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Otros títulos de Bruce A.

Ware:

Father, Son, and Holy Spirit


God’s Greater Glory
God’s Lesser Glory
Their God Is Too Small
Grandes verdades para corazones jóvenes
Autor: Bruce A. Ware

ISBN Paperback: 978-1-946584-80-9

ISBN Kindle: 978-1-946584-81-6

ISBN iBook: 978-1-946584-82-3

Publicado en ©2018 por Proyecto Nehemías

170 Kevina Road, Ellensburg WA 98926

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Traducido del libro Big Truths for Young Hearts © 2009


por Bruce A. Ware, publicado por Crossway Books
Traducción por Elvis Castro

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2009, 2011 por Sociedades Bíblicas Unidas.
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Sociedades Bíblicas Unidas

La transformación a libro digital de este título fue realizada por Nord Compo.
A mis dos hijas,

DOS NIÑAS PRECIOSAS,

BETHANY CHRISTINA y RACHEL ELIZABETH:

Siento una profunda gratitud por que Dios me haya dado el privilegio
de ser su padre; soy inmensamente bendecido al haber recibido su
continua bondad, amor y respeto; y me llena de alegría verlas
caminar fiel y felizmente en los caminos buenos y sabios de nuestro
gran Dios.
CONTENIDO
Prólogo

Introducción: Sobre criar a los hijos para que conozcan y amen a Dios criándolos para que conozcan
y amen la teología

1 - La Palabra de Dios y la propia vida de Dios como Dios

Dios se ha dado a conocer

Dios habla: la Biblia es la Palabra verdadera y perdurable de Dios

Dios es Dios sin nosotros

Dios es Dios con nosotros

Algunas verdades sobre la riqueza de Dios que lo hacen Dios

Algunas verdades sobre la bondad de Dios que lo hacen Dios

2 - Dios como tres en uno

Hay un solo Dios

Un Dios en tres personas

El Padre es Dios

El Hijo es Dios

El Espíritu Santo es Dios

Cómo se relacionan el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo

3 - Creador y gobernador de todo

¿Quién hizo el mundo? Dios (el Padre, Hijo, y Espíritu Santo) lo hizo
Dios gobierna el mundo que ha creado

Dios provee todas las cosas buenas del mundo

Dios controla todas las cosas malas del mundo

Nuestra responsabilidad en el mundo que Dios controla

El dolor y el sufrimiento en el mundo que Dios controla

4 - Nuestra naturaleza humana y nuestro pecado

Hombres y mujeres, chicos y chicas: las obras maestras de Dios

Qué significa estar hecho a imagen de Dios

Otras cualidades de ser humano

Cómo entró el pecado en nuestro mundo y qué es el pecado

Cómo se extendió el pecado a todas las personas

El castigo por nuestro pecado

5 - Quién es Jesús

Una persona que estaba viva mucho antes de nacer

La encarnación: Dios y hombre unidos

Cómo Jesús se despojó de sí mismo al convertirse también en hombre

Jesús vivió en el poder del Espíritu

Jesús resistió la tentación y vivió una vida sin pecado

Lo que los cristianos de la iglesia primitiva llegaron a creer acerca de Cristo

6 - La obra que Jesús ha realizado

La muerte de Jesús muestra la justicia de Dios y su misericordia hacia nuestro pecado

Jesús pagó todo el castigo por el pecado

La victoria de Jesús sobre Satanás mediante su pago por el pecado

La resurrección de Jesús: la prueba de que la muerte de Cristo por el pecado funcionó

Jesús es rey sobre todo


Pero ¿es Jesús realmente el único Salvador?

7 - El Espíritu Santo

La obra del Espíritu Santo en tiempos del Antiguo Testamento

Promesas del Antiguo Testamento sobre la futura transformación por el Espíritu

El Espíritu sobre Jesús y sobre los seguidores de Jesús

El Espíritu Santo concede nueva vida en Cristo

El Espíritu Santo une a los creyentes en Cristo

El Espíritu Santo llena a los creyentes para que vivan por Cristo

8 - Nuestra gran salvación

La bondad y la sabiduría de Dios al escoger a algunos para salvación

«Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?»

Declarados justos delante de Dios cuando creemos

Hechos más como Cristo a lo largo de toda nuestra vida

¿Salvados por buenas obras? No ¿Salvados para buenas obras? Sí

¿Pero deben las personas saber de Cristo y creer en él para ser salvas?

9 - La iglesia de Jesucristo

Jesús es el Señor de la Iglesia

Un pueblo del nuevo pacto

Comunidades de cristianos que adoran y sirven juntos

El bautismo: imagen de la muerte y resurrección de Jesús

La Cena del Señor: recuerdo de la muerte y resurrección de Jesús

Crecimiento de la iglesia haciendo discípulos

10 - Lo que acontecerá al final

Conocer el futuro ayuda en el presente

¿Qué pasa con la abuela cuando muere?


El Dios que cumple sus promesas y la salvación de Israel

Jesús vendrá otra vez

El sufrimiento del infierno y el gozo del cielo

La gloria y la grandeza de Dios manifestada por siempre y siempre


Prólogo
Por Bethany Strachan y Rachel Ware

Este libro es muy especial para nosotras. Como hijas de Bruce Ware,
vemos Grandes verdades para corazones jóvenes no solo como un valioso
recurso para niños y adultos, sino también como una representación
tangible de la enseñanza que tuvimos la bendición de recibir fielmente de
nuestro padre a lo largo de nuestra infancia.
Durante las dos últimas décadas, hemos vivido con un padre que ama
la teología y ama enseñar teología. Ambas recordamos que él nos enseñó
los seis versos del himno «May the Mind of Christ my Savior» cuando
teníamos tres años. Durante nuestros viajes anuales de verano por carretera
para ver a la familia en la Costa Oeste, mamá y papá usaban el tiempo en
el automóvil para guiar a nuestra familia en canciones de adoración,
memorización de la Escritura, y discusión teológica. Papá solía comenzar
una conversación con una pregunta: «Bueno, ¿creen que Jesús tenía que
ser tanto Dios como hombre?», o «¿Cómo puede Dios ser bueno y aun así
permitir que ocurran cosas malas en el mundo?». No era precisamente una
relajada charla de vacaciones, pero nos encantaban esas conversaciones
familiares. Nosotras nos sentábamos en la parte posterior de nuestro
Toyota familiar y nos devanábamos el cerebro tratando de pensar una
respuesta bíblica, sabiendo que papá tenía la suya todo el tiempo. A él le
apasionaba compartir verdades con nosotras que nos darían confianza en
nuestra fe. Esta pasión afloraba en discusiones familiares en la cena,
charlas en su oficina tarde en la noche, y en las «citas de papá e hija» a las
que solía llevarnos. Aunque entonces no nos dimos cuenta plenamente,
aquellas conversaciones cambiaron nuestra vida y modelaron nuestro
corazón. Era Teología 101 impartida fuera del aula.
Papá realmente cree las cosas que aparecen en este libro. Su teología
moldea la forma en que vive, como hemos visto muchas veces. Al
confrontar los desafíos teológicos de su tiempo, papá ha demostrado un
inalterable compromiso con la Palabra de Dios. Durante tiempos difíciles,
ha confiado en Dios y ha dicho junto con Job: «El Señor da, y el Señor
quita. Bendito sea el nombre del Señor». Cuando lo han elogiado por sus
dones, ha tenido una actitud humilde, enfocando constantemente la
atención en la Fuente de todo buen don. Es generoso con su tiempo y
dinero, fiel en la evangelización, incansable en la enseñanza, y dedicado
autre a su familia. Te contamos todo esto porque queremos honrar la
integridad de nuestro padre. Aunque por su puesto él está consciente de su
propio pecado, se esfuerza por vivir una vida digna del evangelio de
Cristo.
Grandes verdades para corazones jóvenes es la misma Teología 101
que aprendimos cuando crecimos. Es una abundante colección de verdades
que vienen directamente de la Escritura y responden preguntas acerca de
quién es Dios, su obra en el mundo, y la esperanza que podemos tener
mediante una relación con Cristo. Muchas personas, ya sean evangélicas u
otras, tienen ciertos conceptos errados acerca de las doctrinas básicas de
Dios. Necesitamos entender estas doctrinas con el fin de entender
correctamente la vida. Este libro nos lleva directo al corazón de la Biblia
para ayudarnos en ello.
Queremos incluir algunas breves palabras para padres e hijos. A los
padres: puede sonar cliché, pero nosotras seguimos la enseñanza de
nuestro padre en parte porque él practicaba lo que enseñaba. Como todos
los niños, necesitamos mirar hacia arriba y ver a nuestros padres mirando
hacia arriba a un Dios que tiene grandes cosas guardadas para los que lo
aman. La práctica de la fe realmente la hace poderosa. A los hijos: ¡nos
alegra mucho que estén aprendiendo verdades acerca de Dios! No siempre
parece entretenido tener que sentarse a escuchar a sus padres. Pero esta
materia en realidad es más emocionante que cualquier otra cosa que
puedan imaginar. A medida que crezcan, estarán muy contentos de haber
tenido padres que los amaron y les enseñaron acerca de la persona más
importante que podrían conocer: Dios.
Finalmente, a nuestro padre: te amamos mucho y estamos muy
orgullosas de ti. Eres un padre afectuoso, un esposo amoroso, y un fiel
proveedor. Gracias por criar a tus hijas de modo que, hasta el día de hoy,
nos sintamos apreciadas. Por sobre todo, gracias por creer en el evangelio,
por enseñárnoslo, y mostrarnos fielmente a través de tu vida que Dios es
grande.
Con amor,
Bethany y Rachel
Introducción:
Sobre criar a los hijos para
que conozcan y amen a Dios
criándolos para que conozcan y amen
la teología

Los comienzos de este libro se remontan a casi veinte años atrás,


cuando estaba enseñando teología en Western Seminary, Portland, Oregon.
Bethany tenía seis años, Raquel dos, y recuerdo que Jodi y yo
intentábamos descubrir la mejor forma de acostar a dos risueñas niñas en
busca de diversión, de tal modo que preservara nuestra cordura, pero no las
distrajera de la total felicidad que disfrutaban en esa última hora antes que
las venciera el sueño. Una noche se me ocurrió que, dado que a ellas les
encantaba estar con nosotros durante esa última parte del día y aún no
estaban totalmente listas para dormir, yo podría considerar aprovechar ese
tiempo y usarlo para hacer lo que más amaba y lo que ellas más
necesitaban (aunque ellas aún no lo habrían sabido): ¡enseñarles grandes y
gloriosas verdades de la fe cristiana!
Lo que comenzó aquellas noches, se convirtió en algo mejor de lo que
había pensado o previsto. Sin duda Dios condujo esto a pesar de mi mero
esfuerzo improvisado por hacer que algo funcionara. Durante los primeros
años comencé a pasar de diez a quince minutos con cada una de nuestras
hijas junto a sus camas repasando las doctrinas de la fe cristiana. Desde
luego, no les expliqué que básicamente les estaba enseñando la misma
secuencia teológica que impartía en el seminario, pero eso fue
precisamente lo que hice. Comenzamos con la enseñanza bíblica sobre la
revelación divina y miramos algunos pasajes clave acerca de la revelación
de Dios en la creación y en nuestra conciencia, y luego su sobresaliente
revelación a través de su Palabra, tanto la Palabra viva, Jesús, como la
Palabra escrita, la Escritura inspirada. Leíamos uno o dos pasajes clave y
luego hablábamos sobre lo que significan. Me esforzaba por darles
explicaciones que ellas pudieran entender, y se me hacía evidente de
inmediato cuando entendían y cuando no. Las expresiones faciales y las
preguntas de los niños dicen mucho sobre si están captando las ideas y ven
tanto su verdad como su belleza. Cuando concluíamos un área de teología,
pasábamos a la siguiente, sin tiempos fijos ni plazos, así que simplemente
disfrutábamos la lectura de la Escritura y pensar sobre estas áreas una por
una. Tanto como deseaba comunicar la verdad que ayudara a moldear sus
mentes y su cosmovisión, también oraba profundamente que Dios se
complaciera en capacitarlas para ver la gloria y la belleza de estas
preciosas verdades. Tanto la mente como el corazón son esenciales en este
proceso, y yo sabía que debo confiar constantemente en que Dios haga esta
obra en ellas, una obra que solo él puede realizar.
Debo agradecer a Bethany y Rachel por incentivarme a escribir más
formalmente el tipo de pláticas que tuvimos a la hora de dormir, como
también otras discusiones que disfrutamos en largas vacaciones en el auto
y en los devocionales familiares. A ambas niñas realmente les encantaba
hablar de estos temas. Jodi, mi preciosa esposa por treinta años, cultivó en
ellas el amor por la lectura de las Escrituras y trabajó con ellas para que
fueran constantes en sus propios devocionales diarios. Así que cuando mis
hijas me propusieron la idea de poner por escrito nuestras discusiones
teológicas, me di cuenta casi de inmediato de que esto era algo que
necesitaba hacer. Gracias a su continuo incentivo, ahora es una gran
alegría ver este libro hecho realidad. El título que Rachel sugirió
originalmente para el libro era Teología de cabecera, obviamente
recordando las múltiples discusiones junto a la cama que tuvimos durante
varios de sus años de crecimiento. Por buenas razones, se escogió un título
distinto. No obstante, siempre consideraré este libro primordialmente
como el producto de las diversas pláticas teológicas junto a la cama que
este papá tuvo la alegría de tener con sus preciosas y queridísimas hijas.
A la luz del trasfondo y la historia que acabo de compartir, deseo
dedicar este libro a Bethany Christina y Rachel Elizabeth. Jodi querría
decir junto conmigo que hemos amado y atesorado profundamente el
privilegio que el Señor nos ha dado de ser su mamá y papá. Ustedes han
enriquecido nuestras vidas y nos han enseñado mucho, aun cuando
nosotros hemos procurado traspasarles aquello que para nosotros tiene la
máxima significación. Gracias a ambas por el constante amor y aliento que
nos han mostrado. Ambas ya han crecido y han llegado a ser mujeres
bellas y piadosas que adornan muy bien el evangelio de nuestro Señor
Jesucristo. También agradecemos a Dios por el piadoso y dotado esposo
que Owen Strachan es para Bethany y su primera hija, y nuestra primera
nieta, la hermosa Elle Rose. Jamás dejaremos de orar por todos ustedes,
que Dios continúe su obra en sus vidas, concediéndoles más de la visión de
Dios que hemos amado y atesorado tanto y hemos anhelado que ustedes
también conozcan. Esperamos que lo sigan conociendo siempre más
abundantemente, amándolo más profundamente, y sirviéndolo más
plenamente.
Estoy consciente de que este libro puede ser usado en contextos
distintos a aquel donde se desarrolló. Sí, puede que los padres deseen leer
estos capítulos con sus hijos, analizando estas ricas verdades juntos y
mirando los pasajes de la Escritura que enseñan aspectos de nuestra fe que
necesitamos entender y adoptar. A los estudiantes de educación intermedia
y secundaria puede resultarles provechoso simplemente leer el libro por su
cuenta, avanzando poco a poco a través de algunas de las enseñanzas
centrales de la Escritura sobre las grandes doctrinas de la fe cristiana. La
educación en casa y la escuela dominical también son contextos donde este
libro puede satisfacer una necesidad. Puesto que abarca todo el rango de la
doctrina cristiana, desde la doctrina de la Biblia hasta la doctrina de las
últimas cosas, algunos tal vez deseen usar esto como un currículum
introductorio para que los jóvenes adquieran una comprensión
fundamental del todo de la fe cristiana. Quizá también las personas
recientemente convertidas a la fe cristiana —independientemente de su
edad— encuentren aquí un útil panorama de la enseñanza cristiana que les
dará una mejor comprensión de la verdad y la belleza que Dios es y posee
para que ellos las contemplen.
Comoquiera que se use este libro, mi esperanza y mi oración es que
Dios se complazca en irradiar parte de la grandeza de su gloria, tanto en lo
que él es en cuanto eterno Dios trino, como en la sabiduría y la belleza de
su obra y sus caminos. Solo Dios es digno de toda gloria, honor,
adoración, alabanza y gratitud, pues solo él posee todas las cualidades y
perfecciones que merecen ser así honradas. Puesto que solo a él pertenece
toda adoración y alabanza, solo a él, pues, damos aquí toda gloria y
gratitud. Que Dios se complazca en usar las verdades de esta obra para la
gloria de su nombre, y que su pueblo crezca en la comprensión de Dios
como el supremo tesoro de sus vidas.
1

LA PALABRA DE DIOS
Y LA PROPIA VIDA DE DIOS
COMO DIOS
Dios se ha dado a conocer

¿Alguna vez alguien te ha mantenido algo en secreto? Tal vez fue un


regalo de cumpleaños o un viaje especial que ibas a hacer, o lo que tu
mamá planeaba preparar para la cena. Si esto te ha sucedido, entonces
podrás comprender lo importante que es que otros nos digan las cosas que
no podemos saber a menos que las den a conocer. No importa cuánto
quiera uno saber el secreto, mientras alguien no se lo diga, uno
simplemente no puede saber qué es.
Así es en cuanto a saber quién es Dios. La única forma en que nos fue
posible estar pensando juntos acerca de la grandeza de Dios en este libro
es porque Dios ha compartido con nosotros el secreto de quién es él. No
podemos descubrir quién es Dios ni llegar a entenderlo por nuestra cuenta.
No somos lo bastante inteligentes para hacerlo, y Dios es demasiado
inmenso para que siquiera lo intentemos. Una de las primeras cosas que
debemos aprender acerca de Dios es un gran motivo para la humildad: si
Dios no hubiera decidido mostrarnos quién es él, si no hubiera elegido dar
a conocer su propia vida y sus caminos, nosotros simplemente no
podríamos saber nada —¡sí, nada!— acerca de él. Dependemos por
completo de la bondad y el amor de Dios al darse a conocer a nosotros, y
por ello debemos estar agradecidos cada día de nuestras vidas. Después de
todo, no hay nadie más importante y más maravilloso para conocer que
Dios. Así que debemos estar muy agradecidos de que Dios no se haya
guardado para sí mismo, por así decirlo. Más bien nos mostró de formas
abundantes y maravillosas quién es él realmente.
La Biblia habla de diversas formas en que Dios se nos ha dado a
conocer. Una de las formas en que Dios nos ha mostrado algunas cosas
acerca de sí mismo es a través del mundo que ha creado. El Salmo 19:1-2
dice: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento proclama la
obra de sus manos. Un día transmite al otro la noticia, una noche a la otra
comparte su saber». Y en Romanos 1:19-20 Pablo añade: «Lo que se
puede conocer acerca de Dios es evidente para ellos, pues él mismo se lo
ha revelado. Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles
de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben
claramente a través de lo que él creó, de modo que nadie tiene excusa».
Como enseñan estos pasajes, algunas de las mismísimas cualidades de la
propia vida de Dios se muestran a través del universo que él ha formado.
Piensa conmigo acerca de las cualidades de Dios que podemos ver al
mirar diferentes partes del mundo en el que vivimos. Cuando uno mira de
cerca una flor, por ejemplo, puede ver el conocimiento, la sabiduría y la
belleza de Dios. ¡Dios es muy, muy inteligente! Dios es el que imaginó
cómo hacer crecer las cosas vivas, y todas ellas crecen conforme a muchas
reglas muy complicadas que él puso en cada cosa viva. La flor en la que
estamos pensando salió de una pequeña semilla, fue plantada en el suelo y
fue regada, y con el tiempo creció para ser una bella y colorida flor. Toda
su belleza, y cada una de sus partes, ha llegado a existir porque Dios ha
diseñado exactamente cómo debía crecer desde la semilla hasta la flor
plena. En efecto, el conocimiento de Dios es vasto, su sabiduría supera
nuestra capacidad de comprensión, y su hermosura se muestra en todas las
bellas flores, mariposas, árboles y montañas de nuestro mundo.
Hemos pensado en algo del lado pequeño —una flor—, así que por qué
no considerar también algo grande. Pensemos en las estrellas que podemos
ver en la noche. Quizá tú vivas en el campo, donde no hay muchas luces
de la ciudad, quizá hayas hecho un viaje a los bosques o a la cima de una
montaña. En una noche clara, cuando se ven todas esas estrellas, uno como
que se queda sin aliento, ¿no es así? Y pensar que apenas podemos ver un
número muy, muy pequeño de las estrellas que realmente existen. Solo en
nuestra propia galaxia (la Vía Láctea), donde se ubican la tierra y el
sistema solar, los científicos estiman que hay alrededor de diez mil
millones de estrellas. Y la Vía Láctea es una galaxia de tamaño promedio
en un universo que contiene cientos de millones de galaxias. ¡Vaya! No
podemos entender todo esto, pero nos muestra lo grande, expansivo y
poderoso que es Dios: él hizo este universo simplemente hablando para
que existiera. Sí, los cielos sin duda nos hablan de la gloria de Dios. Su
poder, sabiduría, hermosura y grandeza —en efecto, su «divinidad»— son
visibles a través de lo que él ha creado.
¿Recuerdas la historia de Job? Job era un hombre muy rico y poderoso,
pero para probar a Job, Dios le permitió a Satanás que le quitara casi todo
a Job, incluso le dio heridas y úlceras en todo su cuerpo. Job se preguntaba
por qué le había ocurrido esto, y estuvo muy cerca de culpar a Dios. Hacia
el final del libro, Dios confrontó a Job y humilló a este hombre que casi
acusó a Dios de hacer lo incorrecto. Dios le preguntó: «¿Dónde estabas
cuando puse las bases de la tierra? ¡Dímelo, si de veras sabes tanto!
¡Seguramente sabes quién estableció sus dimensiones y quién tendió sobre
ella la cinta de medir! ¿Sobre qué están puestos sus cimientos, o quién
puso su piedra angular mientras cantaban a coro las estrellas matutinas y
todos los ángeles gritaban de alegría? ¿Quién encerró el mar tras sus
compuertas cuando este brotó del vientre de la tierra? ¿O cuando lo arropé
con las nubes y lo envolví en densas tinieblas? ¿O cuando establecí sus
límites y en sus compuertas coloqué cerrojos? ¿O cuando le dije: “Solo
hasta aquí puedes llegar; de aquí no pasarán tus orgullosas olas”?» (Job
38:4-11). Considera la grandeza del universo que Dios ha hecho, ¡y lo
detallado y preciso que es todo lo que él ha formado! Verdaderamente
aprendemos mucho acerca de la grandeza y la gloria de Dios simplemente
observando el mundo que nos rodea.
Otra forma en que Dios se ha dado a conocer es en la manera en que
nos ha hecho a nosotros, sus criaturas humanas. Muchas cosas acerca de
nuestro propio cuerpo —qué asombrosos son nuestros ojos, oídos,
corazón, cerebro, etc.— también nos hablan de la sabiduría y el poder de
Dios, tal como el resto de la creación. Pero además de esto, Dios nos ha
hecho con una profunda comprensión interna de las cosas que son buenas
y las cosas que son malas. Cuando le mentimos a nuestro hermano, o
hermana, o a nuestros padres, en nuestro interior podemos reconocer que
esto es algo malo. Cuando ordenamos nuestro cuarto o sacamos la basura
cuando nuestra mamá o papá nos lo pide, en nuestro corazón sabemos que
eso es lo correcto. ¿De dónde vino esta comprensión interna de lo bueno y
lo malo? En Romanos 2:14-15, Pablo escribe: «De hecho, cuando los
gentiles, que no tienen la ley, cumplen por naturaleza lo que la ley exige,
ellos son ley para sí mismos, aunque no tengan la ley. Estos muestran que
llevan escrito en el corazón lo que la ley exige, como lo atestigua su
conciencia, pues sus propios pensamientos algunas veces los acusan y
otras veces los excusan». Su punto es el siguiente: las personas que ni
siquiera tienen a alguien que les diga que es malo mentir, que es malo
robar o que es malo matar, aun así, saben en su propio corazón acerca de
estas cosas. Dios ha tomado parte de sus propios estándares de lo bueno y
lo malo y lo ha puesto en cada corazón humano. Así que Dios no solo es
poderoso, sabio y magnífico, también es santo, justo y bueno. Cuando
hacemos lo malo, no tenemos excusa, porque sabemos en nuestro interior
que deberíamos hacer lo correcto. Dios puso esto en nuestras vidas para
que sepamos acerca de lo bueno y lo malo y para que sepamos que somos
responsables de lo que hacemos. Pero esto también nos dice acerca de
Dios que él siempre hace lo justo, bueno y loable. Dios es a la vez grande
y bueno.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Puedes pensar en algunas partes de la creación que muestran lo grande,
poderoso o sabio que es Dios? ¿Qué muestran acerca de Dios, y cómo lo
hacen?
2. ¿Has percibido alguna vez esa vocecita de tu conciencia en el interior
advirtiéndote que no hagas algo malo, o instándote a hacer lo correcto?
¿Puedes pensar en algún ejemplo de la última semana cuando lo
percibiste?

VERSO PARA MEMORIZAR

Salmo 19:1: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento proclama


la obra de sus manos».
Dios habla: la Biblia es la Palabra
verdadera y perdurable de Dios

Hemos aprendido que Dios nos ha dado a conocer algo de sí mismo


tanto a través del mundo que ha creado como a través de la percepción de
lo bueno y lo malo que puso en cada vida humana. La grandeza, la
sabiduría el poder y la belleza de Dios se muestran en el mundo creado. Y
la santidad, la rectitud, la bondad y la justicia de Dios se muestran a través
del sentido de lo bueno y lo malo que todos tenemos. Así que, sí, Dios es a
la vez grande y bueno. Él actúa con poder, pero siempre hace lo recto.
Observa, no obstante, que estas dos maneras en que Dios se nos ha
dado a conocer llegan a través de sus acciones: sabemos que él es grande y
bueno porque vemos estas cualidades demostradas en lo que él ha hecho.
Pero hay otra sorprendente forma en que Dios se nos ha dado a conocer, y
es esta: ¡Dios habla! Una de las primeras cosas que aprendemos acerca de
Dios en los capítulos iniciales de la Biblia es que Dios es un Dios que
habla. En cada día de la creación, él lleva a cabo lo que crea por medio del
habla. ¿Te has fijado en eso? La primera vez está en Génesis 1:3: «Y dijo
Dios: “¡Que exista la luz!”. Y la luz llegó a existir». Y las palabras «Y dijo
Dios» se repiten en los versos 6, 9, 11, 14, 20, 24 y 26, donde cada uno de
los actos especiales de la creación se llevan a cabo cuando Dios habla. De
esto aprendemos que la palabra de Dios es poderosa y activa, y su
propósito es crear lo nuevo y glorioso, no solo instruir.
Saber que Dios es un Dios que habla nos ayuda a entender mejor una
de las posesiones más importantes y preciosas que tenemos en toda la vida:
nuestra Biblia. Podemos ignorar la Biblia con demasiada facilidad, o pasar
demasiado poco tiempo leyéndola y aprendiendo de ella. Pero cuando nos
damos cuenta de lo que realmente es, deseamos pasar mucho más tiempo
aprendiendo qué dice exactamente la Biblia. ¿Por qué? Porque la Biblia es
donde escuchamos lo que Dios dice. Sí, es verdad. Lo que la Biblia dice es
lo que Dios dice; cuando la Biblia nos habla, Dios nos habla. Una de las
formas más importantes en que Dios ha hablado es a través de las
mismísimas páginas de la Biblia. Estudia conmigo algunos versos que nos
ayudan a ver esto.
Pablo describe la Biblia de esta forma en 2 Timoteo 3:16-17: «Toda la
Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para
corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté
enteramente capacitado para toda buena obra». Observa que Pablo dice
que «toda» la Escritura —no solo parte, sino toda ella— viene de Dios.
Por lo tanto, deberíamos ver la Biblia como un tipo de libro distinto a
cualquier otro libro que exista. En toda la Biblia, Dios nos dice lo que
quiere que sepamos. No solo parte de la Biblia viene de Dios, sino que
todo en ella es palabra de Dios mismo para nosotros. Además, fíjate que la
Biblia es «inspirada por Dios». Esta es una forma de decir que viene de la
propia boca de Dios. Dios pronuncia e inspira los propios libros que
conforman la Biblia que tenemos. Desde luego, los escritores humanos
también son responsables de escribir estos libros (diremos más acerca de
esto en un momento), pero aquí la idea principal de Pablo es que la Biblia
debería ser vista como la Palabra de Dios.
Veamos ahora lo que dice Pablo en 1 Tesalonicenses 2:13: «Así que no
dejamos de dar gracias a Dios, porque al oír ustedes la palabra de Dios que
les predicamos, la aceptaron no como palabra humana, sino como lo que
realmente es, palabra de Dios, la cual actúa en ustedes los creyentes». Esto
nos ayuda porque Pablo muestra que la palabra expresada a estos creyentes
tesalonicense realmente era la Palabra de Dios, aunque les fue pronunciada
por Pablo. Así que la Biblia es la palabra de ciertos hombres, sin duda.
Pero puesto que Dios está actuando a través de estos hombres mientras
ellos hablan y escriben, la Biblia realmente es «la palabra de Dios», como
dice Pablo.
Pero, ¿cómo puede la Biblia provenir de hombres pero en realidad
provenir de Dios? ¿Cómo podemos estar seguros de que los humanos que
hablaron y escribieron efectivamente han hablado y escrito lo que Dios
quería que expresaran, de modo que podamos estar seguros de que la
Biblia es efectiva y verdaderamente la Palabra de Dios? Nuestra respuesta
viene de una muy útil afirmación del apóstol Pedro. En 2 Pedro 1:20-21, él
escribe: «Ninguna profecía de la Escritura surge de la interpretación
particular de nadie.Porque la profecía no ha tenido su origen en la voluntad
humana, sino que los profetas hablaron de parte de Dios, impulsados por el
Espíritu Santo». Esta es nuestra respuesta. El Espíritu Santo de Dios, quien
vive en la vida de todos aquellos que confían en Cristo, hizo una obra
especial para producir la Biblia. Como dice aquí Pedro, los autores de la
Escritura, quienes pronunciaron las profecías de la Biblia y toda su
enseñanza, fueron «impulsados por el Espíritu Santo» al escribir. Así que
lo que escribieron no era tanto de ellos como del Espíritu Santo que los
impulsó a escribir lo que escribieron. De esta forma, la Biblia procede de
autores humanos, pero más aún de Dios. Dios, por su Espíritu, actuó en
estos escritores de modo que estos hombres «hablaron de parte de Dios»
cuando escribieron los libros que ahora tenemos en nuestra Biblia. Esto no
disminuye el hecho de que Moisés, Isaías, Pablo, Pedro, y muchos otros
escribieran distintos libros de la Biblia. Pero significa que, en el caso de
estos libros, a diferencia de cualquier otro libro, Dios actuó por medio de
su Espíritu para asegurarse de que lo que ellos escribieron fuera
exactamente lo que él quería.
Volvamos un momento a otra cosa que se dijo en 2 Timoteo 3:16-17.
Pablo no solo dice que toda la Biblia es «inspirada por Dios» y por lo tanto
es la Palabra de Dios; también dice que la Biblia es «útil para enseñar, para
reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo
de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra». Su punto es
este: puesto que la Biblia procede de Dios, también es muy útil y
provechosa para hacernos crecer como deberíamos. O piensa en ello de
esta forma: dado que la Biblia es lo que es (la Palabra de Dios), puede
hacer lo que hace (es útil para ayudarnos a crecer y estar capacitados para
toda buena obra). Pero si la Biblia no fuera realmente la Palabra de Dios,
no podríamos estar seguros de que va a actuar de estas formas positivas
para ayudarnos a crecer. Lo que la Biblia es (la Palabra de Dios) le permite
hacer lo que hace (ayudarnos a crecer).
Dios es un Dios que habla, y deberíamos estar muy agradecidos de que
haya «hablado» en las páginas mismas de la Biblia todas las enseñanzas
que él quería que su pueblo conociera. Qué necios somos cuando
olvidamos leer y estudiar este libro. Pero qué sabios y bendecidos somos
cuando vamos a este libro constantemente en busca de instrucción, guía,
corrección y ayuda para vivir la vida como Dios quiere. Deberíamos
agradecer a Dios cada día que la Biblia sea su Palabra, que la Biblia tenga
el poder para ayudarnos a crecer. Y deberíamos comprometernos a
conocer mejor la Biblia todo el tiempo, de modo que podamos aprender
todo lo que Dios tiene para nosotros y vivamos de formas que lo honren y
traigan bendición a nuestra propia vida.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Qué tan importante es que la Biblia sea totalmente la Palabra de Dios y
al mismo tiempo también sean escritos de diferentes autores humanos? Es
decir, ¿por qué importa que la Biblia proceda de Dios, pero también fuera
escrita por hombres?
2. Dado que la Biblia realmente es la Palabra de Dios, es decir, dado que
Dios realmente nos habla a través de lo que está escrito en la Biblia, ¿cuál
debería ser nuestra actitud al escuchar la Biblia cuando es leída? ¿Cuando
la leemos personalmente? ¿Cuando escuchamos que se enseña y predica la
Biblia?

VERSO PARA MEMORIZAR


2 Timoteo 3:16-17: «Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para
enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de
que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra».
Dios es Dios sin nosotros

Dios es tan asombrosamente grande, tan perfectamente fuerte, y tan


completamente distinto a cualquier otra persona o cosa que es capaz de
vivir plenamente como Dios sin la ayuda de nada ni nadie. Dios no
necesita aire para respirar, comida para alimentarse ni agua para beber. No
necesita ayuda con el trabajo que decide hacer. Dios más bien posee, en su
propia vida, todo lo que necesita para ser lo que es como Dios y para hacer
todo lo que decide hacer. Él no necesita nada del mundo en absoluto,
aunque todo en el mundo necesita a Dios. Así que, Dios es Dios —total y
perfectamente— sin que nada del mundo ayude a Dios a ser Dios.
Cuesta pensar a Dios de esta forma, pero es importante aprender que
así es como Dios realmente es. Todo lo demás, y cualquier otro ser, en
todo el mundo, tiene que depender de ciertas cosas o de ciertas personas.
Si hiciéramos un listado de todas las cosas que necesitamos —cosas que
no tenemos en nuestra propia vida pero debemos recibir a fin de vivir y
hacer lo que queremos hacer—, nos asombraríamos de lo larga que sería la
lista. ¡Pero Dios no tiene ninguna lista! Nada en el mundo entero puede
añadirle a Dios o darle algo que a él le falte. Él tiene todo ¬—¡sí, todo!—
lo que es realmente bueno, y todo lo tiene dentro de su propia vida en
cuanto Dios. No hay ni una sola buena cualidad que no esté contenida en
la propia vida de Dios como Dios. Cualquier cosa que puedas pensar que
sea realmente buena —toda la verdad, toda la sabiduría, todo el poder,
toda la bondad, todo el amor, toda la justicia, y todas las demás cosas
buenas— está en la vida misma de Dios, y siempre ha sido así. Es
simplemente imposible que a Dios le falte alguna cosa buena, porque por
su propia vida y ser él es el que tiene todas las cosas real y verdaderamente
buenas. Así que Dios es Dios, total y absolutamente, sin nosotros y sin el
mundo que ha creado.
Cuando le pidieron al apóstol Pablo que les hablara a algunas personas
acerca de quién es Dios realmente, habló de esto precisamente. En Hechos
17:24-25 Pablo dijo: «El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él es
Señor del cielo y de la tierra. No vive en templos construidos por hombres,
ni se deja servir por manos humanas, como si necesitara de algo. Por el
contrario, él es quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas». La
razón por la que a Dios no se le puede dar nada es clara: ¡Dios ya lo tiene
todo! Por este preciso motivo, Dios es el que le da a toda la creación lo que
esta necesita, mientras que nada en toda la creación puede darle a Dios
alguna cosa que a él supuestamente le falte. Otro verso que nos ayuda a
ver esto es Santiago 1:17: «Toda buena dádiva y todo don perfecto
descienden de lo alto, donde está el Padre que creó las lumbreras celestes,
y que no cambia como los astros ni se mueve como las sombras». Si todo
lo bueno y perfecto viene de Dios («el Padre que creó las lumbreras»),
entonces esto significa que Dios es el que posee todo lo que es bueno
desde un principio. Uno no puede darle a otro lo que uno no tiene
previamente. Así que, para que Dios conceda todo don bueno y perfecto
que se llega a conceder a cada persona, él debe ser el que ya posee todas
esas cosas buenas. Sí, Dios es Dios sin nosotros, pues el posee en su propia
vida la plenitud de todo lo que es bueno y perfecto.
El profeta Isaías también nos ayuda a ver lo magnífico que es Dios
usando algunos ejemplos o ilustraciones que nos muestran lo grande, pleno
y sabio que él es comparado con nosotros. En Isaías 40:12, el profeta hace
algunas preguntas que pretenden ayudarnos a ver la grandeza de Dios:
«¿Quién ha medido las aguas con la palma de su mano, y abarcado entre
sus dedos la extensión de los cielos? ¿Quién metió en una medida el polvo
de la tierra? ¿Quién pesó en una balanza las montañas y los cerros?».
Piensa en esa primera imagen del verso: ¿conoces a alguien que pueda
contener las aguas del mundo en la palma de su mano? Imagina un
momento una mano tan grande que pueda recoger las aguas del Océano
Atlántico y el Océano Pacífico y todos los mares del mundo en el hueco de
esta enorme mano. ¡Qué inmensa mano sería!
Una vez, cuando nuestras dos hijas eran muy pequeñas, nuestra familia
estaba de vacaciones en la costa de Oregon. En el desayuno, leí este pasaje
de Isaías 40 a mi esposa y mis hijas, y luego les pregunté a las dos niñas si
querían hacer un experimento en la playa. Bethany tenía alrededor de siete
años, y Rachel alrededor de tres, y ambas estuvieron de acuerdo en
acompañarme, entusiastas por ver de qué se trataba. Cuando llegamos a la
playa, les pedí que se quedaran en la orilla mientras yo me adentraba un
poco en el Océano Pacífico. Les pedí que observaran atentamente el
océano, porque yo me iba a agachar e iba a sacar agua del océano, y quería
que ellas miraran cuánto bajaba el nivel del mar a medida que yo iba
sacándole agua. Ellas estuvieron de acuerdo y yo empecé a sacar agua con
las manos. «¿Se ve algún cambio?», les pregunté entusiasmado. Un poco
decepcionadas, ellas dijeron: «No, papá, no cambió». Les pedí que miraran
atentamente otra vez mientras yo me inclinaba y sacaba un puñado de
agua. «¿Cambió?», pregunté otra vez. «No, papá», respondieron
nuevamente.
Caminé hasta la orilla, me arrodillé frente a mis hijas, y les dije:
«Niñas, quiero que aprendan algo muy importante acerca de la diferencia
entre lo grandes que somos nosotros y lo grande que es Dios. Como ven,
cuando yo entré al mar y saqué toda el agua que podía en el hueco de mis
dos manos, ustedes no pudieron ver ningún cambio. Pero miren otra vez el
tamaño de este enorme océano. Imaginen una mano tan grande que si
bajara ahora mismo y sacara toda el agua que pudiera sostener, el mar se
secaría. ¡Así de grande es Dios!».
Otras imágenes en Isaías 40:12 indican que esta mano es tan grande
que puede medir toda la extensión de los cielos, y su brazo es tan fuerte
que podría sostener la balanza donde se pesan las montañas de este mundo.
En efecto, Dios es grande, tan grande que nada podría aumentar su
grandeza. Y la grandeza de Dios —el hecho de que él posee en sí mismo
todo lo que es bueno, sabio y perfecto— nos indica simplemente lo mucho
que deberíamos honrarlo como Dios y depender de él para todo lo que
necesitamos. Deberíamos ser humildes ante este grande y poderoso Dios,
teniendo en cuenta que aunque no podemos darle nada que él ya no tenga,
él tiene todo lo que nosotros necesitamos. Nuestros corazones deberían
anhelar alabar a este Dios y vivir dependiendo de él. Sí, efectivamente,
Dios no merece menos.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. Hemos visto que Dios siempre tiene en su propia vida todo lo que es
realmente bueno. ¿Dequé manera esto demuestra por qué solo Dios debe
ser amado, respetado y honrado sobre toda otra cosa o persona?
2. ¿Qué cosas necesitas que, si no las tuvieras, no podrías vivir? ¿Por qué
deberías agradecerle a Dios por darte esas cosas?

VERSOS PARA MEMORIZAR

Hechos 17:24-25: «El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él es
Señor del cielo y de la tierra. No vive en templos construidos por hombres,
ni se deja servir por manos humanas, como si necesitara de algo. Por el
contrario, él es quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas».
Dios es Dios con nosotros

Sorprendentemente, aunque Dios es totalmente Dios sin nosotros y


sin toda la creación que ha hecho, la Biblia también enseña que Dios es un
Dios con nosotros. Es decir, él no es solo un Dios lejano, inmenso y
poderoso, grande y lleno de todas las cosas buenas, sino que también es un
Dios que ha escogido acercarse a nosotros, a vivir con nosotros, a darse a
conocer a nosotros, y a proveernos aquello que realmente necesitamos. A
veces podríamos pensar: «Bueno, por supuesto que Dios quiere estar con
nosotros; después de todo, somos personas muy extraordinarias». Pero
pensar de esta forma es pasar por alto lo asombroso y realmente
maravilloso que es que Dios sea un Dios que está con nosotros.
Dos cosas deben estar claras en nuestra mente. Primero, debemos tener
presente que Dios no necesitaba crear este mundo ni crearnos a nosotros.
Recuerda que Dios posee en su propia vida todo lo que es bueno, sabio y
perfecto. Él no necesitaba la creación que hizo, ni tenía que crearnos.
Algunos han pensado que Dios nos creó porque estaba solo, pero eso es
simplemente falso. Como Padre, Hijo y Espíritu Santo (hablaremos más de
esto en la siguiente sección), él se deleita en la comunión que tiene como
tres personas en una. Y puesto que Dios ya posee todo lo bueno en su
propia vida, la creación nunca podría añadirle a Dios algo que a él le
faltara. Así que no estamos aquí para llenar algún supuesto vacío en Dios o
porque Dios de alguna forma nos necesite para que le ayudemos. Segundo,
debemos recordar que después que Dios nos creó, nos volvimos contra él,
rechazando su bondad y queriendo vivir nuestra vida a nuestra manera
(también hablaremos de esto más adelante). Debido a que hemos pecado
contra Dios, merecemos ser rechazados por Dios, no aceptados por él.
Por lo tanto, es realmente asombroso y extraordinario que, aunque
Dios no nos necesita, y aunque nos hemos apartado de Dios en nuestro
pecado, él viene a nosotros, se nos da a conocer, y desea entregarse
plenamente a nosotros. Aunque Dios es plenamente Dios sin nosotros, él
es un Dios que sorprendentemente ha elegido estar con nosotros.
Isaías 57:15 nos da una bella descripción de Dios en estos dos
sentidos: «Porque lo dice el excelso y sublime, el que vive para siempre,
cuyo nombre es santo: “Yo habito en un lugar santo y sublime, pero
también con el contrito y humilde de espíritu, para reanimar el espíritu de
los humildes y alentar el corazón de los quebrantados”». ¿Puedes ver estas
dos verdades en este verso? Primero, Dios es «excelso y sublime» y vive
«en un lugar santo y sublime». Como tal, Dios es Dios sin nosotros. En sí
mismo, él vive plenamente como Dios sin este mundo que ha creado. Pero
aunque Dios es tan grande y pleno en su propia vida, también ha elegido
venir y «habitar» con «el contrito y humilde». ¿Por qué ha escogido hacer
esto? ¿Habrá venido porque necesita algo de nosotros? No, más bien Dios
ve que nosotros necesitamos algo —¡todo!— de él. Dios escoge venir a
aquellos que son humildes delante de él, «para reanimar el espíritu de los
humildes y alentar el corazón de los quebrantados». En otras palabras,
Dios no viene a nosotros para que podamos llenar algún vacío en él (no lo
hay), sino para que él pueda llenar el gran vacío en nosotros. Aun cuando
Dios no nos necesita, él nos ama, y quiere que recibamos de él toda la
bondad, bendición, y alegría que él tiene para aquellos que sean humildes
y dependan de él.
Una cosa que esto deja clara es lo diferente que es el amor de Dios por
nosotros al amor entre nosotros. Un esposo puede amar verdaderamente a
su esposa, y la esposa puede amar verdaderamente a su esposo, y, no
obstante, en su amor mutuo, ambos tienen necesidades que la otra persona
debe satisfacer. En consecuencia, su amor mutuo es una cuestión de dar
para servir al otro, como también de recibir lo que uno necesita del otro.
Pero dado que Dios no tiene necesidades que él mismo no satisfaga dentro
de su propia vida como Dios, su amor por nosotros es completamente
desinteresado. El amor de Dios es, como dice C. S. Lewis, «infinitamente
generoso por definición: lo da todo y no recibe nada» (El problema del
dolor). El de Dios no es un amor por causa de; Dios no nos ama por lo que
pueda obtener de nosotros, ¡como si necesitara algo que pudiéramos darle!
Más bien, el amor de Dios es un amor a pesar de; Dios nos ama aun
cuando nosotros no podemos beneficiarlo, y aun cuando hemos pecado
contra él. Como dice Pablo: «Pero Dios demuestra su amor por nosotros en
esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros»
(Romanos 5:8), y Juan dice: «En esto consiste el amor: no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que
fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados» (1 Juan
4:10).
Este último punto plantea una verdad muy importante que
abordaremos mucho más en capítulos posteriores. Para que Dios sea un
Dios que está con nosotros, debe venir a nosotros en nuestro pecado. Y, no
obstante, Dios es puro, santo, y sin pecado, y por lo tanto no puede vivir
feliz y plenamente con nosotros como pecadores. Así que Dios decidió que
vendría a estar con nosotros en la persona de su propio Hijo, quien viviría
una vida perfecta en todas las formas que nosotros como pecadores no
habíamos podido. Como alguien que fue perfecto y sin pecado, el Hijo de
Dios, Jesús, pudo así pagar el castigo que nosotros merecíamos pagar por
nuestro pecado. Cuando Jesús murió en la cruz, su Padre puso sobre él
nuestro pecado, para que Jesús muriera en nuestro lugar, pagando la pena
de muerte que nosotros merecíamos pagar. Solo de esta forma sería posible
que nuestro pecado fuera quitado o perdonado, de modo que Dios ya no
nos viera como pecadores sino puros y justos. Como lo expresa Pablo: «Al
que no cometió pecado alguno [a Jesús], por nosotros Dios lo trató como
pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios» (2 Corintios
5:21).
Lo que Dios nos llama a hacer es admitir que hemos pecado contra él,
que merecemos la muerte por nuestro pecado, y ahora creamos y
confiemos en que Jesús murió en nuestro lugar, pagando el castigo que
merecíamos por nuestro pecado. Cuando nos volvemos de nuestro pecado
y confiamos en la muerte de Jesús como un pago total por nuestro pecado,
Dios promete perdonarnos de nuestro pecado y hacernos limpios delante
de él. Pablo declara: «Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la
dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Romanos
6:23). Aunque merecemos morir por causa de nuestro pecado, el don de
Dios para nosotros mediante la fe es vida con él que nunca se acaba. Es
asombroso que, aunque Dios es santo y sin pecado, él se haya acercado a
nosotros, especialmente en su propio Hijo, proveyendo una forma en que
seamos salvos de nuestro pecado y llevados a su presencia para siempre.
Dios es realmente un Dios que está con nosotros; con nosotros para
siempre a través de la fe en Cristo.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Por qué a veces pensamos que Dios nos ama porque merecemos ser
amados por él? ¿Cuáles son algunos motivos por los cuales deberíamos
darnos cuenta de que no merecemos que Dios nos muestre su amor o
bondad?
2. Si Dios nos ama cuando él no nos necesita y cuando nosotros no
merecemos su amor, ¿cómo deberíamos responder a su gran amor?

VERSO PARA MEMORIZAR

Romanos 5:8: «Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que
cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros».
Algunas verdades sobre la riqueza de Dios
que lo hacen Dios

¿Qué tan importante es conocer bien a alguien y conocer su carácter?


Imagina, por ejemplo, que le pides a alguien completamente desconocido
que se quede en tu casa y cuide tus mascotas mientras estás de vacaciones.
¿Confiarías en él? ¿No es cierto que solo al llegar a conocer a alguien se
puede decidir si se puede confiar en él, si ella es fiel a su palabra, si se
puede confiar en él o ella? Lo mismo es cierto respecto a nuestra relación
con Dios. Necesitamos intentar conocerlo mucho, mucho más para que así
seamos motivados a amarlo y confiar más en él. Conocerlo más debería ser
una de las cosas principales que procuremos a lo largo de toda nuestra
vida. Aquí consideraremos tres formas en que el carácter de Dios se
aprecia en el Dios que vive plenamente como Dios aparte del mundo. Dios
posee una riqueza que es cierta en él independientemente de si él creara el
mundo o no. Dios es Dios, punto. Como hemos visto, Dios no necesita el
mundo con el fin de ser Dios, aunque el mundo necesita a Dios para todo
lo que es y hace. Entonces, ¿cuáles son algunas de las formas en que la
riqueza de Dios se puede ver tal como él es, el verdadero Dios vivo, sin el
mundo?
Primero, Dios es eterno. Esto significa que la vida de Dios no tiene
comienzo, y no tiene final. A diferencia de todo lo demás que ha existido,
Dios no depende de nada más para su vida, pues él vive siempre y jamás
puede morir. Esta es una idea muy difícil de entender, pues no conocemos
nada que sea así, y eso es porque en toda la creación no hay nada como
Dios. Tu propia vida tuvo un comienzo, cuando fuiste concebido, y luego
nueve meses más tarde naciste a este mundo. Y tu mamá y tu papá
comenzaron en algún momento, lo mismo que cada perro, gato, león,
elefante, árbol e insecto. La vida de todo lo demás tuvo un comienzo. Pero
no es así con Dios. Dios no tiene comienzo, pues él vive siempre. Y dado
que la vida es parte de lo que significa para Dios ser Dios, su vida jamás
puede llegar a un final. Un salmo escrito por Moisés presenta esta forma
de ver a Dios como alguien que vive siempre, eterno: «Señor, tú has sido
nuestro refugio generación tras generación. Desde antes que nacieran los
montes y que crearas la tierra y el mundo, desde los tiempos antiguos y
hasta los tiempos postreros, tú eres Dios» (Salmo 90:1-2). Cuando Moisés
dice que Dios vive «desde los tiempos antiguos y hasta los tiempos
postreros», quiere decir que desde todo lo que puedas pensar hacia el
pasado (aun antes de que Dios creara el universo y creara el tiempo
mismo) hasta todo lo que puedas pensar hacia el futuro (imagina la
continuación del cielo por miles de millones de años), Dios siempre ha
vivido y siempre vivirá. Desde el pasado eterno al futuro eterno, Dios
siempre ha existido como Dios y siempre existirá. Por tanto, el Dios vivo y
verdadero tiene vida en sí mismo. Nadie le ha dado vida, y nadie puede
quitarle la vida. Puesto que Dios es Dios, él vive siempre.
Dado que Dios posee vida en sí mismo, esto también significa que
Dios tiene todo lo que necesita para su vida en sí mismo. Después de todo,
si Dios vive para siempre, debe ser cierto que Dios ha vivido la mayor
parte de su vida cuando no ha habido nada más. Dios vivió antes que
creara el mundo, y aún entonces era plenamente Dios. Por lo tanto, que
Dios tenga vida en sí mismo significa que también debe tener todo lo que
necesita para su propia vida en sí mismo. Entonces, podemos pensar en
Dios como alguien que es tanto auto-existente (tiene vida en sí mismo)
como autosuficiente (tiene todo lo que necesita para su vida en sí mismo).
Esto nos recuerda lo que dijimos anteriormente, que Dios no tiene
necesidad del mundo, pues todo lo que Dios necesita para ser Dios se
encuentra en su propia vida. Puesto que Dios es eterno, puesto que tiene
vida en sí mismo, esto también significa que él tiene todo lo bueno en su
propia vida. No hay nada que se pueda añadir a la riqueza que Dios posee
porque Dios lo tiene todo, sin principio y sin final.
Segundo, Dios es santo. La Biblia suele hablar de la santidad de Dios,
y enfatiza esta verdad acerca de Dios como algo de suma importancia. Por
ejemplo, Isaías tuvo una vez una visión de Dios sentado en su trono en su
templo. Ángeles poderosos volaban a su alrededor, y se decían unos a
otros: «Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está
llena de su gloria» (Isaías 6:3). Ser santo significa ser diferente a todo lo
demás; ser único, separado o apartado. Estos ángeles proclaman que Dios
es diferente a todo lo demás; no hay nadie como él. El Cántico de Moisés
dice lo mismo: «¿Quién, Señor, se te compara entre los dioses? ¿Quién se
te compara en grandeza y santidad? Tú, hacedor de maravillas, nos
impresionas con tus portentos» (Éxodo 15:11). Y, desde luego, la
respuesta a esta pregunta es: «Nadie es como el Señor», así que Dios es
verdaderamente santo. Él es único en su clase.
Una de las cosas más importantes acerca de la santidad de Dios es que
él está totalmente separado de todo lo malo, impuro o pecaminoso. Él tiene
una vida que no puede ser manchada por nada que sea malo. Puesto que
Dios es verdad, no puede decir una mentira ni creer una mentira. Puesto
que Dios es fiel, no puede faltar a su palabra ni romper una promesa.
Puesto que Dios es justo, no puede hacer lo malo ni considerar el mal que
otros hacen como bueno o aceptable. Otra forma de pensar en la santidad
de Dios es esta: puesto que Dios es santo, no puede ser menos de quien él
es como Dios, y no puede ser distinto a quien es como Dios. Dios es sabio,
bueno, justo, verdadero y fiel, y Dios simplemente no puede ser distinto a
esto. Él es santo, y por tanto está separado de cualquier cosa que sea
contraria a su propia vida como Dios.
Tercero, Dios es invariable. Deberíamos poder entender esto a partir
de lo que acabamos de ver acerca de la santidad de Dios. Dios es Dios, y
eso significa que no puede ser menos que quien él es como Dios, y
tampoco puede ser distinto a quien él es como Dios. Dios tiene todas las
cualidades en su propia vida como Dios, y por esta razón simplemente no
puede cambiar para bien ni para mal. Una bella declaración de esta verdad
se expresa en el Salmo 102:25-27: «En el principio tú afirmaste la tierra, y
los cielos son la obra de tus manos. Ellos perecerán, pero tú permaneces.
Todos ellos se desgastarán como un vestido. Y como ropa los cambiarás, y
los dejarás de lado. Pero tú eres siempre el mismo, y tus años no tienen
fin». Así es, en efecto, Dios es el mismo, y sus años nunca acaban. Dios es
quien siempre es, y nada en el carácter mismo de Dios puede cambiar.
Considerar que Dios es eterno, santo e invariable, debería producir en
nosotros tanto alabanza por la grandeza de Dios como confianza por la
fidelidad de su carácter. Al conocer a Dios de esta forma, realmente
podemos confiar en él. Él vive siempre, y siempre tiene el poder, la
sabiduría y la bondad que solo él tiene como Dios santo. Él nunca puede
variar en su carácter, volviéndose menos o distinto a lo que es. Sabemos
que podemos creer en su palabra y confiar en su sabiduría y poder para
hacer lo que es recto. El conocer la riqueza de Dios, entones, nos lleva a
honrarlo, adorarlo, confiar en él, y humillarnos ante él. Solo Dios es Dios,
y la riqueza de Dios no tiene medida ni final.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. Dios es muy diferente a nosotros. ¿Cuáles son algunas formas en que
Dios no es como nada que haya creado? ¿Cómo muestra esto la grandeza
de Dios?
2. Dios nunca cambia en ser el Dios perfecto que es. ¿De qué manera esta
verdad acerca de Dios brinda consuelo, fortaleza y esperanza a los que
confían en Dios en medio de lo que ellos enfrentan en la vida?

VERSO PARA MEMORIZAR

Éxodo 15:11: «¿Quién, Señor, se te compara entre los dioses? ¿Quién se te


compara en grandeza y santidad? Tú, hacedor de maravillas, nos
impresionas con tus portentos».
Algunas verdades sobre la bondad de Dios
que lo hacen Dios

Al aprender quién es Dios realmente, descubrimos que él no solo está


separado de nosotros en riqueza y plenitud como el Dios eterno, sino que
también está con nosotros como un Dios paciente, misericordioso,
perdonador y amoroso. Por tanto, Dios no solo es rico en su vida como
Dios, sino que también es misericordioso y bondadoso en su relación con
su pueblo. Aquí miramos tres verdades acerca de Dios que muestran la
grandeza de su bondad, verdades que nos ayudan a conocer mejor a Dios y
a darnos cuenta de por qué nuestra esperanza, confianza y dependencia
deberían estar puestas en Dios.
Primero, Dios es sabio. De hecho, la Biblia enseña que la sabiduría de
Dios es tan vasta y perfecta que es justo llamarlo «el único sabio Dios»
(Romanos 16:27). Aunque las personas pueden tener un poco de sabiduría
—algunos más que otros, ¡y toda proviene de Dios!—, solo Dios es
perfectamente sabio.
Para entender qué significa que Dios sea sabio, deberíamos hablar un
momento acera de la diferencia entre conocimiento y sabiduría.
Conocimiento tiene que ver con tener ciertos datos o información
almacenada en el cerebro. Una persona puede saber las tablas de
multiplicar o el orden de los presidentes de su país o los nombres de los
planetas del sistema solar. El conocimiento es factual, y uno puede
adquirir mucho conocimiento, pero no necesariamente ser sabio. ¿Cuál es
la diferencia? La sabiduría depende del conocimiento, pero va más allá del
conocimiento. La sabiduría toma el conocimiento de datos y lo usa para
pensar en la mejor forma de resolver un problema o cómo planificar para
algo que podría suceder en el futuro. La sabiduría, entonces, es
conocimiento aplicado; es conocimiento utilizado para algún propósito
práctico. Pero hay más. Para ver esto, detente y hazte la pregunta, ¿cuál es
la diferencia entre alguien que es sabio y alguien que es astuto o tramposo?
Una persona astuta o tramposa probablemente usa el conocimiento para
lograr algo, pero lo hace con malas intenciones. Un ladrón puede ser muy
astuto, pero su uso del conocimiento de cómo robar algo no se debería
considerar sabio, ¿verdad? En consecuencia, la sabiduría es un uso del
conocimiento, pero es un uso del conocimiento para realizar algo bueno,
justo y provechoso.
Ahora hazte dos preguntas acerca de Dios. 1) ¿Cuánto conocimiento
posee Dios? Respuesta: Dios conoce todo lo que puede ser conocido. Él
conoce todo acerca del pasado, el presente, y el futuro. Él conoce las cosas
exactamente como son, y nunca está equivocado acerca de nada. 2) ¿Qué
guía a Dios en su uso de este conocimiento perfecto cuando hace sus
planes y lleva a cabo su voluntad? Respuesta: la propia naturaleza santa y
justa de Dios lo guía. Esto significa que todo lo que él decide, y cada uso
de su conocimiento, llevará a cabo lo que es completamente bueno, justo y
óptimo.
No sorprende que la Biblia diga que la sabiduría de Dios se manifiesta
en su creación del mundo (Salmo 104:24) y en su salvación de los
pecadores (1 Corintios 1:18-25). En estas dos más grandes obras de Dios
vemos que él tomó su vasto conocimiento y lo aplicó para llevar a cabo lo
que era bueno, justo, bello y óptimo. Tanto la creación como la cruz de
Cristo muestran la sabiduría de Dios como nadie más lo ha hecho o podría
hacerlo jamás.
Segundo, Dios es todopoderoso. Piensa conmigo un momento: ¿qué tal
si Dios fuera sabio, de la manera que hemos visto, pero supongamos que
no tuviera el poder para llevar a cabo lo que su sabiduría ha planificado?
¿Qué pensaríamos entonces acerca de Dios? Bueno, podríamos respetar a
Dios por tener una sabiduría tan vasta una sabiduría tan perfecta, pero
también sentiríamos lástima por alguien que conociera lo mejor que se
debe hacer pero no pudiera hacerlo. ¿Pero qué tal si Dios tuviera todo el
poder pero no fuera realmente sabio? ¿Qué pensaríamos entonces? No
tardamos mucho en darnos cuenta de que si esto fuera el caso, estaríamos
aterrados por Dios y lo que podría hacer. A fin de cuentas, tener todo el
poder pero carecer de la sabiduría que dirija su uso es una idea muy
aterradora. Pero esta es la verdad: el verdadero Dios, el Dios de la Biblia,
¡es perfectamente sabio y todopoderoso a la vez! Él es capaz de planificar
lo mejor, y nada puede impedirle llevar a cabo lo que él sabe que es lo
mejor.
Abraham y Sara aprendieron acerca el gran poder de Dios. Ambos eran
muy viejos, y todavía no tenían el hijo que Dios les había prometido que
tendrían. A medida que pasaban los años y Sara envejecía, ella comenzó a
dudar que Dios pudiera hacer posible que tuviera este bebé. Cuando Dios
le dijo a Abraham que él obraría en el cuerpo de Sara para que ella diera a
luz un niño llamado Isaac, Sara se rio. Dios la escuchó, y respondió: «¿Por
qué se ríe Sara? ¿No cree que podrá tener un hijo en su vejez? ¿Acaso hay
algo imposible para el Señor? El año que viene volveré a visitarte en esta
fecha, y para entonces Sara habrá tenido un hijo» (Génesis 18:13-14). Es
interesante que el nombre Isaac que Dios dijo que le pusieran a este hijo
significa «él se ríe». Así que, aunque Sara se rio, pensando que estaba
demasiado vieja para que Dios cumpliera esta promesa, Dios ordenó que el
hijo se llamara Isaac, «él se rio». El poder de Dios era tan grande que él rio
último. El poder de Dios no tiene límite. Como declara el profeta Jeremías:
«¡Ah, Señor mi Dios! Tú, con tu gran fuerza y tu brazo poderoso, has
hecho los cielos y la tierra. Para ti no hay nada imposible» (Jeremías
32:17). ¿Nada? ¡No, nada!
Tercero, Dios es totalmente bueno. Qué alentador es saber que así es,
Dios es totalmente bueno. Si bien nos alegra mucho saber que Dios es
completamente bueno, esta es otra verdad acerca de Dios que a veces
cuesta creer. Después de todo, no conocemos a nadie que sea total y
perfectamente bueno. Dado que somos pecadores, y todas las personas que
conocemos son pecadoras —aun los cristianos realmente buenos todavía
pecan y a veces hacen lo malo—, nos cuesta creer que Dios sea total y
absolutamente bueno. ¡Pero él es bueno! El Salmo 5:4 declara de Dios:
«Tú no eres un Dios que se complazca en lo malo; a tu lado no tienen
cabida los malvados». Dios no posee ninguna maldad ni malevolencia en
absoluto. Más bien, como dice el Salmo 119:68 acerca de Dios: «Tú eres
bueno, y haces el bien». La vida misma de Dios es buena, y todas sus
acciones son buenas. No hay maldad en Dios en absoluto, y todo lo que
Dios es y todo lo que hace es completamente bueno.
Parte de lo que significa que Dios sea bueno es que él anhela que su
propio pueblo sea bendecido y experimente un gozo verdadero y
perdurable. Él ama profundamente a su pueblo, y la prueba de su amor por
su propio pueblo se aprecia en la gracia y la misericordia que les ha
mostrado a pesar de su pecado. Aunque merecemos el justo castigo de
Dios, Dios ha enviado a su Hijo a pagar por nuestro pecado y a ponernos
en una recta relación con él. Esta gracia (la bondad mostrada a aquellos
que más bien merecen el castigo; ver Efesios 2:8-9) y misericordia (la
bondad mostrada a aquellos que están desesperanzados y desvalidos; ver
Efesios 2:1-4) son las expresiones del amor y la bondad de Dios para su
propio pueblo.
Dios, pues, es perfectamente sabio, todopoderoso, y completamente
bueno. En consecuencia, tenemos motivos suficientes para confiar en él.
Dios solo planea lo mejor (es perfectamente sabio), y nada puede
impedirle que lo lleve a cabo (él es todopoderoso), y sabemos que sus
planes realizarán lo mejor para nosotros (él es completamente bueno).
Como sentarse en un piso de tres patas, debemos sentarnos por fe sobre
estos tres apoyos: la sabiduría, el poder y la bondad de Dios nos dan
motivos suficientes para poner nuestra confianza en Dios y solo en Dios.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Por qué es bueno (y maravilloso) que Dios sea tanto todopoderoso
como totalmente sabio? ¿De qué manera nuestra confianza en Dios
depende de que Dios sea totalmente sabio como también todopoderoso?
2. ¿De qué manera tu confianza en Dios y sus caminos se fortalece aún
más al saber que Dios siempre es bueno? ¿Cuáles son algunas formas en
que tus dudas o temores pueden desaparecer al confiar en la sabiduría, el
poder y la bondad de Dios?

