Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Ware:
www.proyectonehemias.org
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,
almacenada en un sistema de recuperación, ni transmitida de ninguna forma ni por ningún medio,
electrónico, mecánico, fotocopia, grabación, u otro, sin el permiso previo por escrito del publicador,
excepto lo que estipula la ley de copyright de E.E. U.U.
A menos que se indique algo distinto, las citas bíblicas están tomadas de La Santa Biblia, Nueva
Versión Internacional © 1986, 1999, 2015 por Biblica, Inc.
Las citas bíblicas marcadas con RVC están tomadas de la Biblia Reina Valera Contemporánea ©
2009, 2011 por Sociedades Bíblicas Unidas.
Las citas bíblicas marcadas con NBLH están tomadas de la Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy
© 2005 por The Lockman Foundation, La Habra, California.
Las citas bíblicas marcadas con NTV están tomadas de la Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente,
© Tyndale House Foundation, 2010. Todos los derechos reservados.
Las citas bíblicas marcadas con RV95 están tomadas de la Biblia Reina-Valera 1995 © 1995 por
Sociedades Bíblicas Unidas
La transformación a libro digital de este título fue realizada por Nord Compo.
A mis dos hijas,
Siento una profunda gratitud por que Dios me haya dado el privilegio
de ser su padre; soy inmensamente bendecido al haber recibido su
continua bondad, amor y respeto; y me llena de alegría verlas
caminar fiel y felizmente en los caminos buenos y sabios de nuestro
gran Dios.
CONTENIDO
Prólogo
Introducción: Sobre criar a los hijos para que conozcan y amen a Dios criándolos para que conozcan
y amen la teología
El Padre es Dios
El Hijo es Dios
¿Quién hizo el mundo? Dios (el Padre, Hijo, y Espíritu Santo) lo hizo
Dios gobierna el mundo que ha creado
5 - Quién es Jesús
7 - El Espíritu Santo
El Espíritu Santo llena a los creyentes para que vivan por Cristo
¿Pero deben las personas saber de Cristo y creer en él para ser salvas?
9 - La iglesia de Jesucristo
Este libro es muy especial para nosotras. Como hijas de Bruce Ware,
vemos Grandes verdades para corazones jóvenes no solo como un valioso
recurso para niños y adultos, sino también como una representación
tangible de la enseñanza que tuvimos la bendición de recibir fielmente de
nuestro padre a lo largo de nuestra infancia.
Durante las dos últimas décadas, hemos vivido con un padre que ama
la teología y ama enseñar teología. Ambas recordamos que él nos enseñó
los seis versos del himno «May the Mind of Christ my Savior» cuando
teníamos tres años. Durante nuestros viajes anuales de verano por carretera
para ver a la familia en la Costa Oeste, mamá y papá usaban el tiempo en
el automóvil para guiar a nuestra familia en canciones de adoración,
memorización de la Escritura, y discusión teológica. Papá solía comenzar
una conversación con una pregunta: «Bueno, ¿creen que Jesús tenía que
ser tanto Dios como hombre?», o «¿Cómo puede Dios ser bueno y aun así
permitir que ocurran cosas malas en el mundo?». No era precisamente una
relajada charla de vacaciones, pero nos encantaban esas conversaciones
familiares. Nosotras nos sentábamos en la parte posterior de nuestro
Toyota familiar y nos devanábamos el cerebro tratando de pensar una
respuesta bíblica, sabiendo que papá tenía la suya todo el tiempo. A él le
apasionaba compartir verdades con nosotras que nos darían confianza en
nuestra fe. Esta pasión afloraba en discusiones familiares en la cena,
charlas en su oficina tarde en la noche, y en las «citas de papá e hija» a las
que solía llevarnos. Aunque entonces no nos dimos cuenta plenamente,
aquellas conversaciones cambiaron nuestra vida y modelaron nuestro
corazón. Era Teología 101 impartida fuera del aula.
Papá realmente cree las cosas que aparecen en este libro. Su teología
moldea la forma en que vive, como hemos visto muchas veces. Al
confrontar los desafíos teológicos de su tiempo, papá ha demostrado un
inalterable compromiso con la Palabra de Dios. Durante tiempos difíciles,
ha confiado en Dios y ha dicho junto con Job: «El Señor da, y el Señor
quita. Bendito sea el nombre del Señor». Cuando lo han elogiado por sus
dones, ha tenido una actitud humilde, enfocando constantemente la
atención en la Fuente de todo buen don. Es generoso con su tiempo y
dinero, fiel en la evangelización, incansable en la enseñanza, y dedicado
autre a su familia. Te contamos todo esto porque queremos honrar la
integridad de nuestro padre. Aunque por su puesto él está consciente de su
propio pecado, se esfuerza por vivir una vida digna del evangelio de
Cristo.
Grandes verdades para corazones jóvenes es la misma Teología 101
que aprendimos cuando crecimos. Es una abundante colección de verdades
que vienen directamente de la Escritura y responden preguntas acerca de
quién es Dios, su obra en el mundo, y la esperanza que podemos tener
mediante una relación con Cristo. Muchas personas, ya sean evangélicas u
otras, tienen ciertos conceptos errados acerca de las doctrinas básicas de
Dios. Necesitamos entender estas doctrinas con el fin de entender
correctamente la vida. Este libro nos lleva directo al corazón de la Biblia
para ayudarnos en ello.
