apretara más contra sí
mismo y que gimiera al sentir como los pechos de Gina se
presionaban contra el suyo, las cimas fruncidas y frías le
provocaron un estremecimiento que se le hizo extraño, pero
igualmente delicioso, se relamió los labios deseando volver a
probar su piel, a tener su sabor en la boca que, según
recordaba, era exquisito.

—Suéltame.

Él no le hizo caso, al miró fijamente detallando cada parte de


su rostro, se sorprendió admirando sus ojos dorados que
brillaban con odio.

—Hablo en serio— dijo Gina después de unos segundos en


donde él no reacciono, su voz imponente, pero
contradictoriamente dulce, lo devolvieron al presente.

Retiró el brazo de su cintura, Gina dio un paso atrás, feliz de


no tener a nadie invadiendo su espacio personal, le dio una
sonrisa cínica antes de dar media vuelta y continuar la
búsqueda de su ropa, no estaba por ningún lado, así que le
pidió a Massimo, quien se había sentado en la cama y
disfrutaba de la vista de su cuerpo desnudo, que le prestara
algo para que nadie la viera así al salir del cuarto.

—Tendrás que pagar por ello.

Gina rodo los ojos, quebró la cadera y apoyo la mano sobre


esta, poco lo importaba estar desnuda frente a él, después de
todo, aunque no lo recordara, ellos ya habían hecho mucho la
noche anterior y así como Massimo la había visto sin nada,
ella también había apreciado su masculino y trabajado cuerpo
sin nada más que la piel blanquecina en él.

—¿De verdad? ¿Qué tienes, cinco años? — le respondió ella.

—Veintinueve y te lo demostré durante toda la noche— tuvo el


descaro de guiñarle un ojo como si fuera una de sus tantas
conquistas.
No lo era, Gina había cometido un error al terminar en su
cama la noche anterior, uno que deseaba borrar con todo su
corazón, pero lamentablemente no podía.

—Ja— se burló de él —, no recuerdo nada de anoche


probablemente porque no hay nada que valga la pena
recordar.

Tomo una camiseta de las que estaban en el suelo, olía a


sudor y sangre, pero no tenía pensado usarla por mucho
tiempo así que se la dejo puesta y camino hasta la puerta,
antes de que pudiera abrirla una mano grande se estampó
contra la madera manteniéndola cerrada.

Gina se dio media vuelta, sus rostros volvieron a quedar uno


sobre el otro, ella le dio una sonrisa arrogante que se tornó en
un puchero falso.

—Oh, ¿insulte tu hombría? Lo siento, supongo— dijo


encogiéndose de hombros al final.

Massimo le mostró los dientes, irritado por su indolencia;


quería estampar su bonita cara contra la puerta; quería
besarla y luego dejarla con las ganas; quería tomarla ahora y
demostrarle que estaba equivocada, que él sería el mejor
polvo que tendría en toda su vida, pero no hizo ninguna de
ellas porque Gina se escabullo de entre sus brazos, abrió la
puerta y desapareció tras ella. No se iba a prestar para sus
juegos retorcidos de poder, Massimo tenía una reputación, o
varias en realidad que te llevaban a la misma conclusión, el
hijo del capo no disfrutaba del encuentro si no tenía el control
sobre ti, si no le tenías miedo o si no salías de ahí con una
marca en tu cuerpo que probaba que habías estado con él, en
su caso Gina tenía pruebas fehacientes de que había pasado
un tiempo con él, los chupones por todo su cuerpo y la marca
de sus dientes en el hombro derecho decían bastante.
Encontró el vestido y su cartera sobre el mesón que estaba al
lado de la puerta principal, los zapatos tristemente no estaban
por ningún lado, su ropa interior tampoco, pero después de
buscar por todos lados se rindió y decidió que ya era hora de
irse, cerró la puerta cuando Massimo estaba bajando las
escaleras, dejando la polera que había tomado prestada en el
mismo mesón donde encontró sus pertenencias.

Abandonó el departamento sin mirar atrás, teniendo la


esperanza de que su auto estuviera en el estacionamiento dio
varias vueltas desactivando la alarma hasta que estuvo lo
suficientemente cerca para desbloquearlo, las luces y el ruido
la guiaron hasta el Audi que había obtenido de regalo para su
cumpleaños número diecisiete. Se subió, encendió el motor y
salió del edificio.

Al llegar a su departamento estaba cansada y ya había


planeado dormir por todo lo que quedaba del sábado, aunque
primero se daría una ducha, olía a sexo y tenía la piel
sudorosa.

—¡Frances! ¡Estoy en casa! — gritó apenas puso un pie dentro,


su propia voz tan alta le causo dolor de cabeza.

Dejó las llaves en el platillo que habían puesto sobre un


mesón para eso mismo y después continúo avanzando hasta
la sala de estar y el comedor, su amiga no estaba ahí. La duda
de su ubicación se soluciona cuando escucha la cadena del
baño.

Va a la cocina por un vaso de agua y algo para comer, su


estómago no parece muy animado con la idea por lo que
cambia su usual bol de avena por una barra de cereal. Con
suministros en mano se encamina a su cuarto, Frances sale
del baño en ese momento, su rostro redondo con esos
grandes ojos aguamarina que Gina encuentra tan bonitos la
observan analíticamente, recorren su cuerpo, notan las
marcas en su piel y luego se vuelven a centrar en su cara.
—Buena noche, ¿eh? — dice con tono jocoso.

—Sinceramente, no lo recuerdo— suelta una risita mientras se


mete a su cuarto.

Fran en vez de girar a la izquierda y entrar al suyo, la sigue.


Pasa por su lado y toma una posición en su cama dispuesta a
escucharlo todo.

Gina se deja caer sobre el colchón con cuidado, su cabeza


está muy sensible ante cualquier tipo de movimiento. Rueda
sobre sí misma y se acomoda de modo que pueda verle el
rostro a Frances.

—Dormí con Massimo Amadore— confiesa.

Decir las palabras le deja un sabor amargo en la boca y una


sensación extraña en el pecho. No es que se arrepienta de lo
que hizo, porque en realidad pocas veces se arrepiente de
dormir con alguien y porque los destellos de la noche anterior
que le llegan cuentan buenas cosas. El problema es que
Massimo no es un buen hombre y está metido en una mafia a
la que ella juro nunca pertenecer y el hecho de que incluso
Frances lo conozca, siendo que ella no tiene ni idea del mundo
oscuro en Las Vegas, demuestra su poder en esta ciudad.

Su amiga chilla y la sacude, haciendo que el malestar en su


estómago se asiente. Gina la aparta con una mueca.

—Espera— Fran se relame los labios y hace una mueca


adorable, la misma que pone siempre que está analizando
algo —¿Massimo padre o Massimo hijo?

Gina ladea la cabeza y le saca la lengua.

—El hijo, por supuesto— dice ofendida.


—No me mires así, contigo nunca se sabe, una vez te escuche
gritar "daddy"— dice encogiéndose de hombros con una
sonrisa burlona.

—Se llama juego de rol, para tu información— le habla


sacudiendo la cabeza con una sonrisa burlona —, podrías
intentarlo alguna vez, porque yo siempre que te pillo estás en
el misionero y eso, amiga— tuerce los labios —no es bueno ni
divertido.

Es el turno de Frances de fruncir los labios entre ofendida y


avergonzada, más de lo segundo porque se le sonrojan las
mejillas.

—No es mi culpa, son ellos que siempre me ponen así—


intenta defenderse, pero acaba empeorándola.

"Ellos siempre me ponen así" pensó Gina para sí misma con


disgusto.

No es que ella fuera una dominante ni que siempre estuviera


haciendo posiciones extrañas, pero sí es una mujer que sabe
muy bien lo que quiere y si algo no le gusta lo cambia, sobre
todo en el sexo. La gracia es pasárselo bien, si vas a estar con
alguien que no te pone o no lo hace rico, entonces, ¿para qué
seguir con él?

—Eso es deprimente— le da una palmadita en el brazo, masca


su barra de cereal y luego habla con la boca llena —, tienes
que cambiar eso amiga, no pueda ser que tengas veinticuatro
y estés teniendo mal sexo.

Fran se sonroja mucho más, escandalizada por lo que Gina le


ha dicho con tanta naturalidad. Nunca ha podido entender
cómo es que tiene tan poca vergüenza para hablar de todo, si
Gina tiene algo en la cabeza pronto está saliendo de su boca.
—¿Por qué estamos hablando de mí? — dice en un tono que
después de años Gina puede interpretar como nerviosismo —
Tú eres la que acaba de acostarse con Massimo Amadore,
joder, ese hombre calienta más que el sol de verano— suspira.

Gina quiso protestar, decirle que en realidad no era tan guapo


y abrió la boca dispuesta a decir un montón de cosas en
contra de él, pero la volvió a cerrar cuando nuevas imágenes
aparecieron en su mente, esa mañana no había querido notar
el cuerpo masculino de Massimo, pero definitivamente lo
había hecho. De solo recordar cómo se había sentido cada
músculo presionado contra su espalda, la erección entre sus
glúteos, lista para darle otra ronda de absoluto placer. Se
relamió los labios cuando más flashes llegaron a ella; dedos
callosos recorriendo el borde de su busto, besos húmedos de
boca abierta por toda su piel, toques ansiosos, esa mirada
hambrienta que conocía tan bien y que en él parecía tan
diferente, mucho más intensa.

—Uy— chilló Fran, la morena se cubrió los oídos, su cabeza no


preparada para tal sonido —, parece que estuvo muy bien.

Gina se encogió de hombros, tomo un poco de agua, la


frialdad del líquido le provoco un escalofrío y su mente volvió
a sucumbir a las imágenes de la noche anterior.

Había estado sobre él, de espalda, moviéndose poseída por


un anhelo jamás ante sentido, Massimo le susurraba
obscenidades al oído, palabras que la acercaban al orgasmo y
cuando él se corrió lo hizo con los dientes clavados sobre su
hombro, de ahí venía la mordida.

—Me estoy preocupando, Gina— dijo al verla tan callada.

Su amiga sacudió la cabeza para apartar todo aquello que la


había mantenido callada y que le provocaba un calor ardiente
en el cuerpo.
—No me acuerdo de mucho, pero aquí entre nos— suspiró
porque el orgullo le retenía las palabras en la punta de la
lengua — tengo que reconocer que fue asombroso.

Le dolió en el alma decirlo en voz alta, pero no podía mentirle


a su mejor amiga ni a ella misma. Lo poco recordaba era... uf,
de solo pensarlo le daban ganas de repetir, pero no, algo así
jamás volvería a suceder, hay millones de hombres en Las
Vegas que deben coger igual de rico o mejor y lo más
importantes, que no son unos sociópatas hijos del capo de un
imperio nunca antes visto, en pocas palabras: mejores
opciones a las cuales recurrir cuando quiera quitarse la
calentura. Además, ¿cuáles son las posibilidades de volver a
toparse con Massimo? Gina, ya ni siquiera va a las fiestas que
se organizan dentro de ese círculo social tan elitista, ella
prefiere salir a bailar y no regresar hasta la mañana siguiente,
eso es una verdadera fiesta.

Así que no, no volverá a dormir con Massimo o a estar cerca


de él, no se adentrara al mundo de la mafia otra vez, porque
sabe muy bien que es una cárcel para las mujeres, te lo pintan
como algo genial, lleno de lujos e historias increíbles, pero es
una vil mentira, una farsa que ella descubrió antes de que
pudieran ponerla dentro de una jaula de oro y venderla al
mejor postor.

Ahora conoce el sabor de la verdadera libertad y se ha hecho


adicta a él.
DOS-El corazón del diablo- Dreame

Tenía que ser una puta broma.

 ¿Cómo mierda había acabado aquí de nuevo?

Debía dejar de beber tanto y de sumarse a cualquier fiesta,


porque eso era lo que había hecho. Recordaba a uno de sus
amigos diciéndole que estaba invitado a un cumpleaños en
los suburbios y que se la pasaría genial allí, Gina lo siguió sin
pensarlo, porque ella iba a donde la fiesta estaba.

Puso un pie fuera de la cama, mirando fijamente a Massimo a


su lado, que dormía de espaldas a ella. Tenía la almohada
abrazada, dejando a la vista sus bíceps, la sábana blanca
estaba arremolinada al final de la cama, ninguno de los dos la
había extrañado pues la noche había sido particularmente
calurosa.

Gina se arrastró fuera del colchón, lentamente, intentando no


hacer ningún ruido, algo le decía que Massimo tenía un sueño
muy liviano y ella definitivamente no quería enfrentarlo.

No era por cobardía, más bien orgullo, se había prometido no


volver a acostarse con él y aquí estaba. Las malas decisiones
eran su pan de cada día y algo con lo que no quería lidiar en
este momento porque estaba segura de que Massimo la haría
ver como una desesperada y odia cuando los hombres
hablaban con su ego masculino y esos aires de grandeza,
como si la única meta en la vida de una mujer fuera acostarse
con ellos y luego casarse, no eran capaces de entender que a
veces ellas también querían un rollo de una noche. Gina jamás
había tenido una relación y no era algo que buscará por ahora,
le gustaba su vida como estaba, un polvo y si te he visto no
me acuerdo, a veces repetía, cuando valía la pena y esa sería
la relación más larga que tendría hasta los treinta al menos.

Salió de la cama sin despertar a Massimo, una gran victoria


que se vio opacada por el ruido de la puerta siendo abierta y
una voz masculina gritándole al hombre en la cama.

—Levántate, tu...— las palabras murieron en sus labios apenas


Ace noto la presencia de Gina en el cuarto.

Estaba de pie al lado de la cama, se había agachado para


recoger el vestido arrugado en el piso y se lo puso con
tranquilidad, demostrándole que no suponía ninguna
vergüenza para ella haber estado desnuda frente a un
desconocido o que este le mirara con ojos lujuriosos y la boca
hecha agua, estaba acostumbrada a atraer ese tipo de
atención, sobre todo desnuda y hubiera sido una ofensa para
ella que Ace no se hubiera quedado embobado con su cuerpo.

—Es muy temprano, Ace— se quejó Massimo.

El mencionado entorno los ojos, luego los volvió a posar sobre


la preciosidad que tenía al frente, sus abruptas curvas seguían
al descubierto, su piel oliva no, esta había desaparecido bajo
un vestido de seda que no dejaba nada a la imaginación, y
aunque Ace estaba acostumbrado a ver chichas bonitas,
porque después de todo era el mejor amigo de Massimo y a él
siempre lo seguían las chichas guapas, lo diferente de Gina
era que a pesar de su juventud se veía como toda una mujer,
con un cuerpo de impacto, sí, pero también con una actitud
que solo alguien con plena confianza en sí misma podía tener
y eso era lo que en verdad enloquecía.

—Yo, mmmh— el pobre Ace no encontraba las palabras en su


afectado cerebro.
Gina se rio entre dientes, un sonido dulce y malicioso al
mismo tiempo que llamó la atención de los dos hombres,
Massimo despegó la mejilla de la almohada para mirarla,
sabía que se había ido con alguien a la cama y le había
sorprendido encontrarla vacía, pero que importaba, mejor para
él, así no tendría que fingir que sabía quién era, bueno toda
esa idea se fue a la mierda porque al parecer ella seguía aquí
y Massimo, en todos sus recuerdos borrosos, porque esta vez
sí que se le había ido la mano con el trago, la recordaba; era la
misma chica con la que se había acostado una semana atrás
y que después de salir de su cama le estaba haciendo ojitos a
su mejor amigo, de seguro era una de esas desesperadas por
escalar socialmente.

—¿Por qué sigues acá? — preguntó Massimo a la mujer con


irritación, luego de que los segundos hubieran pasado y ella
siguiera de pie frente a Ace con esa postura tan segura y
dispuesta.

Gina se giró hacia él, una ceja perfectamente delineada se


arqueo y sus labios rellenos se curvaron en una mueca
retadora, saco la cadera hacia un lado y se cruzó de brazos.

—¿Disculpa? — le cuestiono con su voz melódica.

Massimo se puso de pie con un movimiento ágil, dejando a la


vista todo su cuerpo. Gina no aparto la mirada de sus ojos,
aunque una parte de ella deseara darle una última recorrida a
su figura maciza, se relamió los labios, segura de que todavía
tenía su sabor en la boca, el gesto capto la atención de ambos
hombres, pero Ace ya había dado un paso atrás, reconociendo
esa mirada hambrienta en los iris oscurecidos de su amigo y
dándose cuenta rápidamente que una mujer como Gina no era
para él.

—¿Qué haces aquí aún? — dijo Massimo cerrando el espacio


entre ellos.
Gina hizo una mueca de desagrado y retrocedió un paso,
seguía sin ser suficiente para escapar de su presencia
magnética.

—No le hablo a gente que le apesta la boca a mierda— le


respondió ella.

Ahora que había tenido la última palabra era libre de irse,


tomó sus tacones y caminó hacia la puerta, al pasar por el
lado de Ace le guiño el ojo porque, ¿por qué no? Se divirtió
viéndolo sonrojarse y luego carraspear nervio. 

Ya estaba lista para irse de la casa, una diferente a la que


había estado la primera noche que pasó con Massimo,
cuando una ampolleta se prendió dentro de su cerebro. 

—Mierda— maldijo entre dientes dándose cuenta de que se


había dejado el bolso.

Este lugar era mucho más grande que el departamento


anterior y tenía demasiados cuartos, además era un desastre,
había gente desparramada por todos lados, sustancias de
procedencia dudosa, vidrios rotos, definitivamente estaba a la
altura de la casa de Proyecto X al final de la película.

Teniendo cuidado de no pisar nada asqueroso ni a nadie hizo


su camino devuelta las escaleras, las subió rápidamente,
queriendo largarse lo más pronto posible de aquel lugar.
Mientras ella iba subiendo, Massimo y Ace bajaban, se
encontraron a medio camino.

—¿Sigues aquí? — cuestionó Max irritado.

—Olvide mi teléfono.

Gina continúo subiendo, pero tan solo pudo avanzar dos


escalones antes de que los dedos largos y cálidos del hombre
se cerraran sobre su antebrazo.
—¿A dónde crees que vas?

—A buscar mi celular, duh— le respondió borde, molesta con


esa actitud de macho alfa y troglodita.

—No puedes subir ahora, quien sabe que cosas harías en mi


cuarto— dijo Max con una sonrisa perezosa.

Gina hizo una mueca de desagrado, sacudió el brazo con la


fuerza suficiente para soltarse del agarre de sus dedos y
continúo subiendo las escaleras, sin tomarle importancia a las
amenazas de Massimo quien muy a su pesar tuvo que
seguirla, no fue difícil alcanzarla con sus pasos largos y
rápidos. La dejó entrar a su cuarto de nuevo para que buscara
sus pertenencias mientras él estaba apoyado en el marco de
la puerta con los brazos cruzados observando como un
depurador sus movimientos elegantes y llenos de gracia, Gina
pisaba el suelo con la seguridad de que se lo merecía y
recorría todo el lugar como si fuera su propia habitación. Fue
divertido verla, sobre todo cuando se arrodillo para buscar
bajo la cama. Massimo admiró su trasero redondo, tuvo que
reconocer que verla así le puso bastante y se sintió como un
adolescente porque había superado la época de calentarse
solo por la imagen de un buen cuerpo años atrás. 

Gina se puso de pie antes de Max que pudiera hacer algo para
convencerla de que se quedará con él, que importaba si Ace
estaba esperándolo a fuera, tenía la sensación de que no
volvería a ver a Gina y no quería desperdiciar la oportunidad
de follarsela una vez más, pero ella parecía inmune a sus
encantos o tal vez solo intimidada, porque paso por su lado
sin mirarlo ni hablarle y luego se largó.

Ace lo llevó hasta su padre, ya que con resaca le ira imposible


manejar. Sé que suena un poco como si Massimo fuera el
típico hijo bueno para nada que lo único que hace es irse de
fiesta y gastar los millones de su padre, pero en realidad no, ni
siquiera es de beber mucho y aunque a veces se cuelga de la
plata de la familia, sus millones se los ha hecho trabajando él
solito y bien merecidos que los tiene.

Al llegar a la mansión al otro lado de la ciudad se siente


enfermo, el alcohol siempre le sienta como una patada en el
estómago y el sol ardiente sobre su cabeza no ayuda mucho.
Pero logra entrar a la casa y saludar a su padre sin vomitar.
Cuando se sirve un vaso de agua y se desparrama sobre la
silla con esa postura tan despreocupada que cualquiera
confundiría con desatención, se sintió mejor.

—¿Qué pasa? — preguntó alzando el mentón.

Massimo padre le miró desde su metro setenta de altura, un


hombre relativamente bajo y rechoncho, pero con un aire
intimidante que llamaba al respeto. Él sabía que era un
hombre bajo y por eso siempre tomaba cualquier oportunidad
que tenía para imponerse sobre los otros, lo hacía con la
elegancia propia de un hombre experto en el tema, tan solo
hacía falta que te mirara desde arriba con esos ojos glaciares
y ya te estabas estremeciendo del miedo. Max había
aprendido a sostenerle la mirada y a no cagarse en los
pantalones cada vez que su padre lo llamaba para algo.

—¿Qué tal el cumpleaños?

—Bien— respondió con desconfianza.

Bebió de su agua con fingida tranquilidad, dejo el vaso sobre


el escritorio de madera con un golpe seco y después se volvió
a echar sobre la silla, piernas separadas, brazos recargados
sobre los bordes del asiento.

—Me alegro— dijo con una voz que no lo demostraba. Tomó


una respiración profunda y le dio un golpe suave a la madera
con la palma de la mano —Treinta años ya y mírate— le señalo
con desdén.
Claramente no era un cumplido.

—Sano y feliz, ¿qué más se puede pedir? — dijo encogiéndose


de hombros.

Sentía la urgencia de reacomodarse en la silla, erguirse en


toda su altura para mostrarle que ya no era el mismo niño
asustadizo de hace años atrás, pero sabía que ponerse a la
defensiva no era la solución, no, con Massimo Amadore esas
cosas no funcionaban, con él había que jugar de otra manera.

—Casado, como mínimo— habló entre dientes dejando ver su


molestia, después respiro profundamente recuperando la
compostura —. Tengo una propuesta para ti, bambino.

—No quiero casarme— dijo de inmediato, enderezándose en


su lugar —, no quiero a una mujer parloteándome en la oreja
todo el rato, llorando o haciendo la mierda que hacen las
mujeres cuando no me las estoy cogiendo.

—Me importa un carajo lo que quieras o no, soy tu capo y vas


a hacer lo que yo diga, te vas a casar una mujer y me vas a dar
uno o varios nietos porque te lo ordeno y porque es tu deber,
¿crees que voy a dejar todo este imperio en manos de los
impertinentes de tus tíos?

Max apretó los dientes, tan fuerte que le dolió, sus manos se
convirtieron en puños y el cuerpo le zumbo de la ira, tenía
graves problemas con aquellos que intentaban darle ordenes,
sobre todo si estas provenían de su padre, pero sabía que no
podía desobedecerle, además, ¿qué tan terrible podía ser
conseguir una esposa? Tendría a alguien con quien coger
todos las noches y en el día se encargaría de no verla, parecía
una cosa tentadora, pero la sola idea de estar casado con
alguien le revolvía las entrañas y le así sentir ahogado, podía
ser un idiota mujeriego y estaba casi seguro de que su destino
era seguir así hasta el último segundo de su vida, pero
entendía el peso de la unión, pasar el resto de tu existencia
con una persona, ambos igual de infelices porque lo suyo
había sido un arreglo por convivencia y no por amor y
Massimo no quería ser responsable de arruinarle la vida a una
mujer, incluso él tenía sus estándares y una ética que evitaba
joderle la vida a la gente que no se la había jodido a él.

—¿Puedo elegirla al menos o es que me vas a dejar a la más


fea de todas como castigo?

—Si no me hablas con cuidado te pongo a una vieja— le


amenazo con ese tono que hacia estremecer a muchos.

Max bufo, volvió a recostarse en la silla y se rasco la barba


pensativamente, tratando de controlar los nervios también,
porque se sentía a punto de explotar, sobre todo cuando su
padre se sentó frente a él con lo más parecido a una sonrisa
que le había visto en toda la vida.

—¿Qué? — ladró, ya no teniendo la paciencia para seguir su


juego.

Quería acabar con el asunto luego, irse a dormir y despertar


cuando se sintiera mucho mejor y quería dejar de ver esa puta
expresión contenta en la cara de Massimo porque eso
significaba que no era nada realmente bueno para él.

—Mute, trae las fotos— le dijo su guardaespaldas que se había


mantenido en silencio todo este tiempo.

El hombre, una cosa inmensa que podía quebrarte en dos


fácilmente paso por el lado de Max y dejo varias fotos
esparcidas sobre el escritorio.

—¿Quiénes son estas?

—Todas las mujeres con las que te has acostado.


Miró más de cerca las fotografía para darse cuenta de que
tenía la razón, había varias hojas sueltas, muchas más de las
que se esperaba. Mute las hizo a un lado para reemplazarlas
por otras.

—Y esas son con las que no me he acostado— entendió, su


padre le dio la razón con un cabeceo — y voy a casarme con
una de ellas.

Formo una mueca, si esas mujeres no habían estado en su


cama era por varias razones, la más obvia es porque eran
feas, bien alejaditas de la mano de Dios, otro motivo era
porque las conocía y sabía que no se acostarían con él a
menos que hubiera un rollo sentimental, algo que claramente
no quería, a otras simplemente no las había seducido, todavía,
pero entre todas las caras hubo una que se robó su atención
por completo.

¿Qué hacia ese rostro tan bello ahí?

La foto había sido tomada en una fiesta donde llevaba un


vestido más recado que el que le había visto las últimas
veces, también tenía una expresión seria y amargada que
haría fácil confundirla con otra persona, pero fue el cabello
afro y esos ojos color whiskey los que le ayudaron a
identificarla.

¿Por qué ella estaba entre las fotos y por qué él no sabía que
pertenecía a la mafia?

Massimo se mordió el labio inferior, ya se había acostado dos


veces con él, de seguro no le importaba hacerlo por el resto
de su vida.

Debería haberlo pensado mejor, no debería haberse dejado


llevar por las apariencia, por ese rostro armónico y enojado
que le llevaba a pensar en lo fácil que sería mantenerla fuera
de su vida, después de todos a las mujeres solo le importaban
dos cosas, o tal vez tres, las joyas, los zapatos caros y un
hombre que fingiera lo suficientemente bien para sentirse
amadas, Gina, se veía mucho más sencilla de complacer, un
buen polvo de seguro sería suficiente y eso era algo que Max
podía hacer perfectamente bien.

—Ella— le mostro la foto a su padre.

—Felicidades entonces— se acercó a él para palmearle la


espalda en un intento por ser amistoso —, lo anunciaremos en
mi fiesta de cumpleaños.

Massimo asintió sin entusiasmo ansioso por levantarse y


dejar la oficina luego. Mientras más tiempo pasaba allí, más
probabilidad habían de que las cosas salieran mal.

Se puso de pie lentamente, estrechó la mano de su padre


dando por cerrada la conversación y el acuerdo, y estaba por
retirarse cuando Massimo padre puso su otra gran mano
sobre la unión de las otras y lo miró directamente a los ojos.

—Si jodes esto, no quedará nada para ti en este mundo.

Ni siquiera tenía que preguntarle si había entendido, el capo


jamás dudaba de que sus hombres se tomaran lo que decía
en serio, porque su palabra era la ley en este lugar y todos
reconocían eso, por lo tanto, cada orden que daba se acataba
sin duda, ciegamente y con la confianza de que era lo mejor
para todos, una constitución no escrita pero grabada en la
sangre de todos.

Max abandonó la oficia y le pidió a Ace que lo llevara a su


departamento, después se acostó porque no había nada en el
día que le incitara a hacer lo contrario.
TRES-El corazón del diablo- Dreame

—¿Por qué hay alguien fuera de nuestra puerta que luce como
si quisiera matarnos? — pregunta Frances con un susurro
temeroso.

Gina, que está preparando un aperitivo en la cocina asoma su


cabeza para mirar a su amiga y luego la puerta principal, le
hace señas para que se aparte de ahí mientras ella avanza
silenciosamente hasta tomar su lugar, se inclina sobre la
mirilla con el corazón latiéndole acelerado, ¿cuáles son las
posibilidades de que haya alguien a fuera que realmente
quiera matarla? No alcanza a dar con una respuesta porque,
desgraciadamente, conoce al hombre en el pasillo esperando
impaciente a que lo deje entrar.

Maldijo entre dientes.

—Voy a salir— le comunicó a su amiga que la miraba con esos


grandes ojos azules llenos de terror —Nada me va a pasar, no
seas dramática— rodo los ojos mientras se calzaba los
zapatos.

Un golpe fuerte en la puerta le hizo a Frances pensar lo


contrario, no era tonta, sabía que a veces Gina desaparecía
con hombres que perfectamente podrían entrar en el perfil de
secuestradores o violadores. Le era imposible no preocuparse
por su amiga incluso si ella insistía en que no debería hacerlo,
lo único que la consolaba era que Gina jamás lucia asustada
cuando esos hombres aparecían, por el contrario, siempre
maldecía y sus iris dorados se encendía con furia.

—Llamaré a la policía si no vuelves en menos de una hora.

Gina soltó una risita irónica, como si lo que había dicho fuera
la tontería más grande de todo el mundo.
—Si no vuelvo entonces vas a tomar lo que te herede y hacer
ese viaja a Inglaterra que siempre has querido— le dijo con
una sonrisa que demostraba que no estaba bromeando.

Frances la miró en shock. Entendía que tenían una relación


muy cercana, Gina varias veces había dejado entre ver en sus
comentarios que ella era la única persona cercana en su vida,
pero de ahí a estar en la herencia de alguien más era un gran
paso, además, ¿qué persona de veintiún años tenía una
herencia importante?

—Calma, mujer— le dio un beso en la mejilla y la tranquilizo


con una sonrisa —, nada me va a pasar, tienes que dejar de ver
tanto Criminal Minds.

Después de decirlo tomo su bolso con llaves y celular adentro.


Abrió la puerta cuando Jaws se disponía a golpearla de nuevo,
miró con fastidio a uno de los soldados de su padre. Era un
hombre delgado pero bajito y no tenía ni idea de dónde venía
el apodo, pero si su intención era intimidar, con ella no
funcionaba.

—¿Qué amenaza voy a escuchar hoy? — preguntó su tono


indolente de siempre.

—Su padre quiere hablar con usted.

Rodo los ojos, fuerte, odia que le hablen así, como si fuera de
la realeza, uno porque no lo era y dos porque tenía claro que
ninguna de esas personas la respetaba, la quería o se
interesaban por ella.

Se subieron al auto y Jaws manejo en silencio, sin molestarse


en conversar con ella, Gina lo prefería así.

Hace años que no pisaba aquella entrada, la mansión donde


había crecido estaba frente a ella y lo único que podía sentir
era desprecio, asco revolviendo su estómago y rabia hirviendo
en sus venas, no había nada es esta propiedad que la hiciera
sentir bienvenida, ni siquiera las personas en su interior. Su
madre la recibió con un abrazo y dos besos a cada lado de su
mejilla, después la hizo entrar.

—Tanto tiempo sin verte— suspiró en su típica manera —, veo


que la vida no te ha tratado muy bien— le tomo las mejillas
entre sus manos.

—Nop— le dijo con una sonrisa sínica —, me trata súper bien.

Se liberó de sus manos y dio un paso hacia delante,


escapando de su perfume, olía a madera vieja y le traía malos
recuerdos.

—A ti, por el contrario— le dio una mirada asqueada, aunque


en realidad no lucia mal, después de todo su única
preocupación era verse bien, de igual manera siguió con su
farsa —, parece que los años te pesan.

Irina le sonrió amargamente, esa sonrisa falsa y cordial que


Gina odiaba, pero lastimosamente también podía hacer a la
perfección.

Avanzaron por el vestíbulo a paso tranquilo y desinteresado,


las zapatillas de Gina resonando suavemente con cada paso
que daba sobre el piso de porcelanato oscuro, levantó el
mentón sutilmente para observar las pinturas que cubrían las
paredes y después la araña inmensa que colgaba del techo, el
lugar era luminoso, pero tenía una vibra oscura, que
desaparecía un poco cuando pasaban al comedor, ahí las
puertas francesas que daban paso al jardín trasero donde el
verde del lugar hacia que todo se viera un poco más vivo. La
única cosa que le gustaba de la propiedad era el patio, estaba
lleno de plantas tropicales que la hacían sentir protegida y
viva realmente.
Su padre estaba sentado en la terraza, un puro entre los labios
y la otra mano rascándose perezosamente la entrepierna, era
una imagen repugnante, como todo él. Al darse cuenta de que
ya no estaba solo levanto la cabeza para saber quién había
perturbado su soledad.

—¿Querías hablar conmigo? — preguntó Gina, sin intensiones


de ser educada o de hacer durar esta reunión más de lo que
necesitaba.

Era lunes y quería volver a su departamento, cambiarse la


ropa a un pijama cómodo e indecente y mirar una película con
Fran como lo hacían cada primer día de la semana, para así
estar segura de que ningún lunes sería una mierda.

—Siéntate— le señaló con la cabeza la silla a su lado.

—No, gracias.

El hombre le dirigió una mirada dura, sus ojos gritaban lo


mismo de siempre cada que los posaba sobre ella, que quería
golpearla por insolente, por irrespetuosa o tan solo porque le
daba la gana. Gina nunca había entendido cuál era su
problema con ella en particular, sabía que su padre era un
idiota abusivo, todos en la casa habían sufrido uno de sus
ataques de ira, algo común dado que era un hombre genio
corto.

—Son buenas noticias, Gini, no te pongas a la defensiva— le


dijo Irina palmeándole el hombro y empujándola sutilmente
para que le hiciera caso a su padre.

No era una idiota ni una rebelde sin causa y sabía elegir muy
bien sus batallas, así que decidió que sentarse donde le
habían indicado.
—¿Buenas noticias? — miró a su padre expectante por que
hablara luego, él nunca le había dado buenas noticias, no para
ella al menos.

—Vas a... — su mamá empezó a hablar, pero su Leonardo la


callo con una mirada fría que decía mucho.

—El otro día Massimo Amadore estuvo aquí— comenzó a


hablar, a pesar de su mal humor y poco entusiasmo para todo,
le encantaba el drama —, me contó que su hijo quiere casarse
— dijo lentamente, dejando que ella sacara sus propias
conclusiones.

De todas las ideas que aparecieron en su cabeza ninguna de


ellas era razón de una buena noticia. Una tormenta de
emociones le revolvió el estómago, hizo que le ardiera la piel y
que tuviera que morderse la mejilla para no decir nada antes
de tiempo, aunque ya sabía lo que iban a contarle. Una mezcla
de pánico y furia le revolvió el estómago, si esto resultaba ser
verdad toda su típica astucia se iba a ir a la mierda y la rabia
tomaría el control.

—Resulta que te ha elegido a ti— dijo su madre sin poder


contener la emoción, como si haber sido seleccionada para
casarse con un psicótico era lo mejor que le pudiera pasar en
la vida.

Se puso de pie de inmediato, la incredulidad estaba escrita en


su rostro. Sus manos se convirtieron en puños y sintió como
la sangre fluía más rápido por su cuerpo, las mejillas se le
calentaron de pura rabia.

¿¡Qué clase de persona se alegraba por algo así!?

—No— las cejas gruesas se juntaron sobre su ceño fruncido —


¡No! Están locos si piensan que pueden obligarme a casarme.
Su padre se puso de pie también, elevando la mano le cruzo la
cara con una cachetada que ella recibió sin sorpresa. Irina se
cubrió los labios delgados con una mano delicada, fingiendo
que esta era la primera vez que sucedía algo así. Una
cachetada no era nada comparado con todos los otros golpes
que había recibido a lo largo de su vida.

—Tu opinión no tiene importancia acá— su mano impacto en


su mejilla de nuevo —. Deberías estar orgullosa de que con el
desastre que eres alguien te considere una opción para e
matrimonio.

—¡Yey! Que afortunada— dijo sarcástica —, dile gracias al


señor Amadore, pero yo no pienso casarme.

Ni ahora ni probablemente en las próximas décadas, y si eso


pasaba definitivamente no iba a ser con un hombre que no
conocía de nada. ¿Cómo es que seguían sucediendo este tipo
de cosas? ¿No habían dejado de pensar en las mujeres como
un objeto o un premio tiempo atrás?

No podía pensar con claridad con tantas emociones dentro de


ella, pero sabía que era lo mejor con sus padres; no
mostrarles que ellos tenían la capacidad de meterse bajo su
piel con tanta facilidad.

Se dio media vuelta, lista para largarse de ahí. Su padre la


agarró del cabello, metiendo la mano entre la jungla de rulos
que tenía y tiro con fuerza, lanzándola al piso. Cayó sobre la
cerámica, el golpe le quitó la respiración, sobre todo cuando
algo se le clavo en la espalda baja, Leonardo propicio una
patada furiosa a sus riñones.

—Escúchame bien— la tomo del pelo de nuevo para elevar su


rostro a él —, le has traído a esta familia muchas desgracias y
vergüenzas, no tengo ni idea de porque te quiere a ti, ni me
importa tampoco, pero por una vez en tu puta vida vas a ser
una buena mujer y vas a hacer lo que te digo.
—Antes muerta— dijo entre dientes sin importarle las
consecuencias de sus palabras.

Podía ser que después de todo no era una mujer muy


inteligente, no cuando la ira hacia acto de presencia.

A su padre también le dominaban las emociones, la rabia en


particular. Pateo su cuerpo otra vez, quitándole la respiración,
de seguro iba a dejar moretones.

—Quiero que te comportes, este matrimonio se va a llevar


acabo, sí o sí, maldita puta— gruño mientras la golpeaba de
nuevo.

Se tomó su tiempo descargando su contra su cuerpo, Gina


siempre sentía que no la estaba castigando solo por lo que lo
había hecho enojar en ese momento, sino también por lo que
había dicho o hecho antes y lo que sucedió antes de esta
paliza era una cosa que estaba segura jamás le iba a perdonar
y por la cual de seguro tendría que pagar de aquí hasta que se
muriera, ella o su padre, dependiendo de quien tuviera la
suerte primero.

Parecía que su padre estaba seguro de que la iba a convencer


con sus golpes, la verdad es que solo la empujaban a querer
ser más rebelde, a decirle que no a todo lo que le propusiera,
pero se consideraba una persona inteligente y ya sentía que
se iba a morir, así que prefirió mantener la boca cerrada,
recoger su magullado cuerpo del suelo y darle esa mirada
llena de odio que prometía devolver cada uno de sus golpes.

—Ven, cariño.

Irina, que había estado ahí mirando todo el show y siendo una
mamá de mierda no haciendo nada, intentó acercarse a ella,
pero Gina la aparto con un gruñido. Se apoyó, en la mesa y
respiro ruidosamente, con lágrimas en los ojos porque todo
dolía demasiado, incluso para ella.
—Te quiero lista en una hora, vamos a ir al cumpleaños de
Massimo, te vas a comportar y estarás malditamente feliz
cuando se anuncie el matrimonio— le apuntó con un dedo
amenazador.

Bastardo inteligente.

Por eso no la había golpeado en la cara como la mayoría de


las veces, pronto estarían frente al escudriño social y a pesar
de que no eran una familia realmente importante dentro de los
mafiosos, su padre siempre se había preocupado por fingir
que eran la familia perfecta y en una familia así nadie debía
golpear a nadie.

Gina subió las escaleras lentamente, casi arrastrándose por


los escalones porque toda la espalda le dolía, también las
costillas y ya sentía los moretones pintando su piel. Y
efectivamente cuando se metió al baño para darse una ducha
de agua fría pudo ver su cuerpo moreteado en el espejo.

Deseaba con toda su alma tomar sus cosas e irse al


departamento donde Fran le daría algo para el dolor y la haría
sentir mejor sin intención, porque así era ella. En vez de eso
estaba atrapada dentro de una casa inmensa, con personas
que lo único que hacían era lastimarla y luego fingir que nada
había sucedido.

Con una bata cubriendo su cuerpo se paró frente a su antiguo


armario, nada había cambiado, excepto cuando encontró sus
pijamas antiguos junto con la ropa interior, también vieja. Fue
agradable darse cuenta de que no había sentimiento de
nostalgia ni nada parecido, así sabía que todo el asunto con
su familia estaba realmente superado. De hecho, sin tener en
cuenta el contexto, fue divertido buscar en su antigua ropa un
vestido bonito para usar. Había dejado mucha ropa aquí,
prendas bonitas que seguían quedándole increíble.
Por un par de minutos se desconectó de todo lo que sucedió,
sonaba superficial y muy estilo "Barbie hueca", pero arreglarse
la hacía sentir mejor. Esa su forma de mostrar que nadie
podía pasarla a llevar, también porque su belleza con el
conjunto perfecto siempre resaltaba y lucir hermosa la hacía
más poderosa.

Encontró un vestido veraniego pero elegante que


representaba su modo de esa noche perfectamente. La seda
colgaba sobre su cuerpo sueltamente, pero no era suficiente
para esconder sus curvas, el escote estaba entre el punto
medio exacto para ser provocador, pero no vulgar, suerte para
sus padres, porque a ella jamás le habían importado ese tipo
de cosas. El vestido era un poco recatado para su gusto, pero
el color la había convencido por completo, el petróleo
eléctrico combinaba perfectamente con su piel oliva.

Le escribió a Fran para que no se preocupara, aunque ella le


hizo un montón de preguntas que Gina no pudo responder
porque ella jamás hablaba de su vida antes de tener una
verdadera vida.

—Ya nos vamos— anunció Susan.

Su hermana llevaba un vestido hasta la rodilla que resaltaba


su figura delgada, ella siempre había envidiado a Gina por
heredar las curvas de su madre y no dejarle nada. Pero a
pesar de todo era un vestido reservado porque Susan siempre
había logrado mantener el equilibrio entre lo que la sociedad
pedía y lo que ella quería. Gina era un poco más radical,
siempre se trataba de lo que ella quería, además, ser sutil no
era lo suyo.

Se puso de pie lentamente, había tomado un antiinflamatorio


esperando que eso le ayudara al dolor, pero se sentía peor que
hace una hora. Sacó una cartera que fuera bien con lo que
estaba usando y puso su celular, que de seguro sería su mejor
aliado y única entretención en toda la noche, el labial que
estaba usando y más pastillas por si el dolor se volvía
insoportable. No sabía cuándo iba a durar la fiesta, era día de
semana, pero al capo eso le importaba una mierda y si se
sentía con ganas de celebrar realmente entonces estaba
jodida porque tendría que pasarse toda la noche ahí.

Viajaron todos en el mismo auto, un silencio sepulcral sobre


ellos, ni la radio sonaba y su conductor fácilmente podría
haber estado mudo. Removiéndose incomoda en el asiento
cada cinco segundos, intentaba llegar a un acuerdo consigo
misma; iba contra todos sus principios ser casada como si su
único propósito en la vida fuera contentar a un hombre y traer
sus herederos al mundo, sabía que esa sería su propósito
como esposa y lo odiaba, ella era mucho más que un útero,
mucho más que una muñeca bonita. Tenía sus propios
sueños y metas, quería hacer investigaciones, enseñar a
otros, vivir bajo sus propias reglas y ahora todo eso podía
serle arrebatado de las manos tan solo porque el estúpido de
Massimo quería casarse con ella.

¿Lo habría sabido antes de acostarse con ella? ¿Había


querido probar la mercancía antes de dar el sí definitivo? O a
lo mejor ni siquiera había sabido de eso.

La situación era un desastre y no saber qué pasaría luego la


ponía de los nervios, pero se obligó a mantener la calma, no le
servía de nada enloquecer, rebelarse y mandarse a cambiar
porque no quería casarse, debía pensar con claridad e idear
un plan que le devolviera su vida antes de que pudieran
quitársela.

La mansión de los Amadore llegaba a ser grotesca de lo


lujosa que era, tenía dos puertas de entrada que se abrían
hacia afuera y al poner un pie dentro daba la sensación de que
pasaban del mundo normal a uno de fantasía, el piso era de
cerámica y brillaba impecable, tanto que uno podía reflejarse
en él, a pesar de que todavía no oscurecida las luces estaban
prendidas y más luz entraba por los ventanales al fondo del
salón, donde también se encontraban las escaleras doble que
llevaban al segundo piso. Cada vez que Gina ponía un pide
dentro de la casa esta le quitaba la respiración, era un efecto
inevitable, arruinado por las personas ahí.

Saludo a la esposa de Massimo padre —¿qué clase de padre


le pone a su hijo su mismo nombre? —, que los recibió,
después pasaron de la sala principal al jardín trasero donde
estaban dispuesta las mesas para la cena y todos los
invitados; la mayoría conversaban entre ellos, pero Gina no
tenía nadie con quien hablar, las amigas de su hermana eran
unas cínicas hipócritas y los amigos de su hermano no hablan
con mujeres, y como se había salido de aquel mundo un par
de años atrás ya no tenía ni siquiera conocidos allí. Mucha
gente estaba sorprendida de verla, varios no la reconocieron y
los que sí cuchicheaban entre ellos, se había convertido en el
chisme más interesante de la noche y lo odiaba.

Se sentó con cuidado en un sillón alejado de la mayoría de las


personas y sacó su celular para escribirle a Fran.

Gina:
Muero de aburrimiento, sácame de aquí :(

Fran:
Paso, por fin puedo ver La Monja sin alguien gritando en mi
oído todo el tiempo

Gina:
>:/
Esa película es una basura
Y yo no grito

La verdad es que lo hacía, no sabía porque las películas de


terror no eran de su agrado, las imágenes por si solas no le
asustaban y la sangre jamás le había dado asco, era la mezcla
entre no saber qué iba a pasar y la horrible música lo que le
ponía de los nervios.
Fran:
*ofendida*
La monja es genial y por tus palabras voy a dejar que te
mueras de aburrimiento.
Bye!

Gina:
Fran!
No te enojes
Vamos!
Frances!

Nada, por más que le escribió la rubia no volvió a contestarle,


así que no le quedo de otra que revisar sus redes sociales con
desinterés mientras maldecía a todos, dejando más garabatos
para su padre por la paliza que le había dado y por
comprometerla con Massimo.

Su matrimonio gritaba desastre por todos lados, no se


conocían lo suficiente para saber que tenían un carácter
similar que los llevaría a discutir todo el tiempo y un hambre
por el control de la situación que también los haría
enfrentarse, pero Gina lo sentía en la boca del estómago o tal
vez era su última comida luchando por devolverse, no lo sabía
a ciencia cierta, aunque por lo mal que se estaba sintiendo
podría haber sido muy posible.

Estuvo casi una hora sentada en ese sillón, cambiando de


posición seguido porque estaba incomoda y adolorida, pero a
pesar de todo se sentía bien porque nadie había intentado
conversar con ella, las personas la ignoraban, excepto los
camareros, así que se podría decir que esta era la mejor fiesta
que había tenido en su vida, hasta que vio un cuerpo familiar
acercándose.
CUATRO-El corazón del diablo-
Dreame

—¿Qué estás haciendo acá? — le dijo su padre con una mueca


que pretendía ser una sonrisa, le palmeo el hombro con más
fuerza de la necesaria — Anda a buscar a tu prometida.

Massimo hijo se giró hacía el hombre, evaluó su rostro


redondo y arrugado un par de segundos y después se devolvió
hacia el grupo de hombres con los que había estado
conversando.

—El deber llama— dijo a modo de despedida, luego dio media


vuelta y se marcho.

De reojo vio como su padre sonreía contento con que le


hubiera hecho caso, Massimo apretó la lengua contra el
paladar para no decir nada que después pudiera lamentar.
Además ahora que le habían recordado el verdadero motivo
de la fiesta: anunciar su compromiso, estaba emocionado por
ver a Gina de nuevo, quería saber su reacción, algo le decía
que iba a estar encantada, después de todo se había acostado
con el dos veces, debía saber quien era y a ninguna mujer
dentro de la mafia no le hubiera gustado casarse con él.
Aunque a ella nunca la había visto en este tipo de fiestas, su
familia no era muy importante, pero sí o sí deberían haber
considido en algunos eventos, como el año pasado para la
masiva fiesta de navidad.

La chica era todo un misterio, lo que la hacia un poco más


interesante, eso y que no podía encontrarla por ningún lugar.

—Hey— detuvo a uno de los camareros —¿Has visto a una


chica con pelo afro por aquí?
El chico lo miró asustado, debía de tener unos dieciocho años
y jamás había tratado con un mafioso como Massimo, padre o
hijo los dos eran aterradores, pero el menor tenía fama de
poca paciencia y una mente retorcida inigual.

—Ha-ay al-alguien sent-t-ta-da allá— señalo con un dedo


tembloroso los sillones apartados.

Y efectivamente se podía distinguir una frondosa cabellera.

Le dio una palmadita en el hombro, suave, pero que


igualmente hizo que el pobre chico casi se desmayara.
Massimo soltó una risita divertida, sus labios se curvaron en
una sonrisa satisfecha y ladina que deshizo las bragas de
todas las mujeres que le miraron en ese preciso momento. Ay,
como le gustaba que la gente le tuviera miedo, no podía
negarlo, era algo que realmente le alegraba la vida.

Se acercó a Gina, ella lo notó cuando estaba a un par de paso,


pero después volvió a bajar la mirada a su celular. Massimo
carraspeo, llamando su atención, pero ella no reaccionó, es
más se acomodo en el asiento como si él no estuviera ahí, se
cruzo de brazos ofendido.

—Hola, Giana.

Nada, la chica no lo miró.

Molesto tomo asiento a su lado y le arrebato el celular de las


manos, Gina suspiró irritada, como si su sola presencia fuera
motivo de enfado. Sí lo era, al menos para ella que no tenía
ningún interés en su nuevo prometido y que por obvias
razones quería largarse de ahí lo más pronto posible.

—No puedo creer que me estoy casando con un inmaduro—


murmuró para sí misma, aunque Massimo igual la escuchó —,
devuelve el teléfono— le exigió.
No le hizo caso, se guardo el teléfono en el bolsillo del
pantalón, consciente de la mirada que Gina le había dado. 

—No hasta que hablemos, Giana, vamos a casarnos, ¿no crees


que deberíamos por lo menos llevarnos bien?

—Como mínimo creo que deberías aprenderte el nombre de tu


prometida, me llamo Gina, imbecil— le dijo ella con los dientes
apretados y una mirada asesina.

Massimo no pudo evitar sonreir, al parecer la chica tenía


garras y no se molestaba en esconderlas. Debería haberlo
sabido el primer día, cuando le dijo con su voz dulce que no
tenía ningún interes en él, había confundido su repentino
escape con miedo, pero la verdad era que Gina no estaba
interesada en Massimo en lo más mínimo.

—Además, no hay anillo— le señalo su dedo desnudo —, así


que no hay matrimonio.

—Eso se arregla fácilmente, tengo el diamante guardado, ven.

Se puso de pie de un salto y después estiró la mano hacia ella,


que si quería levantarse sin parecer una anciana debía
tomarla. Lo hizo con una mueca en los labios, a Massimo la
exaspero que se moviera tan lento, pero espero
pacientemente los segundos que le tomo sacar su bonito
trasero de la silla. De pie Gina lucía el vestido mucho mejor, la
seda oscura, pero brillante, resbalaba por sobre su silueta
perfecta, el escote impresionante llamo la atención del
hombre inmediatamente, sus ojos se posaron sobre el juego
de luces, sobras y curvas que le hicieron agua la boca. Tenía
que reconocer, con cierto recelo, que Gina era la mujer más
bonita con la que se había acostado alguna vez.

—¿No lo traes en tu bolsillo?— preguntó ella echandole una


mirada rápida.
—Si fuera así ya te lo hubiera dado— le dijo con ese tono que
insunuaba que era tonta.

Gina se mordio el interior de la mejilla e imagino una forma de


torturarlo, le gustaba hacer eso con la gente que la irritaba,
con Massimo decidio usar la pera de la angustia, se la metería
en la boca para que no pudiera escucharlo hablar más y luego
la abriria desgarrando esos bonitos labios rosados para que
jamás pudiera volver a formar esa sonrisa arrogante.

Era un poco sadica para sus cosas, pero cada persona tiene
su lado oscuro, que no lo veamos no significa que no exista.

Entraron a la casa con los ojos de todos los invitados sobre


ellos, apesar de que lo había intentado, Massimo no le había
soltado la mano, por lo que caminaban juntos como si fueran
una verdadera pareja.

Caminaron por un pasillo largo y ancho, del lado izquiero la


pared estaba llena de ventanas que permitian que entrara la
luz, a la derecha, cada ciertos metros había puertas cerrada y
entre ellas cuadros o algun tipo de decoración lujosa.

Massimo abrio una de las puerta y la dejo pasar primero, Gina


rodo los ojos sabiendo que le estaba mirando el trasero, era
tan básico y arrogante y ni siquiera se sabía su nombres, ¿no
era él quien la había elegido?

La habitación donde estaban era una especie de oficina, había


un escritorio con libros sobre el y una biblioteca pequeña,
además de eso una mesa de arrimo con cajones que
Massimo abrio, sacó una cajita de terciopelo burdeo de ella y
la abrio mostrandole el anillo.

Era hermoso, pero demasiado ostentoso para su gusto, tenía


un diamante inmenso en el medio y la sortija era de oro
blanco con más diamantes incrustado en ello. Lo primero que
paso por su cabeza fue que si lograba vender tan cosa no
tendría que usar el dinero de su padre nunca más y eso por
alguna razón le saco una sonrisa que borro de inmediato
cuando sintio los ojos de Massimo sobre ella.

—Tienes un gusto terrible para las joyas— le dijo.

—No la he comprado yo— se defendio él —, no perdería el


tiempo buscando algo para ti.

—Entonces no te cases conmigo— ataco ella, por fin diciendo


lo que quería —. Anulemos el compromiso.

Camino por su alrededor hasta que llego al otro lado de la


mesa y apoyo la cadera en ella, se arrepintió de inmediato al
sentir como el dolor estallaba en su cuerpo, y cambio de
postura apoyando el trasero, la única parte de su cuerpo que
en este momento no dolía realmente.

Massimo dejo salir una carcajada sarcastica y oscura, poso


los ojos sobre ella bebiendo de todo su cuerpo y de la postura
relajada que tenía. No le intimidaba, Gina no sentía nada más
que desprecio por él y podia verlo con claridad, algo que por
alguna razón le acelero el pulso.

—No va a pasar, corazón.

—¿Por qué no? No te quieres casar, yo tampoco, tú hablas con


tu padre, yo con el mío y listo. ¿O es que el hijo prodigo tiene
miedo de enfrentar a su papi?— se mofo con un puchero.

Massimo dio un paso amenazante al frente, Gina tan solo alzo


el mentón insitandolo a que le dijera algo, a que peleara con
ella, no tenía ni idea de lo fuerte que eran sus garras y lo
mucho que dolían cuando las usaba para romper a las
personas.

—Quiero casarme contigo— fue su respuesta, una mentira que


Gina pudo descubrir rápidamente.
No solo porque era obvio que estaba mintiendo, nadie se
quiere casan con una persona después de tener tan solo dos
noches locas con ella, sino también porque Massimo tenía un
tick que lo delataba y ella acaba de descubrirlo porque le
estaba mirando la boca.

—Mentira.

—No— dijo y ahí estaba de nuevo ese gesto.

—Sí, tienes un gesto que te acusa— le confeso.

Massimo fruncio el ceño, cruzo los brazos sobre el pecho


resaltando sus musculos y la miró, por primera vez, con
verdadero interes.

—Ahora, tú estas mintiendo.

—Nop— revento el sonido de la p con sus hipnotisantes


labios —. Volviendo a lo importante— imito su postura,
cruzando los brazos y resaltando su busto, también
encandilante —, no vamos a casarnos.

Massimo tomo la caja con la sortija dentro, la sacó de su


lugar y después, sin que Gina pudiera prever el movimiento,
tomo su mano delicada y deslizo el anillo por su dedo largo y
delgado.

—Lo siento, pero ya estamos comprometidos y yo no soy un


hombre que se eche para atrás— le dijo con una sonrisa de
disculpa falsa.

Le había mentido de nuevo, él era un hombre que hacia lo que


quería cuando le convencia, podría cancelar el matrimonio
diciendole a su padre que ya no la quería, pero eso sería un
dolor en el culo porque después le echaría la bronca por
romper el trato que de seguro ya había hecho con la familia de
Gina, además sentía cierto interes por la chica y era bonita,
mucho más de lo que se veía en la foto, así que no tenía
problema con vivir con ella mientras mantuviera esa bonita
boca cerrada u ocupada en algo más. 

—No sabes en lo que te estás metiendo— le dijo Gina con


intensiones de amenzarlo —, no vas a poder con una mujer
como yo.

Massimo junto los labios conteniendo una sonrisa y


recorriendo lentamente cada centimetro de su cuerpo,
preocupandose porque ella lo sintiera, Gina se estremecio
suavemente, oh, sí que lo había sentido. Sonrio
peresozamente mientras continuaba observandola, su busto
generoso, la cintura pequeña y esas caderas que
desencadenaban en unas piernas kilometricas que con los
tacos se veían infinitas, tenía unas ganas tremendas de
mostrarle lo contrario, de que él era muy capaz de manejar y
complacer a una mujer como ella.

Dio un paso al frente, apoyo los brazos a cada lado de su


cadera y acerco el rostro hasta que estuvo frente a frente a
ella, lo único que podía ver eran sus ojos dorados, Gina
también tan solo podía ver los iris celetes de su prometido.

—No sabes que tipo de hombre soy— murmuró, sus labios


rozaron los de ella al hablar y ambos jadearon con sorpresa y
anticipación.

—Y tú no sabes que tipo de mujer soy yo— le rebatio


inclinandose un poco sobre él, demostrandole que no le
intimidaba, que no tenía miedo de jugar este juego y que
definitivamente el contacto físico no era algo que la haría
acobardarse.

Massimo bajo la vista a sus labios pintados de un color


natural, se relamio los propio acariciando con la punta de la
lengua la boca de ella. Volvio a alzar la vista a sus ojos color
whisky y le sonrio antes de acabar con el espacio entre ellos,
Gina pudo anticipar el movimiento y giro el rostro para que su
boca estampara en su mejilla.

¿Quién se creía que era? 

Ella no iba a besarlo porque sí, es más, el único beso que


compartirian en todo el resto de su vida sería el de la boda. Su
orgullo le impedía dejar salir ese lado despreocupado y
abierto a besar a cualquier hombre guapo. Estaba muy
enojada por toda la situación, el compromiso, el haber
despertado en su cama por segunda vez casi una semana
atrás y el hecho de que todo eso la había llevado a verse
envuelta en un mundo del cual siempre había intentado
escapar.

Lo sintio reir contra su piel, el rastro de barba le hizo


cosquillas y el sonido le vibro en la piel.

—Quitate de encima.

—Eso no era lo que me decían el otro día— bromeo ganandose


un golpe realmente fuerte en la pierna.

Se alejo con una mueca de dolor que inmediatamente se


curvo en una sonrisa. Decidio darle su espacio, permitiendole
erguirse y después caminar fuera del cuarto, mostrandole sus
caderas redondas, balanceandolas naturalmente con cada
paso. Massimo tenía la sensación de que se iba a divertir
demasiado con ella.

Gina camino por el pasillo retorciendo el nuevo anillo en su


dedo, se sentía extraño, pesaba demasiado, le incomodaba y
de alguna manera la cosificaba. Su padre y Massimo la habían
convertido en un objeto para su beneficio, para ellos no era
nada más que un medio para un fin, Leonardo por fin de
estaba desaciendo de ella, dejandole la responsabilidad a otro
y Massimo, bueno, no sabía que necesitaba él, pero de seguro
eso debía incluir una esposa, incluso si era una de mentira.

Fue la mesa donde sabía que su familia se sentaría, cada


puesto tenía indicado el nombre de la persona que iba allí —
así de snob eran las personas aquí—, pero el de ella no estaba
por ningún lado.

Tenía que ser una puta broma, venía hasta aquí y ni siquiera
tenía un puesto, ¿no se supone que esta noche anunciaban su
compromiso? No podían haberse olvidado de ella, ¿o sí? Eso
sería una terrible organización y estaría muy ofendida y si le
sentaban con alguna de las amigas huecas de Susan iba a
cortarse una teta, porque no había nada que odiara más que
esas mujeres, la solidaridad femenina se iba a la mierda
cuando tenías que ofrecerle la mano a una idiota que defendia
las violaciones dentro del matrimonia y quería un macho
dominante que le mostrara su amor con los puños, esas eran
las peores, pero también estaban las que tenian como única
meta en la vida contraer matrimonio, tener hijos y vivir a
través de sus esposo, no es que tuviera algo encontra de las
mujeres que querían ser madres y formar una familia, pero era
el siglo veintiuno, se podían hacer ambas cosas o al menos no
aspirar a depender de un hombre.

—¿Gina, qué haces aquí?— su madre aparecio y le rodeo la


espalda con sus brazos delgados —Ve a tu mesa con
Massimo.

Ah, así que ahí debía sentar, genial, pensó molesta. Se alejo de
su madre sin mirarla de nuevo y buscó a Massimo que estaba
sentado al lado de su padre conversando con el mismo
hombre que había visto en su cuarto aquella segunda mañana
que desperto a su lado.
Caminó hacia ellos, revisó todos los papelitos, obviamente el
suyo está al lado del de Massimo. Le lanza una mirada
hastiada y después se sienta en la silla lentamente con los
ojos de ambos hombres sobre ella, sabía que se estaba
moviendo demasiado lento y que eso llamaba la atención de
cualquiera, pero sentarse dolía, caminar dolía, ¿qué más podía
hacer?

—Hola, Ace— saludo al joven recordando su nombre.

—Hola, Gina.

—Ves— se giró hacia Massimo, apuntando a su amigo —, el


recuerda mi nombre y ni siquiera sabía que iba a verme de
nuevo.

Ace le sonrio nervioso, Massimo le dio una mirada fria para


indicarle de que se mantuviera callado, pero ellos eran
amigos, hermanos en realidad y Ace jamás le había temido.

—Por supuesto, hasta tuve que buscarlo porque en realidad


nunca me lo digiste.

—Aw, hiciste tu tarea—le dio una sonrisa ladina que Massimo


envidio —¿Tan linda soy?— preguntó con su voz dulce.

Gina sabía como encantar y engatusar a los hombres, sabía


cuando podía ser arrogante y cuando era mejor ser suave. Ace
le dio una sonrisa timida, el chico era un ricura, porque a pesar
de ser increiblemente guapo y tener ambos brazos cubiertos
de tatuajes no se atrevía a mirarla a los ojos y Gina siempre
había tenido una debilidad por los timidos, le gustaba sacar
de ellos ese lado salvaje que sabía que todos tenian dentro,
por eso se inclino un poco sobre la mesa, mostrandole su
escote, un movimiento que nunca fallaba, efectivamente Ace
bajo la vista hasta sus pechos, sintió los ojos de Massimo
sobre ella también y después su mano rodeando su cintura y
apegandola a él, dejandole claro a Ace que apasar de que no
tenía ningún interes romantico por Gina, era suya. La morena
plego los labios en una mueca adolorida al sentir sus dedos
clavandose justo sobre el moreton que tenía en la cadera, el
aire se asco de sus pulmones y se aferro a la silla tratando de
contener el gritito de dolor.

—Coquetear con mi amigo no es la mejor forma de ganarme,


Corazón.

—Sultame— le dijo con un gruñido, casi sin respiración, las


lágrimas le ardian detrás de los ojos.

—Max— le advirtio su amigo, que por estar frente a ella podía


ver el daño que le estaba haciendo —, solo está bromeando—
le dijo con ese tono afable que conseguia calmar a cualquiera.

Massimo amaino el agarre sobre su cadera, pero dejo la mano


sobre su espalda baja como un recordatorio de que estaba ahí
y de que tenía poder sobre ella, una cosa que a Gina le
enfurecio, pero lo único que podía hacer era imaginarse
horribles formas de torturarlo, de romperla la mano que se
apoyaba sobre su cuerpo, transmitiendo un calor que podría
ser reconfortante si no odiara al sujeto. Estaba harta de la
fiesta, de Massimo que se creía la muerte porque había
conseguido una esposa bonita que parecia tan docil como un
perrito entrenado, pero que en realidad era un león analizando
a su proxima presa, si él creía que estar con ella iba a ser fácil,
entonces estaba muy jodido. Lo más gracioso era que Ace se
había dado cuenta de ello, los observada desde su asiento
con los brazos cruzados, si Max tenía una mano sobre ella no
era porque quisiera demostrarle algo, sino porque quería
tocarla y si se iba a casar con Gina también era porque quería,
Ace conocia muy bien a su amigo y nadie lo obliga a hacer
algo, ni siquiera su padre.
CINCO-El corazón del diablo- Dreame

El anuncio de su matrimonio fue un chiste, al menos para


Gina. 

Massimo padre hizo un brindis y después dejo caer la bomba,


anunciando que su único y amado hijo, por fin se casaría con
una hermosa mujer que de seguro le traería nietos hermosos,
ese era su papel en el discurso: la fábrica de bebés con un
adicional de una belleza indiscutible. Tener que estar ahí,
sonriéndole a su prontamente suegro fue un trabajo realmente
difícil, se daba asco a si misma por no ponerle un alto a la
situación, pero a su vez no sabía qué hacer para acabar con
ella, lo que la hacía sentir frustrada porque ella siempre tenía
una solución para las cosas, excepto que ahora no.

Apenas había comido y ahora se sentía un poco mareada. Le


era fácil saber cuándo los golpes de su padre le iban a dejar
un ojo morado o cuando iba a necesitar más que maquillaje
para cubrir el daño, tenía parámetros que sabía de memoria
porque cosas así nunca se olvidan, pero jamás había sido
golpeada en algo que no fuera la cara y ahora creía que lo
prefería así, pues el dolor en sus costillas y espalda eran
insoportables, nada que hubiera sentido antes, era diferente a
cuando te golpeaban en el rostro, porque al menos no
necesitas que se mueva para respirar o para caminar y es fácil
poner hielo en él.

Se sentía pésimo y estaba comenzando a dudar de su salud,


tal vez estaba siendo un poco paranoica, pero era mejor
prevenir que lamentar, así que se puso de pie y camino, con
los ojos de todos sobre ella, hasta el bar donde había visto al
Doc. Se sentó un puesto más allá de él, porque ya les había
dado demasiado sobre que hablar a todos en la fiesta,
primero al aparecer, después por el compromiso.
Pidió un trago y lo bebió lentamente mientras esperaba a que
todos regresaran a sus asuntos, estaba terminando cuando el
Doc. se puso de pie, le dirigió una mirada e inclinó la cabeza a
modo de saludo.

—Necesito su ayuda.

El hombre, ya mayor, con canas y entradas la miró confundido.

—Sígueme— fue lo único que Gina le dijo y después paso


frente a él caminando con su andar seguro.

Tenía una manera de hablar cuando quería que la obedecieran


que nunca nadie le decía que no, era la seguridad con la que
hablaba, una orden escondida tras palabras dulces, además
era hermosa, ya lo he dicho un par de veces y no hay hombre
que se pueda resistirse a su encanto.

Tal como esperaba Doc. la siguió, ella estaba demasiado


concentrada en caminar, respirar y pensar sin que nada le
doliera y él nunca había sido un hombre muy sensitivo así que
ninguno se dio cuenta de que alguien los estaba observando.

Se metieron en una de las muchas habitaciones ahí, Gina


cerró la puerta con cuidado y después se giró hacia él con los
brazos cruzados sobre el pecho.

—Si le dices a alguien lo que vas a ver, eres hombre muerto.

—¿Disculpa? — pregunto Doc., no acostumbrado a ser


amenazado.

Gina dio un paso al frente dejando que los brazos colgaran a


los costados, sus ojos alargados se achinaron cuando volvió a
hablar.

—Vas a darme tu palabra de que nada va a salir de este


cuarto.
Orgullo, el orgullo era lo que le hacía decir como esas, porque
no quería que nadie la mirara con pena, que se sintieran
compasión o que simplemente hablaran de ella. Odia tener los
ojos de las víboras sobre su persona.

—Bien— asintió.

Gina asintió también y le dio la espalda mientras se bajaba los


tirantes del vestido. Doc. protesto con un ruidito gutural y
cerró los ojos sin saber lo que Gina iba a hacer, pero luego los
entreabrió con cierta curiosidad, su boca colgó al ver el
cuadro de pinturas moradas que era su espalda.

—Mierda.

—Yep, mierda— dijo Gina con falsa diversión, se giró


mostrando que las heridas cubrían parte de su abdomen y se
extendían hacia abajo en su cadera derecha —. Mira, solo
quiero saber que está todo bien y alguna cosa para el dolor.

Doc. se acercó a ella algo temeroso por ver tanta piel desnuda
sobre todo si esa piel pertenecía a la prometida de Massimo.
Pero después de poner en orden su mente se convirtió en el
profesional que era y examinó los moretones de Gina, para
ello tuvo que palpar el área dañada además de otras cosas
igualmente dolorosa.

—Son solo moretones— le dijo después de que ella hubiera


cubierto toda su piel con la tela de nuevo —, puedes ponerte
un analgésico tópico, los que tienen aloe vera son bastante
efectivos.

—Bien.

Al menos ya sabía que no se iba a morir, ahora tan solo debía


calmar el dolor.
Gina le dio la mano y murmuro un "gracias". Después se giró
para abrir la puerta, pero alguien más lo hizo por ella. 

Massimo entró como un tornado al cuarto, miró a Gina y


después al Doc., era bastante obvio de donde venía su apodo,
Massimo lo conocía bien porque era quien le había ayudado
cada vez que algo salía mal y acaba con una bala o una
puñalada en su cuerpo, también sabía que tenía una esposa y
que era lo suficientemente inteligente para no tocar a su
mujer.

—¿Qué está pasando acá? — rugió alternando la vista entre


uno y el otro.

Gina poso sus ojos sobre el hombre mayor, la intensidad de


sus iris ambarinos le dijeron que no abriera la boca.

—¿Doc? — insistió Massimo, una de sus cejas gruesas estaba


arqueada y demandaba una explicación, ahora mismo.

El anciano miró a la nueva pareja, ambos tenían fuego en sus


ojos, sabía que mentirle a quien pronto sería su capo era
peligroso, pero por alguna razón romper su trato con Gina
parecía una idea igual de mala, esa mujer era una capaz de
cumplir todas sus amenazas, no lo dudaba ni un poco. El Doc.
Conocía este tipo de gente, había tratado con ella casi toda su
vida y sabía reconocer con quienes no debía jugar, Gina y
Massimo eran ese tipo de persona. Estaba frente al rey y la
reina de La Vegas, aunque ninguno de los dos lo supiera, y
tenía que mantenerse neutral porque si no la reina le cortaría
la cabeza o el rey lo daría de comer a los perros.

—Gina tenía un problema— la mencionada dio un paso al


frente y abrió la boca dispuesta a todo, pero no tuvo tiempo —
con su... menstruación, estaba teniendo cólicos muy fuertes y
quería que le ayudara.

—No te creo— gruño Massimo.


¿Por qué ella lo buscaría para tal cosa? ¿Y por qué lucían tan
culpables cuando entró?

—No es nuestro problema, pero si quieres más pruebas puedo


mostrarte mi tampón— le dijo con una sonrisa inocente —. No
tengo problema, en serio, acabo de cambiarlo, porque tengo
un flujo muy abundante y tenía miedo de que hubiera algún
problema cuando los cólicos se sumaron, por eso le pregunte
al Doc.

Sabía que hablar del periodo siempre incomodaba a los


hombros, por lo que no fue una sorpresa ver la transformación
en la cara de Massimo, pasando de la rabia al desagrado
cuando le mintió sobre su razón de estar ahí. Eso fue
suficiente para que él no hiciera más preguntas y dejara al
otro hombre irse de ahí.

—¿A dónde vas? — le preguntó a Gina que ya caminaba un par


de metros más adelante por el pasillo. Avanzó a zancadas
hasta ella —Tú y yo vamos a bailar— dijo mientras ponía una
mano sobre su cadera y la empujaba contra su cuerpo.

Se mordió el labio inferior adolorida cuando sintió la presión


sobre el moretón. Massimo escuchó su jadeo, pero creyó que
era de placer, como todas las mujeres reaccionaban cuando
las apegaba a su cuerpo, pero cuando estuvieron en la pista
de baile y presionó su espalda baja sutilmente y Gina volvió
hacer el mismo ruido se dio cuenta de que no había placer en
él, de alguna forma le estaba haciendo daño.

—¿Qué carajos? — dijo con el ceño fruncido.

—¿Qué?

Los dedos sobre su cintura se enterraron en la carne


suavemente y ella volvió a jadear, esta vez agregando una
mueca de dolor que Max no paso por alto.
—Eso, ese ruido, esa cara.

De todas las personas que no podía enterarse de lo sucedido,


Massimo encabezaba la lista, no tenía ni de cuál iba a ser su
reacción, pero no le sorprendería que se uniera al club de
golpear a Gina con su padre. No quería darle ninguna vibra de
debilidad, así que fingió demencia.

—Estoy respirando por la boca, idiota, porque la tuya apesta a


muerte. ¿Qué comiste? Espero que tengas mejor higiene
cuando estemos casados.

—¿Ansiosa por qué llegue el día? — la molesto con una


sonrisa ladina que le costó un pisotón —¡Auch!

—Ups— dijo la mujer batiendo sus largas pestañas con


inocencia —, perdón, hace mucho que no bailo.

Massimo quiso sonreír de nuevo, pero no lo hizo porque


sentía que con Gina siempre estaba sonriendo y no le gustaba
eso, era un hombre serio y con fama de asesino desquiciado,
no podía ir por la vida sonriendo, tenía que cuidar su
reputación.

—Nunca te vi en una de estas fiestas— comentó.

Obviamente no, pensó Gina, cada vez que le tocaba asistir a


algo así se la pasaba escondida en los baños o alejada de
todos, eso antes de intentarse salir de aquel mundo, desde
hace casi tres años ya que no visitaba esta mansión o la suya
y no la había extrañado para nada.

—Sí debes haberme visto pero no me recuerdas— le dijo en


cambio.

—¿Bromeas? Con un pelo como el tuyo— acaricio las puntas


de sus rizos rebeldes — sería imposible olvidarme de ti.
—Yo creo que solo nos acordamos de lo que nos interesa y
como nunca he demostrado alguna obsesión contigo o tu
pene, no soy lo suficientemente importante como para
recordarme— le dijo con hastió, como si tener que explicarle
eso fuera un trabajo latoso.

Massimo la observo en silencio por varios segundos, le


gustaban sus ojos, no solo el color sino la forma que tenía,
eran curvados pero alargados, como todo lo demás en ella,
bajo la vista hacia su nariz respingada y después a sus labios
rellenos, cubiertos de un brillo tentador que le pedía a gritos
ser borrado con su lengua. Cada vez que miraba a Gina salía
un detalle más que apoyaba el hecho de que era la mujer más
linda que había vista, en esta ocasión fue el lunar que
sobresalía entre su boca marrón, ¡tenía un lunar en el labio!
¿Cómo no se había dado cuenta de ello? Ah, era porque solo
se podía ver de muy cerca y cuando ella estaba hablando.

—No me estás prestando atención— dijo irritada.

Devolvió la vista al frente, clavando aquellos ojos sobre los


suyos, había una cabeza diferencia entre ellos dos, pero casi
toda la diferencia desaparecía con los tacos.

—No.

Gina gruño, era algo que ambos hacia a menudo, solo que su
sonido era un gorjeo dulce mezclado con una rabia a la cual
Massimo era incapaz de temer.

La morena se soltó de su agarre y cuando él le pregunto para


donde iba Gina le respondió qué al baño, pero no la volvió a
ver en toda la noche.

No sabía si su actitud desafiante lo frustraba o calentaba, tal


vez ambas porque la gente no le decía que no, desde chico
siempre se había hecho lo que quería, era refrescante que
alguien no le obedeciera ni se interesa en él o en lo que tenía.
Gina amaba la universidad, no solo porque le gustaba estudiar
y sentía que le daba un propósito a su vida, sino también
porque era un constante desafío para ella como persona; las
clases, los estudios, los amigos, tenía que encontrar un
equilibrio entre todas esas cosas y eso era un reto divertido
para alguien que no tenía mayores preocupaciones como ella
pues se requería de madures y autocontrol, y cuando estas
dos fallaban siempre quedaba la adrenalina de salvar una
materia o correr a una clase en la mañana después de
haberse pasado toda la noche en fiesta. Definitivamente le
gustaba la universidad y no iba a abandonarla por nada del
mundo, claro que eso no se lo había dicho a nadie porque a
una semana de la paliza de su vida no se sentía muy
entusiasmada por recibir otra igual, además no había tenido la
ocasión de ver a su padre o a Massimo de nuevo, estos dos se
habían reunido para aclarar detalles del matrimonio como a
quien iban a invitar y otras mierdas que a Gina no le
importaba. Era bueno que la hubieran excluido de esas juntas,
aunque ella sospechaba que era por el miedo que tenía su
padre a que Massimo se diera cuenta del tipo de mujer que
era verdaderamente, ya se lo había advertido ella misma, pero
Max de seguro creía que era una broma.

Todo el tema del matrimonio la tenía de mal humor, había ido


a ver el vestido ese mismo sábado, porque querían que la
boda fuera pronto, estaba segura que eso era culpa de su
padre también y había salido de esa tienda deprimida, viendo
como sus sueños se esfumaban entre los velos e hilos
dorados que adornaban hermosos vestidos. Como si no fuera
suficiente era uno de esos días donde tenía un antojo de algo,
pero no sabía de qué.

—¿Tacos? — preguntó Frances, que como buena amiga la


estaba ayudando a descifrar que quería comer.

—No— hizo una mueca.


—Esas masitas que vende la chica del departamento de abajo
— propuso con emoción

—Demasiado dulce— se quejó mientras dejaba caer su cabeza


sobre el regazo de Fran.

—Pizza hecha por mí— balanceó las cejas tratando de


animarla.

Gina niega con un puchero en los labios.

—¿Papas fritas?

—No— lo pensó un segundo —, ¡no sé! — estalló tirando las


manos al aire y después cubriéndose el rostro con ellas.

Su amiga le acaricia los mechones de su cabello, desarmando


algunos de los rulos con lentitud, sabiendo que Gina después
la retará por ello, pero también teniendo el conocimiento de
que jugar con su cabello siempre la calma. Efectivamente un
par de minutos después la morena aparta las manos de su
rostro y su respiración es más calmada.

—Tengo la sensación de que esto no es sobre la comida.

Gina niega con la cabeza, definitivamente no tiene nada que


ver con el antojo, es la frustración de no poder solucionar su
problema.

Sus ojos se cristalizan con lágrimas que no entiende de dónde


provienen, y un sollozo escapa de su garganta. Sintiendo que
se ahoga se cambia de posición y vuelve a quedar sentada
junto a su amiga.

—Voy a casarme— balbucea.

Las lágrimas bajan por sus mejillas, deslizándose una tras


otra. Se cubre el rostro con las manos porque odia que la
gente la vea llorar, la hace sentir débil y una presa fácil.
—¿Qué dices, Gina?

—Estoy comprometida— solloza —, me voy a casar.

Decirlo en voz alta y a Frances hace que se vuelva mucho más


real la situación y eso le rompe el corazón. Su vida se está
desmoronando y no pedazo a pedazo, sino toda junta de una
sola vez, una maldita avalancha que cae sobre ella y amenaza
con asfixiarla hasta que ya no pueda más.

—¿Estás drogada? — cuestiona Fran con su voz aguda.

La toma de las mejillas para poder levantar su rostro y ver sus


pupilas. Como enfermera y hermana de un drogadicto sabe
reconocer fácilmente cuando alguien tiene sustancias ilícitas
en su cuerpo. No hay nada en su amiga que le demuestra eso,
pero la idea de que ella vaya a casarse es una cosa que no
puede creer, por Dios, si Gina es de las mujeres que quieren
comerse el mundo y considera a los hombres una distracción
que solo usa en una noche.

—Pero, ¿cómo? — pregunta porque no sabe que más decir.

Gina se cuestiona lo mismo, ¿cómo termino en esto? ¿Cómo


es que hace menos de seis horas estaba en una tienda
probándose vestidos de novia? Todo parecía tan surreal hasta
que se lo confesó a Frances y tuvo que explicarle cómo había
terminado en ese embrollo, ahí se dio cuenta de que todos
sus planes se había ido a la mierda, que su vida se acabaría
una vez que ese anillo de compromiso escondido entre sus
cosas se convirtiera en una sortija de matrimonio, porque en
el mundo de la mafia las mujeres servían para una sola cosa.
Ese pensamiento hacía que se le apretara el pecho y que aire
no entrara a sus pulmones.

Le aterraba perder todas las cosas que formaban su persona,


salir de fiesta, vivir con su mejor amiga, la universidad, todo
eso desaparecería y con ello su ser. ¿Qué podía hacer para
que nada de eso sucediera?

—¿No puedes romper el compromiso? ¿Cambiarte de nombre?

Negó, limpiándose las lágrimas de las mejillas.

Sentía los ojos hinchados y adoloridos por la media hora de


llanto descontrolado. Se recostó sobre la falda de Fran otra
vez, tomo su mano y la puso sobre su cabello exigiéndole sus
caricias. 

—No puedo— dijo con un puchero que se transformó en una


mueca rabiosa —. Esta gente... ellos no toman un no por
respuesta.

—¿Esa gente? — preguntó Fran con el ceño fruncido.

Gina frunció los labios, ese tema había logrado dejarlo fuera
de toda la historia, nunca le había mencionado a Fran nada
sobre su vida pasada, era un tabú, en parte porque ella odia
esa época y todo lo que representaba, los pecados de su
padre los había cargado sobre sus hombros hasta que
entendió que nada de lo que él hacía era su culpa, y en parte
porque había una ley no escrita entre todos aquellos que
compartían esa sangre y es que sus asuntos eran de nadie
más que de ellos.

—No puedo decirle que no al matrimonio— repite.

Es cierto, ya le ha dado miles de vueltas al asunto, es en lo


que piensa cada noche antes de dormir.

¿Cómo me escapo? ¿A dónde voy? ¿Con que dinero? El que


ella usaba era de su padre y obviamente sería rastreado. Nada
sucedía en Las Vegas sin que el capo se enterará, por lo que
organizar todo para escapar requería de contactos que no
tenía, y si ella escapaba Massimo la buscaría por cielo, mar y
tierra, sabía que el orgullo le impedía aceptar que una mujer lo
abandonará.

—No puedes— le da la razón —, pero lo que si puedes hacer es


sumar tus reglas al juego.

Giro la cabeza hacia su amiga creyendo que esta se había


vuelto loca.

—El vestido de novia, la noche de bodas, tú siendo esposa;


vamos a encargarnos de que cada cosa lleve tu nombre
grabado sobre ella; peligrosa, sexy, indomable, Massimo no va
a saber que lo golpeo.
SEIS-El corazón del diablo- Dreame

—Me gusta como piensas— exclamó Gina recuperando parte


de su ánimo —¿Qué tienes en mente?

—Primero— la otra se puso de pie —, ya sé que te va a quitar el


antojo.

Gina imitó sus movimientos y la siguió a la cocina, se sentó en


una de las sillas mientras Frances abría el refrigerador y
sacaba una caja con frutillas de ahí.

La boca se le hizo agua de inmediato, que bien la conocía su


amiga, por supuesto que ella siempre estaba antojada de
frutillas.

—Haré merengue, así que no te las comas todas aún— dijo


pasándole la caja en las manos.

Gina asintió hipnotizada con la fruta en sus manos, el color


rojo intenso, brillante y jugoso hacia que se imaginara como
sabrían, la manera en que reventarían en su boca cuando las
aplastará con sus dientes.

Se puso de pie de inmediato y fue a lavarlas, ya quería sentir


el sabor refrescante y dulce en su paladar.

—¿Son muy conservadores en tu familia? — curioseo Frances.

Gina la miró con una de sus perfectas cejas enarcadas, los


labios apretados en una mueca que grita: ¡esa es una
pregunta estúpida! No solo eran conservadores, sino que
terriblemente misóginos.

—Asumo entonces que el vestido es bonito, pero sencillo y


poco revelador.
—Asumes bien— dijo antes de echarse una frutilla a la boca.

El sabor exploto en su boca al instante, el jugo dulce la hizo


gemir de placer y la frescura de la fruta elevo su éxtasis.

La frutilla era la mejor fruta del mundo y punto.

—No vas a llevar ese, vamos a buscar uno sexy que les haga
estallar la cabeza— declaró con una sonrisa maliciosa.

La mano que estaba llevando a su boca se detuvo, elevó la


mirada hacia Frances concentrándose en esa nueva expresión
que tenía, era maldad, venganza y una diversión retorcida.

Tuvo que esperar a que terminara con la batidora para decirle


que jamás se hubiera esperado una idea así de su parte, ella
se encogió de hombros como si no fuera la gran cosa.

—Es la primera vez que siento ganas de hacerle daño a


alguien— reconoció —, pero la idea de realmente dañar a
alguien me revuelve el estómago, así que pienso que lo mejor
sería probarles que tú no recibes ordenes de nadie y también
para ayudarte a ser todo esto un poco más ligero, sé que es
algo muy duro para ti.

Gina sintió ganas de llorar de nuevo, pero las mantuvo bajo


control, tan solo se acercó para darle un abrazo y esconder el
rostro en su espalda.

No quería seguir triste, pero la rabia no la hacía sentir mejor,


aunque estar enojada mientras buscaba un vestido que en
realidad iba a disfrutar usar y comía frutillas con merengue sí
le subía un poco el ánimo.

—¿Este? — le pregunta enseñándole una foto de Pinterest.

En la pantalla hay una mujer que tiene un vestido que en


realidad son hilos.
—Si voy a pagar millones por eso, mejor me aparezco
desnuda. Este está mejor— le dice enseñándole su celular.

El que ella había visto mostraba mucha más piel que un


vestido normal porque era transparente, pero a su vez
elegante.

—¡Está hermoso! — chilló levantándose y yendo hacia ella para


poder ver mejor el diseño —¡Oh! — dice con malicia juntando
sus manos —¿No puedes aparecer vestida de n***o?

La idea le tentó, pero tuvo una mejor.

—No, el blanco simboliza la pureza, ya sabes, ser virgen, dulce,


inocente— inclino la cabeza hacia un lado con cada palabra
mientras las decía con desprecio —Así que, mejor dejémoslo
así.

—¡Me en.can.ta! Oh, esto será tan divertido, ¿los monitos de la


torta pueden ser una representación de tú matándolo? — dice
exaltada.

La carcajada de Gina reverbera por todo el lugar, se cubre la


boca intentando que los trocitos masticados no se escapen
de su boca, pero luego Frances dice:

—O contratamos un doble de ti y nosotras nos escapamos a


Hawái.

Otra carcajada escapa de sus labios junto con un poco de


betún, Frances hace una mueca de asco que le causa más
gracia y Gina estira su cuello echando la cabeza hacia atrás
dejando salir un sonido alto, cantarín y contagioso.

Así como así, el mal momento de tarde desaparece y ellas dos


están riendo sin motivo. Esa es la cosa con Frances y Gina,
ninguna de las dos es de las que se sientan a llorar y a
lamentarse por las cosas, así siempre que estén juntas las
cosas irán bien.

Las puertas del ascensor se abren y el par de amigas sale de


allí, van tomadas del brazo riendo sobre un chisme que Gina
ha contado.

Después de aquel sábado en donde acordaron comprar un


nuevo vestido y pensaron en diferentes formas de joder la
boda y todo su matrimonio, las cosas habían estado
calmadas, se había mantenido ocupada estudiando para los
exámenes finales, saliendo con amigos y viendo un montón
de películas cuando le quedaba tiempo libre en las noches y
no quería pensar en todo el drama en que se había vuelto su
vida.

—¿Tienes planes para hoy? — pregunta la rubia.

—Nop.

—En realidad sí, corazón— responde una tercera voz en el


pasillo.

Al lado de la puerta de su departamento está Massimo


recargado en la pared, sus brazos están cruzados al igual que
sus tobillos, dándole un aire despreocupado. Al ver a las dos
mujeres se endereza y termina la distancia entre ellos.

—Uh, no— dice Gina.

Es la primera vez que lo ve después de casi un mes, ¿y quiere


que salga con él? No señor, no hay forma de que eso vaya a
pasar.

Pasa por su lado golpeando su hombro apenas notándolo, o al


menos eso cree él, pero lo que Massimo todavía no entiende,
porque en realidad ninguno de los dos se ha dado el tiempo
para conocer al otro, es que son muy parecidos y que a pesar
de que apenas le dio una mirada de segundos tan solo
necesita eso para ver todos los detalles que quiere saber;
Massimo está vistiendo pantalones de tela y una camisa
celeste que combina muy bien con sus ojos, nada importante,
se recuerda, aunque toma toda su voluntad no darle un repaso
más detallado, es difícil ignorar su belleza, pero no le gusta
reconocer que hay algo bueno en él, se siente como una
traición hacia sí misma.

—Vamos, corazón, nos la vamos a pasar bien— dice Massimo,


sus labios se curvan de un lado revelando un hoyuelo que
Gina se pierde porque está buscando las llaves en su cartera.

Levantó la cabeza para posar una mirada hastiada sobre él, es


la única expresión que Gina tiene en la cara cada que se
encuentran.

—No, ¿sabes por qué? Porque tú vas a estar ahí y tenerte


cerca me repugna— escupe las palabras con verdadera furia.

—Auch— se pone una mano sobre el pecho dramáticamente


—, creo me has roto el corazón con tu crueldad— bromea,
intentando que la rabia no se haga presente.

Pero Gina ve como sus iris se enfrían un poco más, si eso es


posible, y su mandíbula se tensa visiblemente. Es como si
todo él se enfriara un poco más cuando se enoja, Gina sabe
que en algún punto todo ese hielo se quebrará y la verdadera
furia saldrá a flote como la lava de un volcán. Se pregunta qué
tanto debe presionarlo para eso, ¿qué tan dura es esa corteza
glaciar que lo protege?

—Como desearía que fuera verdad, así estarías muerto— dijo


con fiereza.

La mandíbula de Massimo se apretó un poco más y estuvo


segura de que sus dientes rechinaron.
—Cuida lo que dices, corazón— advirtió con una expresión
salvaje en el rostro.

—Si no quieres oír lo que tengo que decir, entonces lárgate—


dijo Gina despreocupada, como si él fuera cualquier persona,
incluso agito la mano en el aire queriendo que se esfumara en
él.

Después volvió a su tarea de buscar la llave, la puso en la


cerradura y empujó, pero Massimo sujetó el pomo, aplastando
sus dejos contra la manilla de manera brutal. Se traga un
jadeo de dolor, enseria su expresión y mira sobre su hombro
como si fuera la cosa más insignificante en el mundo.

Para Massimo esa fue la gota que rebalsó el vaso. Ella era tan
insolente y estaba harto de eso, solo la había visto un par de
veces, pero era suficiente para querer arrancarle la cabeza y
hacerle entender que en este juego ella no es nada más que
un peón. La agarró del brazo para empujarla contra la pared,
Gina hizo una mueca de dolor, pero eso no sacio su sed de
sangre.

—Te vienes conmigo— gruñó frente a su rostro.

Gina le miró desafiante.

—Nop— recalco la p y después le dio una sonrisa arrogante.

Algo en el rostro de Massimo cambio, las aletas de su nariz se


dilataron en profunda furia y a Gina se le revolvió el estómago
de euforia, quien diría que hacer enojar a alguien sería tan
emocionante.

—¡Mierda, Giana! — dio un golpe en la pared al lado de su


cabeza que a ella no le hizo ni cosquillas —Deja de
presionarme porque no te va a gustar cuando te haga lo
mismo— hablo con su voz tranquila y fría, recuperando la
compostura.
Gina alzo el mentón sin miedo, achino ligeramente los ojos
retándolo a hacer algo, porque de repente le salía ese instinto
suicida donde tan solo se preocupaba por ganar sin importar
las consecuencias.

—Me llamo Gina, imbécil y si no te largas ahora mismo de mi


casa lo lamentaras.

Estaba tan centrada en sostenerle la mirada que no vio su


mano moverse ni tampoco cerrarse sobre su cuello, el aire
dejo de entrar a sus pulmones abruptamente y se encontró
jadeando en busca de oxígeno. El pulso comenzó a latirle
enloquecido, Massimo lo noto y puso su pulgar sobre este,
disfrutando de lo que significaba.

Gina estaba asustada, la máscara de desinterés se le había


caído y ahora no había nada que la protegiera. Recordando
que ella no era una presa fácil para nadie recupero el control
de su cuerpo, o lo que más se podía en una situación. Primero
se las ingenió para parecer tranquila, aunque sentía la falta de
aire cada vez con más fuerza, después puso una mano sobre
la de Massimo y comenzó a apartar sus dedos uno por uno, él
se lo permitió, pero no se movió un milímetro.

—Voy a llamar a la policía—dijo la voz temblorosa de Frances.

Massimo, que por un segundo se olvidó de ella, se giró para


darle una mirada asesina, aunque ese fuera un gran
eufemismo. Después sus labios se curvaron en lo que parecía
ser la sonrisa más espeluznante de todos los tiempos, Gina la
vio también, pero acostumbrada a tratar con su padre no se
estremeció como su amiga.

Puso una mano sobre el hombro de Massimo para detenerlo


de acercarse a Frances, después le hizo a esta una señal con
la cabeza para que entrara a la casa, al ver la duda y el temor
en sus grandes ojos le dijo con voz suave.
—Ve, estoy bien.

Se quedó quieta varios segundos, no sabiendo que hacer,


hasta que la misma Gina la agarró del brazo y la metió al
departamento. Cerró la puerta dejando a ella y a Massimo
fuera.

Se volteó hacia él con la sangre hirviendo de rabia, todo su


cuerpo parecía estar en combustión espontánea. No solo le
cagaba la vida obligándola a casarse con él, sino que además
se atrevía a arruinar sus últimos días de libertad
presentándose en su casa demandando cosas y ahorcándola,
iba a matarlo, en serio, sentía la necesidad bullendo en su
interior, lista para ser liberada en cualquier momento.

—La próxima vez que me pongas la mano encima será la


última— le amenazó furiosamente.

Massimo dio un paso al frente volviendo a acorralarla contra


la pared. Gina pudo sentir su perfume viril, su calor y esa
energía oscura que sacaba a la luz la propia. En esta batalla
era como estar contra sí mismo.

—No estás en posición de decir tales cosas, corazón— el


apodo estaba comenzándola a irritar —. Ahora, ve allá dentro y
ponte algo bonito para mí, porque vienes conmigo a la fiesta.

¿Qué fiesta?, quiso preguntarle, pero se centró en cosas más


importantes.

—Claro— le dio una sonrisa falsa —, lo haré en... nunca jamás.

Massimo volvió a golpear el puño contra la pared al lado de su


cara, acerco sus rostros dejándole ver que el hielo en sus ojos
comenzaba a resquebrajarse, si era así de fácil romperlo
entonces se sentía muy decepcionada.

—Soy tu esposo, vas a hacer lo que yo te diga.


—¿En serio? — alzo las cejas creando una expresión jocosa —
Vas a utilizar ese argumento— dijo con una risa —. Quien diría
que el gran Massimo no es capaz de controlar a su prometida
y sigue amenazándola con algo que no existe. Esperaba más
de ti— lo provoco con una sonrisa arrogante.

El azul en sus ojos dejo de ser tan frío por un segundo, Gina
vio con orgullo como sus iris se transformaban en una
tormenta sin precedentes y sin control, las mismas
emociones asustaron a Massimo, desconcertándolo por un
segundo de lo que quería hacer, pero luego la ira resurgió y
esta vez no hubo nada que la contuviera.

Agarro de la muñeca a Gina, que había intentado escabullirse,


y la empujo contra la muralla sin medir su fuerza. Ella
queriendo cumplir su amenaza levanto la rodilla para darle un
golpe, pero Massimo fue más rápido aplasto todo el dulce
cuerpo femenino con el suyo, impidiéndole moverse.

—Escúchame bien— la tomo del mentón para obligarla a verlo


—, o haces lo que te digo o voy allí dentro y torturo a tu amiga
hasta que me digas que sí.

Un nuevo tipo de ira nació en su interior ante la amenaza


hacia Frances, se devoró todos sus órganos y tan solo dejo un
hueco oscuro y vacío, quería alimentarse de más cosas,
atacar y tragar hasta que ya no quedara nada de Massimo.

—No vas hacer nada— dijo ella, su voz estaba segura.

—¿Cómo lo sabes? — la provoco, su expresión seguía igual de


fiera.

—Por qué no lastimas a la gente que no te ha hecho nada.

—Yo castigo a los que me tocan los cojones, y tú estás


haciendo precisamente eso ahora, así que has lo que dijo o tu
amiga pagara por tu error.
Gina lo miró fijamente buscando algo que le indicara que
mentía, que eran amenazas vacías, pero podía ver en sus ojos
que quería lastimarla y que sabía que Frances era un buen
medio para eso.

No tenía palabras para expresar cuanto lo odiaba, tan solo


acciones, pero la oportunidad de hacer algo también la había
perdido cuando la empujó contra la pared y amenazó a su
amiga. Se sentía débil, insignificante, como lo había hecho
durante toda su infancia y odia eso, odia que un desconocido
sea capaz de reducirla a tan poco, a robarle todo el poder
como un adulto le quita un dulce a un bebé.

No, Gina no podía permitir eso, se había pasado toda su vida


intentando tener real control sobre ella y ahora que lo estaba
logrando, ¿aparecía alguien de la nada a aplastar todo su
progreso? No, señor. Ella era mejor que eso, mejor que esa
mujer aplastada contra la pared que no pensaba con claridad.
Gina era astuta, tenía que hacer a un lado la rabia por un
momento y enfriar la cabeza porque si no, no iba a ir a ningún
lado.

Cerró los ojos por un segundo, dándose tiempo para pensar y


también para darle la sensación a Massimo que había ganado,
que ahora le iba a obedecer, pero no era tan así; resulta que a
veces uno debe ceder el poder al otro para que crea que está
en control y después se lo arrebatas sin que se dé cuenta
porque está demasiado concentrado regodeándose de algo
que en realidad no posee.

—Bien, iré a la puta fiesta— gruñe.

No importa cuál sea el plan, ceder es algo que jamás le va


gustar hacer.

—Bien— repite con una sonrisa come mierda que a Gina le


despierta deseos asesinos.
Cuando Massimo no muestra interés por moverse ella le
empuja, mas Gina no es rival contra su cuerpo musculoso. A
pesar de que no es muy alto tiene una figura maciza que
recompensa los centímetros que le faltan para intimidar. Sus
hombros son fibrosos y cuando Gina apoya las manos sobre
ellos una corriente eléctrica le recorre la columna, se aparta
de él como si quemara, presionándose contra la pared para
poder poner un poco de espacio entre ellos dos se da cuenta
de que eso no va a ser posible, Massimo está sobre ella,
respirando su mismo aire, aplastando su cuerpo con el suyo
hasta que cada curva tiene encima una de sus angulosas
durezas. Sus pechos colisionan cuando respira y sus caderas
encajan al intentar sacudírselo de encima.

A pesar de lo guapo que es y de lo bien que se siente, Gina no


lo quiere encima, Massimo ya le ha arrebatado demasiado, no
va a dejar que se lleve su cordura también, incluso si se está
muriendo por volver a probar esa boca o si algo en su interior
le suplica por que se lance a sus brazos. 

—Quítate— le exige empujándolo por los hombros de nuevo.

Esta vez Massimo la deja ir, le hace una señal para que entre
al departamento y cuando ella pasa por su lado le susurra al
oído.

—Ponte algo bonito para mí, corazón.

—Antes muerta— le responde Gina.

Escucha la carcajada de Massimo detrás de ella, es ronca y


varonil y le pone los pelos de punta, pero de nuevo ignora esas
emociones, lucha con la sonrisa que quiere aparecer en su
propia cara y entra, como Max está muy ocupado riendo y
mirándole el culo, ella aprovecha la oportunidad para cerrar la
puerta y dejarlo fuera.
—¡Vamos, Gina! Pensé que ya habíamos solucionado el asunto
— le grita encolerizado mientras aporrea la puerta.

—Te dije que no podrías conmigo, corazón— canturrea


victoriosa, su respuesta es otro golpe en la puerta —, ya
ríndete de una vez, Massimo y déjame en paz.

De reojo ve a Frances acercándose con pasos temerosos y


sus labios curvados en una mueca que le indica que está a
punto de llorar. Gina le indica que se quede dónde está y le
regala una sonrisa tranquilizadora.

—Abre la puta puerta, Gina— más golpes —o te juro que lo


lamentaras.

Ella lo ignora, tiene la sensación de que en esta ocasión eso lo


molestara mucho más que si le diera una respuesta mordaz,
así que se mantiene en silencio viendo cada cierto tiempo por
la mirilla para comprobar que Massimo no está haciendo nada
realmente peligroso. 

Verlo pasearse de un lugar a otro, agarrarse los cabellos y tirar


de ellos con frustración le causan gracia, las carcajadas
burbujean en su garganta y luchan por salir, pero las mantiene
bajo control, si la escucha reírse de él va a perder los estribos,
es obvio que un hombre como Massimo no está
acostumbrado a ser objeto de burla o a que le contradigan, así
como ella no está acostumbrada a tomar ordenes de nadie.
Debería haberle hecho caso cuando le dijo que lo mejor para
ambos era romper el compromiso, pero como todos la
subestimo y ahora debe luchar con las consecuencias.

—Abre— martillea la puerta con su puño, su rostro ha perdido


esa expresión fría y ahora es pura cólera —Abre o voy a tirar la
puerta.
Era de lo más divertido verlo allí afuera como un perro
rabioso, sin una solución y todo por su culpa. Ay, señor, había
olvidado lo bien que se sentía causar problemas y joderle la
vida a los demás con pequeñas acciones.

—Bien— gritó a la nada —, ganaste, pero te lo advierto, no te va


a gustar nada mi respuesta.
SIETE-El corazón del diablo- Dreame

—¿Qué tal la vida de comprometido? — le preguntó Ace.

Ajustó los binoculares para poder ver mejor y se acercó un


poco más al borde del cerro.

—Ni me lo recuerdes, Gina es un dolor en el culo.

Su mejor amigo se rio entre dientes, tratando de hacer el


menor ruido posible.

—Ella te lo advirtió— le recordó, lo que no hizo nada para


mejor su humor —, deberías haberle creído.

Estaban entre medio de arbustos, congelándose las pelotas


mientras observaban a un montón de idiotas no hacer nada.
Era una misión de espionaje, de esas que Massimo odiaba
porque requería ser silencioso, paciente y astuto, ninguna de
esas tres eran características suyas o tal vez sí, pero no de las
cuales disfrutara más, a él le gustaba sostener la vida de los
hombres en sus manos, golpear, cazar, no estar ahí echado
sobre la tierra sin hacer nada realmente.

—¿Cómo iba a saber que estaba loca?

—No está loca— la defendió Ace con un tono parecido a la


molestia —, simplemente molesta porque le has arruinado la
vida.

—¿Cómo voy a yo ser capaz de hacer algo así? — siseo,


dejando de prestar atención a los hombres abajo para mirar a
su amigo.
Ace bufó, le miró cansado por un momento, a veces le
sorprendía lo maduro que era para su edad, para Massimo era
extraño ser mejor amigo de alguien con quien se llevaba más
de diez años de diferencia, no le había parecido posible
cuando primero conoció a Ace, pero ahora lo veía como un
hermano pequeño con el que tenía una increíble relación.

—A veces eres tan tonto, ella no quiere casarse, ni contigo ni


con nadie. Es una mujer independiente que ama su vida tal y
como está, lo cual es entendible porque tan solo tiene veintiún
años. Gina disfruta de ir a la universidad, salir de fiesta con
sus amigos, le gusta está ser independiente porque para ella
no es sinónimo de soledad.

Lo miró con el ceño fruncido, los celos brotaron en su interior


acompañados de una posesividad que nunca antes había
sentido, las emociones desconocidas le sorprendieron,
dejándolo enmudecido por varios segundos y provocando una
ráfaga de otros sentimientos que le hicieron querer lanzarse
sobre Ace, pero no lo hizo porque una parte racional de su
cerebro le recordó que él era su amigo y que el mismo le había
pedido que la observara y le informara sobre lo que hacía.

—Así que el matrimonio es el problema— murmuró pensativo.

Ya sabía cuál iba a ser su siguiente movimiento, la venganza


por aquel día en que fue a buscarla a su departamento, le
había tomado por sorpresa y estuvo a punto de perder el
control completamente, pero si quería jugar este juego,
entonces lo haría.

—¿Qué estás pensando? — curioseó.

—Como vengarme.

—No lo hagas, Max, es una buena chica.


Los celos volvieron a crecer dentro de él y en esta ocasión no
se controló, le dio un golpe fuerte en el hombro que casi le
hizo botar los binoculares.

—Calma— le dijo Ace sin emoción —, no estoy interesado en


ella, pero sí siento un poco de pena porque se vaya a casar
con un sociópata como tú, aunque si te ha hecho frente,
deben ser muy parecidos— analizo en voz alta.

Massimo no quedo contento con lo que le había dicho, así que


le quitó los binoculares y acercó su rostro al suyo.

—Parece que le has estado prestando mucha atención—


siseó.

—Es lo que me pediste que hiciera— se encogió de hombros


apático.

—Pues ya no lo vas a hacer más— gruño y después se alejó.

Ace recogió los aparatos y volvió a concentrarse en su tarea.


Massimo lo miró fijamente por un momento largo, molesto
por su constante desinterés, por esa desgana en todo, el chico
era más frío que un cubo de hielo, pero a veces Massimo
lograba derretirlo un poco, aunque esta no sería la ocasión,
para Ace el tema ya estaba terminado y Massimo se esforzó
por hacer lo mismo, preocuparse por él era un poco estúpido,
no había otra palabra para definirlo, Ace no tenía interés por
nadie, no verdadero al menos. 

Miró por el binocular, observando con aburrimiento a los


hombres. No tenía ni idea de porque estaban acá, su padre lo
había enviado sin permitirle replicar, así que aquí estaba, en la
frontera de su territorio con el de El Cartel, la mafia que por
ahora controlaba Miami y sus alrededores, esperando a que
algo sucediera. 
Estuvieron media hora más sin ver nada interesante hasta que
apareció un nuevo hombre.

—¿Ese quién es?

—No sé, tiene la cara cubierta— respondió Ace, podía oír la


frustración en su voz.

Revisó todo el lugar viendo como otros dos hombres entraban


con un baúl cargado entre ambos, ajustó los binoculares,
tratando de leer algo que le diera una pista de que había allí y
de a quien pertenecía.

—Oh, mierda— balbuceó Ace que había tenido la misma idea


que él.

Regresó la vista al nuevo hombre que estaba estrechando la


mano con JJ, uno de los jefes en El Cartel. Le mareaba estar
cambiando la vista de un lado a otro tan seguido así que
agradeció que los otros hombres se acercaron a JJ, abrieron
la caja mostrándole lo que había dentro.

Jodida mierda, eran sus armas las que estaban ahí.

—Tenemos una rata— dijeron ambos al mismo tiempo


mirándose sorprendidos.

¿Quién sería tan imbécil para cometer tal error?

No tuvieron tiempo para averiguarlo porque el celular de


Massimo sonó estruendosamente, rompiendo en el pulcro
silencio que había reinado hasta segundos atrás.

Ace lo miró con su ojo izquierdo tiritando, dejando a la vista la


única emoción que le era fácil expresar, el tic aumentó al
escuchar la risita de Massimo, su despreocupación le parecía
increíble y no en el buen sentido de la palabra.
—¿Por qué nunca puedes hacer nada bien? — rugió Ace
poniéndose de pie.

Massimo rio, incapaz de contenerse y mientras las carcajadas


vibraran en su cuerpo lo siguió rápidamente, recogieron sus
cosas y corrieron al auto.

—Tú vida sería aburrida como la mierda si de vez en cuando


no cometiera un error— le grito mientras se movían
expertamente entre los arbustos.

No había ninguna luz más allá de la que proporcionaba la luna


llena en el cielo, pero ellos habían evaluado el terreno y
recordaban la mayor parte de él. Corrieron evitando piedras y
cuidando de no desviarse del camino hacia el auto.

—¿Llaves? — le preguntó a Ace, pues no recordaba quien


manejo el último trayecto hacia acá.

—Las tienes tú— le gritó su amigo en respuesta, todavía


molesto con él por haber cometido un error tan básico.

Buscó entre sus bolsillos mientras seguía corriendo, podía ver


la sombra del auto, por lo que no estaba lejos, encontró las
llaves en su bolsillo y se las estaba lanzando a Ace, pues él
era mejor condiciendo cuando debían escapar, cuando un
disparo se escuchó.

—Si no morimos ahora, te mataré yo mismo— escucho que


Ace bramaba de algún lugar.

Se encogió cuando escuchó otro disparo y sintió como una


bala pasaba rozando por su costado, el silbido le puso la piel
de gallina y la adrenalina se encendió en su cuerpo
empujándolo a soltar una carcajada maniática y a correr más
rápido. El miedo no era una cosa que sintiera, desde hace
décadas que ya no formaba parte de sus emociones, la
adrenalina siempre se encargaba de eliminar cualquier otra
cosa que no fuera rabia o diversión, eso era lo que sentía
cuando estaba trabajando, nada más, por eso la gente
consideraba que estaba loco.

Entraron al auto con las pisadas de los otros casi sobre sus
talones, Ace los sacó de ahí como lo hacía siempre que
Massimo los metía en un problema. Manejo expertamente,
apagando las luces de vez en cuando para que así fuera más
fácil perder a los hombres que les seguían y estaban
disparando contra ellos. Al llegar a la carretera sus
respiraciones seguían siendo aceleradas producto de la
corrida y ambos tenían una sonrisa loca en los labios.

—Te odio— le dijo Ace, sin quitar los ojos del camino —, no
entiendo porque sigo siendo tu amigo, es como si yo fuera el
adulto aquí.

Massimo le palmeo el hombro riendo con despreocupación,


como si nada hubiera sucedido, porque así lo sentía él, en
ningún momento habían estado en peligro, ambos tenían
ventaja sobre los otros.

—Yo soy lo divertido en tu vida, mi amor— dijo con un tono


burlón mientras acariciaba la mejilla áspera de su amigo.

—Vete a la mierda— habló haciendo rechinar sus dientes y


apartando su rostro de la mano de Max como si este fuera la
peste.

Él dejo escapar una carcajada sonora y se reacomodo en el


asiento para revisar quien había arruinado su operación. Era
un número privado, de seguro alguien que se había
equivocado porque no tenía ninguna otra llamada perdida de
él. Iba a apagar el celular cuando recordó que tenía una
venganza que hacer; si Gina odiaba la idea del matrimonio
entonces Massimo la haría sufrir más tiempo del planeado,
después de todo él ya se había acostumbrado a la idea de que
se casaría, estaba en paz con ello, estaba seguro de no
habrían grandes cambios en su vida, por mucho que Gina lo
enfrentara no podía hacer nada para joderle la vida realmente
como él estaba haciendo con ella, además, todas esas peleas
se podían evitar si ellos no estaban en el mismo cuarto junto,
lo cual era sumamente fácil teniendo en cuenta de que
Massimo era un hombre ocupado. 

Gina había estado equivocaba al pensar que no podría con


ella, sí, era una mujer más difícil de lo común y se había
equivocado leyéndola, pero eso se iba a solucionar ahora que
adelantara el matrimonio. Estaban jugando bajo sus reglas, él
era el rey del tablero y ella un simple peón que tenía que
moverse según se lo ordenaran. Massimo podía no ser un
bastardo frio y calculador como su mejor amigo, pero algo
sabía de estrategias y es que a las personas como Gina no le
gustaban perder, si él la presionaba, ella presionaría de vuelta,
la gracia estaba en que él era mucho más fuerte que su
prometida y entre empujón y empujón terminaría con ella,
lentamente, sin que se diera cuenta, hasta que ya no pudiera
empujarlo de vuelta y entonces sería suya por completo.

Llamó al padre de Gina, un hombre desesperado por ser


reconocido y por deshacerse de su hija también. No
importaba que fueran las una de la mañana, las tres donde
Massimo se encontraba, siendo que le estaba haciendo un
favor podía permitirse tal cosa.

No obtuvo ninguna negativa de su parte, por supuesto, incluso


el hombre estaba feliz de que el asunto se acabara lo más
pronto posible. 

—Vas a conseguir que te maten así.

Massimo lo miró con confusión y Ace suspiró.

—Gina— dijo mirando por primera vez —, no va a estar feliz.


Se encogió de hombros, poco le importaba lo que ella opinara,
eso ya estaba claro. 

Conecto el celular al Bluetooth del auto para poner música y


relajarse en el asiento, iniciando una conversación superficial
que murió pronto porque Ace no hablaba por placer sino para
comunicar cosas, aun así, Massimo disfrutaba molestar a las
personas por lo que se esforzó por charlar, incluso si la
mayoría del tiempo era él dando grandes monólogos que
sabía que irritaban a su amigo.

—¿No te callas nunca? — acabó preguntando.

—Na, me gusta escucharme a mí mismo— dijo con una gran


sonrisa.

El sol ya estaba saliendo y sobre la carretera se producía un


espejismo que reflejaba parte del paisaje. Llevaban varias
horas de viaje, pero aún le quedaban muchas por delante.

—No me digas— le respondió irónico, después bostezó.

Massimo que había dormido casi todo el viaje de ida, estaba


mucho más despierto, así que le dijo que se detuviera para
que él manejara.

—Directo a casa— le ordeno Ace medio dormido.

—¿Desde cuando eres tú el que da las ordenes?

Su amigo entreabrió los ojos cafés, bordeando el n***o; se le


veía cansado, más de lo normal y a Massimo se le apretó el
corazón al darse cuenta de la vida que llevaba una persona
tan joven como él. En momentos así era cuando recordaba lo
joven que era y también porque su amistad funcionaba tan
bien, pues a pesar de que Ace apenas tenía diecinueve, era
todo un hombre, cualquier rastro de inmadurez y niñez
desapareció el día que se presentó frente a su puerta pidiendo
un trabajo porque era eso o morir de hambre. Massimo le
había dicho que se fuera, pero Ace era tan testarudo como
una mula y estuvo sentado frente a su casa, hasta que la
parte que todavía latía de su corazón cobro más fuerza y
decidió ayudarlo, desde ese día Ace no había hecho más que
probar que había tomado la decisión correcta.

—En serio, Max, si despierto y estamos en Dallas, voy a


golpearte— amenazó somnoliento.

Massimo soltó una risita que le sacudió todo el cuerpo y le


revolvió el cabello a su amigo.

—Duérmete ya, confían en mí.

—Si no fuera así, no dormiría.

Con el matrimonio adelantado el tiempo se le paso mucho


más rápido, un día estaba de manejando de vuelta a Las
Vegas y al siguiente está parado frente en el altar esperando
que la novia apareciera.

No podía decir que estaba nervioso, porque después de todo,


esto era tan solo una gran farsa, él ni siquiera creía en un Dios
y, aun así, había un cura a su lado esperando, igual que él. Sí
se sentía ansioso, expectante, impaciente por ver a Gina. La
boda se había movido para dos semanas antes, por lo que en
vez de estar casándose a principios de agosto lo estaban
haciendo en la mitad de julio, dos semanas menos de su
preciada libertad y ella no se había pronunciado, Gina no
había hecho nada una vez que se enteró del cambio de planes,
Massimo no podía mentirse a sí mismo, se sentía algo
decepcionado por no tener ninguna respuesta de su parte,
ninguna declaración de venganza, de odio, cualquier cosa que
no lo hiciera sentir ignorado. 
Nuevamente la había leído mal, las tácticas inteligentes no
eran lo suyo, pero dado que Ace no le estaba ayudando en el
asunto porque según él, Gina era una buena mujer que no
merecía lo que Max estaba intentando hacer, estaba solo en
esto y, al igual que su, pronto, esposa, había decidido no hacer
ningún otro movimiento hasta no tener una imagen más
amplia de lo que Gina tenía planeado y de su personalidad, la
idea de acabar con ella lentamente seguía siendo la más
efectiva según él, pero si veía una posibilidad de dar un solo
golpe mortal no dudaría en usarla. 

Los últimos días habían sido casi imposibles de sobrellevar,


tenía esa sensación en la boca del estómago de que debía
hacer algo, pronunciarse, mostrar que él era el dueño del
tablero, que las cosas se hacían a su manera, no saber qué
iba a hacer lo estaba volviendo loco, sentía que el control de
la situación se le escapaba de las manos, que se deslizaba
entre sus dedos como agua y eso era algo que nunca le había
pasado.

Massimo había sido criado para dominar, ni siquiera


conquistar, tan solo para mantener el territorio que su padre
había expandido y convertido en la mafia más grande e
impresionante de los Estados Unidos, ergo debía tener una
personalidad para ello. La mayor parte de su infancia había
sido fea, un padre alejado y frío que le enseño a reprimir sus
emociones y que prefería golpearlo que darle una verdadera
enseñanza, pero había una cosa que en realidad disfrutó y eso
era mandar, darle órdenes a las personas era algo que le
encantaba y que las personas le hicieran caso sin rechistar
era una cosas que jamás había dejado de disfrutar, tenía que
reconocer que era excitante ser obedecido sin duda alguna y
que por consiguiente la actitud de Gina no era para nada
placentera, nunca nadie le había dicho que no, ¡nadie! E ir
hacia ella y hacerla cambiar de opinión era una idea tan
tentadora... Ponerla sobre sus rodillas y darle azotes hasta
que reconociera que él era el hombre a cargo entre los dos, sí,
esa era una idea muy tentadora, después la follaría hasta que
su nombre fuera lo único que pudiera recordar, Dios, sí, esa
era una muy buena idea.

Por supuesto que se había acostado con otras mujeres


durante el mes que habían estado comprometido, pero Gina
era gloriosa, todo curvas, piernas largas y un rostro hermoso
del cual los ángeles sentían envidia, y tenía muchas ganas de
volver a estar entre sus piernas. Toda esa energía violenta que
tenía se convertía en una cosa increíble en el sexo que él iba a
disfrutar por el resto de su vida si es que Gina se dignaba a
aparecer.

Ya están todos sentados, Massimo está de pie con Ace a su


lado, quien como siempre no parece ni un poco interesado en
lo que sucede a su alrededor, pero en realidad ya los ha
analizado a todos dos veces. Del lado donde debería ir la
novia no hay nadie todavía y la impaciencia en él está a punto
de estallar, ¿de verdad? En el día de su boda, ¿quiere crear una
pelea frente a un millón de personas? Bien, no tenía problema
con eso, así la victoria sería más dulce.

Estaba listo para bajarse del altar, ir a buscarla y arrastrarla


hasta allí, luego la pondría sobre su rodilla, no... Sí, sí
definitivamente haría eso, pero no frente a todos, la idea no
era tan tentadora como hacerlo cuando estuvieran los dos
solos, la idea de otros disfrutando de lo mismo que él no era
algo que le gustará.

Da un paso al frente, Ace pone una mano sobre su antebrazo y


le lanza una mirada dudosa.

Abrió la boca para contarle su idea cuando el sonido de las


puertas abriéndose lo distrajo.

Todos los invitados se giran para mirar a la novia.

—Oh mierda— susurro Ace, sus ojos fijos sobre Gina.


Massimo quiso decirle que se callara y que dejara de mirarla,
pero cuando levantó la vista hacia ella lo entendió.

¿Toda esa espera innecesaria? Definitivamente había valido la


pena.
OCHO-El corazón del diablo- Dreame

El día no había empezado nada como hubiera querido, pero en


cierto modo había sido mejor, después de la cálida llamada
con su padre en donde le había recordado una vez lo
miserable que iba a ser su vida de ahora en adelante y
después de una amenaza de su parte, Fran la sorprendió con
un delicioso desayuno, le converso todo el tiempo
manteniendo su mente ocupada en otras cosas y luego la
arrastro hasta el sofá para ver una película tras otra hasta que
no le quedo ninguna otra opción que aceptar la realidad.

—Arriba, tienes que ir a ducharte.

—Mmmh— se quejó desparramándose en el sillón —no quiero.

—Pero tienes— le dice con una mueca triste que Gina imita
casi de inmediato.

Se revuelve en el sofá y patalea sin querer levantarse, esa


parte de ella que siempre está lista para rebelarse se asoma
en ese preciso momento y Gina vuelve a acomodarse en el
sillón para ver otra película.

—No— Frances le arrebata el control de la mano, apaga la


televisión y después se pone de pie frente a ella —, sé que no
quieres hacerlo, pero tienes que.

—¿En serio? — se cruza de brazos y alza las cejas —¿Tengo


que casarme con un hombre que no quiero y que ni siquiera
conozco?

Frances tuerce los labios y se arrodilla frente a ella, pone las


manos sobre sus rodillas para mirarla seriamente.
—¿Quieres escaparte? Bien, yo te cubro, obviamente no tiene
ningún sentido que en pleno siglo veintiuno seas parte de un
matrimonio arreglado, te lo he dicho todo este tiempo— habló
enojada, apenas alzando la voz.

Gina tomó sus manos entrelazo sus dedos y respiró


profundamente porque no sabía que responderle, las lágrimas
de frustración se acumularon en sus ojos y algunas se
deslizaron lentamente por su rostro, no quería llorar por la
boda, menos aún por Massimo, pero en este momento le
parecía imposible mantener la cabeza fría. 

—No llores, se te van a hinchar los ojos— le dijo su amiga


mientras la abrazaba.

—¿En serio? — levantó la cabeza por un segundo para enarcar


una ceja.

—Eso es lo que tú te dirías si te calmaras por un momento.

—Cierto— respiró temblorosamente tratando de detener los


sollozos.

Volvió a abrazar a su amiga, disfrutando de la calidez de su


abrazo y lo bien que olía, la iba a extrañar tanto y eso la hizo
querer llorar más fuerte.

—Pero, por una vez, ¿no puedo simplemente llorar como


cualquier persona normal? — balbuceó contra su pecho.

Frances le acaricio el cabello y luego cuando sus dedos se


enredaron en él los paso a su espalda. 

—Si eso quieres— dijo encogiéndose de hombros.

—En realidad ya no tengo ganas de llorar.


Soltó una risita mientras se apartaba de su amiga y después
volvió a abrazarla, esta vez sosteniéndola fuerte por más
tiempo.

—A la ducha— le recuerda Frances.

Gina se puso de pie y caminó desanimada hacia la ducha.


Meterse bajo el agua caliente la ayudó a sentirse un poco
mejor, para muchos bañarse era una actividad diaria básica,
pero para Gina era algo realmente importante y que siempre
se esforzaba en disfrutar, le gustaba frotarse el cuerpo con el
exfoliante, sentir como la piel se impregnaba del aroma de su
jabón, adoraba el agua caliente cayéndole en el rostro.

Después de eso se secó y espero en una bata a que llegara la


chica que iba a prepararla para la boda.

Se las había arreglado para convencer a todos de que la


dejaran sola antes de que empezara la fiesta, teniendo en
cuenta que la mayoría ya conocían su mal carácter y su madre
creía que era una pataleta más, como todo lo que hacía según
ella, había sido bastante fácil conseguir un poco de soledad.
Si quería sobrevivir este día debía ver lo menos posible a todo
aquel que no fuera Frances.

Su amiga había sido una tremenda ayuda para mantener la


cordura en las últimas semanas, sobre todo después de que el
idiota de Massimo hubiera adelantado la boda, en parte
estaba agradecida de que esa fuera su venganza, todos los
días se había despertado con el miedo de encontrar a Fran
degollada en su cama, pero como eso no había sucedido y
después le llegó la noticia del cambio de fecha, descubrió que
ese sería su siguiente movimiento, lo que en cierta manera era
decepcionante, pero astuto, así que ella respondió de la
misma manera. Ignorarlo no era tan divertido, pero sí efectivo,
sabía que Massimo se estaba volviendo loco y tener
conocimiento de ello era, de alguna manera retorcida,
emocionante, además está era la primera parte de su plan, la
segunda era tan simple como cliché; iba a hacer su vida de
casado un infierno y siendo que ser irritante y odiosa era parte
de su personalidad esa sería la parte divertida del plan, la que
le salía naturalmente.

Ahora tenía otro problema y es que debía explicarle a la chica


que estaba ahí que además de su rostro también tenía que
encargarse de su espalda, pues los moretones no se habían
ido del todo y tenía unos nuevos que definitivamente no iban a
pasar inadvertidos.

—¿Tienes alguna idea de lo que quieres? — preguntó con un


acento de Nueva York bien marcado.

—Más o menos, pero no sé si eso va antes o después de esto


— dijo dándole la espalda y dejando caer la bata.

—Joder— balbuceo anonada la chica.

—Oh, Gina— jadea Frances y se cubre la boca con la mano —


¿Qué te paso?

—Nada grave— le restó importancia con un ademán de mano.

La mujer desconocida seguía observándola con cierto horror,


pero cuando Gina la miró con impaciencia se puso en pie para
empezar a trabajar.

—¿Fue Massimo? Juro por...

—Fran, no es nada importante, la mayoría ya se fueron— dijo


hastiada.

El tema de los moretones era algo de lo que claramente no le


gustaba hablar, pero Frances no iba dejar pasar una situación
así, cualquier amiga que se hiciera respetar tampoco lo
hubiera hecho.
—¿De verdad? — cuestionó enojada, aunque su voz era
demasiado dulce para eso, ni siquiera podía hacer un tono de
enojo decente — ¿Vas a hacer de esto una cosa pequeña
cuando tu espalda tiene más colores que una alucinación de
LSD?

—Gracias por el cumplido, siempre me dijeron que mi cuerpo


era una obra de arte, no pensé que fuera tan literal— dijo
mordaz.

Era su forma de escapar de las preguntas que no quería


responder y funcionaba bastante bien con cualquiera que no
sea Frances.

—Gina— dice en tono de reproche.

La mencionada no le presta atención, se cubre con la bata y


espera de pie hasta que la maquilladora tenga todo listo para
arreglar el desastre que es su piel, si la fecha se hubiera
mantenido entonces todos los hematomas habrían
desaparecido, pero en vez de esto todavía tenía rastros de la
primera paliza ocultados por nuevos golpes que había
recibido una semana atrás cuando enfrentó a su padre por la
decisión de Massimo.

Se acuesta en el suelo dejando su espalda al descubierto para


que la chica pueda cubrir los moretones en su espalda, tan
solo hay dos que requieren verdadero trabajo, el que tiene en
su omóplato izquierdo y el de su cadera. Mientras Kim, así se
llama la chica, se ocupa del primer moretón, Frances se sienta
frente a ella con una expresión poco amistosa, cruza los
brazos frente al poco pecho que tiene y la mira fijamente
esperando a que Gina le de las respuestas que le ha estado
negando durante el último tiempo. Mas lo único que ella hace
es apoyar el mentón sobre sus manos y enarcar una ceja,
provocándola. Su rostro se mantiene calmado, porque ella
también lo está; las palizas de su padre son cosa del pasado,
lo único que siente por él y lo que ha hecho es rabia, una rabia
que le corroe el alma y que ha alimentado su sed de venganza
desde la primera vez que le puso la mano encima, la pena o
autocompasión nunca ha tenido lugar en ella, no después de
que comprendió que sus motivos o la falta de estos para
amarla como todo padre debería hacer, no son su culpa.

—¿No vas a contarme nada? ¿Quién te hizo eso?

—No hay nada que contar— bufa.

Cambia de posición el rostro para apoyar la mejilla sobre el


dorso de su mano e ignorar la mirada intensa en esos ojos
azules de muñeca, adornados con unas pestañas larguísimas
que cualquier mujer envidiaría.

—¿Estás bromeando cierto? — aprieta los labios en una mueca


mientras sus ojos se achinan por el enojo —Por supuesto que
hay un montón de cosas de las que hablar.

—No.

—Gina...

—Decirme mi nombre no me va hacer contarte todos mis más


profundos secretos— dijo hostil.

Escuchó a su amiga levantarse del suelo y salir con pasos


enojados del cuarto.

Suspiró y enterró el rostro entre sus manos. Genial, ahora se


sentía mal por cómo había tratado a Frances, pero, ¿acaso no
podía entender que no quería hablar de ello? Menos cuando
había una desconocida escuchando todo.

Después de que su amiga la dejara sola, el lugar se mantuvo


en silencio, ella apagó su cerebro pensando en las formas de
tortura que utilizaban los nazis en los holocaustos: obligarles
a hacer el saludo nazi durante horas, eso debe haber sido
terrible para ellos, tener que hacer el saludo al hombre que los
estaba enviando a campos de concentración para cocinarlos
en un horno y después convertirlos en jabón, no, señor, eso sí
que era retorcido. 

Aislamiento, confinamiento sin luz, debilitamiento corporal,


alteración del sueño. Eran formas bastante jodidas de torturar
a alguien y bastante eternas.

Tal vez podría utilizar una con Massimo, le gustaba la parte


del debilitamiento corporal, verlo abandonar esa postura
arrogante, estar ahí cuando ya no fuera capaz de darle esa
mirada engreída, como si fuera superior a ella, nop, ellos
estaban en el mismo nivel, un rey contra una reina, solo que la
reina siempre sería más poderosa porque todos la
subestimaban.

Y ahora les iba a mostrar a todos que estaban equivocados.

Se paró frente al espejo en su cuarto, lucía increíble y ni


siquiera tenía puesto el vestido todavía, pero el maquillaje
hacia resaltar cada una de sus facciones de la mejor manera,
sus ojos grandes ahora se veían un poco más alargados, sus
labios tenían un color natural brillante tentador, las pocas
pecas sobre su nariz estaban escondidas bajo una capa de
base.

—Oh, Dios, estás hermosa— escuchó la voz de Frances.

Se había cubierto la boca con la yema de sus dedos y la


miraba con ojos brillantes.

—Sip, Kim— se volvió hacia ella —hiciste un trabajo increíble.

—Gracias— le dijo Kim con una media sonrisa —. Ya tengo que


irme.
Gina asintió, después se despidió de ella dándole las gracias
otra vez, prometiendo que le haría la transferencia pronto.

Cuando volvieron a estar solas, se pararon una frente a la otra,


creando un silencio aplastante entre las dos.

No estaba molesta, pero podía sentir que Frances de alguna


manera se había enojado con ella, entendía que estuviera
sentida por esconder cosas de ella, sobre todo algo tan
importante, pero Frances también debía entenderla a ella.

—No quiero hacer este día más difícil para ti— comenzó su
amiga —, pero podrías haberme contado.

—Seguro— elevó la voz, sardónica —, me habría aparecido en


tu cuarto para decirte: mi papá me golpeo hasta la muerte
porque se me ocurrió decirle "no". ¿Qué habrías hecho tú?
¿Qué puedes hacer tú? — cuestionó soberbia —Nada, porque
después él habría hecho lo mismo contigo— acabo gritando
señalándola con manos agitadas y ojos brillosos.

Ninguna de las dos era una santa, pero Frances se merecía


mucho más que ella definitivamente, ambas tenían pasados
de mierda, habían logrado sobrevivir a ello y también habían
perdido una parte de ellas en el proceso, pero Gina siempre
sintió que faltaba algo dentro de ella, simplemente había
nacido sin una pieza de su ser. Su amiga era un ángel, ¿y
ella?... también, pero la diferencia era que Gina era un ángel
caído, hermoso por fuera y malicioso por dentro.

Así que ella podía lidiar con sus platos sucios sola, no quería
a su mejor amiga pensando en esa clase de cosas.

—No... yo, lo siento no...

Gina dio un paso al frente acortando la distancia entre ella


para darle un abrazo apretado que la hizo sentir mejor a
ambas de inmediato.
Frances era varios centímetros más alta que ella, así que
siempre que se abrazaban Gina quedaba a la altura justa para
enterrar el rostro en su cuello, le encantaba poder hacer eso,
su amiga tenía un olor a lavanda que nunca fallaba a la hora
de hacerla sentir mejor.

—No pasa nada— la abrazo con poco más fuerte —, te entró el


modo mamá osa, lo entiendo.

—Por supuesto que sí, nos cuidamos una a la otra, siempre ha


sido así. ¿Por qué no quisiste contármelo?

Se quedó en su posición mientras Frances le acariciaba el


cabello, disfrutando de la sensación cálida en su pecho y
evitando que se le humedecieran los ojos, después se apartó y
apoyó las manos en sus hombros delgados.

—No era una cosa importante y hablar de ello me pone de un


humor asesino, entenderás que mi padre no es mi tópico
preferido— dijo con un bufido y rodando los ojos.

Tratando de aligerar el ambiente.