VERSO PARA MEMORIZAR

Daniel 2:20: «¡Alabado sea por siempre el nombre de Dios! Suyos son la
sabiduría y el poder».
2

DIOS COMO TRES EN UNO


Hay un solo Dios

Vivimos en un mundo donde hay muchas religiones distintas con


diferentes creencias y prácticas. Junto con esto, cada religión tiene su
propia idea de cómo debe ser dios (o los dioses). Algunos creen en muchos
dioses (como el hinduismo o el mormonismo), y otros creen en solo un
Dios (como el islam, el judaísmo y el cristianismo).
Lo que hoy es verdad ha sido siempre la realidad. Hace mucho tiempo,
en los días de Abraham, Moisés, y los profetas de Israel, encontramos que
las naciones que rodearon a Israel creían en muchos dioses. En aquellos
días había muchas religiones distintas, ya la mayoría de las personas creían
que había muchos dioses. Una de las ideas más comunes entre las
religiones de los vecinos de Israel en tiempos del Antiguo Testamento era
que distintos dioses eran responsables de distintas partes del mundo.
Ciertos dioses estaban a cargo de ciertas áreas, mientras otros dioses
controlaban otras áreas. Por este motivo, cuando uno viajaba, tenía que
estar consciente de cuando pasaba del área controlada por un dios al área
controlada por otro dios; diferentes dioses sobre diferentes áreas, con
diferentes leyes que aplicaban en cada una de esas áreas. Es algo así como
cuando uno viaja de un estado a otro o de un país a otro. Uno tiene que
fijarse si el límite de velocidad o las normas del tránsito cambian. Dado
que ahora uno está en otro lugar, puede que haya que obedecer leyes
distintas a las que tenía antes.
Por lo tanto, el comienzo del libro de Génesis es muy importante en
vista de las distintas religiones y dioses que seguían los vecinos de Israel.
El primer verso de la Biblia dice: «Dios, en el principio, creó los cielos y
la tierra» (Génesis 1:1). Así que, desde un principio, la Biblia deja claras
tres verdades muy importantes: 1) hay un Dios y solo uno, 2) este único
Dios ha creado absolutamente todo —«los cielos y la tierra»— lo que
existe, y 3) puesto que el verdadero Dios vivo ha hecho todo lo que hay,
solo él tiene el dominio legítimo sobre todo lo que existe. El principio es
algo como esto: crear algo es ser el legítimo dueño de ello, y ser dueño de
algo significa que uno es el único que puede decir cómo se debe usar. Pues
bien, dado que Dios ha hecho todo, él es dueño de todo. Y como Creador y
dueño de todo, solo él tiene el derecho a estar a cargo de absolutamente
todo lo que existe. Esta es la razón por la que la Biblia llama a Dios tanto
Creador como Señor. Él no solo creó todo lo que existe, sino que gobierna
sobre todo lo que ha creado. Puesto que Dios creó el mundo entero, él es
su dueño; y puesto que él es su dueño, él lo gobierna como le place.
¿Has escuchado alguna vez la historia de Elías cuando confrontó a los
profetas de Baal? En 1 Reyes 18 leemos que Elías quería que el pueblo de
Israel decidiera si iban a adorar y servir al Dios verdadero (el Dios de
Israel) o bien iban a servir al falso dios Baal. Puesto que muchos de los
vecinos de Israel adoraban a Baal, los israelitas se tentaron a hacer lo
mismo. Así que Elías les dijo: «“¿Hasta cuándo van a seguir indecisos? Si
el Dios verdadero es el Señor, deben seguirlo; pero, si es Baal, síganlo a
él”. El pueblo no dijo una sola palabra» (v. 21). Dado que el pueblo de
Israel no estaba seguro respecto a seguir al Señor Dios de Israel, Elías
desafió a los profetas de Baal a que hicieran un altar y oraran a Baal para
que descendiera y quemara el altar con fuego del cielo. Bueno, ellos
hicieron el altar y oraron, pero no sucedió nada. Intentaron con mayor
empeño que Baal quemara el altar, pero al parecer él no escuchaba sus
oraciones, por mucho que ellos se esforzaran.
Entonces Elías construyó un altar e incluso le puso mucha agua, para
que fuera más difícil quemarlo. Entonces Elías oró de todo corazón, y el
Dios verdadero, el Señor Dios de Israel, consumió el altar con fuego. Con
esto, Elías le había demostrado a toda la gente que el Dios de Israel era el
Dios verdadero y que Baal en realidad no era un dios después de todo.
Un detalle muy interesante de esta historia es dónde ocurrió. Elías
confrontó a estos profetas de Baal en el Monte Carmelo, un área que
supuestamente estaba a cargo de Baal. Los adoradores de Baal no se
habrían sorprendido de ver al Dios de Israel consumir el altar con fuego si
esto hubiera ocurrido en Jerusalén. Ellos pensaban que Jerusalén era el
lugar donde el Dios de Israel estaba a cargo. Pero se suponía que en el
Monte Carmelo estaba a cargo Baal. Así que cuando el Dios de Israel
respondió a la oración de Elías y consumió el altar, esto demostró dos
cosas: el Dios de Israel no solo era el Dios verdadero, sino que además el
Dios verdadero estaba a cargo en todas partes, no solo en ciertos lugares.
Puesto que Dios es el verdadero Dios, y puesto que él ha hecho todo lo que
existe, también él es el único legítimo gobernante de todo lo que ha
creado. Eso aprendieron los profetas de Baal aquel día.
Algunos otros pasajes de la Biblia nos ayudan a ver que la Escritura
enseña claramente que solo hay un Dios. Deuteronomio 6:4, por ejemplo,
declara: «Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor». El
Dios de Israel, entonces, es el único Dios verdadero, y asombrosamente,
este Dios verdadero es «nuestro Dios». Israel debería haberse alegrado y
haber sido humilde, y también nosotros deberíamos alegrarnos de que este
único Dios verdadero nos haya hecho su propio pueblo mientras nosotros
confiamos en él y seguimos sus caminos. O escucha lo que dice Salomón
en su oración de dedicación del Templo. Luego de recordarle al pueblo
que ellos son el pueblo escogido de Dios y deberían servirle de todo
corazón, él los llama a vivir fielmente ante Dios, «así todos los pueblos de
la tierra sabrán que el Señor es Dios, y que no hay otro» (1 Reyes 8:60).
En Isaías 41-48 vemos una y otra vez algo asombroso. El verdadero
Dios, el Dios de Israel, desafía a los falsos dioses a demostrar que son
dioses. Cualquier Dios real, dice el Dios de Israel, será capaz de predecir
lo que sucederá en el futuro y de controlar los sucesos de la historia, y si
no puede hacerlo, no es realmente un dios. Así, por ejemplo, Dios desafía
a los falsos dioses: «Digan qué nos depara el futuro; así sabremos que
ustedes son dioses» (Isaías 41:23a). Un poco más adelante también leemos
las palabras: «No hay quien pueda librar de mi mano. Lo que yo hago,
nadie puede desbaratarlo» (Isaías 43:13, y: «Yo soy el Señor, y no hay
otro; fuera de mí no hay ningún Dios… no hay ningún otro fuera de mí.
Yo soy el Señor, y no hay ningún otro. Yo formo la luz y creo las tinieblas,
traigo bienestar y creo calamidad; yo, el Señor, hago todas estas cosas»
(Isaías 45:5-7). La Biblia es clara: hay un solo Dios. El Dios de la Biblia,
el Dios de los israelitas, y el Dios manifestado en Cristo es el único Dios
verdadero. Concluimos con las propias palabras de Jesús, que muestran
que también él creía que solo hay un Dios. Él dijo: «Y esta es la vida
eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a
quien tú has enviado» (Juan 17:3). Alabamos a Dios porque solo él es
Dios, y nos gozamos porque este Dios ha venido a nosotros y se ha dado a
conocer. Que podamos conocerlo mejor y aprender sus caminos, para que
podamos andar en su luz y confiar en él siempre.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Qué otras creencias religiosas has escuchado? ¿En qué se diferencia la
comprensión de «Dios» de esas religiones de lo que la Biblia enseña
acerca de Dios?
2. ¿Qué diferencia hace el saber que solo hay un Dios verdadero?

VERSO PARA MEMORIZAR

Deuteronomio 4:35: «A ti se te ha mostrado todo esto para que sepas que


el Señor es Dios, y que no hay otro fuera de él».
Un Dios en tres personas

Algunas cosas en la fe cristiana son fáciles de entender, y otras son


más difíciles. El tema que tenemos aquí sin duda es uno de los más
difíciles. No obstante, entender que Dios es al mismo tiempo uno y tres es
importante por dos motivos principales. Primero, así es como Dios es
realmente. Así que, si vamos a conocer a Dios tal como es y no vamos a
pensar en él de formas que a nosotros se nos ocurran o supongamos,
tenemos que entender lo que nos ha dicho acerca de sí mismo. Y una cosa
que nos ha dicho es que, si bien hay un solo Dios, este único Dios es
también tres al mismo tiempo. Qué significa esto realmente, intentaremos
entenderlo en un momento. Pero en este punto es importante que
aceptemos esta enseñanza de la Biblia como buena y correcta porque nos
dice quién es Dios realmente, tal como él se nos ha dado a conocer.
Segundo, el ver a Dios como uno y tres a la vez es importante porque así
podemos entender mejor la manera en que el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo se relacionan entre sí y realizan su obra. Cada persona —el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo— tiene una importante obra que hacer, y no
obstante, mientras los tres realizan su obra, se relacionen entre sí y con
nosotros en el proceso. Podemos aprender mucho acerca de Dios, y acerca
de cómo debemos relacionarnos con los demás, observando atentamente la
manera en que este único Dios realiza su obra siendo tres personas
relacionadas entre sí.
En la sección anterior hemos visto por qué deberíamos creer que solo
hay un Dios. La Biblia es clara en este punto, como muestran los pasajes
que observamos. Pero la Biblia también habla de Dios como tres. El Padre
es Dios, el Hijo es Dios, y el Espíritu Santo es Dios. Comencemos mirando
algunos pasajes de la Biblia que muestran que Dios es tres al tiempo que
también es uno.
Uno de los pasajes más importantes proviene de las palabras que habló
Jesús después de su resurrección y antes de regresar a su Padre. Él les dijo
a sus discípulos: «Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las
naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y
les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo» (Mateo
28:19-20). Cuando Jesús mandó a sus discípulos a bautizar a los creyentes
en el «nombre» del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, usó la palabra
«nombre» como sustantivo singular, no «nombres» como sustantivo plural.
Esto pretende mostrar que hay un Dios, pues solo hay una naturaleza de
Dios como indica su único «nombre». No hay muchos dioses con distintos
nombres, sino solo un Dios con un nombre. Pero lo interesante es que el
nombre de este único Dios tiene tres partes: Padre, Hijo, y Espíritu Santo.
Así que hay un Dios, pero el Padre es Dios, el Hijo es Dios, y el Espíritu
Santo es Dios. Hay un solo Dios, pero este único Dios se expresa en tres
personas, como el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo. Cada uno es Dios y
muestra cómo es Dios.
Otro pasaje que ayuda es el último verso de 2 Corintios. Aquí Pablo les
da una bendición final a las personas diciendo: «Que la gracia del Señor
Jesucristo, el amor de Dios [el Padre] y la comunión del Espíritu Santo
sean con todos ustedes» (13:14). Por supuesto, Pablo sabe que hay un solo
Dios, y aquí está dando una bendición final de parte de este Dios. No
obstante, la manera en que ofrece esta bendición es interesante. Él usa el
lenguaje de tres en esta bendición del único Dios que ofrece. Por lo tanto,
en la mente de Pablo, «que Dios esté con ustedes» se convierte en «que la
gracia de Jesús, el amor de Dios el Padre, y la comunión del Espíritu sean
con ustedes». Un Dios, sí; tres personas del único Dios, sí, también.
Un último pasaje que consideraremos es Efesios 2:18: «Pues por medio
de él [Cristo] tenemos acceso al Padre por un mismo Espíritu». Aquí,
Pablo está hablando del hecho de que tanto los judíos como los gentiles
que han confiado en Cristo ahora están en una recta relación con Dios.
Ambos han sido llevados a Dios mediante la fe en Cristo. Pero la manera
en que él habla de esta verdad involucra a los tres miembros de la
Trinidad. Tanto judíos como gentiles que han confiado en Cristo pueden
venir al Padre debido a la obra de Cristo y por medio del Espíritu que
ahora vive dentro de ellos por la fe. Así que el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo están involucrados en la manera en que una persona puede ser unida
nuevamente con Dios.
Una pregunta que se suele hacer es si hay algún ejemplo, alguna
analogía o ilustración de la Trinidad que pueda ayudarnos a entender cómo
es que Dios es uno y tres a la vez. Algunos han sugerido que la Trinidad es
como un triángulo: tres lados conforman un triángulo, así que tenemos tres
en uno. Este ejemplo ayuda un poco, pero cuando uno piensa en ello un
poco más profundo, puede ver que no es totalmente correcto. Mira, la
Biblia enseña que hay un Dios, y el Padre es plenamente Dios, el Hijo es
plenamente Dios, y el Espíritu Santo es plenamente Dios; no tres dioses
sino tres personas, cada una de las cuales expresa plenamente a ese único
Dios. Pero un triángulo no es así. Sí, tiene tres lados, pero cada uno de los
lados no es plenamente un triángulo, ¿verdad? Así que, si bien un triángulo
muestra una cosa compuesta por tres partes, no muestra una cosa que sea
plenamente expresada por cada una de las tres partes.
Algunos han pensado que quizá la Trinidad sea como tres hombres,
por ejemplo, Pedro, Juan y Diego. Los tres son humanos, pero son tres
personas. ¿Funcionará esto para mostrarnos la Trinidad? Aquí el problema
es lo opuesto al problema con el triángulo. Cada persona es plenamente
humana, pero en este ejemplo no solo tenemos tres personas, sino también
tres seres humanos. Después de todo, Pedro es un hombre, pero distinto de
Diego, quien es un hombre distinto de Juan. Así que, si siguiéramos esta
ilustración, acabaríamos con tres dioses, como también con tres personas
que son dios.
Otros han pensado que H2O (agua) nos muestra la Trinidad, pues el
H2O puede ser tres cosas: sólida (hielo), líquida (agua corriente), y
gaseosa (vapor). Pero las mismas moléculas de H2O no pueden ser las tres
cosas exactamente al mismo tiempo. H2O es una buena ilustración de
modalismo (una falsa enseñanza de la Trinidad de la que aprenderemos
más adelante) donde Dios primero es el Padre, luego el Hijo, y luego el
Espíritu, uno a la vez. Pero la Biblia enseña que Dios es Padre, Hijo y
Espíritu Santo al mismo tiempo. Cada persona vive eternamente como
Dios.
Lo más cercano que he imaginado a la Trinidad es dibujar un círculo
usando tres marcadores de color (quizá rojo, azul y verde). Si uno dibuja el
mismo círculo tres veces, y cada color se superpone exactamente al
anterior, resulta un círculo, pero la línea roja no es la azul, y la línea azul
no es la verde. Pero las tres líneas encierran un solo círculo. Aunque esta
ilustración puede funcionar en una parte muy pequeña, lo cierto es que
sencillamente no hay nada en nuestra experiencia que nos muestre
exactamente lo que enseña la doctrina de la Trinidad. Nada funciona lo
suficiente para mostrar lo que significa que Dios sea uno en su naturaleza
como el único Dios verdadero, pero tres en personas como el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo, cada uno plenamente Dios. Pero esto no debería
sorprendernos. Al fin y al cabo, la Biblia nos ha dicho muchas veces que
no hay nadie como el Señor (Éxodo 8:10; 9:14; Deuteronomio 33:26;
34:11; Jeremías 10:6–7). Él es el único Dios vivo y verdadero, y además es
distinto a cualquier otra persona o cosa.
Realmente no hay nadie como el Señor. Él es un solo Dios, pero ese
único Dios vive y se expresa por medio de las tres personas del Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo. Cada persona es plenamente Dios, pero cada
persona es distinta a las otras personas. Aquí tenemos una enseñanza
bíblica que al final debemos creer aunque no podamos entenderla
cabalmente. Y lo que podemos aprender de esto es que Dios es más grande
que cualquier cosa que podamos imaginar y más hermoso que cualquier
cosa que hayamos visto. La doctrina de la Trinidad nos llama a
asombrarnos y maravillarnos por lo grande que es Dios. Tres en uno y uno
en tres; este es Dios, ¡y no hay otro!

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Por qué es importante saber que Dios es a la vez uno (un solo Dios) y
tres (el Padre, Hijo, y Espíritu Santo), y cada uno es plenamente Dios?
2. ¿Por qué no debería extrañarnos si no somos capaces de entender plena
y cabalmente la doctrina de la Trinidad?

VERSO PARA MEMORIZAR

Efesios 2:18: «Pues por medio de él [Cristo] tenemos acceso al Padre por
un mismo Espíritu».
El Padre es Dios

Hay un Dios y solo uno. Pero ese único Dios vive y se expresa
siempre como el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo. Así que hay un Dios
pero tres personas, cada una de las cuales es plenamente Dios. Y cada una
de las personas de Dios es responsable de ciertas partes de la obra que
Dios realiza en el mundo.
Por ejemplo, es cierto (y glorioso) decir: «Dios nos salva de nuestro
pecado». Esta es una maravillosa verdad en la que pensaremos más en
capítulos posteriores, y sí, es Dios quien lo hace. Pero si pensamos más
atentamente, nos damos cuenta de que «Dios nos salva» solo en tanto que
el Padre realiza su propia obra específica junto con el Hijo, quien realiza
su propia obra específica junto con el Espíritu Santo, quien realiza su
propia obra específica al salvarnos. El Padre es quien planificó nuestra
salvación y decidió enviar a su Hijo al mundo para salvarnos de nuestro
pecado (Juan 3:16-17). Pero el Hijo (no el Padre ni el Espíritu Santo) es el
que vino a convertirse en hombre y a vivir una vida perfecta y luego a
morir en la cruz (Filipenses 2:5-8). El Espíritu Santo actuó para ayudar a
Jesús durante su vida (Lucas 4:14-21) y actúa en nuestras vidas para que
podamos poner nuestra fe en Cristo y seamos salvos (Juan 3:4-8). Así que
cada uno, el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo desempeñan distintos roles,
y juntos efectúan la única obra de salvación que el único Dios nos trae.
Sigamos pensando en la obra que realiza el Padre como Dios. La
Biblia presenta al Padre como aquel que ha planificado todo lo que
acontece en toda la creación. El Padre no solo planeó crear el mundo, sino
que también planificó todo lo que sucedería en el mundo. Por ejemplo, el
Padre planificó cómo sería el mundo, planificó enviar a su Hijo a morir por
el pecado, planificó que ciertas personas serían verdaderamente salvas
mediante la fe en Cristo, y planificó que un día toda la creación estaría
bajo el gobierno de su propio Hijo. Sí, el Padre está detrás de todo como el
minucioso planificador, el sabio diseñador, de todo lo que acontece en
nuestro mundo. Pablo señala este punto en Efesios 1:11, donde escribe que
«en Cristo también fuimos hechos herederos, pues fuimos predestinados
según el plan de aquel [el Padre] que hace todas las cosas conforme al
designio de su voluntad [del Padre]». Sí, el Padre es el que ha planificado
todo lo que sucede, y el Padre actúa para asegurarse de que sus propósitos
y planes sucedan tal como él desea.
Es por esto que en la Biblia vemos que la alabanza y la gratitud final
serán dadas al Padre. Él es el que está detrás de todo lo que hacen el Hijo y
el Espíritu Santo para salvar a los pecadores y hacer nuevas todas las
cosas. Por ejemplo, en Efesios 1, Pablo explica varias razones por las que
deberíamos alabar a Dios por los diversos y maravillosos dones que él nos
concede. Pero en lugar de decir «alabado sea Dios», hablando de la
unicidad de Dios en sus dones para nosotros, él dice: «Alabado sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en las regiones
celestiales con toda bendición espiritual en Cristo» (v. 3). Observa que
Pablo da esta alabanza muy cuidadosa y específicamente a Dios el Padre
en lugar de expresarla a «Dios» de manera más general. No habría estado
equivocado si Pablo dijera: «Alabado sea Dios por todas las bendiciones
que nos ha concedido», pero es más exacto y preciso decir lo que
efectivamente dice. Observa que él indica que la alabanza última se da a
«Dios, Padre», mostrando que esta alabanza va específicamente al Padre.
Pero observa además que él dice que todas las bendiciones que nos brinda
al Padre llegan «en Cristo».
Así que el Padre nos concede cada bendición que recibimos, pero cada
bendición que recibimos siempre viene solo por medio de lo que su Hijo,
el Señor Jesucristo, ha logrado con su obra por nosotros. Y observa
finalmente que estas bendiciones son «espirituales», mostrando que la
manera en que recibimos estas bendiciones es en tanto que el Espíritu
Santo las trae a nuestra vida. Así que aquí aprendemos que el Padre es el
sabio y benigno Dador de todas las bendiciones que Dios nos concede. Y
estas bendiciones del Padre son bendiciones que el Hijo ha ganado para
nosotros por su vida, muerte y resurrección. Y estas bendiciones del Padre,
por medio del Hijo, son traídas a nuestra vida mediante la obra del
Espíritu. Alabado sea el Padre, y a través de él el Hijo, y a través de él el
Espíritu.
Otro pasaje que nos ayuda a ver que el Padre es el que rectamente
recibe la alabanza y el honor últimos por toda la obra de nuestra salvación
es Filipenses 2:8-11: «[Cristo] se humilló a sí mismo y se hizo obediente
hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y
le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre
de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra,
y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios
Padre». El Padre no solo planeó enviar a su Hijo al mundo (Juan 3:16-17;
6:38), sino también que, después que su Hijo muriera en la cruz, el Padre
lo levantaría, lo exaltaría, y le daría el mayor nombre de todos. Llegará el
día cuando cada persona que haya vivido doblará sus rodillas delante de
Cristo y dirá con su propia boca: «Jesucristo es Señor». Pero cuando todos
los seres humanos hagan esto, entonces también darán la alabanza última
más allá del Hijo «para gloria de Dios Padre» (cf. 1 Corintios 15:25-28).
Ver al Padre como el más alto a cargo y quien tiene autoridad sobre
todo es importante por muchas razones. Una forma en que ayuda es en
nuestra forma de pensar en la oración. Si te fijas al leer las oraciones del
Nuevo Testamento, la mayoría sigue el mismo patrón que Jesús les enseñó
a los discípulos. Jesús dijo: «Ustedes deben orar así: “Padre nuestro que
estás en el cielo, santificado sea tu nombre”» (Mateo 6:9). ¿Por qué Jesús
nos habrá instruido que oremos al Padre? Simplemente porque el Padre es
el que tiene la máxima autoridad de todos. Aun el Hijo, quien está sobre
todo lo creado, ahora está sentado «a la derecha» del Padre (Efesios 1:20),
indicando que el Padre está más alto que todos. Así que, en el Nuevo
Testamento, las oraciones muy a menudo se dirigen al Padre. Considera la
oración de Pablo al final de Efesios 3. Comienza así: «Por esta razón me
arrodillo delante del Padre, de quien recibe nombre toda familia en el cielo
y en la tierra. Le pido que, por medio del Espíritu y con el poder que
procede de sus gloriosas riquezas, los fortalezca a ustedes en lo íntimo de
su ser» (vv. 14-16; ver también Efesios 1:16ss.; Filipenses 4:19-20).
Por lo tanto, la oración normalmente debería ir dirigida al Padre. Pero
solo podemos ir al Padre gracias a lo que Cristo ha hecho por nosotros a
través de su muerte y resurrección. Cuando confiamos en Cristo, entonces
podemos venir «en Cristo» al Padre. Así que nuestras oraciones son al
Padre, en el «nombre» o la autoridad del Hijo. Pero también necesitamos
que el Espíritu nos dirija a orar como deberíamos hacerlo. Así que
normalmente deberíamos orar al Padre, en el nombre del Hijo, por el poder
del Espíritu Santo (ver Efesios 6:18). Efesios 2:18 nos da este patrón. El
pasaje explica que tanto los judíos como los gentiles que han confiado en
Cristo son llevados a una relación con el Padre. Pablo dice: «Por medio de
él [Cristo], unos y otros [judíos creyentes y gentiles creyentes] tenemos
acceso al Padre en un mismo Espíritu» (RVC). Por tanto, alabado sea al
Padre, quien, por medio de la muerte y resurrección de su Hijo, y por la
obra del Espíritu nos abre el camino para que seamos llevados a una recta
relación con él. Qué privilegio es orar y alabar a Aquel que tiene la
máxima autoridad sobre todo.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Te has fijado en que en la Biblia a menudo se nos llama a orar al Padre
o a agradecer al Padre? ¿Por qué ocurre esto?
2. ¿Cuáles son algunas de las principales acciones del Padre por las que
deberíamos rendirle nuestra alabanza y gratitud?

VERSO PARA MEMORIZAR


Efesios 1:3: «Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos
ha bendecido en las regiones celestiales con toda bendición espiritual en
Cristo».
El Hijo es Dios

Cuando pensamos en Jesús, deberíamos pensar en Aquel que fue


enviado por el Padre para que viniera a salvarnos de nuestro pecado. Él es
el Hijo eterno del Padre, quien descendió del cielo a asumir también la
plena naturaleza humana. Por lo tanto, él fue plenamente Dios y
plenamente hombre. Tenía que ser plenamente Dios y plenamente hombre
a fin de llevar una vida humana perfecta, pagar el inmenso castigo que
nosotros merecíamos pagar por nuestro pecado, ser levantado victorioso
como nuestro Conquistador, y luego reinar por siempre como Rey de reyes
y Señor de señores sobre todo. Tenía que ser hombre a fin de vivir una
vida humana perfecta y morir en nuestro lugar. Pero tenía que ser Dios a
fin de que el pago que ofreció satisficiera el estándar que Dios su Padre
exigía. Como verás, si nosotros pagáramos por nuestro propio pecado,
jamás terminaríamos de pagar. Estaríamos pagando eternamente por
nuestro pecado porque así de grande es nuestra deuda. Pero dado que Jesús
era Dios como también hombre, pudo pagar la totalidad del castigo por
nuestro pecado para que pudiéramos ser salvos por la fe en él.
Por lo tanto, es importante que Jesús fuera Dios, ¿verdad? Si no fuera
Dios, no podría salvarnos de nuestro pecado. Pero también es importante
que viviera una vida como alguien plenamente humano, ¿verdad? Si no
fuera real y plenamente humano, no podría haber vivido la vida que
nosotros debíamos haber vivido —una vida de perfecta obediencia a Dios
— y así estar calificado para morir en nuestro lugar, no cargando su propio
pecado (¡no tenía ninguno!) sino cargando nuestro pecado. ¡Qué gran
Salvador es Jesús! Y esto solo pudo ser cierto porque él era tanto Dios
como hombre.
En capítulos posteriores hablaremos más acerca de la naturaleza
humana de Jesús y cómo llevó una vida de obediencia, y luego murió por
nuestro pecado. Pero aquí necesitamos entender la enseñanza bíblica
acerca del hecho de que Jesús fue plenamente Dios. Algunos piensan que
Jesús fue creado por el Padre, tal como nosotros fuimos creados. Ellos
piensan que el Espíritu de Dios vivía en Jesús, pero que él no era Dios
mismo. Pero la Biblia es clara en que Jesús nunca fue creado; ¡más bien él
creó todas las cosas que han sido creadas! Y si bien el Espíritu
efectivamente ayudó a Jesús a vivir como hombre, Jesús también vivió su
vida plenamente como Dios.
¿Dónde enseña la Biblia que Jesús es Dios? Primero, a veces el propio
nombre Dios se usa para Jesús. Uno de los pasajes más importantes es
Juan 1:1, que dice: «En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba
con Dios, y el Verbo era Dios». El «Verbo» del que habla aquí Juan es el
Hijo del Padre que luego se hizo hombre. Esto lo sabemos porque en Juan
1:14 Juan dice que «el Verbo se hizo hombre», es decir, el Verbo que es el
Hijo eterno se convirtió en un ser humano. Este, desde luego, es Jesús. Así
que ahora sabemos que en Juan 1:1 «el Verbo» es Jesús antes que se
hiciera también un ser humano. Este verso dice que él siempre ha estado
con Dios el Padre y que además siempre ha sido Dios. Así que, como Hijo
del Padre, ha estado con el Padre por siempre, pero como Dios siempre ha
tenido la mismísima naturaleza de su Padre como Dios. Puesto que Jesús
tiene la única naturaleza del único Dios, a Jesús de hecho se lo llama
«Dios» (ver otros pasajes donde se usa «Dios» para Jesús: Juan 20:28;
Romanos 9:5; Filipenses 2:6; Colosenses 1:5; Tito 2:13; Hebreos 1:8; 2
Pedro 1:1; 1 Juan 5:20).
Segundo, Jesús realiza obras que solo Dios puede hacer. Por ejemplo,
inmediatamente después que a Jesús se lo llama «Dios» en Juan 1, ¡el
autor prosigue y dice que Jesús (antes de hacerse también humano) fue el
que creó todo! Juan 1:3 dice: «Por medio de él [el Verbo, Jesús] todas las
cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir». Algo
interesante de este verso es que enseña que todo lo creado ha sido creado
por Jesús. Bueno, esto significa que el propio Jesús no pudo ser creado,
¿verdad? Si Jesús hizo todo lo que ha sido hecho, entonces Jesús no pudo
ser echo por algo más. Si lo deseas, puedes ver la misma verdad enseñada
por Pablo en Colosenses 1:16, donde «todas las cosas» creadas son creadas
por Jesús. Si él crea todas las cosas creadas, eso significa que Jesús
mismo no pudo ser creado.
Otra cosa que solo Dios puede hacer y que Jesús hace es perdonar
pecados. En Marcos 2:1-12, Jesús sorprende a todos cuando perdona el
pecado de un hombre que le llevaron para que lo sanara. Algunos líderes
judíos quedaron pasmados. Dijeron: «¿Por qué habla este así? ¡Está
blasfemando! ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?» (v. 7).
Pero ellos no se dieron cuenta de que Jesús es realmente Dios, y por tanto
realmente puede perdonar pecados. Sí, solo Dios puede perdonar el pecado
(los líderes judíos tenían razón), pero dado que Jesús es Dios, él realmente
puede perdonar pecados —¡y lo hizo!
Tercero, hay ciertas cosas verdaderas acerca de la propia vida de Jesús
que solo son verdaderas acerca de Dios. Por ejemplo, se nos dice que
«Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos» (Hebreos 13:8). Y
anteriormente en Hebreos se nos dice que Jesús nunca cambia (1:10-12).
Pues bien, este es un atributo que solo Dios posee, el atributo de ser
invariable. Todo lo demás cambia, pero Dios no puede cambiar en su
propia vida como Dios. No obstante, lo que es cierto de Dios, también es
cierto de Cristo. Así que Jesús es Dios, como lo demuestra el hecho de que
es invariable. Jesús también es eterno, una cualidad que solo es cierta de
Dios. El mismo pasaje de Hebreos 1:10-12 no solo dice que Jesús es
invariable, sino también eterno. Otros pasajes que enseñan esto son Isaías
9:6, Miqueas 5:2, y Apocalipsis 1:8. Pues bien, si Dios es eterno, y Jesús
es eterno, entonces se sigue que Jesús es Dios.
Cuarto, Jesús es adorado como Dios. La Biblia es clara en que solo
Dios debe ser adorado (Éxodo 20:1-5; 34:14; Deuteronomio 6:13), y el
pueblo de Dios lo ha sabido (ver, p. ej., Hechos 10:25–26; 14:11–15;
Apocalipsis 19:8–10; 22:8–9). Así que, qué asombroso es ver que Jesús es
adorado y que su Padre incluso quiere que otros adoren a Jesús. Por
ejemplo, Hebreos 1:6 dice que cuando el Padre introdujo a Jesús en el
mundo, dijo: «Que lo adoren todos los ángeles de Dios». Y después que
Jesús fue resucitado de los muertos, tal vez recuerdes que el «dudoso
Tomás» vio a Jesús con las heridas en sus manos y el costado, y exclamó:
«¡Señor mío y Dios mío!» (Juan 20:28). Y al final de los tiempos, cuando
toda la gente honre a Dios, adorarán al Hijo con su Padre, como vemos en
Apocalipsis 5:8-14. Puesto que solo Dios debe ser adorado, y la adoración
a Jesús es correcta, Jesús tiene que ser Dios. Finalmente, Jesús declaró que
él era Dios. Una de las declaraciones más sorprendentes que Jesús haya
hecho quedó registrada para nosotros en Juan 8:58, donde Jesús dijo:
«Ciertamente les aseguro que, antes de que Abraham naciera, ¡yo soy!».
Lo que hace esta declaración realmente sombrosa no es meramente que él
afirmara ser más viejo que Abraham, ¡quien había vivido dos mil años
antes que Jesús! Más asombroso que eso es el hecho de que Jesús dijera
que él es «Yo soy». Al decir esto, Jesús estaba vinculándose con el
mismísimo Dios de Israel, quien en Éxodo 3:14 se hizo llamar «Yo soy».
Así que Jesús es Dios porque él afirma ser el Dios de Israel, el Dios
verdadero y eterno.
En consecuencia, tenemos razones muy potentes para creer que Jesús
no solo fue un hombre sino que fue plenamente Dios. Es correcto que lo
adoremos, y deberíamos anhelar servirle, porque él es verdadero Dios. Y
esto no cambiará cuando más adelante aprendamos que Jesús también si
hizo hombre. Cuando se hizo hombre —plenamente hombre— nunca dejó
de ser Dios, plenamente Dios. Puesto que Jesús es tanto Dios como
hombre, pudo pagar la totalidad del precio por nuestros pecados que solo
Dios podía pagar. Puesto que Jesús es tanto Dios como hombre, merece
nuestro amor, obediencia, alabanza y adoración. Con Tomás, debemos
inclinarnos ante Jesús y declarar: «¡Señor mío y Dios mío!».

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. La Biblia nos dice que Jesús ha creado el mundo y que Jesús puede
perdonar nuestros pecados. ¿De qué manera estos actos de Jesús
demuestran que él es Dios?
2. Jesús fue adorado por personas durante su vida en la tierra, y un día
todas las gentes lo adorarán (Filipenses 2:9-11). Puesto que solo Dios debe
ser adorado, ¿qué nos dice esto acerca de Jesús?

VERSO PARA MEMORIZAR

Juan 1:1-3: «En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con


Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio. Por medio de
él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir».
El Espíritu Santo es Dios

Muchas cosas en la enseñanza bíblica sobre Dios nos resultan


difíciles de entender. Pero como hemos visto, esto no debería
sorprendernos, pues Dios es mucho más grande y magnífico de lo que
podamos imaginar. Y una de esas áreas desafiantes es esta doctrina de la
Trinidad, donde se nos llama a creer que existe un solo Dios, y no
obstante, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son cada uno plenamente
Dios, eternamente.
Pero ahora, cuando comenzamos a hablar directamente acerca del
Espíritu Santo, enfrentamos otra área que cuesta ver. Porque, por una
parte, la Biblia enseña que «Dios es espíritu» (Juan 4:24), de manera que
Dios no tiene un cuerpo real ni ocupa espacio real como nosotros. Ahora
bien, toda la vida de Dios es la vida de alguien que tiene una existencia no
física o espiritual. Es por este motivo que Dios puede estar en todo lugar
(Salmo 139:7-10). Dios no está limitado a estar en un solo lugar a la vez,
como nosotros. Él puede estar en todas partes al mismo tiempo porque es
espíritu, ¡y su vida como espíritu es más grande que todo el universo!
Pero por otra parte, la Biblia también enseña que la tercera persona de
la Trinidad es «el Espíritu». Los nombres de la Biblia para las tres
personas de Dios, como ya hemos visto varias veces, son Padre, Hijo, y
Espíritu Santo. Como recordarás, uno de los versos más importantes de
toda la Biblia que muestra que el único Dios vive su vida y se expresa en
tres personas es Mateo 28:19, donde Jesús dice que se bautice a los nuevos
creyentes «en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo». Así
que deberíamos llamar a este tercer miembro de la Trinidad por el nombre
«el Espíritu Santo».
Por una parte, entonces, Dios —la plenitud de lo que Dios es— es
«espíritu», y por otra parte, la tercera persona de Dios se denomina «el
Espíritu». Así que, si bien Dios es espíritu, el Espíritu Santo es Dios. Por
tanto, debemos tener presente que cuando hablamos de Dios —todo lo que
él es— estamos hablando de alguien que no es un ser físico y no ocupa
solo cierta medida de espacio como nosotros. Más bien, Dios —todo lo
que él es— es un ser no físico o espíritu. Pero también debemos tener en
cuenta que el nombre que nos da la Biblia para el tercer miembro de la
Trinidad, quien vive para siempre como Dios con el Padre y el Hijo, es el
nombre «Espíritu Santo». Él también es Dios, tal como el Padre es Dios y
el Hijo es Dios. Esta tercera persona de la Trinidad también debe ser vista
como Dios.
¿Qué enseñanza proporciona la Biblia para ayudarnos a entender el
Espíritu Santo? Primero, deberíamos ver que la Biblia enseña que el
Espíritu Santo es una persona real y genuina. No es una fuerza o poder
como la fuerza del viento o el poder de la electricidad. Esto lo sabemos
porque el Espíritu Santo es tratado como persona, y él nos muestra
cualidades que son ciertas solo si es una persona. Por ejemplo, es posible
mentirle al Espíritu Santo (Hechos 5:3) e insultarlo (Hebreos 10:29), cosas
que no se le pueden hacer a una mera fuerza o poder como el viento o la
electricidad. ¡Solo intenta insultar la electricidad que energiza tus luces o
tu refrigerador! No puedes hacerlo porque tales fuerzas o poderes no son
personales. Pero el Espíritu Santo es personal, así que se lo trata como a
una persona. Además, el Espíritu Santo posee cualidades personales, como
tener una mente (1 Corintios 2:10-11: el Espíritu Santo conoce los
pensamientos de Dios), emociones (Efesios 4:30: es posible entristecer al
Espíritu Santo), y una voluntad (1 Corintios 12:11: el Espíritu Santo
concede capacidades a los miembros del cuerpo como él decide). Y quizá
lo más importante, el Espíritu Santo es llamado «santo» noventa y cuatro
veces en el Nuevo Testamento. Él tiene el carácter de la santidad, lo cual,
junto con tener una mente, emociones y voluntad, es cierto solo acerca de
una persona.
Por otra parte, el Espíritu Santo no solo es una persona, sino que es una
persona divina. Es decir, el Espíritu Santo es Dios. Estas son algunas
formas en que podemos ver a partir de la Biblia que el Espíritu Santo debe
ser considerado como Dios. Primero, en algunos lugares se habla de él
como Dios. En Hechos 5, por ejemplo, Pedro reprende a Ananías por
mentirle al Espíritu Santo acerca del terreno que ha vendido. Luego Pedro
le dice: «¡No has mentido a los hombres, sino a Dios!» (Hechos 5:4). Así
que cuando Ananías le mintió al Espíritu Santo, en realidad le estaba
mintiendo a Dios. Otra sorprendente declaración de que el Espíritu Santo
es Dios proviene de Pablo en 1 Corintios 3:16: «¿No saben que ustedes
son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?». A
aquellos que pertenecen a Dios por la fe en Cristo aquí son llamados
templo de Dios, el lugar donde Dios habita. ¿Pero de qué manera habita o
vive Dios con su Pueblo? Él vive en ellos en tanto que el Espíritu de Dios
mora en ellos. Por lo tanto, para los creyentes, tener al Espíritu Santo
viviendo dentro de ellos es tener a Dios morando en ellos. Sí, el Espíritu
Santo es Dios.
Segundo, el Espíritu Santo hace cosas que solo Dios puede hacer. Por
ejemplo, el Espíritu Santo está involucrado, junto con el Hijo y el Padre,
en la creación del mundo (Génesis 1:2; Salmo 33:6, donde «soplo» es la
palabra hebrea ruach, que también puede referirse al «Espíritu» de Dios).
A menudo también se habla de él como el que da nueva vida a las personas
para que puedan creer en Cristo y ser salvas (Juan 3:5-6; Tito 3:5). Y el
Espíritu Santo es el que actuó en la vida de los escritores de los libros de la
Biblia para que esta fuera la Palabra de Dios (1 Corintios 2:13; 2 Pedro
1:21). El Espíritu Santo es Dios, entonces, con el fin de realizar estas cosas
que solo Dios puede hacer.
Tercero, el Espíritu Santo tiene ciertas cualidades que solo son
verdaderas respecto a Dios. Por ejemplo, se dice del Espíritu Santo que
vive para siempre o eternamente (Hebreos 9:14), está presente en todo
lugar (Salmo 139:7-10), y posee todo conocimiento (1 Corintios 2:10).
Estas cualidades —a menudo denominadas eternidad, omnipresencia y
omnisciencia— son cualidades que solo Dios posee. Y dado que el
Espíritu Santo las tiene, él debe ser Dios.
Cuarto, en algunos pasajes se menciona al Espíritu Santo junto con el
Padre y el Hijo como quien es igual a ellos. Dado que el Padre es Dios y el
Hijo es Dios, si el Espíritu Santo es igual a ellos debe significar que él
también es Dios. El pasaje más famoso que muestra esto es uno que ya
hemos visto antes en esta sección. Jesús dice que los nuevos creyentes
sean bautizados «en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo»
(Mateo 28:19). Pero puesto que son bautizados en el «nombre» del Padre,
Hijo y Espíritu Santo, eso significa que los tres comparten el mismo
nombre o naturaleza. Tal como el Padre es Dios, así también el Hijo es
Dios, y también el Espíritu Santo es Dios.
Por lo tanto, tenemos razones muy potentes para creer que el Espíritu
Santo es tanto un ser personal como de hecho una persona divina. Todos
los que han confiado en Cristo (como seguiremos viendo más adelante en
este libro) tienen aún más motivo para agradecer y alabar humildemente a
Dios que el Espíritu sea verdaderamente Dios. Porque cuando el Espíritu
viene a aquellos que creen en Cristo, viene como el mismísimo Espíritu de
Dios con poder sobrenatural para hacernos nuevos y hacernos cada vez
más como Jesús. Alabado sea Dios porque el Espíritu que trae el gran
poder de Dios es el Espíritu Santo, quien es plenamente Dios. Y alabado
sea Dios, quien es Padre, Hijo y Espíritu Santo, por su grandeza y su
gracia.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Cómo sabemos que el Espíritu Santo es una persona real? ¿Qué
cualidades tiene que solo las personas reales tienen?
2. Puesto que el Espíritu Santo es Dios, ¿qué es capaz de hacer en la vida
de aquellos que han confiado en Cristo y han recibido el Espíritu Santo en
sus vidas?
VERSO PARA MEMORIZAR

1 Corintios 3:16: «¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el
Espíritu de Dios habita en ustedes?».
Cómo se relacionan el Padre, el Hijo,
y el Espíritu Santo

¿Alguna vez te has fijado en que parte de la música más bella está
conformada por distintas partes que se cantan juntas? En vez de que cada
persona cante la misma nota que las demás —lo que se llama unísono—,
cada cantante tiene una línea de música distinta que cantar, pero se
combinan para crear un bello y rico sonido juntos —lo que se llama
armonía. Sin duda que cantar al unísono tiene belleza, pero normalmente
se produce un sonido más bello y rico cuando cada cantante contribuye
con la línea precisa de la música, y con los tiempos precisos, cantando en
armonía.
En un sentido bastante literal, así es como Dios realiza la mayor parte
de su obra en el mundo. El Dios único hace prácticamente todo lo que hace
a través de las tres personas de la Trinidad. Cada persona realiza su propia
obra distintiva, cada una contribuye su propia parte —cantando, por así
decirlo, su propia línea de la música— y juntos realizan exactamente lo
que es mejor, perfectamente sabio y de máxima belleza. El Padre, el Hijo,
y el Espíritu normalmente no llevan a cabo su obra estrictamente al
unísono. Más bien actúan en armonía el uno con el otro, pues cada persona
realiza la parte de la obra general que es correcto y bueno que haga. En
tanto que las tres personas contribuyen a la obra general, todo se hace
como debería ser y se hace con la mayor riqueza que causa la armonía en
relación con el unísono.
Como vimos anteriormente, el Padre está por sobre esta obra como el
que diseña y planifica cómo será la obra. Por esta razón, el Padre siempre
es el que recibe la suprema alabanza al final. Como vimos en Filipenses 2,
cuando toda rodilla se doble y toda lengua confiese que Jesús es el Señor,
lo harán para la gloria de Dios el Padre. Así que el Padre contribuye tanto
el objetivo como el plan de la obra que debería llevarse a cabo, y también
planifica la manera en que el Hijo y el Espíritu deberían acompañarlo en la
realización de esta obra. Después de todo, el Padre tiene la máxima
autoridad, y por lo tanto él escoge las formas en las que contribuyen el
Hijo y el Espíritu, de modo que la perfecta voluntad del Padre se realice
como es debido.
El Hijo, por su parte, está totalmente comprometido con hacer la
voluntad del Padre. Cuando uno lee los cuatro Evangelios (Mateo, Marcos,
Lucas y Juan), observa la frecuencia con que Jesús menciona que él estaba
en la tierra para llevar a cabo todo lo que el Padre lo había enviado a hacer.
Una de las más claras de estas declaraciones está en el Evangelio de Juan.
Jesús dijo: «Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, sabrán ustedes
que yo soy, y que no hago nada por mi propia cuenta, sino que hablo
conforme a lo que el Padre me ha enseñado. El que me envió está
conmigo; no me ha dejado solo, porque siempre hago lo que le agrada»
(8:28-29). Observa la fuerza de lo que Jesús dice de sí mismo en relación
con su Padre. Jesús dice que él no hace nada por su propia autoridad, que
habla conforme a lo que el Padre le ha enseñado, y que siempre hace lo
que al Padre le agrada. No deberíamos entender lo que dice aquí Jesús
como una exageración o hipérbole, porque sabemos que Jesús vivió una
vida totalmente sin pecado. Si hubiera pecado tan solo una vez, eso habría
significado hacer o decir algo contrario a lo que el Padre quería, pero Jesús
nunca, jamás, ni siquiera una vez, hizo algo así. Así que lo que Jesús dice
aquí es totalmente cierto. Él no hizo nada por su propia autoridad, habló
solo lo que el Padre quería que dijera, y siempre agradó al Padre en todo lo
que hizo y dijo. ¡Asombroso!
Otra cosa que esto significa es lo siguiente: como Hijo del Padre, Jesús
vive siempre bajo la autoridad de su Padre: en todos los tiempos pasados y
ahora en todos los tiempos futuros. Durante su vida terrenal ciertamente
hizo esto, como vimos en Juan 8:28. Y cuando uno mira atentamente la
propia enseñanza de Jesús junto con otros pasajes en la Biblia, queda claro
que Jesús, como el Hijo del Padre, siempre estuvo bajo la autoridad de su
Padre y siempre estará bajo la autoridad de su Padre. Piensa, por ejemplo,
en la frecuencia con que leemos que el Padre «envía» a su Hijo al mundo,
y que el Hijo viene a hacer la «voluntad» del Padre. Si el Padre envía al
Hijo (Juan 3:17), y si el Hijo viene al mundo a hacer la voluntad del Padre
(Juan 6:38), entonces se sigue que el Padre tenía autoridad sobre el Hijo
antes que él viniera al mundo a hacerse hombre también. ¿Y esta relación
continúa en el futuro? Sí, porque según 1 Corintios 15:25-28, cuando todas
las cosas sean puestas bajo la autoridad del Hijo, el Hijo se someterá a la
autoridad del Padre junto con toda la Creación, a fin de que Dios el Padre
se manifieste como supremo. Así que el Hijo siempre está sometido a su
Padre y hace la voluntad del Padre. Y en esto, Jesús se alegra muchísimo
en hacer exactamente lo que el Padre quiere que haga. Al Hijo esto no le
molesta; no desea ser el que está a cargo. Más bien, como dice Jesús
mismo: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y terminar su
obra» (Juan 4:34). ¡Asombroso! Jesús ama estar bajo la autoridad de su
Padre, y el Padre ama exaltar a su Hijo para mostrar lo grande y glorioso
que es su Hijo realmente.
Por su parte, el Espíritu Santo realmente es tercero entre las personas
de la Trinidad. Así como el Hijo está bajo la autoridad del Padre, el
Espíritu está bajo la autoridad del Padre y del Hijo. Una de las
declaraciones más claras al respecto se encuentra en la propia enseñanza
de Jesús acerca del tiempo cuando el Espíritu Santovendría a habitar
dentro de los que siguen a Cristo. Jesús dice: «Muchas cosas me quedan
aún por decirles, que por ahora no podrían soportar. Pero, cuando venga el
Espíritu de la verdad, él los guiará a toda la verdad, porque no hablará por
su propia cuenta, sino que dirá solo lo que oiga y les anunciará las cosas
por venir. Él me glorificará porque tomará de lo mío y se lo dará a conocer
a ustedes» (Juan 16:12-14). Con un lenguaje muy similar al que usó Jesús
para hablar de sí mismo en relación con el Padre, ahora Jesús habla del
Espíritu en relación con el Hijo. Tal como el Hijo no habló sus propias
palabras, sino que enseñó lo que el Padre le había dicho, así también el
Espíritu no habla lo que él piensa sino lo que escucha de Jesús. Y así como
el Hijo glorificó al Padre haciendo la voluntad del Padre, así también el
Espíritu glorifica al Hijo tomando del Hijo lo que luego traspasa a otros. El
Espíritu, pues, se deleita en mostrar con orgullo a Jesús, en atraer la
atención hacia Jesús, en ayudar a las personas a ver lo maravilloso que es
Jesús.
La relación del Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo es, entonces, una
relación de gloriosa armonía. Cada uno tiene su obra que contribuir, y cada
uno lo hace reconociendo el orden de autoridad y sumisión que es
verdadero entre las personas de la Trinidad. El Padre tiene la máxima
autoridad, el Hijo está bajo el Padre, y el Espíritu está bajo el Padre y el
Hijo. Pero en este orden no existe ni el menor asomo de descontento. Más
bien hay alegría y satisfacción en que cada uno es plenamente Dios, así
como en que cada uno actúa en las líneas apropiadas de autoridad que
existen eternamente en Dios. Una lección que podemos aprender de esto es
que las líneas de autoridad y sumisión son verdaderas en nuestras
relaciones humanas porque son un reflejo de lo que es verdadero en Dios
(ver 1 Corintios 11:3). El Padre, el Hijo y el Espíritu son plenamente
iguales como Dios, pero viven gustosos dentro de líneas de autoridad. Así,
también, los humanos deberíamos vivir como iguales unos a otros, pero
gustosos en las líneas de autoridad dadas por Dios. Que Dios nos ayude a
ver la belleza de la igualdad y la belleza de nuestras diferencias, incluso
diferencias en las líneas de autoridad que son ciertas en nuestras
relaciones.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. Dado que el Hijo siempre obedece al Padre, y nunca se nos dice que el
Padre obedece al Hijo, ¿significa esto que el Hijo no es igualmente Dios?
¿O que el Hijo es inferior al Padre? ¿Por qué no?
2. ¿Se te ocurre algún ejemplo en tu experiencia donde dos personas sean
iguales como seres humanos, pero uno está bajo la autoridad del otro?

VERSOS PARA MEMORIZAR

Juan 8:28: «Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, sabrán ustedes
que yo soy, y que no hago nada por mi propia cuenta, sino que hablo
conforme a lo que el Padre me ha enseñado».

Juan 16:13-14: «Cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda


la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que dirá solo lo que
oiga y les anunciará las cosas por venir. Él me glorificará porque tomará
de lo mío y se lo dará a conocer a ustedes».
3

CREADOR Y GOBERNADOR
DE TODO
¿Quién hizo el mundo? Dios (el Padre,
Hijo, y Espíritu Santo) lo hizo

Recuerdo bien una canción que a nuestras hijas les fascinaba cantar
cuando eran muy pequeñas. El primer verso preguntaba: «¿Quién hizo el
mundo?», y el segundo verso respondía: «¡Dios lo hizo!». Esto es cierto, y
deberíamos alegrarnos en esa verdad. Sí, Dios hizo el mundo. Como vimos
anteriormente, él hizo las flores, las mariposas, los pájaros, los peces, las
estrellas, las montañas, las cascadas, los océanos, las costas, y todo lo que
ha sido hecho.
Y sorprendentemente, Dios hizo todas las cosas de todo el universo sin
usar materiales que ya existieran. Cada vez que nosotros los humanos
«creamos» algo o fabricamos algo, tenemos que tomar cosas que ya
existen y las usamos para crear lo que queremos. Por ejemplo, si deseamos
hacer algunos estantes para libros, tenemos que tomar tablas y clavos, y tal
vez pegamento y barniz o pintura y otros materiales, luego cortarlos y
unirlos y tratarlos apropiadamente para que resulten los estantes que
teníamos en mente. Y así es como ocurre con cualquier cosa que hagamos.
Pero en el caso de Dios —piensa lo sorprendente que es esto—, cuando él
decidió crear el mundo y todo lo que hay en él, aún no existía nada excepto
Dios. Solo él es eterno (solo Dios vive para siempre). Así que antes que
Dios creara el mundo, no existía ninguna otra cosa aparte de Dios. En
lugar de tomar y usar materiales que ya estuvieran ahí (porque no había
ninguno), Dios simplemente habló y trajo a la existencia cosas que no
estaban ahí en absoluto, de ningún modo, forma o figura. Como hemos
visto antes, Dios es un Dios que habla, y Dios meramente dijo «que
haya…», y todo lo que pronunció vino a la existencia, tal como él lo
planificó. Dios creó todo de la nada, y lo creó trayendo a la existencia todo
lo que hay mediante su palabra.
Hebreos 11:3 también enseña exactamente la misma verdad: «Por la fe
entendemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de modo
que lo visible no provino de lo que se ve». Sí, Dios por su palabra trajo a
existencia todo lo que existe, e hizo todo lo que hizo —que es todo lo que
ha sido hecho— sin usar nada que ya existiera para crearlo. Y Hebreos nos
dice que debemos aceptar esta verdad «por fe». ¿Por qué es así?
Simplemente porque no podemos entender cómo alguien pudo traer algo a
la existencia con solo hablar sin usar ningún material para hacerlo. Cada
vez que hacemos algo —ya sea que tu mamá prepare la cena o tu hermana
haga un dibujo o tu hermano construya con piezas de Lego—, siempre
usamos cosas para formar lo que creamos. Solo Dios crea de la nada. Así
que debemos creer esta enseñanza de la Biblia simplemente porque Dios
nos ha dicho que así es como hizo el mundo. No podemos entenderlo —no
realmente— pero sabemos que es cierto porque Dios tiene el poder para
crear de esta forma y porque él nos ha dicho que así es como lo hizo.
Creemos en el poder de Dios, y confiamos en la fidelidad de Dios, así que
le creemos a la enseñanza bíblica. Sí, Dios creó todas las cosas de la nada
cuando habló y les dio existencia.
Cuando uno mira la enseñanza del Nuevo Testamento acerca de la
creación del mundo por parte de Dios, encuentra algo muy interesante. En
casi todos los pasajes que dicen que Dios creó el mundo, se habla
específicamente sobre el Hijo como el que en realidad trajo el mundo a
existencia. Uno de los más interesantes de estos pasajes es Juan 1:3, donde
es «el Verbo» o la Palabra el que crea todas las cosas. Juan 1:1-3 dice: «En
el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era
Dios. Él estaba con Dios en el principio. Por medio de él todas las cosas
fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir». ¿Por qué crees
que aquí se llama «el Verbo» a quien efectúa la creación? La razón es esta:
cuando leemos en Génesis 1 que Dios crea, lo hace mediante el habla. Es
decir, cuando Dios emite su palabra, la luz viene a la existencia, y las
estrellas y planetas y todo lo que ha sido hecho. Así que Juan 1:3 nos
ayuda a ver la manera en que Dios crea el mundo, y en realidad el Padre
crea a través de la obra del Hijo (a quien se llama «el Verbo» en Juan 1).
El Padre, entonces, está detrás de toda la creación como aquel que diseñó
cómo sería y planificó cómo se materializaría. Pero el Padre escogió usar a
su Hijo como su agente para darle existencia a la creación. Es algo así
como que tu madre decida hacer un pastel, pero ella podría pedirle a su
hija que haga el trabajo de preparar el pastel como ella le indique. Cuando
el pastel está listo, tú podrías decir: «Este es el pastel de mamá», pero
también podrías decir que el pastel fue hecho por su hija. Así, que, el
mundo es de Dios, pero Dios hizo el mundo a través de su Palabra o
Verbo, que es su Hijo.
Puede resultar útil leer algunos otros pasajes que señalan al Hijo como
el que en realidad trae a existencia todo lo creado: «Porque por medio de él
fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e
invisibles, sean tronos, poderes, principados o autoridades: todo ha sido
creado por medio de él y para él» (Colosenses 1:16). «Dios, que muchas
veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas
por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio
de su Hijo. A este lo designó heredero de todo, y por medio de él hizo el
universo» (Hebreos 1:1-2). «No hay más que un solo Dios, el Padre, de
quien todo procede y para el cual vivimos; y no hay más que un solo
Señor, es decir, Jesucristo, por quien todo existe y por medio del cual
vivimos» (1 Corintios 8:6). Este último pasaje es especialmente útil porque
indica que el Padre es responsable de toda la Creación porque todo
procede «de» él. Pero el Hijo, Jesucristo, es «por quien» el Padre creó el
mundo. El Padre habló, y su Verbo trajo el universo a existencia.
¿Y qué decir del tercer miembro de la Trinidad, el Espíritu Santo? La
Escritura indica que él también estuvo involucrado en la creación. El
Espíritu de Dios se menciona en Génesis 1:2, quien «se movía sobre la
superficie de las aguas». Y el Salmo 33:6 dice que la creación acontece
tanto por «la palabra el Señor» (recuerda Juan 1:1-3) como por «el soplo
de su boca» («soplo» es la misma palabra que se usa para Espíritu). Por
tanto, el Espíritu de alguna forma también está involucrado en la creación.
Quizá su rol era dar vida a aquellas partes de la creación que tenían que
vivir. En Génesis 2:7 vemos a Dios «soplando» en Adán para que este
viva, y puede que la obra del Espíritu sea dar la vida original a aquellas
partes de la creación. Si bien en la Biblia no se nos dice mucho al respecto,
sabemos que el Espíritu estuvo involucrado con el Padre y el Hijo en la
creación.
Un último comentario podría ayudar aquí. Tiene sentido ver al Padre,
el Hijo y el Espíritu involucrados en la creación puesto que los tres
también están involucrados en nuestra salvación (nuestra «recreación»
quizá podríamos llamarla). En nuestra salvación, el padre designa cómo
seremos salvos, el Hijo viene y consigue nuestra salvación en la cruz, y el
Espíritu trae nueva vida a los que luego creen en Cristo para ser salvos.
Los tres desempeñan roles vitales en la salvación, y al parecer los tres
desempeñan roles similares en la creación.
Así que volvamos a la pregunta que dio inicio a esta sección: ¿quién
hizo el mundo? La respuesta Dios lo hizo es correcta, sin duda. Pero esta
respuesta sería aún mejor: ¡Dios el Padre, Dios el Hijo, y Dios el Espíritu
lo hicieron! Amén.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Cuáles son algunas formas en que deberíamos adorar, alabar y
agradecer a Dios como el Creador de todo lo que existe?
2. Los libros del Nuevo Testamento le dan gran importancia al hecho de
que Jesús es el Creador del mundo. ¿Qué nos dice esto acerca de Jesús, y
qué diferencia debería marcar en nuestra relación con él?

VERSO PARA MEMORIZAR


Hebreos 11:3: «Por la fe entendemos que el universo fue formado por la
palabra de Dios, de modo que lo visible no provino de lo que se ve».
Dios gobierna el mundo que ha creado

Comencemos recordando algo en lo que pensamos anteriormente. El


hecho de que Dios creara todo lo que ha sido creado demuestra que solo él
es Dios. No hay otro dios, porque solo el verdadero Dios ha vivido por
siempre y solo el verdadero Dios ha creado todo lo que existe. No hay
muchos dioses responsables de distintas partes de la creación. No, hay un
Dios y solo uno, y él lo ha hecho todo; ¡absolutamente todo!
Pero dado que Dios (y solo Dios) ha creado todo lo que existe, esto
significa que Dios es dueño de todo. Todo es de Dios porque Dios lo hizo
todo. Si algún otro Dios hubiera hecho alguna parte de la creación,
entonces esa parte de la creación pertenecería a ese dios. Pero no hay otros
dioses, y todo en la creación ha sido hecho por el único Dios vivo y
verdadero. Puesto que Dios creó todas las cosas, entonces solo Dios es el
legítimo dueño de todas las cosas.
Para ir un paso más allá, podemos ver que, dado que Dios creó todo lo
que hay, y dado que él, entonces, es el legítimo dueño de todo lo que
existe, Dios también es el legítimo gobernador de todo lo que existe. Todo
lo que Dios creó es suyo, y solo él tiene derecho a gobernar sobre ello y
usarlo como él desee. Como hemos pensado antes, crear algo es ser su
dueño, y ser su dueño es tener derecho a gobernarlo. Por lo tanto, dado que
Dios ha creado todo lo que existe, solo él es el legítimo dueño y el legítimo
gobernador de todas las cosas, ¡absolutamente todo!
Qué bueno es conocer algunas verdades acerca de este Dios que es el
único con derecho a gobernar todo el mundo que él ha creado. Si Dios
fuera este gobernador pero no fuera sabio, nos preocuparía que dirigiera el
mundo de formas que no fueran óptimas. O si Dios gobernara este mundo
pero no fuera bueno, nos preocuparía que pudiera usar el mundo para fines
erróneos o malvados. ¡Pero qué maravilloso es saber que Dios es a la vez
sabio y bueno! Su gran poder ha traído el mundo a la existencia, y
podemos estar seguros de que Dios tiene propósitos buenos y sabios para
llevar a cabo a través del mundo. Dios debería ser alabado por haber
creado este mundo pues eso muestra su grandeza, y todo funciona
exactamente como él sabe que es óptimo. Apocalipsis 4:11 lo expresa de
una manera hermosa: «Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la
gloria, la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas; por tu
voluntad existen y fueron creadas». Qué gran Dios es nuestro Dios. Él ha
creado todo, y podemos estar seguros de que está gobernando sobre todo
lo que ha hecho de manera que al final él recibirá toda la alabanza y el
honor.
En la Biblia se habla de dos formas en las que Dios gobierna este
mundo. Una forma es que Dios provee para todo lo que él ha hecho, y la
otra es que Dios guía y dirige todo lo que ha hecho para que todas las
cosas realicen lo que Dios ha planificado. Pensemos un poco más acerca
de ambos modos.
Primero, Dios provee para todo lo que ha creado. Él trae todo a
existencia, pero luego de crear distintas cosas, no las deja solas. Más bien,
Dios cuida de su creación. Él está involucrado en proveer para cada parte
de la creación y protegerla de modo que todos los propósitos de Dios se
cumplan. Jesús se refiere a esto cuando les dice a sus seguidores: «Fíjense
en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni almacenan en graneros;
sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más
que ellas?» (Mateo 6:26). O, una vez más, dice: «Observen cómo crecen
los lirios del campo. No trabajan ni hilan; sin embargo, les digo que ni
siquiera Salomón, con todo su esplendor, se vestía como uno de ellos. Si
así viste Dios a la hierba que hoy está en el campo y mañana es arrojada al
horno, ¿no hará mucho más por ustedes, gente de poca fe?» (Mateo 6:28-
30). Desde luego, la razón por la que Jesús nos cuenta estas formas
específicas en que Dios, su Padre, cuida de la creación es para que
confiemos en que Dios también nos cuida a nosotros. Como indica Jesús
con sus preguntas, puesto que para Dios somos más valiosos que las aves
del cielo, y puesto que Dios nos ha hecho para vivir para siempre y no para
ser como la hierba que hoy brota y mañana se ha ido, podemos estar
seguros de que Dios cuidará de nosotros. Si él cuida de los pájaros y el
campo, más aún nos cuidará a nosotros, sus hijos. Así que Dios no solo
crea el mundo, sino que además lo vigila y lo cuida para asegurarse de que
todos sus propósitos con el mundo se cumplan. Y esto también significa
que podemos confiar en que Dios nos cuida, nos vigila, y provee lo que
sabe que es óptimo para nosotros.
La segunda forma en que Dios gobierna el mundo que ha creado es
guiándolo y dirigiéndolo para que realice o lleve a cabo todo lo que él ha
planeado para el mundo. Consideremos nuevamente un importante verso
que vimos anteriormente. Pablo escribe: «En Cristo también fuimos
hechos herederos, pues fuimos predestinados según el plan de aquel [el
Padre] que hace todas las cosas conforme al designio de su voluntad»
(Efesios 1:11). Dios tiene un plan para el mundo que creó. Él no creó el
mundo preguntándose qué podría pasar. No creó el mundo y luego lo dejó
solo para que marchara por su cuenta. Más bien, Dios creó el mundo con
un plan muy completo sobre cómo se desarrollaría y qué se lograría a
través de él. Como ha dicho Pablo, Dios el Padre «hace todas las cosas
conforme al designio de su voluntad». Podemos tener seguridad de que
todos los propósitos y planes de Dios se lleven a cabo, pues el Dios que
hizo el mundo también gobierna el mundo que ha creado.
Quizá otro pasaje podría ser útil para ver el gobierno de Dios sobre el
mundo. En Daniel 4 leemos que el gran rey Nabucodonosor, rey de
Babilonia, se había vuelto muy arrogante por lo rica y poderosa que había
llegado a ser su nación. Lo que él hacía estaba mal, porque debía haber
sabido que la única razón por la que Babilonia se había vuelto grande ¡era
que Dios la había hecho grande! No había sido Nabucodonosor; Dios lo
había hecho. Así que Dios humilló al rey Nabucodonosor hasta que
aprendió que el Dios verdadero tenía el control para hacerlo a él y su
nación grandes, y solo Dios fuera alabado. Estas son, entonces, las
palabras de un Nabucodonosor humillado y corregido: «Yo,
Nabucodonosor, elevé los ojos al cielo, y recobré el juicio. Entonces alabé
al Altísimo; honré y glorifiqué al que vive para siempre: Su dominio es
eterno; su reino permanece para siempre. Ninguno de los pueblos de la
tierra merece ser tomado en cuenta. Dios hace lo que quiere con los
poderes celestiales y con los pueblos de la tierra. No hay quien se oponga a
su poder ni quien le pida cuentas de sus actos» (Daniel 4:34-35). Observa
la declaración de Nabucodonosor de que Dios hace lo que quiere con «los
poderes celestiales» y en toda «la tierra». Dicho de otro modo, ¡esto
significa que Dios hace su voluntad en toda la creación! Tal como «Dios
creó los cielos y la tierra» (Génesis 1:1), así también domina
completamente sobre los cielos y la tierra; es decir, sobre todo lo que ha
creado. Y fíjate en que nadie puede «oponerse» al poder de Dios. Esto
simplemente significa que nadie puede impedir que la mano de Dios haga
lo que Dios quiere hacer.
Así que Dios no solo hizo todas las cosas, sino que tiene el control
total sobre todo lo que ha creado. Y entonces podemos saber que él dirige
el avance de su creación para llevar a cabo todo lo que él ha planificado
para ella. ¡Alabado sea Dios, el Creador y Gobernador de todo lo que hay!