Queremos incluir algunas breves palabras para padres e hijos. A los
padres: puede sonar cliché, pero nosotras seguimos la enseñanza de
nuestro padre en parte porque él practicaba lo que enseñaba. Como todos
los niños, necesitamos mirar hacia arriba y ver a nuestros padres mirando
hacia arriba a un Dios que tiene grandes cosas guardadas para los que lo
aman. La práctica de la fe realmente la hace poderosa. A los hijos: ¡nos
alegra mucho que estén aprendiendo verdades acerca de Dios! No siempre
parece entretenido tener que sentarse a escuchar a sus padres. Pero esta
materia en realidad es más emocionante que cualquier otra cosa que
puedan imaginar. A medida que crezcan, estarán muy contentos de haber
tenido padres que los amaron y les enseñaron acerca de la persona más
importante que podrían conocer: Dios.
Finalmente, a nuestro padre: te amamos mucho y estamos muy
orgullosas de ti. Eres un padre afectuoso, un esposo amoroso, y un fiel
proveedor. Gracias por criar a tus hijas de modo que, hasta el día de hoy,
nos sintamos apreciadas. Por sobre todo, gracias por creer en el evangelio,
por enseñárnoslo, y mostrarnos fielmente a través de tu vida que Dios es
grande.
Con amor,
Bethany y Rachel
Introducción:
Sobre criar a los hijos para
que conozcan y amen a Dios
criándolos para que conozcan y amen
la teología
LA PALABRA DE DIOS
Y LA PROPIA VIDA DE DIOS
COMO DIOS
Dios se ha dado a conocer
Hechos 17:24-25: «El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él es
Señor del cielo y de la tierra. No vive en templos construidos por hombres,
ni se deja servir por manos humanas, como si necesitara de algo. Por el
contrario, él es quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas».
Dios es Dios con nosotros
Romanos 5:8: «Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que
cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros».
Algunas verdades sobre la riqueza de Dios
que lo hacen Dios
Daniel 2:20: «¡Alabado sea por siempre el nombre de Dios! Suyos son la
sabiduría y el poder».
2
Efesios 2:18: «Pues por medio de él [Cristo] tenemos acceso al Padre por
un mismo Espíritu».
El Padre es Dios
Hay un Dios y solo uno. Pero ese único Dios vive y se expresa
siempre como el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo. Así que hay un Dios
pero tres personas, cada una de las cuales es plenamente Dios. Y cada una
de las personas de Dios es responsable de ciertas partes de la obra que
Dios realiza en el mundo.
Por ejemplo, es cierto (y glorioso) decir: «Dios nos salva de nuestro
pecado». Esta es una maravillosa verdad en la que pensaremos más en
capítulos posteriores, y sí, es Dios quien lo hace. Pero si pensamos más
atentamente, nos damos cuenta de que «Dios nos salva» solo en tanto que
el Padre realiza su propia obra específica junto con el Hijo, quien realiza
su propia obra específica junto con el Espíritu Santo, quien realiza su
propia obra específica al salvarnos. El Padre es quien planificó nuestra
salvación y decidió enviar a su Hijo al mundo para salvarnos de nuestro
pecado (Juan 3:16-17). Pero el Hijo (no el Padre ni el Espíritu Santo) es el
que vino a convertirse en hombre y a vivir una vida perfecta y luego a
morir en la cruz (Filipenses 2:5-8). El Espíritu Santo actuó para ayudar a
Jesús durante su vida (Lucas 4:14-21) y actúa en nuestras vidas para que
podamos poner nuestra fe en Cristo y seamos salvos (Juan 3:4-8). Así que
cada uno, el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo desempeñan distintos roles,
y juntos efectúan la única obra de salvación que el único Dios nos trae.
Sigamos pensando en la obra que realiza el Padre como Dios. La
Biblia presenta al Padre como aquel que ha planificado todo lo que
acontece en toda la creación. El Padre no solo planeó crear el mundo, sino
que también planificó todo lo que sucedería en el mundo. Por ejemplo, el
Padre planificó cómo sería el mundo, planificó enviar a su Hijo a morir por
el pecado, planificó que ciertas personas serían verdaderamente salvas
mediante la fe en Cristo, y planificó que un día toda la creación estaría
bajo el gobierno de su propio Hijo. Sí, el Padre está detrás de todo como el
minucioso planificador, el sabio diseñador, de todo lo que acontece en
nuestro mundo. Pablo señala este punto en Efesios 1:11, donde escribe que
«en Cristo también fuimos hechos herederos, pues fuimos predestinados
según el plan de aquel [el Padre] que hace todas las cosas conforme al
designio de su voluntad [del Padre]». Sí, el Padre es el que ha planificado
todo lo que sucede, y el Padre actúa para asegurarse de que sus propósitos
y planes sucedan tal como él desea.