Frances copio su postura, masajeando sus hombros tensos, le


dio una sonrisa animada y después se acercó para besar su
frente.

—Me lo vas a contar todo mientras te pones el vestido—


ordenó con falsa dulzura, aunque con su voz eso era difícil de
identificar.

—Que mandona eres.

—Solo cuando la ocasión lo amerita— dijo guiñándole un ojo y


arrastrándola a su cuarto.
Sacó el vestido de la bolsa y lo miró con cierta fascinación, la
tela era de un blanco inmaculado con toques de brillo que se
veían asombroso en su piel morena.

Le contó un poco de su padre abusivo mientras sacaba la


prenda de su lugar y se metía en ella con la ayuda de Frances.

—¿Y aun así seguías desobedeciéndole? Estás mal de la


cabeza— dijo incrédula mientras le subía el cierre.

—Gracias, eso me hace sentir mucho mejor— habló irónica,


torciendo los labios en una mueca.

—Tú dijiste que ya lo habías superado, no tengo porque


hacerte sentir bien.

Gina se rio, echando la cabeza hacia atrás y soltando una


carcajada tras otras.

—¿Cómo es que somos amigas? — preguntó a través de la


risa.

—Yo también me lo pregunto— dijo contagiándose con sus


carcajadas.

Le rodeo los hombros con sus brazos, dejo un beso sobre su


mejilla y luego la miró a través del espejo.

—Pero eso realmente no importa porque somos lo máximo


juntas y nada puede separarnos— balbuceo afectada, el llanto
a punto de aparecer.

—Ni siquiera tu obsesión con los sistemas de tortura—


bromeó.

Se rio amargamente.

—Lo dice la que solo puede comer cebolla los martes— le


sacó la lengua burlándose de ella.
—¡Oh! Y tú no puedes dormir con calcetines cuando tienes la
regla.

—¡Sabes que jode mi temperatura si los uso! — se defiende


con una risa — Todos tenemos nuestras cosas raras— Frances
concuerda con un movimiento de cabeza —. Pero nadie toma
leche con su almuerzo— se burla haciendo una mueca de
asco.

—Si lo probaras te darías cuenta de que no hay nada malo con


ello— responde Frances cruzándose de brazos.

—Lo siento, pero no quiero morir tan joven.

Fran chasquea la lengua con desapruebo por su comentario,


pero no dice nada más. Se vuelven a abrazar por enésima vez
en la tarde y no paran hasta que el celular de Gina suena.

El rington es como la llamada al infierno, sabe perfectamente


lo que significa, pero no quiere enfrentarlo. Frances aprieta el
abrazo reteniéndola por un par de segundos más.

La llamada se corta, pero no tarda en empezar de nuevo, Gina


se esconde en los brazos de su amiga por un momento más.
El pánico vuelva a atacarla cuando Fran intenta alejarse
porque el celular está sonando por tercera vez, Gina se niega.
La sujeta con más fuerte, hasta el punto en que Fran le pide
que la suelte porque está comenzando a asfixiarla.

—No quiero.

Por un segundo no le importa ser una mujer fuerte, no le


interesa querer vengarse de Massimo o dar la cara, lo único
que quiere hacer es decirles a todos que se vayan a la mierda,
que ella no piensa poner ni un pie fuera de este departamento,
la boda está cancelada y ella va a quemar ese maldito vestido,
eso es lo que está pensando mientras Frances examina su
rostro con preocupación e intenta entender que va a hacer a
continuación.

—¿Llegó el momento de huir a Hawái?

No es su estilo, pero parece la mejor opción en este momento,


así que asiente tragándose los sollozos.

—Bien...

Golpes en la puerta la interrumpen, primero son como golpes


normales, una persona cualquiera buscando por otro, pero a
medida que va pasando el tiempo y ella sigue sin responder
van volviéndose más furiosos.

—Parece que no va poder haber viaje a Hawái— habla Frances,


trémula.

—¡Gina! — grita una voz desconocida desde afuera —¡Sal!

—¿Quién es? — pregunta su amiga temerosa.

Gina sacude la cabeza tratando de decirle que no tiene ni idea


de quien mierda ha venido a buscarla. Su garganta está
cerrada y tiene la sensación de que está dentro de una
enorme piscina llena de agua donde apenas puede moverse y
respirar.

—¡Voy a tirar la puerta!

—Oh, Dios— Frances se cubre la boca con dedos temblorosos


sin saber que hacer mientras Gina dentro de su ataque de
pánico intenta racionar.

Piensa, piensa, ¡piensa maldita sea!

Toma una respiración profunda y luego otra, después una más


porque sigue sintiendo que le falta el aire.
Cuando siente la cabeza más despejada se gira hacia Frances
que está a punto de enloquecer y hace lo que debería haber
hecho desde el principio.

Afrontar el hecho de que este es su destino y hacer lo que le


dicen.

—¡Gina! — vuelve a gritar el desconocido —Voy a...

—Tirar la puerta, ya sé— se mofó de él, torciendo los labios


con una mueca hastiada cuando le abrió la puerta.

El hombre frente a ella era alto, musculoso y estaba usando


un terno que le quedaba de maravilla, pero que Gina no
apreció.

—Tan solo voy por mi bolso y vuelvo.

Le dio la espalda, caminó hasta su cuarto cuidando de que el


vestido no se enganchara o ensuciara con nada.

Tomó todo lo que necesitaba y luego se volteó a su amiga


para darle un último abrazo, una sonrisa tranquilizadora más y
decirle con la mayor fuerza que pudo reunir.

—Estaré bien, te llamaré luego.

Besó su mejilla y se fue de allí.


NUEVE-El corazón del diablo- Dreame

Entendía porque todos se había quedado sin su respiración;


Gina lucía asombrosa.

Ese vestido era mil veces mejor de lo que había pensado,


poco tradicional, sí, pero más sexy que Scarlett Johansson
también. La tela, si es que había alguna, era transparente con
hilos de un blanco pulcro creando un patrón de dibujos que
desde lejos no podía ver bien, pero sabía que se volvían más
detallados en las zonas importantes para cubrir aquello que
era privado. Todo se apegaba a su curvilíneo cuerpo, dejando
nada a la imaginación y haciéndole salivar al ver su silueta
delgada y femenina.

Gina se sentía como una diosa, ignorando la mirada que le


había dado su padre al verla por primera vez, nada podía
afectarle, no dentro de ese vestido y cuando todos la miraban
como si fuera la cosa más hermosa que había visto en sus
vidas, tal vez lo fuera. El blanco del vestido contrariaba muy
bien con su piel, sabía que tenía un cuerpo asombroso y que
su cabello estaba en perfecto estado, incluso si lo llevaba liso
(sentía la cabeza mucho más liviana ahora).

Mientras avanzaba por el pasillo no pudo evitar sonreír, el plan


de Frances había funcionado de maravilla, su padre parecía a
punto de desaparecer por combustión espontánea, su madre
parecía querer comerse a sí misma y desaparecer, varias
señoras viejas se veían realmente ofendidas con su
atrevimiento y todos los hombres en el lugar estaban
babeando por ella, no había nadie allí que no la mirara con
deseos, quitando la tela del vestido con su imaginación,
Massimo no era la excepción, cuando Leonardo la entregó a
su aún no esposo, este tenía las pupilas dilatadas por la
lujuria y la miraba como si fuera su próximo bocadillo.
¡Ni en sus mejores sueños!

Tendría que conformarse con verla así y fantasear con ella


como el resto de los mortales.

La reacción de todos a su vestido le había subido un poco el


ánimo y le ayudo a llevar mejor toda la situación, aunque
pronto tuvo que recurrir a sus repertorios de canciones porque
el discurso del cura era terriblemente aburrido y misógino, dos
cosas que ella no podía soportar, pero que tenía que aguantar
si no quería que hubiera una boda sangrienta; su padre se
bañaría con su sangre después descuartizarla y de seguro se
la daría de comer a los perros.

Estaba cantando Heroes de David Bowie porque la canción le


gustaba y no le recordaba a nada en particular cuando sintió
un montón de miradas sobre ella.

Parpadeó reenfocando la vista, Massimo dejo de ser un


manchón frente a ella y se convirtió en un hombre con una
expresión seria y amarga que esperaba una respuesta de su
parte. Sus iris de azul cristalino ardieron ligeramente cuando
Gina siguió mirándolo sin decir nada.

—Sí— escuchó que alguien siseaba en algún cerca de ella.

Repitió el monosílabo esperando estar en lo correcto. La


respuesta a ello llegó casi de inmediato.

—Puede besar a la novia— anunció el cura con voz monótona.

Gina me mantuvo quieta en su lugar, esperando a que


Massimo se acercara para dejar un beso corto sobre sus
labios, por ningún motivo en el mundo ella iba a besarlo.
Cuando su, ahora, esposo comprendió eso, sus labios se
torcieron en una mueca que ella no pudo identificar y después
aplastaron los suyo con fuerza.
Massimo puso una mano sobre su espalda baja, su palma
entró en contacto con la piel tibia de Gina y una corriente
eléctrica le recorrió el cuerpo, no había esperado toparse con
su piel menos aún darse cuenta de lo suave que era mientras
ella luchaba contra su beso. Movió los labios lentamente,
tratando de abrir los de ella, pero Gina se estaba resistiendo.

Volver a sentir el calor, la suavidad y ese sabor particular de


su boca le puso la piel de gallina y la cegó por un momento,
hasta que recordó la boca de quien tenía encima. Quiso
apartarlo, pero Massimo no se lo permitió. Gina le mordió el
labio y él le devolvió el gesto, clavando sus dientes con fuerza
haciéndola gemir de dolor, se aprovechó de la oportunidad
para colar la lengua en su boca y enrollarla a la de ella. Le
hubiera gustado pensar que habría luchado un poco más en
otra ocasión, pero no estaba hecha de piedra y tener el
apéndice de Max succionando el suyo y paseándose por toda
su boca como si fuera el rey de ella era una cosa imposible de
resistir.  Podía no ser el rey de Gina, ni de Las Vegas, pero se
había proclamado dueño de su boca con ese beso profundo e
intenso que casi la derritió en sus brazos, dejándose besar por
él, moviendo los labios con el mismo ritmo hambriento,
enredando sus dedos en su cabello dorado y jalando de él al
sentir a Massimo succionando su labio inferior y después
pasando la lengua por él con pereza.

La barba le hizo cosquillas, una sensación que la transportó a


las noches de pasión que vivieron antes de que todo se
complicara. Su cuerpo se encendió rápidamente,
reaccionando a la habilidad de su falsa pareja para besar. Se
separó de Massimo con el dolor de su alma, sabiendo que si
alguien no ponía freno a la situación podrían continuar así
eternamente, además, ¡era el enemigo por Dios! Permitirle
acercarse tanto a ella después de todo lo que había hecho era
una locura y estaba segura de que algún manual de ética
señalaba que estaba mal, también.
Jadeando, Gina miró al hombre frente a ella, sus pupilas
dilatadas, el azul convertido en cobalto líquido y la respiración
agitada era una imagen de él que no le gustaría borrar nunca
de su mente. Massimo excitado era algo hipnotizaste y se
sorprendió a sí misma observándolo con ojos bobos por
demasiado tiempo. Drogada todavía con los efectos del beso
se dejó arrastrar sin dificultad cuando Massimo la tomó de la
mano y caminó con ella hacia el final del pasillo, los invitados
no tardaron en seguirlos, la mayoría de ellos todavía
demasiado asombrados por el espectáculo que había
montado la pareja con tal beso.

Todavía era temprano y el sol quemaba en sus pieles mientras


transcurría la sesión de fotos que tenían programada, Gina no
sabía porque había decidido hacer tal cosa si en el futuro no
iba a querer recordar este día para nada, pero ella no estaba
ahí para cuestionar y Massimo tampoco la dejaba escaparse
a ningún lado. El agarre sobre su mano era firme e imposible
de romper, cada vez que Gina intentaba soltarse, él apretaba
sus dedos con más fuerza, llegando a causarle dolor. 

Estaba harta y ahogada con tanta gente saludándola,


felicitándola y los flashes de las cámaras por todos lados, tan
solo quería un segundo de tranquilidad para recomponerse
antes de tener que sentarse en la mesa y fingir que estaba
feliz con el matrimonio.

Nunca había entendido porque se esforzaban en hacer fiestas


tan grandes y lujosas cuando en realidad la boda era una
formalidad, un arreglo entre dos personas que no se amaban.
No le veía sentido y le parecía repugnante, innecesario, una
manera más de mostrar que estaban obligados a vivir en una
mentira. 

Ella no se había encargado de nada en la boda, su madre se


autoproclamo la organizadora de todo y Gina estaba feliz con
eso, tan solo había opinado algunas cosas sobre el menú y el
sabor del pastel, así que estar aquí se sentía como estar en la
boda de alguien más, con un acompañante que apenas le
prestaba atención, pero que no la dejaba ir, y rodeada de
desconocidos. 

Por primera vez en mucho tiempo deseo desaparecer por


completo, la necesidad de hacerse una bolita y esconderse
donde nadie pudiera encontrarla era abrumadora y estaba
asfixiándola, pero ante todo estaba el orgullo, el no querer
demostrarle a los demás que tenían poder sobre ella, así que
se tragó el nudo en la garganta dejando espacio para el aire,
puso su mejor sonrisa y fingió ser la muñeca que todos
querían que fuera. Entro en pánico cuando llegó la hora del
vals, no había ensayado nada y no sabía si Massimo tenía
idea de lo que un vals era. La sorprendió pasando una mano
por su espalda con completa seguridad y arrastrándola por la
pista de baile con pies ligeros que nunca la pisaron y la
guiaron muy bien.

—Me gusta tu vestido— le susurró al oído mientras acariciaba


con las yemas de sus dedos la espalda desnuda de la novia.

Gina contuvo un escalofrió, lo miró indiferente por unos


segundos y después la fijo en un punto cualquiera sobre sus
hombros. 

—Estoy seguro que se verá más lindo en el piso de nuestro


cuarto.

—O alrededor de tu cuello mientras te esté ahorcando— siseo


ella con una sonrisa tirante.

Massimo dejó escapar una risita divertida, sin dejar de mirarla


fue descendiendo su mano hasta que estuvo sobre la curva de
su trasero. Gina reacciono volviendo a posar los ojos sobre su
rostro, el fuego en ellos era tan intenso como el hielo en los
de Massimo, ninguno rompió el contacto visual, retando al
otro a ceder.
Le dio un pequeño apretón y Gina lo piso con su tacón y toda
la fuerza que tenía, sonriendo triunfante cuando Massimo hizo
una mueca de dolor.

—Perra.

Le oyó susurrar por lo bajo, la palabra hizo que su cuerpo se


cargara de cólera, la sangre le zumbo en los oídos y sintió que
se sonrojaba de furia. Dejo salir un sonido rabioso que llamó
la atención de su marido, sus dedos se crisparon sobre sus
hombros firmes buscando hacerle daño, pero sabía que eso
era imposible.

—Tal vez— habló intentando sonar desinteresada —, pero


jamás la tuya.

La mandíbula de Massimo se tensó, subió la mano hasta su


espalda baja y después rodeo la cintura con todo su brazo,
acercándola a ella con un empujón que la hizo trastabillar.

—Desde ahora en adelante— murmuró con su voz ronca sobre


su oído, la calidez del aliento convirtió sus piernas en gelatina
por un segundo —, lo único que eres, es Gina Amadore, mi
esposa, todo lo que pensaste que ibas a lograr, todas tus
aspiraciones de mujer independiente se acabaron.

Sus palabras dolieron más de lo que Gina había esperado,


atónita por escuchar algo así en un tono tan seguro que le
impedía dudar de lo contrario hizo que se le apretara el
pecho. 

No, Massimo estaba equivocado, Gina era mucho más que su


mujer, de hecho, jamás sería nada de él, no era un objeto que
se pudiera poseer, por Dios, esa mentalidad se había dejado
de lado un siglo atrás, aunque nunca faltaba el cavernícola
que creía en ella. 
Ganar en este juego era fácil, no debía permitir que Massimo
se metiera en su cabeza, mientras ella supiera que era mucho
más que lo que él le decía, las cosas estarían bien. Tenía que
mantenerse fuerte, recordarse que, como todo, esto sería una
etapa en su vida, estaba segura de que Massimo estaba tan
interesado en ella porque era su juguete nuevo, pero a medida
que pasaran los meses y se diera cuenta de que no obtendría
nada de su parte, se aburriría y conseguiría otra cosa con la
que jugar y así ella sería libre de hacer lo que quisiera, igual
que su esposo.

No pensaba serle fiel, ni leal, ni ninguna de las mierdas que un


matrimonio real tenía porque ellos no eran reales.

—Lo siento— pestañeo fingiendo confusión —¿Dijiste algo?

Massimo tensó la mandíbula un poco más, un sonido gutural


subió por su garganta y Gina sonrió con suficiencia, había
descubierto su punto débil; como todo hijo único odiaba ser
ignorado, considerado como algo por interesante. Genial, ella
tenía un don para hacer a la gente sentirse insignificante y lo
iba a explotar como nunca.

—Estás jugando en ligas mayores, Gina— le advirtió el hombre


entre dientes. Dejando de lado cualquier intento de amabilidad
que había tenido al principio, bueno, lo que Massimo
consideraba amabilidad.

—No lo parece, me siento decepcionada de que el Massimo al


que todos temen terminara siendo— le dio una mirada de
arriba abajo y torció los labios con disgusto —esto.

La ira se refleja en sus ojos y en la manera en que se tensó


todo su cuerpo, sus dedos se clavaron en su piel, sobre el
moretón de la cadera que aún no se había curado. Se mordió
el labio interior conteniendo un siseo de dolor y eligió
concentrarse en la expresión de Massimo y lo malo que era
para dar respuestas. Había sido una sorpresa darse cuenta de
que no era tan bueno con las palabras como creía, siempre
pensó que los hombres como Massimo eran intimidantes en
todos los sentidos de las palabra, pero en realidad no; su
estatura es promedio, jamás lo ha visto con una cara seria, de
hecho, lo ha visto sonreír varias veces, y está
acostumbrándose a la frialdad en sus ojos, lo único que puede
considerar intimidante es su figura, demasiado musculosa,
con manos tan grandes que no duda que puedan acabar con
la vida de un hombre.

—Oh, por fin terminó la canción— dijo con verdadero alivio.

Antes de que pudiera decirle algo dejo sus brazos y se unió al


primer hombre que vio libre.

Ace la recibió sin problema, poniendo una mano sobre su


espalda, apenas inmutándose por su piel desnuda. Con él
tenía una gran disyuntiva, le resultaba atrayente su
personalidad callada y tímida y al mismo tiempo había algo
extraño en él que le hacía querer alejarse. Pero predominaban
la parte que sentía interés en él, además el chico era guapo de
una manera que te dejaba sin respiración cada vez que lo
mirabas, así que más puntos para él y la idea loca que se iba
formando en su mente.

¿Qué tanto le molestaría a Massimo creer que deseaba más a


su amigo que a él?

No sería ningún sacrificio para ella intentar algo con Ace,


definitivamente sería divertido, la mantendría ocupada y le
mostraría a su esposo que no tenía ningún control sobre ella.
Massimo se creía demasiado, alguien tenía que enseñarle que
él no era rey de nada y que si seguía pensando lo contrario le
iba a ir muy mal.

—No.

—¿Qué?
—No es una buena idea meterme en tu juego con Max— dijo
con su voz monótona, se parecía bastante a la de Frances,
pero obviamente era más grave.

—¿Por qué? ¿No me encuentras bonita? — preguntó con su


labio inferior sobresaliendo en un falso puchero.

Ace formo una mueca con sus labios que se acercaba a una
sonrisa, le dio un giro y cuando volvió a estar entre sus brazos
ya estaba serio de nuevo, dándole una mirada analítica.

—¿Quién no lo hace? 

—Buena respuesta, nadie, ¿cuál es el problema entonces? —


ronroneo cruzando los brazos sobre su cuello, divirtiéndose
con lo incomodo que Ace se veía.

Al mirar de reojo a su esposo, que bailaba con una de sus


primas, se fijó en que este tenía los ojos fijos sobre ellos y
que no parecía nada feliz. Le guiño un ojo, después se giró
hacia su amigo, que, a pesar de siempre tener una expresión
seria, podía ver que ahora no estaba nada feliz.

—Buen baile— dijo antes de pasarla a los brazos de otro


hombre.

Gina no tuvo tiempo para replicar.

La mano que la recibió era sudorosa y callosa, una mano


pequeña pero pesada que había roto un par de huesos un par
de veces.

—Leonardo— saludó a su padre con un movimiento de cabeza


y luego dio media vuelta.

Este era el momento preciso para ir a tomar aire y


desaparecer por unos minutos, Massimo no estaba por
ningún lado para detenerla, pero su papá se estaba
encargando de eso. La agarró de la muñeca, presionando con
más fuerza de la necesaria, y la empujó hacia su pecho, paso
un brazo por su cintura, presionando aquellos puntos que más
le dolían, el bastardo disfrutaba viéndola sufrir.

—¿No bailas con tu padre? — preguntó, aunque ya la estaba


obligando a moverse.

—¿Ya me extrañas? Pensé que estarías feliz de deshacerte de


mí.

Presiono el moretón en su espalda baja y tuvo el descaro de


sonreír a costa de su dolor.

—Cuidado con cómo me hablas— otra mano sobre su


moretón —, y sonríe un poco, hija, hoy es el día más feliz de tu
vida.

—Nop, el día más feliz de mi vida fue en el que cogí en tu


cama— susurró cáustica disfrutando como se le
contorsionaba el rostro con horror primero y luego cólera.

El golpe vino sin premonición, una cachetada que impactó en


toda su mejilla y le volteó la cara. El ruido resonó en todo el
lugar, las personas en el patio se giraron para verlos,
reconoció el rostro de su hermana, que había estado bailando
con un desconocido, algunos hombres importantes estaban
ahí también; Beto, el tío de Massimo y Iván su otro tío, el
consiglere, Lorenzo, Carlo, hombres que tenían buena
posición dentro de La legge, Ace, que todavía no tenía muy
claro que papel jugaba allí, estuvo a su lado en un segundo y
después apareció Massimo se con su vibra asesina e
intimidante que hizo a su padre retroceder un paso.

Sintió como le rodeaba la cintura con un brazo y la acercaba a


su cuerpo con cuidado, la posesividad salía junto con cada
exhalada sonora.
—Leonardo— gruño Massimo —, ándate.

A Gina no le hubiera gustado estar en su posición para nada,


ahora entendía más de su reputación. Parado con la intención
de provocar miedo, mirando a su padre como si estuviera a un
segundo de romper su cuello con sus propias manos, expelía
un aire de grandeza e intimidación. 

Pasaron los segundos y Leonardo seguía sin moverse,


Massimo dio un paso al frente, imponiéndose por sobre su
padre, tenían la misma altura, pero su esposo era capaz de
muchas más cosas y la ira que revoloteaba en el hielo de sus
ojos lo contaba muy bien, si volvía a ponerle una mano
encima sería esa la primera parte de él que cortaría. 

—Gina— su padre la miró pidiendo ayuda.

Massimo dio otro paso, cruzo los brazos sobre el pecho e


inclinó la cabeza hacia un lado dejando que una media
sonrisa se formara en sus labios, la mueca más horrorosa que
cualquier hombre pudiera ver, llena de promesas poco
alentadoras, sus ojos refulgían con la misma manía psicótica
que lo caracterizaba, Gina creía saber lo que hablaban sobre
él, pero apenas conocía la mitad, la verdadera amenaza
estaba en esa expresión, en la locura que podía transmitirse
en ella.

—¿Tengo que repetirlo? — preguntó con voz gélida.

—Esto es una falta de respeto— alzo la voz indignado.

Massimo descruzo los brazos, metió la mano en la cinturilla


de su pantalón para sacar un cuchillo y apuntarle con él. Su
mandíbula se tensó mientras lo amenazaba, inclinándose
ligeramente sobre él.

—Falta de respeto es que golpees a mi esposa.


El aire estaba tenso, cargado de anticipación por lo que
Massimo iba a ser, matar a un hombre en una boda, no era
algo que sucediera muy a menudo, pero si llegaba a ser el
caso iba a ser muy jodido. Incluso en la mafia tenían reglas.
DIEZ-El corazón del diablo- Dreame

Su padre no era un hombre crucial, había logrado hacer


resaltar su nombre con el tiempo, pero no tenía una posición
importante, así que Massimo podría haberlo matado y nadie
habría dicho nada, pero Ace intervino a tiempo, poniendo una
mano sobre su hombro, diciendo todo lo necesario con su
típico silencio, así que Max se relajó, pero no bajo el cuchillo
todavía, lo agitó hacia Leonardo con torva expresión y este, a
punto de cagarse en los pantalones, acato su orden
silenciosa.

La música se volvió a escuchar, el círculo que se había


formado a su alrededor se deshizo cuando Massimo les
dirigió a todos una mirada asesina. La gente volvió a bailar y
charlar entre ellos mientras el trio: Ace, Gina y Massimo se
quedaron juntos observándose unos a otros con curiosidad,
su esposo seguía teniendo esa sonrisa psicótica, pero fue
desapareciendo a medida que su respiración se regulaba y el
celeste en sus ojos volvía a enfriarse, Ace alternó la mirada
entre la nueva pareja, murmuró algo en italiano con los
dientes apretados y luego se marchó. Gina iba a ser lo mismo,
pero nuevamente se lo impidieron.

Era la hora de la cena, Massimo la arrastró a su mesa donde


les sirvieron un montón de platos que Gina apenas pudo
comer, cuando llegó la verdadera cena, tenía el estómago
lleno y revuelto. Haberse saltado el almuerzo y luego poner
tanta comida en su estómago no había sido una buena idea,
pero era otra cosa la que la estaba haciendo sentir mareada.

Se sentía asfixiada encontrándose de nuevo entre tanta gente,


no quería hablar con nadie porque estaba furiosa con todos
ellos por ser parte de esta situación y quería que se callaran
pues tantas voces juntas no ayudaban a su estado de ahogo.
Cerro los ojos por un segundo, respiró profundamente y sintió
como su cuerpo se desvanecía. Massimo apretó su mano
como una forma de reproche por parecer aburrida y
desconectada de todo.

Gina abrió los ojos sintiendo sus parpados más pesado de lo


normal, cuando respiró profundo las arcadas aparecieron.

Se puso de pie, el suelo bajo sus pies se movía


graciosamente, las náuseas sacudieron su cuerpo y ella dio
otro paso queriendo correr el baño, pero su marido la retuvo
tirando de su mano y mirándola con expresión molesta,
creyendo que todo era una actuación de ella para fastidiar la
boda, mas cuando poso los ojos sobre Gina y se dio cuenta de
lo pálida que estaba se puso de pie junto a ella, le paso una
mano por la espalda, se disculpó con todos los presentes en
la mesa y la ayudo a salir de ahí.

Tener a Massimo cerca de ella no era una cosa que le


agradaba en este momento, pero era lo único que la mantenía
en pie. Todo su mundo estaba girando, sentía que se estaba
moviendo muy rápido y que en cualquier momento iba a
desmayarse.

Massimo la llevó a una parte alejada del jardín, la mansión de


su padre —donde se estaba celebrando la boda— era gigante e
incluso con toda la gente aquí era posible encontrar un lugar
apartado de las personas.

Se detuvieron al lado de una de las piscinas, Gina tropezó con


el escalón, Massimo la sujeto con más fuerza, sino hubiera
sido por eso ella ya estaría en el suelo.

Levantó la cabeza y lo miró a través de sus pestañas,


batiéndolas lentamente.

—No me siento bien— balbuceo.


Decir aquello le pareció un eufemismo, esa pesadez en la
boca del estómago que se había movido a su garganta y el
mundo que no dejaba de girar no era solo sentirse mal, era
estar a punto de morir.

Ahora entendía a Fran cuando decía se ponía dramática al


enfermarse.

—No me digas.

Estaba pálida y sus ojos cada vez tardaban más en abrirse,


aun así, Gina intentó apartarse de él, porque ser orgullosa es
una cosa que no se pierde bajo ningún motivo.

Sintiéndose peor al perder su único apoyo, se tambaleó con


cuidado hasta una de las tumbonas donde se dejó caer. El
mundo giró un poco más, pero después de poner un pie en el
piso se sintió mejor, los trucos de borracha servían para todo.

Mantuvo los ojos abiertos, regulo su respiración y empujó las


náuseas abajo.

—¿Demasiada emoción por un día? — curioseo Massimo


sentándose en la tumbona a su lado.

Levantó la mano derecha y le enseñó el dedo medio, todavía


concentrada en su respiración porque estaba funcionando
para hacerla sentir mejor.

—¿O son los nervios por lo que viene después?

—Ninguna de las dos— giro el rostro para mostrarle su


expresión —. Tenerte cerca me produce nauseas.

—Si fuera así entonces no habrías acabado en mi cama, dos


veces— sonrió pedante con una ceja arqueada.

—Todas las personas cometen errores— respondió ella arisca


curvando los labios en una muesca de asco.
Levantó la mirada al cielo, el cielo estaba despejado y se
podían ver varias estrellas. Ignoro a Massimo contándolas y
después pensando en la canción de Bob Dylan, Starman.

—Un error ocurre una vez, lo nuestro paso dos veces.

—Y que lo sigas repitiendo significa que no dejas de pensar en


eso. Supéralo— se volvió para mirarlo una vez más con apatía
—, yo ya lo hice.

Se sentó lentamente, acomodó el escote del vestido bajo la


mirada atenta de Massimo. Sabía que no le había quitado los
ojos de encima en toda la tarde, ahora ya estaba oscuro, pero
seguía viéndola como si quisiera devorarla, una lástima para
él, porque este plato fuera solo para mirar, Massimo nunca
tendría una probada de ella.

—¿Segura? ¿Y si...?

Le dirigió una mirada fría.

—Si intentas seducirme con una charla sucia barata te haré


lamentarlo.

—Uuh— dijo emocionado —, ¿vas a castigarme? — preguntó


con interés.

Una carcajada escapo de sus labios involuntariamente, no


podía imaginar a alguien como Massimo queriendo ser
castigado, pero la idea le daba cierta curiosidad. 

—Ah— la apuntó con un dedo y una sonrisa ladina —, puse una


interesante imagen en tu cabeza, ¿no?

—No— dijo seca.

Se puso de pie dándole una última mirada seria, se sentía


mejor, pero aún no estaba preparada para volver a la fiesta, su
fiesta en realidad, aunque no se sintiera a si para nada. De
hecho, todo este espectáculo parecía ser más para que los
jefes de la mafia se pudieran reunir con su capo y conversar
de lo que sea que conversen los mafiosos en una boda,
porque no había visto al padre de Massimo desde después de
la ceremonia.

Alcanzó a dar un par de pasos antes de que la cola del vestido


se atacará con algo o mejor dicho alguien. Massimo estaba
de pie sobre la tela, su rostro tenía una expresión seria, pero
cuando ella se enderezó y cruzo los brazos bajo el pecho lo
vio luchando contra una sonrisa. Sin considerar el show con
su padre una hora atrás seguía sin pensar en Massimo como
una persona peligrosa, no era tonta tampoco, sabía que debía
andarse con cuidado, Massimo no tenía un lado salvaje y
animal, porque todo él lo era, a cada segundo de su vida.

—¿Qué quieres ahora? — enarcó una ceja

—Cuidado con cómo le hablas a tu esposo— ronroneo, sus


ojos celestes resplandecieron por un momento.

Gina bufó y quebró la cadera hacia un lado, sus labios hicieron


una mueca graciosa.

Sentía que este era el inicio de su primera pelea matrimonial,


pero el malestar en su estómago seguía ahí al igual que el
dolor de cabeza por lo que no le parecía una buena idea
comenzar una discusión.

—Disculpe su majestad— hizo una reverencia cargada de


insolencia.

A él le pareció gracioso y también interesante, desde su


posición podía ver su escote. Mmh, estaba muriendo por
enterrar su rostro en esos bonitos pechos.

—Mmh, podría aceptar la disculpa si te pones de rodillas— dijo


con una sonrisa morbosa.
—¿De verdad? — recupero su postura enojada al tiempo que
elevaba la voz — Eres un cerdo.

Tironeo de la tela intentando liberarla del agarre de Massimo,


gruño frustrada cuando no funciono. Por más que tiraba no
tenía la fuerza necesaria para dejar el vestido libre.

Odiaba que estuviera sonriéndole como si la situación fuera


divertida, le enojaba saber que para él era un juego, que la
provocaba a propósito y que además se divertía con todo
esto.

—Ya suéltame— gruño tratando de soltarse.

Él le hizo caso, levantó el pie al tiempo en que Gina tiraba de


la cola con demasiada fuerza desestabilizándose. Buscó
equilibrio levantando los brazos y estirando la pierna
queriendo pisar algo firme, pero no había nada detrás de ella
tan solo el agua fría donde cayó segundos más tarde.

El cambio del clima caluroso al agua gélida fue un golpe duro


que la desorientó por un momento después salió a la
superficie y tomo una gran respiración.

Se pasó una mano por el rostro limpiando el agua que caía


sobre sus ojos para poder ver mejor. Massimo estaba frente a
ella, seco, riéndose a carcajadas.

—¡Massimo!

—Mojada y gritando mi nombre, ¿quién diría que me tomaría


tan poco tiempo?

Gina gritó frustrada y chapoteo agua en su dirección, pero no


había forma de que lo mojara.

Quería su venganza ahora, a pesar de que Massimo solo tenía


la culpa indirectamente de lo sucedido.
—Ayúdame a salir— pidió estirando la mano.

Él se acercó a ella sin sospechar de su plan y le agarró la


mano, cuando tiró de Gina hacia arriba ella de resistió
poniendo los pies en la pared y echándose para atrás.
Massimo se balanceo, pero debido a su peso y fuerza fue
imposible hacerlo caer al agua.

—Buen intento, pero no lo vas a lograr— dijo arrogante —Ahora


te toca salir por las escaleras.

Miró al principio de la piscina, llegar hasta allá nadando con el


vestido iba a ser agotador y molesto, además tenía los tacos.

Levantó la cabeza hacia Massimo y puso su mejor expresión


de perrito abandonado al tiempo en que estiraba la mano,
recibió una mirada desconfiada adornada con una sonrisa
ladina que mostraba el hoyuelo en su mejilla izquierda, una
contradicción difícil de lograr, pero que Gina sabía era fácil de
hacer una vez que la practicabas millones de veces.

Después de un momento acepto su mano y la ayudo a salir. Se


sintió extremadamente liviana cuando Massimo la levantó,
casi como una niña pequeña, la sensación no desapareció
cuando quedaron frente a frente y eso que con los tacos eran
casi de la misma altura.

—Esta es la parte donde me agradeces— le recordó con burla.

Una idea cruzo por su mente, estiró la mano para agarrar el


cuello de la camisa de su marido y tiro de él hacia ella. Sus
labios se tocaron por un segundo, pero después estaban
cayendo a la piscina y el contacto desapareció. Un pequeño
sacrificio por una venganza tonta.

Nado lejos de Massimo antes de salir del agua. Se limpió el


maquillaje corrido debajo de los ojos lo mejor que pudo.
—Perra.

Rechinó los dientes, odiaba el estúpido insulto.

—Gracias— modulo exageradamente y levantó el dedo medio


en su dirección.

Massimo se carcajeo, el sonido fue ronco y viril provocándole


un escalofrío que ella hizo pasar por el frio de la piscina. Se
negaba a cualquier emoción que le causara Massimo,
cualquiera que no fuera odio o repulsión, también se había
esforzado en no fijarse en él físicamente, pocas veces se le
quedaba mirando porque si no comenzaba a babear por su
cuerpo, contra todo su ser debía reconocer que era guapo,
casi divino y eso se lo daban sus hombros anchos junto a esa
mandíbula cuadrada que ella adoraba en los hombres.

Se quedó congelada al ver como se quitaba la chaqueta y


nadaba hasta ella con movimientos seguros y briosos.
Retrocedió como pudo, sus pies ya no tocaban el fondo así
que fue lenta, Massimo la atrapo fácilmente, enrollo su cintura
con sus brazos músculos y pegó sus cuerpos, la tela mojada
no servía como una barrera, se sentía casi como si no hubiera
ropa entre ellos y ambos jadearon ante la sensación de sus
cuerpos pegados, Massimo le dio una sonrisa pedante
mientras acariciaba su espalda y la acercaba más hacia sí.

Gina trago saliva con dificultad, puso una mano sobre su


hombro con la intención de apartarlo, pero esta quedó en el
olvido al sentir que sus cuerpos quedaban más juntos y que
los músculos bajo la ropa se movían cuando ella lo hizo.

—Podríamos pasárnosla tan bien si lo permitieras— murmuro


seductor sobre su oreja.

Por un momento perdió toda capacidad de pensar y se dejó


llevar por el sonido de su voz viril, de su respiración cálida
sobre su el punto sensible en su oreja. Respiró pesadamente
sintiendo los dedos de Massimo moviéndose sobre su
espalda, seduciéndola para que aceptara. La caricia le hizo
cerrar los ojos por un segundo, todo su interior ardió, había
pasado un tiempo desde que alguien la hubiera tocado así y
su cuerpo estaba reaccionando a ello. Suspiró temblorosa
después de que Massimo presionara un besó sobre su pulso
acelerado.

—Hora de consumar el matrimonio, ¿no crees? — murmuró


frente a sus labios, estos cosquillearon ansiosos, pero lo que
Massimo dijo la hizo reaccionar.

¿En que estaba pensando?

No podía dejarse engañar por los juegos de seducción de


Massimo, él quería una sola cosa de ella, Gina lo tenía claro,
era lo único que querían todos los hombres en la mafia
cuando se casaban, al menos en Las Vegas las cosas seguían
funcionando así, pocos matrimonios se daban por amor, la
mayoría sucedían como acuerdos entre familias y otros eran
castigos cuando una mujer perdía su virtud antes de casarse,
mierda machista que por alguna razón había sobrevivido en
su mundo, una realidad diferente a en la cual vivían la mayoría
de las personas.

Gina no podía conservar demasiado de ella, sabiendo cómo


funcionaban las cosas iban a querer que se quedará en casa
todo el día fingiendo ser una esposa, por eso debía esforzarse
en mantener lo más que pudiera de ella, no tener sexo con
Massimo era algo que la hacía sentir mejor, de esta manera
seguía conservado su dignidad y orgullo, no se sentía tan
vendida y cosificada.

—Ya no estamos en el siglo diecinueve, imbécil.

Lo empujó lejos de ella y nado hasta las escaleras, al salir de


la piscina no se molestó en ocultar su cuerpo, la tela
traslúcida lo mostraba todo, pero sin tener en cuenta a
Massimo, que ya la había visto con menos ropa, no había
nadie más allí.

Su pelo alisado era más largo que cuando lo tenía al natural,


de esa manera le llegaba hasta la curvatura del trasero y se
sentía más liviano, eso le gustaba, pero era una manera más
de demostrar que todo era falso, al menos con el agua se le
encresparía de nuevo.

Recogió los bordes del vestido y empezó a caminar lejos de


ahí, cansada y de pronto enferma otra vez, lo único que quería
era irse a su casa, dormir y despertar al día siguiente dándose
cuenta de que todo había sido una pesadilla.
Lamentablemente las cosas no funcionaban así, y mientras
ella avanzaba hacia la salida Massimo la alcanzo, puso la
chaqueta mojada sobre sus hombros y le dijo ofuscado que
se cubriera, no le apetecía ver a su mujer medio desnuda
caminando por entre un montón de hombres que quería lo
mismo que él.

Gina no luchó contra él y se cubrió, siguió avanzando sin darle


ni una sola mirada. Al llegar a donde estaba la fiesta todos los
estaban mirando, pero poco le importaba eso, harta de la
farsa dejo salir la verdadera "perra" en ella, esa que miraba a
todos por sobre el hombro y no se dignaba a darle ninguna
palabra a nadie.

Todavía mojados se subieron y Gina le dijo al conductor que la


llevara a su departamento, pero después Massimo le corrigió
la dirección. Ahora que por fin se habían casado, iban a vivir
juntos y nada lo haría cambiar de opinión, para ella todo podía
ser una mentira, un acuerdo, en parte, para Massimo lo era
también, pero estaba recogiendo las cosas más interesantes
de un matrimonio y aprovechándose de ellas; iban a vivir
junto, en la misma casa y en la misma cama.

—¿Creíste que viviríamos separados? — se mofó de ella.


Ay, señor, que tonta había sido, ¿cómo se había olvidado de
algo así?

Ciertamente había preferido ignorar eso, poco se habló sobre


los términos de su matrimonio con Gina. Massimo y ella solo
coincidieron una vez después del anuncio del compromiso y
todo había sido organizado por su madre y más esposas
desocupadas. Pero debería haber sido más inteligente, era
estúpido pensar que no vivirían juntos.

La única respuesta que pudo pensar en ese entonces fue


darle una patada a Massimo, él siseó y se sobo la espinilla
lanzándole una mirada furiosa a la que ella respondió
sacándole el dedo de al medio por tercera vez en esa noche.

Sip, Massimo podía joderse, ella no le tenía ni miedo ni


respeto.
ONCE-El corazón del diablo- Dreame

Se refregó el cuerpo aliviada de poder quitarse la capa de


maquillaje que había usado en todo el día, se pasó las manos
por el rostro, frotando sus mejillas y luego subió las manos
hasta su pelo, enterrándolas en la mata de rulos castaños, que
placer era volver a ser ella misma otra vez, sin maquillaje
excesivo y con su pelo al natural.

Se quedó varios minutos bajo el agua caliente, acariciándose


los hombros tensos, frotando sus brazos y estómago,
disfrutando de la sensación que el agua caliente impactando
contra su piel le producía. Cuando creyó que ya había
suficiente, salió de la ducha y secó su cuerpo con cuidado,
después hizo la toalla a un lado para poder observar los
moretones en sus espalda y cadera, tocó el segundo con
dedos temblorosos presionando cuidadosamente para darse
cuenta de que seguía doliendo como la mierda.

Siseó entre dientes, dejó de tocar el hematoma y buscó el


bote de crema que había sobre el mesón, subió la pierna a
este y se la aplicó. La frescura de la sustancia cremosa la
alivió, sus ojos se cerraron por un momento y se abrieron
abruptamente cuando alguien entró al baño.

—¿Qué mierda? — gritó a Massimo mientras buscaba su toalla


para cubrirse.

Al darse la vuelta dejó su espalda al descubierto por


completo, Massimo primero vio su trasero, pero después se
fijó en los moretones que pintaban su piel morena.

—¿Qué carajo?
Acortó el espacio entre Gina y él en un segundo para poder
ver mejor su cuerpo magullado. Trazó con las yemas la piel
coloreada, Gina se estremeció en sus brazos y después se
apartó de él con un movimiento furioso que lo sorprendió un
poco.

—¿No te enseñaron a golpear?

—Es mi casa, si quiero entrar a un lado lo hago. ¿Fue tu padre?


— Señaló con la cabeza su espalda.

—Aw, ¿ya te preocupas por mí? ¿Quieres matar a todos los que
me hagan daño? — se burló de él, Massimo tan solo la miró
inexpresivo — No te preocupes, llevo cazando mis propios
monstruos desde los diez, no necesito un caballero de
armadura brillante.

Su postura rígida se mantuvo inmaculada a pesar de que


Massimo dio un paso al frente invadiendo su espacio
personal. Se sostuvieron la mirada sin miedo ni incomodidad.
La determinación, ese brillo poco amistoso en los iris de cada
uno, eran cosas a las que ya se estaban acostumbrando y que
de alguna manera esperaban encontrar cada vez que se
miraban.

Massimo recorrió el borde de su hombro con los dedos tibios,


hubiera preferido que estuvieran fríos, así habría sido mucho
más fácil engañarse por la razón del escalofrío que le subió
por la espalda ante la caricia, se estremeció de nuevo cuando
descendió por su espalda, presionando el moretón en su
hombro.

Su cuerpo reaccionaba sin permiso a Massimo y lo que


estaba haciendo, pero logro mantener el rostro serio,
mostrándose estoica ante el roce de sus dedos y cercanía,
demasiado orgullosa para dejarle saber que le afectaba su
presencia.
Cuando su nuevo esposo dio otro paso y sus cuerpos se
tocaron, su reacción fue levantar el mentón, retándolo a que
hiciera algo más. A Massimo el pulso se le aceleraba cada vez
que hacia ese gesto y sus iris ambarinos se fundían en
emociones desconocidas para él.

—Lo único que me preocupa de ti es como te verás sentada


sobre mí— ronroneó.

La sangre le fluía en dirección sur, dejando que fuera su


entrepierna la que se encargara de tomar decisiones y lo
llevara a acercarse un poco más a Gina. Recién bañada el
aroma de su piel era mucho más intenso y enloquecedor, toda
ella estaba en un grado más de tentación cuando solo había
una toalla cubriendo las áreas más importantes de su cuerpo,
las misma que Massimo se moría por ver, tocar y saborear de
nuevo. El factor sorpresa ya no existía, él sabía lo bien que
todo se sentía con ella y eso tan solo servía para incrementar
su deseo.

—Tendrás que seguir preocupándote entonces, porque eso no


va a suceder— respondió hostil.

Le dio un golpe en el pecho que lo tomo por sorpresa y lo


desconcentro lo suficiente para que escapara de su encierro.
No llego muy lejos, Massimo la sujetó del antebrazo y volvió a
atraerla hacia él.

—Ninguna mujer se me ha resistido antes, ¿sabes por qué?

—¿Ninguna tenía el cerebro para hacerlo? — frunció los labios


al recordar que ella también caído en sus encantos una vez —
Excepto yo, por supuesto.

—Ya dormiste conmigo dos veces, ¿por qué tanto drama por
una tercera? — preguntó inclinándose sobre ella.
Gina sujeto la toalla con más fuerza contra su cuerpo, sacudió
la mano que seguía atrapada por el agarre de su marido
queriendo librarse de él y recuperar un poco de su espacio
personal. Dolía reconocer que cuando lo tenía tan cerca era
más difícil pensar con claridad, olía bien y tenía una presencia
viril imposible de ignorar, en cualquier otra situación no habría
tenido problema en acostarse con él cuantas veces quisiera,
pero no dejarlo meterse entre sus piernas era su manera de
preservar la dignidad y orgullo que creía perdido.

—Porque estaba ebria, con alcohol en la sangre le hago a


cualquier cosa, incluso a los rubios hijos de papi— fingió un
escalofrío y puso una mueca de asco.

La mandíbula de Massimo se tensó y supo que había logrado


meterse bajo su piel, debía haber sido el insulto, genial, lo
tendría en mente para usarlo más tarde.

—Cuidado con cómo me hablas— gruñó acercándose un poco


más a ella.

Sus narices su tocaron y había tanto odio en el aire que


ninguno se percató de que sus labios también se rozaban con
cada respiración.

—Si no soportas que te diga la verdad, entonces ándate—


respondió con ese tono insolente que ya había dejado de ser
divertido.

Massimo la arrinconó contra la encimera del baño, no sabía


qué hacer con Gina y eso le provocaba más emociones en el
pecho que nunca antes había sentido. No era un hombre
racional, su padre siempre había odiado eso de él, Massimo
se guiaba por sus emociones; deseo y enojo, no había nada
más que él reconociera, pero Gina lo complicaba todo, con
ella sentía deseo, enojo, interés y tantas otras cosas que lo
confundían y lo dejaban de pie como un tonto sin saber qué
hacer. Golpearla no era una opción, por más que a veces
quisiera hacerlo; besarla siempre era una buena idea, pero ello
no se dejaba, ¿qué más podía hacer? Responder a su lengua
víbora le resultaba aburrido y agotador.

—Me estoy cansando de tu jueguito— le advirtió.

Gina, contrario a lo que esperaba, sonrió.

—Bien por mí, ¿por qué no me dejas volver a mi vida entonces


y nos olvidamos de todo esto?

—Creo que lo que tienes que hacer es cerrar esa boquita


bonita y ser una buena esposa— murmuró bajando la vista a
sus labios.

Sin nada de maquillaje eran rosados e igualmente brillantes.


Tan malditamente tentadores.

—Sería una buena esposa si tú lo fueras también, pero dudo


que algún día seas capaz de eso.

Massimo apoyó las manos sobre su cadera y las presiono


contra el mesón, su propio cuerpo ayudo a retenerla en
aquella posición donde él tenía todo el control, Gina arrugó el
rostro, adolorida por la presión sobre sus moretones, jadeo
cuando Massimo clavo los dedos sobre su cadera magullada
con malicia. Él sonrió maquiavélico, se humedeció los labios
con la punta de su lengua, esperando una reacción de Gina
que nunca llego. Frustrado golpeó la palma contra la encimera
y después se alejó.

No iba a hacerle daño físicamente, no podía, pero había otras


maneras de herirla. Sabía que era suficiente castigo para ella
estar en este momento aquí y se iba a esforzar por hacer de
su vida marital un infierno, partiendo en este preciso instante.
Retrocedió un paso, permitiéndole a Gina moverse hacia la
puerta entes de que cambiara de idea y volviera a
arrinconarla. No le gustaba tenerlo cerca, todo lo provocativo
y tentador de Massimo se veía opacado por su personalidad
arrogante y ese machismo desagradable, era incapaz de
sentirse atraída por una persona así.

Su toalla fue jalada, dejándola por completo desnuda a un


paso fuera del baño. Gina se detuvo, el corazón le latió
arrítmico en el pecho asustándose por lo que Massimo
pudiera hacer.

No iba a violarla, ¿o sí? ¿Por qué la habría dejado ir si no?


Porque era un loco que disfrutaba jugar con ella, esa era la
respuesta.

Siguió caminando como si nada hubiera pasado, Massimo se


recargó en el mueble detrás de él y observó lo que creía era
suyo, algún día, en algún momento todo ese espectacular
cuerpo volvería a donde pertenecía, junto al suyo y lo haría por
voluntad propia, qué mejor venganza que hacer a una mujer
orgullosa como Gina tragarse sus propias palabras.

Pero seducir a Gina era más difícil de lo que había pensado, ya


que ella estaba determinada a no caer bajo ninguna de sus
encantos. Por más que Massimo las acechara y aplicara
todos sus trucos de seducción, nada había sucedido, se había
resistido al por una semana completa. Que fracaso.

—Te estás obsesionado con algo que no deberías— opinó Ace


mientras revisaba algunos de los papeles.

—Gina no es una obsesión, simplemente me molesta no


conseguir lo que quiero de ella, es tan terca.

Ace bufo.
—Nunca se va a acostar contigo, supéralo y concéntrate en
nuestro problema— apuntó algo sobre el documento que
había estado leyendo.

Massimo lo tomó en sus manos y leyó sin estar realmente


concentrado.

—¿Por qué dices que Gina no dormiría conmigo? — Ace


suspiró, como si fuera sumamente agotador tener que
explicárselo —. ¿Es por eso de que soy un mafioso y hago
cosas poco éticas y todas esas mierdas?

Muchas personas saben lo que hacen, sobre todos aquellos


que son parte de La Legge. Los rumores corren
increíblemente rápido en la mafia, pero aun así nunca una
mujer le había dicho que no.

—A Gina no le molesta que seas un monstruo, es que eres su


monstruo.

Massimo lo miró en silencio esperando que se explicará. Su


amigo le devolvió la mirada y después entornó los ojos. Aún
no entendía cómo es que podía ser tan astuto y malditamente
inteligente para algunas cosas, como crear planes de ataque,
negociar y descubrir mentiras, pero en cuanto a las
emociones era un completo idiota. No es como si él fuera
mejor, pero sí lograba comprender mejor los sentimientos de
las otras personas porque era más observador.

—Ella tenía una vida antes de ti y tú lo destruiste. Cualquier


sentimiento lujurioso que puedas provocar en ella queda
opacado por el odio que te tiene.

Lo escuchó con atención, asintió mientras procesaba sus


palabras y después dijo acusatoriamente:

—¿Te das cuenta de que esto es lo que más me has hablado


en años y todo es por Gina?
Ace bufó, le quitó los documentos de las manos, porque sabía
que no los iba a leer en ese momento y volvió a concentrarse
en lo importante. Massimo hizo lo mismo después de llegar a
la conclusión de que pensar tanto en su nueva esposa no valía
la pena. Iba a conseguir lo que quería muy pronto, la había
elegido por ser bonita para que fuera mucho más fácil
desearla, así acostarse con ella no sería un problema y podría
darle a su padre lo que había pedido pronto, librándose del
problema. Massimo no tenía ganas de escuchar al viejo
reprochándole asuntos sobre su vida que no le inmiscuían
realmente.

Lo importante ahora era que tenían una maldita rata entre


suyos que podía echarlo todo a perder pues hace meses que
estaban planeando atacar el territorio de El Cartel para
controlarlos antes de que se creyeran invencibles e intentarán
expandirse.

Un chapoteo y un gritito de diversión lo distrajeron de nuevo.

Fuera en el patio inmenso y completamente abierto que


dejaba una panorámica maravillosa de la ciudad, Gina y su
mejor amiga disfrutaban del calor usando la increíble piscina
que tenían a su disposición.

—Podría casarme con un mafioso también si eso significará


vivir en una casa así, con esta piscina— dijo Frances en su
flotador, bebiendo su coctel de vodka con fruta.

—No digas eso— exclamó espantada Gina —No tienes ni idea


de lo que hablas. Esto no es como en las películas y si fuera
así, sería la de El Padrino donde Michael mató a su propio
cuñado para preservar su imperio.

—Oye, yo estaba deseando que lo mataran por lo que le hizo


su esposa… Ese bastardo— acabó siseando.
—Hombres como él es lo único que vas a encontrar por aquí—
murmuró entre dientes.

Frances la miró atentamente, recorrió su figura delgada


recostada en el flotador hasta que vio el moretón en su cadera
que ya había desaparecido casi por completo.

—¿Massimo no…?

Dejó la pregunta abierta porque no se atrevió a pronunciarla


por completo.

Gina se bajó del inflable, el agua fría la refrescó de inmediato


y fue aliviante. Entendía porque no todos soportaban el calor
de Las Vegas, podía ser bastante asfixiante, demasiado para
quien no estaba acostumbrado, pero definitivamente mucho
mejor que el calor húmedo de Nueva York.

Dio vueltas alrededor de Frances, acostumbrándose a la


temperatura del agua y estirando las piernas.

—Si Massimo me pusiera una mano encima la perdería, y él lo


sabe— dijo seria.

Apoyándose sobre el estómago de Fran intentó subirse a su


inflable y terminó arrastrando a ambas al agua, pataleando
para no hundirse y luchando por conquistar el flotador siendo
que había otro,

Jadeantes se rindieron, Gina flota en el agua mientras Frances


se acomodaba de nuevo para tomar el sol e intentar alcanzar
ese bronceado maravilloso con el que todas las blancuchas
sueñan.

Se alejó de su amiga, nadando hacia el fin de la piscina y


también de la propiedad. Apoyó los brazos en el borde de
todo. En un principio se había sentido reticente a acercarse a
aquella parte, le daba vértigo encontrase al filo de una caída
mortal, nunca le había gustado sentirse cerca de la muerte,
pero sabía manejar muy bien la sensación, era capaz de
vencer el miedo, por eso se consideraba a sí misma una
persona valiente. Vivir sin miedo no era vivir, era ese mismo
pánico el que desencadenaba el resto de las emociones, vivir
controlada por el miedo tampoco era vivir, la solución correcta
era vivir con miedo, pero no dominada por él.

Así funcionaba su filosofía y estaba intentando aplicarla


ahora, intentando no sentirse asustada por el hecho de que
dormía bajo el mismo techo que el hombre que la odiaba,
quien en cualquier momento podía hacer uso de su fuerza
bruta para conseguir lo que le había estado rogando por
semanas, uno pensaría que Massimo Amadore no es el tipo
de hombre que suplica o pide las cosas, pero Gina había
descubierto que poco de lo que decían de él era cierto, al
menos con ella.

Seguía enojada con el hecho de que la habían obligado a


casarse con que su esposo era todo menos una compañía
placentera, pero al menos debía reconocer que su situación
podía ser mucho peor. ¿Debía sentirse agradecida por ello?
¿Por qué no la golpeara o por qué no la hubiera violado la
primera vez que se le negó? No, tenía muy claro que no debía
agradecerle nada, pero en parte lo estaba. Debía verle lo
positivo de la situación o acabaría lanzándose del cuarto del
segundo piso.

La primera semana aquí se había ido relativamente rápido,


Frances venía casi todos los días y cuando estaba sola veía
alguna película interesante en internet, Massimo, como había
esperado, no se acordaba de ella hasta que llegaba la hora de
ir a dormir, ahí es cuando empezaban la peleas, pero si
tuvieran un marcador ella iría ganando completamente y eso
era lo único que le importaba en ese momento.

—Uy, ¿quién es ese? — escuchó que Frances preguntaba


mientras miraba a Trent salir de la casa.
Era uno de los guardaespaldas que estaba constantemente
saliendo y entrando, ella no tenía ningún hombre a su cargo,
cuando quería salir la acompañaba quien estuviera presente
lo cual era bueno porque así rotaba de hombres y mantenía la
vista entretenida, pues si bien algunos estaban alejaditos de
la mano de Dios, todos tenían un cuerpo increíble.

—Ni lo pienses, si yo no puedo tenerlos tú tampoco— casi


gruño.

—Que egoísta, Gina.

Le sacó la lengua y salpico agua con su pie, moviéndolo


perezosamente, porque no quería que le saltara agua a ella o
que Frances quisiera vengarse y la botara del inflable cuando
estaba tan cómoda en él, bronceándose y comiendo
almendras confitadas. Se había hecho adicta desde la boda, el
dulzor excesivo de la capa que envolvía a la almendra
suavizado con el amargor del fruto al interior eran su nueva
obsesión y la habían saciado cada que tenía un antojo.

Le ofreció por cortesía a Fran, pero ella negó con una mueca
de asco, Gina no podía entender como no le gustaban cuando
eran un dulce exquisito.

—Salgamos esta noche, estoy harta de esta casa y de que los


hombres me eviten como la peste, comienzo a sentirme fea.

—¿Salir, así como de fiesta? — curioseó entusiasmada.

Siendo mejores amigas pocas veces salían sin la otra y Fran


extrañaba la vibra divertida que su amiga llevaba con ella
donde sea que fuera, sobre todas las noches que elegían salir
a bares a bailar más que a buscar una conquista.

—No, a la misa de las ocho— dijo sarcástica, poniendo ese


tono de voz que insinuaba que la otra era tonta —. Por
supuesto que a una fiesta o tal vez a K's, llevo más de un mes
sin salir y necesito bailar.

También necesitaba urgentemente dormir con alguien, bueno


no era una urgencia, pero el sexo era una cosa regular en su
vida y ahora se sentía como una adicta en recuperación pues
hace casi un mes que no estaba con un hombre.

—Me gusta la idea— dijo Fran entusiasmada.

Junto las manos dando un gran aplauso y después abrió la


boca formando una perfecta "o" con sus labios pequeños,
siempre que hacia ese gesto su rostro adquiría una expresión
graciosa.

—Oh. ¿Puedes ser la conductora designada? Es viernes y ya


sabes que Cole me da chupitos gratis.

—Tan solo si prometes cogértelo— le propuso.

Sonrió maliciosa cuando las mejillas de Fran se tornaron de


un profundo color rojo que combinaba con el color de su piel
quemada.

Llevó una almendra confitada a su boca y la mastico sin poder


apartar la sonrisa del todo, esta se volvió más grande cuando
su amiga comenzó a abanicarse el rostro alterada por lo que
más tarde debería hacer. A Gina le gustaba ver ese lado
inocente de Frances, era gracioso, sí, pero también le ayudaba
a creer que todavía había personas de almas puras en el
mundo.

—¿Crees que tenga alguna oportunidad con él? — indagó Fran


señalando con la cabeza a uno de los hombres cerca de la
piscina.

Su cabello rubio brillaba más bajo el sol, tenía casi el mismo


tono claro que Fran y era un poco más oscuro que el de
Massimo, su figura alta y delgada se escondía bajo un traje
que de seguro lo estaba haciendo sudar, debía haber por lo
mínimo treinta grados.

—Calma, amiga— dijo Gina, picara —. Ni siquiera te has


acostado con Cole y ya estás pensando en tu siguiente
víctima.

El rojo en las mejillas de Fran se volvió más intenso, sus ojos


seguían fijos sobre el guardaespaldas, tanto fue la intensidad
de su mirada que al final él acabó girándose hacia ella para
observarla con seriedad.

Gina, consiente de toda la escena, se relamió los labios


pensando en algún plan para acercarlos.

Le hizo señas al hombre mientras ella se movía hacia la orilla


de la piscina, sabía que toda su aura intimidante y seductora
no existía en esa posición, pero la recuperó apenas le pidió
ayuda para que la sacará del inflable y la pusiera de pie frente
a él, en esta nueva posición la altura de Gina se veía reducida
de manera sorprendente, su metro sesenta y tres parecía nada
al lado de aquel hombre.

Lo rodeo, dejándolo de espaldas al agua y lo miró desde abajo


a través de sus largas y oscuras pestañas, esa expresión
matadora no sería nada sin su mágica sonrisa.

—Hola...

—Santino— respondió un poco confundido.

—Santino, que nombre más bonito— se hizo a un lado el


cabello para dejar a la vista su escote que por supuesto él no
obvio —. Hacer harto calor, ¿no?

Sus labios se movieron trémulos, estaba en pánico porque


nunca había hablado como nadie como Gina, hermosa, segura
de sí misma y la esposa de Massimo, este último punto era lo
que más miedo de le provocaba.

—¿Por qué no te metes a la piscina? Tanto calor no debe ser


bueno— dijo melosa, batió sus pestañas, coqueta.

—Yo... nosotros no... No creo que sea una buena idea— vomito
las palabras retrocediendo un paso.

Gina se dio cuenta de lo incomodo que estaba, dio otro paso


al frente dejando que se deslizará una sonrisa maliciosa en
sus labios. Adopto esa postura confiada y seductora que
siempre los derretía, Santino retrocedió otro paso sin saber
cómo actuar, demasiado preocupado por Gina no se dio
cuenta de que ya no había más suelo que pisar y cayó al agua.

Su expresión de sorpresa valió la pena, pero todo fue mucho


mejor cuando Fran se acercó a Santino fingiendo demencia y
preguntándole si estaba bien, en el momento en que su nueva
conquista le dio la espalda Frances ella le sonrió e hizo el
signo "okey" con la mano.

Gina le sonrió de vuelta.

¡Viva el trabajo en equipo!

Se cruzó de brazos orgullosa con lo que había hecho,


recupero el pote con las almendras que sabiamente había
sacado consigo y comió una mientras recorría su alrededor
con la mirada. 

La vista desde aquel lugar era impresionante, la piscina


estaba en el borde de la quebrada y bajo ella se veía Las
Vegas en toda su inmensidad, a pesar de la sequedad típica
en la zona el jardín trasero era increíblemente verde, el suelo
estaba cubierto de pasto y había un par de árboles que le
daban el toque al lugar.
Cerca de Gina había otro soldado de Massimo que la estaba
mirando, ella al darse cuenta le devolvió la mirada y él
retrocedió asustado. Gina caminó seductora hasta él, aunque
el bikini ya había hecho la mayor parte del trabajo.

—Tú también deberías refrescarte un poco.

—Estoy bien aquí— respondió nervioso.

—No lo creo— le puso una mano en el hombro ya que con él


no había tanta diferencia de altura —, te ves acalorado.

—Señorita Amadore, ¿podría por favor...?

—Dime Gina— lo interrumpió —. Vamos— le tomó la mano, el


pobre casi se desmayó ante tal cosa y pasmado no pudo
hacer más que seguir a Gina cuando tironeo de él —, un rato
en la piscina no te hará mal.

Santino seguía en el agua, ahora sin polera, refrescándose y


conversando con Fran animadamente.

—¡Johnny! — llamó a su amigo desde la piscina, después le


dijo algo en italiano que no entendió.

Sus palabras lo animaron a seguir a Santino y minutos más


tarde él también se encontraba dentro del agua.

Los cuatro se entretuvieron por un par de horas en la tarde,


hasta que Massimo apareció en su impecable traje n***o,
basto una mirada para que ambos soldados salieran de la
piscina corriendo como si los persiguiera el diablo.

Ace estaba a su lado, su altura y cabello n***o contrastaba


tanto con el de Massimo, eran la versión opuesta del otro, la
ropa también ayudaba a la imagen, pues su marido llevaba
traje y el mejor amigo de este iba vestido con una polera
básica y pantalones cortos.
—Hora de irnos— susurró a Frances que se había quedado
paralizada por la presencia de ambos hombres.

—Definitivamente— dijo asintiendo energéticamente.


DOCE-El corazón del diablo- Dreame

El bar estaba repleto y era día de música latina, por lo que


Gina no lamentaba todo el problema que tendría cuando
Massimo se enterara de que había salido sin un
guardaespaldas, valía completamente la pena.

Sonaba algo alegre en el local, Gina no tenía ni idea de lo que


decía la letra, pero estaba bailándola como si sintiera cada
una de las palabras.

Frances se le acercó moviendo sus caderas sensualmente,


cuando estuvo lo suficientemente cerca le pasó un brazo por
el cuello y la apego a su cuerpo acalorado.

—¿Cuantos tequilas has tenido? — preguntó divertida, no


había otra forma de que ella se comportara así.

—Muchos— dijo con una modulación penosa dándole la


respuesta que Gina ya sabía.

Frances se movió contra su cuerpo, incitándola a seguir el


ritmo de la canción. Gina no tuvo problema con ello. Bailaron
apegadas, rozando sus cuerpos, riendo y atrayendo la
atención de toda la población masculina en el bar.

Gina giró el cuerpo de su amiga para tenerla de espalda a


ellas, le hizo el cabello a un lado y besó el punto debajo de su
oreja, después le susurró:

—¿Vas a ir a por Cole?

El barman no le había quitado los ojos en toda la noche y Gina


como buena amiga se había dado cuenta de ello.

—Mmh, estoy entretenida bailando— respondió.


La Frances alcoholizada es mucho menos tímida y no teme en
bailar pegada a su mejor amiga, es más, disfruta de la
sensación de sus cuerpos suaves juntos. Alza las manos para
rodear el cuello de Gina quien sonríe divertida por la situación.

Se quedan juntas hasta que termina la canción, cuando la


siguiente empieza dos chicos las han rodeado, uno baila con
ella y el otro con Fran.

Entusiasmada con la nueva atención Gina se gira hacia el


desconocido, no hay mucho que pueda ver de su rostro, pero
sabe que es más alto que ella y que tiene un cuerpo
ejercitado, eso es suficiente para apegarse más a él y
permitirle acariciarle la piel desnuda de sus piernas.

—Hueles bien— dice el extraño con voz ronca.

—¿Sí? — pregunta extrañada.

Le cruza los brazos por detrás del cuello y roza sus cuerpos
con cada movimiento.

—Disculpa, eso fue demasiado raro.

Gina asintió. A pesar de lo que había dicho no le daba mala


espina y siguió bailando con él, preocupada de mantener un
ojo sobre su amiga también.

Canción tras canción ellos se mantuvieron pegados, el calor


del lugar los hizo sudar, pero ninguno le dio importancia, los
movimientos de vaivén que Gina hacia al ritmo de la música lo
estaban volviendo loco y la manera en que él le acariciaba la
piel y repartía besos por su cuello la estaba afectando a ella.
El extraño la giró en sus brazos, pegando su erección al
trasero de ella quien se arqueó, descansando la cabeza sobre
su pecho y presionándose contra él. Que bien se sentía eso,
un cuerpo masculino detrás del suyo con palmas grandes
sobre sus muslos y su respiración jadeante haciéndole
cosquillas en la piel sensible. Estaba ardiendo, lista para dar el
segundo paso. Un suspiro tembloroso salió de ella cuando su
nueva tentación le hizo a un lado el pelo y le mordió la piel del
cuello.

—No marcas— jadeo cuando entre las nieblas del placer


apareció una luz de racionalidad.

—¿Vamos a un lugar más privado? — le propuso.

Gina abrió los ojos, que sin querer había cerrado, para buscar
a Frances y darse cuenta de que estaba segura conversando
con Cole.

Su respuesta fue tomar de la mano al hombre y arrastrarlo


hasta la parte trasera del bar, había un armario donde
guardaban los artículos de limpieza, ahí se metieron. Antes de
que pudiera decir algo, que en todo caso no sabría de qué
hablar, los labios de él estuvieron sobre los suyos. El sabor a
vodka la inundó, pasmada por el sorpresivo asalto de su boca
y el sabor a alcohol, le tomo un tiempo reaccionar y responder
a su beso con la misma hambruna. Él, no perdiendo tiempo,
rodeo los muslos delgados con sus manos y la insto a rodear
su cadera con ellos, después la presionó contra la pared,
dejándole ver lo necesitado que estaba.

Gina jadeo al sentir sus manos masajeando sus pechos


sensibles y enterró los dedos en su cabello de color
indescifrable acercando su rostro para profundizar el beso,
lamiendo sus labios y exigiendo permiso para entrar, uno que
él concedió sin duda.

Se devoraron el uno al otro, sus labios estaban hinchados y


sensibles para cuando Gina se bajó el short. Gimió
desaforada, arqueándose y suplicando por su toque, uno con
el cual no había sido muy bendecida, pero estaba bien para un
rollo de una noche. Le bajó los pantalones a él también, le
ordenó que se pusiera el condón y todo lo demás es una
historia ya contada.

Se movieron uno con el otro en un ritmo rápido, desesperados


por acabar y deshacer el nudo de deseo que se había formado
en su espalda baja, ese placer que golpeaba en ella con cada
estocada, cada roce a ese punto sensible dentro de sus
paredes. Le indicó entre jadeos que tocara sus pechos y ella
uso sus manos para acariciarse a sí misma, lo qué junto a las
penetraciones de él, la llevaron a alcanzar el adorado orgasmo
un par de segundos más tarde que su amante espontaneo.

Gina desengancho sus piernas del hombre y se recargo en la


pared tratando de recuperar su respiración. Ambos resollaban
en la oscuridad del polvoroso armario. No se habían visto la
cara, ni conocían el nombre del otro, pero era lo más cómodo
para Gina en este momento.

—Gracias— dijo dudoso el hombre.

—¿Gracias? — frunció el ceño mientras se acomodaba la ropa.

—¿No? — resopló frustrado —¿Qué se dice después de un


polvo con una desconocida en un armario?

—¿Nunca lo habías hecho? — preguntó anonada y con cierta


mofa.

Dio un paso al frente, pero se golpeó la pierna con algo.

—Mierda— siseo demasiado alto.

Segundos después se hizo la luz. El desconocido prendió la


linterna del celular, permitiéndole por primera vez ver su
rostro.
Maldijo de nuevo retrocediendo un paso. Definitivamente la
falta de luces jugaba a su favor, porque ahora que podía ver
sus rasgos tenía que reconocer que era feo.

—Cómo puedes ver, no soy un hombre que encante a la


primera— sonrió tenso y eso no le ayudó para nada.

Se sintió un poco mal por ser tan obvia y mostrarse


disgustada por su rostro, pero la verdad era que Dios no puso
ni una gota de belleza en él, excepto por su musculatura, esa
sí se podía considerar divina.

—Lo siento— se disculpó por su reacción.

El hombre asintió mientras le daba la espalda, ya se había


arreglado y estaba listo para terminar el encuentro de sexo
esporádico.

Gina entendió que después de su obvia reacción no quería


hablar más con ella ni alargar algo que de todas maneras
acabaría, así que se mantuvo callada detrás de él, reubicando
su sujetador y pensando en lo bien que se sentía, el glamur
post-orgasmo era una cosa de la cual nunca se aburriría.

La puerta se abrió, ambos salieron del armario sin dirigirse


otra mirada o palabra, sumiéndose en la oscuridad cada uno
tomó su camino, alejándose del otro para siempre.

Se acercó a la barra buscando a Frances, sus pasos eran


seguros pero relajados, la sonrisa satisfecha en sus labios lo
contaba todo y eso fue exactamente lo que Ace vio cuando
Gina se acercó a él y a su amiga, confundiendo al primero con
Cole.

Tuvo el descaro de mantener su expresión e incluso de


revolverse el cabello un poco más, como si su amante no lo
hubiera hecho lo suficiente. Se apoyó en la barra
despreocupada y le sonrió a Ace.
—¿Qué haces aquí? — preguntó seria, pero aun con esa
sonrisa.

—¿Qué haces tú aquí?

Su inexpresividad la irritó, pero prefirió mantener la calma.


Miró por sobre su hombro a Frances, que parecía desear con
todas sus fuerzas desaparecer, al menos se veía bien.

—Pasando el rato, ya sabes— se encogió de hombros.

—¿Massimo está bien con eso?

Entre abrió los labios indignada con su pregunta, dejando la


posición calmada se estiró todo lo que pudo buscando
imponerse y cruzo los brazos sobre el pecho, un gesto que
repetía mucho cuando se molestaba u ofendía, sabía que sus
ojos se habían rasgado un poco más con la rabia fluyendo por
sus venas y que sus labios se torcerían en una mueca en
cualquier momento porque no era capaz de controlar sus
expresiones cuando la furia tomaba control de ella.

Poco le importaba lo que Massimo opinara sobre sus


acciones, él no tenía ningún derecho a decirle lo que podía o
no hacer, en ningún aspecto de su vida. Si Gina no sentía
remordimiento por el encuentro casual con el desconocido era
porque no consideraba su matrimonio una cosa real y por lo
tanto no había nada a lo que rendirle lealtad o fidelidad. Las
cosas serían un poco diferentes si Massimo no estuviera
haciendo lo mismo que ella, no tenía ninguna prueba
consistente de ello más que las extrañas desapariciones
después de sus discusiones e intentos de meterse en sus
pantalones, pero sabía que él era infiel, cualquier pensamiento
contrario a ese era ingenuo y estúpido.

A Gina no le importaba lo que su marido hiciera mientras que


él tampoco mostrara interés por sus actividades, pero
analizando la presencia de Ace aquí, podía pensar lo
contrario.

Hizo caso omiso a la pregunta del chico, lo rodeo y tomó el


brazo de su amiga borracha; Frances protesto hasta que Gina
le pidió que se comportara porque necesitaba de su ayuda,
incluso ebria estaba dispuesta a hacer de todo por su amiga.

Sintió a Ace moviéndose detrás de ella, pisándole los talones.


Al salir también las siguió hasta donde estacionaron el auto.

Gina no sabía lo que quería, el hombre era particularmente


callado, su seriedad no tenía precedentes y aun así ella podía
deducir que no estaba enojado y que no iba a hacerles nada,
entonces, ¿por qué no las dejaba solas de una vez por todas?

—Tan solo dime que quieres— ladró en su dirección después


de acomodar a Frances en el asiento.

—Max no sabe que estás acá.

—Bien por mí— alzó los brazos y los agito fingiendo felicidad
—. Ahora, si me disculpas, iré a mi casa a dormir.

Ace resopló, sus labios vibraron cuando el aire escapó


demostrando su molestia.

—Estás jugando con fuego.

—Yo soy el fuego— refutó Gina con brío, demostrando su


punto. Como un agregado el dorado en sus ojos se convirtió
en un líquido ardiente —, así que deja de molestarme.

—Massimo podría matarte por lo que hiciste o a él— dijo con


calma fingida.

—No me importa— refunfuñó caminando al lado del piloto.


Sus tacones resonaron en el asfalto con cada paso furioso
que daba hacia la puerta. El calor de Las Vegas no hacía nada
por enfriar su temperamento y con cada segundo que pasaba
tenía más intenciones de asesinar a Massimo, a donde iba la
perseguía, ya fuera físicamente o no, odiaba que hubiera
arruinado su vida y que siguiera haciéndolo.

—¿Por qué no llevas la fiesta en paz? — preguntó Ace alzando


un poquito la voz.

Gina giró en sus talones y con el movimiento fugas quedó


frente a él, sus cuerpos estaban lo suficientemente cerca para
olerse, y ambos se sorprendieron al darse cuenta de lo bien
que el otro olía. Ace retrocedió un paso, cuadro los hombros y
la miró desde arriba con esa expresión glaciar.

—¿Por qué tengo que comportarme cuando Massimo se coge


a quién quiere, cómo quiere y dónde le da la puta gana? —
rugió perdiendo la paciencia.

Sabía que tenía la razón y que estaba en todo el derecho de


enojarse porque no era justo. Todo lo que la sociedad, La
Legge y su familia esperaban de ella era malditamente injusto
y machista, dos cosas que Gina no podía tolerar.

Ace cabeceo pensativamente, de alguna manera dándole la


razón.

—Yo conduzco.

Frunció el ceño confundida, no entendiendo porque él


conduciría su auto, pero como Ace no era mucho de hablar lo
ignoró y caminó hasta la puerta del piloto.

Gina tenía las llaves, así que puso el pestillo y evitó que se
subiera.
La noche iba de mal en peor y todo lo bien que se lo había
pasado se esfumó en el aire borrando las emociones
positivas y dejando lo único que sentía cuando tenía a
Massimo o a cualquiera de sus hombres cerca.

—Podrías de una vez por todas decirme que mierda quieres y


largarte, ya me has arruinado suficiente la noche.

En enojo se deslizó por su voz como una amenaza. En esta


ocasión no se cruzó de brazos, sino que se puso de pie
irguiéndose en toda su altura y evitando estirar el cuello para
mirar a Ace quien seguía con esa maldita expresión apática.
Gina comenzaba a creer que no había nada en el mundo
capaz de hacerlo sentir algo.

—Conducir— fue su respuesta.

Se mordió el interior del labio, la marea de emociones golpeó


dentro de ella, sacudiéndola con un temblor colérico y
produciendo un sonido gutural de lo más profundo de su ser.
Cansada de la situación y sintiendo como estaba a punto de
perder la paciencia dio un paso al frente y dijo con esa voz
gélida que provenía de un lado suyo completamente diferente.

—Ya lárgate, Ace.

Él se mantuvo estoico, sus labios se torcieron de una manera


extraña que Gina no pudo interpretar.

—No.

—Te vas a meter en problemas— lo amenazó.

—Puedo manejarlo— respondió encogiéndose de hombros.

Aquello reventó la delicada burbuja que había estado


conteniendo toda su rabia. Le dio un empujón a Ace en el
pecho lo suficientemente fuerte y rápido para desestabilizarlo
por un segundo y que ella pudiera meterse al auto. Funcionó
bien, no perdió tiempo regodeándose en ello, pero una vez que
hubo encendido el motor y estuvo manejando lejos de Ace,
elevó un puño al aire y soltó una carcajada victoriosa que le
pareció mucho más placentera que cualquier orgasmo.

Ay, señor, estaba perdiendo la razón, pero era cierto. Hacerle


frente a Massimo o Ace y ganarles producía una satisfacción
inmensa en ella.

Dejó a Frances en su antiguo departamento, luego manejó de


vuelta a la casa de Massimo. Se le hacía imposible pensar en
aquel lugar como propio, como un hogar para ella.

Estacionó el Audi junto a otros autos millonarios que


desconocía y se bajó con un suspiro. A pesar de todo había
sido una buena noche; bailar, reír, su encuentro con el
desconocido, era justo lo que necesitaba para no enloquecer,
algo así como recargar energías, desconectarse un poco de
su mierda de vida.

Se quitó los zapatos y avanzó en silencio por el garaje hasta la


puerta que daba al interior de la lavandería. El lugar estaba en
completo silencio, pero teniendo en cuenta la hora que era no
le supuso una sorpresa. Al pasar por la cocina se tentó con un
trozo de tarta que había sobrado de la cena, la poca luz que
entraba por los grandes ventanales le permitió ver que era de
chocolate. Se relamió los labios ansiosa por probarlo.

Tomó el trozo que quedaba con la mano y le dio un mordisco


al tiempo que la luz se encendió. El sabor dulce se disolvió en
su boca al reconocer al hombre parado bajo el marco de la
puerta, disfrutar la tarta era difícil cuando Ace estaba ahí
juzgándola con esos ojos negros que traían escalofríos tanto
de miedo como placer.

—¿Antojo de media noche?


—Ya sabes, bailar cansa

—Coger también.

Entorno los ojos.

—Massimo y tú no tienen ninguna palabra sobre lo que puedo


hacer o no, y nada va a hacerme cambiar de opinión sobre
eso.

—Tan solo corta el juego.

No entendía cuáles eran los motivos de Ace para seguirla e


intentar hablar con ella, cuando era obvio que él no hablaba,
no con alguien que no fuera Massimo al menos.

—Corta el juego que Max y tú tienen.

—¿Qué te importa a ti lo que yo haga con Max? — utilizo el


mismo apodo que él, saboreando el sonido y decidiendo que
no le gustaba tanto como Massimo.

Ace separó los labios queriendo darle una respuesta seca,


pero los juntó de nuevo al darse cuenta de que no sabía que
decir ante su interrogante. Gina también lo notó y limpiando el
chocolate en su labio con su lengua avanzó hacia él.

—¿Por qué el repentino interés en mí? — curioseó traviesa.

Bajo la luz de la cocina, los ojos de Gina parecían más oscuro,


pero igualmente atrapantes, el juego de luces y sombras
sobre su cuerpo le acelero el pulso, era imposible ignorar lo
hermosa que era, más cuando vestía aquellas prendas. Los
pantalones cortos cubrían lo mismo que unas pantaletas,
dejando al descubierto sus piernas mortales; la franja de piel
morena que había entre el top que estaba usando, y que
revelaba la falta de sujetador, era una tentación no mundana.
Ace no podía dejar de beber de su cuerpo, de cada curva
femenina, de la oliva de su piel y de lo sedosa que se veía. La
deseaba y Gina estaba al tanto de eso, después de todo no era
una sorpresa para ella.

Acaricio el filo de sus dientes con la punta de la lengua, sonrió


maliciosa mientras caminaba hacia él. Sin tacos la diferencia
de altura era abismal y Ace se sorprendió gustando de aquel
hecho. Sacudió la cabeza y se froto la frente queriendo
apartar tales pensamientos de su mente. No valía la pena
hcharlo todo a perder por una divinidad como Gina, porque
sabía que para ella todo era parte de un juego al cual Ace no
se quería sumar bajo ninguna circunstancia.

—No cometas un error— forzó las palabras a salir de su boca


se detuvo frente a él, embriagándolo con su perfume cítrico.

—¿Es un error dejarte llevar por tus emociones? — preguntó


con voz melosa, acariciándole el antebrazo con una sonrisita
divertida —No— contestó antes de que Ace pudiera. Lo miró a
través de sus pestañas, disfrutando el efecto hipnotizaste que
tenía sobre él, iba a gozar tanto desarmando aquel hombre
pieza por pieza hasta liberarlo de las cadenas que él mismo
se había puesto —, es valentía.

Se puso de puntillas para intentar tener sus rostros a la


misma altura, Ace, completamente perdido en la seducción de
Gina inclinó el rostro hacia ella, permitiéndole dejar un beso
sobre su mandíbula marcada y después otro en la comisura
de sus labios delgados.

Olía a aftershave y algo parecido a la tierra después de la


lluvia, un olor que le jugó en contra porque lo hizo desearlo de
verdad. Por un segundo perdió el control de la situación, las
manos le picarón por tocar cada parte de él, por sentir los
músculos de su cuerpo sobre el suyo. Gina tragó con
dificultad y dejándose llevar apretó su pecho contra el de Ace,
la deliciosa sensación la hizo gemir y estirarse un poco más
buscando los labios del hombre
Ace tuvo una reacción que no esperaba.
TRECE-El corazón del diablo- Dreame

Él retrocedió un paso de manera sorpresiva, dejándola


pasmada y ocasionando que casi cayera de cara al piso, pues
la mayoría de su cuerpo estaba apoyado en el de Ace.

Evitó tal desastre afirmándose del marco de la puerta donde


segundos atrás él había estado recargado. Una vez
recuperada levantó la mirada para encontrarse con el rostro
contorsionado de Ace, de seguro debía haber muchas cosas
en su cabeza en ese momento, pero tan solo le dio una
palabra.

—No— habló afectado.

Giró sobre sus talones y se alejó dando pasos apresurados y


largos en dirección a la oficina de Massimo.

Gina entornó los ojos y resopló molesta, después volvió por el


trozo a medio comer de tarta que había dejado y subió a su
cuarto dando pisotones por la elegante escalera. 

Su cuarto era el segundo a la derecha, dado que se había


negado a dormir en la habitación principal con Massimo era
mucho más pequeño, pero para ella estaba bien. La cama de
dos plazas cabía bien y le dejaba bastante espacio para tener
un tocador y un pequeño escritorio que hasta ahora no había
usado.

Tomó la toalla y fue al baño para quitarse el sudor y así


acostarse fresca en la cama. En la ducha se frotó el cuerpo
con una esponja, intentando concentrarse en la placentera
sensación y evitando pensar en lo sucedió con Ace. No iba a
contarle a Massimo lo sucedido, pues, según su expresión,
podía ver que estaba completamente perturbado y arrepentido
por lo que había estado a punto de hacer, eso era un punto a
favor de ella, pero lo que la molestaba era que no había
cedido, había estado a punto, sí, pero eso no le importaba a
Gina, todos los hombres siempre estaban a punto de caer en
sus garras, a ella solo le interesaban los que caían.

Envolvió la toalla sobre su cuerpo, pilló la esquina de esta con


el resto de la tela para que no se cayera y salió del baño
sintiéndose igual que como cuando entró. Para colmo,
Massimo venía subiendo las escaleras y no parecía feliz.

—No estoy de humor— le advirtió antes de que pudiera decir


cualquier cosa.

—El sexo siempre puede hacerte sentir mejor— respondió él.

—Te diría que sí— dijo mirándolo por sobre su hombro


mientras se encaminaba a su cuarto —, pero dado que eres tú,
diré que no.

Massimo la siguió, quedándose detrás de ella para aprovechar


de echarle una mirada a su cuerpo glorioso. Cuando se dio
cuenta de que se iba a quedar fuera de la habitación si no la
alcanzaba, apuro el paso y logró entrar entes de que cerrara la
puerta.

—Voy a ahorrarte todo el intento penoso de seducción: no


quiero dormir contigo, ni hoy ni nunca. Ahora, ándate— señalo
la puerta mientras sostenía la toalla con su otra mano.

Sus dedos delgados estaban desnudos.

—¿Dónde está tu anillo? — preguntó con indignación, dando un


paso hacia ella y tomando su mano —¿Saliste sin él? — elevó
la voz.

Gina sacudió la extremidad para librarse de su agarre y


retrocedió un paso, negándose rotundamente a tener que
mirarlo hacia arriba, ni siquiera era tan alto, pero sin zapatos
le sacaba una cabeza, no como Ace que la superaba por al
menos veinte centímetros. Arrugó el ceño no sabiendo de
dónde provenía ese pensamiento.

—Sí, ¿algún problema con ello? — regresó su atención a


Massimo, desafiándolo con una ceja arqueada.

Avanzó un paso de manera amenazante, posicionándose justo


bajo la ampolleta y cubriéndola con sombras que le arañaron
la garganta, cortándole la respiración por un segundo. Desde
aquella posición Massimo logró intimidarla, Gina intentó que
no se le notara, levantó el mentón, altanera y espero por su
respuesta.

—Eres mi esposa— dijo entre dientes, Gina evaluó sus iris


dándose cuenta que no había una pared de hielo que
contuviera las emociones detrás en esta ocasión —. Eres mía.

—Wou— dijo medio sorprendida y medio asqueada por sus


palabras —. No soy tuya porque no soy un objeto que puedas
poseer, metete eso en la cabeza— y para enfatizar su punto le
dio un golpe en la frente.

El gesto lo hizo sentir violento. Se dejó llevar por sus


emociones, rodeo la muñeca de Gina con sus dedos y la
zarandeo hasta que cayó en la cama, la siguió poniéndose a
horcajadas sobre ella, tomando sus muñecas de nuevo y
posicionándolas sobre su cabeza. Estando así de cerca el
aroma natural de ella se coló por su nariz, atontándolo por un
momento en el cual la frescura del olor lo hizo querer enterrar
el rostro en la curvatura de su cuello y quedarse ahí para
siempre. El hechizo se rompió cuando Gina alzo las caderas
intentando liberarse de su agarre.

Sentirla peleando bajo él aumentó la presión en su sangre y


llevó toda esta a su entrepierna. No se sentía orgulloso de
eso, pero domar a la bestia era algo que siempre le había
excitado, tener el poder sobre los otros le gustaba y Gina era
la primera que se había rebelado contra él, la única que le
impidió tomar y controlar lo que deseaba, ergo, tenerla por fin
bajo su control le proporcionaba una satisfacción enferma
que era incapaz de expresar con palabras y también creaba un
nuevo oxímoron pues no quería que Gina se sometiera a su
voluntad, le gustaba su carácter rebelde e insolente tanto
como lo detestaba.

—¿Qué vas a hacer? Eh— lo provocó —¿Violarme? ¿Golpearme


porque tengo razón? — su voz era firme, determinada hacerle
creer que no le afectaba en nada lo que sucedía, pero
Massimo vio el miedo en el agitado subir y bajar de su pecho.

Ace le había dicho que Gina lo odiaba por haberle arrebatado


su vida y ella misma se lo había recriminado un par de veces,
además de eso, claramente no sentía simpatía por su
posesividad, ni por su persona en general. Bien, eso sería útil
para seguir haciendo de su vida un infierno. No podía usar la
fuerza bruta con ella, pero si podía destruirla mentalmente, tal
como había pensado al principio, pedazo a pedazo hasta que
ya no quedara nada de la antigua Gina, hasta que tuviera que
tragarse sus palabras y sucumbir a él.

—No volverás a salir sin compañía— anunció, el ceño de ella


se frunció.

Se sacudió una vez más. Massimo la retuvo aplastando sus


caderas con las propias y poniendo más peso sobre sus
muñecas también. Gina jadeo al sentir el bulto entre sus
piernas presionándose contra su centro, mas no había ni un
poco de placer en el sonido y Massimo pudo darse cuenta de
ello.

—Y si me desobedeces— se inclinó sobre ella, incapaz de


resistir la tentación de enterrar la nariz en su precioso cuello.
Inspiró profundamente, ahogando sus pulmones en aquel
delicioso aroma cítrico, acaricio la piel erizada con la punta de
su nariz y subió hasta su oreja —te pondré un collar que diga
“propiedad de Massimo Amadore” y te tratare como la perra
que eres— dijo con una sonrisa maquiavélica.

Gina se arqueó violentamente, agitó las manos queriendo


librarse de su agarre para darle el puñetazo que merecía por
decirle tal cosa, pero no fue libre hasta que Massimo la soltó y
se alejó de ella de un salto. Gina lo siguió dispuesta a cumplir
la idea de venganza que tenía en su cabeza, Massimo se
merecía mucho más que un puñetazo y un buen golpe en las
bolas, pero podía contentarse con eso por el momento. Se
sentía febril por la ira que dominaba su cuerpo en aquel
momento, cada célula de su cuerpo ardía dispuesta a
quemarse hasta quedar echa cenizas si no obtenía lo que
quería. Gina era lo suficientemente inteligente para saber que
si pasaban toda la pelea verbal a una física ella iba a perder,
pero había tolerado tantos abusos por parte de su padre que
poco le importaba, sabía lo que una paliza le hacía a su
cuerpo como sabía que se recuperaría después de ello y que
cualquier dolor valdría la pena por decirle un par de cosas a
Massimo.

Sin preocuparse por la toalla, alzó el puño y golpeó el rostro


de Massimo con toda la fuerza que la cólera en su interior
podía proveer.

La satisfacción de haberlo vapuleado desapareció cuando el


dolor estalló en sus nudillos los cuales ya habían comenzado
a enrojecerse. Sopló la zona afectada tratando de aliviar el
escozor, después dobló y estiró los dedos, haciendo muecas.

Massimo cubrió la mano adolorida con sus dedos


masculinos, por un segundo Gina, en su estupidez, pensó que
iba a ayudarla, pero en vez de eso el dolor se volvió más
insoportable. La presión perniciosa de sus dedos sobre el
área magullada le sacaron lágrimas y gemidos.
—Si me golpeas otra vez— ejerció más presión, Gina gimoteo
e intento soltar su mano del agarre de hierro que Massimo
tenía, pero fue imposible —, perderás cada uno de estos
delicados— Gina chilló al sentir una nueva ráfaga de dolor
estallando en sus nudillos — y preciosos dedos— dijo severo,
sin dejar dudas de que cumpliría sus palabras.

Soltó su mano como si repentinamente sintiera asco de estar


tocándola, le dio una mirada fría, permitiéndole observar sus
facciones retorcidas por el placer malicioso de causarle dolor.

—Ponte hielo o se hinchará— le ordenó antes de dejar la


habitación.

Gina quiso gritar, pero se contuvo y levantó el dedo medio de


la mano herida hacia la espalada de Massimo, estaba tan
enojada que tensó demasiado la mano y acabo despertando
el dolor de nuevo.

Maldiciendo al hombre entre dientes se puso ropa y bajo a


buscar una bolsa de hielo para calmar el palpitar pulsante en
sus nudillos.

Quería matarlo, el sentimiento era real, no una amenaza falsa


hecha en un momento de pasión, no, señor. Si Gina tenía
alguna oportunidad para arrebatarle la vida, tal como
Massimo había hecho con ella, no la desperdiciaría.

—Uh, Sonia— llamó a la mujer regordeta que se dirigía a la


puerta —¿Vas al supermercado?

—Sí, señora.

Gina sonrió y caminó hacia ella, haciendo que la mujer se


pusiera algo incomoda.

—Tráeme almendras confitadas, por favor y donas, me muero


de ganas de comer donas.
La sirvienta asintió escondiendo su media sonrisa, pero Gina
pudo verla. La expresión contenta que había mantenido
mientras hablaba de sus antojos desapareció y se convirtió en
esa seriedad a la cual toda la servidumbre le temía.

—¿Algún problema?

—No, señora— negó la mujer —. Con permiso— dijo antes de


marcharse a paso apresurado.

Gina la miró con el ceño fruncido por un par de minutos, pero


luego se encogió de hombros restándole importancia al
asunto y continuó con su camino a la piscina.

Eran mediados de agosto y hacía un calor insoportable por lo


que a pesar de que eran apenas las diez de la mañana estaba
dispuesta a meterse al agua y disfrutar de la maravillosa vista
que se obtenía desde el patio.

Se quitó el pareo dejando que los rayos del sol calentaran a un


más su miel canela, sin importar cuanto bloqueador usara ya
tenía marcado el traje de baño. Se estaba aplicando protector
solar cuando escuchó voces masculinas acercándose, del
interior de la casa salieron Ace y Massimo, el primero noto su
presencia antes que su esposo. Al verla con tan poca ropa
puso la misma expresión de pánico que Gina llevaba viendo
por casi dos semanas, dio media vuelta y se marchó. Su mejor
amigo lo observó con curiosidad, pero lo dejo pasar al
descubrir que Gina estaba con tan solo un bikini blanco un par
de metros lejos de él. La pieza era simple y sumamente fina,
tan solo unos hilos mantenían todo en su lugar. A Massimo se
le hizo agua la boca.

Su mujer, consiente de los ojos de él devorando cada parte de


su cuerpo, prefirió ignorarlo, la misma táctica había
funcionada bien en las semanas después del incidente en su
cuarto, ya no había ninguna marca en su cuerpo a excepción
de las provocadas por el bronceado y prefería pasar así una
temporada.

Terminó de esparcir el bloqueador sobre sus hombros, dejo la


botella sobre una pequeña mesa al lado de la silla y se caminó
hasta la piscina. El cemento caliente por el sol la hizo trotar
hasta las escaleras y alivio la quemadura metiéndose en el
agua, la de sus pies al menos, aquella que se esparcía por el
resto de su cuerpo ante la mirada hambrienta y lubrica de
Massimo era un tipo diferente de calor que comenzaba a
molestarle.

Se zambulló en el agua, nadó hasta llegar al otro extremo y


salió para tomar aire, sus pulmones quemaban por haber
estado tanto tiempo privados de él.

Maravillada con la vista desde su posición se abstrajo del


mundo completamente. En una situación diferente disfrutaría
tanto de estar en este lugar, sus cosas favoritas hasta el
momento eran la piscina porque hacía más llevadera su
estadía aquí —y el calor también—, y el balcón en la habitación
principal a la cual se escabullía cuando Massimo no estaba
para ver el atardecer.

Un chapoteo estruendoso la alertó, avizoró el lugar con el


corazón latiéndole ligeramente acelerado, el miedo dio paso a
la irritación cuando vio la causa del ruido moviéndose hacia
ella. Massimo se había metido a la piscina.

Lo ignoró cuando se puso a su lado, pero tuvo que reconocer


su presencia cuando comenzó a acercarse demasiado,
invadiendo su espacio personal.

Había una fuerza sobrenatural empujándolo hacia Gina, era


algo que no podía controlar, cada vez que estaba a su lado
sentía esa necesidad abrumadora de acercarse un poco más
y más y más hasta dejar de ser personas separadas. Debía ser
la posesividad, esa necesidad de tenerla por completo y
volverla una parte de sí mismo o tal vez era porque todo en
ella le atraía de alguna manera; su cabello peculiar, el dorado
de sus ojos, las pocas pecas que le habían aparecido sobre la
nariz, la forma de esta y de sus labios rellenos que se moría
por besar, le gustaba la manera en que se le achinaban los
ojos cuando decía algo que la enfurecía y como cruzaba los
brazos bajo el pecho, resaltando su busto. Muchas cosas le
gustaban de Gina y estaba bien con eso porque era una mujer
y a él le gustaban todas las mujeres, de esta manera los
verdaderos sentimientos, aquellos que le preocuparían y
volverían loco, quedaban escondidos bajo una capa de
superficialidad que nada podía atravesar.

Observó su perfil con particular interés mientras que esa


fuerza mágica comenzaba a actuar sobre él, arrastrándolo
hacia Gina, juntando sus cuerpos hasta que estuvo lo
suficientemente cerca para escuchar su respiración pesada,
para sentir su aroma y el calor de su cuerpo delgado pegado
al suyo.

—Apártate— siseo Gina sin mirarlo.

Massimo no pudo evitar sonreír, emociones desconocidas se


asomaron en la boca de su estómago, pero incapaz de
identificarlas se convirtieron en la única cosa que conocía:
deseo. Su sangre se acumuló en su entrepierna y Gina lo
sintió, asqueada se alejó de él.

—¿No tienes nada más que hacer?

—¿En este preciso momento? — fingió pensarlo —No.

—¿Por qué no vas a cogerte alguna de tus amiguitas


entonces?

Esa, definitivamente, no era la respuesta que estaba


esperando. El tono en que habló le hizo apretar la mandíbula.
—¿Para que ir a buscar una puta si ya tengo la mía aquí? —
respondió sonriendo satisfecho con la manera en que se le
tiñeron las mejillas de un rojo rabioso.

Vio la tentación de golpearlo en sus ojos, sus iris amarillos


refulgían cuando ideas violentas pasaban por su mente. Pero
no hizo nada.

—Estoy comenzando a creer que tienes problemas mentales.


¿Cuántas veces debo recordarte que no soy tuya? — dijo
palmeándole la mejilla con más fuerza de la requerida y una
sonrisa compasiva en sus labios.

Agarro su brazo y lo utilizó para así poder tirar de ella hacia él.
Sus cuerpos se pegaron, Gina luchó por alejarse de él, como
siempre, pero en esta ocasión Massimo se lo dejo imposible
pasando un brazo por su cintura. Se estremeció de placer al
contacto de sus pieles, se estaba arrepintiendo un poco de
haber entrado a la piscina desnudo.

—¿Entonces si eres una puta tan solo que no mía?

Gina frunció los labios, tomó una respiración profunda y


después le clavo las uñas en los hombros.

—¿Según la concepción que tú tienes de la palabra? Sí—


respondió con una sonrisa tensa y ese tono arrogante.

Soltó sus hombros para enterrar las uñas en el brazo que le


rodeaba, Massimo sonrió sinceramente sin apartar los ojos de
ella, lo que le estaba haciendo eran cosquillas en
comparación con lo que había sentido antes. Como el hijo del
capo había sido criado para reinar un imperio de sádicos
como él y la única manera de hacer eso era siendo más
inteligentes que ellos y teniendo menos debilidades; su padre
había considerado el dolor una debilidad por lo que se esforzó
en borrar el sentimiento de él con un método bastante
practico: infringiéndoselo hasta que se volvió una parte sí
mismo.

Tomó su muñeca para detenerla del patético intento de


liberarse que estaba haciendo, la retuvo pegada a su espalda
obligándola a arquearse, mostrándole el escote y juntando
sus pelvis.

—No sabes cuánto te odio, me das asco— escupió con la


mayor sinceridad que le había escuchado.

Le miró con expresión torva, sus ojos achinados destilaban


odio puro, parecía estar imaginando situaciones horrorosas
para que le sucedieran, y lo estaba haciendo. Estar apretujada
contra su cuerpo, viéndolo contento por su incomodidad y lo
que le había dicho fue el colmo de los colmos, no lograba
entender como operaba su mente, pero de seguro era algo
retorcido. Massimo era una bestia, un demonio y no de lo
decía de la manera poética, no, él representaba todo lo malo,
era el monstruo en sus pesadillas y las había hecho realidad,
era el demonio bajo la cama esperando a que bajara para
agarrarle el pie y arrastrarla al infierno, tal vez ni siquiera iba a
tener que llevarla muy lejos, pues este lugar parecía estar
hecho a medida para torturarla.

Una rabia visceral la poseyó, tenía la lengua patosa,


incapacitándola para decir todas aquellas palabras atrapadas
en su garganta convertida en un nudo que la asfixiaba y que le
humedeció los ojos.

No, no, no. Pensó con desesperación, tratando de controlar


las emociones abrumadoras. Trato de inundar su mente de
rabia, pero era esta misma la que hacía crecer la presión
detrás de sus parpados, se sentía rebasada por la constante
frustración y el odio intenso al que no estaba acostumbrada,
la desgastaba no sentir nada más que aquellas oscuras
emociones y su cuerpo no había encontrado mejor manera de
expresarlo que con lágrimas. Al menos sirvió para que
Massimo la soltara. Verse lejos de su cuerpo le ayudo a
respirar mejor.

—Gina— balbuceo Max tan atónito como ella por su reacción.

—¿Qué? — ladró tratando de contener las lágrimas.

Pero mientras más se esforzaba por mantener la calma, con


más fuerza rodaban estas por sus mejillas.

Se sintió desprotegida, como una idiota sangrando en un


tanque de tiburones. Massimo era el tiburón, pero no estaba
atacando, tan solo la miraba pasmado.

—Necesitamos tener un bebé.

—¿Qué? — chilló Gina con una expresión de completa


estupefacción.

Debía estar loco o realmente tenía un problema mental.

—La única razón por la que me case fue porque quiero un


heredero.

¿Quería un hijo? ¿Massimo? Debía ser una broma, estaba


jugando con ella, este era otro de sus trucos para llevarla a la
cama y más encima sin protección. ¡Qué imbécil3!

—Vete a la mierda— gruñó no dispuesta a caer en su juego.


CATROCE-El corazón del diablo-
Dreame

Vivir con Gina era un suplicio, no solo por el constante choque


entre sus personalidades, sino que también tenía gustos
diferentes y dado que ella era quién pasaba más tiempo en la
casa siempre lograba que se cocinará lo que se le antojaba,
también había cambiado los horarios de comida y el
aromatizador que usaban para encerar, pequeños detalles que
para muchos podían ser insignificantes pero que a Massimo
le estaban volviendo loco. Era su maldita casa, no podía llegar
y cambiar las cosas a diestras y siniestras, tenía reglas por
Dios, pero como era de esperarse Gina las había ignorado.

Esa mujer sabía cómo colarse bajo su piel y definitivamente


había encontrado la manera de permanecer en su cabeza;
desde aquel día en que la había hecho llorar, Gina no había
abandonado su mente, estaba ahí, paseándose, caminando de
un lugar a otro provocándole un gran dolor de cabeza y
asomándose cuando menos la necesitaba. Ser el causante de
sus lágrimas había sido una sorpresa no grata, hacer llorar a
las mujeres, a pesar de la imagen que todos tenían sobre él,
no era algo que le gustara, le producía una sensación de
desagrado en el pecho, sobre todo porque en lo único que
pensaba ahora era en que tan malo debía ser para hacer llorar
a alguien como su esposa quien le ha hecho frente a cada una
de sus amenazas, ha tenido la fortaleza de agregar sus
propias reglas al juego, de no dejarse intimidar por nada de lo
que él ha hecho y una parte de Massimo la respeta por eso,
pero por alguna razón esa parte siempre desaparece cuando
se enfrentan, tan solo vive en sus constantes pensamientos
sobre ella. Ni siquiera viendo a otras mujeres lograba
deshacerse de ella, es más, el sexo con otras se había
convertido en una manera retorcida de cumplir las fantasías
que se le ocurrían al ver a Gina paseándose en ese diminuto
traje de baño o dándole esa mirada desafiante.

Enterró los dedos en el cabello dorado de la chica y tiró de él


pensando que en realidad eran los rulos sedosos de Gina los
que tenía en su puño. Uso la otra mano para presionar el pulso
acelerado de Nicolette, deleitándose con el gemido que emitió
al sentir la mano sobre su cuello y la manera en que hacia
todo lo que le pedía sin rechistar.

Jaló de su pelo un poco más fuerte, la mujer sobre su regazo


gimió desaforada y expuso su cuello, igual de largo y elegante
que el de Gina, se irguió para clavar los dientes en él, igual que
la primera vez que durmió con Gina, aquel recuerdo, por
alguna manera hizo que cayera en el abismo del orgasmo.

Nicolette continuó con sus brincos hasta que tuvo su propio


final feliz. Cansada y sudorosa hizo el amago de acurrucarse
sobre Massimo, quien asqueado con la idea de que eso
sucediera se puso de pie, cuidando de no botarla, y comenzó
a vestirse, si no lo hacía llegaría tarde a una reunión.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

Massimo levantó la mirada de sus botones al rostro delgado


de la mujer en la cama, ese gesto silencioso basto para que
ella siguiera hablando.

—¿Por qué ella? Sé que tu padre te dejo a elegir con quien


casarte.

Se encogió de hombros. Miró la hora en su reloj, se lo


acomodo sacudiendo la muñeca y después volvió a posar sus
ojos sobre Nicolette. Aburrido con la conversación, se esforzó
por terminarla pronto.

—Porque sí.
—¿Qué significa eso? — exigió saber, incluso se puso de pie y
caminó apresuradamente hacia él.

—Lo que oíste, es la misma razón por la que sigo cogiendo


contigo y otras mujeres, porque sí, porque quiero, porqué
nadie me dice que no— respondió brusco.

Nicolette retrocedió un paso, no segura de si de pronto lo


había hecho enojar.

—¿O sea que Gina es otra de tus putas? — las palabras


dejaron sus labios antes de que pudiera evitarlo.

Massimo sonrió, sus labios se curvaron de una manera


tenebrosa y Nicolette retrocedió otro paso, apretó las sabanas
que se enrollaban en su cuerpo como si estas pudieran
defenderla de algo.

Ignorando la mirada atemorizada de su amante dejo que su


mente volviera a Gina, era todo menos su puta, ella misma se
lo había aclarado un millón de veces y también había dejado a
la vista su aberración por la palabra, no entendía porque, ni le
importaba, lo que si sabía era que podía sacar algo bueno de
eso.

—Sí, pero es diferente— dijo haciéndose el interesante, la


chica ansiosa por escuchar más se inclinó hacia él y lo miró
con sus grandes ojos —. Le gusta el sexo sucio, me ruega
porque la trate mal.

Nicolette separó los labios intrigada y asombrada por lo que


Massimo le había dicho, pero no tuvo tiempo de hacer más
preguntas, pues él recogió las cosas que le faltan y se largó
con paso apresurado.

Gina iba a hervir de rabia si se enteraba de que había dicho tal


cosa, pero poco le importaba a él, es más, deseaba estar
presente cuando el chisme llegara a sus oídos para ver como
se le contorsionaba el rostro por la ira, para poder ver sus ojos
dorados echando chispas y mirándolo con esa expresión
asesina que, comenzaba a creer, algún día se volvería una
verdadera amenaza. Le gustaría estar ahí para que le diera
pelea.

Sí que estaba mal de la cabeza.

Lo sabía, siempre lo había sabido, una parte de él funcionaba


diferente a la del resto del mundo, igual que Ace e igual que el
loco que ahora estaba a cargo de La Cosa Nostra en Chicago,
pero eso era un beneficio en el mundo en el cual vivían, era un
extra que los ayudaría a llegar lejos.

Todos aquellos que pertenecían a la mafia la tenían, de otra


manera serían incapaces de sobrevivir o de sumarse a esta en
primer lugar, pero pocas personas disfrutaban de esa
oscuridad, algunos se sentían mal por tenerla, otros no sabían
que estaba ahí y gobernaba parte de sus acciones y después
estaban aquellos que la reconocían y aceptaban, esos eran
los que llegaban lejos, los que marcaban una verdadera
diferencia. El ser humano no es perfecto, jamás, nace con una
pequeña parte de él ya podrida, en algunos casos no tan
pequeña, y uno debe reconocer eso, debe aceptarlo, convivir
con ello y de vez en cuando permitirse ser absorbido por tales
sombras.

Para Massimo aquello no era difícil y disfrutaba bastante


cuando tenía que usar aquel otro lado de su personalidad, ese
demonio que se escondía bajo su piel, el que estaba feliz de
golpear su puño contra la carne tibia de otro ser, los gritos
eran música para sus oídos, las suplicas le parecían poemas
improvisados de lo más hermoso, tanta desesperación y
sentimientos en ellos, no había nada que se le pudiera igualar.
La sangre en sus manos era un cuadro único, mejor que
cualquier color y pintura, tenía un espesor, cierto calor, que lo
hacía sentir poderoso.
Terminar una vida no era la parte más divertida, aquella
siempre se la quedaba quien fuera que lo estuviera
acompañando en el momento, no, a Massimo le gustaba jugar
con ellas, sentirla en sus palmas, derramándose lentamente y
luego armándose otra vez.

—Creo que ya es suficiente— balbuceo nervioso uno de los


soldados en el lugar.

Massimo detuvo el cuchillo que había estado usando para


torturar al pobre inocente que había creído oportuno robarle a
La Legge y también había tenido la estúpida idea de faltarle el
respeto. Eran hombres orgullosos, no podía simplemente
dejar que alguien lo tratara irrespetuosamente, debía mostrar
que toda acción en su contra tenía consecuencias.

Estiró el cuello lentamente para mirar sobre su hombro al


pálido soldado, era un chico musculoso, pero tenía una
postura insegura y temerosa, por lo que parecía un cachorrito
intentando cruzar la calle sin ser atropellado.

—¿Eso crees? — dijo girándose por completo y apuntándole


con el cuchillo.

Sus manos y pecho desnudo estaban manchados de sangre


oscura y le daban un aspecto maniático ante el cual todos se
encogieron. No era común que el capo, su hijo o gente de
cargos más altos trabajara directamente con los problemas,
ellos solían dar las ordenes solamente, pero a Massimo le
gustaba tratar el asunto personalmente.

El chico lo miró espantado, boqueó repetidas veces sin emitir


sonido alguno.

Al no obtener respuestas, Massimo se volteó hacia víctima de


nuevo para terminar el trabajo.
—Déjenlo vivo frente a Tony's— ordenó mientras se limpiaba
las manos con una toalla.

Las personas a su alrededor se movieron, desatando al


hombre magullado de la silla y lo sacaron del cuarto.

Massimo se quitó la sangre del cuerpo y después de ponerse


una polera nueva salió del lugar, subió las escaleras hasta la
oficina del dueño de Piernas y entró sin tocar.

Pedro estaba ahí, sentado en la silla mientras una chica lo


mantenía entretenido con su boca. Se puso de pie de
inmediato, haciendo a un lado la mujer y tratando de subirse
los pantalones.

—Massimo— dijo sorprendido.

Él, poco interesado en lo que estaba sucediendo sacó el fajo


de billetes de su bolsillo, lo lanzó sobre el escritorio y dijo:

—Manda alguien a limpiar.

Después se marchó.

En el auto, de camino a casa, recibió una llamada de su padre


para pedirle que fuera a verlo de inmediato.

Maldiciendo al viejo por impedirle irse a dar una ducha y


provocar a Gina dio una vuelta en u y manejó hacia la casa de
su padre, una propiedad inmensa dentro de las tierras que
tenía, un oasis dentro del desierto. Nunca había logrado
entender porque compró una casa tan grande cuando tan solo
habían sido ellos tres.

Entró a la propiedad, las rejas se abrieron lentamente dándole


paso al auto y después se cerraron tras él. Desde ahí es casi
un kilómetro hasta la mansión, pero a mitad de camino ya se
podía ver la impresionante estructura, las ventanas, ahora
amarillas por la luz que provenía del interior, los pilares que
sostienen la estructura son gruesos, pero elegantes, y ya más
de cerca puede ver los detalles de estilo romántico.

El interior no le parecía tan maravilloso, pero sabía que podía


sorprenderte la primera vez que entrabas, los pisos
inmaculados, la araña colgando del techo, las pinturas
extravagantes junto con otros objetos que adornaban el lugar.
El primer salón era amplio y luminoso, al final estaban las
escaleras que llevaban al segundo piso y también las salidas
a los otros lados de la casa.

Massimo saludo con un movimiento de cabeza al mayordomo


que le abrió la puerta y avanzó hasta la esquina izquierda del
lugar, se metió en el pasillo y luego en la oficina de su padre.

El lugar se parecía bastante al cuarto en el que había llevado a


Gina la noche de su compromiso, pero el escritorio era mucho
más grande y la madera de un tono más oscuro, las paredes
tenían un tapiz antiguo y horrible, la luz del lugar era escaza,
casi lúgubre y a pesar de tener una gran ventana que casi
siempre permanecía abierta, olía a viejo.

Barrio el lugar, ubicando a su padre en la silla, las piernas


cruzadas y su rostro, exactamente igual al de él, pero con más
canas y arrugas. Mismos ojos de un azul congelado, misma
nariz alargada y romana, la mandíbula cuadrada e hilos
dorados por cabello.

Notó la presencia de Ace también, estaba frente al escritorio,


con los brazos abultados cruzados sobre el pecho, parecía un
guardaespaldas más, pero esa era una fachada para esconder
la verdadera importancia del joven, todos creían que su
mutismo y falta de expresión era sinónimo de estupidez, pero
estaban tan equivocados, a estas alturas Ace y Massimo eran
los que controlaban La Legge.

—¿En qué andabas?


—Ocupándome de asuntos— le respondió Massimo.

Se dejó caer en la silla y miró a Ace esperando que hiciera lo


mismo, pero, obviamente, él no lo hizo, se mantuvo de pie,
impasible, observando a padre e hijo, esperando que el
primero le dijera porque los había reunido.

—¿Ya saben quién es la rata? — preguntó el capo mirando


seriamente a ambos hombros.

—Estamos en eso— dijo Max, puso los codos sobre los


apoyabrazos —, pero Ace ha estado haciendo lo suyo y
tenemos un par de pistas.

—Bien— asintió pensativo —, quiero ese asunto terminado lo


más pronto posible.

Por supuesto, Massimo pensaba lo mismo, tener una rata


entre ellos era peligroso, pero el maldito había cubierto bien
sus pasos. Lorenzo, el padre de Nicolette, era quien se
encargaba del asunto de las armas, él había dicho que menos
armas de lo acordado estaban llegando, pero después de una
llamada a su proveedor quedó claro que ellos si habían
enviado lo acordado.

—¿Y con El Cartel?

—Nada aún, sabemos que tienen armas y que se están


organizando, pero no sabemos si irán por nosotros u Outlaw’s
Paradise

—Bien, irán a Houston para supervisar una entrega importante


que no le confió a Beto y después a Arkansas para controlar la
frontera. Vuelvan con información.

Massimo y Ace compartieron una mirada, oh, esto iba a ser


tan aburrido. Su tío Beto era un dolor en el culo, típico
síndrome de hijo de al medio que nunca había tenido
suficiente atención, sus sobrinas eran unas malcriadas que le
se tiraban encima sin importar el lazo sanguíneo y que nunca
dejaban en paz a Ace, pero salir de Las Vegas por un par de
días sería bueno para olvidarse de todo el asunto de Gina y
también para saber que mierda estaba planeando El Cartel.

Se despidieron y después ambos dejaron la oficina. Massimo


pasó un brazo por sobre el hombro de su amigo, aunque lo
soltó cuando, debido a la diferencia de altura, se le hizo difícil
mantener la posición.

—Parece que mi luna de miel será contigo— comentó


golpeando el hombro de Ace amistosamente.

Su respuesta fue un bufido.

—¡Anímate! Lo pasaremos genial en Houston, conozco unas


chicas allí que... uf

—¿No estás casado? — le recordó con su voz seria.

Fue su turno de bufar, Ace podía ser su mejor amigo, pero a


veces era un santurrón aburrido y Massimo odiaba eso pues
significaba que siempre intentaba detenerlo con algún
comentario como ese.

—¿Y? si Gina no me da lo que necesito, tengo todo el derecho


de buscarlo en otro lado— se encogió de hombros como si no
fuera la gran cosa.

No lo era en realidad, según la iglesia le debía fidelidad, amor


y más mierdas, que bueno que no era un hombre creyente y
que no tenía consciencia.

—Comienzo a entenderla, eres todo un animal.


—Ay, no me des tú el mismo discurso, soy un animal, sí, que
pena por todos lo que tienen que convivir conmigo— dijo en
un tono agudo a propósito —. Ahora, andando, mientras más
días lejos de esa bruja, mejor para mí.

Ace no estaba contento con la situación y se le notaba,


incluso con su falta de expresividad, Massimo podía ver lo
enojado que estaba.

Sus cejas negras unidas sobre aquellos ojos igual de oscuros,


sus labios se habían transformado en una línea fina y tensa
que se apretaba un poco más —si es que eso era posible—
cada vez que su prima le tocaba el brazo y batía sus pestañas
hacia él, tratando de hacerlo hablar.

Se mordió el labio inferior conteniendo una risa, tomó un


bocado de su comida y la masticó lentamente intentando no
estallar en carcajadas.

—Mirabella— la llamó su padre, ella se giró hacia él con las


mejillas sonrojadas —compórtate.

La niña asintió, se acomodó en su asiento, dándole espacio y


unos segundos a Ace para que pudiera respirar y después
volvió a atacarlo con preguntas sobre sus tatuajes.

—Massimo.

Quiso entornar los ojos ante la voz de su otra prima, Emilia,


intentando conversarle, lo ha estado intentando desde que
llegaron. No entiende cual es la obsesión, no hay manera de
que acaben juntos, la época del incesto paso de moda tiempo
atrás y tener que compartir más tiempo del necesario con su
tío es un infierno al cual no se sometería bajo ningún motivo,
ni siquiera por la belleza de Emilia, además, es demasiado
joven para él, pero Gina también lo es y no se ha quejado de
ello en ningún momento. Diez años, nunca había estado con
alguien teniendo tanta diferencia de edad, tampoco es como
si alguna vez hubiera estado con alguien, al parecer Gina será
su primera y última pareja, pero por alguna razón el
pensamiento de eso no le molesta, como podría si era
hermosa, no tenía interés en sus actividades nocturnas o en él
simplemente, ni siquiera duermen en la misma cama, es como
si no fueran una pareja, sería mucho mejor que su mujer se
mostrara más dispuesta a obedecerle y servirle, está seguro
de que en algún momento llegarían a eso.

El celular en su bolsillo comienza a vibrar como loco y eso le


da una excusa para dejar de fingir que le está prestando
atención a Emilia.

Al desbloquear la pantalla se da cuenta de que son


notificaciones de una de sus tarjetas de crédito, con el ceño
fruncido ve cómo van apareciendo nuevas ventanillas. Un
cargo por doscientos dólares, cincuenta, otros doscientos
más y la guinda del pastel, mil dólares. Entra a la aplicación
para revisar que está sucediendo y todo tiene un poco más de
sentido cuando descubre que esas es la tarjeta de Gina.

Tensa la mandíbula y presiona la lengua contra el paladar,


conteniendo todos los insultos que quiere decir, ¿quién se
cree que es para gastar tal cantidad de dinero? Dinero que no
es sucho, cabe aclarar. Sí, Massimo le dio la tarjeta, pero se
supone que era para... Quiere golpearse, ¿cómo puede haberle
dicho algo así a Gina? Compra algo que una buena esposa
haría.

Quien sabe que mierda ha comprado la loca.

Se pone de pie apenas prestando atención a las personas y se


aleja de la terraza donde estaba cenado. La gravilla del
sendero cruje bajos sus pies mientras le marca a Gina,
esperando que le conteste y le dé una explicación de porqué
de pronto quiere dejarlo en la quiebra.
A medida que se aleja de la casa el lugar se va volviendo más
oscuro, pero a falta de árboles puede ver perfectamente toda
el área, las luces de la casa ayudan a que no esté sumido
completamente en las sombras y le da un sentido de
orientación necesario.

Presiona el contacto de Gina otra vez, pega el celular a su


oreja y espera impaciente, después de cuarto tono se digna a
contestar.

—¿Quién es? — pregunta con su voz dulce y naturalmente


coqueta.

¿Quién es? Se repite incrédulo, oh, dios, como desearía estar


para darle unas cuantas palmadas que no le dejaran olvidar
nunca quien es él.

—¿Se puede saber en qué gastaste mil dólares? — el tono


demuestra a la perfección su estado de ánimo.

—Ah, eres tú— dice aburrida —, tan solo estaba siendo una
buena esposa— pone ese tono inocente que siempre usa
cuando nada de lo que dice lo es y después le cuelga.

Mira la pantalla, incrédulo, su mandíbula se tensa un poco


más y está a punto de patear la nada cuando escucha pasos
calmados, sabe que es Ace. Guarda el celular en su bolsillo
trasero y espera a que él se le acerque, de seguro necesita
esos segundos de silencio y paz.

Su sombra alta y delgada avanza lentamente, tiene las manos


escondidas en los bolsillos de su pantalón, pero aun así su
postura está muy lejos de ser relajada. Massimo no entiende
como Ace puede vivir así, tan serio y apartado de todos. Hay
muchas cosas de su amigo que siguen siendo un misterio
para él, todos esos secretos están escondido en el poso
turbio que son sus ojos, aunque, ¿quién es él para juzgar si
sus emociones se encuentran tras el hielo de sus iris,
congeladas para que nadie pueda verlas?

A veces es como si ese frio se esparciera por su pecho,


acercándose peligrosamente al corazón podrido que le late en
el pecho, pero cuando su pulso se acelera y la sangre fluye
con más fuerza, el tempano se derrite un poco y nuevas
grietas aparecer, aberturas que dan con el laberinto hacia todo
lo que se esconde tras la pared de hielo que
inconscientemente fue creando con el tiempo.

Ace llega a su lado al tiempo que una nueva notificación


aparece en la pantalla bloqueada, ambos observan el número
ahí y después se miran sin comprender que cosa puede costar
setecientos dólares que una mujer pueda comprar un
miércoles cualquiera por la tarde.

Para su sorpresa, Ace ríe, un verdadero sonido rasposo, como


si nunca lo hubiera hecho antes y sus ojos se achina
ligeramente.

—¿Qué?

—Nada— murmura su mejor amigo todavía sonriendo. Le da


una palmada en el hombro y después comienza a caminar,
pidiéndole silenciosamente que lo siga.

Siguiendo el camino de tierra llegan hasta una parte donde los


arbustos están recortados perfectamente y toman formas
rectangulares, al adentrarse se dan cuenta de que hay
pequeños faroles en el suelo que iluminan el lugar. Es bonito,
pero también peligro, pues hay muchos lados en donde uno se
podría esconder y esquinas cerradas que los hacen avanzar
con cuidado, recelosos por lo que pudiera suceder. Un rey
debe confiar en sus peones lo justo para que estos no
desconfíen de él y para que una traición no lo tome por
sorpresa.
—¿Por qué crees que estamos aquí? — pregunta Ace.

Massimo se mantiene en silencio, le ha estado dando vueltas


a la misma interrogante, cuando logra dejar de pensar en Gina,
y la única solución que obtiene es que Beto le ha dado una
razón para desconfiar a su padre.

—¿Qué piensas tú?

Ace lo mira por un par de segundos, su cabello y ojos,


mezclándose perfectamente con la oscuridad de la noche.

—Que tiene algo que ver con el problema— murmura. Es


admirable lo bajo que puede hablar y aun así se le entiende
cada palabra.

—Tendría sentido, está cerca de El Cartel, lejos del ojo del


capo, todos lo consideran la ley aquí, puede hacer lo que
quiere— reflexiona Massimo rascándose la barba que
comienza a crecerle más espesa en la mejilla.

Es obvio que no todos están de acuerdo con rendir cuentas a


un capo en vez de al Don de cada familia, como se suele
hacer en la mafia, pero luego de que Massimo padre lograra
unir todas a la familias del sur de Estados Unidos y se
proclamara a si mismo capo de ellas las cosas habían
funcionado bien, eran como una gran hermandad, con
enemigos también, pero ninguno tan fuerte como para acabar
con ellos y si su tío pensaba en comenzar una guerra iba a
terminar como cualquiera de los que lo habían intentado en
los pasados años: muerto en una zanja. Nadie podía con La
Legge ni siquiera alguien de adentro.

Y si su tío pensaba que podría tomar el poder cuando su


padre muriera, esta malditamente equivocado. No solo
Massimo había nacido para ser capo, sino que se había
ganado su puesto en aquella familia, había trabajado duro por
ello y nadie se lo iba a quitar, ni siquiera su edad sería una
excusa, aunque con treinta años no se podía decir que sería
muy joven para tal cargo.

—¿No podemos irnos hoy? — cuestionó Ace después de


minutos en silencio.

—¿Por qué? ¿No soportas a tentación que es mi prima? —


bromeó con una ceja alzada y los labios curvados ya en una
sonrisa burlona.

Ace se lo quedo mirando, para cualquiera parecía que


estuviera serio, pero Massimo sabía que había miedo detrás
de toda esa impasibilidad.

—Una mujer no te va a hacer nada que no disfrutes— le


palmeo el hombro —, te vendría bien una cogida de vez en
cuando.

—No les tengo miedo— aclara, cruzándose de brazos —, pero


no soy como tú.

—Gracias a Dios— dijo para sí mismo, aunque Ace igual lo


escuchó y le dio un golpe en el hombro —¡Hey! — se quejó y lo
empujo de vuelta.

Massimo le devolvió el golpe y pronto se vieron sumidos en


un ir y venir de puños y agarres entre risas mezcladas con
gruñidos de esfuerzo. Ace aprovechando su altura lo agarra
del cuello y lo pone bajo su ala, revolviéndole el pelo con
demasiada fuerza. Massimo luchó por soltarse, le dio un
golpe en el estómago, sacándole el aire y pudiendo librarse de
su agarre.

—Te estás volviendo viejo— lo molesto su amigo, moviéndose


a su alrededor —y lento— dijo antes de volver a agarrarlo del
cuello.
Massimo estaba en desventaja con la diferencia de altura,
pero se las arregló para dar golpes juguetones desde su
posición que obligar a Ace a soltarlo con un resoplido.

—¿Si te doy una paliza nos devolvemos antes? — indaga Ace


con verdadera esperanza.

Massimo suelta una carcajada, le revuelve el pelo como


puede, y luego un empujón que lo hace tambalearse.

—No— retoma su tono serio —, hoy vamos a espiar, quiero ver


en que andan esos putos de El Cartel, me pone de mal humor
no saber que están planeando— gruñe.

Es una manera de decir que estar a oscuras lo tiene nervioso y


preocupado, Ace lo entiende a la perfección, le da una
palmada amistosa en el hombro y suspira sintiéndose igual
que él. Anteponerse a los movimientos de los enemigos es
clave para evitar que te apuñalen por la espalda.

—Pon el celular en silencio esta vez— dijo Ace con una mirada
molesta.

Massimo le sacó la lengua como el adulto inmaduro que era,


su amigo le respondió con una ceja enarcada antes de
adelantarse de vuelta a la casa.
QUINCE-El corazón del diablo- Dreame

Septiembre llegó en un día frío y extraño, de esos donde a


ratos sale el sol, pero no abriga y donde segundos más tarde
hay nubes copiosas en el cielo que no llegan a descargarse.
Son de esos días apocalípticos que despiertan las sospechas
de los más paranoicos porque todo parece extremadamente
raro, el cielo se torna de colores maravillosos, el viento es
tibio, la piel te cosquillea nerviosa anticipando algo que no
tiene sentido hasta que sucede.

Se despidieron temprano de Beto, aliviados de no tener que


ver al resto de la familia. Salieron Dallas por la I-45 N y
llegaron a la hora para tomar desayuno en una gasolinera de
paso. Cambiaron de puesto cada par de horas hasta llegar
Alburquerque, donde se supone que iban a pasar la noche,
Massimo se había quedado dormido en las últimas horas del
viaje por lo que sus intenciones en la ciudad eran divertirse
mientras Ace dormía en el ReadHouse, uno de los hoteles de
la familia. 

—¿Vas a salir? — preguntó su mejor amigo.

Massimo miró la hora en su reloj, apenas eran las siete, una


hora más tarde que en Las Vegas.

No pudo evitar preguntarse que estaría haciendo Gina en este


momento, probablemente algo que lo haría enojar, ese parecía
ser su pasatiempo favorito, intencionalmente o no. Esa chica
había descubierto la manera de meterse bajo su piel y
presionar todos sus botones. Este viaje le había sido útil para
distanciarse y calmar los ánimos, no quería tener que cortarle
la cabeza a una preciosura como ella.

—Bajaré a comer algo primero, ¿vienes? — le ofreció.


Su amigo se lanzó a la cama dándole la espalda sin
molestarse en vocalizar una respuesta. Massimo bufó, se
miró en el espejo que había al lado de la puerta para
acomodarse la camisa, revolver su cabello dándose cuenta de
que necesitaba un corte y tal vez afeitarse, ya no tenía ni idea
donde comenzaba su barba y donde su cabello.

A través del espejo miró la cama con cierta apreciación, podía


imitar a Ace y quedarse a descansar, a pesar de no tener
sueño podía trastear en la televisión y ordenar comida.
Desecho la idea tan pronto como apareció, se despidió su
amigo y se giró hacia la puerta.

El sonido de su celular lo detuvo de dar el siguiente paso,


reconoció el número de Stone por lo que contestó de
inmediato.

—¡He-! — no alcanzo a terminar la oración pues su respiración


trabajosa lo interrumpió.

—Mataron a Massimo.

El shock duró apenas unos segundos, tiempo suficiente para


que se volviera a hacia su mejor a amigo. Chasqueó los dedos
llamando su atención, ordenándole que se levantara con un
gesto seco.

Acordaron con Stone que él mantendría todo bajo control


hasta que Massimo llegara. Lo que debería haber hecho era
hablar con su tío, su posición como consiglere lo ponía al
mando en esta situación, pero no confiaba en ninguno de
esos viejos.

Agarró sus cosas mientras Ace hacia lo mismo, ni siquiera


sabía lo que había sucedido, pero ya estaba listo para seguirlo
a cualquier lado. Lo poco que habían traído estaba empacado
de nuevo, su amigo lo miraba esperando enterarse de lo que
sucedía, así que le conto la poca información que tenía.
Dejaron el cuarto, cuidando de que nadie los siguiera.  

Se subieron al auto al tiempo en que su teléfono volvía a


sonar, miró la pantalla y al leer el número de Santino, bufó,
creyendo que su llamada tan solo podía significar que Gina
había hecho alguna de las suyas.

—¿Qué? — ladró no de humor para lidiar con su mierda ahora.

—Uh, tuvimos disparos, Gina está en el hospital— comunicó


Santino con cuidado.

Por un segundo su cuerpo se sumió en una sensación de


entumecimientos, el volante desapareció bajo sus manos, al
igual que todo el mundo a su alrededor. Perdió la
concentración y el auto se desvió hacia la izquierda hasta el
punto que se salió del carril, Ace tuvo que agarrar el manubrio
para evitar que acabaran matándose.

—¿¡Qué mierda, Massimo!? — cuestionó enojado, lanzándole


una mirada que exigía explicaciones.

Lo ignoró, más preocupado por el estado de su esposa que


algo más. Le habían disparado, por Dios.

Nadie tenía derecho a hacerle daño y él que se atreviera a


ponerle una mano encima lo pagaría con su vida.

Un poco hipócrita viniendo de su parte, pues varias veces él


había cruzado esa línea que delimitaba una pelea de algo
más, algo que ninguna persona debía tolerar por parte de su
pareja o de nadie en realidad.