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. Puesto que Dios creó el mundo, él es dueño de todo lo que ha hecho, y
solo él tiene derecho a gobernar todo lo que ha hecho. A la luz de esto,
¿qué respuestas del corazón le debemos a Dios?
2. Dios gobierna el mundo proveyendo para él y dirigiendo todo lo que
sucede en él. A la luz de esto, ¿qué respuestas del corazón le debemos a
Dios?
VERSO PARA MEMORIZAR

Apocalipsis 4:11: «Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria,


la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas; por tu voluntad
existen y fueron creadas».
Dios provee todas las cosas buenas
del mundo

Muchas de nuestras vacaciones familiares han incluido largos viajes


en vehículo. A fin de aprovechar el tiempo juntos mientras conduzco, mi
esposa, Jodi, hacía copias de porciones de la Escritura que
memorizábamos mientras pasábamos por aún más campos de maíz. Un
verano, nuestro Salmo para memorizar era el Salmo 103, y puedo decirte
que a todos nos encantó leer, memorizar, y discutir este maravilloso salmo.
Comienza así: «Alaba, alma mía, al Señor; alabe todo mi ser su santo
nombre. Alaba, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus
beneficios. Él perdona todos tus pecados y sana todas tus dolencias; él
rescata tu vida del sepulcro y te cubre de amor y compasión; él colma de
bienes tu vida y te rejuvenece como a las águilas» (Salmo 103:1-5).
En efecto, deberíamos bendecir al Señor cada día de nuestras vidas, y
una de las formas más importantes en que podemos hacerlo es «no olvidar
ninguno de sus beneficios». Según Santiago, no hay ni uno de estos
beneficios, ni una cosa buena en nuestra vida, que no venga de nuestro
bondadoso Padre celestial. Santiago Escribe: «Toda buena dádiva y todo
don perfecto descienden de lo alto, donde está el Padre que creó las
lumbreras celestes, y que no cambia como los astros ni se mueve como las
sombras» (Santiago 1:17). Dios nuestro Padre es el Dador de cada cosa
buena que disfrutamos. Por lo tanto, una de las formas en que deberíamos
honrarlo debidamente como Dios es recordar todos sus beneficios y
agradecerle por ellos.
La Biblia indica que aquellos que han confiado en Cristo reciben estos
beneficios del Padre de una manera especial. Cada cosa buena que
disfrutamos como creyentes en Cristo nos ha sido dada por el Padre por
medio de la obra del Hijo. En otras palabras, todo lo que nos da el Padre,
nos lo da a través de lo que Cristo ha hecho, y nunca aparte de ello. Efesios
1:3 lo deja claro: «Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en las regiones celestiales con toda bendición
espiritual en Cristo». Observa que el Padre nos ha dado estos dones (como
vimos también en Santiago 1:17), pero la manera en que el Padre nos trae
todos estos dones es «en Cristo» o a través de lo que Cristo ha hecho por
nosotros. Después de todo, ¿cómo recibimos el perdón de nuestros
pecados? Respuesta: mediante la muerte de Cristo por nuestro pecado. ¿Y
cómo recibimos la esperanza de la vida eterna? Respuesta: mediante la
resurrección de Cristo, la cual nos asegura nuestra propia resurrección a la
vida eterna. ¿Y de qué manera el Padre provee para nuestras necesidades?
Respuesta: mediante las inagotables y gloriosas riquezas de Cristo. Sí, el
Padre nos da cada cosa buena. Y como creyentes, honramos a Cristo como
aquel cuya obra ha hecho posible que recibamos todas las cosas buenas
que disfrutamos en esta vida y en la venidera.
Si los creyentes alguna vez se ven tentados a dudar del amor de Dios
por ellos o a preguntarse si Dios verdaderamente quiere lo mejor para
ellos, deberían considerar las verdades que expresa Pablo acerca de lo
mucho que Dios está «por nosotros». Él escribe: «Si Dios está de nuestra
parte [de los creyentes en Cristo], ¿quién puede estar en contra nuestra? El
que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos
nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las
cosas?» (Romanos 8:31-32). La siguiente es una ilustración deficiente
(comparada con Dios y sus dones), pero puede ayudar a entender esta idea.
Imagina que tienes un tío muy adinerado que decidió construirle una nueva
casa a tu familia. Dado que era muy rico y te amaba mucho, construyó un
hogar muy bello y espacioso, con los mejores materiales. Luego compró
los muebles para todas las habitaciones y preparó toda la casa para tu
familia. Bueno, en la primera cena en tu nueva casa, te percataste de que
no había saleros ni pimenteros en la mesa ni en las alacenas. ¿Creerías que
tu tío no estaba dispuesto a conseguirlos para tu familia? Por supuesto que
no. Así que esta es la pregunta que deberíamos hacer: tu tío, que no
escatimó en gastos para construir y amoblar esta bella casa para ti, ¿cómo
no iba a darte también, junto con este hogar, un simple salero y un
pimentero para usar en tus comidas? ¿Captas la idea? Si tu tío ha hecho
algo tan grande por amor (construirte una casa), ciertamente no dudará en
hacer algo tan pequeño (conseguir un salero y un pimentero). Lo mismo
pasa con Dios. Si Dios tu Padre te ha dado el mayor regalo posible
ofreciendo a su propio Hijo para tu salvación, entonces se puede confiar en
que el mismo Dios te dé todo lo que sea bueno que tengas. Necesitamos
recordar que el bien que Dios tiene para cada uno de nosotros es
verdaderamente bueno, pues solo él sabe qué es lo mejor. No es una
promesa de Dios que él nos dará unos nuevos zapatos de fútbol, un
computador portátil o un vestido. Sino que es una promesa de que Dios les
dará a sus propios hijos todo aquello que él sabe que será verdadera y
eternamente bueno para ellos. Como leemos en los Salmos, a aquellos que
buscan al Señor y anhelan seguir sus caminos «nada les falta» (Salmo
34:10; cf. Salmo 84:11). Qué Dios tan benigno, generoso y donador es este
verdadero Dios vivo.
Una de las respuestas más importantes a este Dios de gracia que es
Dador de cada don bueno y perfecto es la siguiente: deberíamos sentir y
ofrecer una profunda y constante gratitud a Dios. Considera la aprobación
de Jesús al único leproso (nada menos que un samaritano), de los diez que
fueron limpiados, que volvió a Jesús y cayó a sus pies, dándole gracias y
glorificando a Dios (Lucas 17:15-16). En contraste con esto, la pregunta de
Jesús acerca de los otros nueve se podría aplicar a todos los actos de
ingratitud semejantes. «“¿Acaso no quedaron limpios los diez?”, preguntó
Jesús. “¿Dónde están los otros nueve? ¿No hubo ninguno que regresara a
dar gloria a Dios, excepto este extranjero?”» (Lucas 17:17-18). Otros
pasajes también hablan sobre el no dar gracias, y vemos lo que Dios piensa
al respecto. Por ejemplo, en Romanos 1 Pablo describe que la ira de Dios
se expresa contra las personas que en otro tiempo lo conocieron pero ahora
lo han rechazado. Entre las acusaciones contra estas personas está el
comentario: «A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a
Dios ni le dieron gracias» (Romanos 1:21a). Y cuando Pablo enumera
algunos de los principales pecados del pueblo de Israel en tiempos del
Antiguo Testamento, junto con mencionar su idolatría e inmoralidad, nos
recuerda sus murmuraciones que les trajeron el juicio de Dios (1 Corintios
10:10). Oh, cuánto debemos seguir el sabio y buen consejo del Salmo
103:2: «No olvides ninguno de sus beneficios».
En efecto, deberíamos agradecer a Dios por los pequeños dones y por
los grandes, desde nuestro alimento al desayuno hasta la respuesta a las
oraciones por algo que parecía imposible. Una de las características de las
personas que conocen a Dios correctamente y lo conocen bien es que están
llenos de gratitud a Dios. Si en nuestras propias vidas encontramos que
somos propensos a quejarnos y murmurar, que a menudo estamos
descontentos porque no conseguimos lo que queríamos, necesitamos ver
esto como lo que es. Un espíritu quejumbroso es pecaminoso, porque no
logra reconocer la bondad y la gracia de Dios al proveernos todas las cosas
buenas de la vida que disfrutamos. En lugar de quejarnos, deberíamos
aceptar tanto lo que Dios nos da como lo que decide no darnos, porque en
ambos casos él hace lo mejor para nosotros. Sí, nuestro Padre celestial es
el Dador de absolutamente todas las cosas buenas que tenemos en nuestra
vida ahora y recibiremos en el futuro. Le debemos nuestra profunda y
constante gratitud y alabanza. Dios es bueno, y todo lo que da es bueno.
¡Alabado sea su nombre!

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. Como nos incentiva el Salmo 103, ¿qué bendiciones de la mano de Dios
puedes recordar ahora y agradecerle por ellas? ¿De qué manera el recordar
estas bendiciones evita que murmures y te quejes?
2. ¿Cuáles son algunas formas en que la Biblia nos ayuda a entender cuán
grande es el amor de Dios y su cuidado por su propio pueblo?

VERSO PARA MEMORIZAR

Santiago 1:17: «Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo


alto, donde está el Padre que creó las lumbreras celestes, y que no cambia
como los astros ni se mueve como las sombras».
Dios controla todas las cosas malas
del mundo

Ala mayoría de las personas les resulta fácil y natural creer que Dios
tiene el control de todas las cosas buenas que ocurren en el mundo.
Después de todo, Dios es bueno, así que tiene sentido que cuando ocurren
cosas buenas o cuando se conceden buenos dones, Dios ha tenido el
control. Lo que a muchos les cuesta ver es esto: Dios tiene el control tanto
de las cosas malas que suceden en el mundo como de todo el bien que
acontece. ¿Cómo puede ser así? ¿No significa eso que se debería culpar a
Dios por las cosas malas que ocurren? ¿Qué nos enseña realmente la Biblia
al respecto?
La Biblia enseña que Dios tiene el control de todas las cosas buenas y
de todas las cosas malas que ocurren en la vida. Aun cuando tendemos a
pensar que Dios solo tiene el control de lo bueno, la Biblia enseña que él
también tiene el control de lo malo. Veamos parte de la enseñanza bíblica,
y luego podemos pensar sobre algunas preguntas que esto plantea.
Antes que los hijos de Israel entraran en la Tierra Prometida, Moisés
los había estado instruyendo acerca de quién es Dios y qué espera él de
ellos. Hacia el final de Deuteronomio, Moisés les enseñó una canción que
ellos debían aprender y cantar cuando cruzaran el Río Jordán. En esta
canción, Moisés dice lo siguiente, usando las propias palabras de Dios para
enseñarles: «¡Vean ahora que yo soy único! No hay otro Dios fuera de mí.
Yo doy la muerte y devuelvo la vida, causo heridas y doy sanidad. Nadie
puede librarse de mi poder» (Deuteronomio 32:39). Observa que Dios se
asegura de que lo entendamos como el único y verdadero Dios vivo. No
hay otro dios aparte del verdadero Dios, declara él. Por lo tanto,
deberíamos mantener los oídos abiertos para aprender quién es este Dios
real y qué puede hacer este Dios real. Y lo que aprendemos puede
sorprendernos. El verdadero Dios es responsable no solo de dar vida sino
también de matar; no solo de sanar sino también de herir. De hecho, el
control de Dios sobre todas las cosas buenas y malas es tan fuerte que
nadie puede oponérsele o impedir que su plan se cumpla.
Una declaración similar de que Dios controla tanto lo bueno como lo
malo en la vida proviene de Ana. Como recordarás, Ana no podía tener
hijos; así que oró, y Dios le concedió su petición. Ella tuvo un hijo,
llamado Samuel, a quien dedicó al Señor. Después que nació Samuel, ella
hizo una oración de agradecimiento y alabanza a Dios. En esa oración,
leemos estas palabras: «Del Señor vienen la muerte y la vida; él nos hace
bajar al sepulcro, pero también nos levanta. El Señor da la riqueza y la
pobreza; humilla, pero también enaltece» (1 Samuel 2:6-7). De manera
muy similar a la canción de Moisés, Ana asevera que Dios tiene el control
no solo de las cosas positivas o buenas como dar vida, levantar, dar
riquezas y enaltecer a las personas: Dios también tiene el control de las
cosas malas como matar, llevar al sepulcro, empobrecer y humillar a las
personas. En otras palabras, todos los aspectos de la vida, sus cosas buenas
y sus males, están bajo el control de Dios.
Otro pasaje que plantea potentemente este punto es Isaías 45:5-7, que
dice: «Yo soy el Señor, y no hay otro; fuera de mí no hay ningún Dios…
no hay ningún otro fuera de mí. Yo soy el Señor, y no hay ningún otro. Yo
formo la luz y creo las tinieblas, traigo bienestar y creo calamidad; yo, el
Señor, hago todas estas cosas». Una vez más, el punto principal queda
claro: Dios, quien es el único Dios verdadero, tiene el control total tanto de
cada cosa buena como de cada cosa mala. Este pasaje es muy importante
porque afirma muy claramente, y repite varias veces, que solo hay un Dios
verdadero. Desde ahí, el pasaje prosigue para describir lo que hace este
Dios verdadero para demostrar o manifestar que él es Dios. ¿Qué
demuestra que Dios es Dios? Respuesta: el verdadero Dios tiene el control
total de todas las cosas en la vida, todo lo bueno (Dios forma la luz y causa
bienestar) y todo lo malo (Dios crea oscuridad y calamidad).
Algunas personas rehúsan aceptar esta enseñanza de la Biblia porque
no pueden entender cómo Dios podría tener el control de las cosas malas y
no ser culpable de ese mal. Así que consideremos dos cosas que pueden
ayudar. Primero, la Biblia declara que Dios controla tanto lo bueno como
lo malo; por lo tanto, debemos aceptar esto como verdadero, aunque tal
vez no logremos entender plenamente cómo puede ser cierto. Deberíamos
aceptar esta enseñanza especialmente dado que tenemos pasajes donde
Dios habla directamente de sí mismo (diciendo cosas como «no hay otro
Dios fuera de mí») y luego declara que parte de lo que significa para Dios
ser Dios es controlar todas las cosas buenas y todas las cosas malas. Por lo
tanto, no deberíamos alejarnos de esta enseñanza solo porque nos cuesta
entenderla. Dado que Dios nos dice en su Palabra que es verdadera,
debemos aceptarla como verdadera. Segundo, no deberíamos pensar que si
Dios controla lo malo, entonces Dios en parte debe ser malo. Esto sería un
gran error. La Biblia más bien enseña que, aunque Dios controla todas las
cosas buenas y malas, Dios mismo es bueno, y no es malo en absoluto.
Estos son algunos versos para poner junto a la enseñanza de Isaías 45:7.
Isaías 45:7 dice que Dios forma la luz y crea las tinieblas, pero 1 Juan 1:5
dice: «Dios es luz y en él no hay ninguna oscuridad». Isaías 45:7 dice
también que Dios trae bienestar y crea calamidad, pero el Salmo 5:4 dice:
«Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad; el mal no mora
en ti» (NBLH). En la Biblia en hebreo, la misma palabra hebrea de Isaías
45:7 (traducida como «calamidad») se usa en el Salmo 5:4 (traducida
como «mal»). Po tanto, aunque Dios controla completamente todo lo
bueno y todo lo malo, debemos entender que Dios es completamente
bueno y que en él no hay nada malo, erróneo o maligno en absoluto.
En consecuencia, tenemos que evitar dos errores. Primero, no
deberíamos pensar que si Dios controla todo lo bueno y lo malo, Dios
mismo debe ser en parte bueno y en parte malo. ¡No! Si bien Dios controla
todo lo bueno y todo lo malo, Dios en sí mismo es solamente bueno y no
es malo en absoluto. Segundo, no deberíamos pensar que si Dios es
solamente bueno y no es malo en absoluto, él controla solo lo bueno y no
tiene nada que ver con lo malo. Una vez más, no. Si bien Dios es única y
totalmente bueno, aun así controla todo lo bueno y todo lo malo. Por lo
tanto, estas dos verdades de la Biblia deben ser aceptadas juntamente si
vamos a entender correctamente a Dios así como su obra en este mundo.
Una palabra que se suele usar cuando se explican estas ideas es el
término soberanía. Decir que Dios gobierna sobre todas las cosas, tanto las
buenas como las malas, es decir que es totalmente soberano sobre ellas.
Esta enseñanza de la soberanía de Dios es una de las áreas que a más nos
cuesta entender a todos. En efecto, tal como con otras áreas de nuestra fe,
simplemente tenemos que aceptar la enseñanza de la Biblia aunque no
podamos hallarle pleno sentido. Pero si Dios dice que tiene el control total
sobre la luz y sobre las tinieblas, sobre el bienestar y sobre la calamidad,
no tenemos derecho a decir que eso es imposible. Debemos dejar que Dios
hable por sí mismo, pues solo él conoce todas las cosas de manera exacta y
correcta. Lo que él nos dice acerca de sí mismo, entonces, debe ser
aceptado como cierto. Dios es soberano sobre todas las cosas buenas y
todas las cosas malas. Y Dios es total y únicamente bueno. Dios así lo dijo,
y eso debería zanjar el asunto.
Una última palabra sobre esto: es solo porque Dios tiene el control
total sobre todas las cosas malas que podemos tener certeza de que esas
cosas malas actúan para llevar a cabo algún buen propósito que Dios ha
planeado. Si Dios no tiene el control de las cosas malas, eso nos llevaría a
una profunda tristeza, al pensar que una cosa mala que está sucediendo no
servirá para ningún buen propósito. ¡Pero no es así! Más bien, Dios
controla tanto lo malo como lo bueno. Cuando ocurren cosas malas,
podemos saber, entonces, que Dios las está usando para buenos propósitos.
Qué gran consuelo y paz debería brindarnos esto, pues Dios siempre hace
lo mejor, y los propósitos de Dios jamás pueden fallar.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Por qué es tan importante entender que Dios es absolutamente bueno y
no es malo en ningún sentido, jamás?
2. ¿Por qué es tan importante entender que Dios tiene el control total sobre
todas las cosas buenas y todas las cosas malas?

VERSO PARA MEMORIZAR

Deuteronomio 32:39: «¡Vean ahora que yo soy único! No hay otro Dios
fuera de mí. Yo doy la muerte y devuelvo la vida, causo heridas y doy
sanidad. Nadie puede librarse de mi poder».
Nuestra responsabilidad en el mundo
que Dios controla

¿Recuerdas la historia de José en la Biblia? Cuando comenzamos a


leer sobre José en Génesis 37, encontramos que él fue el segundo hijo
menor de Jacob en una familia de doce hermanos. Jacob amaba a José más
que a sus demás hijos mayores, y Jacob mostró su favor hacia José de
formas que causaron los celos y el enojo de sus hermanos mayores. En una
ocasión los hermanos mayores estaban lejos de su casa buscando pastos
para sus ovejas. Jacob envió a José a ver cómo estaban sus hermanos y los
rebaños. Cuando José se acercó, los hermanos lo vieron y comenzaron a
hablar de matar a José. El hermano mayor terminó con esto y no les
permitió asesinarlo. Pero más tarde, cuando apareció una caravana que se
dirigía a Egipto, lo vendieron a los comerciantes, y José acabó como
esclavo en Egipto.
No obstante, Dios se hizo cargo de José, y este fue muy fiel a Dios aun
en medio de muchas dificultades. Dios le dio a José la capacidad de
interpretar sueños, y en una ocasión llamaron a José para que interpretara
un sueño del faraón, el rey de Egipto. El rey se agradó tanto que puso a
José al mando de todo su reino. Toda la región tuvo algunos años buenos
para sus cosechas, y José almacenó gran parte del alimento extra durante
estos años. Pero tras este periodo vinieron algunos años muy pobres
cuando muchas personas sufrían por falta de alimento, incluyendo a Jacob
y su familia. Así que Jacob envió a sus hijos a Egipto a comprar comida.
Cuando llegaron a Egipto, en efecto le compraron el alimento que querían
a su hermano, José, aunque no lo reconocieron. Esto sucedió algunas
veces, y finalmente José decidió que era el momento de hacerles saber
quién era él.
Analicemos lo que José les dijo a sus hermanos cuando se dio a
conocer a ellos. Génesis 45:4-8 dice: «No obstante, José insistió:
“¡Acérquense!”. Cuando ellos se acercaron, él añadió: “Yo soy José, el
hermano de ustedes, a quien vendieron a Egipto. Pero ahora, por favor no
se aflijan más ni se reprochen el haberme vendido, pues en realidad fue
Dios quien me mandó delante de ustedes para salvar vidas. Desde hace dos
años la región está sufriendo de hambre, y todavía faltan cinco años más
en que no habrá siembras ni cosechas. Por eso Dios me envió delante de
ustedes: para salvarles la vida de manera extraordinaria y de ese modo
asegurarles descendencia sobre la tierra. Fue Dios quien me envió aquí, y
no ustedes. Él me ha puesto como asesor del faraón y administrador de su
casa, y como gobernador de todo Egipto”».
Observemos algunas cosas respecto a lo que José dice aquí. Primero,
deja claro que sus hermanos lo vendieron a Egipto. Cualquiera que lea la
historia de José tendría que estar de acuerdo: los hermanos celosos
efectivamente cometieron este acto muy malo. Segundo, José indica que
aunque los hermanos lo vendieron a Egipto, Dios también estaba
involucrado. Cuando les dice a sus hermanos que no se reprochen por
haberlo vendido, luego dice: «Dios me envió» (45:5) allá con el fin de
guardar el alimento que ellos iban a necesitar para vivir. Él repite el hecho
de que Dios lo envió (en 45:7), indicando que la verdadera razón por la
que José estaba en Egipto era una acción de Dios, no de los hermanos.
Tercero, el hecho de que Dios, y no los hermanos, tenía la mayor
responsabilidad de llevar a José a Egipto queda totalmente claro en 45:8,
pues aquí escuchamos a José decirles: «Fue Dios quien me envió aquí, y
no ustedes». Por asombroso que parezca, la razón principal por la que José
estaba en Egipto se debía a la acción de Dios, si bien los hermanos
hicieron exactamente lo que querían al venderlo a Egipto.
Una pregunta muy natural sale ahora a la superficie: si la razón
principal por la que José estaba en Egipto se debía a un acto de Dios, no de
los hermanos, ¿no deberíamos culpar a Dios por lo que le sucedió a José, y
no quedarían los hermanos libres de culpa por lo malo que hicieron? Un
poco más adelante en Génesis, después que Jacob ha muerto, José
nuevamente les habla a sus hermanos sobre su venta a Egipto, y les dice:
«Es verdad que ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese
mal en bien para lograr lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de
mucha gente» (Génesis 50:20). Por lo tanto, Dios tiene la máxima
responsabilidad en llevar a José a Egipto, y los hermanos efectivamente
realizaron lo que Dios quería que ocurriera. Aun así, los hermanos eran
culpables por lo que hicieron, pero Dios debía ser alabado. La intención de
ellos era hacerle mal, así que eran culpables de su mala acción. Pero Dios
lo transformó en bien, y por lo tanto es digno de alabanza y honor.
Lo que esta historia ilustra es muy importante. Nos muestra que,
aunque personas malvadas hacen cosas para dañar a otros y para llevar a
cabo lo malo, no obstante, Dios actúa en y a través de esas acciones muy
malvadas. Y el hecho de que Dios actúe en y a través de ellas nos asegura
de que sus buenos propósitos se llevan a cabo aun cuando se cometan
actos malvados. Por este motivo, las personas malvadas que han hecho
estas cosas malas son legítimamente culpables de hacer lo malo. Pero
Dios, quien actúa a través de lo que ellos han hecho, es digno de alabanza
pues él lleva a cabo el bien que ha planeado a través de ellos. Tanto los
hombres como Dios pueden estar involucrados en las mismas acciones, los
hombres realizando esas acciones para mal, y Dios realizando esas
acciones para bien. Cuando los hombres realizan acciones malvadas,
aunque Dios actúa a través de ellas para llevar a cabo el bien, ellos aún son
culpables por hacer el mal. Y dado que Dios siempre actúa a través de las
acciones malvadas para causar el bien, Dios nunca es culpable y siempre
merece nuestra alabanza.
Otra historia muy importante en la Biblia nos ayuda a ver estas
verdades. Considera por un momento la pregunta ¿quién puso a Jesús en la
cruz para que muriera? Si uno piensa en esta pregunta un momento, se
vuelve claro que hay que dar dos respuestas distintas. Por una parte, uno
tiene que decir que hombres malvados le dieron muerte a Jesús. Después
de todo, los líderes judíos estaban muy celosos de Jesús y pidieron que se
le diera muerte. Pilato sabía que Jesús era inocente, pero de todas formas
entregó a Jesús para que fuera crucificado. Los soldados romanos se
burlaron de Jesús y lo golpearon antes de clavarlo a la cruz, aunque él no
había cometido ningún mal. Todas estas personas malvadas estuvieron
involucradas en la crucifixión de Jesús. Pero, por otra parte, también
debemos decir que Dios el Padre puso a Jesús en la cruz para que muriera.
Después de todo, se nos dice que «tanto amó Dios al mundo que dio a su
Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga
vida eterna» (Juan 3:16). Y en otro lugar leemos que «el Señor quiso
quebrantarlo», y le dio muerte a Jesús (Isaías 53:10). Así que, sí, el Padre
envió a su Hijo al mundo con el fin de que el Hijo muriera como nuestro
Salvador. Por lo tanto, la pregunta «¿quién puso a Jesús en la cruz para que
muriera?» se tiene que responder de dos formas: 1) hombres malvados lo
pusieron ahí, y 2) Dios su Padre lo puso ahí. Y tal como en la historia de
José, aquellos hombres malvados eran culpables de hacer lo malo, aunque
Dios tenía la máxima responsabilidad en el hecho de que Jesús fue llevado
a la muerte. Y Dios el Padre merece nuestra alabanza, honor y gratitud por
el acto más magnífico y amoroso que se haya realizado, ofrecer a su Hijo
por el perdón de nuestro pecado.
El Dios vivo y verdadero gobierna sobre todo lo que es bueno y todo lo
que es malo. Pero lo hace de tal manera que siempre lleva a cabo el bien
que ha planeado, mientras los malvados son legítimamente
responsabilizados por el mal que han cometido. Dios es soberano (él tiene
el control), y nosotros somos responsables (debemos dar cuenta de las
acciones que realizamos). La Biblia nos ayuda a ver que se deben
mantener ambas cosas juntas. Aunque no podemos entenderlo cabalmente,
la fidelidad a Dios y a su Palabra significa que creemos que estas dos
enseñanzas de la Biblia son verdaderas.
PREGUNTAS PARA PENSAR
1. Muchas personas piensan que cuando hacemos algo que elegimos hacer,
Dios no puede tener el control de lo que hemos hecho. ¿Cuál es el error de
esta idea?
2. ¿Se te ocurren otros ejemplos de la Biblia donde Dios tiene el control de
lo que hacen las personas, y no obstante esas personas son responsables de
lo que han hecho? (¿Quieres algo de ayuda? Mira Isaías 10:5-15 o
Habacuc 1:5 y siguientes).

VERSO PARA MEMORIZAR

Genesis 50:20: «Es verdad que ustedes [los hermanos de José] pensaron
hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien para lograr lo que hoy
estamos viendo: salvar la vida de mucha gente».
El dolor y el sufrimiento en el mundo
que Dios controla

Aninguno de nosotros le agrada pensar en el dolor o el sufrimiento.


Todos esperamos llevar una vida llena de alegría y felicidad, no una
agobiada por el dolor. Pero mucha gente, incluidos muchos cristianos, han
experimentado sufrimiento, que a veces dura largos periodos. Aunque nos
gustaría evitarlo, deberíamos tener presente que cierto sufrimiento
probablemente estará presente en gran parte de nuestra vida, y algunos
encontrarán gran sufrimiento. Por tanto, cuando somos jóvenes,
deberíamos desarrollar un pensamiento bíblico acerca del sufrimiento para
que podamos estar preparados para cualquier cosa por la que Dios pueda
hacernos pasar en la vida. Quiero sugerir cinco principios que pueden
ayudarnos a pensar correctamente acerca del sufrimiento desde una
perspectiva bíblica y cristiana.
Primero, el sufrimiento no es, en sí mismo, algo bueno que dure para
siempre. Esto lo sabemos porque la creación original que hizo Dios era
buena y solo buena (Génesis 1:31), y en el cielo que vendrá, todo el mal,
sufrimiento y dolor serán eliminados por completo. Apocalipsis 21:3-4
declara: «Oí una potente voz que provenía del trono y decía: “¡Aquí, entre
los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos,
y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Él les
enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni
lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir”» (cf.
Apocalipsis 22:1-5). Queda claro, entones, que el dolor y el sufrimiento no
forman parte de la propia vida de Dios, ni forman parte de la creación
original ni de la nueva creación que está por venir. El sufrimiento,
entonces, no es en sí mismo algo bueno que perdure.
Segundo, a menudo el sufrimiento es planificado y usado por Dios
para llevar a cabo el bien. Aunque el sufrimiento en sí mismo no es
bueno, Dios lo planifica y lo usa para llevar a cabo el bien. Considera
algunas formas en que Dios planifica y usa el sufrimiento, como señala la
Biblia. 1) A veces el sufrimiento puede ser el instrumento del juicio de
Dios sobre aquellos que se le oponen, llevándolos incluso a la muerte si
continúan en su pecado (por ejemplo, Números 16:31-35, 41-50; Isaías
10:5-19). 2) De manera similar, Dios diseña cierto sufrimiento como su
instrumento para llamar a sus hijos desobedientes a que vuelvan a él (por
ejemplo, Proverbios 3:12; Hebreos 12:19). Como dijo C. S. Lewis, el dolor
es el «megáfono» de Dios que llama a sus hijos a volver a él (El problema
del dolor). 3) El sufrimiento puede estar planificado por Dios para que los
creyentes aumenten su confianza en él (por ejemplo, Romanos 5:3-5;
Santiago 1:2-4). Cuando entendemos el bien que Dios planifica a partir del
sufrimiento, podemos alegrarnos en nuestra aflicción. Los caminos de
Dios siempre son los óptimos, aun cuando implican que sus hijos pasen
por pruebas y sufrimiento. 4) El sufrimiento puede mostrar nuestra
debilidad humana, de modo que se manifieste la mayor fortaleza y gloria
de Dios (por ejemplo, 2 Corintios 4:8-12; 12:8-10). A menudo, solo nos
damos cuenta de lo mucho que necesitamos a Dios, de lo mucho que
realmente dependemos de Dios, cuando pasamos por momentos muy
difíciles. Cuando las pruebas nos ayudan a ver nuestra necesidad de Dios,
sirven a un propósito muy bueno. 5) El sufrimiento puede ser dado por
Dios para que los creyentes estén mejor capacitados para ayudar a otros
que experimentan el sufrimiento en sus vidas de un modo similar (por
ejemplo, 2 Corintios 1:3-7). ¿No es cierto que, si alguien ha pasado por el
mismo problema que uno está enfrentando, puede ayudar de una manera
muy especial? Así que a veces Dios nos da sufrimiento para que podamos
ayudar a otros que enfrentan las mismas pruebas. 6) El sufrimiento es parte
de ser un seguidor de Jesús, de estar dispuesto a sufrir por su causa en
fidelidad a él (por ejemplo, Juan 15:18-20; Filipenses 3:10; 2 Timoteo
3:12). Como enseñó Jesús, como cristianos deberíamos aceptar la
persecución con alegría, porque Dios nos bendecirá por ser fieles a su
nombre (Mateo 5:10-12).
Tercero, Dios ha prometido a sus hijos que todas las cosas en sus
vidas, incluso el sufrimiento, será usado para el bien de ellos. Como dice
Romanos 8:28: «Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas
para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con
su propósito». A través de toda la Biblia, vemos que Dios planifica y usa el
sufrimiento en la vida de sus hijos para llevar a cabo algún bien al final.
Considera la vida de Job, José, David, Daniel, Jesús, Pablo o Pedro, o
muchos otros. Dios efectivamente planifica que sus buenos propósitos se
realicen a través del sufrimiento que él dirige a sus hijos. Por este motivo,
los cristianos pueden tener mucha esperanza y paz en medio de su
sufrimiento, sabiendo que los buenos y sabios propósitos de Dios se están
realizando. Así es, Dios dispondrá todas las cosas para el bien de ellos.
Esto explica por qué la Escritura manda a los creyentes a darle gracias
a Dios en sus sufrimientos (1 Tesalonicenses 5:18) y darle gracias por sus
sufrimientos (Efesios 5:20). Puesto que Dios ha prometido disponer «todas
las cosas para el bien de quienes lo aman» (Romanos 8:28), y puesto que
Dios ha prometido que «a los que buscan al Señor nada les falta» (Salmo
34:10; cf. Salmo 84:11), entonces tenemos buenos motivos para darle
gracias a Dios en y por todo lo que ocurre. Dios no fallará. Él gobierna
sobre el sufrimiento de nuestras vidas, y planifica para nuestro bien a
través de todo lo que sucede. Qué esperanza, confianza, paz, gozo y
fortaleza podemos tener aun en medio del sufrimiento, porque nuestro
grande y sabio Dios planifica para nuestro bien aun a través del
sufrimiento.
Cuarto, Dios está más preocupado de nuestro carácter que de nuestra
comodidad, de nuestra santidad más bien que de nuestra felicidad.
Considera dos pasajes que nos ayudan a ver esto. Santiago dice:
«Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando tengan que
enfrentarse con diversas pruebas, pues ya saben que la prueba de su fe
produce constancia. Y la constancia debe llevar a feliz término la obra,
para que sean perfectos e íntegros, sin que les falte nada» (Santiago 1:2-4).
Y de manera similar, Pablo les dice a los creyentes que se regocijen en los
«sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia;
la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza. Y
esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en
nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado» (Romanos 5:3-5).
Solo porque Dios planifica para nuestro bien a través del sufrimiento
podemos vivir con esperanza aunque experimentemos dolor. El saber que
Dios usa el sufrimiento para ayudarnos a crecer nos da la fe para aceptar
nuestro sufrimiento. Por tanto, se debería considerar el sufrimiento como
parte de los buenos propósitos de Dios en nuestras vidas para llevar a cabo
nuestro bien.
Quinto y último, deberíamos orar para que Dios quite nuestro
sufrimiento a la vez que también oramos para que Dios nos ayude a
aceptar nuestro sufrimiento. En 2 Corintios 12:7-10, el apóstol Pablo hizo
eso precisamente. Oró tres veces para que fuera quitado el sufrimiento de
su vida. El orar tres veces indica que quería en serio que Dios se llevara el
sufrimiento, pero también mostró algo más. Cuando dejó de orar, fue
porque aceptó el «no» de Dios como respuesta. En consecuencia, aunque
es correcto orar para que Dios se lleve el dolor y el sufrimiento que llega a
nuestra vida, también deberíamos darnos cuenta de que Dios puede tener
buenos propósitos para llevar a cabo a través del sufrimiento. Puede que
sea la voluntad de Dios que el dolor permanezca hasta que se lleve a cabo
todo el bien que Dios ha planificado. A fin de cuentas, debemos confiar en
que Dios sabe y hace lo que es mejor para nosotros. Por lo tanto, la oración
para que el sufrimiento sea quitado debe ir de la mano con la oración por
la ayuda de Dios para aceptar el sufrimiento. El saber en lo profundo de
nuestro corazón que Dios es totalmente bueno, es perfectamente sabio, y
que cualquier cosa que planee para nosotros es lo mejor, cambia
totalmente el panorama. Cuando no sabemos por qué sucede el
sufrimiento, podemos saber que Dios lo sabe, y él siempre planifica y hace
lo mejor. Al ver a Dios actuando en nuestro sufrimiento, que cada uno de
nosotros pueda decir: «Estoy bien, estoy bien con mi Dios».

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿De qué manera se manifiesta el amor de Dios cuando él usa el
sufrimiento en la vida de alguien que se ha apartado de él?
2. ¿Cómo podemos ver el dolor y el sufrimiento como algo que es tanto
malo como bueno?

VERSO PARA MEMORIZAR

Romanos 8:28: «Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas
para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con
su propósito».
4

NUESTRA NATURALEZA
HUMANA Y NUESTRO PECADO
Hombres y mujeres, chicos y chicas:
las obras maestras de Dios

Si te pidieran que escogieras la parte más gloriosa de la creación,


¿qué cosa sería? Es decir, ¿qué parte de la creación muestra más que
cualquier otra cosa las extraordinarias cualidades de Dios? Algunos
podrían decir que los bosques con sus imponentes árboles y delicadas
flores muestran más de Dios que cualquier otra cosa. Otros podrían indicar
las escabrosas costas y los vastos océanos de nuestro mundo como aquello
que muestra más de Dios que otras partes de la creación. Para otros, lo que
podría venir a la mente son las majestuosas montañas que nos hacen sentir
realmente pequeños cuando nos paramos delante de ellas.
La Biblia tiene una respuesta a nuestra pregunta, una respuesta que
podría sorprenderte. ¿Qué muestra más de Dios que cualquier otra parte de
la creación? Respuesta: tú y yo. Es decir, los seres humanos realmente son
la parte más grandiosa de la creación de Dios, la parte que muestra más de
Dios que cualquier otra cosa. Esta misma pregunta debe haber estado en la
mente del salmista cuando escribió estas palabras: «Cuando contemplo tus
cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me
pregunto: “¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser
humano, para que lo tomes en cuenta?”. Pues lo hiciste poco menos que un
dios, y lo coronaste de gloria y de honra: lo entronizaste sobre la obra de
tus manos, todo lo sometiste a su dominio; todas las ovejas, todos los
bueyes, todos los animales del campo, las aves del cielo, los peces del mar,
y todo lo que surca los senderos del mar. Oh Señor, soberano nuestro, ¡qué
imponente es tu nombre en toda la tierra!» (Salmo 8:3-9). ¿Te fijaste en la
secuencia de su pensamiento? Cuando miramos los cielos, la luna y las
estrellas que Dios ha puesto en su lugar, seguramente parecería que allí es
donde vemos la mayor muestra de la vida y el carácter de Dios. ¡Pero no es
así! No; más grande que las estrellas, la luna, las cordilleras, los océanos, o
cualquier otra cosa, es el «hombre», los seres humanos que han sido
creados para exhibir más de cómo es Dios que cualquier otra cosa en toda
la creación.
Podemos ver el lugar especial que Dios nos otorgó a los seres humanos
cuando consideramos el relato de la Creación en Génesis 1-2. Estas son
algunas de las razones para pensar que Dios pretendía que viéramos que su
creación del hombre y la mujer fue la cúspide de la creación. ¡Hombres y
mujeres, los chicos y las chicas son realmente su obra maestra!
Primero, la creación del hombre y la mujer ocurrió al final de la
semana de la creación, en la primera parte del sexto día, Dios hizo los
animales de la tierra, y luego en la segunda parte del sexto día, como acto
final de la creación de Dios, hizo al hombre. Es muy parecido a cuando
vemos una correcta muestra de fuegos artificiales. Se guardan los mejores
cohetes y las más bellas cascadas de luz y color para el final del programa,
el broche de oro. De manera similar, Dios guardó lo mejor de su obra
creadora para el final, el broche de oro de Dios, cuando hizo al ser humano
para que mostrara más de él mismo que ninguna otra parte de la creación
que había hecho.
Segundo, de la creación del hombre se dicen cosas que no se habían
dicho antes acerca de ninguna parte de la creación. Por ejemplo, Génesis
1:26 comienza de esta forma: «Y [Dios] dijo: “Hagamos al ser humano a
nuestra imagen y semejanza…”». Aquí es como si Dios estuviera hablando
consigo mismo, quizá un diálogo entre las personas de la Trinidad, en vista
del «hagamos». Esto indica que se le da un lugar especial a la creación del
hombre como no había ocurrido antes. Además, y lo que es más
importante, es como Dios dice que estamos hechos: «A nuestra imagen y
semejanza». Los seres humanos somos la única parte de la creación que se
menciona en la Biblia que está hecha a imagen de Dios. Esta es una parte
tan importante de lo que significa ser humano que hablaremos al respecto
en la siguiente sección.
Tercero: cuando Dios crea al ser humano a su imagen, le otorga el
derecho y la responsabilidad de gobernar sobre todos los animales de la
tierra. De hecho, en Génesis 1:26-28 se le dice dos veces al hombre que
tiene esta importante labor que llevar a cabo. En Génesis 1:26 Dios dice:
«Que [el ser humano] tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las
aves del cielo; sobre los animales domésticos, sobre los animales salvajes,
y sobre todos los reptiles que se arrastran por el suelo». Y una vez más, en
Génesis 1:28, después de crear al ser humano como hombre y mujer, Dios
les dijo: «Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla;
dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los reptiles
que se arrastran por el suelo». Que Dios les otorgue al hombre y la mujer
dominio sobre el resto de la creación de la tierra indica que Dios considera
que la humanidad ocupa un lugar especial de autoridad sobre la creación.
Cuarto, la única parte del relato de la creación de Génesis que se
prolonga y se sigue hablando de ella es la creación del ser humano. Uno
podría considerar Génesis 1:26-28 como un adelanto de la creación del
hombre, pero luego Génesis 2:4-25 es como la película completa, con
mucho más detalle y explicación. Obviamente, Dios tiene un gran cuidado
por su creación humana porque la mayor parte del resto de la Biblia en
realdad se trata de la relación de Dios con los humanos. Después de
nuestro pecado y el castigo que este trajo, Dios diseñó la manera más
sorprendente de llevar de vuelta a él a sus rebeldes humanos. Dios valora
quienes somos, creados a su imagen, más de lo que valora cualquier otra
parte de la creación. Esto se puede apreciar en el hecho de que la Biblia
describe el plan de Dios y actúa en favor de los humanos pecadores,
hechos a su imagen.
Ahora que hemos visto que Dios hizo a hombres y mujeres, chicos y
chicas, como su obra maestra de toda la creación, consideremos un par de
principios que se derivan de esto.
Primero, cuando aprendemos cosas como estas —que Dios nos valora
más que cualquier otra parte de la creación— debemos tener mucho
cuidado con cómo recibimos esta verdad. Una forma equivocada de recibir
esta verdad sería decir en nuestro corazón: «Dado que soy tan importante
para Dios, yo debería recibir el crédito por ser tan grandioso. Tengo
derecho a estar orgulloso de lo especial que soy». El problema con este
pensamiento es que pasa por alto algo muy importante: la única razón por
la que los seres humanos somos tan especiales es que Dios nos creó así.
Nosotros no tuvimos absolutamente nada que ver en ello. No podemos
tomar el crédito por nada en nuestra vida, pues todo lo que somos y
tenemos proviene de Dios, por su bondad y generosidad al compartir con
nosotros. Por lo tanto, necesitamos ser humildes, no orgullosos, a la luz de
la bondad de Dios de crearnos a su imagen.
Segundo, deberíamos ver la vida humana como algo muy estimado y
precioso que nunca se debe tomar a la ligera. Dios valora tanto la vida
humana que en Génesis 9:6 él exige la pena capital (darle muerte a
alguien) por el crimen de asesinato. Asesinar a alguien es tan horrible a los
ojos de Dios porque se ha matado ilegítimamente a alguien hecho a
imagen de Dios mismo. Deberíamos respetar a otros y respetarlos como
personas valiosas, pues Dios los ha hecho a ellos y a nosotros a su propia
imagen. Y si bien debemos preocuparnos por los animales, las plantas y el
resto de la tierra que Dios ha creado, los humanos son de mucho mayor
valor a los ojos de Dios que cualquier otra parte de la creación. Dios creó
las cosas de esta manera, y deberíamos verlas como él las ve.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. El hecho de que los seres humanos seamos la obra maestra de Dios
jamás debería causar en nosotros actitudes de orgullo y arrogancia. ¿Por
qué?
2. Dado que todos los seres humanos están creados a imagen de Dios,
¿cuál debería ser nuestra actitud hacia todas las demás personas,
independientemente del color de su piel o su país de origen?

VERSOS PARA MEMORIZAR

Salmo 8:3-5: «Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y
las estrellas que allí fijaste, me pregunto: “¿Qué es el hombre, para que en
él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?”. Pues lo
hiciste poco menos que un dios, y lo coronaste de gloria y de honra».
Qué significa estar hecho a imagen de Dios

Es una verdad asombrosa y notable que los seres humanos hayamos


sido creados a imagen de Dios. Pero ¿qué significa eso? ¿De que forma o
formas estamos hechos para ser «imagen» o reflejo de lo que Dios es?
Algunos podrían decir que somos imagen de Dios algo así como cuando
uno se mira al espejo. Nuestro reflejo es una imagen de quien es uno. Pero
luego recordamos que Dios es espíritu, así que no puede ser que nos
veamos como Dios. ¿Podría tener algo que ver con ser como Dios en
nuestra vida y carácter interior, como cuando se nos llama a ser santos
porque Dios es santo? Aquí nos estamos acercando, pero aún hay más, ¡y
qué alegría será ver de qué se trata! Primero, demos una mirada a algunos
pasajes que hablan acerca de ser imagen de Dios, y luego pensaremos más
acerca de lo que esto significa.
El pasaje más importante es Génesis 1:26-28: «Y [Dios] dijo:
“Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. Que tenga
dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo; sobre los
animales domésticos, sobre los animales salvajes, y sobre todos los reptiles
que se arrastran por el suelo”. Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo
creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó, y los bendijo con estas
palabras: “Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla;
dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los reptiles
que se arrastran por el suelo”». Observa que aunque en este pasaje se usa
«imagen» en más ocasiones, se usa la palabra «semejanza» junto a
«imagen». Ser imagen de Dios debe tener algo que ver, entonces, con ser
como Dios. Observa, además, que tanto hombres como mujeres están
creados plenamente a imagen de Dios (1:27). Nunca deberíamos pensar
que los hombres tienen más importancia que las mujeres o las mujeres que
los hombres. Dado que Dios hizo tanto al hombre como a la mujer a su
imagen, ellos tienen igual valor e importancia para Dios. Finalmente,
observa que al hombre y a la mujer se les dice dos veces que «dominen»
sobre el resto de la creación. Dado que esto se señala con tanta fuerza en
este pasaje donde se nos dice que estamos hechos a imagen de Dios, quizá
parte de lo que significa ser imagen de Dios tiene que ver con nuestro
llamado a gobernar o ejercer dominio.
Otro importante pasaje a considerar es donde se habla de Jesús como la
imagen de Dios. Pablo escribe: «Él [Cristo] es la imagen del Dios
invisible, el primogénito de toda creación, porque por medio de él fueron
creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, sean
tronos, poderes, principados o autoridades: todo ha sido creado por medio
de él y para él. Él es anterior a todas las cosas, que por medio de él forman
un todo coherente» (Colosenses 1:15-17). Observa que Jesús es la «imagen
del Dios invisible». Esto es para asegurarse de que entendamos que Jesús
era la imagen de Dios en tanto que su naturaleza humana (visible) estaba
unida a su naturaleza divina (invisible en sí misma). Y la manera en que
Jesús es la imagen de Dios aquí es en la medida que él tiene dominio sobre
la creación. Cuando Pablo dice que Jesús es el «primogénito» de la
creación, no quiere decir que Jesús fuera el primer ser creado. Esto es
imposible. Jesús como Dios nunca fue creado; además, el verso 16 dice
que todo lo creado fue hecho por Jesús; así que Jesús mismo no podría ser
una de esas cosas creadas. Por lo tanto, con «primogénito» Pablo quiere
decir que Cristo tiene el sitio más alto en toda la creación, como el que
tiene el primogénito en una familia (ver Salmo 89:27 para «primogénito»
usado en este sentido). Jesús está sobre la creación. Esto se muestra con
mayor claridad en el hecho de que Jesús hizo toda la creación (1:16) y él la
sostiene unida (1:17). Así que Jesús nos ayudó a entender lo que significa
ser imagen de Dios mientras vivió su vida y mostró su dominio sobre la
creación.
Un último pasaje en el que deberíamos pensar es Santiago 3: «Nadie
puede domar la lengua. Es un mal irrefrenable, lleno de veneno mortal.Con
la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a las
personas, creadas a imagen de Dios» (vv.8-9). Este pasaje nos ayuda con
una pregunta que algunos se han hecho: después que el pecado entró al
mundo, ¿tenemos la imagen de Dios todavía? Y la respuesta que nos da
Santiago aquí es que sí, aún la tenemos. Debemos tratar a todas las
personas con respeto, a todos los hombres y mujeres, a todos los chicos y
chicas, pues cada uno de ellos ha sido creado a imagen y semejanza de
Dios. Esto es cierto aun cuando todos hemos pecado y necesitamos ser
perdonados y hechos de nuevo por Cristo.
Bien, consideremos ahora algunas de las ideas principales que nos
ayudan a entender la asombrosa verdad de que los seres humanos estamos
hechos por Dios a su imagen.
Primero, dado que Dios es espíritu (no tiene cuerpo), la principal forma
en que estamos hechos como Dios es mediante las cualidades que él ha
puesto dentro de nosotros. Tenemos una mente, emociones, y la capacidad
de elegir: todas estas son cosas que Dios tiene. Pero Dios también nos hizo
para que fuéramos como él en las cualidades de nuestra vida interior o
nuestro carácter. Debemos ser santos como Dios es santo, amorosos como
él es amoroso, perdonadores como él es perdonador, veraces como él es
veraz, fieles como él es fiel, y así sucesivamente. Por supuesto, antes que
el pecado llegara al mundo, Adán y Eva tenían este tipo de cualidades en
sus vidas como Dios los había creado. Pero el pecado les causó un gran
daño a esas cualidades. Puesto que somos pecadores, a menudo no vivimos
de una manera santa ni amamos a los demás como deberíamos, ni
perdonamos cuando nos agravian, ni decimos la verdad en lugar de mentir,
etc. Dado que estamos hechos a imagen de Dios, deberíamos actuar de esa
forma, pero no lo hacemos.
Por lo tanto, necesitamos ser rehechos a imagen de Dios una vez más.
Y aquí, vemos en el Nuevo Testamento la extraordinaria noticia de que por
medio de lo que Cristo ha hecho por nosotros, confiando en él para el
perdón de nuestro pecado y la esperanza de vida eterna, podemos
comenzar el proceso de ser rehechos a imagen de Dios cuando somos
hechos como Cristo (ver Colosenses 3:8-11). Cristo es la imagen perfecta
de Dios (Colosenses 1:15). Todas las cualidades del carácter de Dios —su
santidad, amor, compasión, verdad, fidelidad, y más— también son
cualidades de Cristo (ver Juan 1:14). Cuando somos hechos para ser como
Cristo en nuestra vida interior, somos rehechos a imagen de Dios. Nos
convertimos en la imagen de Cristo, quien es la perfecta imagen de Dios.
Segundo, la imagen de Dios no solo se trata de las cualidades de
nuestra vida interior, sino también de nuestras responsabilidades: aquello
que se nos llama a hacer. Adán y Eva fueron llamados a hacer lo que Dios
los mandó a hacer, gobernar sobre el resto de la tierra. Aunque
desobedecieron a Dios, su llamado a obedecer era parte de su condición de
imagen de Dios, y debían actuar como Dios quería que actuaran.
Asimismo, Jesús estaba llamado a obedecer a su Padre, a hacer siempre
solo lo que el Padre le había dicho. Jesús, la perfecta imagen de Dios,
obedeció a su Padre perfectamente, mostrándonos lo que significa ser la
imagen de Dios. Nosotros también estamos llamados a obedecer a Dios y
seguir sus caminos. Debemos actuar como Dios quiere que actuemos. Y
esto es parte de lo que significa estar hecho a imagen de Dios. Como ves,
ser imagen de Dios no solo se trata de quiénes somos, con cualidades que
son como las de Dios. También tiene que ver con actuar como Dios
actuaría, vivir de una forma que lo represente. Jesús fue la perfecta imagen
de Dios en ambos sentidos. Su carácter era como el de Dios, y él siempre
hizo la voluntad de su Padre, viviendo como Dios quería que viviera. Dado
que nosotros fallamos en ambos sentidos, Dios está trabajando en rehacer a
su propio pueblo para que seamos como Cristo en nuestro carácter y
conducta. Esto solo puede suceder por la gracia de Dios. Y mientras
sucede, el pueblo de Dios entra en un mayor gozo de lo que significa ser
recreado a imagen de Cristo, la perfecta imagen de Dios.
PREGUNTAS PARA PENSAR
1. ¿Cuáles son algunas formas en que Dios quiere que seamos imagen o
reflejemos ante los demás lo que él es?
2. Jesús fue la perfecta imagen de Dios (Colosenses 1:15). ¿De qué manera
la obediencia de Jesús a su Padre nos ayuda a entender mejor lo que
significa vivir como imagen de Dios?

VERSOS PARA MEMORIZAR

Genesis 1:26-27: «Y dijo: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen y


semejanza. Que tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves
del cielo; sobre los animales domésticos, sobre los animales salvajes, y
sobre todos los reptiles que se arrastran por el suelo”. Y Dios creó al ser
humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó».
Otras cualidades de ser humano

Entender lo que significa estar hecho a imagen de Dios es muy


importante para una correcta visión de nuestra naturaleza humana. Pero
hay algunas otras cualidades o características de nuestra humanidad que
también es importante que las entendamos. Analicemos cuatro aspectos
adicionales de nuestra naturaleza humana.
Primero, hay un sentido en el que estamos delante de Dios en la misma
posición que el resto de la creación. Somos criaturas, y Dios es el Creador.
Como tal, debemos admitir nuestra total dependencia de Dios para nuestra
vida misma y todo lo que necesitamos en la vida. Toda la creación es
totalmente dependiente de Dios. No obstante, los seres humanos estamos
en la maravillosa posición de saber esto; por tanto, podemos honrar a Dios,
confiar en él y agradecerle su bondad con nosotros cada día. Como
criaturas de Dios, también le debemos a Dios nuestra completa lealtad y
fidelidad. Es decir, la única manera correcta en que debemos vivir es
inclinarnos delante de Dios como nuestro Señor y Rey y darle nuestra
amorosa devoción y servicio dispuesto. Como Creador, Dios tiene plenos
derechos sobre nosotros, y como sus criaturas, nosotros deberíamos
entregarle completa obediencia y amor a él. Cualquier cosa inferior sería
un crimen contra la gran majestad de Dios y merecería el juicio eterno.
Como humanos, entonces, somos totalmente dependientes de Dios a quien
le debemos nuestro mayor respeto, amor y obediencia.
Segundo, Dios nos ha hecho seres humanos con cierta capacidad que
no se encuentra en ninguno de los animales u otras criaturas sobre la tierra.
Él nos ha dado la capacidad de conocer la diferencia entre lo bueno y lo
malo, y de elegir actuar de formas buenas o malas. Los perros o gatos que
algunos tenemos en nuestras casas tienen pequeñas cantidades de algunas
otras cualidades que tenemos los humanos. Los perros sin duda tienen
emociones, al igual que nosotros. Probablemente la razón por la que la
gente ha dicho que el perro es el mejor amigo del hombre es que los perros
siempre parecen felices de ver a sus amos. Pero aunque tu perro tenga
emociones y tu gato pueda usar su cerebro para encontrar la forma de
atrapar una polilla, lo que no tienen es lo que se denomina naturaleza
moral. Una naturaleza moral es simplemente la parte de nuestra vida
interior por la cual podemos percibir la diferencia entre lo bueno y lo malo.
Si una madre de dos hijos ha dejado dos galletas en un plato, con una nota
que dice que cada muchacho puede tomar una galleta, los hermanos saben
que sería malo si uno de ellos se comiera las dos galletas, y no le dejara
nada al otro. Si un amigo tuyo te devuelve el dinero que te debe, sabes que
lo que ha hecho es bueno y correcto. Nuestra naturaleza moral es un don
para nosotros los seres humanos (ver Romanos 2:14-15).
Dios nos ha dado una naturaleza moral —esta capacidad de distinguir
lo bueno de lo malo— por una razón muy simple. Dios quiere que
escuchemos su Palabra y la obedezcamos, haciendo lo que sabemos que es
correcto, mientras resistimos la tentación de ir en contra de Dios y hacer lo
malo. Dios espera que sepamos que obedecerle es bueno y desobedecerle
es malo. Es por eso que él nos ha dado una naturaleza moral, para que
podamos percibir la diferencia. Por supuesto, a causa del pecado, nuestra
capacidad de diferenciar lo bueno de lo malo está terriblemente
confundida. A menudo en nuestro pecado consideramos algo realmente
bueno como malo, y lo que Dios sabe que es malo como bueno.
Afortunadamente, incluso como pecadores nuestra naturaleza moral no
está completamente distorsionada. La gente alrededor del mundo, en su
mayoría, todavía sabe que está mal robar, asesinar, mentir o cometer
adulterio. Pero muchas de esas mismas personas puede que no adoren a
Dios ni procuren honrarlo como deberían. Nuestra naturaleza moral debe
ser corregida y cambiada, junto con cada parte de nosotros como
pecadores. Así que, aunque a menudo no funcionan correctamente, nuestra
naturaleza moral nos da la capacidad de conocer lo bueno y lo malo y
actuar conforme a este conocimiento. Y puesto que sí distinguimos lo
bueno de lo malo y actuamos según ello, un día Dios juzgará nuestras
acciones y las motivaciones de nuestro corazón (Romanos 2:5-11).
Tercero, dado que todo lo que Dios creó era bueno (Génesis 1:31), esto
significa que tanto nuestro cuerpo como nuestra vida interior (a veces
llamada el alma) fueron creados buenos. A través de la historia, algunos
han pensado que el cuerpo es malo mientras que el alma es buena. Pero
debemos recordar que Dios es quien «inventó» el cuerpo humano. Él lo
diseñó y lo modeló para que fuera parte de su gran obra maestra, el ser
humano. Y Dios fue muy bondadoso en la manera que hizo nuestro
cuerpo. Por ejemplo, él podría habernos dado el hambre para que
sintiéramos la necesidad de comer, pero podría habernos privado de las
papilas gustativas de nuestra lengua que hacen tan placentera y deliciosa
nuestra comida. Podría habernos dado la vista, pero no era necesario que
nos diera la capacidad de ver el rango de colores que tanto disfrutamos.
Dios también nos hizo seres sexuados, y su propósito es que el sexo en el
matrimonio —pero solo en el matrimonio— sea una experiencia buena y
dichosa. Qué bueno es Dios por haber hecho nuestro cuerpo capaz de
experimentar tales placeres. Aunque nuestro cuerpo está dañado por el
pecado, como cada parte de nosotros, con todo, el cuerpo humano es uno
de los dones que Dios nos ha dado como seres humanos. No obstante,
siempre debemos recordar que el cuerpo humano solo debe ser usado en
las formas que Dios ha señalado, pues él también es Señor de nuestro
cuerpo.
Cuarto y último, Dios hizo a los seres humanos hombre y mujer, y es
importante que consideremos lo que esto significa. Por supuesto, parte del
motivo para hacer esto era que la raza humana continuara. Recuerda que
Dios mandó a Adán y su esposa: «Sean fructíferos y multiplíquense; llenen
la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y
a todos los reptiles que se arrastran por el suelo» (Génesis 1:28), lo cual
requiere un hombre y una mujer para llevarse a cabo. Pero en esto hay más
por considerar. Observa que Dios creó a la mujer después del hombre
(Génesis 2:7, 21-23) con el fin de que la mujer fuera una ayuda para el
hombre (Génesis 2:18). Esto significa que aunque el hombre y la mujer
son completamente iguales en valor delante de Dios (Génesis 1:27), la
mujer está bajo el liderazgo y la autoridad del hombre, porque ella fue
creada después de él, para ser una ayuda para él. Pablo se refiere a estas
ideas en 1 Timoteo 2:12-15 y nuevamente en 1 Corintios 11:6-10, y en
ambos pasajes explica que las diferencias en los roles que hombres y
mujeres pueden tener en la iglesia y en el hogar se basan en que Dios creó
al hombre y luego a la mujer. Las esposas se deberían sujetar a sus
esposos, y los esposos deben amar y liderar a sus esposas a la manera de
Cristo, porque Dios los creó para que vivieran y se relacionaran de este
modo.
Por lo tanto, ser fiel a la enseñanza de la Biblia significa aceptar dos
ideas muy importantes: 1) hombres y mujeres son completamente iguales
en su naturaleza humana común, pues ambos están hechos a imagen de
Dios, pero 2) Dios les da a los hombres y las mujeres diferentes roles en el
hogar y en la iglesia. La mujer debería aceptar la autoridad que Dios le ha
dado al hombre en estos contextos, y el hombre debería usar su autoridad
de formas que honren a Dios. Somos iguales pero diferentes a la vez, y en
esto reflejamos algo de la manera en que se relacionan las personas de la
Trinidad. El Padre, el Hijo y el Espíritu son igualmente Dios, pero tienen
distintos roles que desempeñar marcados por líneas de autoridad y
sumisión en sus relaciones. Así que Dios creó a hombres y mujeres a su
imagen plenamente iguales en su naturaleza humana, pero distintos en
ciertos roles en los cuales también tienen diferencias de autoridad y
sumisión. Esto es parte de la belleza de las relaciones hombre-mujer tal
como Dios los ha diseñado. Qué privilegio es reflejar en nuestras
relaciones humanas las propias formas de Dios de relacionarse.
PREGUNTAS PARA PENSAR
1. Hemos visto algunas importantes formas de lo que significa ser
humanos. Toma una de ellas y habla sobre lo que significa para tu vida
personalmente, o en casa o con los demás.
2. Tanto hombres como mujeres están hechos a imagen de Dios; no
obstante, Dios también los hizo distintos. ¿Qué significa para un esposo y
su esposa, por ejemplo, considerarse iguales pero diferentes?

VERSO PARA MEMORIZAR

Génesis 1:31: «Dios miró todo lo que había hecho, y consideró que era
muy bueno. Y vino la noche, y llegó la mañana: ese fue el sexto día».
Cómo entró el pecado en nuestro mundo
y qué es el pecado

Uno de los capítulos más tristes de la Biblia viene inmediatamente


después de una de sus partes más felices y hermosas. En Génesis 1 leemos
que Dios crea el mundo con todas sus sorprendentes estrellas, planetas,
plantas, animales, y el hombre y la mujer hechos a imagen de Dios. Las
declaraciones finales de Génesis 1 hacen que nuestro corazón cante de
alegría: «Dios miró todo lo que había hecho, y consideró que era muy
bueno» (v. 31). Y luego Génesis 2 continúa la alegre historia, donde
vemos más claramente la creación del hombre y la mujer. El hombre fue
hecho primero y fue puesto a trabajar cultivando el huerto y dando nombre
a los animales. Pero Dios dijo que no era bueno que Adán estuviera solo.
Así que lo hizo dormir, tomó una costilla de su costado, y con esta costilla
formó una mujer. Dios la trajo a Adán, quien se dio cuenta de lo
bondadoso que era Dios al darle esta compañera de su propio costado para
que fuera una ayuda para él en su trabajo. Qué alegría sentimos por Adán y
su recién creada esposa.
Lamentablemente, en Génesis 3 comenzamos el movimiento desde la
creación buena y bella de Dios al daño y perjuicio que será introducido por
medio del pecado. Debemos leer los primeros versos de Génesis 3 y luego
considerar lo que podemos aprender de este pasaje acerca del pecado. «La
serpiente era más astuta que todos los animales del campo que Dios el
Señor había hecho, así que le preguntó a la mujer: “¿Es verdad que Dios
les dijo que no comieran de ningún árbol del jardín?”. “Podemos comer
del fruto de todos los árboles —respondió la mujer—. Pero, en cuanto al
fruto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho: ’No coman
de ese árbol, ni lo toquen; de lo contrario, morirán’”. Pero la serpiente le
dijo a la mujer: “¡No es cierto, no van a morir! Dios sabe muy bien que,
cuando coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y llegarán a ser como
Dios, conocedores del bien y del mal”. La mujer vio que el fruto del árbol
era bueno para comer, y que tenía buen aspecto y era deseable para
adquirir sabiduría, así que tomó de su fruto y comió. Luego le dio a su
esposo, y también él comió. En ese momento se les abrieron los ojos, y
tomaron conciencia de su desnudez. Por eso, para cubrirse entretejieron
hojas de higuera» (vv. 1-7).
¿Qué podemos aprender aquí acerca de qué es el pecado y de qué
manera el tentador puede atraernos al pecado? Observa que la serpiente
embaucó a la mujer para que pensara erróneamente tanto acerca de Dios
como acerca del árbol. Antes que la serpiente viniera al huerto y engañara
a la mujer, esta consideraba a Dios como bueno, como alguien que estaba
preocupado por ella y quería lo mejor para ella. Ella consideraba el árbol
del conocimiento del bien y del mal como dañino. Ella conocía la
advertencia que Dios le había hecho al hombre (Génesis 2:16-17): si él
comía del árbol, iba a morir. Pero la serpiente la llevó a pensar de un modo
totalmente distinto, como siempre hace el tentador cuando viene a
nosotros. La serpiente llevó a la mujer a cuestionar si después de todo Dios
era realmente bueno, si Dios realmente quería lo mejor para ella. E hizo
que se preguntara si quizá el fruto prohibido en realidad era bueno para
ella, y le daría cosas buenas que Dios le estaba negando. Con la pregunta
que le hizo la serpiente, al parecer le estaba sugiriendo que Dios era tacaño
al no permitirles que comieran de todos los árboles del huerto. Esto era
totalmente falso, por supuesto. Dios les había dicho que podían comer de
cada árbol del huerto excepto de este único. ¡Eso no es nada tacaño! Pero
la serpiente lo hizo sonar como si Dios le estuviera negando algo bueno a
la mujer.
Luego la serpiente le dijo a la mujer algo que era contrario a lo que
Dios había dicho antes. La serpiente le dijo a la mujer que si comía del
árbol, no iba a morir, sino que más bien iba a disfrutar su fruto, este le
daría sabiduría, ¡y ella sería como Dios mismo! Qué distinta es esta
comprensión del árbol de lo que Dios le había dicho al hombre. Como nos
relata la historia, la mujer le creyó a la serpiente, tomó el fruto del árbol y
comió. Luego le dio un poco a Adán, quien había estado a su lado, y él
también comió. Ambos habían creído en las mentiras que la serpiente les
había dicho, y esto los condujo a su pecado.
A partir de este relato, podemos aprender algunas cosas acerca del
pecado. Primero, el pecado siempre opera embaucándonos, o
engañándonos, para que dudemos de las cosas que son verdaderas y
creamos cosas falsas. La mujer creyó, erradamente, que Dios no se
preocupaba realmente de ella y no quería que tuviera lo mejor. Esto es lo
contrario de la verdad que ella solía conocer. Pero el truco de la serpiente
funcionó, y ella comenzó a pensar que Dios estaba en su contra, no a su
favor. Y ella creyó que el árbol en realidad era bueno para ella, no
perjudicial. Ahora ella vio que el árbol podía darle cosas que ella quería,
cosas que ahora pensaba que Dios le estaba impidiendo que disfrutara.
¡Pero todo era mentira! ¡Dios siempre hizo lo correcto! Dios siempre había
estado a su favor, siempre había querido lo mejor para ella, y por eso le
había advertido a Adán (quien luego le dijo a su esposa) que no comiera
del árbol, de lo contrario iban a morir. Y el árbol siempre fue perjudicial, y
cuando comieron, lo descubrieron de inmediato en tanto que el pecado y la
muerte entraron al mundo. El pecado siempre usa los trucos del engaño
para hacernos creer cosas falsas y dudar de las cosas verdaderas. Como
indica Romanos 3:23 («todos han pecado y están privados de la gloria de
Dios»), el pecado nos lleva a «privarnos» de honrar a Dios y seguirlo
alegremente en sus caminos. Más bien nos hace creer, tontamente, la
mentira de la tentación. Si hemos de resistir la tentación y evitar el pecado,
debemos conocer y aceptar la verdad que Dios nos dice, y, por el poder de
Dios, debemos resistir y rehusar creer las mentiras del maligno.
Segundo, el pecado se vive al apartarse de Dios y sus caminos con el
fin de hacer lo que a nosotros nos parece óptimo. Aunque Dios les había
dicho que no comieran del árbol o morirían, ellos decidieron no creerle a
Dios sino ir en la dirección que creyeron que era la mejor. Qué necios
fueron al hacer esto, y qué necios somos nosotros cuando hacemos lo
mismo. En consecuencia, el pecado siempre implica un deseo en nuestro
corazón de vivir a nuestra manera, no a la manera de Dios. El pecado
siempre implica pensar que nosotros sabemos qué es lo mejor, no Dios. El
pecado siempre nos lleva a apartarnos de Dios y sus caminos, porque
pensamos que nuestros caminos tendrán un mejor final para nosotros que
los de Dios. Pero esto nunca es cierto. Los caminos de Dios siempre son lo
mejor para nosotros, y debemos resistir cada tentación de dudar de esto.
Tercero, el pecado siempre trae como consecuencia perjuicio, ruina y
muerte. A pesar de que la mujer fue embaucada para que pensara que el
árbol sería bueno para ella, esto era mentira. Más bien, el comer del árbol
causó exactamente lo que Dios dijo que causaría: le trajo a ella la muerte.
En cierto sentido, ella murió en el preciso momento en que comió el fruto
de este árbol. De inmediato, su relación con Adán, y más importante aún,
su relación con Dios, se rompieron. Y el pecado trajo muerte a su cuerpo
porque en ese momento ella comenzó el proceso de morir. Dios estaba en
lo cierto, y la serpiente estaba equivocada. La obediencia a Dios siempre
trae bendición, y el pecado siempre daña y mata. Entender esto nos
ayudará a resistir la tentación, al saber que el pecado siempre nos lastima y
nunca, jamás es bueno para nosotros. Pero gracias a Dios, sus caminos
siempre conducen a la vida, y nunca, jamás nos decepcionan al final. Que
Dios nos haga entender estas verdades y nos dé un profundo deseo de creer
lo que él dice y vivir para él.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. Vimos que el pecado siempre actúa embaucándonos y engañándonos.
¿De qué forma puedes ver que la tentación a pecar hace esto en tu propia
vida?
2. También vimos que el pecado siempre causa ruina o perjuicio. ¿Por qué
ocurre que, cuando somos tentados a pecar, no se siente como si lo que
estamos tentados a hacer nos causará ruina o perjuicio?