Es por esto que en la Biblia vemos que la alabanza y la gratitud final
serán dadas al Padre. Él es el que está detrás de todo lo que hacen el Hijo y
el Espíritu Santo para salvar a los pecadores y hacer nuevas todas las
cosas. Por ejemplo, en Efesios 1, Pablo explica varias razones por las que
deberíamos alabar a Dios por los diversos y maravillosos dones que él nos
concede. Pero en lugar de decir «alabado sea Dios», hablando de la
unicidad de Dios en sus dones para nosotros, él dice: «Alabado sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en las regiones
celestiales con toda bendición espiritual en Cristo» (v. 3). Observa que
Pablo da esta alabanza muy cuidadosa y específicamente a Dios el Padre
en lugar de expresarla a «Dios» de manera más general. No habría estado
equivocado si Pablo dijera: «Alabado sea Dios por todas las bendiciones
que nos ha concedido», pero es más exacto y preciso decir lo que
efectivamente dice. Observa que él indica que la alabanza última se da a
«Dios, Padre», mostrando que esta alabanza va específicamente al Padre.
Pero observa además que él dice que todas las bendiciones que nos brinda
al Padre llegan «en Cristo».
Así que el Padre nos concede cada bendición que recibimos, pero cada
bendición que recibimos siempre viene solo por medio de lo que su Hijo,
el Señor Jesucristo, ha logrado con su obra por nosotros. Y observa
finalmente que estas bendiciones son «espirituales», mostrando que la
manera en que recibimos estas bendiciones es en tanto que el Espíritu
Santo las trae a nuestra vida. Así que aquí aprendemos que el Padre es el
sabio y benigno Dador de todas las bendiciones que Dios nos concede. Y
estas bendiciones del Padre son bendiciones que el Hijo ha ganado para
nosotros por su vida, muerte y resurrección. Y estas bendiciones del Padre,
por medio del Hijo, son traídas a nuestra vida mediante la obra del
Espíritu. Alabado sea el Padre, y a través de él el Hijo, y a través de él el
Espíritu.
Otro pasaje que nos ayuda a ver que el Padre es el que rectamente
recibe la alabanza y el honor últimos por toda la obra de nuestra salvación
es Filipenses 2:8-11: «[Cristo] se humilló a sí mismo y se hizo obediente
hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y
le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre
de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra,
y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios
Padre». El Padre no solo planeó enviar a su Hijo al mundo (Juan 3:16-17;
6:38), sino también que, después que su Hijo muriera en la cruz, el Padre
lo levantaría, lo exaltaría, y le daría el mayor nombre de todos. Llegará el
día cuando cada persona que haya vivido doblará sus rodillas delante de
Cristo y dirá con su propia boca: «Jesucristo es Señor». Pero cuando todos
los seres humanos hagan esto, entonces también darán la alabanza última
más allá del Hijo «para gloria de Dios Padre» (cf. 1 Corintios 15:25-28).
Ver al Padre como el más alto a cargo y quien tiene autoridad sobre
todo es importante por muchas razones. Una forma en que ayuda es en
nuestra forma de pensar en la oración. Si te fijas al leer las oraciones del
Nuevo Testamento, la mayoría sigue el mismo patrón que Jesús les enseñó
a los discípulos. Jesús dijo: «Ustedes deben orar así: “Padre nuestro que
estás en el cielo, santificado sea tu nombre”» (Mateo 6:9). ¿Por qué Jesús
nos habrá instruido que oremos al Padre? Simplemente porque el Padre es
el que tiene la máxima autoridad de todos. Aun el Hijo, quien está sobre
todo lo creado, ahora está sentado «a la derecha» del Padre (Efesios 1:20),
indicando que el Padre está más alto que todos. Así que, en el Nuevo
Testamento, las oraciones muy a menudo se dirigen al Padre. Considera la
oración de Pablo al final de Efesios 3. Comienza así: «Por esta razón me
arrodillo delante del Padre, de quien recibe nombre toda familia en el cielo
y en la tierra. Le pido que, por medio del Espíritu y con el poder que
procede de sus gloriosas riquezas, los fortalezca a ustedes en lo íntimo de
su ser» (vv. 14-16; ver también Efesios 1:16ss.; Filipenses 4:19-20).
Por lo tanto, la oración normalmente debería ir dirigida al Padre. Pero
solo podemos ir al Padre gracias a lo que Cristo ha hecho por nosotros a
través de su muerte y resurrección. Cuando confiamos en Cristo, entonces
podemos venir «en Cristo» al Padre. Así que nuestras oraciones son al
Padre, en el «nombre» o la autoridad del Hijo. Pero también necesitamos
que el Espíritu nos dirija a orar como deberíamos hacerlo. Así que
normalmente deberíamos orar al Padre, en el nombre del Hijo, por el poder
del Espíritu Santo (ver Efesios 6:18). Efesios 2:18 nos da este patrón. El
pasaje explica que tanto los judíos como los gentiles que han confiado en
Cristo son llevados a una relación con el Padre. Pablo dice: «Por medio de
él [Cristo], unos y otros [judíos creyentes y gentiles creyentes] tenemos
acceso al Padre en un mismo Espíritu» (RVC). Por tanto, alabado sea al
Padre, quien, por medio de la muerte y resurrección de su Hijo, y por la
obra del Espíritu nos abre el camino para que seamos llevados a una recta
relación con él. Qué privilegio es orar y alabar a Aquel que tiene la
máxima autoridad sobre todo.
1 Corintios 3:16: «¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el
Espíritu de Dios habita en ustedes?».