Le dio un golpe al volante, el pie sobre el acelerador se volvió


más pesado y su agarre sobre el manubrio se tensó al punto
en que sus nudillos se pusieron blancos. La mano en el
teléfono también se apretó, todo su cuerpo estaba tensó, una
mezcolanza de rabia y miedo lo embargó y le provocó una
sensación desconocida en el pecho. Quería teletransportarse
y aparecer a su lado, sostener su mano, ver sus iris dorados
ardiendo para saber que estaba bien.

—Quiero guardias con ella todo el tiempo— ladró la orden —. Y


nadie va a entrar a ese puto cuarto.

—Sí, jefe.

Asintió con un movimiento brusco, aunque Santino no pudiera


verlo. Después colgó.

Serían al menos siete horas desde allí a Las Vegas, esa


cantidad de tiempo en un auto en completo silencio con nada
más que sus pensamientos sería una tortura. Había muchas
cosas en su mente y sentimientos de preocupación que nunca
antes había tenido. La idea de Gina siendo herida causaba
cosas; una vorágine de emociones desconocidas y poco
bienvenidas en el momento. No quería pensar en ella, pero
tampoco podía evitarlo, esa sensación con la que había
despertado cobraba sentido ahora, era el miedo revolviendo el
estómago, preocupación por perder algo que le interesaba,
pero no era solo eso, con Gina siempre había más, las cosas
con ella distaban mucho de ser fácil, no solo porque siempre
estuvieran discutiendo, sino también por lo que provocaba en
él, miedo —¿hace cuánto que no sentía miedo? —, interés,
confusión, alegría y rabia. Demasiadas emociones con las que
no tenía experiencia, la sencillez que llevaba dominando su
vida desde… siempre, se había ido al carajo y todo tan solo por
una mujer, una chica que conocía hace meses, con la cual ni
siquiera había tenido una verdadera conversación. ¿Qué tan
patético era eso? ¿Qué una persona que no conoces ni un
poco ponga tu mundo de cabeza?

Le dio otro golpe al manubrio, su lengua se presionó contra el


paladar inconscientemente. No podía comprender lo que le
pasaba; ser incapaz de dejar de pensar en ella cuando tenía
cosas mucho más importantes de las que ocuparse ahora era
la prueba fehaciente de que Gina había dejado de ser el
cuerpo sexy con el que quería casarse para convertirse en
algo a lo que no podía ponerle nombre, tampoco se atrevía a
intentarlo.

—¿Estás triste? — escuchó a Ace preguntarle en algún


momento.

La pregunta fue como un golpe directo al estómago que lo


dejo sin aire. Entre tanto ajetreo mental no le había dedicado
un segundo pensamiento a su padre, tampoco es como si
hubiera mucho que pensar sobre él, no había sido un buen
papá. No importaba si fuera el capo, Massimo sabía que
podría haber sido mejor, pero el simplemente eligió no
involucrarse en su vida más haya de formarlo para lo que
debía hacer ahora. El termino padre era una formalidad,
decirle por su nombre parecía aún más confuso siendo que se
llamaban igual, pero lo prefería así, porque en realidad
Massimo Amadore no había sido nada para él y ahora que
estaba muerto, no sentía más que... ¿Alivio? No, ni eso, era
completamente indiferente.

—No— fue su respuesta —¿Y tú?

Para Ace las cosas habían sido un poco diferente.

—No lo sé— dijo, pero sonaba verdaderamente afectado.

Llegaron a Vegas a eso de las dos de la mañana, cansados


por el largo viaje, Massimo manejó hasta la casa de su padre
primero para encontrarse con la sorprende imagen de la
mansión quemada completamente. La estructura gruesa
seguía de pie, dando la impresión de que era un esqueleto,
pero todo lo demás había sido consumido por el fuego, los
jardines de alrededor también fueron víctimas del incendio.
Ace y Massimo se miraron por un par de segundos, después
volvieron la vista hacia el frente, contemplando el lugar donde
ambos habían crecido, cada uno guardando sentimientos
completamente diferentes por aquella mansión. Ace encendió
un cigarro, lo puso entre sus labios y se perdió en sus
pensamientos. Su amigo lo acompaño en silencio, esperando
que en algún momento las emociones surgieran dentro de él,
pero eso jamás sucedió, lo único que se acentuó fue el
cansancio y la necesidad de llegar a su casa.

Cuando Ace terminó su cigarro se subieron de nuevo al auto y


manejaron hasta donde su tío. Odio cada segundo de esa
reunión, no podía creer que incluso ellos tenían sus
burocracias. Lo importante es que ahora él era el capo y tenía
que pensar cómo iba a liderar este circo antes de que un
huracán lo redujera a nada.

A eso de las cuatro de la mañana llegó a su casa. Tan solo


quería dormir, meterse en las sabanas de hilos egipcios que
su madre le regaló alguna vez y descansar, pero ni eso podía
hacer porque su cuarto había sido destruido por los malditos
de la Bratva o eso es lo que creía.

Todos creían que la mafia rusa era la responsable del


atentado contra su padre, mas había algo que seguía
haciéndole ruido. Pero ya era demasiado tarde para seguir
pensando en teorías comparativas, necesitaba descansar, por
él y por Ace, que de seguro se quedaría despierto dándole
vueltas al tema hasta que encontrara una buena respuesta.

A él tampoco le hacía sentido que fueran los rusos, llevaban


un buen tiempo en paz, pero eso no significaba que fueran
amigos, aunque no eran tan idiotas como para atacar a La
Legge. Tal vez lo que le impedía dejar el tema es que fuera
Lorenzo quien había propuesto a la Bratva como los
causantes de todo este desastre antes siquiera de que
pudieran llegar a ese punto de la conversación. Tenía sentido
sospechar de él, su familia siempre se había encargado de
controlar la parte del tráfico de armas, pero más allá de eso
no se les consideraba hombres muy importantes, Massimo
mismo siempre lo miraba con desprecio, su desesperación
por convertirse en alguien “importante” le parecía repulsiva.

Maldijo entre dientas al darse cuenta de que él tampoco sería


capaz de dormir. Se levantó y vistió con movimientos
lánguidos, el cansancio del día aplastándole el cuerpo.

Salió del cuarto que estaba usando —cada vez sentía más
ganas de matar a los bastardos que habían atacado su casa—
al tiempo que la puerta del baño se abría dando paso a la
figura de Gina moldeada por los pantalones cortos y ese top
que usaba como pijama. Se quedó en blanco, bebiendo de
cada curva femenina, su trasero bien envuelto en la tela, una
ligera curvatura en su estómago y el busto prominente,
adornado deliciosamente con las cimas de sus pechos
endurecidas.

Carraspeó, intentando pasar el nudo que se le había formado


en la garganta al ver que se encontraba perfectamente bien,
más que bien, a decir verdad. Dios, nunca había conocido a
nadie que tuviera un cuerpo tan divino como el de ella, la
magia estaba en que todo era natural y él podía notarlo.

Su primer instinto fue correr hacia ella y besarla, la quería, no,


la necesitaba con él, entre sus brazos, quería sentir el cuerpo
cálido de alguien pegado al suyo, para recordarle por un
segundo que seguía vivió. Se acercó a paso apresurado hacia
ella y antes de que pudiera entrar a su cuarto la agarró de la
cintura.

Gina jadeo asustada, algo desorientada y adormilada, porque


no lo había escuchado. Aquellos segundos en los que se
mantuvo callada y demasiado sorprendida para reaccionar
fueron luz verde para Massimo, que la aprisionó con su
cuerpo, dejándose embriagar de nuevo por el olor de su jabón
y lo bien que se sentía apretada contra él.
Para Gina, por supuesto, no era nada placentero tenerlo tan
cerca. No haberlo visto por una semana había sido su paraíso,
pero ahora estaba de vuelta y con él su agotadora dinámica.

—Wou, bájale a la pasión. Ya sabes que conmigo no vas a


obtener nada— dijo sonando menos energética que otras
veces.

La noche había sido larga para ella también, la balacera, el


hospital, todo eso la había dejado cansada y con pocas ganas
de enfrentar a Massimo, tenía demasiadas cosas en la
cabeza.

—Solo por hoy— murmuro él, le pareció que sonaba como a


una súplica, pero eso sería imposible, Massimo no pedía las
cosas, tan solo las tomaba.

Aunque tenía un límite también, ¿no? Claramente lo tenía, si


no Gina estaría aplastada contra la pared con sus labios
evitando cual protesta o tal vez de rodillas, para demostrarle
de una vez que ese era su lugar, inclinada frente a él,
complaciéndolo, siendo lo que él le había pedido todo este
tiempo: una buena esposa para él. Pero, a pesar que a una
parte de Massimo le tentaba empujarla a aquella posición, le
gustaba más la idea de que llegara allí por voluntad propia,
quería ver anhelo en sus ojos, quería que cediera a él,
olvidándose de su orgullo y todo lo demás porque lo
necesitaba.

Se valía soñar, a estas alturas de su relación comenzaba a


perder las esperanzas; Gina no mostraba ninguna señal de
desearlo, ni siquiera un poquito y no encontraba placer en
hacerla sufrir realmente, mucho menos en provocarle
lágrimas.

—No va a pasar— habló Gina con firmeza.


Ya no sabía de cuantas maneras diferentes decírselo, estaba
cansada de tener siempre la misma discusión, de que la
insultara porque había querido dormir con otros y no con él,
porque no cumplía su "deber como esposa". Gina no tenía
ningún deber con él, no hasta que Massimo se comprometiera
con ella también.

Él buscó sus labios con desespero, dejando a un lado


cualquier tipo de pensamiento racional. Tal vez no lo quería
porque se había olvidado de cuanto bien se hacían al estar
juntos.

Gina sacudió la cabeza tratando de evitar que sus bocas se


tocasen, lo empujó de los hombros para poder quitárselo de
encima, pero no funcionó. Una corriente de miedo encendió la
adrenalina en su interior, luchó con más fuerzas. Massimo
utilizó sus manos para controlarla y después metió una pierna
entre las suyas, dándole la posibilidad a ella de levantar su
rodilla y golpearlo con toda su fuerza en sus partes íntimas.

Sonrió por unos segundos, hasta que se dio cuenta de lo


rápido que se había recuperado y de la mirada oscura en sus
ojos.

—¿Qué mierda está mal contigo? — gruñó, todavía sujetando


su entrepierna, pero no luciendo tan adolorido como ella
esperaba.

Estaba muy segura de que eso no era normal.

—Si intentas violar a una mujer no puedes esperar que no se


defienda— dijo obvia, arreglando la toalla y tratando de
recuperar la compostura.

El pulso se le había disparado y tenía problemas para respirar


con normalidad, cerró los brazos sobre el pecho como una
manera de resguardarse y esconder la transparencia del top,
temiendo que Massimo pudiera considerar eso invitación,
porque claramente ella no lo estaba incitando a hacer nada.

—No iba a violarte, por Dios— farfulló enderezándose


lentamente.

—¿No? — rebatió con un tono irónico —¿Y que ibas hacer


entonces? ¿Tomar lo que te pertenece? — la voz le tembló
sutilmente y tuvo que tragar para controlar el miedo que le
producía saber que podía hacer lo que quisiera con ella —Por
qué no vas a cogerte a una de tus putas y me dejas en paz—
escupió esperando que eso alejara el tema de ella.

—Porque tú también eres una de mis putas— dijo y dejándose


llevar cerró la mano alrededor de su cuello.

Presionó el pulgar sobre su yugular, sorprendiéndose al


encontrar un pulso tan acelerado cuando ella parecía de todo
menos afectada. Enfocó sus ojos en los de ella para
encontrarse nada más que una furia ardiente que se disolvió
en algo más cuando la empujó contra la pared, aplastando su
cuerpo con el propio, aquel paso del enojo al miedo fue un
desliz que arreglo en segundos, poniéndose su máscara
rabiosa de inmediato.

—Hazte ver, te he dicho millones de veces que no soy nada


tuyo— ladró mostrándole los dientes.

—Pero lo serás— aseguró cerrando el agarre sobre su delicado


cuello un poco más.

Gina entreabrió aquella boca que tanto desorden mental le


provocaba en busca de aire y él aprovecho la oportunidad
para robarle un beso, que, como todas sus demás ideas con
Gina, acabo en desastre. Tuvo unos segundos para
maravillarse con la suavidad sus labios antes de que su
esposa lo atacara con una mordida que le sacó sangre.
Se alejó de ella completamente, pasmado con lo que había
hecho. Relamió sus labios bajando la vista los de Gina,
dándose cuenta de que ella estaba haciendo lo mismo,
limpiando la mancha roja que había quedado en ellos y
pasando a llevar aquel lunar seductor. Lucía aturdida mientras
pasaba la lengua por su labio, pero Gina hizo con esa emoción
lo mismo que hacía con cualquiera que se saliera de su
control, la convirtió en rabia y antes de pensar en lo que
estaba haciendo levantó la mano para darle una cachetada,
sabiendo que un puñetazo le dolería más a ella, el impacto
nunca llego, Massimo detuvo su mano con un agarre de acero
que le hizo apretar los labios.

Sus ojos se encontraron en una batalla más en toda esta


guerra que estaban llevando demasiado lejos. Las emociones
de cada uno encerradas bajo millones de llaves, dejando a
fuera tan solo la que importaba en ese momento.

—Tu terquedad no te va a llevar a ningún lado, estás


cometiendo una estupidez tras otra por ella— dijo con los
dientes apretados.

—Ya, igual que tus amenazas, es lo único que haces, pero


nunca actúas.

Provocarlo no era la mejor idea, sobre todo cuando seguía


teniéndola contra la pared y sus ojos parecían por fin
descongelados, pero tenía problemas para mantener la boca
cerrada.

—¿Eso es lo que quieres entonces? ¿Qué sea como tu padre y


te golpee? ¿Quieres que te quite esa ridícula polera y tome lo
que me pertenece? — cuestionó con una ceja enarcada.

Por supuesto que nada de eso era lo que estaba buscando,


Gina le había dicho millones de veces lo que en verdad quería,
pero él no escuchaba, así que sabía que haciendo exigencias
no iba a conseguir nada, por lo que podía irse por el otro lado.
—Ya me has dejado bastante claro que no te importa lo que
quiero, tan solo te preocupas por tus intereses, así que dime,
¿qué quieres de mí? ¿Cuál es tu obsesión con que tengamos
sexo?

—Es lo que espero de ti como esposa— dijo con obviedad,


soltando el agarre en su muñeca y pasándolo a la mano
desnuda, de nuevo sin el anillo —¿Crees que me casé contigo
porque te vi y supe que serías el amor de mi vida? ¿Por qué
sentí alguna conexión mágica? — escupió cada pregunta con
disgusto —No seas ingenua, corazón. Necesitaba una esposa,
alguien que me diera un hijo y que la imagen de ella desnuda
no me causara arcadas, hubieras nacido fea y no estarías aquí
— apuntó como si esto fuera su culpa, la rabia se incrementó y
estuvo a punto de darle otro golpe —. Y quiero ver tu puto
anillo en ese dedo, no puedes ir por ahí dando la idea a otros
de que estás disponible.

Un gruñido desesperado y animal subió por su garganta, las


palabras en la punta de su lengua se disolvieron cuando
recordó que habían tenido esta conversación millones de
veces y que no valía la pena seguir intentando hacerle
entender que ella no era su propiedad y que él no tenía
derecho a exigirle nada. Decidió quedarse con la parte
importante.

—¿Todo esto fue para complacer a tu papi y hacer como te


ordenaron? — el rostro de Massimo apenas se inmutó ante la
mención de su padre, aunque eso no le sorprendía.

Nunca había visto a esos dos entablando una conversación


que no fuera sobre negocios.

Le sorprendía, eso sí, que Massimo estuviera tan dispuesto a


cumplir con la petición de su padre, incluso ahora ya muerto.
No podía imaginar a alguien dándoles órdenes a su esposo,
pero tampoco podía pensar en alguien desobedeciéndole al
capo, suponía que en ese caso Massimo padre siempre se
había elevado por sobre la porfía de su hijo.

—Cómo si tu no estuvieras haciendo lo mismo— bufó.

—Por supuesto que no, si tuviera una oportunidad me iría sin


pensarlo y viviría mi vida, no la que otros me han obligado a
vivir. No te creas tanto, yo tampoco quería casarme contigo.

El hombre se inclinó sobre ella, sus labios presionaron un


punto de su mandíbula, la escuchó tragar con dificultad, no
supo saber de dónde venía el escalofrío que le sacudió el
cuerpo, pero le gustó saber que sí podía afectarla. Acercó los
labios a su oreja y murmuró:

—Si no te queda de otra que vivir en este mundo, deberías al


menos disfrutarlo, tener la experiencia completa— atrapó con
sus dientes la carne tibia de su lóbulo, ella presionó las
palmas sobre su pecho —, encargarte de darme un heredero.

Gina le dio un golpe en el abdomen que le sacó el aire por un


momento, sorprendido con su valentía para hacer algo así,
dejo pasar el asunto, prefiriendo concentrarse en su rostro
enrojecido, los ojos achinados de aquella manera amenazante
que había dejado de parecerle encantadora.

—O sea que si te doy tu preciado heredero te olvidaras de mí—


dijo en un tono indescifrable

Gina no le creía ni un poco. Podía ver que estaba loco por ella,
la deseaba, estaba escrito en toda su cara y en la obsesión
que había desarrollado con el tiempo, producto también de
sus constantes negativas. Pero iba atenerse a su escusa y
sacar provecho de ella.

Massimo cabeceo dándole la razón.


—Genial, porque estoy embarazada— soltó la bomba con una
sonrisa plana y completamente falsa.
DIECISEIS-El corazón del diablo-
Dreame

Nunca había pensado que diría estas palabras, sobre todo


siendo tan joven, pero aquel bebé era lo mejor que le había
pasado en la vida. Su primer pensamiento al enterarse de la
situación había sido: aborto. No quería ser madre tan joven, ni
siquiera sabía si quería ser mamá en algún momento de su
vida, pero ahora que sabía que podía sacarle un provecho a su
hijo, no le parecía una mala idea conservarlo. La iba a ayudar
a librarse de tanto, principalmente de Massimo.

—No puedes estar embarazada— murmuró su marido


anonado.

Gino no pudo resistir la tentación de entornar los ojos y


responder con tono mordaz:

—¿Que vas a saber tú? 

El impacto de la noticia lo había llevado a retroceder un paso,


dándole el espacio que necesitaba para salir de la encerrona
que le había hecho contra la pared.

Ver a Massimo pasmado era algo divertido, sus ojos se


agrandaban ligeramente, la boca le colgaba inerte, sin saber
cómo moverse y sin idea de que palabras formular para poder
comprobar que no le estaba mintiendo.

—No te he visto descompuesta, mareada o con nauseas—


balbuceo, esperando que eso pudiera explicarlo todo.

Sí, tenía razón; más allá de la constante necesidad de comer


dulces, su embarazo estaba siendo bastante llevadero, ella
misma no lo había sabido hasta la noche anterior. La balacera,
que por suerte no le había hecho daño, ahora tan solo tenía
rasguños en los brazos y piernas de cuando había caído
desmayada sobre el vidrio. Santino la encontró y luego llevó al
hospital, donde le hicieron exámenes que rebelaron la verdad:
sus antojos provenían del bebé que estaba esperando. Tenía
sentido, no recordaba mucho de ninguna de las noches que
había estado con Massimo y de seguro en medio de la
calentura ninguno de los dos había pensado en usar
protección, así que aquí estaba el resultado de sus noches de
pasión, una consecuencia que le venía como anillo al dedo.

—No todas las mujeres tienen esos síntomas— explicó


irritada.

Massimo parecía estar muy confundido, se pasó una mano


por la barba, rascándose la mejilla izquierda y después la llevo
a su pelo, para sacudirlo. Retrocedió varios pasos, miró el
suelo, el techo y después a ella, todavía con esa expresión
perdida.

—Podría ser de cualquiera— habló claro.

Haciendo a un lado el asombro, recuperó lo compostura y se


volvió hacia Gina, que ya caminaba hacia su cuarto, buscando
terminar pronto con esta conversación. Ahora ambos tenían lo
que quería, no tenía sentido seguir dándole vuelta al tema,
pero por supuesto Massimo siempre quería complicarlo todo
y joderle la vida un poco.

—Calza justo con la fecha en que nos acostamos— dijo seria,


esperando que no notara la duda en su voz.

Esa había sido una de sus primeras preocupaciones, si el hijo


no era de Massimo las cosas serían un poquito diferentes,
pero para su suerte no había dormido con nadie después de
él, excepto el tipo del bar. Ay, señor, esperaba que no fuera
suyo, aunque había pasado muy poco tiempo desde esa vez y
los antojos habían comenzado antes, así que por su salud
mental seguía creyendo la teoría que le convenía, ya después
se encargaría de hacerse una ecografía para conocer esos
pequeños detalles tan relevantes.

—Bueno, yo ya me voy a dormir, esta embarazada necesita


descansar.

Y sin más se metió a su cuarto.

Sabía que Massimo tenía mucho que procesar, ella misma


todavía estaba intenta aclarar su mente con todo lo sucedido,
desde el ataque a la casa hasta las noticias de la nueva vida
creciendo en ella. Ambas la habían sorprendido por completo.

Se había duchado en el baño de Massimo porque había


descubierto que tenía una tina de hidromasaje, lo cual era
sumamente placentero, ni siquiera sabía cómo había podido
vivir sin eso y ahora que Massimo no estaba se sentía con la
libertad de usar su baño. Una vez limpia y fresca, cubrió su
cuerpo con la bata para asomarse al balcón y ver el atardecer,
aquel día la estrella había teñido todo a su alrededor con
hermosas tonalidades de rojos, naranjos y amarillos que
desencadenaban en nubes rosadas y líneas de colores
irregulares que parecían ser los rayos del sol. Apoyo la
espanta en el marco del ventanal y se dejó maravillar por la
panorámica, abstrayéndose del mundo por completo. Tan solo
se recostó y observo, y cuando el sol hubo desaparecido,
llevándose consigo unos cuantos grados de temperatura, dio
media vuelta y entró, fue en ese preciso momento, como si la
hubieran estado esperando, que un zumbido antinatural se
escuchó. Giró el cuello para mirar sobre su hombro y ver al
drone volando frente a ella, su estructura parecía diferente al
resto de los drones y cuando se dio cuenta de que
efectivamente había algo extra, los disparos comenzaron.
Gina se arrojó al suelo y se cubrió con la pared del cuarto
mientras gateaba hasta la puerta desesperada por salir o
encontrar algo mejor contra lo que protegerse. Los vidrios
estallaron a sus espaldas y escuchó gritos de todos lados. El
miedo, enmascarado con la adrenalina y la necesidad de
sobrevivir le impidió darse cuenta de la herida que gateaba
sobre una cama de vidrio que le dañaba las rodillas. La
respiración había comenzado a faltarle en algún momento y la
desesperación por alcanzar la puerta se había desvanecido
junto con su conciencia. Nunca antes se había desmayado y
esperaba no hacerlo de nuevo, pues la sensación era
particular y desagradable.

Al despertar se enteró de lo que había sucedido y después del


embarazo, ni siquiera había notado que no le había llegado el
periodo, no sabía cómo es que había pasado algo así por alto.
Pero, a pesar de que le hubiera gustado saberlo antes, estaba
agradecida de no tener los típicos síntomas del embarazo, la
idea de sentirse mal físicamente dentro de esta casa, frente a
Massimo, le provocaba nauseas.

Se metió a la cama, suspirando de placer al sentir el frío de


las sabanas contra su piel acalorada. Estaba esperando que el
otoño comenzara pronto para que así las temperaturas
volvieran a disminuir y Las Vegas dejara de arder como el
infierno. Sobretodo todo ahora que iban a empezar las clases
de nuevo y no iba a poder usar la piscina o pasearse en bikini
por todos lados, iba a extrañar andar con poco ropa
sintiéndose cómoda consigo misma, quien sabía cómo
estaría su cuerpo el próximo verano, un embarazo podía
cambiarlo demasiado, no solo el aumento de peso, sino
también las estrías que podían quedar, pero ella era joven,
demasiado a su parecer, tal vez no quedaran marcas en su
cuerpo, pero lo que si iba a permanecer eternamente con ella
sería el bebé.

¿Qué iba a hacer ella con un hijo? ¿Iba a ser una buena
madre? ¿Sería, esta nueva familia que estaba formando a la
fuerza, como la suya? Tenía tantas dudas en la cabeza que
comenzaba a arrepentirse de no haberse librado de él. Todos
los hijos debían ser amados y ella no sabía si era capaz de
eso, poco sabía sobre el amor, Frances era quien aportaba el
cariño y la dulzura en su relación, a Gina le costaba más que
le salieran gestos amorosos. No quería ser una madre fría y
distante, tampoco quería ser una que odiara a su hijo, el pobre
niño no se lo merecía, pero en este momento le resultaba
difícil sentir algo por el embarazo que no fuera incertidumbre,
una que con el paso de los minutos se fue convirtiendo en un
miedo asfixiante que le acelero el pulso.

Esposa, madre, universitaria, veinte años y parecía que su vida


ya estaba armada completamente y lo peor es que no había
tenido mucho que decidir sobre ella. Nunca había tenido la
oportunidad de opinar sobre lo que quería hacer, hasta que se
había ido de casa, escapando exactamente por esa razón.
Jamás entendió porque su padre la dejo hacerlo, pero prefería
no preguntarse cosas que no serían de ningún aporte a su
causa, había logrado lo que quería por casi tres años y ahora
estaba atrapada de nuevo en este maldito mundo del cual
nunca se había sentido participe.

Lo peor es que no podía escapar, cada vez que buscaba la


manera de salir de esta situación llegaba a la misma
conclusión: iba a estar atrapada aquí por siempre, pues tenía
dos opciones —fugarse a algún lugar lejano con dinero que no
tenía o morir— y ninguna de las dos le parecían ideas muy
buenas.

Que mierda de situación. Que cansada estaba de sentirse en


un laberinto sin salida, de tener al menos una vez al día la
misma discusión con Massimo, le hartaba tener una presión
tras los ojos y en el pecho que la empujaba al borde de un
llanto que no era característico suyo, mezclando con la rabia,
porque ese era otro de los sentimientos que no la había
abandonado en ningún momento y que se había convertido en
algo mucho más intenso cuando la frustración comenzó a
hacerse presente en su cuerpo.
Dejándose llevar por sus emociones, se puso de pie y fue a
buscar la maleta para llenarla con sus posesiones y ropa,
teniendo toda la determinación a no estar en esta casa ni un
día más. 

Aprovechando la noche, bajo a guardar la maleta en su auto,


luego regreso a la cama. Puso una mano sobre su vientre,
todavía plano, pensando que a fin de cuentas esto era lo
mejor para el bebé que creía dentro de ella. Y cerró los ojos,
tratando de despejar su mente para así poder dormir. El día
siguiente iba a ser uno importante, no solo porque la
universidad comenzaba de nuevo y eso era bueno, la ayudaría
a mantener su mente ocupada en otras cosas, mientras trata
de acostumbrarse a las novedades, sino porque iba a ser el
último día que amaneciera en esa casa.

Gina no era muy de levantarse temprano, por eso es que


pocas veces coincidió con Massimo durante las vacaciones,
pero ahora que ambos tenían cosas que hacer se encontraron
tomando desayuno en la misma mesa, rodeados por la
incomodidad que siempre aparecía cuando ellos se
encontraban.

Mantuvo la mirada en frutillas y el té frente a ella, devoró su


comida ignorando la presencia de su marido. Decirle por aquel
título todavía le era extraño, ni siquiera llevaba su anillo,
aunque teniendo en cuenta de que él tampoco lo hacía, Gina
no sentía ninguna preocupación por el asunto, siempre podía
echarle en cara lo poco que le importaba aquel matrimonio,
igual que a ella.

Luego de alistarse, bajó las escaleras y se dirigió al garaje. El


corazón se le aceleró cuando abrió la puerta de su amado
Audio y se sentó frente al volante. De pronto las manos le
sudaban y su estómago parecía estar bailando de un lado a
otro sin ritmo, haciéndola sentir enferma.

¿Qué consecuencias tendría su escape?


El desayuno comenzó a hacer su camino de vuelta, pero lo
empujó a donde correspondía y encendió el motor. Lista para
salir de una vez por todas de allí.

Sabía que su mayor problema sería pasar la reja, pues no


tenía permiso para dejar la casa sin un guardaespaldas,
ordenes de Massimo. Pero la preocupación dejo de ser tanto
cuando vio que era Santino quien estaba de turno.

—No puede salir— le informó débilmente

—Santino, por favor, solo iré a dar una vuelta y volveré— mintió
con su mejor sonrisa.

Él la observo dudoso, apoyo la mano sobre la radio, de seguro


para avisar a alguien sobre su salida, cosa que Gina no quería.

—Ya lo conversé con Massimo, está todo bien— insistió


dulcificando su tono y batiendo sus pestañas.

La expresión de niña bonita y bien portada era lo que


funcionaba con él, con la mayoría de los hombres allí, a decir
verdad.

Lo vio dudar, retirando la mano de la radio lentamente, y supo


que ya lo había convencido. Santino torció los labios en una
mueca, debatiéndose sobre lo que debía hacer, Gina lo
presiono un poco más sin apartar la mirada de él hasta que
este asintió con la cabeza y se hizo a un lado dejándola pasar.
Ella imitó su movimiento, le dio una sonrisa agradecida y
luego pisó el acelerador no queriendo tentar la suerte ni un
poco más.

Ir a la universidad no era algo común para las mujeres dentro


de La Legge, pero a Gina le importaba poco lo que fuera
normal o no, ya había renovado su matrícula y nada le iba a
impedir hacer lo que quería.
Manejar sin un acompañante por Vegas fue una bocanada de
libertad que le supo a la frutilla más fresca y jugosa y envió
escalofríos a todo su cuerpo. Detrás del volante se sentía en
control de lo que estaba haciendo, algo que no le sucedía
hace tiempo, igual que estar sola, siempre había alguien
acompañándola a donde sea que fuera.

Bajo la ventanilla del auto, permitiéndole al viento inundar la


cabina con su tibieza y revolverle los cabellos con fuerza,
probablemente se le harían nudos, pero poco le importaba eso
ahora. La ráfaga de aire puro fue más que refrescante, sintió
que se llevaba un peso de sus hombros.

Necesitaba esto más de lo que había pensado. Que bien se


sentía, que ligero era su cuerpo cuando estaba sola. Hasta se
le soltaron algunas lágrimas de emoción.

Le subió el volumen a la radio donde se escuchaba una


canción de aquellas que te hacen querer bailar, sacudir el pelo
y gritar. Bajó la ventana un poco más y cantó a todo pulmón.

Al llegar a la universidad el aire entraba con mayor facilidad a


sus pulmones y el día parecía un poco más lindo. Agarró su
mochila, se preocupó de dejar bien cerrado el auto y caminó
hacia la facultad de humanidades. Le tomó varios minutos,
pero disfrutó de la caminata y cuando se sentó en el aula,
estaba más que dispuesta a comenzar las clases.

Toma un asiento en el medio, deja la mochila a su lado y saca


el celular para escribirle a Frances, anunciándole que pasará
la noche el departamento. Recibe un emoticón del dedo hacia
arriba, lo que es suficiente para relajarse en la silla. La
sensación de que en realidad toso era un sueño y en algún
momento despertaría de nuevo en aquella infernal casa, se
rompió al ver el nombre de Massimo en la pantalla. Cortó la
llamada y entró a Instagram.
Massimo la volvió a llamar, esa y todas las veces siguientes,
Gina colgó.

—Puedes bloquear el número, ¿sabes?

Alzó la cabeza sorprendida hacia el chico desconocido que


está de pie a su lado. Su ropa desaliñada le saca una sonrisa,
eso junto con su barba y cabello largo es la típica imagen que
todos ponen en su cabeza cuando dicen que estudias algo
humanista.

—¿De verdad? — pregunta incrédula, el chico asiente —


¿Puedes hacer eso por mí?

Él vuelve a asentir, se sienta a su lado y le pide su celular, Gina


se lo pasa, no le quita los ojos de encima mientras él va
presionando cosas en su celular. Está atenta a todo lo que
hace y se da cuenta de que efectivamente hay una opción
para bloquear las llamadas de un contacto. Cuando su celular
le es devuelto Gina sonríe con agradecimiento y, como es
costumbre, él se le queda mirando varios segundos atontado,
al darse cuenta de lo raro que está siendo sacude la cabeza y
le devuelve la sonrisa.

—Eh, lo siento— su cabello claro se agita junto con su cabeza


—Soy Carter— le ofrece la mano.

—Gina, y no importa, suelo causar ese efecto en los hombres—


responde con una sonrisa ladina.

—Ah, que modesta.

La sonrisa de Gina se volvió más amplia, se recargo en su


brazo izquierdo mientras le dedicaba una mirada más
interesada. Sus cejas pobladas le llamaron la atención, eran
de un tono más oscuro que su cabello, pero nunca tan negras
o espesas como las de Massimo.
Se mordió el labio inferior, reprochándose por estar pensando
en el maldito en aquel momento. Carter se desconcentró con
el gesto, observo sus labios rellenos y después subió la vista
hasta sus ojos, Gina le devolvió la mirada sin dejarse intimidar
por sus iris verdosos.

—Buenos días— la voz del profesor evitó que pudieran seguir


hablando —. Bienvenidos a su clase de historia moderna.
Como primera tarea quiero que hagan un ensayo de la
trascendencia de esta época en la historia en general.

Carter a su lado resopló, se acomodó en el asiento y


murmuró.

—Espero sí pasar este año.

El comentario, por alguna razón la hizo reír. Se cubrió la boca


con el dorso de la para no meter bulla.

—¿Algún consejo para eso?

—¿Me preguntas a mí que voy a repetir la clase? — dice


señalándose con un dedo y alzando las cejas.

Escupió otra risa, se le achinaron los ojos y sintió que se


sonrojaba por el esfuerzo de no hacer ruido.

—Buen punto— susurró o intentó hacerlo.

Las clases transcurrieron a un ritmo preciso para mantener su


mente ocupada, pero no hacerla sentir cansada. Este día, para
su suerte, tenía todas las clases concentrada en los bloques
de la mañana, por lo que para las dos ya estaba desocupada y
en casa. Hace tiempo que no estaba aquí; ver el sofá, la
manta que tenían sobre él desde aquella vez que se habían
pasado de tragos y Gina había vomitado, dejando una mancha
inmensa, el balcón que les dejaba ver al hombre soltero y
guapo de la torre de al lado. Avanzó hacia su cuarto, dejó la
maleta a un lado y se lanzó al colchón, sonriendo al escuchar
el crujido que acusaba cada uno de sus movimientos.

Suspiró, sintiendo un gran alivio en el pecho. Se estiró en la


cama y soltó un chillido de emoción acompañada de un
pataleo para dejar ir toda esa energía positiva que su cuerpo
había acumulado.

Se sentía como para bailar y olvidarse un par de horas del


mundo y todas las consecuencias que probablemente traerían
sus acciones. Le resultaba difícil pensar que Massimo no iba
a hacer algo, pero le resultaba aún más difícil imaginándose
viviendo en esa casa otra vez.

Puso el celular en silencio, no queriendo que ningún mensaje


interrumpiera la sesión de baile que estaba a punto de tener.
La música pop empezó a sonar segundos más tarde y sus
caderas no tardaron en seguir el ritmo. Saltó, gritó, agitó los
brazos, dejando que su cuerpo se moviera sin pensar en lo
que estaba haciendo.

Para cuando las canciones se empezaron a repetir, Gina


estaba sudada, jadeante y muy antojada de donas o cualquier
cosa que le diera un golpe de azúcar. Recordando que había
una tienda de dulces a la vuelta de la esquina y que se había
saltado el almuerzo, agarró la billetera, sus llaves y salió del
departamento.

No alcanzó ni a poner un pie fuera, antes de que se topara con


el rostro furioso de Massimo, nada del otro mundo, y el dolido
de Santino, la traición estaba reflejada en sus ojos, pero lo
único que pudo pensar fue en cuando odiaba que estuvieran
aquí. A veces se pregunta qué tan fría y desinteresada era,
que tan congelado está su corazón. Massimo tiene hielo en
sus ojos mientras que en los de ella hay fuego, pero es en su
interior dónde se encuentra la capa gélida que recubre sus
órganos, la que la hace sentir como un glaciar andante en
ocasiones y la hace dudar de su humanidad, de la capacidad
de amar a otro, a veces ni siquiera eso, sino de preocuparse
por alguien que no sea ella, sabe que Frances es la excepción,
pero, ¿hasta qué punto? ¿Y si en algún momento tiene que
sacrificarla para salvarse? Gina aprendió a nunca poner las
manos al fuego por nadie, ni siquiera por ella misma, y no es
porque fuera insegura, más bien porque a las personas uno
nunca termina de conocerlas. No hay dos caras de una
moneda, sino luces y sombras entremezcladas que pueden ir
cambiando y asomándose según lo que más convenga o a lo
que la situación te empuje.

Santino se hizo a un lado, dejando que el capo entrara por una


puerta que parecía demasiado estrecha para él. Las aletas de
su nariz temblaban con cada respiración trabajosa y parecía
que su mandíbula se iba a quebrar de lo tensa que estaba.
Usar la palabra “enojado” para definir su estado de ánimo le
pareció un verdadero eufemismo.

—¿Qué tienes en la cabeza como para desaparecerte así? —


rugió, las palabras saliendo con dificultad.

La tomó del antebrazo y la arrastro hasta la sala de estar, que


se veía mucho más pequeña con él ahí.

Gina intento soltarse, pero se dio cuenta de que era una


batalla perdida. Massimo estaba tan furioso que sus dedos
dejarían moretones en su piel canela, algo que nunca antes
había pasado.

—Ya, porque aburrirme en tu casa es la mayor de mis


aspiraciones — dijo con ese tonito suyo que Massimo ya no
toleraba.

Un tic que jamás antes había visto apareció en su ojo


izquierdo, haciéndolo temblar peligrosamente, su mandíbula
tensándose tanto que creyó se rompería los dientes. Aun así,
no se molestó en apartar la mirada o lucir sumisa para calmar
su furia, si había algo que quería de Massimo era su rabia,
desnuda y pura para ella, porque le encantaba sacar lo peor de
los demás y había descubierto que lo peor de Massimo era su
incapacidad de controlarse.

 Lo miró a los ojos, viendo ese brillo maniaco de descontrol en


sus iris azules, vio el glaciar derrumbándose
estruendosamente sobre un mar tormentoso que crecía
segundo a segundo hasta convertirse en un tsunami de algo
que conocía muy bien.

—Adelante pégame— lo retó, alzando el mentón ligeramente


—, una persona más, ¿qué importa? Al menos así sabré que
gané, que tengo la razón y que como eres incapaz de
convencerme de lo contrario tienes que recurrir a la acción
cobarde, porque eso es lo que eres, un cobarde porque sabes
que no tengo oportunidad contra ti— escupió las palabras
junto con un poco de saliva que cayó sobre la camisa
plateada que Massimo llevaba ese día.

Debería haberse callado, pero nunca sabía cuándo cerrar la


boca. No sabía cuándo parar, eso era lo peor de ella y a su vez
lo mejor, pues jampas se iba sin conseguir lo que quería.

Massimo la zarandeó con brío, perdió el balance por un


segundo y habría caído al piso si no fuera porque el mismo
agarre de Massimo era lo que la estaba manteniendo en pie.

Sus ojos desenfocados, nublados por los sentimientos que


devoraban su interior lentamente.

—Te vienes conmigo— gruño teniendo dificultad para hablar.

Gina achinó sus ojos, decidida a pelear hasta el último


segundo

—Oblígame— le mostró los dientes y sus ojos, para que


supiera que no le temía ni un poco.
Massimo ya tenía muy claro eso, demasiado tarde de hecho,
debería haberse dado cuenta desde el primer segundo que a
una mujer como Gina no le temía a nada y que probablemente
jamás lo haría. Massimo no iba ser la excepción a la regla, eso
lo sabía también, pero sabía que otras cosas podían
asustarla.

Apartó la mirada de su esposa con esa sonrisa maquiavélica


que ponía cada vez que tenía un pensamiento maligno en su
cabeza.

—Santino— ladró, esperando que obedeciera inmediatamente.


El chico levantó la cabeza y espero silenciosamente a que le
dijera que debía hacer —, llama a Frances— ordenó, sus labios
estirándose un poco más si es que eso era posible.

El rostro de Gina se desfiguro, no tenía ni idea de para quería


Massimo a su mejor amiga, pero no tenía una duda de que era
para algo malo, algo que la dañaría o asustaría como su
esposo nunca lo había hecho.

Santino y ella compartieron una mirada. El sentimiento de


traición que tan reflejado en sus ojos al entrar se disolvió en
miedo líquido, danzando sin vergüenza en sus iris castaños
mientras la observaba esperando a que hiciera algo.

—Fran no tiene nada que ver en esto.

—Santino— Massimo dijo su nombre con una advertencia


tacita.

El aire se volvió eléctrico, la respiración se cada uno de ellos


ruidosa y trabajada. El pecho de Gina subía y bajaba
acelerado, la sangre bombeándole en los oídos,
ensordeciéndose y haciéndola sentir mareada. No sabía si era
el embarazo o una reacción de su cuerpo ante tanto estrés,
pues era la primera vez se sentía completamente fuera de
control de lo que sucedía. El estómago se le revolvió y los
bordes de su visión se oscurecieron. Se mordió el interior de
la mejilla, esperando que eso la mantuviera lejos de caer en
aquel abismo oscuro de la inconsciencia que tanto le
desagradaba.

—Está bien— murmuró, las palabras le salieron estranguladas.

Massimo dio un paso atrás, mirándola con sorpresa, dejando


de ser su apoyo y ella estuvo a punto de caer al piso sino
fuera porque se apoyó en el mueble endeble a sus espaldas.
Pestañeo lentamente, tratando de enfocar a Massimo y
después se forzó a cuadrar los hombros y hablar otra vez.

—Voy contigo, no llames a Frances.

Dejándolo con la boca abierta, porque ella cediendo a sus


amenazas era algo que nunca antes había sucedido, se dirigió
a su cuarto para tomar la maleta. Aprovechando la ocasión,
metió algunos de los zapatos que había dejado la vez pasada.

Con las cosas en mano, salió del cuarto, pasó por el lado de
Massimo que seguía con la boca abierta, observándola
caminar con un andar cansado. Casi tiró la maleta a sus pies,
como si fuera su sirviente para que él se hiciera cargo de ella
y salió del departamento caminando con el mentón en alto.
DIECISIETE-El corazón del diablo-
Dreame

Al día siguiente, después de lograrse escabullir de la casa, fue


a clases otra vez. Lo necesitaba o acabaría volviéndose loca,
además, sus zapatos necesitaban caminar por algo diferente.
Hoy traía puesto uno de esos tacos altos y estilizados que le
alargaban las piernas y se moría por mostrárselos a todo el
mundo.

Gina era una mujer de piel y de gente, le gustaba salir, bailar,


tener el cuerpo de alguien pegado al suyo, le gustaban los
abrazos, las caricias en su pelo. Adoraba sentarse con alguien
a conversar y no había podido hacer eso en mucho tiempo, así
que se había arriesgado una vez más para poder tener un
poco de aquello. Le hacía falta para recordarse que fuera, en
el mundo real, tenía la posibilidad de una vida que disfrutaría
de verdad, una que era solo para ella, con sus sueños, metas y
fracasos incluidos, pero no importaba, porque al menos serían
sus decisiones.

Carter la había introducido a su grupo de amigos, a pesar que


ella tenía el propio, y había almorzado con ellos, escuchando
debates sobre teorías literarias de lo más locas que poco
entendía. La literatura tenía mucho de historia, pero había
poco de literatura en la historia o tal vez ella jamás se había
entusiasmado por encontrarla, a pesar de que le gustaba su
carrera y se divertía aprendiendo sobre lo que había sucedido
en el pasado, junto con la enorme cantidad de formar de
torturar a alguien, la historia no era su pasión, pero estaba
bien para estudiarla. Le hacía pensar que siempre había
habido tiempos peores y que los podía haber mejores, era una
manera de mantener la esperanza.
—Uh, esa con relleno de jalea— escuchó a Carter pedirle a la
señora de la tienda mientras ella todavía seguía sin elegir.

Sus favoritas eran las que tenían relleno de crema pastelera,


pero hoy se sentía antojada de algo que fuera mucho más
dulce, así que acabo ordenando una bomba de chocolate.

—¿Qué? — dijo agresiva cuando Carter le dio una mirada


significativa.

—Nada, es que con lo vanidosa que eres pensé que solo


comías lechuga y laxantes— se encogió de hombros.

Gina entorno los ojos y pidió una dona más, después fue a
pagar. Estiró el cuello sobre el hombro mientras esperaba a
que la chica le diera la boleta.

—Hago ejercicio y cuido mi alimentación, pero eso no significa


que no pueda darme un gusto de vez en cuando. Además,
este cuerpo— señalo su figura todavía delgada y perfecta —se
mantiene casi solo.

Carter enarcó una de sus pobladas cejas, recorrió su cuerpo


lentamente, pasando por el escote profundo que llevaba, algo
de todos los días, su cintura estrecha y después esas piernas
kilométricas que todos los hombres siempre se imaginaban
envueltas alrededor de sus caderas. Gina lo sabía y a una
parte de ella le gustaba ser deseada, le gustaba tener un
cuerpo que todas las mujeres envidiaban y que todos los
hombres admiraban, era bueno para su autoestima.

—¿Me estás diciendo que eres una de esas desgraciadas que


comen y nunca engordan?

—No tan así, pero sí— se encogió de hombros con una sonrisa
coqueta.
Carter se la queda mirando por un par de segundos con esa
expresión babosa que Gina conoce tan bien y hace crecer la
sonrisa en su rostro.

—Te odio.

—Bienvenido al club— responde con despreocupación.

Después de comer juntos, cada uno se va por su lado, Carter


tiene clases más tarde, pero Gina está libre y acalorada, así
que decide volver a la casa para darse un chapuzón en la
piscina.

Le agradeció al Uber cuando estuvo fuera de las rejas, había


tenido que dejar el auto para poder escabullirse de la
seguridad, pero ahora prefirió usar la puerta principal, pues lo
más probable es que ya supieran que no había estado en todo
el día ahí.

En efecto, cuando Santino la vio entrar no se molestó en


saludarla, tan solo negó con la cabeza y aparto la mirada de
ella. Lo estaba poniendo en problemas con su intento de
salirse con la suya, pero Gina elegiría miles de veces lo que
era mejor para ella que para Santino, apenas lo conocía.

Lo saludo con un movimiento de mano despreocupado,


indolente que el hombre no devolvió.

Caminó por el sendero de gravilla, cuidando de no torcerse un


pie, suspiró con alivio al llegar al cambiarse al parque que
cubría toda la terraza. La casa tenía una puerta principal, pero
le quedaba más cerca entrar por el ventanal de la sala de
estar y de ahí caminar por el pasillo hasta las escaleras en el
segundo piso. En esta ocasión apenas pudo llegar a la mitad
de los escalones antes de que Massimo la detuviera
envolviendo los dedos sobre su antebrazo.

—¿Dónde estabas? — gruñó.


—Por ahí— dijo mientras intentaba soltarse de su agarre.

—No vamos a hacer esto de nuevo— siseó rehusándose a


soltarla.

—¡Bien por mí! Cada uno vive su vida sin molestar al otro y
listo, ¡todos felices! — exclamó sacudiendo su brazo, por fin
librándose de él.

Massimo gruño, se pasó una mano por el rostro reflejando la


poca paciencia que le quedaba y apretó el puente de su nariz.
En una ráfaga de rabia el agarró del antebrazo y tiró de ella,
demasiado fuerte, haciéndola caer los dos escalones que
había subido. Gina colisionó contra su pecho, pasmada por el
trato brusco, parpadeo sin saber cómo reaccionar.

Cuando el momento de sorpresa paso, se dio cuenta de lo


cerca que estaban, sus torsos juntos y el calor del agarre
sobre su muñeca esparciéndose camino ascendente por su
brazo.

Se sacudió intentando librarse, no gustándole las emociones


que despertaron en su cuerpo debido a la cercanía. Le
gustaba que no fuera extremadamente alto, así podía mirarlo
a los ojos sin problema mientras discutían, una actividad
recurrente que la tenía agotada. Estaba cansada de intentar
poner los puntos sobre las ies, de nada servía si Massimo
estaba detrás de ella borrando cada marca, ignorando cada
una de las cosas que le decía. No tenía sentido seguir
discutiendo por lo mismo, pero a su vez no podía evitar llegar
siempre al mismo punto. Por alguna razón las discusiones
con Massimo seguían dándose, cuando sabía que sería
mucho más eficiente ignorarlo, de todas maneras, acabarían
haciendo lo que quisieran.

Sí, le gustaba discutir, le encantaba sacar a la gente de sus


casillas, presionar sus botones y obtener una reacción. Le
entretenía dar respuestas sardónicas e inteligentes, un par de
miradas de odio, Dios, hasta tenía que reconocer que ese tipo
de enfrentamientos la calentaban un poco, pero no con
Massimo, a él lo odiaba demasiado para eso.

—Mira, no quiero pelear...— comenzó a decir antes de que


Massimo la interrumpiera.

—Entonces hazme caso cuando te doy órdenes.

¿¡Qué él le daba órdenes!? No, no, eso no iba a suceder jamás.

—O deja de meter la nariz en asuntos que no te concierne, o


sea, todo lo que hago en mi vida— exclamó furiosa
sacudiendo su brazo dándose cuenta de que seguían
demasiado cerca.

En vez de zafarse de Massimo, lo único que consiguió fue que


la acercara un poco más a él, se inclinó sobre Gina
mostrándole los dientes y ese fuego en sus ojos al que se
estaba empezando a acostumbrar.

—¿Sabes al peligro que te expones yendo por ahí sola? —


cuestionó con fiera expresión —¡Hace casi menos de una
semana alguien te disparo! ¿No tienes un instinto de
preservación? — alzo la voz zarandeado su brazo un poco, no
sabía porque seguía sujetándola.

¿Acaso era preocupación lo que oía en su voz? Ah, ¿qué le


importaba a ella?

—Puedo cuidarme sola.

—¿Sí? — preguntó alterado, se acercó un poco más hacia ella


—¿Si tan fácil es, por qué sigues aquí? — enarcó una ceja.

Separó los labios dispuesta a protestar al tiempo en que


intentaba librarse de él, pero no fue capaz pues, a diferencia
de las otras veces, Massimo no se lo permitió, puso todo su
esfuerzo en mantenerla pegada a él, lo que con su fuerza no
fue nada difícil. Mantuvo los ojos sobre ella mientras la
retenía a su lado, las comisuras de sus labios se elevaron al
ver que no conseguía soltarse y mientras más luchaba más se
incrementaba la tensión en el ambiente, cada uno
desarrollando emociones a las que se habían acostumbrado
cuando el otro estaba presente. El ceño de Gina se frunció y
Massimo dejo de sonreír, enseriando en el rostro de aquella
manera que decía que la tormenta estaba a punto de
desatarse.

Torciendo su muñeca la llevo a su espalda y manubrio para


empujarla contra la pared, aplastándola contra su cuerpo
fibroso. Gina jadeo sorprendida, el aire escapo de sus
pulmones sonoramente por una segunda vez cuando le
separó las piernas con la rodilla y apoyo descaradamente su
erección en sus glúteos.

¡Increíble!, tenerla apretujada contra la pared, sometida a su


fuerza, lo excitaba. Bueno, tampoco era una gran sorpresa
teniendo en cuenta lo que era y todo lo que había ya vivido
con él, aun así, le pareció repugnante que tal cosa pudiera
calentarlo.

¿Significaba eso qué, si ella se rendía ante él y se dejaba


someter, Massimo se aburriría y olvidaría de ella?

Lo más probable es que sí, pero no iba a averiguarlo porque la


sola idea de estar cerca de él y desnuda le revolvía el
estómago y la hacía sentir sucia. Su cuerpo no era algo que
cambiar por un poco de paz mental o libertad, el sexo no
debía ser un trueque y Gina jamás sería capaz de hacer algo
así, reconocía que no tenía el estómago para eso.

—¿Qué pasa? ¿Ya no eres tan capaz? — dijo provocativo.

No, ella era muy capaz de quitárselo de encima.


Massimo estaba loco por sus huesos y el deseo podía volver
a las personas estúpidas, les nublaba la mente, impidiéndoles
pensar con claridad, y Gina podía usar eso a su favor. Pero
Massimo se le adelantó amainando el agarre sobre su
muñeca y permitiéndole girarse para que quedaran frente a
frente. Él quería ver su rostro, sus ojos, ya que estos siempre
le ayudaban un poco más a descifrar que pasaba por aquella
cabecita suya.

Con Gina las cosas siempre se le salían de control, se volvía


más impulsivo, y a pesar de que no sentía verdadero
resentimiento por como la trataba, sí había una parte de él
que se removía incómoda por la idea de hacerle daño, misma
parte a la que no le agrada la posibilidad de que volviera a
llorar, por eso ante la falta de una respuesta rápida e
inteligente había soltado su antebrazo y había querido verle la
cara.

La determinación en sus ojos no era ninguna sorpresa. Le


gustaba ver en ellos esa fiereza que indicaba que iba a luchar
con uñas y dientes hasta conseguir lo que quería, le gustaba
saber que no todo era pasión determinada, sino también
astucia y esa maldad que danzaba en sus iris, haciéndolos
brillar intensamente. ¿Sabía ella que una parte de su alma era
oscura, tal como la suya? No dudaba que Gina tenía pleno
conocimiento de su ser, se veía como esas personas que
tenían todo resuelto, a las que no se les escapaba ni un solo
detalle.

—Nada te impedirá salir de nuevo, ¿no? — dijo en voz baja,


envolviéndolos en una burbuja de intimidad.

—Exacto.

Un alivio se asentó en su pecho al saber que por fin Massimo


la estaba entendiendo, por supuesto que no fue tan tonta
como para bajar sus defensas y relajarse cuando lo tenía tan
cerca y podía hacer cualquier cosa para dañarla, pero pensar
que por primera vez podían llegar a un acuerdo la llenó de
esperanzas. Era momento de encontrar un equilibrio entre lo
que ambos quería.

—Podrás ir— comenzó él, Gina sintió la sonrisa tirando en sus


labios —, solo y solo si, Ace te acompaña en todo momento.

Gina se desinfló, exhalando toda su esperanza y recargándose


en la pared a su espalda mientras comprendía que nunca
sería verdaderamente libre. Quiso llorar, se mordió el interior
de la mejilla con fuerza, poniendo su mayor esfuerzo en
contener las emociones que se adueñaban de su cuerpo y le
aceleraban el corazón con cada segundo transcurrido.

Fue a reclamarle, pero Massimo la callo antes de que pudiera


decir cualquier cosa.

—No voy a transar en eso y recuerda que debería estar


castigándote por haberme desobedecido y en vez de eso
estoy siendo benevolente contigo y dándote una oportunidad.

¿Benevolente? Benevolente sus pelotas, Gina no le debía nada


y Massimo no debía pensar en esto como un favor para ella.
¡Era su derecho! No tenía por qué tener su aprobación o
pedirle permiso para tal cosa.

—Mantén la boca cerradita— le dijo poniendo un dedo grueso


y áspero sobre sus labios. El gesto la hizo arder de rabia —,
conozco esa cara y te vas a joder tu solita si comienzas a
hablar.
» Dale tu horario a Ace, de ahora en adelante él será tu
guardaespaldas. Ah, y ponte bonita para mi esta noche,
tenemos una fiesta a la que asistir.

Se fue sin darle derecho a réplica. Quería decirle que no era


nada de él como para que le hablara así, también quería
decirle que no necesitaba de un guardaespaldas, pero no
tener la última palabra era un precio que podía pagar si eso
significaba que al menos iría a la universidad. Su
determinación por cumplir tal cosa era algo que no
comprendía del todo, tener su propia carrera era un consuelo
para no hacerla sentir tan inútil, tal vez era su manera de
probarse que después de todo seguía siendo alguien aparte
de una esposa y embarazada más encima. Deseo que aquella
novedad hubiera seguido olvidada en su mente.

Se sentía avergonzaba de lo que era ahora y de lo tonta que


había sido al no preocuparse más por usar un condón o
tomarse la pastilla del día después, en otras circunstancias
este bebé no sería más que una desgracia y pensar en ello la
hacía sentir más miserable. Ella no era así, no cometía errores
garrafales, no dejaba que cualquiera le diera ordenes ni
mucho menos las aceptaba como si estas fueran un favor
para ella. Se sentía diferente y no en el buen sentido, rebeldía
era todo lo que ella era, pero ya ni eso tenía ganas de ser.

Para distraerse un poco decidió adelantar algunas de sus


lecturas en la biblioteca que tenía la casa. Dudaba que alguien
ahí la usara, pues Massimo tenía su propia oficina, pero para
ella era útil, sobre todo por la mesa que había, podría estudiar
aquí seguido ya que era mucho más fácil que anotar apuntes
en el suelo, aunque ahora estaba leyendo en el sillón. Después
de intervalos de lectura y descanso por casi dos horas, ya no
fue capaz de concentrarse más e hizo a un lado el IPad.

Echo la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, descansando la


vista por varios segundos, después se acomodó y miró al
frente, a la colección de libros.

Gina no se consideraba una fanática de la literatura, pero no


podía negar que aquella colección quitaba la respiración,
jamás había visto tantos títulos juntos, muchos de ellos eran
clásicos, pero no había ningún género de preferencia. ¿Era eso
normal? Ella conocía a varias personas que leían y sabía que
siempre había un tema que les apasionaba más que otro,
además, ¿quién en esta casa lee? Ciertamente no Massimo,
tampoco ella, ¿para qué tener tan hermosa colección
entonces?

Acaricio los lomos de los libros con las yemas, disfrutando de


las diferentes texturas.

¿Por qué el mafioso más importante de Las Vegas tendría una


biblioteca?

Retrocedió varios pasos para así tener una mejor vista del
lugar. El piso estaba cubierto por una alfombra roja con un
diseño sobrio, las paredes eran de color crema y no había
nada que probara su teoría excepto la sospechosa biblioteca.
¿Sería posible que hubiera un pasadizo secreto?

Intentó quitar la alfombra, pero estaba pegada al piso y luego


de dar brincos por todo el lugar no escuchó nada sospechoso:
ninguna tabla que crujiera o algo parecido, así que paso a lo
más obvio, la biblioteca, pero no había nada que pudiera darle
una pista. Por más que buscó no dio con nada, hasta que
decidió que ya era suficiente y no iba a seguir investigando
más, se recostó en la estructura, apegando el oído al susurro
silencioso de todas aquellas historias que jamás leería y de
pronto, escuchó una verdadera voz, sonaba lejana y era
apenas un murmullo, pero basto para reactivar su curiosidad.
Se acercó más, captando trozos de una conversación en
donde reconoció a Massimo, lo que significaba que este
cuarto secreto conectaba con su oficina y escuchar las cosas
que se hablaban ahí, ahora que era el capo, era una
oportunidad que no podía perder.

Retrocedió de nuevo, esta vez concentrada en aquel lugar


específico detrás del sillón. El librero esa simétrico y cada dos
columnas había una se dividida de forma diferente, en donde
las repisas tenían más separación para libros más grandes. Al
no encontrar nada que pudiera ayudarla, se acercó y apoyo las
manos en la estantería recargando su peso, comenzando a
frustrarse.

Hubo un clic y después sintió que algo la empujaba.

Dio un paso atrás con una sonrisa, la puerta se abrió y sus


labios se curvaron un poco más. Era tan sencillo como
presionarla, a veces la solución estaba en lo simple y Gina no
podía estar feliz de ello en este momento.

Prendió la linterna del teléfono, levantó el pie para sortear el


primer cajón del librero y entrar al pasadizo secreto.

Dentro olía a humedad, la piedra de las paredes hacia que la


temperatura dentro fuera dramáticamente inferior y no había
ninguna luz más que la de su celular, pues había cerrado la
puerta, obviamente.

Caminó lentamente con sus tacos resonando con cada


pisada, por lo que, a pesar de la suciedad, decidió quitárselos.
Piedritas y otras cosas se clavaron en sus pies. Apuntó con la
linterna al suelo para ver toda aquella mugre y después de
cerciorarse de que no había nada que pudiera lastimarla se
enfocó en mirar al frente, algo asqueada con el piso.

Luego de un par de metros el pasillo se curvaba hacia la


derecha, pero a ella no le importaba eso, sino la pequeña
franja de luz que provenía de su izquierda y la clara voz de
Massimo.

Se acercó hacia ellas, dándose cuenta de que no iba a poder


ver nada, pero si escuchar claramente lo que sucedía, eso era
lo más importante.

—Fue la Bratva— dijo una voz ronca —, nuestro informante lo


confirmó.
—¿Y en qué momento hablaron con ese informante, que yo no
me entere?

—Ayer, Danilo y yo nos encargamos de eso personalmente—


respondió la segunda voz dubitativa.

Gina se lo podía imaginar pasándose su peso de un pie a otro


bajo la mirada fría de Massimo.

—¿Bajo lo orden de quién?

—Tan solo queríamos hacerle un favor, con todo lo de su


padre debe estar muy ocupado y...

—Aquí no se mueve ni un solo dedo sin que yo lo ordene,


¿sabes lo sospechosos que se ve que te hayas encargado tu
solo de eso?

Escuchó como una silla era arrastrada e imagino que


Massimo se había puesto de pie y por los balbuceos del otro
hombre supuso que no tenía una expresión muy afable.

—¿Algo más que hayas hecho por buena voluntad? — sonó


duramente sarcástico.

—Lorenzo pidió a alguien encargarse de la búsqueda del


asunto de su padre. Boots y yo estamos en eso.

—Estaban— le corrigió.

Hubo un largo silencio, la puerta se cerró y después escuchó


la voz de Ace.

—¿Lorenzo?

—Podría, pero no creo que lo esté haciendo solo— su esposo


sonaba sorprendentemente frustrado.
—Definitivamente no, Lorenzo no es tan tonto y su jefe debe
ser alguien importante.

Wou, no sabía que Ace era capaz de decir tantas palabras ni


tampoco que tenían un intruso.

—Maldita sea— gruño Massimo seguido de un golpe en el


escritorio que la sobresaltó —. Quiero que tengas un ojo sobre
él y Beto y tampoco confió en Marco.

—Tan solo tengo dos ojos, Max.

—Agh, ya lo sé— sonaba realmente estresado —Tenemos que


hacer una puta limpieza antes de que todo esto nos explote
en la cara.

Se escuchaba bastante enojado y era completamente


entendible; tener una rata no era algo bueno en ningún
momento, pero mucho menos ahora que Massimo había
muerto y su hijo debía tomar el puesto, las cosas estaban
tensas.

Dos ataques en un mismo día no podía ser coincidencia,


estaban buscando a ambos Massimo. Y si ya habían logrado
matar a uno no debería faltar mucho para que lo intentaran de
nuevo con el que les faltaba. Era lo más lógico, a menos que
quien hubiera hecho ambos ataques no fuera la Bratva como
todos pensaron en un principio. La mafia rusa no tenía tanto
control sobre Vegas ni territorio en La Legge como para
intentar algo así, no sin un aliado dentro que pudiera ayudarlo
para evitar una guerra, pero si habían sido los rusos con ayuda
de algún italiano, ¿por qué atacar la casa cuando Massimo, su
esposo, no estaba? ¿Era una manera de distraerlos o no lo
habían sabido?

Sin importar cual fuera la respuesta, la cosa era mala. ¿Y qué


podía hacer Gina para aportar? Claramente no podía
aparecerse y decirle a Massimo que había escuchado su
conversación, hacer su propia investigación tampoco sonaba
como un gran plan porque, de nuevo, ¿qué podía hacer ella? Ni
siquiera podía dejar la casa sola, por lo que su única opción
era escuchar. Espiar estas conversaciones y todas las que
pudiera para poder crear su propia teoría de lo que estaba
sucediendo. 

Iba a tener que tener los ojos bien abiertos eso sí, dudaba de
que en una situación de vida o muerte Massimo se
preocupara por ella, lo que significaba que estaba sola en
esto.

—Gina necesita un guardaespaldas— no reconoció la voz que


dijo aquello.

Ambos hombres tenían voces muy parecidas y comunes que


se diferenciaban escasamente, aunque estas se volvían
muchos más claras sobre a quién pertenecían cuando
demostraban emociones, ya que Ace tenía un tono apático
que no se le quitaba con nada.

—Y serás tú.

Hubiera pagado el precio de unos zapatos Gucci para ver su


expresión en ese momento. Ace definitivamente no le había
contado sobre su pequeño intercambio de palabras y el casi
beso que compartieron, de otra manera no lo hubiera puesto a
su cargo, donde tendrían que pasar demasiado tiempo juntos.
Gina estaba segura de que eso iba a ser muy divertido y
también tenía plena confianza en sí misma y su habilidad para
sacarle un par de palabras al chico,

—No... Di-g-go... Y-yo— Ace tomó una respiración profunda y


después repitió su negativa.

Massimo lo miró perspicaz, jamás había observado una


reacción tan nerviosa de parte. 
—¿Por qué no? Es solo Gina, tampoco es como si te fuera a
morder o algo así— dijo soltando una risa nasal al final. 

Cruzo los brazos sobre el pecho y espero una respuesta por


parte de Ace, cualquiera, ya fuera vocal o no, pero no obtuvo
nada. Su amigo se mantuvo estoico, con los brazos colgando
a sus costados y su mirada al frente, no dándole ninguna pista
de lo que sucedía en su cabeza. 

iba a presionarlo para obtener una respuesta, pero alguien los


interrumpió tocando la puerta y sin esperar respuesta, entró.
Gina asoma su cabeza y evalúa a los dos hombres en el
cuarto, Ace sigue teniendo la expresión de siempre y Massimo
no luce enojado, así que se conforma con eso y da por
cumplida su misión. Ace seguirá guardando el secreto.

—Hola— alargó la palabra pensando en que excusa usar, la


idea de provocarlos a ambos fue tentadora, sobre todo por la
mirada nervios que Ace le dio, pero después lo pensó mejor y
acabo diciendo —¿Les gustan las frutillas? — ¿¡Qué estaba
mal con ella!? Eso había sido lo más estúpido que había dicho
en toda su vida —. Para traerles, Sonia compró y no me las
quiero comer todas sola.

Les dio una sonrisa nerviosa que no había usada hace años,
agarró uno de sus largos rulos, —probablemente debía
cortarlo, las puntas estaban demasiado quemadas—, y lo
enrolló en su dedo mientras esperaba una respuesta que tardo
bastante segundos en llegar y estuvo acompañada de dos
ceños fruncidos.

—No, corazón, a menos que tú vayas en el plato también—


contesto Massimo dándole una mirada lasciva de arriba abajo
por todo su cuerpo, bebiendo de su silueta en aquel vestido
veraniego.
Gina rodo los ojos y dio media vuelta cerrando la puerta
detrás de ella sin darle tiempo para que le dijera algo más o
para que ella le diera una verdadera respuesta.

Demasiadas peleas por hoy y de seguro no debía ser bueno


para el bebé.

Ugh, no podía creer que había pensado en eso, era una cosa...
ni siquiera tenía palabras para ello, seguía sin poder creer la
mitad de lo que estaba sucediendo en su vida.
DIECIOCHO-El corazón del diablo-
Dreame

—¿No deberías estar arreglándote? — Massimo gritó desde el


borde de la piscina.

—¿Crees que todas las mujeres nos demoramos horas en


arreglarnos? — preguntó sin molestarse en apartar la vista del
celeste sobre ella.

—Uh, sí— dijo con obviedad.

—No esta chica— canturreó.

—Supongo que soy afortunado— lo escuchó tomar una


respiración profunda —Nos vemos en la fiesta. Ace te llevará.

—Yey, estoy tan emocionada— dijo sarcástica, levantando la


mano para mostrarle el dedo del medio.

Un par de minutos después salió de la piscina. Pasó a la


cocina por un bocadillo, pero a mitad de camino se encontró
con algo que la tentó mucho más.

Sobre una mesa de arrimo había una caja de chocolates


caros, lo sabía porque estaban envueltos en un papel lujoso y
eran pequeños, espolvoreados con cosas raras. Se detuvo, el
sol pegándole con fuerza en la espalda, secándole los rulos y
quemando su piel expuesta. Miró hacia todos lados, fijándose
que no había nadie ahí que pudiera presenciar su delito. No
tenía ni idea de quien eran los chocolates, pero no pudo
resistirse a la tentación y se robó dos, a medio subir la
escalera se devolvió para llevarse la caja completa.

Se dio una ducha larga y después se tiró sobre la cama para


terminar todos los bombones.
—Esto es culpa tuya— murmuró acariciándose el estómago
desnudo —, ni siquiera soy una gran fan del chocolate, pero
parece que tú sí.

Continuó toqueteando su vientre, todavía plano, mirando con


apreciación la piel desnuda que meses después se estiraría.
Carter tenía razón, ella era una persona muy vanidosa, tenía
suerte de haber nacido bonita, pero además de eso siempre
se había preocupado por cuidarse y mantenerse en forma. Y
saber que por más que lo intentara iba a subir de peso igual,
iba a tener estrías e iba a tener un abdomen flácido después
de dar a luz no ayudaba al sentimiento de arrepentimiento que
estaba comenzando a crecer en ella.

Tener este bebé era su boleto para conseguir un par de meses


sin Massimo sobre ella intentando meterse entre sus piernas
y el hecho de que ese fuera su único motivo para conservarlo
le pesaba. No sabía si en algún momento iba a quererlo o sí
lamentaría toda su vida esta decisión. Y, ¿qué pasaba con
todo lo demás? ¿Ser una buena madre? ¿Hacer lo correcto
para su hijo? ¿Cuidarlo? No tenía ni idea de cómo hacer esas
cosas y tampoco sabía si sería capaz.

—¿Gina? — escuchó los pasos de Ace acercándose y antes de


que pudiera cubrirse con algo él ya estaba asomando la
cabeza por la puerta —¡Mierda! ¡Gina! — se cubrió los ojos con
una mano y le dio la espalda.

Ella se rio entre dientes, encantada con su incomodidad.

—Ay, por favor. No estoy desnuda y esta ropa interior es


hermosa, no merece esa reacción— le dijo con los labios
torcidos.

Se levantó para cubrirse con la bata, después abrió la puerta


de su gran armario buscando que usar para esa noche. No
estaba en su mejor día así que hizo a un lado los vestidos que
se sentían incomodos pasado la hora.
—¿Para qué me necesitas? — preguntó asomando la cabeza
por detrás de la puerta cuándo Ace se mantuvo en silencio por
demasiado tiempo.

—Necesito tu horario de la universidad— todavía estaba de


espaldas a ella y parecía estar sumamente concentrado en
una mancha que había en la pared.

Gina entornó los ojos, Ace podía ser tan… correcto a veces.

—Te lo envio más tarde, lo tengo en mi celular— alzó la voz


para que le escuchara mientras tomaba un vestido amarillo.

La tela era suave, fresca y tenía una caída muy bonita que
resbalaba sobre sus curvas, acentuándolas. Se lo pasó por la
cabeza rápidamente y salió de detrás de la puerta con los
brazos apoyados en sus caderas, captando la atención de
Ace.

—¿Me veo bien? — preguntó.

El chico levantó la cabeza de lo que fuera que estaba viendo


en su escritorio para mirarla a ella. El recorrido que le dio a su
cuerpo fue tan lento como la manera en que se relamió los
labios. Un escalofrío le subió por la espalda, haciendo temblar
violentamente todo su cuerpo, el tormento en sus ojos
oscuros la sorprendió, sobre todo porque no tenía nada que
ver con la mueca sería que había en sus labios. Cuando
ambos se recuperaron de la reacción del otro, Gina habló:

—El silencio otorga— dijo coqueta, jugueteando con la tela y


dándole una mirada divertida.

—Eres mala— balbuceó con voz ronca.

—Tal vez— su sonrisa se acentuó, caminó sensualmente hacia


él —, pero seré la villana más hermosa que exista en todo el
mundo.
Apoyó una mano sobre su hombro y lo palmeó con confianza
desbordando de su postura, de sus palabras, todo lo que ella
hacía era con una seguridad por la cual Ace se sentía
encantado.

—Podrías ser buena.

—Nah, me gusta la idea de ser la mala— comentó todavía con


una sonrisa.

Ace retrocedió un paso y ella se lo permitió porque no tenía


intenciones de provocarlo aquel día. Giró sobre sus talones
para caminar de vuelta al armario, no pudo evitar mover las
caderas un poco más de lo normal, sabiendo que sus ojos
estaban sobre su trasero.

—Reglas— dijo él con la voz ahogada.

Gina estiró la cabeza por detrás de la puerta para echarle una


ojeada y ver que estaba balanceándose en sus pies, indeciso
sobre si avanzar o quedarse donde estaba.

—¿Reglas para qué? — preguntó sin mirarlo.

Tomo unos de sus tacos negros que tenía, pero después


recordó que esos le hacían dolor el talón, así que los dejo
donde iban.

—Nosotros— lo escuchó acercarse —. No quiero problemas.

—¿Qué podría hacer una niña inocente como yo? — se


balanceó en sus pies desnudos de manera infantil, pero la
expresión en su rostro distaba mucho de serlo.

Ace se cruzó de brazos y ella para molestarlo imitó su postura


con una mueca graciosa y burlesca que Ace no aprecio, pero
de igual manera hizo que una de la comisura de sus labios
tirara hacia arriba.
—Tú no coqueteas conmigo y yo te dejo ser libre— propuso,
ignorándola completamente.

Gina lo miró fijamente, sus ojos se achinaron ligeramente y


los brazos sobre su pecho se tensaron, apretando el busto y
captando la atención de Ace. Se observaron en silencio, la
desconfianza de Gina flotando a su alrededor, parecía ser que
la estaba engañando, lo que pedía era demasiado sencillo
para el gran beneficio que obtendría, pero no iba a dejar pasar
una oportunidad así y aceptar no significaba que tenía que
bajar su guardia.

—Bien por mí— dijo girándose completamente hacia él y


estirando su mano para que la tomara.

Ace se la estrechó, sorprendiéndose al darse cuenta de que


Gina tenía una mano delicada, pero fuerte, hecha para cerrar
tratos con seguridad y decisión.

Tomó sus zapatos preferidos, porque eran cómodos y


hermosos, no demasiado altos, pero sí lo suficiente para estar
a la altura de Massimo. Después pasó por el lado de su
guardaespaldas, palmeando su brazo mientras iba al baño
para maquillarse.

Ace no la siguió, pero apareció de nuevo media hora más


tarde, cuando ella estaba terminando de guardar todo para
anunciarle que era hora de irse.

Haciendo uso de su acuerdo, Gina manejó hasta la fiesta


siguiendo las indicaciones de Ace. Pasó la mitad del viaje
intentando establecer una conversación con él, pero no
consiguió mucho más allá de la información sobre de quien
era la fiesta y que se celebraba. Al parecer a una tal Nicolette
se le había ocurrido celebrar el hecho de que Massimo fuera
capo ahora. No la odiaría tanto si no fuera porque por su culpa
estaba aquí ahora; sola, aburrida, sobria. Rodeada de un
montón de personas superficiales y prejuiciosas, un poco
irónico que ella estuviera diciendo eso pues la convertía en
eso mismo, pero por lo menos ella jamás fingiría ser algo que
no era para agradar a los demás, lo cual tenía como
consecuencia que poca gente la quería.

Gina:

Sálvame por favor, si estoy un minuto más aquí me voy a


matar.

Fran:

Ponme en altavoz y diré que tu madre se está muriendo

Eso le sacó una risa, ojalá fuera cierto, pero la verdad es que
estaba vivita y coleando metros más allá, conversando con
todas las esposas sínicas de La Legge.

Gina:

Sería raro que digas eso cuando está aquí

Fran:

Entonces fingiré que estoy dando a luz

Gina:

¿Con grito y todo?

Fran:

¡Sí! Puedo mandarte un video, tengo unos de mi último


trabajo, te dejaran ir solo para no mirar a eso.
Su sonrisa desapareció lentamente, dándose cuenta de que,
en algún momento, dentro de nueve meses, ella estaría
pasado por esa atrocidad.

No estaba ni un poco lista para ello, por eso hizo a un lado el


pensamiento y se concentró en lo importante: no había
manera de librarse de esta fiesta, a menos que se sintiera mal,
sí, esa era una idea inteligente que podía usar.

Iba a buscar a Massimo, pero no tuvo que hacer eso. El


escenario donde hace un par de minutos una banda local
había estado tocando se vino abajo, dejando a la vista a su
esposo con una mujer que claramente no era ella entre sus
brazos. Los jadeos dramáticos de las mujeres se escucharon
por todo el salón y Gina comenzó a retroceder lentamente
antes de que notaran que estaba ahí, mirando todo sin
sorpresa.

Retrocedió lentamente y suspiró con cierto alivió cuando


estuvo fuera del lugar, caminando hacia el auto. No iba a
prestarse para que la gente hiciera chismes sobre ella, bueno,
de alguna manera iban a hablar, pero prefería que la tomaran
por caliente que, por cornuda. Así que espero al lado de su
auto, disfrutando de la noche cálida y silenciosa, lejos de toda
es compañía non grata.

Estaba haciendo durar la batería de su celular limpiando su


galería de fotos cuando escuchó la alarma del auto ser
desactivada. Levantó la cabeza para encontrarse a Ace
caminando energéticamente hacía ella.

Lo bueno de Ace es que él nunca habla y aunque sintió que


algo en él estaba diferente, se mantuvo callado todo el viaje,
tamborileando el manubrio, con la mandíbula tensa y una
mirada severa que no desapareció en ningún momento. Gina
agradeció su silencio y que la noche terminara con un
movimiento de mano como despedida.
Las estaciones fueron un buen indicador del paso del tiempo.
En verano su estómago estaba plano; Ace, a pesar de su
acuerdo, escapaba de ella como si fuera la peste y su vida era
deprimente. Massimo había cumplido su palabra dejándola ir
a la universidad acompañada del guardaespaldas, lo que la
salvó de volverse loca. En otoño cambio su estilo de ropa por
algo más suelto, aprovechando que las temperaturas
disminuyeron, también consiguió asistir a la fiesta de
Halloween sin Ace. En realidad, era bastante fácil conseguir
cosas de él, tan solo debía hacerle ojitos y acercársele un
poco para que se pusiera nervioso y accediera a lo que fuera
que le estaba pidiendo con tal de alejarse de ella. Era divertido
ver lo mucho que le perturbaba su presencia, no sabía si se
debía a que le gustaba o era parte de su personalidad querer
verla lo menos posible, la mayoría del tiempo se decantaba
por la primera opción, pues constantemente lo pillaba
observándola con demasiado interés, detallando su silueta
todavía delgada o su rostro. Ace también sabía reconocer sus
días malos, esos donde odiaba a Massimo y a ella un poco
más o en los cuales estaba demasiado cansada para
cualquier cosa, y lograba hacerla sentir mejor dejándola
manejar o salir sola por unas horas, no debería estar
agradecida por ello, ya que técnicamente no debería tener que
pedir permiso para salir sola, pero lo estaba, su orgullo no
dolía tanto cuando aquellos buenos gestos provenían de Ace.

Halloween fue un buen día, Gina y Frances fueron a una fiesta


organizada por Carter y sus amigos, todos bebieron —menos
ella por supuesto— y después terminó llevando las cosas a la
cama con su compañero de clases. Su cuerpo no había
cambiado casi nada, resulto ser que su bebé iba a ser uno
pequeño, pero dentro de lo saludable, era algo conveniente, le
había permitido mantener su embarazo en secreto con la
vestimenta adecuada y un amante borracho.
Para diciembre era imposible seguir con el secreto, por lo que
un par de días antes de navidad se pasó por su antiguo
departamento para darle un regalo anticipado a Frances y
contarle razón de su cambio de estilo y la constante
necesidad de comer dulces. A ella misma le sorprendía que
no hubiera engordado, pero haciendo ejercicio se había
mantenido bien.

Empujó la puerta con el hombro cargando la caja de donas y


un bolso con sus manos. Después la cerró despacio con el
pie, levantó la mirada y estuvo a punto de botar todo al ver a
Frances en el sillón con alguien.

—Me alegra saber que ya cambiaste el misionero— canturreó


burlesca.

Su amiga soltó un chillido de sorpresa y buscó con que


cubrirse mientras Gina entraba a la cocina, tomó una dona de
vainilla y salió por la otra puerta que le daba una mirada más
amplia del salón y comedor, ergo, de la pareja.

—Gusto en verte, Santino— le sonrió al chico y apoyo la cadera


sobre el marco de la puerta.

Le dio otro gran mordisco a la dona, deleitándose con su


excesiva dulzura y lo incómodo que estaban Frances con su
nuevo amante o novio, no tenía claro de cuál era la relación
entre esos dos.

Mientras ellos se vestían, Gina estuvo en la cocina devorando


donas junto con un vaso de agua.

—No es mi intención echarte, pero necesito hablar con mi


amiga— dijo con la boca llena y una media sonrisa de
disculpa.
—Me da la impresión de que si quieres echarme y de que no lo
siente ni un poquito— responde él dándole una mirada poco
amistosa.

Se encogió de hombros y terminó su segunda dona, alternó la


mirada entre la figura delicada de su amiga que había
aparecido de nuevo en la sala y la altura imponente y
musculosa de Santino, aunque su rostro era mucho más
apacible. Podía ver porque su amiga se había fijado en él.
Santino no era como los otros, uno podía notarlo desde el
principio, el chico sonreía fácilmente y desde el corazón, cada
vez que sus labios se curvaban los ojos se le llenaban de
alegría y en sus mejillas aparecían unos hoyuelos
encantadores que le daban un aire aniñado.

No pudo evitar observarlos mientras se despedían, él le


arregló un mechón de su largo cabello rubio poniéndoselo
detrás de la oreja y le sonrió antes de inclinarse para dejar un
beso corto sobre sus labios. Frances lo detuvo sujetando su
mano y después esforzándose lo más posible por alcanzar su
oído y susurrarle algo que lo hizo sonreír.

Gina apretó los labios, sintiendo de pronto envidia por lo que


ellos tenían, lo felices que se veían juntos, esas miraditas
compartidas; ella también quería algo así, antes creía que
sería capaz de conseguirlo en algún momento de su vida, pero
cada vez lo dudaba más, cada vez se sentía más
desesperanzada y sola. Sintió envidia y rabia, una rabia que
llevaba pudriéndole el corazón desde el día que nació. Gina
había nacido con más maldad y oscuridad en su ser que el
resto de las personas, lo sabía y nunca le había importado, ni
siquiera ahora, pero a veces se sentía sola y desentendida, y
ansiaba a que llegara el día en donde esa sensación se
desvaneciera en el aire junto a todo lo demás,

—¿Qué te trae por acá? — preguntó Frances sacándola de sus


pensamientos.
—Traje donas— hizo caso omiso a su pregunta —. ¿Quieres?

—¿Qué pasa contigo y las donas últimamente? ¿Y cómo es


que sigues tan delgada?

Gina la vio entrar a la cocina, su andar relajado y sonoro.

—No arrastres los pies— la reprendió al tiempo que se movía


hacia la mesa y se sentaba —. ¿Te parece si preparas
chocolate caliente y después hablamos? — ofreció sintiendo
como el nerviosismo se apoderaba de su cuerpo.

No estaba preparada para cambiar frente a los ojos de


Frances, era la única persona importante en su vida y la única
que seguía viéndola como la antigua Gina.

—Bien, pero guárdame una— dijo apuntando a la caja de


donas.

Murmuro un "sí" desganado.

Como Frances estaba de espaldas a ella, preparando lo que le


había pedido, aprovecho de meter las manos bajo el chaleco
de lana que llevaba y acariciarse el vientre redondo, era
increíble lo poco que se notaba, hacía falta tocarla para darse
cuenta de ello o verla sin ropa, cosa que nadie había hecho los
últimos meses. Una parte de Gina disfrutaba de que poca
gente supiera, aquel niño, era de ella y nadie más, y mientras
tocaba la curvatura de su vientre con suavidad pensaba que,
si debía compartirlo con alguien, esa persona era Frances.

—Así que Santino, eh.

Fran se encogió de hombros, revolvió la olla y se giró hacia


ella segundos después de que Gina hubiera subido sus manos
en busca de otro dulce. Apoyó el trasero en el borde del
mesón y se miró las manos mientras respondía.
—No es nada serio, tan solo la estamos pasando bien.

—Y se nota— dijo con malicia —. Me alegro por ustedes, el


chico es un amor y no me sorprendería si no acaban juntos.

Su amiga levantó la cabeza bruscamente después la volvió a


bajar.

—No lo sé, él siempre está ocupado y yo necesito


concentrarme para terminar mi tesis.

Jugueteó con sus dedos por un par de minutos hasta que la


leche comenzó a hervir y la apago. Sirvió un tazón para cada
una y después caminó hacia el sillón, esperando que Gina la
siguiera, lo cual ella hizo sin mucha demora. Se arrimaron
junto al calefactor que estaba entre medio de los sillones,
intentó subir las piernas, pero la posición le pareció incómoda,
así que las volvió a bajar y dejo la taza caliente entre ellas,
abrigándose.

—¿Y? — indagó Fran cuando la vio callada por tanto tiempo.


Gina enarcó una ceja —Te conozco y ahora mismo tienes esa
cara de algo te está comiendo por dentro.

Se mordió el labio con nerviosismo, bajo la vista hacia el


chocolate caliente y luego lo llevó a sus labios para
esconderse tras la taza mientras le contaba la verdad.

—¿Qué? — Frances la miró confundida.

Lo intento de nuevo, pero tuvo el mismo resultado. No sabía


porque le era tan difícil.

—Y-yo... Estoy embarazada— vomitó las palabras.


DIECINUEVE-El corazón del diablo-
Dreame

Frances la miró seria, sin saber muy bien cómo reaccionar, se


encontró enmudecida observando fijamente a Gina pensando
en que decir para hacerla sentir mejor, porque la conocía y
sabía que esto estaba siendo difícil para ella, el tema del
matrimonio ya había sido un golpe fuerte a su vida, estar
esperando un hijo del hombre que odiaba debía ser igual o
peor.

—¿Por eso la obsesión con las donas? — preguntó con su voz


suave.

Agradeció que no hiciera un gran alboroto sobre la noticia, no


era nada por lo cual sentirse particularmente alegre o
extremadamente triste, era lo que era y Gina debía vivir con
ello.

—Supongo, ni siquiera yo sé cómo es puedo comer tantas— se


encogió de hombros con una sonrisa tímida.

—Y sigues igual de delgada. Te envidio— bromeó y le tocó el


abdomen.

Apartó la mano con brusquedad, sorprendida por notar una


curvatura en su vientre y levantó la vista hacia su amiga. Gina
se encogió en su lugar, insegura y preocupada por lo que Fran
fuera a decirle.

—No te enojes por favor— murmuró con la voz ahogada,


sintiendo las lágrimas acumularse en sus ojos.

El embarazo la había vuelto mucho más emocional de lo que


ya era. No solo por su facilidad para llorar, eran todos los
sentimientos que ahora fluían con mayor intensidad por su
sangre y parecían apoderarse de ella por completo cuando
eran provocados. No sentía molestia, sino furia pura, no era
pena, sino una tristeza profunda, la alegría se convertía en
euforia y el dolor en una agonía tremenda con la que a veces
no sabía cómo lidiar. Sonaba dramática, algo loca también,
pero sabía que era algo normal por el asunto de las hormonas
durante el embarazo, aunque eso no significaba que le
gustara o que a veces no se cuestionara lo desequilibrada que
podían llegar a ser sus emociones o ella en general.

—No pasa nada— respondió Frances estirando el brazo y


pasándoselo por los hombros.

La estrechó contra su cuerpo en una posición incómoda, pero


que mantuvo porque valía la pena. Su olor, su calor, aquella
manera tan particular que tenía de abrazar y siempre hacerte
sentir mejor con ello.

Frances era su cable a tierra, la única que la hacía sentir


menos extraña, que podía subirle el ánimo sin problema. Si las
almas gemelas existían realmente, la suya era la de su mejor
amiga, nada de príncipes azules u hombres encantadores,
Gina podía vivir sin ellos si así lo quería, pero, ¿sin Frances?

—¿Cuantos meses tienes?

Tocó su vientre tímidamente, sobre la tela gruesa del suéter


era algo difícil sentirla, Gina lo sabía, por lo que tomó su mano
y la colocó debajo de la prenda, sobre la camiseta de algodón
que hacía la mitad del trabajo abrigándola, permitiéndole
sentir mejor su barriga de embarazada.

—Veintitrés semanas— contestó —, eso es... — balanceo la


cabeza de un lado a otro mientras hacia la matemática —casi
seis meses.

—Oh, pero si estás súper delgada.


Gina remplazó la mano de su amiga, pasó las yemas con la
parte superior del vientre, disfrutando de la sensación, cuando
movió la mano hacia su abdomen bajo sintió el movimiento
del bebé y recordó que tocar aquel lugar siempre provocaba
patadas de su parte. Sonrió para sí misma y traslado sus
caricias a otro lugar.

Al levantar la vista hacia su amiga se encontró con que la


estaba mirando, sus ojos azules tenían ese brillo de emoción
tan particular en ella, tan expresivo. Se acomodó un mechón
de cabello dorado detrás de la oreja y después se recostó en
el sillón y bebió de su taza.

—¿Quieres hablar de ello o de otra cosa? — indagó.

Gina se inclinó en busca de una dona, esta con relleno de


mermelada, después de un mordisco dio un sorbo a su
chocolate caliente, disfrutando de la extrema dulzura.

—Aún no pienso en un nombre— respondió ensimismada.

Había muchas cosas que todavía no había hecho, en realidad


no tenía nada listo aún.

Gina no era de preocuparse tanto por el futuro o de querer


tenerlo todo planeado, tampoco vivía cada día como si fuera
el último, era una persona normal que le daba importancia a
las cosas que correspondía, excepto con el bebé, sentía que
debería hacer más, prepararse mejor, a pesar de todo quería
ser una buena madre, sabía lo que no era tener a nadie que se
preocupará por ti, que te negara el cariño sin razón aparente,
conocía muy bien como era sentirse indeseada y no quería
que eso le pasará a su bebé. Siempre había sabido que si
tenía un hijo iba a darle todo el amor que se merecía, iba a
quererlo de verdad, desde el primer segundo. Esa era otra
promesa que había roto.
Las lágrimas detrás de sus ojos se volvieron visibles al
deslizarse por sus mejillas, Gina las limpió con el dorso de su
mano, levantó el rostro para mirar al techo del cuarto y
pestañear repetidas veces esperando que dejaran de salir,
pero el intento fue en vano, sobre todo cuando Frances se
puso de pie y le dio un verdadero y reconfortante abrazo que
desato un torrente de lágrimas, estas recorrieron sus mejillas
como riachuelos llenos de emociones y palabras
pronunciadas que cobraron sentido en ese momento. Le había
hecho tanta falta desahogarse con Fran, incluso si era solo
llorar, sabía que después se sentiría mucho mejor.

Rodeo su cintura delgada con sus brazos y la sujetó de tal


manera que parecía querer fundirse con ella. Se mantuvieron
así hasta que Gina comenzó a acalambrarse y sintió la
necesidad de cambiar de posición. Después de eso se
quedaron cómoda en sus respectivos sillones, bebiendo
chocolate caliente y comiendo donas, en el caso de Gina.
Usaron la tarde para ponerse al día y conversar sobre lo que
harían para las dos semanas de descanso que tenían, también
intentó sacarle algo de información sobre lo que Santino y ella
tenían.

Rieron hasta que le salieron lágrimas, hasta que no pudo


respirar, sin importar cuantas bocanadas de aire tomó. Llegó
a ese punto de las carcajadas donde ya ni siquiera sabía
porque estaba riendo. Y eso se sentía extremadamente bien,
liberador, reconfortante de alguna manera.

—Ya no me hagas reír más— rogó con las mejillas húmedas y


a punto de hacerse pipí.

—Estaba tan avergonzado el pobre— ignoró su petición,


aunque estaba igual de afectada que ella —, dijo que había
comido enchiladas y que eso siempre lo hinchaba un poco y
yo me lo creí porque te juro que podía olerlo.
Ambas estallaron a carcajadas, tal vez lo que Frances contó
no era tan gracioso, pero, ¿que importaba? A veces uno debía
reír por el placer mismo de la acción, era bueno para el alma.

Se removió en su lugar, sintiendo como estaba a punto de


perder el control de su esfínter, así riendo y caminando
extraño, lo que causo más carcajadas por parte de su amiga,
fue al baño.

Al volver Frances había llevado los tazones a la cocina y se


movía por el lugar, ordenando algunas cosas, con una dona en
la boca, una de las últimas que quedaban.

Gina se detuvo en su lugar, sus ojos se achinaron al reconocer


que era una con relleno, de sus favoritas, y soltó un gritito
ahogado cuando Fran la miró directamente a los ojos y se
terminó el dulce de un mordisco. Sus cachetes se inflaron, sus
labios quedaron manchados con el glaseado de chocolate
que tanto adoraba, se los relamió sin apartar la mirada,
disfrutando de su expresión enfurecida.

—No puedo creerlo— murmuró, sus labios se curvaron en una


mueca triste, si se esforzaba un poco más pronto habría
lágrimas nuevas en sus mejillas —. ¿Era la con crema
pastelera? Sabes que son mis favoritas.

—Oh, por favor, no intentes tus números teatrales conmigo.

Avanzó varios pasos, con un tumulto de emociones dentro de


ella. No era mentira que el embarazo estaba jodiendo su
estabilidad mental, le sorprendía lo mucho que cosas básicas
podían afectarle.

—Además...— le dio la espalda para dirigirse a la cocina.

Gina la siguió todavía sin decidir si debía sentirse enojada o


triste porque ahora tenía unas ganas enormes de comerse
aquella dona y sabía que no iba a poder. Los antojos eran una
mierda y no comer lo que deseaba al instante le ponía de mal
humor.

—Al menos te hubieras comido la otra— le reclamó.

—Te estoy haciendo un favor— dijo aún de espaldas a ella —,


deberías tener cuidado con toda la cantidad de azúcar que
consumes.

A pesar de sus palabras y la preocupación por la salud de su


amiga, abrió una de los cajones en la cocina y sacó una bolsa
del interior que luego lanzó a Gina con una sonrisa de
satisfacción que se acentuó al ver la expresión en el rostro de
su amiga.

—Con esto no vas a contribuir a mi salud.

—Tan solo hazte los exámenes de sangre para comprobar que


todo vaya bien y estaré tranquila— dijo encogiéndose de
hombros, volvió a girarse para comenzar a lavar la loza.

—Déjame a mí, hace tiempo que no hago nada más que


ejercitarme, comer y verme bonita, extraño lavar un par de
platos.

Soltó una carcajada al ver la cara de Fran, quien tan solo negó
con la cabeza y se hizo a un lado para complacerla.

Había varias cosas sucias y para cuando terminó le dolía un


poco la espalda baja, por lo que se recostó en el sillón,
subiendo los pies al apoya brazos y poniendo una mano sobre
su estómago, sintiéndose arrebatada de pronto.

Cerró los ojos y los abrió asustada cuando escuchó pasos


acercándose. Frances estaba a su lado, acariciándole el pelo y
susurrándole que fuera a su cama si estaba muy cansada.

—¿Qué hora es? — preguntó desorientada.


Se incorporó en su lugar y miró hacia el ventanal, pero las
cortinas estaban cerradas y era poca la luz que entraba.

—Las ocho, no dormiste nada.

Buscó el celular a su alrededor para comprobar la hora, había


sido un pestañeo de un par de minutos tan solamente.

Frances se sentó a su lado, apoyo la cabeza en su hombro y


suspiró.

—Te extrañé.

El pecho se le apretó un poco y sus entrañas se revolvieron,


esto último por causa del bebé, como si se estuviera
estirando, se movió en su interior y se metió entre sus
costillas, no era la primera vez que le sucedía, aunque ahora
que el bebé estaba más grande le resultaba más dolorosa la
posición. Hizo una mueca y se removió en su lugar, tomando
respiraciones cortas.

—¿Estás bien?— preguntó Fran preocupada.


  
—Sí— jadeo —, es que a veces se mete entre mis costillas y
duele.

Se acarició la parte inferior del vientre, esperando que eso


sirviera para que cambiara de posición.

—¿Tienes nombres en mente? — dijo desconcentrándola de


sus respiraciones superficiales, pero regulares.

Negó, exhaló lentamente y después inhaló lo que pudo.


Continúo haciendo movimientos circulares en su estómago y
suspiró aliviada cuando se reacomodo y le dejo respirar de
nuevo.

—¿Sabes el género?
—¿No crees que si supiera el género habría pensado en un
nombre ya? — respondió con un tono duro.

—No te enojes conmigo— advirtió —, yo tan solo quiero saber.

Se pasó la mano libre por el rostro, relajo los hombros de


pronto tensos y suspiró. Frances se acostó en sus piernas y la
miró desde ahí, sabiendo que esos minutos de silencio le
ayudarían a calmar su mal genio y dejar de estar tan a la
defensiva. A Gina había que tenerle paciencia, como una
persona a la que le habían hecho daños quienes se suponía
que debían amarla incondicionalmente, siempre estaba a la
defensiva, incluso con su mejor amiga, por eso su primera
reacción era atacar al otro antes de que se diera cuenta de
que tenía una herida abierta y dolorosa, pero si uno era lo
suficientemente inteligente para mantenerse cerca sin
amenazarla, entonces la verdad se revelaba sola.

—No quiero hacerlo sola— balbuceó.

Sus dedos todavía sobre el vientre y sus ojos cristalinos fijos


en cualquier cosa menos Frances.

—Y no lo harás— apoyo la mano sobre la de Gina —, puedo


acompañarte a las siguientes citas y estaré contigo en el
parto si así lo quieres.

Algo empujo su mano, ambas miraron hacia abajo, donde el


chaleco escondía el pequeño bulto que se había hecho por la
patada que el bebé dio.

—Parece que le gusta la idea.

Otra patadita.

—Me tomaré eso como un sí— dijo Frances risueña.

—¿De verdad? — preguntó la madre con su voz afectada.


—Obvio que sí— el tono se le agudizó por un segundo antes de
recuperar su calma acostumbrada.

Gina se lo agradeció son una sonrisa y un asentimiento


silencioso, las palabras estaban atascadas en su garganta y
no se atrevió a forzarlas, pues temía que nuevas lágrimas se
derramaran.

El bebé también estaba contento con la buena noticia o tal


vez con la presencia de Frances, sospechaba que una nueva
voz hablándole era lo que lo tenía inquieto en su útero.

—¿Crees que es una buena idea?

—¿Cuándo tus ideas han sido buenas?

Ace se acomodó el arma que cargaba en la cinturilla del


pantalón y estiró el cuello barriendo el área con una mirada
analítica, no encontrando nada más que un conjunto de
mesas vacías. Las únicas personas presentes eran sus
guardias y un mesero que parecía muy cómodo con lo que se
iba a desarrollar en un par de minutos.

—Siempre nos llevan a lo que queremos— le recuerda


Massimo con una sonrisa arrogante.

—Y a un montón de desastres.

—Pero valen la pena, ¿no? — dice Max con una ceja enarcada.

Ace responde tan solo con una mirada seria. Segundos más
tarde la puerta del local se abre dando paso a un grupo de
hombres. Pasaron uno a uno por la puerta, dos tuvieron que
ladear los hombros para poder entrar y él último tuvo que
agacharse ligeramente para pasar, a ese Massimo lo
reconoció casi de inmediato, la cicatriz con forma de rayo que
le cruzaba la cara fue una ayuda extra.
Zeus se abrió paso entre el resto de los hombres hasta quedar
frente a ellos, Massimo se levantó también y caminó hasta él
para estrechar su mano con un apretón que destilaba
testosterona y dominancia, ambos se miraron fijamente a los
ojos, dos glaciares de diferentes colores; uno gris aguado y el
otro de un celeste cristalino que se endureció al sentir la
presencia imponente de su enemigo. Se sostuvieron la mirada
por varios segundos, dejándose saber que no se sentían
amenazados por el otro, después asintieron cortamente con
la cabeza y fueron a sentarse cada uno a un lado de la mesa.

Ace estaba detrás de la silla de Massimo, con los brazos


cruzados sobre el pecho observando atentamente a las
personas que habían entrado y como estas se posicionaron
en el local: los gemelos quedaron a las espaldas de Zeus, sus
rostros serios y los hombros anchos tensos, se notaban que
estaban atentos por si algo sucedía, pero no parecía a la
espera de nada. El soldado restante estaba varios pasos
alejado de la mesa y miraba sin disimulo el área, cuando se
fijó en la presencia de Ace este le miró con una ceja arqueada
y una mueca burlesca que le hizo apartar la mirada con el
ceño fruncido.

La vibración de su celular lo distrajo del resto de las personas,


lo sacó de su bolsillo para ver quien le había escrito.

Gina:
¿Cuenta cómo desobediencia si no
fuiste específicamente claro sobre no hacer algo?

Le dieron ganas de sonreír, pero las empujo al fondo de su ser


y tecleo su respuesta con una expresión apática.

Ace

Gina:
Mierda, puede que te enojes un poquito, pero necesito ayuda.
No, no se iba a enojar, pero sí le cabreaba que Gina estuviera
todo el tiempo haciendo lo que quería sin pensar en las
consecuencias de sus actos, ya había demostrado varias
veces que no terminaba bien y siempre acaba metiéndolo a él
en sus problemas.

Ace
Estoy ocupado

Gina:
Ya lo sé, pero no tengo en número de Santino. ¿Le podrías
decir que me venga a buscar?

Se frotó la frente, la mezcla de rabia y preocupación que Gina


solía provocar en él aparecía ahora, no en un buen momento
definitivamente.

Levantó la mirada hacia los hombres reunidos, después a la


ventana que daba a la calle mojada por la primera lluvia de
otoño. Suspiró, sabiendo que no había nada más que pudiera
hacer, le tocaba salvar su culo otra vez. Le hubiera gustado
sentirse más molesto con eso.

En la mesa, ajeno a todo lo que ocurría con su esposa,


Massimo bebía de la copa de vino con los ojos sobre Zeus
que comía con entusiasmo el plato de espaguetis que
acababan de servirle.

—Sé que El Cartel te está dando problemas— comentó Zeus,


levantó la mirada de su comida por un segundo para poder ver
la reacción de Massimo.

—Los mismos que a ti— respondió él serio, su voz rasposa lo


hacía sonar enojado.

La verdad es que ellos no estaban teniendo ningún tipo de


problemas por ahora, pero sabía que en algún momento iban
a intentar atacarlos y expandirse, algo que Massimo no podía
permitir, por eso era que iba a adelantarse a sus ideas.

—Por eso es que te tengo una propuesta: El Cartel no va a


poder luchar con ambos al mismo tiempo y a ti te faltan
armas.

Zeus miró a Massimo con relativo interés, se relamió los


labios, limpiando la salsa en ellos y después se hizo hacia
atrás, dejando que la luz del día otoñal le diera directo en el
rostro, iluminando sus ojos grises y dejando a la vista algunas
canas en su cabello n***o. Sus facciones toscas y aquella
cicatriz le daban un aspecto rudo que se acentuaba con su
piel tostada y el pelo azabache.

—¿Quién dice eso? — cruzó las manos sobre el pecho e inclinó


la cabeza ligeramente hacia su diestra, contemplándolo con
una mirada audaz.

—Yo, porque soy yo quien las tienes y te las devolveré después


de que me hayas escuchado— se humedeció los labios para
esconder su sonrisa maniática —. Tan solo quiero una alianza,
estar en paz mientras acabamos con El Cartel, tú te quedas
con lo que conquistes y yo me quedo con lo que gane y
después cada uno por su lado.

—¿Por qué debería hacer eso? Tenemos a los cubanos


controlados— fingió desinterés.

—Por ahora— fue su respuesta, Ace le había enseñado que a


veces pocas palabras decían mucho más que una frase como
tal.

Efectivamente Zeus entendió lo que quería decir: El Cartel


controlaba el tráfico de armas en la costa oeste y La Legge
tenía control sobre todo el sureste es los Estados, si Massimo
interceptaba todos sus camiones, le quitaba las armas y algún
que otro cargamento de drogas iba a tener problemas y le
dificultaría mucho más mantener la guerra con El Cartel y
también con ellos si es que de daba la ocasión. Outlaw's
Paradise era una mafia irlandesa reciente, de hace cinco años,
y la mayoría de sus riquezas y personas de habían ido cuando
iniciaron la guerra contra los De Luca, comenzar otra con El
Cartel o La Legge no era algo que les convenía ahora,
necesitaban ayuda si querían salir airosos de la situación,
alguien que hiciera sus problemas menos asfixiantes y
Massimo podía hacer eso.

—No es como si te estuviera proponiendo un mal trato, todos


ganamos al final— dijo encogiéndose de hombros y
recargándose en la silla.

El local se sumió en un silencio tenso roto constantemente


por el choque del cuchillo con el plato y los sorbos de
Massimo, que bebía de su vino sin apartar los ojos de Zeus,
comenzando a impacientarse por su falta de respuesta.

Dejo el servicio sobre el plato y tomó la copa entre sus dedos,


agitándola juguetonamente, manchando el vidrio con el rojo
del vino. Su pierna se comenzó a sacudir y de pronto tuvo la
necesidad de ponerse de pie y pasearse por el lugar, hasta
que Zeus le contestara. No podía dejar de mirar a su enemigo
y a los soldados que lo habían acompañado, alternando la
vista de uno a otro, su desconfianza comenzando a crecer con
cada segundo que pasaba.

—Me parece— asintió el irlandés y después estiró su mano


para que Massimo la estrechara —, tenemos un trato
entonces.

—Salud por eso— dijo después de haber estrechado su mano,


alzando la copa en su dirección.

Ambos hombres se miraron con desconfianza, bebieron sin


quitarse los ojos de encima, atentos a la expresión del otro.
Massimo deslizo la vista a los hombres de Zeus a la espalda
de este, ellos parecían nerviosos con la falta de ruido, sus
manos toqueteaban la funda de sus armas, inquietos y
expectantes a que algo sucediera. De pronto, todo el local se
había cargado con una tensión insonora y aplastante, esa
sensación en la yema de los dedos que te obligaba a tomar el
arma, la presión en el pecho, el escalofrío bajando por la
columna vertebral, todo indicaba que algo iba a salir mal.

En la calle los autos habían dejado de pasar, la escena era la


representación misma de la calma antes de la tormenta, no
pasaba ni una mosca y cuando Massimo se puso de pie, el
ruido de la silla al ser arrastrada por la cerámica fue como el
primer trueno: alto y estremecedor. Los hombres presentes se
pusieron más nerviosos, Ace tenía la mano sobre el borde del
mesón en el que estaba apoyado, muy cerca de la pistola, listo
para defenderse si la situación lo requería, los gemelos que
acompañaban a Zeus compartieron una mirada, pero antes de
que pudieran hacer algo el sonido de un motor acelerando los
distrajo a todos, sin dejarles tiempo para reaccionar a los
disparos que le siguieron.

Massimo se echó al suelo, sacó el arma de su espalda con un


movimiento veloz y después apuntó a la puerta abierta,
disparó sin pensar al primer hombre que entró, dándole en el
pecho, haciéndolo caer al suelo y dejando el camino libre para
disparar al segundo hombre. Se puso de pie rápidamente,
sacudiéndose los trozos de vidrio que le habían caído.

¿Quién mierda eran estos tipos?

La sangre le hirvió bajo la piel, el pulso le latió en los oídos


haciendo que fuera más fácil olvidarse del exterior para
concentrarse tan solo en las emociones que estaban en
combustión en su interior, impulsándolo a avanzar como un
huracán hacia cada hombre que entraba por esa puerta,
determinado a acabar con ellos. Salió de detrás de la mesa
donde se había cubierto para evitar que alguien pusiera una
bala en su bonito cuerpo. Se puso de pies y disparó a cada
uno de los idiotas que entraron por esa puerta.
La rabia burbujeo en su interior, después de vaciar su
cargador en un hombre pequeño que tuvo la desgracia de
ponerse frente a él mientras pensaba en lo harto que estaba
de no saber quién lo quería muerto

Se escondió detrás de un pilar, presionó la lengua contra el


paladar inconscientemente mientras reponer el cargador,
después de eso volvió a salir para mostrarle su expresión
torva al resto de los hombres que habían ingresado al
restaurante, o lo que quedaba de él en estos momentos.
Disparó sin piedad, inhabilitando a un par, matando a otros,
escuchó más armas siendo descargadas, pero no se
preocupó por ellas, estaba más concentrado en calmar el
hambre voraz de sangre que recorría sus venas y le encendía
los ojos de una manera tenebrosa. Sus labios se curvaron
ligeramente hacia arriba, una mueca casi sonrisa que hizo
retroceder al hombre al que pensaba atacar.

Sacó el cuchillo que siempre llevaba consigo, se inclinó sobre


el hombre, que del susto había tropezado y caído al suelo.
Pateó su arma, dejándola lejos de su alcance y después
aplastó la misma mano con su pie.

—Tú te quedas acá— determinó ampliando su sonrisa un poco


más al clavar el cuchillo en la mano del sujeto mano,
dejándolo estacado al suelo.

El grito de dolor que soltó fue música para sus oídos y mejoro
un poco su ánimo, ahora sabía que tendría alguien a quien
torturar más tarde para obtener información, una pista que les
dijera de una vez por todas quien era el maldito que estaba
intentando acabar con ellos.

Se puso de pie y miró a su alrededor, Ace salió de la puerta


que daba a la cocina limpiándose las manos en un paño que a
cada segundo que pasaba se tornaba más rojo. Hizo la tela
sucia a un lado y después apuntó a Massimo con un dedo
acusatorio.
—Te dijo que esto iba a salir mal— la rabia destilando en sus
palabras.

Su brazo dolió cuando lo levantó para intentar imitar el


movimiento de Ace, maldijo entre dientes llevando la mano
contraria a su brazo, palpando la herida que tenía en el bíceps.
Se acarició el borde de los dientes con la lengua, mientras
trataba de pensar en otra cosa que no fuera el dolor del cual
de pronto se había vuelto tan consciente.

—Agh— gruñó Ace, el tic en su ojo haciéndose presente —, te


lo dije— sacudió el dedo para hacer énfasis en su enojo dado
que su voz no le permitía mostrar tanta expresión.

—No es nada, deja de preocuparte tanto— le quitó importancia


al asunto con un ademán de la mano del brazo bueno y
sacudió la cabeza negando con cierta diversión.

—¿Y ese? — Ace preguntó por el hombre con la daga en la


mano que se seguía lamentando.

—Para más tarde— dijo balanceando las cejas


juguetonamente—, así podemos entretenernos un poco,
bueno, soy yo el que se va a divertir, tú eres demasiado
correcto para eso, ni siquiera toleras un poquito de sangre.

Massimo avanzó por el restaurante, con cado paso el vidrio


crujía bajo sus pies, pateó los cuerpos para saber si realmente
estaban muertos y después se dirijo hacia el mesón del bar, lo
rodeó para poder sacar un vaso limpio, pero no tuvo tiempo de
hacerlo, Zeus estaba ahí, recargado en el mueble apuntándole
con su arma, Massimo lo imitó de inmediato, Ace les siguió
minutos más tarde.

Zeus se paró lentamente, cargándose más en la pierna


izquierda y luego recargando la mayoría de su peso en el
mesón.
Massimo retrocedió un par de pasos dándole espacio para
que él pudiera salir de detrás de la barra. Los tres se ubicaron
de tal manera en que tenían al otro en su campo de visión.
Ace tenía la pistola en alto apuntando a Zeus con la experticia
de quien ha sostenido el peso por demasiado tiempo, lo
suficiente para conocerlo bien y manejarlo a la perfección.

Massimo por su parte bajó el arma lentamente, pero no sin


cierta desconfianza.

Los amigos compartieron una mirada llena de palabras e


ideas, después se volvieron a fijar en Zeus, no se veía para
nada asustado o preocupado por lo que pudieran hacerle, pero
sabía que con Massimo se debía ser cuidadoso, sobre todo
por su temperamento e impulsividad.

Lo que poca gente sabía del capo, era que, a pesar de esas
cualidades, también tenía una parte lógica a la cuál hacia
caso en ciertas ocasiones, como ahora, por ejemplo; sabía
que no podía ponerle una bala a Zeus entre ceja y ceja porque
si no tendría problemas con la mafia de Boston y El Cartel, y
prefería luchar con uno a la vez, así lo disfrutaba más.
También sabía que no era Zeus quien había organizado este
ataque, sus hombres estaban muertos y los cuerpos restantes
tenían una pinta de cubanos indiscutible, El Cartel los había
mandado y su rata tenía que ver algo en ello, eso era seguro.

Pero, ¿quién? ¿Quién mierda estaba detrás de todo esto?

—El trato sigue en pie, esto de aquí— señalo con un ademán


su alrededor, los vidrios rotos, las mesas volteadas —, no
cambia nada.

—No me vengas con mierdas, esto lo cambia todo. No voy a


confiar en ti— expresó alzando el tono.

Ace se alertó y acomodó el arma entre sus manos, listo para


disparar.
—No seas tonto, Zeus, es lo que te conviene.

El hombre sujeto al suelo se quejó, pero nadie le prestó


atención. Zeus estaba de espalda a él y los otros tenían sus
ojos sobre este, esperando a que dijera algo.

—Así lo creí, pero ahora ya no estoy muy seguro.

Massimo sopeso la idea de matarlo otra vez. A la mierda todo,


él podía con dos mafias a la vez, La Legge podía contra
cualquier cosa y prefería ser enemigo abiertamente de alguien
que estar esperando a que Zeus hiciera algo. Por eso levantó
la pistola y apuntó al hombre, al apretar el gatillo desvió la
mira ligeramente a la derecha. La sarta de garabatos que
soltó quedó escondida por el estallido del disparo.

Ace lo miró sin comprender, los ojos de Zeus se volvieron más


grandes, si es que eso era posible, por unos segundos,
después se cerraron con fuerza por otro par, y al final los
termino abriendo.

—No me hagas lamentar esto— le dijo antes de salir del lugar.

Cuando se subieron al auto, Massimo de copiloto, se giró


hace Ace que ya manejaba por las calles con una mueca que
decía mucho para quienes lo conocían. No estaba nada feliz
con lo que había sucedido, también estaba preocupado por lo
que podría pasar y como las cosas se desarrollarían hasta el
final.

—Quiero que encuentres algo para destruirlo.

No iba a ser lo suficientemente estúpido para confiar en Zeus


cuando sabía que él tampoco confiaba en Massimo y no iba a
esperar a que toda la mierda le estallara en la cara. Era la hora
de comenzar a poner orden.
VEINTE-El corazón del diablo- Dreame

Siempre le habían gustado los cumpleaños, no tenía muy


claro porque, constantemente lo estaban consintiendo cuando
niño, por lo que en aquel día no había mucho que cambiara,
pero aun así había algo en ellos que lo hacía esperar con
ansias a que llegara ese veinte de julio para que su madre lo
despertara con besos cariñoso y una sonrisa radiante, a lo
mejor era eso, ella siempre lucía un poco más feliz ese día.

La cosa es que Massimo solamente pensaba en su


cumpleaños como un día especial, pero nunca se le había
ocurrido ver el de los otros como algo digno de una gran
celebración hasta hace un par de semanas atrás cuando se
había enterado de que Gina estaría de cumpleaños. Sintió la
necesidad de hacer algo, pero a la vez no quería dar la
impresión de que se preocupaba por ella o pensaba en ella en
lo más mínimo. Además, la conocía, Gina no aceptaría nada
que proviniera de él, ni siquiera si lo hacía con buenas
intenciones, desde lo más hondo de su ser, sin comprender de
donde nacía ese deseo por darle un día bonito y especial.

Al final decidió que no iba a preocuparse tanto por


pequeñeces como esas, si le salía del alma hacerle algo
especial lo haría, ¿y qué tanto? A lo más le lanzaría los regalos
por la cabeza.

Le compró una bolsa de esas almendras confitadas que tanto


le gustaban junto con la misma caja de bombones que había
estado devorando desde el inicio de su embarazo. Se supone
que era un regalo para él, ya ni siquiera recordaba quién se lo
había dado, pero le gustaba tener un poco de conocimiento
sobre lo que le gustaba. Además de los dulces había decidido,
en un último momento, que le regalaría un vestido, fue verlo
en la vitrina y saber que Gina debía tenerlo, ese vestido estaba
hecho para ella,

Como un toque final organizó una especie de cumpleaños


sorpresa con quienes pensó que Gina la pasaría bien, incluso
ese tal Carter que siempre estaba escribiéndole y rodando a
su alrededor en la universidad.

Se sorprendió a sí mismo haciendo las cosas con gusto, tenía


sentido, si después de todo la idea había sido suya, pero aun
así había esperado que en algún momento todo le resultara
latoso, que se arrepintiera de querer hacer algo bueno.
Resultó que no y eso era otra sorpresa más, otra cosa que lo
confundía.

Ralentizó sus pasos cuando escuchó voces en la cocina,


avanzó silenciosamente hasta llegar a la puerta entre abierta
y se quedó ahí, escuchando las voces en el interior, esperando
que fuera algo interesante.

—Podría cocinar si quisiera, pero, ¿qué te asegura que no sería


la última vez que comieras?

No pudo evitar sonreír al reconocer la voz de Gina y su


amenaza hacia las cocineras.

Irrumpió en la cocina, las tres mujeres presentes se voltearon


para verlo, pero él solo tenía ojos para Gina que balanceaba
un cuchillo en su mano, ese día se había lavado el cabello por
lo que todo el lugar olía a una mezcla de su shampoo y jabón,
y sus rulos estaban mucho más definidos. Llevaba unos
pantalones de yoga y un chaleco que escondía la mayor parte
de su barriga.

Gina no era común en ningún sentido de la palabra, ya de por


sí destacaba con su físico espectacular antes del embarazo,
ahora seguía igual de asombrosa y resaltaba por lo poco
abultado que era su vientre para tener seis meses, eso sin
contar su personalidad. Si tuviera que definirla con una
palabra, sin caer en lo obvio: «hermosa», usaría «diferente». Lo
decía el hecho de que estuviera sosteniendo un cuchillo como
si realmente pensara en utilizarlo, lo demostraba el brillo
particular en sus ojos.

—Fuera— ladró a las cocineras, ellas se movieron


precipitadamente hacia la salida.

Massimo giró el rostro hacia la mujer, encontrándose con la


imagen de ella mirando el cuchillo con demasiado interés.

—¿Sabes todas las cosas que podría hacer con un cuchillo? —


dijo pensativa girando el objeto entre sus dedos, después lo
apuntó a él con cuchillo.

Massimo se acercó a ella sin miedo hasta que quedaron


frente a frente. Apoyó el trasero en el mesón, al lado de Gina, y
se cruzó de brazos, sabiendo que sus ojos caerían a estos de
inmediato, efectivamente la mirada de su esposa cayó hasta
sus músculos tensos.

Lo hacía constantemente, no podía evitarlo, era la forma en


que se le marcaban las venas y abultaban los músculos, era la
corpulencia de sus brazos que desencadenaba en palmas
amplias y dedos gruesos. Y el hecho de saber cómo todo eso
se sentía sobre ella era peor, sobre todo cuando el embarazo
la tenía hormonal y caliente, tanto que la idea de acostarse
con Massimo le parecía tentadora, así de mal estaba.

La disyuntiva que tenía últimamente sobre si valía la pena


ceder y darle aquello que había prometido jamás hacer de
nuevo o continuar con su dignidad intacta, había
desaparecido casi por completo en la mañana, después de ver
que Massimo le había regalado un vestido, como si fuera una
muñeca a la cual pudiera vestir, eso le había recordado porque
estaba aquí en primer lugar, el hombre no la veía como nada
más que un objeto, un medio para un fin y Gina no pensaba
dormir con alguien así, incluso si ella viera el sexo con él de la
misma manera. Se moría porque alguien, cualquiera menos
Massimo, la empujara contra la pared y se la comiera entera.

—Te doy diez segundos para que me muestres.

Massimo se giró hacia ella, con total confianza, como si Gina


no fuera capaz de hacer algo verdaderamente. Apoyo una
mano sobre la encimera de mármol, la otra colgó a su
costado; su pecho subía y bajaba con tranquilidad, sus labios
estaban entreabiertos y a pesar de su postura relajada no le
quitó los ojos de encima en ningún momento. A Gina las
manos le picaban por cumplir un par de fantasías: rebanar su
cuello, marcar su rostro apuesto, romperle la boca para que
nunca más pudiera darle una de sus sonrisas arrogante. Se
abalanzó sobre él, poniendo el cuchillo sobre su cuello,
sintiendo la excitación recorrer su cuerpo al estar tan cerca de
él y al fin ser ella quien tenía el control de la situación.

Presionó el filo contra su piel con más fuerza, lo sintió tragar


saliva y soltar una respiración mentolada que la hizo
relamerse los labios. Miró fijamente su garganta, a la vena
que latía acelerada contra el arma, sería tan fácil terminar con
él y poder liberarse de una vez por toda de Massimo, el
matrimonio; podría tener su vida de vuelta, tan solo tenía que
presionar un poco más.

—Cinco— murmuró Massimo ronco.

Un hilo de sangre le manchó la piel pálida, Gina presionó un


poco más, viendo con fijación como más líquido brotaba, se
relamió los labios otra vez, su respiración se volvió superficial,
el deseo por ver más la poseyó, pero antes de clavar el
cuchillo se tomó un segundo para pensar y darse cuenta de
que asesinar a Massimo no era una opción viable, acabarían
matándola a ella por traición cuando se enteraran de lo
sucedido.
—Diez.

Las palabras dejaron su boca al tiempo que Massimo la


agarraba de la muñeca para apartar el objeto de su cuello con
calma, pero con una fuerza que le impidió oponerse. Le quitó
el cuchillo de la mano y lo dejó lejos de ella.

—¿Qué paso? ¿Te acobardaste? — se burló de ella.

Se movió hasta acorralarla contra el mesón y apoyó las


manos a los lados de su cadera. Bajo el rostro para que
quedara a la altura de ella, teniendo una mejor vista de sus
ojos y de las escasas pecas que tenía sobre la nariz. Gina
levantó el mentón como siempre, era imposible intimidarla o
hacerla bajar la cabeza, la mujer tenía un orgullo de acero y
Massimo dudaba que alguna vez lo rompiera, lo sorprendente
era que ya no quería hacerlo, no le importaba destruir a Gina,
destrozarla, hacerla tragarse sus palabras, por alguna razón
eso había quedado en el pasado. Ese juego que comenzó
entre ellos apenas se conocieron había perdido sentido para
Massimo en los últimos meses, ahora su interés era otro, uno
que todavía no podía definir muy bien, pero al menos sabía
que había cambiado, lo notaba en el pecho, en la manera en
que sus ojos caían una repetitivamente sobre sus labios, y en
los propios que se morían por aplastar la boca pequeña de
Gina. Nunca se había sentido tan torturado como en aquel
momento, el primero en que volvía a estar tan cerca de ella
después de meses habiendo mantenido distancia, la
inexistencia de espacio entre ellos era la agonía misma
cuando no podía hacer nada.

—Sabes bien que no puedo matarte— respondió Gina usando


ese tonito suyo —, acabaría muerta yo también y planeo vivir
muchos años.

—Gracias, ahora me siento mucho más tranquilo sabiendo que


hay algo que evita que me rebanes el cuello— dijo sarcástico,
inclinándose un poco más hacia ella porque no podía evitarlo.
Gina se apegó al mueble intentando escapar de su cercanía,
estiró el cuello queriendo apartar sus labios de los de
Massimo y de su aroma varonil. 

—De nada— formulo una sonrisa falsa.

Sus ojos cayeron a su boca entreabierta y luego a la sangre


que se resbalaba por su cuello masculino. Debía ser ella la
que estaba mal de la cabeza por encontrar tanta fascinación
en esa parte de su cuerpo. Debió pasar mucho tiempo
mirándolo porque Massimo llevó los dedos a su cuello,
tocando la parte derecha, después se fue al lado contrario y
limpió la sangre.

Levantó la mano hasta la altura de su rostro, las yemas


giradas hacia él escondían el líquido, pero luego Massimo las
volteo hacia Gina, permitiéndole ver el rojo que pintaba sus
dedos. Ella lo observó fijamente, no recordaba que la sangre
tuviera un color tan brillante, tan tentador y maravilloso. Un
pensamiento alocado asalto su mente. ¿A qué sabría la
sangre de Massimo? A pecado, definitivamente. 

Humedeció sus labios lentamente con la punta de la lengua,


su cuerpo se relajó contra el mesón dejando que sus manos
colgaran a sus costados y pudieran rozar los muslos de
Massimo quien se estremeció ante la caricia.

No sabía que estaba haciendo, lo que no era nada nuevo, la


mayor parte del tiempo se sentía así, pero ahora era mucho
peor. Massimo nunca había representado una verdadera
tentación para ella, jamás había perdido el control de su
cuerpo cuando lo tenía cerca y ahora parecía que era incapaz
de pensar con claridad, de apartarlo o moverse ella misma
para escapar del encierro que había hecho con sus brazos.
Sus músculos nos respondían, las extremidades yacían
lánguidas. Apenas era capaz de sostenerse en pie y a cada
segundo que pasaba se le hacía mucho más difícil respirar
regularmente y detener esos pensamientos que causaban los
latidos erráticos de su corazón.

Posó la mirada sobre los labios de Massimo, pasó la lengua


por los suyos inconscientemente y los dejo entre abiertos,
listos para recibir un beso del cual de seguro más tarde se
arrepentiría. 

Fue otra cosa la que entró a su boca. El sabor metálico y la


calidez de la sangre la hicieron jadear. Rodeo el dedo con su
lengua, saboreándolo y encontrando cierto placer por tenerlo
en su boca, entre sus labios que lo succionaron y los dientes
que rasparon la piel sensible.

Lo sintió arrimarse contra ella, colándose entre sus muslos y


enterrando su entrepierna en la de ella, la dureza contenida
por el pantalón fue mucho más fácil de sentir con las calzas
que llevaba. Su cuerpo afectado aumento la sensación febril
que se había instalado en ella.

Así como el dedo había acabado en su boca sin preámbulo


también fue sacado de esta y sustituido por la presencia
abrumadora de sus labios. Un roce, un maldito roce y toda ella
se deshizo, no sabía lo mucho que quería tener su boca hasta
ese momento, cuando Massimo suspiró y el aliento tibio le
cosquilleo en los labios. Que tortura era tenerlo tan cerca y no
atreverse a mover ni un solo musculo, temiendo que el
momento se rompiera, y al mismo tiempo desear con todo su
ser erradicar aquellos escasos milímetros que los separaban.
Quería sentir su cuerpo pegado al suyo, cada dureza, cada
curva afilada, quería volver a sentirlo junto a ella, cada parte
de esa figura masculina y enloquecedora y quería que
Massimo ardiera de deseo de la misma manera que ella. No
había forma de que esto pasara si dudaba sobre cuanto
Massimo anhelaba ese beso, él debía estar dispuesto a hacer
el primer movimiento.
Gina se sentía tan cerca y tan lejos a la vez, había todo un mar
de orgullo entremedio que la tenía estática en su posición,
pero dispuesta a lo que Massimo podría hacer, la consolaba
saber que, si algo pasaba entre ellos, lo empezaría él. 

Su respiración se atascó cuando el roce de sus bocas paso a


ser una presión que disfruto demasiado para su gusto.

La puerta se abrió.

—Perdón— escuchó a Ace.

Eso le sirvió para darse cuenta de lo que había estado a punto


de hacer, estuvo a un segundo de cometer un grave error;
darle a Massimo lo que quería tan solo los llevaría de vuelta al
inicio de todo el problema.

Empujó a Massimo para que se quitara de encima y ella


pudiera recuperar su espacio personal y con en él, su
respiración.

Tragó con dificultad, las piernas le temblaron al caminar hacia


la puerta y al salir soltó un suspiro de agotamiento.

No entendía cómo es que había pasado de estar a punto de


matarlo a estar a segundos de besarlo. La naturaleza de su
relación era poco sana, confusa, un desastre no hablado
porque incluso para ellos mismos era difícil entender lo que
estaba sintiendo, lo que deseaban cuando pensaban en el
otro.

Subió a su cuarto con el pecho apretado y la cabeza ocupada


en demasiadas cosas, pero no quería pensar en ninguna de
ellas así que buscó su teléfono para marcarle a Frances.

Fue de un lado a otro de la habitación acariciando su vientre


mientras intentaba calmar sus exhalaciones y esperaba a que
le contestara, no podía creer que seguía teniendo la
respiración temblorosa.

Llamó a Frances por segunda vez, estaba con su familia en


Boulder City, una ciudad sureste de Las Vegas que estaba a
casi una hora, al parecer había tenido un problema y no podría
acompañarla en su cumpleaños. La ponía triste saber que no
pasarían juntas este día, llevaban haciéndolo desde que se
habían conocido casi tres años atrás y no le agradaba la idea,
la quería con ella aquí, haciéndole olvidar que no podría
celebrar su cumpleaños número veintiuno como correspondía,
por fin tenía edad legal para entrar a un bar, pero de nada le
servía pues tenía un ser en su interior que le impedía tomar e
irse de fiesta como deseaba. 

Fran contestó a la tercera llamada.

—Gina.

—¿Quién más sino? — hizo una media sonrisa a pesar de que


no podía verla, el gesto iba más para ella, para levantar el
ánimo —Oye, estaba pensando en ir a Boulder City más tarde,
necesito verte— reconoció con tristeza.

Se escucharon varias voces de fondo y ajetreo.

—Oh, no puedo— sonó agitada —, me encantaría, lo sabes,


pero este problema es...

Cierto, el problema que había aparecido de la nada y que por


alguna razón Fran no se lo quería contar. Gina estaba casi
segura de que le estaba mintiendo, pero, ¿por qué lo haría? 

—¿Ni siquiera si aparezco de sorpresa? — la presionó.

Echó la cabeza hacia atrás, quejándose con un sonido gutural


cuando Fran le dio una negativa como respuesta.
Escuchó más voces detrás y luego una en particular que le
hizo fruncir el ceño, se sentó en el colchón.

—¿Ese no es el predicador de la avenida? — cuestionó.

Frances se quedó en silencio por demasiado tiempo y eso se


lo dijo todo, su amiga era pésima mintiendo y Gina era buena
sabiendo cuando alguien la estaba engañando, así que no
tuvo ninguna duda, Fran no estaba en casa de sus padres,
nunca había dejado Vegas.

—Si no querías verme tan solo me lo hubieras dicho— dijo


sintiendo como el odio se deslizaba por sus palabras.

Colgó el teléfono sin darle tiempo para replicar, lo tiró a un


lado de la cama y después se dejó caer sobre esta. Sintió
como los ojos comenzaban a arderle y su labio inferior
tembló, incluso con los dientes clavados sobre él. Un sollozo
se escapó de sus labios y Gina los mordió más fuerte.

Se puso de pie, decidida a no dejarse afectar por la traición de


Fran y a no derramar ni una sola lágrima, estaba harta de
llorar por cualquier cosa, estaba cansada de que la gente a su
alrededor la hiciera sentir mal, ni siquiera ella se soportaba a
sí misma. Todo parecía doler más ahora, su vida era una
enorme y horrible mancha gris de la cual quería desaparecer.

Abrió el armario, sacó un conjunto de jeans y polera escotada


que le quedaba increíble para vestirse. La única cosa en su
mente era el pensamiento decisivo de que iba a disfrutar de
su cumpleaños, poco le importaba que la única persona con la
que quería pasarlo le había mentido para no verla, bueno, eso
era una mentira, le importaba mucho, demasiado como para
recordarlo sin querer llorar, así que no le iba a dedicar ni un
solo pensamiento, ya tenía en mente una lista de cosas que
de seguro la harían disfrutar el día, partiendo por dejar esta
maldita casa y mantenerse lejos de Massimo.
Bajó las escaleras trotando con la mirada fija en los escalones
de madera, pero levantó la cabeza cuando sintió la presencia
de alguien más.

—¿Vas a salir?

—¿Qué te importa? — respondió agresiva.

Pasó por el lado de Ace sin dedicarle una mirada y él respeto


su mal humor persiguiéndola desde lejos, dándole su espacio
y no intentando detenerla, cosa que le agradeció, si alguien se
ponía en su camino iba a estallar.

—No deberías salir sola— le recordó con tono afable.

—¿Tú crees que me importa? ¿De verdad piensas que lo que


digas me harás cambiar de opinión?

—Obviamente no— dijo al verla entrar al garaje y


desbloqueando el auto.