VERSOS PARA MEMORIZAR

Genesis 2:16-17: «Y le dio este mandato: “Puedes comer de todos los


árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no
deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás”».
Cómo se extendió el pecado a todas
las personas

Esta es una pregunta muy importante para todos nosotros: ¿pecamos


porque ya somos pecadores, o nos volvemos pecadores la primera vez que
pecamos? Muchos podríamos inclinarnos a decir que nos volvemos
pecadores cuando pecamos por primera vez. A fin de cuentas, ¿cómo
puede alguien ser pecador si no ha pecado? Pareciera que tiene mucho
sentido decir que uno se vuelve pecador al momento en que efectivamente
comete algún acto de pecado. Pero ¿es esto lo que enseña la Biblia? ¿Es
posible que la otra respuesta sea la correcta?
Uno de los pasajes más importantes de toda la Biblia sobre esta
pregunta es Romanos 5:12-19. En esta sección de Romanos, Pablo explica
que el pecado de Adán en el huerto le dio a toda la raza humana que
proviene de él tanto una naturaleza pecadora como el juicio de
condenación de Dios. Dado que Adán fue el primer hombre, y todo el resto
de nosotros, a través de toda la historia, hemos descendido de Adán,
entonces Dios nos vio a todos los demás conectados con Adán y su
pecado. Así que, cuando Adán pecó, todos los que venimos de Adán
recibiríamos el pecado en nuestra propia vida interior (nuestra naturaleza).
Por lo tanto, nacemos a este mundo con una naturaleza pecadora que se
remontan al pecado de Adán. Y cuando Adán pecó, todos los que
descendemos de Adán también recibimos el juicio de muerte de Dios, el
castigo por el pecado que Dios le dio a Adán y a todos los que descienden
de Adán. En consecuencia, el pecado de Adán es nuestro pecado. La
naturaleza pecadora de Adán causa que nosotros tengamos una naturaleza
pecadora. Y la culpa y condenación de Adán se extienden hasta nosotros y
nos hacen culpables y merecedores de la muerte.
Algunos de los versos clave de Romanos 5 nos ayudarán a ver esto.
Romanos 5:12 dice: «Por medio de un solo hombre el pecado entró en el
mundo, y por medio del pecado entró la muerte; fue así como la muerte
pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron». Pablo explica aquí que
el único pecado de Adán nos ha traído dos cosas a todos los que
descendemos de Adán. Primero, el único pecado de Adán introdujo el
pecado «en el mundo». Es decir, todas las personas del mundo tienen
pecado a causa del pecado de Adán. Segundo, a causa del pecado de Adán,
«entró la muerte». Es decir, el pecado de Adán nos ha hecho culpables
delante de Dios de modo que merecemos la sentencia de muerte. Romanos
5:18-19 también nos ayuda a ver estas dos formas en que el pecado de
Adán ha llegado a nosotros. Pablo escribe: «Por tanto, así como una sola
transgresión causó la condenación de todos, también un solo acto de
justicia produjo la justificación que da vida a todos. Porque así como por la
desobediencia de uno solo muchos fueron constituidos pecadores, también
por la obediencia de uno solo muchos serán constituidos justos». El verso
19 muestra que el único pecado de Adán nos ha traído a todos una
naturaleza pecaminosa (fuimos «constituidos pecadores»). El verso 18
muestra que el único pecado de Adán nos ha traído a todos el juicio de
Dios (el pecado de Adán «causó la condenación de todos» nosotros).
Repitamos nuestra pregunta: ¿pecamos porque ya somos pecadores, o
nos volvemos pecadores la primera vez que pecamos? A partir de lo que
hemos visto en Romanos 5, ahora la respuesta es clara: pecamos en nuestra
propia vida porque ya éramos pecadores en Adán. Nacemos a este mundo
con una naturaleza pecaminosa. Es decir, nacemos con una vida interior
dirigida hacia nosotros mismos y lo que queremos y no hacia Dios y sus
caminos. Puesto que tenemos una vida interior desviada de Dios en el
pecado, cuando tenemos edad suficiente para distinguir lo bueno de lo
malo, actuamos de formas pecaminosas. Así que la respuesta correcta es
que pecamos porque ya somos pecadores. Venimos de Adán a este mundo
como bebés pecadores, y más tarde, cuando tenemos mayor conocimiento,
llevamos a cabo ese pecado.
Si todavía te preguntas cómo es que podemos ser pecadores antes de
haber pecado, considera esta ilustración. ¿Dirías que un árbol da manzanas
porque ya es un manzano, o el árbol se convierte en manzano cuando
produce su primera manzana? Bueno, está bastante claro. Espero que todos
concordemos en que la razón por la que el manzano da manzanas es que ya
ha sido y es un manzano. De hecho, un manzano (o un naranjo o un peral)
puede crecer como un pequeño árbol por muchos años antes de producir su
primera fruta. Durante esos primeros años sigue siendo un manzano (o
naranjo o peral) aunque no tiene edad suficiente para producir algún fruto.
Y cuándo efectivamente produce fruta, entonces simplemente diríamos
que el árbol está produciendo fruto de acuerdo a su naturaleza. Es decir,
produce manzanas porque por naturaleza es un manzano.
Así también nosotros, por naturaleza, tenemos el pecado de Adán
desde el momento mismo en que somos concebidos en el vientre de
nuestra madre. Como oraba David: «Yo sé que soy malo de nacimiento;
pecador me concibió mi madre» (Salmo 51:5). Por lo tanto, somos
pecadores por naturaleza que nos mostramos como pecadores por decisión.
Porque cuando tenemos edad suficiente, tal como el manzano que
finalmente da manzanas, así también nosotros los pecadores producimos
nuestro «fruto» en forma de pecado. Como dijo Jesús: «A cada árbol se le
reconoce por su propio fruto» (Lucas 6:44). Pecadores por naturaleza que
nos mostramos como pecadores por decisión y pecadores por acción: esta
es nuestra herencia en Adán.
Algunos podrían pensar que, si somos pecadores por causa de lo que
hizo Adán, eso debe significar que no somos responsables de nuestro
propio pecado. Después de todo, si no es mi propio pecado lo que me hace
pecador (y eso es correcto), entonces no puedo ser legítimamente culpado
por ser pecador o por cometer los actos pecaminosos que realizo. A fin de
cuentas, es culpa de Adán, no mía, así que yo me libero, diría esta forma
de pensar.
Esta perspectiva tiene algunos problemas. De partida, la Biblia declara
que, dado que Adán fue el primer humano a la cabeza o al comienzo de la
raza humana, lo que él hizo nos afectó a todos los que venimos después de
él. Puede que esto no nos guste, pero así es como lo ve Dios, y Dios
siempre ve las cosas correctamente, tal como son exactamente. Además,
tenemos algunos ejemplos de nuestra propia vida en que algo similar a esto
también es verdad. Supongamos que tú y un amigo están pateando un
balón en la calle (¡no es la mejor idea!), y en uno de tus tiros, la pelota
vuela directo a la ventana del frente de la casa de tu vecino. Tu vecino
puede venir e insistir en que tu padre pague la reparación de la ventana.
Pero si tu papá dijera: «Bueno, yo no quebré el vidrio, así que no soy
responsable de pagarlo», tu vecino podría responder con razón: «Dado que
su hijo quebró el vidrio, usted como padre es responsable de pagarlo». Y el
vecino estaría en lo correcto. Como Dios lo ve —y recuerda que Dios
siempre sabe las cosas exactamente como son y siempre es totalmente
justo—, nosotros somos responsables junto con Adán por el pecado de
Adán.
Otra razón por la que somos responsables del pecado de nuestra propia
vida es este: nuestros pensamientos, actitudes, palabras y acciones
pecaminosos son los que nosotros queremos que sean. Cuando actuamos
con pecado, actuamos de formas que deseamos y pretendemos. Así que
Dios hace lo correcto al hacernos responsables de nuestro pecado. Vivimos
en una época en la que muchos quieren culpar a los demás por lo que
hacen. Pero Dios tiene una mejor mirada. Somos responsables de todo el
pecado que llevamos a cabo con la naturaleza pecaminosa que nos llegó de
Adán, porque cuando pecamos, hacemos lo que queremos y llevamos a
cabo lo que pretendemos. El pecado es un asunto muy serio. Tenemos que
aceptar el hecho de que como pecadores por naturaleza y como pecadores
por decisión, somos profundamente culpables delante de Dios. No
podemos cargar a otro con el muerto. No podemos buscar chivos
expiatorios. Delante de Dios, somos culpables de nuestro pecado, y no
podemos echarle la culpa a nadie más. Puede que dentro de poco necesites
mirarte al espejo y recordarte a ti mismo: en Adán y fuera de la gracia de
Dios, soy pecador, soy culpable, y merezco ser condenado. Mientras no
enfrentemos estos hechos, nunca entenderemos la gloria del evangelio.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Pecamos porque ya somos pecadores, o nos volvemos pecadores la
primera vez que pecamos? ¿Cuál es la respuesta correcta según la Biblia, y
por qué?
2. ¿Por qué un pecado de Adán trajo el pecado a todo el resto de nosotros?
¿De qué manera esto nos ayuda a entender por qué todos (¡sí, todos!)
necesitamos un Salvador?

VERSO PARA MEMORIZAR

Romanos 5:12: «Por medio de un solo hombre el pecado entró en el


mundo, y por medio del pecado entró la muerte; fue así como la muerte
pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron».
El castigo por nuestro pecado

Es muy importante que entendamos correctamente lo que la Biblia


enseña acerca del castigo que merecemos como pecadores. ¿Por qué es
esto importante? Hay dos razones principales.
Primero, necesitamos saber lo terrible que debería ser nuestro castigo a
fin de que veamos lo terribles que son nuestro pecado y nuestra culpa
delante de nuestro Dios santo. Entendemos lo malo que ha sido nuestro
pecado cuando vemos lo malo que es el castigo que ahora merecemos. De
lo contrario, si pensamos que nuestro castigo delante de Dios será poca
cosa, entones también pensaremos naturalmente que nuestro pecado fue
poca cosa. Por ejemplo, si vieras que alguien es castigado con una leve
palmada en la mano, pensarías que, lo que sea que haya hecho, no pudo ser
tan malo. El castigo leve y el pecado leve van unidos. Pero el castigo
severo y el pecado severo también van unidos. Así que la primera razón
para entender correctamente la magnitud y el terror del castigo que
merecemos es que podamos ver la magnitud y la maldad de nuestro pecado
tal como es.
Segundo, necesitamos saber lo terrible que debería ser nuestro castigo
para que podamos maravillarnos y asombrarnos por nuestro Salvador,
Jesús, quien tomó nuestro castigo en sí mismo cuando murió en la cruz. Si
nuestro castigo es poca cosa, entonces cuando nos enteramos de que Jesús
tomó nuestro castigo, esto nos parece insignificante. Pero cuando vemos
nuestro castigo como la enorme, severa y horrible cosa que es, entonces
nos maravillamos y asombramos de que Jesús haya tomado en sí mismo
ese castigo por nosotros. Por ejemplo, si le debieras cinco centavos a
alguien, y llegara un amigo y los pagara por ti, estarías agradecido, pero no
lo considerarías una gran cosa. A fin de cuentas, solo eran cinco centavos.
Pero si le debieras a alguien cinco mil dólares o cinco millones de dólares,
y llegara un amigo y pagara esa deuda por ti, estarías absolutamente
asombrado, y con razón. Tal como el castigo formidable y el pecado
formidable van unidos, de forma similar, un castigo formidable y salvación
formidable van unidos. Si esperamos ver correctamente a Jesús como el
Salvador y maravillarnos de la magnitud de su obra salvadora, debemos
entender la magnitud del castigo por el pecado que merecemos, un castigo
que él ha tomado en la cruz en nuestro lugar.
La primera advertencia del castigo por el pecado llega ya en Génesis 2.
Como recordarás, Dios le dijo a Adán que el día que comiera del árbol del
conocimiento del bien y del mal, ciertamente iba a morir (vv. 16-17). Al
seguir leyendo la Biblia, lo que queda claro es lo que realmente implica
este castigo por el pecado. La muerte de la que aquí se habla significa más
que morir físicamente, que el cuerpo se muera. Lo más importante que
implica la muerte por el pecado es una separación de Dios y todo lo que
Dios es. Si recuerdas los primeros capítulos de este libro, dijimos que Dios
posee en su propia vida toda cualidad buena que existe. Solo él tiene todo
lo que es bueno, verdadero, bello, sabio y alegre. Estar separado de Dios,
entonces, es estar separado de todo lo que es bueno, todo lo bello, todo lo
alegre, y así sucesivamente. Como dice el apóstol Pablo, aquellos que
deben pagar por su propio pecado «sufrirán el castigo de la destrucción
eterna, lejos de la presencia del Señor y de la majestad de su poder, el día
en que venga para ser glorificado por medio de sus santos y admirado por
todos los que hayan creído, entre los cuales están ustedes porque creyeron
el testimonio que les dimos» (2 Tesalonicenses 1:9-10). En consecuencia,
la muerte que trae nuestro pecado en realidad consiste en que se nos quita
todo posible goce y cosa buena que nosotros queremos tener
desesperadamente. Estar «lejos de la presencia del Señor» es estar
separado de la fuente de toda cosa buena, de Dios mismo. Todo bien está
en Dios, y en nuestro pecado estamos separados de Dios. En consecuencia,
no tenemos parte en nada bueno por siempre, porque no tenemos parte en
Dios.
Pero la muerte significa aún más que esto. Esta separación de Dios no
solo implica que no tengamos cosas buenas que desearíamos tener.
También significa que lo que sí tenemos es doloroso, desdichado y
horrible más allá de lo que somos capaces de imaginar adecuadamente. La
Biblia afirma claramente que el castigo por nuestro pecado involucra gran
desdicha que jamás puede terminar. Jesús describe algunos aspectos de
este castigo en la historia que cuenta acerca del rico y Lázaro. Después que
ambos, el rico y el pobre Lázaro, murieron, fueron a lugares muy
diferentes. Lázaro fue a estar con Abraham y disfrutó de estar en un lugar
de paz y alegría. Pero el rico más bien fue a un lugar de tormento. Según lo
que relata Jesús, «en el infierno, en medio de sus tormentos, el rico levantó
los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Así que alzó la
voz y lo llamó: “Padre Abraham, ten compasión de mí y manda a Lázaro
que moje la punta del dedo en agua y me refresque la lengua, porque estoy
sufriendo mucho en este fuego”. Pero Abraham le contestó: “Hijo,
recuerda que durante tu vida te fue muy bien, mientras que a Lázaro le fue
muy mal; pero ahora a él le toca recibir consuelo aquí, y a ti, sufrir
terriblemente. Además de eso, hay un gran abismo entre nosotros y
ustedes, de modo que los que quieren pasar de aquí para allá no pueden, ni
tampoco pueden los de allá para acá”» (Lucas 16:23-26).
En esta historia vemos en alguna medida lo terrible que es el castigo
que experimenta el hombre rico. Su angustia es inmensa, y él ansía algún
alivio. Pero no habrá alivio para él; en efecto, no es posible brindar alivio.
Un gran abismo separa al rico de Abraham y Lázaro, de manera que nadie
puede cruzar para llevarle siguiera una gota de agua. Y lo que es peor, la
presencia de ese abismo significa que nunca habrá esperanza alguna de
que el rico cruce hacia la tierra donde Lázaro ha recibido tanto gozo.
Profunda angustia, ausencia de alivio, tormento implacable que nunca
acaba y siempre es horrible; esto describe parte del castigo que nos espera
a cada uno como pecadores, aparte de la gracia de Dios en Cristo.
Jesús enseñó mucho más acerca de este tema, como ya debes saber. Él
habló de nuestro castigo en el infierno con frases como fuego «eterno» o
«inextinguible» (Mateo 25:41; Marcos 9:43), donde hay «llanto y rechinar
de dientes» (Mateo 13:42), y donde el «gusano no muere y el fuego no se
apaga» (Marcos 9:48).
Al concluir esta sección, recuerda una verdad importante: Dios es
justo. Él no le da a nadie un castigo peor del que merece. Así que, cuando
vemos en la Biblia lo grande que es el castigo por nuestro pecado, nos
damos cuenta de nuevas formas de lo grande que es nuestro pecado delante
de Dios. Y cuando vemos la magnitud de nuestro castigo por el pecado,
también vemos mejor la magnitud del sacrificio de Cristo para cargar
nuestro castigo en nuestro lugar. Pensemos profundamente, entonces,
acerca de la magnitud de nuestro castigo para ver con mayor claridad la
magnitud de nuestro pecado, y luego (¡sí!), la magnitud del pago de
nuestro Salvador y Cristo de la totalidad del castigo por ese pecado. Qué
horribles pecadores somos delante de Dios. Tan solo mira el castigo que
merecíamos pagar. Pero qué gran Salvador es Jesús. Mira aún más de
cerca su gracia y misericordia cuando asumió todo el castigo por nuestro
pecado a través de su muerte en la cruz. Enorme castigo, enorme pecado;
enorme castigo, enorme Salvador; veamos todo esto como Dios lo ve, para
humildad de nuestras almas necesitadas y para la gloria de su nombre
inigualable.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. Dado que Dios es justo, debe castigar nuestro pecado. ¿Cómo sería ese
castigo si recibiéramos el castigo por nuestro pecado?
2. Entendemos lo malo que ha sido nuestro pecado cuando vemos lo malo
que es el castigo que ahora merecemos. ¿De qué manera esto nos ayuda a
apreciar la grandeza de Cristo y de su muerte que paga el castigo de
nuestro pecado?
VERSO PARA MEMORIZAR

Romanos 6:23: «Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la


dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor».
5

QUIÉN ES JESÚS
Una persona que estaba viva mucho antes
de nacer

¿Has conocido alguna vez a alguien que haya estado vivo mucho
antes de nacer, unos miles y millones de años antes de nacer? Dirás que es
una idea loca, y con razón, ¡en la mayoría de los casos! Todos
comenzamos nuestra vida cuando somos concebidos y luego, nueve meses
más tarde, nacemos al mundo. Pero Jesús es una excepción a esta regla.
Jesús, como el eterno Hijo del Padre, como la segunda Persona de la
Trinidad, vivió eternamente (por siempre en el pasado) antes que fuera
concebido por el Espíritu Santo en el vientre de su madre, la virgen María.
Por lo tanto, Jesús es el único ser humano que ha vivido mucho
(¡realmente muchísimo!) tiempo antes de nacer.
¿Por qué es importante esto? Bueno, es importante por una sencilla
razón. Para que nuestro Salvador Jesús sea a la vez Dios y hombre, debe
ser Dios antes que también se convierta en hombre. Dado que Dios no
tiene principio ni final (Dios es eterno o vive por siempre en el pasado y en
el futuro), entonces Jesús, como el eterno Hijo de Dios, tampoco tuvo
principio y no tendrá final. Pero la vida humana de Jesús sí tuvo un
comienzo, pues toda vida humana debe comenzar en algún punto. En
consecuencia, Jesús como Dios no tuvo comienzo. Pero Jesús como
hombre tuvo un comienzo cuando fue concebido por el Espíritu Santo en
María. Jesús como Dios vivió mucho tiempo (eternamente) antes que Jesús
como Dios-hombre naciera en este mundo.
Uno de los pasajes más potentes que muestra que Jesús sabía que había
existido como Dios mucho antes que naciera en Belén es su afirmación en
Juan 8:58. Dado que este verso también demuestra la deidad de Cristo, es
uno que ya hemos considerado antes. Escucha la discusión entre Jesús y
los maestros judíos. Jesús dijo: «“Abraham, el padre de ustedes, se
regocijó al pensar que vería mi día; y lo vio y se alegró”. “Ni a los
cincuenta años llegas”, le dijeron los judíos, “¿y has visto a Abraham?”.
“Ciertamente les aseguro que, antes de que Abraham naciera, ¡yo soy!”»
(Juan 8:56-58). Los maestros judíos no sabían qué hacer con Jesús. Él
siempre estaba haciendo afirmaciones y declaraciones que a ellos les
costaba entender, y a veces no les gustaba lo que oían. Así que, cuando
Jesús les dijo que Abraham había visto el día de Jesús, ellos no pudieron
entender cómo era eso posible. Después de todo, Abraham vivió alrededor
de dos mil años antes que ocurriera esta discusión entre Jesús y los
maestros judíos. Y por lo que ellos observaban, Jesús tenía mucho menos
de cincuenta años. ¿Cómo podría Abraham haber visto a Jesús?
¡La respuesta que les dio Jesús los dejó pasmados! Él les dijo:
«Ciertamente les aseguro que, antes de que Abraham naciera, ¡yo soy!»
(Juan 8:58). Las primeras palabras, «ciertamente les aseguro», es la
manera de Jesús de decir: «Lo que les estoy diciendo es la verdad
absoluta». Es decir, «antes que Abraham viviera, yo ya estaba vivo». Así
que Jesús estaba afirmando que tenía más de dos mil años de edad, y, no
obstante, estaba en el cuerpo de un hombre que tenía menos de cincuenta
años. ¿Cómo es esto posible? Bueno, la clave de su respuesta está en sus
palabras «yo soy». Aquí Jesús no estaba meramente afirmando que era
mayor que Abraham, lo cual parecería ridículo para un hombre que aún no
llega a los cincuenta. Lo que Jesús estaba afirmando realmente es que él
era el «Yo soy» de Éxodo 3, Yahvé, el Dios de Israel. Como vimos
anteriormente, cuando Moisés le pregunto a Dios su nombre para poder
decirle al pueblo de Israel en Egipto quién había hablado con él, Dios le
dijo que les dijera que «YO SOY» lo había enviado (Éxodo 3:14). Así que
Jesús afirma ser el «YO SOY» del Antiguo Testamento, Yahvé, el Dios de
Israel. Como Dios, entonces, Jesús vivió eternamente antes de ser
concebido y nacer como el Dios-hombre, Jesús.
Para confirmar que Jesús estaba en lo correcto al darse el nombre «Yo
soy» o Yahvé, algunos otros pasajes muestran que Jesús de hecho era
Yahvé del Antiguo Testamento. En Isaías 40:3 leemos: «Una voz
proclama: “Preparen en el desierto un camino para el SEÑOR; enderecen
en la estepa un sendero para nuestro Dios”». La palabra castellana
«SEÑOR» es la manera en que varias versiones en español traducen el
nombre de Dios, Yahvé o Jehová (literalmente «Yo soy»). Así que Isaías
habla del día cuando una voz llame a preparar el camino para Yahvé. Esto
se cumplió, por supuesto, cuando Juan el Bautista predicó y preparó el
camino para la llegada de Cristo (Mateo 3:3). Así que Yahvé de Isaías 40:3
es una referencia a Cristo.
Otro sorprendente pasaje que resulta que se trata de Cristo es Isaías 6.
Este pasaje describe la visión que tuvo Isaías del Dios santo que estaba
sentado en su trono excelso y sublime. En el verso 3, las huestes celestiales
claman: «Santo, santo, santo es el SEÑOR Todopoderoso; toda la tierra
está llena de su gloria». Como puedes ver, aquí se usa la misma palabra
«SEÑOR», lo que indica que ellos ven y adoran a Yahvé. Qué asombroso
es descubrir que la visión de este «SEÑOR» de Isaías 6:3 es de hecho una
visión del Hijo eterno que es Jesús, porque en Juan 12 el apóstol Juan hace
referencia a esta visión de Isaías en Isaías 6 y luego dice: «Esto lo dijo
Isaías porque vio la gloria de Jesús y habló de él» (v. 41). El punto, pues,
es este: Isaías en realidad había visto la gloria de Cristo y había hablado de
él. Jesús no es otro que Yahvé del Antiguo Testamento.
Consideraremos solo otros dos pasajes que muestren que Jesús como
Dios vivió eternamente antes de nacer también como un hombre en Belén.
Isaías 7:14 dice: «Una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá
por nombre Emmanuel» (NBLH). Como dice Mateo 1:23, este nombre de
Jesús significa «Dios con nosotros». Por lo tanto, Jesús nacido de la virgen
María es Dios nacido como hombre. Isaías 9:6 también indica que Jesús
nacido en Belén era Dios antes que se convirtiera también en hombre.
Dice: «Porque nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la
soberanía reposará sobre sus hombros, y se le darán estos nombres:
Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz». El
término más importante aquí para mostrar que Jesús era Dios antes que
naciera también como hombre es la frase «Dios fuerte». Esta expresión se
usa a menudo en el libro de Isaías para el Dios de Israel. Por ejemplo, se
puede ver la misma frase en el capítulo siguiente, en Isaías 10:21. Qué
sorprendente declaración es esta cuando uno piensa atentamente acerca de
lo que expresa. Nos nacerá un niño, se nos concederá un hijo, y su nombre
será… ¡Dios fuerte! ¡Nace un niño que es Dios! ¡Se concede un hijo que es
Dios! Efectivamente, Jesús nacido en Belén era eternamente Dios antes
que también se convirtiera en hombre. Dios eterno y un hijo humano:
ambas cosas son ciertas de nuestro Señor Jesucristo.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Por qué importa que Jesús existiera eternamente como Dios antes que
viniera y asumiera también su naturaleza humana? ¿De qué manera esto
nos ayuda a ver que Jesús es plenamente Dios como también plenamente
hombre?
2. ¿Qué dio a entender Jesús cuando dijo: «Antes de que Abraham naciera,
yo soy»? ¿De qué manera esto nos ayuda a entender mejor quién es Jesús
realmente?

VERSO PARA MEMORIZAR

Isaías 9:6: «Porque nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la


soberanía reposará sobre sus hombros, y se le darán estos nombres:
Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz».
La encarnación: Dios y hombre unidos

Al pensar acerca de la Encarnación —la unión del eterno Hijo de


Dios con una naturaleza humana plena— ¡estamos en medio de una de las
más grandes maravillas! Cómo puede ser esto posible, en esta vida en todo
caso, es un gran misterio. Pero aún más maravilloso es el hecho de que
Dios lo haya llevado a cabo por nuestra salvación. El mayor milagro que
se haya hecho en toda la historia es la unión de Dios y el hombre. Y esto
no lo hizo para presumir o para probar algún punto. Lo hizo porque esa era
la única forma en que nuestro Dios amoroso y santo podría salvarnos de
nuestro pecado. Oh, qué maravilla es la Encarnación. Oh, qué maravilla es
la cruz.
El término encarnación proviene del latín, no del hebreo (el idioma del
Antiguo Testamento) ni del griego (el idioma del Nuevo Testamento). En
latín, el término caro o carnis es el origen de la palabra «carne» en
español. Así que con la palabra «encarnación» los cristianos se han
referido al punto en la historia humana cuando el eterno Hijo de Dios se
unió con la carne humana o una naturaleza humana. Que el Dios pleno se
convirtiera también en un hombre pleno es la maravilla de la Encarnación.
Juntar Juan 1:1 con Juan 1:14 nos ayudará a ver lo que enseña la Biblia
acerca de la Encarnación. Estos versos dicen: «En el principio ya existía el
Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios… Y el Verbo se
hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la
gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de
verdad». El uso de Juan de la frase inicial «en el principio» intenta traer
algo muy específico a nuestra mente. Juan claramente está pensando en el
inicio del libro de Génesis, el cual comienza con estas mismas palabras:
«En el principio, Dios creó los cielos y la tierra» (Génesis 1:1 NTV).
El significado de esta frase «en el principio» tanto en Génesis 1:1
como en Juan 1:1 es esta: «Antes del comienzo del mundo…». Por lo
tanto, podríamos entender Génesis 1:1 con este significado: «Antes del
comienzo del mundo existía Dios, quien, como Dios eterno creó los cielos
y la tierra». El término «principio» no es una referencia al principio de
Dios, porque Dios no tiene principio, tal como no tiene final. El punto es
más bien lo contrario. Antes del comienzo del mundo, Dios ya había
estado viviendo su vida plenamente y por siempre. Pero ahora, en este
principio del tiempo, en este principio del mundo, este Dios eterno creó los
cielos y la tierra.
El significado en Juan 1:1 es muy similar, pero ahora tiene que ver con
la vida eterna del Verbo. Se podría entender Juan 1:1 Con el siguiente
significado: «Antes del comienzo del mundo era el Verbo, quien ha
existido siempre con Dios, y siempre ha existido como Dios». Por lo tanto,
la intención de Juan es ayudarnos a ver dos cosas acerca de este «Verbo».
Primero, él quiere que veamos que el Verbo siempre ha estado con Dios.
Esto no significa que el Verbo no sea Dios mismo, sino que requiere que
entendamos que el único Dios es más de una persona. Pero, en segundo
lugar, él quiere que veamos que el Verbo siempre ha sido Dios. Por este
motivo, el Verbo es eterno y no tiene principio. Las dos verdades de Juan
1:1 entonces son estas: 1) como el Verbo que es el eterno Hijo del Padre,
este Verbo siempre ha existido con Dios su Padre. 2) En naturaleza, el
Verbo es el Dios eterno, y este Verbo siempre ha existido como Dios.
Estas son verdades muy elevadas y sublimes, pero es importante que
tratemos de entenderlas, porque esa es la única forma de entender quién es
Jesús realmente.
Resumamos lo que hemos visto en Juan 1:1, 14. Juan 1:1 se puede
entender de esta forma: «Antes del comienzo del mundo era el Verbo,
quien siempre existió como el eterno Hijo con Dios su Padre, y quien
siempre existió con la naturaleza de Dios como Dios». Ahora, cuando
añadimos la idea de Juan 1:14, nos asombramos. Se podría entender Juan
1:14, que fluye de Juan 1:1, de la siguiente forma: «Este mismo Verbo —
quien es el Hijo eterno que vive siempre con Dios su Padre y quien es Dios
en su propia naturaleza—, sí, el mismísimo Verbo ha venido a la tierra y se
ha convertido también en un hombre pleno. Como el Dios-hombre, vivió
en medio de nosotros para que pudiéramos verlo de cerca y observar cómo
es él. Al verlo durante muchos años, vimos la gloria que poseía, una gloria
del único Hijo que era la misma gloria de su Padre, una que está llena de
gracia y llena de verdad». ¡Qué asombroso es que Dios se convirtiera
también en un hombre! ¡No hay nadie como Jesús!
Otro pasaje que deberíamos considerar aquí es el comienzo del libro de
Hebreos: «Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros
antepasados en otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales
nos ha hablado por medio de su Hijo. A este lo designó heredero de todo, y
por medio de él hizo el universo. El Hijo es el resplandor de la gloria de
Dios, la fiel imagen de lo que él es, y el que sostiene todas las cosas con su
palabra poderosa» (Hebreos 1:1-3a). Tal como en Juan 1:1, 14, aquí el
Hijo viene mostrando la gloria de su Padre a través de la forma física
visible de un hombre en el que se había convertido. La frase que aquí nos
atrae es esta: «El Hijo [el Dios-hombre] es el resplandor de la gloria de
Dios, la fiel imagen de lo que él es». El autor de Hebreos claramente
quiere que veamos a este Hijo como la mayor revelación de Dios, pues
ahora Dios nos habla a través de su propio Hijo. Uno podría esperar que
esta revelación no fuera muy espectacular. Pero lo es. Este Hijo manifiesta
el resplandor de la mismísima gloria de Dios, y este Hijo es la fiel imagen
de la naturaleza misma de Dios. Qué asombroso es, en efecto, que el Dios
pleno con la plena gloria de Dios se uniera con el hombre pleno con el fin
de dar a conocer la gloria de Dios a los demás hombres.
Continuaremos pensando acerca de algunos otros aspectos de la
Encarnación en la siguiente sección. Quizá sea mejor concluir ahora
tomándonos un momento para detenernos a maravillarnos de nuestro
Salvador, Jesús, quien, como verdadero Dios vino a la tierra a convertirse
también en un verdadero hombre. A menudo me he preguntado si existe
alguna analogía que nos ayude a ver esto. ¿Sería como si tú, un ser
humano pleno, te unieras también a la naturaleza de un gusano, un caracol
o un pez? Sí, pero… no. No importa lo inferior que fuera la criatura con la
que te unieras, todavía sería una criatura que se une a otra criatura.
Simplemente no podemos imaginar o entender lo que ha hecho Dios el
Hijo en obediencia a su Padre cuando él, el eterno Dios infinito, Creador
de todo lo que existe, vino y asumió también la naturaleza de la pequeña y
finita criatura humana. Dios y el hombre, Creador y criatura, Infinito y
finito, Todopoderoso y débil: qué asombrosa es la encarnación, y qué
asombroso es nuestro Salvador.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. Concluimos pensando que el hecho de que Jesús se convirtiera también
en hombre es mucho más grandioso que si tú o yo nos convirtiéramos
también en un caracol, un gusano o un pez. ¿Por qué es así? ¿Y de qué
manera esto te ayuda a honrar y adorar a Cristo por venir a la tierra para
convertirse también en uno de nosotros?
2. Dado que el Hijo eterno se convirtió también en ser humano, puede
entender las debilidades y dificultades que nosotros experimentamos en la
vida. ¿Por qué esto te debería ayudar a confiar en Cristo y orar a él cuando
pasas por momentos difíciles?

VERSO PARA MEMORIZAR

Juan 1:14: «Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos


contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del
Padre, lleno de gracia y de verdad».
Cómo Jesús se despojó de sí mismo
al convertirse también en hombre

Cuando el Hijo eterno se convierte también en hombre, ¿significa


que debe dejar de ser Dios? ¿Tiene que renunciar a algunas cualidades que
son suyas como Dios? Si no lo hace, ¿cómo puede ser verdaderamente
hombre? ¿Cómo puede ser plenamente Dios y plenamente hombre y vivir
su vida como uno de nosotros, experimentando la vida como hacemos
todos los humanos? ¿Cómo es esto posible? Para abordar estas preguntas
en esta sección, analizaremos un pasaje clave de la Escritura. Es uno de los
pasajes más ricos y bellos de toda la Biblia que enseña acerca de la
Encarnación, la unión del eterno Hijo de Dios con una plena naturaleza
humana. Consideraremos lo que dice y luego intentaremos ilustrar su
verdad con el fin de entender mejor qué significa que nuestro Salvador
Jesús, el Dios eterno, se haya convertido también en humano por nuestra
salvación.
Filipenses 2:5-11 dice: «La actitud de ustedes debe ser como la de
Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a
Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó
voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a
los seres humanos. Y, al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo
y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Por eso Dios lo
exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre,
para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la
tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el
Señor, para gloria de Dios Padre».
La idea central de los versos 6-8 es que Jesús, quien existía
eternamente como Dios, eligió humillarse y convertirse también en
hombre a fin de servirnos con su obediente muerte en la cruz. Pero hay una
parte de estos versos que han resultado confusos para la comprensión de
los cristianos a través de las épocas. Al final del verso 6 y el comienzo del
verso 7, leemos que Jesús, aunque era Dios, «no consideró el ser igual a
Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó
voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo». ¿Qué significa que
Jesús no considerara el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, y más
bien se rebajó voluntariamente? ¿Significa que Jesús dejó de ser Dios
cuando se rebajó al volverse un simple siervo? Algunos han entendido de
esa forma este pasaje, y han estado muy equivocados. Pablo no está
diciendo que Jesús dejara de ser Dios; el pasaje no enseña eso. Además, si
Jesús no era plenamente Dios, no podría ser nuestro Salvador (tal como no
podría ser nuestro Salvador si no fuera plenamente humano). No, Jesús
siguió siendo plenamente Dios cuando se convirtió también en un hombre
pleno. ¿Qué, pues, quiere decir Pablo en este pasaje?
Una de las claves para entender este pasaje se halla en la palabra griega
que comienza el verbo 7. La palabra que aquí se traduce como «se rebajó»
también se podría traducir simplemente como «se vertió». Es una forma de
una palabra griega muy común que se usa en la vida cotidiana para verter
agua desde un jarro o verter vino en un vaso. Las versiones RV y NBLH
usan la frase «se despojó a sí mismo» para traducir esta palabra.
Esta es la idea de lo que Pablo está diciendo: el Hijo, quien era
plenamente Dios, en lugar de rehusar dejar las glorias de su sitio junto al
Padre, se vertió o se despojó, tomando forma de siervo. Nótese que el
pasaje no dice que el Hijo vertiera sus cualidades. Una vez más, muchos
han pensado muy erradamente al respecto. Han pensado que Cristo cedió
las cualidades de su deidad, como su omnipresencia (ser capaz de estar
presente en todo lugar) o su omnisciencia (ser capaz de conocerlo todo). Si
es así, entonces Jesús no era plenamente Dios. Pero aquí lo más importante
es que esto no es lo que dice el pasaje. Dice que Cristo «se vertió a sí
mismo», no que vertió cualidades desde él. ¿Ves la diferencia? Nuestro
Salvador se vertió a sí mismo completamente cuando se hizo hombre.
Todo lo que él era, incluyendo toda su deidad, se vertió cuando asumió
también la plena humanidad.
Otra clave para entender este pasaje se encuentra en la siguiente
palabra; es un gerundio que explica cómo se realizó el vertimiento. Mírala
atentamente. Jesús, plenamente Dios, se vertió a sí mismo «tomando la
naturaleza de siervo». El gerundio «tomando» explica cómo ocurrió el
vertimiento o vaciamiento. Él se vertió a sí mismo (todo lo que era como
Dios) tomando la naturaleza de siervo; se vació a sí mismo (todo lo que era
como Dios) tomando la naturaleza humana. Es extraño, ¿no es cierto?
Verter tomando, vaciar añadiendo, disminuir aumentando. ¿Qué es esto?
Permíteme dar una ilustración de cómo podría ser una sustracción
mediante adición, y cómo podría ocurrir. Imagina que alguien, por
ejemplo, un hermano tuyo mayor, estuviera buscando un auto nuevo para
comprar. Él va a una venta de automóviles BMW y pide probar un bello y
reluciente carro deportivo totalmente nuevo. El vendedor le da las llaves, y
sale a conducir. Ahora, tú debes saber que en los últimos días había llovido
a cántaros en tu zona, y tu hermano decide salir a conducir este brillante
auto nuevo en los barrosos caminos del campo. Bueno, como podrás
imaginar, los caminos estaban llenos de lodo, y tu hermano condujo
alocadamente este auto, girando y derrapando en cada curva en el fango
antes de devolverlo a la sala de exhibición. Al entrar con el carro
totalmente cubierto de lodo, el vendedor exclama: «¡Qué hizo con mi
auto!». Pero tu hermano responde con toda calma: «Ah, no se preocupe.
No he tomado nada de su auto, solo le he añadido». Y, desde luego, tu
hermano tiene razón. Todas las cualidades del automóvil estaban ahí.
Todavía tenía su bella capa de pintura y su brillo. Nada de lo que había
antes había sido quitado. Más bien se le había añadido algo: ¡una gruesa
capa de lodo! Pero fíjate en lo que hizo este lodo. Cubrió aquel bello
resplandor de modo que, aunque seguía allí, no era visible. Incluso se
podría decir que el barro actuaba para ocultar la gloria y el resplandor del
auto, aunque las cualidades seguían ahí, solo que cubiertas.
De manera similar, la plenitud del Hijo con cada cualidad de su deidad
fue vertida. No se perdió nada de su deidad, sino más bien su vida entera
fue vertida cuando asumió la forma de siervo. Cuando esa naturaleza
humana envolvió, por así decirlo, su naturaleza divina, parte de la gloria y
el esplendor de lo que él es como Dios, quedó cubierta; pero no se perdió
ni fue cedida, sino que fue cubierta. Dado que ahora él escogió vivir
plenamente como hombre, esto requería que ciertos aspectos de su deidad
tuvieran que permanecer ocultos. Para ser hombre, por ejemplo, tendría
que aceptar las limitaciones de estar en un solo lugar a la vez, de aprender
cosas nuevas a medida que crecía de la infancia a la hombría, de
experimentar hambre, sed, cansancio y debilidad como les ocurre a todos
los seres humanos, etc. En vista de esto, ¿debemos decir que Jesús entregó
estas cualidades de su deidad? No, insisto, ¡no! Más bien decimos que
Cristo voluntariamente cedió el legítimo uso de algunas de las capacidades
de su naturaleza divina con el fin de experimentar plenamente ahora su
vida como hombre. Así que, aunque en su naturaleza era plenamente Dios,
no obstante, con el fin de vivir en la plena naturaleza de un hombre, él
cedió la expresión o ejercicio de algunas de sus capacidades divinas. Él no
cedió las capacidades divinas en sí mismas. De esta forma, Cristo se vació
añadiendo; hubo una sustracción del uso de ciertos aspectos de su deidad
al tomar la plena experiencia de su humanidad. ¿Y por qué? Todo por el
propósito de humillarse para convertirse en nuestro siervo, un ser humano
pleno que obedecería a su Padre hasta la muerte, y aun una muerte en la
cruz. Qué humillación la que experimentó. ¡Qué gran Salvador es él!

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Cuál es la idea principal de Filipenses 2:5-8? ¿Cómo podemos
aprender del ejemplo de Jesús al vivir nuestra propia vida?
2. ¿Se te ocurre algún otro ejemplo de sustracción mediante adición, de
hacer que algo parezca inferior al añadirle algo?

VERSO PARA MEMORIZAR

Filipenses 2:6-7: «…siendo por naturaleza Dios, [Jesús] no consideró el


ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó
voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a
los seres humanos».
Jesús vivió en el poder del Espíritu

Los relatos de la vida y el ministerio de Jesús de los Evangelios dejan


claro que el Espíritu estuvo sobre él durante toda su vida. De hecho, como
veremos más en un instante, el hecho de que Jesús sería ungido con el
Espíritu fue predicho por los profetas del Antiguo Testamento. El Mesías
que vendría, decían ellos, tendría el Espíritu sobre él. Pero en este punto,
quizá surjan algunas preguntas en tu mente. Por ejemplo, si Jesús en
verdad era plenamente Dios, como hemos visto que enseña la Biblia y es
verdad, entonces, ¿por qué iba a tener también al Espíritu Sobre él?
Después de todo, ¿qué podría añadir el Espíritu de Dios a la naturaleza
divina que Jesús ya poseía? ¿No pareciera que el darle el Espíritu a Jesús
en realidad no traería ningún beneficio, porque él ya tenía todo el mismo
poder en su propia naturaleza divina? ¿Por qué, pues, la Biblia al parecer
le da gran importancia a que Jesús, el Mesías, tuviera el Espíritu sobre él?
¿Cuál es el propósito de que Jesús fuera ungido con el Espíritu?
Antes que vayamos al meollo de estas preguntas, observemos solo
algunos pasajes que hablan del Espíritu en acción en la vida y el ministerio
de Jesús. Sin duda, uno de los pasajes más importantes del Antiguo
Testamento están en Isaías 61, un pasaje que Jesús cita acerca de sí mismo
al comienzo de su ministerio. Isaías había escrito: «El Espíritu del Señor
omnipotente está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas
nuevas a los pobres. Me ha enviado a sanar los corazones heridos, a
proclamar liberación a los cautivos y libertad a los prisioneros, a pregonar
el año del favor del Señor y el día de la venganza de nuestro Dios, a
consolar a todos los que están de duelo, y a confortar a los dolientes de
Sión. Me ha enviado a darles una corona en vez de cenizas, aceite de
alegría en vez de luto, traje de fiesta en vez de espíritu de desaliento. Serán
llamados robles de justicia, plantío del Señor, para mostrar su gloria» (vv.
1-3; cf. Isaías 11:1-9; 42:1-9). ¡Qué glorioso pasaje! Aquí, Isaías habla de
un día futuro cuando el tan esperado Mesías de Israel vendría a traer
buenas nuevas de restauración para el pueblo de Dios. Para hacer esto, el
Espíritu de Dios estaría sobre el Mesías. Mediante el poder del Espíritu en
acción en su vida, el Mesías (Jesús) predicaría lo que había sido enviado a
predicar, a saber, buenas nuevas a los pobres, a los quebrantados, y a los
encarcelados. Observa que la capacidad o poder para que el Mesías llevara
a cabo este llamado provenía del Espíritu que había venido sobre él.
Jesús se refirió a este mismo pasaje cuando le pidieron que leyera en la
sinagoga el día sábado. Lucas registra el siguiente relato: «Y le entregaron
[a Jesús] el libro del profeta Isaías. Al desenrollarlo, encontró el lugar
donde está escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha
ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a
proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en
libertad a los oprimidos, a pregonar el año del favor del Señor”. Luego
enrolló el libro, se lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos los que
estaban en la sinagoga lo miraban detenidamente, y él comenzó a
hablarles: “Hoy se cumple esta Escritura en presencia de ustedes”» (4:17-
21). Este relato es asombroso en muchos sentidos, pero para nuestros
propósitos deberíamos observar lo siguiente: Jesús se identificó como
Aquel que cumplía la promesa de esta profecía del Antiguo Testamento.
Jesús estaba ungido con el Espíritu, como Isaías había dicho que estaría el
Mesías. El Antiguo Testamento había dejado claro que el Salvador que
vendría estaría lleno del Espíritu, y Jesús le hizo saber a la gente que él era
ese Mesías ungido con el Espíritu.
¿Para hacer qué cosa potenció el Espíritu a Jesús? Bueno, vimos recién
que Isaías 61;1-3 predijo que el Espíritu le daría poder para proclamar lo
que Dios le había dicho que dijera. Cuando uno piensa cuánto del
ministerio de Jesús involucró enseñanza y predicación, se da cuenta de lo
mucho que actuó el Espíritu potenciando a Jesús para que proclamara
exactamente lo que debía. Mateo 12:22-29 es otro pasaje que nos abre una
ventana hacia la manera en que Jesús vivió su vida. Los maestros judíos
habían sido testigos de un milagro que Jesús había hecho, y temían que
algunos pudieran llegar a la conclusión de que Jesús era el Mesías de Dios.
Así que ofrecieron una explicación para el milagro: «Este no expulsa a los
demonios sino por medio de Beelzebú, príncipe de los demonios» (v. 24).
Jesús supo que lo habían acusado de hacer el milagro por el poder de
Satanás. Así que respondió: «En cambio, si expulso a los demonios por
medio del Espíritu de Dios, eso significa que el reino de Dios ha llegado a
ustedes» (v. 28). Este habría sido el momento perfecto para que Jesús
dijera: «Yo expulso este demonio por mi propio poder divino porque soy
Dios», si ese hubiera sido el caso. Pero no lo hizo. Más bien dijo que
expulsaba este demonio por el poder del Espíritu, y por ese motivo, ellos
debían saber que el reino de Dios había llegado. Después de todo, pasajes
como Isaías 11, 42 y 61 habían señalado que el Rey venidero tendría el
Espíritu sobre él. Así que ellos debían saber que si este hombre (Jesús)
realizaba estos milagros por el poder del Espíritu, entonces debía ser el
Rey, y el reino debía haber llegado.
Un último verso que analizaremos ¡proporciona un resumen de toda la
vida, ministerio y milagros en una sola oración! Una vez más, veremos el
lugar central que ocupa el Espíritu. En su sermón a Cornelio, Pedro
declara: «Me refiero a Jesús de Nazaret: cómo lo ungió Dios con el
Espíritu Santo y con poder, y cómo anduvo haciendo el bien y sanando a
todos los que estaban oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él»
(Hechos 10:38). Observa que Pedro no se refirió a la propia naturaleza
divina de Jesús para explicar el poder que usaba Jesús en su vida y para
sus milagros. No dijo que Jesús «anduvo haciendo el bien y sanando a
todos los que estaban oprimidos por el diablo» mediante su propio poder
divino. Aunque él era el eterno Hijo de Dios y sí tenía el poder de su
propia naturaleza divina, Pedro no habló de esto. Pedro más bien dijo que
Jesús vivió fielmente y realizó milagros porque Dios (su Padre) lo había
ungido «con el Espíritu Santo y con poder», que Dios estuvo «con él»
durante toda su vida. En suma, cuando Pedro miraba toda la vida de Cristo,
incluyendo su conducta obediente y su poder milagroso, él lo explicaba
diciendo que Dios había ungido a Jesús «con el Espíritu Santo y con
poder». Jesús vivió su vida, obedeció al Padre, y realizó las obras que hizo
en el poder del Espíritu.
Concluimos con una pregunta muy importante: ¿por qué tenía Jesús al
Espíritu Santo sobre él, si él era plenamente Dios y podría haber hecho
todo lo que hizo por el poder de su propia naturaleza divina? Respuesta:
aunque Jesús era plenamente Dios, no vivió su vida mediante su poder
divino como Dios, porque vino a vivir una vida humana real, totalmente
como hombre. Vino a vivir como uno de nosotros, a experimentar las
limitaciones y luchas de nuestra vida, a sufrir las tentaciones que nosotros
encontramos. Pero para hacerlo, no podía vivir como un verdadero hombre
usando al mismo tiempo el poder que solo él tendría como Dios. Al vivir
por su poder como Dios, no habría vivido, no habría podido vivir, como
uno de nosotros. Así que, en lugar de ello, él como hombre dependió de
que el Espíritu de Dios le concediera todo lo que necesitaba para vivir
fielmente y llevar a cabo todo lo que el Padre lo había enviado a hacer.
Como hombre, con el poder del Espíritu, él cumplió su llamado. Y antes
de partir les dijo a sus discípulos la cosa más asombrosa. Les dijo que el
Espíritu que había estado sobre él también estaría sobre ellos (Juan 14:16–
17; 15:26–27; 16:5–15). También ellos tendrían la misma potenciación del
Espíritu que había tenido Jesús. De esta manera, Jesús vivió una verdadera
vida humana y realmente es un ejemplo de cómo deberían vivir sus
seguidores. Así como él vivió por el Espíritu, ellos están llamados a vivir
por el Espíritu. Estamos apropiadamente llamados a «seguir sus pasos» (1
Pedro 2:21). Así que, en tanto que confiamos en Cristo y recibimos su
Espíritu, que podamos mirar a Jesús y vivir cada vez más como él.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. Como hombre, potenciado por el Espíritu, Jesús cumplió el llamado y la
misión que Dios le había dado. ¿De qué manera esto nos ayuda a entender
correctamente la propia vida y ministerio de Jesús?
2. Jesús les dio a sus seguidores el mismo Espíritu que lo había potenciado
él. ¿De qué manera esto debería influir en nuestra comprensión de la forma
en que los cristianos deben llevar una vida fiel y obediente?

VERSO PARA MEMORIZAR

Hechos 10:38: «Me refiero a Jesús de Nazaret: cómo lo ungió Dios con el
Espíritu Santo y con poder, y cómo anduvo haciendo el bien y sanando a
todos los que estaban oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él».
Jesús resistió la tentación y vivió una vida
sin pecado

Una pregunta que muchos se han hecho a través de las épocas es


esta: a lo largo de toda su vida, ¿pudo Jesús haber pecado alguna vez? Por
supuesto, todos los cristianos que creen en la Biblia creen que de hecho
Jesús no pecó. Pero esa no es la pregunta. Es totalmente cierto que no
pecó, pero ¿era posible que él pecara? ¿Podría haber pecado Jesús?
Parte de lo que vuelve tan difícil esta pregunta, y tan importante, es
que la Biblia enseña muy claramente que Jesús fue real y efectivamente
tentado. Hebreos 4:15 llega incluso a decir que Jesús fue «tentado en todo
de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado». Y el verso también
indica que este hecho debería ser una fuente de consuelo y fortaleza, pues
por su tentación Jesús es capaz de «compadecerse de nuestras
debilidades». Así que Jesús fue verdadera y efectivamente tentado, incluso
en todos los aspectos en que nosotros somos tentados, pero la pregunta es
esta: ¿cómo pudo Jesús haber sido verdaderamente tentado si él no podía
pecar? ¿Es posible creer que Jesús realmente fue tentado, por una parte, y
también creer, por otra parte, que él no podía haber pecado?
Bueno, comencemos con parte de la enseñanza bíblica de que Jesús no
pecó. En esto, la Escritura es totalmente clara: «Al que no cometió pecado
alguno [Cristo], por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él
recibiéramos la justicia de Dios» (2 Corintios 5:21). «Porque no tenemos
un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino
uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque
sin pecado» (Hebreos 4:15). «“Él no cometió ningún pecado, ni hubo
engaño en su boca”. Cuando proferían insultos contra él, no replicaba con
insultos; cuando padecía, no amenazaba, sino que se entregaba a aquel que
juzga con justicia» (1 Pedro 2:22-23, con una cita de Isaías 53:9). «Pero
ustedes saben que Jesucristo se manifestó para quitar nuestros pecados. Y
él no tiene pecado» (1 Juan 3:5).
No cabe ninguna duda de que la Escritura enseña que Cristo no pecó.
Para que él fuera el Cordero de Dios sin defecto y sustituto que quita el
pecado del mundo, tenía que ser sin pecado. Y él fue sin pecado. Pero
nuestra pregunta se mantiene: ¿era posible que él pecara, si bien nunca
pecó? Algunos han pensado que sí simplemente porque cuesta ver cómo
fue verdaderamente tentado si no era capaz de pecar. Pero otros han
sostenido la postura de que Cristo, como plenamente Dios, no podía haber
pecado. Después de todo, supongamos tan solo un momento que él hubiera
pecado. ¿Cómo podría cometer un acto inmoral sin que ese pecado
manchara su propia naturaleza divina? Y puesto que Dios no puede pecar,
¿cómo podía Jesús, como Dios, pecar alguna vez?
Yo estoy del lado de los que creen que es mejor pensar que Cristo no
podía haber pecado. La santidad de la naturaleza divina está en el corazón
de quien Dios es como Dios. Su santidad no puede ser contaminada. Dios
no puede involucrarse en el pecado. Para que Dios sea quien él es como
Dios, es imposible que su naturaleza perfecta e intachable sea manchada
por el pecado. Pero decir que Cristo podía haber pecado parece operar en
contra de la idea de que Dios no puede cambiar en su naturaleza santa y
moral. Si Cristo pudiera pecar, al parecer tanto su naturaleza divina como
su naturaleza humana estarían involucradas. El pecado es un acto moral
(en realidad, inmoral). Entonces, ¿cómo podría ser posible que Cristo
pecara y Dios no estuviera involucrado en el pecado? ¿Existe, pues, una
forma de entender las tentaciones reales de Cristo a la vez que también
sostenemos que Cristo no podía haber pecado?
Sí, yo creo que la hay. Y en esto veremos algunas lecciones sobre
cómo los seguidores de Jesús también deben luchar contra la tentación. Lo
que sugiero es lo siguiente: deberíamos entender que dos preguntas
diferentes necesitan recibir dos respuestas diferentes en lugar de la misma
respuesta para ambas. Las dos preguntas son estas: 1) por qué es que algo
no podía suceder, y 2) por qué es que algo no ocurrió. Puede parecer que
estas son dos formas de hacer la misma pregunta, y así requeriría la misma
respuesta. Pero no es así. Quiero ofrecer una ilustración de la diferencia
entre estas dos ideas, y luego veremos de qué manera ayuda con nuestra
pregunta sobre las tentaciones de Jesús.
Imagina a un nadador que quiere intentar romper el récord mundial del
nado continuo más largo (el cual, por lo que he leído, es de más de cien
kilómetros). Mientras este nadador entrena, aparte de sus nados diarios de
ocho a quince quilómetros, incluye nados semanales más largos. En alguno
de los nados de 50 a 60 kilómetros, se da cuenta de que sus músculos
comienzan a contraerse y se acalambran un poco, y se preocupa de que al
tratar de romper el récord mundial, sus músculos se acalambren tanto que
podría ahogarse. Así que conversa con algunos amigos, y deciden seguir al
nadador en un bote a unos seis u ocho metros, lo bastante cerca como para
recogerlo si hay un problema grave, pero lo bastante lejos como para no
estorbar al nadador. Llega el día, y el nadador se zambulle y comienza.
Mientras nada, el bote lo sigue en todo momento un poco más atrás, listo
para recoge al nadador si es necesario. Pero no se necesita ayuda; con un
trabajo muy arduo y resolución, el nadador sigue avanzando, y a su debido
tiempo rompe el récord mundial.
Ahora, considera dos preguntas: 1) en el suceso descrito, ¿por qué el
nadador no podía haberse ahogado? Respuesta: porque el bote estuvo
siempre cerca, listo para recogerlo si era necesario. Pero 2) ¿por qué el
nadador no se ahogó? Respuesta: ¡porque no dejó de nadar! Observa que
la respuesta a la segunda pregunta no tiene nada que ver con el bote. De
hecho, si tu respuesta a la pregunta dos fuera «el bote», el nadador
quedaría bastante confundido. Sencillamente no es verdad que el nadador
no se ahogó debido a que el bote estaba ahí. El bote, literalmente, no tuvo
absolutamente nada que ver con la razón por la que el nadador no se
ahogó. Por qué no podía haberse ahogado y por qué no se ahogó
requieren dos respuestas muy distintas.
Piensa nuevamente acerca de las tentaciones de Cristo a la luz de las
siguientes dos preguntas: 1) ¿por qué Cristo no podía haber pecado?
Respuesta: porque como Dios no podía pecar. Dios no puede pecar, y
Cristo no podía hacer algo que manchara su naturaleza divina. 2) ¿Por qué
Cristo no pecó? Respuesta: porque como hombre, con el poder del Espíritu
y lleno de la Palabra de Dios, usó todo lo que el Padre le dio para
permanecer obediente. Así que Jesús no pecó, no porque hiciera uso de su
propia naturaleza divina, sino más bien porque utilizó todos los recursos
que se le dieron como hombre. Él amaba y meditaba en la Palabra de Dios
(el Salmo 1, por ejemplo, se debería considerar como un salmo
primordialmente acerca de Cristo). Él oró a su Padre una y otra vez a lo
largo de su vida. Confió en la sabiduría y la rectitud de la voluntad y la
Palabra de su Padre. Y lo que es muy significativo, confió en el poder del
Espíritu para que lo fortaleciera para hacer todo aquello que estaba
llamado a hacer. Aunque era Dios, no luchó contra la tentación por el
poder de su naturaleza divina. Más bien confió en la Palabra de su Padre y
se apoyó en el poder del Espíritu que moraba en él.
Cuando vemos esto, nos damos cuenta de que Jesús vivió su vida con
un propósito de una forma que nosotros deberíamos seguir. Así como
Jesús se apoyó en la Palabra de Dios, la oración y el Espíritu en su interior,
así también Dios les ha dado los mismos recursos a los creyentes. Quienes
hemos confiado en Cristo y tenemos al Espíritu de Dios morando en
nosotros deberíamos ver en Jesús el mayor ejemplo de cómo deberíamos
vivir. Sí, deberíamos alegrarnos de que podamos resistir la tentación y
obedecer como hizo Jesús, con el mismo Espíritu y Palabra que tuvo Jesús.
Qué gran gracia, poder y ejemplo a seguir.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. Dado que Jesús nunca pecó, tampoco cedió a la tentación. Eso significa
que siempre sintió todo el peso de cada tentación que experimentó. ¿De
qué manera nos ayuda esto a confiar en Jesús cuando somos tentados?
2. De qué formas te sientes más a menudo o más fuertemente tentado?
¿Qué recursos provee Dios para ayudarte a resistir esas tentaciones?
¿Cómo puedes hacer un mejor uso de esos recursos?

VERSO PARA MEMORIZAR

Hebreos 4:15: «Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de


compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en
todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado».
Lo que los cristianos de la iglesia primitiva
llegaron a creer acerca de Cristo

Esta sección será un poco distinta a la mayor parte del resto del libro,
pero es una sección muy importante que es necesario incluirla. Aquí
daremos una breve mirada a lo que los primeros concilios de la iglesia (de
los siglos IV y V) decidieron respecto a la pregunta ¿quién es Jesús?
Somos parte de una muy larga tradición de cristianos comprometidos que
han pensado profunda y extendidamente acerca de las preguntas difíciles
de nuestra fe. Nosotros nos beneficiamos de su perspicacia, y deberíamos
estar agradecidos por la ayuda que nos han brindado hoy para permanecer
fieles a la propia enseñanza de la Escritura. ¿Qué, pues, han creído los
cristianos a través de las épocas acerca de Cristo?
En los siglos III y IV de la iglesia cristiana, una postura que muchos
consideraban era enseñada por un antiguo cristiano llamado Sabelio. Él
propuso que solo hay un Dios, y el Padre es ese Dios eterno. Pero el Padre
decidió venir a la tierra en el «modo» del Hijo, y nació como Jesucristo de
Nazaret. Después de la resurrección y ascensión de Cristo, el Padre decidió
venir a la tierra en el «modo» del Espíritu Santo. En Pentecostés (Hechos
2), el Padre, ahora como Espíritu, vino y habitó en la vida de los primeros
cristianos. Esta postura, llamada modalismo, cree que el Padre es
plenamente Dios, el Hijo es plenamente Dios, y el Espíritu Santo es
plenamente Dios, pero solo uno a la vez. Dios es primero el Padre, luego
es el Hijo, y luego es el Espíritu, uno a la vez, en lugar de ser Padre, Hijo y
Espíritu al mismo tiempo, eternamente. Ningún concilio eclesiástico era
necesario para convencer a los cristianos de que esta mirada sencillamente
no podía funcionar. Lo único que uno necesita hacer es considerar el
bautismo de Jesús o la oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní para
darse cuenta de que la Biblia requiere que el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo deban estar presentes al mismo tiempo. Por lo tanto, la iglesia
rechazó el modalismo.
Una postura aún más peligrosa fue presentada por un obispo de
nombre Arrio. Él desarrolló la idea de que, aunque Jesús es muy superior a
nosotros, de todas formas es una criatura que no es Dios eterno. Arrio
enseñó lo que a veces se denomina subordinacionismo, que el Hijo fue el
primer ser creado y era grande en poder. Pero solo el Padre era increado y
eterno. Así que, aunque el Hijo era grande, como criatura estaba
«subordinado» o en su naturaleza era inferior al Padre.
El primer concilio de toda la iglesia, el Concilio de Nicea, se reunión
en el 325 d. C. para decidir la cuestión de si Cristo era un ser elevado pero
creado o si era el Dios increado y eterno. El héroe del Concilio de Nicea
fue un obispo llamado Atanasio. Atanasio era un teólogo muy dotado y
piadoso que defendió la deidad de Cristo contra la postura de Arrio de que
Cristo era un mero ser creado altamente exaltado. No, argumentaba
Atanasio; el registro del Nuevo Testamento es tan claro y potente a favor
de la deidad de Cristo que debemos afirmar que Cristo es de la misma
naturaleza del Padre. La palabra griega que usó aquí Atanasio fue
homoousios (de homo, «mismo», y ousios, «naturaleza»), indicando que
Cristo poseía la misma e idéntica naturaleza que la del Padre. Algunos en
Nicea propusieron que quizá sería suficiente si decíamos que Cristo era
homoiousios (de homoi, «similar», y ousios, «naturaleza») o de naturaleza
similar a la del Padre. Pero Atanasio rechazó esta idea. El Credo Niceno
que fue escrito y todavía es recitado en muchas de nuestras iglesias hoy en
día siguió a Atanasio, insistiendo en que Cristo era de «una naturaleza» o
de una idéntica «misma naturaleza» (es decir, homoousios) con el Padre.
El segundo concilio fue celebrado en Constantinopla en el 381 a. C. Un
obispo de Laodicea llamado Apolinario estaba de acuerdo con el Concilio
de Nicea en que Cristo era plenamente Dios. Pero Apolinario negaba que
Cristo fuera también plenamente hombre. Apolinario no podía ver de qué
manera podía Cristo ser plenamente Dios y plenamente hombre, así que
comenzó a enseñar que, en Cristo, la plena naturaleza divina había venido
a residir dentro de un cuerpo humano, pero no estaba unida a una plena
naturaleza humana. Así que exteriormente Cristo tenía un aspecto humano,
pero en el interior era plenamente Dios, pero solo Dios. Cristo solo
«parecía» un hombre, y por eso a veces esta postura se ha denominado
«docetismo», de la palabra griega dokeo, «parecer».
El concilio de Constantinopla se reunió y rechazó la postura
apolinarista, argumentando que, si Cristo no hubiera asumido la plenitud
de nuestra naturaleza humana, no podría haberse ofrecido como uno de
nosotros y haber muerto en nuestro lugar por nuestro pecado. En suma, si
Cristo no era plenamente humano, no podía ser nuestro Salvador. Así que
la plena deidad de Cristo y también la plena humanidad de Cristo fueron
defendidas en los primeros dos concilios de la iglesia.
El tercer concilio se celebró en Éfeso en el 431 a. C. Habría surgido
otra enseñanza en la iglesia que afirmaba correctamente que Cristo era
plenamente Dios y plenamente hombre, pero resultó tener un problema en
la forma en que lo afirmaba. La principal enseñanza provenía de un obispo
de Constantinopla llamado Nestorio. Él creía y sostenía las decisiones
tomadas en Nicea y en Constantinopla de que Cristo era plenamente Dios
y plenamente hombre, pero pensó que si esto era cierto, entonces Cristo
debe ser dos personas. Nestorio no pudo entender cómo podía Cristo tener
la plena naturaleza de Dios y la plena naturaleza del hombre sin ser
también dos personas, una divina y la otra humana. El Concilio de Éfeso,
no obstante, rechazó esta postura, especialmente debido a la enseñanza de
Cirilo de Alejandría. Cirilo propuso que la persona del Hijo eterno vino y
se unió a una naturaleza humana, pero no se unió a una persona humana.
Si Jesús era dos personas, no sería verdaderamente un individuo que vivió,
ministró y murió en la cruz. Cristo más bien es una persona con dos
naturalezas, insistió el Concilio de Éfeso. Cristo, entonces, es plenamente
Dios (Nicea) y plenamente hombre (Constantinopla), dos naturalezas en
una persona (Éfeso).
El cuarto concilio se celebró en Calcedonia en el 451 d. C. Aquí se
zanjó la última cuestión en el centro de la comprensión de la iglesia acerca
de la persona de Cristo. La pregunta pendiente concernía a la manera en
que se relacionaban las dos naturalezas de Jesús. Eutiques había propuesto
que las naturalezas divina y humana de Jesús se habían combinado, de
modo que había resultado una fusión humano-divina de naturalezas. Es
algo así como verter jugo de manzana desde un jarro y jugo de sandía
desde otro jarro dentro de un jarro común. Lo que resulta no es jugo de
manzana ni jugo de sandía, sino una nueva mezcla que probablemente se
llame jugo de «mansandía». El Concilio de Calcedonia rechazó la postura
eutiquiana, y propuso más bien que se debe entender que las dos
naturalezas de Jesús están unidas pero «sin confusión, sin cambio, sin
división, sin separación». Es decir, cada naturaleza estaba plenamente
presente sin «confusión» (nuestro jugo de mansandía es un ejemplo de tal
«confusión»), pero también sin separación, de manera que las naturalezas
humana y divina estarían juntas para siempre en la persona de Jesucristo.
En consecuencia, los cuatro concilios contribuyeron de manera muy
importante a la comprensión de la iglesia acerca de Cristo. Jesucristo era
plenamente Dios (Nicea) y plenamente hombre (Constantinopla), con una
naturaleza divina y una naturaleza humana que están unidas pero no se
confunden (Calcedonia) en una sola persona (Éfeso). Tenemos una gran
deuda con la soberanía de Dios en su dirección de la iglesia para guiarla a
la verdad.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Puedes mencionar los nombres o fechas de los cuatro primeros
concilios de la iglesia y qué declararon que es verdadero acerca de Cristo?
2. ¿Por qué es importante que la iglesia rechace las falsas enseñanzas
como también que defienda las verdaderas enseñanzas de la Biblia acerca
de Dios y Cristo?