Cómo se relacionan el Padre, el Hijo,
y el Espíritu Santo
¿Alguna vez te has fijado en que parte de la música más bella está
conformada por distintas partes que se cantan juntas? En vez de que cada
persona cante la misma nota que las demás —lo que se llama unísono—,
cada cantante tiene una línea de música distinta que cantar, pero se
combinan para crear un bello y rico sonido juntos —lo que se llama
armonía. Sin duda que cantar al unísono tiene belleza, pero normalmente
se produce un sonido más bello y rico cuando cada cantante contribuye
con la línea precisa de la música, y con los tiempos precisos, cantando en
armonía.
En un sentido bastante literal, así es como Dios realiza la mayor parte
de su obra en el mundo. El Dios único hace prácticamente todo lo que hace
a través de las tres personas de la Trinidad. Cada persona realiza su propia
obra distintiva, cada una contribuye su propia parte —cantando, por así
decirlo, su propia línea de la música— y juntos realizan exactamente lo
que es mejor, perfectamente sabio y de máxima belleza. El Padre, el Hijo,
y el Espíritu normalmente no llevan a cabo su obra estrictamente al
unísono. Más bien actúan en armonía el uno con el otro, pues cada persona
realiza la parte de la obra general que es correcto y bueno que haga. En
tanto que las tres personas contribuyen a la obra general, todo se hace
como debería ser y se hace con la mayor riqueza que causa la armonía en
relación con el unísono.
Como vimos anteriormente, el Padre está por sobre esta obra como el
que diseña y planifica cómo será la obra. Por esta razón, el Padre siempre
es el que recibe la suprema alabanza al final. Como vimos en Filipenses 2,
cuando toda rodilla se doble y toda lengua confiese que Jesús es el Señor,
lo harán para la gloria de Dios el Padre. Así que el Padre contribuye tanto
el objetivo como el plan de la obra que debería llevarse a cabo, y también
planifica la manera en que el Hijo y el Espíritu deberían acompañarlo en la
realización de esta obra. Después de todo, el Padre tiene la máxima
autoridad, y por lo tanto él escoge las formas en las que contribuyen el
Hijo y el Espíritu, de modo que la perfecta voluntad del Padre se realice
como es debido.
El Hijo, por su parte, está totalmente comprometido con hacer la
voluntad del Padre. Cuando uno lee los cuatro Evangelios (Mateo, Marcos,
Lucas y Juan), observa la frecuencia con que Jesús menciona que él estaba
en la tierra para llevar a cabo todo lo que el Padre lo había enviado a hacer.
Una de las más claras de estas declaraciones está en el Evangelio de Juan.
Jesús dijo: «Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, sabrán ustedes
que yo soy, y que no hago nada por mi propia cuenta, sino que hablo
conforme a lo que el Padre me ha enseñado. El que me envió está
conmigo; no me ha dejado solo, porque siempre hago lo que le agrada»
(8:28-29). Observa la fuerza de lo que Jesús dice de sí mismo en relación
con su Padre. Jesús dice que él no hace nada por su propia autoridad, que
habla conforme a lo que el Padre le ha enseñado, y que siempre hace lo
que al Padre le agrada. No deberíamos entender lo que dice aquí Jesús
como una exageración o hipérbole, porque sabemos que Jesús vivió una
vida totalmente sin pecado. Si hubiera pecado tan solo una vez, eso habría
significado hacer o decir algo contrario a lo que el Padre quería, pero Jesús
nunca, jamás, ni siquiera una vez, hizo algo así. Así que lo que Jesús dice
aquí es totalmente cierto. Él no hizo nada por su propia autoridad, habló
solo lo que el Padre quería que dijera, y siempre agradó al Padre en todo lo
que hizo y dijo. ¡Asombroso!
Otra cosa que esto significa es lo siguiente: como Hijo del Padre, Jesús
vive siempre bajo la autoridad de su Padre: en todos los tiempos pasados y
ahora en todos los tiempos futuros. Durante su vida terrenal ciertamente
hizo esto, como vimos en Juan 8:28. Y cuando uno mira atentamente la
propia enseñanza de Jesús junto con otros pasajes en la Biblia, queda claro
que Jesús, como el Hijo del Padre, siempre estuvo bajo la autoridad de su
Padre y siempre estará bajo la autoridad de su Padre. Piensa, por ejemplo,
en la frecuencia con que leemos que el Padre «envía» a su Hijo al mundo,
y que el Hijo viene a hacer la «voluntad» del Padre. Si el Padre envía al
Hijo (Juan 3:17), y si el Hijo viene al mundo a hacer la voluntad del Padre
(Juan 6:38), entonces se sigue que el Padre tenía autoridad sobre el Hijo
antes que él viniera al mundo a hacerse hombre también. ¿Y esta relación
continúa en el futuro? Sí, porque según 1 Corintios 15:25-28, cuando todas
las cosas sean puestas bajo la autoridad del Hijo, el Hijo se someterá a la
autoridad del Padre junto con toda la Creación, a fin de que Dios el Padre
se manifieste como supremo. Así que el Hijo siempre está sometido a su
Padre y hace la voluntad del Padre. Y en esto, Jesús se alegra muchísimo
en hacer exactamente lo que el Padre quiere que haga. Al Hijo esto no le
molesta; no desea ser el que está a cargo. Más bien, como dice Jesús
mismo: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y terminar su
obra» (Juan 4:34). ¡Asombroso! Jesús ama estar bajo la autoridad de su
Padre, y el Padre ama exaltar a su Hijo para mostrar lo grande y glorioso
que es su Hijo realmente.