Gina continuó caminando, dando zancadas con sus piernas


largas que la llevaron a su destino en segundos. Abrió la
puerta del auto y se detuvo un segundo para mirar a Ace. Se
había portado tan bien con ella, siempre le daba su espacio,
de alguna manera sentía que la comprendía, nunca le había
negado un favor. Parte de su cordura se debía a él, pues si
Ace hubiera seguido las palabras de Massimo al pie de la
letra, las cosas serían muy diferentes y para mal.

Aun así, no logro formar las palabras que quería decir y se


alegró de ello en parte, pues no tenía nada porque
agradecerle, no cuando él también era un cómplice de lo que
le sucedía.

—No apagues tu teléfono— pidió.


Gina no le dio una respuesta, se metió al auto y prendió el
motor, lista para salir de ahí y desaparecer por un tiempo.
VEINTIUNO-El corazón del diablo-
Dreame

Sobregiro una de las tarjetas de Massimo comprando cosas


para ella, nuevos vestidos, perfumes, zapatos hermosos que
no podría usar hasta después del embarazo porque había
descubierto que los tacos le provocaban un dolor de espalda
horrible, también zapatos bajos, carteras y después paso por
uno de sus negocios favoritos para comprar una caja de doce
donas y se las fue comiendo mientras manejaba por la ciudad
sin rumbo fijo.

Era un día particularmente frio, pero eso no le impidió bajar la


ventana y dejar que el aire le desordenara los rulos y le helara
las orejas y mejillas. Le subió un poco más a la radio y le dio
otra mascada a su dona.

Esto era lo que necesitaba; comprar, algo dulce y soledad, una


cosa que le había hecho falta últimamente. A muchas
personas no les gustaba estar sola, Gina había descubierto
que ella lo necesitaba, estar lejos de todos por un par de
horas, no porque las personas la abrumaran o necesitara
tiempo para pensar, simplemente porque su cuerpo así lo
pedía, era una de esas cosas que no se podían explicar, tan
solo requería de esas horas de paz para después volver al
mundo real.

Hoy más que nunca estaba desesperada por unas horas de


silencio total, así que tomó la carretera y luego una desviación
que la llevaba al interior del desierto. Detuvo el auto cuando
estuvo al menos a media hora lejos del camino principal, tomó
lo que quedaba de sus donas y salió a recostarse bajo el sol
de invierno en la arena fría que la entumeció un par de
minutos más tarde.
Eventualmente tuvo que ponerse de pie y devolverse,
esperaba que para ese entonces Massimo ya hubiera salido a
hacer lo que fuera que hiciera cuando no estaba en la casa.
Desde que su padre había muerto y Massimo se había
convertido en el capo estaba mucho más ocupado, siempre
había hombres entrando y saliendo de su oficina, el celular
sonaba todo el tiempo, se levantaba muy temprano y volvía a
la cama extremadamente tarde. No es que se fijara mucho en
lo que hacía o no hacía, pero era imposible no notar sus
horarios e idas y venidas cuando estaba casi todo el tiempo,
además, había descubierto que en el primer piso se
escuchaba todo, así que cada vez que Massimo decidía traer
a una sus conquistas tenía que irse a su cuarto, poco lo
interesaba escuchar los gemidos de otra mujer, le hacía sentir
envidia si era honesta consigo misma, ella también quería
tener una noche de sexo desenfrenado, lo ansiaba más que a
nada, ya estaba cansada de complacerse ella misma.

Sacudió la cabeza y se concentró en manejar, si comenzaba a


adentrarse en su frustración sexual esta se expandiría a otras
cosas y después de un par de horas sin pensar había logrado
recuperar su paz mental así que no quería perderla en un par
de segundos.

Al entrar a su casa todo estaba en silencio, miró hacia todos


lados, pero no vio a nadie, pateo la puerta con el pie y
manubrio para cargar todas las bolsas hasta la escalera,
subió el primer escalón con éxito y estaba a medio camino
hacia el segundo cuando escuchó un gran estruendo que la
alertó. Sin pensarlo mucho se volteó hacia el lugar de donde
provenía el ruido y al ver un montón de gente ahí se espantó,
soltando las bolsas y dando un brinco hacia atrás que la hizo
trastabillar.

Su pie se resbalo en el borde del escalón y perdió el equilibrio.


Alzó los brazos buscando de que agarrarse para no caer, a
pesar de que eran apenas unos escalones no quería
arriesgarse a que algo le pasara al bebé, pero no halló nada de
lo que afirmarse. Su rostro se transfiguro de la sorpresa al
pánico y después alivio cuando sintió que unos brazos la
atrapaban.

—Eeh, cuidado cumpleañera, no queremos pasarla en el


hospital— dijo Carter con diversión.

Tenía una mano rodeando su cintura y con la otra le aparto


algunos mechones de la cara. Gina se apartó con una sonrisa
incomoda, se ordenó los cabellos ella misma y luego giró
sobre sí, notando al resto de las personas en el lugar. Ace y
Massimo estaban ahí, a ellos no les tomó mucha importancia,
no era ninguna sorpresa; la presencia de Santino la hizo
sonreír porque el chico era muy dulce, fue la persona a su lado
quien le hizo borrar la sonrisa.

Retrocedió un paso y cruzo los brazos sobre el pecho.

—Mira nada más lo que tenemos aquí.

—Uuh, drama, me encanta— se metió Carter.

Cada mujer le dedico una mirada poco amistosa que lo hizo


alzar las manos demostrando inocencia y después retroceder
un paso murmurando algo sobre ir a tomar.

Gina volvió la mirada hacia su amiga, todavía con esa postura


altanera tan suya, enarcó una ceja en su dirección esperando
que se explicara, pero Fran la sorprendió lanzándose a ella
con los brazos extendidos y rodeándole el cuello con ellos. Su
olor a lavanda y la suavidad de su cuerpo, fue un arma potente
en su contra, no podía resistirse a un abrazo de su amiga, lo
intentó quedándose quieta, pero al final se relajó y terminó
apoyando la cabeza sobre su hombro.

—Lo siento, no quería arruinar la sorpresa— dijo con su voz


suave.
Gina retrocedió un par de pasos, se mordió el labio inferior,
intentando controlar las emociones que aparecían una tras
otra sin cesar, abrumándola y humedeciendo sus ojos. Tomó
una respiración profunda y después asintió, sabiendo que no
sería capaz de formular palabra alguna.

Maldito embarazo, era mucho peor que el desastre hormonal


que llegaba con la regla, pero el menos no tenía que sufrir
dolores premenstruales una vez al mes. Aunque, aun no podía
decidir que prefería. Se decantó por la menstruación cuando
Santino la abrazó y le deseo feliz cumpleaños y ella se puso a
llorar. Así, sin más provocaciones, su cuerpo se rindió a las
lágrimas y dejo que estas descendieran por sus mejillas,
humedeciéndole la piel y pronto mojando la camiseta de su
amigo.

Intento calmarse cuando sintió que había pasado demasiado


tiempo, no quería ser ese tipo de mujer que lloraba por
cualquier cosa o que se quebraba frente a las personas, no
quería ser débil, pero se le hizo imposible mantener la
máscara de fortaleza cuando sintió que Frances también se
unía al abrazo y le acaricia el cabello de aquella manera que le
encantaba.

—Está bien— susurró cerca de su oreja —, yo te tengo, Gina.

En algún momento, Santino la soltó y tan solo fueron ellas


dos, aferrándose la una a la otra como si el dolor fuera
compartido. Al romper el brazo, no se atrevió a mirar a su
alrededor, temiendo que todos siguieran ahí, viéndola rota,
llorando porque había pasado un tiempo desde que alguien se
preocupaba por ella de esa manera. Y todo se lo debía a
Frances, que la conocía a la perfección y sabía lo mucho que
necesitaba el gesto de cariño, pasar un buen rato con amigos,
era mejor que salir a beber a un bar, era mucho mejor que
terminar ebria y en la cama de un desconocido, así que el
cumpleaños sorpresa le venía como anillo al dedo. No era
distracción, era cambiar una cosa por otra mejor.
—Me hiciste llorar a mí también— se quejó Fran, limpiándose
las lágrimas con cuidado para no arruinar su maquillaje.

Gina soltó una risa y se limpió sus propias lágrimas.

—Te lo merecías, mira lo que me hiciste hacer.

Señalo las bolsas desparramadas en el suelo.

—Parece que arrasaste con una tienda completa— comentó


con un tono más alegre.

Tomo algunas bolsas y comenzó a subir las escaleras. Recién


ahí, Gina se permitió mirar en busca de las otras personas,
pero no encontró a nadie. Suspiró con alivio y recogió el resto
de su nueva ropa y subió las escaleras.

—Ya, es que estaba de mal humor y sabes que comprar


siempre me ayuda.

Entraron a su cuarto, Frances notó la falta de implementos


para el bebé, pero prefirió no mencionar nada, en vez de eso
deposito las bolsas a un lado de la cama y se sentó en esta
mientras veía a su mejor amiga tirar una caja al piso como si
fuera basura.

Gina no sabía porque no se había desecho de ella en el


momento en que descubrió que era y quien la había puesto
ahí. No quería usar nada que proviniera de su esposo, nada
que él hubiera elegido para ella, incluso si el vestido en su
interior era maravilloso.

Para Gina, todo lo que Massimo hiciera era un intento de


controlarla, de convertirla en esa esposa modelo que quería y
ella estaba muy decidida a no dejar que nada de eso
sucediera, llevaba casi siete meses resistiéndose, evitando
caer en su juego y hoy casi había echado todo a la borda por…
¿Por qué? ¿Una calentura? ¿Por qué de pronto Massimo era
más amable con ella? No podía ser amable con ella si apenas
le hablaba y ni hablar del respeto que ninguno tenía por el
otro, mucho menos lealtad. Tan solo eran dos desconocidos
viviendo en la misma casa, aunque, ¿realmente lo eran?

La mejor manera de conocer a alguien era viajando con esa


persona o viviendo con ella, lamentablemente a Gina le había
tocado la segunda y debía reconocer que había cosas de
Massimo que conocía, era imposible no notarlas, incluso si no
se topaban mucho, para ella era fácil ver esos detalles;
siempre dejaba la ensalada intacta en su plato, era una
persona poco sería, siempre estaba molestando a Ace o
intentando que riera, nadaba todos los días antes de ir a
dormir, no usaba zapatos dentro de la casa, era bastante
dulce con la gente que trabaja para él, parecía un hombre
normal y hasta encantador, pero ese era un lado de Massimo,
el otro, que Gina debía reconocer le ponía más, era el que
mostraba a La Legge, igualmente despreocupado, pero mucho
más calculador, dominante, le gustaba que las cosas se
hicieran exactamente como él decía, tenía poca paciencia son
sus soldados, se tomaba muy enserio su trabajo y no le
molestaba ensuciarse las manos. Ella misma lo había visto
llegar con la ropa manchada de sangre, con las manos
tintadas de rojo y ese brillo peligroso en sus ojos azul pálido.

Sabía que no era un hombre de palabra, todo su espionaje se


lo había dejado claro, también que no confiaba en nadie que
no fuera Ace, a veces Gina pensaba que ni siquiera en sí
mismo, pero eso no lo hacía alguien inseguro. A Massimo le
gustaba ser el centro de atención, donde iba siempre se las
ingeniaba para que las personas tuvieran los ojos sobre él o al
menos estuvieran hablando sobre él. Odiaba compartir, esa la
había descubierto por las malas y los había llevaba a una
discusión estúpida, algo que ambos disfrutaban, sus peleas
sin sentido, eran la única relación que tenían, y se aferraban a
ella de manera peligrosa.
Así que, sí, Gina se sentía con la facultad de decir que conocía
a su esposo.

—Ooh, que lindo.

Se giró hacia ella y vio el vestido en sus manos. Se lo arrebató


y lo metió en la caja con movimientos enojados.

—¿Qué haces? Es hermoso.

—Lo compró Massimo— le contó con los dientes apretados.

—Ya veo— dijo asintiendo lentamente con una sonrisa.

Fran se sentó en la cama y apoyo las manos sobre su regazo,


miró a Gina por un segundo largo, todavía con esa sonrisa que
la comenzó a poner nerviosa.

Se cruzó de brazos, descansándolos sobre su vientre y torció


la cadera hacia la izquierda, esperando a que se explicara.

—Está loquito por ti.

Su postura severa se desvaneció cuando escucho tales


palabras, pasmada por ellas separó los labios, pero nada
salió. Boqueó varias veces sin poder entender cómo es que
Frances llegó a tal conclusión y porque seguía demasiado
sorprendida no encontró ningún argumento fuerte para
rebatirla.

—Estás cagada de la cabeza, amiga— resopló.

—Deberías haber visto la cara que puso cuando Carter te


atrapó.

Gina negó, aquello era una tontera, Massimo no sentía nada


por ella, comenzaba a creer que hasta el odio había
desaparecido con el paso de los meses, ahora solo quedaba
indiferencia y Gina estaba bien con eso, es lo que había
querido desde el primer momento.

—No digas tonteras— hizo un ademán con la mano —, a lo


mejor es posesividad, pero yo definitivamente no le gusto.

—Piensa lo que quieras— se paró y le dio una palmadita en el


hombro —, pero Massimo se muere por ti.

Las palabras le quedaron dando vueltas y la llevaron a sacar


conclusiones poco creíbles. La idea de que Massimo tuviera
sentimientos románticos por ella era… una locura, no tenía ni
pies ni cabeza. E incluso si fuera así a no le importaba, porque
no sentía nada por él, tenía claro que este matrimonio siempre
sería un acuerdo.

El resto de la tarde transcurrió bien, la presencia de sus


amigos mejoro su estado de ánimo, las risas no faltaron y la
comida tampoco, eso era todo lo que Gina necesitaba
disfrutar de su cumpleaños sin pensar en nada más.

Acabaron reunidos en la terraza alrededor de la fogata que


tenían, conversando sobre temas triviales, intentando
conocerse todos un poco más, pues Santino y Carter nunca se
habían visto y Fran no era tan cercana a su amigo.

El calor del fuego los mantenía a todos cómodos y a Gina un


poco adormilada. Recostó la cabeza en el hombro de Carter y
cerró los ojos por unos segundos.

—Ey—  le advirtió cuando sintió que apoyaba la mano en su


cintura —, mantén tus manos para ti.

Carter se rio entre dientes, pero le hizo caso. Gina entornó los
ojos y volvió a sentarse derecha, se cubrió la boca cuando
bostezo.

—¿Has pensado en un nombre para él?


—Si no lo has hecho podrías ponerle Santino— el mismo dijo y
le guiño un ojo —, dicen que los nombres tienen relación con
la personalidad, sería un honor para tu hijo llevar el mío.

Gina soltó una risa nasal y negó con la cabeza.

—Primero, aún no sé el sexo, segundo, no voy a ponerle tu


nombre— dijo con el ceño fruncido.

—¿No estás lo suficientemente guatona para saber el sexo ya?

Anonada, se volvió hacia Carter, sorprendentemente había


alguien que tenía menos filtro que ella a la hora de hablar.

—No estoy gorda, idiota, tengo veintiocho semanas de


embarazo y con la ropa adecuada no se nota, así que no me
molestes— le dio un golpe demasiado fuerte en el brazo para
ser amistoso y Carter lo noto, por lo que prefirió mantener la
boca cerrada.

Fran y Santino se miraron incómodos, pero ambos sabían que


si Gina estuviera realmente enojada las cosas serían
diferentes, su personalidad no permitiría dejar pasar algo así.

—¿Pero tienes nombres en mente? — preguntó Santino


intentando aligerar el ambiente.

—Nop.

—Santino es un gran nombre— Gina lo miró seria —, yo solo


digo— encogió un hombro con una media sonrisa.

Se apoyó en el respaldo de la silla y puso las manos sobre


estómago, algo que hacía constantemente en el último
tiempo, le gustaba sentir la curvatura de su vientre y como el
bebé se movía en su interior. El embarazo siempre le había
parecido como un trámite, nada que fuera a disfrutar, pero ya
no pensaba igual. Tener a alguien en tu interior era una cosa
inexplicablemente hermosa.

—Martha es un nombre bonito— comentó Fran.

—Es nombre de vieja— arrugó el ceño —, sin ofender.

—Si no sabes el género, podrían ser nombres unisex— opinó


Carter.

—Oh, adoro el nombre Dakota— habló emocionada su amiga,


juntando las palmas.

Gina le dedico otra mirada de las suyas, que decía que estaba
loca.

—Tienes pésimo gusto para los nombres.

Su amiga le sacó la lengua sin sentirse ofendida y se recostó


al lado de Santino, Gina le devolvió el gesto y continuó
acariciando su barriga.

—Tengo la sensación de que serás de esas madres que les


podrá un nombre rarísimo a sus hijos— dijo jocoso Carter —
algo como Tallulah O Alexandrina.

—O Delfina— aportó Santino haciéndolo a todos reír.

—¿Qué tiene de malo Delfina? — preguntó Fran confundida.

Se miraron entre todos y volvieron a estallar en carcajadas,


diciendo nombres al azar y burlándose del pésimo gusto de
Frances.

Gina estaba teniendo un buen rato, riendo demasiado, y


parece que el bebé quería ser parte de la fiesta también,
porque comenzó a moverse como loco, muy pocas veces lo
sentía tan inquieto. La experiencia era maravillosa, siempre
tenía que tomarse unos segundos para darse cuenta de que
en verdad estaba sucediendo.

La sonrisa enorme en su rostro y las manos sobre su


estómago, llamaron la atención de Fran. Sus ojos se
encontraron y Gina se estiró hacia ella, agarró su mano y la
dejo sobre su barriga, para que ella también pudiera sentirlo.

—Oooh— jadeó sorprendida Frances al sentir una patadita —.


Wou, que genial.

—Es por ustedes, usualmente no se mueve tan— contó.

—Puedo? — preguntó nervioso Santino. Inclinándose hacia la


pareja de amigas.

Gina asintió y luego de que Frances se regresara a su lugar, el


chico se acercó y puso la mano en el medio de su vientre. Su
palma cálida y grande fue un tacto agradable, afable, como
todo él y la hizo sonreír porque había pocas personas en esta
casa que la hicieran sentir así: cómoda, tranquila, feliz de
alguna manera.

—¡Santino! — la voz de Massimo acabó con la paz del lugar.

El mencionado se apartó de un salto, apegó los brazos a sus


costados y miró a su jefe con un intento de expresión seria
que le salió fatal.

Gina estiró el cuello para mirarlo sobre su hombro y entornar


los ojos.

—¿Qué quieres? — le cuestionó indolente.

Él la ignoró, tenía la mirada fija sobre su soldado dejándole ver


que estaba molesto y que probablemente iba a pagar por ello.
—A mi oficina— le ordenó y Santino no dudo ni un segundo en
obedecerlo.

Gina se puso de pie de inmediato, moviéndose lo más rápido


que podía para ponerse frente a su esposo y evitar que
arruinara su noche.

—Déjate de tus mierdas posesivas, Massimo. Mejor ocúpate


de tus asuntos— le dio una palmadita en el brazo, después
otra más fuerte que tenía la intensión de empujarlo.

—No todo tiene que ver contigo, corazón— el problema es que


sí tenía que ver con ella, todo lo que pensaba ahora estaba
relacionado solamente con Gina, no podía evitarlo.

Y sí, se había sentido celoso de ver a Santino tocándola con


tanta cercanía, también lo había estado de Frances, pero a ella
no podía decirle nada, en cambio a su soldado sí. No lo quería
cerca de su mujer, sobre todo cuando estaba haciendo lo que
él, de pronto, deseaba. Hacer sonreír a Gina, hacerla reír de
esa manera tan libre y despreocupada toda la noche, anhelaba
poder ser él y no otro. Quería poner sus manos sobre su
cuerpo y sentir a su hijo moverse dentro de aquel cuerpo
delicado.

Había tantas cosas que deseaba hacer ahora que no la


odiaba. Su presencia había dejado de irritarla hace tiempo, en
este punto, no verla era lo que lo ponía de mal humor. Esto lo
confundía, no sabía cómo afrentar sus emociones con ella,
apenas podía identificarlas. Lo único que sabía era que quería
echársela sobre el hombro y encerrarse en un cuarto con ella
para crear su propio mundo y nunca salir de ahí.

Gina tenía razón, era un bastardo posesivo, pero eso era culpa
de sus padres por hacerlo hijo único.

No se dio cuenta de que había estado mirándola por tanto


tiempo hasta que Gina carraspeo y se volvió hacia sus amigos
—No quiero echarlos, pero estoy cansada y…

—Estás haciendo exactamente eso— la interrumpió Carter con


una media sonrisa ya de pie —, pero te disculpo porque tengo
otra fiesta a la que asistir. Nos vemos, Gini— se despidió con
un beso en la mejilla al pasar por su lado.

Massimo lo miró fijamente, Carter tuvo el descaro de alzar


una ceja, pero cuando él dio un paso al frente y cruzo sus
enormes brazos sobre el pecho, Carter se apresuró a dejar la
terraza y pedir un Uber para irse.

Gina, ajena a esa lucha de testosterona estaba ayudándole a


Frances a apagar el fuego y recoger las pocas cosas que
habían usado, lo dejaron todo en la cocina para que después
las empleadas lo limpiaran.

—¿Quieres quedarte a dormir? — le preguntó.

—¿No te molesta?

Basto una mirada de su parte para que se diera cuenta de lo


estúpida que había sido su pregunta.

Subieron al segundo piso para lavarse los dientes y acostarse,


incluso si no iban a dormir de inmediato Gina estaba
demasiado cansada.

Le prestó algo de su armario a Frances y le pidió que durmiera


con ella porque a pesar de que nunca había dormido con
alguien sentía que necesitaba el cuerpo tibio de una persona a
su lado haciéndole compañía.

Su amiga cayó en los brazos de Morfeo casi de inmediato,


pero Gina se quedó dando vueltas dando vuelvas en la cama,
incapaz de dormir, pero demasiado cansada para hacer algo
más. Se frotó el rostro con frustración y maldijo a su vejiga
cuando le dieron ganas de ir al baño, no quería salir de la
comodidad y calidez de la cama, pero no podía aguantar más.
Se levantó a hacer sus necesidades y estaba metiéndose bajo
las tapas cuando la asalto el antojo de algo dulce y fresco.
Sabiendo que había una caja de frutillas en el refrigerador
esperando por ella descendió por las escaleras
silenciosamente, sus calcetines de polar la mantenían aislada
de la madera fría y le permitían deslizarse más fácilmente por
el suelo, así avanzó hasta la cocina. Se sorprendió al ver la luz
prendida, pero creyendo que había sido ella quien olvido
apagarla anteriormente, entró si preocupación.

El refrigerador estaba a la derecha y se giró hacia él.


Reconoció una figura sentada en la mesa con su visión
periférica. Dio un brinco en el lugar y se llevó una mano al
corazón, pero se relajó al darse cuenta de que solo era Ace.

—¿Antojo de medianoche?
VEINTIDOS-El corazón del diablo-
Dreame

—Yo lo resumiría a antojos solamente— respondió con una


media sonrisa —, volverá a darme otro como en diez minutos.

Ace rio, bueno, fue más bien un bufido cargado de gracia, pero
eso fue suficiente para sorprenderla, dejándola a medio
camino de abrir el refrigerador y haciéndola voltear hacia él
con los ojos demasiado abiertos.

—¿Estás bien? — preguntó preocupado.

Gina pestañeo, todavía procesando el hecho de que casi lo


había hecho reír, después sacudió la cabeza y le dijo que
estaba bien.

Sacó el pote de frutillas, lavó unas cuantas y se sentó al lado


de Ace quien tenía una taza de café en sus manos y bebía de
ellas silenciosamente mientras Gina comía con el mismo
mutismo.

—Oí que todavía no tienes un nombre— su de iniciar una


conversación la dejo pasmada.

¿Qué sucedía con Ace hoy? No le molestaba la idea de hablar


con él, pero le resultaba demasiado extraño que tuviera
interés en algo de su vida, Ace le daba lo que necesitaba
cuando se lo pedía, pero jamás se había interesado realmente
en lo que le sucedía.

—¿Estabas espiándonos, Ace? — preguntó con su usual


coqueteo, recargándose sobre su brazo derecho mirándolo
directamente a los ojos.
Él ni se inmutó, permaneció con su expresión seria sin romper
el contacto visual mientras bebía de su café. Le pareció ver
una mueca divertida formándose en sus labios rosados.

—¿No es lo mismo que tú has hecho estos últimos meses?

—No tengo ni idea de que hablas— respondió un momento


más tarde con una sonrisa inocente.

—¿Por qué sigues aquí, Gina?

Se llevó una frutilla a la boca, la partió sus dientes observando


con diversión la manera en que los ojos de Ace cayeron sobre
su boca y se volvieron de un n***o mucho más opaco.

—¿A dónde más iría?

Terminó la fruta y se relamió los labios lentamente, todavía


con los ojos del hombre en su boca. Se chupó el pulgar solo
para provocarlo y ver como sus iris se convertían en una
noche oscura sin luna ni estrellas.

Abandonó la silla para apoyar el trasero en el borde de la


mesa, de esa manera era un poco más alta que él. Mantuvo
las piernas estiradas y se recargo en sus brazos que había
apoyado tras ella en la mesa.

—Parece que siempre estás muy atento de lo que hago, Ace—


pronuncio su nombre lentamente, saboreando los sonidos.

Su silla estaba ladeada, lejos de la mesa y a la distancia


perfecta para que Gina pudiera poner su pie en ella, entre las
piernas delgadas de Ace quien jadeó entre asustado y
nervioso por su atrevimiento.

Intento cambiar de posición y recargarse en su rodilla, pero su


vientre se lo impidió, así que se quedó como estaba y estiró la
pierna un poco más, acercando su pie al miembro de Ace.
Sus ojos se encontraron una vez más, los de él tres tonos más
oscuros, tanto que le costaba ver sus pupilas dilatadas, los de
ella apenas se habían alterado.

—No me gusta cuando haces esto— murmuró. Recorrió la


pierna de Gina con una mirada indescifrable, paso por su
estómago y se detuvo en sus labios —. Es confuso.

—¿Por qué? — quiso saber, era todo un misterio para ella lo


ocurría en la mente de Ace en ese momento.

El hombre cuadro los hombros y se estiró en toda su altura,


después hizo el pie de Gina a un lado y agarró sus piernas
delgadas para sentarla sobre él, tomándola completamente
desprevenida, asombrándola mucho más cuando apoyo las
manos en sus muslos. Soltó un gritito agudo un momento
antes de morderse el labio inferior para evitar que un gemido
saliera de sus labios por el ligero apretón que Ace le dio a sus
piernas.

Tiempo atrás hubiera mantenido mejor la compostura, sin


dejarse ver tan necesitada por un poco de cariño físico, lo
habría provocado para ver como el deseo bullía en su interior
hasta que ya no pudiera controlarlo, le encantaba hacer eso
con las personas, presionarlas hasta que estallaban. Pero las
cosas eran diferentes ahora, y no tenía ganas de jugar.

Se acercó un poco más a él, sentándose sobre su erección,


suspirando afectada por tener un cuerpo masculino
presionado contra el de ella. Nada había pasado todavía, pero
ya se sentía lista para lo que vendría.

Ace subió una mano a su espalda bajo la camiseta que estaba


usando. ¡Bajo la camiseta!

¡Bajo. La. Camiseta! ¡Piel contra piel! Esto iba a durar mucho
menos de lo que había pensado, pero al menos iba a pasar.
—¡Gina!

O no.

¡Agh! ¿¡Por qué era tan difícil conseguir sexo!?

Se puso de pie con un suspiro, arreglo su pijama y tomó las


frutillas que le quedaban lista para salir de la cocina, al
parecer las cosas con Ace nunca se iban a suceder, una pena,
porque en realidad se sentía curiosa sobre lo que ese chico
escondía bajo la ropa, entre las piernas.

—¿A dónde crees que vas? — cuestionó su marido.

Entorno los ojos al tiempo que respondía:

—¿Mi cuarto? Duh— utilizo ese maldito tono que a él lo hacía


ver rojo.

—No— la detuvo sujetándola por el brazo —, tú te quedas aquí.


Tú— miró a Ace que parecía realmente arrepentido.

Él se levantó, antes de que su amigo terminara lo que quería


decirle. Salió de la de la cocina con zancadas energéticas.
Ninguno de los dos sabía si estaba enojado consigo mismo o
si es que era otro su problema, pero definitivamente algo
había sucedido con él.

Gina sospechaba que estaba enojado porque no pudo besarla,


pero no estaba segura y tenía otras cosas sobre las que
preocuparse, como el hecho de que Massimo los había pillado
con las manos en la masa. Tenía un poco de miedo de como
fuera a reaccionar, se veía calmado, pero ella sabía que era
una máscara, era demasiado posesivo como para dejar pasar
algo así, desde el primer segundo le había dejado muy claro lo
que significaba para él; no era más que una mujer para
calentarle la cama y traer sus bebés al mundo, un objeto de su
propiedad. Massimo era básico, primitivo, posesivo y un
hipócrita. Y juraba que si se enojaba por haber estado a punto
de besar a Ace iba a echarle en cara todas las veces que él
había traído a sus conquistas. Si él podía acostarse con quien
quisiera, ella también, esto se trataba de igualdad.

—Eres…

—¿Qué? ¿Una puta? ¿Zorra? Consíguete nuevos insultos,


Massimo o unos que de verdad lo sean— ladró cruzando los
brazos sobre el pecho.

—Solo estoy diciendo lo que pienso de ti. Eres una mujer


casada, no puedes ir por ahí besando a cualquiera— alzo la
voz. Una de las venas de su frente se abultó.

—Primero, yo no besé a nadie, segundo, es un poco hipócrita


de tu parte decir eso— ladeo la cabeza arrogante.

Massimo se recargo en la pared y acarició lentamente su


barba cada vez más larga.

—Yo tengo derecho a hacer lo que quiera acá.

—¡Y yo también! — lo interrumpió — Córtala con tu machismo.


¡Nunca dejaste de acostarte con otras mujeres! — le gritó y
continuó antes de que pudiera decir algo —Y no me importa, lo
único que pido es tener el mismo derecho. Ninguno de los dos
quería este matrimonio, te dije que lo termináramos antes de
empezarlo, pero no quisiste así que ahora estamos atascados
en esta mierda de relación, donde tú me engañas y yo lo hago,
tú me odias, yo también lo hago y así vivimos. ¡Acéptalo! —
alzo los brazos energéticamente, sacudiéndolos con rabia.

Había tenido esas palabras guardadas por demasiado tiempo


en lo más profundo de su ser y decirlas en voz alta era un
alivio.
Inhaló dándose cuenta de que no había respirado en todo el
tiempo y se desinfló con un suspiro tembloroso mirando
fijamente a su esposo esperando por una respuesta, pero el
tiempo paso y nada salió de sus labios, tan solo se quedó ahí,
observándola mientras se tocaba la barba pensativamente.

Gina se impaciento, cambió el peso de un pie a otro, paso las


manos a sus caderas y espero un poco más. Massimo se
mantuvo en silencio y mirándola como si estuviera
analizándola, intentando entenderla.

—¿No vas a decir nada? — Su respuesta fue silenciosa y eso la


exasperó.

Salió de la cocina dando pisotones, metiéndose una frutilla en


la boca para obligarse a mantener la boca cerrada. Sentía que
le estaba dando demasiado a Massimo con cada discusión,
su relación era como la de Estados Unidos y Rusia durante la
guerra fría, porque pocas veces se enfrentaban directamente y
a medida que pasaba el tiempo sus encuentros se habían
vuelto menos frecuentes, pero más calientes, definitivamente,
parecía que estaban a punto de llevar esta guerra a un nuevo
nivel, pero Gina esperaba que Massimo se convirtiera en el
Gorbachov de esta contienda y acabar por autodestruirse,
cambiando y olvidándose de ella por completo para que Gina
pudiera tener toda la libertad que quería. Porque al final, todo
se traba de eso; ella quería ser libre, ser capaz de vivir su
propia vida, pero Massimo quería tenerla atada a su lado, ni
siquiera sabía porque, pero había pasados meses intentando
comprenderlo y ahora simplemente ya no estaba interesada
en conocer sus motivos, tampoco es como si fueran a
cambiar algo. Para Gina nada justificaba el que la tuviera aquí
como prisionera, y mucho menos su actitud machista de
mierda.

Subió las escaleras con todos esos pensamientos en su


cabeza. Sintió la presencia de Massimo, fue difícil de ignorar
cuando pisoteo cada escalón, haciéndole saber que estaba
avanzando fugazmente hacia ella.

Llegaron al segundo piso al mismo tiempo, Gina fue tomada


por sorpresa, literal y metafóricamente. Massimo sujeto sus
muslos, la levantó y empujó contra la pared al tiempo que la
obligaba a rodearle las caderas con sus piernas. Su primera
reacción fue resistirse, empujarlo por los hombros e iba
camino a hacer eso cuando sus labios se estrellaron, los de él
sobre los suyos, moviéndose demandantes, separando los de
Gina con caricia reclamante de su lengua, pudiendo probar
también el dulce de las frutillas en su boca.

No pudo controlar el sonido ronco que subió por su garganta


al saborear los labios de ella. Estaba demasiado perdido en lo
bien que se sentían contra los de él, lo suave y rellenos que
eran, que no se dio cuenta que Gina no estaba reaccionando a
su beso. Se detuvo por un segundo, no separo sus labios y
ella tampoco lo empujó lejos.

La sintió confundida, dubitativa, por lo que le dio un par de


segundos para decidir lo que iba a hacer, mientras él intentaba
acostumbrarse a lo abrumante que era tenerla tan cerca, no
solo por su increíble aroma, sino también por la suavidad de
sus curvas, la manera en que su pecho subía y bajaba agitado,
era toda ella en realidad, incluso su barriga, que no le permitía
tenerla tan cerca como quería.

Cansado de esperar volvió a besarla, esta vez con un toque


más gentil que le hizo abrir sus hermosos labios y devolverle
el beso, sacándole otro gemido que intento esconder
metiendo la lengua en su boca, comenzando una guerra que
ambos disfrutaron demasiado para su propio bien. Había
pensado que recordaba la manera en que Gina besaba, pero
estaba tan equivocado, lo que estaban haciendo ahora no
tenía comparación, tal vez porque las veces anteriores no
estaban sobre la mesa tantas emociones: resentimiento,
desconfianza, odio, deseo, un anhelo tan profundo que
encendía cada célula de su cuerpo cuando la tenía cerca.
Estaba seguro que por la manera en que lo besaba ella sentía
lo mismo.

Era esa última emoción lo generaba una gran duda; Gina


quería pensar que esa hambre por Massimo y su cuerpo se
debía al embarazo, quería engañarse pensando que hubiera
reaccionado con la misma ansia si fuera cualquier otro
hombre, pero se dio cuenta de que había esperado este
momento por mucho tiempo. Por fin podía juntar sus labios,
indagar en cada espacio de su boca con una lengua inquieta.
¿Y esos gemidos? Ay, señor, había olvidado lo bien que la
hacía sentir escuchar a Massimo tan afectado por ella. La
estaba volviendo loca.

Estaba loca por aceptar ese beso, por desearlo tanto y estaba
decepcionándose a sí misma. ¡Se había prometido no hacerlo
de nuevo!

Tenía que mantenerse firme, no dejarle creer que tenía alguna


clase de poder sobre ella. Massimo no podía saber que
afectaba su cuerpo de maneras desconocidas, aunque era
difícil mantener su orgullo cuando sus manos habían
comenzado a trabajar las partes más importantes de ella: sus
pechos y muslos, que, por alguna razón, siempre habían sido
más sensible a las caricias.

Enterró las manos en su cabello y acercó sus bocas un poco


más, decidiendo que, si iba a cagarla, lo iba a hacer hasta el
final.

Se devoraron el uno al otro, eso es lo que querían, ser


consumidos por su pareja. Cada parte de sus bocas, de sus
mentes y cuerpo pertenecían al otro, y Massimo no tardó en
hacérselo saber, primero tomando sus labios sin pudor,
después subiendo por su cuello elegante hasta su oreja.
—¿Por qué me hiciste esperar tanto, corazón? — murmuro con
un tono más ronco y erótico.

Gina dejo de pensar por un segundo cuando escucho su voz


sensual, tan viril y sexual. Massimo volvió a sus labios al
tiempo que Gina procesaba lo que había dicho y la siguiente
vez que recibió su boca fue para darle una mordida, fuerte,
sangrienta.

El sabor metálico inundo su boca y se encontró disfrutándolo


otra vez, pero no quería seguir con esto. Para Massimo todo
era un juego, no pensaba en lo que hacía realmente, si estaba
caliente por ella, iba, la besaba y luego la metía a su cama. De
eso se trataba lo que estaba sucediendo ahora; calentura,
Gina también la tenía, pero podía aguantarla, porque repetir el
sexo con Massimo sería un gran desastre, lo sabía, lo único
que le había traído era problemas y ahora estos vendrían de la
manera que menos le gustaban: falta de respeto, si es que
Massimo sentía algo de eso por ella, no lo tendría después de
que durmieran juntos, la miraba como lo hacía el resto de la
gente, sin valor ni honor y la llamaría puta con más motivos.

Así que lo mordió otra vez cuando no se alejó, creando una


herida más profunda, permitiendo que toda su boca se llenara
de su sangre, cálida, más espesa que la saliva y por alguna
razón, malditamente deliciosa y excitante.

—¿Qué te pasa? — preguntó con voz ronca.

Se lamió su propia herida bajo la mirada atenta de Gina. Ella


desengancho sus piernas y las dejo donde correspondía,
aunque cuando intento pararse derecha se sacudieron como
gelatina. Maldición, sí que había logrado meterse bajo su piel
y hacerla hervir de adentro hacia fuera.

—No vuelvas a besarme— dijo apuntándole con un dedo


tembloroso.
Todas las amenazas y palabras ingeniosas se perdieron en el
camino cuando Massimo se acercó a ella para darle otro beso
profundo, embriagador y adictivo que los hizo jadear a ambos.
Después, tan rápido como se había acercado, rompió el beso.

—Tú no me dices que hacer— le recordó con una sonrisa


satisfecha y arrogante.

Desesperada por tomar el control de nuevo, Gina metió la


mano entre sus cuerpos hasta encontrar su miembro erecto,
seguramente adolorido. Tensó el agarre sobre sus bolas y se
inclinó hacia él para susurrar sobre sus labios.

—Sí lo hago. Tengo todo el poder para hacerlo, tan solo debo
mover un dedo— saco la lengua para humedecer sus labios y
de paso los de Massimo mientras masajeaba su erección —
para que hagas cualquier cosa.

Massimo gruño, no sabía si eran sus caricias o la manera en


que le hablaba, pero maldición un poco más de eso y podría
haber acabado ahí mismo. Gina tenía una especie de poder
mágico sobre él, no porque le estuviera dando una especie de
masturbación asombrosa, aunque eso también influía, sino
porque había algo más allá de lo físico algo en ella que lo
hacía perder la consciencia, la poca lógica que tenía y lo
convertía en un ser devoto de esta extraña religión que Gina
era, solo ella; diosa, santa, pecado, salvación, todo en uno.

—Nadie puede controlar al diablo, corazón.

Mentira, se sentía como una gran y vil mentira y vio en los


ojos de Gina que ella también lo sabía.

Si había un corazón en el diablo, Gina era la que lo tenía entre


sus manos, junto con todo el poder.
VEINTITRES-El corazón del diablo-
Dreame

Se miraron por un lapso de tiempo en donde el mundo


desapareció tras sus respiraciones jadeantes y la intensidad
en sus iris, tan diferentes y tan iguales al mismo tiempo.
Massimo tenía toda la intención de acercarse a ella de nuevo,
de probarle que podía ser muy convincente cuando quería,
pero Gina rompió el hechizo al que ambos se habían sometido
apartando la mirada y yendo a su cuarto.

Le costó quedarse dormida, el dolor entre sus piernas la


mantuvo retorciéndose en la cama, pero el cansancio del día
la llevo a dormirse media hora más tarde, cayendo en un
sueño reparador que terminó demasiado pronto para su
gusto.

A Gina le gustaba dormir hasta tarde, si no ponía una alarma


podía llegar a levantarse a las once, pero con el bebé, ese
hábito había cambiado, pues al parecer él sí se levantaba
temprano y como un reloj a las siete ya estaba moviéndose y
pateando, haciendo su mejor esfuerzo para despertarla.

Usualmente le resultaba útil, pero ya no estaba yendo a la


universidad, había tenido que aceptar que no se sentía en
condiciones para estudiar y la doctora le había dicho que
tanto estrés no era bueno para el bebé, así que tuvo que
congelar el semestre. Ahora no tenía ni idea de que podía
hacer a las siete de la mañana. Usar la piscina temperada
parecía una buena idea, además, era día de lavarse el pelo, así
que podía ensuciarlo un poco más antes de eso.

Salió de la cama, se puso sus pantuflas y bajo al primer piso.


Se metió por el pasillo que llevaba a las otras habitaciones,
tanto a la sala de estar como la biblioteca y la oficina de
Massimo, al final estaba la puerta que llevaba a lo que un
principio había sido el sótano, pero ahora era un gimnasio con
ventanas y un techo hecho en gran parte de vidrio que
permitía que entrara la luz y bañara por completo todo el
lugar. Todo se veía demasiado irreal la primera vez que entró,
como una imagen de las casas soñadas en Pinterest, Gina se
sentía agradecida de poder vivir en un lugar tan bonito y
agradable, con personas diferentes este podría ser su paraíso
personal.

Bajó las escaleras de cerámica, teniendo cuidado de no


resbalarse, la pared a su lado le impedía tener una visión la
habitación, pero podía ver lo luminoso que estaba y sabía que
al llegar al último escalón sería capaz de apreciar la amplitud
con que la habían construido, porque era enorme, hasta cabía
una piscina lo suficientemente larga para no poder cruzar con
una sola respiración, esta tenía su propia área, cerrada con
paredes trasparente que le permitieron ver a Massimo en el
interior, braceando energéticamente hasta alcanzar el final.

Fue nada más verlo y recordar la noche anterior, las imágenes


llegando a su cabeza y noqueándola. La piel se le puso de
gallina. Se arrepintió de cruzar los brazos sobre el pecho pues
estos despertaron aún más el dolor entre sus piernas, el
embarazo la tenía demasiado sensible a caricias de cualquier
tipo.

Mordió su labio inferior cuando comenzó a nadar de vuelta.

Massimo no era un hombre muy alto, ella le llegaba a la nariz


cuando estaba descalza y alcanza sus ojos con tacos. Eso le
gustaba, que estuvieran a la misma altura físicamente le
parecía otra manera de probar que eran iguales. En todo caso,
que estuviera un par de centímetros bajo el promedio se
compensaba con su cuerpo musculoso, espalda ancha,
brazos y muslos abultados que en algún momento habían
sido capaz de someterla. Tenía la complexión de un rugbista,
grueso, poco delicado, amenazador… Mmh, a Gina se le hacía
agua la boca de tan solo pensar en cómo se sentiría estar
bajo de él una vez más.

Massimo sintió su presencia porque se giró hacia ella, se


desordeno el cabello y después salió del agua impulsandose
con sus brazos siendo que tenía una escalera un par de
metros más allá.

Gina no se sintió para nada orgullosa del sonido afectado que


escapó de sus labios cuando vio que iba desnudo. Nunca
estuvo más agradecida de que solo vidrio los separara, pudo
verlo todo; su miembro colgaba dormido entre sus piernas,
pero después de que ella posara los ojos sobre él al tiempo
que se relamía los labios como si estuviera saboreándolo,
despertó. Massimo caminó con el orgullosamente,
mostrándose impudoroso, dándole un espectáculo a Gina que
le hizo juntar las piernas y frotar los brazos sobre sus pezones
sensibles esperando aliviarse un poco, pero lo único que
consiguió fue excitarse más.

Al llegar al fondo de la piscina su esposo se ubicó, la miró


directamente a los ojos y le regalo un guiño antes de saltar al
agua.

Se estaba luciendo, provocándola. Bien, ella también podía


hacer eso.

Gina metió los dedos bajo el elástico de su pantalón de


algodón y tiró de ellos hacia abajo, pasando a llevar los
calcetines al final, después se quitó la camiseta. Dejó el
montón de ropa atrás y empujó la puerta para poder entrar al
espacio donde estaba la piscina, el frio seco del día fue
remplazado por la humedad tibia que la envolvió como una
manta.
Metió un pie en el agua, no estaba tan caliente como había
esperado, pero no iba a echarse atrás ahora, siguió avanzando
por la escalera, mojando sus tobillos y ocasionando que un
escalofrío subiera por sus piernas, la sensación se intensifico
cuando Massimo salió a la superficie y se giró. Incluso desde
metros podía sentir el calor de su mirada devorándola,
lamiendo cada curva, mordiendo su piel, sí, eso era algo que le
gustaba hacer y con lo que definitivamente debía estar
fantaseando ahora.

Gina continuó sumergiéndose, sus miradas conectaron,


desafiantes e interesadas, se enredaron haciendo imposible
para el otro apartar la vista. Massimo bebió de su cuerpo
como un náufrago bebé del mar esperando saciarse, pero tan
solo consiguiendo sentirse más sediento. Apoyo los brazos en
el borde de la piscina con una posición arrogante mientras
Gina pisaba el último escalón, al agua le llegaba hasta la
cintura, dejando sus pechos redondos a la vista,
enloqueciendo a Massimo cuando tomó un poco de agua en
sus manos y derramó esta sobre su cuello dejando que se
recurriera por entre el valle de la tentación, repitió el gesto una
vez más, en esta ocasión ella esparció la humedad por su
esternón con movimientos lentos y después bajo hasta las
cimas fruncidos de sus pechos, torturando a él y a sí misma.

Se zambulló en el agua dejando que el frio envolviera su


cuerpo por completo, mojando cada curva escondida,
generando sensaciones desconocidas en ella. Nunca antes
había estado en una piscina desnuda, pero decidió que lo
haría muchas veces más, pues la manera en que su cuerpo se
sentía en el agua era simplemente exquisita.

Al volver a la superficie se topó con una pared de pectorales,


piel pálida y ojos cristalinos que parecían estar ardiendo.
Pasmada por su abrupta cercanía intentó nadar hacia atrás,
pero Massimo la atrapó con un agarre de acero sobre su
cintura.
—Suéltame— demandó.

Su rostro adquirió una expresión apática mientras todo el


resto de su cuerpo ardía por estar pegado a los músculos
masculinos que la habían envuelto. Massimo estaba caliente,
la piel por sobre varios grados que la suya y eso hacia el
contacto mucho más placentero.

—No quiero— confesó con una sinceridad que decía mucho


más.

—¿Desde cuándo me importa lo que quieres?

—Desde que es lo mismo que tú deseas— respondió


inclinándose sobre ella.

Gina se hizo hacia atrás, pero eso solo sirvió para que sus
cuerpos se juntaran un poco más, su erección presionando
contra su abdomen bajo.

—No sé de qué hablas— mintió y luego trago saliva con


dificultad al ver que seguía acercándose, a este paso iba a
alcanzar sus labios muy pronto.

—Me quieres a mí y yo te quiero a ti, es simple.

Solo que no lo era, su cuerpo lo quería, se moría por un toque,


por un beso, por cualquier cosa que la llevara al orgasmo, era
su mente la que estaba poniendo los “peros”. Su psique
conocía muy bien a Massimo y no iba a dejarla caer en sus
garras, porque no correspondía, incluso si era una cuestión
física estaba mal desear al hombre que había arruinado tu
vida. Pero algo había cambiado, podía sentirlo en la manera
en que la sostenía, una mano sobre su cintura, frotando el
pulgar sobre su piel hipersensible, acariciando la curvatura de
su barriga. Podía ver la diferencia ahora que estaban tan
cerca, desnudos y que Massimo tenía la facultad de hacer con
ella lo que quisiera con ella, pero, aun así, estaba esperando a
que ella decidiera, lo mismo había sido anoche, cuando Gina
había estado demasiado atónita para reaccionar, se había
apartado para dejarla elegir, eso no sonaba como algo que él
haría, tampoco regalarle un vestido y no exigirle que lo usara.
Massimo no era una buena persona, pero eso nunca le había
importado, que fuera un bastardo desgraciado con ella era el
verdadero problema y parecía que ya no lo era tanto, lo cual la
llevaba a un nuevo problema, porque sí su esposo había
dejado de comportarse como un imbécil, o iba camino a eso,
¿qué debía hacer ella ahora? ¿Cómo debía sentirse?

La decisión estaba en sus manos, pero ella no quería hacerla,


así que levantó la mirada para que sus ojos se encontraran y
se abrió ante él esperando que pudiera leer la verdad en el
dorado de sus iris y lo que fuera que hubiera allí, Gina lo
aceptaría, porque tampoco iba a mentirse a sí misma.

Massimo analizó sus ojos y lo que fuera que había en ellos, se


tomó su tiempo actuando silenciosamente y con
meticulosidad. Soltó un suspiró que le supo a menta y una
mezcolanza de emociones que ninguno de los dos conocía y
después presionó su boca.

Crispó las manos sobre su espalda baja y gruño pegado a ella


cuando Gina paso la lengua por su labio inferior pidiendo
permiso para acceder a él, sus apéndices se enrollaron y
bailaron extasiados, felices de encontrarse otra vez. Cada
célula, cada partícula de sus seres estaba contenta de estar
cerca del otro, de nuevo.

Esa alegría se convirtió en pura lujuria cuando Gina envolvió


las piernas alrededor de las caderas estrechas de su marido y
este profundizo el beso tomando su mentón y haciéndola
ladear la cabeza, teniendo así más acceso a su boca.
Mordisqueó sus labios, los succionó y lamió sin control,
tomando todo lo que ella le daba, cada jadeo, cada caricia
perniciosa que le dio a sus hombros, boca y torso, él la recibió
y le la devolvió con el mismo sentimiento, con la misma
pericia.

Gina ardía, gimoteo cuando Massimo pellizco las cimas


fruncidas de sus pechos y echo la cabeza hacia atrás
mientras un sonido ronco, profundo y completamente animal
subía por su garganta. Se había prometido no suplicar, pero
estaba a punto de hacer eso, para su suerte no tuvo que llegar
a tal extremo. Fue depositada sobre la baldosa fría que la
puso a temblar, mas toda molestia y emoción ajena a la lujuria
quedo en el olvido cuando Massimo se cernió sobre ella
aplastándola de una manera deliciosa con su cuerpo e hizo
desaparecer la punta marrón sensible en su boca,
succionando de inmediato y después jugueteando con su
lengua.

—Mierda, sí— gimió desaforada.

¿Por qué había tardado tanto en decir que sí a lo que su


cuerpo pedía? No tenía ni idea, su mente no funcionaba en
este momento, pero prometió no volver a hacerlo.

Massimo levantó la cabeza para ver a la increíble mujer bajo


de él mordiéndose el labio con los ojos cerrados, perdida
profundamente en la atención que le estaba dando a sus
pechos. Mordió el izquierdo sutilmente, estaba tan sensible,
apenas una caricia y ya estaba retorciéndose y gritando su
nombre. Alzó las caderas, colisionando con las suyas,
sacándole un gemido ronco.

Cambió su boca al punto entre sus pechos, bajó dejando en


reguero de besos que se detuvieron cuando la impaciencia de
Gina se manifestó enterrando los dedos en su cabello húmedo
y empujándolo hacia abajo, Massimo cedió con una risita
ronca que le hizo cosquillas y la llevó a guiarlo hacia abajo
con más urgencia, no se detuvo hasta que lo tuvo respirando
sobre su clítoris hinchado.
—¿Esto es lo que quieres? — preguntó malicioso, sus labios
rozando los de ella, la barba siendo ese sazonador que hizo la
mezcla explosivamente deliciosa.

—Sí— resolló.

—¿Sí qué? — la presionó Massimo.

Gina enterró la mano restante en su cabello y tiro de él hasta


que Massimo estuvo frente a ella, tan solo podía ver sus ojos
azules llenos de lujuria, pero eso era lo único que necesitaba,
que sus miradas estuvieran conectadas mientras le hablaba.

—Quiero que me comas entera, quiero venirme en tu cara,


sentir tu barba entre mis piernas— expreso con brío, el agarre
sobre su pelo se tensó un poco más y Massimo pensó que
explotaría en ese mismo momento, nunca antes la había visto
tan descontrolada, diciéndole palabras tan crudas —. Vas a
saborearme hasta que acabe y si lo haces bien te dejare
follarme hasta que ya no pueda más.

Juntó sus labios para un beso corto y brusco, y después lo


empujó hacia abajo. Él obedeció sin chistar, separó sus
piernas sin elegancia y sacó su lengua para probarla con una
lamida profunda que la estremeció.

—Oh, sí— gimió, alargando las palabras.

Massimo sonrió, feliz de saber que no solo podía hacerla


gritar enfuriada sino también ahogada en placer.

Lamió de nuevo, enterrando su lengua entre sus labios


húmedos y sensibles, saboreándola con deleite y disfrutando
de todos los ruiditos lascivos que escapan de sus labios y de
la manera en que tiraba de sus mechas, dolía, pero lo excitaba
como loco.
Cerró los labios sobre su clítoris y succiono con alevosía, Gino
puso los ojos en blanco y grito sin vergüenza. Dejo el cabello
de Massimo y subió las manos hasta sus pechos en el
momento justo en él hundía dos dedos en su interior
curvándolos y buscando ese punto en su interior que la volvía
loca.

Se arqueó de placer y Massimo retuvo sus movimientos


inquietos apoyando una palma abierta sobre su estómago,
empujándola hacia abajo con un gruñido que vibro en todas
sus paredes, haciéndola estremecer de nuevo y jadear
afectada. Más sonidos escaparon de sus labios, Gina se los
mordió porque nunca había escuchado tales ruidos salir de su
boca, tan lascivos, desesperados, necesitados por más. Las
caricias de Massimo la estaban enloqueciendo, arrastrándola
en una espiral de emociones demasiado intensas que se
convirtieron en un nudo tenso en su espalda baja. El roce de la
barba contra la piel sensible de sus muslos y labios, la manera
en que la saboreaba, su boca besando, lamiendo,
succionando entusiasta, devorándola hambriento, con un
anhelo lubrico que la hizo suspirar de deseo y después gritar y
arquearse de placer cuando Massimo encontró ese punto
perfecto.

—Maldición, sí— gimió —ahí.

—¿Aquí? — dijo Massimo con la boca pegada a su sexo


torciendo sus dedos.

—Sí— jadeo.

Se estremeció de placer cuando presionó aquel botón


delicioso que la estaba acercando al final, toco sus pechos
sensibles con los ojos de Massimo sobre ella y sus dedos
moviéndose maravillosamente en su interior. La presión en su
espalda baja volviéndose insoportable. Agitó las caderas
desvergonzada, frotándose contra su rostro, pidiéndole más.
Enterró una mano en su cabello, Massimo serpenteo una
mano por su cuerpo hasta llegar a su pecho, torció el pezón
sensible entre sus dedos mientras succionaba con alevosía
sobre su botón de placer y la combinación de todo ello le
sacudió el cuerpo violentamente. Se arqueó, gimió su nombre
y después colapso sobre la cerámica mientras el nudo de
placer se disolvía deliciosamente.

Pero él continuó lamiendo y usando sus dedos para construir


un nuevo orgasmo lentamente, sin importarle que estuviera
desparramada en el piso apenas consciente. El placer se
estiró como un elástico que se cortó sin previo aviso y la hizo
caer en un nuevo orgasmo, mucho más intenso, extenso y
delicioso.

Los bordes de su visión se oscurecieron y tuvo problemas


para respirar mientras intentaba recuperarse del mejor sexo
oral que había tenido en su vida, o a lo mejor eran los meses
sin acción los que hacían que esto se sintiera mucho mejor de
lo que era, no le importaba, estaba feliz de poder apaciguar la
calentura que llevaba desde hace semanas.

Se quedó sobre el suelo helado jadeando, sus ojos se cerraron


por un segundo, el orgasmo la había dejado aletargada,
demasiado satisfecha. Sonrió al sentir los besos de Massimo
subiendo por su vientre, paso por el valle de sus senos, dejo
uno más sobre su barbilla y después otro sobre sus labios,
Gina sintió las intenciones que se traía con ese beso, suave,
dulce, lento y enloquecedor, para nada demandante, por eso lo
convirtió en uno hambriento y húmedo, uno lleno de anhelo y
lujuria porque no estaba satisfecha todavía. Quería más de su
tacto ansioso y devoto, le gustaba la manera en que su cuerpo
aplastaba el suyo, la dureza de sus pectorales presionando su
busto. Disfruto de cómo le separó las piernas con la rodilla
para posicionarse entre ellas mientras la seguía besando, no
había tardado nada en seguirle el ritmo y ahora estaban en la
misma página; aquella donde tenían sexo hasta enloquecer.
—No sabes cuando he soñado con esto— lo oyó confesar con
voz ronca. Repartió besos por su mandíbula y subió hasta el
lóbulo de su oreja, lo atrapó entre sus dientes y después
murmuro —, eres la mujer más deliciosa— paso una mano por
debajo de su cintura y apego sus cuerpos un poco más —, y
puedo decir eso con conocimiento— le guiño un ojo —, que he
probado en toda mi vida.

Lo calló con un beso, no quería escuchar palabras bonitas


sobre lo mucho que le gustaba, quería que se lo demostrara
con su boca o pene, cualquiera de los dos le servía y siendo
que la primera ya lo había probado, no le molestaba seguir
con lo otro.

Envolvió sus caderas con las piernas, disfrutó de verlo cerrar


los ojos con disfrute al sentir sus cuerpos casi unidos.

Massimo se tomó para alinearse a su entrada caliente y


resbaladiza. Estaban tan cerca el uno del otro que podía sentir
cada parte de su cuerpo. Algo empujó su abdomen, apartó los
ojos de Gina y los bajo hasta su vientre, este se elevó
perturbadoramente. Miró el movimiento pasmado, sin saber
que debía hacer o decir. Dejándose llevar por la curiosidad y
esa voz en su cabeza que le reprochaba por no haberse
preocupado más por Gina y su hijo, puso una mano sobre su
abdomen, olvidándose por completo de lo que habían estado
haciendo antes.

La patadita empujó su mano, se sintió increíble,


inexplicablemente maravilloso. Inspiró afectado, sus ojos no
se movieron ni un segundo del bulto formándose.

—¿Qué haces? — preguntó Gina.

Intentó alejarse de él, pero Massimo se lo impidió tomándola


de las caderas y manteniéndola cerca, no listo para dejarla ir o
para dejar de mirar su vientre. En toda la calentura se había
olvidado de apreciar su cuerpo un poco más, ver cuánto había
cambiado; sus pechos habían crecido y si tenía un escote
generoso, ahora lo era mucho más, sus mejillas estaban más
regordetas (no le sorprendía después de toda la cantidad de
donas y chocolates que la había visto comer), pero seguía
manteniendo su figura delgada, beneficiada por su pequeño
vientre, se sentía mucho más chico cuando lo cubrió con sus
manos.

—Massimo— dijo con advertencia, no sintiéndose cómoda con


la dirección que esto estaba tomando.

él acaricio la zona que se levantaba cada dos o tres


segundos.

—¿Siempre es así de inquieto?

—Tiene hipo— contestó dejándose llevar por su tono


interesado y calmado.

¿Hipo? No tenía ni idea de que un bebé podía tenerlo, pero le


pareció encantador y quiso saber más. Envolvió las manos
alrededor de su cintura y la sentó sobre regazo, pero apenas
retiró las manos para quitarle algunos mechones húmedos de
la cara, ella se levantó energéticamente y retrocedió un par de
pasos con los brazos cruzados sobre el pecho. El gesto le
advirtió de que estaban a punto de iniciar una pelea por algo
que le había molestado.
VEINTICUATRO-El corazón del diablo-
Dreame

—No voy a hacer esto— murmuró mirando al piso, un


momento después había alzado el mentón como tan solo ella
sabía hacerlo —, no estoy aquí para hablar de mi hijo. O
follamos o te vas.

Massimo la miró sin saber que responder, boqueo como un


pez fuera del agua repetidas veces. Y cuando supo que quería
decir, las palabras no le salieron. Se levantó lentamente,
aprovechando de recorrer su cuerpo una vez más, Dios, tenía
unas piernas kilométricas que no terminaban nunca.

—Tan solo estás asustada de que pueda ser lindo contigo y


que te guste.

De sus labios brotó una carcajada sin gracia.

—No confundas las cosas, Corazón— utilizo el apodo que


Massimo le había dado de forma tan despectiva —, quemaría
todos mis zapatos antes de sentir algo por ti.

Dio un paso al frente, acorralándola contra el vidrio, pero Gina


no retrocedió ni aparto la mirada. No había nada en ella que le
tuviera miedo y eso le gustaba, significaba que podía actuar
sin cuidar sus palabras o acciones, no es como si lo hiciera
muy seguido, pero con las mujeres siempre se preocupaba
controlar su lado salvaje.

—Yo creo que tienes miedo de aceptar que podría gustarte y


que soy muy buen partido— avanzó un poco más,
deteniéndose solo cuando sus abdómenes se tocaron. El de
ella ya no se movía.
Gina entornó los ojos y le puso una mano en el pecho
intentando apartarlo.

—No te creas tanto, solo soy una embarazada caliente, me


acostaría con cualquiera que estuviera dispuesto.

Escuchar eso fue un golpe brusco que le quito el aire. Un


malestar se instaló en su pecho y respiró superficialmente,
dejando escapar un siseo entre dientes que provenía de la ira
de oír tal cosa. No quería a ningún hombre cerca de Gina,
nadie más que él tenía derecho a ver ese cuerpo, a escuchar
sus gemidos y hacerla retorcerse de placer. Era suya, le
gustara o no, y no le importaba sonar como un idiota posesivo
o machista o lo que fuera que Gina siempre le estaba
reclamando.

Apoyó las manos en sus caderas y tiró de ellas hacía su


cuerpo, el choque de la piel mojada dejo un sonido lascivo que
reverberó por todo el lugar y puso su mente a trabajar en
fantasías eróticas que se moría por cumplir con ella y
solamente ella.

—Yo estoy totalmente dispuesto.

—Tú eres un puerco, para ti tener sexo conmigo es tan solo


otra forma de demostrar que me controlas y que soy tuya—
escupió las palabras con verdadero odio.

—Ya quedo claro que nadie puede controlarte— murmuró


acercándose a sus labios.

Vio la sorpresa en su rostro. Su mutismo fue luz verde para


continuar avanzando hasta llegar a sus labios. La primera
presión fue suave, no quería asustarla dejándose llevar por la
voz en su interior que le pedía desesperadamente que
devorara su boca, la tumbara sobre el piso y la follara como si
su vida dependiera de ello, así que se dejó llevar por la otra, la
que le imploraba por que se tomara su tiempo saboreándola,
temiendo que la oportunidad no se volviera a repetir.

No quería usar su cuerpo para satisfacerse o para


complacerla a ella, quería usarlo para contarle todo aquello
que no era capaz de decir con palabras.

Acarició sus muslos y después subió a su cintura, tocando su


vientre con delicadeza, mientras le pedía permiso para entrar
a su boca, pasando la lengua perniciosamente por sus labios.
Gina se lo permitió y lo encontró a medio caminando,
succionando su apéndice, ansiosa por acelerar el ritmo del
beso. Ella no quería que fuera delicado, amoroso o expresivo,
no quería saber lo que sentía, quería que se la follara y ya, y
Massimo se dio cuenta de ello cuando metió una mano entre
sus cuerpos resbalosos y la envolvió alrededor de su base,
apretándola suavemente antes de guiarla a su interior.

Se abrió pasos entre sus labios lentamente, embadurnándose


de sus jugos que le permitieron deslizarse sin problemas
hasta el final. Ambos gruñeron, la sensación de sus cuerpos
unidos siendo demasiado para ellos.

Gina rodeó su cadera con una pierna, cambiando el ángulo a


uno más profundo que la hizo echar la cabeza hacia atrás y
cerrar los ojos con fuerza. Había pasado tanto tiempo desde
la última vez. Y, en un momento de debilidad, pudo aceptar
que nadie se sentía tan bien como Massimo; ancho, largo,
demasiado para ella que siempre había sido más delgada.  

Massimo se aprovechó de su cuello expuesto y regó besos


por todo él, mientras se acostumbraba a la abrumadora
sensación de estar dentro de ella, hundido en su calor y
humedad. Gina lo empujó más adentro con su talón mientras
que con las manos se aferraba a sus omoplatos,
rasguñándolo. Enterró el rostro en la curvatura de su hombro,
respirando temblorosamente mientras los sujetaba con cada
parte de su cuerpo.

—Muévete— ordenó.

—No puedo— Dios, juraba que se iba a correr si se movía.

Era demasiado y quería que durara para siempre.

—Maldición Massimo— sus paredes lo apretaron mientras ella


comenzaba a frotarse con desespero contra él —, muévete o
te juro que…

—Jefe… Oh mierda.

La pareja se quedó estática, sin saber cómo reaccionar. Gina


quería obviar la presencia de Santino y continuar con
Massimo entre sus piernas, llenándola como solo él podía. Su
marido por otro lado, tenía una expresión asesina que nunca
antes había visto. La envolvió con sus brazos, tratando de
cubrirla completamente, porque la idea de Santino teniendo
acceso a un centímetro de su maravilloso cuerpo lo ponía
enfermo.

Todavía dentro de ella, porque no pensaba alejarse hasta que


terminaran este asunto, levantó la cabeza hacia su soldado,
quien tenía la mirada perdida en un punto cualquiera.

¿Por qué seguía acá?

—Lárgate.

—Es qué…

—Es una orden, Santino.


—Su tío— el hombre trago con dificultad, concentrado en
entregar la información e ignorar el hecho de había visto el
trasero de Gina aplastado contra el vidrio empañado —, está
aquí. Dice que quiere verlo y que es urgente.

El capo gruño en parte porque no tenía intenciones de atender


a nadie mientras Gina siguiera en sus brazos y porque la
misma había comenzado a moverse lentamente, frotando sus
pechos y su miembro dentro de aquellas paredes cálidas.

—Si te mueves un centímetro más voy a cogerte ahora y aquí


mismo, a la mierda Santino.

Ella levantó la cabeza para mostrarle sus iris oscurecidos,


fuego líquido fluyendo en ellos, muy diferente al que llevaba
viendo en los últimos meses, este era deseo puro y sucio,
porque pudo ver en sus ojos que ella estaba dispuesta a
seguir sin importarle la presencia de alguien más.

—Jefe, usted sabe que yo no… Su tío dijo que debían verse
ahora.

—Santino— muy a su pesar rompió el contacto visual con


Gina, tan solo para ver a su soldado —, lárgate.

Él asintió, se dio media vuelta y desapareció por las escaleras.

Su esposa volvió al ataque cuando ni siquiera había


alcanzado el primer escalón. Massimo se odio por lo que hizo
a continuación, pero si su tío exigía verlo inmediatamente,
independientemente de cuál de los dos fuera, debía ser por
algo importante. Alejo a Gina, tomándola por los hombros y
bajando la cabeza para toparse con sus ojos hambriento.

—Tengo que…
No sabía porque estaba intentando excusarse, ni siquiera
sabía hacer una excusa, nunca había tenido la necesidad.
Pero Gina se lo dejo muy claro, lo malo que era en ello.

Vio como la oportunidad se deslizaba de entre sus dedos


cuando ella se escabulló de sus brazos. Un par de pasos lejos
de él, se detuvo para mirar atrás, los labios hinchados
abiertos, listos para decir algo, mas ningún sonido salió de su
boca. Continuó con su camino hacia la salida, recogió la ropa
y se marchó. Dejándolo con una sensación amarga en la boca
y una aún más desagradable en el pecho.

Enero después de su cumpleaños y de aquel desliz con


Massimo fue un suspiro y ni hablar de febrero. Esto le gustaba
tanto como le ponía nerviosa, porque con cada día menos,
significaba que también quedaba menos tiempo para el parto
y ahora que estaba en su último trimestre sentía que iba a
explotar en cualquier momento, así que apreciaba que
quedaran pocas semanas para dar a luz, pero también estaba
asustada. Había leído bastante sobre lo que sucedería y las
diferentes opciones que tenía, decantándose por un parto
natural en el hospital, no estaba tan loca como para no pedir
anestesia, pero quería ser capaz de traer su hijo a este mundo,
quería cualquier cosa que pudiera darle una conexión con el
bebé.

Era un poco su manera de recompensarlo por no haberlo


querido hasta el mes cinco, demostrando que no necesitaba
tenerlo en sus brazos para cagarla. Iba a ser una pésima
madre, lo sentía en sus huesos y podía verlo en el hecho de
que había muchas cosas para el bebé que todavía le faltaban,
ni siquiera había comprado una cuna, aunque Frances ya le
había ayudado a elegir un nombre después de que supieran
que tendría un niño, pero ella seguía llamándolo su bebé,
porque la hacía sentir más cercana a él y también porque era
de ella y nadie más; Massimo se había tomado muy a la ligera
el papel de padre —no es como si esperara algo diferente—,
pero en todo caso lo prefería así, era otra manera de mantener
las distancias entre ellos dos, especialmente después de ese
beso y casi cogida. A veces se sorprendía rememorándolo
con aire soñador, deseando que sucediera de nuevo, le
gustaba refugiarse en la idea de que quería su orgasmo, pero
aquella teoría se debilitaba cuando pensaba más en sus
palabras o como había acariciado su vientre, que en lo bien
que se sentía su lengua trabajando entre sus piernas.

No creía que las cosas fueran a cambiar entre ellos una vez el
bebé naciera, pero eso tampoco le preocupaba; tenía a
Frances y Santino, y de alguna extraña manera a Ace, quien
después de casi un mes evitándola había regresado a tener
pequeños detalles cariñosos con ella y hasta a hablar un
poco. Se sentía orgullosa de cómo había evolucionado toda
su relación, gracias a ella, por supuesto, porque ninguno de
los hombres en la casa tenía la capacidad de relacionarse con
otras personas para hacer amigos y mucho menos
inteligencia emocional como para mantener a un amigo.

—Ace— gritó desde la comodidad del sillón.

Él no tardó en aparecer, con su andar tranquilo y


despreocupado. Nunca lo había visto alterado, lo más que
había visto de su temperamento había sido esa vez en la
cocina, pero no le gustaba recordarlo porque después se
calentaba.

—Vamos a salir— le comunicó con una sonrisa mientras se


ponía de pie con dificultad.

Se sentía enorme y no ayudo mucho que Ace se acercara y le


ofreciera su mano porque ella por sí sola tenía problemas
para moverse.

—¿Adónde?
—Centro comercial, necesito comprar un par de cosas para el
bebé.

Fran estaba estudiando para un examen tremendo, por lo que


no estaba disponible esta semana, pero era marzo y no podía
seguir retrasando lo inevitable, necesitaba una cuna, más
ropa, pañales. Había llegado el momento de ponerse sus
pantalones de niña grande y aceptar por completo que iba a
tener un bebé.

Su guardaespaldas hizo una mueca.

—¿No quieres ir sola? — preguntó, deseando que así fuera.

Gina paso por su lado con una sonrisa que no auguraba nada
bueno, lo que significa que tendría que acompañarla y pasar
horas mientras ella intentaba decidir entre dos cosas
idénticas.

Subió las escaleras para buscar su cartera y después las bajo


para ir al garaje, uno pensaría que tan simples actividades
requerían de segundos para ser realizadas, pero a una
embarazada le tomó varios minutos.

—Pásame las llaves— le pidió a Ace.

—No vas a conducir.

Gina bufó y extendió la mano hacía a él, impaciente.

—Sí, lo que no vamos hacer es discutir sobre eso— dijo


doblando y estirando sus dedos, demandando por las llaves.

—¿Y qué pasa si se te rompe la bolsa mientras manejas o te


da una contracción? Podrías provocar un accidente.

Cruzo los brazos sobre el pecho, gesto suficiente para hacerle


a Ace que no iba a cambiar de opinar.
—A veces ni siquiera sé porque me molesto en pelear contigo
— resopló.

—Por qué se te olvida que no puedes ganar contra mí— le dijo


con una sonrisa arrogante.

Se subió al auto, acomodo el asiento para que pudiera


alcanzar los pedales y su estómago no chocara con el
manubrio.

Los primeros minutos del viaje transcurrieron en silencio, Ace


miraba los espejos cada cierto tiempo y Gina puso música
para hacer el ambiente más ligero.

—¿Puedes dejar de mirar los espejos? Me pones nerviosa.

—Me aseguro de que nadie nos siga— dijo como si eso fuera
una real respuesta.

Un par de minutos después Ace volvió a chequear el espejo


retrovisor. Gina bufó, le subió un poco más a radio y se
concentró en el camino.

Manejar era otra de las cosas que le traía paz, debía ser tener
el control de la situación y también poder pisar el acelerador y
escuchar ese rugido del motor, este mismo vibrando en todo
tu cuerpo. Le gustaban las cosquillitas que le subían por las
piernas y las que aparecían en sus dedos también.

—¿No te aburres de cuidar de mí? — preguntó intentando crear


una conversación.

Ace se encogió de hombros.

—¿Puedes darme una verdadera respuesta? — exigió.

Pasaron un par de segundos antes de que hablara.

—Es difícil aburrirse contigo.


—Tomaré eso como un cumplido y te diré que contigo es
difícil mantenerse entretenido, no te mataría hablar un poco
más, ¿sabes? — apartó la mirada de la calle por unos
segundos para enfatizar su punto.

—Sí.

Ace se rio entre dientes al verla sufrir por su monosílabo.

—Lo haces apropósito— le miró acusatoriamente.

—Tal vez— se encogió de hombros.

Gina sacó una mano del volante para levantarle el dedo de al


medio, sacándole una carcajada seca que la hizo sentir
orgullosa.

—Igual te hago hablar más que el resto de la gente.

—Te das demasiado crédito— dijo adusto.

—Ya, pero me acabas de decir una oración completa— le


apuntó divertida.

Sonrió orgullosa y volvió a concentrarse en manejar,


terminando así con la conversación hasta que llegaron al
centro comercial.

Buscar la cuna no fue tan difícil, caminar de un lado a otro


hacia que se le hincharan los pies por lo que no dieron
muchas vueltas hasta encontrar algo que les gustara y
llevársela para la casa. Aunque luego Gina se tentó con la
tienda de ropa de bebé que había en el segundo piso y
estuvieron ahí un par de horas.

Había tantas cosas preciosas; enterizos, pantalones, muchas


prendas diminutas que le causaban ternura e ilusión por tener
al bebé en sus brazos vestido con esas cosas tan bonitas. En
momentos así era cuando la ansiedad de conocer a Damon se
disparaba; sostenerlo en sus brazos, oler ese particular e
inexplicable aroma a bebé, arrullarlo en sus brazos,
amamantar, no quería perderse ninguna de las cosas que eran
parte de la maternidad.

Al principio había temido no encariñarse con él bebé, pero era


difícil no hacerlo cuando lo sentía tan cerca todos los días y
era, literalmente, una parte de su ser. Entendía que muchas
madres no sintieran ese cariño ni quisieran tener hijos, eso del
instinto maternal era otra cosa más inventada para los
hombres justificando que son las mujeres quienes deben
hacerse cargo de los niños. Pura mierda, Gina no lo había
querido hasta el quinto mes y había sido porque comprendió
que de alguna manera ese niño era lo que le haría compañía
por el resto de su vida.

Sí se sentía asustada de tener una gran responsabilidad, una


vida, en sus manos, pero comprendía que eso era algo por lo
que pasaban todas las mamás y había estado leyendo para
aprender las cosas más básicas e importantes para no
cometer un error catastrófico.

Estaba caminando por el pasillo, después de haberle ayudado


a Ace a subir la cuna y a armarla, en dirección a la terraza
pues tenía ganas de ver el atardecer cuando escuchó voces
en la oficina de Massimo. Se detuvo curiosa, miró hacia todos
lados para darse cuenta de que estaba sola y luego apegó la
oreja a la puerta, tratando de no hacer ningún ruido.

—El niño va a dar problemas— reconoció la voz de Michael,


uno de los hombres que había estado muy presente
intentando ganarse la confianza de Massimo, Gina lo
encontraba patético —, déjeme hacerme cargo de él.

Frunció el ceño y presionó la oreja contra la madera un poco


más.
¿De qué niño estaba hablando? ¿Podía ser el suyo? ¿Qué
problema podría darle un niño no nacido?

—Yo me haré cargo de eso— dijo Massimo con seriedad.

—Pero…— Michael se calló antes de que pudiera decir más, de


seguro su capo le había dado una de esas miradas
amenazadoras.

—Es mi problema, yo lo manejare— fue su última palabra.

Massimo tenía un tono muy particular cuando quería terminar


una conversación, así que antes de que pudieran descubrirla
siguió con su camino y esa oración dando vueltas en su
cabeza.

¿Qué niño era su problema y por qué lo estaba conversando


con Michael, un soldado cualquiera? ¿O no lo era? Mierda,
debería estar más atenta a las cosas que sucedían.

Llevó las manos a su vientre inconscientemente, deseando


            que eso fuera suficiente para protegerlo a Damon, pero
sabía que no era suficiente. La mafia era un mundo peligroso,
salvaje y mortal si no tenías a alguien que cuidara tu espalda,
por suerte para su hijo ella siempre se preocuparía de cuidarlo
y si había algo amenazándolo, Gina se iba a encargar de
averiguar qué era para acabar con eso.
VEINTICINCO-El corazón del diablo-
Dreame

La besó sin cuidado, deslizando su lengua por entre los labios


delgados. Enterró una mano en el pelo liso y la otra la uso
para agarrarle el trasero, también sin delicadeza. Todo era
furia, un hambre animal y frustración porque a la mujer que
quería tener en sus brazos estaba en otro lado de la casa,
cerca y a la vez tan malditamente fuera de su alcance.

Profundizo el beso, la aplastó contra la pared y comenzó a


quitarle la ropa desesperado por sentir su piel caliente, lo
necesitaba para no sentirse tan helado y muerto. Pero no
funciono como quería, es más, lo hizo sentir peor, le recordó
que todo él era un trozo de hielo.

Abrió la puerta de la sala de estar, tenía un poco más de


decencia que para follarse a alguien en el pasillo, pero lo
hubiera preferido así, porque cuando entro al cuarto se dio
cuenta de que no estaba vació.

La vio recargada sobre uno de los muebles con el celular entre


sus manos, al escuchar ruido levantó la mirada del aparato
para enfocarla en la pareja que seguía besándose. La
desconocida le quitaba el abrigo y Massimo continuaba
magreando su trasero sin apartar los ojos de Gina, quien no
se veía para nada incomoda con la situación. Lucía
indiferente, con las manos apoyadas al lado de sus caderas
anchas, dándole esa mirada altanera; no hacía falta que alzara
la ceja, era mucho más que eso: su postura, la manera en que
sus labios se curvaban, el dorado en sus ojos. Gina dominaba
el arte del lenguaje corporal a la perfección, te mostraba solo
lo que ella quería que vieras, lograba engatusarte con él, a
veces hacía falta un solo movimiento para que te tuviera
comiendo de la palma de su mano, para que quisieras
retroceder o ponerte de rodillas frente a ella. Massimo la
había observado y conocía parte de sus gestos, también la
había visto en acción, ejerciendo ese poder sobre otros y era
una cosa que le quitaba el aliento.

Ahora mismo lo estaba haciendo, tan solo con estar ahí,


mirándolo fijamente esperando a que dejara de comerle la
boca a la otra chica, su postura sugería que tenía todo el
tiempo del mundo y no le preocupaba mirar.

Dios, Gina era... Ya no tenía palabras para describirlas,


«diferente» parecía demasiado mundano para referirse a ella.

La chica en sus brazos se volteó para frotarse su trasero


contra el bulto, que era más crédito de esa mirada en los ojos
de Gina que de la desconocida. La mujer se detuvo por un
segundo, registrando a una nueva persona con ellos, después
se giró en sus brazos y se estiró para alcanzar sus labios, pero
no hubo contacto porque Massimo echó el cuello hacia atrás,
escapando del beso. No supo porque lo hizo, se lo debería
haber permitido para que Gina supiera que no le afectaba de
ninguna manera su presencia, que con o sin ella lo hubiera
hecho igual.

—¿Trajiste compañía? ¿Por qué no me dijiste? — incluso


susurrando su voz chillona no le permitió sonar tan sensual
como quería.

Massimo no le presto mucha atención, prefirió concentrarse


en Gina y en cómo se levantó del mueble, con cierta dificultad
porque ya le quedaba poco para parir y a pesar de su vientre
pequeño, seguía cargando a un bebé en su interior.  

Camino hacia ellos con una tranquilidad que lo asombro.

—Tú eres la compañía, linda y en este momento estás


sobrando— dijo con falsa dulzura, ladeando un poco la cabeza
y achinando los ojos al final.
Su compañía recibió el mensaje y después de recoger lo poco
que se había quitado salió del cuarto a paso apresurado. La
entendía, su esposa daba miedo cuando quería y no era
prudente desobedecerla.

—¿Qué haces acá? — preguntó dando un paso hacia ella.

Se encontraron a medio camino, su abdomen duro y


ejercitado presionándose contra la barriga de ella. Para
Massimo todo había sucedido muy rápido; un día se había
enterado de que estaba embarazada, al siguiente le había
crecido la panza y ahora estaba aquí, casi lista para dar a luz.
Reconocía que eso era culpa suya por no haber estado más
pendiente de cómo se desarrollaba el embarazo, la había
dejado sola en todo ese proceso, pero ella tampoco había
pedido su ayuda o había dado cualquier señal de que lo quería
preocupado por su bebé. Vivían cada uno por su lado, pero ya
no quería que eso siguiera sucediendo, la curiosidad por su
persona no había menguado con el paso del tiempo, por el
contrario, se había vuelto más intensa y ahora ya no solo se
trataba de su persona, sino también de su vida, de lo que le
gustaba y lo que no, incluso del bebé; por Dios, sí ni siquiera
sabía su nombre.

—Que descarado de tu parte follarte a alguien frente a mis


narices— le reprocho cruzando los brazos sobre su vientre,
resaltando sus pechos.

—Bien podrías haberte ido, además, tú eres la zorra que


intento cogerse a mi mejor amigo— la acuso con las cejas
levantada.

Gina achinó los ojos y torció los labios, odiaba esa palabra y
cualquiera que tuviera el mismo significado, él lo sabía, pero
no encontró ninguna otra para describirla en ese momento.
Era su esposa, debía guardarle respeto, debía serle fiel en
todo momento, incluso si Massimo cometía sus errores y se
acostaba con otras mujeres, además la culpa de que eso
sucediera la tenía ella por negarle lo que le correspondía.

—No quiero discutir sobre eso— se apartó algunos mechones


de la cara, sus labios torciéndose en una mueca, se acarició el
vientre respirando forzadamente —. Quiero hablar— siseo y
cerró los ojos por un momento —            Yo estaba aquí
porque...

Detuvo su hablar abruptamente, se aferró al antebrazo del


hombre mientas ponía una mano sobre su vientre y se
encogía de dolor. Intentó inhalar profundamente, pero el aire
quedo atascado en algún punto entre su tráquea y pulmones.
El dolor se hizo más agudo, debilitándole las piernas,
haciéndole apretar los dientes y gemir.

Sus uñas se clavaron con más fuerza, traspasando el grosor


del traje y encontrando el brazo de Massimo, apenas
dañándolo. Las piernas se le doblaron y él le paso un brazo
por debajo de estas para evitar que cayera al suelo, la llevo
hasta el sillón para recostar ahí.

Gina no entendía que era lo que estaba mal, aquel dolor no era
común, ninguna contracción se había sentido así. Se puso una
mano sobre el vientre de manera protectora, no quería que
Damon naciera antes de tiempo, ni que hubiera nada mal con
él, era su bebé, se supone que debía protegerlo de todo
peligro y cuidarlo hasta que estuviera listo para enfrentar el
mundo por cuenta propia. Además, aún no había hablado con
Massimo sobre lo que escuchó más temprano ese día,
necesitaba saber que no estaba planeando nada en su contra.

El dolor menguo ligeramente, haciéndole posible respirar y


relajarse sobre el sillón. Pero la preocupación de que fuera
algo peor fuera a suceder la tuvo alerta y algo tensa,
acariciando su barriga mientras le pedía en susurros a Damon
que no se le ocurrirá salir todavía.
—¿Estás bien? — preguntó Massimo. Dejándose se llevar
apoyo la mano sobre la de su esposa.

Basto una mirada de su parte y un pequeño gesto con su


mano para que se apartara de inmediato, con cierto pésame,
porque le hubiera gustado que confiara lo suficiente en él
como para permitir tocarla y cuidarla en ese momento. No
tenía ni idea de que le estaba pasando, pero quería hacerla
sentir mejor, borrar la arruga en su frente y eliminar esa
expresión adolorida.

—Sí— resolló.

—No lo parece— rebatió Massimo con el ceño fruncido.

—Para qué preguntas, entonces— dijo entre dientes intentando


levantarse.

Una nueva ráfaga de dolor la lanzo de vuelta al sillón, con una


mano sobre su rostro, queriendo esconder la expresión de
dolor que la invadió y otra sobre su vientre, suplicándole a los
dioses que nada malo le estuviera pasando a su bebé.

—¿Debería llevarte al hospital?

Negó, tragando con dificultad. Inspiro lentamente, tratando de


regular su respiración, pero en vez de exhalar acabo jadeando
y gimiendo otra vez. Se aferró al apoya brazos mientras
intentaba pensar en otra cosa que no fuera la dolorosa
sensación. Cuando se sintió un poco mejor le pidió ayuda a
Massimo para ponerse de pie. Fuera del sillón todo se sentía
mil veces peor, tanto así que la sensación aguda en su vientre
y espalda le trajo nauseas. Los bordes de su visión se
escurecieron y trastabilló cuando un mareo la asalto. Intentó
enfocar su vista para buscar un apoyo más firme en la pared,
pero antes de que pudiera hacerlo el suelo desapareció bajo
sus pies y todo se fue a n***o.
Verla perder el conocimiento no lo asusto tanto como cuando
le comunicaron que tendrían que hacerle una cesárea. Estuvo
al menos dos horas paseándose de un punto del pasillo a otro,
revolviéndose el pelo y frotándose la barba. Con el tiempo su
nerviosismo se convirtió en algo más que lo hizo sentarse y
poner los codos sobre las rodillas, luego agarrarse la cabeza y
tirar de sus cabellos con demasiada fuerza, soltando un
gruñido de frustración. 

Levantó la cabeza al oír ruido en el pasillo, la puerta que


separaba el área de espera se abrió dando paso a una mujer
delgada con el uniforme de enfermera. Massimo se puso de
pie de un salto, Ace le siguió de inmediato.

—¿Cómo están? — las palabras borbotearon de su boca.

Ella le dio una sonrisa tranquilizadora y dijo con tono afable:

—Ambos bien, el pequeñito es prematuro y lo pusimos en la


incubadora— debió ver la preocupación en su rostro porque le
puso una mano en el brazo —, es para que suba un par de
gramos y pueda regular su temperatura solito.

Massimo suspiro aliviado, retrocedió un paso, se toqueteo la


barba una última vez antes de agradecerle a la enfermera por
la información, sobre todo cuando le comentó que Gina
también estaba en perfecto estado, ya acomodada en el
cuarto que iba a usar.

Pudo respirar con mayor facilidad después de eso. Todos los


pensamientos fatalistas que había pasado por su cabeza se
evaporaron para convertirse en imágenes de cómo podría
lucir su hijo y lo desesperado que estaba por ir a conocerlo.
También quería ir a ver a Gina, sentarse a su lado y comprobar
de que todo estaba bien y de que nada malo le pasaría.
La rata que habían tenido, estaba muerta, así que por ese lado
no tenía problemas, pero siempre había enemigos esperando
una oportunidad para atacar y no había nadie en este mundo
en quien confiara, a excepción de Ace para cuidar de algo tan
preciado como lo era su esposa.

—¿Puedo ver a mi hijo? — su voz salió como un susurro


tembloroso, intentando asimilar lo que había dicho.

—Claro, acompáñeme— respondió la enfermera con simpleza.

Su corazón le martillaba desbocado contra el pecho. Tuvo que


meterse las manos en los bolsillos porque la constante
necesidad de juguetear con ellas habría delatado lo nervioso y
ansioso que estaba por conocer a su hijo. Cuando se bajó del
ascensor tenía un pitido en los oídos que ensordeció el
mundo a su alrededor e hizo más ruidosos sus pensamientos.
Era sorprendente lo mucho que se preocupaba por un ser
humano que aún no conocía, no estaba en su naturaleza, pero
últimamente había hecho muchas cosas que no iban con lo
que era, lo cual resultaba muy confuso porque lo llevó a
descubrir nuevas partes de él, sobre todo aquellas
relacionadas con sus emociones: preocupación, frustración,
confusión, los escalofríos de excitación que le recorrían el
cuerpo con cada paso que daba hacia la sala de los
prematuros. Nunca antes se había sentido así y no creía que
se volviera a repetir, todo esto era por causa de su hijo.

Entró al cuarto de los prematuros, estaba repleto de


incubadoras, alineadas una al lado de la otra. El vidrio le
permitía ver a los bebés en su interior; eran tan pequeños y su
primer pensamiento fue que podría aplastar sus feas caras
con su pulgar, el segundo fue: ¿Por qué mierda pensaría algo
así? Pero era inevitable, sobre todo cuando estabas rodeaba
de tanta vulnerabilidad.
Se acercó a una de las incubadoras en el medio. Massimo lo
reconoció de inmediato. Fue como verse en un espejo; cabello
rubio como el suyo, tenía sus labios rosados y delgados,
incluso sus orejas, si es que eso era posible, la única
diferencia era el tono de piel, dorado como el de Gina.

Después él abrió los ojos.

Y que ojos, Dios no había con que compararlos, excepto con


los de su madre, eran idénticos, verdadero oro fundido
arremolinándose en sus iris, fulgurantes de aquella manera
particular y atrapante.

—Golden— suspiró conmocionado.

Eso era, el dorado más encantador y significativo que había


visto alguna vez en su vida.

No poder tenerlo en sus brazos fue un suplicio que tampoco


entendió, pero ya no estaba esforzándose en comprender sus
emociones, si hacía eso iba a acabar pegándose un tiro.
Prefirió concentrarse en el bebé, tan pequeño, delicado y
hermoso, nada comparado con los otros recién nacidos en la
habitación. Su hijo era precioso y no podía esperar a tenerlo
en sus brazos.

Gina despertó desorientada, con el olor a desinfectante en la


punta de su nariz y un desierto en su boca, se relamió los
labios, pero eso no le ayudo mucho. Al abrir los ojos no le
sorprendió estar en un hospital, recordaba haberse
desmayado y el aroma la había ayudado a ubicarse.

Encontró un vaso de agua a su lado y lo bebió


apresuradamente, ansiosa por quitarse la sensación pastosa
de la boca. Al terminar dejo el vaso vació donde estaba y
volvió a su posición, dándose cuenta de que tenía un dolor en
el abdomen que no había estado ahí antes, al llevar las manos
su vientre noto que la curvatura ya no existía.
El pecho se le contrajo dolorosamente, quitándole la
respiración, sus manos se crisparon y las lágrimas asomaron
en sus ojos pensando lo peor. Se desconectó la intravenosa,
siseando de dolor y estaba camino a hacer lo mismo con los
cables que mostraban sus signos vitales cuando la puerta se
abrió, distrayéndola de su tarea.

Necesita averiguar qué había pasado durante su


inconsciencia, eso era lo único que le importaba en este
momento, no podría estar tranquila hasta que estuviera todo
bien, ese niño era la razón por la que iba a sobrevivir los
próximos años, pensar en que algo malo le había pasado la
desesperó y se puso de pie, decidida a averiguar qué había
sucedido.

—¿Adónde vas?

Ace cerró la puerta detrás de sí, llevaba un café en la mano y


lucía cansado, con sombras oscuras bajo sus ojos n***os, su
cabello estaba despeinado y la barba le había crecido.

Lo ignoro, desconectó los cables, dando paso a un pitido


molesto que la irrito.

Ace bufó, lo escuchó moverse por la habitación y llegar hasta


ella antes de que pudiera alejarse mucho de la cama. Gina
forcejeó, pero contra Ace no tenía muchas oportunidades y
acabo en la camilla de nuevo. El pánico la inundo y peleo con
más fuerza, logrando soltar una de sus manos le dio un golpe
en el pecho que le quitó el aire y lo hizo retroceder frotándose
la zona golpeada y maldiciendo en italiano.

—¿Qué mierda fue eso? — dijo con el ceño fruncido,


frotándose la zona adolorida.

—¿Dónde está mi hijo? — exigió saber, levantándose de la


cama.
—¿Golden? Está bien, lo tienen en una incubadora. Maldición,
no puedo creer que golpees así de fuerte— balbuceo para sí
mismo la última parte.

—¿Golden? — arrugó la frente.

No entendía nada de lo que estaba pasando y tampoco se


sentía más calmada.

—Lo entenderás cuando lo veas.

Bueno, si ese era el caso, quería ir a verlo ahora mismo. Apoyo


los pies descalzos sobre el suelo frio, pero no logro dar ni un
paso, pues las enfermeras aparecieron y la obligaron a
meterse en la cama de nuevo, por más que ella forcejeo y
trato de convencerlas que lo único que necesita era ver a su
hijo, no logro lo que quería. Así que estuvo mandándole
miradas asesinas a Ace que se había quedado con ella hasta
que llegara el doctor para informarle sobre la cesárea que
había tenido.

Seguía procesando el hecho de que su hijo ya estaba en este


mundo, respirando, encantando, porque si se llamaba Golden
debía ser por algo, y en todo caso, ¿qué clase de nombre era
ese? Uno no común, obviamente, pero no era de esos
nombres extraños y bonitos, este era raro y no estaba segura
de sí le gustaba, además era su hijo, solo ella tenía derecho a
elegir como se llamaría, aunque se supone que ella también
debería haberlo traído a la vida, y no había sido capaz. No
había estado ahí para abrazarlo, para decirle que todo estaría
bien, para calmar su llanto.

Que fracaso era.

El pensamiento se acentuó un par de horas más tardes


cuando una enfermera entró a preguntarle si iba a sacarse
leche para poder alimentar a Golden. Que sorpresa fue la suya
cuando se dio cuenta que no tenía nada que ofrecerle, de
nuevo. 

Pdf hasta el capítulo 25, para continuar leyendo escribeme


por instagram a @teamklaynd
VEINTISEIS-El corazón del diablo-
Dreame

El tiempo era un ser vil, podía hacer que una semana fuera
una eternidad, alargando las horas y junto con ellas el dolor
que había sentido por ver a su pequeño dentro de la
incubadora. Ahora, otra semana más tarde, el tiempo seguía
siendo un ingrato, volviéndose nada en momentos en donde
deseaba que transcurriera lento como la semana anterior.

Golden, el nombre le hizo mucho más sentido después de


verlo en la incubadora, su piel dorada destacando contra la
sábana blanca, tenía mucho de Massimo, sí, pero esos ojos
que le habían dado el nombre eran solo de ella y a pesar de
que le molestaba ver tanto de su esposo en una cosa
hermosa como su bebé había hecho la paz con ello,
preocupándose más por otros temas que sí eran relevantes;
como lo afectada que había estado por no poder tenerlo entre
sus brazos o lo mucho que le estaba costando aceptar que las
cosas más importantes de la maternidad se las había perdido.
No fue capaz de traerlo a este mundo y tampoco podía
alimentarlo, se suponía que los momentos en donde uno
amamantaba a su hijo era donde se iba creando el vínculo
entre ellos dos, y si no tenía eso, ¿cómo se iba a relacionar
con él?

Su cabeza estaba hecha un lio, metafórica y literalmente


porque hace un par de días que no se bañaba y a pesar de que
se sentía apestosa y sucia no encontraba la fuerza para
hacerlo. Quien diría que un bebé de apenas días podía ocupar
tanto tiempo. Lo único que hacía era comer, dormir y cagar, en
ese preciso orden, cada tres horas más o menos, lo que la
dejaba a ella con muy poco tiempo para sí misma, ergo no
había tomado una ducha en días y se había convertido en una
mujer completamente diferente, esclavizada por su bebé. Pero
a pesar de lo deprimente y alarmante que sonaba, una parte
de ella estaba feliz por tener a Golden junto con ella. Mecerlo
entre sus brazos, colocarlo sobre su pecho y tararearle hasta
que se quedara dormido le producía un placer inexplicable, así
que a pesar de que este niño estaba siendo su perdición
también era lo único que la mantenía cuerda, eso y Frances,
por supuesto, que después de terminar sus exámenes había
estado quedándose con ella para darle algo de apoyo.

—Uf, amiga, en serio tienes que darte una ducha.

Le estaba dando su dosis de amor diaria, abrazándola y


desenredándole el pelo mientras ella alimentaba a Den
sentada en la cocina.

—¿Para qué?

—¿Cómo qué para qué?— le tiró la cabeza hacia atrás para


poder ver su cara de piel opaca y sudorosa y las sombras bajo
sus ojos —Oye, me estás preocupando, ¿estás segura de que
no tienes depresión post parto?

No estaba segura de su salud mental en este momento, ya ni


tiempo tenía para trastear en internet buscando algún sitio
que le diera alguna pista de lo que era normal y lo significa
una gran "ve al psicólogo antes de que te cuelgues". Dudaba
de que estuviera tan mal, tenía la sensación de que era el
cansancio en general, la cesarea había sido complicada y no
había podido dormir bien en las últimas semanas, por más
ayuda que recibiera de su mejor amiga todo el trabajo iba por
su cuenta principalmente; Massimo como siempre se había
desligado de cualquier responsabilidad.

—Ve a ducharte y después conversaremos de eso.

—¿Qué? — tiro los labios hacia arriba, el gesto le pareció


desconocido —¿No te gusta mi olor? — se acercó a ella y le
puso la axila en la cara, maniobrando para que Den no se
cayera del otro brazo, aunque era tan pequeño que cabía
perfectamente ahí.

—Definitivamente no. Asegúrate de poner harto jabón en esa


parte, mejor pon jabón en todo tú. Ahora, pásame a ese
chiquito hermoso— estiró los brazos en su dirección.

Gina lo acercó a su pecho por instinto, la idea de no tener un


ojo sobre él por más de cinco minutos la ponía nerviosa, pero
confiaba en Frances y de verdad necesitaba una ducha. Así
que armándose de valor deposito a Golden en los brazos de
su mejor amiga y fue a darse la ducha más rápida de toda su
vida. Aunque tomo un poco más de tiempo vistiéndose,
encremando su cuerpo antes de, algo que también no había
hecho en mucho tiempo.

Al bajar a la cocina, Frances había puesto a Den en el coche


que tenía y lo estaba meciendo con su pie mientras le
cantaba, cada cierto tiempo se detenía para darle una
mordida a su pan.

—¿Se quedo dormido? — susurro.

—Estamos en eso— Frances habló con voz normal —, pero


este chiquito es algo terco.

Se le escapó una risita que ahogo pasándose una mano por la


cara y después llevándola hacia atrás, desordenándose el
cabello y pasándolo de un lado a otro, lo tenía tan largo que
fue una tarea pesada.

—Creo que eso es mi culpa— dijo con una sonrisa de disculpa.

—Entre Massimo y tú no tenía de otra— se encogió de


hombros.
Gina rio de nuevo y Frances se sintió contenta de saber que su
mejor amiga seguía siendo la misma mujer risueña, tan solo
estaba pasando por un momento difícil y era entendible, ser
madre soltera era desgastante y muy complicado, no
imposible, pero definitivamente era una tarea más ardua si no
tenías a nadie a tu lado que te acompañara en todas, ello lo
había visto y sabía que por mucha ayuda que le diera no iba a
ser lo mismo que si el idiota de Massimo se hiciera cargo de
su papel como padre.

—Una rutina de sueño ayuda bastante, Leah solía ponerle


Madonna a JJ para que se durmiera y después de un tiempo
apenas escuchaba Hung up el niño caía directo a los brazos
de Morfeo.

Gina le lanzó una mirada incrédula.

—Bueno, no tan así, pero ya sabes a lo que me refiero.

—¿Qué le ponga Beyonce a mi hijo para que se duerma? —


inquirió con una ceja arqueada.

Fran soltó una carcajada que acalló rápidamente cuando vio


de reojo que Den abría los ojos de golpe, asustado por el
ruido.  Murmuró una disculpa y siguio moviendo el coche,
meciéndolo lo suficiente hasta que se durmió.

Entre tanto Gina se preparaba el desayuno o, mejor dicho,


juntaba todo lo que las cocineras habían dejado en el mesón.

—Si creas una rutina de sueño, por ejemplo, bañarlo y darle un


masaje antes de dormir se acostumbrar a eso, pero durante el
día es normal que se duerman mientras comen, sino mécelo
en el coche, esa nunca falla.

Se sentó frente a ella, con un pote de fruta en las manos,


tomó un gran bocado. Mastico con prisa, casi atragantándose
al tragar demasiado pronto, después recordó que no tenía por
qué apurarse. Den estaba dormido, ella ya se había duchado y
no tenía nada más que hacer.

—¿Cómo sabes tanto sobre bebés?

—Leah, amigas que se embarazaron en secundaria, amigas de


la universidad que se embarazaron— se encogió de hombros.

Gina asintió cortamente, no sabiendo cómo responder a eso.


A veces se olvidaba de lo diferente que habían sido sus vidas,
lo diferente que seguían siendo. Gina era el típico cliché de
niña rica que tenía problemas de niña rica, padres que la
ignoraban, rodeada de personas hipócritas. Desesperada por
escapar de esa mierda de mundo, pero siempre viviendo del
dinero de papi. Frances era el cliché contrario: familia
trabajadora, nacida en un mundo de drogas e ilegalidad, la
niña esforzada e inteligente que había llegado a la
universalidad. Pertenecían a dos mundos diferentes y se
habían encontrado por pura casualidad. Aun así, Gina podía
entender porque se llevaban tan bien; venían de diferentes
lados, pero eran lo mismo, y a pesar de lo que la gente solía
pensar Gina no era pretenciosa, estirada o superficial y
Frances era mucho más que esa cara bonita y su usual
mutismo.

Se complementaban y a su vez tenían cosas en común, eran


la mezcla perfecta. No podía imaginar un mundo sin su mejor
amiga, sobre todo ahora.

Después de ese día, Frances tuvo que regresar al


departamento. Mientras su amiga pasaba los días yendo a la
universidad y estudiando, ella estaba aquí, limpiando mierda,
haciendo a su bebé eructar y pensando en cómo hacer su vida
menos miserable, siendo que las únicas cosas que le daban
sentido a su vida ya no podía hacerlas. Así que estaba en
busca de nuevos hobbies que pudieran evitar que se volviera
loca.
—¿Ace? — estiró el cuello sobre el computador cuando sintió
una presencia extra en su cuarto —¿Qué haces aquí?

—¿Puedo verlo? — apuntó flojamente a la cuna.

Le dijo que sí con un movimiento de cabeza corto y volvió a


concentrarse en su búsqueda. Hoy Dean estaba durmiendo un
poco más, así que eso le había dado tiempo para ordenar la
ropa de él y, después del almuerzo, sentarse a buscar qué
diablos hacer con su vida ahora. Definitivamente iba volver a
estudiar, no podía imaginar su vida sin una carrera, quería
desarrollarse profesionalmente, tener su independencia, sobre
todo económicamente y ser algo más que una esposa y
madre.

Hasta ahora había sopesado los hobbies de coleccionista,


perfeccionar su repostería, karaoke (no tenía ni idea de que se
podía considerar un pasatiempo) y, por último, su favorito:
traficante, considerando que ya era parte de la mafia no le
parecía tan imposible.

—¿Qué haces cuando estás aburrido? — curioseó haciendo el


computador a un lado.

Se lanzó a la cama, su cabello esparciéndose por todo el


colchón. Estiro y doblo las piernas hasta que sus músculos se
relajaron, luego giró el rostro hacia su guardaespaldas, su
típica mirada apática convertida ahora en una de sorpresa.

—¿Qué tramas?

Achino los ojos, pero después relajo el rostro y le dio una


sonrisa enorme.

—¿Por qué estaría planeando algo?


Se sentó como correspondía, metiendo las manos en los
bolsillos de su poleron, balanceándose ligeramente sobre su
cuerpo mientras esperaba a que le respondiera.

—¿Para qué quieres saber? — retomó la pregunta inicial.

Gina batió sus pestañas y se inclinó hacia delante mientras


formaban una sonrisa con sus labios rellenos. Después se
encogió de hombros.

—Necesito algo con que entretenerme.

—Pensé que Den tenía todo tu tiempo— bajo la mirada al bebé,


estirando la mano para acariciar su rostro. El niño giró el
cuello hacia él y estuvo a punto de atrapar su dedo con esos
labios rosados.

Alejo su extremidad de él con el ceño fruncido, al voltearse


hacia Gina otra vez, ella lo observaba con interés. ¿Por qué
sería eso? ¿Qué había en él que Gina siempre lo estaba
mirando de esa manera? O sea, sabía que era una persona
rara y que parecía más un robot que un ser humano, pero ya
llevaban tiempo conociéndose y estaba seguro de que Gina
había descubierto que en realidad sí tenía emociones.

—Sí y no— respondió con cierta alegría —Cuando está


despierto es como si fuera su esclava, pero cuando duerme
no tengo mucho que hacer, hay otras mujeres que se
encargan de todo aquí. Además, necesito hacer algo con mi
vida— se tono decayó al final sin haberlo planeado así. 

Se relamió los labios e hizo a un lado la mirada, fingiendo que


buscaba algo en su celular. La culpa la golpeo apenas las
palabras dejaron su boca. ¿Era una mala madre por querer ser
más que eso? No, una cosa no tenía nada que ver con la otra,
además, Den seguía siendo su prioridad y jamás elegiría su
entretención por sobre el bien de Golden.
—¿Cuántos metros alcanza eso? — señalo el monitor de bebé.

Gina hizo una búsqueda mental del catálogo que había leído,
estaba segura de que en alguna parte lo mencionaba, pero no
podía recordarlo. Pero supuso, teniendo en cuenta de que no
le había salido tan caro, que debía ser lo normal, así que, eso
fue lo que le respondió a Ace, quien tan solo levantó la ceja
sutilmente antes de decirle que tendría que comprar uno con
más alcance si quería acompañarlo.

—Entonces, ¿sí me vas a mostrar tu hobby?— su rostro se


iluminó y junto las palmas con emoción.

—Mmh— balanceo en diferentes direcciones con los labios


estirados en una mueca que decía: no me queda de otra.

Gina se levantó de un salto para darle un abrazo, pero Ace se


hizo a un lado con la velocidad de un rayo y estuvo a punto de
caer al suelo si no hubiera sido porque se afirmó del barandal
de la cuna a tiempo.

—¿Qué carajo? — alzo la voz.

Una vez hubo recuperado la compostura y asegurándose de


que Den seguía durmiendo se enfocó en Ace, que tenía una
mano sobre la nuca y la mirada puesta en cualquier otra cosa
que no fuera ella.

—Oye, ni que te fuera a apuñalar o algo así, tan solo quería


darte un abrazo.

—¿Por qué? — cuestionó con el ceño fruncido.

Gina resopló y se acercó a él con los brazos estirados, cuando


Ace no se movió termino con el espacio entre ellos dos.

—Porque eso es lo que hacen los amigos— le dijo con una


media sonrisa que Ace no pudo ver.
Apoyó la cabeza sobre su pecho. Cerró los ojos por un
momento, no supo porque lo hizo, tan solo que la sensación
fue agradable y que ahí, rodeada por sus brazos pareció que el
mundo dejo de existir por un segundo; hasta que escuchó el
corazón acelerado de Ace, golpeteando sin control contra sus
costillas, mezclándose con las respiraciones temblorosas que
hacían vibrar su pecho. Levantó la mirada para encontrárselo
con los ojos cerrados y el ceño fruncido, balbuceando cosas
que no pudo entender.

—Oye, me siento bastante ofendido por no estar formando


parte de este abrazo.

Giró el cuello bruscamente hacia la puerta. La figura alta y


delgada de Santino estaba recargada contra el marco, los
brazos cerrados sobre el pecho y sus labios curvados en un
puchero que le sacó una carcajada, no sabía cómo un hombre
de su porte podía verse y actuar tan infantilmente.

—Ven para acá— dijo estirando el brazo en su dirección.

—No, n-no— balbuceo el chico al que estaba abrazando, pero


ya era demasiado tarde.

Santino no tuvo ningún problema con unirse a ellos, siendo


casi del mismo porte que Ace y estando Gina sin sus tacos,
quedo atrapada entre dos pechos masculinos, mezclándose
los perfumes de cada uno y asfixiándola un poquito.

—Ya, es demasiado— dijo con voz ahoga.

Ace fue el primero en apartarse. Santino se tomó su tiempo


acariciándole el cabello de esa forma que tanto le gustaba y
después depositando un beso en su frente.

—¿Y eso? — ladeo la cabeza hacia un lado, sin saber de dónde


provenía tanto cariño.
—Fran dijo que te diera mucho amor mientras ella no
estuviera.

Por supuesto, eso era típico de ella, y siendo que a Santino lo


consideraba un amigo no le molesto que su amiga
transmitiera su preocupación sobre ella a otra persona.

Retrocedió un par de pasos, hasta que sus pantorrillas


chocaron el borde de la cama. Observo a los dos hombres en
su cuarto, sin saber muy bien que decir a continuación,
esperaba seguir su plática con Ace, pero usualmente lo que
hacía con Ace o lo que él le dejaba hacer no era algo que
Massimo aprobaría, así que prefería no tener testigos en esa
conversación. Por otro lado, Santino en su habitación no era
algo normal, se encontraban más que nada cuando ella
estaba en la terraza o en la cocina.

—¿Qué haces aquí? — achinó los ojos ligeramente.

—Siempre tan sutil, Gina— negó con la cabeza y ella le dio una
sonrisa que pretendía ser de disculpa —Sonia me mando a
preguntar qué vas a querer para cenar.

Ah, las cocineras. Habían sido un amor con ella durante las
últimas dos semanas, preparándole las cosas que sabía que
le gustaban y dejando de darle esas miradas serias que antes
compartían. No se habían vuelto mejores amigas, eso jamás
iba a pasar, pero se sentía consentida por ellas y era bueno
tener a alguien más que no la odiara en esta casa, sin contar
Santino y Ace.

Junto los labios en una línea fina y después los soltó,


emitiendo un sonoro pop.

—Su sopa de vegetales— dijo en tono cantarín.


Esa sopa era una delicia y mucho más en los días fríos como
hoy. Parecía ser que el clima se había olvidado de que ya
estaban en primavera y le había tocado una semana nublada y
mayoritariamente helada.

Después de eso Santino volvió a su labor, dejándola sola con


Ace quien tenía la mirada fija en la cuna, o más bien lo que
había en su interior. Pasó la vista del hombre a su hijo
dándose cuenta de que el menor había despertado o estaba
en eso; retorciéndose sobre el colchón soltando pequeños
quejidos que auguraban un llanto terrible. Lo tomó en sus
brazos antes de que eso pudiera pasar, revisando su pañal,
porque usualmente era eso lo que lo molestaba después de
despertar, y, después de tantear el peso del pañal, supo que
era la hora de cambiarlo; para su suerte tan solo era pipí.

—Después de darle la leche vamos al centro comercial por un


mejor monitor y después me cuentas de que va ese hobby
tuyo— le contó a su guardaespaldas, lanzando una mirada por
sobre su hombro.

Ace estaba recargado sobre el escritorio apiñado en la


esquina del cuarto, al final no había tenido que sacarlo para
hacer calzar la cuna, lo cual era un alivio porque no tenía ni
idea de donde lo hubiera dejado.

—Sí, señora— respondió poniéndose derecho y haciendo un


saludo militar.

Gina se rio entre dientes, negando con la cabeza, divertida y


sorprendida a la vez porque Ace mostrara otra faceta suya.

—Ahora, ve a botar esto— le lanzó el pañal con malicia, pero


para su sorpresa Ace no le hizo el quite y lo agarró sin asco —
¿No tienes problema para recibir un pañal, pero si quiero
abrazarte me evitas como si tuviera peste? — cuestionó con
una ceja enarcada.
—¿Qué puedo decir? — se encogió de hombros —Tu cabello
me da mala espina.

Le sacó la lengua, pero cuando se fue tomó un par de


mechones de su pelo y se los acercó a la nariz, olfateo con
desconfianza, no olía mal, pero si estaba grasoso, y requería
de un corte urgente.

—Igual me veo hermosa, ¿no, Den?— le habló en tono infantil.


El desgraciado ni le presto atención.

Después de cambiarse por un chaleco más decente, pero


dejándose las calzas porque los jeans ya no le cerraban, bajo
a la cocina. Preparo la formula y sacó a Den del coche para
alimentarlo mientras lo tenía entre sus brazos, deseando que
eso pudiera, de alguna manera, recompensar el hecho de que
no lo estuviera amamantando. Frances insistía en que darle
leche de formula no iba a ocasionar que la odiara o se sintiera
despegado de ella cuando más grande, pero Gina tenía sus
dudas, estúpidas, ya que sabía que su amiga tenía razón, pero
el miedo a fracasar como madre era mayor.

Pestañeo repetidamente, intentando apartar las lágrimas que


se acumularon en sus ojos, pero algunas lograron caer sobre
sus mejillas y una fue a parar sobre la naricita de Den, quien
abrió sus ojos de golpe, quitándole el aliento con ese dorado
al que todavía no se acostumbraba. Se veían tan vivos e
inteligentes, tan conscientes de lo que sucedía a su alrededor,
aunque Gina sabía que aún no podía ver nada y que no había
mucho que entendiera sobre este mundo.

—Lo siento— le secó el rostro con los dedos —, tu mami está


un poco sentimental.

Le ofreció una sonrisa temblorosa, pero Den prefirió


concentrarse en lo que le quedaba de leche y cerrar sus ojos
de nuevo.
—Que indiferente, niño. Dañas sin sentimientos— dijo con
molestia, Den siguió sin prestarle atención —. Creo que me
prestabas más atención cuando estabas dentro de mí, ¿no es
así? — le acaricio la mejilla, como estaba acostumbrándose a
hacer —. Y, cuéntame, ¿qué se siente estar afuera?

Sacudió la cabeza, riéndose de sí misma. ¿Quién hubiera


pensado que con veintiún años iba a estar hablándole a su
bebé? ¿Quién hubiera pensado en que su vida sería esta
ahora? Pero eso no le preocupaba tanto como el hecho de que
no sabía si algún día podría conformarse con esto, con ser la
esposa de un capo y tener que vivir bajo el mismo techo de un
hombre que no quería.
VEINTISIETE-El corazón del diablo-
Dreame

Ace apareció en su habitación cuando ya se había encargado


de quitarle todos los gases a Den, quien ahora batía sus
pestañas con lentitud, dejándole saber que apenas se subiera
al auto se iba a quedar dormido. Con eso mente comenzó a
dudar de si era una buena idea salir, además, ahora que lo
había dejado en el coche mientras preparaba todo lo que
podría necesitar, se dio cuenta de lo pequeño que era, tan
indefenso.

—¿Crees que sea buena idea sacarlo? — le preguntó a su


guardaespaldas mirando fijamente a su hijo.

—Tú deberías saber eso, no yo.

No sonó para nada brusco, pero no fue necesario para hacer


que el ardor detrás de sus ojos se volviera insoportable y
tuviera que parpadear mientras miraba hacia arriba,
esperando que las lágrimas se le secaran. Por supuesto que
ella debería saberlo, ni siquiera entendía porque le había
preguntado, Ace podía ser su amigo, pero eso no significaba
que tuviera ayuda en todo esto, estaba sola y era
aterrorizante.

—Cierto— se esforzó para que su voz saliera normal.

Miró a Den envuelto en todas las mantas otra vez, la imagen


de él en ese coche le revolvió el estómago e hizo que nuevas
lágrimas quisieran salir.

¡No! No iba a llorar, ella no lloraba, no se lamentaba ni dejaba


que pequeñeces como estas la afectaran. Gina era una mujer
fuerte, segura y por sobre todo era del tipo de persona que se
enfocaba en resolver problemas, no llorar sobre ellos.

Pero su cuerpo había estado rebelándose contra ella en los


últimos meses —malditas hormonas— y acabo derramando un
par de lágrimas que limpió apresuradamente, viendo de reojo
que el gesto no había pasado desapercibido para Ace.

—Gina...

—Olvídalo— dijo con los dientes apretados, no quería su


lastima —. Ya puedes irte— lo despachó sin darle una segunda
mirada.

Metió las cosas que le faltaban en la pañalera y la hizo a un


lado. Primero iba a revisar en internet si es que era una buena
idea salir con Den y después se iba a poner algo de maquillaje
o bajaría a buscar una porción tremenda de pastel,
dependiendo que encontrara en internet.

—No quise decirlo así.

—Me da lo mismo, Ace— hizo un ademán desdeñoso con la


mano; más concentrada en buscar alguna información útil
que la ayudara a sentirse mejor.

Había tantas cosas que no sabía, nunca antes deseo tanto


tener una mamá o una figura materna que pudiera guiarla,
pero, de nuevo, estaba sola y tenía que asumirlo, así como
había asumido que se había quedado embarazada a los veinte
y así como estaba asumiendo que debía alimentar a Golden
con leche de formula. Era parte de la vida y si antes había
podido solucionar otros problemas, también lo iba a hacer
ahora.

Estaba entrando a la segunda página de maternidad y todos


esos blogs que existían para madres primerizas como ella que
dudaban de hasta como poner el pañal. Según esta página no
había ningún problema con sacar al bebé de la casa, pero no
lo recomendaban no cuando hacía mucho calor o frío y
definitivamente no a lugares donde se concentrarán grandes
gentíos, así que la ida al centro comercial estaba vetada. 

Se mordió el labio inferior, inspiró profundamente y tiró el


celular a la cama. Se pasó una mano por el rostro y resopló.
Iba a darse media vuelta para ir buscar ese trozo de pastel
que tenía en mente un par de minutos atrás, pero dos brazos
rodeando su cintura la detuvieron. Con el corazón a mil se dio
mediada vuelta o al menos lo intento, pues los brazos de Ace
la retuvieron. Sabía que era él por su olor a crema para afeitar
y el detergente de su polera, diferente al que usaban en esta
casa. 

—¿Qué haces? — dijo realmente intrigada.

Dejo caer los brazos a sus costados, un par de segundos más


tardes los utilizo para arreglarse unos mechones de cabello.
Sacó la lengua para humedecerse los labios, volvió a dejar
caer los brazos y después los movió hasta ubicarlos sobre los
de Ace. Lo sintió estremecerse detrás de ella, pero no se
apartó y parecía estar mucho más relajado que cuando ella lo
abrazo media hora atrás. 

—¿Ace? — lo intentó de nuevo, porque a pesar de lo bien que


se sentía tener sus brazos alrededor y lo magnifico que era se
sostenida por alguien de esa manera, necesitaba saber que lo
había llevado a hacer tal cosa.

Estaba segura que la culpa tenía algo que ver con eso, pero se
le hacía difícil imaginar algo que hubiera afectado tanto a Ace
como para que diera una muestra de cariño de esa manera.
Tal vez ella se veía más vulnerable de lo que creía, tal vez Ace
sí podía comprender los sentimientos de las otras personas y
hacer algo por ellos. 
—No quise hacerte sentir mal— la apretó un poco más fuerte
antes de relajar el agarre y comenzar a frotar el pulgar contra
el dorso de su mano.

Trago con dificultad, no sabiendo muy bien como sentirse


debido a su esporádica muestra de cariño.

—Entonces no deberías haberme respondido así— su intento


de sonar enojada y autoritaria fue una lástima —. Lo hago lo
mejor que puedo, ¿ya?

Quiso hundirse en los brazos de Ace para desaparecer y no


volver hasta que ya estuviera todo solucionado, pero de
nuevo, esa no era ella. Gina no lloraba en los brazos de nadie
—que no fuera Fran— y mucho menos contaba sus problemas
a personas como Ace, pero tampoco era del tipo de persona
que rechazara un abrazo, así que se quedó ahí hasta que su
amigo decidió apartarse.

Ella se dio media vuelta para encontrárselo frente a ella,


apenas unos milímetros entre ambos. Sus respiraciones; la de
él trabajada y la de Gina normal como siempre, mezclándose
de una manera que había resultado no ser buena las veces
anteriores. Comenzó a dudar de como terminarían las cosas
cuando Ace enrolló uno de sus rulos en el dedo índice,
estirándolo lentamente hasta que se desarmó por completo.

—Lo estás haciendo genial— dijo con un dejo de timidez.

Enarcó una ceja silenciosamente.

—¿Me vas a hacer enumerar todo lo que estás haciendo bien?


— cuestionó, devolviéndole el gesto.

Gina ladeo la cabeza, el gesto llevando su cabello hacia la


derecha. Sus labios se curvaron en una sonrisa coqueta y Ace
no pudo evitar reír cuando ella agitó sus pestañas
exageradamente.
—Puedo ver en tus ojos cuanto lo quieres, Gina, y sé que te
esfuerzas por darle lo mejor de ti. Además, tú no eres el tipo
de persona que necesita que otros le digan lo que está
haciendo bien— terminó mientras le hacia el pelo a un lado,
despejándole el cuello.

Sus ojos recayeron sobre sus labios por un momento. Se


inclinó sobre ella y no pudo hacer más que aguantar la
respiración, esperando por su siguiente movimiento que
acabó ser un beso en la frente.

—Pensé que me ibas a besar— hizo un puchero adorable.

—Quedamos en que éramos amigos.

—¿Y? — se encogió de hombros porque para ella no era la gran


cosa, tan solo necesitaba quitarse la curiosidad de a que
sabían los labios de Ace.

—Eres incorregible— retrocedió y lo siguió haciendo mientras


hablaba —, yo me encargó del monitor para bebé.

Gina lo miró sin saber que decir. El de ahí, definitivamente no


era Ace, su guardaespaldas no daba abrazos ni mucho menos
besos y no se ofrecía a ayudarla, pero no iba a desconfiar de
él.

Fue después de la cena, cuando ya estaba preparándose para


dormir, que un golpe en la puerta la alertó. Al ir a abrirla se
topó con la figura de su amigo. Se hizo a un lado para dejarlo
pasar. Le mostró el monitor que había comprado y que se
conectaba al celular, y después de instalar todo y comprobar
que funcionaba le dijo que se pusiera zapatos y una chaqueta
para que lo acompañara.

Con su aire misterioso de vuelta, acompañado del mutismo


que lo caracterizaba no hizo mucho para contradecirle,
aunque se puso un poco nerviosa al ver que llevaba varios
cargadores y además de la típica pistola afirmaba en su
cadera, tenía una más al otro lado.

Salieron de la casa. El aire frío de abril le helo las mejillas y la


nariz. Hundió el cuello para protegerse del clima y tuvo que
meter las manos en los bolsillos para que no se le congelaran
también. Cada cierto tiempo se detenía para dejar que un
estremecimiento le recorriera el cuerpo completo.

La tierra por la que andaban estaba algo húmeda y


resbaladiza, Ace parecía ser que estuviera andando por una
vereda cualquiera, pero ella tuvo cierta dificultad para seguirle
el paso y estuvo a punto de caer varias veces. Tuvo que
esforzarse para no quedarse atrás y no parecer tan
desorientada como en realidad lo estaba.

Se detuvieron sobre la cima de la colina. Los muslos le


quemaban y su respiración jadeante delato el mucho esfuerzo
que le había tomado llegar hasta ahí. Aun así, se esforzó por
mantenerse erguida y regular sus inhalaciones hasta que más
calmada fue capaz de observar todo el lugar. No estaban muy
alto, pero la casa se veía lejana, un manchón de luces
amarillas y más abajo, Vegas parecía un enorme charco de
luciérnagas que la dejo sin respiración.

Al voltearse hacia Ace se dio cuenta de que aquí arriba, no


estaba vació, había un par de siluetas afirmadas con palos de
madera que se fueron iluminando a medida que el sonido de
un motor se iba a incrementando.

—¿Así que esto haces por las noches?

Él se encogió de hombros. Se agachó para alcanzar un par de


cosas más que no había visto y que hizo que un camino de
luces se encendiera frente a ellos, aclarando el paisaje en
general.
Gina vio de reojo que Ace estaba levantando la pistola. Las
manos le temblaron y retrocedió un paso instintivamente,
delatando su nerviosismo. Mas cuando él le ofreció el arma,
dejándola colgar entre sus dedos mientras Gina decidía si
quería tomarla o no, comenzó a comprender a donde iba todo
esto.

—¿Vamos a disparar? — la emoción se deslizo por su voz, pero


no le importo.

—Me ayuda a relajarme, además nunca se es lo


suficientemente bueno en esto.

Ella asintió, dándole la razón. Tomó el arma entre sus manos,


percatándose de que era mucho más pesada de lo que creía,
pero después de acostumbrarse al peso la levantó con
facilidad, apuntando a las siluetas, entrecerrando los ojos,
esperando que eso la ayudara a apuntar mejor. No se atrevió a
presionar el gatillo, aunque asumió que tenía el seguro puesto
y no sabía cómo quitárselo, así que prefirió no hacer el
ridículo y esperar a que Ace le diera nuevas indicaciones.

—Esto es genial— balanceo el paso del arma en su mano al


tiempo que se giraba hacia su amigo.

—Ya me estoy arrepintiendo— murmuró entre dientes. Envolvió


los dedos sobre su muñeca, deteniendo el movimiento —. No
hagas eso, es peligroso para ti y para mí— dijo con más
seriedad de a la que estaba acostumbrada.

Le quitó la pistola, revisó la carga con ese profesionalismo


que veía en las películas y después se la volvió a entregar. La
tomó con más consciencia, dejándola en su mano sin tener ni
idea que hacer con ella.

Hace tiempo que no se enfrentaba a una de estas situaciones,


esas que realmente significaban un desafió y que te
cambiaban para siempre. Tener un arma en su mano no era un
asunto liviano, por eso le sorprendió lo poco que le costó
llegar a un acuerdo consigo misma, aunque lo más probable
es que tuviera que ver con el hecho de que saber defenderse
era algo muy importante y también con que no tuviera que
dispararle a nada vivo.

Ace la instruyo sobre las cosas básicas y técnicas, cómo


revisar el cargador, que siempre puede haber una bala en la
recamara, cómo sujetar correctamente el arma y al final le
enseñó a quitar el seguro. Estaban en la parte en donde le
contaba que se sentía disparar, la fuerza con que te empujaba
hacia atrás el arma, la explosión dañándote los oídos, lo
aturdido y asustado que podías quedar después de eso,
cuando una nueva sombra se unió a la de ellos.

Ambos se giraron con pistola en mano, Ace moviéndose hacia


ella silenciosamente para protegerla en el caso de que así se
requiriera, pero resulto ser Massimo, así que se hizo a un lado
antes de que tuviera la impresión equivocada.

—¿Lo podemos usar para practicar mi puntería? —Gina se


inclinó sobre él para murmurar las palabras en su oreja.

Plegó los labios en una línea recta, intentando controlar la


risa. Mierda, esta mujer no le temía a nada, ni siquiera a la
mirada asesina que le lanzó Massimo cuando los vio tan
cerca, luciendo como los mejores cómplices.

—¿Qué haces acá?

Gina agitó el arma en su dirección. Ace tuvo que cubrirse la


boca para no mostrarle la sonrisa estirando sus labios.

—Cuidado con cómo me hablas cuando sostengo una pistola


— dijo ella.
Recargo el peso en una pierna y apoyó el puño sobre la
cadera, mientras que con la otra mano seguía apuntándole
flojamente a su marido.

Un escalofrió le recorrió el cuerpo, y podría haber sido


cualquier cosa, la brisa que corrió en ese preciso momento, el
frio en general, miedo, pero ella reconoció el golpe de energía
que sacudió su cuerpo de inmediato. La manera en que se le
erizaron los pelos de los brazos y esa sonrisa que no pudo
evitar acusaron la excitación que sentía. No supo muy bien
que la causo; probablemente el hecho de que se sintiera con
más poder que él en ese momento y que Massimo se hubiera
quedado pasmado en su lugar, eso no había pasado nunca y
le gusto tener el poder para dejarlo callado y para mantenerlo
lejos, ahora era a ella a quien debía obedecer.

—No sabes cómo usar eso, Corazón.

—No quieres comprobarlo— le respondió con una ceja


enarcada en toda esa pose diva

Él, por supuesto, se lo tomó como un reto. Porque comenzó a


avanzar hacia ella con paso lento, tanteando hasta que tan
lejos estaba dispuesta a llegar. Cuando lo tuvo al frente supo
que su oportunidad había pasado y estaba tan decepcionada
de sí misma por no haber disparado, tan ensimismada en sus
pensamientos de odio que se dejó manejar por Massimo sin
ser realmente consciente de ello. Acabo entre sus brazos, la
pistola todavía en sus manos, y estas, cubiertas por las de él,
que eran grandes y ásperas, y le quitaron la respiración
cuando acariciaron su piel congelada.

—Suéltame— sacudió los hombros intentando librarse de él.

—Ya no estás en las condiciones de hacer esa petición,


Corazón.
—Massimo, en serio— le pisó el pie, pero no consiguió mucho
más que una maldición.

Agh, odiaba como es que siempre terminaba en estas


situaciones. Se había dejado llevar por sus emociones y ahora
estaba metida en el mismo problema de siempre, con la
diferencia de que por primera vez en su matrimonio —sin
contar aquella vez en la piscina— no quiso alejarse de él.
Culpaba al frio y a las hormonas post parto, por volverla tan
deseosa de su tacto.

Massimo dejo solo la diestra sobre la suya, la otra la uso para


hacerle a un lado el cabello, moviéndolo todo hacia el hombro
contrario, teniendo la vía despejada se inclinó sobre su oreja,
haciéndola arder con una exhalación sobre la carne sensible.

—Va a sonar muy fuerte cuando dispares.

—Ya lo sé— respondió con ese tonito suyo que Massimo


reprendió dándole un mordisco suave a su lóbulo.

La respiración se le atasco a medio camino, pero no se atrevió


a hacer nada que pudiera delatar cuan afectada estaba por
esa simple caricia.

—Vas a portarte bien y escucharme con mucha atención—


continuó susurrando.

El resto del mundo a su alrededor desapareció y de pronto tan


solo fueron ellos dos en una burbuja impermeable a cualquier
molestia del exterior.

—¿Por qué debería hacerte caso? — le cuestionó dándole una


mirada indolente por sobre su hombro.

Alcanzo a ver un destello de sonrisa, sus dientes blancos


refulgieron en medio de la noche, dándole un aspecto algo
siniestro.
—¿Qué sucedería si digo que voy a castigarte por cada
desobediencia?

Las palabras fueron como promesas tatuadas con fuego


sobre su piel. Le debilitaron las rodillas y la hicieron
recargarse en él. Se sumió en el calor de su cuerpo, en lo
magnifico que era estar recostada sobre su pecho, mil veces
mejor que el de Ace o cualquier otro hombre. Ambos se
abstrajeron en el cuerpo del otro, olvidándose del intruso que
se había comenzado a retirar lentamente. En ese momento
Gina no podía pensar en nada fuera de lo bien que se sentía.
Su inconsciente sabía que una vez se rompiera el momento se
iba a arrepentir. Iba a darse cuenta de lo pendeja que estaba
siendo, pero era imposible salir del estupor y del calor de sus
besos subiendo por su cuello.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Ponerme sobre tu rodilla? — dijo con


una voz que nunca había utilizado con él, dulce pero
sugerente, algo más ronca de lo normal.

Massimo le respondió con un gruñido, el sonido vibró en todo


su cuerpo y la hizo cerrar los ojos, dejándose llevar por las
memorias que de pronto inundaron su mente.

—No me provoques— saltó de su oreja a su cuello, mordiendo


sin permiso.

Pero el ataque se sintió más bien como un recordaría de lo


mucho que le gustaba marcar su piel, lo que la llevó a nadar
en recuerdos mucho más profundos que despertaron a una
versión de ella que jamás creyó tener con Massimo de nuevo;
esa que amaba poner a los hombres de rodillas para
complacerla y después los dejaba hacer con ella lo que
quisieran. Mientras Massimo marcaba su piel, un brazo se
enredó en su cintura y la empujó hacia el bulto en sus
pantalones, clavándoselo en los glúteos. Mientras él
destrozaba una a una todas sus defensas sus manos
buscaban como acercarlo un poco más a ella, queriendo
fundirse en su cuerpo. 

» He soñado con ponerte sobre mi rodilla y no parar hasta que


te quede mi mano marcada— un sonido gutural e impropio de
ella subió por su garganta sin permiso, saliendo de sus labios
con un jadeo que la dejo al descubierto —¿Acaso te prende
saber que me muero por maltratar este culito?