VERSO PARA MEMORIZAR

2 Corintios 10:5: «Destruimos argumentos y toda altivez que se levanta


contra el conocimiento de Dios, y llevamos cautivo todo pensamiento para
que se someta a Cristo».”
6

LA OBRA QUE JESÚS


HA REALIZADO
La muerte de Jesús muestra la justicia
de Dios y su misericordia hacia nuestro
pecado

¿Realmente tenía que morir Jesús para salvarnos de nuestro pecado?


¿Podría Dios haber hecho lo mismo de otra manera? Muchos cristianos
han hecho este tipo de preguntas a través de los años, y si tienen clara la
enseñanza de la Escritura, ellos conocen las respuestas. Sí, Jesús
efectivamente tenía que morir; y no, no había otra manera. Cuando Jesús
clamó a su Padre, llorando de agonía: «Padre mío, si es posible, no me
hagas beber este trago amargo» (Mateo 26:39), ¿puedes imaginar que el
Padre rechazara la seria petición de su Hijo si realmente hubiera habido
otra manera? La única razón por la que podemos entender que «el Señor
quiso quebrantarlo [a Cristo]» (Isaías 53:10) es que a través de la sangre
derramada de su único Hijo, y solo de esta manera, se podía obtener el
perdón de nuestro pecado y lograr nuestra plena salvación.
¿Por qué es así? ¿Qué hay detrás de la cruz de Cristo que explique por
qué Cristo tuvo que venir a morir? Aquí consideraremos tres ideas clave
que intentan explicar por qué era necesaria la cruz de Cristo. Cada una de
estas debe ser parte de la explicación de la cruz, pero solo cuando las
reunimos tenemos una explicación cabal de la cruz de Cristo. Estamos
familiarizados con estas ideas, pero verlas juntas aquí es importante tanto
para entender la necesidad de la cruz como para entender el evangelio.
La primera idea fundamental que se requiere para explicar por qué era
necesaria la cruz es el pecado que hemos cometido como seres humanos.
La Biblia enseña que todas las personas han pecado en toda la historia
humana (Romanos 3:23; 5:12) excepto una persona: Jesucristo. No solo
somos todos pecadores, sino que el castigo o «paga» del nuestro pecado es
la muerte (Romanos 6:23; Efesios 2:1). Es decir, si recibimos lo que
merecemos, no importa quién seamos ni cuánto bien creamos que hemos
hecho, recibiremos la sentencia de muerte y juicio eternos. Por favor,
entendamos: esta verdad no tiene excepciones. Cada ser humano del linaje
de Adán es un pecador que se ha ganado aquello que le espera, a saber, el
juicio eterno del fuego del infierno. Además, no solo somos todos
pecadores que merecen el juicio de Dios, sino que ninguno de nosotros
puede hacer nada para cambiar nuestra situación. No hay ninguna medida
de buenas obras, ninguna medida de trabajo, ningún ruego, ni oración, ni
asistencia a la iglesia, ni servicio a la comunidad que pudiera quitar la
mancha y la culpa de nuestro pecado delante de Dios (Romanos 3:20;
Gálatas 2:16-17, 21). En suma, somos pecadores, merecemos la muerte
eterna, y no podemos hacer nada al respecto.
La segunda idea fundamental que se necesita para explicar por qué fue
necesaria la cruz solo empeora las malas noticias del primer punto. Esta
idea es que la justicia de Dios exige un pago total por nuestro pecado.
Puesto que Dios es justo y recto, él siempre mantiene los estándares que él,
como Dios, sabe que son santos, buenos y justos. Puesto que él es Dios, no
puede ignorar estos estándares o dejarlos de lado, porque si lo hiciera, no
sería Dios. Y una cosa hay que tener clara: ¡de Dios nadie se burla! Ni por
un momento pienses que podemos vivir en desobediencia a Dios sin que se
nos exija el pago del castigo (Gálatas 6:7-8). Así que Dios no puede
ignorar nuestro pecado, no puede barrer nuestro pecado bajo la alfombra,
no puede pretender que no ha ocurrido o que no merecemos condenación
eterna. En suma, Dios es justo, nosotros somos pecadores, y en
consecuencia Dios debe traer y traerá juicio sobre nuestro pecado.
Ahora bien, si no fuera por la tercera idea fundamental que viene a
continuación, no tendríamos escapatoria. Deberíamos tomar conciencia de
la desesperanzada condición en la que estamos como pecadores delante de
un Dios justo y santo. Realmente no hay buenas noticias en lo que hemos
visto hasta aquí, sino malas y desalentadoras noticias para nosotros los
pecadores. Además, no deberíamos esperar que el siguiente (¡glorioso!)
punto necesariamente tenga que venir. Es decir, no merecemos lo que está
por venir; no es un privilegio (es decir, algo que tengamos derecho a
recibir). Y Dios no tenía que hacer lo que estamos por decir. Digámoslo de
esta forma: Dios podría haber trazado una línea después de los puntos 1 y
2 y decir: «Eso es todo. Todos ustedes merecen el juicio eterno, y como un
Dios santo y justo, eso es exactamente lo que les daré». Sí, él podría
haberlo hecho así… Pero Dios, que es rico en misericordia, ha elegido no
condenarnos a todos.
Así que la tercera idea fundamental muy importante que se requiere
para explicar por qué era necesaria la cruz es esta: Dios es lleno de gracia
y misericordia, con abundante amor por los pecadores que merecen
condenación eterna. Por qué Dios nos ama, excede totalmente nuestra
capacidad de entender. Nos hemos apartado de él, nos hemos burlado de
él, lo hemos resistido, lo hemos desdeñado, y hemos despreciado a Dios de
un millón de otras formas. Así que, claramente el amor de Dios no se basa
en lo dignos de amor que somos; todo lo contrario, somos miserables
pecadores y despreciables a su vista. Y entonces escuchamos las palabras
de Pablo, y nos quedamos sin aliento: «Pero Dios demuestra su amor por
nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió
por nosotros» (Romanos 5:8). La percepción de Juan también nos ayuda:
«En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino
en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como
sacrificio por el perdón de nuestros pecados» (1 Juan 4:10). Por razones
que probablemente solo lleguemos a entender en la eternidad, Dios ha
mostrado las riquezas de su amor por los pecadores que merecen la
totalidad de su ira. Asombroso amor, ¿cómo es posible?
Ahora estamos en un punto muy importante en la comprensión de por
qué era necesaria la cruz para que Dios nos salvara de nuestro pecado.
Porque, como verás, Dios enfrenta aquí lo que se puede llamar el problema
de la misericordia (te dejaré pensar en cuánto se contrapone esto al
denominado problema del mal). El problema de la misericordia es este:
¿cómo puede un Dios santo, justo y recto mostrar misericordia y bondad a
pecadores que merecen el juicio que él, como Dios, está obligado a
ejecutar? Recuerda que él no puede ignorar el pecado de los pecadores. No
puede pretender que no son culpables. Como Dios, debe ejercer justicia, ¡y
fallar en hacerlo sería fallar en ser Dios!
Por lo tanto, aquí está la genialidad de la cruz. Dios ideó un plan a
través del cual nuestro pecado y toda su culpa le sería imputada al propio
Hijo de Dios. Como su Hijo, el Dios-hombre, cargó nuestro pecado y su
culpa sobre sí mismo, el juicio que nosotros merecíamos fue dirigido hacia
él, no hacia nosotros. En la cruz, entonces, Jesús cargó nuestro pecado y
pagó el castigo por nuestra culpa, y esto hizo dos cosas al mismo tiempo.
El pago de Jesús por nuestro pecado 1) satisfizo la plena exigencia de la
justicia de Dios contra nuestro pecado, a la vez que 2) proveyó todo lo que
la misericordia de Dios y su amor procuraban realizar al conceder perdón
a los pecadores. En Cristo en la cruz, la totalidad de la justa ira de Dios
contra nuestro pecado y la riqueza de la misericordia y el amor de Dios
hacia los pecadores convergen y son satisfechas. Como dice Pablo, Dios el
Padre dio a su Hijo Jesucristo «como un sacrificio de expiación que se
recibe por la fe en su sangre, para así demostrar su justicia. Anteriormente,
en su paciencia, Dios había pasado por alto los pecados; pero en el tiempo
presente ha ofrecido a Jesucristo para manifestar su justicia. De este modo
Dios es justo y, a la vez, el que justifica a los que tienen fe en Jesús»
(Romanos 3:25-26). Este es el esplendor de la cruz. Esta es la base del
evangelio. Y este es el mensaje que uno debe conocer para creer, para ser
salvo. ¡Alabado sea Dios por su don indescriptible!

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Por qué Dios no podía simplemente haber ignorado nuestros pecados?
¿Por qué no podía simplemente haber pretendido que no existían?
2. ¿De qué manera se muestra el amor de Dios por nosotros en la muerte
de Cristo en la cruz? ¿Qué sucede en la cruz que muestra lo grande que es
el amor y la bondad de Dios hacia los pecadores?

VERSO PARA MEMORIZAR

2 Corintios 5:21: «Al que no cometió pecado alguno [Jesús], por nosotros
Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de
Dios».
Jesús pagó todo el castigo por el pecado

Una de las cosas más difíciles de enfrentar en la vida para cualquiera


de nosotros es tener una enorme deuda que pagar, y no tener la capacidad
de saldarla. Tal vez lo hayas sentido o no aún, pero es un sentimiento muy
desalentador que permanece con uno todo el tiempo. La deuda, el deberle
algo a alguien, es una parte de la vida que preferiríamos no tener que
abordar. Pero para la mayoría de las personas, la deuda en realidad no se
puede evitar. Si la deuda es pequeña, estamos bien. Pero si la deuda es
grande —especialmente cuando es realmente grande—, quizá deseemos
poder escabullirnos por un agujero en la tierra y nunca salir de él.
Hay una deuda que cada uno de nosotros tiene acerca de la cual la
mayoría de las personas no sabe nada. Y es por lejos la deuda más grande
e importante que puede haber. Tenemos una deuda con Dios nuestro
Creador, el Dador de cada don bueno y perfecto, de honrarlo, amarlo,
obedecerle, y servirle de todo corazón. Como verás, no podemos decidir si
nos gustaría amar, obedecer, y servir a Dios. Dado que Dios es nuestro
Creador, él tiene plenos derechos de gobernar sobre nosotros. No es
opcional si honramos a Dios como Dios. Se nos exige que lo hagamos. Y
dado que, como raza de seres humanos nos hemos apartado de Dios en
rebelión contra él y su Ley, ahora hemos contraído una deuda distinta, una
deuda mortal, que es tan grande, tan inmensa, tan abrumadora e imposible
de cancelar que nunca, jamás podríamos pagarla en su totalidad aun si lo
intentáramos eternamente.
¡Qué asombrosa es, pues, la gracia de Dios en Cristo! En su amor por
nosotros, Dios el Padre planificó una forma para que nuestra deuda fuera
pagada por su Hijo. Cuando Jesús vino y fue colgado en la cruz, el Padre
puso sobre él nuestro pecado, y Cristo pagó la totalidad de la deuda que
teníamos con el Padre. Al confiar en lo que Cristo ha hecho por nosotros y
en nada más, podemos ser salvos. Qué gloriosa noticia es esta acerca del
pago más grande que se haya hecho por la mayor deuda alguna vez
contraída.
La Biblia habla de la muerte de Cristo de muchas maneras distintas.
Cada una nos dice alguna verdad maravillosa, ayudándonos a ver la
plenitud de la cruz y todo lo que ella significa. Pero algunas de ellas son
especialmente importantes si vamos a entender correctamente lo que
aconteció en la cruz. Considera conmigo lo que a muchos les parece que
son las dos formas más importantes en que la Biblia habla acerca de lo que
sucedió cuando Cristo murió en la cruz.
Primero, Jesús murió en nuestro lugar, tomando nuestro pecado en sí
mismo, y pagó el castigo que nosotros merecíamos pagar por nuestro
pecado. Esta es la cruz como sustitución penal. La palabra sustitución se
refiere al hecho de que Cristo tomó nuestro lugar y murió en vez de que
nosotros tuviéramos que morir. Y la palabra penal se refiere al hecho de
que como Cristo murió como sacrificio sustituto en nuestro lugar, él pagó
la pena o castigo que nosotros merecíamos pagar. Cuando juntamos las
dos palabras, vemos que la frase sustitución penal significa que Cristo, al
morir en nuestro lugar en la cruz (sustitución), pagó la pena de nuestro
pecado (penal). Como dice Pablo en Gálatas 3:13, Cristo se hizo
«maldición por nosotros» cuando murió en la cruz, aceptando la maldición
de la Ley, que es muerte, que nos habíamos ganado con nuestro pecado. 2
Corintios 5:21 dice que por nosotros el Padre «hizo pecado» al Cristo sin
pecado, y así tomó nuestro pecado y culpa en sí mismo, y murió nuestra
muerte, para que pudiéramos ser salvados.
Uno de los pasajes más ricos y conmovedores de la Biblia que expresa
la sustitución penal es Isaías 53:4-6, que dice: «Ciertamente él cargó con
nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores, pero nosotros lo
consideramos herido, golpeado por Dios, y humillado. Él fue traspasado
por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó
el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados.
Todos andábamos perdidos, como ovejas; cada uno seguía su propio
camino, pero el Señor hizo recaer sobre él la iniquidad de todos nosotros».
Observa que el verso 4 señala primero lo que realmente está sucediendo en
la cruz: él carga nuestras enfermedades y soporta nuestros dolores. Luego
el verso se vuelve hacia lo que aparentemente está sucediendo cuando
Cristo está colgado en la cruz: al parecer él es herido, golpeado y
humillado por Dios por su propio pecado; pareciera que está recibiendo su
merecido. Luego el verso 5 nos dice que en realidad no está recibiendo su
merecido, sino que está recibiendo lo que nosotros merecemos. Está siendo
herido por nuestras rebeliones; está siendo molido por nuestras
iniquidades. Sí, la verdad de la cruz es esta: el Padre hizo recaer sobre
Cristo «la iniquidad de todos nosotros» (v. 6) para que él pudiera pagar el
castigo de nuestro pecado, abriendo un camino —el único camino— para
que los pecadores pudieran ser perdonados al poner toda su confianza en
él.
Segundo, otra bella parte de la cruz es que Cristo satisfizo las
exigencias del justo juicio de Dios contra nuestro pecado a través de su
muerte en la cruz. La palabra que se suele usar aquí es propiciación, un
término que se refiere a que el Padre es satisfecho porque Cristo, por su
muerte, pagó la totalidad del castigo por nuestro pecado. La idea de ser
satisfecho es similar a como usamos hoy esa palabra. Por ejemplo, en las
vacaciones, tu familia podría pagar una habitación, y el recepcionista
podría preguntar: «¿Están satisfechos con la habitación?». Lo que quiere
decir, por supuesto, es: «¿La habitación cumple con sus expectativas, y es
lo que requieren?». Cuando Dios miró el pago por el pecado que hizo su
Hijo en la cruz, pagando por el pecado del mundo que el Padre había
puesto sobre él (Juan 1:29; 2 Corintios 5:21), Dios vio que el pago de
Cristo era tan completo y cabal que pudo declarar: «Estoy satisfecho con el
pago de mi Hijo por el pecado». es decir: «El pago de mi Hijo cumple tan
perfecta y plenamente mis justas demandas que no se requiere ningún otro
pago adicional». Como dice Pablo en Romanos 3:25, el Padre puso a
Cristo en la cruz «como propiciación [satisfacción de la justa ira de Dios
contra nuestro pecado] por medio de la fe en su sangre» (RV95). Dios vio
que la sangre de Cristo derramada en la cruz satisfacía plenamente sus
demandas contra nuestro pecado. Somos perdonados y salvados del juicio
que merecemos cuando recibimos el don de la salvación por fe.
Recuerdo algunas canciones que a menudo cantamos en la iglesia en
las cuales podría ser bueno meditar al concluir esta sección. La tercera
estrofa del gran himno de Horatio Spafford «Estoy bien con mi Dios» dice:
«Mi pecado, ¡oh, la dicha de este glorioso pensamiento! / Mi pecado, no en
parte, sino todo, / fue clavado en la cruz, y ya no es mío, / ¡alaba oh alma
mía al Señor!». Qué dicha, realmente. La totalidad de nuestro pecado ha
sido pagada por Cristo cuando fue clavado en la cruz, de modo que por la
fe somos libertados y perdonados. ¡Esta es la noticia más grandiosa!
Otra estrofa que comunica muy bien la idea de la propiciación es la
segunda estrofa de «Ante el gran trono celestial», escrito en inglés por
Charitie Lees Bancroft, con música provista en años recientes por Vikki
Cook. Dice: «Cuando he caído en tentación / y al sentir condenación / al
ver al cielo encontraré / al inocente quien murió / y por su muerte el
Salvador / ya mi pecado perdonó / pues Dios, el Justo, aceptó / su
sacrificio hecho por mí».
La sustitución penal que propicia la ira de Dios contra los pecadores…
grandes palabras, ciertamente. Pero lo que es más importante, son grandes
verdades acerca de un gran Salvador, con gran gracia de un gran Dios para
grandes pecadores. Amén.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Qué significa la palabra propiciación, y por qué es una importante
verdad bíblica para entender y creer?
2. Aunque muchas personas tienen muchos grandes problemas en sus
vidas, hay un problema que cada uno de nosotros tiene que es mucho más
grande que cualquier otra cosa. ¿Cuál es el problema más grande que cada
persona tiene? ¿Qué ha hecho Dios para proveer la solución a este
problema?

VERSO PARA MEMORIZAR

Isaías 53:5: «Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por
nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y
gracias a sus heridas fuimos sanados».
La victoria de Jesús sobre Satanás
mediante su pago por el pecado

Vivimos en un tiempo de superhéroes. Pareciera que sale una


película exitosa tras otra con una nueva historia de superhéroe que contar.
Sorprendentes muestras de poder, con más equipamiento de avanzada
tecnología del que uno podría soñar en varias vidas, mantienen a los
espectadores hechizados mientras miran atentamente al superhéroe que
una vez más lucha hasta alcanzar la victoria. Con todo lo divertido que es
esto, es ficción, ilusión, aunque esté hecho con muchos efectos especiales
realistas.
Pero hay una historia real acerca de un villano real y un Superhéroe
real que dejaría en vergüenza a Hollywood si se pudieran conocer las
verdaderas dimensiones de este conflicto tal como son. Satanás es el gran
villano, el peor enemigo, el antagonista más poderoso que haya existido o
vaya a existir. Algunas de las formas en que se lo describe en el Nuevo
Testamento nos dejan deslumbrados. Él es «el que gobierna las tinieblas…
el espíritu que ahora ejerce su poder en los que viven en la desobediencia»
(Efesios 2:2). Es «el dios de este mundo» que ciega la mente de todos los
que perecen (2 Corintios 4:3-4). Tiende «trampas» a los incrédulos hasta
tenerlos «cautivos, sumisos a su voluntad» (2 Timoteo 2:26). Y para
colmo, se nos dice que «el mundo entero está bajo el control del maligno»
(1 Juan 5:19).
La buena noticia, sin embargo, es que Alguien más grande, más sabio,
más fuerte y mejor en todo sentido ha venido a este mundo y ha derrotado
al gran Satanás. Satanás está viviendo en los descuentos, podríamos decir,
pues todas las aseveraciones que acabamos de dar sobre la obra actual de
Satanás describen a este enemigo derrotado. Pero efectivamente está
derrotado. Cristo, al derribar a Satanás, ha logrado lo que nosotros nunca
podríamos hacer. Cuando Dios acabe con él, arrojará a Satanás al lago de
fuego donde sufrirá por siempre (Apocalipsis 20:10).
Los tres pasajes del Nuevo Testamento que expresan la verdad de que
Cristo ha conquistado a Satanás y todos los poderes de las tinieblas son
Colosenses 2:15, Hebreos 2:14-15 y 1 Juan 3:8). Estos pasajes enseñan
que Cristo «desarmó a los poderes y a las potestades, y… los humilló en
público al exhibirlos en su desfile triunfal» (Colosenses 2:15); que Cristo
asumió nuestra carne humana, «para anular, mediante la muerte, al que
tiene el dominio de la muerte —es decir, al diablo» (Hebreos 2:14-15); y
que «el Hijo de Dios fue enviado precisamente para destruir las obras del
diablo» (1 Juan 3:8). Estos pasajes, junto con muchos otros, ponen en claro
que Cristo, por su muerte y resurrección, ganó la victoria precisamente
sobre aquel que tenía el poder de la muerte. La obra victoriosa de Cristo, a
su vez, concede esa misma victoria sobre Satanás a los seguidores de
Cristo y, en un sentido más amplio, a todo el mundo que el Hijo está
renovando.
¿Pero de qué manera ganó Cristo la victoria sobre Satanás? ¿Hay
alguna conexión entre lo que vimos en la sección anterior —la muerte de
Cristo como pago por nuestro pecado que satisfizo la justa ira de Dios
contra nosotros los que creemos— y esta victoria que Cristo ha ganado
sobre Satanás? Sí, existe una conexión. Aquí veremos que la victoria de
Cristo sobre Satanás solo sucede en tanto que Cristo paga el castigo de
nuestro pecado. El derecho que Satanás reclama sobre nosotros se basa en
el pecado que hemos cometido que nos mantiene cautivos. Así que, al ser
pagado el pecado, se elimina la base por la cual Satanás nos sujeta.
Aunque esta conexión se puede demostrar en los tres pasajes mencionados
anteriormente, consideraremos solo uno para ilustrar de qué manera la
Biblia ve el pago de Cristo por nuestro pecado también como la base de la
victoria de Cristo sobre Satanás.
Considera Colosenses 2:13-15: «Antes de recibir esa circuncisión,
ustedes estaban muertos en sus pecados. Sin embargo, Dios nos dio vida
en unión con Cristo, al perdonarnos todos los pecados y anular la deuda
que teníamos pendiente por los requisitos de la ley. Él anuló esa deuda que
nos era adversa, clavándola en la cruz. Desarmó a los poderes y a las
potestades, y por medio de Cristo los humilló en público al exhibirlos en
su desfile triunfal».
Como puedes ver en este pasaje, el pago que hizo Cristo por la
penalidad del pecado se explica primero (vv. 13-14) antes de hablar acerca
de la victoria de Cristo sobre Satanás (v. 15). En Colosenses 2:13-14, se
nos dice que todas nuestras transgresiones han sido perdonadas. Mediante
la muerte de Cristo en la cruz, Dios el Padre canceló «la deuda que
teníamos pendiente… clavándola en la cruz». Así que, puesto que Cristo
ha pagado nuestra deuda por nosotros, ya no se nos exige que la
paguemos. El requerimiento legal que teníamos delante de nuestro Dios
santo de pagar nuestra deuda ha sido quitado, pues Cristo pagó esa deuda
en su totalidad. Esto a veces se denomina expiación; la responsabilidad
que teníamos delante de un Dios santo de pagar el castigo por transgredir
su ley ahora ha sido eliminada (o «perdonada», 2:13, o «anulada» y
«quitada», 2:14). ¿Cómo podría ocurrir esto? Respuesta: Cristo tomó en sí
mismo el acta de nuestra deuda y la clavó en la cruz.
Observa que la enseñanza de Colosenses 2:13-14 es la base, entonces,
para hablar luego de la victoria de Cristo sobre Satanás en 2:15. La manera
en que Cristo «desarmó» a Satanás y las fuerzas de la oscuridad fue el
haber quitado nuestro pecado y su deuda. Por lo tanto, las ideas en estos
versos están en ese orden a propósito. La única manera en que Satanás
podía ser derrotado era que el pecado mismo, el cual le daba la base para
sujetar a los pecadores, fuera pagado y perdonado. Por lo tanto, el perdón
de Cristo mediante la sustitución penal es el medio por el cual Cristo
conquistó el poder de Satanás.
Tal vez una ilustración ayude. En los países que son gobernados por
leyes justas, un detenido solo es encarcelado legítimamente porque ha sido
hallado culpable de algún delito cuyo castigo consiste en un tiempo detrás
de las rejas. Observa, entonces, que su culpa crea la base para su presidio.
Solo porque ha sido hallado culpable de infringir la ley el estado tiene el
poder legítimo para ponerlo en prisión. Además, si un detenido puede
demostrar que es inocente y no culpable como había sido acusado,
entonces se exigiría que el estado le diera la libertad. Si se quita la culpa,
se quita la justa base para el presidio.
De manera similar, el poder de Satanás sobre los pecadores está
directamente ligado a la culpa de ellos por el pecado. Él los sujeta por
causa de su pecaminosa rebelión contra Dios. Pero si se elimina la culpa
mediante el pago de Cristo por el pecado de ellos, se elimina la base para
que Satanás los sujete. Así que es por medio de la muerte de Cristo y su
pago por el pecado que necesariamente se rompe el legítimo dominio de
Satanás sobre nosotros. El perdón del castigo del pecado y la libertad de la
prisión de Satanás van de la mano. Si se elimina la culpa, se elimina el
presidio. Puesto que Cristo compró lo primero, —perdón de la culpa por
nuestro pecado—, también obtuvo lo segundo: victoria sobre la esclavitud
de nuestro pecado. Alabado sea nuestro Salvador por su perdón total por
gracia que también consigue esta gloriosa y poderosa liberación del
dominio y la esclavitud de Satanás y de la muerte (Colosenses 1:13-14).

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Por qué Jesús tuvo que pagar el castigo por el pecado con el fin de
conquistar también el poder del pecado? ¿Cómo se relacionan estos dos (el
pago del castigo del pecado y la conquista del poder del pecado)?
2. Satanás y los demonios son poderosos, y son malignos. Pero Cristo ha
conquistado a Satanás. Dado que esto es verdad, ¿cómo deberíamos vivir
para asegurarnos de que Satanás no pueda tener éxito en la realización de
sus planes malvados en nuestra vida?
VERSOS PARA MEMORIZAR

Colosenses 2:13-15: «Antes de recibir esa circuncisión, ustedes estaban


muertos en sus pecados. Sin embargo, Dios nos dio vida en unión con
Cristo, al perdonarnos todos los pecados y anular la deuda que teníamos
pendiente por los requisitos de la ley. Él anuló esa deuda que nos era
adversa, clavándola en la cruz. Desarmó a los poderes y a las potestades, y
por medio de Cristo los humilló en público al exhibirlos en su desfile
triunfal».
La resurrección de Jesús: la prueba
de que la muerte de Cristo por el pecado
funcionó

La resurrección de Jesucristo de los muertos era la base de la


esperanza para los cristianos del Nuevo Testamento. En su sermón el día
de Pentecostés, Pedro mencionó la resurrección tres veces y la convirtió en
la pieza central de su sermón. «A este Jesús, Dios lo resucitó, y de ello
todos nosotros somos testigos», declaró Pedro (Hechos 2:32). De nuevo,
en Hechos 4, después de sanar a un mendigo discapacitado y hablar
constantemente de la resurrección de Cristo ante unos irritados líderes
judíos, Pedro, lleno del Espíritu, dijo: «Sepan, pues, todos ustedes y todo
el pueblo de Israel que este hombre está aquí delante de ustedes, sano
gracias al nombre de Jesucristo de Nazaret, crucificado por ustedes pero
resucitado por Dios» (v. 10). En su sermón a Cornelio, una vez más Pedro
proclamó que «Dios lo resucitó al tercer día y dispuso que se apareciera» a
testigos escogidos por Dios para que testificaran que él estaba vivo
(Hechos 10:40-41). Sin duda, la fe de los primeros cristianos se basaba en
la verdad de que el Cristo que murió por los pecados había sido levantado.
Sin la resurrección no habría fe cristiana.
Quizá la enseñanza más sólida del Nuevo Testamento acerca de la
importancia de la resurrección está en 1 Corintios 15, donde Pablo declara
que si la resurrección de Cristo no ha ocurrido, la fe cristiana es vana.
Pablo escribe aquí para corregir la falsa enseñanza de que no hay
resurrección en absoluto. Así que Pablo dice que «Porque si los muertos
no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado. Y si Cristo no ha resucitado, la
fe de ustedes es ilusoria y todavía están en sus pecados. En este caso,
también están perdidos los que murieron en Cristo. Si la esperanza que
tenemos en Cristo fuera sólo para esta vida, seríamos los más desdichados
de todos los mortales» (1 Corintios 15:16-17). Una vez más, vemos que
estos primeros cristianos estaban convencidos de que la resurrección no
solo era importante sino necesaria para la fe cristiana. Si la resurrección
era la base de su esperanza, también lo opuesto era cierto: si Cristo no ha
resucitado, la fe cristiana es una completa falsedad.
Una pregunta muy importante en la que debemos pensar en este punto
es: ¿por qué los apóstoles y los primeros cristianos estaban tan
convencidos de que si Jesús no hubiera resucitado de los muertos la fe
cristiana sería mentira? A fin de cuentas, ¿no creemos que fue por medio
de la muerte de Cristo que nuestros pecados quedaron pagados? Como
incluso el propio Pablo dice al comienzo de 1 Corintios 15, ¿no creemos
que «Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras» (v. 3)? Si es
así, ¿cuál sería el problema con un Salvador que murió por nuestros
pecados, haciendo un pago total y satisfaciendo las justas demandas de
Dios, y luego sencillamente permaneciendo muerto? ¿Qué hay de malo en
ello? Otra forma de plantear la pregunta es: ¿podría nuestro Salvador haber
hecho realmente en la cruz lo que creemos los cristianos sin ser también
levantado de los muertos? Es decir, hay alguna conexión entre 1) la muerte
de Cristo que efectivamente pagó por y conquistó nuestro pecado, y 1) la
resurrección de Cristo de los muertos?
Bueno, la respuesta corta es que sí, hay una conexión —una muy
importante— entre la muerte expiatoria de Cristo que realmente funcionó
para tratar nuestro pecado y su posterior resurrección de los muertos. La
mejor forma de ver esto, curiosamente, es que volvamos a pensar en la
naturaleza y los resultados del pecado.
El pecado nos causa a los pecadores dos problemas en uno. El pecado
llega a nosotros, primero, como un castigo que no podemos pagar, y
segundo, como un poder que no podemos vencer. Y si pensamos más
acerca de cómo nos afectan el castigo y el poder del pecado, vemos algo
interesante. Respecto al castigo del pecado, Romanos 6:23 deja claro que
«la paga del pecado es muerte». Esto, por supuesto, evoca la advertencia
de Dios a Adán en el Huerto del Edén en Génesis 2 de que el día que
comiera del árbol del conocimiento del bien y del mal ciertamente iba a
morir (v. 17). Respecto al poder del pecado, esto es algo un poco más
complicado. Después de todo, se podría decir que el pecado tiene muchos
poderes distintos. Tiene el poder de inducir a alguien a robar, matar,
mentir, codiciar, guardar rencor, quejarse o buscar venganza, etc. El
pecado tiene casi interminables formas de manifestar su poder en nuestra
vida. Pero en todos esos ejemplos, tenemos al menos cierta posibilidad de
luchar contra el impulso del pecado en nuestro interior. Puede querer que
nos enojemos, pero podemos esforzarnos por resistir. Puede inducirnos a
sentir envidia, pero podemos intentar pensar en otra cosa. Pero hay un
poder que el pecado tiene sobre nosotros contra el cual simplemente no
podemos batallar: el pecado tiene el poder de matarnos. Así que, si bien el
pecado tiene muchas formas distintas de poder, sin duda el mayor poder
del pecado es la muerte (1 Corintios 15:53-56).
Hemos llegado a un punto interesante. Vemos que, si bien el pecado
llega a nosotros como castigo y también como un poder, al final estos dos
aspectos tienen el mismo efecto en nosotros. Porque el castigo del pecado
es la muerte, y el mayor poder del pecado es la muerte. ¿Cómo, pues, nos
ayuda esto con nuestra pregunta sobre si la resurrección de Cristo está
conectada con la muerte que él padeció por nuestros pecados?
Esta es la conexión, tomando el pecado como castigo y el pecado como
poder por separado. Primero, si Cristo por su muerte en la cruz ha pagado
efectiva y plenamente el castigo del pecado, y si el castigo del pecado es la
muerte, entonces, ¿cuál es la única forma en que se podría demostrar que
el pago de Cristo por el pecado realmente ha funcionado? Respuesta: él
tiene que resucitar de los muertos. Porque supongamos que Cristo pagara
el castigo del pecado, el castigo de la muerte, pero luego permaneciera en
su tumba muerto y sepultado… bueno, aún estaría pagando el castigo
(muerte). Si verdaderamente pagó el castigo del pecado en su totalidad,
dado que el castigo del pecado es muerte, entonces la única forma en que
esto se podría demostrar es que él se levantara a la vida nuevamente de
entre los muertos. La resurrección de Cristo, entonces, es necesaria para
probar y demostrar que su pago por el pecado fue total y definitivo. ¡Él
acabó de pagar el castigo del pecado! ¡Se levantó de los muertos!
Segundo, si Cristo, por su muerte en la cruz, ha conquistado efectiva y
completamente el poder del pecado, y si el mayor poder del pecado es la
muerte, entonces, ¿cuál es la única forma en que se podría demostrar que
la victoria de Cristo sobre el poder del pecado realmente ha funcionado?
Respuesta: él tiene que ser levantado de los muertos. Porque si Cristo
supuestamente conquistara el poder del pecado, y su mayor poder es la
muerte misma, pero luego permaneciera en su tumba muerto y sepultado,
bueno, todavía estaría bajo el poder del pecado (la muerte). Por tanto, si
Cristo verdaderamente conquistó por completo el poder del pecado, dado
que el mayor poder del pecado es la muerte, entonces la única manera en
que esto se podría demostrar era que se levantara a la vida nuevamente de
entre los muertos. La resurrección de Cristo, entonces, es necesaria para
probar y demostrar que su victoria sobre el poder del pecado fue total y
definitiva. ¡Él conquistó el mayor poder del pecado! ¡Él se levantó de los
muertos!
En efecto, si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es vana, y todavía
estamos en nuestros pecados. Pero la noticia más grandiosa que hombres o
ángeles pueden proclamar es esta: ¡Cristo ha resucitado! ¡El castigo del
pecado ha sido totalmente pagado! ¡El poder del pecado ha sido
plenamente derrotado! ¡Cristo en verdad ha resucitado! ¡Alabado sea Dios!

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿De qué manera la resurrección de Cristo demuestra que su muerte
efectivamente pagó la totalidad del castigo por el pecado? ¿Y de qué
manera la resurrección de Cristo demuestra que su muerte efectivamente
conquistó el mayor poder del pecado?
2. ¿De qué manera la muerte y la resurrección de Cristo por el pecado
demuestran que la única esperanza que tienen los pecadores está en Cristo
y lo que él ha hecho?

VERSOS PARA MEMORIZAR

1 Corintios 15:3-5: «Porque ante todo les transmití a ustedes lo que yo


mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras,
que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras, y que se
apareció a Cefas, y luego a los doce».
Jesús es rey sobre todo

Una de las enseñanzas bíblicas más magníficas y gloriosas es que


Dios ha designado a un rey, su propio Hijo, quien reinará sobre toda la
creación por siempre y siempre. Uno de los primeros y más potentes
indicadores en esta dirección llega con la promesa del pacto de Dios a
David en 2 Samuel 7. David quería construir una casa para Dios, pero Dios
más bien le dice a David que él, Dios, va a establecer la casa de David para
siempre. Dios le promete a David que va a tener un hijo que construirá una
casa para Dios y que Dios afirmará «su trono real para siempre» (2 Samuel
7:13). Dado que la promesa de Dios no puede fallar, nos damos cuenta de
que Salomón, el hijo de David y heredero de su trono, no puede ser el
cumplimiento de esa promesa. Con todo lo grande que fue Salomón, no se
sentó en el trono para siempre. De hecho, inmediatamente después del
reinado de Salomón, la nación de Israel se dividió en el Reino del Norte
(Israel) y el Reino del Sur (Judá) y no hubo ningún rey sobre todo Israel.
Pero la promesa de un rey nunca fue olvidada. Por medio de los
profetas, a menudo se hacía referencia a que vendrían días cuando Dios
pondría a «David» o al hijo de David como rey sobre su pueblo. Uno de
los más gloriosos de estos pasajes merece que lo leamos aquí: «Mi siervo
David será su rey, y todos tendrán un solo pastor. Caminarán según mis
leyes, y cumplirán mis preceptos y los pondrán en práctica. Habitarán en la
tierra que le di a mi siervo Jacob, donde vivieron sus antepasados. Ellos,
sus hijos y sus nietos vivirán allí para siempre, y mi siervo David será su
príncipe eterno. Y haré con ellos un pacto de paz. Será un pacto eterno.
Haré que se multipliquen, y para siempre colocaré mi santuario en medio
de ellos. Habitaré entre ellos, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y
cuando mi santuario esté para siempre en medio de ellos, las naciones
sabrán que yo, el Señor, he hecho de Israel un pueblo santo» (Ezequiel
37:24-28). ¡Genial! Qué asombrosa imagen de un futuro día de gloria
cuando vendrá el nuevo y más grandioso Rey David, uno del linaje de
David que reinará perfectamente y para siempre.
El Salmo 2 añade otro elemento a la enseñanza sobre el rey venidero.
Aquí se nos dice que el rey no será un mero hijo de David sino el
mismísimo Hijo de Dios. Dios lo establecerá como Rey sobre todas las
naciones, y este Hijo-Rey reinará sobre ellas con furia. Hablando a través
del salmista, Dios dice: «“He establecido a mi rey sobre Sión, mi santo
monte”. Yo proclamaré el decreto del Señor: “Tú eres mi hijo”, me ha
dicho; “hoy mismo te he engendrado”. Pídeme, y como herencia te
entregaré las naciones; ¡tuyos serán los confines de la tierra! Las
gobernarás con puño de hierro; las harás pedazos como a vasijas de
barro”» (Salmo 2:6-9). La expectación crece a medida que vemos la
promesa de un Rey que vendrá del linaje de David y reinará para siempre
(2 Samuel 7), pero también un Rey que traerá justicia a la tierra (Ezequiel
37) y victoria sobre las naciones impías del mundo (Salmo 2).
La historia del Antiguo Testamento concluye, podríamos decir, no de
forma dramática, sino con un gemido. Si lo deseas, puedes leer los libros
de Nehemías y Malaquías para ver el final del la historia de Israel del
Antiguo Testamento. Una pequeña porción de Israel está de vuelta en su
tierra, es cierto, pero solo porque un rey pagano (Ciro) hizo posible que
regresaran. Ellos efectivamente tienen un líder, un hombre piadoso
llamado Nehemías, pero él no es de la tribu de Judá (la tribu de David), y
es un gobernador, no un rey. El Templo ha sido reconstruido, pero es más
bien una lástima en comparación con la grandeza del de Salomón. ¿Y la
justicia en la tierra? Bueno, el último capítulo de Nehemías retrata a este
hombre piadoso literalmente arrancándole el cabello a un hombre impío
debido al pecado flagrante en Jerusalén. ¿Dónde está este Rey esperado
por tanto tiempo? ¿Cuándo se cumplirán las promesas de Dios?
Entonces escuchamos a Jesús de Nazaret proclamar palabras casi
demasiado buenas para creerlas. Inmediatamente después de su bautismo,
anunció: «Se ha cumplido el tiempo… El reino de Dios está cerca.
¡Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas!» (Marcos 1:15). En efecto, aquí
está el propio Hijo de Dios que viene como rey. Y su reinado como Rey
comienza con su primera venida para traer salvación a un mundo
pecaminoso. Qué glorioso es saber que Jesús reina como Rey ahora
mismo: el Hijo de Dios, el Rey, ha venido (Colosenses 1:13).
Pero Jesús no llevó a cabo todo lo que el Antiguo Testamento dijo que
este Rey haría. Por este motivo, muchos quedaron perplejos y
confundidos. Entre los confundidos estaba nada menos que Juan el
Bautista. Uno pensaría que si alguien podría saber que Jesús era el Mesías,
el Rey de Israel que venía a traer justicia a la tierra, ese sería Juan.
Después de todo, Juan bautizó a Jesús y escuchó la voz del cielo que
declaraba que Jesús era el Hijo de Dios. Juan estaba tan seguro de quién
era Jesús que cuando la gente le dijo que algunos de sus discípulos (de
Juan) ahora seguían a Jesús, respondió: «A él le toca crecer, y a mí
menguar» (Juan 3:30). Así que es sorprendente ver ahora a Juan en prisión
dando instrucciones a sus discípulos para que le pregunten a Jesús: «¿Eres
tú el que ha de venir [es decir, el Mesías], o debemos esperar a otro?»
(Mateo 11:3). ¿Qué pasó con la confianza de Juan de que Jesús era el
Mesías?
Bueno, es muy simple. Juan conocía muy bien su Antiguo Testamento.
Conocía las promesas relacionadas con el futuro Mesías y Rey, y lo que él
sabía que se había prometido no estaba aconteciendo. Por ejemplo, aparte
de los pasajes que hemos visto, imagina lo que pensaría Juan al considerar
pasajes como Isaías 9:6-7: «Porque nos ha nacido un niño, se nos ha
concedido un hijo; la soberanía reposará sobre sus hombros, y se le darán
estos nombres: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de
paz. Se extenderán su soberanía y su paz, y no tendrán fin. Gobernará
sobre el trono de David y sobre su reino, para establecerlo y sostenerlo con
justicia y rectitud desde ahora y para siempre. Esto lo llevará a cabo el celo
del Señor Todopoderoso». Mientras Juan estaba en prisión, el malvado rey
Herodes reinaba en el trono de Jerusalén, el adúltero que había mandado a
encarcelar a Juan y luego a decapitarlo. No es de extrañar que Juan
estuviera perplejo y confundido. Desde su punto de vista, cada día Jesús
parecía menos el Mesías prometido.
¿Qué respuesta hay para esto? Bueno, lo que para Juan el Bautista no
era evidente, ni lo era para nadie del pueblo fiel de Dios de ese entonces,
era esto: en su primera venida, Jesús vino como el siervo Sufriente a quitar
el pecado del mundo. Algunas promesas relacionadas con el Mesías se
cumplieron (por ejemplo, ver la respuesta de Jesús a Juan el Bautista en
Mateo 11:4-5), pero muchas quedaron sin cumplimiento. Pero ahora él ha
sido levantado de los muertos y ascendido para que esté con su Padre, y un
día vendrá nuevamente. Y en su segunda venida, cumplirá todo lo demás
que ha sido profetizado, desde el juicio a las naciones (Apocalipsis 19:11-
21) a la justicia en la tierra y la restauración del pueblo de Dios
(Apocalipsis 20-22). ¡Sí, el Rey Jesús exaltado regresará y reinará en la
plenitud del reino! Con el apóstol Juan, clamamos: «¡Ven, Señor Jesús!»
(Apocalipsis 22:20).

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. Jesús volverá como Rey de reyes y Señor de señores (Apocalipsis
19:11-16). Pero ¿significa eso que en su primera venida Jesús no vino
como rey?
2. ¿De qué manera se está construyendo el reino de Jesús ahora? (Ver
Colosenses 1:13-14 para una pista).

VERSOS PARA MEMORIZAR

Isaías 9:6-7: «Porque nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo;


la soberanía reposará sobre sus hombros, y se le darán estos nombres:
Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Se
extenderán su soberanía y su paz, y no tendrán fin. Gobernará sobre el
trono de David y sobre su reino, para establecerlo y sostenerlo con justicia
y rectitud desde ahora y para siempre. Esto lo llevará a cabo el celo del
Señor Todopoderoso».
Pero ¿es Jesús realmente el único
Salvador?

Quizá hayas escuchado a alguno de tus amigos, o quizá a alguien en


la televisión, decir algo así como: «Hay diferentes formas de llegar a Dios,
como diferentes caminos para ascender la misma montaña. Es un error
decir que hay solo un camino. Esta gente debería darse cuenta de que la
mayoría de las personas tienen su propia relación con algún Poder
Superior, y deberíamos aceptar diferentes religiones y diferentes formas de
estar en contacto con Dios».
Puede que hayas escuchado algo así o puede que no, pero estas ideas
están cobrando fuerza tanto en nuestro país como en gran parte del mundo.
A veces a los cristianos que creen que Jesús es el único camino a Dios se
les hace sentir que están equivocados al pensar así y aún más equivocados
al compartir con otros las buenas nuevas de salvación mediante la fe solo
en Cristo. Por lo tanto, necesitamos ver si la Biblia realmente deja claro
que Jesús es el único camino. Si efectivamente lo deja claro, y si Jesús
realmente es el único Salvador y el único camino por el que cualquiera
puede quedar en buenas cuentas con Dios, entonces no es un error creer
esto y compartirlo. De hecho, si Jesús es el único camino, la cosa más
benigna y amorosa que podríamos hacer es compartir esta buena noticia
con los demás, aunque no estén de acuerdo.
Bueno, entonces, ¿podemos estar seguros de que Jesús es el único
Salvador? ¿Es clara la Biblia al respecto? ¿Tenemos buenas razones para
creer que la obra de Jesús —su vida, muerte y resurrección— es la única
manera en que nuestros pecados pueden ser perdonados de modo que
podamos volver a una recta relación con Dios?
Consideremos algunas de las razones más importantes para creer que
Jesús es realmente el único Salvador. Y lo haremos observando que, de
todas las personas que han vivido o lleguen a vivir, solo Jesús está
calificado, en su persona y su obra, como el único capaz de efectivamente
llevar a cabo el perdón del pecado para todas las personas en todo el
mundo. Considera las siguientes formas en que solo Jesús califica como el
único Salvador.
1. Solo Jesús fue concebido por el Espíritu Santo y nació de una virgen
(Isaías 7:14; Mateo 1:18-25; Lucas 1:26-38). Por este motivo, solo él
califica para ser Salvador. ¿Por qué la concepción y el nacimiento
virginales de Jesús son importantes? Bueno, en cualquier otra concepción
y nacimiento hay un hombre y una mujer involucrados para que un bebé
sea concebido. Pero en el caso de Jesús, solo porque el Espíritu Santo
tomó el lugar del padre humano en la concepción de Jesús podía ser cierto
que el que fue concebido es tanto plenamente Dios como plenamente
hombre. Para que Jesús realmente sea un Salvador, para llevar a cabo el
perdón de pecados, debe ser tanto Dios como hombre (ver más adelante
sobre esto). Pero para que Jesús sea plenamente Dios y plenamente
hombre, debe ser concebido por el Espíritu Santo y nacer de una virgen
humana. Ahora bien, aquí hay una importante pregunta: ¿hubo alguien más
en la historia del mundo concebido por el Espíritu y nacido de una madre
virgen? Respuesta: no. Por lo tanto, solo Jesús cumple con este requisito
para ser Salvador.
2. Solo Jesús es Dios encarnado (Juan 1:1–18; Hebreos 1:1–3; 2:14–
18; Filipenses 2:5–11; 1 Timoteo 2:5–6), y como tal, solo él está calificado
para ser Salvador. Como argumentó Anselmo en el siglo XI, nuestro
Salvador debe ser plenamente hombre a fin de sustituir a los seres
humanos y morir en su lugar, y debe ser plenamente Dios a fin de que el
valor del pago de su vida satisfaga las demandas de nuestro Dios
infinitamente santo. Debe ser un hombre, pero un mero hombre
simplemente no podría hacer este pago infinito por el pecado. Debe ser
Dios, pero solo como Dios no podría tomar nuestro lugar y morir por
nuestro pecado. Por lo tanto, quien sea Salvador debe ser plenamente Dios
y plenamente hombre. Entonces preguntamos: ¿ha habido alguien más en
la historia del mundo que sea tanto plenamente Dios como plenamente
hombre? Respuesta: no. Por lo tanto, solo Jesús cumple con este requisito
para ser Salvador.
3. Solo Jesús vivió una vida sin pecado (2 Corintios 5:21; Hebreos
4:15; 7:23–28; 9:13–14; 1 Pedro 2:21–24), y como tal, solo él está
calificado para ser Salvador. Como deja claro el libro de Levítico, los
animales ofrecidos en sacrificio por el pecado debían ser sin defecto. Esto
apuntaba al futuro sacrificio de Cristo, quien, al no tener pecado, podía
morir por los pecados de otros porque no tenía que morir por ningún
pecado propio. Entonces preguntamos: ¿alguien más en la historia del
mundo ha vivido una vida absolutamente sin pecado? Respuesta: no. Por
lo tanto, solo Jesús cumple con este requisito para ser Salvador.
4. Solo Jesús padeció una muerte sustitutiva como pago por el pecado
de otros (Isaías 53:4–6; Romanos 3:21–26; 2 Corintios 5:21; Gálatas 3:10–
14), y como tal, solo él está calificado para ser Salvador. El pago del
pecado es muerte eterna (Romanos 6:23; Mateo 25:46). Y si nosotros
pagamos el castigo de nuestro propio pecado, pagaremos eternamente.
Jamás podríamos pagar totalmente la ofensa delante de Dios. Por tanto,
alguien más grande que nosotros tiene que pagar por nuestro pecado si
vamos a ser salvados. Jesús, como el Dios-hombre, es más grande que
nosotros. Y Jesús vivió una vida sin pecado, así que no merecía morir. En
consecuencia, la causa de su muerte se debió totalmente a que el Padre
puso nuestro pecado sobre él cuando fue colgado en la cruz (1 Corintios
5:21). La muerte que él padeció fue en nuestro lugar y pagó la totalidad
del castigo de nuestro pecado. Entonces preguntamos: ¿alguien más en la
historia del mundo ha muerto porque cargó el pecado de otros y no como
el juicio por su propio pecado? Respuesta: no. Por lo tanto, solo Jesús
cumple con este requisito para ser Salvador.
5. Solo Jesús se levantó de los muertos triunfante sobre el pecado
(Hechos 2:22–24; Romanos 4:25; 1 Corintios 15:3–8, 16–23), y como tal,
solo él está calificado para ser Salvador. La Biblia indica que pocas
personas, aparte de Cristo, han sido levantadas de los muertos (por
ejemplo, 1 Reyes 17:17-24; Juan 11:38-44), pero solo Cristo ha resucitado
para no volver a morir, habiendo derrotado todo pecado. La paga del
pecado es muerte, y el mayor poder del pecado es la muerte. Así que la
resurrección de Cristo de entre los muertos demuestra que su muerte
expiatoria por el pecado llevó a cabo tanto el pago total del castigo por el
pecado como la victoria total sobre el mayor poder del pecado. Pregunta:
¿alguien más en la historia del mundo ha resucitado de los muertos porque
haya triunfado sobre el pecado? Respuesta: no. Por lo tanto, solo Jesús
cumple con este requisito para ser Salvador.
Conclusión: solo Jesús está calificado como Salvador, y solo Jesús es
Salvador. Las propias palabras de Jesús no podrían ser más claras: «Yo
soy el camino, la verdad y la vida. Nadie llega al Padre sino por mí» (Juan
14:6).
Y el apóstol Pedro confirma: «De hecho, en ningún otro hay salvación,
porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el
cual podamos ser salvos» (Hechos 4:12). Estas afirmaciones no son ciertas
acerca de nadie más en la historia del mundo. En efecto, ¡solo Jesús es
Salvador! Que Dios nos conceda sabiduría, valentía y gozo para creer y
proclamar la buena noticia —la única buena noticia que existe— de que
Cristo ha muerto por los pecadores, quienes pueden ser perdonados al
poner toda su confianza y esperanza en él. ¡Alabado sea Jesús, nuestro
Salvador!

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Cuáles son algunas razones para creer, como algo que es verdad y es
muy importante, que Jesús es la única persona que está calificada para ser
el Salvador de los pecadores de sus pecados?
2. Si Jesús realmente es el único camino por el que las personas pueden ser
devueltas a una recta relación con Dios, ¿por qué no está mal, ni es
intolerante o rudo compartir esta buena noticia con los demás?

VERSO PARA MEMORIZAR

Juan 14:6: «Yo soy el camino, la verdad y la vida —le contestó Jesús—.
Nadie llega al Padre sino por mí».
7

EL ESPÍRITU SANTO
La obra del Espíritu Santo en tiempos
del Antiguo Testamento

Una de las áreas más emocionantes y provechosas de la teología para


la gente cristiana es la enseñanza de la Biblia sobre el Espíritu Santo. Por
supuesto, hoy los cristianos no concuerdan en todo respecto a la obra del
Espíritu Santo. La principal área donde buenos cristianos discrepan es esta:
algunos creen que los dones espirituales (capacidades sobrenaturales)
como hablar en lenguas, milagros y profecías de parte de Dios están
presentes en la actualidad, y otros creen que este tipo de dones no
continuaron después que los apóstoles murieron y se escribieron todos los
libros del Nuevo Testamento. Ha habido mucha discusión y se ha escrito
mucho acerca de este asunto sin alcanzar un total acuerdo. Sin embargo,
muchas personas de ambos lados han llegado a darse cuenta de que otras
áreas de nuestras creencias como cristianos son mucho más importantes
que esta. Así que podemos permanecer en una estrecha comunión aun
cuando diferimos en esta cuestión de los dones espirituales.
Afortunadamente, las áreas de la obra del Espíritu en las que vamos a
pensar en estas secciones son áreas en las que los cristianos que aman la
Biblia tienen amplio acuerdo. Nos enfocaremos en la enseñanza bíblica
sobre la obra del Espíritu desde los tiempos del Antiguo Testamento a lo
que sucede en el Nuevo Testamento. Veremos el sorprendente y
maravilloso crecimiento o aumento de la obra del Espíritu a medida que
avanzamos. Esto debería causarnos gozo por el extraordinario don que es
el Espíritu Santo para los cristianos de hoy, porque a todos los que han
confiado en Cristo se les promete que recibirán el Espíritu en sus vidas.
Qué gran don es el Espíritu para nosotros en cuanto cristianos, como
quedará claro al relatar esta historia.
Nuestro relato comienza, entonces, con la obra del Espíritu durante los
tiempos del Antiguo Testamento. Si uno busca a través de los treinta y
nueve libros del Antiguo Testamento y toma nota de cada vez que se
menciona el Espíritu de Dios (con un nombre u otro), contaría alrededor de
cien referencias al Espíritu. Pero al hacer esto, uno podría observar que
algunas de estas referencias al Espíritu hablan de su obra real durante los
propios tiempos del Antiguo Testamento, y otras referencias están en
pasajes que hablan de una futura obra que el Espíritu va a realizar. Si uno
cuenta estas ocasiones, encontrará que hay alrededor de sesenta referencias
a la obra real del Espíritu durante el Antiguo Testamento, y alrededor de
cuarenta referencias a la obra futura que realizará el Espíritu en una era por
venir. En esta sección, daremos una mirada a la obra real del Espíritu
durante los tiempos del Antiguo Testamento.
En todo el Antiguo Testamento, se dice que el Espíritu Santo «viene
sobre» o «llena» a las personas en cuatro grupos principales. Leemos que
el Espíritu Santo viene sobre diferentes profetas (p. ej., Números 24:2; 2
Reyes 2:15; 2 Crónicas 15:1–7; 20:14–17), sobre algunos de los líderes del
pueblo de Israel (p. ej., Números 11:17, 25; 27:18; 1 Samuel 11:6; 16:13),
sobre algunos de los jueces (p. ej., Jueces 3:10; 6:34; 11:29; 14:6), y sobre
algunos artesanos responsables de construir o el tabernáculo o el templo
(p. ej., Éxodo 31:3; 35:31). Veamos algunos ejemplos.
Un relato interesante es el del Espíritu que viene sobre Bezalel y le da
poder sobrenatural para construir el Tabernáculo. Leemos que fue lleno del
Espíritu «para hacer trabajos artísticos en oro, plata y bronce, para cortar y
engastar piedras preciosas, para hacer tallados en madera y para realizar
toda clase de artesanías» (Éxodo 31:4-5). El Señor quería que el
Tabernáculo se construyera exactamente como él lo instruyó, así que le dio
a Bezalel (y posiblemente a algunos otros, ver Éxodo 31:6) la capacitación
del Espíritu para que lo construyera tal como Dios quería. Lo que vemos
aquí es, pues, algo que veremos nuevamente en otros ejemplos que
observaremos: la venida del Espíritu sobre las personas en tiempos del
Antiguo Testamento era primordialmente para darles poder sobrenatural
para que llevaran a cabo lo que Dios los estaba llamando a hacer. Y
además, al parecer cuando la labor estaba concluida, la llenura del Espíritu
también terminaba. Al menos no tenemos motivos para pensar que Bezalel
estuvo lleno del Espíritu en toda su producción artesanal por el resto de su
vida. Si así fue, ¡apostaría a que fue un artesano muy popular en todo
Israel! Es más probable que cuando el motivo de la venida del Espíritu
estuvo terminado, el Espíritu se haya retirado. Volveremos pronto a esta
idea.
Otro pasaje muy importante tiene relación con el Espíritu que estaba
sobre Moisés como líder de Israel durante los cuarenta años que vagaron
en el desierto antes de entrar en la Tierra Prometida. Durante un tiempo
bastante largo, Moisés fue el único líder de toda esta compañía de gente —
¡quizá alrededor de un millón o más!— y llegó un momento cuando él
estaba muy frustrado. El pueblo no dejaba de quejarse, y Moisés se
cansaba de tratar de satisfacerlos. En Números 11, Dios decidió que había
llegado el momento de que otros acompañaran a Moisés en el liderazgo.
Pero la forma en que esto ocurrió es fascinante. Como único líder, solo
Moisés tenía el Espíritu. Pero cuando otros setenta fueron seleccionados
para que fueran líderes junto con Moisés, Dios tomó el Espíritu que estaba
sobre Moisés y también les dio el Espíritu a los setenta. Como prueba de
que ahora ellos tenían el Espíritu, los setenta profetizaban (ver Números
11:16-17, 24-25). Sin embargo, dos de los setenta no estaban junto con el
resto cuando esto ocurrió, y muchos del pueblo de Israel escucharon a
estos dos hombres profetizar. Esto enojó a Josué, pues pensaba que el
pueblo podía comenzar a seguir a estos dos hombres en lugar de Moisés.
Pero Moisés le respondió a Josué: «¿Estás celoso por mí? ¡Cómo quisiera
que todo el pueblo del Señor profetizara, y que el Señor pusiera su Espíritu
en todos ellos!» (Números 11:29). Lo que vemos aquí es un tenue atisbo
de Pentecostés, un indicio de lo que acontecería cuando Dios puso su
Espíritu sobre todo el pueblo de Dios (Hechos 2). Moisés entendió lo
bueno que esto sería, pero aún no había llegado el momento para que el
Espíritu fuera derramado sobre todo el pueblo de Dios. Moisés y los
setenta tenían el Espíritu, el resto no.
La mayoría conocemos la historia de Saúl, el primer rey de Israel. Saúl
fue la elección del pueblo, no la elección de Dios, pero Dios lo usó de
todos modos. De hecho, Dios incluso puso el Espíritu en Saúl para darle
poder para que guiara al pueblo (1 Samuel 11:6). Pero Saúl pecó de formas
que deshonraron a Dios. En lugar de esperar a que Samuel llegara, como
debía hacer, ofreció holocaustos él mismo (1 Samuel 13). También
desobedeció la orden de Dios de matar a todos los amalecitas y su ganado
(1 Samuel 15). Debido a la desobediencia de Saúl, Dios le quitó la realeza.
Esto implicaba quitarle el Espíritu a Saúl (1 Samuel 16:14) al mismo
tiempo que Dios le daba el Espíritu a David, el nuevo rey que Dios
designaba para Israel (1 Samuel 16:13). Para liderar al pueblo de Dios se
requiere el Espíritu; por eso se le dio el Espíritu primero a Saúl y luego a
David. Pero cuando Saúl ya no iba a ser más rey, se le quitó el Espíritu.
Una vez más vemos que la conexión entre la concesión del Espíritu a las
personas y las tareas que fueron llamados a hacer requiere la capacitación
del Espíritu.
La historia continuará en la siguiente sección, pero concluyamos con
tres cosas que deberíamos captar de lo que hemos visto de la obra del
Espíritu en tiempos del Antiguo Testamento. Primero, el Espíritu solo vino
sobre unas pocas personas: Moisés, los setenta, Bezalel, algunos profetas,
Saúl, David, etc. Pero de muy pocos se dice que el Espíritu estuviera sobre
ellos en el Antiguo Testamento. Aunque el Espíritu siempre estuvo en
«medio» del pueblo de Israel (Hageo 2:5; Isaías 63:11), solo vino sobre
algunos en el pueblo de Dios. Segundo, la venida del Espíritu tenía el
propósito de conceder poder sobrenatural para cumplir algún llamado o
tarea específicos que Dios le había encomendado a alguien. Tercero, la
duración de la venida del Espíritu parece estar ligada a la duración de la
tarea. Cuando la tarea estaba hecha, el Espíritu se retiraba (el más claro
ejemplo es cuando el Espíritu abandona a Saúl). Por lo tanto, la venida del
Espíritu era 1) selectiva, 2) orientada a una tarea, y 3) de duración
limitada, dependiendo de la duración de la tarea. Al avanzar hacia la
enseñanza del Antiguo Testamento acerca de un día cuando el Espíritu
vendría con fuerza y poder, veremos cuánto más grande será su obra. La
historia continúa…

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Qué hacía el Espíritu Santo en la vida de las personas en el Antiguo
Testamento cuando venía sobre ellas? ¿Por qué era importante esta obra
del Espíritu Santo para realizar la obra que Dios quería que se hiciera?
2. ¿En qué sentido la obra del Espíritu Santo era limitada en los tiempos
del Antiguo Testamento? ¿Por qué crees que esto era así?

VERSO PARA MEMORIZAR

Números 11:29: «¿Estás celoso por mí? ¡Cómo quisiera que todo el pueblo
del Señor profetizara, y que el Señor pusiera su Espíritu en todos ellos!».
Promesas del Antiguo Testamento sobre
la futura transformación por el Espíritu

La historia del Espíritu en la Biblia continúa en tanto que ahora nos


volvemos a la enseñanza del Antiguo Testamento sobre un día futuro
cuando el Espíritu será derramado en una medida mucho mayor que antes.
Este nuevo derramamiento del Espíritu llevará a cabo cambios
extraordinarios y extensivos, especialmente para el pueblo de Dios. Como
recordarás, terminamos la sección anterior señalando que la obra del
Espíritu en los tiempos del Antiguo Testamento tendía a ocurrir en un
selecto número de personas, primordialmente para capacitarlos para que
llevaran a cabo llamados o tareas específicos, y cuando la tarea o el
llamado concluían, lo más probable era que la capacitación del Espíritu
también terminara. Ahora, cuando miramos la enseñanza del Antiguo
Testamento acerca de la futura venida del Espíritu en una era por venir,
observaremos que estas tres características se revierten. La venida del
Espíritu ya no ocurrirá sobre unos pocos selectos del pueblo de Dios, ¡sino
sobre todos ellos! Y su venida no capacitará meramente para las tareas o
llamados que se deban llevar a cabo, sino que ahora el Espíritu
transformará al pueblo de Dios para que se vuelva santo y obediente. Y su
venida no se limitará en duración, ¡sino que será para siempre! Veamos
algunos de los pasajes que hablan de este maravilloso día de
transformación por el Espíritu.
Isaías 32:1-14 describe una escena muy triste. Israel está lejos del
Señor, pero ni siquiera se dan cuenta de que la pesada mano de juicio de
Dios está a punto de caer sobre ellos. Están relajados, disfrutando sus
caminos pecaminosos. Sin embargo, Dios les asegura que pronto caerán en
la ruina, sus ciudades serán saqueadas y sus viñas abandonadas para
secarse y morir. No obstante, Dios en su misericordia no termina ahí la
historia. La última palabra de Dios para su propio pueblo escogido no es
una palabra de juicio (aunque lo merecen), sino más bien una palabra de
restauración, sanidad, salvación, transformación. Así que Isaías escribe
que el juicio de Dios vendrá sobre ellos «hasta que desde lo alto el Espíritu
sea derramado sobre nosotros. Entonces el desierto se volverá un campo
fértil, y el campo fértil se convertirá en bosque. La justicia morará en el
desierto, y en el campo fértil habitará la rectitud. El producto de la justicia
será la paz; tranquilidad y seguridad perpetuas serán su fruto. Mi pueblo
habitará en un lugar de paz, en moradas seguras, en serenos lugares de
reposo» (Isaías 32:15-18). Qué sorprendente palabra. Israel ha pecado, y
Dios ha juzgado a esta nación. Pero luego Dios se volverá nuevamente
hacia su pueblo, esta vez para salvarlo y restaurarlo, para transformarlo y
hacerlo de nuevo. ¿Cómo hará esto Dios? Cuando derrame su espíritu
sobre su pueblo desde lo alto. Y cuando Dios envíe su Espíritu, ocurrirán
grandes cambios. El estéril desierto florecerá, ¡y la gente pensará que está
en un bosque! La idolatría y la inmoralidad serán reemplazadas en toda la
tierra por justicia y paz. Ya no habrá temor de ejércitos invasores, porque
el pueblo de Dios habitará en moradas seguras y tranquilos lugares de
reposo. ¡Una gran transformación realmente! ¿Y cuándo sucederás esto?
Cuando venga el Espíritu.
Isaías 44:1-5 proporciona también una sorprendente imagen de la
transformación del pueblo de Dios en los últimos días: «Pero ahora, Jacob,
mi siervo, Israel, a quien he escogido, ¡escucha! Así dice el Señor, el que
te hizo, el que te formó en el seno materno y te brinda su ayuda: “No
temas, Jacob, mi siervo, Jesurún, a quien he escogido, que regaré con agua
la tierra sedienta, y con arroyos el suelo seco; derramaré mi Espíritu sobre
tu descendencia, y mi bendición sobre tus vástagos, y brotarán como
hierba en un prado, como sauces junto a arroyos. Uno dirá: ’Pertenezco al
Señor’; otro llevará el nombre de Jacob, y otro escribirá en su mano: ’Yo
soy del Señor’, y tomará para sí el nombre de Israel”». Aquí Dios habla de
Israel como sus escogidos, a quienes formó y convirtió en su propio
pueblo. Esta no es una referencia a cuando Dios crea todas las cosas en
Génesis 1, sino más bien a cuando Dios forma especial y particularmente
este pueblo para que sea su propiedad, escogido por Dios para que sea
suyo. Debido al compromiso de Dios con este pueblo que él mismo creó y
escogió, Dios promete que un día hará de ellos el pueblo santo y fiel que él
los ha llamado a ser. Aunque ahora viven en abierta rebelión, llegará el día
cuando Dios los recreará, los transformará completamente. ¿Cuándo
ocurrirá esto? Cuando venga el Espíritu. Y mira lo que pasa. Ellos crecerán
y florecerán como árboles plantados junto a corrientes de agua (ver
también Salmo 1). Se dirán unos a otros: «¡Pertenezco al Señor!». Otros
escribirán esto en sus manos, llenos de alegría por ser el pueblo escogido
de Dios (ver también Deuteronomio 6:4-7). Considera esta pregunta: ¿qué
tan a menudo en la historia de Israel el pueblo de Dios sintió, pensó y
actuó así? ¿Qué tan a menudo estuvieron orgullosos de ser el pueblo de
Dios y entusiastas por andar en sus caminos? Respuesta: muy, muy rara
vez. ¡Qué asombrosa transformación ocurrirá con todo el pueblo de Dios!
¿Y cuándo acontecerá esta transformación? Cuando venga el Espíritu.
Ezequiel 36:22-28 dice: «Por eso, adviértele al pueblo de Israel que así
dice el Señor omnipotente: “Voy a actuar, pero no por ustedes, sino por
causa de mi santo nombre, que ustedes han profanado entre las naciones
por donde han ido. Daré a conocer la grandeza de mi santo nombre, el cual
ha sido profanado entre las naciones, el mismo que ustedes han profanado
entre ellas. Cuando dé a conocer mi santidad entre ustedes, las naciones
sabrán que yo soy el Señor. Lo afirma el Señor omnipotente. Los sacaré de
entre las naciones, los reuniré de entre todos los pueblos, y los haré
regresar a su propia tierra. Los rociaré con agua pura, y quedarán
purificados. Los limpiaré de todas sus impurezas e idolatrías. Les daré un
nuevo corazón, y les infundiré un espíritu nuevo; les quitaré ese corazón
de piedra que ahora tienen, y les pondré un corazón de carne. Infundiré mi
Espíritu en ustedes, y haré que sigan mis preceptos y obedezcan mis leyes.
Vivirán en la tierra que les di a sus antepasados, y ustedes serán mi pueblo
y yo seré su Dios». Cuando Dios dice: «Voy a actuar, pero no por
ustedes», quiere decir: «No les voy a conceder estas bendiciones porque
las merezcan». Entonces, ¿por qué los bendecirá de esta forma? Por causa
de su santo nombre. Dios está comprometido con este pueblo, y no va a
cambiar su palabra. Él ha prometido que ellos serán su pueblo y que él será
su Dios. Ha prometido que ellos serán bendecidos. Así que, en fidelidad a
su juramento, ¡Dios lo hará! Los convertirá en su pueblo obediente y los
bendecirá ricamente. ¿Cómo transformará Dios a este pueblo rebelde para
que ande en los estatutos de Dios y tenga cuidado de obedecer sus reglas?
Respuesta: pondrá su Espíritu dentro de ellos. Con su Espíritu en ellos,
tendrán un nuevo corazón y un nuevo espíritu, creado por Dios para
obediencia y fidelidad. Cuando el Espíritu venga a morar dentro del pueblo
de Dios, ellos serán transformados, ¡radical y cabalmente cambiados!
Joel 2:28-29 también dice que el Espíritu vendrá un día «sobre todo el
género humano» (v. 28). Hijos, hijas, ancianos, jóvenes, siervos, siervas:
todos ellos serán receptores del transformador Espíritu de Dios que vendrá.
Está claro que las promesas de la futura venida del Espíritu superan con
mucho su obra efectiva en el Antiguo Testamento. Su venida no será
selectiva, sino que vendrá sobre todos; no estará orientada a determinadas
tareas, sino que será transformadora; y no tendrá duración limitada, sino
que será para siempre.
Bueno, la historia aún no termina. El movimiento desde las promesas
del Antiguo Testamento a su cumplimiento en el Nuevo Testamento trae
algunas sorpresas propias. ¿Cómo y cuándo vendrá el Espíritu y hará esta
obra transformadora? La historia continúa…

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Cuáles son algunas formas en que la obra real del Espíritu en tiempos
del Antiguo Testamento se diferencia de la obra posterior del Espíritu que
el Antiguo Testamento prometió y predijo?
2. ¿Cuál es la principal y más importante obra que hará el Espíritu cuando
venga sobre todo el pueblo de Dios, según las promesas del Antiguo
Testamento?