Por su parte, el Espíritu Santo realmente es tercero entre las personas
de la Trinidad. Así como el Hijo está bajo la autoridad del Padre, el
Espíritu está bajo la autoridad del Padre y del Hijo. Una de las
declaraciones más claras al respecto se encuentra en la propia enseñanza
de Jesús acerca del tiempo cuando el Espíritu Santovendría a habitar
dentro de los que siguen a Cristo. Jesús dice: «Muchas cosas me quedan
aún por decirles, que por ahora no podrían soportar. Pero, cuando venga el
Espíritu de la verdad, él los guiará a toda la verdad, porque no hablará por
su propia cuenta, sino que dirá solo lo que oiga y les anunciará las cosas
por venir. Él me glorificará porque tomará de lo mío y se lo dará a conocer
a ustedes» (Juan 16:12-14). Con un lenguaje muy similar al que usó Jesús
para hablar de sí mismo en relación con el Padre, ahora Jesús habla del
Espíritu en relación con el Hijo. Tal como el Hijo no habló sus propias
palabras, sino que enseñó lo que el Padre le había dicho, así también el
Espíritu no habla lo que él piensa sino lo que escucha de Jesús. Y así como
el Hijo glorificó al Padre haciendo la voluntad del Padre, así también el
Espíritu glorifica al Hijo tomando del Hijo lo que luego traspasa a otros. El
Espíritu, pues, se deleita en mostrar con orgullo a Jesús, en atraer la
atención hacia Jesús, en ayudar a las personas a ver lo maravilloso que es
Jesús.
La relación del Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo es, entonces, una
relación de gloriosa armonía. Cada uno tiene su obra que contribuir, y cada
uno lo hace reconociendo el orden de autoridad y sumisión que es
verdadero entre las personas de la Trinidad. El Padre tiene la máxima
autoridad, el Hijo está bajo el Padre, y el Espíritu está bajo el Padre y el
Hijo. Pero en este orden no existe ni el menor asomo de descontento. Más
bien hay alegría y satisfacción en que cada uno es plenamente Dios, así
como en que cada uno actúa en las líneas apropiadas de autoridad que
existen eternamente en Dios. Una lección que podemos aprender de esto es
que las líneas de autoridad y sumisión son verdaderas en nuestras
relaciones humanas porque son un reflejo de lo que es verdadero en Dios
(ver 1 Corintios 11:3). El Padre, el Hijo y el Espíritu son plenamente
iguales como Dios, pero viven gustosos dentro de líneas de autoridad. Así,
también, los humanos deberíamos vivir como iguales unos a otros, pero
gustosos en las líneas de autoridad dadas por Dios. Que Dios nos ayude a
ver la belleza de la igualdad y la belleza de nuestras diferencias, incluso
diferencias en las líneas de autoridad que son ciertas en nuestras
relaciones.
Juan 8:28: «Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, sabrán ustedes
que yo soy, y que no hago nada por mi propia cuenta, sino que hablo
conforme a lo que el Padre me ha enseñado».
CREADOR Y GOBERNADOR
DE TODO
¿Quién hizo el mundo? Dios (el Padre,
Hijo, y Espíritu Santo) lo hizo
Recuerdo bien una canción que a nuestras hijas les fascinaba cantar
cuando eran muy pequeñas. El primer verso preguntaba: «¿Quién hizo el
mundo?», y el segundo verso respondía: «¡Dios lo hizo!». Esto es cierto, y
deberíamos alegrarnos en esa verdad. Sí, Dios hizo el mundo. Como vimos
anteriormente, él hizo las flores, las mariposas, los pájaros, los peces, las
estrellas, las montañas, las cascadas, los océanos, las costas, y todo lo que
ha sido hecho.
Y sorprendentemente, Dios hizo todas las cosas de todo el universo sin
usar materiales que ya existieran. Cada vez que nosotros los humanos
«creamos» algo o fabricamos algo, tenemos que tomar cosas que ya
existen y las usamos para crear lo que queremos. Por ejemplo, si deseamos
hacer algunos estantes para libros, tenemos que tomar tablas y clavos, y tal
vez pegamento y barniz o pintura y otros materiales, luego cortarlos y
unirlos y tratarlos apropiadamente para que resulten los estantes que
teníamos en mente. Y así es como ocurre con cualquier cosa que hagamos.
Pero en el caso de Dios —piensa lo sorprendente que es esto—, cuando él
decidió crear el mundo y todo lo que hay en él, aún no existía nada excepto
Dios. Solo él es eterno (solo Dios vive para siempre). Así que antes que
Dios creara el mundo, no existía ninguna otra cosa aparte de Dios. En
lugar de tomar y usar materiales que ya estuvieran ahí (porque no había
ninguno), Dios simplemente habló y trajo a la existencia cosas que no
estaban ahí en absoluto, de ningún modo, forma o figura. Como hemos
visto antes, Dios es un Dios que habla, y Dios meramente dijo «que
haya…», y todo lo que pronunció vino a la existencia, tal como él lo
planificó. Dios creó todo de la nada, y lo creó trayendo a la existencia todo
lo que hay mediante su palabra.