Dio un brinco en su lugar, debería haberle dado vergüenza el


sonido que escapo de sus labios en ese momento, pero tan
solo podía pensar en el palmazo que Massimo le había dado.
Su mano siendo un peso monumental sobre aquella parte de
su anatomía, abarcándola por completo. Había olvidado por
completo lo grande que eran sus manos y lo mucho que
podían cubrir; una sobre su abdomen, manteniéndola en su
lugar, evitando que se desplomara en el piso y la otra
magreando su pobre trasero, que nunca antes le había
parecido un punto tan erógeno.

Dejo caer el arma. La necesidad de tener las manos libres


para inspeccionar el cuerpo de su esposo con ellas era
superior a cualquier otro pensamiento racional. 

Gina se arqueó bajo su toque cuando metió la mano bajo su


camiseta. La sintió estremecerse y escuchó como gemía. El
sonido detuvo la sangre que bombeaba hacia su cerebro y la
llevó toda a su entrepierna, que con cada movimiento de
cadera o cada jadeo que Gina emitía, se iba poniendo más
dura. 

Jugueteó con el borde del pantalón. Quería destrozar la tela


para que nada se interpusiera entre ellos dos, quería voltearla
para tener ese rostro hermoso frente al suyo; poder ver sus
iris oscureciéndose por la lujuria y sus labios entreabiertos
soltar gemido tras gemido.
Dentro de todo el descontrol que siempre había sentido con
Gina, había algo más, algo que evitaba que le quitara la ropa
ahí mismo, una cosa superior a su entendimiento que lo tenía
jugueteando con el elástico de la prenda en vez de meter la
mano como lo hacía en cada uno de sus sueños. Era algo que
le cerraba la garganta y lo hacía actuar con más cuidado,
precavido como cuando te acercas a una presa que puede
asustarse y salir corriendo en cualquier momento; la
diferencia es que Gina jamás sería una presa y si pensaba así
de ella es porque sabía que apenas hubiera algo que la
alterara se iba a convertir en esa bestia que ya conocía tan
bien y lo iba a mandar por un tubo. Y en este momento, lo que
menos quería es que lo apartara, ya fuera por calentura o
porque lo odiaba menos, le gustaba que Gina pudiera tolerar
su presencia. 

Escucharla gemir su nombre, intentando sonar amenazante


porque así era ella, superó cualquier otra fantasía que hubiera
tenido. Y sabiendo que ella lo deseaba tanto como él paso la
barrera del elástico y la que seguía a esa para enterrar los
dedos en el poco vello que conservaba, rozando apenas su
clítoris.

Gina se arqueó contra su cuerpo, empujando el trasero contra


su erección y retorciéndose bajo su toque. Llevó una mano
hasta hundirla en su pelo, imitando cada uno de los tirones
que él le propicio a su propio vello. 

—Massimo— sus labios entre abiertos dejaron escapar su


nombre en un jadeo provocador.

Se apresuró a alcanzar su boca, el aliento dulce de ella


mezclándose con el propio. Se humedeció los labios, no
queriendo que nada pudiera arruinar la suavidad de los labios
de Gina. 
Deseo tener una mano libre para cubrir su mejilla y también
para levantarle el mentón y tener un mejor acceso a su boca,
pero preferido seguir con la mano dentro de sus pantalones
cuando froto la bolita de nervios y Gina jadeo sobre sus
labios. 

No queriendo perder ningún segundo más se decidió por


juntar sus labios, pero no llego muy lejos. El celular le vibró en
los pantalones, demasiado cerca de su miembro afectado;
Gina también pudo sentirlo y eso fue el maldito detonador de
aquello a lo que tanto miedo le tenía. En un segundo ella
estaba dos pasos más allá, dejándolo solo en el frio de la
noche, abriendo de nuevo ese vacío que existía en ellos. 

Sacó el celular del bolsillo tan solo para ver el nombre y saber
a quién debía asesinar más tarde, pero luego vio el nombre
Tito y tuvo que controlarse para no lanzar el celular o
romperlo con sus manos. No solo lo habían interrumpido, sino
que no tendría la oportunidad de hablar con Gina y evitar que
se sumergiera más en esos pensamientos que sabía estaba
teniendo en este momento. No sabía mucho sobre la mente
humana más allá de como causarle dolor, pero conocía a su
esposa y era demasiado orgullosa para el bien de su
matrimonio. Si se iba ahora no habría nada que intentar al
volver, pues ella ya habría levantado miles de barreras para
mantenerlo lejos, convenciéndose de que todo lo relacionado
con él no le convenía.

Pero no podía quedarse, La Legge era su deber, tenía una


responsabilidad para con la gente en ella y, además, no podía
permitirse ignorar a Tito, los necesitaba a todos de su lado en
este momento. Gina, le gustaba, pero jamás sería suficiente
como para hacerlo ignorar sus obligaciones.   
VEINTIOCHO-El corazón del diablo-
Dreame

Entró a la sala con paso apresurado, energético como


siempre, cargando consigo un aura de poder que hizo a todas
las personas en el lugar guardar silencio y dejar lo que
estaban haciendo para prestarle atención. Massimo siempre
causaba ese efecto, no importaba que estuviera apenas en el
promedio de altura, era su manera de vestirse: con trajes
hechos a la medida, perfectos para sus hombros anchos y sus
caderas no tan estrechas; en su forma de pararse frente a los
demás, siempre exigiendo un respeto que sabía se había
ganado. No era la sombra de su padre, nunca lo había sido, se
ganó su lugar en aquel mundo con esfuerzo y sangre, mucha
sangre; era eso precisamente lo que hacía que pocas
personas se opusieran a él. No era un hombre al que valía la
pena hacer enojar o desobedecer, no era un hombre al que
pudieras mentirle o traicionar sin consecuencias, no era
alguien que confiara, que tuviera benevolencia o diera
segundas oportunidades. Massimo era el diablo, no tenía
corazón ni piedad, pero a su manera era justo o al menos,
creía que lo era; no había matado a Tito después de haberlo
interrumpido en su momento con Gina y se había mostrado lo
suficiente comprensivo para ir a verlo. Así que, ahí estaba
ahora, en un cuarto bien iluminado, apenas capaz de contener
a cinco hombres corpulentos como él, más algunas sillas y
una meza redonda apartada a una esquina.

—¿Cuál es el problema, Tito? — demando saber.

Se arremango la camisa y cerró los brazos sobre el pecho


mientras se recargaba sobre la pared. Una pose que destilaba
confianza y desinterés, y que tenía la intención de hacerle
saber que más le valía tener una buena razón para haberlo
llamado.
—Ya conoce a mi hijo, John — señalo al adolescente más
cercano a él. Massimo lo miro, instándolo a continuar —. John
vio algo extraño el otro día y ya sabe usted que nosotros
siempre le seremos leal a usted solamente— enarcó una ceja
para señalarle que estaba desvariando. Tito trago saliva y
después empujo a su hijo hacia al frente —. Cuéntale.

El niño carraspeó, se toqueteo una verruga que tenía en el


mentón y comenzó a hablar.

—Estaba yo haciendo unos encargos el otro día en la casa de


su tío y vi que estaban entrando armas— Massimo se
enderezo, descruzando los brazos comenzó a prestar más
atención —, me refiero a baúles repletos de ametralladoras y
pistolas, pero quien parecía estar a cargo no era Iván, sino
Beto.

Su mandíbula se tensó inconscientemente y la lengua fue a


parar contra el paladar, conteniéndola ahí para evitar soltar la
sarta de garabatos que cruzaban por su mente en ese
momento.

—¿Viste algo más?

De nuevo el toqueteo de la verruga. Massimo entendió que se


sentía nervioso, pero poco lo importaba eso, él necesitaba
información de lo que estaba sucediendo. Había creído que
con la muerte de Lorenzo todo se había acabado. El día de la
piscina con Gina, cuando Santino los interrumpió porque su
tío lo había mandado a llamar, había sido para contarle de
como Lorenzo había ido a él, buscando un aliado que le
ayudara a derrotarlo; su tío, más por intereses propios que por
lealtad, le había contado y así Massimo se había podido
deshacer de la maldita rata.

Ahora que John le contaba esto, se daba cuenta de que había


estado equivocado y que lo más probable es que todo fuera
un plan de parte de Beto para cometer alguna estupidez como
intentar tomar el poder. Que idiota era al creer que podía
contra él, lo aplastaría con la misma facilidad con la que
aplastaba hormigas de niño y sería mucho más satisfactoria
que eso, estaba muy seguro.

—Iván no estaba, pero Beto tenía las llaves de la bodega, y


estaba trabajando con personas que no eran de La Legge.

Asintió lentamente, todo su cuerpo apretado, conteniéndose


para no comenzar a golpear cosas o agarrar a alguien y
desquitar su ira con él. ¿Lo peor? Es que seguía pensando en
Gina, en lo suave que era su cuerpo en comparación con el
suyo, no podía quitarse de la cabeza la imagen de ella
arqueándose por sus dedos trabajando entre sus piernas, en
lo caliente que estaba a pesar del clima gélido, pero lo peor
eran sus gemidos femeninos y tan desesperados. Ahora
podría estar en una situación completamente diferente,
mucho más placentera, pero en vez de eso le tocaba lidiar con
esta mierda. Iba a acabar con su tío, lo iba a destruir, no solo
había intentado hacerlo leso, sino que, además estaba aquí
por culpa de ese maldito desgraciado, en vez de entre las
piernas de su esposa. Ese era un maldito problema personal
para él.

Estaba en la biblioteca con Golden durmiendo sobre su pecho


mientras leía algo sobre la colonización de América cuando
escuchó voces aproximándose. La puerta estaba cerrada,
pero la discusión afuera se daba en tonos demasiado altos
como para que ella pudiera ignorarla. Genial, hace tiempo que
no tenía la posibilidad de espiar una conversación.

Se puso de pie lentamente con Den en sus brazos y se acercó


a la puerta, para poder oír mejor.

—¿Cómo que no está? — ese era Massimo, un Massimo muy


enojado —¡Me importa un carajo! Quiero a ese hijo de puta y lo
quiero vivo.
Frunció el ceño. ¿Quién se había ganado el odio de Massimo?,
y pobrecito él, porque su esposo en este momento no sonaba
como una persona dispuesta a escuchar o a perdonar, pero,
¿qué le importaba a ella? Mientras el asunto no le afectara,
estaba todo bien.

Meció a Den, rogando para que siguiera durmiendo, así ella


podría terminar de escuchar la conversación y enterarse un
poco de lo que iba sucediendo, a fin de cuenta y en
tecnicismos, La Legge también era su responsabilidad. Sí, las
mujeres de los capos nunca habían hecho mucho, ninguna
mujer había hecho algo dentro de la mafia, al menos no
públicamente, porque era un mundo machista, pero no le
costaba nada mantenerse informada, además, le importaban
tres hectáreas de verga lo que las mujeres pudieran o no
hacer, si le daban ganas de aparecerse y ladran ordenes, eso
haría y dudaba que alguien le fuera a decir que no, confiaba
bastante en su capacidad de intimidar.

—Ey, calma— escuchó la voz de Ace alzarse —, estas cosas se


resuelven con calma.

Massimo bufó y se soltó de su agarre.

—Esto se soluciona cortando cabezas— aseguró el capo.

Ambos hombres se miraron fijamente, Ace estaba evitándole


el paso con la esperanza de que se calmara antes de que
fuera a hacer alguna tontera como declararle la guerra a Beto
y con ello a todos los que estaban de su lado, que sabía eran
varios, porque había un par de hombres más viejos que eran
muy tercos para dejarse liderar por Massimo, entre ellos Beto,
que desde que lo conocía había sido un alborotador. Era el
hijo del medio, siempre llorando por atención.

—Vas a ocasionar muchos problemas— le advirtió a su amigo.


Max avanzó decidido, haciéndolo a un lado con un empujón
casi violento.

—Como si me importara. Quiero a todos esos viejos muertos.

Ace intentó empujarlo contra la pared, pero Massimo se


resistió, empujándolo de vuelta, creando un forcejeo entre los
dos que acabó en el momento en que el capo se alzó en
fuerza y lo tomó de los hombros para sostenerlo contra la
pared, poniendo el antebrazo en su garganta, cortándole
ligeramente el aire como una amenaza de que no estaba
jugando y de que más le valía quedarse quieto.

—Que no se te olvide quien soy— le mostro los dientes —. Si te


doy una orden me vas a obedecer.

—Antes que la puta que sigue tus ordenes, soy tu amigo y lo


que estás haciendo no me parece bien, no es una manera
inteligente de hacer las cosas— su calma natural se estaba
convirtiendo en una tensión que lo hizo hablar entre dientes.

Massimo aflojo la presión sobre el cuello de su amigo y


retrocedió un paso. Inhaló profundamente y se apretó el
puente de la nariz. Comenzó a pasearse en círculos,
sintiéndose como un perro enjaulado. Se pasó una mano por
la barba y después las uso para desordenarse el cabello. No
sabía qué hacer para liberarse de esa sensación burbujeante
en su interior que ardía con más fuerza a medida que pasaban
los segundos.

—Bien— resopló —. Bien, no voy a hacer nada loco— por


ahora pensó para sí mismo —, pero tenemos que hacer algo
para solucionar esto— se acarició la barba espesa —. No
puede ser que Beto esté desaparecido, planeando quien sabe
quién.
—Nos encargarnos de quienes están más cerca primero,
Mateo, Víctor y Cassio. Ellos probablemente están con él, de
todas maneras, hace tiempo que pensamos en sacarlos.

Massimo asintió, eso parecía un buen plan: había suficiente


cantidad de decisión pragmáticas y obtendría sangre
igualmente.

Se acercó a su amigo para palmearle el hombro como gesto


de agradecimiento por haberlo convencido de no hacer una
locura. Dudaba que estuviera vivo si no tuviera a Ace, él
siempre era la voz de la razón entre ellos dos y era la única
persona que lo podía hacer considerar otras opciones. Pero
había cosas de Massimo que jamás iba a poder controlar, y es
que, cuando tenía un impulso sentía la obligación de seguirlo,
por eso apenas llegó a la casa de Mateo, uno de los hombres
que había trabajado para su padre, pero que ahora no hacía
mucho para él, no pudo resistir la tentación de llevarlo al
sótano de la casa para intentar sacarle la verdad a golpes y
después con ayuda de un cuchillo.

—No te preocupes por las cicatrices— le dio una sonrisa


siniestra —, no estarás vivo para cuando termine contigo— y
continuó enterrando el cuchillo en la piel pálida, manchada de
un rojo que Massimo orgullosamente había puesto ahí.

El mismo líquido le empapaba las manos y cuando fue a


limpiarse el sudor de la frente, se la mancho con sangre
también.

Un par de minutos más tarde se dio cuenta de no estaba


obteniendo nada de lo que necesitaba y el hijo de puta
comenzaba a desangrarse, así que iba a tener que detenerse
un momento para hacer verdaderas preguntas.

—¿Vas a contarme lo que quiero? — el hombre levantó apenas


la cabeza —¿Prefieres que vaya a preguntarle a tu hija?
El padre miro a Massimo, pero aun así no dijo nada y él se
sorprendió al sentirse incrédulo por el silencio, dándose
cuenta de que, si su hijo hubiera estado en juego, no hubiera
lucido tan desinteresado.

—Mateo— palmeó su mejilla con fuerza.

Agarró un puñado de su cabello y desde ahí levantó su rostro


para poder ver sus pupilas dilatadas con pánico; una emoción
de la cual Massimo se iba a beneficiar.

—Tienes que comenzar a hablar o esto se va a volver muy feo,


para ti, yo por mi parte, te aseguro que disfrutare cada
segundo— dijo con una sinceridad que nadie en el cuarto
dudo.

—Mocoso engreído, deberías haber muerto también— escupió


las palabras con algo de sangre, manchándole la camisa.

Asintió para sí mismo mientras pensaba en sus palabras.


Soltó su cabello y utilizó la misma mano para darle un combo
que hizo varios huesos crujir. Después lo obligó a mirarlo otra
vez.

—Cuéntame más y quizás no te duela tanto morir.

Dudaba que cumpliera su promesa, pero no era un hombre de


palabras y nunca lo iba a hacer, uno de sus tantos defectos;
que pena que los otros tuvieran que lidiar con eso.

—Beto organizó casi todo, Lorenzo también le ayudó.


Estábamos listos para hacerte caer.

Mateo levantó la cabeza un poco más, dejándole a la vista sus


facciones arrugadas, los parpados caídos y esa mirada
agonizante.
—Ahí está tu error, anciano— gruño contra su rostro —, no soy
un niño, soy un hombre y el único capo que Las Vegas tendrá
por un largo tiempo.

Santino se apareció en su cuarto un poco después de que


hubiera logrado hacer dormir a Den.

—Tu madre vino a verte.

Gina soltó una carcajada, pero al ver que él seguía serio y que
no se había movido de su lugar, comenzó a asustarse.

—Dime que estás bromeando— dijo con un hilo de voz.

Santi negó.

—¿Debería decirle que se vaya?

—Demasiado tarde para eso, cariño— dijo aquella voz nasal


que tan bien conocía.

Cerró los ojos con fuerza, maldiciendo internamente, luego se


obligó a reacciona. Puso una sonrisa falsa en sus labios y se
echó el cabello hacia atrás para recogerlo en un tomate
desordenado. No se veía mucho mejor, pero superaba con
creses el look de madre deprimida y agotada que llevaba
cargando consigo en los últimos días. Al menos hoy se había
lavado el pelo, aunque estaba en sus pantalones de yoga y un
poleron enorme que había robado de la lavandería fingiendo
que no era de Massimo.

—Uch, niña, por Dios. ¿Qué te ha pasado? — la mujer irrumpió


en su cuarto como el tornado que era.

Se acercó a ella y deposito un beso en cada mejilla antes de


volver a poner distancia entre ellas.
Gina deslizó la mirada sutilmente hacia la izquierda, deseando
con todo su ser que Santi siguiera ahí para brindarle un poco
de apoyo, pero junto al marco de la puerta solo había vacío.

—Nada, estoy mejor que nunca— estiró sus labios un poco


más, hasta que la sonrisa se volvió literalmente dolorosa.
Necesitaba bálsamo labial con urgencia —. Tú, al contrario, te
ves más vieja, ¿ya no te funciona el Botox?

Se inclinó hacia ella para alcanzar sus cejas y ahí donde


debería tener patas de gallo, pero no logro tocarla, porque su
madre echó el cuello hacia atrás, rebelando su papada, en el
intento de escapar de sus manos.

—¿No me vas a ofrecer un té? — omitió descaradamente su


pregunta.

—¿Por qué haría eso? — utilizo aquel tono pasivo-agresivo que


solo reservaba para ella.

Su madre era una bruja y no de las simpáticas que hacían


hechizos guays. Gina prefería quemar un par de zapatos antes
que verla, pero por más que se esforzara en evitarla, siempre
había una ocasión en donde le era imposible hacerle el quite.

—Es que, con esos trapos, pensé que estabas trabajando de


criada; y en este cuarto— arrugó la nariz mientras recorría el
cuarto con una mirada de asco —¿Por qué no estás en la
habitación principal?

Siendo que ella también era una experta en evitar preguntas


que no le convenía responder, se puso de pie y decidió ir a
prepararle ese té, llevándose consigo el monitor de Dean y a
su madre, que parecía estar ahí solo para criticarla, porque no
había dicho ni una palabra sobre el niño.
Se sentaron en la terraza, esperando a que las criadas le
trajeran el té con algunos emparedados que su madre apenas
tocaría, pero sabía que la falta de ellos resultaría en una
crítica.

Gina estaba revisando Instagram, esperando pacientemente a


que su madre contara de una vez que hacía aquí; porque la
estaba molestando con su presencia.

—Tienes que preocuparte más por tu apariencia, Gini.


Cualquiera podría aparecer buscando a Massimo y
encontrarte así— la recorrió de arriba abajo con una mirada
que lo decía todo.

—No creo que alguien que venga a buscar a Massimo a su


casa vaya a tener tiempo para fijarse en mi— la respuesta
sonó más penosa de lo que tenía planeado, pero su tono
desinteresado y el hecho de que no hubiera levantado la
mirada del celular lo equilibro.

Se soltó el cabello, intentando peinarlo con sus dedos y


después lo tiró hacia atrás, junto con sus hombros, estirando
el cuello y dejándose el rostro despejado para que Irina
pudiera ver que aún en sus peores condiciones seguía siendo
hermosa y, sobre todo, mucho más bonita que ella.

La criada apareció en ese momento, dejó una bandeja con los


aperitivos y después fue en busca de lo que faltaba; deposito
las tazas frente a ellas un par de minutos más tarde. Su
madre pidió que le sirvieran y Sonia lleno de agua hirviendo la
taza con una mirada que decía que prefería tirarle el hervidor
por la cabeza antes que obedecerla.

Cuando se quedaron solas otra vez, su madre le puso una


mano sobre la propia. Gina apartó la mirada del teléfono en
sus manos abruptamente, deslizándola con despreció hacia
donde sus cuerpos habían entrado en contacto.
—No puedes permitir que la gente te vea así, eres la esposa
del Capo, debes hacerte respetar y estar siempre perfecta, no
hay espacio para errores.

—Irina, ahórrate el sermón. Si lo que quieres es un favor de mi


parte olvidado, si vienes aquí porque no tienes a quien más
molestar con tu presencia, te sugiero que te vayas antes de
que pierda la paciencia.

—No me hables así— apretó el agarre sobre su mano cuando


se fue a levantar.

Antes de que pudiera decir o hacer algo, un llanto eructo en el


monitor. Gina lo agarró y se retiró hacia el interior de la casa,
hacia su hijo que lloraba desconsolado en la cuna con el
rostro arrugado y enrojecido. Las lágrimas se deslizaban por
sus mejillas, una tras otra fueron cayendo e incluso cuando
ella lo levantó y acuno contra su pecho, estas no se
detuvieron. El llanto se convirtió en sollozos intercalados con
hipidos, pero su tranquilidad superficial se acabó cuando hizo
el amago de depositarlo en el coche para tener las manos
libres y poder prepararle la formula.

Contra todo su ser lo dejo en el coche y se fue a preparar


rápidamente la leche. Apenas estaba poniendo la formula en
la mamadera cuando otra persona entró a la cocina. Gina miró
de reojo y entorno los ojos al reconocer a su madre. Genial,
era lo que menos necesitaba en este momento. Al menos Den
tuvo la decencia de no calmarse en sus brazos cuando ella lo
tomó.

—¿Por qué alimentas a este pobre niño con eso? El no debería


sufrir por te vanidad.

Sus dedos se tensaron alrededor de la mamadera. Soltó una


respiración lenta, esperando que pudiera relajarse lo
suficiente para no tirarle la botella a la cabeza. Sabía que
algunas mujeres elegían no amamantar para evitar que sus
pechos se cayeran, pero ella no era una persona tan
superficial y vanidosa como su madre creía, realmente
deseaba poder alimentar a Den personalmente.

—Lo estás haciendo mal— se acercó para mirar por sobre su


hombro como preparaba la leche —, tienes que...

—Irina— se volvió hacia ella y le lanzó una mirada llena de


amenazas para que cerrara la boca de una buena vez.

—Yo solo digo— alzó la mano libre, mientras se sacudía e


intentaba calmar a Golden, que bueno que a ella tampoco le
está funcionando —. Se nota que no tienes ni idea de lo que
estás haciendo, no te ves como una madre.

Irina la miró esperando una respuesta de su parte, Gina jamás


se había quedado callada ante sus críticas y pullas, pero en
este momento tenía la cabeza en otra cosa. Midió la
temperatura para asegurarse de que no fuera a quemar a Den
y después le quitó a su hijo de los brazos. Su llanto no ceso y
cuando ella intento poner el biberón en su boca el agitó la
cabeza, haciéndole el quite y comenzando una batalla para la
que estaba demasiado cansada. Quien diría que batallar con
un bebé sería tan difícil, a pesar de ser tan pequeño Golden
estaba siendo bastante difícil de controlar y dándose cuenta
de que no iba a llegar a ningún lado de esta manera, prefirió
calmarlo primero.

Lo meció con movimientos nerviosos, las manos empezaron a


sudarle y comenzó a desesperarse al ver que Den no se
calmaba. La mirada altanera que le dio su madre, como si
hubiera sabido desde el principio que iba a fracasar en esto
no la ayudó a sentirse mejor. Y tal vez tenía razón; estaba
fallando brutalmente en esto. No solo era incapaz de calmar a
su bebé, sino que tampoco podía ofrecerle lo que necesitaba y
eso era deprimente y le humedecía los ojos de tan solo pensar
que no era suficiente para él. Pero no podía permitirse llorar
frente a su madre, además si no se calmaba, tampoco iba a
lograr que Golden lo hiciera. Había leído que ellos eran
capaces de sentir las emociones de quienes los sostenían,
sobre todo si era su madre, así que, haciendo acopio de toda
su fuerza de voluntad, obligo a su corazón a calmarse. Dejo de
sacudirlo, dándose cuenta de que sus movimientos trasmitían
de todo menos calma y después comenzó a tararearle una
canción pop que no lograba sacar de su cabeza. 

Le dio la espalda a Irina, pues lo quisiera o no, su presencia la


ponía nerviosa y la hacía desconfiar de todo lo que estaba
haciendo.  Ella había dado a luz tres hijos, pero no había
criado a ninguno de ellos, así que no tenía derecho a hablar, y
aun así el hecho de que le estuviera dando su mirada más
juiciosa y no dejara de torcer los labios cuando Gina hacía
algo, le afectaba. 

Cuando hubo calmado a Den, lo depositó en el coche y se giró


hacia su madre. Harta de su presencia en la casa y
precisamente en la cocina, apoyada en la encimera con los
brazos cruzados sobre el pecho y una sonrisa altanera en sus
labios finos. La agarró del brazo sin preocuparse por ser
delicada, echo una última ojeada al coche, y salió de la cocina,
tirando de ella hasta estuvieron junto a la puerta de entrada. 

—¡Gina! Esa no es forma de tratar a tu madre o de


comportarse en general. ¿Dónde están tus modales? 

Sus dientes rechinaron y los dedos sobre el brazo de Irina se


tensaron, probablemente dañándola. No le importaba, podía
desaparecer, morirse, podía estar siendo torturada frente a
ella y Gina no haría nada para impedirlo. 

—Tú no me enseñaste nada— dijo con la mandíbula tan tensa


que le dolió hablar —. Nuestra única relación es por sangre.

—Gini— su madre dejo de pelear para posar una mano sobre la


suya y mirarla con un puchero asqueroso.
—Ándate y no te quiero volver a ver nunca más aquí— la
empujó hacia afuera.

Su madre le dio la espalda y murmuró entre dientes. 

La sangre le hirvió, se sintió como un volcán a punto de


estallar, una vorágine de las emociones más oscuras surgió
en el fondo de su ser y la poseyó. Dejándose llevar por la
cólera que la invadió, agarró a Irina del brazo y la lanzó contra
la pared, el shock en su rostro se convirtió en verdadero
pánico cuando Gina cerró la mano sobre su garganta.

—Nunca más— apretó un poco más fuerte, deleitándose con la


manera en que casi se le salieron los ojos —vuelvas— sentir
como sus uñas la arañaban, desesperada por librarse tan solo
la hizo sentir mejor —a amenazar a mi familia.

Irina jadeaba en busca de aire y miraba a su hija con ojos


llenos de pánico, haciendo intentos estúpidos por librarse de
su agarre mortal. Continuó arañando las manos de Gina y
gimiendo, como si eso fuera a ayudarla.

La piel le palpitaba con excitación, un sonido rabioso subió


por su garganta y algo hizo clic dentro de ella, abriendo una
puerta que nunca se había atrevido a cruzar completamente.
Antes, tan solo asomar la cabeza a ese cuarto oscuro le hacía
latir el corazón demasiado fuerte, nunca había hecho más que
poner un pie en aquel lugar sombrío y secreto, pero hoy quería
entrar, bañarse en esa oscuridad y dejar que la rodeara por
completo. Sin querer su madre había encontrado la única cosa
que convencería a Gina de cruzar la puerta a ese nuevo lugar.

—Gina— una mano se puso sobre su hombro e intento alejarla


de Irina. 

Ella se resistió, ocasionando que la persona detrás de ella


tuviera que esforzarse más por llamar su atención, para
hacerla reaccionar. Le pasó una mano por la cintura,
apegándola a su pecho duro y ancho, cubrió su mano con la
de él y reconoció los puños de la camisa, nadie en esa casa
que no fuera Massimo vestía tan elegante. 

Más consciente de lo que estaba haciendo y de la posición en


que estaba, reconoció el perfume de su marido. Su agarre se
afianzo y Massimo fue apartando los dedos de la garganta de
su madre uno por uno, hasta que el aire volvió a entrar a los
pulmones de Irina.

—Vete antes de que me arrepienta de estrangularte hasta la


muerte, créeme disfrutaría cada segundo de ello.

Irina se apresuró hacia donde había dejado su auto


estacionado, tropezando varias veces en el camino. Gina no le
quitó los ojos de encima hasta que vio el auto salir de la
propiedad. Después se giró hacia Massimo que tenía las
manos metidas en los bolsillos y una expresión divertida en el
rostro. Ella pasó por su lado apenas prestándole atención, en
este momento había cosas mucho más importantes en su
mente, pensamientos de los que no podía deshacerse y que
estaban comenzando a molestarla. 

—Ay, ¿qué paso? — Massimo la detuvo, en sus palabras la


exigencia obvia de que esperaba una respuesta por su parte.

—Nada de tu incumbencia— dijo entre dientes.

Que no se atreviera a mirarlo a los ojos, dijo mucho más que


su tono molesto. ¿Por qué de pronto parecía que no quería
enfrentarlo? 

—Estuviste a punto de matar a alguien en mi propiedad, creo


que debo estar enterado de lo que sucede.

—¿Para qué? — ladró y se soltó de su agarre. Levantó el


mentón de aquella manera que solo ella sabía hacer —¿Para
castigarme? ¿Por qué no te pregunte antes? — la indolencia se
filtró en cada una de sus palabras.

—Cuidado con cómo me hablas— le advirtió dando un paso en


su dirección.

Que Gina no le temiera hizo algo extraño en su interior, le


revolvió las entrañas y despertó una rabia visceral porque él
no toleraba la insolencia de nadie, pero a su vez despertó
esas emociones que Gina había ido plantando en su interior y
que con el tiempo habían ido creciendo hasta formar una
selva que comenzaba a adueñarse de todo su ser. 

—Voy a hablar como me dé la gana, tú no me dominas.

Las palabras escondían mucho más sentido que el que Gina


dejo ver, pero Massimo no era una persona que captara las
emociones de las personas o los significados ocultos en lo
que los otros querían decir. Por eso le gustaba Gina, porque
ella era sincera, no tenía pelos en la lengua y jamás se
quedaba callada cuando tenía algo en mente.

—Ahí es donde te equivocas, Corazón. Soy tu Capo y harás lo


que yo te diga y si te pregunto qué estaba pasando aquí
espero una respuesta inmediata.

Sin inmutarse ni un poco, Gina dio un paso hacia él

—Massimo, querido— su tono fue increíblemente jocoso e


insolente —, esas tácticas podrán funcionar con tus soldados,
pero conmigo no.

Aprovechando su posición puso una mano detrás de su nuca


y acercó sus rostros un poco más, hasta que lo único que
pudo ver fueron sus iris fulgurantes.

—Escúchame bien, Gina, si me enteró que estás haciendo


cosas a mis espaldas, voy a cortar ese bonito cuerpo en
piezas y se lo voy a dar de comer a los perros. ¿Entendiste?
Ella soltó una risa nasal que lo llevó al límite de su paciencia,
nunca antes había pensado usar su fuerza en esta mujer, en
ninguna, a decir verdad, pero Gina sabía muy bien como
presionar sus botones y siempre lo estaba provocando. No
importaba si le gustaba, si se preocupaba por ella o si de
pronto tenía sentimientos hacia aquella particular mujer, si
había algo que no estaba yendo bien él tendría que reaccionar
y a Gina no le iba a gustar ni un poco.

—¡Vivo encerrada en esta casa! ¿Cómo mierda podría estar


planeando algo?

—Tan solo quiero dejarte clara que cada acción tiene su


consecuencia.

—Ay, por favor— intentó retroceder un paso —, no me vengas


con esa mierda de acción y reacción. Y que quede claro que
estarías tres metros bajo tierra antes de tocarme un solo pelo.

No pudo evitar la carcajada que brotó de sus labios, ¿acaso lo


estaba amenazando? ¿A él? Massimo Amadore no recibía
amanezcas, él las hacía y que Gina le soltara las palabras así,
como si no estuviera poniendo en juego su vida, no solo
demostró lo loca que estaba, sino también lo valiente que era
y eso, por algún motivo enterneció su corazón. 

Soltó a Gina con un movimiento brusco y se fue a su oficina


para ver algunos de los papeles que necesitaba y después
paso el resto de la tarde en una reunión con Ace, planeando
su siguiente movimiento para acabar con todos aquellos que
habían osado en dudar sobre la lealtad que le debían. 

En algún momento de la reunión empezaron a llegarle muchos


mensajes a su amigo, uno tras otro estos aparecieron en la
pantalla. Ofendido con la interrupción, Massimo le ordenó
leerlos para que al menos pudiera hacer callar a la otra
persona. Al ver el rostro de Ace palidecer supo que algo muy
malo debía haber pasado.
Su amigo prefirió deslizar el teléfono hasta él antes de hablar.
Massimo tomó el aparato con mala cara.

Gina:

Vas a pagar por todo lo que hiciste.

Y más abajo había una foto de ella, inconsciente y amarrada a


una silla.
VEINTINUEVE-El corazón del diablo-
Dreame

En un cuarto iluminado lúgubremente tres hombres miraban


atentamente a la mujer atada a la silla, el más alto de ellos se
acercó y agitó una botella con un líquido oloroso bajo su nariz.
Gina reaccionó lentamente, levantó la cabeza y le mostró sus
ardientes ojos amarillos que al darse cuenta de la situación se
estrecharon. Parpadeo varias veces. El pánico la embargó,
dejándola sin aire por varios segundos, movió la cabeza de un
lado a otro intentando encontrar algo que pudiera ayudarla o
le diera una de pista de donde estaba y a quienes tenía en
frente. Se obligó a permanecer calmada, a que el aire llenara
sus pulmones y a mantener esa expresión indolente que tanto
le fastidiaba a su padre, la máscara de indiferencia y
sarcasmo sería su mejor amiga en este momento.

Bajo un foco que parpadeaba estrepitosamente tres sombras


la observaban, una destacaba por su altura, la otra estaba de
brazos cruzados y la tercera se acercó a ella con un andar
perezoso y arrogante.        

—Buenos días, bella durmiente— dijo una de las voces con una
parsimonia que le puso los pelos de punta.

Arrastró una silla que sus ojos no había notado cuando


analizaba el lugar, el ruido del metal contra el piso de cemento
le hizo querer taparse los oídos, pero fue imposible hacerlo,
pues sus brazos estaban atados tras la silla, impidiéndole
cualquier tipo de movimiento.

Se humedeció los labios; le hubiera gustado tomar un poco de


agua, pero dudaba que sus captores se la dieran. Cuadro los
hombros lo mejor que pudo, arqueó una ceja y preguntó con
tono arrogante:
—¿Sabes quién soy?

—La puta de Massimo— respondió el hombre frente a ella con


la ceja enarcada.

Torció los labios al escuchar su respuesta, maldita sea


Massimo por haberle dado tal reputación y por jamás mostrar
un poco de respeto por ella, sabía muy bien lo que todos
pensaban sobre ella y lo poco que le importaba a su esposo,
como le sucedía a la mayoría de las mujeres en La Legge.

Cabeceo dándole la razón, no había nada más que pudiera


hacer en ese aspecto.

—Pero sigo siendo su propiedad— las palabras le provocaron


nauseas —y Massimo odia que toquen lo que es suyo, por lo
que te recomiendo que tú y tus amigos, se vayan antes de que
hagan algo que lamenten.

No reconocía a quien estaba frente a ella, pero suponía que


debía ser alguien de Vegas que estaba intentando obtener
algo de Massimo. Con el problema de la rata y otros hombres
pensando en ir en contra de su esposo, no había pensado que
ella podría ser un blanco porque hasta ahora él nunca había
mostrado en público algún interés por ella. Así que esos
pobres hombres no estaban más que perdiendo su tiempo
con ella.

Lo que no sabía es si eso le resultaba beneficioso o no. En


términos prácticos de nada servía secuestrarla porque
Massimo no daría nada a cambio por ella, eso significaba
también, que las probabilidades de que fuera a rescatarla eran
mínimas, ergo estaba sola en esto.

Tenía que jugar bien sus cartas, ser inteligente, incluso si su


corazón golpeteaba violentamente contra su pecho y el sudor
comenzaba a correr por su frente, también en sus manos.
Resistió la urgencia de limpiárselas en el pantalón, porque no
podía moverse y tan solo se hubiera delatado. Su cuerpo
estaba en un estado de conmoción que la tenía respirando
superficialmente, a pesar de que se esforzaba por mantener el
subir y bajar de su pecho regular. Pero a pesar de lo asustada
que estaba se las ingenió para alternar una mirada arrogante
entre el hombre en la silla y sus amigos detrás, incluso se
aventuró a enarcar una ceja esperando que se pusieran en
movimiento, mas su única respuesta fue una carcajada
maniática que le helo la sangre.

—Ay, niñita— esos ojos fríos posados sobre ella le provocaron


una sensación horrible y Gina hizo todo lo que pudo para no
estremecerse ante la mirada desequilibrada que le dio, pero
fracasó estrepitosamente —. ¿De verdad crees que yo podría
temerle a Massimo?

Detrás de él, quien estaba en la silla se puso de pie,


mostrando su metro noventa de puro musculo; la escaza luz
le permitió observar mejor su rostro, controlando el miedo que
le provocaba analizar sus rasgos toscos, los ojos grandes y
grises estaban llenos de maldad y una furia que creía
descargaría pronto en ella si no lo convencía de lo contrario,
sus labios torcidos en una mueca lúgubre y esa postura de
villano la hicieron querer apartar la mirada y suplicar que la
soltaran, pero no lo hizo.

Dio un paso al frente, haciendo a King a un lado, para quedar


él delante del rostro de Gina. Se inclinó sobre ella para
permitirle tener una mejor mirada a su rostro crispado con
emociones que no pudo entender, pero sí temió.

—Una vez que él ponga sus manos sobre ti desearas no


haberlo traicionado, mi esposo— se esforzó por dejar claro
que ella era la mujer del Capo, de un hombre importante con
el que no se jugaba —tiene una reputación, muchos creen que
es mentira, pero yo he visto lo que le hace a los que le
traiciona, como juega con ellos tal gato juega con el ratón, les
hace creer que podrán salvarse y después los despelleja vivos,
a veces les cose la piel tan solo para quitárselas de nuevo.

Lo estaba inventando todo, pero su mente creativa y la


capacidad para poner imágenes en las cabezas de otros era
un don muy útil en este momento.

—¿Traicionarlo? — habló quien estaba frente a ella —¿Sabes


quiénes somos? — enarcó una de sus pobladas cejas.

Un ruido estruendoso reverbero en el lugar, otra luz parpadeo


y luego todo el lugar se aclaró. Las personas dentro de la
bodega parpadearon para acostumbrarse al cambio de luz y
luego de eso Gina pudo ver realmente a quienes tenía de
frente, la sombra alta que había identificado era Giovanni, le
llamaban La muerte porque siempre que se aparecía
significaba que tu vida había acabado, al otro, quien primero
le había hablado, no pudo reconocerlo. Pero no le importó
cuando las facciones frente a ella se convirtieron en un rostro:
el de Zeus.

Pestañeo reiteradas veces deseando que fuera su mente la


que le estuviera jugando con ella, pero no era así, Zeus
Bonanno estaba frente a ella y en sus ojos estaba la
premonición de lo que iba a hacerle.

Él, al igual que Massimo, tenía una reputación que provocaba


escalofríos en las personas, pero para ella, Zeus era peor; un
irlandés que había derrotado a la mafia italiana en Boston
hace cuatro años y que había hecho de todo para mantener el
poder sobre su ciudad; despiadado con cualquiera que
pudiera ser una amenaza. Gina no sabía porque estaba aquí,
problemas entre mafias probablemente, lo que disminuyó sus
esperanzas drásticamente.

—Eres el Capo de Boston— dijo con los labios secos.


Él le dio la razón con un movimiento de la cabeza.

—Déjame ir y no habrá represalias— sonó como si le estuviera


haciendo un favor.

Zeus dejo escapar una carcajada escandalosa y burlesca que


le puso los pelos de punta. Bien, ese no era el camino a tomar,
la verdad es si Zeus no le temía a su esposo no había mucho
que ella pudiera hacer más que comprar tiempo hasta que
Massimo se apareciera y la rescatara, si es que lo hacía, pero
con cada segundo que pasaba más dudaba de su futuro, tal
como el hombre frente a ella había dicho: Gina no era más
que la puta del Capo, Massimo varias veces había usado esa
palabra contra ella y eso la enfurecía, ¡no tenía motivos para
llamarla así! Pero eso no era importante en este momento,
sino que su vida estaba en juego y lamentablemente todo
dependía de lo que Massimo quisiera hacer, si veía esta como
una oportunidad de deshacerse de ella estaba jodida. De
seguro bailaría sobre su tumba y daría una fiesta para
celebrar que al fin se había librado de la perra loca que le
había tocado como esposa.

Trago con dificultad, miró a su alrededor una vez más y


después centro sus ojos en Zeus que se había movido para
dejarle ver una mesa cubierta de diferentes instrumentos para
torturarla.

El corazón le di un brinco, las lágrimas se le acumularon


detrás de los ojos que miraban todo con horror, las empujó
devuelta y se obligó a mantener la calma, recordándose que
debía pensar en cómo salir de esta situación. No podía contar
con Massimo y aun así esperaba ridículamente a que él fuera
a salvarla.

—Veras— Zeus se paseó por el cuarto con un andar lento que


humedeció sus palmas otra vez. Su nerviosismo aumento
cuando se acercó a la mesa y tomó un cuchillo —, no me
importa que represalias pueda tomar tu marido— se burló de
ella pronunciando la palabra como si no significara nada, para
este punto comenzaba a creer lo mismo —, estoy aquí para
tomar venganza y nada me va a detener.

—¿Por qué yo?, tú mismo dijiste que para Massimo tan solo
soy su puta

—Eres lo más cercano a él que pudimos conseguir.

—¿O sea que ni siquiera tus planes de venganza son buenos?


— no puede evitar decirle con una mueca arrogante.

Una risita divertida, que en realidad era ronca y profunda,


rompió con la tensión del momento.

—Me agrada, es inteligente— dijo la voz rasposa que se había


carcajeado, sonaba como si estuviera enfermo.

—Gracias, ¿significa eso que puedo irme? — la sonrisa que


plantó en sus labios y por la manera en que inclinó la cabeza
hacia la derecha estaba hecha para hacerles pensar que
estaba bromeando, pero en realidad deseaba con todo su ser
que le dijeran que sí.

—No— Zeus volvió a aparecer en su campo de visión con un


cuchillo en mano.

Lo puso sobre su muslo e hizo presión hasta traspasar la tela,


el frio del metal entró momentáneamente en contacto con su
piel. La respiración se estancó en su garganta, el miedo
congeló cada parte de su ser. ¿Dolería tanto como los golpes
de su padre? ¿O sería peor? ¿Sería este el inicio? ¿Dónde
atacaría después? Tenía tantas preguntas en la cabeza, una
tras otra iban apareciendo fugazmente antes de ser
remplazada con una peor. Pero de nuevo, en medio del pánico,
una voz le dijo que mantuviera la calma, así que respirando
profundamente se obligó a permanecer tranquila.
—Me gustó eso que mencionaste sobre despellejar a alguien y
coserlo para hacerlo otra vez, tienes una mente muy creativa—
arrastró el cuchillo hasta llegar a su muslo interno.

El arma tan cerca de su sexo atrajo la atención del otro


hombre.

—Yo propongo que nos divirtamos un rato, ver qué más puede
hacer con esa boquita.

Gina bufó, todo parte de su actuación porque la sola idea de


que ese tipo se le acercara y la tocara le daba nauseas.

—¿Violarme va a ser tu diversión? ¿Es que ni las putas se


quieren acostar contigo?

Fue el turno de Zeus de soltar una carcajada divertida. Le dio


un golpe amisto en el hombro, lo que lo alejó de ella,
permitiéndole respirar mejor por un par de segundos, hasta
que tuvo los ojos fríos del hombre al que no conocía frente a
ella

—Ya no me agradas.

—Creo que no estoy aquí para caerte bien— respondió con na


sonrisa arrogante.

—Calla

Zeus presionó el cuchillo contra su yugular para obligarla a


obedecer y ella sintió como el pulso le latía enloquecido
contra el filo.

Tragó con dificultad, al abrir la boca para decir algo tan solo
salió un sonido ahogado, como el de un cervatillo asustado.

Se mordió el interior se la mejilla tan fuerte que el sabor a


sangre explotó en su boca, pero fue necesario, de otra manera
habría comenzado a hiperventilar por el líquido cálido que
brotaba de la herida que Zeus estaba haciéndole con el
cuchillo. Pero, a pesar de que el sabor a hierro en su boca la
había distraído del verdadero peligro, el efecto no duro
demasiado, y un lapso de tiempo más tarde sintió lágrimas
acumulándose en sus ojos, aquella presión conocida en el
puente de su nariz le hizo saber si no se calmaba pronto iba a
terminar llorando y peor: suplicándoles que la soltaran. Ella
tan solo había querido salir a despejarse un poco para olvidar
lo mala madre que estaba siendo y la reacción a la amenaza
que su madre le había hecho, no porque la atormentara saber
que la hubiera matado de no haber estado Massimo ahí, sino
por él, porque su madre se había atrevido a amenazar al Capo
y a su hijo y ella se había visto enfurecida por ambos. ¿Por
qué la idea que le hicieran daño a alguien que odiaba la
afectaba tanto? ¿En qué mundo una cosa así tenía sentido?
Porque para ella parecía surreal; a Massimo lo detestaba, sin
tener en cuenta los deslices que los habían llevado a sus
encuentros caliente —culpa totalmente de las hormonas—
prefería no verlo nunca. Y, aun así, la idea de que alguien
quisiera dañarlo le provocaba una sensación en lo más
profundo de su ser, como si ella fuera un volcán y la lava
estuviera bullendo en su interior, lista para explotar sobre los
quienes habían amenazado a Massimo.

Sus ojos captaron movimiento y por un segundo tuvo la tonta


ilusión de que sería Massimo o Ace, pero su esposo no era tan
alto como la sombra y Ace jamás hubiera sostenido una
navaja que se usaría en su contra.

Giovanni le pasó el arma al único rostro que todavía no es


capaz de reconocer. El hombre se pone en cuclillas frente a
ella y aun así a Gina le sigue pareciendo intimidante, no fue de
ayuda que la apuntara con la navaja. El filo resplandeció
juguetonamente bajo las luces del lugar. Los ojos grises del
desconocido combinaban a la perfección con el metal
brillante. Zeus atrajo su atención pasando el cuchillo de su
cuello a un antebrazo, y se acercó a ella dándole la
oportunidad de comparar sus ojos con los del otro hombre.
Eran idénticos, no solo en color sino en sentimientos; ese
brillo maligno acompañado de una sed de venganza que le
erizo los pelos de los brazos, la oscuridad es sus iris
platinados no era tanta como el frio que encontró en ellos, le
recordó a Massimo y a como sus ojos celestes la habían
interesado desde el primer momento, esos témpanos de hielo
se habían ido derritiendo con el tiempo.

Pensar en Massimo en este momento no era conveniente,


debía estar más preocupada en librarse, en vivir porque aún le
quedaban muchos años por delante y tenía un hijo del cual
ocuparse, pero, ¿no estaba Golden mejor sin ella? Y, ¿qué vida
le quedaba? En La Legge se sentía encerrada, encadenada y
eso no era lo que quería, ¿qué si la mataban ahora? 

Su cabeza se estaba tornando en un lio, tomando líneas de


pensamientos peligrosos que nunca antes había
experimentado, ni siquiera cuando su padre la golpeaba, con
él siempre se amparaba en la rabia, en la esperanza de algún
día devolverle todos los golpes hasta que muriera. Pero el
maltrato físico nunca había llegado a afectar sus sentimientos
porque a Gina le importaba una mierda si su padre la quería o
no; por el contrario, su actual situación tenía que ver
completamente con sus emociones y como es que estar
casada con el Capo representaba una verdadera prisión para
ella. Aun así, su instinto de la esperanza de que algún día
pudiera alejarse de todo lo que la mafia significaba, la
mantenía cuerda y la ayudaba a completar cada día. 

—Te presento a King, él y yo venimos aquí y ocuparnos de un


asunto familiar.

Zeus la devolvió a la realidad. Enfocó sus ojos en los hombres


y vio como ambos compartieron una mirada llena de
promesas desalentadoras para ella. Ambos se humedecieron
la comisura del labio con la punta de la lengua, un gesto
idéntico que junto al color de sus ojos derrumbó todas sus
esperanzas. El pecho se le contrajo dolorosamente, por
primera vez la desesperación traspaso todas sus barreras y la
llevó a actuar, sacudiéndose en la silla, intentando librarse de
las cuerdas que con cada movimiento se hundían más
profundo en su piel, abriendo heridas que no dolían tanto
como saber que en realidad ella jamás dejaría ese lugar.

Zeus tenía un hermano, uno del cual nadie tenía conocimiento


porque el Capo de Boston había mantenido a todos en las
sombras de una mentira que ahora ella conocía y si se la
presentaban así: en bandeja de plata, era porque no contaban
con que ella fuera a una amenaza para su secreto porque
jamás tendría la oportunidad de volver a hablar.

—No sé cuáles son tus problemas con Massimo, pero no tiene


nada que ver conmigo, por favor— lo último sonó como una
petición amarga e inútil —. Si quieren venganza no la
conseguirán conmigo, yo no tengo ni idea de nada— las
palabras fueron cayendo de sus labios una tras otra.

—¿Le crees? — preguntó King a su hermano con una sonrisa


que iba en contra de todo el significado de la palabra. Zeus no
respondió —Yo creo que tan solo quiere salvarse, una mujer
inteligente como tú y en la posición que tienes de seguro debe
ser algo de lo que el Capo hace.

Por supuesto que si intentaba saber qué era lo que estaba


sucediendo, los problemas en La Legge podían afectarle a ella
y prefería estar preparada para cualquier cosa, pero no tenía ni
idea de lo que Zeus estaba hablando, Massimo jamás había
mencionado algo de Outlaw's Paradise las veces que lo había
espiado.

—Aquí no hacemos las cosas así— sus labios temblaron,


robándole la oportunidad de seguir luciendo segura —, en
Vegas las mujeres no son nada— un poco del odio hacia el
machismo en la mafia se filtró en su voz y le ayudó a no sonar
tan asustada.
Por supuesto que ellos no estaban escuchándola realmente,
nada de lo que digiera podría hacerlos cambiar de opinión.
Eran animales sedientos por hincar sus dientes en carne tibia
y jugosa, querían ver la sangre correr por sus manos como lo
había hecho del cuerpo de su hermano pequeño un par de
semanas atrás. Querían dejarle claro a Massimo que nadie se
metía con los Bonnanno sin sufrir las consecuencias y si
tenían a Gina, era porque a pesar de lo que ella creía, su
esposo si le tenía cierto cariño, Beto les había informado de
eso, ¿cómo?, no lo sabían ni les interesaba.

Zeus era el más deseoso de tener las manos manchadas en


su sangre, así que mientras ella hablaba había movido el
cuchillo hasta el lóbulo de su oreja, donde presionó el metal
frio contra su piel ardiendo de miedo. Por otro lado, King,
quien la había estado mirando con un brillo maniático, se
puso de pie para rodearla, posicionándose a sus espaldas,
donde ella no podía verlo. Un sonido quebrado y repleto de
miedo se escapó de sus labios cuando sintió que le hacían el
pelo hacia un lado para tener un mejor acceso a cuello. Ya era
bastante malo que no pudiera ver a uno de sus atacantes,
pero ahora que también estaba expuesta a él no pudo evitar
las lágrimas que se deslizaron por sus mejillas. Sacudió la
cabeza, intentando liberarse de la asquerosa sensación de su
respiración sobre el cuello de ella, pero en el proceso se pasó
a llevar con el cuchillo que Zeus sostenía en su oreja. El corte
ardió y de sus labios escapo otro sonido, igual de
desesperado y atemorizado que el primero.

Con cada segundo que pasa sentía que estaba más cerca de
su muerte y eso no hizo más que aumentar su pánico. Luchó
desesperada por liberarse, sacudiendo las manos, la cabeza,
queriendo gritar, sollozar y vomitar, porque su estómago no
soportaba tantas emociones. Pero en algún momento se dio
cuenta de que así no iba a lograr nada, tan solo estaba
empeorando las cosas y mientras comenzaba a calmarse,
primero convenciéndose de que entrar en pánico no la llevaría
a ningún lado y después intentando regular su respiración, no
se dio cuenta de que King se había movido hasta quedar
frente a sus ojos otra vez, la navaja en su mano presionada
firmemente sobre su yugular.

Gina no se percató de lo profunda e irregular que era su


respiración hasta que sintió como el filo se enterraba en su
piel con cada inhalación. Resollando, levantó la cabeza hacia
los hermanos, les dio su mirada más colérica, los ojos
achinados y sus labios torcidos en una mueca, y se preparó
para hacerles frente como debería haber sido desde el
principio. Pero antes de que tuviera tiempo de decir algo o de
que King llegara más profundo con su cuchillo, fueron
interrumpidos por una voz que se pronunció clara y segura en
una sola palabra:

—Alto
TREINTA-El corazón del diablo-
Dreame

Su corazón dio un vuelco y junto con él su pobre estómago,


que jamás había estado baja tanta presión. Aparto de golpe la
mirada de los dos hermanos, buscando el cuerpo del cual
provenía aquella nueva voz, sus ojos barriendo rápidamente el
lugar. La ansiedad por no encontrar a nadie le subió la bilis a
la garganta. ¿Sería que ya estaba comenzando a delirar?
Cayendo en una nueva espiral de desesperanza y miedo sintió
como sus ojos ardían, conteniendo lágrimas que no quería
derramar, pero que le era imposible de contener.

Con la visión borrosa y las esperanzas por el piso, capto una


figura masculina. Estaba recargada sobre el muro de concreto
de una manera extraña, pero en su estado era algo difícil
enfocar bien la vista, además, sumida en el terror de lo que
pudiera pasarle, cualquier porcentaje de que ese fuera Ace o
Massimo o cualquiera que fuera a por ella, se multiplico
estratosféricamente.

Debería haber sabido que estaba fantaseando, al menos así


no le hubiera dolido tanto encontrarse con la imagen de un
niño en vez de hombre que fuera a salvarla. Se despegó de la
pared lentamente y no del todo, siempre manteniendo una
mano apoyada, como si necesitara equilibrio. Con cierta
dificultad se movió hacia ellos, hasta que las luces lúgubres
bañaron su cuerpo de sobras grises lo suficientemente claras
como para ver que tenía el brazo enyesado y que la razón de
su renqueo era la férula que tenía en el pie, pero demasiadas
oscuras para revelar su rostro.

Lucía fatal, incluso llego a sentir un poco de pena por él, sobre
todo cuando intentó caminar por su cuenta y tan solo logro
dar un par de pasos antes de desplomarse en el piso.
—Rai— Giovanni troto hacia él para ayudarlo a levantarse.

Una vez de pie, el niño intentó zafarse de su agarre, pero


Giovanni es mucho más fuerte y no lo suelta hasta que llegan
a una silla donde él puede sentarse.

Zeus apartó los ojos de Gina para depositarlos sobre el nuevo


extraño. La plata en sus iris se fundió con la ira que le provoco
ver al niño en la silla. Sus facciones se torcieron de una
manera que le produjo escalofríos. Zeus miraba a su hermano
con la mandíbula tensa; inspira profundamente, dejándole ver
que se está conteniendo, pero sus emociones no van dirigidas
a él, Gina se da cuenta de eso cuando se vuelve hacia ella y
estrecha los ojos ligeramente, antes de erguirse frente a ella y
sujetarla del mentón, las manos quedaron demasiado cerca
de su garganta; tenían tal tamaño, que comenzó a dudar
cuanta fuerza tendría que para asfixiarla.

Con el nerviosismo burbujeando bajo su piel se dejó guiar por


la mano de su captor, quien la obligo a mirar al niño
desparramado sobre la silla. Con los ojos aguados le costó
reconocer todas sus facciones, pero tenía el mismo pelo
oscuro que Zeus y King y a pesar de que uno de sus ojos tenía
un derrame, pudo distinguir algo del gris en ellos. Todo le hizo
más sentido en ese momento, el “asunto familiar” del que
venían a ocuparse era venganza: venganza por su hermano
menor que había caído en las manos de La Legge. Y a pesar
de que ella jamás haría algo así por su hermana porque le
importaba bien poco lo que le sucediera, fue capaz de
entender que Zeus y King estaban desesperados por
desquitarse con alguien, cualquiera que tuviera relación con el
enorme daño que le habían hecho a su hermano pequeño.

—¿Qué haces aquí? — pregunta King, no alejándose de ella.

—Ella no tiene la culpa de nada, no le hagan daño— pide Rai


como si realmente lo fueran a escuchar.
—Vinimos aquí a vengarnos de Massimo, ¿además? ¿Qué
hacemos, la devolvemos así como así?

A Gina le pareció indignante que estuvieran discutiendo su


futuro como si ella no estuviera, pero por una vez en su vida,
se las arregló para mantener la boca cerrada y escuchar lo
que Rai iba a proponer.

—Nos la llevamos— sus hermanos lo miran como si la tortura


lo hubiera dejado mal de la cabeza —. Massimo se volverá
loco cuando sepa que secuestramos a su esposa, eso de
seguro será una tortura peor para él.

—Es cierto— asegura Gina, cuesta entenderle un poco porque


Zeus sigue con la mano en su mandíbula. Todos los ojos
recaen sobre ella, y debe esforzarse por seguir hablando —.
Massimo es un hombre orgulloso, saber que entraron a su
territorio, se llevaron a su mujer y volvieron a salir sin que él se
enterara sería peor que una patada en las pelotas, se los digo
yo que una vez le di una y tan solo me miró con odio. Además,
como ya dije, él no siente nada por mí.

 Y ya no creía que alguien vendría a buscarla, así que, si debía


ser llevada a territorio enemigo para salvar su vida, bien, podía
hacer, después averiguaría como escapar e ir en busca de
Den.

—¿Golpeaste al capo más poderoso de los Estados? —


murmuró King asombrado, Gina se encogió de hombros o al
menos lo intento. Recibió una mirada hastiada de su hermano
y no tardo en añadir —Sin ofender.

» Esta chica es genial, apoyo la idea de Kai— dijo levantando


la mano como si se tratara de una votación.

—¿Dónde la tendríamos? — preguntó Zeus.


—¿Olimpo? — propuso King, enarcando una ceja en dirección a
su hermano, una conversación silenciosa pasando entre ellos
—O nos la llevamos a casa, ¿cocinas bien?

Asintió frenéticamente, en este momento diría que sí a


cualquier cosa que pudiera ayudarla a salir de la situación,
pero aun así no pudo evitar preguntarse qué sucedería con
Den, ¿quién lo cuidaría? ¿Se desquitaría Massimo con él?

Su estómago dio un vuelco, de nuevo la vorágine de dudas se


comenzó a adueñar de su mente desgastada y estresada por
la situación, que se le estaba volviendo eterna.

—Seré una buena secuestrada— dijo dando cortos


asentimientos con su cabeza, intentando convencerse a ella y
a los hermanos.

—Podemos intercambiarla por Miami— opinó Giovanni,


hablando por primera vez —O la continuación de la paz, sabes
que Massimo intentara matarnos si nos encuentra.

Zeus se cogió el mentón y apoyó el dedo índice sobre su labio,


toqueteándolo con una expresión de concentración que exigía
silencio para poder pensar.

—¿Nos darás información? — posó sus ojos plateados sobre


ella.

Ahora que había más espacio entre ellos y que estaban


sopesando la posibilidad de no asesinarla, le resultó más fácil
mostrarse calmada y recurrir a su voz dulce, esa de la que
nadie desconfiaba porque en cierta medida la mostraba como
inocente y tonta.

—No hay nada que pueda decirles, no sé nada.


Eso no era del todo cierto, conocía a Massimo en cuanto a
personalidad, conocía las personas a cargo, las que jamás
traicionarían a Massimo y aquellas que con el cierto incentivo
se cambiarían de bando.

—De nada nos sirves entonces.

Y sin previo aviso una mano se cerró sobre su garganta, chilló


presa del pánico, pero un par de segundos después no pudo
hacer más sonidos. En ese momento le pareció una
perogrullada la idea de que a Zeus podría matarla sin
esfuerzo. Con sus dedos envueltos sobre su cuello delgado le
quedo claro que jamás tendría una oportunidad contra él.

A pesar de que intento mantener la calma y no desesperarse,


cuando el aire dejo de entrar completamente a sus pulmones
y estos comenzaron a arden dolorosamente, su instinto de
supervivencia tomo el control de su cuerpo, haciendo pelear
para poder librarse, pero en su posición no hubo mucho que
pudiera hacer.

Los bordes de su visión comenzaron a oscurecerse,


entreabrió los labios, buscando cualquier partícula de oxigeno
que pudiera hacer pasar a través del agarre de hierro que Zeus
tenía sobre ella, pero no logró mucho y cuando sintió que
estaba alejándose de la consciencia, que su cerebro buscaba
alivio en la oscuridad, el aire volvió a entrar en ella. Inhaló
desesperada. Una ráfaga de aire paso por su garganta, la cual
ardió como mil demonios. Comenzó a toser
compulsivamente, intentando respirar porque todavía se
sentía mareada, pero adolorida con cada intento.

—Habla— escuchó a Zeus decir, su voz alzándose con fuerza


por sobre su ataque de tos.

Era una orden que no prometía nada, lo sabía porque él había


venido aquí a matarla. No lo conocía, pero sí a los hombres de
su tipo, los Capos jamás cambiaban de opinión, no solo
porque los hiciera ver débil, sino también porque siempre
creían tener la razón.

Si no hablaba la matarían, si hablaba, eventualmente el


resultado sería el mismo. Gina no quería traicionar al La
Legge, sus intereses eran totalmente personales. Cualquier
cosa que dijera sería usada en contra de Massimo y de Las
Vegas, por consecuente en contra de su hijo, un infante que
tan solo había tenido la mala fortuna de nacer en ese mundo
repleto de sangre, de animales, alfas, intentando obtener el
control absoluto.

Su silencio no era por lealtad a Massimo, era por amor a


Golden, a la esperanza de que al menos, cuando ella muriera
lo entregaran a alguien que se hiciera cargo de él, sabía que
Massimo no mataría a su propio heredero.

—Te vamos a hacer tantas cosas— de reojo vio como King


jugueteaba con la navaja entre sus dedos —. Cuando tu
estúpido marido te encuentre tendrá que usar tus dientes para
identificarte, si es que no te los sacamos también— la manera
en que Zeus lo dijo sonó como una premonición que
cumpliría, más que una amenaza.

—Ustedes los Capos siempre son tanto de hablar y muy poco


de actuar— respondió ella con la voz rasposa. Hizo una
mueca; tragó saliva para lubricar su pobre garganta, pero
incluso eso dolió.

King, ya más cerca de ella, soltó una carcajada ligera, que en


cualquier otra circunstancia le hubiera parecido encantadora,
pero ahora tan solo sirvió para crear un estremecimiento en
su cuerpo por el pánico recorriendo su columna vertebral.

—Sí que tienes pelotas— dijo con una sonrisa matadora.


Quiso darle una respuesta, pero de nuevo el aire le fue
arrebatado de los pulmones. En esta ocasión la mano de Zeus
sobre su cuello fue un peso mortal que daño de inmediato su
piel; se sintió como si la estuviera traspasando, hasta llegar a
los músculos bajo ella y apretarlos sin dejar nada de ellos.
Zeus estaba destruyendo su garganta, segundo a segundo el
agarre de su mano se iba cerrando más, no solo robándole la
oportunidad de respirar, sino que también provocándole un
dolor incomparable.

Estaba bailando sobre el borde de la línea que delimitaba la


consciencia de ese mar n***o que amenazaba con tragársela,
arrastrándola a lo más profundo para que jamás pudiera
regresar a la superficie. Sus ojos se cerraron; quería seguir
luchando por mantenerse despierta, la idea de caer en la
oscuridad tenía su corazón martilleando tanto o más como la
sensación de Zeus apretando su mano con más fuerza.

—Qué bonito saber que en Boston la familia se cuida la


espalda.

A punto de rendirse, porque ya no encontraba manera de


seguir batallando con la asfixia, creyó que su mente le estaba
jugando una mala pasada, engañándola para que cuando
cerrara los ojos lo hiciera con el sonido de su voz. Esa voz
común y corriente que había provocado tantas cosas
diferentes en ella en los últimos meses y que en este
momento actuó como un sedante.

Se dio cuenta de que la presión sobre su cuello amaino, pero


no fue capaz de respirar de inmediato. Dejo caer la cabeza
hacia un lado, todavía demasiado mareada y débil para poder
hacerle frente a su atacante. Es por esto que no noto como
todos se giraban hacia la voz que había hablado segundos
atrás.
Massimo salió de entre las sombras arremangándose la
camisa como un actor aparece detrás del telón, sabiendo que
él será la estrella del espectáculo en todo momento y que no
tendrá que pedir la atención de nadie, por eso debía moverse
con cuidado, representar el papel que le tocaba. El Capo
apenas le dedico una mirada a su esposa, fingió que estaba
más preocupado en arremangarse la camisa, dejando al
descubierto sus antebrazos gruesos y las venas hinchadas
que lo recorrían, un pequeño gesto para mostrarles que
estaba listo para pelear si la situación lo ameritaba. Se detuvo
a una distancia prudente, desde donde podía observar a cada
uno de los presentes; Zeus y Giovanni no eran hombres a los
que pudieras perder de vista en una situación así y a los otros
dos nos los conocía lo suficiente para saber qué tan letales
podía ser, aunque mirando al hermano menor de Zeus, todavía
herido por la paliza que su gente le había dado unas semanas
atrás, dudo de que fuera a ser un gran aporte si llegaban a las
armas.

» También me alegra saber que, si un día quiero deshacerme


de Gina, ustedes estarán dispuestos a ayudarme. La mujer es
un dolor en el trasero todo el tiempo, sobre todo cuando
desobedece mis órdenes— su voz cayó en un tono tenso,
colérico porque nada de esto habría sucedido si ella no
hubiera cumplido con una de las pocas reglas que le había
impuesto al principio de su matrimonio.

Cuando Gina siguió escuchando su voz, incluso si ya estaba


en sus cinco sentidos, levantó la cabeza y enfocó su figura
ancha. Bebió de la imagen de su cabello rubio, algo más
opaco bajo las luces del lugar; de sus facciones masculina, de
esa mandíbula cuadrada y de aquellos brazos expuestos a los
cual, por alguna razón estúpida quiso correr.

—¿Has venido aquí tú solo? — preguntó King.

Massimo le mostro una de sus sonrisas, los labios curvados


ligeramente con fingida parsimonia.
—No— dijo como si eso fuera obvio —mis hombres se
deshicieron de los suyos hace tiempo ya. No se preocupen,
tampoco escuche nada muy interesante.

Gina, todavía recuperándose, fue capaz de leer entre líneas. El


maldito hijo de puta llevaba en la propiedad un buen rato y no
solo eso, sino que también había estado escondido mientras a
ella la maltrataban.

Sintió como su pechó se elevaba con una respiración


profunda y a pesar de que su garganta seguía quemando,
sintió la necesidad de gritarle y gritarle hasta que ya no tuviera
voz.

—Ahora, ¿por qué no dejas ir a mi esposa? — una expresión


apática acompaño su tono demandante.

Ella quiso mandarlo a la mierda, decirle que se pudriera


porque jamás pensaba volver a la casa de un hombre como él,
que podía ver cómo le hacían daño sin actuar.

—Antes de eso tenemos cosas que conversar— dijo Zeus y su


contrincante lo miró fijamente esperando a que continuara —
Promete que no tendremos problemas para regresar a Boston.

Su esposo torció los labios hacia un lado.

—No lo sé— a Gina le indigno aún más que lo dudara. ¿Si la


quería muerta porque estaba aquí? ¿Por qué no mejor se
marchaba? —. No me gusta que toquen lo que es mío, ya
saben, típico problema de hijo único, jamás me enseñaron a
compartir y me pone de un humor asesino que tomen lo que
me pertenece.

Quiso vomitar y después deseo que pudiera escupir fuego


para lanzarle una llamarada en la cara a Massimo Amadore y
borrarlo de la faz de la tierra. La idea de que hombres como él
siguieran existiendo en este mundo la ponía enferma, pero no
tanto el hecho de que la considerara a ella su propiedad.

—Asegúrate de que tu hijo no tenga el mismo problema—


respondió de vuelta Zeus.

Massimo pestaño, tan solo una vez, pero eso basto para que
Zeus supiera que había dado en el clavo, el capo de Las Vegas
tenía un heredero escondido en algún lugar de su vasto
territorio y ahora ellos lo sabían.

—Bonita cicatriz la que te quedara, preciosa— añadió King.

Massimo le dio una mirada intensa que habría puesto de


rodillas y a suplicar al soldado más experimentado, pero para
King no significo nada.

—Así que, ¿por qué no tu hijo y tú se quedan tranquilos aquí y


mis hermanos y yo nos devolvemos sin causar más daño?

La tensión en su mandíbula hizo que le chirriaran los dientes


al hablar. Gina observo mejor a su esposo, tan solo para poder
distraerse por un segundo pensando en que parte de él
torturaría primero. Se dio cuenta de que tenía una mano
descansando tensamente sobre su pistola, al igual que los
irlandeses de Boston. Ni siquiera el asentimiento de Massimo
los hizo alejar su mano del arma.

Giovanni desató las manos de Gina, cuando tuvo sus muñecas


libres tuvo la necesidad de frotárselas, pero prefirió
aprovechar la oportunidad para arrebatarle el cuchillo de la
mano a King, quien no tuvo tiempo para detenerla antes de
que ella se la lanzara a Massimo; él lo esquivo, causando que
cayera estrepitosamente contra el piso de cemento.

Los cinco hombres se giraron hacia ella, la vieron respirara


agitadamente, sus mejillas rubicundas, el sudor perlándole la
piel y sus cabellos desordenados le dieron una apariencia
aterrorizante, sobre todo cuando levantó la mirada, dejándoles
claro que si pudiera los destrozaría a cada uno con sus
manos.

—Bueno— King dio un aplauso seco —, hora de irse— el resto


de los hombres se pusieron en movimiento y cuando King
paso por el lado de Massimo, se atrevió a darle una palmadita
en el hombro y decirle: —. Suerte, con una mujer así la
necesitaras.

Gina hubiera sonreído, orgullosa de que alguien la reconociera


como una amenaza, pero mantuvo su expresión seria, incapaz
de sentir nada más que ira. Avanzó con paso brioso hacia la
salida, dejando atrás la silla donde casi había muerto.

Le parecía ridículo como en un segundo podías estar


amarrada, pensando en que tu fin había llegado, y al segundo
siguiente estabas enfuriada, siendo seguida por a un hombre
que prefería obtener información que salvar a su propia
esposa.

Tuvo que pestañear varias veces para acostumbrarse a la


excesiva luz del exterior. Cuando lo hizo reconoció el auto de
Ace, camino hacia él sin dudarlo, pero a medio camino una
mano se cerró sobre su muñeca, presionando las heridas
frescas, sacándole un gemido adolorido que llevó a Massimo
a aflojar su agarre.

—¿Dónde crees que vas?

No era una pregunta hecha para obtener respuesta, pero aun


así ella lo intento, fracasando después de la primera palabra,
pues Massimo comenzó a tirar de ella hacia su carro. La
cólera fue tanta que la enmudeció, dejándola en blanco por un
segundo, tan solo pensando en lo mucho que quería hacerle
daño, lo mucho que lo odiaba. Fue como si su cerebro se
hubiera desconectado del mundo, tan solo quedando ella con
sus pensamientos en un campo vació, y de golpe, volvió a la
realidad para convertirse en una bomba sin tiempo.

—¡No!

Haciendo uso de toda su fuerza tiró de su brazo hacia abajo,


logrando soltarse del agarre de su marido y cuando él quiso
dar un paso en su dirección para atraparla de nuevo ella puso
las manos en alto, debería haber sido un gesto seguro,
colérico, pero salió tembloroso.

—¡Basta! No quiero ir en el auto contigo, no quiero estar cerca


de ti, no quiero volver a verte— las palabras le salieron tan
aguadas como lo estaban sus ojos —. Basta, por favor. Ya no
lo soporto más.

Odio como se quebró su voz y como sus piernas la dejaron


caer, pensó que golpearía el suelo, duro como la realidad de
que ella; siempre una guerrera, ya no quería seguir luchando.
Mas cayó en una superficie suave, impregnada de esa colonia
que había aprendido a reconocer. Su cuerpo cálido la envolvió
completamente, arrastrándola contra su voluntad fuera de ese
agujero n***o en el que había caído. Su cuerpo se estaba
rindiendo en los brazos de un hombre en el que no podía
confiar, pero en algún lugar de su inconsciente residía la idea,
como una pequeña semilla que más adelante germinaría, que
podía confiar en su marido.

—Está bien— Massimo tuvo el cuidado de acercarse


demasiado a ella, algo contradictorio teniendo en cuenta de
que la tenía en sus brazos —, no iremos a ningún lado—
murmuró, acariciándole el cabello.

Sentía que estaba flotando en una nube de algodón y que el


viento tibio la mecía de adelante hacia atrás. Sus ojos se
cerraron a pesar de que lucho con todas sus fuerzas para
mantenerlos despiertos, culpó al estrés del secuestro, al bajón
de adrenalina, cualquier cosa menos a su mente traicionera
que decía odiarlo, pero que no tenía problema para relajarse
en sus brazos y permitirle consolarla.

Su cuerpo lánguido sobre el de Massimo le trajo a él una


sensación desconocida, cálida sobre toda la zona en que
estaba recostada, como cuando el sol de verano te da en la
piel y te quema de esa manera exquisita a la que te haces
adicto. Estaba intentando llegar a un acuerdo con la manera
en que se sentía con ella cerca, o como es que sus dedos
picaban cuando la tenía cerca y no podía tocarla. Estaba
intentando procesar lo rápido que había latido su corazón
cuando vio la mano de Zeus cerrándose sobre su cuello
delicado, cuanto le había enfurecido que otro tuviera las
manos sobre ella y no solo eso, sino que también quisiera
hacerle daño. Nadie podía hacerla daño a Gina, nadie podía
siquiera osar en lastimarla, despertaba sentimientos asesinos
en su interior, y aun así había le había permitido a Zeus
maltratarla, dos veces, porque necesitaba cualquier
conocimiento sobre el Capo de Outlaw’s Paradise que pudiera
obtener.

Gina dio un brinco en sus brazos, amaino el agarre que tenía a


su alrededor, creyendo que iba a levantarse, a erigir esa
muralla entre ellos como cada vez que tenían un momento en
donde no se estaban odiando. Pero su mujer no se movió y
fue ahí que se dio cuenta de que estaba dormida.

Increíble, jamás pensó que podría tenerla de esa manera en


sus brazos, de que obtendría la oportunidad de contenerla y
cuidarla, de verla en un estado de debilidad. Gina era una
mujer difícil, definitivamente con un carácter complejo y una
personalidad particular para una mujer, demasiado
despreocupada por la opinión del resto, egoísta,
completamente segura de sí misma.
Le habían enseñado que las mujeres todo lo contrario,
sumisas, bien portadas, siempre deseosas de complacer a su
marido, y tal vez sí había mujeres así en el mundo, era muy
probable que las hubiera, pero ya no era eso que lo que
Massimo quería, él quería lo que Gina pudiera ofrecerle, quería
todo lo que escondía bajo su máscara de arrogancia y
coquetería.

La Legge lo mantenía ocupado con todos sus problemas, pero


no le importaba tener un desafió más, algo por lo que
esforzarse y pelear, porque valía completamente la pena.

Se puso de pie con cuidado y después se las arregló para


tomar a Gina entre sus brazos y llevarla hasta el auto. La
deposito en el asiento con cuidado y después se subió él, listo
para marcharse de este lugar de una buena vez.

De camino por la carretera, no pudo evitar apartar la mirada


de la carretera para ojearla, volviéndose adicto a la imagen de
sus facciones relajadas, de sus labios entreabiertos, las
pestañas oscuras descansando sobre sus mejillas. Quera una
visión hermosa, no solo por su rareza, sino también porque no
había nada en Gina que pudiera ser feo, esa mujer era diosa
en territorio mortal, incluso afrodita se sentiría envidiosa de
su belleza salvaje; esos ojos amarillos que ahora escondía
bajo sus parpado, sus rulos castaños, las curvas peligrosas
que componían su cuerpo. Era una joya extraña y en ese
momento, viendo lo delicada que podía llegar a ser, se propio
que nunca haría nada para quebrarla.
TREINTA Y UNO-El corazón del diablo-
Dreame

Su cabeza cayó bruscamente hacia la izquierda, el


movimiento la hizo saltar, pero después de acomodarse en su
lugar, de manera que la cabeza le quedara recargada sobre el
vidrio, se dejó arrastrar por el sueño, dejando que el mundo de
los sueños la arrastrara lentamente al relajo de no tener su
mente ocupada en un millón de cosas, pero antes de que
pudiera dormirse de nuevo el auto paso por un bache que la
hizo brincar en su lugar.

Abrió los ojos de golpe, percatándose de la vibración del


motor recorriendo su cuerpo y de la música suave llenando el
ambiente. Todavía desorientada miro hacia la derecha,
encontrándose a Massimo manejando tranquilamente
mientras ella estaba a punto de tener un ataque.

¡No podía creerlo! Se había quedado dormida en sus brazos.

¡Maldición! ¡Maldita fuera ella y su cerebro que no parecía


estar funcionando!

Se desabrochó el cinturón mientras se insultaba mentalmente,


odiándose más que nunca por haberse permitido ser débil, y
no solo eso, sino que con Massimo, el desgraciado que no
dudaría en usar ese momento en su contra.

—Ey— su voz salió más dulce de lo esperado, pero ambos lo


ignoraron —, ya desper-

—Para el auto— demando con un tono que no permitía


replicas.
Pero el problema entre Massimo y Gina es que lo que
usualmente funcionaba con otros, no aplicaba para la pareja;
a ella no le asustaba su marido y él nunca se había sentido
intimidado por su tono autoritario.

Gina tomó la manilla, le quitó el seguro a la puerta y se volvió


hacia Massimo, su expresión más feroz y seria a la vez.

—Te dije que pares el maldito auto.

Él revisó sus alrededores y cerciorándose de que estaban


solos en la carretera, se detuvo, pero antes de que Gina
tuviera tiempo para escapar, se cruzó sobre ella, para agarrar
la manija y mantener la puerta cerrada.

—Massimo...— sus ojos se achinaron ligeramente y sus dedos


pelearon por recuperar el control de la manilla para poder salir
del auto.

No sabía de donde venía esa necesidad imperiosa, tan solo


sabía que alejarse de Massimo y de todo lo que estuviera
relacionado con él; era como un centro de energía radioactiva
que le estaba friendo el cerebro, necesita mantener sus
distancias con él sino quería acabar muerta.

—¿Y qué vas a hacer después? ¿Irte caminando hasta la casa?


Piensa un poco Gina— espeto bruscamente.

La mano que tenía sobre la suya se tensó, impidiéndole hacer


un solo movimiento.

—No es de tu incumbencia— aseguro firmemente.

—Eso es lo que no entiendes, lo que haces me concierne,


sobre todo cuando andas por ahí sola, exponiéndote, siendo
una maldita presa para los demás.

—Ay, por favor, como si te importara tanto.


—No lo haces— dijo entre dientes.

Su aliento mentolado le golpeó el rostro y por primera vez se


dio cuenta de lo cerca que estaban. No solo tenía su cuerpo
encima, estirado para alcanzar la puerta e impedir que saliera,
sino que además la distancia entre sus rostros había
disminuido considerablemente, pero ella no iba a caer en esos
juegos sentimentales de nuevo. ¿A caso se venían tentadores
sus labios? Sí. ¿Estaba pensando en lo bien que se sentían
sobre los de ella? Sí. ¿Iba a hacer algo? No, porque tenía claro
que era un error besarlo, o confiar en él o tenerlo tan cerca y
pensar en todo lo que le quería hacer.

—¿Por qué mierda no me dejaste con ellos entonces?— la voz


fría de Gina envió escalofríos por todo su cuerpo.

La pregunta lo tomó por sorpresa, él también le había estado


dando un par de vueltas, pero cada vez que se acerca a una
respuesta clara, se acobardaba. Querer era peligro, amar era
una maldita debilidad que no iba a permitirse nunca, y aun así
cada vez que pensaba en Gina esa era la primera palabra que
aparecía en su cabeza, debía ser que él no sabía nada sobre el
amor y estaba confundiendo el concepto con algo más.

—Porqué eres mía, porque soy el maldito Capo y nadie puede


tomar lo que me pertenece con tanta facilidad— tomó una
bocanada de aire y después soltó lo primero que se le vino a
la mente para evitar que siguieran ahondando en sus
sentimientos —. En todo caso, esto es culpa tuya, si me
hicieras caso nada hubiera pasado...

—Si tú me hubieras hecho caso a mí— lo interrumpió con un


rugido que llamó su atención —, nada de eso hubiera pasado.
Te dije que no debías casarte conmigo.

Un sonido animal subió por su garganta. Fue interrumpido


antes de que pudiera hablar por una bocina, pero la ignoró
porque en este momento no había nada más en su cabeza
que Gina, una Gina que tenía los ojos rojos, el pelo hecho un
desastre y marcas de dedos que no eran los suyos, que no la
habían tratado con la gentileza con que él la trataría si alguna
vez tenía la oportunidad de volver a tocar la esa manera.

—Escúchame bien— la tomó de las mejillas, necesitando el


contacto más que nada —, porque ya estoy harto de esta
discusión; nos casamos, no hay como revertir eso, ahora eres
mía y jamás dejaras de serlo, así que metete en esa cabecita
tuya, que esta es tu vida ahora y empieza a pensar antes de
hablar o actuar, porque si no vas a acabar muerta antes de lo
que crees.

Por la manera en que se agrandaron sus ojos, supo que lo


había entendido mal, pero no hizo nada por corregir sus
palabras. La soltó reticente y después siguió manejando

Al llegar a la casa lo primero que hizo fue subir hasta su


cuarto para buscar a Den y tenerlo en sus brazos, lo
necesitaba. Requería de su olor, de su delicadeza, de la
manera en que la miraba con aquellos ojos dorados,
simplemente lo necesitaba a él, para saber que todo había
acabado y que ahora estaba bien, sana y salva en su casa.
Bueno, lo último era una exageración, después de lo que
Massimo le había dicho dudaba que alguna vez volviera a
sentirse segura cerca de él. Nunca se había tomado sus
amenazas muy en serio sus amenazas, pero creía que estaba
alcanzando el límite, otra decisión suya que lo molestara y
tendría sus manos rodeándole el cuello como lo habían hecho
hoy las de Zeus. 

Pero lo peor no era eso, sino el hecho de que a pesar de lo


poco que la quería y estimaba, no era capaz de dejarla ir.

Queriendo quitarse la suciedad del día y necesitando relajar


sus músculos aún tensos, decidió darse una ducha. Prendió el
agua y llenó la tina mientras bailaba con Den en sus brazos,
haciéndole caras y sonriendo esperando que él la imitará, el
desgraciado no le había dado ni una sonrisa todavía y Gina
estaba desesperada por obtener algo más que su rostro serio.

Le quitó la ropa y lo tapó con una manta, después se deshizo


de la suya para meterse en la tina con Den sobre su pecho. Le
encantaba hacer eso, de esta manera lo sentía más cerca,
además él era tan tranquilo que le resultaba posible estar en
esa posición por horas. Preocupada por que fuera a resfriarse
o a coger frio, le dio un baño corto, después lo secó, vistió y lo
puso en la silla para bebé que tenía.

Con la cortina abierta, lavándose el cabello a toda velocidad y


echándole una ojeada a Golden cada cierto tiempo, logró
darse una ducha que le propiciara la sensación de limpieza,
pero le hubiera gustado tener una ducha que la relaja, de esas
donde te quedas bajo el agua caliente incluso después de que
ya has terminado de limpiarte, en donde el agua cae sobre tus
hombros y se desliza por tu espalda lentamente. Necesitaba
una de esas con urgencia, para poder exfoliarse la piel, para
dejar que el agua le cayera en la cara, para darse un poco de
amor sin arriesgarse a nadie escuchando, pero
lamentablemente no tenía tiempo para tales cosas, no cuando
Golden había comenzado a agitarse y a mirarla con el ceño
fruncido desde su lugar, indicándole que algo le estaba
molestando.

Se secó el cuerpo evitando sus muñecas irritadas y su cuello,


después se vistió a máxima velocidad porque a Golden se le
acabó la paciencia y comenzó a llorar, primero con esos
sollozos que funcionaban como advertencia y después a todo
pulmón, arrugando el rostro enrojecido.

Decidió que tan solo se pondría la polera, en este momento no


tenía cabeza para tolerar sus llantos, así que siendo lo más
rápida posible bajó las escaleras y preparó la fórmula.
Cada vez que lo alimentaba la asaltaba una tristeza absoluta,
pero hoy todo estaba funcionando diferente y se sintió feliz
tan solo por el hecho de tenerlo en sus brazos, además estaba
demasiado cansada para lamentarse.

Le dio el biberón concentrándose en su rostro relajado, sus


pestañas negras curvadas tocaban sus mejillas regordetas, la
piel suave y morena combinaba a la perfección con el rubio
claro de los pocos pelos que tenía sobre la cabeza.

Cada vez le encontraba más sentido al nombre que Massimo


le puso, su hijo era eso mismo: Golden, dorado, con la piel
trigueña y el cabello fino como hilos de oro, pero creía que sus
iris eran el verdadero motivo de su nombre. Llevaba ya un mes
viéndolos y seguía sin poder acostumbrarse al color amarillo
fulgurante en ellos.

Al acabar de alimentarlo subió de vuelta al cuarto, estaba


alcanzando la manija de la puerta cuando la de la habitación
contigua se abrió dando paso al cuerpo musculoso y casi
desnudo de su marido. Apartó los ojos de inmediatos,
evitando cualquier tentación que pudiera aparecer.

—Gina— la llamó, su nombre fue un suspiro en sus labios que


provocó escalofríos.

Lo ignoró y se metió en su pieza, pero antes de que pudiera


cerrar la puerta Massimo estaba ahí, bajo el marco de madera
mirándola fijamente con una intensidad sin precedentes. En
sus iris se arremolinaban demasiadas emociones como para
poder identificar una en particular.

—Estoy cansada— suspiró dándole una mirada por sobre su


hombro.

Massimo dio un paso dubitativo en su dirección y ella pensó


que estaba ebrio porque jamás lo había tan inseguro de algo.
El hombre se despeino el cabello con una mano, misma que
después traslado hasta su barba, había crecido hasta el punto
en que podía tomar varios pelos entre sus dedos. Inspiró
profundamente y después soltó aquello que lo tenía actuando
tan extraño.

—Pensé qué te sentirías más segura si duermo contigo

Tuvo que morderse los labios para no partirse de la risa ahí


mismo, a él le habían dado un golpe de pequeño o tal vez en
alguno de sus trabajos había quedado con daño cerebral
grave porque no había manera en que pudiera pensar que se
iba a sentir segura con él. ¡Hace menos de una hora había
amenazado con matarla! Eso era razón suficiente para jamás
volver a querer estar cerca de él, pero si a alguien no le
convencía, tenía toda una lista de motivos por los cuales no
confiar en Massimo que se sabía de memoria, principalmente
porque cada vez tenía que repetírselos más.

No se sentía segura con él, nunca lo había hecho porque


Massimo estaba constantemente amenazándola o quitándole
cosas que quería; era su enemigo. Dios o quien fuera que
gobernara el mundo, tenía algo personal contra ella y había
enviado al diablo específicamente a ella para torturarla. Todos
los libros y poesías se equivocaron al describir el mal como
algo tentador, prohibidamente delicioso, las cosas no son así,
el verdadero motivo de un demonio para subir a la tierra es
escoger una víctima y torturarla.

—No te necesito para sentirme segura.

Se dio media vuelta creyendo que con eso había contestado,


pero parecía que Massimo no lo entendió porque escuchó sus
pasos siguiéndola al interior del cuarto. Puso a Den en la cuna
y después se giró hacia al hombre que parecía no comprender
lo mucho que lo detestaba y la poca paciencia que tenía
después de un día como hoy.
Lo vio con la intensión de decir algo, pero vasto que se
cruzara de brazos para que él cerrara la boca, le gustó que
Massimo la conociera lo suficiente para saber cuándo no
estaba de humor para discutir y cuando él no tenía ninguna
posibilidad de salir airoso de dicha pelea.

—Cierra la puerta cuando te vayas— ordenó y él así lo hizo.

Se metió en la cama, soltó un suspiró y apenas cerró los ojos


el mundo desapareció.

Massimo se quedó fuera de su cuarto por unos minutos,


reticente a la idea de dejarla, pero eventualmente se despegó
de la pared y fue a su oficina. Se supone que debía estar
revisando papeles y asuntos sobre La Legge, pero estaba
demasiado inquieto para eso y lo único que tenía en la mente
era Gina y al maldito de Zeus sobre ella con una navaja en su
cuello como si pudiera hacerle daño y no pagar por ello. Eso
no iba a pasar, ahora Massimo sabía dónde golpear a Outlaw’s
Paradise; Zeus no tenía un punto débil, sino dos y eso era
genial, porque él los iba a usar todos para hacerle pagar por
llevarse a su esposa. Nadie le ponía una mano encima a Gina,
ni siquiera él, nadie amenazaba su vida ni hablaba sobre lo
que quería hacer son su boca, eso estaba reservado solo para
él porque era su mujer, de su propiedad y Gina tenía razón,
odiaba cuando alguien más usaba lo que le pertenecía. 

¿Y qué era ese vuelco que había dado su corazón al saber que
estaba en peligro? ¿De dónde nacía la necesidad de subir a su
cuarto y colarse en su cama tan solo para saber que estaba
bien?

No tenía ni idea, pero él no era de los que se quedaban con las


ganas, así que volvió a la habitación donde Gina dormía.
Odiaba que estuviera a tan solo una puerta de la suya pues
reforzaba la idea de que siempre estaban tan cerca pero tan
lejos del otro, ni siquiera sabía porque no compartían cuarto;
eso había sido idea de ella, por supuesto, y hoy más que
nunca lo estaba matando.

Empujó la puerta con cuidado, procurando no hacer ruido, se


quitó los pantalones y luego tomó la colcha para meterse en
la cama. Estaba cruzando una línea, pasando a llevar
completamente su voluntad, pero no era una persona que
hiciera caso a otros y si tenía algo en mente lo iba a hacer, no
importaba cuan imprudente o poco respetuoso fuera.

Gina se despertó asustada al sentir la cama hundirse bajo un


peso, su primer instinto fue agarrar el cuchillo que escondía
bajo la almohada y ponerlo sobre el cuello de la persona. Aun
adormilada y demasiado cansada para pensar correctamente,
logro ponerse sobre Massimo antes de que él pudiera hacer
algo para evitar su ataque.

—Calma, Corazón, yo solo pensaba dormir, pero si es esto lo


que quieres— susurró seductor rozándole apenas los muslos.

Gina puso un poco más de presión en el cuchillo. Massimo


quitó las manos de su cuerpo y las elevó al lado de su cabeza,
queriendo mostrarle que no iba a hacer nada, la vio pestañar
para enfocar la vista y acostumbrarse a la oscuridad, el gesto
le pareció encantador por alguna razón, sobre todo cuando la
llevaron a achinar los ojos y darle esa mirada furiosa a la que
estaba acostumbrado.

—¿Qué estás haciendo aquí? — preguntó con la voz


enronquecida.

Dios, ¿había algo que no fuera sexy en su esposa? Y,


maldición, adoraba la manera en que siempre sonaba tan
exigente y autoritaria. Pero a pesar de que disfrutaba cuando
ella intentaba tomar las riendas de la situación, prefería
cuando las tenía él, así que envolvió la muñeca delgada de
Gina con los dedos, solo una vez permitiría que tuviera un
cuchillo sobre su cuello. Apartó el arma de su cuello sin
problema y después los volteó, quedando él encima. Aumentó
la presión sobre su mano hasta que ella soltó el cuchillo, lo
tiró fuera de la cama para por fin poder concentrarse en Gina.

—Tan solo quiero dormir— le informó, el sabor de la absoluta


sinceridad en sus labios le supo raro, no estaba seguro de si
le gustaba.

—Eso puedes hacerlo en tu cuarto y no colarte en mi cama


como un pervertido— susurró-gritó dándole un golpe en el
pecho.

Massimo dejó caer casi todo su peso sobre ella, aplastándola


con sus caderas y juntando sus pechos, notó como el aire
escapaba de sus pulmones y luego se removía incómoda,
tratando de librarse. Se dio cuenta de que era una mala idea
cuando comenzó a ir a su erección en vez de a su cerebro.
Gina siguió peleando —porque así era ella— y Massimo
comenzó a tener problemas para controlarla, así que agarro
sus dos manos con una de las suyas y la otra la utilizó para
detener los movimientos erráticos de su pierna; la dominó
aplastando su muslo contra el colchón. Gina soltó un jadeo
que no ayudo nada a la situación entre sus piernas.

—No soy un pervertido.

Vio la sombra de su ceja moverse, y creyó ver a sus ojos


desplazándose hacia abajo. Curioso por lo que había llamado
su atención bajó la cabeza para encontrarse que tenía la
mano demasiado cerca de su entrepierna.

—Diferiré en eso buenos motivos.

Le pareció encontrar un tinte de nervios en su voz.


Sin poder evitarlo frotó el pulgar sobre la tela de algodón.
Estaba comenzando a sentir verdadero odio a la capa de tela
que siempre le impedía tener contacto con la piel suave de
Gina, quien ante la caricia se tensó. Llevó el dedo in poco más
arriba y el suspiró que escapo de los labios de su mujer lo
hizo perder la cabeza.

Se lanzó a sus labios desesperado por poder sentirlos


nuevamente. No había nada mejor que la suavidad de su boca,
mezclándose con esa dominancia que era tan parte de ella.
Pero lo mejor de todo es cuando Gina le cedía el control,
siempre le daba un poco de pelea; mordiéndole los labios,
intruseando en su boca con la lengua, sosteniéndole las
mejillas para girar su rostro en el ángulo que ella quería. Pero
hoy fue diferente, hoy le siguió el ritmo a él, le permitió entrar
a su boca cuando él se lo pidió y permaneció resignada al
hecho de seguirle el beso, de aumentar el ritmo cuando se lo
pedía, juntar sus apéndices resbaladizos cuando era él quien
entraba a su boca.

Gina se dejó hacer, y encontró cierta satisfacción en tener a


alguien que tomara las decisiones por ti, además, Massimo
era tan buen besador que no le molesto ni un poco darle el
control.

Encontró perfecta la manera en que separaba sus labios,


aplicando la presión justa, tal vez un poco más de lo que
estaba acostumbrada, pero aun así exactamente lo que
necesitaba en ese momento. Le gustó como no tuvo reparo en
delinear las curvas de su cuerpo con una mano mientras la
otra seguía acercándose peligrosamente a su sexo lloroso por
no recibir la atención necesaria.

—Massimo— susurró contra sus labios hinchados.

—Dime, Corazón— respondió él, más concentrado en quitarle


la camiseta.
Se mordió el labio cuando sintió sus nudillos rozándole el
pecho. Envolvió las piernas alrededor de sus caderas,
deleitándose al arquearse contra él y sentir todas las durezas
de su cuerpo encajando perfectamente con las de ella. Ay,
señor, se iba a morir ahora mismo. Su cuerpo estaba a punto
de combustionar, su mente flotaba entre la irrealidad de lo que
estaba permitiendo que sucediera y lo maravilloso que se
sentía tenerlo sobre ella, pero fue su corazón el que le trajo
problemas; tomando un ritmo desbocado cuando Massimo
cambio a una posición mucho más íntima que la hizo
olvidarse de todo lo que existía alrededor, fue como si
estuvieron solos en el mundo, algo que por alguna razón
seguía pasándole solo con su marido. Sus brazos dejaron de
ser un encierro y se convirtieron en una burbuja de protección
que por un segundo la abrumó. Jamás en su vida se había
sentido de aquella manera y tal vez fueron las hormonas del
embarazo, el estrés del día, o probablemente ambas juntas,
pero por segunda vez en menos de veinticuatro horas hizo
aquello que se había prometido jamás hacer frente a Massimo
—incluso si ya había roto la promesa un par de veces y
seguiría hacerlo—; Gina lloró.

Sus labios temblaron cuando quiso besarla otra vez,


segundos más tarde se dio cuenta de que en realidad toda
ella estaba sacudiéndose en sus brazos.

La soltó de inmediato, espantado por que hubiera hecho algo


que de verdad la hubiera dañado. Salió de encima de ella y se
sentó en el borde de la cama, viendo como le daba la espalda
y se curvaba hasta ser una bolita sobre las sabanas
arrugadas.

—¿Corazón?

No tenía ni idea de que hacer, y aunque usualmente tan solo


se iría, con Gina jamás aplicaba lo que “usualmente” hacía.
—Ándate— su voz fue amortiguada por las manos con las que
se estaba cubriendo el rostro.

—¿Paso algo? ¿Puedo…

Cerró la boca cuando la vio curvarse aún más sobre sí misma,


escondiendo la cabeza entre las piernas, intentando acallar
los sollozos que escapan de sus labios.

Massimo miró hacia todos lados, cayendo en la


desesperación de no tener ni idea que hacer. Se rasco la barba
mientras pensaba en si debía hacerle caso a Gina e irse o si
es que había otra cosa que necesitaba en ese momento.
Ciertamente ella no era de las que decía una cosa esperando
que hicieran otra completamente diferente, Gina siempre era
muy directa y sincera sobre lo que quería, pero sabía también
que era una persona de piel. Así que, dejándose llevar por su
instinto (como siempre), se metió bajo las mantas otra vez y
buscó el cuerpo de su esposa, envolviendo los brazos a su
alrededor, manteniéndola cerca de su pecho incluso si ella
lucho por liberarse en un principio. Las cosas siempre eran así
con Gina, siempre se requería un poco de esfuerzo extra hasta
que ella se relajaba y aceptaba lo que fuera que quisiera darle,
porque juntos en esa cama, brazos y piernas enredadas, no
fue capaz de entender muy bien que era lo que estaban
haciendo. Él definitivamente tenía la intención de consolarla,
pero a medida que el tiempo pasaba y sus ojos se iban
cerrando, cayó en cuenta de que lo estaba haciendo por él
también. Con Gina hundida en su pecho, casi como su
quisiera abrirlo en dos y refugiarse entre sus costillas, se dio
cuenta no solo de que se lo permitiría sin problema, sino que
además sabía dónde encajaría y es que si el diablo no tenía
corazón era porque andaba por el mundo caminando en forma
de una mujer de curvas mortales, una melena
indomablemente salvaje, como ella, y unos ojos que contenían
el fuego del infierno.
TREINTA Y DOS-El corazón del diablo-
Dreame

Ni siquiera había abierto los ojos y ya quería que se acabara el


día. Dean estaba llorando o más bien gritando como si alguien
estuviera matándolo. Ese era su llanto de hambre, mezclado
con la inconformidad de tener un pañal mojado. Se levantó
todavía con los ojos medio cerrados, tomó a Den en sus
brazos y comenzó el proceso tedioso de cambiarle el pañal.
Una vez que estuvo limpio cualquiera pensaría que se la
pasaría un poco el llanto, pero la verdad es que lo que más
odiaba Golden era tener hambre, por eso era fácil reconocer
cuando llegaba su hora de comer: lloraba como si no hubiera
mañana, fiel a su carácter demandante.

Después de abrigarse con un chaleco, bajó a la cocina


meciendo a Den en sus brazos intentando que se calmara,
pero el niño no conocía el significado de paciencia y
demandaba a todo pulmón su desayuno. Tan solo se calmó
un par de minutos después de darle el biberón.

Aprovechando que era uno de esos días donde había


amanecido caluroso, se fue a sentar en uno de los sofás que
había en la terraza, cubrió a Den con la manta que mantenía
ahí y lo observo comer, con sus ojitos cerrados y sus manos
intentando sujetar la mamadera. Tenía un poco más de un
mes, lo que significaba que seguía cabiendo en su antebrazo
sin problema y que su rutina seguía siendo la misma: comer,
dormir, cagar. Pero, a pesar del poco tiempo en este mundo, le
gustaba pensar que ya se comenzaban a ver vestigios de su
personalidad: exigente, poco paciente la mayoría del tiempo,
mas no sabía si eso era algo de todos los bebés o de verdad
era una cosa de él.
Ocupada en mirar a su hijo no notó que Massimo había salido
y ahora estaba ubicándose en la mesa un par de metros más
allá para desayunar. Lo miró de reojo, él la ignoró, pero en vez
de sentarse de espalda a ella, eligió una posición donde podía
verla, Gina frunció el ceño; ¿qué estaba tramando?

Llamar “extraño” al hecho de que se había dormido en sus


brazos llorando era un completo eufemismo, sabía que era
mucho más que raro, pero no tenía palabras para definir lo
que había sentido en ese momento, ni lo que estaba le estaba
pasando a sus entrañas ahora mientras pensaba en lo
protegida que se había sentido y en lo cómodo que había sido
pasar la noche con Massimo. Lo cual era bastante confuso
porque quería sentirse agradecida; Massimo le había dado
exactamente lo que necesitaba y ella no había tenido que
pedirlo, el problema estaba en que todo el drama de ayer era
culpa de Massimo y no habría tenido un colapso nervioso
mientras la besaba si no la hubiera amenazado y si Zeus no la
hubiera secuestrado queriendo vengarse del Capo.

Si quería seguir viva debía alejarse de todo eso, y si quería


evitar que la metieran a un manicomio debía aclarar su
cabeza, ergo, las cosas de Massimo que estaban en su
cabeza.

Afirmó a Den con cuidado y se puso de pie, Massimo levantó


la cabeza de su celular, se mantuvo atentó a sus movimientos
y formuló un amago de sonrisa cuando Gina se sentó frente a
él.

—Quiero el divorcio— le comunicó con ese tono suyo; claro,


sin lugar a replicas.

Su rostro se enserio de inmediato, dejó la taza de café que


sobre la mesa lentamente y después la miró incrédulo.

—Eso no va a pasar.
Bufó, sabiendo que esa sería su primera respuesta. Acomodó
a Golden mejor en sus brazos, pero estaba inquieto así que lo
cambio de posición. Massimo siguió sus movimientos con
suma atención, incapaz de quitarle la mirada de encima a su
hijo, quien tenía los ojos entre abiertos y estaba haciendo
muecas graciosas con la boca.

—No seas tonto— por la mirada que Massimo le dio supo que
esa no era la mejor manera de convencerlo —. Tú no querías
casarte, yo tampoco, pero lo hicimos igual. Ya tuve tu
heredero— le dolió referirse a Den de esa manera, él no era
nada de Massimo —, que era el propósito de todo este
matrimonio y ahora podemos terminarlo, así todos seremos
felices; tú no tendrás que verme la cara todos los días ni tener
que meter mujeres a escondidas en la sala de estar y yo podré
ser libre de nuevo.

—¿Y qué pasa si no es eso lo que quiero? — dijo apoyándose


en los codos sin romper el contacto visual.

Gina frunció el ceño y lo miró con expresión confundida. ¡No


había forma de entender a este hombre! Ciertamente ella no
era una persona fácil, pero al menos no se andaba con
jueguitos o con segundas intenciones, tan solo quería volver a
como estaba su vida antes; no mafia ni Capos posesivos
dispuestos a lastimarla, quería salir de su casa sabiendo que
no estaba rompiendo ninguna regla ni corriendo ningún
peligro. Maldita sea, el principal motivo por el que se había ido
de su casa era porque no soportaba lo aprisionada que se
sentía ahí, siempre con guardaespaldas, teniendo que
comportarse, no pudiendo ser ella misma. Había creído que
estaba libre de eso y después sucedió todo lo del matrimonio
y volvío a estar en la misma situación, solo que mucho peor.
Pero eso no la enfuriaba tanto como el hecho de que
Massimo se estaba comportando tal cual un niño malcriado
que ya no utiliza sus juguetes y aun así se niega a donarlos.
Entendía que en La Legge el matrimonio tan solo acababa con
la muerte y que las esposas no tenían mucho que opinar en
ello, pero tampoco era común que las mujeres fueran a la
universidad, menos aún la esposa del Capo, y ellos habían
rotos esa tradición. ¿Cuál era el problema con esto? Para ella
era exactamente lo mismo, otra tradición machista que
podrían romper.

—Si al menos tienes una pizca de apreciación por mi o por tu


Den, dirás que sí.

Sus palabras no lo alteraron ni un poco, el rostro de su marido


continuó siendo esa máscara de hielo que solía llevar la
mayoría del tiempo, pocas veces por ella, ya que Gina siempre
lo hacía enojar demasiado para esconder sus emociones. Tal
vez eso es lo que debía hacer: gritarle y enfurecerlo para que
cediera al divorcio, pero debía reconocer que su mente seguía
agotada por todo lo de ayer y no tenía la fuerza para crear una
pelea o para sostenerla hasta que consiguiera lo que quería.

Cambió a Golden de posición para poder sacarles los gases


mientras mantenía una mirada atenta sobre Massimo.

—¿Se puede saber qué harías con toda esta libertad con la
que estás tan obsesionada? — cuestionó con un tono irritante
—No porque nos divorciemos significa que estos meses dejen
de existir, serás mía para siempre, mis enemigos lo recordaran
y mis hombres también, nadie se atrevería a estar contigo
sabiendo que fuiste mi mujer.

—Tu esposa— lo corrigió —, estoy lejos de ser algo más que


eso. Y lo que haga después del divorcio no es de tu
incumbencia, incluyendo los hombres que me folle.

La sola de idea de Gina cerca de alguien del sexo contrario


hizo hervir su cuerpo, sintió como el calor le subía por el
cuello hasta enrojecerle las orejas. Apretó la mandíbula y
comenzó a respirar como un toro rabioso, listo para atacar.
—No— dio un golpe a la mesa con la palma de la mano —, y si
sales con alguna mierda rara será Golden quien pague las
consecuencias.

Detuvo los movimientos de su mano en la espalda del bebé.


Inconscientemente se inclinó hacia delante con los achinados
y los labios torcidos en una mueca cruel.

—Estarías muerto antes de tocarle un solo pelo— declaró con


fiereza.

Su postura cambió de inmediato, echó los hombros hacia


atrás y apretó los dientes mucho más.

—¿Me estás amenazando? — dijo con expresión torva.

—Es más bien una advertencia— sonrió cínicamente.

—Se te olvida que soy tu Capo.

Gina fingió un bostezo, si hubiera podido habría subido los


pies a la mesa para demostrarle que no le tenía ningún
respeto.

—Y eso me importa... ¿Por qué? — fue totalmente indolente.

Massimo se puso de pie briosamente, la silla cayó con un


ruido sobre las baldosas. Gina pestañeo pasmada,
inmediatamente después siguió sus movimientos,
levantándose para quedar a la misma altura.

El hombre dio un golpe en la mesa que asusto a Den y lo hizo


lloriquear. Su madre no perdió tiempo en comenzar a mecerlo,
mientras observaba con ojos astutos a Massimo, que se
estaba pasando una mano por el pelo, despeinándolo, dejando
a la vista su frustración.

—Debería haberte matado la primera vez que me contestaste


así— gruño con verdadero arrepentimiento.
—Y yo debería haberte matado esa vez en la cocina, pero
supongo que ambos viviremos con las consecuencias de
nuestro error.

Se encogió de hombros, y por alguna razón sus labios tiraron


hacia un lado, curvándose en una media sonrisa, arrogante
como siempre, pero también divertida por lo surreal de la
situación. O sea, para ella sería mucho más complicado
asesinarlo, pero Massimo tenía todo el poder para matarla y
nadie se atrevería a cuestionarlo, y aun así estaban
comentando el asunto como si sus amenazas no fueran
reales. El momento se deshizo, como uno de esos vidrios que
se rompen y convierten en polvo para evitar daños.

—Eres lo peor que podría haberme pasado— habló


inclinándose sobre ella, su rostro tan cerca que pudo ver el
brillo en sus ojos hacerse más intenso.

Iba a alejarse, pero Gina lo detuvo sujetándolo por el cuello de


la camisa arrugando la tela, quería decirle algo, pero las
palabras quedaron a medio camino, olvidadas cuando
Massimo presionó sus labios, robándole un beso inocente que
por alguna razón inentendible le calentó las mejillas. 

—Quién diría que haría falta solo un beso para sonrojarte— se


burló de ella después de alejarse.

Gina lo empujó lejos, avergonzada y sorprendida todavía por


lo que había hecho, estuvo tentada a tocarse los labios, para
comprobar que el beso había sido real, pero eso le pareció
demasiado bobo, ¡Por favor! Estaba mayorcita ya para
emocionarse por tales cosas; y tampoco estaba emocionada,
se corrigió de inmediato al notar el curso que estaban
tomando sus pensamientos.

—Creo que encontré la manera perfecta de callarte— tuvo el


descaro de seguir burlándose de ella.
—¿No tienes cosas que hacer? — cuestionó con voz afectada,
demasiado aguda para su gusto.

Massimo curvo sus labios hacia un lado, dándole una sonrisa


ladeada matadora que la hizo sonrojarse un poco más.

¿¡Qué estaba mal con ella!?

No podía permitir que cosas así le siguieran pasando, la hacía


ver débil, algo que odiaba y no podía permitirse, pero peor que
eso la hacía ver como si le gustara Massimo, y eso sí que
sería una catástrofe donde ella sería la única víctima, lo sabía,
no se podía confiar en Massimo, uno le daba la mano y él te
agarraba del codo, y Gina no estaba dispuesta a eso.

—Creo que despejare mi agenda solo para ver cómo te


sonrojas por el beso más inocente que he dado en toda mi
puta vida— respondió con una gran sonrisa que le puso la piel
de gallina.

—No me sonroje— se defendió con el ceño fruncido.

Cambió el peso de una pierna a la otra y, dándose cuenta de


que estaba prolongando su estadía en la terraza, le dio una
última mirada antes de comenzar a moverse.

—Te vez tan linda intentando negar que estás loca por mí.

Gina se las arregló para levantar la mano y luego el dedo del


medio, fingiendo que no le había tomado un esfuerzo terrible
no volver la vista hacia él. Continuó caminando hacia el
interior de la casa y agradeció estar de espaldas a Massimo
cuando lo escuchó soltar una carcajada autentica.

—Tan encantadora— suspiró divertido.


Gina quiso dar un pisotón en el suelo y convertir sus manos
en puños, quiso volver a él y estrellar sus labios para
demostrarle que era de todo menos encantadora, que ella era
el diablo en persona y no tenía corazón. Pero con Den en
brazos no había mucho que pudiera hacer y todas sus
intenciones de demostrarle lo equivocado que estaba sobre
ella se mantuvieron contenidas, haciendo que la piel le ardiera
y su cuerpo zumbara por la vorágine de emociones que la
asaltaron en ese momento; todo lo que quería, lo que no debía
y lo que no podía hacer.

Lo dejó solo en la terraza porque ella ya no podía más con su


presencia, el orgullo la dominaban —cuando no lo hacia la
locura—, y se burlaba de ella por ser débil, por no odiar a
Massimo lo suficiente y por creer que estaba cambiando,
como si se pusiera dejar de ser un psicópata de un momento
a otro. Pero a Gina no le importaba lo que Massimo hiciera
con otros, nunca lo había hecho, el problema siempre había
sido que él era un maldito desgraciado con ella y los cosas no
habían mejorado mucho, nunca podrían hacerlas porque para
eso él tendría que cambiar completamente. Ella era de las que
creía que las personas podían cambiar, pero también pensaba
que el ser humano es como un cuadro de pintura; todos
tenemos un color principal y los que estaban en el cuadro de
Massimo no combinaban para nada con los ella.

Dejó a Den en su cuna, tomó una ducha corta, luego de


vestirse agarró el monitor y bajó a la cocina para tomar el
desayuno que la cocinera le había preparado. No se llevaban
bien y seguía temiendo en que un día no pasara del desayuno
porque la habían envenenado. Entendería si eso sucedía, no
era una persona fácil de querer, de hecho, quienes no la
conocían la encontraban pesada —y ese era un adjetivo suave
para definirla—. Sus amigos eran los que encontraban esa
antipatía graciosa o eran igual a ella, como Carter, también
había gente muy dulce y relajada a la cual no le importaba su
mal carácter, Frances y Santino eran el ejemplo de eso;
después estaba Ace, nunca sabía en donde estaba con él,
pero era Ace, nadie sabía que pasaba por su cabeza.

Su día paso lento, una rutina que la estaba consumiente y no


de la manera que le gustaba, lo único bueno es que después
de un día cansador podía tomarse un trago de whisky, daría
todo lo que tenía para poder amamantar a Golden y generar
esa magnífica conexión que las mamás decían que sentían.

¿Tendría ella eso con Golden? ¿Qué creaba ese vínculo?


¿Darlo a luz? ¿Amamantar? No tenía ni idea, pero ya sentía
que lo estaba echando a perder.

—¿Eso no irá a parar a nuestro hijo? — la voz de Massimo no


la detuvo de dar un gran trago a su bebida.

—Mi hijo—corrigió con amargura.

—Si mal no recuerdo, yo hice algo también— bromeó


Massimo.

Pero Gina no estaba de humor para sus provocaciones o


intentos de demostrar lo mucho que estaba por sobre ella en
este asunto.

—Además, yo le puse el nombre y lleva mi apellido, así queee…


— insistió acercándose a ella.

Gina lo registró en su visión periférica, balanceándose en sus


pasos con una arrogancia que no podía tolerar. Se levantó
energética y girándose hacia él con una expresión fiera lo
apuntó con la mano en donde tenía el vaso.

—Déjame aclarar algo: meter tu pene en mí y embarazarme no


te hace un padre, tampoco ponerle un estúpido nombre. Yo—
se tocó el pecho con el dedo briosa —, yo soy la que lo cargue
en mi cuerpo por nueve meses, la que lo cuida y se encarga de
que nada le falte— golpeó la mesa con el vaso, al parecer
demasiado fuerte porque el vidrio estalló en su mano
cortándola un poco.

El picor en su palma se transformó en un ardor que la hizo


cerrar la mano y sisear, la sangre se escabulló entre sus
dedos, pero no le importo, porque había un dolor más fuerte
en su interior, que estaba completamente por sobre el daño
físico del corte. Massimo se le acercó dubitativo, todo su
mano para examinarla, pero ella la apartó como si quemara,
no lo quería cerca, ya no lo toleraba, su persona era
demasiado absorbente, consumidora; lo que causaba en ella:
esa gran dicotomía sobre lo que debería sentir y lo que estaba
sintiendo la estaba asfixiando.

—Así que no tienes derecho a referirte a Den como tu hijo, es


mío, solo mío, incluso si no pude darlo a luz, incluso si no soy
malditamente capaz de alimentarlo, es mi hijo— la voz se
quebró al final y tuvo que cubrirse la boca para que los
sollozos no escapar de sus labios.

No había pasado ni un segundo y Massimo ya estaba sobre


ella, envolviendo sus brazos, envolviéndola a ella en esa nueva
burbuja de protección a la que estaba comenzando a hacerse
tan adictiva, pero, a pesar de que llevaba un par de tragos, su
mente no estaba tan dormida como para no recordarle que no
podía confiar en su marido. Debía luchar, librarse de él,
mantenerse fuerte porque odiaba la vulnerabilidad, pero Max
la sujeto con más fuerza, apretándola contra su pecho,
obligándola a respirar su aroma tan particular y reconfortante
y tan solo se deshizo en sus brazos, permitiéndole a su
cerebro a refugiarse en esa parte que comenzaba a creer en
que Massimo jamás dejaría que algo malo le sucediera. Las
últimas cuarenta y ocho horas habían sido tan intensas que
incluso si no eran nada, se sentía como si fueran de todo.

» Lo estoy haciendo todo mal— sollozó —el papel de madre es


demasiado para mí. Cuando sea grande me va a odiar.
Se derrumbó sobre él confiando en que no la dejaría caer, sus
sollozos se convirtieron en un llanto doloroso que trajo
consigo más lágrimas y ese hipido que odiaba porque
significaba que estaba llorando con sentimiento. Todos sus
temores fluyeron fuera de su sistema de manera líquida,
resbalándose por sus mejillas, acumulándose en sus labios y
trayendo el sabor salado a ellos mientras Massimo la mecía
en sus brazos y se preocupaba por hacerla sentir protegida.
Llorar nunca se había sentido mejor; tan liberador,
desgarrador también y aterrorizante porque estaba dejando
sus emociones más profundas salir con un hombre que
podría destruirla en menos que un chasquido. ¿Significaba
eso que había perdido la cabeza? O tal vez Massimo era la
excepción a la regla, su talón de Aquiles, las donas con relleno
de crema pastelera porque era incapaz de resistirlas, y estaba
bien, ¿no? Todos tenían derecho a tener una tentación y
dejarse arrastrar por ella.

—No quiero que me odie o que no se sienta querido, no quiero


que viva en la misma casa que su padre y aun así sienta que
no tiene uno— las palabras se convirtieron en sonido
tembloroso, Massimo tan solo la abrazó un poco más fuerte.

—Es fácil odiarte, sí— Gina quiso empujarlo lejos, por


supuesto que haberse abierto a Massimo no era una buena
idea —, pero una vez que te ganas un corazón es tuyo para
siempre, y ese pequeño no tiene oportunidad contra ti, digo, lo
llevas en tus brazos todo el tiempo, nadie cerca de tus pechos
se resistiría— acabo diciendo, intentando aligerar el ambiente.

Gina le dio un golpe en el hombro con su mano sangrienta.

—No me estás haciendo sentir mejor— le reprochó, secándose


con las mejillas, dejando una mancha carmín en la derecha.

—Y no lo lograré si te desangras— dijo fijándose en su mano


herida —, sé que te hará sentir mejor, pero primero vamos a
curar esa mano.
Lo siguió porque no tenía la fuerza para hacer lo contrario y
porque ahora que el llanto se había acabado estaba
comenzando a notar el dolor, y, como dolía.

Subieron hasta el baño. Al entrar se dirigió a la taza del váter


para sentarse, pero Massimo la levantó y depositó sobre la
encimera. Se coló entre sus piernas, tomó la mano lastimada
y la puso debajo el agua para limpiar la herida y poder
evaluarla mejor.

—Impresionante como quebraste ese vaso—soltó una risa


nasal.

—Ya, pensé que eso solo pasaba en las películas— murmuró


concentrada en sus facciones, aprovechando que no estaba
mirándola para poder detallar su rostro.

Sus cejas, la manera en que se fruncían con concentración;


sus pestañas oscuras y chusas, el azul en sus ojos que bajo la
escasa luz parecía gris, su piel blanca decorada con un lunar
justo sobre el punto donde empezaba la barba. No pudo
contenerse y paso la mano sana por su mandíbula afilada,
deteniéndose bajo el mentón. Massimo levantó la cabeza de
inmediato, sus ojos se encontraron en menos de un segundo y
Gina los sintió diferentes, más intensos, llenos de un montón
de emociones.

—Eres una madre increíble, Corazón y aparte de eso una mujer


asombrosa, pero no necesitas que te diga eso, porque lo
mejor de ti es que lo sabes, sabes jodidamente bien lo
fantástica que eres— dijo con una seriedad que le ocasiono
escalofríos.

El vigor de su mirada, fue demasiado para ella, por primera


vez en todo el tiempo que había estado encontrándose con
sus ojos, el hielo en ellos no estaba, mostrándole un celeste
cálido, llamativo, tan irreal que la hizo inclinarse hacia él
buscando sus labios y Massimo no se negó, ¿por qué lo haría?
Besarse era el único lenguaje en el que se entendían, en
donde eran consonantes con lo que querían. Cuando sus
labios estaban juntos, el mundo simplemente desaparecía y
Gina quería que eso mismo sucediera ahora, porque no había
nada mejor que perderse en Massimo, olvidarse del desastre
que era su cabeza y cometer un par de errores que lamentaría
más tarde.
TREINTA Y TRES-El corazón del
diablo- Dreame

Su boca sabía a glaseado, no tenía ni idea de que algo así era


posible, pero le pareció una prueba fehaciente de que no
había mayor tentación que Massimo. Sus labios dulces, su
cuerpo duro, esas manos crueles que se aferraron a su cintura
estrecha y la empujaron contra él, la estaban enloqueciendo,
haciéndola olvidar que debía ser racional y cuidarse de aquel
hombre.

Gina lo rodeó con sus muslos, apoyó la mano sobre su mejilla


barbuda y moldeó sus labios a gusto propio, disfrutando de la
presión que los de él ejercían sobre los suyos, de la barba
cosquilleándole en las mejillas y en los labios. Massimo
devoró su boca, diciéndole todo lo que sus palabras no eran
capaces de pronunciar, estaba todo ahí, plasmado en ese
beso consumidor: lo mucho que se deseaban, lo mucho que
habían llegado a apreciarse, todos esos sentimientos
escondidos que no sabía expresar.

Massimo coló una mano bajo la tela de algodón y subió por


su cintura, pasando con sus costillas y deteniéndose sobre la
curva de su pecho. Gina se empujó contra su palma amplia,
gimió deleitándose con la sensación y se retorció bajo su
toque, deseando que el contacto fuera piel con piel. En
búsqueda de esa sensación deliciosa que era su piel ardiendo
bajo las yemas de sus dedos, serpenteó camino abajo con su
mano hasta llegar al cinturón, intentó desabrocharlo, pero sus
manos temblaban demasiado para eso. Massimo las alejó de
la hebilla y las depositó sobre sus mejillas otra vez,
cubriéndolas con las de él.
El beso se volvió lento, férvido y demandante. Ella lo siguió sin
chistar, porque le gustaba que no tuviera que preocuparse por
reclamar lo que quería pues ya había alguien más dándoselo
en bandeja de plata. Era el único momento en que la
dominancia de Massimo le parecía lubrica, en donde su pecho
se relajaba por no tener el control y luego se hinchaba con un
anhelo incomparable. 

Soltó un lloriqueo vergonzoso cuando su esposo se apartó.

—No vas a creer esto— jadeó y le dio un beso corto —, pero no


vamos a tener sexo. Tengo en mente algo mejor.

Mantuvo la boca cerrada porque se sentía demasiado


avergonzada, había estado tan consumida por ese beso que
no había pensado a dónde la estaban llevando sus acciones,
por un lapso de tiempo en su mente no hubo nada más que la
suavidad de su boca, como si fuera la primera vez que alguien
se dignaba a tocar sus labios, como si no supiera lo que
quería y tan solo se estuviera dejando llevar por sus
emociones. ¿En qué la estaba convirtiendo este hombre?

—Ni siquiera terminamos de limpiar tu mano, es todo un


desastre de nuevo.

Gina se rio entre dientes, verlo preocupado por algo era... no


tenía palabras, pero le calentó el corazón de una manera que
supo instantáneamente no iba a desaparecer pronto.

—Tu camisa también, parece que saliste de una película gore.

—No sé qué es eso, pero me sentiré alagado igualmente.

Una carcajada eructo de su garganta, haciéndola echar la


cabeza para atrás, dejándola toda expuesta a Massimo, pero
él no hizo nada. Curo su herida con lo que había en el botiquín
del baño, luego se quitó la camisa para limpiarse mientras
Gina disfrutaba de la vista de su torso pálido esculpido como
si fuera una maldita estatua griega.

¿Por qué no quería tener sexo hoy? Ella estaba dispuesta a


sacrificar su orgullo por esos músculos sobre ella.

Se relamió los labios cuando la idea se transformó en una


imagen en su cabeza.

—No me mires así, Corazón, esto te va a gustar mucho más,


créeme.

Resistió la urgencia de hacer un puchero, eso sería


demasiado. No estaba siendo ella misma en aquel momento y
tenía que controlarse o las cosas se irían a la mierda muy
rápido.

Massimo salió del baño, ella lo siguió segundos después.


Entraron a su cuarto, al cerrar la puerta detrás de ella todo el
lugar quedó a oscuras y tuvo que esperar un poco a que sus
ojos se acostumbrar, aunque antes de que eso pasara
Massimo ya estaba tirando de ella y guiándola hasta la cama.
Se desvistió hasta quedar solo en bóxer y se metió bajo las
tapas, ella lo miró desde fuera del colchón con los brazos
cruzados sobre el pecho, la desconfianza escrita sobre todo
su rostro.

—Ven— ordenó antes de que él mismo la tomara de las


caderas y la tirara a la cama.

La acomodó a su lado, Gina se dejó hacer porque por una vez


en este matrimonio quería confiar en él, debía ser la bebida
que le estaba friendo las neuronas. Pero valió completamente
la pena cuando entendió lo que estaba haciendo; después de
tenerla pegada a su costado comenzó a acariciar su cabello
con aquellos dedos gruesos que, al parecer, podían hacer más
que llevarla al orgasmo; masajeando su cuero cabelludo eran
capaces de calmarla.

—Tienes razón, esto es mucho mejor que un revolcón contigo


— murmuró.

—Voy a hacerte cambiar de opinión muy pronto sobre eso—


aseguró con un tono ronco que prometía muchas cosas.

—Si te callas disfrutare esto mucho más— dijo con un tono


bromista, aunque si lo prefería así.

—No tienes corazón.

—Tú tampoco, así que... calladito.

Le dio unas palmaditas en el pecho desnudo. Cerró los ojos


disfrutando del calor de su piel y lo bien que se sentía, paso
una pierna por sobre las de él y se preparó para dormir, porque
enserio necesitaba un descanso, pero el sueño no acudió a
ella, tal vez porque una parte de su mente seguía funcionando,
formulando constantemente preguntas y recordándole que no
se había puesto pijama.

—¿Por qué estás siendo amable? — indagó.

Este no era él, nada en Massimo era amable, cariñoso o


preocupado, no naturalmente al menos, de eso podía estar
muy segura, el diablo no tenía corazón, no le iba a crecer uno
ahora, menos por ella.

—Massimo— insistió cuando él no dio respuestas.

—Dijiste que me quedara callado— susurró todavía


acariciando su cabello.
No tenía ni idea de que pasaba con ella y manos de otras
personas en su cabeza, pero había algo que la adormecía en
esa caricia y calmaba todos sus demonios internos.

—Respóndeme— demandó, incluso atontada pudo escuchar la


exigencia en su voz.

—O nos vamos a dormir— sugirió, sabiendo que en realidad no


tenía oportunidad de hacerla cambiar de opinión.

—Estoy teniendo un excelente momento con tus manos en mi


cabeza, no lo arruines y dime que tramas.

—Nada malo, solo intento ser un buen esposo.

Eso no la convenció e iba a presionarlo para que dijera la


verdad cuando los llantos los interrumpieron. Genial, adiós,
calma, hola hora de cambiar el pañal, porque ya reconocía ese
llanto.

Se puso de pie mientras maldecía por lo bajo, prendió la luz de


la lámpara y se encargó de Golden en silencio, mucho más
rápido y experimentada que las primeras veces. Iba a ponerlo
de vuelta en la cuna, pero Massimo la detuvo.

—Tráelo con nosotros.

La idea de ellos como un "nosotros" la desconcertó lo


suficiente para quedarse de pie sin hacer nada, mirándolo
como una tonta mientras intentaba procesar lo que había
dicho. Sacudió la cabeza alejando ideas ridículas de su mente,
porque estaba llevando esto a un nivel demasiado profundo. 

—Podemos aplastarlo mientras durmamos.

—Yo me quedaré despierto y luego lo pondré en la cuna— se lo


quedo mirando —. Confía en mí— insistió sentándose en la
cama, estiró una mano hacia ella, pidiéndole que la tomara.
Por alguna razón, necesitaba a los dos con él en ese momento

Se mordió en el interior de la mejilla para convencerse de que


estaba en la vida real y no en un sueño. Luego de un segundo
dio un paso inseguro hacia Massimo, después otro y otro,
hasta que estuvo en la cama. Iba a dejar al niño entre ellos,
pero Massimo lo tomó de sus manos y lo puso sobre su
pecho como ella así todo el tiempo, después paso una mano
por su cintura y la empujó contra él para seguir acariciando su
cabello, a veces jugueteando con las puntas y rozando la
curvatura de su trasero, que era donde los rulos terminaban.

Tanto Den con como ella cayeron en un sueño profundo en la


comodidad de los brazos de un hombre completamente
diferente a con quien se había casado.

Despertó antes que cualquiera en el cuarto. Aprovecho la


calma matutina para quedarse en la cama y observar a Gina
que estaba encogida a su lado durmiendo plácidamente. Le
aparto algunos rulos de la cara para poder ver sus facciones
relajadas y recibir un poco de esa misma calma. 

No le sorprendía que se viera bonita durmiendo, pero lo


gustaba más despierta, lista para pelearle, con sus ojos
almendrados echando chispas o consumiéndose en un fuego
que él había provocado, le gustaba la manera en que se
curvaban sus labios cuando se burlaba de él o la seguridad
con la que se expresaba, creyendo que tenía la verdad
absoluta. 

Beso su frente, después la punta respingada de su nariz y


cuando iba ir a por sus labios, Gina giró sobre sí misma y
quedó de espaldas a él. Massimo resopló, por supuesto que ni
dormida podía hacerle las cosas fáciles, no iba a rendirse tan
pronto eso sí. Paso un brazo por su cintura y la arrastró por el
colchón hasta que estuvo pegada a su pecho, acomodándose
contra cada dureza de su cuerpo, suspirando como si
encontrara alivió en tenerlo tan cerca. 
Estos últimos días le habían demostrado que Gina no era tan
dura como parecía, en realidad lo había estado engañando
todo este tiempo con una máscara de rabia y odio para que no
viera lo que estaba escondiendo. Estaba agradecido de no
tener que afrontar constantemente con sus inseguridades y
sentimientos, porque no sabía qué hacer con ellos. Ayer había
sido suficiente un abrazo y caricias para reconfortarla, pero si
ella hubiera esperado una verdadera conversación de su parte
estaba jodido. En todo caso dudaba que algo así se volviera a
repetir, a Gina le gustaba usar su máscara, eso era obvio, su
orgullo era lo que la movía y para mantenerlo no debía
permitirle a los otros creer que tenía debilidades, eso mismo
había estado haciendo con él todo este tiempo,
escondiéndose tras su odio (aunque no dudaba que si lo
odiara un poco) para que no viera lo que había debajo, el
problema es que Massimo ya lo había hecho y le gustaba
mucho más que su fachada. Tenerla en sus brazos, delicada y
vulnerable, cuidar de ella, le producía más placer que discutir
con ella, eso no significaba que iba a dejar de buscar ese lado
salvaje de Gina, ambas partes de gustaban, ella le gustaba,
con cada una de sus facetas y de seguro con las que el
faltaban por conocer todavía. 

Un quejido casi inaudible llamó su atención, frunció el ceño


intentando reconocer el ruido. Al darse cuenta de que
pertenecía a Golden se levantó para ir a ver que todo estuviera
bien con él. Lo encontró con sus ojitos abiertos, mirándolo
con una intensidad imposible para un niño de apenas un mes.
Estaba chupándose el puño con bastante interés y también
mirando hacia todos lados, como si buscara algo. Al aparecer
Massimo en su campo de visión frunció el ceño por un
segundo, después estiro la mano babeada hacia él. Su padre
no pudo resistirse a la ternura del gesto, lo sacó con cuidado
de la cuna, temiendo que fuera a sujetarlo con demasiada
fuerza o que, por el contrario, lo dejara caer. Era tan delicado y
chiquito, y Massimo tan inexperto en cuanto a bebés se
trataba que basto un par de segundos con él en brazos para
arrepentirse y querer devolverlo a la cuna, pero cuando fue a
hacer eso, Golden arrugó el rostro y separó sus labios rosados
listo para reclamar. Entrando en pánico Massimo lo volvió a
apoyar sobre su pecho e imitó los movimientos que había
visto hacer a Gina cuando lo cargaba, eso lo calmo en
segundo.