VERSOS PARA MEMORIZAR

Ezequiel 36:26-27: «Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un espíritu


nuevo; les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les pondré un
corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en ustedes, y haré que sigan mis
preceptos y obedezcan mis leyes».
El Espíritu sobre Jesús y sobre
los seguidores de Jesús

Nuestra historia de la obra del Espíritu a través de la Biblia ahora


avanza al Nuevo Testamento. En un momento veremos el derramamiento
del Espíritu sobre todo el pueblo de Dios, como muchos pasajes del
Antiguo Testamento habían dicho que sucedería. Pero primero debemos
observar que el Nuevo Testamento comienza con el derramamiento del
Espíritu una vez más sobre un individuo, un hombre llamado por Dios para
llevar a cabo una misión muy específica e importante. El Espíritu es
derramado sobre Jesús.
En la tercera sección del Capítulo 5 de este libro, vimos brevemente la
vida y el ministerio que Jesús llevó a cabo en el poder del Espíritu. Como
habían indicado los capítulos 11, 42 y 61 de Isaías, el Mesías que iba a
venir estaría ungido por el Espíritu. Cuando comenzaba su ministerio, en
su primera oportunidad, Jesús leyó los primeros versos de Isaías 61. Al
hacerlo, Jesús sorprendió a sus compatriotas judíos en la sinagoga de
Nazaret con su anuncio de que él era el cumplimiento de esta promesa. Él,
Jesús de Nazaret, era el tan esperado Mesías ungido por el Espíritu. Jesús
podría haber leído Isaías 53 para anunciar que él era el Siervo Sufriente,
pero en lugar de eso eligió Isaías 61. Era muy importante que lo vieran
como el Mesías ungido por Dios para que se entendiera correctamente
quién es Jesús; por eso escogió Isaías 61 como su pasaje inicial.
Como vimos anteriormente, la vida obediente que vivió y los milagros
que realizó deberían ser vistos en gran medida como actos realizados en el
poder del Espíritu. El resumen de Pedro condensa perfectamente la idea:
«Me refiero a Jesús de Nazaret: cómo lo ungió Dios con el Espíritu Santo
y con poder, y cómo anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que
estaban oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hechos
10:38). Jesús vivió efectiva y perfectamente la vida llena del Espíritu y
potenciada por el Espíritu que los profetas del Antiguo Testamento
predijeron que acontecería para todo el pueblo de Dios. En consecuencia,
se podría considerar a Jesús como el perfecto ejemplo de cómo debería ser
nuestra vida humana cuando también nosotros recibimos el Espíritu como
él. Jesús llevó a cabo alegremente todo lo que el Padre lo había mandado a
hacer, y todo esto lo hizo en el poder del Espíritu.
Pero la historia del Espíritu en el Nuevo Testamento tiene mucho más
que contar. Inmediatamente antes de morir por nuestros pecados y
resucitar, Jesús preparó a sus discípulos para el siguiente paso en el plan de
Dios. Jesús volvería junto a su Padre, y se sentaría a la derecha del Padre a
reinar sobre el mundo y sobre su iglesia. Pero cuando Jesús les dijo a sus
discípulos que se iba para estar junto al Padre, ellos quedaron
desconcertados. ¡Jesús incluso dijo que su partida era una buena noticia!
Ellos estaban muy tristes y confundidos (Juan 16:5-6). Después de todo,
los creyentes judíos habían estado esperando por mucho tiempo la llegada
del Mesías prometido, ¡y ahora no querían que se fuera! Pero entonces él
les explicó más las cosas. Dijo: «Pero les digo la verdad: Les conviene que
me vaya porque, si no lo hago, el Consolador [el Espíritu Santo] no vendrá
a ustedes; en cambio, si me voy, se lo enviaré a ustedes» (Juan 16:7). ¿Por
qué crees que Jesús dijo: «Les conviene que me vaya»? ¿Cómo podía ser
bueno que él partiera? Bueno, considera también esta pregunta: ¿qué
podría ser mejor que el hecho de que Jesús viva con uno y camine a su
lado cada día? Respuesta: que Jesús, por su Espíritu, viva su propia vida
dentro de uno.
Jesús les prometió a sus seguidores que el Espíritu que ahora «vive con
ustedes» pronto estaría «en ustedes» (Juan 14:17). Sí, Jesús sabía que
llegaría el día cuando todos sus seguidores recibirían el Espíritu en sus
propias vidas, el mismo Espíritu que moraba en la vida de Jesús. Pero ellos
todavía no tenían el Espíritu. Anteriormente, Jesús había hablado del
«Espíritu que habrían de recibir más tarde los que creyeran en él», pero
que «hasta ese momento el Espíritu no había sido dado, porque Jesús no
había sido glorificado todavía» (Juan 7:39). Jesús sabía que cuando él
fuera a estar con su Padre —es decir, cuando fuera resucitado y
glorificado, y se sentara a la derecha del Padre— entonces sería el
momento de que Jesús les enviara a sus seguidores el mismo Espíritu que
moraba en él. Como creyentes en Jesús, ellos recibirían el propio Espíritu
de Jesús, y la propia vida y el poder de Jesús estarían actuando en ellos.
¡Esta era una buena noticia después de todo!
El día del derramamiento del Espíritu sobre todos los seguidores de
Jesús finalmente aconteció. Cuarenta días después de la muerte y la
resurrección de Jesús, el día de Pentecostés, Jesús derramó el Espíritu
sobre todos los que creían en él (Hechos 2:33). Todos ellos estaban
reunidos esperando que «la promesa del Padre» (Hechos 1:4-5) llegara
cuando Jesús les diera el Espíritu. Cuando el Espíritu vino sobre ellos,
todos hicieron algo muy asombroso. Estos creyentes llenos del Espíritu
comenzaron a contarles a otras personas acerca de la maravillosa obra
salvadora de Dios en Jesús, ¡y fueron capaces de decir todo eso en idiomas
que nunca habían aprendido! Los que escuchaban quedaron asombrados y
atónitos. Así que Pedro aprovechó la oportunidad para explicar que lo que
estaba ocurriendo era exactamente lo que el Antiguo Testamento decía que
sucedería. Pedro leyó de Joel 2, donde Dios prometía que llegaría el día
cuando «derramaré mi Espíritu sobre todo el género humano. Los hijos y
las hijas de ustedes profetizarán, tendrán visiones los jóvenes y sueños los
ancianos. En esos días derramaré mi Espíritu aun sobre mis siervos y mis
siervas, y profetizarán» (Hechos 2:17-18, citando Joel 2:28-29).
Finalmente, había llegado el día cuando todos aquellos que realmente
creían en Dios recibirían su Espíritu. ¡El momento cuando el Espíritu de
Dios —el mismo Espíritu de Jesús— actuaría poderosamente en la vida
del pueblo de Dios había llegado!
Hay otra parte importante de esta historia que debemos observar. Jesús
dijo que cuando viniera el Espíritu sobre sus seguidores, estos recibirían
poder para una tarea que era muy especial. Antes que llegara el Espíritu,
Jesús les había dicho a los discípulos: «Cuando venga el Espíritu Santo
sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como
en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Hechos 1:8).
Queda clara, entonces, una de las principales razones por las que el
Espíritu ha venido sobre los seguidores de Jesús: el Espíritu nos da el
poder para contar a los demás acerca de la muerte y resurrección de Jesús
por los pecados de ellos. El Espíritu nos da poder para compartir las
buenas nuevas del evangelio con aquellos que necesitan escucharlo. El
Espíritu quiere dar alabanza a Jesús en tanto que sus seguidores hablan de
la salvación que Jesús ha ganado para los pecadores. Esto tiene sentido
porque Jesús dijo que cuando viniera el Espíritu, «él me glorificará» (Juan
16:14). Una de las formas más importantes en que el Espíritu quiere darle
honor y gloria a Jesús es darles poder a los seguidores de Jesús para que
compartan acerca de él y su obra salvadora en la cruz. Por lo tanto, la
proclamación del evangelio no es algo que podamos hacer correctamente
con nuestras propias fuerzas. Pero cuando creemos en Jesús y recibimos su
Espíritu en nuestra vida, también a nosotros se nos da este poder para
compartir la buena noticia de Jesús con los demás. ¿Qué tan lejos
deberíamos compartir esta buena noticia? Bueno, como dijo Jesús, «hasta
los confines de la tierra». Tal vez algún día Dios te usará para llevar las
buenas nuevas de Jesús a gente de una tierra lejana. Qué privilegio y qué
alegría, porque Jesús realmente es el único Salvador de todos los que
ponen su confianza en él.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Cuál fue la «promesa del Padre» (Hechos 1:4-5) que Jesús les dijo a
sus discípulos que esperaran recibirla en Jerusalén? ¿Qué es tan importante
acerca de esta promesa?
2. Cuando el Espíritu viene sobre las personas, viene a transformar su
carácter para que sean cada vez más como Cristo y también a potenciarlas
para que hablen a otros acerca de Cristo. ¿Conoces personas que muestren
estas señales del Espíritu actuando en sus vidas?

VERSOS PARA MEMORIZAR

Juan 14:16-17: «Y yo le pediré al Padre, y él les dará otro Consolador para


que los acompañe siempre: el Espíritu de verdad, a quien el mundo no
puede aceptar porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes sí lo conocen,
porque vive con ustedes y estará en ustedes».
El Espíritu Santo concede nueva vida
en Cristo

La Biblia habla de nosotros los pecadores como personas que están


vivas y muertas al mismo tiempo. Sé que suena gracioso, ¡pero es cierto!
Todos nacemos en este mundo tanto vivos como muertos. Estamos vivos
en nuestro cuerpo, pero realmente existen dos formas en las que nacemos
muertos. Como recordarás, en el Capítulo 4 dijimos que el pecado nos ha
traído a todos el castigo de la muerte. Como lo expresó Pablo, «la paga del
pecado es muerte» (Romanos 6:23). Así que la primera forma en que
estamos muertos es que en nuestro pecado enfrentamos el castigo de la
muerte eterna. Es decir, recibiremos el castigo de ser separados de Dios
para siempre si permanecemos en nuestro pecado y no confiamos en Cristo
como nuestro Salvador. (¡Así que gracias a Dios por enviar a su Hijo a
morir por nuestros pecados! Si ponemos nuestra confianza en Cristo y su
pago por nuestro pecado en la cruz, no moriremos eternamente, sino que
más bien viviremos para siempre con Dios; más sobre esto en la siguiente
sección de este libro).
Pero hay otra forma en que nacemos muertos y podemos estar muertos
incluso ahora. Quizá te preguntes: ¿cómo es eso posible, cuando sé que
ahora mismo estoy totalmente vivo? Pablo nos ayuda una vez más, porque
les dice a los creyentes efesios algo sorprendente acerca de quiénes eran
ellos antes de confiar en Cristo. Él escribió: «En otro tiempo ustedes
estaban muertos en sus transgresiones y pecados, en los cuales andaban
conforme a los poderes de este mundo. Se conducían según el que
gobierna las tinieblas, según el espíritu que ahora ejerce su poder en los
que viven en la desobediencia» (Efesios 2:1-2). ¿Notaste que Pablo
describió a estas personas como «muertas» en el pecado en el que antes
«andaban»? Así que ellos eran los «muertos andantes», personas vivas y
muertas al mismo tiempo. Pero ¿qué podía significar esto?
Significa lo siguiente: aunque estemos vivos en nuestro cuerpo, de
modo que podemos pensar, comer, jugar y hacer toda clase de cosas, con
todo, estamos espiritualmente muertos. Estar espiritualmente muerto
significa esto: en nuestro pecado, no tenemos un verdadero amor por Dios
y sus caminos, y no deseamos realmente obedecer su Palabra. Nuestro
espíritu o vida interior es más bien egoísta. Queremos hacer las cosas que
disfrutamos, y no nos gusta que nos digan qué hacer. Así que, puesto que
somos pecadores, estamos separados de Dios. Y a causa de esto, no
queremos venir a Dios ni amar a Dios por cuenta nuestra. Como pecadores
estamos muertos, y somos incapaces de hacer lo que agrada a Dios tal
como un muerto es incapaz de andar en bicicleta o nadar o arrojar un disco
(ver Romanos 8:6-8).
Entonces, ¿qué tiene que ver todo esto con el Espíritu Santo?
Respuesta: ¡todo! Si vamos a ser transformados de modo que ya no
estemos espiritualmente muertos sino más bien vivos para Dios, se nos
tiene que dar esta nueva vida que no tenemos. Dado que estamos muertos
en nuestros pecados, no podemos revivirnos a nosotros mismos. Dios tiene
que traernos a la vida. Y Dios lo hace por medio de la obra del Espíritu
Santo.
Tal vez recuerdes una historia verdadera muy famosa en la Biblia
acerca de un líder judío que vino a Jesús de noche. Él sabía que Jesús
venía de Dios, pero aun así, no estaba preparado para las primeras palabras
que Jesús le dijo. Jesús le dijo a Nicodemo: «De veras te aseguro que
quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios» (Juan 3:3). Esto
dejó a Nicodemo bastante perplejo. ¿Cómo se puede nacer de nuevo?, se
preguntaba. ¿Puede uno volver al vientre de su madre y nacer por segunda
vez? A esto, Jesús respondió: «Yo te aseguro que quien no nazca de agua y
del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios» (Juan 3:5). Al hablar del
«agua» y del «Espíritu» juntamente, Jesús estaba pensando en muchos
versos del Antiguo Testamento que hablan de la vida que viene cuando se
concede el Espíritu, como plantas que crecen cuando se les aplica agua.
Por ejemplo, Isaías 44:3-4 había predicho: «Regaré con agua la tierra
sedienta, y con arroyos el suelo seco; derramaré mi Espíritu sobre tu
descendencia, y mi bendición sobre tus vástagos, y brotarán como hierba
en un prado, como sauces junto a arroyos». Entonces, al hablar de «agua y
del Espíritu», Jesús quería decir que las personas espiritualmente muertas
tienen que ser traídas a la vida en tanto que el Espíritu les dé vida. Tal
como el agua les da vida a las plantas y árboles a las que se les da a beber
esa agua, así también el Espíritu da vida espiritual a aquellos a quienes se
les da a beber ese Espíritu. El Espíritu da vida a los pecadores que están
muertos en su pecado, solo Dios nos puede vivificar, y lo hace por medio
de su Espíritu.
Las siguientes palabras que Jesús le dijo a Nicodemo también son muy
importantes. Jesús continuó: «Lo que nace del cuerpo es cuerpo; lo que
nace del Espíritu es espíritu… El viento sopla por donde quiere, y lo oyes
silbar, aunque ignoras de dónde viene y a dónde va. Lo mismo pasa con
todo el que nace del Espíritu» (Juan 3:6-8). Lo principal que Jesús quería
hacer entender es esto: cuando nacemos en este mundo como bebés,
estamos físicamente vivos, pero nuestra vida física no nos vivifica
espiritualmente, ni puede hacerlo. En efecto, como hemos visto, cuando
nacemos en este mundo como bebés físicamente, de hecho nacemos
espiritualmente muertos. Dado que nacemos pecadores, no estamos vivos
para Dios, así que somos los muertos vivientes, como dijimos
anteriormente: vivos en este mundo, pero muertos para Dios en nuestro
pecado. Debemos nacer de nuevo. Debemos nacer no solo físicamente sino
también espiritualmente. Pero como dijo Jesús, solo si nacemos del
Espíritu podemos estar espiritualmente vivos. Nosotros no podemos hacer
nada para revivirnos espiritualmente. El Espíritu debe hacernos nacer de
nuevo. El Espíritu debe hacernos revivir espiritualmente. ¿Y podemos
controlar al Espíritu para que haga lo que nosotros queremos? Jesús dijo
que, así como al viento sopla adonde quiere y nosotros no podemos
controlar adonde va, así también el Espíritu les da vida a quienes él desea,
y nosotros no podemos controlar lo que el Espíritu decide hacer.
Si estamos pensando atentamente acerca de lo que Jesús le dijo a
Nicodemo, deberíamos ser muy humildes. Deberíamos darnos cuenta de
que no hay nada que nosotros podamos hacer para llegar a nacer de nuevo.
No hay acciones ni obras que podamos realizar para concedernos vida
espiritual. Así que, ¿qué podemos hacer entonces? Si el Espíritu debe
actuar para que nazcamos de nuevo, y si no podemos controlar lo que hace
el Espíritu, ¿qué deberíamos hacer? Lo único que podemos hacer
adecuadamente, y lo único que deberíamos hacer, es inclinar la cabeza y
admitir delante de Dios que estamos desvalidos para salvarnos a nosotros
mismos. Somos incapaces de darnos vida. Sabemos que estamos
espiritualmente muertos a causa de nuestro pecado, y sabemos que no
merecemos ser revividos.
¡Pero eso no es todo! También sabemos que Dios es benigno y viene a
aquellos que son humildes delante de él (Isaías 57:15). Pablo dijo una vez
que, debido al gran amor de Dios, él salvó a las personas mediante un
lavamiento que las hizo nacer de nuevo, por medio del Espíritu Santo que
las hizo nuevas (Tito 3:5; nótese que aquí también están juntos
«lavamiento» y «Espíritu»). Deberíamos poner nuestra esperanza en la
bondad de Dios, su misericordia para los pecadores, y su poder para salvar
a aquellos que admiten que no pueden salvarse a sí mismos. Nuestra
confianza debe estar en Dios, no en nosotros. Si hemos de nacer de nuevo,
debemos admitir que Dios debe realizarlo. Su Espíritu debe darnos vida.
¡Solo él es nuestra esperanza!

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Cuáles son algunas formas en que la Biblia describe a todos los
pecadores que no tienen al Espíritu de Dios viviendo en su interior?
2. Puesto que estamos muertos en nuestros pecados, no podemos hacernos
revivir. Dios tiene que traernos a la vida. ¿Cómo actúa Dios para traer a
alguien a la vida espiritualmente?

VERSO PARA MEMORIZAR

Juan 3:5: «Yo te aseguro que quien no nazca de agua y del Espíritu no
puede entrar en el reino de Dios».
El Espíritu Santo une a los creyentes
en Cristo

El Espíritu Santo actúa de manera personal e individual cuando trae


nueva vida a alguien que ha estado muerto en su propio pecado. Pero al
mismo tiempo ocurre otra cosa. Cuando el Espíritu le da nueva vida a un
pecador de manera que él o ella confía en Cristo, el Espíritu también hace
otra cosa que es maravillosa y sorprendente, e involucra a muchos otros y
no solo a un individuo. El Espíritu también reúne a esa persona nacida de
nuevo con todas las demás personas nacidas de nuevo de manera que se
convierten en una «familia» de nuevos hermanos y hermanas en Cristo.
También son unidos en un nuevo «cuerpo» en Cristo. El Espíritu,
entonces, actúa de una manera individual, personal y amorosa para
conceder nueva vida a cada persona salvada. Pero el Espíritu también
actúa para unir a todas las personas salvadas en una hermosa familia llena
de gozo, un cuerpo del propio pueblo de Cristo.
La Biblia usa tanto el concepto de familia como de cuerpo como
ilustraciones de la manera en que el Espíritu Santo une a los creyentes en
Cristo. Pensemos acerca de ambas ilustraciones. Primero, el Espíritu Santo
actúa para ayudar a aquellos que han confiado en Cristo a que comprendan
que ahora Dios verdaderamente es su Padre. ¡Asombroso! Pero eso no es
todo. El Espíritu también actúa para ayudarles a entender que todos los
creyentes son sus hermanos y hermanas, adoptados en una gran familia en
Cristo. ¡Asombroso nuevamente! Sí, Dios es el Padre de todos los que han
confiado en Cristo, y ellos son adoptados con todos los demás creyentes en
la familia de Dios.
¿Conoces a niños que hayan sido adoptados en sus familias? Una
maravilla de la adopción es esta: a menudo los hijos adoptivos son traídos
de lugares que podrían haber sido difíciles o inseguros a un hogar donde
son cuidados y amados cariñosamente. Además, los hijos adoptivos
ocupan un lugar especial en sus nuevas familias. Ellos saben que no
pertenecen a ese lugar por nacimiento. Pero pertenecen a ese lugar porque
han sido escogidos, amados y queridos por otros. Aunque los hijos
adoptivos no merecen este amor y bondad, sus nuevos padres y familias
les muestran un gran amor.
Juan habla precisamente de esta forma acerca de Dios y su amor por
sus hijos. Él escribe: «¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se
nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos! El mundo no nos conoce,
precisamente porque no lo conoció a él. Queridos hermanos, ahora somos
hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que habremos de ser.
Sabemos, sin embargo, que cuando Cristo venga seremos semejantes a él,
porque lo veremos tal como él es» (1 Juan 3:1-2). Qué precioso y bello es
saber que, si uno es creyente en Jesucristo, es hijo de Dios. Y qué precioso
es saber que Dios es nuestro Padre y que todos los verdaderos creyentes
son nuestros hermanos y hermanas. ¡Qué gran amor muestra Dios a los
pecadores que no merecen su bondad al amarlos y adoptarlos en su
familia, para que sean sus propios hijos!
El Espíritu Santo desempeña un rol muy importante en este proceso de
adopción. Pablo escribe acerca de esta maravillosa obra del Espíritu
cuando dice: «Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios
son hijos de Dios. Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los
esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite
clamar: “¡Abba! ¡Padre!”. El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu
que somos hijos de Dios. Y, si somos hijos, somos herederos; herederos de
Dios y coherederos con Cristo, pues, si ahora sufrimos con él, también
tendremos parte con él en su gloria» (Romanos 8:14-17). La razón por la
que somos adoptados en la familia de Dios es, entonces, que Dios ha usado
su Espíritu, «el Espíritu de adopción», para incorporarnos a su familia. El
Espíritu nos une como hermanos y hermanas en Cristo, con Dios el Padre
como nuestro propio Padre.
En su carta a los Gálatas, Pablo habla de esta extraordinaria nueva
relación con Dios y con los demás que todos los creyentes deberían
disfrutar. Pablo les recuerda a los creyentes que cuando confiaron en
Cristo, Dios actuó para hacerlos sus propios hijos. Él escribe: «Todos
ustedes son hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús» (Gálatas 3:26).
Algunos versos más adelante él sigue explicando: «Pero, cuando se
cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo
la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que fuéramos
adoptados como hijos. Ustedes ya son hijos. Dios ha enviado a nuestros
corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba! ¡Padre!» (4:4-6). Por
tanto, los pecadores se convierten en hijos de Dios cuando confían en
Cristo. Y puesto que ahora son hijos, el Espíritu Santo actúa en sus vidas
para ayudarles a entender que Dios es su propio Padre y que son parte de
una nueva familia llena de muchísimos hijos adoptivos. Por mucho que
cueste imaginarlo, cada persona que realmente ha creído en Cristo es unida
con todos los demás creyentes cristianos en una gloriosa familia. Todos los
creyentes tienen un Padre celestial: «¡Abba! ¡Padre!». Dios es el Padre de
todos estos creyentes, y son hermanos y hermanas juntos para siempre.
La segunda forma en que el Espíritu trabaja para unir a los creyentes
en Cristo es reuniéndolos en un nuevo «cuerpo» en Cristo. Pablo escribe:
«Todos fuimos bautizados por un solo Espíritu para constituir un solo
cuerpo —ya seamos judíos o gentiles, esclavos o libres—, y a todos se nos
dio a beber de un mismo Espíritu» (1 Corintios 12:13). Pablo usa la idea
de que los creyentes son diferentes partes de un solo cuerpo para
ayudarnos a entender algunas cosas.
Primero, cada parte del cuerpo necesita a todas las demás partes. Así
que cuando el Espíritu une a los creyentes con otros creyentes, lo hace para
que puedan ayudarse mutuamente. Cuando uno siente dolor, otro creyente
puede consolarlo. Cuando uno se preocupa, otro creyente puede alentarlo.
Cuando uno sufre, otro creyente puede darles esperanza. Nos necesitamos
unos a otros, así que el Espíritu nos une, incluso dándonos a cada uno
dones especiales para que podamos ayudarnos mutuamente a crecer en
nuestra relación con Cristo (1 Corintios 12:4-26).
Segundo, cuando Pablo habla de «judíos o gentiles, esclavos o libres»
unidos en un cuerpo en Cristo, está plateando un punto muy importante.
Pablo está enseñando que aquellos que se reúnen en Cristo a menudo son
muy diferentes entre sí. Cuando eran pecadores en este mundo, puede que
estas personas no se hayan agradado unas a otras o no se llevaran bien.
Ciertamente, así ocurría con los judíos y gentiles no salvados, quienes
solían odiarse mutuamente. Pero ahora, dado que los creyentes están
unidos como hermanos y hermanas en Cristo, deben aceptar y amar a
todos los creyentes, aun si son de distintas culturas o su piel es de distinto
color o hablan un idioma diferente. Todos los creyentes son reunidos en
relaciones nuevas y más grandes de las que alguna vez experimentaron
antes.
Dado que los creyentes son hermanos y hermanas de un Padre
celestial, y dado que son partes de un mismo cuerpo, ¿no tiene sentido que
busquen la gracia de Dios para amarse unos a otros en verdad? Los
creyentes mostrarán que el poder del Espíritu realmente está vivo en ellos
cuando ahora, por el Espíritu, amen como sus propios hermanos y
hermanas a personas que solían ser muy difíciles de amar. El Espíritu está
trabajando en la vida de los creyentes. Aunque ha venido a unirnos a Dios
—¡alabado sea Dios por eso!—, también ha venido a unirnos unos con
otros en Cristo. Que el Espíritu de Dios realice esta obra, para la gloria de
Cristo y por el bien de su cuerpo, la propia familia de Dios.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. El Espíritu une a los creyentes en la familia de Dios y en el cuerpo de
Cristo. ¿Qué ilustran estas dos imágenes acerca de la manera en que los
cristianos deben relacionarse entre sí?
2. Cuando consideras que puedes convertirte en hijo de Dios por la fe en
Jesucristo, ¿qué causa esto en tu propio corazón? ¿Logras ver la belleza y
el gran gozo que esto implica?

VERSOS PARA MEMORIZAR

Romanos 8:14-15: «Porque todos los que son guiados por el Espíritu de
Dios son hijos de Dios. Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo
los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les
permite clamar: “¡Abba! ¡Padre!”».
El Espíritu Santo llena a los creyentes
para que vivan por Cristo

El Espíritu Santo concede nueva vida a las personas que estaban


muertas en sus pecados. ¡Qué sorprendente es que él sea capaz de dar vida
a los muertos, y hacer que nazcan de nuevo! El Espíritu Santo reúne a
estas personas nacidas de nuevo en una maravillosa nueva familia, como
partes de un nuevo cuerpo. ¡Qué sorprendente es que él una a los creyentes
como hijos adoptivos de Dios y miembros del cuerpo de Cristo!
Pero el Espíritu Santo trabaja en más formas aún. Después de dar
nueva vida a las personas y unirlas entre sí y con Cristo, el Espíritu
continúa su obra en la vida de cada creyente. La Biblia habla de esta parte
de la constante obra del Espíritu como la llenura del Espíritu. Escucha lo
que dice Pablo acerca de esta extraordinaria verdad: «No se emborrachen
con vino, que lleva al desenfreno. Al contrario, sean llenos del Espíritu.
Anímense unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales.
Canten y alaben al Señor con el corazón, dando siempre gracias a Dios el
Padre por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Sométanse unos
a otros, por reverencia a Cristo» (Efesios 5:18-21). ¿Qué significa entonces
ser lleno del Espíritu? ¿Cómo pueden vivir los creyentes de modo que
obedezcan este mandato de la Escritura de ser llenos del Espíritu?
La mejor ayuda llega del propio Pablo con la ilustración que elige usar
cuando enseña acerca de la llenura del Espíritu. Su mandato, «no se
emborrachen con vino», es importante en sí mismo, por supuesto. Los
creyentes nunca deberían ingerir algo que los haga perder el control de su
forma de pensar y actuar. Si bien en la Biblia se suele usar el vino para
ilustrar la alegría y la bendición de Dios (p. ej., Isaías 55:1; Joel 3:18),
beber demasiado vino hasta embriagarse es malo y pecaminoso. ¿Pero por
qué esto es así? Porque cuando uno está bajo la influencia de demasiado
vino, no puede controlar sus pensamientos y acciones. Puede decir cosas
que jamás debería decir o hacer cosas que jamás debería hacer, y no
obstante puede que ni siquiera se dé cuenta de ello. El vino se ha
convertido en una influencia controladora en su vida, y lo hace hablar y
actuar según como el vino lo dirija.
Así que cuando Pablo dice, no se emborrachen con vino, sino «sean
llenos del Espíritu», tenemos una idea bastante buena de lo que eso
significa. En lugar de ingerir demasiado vino que acabe influenciándote
para que hables y actúes de formas equivocadas y pecaminosas, permite
que el Espíritu sea una influencia tan potente en tu vida que acabes
hablando y actuando de formas que sean santas y honren a Cristo. Después
de todo, al Espíritu se lo llama «el Espíritu Santo» noventa y cuatro veces
en el Nuevo Testamento. Si el Espíritu Santo controla la vida de un
creyente, este Espíritu conducirá a la persona a pensar, hablar, comportarse
y vivir de formas que sean buenas y justas. Tal como dice Pablo, cuando el
Espíritu controla una vida —es decir, cuando es «llena» del Espíritu
(Efesios 5:18)—, esa persona hablará con los demás con un lenguaje que
honre a Dios (5:19), dará gracias a Dios por todo lo que él trae a su vida
(5:20), y servirá por amor y respeto a Cristo (5:21). Por tanto, ser lleno del
Espíritu significa permitir que el Espíritu influencie potentemente o
controle nuestros pensamientos, actitudes, palabras y acciones.
Pablo usa otra ilustración para el control del Espíritu sobre la vida del
creyente. En Gálatas 5, en lugar de hablar de la llenura del Espíritu, habla
del «fruto» del Espíritu en la vida de los que «andan» por el Espíritu o son
«guiados» por el Espíritu. Él escribe: «Así que les digo: Vivan por el
Espíritu, y no seguirán los deseos de la naturaleza pecaminosa. Porque esta
desea lo que es contrario al Espíritu, y el Espíritu desea lo que es contrario
a ella. Los dos se oponen entre sí, de modo que ustedes no pueden hacer lo
que quieren. Pero, si los guía el Espíritu, no están bajo la ley… En cambio,
el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad,
fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas.
Los que son de Cristo Jesús han crucificado la naturaleza pecaminosa, con
sus pasiones y deseos. Si el Espíritu nos da vida, andemos guiados por el
Espíritu» (Gálatas 5:16-18, 22-25).
El punto principal de este bello pasaje se aprecia en el último verso del
pasaje: «Si el Espíritu nos da vida, andemos guiados por el Espíritu».
Pablo quiere decir los siguiente: dado que el Espíritu es el que ha usado su
gran poder para darles nueva vida en Cristo a los pecadores, así también el
Espíritu es el que les da a los creyentes el mismo poder para que lleven
vidas que agraden a Cristo. El Espíritu Santo guía a los que están en Cristo
a una vida santa mediante el poder que les da al morar en ellos. Y cuando
su poder está actuando, el control del Espíritu se manifiesta por medio del
amor, la alegría, la paz, y todas las demás buenas cualidades que el
Espíritu produce y lleva a cabo. El «fruto» del Espíritu, entonces, son esas
buenas formas de pensar, sentir, hablar, y actuar que expresan cómo es el
Espíritu cuando vive a través de su pueblo. Así que podríamos ver todo lo
que hemos analizado de esta forma: los pensamientos, actitudes, palabras y
acciones buenos y piadosos se manifiestan en la vida de aquellos que son
influenciados y controlados por el Espíritu. O más simplemente, el «fruto»
del Espíritu (Gálatas 5:22-23) se manifiesta en la vida de los que son
«llenos» del Espíritu (Efesios 5:18).
Queda una pregunta más por responder: si el «fruto» del Espíritu se
manifiesta en la vida de los que son «llenos» del Espíritu, ¿cómo puede un
creyente ser cada vez más lleno o controlado por el Espíritu? ¿Qué pueden
hacer los cristianos a fin de permitir que el Espíritu influencie y dirija más
de sus vidas? Si bien la Biblia da varias respuestas al respecto, hay una
enseñanza principal que parece estar en primer lugar. Como recordarás, en
Efesios 5:18, Pablo enseñó que los creyentes deberán ser «llenos del
Espíritu», de manera que sus pensamientos, actitudes, palabras y acciones
fueran dirigidas por el Espíritu. Pero en el libro de Colosenses, Pablo
escribió algo similar y a la vez diferente. Colosenses 3:16-17 dice: «Que
habite en ustedes la palabra de Cristo con toda su riqueza: instrúyanse y
aconséjense unos a otros con toda sabiduría; canten salmos, himnos y
canciones espirituales a Dios, con gratitud de corazón. Y todo lo que
hagan, de palabra o de obra, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando
gracias a Dios el Padre por medio de él». ¿Te das cuenta de los similares
que son estos pasajes? En ambos, los resultados son casi los mismos —
palabras y actos que honren a Cristo— pero lo que produce el resultado se
plantea de forma distinta en ambos pasajes. En Efesios 5:18 Pablo dice que
tenemos que ser «llenos del Espíritu» para que se den estos resultados.
Pero en Colosenses 3:16 dice que «habite en ustedes la palabra de Cristo
con toda su riqueza» a fin de que se produzca el mismo tipo de resultado.
¿Qué podemos aprender de esto? El Espíritu tendrá una mayor influencia y
proveerá más dirección en nuestra vida en tanto que la Palabra de Dios
«habita» cada vez más en nosotros. Nuestra lectura de la Palabra, el tiempo
que pasamos memorizando y meditando en la Escritura, son una de las
principales herramientas que usa el Espíritu para ayudarnos a pensar,
sentir, hablar y actuar de formas cada vez más agradables a Cristo. Siendo
esto así, está bastante claro lo que tenemos que hacer. Los creyentes
deberían anhelar estar más «llenos» de la Palabra de Dios de modo que
sean más «llenos» de su Espíritu. La Palabra y el Espíritu van juntos, y
cuanto mejor entendamos esto, tanto más viviremos para la honra de
Cristo.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿De qué manera se relacionan la «llenura» del Espíritu y el «fruto» del
Espíritu?
2. ¿De qué manera la Comparación entre Efesios 5:18 y Colosenses 3:16
nos ayuda a entender mejor lo que significa ser lleno del Espíritu? ¿Puedes
pensar en otros lugares de la Biblia donde «Espíritu» y «Palabra» estén
relacionados?
VERSOS PARA MEMORIZAR

Efesios 5:18-20: «No se emborrachen con vino, que lleva al desenfreno. Al


contrario, sean llenos del Espíritu. Anímense unos a otros con salmos,
himnos y canciones espirituales. Canten y alaben al Señor con el corazón,
dando siempre gracias a Dios el Padre por todo, en el nombre de nuestro
Señor Jesucristo».
8

NUESTRA GRAN SALVACIÓN


La bondad y la sabiduría de Dios
al escoger a algunos para salvación

¿Has estado alguna vez en un servicio de adoración, o quizá en un


devocional familiar, cuando a los participantes se les ha pedido que
mencionen algunas razones por las que Dios debería ser adorado? Muy a
menudo, los cristianos darán muchas buenas respuestas. A menudo
hablarán acerca de la muerte de Cristo en la cruz por los pecadores, o el
consuelo que Dios ofrece durante los momentos difíciles, o las respuestas
que Dios ha dado a la oración en sus vidas. Todas estas son buenas razones
para alabar a Dios.
Pero en la manera en que el apóstol Pablo habla sobre por qué Dios
debe ser alabado hay algo asombroso y diferente. Comenzando en Efesios
1:3, hace una lista de motivos para alabar a Dios, y la primera razón es una
en la que probablemente pocos cristianos piensen. Él escribe lo siguiente:
«Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha
bendecido en las regiones celestiales con toda bendición espiritual en
Cristo. Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo, para que
seamos santos y sin mancha delante de él. En amor nos predestinó para ser
adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, según el buen
propósito de su voluntad, para alabanza de su gloriosa gracia, que nos
concedió en su Amado» (Efesios 1:3-6). ¿Qué es, entonces, lo primero que
viene a la mente de Pablo cuando piensa por qué Dios debería ser alabado?
Respuesta: Dios ha escogido a algunos pecadores para que estén en Cristo
(v. 4), y Dios los ha predestinado para la adopción en su familia por medio
de Cristo (v. 5). Es muy importante ver esto. Si el apóstol Pablo piensa que
una de las más grandes razones por las que Dios debería ser alabado es que
él escogió personas para que fueran salvadas, entonces nosotros
deberíamos pensar lo mismo. Después de todo, lo que Pablo escribe aquí
es la enseñanza de la Biblia, es decir, la mismísima Palabra de Dios. Así
que, si Pablo piensa que la elección de Dios de algunos para que fueran
salvos es maravillosa y buena, entonces deberíamos tratar de entender el
porqué. Por lo tanto, preguntamos: ¿por qué es bueno y sabio de parte de
Dios que él escogiera a algunos pecadores para salvarlos? ¿Por qué su
decisión de salvar a algunas personas es una razón muy importante por la
que él debería ser alabado?
Nuestra respuesta a estas preguntas parte por recordar algunas cosas
que hemos aprendido respecto a quiénes somos como pecadores. Por causa
del pecado de Adán en el huerto, nacemos a este mundo con una vida
interior pecaminosa. Esa vida interior pecaminosa no ama a Dios y no
quiere seguir los caminos de Dios. Como pecadores, más bien amamos las
cosas de este mundo y queremos seguir nuestro propio camino en vez de
amar a Dios y hacer alegremente lo que él nos ha mandado. Nuestro
pecado ha ocasionado nuestra muerte, nuestra separación de Dios tanto en
esta vida como en la venidera para siempre. Somos culpables delante de
Dios y merecemos el castigo que nos corresponde. «La paga del pecado es
muerte» (Romanos 6:23a), y así, como pecadores, estamos consiguiendo lo
que nos hemos ganado, lo que merecemos. Es importante entonces
entender que todos los seres humanos descendientes de Adán están en esta
condición. Todos, con Adán, somos pecadores en nuestra vida interior,
pecadores que merecen el castigo total y definitivo de Dios. Si Dios nos da
lo que merecemos, solo recibiremos una cosa: separación de Dios que
durará para siempre (2 Tesalonicenses 1:9).
Al entender la elección de Dios de algunos para que fueran salvos,
¿por qué es importante recordar nuestro pecado y nuestra culpa delante de
Dios? Hay dos motivos. Primero, a causa de nuestro pecado somos
rebeldes contra Dios, huimos de él y odiamos sus caminos. Un rebelde es
alguien al que no le gusta que le digan qué hacer y prueba todas las formas
posibles de hacer lo contrario de lo que se le dice. Y como pecadores,
aunque tal vez no estemos conscientes de ello, así es como somos respecto
a Dios y sus caminos. Amamos muchas cosas de este mundo que no
deberíamos amar, pero no amamos a Dios como deberíamos (Juan 3:19).
Con gusto decidimos hacer muchas cosas que no deberíamos hacer, pero
no hacemos precisamente las cosas que Dios manda que deberíamos hacer
(Juan 3:19-20). Nuestra vida interior como pecadores está configurada, por
así decirlo, contra Dios y sus caminos. Bueno, si amamos el mundo en
lugar de amar a Dios, y si hacemos lo malo en lugar de desear hacer lo que
Dios dice que es correcto, entonces como pecadores no estamos corriendo
hacia Dios, anhelando vivir con él. Más bien estamos huyendo de Dios lo
más rápido posible, esperando que nunca nos alcance. Aunque quizá no
tengamos idea de qué son los rebeldes, ¡eso es precisamente lo que somos!
El segundo motivo por el que deberíamos recordar la naturaleza de
nuestro propio pecado es este: cuando comenzamos a pensar acerca del
plan de Dios para salvar a las personas, necesitamos entender desde un
comienzo que nadie —¡absolutamente nadie!— merece la bondad y
misericordia que Dios decidió derramar sobre nosotros. Cuesta pensar de
esta forma acerca de uno mismo porque vivimos en un tiempo cuando
muchos piensan que merecen muchas cosas buenas. Pero esto
sencillamente no es cierto. De parte de Dios no merecemos ninguna cosa
buena que pudiéramos pensar que merecemos. No merecemos una
bicicleta nueva, ni un nuevo videojuego, ni un nuevo par de zapatos, ni un
nuevo vestido. Quizá lo deseemos con ansias, y quizá en nuestro corazón
pensemos que merecemos tenerlo. Pero como pecadores delante de Dios,
solo hay una cosa que merecemos justa y adecuadamente: separación
eterna de Dios y castigo por nuestro pecado. El hecho de que en este
momento estemos respirando o tengamos alimento para comer hoy, o a
menudo nos sintamos bien y gocemos de buena salud es porque Dios, en
su bondad, nos da lo que no merecemos (Hechos 17:25). Bueno, si no
merecemos el aliento, ni comida ni salud, tampoco merecemos ser
salvados. Ninguno de nosotros lo merece. Y mientras no asimilemos esta
verdad en lo profundo de nuestro pensamiento y nuestra vida, no
entenderemos la gracia y la misericordia de Dios al escoger a algunos para
salvarlos.
Por lo tanto, cuando Dios mira a todos los seres humanos pecadores en
Adán, esto es lo que ve. Ve a cada persona desde Adán hasta ti y hasta mí
como pecadores rebeldes que huyen rápida y furiosamente de él y como
pecadores culpables que merecen su justo castigo. ¿Puedes comenzar a ver
ahora por qué la verdad de que Dios escoge a algunos para salvación es tan
importante? Algunas personas quieren hacernos creer que cuando Dios
mira la raza humana, ve a muchas personas extendiéndose hacia él,
queriendo estar con él, y deseando vivir de formas que a él le agraden.
Según esta postura, si Dios escoge a algunos para que sean salvos, esto
significa que él les niega la entrada a otros que también han querido estar
con él, pero él no los eligió. Pero esto no es cierto, en absoluto. Ninguna
persona nacida en el linaje de Adán ha sido así alguna vez. La Biblia dice
que no hay «nadie que busque a Dios. Todos se han descarriado… No hay
nadie que haga lo bueno; ¡no hay uno solo!» (Romanos 3:11-12). Si Dios
nos dejara decidir, ninguna persona querría alguna vez estar con Dios, y
nadie desearía alguna vez hacer lo que a Dios le agrada.
Pero Dios, en su misericordia y su bondad inmerecida, ha decidido que
no nos dejará a todos en nuestro pecado para que enfrentemos su juicio. En
lugar de eso, Dios ha hecho algo tan bueno, tan benigno, tan sabio que es
casi impensable. Dios ha decidido escoger a algunos pecadores para ser
objeto de su más preciado amor, para recibir bondad y gracia que no
merecen, para que sus pecados sean perdonados por la muerte de su Hijo,
y para entrar en una relación con él ahora y por siempre. Como ves, la
elección de Dios nunca se trata de que él niegue la entrada a algunos que
querían venir a él. Su elección siempre se trata de que él trae a sí mismo a
aquellos que nunca habrían venido. Qué gran bondad y sabiduría se
manifiestan cuando Dios escoge a rebeldes indignos para que lleguen a
formar parte de su familia. ¿Puedes ver ahora que la elección de Dios de
algunos para que sean salvos es una buena razón para alabar a Dios?
PREGUNTAS PARA PENSAR
1. ¿Por qué es bueno y sabio de parte de Dios que él escoja salvar a
algunos pecadores? ¿Por qué su decisión de salvar a algunas personas es
una importante razón por la que Dios debería ser alabado?
2. ¿De qué manera demuestra la Escritura que no es verdadero pensar que
cuando Dios escoge a algunos para salvación, eso significa que les niega la
entrada a otros que querían estar con él? En lugar de esto, ¿de qué manera
deberíamos pensar acerca de la enseñanza bíblica de que Dios, en su
misericordia y gracia, escoge a algunos pecadores para salvarlos?

VERSOS PARA MEMORIZAR

Efesios 1:3-6: «Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que
nos ha bendecido en las regiones celestiales con toda bendición espiritual
en Cristo. Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo, para que
seamos santos y sin mancha delante de él. En amor nos predestinó para ser
adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, según el buen
propósito de su voluntad, para alabanza de su gloriosa gracia, que nos
concedió en su Amado».
«Señores, ¿qué debo hacer para
ser salvo?»

Muchos recordarán la historia de Pablo y Silas cuando fueron


golpeados y echados a la cárcel por predicar a Cristo y por expulsar un
demonio de una muchacha. Después que los soldados romanos les dieron
«muchos golpes» (Hechos 16:23), Pablo y Silas pasaron gran parte de esa
noche en una celda orando y cantando himnos a Dios. Luego de algunas
horas, Dios mostró tanto su misericordia como su gran poder al causar un
terremoto que rompió sus grillos y abrió las puertas de la prisión. Cuando
el guardia de la prisión vio que las puertas estaban abiertas de par en par,
quedó aterrado. Sabía que lo harían responsable del escape de los
prisioneros, y eso le costaría la vida. Pero sorprendentemente, Pablo y
Silas no salieron. En lugar de eso, cuando el guardia estaba a punto de
matarse, le gritaron en alta voz y le dijeron: «¡No te hagas ningún daño!
¡Todos estamos aquí!» (Hechos 16:28). El guardia quedó asombrado,
porque podía pensar que el Dios al que estos prisioneros adoraban había
provocado este terremoto. Y habiendo entreoído las oraciones que Pablo y
Silas habían ofrecido y los himnos que habían cantado, luego les hizo la
pregunta más importante que alguien podría hacer: «Señores, ¿qué tengo
que hacer para ser salvo?» (v. 30).
¿Cómo responderías esta pregunta? ¿Sabes cuál es la respuesta de la
Biblia? ¿Sabes lo que respondieron Pablo y Silas? Bueno, comencemos
con este último punto y veamos lo que dijeron Pablo y Silas. Ellos
respondieron: «Cree en el Señor Jesús; así tú y tu familia serán salvos» (v.
31). Aquí, como en muchos pasajes de la Escritura, se nos dice que los
pecadores son salvos cuando «creen» en Cristo o «confían» en Cristo o
ponen su «fe» en Cristo. Creencia, confianza o fe en Cristo son distintas
formas de hablar de la misma idea en la Biblia. Creer en Cristo (o confiar
en Cristo o poner la fe en Cristo) significa contar con o apoyarse
completamente en lo que Cristo ha hecho en su muerte y resurrección por
mi pecado, de modo que mi esperanza de ser justo a los ojos de Dios se
debe totalmente a Cristo y no tiene nada que ver con algo bueno que yo
pudiera llegar a decir o hacer.
Pablo dice algo muy similar a esto cuando escribe: «Porque por gracia
ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino
que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte» (Efesios
2:8-9). Ser salvado «por gracia» significa que Dios le da al pecador que
confía en él lo que el pecador no merece y jamás podría ganar. Es por esto
que él llama a la salvación un «regalo» de Dios y no algo que ellos hayan
trabajado para recibirlo. Y puesto que la salvación se les da por gracia de
Dios (un favor no merecido) y como regalo de Dios (no como algo por lo
que hayan trabajado), aquellos que reciben la salvación de Dios jamás
pueden jactarse o alardear por el hecho de ser salvos. No hicieron nada
para merecerlo, no hicieron obras que pudieran ganarlo, así que no tienen
razón para jactarse, excepto en el Dios que se lo ha dado por gracia (ver
también 1 Corintios 1:26-31).
Dado que la salvación es el regalo de Dios por su gracia, ahora debería
estar claro por qué la salvación llega por «fe» y no por obras. Cuando
alguien trabaja en un empleo, recibe una remuneración por lo que ha
hecho. Pero debido a que se ha ganado su pago, nunca llamaríamos
«regalo» al dinero que recibe, ¿verdad? No; si se lo ganó, el dinero no es
un regalo sino lo que merece recibir. Este es precisamente el motivo por el
que Pablo afirma que la «fe» es lo opuesto a las «obras». Si por las obras
recibimos lo que merecemos, entonces por la fe recibimos lo que no
merecemos. Por lo tanto, la fe en Cristo confía completamente en lo que
Cristo ha hecho para salvarme, pues no hay nada que yo pueda hacer —
ninguna obra que pueda realizar— que me haga merecedor de la salvación
que Dios ofrece. Si hemos de ser considerados justos a los ojos de Dios,
recibir el perdón de nuestros pecados, y ser aptos para volver a tener
comunión con él, entonces debemos creer que Cristo ha hecho todo lo
necesario para que seamos perdonados y salvados. No podemos añadir
nada a la obra consumada que Cristo ha realizado. Así que nuestra
esperanza de salvación debe estar puesta plenamente en Cristo, y
solamente en Cristo (ver también Romanos 4:4-5).
Hay otra cosa respecto a creer en Cristo que debemos observar. El
Evangelio de Juan habla mucho acerca de la necesidad de creer en Cristo
para ser salvo, y en un lugar leemos lo siguiente: «Los que creen en el Hijo
de Dios tienen vida eterna. Los que no obedecen al Hijo nunca tendrán
vida eterna, sino que permanecen bajo la ira del juicio de Dios» (3:36
NTV). Recordemos lo que acabamos de aprender, que la fe o creencia en
Cristo es lo opuesto a las obras. Aquí en Juan 3:36 también ocurre algo así.
Pero aquí, alguien que «cree» en Cristo no es lo opuesto a alguien que
trabaja por lo que recibe, sino lo opuesto a alguien que «no obedece» a
Cristo, y por ello está perdido para siempre. Así que, aunque la fe es lo
opuesto a las «obras» (Efesios 2:8-9), la fe también es lo opuesto a «no
obedecer» (Juan 3:36).
¿Qué nos dice esto acerca de la fe que necesitamos poner en Cristo
para ser salvos? Si la verdadera fe por la que somos salvos es lo opuesto a
no obedecer a Cristo, eso significa que la fe que ponemos en él involucra
una esperanza en él y un amor por él que nos lleva a obedecer a Cristo.
Después de todo, ¿por qué habríamos de querer realmente confiar en
Cristo para que quite nuestro pecado y nuestra culpa si continuáramos
queriendo aferrarnos a nuestro pecado y desobedecer a Cristo día tras día?
Si el Espíritu nos ha hecho ver que nuestro pecado nos ha lastimado
profundamente y nos ha hecho merecedores del juicio de Dios, entones el
Espíritu también nos ha hecho ver a Cristo como alguien bueno y amoroso
al quitar de nosotros ese horrible pecado. En consecuencia, confiar en
Cristo para que quite nuestro pecado y nos ponga a cuentas con Dios
significa también que queremos apartarnos de nuestro pecado ahora con
nuevos deseos de obedecer a Jesús con nuestra vida.
Es por esto que la Biblia a veces respondería la pregunta del carcelero:
«Señores, ¿qué tengo que hacer para ser salvo?» (Hechos 16:30) hablando
al mismo tiempo de volverse del pecado (arrepentimiento) y de creer en
Cristo. Por ejemplo, en las primeras palabras de Jesús registradas en el
Evangelio de Marcos, Jesús dice: «Se ha cumplido el tiempo. El reino de
Dios está cerca. ¡Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas!» (1:15; ver
también Hechos 20:21). El arrepentimiento implica ver el pecado como lo
engañoso y mortal que es, de modo que nos apartamos de él. Creer en
Cristo implica ver a Cristo como el benigno y poderoso Salvador que es,
de modo que nos volvemos a él. Estos dos actos van unidos en la salvación
de una persona. Arrepentimiento y creencia son como dos lados de la
misma moneda. No se puede tener un lado sin tener también el otro.
¿Te has fijado en que cada vez que uno se vuelve, lo hace en dos
sentidos? Supongamos que vas caminando para salir por la puerta frontal
de tu casa cuando recuerdas que dejaste la llave de la casa sobre la mesa de
la cocina. Cuando te vuelves hacia la cocina, también te vuelves de la
puerta frontal de tu casa. Cada vuelta hacia algo implica volverse de algo,
y cada vuelta desde algo implica volverse hacia algo. Y así es la fe
salvadora. Implica volverse del horror del pecado porque queremos
volvernos solamente a Cristo con confianza y esperanza. E implica
volverse solo a Cristo con confianza y esperanza porque ahora vemos el
horror del pecado y nos volvemos de él. Así que, ¿qué respuesta le darías a
la pregunta del carcelero? ¿Qué se debe hacer para ser salvo?

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. Creer en Cristo para salvación significa confiar plenamente en lo que
Cristo ha hecho en su muerte y resurrección por mi pecado, de modo que
mi esperanza de ser justo a los ojos de Dios se debe totalmente a Cristo y
no tiene nada que ver con ninguna cosa buena que yo pudiera llegar a
decir o hacer. ¿Es esto realmente lo que enseña la Biblia? ¿Puedes señalar
algunos pasajes que respalden tu respuesta?
2. ¿Cuál es la relación entre arrepentimiento y fe? ¿Qué rol desempeña
cada uno en la salvación de un pecador?

VERSOS PARA MEMORIZAR

Efesios 2:8-9: «Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la
fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras,
para que nadie se jacte».
Declarados justos delante de Dios cuando
creemos

¿Has visto alguna vez una obra de teatro? Si lo has hecho, sabrás que
una obra es muy distinta a una película. Las obras de teatro se realizan
sobre un escenario con actores y actrices en vivo. Generalmente cuentan
una historia mediante una serie de «actos» que desarrollan gradualmente la
trama de la historia de principio a fin. El plan de salvación en la Biblia
también se puede entender como una serie de actos. Al igual que una obra
teatral que desarrolla el relato a través de su serie del Acto 1, Acto 2, y
Acto 3, la historia de la salvación de la Biblia desarrolla el plan de
salvación a través de tres actos.
En el Acto 1, Adán peca en el huerto, al comer el fruto prohibido, de
modo que su pecado se le imputa no solo a él sino también a todos los que
han venido de Adán (Romanos 5:12-19). Tal como si tú usaras la tarjeta de
crédito de tu padre para comprar algo, y cargaras el gasto a su cuenta, así
también Dios nos carga el pecado de Adán. Al hacerlo, esto nos trae a
Adán y a nosotros tanto la mancha y la esclavitud del pecado en nuestra
vida interior como la culpa del pecado ante un Dios santo.
En el Acto 2, Dios el Padre toma todo ese pecado —tanto el pecado
que recibimos de Adán como todo nuestro propio pecado— y lo carga
sobre Cristo. Como reflexionamos anteriormente, cuando Jesús murió en
la cruz, cargó nuestro pecado y tomó el castigo que nosotros merecíamos.
Aunque él no tenía pecado y era inocente de cualquier maldad, no
obstante, para nuestra salvación, Dios el Padre puso nuestro pecado sobre
su Hijo y satisfizo su propia ira justa contra nuestro pecado por medio de
la muerte de su Hijo. Como señala Pablo: «Al que no cometió pecado
alguno [Cristo], por nosotros Dios lo trató como pecador» (2 Corintios
5:21a).
El Acto 3 es crucial para la historia de la salvación, y en él, Dios el
Padre nos acredita la justicia de su propio Hijo cuando ponemos nuestra fe
solo en Cristo. Acreditar significa agregar algo positivo que aumenta el
valor de lo que antes era verdadero. Cuando uno deposita dinero en una
cuenta de ahorro, acredita la cuenta con la cantidad de ese depósito,
haciéndola más valiosa de lo que era antes. Esto es lo que hace Dios con
los pecadores que se vuelven a Cristo con fe. En el momento en que
confían solo en Cristo para el perdón de todos sus pecados y la única
esperanza que tienen de recibir vida eterna, él les acredita la justicia de su
propio Hijo. El resto de 1 Corintios 5:21 plantea este punto. El verso
completo dice: «Al que no cometió pecado alguno [Cristo], por nosotros
Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de
Dios».
Estos tres actos del plan de salvación a veces se denominan los tres
actos de imputación. Imputar es cargar a alguien algo malo, o bien
acreditar a alguien algo bueno. En el Acto 1, Dios nos imputa (carga) el
pecado de Adán. En el Acto 2, Dios imputa (carga) nuestro pecado sobre
Cristo. Pero en el Acto 3, Dios imputa (acredita) la justicia de Cristo a
todos los que creen. Como puedes ver, 2 Corintios 5:21 habla de los actos
de imputación que suceden tanto en el Acto 2 como en el Acto 3. Dios
trató a Cristo como pecador —imputándole (cargándole) nuestro pecado a
su Hijo— para que nosotros recibiéramos la justicia de Dios por medio de
Cristo, imputando (acreditando) la justicia de Cristo a los que creen.
Algunos han llamado a esto «el gran intercambio». Dios le imputa nuestro
pecado a Cristo, y a cambio Dios les imputa la justicia de Cristo a los que
creen. Ese es el mayor intercambio que podría acontecer.
Hay otra cosa del Acto 3 que necesitamos entender claramente.
Cuando Dios imputa (acredita) la justicia de Cristo a los que creen, Dios
ve a esos creyentes como justos. Es decir, Dios considera que están en una
recta situación delante de él o gozan de su favor. Pero aquí hay algo muy
importante: la razón por la que Dios los ve justos no es porque su vida
interior haya sido limpiada y todo su pecado quitado. No; aquellos que
ponen su fe en Cristo siguen teniendo una vida interior pecaminosa; siguen
luchando con el hecho de no siempre pensar de forma correcta, tener
actitudes correctas, decir las palabras correctas, o hacer las cosas correctas.
Pero si siguen teniendo pecado en su interior, ¿cómo puede Dios
considerarlos en una recta situación delante de él? A fin de cuentas,
incluso después de creer siguen siendo pecadores. La respuesta es
asombrosa, una respuesta que está en el centro de lo que se trata realmente
la fe cristiana. ¿Cómo puede Dios ver a los pecadores como justos?
Respuesta: porque se les ha acreditado la justicia de Cristo, una justicia
que no es de ellos, una justicia completa y perfecta. Su situación delante de
Dios es ahora la de pecadores que han sido perdonados de la culpa de su
pecado porque Cristo pagó el castigo de su pecado en la cruz, y ellos han
confiado en la muerte de Cristo como su única esperanza. Por la fe,
entonces, a aquellos que han confiado en Cristo se les acredita la justicia
de Cristo. Cuando Dios los mira, ahora ve la perfecta justicia de su Hijo
como de ellos, imputada a ellos por la fe.
Una de las declaraciones más sorprendentes de toda la Biblia se
encuentra en Romanos 4. Pablo escribe: «Ahora bien, cuando alguien
trabaja, no se le toma en cuenta el salario como un favor, sino como una
deuda. Sin embargo, al que no trabaja, sino que cree en el que justifica al
malvado, se le toma en cuenta la fe como justicia» (vv. 4-5). ¿Te fijaste en
una sorprendente, incluso impactante declaración? Está en el verso 5,
donde Pablo dice que Dios «justifica al malvado». Justificar significa
declarar que alguien es justo o está en una recta situación con Dios.
Justificar es hacer una declaración legal, como en un tribunal de justicia,
de que alguien es inocente de delito. Pero observa aquí que aquel a quien
Dios justifica —declara que es inocente y justo— ¡es una persona
malvada! ¿Cómo puede ser eso? Dios mismo ha dejado claro que hacer tal
cosa está mal. Proverbios 17:15 dice: «Justificar al malvado y condenar al
justo es igual de repugnante para el Señor» (RVC). Así que observa esto:
en Proverbios 17:15 Dios dice que el que «justifica al malvado» es
repugnante, algo que al Señor le desagrada profundamente, y en Romanos
4:5 Pablo dice que Dios «justifica al malvado». ¿Por qué Dios no es
culpable de hacer lo que él considera algo tan malo?
La respuesta estriba en el hecho de que la persona malvada ha sido
declarada justa por la fe. Mira Romanos 4:5 nuevamente: «Al que no
trabaja, sino que cree en el que justifica al malvado, se le toma en cuenta
la fe como justicia». Como ves, si esta persona malvada intentara
«trabajar» por su justicia, jamás podría recibir aquello por lo que trabajó.
Ninguna cantidad de obras, ni siquiera todas las buenas obras del mundo,
podrían hacer justo a un pecador delante de Dios. Pero este versículo dice
que el malvado «no trabaja», sino que más bien «cree en» Aquel que
«justifica al malvado», de modo que «se le toma en cuenta [se le acredita]
la fe como justicia».
En el Acto 3, entonces, Dios acredita a los pecadores con la justicia de
Cristo cuando ellos ponen su esperanza y fe solo en Cristo. Cuando los
pecadores confían en la obra de Cristo, no en sus propias obras, Dios les
acredita la justicia de Cristo, no la justicia de ellos. Dios declara justos a
aquellos que aún son muy injustos solo porque han recibido la justicia de
otro: la perfecta justicia de Cristo. Justificados por la fe, no por obras: esta
es la esencia de la historia del plan de salvación de Dios.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. Imputación es una palabra difícil, pero tiene un significado muy
importante en la Biblia. ¿Qué significa imputación, y en qué lugar de la
Biblia ves el uso de esta idea?
2. ¿Por qué es cierto que cuando Dios mira a aquellos que han confiado en
Jesucristo para el perdón de sus pecados y la esperanza de vida eterna,
Dios ahora ve la perfecta justicia de su Hijo como de ellos?
VERSOS PARA MEMORIZAR

Romanos 4:4-5: «Ahora bien, cuando alguien trabaja, no se le toma en


cuenta el salario como un favor, sino como una deuda. Sin embargo, al que
no trabaja, sino que cree en el que justifica al malvado, se le toma en
cuenta la fe como justicia».
Hechos más como Cristo a lo largo de toda
nuestra vida

¿Recuerdas que hablamos de dos formas en que el pecado nos ha


dañado? El pecado que recibimos de Adán y el pecado que cometemos en
nuestra propia vida es malo para nosotros de dos formas. El pecado es
tanto un castigo que no podemos pagar como un poder que no podemos
superar. El castigo del pecado llega en forma de condena que debemos
pagar, una condena que nunca, jamás acabaría si nosotros mismos
tuviéramos que pagar el castigo por el pecado. Y el poder del pecado es
tan fuerte que en esta vida somos esclavos de él y nos tiene en sus garras
de muerte para siempre si su poder sobre nosotros no es destruido.
¡Pero hay buenas noticias! Dios ha enviado a su Hijo a encargarse
plenamente del pecado por nosotros. ¡La resurrección de Cristo de los
muertos demuestra que la muerte de Cristo en la cruz realmente lo hizo! El
castigo del pecado es la muerte, así que cuando Cristo se levantó de los
muertos demostró que había pagado la totalidad del castigo por el pecado.
Y el mayor poder del pecado es la muerte, así que cuando Cristo resucitó,
demostró que había conquistado por completo el poder del pecado. Sí,
Jesús es verdaderamente el único Salvador de los pecadores pues solo él ha
tratado plenamente el pecado de ellos.
Pero ¿cómo se aplica esta gran obra salvadora de Cristo a la vida de
aquellos que han confiado en Cristo para su salvación? Bueno, la Biblia
habla de dos formas en que Dios actúa en la vida de los creyentes, las
cuales se encargan de las dos formas en que el pecado los ha dañado. Por
medio de la obra de Cristo en la cruz, Dios ha planificado una forma de
encargarse del castigo del pecado que merecemos pagar, y una forma de
encargarse del poder del pecado que nos sujeta como sus prisioneros.
Puesto que Dios quiere salvar totalmente a las personas de su pecado, tiene
la respuesta perfecta a los dos problemas que enfrentamos a causa de
nuestro pecado: el pecado como castigo y el pecado como poder.
La forma de Dios de tratar el castigo del pecado que nosotros no
podemos pagar es el plan de justificación de Dios. Nuestra sección anterior
se enfocó en esta enseñanza bíblica, mostrando que Dios justifica o
declara justos a los que creen en Cristo. Aunque el pecado permanece en
la vida interior de ellos, cuando Dios los mira, ahora él ve la perfecta
justicia de su Hijo como de ellos, imputada (cargada) a ellos por la fe.
Cuando somos justificados por la fe, ya no somos personas culpables
delante de Dios que merezcan pagar el castigo del pecado. Cristo ha
pagado la totalidad de nuestro castigo, y recibimos su pago y su justicia
cuando creemos, a pesar de que el pecado permanece en nuestra vida.
Pero Dios no quiere que el pecado continúe por siempre en nuestra
vida. Así que la manera de Dios de encargarse del poder del pecado que
nosotros no podemos vencer es el plan de Dios de la santificación. El
término santificación significa ser apartado o separado, ser diferente, ser
santo. En la santificación, Dios procede a trabajar en nuestra vida para
superar el poder del pecado, para acabar con el control del pecado, para
libertarnos de la esclavitud del pecado. Dios nos separa del total control
del pecado en nuestra vida al ser separados para Dios en Cristo. Así que
Dios no solo ha planificado del castigo del pecado mediante la
justificación por fe; también ha planificado salvarnos del poder del pecado
al separarnos para sí mismo, en su Hijo, haciéndonos cada vez más como
Cristo. Aquí, la obra de Dios no es declararnos justos (eso lo hace en la
justificación), sino hacernos justos. Dios actúa para quitar nuestro pecado
y hacernos como su Hijo, haciéndonos el pueblo santo y feliz conforme a
su plan.
La obra de Dios de santificación —apartar a los suyos para sí mismo
en tanto que están en Cristo— es una obra que continúa durante toda la
vida de los creyentes. Dios está decidido a hacer de su pueblo un
verdadero pueblo santo, a quitar de sus vidas el pecado. No se detendrá
hasta que esto esté terminado. Pero no lo termina todo de una vez. Más
bien su obra de santificarlos —hacerlos más como Cristo y menos como el
mundo pecaminoso en el que vivimos— es una obra que él sigue
realizando en ellos cada día hasta que estén con él en el cielo.
Resulta útil pensar de dos formas acerca de la obra de Dios para
eliminar el pecado de nuestra vida y hacernos más como Cristo. Primero,
en el momento mismo en que un pecador pone su confianza en Cristo para
ser salvo, Dios separa a esa persona del control de Satanás y la liberta de la
esclavitud del pecado. Dios lo hace poniendo ahora a esa persona en
Cristo. Por lo tanto, se podría decir que la posición de una persona cambia
cuando confía en Cristo. Pablo escribe que Dios nos separa de la
esclavitud del pecado y Satanás y nos traslada al maravilloso gobierno de
Cristo sobre nuestra vida. Él agradece al Padre porque «él nos libró del
dominio de la oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo, en quien
tenemos redención, el perdón de pecados» (Colosenses 1:13-14). Qué
maravillosa verdad para pensar profundamente en ella y asimilarla. En el
preciso instante en que alguien pone su confianza en Cristo para salvación,
esa persona se traslada. Ya no está en el sitio donde el pecado y Satanás
dominan, sino que ahora está en un nuevo lugar donde Cristo gobierna en
su glorioso reino.
El hecho de que los creyentes han sido trasladados desde el gobierno
de Satanás al gobierno de Cristo no puede ser más verdadero mañana de lo
que es el día en que creyeron por primera vez. Es como mudarse de
California a Illinois, o de Texas a Maryland. Una vez que uno se ha
mudado a su nuevo estado, no puede estar más en su nuevo estado mañana
de lo que está hoy. Uno se ha trasladado. Ya no vive donde solía vivir.
Ahora vive en un área totalmente distinta. Así es cuando confiamos en
Cristo. ¡Nos hemos trasladado! Dios nos saca del área del detestable
control de Satanás y nos lleva al hermoso dominio del sabio y amoroso
control de Cristo. Nuestra posición ha cambiado, y no puede volver atrás.
Esta forma en que somos separados de Satanás y llevados a Cristo
podríamos llamarla nuestra santificación posicional. Nuestra posición ha
cambiado. No estamos donde solíamos estar, y no somos lo que solíamos
ser. Las cosas que han cambiado son permanentes y ya no pueden volver
atrás. Aparte de la enseñanza de la Biblia de que somos trasladados al
reino de Cristo cuando creemos, hay otras formas de ver que nuestra
posición ha cambiado. Por ejemplo, en el momento en que un pecador
confía en Cristo para salvación, ese pecador es ahora una nueva creación
en Cristo; las cosas viejas han pasado, y han llegado cosas nuevas de Dios
(2 Corintios 5:17-18). El creyente es ahora un templo del Espíritu Santo, a
quien ha recibido de Dios (1 Corintios 6:19). Ha muerto y ha resucitado
con Cristo, de modo que el pecado ya no puede tener completo control
sobre su vida (Romanos 6:3-7). Y ahora sabe que fue escogido por Dios
antes de la fundación del mundo, predestinado para ser adoptado en la
propia familia de Dios (Efesios 1:4-5). Por lo tanto, no cabe duda de que la
posición de un creyente delante de Dios cambia de formas asombrosas en
el momento que confía solo en Cristo para su salvación. La segunda forma
en que deberíamos pensar acerca de la obra de Dios para quitar el pecado
de nuestra vida y hacernos más como Cristo la podríamos llamar
santificación progresiva. Esto implica la obra diaria de Dios en nosotros,
ayudándonos a volvernos del pecado y a ser día a día más como Cristo.
Dios nos ha dado herramientas para ayudarnos a crecer. La Biblia es la
verdadera Palabra de Dios, y su verdad puede actuar potentemente para
cambiar nuestra forma de pensar, de sentir y de vivir. El prestar mucha
atención a la lectura de la Biblia y escucharla fielmente predicada puede
efectuar un gran crecimiento en nuestra vida. La oración es una
herramienta muy importante que Dios usa para ayudarnos a entender lo
mucho que necesitamos a Dios, lo mucho que dependemos de él. Y la
comunión de otros creyentes nos puede dar consuelo, aliento, corrección e
instrucción para ver mejor cómo quiere Cristo que vivamos. A través de
estas y otras herramientas, Dios actúa para hacernos más como Cristo y
derrotar completamente el poder del pecado sobre nuestra vida. Por lo
tanto, el castigo del pecado es quitado por la justificación; el poder del
pecado es quitado por la santificación. ¡Alabado sea Dios por salvar tan
adecuadamente a los pecadores!