Hebreos 11:3 también enseña exactamente la misma verdad: «Por la fe
entendemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de modo
que lo visible no provino de lo que se ve». Sí, Dios por su palabra trajo a
existencia todo lo que existe, e hizo todo lo que hizo —que es todo lo que
ha sido hecho— sin usar nada que ya existiera para crearlo. Y Hebreos nos
dice que debemos aceptar esta verdad «por fe». ¿Por qué es así?
Simplemente porque no podemos entender cómo alguien pudo traer algo a
la existencia con solo hablar sin usar ningún material para hacerlo. Cada
vez que hacemos algo —ya sea que tu mamá prepare la cena o tu hermana
haga un dibujo o tu hermano construya con piezas de Lego—, siempre
usamos cosas para formar lo que creamos. Solo Dios crea de la nada. Así
que debemos creer esta enseñanza de la Biblia simplemente porque Dios
nos ha dicho que así es como hizo el mundo. No podemos entenderlo —no
realmente— pero sabemos que es cierto porque Dios tiene el poder para
crear de esta forma y porque él nos ha dicho que así es como lo hizo.
Creemos en el poder de Dios, y confiamos en la fidelidad de Dios, así que
le creemos a la enseñanza bíblica. Sí, Dios creó todas las cosas de la nada
cuando habló y les dio existencia.
Cuando uno mira la enseñanza del Nuevo Testamento acerca de la
creación del mundo por parte de Dios, encuentra algo muy interesante. En
casi todos los pasajes que dicen que Dios creó el mundo, se habla
específicamente sobre el Hijo como el que en realidad trajo el mundo a
existencia. Uno de los más interesantes de estos pasajes es Juan 1:3, donde
es «el Verbo» o la Palabra el que crea todas las cosas. Juan 1:1-3 dice: «En
el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era
Dios. Él estaba con Dios en el principio. Por medio de él todas las cosas
fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir». ¿Por qué crees
que aquí se llama «el Verbo» a quien efectúa la creación? La razón es esta:
cuando leemos en Génesis 1 que Dios crea, lo hace mediante el habla. Es
decir, cuando Dios emite su palabra, la luz viene a la existencia, y las
estrellas y planetas y todo lo que ha sido hecho. Así que Juan 1:3 nos
ayuda a ver la manera en que Dios crea el mundo, y en realidad el Padre
crea a través de la obra del Hijo (a quien se llama «el Verbo» en Juan 1).
El Padre, entonces, está detrás de toda la creación como aquel que diseñó
cómo sería y planificó cómo se materializaría. Pero el Padre escogió usar a
su Hijo como su agente para darle existencia a la creación. Es algo así
como que tu madre decida hacer un pastel, pero ella podría pedirle a su
hija que haga el trabajo de preparar el pastel como ella le indique. Cuando
el pastel está listo, tú podrías decir: «Este es el pastel de mamá», pero
también podrías decir que el pastel fue hecho por su hija. Así, que, el
mundo es de Dios, pero Dios hizo el mundo a través de su Palabra o
Verbo, que es su Hijo.
Puede resultar útil leer algunos otros pasajes que señalan al Hijo como
el que en realidad trae a existencia todo lo creado: «Porque por medio de él
fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e
invisibles, sean tronos, poderes, principados o autoridades: todo ha sido
creado por medio de él y para él» (Colosenses 1:16). «Dios, que muchas
veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas
por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio
de su Hijo. A este lo designó heredero de todo, y por medio de él hizo el
universo» (Hebreos 1:1-2). «No hay más que un solo Dios, el Padre, de
quien todo procede y para el cual vivimos; y no hay más que un solo
Señor, es decir, Jesucristo, por quien todo existe y por medio del cual
vivimos» (1 Corintios 8:6). Este último pasaje es especialmente útil porque
indica que el Padre es responsable de toda la Creación porque todo
procede «de» él. Pero el Hijo, Jesucristo, es «por quien» el Padre creó el
mundo. El Padre habló, y su Verbo trajo el universo a existencia.
¿Y qué decir del tercer miembro de la Trinidad, el Espíritu Santo? La
Escritura indica que él también estuvo involucrado en la creación. El
Espíritu de Dios se menciona en Génesis 1:2, quien «se movía sobre la
superficie de las aguas». Y el Salmo 33:6 dice que la creación acontece
tanto por «la palabra el Señor» (recuerda Juan 1:1-3) como por «el soplo
de su boca» («soplo» es la misma palabra que se usa para Espíritu). Por
tanto, el Espíritu de alguna forma también está involucrado en la creación.
Quizá su rol era dar vida a aquellas partes de la creación que tenían que
vivir. En Génesis 2:7 vemos a Dios «soplando» en Adán para que este
viva, y puede que la obra del Espíritu sea dar la vida original a aquellas
partes de la creación. Si bien en la Biblia no se nos dice mucho al respecto,
sabemos que el Espíritu estuvo involucrado con el Padre y el Hijo en la
creación.
Un último comentario podría ayudar aquí. Tiene sentido ver al Padre,
el Hijo y el Espíritu involucrados en la creación puesto que los tres
también están involucrados en nuestra salvación (nuestra «recreación»
quizá podríamos llamarla). En nuestra salvación, el padre designa cómo
seremos salvos, el Hijo viene y consigue nuestra salvación en la cruz, y el
Espíritu trae nueva vida a los que luego creen en Cristo para ser salvos.