—Me acabas de manipular, ¿no es así? — susurró alejándolo


un poco de su torso desnudo, un puchero apareció en sus
labios como una amenaza silenciosa, volvió a acercarlo — Sí
lo hiciste, pero que más se puede esperar cuando Gina es tu
madre y yo tu papá— le converso como si pudiera entenderle.

Continuó meciéndolo en sus brazos, besando de vez en


cuando su coronilla apenas cubierta de pelo y respirando
aquel aroma tan particular de los bebes, el de Golden era
exactamente eso, pero también olía a Gina.

—No eres tan difícil de contentar, ¿eh?

Apenas terminó de hablar Den comenzó a quejarse y después


a llorar.

—Pensé que nos estábamos entendiendo, amigo— lo miró


intentando averiguar que le había pasado —¿Qué está mal?

El rugido de su estómago le dio una respuesta. Antes de que


el llanto despertara a Gina salió del cuarto llevándose a
Golden con él sin pensar en lo que estaba haciendo. Había
pasado de no querer estar cerca de él a tomar la
responsabilidad de alimentarlo, pero la acusación de Gina la
noche anterior le había calado más hondo de lo que pensó. Él
sabía muy bien lo que era tener un padre ausente o ni si quiera
considerar que tenía uno. Nunca se había cuestionado cual
iba a ser su relación con Den, tenía otras cosas mentes, pero
ahora que lo pensaba se dio cuenta del padre de mierda que
estaba siendo, lo bueno es que podía ser mejor y de todas
maneras no lo iba a recordar, tenía mucho tiempo para
compensarlo.

—Señor Amadore, su desayuno está... Oh, miren a esta cosita


— la cocina elevó los brazos así Golden, pero basto una
mirada de su parte para detuviera cualquier intento de
alcanzarlo.

La mujer dio un par de pasos atrás, pero mantuvo la expresión


afable y le preguntó si es que le preparaba la leche. Massimo
acepto su ayuda, sobre todo cuando tuvo que alimentarlo,
resultó que había toda una ciencia detrás de como sostener a
un bebé para que pudiera estar cómodo.

—Así no, bruta. Me sorprende que nunca ahogar a uno de tus


hijos— otra de las cocinar corrigió la postura.

—Eso es porque no lo intente hasta que cumplieron quince y


comenzaron a darme verdaderos problemas— respondió
mientras le pasaba la mamadera.

Ambas mujeres se retiraron después de que Massimo pudiera


manejar bien a Den. Su idea era comer mientras él lo hacía
también, pero se lo quedo mirando todo el tiempo,
hipnotizado con su carita y la manera en que sus ojos se
cerraban lentamente antes de volver a abrirlos con sorpresa y
succionar del biberón.

—¿Qué estás haciendo? — Gina apareció en la cocina como un


huracán, le quitó a su hijo de las manos y lo acunó en sus
brazos.

La mirada en sus ojos era bastante para hacerlo sentir


amenazado, diablos, esta mujer sí que tenía fuego en ella. Aun
así, no era suficiente para asustarlo, Gina seguía siendo media
cabeza más baja que él y no tenía la suficiente fuerza para
representar una verdadera amenaza. Massimo tenía la masa
muscular suficiente para dominarla con una mano, pero su
carácter, mmh, eso no había manera de controlarlo, lo había
intentado por un par de meses, pero con el tiempo había
aprendido a quererla incluso con sus comentario indolentes y
sarcásticos y su actitud de mierda.

—Quita esa expresión de tu cara y mantén tus manos lejos de


mi hijo— dijo sería antes de darse media vuelta y abandonar la
cocina.

Se quedó ahí con las palabras en la boca, sin saber cómo


responder a aquella aparición tan repentina y confusa. 

Después de terminar el desayuno subió a lavarse los dientes,


en medio de la tarea el impulso de ver a Gina lo llevó a salir
del baño y caminar hasta su cuarto. La puerta estaba cerrada,
así que se limitó a pegar la oreja a la madera, detuvo el
cepillado para escuchar mejor su voz dulce, melódica
mientras le cantaban a Golden alguna mierda que sonaba a
música pop.

—Max.

Giró la cabeza bruscamente hacia las escaleras, lanzándole


una mirada asesina. Ace lo notó, sabía que la había cagado al
dejar a Gina salir sola y al romper las reglas que Max había
puesto, sobre todo la había cagado porque más que su amigo,
Massimo era el Capo de Vegas y debía obedecerlo siempre.
Así qué sabía que no estaban en muy buenos términos en
este momento y que más le valía andarse con cuidado, si no
quería que borraran su existencia de la faz de la tierra.

—Silvio tiene información.

Eso despertó su atención. Llevaban ya un tiempo intentando


encontrar al desgraciado de Beto, nada útil había aparecido
para se había entretenido torturando traidores buscando algo
que lo llevara a su tío.
Estaba buscando las llaves de su Ranger Rover cuando la
puerta del garaje se abrió, se volvió hacia ella con la mano
sobre la pistola. Al ver que era Ace, deseo que su instinto lo
hubiera llevado a actuar, al menos para dispararle sin matarlo.
Había un par de temas que debían discutir, pero los había
hecho a un lado porque necesitaba dejar de pensar en Gina y
todo lo que la involucraba y también porque había estado
ocupado investigando como atacar a la Outlaw’s Paradise y en
controlar a un grupo de motoqueros que no dejaba de darle
problemas. Lo último estaba controlado, pero el tema de Zeus
y su gente en Boston todavía era algo que estaba pensando
en cómo tratarlo; definitivamente ya no existía ningún acuerdo
entre ellos, pero tampoco podía comenzar una guerra cuando
La Legge se estaba desmoronando, tenía una plaga de ratas,
su mejor amigo no obedecía sus órdenes, habían secuestrado
a su mujer. Era un completo desastre y había llegado la hora
de poner un poco de orden antes de que las cosas se le
salieran de las manos.

—¿A dónde vas? — cuestionó.

Ace apuntó con un movimiento hacia el auto.

—No, tu trabajo es ser guardaespaldas de Gina, ocúpate de tu


mierda y yo me ocupo de la mía.

Se subió al auto, dando un portazo como si fuera un


adolescente malcriado, pero necesitaba liberar un poco de su
mal humor en este preciso momento. Estaba en el mood
perfecto para ir a torturar a quien fuera que pudiera darle un
poco de información para acabar con esta mierda.

Tal vez después de eso estaría de un humor menos asesino


para aclarar las cosas con Ace y conversar sobre sus planes
sin pensar en matarlo.
TREINTA Y CUATRO-El corazón del
diablo- Dreame

Se cruzó de brazos, el ceño fruncido y los labios tensos,


evitando cualquier gesto que pudiera revelar sus
sentimientos. Aunque, tanta tensión en su cuerpo no ayudó
mucho a esconder lo que estaba pasando por su cabeza, pero
con Frances nunca había tenido que negar sus emociones.
Estiró el labio inferior sobre el superior al mismo tiempo que
soltaba un quejido dramático.

—Ya no sé qué hacer con él, no sé qué está planeando— dijo


molesta, sacudiendo los brazos.

—¿De dónde viene toda esta desconfianza? — cuestionó Fran,


apartando la vista de la panorámica y posándola sobre ella —
¿No estarás exagerando un poco? Ustedes llevan demasiado
tiempo siendo enemigos y ni siquiera me hace sentido por
qué.

—Eso es porque no eres tan orgullosa como yo y porque no


has escuchado todas las cosas que ese cerdo me ha dicho. Si
comenzáramos a llevarnos bien es como si los aqueos y los
troyanos se hicieran amigos.

—No entiendo a qué te refieres, pero déjame decírtelo así: tú y


Massimo son como el agua y el aceite; crees que no se
pueden juntar, pero bajo circunstancias específicas en
realidad si es posible. Él está loco por ti, hasta te hizo una
fiesta sorpresa— la expresión seria de Gina se derrumbó —. Sí,
fue él y estoy segura de que haría muchas otras cosas por ti,
Massimo— se detuvo un segundo para pensar como decirlo —,
no es tan mala persona.
—No puedo creer que estés abogando por él— exclamó
ofendida. Cruzándose de brazos.

—No es eso, quiero que seas feliz y siendo que nunca podrás
dejarlo, ¿por qué no darle una oportunidad?

—Voy a ignorarte hasta que recapacites— dijo solemne


apartando la mirada de ella.

Cerró los brazos sobre el pecho, sintiéndose ridículamente


traicionada y enojada consigo misma. Ahora que volvía a la
noche anterior a revisar todas esas memorias difusas y
sentimentales, se le revolvía el estómago dejándole una
sensación extraña y agridulce que no quería analizar en este
momento o tal vez nunca. El Massimo dulce la confundía,
ponía demasiadas dudas en su cabeza y le aceleraba el
corazón peligrosamente, la hacía sentir vulnerable; ayer
definitivamente lo fue al darle un pedazo de su mente tan puro
y certero sobre lo que estaba viviendo.

No quería que eso volviera a pasar, pero cada vez le resultaba


más difícil convencer a su subconsciente de que Massimo era
una amenaza para su persona y Fran no la estaba ayudando
en eso. La idea de que se llevará bien con su esposo le
parecía tanto ridícula como peligrosa, ya que eso involucraba
bajar su guardia un poco y no estaba dispuesta a hacerlo. Iba
contra su naturaleza; dar pelea, mantener sus muros altos,
eso sí era parte de ella. Había crecido de esa manera, siempre
a la defensiva y se había acostumbrado a siempre tener una
muralla entre ella y el resto de las personas. Si de pronto
comenzaba a tratar a Massimo de forma diferente, sería
demasiado extraño y por alguna razón se sentía como
rendirse, como si se hubiera cansado de pelear con él y
hubiera aceptado cualquier sentimiento raro que tuviera hacia
él.
Gina resopló, se pasó una mano por el rostro y después se
dejó caer en el sillón, hundiéndose en la comodidad de los
cojines. Frances la miró por varios segundos, se mordió el
interior del labio inferior pensando en sus palabras.

—Si intentaras ser diferente con él, tal vez las cosas
funcionarían.

—No voy a hacer es eso— frunció el ceño. ¿Por qué lo haría?


Massimo no había sido más que desagradable con ella.

Frances chasqueó la lengua y se puso el codo sobre el


apoyabrazos.

—Ser amable no es ser débil— le comunicó con un tono


enojado que con su voz sonó como simple molestia.

Gina apretó los brazos contra el pecho con más fuerza y abrió
la boca dispuesta a argumentar que no se trataba de eso, pero
fue interrumpida.

—Y dejarte llevar por lo que quieres tampoco lo es— agregó


una nueva voz.

Gina cerró los ojos con fuerzas y se tomó el puente de la


nariz, resopló con cansancio.

—¿Hace cuánto estás ahí? — preguntó Fran en un tono más


agudo de lo normal.

—Se me olvido contarte— se sentó como correspondía y le


lanzó una mirada por sobre sus lentes al intruso —, a Ace le
gusta espiar.

—A ti también— señalo él moviéndose frente a ella, tapándole


el sol.
En cuestión de segundos la temperatura disminuyó. Gina se
quitó los lentes y achinó sus ojos cuando Ace se hizo a un
lado y todo el sol le llego en el rostro. Le hizo señas para que
se pusiera frente a ella de nuevo, privándola de los intensos
rayos de sol, Ace obedeció segundos después, con lo que
parecía una sonrisa arrogante.

—Eres bastante hipócrita— le hizo saber con los brazos


cruzados.

—Todos lo somos un poco y siendo que mi hipocresía no le


hace mal a nadie, ¿podemos dejar el tema? — cuestiono ya
cansada del asunto.

Ace le dedico esa mirada astuta y seria que ponía cada vez
que intentaba leerla, Gina siempre se preguntaba si es que las
cosas que su guardaespaldas creía ver era la realidad. No le
sorprendía que así fuera, ella también se había tomado su
tiempo observándole, desentrañando el misterio que era. Y la
verdad es que Ace era bueno leyendo a las personas,
sentimientos y todo, muchos creían que Ace era alguna clase
de sociópata, pero en realidad solo es un hombre callado y
calculador, simpático de alguna manera si se le presionaba
hasta el punto de hablar.

—¿Qué hay de Golden? — preguntó con una ceja enarcada.

Sip, la había leído bien.

—Oh, buen punto— Fran se inclinó sobre el apoyabrazos del


sillón que daba hacia ella —, piensa en esa preciosura, ya tiene
suficiente por nacer en esta mierda de mundo, no puedes
darle más problemas.

Su amiga tenía un punto, pero en realidad no tenía ni idea de


cuánto iba a influir Massimo en la vida de su hijo, casados o
no. Darle la leche una vez no lo convertía en un padre; además
la relación que ellos dos tuvieran no tenía por qué intervenir
en la de Den, excepto que sí lo hacía un poco, pues la única
vez que había intentado hacer algo con él, Gina se lo prohibió,
pero tenía todo el derecho; despertó sin ninguno de los dos en
el cuarto y creyó que Massimo se estaba deshaciendo de Den
o algo así, parecía una locura, pero tenía sus derechos a ser
paranoica, Massimo se deshacía de cualquiera que interfiriera
en sus planes o fuera una amenaza, incluso una molestia.

—Seamos sinceros— Ace propuso.

Ambas mujeres lo observaron ir por una silla y después


ponerla frente a ellas.

—Sí, Gina, debes ser sincera y reconocer que...

—No, espera— se cruzó de piernas, apoyo los codos sobre


estas y luego las manos en sus muñecas, les dio a sus dos
amigos una sonrisa que no auguraba nada bueno —, él dijo
"seamos", ustedes también tendrán que confesarse— los
apunto, haciéndoles saber que, si tenía que abrir la boca, ellos
también.

Ace se rasco la mejilla, frunció los labios demostrando su


disconformidad con la propuesta. ¿Qué tenía él que confesar?
Un par de cosas sí, podía aceptar eso para él mismo, pero no
iba a decirles nada a ellas, menos Gina, esa mujer era Satán;
seductor, astuto, maligno cuando quería y todo el mundo
sabía que no se podía confiar en el diablo.

—Esto se trata de ti, no de nosotros— le recordó Fran.

—Entonces no se metan en mi problema con Massimo—


expresó molesta, alternando una mirada de ceja enarcada
entre los dos.

—Eres tan desagradable— dijo Frances con una mueca en sus


labios.
—Ya lo sé— respondió sonriente, el insulto había dejado de
hacerlo años atrás.

Se recostó en el sillón, bajó sus lentes y tomó el sol como si la


conversación nunca hubiera pasado. Estaba comenzando a
relajarse cuando el monitor del bebé vibro con un llanto, debía
darle algo de crédito a Golden por dejarla pasar una hora
sentada con Fran sin interrupciones.

—Yo voy— anunció su amiga poniéndose de pie de inmediato


con una sonrisa tirante en su rostro, y desapareciendo antes
de que pudiera decir algo.

Iba a levantarse, pero después pensó: ¿Por qué? Frances


podía manejarlo mientras ella seguía tomando sol y
descansaba unos minutos más, hasta que su amiga bajara
con él.

La otra razón porque no siguió a su amiga fue Ace, quien la


retuvo poniendo sus piernas sobre las de ellas, impidiéndole
cualquier movimiento. Gina lo miró con las cejas arrugadas, el
gesto medio escondido por los lentes de sol.

—Te morías por un tiempo a solas— dijo jocosa, sentándose


derecha, alcanzando sus piernas con las yemas de sus dedos.

Su caricia traspaso la tela del pantalón y le provoco


escalofríos, Ace se apartó de inmediato, recogiendo las
piernas y mirándola con pánico. Odiaba que Gina le produjera
sentimientos con tanta facilidad, lo asustaba, porque la
manera en que lo cautivaba, con tan solo una mirada que
revolvía todo su interior y volvía difícil apartar los ojos de su
belleza, concentrarse en otra cosa que no fuera el dorado de
sus iris o dejar de pensar en que la quería, peor aún, en que
era la primera mujer que realmente quería, y mucho peor en
que no podía tenerla.
—Conozco esa mirada en los ojos de un hombre, Ace—
ronroneó su nombre solo por la diversión de ver el n***o en
sus ojos cubiertos en deseo —Apuesto a que tú sí estarías
feliz de verme lejos de Massimo.

Por supuesto que sí, no iba a decir que él sabría cómo tratarla,
porque con Gina era imposible saber qué hacer, demasiado
volatín, intensa, demasiado fuego en ella, pero él podría... No,
¿en qué estaba pensando? 

—¿De verdad quieres sepárate de Massimo? — salió con una


nueva pregunta que aclararía las cosas para ambos, pero que
dependía solamente de ella.

Gina debía decidir lo que iba a hacer con su vida a


continuación, la única razón para que Ace se mostrara
interesado en lo que quería hacer, es porque sabía una
manera de ayudarla, no creía que tuviera otro motivo para
preguntar. Pero ahora que sabía que tenía una verdadera
oportunidad y después de ese beso en la mañana, tan casual
y cotidiano, gran parte de ella estaba demasiado confundida,
pensó que lo tenía todo bajo control, que el odio se había
encargado de mantener las cosas sencillas y que el día que
tuviera una oportunidad la usaría sin dudarla para salir de este
infierno. Resultaba ahora que ya no le parecía tan infernal esta
casa, ni tan repugnante Massimo, pero demasiadas promesas
habían sido hechas y sería desleal hacia ella misma no
cumplirlas.

Mientras más lo pensaba más confundida se sentía, lo obvio


parecía no coincidir con lo que su corazón pedía, pero, ¿qué
lugar tenía el corazón en todo esto? ¿Cuándo había entrado en
el juego? Y, ¿qué significaba que fuera parte de él? No debía
ser así y lo mejor es que antes de que se involucrara un poco
más, ella terminara con todo esto de raíz. 
Con la respuesta en la punta de la lengua se acercó hacia Ace
lista para susurrarla, no quería que nadie escuchara lo que
estaba a punto de decir. Él se inclinó hacia ella también,
atraído por su ser.

—Aléjate de mi esposa— ordenó una voz violentamente.

Ace dio un brinco, saliendo de la silla que había traído para él


y parándose al lado de esta rígido, sus ojos se movieron de
Massimo, quien parecía estar a punto de convertir todo en
cenizas, a Gina, quien por alguna razón se veía tranquila.

—No puedo creerlo— bramó, acortando el espacio entre ellos


en segundos, parándose frente a su mejor amigo —. De ti
esperaba esto, jamás has tenido ningún recato— miró a Gina
como si fuera mierda —, pero de ti…— sonaba realmente
molesto y dolido.

Ace se mantuvo quieto, sosteniéndole la mirada,


imperturbable como siempre lo había sido y eso lo cabreo.

—¿Puedes comportante como una persona normal por una


vez en tu puta vida y decir algo? — gritó Massimo, dándole un
golpe en el pecho. Ace apartó su mano con un movimiento
corto y brusco, pero su amigo insistió dándole otro golpe.

Antes de que él pudiera devolvérselo, Gina se entrometió,


apoyando sus manos en el esternón de cada uno,
manteniéndolos lejos del otro. Iba a decirles que no debían
pelear por ella, había Gina para los dos, pero después una idea
mejor asaltó su mente.

—Si Ace y yo tenemos algo, ¿significa eso que vamos a


separarnos? — preguntó con cautela y cierta esperanza
ingenua.
Massimo la hizo a un lado sin cuidado y después se abalanzó
sobre su amigo. Estaban en la terraza, chocando contra
sillones y luego en la parte donde tenían las tumbonas,
golpeándose sin preocuparse por nada de lo que estaba a su
alrededor. Cayeron a la piscina o al menos al primer escalón,
pero luego de revolcarse quedaron completamente
empapados. Puños iban y venían, jadeos, gruñidos, sonidos
animales que Gina jamás había escuchado y que comenzaban
a preocuparle un poco, sobre todo cuando el agua alrededor
de los hombres comenzó a tornarse roja.

No iba a acercarse a ellos ni loca, estaban demasiado


ensimismados en su pelea para notarla y solo se pondría
cerca de la línea de fuego arriesgándose a conseguir un
golpe. Barrio todo el lugar con una mirada rápida. Se detuvo
sobre la mancha negra que irrumpía con la pulcritud de las
baldosas color terra, reconociendo el objeto, se apresuró a
tomarlo. Recordando lo poco que Ace le había enseñado, le
quito el seguro al arma y disparó al aire

El sonido fue mucho más fuerte de lo que tenía planeado y la


hizo querer cubrirse los oídos, pero para cuando terminó
apenas había alzado las manos, por lo menos no había
soltado el arma, se sentía un poco orgullosa de eso, además
su idea funcionó: Massimo y Ace dejaron de pelear.

—Por muy halagador que esto me parezca no pueden


solucionar sus problemas como animales— dijo con un tono
poco amistoso —. Salgan de la piscina— ordenó, gesticulando
con la pistola en la mano aún.

Se movieron sin dudar, aunque les tomo tiempo poner de pie y


salir de la piscina. Massimo tenía una mano sobre su
estómago e hizo una mueca de dolor al dar un paso, Ace
estaba igual de lastimado, se sobó el hombro y escupió
sangre al piso, esta fue lavaba rápidamente por el charco de
agua acumulándose a sus pies. La brisa helada los hizo
estremecerse, pero ninguno se atrevió a emitir ni un solo
quejido, ciertamente no era seguro decir o hacer algo que
pudiera enojar a Gina, quien los miraba con una expresión
furiosa, arma todavía en mano.

Varios de los hombres de Massimo llegaron corriendo,


Santino preguntó si estaba todo bien y Gina le respondió que
sí, pero nadie se movió hasta que Massimo asintió.

—¿Qué pensaban hacer? ¿Matarse? — la mujer volvió la


atención a ellos y los reprochó como si fueran niños —
Ridículos, así se ven, como un par de chiquillos inmaduros y
calientes por la misma chica, pensé que su amistad estaba
por sobre eso— negó con la cabeza demostrando su
decepción, después apoyo las manos en las caderas,
suspiró —. Bien, un último golpe y se acabó.

Se miraron confundidos, pero después Massimo reaccionó y


le pegó un puñetazo en el hombro con más fuerza de la
necesario a Ace, quien no tardo en devolvérselo con el mismo
entusiasmo. El mayor levantó la mano para darle otro porque
aún sentía demasiada rabia contenida en su cuerpo y estaba
listo para dejarla salir, Ace lo espero atento, también ansioso
por comenzar otra pelea, liberar algo de toda esa frustración
que llevaban acumulando, pero Gina los detuvo con un
chiflido.

—Dije el último— su voz se elevó por cualquier intención de


seguir peleando —, ahora vayan a secarse— ordenó

—Deja lo mandona, no somos niños— vocifero Massimo.

Su esposa, que ya caminaba de vuelta a la casa, se giró hacia


él, la pistola todavía en su mano y esa mirada intensa en sus
ojos que no te dejaba más opción que obedecer. Y así lo
hicieron, en silencio caminaron detrás de ella, no muy cerca
porque seguían irritados con el otro y no querían comenzar
otra pelea.
Gina dejo el arma en la mesa de arrimo que estaba antes de
entrar a la cocina. Continuó caminando por el pasillo hasta las
escaleras donde Fran se encontraba, meciendo a Golden en
sus brazos con cierto desespero porque no dejaba de llorar.

—Venga con mami— dijo en ese tono con el que uno les habla
a los bebés.

Fran se lo entregó aliviada y desapareció detrás de ella. Acuno


al bebé en sus brazos, emitiendo varios “sh” con la intención
de calmarlo y cuando eso no funciono, se puso a canturrear lo
primero que se le vino a la mente. A pesar de que sus llantos
cesaron, no dejo de moverse con él en brazos, continuó
cantándole, alternando entre las estrofas de los clásicos que
recordaba y algunas canciones nuevas, al parecer Den tenía
su mismo gusto, porque mientras entonaba una canción se
Shaw Mendes, él gorgojaba y le daba un intento débil de
sonrisa.

Gina lo levantó en sus brazos y lo acercó hasta ella, para


poder repartir besos por toda su cara.

—¿Cómo puedes ser escalofriante y minutos después


encantadora? — preguntó Massimo detrás de ella.

Llevaba un pantalón de algodón y nada más además de la


bolsa con hielo que estaba presionando sobre el moretón en
su mejilla. No pudo evitar recorrer con apreciación su rostro,
fijándose en que no estaba tan magullado como esperaba,
aunque cuando bajo la vista a su abdomen se dio cuenta que
tenía un gran moretón apenas coloreado en la parte derecha,
junto con varios más esparciéndose por toda la zona.

—Es un don— respondió apartando la vista y concentrándose


en Den otra vez.
El pequeño estaba chupándose el puño como si su vida
dependiera de ello, un gesto encantador que significaba que
tenía hambre. Antes de que esa ternura se convirtiera en un
llanto rabioso fue a la cocina para preparar la leche. Massimo
la siguió en silencio y ella no encontró ningún buen motivo
para echarlo, sí que mantuvo la boca cerrada y se concentró
en lo suyo.

—Sobre el divorcio— comenzó alargando la última palabra


más de lo necesario porque de pronto se sentía nerviosa.

Probó que la leche no estuviera muy caliente y después se


volteó hacia Massimo mientras peleaba con Den para que
agarrara con su boca el biberón.

—No va a pasar.

Quiso gritar y arrancarse los cabellos enojada consigo misma


por haber tenido un poco de esperanza y con Massimo por no
ceder, Golden se unió a la ecuación de su frustración cuando
rechazó la mamadera con un grito dramático.

Una cosa a la vez, se dijo, intentando no perder la paciencia.

—Incluso si te fui infiel, ¿así de desesperado estás por


tenerme aquí? — habló mientras luchaba con su hijo por que
recibiera el biberón.

Massimo apareció en su campo visual solo para quitarle a


Den de los brazos, llevándose la mamadera consigo también y
después consiguiendo que Golden bebiera sin mucha
oposición, dejándola con la boca abierta y una sensación
desagradable en su pecho.

—Ace y tú no hicieron nada, no hay infidelidad, el matrimonio


sigue— murmuró, más concentrado en Golden que en ella.
Verlo tan concentrado en alimentar a su hijo, la pequeña
sonrisa que se formó en sus labios y la intensidad con que
sus ojos brillaron; acentuó la presión en su pecho y creo un
nudo en su garganta. No era justo, ¿por qué con él no
peleaba? ¿Por qué Massimo se veía tan contento y cómodo?
¿Qué era esa sensación en la boca de su estómago?
Apreciación, ternura por ver a un hombre del tamaño de su
esposo cargando a Golden con tanto cuidado. La imagen que
se creó frente a ella dejo su cerebro hecho mierda, pero con
muchos motivos validos; Massimo le estaba sonriendo a
Golden de la forma más encantadora y sincera que había
visto.

—Por eso deben llevarse bien—Fran apareció de la nada


sobresaltándola, se llevó una mano al pecho y miró a su mejor
amiga quién estaba más concentrada en Massimo. Se acercó
a su oído para susurrarle —, él quiere ser un padre para Den y
estoy segura de que a su manera quiere ser un buen esposo
para ti también, y no finjas que no te preocupas por Max, si no
fuera así te habrías sentado a comer palomitas y disfrutar del
show que Ace y él estaba haciendo.
TREINTA Y CINCO-El corazón del
diablo- Dreame

—No es tan difícil.

—Cállate— siseó y se giró para darle una mirada fulminante.

Eso fue suficiente para que dejara de molestarla, nadie era


inmune a su mirada, había descubierto que incluso Ace y
Massimo se sentían intimidados cuando ponía ese fuego en
ellos; lo cual la hacía sentir poderosa pues no era fácil asustar
o afectar demasiado a esos dos como para que te
obedecieran sin rechistar. No cualquiera podía hacer eso
ciertamente, pero Gina siempre había tenido la capacidad de
hacer a otros estremecerse con una sola mirada, era algo en
sus ojos, en su postura, a decir verdad, ella no lo entendía,
simplemente se daba en los momentos en que estaba muy
furiosa o se sentía amenazada. Esa mirada era su mecanismo
de defensa y funcionaba perfectamente.

—Solo ve— France le dio un ligero empujón por cuarta vez.

Gina rechinó los dientes, irritada con el hecho de que


estuviera a su lado presionándola para que hiciera algo de lo
cual ya se estaba arrepintiendo.

—Listo, amor— apareció Santino dándole un beso en la


coronilla a su novia o lo que fuera.

—Espera, Gina tiene que hacer una cosita y nos vamos— le


dijo con su sonrisa encantadora.

—Entonces no se irán nunca— comentó mordaz, cerrando los


brazos sobre el pecho.
—Vamos— Fran le dio un toquesito en el brazo —quedamos en
que era lo mejor— estiró el labio inferior sobre el superior,
agudizando ligeramente su voz.

—Tenemos que irnos o perderemos la reservación— insistió


Santino.

Frances se giró para mirarlo, estirándose para alcanzar sus


labios. El hombre pasó una mano por detrás de su cintura y
apoyó la mano en su mejilla pálida, sonriéndole bobamente
antes de bajar la cabeza para darle un beso que prometía ser
corto, pero que de la nada tomó un ritmo hambriento y
desesperado.

Gina entorno los ojos, tensó un poco más sus brazos y


resopló mientras decía:

—No coman pan frente a los pobres.

Frances volvió a apoyarse en sus pies completamente, se


relamió los labios antes de girarse a su amiga con una mirada
perdida, sus ojos azules brillando de lujuria y algo más. Pero
eso no le impidió dar respuesta sarcástica y mal intencionada
que la hizo rabiar.

—Oh, pero tú no eres pobre amiga, tienes el pan sobre la


mesa, tan solo te rehúsas a comerlo.

Gina abrió la boca dispuesta a debatirle y explicarle que si


Massimo era un pan entonces estaba lleno de hongos,
podrido por dentro y comerlo era suicidio.

—Voy a ignorar eso— Santino comenzó a tirar de Fran, ansioso


por que su conversación terminara luego para pasar tiempo
con su novia —. Lo siento— le dio una sonrisa de disculpas a
Gina —, pero debemos irnos.
Frances imitó su gesto y dejo que la arrastrare lejos de su
amiga. Se despidieron lanzándose un beso y prometiendo
llamarse
.

Apenas estuvo sola en la cocina el ambiente cambio, todo se


volvió más silencioso y tenso, provocándole una sensación
extraña que le puso la piel de gallina. Miró la hora en su
teléfono tan solo para darse cuenta de que no podría usar a
Golden como excusa, además, la manera en que Massimo
jugaba con él le parecía encantadora, no podía negarlo, el
hombre tenía carisma con el bebé y lo tenía bajo completo
control, aunque, ¿quién no lo estaría con una sonrisa así?

Ella, Gina era la única que podía resistirse a ese gesto o al


menos así lo había creído, ahora no estaba tan segura, pues
mientras más pasaba mirándolo más atrapada se sentía por
su belleza.

—Una foto duraría más— dijo Massimo sacándola de sus


pensamientos.

Parpadeó y enfocó la mirada en ese rostro masculino,


encantador desde el ángulo correcto, decente desde el
equivocado. Se humedeció los labios mientras intentaba
apartar aquellas ideas de su cabeza, no quería irse por ese
camino porque siempre acaba perdiendo, pues Massimo era,
para sus gustos, un hombre bastante apuesto, pero más que
eso era su apariencia masculina y viril la verdadera razón por
la cual estaba perdiendo la cabeza. Le gustaban los hombros
anchos, exactamente como los de él, adoraba los brazos
gruesos con las venas marcadas, piernas fuertes, manos
grandes que podía someterla si ella pedía; físicamente
Massimo era el amante perfecto, mentalmente era donde
estaba el problema.

—Lo estás haciendo de nuevo— comentó burlesco, levantando


la cabeza para regalarle un vistazo de sus ojos.
Gina apartó la mirada antes de que se quedara atrapada en
ellos como le había pasado con el resto de su cuerpo. Fingió
que le había llegado una notificación, pero revisó Instagram
con aburrimiento mientras de reojo cuidaba que su esposo no
hiciera nada raro o dañino con Den, pero ellos parecían estar
llevándose de maravilla.

Resopló, sin poder evitar sentir algo de celos, aunque los


aparto de inmediato al darse cuenta de lo loca que estaba
siendo.

Necesitaba un hobby con urgencia, o tal vez volver a la


universidad.

El teléfono de Massimo sonó y Gina aprovecho la oportunidad


para recuperar a su hijo y llevárselo a dar una vuelta por el
terreno. Se estaba acostumbrando a andar en sus brazos,
pero Gina no quería ponerlo en un coche, le gustaba tenerlo
con ella todo el tiempo.

El resto de la tarde se le paso volando y una vez que Golden


estuvo acostado ella no tardo en seguirle, cayendo en un
sueño profundo que se vio interrumpido cuando alguien entró
al cuarto.

Buscó la navaja que mantenía bajo su almohada, pero no la


encontró. La adrenalina se disparó por su sistema,
acelerándole el pulso y poniéndola paranoica, no ayudo que
sintiera a alguien meterse en la cama. Dio un brinco saliendo
del colchón y prendió la luz, quedándose ciega por unos
segundos, cuando se acostumbró a la luminosidad y pudo
identificar la amenaza soltó un gruñido que podría haber
asustado al hombre más salvaje.

—Fuera— ordenó señalando la puerta.

—Pensé que podríamos hacer de esto un hábito, no me digas


que no disfrutaste dormir a mi lado.
Se frotó el rostro ahogando otro sonido poco amistoso y
gutural.

—Fue una cosa de una vez— le parecía increíble que tuviera


que explicárselo.

Cambio el peso de una pierna a otra, se mordió el interior de la


mejilla mientras miraba a Massimo, esperado que entendiera
que lo de la noche anterior no iba a repetirse y que lo mejor
para ambos era que se fuera antes de que Den despertara o
que ella encontrara la navaja. ¿Dónde la había metido?

—Eso pensé la primera vez que nos acostamos y, ¿adivina


qué?, volviste a mi solita— canturreo con ese tono burló al
final.

Sus manos se volvieron puños y de sus dientes apretados


salió un ruido poco delicado y totalmente peligroso. Pero
además de eso no hizo nada más, lo ignoró para revisar la
hora en su celular y de paso buscar esa maldita navaja,
aunque perdió la contracción al ver que eran las tres de la
mañana. ¡Tres de la puta mañana! Lo iba a matar. ¡No podía
creer que estaba perdiendo valiosas horas de sueño por su
culpa!

—Calma— dijo Massimo alzando las manos, notando había


alcanzado un nuevo nivel de ira.

—Fuera de mi cuarto o te juro que te mato— siseo, los dientes


tan apretados que le dolió hablar.

Las palabras iban con todo el sentimiento, pero Massimo


sabía que no podía cumplirlas. No tenía ningún arma a su
alcance y antes de que le tocara un pelo él ya la tendría contra
el colchón, atrapada bajo su cuerpo.
Había estado ansioso todo el día, esperando que fuera de
noche para poder volver a colarse en su cama. Dormir junto a
ella era ahora lo mejor su día, olvídense de torturar, de dar
ordenes, de follar, nada de eso se sentía como escabullirse
bajo las sabanas impregnadas en su esencia natural  a su
lado se había convertido en la mejor noche de su vida, no
sabía porque, pero tampoco estaba intentando averiguarlo,
prefería concentrarse en los recuerdos que tenía de la noche
anterior y añadir la imagen de su polera desgastada
transparentándose, dejando a la vista la silueta de su cuerpo.

—Estoy hablando en serio. No puedes llegar y meterte en mi


cama como si fuera la cosa más normal del mundo.

—Exacto, ni siquiera debería estar aquí— su rostro se iluminó


con alivió. Pero fue ingenua, a estas alturas ya debería haber
aprendido que no podía cantar victoria tan pronto —,
deberíamos estar en mi cuarto, como el matrimonio que
somos.

No le gusto la manera en que Gina se agarró el puente de la


nariz, tampoco le gustó que suspirara con verdadero
cansancio, pero tampoco quería irse, así que lo intentó una
vez más. Dándose media vuelta en la cama, haciéndole ver
que no pensaba ir a ningún lado y mostrándose desinteresado
por lo que ella fuera hacer, aunque por dentro estuviera
rogando porque Gina cediera; al final para ella todo se trataba
de eso: quien tenía más poder sobre quien, quien de los dos
era capaz de aguantar más. Massimo había dejado de
preocuparse de esas cosas tiempo atrás, comprendiendo que
la única forma de tener cierto poder sobre ella, era no
ejerciendo ninguno, se escuchaba como algo sin sentido, pero
comprobó su teoría cuando Gina se metió a la cama. Sonrió
por un par de segundos, hasta que ella lo empujó fuera del
colchón. Lo salvaron de caer al suelo las sabanas que se
enredaron en sus caderas.
Gina puso más fuerza, usando manos y pies, pero acabó
perdiendo. Massimo era demasiado pesado para ella y no le
convenía hacer tanta fuerza por la cesárea de la cual seguía
recuperándose, así que opto por el camino fácil y salió de la
cama con su almohada, quito una de las frazadas y se
acomodó en la silla mecedora con la que había remplazado su
escritorio.

—No seas burra, ven a acostarte— levantó la cabeza para verla


mejor mientras le hacia una seña.

—No mientras tu sucia presencia esté ahí— dijo terca,


acomodándose en la mecedora.

—¿Vas a dormir allí?

—Será mucho mejor que estar cerca de ti— se pasó la frazada


por la cabeza, sin siquiera dedicarle una última mirada.

Ahora se sentía mal por la incómoda noche que iba a pasar,


pero eso era culpa suya por ser demasiado tozuda para
aceptar que podían estar cómodos en la cama, juntos,
disfrutando de la sensación de tener el cuerpo del otro
pegado al suyo.

Massimo había ido en busca de consuelo físico después de


una tarde agotadora llena de problemas que requerían
demasiado esfuerzo para ser solucionados y que traían
consigo otros problemas que no hacían más que darle dolor
de cabeza. Había recurrido a ella, en vez de ir donde Nicolette
y conseguir un polvo seguro porque por primera vez en su vida
prefirió el cuerpo tibio de una mujer que no quería tener sexo
con él. Pero Gina lo había rechazado y ahora sentía una
molestia en el pecho que no lo dejaba dormir mezclada con la
desagradable sensación que le provocaba saber que estaban
a menos de un metro y aun así Gina le seguía siendo
inalcanzable.
Podría haberse ido a su cama, mas la esperanza de que en
algún momento el sillón se volviese demasiado incómodo y
no le quedara de otra que meterse en la cama con él, le hizo
cerrar los ojos y dormir. Su sueño ligero y los constantes
quejidos de Gina los llevaron a tener ambos una mala noche y
por consiguiente a tener un mal día, sino se soportaban en la
normalidad su relación, aquel martes las cosas fueron a otro
nivel.

—¡No puedes entrar, así como así! — abrió y cerró las manos a
sus costados, sus ojos achinándose de aquella manera tan
característica en ella.

—Es mi casa, puedo entrar a donde quiera cuando quiera—


respondió él igual de furioso.

No sabía porque, el sentimiento tan solo estaba ahí y


cualquier cosa parecía ser la chispa perfecta para encender
su mal humor.

—Pero tengo putos derechos que dicen que no puedes entrar


mientras me estoy vistiendo.

—¿Y cómo iba a saber yo que estabas desnuda? — dijo en un


tono chillón que en otro momento habría resultado gracioso.

Echo un vistazo a las piernas largas, descubiertas, le pareció


ver un sombra oscura cubriendolas, pero la manera en que se
anchaban ligeramente dando paso a sus caderas, le llamó
más la atención.

Gina le lanzo una mirada que decía que no le creía ni un poco,


lo que le molesto porque por primera vez en, probablemente
toda su vida, no había hecho con un plan malvado detrás o se
había dejado llevar por un impulso loco, bueno, su
impulsividad sí había tenido algo que ver. Después de haberla
visto salir del baño envuelta en una toalla, una visión que por
alguna razón ya no era tan recurrente, había tenido que
contenerse para correr detrás de ella. Tuvo que obligarse a
continuar con su camino, pero luego de bajar a la cocina y de
olvidar a que iba, se devolvió, guiado por la necesidad de
verla, tan solo eso, sin segundas intenciones.

—Es irritante que siempre pienses lo peor de mí— su tono


salió duro, pero por alguna razón un poco de decepción se
deslizo por sus palabras. Massimo lo odio.

—Ya, ¿por qué será eso? — elevó la voz un tono más,


aumentando la ironía también en ella.

—Porque siempre vez lo peor de las personas. No porque tú


seas una perra manipuladora significa que el resto seamos
igual.

Aquello la hizo dar un paso hacia él para que retrocediera y


pudiera sacarlo del cuarto.

—¡Como si tu fueras tan perfecto!

El llanto de Den la detuvo de darle un golpe a su esposo para


sacarlo de la habitación. Massimo intentó llegar hasta él, pero
Gina se interpuso en su camino, cruzando los brazos sobre el
pecho, dándole una mirada asesina.

—No te acerques a mi hijo.

—Nuestro hijo— le recordó con sorna haciéndola rabiar.

—No tienes ningún derecho sobre él— expresó con brío.

Gina se convirtió en una muralla inmensa e impenetrable que


Massimo ni siquiera atento con destruir. Hace tiempo ya que
el deseo de hacerle daño había desaparecido, sustituyéndose
por cierto malestar en el pecho que aparecía cada vez que
veía una parte de Gina derrumbarse frente a él. Algo similar le
sucedió al escuchar el llanto descontrolado de Golden, una
parte de su ser que nunca antes había aparecido, lo estaba
empujando a moverse en su dirección, una parte de su
corazón que dolía y lloraba junto con su hijo, y le rogaba que
lo tomara en sus brazos para acunarlo hasta calmarlo.

—Tiene mi puto ADN— dijo al tiempo que intentaba rodearla —,


acéptalo, tú y él...

—No somos nada de ti— Gina lo empujó para que saliera del
cuarto, el llanto de Den cada vez más impaciente —Ándate—
ordenó dando miradas fugaces a su hijo.

Al final no logró controlar la necesidad de correr a su bebé


para consolarlo, sabiendo que los gritos lo habían despertado
y que debía estar angustiado. Gina lo levantó de la cuna y lo
sostuvo contra su pecho mientras se balanceaba en sus pies,
meciéndolo con la intensión de calmarlo.

Massimo seguía en la puerta, mirándola fijamente. Ella le


ordenó que se largara modulando silenciosamente las
palabras, pero él se recostó en la pared, cruzó los tobillos y le
dio una mirada seria que dejaba muy claro que no pensaba ir
a ningún lado. Así que se movió ella, pasando por su lado
como un huracán sin dedicarle una segunda mirada.

Bajo las escaleras lentamente, cuidando de no caerse


mientras le susurraba palabras tranquilizadoras a Den, quien
por supuesto no entendió nads. Pero el sonido de su voz,
acompañada de su esencia y los arrullos hicieron que el bebé
dejara de llorar. La presión en su pecho desapareció
calmándose ella junto con él. La angustia de escucharlo llorar
era algo que aún no lo lograba maneja bien, sabía que no
podía botarlo todo y correr por Den cada vez que soltaba un
par de gritos, sobre todo ahora que había descubierto que era
un manipulador. No tenía ni idea de que los bebés podían
serlo, pero al parecer eran mucho más inteligentes de lo que
ella creía en un principio, aunque, ¿qué había sabido ella de
bebés un año atrás? Tan solo conocía la manera de hacerlos.
Había tenido que aprender todo sobre ellos: como mudarlos,
vestirlos, cada cuanto tiempo era recomendable bañarlos, las
cosas que debía hacer para facilitarse la vida en esta tan
complicada etapa de la maternidad, las rutinas antes de
dormir. Eran tanta las cosas que desconocía, demasiada
información y responsabilidades de las que solo se hacía
cargo ella, se había convertido en la esclava de aquel humano
pequeño.

Había leído por ahí que al ser madre uno no debía olvidarse
que seguía siendo otras cosas: hermana, amiga, pareja, mujer.
Gina creía que eso era imposible, estos primeros mes no
había hecho nada que no tuviera que ver con Den, porque no
encontraba el tiempo para ello. Se levantaba pensando en su
hijo y se dormía casi inmediatamente después de él porque
estaba tan agotada que su cuerpo ya no daba más.

La vida de una madre no era fácil, pero la de una madre


soltera era infinitamente peor. Y se sentía con el derecho a
usar el termino, pues Massimo no hacía mucho por ayudarla y
estaba sola en esto. Su esposo tenía más el rol de un pariente
lejano al que le gustaba tenerlo en sus brazos cuando estaba
tranquilo, pero que se espantaba apenas comenzaba a hacer
pucheros, dejándola a ella luchando con lo peor y más
agotador. Y no es que cuidar a un niño de meses fuera difícil,
es que requería tiempo y energía y mucha paciencia, pero
después estaba el hecho de que los bebés olían bien y
tenerlos sobre tu pecho era la mejor cosa del mundo.

La dicotomía sobre quedarse en la casa o no, tenía un patrón


similar, a veces no le parecía tan terrible, mayoritariamente
cuando Massimo no estaba —algo común—, la inmensidad de
la casa también hacía más tolerable su convivencia porque no
se topaban mucho, pero cuando lo hacían la tercera guerra
mundial parecía estar empezando, nada nuevo para ellos. Sus
peleas cada vez se sentían más agotadora y repetitivas.
Massimo se sorprendía a si mismo al sentir cada vez menos
enojo y más ganas de callarla con un beso que hiciera
estremecer su mundo, todas las noches iba a su cuarto para
descubrir que la puerta tenía pestillo y se devolvía a su cama
fría, vacía, tal como él. Todas las mañanas despertaba
buscando su cuerpo a su lado, con las esperanzas de que
algún día ella estuviera ahí.

Se había descubierto buscando a Den para estar cerca de


Gina, usándolo, en cierta medida, para que lo viera como él
había comenzado a verla a ella; ya no con odio ni desprecio,
sino con cierta admiración por su carácter fuerte, deseoso de
su cuerpo perfecto, atraído completamente hacia ella. Esto no
significaba que se dejara mangonear por sus palabras
hirientes o que le obedeciera sin chistar, porque no iba con él
ser así, lo que pasaba es que ahora quería hacer algo más que
discutir con ella.

Hasta el momento su vida había sido La Legge y follar, pero el


interés por esto último se había desvanecido y el ser capo ya
no lo satisfacía tanto como antes. Resultaba ser que algo le
hacía falta ese condimento especial que sazonará idealmente
su vida, para que quedara jugosa, sabrosa, perfecta.  Lo peor
es que sabía exactamente la especia que necesitaba, era
picante en la lengua, con ese toque exótico que te hacía
salivar, pero que se disolvia dulcente una vez que pasaba por
tu garganta, dejando un tras de ella un rastro de calor que se
quedaba contigo y no desaparecía nunca y se veía
intesificado cada vez que tenías una nueva probada y te
hacías adicto y no podías pensar en nada más y sentías que
cada minuto sin tu docis de ese sabor perfecro en tu paladar
era un suplicio, entonces crees que los más obvio es ir a
buscarla o cultivarla, para tenerla siempre contigo, pero te das
cuenta que no puedes hacerlo porque cerca de ti la especia no
crece ni sabe igual, ¿qué haces entonces? Le das su tiempo,
esperas a que ya haya madurado y después la traes contigo.
Era un plan que requería paciencia y algo mucho más difícil: el
control de sus impulsos, porque ya había visto lo mal que
acababan las cosas cuando hacía las cosas sin pensar.

Iba a tener que trabajar malditamente duro para que se abriera


una ventana que le diera un poco de acceso a su esposa sin
que esta le reventara los huevos en el proceso.
TREINTA Y SEIS-El corazón del diablo-
Dreame

Tenía que averiguar qué diablos estaba planeando Massimo,


paseándose por ahí con una sonrisa, robándole a Den de vez
en cuando, intentando no hacerla enojar. No le creía ni un
poco, cada vez que le regalaba una sonrisa ella se la
respondía con un ceño fruncido, dejándole claro que si su
intención era agradable tendría que hacer mucho más que eso
para lograrlo.

Apreciaba la ayuda con Golden, aún seguía corrigiéndolo


cuando decía que era su hijo, pero debía reconocer que se
estaba ganando el título de padre, ya ni siquiera huía cuando
Den comenzaba a llorar, la mayoría de las veces se encargaba
él de darle el desayuno y los días que llegaba temprano se
colaba en su rutina antes de dormir.

Una parte de ella se derretía al verlo en esa faceta de padre.


Nunca pensó que vería en Massimo, el mismo que tenía
troncos por brazos y una mirada que podía hacer a varios
cagarse encima, sonreírle tan dulce y sinceramente a un bebé
y mucho menos que después le diera un gesto similar a ella.
Pero todo aquel buen comportamiento solo aumentaba su
odio hacia él, ahora infundado por el miedo y la negación a
aceptar que había cosas buenas en Massimo que le
provocaban algo que no era desprecio. 

Y ahí es cuando Frances se metía en su cabeza diciéndole que


estaba siento terca y que por eso estaba perdiendo la
oportunidad de mejorar su matrimonio. Pero, ¿qué pasaba si
no quería?
Haciendo a un lado el resentimiento, que poco le importaba,
porque entre dos villanos podía entender que uno tenía que
hacer lo que tenía que hacer para sobrevivir, lo único que la
retenía era el orgullo y se sentía con todo el derecho a seguir
peleando por él. Ni una vez había renunciado a su orgullo, no
iba a comenzar ahora. Además, el buen humor de Massimo
había reducido sus confrontaciones, por lo que si lo ignoraba
lo suficiente creía poder tolerarlo hasta que lograra
convencerlo de separarse, si es algún día lo conseguía.
Porqué Dios que era terco el hombre.

Tal vez esa era la razón del gran fracaso de su relación, tenían
demasiadas cosas en común y en lo que diferían o eran
insignificante o hacia que lo odiara aún más.

Massimo tenía una visión muy distinta del mundo y sobre


todo de las mujeres; ella no se consideraba feminista, pero
definitivamente no era machista, desde su punto de vista
cualquier mujer que se respete un poco debe estar en contra
del machismo. Y cualquier mujer que se respetara un poco
tampoco podía lanzarse a los brazos de un hombre que la
había tratado como la mierda. Era una pena que no todas
entendieran eso y era aún peor, que su madre la hubiera
forzado, o que no se hubiera opuesto a la idea de entregarla a
un hombre tan horrible como Massimo, y todo tan solo por
tener una mejor posición dentro de La Legge.

Ordenó sus cabellos inconscientemente y se acomodó la


blusa al ver el auto conocido estacionarse frente al garaje.
Achinó sus ojos intentando adaptar sus ojos a la intensa luz
del día.

Era un lunes precioso, ideal para salir a dar una vuelta al


parque o tomar el sol en las tumbonas que tenía, pero siendo
que pasaba demasiado tiempo dentro de esa casa había
llegado a la conclusión de que lo mejor era salir a dar una
vuelta, llevar a Den a conocer la ciudad.
Tristemente primero debía encargarse de un muy
desagradable problema.

—Pareciera que sigues embarazada— dijo la mujer antes


siquiera de saludarla como correspondía.

Gina se mordió el interior de la mejilla con fuerza, sus brazos


cruzándose instintivamente sobre el pecho.

—Siempre es un gusto verte, mamá— cargo el peso hacia un


lado de su cadera dejando que el sarcasmo llenara sus
palabras.

—Alguien debe que decírtelo, tienes que mantener un buen


cuerpo o Massimo se te va a ir.

Gina se frotó el rostro, tratando de esconder un gruñido y


también su frustración.

—¿Qué haces aquí? — Preguntó siguiéndola hacia la casa.

Iba a conversar seriamente con Santino sobre no dejar entrar


a esa mujer a la casa, ya era la segunda vez que se
presentaba en menos de un mes, y dudaba que esta visita
termina mejor que la anterior.

—¿Acaso no puedo visitar a mi hija? — respondió con voz


melosa.

¡Por supuesto que no! Nunca lo hacía y Gina no quería arruinar


este hermoso día con la presencia de una persona tan
desagradable.

—¿Qué quieres? — cuestionó interponiéndose en su camino


hacia la entrada.

La agarró del brazo con ese toque autoritario y sobre todo


amenazante. Su madre se detuvo; girándose hacia ella la miró
con cautela. Basto una vista a la expresión de su hija para
encogerse. Gina se estiro un poco más, imponiéndose sobre
su altura, esos mismo sesenta y cinco centímetros que ella
había heredado, se redujeron a nada. Gina podía hacer eso
con tan solo una mirada y con una oración era capaz de
mucho más, todo estaba en el tono, en las palabras que con el
tiempo había aprendido a elegir correctamente para lograr lo
que quería.

—Tienes tres segundos para explicarte.

Irina la miró desde abajo, se humedeció los labios con


nerviosismo y después de acomodarse un mechón de cabello
perfectamente planchado, retrocedió.

—Siempre tan seria, Gini— la voz le salió aguda y nerviosa. La


manera en que se relamió los labios, confirmó lo que la menor
ya sabía —, tan solo venía a ver si me podías hacer un favor—
trato de sonar calmada, pero no le funcionó.

Gina se mantuvo en silencio, haciéndole saber que no estaba


satisfecha con lo dicho y que si no comenzaba a hablar la iba
a sacar de ahí en menos de un segundo. A medio camino
entre la entrada y lo que poco a poco se había convertido en
su hogar, sintió una bravura que se reflejó en sus ojos, esa
determinación a mantenerla lejos de Den y lo que fuera que
había allí dentro que de pronto le importaba tanto. No quería a
su madre en su vida, la había sacado a ella hace tanto porque
era lo mejor para su salud mental y quería que las cosas
siguieran así.

Irina suspiró, se humedeció los labios otra vez, comenzando a


borrar el color rosado que traía ese día.

—Bien, pensé que tu esposo podría hacerme un favor y


convencer a alguno de sus hombres de que se case con tu
hermana— dijo mientras alternaba la mirada entre cualquier
cosa que no fuera ella.
Sus dientes se presionaron con más fuerza sobre el trozo de
mejilla que llevaba mordisqueando con la intención de
distraerse de la furia que crecía en su interior segundo a
segundo, expandiéndose como una enfermedad que la haría
perder la cabeza.

Pero no sabía porque se sorprendía, no podía esperar menos


de su madre; siempre buscando cualquier oportunidad para
escalar socialmente y encontrando la manera perfecta de
joderle un poco más la vida metiéndola en asuntos que no le
importaban.

—No voy a hacerte de casamentera.

Una brisa suave empujó sus cabellos hacia delante, tapándole


la vista por un segundo. Intentó poner los mechones que le
estorbaban detrás de su oreja, pero no tuvo mucho éxito. Así
que recogió todo su cabello y lo puso todo hacia un lado. Lo
tenía tan largo que incluso así le llegaba más abajo del pecho.

—Tampoco te lo estaba pidiendo, vine a ver al Capo, no a ti—


respondió estirando el cuello, recuperando su confianza.

Gina enarcó una ceja, los brazos aún cruzados sobre el pecho
y esa mirada autoritario hicieron que la valentía de su madre
se esfumara tan rápido como había aparecido.

Se inclinó sobre ella, haciéndole sombra ligeramente. Sus ojos


achinados refulgían con emociones escondidas, pero no
desconocidas para ella, las llevaba metidas en las costillas
desde que había descubierto que uno podía odiar a sus
padres, a veces se le clavaban como garras al corazón,
haciéndola sangrar, mas eso ya no le sucedía, ahora las garras
le rasgaban la garganta, le abrían heridas que ardían como el
infierno, y ese fuego solo menguaba cuando lo escupía. Pero
hoy no tenía ganas de eso, hoy quería pasar tiempo con Den
en el parque y tal vez pasar a ver a Frances, compartir con ella
una de esas cajas de donas a las cuales seguía siendo adicta.
El silencio le hizo creer a Irina que tenía pase libre para seguir
con su camino en dirección a Massimo, a la casa donde
estaba su hijo, la única cosa que a Gina le importaba más que
ella misma.

Se interpuso en su camino antes de que pudiera dar otro paso,


la agarró del abrazo y acercó sus rostros para que no tuviera
que alzar la voz y para que su madre sintiera que, en aquella
situación, Gina tenía el control.

—Las decisiones en esta casa las tomo yo— le comunicó, un


énfasis exagerado en el pronombre —. Y ya he dicho que no,
así que lárgate— le dio empujón hacia su auto.

Pero en vez de conseguir lo que quería su madre se giró, los


labios curvados en una sonrisa graciosa que la irritó aún más.

—No seas ridícula, Massimo jamás aceptaría ordenes de una


mujer.

—Bienvenida al siglo veintiuno, madre— dijo cínica —, donde


las mujeres podemos hacer más que parir y cocinar— sus
labios se curvaron en una sonrisa de todo menos sincera.

La agarró del brazo otra vez y usando más fuerza de la


requerida la llevó hasta su auto. Su madre, como si no
entendiera el mensaje se quedó de pie al lado de la puerta,
mirándola con ojos de corderito. Se relamió los labios de
nuevo. Gina alzó su ceja perfectamente formada e inclinó la
cabeza hacia al carro.

—Gina, no…

—Tres— las interrumpió, su madre la miró sin entender, ella


continuó con la cuenta regresiva. En el espacio entre el “dos” y
“uno” señalo el auto con un movimiento de cabeza.
Irina la conocía, más de lo que le gustaba, pero en esta
ocasión le resultó útil. Sabía que no debía provocarla, era
estúpido hacerlo, nada bueno salía de encabronar al diablo.

La mujer se subió al auto para marcharse. Cada metro que se


alejaba aligeraba la presión en su pecho hasta que ya
desapareció por completo, y cuando las rejas cerraron tras la
mujer que la trajo al mundo —lamentablemente— fue capaz de
respirar con normalidad de nuevo.

—No sabía que tú tomabas las decisiones en esta casa.

El pulso le estalló en los oídos otra vez, su corazón dio un


brinco y se puso a latir furioso contra el pecho, empujando la
sangre a sus mejillas.

No se dio vuelta de inmediato, no quería que Massimo viera


su rostro sonrojado ni cualquier otra expresión que su abrupta
presencia había provocado.

Sentirlo inclinarse sobre su oreja, respirando pesadamente no


ayudo mucho a su estado, y cuando le rozo el lóbulo con los
labios, se estremeció. Cruzó los brazos sobre el pecho y se
los frotó, haciendo pasar el escalofrío por una reacción a la
brisa fría tan oportuna.

Gina se volteó hacia el hombre que de pronto la tenía


increíblemente confundida; este juego de ellos ya no tenía
reglas, eran solo ellos dos, confrontándose constantemente
esperando ansioso a que el otro cometiera un error para
ganar, aunque, ¿cuál era la verdadera victoria? Gina ya no lo
sabía. Tal vez mantener su orgullo, pues mientras este
estuviera intacto ella seguiría feliz y ser feliz era la meta en la
vida, ¿no? Pero a su vez, mantener esta guerra con Massimo
no la iba a llevar a ese camino, nadie estaba contento con una
guerra interminable, en algún momento debía determina y con
cada fin se venía un nuevo inicio, era eso en parte lo que más
le atemorizaba. ¿A dónde los llevaría todo esto?
—Corazón, si quieres fingir que al menos tienes un poco de
control aquí, deberías hablar al menos— insistió viendo que
Gina seguía sin contestarle.

Demasiadas cosas pasaban por su cabeza en ese momento


como para darle una respuesta digna, así que paso por su
lado haciendo oídos sordos y caminó de vuelta a la casa.
Tenía una tarde que disfrutar y estaba perdiendo tiempo
valioso. La brisa ocasional se había convertido en un viento
que le helo la piel y el cielo ya no se veía tan azul, sino más
bien gris.

La grava crujió bajo los pasos de la pareja. Gina, adelante,


tropezó un par de veces y maldijo al suelo, como si él tuviera
la culpa de algo. No ayudó que estuviera usando tacos
demasiado delgados como para darle una pisada estable.

Casi suspiró de alivió cuando dejaron atrás la gravilla y


pasaron a la cerámica de la terraza.

—¿Vas a ignorarme de nuevo? — Massimo se apuró para llegar


a su lado.

Dios, la mujer parecía tener un cohete metido en el culo,


aunque con sus piernas infinitas no le sorprendía lo rápido
que podía moverse.

—¿Vas a llorar por eso, de nuevo? — respondió dándose el


tiempo para mirarlo mientras entraba a la casa.

Se tropezó con el borde del ventanal y estuvo a punto de irse


de cara al piso si no hubiera sido por Massimo, que la atrapó
con sus brazos fácilmente.

—Si mal no recuerdo eres tú la que hace todo ese drama de


llorar, ¿no? — cuestionó enarcando una de sus frondosas
cejas.
Las palabras fueron un susurro, sus labios, separados por
centímetros le cosquillearon y sintió el deseo surgiendo en su
interior como un monstruo que iba a acabar con todo lo que
había construido, por lo que, haciendo acopio de toda su
voluntad se apartó. Sin pensar mucho en lo que sintió cuando
sus brazos dejaron de tocarla o en lo mucho que deseo que él
la hubiera agarrado del brazo y pegado a su cuerpo como
solía hacer, sin impórtale lo que ella quería.

Pero eso estaba mal… ¿O no? Sí, señor, no podía permitir que
alguien pasara por sobre ella y sus decisiones todo el tiempo,
no podía gustar de alguien que no la respetaba, que no la veía
como nada más que un objeto al cual poseer.

Joder, tenía principios y no los iba a destruir tan solo porque


su esposo, un hombre con el que la habían obligado a
casarse, era guapo, ni siquiera era hermoso, sus ojos estaban
muy separados y su mandíbula cuadra hacia que toda su cara
fuera un cubo. Lo que sí tenía, era un miembro inmenso que
había sabido usar bastante bien, pero, de nuevo, todo lo físico
se veía fuertemente opacado por el comportamiento de
Massimo. 

—No hagas eso, acaba de comer— le advirtió a Santino


apenas entró a la cocina.

Distraída con sus pensamientos pensó que sería mejor si


primero iba a revisar la silla de bebé en el auto. Recordar que
ella y Frances la habían puesto solas, como todas las otras
cosas relacionadas con Den, fue motivo suficiente para
olvidar todos esos sentimientos que tenía hacia Massimo que
no eran odio, porque a pesar de sentir algo floreciendo en su
interior por el hombre, eso no era suficiente para dejarse llevar
o para querer explorar aquellos sentimientos.

Se odiaban. No había más vueltas que darle al asunto. Gina no


lo toleraba y Massimo… bueno, él era él y nunca lo entendería
completamente.
Fue al garaje sola, lo que le alivió y le permitió concentrarse
mejor en la tarea de revisar que todo estuviera bien con la silla
para bebé. Después regreso a la cocina, sintiéndose menos
perdida en sus pensamientos.

Santino seguía agitando a su hijo en el aire, haciéndole caras


mientras le cantaba en italiano. Gina sintió pena por el menor,
pues estaba segura de que su amigo tan solo lo estaba
mareando, así que se lo quitó de los brazos y acarició su
espalda suavemente y después lo alejo para mirar sus ojitos
dorados, apreciando su belleza incansable.

Levantó la mirada hacia a Santino, lista para preguntarle si ya


podía irse, pero antes de tener la oportunidad algo tibio y
apestoso le cayó sobre el pecho.

Pestañeo lentamente, recitando el rosario de los garabatos


entero en su mente mientras posaba sus ojos sobre Santino.
Las palabras estaban de más en este momento, su rostro
tenía la expresión precisa para demostrar todos esos
sentimientos asesinos que estaban surgiendo en ella ahora
mismo.

Era la primera blusa bonita que se ponía luego de casi dos


meses usar ropas que no tenían nada que ver con su estilo,
pero sí con su autoestima. Sabía que el cambio en su cuerpo
era normal y reversible con una buena dieta y ejercicio, pero
eso no evitaba que se sintiera menos bonita de lo normal o
que necesitara una manera de recuperar su vida o lo que
podía recuperar, pues con Den todo era tan diferente y estaba
segura de que las cosas seguirían cambiando.

Le entregó Golden a su esposo, sin dudar ni un segundo, y


luego subió al baño para poder lavarse y cambiarse la polera. 

Una rabia inmadura surgió de sus entrañas al pensar en que


todo su outfit estaba arruinado. Aquel sentimiento se
transformó en uno peor cuando se dio cuenta de lo superficial
que estaba siendo, demasiado vanidosa e infantil, llorando por
un detalle mínimo que se podía solucionar fácilmente.

Verse bonita ya no era lo primordial, diversión era una palabra


que poco a poco iba olvidando, las fiestas habían quedado
atrás y ahora le tocaba hacer de mujer madura, de madre.
Pero, ¿cómo podía hacerlo? Apenas tenía veintiuno y nunca
había querido este estilo de vida, mas había aprendido a
querer a Golden y sabía que daría todo por él, aun así, no
podía evitar que viejos resentimientos y el miedo, sobre todo
el miedo de no tener ni idea de lo que estaba haciendo, se
sintiera demasiado para ella.

Se quitó la blusa, tirándola con más fuerza de la requerida


sobre el mesón del lavamanos, levantó la vista de la tela
cremosa arrugada hacia el espejo para ver sus ojos brillando
húmedos. Patética, en eso se estaba convirtiendo,
comportándose como una niñita malcriada porque alguien
había arruinado su conjunto; teniendo dudas sobre lo que
Massimo podría ser para ella, queriendo creer que las cosas
serían diferentes en algún punto, pensando todo el tiempo en
él, como si no tuviera otras cosas de las que ocuparse.

Tomó la toalla y humedeció la punta para limpiarse el escote.

Escuchó la puerta chirriar y supo sin dudas quien era antes de


que sus ojos se encontraran en el espejo.

—Puedo ayudarte con eso— ofreció Massimo con una sonrisa


lobuna.

—Sería de mucha más ayuda si tan solo te desaparecieras de


mi vida— respondió entre dientes continuando con lo suyo.

De cierta manera agradeció su presencia, era más fácil


mantener sus emociones bajo control cuando todas se
condensaban en una masa de odio, además frente a otras
personas siempre era más fácil mantener la compostura, y de
verdad que no quería llorar ahora o empezar a ahondar en
todo lo que estaba haciendo mal y como sería su futuro.

Las lágrimas ardieron tras sus ojos, pero Gina las contuvo.
Tensó la mandíbula y respiró temblorosamente mientras se
recordaba porque debía mantenerse fuerte. 

Una vez estuvo limpia, agarró la blusa y se precipitó a salir del


baño sin dedicarle ni una mirada Massimo. A estas alturas
debería haber aprendido que ignorarlo no era una buena idea y
que él siempre luchaba por lo que quería, y en estos últimos
meses, ella parecía ser lo único que le interesaba.

—¿Cuál es tu problema conmigo? — preguntó a la vez que la


sujetaba del antebrazo y volvía a meterla al baño.

Gina emitió un sonido gutural, cabreada y demasiado


emocional para pensar con claridad le dio un golpe en el
pecho para alejarlo de ella y permitió que las palabras
salieran.

—Tú eres mi problema— su voz salió mucho más alta y


afectada de lo planeado —. Tú y ese cerebro ínfimo que no
entiende que no quiero estar contigo, que tu machismo,
posesividad y bruteza no me atrae ni me enciende. Mi
problema es contigo porque te odio y aun así a veces logras
que estas extrañas emociones aparezcan en mí— dijo
señalándose con movimientos esporádicos —. Mi problema es
que no quiero nada contigo, pero por alguna razón sigo aquí.

Escupió las palabras, una tras otra, sin pensar mucho en lo


que dejaba su boca, pero sintiendo como ardían en su lengua,
como la presión de su pecho se alivianaba a medida que la
verborrea seguía y seguía hasta que ya no quedo nada.
Algunas lágrimas se le escaparon después de un par de
jadeos, las limpio rápidamente, reprochándose por su
emocionalidad y la posibilidad que le estaba dando a su
esposo de atacarla, la herida expuesta y su estado agonizante
eran una hemorragia en un mar de tiburones.

Massimo la sorprendió secándole las mejillas con sus


pulgares callosos, la suavidad del acto en sus manos tan
ásperas fue un contraste que amó y no pudo evitar cerrar los
ojos, imaginando que estaba en un lugar diferente, en una
situación diferente. Otra lagrima rodó por su mejilla y con ella
toda la esperanza de que alguna vez su vida mejorara.

—Deberías pensar en eso— dijo Massimo con


sorprendentemente parsimonia —, en porque sigues acá, ahí
está la solución a tu problema.

Y porque era Massimo y jamás dejaría pasar una oportunidad,


si inclinó sobre ella para sellar sus labios en un beso que la
hizo abrir los ojos de golpe y darle una mirada asesina.
Odiándolo por tan escaza caricia, plana, totalmente
insuficiente.

—Mientras— murmuró contra sus labios, los ojos fijos sobre


los de ella —, quiero ver tu anillo en ese puto dedo.

El cambio brusco de tema la dejo un poco perdida. Siguió la


mirada de su esposo hasta el dedo anular desnudo y
comprendió a lo que se refería.

Se guardó el suspiro de decepción y volvió a poner en su lugar


la máscara que llevaba usando desde que tenía memoria.

—Es más fácil si no lo hago, estoy harta de tener que


explicarles a mis conquistas la mierda de esposo que tengo y
lo poco que me satisface— alzo el mentón con arrogancia, sus
ojos ligeramente achinados.
Con los iris ardiendo —todo el hielo consumido en un
segundo, Gina se sentía orgullosa de haber causado eso—,
Massimo irrumpió en su espacio personal, enterró una mano
en su cabello y le levantó el rostro, sumiéndola a su agarre.
Gina lo dejo, porque nunca había tenido a nadie que quisiera
ponerla en su lugar sin querer hacerle daño. Massimo
definitivamente planeaba en dominarla y castigarla, pero
podía ver en sus ojos, en la manera en que el agarre de su
pelo no dolía, pero si marcaba una presencia importante,
podía sentir en como su cuerpo vibraba contenido, que iba a
disfrutar cada segundo de ese castigo.

—No te tengo miedo— murmuró altanera.

Algo en su esposo se desató. Se abalanzó sobre ella con cada


centímetro de su cuerpo, atacándola de la peor manera
posible: con un beso que la destruyó en segundos y la hizo
gemir, pidiendo más antes de que pudiera considerar la mala
decisión que estaba tomando.

Recibió su lengua gustosa, gimió al sentir la mano de


Massimo magreando su trasero, dándole uno, dos azotes que
la hicieron inclinarse hacia él, buscando más de sus labios y
su cuerpo musculoso, aplastando sus pechos sensibles,
transmitiendo ese calor que ponía a hervir su interior. 

Massimo, decido a castigarla, le mordió el labio inferior


abriéndole una herida que acarició con pericia, escondiendo el
dolor tras una capa de placer que la aturdió. 

Su mente y cuerpo estaban llegando a un consenso: una


follada y listo, pero antes de que pudiera desabrocharle el
pantalón, Massimo dio un paso atrás y rompió el beso sin
previo aviso, ocasionando que un lloriqueo lamentable saliera
de sus labios. Gina no tuvo tiempo de nada, fue girada sobre
sus talones y empujada contra el mueble, el peso de Massimo
siguiéndola segundos más tarde. Él atacó la conjunción de su
hombro con el cuello succionando sin piedad y cuando estuvo
seguro de haber dejado una marca, abandonó la zona para
subir a su oreja.

—Qué bueno que no me tengas miedo, corazón— susurró —,


pero no te olvides que en esta historia el malo soy yo— gruño.

A sus palabras le siguieron un palmazo que la recorrió por


completo, estremeciendo cada célula de su cuerpo. Se mordió
el labio para ahogar el vergonzoso gemido que subió por su
garganta. Cubrió la mano que había amarrado a su cabello, no
sabiendo si estaba intentando apartarlo o acercarlo un poco
más.

—No tendré piedad contigo— otro golpe, tan fuerte que incluso
con los pantalones se sintió como si estuvieran piel con piel —
cuando llegue la hora de pagar por todo lo que has hecho.

Terminó con una nalgada, el golpe fue directamente a su sexo


y le llevó a alzar el trasero queriendo alcanzar su entrepierna
para poder frotarse contra ella, mas solo encontró aire y una
mano capaz de agarrar todo su glúteo y darle un apretón que
la dejaría tonta de deseo.

—Y no vuelvas a mencionar a otros hombres— susurró contra


su oído antes de largarse.

Dejándola desparramada sobre el mármol, caliente, húmeda y


mucho más confundida de lo que había estado en toda su
vida.
TREINTA Y SIETE-El corazón del
diablo- Dreame

Sentada en el cual se había vuelto su sillón preferido leía con


tranquilidad. Se mordió el labio inferior con concentración,
tomó el destacado y marcó aquello que le parecía importante.
Asintió a lo que el autor dijo después, haciendo una anotación
al lado sobre lo que pensaba.

Demasiado ensimismada en la lectura casi le dio un infarto


cuando Ace entró al cuarto preguntando por Massimo. Con el
corazón latiéndole desbocado apartó la mirada del libro y la
posó sobre Ace que había entrado silenciosamente,
avanzando hasta llegar al sillón que estaba a su lado.

Le indicó que guardara silencio mientras miraba hacia la


rendija por donde entraba la ventilación, junto con el aire tibio
estaban los sonidos de jadeos que contaban a la perfección lo
que Massimo estaba haciendo en este momento con una
mujer que no era ella. 

—Oh— Ace balbuceó dándole una mirada significativa —, lo


siento.

—No lo hagas— le dijo encogiéndose de hombros —, así es


mejor para todos— el hombre puso una cara de confusión que
la llevo a agregar: —Porque no lo intenta conmigo.

Retomó su lectura con algo menos de concentración esta vez,


haciéndosele imposible avanzar más de un párrafo cuando
sentía la presencia de Ace casi encima de ella.

—¿Alguna vez intento algo?


Levantó la mirada perezosamente del libro, para toparse con
sus ojos oscuros observándola atentamente. Ahora estaba un
poco más acostumbrada a la intensidad de su mirada y a la
falta de palabras, pero aun así a veces Ace era demasiado,
incluso para ella

—Massimo siempre está tramando algo, pero mis chicas—


levantó sus puños con orgullos —y yo nos encargamos de
eso.

—¿Lo golpeaste? —preguntó anonado.

Gina era... No sabía que era, a decir verdad. Muchas cosas,


ninguna completamente tampoco, pero definitivamente no
cobarde, si lo fuera jamás se hubiera atrevido a enfrentar a
Max.

—Sip, aunque no salió muy bien, pero dejo claro el mensaje—


contestó con orgullo, dándole una sonrisa radiante que lo
tanto a imitarla.

—¿Sí sabes que un golpe tuyo no le hace ni cosquillas?

Agarró uno de los sillones y lo pasó cerca de Gina,


sentándose con los codos apoyados sobre el reposabrazos.
Cruzó las piernas, pero la posición no le pareció cómoda, así
que separó las piernas, lo que lo llevó a cambiar la posición de
sus brazos y al final acabo removiéndose como un gusano.
Incomodo en su propia piel bajo la mirada atenta de Gina
quien soltó una risita por su comportamiento.

Carraspeó y controló sus nervios, dándose cuenta de que se


estaba poniendo en ridículo.

—Siempre se vale intentarlo— Gina se encogió de hombros.

—Supongo que tendré que tener más cuidado contigo


entonces— dijo mucho más coqueto de lo que tenía planeado.
Maldición, ni siquiera quería sonar de esa manera. Las
palabras se habían escapado de sus labios antes de que
pudiera detenerlas. Odiaba que Gina lo volvía impulsivo.

—Yo no sé qué los hace pensar que si los quisiera muertos no


lo habría hecho ya.

Ace hizo un ruidito nasal de incredulidad, no porque no la veía


capaz de hacer algo así, sino por la ligereza con que lo dijo,
así como si nada, como si él no pudiera usar esas palabras en
su contra.

—Parece que le das muchas vueltas a eso de matarnos— dijo


observándola con atención.

Gina le dio otra sonrisa, porque con él era fácil sonreír, no se


sentía amenazada y sabía que Ace se derretía por dentro cada
vez que ella curvaba sus labios en esa manera alegre y
coqueta.

—Por supuesto, mi mayor fantasía en cuando los seduzco


primero— dijo inclinándose hacia él, apretando sus pechos,
ofreciéndole una vista fantástica de su generoso escote —y
después— se relamió los labios, haciéndolo cambiar su
atención de una parte deliciosa de su cuerpo a otra —, ¡zas!,
los mato antes de que se den cuenta— dijo inclinándose hacia
él y pasándole una mano por el cuello como si se lo hubiera
rebanado

Ace debería saber que podía no confiar en ella, pero su


persona lo atraía tanto que era difícil concentrarse en otra
cosa cuando la tenía tan cerca.

—Estás loca— jadeo sin darse cuenta. Más preocupado por


poner algo de distancia entre ellos que por mantener la
compostura.

Suspiró aliviado cuando Gina volvió a su puesto.


—¿Puedo preguntarte algo? — comenzó, sorprendiéndola pues
era la primera vez que demostraba interés en ella. Solo
cuando Gina asintió levemente continuó —¿Por qué sigues
aquí si lo odias tanto?

Ella misma seguía haciéndose esa maldita pregunta cada


noche. Tenía la sensación de que si se esforzaba realmente
conseguiría lo que quería, el problema radicaba en que ya no
estaba segura de su meta. Parecía ser que en las últimas
semanas las líneas se habían desdibujando entre ella y
Massimo y ahora tenía una confusión enorme sobre lo que
quería hacer. Había muchos sentimientos metidos entremedio
y no estaba lista para afrontarlos, podía reconocer eso y
manejarlo, pero lo que no podía hacer era ordenar su mente y
eso la estaba volviendo loca, no le gustaba tener cosas que
resolver y resultaba que en este momento no tenía nada claro,
al menos no lo importante, ¿qué quería? ¿Qué era lo mejor
para ella? Y, ¿para Den? También tenía que pensar en él.
Massimo estaba siendo un buen padre o intentándolo al
menos y ella no podía quitarle eso a su hijo, no cuando Gina
misma sabía lo que era crecer sin una figura paterna.

Pero no quería pensar en eso, porque mientras más vueltas le


daba al asunto más se convencía de que estaba usando a Den
como una excusa y eso no le gustaba.

—Tal vez tú— presionó un dedo contra su pecho —deberías


preguntarte porque estás aquí.

—No sé de qué hablas— Ace apartó su dedo con un


movimiento desdeñoso.

Gina puso esa sonrisa que siempre lograba asustar a los


demás, hizo el libro a un lado y se giró completamente hacia
su ex guardaespaldas, pues después del pequeño incidente en
la piscina, Massimo ya no creía que fuera buena idea que
pasaran tanto tiempo juntos. Lo que su marido todavía no
entendía, es que si hubiera querido engañarlo con Ace,
guardaespaldas o no lo hubiera hecho igual, además, ahora
eran amigos, así que seguirían hablando.

—De los moretones que le dejaste a Massimo— retomó el


tema.

Inclinó la cabeza hacia un lado, intentando lucir inocente, pero


Ace detectó ese mismo brillo que aparecía en los ojos de Max
cuando planeaba algo. en los iris dorados de Gina.

—¿Qué hay con eso? — se encogió de hombros.

Ella enarcó una ceja, sus labios curvándose hacia un lado.

—Se ven dolorosos, ¿qué tan fuerte le pegaste? ¿Qué tanto


daño querías hacerle?

Esa era una excelente pregunta, él también se la hacía. No


tenía nada en contra de su amigo, maldición, Max era familia,
la única que tenía aparte de su madre, pero ese día algo en él
lo había impulsado a actuar, la rabia consigo mismo y con
Massimo porque por primera vez había algo que le gustaba lo
suficiente como para luchar por ello y no podía porque ya le
pertenecía a otro.

—Tal vez por la misma manera porque tu no quieres dejar a


Massimo— se esforzó en decir algo que no lo comprometiera,
demasiado.

Eso, por alguna razón, la indigno. Fue un ataque directo a su


persona que no supo cómo devolver.

—No es que yo no quiero dejarlo, sabes muy bien que no


puedo. Pero sabes que, estoy harta de que Massimo siga
dominando mi vida. Escúchalo, cogiéndose a alguien mientras
estoy aquí— se dejó caer sobre su regazo como si nada y Ace
crispó sus manos ante la necesidad de ponerlas sobre sus
caderas —¿Quién dice que yo no puedo hacer lo mismo? —
terminó encogiéndose de hombros.

—No está bien— balbuceó, todo su cuerpo tenso.

Gina lo sintió y se acomodó sobre su regazo con malicia.


Recargó los antebrazos sobre sus hombros, acercando sus
rostros. No sabía si era deseo de venganza, un acto impulsivo
o simplemente idiotez, pero tenía ganas de hacer algo mal, de
divertirse un poco.

—Me importa una mierda lo que sea correcto o no— dijo en


ese tono tan suyo.

—Gina— intentó advertirle, pero no alejarla.

Dudaba que fuera a hacerlo, tenía las manos sobre sus


caderas y una erección entre sus piernas lista para ser usada.

—Ambos sabemos que te mueres por mí.

Sus respiraciones agitadas ahogaron los gemidos


provenientes de la oficina de su marido. Algo se revolvió en su
interior al pensar en juntar sus labios, la asaltó la duda por un
segundo y eso la enfureció. No tenía por qué sentirse
culpable, ¡no tenía por qué sentir nada! Lo quería, lo deseaba,
había pasado mucho tiempo de la última vez que había tenido
sexo con alguien y Ace ahí, listo para complacerla si se lo
pedía.

—Creída.

Se encogió de hombros, el mutismo de Ace estaba


comenzando a pegársele, pero no le importaba, era bastante
útil cuando no sabía que decir realmente.
—No me puedes decir que hacer con mis emociones— le dijo
Ace, aunque parecía ser que estaba habladno para sí mismo.

Gina se mordió el labio inferior, no intentando ser sensual,


pero sabiendo que de todas maneras Ace lo vería como una
incitación porque eso era lo que llevaba haciendo desde que
lo conocía.

—Pero puedo incitarte a dejarte llevar por ellas— dijo


arrastrado las uñas por su pecho, sintiendo como se
estremecía bajo ella.

—Lo único que quieres hacer es causar problemas, provocar a


Max.

Gina inclinó la cabeza hacia un lado, soltó su labio inferior


para luego estirarlo en una mueca tierna que lo tentó. Pudo
verlo en sus ojos, en la manera en que tensó las manos sobre
sus caderas.

—¿Y qué quieres tú? — cuestionó, la cabeza todavía inclinada


hacia un lado, el cabello siguiendo la gravedad, dejando
expuesto su cuello largo —Hemos tenido esta
conversación varias veces y la segunda estuviste a punto de
besarme— le recordó

—Me hubieras dejado solo para ver al mundo arder.

—¿Que puedo decir? — dijo ofreciéndole una sonrisa inocente,


su voz cayó una octava cuando volvió a hablar —Me gusta el
caos.

Ace la observó en silencio, atrapó el labio inferior con sus


dientes e hizo un sonido gutural que la sorprendió, porque
sonó a como si se hubiera rendido, lo cual tendría sentido, el
rindiéndose hacia la atracción que sentía por Gina, pues ella
seguía sentada sobre él y aún no habían hecho nada para
apartarla.
Gina había subestimado la lealtad de Ace hacia su mejor
amigo, sabía que si apretaba los botones necesarios lo
tendría sobre ella, concentrado solo en lo bien que se sentiría
besarla.

Su cuerpo era su mejor arma, volvía a los hombres locos de


deseo y era lo suficientemente tonificado para dar un buen
golpe, así que si no podía seducirlos al menos podía
noquearlos. Aunque en esta ocasión tan solo quería que Ace
se dejara llevar. Necesitaba saber que ella estaba por sobre
sus valores, por sobre su racionalidad.

—Tú y Max son iguales— negó con la cabeza, dándole a


entender que lo que seguía no era un cumplido —, por
conseguir lo que quieren harían cualquier cosa.

—Mi mejor cualidad— respondió Gina con una sonrisa


radiante.

Si la intención de Ace había sido hacerla sentir mal, se sentía


desilusionada de él, quien a estas alturas ya debería saber que
necesitaba más que simple palabras para afectarla.

—Te crees perfecta— la acusó.

—Nadie es perfecto— respondió sencilla, acercándose un


poco más a él.

Sus palabras le quedaron dando vueltas en la cabeza, todos


tenían derecho a cometer errores y si Massimo podía serle
infiel a una mujer tan divina y especial como Gina, ¿por qué él
no podía ir por lo que quería también? Maldición, esa mujer sí
que se había metido en su cabeza, no podía creer que
estuviera sopesando una cosa así realmente. Pero olvidando
que era lo correcto se inclinó buscando los labios rellenos de
la mujer, estuvo a milímetros de obtener una probada de esa
boca que lo llevaba volviendo loco por meses, mas la
oportunidad nunca se presentó porque el monitor del bebé
lleno el cuarto con el llanto de Golden.

—Parece que el universo no quiere que esto pase— dijo Gina


con gracia.

Se levantó de su regazo como si nada hubiera pasado y tomó


el monitor del bebé.

Ace respondió con un “sí” seco, apático como siempre, pero el


odio hacia Den en ese momento fue una cosa visceral que
jamás había sentido, mucho menos por un bebé

Gina cerró la puerta al abandonar la biblioteca. Subió las


escaleras lentamente, intentando recomponerse, para que
cuando tomara a Den en sus brazos estos no temblaran. No
sabía que había sucedido ahí, nada de lo que sentirse
avergonzada, pero tampoco se sentía orgullosa de eso, era
una sensación agridulce desconocida que la desconcentró en
su tarea de volver hacer dormir a Den, pero él, ajeno a la
turbulencia de sentimientos en su interior, tan solo necesito
de un minuto de arrullos para volver a dormir.

Volvió al primer piso, terminando de bajar las escaleras


cuando Santino aparecía por la puerta principal.

—Hey— lo saludo avanzando un par de pasos hacia él.

Santino levantó la cabeza de golpe, Gina creyó verlo tenso y


preocupado, él corto la mayoría de la distancia entre los dos,
poniéndola un poco paranoica, pero luego la saludo con un
beso en la mejilla, que la hizo sentir ridícula por haber
desconfiado de él. Era, Santino, por Dios, el hombre exudaba
buenas vibras.

—Necesito que me lleves a la universidad.


—¿Por qué? — cuestionó él, deteniéndose un segundo para
mirarla sobre su hombro.

—Voy a matricularme para el próximo semestre— respondió


con una media sonrisa que se escuchó fuerte y clara.

Santino se detuvo, giró sobre sus talones y la miro de una


manera indescifrable.

—¿Sabe el jefe sobre esto?

—No es de su incumbencia— se miró las uñas con interés,


pensando en que después podría pasar a algún lugar para que
se las hicieran y le cortaran el pelo, que ya pasaba su cintura.

—Tu puedes hacer lo que quieres, pero yo no pienso hacer


nada sin que él lo sepa, me gusta mi cabeza donde está.

Gina entornó lo ojos, separó los labios con la intención de


darle una respuesta mordaz, pero el sonido de su voz fue
opacado por el de una puerta abriéndose.

Massimo y Nicolette salieron del cuarto, no estaban tomados


de las manos ni prestando atención al otro, pero una ligera
parte de ella sintió celos y algo más, lo cual era
absolutamente ridículo, ¿por qué cuando le había importado lo
que Massimo hiciera con otras mujeres? Como si esto no
pudiera ser peor, Ace salió de la biblioteca. Los cuatro se
miraron analíticamente, Nicolette tenía una expresión de
orgullo, como si hubiera ganado alguna competencia, ¿con
quién o de qué? Gina no lo sabía. El par de amigos era quien
más le preocupaba en estos momentos, considerando su
encuentro anterior con Ace y el de hace un par de días cuando
ellos se habían agarrado a combos.

—Incomodo— murmuró Santino en un tono nervioso.


Todos los ojos recayeron sobre ella. Cargó el peso hacia una
pierna y no pudo evitar decir:

—¿Creen que me importa que se coja a otra? Yo hago lo


mismo. Nicolette puede tenerlo todo lo que quiera, ni siquiera
es bueno.

Massimo habían estado peleando y diciéndose cosas


hirientes desde que se conocían y seguía viva, así que las
palabras solo salieron, guiándose por el sentimiento amargo
en su pecho y la necesidad de declarar que le importaba una
mierda lo que su esposo hiciera. Pero debería haber sabido
que faltarle el respeto a Massimo en privado era una cosa
completamente diferente que hacerlo frente a gente que se
supone debería respetarlo y temerlo; en esta ocasión él tenía
la obligación de reaccionar verdaderamente, como lo haría un
Capo, y así lo hizo. Dio un paso al frente con una expresión
asesina, Gina se mantuvo en su lugar, creyendo que como las
otras veces no le haría nada, pero Ace no estaba tan seguro y
se interpuso entre ellos dos.

—¿En serio? — a Gina le dio la impresión que su esposo quería


pisotear el suelo y hacer morritos, pero a pesar de que la idea
era graciosamente ridícula, controlo su risa —No puedes ver
que no vale la pena— la señaló con un ademán desdeñoso.

Parecía ser que no había superado del todo las hormonas del
embarazo porque de pronto sintió ganas de llorar. No era justo
que Massimo dijera esas cosas de ella, ni siquiera la conocía,
si lo hiciera sabría lo mucho que ella valía, es que tan solo
nunca se había esforzado por demostrárselo porque a él no
tenía nada que probarle, pero ahora que lo pensaba le
encontraba la razón a Frances: las cosas podrían ser mejor
entre la pareja si cada uno pusiera de su parte.

Massimo se movió, haciendo a un lado a Ace y acortando la


distancia entre ellos, invadiendo su espacio personal y
mirándola desde arriba como si fuera basura. Gina, por
supuesto, no aparto la mirada, sostuvo el contacto visual con
una ira agotada, mientras que los iris de Massimo se
convertían en un mar tormentoso. Alzo el mentón, lista para
dejar salir otra sarta de insultos que no le traerían ningún bien.
Massimo, conociéndola y preparándose para sus palabras
tensó la mandíbula, no podía creer que había dicho eso frente
a Santino y Ace, sí, todos tenían conocimiento de sus peleas,
pero nunca las habían escuchado, nunca habían sabido
exactamente sobre que eran, y ahora todos tenían
conocimiento de que su propia esposa le había sido infiel, a él,
el maldito Capo de Las Vegas, de todo el oeste. Eso no era
aceptable y ahora tendría que hacer algo, para demostrar que
nadie podía traicionarlo de esa manera. Pero Ace tenía razón,
Massimo y Gina eran igual en aspectos generales; a ambos
les importaba poco lo que otros pensaran, o sea sí,
obviamente mantener una imagen digan de temer era
fundamental, pero le gustaba creer que de eso ya se había
encargado matando y torturando con sus propias manos. Lo
que en realidad tenía la vena de su cuello saltando y sus
manos convertidas en puño, lo que lo estaba volviendo
enfermo de rabia era saber que otro hombre había tenido su
boca sobre la de su mujer, había escuchado esos ruiditos
deliciosos que hacia cuando la excitación la abrumaba, la
manera en que lo apretaba con piernas, manos y paredes.

Mierda, tenía que dejar de pensar en eso o acabaría teniendo


una erección y no podía permitir ninguna distracción, con Gina
era menester mantenerse concentrado y atento a sus
acciones.

Le fue fácil desviar su mente de ese rumbo de pensamientos y


dejar que la ira suavizara su miembro. Ace se puso frente a él,
muy dispuesto a defender a su esposa y eso lo encabronó de
una manera inexplicable, sobre todo cuando se tomó el
atrevimiento de apoyar la palma contra su pecho,
empujándolo hacia atrás ligeramente.
¿Quién se creía que era? Defendiendo a Gina como si
realmente le importara, lo único que quería era meterse entre
sus piernas, si es que no lo había hecho, después de todo los
había encontrado varias veces juntos y no tenía idea de
porque seguía permitiendo que Ace viniera a su casa cuando
sabía que Gina intentando seducir a alguien era una cosa a la
que nadie se podía resistir.

—Muévete— la voz le salió ronca y profunda, nada comparado


con su tono normal.

Su amigo no le hizo caso y Massimo sintió que se le tensaba


la mandíbula un poco más.

—Primero, cálmate.

Eso no ayudo para nada a su estado mental. Ace no tenía


derecho a exigirle nada y si no se quitaba de su camino en
menos de un segundo iba a moverlo él mismo de una manera
muy dolorosa.

—Está jugando contigo, metiéndose en tu cabeza y haciéndote


creer que le importas, pero a Gina no le importa nadie más
que ella misma.

—Por lo menos quiere algo conmigo— murmuró Ace en un


tono tan bajo, que por un segundo dudo no había pensado en
voz alta.

Pero lo conocía desde que era un niño, Ace lo hacia todo con
intenciones y en este momento él había contado con que lo
escuchara.

Le puso las manos encima, agarrándolo del cuello de la


polera, tuvo que estirar los brazos para eso. Ace no se movió,
sabiendo que su altura lo situaba en una posición ventajosa y
que Massimo tendría que agarrarlo de otro lado para de
verdad hacerle daño… o soltarlo y pegarle un puñetazo en el
abdomen, devolviéndole aquel que él le había dado un par de
día atrás.

Ace no tardo en atacar de vuelta, lanzándose encima de él


para poder tirarlo al suelo y tenerlo bajo control mientras lo
golpeaba. Massimo apenas se estaba recuperando del primer
golpe cuando sintió que su cuerpo era liberado del peso de
Ace. Se levantó con un salto energético, dispuesto a continuar
con la pelea, aún había mucho que sus puños querían decirle
a su amigo, pero un tirón de orejas lo detuvo.

¿Qué mierda?

Giró el rostro bruscamente hacia la mujer a su lado, ignoraba


en que momento había llegado a esa posición, pero le gusto
tenerla cerca, eso y la mirada asesina que le dio, fueron
suficiente para que no se moviera.

Un par de metros más allá, Santino sujetaba a Ace, quien ya


se veía más calmado y tenía los labios tirando sutilmente
hacia arriba.

—Ni siquiera te atrevas a sonreír— espeto Gina, apuntándole


con un dedo.

El rostro de su amigo se enserio en segundo, fue turno de


Massimo de formar una sonrisa burlona en su rostro algo
magullado, pero no le duro mucho, pues Gina le dio un golpe
en la nuca con bastante fuerza que lo hizo maldecir entre
dientes y frotarse el área adolorida.

—Son unos idiotas, peleando por mí, como si alguno de los


dos me interesara realmente— no supo porque agrego eso,
pero le sirvió para recordarse que, en efecto, no tenía interés
por ninguno, sobre todo no por Massimo —. Llevan siendo
amigos por demasiados años, no pueden agarrarse a combos
por una mierda así.
Massimo la miró fijamente por un par de segundo.

—Como si te importara— bufó —, reconócelo, te encantaría


vernos matarnos.

Gina se encogió hombros, aprovechando de acomodar a Den


en sus brazos, quien estaba comenzando a quejarse por el
retraso de su almuerzo.  

—Me encantaría verte a ti muerto— le guiño el ojo con descaro


que yo ayudo mucho a su situación —, pero también son
amigos, ¿no tienen una clase de código o algo así? ¿Amigos
antes que coño?

Santino soltó una risa nasal que ayudo a romper la tensión del
momento, hasta que los otros dos hombres le lanzaron una
mirada asesina.

—Lo siento— balbuceó y retrocedió un paso.

—Ya, arréglense— los apuro Gina, señalándolos con un


movimiento de mano desordenado y con la cabeza inclina
hacia un lado, esperando que le hicieran caso —, vamos, tengo
cosas que hacer.

Cuando ninguno de los dos se movió, Gina pellizco la espalda


de Massimo, empujándolo hacia adelante al mismo tiempo. Él
le dio una mirada entre irritada y adolorida, ella inclinó la
cabeza hacia Ace, esa mirada autoritaria en sus ojos lo obligo
a hacerle caso.

—No te quiero ver cerca de ella— gruño Massimo.

Su amigo le respondió con un apretón de mano firme,


utilizando más fuerza de la necesaria, lo que llevó a Massimo
a hacer lo mismo. Se miraron fijamente, dejando ver que
ninguno había superado el asunto. La tensión volvió a sentirse
en el aire y para evitar que llegaran a las manos, otra vez, Gina
se puso entre ellos, cubrió sus manos unidas con la propia y
los obligo a soltarse.

Una vez que se hubieron separado y ella supo que no iban a


intentar matarse, dejo al par atrás, llevándose a Santino con
ella hacia su cuarto, pues necesitaba buscar sus documentos
para salir. Entre tanto, Golden volvió a despertar y luego de
revisar el reloj se dio cuenta de que era su hora de almorzar,
así que tuvo que atrasar la salida para bajar a la cocina a
preparar su leche.

—¿Cuál es tu afán con sacudirlo? — lo reprochó a Santi al


tiempo que tomaba a Golden de sus brazos.

—No te quejes, al menos no ha llorado.

—Si me vomita otra vez te juro por todos mis zapatos que te
voy a matar con uno de ellos.

Acomodó a Den en sus brazos y puso el biberón en su boca, él


comenzó a succionar de inmediato, olvidándose de su madre
y todo lo demás.

—Haces muchas amenazas— dijo Santino con ceño fruncido.

—¿Y? ¿Quieres que las cumpla? — enarcó una ceja.

Él negó energéticamente. Gina se sentó en una de las sillas de


la mesa que tenían en la cocina y miró desde ahí a su nuevo
guardaespaldas, todavía no sabía si lo prefería a él o a Ace, la
verdad es que como ahora no salía mucho, no había pasado
mucho tiempo con Santino.

—Una vez que termine, nos vamos a la universidad— le


comunicó.
—Estás loca— su voz alcanzó un tono agudo que a Gina le
saco una risita.

—¿Por qué? — ladeo la cabeza fingiendo locura.

—No voy a hacer algo a escondidas del jefe, menos ahora— de


nuevo el tono chillón.

—Sí que le tienes miedo.

Su tono fue burlón; le resultaba increíblemente gracioso que la


gente le temiera tanto a Massimo, ella no podía entenderlos,
nunca lo había visto como una verdadera amenaza para su
persona, aunque sí sabía que debía tener cuidado con él. Ace
tenía razón, se parecían en muchas cosas, por eso Gina sabía
que por más que la quisiera o lo que fuera que sintiera por
ella, si la ocasión lo ameritaba se preocuparía solamente por
su bienestar, es lo mismo que Gina haría.

—Tú eres la única que no le teme y que lo ha enfrentado así.


Me sorprende que sigas vivas— dijo con verdadero asombro.

—Es porque soy asombrosa.

En realidad, ella tampoco sabía cómo es que seguía viva, no


es que pensara mucho en eso, pero después de que tantas
personas hubieran mencionado el hecho, comenzaba a
cuestionárselo ella también.

—No voy a negar eso.

Ibas a preguntarle qué estaba pasando entre su amiga y él,


pero se dio cuenta de lo que estaba haciendo antes.

—No me distraigas, vamos a salir y punto.

—Ya te di mi respuesta— dijo Santino negando perezosamente


con la cabeza.
Paso por su lado para llegar hasta el refrigerador y sacar una
botella de agua. Gina se giró, siguiéndolo con la mirada.

Balanceó a Den en sus brazos lentamente, sus ojitos


hermosos observándola con atención mientras succionaba lo
último que le quedaba en la mamadera. Gina le acaricio la
mejilla con un dedo y le sonrió dulcemente, después levantó la
cabeza hacia Santino.

—No seas cobarde, además, ¿no le molestaría más a Massimo


saber que fui sola? — cuestionó con una de sus cejas
arqueada.

Santi torció los labios en una mueca molesta, su mano sobre


la botella se tensó, después se relajó y comenzó a toquetear
la etiqueta de plástico con la cabeza gacha, al levantarla tenía
una expresión indescifrable, pero al habla su voz fue suave.

—Eres mala, ¿sabías?

—Me lo han dicho un par de veces ya— respondió con


simpleza, levantando un hombro —, pero lo prefiero, es mucho
mejor que ser la buena de la historia.
TREINTA Y OCHO-El corazón del
diablo- Dreame

—Está bien...

—No quiero hablar— lo interrumpió.

Tamborileó los dedos sobre el manubrio mientras masticaba


su pobre labio inferior.

Bajó un poco más la ventanilla, permitiendo que el aire frío le


golpeara la cara, refrescándola y enfriando la bomba de
tiempo que eran sus pensamientos.

Con una exhalación larga y un poco más de viento fue capaz


de sentirse mejor, más ligera y con menos preocupación.
Aunque la vocecita en su cabeza seguía susurrándole críticas
al oído, llamándola débil y patética.

En el siguiente semáforo siguió de largo en vez de doblar.


Santino comenzó a ponerse nervioso cuando vio que estaban
en los límites de la ciudad, pero cuando intento hablar basto
una mirada de Gina para que cerrara la boca.

No quería escucharlo, necesitaba un segundo de absoluto


silencio y paz, por eso estaba manejando a ese lugar en el
desierto que había descubierto meses atrás y se había vuelto
su favorito.

—Gina.

—Cállate— espetó ella, antes de que pudiera decir algo más.

Golden estaba durmiendo en el asiento de atrás, algo que


apreció bastante, sobre todo cuando le pidió a Santino que se
quedará en el auto y le permitiera salir sola. Lo necesitaba
más que nada.

Su cabeza era un lugar peligroso ahora mismo, demasiado


confundido, lleno de cuestionamientos y enojo que la
ahogaban a medida que pasaban los segundos. Pero todo el
ruido se apagó cuando se recostó sobre la tierra fría y cerró
los ojos. Su respiración se volvió más regular y calmada. El
frío de su espalda la entumeció, congelando su cuerpo y los
engranajes en su cerebro que no habían dejado de trabajar
desde que había salido de la universidad.

Una vez que se sintió mejor y los pensamientos


autodestructivos se calmaron, cuando su estómago rugió
hambriento y se dio cuenta de que tenía todo el cuerpo
acalambrado por haber estado tanto tiempo acostada en una
superficie dura, recién ahí, se devolvió al auto.

Apenas sintió el cambio de temperatura, Santino había


apagado el motor del auto y por lo tanto la calefacción. Su
primer instinto fue mirara hacia Golden, preocupándose de
que no estuviera bien abrigado para soportar el frío, pero se
dio cuenta de que además de su manta, tenía la chaqueta de
Santi cubriendo su pequeño cuerpo.

Había sido estúpido pensar en que podría dejarlo con una


niñera mientras ella iba a la universidad, no podía
abandonarlo, no se lo merecía y ciertamente ella tampoco se
veía capaz de estar más de unas horas lejos de él. Estaba
demasiado acostumbrada a tenerlo cerca de ella casi todo el
tiempo y conocía todas sus mañas, sabía cómo calmarlo y le
gustaba tomar sol con él en las tardes, algo que no podría
hacer tan seguido si volvía a estudiar. Por eso es que había
decidido esperar un tiempo, podía poner en pausa a sus
estudios por este año y ya luego volvería. Le parecía lo más
sensato, sabía que si iba a clases estaría todo el tiempo
pensando en Den y que lo extrañaría mucho, pero aun así no
podía evitar sentirse desilusionada de sí misma, una parte de
su mente todavía no comprendía que esta era su vida ahora y
estaba bien; sí, las cosas no habían resultado según lo
planeado, pero eso era común, la vida era así y a pesar de que
deseaba que algunas cosas fueran diferentes, no se
arrepentía de tener a Den, sentía que ahora tenía una especie
de compañero en esta batalla contra Massimo.

En un semáforo aprovechó para chequear a Golden, quien


seguía durmiendo plácidamente en la silla, su expresión de
relajo la hizo sonreír. Disfrutaba tanto viendo su rostro
tranquilo, la manera en que sus labios rosados y delgados
descansaban entre abiertos, sus pestañas largas y oscuras
contrastaban muy bien con la piel pálida de sus mejillas
sonrojadas, era hermoso y no dudaba que iba a ser mucho
más encantador cuando creciera. ¿Sería coqueto y confiado
como ella? ¿Terco cómo Massimo? ¿Reiría con facilidad como
su madre o sería un poco más serio como su padre? Esas y
muchas otras preguntas asaltaban su mente mientras lo
contemplaba, adoraba lo pequeño que era, lo mucho que
necesitaba de ella, pero al mismo tiempo se moría por verlo
crecer.

—Gina— una mano se posó sobre su brazo, captando su


atención.

Se volteó hacia Santino, que la miraba con cierta


preocupación y luego hacia al frente. La luz verde del
semáforo le indicó que debía avanzar y la lejanía del auto que
antes había estado adelante un par de segundos le mostró
que se había perdido en sus pensamientos.

Puso el auto en directa y sacó el pie del freno, avanzando. Los


bocinazos se detuvieron y ella siguió andando por la calle,
tomando una la desviación hacia la izquierda un par de
cuadras más allá.

De reojo vio a Santino tecleando concentradamente.

—¿Con quién hablas? — cuestionó.


—Massimo— respondió el copiloto sin levantar la cabeza de
su celular.

Frunció el ceño, sus manos se tensaron sobre el volante.

—¿Le estás diciendo a dónde vamos? — inquirió, el enojo


deslizándose por su voz.

No podía creer que estuviera informándole sobre lo que


estaban haciendo, odiaba que incluso de lejos siguiera
controlándola, teniendo un ojo sobre ella todo el tiempo, la
enervaba, quería poder ser libre, en todo sentido de la palabra,
sin su esposo rastreando cada uno de sus movimientos.

—Sí— contestó.

Gina lo ojeo, la rabia calentándole las venas. Se obligó a


respirar profundamente, no queriendo que el poco control que
había recuperado después de su ida al desierto se es
esfumara en algo tan banal. Ya debería estar acostumbrada a
esto, era Massimo, por Dios, él amaba controlarla.

Entraron al estacionamiento del departamento de Frances,


utilizo el que correspondía y apagó el motor. Santino se
desabrochó e hizo el amago de abrir la puerta, pero ella le
puso pestillo antes de que él pudiera hacerlo.

—¿Qué…?

—Escúchame bien— se giró hacia él —, Massimo podrá ser tu


Capo, pero si vas a ser mi guardaespaldas me obedecerás a
mí— no hizo falta que alzara la voz para que Santino
comprendiera que estaba hablando muy en serio.

Esa mujer sí que sabía cómo hace sentir a un hombre de


treinta como si tuviera quince y estuviera siendo reprochado
por su madre.
—Pero…

—Yo soy la que manda aquí, Santino y si me cuestionas o


desobedeces te va ir muy mal.

Todo en su voz era calma, pero la postura de su cuerpo, los


hombros tensos y derechos, sus manos convertidas en puños
y la manera en sus ojos comenzaban a achinarse decían otra
cosa. Era amenazante, peligrosa y si había pensado alguna
vez que sus palabras eran amenazas vacían, ahora había
descubierto que jamás tendría que subestimarla así de nuevo.
La manera en que le habló dejo muy claro que no estaba
bromeando.

Gina enarcó una ceja cuando él se mantuvo en silencio por


tanto tiempo, su expresión todavía severa lo apuro a dar una
respuesta. Santino asintió violentamente, sus ojos bailando
de un punto a otro, esforzándose por no entrar en contacto
visual con Gina.

Ella también asintió cortamente con la cabeza, una vez


aclarado el asunto desbloqueo las puertas y le permitió salir.
Cuando ella apareció por el otro lado con Den entre sus
brazos, cubierto con su manta le dio una mirada extraña que
no supo descifrar, pero le gusto, fue algo entre miedo y
respeto que la hizo darle una sonrisa confianzuda.

Las personas siempre la miraban en menos porque era bonita


y se vestía bien, eso mismo la situaba en ventaja a la hora de
atormentar a los demás y hacia que fuera toda una sorpresa
cuando sacaba su lado oscuro. Por alguna razón, estar dentro
del mundo mafioso otra vez, la hacía sentir más cómoda con
su naturaleza maligna; la facilidad que tenía para soltar
amenazas y lo mucho que disfrutaba ver a las personas
temblando de miedo por ella. Estaba mal de la cabeza, lo
sabía, pero rodeada de gente que estaba igual o peor que ella,
no se sentía tan rara.
Subieron por el ascensor en silencio. La tensión del
enfrentamiento seguía flotando entre ellos, Santino no dejaba
de juguetear con sus dedos mientras evitaba el contacto
visual y a Gina comenzaba a irritarle que de pronto se
comportara como un cachorrito pateado. Tal vez se había
pasado con él, pero era necesario, no toleraría algo así,
además, Santino lo superaría.

Toco la puerta de Frances, esperando a que le abriera, lo hizo


un par de segundos más tardes con un poleron tres tallas más
grandes que, suponía pertenecía a Santino y una sonrisa
enorme, que se agrando un poco más al ver su mejor amiga y
su hijo.

—Ya era hora de que vinieras a verme, desgraciada— dijo a


modo de saludo más seria.

—No seas llorona, amiga, nos vimos la semana pasada.

Entró al departamento sin pedir permiso, dejo a Den en la


cama de su antiguo cuarto, rodeado de almohadas para que
no se fuera a caer y después se devolvió, casi corriendo, hacia
su amiga. Al ver que Santino no estaba con ella, se lanzó a
sus brazos, rogándole por que le entregara el cariño que tanta
falta le hacía. Fran no tardo en rodear su cintura y apretarla
con fuerza, haciéndole saber que podía contar con ella, fuera
lo que fuera.

Su amiga le acaricio los rulos y la contuvo en sus brazos


hasta que se sintió mejor, al separarse se miraron por un par
de segundo antes de sonreírse, Gina sintiéndose más ligera
ahora que sabía podría conversar con alguien.

—¿Cómo te fue con la universidad? — preguntó con su voz


suave.
—Horrible, no pude inscribirme— ante la mirada curiosa de
Fran continuó —, me refiero a que podría, si hubiera querido,
pero por alguna razón estúpida no fui capaz y-y.

Sintió que se le cerraba la garganta, sus pulmones dejaron de


recibir oxígeno y sus ojos ardieron dolorosamente con las
lágrimas que se acumular tras ellos.

—Está bien, ¿sabes? — dijo, tomándola de los hombros la llevó


hasta el sillón —No hay nada de malo en no terminar la
universidad de una; no hay nada malo con querer ser madre y
priorizar a tu hijo.

Le sobó la espalda, después los hombros, el contacto físico


nunca fallaba para hacerla sentir mejor. Se acomodó sobre la
falda de Fran y dejo que le acariciara el cabello mientras le
susurraba palabras confortantes e intentaba liberarla de toda
culpa. Puse seguía molesta consigo misma por no ser capaz
de matricularse y a su vez estaba molesta porque tal cosa no
debería enojarla.

Quería estar ahí para Golden en cualquier momento que la


necesitara, no quería ser como su madre, que había preferido
hacer cualquier otra cosa que cuidarla y que cuando le
prestaba atención era para criticarla, tampoco quería ser una
madre controladora o asfixiante, tan solo quería entregarle lo
mejor a su hijo y sentía que no iba a poder hacer eso si iba a
la universidad, al menos este primer año. Esas mismas cosas
le dijo Fran y acompañadas de su voz dulce, la hicieron sentir
mejor.

Cuando Golden se despertó, su amiga le puso una mano


sobre el brazo y dijo:

—Déjamelo a mí.
Aprovecho el par de minutos libres para ir a la cocina y
prepararse algo, estaba muriendo de hambre y Fran no tenía
nada listo para servirse, así que buscó el espacio donde
guardaban el pan, después abrió el refrigerador, sacó el queso
y jamón y se hizo un penoso sándwich, ineficiente para calmar
su hambre, pero al menos le dio tiempo para preparar un plato
decente.

—Mira quien despertó.

Frances entró a la cocina con Den en sus brazos, el niño tenía


sus ojos abiertos, observando atentamente el lugar
desconocido, la manera en que Fran lo sostenía le permitía ver
casi toda la cocina y cuando sus mismos iris se encontraron
ella le dio una sonrisa débil, todavía emocional por la
conversación anterior.

—Mi cosa bella— dijo con emoción al tiempo que se acercaba


y dejaba un beso sobre su frente.

Den se sacudió en los brazos de su amiga y Gina interpreto


eso como una señal de que quería estar en sus brazos.

Dejo a un lado la cuchara de palo que estaba sosteniendo y


tomo a su hijo. Al sostenerlo tan cerca pudo notar su olor de
bebé tan característico, poso los labios sobre su mejilla suave
y cálida, depositó un beso ahí y después uno sobre su otra
mejilla. Al alejarse le sonrió, esta vez una sonrisa enorme y
llena de emociones, él la imitó temblorosamente, sus labios
estirándose sin saber cómo. Su pecho se contrajo, la alegría
de verlo sonreír por primera vez embargando su cuerpo por
completo.

—Tiene tu sonrisa— murmuró Fran sobre su hombro.

—¿Sí? — la voz se le quebró.


La idea de que hubiera algo de ella en Golden siempre hacia
que su corazón latiera más rápido, rebosante de alegría por un
motivo que no podía entender, tal vez era su lado egocéntrico,
tal vez porque así se sentían las madres cuando veían a sus
hijos, no tenía ni idea y poco le importaba, cuando podía estar
concentrada en el hermoso niño frente a ella.

Dejó un besito sobre su nariz y después, la frotó con la suya,


ocasionándole una risita que la derritió por completo.

—¿Me lo puedo robar? — bromeó Fran.

Eso le sacó una carcajada.

—Me lo devolverías antes de que te lo pidiera.

—No seas así, Den es un amor, es el bebé más tranquilo que


he visto en toda mi vida— dijo con una sonrisa.

Se puso a su lado, hombro contra hombro, mientras ambas


miraban al niño de los ojos dorados. La verdad, es que tener a
Golden era agotador, pero jamás podría regalarlo y sabía que
en algún momento dejaría de ser tan cansador y esclavizaste,
por ahora no tenía problema con dedicarle cada segundo de
su vida, sobre todo si eso involucraba mirar a aquella
hermosa, escuchar su respiración serena, sentir el calor de su
cuerpo y su embriagador olor.

Al menos cuando estaba limpio, porque ahora que había


inspirado profundamente, podía sentir el olor a mierda, no
había manera delicada decirlo, mierda era mierda e
independiente de a quien perteneciera siempre iba a oler mal.

 —Te lo regalo— lo paso a los brazos de Frances —, puedes


empezar a hacerte cargo de él ahora.

Fran lo acercó para besar su estómago, pero a medio camino


arrugo la nariz con desagrado.
—Ugh, ¿qué le das de comer a este niño? — dijo con una
mueca.

Gina se sorprendió al verla moverse fuera de la cocina, había


sido una broma, no creía que Frances se haría cargo de su
pañal, pero ahora se veía muy dispuesta a realizar la tarea y
ella no iba a detenerla. Por mientras podía servirse un plato de
fideos, mamá tenía que comer.

De vuelta en su casa, la casa, lo que fuera, ya no sabía cómo


decirle al lugar donde dormía. A veces se sentía como una
prisión, otras, no era tan terrible.

Entró con Golden en sus brazos, el silencio en la casa fue


interrumpido por el sonido estruendoso de sus tacos
chocando contra el piso. Subió las escaleras para acostar a
Den y después volvió a la primera planta con el monitor en la
mano, se había cambiado los pantalones ajustados por unas
calzas deportivas, sus pasos ahora silenciosos por las
zapatillas y un top deportivo que cubrió con un chaleco
universitario porque el clima estaba muy frío.

Puso música en el parlante que tenía, no muy alto, por si en


algún momento Den se despertaba.

Elongó sus músculos y después se subió a la caminadora,


ansiosa por sentir el cansancio en su cuerpo, el sudor
bajándole por la espalda, la satisfacción que sentía cada vez
que terminaba de hacer ejercicio. Le subió un poco a la
música y dejo que su mente se perdiera en las letras de las
canciones y en la manera en que su cuerpo se sentía a punto
de combustionar.

Un par de horas más tardes las piernas le temblaban, sentía el


pulso latiéndole descontrolado en los oídos, su corazón
golpeando frenéticamente contra su pecho. Tuvo que
recostarse en el piso por un momento y concentrarse en
respirar porque sentía que se iba a desmayar.
Tal vez se había exigido mucho, pero se sentía bien, era la
primera vez que podía empujar su cuerpo hacia el límite, había
extrañado demasiado el temblor en sus piernas, al igual que la
sensación que la poseía de alivio, frescura, calma. Era como si
su cerebro se apagara durante el ejercicio y se tomara su
tiempo para volver a funcionar.

Recogió sus cosas después de recomponerse, subió las


escaleras lentamente, casi arrastrándose y se metió en el
baño para darse una ducha que terminó por borrar el día de su
ser. Había sido agotador y mentalmente exhaustivo, por lo que
estaba contenta de poner su cuerpo bajo el chorro de agua
caliente y dejar que lavara todas sus emociones.

Al terminar de lavar su cabello se quedó un par de minutos


más bajo el agua, hasta que Den comenzó a llorar. Se había
acabado el recreo.

Apagó la ducha y buscó una toalla para envolver su cuerpo,


pero no encontró nada. Corrió la cortina para revisar el baño y
darse cuenta de que había olvidado traer una toalla consigo.
El llanto seso, poniéndola nerviosa al escuchar estática y
luego un susurro que no reconoció.

Con el corazón a mil, agarró la toalla de mano para secarse un


poco y luego se pasó el poleron por la cabeza
apresuradamente. El estómago se le revolvió, le dio la
sensación de que el tiempo transcurría fugazmente mientras
ella se movía con demasiada lentitud. Abrió la puerta, el largo
del pasillo sintiéndose como un abismo entre ella y su cuarto,
tan solo a medio metro más allá.

Se movió lo más rápido que le permitieron sus piernas, entró a


la habitación como un huracán, avizorando cualquier cosa que
se encontrara fuera de lugar, hasta que sus ojos se toparon
con unos hombros anchos, enfundados perfectamente en un
traje caro, lo reconoció por el tono rubio de su cabello, tan
claro que no tenía comparación.
El alivio que sintió la pasmo, dejó de respirar y todo su cuerpo
reaccionó de una manera desconocida a la presencia de
Massimo y lo que proyectaba; verlo con Den en sus brazos
era… No tenía palabras para describirlo, pero la sintió hizo
cosas extrañas con su estómago.

—Maldición, me asustaste— su voz fue apenas un susurro,


pero sirvió para captar su atención.

Massimo se volteó hacia ella con lentitud, sus brazos


acunando a Golden lentamente mientras tarareaba algo con
un ritmo espantoso, pero una voz rasposa que la hizo juntar
los muslos. En el momento en que notó su presencia, él bebió
de su apariencia como un alcohólico que ha pasado
demasiado tiempo lejos del trago. La manera en que deslizó
los ojos por sobre su cuerpo la hicieron estremecerse,
lentamente fue recorriendo cada curva pronunciada, cada
final afilado, la devoró con la mirada, no perdiéndose ni un
solo centímetros, y después devolvió la vista hacia su rostro.
Gina lo vio torcer los labios y acercarse a ella con una
zancada que los dejo frente a frente, la respiración volvió a
fallarle, sus manos temblaban y se sintió incomoda bajo su
mirada escrudiña. Cambió su peso de un pie a otro hasta que
se dio cuenta de lo ridícula que estaba siendo y se obligó
calmarse, quedándose quieta, mirando a Den porque no podía
soportar encontrarse con los ojos de Massimo en este
momento.

—¿Por qué? — lo escuchó susurrar.

—¿Por qué, que? — fue todo lo que pudo decir.

Intentó concentrarse más en Den, al acercar un dedo a su


mejilla, él giró la cabeza, entreabriendo la boca de esa manera
adorable, buscando algo que lamentablemente Gina no podía
ofrecerle.

—¿Por qué te asustaste?


—Ah, eso— dijo tontamente, todavía teniendo dificultad para
hacer funcionar su cerebro —. Estaba en la ducha y lo escuche
llorar, después se detuvo y escuche otra voz, pensé que
estaba en peligro.

—Jamás— levantó la cabeza de golpe, necesitando verlo, para


ver si de esa manera sus palabras cobraban sentido. Massimo
carraspeó —. Mientras vivan en esta casa, bajo mi cuidado,
jamás les pasara nada malo, a ninguno de los dos. Están a
salvo aquí.

Se le quedó mirando enmudecida, sus palabras la tomaron por


completa sorpresa. Boqueó varias veces, dejando claro que
no tenía ni idea de que decir, así que prefirió actuar y
poniéndose de puntillas deposito un beso sobre los labios
suaves de su esposo.
TREINTA Y NUEVE-El corazón del
diablo- Dreame

No supo que la llevó a actuar así, tampoco pudo entender


porque todo su cuerpo tembló ante un contacto tan suave e
inocente.

Al volver a apoyarse completamente sobre sus pies sintió que


algo había cambiado, era la primera vez que ella lo besaba, la
primera vez que no respondía con gritos o amenazas a sus
palabras. Este no había sido un beso apasionado como el del
día en que durmieron juntos, no, este beso había nacido del
fondo de su corazón, de la necesidad de decirle que entendía
lo que había dicho y se lo agradecía.

Eso jamás le había sucedido antes; querer agradecerle a


Massimo por algo.

El beso los había dejado a ambos aturdidos, sus mentes


perdiéndose en la profundidad de aquellos pensamientos que
no lograban entender en su totalidad.

Golden, entre medio de ellos gorgojo. Los dos miraron hacia


abajo al mismo tiempo, viendo que su rostro tenía gotas de
agua que continuaban cayendo, haciéndolo pestañear
rápidamente, molesto con la sensación.

—Estás mojada— balbuceó Massimo.

Se relamió los labios al ver como su cabello había


humedecido el frente del poleron, sobre sus pechos. No había
sido tan notorio cuando primero entró al cuarto.

Cuadró los hombros y dio un paso atrás, preparándose para


escuchar alguna mierda de comentario que los haría discutir,
pero en vez de eso Massimo continuó mirándola en silencio y
después dijo:

—Vístete, yo cuido a Golden.

La orden fue una tierna y suave. Estaba hecha con la intención


de sonar como una sugerencia, pero podía entender que no
estaba en la naturaleza de Massimo sugerir.

Asintió y se hizo a un lado para que él pudiera salir del cuarto,


lo hizo sin rechistar, sin mirar atrás o darle un vistazo lascivo.
Cuando la puerta se cerró, sintió que sus piernas volvían a
temblar, perdió la compostura y se dejó caer en la cama con
los ojos cerrados y la mente volando en fantasías que no
sabía de donde provenían.

Se vistió lentamente, obligándose a mantener la calma,


incluso cuando tenía la desesperada necesidad de ir al primer
piso y buscar a Massimo. Pero porque era terca y orgullosa, y
necesita un momento para interiorizar la aceptación de sus
sentimientos hizo la hora secándose el pelo y observando su
cuerpo en el espejo del baño, contenta de que la cicatriz de la
cesárea ya casi ni se notara, al igual que algunas estrías que
había estado atacando con crema de todo tipo.
Lamentablemente su cuerpo seguía sintiéndose diferente,
pero estaba intentando aceptarlo. No podía volver a ser la
misma de un año atrás de la noche a la mañana, necesitaba
su tiempo para recuperarse.

Escondió su abdomen flácido bajo el suéter delgado y fue al


primer piso en busca de su hijo y el hombre que lo tenía.

Los encontró conversando, si se le podía decir así, en la


terraza. Massimo tenía las piernas recogidas y había apoyado
a Golden sobre estas, él lo miraba con atención mientras su
padre hablaba.
Gina se apoyó en el ventanal, cruzo los brazos sobre el pecho
y los observo, deseosa de conocer este lado diferente de
Massimo, feliz de ver que quería a Den tanto como ella.

—Tienes la sonrisa de tu mami—  lo escuchó decir —, me


imagino que serás todo un galán y que te las arreglaras para
traer a la gente a tus pies, igual que ella— Massimo suspiró.

» Ella es la única mujer por la cual no me importaría


arrodillarme, tengo la sensación de que haría cualquier cosa
que me pidiera.

La cabeza de Den cayó hacia un lado y Massimo soltó una


risita encantadora.

—Ya lo sé, no tiene mucho sentido y no se lo digas a tu madre


porque si no su ego dejara de caber en esta casa, pero lo
entenderás cuando seas grande y encuentres a esa mujer que
haga latir tu corazón como loco tan solo por estar en el
mismo cuarto que tú.

Gina inhaló, sus pulmones apenas recibiendo aire. Salió por


completo de la casa, sabiendo que no podía seguir espiando,
la idea a arriesgarse a escuchar más cosas de ese tipo se
revolvió el estómago. No estaba preparada para tales
palabras, pronunciadas con un tono suspirado tan intenso.

—Hey— dijo en un tono mucho más chillón de lo que esperaba.


Carraspeó, reprochándose y obligándose a guardar la
compostura. —¿Qué hacen?

Se sentó en la tumbona de al lado, preocupándose de


mantener la distancia entre ella y Massimo, cuidando de no
mirarlo, porque ya no sabía que encontraría en sus ojos
después de aquella confesión tan profunda e inesperada.

—Solo estábamos teniendo una conversación de hombre a


hombre, Golden es un consejero excelente.
Tuvo que morderse el labio inferior para no reírse. ¡Contrólate!
Joder, no era tan difícil, además, lo que había dicho su esposo
no borraba los últimos meses, la había tratado pésimo en un
principio y a veces seguía haciéndolo, no podía permitirse
tener una relación con un hombre así, incluso si le gustaba.
Ay, señor, ni siquiera podía entender cómo había llegado a
este punto.

—¿En serio?

Mantuvo los ojos sobre Den, quien al notar su presencia se


olvidó por completo de su padre y giró el rostro hacia ella.
Gina curvo sus labios hacia arriba mientras sacudía la cabeza
y le decía en una voz infantil lo genial que era, Den le devolvió
el gesto, una sonrisa genuina formándose en sus labios
rosados. Gina le dio un toquecito en la boca y después otro en
la nariz. Den junto los ojos al frente y después los devolvió
hacia ella, luciendo confundido.

—Ha crecido mucho.

Dio un brinco, recordando que Massimo también estaba ahí.

—Sí— murmuró, apenas prestándole atención.

No podía mirar a nada que no fuera Golden.


Inconscientemente paso de su tumbona a la de Massimo,
quien le hizo espacio sin problema.

—Tiene tu sonrisa— comentó.

Gina asintió más concentrada en jugar con Den, quien estaba


intentando atrapar con sus labios el dedo que había puesto
sobre ellos.

» Es igual de hermosa.
Se giró violentamente hacia Massimo, olvidándose de lo cerca
que estaban ahora. Tan solo los separaban unos centímetros,
sus alientos se mezclaron y entre ellos flotaron todas las
palabras que ninguno se atrevía a decirle al otro. El mundo
desapareció cuando sus ojos se encontraron y Massimo se
inclinó sutilmente hacia ella.

¿Qué pasaría si lo besaba? ¿Si se dejaba besar? ¿Qué


significaba eso? No creía que pudiera olvidar el resto de su
relación mágicamente y era difícil apagar esa parte de su
cerebro que le gritaba que estaba cometiendo un error
monumental.

—Yo soy hermosa— susurró arrogante.

—Totalmente— coincidió Massimo.

Humedeció los labios con la lengua sin apartar la mirada de


ella. Inspiró profundamente. Por la manera en que su
manzana de Adán subió y bajó repetidas veces y por como
apretó los labios, le dio la sensación de que quería decirle
algo, tal vez repetir las palabras que antes le dijo a Den, quien
eligió ese momento para emitir el primer sonido real, que no
fuera un llanto, quitándole la oportunidad. El gritito agudo que
soltó los tuvo girando la cabeza hacia él apresuradamente
para encontrárselo con una sonrisa traviesa cruzando su
rostro.

Gina se carcajeo, le fue imposible no hacerlo cuanto Den


parecía ser completamente consciente de lo que había hecho.

—Parece que heredo tu constante necesidad de atención— le


dijo a Massimo.

—¿Es así, hijo? — le preguntó como si fuera a entenderle.


La sonrisa en el rostro de Gina se volvió más radiante,
escuchar aquel concepto salir de sus labios la derritió por
completo. Pestañeo para secarse los ojos, no quería que la
notara tan emocional por algo tan simple, pero era la primera
vez que se refería a él con esa palabra y fue difícil mantener la
compostura.

Sabía que lo quería, que se preocupaba por Den; este último


mes las cosas entre ellos dos habían sido radicalmente
diferente. Massimo había tomado el papel de padre mucho
más serio.

—Seguro va a contestarte— se burló, intentando hacer a un


lado su emocionalidad.

—Por supuesto que sí— dijo Massimo con un tono alegre y


arrogante a la vez —. Sí, papi, quiero toda tu atención— habló
en una voz chillona que la hizo reír de nuevo.

Gina levantó a Den de sus piernas, lo sostuvo entre sus brazos


con la espalda hacia ella y la cara hacia su esposo.

—Sino me das toda tu atención voy a llorar.

Massimo se rio y tomó a Den en sus brazos.

—Exijo todo tu amor y cariño— dijo con esa voz chillona


mientras movía los bracitos de Golden.

Gina estalló a carcajadas, se cubrió la boca para acallar el


sonido y cuando se recuperó volvió a tener a su hijo.

—Soy hermoso, todos me aman.

Golden estaba en éxtasis por el exceso de estimulación, Gina


lo sintió más inquieto y receptivo a lo que sus padres decían o
hacían, incluso rio un par de veces y emitió sonidos sin
sentidos que a la pareja le resulto encantadores.
—Ustedes tienen problemas— los interrumpió Ace.

Massimo apartó la vista de su mujer e hijo, le dirigió una


mirada molesta a su amigo por haber interrumpido ese
momento. Por fin estaban conectando, los tres de ellos y no
podía estar más feliz de conversar con Gina sin que esta
quisiera matarlo.

Había descubierto que no era difícil hacerla reír, pero que ella
no era muy buena con los chistes. Tenía una risa refinada,
propia de una mujer tan elegante y exquisita como ella y sus
carcajadas despreocupadas eran contagiosas.

—No tío Ace, tú tienes problemas— levantó a Golden en


dirección hacia su amigo.

Él tan solo negó y desapareció en la casa.

Depositó a su hijo sobre sus piernas y lo meció lentamente. La


temperatura había disminuido drásticamente y tuvo la
sensación de que la manta ya no era suficientemente
abrigada, además, Gina estaba frotándose los brazos y
respirando sobre sus manos para intentar abrigarlas.

—Deberíamos entrar.

—Sip. Voy a preparar su leche— dijo Gina poniéndose de pie.

No espero a que él la siguiera, cruzó el ventanal y la perdió de


vista cuando entró a la cocina.

—Hora de comer, campeón— le conversó a Den.

El niño le devolvió la mirada, pestañeo lentamente y después


se acomodó en sus brazos. Sabía que no debía dejarlo
ponerse muy cómodo, pues debía comer primero, pero fue
imposible no acunarlo en sus brazos y abrigarlo, sintiéndose
como su héroe personal.
Entró a la cocina con él en brazos, apenas Gina lo vio le lanzó
una de esas miradas de reproche que le decía que la estaba
cagando y que más le valía detenerse.

—Golden— canturreo mientras pinchaba su mejilla —, no te


duermas— siguió.

Cuando Gina se paró a su lado con biberón en mano y una


expresión indescifrable en el rostro decidió que sería mejor si
ella maneja la situación de aquí en adelante. Le entrego a su
hijo y se apoyó en el mesón mientras ella se sentaba para
alimentarlo.

—¿Por qué le das formula? — la pregunta escapó de sus labios


sin pensar en las consecuencias.

La madre se lo quedó mirando fijamente por un par de


segundos hasta que comprendió a que se refería, después se
tomó un momento para respirar y pensar en una respuesta
que no acabara en ellos queriendo arrancarse la cabeza.

—Porque no tengo leche— torció los labios.

Massimo pudo ver que el tema no era de su agrado, por eso


prefirió no hacer más preguntas.

Se acercó a ella lentamente, no sabiendo como reaccionaria,


en cualquier momento podía sacar las garras de nuevo y
rebanarle el cuello. Pero Gina ya estaba llegando a la paz con
él y con cómo se sentía sobre él, así que lo dejo acercarse. Le
permitió ponerse tras de ella y acariciarle el pelo mientras ella
sostenía a Golden en sus brazos.

Sus rulos eran sedosos, pero se enredaban al final, aunque


con lo largo que estaba su pelo debía estirarse demasiado
para alcanzar las puntas, así que se mantuvo masajeando su
cuero cabelludo y jugueteando con las hebras superiores de
su cabello que le quedaban a la mano.
En algún momento Gina echo la cabeza hacia atrás y la
recostó sobre su abdomen, cuando se estiró para ver su
expresión, se dio cuenta de que tenía los ojos cerrados y lucía
relajada. Más abajo, Golden tenía la misma expresión.

Movió una mano hasta el hombro izquierdo de su esposa,


clavó sus dedos con delicadeza, ejerciendo la presión
perfecta para realizar un masaje suave y delicioso. Lo supo
por la manera en que Gina relajo los hombros y por el
pequeño gemido de placer que escapo de sus labios y
encendió su cuerpo. 

—¿Deberíamos acostarlo? — se inclinó sobre su oído para


susurrar las palabras con un tono ronco.