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Cuál es la principal diferencia entre justificación y santificación? ¿Es
una más importante que la otra? ¿Cuál es más importante para los
pecadores que necesitan ser salvados de su pecado?
2. ¿Qué tipo de actividades son necesarias para el crecimiento en la
santificación progresiva? Es decir, ¿qué tipo de cosas debería estar
haciendo un seguidor de Cristo para que le ayuden a crecer para ser más
como Cristo?

VERSOS PARA MEMORIZAR

Colosenses 1:13-14: «Él [Dios el Padre] nos libró del dominio de la


oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo, en quien tenemos
redención, el perdón de pecados».
¿Salvados por buenas obras?
No ¿Salvados para buenas obras? Sí

Si algo está claro en la enseñanza del Nuevo Testamento, es esto: los


pecadores son salvos por la fe, no por obras. En los primeros días de la
iglesia, inmediatamente después que Jesús volvió a su Padre, algunos
judíos que habían creído en Jesús enseñaban algo diferente. Enseñaban que
junto con confiar en Jesús, uno tenía que seguir cumpliendo la Ley y
haciendo ciertas buenas obras que lo llevarían a uno a un recta relación
con Dios (ver Hechos 15:1-5). Los apóstoles de Jesús refutaron con fuerza
esta enseñanza. No, no somos salvos por hacer las obras de la Ley, sino
única y completamente por poner toda nuestra confianza en Jesús y en su
muerte en la cruz por nuestros pecados. Somos salvos por fe y no por obra
alguna que pudiéramos realizar, insistían ellos (ver Romanos 3:19–22;
Gálatas 2:15–16).
Así que ahora se podría hacer una pregunta muy importante: dado que
somos salvos por fe y no por hacer buenas obras, ¿hay algún lugar en la
vida cristiana para estas obras? Quizá los cristianos deberían considerar las
buenas obras como algo malo, por extraño que eso suene. Porque, si somos
salvos por la fe, y si no deberíamos introducir buenas obras en la manera
en que somos salvos, entones tal vez las buenas obras no tienen cabida
alguna. ¿Es eso posible?
Un pasaje muy importante que puede ayudarnos a responder esta
pregunta es Efesios 2:8-10. Ya hemos visto los versos 8 y 9, versos que
dejan claro que somos salvos por la gracia de Dios, mediante la fe en
Cristo, y en absoluto por alguna cosa buena que hagamos. Estos versos
dicen: «Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no
procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que
nadie se jacte». Aquí la enseñanza no podría ser más clara. No hay nada
que podamos hacer para añadir a lo que Cristo ha hecho por nosotros; de lo
contrario, podríamos «jactarnos» o alardear de que hemos ayudado a
nuestra salvación. No, no podemos ayudar a nuestra salvación. Lo único
que podemos hacer para ser salvos —de hecho, lo que debemos hacer— es
aceptar por fe el regalo de la salvación que Dios nos da por su gracia, por
su bondad para aquellos que no merecen ni un ápice de ella. Así que, como
ya hemos visto, somos salvos por gracia mediante la fe y no por obra
alguna que pudiéramos hacer.
Pero en este punto muchas personas dejan de leer y pasan por alto lo
que Pablo dice luego en el verso 10. Aquí escribe: «Porque somos hechura
de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso
de antemano a fin de que las pongamos en práctica». ¿No es asombroso
que justo después de que Pablo dejara muy claro que las buenas obras no
tienen nada que ver con la forma en que somos salvos, lo que dice a
continuación es que los creyentes fueron «creados en Cristo Jesús para
buenas obras»? Podemos pensar lo que Pablo está diciendo de esta forma:
si bien no somos salvos por buenas obras que hagamos (2:8-9), somos
salvos para buenas obras, obras que Dios ha preparado para que nosotros
realicemos (2:10). O de esta forma: si bien las buenas obras no tienen nada
que ver con por qué hemos sido salvados, las buenas obras realmente
demuestran que hemos sido salvados. Y esta: si bien las buenas obras no
son la razón o la base de nuestra salvación, las buenas obras son la
consecuencia o la demostración de nuestra salvación.
Esta idea se encuentra en muchos lugares del Nuevo Testamento. Por
ejemplo, Pablo le escribe a Tito: «En verdad, Dios ha manifestado a toda
la humanidad su gracia, la cual trae salvación y nos enseña a rechazar la
impiedad y las pasiones mundanas. Así podremos vivir en este mundo con
justicia, piedad y dominio propio, mientras aguardamos la bendita
esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador
Jesucristo. Él se entregó por nosotros para rescatarnos de toda maldad y
purificar para sí un pueblo elegido, dedicado a hacer el bien» (Tito
2:11.14). Según este pasaje, aquellos que son verdaderamente salvos han
recibido la gracia y el poder de Dios para demostrar que son salvos de dos
formas. Ellos deberían vivir de una forma que muestre que se están
alejando de las actitudes y acciones pecaminosas con las que el mundo los
tienta.
A esto se refiere Pablo cuando dice que la gracia de Dios en la
salvación está capacitando a los creyentes para «rechazar la impiedad y las
pasiones mundanas» (v. 11) y apartarse de la «maldad» (v. 14). Por lo
tanto, tal como nos apartamos del pecado cuando venimos a Cristo por
primera vez para ser salvos, así también los creyentes se siguen apartando
del pecado en su vida cristiana, demostrando que la gracia y el poder de
Dios siguen actuando en ellos. No obstante, la idea principal de Pablo es
positiva. Lo principal que Pablo quiere que Tito y otros creyentes vean es
esto: la obra salvadora de Cristo implica cambios en la vida de los
creyentes para que estos no solo procuren vivir de formas que agraden a
Dios, sino más aún, tengan el profundo deseo o pasión por hacer las
buenas obras que Dios los ha llamado a hacer. Pablo expresa estas dos
verdades juntas en el verso 14, donde dice que Cristo «se entregó por
nosotros para rescatarnos de toda maldad [apartarse de hacer lo malo] y
purificar para sí un pueblo elegido, dedicado a hacer el bien [un profundo
deseo de hacer lo bueno]».
Así que vemos que las buenas obras son una parte muy importante de
la vida cristiana. Si bien no somos salvos por buenas obras,
definitivamente somos salvos para buenas obras. Pero algunos podrían
preguntarse, ¿podemos tomar o dejar las buenas obras en la vida cristiana?
¿No es cierto que, una vez que somos salvos, no importa si hacemos
buenas obras o no, porque independientemente de cómo vivamos, al final
estaremos en el cielo? Esta es una pregunta muy difícil de responder
porque dice algo que en parte es cierto, pero también algo que está muy,
muy equivocado.
Lo que es cierto en parte es esto: una vez que confiamos solo en Cristo
para el perdón de nuestros pecados y la esperanza de vida eterna, jamás
podemos perder nuestra salvación, ni nos puede ser quitada. A veces esto
se expresa con la frase una vez salvos, siempre salvos. Y esto es cierto.
Muchos pasajes de la Escritura enseñan esto. Por ejemplo, Jesús dice:
«Porque la voluntad de mi Padre es que todo el que reconozca al Hijo y
crea en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final» (Juan 6:40).
Decir que alguien puede creer verdaderamente en Cristo y no ser
resucitado para vida eterna sería decir que Jesús estaba equivocado. ¡Pero
Jesús nunca se equivoca! Por lo tanto, todos los que realmente creen
tendrán vida eterna y serán resucitados para estar con Cristo. Y Romanos
8:30 dice: «A los que [Dios] predestinó, también los llamó; a los que
llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó».
La parte clave aquí es esa última frase, que todos aquellos a los que Dios
justificó también los glorificó. Esto significa que cada persona que
verdaderamente pone su fe solo en Cristo para salvación y es justificada
(ver Romanos 5:1) también será hecha plenamente como Cristo
(«glorificada»). Si lo deseas, mira también estos pasajes: Juan 10:27–29;
Romanos 8:31–39; 1 Corintios 1:8–9; Efesios 1:13–14; Filipenses 1:6; 1
Tesalonicenses 5:23–24; y 1 Pedro 1:3–5. Sí, la Biblia es clara: al final
Dios salvará a aquellos que verdaderamente han confiado en Cristo para su
salvación.
Pero ¿significa esto que no importa cómo vivamos? ¡Absolutamente
no! ¿Por qué? Porque cuando somos verdaderamente salvos, Dios
comienza una nueva obra en nuestro corazón y vida interior, dándonos
poder para apartarnos cada vez más del pecado y desear agradarle cada vez
más. Si decimos que hemos confiado en Cristo, pero no tenemos ningún
deseo de obedecer a Cristo o agradarle o hacer las buenas obras que Dios
quiere que hagamos, entonces puede ser que no hemos confiado
verdaderamente en Cristo. Somos salvados para buenas obras, y esas
buenas obras comenzarán a manifestarse cada vez más en la vida de los
verdaderos seguidores de Cristo. Por lo tanto, ¿tienen algún lugar las
buenas obras en la vida cristiana? Sí. Las buenas obras, realizadas en el
poder de Dios, agradan a Dios y demuestran que realmente le
pertenecemos a él.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. No somos salvos por buenas obras, sino que somos salvos para buenas
obras. ¿Puedes explicar estas importantes ideas bíblicas en tus propias
palabras?
2. Jesús promete que la persona que crea en él tendrá vida eterna y que él
la resucitará en el día final (Juan 6:40). Si una persona ha confiado en
Cristo como Salvador, ¿es importante cómo viva esa persona? ¿Es todavía
importante si crece en su semejanza a Cristo? ¿Es importante si crece en
hacer buenas obras?

VERSOS PARA MEMORIZAR

Tito 2:11-14: «En verdad, Dios ha manifestado a toda la humanidad su


gracia, la cual trae salvación y nos enseña a rechazar la impiedad y las
pasiones mundanas. Así podremos vivir en este mundo con justicia, piedad
y dominio propio, mientras aguardamos la bendita esperanza, es decir, la
gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo. Él se entregó
por nosotros para rescatarnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo
elegido, dedicado a hacer el bien».
¿Pero deben las personas saber de Cristo
y creer en él para ser salvas?

Muchas personas en nuestros días, entre ellos algunos cristianos,


hacen preguntas como esta: «¿Puede Dios legítimamente hacer
responsables de sus pecados a las personas si nunca han escuchado el
evangelio? ¿Cómo podría ser justo que Dios las juzgue si nunca tuvieron la
oportunidad de escuchar?». O bien: «¿Es posible que aquellos que nunca
han oído de Cristo o el evangelio pudieran ser aceptadas por Dios de
alguna otra forma? Tal vez Dios sabe que sus corazones lo están buscando,
así que él los salvará. Sencillamente no parece justo que las personas
deban oír acerca de Cristo para ser salvadas, porque muchas nunca lo
hacen».
Algunos que afirman ser cristianos y afirman seguir la Biblia
concuerdan con lo que este tipo de preguntas e ideas estás sugiriendo.
Algunos, de hecho, están escribiendo libros que defienden la idea de que
las personas que nunca han oído de Cristo pueden ser salvas por la fe en
Dios pues creen que él existe a partir de la creación o desde su propia
religión y cultura. Todas las personas, insisten ellos, son salvas por Cristo,
pero no es necesario que todas las personas efectivamente crean en Cristo
para que sean salvas. Así que, si bien Cristo es el único salvador, alegan
ellos, la gente puede reconciliarse con Dios aun si no saben acerca de
Cristo o no creen en Cristo para ser salvos.
Esta es una pregunta muy importante para que pensemos
profundamente. ¿Hay buenas razones en la Biblia para pensar que la fe en
Cristo es necesaria para ser salvo? Es decir, ¿enseña la Biblia que las
personas realmente están perdidas y sin esperanza a menos que conozcan
el evangelio de Cristo y confíen en él para el perdón de sus pecados? ¿O
está Dios actuando alrededor del mundo salvando personas que nunca han
oído de Cristo de alguna forma que no sea por medio de conocer y creer en
Cristo?
Veremos parte de la enseñanza bíblica que respalda la idea de que las
personas deben saber de Cristo y su muerte y resurrección, y creer en lo
que Cristo ha hecho para ellos, a fin de que sus pecados sean perdonados y
sean salvos. Considera las siguientes enseñanzas bíblicas, entonces, que
respaldan la convicción de que las personas son salvas solamente al saber
de Cristo y confiar en él como su Salvador.
1. La propia enseñanza de Jesús muestra que las naciones necesitan
escuchar y arrepentirse para ser salvas (Lucas 24:44-49). Veamos lo que
dice Jesús en Lucas 24:46-47: «Esto es lo que está escrito —les explicó—:
que el Cristo padecerá y resucitará al tercer día, y en su nombre se
predicarán el arrepentimiento y el perdón de pecados a todas las naciones,
comenzando por Jerusalén». Estas son algunas preguntas muy importantes
a partir de este breve pasaje (nota: vuelve a mirar atentamente el pasaje
para responder cada pregunta): 1) ¿Cuál es la condición actual de la gente,
según como la describe aquí Jesús? Respuesta: pecadores no perdonados y
no arrepentidos. Y dado que aún están en su pecado, no son salvos. 2)
¿Qué debe suceder para que sean perdonados (salvos)? Respuesta: deben
arrepentirse de su pecado. 3) ¿Qué se necesita para que se arrepientan de
su pecado para que sean perdonados y salvados? Respuesta: se necesita
una proclamación que los llame al arrepentimiento. 4) ¿Cuál es el
contenido de la proclamación? Respuesta: la gente debe escuchar una
proclamación «en su nombre»; así que el contenido debe ser acerca de
Jesús quien sufrió y resucitó al tercer día (ver verso 46 para un resumen
sobre el contenido de esta proclamación). 5) Finalmente, ¿a quién aplica
todo esto? Es decir, ¿quiénes son estos pecadores no arrepentidos ni
perdonados que necesitan arrepentirse para ser salvos pero que solo
pueden arrepentirse al escuchar la proclamación de Cristo y el evangelio?
Respuesta: «Todas las naciones, comenzando por Jerusalén». Jesús no
considera que las enormes cantidades de personas que conforman las
«naciones» ya tengan una revelación salvífica a su disposición. Más bien,
los creyentes deben proclamar el mensaje de Cristo a todas las naciones
para que la gente en esas naciones sea salva. Por lo tanto, todas las
personas de todas las naciones, incluso las de Jerusalén que tienen la Ley
de Moisés y todo el Antiguo Testamento, necesitan escuchar acerca de
Cristo a fin de que se arrepientan, sean perdonadas, y sean salvas.
2. Pablo enseña que incluso los devotos judíos, y todos los demás,
deben escuchar y creer en Cristo para ser salvos (Romanos 10:1-4, 13-15).
En Romanos 10:1-4, Pablo expresa el deseo y la oración de su corazón
para que sus compatriotas judíos sean salvos. Esto es asombroso, porque
aunque ellos tienen la Ley y un celo por Dios, no son salvos. ¿Por qué?
Porque no saben que la justicia de Dios solo viene por medio de la fe en
Cristo. Así que estos judíos, aunque son religiosos y dedicados a Dios, no
son salvos. Pero todo aquel que invoque el nombre de Cristo (ver
Romanos 10:9 junto con Romanos 10:13) será salvo. La línea de
razonamiento en Romanos 10:13-15 no se debería pasar por alto. Aquí
Pablo escribe: «Porque “todo el que invoque el nombre del Señor será
salvo”. Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y
cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay
quien les predique? ¿Y quién predicará sin ser enviado? Así está escrito:
“¡Qué hermoso es recibir al mensajero que trae buenas nuevas!”». ¡No
podría estar más claro! Si nos movemos en la dirección opuesta a lo que
dijo Pablo, concluimos lo siguiente: alguien debe enviar, para que alguien
vaya, para que alguien predique, para que otro escuche, luego crea, y luego
invoque al Señor para ser salvo. Si incluso los devotos judíos que tienen la
Ley y un celo por Dios deben escuchar acerca de Cristo y creer en él para
ser salvos, los demás pueblos del mundo sin duda también necesitan lo
mismo. Por tanto, las misiones son necesarias, porque las personas deben
escuchar el evangelio de Cristo y confiar en Cristo para ser salvas.
3. La historia de Cornelio demuestra que incluso los devotos gentiles
deben escuchar y creer en Cristo para ser salvos (Hechos 10:1–2, 38–43;
11:13–18; 15:7– 9). Lejos de ser salvo antes de que Pedro lo visitara —
como piensan algunos—, Cornelio era un gentil muy «devoto» y religioso
(10:2) que necesitaba escuchar acerca de Cristo y creer en él para ser
salvo. Cuando finalmente Pedro llegó a la casa de Cornelio, la última parte
de su sermón, antes que el Espíritu Santo viniera sobre Cornelio, no fue
otra cosa que el evangelio de Cristo. Pedro dijo estas palabras: «Él [Cristo]
nos mandó a predicar al pueblo y a dar solemne testimonio de que ha sido
nombrado por Dios como juez de vivos y muertos. De él dan testimonio
todos los profetas, que todo el que cree en él recibe, por medio de su
nombre, el perdón de los pecados» (Hechos 10:42-43). Nótese que Pedro
concluyó señalando claramente que aquellos que creen en Cristo reciben el
perdón de sus pecados. Con toda seguridad, entonces, en ese preciso
momento Cornelio creyó en Cristo, como Pedro había dicho, y fue salvo.
Pero no necesitamos preguntarnos si fue así, porque el siguiente capítulo
de Hechos confirma que esto es lo que sucedió. Cuando más tarde Pedro
informó acerca de la conversión de los gentiles, dice que solo cuando él
predicó Cornelio escuchó el mensaje que necesitaba escuchar por el cual
sería salvo (Hechos 11:14; cf. 15:8-9). Aun cuando Cornelio era religioso
y piadoso, necesitaba escuchar la proclamación del evangelio de Cristo
para ser salvo. Dios envió a Pedro a Cornelio precisamente por esa razón,
y la misma situación se da para todas las personas no salvadas de nuestro
tiempo, sean piadosas o no. El evangelio de Cristo son buenas noticias. Y
la gente necesita escuchar este evangelio y confiar solo en Cristo para su
salvación.
Conclusión: Jesús es el único Salvador, y la gente debe conocer y creer
en Cristo para ser salva. Que podamos honrar a Cristo y el evangelio y
demostrar nuestra fidelidad a la Palabra de Dios afirmando estas dos
importantes verdades. Y que el Espíritu produzca fuertes deseos en nuestro
corazón de ver que el evangelio de Cristo es proclamado a los pueblos de
este mundo. El evangelio es verdadero, solo Cristo es Salvador, y los
pecadores deben oír de Cristo y creer en él para ser salvos; así que la tarea
de las misiones es imperativa. Esto es muy simple pero muy potente. Por
la gracia de Dios, vivamos como aquellos que lo creen.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿De qué manera la historia de Cornelio (Hechos 10) nos ayuda a
entender que, aunque una persona sea religiosa, aún así necesita oír de
Jesús y creer en él para ser salva?
2. Si la Biblia enseña que las personas deben oír de Cristo a fin de creer en
Cristo para ser salvas, ¿qué nos dice eso acerca de la importancia de
compartir el evangelio e ir a otros países como misioneros?

VERSOS PARA MEMORIZAR

Romanos 10:13-15: «Porque “todo el que invoque el nombre del Señor


será salvo”. Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído?
¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay
quien les predique? ¿Y quién predicará sin ser enviado? Así está escrito:
“¡Qué hermoso es recibir al mensajero que trae buenas nuevas!”».
9

LA IGLESIA DE JESUCRISTO
Jesús es el Señor de la Iglesia

Aveces hablamos acerca de las iglesias de formas graciosas. Puede


que nos refiramos a una iglesia como «la iglesia de nuestra familia», o «la
iglesia del pastor Gonzales» o incluso «mi iglesia». Por supuesto, no está
mal hablar de esa forma, siempre que tengamos esto presente: si una
iglesia es realmente iglesia, entonces no pertenece a una familia, ni a un
pastor, ni a mí como miembro. Todas las verdaderas iglesias, y toda la
iglesia desde el comienzo, pertenecen a una sola persona: el Señor
Jesucristo. Solo él es el Señor de la iglesia.
Esto lo puedes oír en las enseñanzas de Jesús a sus discípulos. Después
que a Pedro le fue revelado que Jesús era «el Cristo [es decir, el Ungido, el
Mesías], el Hijo del Dios viviente» (Mateo 16:16), Jesús miró a Pedro y le
dijo: «Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia,
y las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra ella» (Mateo
16:18). Jesús no podía haber sido más claro. «Edificaré mi iglesia»
significa que la iglesia le pertenece solo a Jesús («edificaré mi iglesia»), y
no fallará en edificarla como él decida («[yo] edificaré mi iglesia»). Para
asegurarse de que entendamos que nada puede impedirle que edifique su
iglesia como él decida, añade: «Y las puertas del reino de la muerte no
prevalecerán contra ella». Satanás y todos sus demonios simplemente no
pueden evitar que Cristo edifique su iglesia exactamente como él ha
planificado y decidido. Sí, la iglesia le pertenece a Jesús, porque Jesús es
el Señor de la iglesia.
Todos los ejemplos del Nuevo Testamento para la iglesia muestran que
Jesús ocupa el lugar más alto sobre la iglesia. Dado que la iglesia es suya y
él es el Señor de la iglesia, se lo presenta como el más importante. Por
ejemplo, en Juan 10 se dice que la iglesia es como ovejas que necesitan
recibir alimento y agua, y además necesitan protección de los peligrosos
lobos. ¿Están por su cuenta estas ovejas, para que se las arreglen solas y se
protejan unas a otras si entra un lobo? No; junto con las ovejas está «el
buen pastor» que las guía para que hallen pastos y las protege de los lobos
(vv. 7-15). Este buen pastor cuida tanto a sus ovejas que aun «da su vida
por las ovejas» (vv. 11, 15). Aunque le costará la vida al propio pastor, él
demuestra que es el realmente el «buen» pastor porque protege y atiende a
sus ovejas, aun al punto de dar su vida por ellas.
Pero hay otra verdad en Juan 10 que no deberíamos pasar por alto.
¿Qué es lo que se supone que las ovejas deben hacer? Respuesta: escuchar
la voz del pastor y seguirlo. El pastor guía y las ovejas siguen. El pastor
provee comida y agua, y las ovejas comen y beben según el pastor dirija.
El pastor protege del peligro, y las ovejas confían y siguen al pastor. Como
dice Jesús: «Las ovejas oyen su voz. [El pastor] llama por nombre a las
ovejas y las saca del redil. Cuando ya ha sacado a todas las que son suyas,
va delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque reconocen su voz» (vv. 3-
4).
Hace muchos años viajé con un grupo a Israel. Un día nos detuvimos a
almorzar en la ladera de una colina con un profundo valle frente a
nosotros. Cientos de ovejas pastaban abajo. Me fijé en que cada oveja tenía
un punto de color sobre la lana del cuello. Algunas ovejas tenían un punto
verde y otras uno rojo, pero estas ovejas estaban todas mezcladas mientras
buscaban pasto para comer. Al principio no había reparado en que había
dos pastores sentados sobre una roca, conversando, en la base del valle. De
pronto los pastores se pusieron de pie, caminaron en direcciones opuestas,
y cada uno emitió un sonido para llamar a sus ovejas. ¡Lo que vi después
me dejó pasmado! A pesar de que todas las ovejas «verdes» estaban
mezcladas con las ovejas «rojas», cuando los pastores las llamaron, las
ovejas se separaron. Todas las ovejas con un punto verde se volvieron en
una dirección, siguiendo a un pastor. Y todas las ovejas con un punto rojo
se volvieron en la dirección contraria, siguiendo al otro pastor. Sí, las
ovejas realmente oyen la voz de su pastor y lo siguen. Bastante simple, ¿no
es verdad?; y qué buena lección para los cristianos que son parte de la
iglesia. Dado que Jesús es nuestro Buen Pastor, estamos llamados a hacer
una cosa en todo tiempo, en cualquier circunstancia, sin importar lo que
pensemos o cómo nos sintamos: debemos oír y seguir la voz de nuestro
Pastor. Jesús es el Pastor, y nosotros somos las ovejas. Sería realmente
bueno que recordáramos quién es quién.
Otra forma en que se retrata a la iglesia es como una novia, y Cristo es
el novio. Pablo le escribe a un grupo de creyentes a los que condujo a
Cristo: «Los tengo prometidos a un solo esposo, que es Cristo, para
presentárselos como una virgen pura. Pero me temo que, así como la
serpiente con su astucia engañó a Eva, los pensamientos de ustedes sean
desviados de un compromiso puro y sincero con Cristo» (2 Corintios 11:2-
3). Una de las partes más importantes de esta imagen de la iglesia es su
llamado a ser pura. Después de todo, el propio nombre iglesia literalmente
significa «llamados». Somos personas llamadas a salir del pecado y la
rebelión del mundo para dedicarnos por completo a Cristo. En las
relaciones humanas, una joven debería mantenerse pura para su esposo en
el día de su boda. De igual manera, Pablo anhela que estos creyentes se
aparten de otras atracciones y se mantengan «puros y sinceros» en su
compromiso con Cristo.
Dado que Cristo ha de llegar a ser el esposo de su novia, la iglesia,
nosotros los que conformamos la iglesia debemos someternos a él como
una esposa se somete a su esposo (Efesios 5:24). A fin de cuentas, se
acerca el día de nuestra boda. Al final del libro de Apocalipsis se nos relata
acerca del maravilloso y alegre día cuando la iglesia se vista de blanco
para su matrimonio con Cristo. al ver este día futuro, Juan escribe:
«“¡Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria! Ya ha llegado el día
de las bodas del Cordero. Su novia se ha preparado, y se le ha concedido
vestirse de lino fino, limpio y resplandeciente”. (El lino fino representa las
acciones justas de los santos). El ángel me dijo: “Escribe: ’¡Dichosos los
que han sido convidados a la cena de las bodas del Cordero!’” Y añadió:
“Estas son las palabras verdaderas de Dios”» (Apocalipsis 19:7-9). Qué
gran motivación para la dedicación a Cristo y la pureza de vida ahora
mientras esperamos el día cuando nos uniremos a Cristo para siempre.
Una última imagen de la iglesia nos ayudará a ver, una vez más, que
Cristo ocupa la posición más alta en la iglesia, como Señor de la iglesia. A
menudo se habla de la iglesia como el cuerpo de Cristo. por supuesto, esta
imagen incluye la idea de que cada miembro del cuerpo necesita a todos
los demás miembros, como dice Pablo en 1 Corintios 12:12-26. Pero otra
parte muy importante de esta imagen se relaciona con la posición de Cristo
en el cuerpo. Cristo es la cabeza de la iglesia, mostrando que él es Señor
sobre la iglesia. Él dirige a la iglesia hacia adelante, para que crezca y
llegue a ser lo que él quiere que sea. Pablo se refiere a la posición de
Cristo como cabeza cuando escribe que Dios el Padre «sometió todas las
cosas al dominio de Cristo, y lo dio como cabeza de todo a la iglesia. Esta,
que es su cuerpo, es la plenitud de aquel que lo llena todo por completo»
(Efesios 1:22-23). Su autoridad sobre todas las cosas en la creación es para
el propósito de reinar sobre la iglesia. Qué sorprendente es pensar en esto.
Al estar sentado a la derecha del Padre (ver Efesios 1:20) con todas las
cosas sujetas a él, Cristo tienen el control total de las cosas por causa de su
cuerpo, la iglesia. Qué gran seguridad podemos tener de que Cristo
edificará su iglesia, tal como dijo. Ni el infierno, ni Satanás, ni los
demonios, ni reyes o presidentes humanos pueden impedir que el Señor de
la iglesia haga lo que se ha propuesto y ha planificado. Así que, recuerda,
la iglesia donde adoras puede en cierto sentido ser tu iglesia, pero más
precisamente es la iglesia de Cristo.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Qué está implicado en la declaración de Jesús en Mateo 16:18:
«Edificaré mi iglesia»? ¿Qué nos dice esto acerca de la importancia de la
iglesia, según como Dios ve las cosas?
2. ¿Cuáles son algunas imágenes de la iglesia en el Nuevo Testamento que
nos ayudan a entender que Cristo es el Señor de su iglesia? ¿Qué dicen
acerca de Cristo estas imágenes? ¿Qué dicen acerca del pueblo de Cristo?

VERSO PARA MEMORIZAR

Mateo 16:18: «Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré
mi iglesia, y las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra
ella».
Un pueblo del nuevo pacto

Alguna vez has tenido que firmar un papel que dijera que tú
acordabas hacer ciertas cosas? Tal vez fuera un formulario para la escuela
que decía que, si te lastimabas haciendo deporte, no culparías a la escuela
por lo que pasó. O quizá hayas estado con tu mamá o papá cuando
firmaron un acuerdo para comprar un auto o tu casa. Un acuerdo como este
se realiza entre dos personas o dos grupos de personas, e intenta decir con
mucha claridad lo que cada persona o grupo ha acordado hacer, como
también lo que sucederá si una parte o la otra no hace lo que dijo que
haría.
En la Biblia, se celebran varios acuerdos entre Dios y su pueblo que
son similares a lo anterior. Estos acuerdos se suelen denominar «pactos».
Ellos dicen lo que el pueblo de Dios es responsable de hacer delante de
Dios, y también declaran lo que Dios promete que hará. A veces también
dejan claro lo que sucederá si el pueblo de Dios no hace lo que el pacto
dice que deben hacer. No obstante, hay una gran diferencia entre la
mayoría de los acuerdos humanos y los pactos de la Biblia. Los pactos son
redactados o establecidos por Dios sin pedirle ideas a su pueblo acerca de
cómo creen ellos que deberían ser las cosas. En otras palabras, Dios no
negocia con su pueblo. Los requerimientos y las promesas de los pactos en
la Biblia no se llevan a cabo mientras Dios y su pueblo discuten lo que
todos pensamos que sería lo mejor. No, Dios decide, punto. A fin de
cuentas, ¡él es Dios! Y todo lo que Dios ha decidido, su pueblo debe
hacerlo. Así es como funcionan los pactos de Dios con su pueblo.
Hay un pacto en el Antiguo Testamento que fue especialmente
importante para la vida cotidiana del pueblo de Israel. Después que Dios
libertó a su pueblo de la esclavitud en Egipto, los llevó al desierto, donde
Dios le habló a Moisés sobre un monte. Dios le dio a Moisés la Ley,
incluidos los Diez Mandamientos (Éxodo 20), la cual se le mandó a Israel
que cumpliera. Dios dejó claro que si ellos obedecían esta Ley, recibirían
gran bendición de Dios. Pero si desobedecían la Ley, Dios traería sobre
ellos un terrible castigo (ver Levítico 26; Deuteronomio 28-30). Esta ley,
que a veces se denomina Ley de Moisés o Pacto Mosaico, daba
instrucciones muy claras y detalladas para la vida del pueblo. Les enseñaba
cómo se debía adorar a Dios, qué debían hacer cuando pecaran, y cómo
tratarse entre sí y a su prójimo.
Pero a través de la historia del pueblo de Israel, lamentablemente a
menudo ellos se apartaron de la Ley y desobedecieron a lo que Dios les
había dicho. Y tal como Dios había advertido, cuando desobedecieron día
tras día, año tras año, Dios trajo castigo sobre ellos. Las mayores formas
de castigo de Dios llegaron cuando él levantó a dos naciones distintas para
que vinieran y casi borraran a su propio pueblo, Israel. Los asirios
lucharon contra las tribus del norte de Israel y las tomaron cautivas en el
722 a. C. Más tarde, Dios levantó a los babilonios, quienes vinieron contra
las tribus del reino del sur de Judá y los llevaron cautivas, y destruyeron el
muro y el propio Templo de Jerusalén en el 586 d. C. Qué triste. Dios
había dicho que si su pueblo obedecía su Ley, él mantendría a todas estas
naciones alejadas de ellos y les concedería indescriptible bendición. Pero
ellos rehusaron obedecer. Así que Dios hizo lo que había advertido y
castigó a este pueblo que había escogido.
No obstante, los planes de Dios para su pueblo no se habían arruinado.
Mira, aunque Israel desobedeció, Dios sabía que lo harían. Él siempre tuvo
el plan de cambiar este antiguo pacto, el Pacto Mosaico, por un «nuevo
pacto». En Jeremías 31:31-34, Dios promete un día cuando ya no escribirá
las demandas de su ley en tablas de piedra, sino que la escribirá en el
corazón de su pueblo. Cuando la ley se vuelva parte de la propia vida
interior de ellos, escogerán obedecer la ley. Se deleitarán en hacer la
voluntad de Dios y hallarán gozo en obedecer su Palabra. Este nuevo pacto
que toma el lugar de la Ley de Moisés es un pacto que el pueblo de Dios
va a cumplir. Y puesto que ellos van a cumplir este pacto, todas las
bendiciones que Dios había prometido para su pueblo finalmente serán
suyas.
En consecuencia, el propósito de Dios para la ley del antiguo pacto, la
Ley de Moisés, era mostrarle a su pueblo el pecado de su propio corazón.
Dios sabía que ellos no podrían cumplir la ley porque su propio pecado los
incitaría a quebrantar la ley. Pablo plantea este punto en Romanos 7
cuando habla de lo que sucedió cuando fue dada la ley. Él comenta que,
«si no fuera por la ley, no me habría dado cuenta de lo que es el pecado.
Por ejemplo, nunca habría sabido yo lo que es codiciar si la ley no hubiera
dicho: “No codicies”. Pero el pecado, aprovechando la oportunidad que le
proporcionó el mandamiento, despertó en mí toda clase de codicia. Porque
aparte de la ley el pecado está muerto» (Romanos 7:7-8). ¿Por qué, pues,
dio Dios la ley? Pablo responde esta pregunta en otro lugar, diciendo que
fue dada para exponer el pecado y las transgresiones de nuestra vida, para
enseñarnos lo mucho que necesitamos a Cristo y su obra en la cruz para
libertarnos de nuestro pecado (Gálatas 3:19-25). Él dice que la ley no
podía otorgarle justicia y vida nueva al pueblo de Dios. Y Dios nunca
pensó que lo haría. Pablo escribe: «Si se hubiera promulgado una ley
capaz de dar vida, entonces sí que la justicia se basaría en la ley. Pero la
Escritura declara que todo el mundo es prisionero del pecado, para que
mediante la fe en Jesucristo lo prometido se les conceda a los que creen»
(Gálatas 3:21-22).
Por lo tanto, la iglesia de Jesucristo no está bajo la Ley de Moisés, una
ley que los pecadores no pueden cumplir por su propia cuenta. La iglesia
más bien está bajo el nuevo pacto, en el cual Dios escribe sus leyes y
mandamientos en nuestro corazón. Su Espíritu actúa dentro del corazón de
los creyentes para rehacer su vida interior a fin de que aprendan a amar las
cosas de Dios. Con el tiempo, el Espíritu le da al pueblo de Dios nuevos
gustos, nuevos anhelos, nuevos deseos, de modo que lo que ellos quieren
hacer es lo que Dios quiere que hagan. Por lo tanto, el nuevo pacto solo es
cumplido porque el Espíritu actúa en la vida de los creyentes para hacerlos
crecer día a día en querer seguir los caminos de Dios.
Pablo explica muy bien esto en un útil pasaje. Él escribe: «La ley no
pudo liberarnos porque la naturaleza pecaminosa anuló su poder; por eso
Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de
pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó
Dios al pecado en la naturaleza humana, a fin de que las justas demandas
de la ley se cumplieran en nosotros, que no vivimos según la naturaleza
pecaminosa, sino según el Espíritu» (Romanos 8:3-4). Debido al pecado de
nuestra vida interior (nuestra «carne» o naturaleza humana), nosotros no
queríamos cumplir la ley de Dios. Así que Dios envió a su Hijo a perdonar
nuestro pecado (el castigo del pecado es pagado) y a romper las ataduras
con que este nos sujetaba (el poder del pecado es conquistado), para que
por la fe recibiéramos la obra de Cristo en nuestra vida. Jesús nos envía el
Espíritu precisamente con este propósito, para darnos un poder que antes
no teníamos. Al romper el control del pecado y al darnos el nuevo poder
del Espíritu, crecemos en la capacidad de vivir en obediencia a lo que Dios
nos manda. Por el Espíritu, no por nuestros propios esfuerzos, crecemos
para ser más semejantes a Cristo y vivir agradando más al Señor.
¿No te alegra que la iglesia esté bajo el nuevo pacto y no el antiguo?
Bajo la Ley de Moisés, al pueblo de Dios se le indicó la correcta manera
de vivir (Romanos 7:12), pero no podían hacer lo que se les decía.
Mediante las obras de la ley no podían agradar a Dios. Pero ahora, en el
nuevo pacto, Dios ha dado a su Hijo para que muera por el pecado de ellos
y ha dado a su Espíritu para que traiga poder a sus vidas. Por medio de la
obra de gracia de Dios, el pueblo de Dios puede crecer en obediencia y
santidad. ¡Qué gran esperanza para la iglesia de Cristo! ¡Qué alegría es ser
un pueblo del nuevo pacto!

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Qué es un pacto? ¿De qué manera funcionan los pactos para ayudar a
explicar cómo se relaciona Dios con su pueblo en las diferentes épocas a
través de la historia?
2. ¿Cuál es la esencia del «nuevo pacto» que Dios ha hecho con su propio
pueblo? ¿De qué forma es distinto al «antiguo pacto» (la Ley de Moisés)?
¿Por qué es una noticia tan maravillosa el hecho de que aquellos que
forman parte de la iglesia están bajo este nuevo pacto?

VERSOS PARA MEMORIZAR

Romanos 8:3-4: «En efecto, la ley no pudo liberarnos porque la naturaleza


pecaminosa anuló su poder; por eso Dios envió a su propio Hijo en
condición semejante a nuestra condición de pecadores, para que se
ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó Dios al pecado en la
naturaleza humana, a fin de que las justas demandas de la ley se
cumplieran en nosotros, que no vivimos según la naturaleza pecaminosa,
sino según el Espíritu».
Comunidades de cristianos que adoran
y sirven juntos

Los libros del Nuevo Testamento fueron escritos en el idioma griego.


La palabra iglesia en nuestra Biblia en español es una traducción de la
palabra griega ekklesia. Esta palabra se forma de la unión de dos términos
griegos: kaleo, que significa «llamar», y ek, que significa «fuera»; de
modo que la palabra iglesia realmente se refiere a aquellos que son
«llamados afuera» por Dios para que se unan como su pueblo, los
seguidores de su Hijo. A veces se usa iglesia para todos los seguidores de
Jesús desde los primeros discípulos hasta el día de hoy. Por ejemplo,
cuando Jesús dijo «edificaré mi iglesia» (Mateo 16:18), no estaba
pensando en alguna iglesia local específica en la esquina de las calles
Central con Uno Norte en Jerusalén. No, él quiso decir que iba a congregar
a todos aquellos que, en todos los años venideros, serían sus seguidores,
los miembros de su cuerpo. O cuando Pablo dijo que era indigno de ser
llamado apóstol porque él «perseguía a la iglesia de Dios» (1 Corintios
15:9; Gálatas 1:13), no quiso decir que iba tras los cristianos de una sola
iglesia local. Más bien, Pablo (Saulo) pretendía acabar con todos los
cristianos de todas partes. A veces se usa la frase iglesia universal para
este significado más amplio, la iglesia entendida como todos los cristianos
desde los tiempos de Cristo hasta hoy, de todos los lugares del mundo (ver
también 1 Corintios 10:32; 12:28; Efesios 3:10; Colosenses 1:24).
Pero más a menudo se usa iglesia en un sentido más acotado, para
referirse a congregaciones o comunidades específicas de cristianos que se
reúnen regularmente para adorar y servir. A veces se usa la expresión
iglesia local para estas reuniones específicas de cristianos en lugares
específicos. Pablo le escribe, por ejemplo, «a la iglesia de Dios que está en
Corinto» (1 Corintios 1:2), «a las iglesias de Galacia» (Gálatas 1:2) y «a la
iglesia de los tesalonicenses» (1 Tesalonicenses 1:1). Al concluir su carta a
los Colosenses, Pablo envía un saludo a «Ninfas y a la iglesia que se reúne
en su casa» (Colosenses 4:15).
¿Por qué es importante que consideremos a la iglesia tanto en el
sentido amplio como en el sentido acotado? Estas son algunas razones.
Primero, deberíamos entender que hay muchos más cristianos, muchos
más verdaderos seguidores de Cristo, que los que encontramos en
cualquiera de nuestras iglesias locales. Ya sea que asistas a una iglesia
grande o pequeña, aún hay otros millones de cristianos que han sido
verdaderos y fieles seguidores de Jesús a lo largo de la historia y a través
del mundo. Es importante saber que somos parte de esta iglesia más
grande a pesar de que no conocemos a la mayoría de estas personas. Pero
por lo que sabemos a partir de Apocalipsis 5:9 y 7:9-10, cuando todos los
cristianos estén reunidos al final delante del trono de Cristo, allí habrá
gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación. Qué fortaleza y gozo será
conocer la inmensa reunión de la iglesia en pleno cuando Cristo haya
completado la edificación de su iglesia.
Pero, en segundo lugar, también es importante que consideremos a la
iglesia como comunidades locales específicas de cristianos que se reúnen
regularmente para adorar a Dios y servir tanto a Dios como unos a otros.
Como verás, los cristianos no pueden cantar canciones de alabanza y
congregarse a adorar a Dios en la iglesia universal; ¿dónde se podrían
reunir? Y los cristianos no pueden escuchar la enseñanza y la
proclamación de la Biblia en la iglesia universal; ¿quién iba a enseñar y
predicar? Y los cristianos no pueden reunirse para bautizar a los nuevos
seguidores de Cristo ni tomar la Cena del Señor en la iglesia universal;
¿cómo podría llevarse esto a cabo? Más bien, los cristianos deben reunirse
en congregaciones locales más pequeñas para cantar, orar, adorar, escuchar
la predicación, ser bautizados, tomar la Cena del Señor, servirse unos a
otros, rendirse cuentas unos a otros, e instarse unos a otros a amar y hacer
buenas obras.
Reunirse en iglesias locales es importante para la vida y el bienestar de
todos los cristianos. El escritor a los Hebreos se preocupó a lo largo de
toda su carta de alentar a los cristianos a permanecer fieles a Cristo hasta el
final. Muchos de estos seguidores de Cristo estaban siendo perseguidos, y
algunos estaban abandonando la fe cristiana para evitar el sufrimiento.
Otros abandonaron a Cristo simplemente porque querían acomodarse a
aquellos que los rodeaban. Por lo tanto, este escritor está profundamente
preocupado de ayudar a los cristianos a crecer en su fe y a estar firmes
contra las muchas tentaciones de dejar a Cristo por el mundo. A la luz de
esta profunda preocupación por la fidelidad a Cristo, estas palabras son
importantísimas: «Mantengamos firme la esperanza que profesamos,
porque fiel es el que hizo la promesa. Preocupémonos los unos por los
otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras. No dejemos de
congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos
a otros, y con mayor razón ahora que vemos que aquel día se acerca»
(Hebreos 10:23-25). A veces uno escucha a personas cristianas decir que
ellos tienen «iglesia» por sí mismos en el bosque o caminando en una
playa. Pero esto sencillamente no es «iglesia». Tales momentos a solas con
el Señor, disfrutando de la belleza de la creación y orando a él en silencio,
pueden ser alentadores, tranquilizadores y provechosos de muchas formas.
Pero no sustituyen la reunión regular con otros cristianos. ¿Por qué? Hay
mucho que decir, pero quiero sugerir dos respuestas principales.
Primero, los cristianos se reúnen para adorar a Dios en comunidades
de fe. Aunque a veces la adoración es privada y en silencio, la adoración
en la Biblia también requiere la reunión regular del pueblo de Dios para
hacer lo que solo puede suceder cuando ellos se congregan (Hechos 2:42).
Los cristianos pueden crecer mucho y pueden incentivar a otros a crecer en
Cristo cuando participan en diferentes partes de la adoración a Dios.
Cuando se reúnen, los cristianos crecen al participar en el canto de himnos
y canciones de alabanza, al orar unos por otros y por las necesidades en
diversos lugares, al escuchar la lectura de la Palabra de Dios cada semana,
y al escuchar la fiel enseñanza y predicación de la Escritura. Dios ha
decidido usar estas reuniones de las iglesias locales como uno de sus
principales modos de alentar a su pueblo a ser fiel y enseñarle más acerca
de sí mismo y sus caminos. No es de extrañar que el escritor a los Hebreos
lamente que algunos se han formado el hábito de «dejar de congregarse».
Necesitamos aquello que Dios ha planificado brindarle a su pueblo solo
cuando ellos se reúnen en la iglesia local. La oración, la predicación, la
enseñanza, el canto, la comunión, el aliento, la rendición de cuentas, y
otras partes de la adoración de la iglesia nos proporciona gran parte de lo
que necesitamos para resistir la tentación y seguir a Cristo. Sí, hay mucho
en juego en nuestra participación regular en una iglesia local fuerte y fiel.
Segundo, los cristianos se reúnen para servir a Dios especialmente al
servirse unos a otros en comunidades locales de cristianos. A cada
cristiano se le concede algún don espiritual u otro, y cada uno de estos
dones del Espíritu (sin excepción) es dado «para el bien de los demás» (1
Corintios 12:7). Aunque Dios podría haber decidido, por así decirlo,
realizar él mismo toda su obra en cada uno de nosotros, no lo hizo. Dios
más bien eligió realizar gran parte de su obra en ti y en mí por medio de
los dones que les ha dado a otros. Asimismo, Dios nos ha dotado a ti y a
mí como creyentes para que usemos nuestros dones en el servicio a otras
personas. Cuando descuidamos el congregarnos regularmente en nuestra
iglesia local, nos privamos de ser servidos por otros, y privamos a otros de
las formas en que podríamos servirles. Y, por supuesto, todo esto
demuestra la importancia no solo de las reuniones regulares, sino más aún
de comprometernos unos con otros como miembros de una iglesia local.
La membrecía en una iglesia local es importante porque solo entonces
podemos conocer a aquellos que han hecho un compromiso de amarse
mutuamente, orar unos por otros, alentarse e incluso confrontarse unos a
otros, y en todo ayudarse unos a otros a crecer más en Cristo. La iglesia es
el cuerpo de Cristo, su novia, su rebaño. Y las iglesias locales son el medio
por el cual Dios se encarga de que la iglesia universal crezca hasta ser todo
lo que Cristo ha planificado que sea.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Por qué es importante que los cristianos se congreguen regularmente en
iglesias locales? ¿Qué se puede lograr en las iglesias locales que los
cristianos que no se reúnen regularmente en una iglesia no pueden realizar
por su propia cuenta?
2. ¿De qué manera las actividades de adorar y servir a Dios resultan
grandemente afectadas por el tipo de iglesia local donde se reúnen los
cristianos? ¿Cuáles son algunas características que deberían distinguir a las
iglesias locales que están siendo fieles a lo que la Biblia quiere que sean?

VERSOS PARA MEMORIZAR

Hechos 2:41-41: «Así, pues, los que recibieron su mensaje fueron


bautizados, y aquel día se unieron a la iglesia unas tres mil personas. Se
mantenían firmes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en el
partimiento del pan y en la oración».
El bautismo: imagen de la muerte
y resurrección de Jesús

Jesús les entregó a sus seguidores dos prácticas, dos imágenes


vivenciales, que muestran lo que significa creer en el Hijo de Dios que
murió y resucitó para salvarlos de sus pecados. Ambas prácticas fueron
mandadas por Cristo para que su pueblo las llevara a cabo; por ello, se
suelen denominar ordenanzas de la iglesia. Esto simplemente significa que
Jesús les ordenó o encargó a sus seguidores que continuaran realizando
estos dos actos durante toda la vida de la iglesia. El bautismo es la
ordenanza que Cristo mandó que se realizara cuando por primera vez una
persona pone su confianza en Cristo para salvación, al comienzo de la
nueva vida en Cristo. La Cena del Señor fue ordenada por Cristo para que
se llevara a cabo durante toda la vida del creyente junto con otros
creyentes dentro de una iglesia local. Lo que tienen en común estas
prácticas es que ambas ilustran, de formas muy diferentes, parte del
significado de la muerte y la resurrección de Cristo por los pecadores.
Queda claro que Jesucristo quiere que su pueblo tenga recordatorios
constantes del acontecimiento más grande que sucedido en la historia
humana. Y quiere que ellos recuerden que por la fe ahora están unidos con
Cristo en su muerte y resurrección por el pecado, para que vivan una nueva
vida en Cristo. Sí, el evangelio de la muerte y la resurrección de Jesús
debería estar siempre al frente de nuestro pensamiento como creyentes en
tanto que recordamos lo que Cristo hizo por nosotros y quiénes somos
ahora en Cristo.
El bautismo fue ordenado por Cristo después que hubo muerto y
resucitado. En Mateo 28:18-20, leemos que Jesús les dijo a sus discípulos:
«Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y
hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que
les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre,
hasta el fin del mundo». El término bautizar significa «hundir en agua» o
«sumergir». El bautismo es una bella imagen de lo que significa para un
creyente en Jesucristo estar unido con Cristo en su muerte por el pecado y
su resurrección para nueva vida. Por supuesto, esta es una imagen que se
exhibe mediante una actuación. El bautismo no es una imagen fija, como
una fotografía. Es más como una película (lo que se solía llamar imagen en
movimiento). En el bautismo hay acción, y lo que sucede es muy
importante y maravilloso. Aquel que ha confiado en Cristo para su
salvación es completamente sumergido en el agua, para ser levantado de
nuevo inmediatamente después. El ser sumergido en el agua (lo que se
suele llamar inmersión) pretende ilustrar que ahora este creyente está tan
estrechamente conectado con Jesucristo por la fe que la propia muerte de
Cristo se ha convertido en la muerte de este creyente. Por tanto, cuando se
sumerge en el agua, el cristiano ve que su propio pecado es pagado y
acontece su propia muerte en tanto que se une a Cristo, quien murió y pagó
por su pecado en su lugar.
Pero tal como Jesús no permaneció en la tumba, tampoco el creyente
permanece bajo el agua. Un instante después de la inmersión del creyente,
es levantado del agua, mostrando que también se ha unido a la vida
resucitada de Jesús. Al erguirse ahora con el agua estilando, ilustra la
limpieza de su pecado y la nueva vida que se le ha concedido. Unido con
Cristo en su muerte y unido con Cristo en su resurrección de los muertos:
esto es lo que pretende ilustrar el drama del bautismo.
Pablo habla acerca de esto cuando escribe: «¿Acaso no saben ustedes
que todos los que fuimos bautizados para unirnos con Cristo Jesús en
realidad fuimos bautizados para participar en su muerte? Por tanto,
mediante el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, a fin de que,
así como Cristo resucitó por el poder del Padre, también nosotros llevemos
una vida nueva. En efecto, si hemos estado unidos con él en su muerte, sin
duda también estaremos unidos con él en su resurrección. Sabemos que
nuestra vieja naturaleza fue crucificada con él para que nuestro cuerpo
pecaminoso perdiera su poder, de modo que ya no siguiéramos siendo
esclavos del pecado; porque el que muere queda liberado del pecado»
(Romanos 6:3-7).
Asegurémonos de que algo nos ha quedado claro. El bautismo de los
creyentes no salva a los creyentes, pero sí proporciona una imagen nítida y
viva de lo que sucedió cuando fueron salvos. Su salvación acontece
cuando confían solo en Cristo y en su muerte por el pecado de ellos. Ellos
creen en el corazón que cuando Cristo murió en la cruz, Cristo cargó su
pecado y pagó el castigo de muerte que merecían pagar. Y puesto que la
muerte de Cristo fue un pago total del pecado de ellos, entonces Cristo se
levantó de los muertos, mostrando que había tratado completamente su
pecado. Por la fe, ellos son salvos al confiar en Cristo, quien murió por
ellos, tomando su castigo y derrotando su pecado, luego resucitando de los
muertos victorioso. Su bautismo, no obstante, brinda una imagen externa
de lo que es una realidad en su propia vida interior. Por la fe, estos
creyentes se unen con Cristo en su muerte y resurrección, y por el
bautismo los creyentes presentan una imagen viviente de aquello que ha
sucedido. Así que, aunque el bautismo no los salva, sí muestra de una
hermosa manera en qué consiste realmente su salvación. Son salvos solo
porque, por la fe, están unidos a Cristo, quien murió y resucitó por su
pecado.
El bautismo, entonces, a veces se denomina una señal de que a la
persona bautizada se le ha perdonado su pecado. El bautismo significa o
apunta al hecho de que, dado que el creyente está unido con Cristo en su
muerte, la muerte que Cristo murió es la propia muerte del creyente al
pecado. Y dado que el creyente está unido a Cristo en su resurrección, la
vida resucitada de Jesús ahora es la propia vida nueva del creyente en
Cristo. El bautismo, entonces, es como un letrero junto a la carretera que
señala a una persona que ha confiado en Cristo y dice: «¡Pecados
perdonados en Cristo! ¡Resucitado a una nueva vida en Cristo!».
En la mayor parte de la historia de la iglesia, cristianos que aman a
Jesús y han confiado solo en Cristo para su salvación no han podido
ponerse de acuerdo en ciertos aspectos de la enseñanza bíblica sobre el
bautismo. La comprensión que hemos visto aquí es la que sostienen
cristianos que también se conocen como bautistas. Los bautistas creen dos
cosas acerca de la enseñanza bíblica sobre el bautismo con las cuales no
todos concuerdan. Primero, los bautistas creen que solo deberían ser
bautizados aquellos que ya han creído en Cristo para su salvación; esto se
denomina bautismo del creyente. Segundo, creen que la mejor y más
adecuada forma de bautizar a una persona es sumergiéndola en el agua y
sacándola del agua; esto se denomina bautismo por inmersión. Aquellos
que sostienen esta postura bautista ven esto como la única práctica clara
que está registrada para nosotros en el libro de Hechos y el resto del Nuevo
Testamento.
Pero muchos excelentes cristianos, tanto en el pasado como en el
presente, no sostienen esta misma mirada del bautismo. Muchos creen que
los infantes de los creyentes deberían ser bautizados rociándolos con agua;
esto se denomina bautismo de infantes o paidobautismo. Esto tiene el
propósito de mostrar que ellos son parte de la comunidad de aquellos que
creen en Cristo, aun cuando todavía deben confiar personalmente en Cristo
más adelante en sus vidas para ser salvos. En lo que todos concordamos,
no obstante, es en esto: Cristo mandó el bautismo, y esta práctica pretende
ilustrar la preciosa verdad de que solo los que están unidos a Cristo por la
fe pueden saber que han muerto al pecado y han sido levantados a una vida
nueva en Cristo. El evangelio es verdadero y es creído por muchos cuya
comprensión y práctica del bautismo puede diferir. Por lo tanto,
mostremos gracia a aquellos que tienen una práctica distinta, pero, con
todo, esforcémonos por entender y seguir tanto como podamos lo que
enseña la Biblia. El bautismo es importante, sin duda. Pero la verdad a la
que el bautismo apunta es aún más importante. Nuestra esperanza está en
Cristo, quien murió y resucitó para nuestra salvación. Alabado sea Jesús, el
único verdadero Salvador de los pecadores.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. ¿Has visto a alguien bautizado por inmersión? En el bautismo, un
creyente es sumergido en el agua y luego es levantado del agua. ¿Qué
ilustra esto?
2. El bautismo no salva a la persona bautizada. Así que, ¿cuál es el rol del
bautismo en la vida de una persona? ¿Cómo se relaciona con la creencia de
esa persona en Cristo?

VERSOS PARA MEMORIZAR

Mateo 28:18-20: «Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra.


Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a
obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré
con ustedes siempre, hasta el fin del mundo».
La Cena del Señor: recuerdo de la muerte
y resurrección de Jesús

¿Te has fijado en lo importante que es la idea de recordar a través de


la trama de la Biblia? La primera vez que la encontramos es en la historia
del Diluvio. Noé, su familia, y muchas parejas de animales estaban en el
arca que Noé había construido, a salvo de las lluvias que inundaban toda la
tierra. Largos días pasaron antes que las aguas comenzaran a descender, y
luego en el primer verso de Génesis 8, leemos esto: «Dios se acordó
entonces de Noé y de todos los animales salvajes y domésticos que estaban
con él en el arca. Hizo que soplara un fuerte viento sobre la tierra, y las
aguas comenzaron a bajar». Aquí aprendemos algo muy importante acerca
de la idea de recordar. Dado que aquí el que recuerda es Dios, no se trata
de traer a la memoria algunos datos o información que uno podría haber
olvidado. ¡Me atrevo a decir que Dios no se había olvidado de Noé! Así
que la idea principal debe ser algo diferente. Que Dios «se acuerde» de
Noé es traer directamente a la mente algo importante y decidir actuar al
respecto. Es algo así como la manera en que un anillo de matrimonio le
recuerda al esposo o a la esposa que están casados. Cuando un hombre
casado mira su anillo de matrimonio, no ha olvidado que está casado, pero
el anillo enfoca su mente en recordar la importancia de los votos que hizo,
y le instruye que sea fiel a su esposa. Así es como Dios se acordó de Noé.
Trajo a la mente su promesa a Noé y comenzó en ese preciso momento a
actuar según su promesa, y causó que la inundación bajara.
Por supuesto, a través de la Biblia hay muchos ejemplos donde Dios o
bien los humanos recuerdan (o no recuerdan) diferentes cosas. Uno de los
más importantes es este: mientras los israelitas eran esclavos en Egipto,
Dios les instruyó que comieran una singular comida justo antes de que
enviara al ángel a atacar los hogares de los egipcios, y diera muerte al
primogénito de cada casa y establo egipcios. Esta se llamó la comida de la
Pascua porque cuando el ángel de la muerte llegó al campamento de Israel
en la tierra de Egipto, vio la sangre en los postes de las puertas de sus
casas y «pasó sobre» sus hogares y les perdonó la vida (Éxodo 12:1-20;
13:3). Desde ese momento en adelante, Israel debía celebrar la comida de
la Pascua cada año, para que «recordaran el día» cuando Dios los sacó de
la tierra de Egipto (Deuteronomio 16:3). Está claro que esta comida servía
para recordarle a Israel los hechos acontecidos. Les daría la oportunidad a
los padres de contarles a sus hijos la historia de la extraordinaria liberación
de Dios de la esclavitud de ellos bajo el faraón. Pero era más que esto, ¿no
es cierto? Al recordar que Dios los había sacado de Egipto con mano
poderosa, estaban honrando a Dios por salvarlos y agradeciéndole su
misericordia. Y más aún, estaban trayendo a la memoria una vez más que
ellos eran el pueblo escogido de Dios. Por el gran poder y amor de Dios, él
los había librado para mostrarle al mundo que Israel era su pueblo, y él era
su Dios. A consecuencia de ello, Israel era responsable de vivir en
obediencia a Dios y a su ley. Al recordar el éxodo de Egipto, Israel estaba
llamado a vivir como pueblo de Dios, el pueblo escogido y salvado que
Dios había hecho de ellos.
Por lo tanto, no sorprende que una de las ordenanzas que Cristo
estableció para que su iglesia practicara es una en la que ellos recordarían
regularmente su muerte por el pecado de ellos. En su última cena con los
discípulos, Jesús usó algunos de los elementos de su comida como
símbolos de su propia muerte inminente. Pablo escribió que lo que Jesús le
había enseñado tuvo lugar en esta última cena. Él dice: «Yo recibí del
Señor lo mismo que les transmití a ustedes: Que el Señor Jesús, la noche
en que fue traicionado, tomó pan, y, después de dar gracias, lo partió y
dijo: “Este pan es mi cuerpo, que por ustedes entrego; hagan esto en
memoria de mí”. De la misma manera, después de cenar, tomó la copa y
dijo: “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; hagan esto, cada vez que
beban de ella, en memoria de mí”. Porque cada vez que comen este pan y
beben de esta copa, proclaman la muerte del Señor hasta que él venga» (1
Corintios 11:23-26). Pan y vino, dos elementos muy comunes en una
comida en los días de Jesús, y elementos que mandó que sus seguidores
comieran y bebieran regularmente al reunirse, son símbolos de su propio
cuerpo quebrantado y su sangre derramada por los pecados de ellos.
Observemos algunas cosas en estos versos y el contexto más amplio
del pasaje. Primero, los discípulos de Jesús deben llevar a cabo las
instrucciones de Jesús cuando se reúnan en grupo, como comunidad de
creyentes. Toda la enseñanza de Pablo acerca de la Cena del Señor de
hecho abarca 1 Corintios 11:17-34. A través de estos versos Pablo
menciona «cuando se reúnen» o una frase similar no menos de cinco
veces. Está claro que Pablo entendía que esta ceremonia debe llevarse a
cabo cuando los cristianos se reúnen a adorar y enseñar. Hechos 2:42
confirma esta idea. Los primeros cristianos se reunían para aprender de las
enseñanzas de los apóstoles, para tener comunión, para partir el pan (la
Cena del Señor), y para orar. Así que al parecer no es la mejor forma de
ver la Cena del Señor el considerarla una actividad personal o familiar. La
práctica de los primeros cristianos era celebrar la muerte y resurrección de
Cristo en la Mesa del Señor cuando se reunían para adorar.
Segundo, observa que el enfoque principal está en la muerte de Cristo.
El pan partido intenta ilustrar el cuerpo quebrantado de Cristo al ser
colgado en la cruz. El vino o jugo ilustra la sangre de Cristo vertida por los
pecadores. Ambos elementos pretenden enfocar nuestra atención en el
sufrimiento y la muerte de Cristo, pero no con un propósito burdo o
cruento. Más bien, el sufrimiento mismo de Cristo enfoca nuestra atención
en el propósito de su sufrimiento, padecer y morir en nuestro lugar,
tomando el castigo de nuestro pecado. Pero también hay otro enfoque.
Pablo dice que cada vez que comemos esta cena, proclamamos su muerte
«hasta que él venga». La certeza tanto de la resurrección como del retorno
de Cristo también son parte de la alegría de esta ceremonia de adoración.
Tercero, con la copa, Jesús dice algo de especial importancia. Él se
refiere a la copa como «el nuevo pacto en mi sangre», y quizá nos
preguntemos qué quiere decir exactamente con eso. Aunque el enfoque
principal del nuevo pacto en Jeremías 31:31-34 está en el nuevo corazón
que tendrá el pueblo de Dios cuando él escriba su Ley en ellos, la
declaración de este nuevo pacto concluye con unas palabras muy
importantes: «Yo les perdonaré su iniquidad, y nunca más me acordaré de
sus pecados» (v. 34). Esto significa que la única forma en que Dios puede
llevar a cabo el cambio en nuestra vida que quiere realizar es si primero
perdona nuestros pecados. ¿Cómo podría Dios hacernos de nuevo si el
pecado que nos arruinó permanece? Por lo tanto, Jesús lleva a cabo el
perdón de los pecados por su muerte en la cruz. Solo a causa de esto
podemos estar seguros de que la promesa del nuevo pacto se hará realidad.
Finalmente, observa que, si bien el nuevo pacto dice que Dios no
recordará más nuestros pecados, en la Cena del Señor debemos recordar la
muerte de Cristo por nosotros. Que Dios no recuerde nuestros pecados no
puede significar que él literalmente los olvida. En el juicio final, todas
nuestras palabras y actos, tanto buenos como malos, serán sacados a la luz.
Dios siempre sabe todo lo que pensamos, decimos y hacemos. Por tanto,
cuando se dice que él no recuerda nuestros pecados, debe significar lo
siguiente: Dios decide no traer nuestros pecados directamente a la
memoria como base de su juicio contra nosotros. Él decide no achacarnos
los pecados, aunque podría hacerlo justamente. Pero, en contraste con esto,
se nos llama a recordar el sacrificio de Cristo. No cabe duda de que parte
de lo que esto significa es recordar la historia del sufrimiento de Jesús que
nos cuentan los cuatro Evangelios. Pero hay más. Al recordar el gran acto
de salvación de Dios en su Hijo, honramos y adoramos a Dios, y le
agradecemos de todo corazón su misericordia. Además, recordamos que
ahora no nos pertenecemos, sino que hemos sido comprados a un precio
muy elevado, el cuerpo herido y la sangre derramada de Cristo (1
Corintios 6:19-20). Somos su pueblo, comprado por él para vivir para él.
Ahora nuestro propósito es seguirlo, amarlo, y obedecerle. También esto
es parte de lo que significa recordar la muerte y la resurrección de Cristo
por nuestro pecado.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. Al igual que el bautismo, la Cena del Señor es otra imagen de la muerte
de Cristo por los pecadores. ¿Qué ilustran los elementos usados en la Cena
del Señor, el pan y el vino o jugo?
2. Cuando Jesús les dice a sus discípulos que tomen cada uno de los
elementos en «memoria» de él, ¿qué quiere decir con eso? ¿Qué debería
sucedernos al recordar el cuerpo herido y la sangre derramada de Jesús por
nuestros pecados?

VERSOS PARA MEMORIZAR

1 Corintios 11:23-26: «Yo recibí del Señor lo mismo que les transmití a
ustedes: Que el Señor Jesús, la noche en que fue traicionado, tomó pan, y,
después de dar gracias, lo partió y dijo: “Este pan es mi cuerpo, que por
ustedes entrego; hagan esto en memoria de mí”. De la misma manera,
después de cenar, tomó la copa y dijo: “Esta copa es el nuevo pacto en mi
sangre; hagan esto, cada vez que beban de ella, en memoria de mí”. Porque
cada vez que comen este pan y beben de esta copa, proclaman la muerte
del Señor hasta que él venga».
Crecimiento de la iglesia haciendo
discípulos

Entre las palabras más importantes de Jesús que explican lo que


debería hacer la iglesia están estas instrucciones a sus discípulos
registradas en Mateo 28:18-20: «Jesús se acercó entonces a ellos y les dijo:
“Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y
hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que
les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre,
hasta el fin del mundo”». Dado que él pronuncia estas palabras desde la
posición de tener «toda autoridad en el cielo y en la tierra», debemos
escuchar atentamente lo que dice Jesús. Solo él posee completa autoridad
sobre todas las cosas en toda la creación a causa de su muerte obediente y
su triunfante resurrección. El Padre le ha concedido esta posición suprema
(Efesios 1:20-23), así que, lo que sea que Jesús diga, nosotros debemos
escuchar y actuar. No hay negociación, ni transigencia, ni parlamento.
Como Señor de todo, y como Señor de la Iglesia, él habla y nosotros
escuchamos, él manda y nosotros obedecemos, él guía y nosotros
seguimos.
¿Y qué manda exactamente a su pueblo en la iglesia que se haga?
Algunos han enseñado que Jesús ha dado dos mandamientos: 1) ir, y 2)
hacer discípulos. A fin de cuentas, nuestras traducciones al español nos
hacen pensar algo como esto. Pero al mirar el idioma griego de estos
versos se aprecia algo distinto. En realidad solo hay un mandamiento. En
realidad solo hay una cosa que Jesús dice que debemos hacer. Pero esta
única cosa involucra tres actividades. Así que, ¿cuál es el único mandato, y
cuáles son estas tres actividades auxiliares?
El mandato que aquí da Cristo es «hagan discípulos de todas las
naciones» (Mateo 28:19). Los discípulos son aquellos que han llegado a
creer que un verdadero maestro enseña lo que es tanto sabio como
verdadero. Por este motivo, lo que él enseña debería ser adecuadamente
aprendido, y sus instrucciones deberían ser seguidas con cuidado. Los
discípulos, entonces, escuchan atentamente a sus maestros e intentan
seguir sus caminos. Los discípulos quieren pensar como sus maestros,
sentir como ellos y vivir como ellos. Así que cuando Jesús dice «hagan
discípulos de todas las naciones», quiere decir que nuestra labor consiste
en guiar a las personas de cualquier lugar y de todas partes en el mundo a
ver a Jesús como el gran maestro a quien deberían querer escuchar
atentamente, aprender de él, y moldear sus vidas a su semejanza.
Asegurémonos de tener una cosa clara: aquí no se nos llama a intentar
hacer discípulos nuestros. La idea no es que queramos que los demás nos
miren a nosotros, nos admiren, aprendan de nosotros y vivan como
nosotros. Si bien hay algo correcto en pensar de esta forma (ver Filipenses
3:17, por ejemplo), lo principal que Jesús manda aquí es hacer discípulos
de él. Solo obedecemos a Cristo cuando dirigimos la atención de la gente
hacia la enseñanza de Cristo, la sabiduría de Cristo, la gracia, compasión y
verdad de Cristo. Debemos tener la actitud que tuvo Juan el Bautista.
Cuando la gente se percató de que algunos de los que habían estado
siguiendo a Juan ahora seguían a Jesús, la respuesta de Juan fue
asombrosa. Dijo: «A él [Jesús] le toca crecer, y a mí menguar» (Juan
3:30). Nuestra labor principal como creyentes en Cristo y como aquellos
que conforman su iglesia es esta: se nos manda a hacer discípulos de Jesús
de la gente de todo el mundo.
Ahora bien, en estos versos se usan tres palabras para describir cómo
se llevará a cabo el hacer discípulos de Jesús. La primera palabra describe
una actividad que debe ocurrir si se han de hacer discípulos de todo el
mundo. Esa palabra es «vayan». Si bien esta palabra suena como una
orden, se debería entender que Jesús está diciendo «mientras van al
mundo» o «dado que van al mundo… hagan discípulos [mandato] de las
naciones». En parte de su última enseñanza a sus discípulos, Jesús les dejó
claro que el Espíritu vendría y les daría poder para dar testimonio de Cristo
(Juan 15:26-27; Hechos 1:8). Así que él daba por hecho que ellos
entendían que debían ir. Él sabía que el Espíritu que vendría les daría
poder para hablar de Cristo en cualquier lugar adonde fueran. Pero esto es
lo que está claro: ellos tienen que ir adonde está la gente a través del
mundo si se han de hacer discípulos de todas las naciones. Si bien el
mandato en este verso se relaciona con hacer discípulos, el ir es una parte
muy importante y necesaria. Debemos ir adondequiera que Cristo nos guíe.
Nuestra tarea es hacer discípulos, e ir es parte de lo que tiene que
acontecer para que este mandato se cumpla.
Segundo, Jesús dice que se hagan discípulos (mandato) bautizándolos
en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Como hemos visto
en nuestras reflexiones sobre el bautismo, no es la forma externa del
bautismo lo que salva a las personas. Lo que las salva es su unión con
Cristo por la fe, confiando solo en su muerte y resurrección para el perdón
de su pecado. El bautismo de las personas es una señal exterior que apunta
a la realidad de su nueva relación con Cristo. Así que cuando Jesús dice
que se hagan discípulos bautizándolos en el nombre del Dios cristiano,
quiere decir que se les declare el evangelio de Cristo de manera que
puedan creer en Cristo y ser salvos. Su bautismo solo es real y solo es un
verdadero signo de su unión con Cristo si efectivamente han confiado solo
en Cristo para el perdón de sus pecados y su única esperanza de vida
eterna. Así que la actividad de bautizarlos significa que primero se les ha
compartido el evangelio. Se enfoca en el crecimiento cuantitativo de la
iglesia: más personas son salvas y pasan a formar parte de la iglesia.
Queremos que grandes cantidades de personas oigan de Cristo y vengan a
él, sin duda. Y el mandato de Cristo insta a que esto acontezca. El traer a
las personas a las aguas del bautismo supone que les hemos hablado de
Cristo y su muerte y resurrección por los pecados de ellos, y han
respondido con fe y esperanza en Cristo.
Tercero, Jesús dice que se hagan discípulos (mandato) «enseñándoles a
obedecer todo lo que les he mandado a ustedes». A veces podemos pensar
que una vez que hemos compartido el evangelio con las personas, y han
creído y han sido bautizadas, ya hemos cumplido lo que Cristo manda en
estos versos. Pero ciertamente no es así. Esta enseñanza de Cristo, la
«Gran Comisión», como se le suele llamar, implica enseñarles a aquellos
que han puesto su fe en Cristo tanto como implica guiarlos a su fe inicial
en Cristo. Recuerda lo que son los discípulos. Los discípulos no vienen a
un maestro una sola vez, a escuchar sus palabras y creer lo que dice solo
para dejarlo y no aprender más de él. No, un discípulo quiere aprender
todo lo posible de su maestro, dominar la verdad que él conoce y vivir la
sabiduría de su vida. Esto es lo que debe ocurrir con los discípulos de
Jesús. La instrucción que da aquí Jesús es casi desconcertante:
«Enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes». Como
aquellos que están llamados a hacer discípulos de todas las naciones,
tenemos las manos llenas. Con todo lo importante que es compartir el
evangelio para la obediencia a la Gran Comisión, también es necesario el
amplio y pleno rol de enseñar todo lo que Cristo mismo enseñó. Y
observa, además, que Cristo quiere que hagamos discípulos que no solo
conozcan su enseñanza, sino que «obedezcan» lo que él ha enseñado.
Conocer la verdad de Cristo, amar esa verdad, y vivirla, todo esto es parte
de lo que Cristo ha mandado a sus seguidores que hagan al formar
discípulos. Si bautizarlos tenía más que ver con crecimiento cuantitativo
—lograr que más personas sean salvas—, el «enseñarles que obedezcan»
tiene más que ver con crecimiento cualitativo: lograr que aquellos que son
salvos crezcan para ser como Cristo.
Ir, bautizar y enseñar: estas son las tres actividades de la única orden
que da Cristo de hacer discípulos de todas las naciones. Dado que las
últimas palabras de Jesús para nosotros nos mandaron hacer una cosa, más
nos vale asegurarnos de hacerla.
PREGUNTAS PARA PENSAR
1. ¿Qué implica hacer discípulos de todas las naciones (Mateo 28:19)? ¿De
qué forma estás involucrado en esto? ¿De qué manera tu iglesia está
involucrada en el cumplimiento de este mandato de Cristo?
2. Los discípulos necesitan ser bautizados y que se les enseñe todo lo que
Jesús les mandó. ¿En qué se enfocan estas dos actividades (bautizar y
enseñar), y cómo se pueden llevar a cabo?

VERSO PARA MEMORIZAR

Hechos 1:8: «Pero, cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán
poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y
Samaria, y hasta los confines de la tierra».
10

LO QUE ACONTECERÁ
AL FINAL
Conocer el futuro ayuda en el presente

¿Alguna vez has escuchado a un amigo contarte una historia cuando


el final de esa historia se corta repentinamente? Por ejemplo, justo cuando
el puente que está cruzando comienza a derrumbarse, o cuando ella dobla
la esquina tranquilamente y ve la sombra de alguien, o cuando suena el
teléfono y es «él» quien llama; justo al llegar a la parte más emocionante,
algo sucede y no escuchamos el final de la historia. Eso puede enfadarnos
un poco. ¡Qué difícil es saber el desarrollo de la historia pero no saber
cómo termina!
Imagina lo triste que sería si la Biblia hubiera sido escrita de esa forma.
Supongamos que supiéramos que Dios crea el mundo, y que hemos
causado un desastre con nuestro pecado, y lo que Dios ha planificado para
salvar a los perdidos, y que ha enviado a su Hijo a conquistar el pecado;
pero luego repentinamente se corta el final de la historia. No sabemos con
seguridad si al final Dios gana o no. No sabemos que pasa con Satanás. No
sabemos adónde iremos cuando muramos. Y no sabemos nada sobre el
cielo ni el infierno que espera a cada persona que haya vivido. ¡Eso sería
muy problemático! Podríamos llenarnos fácilmente de preocupación y
temor, al no saber cómo serán las cosas al final.
Pero gracias a Dios, él nos ha contado el final de la historia. Es muy
cierto que no nos ha contado todo acerca de lo que viene, y no nos hadado
los detalles exactos de algunas cosas que nos ha contado. Pero nos ha
contado mucho. Y nos ha contado lo suficiente para que, si estamos
confiando en Cristo, podamos deshacernos de nuestros temores y
ansiedades. Sabemos lo que sucede cuando nosotros y los demás morimos.
Sabemos que Cristo va a volver. Sabemos que el reino de Dios se
establecerá sobre toda la tierra. Sabemos que toda maldad será juzgada. Y
sabemos que los que han confiado en Cristo para su salvación vivirán para
siempre con Cristo en la presencia de Dios. Qué gran esperanza y
confianza podemos tener como seguidores de Cristo que saben que estas
cosas son ciertas. ¡Qué benigno, compasivo y bueno es Dios al hacérnoslo
saber!
Hay muchas buenas razones por las cuales el conocer la enseñanza
bíblica acerca del futuro nos ayuda en el presente. No obstante, una de
estas puede sorprenderte. Cuando entendemos la enseñanza bíblica acerca
de lo que ocurre al final, nos damos cuenta de algo que probablemente
jamás nos habríamos imaginado: ¡ya estamos en lo que la Biblia llama «los
últimos días»! esta idea puede ser un tanto confusa, así que pensemos en
ella lo más claro posible. Cuando los profetas del Antiguo Testamento
hablan de lo que Dios va a hacer en los últimos días, suelen hablar de
algunas cosas que acontecieron en la primera venida de Cristo junto con
algunas otras cosas que no acontecerán sino en la segunda venida de
Cristo. En otras palabras, los últimos días incluyen algunas cosas que ya
han sucedido y otras cosas que todavía no han sucedido.
Veamos un ejemplo. Isaías habla del día cuando venga el Mesías del
linaje de David. Lo que él describe incluye algunas cosas que sin duda
Cristo hizo en su primera venida. Pero otras cosas no sucederán hasta que
él vuelva y traiga justicia a toda la tierra. Isaías 11 describe al Mesías de
ambas formas en el mismo pasaje. Por una parte, «el Espíritu del Señor
reposará sobre» el Mesías (v. 2), y «se deleitará en el temor del Señor» (v.
3). «no juzgará según las apariencias, ni decidirá por lo que oiga decir,
sino que juzgará con justicia a los desvalidos, y dará un fallo justo en favor
de los pobres de la tierra» (vv. 3-4). Estas son cosas que realmente
corresponden a Jesús en su primera venida. Pero, por otra parte, Isaías
también dice que el Mesías «destruirá la tierra con la vara de su boca;
matará al malvado con el aliento de sus labios» (v. 4). Y el resultado de la
venida del Mesías será que «el lobo vivirá con el cordero», «la vaca
pastará con la osa», y «jugará el niño de pecho junto a la cueva de la
cobra» (vv. 6-8). Claramente, estas son cosas que solo acontecerán cuando
Cristo venga nuevamente. En su segunda venida, traerá juicio sobre los
malvados y paz a la tierra.
Considera brevemente otro ejemplo. Cuando Jesús entró a la sinagoga
en su pueblo natal, Nazaret, para adorar el día sábado (Lucas 4:16-21), le
pidieron que leyera del libro de Isaías. Él leyó de Isaías 61 y luego dijo que
este pasaje se trataba de él. Mientras leía el pasaje, incluyó la declaración
de Isaías 61:2 que dice que él iba a «pregonar el año del favor del Señor».
Pero detuvo su lectura y no incluyó la siguiente frase: «Y el día de la
venganza de nuestro Dios». Así que Isaías 61:2 dice que el Mesías llevará
a cabo el año de Dios —lo que ocurre en la primera venida de Cristo— y
llevará a cabo el día de la venganza de Dios —lo cual ocurre en la segunda
venida de Cristo.
Así que está claro que tanto Isaías 11 como Isaías 61 reúnen las dos
venidas de Cristo. ¿Cómo, pues, respondemos esta pregunta: «¿Ha
acontecido la venida del Mesías prometido en Isaías 11 e Isaías 61? En
respuesta, tenemos que decir, sí, una parte ya ha acontecido en su primera
venida, pero no, otra parte aún no ha ocurrido y espera a su segunda
venida. Esta idea de ya pero todavía no nos ayuda a explicar cuántas
promesas del Antiguo Testamento están cumplidas. Por ejemplo, ya
estamos en el reino de Cristo, pero ese reino todavía no ha llegado en su
plenitud. Ya somos nuevas criaturas en Cristo, pero todavía no somos
completamente recreados a semejanza de Cristo. El nuevo pacto ya ha
reemplazado al antiguo pacto, pero muchas partes del nuevo pacto
prometido todavía no han sucedido plenamente.
Esto significa que realmente estamos viviendo en un tiempo cuando las
promesas de nuestra vida futura están aquí en el presente. En un sentido
los seguidores de Cristo viven en este mundo antiguo, y en otro sentido sus
seguidores viven en el nuevo reino de Cristo. En un sentido, somos
ciudadanos de esta tierra, y en otro sentido, somos ciudadanos del cielo.
Me encanta juntar dos dichos de dos pasajes diferentes, los cuales
describen nuestra vida como creyentes en este tiempo. Gálatas 1:4 señala
que vivimos en «este mundo malvado», pero Hebreos 6:5 dice que «los
poderes del mundo venidero» ya están aquí. Así que, ¿cuál es la realidad?
¿Vivimos en este mundo malvado? ¿O vivimos cuando los poderes del
mundo venidero ya están aquí? Respuesta: ambas cosas son ciertas. Por un
lado, los poderes del mundo venidero están aquí, de modo que una porción
del poder prometido ya está disponible para nuestra vida en el presente.
Por otro lado, la maldad de este mundo sigue siendo fuerte, y la era de paz
y justicia que Dios ha prometido todavía no está aquí en plenitud. Vivimos
en dos mundos al mismo tiempo. Pero como seguidores de Cristo,
necesitamos darnos cuenta de que el poder del nuevo mundo es más
grande que el poder del presente mundo maligno. Tenemos gran esperanza
al ver que lo que Dios ha prometido acontecerá en el mundo venidero y al
darnos cuenta de que gran parte de ello ya está aquí para nosotros.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. Dios no nos ha dicho todo acerca del futuro. Pero nos ha dicho algunas
cosas maravillosas. ¿Qué ha revelado Dios acerca del futuro que debería
llenar el corazón de sus seguidores de esperanza y gozo?
2. ¿Es cierto que el futuro del que habla la Biblia ha entrado en el
presente? ¿Cuáles son algunas formas en que ya vemos las promesas de la
bendición futura aquí en el presente? ¿Cuáles son otras partes de la futura
bendición prometida que todavía no han acontecido plenamente?

VERSO PARA MEMORIZAR

2 Corintios 5:17: «Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva


creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!».
¿Qué pasa con la abuela cuando muere?

Para la mayoría de las personas, los funerales son difíciles. Aun en las
mejores circunstancias, la gente suele hacerse preguntas acerca de lo que
ha sucedido con los parientes o amigos que ya han partido. No cabe duda:
la muerte es definitiva. Todos los que hemos perdido a seres queridos o
amigos cercanos conocemos muy bien esta realidad. Mi querida esposa,
Jodi, tenía una hermosa relación con su padre y lo amaba mucho. En los
años después de su partida, ella a menudo ha comentado: «Solo desearía
poder hablar con él sobre esto». Probablemente experimentarás (o quizá ya
lo has hecho) la tristeza que llega cuando muere alguien querido. A menos
que el Señor regrese durante nuestra vida, sabemos que la realidad de la
muerte nos enfrenta como a todos. Así que, ¿qué pasa con la abuela
cuando muere? O en términos más generales, ¿qué hay después de la
muerte física?
En respuesta a esta última pregunta, lo primero que deberíamos tener
claro es esto: después de la muerte física hay vida. Como enseña la Biblia,
la muerte no es el final de nuestra existencia como seres humanos. Más
bien es un punto de transición a nuestra vida por el resto de la eternidad.
Hebreos 9:27 enseña que «está establecido que los seres humanos mueran
una sola vez, y después venga el juicio». Así que la muerte no se debería
considerar como un final de la vida, sino como un paso de nuestra vida a la
siguiente fase de la vida, el lugar definitivo donde viviremos para siempre.
La muerte física, entonces, implica una separación de quiénes somos
en el interior de nuestro cuerpo que constituye parte de nuestra vida. Ahora
bien, es cierto que nuestra vida humana plena y normal incluye vivir en
nuestro cuerpo, pero la Biblia enseña que en la muerte física seguimos
viviendo aunque nuestro cuerpo vaya al sepulcro. La mayoría de los
maestros bíblicos creen que la Escritura dice que nuestra vida como
humanos consta de partes tanto físicas como no físicas. Muchos buenos
cristianos han discrepado sobre si estamos compuestos por cuerpo, alma y
espíritu (tres partes, por así decirlo), o solo cuerpo y alma (o espíritu),
nuestra vida humana compuesta de dos partes. Para nuestra discusión aquí,
no vamos a intentar zanjar esta diferencia, porque ambos lados concuerdan
en que en parte somos físicos y en parte somos no físicos, en parte
materiales y en parte inmateriales. La muerte, entonces, resulta de la
separación de la parte material de nuestra vida de la parte inmaterial.
Nuestra vida interior (inmaterial) se separa de nuestro cuerpo (material) al
morir, pero seguimos viviendo en nuestra vida interior. Así que, si bien
nuestra parte física efectivamente deja de vivir, nuestra vida interior,
nuestra(s) parte(s) inmaterial(es) sigue(n) viviendo, aunque nuestro cuerpo
ya se ha ido.
¿Cuál es la experiencia de los que han muerto? ¿Qué podemos esperar
que ocurra con nosotros al morir? La Biblia deja claro que las experiencias
del creyente y el incrédulo al morir son muy diferentes. Como podríamos
esperar, el creyente entra en el gozo y la bendición reales en su muerte
física, si bien todavía espera la resurrección del cuerpo cuando llegue la
plenitud de su vida transformada. El incrédulo puede esperar entrar en una
verdadera desdicha y tormento en su muerte física, aunque él también
espera la resurrección de su cuerpo y su juicio final delante de un Dios
santo.
Un pasaje que ayuda mucho para ver la realidad de la vida después de
la muerte física y las diferentes experiencias del creyente y el incrédulo es
Lucas 16:19-31. Tal vez desees leer todo el pasaje. Algunos de los versos
más importantes son los siguientes: «Resulta que murió el mendigo, y los
ángeles se lo llevaron para que estuviera al lado de Abraham. También
murió el rico, y lo sepultaron. En el infierno, en medio de sus tormentos, el
rico levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Así
que alzó la voz y lo llamó: “Padre Abraham, ten compasión de mí y manda
a Lázaro que moje la punta del dedo en agua y me refresque la lengua,
porque estoy sufriendo mucho en este fuego”. Pero Abraham le contestó:
“Hijo, recuerda que durante tu vida te fue muy bien, mientras que a Lázaro
le fue muy mal; pero ahora a él le toca recibir consuelo aquí, y a ti, sufrir
terriblemente. Además de eso, hay un gran abismo entre nosotros y
ustedes, de modo que los que quieren pasar de aquí para allá no pueden, ni
tampoco pueden los de allá para acá”» (Lucas 16:22-26). A partir de este
pasaje vemos que tanto el rico (el incrédulo) como el pobre (el creyente)
siguieron viviendo después que murieron. No obstante, las experiencias de
ambos hombres fueron muy distintas. Lázaro disfrutó del consuelo de estar
con el pueblo de Dios, mientras que el rico sufría tormento y angustia.
Anhelaba que alguien fuera y le llevara alivio, pero nadie podía ir. Un
abismo los separaba, de manera que nadie podía cruzar de un lugar al otro.
Esto nos muestra entonces que el lugar donde viviremos para siempre se
fija al momento de la muerte física. Por mucho que al rico le hubiera
encantado estar con Lázaro, jamás podría cambiar el tormento que
experimentaba. Como dice 2 Pedro 2:9, Dios reserva «a los impíos para
castigarlos en el día del juicio».
La esperanza más grande para los cristianos es el regreso de Cristo y
nuestra resurrección para estar con él para siempre. Pero la Escritura
también enseña la alegría de la vida para el creyente al momento de la
muerte física, algo que brinda mucho consuelo cuando muere un creyente.
Pablo estaba muy consciente de la brevedad de la vida. Además, la
aflicción y la persecución permanentes que experimentó le hacían darse
cuenta de que su vida podía acabarse en cualquier momento. En algunos
lugares de la Escritura él habló de lo que esperaba al morir. En un pasaje
escribió: «Por eso mantenemos siempre la confianza, aunque sabemos que
mientras vivamos en este cuerpo estaremos alejados del Señor. Vivimos
por fe, no por vista. Así que nos mantenemos confiados, y preferiríamos
ausentarnos de este cuerpo y vivir junto al Señor. Por eso nos empeñamos
en agradarle, ya sea que vivamos en nuestro cuerpo o que lo hayamos
dejado» (2 Corintios 5:6-9). Su uso de la frase «vivir junto al Señor» era su
forma de hablar acerca de estar con Cristo tras la muerte física. Pero
observa la claridad que tenía en su expectativa de seguir viviendo después
que muriera (cuando se «ausentara del cuerpo»). Más aún, él comentó en
el verso 8 que prefería morir físicamente («ausentarnos de este cuerpo») a
fin de estar con Cristo («vivir junto al Señor»). Pablo anhelaba su muerte
como algo que quería más de lo que quería seguir viviendo en la tierra.
Esto muestra que Pablo realmente estaba viviendo por fe en la promesa de
Dios y no vivía por vista (v. 7).
Finalmente, el pasaje más conmovedor de Pablo es este: «Porque para
mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia. Ahora bien, si seguir viviendo
en este mundo representa para mí un trabajo fructífero, ¿qué escogeré? ¡No
lo sé! Me siento presionado por dos posibilidades: deseo partir y estar con
Cristo, que es muchísimo mejor, pero por el bien de ustedes es preferible
que yo permanezca en este mundo. Convencido de esto, sé que
permaneceré y continuaré con todos ustedes para contribuir a su jubiloso
avance en la fe» (Filipenses 1:21-25). Pablo entendía el momento de su
muerte física como «ganancia» (v. 21), una que era «muchísimo mejor» (v.
23). ¿Cómo es esto posible? Existe una y solo una razón: «Pablo sabía que
cuando muriera, iba a «partir y estar con Cristo», y eso es lo que era
«muchísimo mejor» (v. 23). Como aprendemos del capítulo 3 de
Filipenses, Pablo cedió todo lo que consideraba importante para él y lo vio
como basura. Pablo llegó a ver a Cristo como el mayor tesoro, el único
gozo real. Si la muerte sería el momento cuando él huiría a los brazos de
Cristo, entonces la muerte sería «ganancia». Partir de este mundo para
estar con Jesús es «muchísimo mejor».
¿Qué pasa con la abuela cuando muere? Respuesta: ella vive. Pero la
pregunta más importante para ella y para todos nosotros es esta: ¿Ha
confiado ella —y nosotros— solo en Cristo como Salvador y Señor? Que
todos moriremos es seguro. Que viviremos después de morir también es
seguro. No obstante, dónde viviremos depende de dónde pongamos
nuestra esperanza.
PREGUNTAS PARA PENSAR
1. La Biblia enseña que la muerte física no es el fin de nuestra vida. ¿Qué
pasa con la gente cuando muere? ¿Es importante si han confiado en Cristo
o no al momento de su muerte física?
2. ¿Qué crees que quiere decir Pablo cuando escribe: «Porque para mí el
vivir es Cristo y el morir es ganancia» (Filipenses 1:21)? ¿Puedes decir lo
mismo respecto a tu propia vida? ¿Qué podría impedir que una persona
realmente crea que su muerte le traería una ganancia, un incremento en su
gozo y felicidad?

VERSOS PARA MEMORIZAR

2 Corintios 5:6-9: «Por eso mantenemos siempre la confianza, aunque


sabemos que mientras vivamos en este cuerpo estaremos alejados del
Señor. Vivimos por fe, no por vista. Así que nos mantenemos confiados, y
preferiríamos ausentarnos de este cuerpo y vivir junto al Señor. Por eso
nos empeñamos en agradarle, ya sea que vivamos en nuestro cuerpo o que
lo hayamos dejado».
El Dios que cumple sus promesas
y la salvación de Israel

El Dios de la Biblia ama hacer promesas, y también ama demostrar


que siempre cumple las promesas que ha hecho. Dios es fiel a su palabra.
Siempre hace exactamente lo que ha dicho que haría. Dios es hacedor y
cumplidor de promesas. Su mismísimo nombre, honor y gloria están
vinculados con la veracidad de su palabra y la fidelidad de su promesa.
Cuando Dios dice algo, puedes contar con que lo hará.
A través del Antiguo Testamento, Dios le hizo algunas promesas
sorprendentes al pueblo de Israel que aún no han acontecido, al menos no
completamente. Desde el comienzo mismo de su llamado a Abraham a
convertirse en el padre de la nación de Israel, Dios ha prometido bendecir
a Israel. Su promesa a Abraham tampoco contenía condición alguna.
Escucha la promesa de pacto que Dios le hizo a Abram (quien llegó a ser
Abraham): «El Señor le dijo a Abram: “Deja tu tierra, tus parientes y la
casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré. Haré de ti una nación
grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición.
Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; ¡por
medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra!”» (Génesis
12:1-3). Dios no dijo aquí que solo bendeciría a Israel si hacían ciertas
cosas. Aunque la Ley que más tarde se le entregó a Moisés requería
obediencia para la bendición, esta promesa a Abraham simplemente
declaraba lo que Dios iba a hacer, punto. Dios hará de él una gran nación.
Dios hará famoso su nombre. Y Dios bendecirá las naciones del mundo
por medio de Abraham. El pacto de Dios con Abraham es lo que se llama
un pacto incondicional. Dios simplemente prometió lo que haría, y puesto
que Dios prometió estas cosas, él cumplirá su palabra. El pueblo de Israel
proveniente de Abraham recibe la promesa de la bendición de Dios. Ellos
serán su pueblo, y Dios será su Dios.
Moisés le recordó al pueblo de Israel sobre su lugar muy especial en el
corazón de Dios y en los planes de Dios. Después que Dios los libertó de
Egipto pero antes que ellos entraran en la Tierra Prometida liderados por
Josué, Moisés les dijo: «Porque para el Señor tu Dios tú eres un pueblo
santo; él te eligió para que fueras su posesión exclusiva entre todos los
pueblos de la tierra. El Señor se encariñó contigo y te eligió, aunque no
eras el pueblo más numeroso, sino el más insignificante de todos. Lo hizo
porque te ama y quería cumplir su juramento a tus antepasados; por eso te
rescató del poder del faraón, el rey de Egipto, y te sacó de la esclavitud
con gran despliegue de fuerza» (Deuteronomio 7:6-8). Puesto que Dios
escogió a Israel para que fuera su pueblo, él también les dio su Ley (la Ley
de Moisés, en el antiguo pacto), la cual les decía cómo debían vivir delante
de él. Dios dejó muy claro que, si ellos obedecían su Ley, él los bendeciría
grandemente (ver Levítico 26:3-13; Deuteronomio 28:1-14). Si ellos
desobedecían su Ley, él los castigaría (ver Levítico 26:14:43;
Deuteronomio 28:15:68). Por lo tanto, el pacto de Dios con Israel por
medio de Moisés tenía condiciones. Establecía lo que Israel debía hacer
con el fin de recibir la bendición de Dios. Por lo tanto, a diferencia del
pacto de Dios con Abraham, el cual era incondicional, el pacto de Dios a
través de Moisés era condicional: establecía condiciones que se debían
cumplir o ciertas cosas que se debían hacer a fin de recibir la bendición de
Dios.
Como ya sabes, Israel desobedeció la ley de Dios una y otra vez, y
Dios los castigó como dijo que lo haría. Pero ahora nos preguntamos algo
en tanto que pensamos en estos dos pactos. En el pacto de Dios con
Abraham, Dios prometió que bendeciría a Israel, sin condiciones (pacto
incondicional). Pero en el pacto de Dios por medio de Moisés, Dios
prometió que bendeciría a Israel solo si hacían ciertas cosas (pacto
condicional). ¿Cómo podemos entender ambos pactos juntos cuando
parecen ser contrarios? ¿Bendecirá Dios a Israel sin salvedades como en la
promesa del pacto de Dios a Abraham? ¿O solo bendecirá a Israel si ellos
le obedecen como se establece en el pacto de Dios hecho por medio de
Moisés?
La respuesta es que Dios será fiel a ambos pactos. Él efectivamente
castigó a Israel cuando ellos quebrantaron su ley y se apartaron de él en su
pecado. Él incluso levantó otras naciones (Asiria y Babilonia) para destruir
a Israel y Judá. Pero mediante la Ley de Moisés que Dios le dio a Israel, él
quería que ellos aprendieran algo importante. Dios quería que aprendieran
que no eran capaces de cumplir la ley de Dios. El pecado dentro de ellos
los controlaba, de modo que no querían cumplir la ley. Más bien querían
ser como las demás naciones a su alrededor, y hacer cosas que iban contra
la ley de Dios. Aunque Dios prometió bendecir a Israel si obedecían la ley,
Israel más bien quería vivir como vivían otras personas y así contrariar la
manera en que la ley decía que debían vivir. Por lo tanto, si Israel tenía que
ser obediente a la ley a fin de recibir la bendición de Dios, Dios no podía
bendecir a Israel. Si ellos obedecían, serían bendecidos. Pero esa es la
cuestión: ¡ellos no querían obedecer! En consecuencia, bajo la Ley, Dios
no podía enviarles bendiciones.
Pero Dios nunca olvidó su anterior promesa de que, pasara lo que
pasara, iba a bendecir a Israel, que Israel sería su pueblo y él sería su Dios.
Él había prometido que bendeciría a Israel, punto, y Dios no iba a faltar a
su palabra. Pero esto también está claro: él no podía bendecir a Israel si la
única manera en que podía hacerlo era que ellos le obedecieran. ¡Pero ellos
no querían obedecerle! Así que, ¿qué debía hacer Dios? ¿Cómo podía
bendecir a su pueblo si ellos no le obedecían cumpliendo su ley?
La solución que Dios planificó es asombrosa. Lo que hizo fue celebrar
otro pacto con Israel, un nuevo pacto que sería incondicional como el
pacto de Dios con Abraham. En este nuevo pacto hecho «con el pueblo de
Israel y con la tribu de Judá» (Jeremías 31:31), Dios prometió que iba a
tomar la ley que ellos no querían obedecer y la escribiría «en su corazón»
(Jeremías 31:33). Lo que quiere decir Dios es que él iba a rehacer el
corazón de ellos de modo que en lugar de querer desobedecer la ley de
Dios ahora querrían ser obedientes a Dios, de corazón. Él también les daría
el Espíritu para que los transformara en su pueblo obediente. Dios le dijo a
Israel: «Infundiré mi Espíritu en ustedes, y haré que sigan mis preceptos y
obedezcan mis leyes» (Ezequiel 36:27). ¡Sin condiciones! Dios
simplemente hará de su pueblo el pueblo obediente que debían ser, y
recibirán toda la bendición que mucho tiempo antes Dios había prometido
que tendrían.
No es de extrañar, pues, que Pablo dedique tres capítulos en el libro de
Romanos (9-11) a explicar que Dios no ha olvidado su promesa a Israel.
Sí, Dios está actuando ahora para salvar a mucha gente de todas las
naciones del mundo (gentiles). Así que ahora pocos judíos serán salvos.
Por causa de su desobediencia, Dios ha endurecido el corazón de ellos por
algún tiempo (ver Romanos 11:25). Pero llegará el día cuando Dios
culminará lo que ha comenzado. Dios cumplirá su promesa a Israel. Dios
salvará al pueblo de Israel y los bendecirá, y hará de ellos su pueblo
obediente. Como afirma Pablo, cuando Dios haya salvado gente de todas
las naciones, se volverá nuevamente a Israel, de modo que «todo Israel
será salvo» (Romanos 11:26).
Dios es un Dios que cumple sus promesas. La salvación de Dios a
Israel en los días futuros mostrará en una de las formas más sorprendentes
que Dios es fiel a sus promesas. Dios cumplirá su palabra. ¡Un día el
pueblo de Israel será salvo!

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. Dios es el hacedor y cumplidor de promesas original. Él nunca falta a su
palabra. ¿De qué forma esta verdad debería llenarte de esperanza y
confianza? ¿Cuáles son algunas promesas de Dios que él ha hecho en
relación contigo? ¿Qué significa para ti saber que Dios jamás romperá
estas promesas?
2. ¿Cuál fue el tipo de promesa (o pacto) que Dios hizo con Israel? ¿Y qué
le prometió Dios a Israel? Si Dios nunca rompe sus promesas, ¿qué
significa eso para el pueblo de Israel?

VERSOS PARA MEMORIZAR

Génesis 12:1-3: «El Señor le dijo a Abram: “Deja tu tierra, tus parientes y
la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré. Haré de ti una nación
grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición.
Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; ¡por
medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra!”».
Jesús vendrá otra vez

Una de las más grandes promesas que Jesús les hizo a sus seguidores
fue que, después de dejarlos por algún tiempo, él regresaría. Jesús les
había dicho que el Padre iba a enviar al Espíritu para darles el poder de
Jesús para que vivieran una nueva vida y testificaran acerca de Cristo. No
obstante, ellos anhelaban no solo tener el Espíritu de Jesús en su interior,
sino que amaban a Jesús y querían que estuviera con ellos para siempre.
Jesús era el Mesías, el Cristo, y ellos querían servirle, bajo su dominio
como Rey. Pero Jesús estaba partiendo, así que los discípulos estaban
tristes. Escucha las propias palabras que Jesús les dijo para consolarlos y
alentarlos: «No se angustien. Confíen en Dios, y confíen también en mí.
En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo
habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar. Y, si me voy y se lo
preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo
esté. Ustedes ya conocen el camino para ir adonde yo voy» (Juan 14:1-3).
Qué esperanza y gozo les da esto a los seguidores de Jesús. Aunque ahora
él se ha ido para estar con su Padre, prometió que iba a regresar. Puesto
que Jesús siempre cumple su palabra, sabemos que viene este gran día.
¡Jesús va a volver!
Después de la muerte y resurrección de Jesús, sus discípulos lo vieron
ascender a las nubes a estar con su Padre. Las últimas palabras de Jesús a
sus discípulos les habían recordado una vez más la buena noticia de que el
Espíritu iba a venir a vivir en ellos y a darles su poder. Ellos tendrían el
mismísimo Espíritu de Jesús viviendo dentro de ellos, y serían testigos a
través del mundo de este Cristo que había muerto y ahora había resucitado.
Y mientras ellos pensaban en lo que Jesús les había dicho, de pronto
apenas podían creer lo que veían. Ellos vieron a Jesús ascender al cielo
donde una nube lo apartó de su vista. Aparecieron dos ángeles que les
dijeron: «Galileos, ¿qué hacen aquí mirando al cielo? Este mismo Jesús,
que ha sido llevado de entre ustedes al cielo, vendrá otra vez de la misma
manera que lo han visto irse» (Hechos 1:11). Qué maravillosa noticia que
confirmaba lo que Jesús ya les había dicho. Sí, Jesús iba a estar con su
Padre algún tiempo, pero luego regresará del cielo tal como los discípulos
lo vieron partir. ¡Jesús vendrá otra vez!
Cuando Jesús regrese, su segunda venida será muy distinta a la
primera. Tal vez conozcas unas palabras muy conocidas del Evangelio de
Juan acerca de la primera venida de Jesús, cuando vino a morir para
salvarnos de nuestros pecados. Juan escribe: «Porque tanto amó Dios al
mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se
pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para
condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él» (Juan 3:16-17). En
su primera venida, entonces, Jesús no vino como juez. Él no vino a
condenar a los pecadores del mundo; más bien vino a salvar el mundo.
Vino a llevar a cabo lo que el Padre lo envió a hacer, a morir en la cruz y a
resucitar de los muertos para que los pecadores pudieran ser salvos de su
pecado.
Pero la segunda venida de Jesús no será así. Cuando Jesús regrese,
como les prometió a sus discípulos, su propósito ya no será salvar a los
pecadores. Más bien mostrará la ira de Dios por el pecado de nuestro
mundo. Él traerá el juicio de Dios contra todos aquellos que siguen
rebelándose contra Dios. Por supuesto, los seguidores de Jesús se alegrarán
en su segunda venida. Los que hemos confiado en Cristo para nuestra
salvación seremos levantados y unidos a Cristo para siempre.
Comenzaremos nuestra nueva vida resucitada, ya liberados completamente
del pecado y disfrutando de la presencia de Dios para siempre. Pero los
que están fuera de Cristo —los que no han confiado solo en Cristo para el
perdón de su pecado y como su única esperanza para la vida eterna—
serán juzgados por Cristo cuando regrese a la tierra.
Jesús les habló a sus discípulos acerca de esto cuando estaba con ellos
en su primera venida. Jesús les dijo: «El Padre no juzga a nadie, sino que
todo juicio lo ha delegado en el Hijo» (Juan 5:22), y les contó que el Padre
«le ha dado autoridad para juzgar, puesto que es el Hijo del hombre» (Juan
5:27). En la resurrección de todas las gentes, entonces, los seguidores de
Jesús serán levantados a la vida, pero aquellos que siguen haciendo el mal
contra Dios «resucitarán para ser juzgados» (Juan 5:29). Y en una de las
enseñanzas más extensas de Jesús acerca del juicio que vendrá sobre toda
la tierra (Mateo 24-25), Jesús también declara que él actuará como juez
sobre toda la gente. Él llama a sus propios seguidores «las ovejas» y a los
que están fuera de Cristo «las cabras». Él dice: «Cuando el Hijo del
hombre [Cristo] venga en su gloria, con todos sus ángeles, se sentará en su
trono glorioso. Todas las naciones se reunirán delante de él, y él separará a
unos de otros, como separa el pastor las ovejas de las cabras» (25:31-32).
Él continúa diciendo que las ovejas (sus seguidores) entrarán al nuevo
lugar que él ha preparado para ellos. Pero a las cabras (incrédulos que no
han confiado ni seguido a Cristo) les dirá: «Apártense de mí, malditos, al
fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles» (25:41).
Otros pasajes del Nuevo Testamento también nos enseñan acerca del
juicio de Cristo en su segunda venida. Para alentar a los creyentes que
están sufriendo por su fe, Pablo les dice que cuando Cristo venga otra vez,
ya no sufrirán más. Dios más bien traerá sufrimiento a los que han sido
viles y les han causado mal a sus seguidores. Él escribe: «Dios, que es
justo, pagará con sufrimiento a quienes los hacen sufrir a ustedes. Y a
ustedes que sufren, les dará descanso, lo mismo que a nosotros. Esto
sucederá cuando el Señor Jesús se manifieste desde el cielo entre llamas de
fuego, con sus poderosos ángeles, para castigar a los que no reconocen a
Dios ni obedecen el evangelio de nuestro Señor Jesús. Ellos sufrirán el
castigo de la destrucción eterna, lejos de la presencia del Señor y de la
majestad de su poder, el día en que venga para ser glorificado por medio
de sus santos y admirado por todos los que hayan creído, entre los cuales
están ustedes porque creyeron el testimonio que les dimos» (2
Tesalonicenses 1:6-10).
Cuando Cristo viene nuevamente para traer juicio sobre la tierra,
también viene como el Rey de reyes y Señor de señores. Nadie puede
sostenerse en su contra. Viene con toda autoridad y poder. Y viene a
expresar la justa ira y el justo juicio de Dios. Uno de los últimos capítulos
de la Biblia habla de la venida de Cristo como Juez y Rey. Leemos:
«Luego vi el cielo abierto, y apareció un caballo blanco. Su jinete se llama
Fiel y Verdadero. Con justicia dicta sentencia y hace la guerra… De su
boca sale una espada afilada, con la que herirá a las naciones. “Las
gobernará con puño de hierro”. Él mismo exprime uvas en el lagar del
furor del castigo que viene de Dios Todopoderoso. En su manto y sobre el
muslo lleva escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores»
(Apocalipsis 19:11-16).
¡Jesús vendrá otra vez! Ese día será de gran gozo para los seguidores
de Cristo, porque serán levantados y llevados al reino de Cristo para vivir
en la presencia de Dios para siempre. Pero para aquellos que continúan en
su pecado, sin confiar en Cristo para su salvación, este será un día de gran
angustia. Ellos sabrán que Jesús realmente era la única esperanza de los
pecadores, pero ya no pueden confiar en él para ser salvos. Él viene en su
segunda venida como su Juez, no como su Salvador. Qué importante es,
pues, confiar en Cristo ahora para el perdón de nuestro pecado y la
esperanza de vida eterna. Asimismo, deberíamos compartir con otros ahora
que Jesús es Salvador, porque él vendrá de nuevo un día como Juez y Rey.

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. La segunda venida de Jesús es tanto una fuente de gran esperanza como
de aliento para los creyentes, pero una razón para temer para los
incrédulos. ¿Por qué es así?
2. ¿Piensas mucho en el hecho de que Jesús podría venir en cualquier
momento? ¿De qué manera la verdad de que Jesús viene otra vez debería
afectar la forma en que pensamos y vivimos?

VERSOS PARA MEMORIZAR

Juan 14:1-3: «No se angustien. Confíen en Dios, y confíen también en mí.


En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo
habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar. Y, si me voy y se lo
preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo
esté».
El sufrimiento del infierno y el gozo
del cielo

Una de las enseñanzas más serias de la Biblia es que todas las


personas vivirán para siempre o en un lugar de gran sufrimiento o bien en
un lugar de gran gozo. Jesús habló mucho acerca de estos dos lugares. Él
le advirtió a la gente acerca del dolor que experimentarían en el infierno si
no se apartaban de su pecado y lo seguían a él, y les contó a sus discípulos
acerca de los gozos que conocerían en el cielo. Parece, entonces, que si
somos fieles a la Biblia y fieles a Cristo desearemos entender lo que ellos
nos han enseñado. También desearemos hablarles a otros acerca de estos
asuntos que son muy importantes para sus vidas ahora y por siempre sin
fin.
A menudo me he preguntado qué pensaría la gente sobre alguien que
supiera acerca de un desastre planificado, pero no hiciera nada para
advertir a la gente sobre lo que va a suceder. Supongamos que tienes un
amigo que sabe con seguridad sobre un plan de poner una bomba en una
escuela local. Y supongamos que tu amigo pensara: «Sí, sé que va a
estallar una bomba en la escuela mañana. Pero no quiero decírselo al
director, ni a los maestros ni a los alumnos de la escuela. Después de todo,
no es una noticia muy alegre, y yo quiero que la gente sea feliz. Quiero
que las cosas que yo les diga los animen. No quiero decirles cosas que les
causen temor». ¿Qué pensarías de tu amigo? O supongamos que un doctor
encontrara cáncer en uno de sus pacientes, pero el doctor pensara: «No
quiero hablar sobre cáncer. Después de todo, el cáncer es una enfermedad
terrible, y nadie quiere escuchar que la padece. Quiero que mi paciente
reciba ánimo en sus visitas a mi consulta; así que no le contaré nada sobre
su cáncer». ¿Qué pensarías sobre este doctor? A diferencia de la necedad
de este amigo y este doctor, la Biblia sí habla sobre cosas que nos resultan
difíciles de escuchar. Dios sabe que el cielo y el infierno son reales, y hace
lo correcto al advertirnos sobre el sufrimiento del infierno y al hacernos
saber sobre el gozo del cielo. Dios es tanto bueno como sabio al contarnos
acerca de estas cosas. Jesús fue bueno y sabio cuando habló acerca de
ellas. Necesitamos saber lo que enseña la Biblia, y también los demás
necesitan saberlo.
Anteriormente hablamos un poco acerca de la enseñanza de Jesús
sobre el infierno (Capítulo 24) y allí vimos que Jesús habló a menudo
sobre el infierno y con palabras fuertes. Él habló del infierno en estos
términos: «fuego del infierno» (Mateo 5:22), «fuego eterno» (Mateo 18:8),
«fuego [que] nunca se apaga» (Marcos 9:43), «castigo eterno» (Mateo
25:46), «horno encendido», «oscuridad de afuera», «llanto y rechinar de
dientes» (Mateo 13:42; 25:30). Y si lees las enseñanzas más amplias donde
se usan estas palabras y frases, queda claro que Jesús enseñó enfáticamente
acerca de la realidad y el horror del infierno. El infierno es un lugar donde
la gente que hizo el mal y rehusó confiar en él será enviada al final.
Llegará el día cuando todos los que están fuera de Cristo estarán delante de
él en juicio y recibirán el castigo que merecen. Algunos recibirán castigos
más fuertes que otros (ver Mateo 11:21-24 para un ejemplo), pero todos
sentirán el dolor y el sufrimiento del infierno para siempre.
Dos pasajes del libro de Apocalipsis ponen en claro que el infierno es
horrible y dura para siempre. Apocalipsis 14:10-11 habla del infierno
como el lugar donde el incrédulo «beberá también el vino del furor de
Dios, que en la copa de su ira está puro, no diluido», y será «atormentado
con fuego y azufre, en presencia de los santos ángeles y del Cordero… por
los siglos de los siglos… No habrá descanso ni de día ni de noche». Y
Apocalipsis 20:11-15 presenta el juicio final de todos los incrédulos. Todo
aquel cuyo nombre no se encuentre en el Libro de la Vida será juzgado
conforme a sus actos y luego «arrojado al lago de fuego» (v. 15), el cual se
describe algunos versículos antes, donde se dice que los que están en el
lago de fuego son «atormentados día y noche por los siglos de los siglos»
(20:10).
Creo que todos concordaríamos en que estas no son cosas alegres para
pensar en ellas. Tampoco lo es una bomba puesta para que estalle en una
escuela. Y tampoco lo es el cáncer. Pero a veces tenemos que hablar de
cosas que son muy duras y desagradables. Dado que el infierno es real,
necesitamos saber lo que enseña la Biblia. Y deberíamos estar muy
agradecidos de que Dios, en su infinita sabiduría, decidiera contarnos
acerca de este lugar. El saber que el infierno es tan horrible y que su
castigo nunca acaba nos produce mayor gratitud por el evangelio. Jesús
pagó el castigo completo por nuestro pecado. El sufrió todo el dolor del
infierno que nosotros merecíamos en nuestras vidas. Qué alegría es saber
que por medio de la fe en Cristo y su obra consumada en la cruz podemos
salvarnos del castigo del infierno y más bien entrar en el gozo del cielo.
¡Sí, el cielo también es real! La Biblia habla del hogar definitivo de los
creyentes como un lugar de alegría y felicidad interminables, un lugar que
está siempre en la presencia de Dios y su belleza, y un lugar de gran
satisfacción y plenitud. Los primeros versos de Apocalipsis 21-22 nos
ayudan a ver algunas de las maravillas del cielo. Juan escribe: «Después vi
un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera
tierra habían dejado de existir, lo mismo que el mar. Vi además la ciudad
santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, procedente de Dios,
preparada como una novia hermosamente vestida para su prometido. Oí
una potente voz que provenía del trono y decía: “¡Aquí, entre los seres
humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos
serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Él les
enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni
lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir”» (21:1-
4). Y nuevamente: «Luego el ángel me mostró un río de agua de vida,
claro como el cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero, y corría
por el centro de la calle principal de la ciudad. A cada lado del río estaba el
árbol de la vida, que produce doce cosechas al año, una por mes; y las
hojas del árbol son para la salud de las naciones. Ya no habrá maldición.
El trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad. Sus siervos lo adorarán;
lo verán cara a cara, y llevarán su nombre en la frente. Ya no habrá noche;
no necesitarán luz de lámpara ni de sol, porque el Señor Dios los
alumbrará. Y reinarán por los siglos de los siglos» (22:1-5).
Observemos aquí algunas cosas: primero, el cielo está sobre la tierra, la
nueva tierra que Dios creará. Juan describe la nueva Jerusalén
descendiendo del cielo, mostrando así que nuestro hogar definitivo estará
sobre la nueva tierra. Los creyentes están en sus cuerpos resucitados (1
Corintios 15:35-58), y son hechos plenamente como Cristo (1 Juan 3:2).
Como personas plenamente recreadas, en cuerpo y alma, viviremos,
amaremos y trabajaremos sobre la nueva tierra que Dios ha creado, con
gran gozo y gran satisfacción. Segundo, reinaremos con Cristo por
siempre. Aunque sabemos muy poco sobre todo lo que será el cielo,
sabemos que será un lugar de profunda satisfacción en el trabajo que Dios
nos dé, reinando y trabajando con Cristo. En nuestro mundo caído, el
trabajo a menudo no suena como algo bueno. Pero con el tiempo la
mayoría de nosotros aprendemos que los placeres más profundos de la
vida llegan a través de un arduo trabajo y esfuerzo. El trabajo con Cristo y
el trabajo para Dios será nuestro gran gozo en el cielo. Tercero,
Apocalipsis 22 nos retrata como había sido en el Huerto del Edén con su
árbol de la vida. Pero aquí la imagen nos muestra un Huerto del Edén
mejor que antes con sus doce tipos de fruto y hojas que sanan las naciones.
Así que no somos meramente devueltos al lugar donde estaba Adán antes
de pecar. No, somos llevados a un lugar que supera con mucho lo que él
tenía. El cielo no es una mera restauración del mundo que Dios creó en
Génesis 1-2. El cielo supera con creces la primera creación.
Finalmente, el cielo es un lugar de gozo, felicidad, libertad,
satisfacción, belleza y amor sin fin. Imagina a Jesús mismo secando toda
lágrima, de modo que jamás volvamos a experimentar dolor, sufrimiento o
tristeza. Lo que Dios tiene guardado para su pueblo supera con mucho lo
que podríamos conocer cabalmente. Pero ¿no te alegra que él nos haya
contado algo acerca del cielo?

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. La Biblia enseña que tanto el cielo como el infierno son reales. ¿Qué
aspectos del cielo deberían dar esperanza para la vida a los creyentes en el
presente, aun cuando enfrentan dificultades y sufrimientos?
2. Si el infierno es real (y lo es), y los que están fuera de Cristo irán allá,
¿de qué manera esto debería afectar nuestra relación con aquellos que no
conocen a Cristo? ¿Y qué decir de tu propia vida; estás listo para enfrentar
a Cristo en su venida, sabiendo que tus pecados están perdonados e irás al
cielo, no al infierno?

VERSOS PARA MEMORIZAR

Apocalipsis 21:3-4: «Oí una potente voz que provenía del trono y decía:
“¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en
medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será
su Dios. Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni
llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de
existir”».
La gloria y la grandeza de Dios
manifestada por siempre y siempre

¿Cómo podrías responder la siguiente pregunta?: ¿qué es lo más


grandioso de que Dios haga nuevas todas las cosas? ¿O qué es lo mejor y
lo más importante de que Dios complete su obra de eliminar toda maldad y
hacer a su pueblo y toda su creación buenos una vez más? Algunos
podríamos dar respuestas como estas: lo más grandioso del nuevo mundo
que Dios hará es que la belleza de la creación será restaurada. O, lo más
grandioso es que el mal será juzgado y terminado para siempre. O, lo más
grandioso es que acabarán las guerras y las naciones vivirán en paz por
siempre. O, lo más grandioso es que los creyentes vivirán con Dios en un
gozo interminable y amor constante, para nunca más experimentar dolor o
tristeza.
Todas estas respuestas se refieren a cosas buenas que acontecerán
cuando Dios haga nuevas todas las cosas. Sí, la renovación de la creación
para que sea pura y bella, el fin de la maldad y la guerra, y el vivir con
Dios para siempre con alegría y amor, todas estas cosas son aspectos
buenos y maravillosos del nuevo orden mundial que Dios llevará a cabo
algún día. Pero con todo lo buenas que son estas cosas, ninguna dice qué
es realmente lo más grandioso. ¿Qué respuesta da, entonces, la Biblia a
nuestra pregunta? ¿Qué es realmente lo más grandioso acerca del nuevo
orden que creará Dios?
Nuestra respuesta está dada en varios lugares de la Escritura. Una de
las mejores se encuentra en Isaías 11. Después de describir el nuevo
mundo que Dios creará por medio de su Mesías, Isaías hace entonces este
resumen de cómo será el mundo aquel día: «Rebosará la tierra con el
conocimiento del Señor como rebosa el mar con las aguas» (v. 9; ver
también Habacuc 2:14). Cuando todas las cosas se completen como Dios
ha planeado, cuando el mundo sea rehecho con justicia y paz, entonces
toda la gente, en todo lugar, sabrá que Dios es Dios, que Dios es grande, y
que Dios es digno de toda gloria. El conocimiento de la grandeza y la
gloria de Dios será tan vasto sobre la tierra como la vastedad de las aguas
que cubren el mar. La gente verá a Dios por lo que él es. Sabrán que su
sabiduría es perfecta, su bondad nunca falla, su justicia es sin tacha, su
poder ilimitado, y que todas las demás cualidades de su vida son dignas de
nada menos que puro asombro y maravilla. Sí, aquel día la gente —toda la
gente— conocerá a Dios por lo que él es. Y Dios será conocido por ser el
grande y glorioso Dios que es. En este momento, por supuesto, demasiado
poca gente conoce a Dios por lo que él es, y demasiado poca gente lo
honra como se merece. Pero aquel día, cuando Dios haga nuevas todas las
cosas, entonces todas las gentes en todo lugar honrarán a Dios como
debería ser honrado, porque todas las gentes en todo lugar conocerán a
Dios por lo que él es.
Por tanto, ¿qué es lo más grandioso de que Dios haga nuevas todas las
cosas? Respuesta: al hacer nuevas todas las cosas, Dios le concederá a toda
la gente en todo lugar un verdadero y profundo conocimiento de él que los
llevará a darle la gloria, el honor, las gracias, y la alabanza que solo él
merece como Dios. Cuando el conocimiento del Señor cubra la tierra como
las aguas cubren el mar, por primera vez desde que el pecado entró en el
mundo, toda la creación vivirá plenamente para la gloria de Dios. Esto será
lo más grandioso que acontecerá cuando todas las cosas sean hechas
nuevas.
Otro pasaje de Isaías nos da esta misma respuesta. Por medio de Isaías
el profeta, Dios dice: «“Yo soy el Señor; ¡ese es mi nombre! No entrego a
otros mi gloria, ni mi alabanza a los ídolos. Las cosas pasadas se han
cumplido, y ahora anuncio cosas nuevas; ¡las anuncio antes que sucedan!”.
Canten al Señor un cántico nuevo… canten su alabanza desde los confines
de la tierra… Que alcen la voz el desierto y sus ciudades… Den gloria al
Señor y proclamen su alabanza en las costas lejanas» (Isaías 42:8-12). A
través de los capítulos 41-48 de Isaías, Dios (el verdadero Dios) se ha
burlado de los falsos dioses, los ídolos, que no pueden hablar, ni escuchar,
ni planificar, ni actuar. La gente necia hace sus ídolos y los adora. Pero
estos «dioses» no tienen poder alguno; la adoración a ellos es adoración
que se le roba a Dios. Así que Dios declara que ya no lo tolerará más. No
permitirá que se dé a los ídolos la adoración que le corresponde a él. No
permitirá que su gloria y alabanza vayan a imágenes talladas. Llegará el
día, declara el Señor, cuando él hará nuevas todas las cosas. Él las declara
ahora, y ciertamente las llevará a cabo.
Y cuando esto acontezca, cuando Dios complete su obra de hacer de la
creación el lugar perfecto y justo que él ha planeado, entonces toda la
creación cantará al Señor una nueva canción. Todas las cosas, en todo
lugar, le darán gloria. De una costa a otra, toda la tierra le ofrecerá la
alabanza que solo él merece. Por tanto, ¿qué es lo más grandioso de que
Dios haga nuevas todas las cosas? Respuesta: al hacer nuevas todas las
cosas, Dios expondrá el pecado y la necedad de darle gloria a algo que no
sea Dios. Él expondrá a los falsos dioses como los impostores que son al
exhibir la grandeza de su propio carácter como Dios. Cuando la gloria del
Señor sea conocida por lo que realmente es, por primera vez desde que el
pecado entró en el mundo, toda la creación cantará una nueva canción para
alabanza de Dios que será realmente digna de su nombre. Esto será lo más
grandioso que sucederá cuando todas las cosas sean hechas nuevas.
Algunas reflexiones finales son necesarias. Primero, ¿por qué la gloria
de Dios es lo más grandioso de la nueva creación que Dios hará? Nuestra
respuesta retrocede hasta algunas de las primeras secciones de este libro.
Lo más grandioso de la nueva creación es la gloria de Dios porque Dios
mismo posee todo lo que es digno de ser honrado, agradecido, alabado,
loado y adorado. Con todo lo gloriosa que es la creación —en parte o en su
totalidad—, toda su gloria es un reflejo. Toda su belleza, bondad, sabiduría
y poder provienen de la única fuente que posee estas y toda buena cualidad
en su propia vida, sin medida y sin final. Tal como tú no alabas al espejo
por el hermoso rostro que se muestra en él, no alabas la creación por el
esplendor de Dios que se muestra a través de ella. Solo Dios merece la
gloria, pues solo Dios posee todo lo que es digno de gloria. Lo más
grandioso de la perfección de la creación es, entonces, la perfección de la
alabanza que se dará legítima y plenamente a Dios, y solo a Dios.
Y segundo, ¿qué relación tiene esto con la alegría y la satisfacción que
Dios promete que sus hijos tendrán para siempre? Bueno, considera aquí lo
que puede parecer una extraña petición de oración de Jesús. Juan 17:24
relata que Jesús dijo: «Padre, quiero que los que me has dado estén
conmigo donde yo estoy. Que vean mi gloria, la gloria que me has
dado…». ¿Por qué oraría Jesús para que sus seguidores pudieran ver su
gloria? La respuesta es esta: Jesús quiere esto para sus seguidores porque
al ver quién es él realmente, ellos desearán ser más como el carácter de
Aquel a quien admiran y adoran. Mira, Dios nos ha hecho de tal modo que
anhelemos ser como aquello que adoramos. Queremos volvernos como
aquello que amamos. Deseamos adquirir las cualidades de aquello que
consideramos bello y bueno. Por tanto, cuando vemos a Jesús por lo que él
es, somos atraídos a ser más como Jesús en quiénes somos. Ver a Jesús es
amar a Jesús, y amar a Jesús es volverse más como Jesús. Es por esto que
él ora para que sus seguidores estén con él para que contemplen su gloria.
Él quiere que tengan el gozo de ser como él en sus propias vidas.
Glorificar a Dios, entonces, es entrar en el gozo de ser como Dios en
nuestro carácter. Esta es la verdadera felicidad. Esta es la verdadera
satisfacción. Así es como la gloria de Dios y el bien de su pueblo se unen
para siempre. ¡Alabado sea Dios por la grandeza de su glorioso nombre!

PREGUNTAS PARA PENSAR


1. Cuando todas las cosas sean hechas nuevas, y toda la creación sea
perfeccionada, la gloria de Dios resplandecerá de formas nuevas y
maravillosas. ¿Cuáles son algunas de las razones por las que la creación
perfeccionada y la mayor manifestación de la gloria de Dios van unidas?
2. Si el objetivo de Dios para la tierra renovada es que «rebosará la tierra
con el conocimiento del Señor como rebosa el mar con las aguas», ¿cuál
debería ser nuestro principal objetivo en esta vida? ¿Qué tan adecuado es
nuestro crecimiento en el conocimiento de Dios en esta vida en vista del
objetivo de Dios para su pueblo al final?

VERSO PARA MEMORIZAR

Isaías 11:9: «No harán ningún daño ni estrago en todo mi monte santo,
porque rebosará la tierra con el conocimiento del Señor como rebosa el
mar con las aguas».

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