Los tres desempeñan roles vitales en la salvación, y al parecer los tres
desempeñan roles similares en la creación.
Así que volvamos a la pregunta que dio inicio a esta sección: ¿quién
hizo el mundo? La respuesta Dios lo hizo es correcta, sin duda. Pero esta
respuesta sería aún mejor: ¡Dios el Padre, Dios el Hijo, y Dios el Espíritu
lo hicieron! Amén.
Ala mayoría de las personas les resulta fácil y natural creer que Dios
tiene el control de todas las cosas buenas que ocurren en el mundo.
Después de todo, Dios es bueno, así que tiene sentido que cuando ocurren
cosas buenas o cuando se conceden buenos dones, Dios ha tenido el
control. Lo que a muchos les cuesta ver es esto: Dios tiene el control tanto
de las cosas malas que suceden en el mundo como de todo el bien que
acontece. ¿Cómo puede ser así? ¿No significa eso que se debería culpar a
Dios por las cosas malas que ocurren? ¿Qué nos enseña realmente la Biblia
al respecto?
La Biblia enseña que Dios tiene el control de todas las cosas buenas y
de todas las cosas malas que ocurren en la vida. Aun cuando tendemos a
pensar que Dios solo tiene el control de lo bueno, la Biblia enseña que él
también tiene el control de lo malo. Veamos parte de la enseñanza bíblica,
y luego podemos pensar sobre algunas preguntas que esto plantea.
Antes que los hijos de Israel entraran en la Tierra Prometida, Moisés
los había estado instruyendo acerca de quién es Dios y qué espera él de
ellos. Hacia el final de Deuteronomio, Moisés les enseñó una canción que
ellos debían aprender y cantar cuando cruzaran el Río Jordán. En esta
canción, Moisés dice lo siguiente, usando las propias palabras de Dios para
enseñarles: «¡Vean ahora que yo soy único! No hay otro Dios fuera de mí.
Yo doy la muerte y devuelvo la vida, causo heridas y doy sanidad. Nadie
puede librarse de mi poder» (Deuteronomio 32:39). Observa que Dios se
asegura de que lo entendamos como el único y verdadero Dios vivo. No
hay otro dios aparte del verdadero Dios, declara él. Por lo tanto,
deberíamos mantener los oídos abiertos para aprender quién es este Dios
real y qué puede hacer este Dios real. Y lo que aprendemos puede
sorprendernos. El verdadero Dios es responsable no solo de dar vida sino
también de matar; no solo de sanar sino también de herir. De hecho, el
control de Dios sobre todas las cosas buenas y malas es tan fuerte que
nadie puede oponérsele o impedir que su plan se cumpla.
Una declaración similar de que Dios controla tanto lo bueno como lo
malo en la vida proviene de Ana. Como recordarás, Ana no podía tener
hijos; así que oró, y Dios le concedió su petición. Ella tuvo un hijo,
llamado Samuel, a quien dedicó al Señor. Después que nació Samuel, ella
hizo una oración de agradecimiento y alabanza a Dios. En esa oración,
leemos estas palabras: «Del Señor vienen la muerte y la vida; él nos hace
bajar al sepulcro, pero también nos levanta. El Señor da la riqueza y la
pobreza; humilla, pero también enaltece» (1 Samuel 2:6-7). De manera
muy similar a la canción de Moisés, Ana asevera que Dios tiene el control
no solo de las cosas positivas o buenas como dar vida, levantar, dar
riquezas y enaltecer a las personas: Dios también tiene el control de las
cosas malas como matar, llevar al sepulcro, empobrecer y humillar a las
personas. En otras palabras, todos los aspectos de la vida, sus cosas buenas
y sus males, están bajo el control de Dios.
Otro pasaje que plantea potentemente este punto es Isaías 45:5-7, que
dice: «Yo soy el Señor, y no hay otro; fuera de mí no hay ningún Dios…
no hay ningún otro fuera de mí. Yo soy el Señor, y no hay ningún otro. Yo
formo la luz y creo las tinieblas, traigo bienestar y creo calamidad; yo, el
Señor, hago todas estas cosas». Una vez más, el punto principal queda
claro: Dios, quien es el único Dios verdadero, tiene el control total tanto de
cada cosa buena como de cada cosa mala. Este pasaje es muy importante
porque afirma muy claramente, y repite varias veces, que solo hay un Dios
verdadero. Desde ahí, el pasaje prosigue para describir lo que hace este
Dios verdadero para demostrar o manifestar que él es Dios. ¿Qué
demuestra que Dios es Dios? Respuesta: el verdadero Dios tiene el control
total de todas las cosas en la vida, todo lo bueno (Dios forma la luz y causa
bienestar) y todo lo malo (Dios crea oscuridad y calamidad).
Algunas personas rehúsan aceptar esta enseñanza de la Biblia porque
no pueden entender cómo Dios podría tener el control de las cosas malas y
no ser culpable de ese mal. Así que consideremos dos cosas que pueden
ayudar. Primero, la Biblia declara que Dios controla tanto lo bueno como
lo malo; por lo tanto, debemos aceptar esto como verdadero, aunque tal
vez no logremos entender plenamente cómo puede ser cierto. Deberíamos
aceptar esta enseñanza especialmente dado que tenemos pasajes donde
Dios habla directamente de sí mismo (diciendo cosas como «no hay otro
Dios fuera de mí») y luego declara que parte de lo que significa para Dios
ser Dios es controlar todas las cosas buenas y todas las cosas malas. Por lo
tanto, no deberíamos alejarnos de esta enseñanza solo porque nos cuesta
entenderla. Dado que Dios nos dice en su Palabra que es verdadera,
debemos aceptarla como verdadera. Segundo, no deberíamos pensar que si
Dios controla lo malo, entonces Dios en parte debe ser malo. Esto sería un
gran error. La Biblia más bien enseña que, aunque Dios controla todas las
cosas buenas y malas, Dios mismo es bueno, y no es malo en absoluto.