Gina se retorció sobre la silla, junto sus muslos, buscando


crear ficción entre ellos y después asintió, no confiando en su
voz para comunicarse. Tuvo problemas para ponerse de pie y
caminar dignamente, las piernas le temblaban y Massimo se
entretuvo al ver lo afectada que estaba, todo por una pregunta
que no tenía nada de sexual, pero debía haber sido su voz
necesitada la que la había puesto así.

La siguió de cerca, dándole su espacio, pero no queriendo


perderla de vista, no podía quitarse la sensación de que
apenas Gina tuviera un momento a solas se acordaría de lo
mucho que lo odiaba, si es que seguía haciéndolo. Todavía no
tenía claro si es que estaban en la misma página, si es que
Gina iba a hacer a un lado lo mucho que lo detestaba para
concentrarse en la atracción que había entre ellos dos o si es
que iba a seguir luchando contra sus emociones.

Él ciertamente estaba preparado para dejarse llevar por ese


huracán de sentimiento que ella provocaba. Estaba listo para
entregarle su corazón, pues hace tiempo que este no le
pertenecía; se dio cuenta de que se lo había robado una noche
que entró a la sala de estar, la escuchó leyéndole a Golden y
su corazón latió desbocado, como nunca antes lo había
hecho. Solo ella le causaba tal reacción, solo con ella se
sentía vivo; es como si el órgano en su pecho supiera que le
pertenecía, que solo en su presencia podía latir.

No lograba entender muy bien que significaba eso, pero por lo


menos ya no lo atormentaba tener sentimientos tan fuertes
por una persona. Estaba acostumbrado a que Gina le revelara
partes de él que no conocía, en todos los aspectos, y estaba
agradecido por ello. Sin aquella mujer en su vida no habría
aprendido que era el verdadero miedo, lo que se sentía ser
consumido por el deseo, sin ella jamás habría aprendido que
había más emociones en él y que valía la pena experimentar
cada una de ellas porque eso significaba estar vivo. Sin el
cambio que su esposa había traído a su vida habría
continuado congelándose hasta convertirse en un glaciar
enorme, fuerte por fuera, podrido y muerto por dentro. Sin
Gina en su vida no habría tenido a Golden y no podría haber
sabido lo mucho que amaba ser padre.

Su mundo fue puesto de cabeza después de conocerla, y


había sido difícil adaptarse a esa nueva realidad, a que
alguien lo enfrentara o fuera capaz de ponerle pausa a sus
acciones impulsivas. Pero ahora estaba acostumbrado a ella,
a está nuevo vida con ella, y le gustaba: le encantaba más de
lo que podía entender y no estaba listo para dejarla ir, ni ahora
ni nunca, la quería a su lado para siempre, no, mentira, la
necesitaba a su lado. Le era imposible imaginar una vida sin
Gina, lo que significaba un gran problema. La mafia no era un
lugar para amar a alguien, representaba debilidad y en un
mundo como ese, lleno de lobos listos para atacar y devorar,
no se podía permitir ninguna.

Pero él era Massimo Amadore y nunca le había importado lo


que podía o no podía hacer. Y Gina era… Gina era Gina y
también hacia lo que quería sin importarle las consecuencias.
Estaba en la naturaleza de ambos esa desobediencia y la
omisión de advertencias, tan solo iban por lo que querían. Y
en este momento no había nada que anhelara más que ella. 
CUARENTA-El corazón del diablo-
Dreame

Acostó a Den en la cuna mientras Massimo se queda a sus


espaldas, no sabía si estaba supervisándola, si no podía dejar
de mirar a su hijo —como le sucedía a veces a ella— o si es
que estaba aquí por otro motivo. Pero por la manera en que le
rodeó la cintura con los brazos y apoyó el mentón sobre su
coronilla se decantó por la última opción. No tenía ni idea de
que podía querer de ella ahora y sobre todo no sabía porque la
estaba tratando con demasiado cariño.

La manera en que la sujetaba, con delicadeza y emoción


contenida, cómo la abrazo un poco más tarde cuando ella se
acomodó en sus brazos, temiendo que fuera a escaparse. El
suspiró que emitió cuando Gina se permitió recostarse en su
pecho. No lo entendía, el cambio había sido demasiado
brusco e irreal. ¿Tenía que ver esto como lo que había dicho
más temprano? ¿De verdad estaba enamorado de ella? La
idea de Massimo sintiendo por ella algo romántico era
absurda, de solo pensarla quería reírse a carcajadas hasta
que le doliera el estómago.

—No te lo había dicho antes— dejo un beso sobre su cuello


que le debilitó las piernas —, pero eres una madre asombrosa.

—Por supuesto— respondió de inmediato. Antes de que la


emoción se filtrara por sus palabras.

No debería importarle lo que Massimo pensará de ella, pero


era la primera persona que se lo decía y eso lo apreciaba. Ser
mamá era un infierno de tarea, sí, Golden era encantador y
tranquilo y amaba pasar tiempo con él, pero eso no borraba
todas las noches en vela, la cantidad excesiva de tiempo que
debía dedicarle y lo mucho que eso la agotaba, además que la
mitad del tiempo no tenía ni idea de lo que estaba haciendo,
tenía suerte de que llevaba usando Google para solucionar
sus problemas desde que hacer un par de años y excepto por
la vez que había quedado en ridículo por sacar la información
de Wikipedia, internet nunca le había fallado. En este
momento era su mejor aliado, pues a pesar de que tenía
Frances, quien siempre estaba apoyándola y ayudándola
cuando colapsaba, estaba sola en esta casa y eso la hacía
sentir aislada del resto del mundo. Su familia era un par de
personas con las que ya ni el apellido compartía, su mejor
amiga tenía problemas propios que la habían mantenido
alejada de ella y eso era todo, no tenía a nadie más, excepto
por Massimo, quien había tomado un papel mucho más
presente, pero aun así le costaba confiar en él.

—Lo digo en serio, Corazón— el apodo ya no le sonó tan


burlesco —, Golden es afortunado de tenerte como madre—
susurró sobre su oído.

—Uh-mmh.

El sonido subió por su garganta indiscreto, olvidándose de


que tenía una reputación que mantener, que no podía
derretirse sobre él por un solo buen comentario. Era mejor que
eso, tenía orgullo y dignidad y... no, simplemente no. Esto
tenía que acabar ahora.

Inspiró profundamente, disfrutando por un segundo de cómo


se sentía estar en los brazos en alguien y después se soltó de
su agarre, no sin que Massimo diera un poco de pelea.

—Ya puedes irte— murmuró de espaldas a él, temiendo girarse


y encontrar algo en su rostro que la hiciera vacilar.

—¿Qué?
—Ya cumpliste con tu cuota de paternidad del día, eres libre
de ir a hacer lo que quieras— se abrazó a sí misma, la mirada
fija sobre Den que dormía plácidamente sobre el colchón.

—¿Qué mierda, Gina? ¿A qué viene eso?

Se giró hacia él dispuesta a gritarle y a decirle que no se la iba


a jugar, que ella sabía que estaba planeando algo y no iba a
caer en su engaño. Porque estaba dispuesta a luchar con todo
su ser para no hacerlo, incluso si eso significaba ir en contra
de sus sentimientos.

Estiró el cuello y levantó el mentón, cuadró los hombros y


tomó aire. La sucesión de acciones no le ayudó a enfrentarlo
mejor, pues la máscara de fortaleza se derrumbó cuando sus
ojos se encontraron y vio un montón de emociones
arremolinadas en esos iris que ya no le parecían tan fríos.

—No sé qué estás planeando, pero no va a funcionar. Está


bien que le dediques más tiempo a Den, pero eso es lo que te
corresponde, no voy a aplaudirte por ello y definitivamente, no
va a cambiar la forma en que pienso de ti.

—¿Por qué siempre tienes que arruinarlo todo con tu


necesidad de mantener a la gente alejada? — se pasó una
mano por la barba que luego llevó a su nuca —Lo único que
hice fue pasar la tarde contigo y Golden y después te abrace.
Estás cagada de la cabeza si crees que detrás de eso hay
todo un plan malévolo para destruirte.

—Discúlpame si desconfió de ti— dijo alto e irónica. De reojo


vio cómo su hijo se removía en el colchón.

Sabiendo que las discusiones con Massimo siempre


terminaban en gritos y no iba a arriesgarse a despertar al
bebé, lo agarró de la muñeca y tiró de él hasta que salieron del
cuarto. A penas cerró la puerta se volteó hacia él con
expresión iracunda en su rostro.
» Pero en ningún momento has demostrado ser de confianza
— le reprendió cruzando los brazos sobre el pecho —. Y ni
siquiera hablemos de tu comportamiento conmigo.

Massimo entornó los ojos, era absurdo las veces que había
discutido por lo mismo, pero sabía que Gina no se iba a callar
hasta que le diera la razón o un buen motivo para mantener la
boca cerrada, así que, probando su suerte, dio un paso al
frente, aplastándola contra la puerta; enterró las manos en su
cabello salvaje y pegó sus labios bruscamente.

Ella se resistió los primeros dos segundos, pero en el tercero,


cuando Massimo bajó una mano a su cuello y lo acarició con
el pulgar lentamente, Gina cedió y se abrió para él.

Le costó controlarse cuando los labios de su esposo se


sentían tan suaves contra los de ella y que tuviera la mano
sobre su cuello no ayudo ni un poco. Le gustaría culpar a las
hormonas post-embarazo, pero sabía que tenía muy poco que
ver con eso.

Ya no odiaba a Massimo y eso daba paso a que otras


emociones, principalmente el deseo, tomaran control de su
cuerpo, porque no era ella la que sacó la lengua y pidió
permiso para entrar a su boca, no fue ella quien metió una
mano bajo su polera o quien apoyó la otra sobre su mejilla.
Era otra Gina la que tomó control de su cuerpo en ese
momento y le permitió hacerle cosas descaradas a su boca
que la tuvieron haciendo ruidos aún más obscenos.

Cada lugar que Massimo tocaba ardía como mil soles, y la


manera en que recorrió su cuerpo con los dedos, como si
estuviera acariciando una joya valiosa, la hizo jadear y pedir
por más. La mano sobre su cuello se tensó un poco más,
haciéndole difícil respirar libremente, pero por primera vez
Gina disfruto de la presión, de la manera en que le mordió el
labio y como después calmó el ardor con su lengua.
Dejó besos por su mandíbula y mordió el punto en donde se
unían su cuello y mandíbula. Gina respiró pesadamente,
enterró las manos en su cabello y lo alejo de su piel para
poder verle la cara; los labios enrojecidos e hinchados, las
mejillas coloradas y sus ojos un mar oscuro lleno de lujuria
que la hicieron estremecer.

Massimo volvió a atacar sus labios y ella se rindió ante el


beso sin darse cuenta de que estaba siendo arrastrada al
cuarto de su marido. Cuando sintió el pomo de la puerca
chocar con su espada baja se congelo.

Rompió el beso, quedándose cerca de él, respirando


elaboradamente mientras intentaba decidir qué hacer.

—No vamos a tener sexo— las palabras salieron a borbotones


de su boca. Fue un poco difícil hacer que sonaran creíbles,
pero sonaron lo suficientemente claras para que Massimo se
detuviera.

—Entonces déjame hacerte el amor— refuto de inmediato,


enterrando ambas manos en su cabello.

Las palmas aplastaron sus mejillas y la obligaron a mirarlo


fijamente, solamente a él y al azul ardiente de sus ojos. No
tenía ni idea de que el hielo podía incendiarse hasta que miró
sus iris, la intensidad en ellos la mantuvo estática en su lugar
y le secaron la boca.

—Ni siquiera sabes cómo hacer eso— forzó a las palabras a


salir, porque el silencio otorga y Gina no quería darle nada a
Massimo.

Excepto que estaba dispuesta a entregarle su cuerpo para que


hiciera con él todas aquellas cosas magnificas que los había
llevado a este momento. Excepto que sabía que si cerraba los
ojos y le entregaba las riendas de la situación lo seguiría sin
rechistar. Excepto que si Massimo realizaba la pregunta
adecuada y era paciente, ella no tendría problema con
entregarle su corazón.

—Es como coger, pero con amor.

Gina rodó los ojos. Por supuesto que respondería algo así.
Massimo no sabía nada de asuntos del corazón, porque el
diablo no tenía uno, y estaba confundiendo sentimientos
muchos más profundos con la superficialidad del amor.

—Imposible sino amas a la persona— le informó, creyendo que


con eso se lo quitaría de encima y se aburriría del tema,
entonces haría algo impulsivo y machista y ella volvería a
odiarlo con todo su ser.

Pero debería haberlo sabido mejor, que jamás podría confiar


en lo que conocía de su esposo.

—¿Qué te hace pensar que no te amo? — inclinó la cabeza


hacia un lado como si se lo estuviera preguntando
seriamente.

No pudo evitar poner los ojos en blanco otra vez y resoplar


con la mayor irritación posible, incluso si una parte de ella
estaba desesperada por pedirle que se explayara y le dijera a
la cara todas esas cosas bonitas que había escuchado sin
permiso un par de horas atrás.

—Es obvio que no lo haces.

—Tú no sabes cómo me siento— dijo él, recuperando su


postura imponente y decisiva, acercándose un poco más a
ella.

Recién ahora Gina tomó consciencia de lo cerca que estaban.


Massimo había roto el beso, pero no se había alejado, seguía
respirando sobre su boca, seguía teniendo sus frentes tan
juntas que tan solo podía ver sus iris. Todos estos detalles la
llevaron a recordar lo que habían estado haciendo y a tomar
consciencia de su propio cuerpo, de lo débil que sentía las
piernas y lo adolorido que estaba el espacio húmedo entre
ellas. Se dio cuenta de que los jadeos provenían de ella y que,
así como él tenía las manos enterradas en sus cabellos, ella lo
tenía tomado de la camiseta, aferrándose a esta para evitar
que se alejara. Lo soltó como si la tela hubiera comenzado a
arder e intentó soltarse de su agarre, necesitando
desesperadamente un poco de espacio que, por supuesto, él
no le dio.

—Por favor, Massimo— entornó los ojos, y a pesar de que sonó


agitada, sus palabras salieron filudas — cuando amas a
alguien no lo tratas como lo has hecho conmigo.

—Tal vez esta es mi manera de amar, tal vez tú puedes


enseñarme una mejor.

Negó con la cabeza repetidas veces. Lo que decía no tenía


sentido, uno no podía enseñar a amar y Massimo no iba a
cambiar su manera de ser por ella, y ese era el principal
problema. No podía permitirse ser amada de esa manera, no
era sano, no correspondía, pero a su vez la estaba
destruyendo por dentro tener que contenerse y no saltar a sus
brazos. Porque cuando Massimo mantenía la boca cerrada y
la sostenía contra su pecho como minutos atrás o ese día
después del secuestro, se sentía increíble y la hacía querer
tener eso todo el tiempo.

—No funciona así— murmuró sacudiendo la cabeza.

—¿Por qué? Puedo cambiar.

Y la manera en que lo dijo, tan desesperado, le hizo pensar


que realmente podría cambiar porque así lo deseaba él.
—¿Y por qué lo harías? No lo entiendo— sacudió la cabeza
seguidamente —. ¿Por qué de pronto quieres ser bueno
conmigo?

—¿No he sido lo suficientemente claro para ti?

—No puedo creerlo— dijo y le sonó a disculpas.

—¿Cuando el amor ha hecho sentido, Gina? Por favor, dímelo,


porque yo tampoco puedo entender que esté enamorado de
una mujer como tú; no tienes modales, ni respeto, eres
egoísta y aún dudo de que no vayas a matarme un día y aun
así no puedo evitar sentirme de la manera en que lo hago.

—No sientas nada, por favor— pidió, relamiéndose los labios e


intentando separarse de nuevo —. ¿Por qué complicar más
esto?

—Es tan fácil ser feliz, Corazón. Tan solo acepta que esto—
puso una mano sobre su pecho izquierdo y no hubo nada de
sexual en ello —late tan fuerte como el mío cuando te tengo
cerca.

—¿Y qué será después? — le preguntó, porque no podía


evitarlo, porque seguía sin creerle y le daba miedo hacerlo —
¿Voy a tener que pedirte permiso cada que quiera salir?
¿Tendré que obedecerte sin cuestionamiento?

—No— dijo de inmediato con firmeza —, porque no es esa la


mujer de la que me enamore. Quiero que tú sigas siendo quien
eres y yo tratare de ser mejor para ti.

—Por favor, porque mi orgullo duele cada vez que pienso que
estoy con un hombre que representa todo lo que odio.

Massimo asintió, se inclinó sobre ella y depositó un beso


corto sobre sus labios, como todos esos que habían estado
intercambiando esporádicamente en el último tiempo.
—¿Puedes dormir conmigo esta noche?

—¿Acaso es este Massimo Amadore preguntando? — dijo con


una ceja enarcada.

Su esposo se mordió el labio inferior y después le dio una


sonrisa diabólica que la encendió de la manera equivocada,
pero, ¿Cuándo había hecho ella lo que era correcto? Si el
mundo le decía que fuera hacia una dirección, ella siempre iba
para el lado contrario, lo había estado haciendo desde que
tenía memoria, pero al menos ya no estaba sola en ese
camino.

—Cierto, no suena nada como yo— Massimo la sacó de sus


pensamientos, la sonrisa maliciosa todavía plasmada en sus
labios.

Y con razón, porque no había terminado de hablar y ya estaba


echándosela al hombro. Un gritito agudo subió por su
garganta y broto de sus labios seguidillo de otro cuando
recibió un palmazo.

—Mmh, todas las cosas que voy a hacerle a este culito— dijo
apretando su glúteo.

—No vamos a tener sexo— dijo, pero la idea cada vez le


resultaba más atractiva.

—Síguete diciendo eso, Corazón.

Massimo la tiró a la cama, su cabeza reboto y no tuvo tiempo


de reaccionar antes de que él estuviera sobre ella, repartiendo
besos sobre sus mejillas, mentón y nariz, se posicionó sobre
sus labios para murmurar con emoción contenida:

—Todo lo que dije fue en serio.


—¿No es algún plan maniático para controlarme? — preguntó
con voz pequeña, sintiéndose indefensa no por la posición,
Massimo jamás la había intimidado físicamente, pero ahora
había sentimientos escritos de por medio, demasiados para
gusto.

—Nadie puede controlarte, Gina— respondió él con una


sonrisa que la hizo sentir mejor.

Massimo no era tan malo con las palabras como él creía, pero
era sus gestos y expresiones los que le estaban dando las
respuestas que necesitaba en este momento para poder
confiar en él.

—¿Y así te gusto? — preguntó con un tono mucho más suave


de lo planeado.

—Así te amo.

Selló sus palabras con un beso lento, cargado de emociones


que ninguno de los dos sabía cómo poner en palabras. Gina
paso los brazos detrás de si cuello y envolvió sus caderas con
las piernas, dándole una especie de abrazo se suavizó cuando
entendió que Massimo iba a respetar su deseo de no hacer
nada aquella noche.

Massimo se entretuvo repartiendo besos por su cuello


juguetonamente, sacándole un par de risas porque le estaba
haciendo cosquillas con su barba. Lo hizo a un lado con un
empujón amistoso y cuando se lo hubo quitado de encima, se
levantó o hizo el intento, pues Massimo la agarró de la cintura
y lanzó de vuelta a la cama.

—¿A dónde crees que vas? — preguntó con tono coqueto,


volviendo a ponerse sobre ella.

—Necesito el monitor y ponerme pijama.


—Yo voy a buscar el monitor, tú puedes usar una de mis
poleras— decidió Massimo y salió de la cama antes de que
pudiera opinar algo.

Gina se quedó sentada sobre el colchón con las manos


descansando entre sus piernas, la mirada perdida en la puerta
por la cual había desaparecido Massimo, y antes de que
pudiera evitarlos sus pensamientos se deslizaron por esa
espiral de emociones en la que parecía estar constantemente.

Esto estaba mal, muy mal. Todo iba a acabar en desgracia y la


única perjudicada sería ella, porque así es como funcionaban
las cosas en este mundo; si a Massimo un día se le olvidaba
que quería ser bueno con ella o si ella lo enojaba lo suficiente
como para dejar esa farsa en donde era cariñoso y se
preocupaba por su persona, las cosas terminarían mal o,
mejor dicho, tan solo retomarían su curso natural: él
gritándole, llamándola puta o cualquier otra variante que la
enfurecería y le haría gritarle de vuelta.

No tenía pruebas, pero tampoco dudas de que así serían las


cosas, si hasta se encontraba en esta situación por una pelea
que había derivado a un besuqueo intenso en el pasillo. Aun
así, el respeto tu deseo de no continuar, susurró maliciosa una
voz dentro de su mente y te dijo que te amaba agregó.

Gina sacudió la cabeza, no importaba porque en primer lugar


estaba en la obligación de Massimo y de cualquier otro
hombre respetar un “no” y en segundo lugar la parte de él
amándola no la creía. Parecía ser que había dejado escapar
las palabras en el momento preciso para engatusarla con más
palabras dulces y así atraparla en su red de mentiras, para ir
quitándole la vida poquito a poquito, sin que se diera cuenta.

Era una trampa, tenía que serlo. Hombres como él no amaban


a nadie que no fuera ellos mismos. Hombres como él no sabía
ser tiernos, no sabían cambiar porque creían que siempre
tenían la razón. Hombres como él eran de los que te advertían
porque sabían ser dulces para cautivarte y jamás dejarte ir.

Massimo era todo lo que ella odiaba, pero ya no podía


recordar que era eso que le causaba tanta repulsión; ¿su
machismo? Con educación cualquiera podía superar ese
estado de estupidez. ¿Su dominancia? ¿La posesividad? Dios
la perdonara, pero en la medida gusta esas cosas le gustaban,
y ese era el problema: no debían gustarle, estaba mal y de
nuevo se preguntaba: ¿Cuándo había hecho ella algo que
estuviera bien?

Pero entonces el asunto no iba por ahí, tal vez era porque
Massimo le había quitado su vida, su libertad, la capacidad de
elegir si quería casarse, si quería hijos. La había forzado a
todo eso, se lo había exigido y ahora estaba sufriendo del
síndrome de Estocolmo, porque en la realidad su esposo no
era más que su captor.

Dio un brincó fuera de la cama cuando escuchó el chirrido de


la puerta al abrirse. Miró Massimo a los ojos buscando algo
que respaldara todos los argumentos que había estado
desarrollando en su cerebro, pero tan solo encontró una tesis
opuesta que destruyo todo lo que había armado en minutos.
La sonrisa con que su marido entró al cuarto y la manera en
que esta decayó cuando la vio de pie, con expresión poco
alegre y más bien afectada y decidida —de seguro a
abandonar su cuarto—, le hicieron saber a Gina, que ella era la
que estaba equivocada y que de nuevo su terquedad era la
que le impedía ver las cosas como realmente, y peor aún, le
impedía aceptarlas y disfrutarlas.

—Esto fue un error— decir eso se sintió como un verdadero


error, pero no le importó —. No es... yo n-no puedo...

—Gina— la agarró antes de que pudiera salir de la habitación y


ella odio que no fuera capaz de poner resistencia—. Corazón—
suspiró —, solo quédate hoy, no lo sobre analices, y ya mañana
podrás enojarte y gritarme todo lo que quieras.

Se mordió el labio inferior sin saber cómo responderle. De


todos los argumentos que tenía en su mente, no encontró
ninguno que fuera suficientemente sólido para explicarle
porque es que no iba a quedarse con él. Se sintió perdido y
tonta por mantenerse callada. Su conmoción le permitió a
Massimo llevarla devuelta a la cama, tirando de ella por sus
manos unidas.

Recuperó un ápice de control cuando sintió que Massimo le


quitaba los zapatos, y en ese estado de irracionalidad
semiconsciente decidió que lo mandaría todo a la mierda; las
cosas no podían volverse peor, a lo más terminaría odiándolo
con todo corazón de nuevo.

Tomó las manos de Massimo cuando él se puso de pie y le


apartó algunos mechones de la cara, besó sus dedos y
después se levantó ella también para estrellar sus labios con
fuerza, tan solo para saber que esto estaba sucediendo
realmente.

Su marido no tardó mucho en reaccionar, pasándole un brazo


por la cintura y empujándola hacía el colchón, donde ella se
dejó caer. Sus labios comenzaron a moverse con un ritmo
lento y adecuado al momento, pues le pareció que se estaban
conociendo de nuevo, explorando con curiosidad, pero
precaución al otro, tanteando esos lugares que podrían
despertar el resto de su cuerpo y entreteniéndose con las
nuevas sensaciones.

—Deberíamos parar— Massimo interrumpió el beso con su


respiración trabajosa.

—¿Falta de autocontrol? — dijo burlesca, frotando el muslo


contra su erección, sacándole un gruñido primitivo y viril.
—¿Contigo? Siempre— habló con voz ronca, permitiéndole
seguir con sus movimientos, hasta que se apartó de golpe.

Se acomodó a su lado, primero cada uno se quedó mirando el


techo sin tener ni idea de que hacer a continuación. Gina se
giró hacia la derecha, pues le gustaba dormir de lado y, una
vez que Massimo recupero su flujo de sangre normal, la
siguió, envolviendo los brazos a su alrededor. Cada centímetro
de ella encajaba a la perfección con su cuerpo él.

Sus instintos le dijeron tantas cosas diferentes que acabó


colapsando y apagó su cerebro, tan solo disfrutando de lo
bien que se sentía esto.
CUARENTA Y UNO-El corazón del
diablo- Dreame

Despertó algo desorientada. Todo estaba oscuro, demasiado


oscuro para ser su cuarto y las sabanas se sentían diferentes.
Rodó sobre sí misma y al estirarse se dio cuenta de que tenía
más espacio. Esta, definitivamente no era su cama, mucho
menos su cuarto.

Abrió los ojos de golpe, levantó la cabeza y barrió con una


mirada asustada todo el lugar, al reconocer donde estaba: la
habitación de Massimo, se relajó y planeó seguir durmiendo,
pero volvió a levantarse al recordar todas las cosas que había
dicho la noche anterior.

Gruñó y se pasó una mano por el rostro, después se lamentó


en la comodidad de las sabanas. ¿Qué estaba pensando
anoche? Más bien, ¿por qué no había pensado?

—Agh— se quejó en voz alta.

Pero no iba a adelantarse a los hechos; lo mejor era


levantarse, tomar desayuno ya después lidiaría con Massimo
y sus decisiones, a lo mejor las cosas se tornaban en un final
diferente, podía ser que todo lo expresado anoche fuera
cierto, tal vez Massimo sí gustaba de ella. Esas eran muchas
suposiciones e iban a darle dolor de cabeza antes incluso de
que pusiera un pie fuera de la cama.

Por el frío que hacía afuera se hubiera quedado en la


comodidad de las sabanas tibias para siempre, pero su
estómago rugió hambriento y su vejiga protesto por no haber
sido vaciada en toda la noche, así que tuvo que levantarse.
El baño estaba mucho más iluminado que el cuarto, se vio
cegada por la intensidad de la luz diurna y mientras se lavaba
las manos pensando en lo bien que había dormido se dio
cuenta de que por primera vez en meses se había levantado
por voluntad propia y no porque Den la hubiera despertado.

Sin secarse las manos se movió hacia su cuarto, abrió la


puerta violentamente para encontrar la cuna vacía. Su corazón
se saltó varios latidos, comenzando a golpetear
descontrolado contra sus costillas, pero en medio del pánico,
Gina fue capaz de recordar que ella no era la única que se
hacía cargo de su hijo ahora y que lo más probable es que
Massimo se hubiera ocupado de él para darle un par de horas
extras de sueño, algo que agradeció profundamente.

Respirando ya con muchas regularidades, su corazón


acompasándose a un ritmo normal, fue al baño a lavarse los
dientes y observar su melena enmarañada, sabiendo que no
había mucho que hacerle, se recogió el pelo en un tomate y
bajó a la cocina.

Den estaba ahí, en los brazos de su padre observándolo con


atención mientras este le hablaba en esa voz que uno les
ponía a los bebés.

—No deberías hablarle así, he leído que lo mejor es usar tu voz


normal— interrumpió entrando a la cocina.

Massimo levantó la cabeza y la miró atentamente. Sus labios


se curvaron hacia arriba de una manera que nunca antes
había visto y no pudo evitar devolverle la sonrisa con la
misma intensidad.

Sus pies se movieron sin permiso y su cuerpo actuó liderado


por una voluntad que no era la suya cuando se inclinó sobre él
y besó sus labios escasamente, aunque Massimo siendo
Massimo apoyó una mano en su cuello y la mantuvo pegada a
su boca, lamiendo la menta de sus labios y compartiendo el
sabor a café de los suyos. Gina lo aceptó porque no le
quedaba de otra, ya no tenía la fuerza para alejarse. Lo besó
sin preocupación, permitiéndose por primera vez disfrutar el
acto en su totalidad, sin segundos pensamientos, sin
remordimientos o dudas de lo que todo esto podía significar y
eso hizo el beso mucho más maravilloso.

Al apartarse tenía los labios hinchados y la respiración


elaborada. Massimo se puso de pie con Den en un brazo y la
imagen la hizo relamerse los dientes y apretar los muslos,
buscando un poco de alivio para su entrepierna que la
reprochaba por no haberle dado acción la noche anterior.

—Si no quieres que te tumbe sobre la mesa con nuestro hijo


presente, deberías dejar de mirarme así, Corazón.

Se mordió el labio no sabiendo cómo responder a eso.


Massimo liberó la presión tirando de su labio inferior con el
pulgar, después bajo un poco la cabeza para susurrar contra
su boca:

—Deberías tomar desayuno, Den y yo hablamos sobre salir al


parque, ¿qué te parece?

No podía decidir que la sorprendía más, el hecho de que le


estuviera pudiendo su opinión o que quisiera hacer planes con
ella.

El mutismo de Gina llevó a Massimo a pensar que había


hecho algo mal, pero después le sonrió de esa manera segura
y coqueta que solo ella sabía y se estiró para alcanzar su
oreja, el aliento tibio le puso la piel de gallina y tomo todo en
su ser no hacer a Golden a un lado y tomarla sobre la mesa
como llevaba planeando hacer desde el día de su
cumpleaños.

—Me encantaría— murmuró, como si se estuviera refiriendo a


cualquiera cosa menos una inocente salida al parque.
Volvió a apoyarse en sus pies y después de otra sonrisa pasó
por su lado para ir a prepararse el desayuno.

Massimo mantuvo los ojos sobre ella todo el tiempo,


deleitado con la manera en que se desplazaba por el lugar,
tanta gracia en cada movimiento. Era increíble como no
dudaba ni un segundo sobre dónde ponerse o donde buscar lo
que necesitaba. Lo tenía completamente hipnotizado, no solo
por toda la seguridad y gracia con la que se movía, como si
estuviera bailando, sino también por su cuerpo, la figura
delicada y elegante a la que no podía quitarle los ojos de
encima.

Gina se volteó hacia él con un pote de fruta en las manos.

—Al menos podrías fingir que no estás todo baboso por mí—
dijo con la cadera apoyada en el borde de la encimera, un par
de metros más allá.

—¿Haría alguna diferencia?

Se encogió de hombros. La verdad es que no, además le


encantaba sentir sus ojos sobre ella, saber que la deseaba
siempre era un placer para Gina.

—Te encanta tener toda mi atención, ¿no? — inquirió


acercándose a ella con un andar felino que le puso la piel de
gallina.

Se detuvo un par de pasos antes de alcanzarla. Tenía a Den en


sus brazos todavía y este miraba a su madre con lo que ella
había aprendido era su manera de observar, atento a sus
alrededores y de una manera demasiado intensa para un bebé
de apenas meses.

Massimo agachó ligeramente la cabeza para mirar a Golden.


Le sonrió ampliamente y besó su mejilla rubicunda antes de
hablarle.
—A tu mami le encanta que no le quite los ojos de encima y
me acusa a mí de ser florerito de mesa [1]— dejó un beso
sobre su frente y levantó la mirada para anclarla a la de ella —,
pero siendo una mujer tan hermosa es entendible que esté
acostumbrada a tener los ojos de todos sobre ella.

La mano que estaba guiando la comida a su boca se detuvo.


Se relamió los labios sin saber que contestar y sintió que sus
mejillas se calentaban de una manera intensamente
desconocida. No era vergüenza lo que sentía, sino la emoción
de escuchar palabras tan bonitas salir de sus labios mientras
veía aquellos ojos que cada día le parecían más hermosos,
era esa sensación inefable de calor que se le esparcía por el
pecho y la derretía, eso mismo fue lo que le tiñó las mejillas
de un tierno color rojo y que la hizo humedecerse los labios
otra vez, inconscientemente.

Dejo la cuchara en el plató y levantó el mentón un poco más,


sin saber cómo recibir su cumplido. Jamás le había pasado
algo así, había aprendido a aceptar cumplidos antes de saber
cómo ponerse un tampón, su vida era una constante ovación
de las personas hacia su belleza, pero Massimo la había
tomado desprevenida. Tenía derecho a sentirse confundida,
todavía seguía asimilando lo que su marido le confesó la
noche anterior. Ella, que era tan observadora, se había perdido
el gran detalle de que Massimo —el idiota machista y distante
— sentía por ella algo más que lujuria.

—Mira lo linda que se ve ahora— susurró él, comiéndose el


espacio entre ellos. Den entre medio, con la espalda pegada al
pecho de su padre la miraba atento. Soltó un gritito
encantador y agito las piernas energéticamente —Golden y yo
concordamos— dijo el padre con una gran sonrisa, medio
enamorada, medio maliciosa.

Nunca se había dado cuenta de lo mucho que le sonreía.


—Ya deja de ser tan...— no se le vino ninguna palabra a la
mente—Déjame comer y ve a vestirlo.

—A sus órdenes, señora Amadore— cuadro los hombros y se


paró derecho, haciendo un saludo militar que lo llevó a agarrar
a Golden de una manera incomoda.

Su hijo, por supuesto, no tardo en protestar, arrugando el


rostro y soltando un quejido que sirvió como advertencia para
que lo pusieran en una posición más cómoda.

Escondió una sonrisa tras el tazón humeante, al ver como


Massimo no tardaba ni un segundo en obedecer a su hijo.

—Adiós, mi amor— le lanzó un beso a Den y después una


sonrisa que él imitó —Ponle algo abrigado, está ventoso.

—Yo también quiero mi beso— Gina le dio una sonrisa falta y


levantó el dedo del medio en su dirección. Massimo soltó una
carcajada—. Den y yo iremos a vestirnos y después volveré por
ese beso— dijo guiñándole el ojo.

Gina negó con la cabeza mientras los veía desaparecer por el


pasillo en dirección a las escaleras. Comió sin la
preocupación de cuidar a Den, Massimo se estaba
encargando de eso y se sentía bien tener un tiempo para sí
misma; tan solo ahí sentada, mirando por la ventana que
mostraba el jardín bien cuidado, la piscina que tanto había
usado durante el verano y el paisaje que se extendía sin
alcanzar final.

Cuando se acabó el desayuno subió al segundo piso para


darse una ducha corta. Al entrar a su cuarto vio a Massimo
ahí, acostado en la cama mientras le conversaba a Golden,
robándose toda su atención, incitándolo a que levantara la
cabeza y lo mirara. Gina sabía que todavía le quedaba un
tiempo para ser capaz de eso, pero Den era su hijo y la
terquedad iba por ambos genes, así que estaba luchando con
todo su ser para levantar la cabeza, aunque fuera un poco.

Afirmó con más fuerza la toalla mientras caminaba a su


armario, miró por sobre su hombro para encontrarse con los
ojos de su esposo, le regaló un guiño antes de volverse hacia
el armario y concentrarse en lo suyo.

Escuchó movimiento detrás de ella y no le sorprendió que en


menos de un segundo Massimo estuviera a sus espaldas,
pasando los brazos por su cintura, aprisionándola en ellos.
Después él la obligó a darse media vuelta, para que quedaran
frente a frente.

—¿Qué haces? — dijo con una voz demasiado alegre y risueña


para su gusto.

—Tomo lo que es mío.

Antes de que pudiera alcanzar sus labios, Gina ya había girado


el rostro, dejando que los estampara contra su mejilla.

Contrario a lo que esperaba, Massimo no la soltó, pero si


suavizo el agarre y le dio un poco de espacio. No conforme
con eso, se removió, esperando que entendiera que lo quería
lejos. Él, por supuesto, no lo entendió. Peleó un poco más,
hasta que frustrada, soltó la toalla y puso las manos sobre
sus hombros para apartarlo.

La mirada que Gina le dio fue suficiente para saber que la


había cagado.

—Lo sé, no eres de nadie— dijo él entornando los ojos, cosa


que no ayudo para nada a su causa —. Lo siento, no lo quise
decir así— suavizo su tono.
—¿Hay otro significado que se le pueda dar? — enarcó una
ceja.

—Yo, me refiero a que eres mi esposa y por eso...— cerró la


boca de golpe, dándose cuenta de que estaba cagándola más

—¿Decías? — Gina enarcó una ceja en su dirección, sus labios


curvados en una mueca entre arrogante y todavía molesta.

—Yo no decía nada. Olvida lo que salió de mi boca.

—¿Sabes que más salió de tu boca? — hizo una mueca de


desagrado —, tu halitosis, deberías ir a lavarte los dientes y tal
vez después puedes cobrar ese beso.

—Tú sí que sabes cómo hacer sentir bien a alguien.

De todas maneras, Massimo se acercó y le robo otro de esos


piquitos que usaba para calmar la ansiedad y el anhelo de
querer fundirse en su boca. Pero debía andarse con cuidado,
ahora sabía que Gina no le iba a dejar pasar sus comentarios
machistas, probablemente no soportara ninguna de las malas
costumbres producto de su educación y eso, por alguna
razón, lo hizo respetarla más, quererla un poco mejor y saber
que debía cambiar si de verdad quería que las cosas
mejoraran entre ellos.

Le dio su espacio para que se vistiera, aprovechando de ir a


lavarse los dientes y cambiar su camiseta desgastada por
algo más decente para el público.

Había estado cuidando a Den ya por un tiempo y sabía que le


gustaba vomitar sus camisas más bonitas, así que ya no se
las ponía si sabía que lo iba a tener en brazos. Había muchas
cosas que estaba aprendiendo ahora y que Gina siempre se
encargaba de corregirlo, pero con el paso de las semanas
había dejado de lado el tono enojado para hacerlo con más
suavidad, diversión incluso, principalmente cuando le tocaba
cambiar el pañal, porque sí, hasta el Capo debía sacar la
mierda de otro de vez en cuando, sobre todo si se lo pedía —
ordenaba— Gina con una mirada asesina o con los ojos
cansados. No entendía cómo podía hacer todo ella sola, por
eso estaba intentando ocuparse más de Den, incluso si por
eso se había perdido un par de juntas importantes y si su falta
de presencia estaba comenzando a levantar opiniones que no
le convenían en este momento. Pero de eso iba a ocuparse
mañana, ahora, estando en el parque caminando tan cerca de
Gina, compartiendo más de quince minutos sin querer
matarse, era lo único que tenía en mente.

Pero a medida que pasaba el rato se dio cuenta de que Gina


ya no estaba tan cómoda y con una paciencia que no lo
caracterizaba espero a que le dijera que le molestaba.

—¿Qué estamos haciendo? — se detuvo para girarse a mirarlo


con una expresión seria.

—Paseando por el parque— sus cejas se juntaron en el medio


y Gina tuvo que hacer un esfuerzo para no entornar los ojos.

—Sabes muy bien a que me refiero. Míranos— señalo su


alrededor y luego a ellos mismos con las manos —.
Caminando en silencio con Den como si de pronto fuéramos
una familia.

Massimo detuvo su andar completamente, tomó a Gina de las


mejillas y acercó sus rostros, esperando que pudiera ver en
sus ojos la seriedad con la que iba a hablar a continuación.
Estaba harto de que lo único que hicieran fuera discutir y de
que siempre fuera el mismo tema, así que iba a cortar el
asunto de una vez por todos.

—Escúchame muy bien cuando te digo que quiero esto, tal vez
tu testarudez no te permite entenderlo, pero yo quiero esto
contigo, Corazón. Quiero salir a caminar contigo y Golden,
quiero conversar contigo sin que acabemos gritándonos o sin
sospechar que el otro planea algo, me gustaría que fuéramos
una familia de verdad.

—Deberíamos irnos— las manos sobre sus mejillas le


impidieron modular bien.

El ceño se le arrugo aún más y cansado de su mierda estuvo a


punto de perder el control, mas Gina puso una mano sobre su
antebrazo y le clavo las uñas sin llegar a hacer daño, como si
fuera una advertencia y una petición para que se quedara
cerca. No la entendía.

—Nos están siguiendo— explicó en un susurro asustado.

Sus ojos se deslizaron ligeramente hacia la izquierda. Se


relamió los labios, tragó saliva con dificultad y después
devolvió la vista hacia Massimo.

Pudo ver el miedo en sus ojos, era la primera vez que se


encontraba con él tan abiertamente y decidió que no quería
volver a verlo nunca más en sus ojos, no le quedaba bien,
prefería la astucia que siempre se escondía tras sus iris o esa
malicia excitante que lo hacía dudar sobre su salud mental, lo
que era mucho decir.

—Está bien, vamos a llegar hasta ese árbol y dar la vuelta—


murmuró contra sus labios.

No podía evitarlo, él era una polilla y Gina la luz más brillante


que había visto en toda su vida, tenía sentido que se sintiera
atraído hacia ella de esa manera tan intensa que lo hacía
querer estar pegado a ella todo el tiempo.

Aprovechando la oportunidad, enterró una mano en su pelo,


maravillándose con la suavidad de este. La empujó un poco
más hacia él.
—Ahora voy a soltarte y vas a poner esa expresión de cólera
de siempre y vas a escribirle a Ace para que nos venga a
buscar.

Y porque Gina no tenía comparación y soportaba cierta


cantidad de órdenes, lo empujó de los hombros con una
fuerza sorprendente que lo hizo trastabillar. Antes de que
pudiera decir algo, ella ya estaba caminando, un par de metros
más allá, no tan rápido, pero si dando pisotones que
"delataban" su enojo, él fingió también, aprovechando que
pasaba una mujer para mirarle el culo con descaro y después
alcanzar a Gina como si estuviera enojado. Se encontraron en
el árbol que había indicado, ella intento seguir de largo, pero
Massimo la agarró del brazo y zarandeándola la hizo caminar
en dirección contrario. Era mejor si todos creían que seguía
odiándose, que él no la respetaba y que simplemente estaba
intentando meterse entre sus piernas. No quería que otros
supieran cuán importantes era para él su bienestar.

Haciendo declaraciones de amor en un parque, puf, ese no era


para anda él. No darse cuenta de que lo habían estado
siguiendo, esa también era otra falta grave que debía reparar,
no podía permitirse tales errores, sobre todo ahora que tenía
una familia que proteger, que ironía que fuera ella misma la
que lo tuviera tan desconcentrado.

Pero Gina sí se había dado cuenta, dudaba que alguna vez esa
mujer no se diera cuenta de algo, era astuta como un zorro y
tenía una capacidad para armar planes que, si era sincero
consigo mismo, no esperaba de una mujer. Se supone que
ellas eran emocionales, poco racionales y que no se
interesaban por ese tipo de cosas, preferían que alguien
cuidara de ella, pero Gina le había demostrado que estaba
equivocado, ella misma se lo había dejado claro el día que
comenzó su matrimonio; no necesitaba de nadie que la
cuidara, podía hacerlo a la perfección sin ayuda.
Mantuvieron sus distancias, Gina tecleando efusivamente —
esperaba que estuviera hablando con Ace— y él con su cara
de siempre, esa que en realidad nunca había sido capaz de
mostrarle a Gina, porque con ella cualquier dejo de
normalidad desaparecía, era imposible para Massimo actuar
como lo hacía con todo y con todos cuando Gina estaba tan
lejos de ser una más en su vida.

Al llegar a los estacionamientos, el desconocido seguía detrás


de ellos, pero una vez que se subieron al auto no hizo nada
por seguirlos.

Den estaba en los brazos de su madre; durmiendo ajeno a


todo lo que había sucedido. Ace iba en el volante y Massimo
decidió que era mejor ir atrás, para hacerle compañía y
servirle de consuelo a su esposa. Pero cuando intento
abrazarla u ofrecer cualquier otro tipo de consuelo, ella
levantó una mano y se arrinconó contra la puerta.
Entendiendo que no quería ser tocada, tuvo que guardarse las
manos para sí mismo mientras pensaba en cuanto
necesitaba él que Gina lo dejara abrazarlo. No era la primera
vez que algo así le sucedía, Dios, esto no era nada en
comparación con otras cosas que le habían sucedido, pero la
idea de que ella estuviera en peligro había hecho que el
corazón se le desbocara y la bilis le subiera por la garganta.
Era una emoción nueva a la que no pudo acostumbrarse en
ningún momento, incluso una vez en la casa de nuevo, no
quería que estuviera lejos de su vista.

—¿Cuál es tu problema? — espetó Gina después de que la


hubiera seguido a la cocina, a la sala de estar y devuelta al
primer lugar.

De reojo vio como Ace se levantaba, recogiendo su taza de


café y saliendo del lugar, dándoles espacio para discutir.
Aprovechando que estaban solos se comió el espacio entre
ellos e intento alcanzar sus labios, pero Gina lo detuvo con
una mano sobre su pecho.

—Si quieres que esto funcione, vas a tener que aprender a


hablar, no solo cuanto a ti se te dé la gana, sino cuando
corresponda y en este momento es mejor que empieces a
abrir esa bonita boca o no llegara nada cerca de esto— se
señaló completamente.

Por supuesto que Gina no señalaría solo sus labios, esta chica
sabía lo que era bueno y no tenía miedo de decirlo.

—¿Qué quieres que diga? Siento que ya lo he soltado todo en


las últimas horas.

Y aun así seguía teniendo ese nudo en la garganta que no se


iba con nada, pero que se aflojaba con cada palabra que le
decía.

Jugueteando con su argolla, desplazo la mirada hasta las


manos limpias de Gina, no había ni un adorno en ellas y eso lo
enfureció.

—¿Dónde está tu anillo?


CUARENTA Y DOS-El corazón del
diablo- Dreame

—Guardado.

Le dio la espalda, yendo hacia el hervidor.

—Que hipócrita de tu parte decirme que debo expresarme—


torció los labios en una mueca —cuando tú tampoco te
esfuerzas por hablar conmigo.

Eso la tuvo girando hacia él de inmediato, la taza todavía


vacía fue depositada con un golpe sobre la encimera.

—No te atrevas a compararlo— lo apuntó firmemente con un


dedo.

—¿Por qué no? ¡Es la misma mierda! — se pasó las manos por
la cara resoplando. Se le escapó una risa maniática —. Tu
terquedad y orgullo no va a llevarte a ningún lado, lo único que
estás haciendo es meternos en este ciclo infinito de peleas.

—Ay, por favor— levantó las manos pidiéndole paciencia a ese


dios en el que no creía —, no te victimices, tú tienes mucha
culpa en esto también— exclamó cruzándose de brazos

—Resolvámoslo entonces, aquí y ahora— la arrinconó contra el


mueble —Dime cuanto me odias, dime cuanto deseas que te
dé el divorcio para que puedas ser libre— dijo con mofa.

Vio que su postura comenzaba a cambiar, sus hombros se


relajaron, pero no bajo el mentón. Cuando fue a cruzarse de
brazos, él se lo impidió sujetándola de las muñecas y
llevándolas detrás de su espalda.
—Vamos, se sincera, dilo todo. ¿Cuánto me odias? — exigió
saber.

—Mucho— pero su voz salió débil y sus ojos se desviaron


hacia a derecha.

—Mentira, mírame a los ojos— enterró una mano en su


nunca —, si tanto lo haces quiero que me lo digas a la cara.

Una sonrisa arrogante apareció en sus labios al verla tragar


con dificultad, sus ojos fijos sobre los de él, permitiéndole ver
como la incertidumbre se iba plantando en ellos, germinando
para finalmente crecer hasta abarcarlo todo. 

Relajo su agarre al darse cuenta de que estaba poniendo


demasiada presión en ella, en todos los sentidos. Ir a la
defensiva era su manera de actuar, tanto que se volvió su
primera reacción ante cualquier tipo de problema, pero con
Gina nunca había funcionado esa táctica y sabía que debía
cambiarla, pero cuando se dejaba llevar demasiado por sus
emociones —o sea, casi siempre—, se le olvidaba que debía
darle su espacio para que ella se expresara sin sentirse
atacada.

Estaba harto de ese tira y afloja que siempre había entre ellos,
siempre intentando luchar por el control sobre el otro, por
tener la razón o por cualquier mierda estúpida que los
posicionara sobre el otro. Quería acabar con eso
completamente, cerrar este capítulo para poder empezar uno
nuevo que no estuviera repleto de rencor, odio y otras cosas
que no eran sanas en una relación.

Que patético sonaba, queriendo empezar una relación con


alguien, preocupándose por actuar de la forma correcta para
no obtener una mala reacción de su parte, pensando en cómo
es que podía expresar sus sentimientos correctamente.
Mierda, el simple hecho de querer expresar sus emociones ya
decía bastante de lo dispuesto que estaba a cambiar por ella,
lo que a su vez demostraba su desesperación por tenerla en
su vida como algo más que la madre su hijo y la mujer con la
que se había casado. 

No retrocedió, porque tenía miedo de que ella se escabullera


de entre sus brazos y se marchara antes de que le diera una
respuesta digna. Lo que hizo fue soltar sus manos, respirar
profundamente y agachar la cabeza. Esperando que eso fuera
suficiente para hacerle entender todo lo que quería decirle.
Sabía que ella no confiaba de sus palabras, pero había estado
intentando demostrarle con sus acciones que no era una mala
persona.

—No quiero seguir peleando— murmuro ella, le cubrió las


mejillas con sus manos —, pero no sé cómo parar.

—Podrías dejar de ser tan terca y aceptar que te vuelvo loquita


— levantó el rostro para ofrecerle una sonrisa ladeada.

Gina paso una mano a su nuca, para tirarle los pelos que tenía
ahí. 

—Auch— se frotó donde lo golpeo —, vale, lo entiendo, no


aprecias mi sinceridad— la sintió tensarse —. Es que, si llegas
a un acuerdo con tus sentimientos, entonces podrás aceptar
que nos gustamos y podremos dar el siguiente paso en
nuestra relación.

Con cada minuto que pasaba se desconocía aún más. Nunca


había querido tener una relación y ahora estaba aquí,
suplicando por tener una. Se supone que su vida iba a ser fácil
en ese sentido, ya lo había planeado todo: estaría con una
mujer que le daría hijos y evitaría que su padre le tocara los
cojones con eso de casarse, pero resulto ser que las cosas se
habían dado un poco antes de lo esperado, y después había
sucedido esto: él y Gina y no sabía cómo pararlo, no quería
hacerlo tampoco, quería que lo que fuera que tuvieran siguiera
desarrollándose hasta que los consumiera por completo. Le
gustaba la idea de que siguieran conociéndose, explorando su
amor; que en algún momento llegaran a entenderse y convivir
sin pelear lo ilusionaba. Quería eso y mucho más, pero solo
con ella, lo más probablemente es que a cualquier otra mujer
la mandara por un tubo, pero no ella.

—¿No te vas a burlar de mí? ¿No lo vas a usar en mi contra? —


preguntó con el ceño fruncido, podía entender porque no le
creía —¿De verdad quieres cambiar las cosas?

—No le hago daño a lo que amo.

Gina apartó la mirada y se relamió los labios.

—Podrías dejar de decir eso, por favor— lo miró a través de


sus pestañas.

—¿Qué cosa? — le acarició la mejilla, pasando las yemas por


su piel suave.

—Qué me amas.

—¿Por qué? — enarcó una ceja, el inicio de una sonrisa


bailando en sus labios —¿Te asusta?

La verdad es que él no sabía de donde venía la necesidad de


decirlo, las palabras tan solo se resbalaban por sus labios y
salían con voluntad propia. Nunca había pensado que sería de
las personas que lo decían así, como si no tuviera
importancia, tal vez de nuevo era Gina quien tenía un papel
importante en eso.

—No— levantó el mentón e intentó apartarlo.

—¿No?

—Por supuesto que no, es que...— se relamió los labios —No


te entiendo, ¿cómo puedes amar a alguien a quien apenas
conoces y que hace semanas odiabas?
Alejó las manos de su cara y las llevó a sus muslos para
levantarla y sentarla sobre la encimera. Gina lo recibió
abriendo las piernas, permitiéndole que se ubicara entre ellas,
pero no hizo nada más para demostrar que lo quería cerca.

—Nunca te he odiado, eras un poco desagradable, sí, pero


jamás te odie, Corazón. 

—¿Seríamos como novios?

—Corazón, estamos casados, ¿no crees que ya pasamos esa


etapa?

—Pero jamás la tuvimos, fui obligada a casarme contigo por


capricho tuyo, ni siquiera te conocía cuando dije que sí en el
altar.

—Entonces sí, seríamos novios y podemos salir a citas para


conocernos mejor y cuando cojamos por primera vez
celebrare con mi mejor amigo y después le diré lo afortunado
que soy de estar con una mujer tan asombrosa como tú.

—Creo que me gusta más el otro Massimo, eres bastante


adulador y empalagoso: "le diré lo afortunado que soy de
estar con una mujer tan asombrosa como tú"— imitó con una
voz ronca mientras intentaba no reírse —Ay, hombre, sí que te
tengo mal, ¿eh?

Massimo soltó una risita y sacudió la cabeza.

—Prometo no ser tan zalamero si tú— la acercó un poco más


hacia él —, aceptas esto— se señaló a los dos.

Gina sonrió, cruzo los brazos detrás de su cuello y envolvió las


piernas alrededor de su cadera. Se arrimó contra él,
acercando sus rostros también y después le dio un beso que
le quitó el sentido. Separo sus labios con experticia, coló la
lengua entre ellos y después la enrolló alrededor de la suya,
succionando ansiosa. Se retiró raspando su labio inferior con
los dientes, chupándolo con alevosía y después volviendo a
atacar su boca, robándole más gemidos de los que no sentía
orgulloso. 

Saliendo de su estupor metió una mano bajo la polera que


llevaba y la subió hasta cubrir su pecho. Qué bien se sentía,
suave, cálido, blando, listo para recibir toda la atención que
quería darle. Hizo a un lado la copa del sujetador y retorció el
pezón entre sus dedos, disfrutando del jadeo que escapó de
sus labios y como se retorció en su lugar, buscado algo de
fricción que aliviara su dolor.

Gina lo besó con más fuerza, sus labios recibieron la presión


con entusiasmo. Nadie besaba como ella, con tanta confianza
y seguridad, tomando lo que quería sin preguntar. Se paseó
por su boca a antojo propio, tocando todos esos puntos que lo
hacía temblar. 

Gina se arqueó bajo su toque cuando jugueteó con la cima de


su pecho un poco más fuerte. Se separó de sus labios para
gemir, dejando ese delicioso cuello expuesto. Massimo no
dudo en atacarlo con dientes y succiones que de seguro
dejarían marcas. Subió hasta su oreja, para mordisquear,
deleitándose con los sonidos lúbricos que escapaban de sus
labios. 

Acarició su cuello con la punta de la nariz, cerró los ojos, para


disfrutar más del olor que desprendía su cuerpo, algo fresco,
imposible de descifrar, malditamente adictivo. Le quitó la
polera, queriendo tener más piel a la que besar, lamer, oler,
morder, joder, se moría por volver a dejar sus dientes
marcados sobre su cuerpo, como aquella primera vez.

Se llevó el sujetador consigo también, dejando expuestos sus


preciosos pechos a los que no tardo en atender con fervor,
apretándolos entre sus manos y después guiándolos a su
boca para repartir besos antes de morder suavemente, no
sabiendo que tan sensibles estaban, así que siguió
tratándolos con cuidado, atrapando la piel entre sus dientes
cada cierto tiempo. 

Después volvió a sus labios, separándose para permitirle a


Gina quitarle la polera.  

—¿Quieres hacerlo aquí? — preguntó con voz ronca cuando


Gina comenzó a desabrochar su pantalón.

—Sí— jadeó.

Se arqueó cuando paso la mano áspera sobre su espalda


delgada, por toda su columna vertebral hasta llegar al final y
empujarla contra su erección. El ruidito que escapo de su
boca lo hizo sonreír.

—¿Qué harías si alguien entrara ahora? — susurró contra su


oído.

Siseó, apenas conteniéndose cuando ella lo sacó de sus


pantalones. Sus dedos finos y elegantes tomándolo por la
base, acariciándolo perezosamente de arriba abajo mientras
le sostenía la mirada. Se relamió los labios antes de inclinarse
hacia él y pasar el pulgar por la cabeza hipersensible de su
miembro.

—Seguiría— exhaló la palabra. Su aliento cálido le hizo


cosquillas en el lóbulo y el cuello.

La sensación lo llevó a cerrar los ojos y dejar que un gruñido


saliera de lo más profundo de su ser.

—¿Sí? — retomó su tarea de desvestirla.

Le desabrochó el pantalón con desespero, tirándolo hacia


abajo sin cuidado, sus bragas de sedas se fueron de una
forma menos civilizadas. Las rompió —provocándole un jadeo
ahogado a su mujer —y las tiró a un lado.

Se acomodó de nuevo entre sus piernas, acarició la piel de


sus muslos morenos hasta meterse entre ellos, hundiendo
sus dedos en esa humedad lujuriosa.

—¿Y ahora? ¿Segarías? Dejarías ver a otros mis dedos


entrando y saliendo de ese coño tan jugoso.

Como respuesta obtuvo un gemido alto, sus paredes se


tensarán alrededor de sus dedos. Tomó su mano libra y la
deposito sobre su pecho derecho, incitándolo a apretarlo.
Abrió las piernas un poco más, permitiendo ver su sexo
resbaladizo, brilloso por todos los jugos que se moría por
sentir sobre él, envolviéndolo hasta ya no poder más.

—Massimo— jadeó, dejando caer la mano que había tenido


sobre él.

Gina se aferró al mesón y cerró los ojos, como si eso la fuera


a ayudar a no desarmarse en millones de partículas una vez
que Massimo estuvo realmente interesado en hacerla acabar.
Separó los labios para gritar, pero nada salió de ellos cuando
su esposo frotó el pulgar contra la pequeña bola sensible. La
mano que él tenía sobre su pecho cambio de lado y fue
remplazada por su boca tibia que fue repartiendo besos
abiertos y húmedos por alrededor de la aureola.

Ella que tenía los ojos entornados, apenas capaz de seguir


consciente se dejó llevar por todas las sensaciones que
estaban explotando en su cuerpo.

—Otro— pidió entre jadeos.

Massimo no la entendió, pero después ella lo apretó con sus


músculos internos y creyó comprender lo que necesitaba.
Levantó la mirada, porque quería ver su cara mientras la abría
con un nuevo dedo. La manera en que sus labios formaron
una “o” y como sus parpados cayeron, como si Gina estuviera
rindiéndose ante lo abrumante que era estar abierta para él
con tres dedos en su interior y uno trabajando
cuidadosamente su clítoris mientras los otros masajeaban su
pecho.

Todo el cuerpo de ella se tensó, sus piernas hicieron el amago


de cerrarse, pero Massimo lo impidió apoyando una mano
pesada sobre su muslo.

—Dime, ¿te gusta estar así: abierta para mí? — susurró contra
su oreja, mordiéndole el lóbulo después.

—Me encanta— gimió ella.

Massimo retiró todos sus dedos por completo, dejándola


vacía, pero antes de que pudiera reclamarle volvió a
enterrarlos en la suavidad jugosa de entre sus piernas,
embetunándolos de toda su excitación, curvándolos para
encontrar ese punto mágico que hacía gritar a todas las
mujeres. Gina no fue la excepción, se curvo, apretando sus
dedos con mucha más fuerza, presionándolos contra ese
punto delicioso.

La visión se le emborrono, se dio cuenta de que estaba


jadeando por aire y que tenía la mano enterrada entre las
hebras rubias de su hombre mientras la otra la usaba para
frotarse el clítoris y alcanzar ese tan ansiado orgasmo.

Comenzó a sacudir las caderas sin control, los dedos de


Massimo no eran más que un instrumento con el que se
estaba masturbando. La cocina se llenó de sus gemidos, de
los ruidos lascivos que provenían de su cuerpo, de la carne
embetunada golpeándose, del mesón sacudiéndose con sus
movimientos erráticos.
Sintió su espalda baja tensarse, se mordió el labio inferior y
atrajo a Massimo un poco más hacia sí, y él, sabiendo a la
perfección que necesitaba volvió a raspar ese punto de sus
paredes internar y se acercó a su oído.

—Quiero que te corras para mí.

—Hazme acabar— respondió ella.

Massimo plantó un beso en sus labios que la hizo gemir, cada


sonido siendo tragado por él. Antes de que pudiera ingresar a
su boca, Massimo se alejó y bajó directamente a su sexo.
Quitó su mano de en medio —la de ella— para remplazarla por
sus labios, succionando con alevosía aquel nervio tan
sensible.

La hizo gritar y después, estirando sus paredes para agregar


un nuevo dedo, la hizo acabar.

Todo su cuerpo se tensó, aferrándose a la intensidad del


orgasmo, queriendo sentirse así para siempre y después
como una burbuja, reventó, lanzándola de vuelta a la realidad,
dejando sus extremidades desparramadas sobre la encimera
y su pecho bajando y subiendo errático. Sus ojos se cerraron y
creyó que se desmayaría, pero de apoco comenzó a recuperar
sus sentidos y con ellos la capacidad de controlar su cuerpo.

—Increíble, ¿no? — preguntó Massimo con una sonrisa de


autosuficiencia.

Levantó la mano sin mucha energía y le dio un golpecito en el


brazo, que a su esposo lo que ocasionó más que risas.

—Te das demasiado crédito— respondió ella todavía


intentando controlar su respiración.
Massimo retiró los dedos de su interior y los levantó para que
ambos pudieran ver lo brillante que estaban, entre el orgasmo
y su excitación parecía que los hubiera hundido en un tarro de
miel líquida en vez de en su sexo.

—Creo que tengo motivos para eso— su voz decayó una


octava mientras contemplaba lo que ella le había hecho a su
mano.

Se relamió los labios y después llevó la mano hasta ellos, para


limpiar el desastre de jugos que ella había ocasionado.

Una nueva ola de placer la recorrió al ver lo mucho que estaba


disfrutando saborearla.

Pero para Massimo no era suficiente, necesitaba más, la


quería a ella completamente. Así que la tomó entre sus brazos
y la llevó consigo al segundo piso. Gina protesto, sobre todo el
hecho de que estaba desnuda y había más personas en la
casa, pero a él no le importo, tan solo quería encerrarse en su
cuarto y follar hasta perder el conocimiento.

Cerró la puerta con una patada y después fue hasta la cama


para depositarla ahí, posicionándose sobre ella y asaltando
sus labios de inmediato. Gina no tardó en responderle con un
beso igual de necesitado. Lo acogió entre sus piernas, y
enterró las manos en sus cabellos para tironear de ellos
mientras Massimo devoraba su boca. Los chasquidos de sus
labios la hicieron reír a ella, pero el sonido murió rápido,
cuando Massimo empujó las caderas hacia delante, dejándola
sentir lo necesitado, y ella que venía saliendo de un orgasmo,
ya estaba lista para zambullirse en otro y acabar con la tortura
que habían sido estos meses.

Por fin iba a volver a tenerlo dentro de ella, por fin iba a
sentirlo estirando sus paredes, hinchándose hasta explotar en
su interior.
Alzó las caderas frotándose contra su hueso púbico, gimió
temblorosamente junto a la oreja de Massimo, dejándole
saber lo excitada que estaba. Enganchó una pierna sobre su
cadera, separando ligeramente las piernas, bañándolo de
nuevo con su humedad.

—Te quiero dentro— murmuró.

Sonrió al ver como se estremecía de pies a cabeza. Volvió a


golpear sus caderas, esta vez metiéndose entre sus labios
resbaladizos sin llegar a penetrarla.

La estaba provocando, torturando, pero Gina ya no quería más


juegos previos.

Paso la otra pierna sobre su cadera y se impulsó para darlos


vuelta, dejándolo a él sobre el colchón, bajo su cuerpo. Se
levantó antes de que él tuviera la oportunidad de hacer algo
más, porque ya no quería seguir esperando. Fue al baño y
buscó entre los gabinetes hasta encontrar lo que necesitaba.

Rompió el envoltorio del condón, dejándolo olvidado en algún


lugar entre el baño y la cama. Se ubicó sobre Massimo otra
vez y después deslizo el látex con cuidado sobre toda su
longitud.

Él siseó y soltó un gruñido lubrico cuando envolvió la mano en


la base y le dio un ligero apretón.

—Me estás matando— dijo con voz afligida.

Gina respondió con un beso malicioso sobre la punta de su


miembro, acompañado de un guiño que lo tuvo a punto de
perder el sentido y control. Estiró las manos para alcanzar sus
caderas y posicionarla sobre él. Vio en la expresión de su
esposa una intensión maliciosa antes de que pudiera seguir
torturándola empujó las caderas hacia arriba, al tiempo que la
forzaba a ella a bajar, enterrando por completo en su interior.
Ambos gimieron y se tomaron un par de segundos para
acostumbrarse a lo abrumador que era estar tan cerca del
otro. Gina no podía entender cómo es que había esperado
tanto tiempo para esto y como es que alguna vez había
disfrutado el sexo con otros hombres cuando ya conocía lo
que se sentía tener a Massimo entre sus piernas.

Las manos sobre sus caderas se enterraron sobre su carne un


poco más, incitándola a moverse, y eso fue exactamente lo
que hizo. Se apoyó sobre los hombros anchos de su marido
para encontrar el equilibrio y comenzar a menearse sobre él,
encontrando con facilidad un ritmo que los tuvo a ambos
respirando con dificultad y murmurando palabras libidinosas
ininteligibles.

Massimo la atrajo hacia él para besar su torso enrojecido, sus


pechos marcados por las caricias propiciadas en la cocina.
Subió por su cuello recogiendo con la lengua la ínfima capa
de sudor que el esfuerzo le había generado y cuando llegó a
sus labios los ataco con mordidas, succiones y lamidas. Fue
como si se la estuviera follando con su miembro y la lengua al
mismo tiempo y Gina se sintió desfallecer.

Clavó las uñas en sus hombros, sacudiendo las caderas


violentamente, perdiendo el ritmo, y estremeciendo sobre su
cuerpo mientras el orgasmo la golpeaba.

—Sigue— dijo cuándo entre medio de los espasmos Gina casi


colapso sobre su pecho.

Ante la orden soltó un lloriqueó porque se veía incapaz de


hacerlo acabar, estaba demasiado agotada y su cuerpo seguía
ahogándose en el orgasmo.

Massimo empujó sus caderas hacía arriba golpeando un


punto delicioso dentro de ella que la hizo gritar impúdica.
Arañó su pecho colorado y tuvo que acomodarse para evitar
que sus estocadas la tumbaran, así dejando una mano sobre
su abdomen y la otra sobre su pierna comenzó a ondular la
pelvis, buscando esa tercera liberación que Massimo había
iniciado al penetrar en ella tan violentamente.

—Más rápido— ordenó con los dientes apretados.

La tomó de las caderas, apresurando sus movimientos y


aferrándose a ella al mismo tiempo. Clavó las manos en sus
glúteos, separándolos e intruseando con los meñiques entre
ellos, encontrando ese punto medio entre su coño lleno de él y
aquel agujero oscuro. Gina dio un brinco y cuando cayó sobre
él, Massimo elevó la pelvis, golpeando dentro de ella. Y en el
afán de magrear el trasero de Gina, metiendo los dedos entre
sus mejillas, paso a llevar su propio sexo, la caricia, si bien
superficial, junto con el grito que escapó de los labios de su
esposa —prueba de su propio orgasmo— fueron suficiente
para arrastrarlo en una espiral de liberación que lo hizo cerrar
los ojos y gruñir primitivamente mientras intentaba
comportarse como el adulto experimentado que era y no un
adolescente pre-puberto haciéndose su primera paja.

En esta ocasión Gina no encontró la fuerza para mantenerse


erguida y se desparramó sobre el pecho velludo de Massimo,
dejando que sus parpados se cerraran y jadeando
incontrolablemente, estremeciéndose de vez en cuando.

—Maldición, Corazón, eres toda una diosa del sexo.

Gina soltó una risita cansada.

—Tú tampoco estás mal— le dio una palmadita en el pecho.

Rodo fuera de él, cayendo a su lado como un saco de papas.


Iba a abrazarlo, pero en un último segundo la duda la asalto,
porque nunca había sido de acurrucarse después del coito,
según lo que recordaba Massimo tampoco lo era, pero a lo
mejor, ahora que eran pareja y se querían, las cosas serían
diferentes, porque él paso un brazo detrás de su cuello para
atraerla a él. Depositó un beso sobre su coronilla y murmuró:

—Acabo de darte tres orgasmos, merezco un poco más de


apreciación, Corazón.

—Cualquiera puede darme tres orgasmos— esa era una


mentira del tamaño de Asia, pero le encantaba molestarlo,
sobre todo si eso incluía destruir su masculinidad frágil.

—¿Con cuántos hombres has estado antes que yo?

Bufó, este no era el rumbo al que quería ir con la


conversación.

—¿Por qué sería eso importante? — preguntó frunciendo el


ceño y girándose hacía él —¿Tiene alguna relevancia las
mujeres que te cogiste antes que yo? —inquirió con una ceja
enarcada.

—¿No? — respondió sin saber muy bien cuál era su punto.

Gina si acomodó a su lado, apoyando los brazos sobre su


pecho y luego la mejilla sobre estos.

—Exacto, del mismo modo que con quien estuve antes no es


de tu incumbencia.

—Pero…

Quiso continuar, porque ahora que pensaba en los posibles


hombres que la habían tocado, quería matarlos a todos. Pero
la mirada que su mujer le dio, fue suficiente para que cerrara
la boca, mas no para que le frunciera el ceño y mostrara su
molestia.
—Lección número para cambiar y sobre las relaciones en
general: cualquier pareja anterior no es relevante, excepto que
sea un potencial asesino o tengas un hijo con él. ¿Es ese tu
caso?

Negó lentamente.

—Excelente, tema finalizado.

Torció el cuello hacia el otro lado, cambiando la mejilla


derecha por la izquierda, la escuchó suspirar e imaginó que
había cerrado los ojos. Un par de segundos más tardes Gina
hizo el amago de levantarse, pero como la mayoría de las
veces Massimo la tiró de vuelta a su lado, antes de que
pudiera poner un pie fuera de la cama.

—¿A dónde crees que vas?

Gina se giró hacia él, permitiéndole beber de su cuerpo


desnudo y las nuevas marcas que él había puesto ahí. Ella le
sonrió al sentirlo observando con tanta intensidad y Massimo
encontró genial que no fuera tímida ni tuviera problema con
mostrarle su cuerpo, pues en realidad era perfecta, no había
de que sentir vergüenza, incluso si su abdomen no estaba tan
tonificado como antes, seguía teniendo una silueta delgada y
curvilínea.

—A por una de tus poleras, me está dando frío— respondió


intentando levantarse de nuevo, no llegó muy lejos siendo que
todavía la tenía sujeta del brazo.

—Mmmh, pero yo puedo calentarte— propuso.

Tiró de Gina hacia él, ocasionando que cayera de nuevo a su


lado. Enfocó los ojos solo en su rostro, también realizando
una inspección minuciosa de cada una de sus facciones,
dedicándole un poco más de tiempo a sus labios hinchados.
—¿Tienes la estima para eso? ¿No tienes como cuarenta? —
dijo jocosa.

Massimo abrió la boca, pero estaba enmudecido, pasmado


por recordar que entre ellos había nueve años de diferencia.

—Auch, eres cruel.

—Un poco, sí. Pero puedo ser peor— ronroneó, estirándose


para alcanzar sus labios —Ya sabes lo que dicen: el diablo no
tiene corazón.

—¿Quién dice eso? — frunció el ceño muy seguro de que


jamás había escuchado tal dicho.

—Yo— susurró Gina contra sus labios.

—¿Y por qué tú lo dices es correcto?

Gina sonrió.

—Me alegra que ya nos estemos entendiendo.

—¿Y quién sería el diablo aquí? — no sabía porque estaba


alargando la conversación cuando la tenía casi encima suya,
con su boca tan cerca que ni siquiera tenía que estirarse para
alcanzarla.

—Tú, yo, creo que en esta historia no hay buenos, solo malos.

—Yo creo, que el diablo soy yo y tú mi corazón.

Gina, que iba caminó a besarlo, se detuvo; ladeó la cabeza


hacía un lado y lo miró medio confundida, porque seguía sin
estar acostumbrado a todas esas cosas dulces e intensas que
de repente decía.

—¿Por eso el apodo? — curioseo.


Massimo formó con sus labios una media sonrisa.

—No, eso solo era para molestarte, pero ahora calza. Tú eres
el corazón del diablo.

—¿Algo así como el de David Jones? — preguntó ella, dejando


ver por primera vez la gran diferencia de edad que había entre
los dos, pues su voz adquirió un tono infantil encantador.

Ante el largo silencio de Massimo, Gina frunció el ceño.

—¿No sabes quién es?

—¿Debería saberlo?

Gina soltó un suspiro, como si la hubiera defraudado y


Massimo no pudo hacer más que reírse de su dramatismo.

—Déjame decirte, que, si no me hubiera obligado a casarme


contigo, jamás lo hubiera hecho.

Aprovechando su todavía cercanía, Massimo le robo un beso y


después la envolvió en sus brazos, poniéndose sobre ella. Le
separó las piernas con la rodilla, ubicándose entre sus
muslos. Bajo la cabeza para besar su nariz y después un poco
más para alcanzar su boca otra vez.

—Entonces que bueno que te obligaron.

Gina frunció los labios y después los abrió, lista para gritarle
por lo que había dicho, pues para ella el tema de su
matrimonio seguía siendo uno delicado, pero Massimo los
atacó, invadiendo su boca con la lengua al mismo tiempo,
acallando cualquier pensamiento sobre la pelea que había
estado a punto de iniciar.
CUARENTA Y TRES-El corazón del
diablo- Dreame

Miró la hora por quinta vez, se pasó una mano por el rostro,
frotándose los ojos intentando borrar el ardor en ellos, era
demasiado tarde para seguir despierta. Bueno, para una
madre las doce de la noche se sentía como si fueran las tres
de la mañana y a pesar de todas las intenciones que tenía de
esperar a Massimo, si no aparecía en un par de minutos más
iba a rendirse, apagar la luz y dormir, aunque sabía que
probablemente no lo lograría hasta que él apareciera pues se
había vuelto adicta a dormir con él, más específicamente a
tenerlo a tenerlo a su lado, abrazándola y cuidándole el sueño.

Nunca había tenido a nadie que cuidara de ella y


acostumbrada a siempre encargarse sola de sus cosas,
consideraba bastante molesto cuando otros proponían
ayudarla o meterse en sus asuntos —incluso Fran sabía que
prefería tratar sus problemas solas—, pero por alguna razón
no se sentía de esa manera con Massimo, no creía que él la
estuviera viendo como alguien débil y que por eso estuviera
intentando ayudarla, Gina incluso dudaba de que él supiera lo
mucho que le preocupaba su bien estar, pero era obvio que lo
hacía; lo sabía por la manera en que siempre la estaba
siguiendo sus pasos dentro de la casa, una cosa que al
principio la había exasperado pues si quisiera un perrito
faldero se lo hubiera comprado ella, pero no había tardado en
entender que era una manera de mantenerla vigilada, ¿por
qué? Porque Massimo era el Capo y tenía más enemigos que
cicatrices. Pero su constante persecución no era lo único que
lo delataba, también estaba el hecho de que siempre se
preocupaba de no despertarla en las mañanas y de cuidar a
Den hasta que tenía que irse, ya que sabía lo mucho que le
gustaba dormir, y ella se lo agradecía, pues sus horas de
sueño habían pasado de ser siete a siete y media, y, ¿quién
diría que valoraría tanto treinta minutos extra de sueño?

Pero lo que a Gina más le gustaba es que Massimo había


extendido esa preocupación a Den también; qué si estaba lo
suficientemente abrigado, qué si había comido bien; le
preguntaba si no había problema en ponerle perfume, si es
que no le iba a pasar nada mientras dormía en su cuna. A
veces Gina quería golpearlo, pero la mayor parte del tiempo
prefería burlarse de él y su comportamiento neurótico,
mientras interior mente se derretía de ternura.

—Acabo de ver a Golden, ¿estás segura que no le pasa nada si


no le cambiamos el pañal durante la noche?

Gina entornó los ojos y levantó la cabeza para ver a Massimo


realizar su rutina; pateó los zapatos a un lado, se quitó los
pantalones junto con los calcetines y luego la camisa. Lo
observo con los parpados entre cerrados, disfrutando de la
dureza de sus músculos de lejos, lamentablemente
demasiado cansada como para iniciar cualquier cosa que la
tuviera más tiempo despierta.

—Sí— bostezó —, si se siente incómodo llorara.

—¿No deberíamos evitar llegar a ese punto?

Apagó la luz de noche al tiempo que el colchón se hundió bajo


su peso y Gina se giró para poder tener otro vistazo de él.

—¿No deberías lavarte los dientes? — cuestionó con el ceño


fruncido.

—Qué. ¿no te gusta mi aliento? — exhaló en su cara y Gina se


preparó para lo peor, pero sorprendentemente olía a menta —
Cene comida india, así que antes de ir a ver a Iván me lave los
dientes, no quería darle malas noticias oliendo a paprika— dijo
al ver su cara de confusión.

—¿Iván, tu consiglere? — preguntó media dormida.

—Ex consiglere— la corrigió antes de darle un beso en la


frente y otro en los labios. Después le paso un brazo por la
cintura y la acercó a su cuerpo, permitiéndole acurrucarse en
su pecho.

—¿Por qué?

—Porque su hermano es un traidor.

Incluso con lo cansada que estaba Gina proceso la


información. Si Iván era el tío de Massimo y su hermano lo
había traicionado, entonces ese era el otro tío, Beto, si mal no
recordaba. No le sorprendía nada que ni entre las familias
fueran leales, el interés propio era el único que se conocía en
este mundo, y Gina había vivido bajo esa regla por unos largos
veintiún años, pero ahora que tenía a Den y que Massimo
había comenzado a ganarse un espacio en esa cosa que tenía
en el pecho, dudaba que fuera capaz de pensar solo en ella
cuando llegara el momento de tomar una decisión.

—¿No deberías matarlo? — preguntó, intentando no seguir con


esa línea de pensamiento porque era demasiado tarde para
tener ideas tan profundas y peligrosas.

Massimo soltó una risita divertida.

—No funciona así, Corazón— dijo con un tono


condescendiente que no le gusto para nada.

—Cómo entonces— frunció el ceño, incluso si en la oscuridad


del cuarto él no podía verla.
—A veces no puedes llegar y matar a alguien, tienes que
pensar en las consecuencias… Al menos eso es lo que dice
Ace— agregó rápidamente haciéndola sonreír, por supuesto
que Ace tendría un peso importante en sus decisiones —. Los
amigos de Iván son esos malditos que no me quieren como su
Capo, si lo mato no habría mucho que evitara que ellos
intentaran hacer lo mismo conmigo y contigo, así que
estamos evitando cortar cabezas.

Si Massimo lo ponía de esa manera, tenía mucho sentido,


pero Gina no pudo evitar seguir preguntando.

—Pero te estás arriesgando a tener un traidor m…— se


interrumpió antes de que la cagara.

Massimo dejo de abrazarla, cambiando de posición para


quedar sobre su espalda, y por un segundo dejo de respirar,
mas haciéndose la tonta lo siguió, cruzando un brazo por su
abdomen y recostando la cabeza entre su hombro; el brazo
que Massimo paso por detrás de su cabeza fue suficiente
para hacerle saber que no se había delatado.

—Sí, pero ya tenemos otro traidor, así que uno más o uno
menos no importa… ¿Por qué estamos hablando de esto?

No tuvo oportunidad de responderle porque el celular de su


marido los interrumpió. Massimo suspiró agotado, pero de
todas maneras tomó la llamada.

—¿Qué? — ladró.

Gina no pudo evitar sonreír al escuchar el tono duro con el que


les hablaba a sus hombres. La dominancia que lo
caracterizaba y esa actitud de “no me jodas” despertó su
cuerpo, llevándola a morderse el labio y a prender la luz
porque no era suficiente con escuchar su voz ladrando
ordenes, sino que quería verlo apretar la mandíbula enojado y
observar como sus iris cambiaban de color a un azul mucho
más frío, similar al que había visto cuando se conocieron.

Debería haberse cuestionado que estaba sucediendo con su


mente y cuerpo mientras veía a Massimo, incluso sentado en
la cama con un rollito en su estómago seguía exudando una
dominancia y fuerza que a Gina no hizo más que encenderla.

Massimo terminó la llamada, por supuesto que iba a ser él


quien colgara y no al revés, nadie le colgaba al Capo de La
Legge. Después presionó algo en la pantalla y se puso el
teléfono contra la oreja.

—¿Por qué no me informaste que Mika atacaría Houston? —


habló en un tono mucho menos amable a quien fuera que
estaba del otro lado.

Ella se acomodó en la cama, apoyó el mentón en sus manos y


miró a Massimo gesticular, apretar los dientes y después
soltar un gruñido que la hizo juntar las piernas. Se mordió el
labio inferior cuando él soltó otro ruido gutural y se pasó una
mano por el pelo, desordenando sus hebras rubias.

Suponía que, si ya mañana le sería difícil levantarse por lo


tarde que era, una hora más o menos de sueño no la afectaría
tanto. Así que ya resignada a perder valiosas horas de sueño
se apoyó en sus manos y rodillas, captando la mirada de
Massimo. Disfrutó de ver como sus ojos se suavizaban en las
esquinas, antes de oscurecerse varios tonos al ver sus
intenciones. El desgraciado tan solo se reacomodó,
recostándose en la cabecera de la cama y separando las
piernas antes de darle una mirada significativa a su semi-
erección, la manera en que dejo caer su mano sobre el regazo
como si le estuviera diciendo “adelante, sírvete” despertó un
sentimiento en ella que jamás había experimentado. La
sangre le hirvió en las venas, sintió como todo su cuerpo se
calentaba y sus miembros temblaron ligeramente cuando dio
un paso hacia él, decidida a ir por eso que le había ofrecido.

Dejó un beso sobre su pecho desnudo, al lado de una cicatriz


que interrumpía el vello que cubría la zona. Antes de continuar
repartiendo besos, pasó una pierna por sobre sus caderas,
quedando a horcajadas, entonces comenzó a descender por
su torso, bajando hasta su ombligo, mordisqueó
juguetonamente la piel entre este y la tela negra de su bóxer,
también succionó, como una premonición de lo que se venía.
Pero Massimo no estaba tan interesado en sus acciones, no
tenía una mano enterrada en su cabello como siempre y al
levantar la mirada se percató de que seguía concentrado en la
llamada y quien fuera que estaba dando explicaciones del otro
lado, quien no estaba ayudando mucho en su causa porque
Massimo no hacía más que tensar y tensar su mandíbula
hasta el punto que Gina pensó que se quebraría.

Se humedeció los labios, dispuesta a ser lo único en lo que


pensara, esa necesidad también la sorprendió, no era una
persona celosa, pero en ese momento se sentía exactamente
de esa manera, tal vez porque mientras su esposo conversaba
por el teléfono, ella estaba intentando seducirlo, más que
nada por razones egoístas que tenían sus muslos
resbaladizos y sus pechos adoloridos.

Massimo no la estaba mirando, pero al meter la mano dentro


de su bóxer, la situación cambio. Jadeó sorprendido, sus ojos
cayeron sobre ella y ahora el mar de sus iris es uno tan solo
hecho de lujuria.

—No me digas que de pronto quieres ser leal a tu gente—


habló Massimo con los dientes apretados, sus ojos
desviándose sutilmente hacia algo que no era ella.
Sintió esos celos expandirse de nuevo en su pecho, para
mantener su atención sobre ella lo tomó en su boca sin previo
aviso, no hubo juegos previos o algo que lo prepara para sentir
sus labios envueltos sobre él, tampoco ayudó que Gina
lamiera y succionara de inmediato, dejando claro su
experiencia; pasando la lengua por la cabeza salada y
abarcándolo lo más que podía.

—Oh, mierda— gimió, apartó el teléfono de él, de seguro para


que el otro no lo escuchara.

Gina le sostuvo la mirada mientras subía y bajaba sobre su


falo enhiesto. El guiñó que ella le dio, fue lo que gatilló ese
animal salvaje en el interior de Massimo; dejo caer la mano
sobre su cabeza, instándola a tomar más de su miembro
pulsante, pero el peso de esta sobre su nuca también le sirvió
como un constante recordatorio de a quién tenía en la boca,
no es como si pudiera olvidarse de algo así, es solo que
remarcaba la presencia, ya de por sí, imponente y
demandante. Massimo quería que se acogiera a su ritmo y
quería hacerla sufrir, tirándole ligeramente de su pelo —
sabiendo lo mucho que le prendía eso—.

—Escucha, Marco.

Gina lo sacó de su boca, ganándose una réplica gutural de


parte de su marido. Repartió besos por toda la longitud,
deteniéndose un poco más en la punta, dejando un beso de
boca abierta, tibio y húmedo, ejerciendo la presión justa para
hacerlo gruñir. A modo de respuesta por su provocación,
Massimo la empujó suavemente, más como una sugerencia,
hacia abajo, para que siguiera con su increíble felación, pero
Gina no lo obedeció, prefirió seguir tonteando con su
paciencia y autocontrol. Lamiéndolo de base a punta y
viceversa, para después saltarse a sus testículos, el temblor
que recorrió el cuerpo masculino fue suficiente para hacerle
saber que su caricia había sido bien recibida.
—Tenemos un trato— inhaló profundamente, empuño un poco
de su cabello y tiró de él para levantarle el rostro, Gina tan
solo lo miró —, si lo rompes el único perjudicado serás tú—
dijo con un tono duro que la llevó a relamerse los labios y
saborearlo bajo su atenta mirada.

Terminó la llamada y tiró el celular a un lado, sin preocuparse


por donde caía, porque en este momento solo tenía ojos para
su mujer, que desesperada por sentir piel con piel se quitó el
pijama. Massimo se deshizo completamente del bóxer y luego
se lanzó a por su esposa, atacando sus labios sin cuidado,
comenzando esos caminos que se estaba aprendiendo de
memoria, pasando por la curva de su cintura, subiendo hasta
sus pechos redondos y sensibles, la otra mano estaba sobre
su espalda baja, empujándola contra él, juntando sus pelvis y
haciéndolos gruñir a ambos ante el contacto húmedo y
caliente de sus sexos.

Gina también puso una mano en su espalda y encajó una


pierna sobre su cadera, frotándose contra Massimo impúdica,
tan solo concentrada en buscar ese alivió que tan
desesperadamente necesitaba. Dejo de besarlo tan solo para
ir a su oreja y murmurar con la voz más sensual que había
escuchado alguna vez:

—Si juegas tus cartas bien, te dejare cogerme en cuatro.

Un sonido animal salió de lo más profundo de su ser, joder,


¿qué mujer hablaba así? Ninguna que él hubiera conocido al
menos, estas siempre eran más indirectas, lanzando pistas de
lo que querían, esperando a que él las pillara, Gina no, ella tan
solo decía las cosa, tal y como estaban en su cabeza. Tenía la
iniciativa suficiente para decirle tales cosas o para empujarlo
de vuelta a su posición anterior y ocupar su boca para hacer
cosas muchas mejor que hablar. No lo mal interpreten,
también le gustaba conversar con ella, pero…

—Oh, dios— gimió.


Pero esa mujer era una experta en el sexo oral.

—Gina— gruñó, enterró la mano un poco más en su cabello,


empujándola a alcanzar su límite.

Sip, cuando lo estaba trabajando de esa manera, era difícil


querer otra cosa. Y las miraditas lujuriosas que le lanzaba
cada tanto desde abajo, lo tuvieron cerca del final mucho
antes de lo que hubiera deseado. Era difícil mantener el
control cuando ella estaba succionándolo y lamiéndolo como
si su vida dependiera de ello, bombeando la cabeza de arriba
abajo a la velocidad perfecta para que pudiera sentir sus
labios húmedos envolviéndolo centímetro a centímetro.

Gina ocupó su mano para abarcar esa parte de su miembro


que solo podía alcanzar con mucho esfuerzo y acompasó
ambos movimientos. Mientras ahuecaba sus mejillas y lo
succionaba con fuerza, frotaba sus muslos, intentando buscar
un poco de alivio. Massimo la vio tocarse un pecho mientras
con la otra mano lo sostenía e él y sufrió de esa misma
sensación de celos que Gina había experienciado
anteriormente.

—Mírame— jadeó y ella lo obedeció de inmediato —Me


encanta follarte la boca.

Ella retiró los labios de su miembro, se los relamió y después


comenzó a repartir besos nuevamente, deteniéndose solo
para hablar.

—Oh— un beso en la punta —, pero soy yo— otro beso camino


a sus bolas —, quien tiene todo el control— atrapó en su boca
la piel sensible.

Massimo se mordió el labio inferior y se aferró con una mano


a las sabanas, la otras, que seguía en su cabello, la uso para
tirar de la melena frondosa y obligarla a mirarlo.
—¿Quieres que sea diferente? — indagó, dándole una mirada
lubrica.

—Me gustaría que fuera como tú quieras— respondió ronca,


sus ojitos gatunos brillando con una intensidad que
desconocía.

Esa actitud sumisa y complaciente lo encendió aún más —si


es que eso era posible— y lo apresuró a ponerse de pie,
llevándose a Gina consigo para reubicarla en la cama, de
manera que fuera ahora ella quien estuviera sentada, su
espalda pegada a la cabecera. Massimo ubicó una pierna a
cada lado de sus caderas, su erección apuntando al rostro de
la mujer.

Gina deslizó los dedos por el costado de su cadera,


acariciando una de las muchas cicatrices que tenía.
Lentamente comenzó a trazar un camino que la llevaría hasta
su masculinidad. Esta vez, cuando lo empuño, fue con más
delicadeza, los ojos fijos sobre su miembro pulsante y
adolorido de la excitación.

—Adelante, Corazón— dijo sonando mucho más desesperado


de lo que esperaba —, muéstrame que tanto sabes hacer con
esa boca.

No tuvo que decírselo dos veces para que Gina lo envolviera


con sus labios, tragándoselo por completo.

—Oh, mierda.

Ella succionó la cabeza y después lo soltó, para decirle con


una sonrisa coqueta:

—Exacto: oh, mierda. No tienes ni idea de lo que pediste— le


guiño un ojo y volvió a adorarlo con su boca, apenas dándole
una oportunidad para respirar.
Gina estaba más que dispuesta a cumplir con su petición, y
superó con creces cualquier expectativa que hubiera tenido
del sexo oral con ella.

Sabía exactamente lo que estaba haciendo, cada caricia era


proporcionada en la medida precisa para tenerlo gruñendo,
gimiendo y resollando. Su lengua lo recorría expertamente, su
miembro jamás se vio atacado por los dientes de ella, y lo
mejor, fue que le permitió tomar su nuca y moverla al ritmo y
la profundidad que él quería.

Enterró las uñas en sus glúteos y lo atrajo un poco más hacía


ella. Ahueco sus mejillas, succionándolo, causándole gran
fruición. Sintió como su espalda baja se tensaba.

—Corazón, me voy correr— le advirtió, mirándola directamente


a los ojos, realizando una pregunta silenciosa.

Ella continuó con sus movimientos, sin apartar la mirada,


buscando por esa expresión de placer incontrolable que
delataba el orgasmo. Lo azuzo a ir más rápido, incluso si tenía
la mandíbula cansada y pronto necesitaria respirar. El cambió
de velocidad se vio recompensado con una menor
profundidad y lentamente comenzó a remplazar su boca con
su mano, hasta que tan solo fueron sus dedos envolviendo la
erección enhiesta. La respiración de Massimo se volvió
estentórea, escondiendo sus propios jadeos. Pero disfrutó de
que ese fuera el único ruido que pudiera escuchar, el que se
iba alternando con sus gemidos roncos y al final, ese rugido
que surgió de su pecho al tiempo que estallaba en su mano.

Las facciones en su rostro se tensaron, sus labios estaban


separados buscando cualquier partícula de oxigeno que
pudiera ayudarle en ese momento. Su pecho se movía
erráticamente mientras intentaba recuperarse y por la manera
en que temblaban sus piernas, supo que había sacudió su
mundo.
Massimo se hizo a un lado, casi desplomándose sobre la
cama, dándole la oportunidad a ella de ir al baño a limpiarse.
Al volver al cuarto, lista para obtener un poco de retribución,
se encontró la cama vacía; el ruido de la estática proveniente
del monitor de bebé le dio una buena pista de donde estaba
Massimo ahora.

Suspiró entre cansada e irritada porque no había podido tener


un orgasmo. Se puso el pijama y se acomodó en su lado de la
cama, no creía que pudiera aguantar mucho más tiempo
despierta y Massimo ya había aprendido a manejar a Den, así
que cerró los ojos y dejo que el sueño la envolviera.
CUARENTA Y CUATRO-El corazón del
diablo- Dreame

—¿Qué haces? — ingresó a la oficina de Massimo


balanceando sus caderas más de lo normal.

Su marido le dio una mirada divertida, algo coqueta al saber


exactamente qué era lo que estaba buscando.

—Trabajo— respondió bajando la mirada a los papeles en su


mano.

Gina se apoyó en el borde del escritorio, ligeramente insegura


sobre qué hacer después. Debería haber tenido algún tema de
conversación o una excusa para venir a verlo, porque ahora
solo estaba sentada ahí, mirándolo sin saber qué hacer y se
sentía completamente ridícula.

Humedeció sus labios y tamborileo los dedos sobre sus


muslos, dejando que sus ojos resbalaran sobre los papeles
que Massimo había estado mirando antes de que ella entrara
a la habitación oliendo a frutas tropicales y vestida tan solo
con unas calzas y un top que dejaba a la vista su silueta
curvilínea. A Massimo le resultaba increíble lo bien que Gina
se siempre veía, a excepción de su cabello, que no se dejaba
dominar con facilidad, pero era esa mezcla entre el orden de
su ropa (siempre combinada, pulcra y perfecta para ella) y su
melena salvaje la que a él le encantaba; delataba su
personalidad y le daba mucho más carácter a su apariencia,
para que así no se viera como una mujer débil. No, Gina jamás
había lucido de esa manera, ella era todo seguridad,
dominancia, era feroz, por eso le pareció extraño verla tan
callada, toqueteando la tela que cubría sus muslos y con la
mirada gacha, ella jamás bajaba la cabeza.
—¿Todo bien, Corazón? — preguntó, ubicó una mano sobre la
suya.

—Sí— respondió ella todavía sin levantar la mirada.

Massimo tomó su mano y tiró de ella hasta que se hubo


despegado del escritorio, después tiró un poquito más para
dejarla sentada sobre sus piernas. Rodeó la cintura estrecha
con sus brazos y recostó la mejilla sobre su hombro, con la
cara hacia su cuello, respirando aquella esencia de ella tan
embriagadora.

Metió una mano bajo la camiseta que traía puesta, suspiró al


sentir su piel tersa y tibia contra sus dedos y decidió que
necesitaba un poco más, así que remplazo sus dedos con su
palma, ocasionando que Gina diera un brinco en su lugar.

—No venía a que me metieras mano— se giró hacia él con el


ceño fruncido.

—¿A qué viniste entonces? — preguntó con voz dulce, usando


sus dedos para hacer patrones circulares sobre su estómago.

Gina se humedeció los labios, desvió la mirada hacia un punto


detrás de él y después dejo caer la mirada a su regazo.

—Debería irme— balbuceó intentando ponerse de pie.

Él cerró el agarre sobre su cintura con más fuerza, trayéndola


de vuelta a su regazo. La sujetó con un brazo, su mano
derecha subió hasta enterrarse en su nuca y la forzó a mirarlo.

—¿Por qué sería eso? No me molesta que estés acá— dijo muy
cerca de su boca, alternando la mirada entre ella y sus iris
ambarinos.
Gina se mordió el labio inferior, sus ojos cayeron hacia sus
manos de nuevo, intentando evitar la mirada de Massimo. Por
alguna razón tonta toda su confianza había desaparecido,
Massimo siempre tenía ese efecto en ella y lo odiaba, pero
luego, él mismo se encargaba de hacerla sentir mejor y eso la
asustaba mucho más; que la persona que la situaba en tan
deplorable estado pudiera devolverle su confianza con tanta
facilidad.

—Estás trabajando— murmuró una excusa penosa.

—¿Y? Puedo seguir trabajando contigo acá.

Gina enarcó una ceja.

—Puedo intentarlo— se corrigió —, pero que no te sorprenda si


te acabó follando sobre el escritorio.

Su voz decayó varios tonos, al igual que la mirada que antes


tenía posada sobre sus ojos. Por su mente corrieron un
montón de imágenes lascivas sobre todo lo que quería
hacerle. Ahora que sabía cómo se sentía su cuerpo pegado al
de él, ahora que conocía el tono de sus gemidos cuando
tocaba el punto preciso, cuando golpeaba con la fuerza
perfecta, ahora que había probado su piel salada de
excitación y que sus manos habían recorrido cada milímetro
del cuerpo de su esposa, sentía que necesitaba seguir
investigando, probando nuevas cosas, recreando todos los
sueños que lo habían hecho despertar con la mano envuelva
sobre su miembro pulsante. Y si sus ojos se oscurecieron y su
respiración se aceleró, fue porque con Gina no era capaz de
ocultar sus verdaderos sentimientos, como si de una criatura
mágica se tratara, Gina tenía poderes mágicos sobre
Massimo, tal vez le había realizado un encantamiento sin que
lo notara, porque no a ella no podía mentirle, incluso si jamás
había sido muy devoto a decir la verdad, a Gina no podía
mirarla a los ojos y esconderle lo que crecía en su interior. Era
su esposa, la mujer que, si tenía suficiente suerte, lo
acompañaría el resto de su vida, tenía sentido que con ella no
pudiera hacer lo que con el resto sí.

—Veo que tu intento no llegó muy lejos— inclinó la cabeza


hacía un lado con una sonrisa burlesca en sus labios.

—¿Quién dice eso?

Se obligó a volver la mirada hacía los papeles esparcidos


sobre el inmueble, tomó uno al azar e intentó leerlo, pero con
Gina sentada sobre su regazo y su perfume colándosele por
las fosas nasales con cada inhalación no pudo ni leer la
primera oración antes de mandarlo todo a la mierda; no iba a
sufrir intentando concentrarse cuando podía saciar la
necesidad de tenerla primero y luego volver al trabajo, era una
cuestión de lógica.

Unió sus bocas en un beso repentino que hizo reír a Gina por
un par de segundos, hasta que Massimo profundizó el beso,
volviéndolo mucho más necesitado. Estaba hambriento por
ella, así que no tardo en cumplir su promesa, vaciando el
escritor con el antebrazo para poder depositarla a ella sobre la
madera fría que, en contraste con su piel, la hizo
estremecerse.

Massimo le quitó las calzas y se metió entre sus piernas,


después se inclinó sobre ella para privarla del aire con besos
húmedos y ansiosos. El peso de su cuerpo, la cosa más
dañina y deliciosa que alguna vez había sentido sobre ella. La
rudeza de sus manos, magreando cada curva blanda, la
brusquedad con que entro en ella, sin pedir permiso, tan solo
deslizándose en su interior por sus paredes resbaladizas. De
ser posible habría acabado tan solo con esa sensación, no
solo por el placer, sino por el poder que su marido proyectaba.
Se echó una frutilla a la boca bajo la mirada atenta de su
amiga. Enarcó una ceja esperando a que le digiera lo que
fuera que estaba pasando por su cabeza en ese momento,
pero Fran continúo mirándola fijamente a medida que iba
acabando la fruta en su plato, sin decir nada que pudiera
aclararle el motivo de esas ojeadas silenciosas y
significativas que no dejaba de darle.

—¿Cuál es tu problema?

—¿Yo? — se hizo la tonta agitando su cabello con la mano


exageradamente —Eres tú la que tiene algo raro— La observo
seriamente una vez más. Gina arqueó una ceja y Fran le
devolvió el gesto con una mueca divertida —¿Así qué? — se
metió una galleta en la boca sin saber que decir.

Tomó la última frutilla que le quedaba, demorándose más de


lo necesario en comerla y evitando mirar a Fran porque
comenzaba a sospechar sobre lo que quería hablar. La verdad
es que ella no estaba preparada para el tópico todavía,
necesitaba de un par de días más antes de verbalizar todo lo
pasaba por su mente. Para su suerte, fueron interrumpidas
por alguien más.

Massimo salió de la casa por el ventanal, como la mayoría allí


lo hacía y se detuvo al reconocer la figura de su mujer sentada
en la terraza.

Ella también lo notó, pero prefirió ignorarlo revisando el


monitor del bebé, asegurándose de que estuviera encendido;
pasando el dedo por el plato lleno de jugo de frutilla,
admirando el paisaje por un segundo, cualquier cosa que le
evitara mirar a cualquiera de las dos personas en el lugar.

—Hey, tengo que salir, pero volveré para la cena— habló él. Las
palabras saliendo una tras otras de su boca.
Le tomó menos tiempo hablar que a ella levantar la cabeza,
atraída por el ruido, y mirarlo. Pestañeo al verlo tan cerca, pero
quedo mucho más confundida cuando recibió un beso de su
parte.

—Nos vemos— murmuró contra su boca, aprovechando su


estado de asombro para morderle el labio inferior y escaparse
antes de que pudiera decir algo.

—Oh, ya lo entiendo— escuchó a Frances decir.

Que por favor le explicara entonces, porque ella no entendía


nada de lo que acaba de suceder.

Se llevó los dedos al labio que Massimo había tenido entre


sus dientes. Lo palpó mirando a un punto cualquiera de la
mesa, su mente todavía un revoltijo de pensamientos, como
lianas que se van entrecruzando hasta formar un desastre de
nudos que sabía, no iba a ser capaz de resolver.

Todo lo que había estado haciendo a un lado desde hace un


par de días se derramo sobre ella cual balde de agua fría,
sacándola de la burbuja que había estado usando como
protección y depositándola sin cuidado en la realidad.

—Sí que te tiene mal, ¿eh? — la codeó Frances con una sonrisa
de mofa.

—No sé de qué hablas— entorno los ojos, intentando lucir


normal y no abstraída en la sensación de un beso ínfimo.

Su cuerpo no tenía derecho a reaccionar así por una caricia


tan insignificante, tan mundana y doméstica.

Había tantas cosas que no tenían sentido, incongruencias


propias de un sueño; Massimo era dulce y le gustaba estar
tocándola todo el tiempo, lo cual disfrutaba porque le
encantaba la manera en que acariciaba su cabello o como
aparecía de la nada para rodearle la cintura con un brazo y
apegarla a su pecho, después le hacia el pelo a un lado y se
dedicaba a repartir besos por su cuello y mejilla. La manera en
que siempre le pedía que durmiera con él; despertar entre sus
brazos; que se hiciera el cargo de Den durante la noche, eran
cosas que le parecían mentira, un engaño para obtener algo a
cambio, pero no tenía ni idea de que podría conseguir
Massimo con esto, entonces pensaba que ella era la loca con
problemas de confianza, pero luego recordaba la naturaleza
de su marido, como había empezado su odio por él y se
encontraba la razón. En tres días no podía olvidarse de todo
para confiar en el ciegamente, no importaba si era lindo con
ella, si había dejado de hacer esos comentarios machistas
que tanto odiaba, le era imposible cambiar su manera de
pensar en él y aun así seguía metiéndose a su cama cada
noche, le permitía meterse entre sus piernas y volverla loca; lo
peor de todo es que se sentía como lo correcto.

—Te gusta Massimo— dijo Frances balanceando sus cejas.

—No— arrastró la vocal tomando un tono de duda.

—¿Para qué mentir, Gina? Te conozco a la perfección.

Se mordió el interior de la mejilla y se recostó en la silla. El


lado terco de ella le seguía diciendo que no sentía nada por
Massimo, pero ella sabía que no era cierto, jamás hubiera
permitido que nada pasara si no sintiera algo por él.

—Me gusta... un poquito— aclaró de inmediato al ver la


sonrisa que se estaba formando en la cara de su amiga.

—Aja— Fran asintió sin convencimiento —¿Qué tan poquito?

—Lo suficiente para dormir con él— reconoció. Sus ojos se


pasearon por todo el lugar hasta que, reticentes, se posaron
sobre su amiga —Más de una vez— dijo con voz pequeña.
Frances abrió los ojos a más no poder y después relajo el
rostro para soltar una carcajada sincera que no la hizo sentir
mejor. Le dio un golpe en el hombro y la miro con el ceño
fruncido, pero eso solo la hizo reír más fuerte.

—Amiga, estás jodida. Massimo no te gusta un poquito, te


gusta un montón.

—¿Te pegaste en la cabeza? — se acercó para comprobar que


no tuviera ningún chichón o sangre —Tan solo lo encuentro
guapo y sabe moverse bien— balanceo las cejas para hacerle
entender a qué se refería.

La rubia la miró con esa expresión fastidiosa que hacía


cuando estaba esperando que confesara su pecado: labios
torcidos, cejas ligeramente levantadas, ojos astutos.

—Mira, sinceramente no tengo ni idea que veo en él, pero me


gusta— exclamó con exasperación —¿Feliz?

—Sí— dijo con una gran sonrisa.

Recogió las piernas hasta apegarlas a su pecho y recargo la


cabeza sobre sus rodillas, mirando a Frances, esperando que
le dijera algo más.

—¿Y cómo se siente él? — curioseo.

Gina se humedeció los labios, de pronto demasiado secos


para su comodidad. Metió las manos en los bolsillos del
poleron a pesar de que no tenía frío y deseo que en aquella
posición sus dudas se hicieran tan pequeña como ella.

—Massimo, él… Dijo que me ama— dijo con los dientes


apretados, demasiado rápido para que fuera inteligible.

—Amiga, tienes que modular para que te entienda.


Gina gruñó y se cubrió la cara con las manos. Se sentía tonta
diciendo las palabras en voz alta, porque ni siquiera en su
mente tenían sentido. Lo que le había dicho Massimo y lo que
le había escuchado decir, estaban todavía en la lista de “por
comprender”, pero la verdad, dudaba de que en algún
momento saliera de ahí, simplemente no podía entenderlo.

—Dijo que me ama— repitió reticente, más alto para que


pudiera entenderle sin que tuviera que quitarse las manos de
la cara.

El silencio se volvió extenso y contra su voluntad, separó los


dedos para ojear a su amiga que tenía los ojos y labios
abiertos. Su expresión le sirvió para saber que estaba tan
pasmada como ella la primera vez que escucho esas palabras
dejar la boca de Massimo, aún le daba escalofríos pensar en
eso.

—¿Amar?, ¿así como de amar, amar? — inquirió Fran.

—Si conoces otro significado de la palabra por favor dímelo,


porque me estoy volviendo loca.

—Cualquiera— su voz hizo algo increíble; alcanzo un tono


agudo que nunca antes había escuchado —, digo, jamás pensé
que Massimo sería de los que usa la palabra tan a la ligera —
giró la cara hacia ella como la niña del exorcista —. Y tú, ¿qué
le respondiste?

—Nada— respondió con el ceño fruncido.

Sabía que había sido muy mierda de su parte, usualmente


cuando alguien te dice que te amas debes responder igual o al
menos de alguna manera que le haga al otro saber que le
importan sus sentimientos, pero había estado tan
conmocionada que no pudo dar ninguna respuesta válida,
primero porque no le había creído mucho en ese momento,
pero en el transcurso de los días lo había repetido un par de
veces y todas ellas, Gina se había sentido incómoda. No
lograba comprender de donde salía el sentimiento, en que
momento había sucedido, ¿por qué? Esa era la principal duda
que daba vueltas en su cabeza una y otra vez; ¿Por qué
Massimo la amaba? Y, ¿cómo es que él podía aceptar sus
sentimientos con tanta facilidad y ella todavía estaba
intentando reconocer que no lo odiaba?

—¿Cómo que nada?

—Pues— jugueteo con sus dedos, torciendo los labios hacia


un lado —, una vez le dije que se callara.

—¡Gina!

—¿Qué querías que hiciera? No es como si fuera a mentirle,


esto es una cosa reciente y él ya está diciendo que me ama,
¿no te parece mucho?

—Mmmh, no desde que están casado.

—Sabes bien que todos esos meses no cuentan.

—Pero es que sí lo hacen, amiga.

—No.

—Gina, de partida llevaban viviendo juntos por casi un año, lo


que significa que, lo quieran o no, se conoce y les gusta lo que
ven en el otro ¿qué más necesitas para amar a una persona?

—No es tan sencillo.

—Sí lo es, lo que no es fácil es aceptar ese amor o reconocer


cuando es bueno para ti y cuando no. Sé que tu pasado con
Massimo está lejos de ser uno bueno, ustedes tienen mucha
agua bajo el puente, pero también sé que hombres como él no
se toman la tarea de amar a la ligera.
—¿Y qué quieres que haga con todas las peleas que tuvimos?
¿Todas las veces que me insulto y me trato de puta? ¿Las
olvido porque resulta que de pronto mi corazón lo quiere?

No le respondió de inmediato, Gina formo una sonrisa


arrogante y enarcó una ceja, contenta de que su amiga
hubiera dejado de rebatirle por un momento, su cerebro
estaba recibiendo demasiada información que no tenía ni idea
de cómo procesar. Las mismas preguntas que le había hecho
a Frances, llevaba haciéndoselas a sí misma por un largo
tiempo.

—¿Lo hace ahora? — Gina enarcó una ceja sin comprender —


Qué si sigue tratándote mal.

—¿No? — respondió, sin saber a dónde iba con eso.

—Entonces olvídalo. Mira, no estoy diciendo que apoye su


comportamiento, sabes que desprecio a los machistas tanto
como tú, pero a lo mejor Massimo cambio, la gente machista
lo es por educación y si tú puedes mostrarle otra forma de ver
el mundo, de verte a ti, entonces yo creo que deberías
permitirte tener algo con él, porque amiga, ese hombre
apareció y tu rostro se prendió como árbol de navidad, te
pusiste rojita y te salían chispas por los ojos— dijo con burla,
codeándola mientras subía y baja las cejas.

—No es para tanto— le devolvió el golpe y metió las manos en


sus bolsillos como una niña a punto de hacer un berrinche.

Frances entornó los ojos, decidiendo que no iba a pelear con


ella, porque la conocía y Gina nunca paraba hasta que tenía la
razón. En cambio, prefirió ir por un tema que le interesaba
más.

—Así que, ¿ya tuvieron sexo?


La pregunto lanzó su mente por un camino que había sido
capaz de dejar completamente, y es que era difícil hacer a un
lado todos los recuerdos de sus noches anteriores, lo bien que
se sentía y lo mucho que disfrutaba pasar el tiempo entre las
sabanas con Massimo. Tenía un historial inmenso de
amantes, pero reconocía que su esposo estaba dentro del top
tres. Ay, señor, de solo pensarlo se acaloraba.

—Aja— respondió con voz afectada.

—Dame detalles— exigió Fran tomándola del brazo —. ¿O eres


de esas que una vez que están en pareja quieren mantenerlo
todo entre ellos dos nomas?

—¿A ti desde cuando te importa mi vida sexual?

—¿Te soy sincera? Siento más curiosidad por Massimo, es


que es más o menos bajo, pero tiene cuerpo de rugbista, así
que tengo mis dudas sobre cómo podría ir todo allí abajo—
balanceo las cejas.

—Y la gente te ve como una santa— bufo Gina con falsa


irritación.

Frances se encogió de hombros, demostrando ese lado


descarado que de vez en cuando salía a la luz y Gina no pudo
evitar carcajearse.

—Está bien, largo normal, buen ancho y se mueve de una


manera que mmh; es para morirse— gimió internamente.

Esperaba que Massimo volviera luego para poder refrescar los


recuerdos de todo lo que le había hecho la noche anterior.
Tenía nuevas marcas en sus hombros y abdomen, además de
las que le habían quedado en la espalda baja luego de que la
hubiera empujado contra la pared, su pecho desnudo
sufriendo por el frío del muro, y se hubiera dedicado a hacerla
gritar de placer.
—¿Y Santino? — curioseo, dándose cuenta de lo mala amiga
que había sido en estos últimos meses.

Fran se encogió de hombros y comenzó a tirar de un hilo que


estaba suelto en su camiseta.

—Está en la media tirando para abajo. Pero ya no nos vemos


muchos, así que supongo que tendré que aprovechar antes de
que todo se acabe.

—¿Por qué dices eso? — se acercó a ella para pasarle un brazo


por los hombros.

Ella suspiró y se dejó abrazar, recostando la cabeza sobre su


hombro, se tomó su tiempo antes de hablar.

—No lo sé, hay como algo que no encaja y sabes que odio
forzar las relaciones, así que prefiero que terminemos antes
de que nos comencemos a odiar. Santi es un amor de persona
— se quedó en silencio y Gina creyó que ya no iba a decir más
—. No entiendo porque no funciona, íbamos tan bien y de
pronto todo se fue desmoronando.

Le froto la espalda y la abrazó un poco más fuerte, intentando


recompensar su falta de palabra.

—Tal vez si lo conversan pueden solucionarlo— propuso


insegura.

Dar consejos amorosos nunca había sido mucho lo suyo,


carecía de tacto y de experiencia en relaciones, así que no
estaba ni un poco capacitada para realizar tal cosa, pero por
Fran siempre podía esforzarse un poco.

—¿Y qué le diría?


—No lo sé— su voz se alzó un poco, peor se obligó a mantener
la calma —, ¿preguntarle si él se siente igual? ¿Decirle como tú
te sientes? — cada palabra salía con más duda que la anterior.

—Eres pésima en esto— rio suavemente su amiga.

Gina la vio pasarse las manos por debajo de los parpados


disimuladamente, pero se hizo la loca, concentrándose en la
sombra que capto de reojo. Al girar la cabeza su primer
instinto fue ponerse de pie e ir a agarrarla de las mechas
teñidas para sacarla de su propiedad, pero mantuvo la
compostura, cruzando las piernas y esperando a que ella se
acerca un poco más para que no tuviera que alzar la voz al
momento de hablarle.

—Nicolette, ¿qué haces aquí? — las palabras le salieron con un


tono mucho más afable del que tenía planeado.

—Busco a Massimo— respondió con el mentón bien en alto y


una sonrisa que le hizo rondar los ojos.

No tenía nada en contra de las mujeres que tenían sexo por


diversión o que estaban con hombres solo por eso, pero le
parecían patéticas aquellas que usaban el sexo para llegar a
un hombre.

Poco sabía de Nicolette y de sus intenciones, pero estaba


segurísima de que ella se encontraba en el grupo de las que
daban pena. Frances tenía razón, Massimo no era de los que
amaba a la ligera y lo más probable es que no quisiera a nadie
más que Ace, Den y ella, así que Nicolette apareciéndose ahí
como si fuera superior que ella porque se había acostado con
su esposo, como si eso significara que Massimo la prefería
por sobre ella, era algo para lo que reírse a carcajadas.

—No está— cuando la vio con la intención de seguir


avanzando, se puso de pie. Esa mujer no iba a acercarse ni un
poco más a su casa —. Deberías irte, no creo que necesite
más de tus servicios— la miró de arriba abajo con desprecio y
después hizo una mueca mucho más desdeñosa.

—Creo que lo voy a esperar— cuadro los hombros e hizo una


mueca graciosa con sus labios.

—Si te gusta ser avergonzada en frente otras personas,


adelante. Por mientras iré a hacer palomitas para disfrutar de
toda la experiencia cuando Massimo te diga lo mismo que yo
de una forma menos agradable— dijo con una sonrisa falsa
mientras avanzaba hacia ella.

Fue a palmearle el hombro con pena, tan solo porque le


encantaba hacer enojar a la gente, pero Nicolette la evitó con
un movimiento brusco y una mirada de loca que la hizo
sonreír.

—Ya vas a ver como no puede resistirse a mis encantos—


habló entre dientes.

—Aja, lo que tú digas— Gina hizo un ademán con la mano,


restándole importancia a sus palabras.

Paso por su lado mirándola sobre el hombro y haciéndole una


mueca cuando Nicolette la observo con expresión rabiosa. A
pesar de que se moría de ganas de pelear con ella y discutirle
hasta que se largara de ahí con lágrimas en los ojos o un
moretón en sus mejillas hundidas, algo que le recordara que
efectivamente no tenía oportunidad contra ella, pero le iba a
dejar ese trabajo a Massimo, porque sabía que si las palabras
venían de él iba a ser un golpe mucho más duro para su
orgullo, y aquí, más que sentirse superior, lo importante era
que a Nicolette le quedara claro que no había más espacio
para ella en esta familia.

Se detuvo para mirar atrás cuando escuchó el ventanal


cerrándose. Sonrió de oreja a oreja al ver a Frances cerrarle el
ventanal en la cara, dejando a Nicolette fuera de la casa con
una expresión, que suponía era furia máxima; los labios
separados formando una “o” y los brazos tensos a los
costados de su cuerpo esquelético.

Acercó a su mejor amiga y le paso un brazo por los hombros,


después la acercó hacia ella. Ambas caminaron juntas hacia
la cocina, riéndose a carcajadas de Nicolette, quien no se
había atrevido a entrar a la casa.
CUARENTA Y CINCO-El corazón del
diablo- Dreame

—¿Sigue ahí? — le preguntó a Fran quien estaba


continuamente mirando hacia el patio.

—Sí— gruño y se alejó de la ventana moviéndose hasta su


lado.

Ambas se miraron por un par de segundo, después Gina


rompió el contacto visual y se puso de pie.             Frances se
apresuró a interponerse en su camino, apoyo las manos sobre
sus hombros y detuvo su andar o lo intento, pero la verdad es
que Gina era mucho más fuerte que su amiga y cualquier
mujer promedio, así que continuó avanzando sin problema.

—Solo lo voy a tener una charla con ella— dijo Gina de una
manera que no tranquilizo mucho a su amiga —No voy a
matarla ni nada así— puf como si fuera desgastar su tiempo
en eso. Tan solo quería que se fuera.

—Tu cara me dice lo contrario— respondió Frances, todavía


frente a ella.

—Como si yo fuera capaz de hacer algo así— entornó los ojos,


fingiendo locura.

—Mmmh, no estoy segura de sí debería responder a eso no.

—No era una pregunta, Fran— apoyó las manos sobre los
hombros de su amiga y la hizo a un lado —. No hay nada de
qué preocuparse.

Continuando con su camino, salió de la cocina y dobló hacia


la derecha, al principio no pudo ver a la intrusa, pero cuando
abrió el ventanal y giró el cuello a la izquierda, vio que estaba
sentada con los pies sobre la mesa. No le hubiera molestado
tanto si no hubiera sido porque sus pies de empanada
estaban guardados tras un par de tacones de imitación, nada
digno de descansar sobre aquella hermosa mesa de vidrio.

Se acercó a ella con sus zapatillas deslizándose


silenciosamente sobre el piso. En el segundo que le tomó
llegar hasta ella ya había decidido poner definitivamente a
Nicolette en la categoría de patética. No solo estaba
desesperada porque Massimo dejara de verla como alguien
con quien quitarse la calentura y que la hiciera, ¿qué? ¿Su
esposa? Sino que además Nicolette estaba desesperada
porque alguien la viera, notaba unas fuertes vibras de
abandono infantil aquí; la rebeldía de subir los pies a la mesa,
la ropa extremadamente ajustada y reveladora, sí, cada uno se
vestía como le daba la gana, pero para alguien con una
posición como la suya, sus gustos dejaban bastante que
desear.

—No sabía que ser patética fuera la nueva moda— Gina la


sorprendió con su voz, ocasionando que Nicolette bajara los
pies de inmediato.

Al darse cuenta de su error, volvió a subirlos, pero no ayudó a


su causa. Desde su posición nada relajada le dio una mirada
de arriba abajo.

—No creo que tu sepas mucho de moda.

En sus pantalones de gimnasia y un poleron que le había


robado a Massimo, porque por alguna razón su ropa era
mucho más abrigada, cómoda y olía mejor; Gina debería
haberse sentido intimidada por la imagen de la otra mujer,
pero la dueña de casa sabía que su belleza residía más en su
cuerpo y rostro que en la forma en que se vestía. Claro que
con prendas más glamurosas se veía asombrosa, pero con
ropa de casa seguía siendo un diez.
—No se necesita de mucho conocimiento para saber que eres
patética.

Gina enarcó una ceja, esperando que le respondiera,


impaciente por comenzar una pelea verbal, que obviamente la
dejaría como ganadora a ella.

—¿Es que de pronto te sientes amenazada por mí, Gini? Sabes


que soy mucho mejor que tú, Massimo nunca debería haberse
casado con una escoria como tú.

Gina le dio una sonrisa gélida, antes de botar sus pies al piso
con una mano y ocupar el lugar libre en la mesa con su
trasero.

—Hace falta una para reconocer a otra— respondió en un tono


peligrosamente calmado.

—Te crees mucha cosa, pero todos sabemos que Massimo


solo te usa para cogerte y ya, y bien mala debes ser en eso si
debe recurrir a otras mujeres.

—Tú tampoco debes mantenerlo muy contento, entonces—


dijo con las cejas enarcada, sus labios torciéndose en una
mueca sardónica.

—Al menos yo sería una esposa apropiada para el Capo, una


reina digna para su imperio.

Gina rodó los ojos, tan fuerte que creyó se caerían de sus
cuencas. Ay, señor, esta mujer estaba loquísima y todo porque
quería estar en una posición de poder, ser la reina de Vegas.
¡Ja! No era más que un peón en todo este juego.

—¿Las ansias de poder superar la dignidad? Mmh, supongo


entonces que debes estar bien desesperada, porque acostarte
con el hombre que mató a tu padre— hizo una mueca —, eso
es retorcido.
Nicolette se quedó en blanco por un segundo, bajó la mirada a
sus manos, que se entrelazaron y tensaron. Cundo Gina
inclinó la cabeza hacia un lado pudo ver que se estaba
mordiendo el labio, pero no para controlar su llanto, como
esperaba, sino de una manera nerviosa que hizo saltar todas
sus alertas.

—A veces uno debe dejar ciertas cosas en el pasado, para


concentrarse en el futuro— se levantó de la silla —. No estás
hecha para este mundo, Gina, no eres más que una hija de un
soldado que tuvo suerte, pero Massimo se dará cuenta de que
no eres lo que necesita…

—¿Y qué? ¿Ira a ti? Eres demasiado ingenua, si crees que eso
sucederá — dio un paso al frente, quedando a centímetros de
ella, tuvo que levantar ligeramente el mentón para mirar a
Nicolette a los ojos, pero de ninguna manera la diferencia de
altura la iba a situarla en desventaja —. ¿Quieres ser la reina
de este lugar? — su tono dejo claro que esa era una idea
ridícula — Empieza a usar la cabeza o te la arrancaré igual que
como lo hicieron con tu padre.

De nuevo esa mirada que Gina no pudo entender del todo, era
como si Nicolette se estuviera conteniendo de decir algo, de
revelar algo que no debía. La provocó dándole la espalda,
agitando su cabello para que le golpeara la cara, sabía que
con eso la ofendería lo suficiente como para querer utilizar
cualquier arma a su favor para atacarla.

—Vas a desear nunca haberte casado con el hombre que me


correspondía.

Gina se dio media vuelta para informarle que estaba loca y


que Massimo nunca había sido suyo, pero se ahorró la saliva.

—Uh, hasta donde yo sé jamás estuve comprometido contigo.


Reconociendo su voz, se giró hacia el con una sonrisa ya
plantada en sus labios. Dios, que patética era, que boba la
estaban volviendo sus sentimientos hacia aquel hombre.

Massimo dio un paso hacia ella y envolvió su cintura con un


brazo musculoso. Gina devolvió la mirada hacia Nicolette y le
dio una sonrisa arrogante. Toma esa, Nicolette, jamás podrás
remplazarme, pensó.

—Massimo, hola— se acercó a darle un beso en la comisura


del labio, muy descarado de su parte considerando que Gina
estaba a centímetros de ella —, venía a ver si tenías un tiempo
para hablar— batió sus pestañas coquetamente.

Gina fingió tener una arcada, ganándose una mirada odiosa


de parte de la otra mujer y un palmazo en el trasero que la
hizo saltar en su lugar, eso venía de parte de su esposo, por
supuesto. Gina se mordió el labio inferior y le dio una mirada
de reojo que pretendía ser una advertencia para que se
comportara, pero acabó siendo una de adoración que además
acompaño con un sonrojo ridículo.

—Estoy ocupado— le respondió él unos segundos más tarde.

—Pero…

—Comprenderás que el tiempo de un Capo es muy importante


— esperó a que Nicolette asintiera, para continuar hablando —,
sabrás entonces que no me gustaría desperdiciarlo contigo.

La indeseada visita alternó la mirada entre esposo y esposa,


boqueo varias veces, dejando clara su sorpresa y después
cerró la boca decididamente, torciendo los labios en una línea
fina que delataba lo cerca que estaba de hacer un berrinche.

—Adiós, Nicolette— Gina dejo salir su nombre con mofa al


tiempo que levantaba la mano y la agitaba lentamente.
Ella les dio una mirada de odio profundo, bastante chistosa
para Gina, quien conocía expresiones peores y era capaz de
poner una cara mucho más amenazadora.

—Déjame decirte que nunca serás más que su puta—


mascullo cerca de Gina.

¡Ugh! ¿Por qué? ¿Cuál es el afán de las personas con esa


palabra?

Perdiendo su paciencia, Gina agarra un puñado de su cabello y


lo tira con fuerza, evitando que Nicolette siguiera con su
camino. La acercó a su rostro, para verla con los ojos
entrecerrados, húmedos por el dolor del tirón, sus labios
torcidos también se deben al dolor que está sintiendo.

—¡Suéltame! — chilla, sus ojos se alternan entre la pareja,


recayendo más tiempo sobre Massimo, esperando que él
pueda ayudarla.

—No me mires a mí, deberías saber ya que con mi esposa no


se juega.

Un orgullo que no entendía muy bien de dónde provenía la


hizo sonreír, estirando sus labios más de lo que lo había
hecho en el último tiempo.

Enterró la mano, un poco más profundo en cabello,


manejando su cabeza para tenerla frente a ella, a penas
centímetros entre sus narices. Se notaba que Nicolette jamás
había estado en una situación así antes; nadie jamás la había
amenazado o maltratado, dudaba que alguna vez alguien la
hubiera mirado de la manera incorrecta, así que Gina no tuvo
que esforzarse para hacerla temblar de pies a cabeza; tan
solo fue necesaria una de sus miradas de ojos achinados e
iris fervientes para que su pobre víctima entendiera que, en
efecto, con ella no se jugaba, ni menos se le llamaba “puta”.
—¿Entendido? — asintió cortamente, con las cejas alzadas.

Nicolette movió la cabeza de arriba abajo frenéticamente.

Cuando Gina la soltó, ella se tambaleo hacia atrás, se frotó la


nuca, donde la habían tenido agarrada del pelo.

—Ahora, ándate.

Nicolette caminó como un cervatillo recién nacido, piernas


temblorosas, ojos asustados, la pobre podría haberse muerto
ahí mismo, pero logró subirse a su auto sin derrumbarse.

A penas Massimo la vio cerrar la puerta, se olvidó de ella y se


giró hacia su esposa. Envolvió los brazos alrededor de su
cintura estrecha y la levantó del suelo, plantando sus labios
sobre los de ella, robándole un beso febril que la aturdió. Su
mundo se vio sacudido, no solo porque Massimo la movió a
antojo propio, subiéndola a la mesa, sino por la manera en que
metió la lengua en su boca, en cómo se adueñó de cada
espacio disponible e hizo con ella lo que quería.

Tuvo que apoyar las manos detrás de ella, porque Massimo


seguía acercándose cada vez más a su cuerpo, cerniéndose
sobre él, siguiéndola cada vez que ella intentaba alejarse un
poco para tener más espacio y comodidad para así explorar
su cuerpo con manos ansiosas. Pero Massimo no se lo
estaba permitiendo, él seguía aplastándole, sus pechos
presionados contra el torso musculoso de él, sus labios
cubriéndole los propios, sin dejarle más opción que seguir
cada uno de sus movimientos deliciosamente demandantes.

Massimo le pidió permiso para entrar a su boca de nuevo y


ella se lo otorgó sin dudar, Massimo tomó uno de sus muslos
con la mano y ella separó un poco más las piernas,
permitiéndole acomodarse mejor entre ellas, ocasionando el
rose de su sexo palpitante con el de su esposo, que ya estaba
duro.
Gimió contra sus labios cuando él empujó las caderas hacia
delante, golpeando con insuficiente fuerza su entrepierna.
Necesitaba quitarse la ropa para poder sentirlo piel con piel,
pero a su vez no quería perder ningún segundo intentando
desvestirse, lo quería ahora, sobre la mesa de vidrio y no le
importaba nada más. Así que envolvió una pierna alrededor de
su cadera estrecha y lo empujó contra ella, dejando que se
tragara otro de sus gemidos desinhibidos. Massimo
profundizo el beso, metiendo una mano en su cabello para
llevar su cabeza a el ángulo que quería; sus lenguas se
encontraron y juguetearon seductoramente mientras sus
caderas seguían moviéndose. Massimo gruño contra sus
labios hinchados cuando ella le clavó el talón en el glúteo para
enterrarlo un poco más entre sus piernas; le hizo el pelo a un
lado, abandonando sus labios para ir a por la piel de su
hombro, mordió ahí con la fuerza suficiente como para marcar
sus dientes y Gina no pudo hacer más que gemir y estirar el
cuello, permitiéndole un mejor acceso, sí le devolvió el daño
metiendo las manos por el cuello de la polera para alcanzar
sus omoplatos y clavar ahí las uñas. La mano que tenía libre
seguía cargando con su peso. Massimo empujó sus caderas
hacia delante nuevamente y esta vez decidió quedarse
enterrado ahí y rotar la pelvis, creando un roce delicioso con
su erección y la hebilla del jeans. Su cuerpo se estremeció
violentamente, un gritito ahogado escapo de sus labios y el
apoyo que tenía cedió, dejándola caer duramente sobre la
mesa de vidrio, llevándose consigo a Massimo.

Tan ensimismados estaban en su intensa sesión de besuqueo


que por un par de segundos ninguno registró el ruido del
material estallando bajo sus cuerpos, pero cuando Massimo
se percató de que estaban moviendo, cayendo para ser
exactos, no dudo en reaccionar, girando sus cuerpos para que
él aterrizara sobre la cama de vidrios que se había creado,
Gina tan solo cayó sobre él, golpeándose la cabeza con su
mentón. El dolor de los cristales clavándose en su espalda
con el golpe de que le dio su esposa fueron suficientes para
sacarle un quejido que sonó adolorido.

Gina se levantó de inmediato, tomando consciencia de lo que


había sucedido, fue a reprocharle a Massimo por su calentura,
pero al verlo todavía tumbado en el suelo, la preocupación
hizo a un lado cualquier otro pensamiento.

—¿Estás bien? — estiró la mano en su dirección, él la tomó


para ayudarse a levantarse.

—¿Has notado que siempre que estamos juntos algo


desastroso pasa? — preguntó mientras se sacudía las
pequeñas astillas trasparentes.

Hizo varias muecas, pero Gina sabía que no tenía nada grave,
hasta que examinó con una mirada sus brazos y se dio
cuentas del vidrio clavado en el bíceps, eso sí se veía como
una herida importante.

—Mmmh, ¿Massimo? — llamó su atención y cuando él la miró


ella le señalo la herida.

—Mierda— murmuró con irritación, lo que le causo una risa, tal


vez nerviosa —, definitivamente somos un desastre.

—Tú eres el desastre, yo estoy no hice nada y salí ilesa— dijo


levantando los brazos y girando sobre sí misma.

Massimo soltó una carcajada que le supo a la frutilla más


sabrosa, equilibrada con la cantidad perfecta de azúcar y
frescura. El sonido llegó a ella como una brisa fría en medio
de un calor de verano insoportable; refrescante, deseable; un
paraíso.
A pesar de su estado algo lastimado, Massimo estiró un brazo
para alcanzarla, lo engancho en su cintura y tiró de ella hacia
su pecho quitándole la respiración por un segundo.

Gina levantó la cabeza y esperó paciente a que hiciera con ella


lo que quisiera, pensando que le daría un beso, pero en vez de
eso sintió como hundía la mano en su cabello y se lo sacudía
con fuerza, desarmando sus rulos en el proceso, después
como si eso no hubiera sido suficiente para probar su punto,
le manchó la cara con sangre, dejando sus huellas dactilares
rojas por todas sus mejillas y nariz.

—Ahora los dos somos un desastre— le respondió con una


sonrisa de lado a lado que le pareció de lo más encantadora.

Se estiró para alcanzar sus labios, una sonrisa también


cruzando en rostro, pero jamás llegó a besarlo.

—Son tal para cual, pero me encantaría que en el proceso de


su relación no se mataran— los interrumpió Ace.

A Gina le dio la sensación de que estaba molesto, pero eso


sería imposible porque él jamás mostraba sus emociones.

Volvió a apoyarse en la planta de sus pies y se giró sobre sus


talones hacia Ace, ofreciéndole una sonrisa completamente
diferente a la que le había dado a Massimo, él pelinegro lo
notó y eso no ayudo a mantener sus emociones bajo control.
La situación alcanzo un nuevo nivel de tensión cuando el
esposo de Gina dio un paso al frente, posicionándose tras su
espalda con una energía posesiva que Ace sintió y
comprendió, él tampoco se confiaba cuando estaba alrededor
de la mujer.

—Ya sabes que me encanta el caos— dijo ella, su mano


ubicándose por sobre la de Massimo, que le había rodeado la
cintura con un agarre firme.
—Eso explica porque amas a Massimo— respondió él con los
dientes apretados, su tono amargo lo enojo aún más, porque
no debería haber sonado de esa manera, no debería ser tan
fácil mostrar sus sentimientos cuando se trataba de ella.

—Exacto— intervino el esposo, Gina se giró ligeramente para


darle una mirada que le indicaba que se detuviera, pero él la
ignoró —, es a mí, a su esposo quien quiere, no… ¡auch! ¿Qué
mierda? ¡Gina! — Gruñó después de que ella le presionara una
herida, ya más molesto que adolorido.

—Ay disculpa— batió sus pestañas lentamente, adquiriendo


esa imagen de niña malcriada que sabe va a salirse con la
suya —. Deberías limpiar esa herida— le recordó antes de que
pudiera seguir su plática con Ace.

Massimo no tenía intenciones de moverse, no cuando su


amigo seguía ahí mirando fijamente a Gina como si estuviera
pensando en qué hacer con ella. Ya no confiaba en él, al
menos no con su mujer, pero estaba bien, uno no debía
confiar en las personas, no era seguro porque él ser humano
es impredecible y Massimo ya tiene suficiente con el mismo y
con Gina, que nunca deja de sorprenderlo.

Ella lo agarró de la mano, ¡Gina le está dando la mano!, y se


sintió como volver a descubrir que el pene no servía solo para
orinar o como la primera vez que sus manos se mancharon de
sangre. Es como haber tenido una inyección de adrenalina
directa a la vena que bien podría matarlo, porque las cosas
con Gina siempre incluían un poco de riesgo mortal y estaba
bien, le encantaba, era un adicto a esa sensación subiendo
por su estómago esparciéndose por todo su cuerpo y
haciéndolo sentir vivo. Ella lo hacía sentir vivo e invencible, y a
la vez como un niño, pequeño e insignificante en los azares
del destino. 
CUARENTA Y SEIS-El corazón del
diablo- Dreame

Las caricias repetitivas sobre su brazo comenzaron a


adormecerla. Cerró los ojos y no luchó por volver a abrirlos,
pues ya era tarde y necesitaba la mayor cantidad de horas
posibles en su cuerpo para la mañana siguiente. Al menos
Golden estaba entrando a esa nueva etapa donde ya no se
despertaba después de la última leche a las diez, lo que le
daba a ella un total de ocho horas seguidas para descansar,
claro que estas se habían reducido drásticamente ahora que
compartía cama con Massimo y su miembro insaciable.

Como si Massimo hubiera escuchado sus pensamientos


comenzó a bajar la mano con que había estado propiciando
caricias suaves, deteniéndose cortamente sobre la
profundidad de su cintura antes de moverse hacia su trasero.

—Mmh, no— balbuceo dándole la espalda.

Por su puesto que su esposo no se detuvo ahí e intento


convencerla repartiendo besos por sobre sus hombros,
trasladándose seductoramente hacia el lóbulo de su oreja
para atacarlo con sus dientes.

» Massimo, mañana me tengo que levantar temprano.

—Yo también— respondió más concentrado en seducirla con


su lengua.

Gina lo empujó, quitándoselo de encima y girándose hacía él


para darle esa expresión sería que tanto conocía.

—Ya, pero tú no tienes que hacerte cargo de un bebé


veinticuatro siete.
Él le apartó algunos mechos de la cara como si no la hubiera
escuchado, le dio un besito en la punta de la nariz y luego le
levantó el mentó para murmurar contra sus labios:

—No lo digas como si yo no ayudara.

El comentario le hizo entornar los ojos, porque sí, obviamente


que Massimo ayudaba, como debía, pero aun así nunca se iba
a equiparar con su trabajo. Era Gina quien estaba la mayoría
del día haciéndose cargo de él, y por supuesto que era
agotador y necesita dormir para funcionar al día siguiente.
Además, no pudo evitar sentir el comentario de Massimo un
poco como si lo que hiciera no fuera la gran cosa.

—No es lo mismo ayudar que encargarse realmente del asunto


— respondió entre dientes, el sueño se había disipado y la
rabia estaba comenzando a ocupar su lugar.

—¿Qué quieres decir? — cuestionó con el ceño fruncido.

Gina suspiró entre irritada y agotada. Entornó los ojos


mientras se daba media vuelta, acomodándose en el que se
había vuelto su lado de la cama, bueno, aún no estaba seguro
si era su lado, pues apenas llevaban una semana en este
nuevo estado de relación donde se toleraban, se abrazan y a
veces eran cariñosos con el otro, y para su sorpresa todo iba
bastante bien hasta ahora, pero debía ser precavida, no sabía
si en algún momento Massimo se aburriría de este juego de la
familia feliz y volvería a acostarse con otras, a olvidarse que
tenía una esposa, tampoco sabía por cuanto le gustaría todo
este tema de tener una pareja, jamás lo había hecho y no tenía
muy claro cómo debían funcionar las cosas; al menos dentro
de la cama no tenían ningún problema.

—Nada, ya duérmete— le ordenó con ese tono que no daba


espacio a replicas, como si fuera un niño pequeño.
Massimo exhalo pesadamente, se volteó hacia su lado del
colchón, alejándose de ella. Bien, era lo que necesitaba, su
cuerpo irradiaba demasiado calor y no le gustaba dormir a
una temperatura tan alta. O de eso estaba intentando
convencerse cuando se dio cuenta de que, luego de una
semana durmiéndose en los brazos de Massimo, se sentía
extraño tenerlo tan lejos.

No le gustaba esta normalidad en la que se estaba situando;


¿depender de su esposo para dormirse? ¿Extrañar sus brazos?
Ugh, ¿en qué clase de comedia romántica de segunda se
había metido? Ella no era así y no podía creer que se había
dejado cambiar por un hombre como Massimo que… que…
Maldición ni siquiera podía recordar porque lo odiaba tanto,
¿significaba eso que sus motivos habían sido superfluos?
¿Irrelevantes? ¿Tontos? ¿Significaba que esto que era una
hipócrita?, una de las peores, definitivamente, porque ni
siquiera consigo podía ser sincera. Y mucho peor que eso,
había creído que se conocía a la perfección, incluso después
de que con Den su vida había dado un giro drástico, pero
ahora se daba cuenta de que había sido ingenua, y odiaba la
sensación en su interior, revolviéndole el estómago y
estremeciéndola, se sentía un poco como la vergüenza de
haber fallado, de haberse traicionado a sí misma.

Se quitó el edredón de encima al tiempo que el brazo de su


esposo caía sobre su cintura.

—No te vayas— pidió.

Él, el hombre que alguna vez había amenazado con matarla,


que se había olvidado de su existencia, el hombre que tan
solo se casó con ella porque era la más guapa entre las
candidatas, le rogo que se quedara. Massimo que lo más
amable que podía ser era cuando le besaba la punta de la
nariz y le decía buenos días, Massimo que mataba hombres
con sus propias manos y los doblegaba con una sola mirada,
le pidió a ella, no exigió, sino pidió, que se quedara con él. Y
como si esa no fuera suficiente sorpresa agregó:

» Quédate conmigo, por favor. Me gusta despertar a tu lado.

“Por favor”, las palabras le dieron vueltas en la cabeza una y


otra vez. Era la primera vez que lo escuchaba pedirle algo por
favor y su estúpido corazón dio un vuelvo y se adueñó de
todas sus otras funciones, empujándola de vuelta a la cama,
dejando que él la abrazar. Porque si un hombre como
Massimo era capaz de pedir algo por favor, entonces tal vez
era cierto que a veces las personas podías cambiar
drásticamente.

—Es que me he acostumbrado al sexo mañanero contigo,


odiaría tener que volver a usar mi mano.

O tal vez no, pero a quien engañaba, le gustaba Massimo tal y


como era.

Massimo abrió la puerta de su oficina para tomarse con una


escena que no ayudó para nada a su mal humor.

Su primer instinto fue ponerse a gritar y tal vez golpear un par


de cosas por haberlos encontrado tan de amigos conversando
en su oficina, al menos esta vez no habían estado a punto de
besarse. El recordatorio de la naturaleza de la relación entre
ellos dos tampoco lo hizo sentir mejor, sobre todo cuando
Gina murmuro algo entre dientes que hizo a su amigo o
examigo sonreír, ¡a Ace, por Dios!

Se comió el espacio entre él y su esposa en un suspiro, de la


misma manera en que devoró su boca. La tomó de las mejillas
para obligarla a centrar toda su atención en él, deslizando una
mano a su nuca posicionándola en uno de sus lugares
favoritos ahora, siempre le daba un agarre tan firme de ella y
aún mejor, le permitía sentir como cedía a su posesividad.
Separó sus labios violentamente, volviendo el beso aún más
demandante si es que eso era posible, pero no llegó muy lejos,
porque Gina apoyó las manos sobre sus hombros y lo empujó
ligeramente hacía atrás, intentando apartarse de él, pero no se
lo permitió porque esa parte primitiva de él necesitaba
recordarle que era suya, quería erradicar cualquier presencia
masculina que no fuera él de su mente y sabía que podía
lograrlo con un buen beso y definitivamente algo más.

Pero ello no se lo permitió, lo dio un toquecito para advertirle


que se apartara, y él lo acepto porque era un idiota machista
posesivo, pero tenía sus límites, además ya había hecho su
punto. 

Se alejó, sus labios inflamados se curvaron hacia arriba al ver


la apariencia de Gina; despeinada, boca rosada y palpitante, y
la marca de sangre que había dejado en su mejilla porque
tenía las manos sucias después de trabajar.

Gina se relamió los labios con ese brilló hambriento en sus


ojos que tan bien conocía, pero luego sus ojos se desviaron
hacía Ace, entonces esa mirada cambio y sus mejillas se
colorearon de un rojo hermoso que solo le pertenecía a él y
que estuviera ahí por culpa de Ace reavivo ese monstruo en su
interior que lo convertía en un ser irracional.

Tomó a Gina de la mano, obligándola a levantarse, ella lo


siguió porque había descubierto que a veces, no tener que
pensar demasiado en tomar una decisión llevaba a algo
bueno, en esta ocasión ya llevó a quedar sobre las piernas de
Massimo, quien se sentó en aquella silla de escritorio
inmensa y la puso a ella sobre su regazo, después le paso un
brazo por la cintura y se entretuvo jugueteando con el borde
del chaleco que estaba usando.

—Así que, fui a ver a John, no le fue muy bien— levantó la


mano libre mostrándole a Ace la sangre en ella, pero eso no
era necesario porque su camisa gris estaba manchada
también —, pero al final obtuve un poco de buena información.

Traspaso la línea de la tela, alcanzando la franja de su piel,


cuando introdujo la mano un poco más, se dio cuenta de que
no llevaba nada debajo. Oh, maldición, ahora quería investigar
si había más que no estaba usando hoy. Pero primero lo
primero.

—Resulta que uno de los nuestros le está pasando


información a los de Chicago. Mika quiere el puerto de
Houston, pocos de nuestros hombres murieron en el ataque
que organizo el otro día, así que asumo que es porque
estaban de su lado.

—O sea que Beto podría estar ayudándolo— opinó Gina. Le dio


un apretón a su cintura como una manera de decirle que
estaba en lo correcto —. Entonces, Beto podría estar
escondiéndose en el territorio de Mika.

—No, Beto quiere Las Vegas, no se va a alejar de ellas—


intervino Ace.

Gina asintió pensativamente. Estaba resultando entretenido


armar todo este puzle de conspiraciones y traiciones, pero
entendía que era peligroso y que no podía tomarse el asunto a
la ligera. Beto significaba un verdadero problema, una
amenaza para La Legge y por ende para su familia, pues
estaba segura de que, si intentaban tomar el control de la
mafia en esta zona, no dejarían a nadie que pudiera ser una
amenaza con vida; Ace, Massimo, incluso Golden podrían
sufrir consecuencias mortales y eso era algo que ella no iba a
permitir.

—¿Cómo es que no lo han encontrado todavía?

—Estamos en eso, pero es como si el maldito se hubiera


esfumado en el aire.
—¿No hay nadie a quien puedan interrogar? — preguntó con un
tono de voz entre dulce y malicioso.

Massimo supo de inmediato que “interrogar” no era lo que


Gina tenía en mente y por la manera en que su pecho se elevó,
por cómo se reacomodó en sus piernas y clavó las uñas sobre
su mano, supo que había algo muy sucio corriendo por su
mente en este preciso momento, algo que se moría por saber,
necesitaba cada detalle para después realizarlo a la
perfección.

—Hay mucha gente a la que podemos interrogar, Corazón—


dijo más cerca de su oreja de lo que correspondía.

Gina se estremeció y Massimo decidió que era el momento


para terminar la conversación con Ace y preguntarle a su
mujer que estaba pasando por esa cabecita suya. Pero para
su mala suerte, Gina tenía otra cosa en mente.

Se alejó de su regazo dando un salto entusiasta, resbalándose


por sus dedos demasiado rápido como para poder volver a
tenerla a su lado, como correspondía. Pero se abstuvo de
hacer algo para traerla de vuelta a sus piernas. Ya había
probado demasiado su suerte al darle ese beso; y estaba
bastante sorprendido de que no hubiera puesto el grito en el
cielo por ello o por como la sentó en sus piernas, como si
fuera su mascota. Pero la verdad es que a estas alturas
ambos sabían que Gina era mucho más que eso, y que nunca
había sido menos que su igual. Esto no concordaba mucho
con la manera en que la había tratado y tal vez ella nunca lo
entendería, pero Massimo tenía consciencia ahora, que desde
el primer momento con su indiferencia o bravura para
enfrentarlo se había maravillado con ella y con lo increíble
lejos que estaba del estándar femenino que conocía. Ella no
se acobardaba, le encantaba ir a la ofensiva, sabía cómo
manipularlo, maldición, Massimo se había doblegado a su
voluntad más de una vez y hasta reconocía que daba un
poquito de miedo cuando se enojaba, porque sabía que era
capaz de cumplir sus amenazas.

—Me refiero a que, alguien tiene que saber dónde está,


¿cierto?

—Lo dudo, Beto debe estar muy paranoico en este momento—


habló Ace.

Cuando Gina le dio la espalda y recargo un el peso de su


cuerpo en una pierna, haciendo que su trasero se enmarcara
en esas calzas negras semitransparentes, no pudo evitar que
sus ojos cayeras a esa parte de su anatomía y se quedaran en
ellos por demasiado tiempo, cosa que Massimo corrigió de
inmediato, lanzándole un objeto duro directamente en la
cabeza.

Le lanzó una mirada mortal a su amigo, pero la que él le


devolvió fue cinco veces peor.

—Pero debe haber gente de su lado, que sepa parte de sus


planes— apuntó, girándose hacía Massimo, esperando su
aprobación, un gesto que él encontró absolutamente
adorable.

—Nadie a quien podamos interrogar libremente— les recordó


Ace con su cautela usual.

—¿Y por qué no? — Gina le dio una sonrisa coqueta y eso fue
suficiente para que Massimo se levantara y volviera a sentarla
sobre sus piernas.

Estrechando su cintura con fuerza y apoyando la mano


posesivamente sobre su muslo, recordándole que le
pertenecía solo a él y que esas sonrisas coquetas estaban
prohibidas para cualquiera que no fuera su esposo. Mas eso
le importaba poco a Gina, ella jamás dejaría que su
posesividad o inseguridades le permitiera ser quien era; y esa
precisamente era ella: coqueta, audaz, risueña.

—De todas maneras, tendrán una guerra y es mejor ir


deshaciéndose de enemigos ahora, ¿no?

Dios, amaba a esta mujer. La amaba tanto, no solo porque era


perfecta, sino también porque era perfecta para él, mucho
más de lo que alguna vez había aspirado a tener.

Sus ojos se desplazaron hacia Ace, lo observó con una ceja


enarcada, esperando a que diera su opinión. Lo único que
obtuvo fue un encogimiento de hombros, pero eso fue
suficiente.

Con un movimiento de cabeza le indicó que se fuera. Su


amigo obedeció de inmediato.

—Entonces, ¿si vamos a…?

—Tú no vas a hacer nada, Corazón— la interrumpió Massimo,


girándola en sus brazos al tiempo que la puerta de la oficina
se cerraba.

—¿Por qué sería eso? — cuestionó con el ceño fruncido —Fue


mi idea.

—Una idea increíble, por cierto. No tienes ni idea de cuánto me


prende esa mente tuya tan perspicaz.

Depositó un beso sobre sus labios. Sus palabras


sorprendieron tanto a Gina, que le tomó un par de segundos
en reaccionar y devolverle el beso, pero producto de lo que
había dicho, no pudo seguir el ritmo hambriento y sus
movimientos acabaron volviéndose lentos, dulces y cargados
de sentimientos que habían sido tan repentinos como su
participación en la conversación.
Era sabido que las mujeres no pertenecían al mundo de la
mafia más que como adornos, pero Massimo no había
dudado ni un segundo en tenerla con ella ahí y además había
tomado en cuenta su opinión, y por alguna razón estúpida no
podía dejar de sentirse emocionada por eso.

—¿Qué pasa, Corazón? — le preguntó su esposo cuando


rompió el beso para abrazarlo y enterrar el rostro en su pecho.

—Gracias— murmuró sin ser capaz de explicarse


debidamente.

Massimo comenzó a acariciar su cabello mientras intentaba


entender de que estaba hablando, pero en vez de preguntar
tan solo la abrazó con la misma necesidad, consintiéndola
con sus manos y permitiéndole ahogarse en el sentimiento de
alegría que seguía expandiéndose en su pecho. Hasta que ya
no puso más y levanto la mirada para observar su rostro
sonriente, los labios finos medio curvados, sus ojos un poco
achinados en las esquinas.

Depositó un beso en su mentón, después una sucesión de


besos cortos en sus labios que lo hicieron sonreír más.

—Corazón— detuvo sus movimientos tomándola por las


mejillas —, te amo.

Gina bajó la vista a sus labios, porque era demasiado cobarde


como para sostenerle la mirada después de una confesión
así. No importaba cuantas veces se lo dijera, Gina seguía
teniendo problemas para procesar las palabras y lo que
significaban, y le era mucho más difícil ofrecerle una
respuesta digna, por lo que incluso si lo intento, si trago saliva
y recordó el movimiento de cada palabra que debía decir, que
quería decir, no fue capaz de hacerlo y se vio en la obligación
de volver a refugiarse en su pecho, abrazándolo con toda la
fuerza que tenía, deseando que Massimo pudiera entender
que, aunque era incapaz de dejar salir las palabras, el
sentimiento estaba ahí.
CUARENTA Y SIETE-El corazón del
diablo- Dreame

—Tan solo es ir al parque— entornó los ojos.

—No me parece una buena idea que salgas cuando las cosas
están como están.

Se cruzó de brazos y se apoyó en el marco de la puerta


mientras observaba a Massimo lavarse los dientes.

Se permitió un momento de debilidad para admirar lo bien que


se veía en ese traje, por alguna razón su trasero resaltaba
mucho más y la corbata azul, iba a la perfección con sus ojos.
Chocó con ellos a través del espejo. Massimo le dio una
sonrisa socarrona a la que ella respondió sacándole el dedo
del medio con una mueca poco amigable en los labios.

—Vamos, me aburro horriblemente en esta casa. Necesito aire


puro.

—No, y ni siquiera intentes hacerme cambiar de opinión.

Con los labios curvados de manera maliciosa, Gina abandono


su puesto y se adentró completamente en el baño,
deteniéndose detrás de su esposo para darle un abrazo en el
que presionó cada parte de su cuerpo con la de él, dejándole
claro que no llevaba mucha ropa. Massimo carraspeo,
consciente de ello y antes de poder caer en su hechizo;
escupió la pasta de diente, se limpió la boca y se volteó hacia
su esposa, para meter las manos mojadas entre los risos de
ella, gesto ante el cual Gina se estremeció media incomoda.

—Te estarías exponiendo innecesariamente, además estaría


pensando todo el tiempo en donde están, y no confío en
Santino lo suficiente como para llevarte al parque.
—Pero…— hizo un puchero ridículamente tierno que Massimo
desarmó al succionar su labio inferior.

—Nu-uh— dijo todavía con los dientes clavados sobre la carne


suave y húmeda.

Gina se alejó apenas unos milímetros, todavía con la


esperanza de que podía salirse con la suya, tan solo tenía que
buscar algo que le garantizara a Massimo que estaría bien y
que valdría la pena correr el riesgo.

—¿Y si… te comparto mi ubicación todo el tiempo? — puso una


sonrisa encantadora, de esas que usaba siempre que quería
algo —. O— alargó la vocal —, eso de Buscar Mis Amigos, es
una aplicación del IPhone que te permitirá saber dónde estoy
en cualquier momento.

Massimo frunció el ceño.

—No sé, Gina.

—Por favor— junto las manos bajo su mentón e inclinó la


cabeza hacia un lado —, y te prometo que te lo pagaré luego—
agregó con un guiño coqueto.

Él suspiró-gruñó, pero acabó aceptando con un asentimiento


de cabeza que tenía mucha rendición.

Gina alcanzó los labios en un beso rápido y después corrió a


buscar su celular para poder poner sus teléfonos en sintonía.

—¡Pero espero almorzar contigo! — le informó con un grito.

—Auch, no, no— gruñó mientras intentaba apartar las manitos


de Den de su cabello —. Mi amor, suelta— dijo cubriendo el
puño pequeño con su mano y evitando que fuera a dejarla
calva.

¿Quién diría que un niño de tres meses tendría tanta fuerza?


—Oye, pequeño, ¿qué le estás haciendo a tu madre?

Gina levantó la cabeza al escuchar la voz de Santino, le dio


una sonrisa incómoda y después cerró los ojos con dolor
cuando Den le tiró el pelo.

—Ayúdame— dijo haciendo una mueca.

Santino sujeto a su hijo y entre los dos lograron que soltara su


pelo, el niño no lucía muy feliz de haber perdido su objeto de
entretención, pero comenzaba a cuestionar cuanto valía su
felicidad cuando era a costa de su cabello.

Habiendo aprendido su lección, se recogió el pelo en un


tomate desarmado y después estiró las manos hacia Den,
quien no tardo en reacciona, agitándose en los brazos de
Santi, pidiendo volver con su madre. Gina lo tomó sin
problema, esa inseguridad de la que había sufrido el primer
mes ya no estaba, ahora sabía cómo manejarlo y sabía que no
iba a matarlo por casualidad.

—Está super grande— comentó su guardaespaldas —, pero


sigue siendo tan indefenso— agregó antes de que ella pudiera
decir algo.

Gina lo miró fijamente por varios segundos, intentando


descifrar que significaba eso, pero Santino la distrajo
abriéndole la puerta del auto para que entrara.

Su paseo por el parque había sido calmado y carente de


peligros, lo que le hacía sentir agradecida de haber podido
convencer a Massimo para que la dejara venir. Eran cerca de
las doce y todavía le quedaba un poco de tiempo para que
tuviera que almorzar con su esposo, así que decidió pasar a la
peluquería. Ya llevaba demasiado tiempo posponiendo el
corte de pelo que necesitaba urgentemente.
Santino llevaría a Den a la casa, a provechando que este era el
tiempo donde dormía, mientras ella se atendía y después iría
a buscarla, por mientras, ¿Gabriel? ¿Vittorio? No recordaba
cómo se llamaba, pero el otro guardaespaldas que Massimo
le había asignado ese día (una condición para poder ir al
parque), se quedaría con ella.

—¡Gin, amor! Tanto tiempo— Tyler, su peluquero la abrazó,


apenas entró al salón —. Mira estas puntas. Ay, niña, ¿qué
paso contigo?

Paso un brazo por sus hombros mientras la guiaba hacía una


de las sillas dónde Gina se sentó a esperar a que Tyler
terminara de teñirle las raíces a una señora.

—Cuéntame de tu vida, ¿por qué dejaste de venir y quién ese


ese hombre tan serio que trajiste?

Gina le echó una ojeada a su guardaespaldas, quien se había


acomodado en uno de los sillones y ahora estaba pendiente
en su celular. Volvió su atención a Tyler y resumió un poco
que había sido el último año de su vida. Por su puesto que no
podía mencionar nada de la mafia y de Massimo, pero si le
dijo que había estado bastante ocupada.

Después de que Tyler hubiera terminado con la señora, y que a


Gina ya le hubieran lavado el pelo, dejándoselo sedoso y con
un increíble olor a shampoo profesional que a ella le
encantaba.

—¿Qué quieres hacerte?

Se encogió de hombros, tan solo quería que le cortaran las


puntas quemadas, no estaba pensando en ningún cambio de
look, pero Tyler la convenció para que él pudiera hacerle lo
que se le antojara, aunque cuando lo vio cortar tanto cabello
comenzó a ponerse un poco nerviosa.
—Si queda mal, voy a demandarte— le dijo mirando por el
espejo.

—Nada podría quedarte mal, Gin— respondió con una mirada


coqueta y un guiño de sus ojos verdes.

—Adulador— resopló al tiempo que entornaba los ojos.

—Yo solo digo que me encantaría tener tu estructura facial,


tan delicada y elegante. Este corte te quedara genial.

Ella tan solo le dio una mirada mortal a través del espejo, pero
no dudo de su habilidad. Tyler la conocía desde su
adolescencia, sabía cómo manejar sus rulos y era sincero con
lo que le convenía o no. Por eso no le sorprendió verse en el
espejo al terminar y darse cuenta de que lucía increíble.

—¿Qué te parece? — preguntó Tyler, sacudiendo sus rulos


perfectamente armados con una mano, mientras con la otra
tomaba el espejo y le mostraba como había quedado por
atrás.

Su melena terminaba sobre sus hombros ahora, en vez de


llegar hasta su cintura. Era un gran cambio, y a pesar del
mucho cabello que tenía, no se veía excesivamente
voluminoso. Se arregló un par de mechones en su frente, Tyler
también había recortado algunos pelos más que otros para
dejarle una especie de flequillo que le encanto.

—Ya no tienes que preocuparte por esa demanda— dijo con


una sonrisa.

Tyler le quitó la capa o como fuera que se llamara esa tela que
evitaba que todos los pelos cayeran sobre ella. Se levantó de
la silla y le dio un abrazo como agradecimiento por haber
arreglado su cabello, ahora se sentía mucho más ligero y
sedoso también, haciéndola notar por primera vez que tanto
había crecido.
Un carraspeo interrumpió su abrazo, Gina volvió a apoyarse en
sus pies y se giró hacia Santino, quien no parecía muy
cómodo con la situación.

—¿Nos vamos?

—Primero tienes que pagarme, eh— le dijo su peluquero,


pasándole una mano por los hombros y guiándola hacia el
mesón.

Gina entornó los ojos, pero se dejó llevar para pagarle. Ya


había pasado harto tiempo y la siesta de Den estaba por
terminar si es que ya no se había despertado.

Salieron del salón, Santino por delante, ocupándose de que no


hubiera nadie que pudiera significar una amenaza, ella estaba
detrás de él, preguntándose porque estaba caminando tan
lento.

Caminaron hacía donde estaba el auto estacionado. Gina


balanceaba la cabeza con cada paso que daba, disfrutando de
lo ligera y fresca que se sentía con su nuevo corte. Se miró en
el reflejo del ventanal de una tienda, apreciando su nuevo
estilo. Ojalá a Massimo le gustara tanto como a ella. Y justo
cuando ese pensamiento estúpido pasaba por su mente, algo
capto su atención en el reflejo.

Detuvo su andar abruptamente, dándose media vuelta para


comprobar que sus ojos no la habían engañado. Le hubiera
gustado que fuera así, que tan solo hubiera confundido su
cabello rubio con el de otro o que sus ojos simplemente le
hubieran fallado, pero Gina conocía su manera de andar, era
difícil confundirlo con el de cualquier otro. Massimo tenía una
forma especial de moverse: desbordaba confianza, seguridad
y sobre todo era imponente, ningún transeúnte se atrevía a
chocar con él. Ese campo de protección que llevaba, se
estaba extendiendo a la mujer que tenía colgada del brazo.
Al menos no era Nicolette, dijo una vocecita sarcástica dentro
de su cabeza. Casi de inmediato otra replicó: pero no eres tú.
Eso, por alguna razón fue como un golpe directo en el
estómago que la dejo estática en su lugar, respirando
elaboradamente mientras miraba como la pareja caminaba
despreocupada, conversando animadamente, pendientes solo
del otro.

Le pareció sentir como comenzaba a temblar y porque era


tonta, sus ojos se aguaron e intento convencerse, mientras
luchaba por mantener las lágrimas dentro de ella, que lo que
estaba viendo no era real porque Massimo no haría algo así, él
le había dicho muchas veces que solo tenía ojos para ella,
pero ahora miraba a otra como si fuera lo único que existía en
el mundo, o tal vez Gina estaba exagerando, tal vez, sí existía
una parte insegura dentro de ella que solo se manifestaba con
Massimo porque era lo único que realmente le importaba.

Pero el punto no era ese, el punto era que se la había cagado.


Sus palabras dulces y declaraciones no habían sido más que
para lograr lo que siempre había querido: sexo con ella, que
Gina se tragara todo lo que le había dicho los primeros meses
de su matrimonio y aceptara que lo quería, que el deseo que
sentía por él era incontrolable, tanto así que había hecho su
orgullo a un lado para aceptar todo lo que sentía por él y tener
una verdadera relación.

Tal vez debería haber aclarado que, si iban a empezar algo,


sería entre ellos solamente. Tal vez nunca debería haber
cruzado la línea, los enemigos jamás podrían convertirse en
amantes.

Esto le pasaba por hacerle caso a su corazón.

Su guardaespaldas, dándose cuenta de que Gina ya no seguía


caminando a su lado, se detuvo, la miró por sobre el hombro, y
gracias a Dios ella ya había apartado la mirada de aquella
deprimente escena, sino se hubiera sentido mucho más
humillada de lo que ya se sentía.

Retomo su caminata, usando sus piernas kilométricas para


llevarla al auto, una vez dentro se desplomo en el asiento,
pero recupero la postura casi de inmediato, no quería que
Satino, o nadie en realidad, la viera de esa manera. Gina no
quería sentirse así, lo hubiera dado todo para que el dolor en
su pecho y el ardor en sus ojos desapareciera.

El camino de vuelta a la casa se le hizo tanto eterno, como


fugaz. Apenas había conseguido poner en orden sus
pensamientos para crear un plan fiable. Debería haber hecho
esto desde el principio, maldición, debería haberse escapado,
haber luchado más por ella misma, para no terminar en este
matrimonio de mierda. Ahora se daba cuenta de eso, y aunque
fuera un poco tarde para ello, al menos no era demasiado
tarde.

Subiendo las escaleras de dos en dos, entró a su cuarto y


comenzó a meter cosas en la maleta, agregando todo lo que
Golden necesitaba y preocupándose por no dejar nada
importante atrás, sabía que una vez que se fuera no habría
forma de recuperar todo lo que se quedará atrás.

Miró la parte donde estaban todos sus zapatos guardados, y


odio a Massimo un poco más. No tenía tiempo para
guardarlos y llevarlos con ella, tendría que quedarse ahí, todos
sus hermosos y apreciados zapatos.

Agarró la pañalera de Golden, guardo los últimos artículos y


tomó los bolsos para dejarlos en el auto, volvió a por su hijo y
mientras lo acomodaba en el asiento, sintió una presencia
detrás de ella. Se dio vuelta exaltada, su pecho subiendo y
bajando arrítmico. Odio que su pulso bajara su intensidad al
ver a Ace ahí, parado con los brazos cruzados sobre el pecho,
observándola silenciosa e intensamente, como solo él sabía
hacer.
—¿Vas a algún lado?

—Al parque— la mentira salió de sus labios antes de que


pudiera procesarla.

—Golden está durmiendo.

Ella lo ignoró, porque no tenía ninguna buena respuesta para


darle. Se subió al auto y quiso cerrar la puerta, pero la mano
de Ace se lo impidió.

—No es momento para hacer cosas estúpidas.

Cierto, la guerra, los traidores, gente que quería matar a


Massimo o debilitarlo, pero, ¿cómo le afecta eso a ella? Para
su esposo nunca había sido más que un reto, algo con que
entretenerse.

—Ace, tú sabes que igual voy a hacer lo que se me dé la gana,


así que saca tu mano de mi auto y déjame ir.

—Gina— su nombre dejo los labios del peligroso en un suspiro,


algo entre cansancio, advertencia y muchas otras emociones
que él no debería haber dejado tan a la vista.

Aprovechando su oportunidad, cerró la puerta y salió del


garaje, pidiendo que le abrieran la puerta. Nadie le negó el
permiso para salir, por lo que asumió que Ace no iba a hacer
nada para traerla de vuelta y sintió un poco de pena por él y
por toda la culpa que Massimo pondría sobre sus hombros
una vez que llegara a casa y se diera cuenta de que Gina se
había ido para no volver.

Ugh, sus pensamientos en este momento eran un guion


asqueroso de una terrible telenovela mexicana, pero no podía
evitarlo. Su corazón dolía con cada latido, el sentimiento de
traición incrustándose cada vez más profundo. Si hubiera
hecho caso a sus instintos, si no hubiera bajado la guardia, si
hubiera sido un poco más inteligente nada de esto hubiera
pasado en este momento.

Le dio un golpe al manubrio, y luego otro porque no pudo


contenerse. Pisó el acelerador con más fuerza, olvidándose
de que era responsable por la vida de otro ser humano, le
subió el volumen a la música y en un desliz, decidió apagar su
cerebro, olvidarse de todo y tan solo concentrarse en la letra
de una terrible canción pop.

Lo peor es que no quería llorar, no tenía el pie hundido en el


pedal, superando por mucho el límite de velocidad, porque
sintiera las lágrimas luchando por rodar libres por sus
mejillas, sino porque estaba enojada, estaba hirviendo en
rabia y no sabía cómo luchar con eso, porque todos aquellos
sentimientos iban contra ella. Massimo, sí, tenía la culpa de
ser un mentiroso, pero casi toda la responsabilidad caía sobre
Gina al haber sido ella en un primer lugar quien permitió que
su relación avanzara más allá de enemigos.

Por suerte Golden la devolvió a la realidad antes de que


siguiera ahogándose en sus pensamientos. Con un grito
sorprendentemente alto, tanto que supero el volumen de la
canción reproduciéndose en la radio, Gina hizo a un lado
cualquier cosa relacionada con Massimo y esa misteriosa
mujer con quien lo había visto, para concentrarse tan solo en
su hijo.

—Ey, mi amor— estiró la mano para alcanzar su pierna y tratar


de calmarlo.

¿Cómo había sido tan idiota de poner la música tan fuerte?

Quiso golpearse la cabeza contra el volante, pero sabiendo


que eso no la llevaría a nada, se concentró en intentar
tranquilizar a Den. Pero al parecer él estaba demasiado
alterado y tuvo que parar en el primer lugar libre que vio para
revisar que todo estuviera bien, una vez que se aseguró de
que estaba sano, se dedicó a mecerlo en sus brazos,
canturreando una melodía suave que le ayudo a que dejara de
llorar.

Lo puso de vuelta en la silla, algo que a Den no le gustó


mucho, porque de inmediato comenzó a llorar, y a pesar de lo
molesto que era, y lo poco que toleraba escucharlo llorar,
porque sentía esa necesidad en su interior que le gritaba que
dejara todo botado para ir a socorrer a su hijo, sabía que no
había nada malo con él y que tan solo quería estar en sus
brazos, tanto como ella lo quería a él.

Llegó a su antiguo departamento en tiempo record. Sacó a


Den de su asiento, apegándolo a su pecho, dejando que la
sensación los reconfortara a ambos. Golden cambió sus
llantos por sollozos y Gina se dio cuenta de que por sus
mejillas corrían lágrimas, creando ríos que con cada segundo
que pasaban se volvían más caudalosos. Su intentó de
respirar profundamente, termino en un desastre tembloroso y
de pronto no podía agarrar bien las llaves del auto y sus
piernas apenas fueron capaces de llevarla hasta el
departamento. Pero una vez que estuvo dentro, dejo a Den
envuelto entre cojines para que no se cayera de la cama,
mientras ella se sentaba ahí y miraba un punto cualquiera en
la pared pulcra, las lágrimas cesaron, y a pesar de que la
horrible sensación seguía ahí, aplastándole el pecho y
haciéndola querer gritar, nada le humedeció las mejillas, y es
que, ¿de qué le servía llorar? Tan solo se estaba humillando
más a sí misma, demostrándole al resto que había caído en el
jueguito de Massimo, que todo esto le afecta y le dolía porque
en realidad lo quería. Que patética, en serio, no tenía palabras
para definir lo estúpida, lo idiota que se sentía en este
momento.
Pero no iba a darle más vueltas al asunto, Massimo había
dejado clara su posición y ella tenía muchas cosas en las que
centrarse, como Den, por ejemplo, que en su lugar balbuceada
y pataleaba rogando por su atención. Gina lo tomó en sus
brazos y jugó con él toda la tarde, haciendo muecas,
cantándole y hablándole, mientras esperaba a que Frances
llegara. Fue una tarde eterna, a veces miraba el teléfono solo
para darse cuenta de que había hecho lo mismo minutos
atrás, y aunque usualmente Golden consumía la mayoría de
su tiempo, haciendo que los días se pasasen volando, hoy la
situación era completamente distinta, sobre todo cuando
Massimo comenzó a llamar y a dejarle mensajes,
preguntándole donde estaba. Bien, era su turno de ignorarlo,
era su turno de demostrarle que no estaba ni un poco
interesada en él. Pero mientras más mensajes llegaban y
mientras más seguido veía su nombre aparecer en la pantalla,
más aumentaban las dudas y esa vorágine de sentimientos
confusos que se había esforzado por hacer a un lado.

Un golpe en la puerta la sobresalto, sin querer soltó la


mamadera, Den se quejó, arrugando el ceño y retorciéndose
mientras buscaba el biberón para continuar comiendo. El
sonido se repitió, esta vez un poco más estruendoso.

Acomodo a Den en sus brazos, fue a la cocina a buscar un


cuchillo y luego se acercó a la puerta para usar la mirilla,
sorprendiéndose un poco de ver a Massimo del otro lado.
¿Cómo la había encontrado? ¿Era tan obvio que vendría aquí?
Mierda, debería haber pensado un poco más.

—Gina— de nuevo golpeó la puerta —, Gina, abre.

Su tono se escuchaba relajado, pero no cometería el error de


confiar en él de nuevo, además, sabía que Massimo se
pondría en modo cavernícola a penas le dijera que no pensaba
volver a la casa con él, porque ya no lo quería, era un bastardo
mentiroso, y a pesar de eso, su corazón, su maldito corazón,
se olvidó de latir por varios segundos cuando lo escuchó
llamarla con un dejo de miedo en su voz.

Retrocedió varios pasos, hasta que sus pantorrillas chocaron


con el borde del sillón, y cuando esa distancia no fue
suficiente para resistir la tentación de abrir la puta puerta,
volvió a su cuarto, puso algo de música y bailo con Den,
intentando olvidarse del hombre fuera del departamento que
había puesto su mundo de cabeza, no solo por todo lo malo
que había hecho, sino también por todo lo bueno, porque si en
estos momentos se ponía a pensar en todo lo que Massimo
había traído a su vida tan solo podía pensar en Golden —la luz
de su vida—, y luego pensaba en las risas compartidas,
pensaba en como la abrazaba después de destruir su cuerpo
un orgasmo increíble, pensaba en lo que se sentía despertar a
su lado, todas cosas buenas que no necesitaba en este
momento. Ahora debía usar el cerebro, la lógica, debía ser
pragmática y comprender que un hombre como Massimo no
iba a cambiar, que no iba a quererla nunca.

La puerta se abrió de golpe, apegó a Den contra su pecho


como primer instinto, levantando al mismo tiempo el cuchillo
que había robado de la cocina.

Su esposo estaba ahí, mirándola como si se hubiera vuelto


loca, con una expresión indescifrable en sus ojos.

—Hola— Frances asomo su cabeza tímidamente —, voy a


llevarme a este pequeñín mientras ustedes resuelven sus
problemas.

Se fue tan rápido como había entrado al cuarto, dejando a la


pareja solos en aquel espacio tan pequeño. El aire se
condenso en pequeñas partículas que crearon una tensión
insoportable entre ambos, Gina todavía con el cuchillo en
mano se rehusaba a bajarlo, a bajar su guardia de nuevo y
mostrarle cualquier tipo de sentimiento a Massimo que
pudiera ilusionarlo.

—¿Por qué no contestabas mis llamadas?

—¿Por qué debería hacerlo?

Respondió con ese tono suyo que Massimo no soportaba,


significaba que estaban devuelta al mismo estúpido juego en
donde ella fingía odiarlo y él tenía que intentar convencerla de
que no era así.

—Pensé que te había pasado algo— confesó su mayor temor y


lo único que obtuvo fue una mueca odiosa.

—¿Cómo supiste donde encontrarme?— No tuvo que


responderle, apenas salieron las palabras recordó que desde
esa mañana Massimo podía ver donde estaba todo el tiempo
—No importa, ahora que sabes que estoy sana y a salvo,
puedes irte— le señaló la puerta con el cuchillo.

Massimo frunció el ceño, se tomó el puente de la nariz y dejo


escapar suspiro agotado que a Gina le enervó, él no tenía
ningún derecho a venir aquí y suspirarle de aquella manera
cuando tenía la culpa de que se encontrar en esta situación.

—¿Me vas a decir que te paso o vamos a volver a este jueguito


donde me odias sin razón?

La cara de estupefacción de su mujer debería haberle servido


de advertencia, pero en ese momento Massimo estaba más
preocupado de otras cosas cómo: ¿por qué sostenía un
cuchillo? ¿Qué había despertado su odio en esta ocasión?  Y
la duda de si es que podía tolerar volver a ser el foco de su
odio sin motivos aparentes.
Era agotador estar siempre intentando demostrarle cuanto se
preocupaba por ella y lo mucho que la amaba, cuando al
menor problema Gina olvidaba todo eso y se enfocaba tan
solo en lo malo.

—¿Sin razón? — su voz se elevó un tono, otra advertencia de


que estaban entrando en territorio peligroso —¿Te parece que
no tengo derecho a enojarme luego de verte con otra
caminando muy feliz por la calle?

Su ceño se frunció un poco más, enterró las manos en su


cabello y tiró un poco de él. Podía sentir como su cabeza
comenzaba a doler y lo tensa que se puso su mandíbula de
tan solo pensar en la discusión que se venía

—No sé de qué estás hablando

—La mujer con quien estabas hoy— Gina se cruzó de brazos,


sus labios se fruncieron en una mueca que no se parecía nada
a alguna que hubiera visto antes. Aspiró profundamente y
continuó hablando —. No tengo problemas contigo viendo a
otras mujeres, te lo he dicho miles de veces, pero no me trates
como si fuera una tonta, ten un poco de respeto y no juegues
conmigo.

Las cejas de Massimo se hundieron un poco más, separó los


labios al entender a quien se refería y después exhaló con
cansancio. No es que Gina fuera celosa, prueba de ello era
que estuviera sugiriéndole que podía salir con otras mujeres si
así lo quería. El problema es que Massimo la quería solo a
ella, y Gina parecía no entenderlo todavía. No sabía de donde
venía la inseguridad, no es que Gina lo fuera, ella era su fan
número uno; y esa era una de las cosas que más amaba de su
mujer. Así que, ¿por qué la facilidad para desconfiar de él y el
amor que le profesaba?

—Con quien me viste es Holly, la mamá de Ace, me la encontré


mientras estaba trabajando y almorzamos juntos.
La nueva información fue como un chorro de agua fría
cayendo sobre ella. Se sintió ridícula, sus mejillas ardían
intensamente por la vergüenza de haberse comportado como
una novia celosa e irracional. Cuando se trataba de Massimo
no pensaba las cosas con claridad, tan solo sentía y eso no
estaba bien, no era normal, ni sano.

A él no le había tomado más que una frase bonita para


ganársela y hacerla olvidar el monstruo que era, para que
dejara su orgullo, la cosa que más preciaba en su vida y ahora
estaba pagándolo con una inseguridad que no era propia de
ella.

Se lo quedo mirando con los labios separados, aspirando


lentamente la mayor cantidad de aire que podía, para ver si así
su cerebro se oxigenaba y comenzaba a racionar un poquito.
No podía creer lo estúpida que había sido.

—Esto— señalo a ambos — se acabó— le informó de la nada.

Massimo no comprendía lo que estaba sucediendo, ya no la


entendía a ella y dudaba que alguna vez lo hubiera hecho.

Quiso hacer una salida digna y ser la última en tener la


palabra, pero él no se lo puso tan fácil; la agarró de la muñeca,
reteniéndola.

—¿De qué estás hablando?

—Que ya no quiero estar contigo— elevó la voz.

Si bien las palabras salieron con la energía suficiente y sin


dificultad, algo en su interior se retorció y protestó por su
decisión. No le importaba, su corazón podía reclamar cuanto
quisiese, ella no le iba a hacer caso, ya lo había hecho
anteriormente y mira como habían acabado las cosas. No
solo ella había cambiado —y para mal—, sino que además
estaba segura de que nunca podría confiar plenamente en él.
El suspiró de Massimo la trajo de vuelta a la realidad, sintió
como afianzaba el agarre que tenía sobre ella. Su corazón dio
un vuelco un dio un vuelco y de pronto la idea de alejarse de él
envió una oleada de pánico a su cuerpo. ¿Por qué la estaba
soltando? Ella jamás se lo había pedido. ¿Se estaba
rindiendo? ¿Iba a aprovechar esta oportunidad para terminar
lo que fuera que tenía? No importaba, de todas maneras, ella
lo iba a terminar y lo mejor era seguir con ese plan, si lo
dudaba demasiado no creía que fuera capaz de mantener su
postura. Le dolió ver que no fue ella quien puso la distancia
entre los dos, que no tuvo que gritarle y obligarlo a retroceder.
Dentro de la jungla que era su cerebro en ese momento,
comenzaron a sonar alarmas, quien fuera que estaba a cargo
parecía no estar haciendo bien su trabajo porque mientras
más se aleja Massimo, más pánico sentía.

—¿Eso es lo que quieres? — preguntó él en un tono de voz que


no pudo identificar.

¿Qué estaba mal? ¿Por qué se sentía peor? ¿Por qué Massimo
no estaba intentando convencerla de que la amaba como el
resto de las veces?

Asintió lentamente, y en su mente alguien comenzó a gritar


histéricamente y a llamarla la idiota más grande de todo el
mundo.

—Bien, estoy harto de tu falta de confianza en mí y tu


incapacidad de aceptar tus propios sentimientos— auch,
hubiera preferido un golpe en las tetas —. Si algún día
recapacitas y te das cuenta de que te gusto tanto como tú a
mí… — Massimo suspiro con verdadero pesar, ella inhaló
profundo y recién ahí se dio cuenta de que estaba temblando
—espero que no sea demasiado tarde.
CUARENTA Y OCHO-El corazón del
diablo- Dreame

—¿Por qué está Ace afuera?

Gina gruño frustrada, se cubrió el rostro con las manos y se


contuvo para soltar un grito aún más alto.

—¿Por qué estás tú aquí? — Frances inquirió con una ceja


enarcada.

Gina se giró en la cama y prefirió centrar su atención en


Golden, quien estaba quedándose dormido, sus ojitos dorados
cerrándose y abriéndose cada vez con menos frecuencia. Sus
labios entreabiertos y sus mejillas rubicundas la transportaron
a un lugar de calma que solo Den podía generar.

Tan solo habían pasado un par de horas desde que Massimo


se había ido del departamento, un par de horas desde que le
había dicho que no quería nada más con ella, y estaba bien,
eso también era lo que ella quería, eso era exactamente lo que
iba a hacer antes de que Massimo se le adelantara, entonces,
¿por qué seguía teniendo ese peso aplastante sobre su
pecho?

—Massimo y yo peleamos— respondió entre dientes,


esperando que eso evitara que se escuchara lo afectada que
estaba.

—¿Y vas a quedarte acá?

—¿A caso no puedo? — se giró hacia ella para mirarla con una
ceja enarcada y su típica mueca sardónica.

—Me sorprende que tu esposo no esté intentando arrastrarte


fuera del departamento.
Sí, a ella también le sorprendía, pero tal vez Massimo había
aprendido algo de todos los retos que le había dado y por fin
había aprendido que ella era libre de hacer lo que quisiera, una
lástima que en este momento deseara que Massimo hubiera
dado un poco más de pelea. Pero sabía que tan solo lo
hubiera odiado más en ese momento, y eso daba prueba de lo
estúpida que estaba siendo. Ni siquiera podía decidirse por lo
que quería.

—Por eso Ace se quedó.

—¿No era Santi tu guardaespaldas?

Se suponía que sí, pero por alguna razón —suponía que por
cuestiones de confianza— había preferido que se quedará su
mejor amigo, a pesar de la historia que Ace y ella tenían, a
pesar de que probablemente lo necesitaba para solucionar el
gran problema en el que estaba metido, porque ahora no solo
tenían el inicio de una guerra interna con una o varias ratas
que estaban afectando todo, sino que además Mika estaba
intentando tomar uno de los puertos de La Legge. Ahora que
se detenía a analizarlo no entendía porque Massimo había
dejado a Ace con ella cuando él era el único hombre en quien
confiaba lo suficiente para pedir concejos y para planificar
sus siguientes movimientos, algo que en este momento debía
estar haciendo. Se lo imagino en la oficina, caminando de un
lugar a otro, pasando las manos constantemente por su
cabello, desordenándolo. Visualizó su apariencia masculina,
siempre bien arreglado, con las mangas de la camina
arremangadas. Se lo imaginó resoplando con frustración, y el
deseo de ir hasta él para consolarlo o ayudarlo se volvió
abrumante.

—¿Y sobre qué pelearon? — Frances la sacó de sus


pensamientos.

Suspiró, se giró hacía ella e intento poner su mejor cara de


indiferencia.
—Sobre una estupidez.

—¿Por qué estás acá, entonces? — su amiga la miró como si


de verdad no lo entendiera.

Pero Gina la conocía y sabía a la perfección sus técnicas para


hacer que se diera cuenta de que la había cagado, pero en
esta ocasión no era necesario. Gina sabía que su reacción
había sido exagerada, que Massimo tenía razones para estar
enojado con ella porque efectivamente no le había dado el
crédito y la confianza que se merecía, pero también era una
perra orgullosa y odiaba pedir perdón, así que estaba
mentalizándose para disculparse y también para aceptar de
una vez por todas lo mucho que le gustaba. Lo mucho que lo
amaba. Ya, está, lo había dicho —solo para ella, pero no
importaba—, amaba a Massimo, a pesar de todos sus intentos
de no hacerlo, le había sido imposible resistirse al hombre que
usaba cualquier oportunidad para demostrarle su amor,
principalmente de manera física, pero también con esa mirada
aduladora, con palabras dulces, con la forma en que se
ocupaba de Den, porque lo quisiera o no, un hombre cargando
a un bebé era una imagen que hacía explotar sus ovarios.

—Deberías dejar de ser tan cobarde y orgullosa y aceptar de


una vez que ese hombre se muere por ti.

—¿Disculpa? — se cruzó de brazos —¿Acaso pregunte por tu


opinión?

Salió de la cama, estirándose en su metro sesenta y cinco. Su


rostro serio y las manos apretadas en puños, no sabía si por
rabia o porque estaba intentando distraerse del dolor en su
pecho que se acrecentaba con el paso de los segundos.

—No, porque eres una cobarde y sabes lo que te voy a decir.


Su primera reacción fue cuadrar los hombros, alzar el mentón
y mirar a Frances como si fuera más alta que ella. Sus labios
se tensaron en una línea que demostraba lo poco contenta
que estaba con el comentario de su amiga. No apreciaba que
viniera a opinar sobre cosas que no entendía, pero a su vez,
una parte muy profunda de ella sabía que tenía razón y por
eso mismo se enojó con ella irracionalmente.

Alzó una ceja, los brazos cruzados sobre el pecho, y todo su


peso cargado en la cadera izquierda. Señaló con la mirada a la
puerta, ordenándole que se fuera, pero su mejor amiga tan
solo imito su posición, dejándole claro que no pensaba ir a
ningún lado y que tampoco le temía.

Gina se lo tomó como un reto, y por supuesto que ella no iba a


perder, así que, endureció su mirada, dejando que ese fuego
tan característico de ella quedara claramente reflejado en sus
iris.

—En todo caso, ¿qué sabes tú de relaciones? — cuestionó con


una expresión jocosa.

Frances separó sus labios pálidos, pero los cerró apenas


segundos más tarde, no porque jamás hubiera estado en una
relación, sino porque todas estás habían fracasado, siempre
por culpa suya.

—Mucho más que tú, amiga— en está ocasión la manera de


referirse a la otra no fue para nada amistosa —, pero eso no
tiene nada que ver con el hecho de que sé que, por una
tontería de orgullo y miedo, vas a dejar pasar a un hombre
increíble, que te ama con todo su corazón.

—El corazón de un diablo, Frances. Ese hombre no me ama,


tan solo quiere poseerme, mostrarme como la esposa trofeo
que estaba destinada a ser. ¿Qué tiene de malo negarse a
eso? — alzó la voz. Al darse cuenta de que había perdido la
compostura, la recupero de inmediato.
Tragó con dificultad, intentando que el nudo en su garganta
desapareciera. Respiró profundamente, deseando que el ardor
en sus ojos desapareciera pronto y que Fran dejara de apoyar
a Massimo, no era eso lo que quería escuchar ahora, en
realidad no quería escuchar ninguna opinión sobre el asunto,
ni siquiera la propia, porque seguía extremadamente
confundida, y se sentía ridícula, infantil, irracional, tonta
porque se había dejado llevar por sus emociones sin pararse a
analizar la situación, algo que le podría haber ahorrado
muchos problemas.

—Ay, por favor, como si tú fueras una santa. La razón por la


que Massimo y tú son el uno para el otro, es que ambos tienen
ese lado oscuro en su interior con el cual conviven sin
problema, y tienen tantas cosas en común que los hacen
llevarse bien, pero también son diferentes. Y Massimo te
quiere tanto, que incluso si lo que quería era llevarte de
vueltas a rastras con él a su casa, no lo hizo y respeto tu
decisión.

—Por qué eso es lo que debería hacer— estuvo tentada soltar


un “¡duh!”, pero su tono de voz expreso el sentimiento mucho
mejor.

—Sí, pero al principio de todo Massimo no lo veía así. Él ha


cambiado por ti, porque te quiere, porque tú no le permites
sus mierdas machistas, velo como quieras, pero no puedes
seguir negando el amor que existe entre ustedes.

Inhaló profundamente, procesando sus palabras de su amiga,


permitiendo que entraran en ella, que la impregnaran
completamente para ver si de esa manera podía
comprenderlas realmente, aceptarlas y acabar con ese
desagradable y constante huracán de dudas.

Frances se mantuvo en su posición, escrudiñando todo su


cuerpo, pasando de lo físico y teniendo un vistazo de su
corazón, ese órgano marchito, que no latía con fuerza por
nada, excepto cuando Massimo aparecía en la escena.
Después de un par de segundos más de mirada intensa, su
amiga suspiró y salió de su cuarto, rindiéndose con Gina.

Incapaz de quedarse quieta, agarró a Golden y salió del


cuarto, caminando por la sala de estar con su hijo en sus
brazos mientras le cantaba, intentando distraerse con su
presencia, pero Den no tardo en caer dormido y apenas tuvo
un segundo libre, su mente se dirigió a ese lado oscuro y
desagradable del que había estado intentando escapar toda la
tarde. Ahondar en sus sentimientos en este momento no le
apetecía para nada, pero también sabía que lo quisiera o no,
iba acabar haciéndolo, uno porque no le gustaba ignorar sus
problemas y dos porque no podía no pensar en Massimo, y en
que Frances podría tener un poco de razón, corrección:
Frances tenía toda la razón.

Esta situación con Massimo, sus constantes dudas y la


indecisión era algo que la había estado persiguiendo desde
que se dio cuenta de que, en vez de callarlo a golpes, prefería
sellar sus labios sobre los de él y explorar esa energía
belicosa entre ellos dos bajo las sabanas.

Después de una cena muy incómoda entre Frances, Ace y ella,


fue a acostarse, pero ni siquiera su usual cansancio fue
suficiente para hacerla caer en los brazos de Morfeo. Inquieta
se levantó y salió al balcón. El clima, aún más de invierno que
de primavera, le puso la piel de gallina y la obligo a volver por
un chaleco que pudiera abrigarla.

Iba a salir de nuevo, cuando escucho la voz de su


guardaespaldas conversando con alguien por teléfono. Su voz
siempre apática y curiosamente arisca, tenía un tono casi
enojado, también dominante.

—Yo hablaré con él. Limítate a tus asuntos.


Gina asoma la cabeza para encontrarse a Ace con una mueca
seria y una mano masajeando sus cienes. Tuerce el cuello
hacía un lado, preguntándole silenciosamente que está
sucediendo, su amigo la despacho con un movimiento de
mano y le dio la espalda.

—El Capo no tiene que darle explicaciones a nadie— dijo Ace


con los dientes apretados.

¿Massimo?

¿Qué había hecho Massimo ahora que requería explicaciones?

Alguna estupidez impulsiva, probablemente.

Ace se guardó el teléfono en el bolsillo trasero del pantalón y


se giró hacia ella con una expresión poco afable.

—Haznos un favor a todos y arréglate con Massimo.

¿Disculpa? Ella no tenía ninguna obligación de hacer tal cosa,


tenía todo el tiempo del mundo para tomar una decisión

Si algún día recapacitas y te das cuenta de que te gusto tanto


como tú a mí… Espero que no sea demasiado tarde.

Las palabras de su esposo fueron unas intrusas


desagradables en su mente. Tal vez no tenía todo el tiempo
del mundo, pero definitivamente sí un día o dos para poder
ordenar sus pensamientos y llegar a un acuerdo consigo
misma.

—Si el Capo no puede controlar sus sentimientos y actuar


como un ser racional, entonces tal vez no debería serlo.

Ace la perforó con su mirada, sus ojos oscuros se achinaron


ligeramente, pero luego de tomar una respiración lentamente,
relajo los hombros y habló con su tono de siempre:
—Cuidado, un día esa boca te llevara a la muerte.

—¿Me estás amenazando? — inquirió con una ceja alzada, las


manos cruzadas sobre el pecho, pero listas para atacar si era
necesario.

—Sabes perfectamente que soy un hombre de más acción que


palabras.

Paso por su lado, golpeándola suavemente en el hombro, un


gesto que a Gina le pareció sumamente infantil y le recordó un
poco la diferencia de edad que existía entre ellos, además Ace
era hombre, siempre sería un poco inmaduro.

Lo siguió hasta el balcón. Ahora, el frío de la noche no le


pareció tan abrumador. Ace, pendiente en su celular tan solo
le dio una mirada irritada cuando ella cerró el ventanal, para
que el frio no entrara al departamento.

Se apoyó en la pared de concreto y miró abajo, a los


transeúntes apurados, a las familias que disfrutaban de una
especial salida nocturna. Sus ojos saltaron de la vereda a la
calle, a los autos pasando fugazmente, uno tras otro con un
zumbido que llegaba a sus oídos como un ruido de fondo, la
música de lo que parecía ser una escena final.

Por un segundo la idea de que este fuera el final de su historia


puso a su corazón a golpear frenético sus costillas. La
embargó un sentimiento de tristeza y perdida que le revolvió
el estómago e hizo que su nariz picara y sus ojos ardieran,
mientras se iban acumulando las lágrimas. Tragó una
bocanada de aire, sus ojos se dirigieron hacia las estrellas,
buscando alguna consolación en ellas, pero por alguna razón
la vista tan solo la hizo sentir peor.

Una maldición de parte de Ace, la sacó de su estupor. Sorbió


los pocos mocos que había estado acumulándose en su nariz
y después fijo la vista en el muchacho.
—Préstame tu teléfono— exigió con la palma extendida.

Abrió la boca, para reclamar, pero fueron interrumpidos por la


dueña del departamento.

—Tienes que ver esto— dijo mirando fijamente a su amiga.

Gina la siguió de inmediato, el sentimiento de que algo estaba


mal, se asentó en su pecho como un yunque que apenas le
permitía respirar. ¿Qué sucedía si su anterior pensamiento era
cierto? ¿Si su historia con Massimo llegaba a su fin porque él
ya no estaba más en este mundo?

Hizo esas ideas a un lado para evitar caer en la locura.

Frances los dejo pasar a su pieza, donde la televisión prendida


les revelo la gran noticia: su casa se estaba quemando.

Su primer instinto fue agarrar el teléfono y marcar a Massimo,


pero luego de tres llamadas perdidas comenzó a entrar en
pánico. Frances estaba intentando consolarla y mantenerla
calmada, acariciando su cabello, pero la táctica no estaba
funcionando ni un poco.

¿Dónde estaba Massimo?

¿Por qué no estaba contestando?

Se giró hacia Ace, esperando que él tuviera las respuestas a


todas esas incógnitas.

—Tito dijo que había estado por su zona de Las Vegas


encargándose de un asunto— sus ojos se deslizaron hacia
Frances, haciéndole ver que no confiaba lo suficiente en la
rubia como para hablar libremente —, no importa a la hora que
inicio el incendio, no debería estar en la mansión.

—¿Por qué no contesta entonces? — pensó en voz alta,


pasándose una mano por el pelo.
Salió de la habitación necesitando más espacio para poder
respirar.

Tenía que pensar de manera racional, lo sabía y eso estaba


intentando hacer en este mismo momento; Massimo no
estaba en la casa, su esposo estaba a salvo, Massimo podía
estar ahí afuera expuesto a un peligro peor.

Dejo escapar una respiración temblorosa, se mordió el labio


inferior mientras intentaba pensar en donde podía estar su
marido, de seguro haciendo algo lo suficientemente estúpido
como para poner su vida en riesgo, porque debía estar
enojado, frustrado con ella y de con el La Legge por todos los
problemas que le estaban trayendo.

—¿No podría estar con Tito? — se giró hacía Ace.

—No, se fue de ahí hace horas.

—¿Y qué andaba haciendo?

—Poniendo orden.

Eso confirmó su teoría. Y también la hizo recordar otra cosa.


De la misma manera que Massimo la había encontrado podía
encontrarla ella a él, ¿o no?

Se sacó el celular del bolsillo del pantalón y abrió la aplicación


de IPhone que te permitía saber dónde estaba la otra persona.
El corazón le dio un vuelco al ver que el celular de Massimo
estaba en un punto cualquiera del desierto, pero cuando
comenzó a hacerle zoom se dio cuenta de que en realidad era
un territorio con una mansión.

Le lanzó el aparato a Ace, quien lo atrapo sin problema y


después observo la pantalla.
—¿Por qué estaría en la mansión de su padre? — preguntó
mirándola.

Gina se encogió de hombros, claramente ella tampoco tenía ni


idea de cómo responder su pregunta. Ace sacó su teléfono
para llamar a ese Tito del que tanto hablaban, después
comenzó a caminar hacia la puerta. Gina lo siguió sin dudarlo,
pero cuando lo alcanzo él se dio media vuelta, viendo en su
rostro lo que le iba a decir paso por su lado antes de que
pudiera detenerla.

—Olvídalo, no vas a ir solo.

—¿Quién se quedará con Den?

—Yo— intervino Frances, Gina le miró con seriedad, por un


segundo dudando en abandonar a Ace —, está bien, amiga—
asintió y Gina le devolvió el gesto.

—No vas a ir a ningún lado— le impidió el paso de nuevo —. Si


te pasa algo Massimo me va a matar.

Pero eso no importaba, porque ella tenía la sensación de que


si no salía ahora algo malo le iba a pasar a su esposo. Y Ace,
por supuesto, no iba a impedir que fuera con él. Nadie tenía la
oportunidad de hacerla cambiar de opinión o de negarse a sus
demandas, a menos que la amarrara en la silla y, aun así, creía
que lograría escapar.

—Ace— lo miró con una ceja enarcada desde abajo.

—No.

—Ace— repitió, intentando avanzar.

—Gina, ni siquiera sabes que nos vamos a encontrar, no


puedes venir.

—O voy contigo, o voy sola, ¿qué prefieres?


Su guardaespaldas soltó un suspiró irritado. Entornó los ojos
y después volvió a posar la mirada sobre ella.

—¿Tienes una pistola, al menos?

Asintió, fue a su cuarto a sacarla de la cartera y después fue


en busca de su marido.

En algún momento del camino se dio cuenta de que más


autos se sumaban a ellos, pero por la expresión relajada de
Ace supuso que sería Tito y sus hombres. Doblaron para
entrar al camino de la mansión, las rejas se encontraban
abiertas y a Gina el estómago le dio un vuelco.

Se pasó las manos por los pantalones, tratando de secarse el


sudor en ellas, después se arregló los cabellos y al final el
chaleco que llevaba puesto. Si debía intimidar a alguien para
que su esposo saliera vivo de allí, no estaba vestida para la
ocasión, pero dudaba de que en jeans y una polera básica
intimidara menos que con tacones y ropa elegante, de todas
maneras, deseo tener un oufit mucho más acorde a la
situación porque con la ropa adecuada siempre lograba
sentirse mejor.

Estacionaron frente a la mansión destruida junto a otros autos


que definitivamente no pertenecían a La Legge. La estructura
gruesa seguía ahí, pero la mayor del frente estaba quemada,
aunque al interior del lugar no había tanto daño, tan solo
paredes negras y vidrios rotos que crujieron bajo sus zapatos
con cada paso, de seguro alertando a los hombres que debían
estar en el interior. Doblaron hacía un gran salón, no
recordaba que había sido antes, pero era tan inmenso que al
menos veinte personas cabían en su interior y sobraba
espacio. Veinte pares de ojos cayeron sobre ella, eran
bastantes y obviamente Ace y ella no tenían oportunidad
contra tantos, pero tenía la esperanza de que con la gente que
su amigo había llamado de camino aquí sería suficiente para
pelear y ganar si así lo requería la situación.
Su mirada cayó de inmediato sobre el hombre sentado en una
silla, siendo golpeada una y otra vez por alguien musculoso y
que definitivamente estaba causándole gran daño a su
esposo, el padre de su hijo y el hombre de su vida.

—Alto— le dijo con voz demandante.

El hombre se detuvo y la miró con una expresión odiosa que


se enserio al ver que Mika se había girado para verlo e
indicarle con un movimiento de cabeza que se hiciera a un
lado.

—Gina— la saludo con un movimiento de cabeza como si no


hubiera estado torturando a su esposo segundos atrás.

—Mika— le respondió ella de la misma manera —Estoy aquí


para negociar la liberación de mi esposo— hablo
imponiéndose frente a cualquier otro ruido, incluso la
respiración trabajosa de Massimo.

Un par de hombres rieron entre dientes, ella les dirigió una


mira fría llena de promesas terribles que les hizo callar.

—Hasta donde se no hay nada que puedas hacer, como vez el


capo de Las Vegas está moribundo en una silla y tú te le
unirás pronto.

Su visión periférica capto a un hombre moviéndose


lentamente hacia ella, se burló de él con una carcajada
mientras le apuntaba con la pistola que había sacado de su
pantalón. Ni loca iba a venir aquí sin una manera de
defenderse.

—Sé que has hecho todo esto porque quieres acceso al puerto
— ignoró su amenaza anterior —¿Para qué sino armar todo
este escándalo? — dijo mientras avanzaba hacia una mejor
posición en la sala, se quedó cerca de Massimo, con Ace aún
a su lado.
Mika le dio la razón con una inclinación de cabeza, su cabello
oscuro se sacudió como si estuviera en un comercial de
pantene, era increíble y ridículo lo lindo que su pelo era.

—Así que te propongo esto...

—No aceptaremos nada que no involucre una revolcada


contigo, preciosa— la interrumpió un hombre al que reconoció
como uno de sus traidores, más que nada por el acento.

Lo evaluó rápidamente y antes de que alguien pudiera aprobar


sus palabras le disparó, el sonido del arma descargándose
alertó a todos en el salón, Mika tan solo la observaba con
curiosa diversión, incluso sonrío cuando ella amenazó a todo
el mundo con dispararles si volvía a escuchar un comentario
de ese tipo, harta de su estúpido machismo. Tenía suerte de
que para haber tomado un arma tres o cinco veces, tuviera
muy buena puntería.

—Cómo decía— se aclaró la garganta, pero nuevamente fue


interrumpida.

—Déjame aclarar algo, Gina, tú eres la esposa del Capo,


¿cierto? — la aludida asintió —Entonces eres nadie, ¿qué me
hace pensar que tu palabra se respetara? — le cuestionó Mika.

Sus hombres volvieron a adquirir una postura amenazante,


listo para atacarlos, Gina ni se inmutó, su máscara de
seriedad era de acero y solo una persona tenía la habilidad
para quitársela y ver a través de ella.

—Las cosas están cambiando un poquito en Las Vegas— dijo


con aire diplomático —Massimo me considera su igual por lo
que mi palabra cuenta, ergo puedo hacer y deshacer a gusto,
¿cierto? — se dirigió a Massimo.
Su cabeza colgaba hacia delante, la única señal de que seguía
vivo era su ruidosa respiración que en momento silenciosos
como estos llenaba el lugar, aun así, Gina espero ansiosa a
que hablara, necesitaba escuchar su voz, saber que no estaba
tan mal.

El Capo escupió al piso, la madera se manchó de rojo,


después se giró hacia su mujer y le dijo con una sonrisa
sangrienta.

—Por supuesto, Corazón

Hablar le producía dolor, quedo claro en las muecas y ver su


rostro tan golpeado le quitó la respiración. Tenía la ceja y el
labio cortado, un pómulo ya se le había puesto morado y
había demasiada sangre en su apuesto rostro.

Ace le puso una mano en la espalda baja, no se había dado


cuenta que había estado a punto de caer al suelo, todo porque
el hombre que amaba estaba gravemente herido, el mismo
hombre que un año atrás le había hecho desear matarlo con
sus propias manos, ahora se daba cuenta que sin él no sería
capaz de vivir.

—Ahora que quedo claro que soy quien está a cargo de la


situación... Te aseguro un lugar en nuestro puerto, por
supuesto tendrás que saber que eso no significa que La
Legge te dará protección para transportar tus mercancías, ese
será tu problema, además de que el territorio sigue siendo
nuestro.

—Nada muy tentadora tu oferta, creo que los mataré a todos y


seguiré con mi plan original— Mika dijo con una mueca que
pretendía ser una sonrisa.

—Ambos sabemos que no lograras mucho, pero si lo que


quieres es tierras— fingió pensarlo un segundo, como si
realmente fuera él quien la hubiera llevado a esa idea —,
puedes quedarte con Louisina.

Varios hombres la miraron, incluso sintió los ojos curiosos de


Ace sobre ella, pero nadie se atrevió a contradecirla o a
cuestionar sus palabras.

—Mismas reglas eso sí, tú te encargas de mantenerlo.

Mika se encogió de hombros como si no le importara, pero


ella sabía bien que eso representaría una dificultad; no solo
porque Chicago seguía siendo débil sino también porque El
Cartel estaba intentando recuperar el territorio con todas sus
fuerzas, en realidad era un favor para ellos, estaba poniendo
algo entre los cubanos y las tierras de la La Legge.

—Sigo pudiendo matarlos a todos ustedes.

—No en realidad.

Como si el universo le diera la razón dos hombres ingresaron


corriendo y gritando sobre que los estaban atacando. Gina
sonrió genuinamente, los refuerzos habían llegado.

—Como un regalo de buena fe, prometo no atacar Chicago…


pronto— le dijo dejando en claro que habría represalias — y
también me gustaría pedir amablemente que no se aceptara a
ninguno de los traidores en tu territorio.

Mika se encogió de hombros, obviamente no tenía ningún


interés en quienes le habían ayudado a emboscarlos ahora
que su plan no había funcionado. Varios traidores
comenzaron a retirarse lentamente, pero sus hombres no les
permitieron ir muy lejos, habían cuentas que saldar.

—Entonces, nos quedamos con Louisiana y no aceptamos a


tus traidores, ¿eso es todo? Pensé que estabas aquí para
negociar.
—Debería bastarte con que te deje salir vivo de acá.

—¿Por qué la puta sigue hablando? — escuchó que alguien


preguntaba entre medio de los hombres de Mika.

Massimo se rio nasalmente y sacudió la cabeza mientras


decía:

—No deberías haber dicho eso.

Gina sonrió, él conocía su odio por la palabra. Miró a Massimo


por unos segundos con un brillo enamorado en sus ojos y
después se giró hacia el bastando que la había insultado, su
expresión transformándose en una fría y hambrienta de
sangre.

—Controla a tus hombres, Mika o te iras de aquí sin ninguno


de ellos— le dijo antes de disparar a quien la había ofendido.

Sabía que no era una buena idea ir matando gente cuando


intentaba negociar con él, pero no le importaba, mucho,
además ahora estaba en desventaja, luego de decir que no
aceptaría a quienes le habían ayudado de seguro ellos
tampoco pelearían por él.

—Última oferta, tendrás uno de nuestros casinos.

Massimo levanto la cabeza y la miró anonado o lo más


asombrado que se podía ver alguien que tenía todo el rostro
hinchado y amor otoñado. Ella le respondió con un guiño,
esperando que no dejara de confiar en ella, debía saber que
Gina no toma decisiones precipitadas

Sabía que era la única cosa que realmente llamaría la


atención de Mika, la suya era una oferta innegable. Las Vegas
había dejado de compartir sus casinos con las otras mafias
varias décadas atrás, pero no le parecía un mal momento para
retomar viejas tradiciones.
—Los detalles los aclararemos luego, por supuesto, si aceptas
— presionó un poquito impaciente por acabar con la situación.

—Bien, acepto— Mika se giró hacia sus hombres —. Andando


caballeros, andando.

Él no los siguió de inmediato, sino que se acercó a Gina para


cerrar el trato estrechando su mano como ella lo había
propuesto, a pesar de que su mano era pequeña y débil en
comparación, Gina empleo toda su fuerza para retenerlo.

—Nunca más ataques a mi familia— le amenazo seriamente —


porque te destruiré, a ti y a todo ese poblado que llamas
imperio, ¿entendido?

—Me alegra saber que Las Vegas tiene una reina tan digna
como tú— le respondió diplomáticamente antes de retirarse.

Cuando todos se hubieron ido y tan solo quedaron Massimo,


Ace y ella, se permitió un respiro.

Temblando se arrodilló frente a Massimo mientras su amigo


lo desataba, le sostuvo el rostro con sus manos, sujetándolo
por las mejillas. Tuvo que morderse el labio inferior para no
romper a llorar ahí mismo.

—¿Cómo te sientes? — preguntó con la voz rota, sus ojos


aguados lo miraron expectante.

—Jodidamente cachondo— balbuceo Massimo con un intento


de sonrisa.

Gina oyó a Ace reír entre dientes, mas a ella el comentario no


le causo gracia. Esto era serio, se lo confirmo el hecho de que
Ace tuviera que cargar con casi todo el peso de su esposo
hasta el auto.
—Es la verdad— le dijo una vez que estuvo acomodado,
respiraba con dificultad y no tenía la mirada enfocada, Gina
estaba muy preocupada —, cuando te pones mandona eres
muy sexy.

—Estaba intentando salvar tu vida— las ganas de llorar se


volvieron más fuertes —¡Te dije que deberías haber ido con
Ace!

—Sí, pero no creo que eso hubiera ayudado mucho. Uno contra
diez, es casi lo mismo que dos contra diez— intentó darle una
sonrisa, pero termino haciendo una mueca.

Gina se lanzó contra él, brazos abiertos, esperando que


Massimo pudiera atraparla y permitirle refugiarse en su
pecho. Lo escuchó quejarse cuando lo apretó con demasiada
fuerza, así que intento relajar el agarre un poco, pero le fue
casi imposible no aferrarse a él con todo su ser. Había estado
a punto de perderlo.

—Te amo— murmuro las palabras —, te amo y no sé qué sería


de mi si te hubieras muerto.

Massimo le acarició lentamente el pelo, eso junto con el


movimiento del auto y el cansancio del día ayudo a que sus
ojos se fueran cerrando.

—Tranquila, Corazón, siempre estaré aquí para ti.


CUARENTA Y NUEVE-El corazón del
diablo- Dreame

Hizo el amago de salir de la cama, pero ni siquiera alcanzo a


salir de debajo de las sabanas. El brazo pesado de Massimo
sobre su cintura la retuvo en su lugar y después, lentamente la
arrastró de vuelta a donde pertenecía. Apoyó la mejilla sobre
su corazón, el ruido de los latidos lentos pero constantes la
relajo y por un segundo se olvidó de lo que necesitaba. Pero
después la mano de Massimo le apretó la cintura, y con ello
su vejiga y recordó muy bien a donde estaba yendo.

Al intentar salir de la cama de nuevo, su esposo emitió una


protesta gutural.

—Necesito ir al baño— le dijo, estirándose para alcanzar su


mejilla y depositar un beso con cuidado.

Massimo la soltó, sus ojos cerrados, el subir y bajar de su


pecho parecía costarle cada partícula de energía que tenía, o
eso pensó Gina, hasta que su esposo giró el rostro con
rapidez para robarle un beso. Ella tan solo se rio entre dientes
y fue a hacer sus necesidades.

Al salir del baño se tomó unos segundos para observar al


hombre de su vida respirando profundamente. Tenía las
mantas hasta el cuello, pero no se necesitaba más que su
cara para ver cuán maltratado estaba. Uno de sus pómulos
estaba morado, del otro lado, la piel alrededor de su ojo
estaba adquiriendo un tono azulado. Tenía un corte en la ceja
y otro en el labio. Su cabello estaba grasoso porque se
rehusaba a que lo ayudaran a ducharse, pero él por sí solo no
era capaz de estar el tiempo suficiente de pie, lo que
significaba que tampoco había tomado una ducha decente en
dos días, aun así, Gina no se atrevía a estar demasiado tiempo
lejos de él, temía que si se iba un par de minutos al volver
Massimo no estaría ahí y por nada del mundo quería volver a
experimentar esa sensación de pérdida. No estaba lista para
dejar a Massimo ir, dudaba que algún día pudiera estarlo.

Se lo quedo mirando desde lejos por varios minutos, sabiendo


que si volvía a meterse a la cama lo despertaría, y en este
momento su marido necesitaba todo el descanso que pudiera
tener.

Tan solo de recordar el estado en que lo habían encontrado se


le apretaba el corazón. No tenía ni idea de que podían hacer
tanto daño a alguien en tan poco tiempo. Los hombres de
Mika definitivamente se había desquitado con Massimo,
además de Lorenzo por supuesto, porque resultaba ser que el
bastardo estaba vivito y coleando, bueno lo había estado,
ahora estaba agonizando en su sótano, deshidratado y
sometido a un tipo de tortura mental que Ace le estaba
aplicando. Era sorprendente lo mucho que había soportado
sin soltar ni un poco de información, y también era un gran
problema.

Las cosas habían estado movilizándose dentro de La Legge


mientras Massimo intentaba recuperarse. Aquellos que
estaban de su lado, dirigidos por Ace y ella (quien participaba
desde las sombras), debían ahora encargarse de todos los
traidores, y aquellos que no querían a Massimo estaban
demasiado calmados para traer buenas noticias. Gina estaba
segura de que se traían algo entre manos y por más que le
insistía a Ace que se deshicieran de ellos de inmediato, su
amigo seguía negándose.

El monitor del bebé eructó con el llanto de Golden, la madre se


apresuró a su cuarto antes de que este pudiera despertar a su
papá.
Dándose cuenta de que tan solo estaba incomodo por el pañal
mojado, lo cambió y volvió a acomodarlo entre los cojines que
evitaban que se cayera de la cama. Debido a que su hogar
había sido incendiado y con él todo lo que estaba dentro,
ahora estaban en una casa de seguridad que Massimo tenía,
pero no había podido ir a comprar una cuna o mandar a
alguien a hacerlo, así que Den estaba durmiendo en esa cama,
resguardado por una muralla de cojines a cada lado.

Se lo quedo mirando fijamente, apreciando la curva de su


nariz y esos labios finos, idénticos a los de su padre. Acarició
los hilos dorados que tenía por cabello, unas pocas pelusas
que bajo la luz intensa del sol se reflejaban adorablemente.

Su cuerpo fue cediendo al cansancio y al estrés de los últimos


días y antes de que se diera cuenta estaba a su lado
durmiendo, pero debe haber sido por un par de minutos,
porque cuando despertó por un ruido ajeno se sintió como un
pestañeo.

—¿Massimo?

Se puso de pie de inmediato, casi corriendo hacia su lado para


ayudarlo a llegar hasta la cama. Les tomó varios segundos
más de lo común debido a su extraño cojeo y a que, aunque
no tenía todo su peso sobre ella, si era una cantidad de kilos
considerable que la hizo sobarse el hombro y rotar el cuello,
buscando aliviar la tensión.

—¿Por qué te levantaste? — volvió a poner su atención sobre


él.

—No estabas conmigo cuando desperté.

Gina torció los labios hacia un lado, aguantando las ganas de


burlarse de él. Estaba segura de que, si cualquier otra persona
lo escuchaba hablar así, pensaría que habría tenido un golpe
muy fuerte en la cabeza. Pero para ella que lo conocía, sabía
que así es como él era: dulce y preocupado, dominante y
malicioso también, pero de aquella manera juguetona que le
calentaba la sangre del cuerpo y la ponía resbaladiza entre los
muslos. Su lado diabólico y mortal estaba reservado para sus
hombres y Gina no tenía ningún problema con eso.

—Vine a ver a Den— señalo flojamente la cuna mientras se


sentaba a su lado.

Massimo le pasó un brazo por la cintura y la estrecho contra


él. Inspirando su característico perfume antes de depositar un
beso sobre su coronilla.

—¿Cómo te sientes?

—Bien.

Gina levantó la mirada para escudriñarlo y decifrar si es que


estaba diciendo la verdad o no, porque definitivamente no se
veía bien; sin una polera puesta o las sabanas para que lo
cubriera, podía ver todos los moretones en el resto de su
cuerpo, además de que despierto, veía el derrame que tenía en
el ojo, creando una mezcla de rojos y tonos oscuros bastantes
preocupantes, pero que, según el Doc, desaparecerían con el
tiempo.

—Lo juro, Corazón. He recibido palizas peores.

—Pero te vez tan adolorido.

Massimo se dejó caer en el colchón, cuando Gina fue a apoyar


la cabeza sobre su pecho hizo una mueca de dolor, con la que
se ganó una mala mirada de su esposa. ¡No estaba bien y no
entendía porque mentía al respecto!

Antes de que ella pudiera criticarle u ordenarle que fuera a la


cama, la tomó en sus brazos y la cambió de lado, dejándola
apoyarse en el costado que tenía menos moreteado.
—Tengo un par de moretones que duelen como la mierda, pero
estoy bien. Y contigo a mi lado me siento mucho mejor.

—Eres tan…— arrugo la nariz sin saber con qué palabra


definirlo —dulce, de repente.

—¿Por qué eso no suena como algo bueno?

—No es algo malo tampoco, es solo que jamás esperé que


fueras así y la verdad es que me siento un poco incomoda
porque no sé cómo responderte.

—Corazón, a estas alturas deberías saber que no espero una


respuesta de tu parte, pero si quieres hacer algo, un beso en
este momento sería perfecto.

—¿No te dolerá?

—No veo como tus besos podrían dañarme.

Gina arrugó la nariz e hizo una mueca graciosa, que Massimo


disolvió al aplastar sus labios con los de ella. Acariciando el
inferior con la lengua, pidiéndole permiso para ingresar a su
boca y poder realizar esa exploración exhaustiva a la que Gina
ya se había acostumbrado, a las caricias perniciosas que sus
dientes le procesaban a su labio y como estas siempre
acababan trasladándose a su cuello y hombros antes de
descender hasta sus pechos y luego mucho más abajo.
Aunque con la condición de Massimo en estos momentos,
prefirió detener el beso antes de que se convirtiera en algo
más, pero si el bulto presionándose contra su muslo y el dolor
ansioso entre sus piernas, decía algo, parecía ser un poco
tarde para eso.

Tampoco pudieron llegar muy lejos, porque Den despertó


demandando un poco de cariño y contacto. Massimo se
acomodó en la cama, recostándose sobre la cabecera y
apoyando a Den sobre su pecho mientras acariciaba su
espalda y le hablaba.

—Que bebé más bonito eres, igual a tu mami.

“Adulador” modulo Gina, pero sus iris brillaban como nunca lo


habían hecho antes, lleno de amor y una alegría que no cabía
completamente en ella.

—¿Crees que seguirá siendo igual de bonito cuando crezca? —


preguntó Gina sentándose en la cama.

Esa era una duda que había estado rondándole en la cabeza


cada vez más seguido. No dudaba de que, para sus ojos, Den
seguiría siendo igual de hermoso, pero, ¿objetivamente?
¿Mantendría esos ojos dorados? ¿Seguirían siendo sus
pestañas igual de asombrosas? ¿Cómo sería realmente su
cabello? Era una preocupación superficial, lo sabía, pero no le
importaba.

—Si sale feo siempre le podemos decir que es adoptado. Nos


desligamos de cualquier responsabilidad.

Gina negó con la cabeza mientras de sus labios salía una risa
encantadora. Massimo sonrió con los ojos fijos en su mujer,
hasta que Den agitó sus extremidades, demando atención.
Los padres observaron al bebé, ambos con una grande
sonrisa en sus rostros y Den les devolvió el gesto con sus
labios tirantes de una manera encantadora, dejando a la vista
sus encías rosadas.

—¿Qué crees tú, mi vida? No tienes ni idea de lo que estamos


hablando, ¿eh? — le habló Gina con una sonrisa.

Den agitó sus manitos, espirándolas hacia su madre, abriendo


y cerrando los dedos. Gina tomó una mano y besó la palma,
después hizo lo mismo con la otra. 
—Es increíble cuanto a crecido en tan poco tiempo— comentó
Massimo, dándole un toquecito con el dedo en la nariz y
después otro en la frente.

Den intento seguir el dedo de su padre con la boca abierta, los


ojos uniéndose en el medio, dándole un aspecto gracioso, que
se acentuó cuando el niño frunció el ceño, sacudió la cabeza y
pestañeo confundido.

—Sí, aún recuerdo lo chiquitito que era y lo poco que pesaba la


primera vez que lo sostuve.

—¿Y la primera vez que lo viste? Yo al menos, jamás podré


olvidar esa sensación que me subió por el pecho cuando lo
reconocí entre todos los otros bebés.

Gina lo miró fijamente por varios segundos, demasiados, y


comenzó a ponerse nervioso, creyendo que se pondría de pie
y le gritaría quién sabe por qué. Tal vez porque eso era todo lo
que habían hecho desde que se conocían y porque todavía
tenida una conversación pendiente sobre su relación. Sabía
que Gina lo quería, después de todo había sido ella quien lo
había ido a rescatar, pero eso no significara que supiera en
que parada emocional esta ella con respecto al hecho de que
lo quería. El último mes había sido absoluta negación y si ese
seguía siendo el caso entonces Massimo no sabría que hacer

Por su puesto que no quería dejarla y no iba a permitir que ella


lo dejará a él, pero a su vez no quería forzarla a quedarse,
quería que Gina lo deseará tanto como lo hacía él y que no
tuviera problema aceptándolo, mostrándolo, de la misma
manera en que Massimo le demostraba lo mucho que sentía
por ella.

—¿Quieres comer algo?

—¿A ti? — respondió casi de inmediato.


Gina entornó los ojos y murmuró algo entre dientes.

—¿Seguro que no quieres descansar? — preguntó


mordiéndose los labios de manera nerviosa.

Fue su turno de entornar los ojos.

—Corazón, no podría estar más descansado, literalmente lo


único que he hecho en las últimas cuarenta y ocho horas ha
sido dormir.

—Ya, como corresponder.

Massimo la ignoró, concentrándose más en Den y lo fácil que


estaba resultando hacerlo sonreír. Aunque después de un rato,
cuando le entró el hambre, no hubo nada que pudiera hacer
para calmarlo, excepto alimentarlo por su puesto. Pero Gina
se lo había llevado a la cocina para que el pudiera descansar,
incluso cuando le dijo que no necesitaba más descanso, así
que ahora estaba intentando bajar las escaleras sin matarse,
porque ya estaba harto de estar en la cama como un inútil y
quería alimentar a Den, una tarea que se había vuelto suya,
además había llegado la hora de poner en orden La Legge y
arreglar todo el desastre que su casi muerte había
ocasionado.

Iba por la mitad del camino y ya estaba respirando con


irregularidad, para cuando llego al corredor que llevaba a la
cocina, vio a Gina salir de esta, Den en un brazo y del otro lado
Ace cerca de ella, explicándole algo.

Esa ráfaga de celos a las que ya se había acostumbrado se


hizo presente y apurando el paso llego hasta ellos jadeando.

—Massimo— jadeo Gina, apresurándose hacia él para


ayudarle.
Él, testarudo como siempre, intento alejarse de su mujer,
recargándose en la pared y deslizándose por ella hasta llegar
a una mesa de arrimo donde pudo descansar todo su peso.

—¿Qué haces aquí?

—Es hora de trabajar— miró a Ace quien tan solo se atrevió a


mirar a Gina buscando una respuesta.

—Absolutamente no, Ace y yo estamos haciéndonos cargo de


todo sin problema alguno.

¿Ella y Ace? No señor, él no tenía derecho a estar cerca de su


mujer por tanto tiempo y mucho menos trabajar con ella.

Gina pareció leer su mente, porque tan solo suspiró, cambio a


Den de brazo y comenzó a caminar, liderando el camino hacía
una sala donde pudiera sentarse.

Él la siguió sin dudar, tomándose su tiempo hasta que pudo


descansar sobre el gran sitial, la suavidad del cojín y el
respaldo lo ayudaron a sentirse mucho mejor y a recuperarse
un poco de la caminata

—Mira, hecho mierda tan solo por dar diez pasos— le reprochó
su esposa.

—No— inhaló profundamente —estoy— tragó con dificultad —


hecho mierda.

Escuchó a Ace soltar una risita, divertido por su intento de


negar lo obvio. Massimo le mando una mirada asesina, pero
por supuesto que su mejor amigo no le haría caso.

Gina salió sin darle una segunda mirada y Massimo se


levantó, dispuesto a seguirla de nuevo, pero ella se dio media
vuelta y le indicó que se quedará ahí.
—Lo ha estado haciendo muy bien, es casi tan buena como tú
— habló Ace, quién tenía a Golden en sus piernas.

—Por supuesto.

Ella podía no saberlo, pero estaba hecha para este mundo,


para mandar, para matar, Dios, esa mujer no tenía límites y
eso la hacía perfecta para este mundo.

—Beto y Lorenzo estaban trabajando juntos. Beto estaba


organizando su gente en el este y Lorenzo se encargaba de
mover las cosas aquí.

Gina le informó apenas volvió a la habitación. Estaba


arrastrando un corral bastante viejo, que había encontrado
intruseando en el garaje. Puso a Den ahí, lo acomodo y
prendió uno de sus juguetes, luego se paseó por la habitación,
sin saber muy bien donde sentarse.

Había un sillón donde podría haberse sentado, pero no era lo


que quería, ella quería sentarse en las piernas de Massimo
como lo hacía cada vez que entraba a su oficina y lo pillaba
trabajando o cuando lo encontraba en la cocina y él hacia la
silla hacía atrás de inmediato, sin dudarlo ni un segundo; la
verdad es que el regazo de su marido se había vuelto su
nuevo asiento favorito, pero usualmente era él quien le
ordenaba que se ubicara allí y ahora ella no se sentía con la
seguridad suficiente para ir y plantarse sobre sus piernas.

—Todavía no se sabe nada de Beto, pero Tito está trabajando


en eso y Ace está moviendo algunos hilos para saber dónde
podría estar— dijo Gina caminando de un lado a otro, todavía
sin saber qué hacer.

Massimo la observo con adoración, definitivamente no había


como ella, nadie que tuviera su belleza, su mente astuta y
afilada como el mejor cuchillo, perfecto para cortar cabezas
traicioneras. Tenía la seguridad de saber que lo estaba
haciendo bien, pero Massimo no dudaba que lo escucharía si
así se lo pedía.

—Lorenzo asegura que no sabe dónde está, dudo que esté


mintiendo.

—¿Y qué paso con todos lo que nos traicionaron?

—La mayoría están muerto, practique mi puntería con algunos


— le informó Gina.

Un gruñido lujurioso subió por su pecho al imaginar a Gina


con un arma en las manos, apuntando a alguien que no fuera
él.

Viéndola moverse de un lado a otro, no pudo resistir palmear


su pierna con los ojos sobre ella, esperando a que le
obedeciera. Sonrió cuando ella no tardó ni un segundo en
dirigirse hacia él y sentarse en sus piernas.

Se acomodó con cuidado, intentando no lastimarlo, pero ella


no tenía ni idea de que eso no era posible, Gina pertenecía a
él, a su piel, era una extensión de su cuerpo, ergo jamás
podría lastimarlo.

—¿Cuánta gente está de su lado?

—Lorenzo aún no suelta todos los nombres, pero son varios.


Hasta ahora nos hemos ocupado de los más peligrosos.
Ivan… y no sé, Ace se sabe los nombres.

—La mayoría eran del oeste, Beto convenció a mucha gente.

—Y lo seguirá haciendo si no lo matamos— dijo con los


dientes apretados, Gina tomó su mano entre las de ella, una
manera de intentar calmarlo, pero no funciono para nada.
Esto había llegado demasiado lejos, había amenazado a su
familia, casi lo habían matado a él. Iba a destruir a todos esos
malditos con sus propias manos e iba a hacerlo ahora.

—Saldremos hoy mismo a cazarlos.

—No— dijo Gina de inmediato —Nosotros nos estamos


encargando de eso, no necesitamos a Beto, aún, solo a sus
hombres. Un rey no es nada sin su ejército y en este momento
Beto no tiene más que un par de granjeros con armas, todo el
resto de su gente está muerta.

Ace miró a esa nueva mujer que hablaba estratégicamente y


no tenía problemas con el lado más oscuro de este mundo;
matar, torturar, sus sugerencias salían sin problemas.

Observo su postura relajada, pero no desparramada, lucía


confiada de que todo saldría bien. Acomodada sobre las
piernas de Massimo, pero también apoyada en el apoyabrazos
de la silla. Las piernas cruzadas, la cabeza en alto y su larga
melena cayendo en cascadas brillantes por sobre sus
hombros y espalda. Cuando sus ojos se encontraron, ella
levantó una de sus cejas, y comprendió que había nacido para
estar en esa posición; no sentada junto a Massimo, sino en él
trono con él. Y que bien le quedaba la corona, en una mujer
como ella no hacía más que resalar su brillo y poder.

—Corazón, no voy a quedarme aquí sin hacer nada.

—No estás haciendo nada, estás recuperándote.

—Ya me recuperé, iré a cazar a esos malditos y no vas a


impedírmelo.

Gina se puso de pie, en sus ojos vio emociones que lo hicieron


querer matar a más hombres. Ella estaba preocupada por él,
porque casi había muerto y todo era por culpa de esos
bastardos.
—¿No voy a impedírtelo? — soltó jocosa.

Le dio un golpe en el hombro con la fuerza suficiente para


hacerlo sisear, justo sobre el moretón, que maldita. Estaba
recuperándose del dolor cuando recibió otro golpe en su
pectoral y luego otro en su abdomen y después una más en
sobre su rodilla, cuando Gina fue a tocar el morado en su ojo
le agarró la mano.

—¿Qué haces?

—Mostrarte que aún no estás listo, apenas puedes caminar,


tienes más morado que piel, tu ojo no ha sanado del todo. Ni
siquiera tuve que golpearte tan fuerte para que te doliera. Ace
y yo nos encargaremos de todo mientras tú te recuperas y no
te preocupes, todos piensan que eres tú quien está dando las
ordenes.

Por qué incluso sin la gente la había apoyado cuando fue a


rescatar a Massimo no era tan ingenua como para pensar que,
en circunstancias normales, hombres de la mafia se dejarían
controlar por una mujer, ni siquiera si era una tan capaz y
asombrosa como ella.

Massimo no le contradijo, para su suerte y pasaron el resto de


la tarde elaborando planes y pensando en cómo manejarían
las cosas desde ahora, después de todo tenían compromisos
que cumplir, gente que reagrupar, un imperio que levantar;
había llegado el momento de gobernar sobre las Vegas como
los reyes que era.

Más tarde esa noche, acurrucados uno al lado del otro,


mezclando piernas y brazos, utilizando de excusa el tamaño
de la cama para estar tan cerca del otro, Gina se preparó para
decir todo lo que debería haberle confesado a Massimo antes,
porque ya había llegado el momento de ponerse sus
pantalones de niña grande y exponer sus sentimientos como
la mujer y esposa segura que era. Que ridículo que segundos
antes hubiera estado pretendiendo que estaba tan cerca de él
porque no le quedaba de otra, siendo que la cama no era tan
pequeña. Tenía que dejar de poner excusas, lo sabía y tenía
que aprender a enfrentar sus miedos. Massimo la amaba, ella
lo amaba a él, iban a vivir juntos de aquí hasta el último día de
su vida y de seguro que después de eso encontraría una
forma de encontrarse en el infierno.

Inspiró y exhaló temblorosa, insegura de cómo empezar, con


un montón de ideas en su mente, las palabras atascándose en
la punta de su lengua. Enterró el rostro en su pecho y dejo
salir un quejido de frustración. ¿Por qué era tan difícil?

—Te…— comenzó Massimo antes de que ella pudiera decir


algo.

—No— lo interrumpió demasiado brusca, carraspeó —. Me


refiero a…  espera un poco, quiero decirte lo que siento, pero
dame tiempo— inhaló, dejando que el olor de su marido la
inundara, aferrándose a él para tratar de encontrar algo de
fuerza —Te quiero— dijo entre dientes y se odio por eso.

Quería poder gritar su amor a los cuatro vientos, para, de


alguna manera, poder recompensar todo lo cruel que había
sido como Massimo y todo el dolor que su desconfianza y
falta de cariño le había causado. Pero ella no era así, Gina
nunca iba a ser capaz de expresar sus sentimientos tan
abiertamente y Massimo podía vivir con eso, lo sabía,
después de todo Gina vivía abrazándolo y besándolo y
expresando su amor de manera más física, ese era su
lenguaje. En cuanto al problema de su breve ruptura,
reconocía que había exagerado, pero no valía la pena
quedarse en el pasado, tan solo aprender de él para no
cometer los mismos errores en el futuro.

Girándose en los brazos de Massimo, para así quedar frente a


él y poder mirarlo a los ojos, teniendo la intensión de que él
pudiera ver en sus ojos cuanto lo amaba.
Le paso una pierna por encima y se arrimó hacía él, alcanzo
sus mejillas con las manos. Depositó un beso suave sobre
sus labios, y ahí, sobre él, tan cerca que no podía ver nada
más que sus iris azules brillando en la oscuridad, fue capaz de
hablar.

—Te amo, te amo tanto que no sé cómo no puedo decirlo en


voz alta. Te amo tanto que despegarme de ti me duele y la
sola idea de no verte nunca más me hace entrar en pánico—
selló sus palabras con otro beso —. Te odio por hacer que me
enamorara de ti.

Massimo soltó algo entre un bufido y una risa, besó la punta


de su nariz y luego inclinó la cabeza hacía ella para juntar sus
labios sin aplicar la suficiente presión para considerar el
toque un beso.

—No necesitas decirme con palabra aquello que puedes


demostrar con acciones. Sé que me amas, sé que está es tú
manera de demostrármelo— cerró los brazos sobre su cintura
y entre separo un poco más las piernas, para que se
acomodará allí —, no fue tu falta de palabras lo que me
molesto y lo sabes.

—Y no volverá a suceder, ahora confió en ti.

—Tampoco es como si te fuera a dejar alejarte así de nuevo.

—Massimo— reprochó, dándole un golpe en la frente con sus


dedos.

El gesto fue devuelto con un palmazo en su trasero que la hizo


soltar un gemido ahogado, se arrimó un poco más a él,
separando ligeramente las piernas para poder crear una
presión sobre sutil sobre su carne palpitante.

—Admítelo, Corazón, eres mía.


—No soy de nadie— aclaró con el ceño fruncido, mas su rostro
se relajó inevitablemente y una media sonrisa apareció en él
—, pero podría hacer oídos sordos a esos comentarios de vez
en cuando, si prometes recompensármelo.

—¿Qué clase de recompensa? — pregunto el hombre, ya más


interesado en lo que estaba diciendo.

Gina estiró el cuello hacia un lado, todo su cabello siguió el


movimiento. Ahora lo tenía corto y a pesar de que Massimo lo
prefería largo por puras razones sucias y egoístas, debía
reconocer que se veía increíble con su nuevo corte, era algo
diferente, pero también era una manera de que el resto
pudiera apreciar ese carácter intenso de Gina sin tener que
hablar con ella. El cabello corto hacía que su rostro se viera
más angular, los pómulos altos y su mandíbula fina
destacaban mucho más, dándole un aire mortal que Massimo
adoraba.

—Mmh, no lo sé— Gina relamió sus labios, consciente de


como cayó la mirada de su esposo a su boca —podrías partir
reponiendo todos mis zapatos, ya que los otros se quemaron
con la casa— terminó con una sonrisa inocente.

Massimo bufó, la mano que tenía sobre su trasero se levantó


y luego bajo con fuerza, rebotando contra sus músculos y
haciéndolos vibrar.

—¿Tenías otra cosa en mente? — curioseo moviendo


sutilmente su cuerpo para frotarlo en las zonas correctas con
las de él —¿Algo mejor?— rotó sus caderas, creando esa
deliciosa fricción que los hizo gemir a ambos.

—Siempre puedo hacer las dos— empujó la pelvis hacia arriba,


dejándole notar su creciente erección.
—Mmh— enterró el rostro en el cuello de Massimo, sus
caderas moviéndose a un ritmo perezoso, fue aumentando la
velocidad progresivamente, sin prisa.

Se irguió, apoyando una mano sobre el pecho masculino.


Massimo gruño y no de placer. Gina quiso apartarse para no
hacerle más daño, pero él apoyó una mano en su cadera,
enterrando los dedos en su carne, y utilizó la otra para sujetar
la que tenía en su hombro.

—Tú eres la única que puede hacerme daño— gruñó contra


sus labios.

No pudo evitar sonreír, sabía que no estaba bien sentirse


orgullosa de algo así, pero había tantas cosas de las que
hacía que no eran buenas, que una más no le importaba.
Presionó un poco más la herida y el hombre bajo ella siseó
antes de tomarla de la cintura y tirarla al colchón para
posicionarse sobre ella.

El mismo hombro cedió ante el peso y estuvo a punto de


desplomarse sobre su esposa, lo que la hizo reaccionar a ella,
dándose cuenta de que Massimo aún no estaba en
condiciones para hacer en la cama algo que no fuera dormir.

Puso una mano en su mejilla y luego lo empujo devuelta a la


superficie suave.

—Debes descansar.

—Ya he descansado demasiado— protesto.

“Descansar” esa y todas sus variedades era lo único que había


escuchado en los últimos días, estaba harto de ello.

—Aun así, no estás en condiciones de hacer nada más.


—¿Quieres que te pruebe lo contrario? — enarcó una ceja y
empujó sus caderas hacia arriba.

Gina se mordió el labio inferior, reteniendo un gritito. Pero


Massimo era un hombre con una sola misión: hacerla gritar de
placer y odiaba cuando ella se contenía de esa manera. Sus
gemidos y todos los sonidos que hacia cuando estaba
preparando su cuerpo para aquella liberación de energía tan
satisfactoria, eran algo que amaba y no le gustaba ser privado
de aquello que amaba, así que golpeó con su erección ese
punto preciso entre sus piernas. Gina gimió y con eso se dio
por pagado, por ahora, porque la noche era larga y la idea de
pasar las siguientes horas escuchándola gritar, gemir y jadear,
se estaba volviendo una verdadera tentación.

—Sé que eres un idiota psicótico al que no le importa sentir


dolor, pero a mi si me preocupa. Además, si no vas a dar tu
cien por ciento mejor no— le guiñó un ojo

Gina supo que haber dicho eso no había sido una muy buena
idea, porque ahora Massimo querría demostrarle cuan
equivocada estaba y cuan capaz era él de hacer sentir bien, lo
sabía porque lo conocía, por eso mismo se le adelantó
poniendo una mano sobre su pecho y estirándose para
alcanzar su boca, depositando un beso suave que terminó con
ambos sonriendo ampliamente.

—No te preocupes, tienes el resto de tu vida para


complacerme y hacer lo que quieras conmigo— su voz se fue
desvaneciendo y al final tan solo quedo un susurro.

Le daba algo de vergüenza aceptar que esos tipos de


pensamiento ya no le molestaban, que quería ser de Massimo
y quería que él supiera que podía hacer todo lo que se le
ocurriera con ella, porque confiaba en él, porque lo amaba y se
había convertido en ese típico cliché tonto de mujer
enamorada. No era algo de lo que se sintiera orgullosa, pero
se había cansado de luchar contra ese sentimiento.
No estaba mal pertenecer a alguien, no cuando sabía que
había una parte de su ser, muy pequeña, pero existente, que
seguía siendo de ella. Era su esencia, su rebeldía y testarudez,
Gina se pertenecía, ¿pero su corazón? Ese ya era otro cuento.
EPILOGO-El corazón del diablo-
Dreame

—Golden, no.

El niño mira a su madre fijamente por varios segundos, sus


labios entreabierto por el susto que la advertencia le ha
provocado, pero luego esa boca que ha heredado de su padre
se curva de una manera demasiado maliciosa para pertenecer
a un niño de tres años.

La mano que tiene levantada, a punto de cometer una


travesura, cae sobre el pastel de su cumpleaños, agarra un
puchado de la crema amarilla que cubre la torta y después se
la lleva a la boca, embarrando sus mejillas y parte de la
camiseta que trae puesta.

Gina suelta un gruñido, el cansancio y enojo recorriendo su


sangre. Pero luego su hijo la mira, le da una de esas sonrisas
infantiles que siempre logra derretirla y estira la mano hacia
ella.

—Tú— camina un par de pasos en su dirección, haciéndole


saber que quiere convidarle de la crema.

—Te dije que no lo hicieras— Gina agarra su muñeca,


intentando que no la ensucie.

—Está rico.

Den parece no tener consciencia de lo que ha hecho y Gina


quiere reprocharlo, pero es tan difícil resistirse a esa sonrisa
encantadora que está empezando a sospechar es su método
para salirse con la suya.
—Sí, está rico, pero te dije que no lo hicieras— repite en un
tono duro para poner énfasis en que se ha equivocado.

Den hace un puchero y después se lanza a los brazos de su


madre, pasándole los bracitos por el cuello, casi tirándola al
piso.

—¡Den! — chilla con una sonrisa.

Envuelve su cuerpo pequeño con un brazo, mientras el otro lo


usa para evitar caerse. Él apoya la cabeza en su hombro y
segundos más tarde está repartiendo besos por su mejilla,
llenándola de dulce. Pero a Gina no le importa, no cuando eso
significa recibir amor de la persona más importante y
apreciada en su vida.

—¿Qué es esto? — una voz masculina los interrumpe —¿Por


qué no estoy recibiendo besos yo también?

Den se despega de su madre, levanta la cabeza hacia el


hombre parado bajo el marco de la puerta y después de un par
de segundos corre hacia él como si su vida dependiera de
ello.

—¡Papi! — se impulsa con sus piernas largas para saltar y


Massimo lo atrapa sin problema.

—Hola, cumpleañero. Veo que comiste torta sin mí.

—¿Quieres? — el niño le ofrece los restos que quedan en su


mano.

—No, gracias, bestia. Tengo mi propia fuente de dulce— sus


ojos recaen sobre Gina que esta levantándose y alisando su
pantalón.
Él se acerca, le pasa un brazo por la cintura estrecha para
apegarla a su torso y después lame algo de la crema que tiene
en la mejilla. Gina suelta esa risa encantadora, tan suave y
femenina, pero real. Eso es lo que más le gusta, ella jamás se
preocupa por cumplir las etiquetas, ni ser lo que otros quieren
que sea. Gina es ella, en la casa, con invitados o sin ellos; en
eventos formales e incluso en las sombras del mundo en que
viven, cuando golpea y tortura a aquellos que intentan dañar
su familia.

Massimo besa sus labios dulces y rellenos, tiene toda la


intensión de ser algo inocente, pero luego ella acaricia el
borde de su labio inferior con la lengua y esa pasión febril que
siempre aparece cuando está con Gina, se desata en su
interior. Aprovechando que Den ya está inquieto, pidiéndole
que lo baje, hace exactamente eso para tener ambas manos
libres y poder tocar el cuerpo de su esposa como realmente lo
desea.

Maldición, jamás se va a aburrir de llamarla así: su esposa, su


mujer; con un cuerpo divino que ni siquiera con un par de kilos
más ha disminuido su belleza. Baja las manos desde su
espalda hasta su trasero, tan solo para disfrutar de la
suavidad de sus curvas y de cómo sus labios se abren en un
jadeo silencioso cuando la presiona contra su creciente
erección.

Tomando la oportunidad, invade su boca con la lengua,


encontrando la de ella húmeda y dispuesta a empezar un
juego de roces y succiones que tiene a ambos gimiendo y
encendiendo la sangre de sus venas, la cual fluye cada vez
más rápido. Gina, sabiendo exactamente como provocarlo, se
apega más a él, aplastando sus pechos contra el torso
masculino, y después planta las manos sobre sus hombros,
clavando sus uñas largas y filudas sobre ellos. Arrastra
aquellas armas mortales por todo el espacio libre de su
pecho. Luego da un salto de la parte superior a su trasero, le
da un apretón malicioso y un empujón para poder apegarlo
más a ella y sentir cada milímetro del cuerpo de aquel
hombre.

Un ruido estridente sorprende a ambos. Massimo, llevado por


el instinto, se posiciona delante de su mujer, mirando hacia
todos lados, buscando la amenaza, listo para saltar a ella y
exterminarla. Mas lo único que se encuentra es un vaso
quebrado en el piso de la cocina y su hijo embetunado en la
crema del pastel.

Gina suelta un gruñido al ver a Den sucio.

—Está rico— informa el niño.

Massimo no puede evitar soltar una carcajada de lo más


profundo de su ser. Con un brazo sobre Gina, que va
deslizando poco a poco hasta situarlo en su cadera, la empuja
hacia adelante, al mismo tiempo que evita que vaya sobre Den
y lo reprimenda. Es entendible que el niño debe aprender a
seguir ordenes, pero a veces Massimo prefiere dejarlo ser y
disfrutar de las maldades y locuras que se cruzan por su
cabecita dorada.

Den hunde la mano en el desastre de masa y otras cosas que


ahora es la torta. Toma un puñado consistente de aquel dulce
delicioso y se lo lleva a la boca, devorando todo sin piedad,
dejando una gran parte en su cara y ropa.

—Pequeña bestia, así no se hace.

Gina observa como padre e hijo se sitúan frente al pastel, por


un segundo siente la tranquilidad de que Massimo se hará
cargo de la situación, pero cuando su esposo deja caer la cara
sobre lo poco que Den no ha destruido, pierde toda la
esperanza.
Den, obviamente, no tarde en imitarlo y juntos devoran la torta
que deberían haber usado para cantar cumpleaños feliz un par
de horas más tarde. Y aunque en un principio es difícil no
sentirse molesta porque ella es la única persona civilizada en
la casa, acaba sucumbiendo al encanto de la risa masculina
de Massimo y las carcajadas infantiles de su hijo, quien no
puede dejar de sonreír en ningún momento.

Está terminando de barrer los vidrios rotos, cuando Massimo


pasa su atención a ella, sus ojos se encuentran y el fuego de
sus iris queda atrapado en ese mar glaciar que conoce tan
bien. Pero ya no hay guerra ni mucho menos destrucción, él
simplemente la contiene, evita que se consuma por completo,
y ella los provee de ese fuego apasionado que los tiene a altas
horas de la noche despiertos, envueltos en sábanas y sudor, o
ese calor con el que discuten cuando están en desacuerdo o
Massimo cae en comentarios misóginos.

Perdida en la profundidad de sus iris, abstraída por la belleza


gélida, no presta atención a los labios de su marido
moviéndose con cautela, ni como estos mismos se curvan en
una sonrisa lobuna antes de correr hacia ella, con Den
siguiéndole detrás. El grito guerrero de ambos hombres la
saca de su ensoñación y la hace reaccionar.

Corre lo más rápido que puede, pero ni siquiera alcanza a


cruzar la puerta cuando Massimo ya está sobre ella,
envolviendo sus brazos a su alrededor, besando todo su rostro
tan solo para ensuciarla con dulce, Den intenta hacer lo
mismo y entre el ajetreo de los tres forcejeando, acaban
cayendo al suelo. El más pequeño de sus atacantes se sube a
su abdomen para alcanzar mejor su rostro y pasa todas las
manos pegajosas por sus mejillas.

—¡Den! — chilla Gina, intentando apartarlo —Oh, voy a


vengarme— cambia su voz a una grave y juguetonamente
amenazante —. Voy a convertirme en el monstruo de las
cosquillas.
Ante eso su hijo se detiene, la sonrisa cae por un segundo,
salta lejos de ella y comienza a correr hacia el patio, gritando
y riendo al mismo tiempo.

Gina se pone de pie con ayuda de Massimo y está a punto de


ir detrás del pequeño monstruo que tienen como hijo cuando
una mano se entromete entre todos sus rulos y la agarra del
cuello, dándola vuelta para quedar frente a su marido.

—Deberíamos darle ventaja— susurra contra sus labios.

Por supuesto que ella no va a negarse a tal cosa, no cuando


es imposible tener unos momentos lejos de Den en el día que
coincidan precisamente con los momentos en que Massimo
está en la casa.

—Tan solo unos segundos— concuerda.

—¿Ya te dije hoy que eres lo más hermoso de este mundo?

—Mh, creo que dijiste algo así esta mañana— se relame los
labios —, cuando estabas dentro de mí.

Massimo suelta un sonido gutural, una queja animal porque


no puede tomarla aquí y ahora y recordarle exactamente sus
palabras y las caricias equivalentes. En vez de eso debe
conformarse con un beso rápido, brusco y salvaje que les
acelera el pulso y sonroja las mejillas de ambos.

—Gane— anuncia Den, asustando a ambos —el monstuo no


atrapo mí.

—¿Cómo qué no? — Gina se encorva un poco y estira las


manos hacia él —. Te estaba dando tiempo para correr, ahora
voy por ti.
Den le da una mirada aséptica, pero después ella camina
hacia el con lo que pretende ser una expresión aterrorizante y
ruje como una especie de dinosaurio afónico. Ahora sí, el niño
corre, mirando de vez en cuando hacia atrás para ver su
madre siguiéndolo. Massimo no tarda en sumarse a la
persecución y entre los dos lo rodean.

Se van acercando lentamente hasta que en tratando de


escapar Den intenta saltar el brazo de Massimo, pero a pesar
de sus piernas largas no tiene la coordinación suficiente para
eso y termina cayendo al suelo.

Massimo y Gina se miran, a punto de estallar a carcajadas,


pero luego Den comienza a llorar y ambos padres se
precipitan sobre el niño para ver si está bien. Él, apenas ve a
su madre se lanza a sus brazos, mientras continúa sollozando
y tocándose la frente, donde ya ha comenzado a formársele
un chichón.

—Ay, mi vida— deposita un beso en su coronilla y procede a


limpiar las lágrimas de sus mejillas sonrojadas —, ya se va a
pasar— recibe la bolsa de hielo que Massimo le entrega y la
pone sobre su frente, pero eso solo incrementa el llanto.

Den sacude no hace más que sacudir la cabeza de un lado a


otro, no queriendo sentir el frío contra su piel, y cuando eso no
es suficiente para librarse de los hielos presionadose contra
su herida, comienza a gritar y patalear más fuerte, hasta que
Gina es incapaz de controlarlo y casi se cae de sus brazos.
Para su suerte es Massimo quien lo agarra a tiempo y
teniendo más fuerza bruta que la madre, sujeta a Golden sin
problema, aunque verlo llorando y gritando de aquella manera
le seca la garganta y trae esa amarga sensación que embarga
todo su cuerpo cada vez que ve a su hijo sufriendo, por eso
intenta consolarlo y distraerlo del dolor. No funciona muy bien
y tan solo se calma cuando los hielos se han derretido.

—Vaya cumpleaños— murmura Massimo.


—Mi cumpleaños.

—Sí, mi vida, es tu cumpleaños-—responde Gina con una


sonrisa maternal que despierta ese sentimiento visceral en su
interior.

Una vorágine de orgullo porque es gracias a él que es madre,


admiración por todo lo que ha tenido que pasar Gina y lo
mucho que ama ser mamá incluso cuando es tan cansador; y
sobretodo amor por la persona que es, por sus defectos y
virtudes, por esos gestos dulces que tiene, como acurrucar a
Golden en sus brazos o prepararle el desayuno a Massimo,
pero también por su carácter fuerte e incontrolable que los
lleva a discutir, muchas veces sin motivo otras por culpa de él.
Sinceramente, su relación no sería nada si no tuvieran esas
pequeñas discusiones, puede que algunos lo entiendan como
toxicidad, pero para ellos es una especie de juego previo que
siempre acaba en el mejor tipo de sexo: duro, lleno de
sentimientos, muchas veces rudo, pero incluso si están
enojados con el otro, jamás es sin amor.

—¿Torta? — pregunta Den señalando lo poco que queda de


ella, cuando vuelven a la cocina a dejar el paño y limpiar el
desastre que hicieron antes.

—Ya no queda.

Golden hace un puchero.

—Oh no, no me pongas esa cara. Tú te comiste la torta.

—¿Yo? — dice el niño incrédulo, como si eso no fuera posible y


luego apunta a su padre —Él comió.

Gina se ríe entre dientes.

—Alta traición, pequeña bestia. Eso no se hace— lo toma de


los brazos de Gina —. La familia lo es todo.
—Papa, mamá y yo— estira los brazos para intentar alcanzar a
ambos padres.

—Así es— confirma Gina, da un asentimiento corto con la


cabeza y es casi como si le costara decir las palabras.
Massimo la observa atento, intentando descifrarla, pero antes
de obtener alguna pista de lo que le sucede, la mujer los pone
en marcha hacia el baño —. Ahora, esta familia tiene que ir a
limpiarse.

***

—¡Tío!

Ace logra atrapar a Den antes de que este acabe contra el


suelo, de nuevo. Para suerte de todos es su novia quien lleva
la torta, encargada hace un par de horas por Gina después del
desastre de la mañana.

—¿Qué pasa pequeña bestia?

—Mi cumpleaños— grita el niño, como lo ha hecho a lo largo


de todo el día.

Gina se acerca a ellos para saludarlos, primero a la chica alta


que acompaña a su amigo, arruga la nariz al oler su perfume
dulce y siente como el estómago da una vuelta que le sube la
bilis a la garganta. Después, intentando mantener toda su
comida donde pertenece, deposita un beso sobre la mejilla de
Ace y ni siquiera ha pasado un segundo cuando ya siente la
mano de Massimo deslizándose por su cintura, apartándola
del hombre.

Entorna los ojos ante su posesividad y toma su mano para


apartarla de ella. Va a decirle a su esposo cuan ridículo está
siendo, pero antes ve una cabeza rubia bajándose del auto y
no puede evitar correr hacia ella gritando, lanzándose a los
brazos de su amiga quien retrocede varios pasaos, pasmada
por el asalto repentino.

—¡Gina! — grita, Frances, dándole un abrazo apretado, cargado


de todas las emociones de no haber visto a tu amiga por un
largo tiempo. 

—¡Amiga! — Gina la imita —¡Qué bueno que viniste!

—Por supuesto, no me perdería el cumpleaños de mi ahijado.


A ver, muéstrame a la preciosura.

Gina la agarra de la mano y tira de ella hasta la mesa donde la


poca familia que tiene se ha reunido. No importa que sean un
par de personas, es todo lo que necesita en este momento; su
esposo e hijo son lo mejor de la vida y es increíble que tenga
corazón suficiente para amarlos a ambos y aun así tener algo
de espacio para Frances y Ace, incluso la novia de este, ella es
una mujer imposible de no querer.

Lo mejor de todo es que todos se llevan bien. Massimo y Ace


dejaron sus diferencias, de cuando ambos gustaban de la
misma mujer, atrás. Rose, la novia de Ace, es cándida y lo
suficientemente suave para encajar entre Frances y Gina, pero
definitivamente tiene el carácter requerido para mantener a
Ace bajo control, e incluso si Massimo jamás ha demostrado
su aprecio por ella, Gina sabe que le cae bien y que confía en
ella, de otra manera no hay forma de que estuviera en su casa,
comiendo pastel con ellos cuando todos ya han tenido unas
copas de vino.

A medida que el sol va descendiendo y las copas de vino


aumentando, también lo hace el nivel de intimidad de las
parejas. Gina que había partido sentada al lado de su esposo,
manteniendo una distancia prudente para no hacer sentir
incomodo a nadie —como si eso le importara— ahora tiene la
cabeza apoyada en las piernas de Massimo y cada vez que
este deja de juguetear con su cabello para evitar que Den
haga algún desastre o para beber de su vina, ella, como una
niña malcriada resopla y agarra con decisión su mano,
dejándola donde pertenece.

Está claro, que entre los dos el lenguaje de amor es


primordialmente el contacto físico, a ella le encanta que
Massimo jamás pueda tener las manos por mucho tiempo
lejos de su cuerpo; muchas veces las declaraciones
románticas la ponen nerviosa e incómoda, porque no sabe
cómo responder, pero las caricias, las manos de su esposo
sobre ella constantemente, eso es algo con lo que no puede
vivir. Den, de seguro porque lo había aprendido de ellos, es
igual, siempre buscando su mano para jugar con ella o
plantando besos dulces sobre sus mejillas, hay días que pasa
pegado a las piernas de Massimo y que lloraba si este debía ir
a trabajar y otros días en los que si Gina desaparece de su
campo visual hace la pataleta del siglo.

Ella estaba sorprendida, pero igualmente fascinada con que


su amor esté repartido en partes igual, pues Golden parece no
tener un favorito. Aunque Gina ha notado muchas veces
ignora sus órdenes, pero si estas son pedidas por su padre,
obedece de inmediato. Frances le ha asegurado que es una
cosa biológica, algo entre hombres y su propio lenguaje, pero
Gina no quiere volver a ser un cero a la izquierda dentro de la
familia. Podía ser por los problemas a comienzo de su
matrimonio, donde Massimo no la consideraba más que una
muñeca plástica sobre la cual poseía todos los derechos, o
porque en general en su vida nunca nadie ha considerado su
opinión, pero por alguna razón tenía esa necesidad insana de
imponerse sobre otros, ya fuera dando órdenes o físicamente,
como a veces aprisionaba a Massimo contra la pared y hacía
lo que quisiera con él.

—Mamá— Den la distrajo de sus pensamientos apareciendo


frente a ella.
Sus ojos caídos y un bostezo inmenso le dejo saber que había
llegado la hora de acostarlo. Pero era una tarde
particularmente cálida y para su convivencia había una manta
a los pies del sillón que podía usar para arroparlo. Así que eso
fue lo que hizo. Abre sus brazos, señal universal para que se
metiera entre ellos y después lo tapó con la manta.

Al principio Den se mantuvo despierto, un poco inquieto,


jugueteando con el collar que traía puesto y moviéndose de tal
manera que varias veces tuvo que reprimir una maldición
porque le había clavado el codo en una teta, pero al final se
durmió. Tenerlo en aquel estado de vulneración total,
sabiendo que su inconsciente debía confiar en ella, la llenaba
de orgullo y la hacía sentir agradecía de poder tenerlo. Incluso
si era joven, si nunca lo había planeado y si al principio había
odiado a Massimo por dejarla embarazada, podía decir, con
total certeza, que ahora lo único que siente por ese niño es
amor.

—¿Quieres que vaya a acostarlo? — pregunta Massimo tiempo


más adelante.

—No, estoy bien.

Le ofrece una sonrisa bobalicona, probablemente porque ya


lleva varias copas, pero también porque desde que ha llegado
a un acuerdo con sus emociones, no puede evitar que estas
crezcan cada vez más hacia él. Hay días en que se despierta y
no lo ve a su lado, la cantidad de pánico que eso le produce es
peligrosamente ridícula y como su corazón se calma al verlo
salir del baño o entrar al cuarto con Den, es aún peor. Pero no
puede hacer nada para cambiar sus sentimientos, aquella
parte que se encarga de producirlos está bajo el total control
de su marido.

—Ugh, ustedes son tan dulces y repugnantes a la vez—Frances


la devuelve a la realidad.
Requiere más esfuerzo del que pensó, mover sus ojos del
encantador rostro de Massimo hacia su amiga, así que lo
único que hace es levantarle el dedo del medio mientras se
estira sutilmente, esperando que Massimo capte la indirecta.
Y por supuesto que él lo hace, ni siquiera tiene que hacer
mucho para recibir el beso que quiere.

El contacto de su boca cálida, húmeda y con gusto a vino, la


vuelven loca. Su interior se revuelve y en su abdomen se crea
esa sensación de desespero y lujuria tan agradable.

Han sido años desde que ha compartido la cama con alguien


que no sea su esposo, y nunca pensó que le gustaría tanto la
monogamia, alguien que la conozca de pies a cabeza, que
sepa a la perfección todo lo que le gusta y lo que necesita
para hacer a su cuerpo sufrir del placer más delicioso.

—Aunque me encantaría tener otro sobrinito al que malcriar,


preferiría si lo hacen en su cuarto.

—En ese caso— Massimo hace el amago de ponerse de pie.

Ace suelta una risa profunda, y le lanza una mirada a la pareja,


es ridículo como ellos siempre están listos para saltar a la
cama, no es que con su Rose, sea diferente, Dios, a veces tan
solo necesita un vistazo a sus piernas kilométricas, recordar
cómo se sienten a su alrededor y ya está listo para hacerle el
amor.  

—Cuando tengas un hijo sabrás que hay que aprovechar


cualquier momento libre para coger.

—¿Y tú Ace? ¿Para cuándo un mini tú?

—No voy a limitar mi tiempo de sexo por uno de esos— le


lanzo una mirada sería a la criatura durmiendo sobre Gina.
Su novia soltó una carcajada, ganándose una mala mirada por
parte del hombre.

—Perdón, pero es que eso es tan tú y no puedo imaginarte con


un hijo— eso solo hizo que él frunciera más el ceño —, no me
mal intérpretes, apuesto a que sería un papá genial, pero
siempre eres tan serio y compuesto, un niño te sacaría canas
verdes definitivamente.

—Uf, y si fuera una niña, pobre de ella— dijo entre risas Gina

—Totalmente, me imagino cuando tenga un novio.

—No lo haría— gruño el pelinegro.

Ante eso, todos rieron. Gina podía entenderlo, Massimo


apenas toleraba que ella estuviera cerca de otros hombres, no
se podía imaginar con una niña, a la cuál sabía, amaría mucho
más que ella, porque era lo correcto. Ella misma sabía que
nunca amaría a nadie más que a sus hijos.

Ace envolvió la cintura de su novia con ambos brazos y la


acerco hacia él. Sentada entre sus piernas ella pudo sentir
perfectamente el bulto presionándose contra su espalda baja
y cuando inclino el rostro para estar a la altura de su oreja, su
respiración tibia golpeando la carne sensible, un escalofrío
recorrió todo su cuerpo. Estiró el cuello para poder verlo
mejor, sus ojos negros eran un pozo profundo por el cual no
hacía más que caer.

—Creo que esta junta está llegando a su final, obviamente hay


bebés que crear— bromeo Gina.

—No va a haber bebé— Ace paso la atención a Gina —, son


ustedes los que ponen los niños en esta familia.
Gina se tensó sobre las piernas de Massimo, de nuevo ante la
mención de esa palabra “familia”. ¿Qué hay de malo con ella?
Eso es lo que son y aunque nunca lo han hablado con
especificidad, después de encontrar ese equilibrio en su
relación, donde ambos aceptaron lo que sienten por el otro,
jamás han vuelto a tener problemas similares. Pero, ¿qué
pasa si Gina ha cambiado de opinión? No como si eso fuera a
generar algún cambio, él jamás le permitiría irse, la amaba
demasiado y era muy egoísta para ello, además sabía que el
mundo exterior sería peligroso para ellos y no se iba a
arriesgar a que alguien les hiciera daño intentando debilitarlo
a él.

—No sé— la voz de su mujer lo devolvió a la realidad, enfoco la


mirada en Frances, que estaba conversando con Gina, quien
termino de responder: —tendría que pensarlo. Aunque la idea
de no tener la regla por nueve meses es tentadora

—Creo que me embarazaría solo por eso y porque dicen que


cuando estás esperando te ves más bonita.

—Ya, pero yo me veo divina siempre.

—Excepto cuando estás haciendo ejercicio y tienes que


levantar pesas, ahí parece que estuvieras constipada.

—¡Massimo!

Estira el brazo para darle un golpe en el hombro, y por


supuesto que no es algo juguetón, no, ella va con todas las
intenciones de hacer que le duela. Pero él, previniendo su
movimiento, la sujeta de la muñeca y cuando Gina deja de
forcejear lleva la extremidad hasta sus labios para besarla
sobre el pulso palpitando, después se va hacia los dedos.

—Es cierto, a todos les pasa. A ti también— señala con la


barbilla a Rose.
Ella se sonroja y esconde el rostro en el brazo de Ace, luego
apoya la mejilla caliente sobre él y se queda en esa posición,
disfrutando de cómo se siente estar entre las piernas
musculosas del pelinegro, descansando la cabeza sobre uno
de sus brazos fornidos y apoyando su peso contra el torso
amplio. Cierra los ojos por un segundo, hasta que siente como
Ace se pone tenso. Levanta la mirada y lo encuentra con los
ojos fijos en un punto cualquiera, perdidos en el horizonte, o
eso cree al principio, pero a medida que pasan los segundos
sus músculos se van tensando más, preparados para actuar y
Rose capta los movimientos sutiles de sus iris, de un lado a
otro, buscando amenazas.

—¿Ace? — intenta levantarse de su falda, pero él la retiene con


una mano firme sobre su antebrazo.

Frances, la encargada de la música, le baja un poco el


volumen al parlante. Gina ha acercado a Golden un poco más
a su pecho y poco a poco ha ido incorporándose,
preparándose para correr si ese es el caso.

El ambiente se carga de una energía nerviosa, pareciera ser


que escondida entre ellos hay una bomba, el tictac es casi
audible. Todos los presentes lo sienten, es una sensación
ahogante que se mete con el aire por tu nariz y te cierra la
garganta.

De pronto, entre los matorrales se escucha un grito.

Los hombres reacción de inmediato, Ace agarra a Rose y la


arrastra hacia el interior de la casa. Massimo es más delicado,
pero porque sabe que cuando él ha dado un paso Gina ya va
medio camino más adelante. Su capacidad de reacción es
algo que siempre lo ha asombrado y que valora tanto, porque
incluso si nunca va a dejar de preocuparse de ella, una parte
de su cerebro sabe que su mujer es capaz de dar pelea y hará
todo para protegerse a sí misma y al niño que carga en sus
brazos.
Y, aun con eso claro, la idea de que algo malo va a suceder
sigue rondando en su cabeza. Es el temor que de pronto se
convierte en una masa negra y espesas que te aplasta el
pecho y te consume, pareciera ser que te estás muriendo,
porque esa es precisamente la sensación que tienes cuando
pierdes a lo que más amas en el mundo.

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