Estos son algunos versos para poner junto a la enseñanza de Isaías 45:7.
Isaías 45:7 dice que Dios forma la luz y crea las tinieblas, pero 1 Juan 1:5
dice: «Dios es luz y en él no hay ninguna oscuridad». Isaías 45:7 dice
también que Dios trae bienestar y crea calamidad, pero el Salmo 5:4 dice:
«Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad; el mal no mora
en ti» (NBLH). En la Biblia en hebreo, la misma palabra hebrea de Isaías
45:7 (traducida como «calamidad») se usa en el Salmo 5:4 (traducida
como «mal»). Po tanto, aunque Dios controla completamente todo lo
bueno y todo lo malo, debemos entender que Dios es completamente
bueno y que en él no hay nada malo, erróneo o maligno en absoluto.
En consecuencia, tenemos que evitar dos errores. Primero, no
deberíamos pensar que si Dios controla todo lo bueno y lo malo, Dios
mismo debe ser en parte bueno y en parte malo. ¡No! Si bien Dios controla
todo lo bueno y todo lo malo, Dios en sí mismo es solamente bueno y no
es malo en absoluto. Segundo, no deberíamos pensar que si Dios es
solamente bueno y no es malo en absoluto, él controla solo lo bueno y no
tiene nada que ver con lo malo. Una vez más, no. Si bien Dios es única y
totalmente bueno, aun así controla todo lo bueno y todo lo malo. Por lo
tanto, estas dos verdades de la Biblia deben ser aceptadas juntamente si
vamos a entender correctamente a Dios así como su obra en este mundo.
Una palabra que se suele usar cuando se explican estas ideas es el
término soberanía. Decir que Dios gobierna sobre todas las cosas, tanto las
buenas como las malas, es decir que es totalmente soberano sobre ellas.
Esta enseñanza de la soberanía de Dios es una de las áreas que a más nos
cuesta entender a todos. En efecto, tal como con otras áreas de nuestra fe,
simplemente tenemos que aceptar la enseñanza de la Biblia aunque no
podamos hallarle pleno sentido. Pero si Dios dice que tiene el control total
sobre la luz y sobre las tinieblas, sobre el bienestar y sobre la calamidad,
no tenemos derecho a decir que eso es imposible. Debemos dejar que Dios
hable por sí mismo, pues solo él conoce todas las cosas de manera exacta y
correcta. Lo que él nos dice acerca de sí mismo, entonces, debe ser
aceptado como cierto. Dios es soberano sobre todas las cosas buenas y
todas las cosas malas. Y Dios es total y únicamente bueno. Dios así lo dijo,
y eso debería zanjar el asunto.
Una última palabra sobre esto: es solo porque Dios tiene el control
total sobre todas las cosas malas que podemos tener certeza de que esas
cosas malas actúan para llevar a cabo algún buen propósito que Dios ha
planeado. Si Dios no tiene el control de las cosas malas, eso nos llevaría a
una profunda tristeza, al pensar que una cosa mala que está sucediendo no
servirá para ningún buen propósito. ¡Pero no es así! Más bien, Dios
controla tanto lo malo como lo bueno. Cuando ocurren cosas malas,
podemos saber, entonces, que Dios las está usando para buenos propósitos.
Qué gran consuelo y paz debería brindarnos esto, pues Dios siempre hace
lo mejor, y los propósitos de Dios jamás pueden fallar.
Deuteronomio 32:39: «¡Vean ahora que yo soy único! No hay otro Dios
fuera de mí. Yo doy la muerte y devuelvo la vida, causo heridas y doy
sanidad. Nadie puede librarse de mi poder».
Nuestra responsabilidad en el mundo
que Dios controla
Genesis 50:20: «Es verdad que ustedes [los hermanos de José] pensaron
hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien para lograr lo que hoy
estamos viendo: salvar la vida de mucha gente».
El dolor y el sufrimiento en el mundo
que Dios controla
Romanos 8:28: «Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas
para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con
su propósito».
4
NUESTRA NATURALEZA
HUMANA Y NUESTRO PECADO
Hombres y mujeres, chicos y chicas:
las obras maestras de Dios
Salmo 8:3-5: «Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y
las estrellas que allí fijaste, me pregunto: “¿Qué es el hombre, para que en
él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?”. Pues lo
hiciste poco menos que un dios, y lo coronaste de gloria y de honra».
Qué significa estar hecho a imagen de Dios
Génesis 1:31: «Dios miró todo lo que había hecho, y consideró que era
muy bueno. Y vino la noche, y llegó la mañana: ese fue el sexto día».
Cómo entró el pecado en nuestro mundo
y qué es el pecado
QUIÉN ES JESÚS
Una persona que estaba viva mucho antes
de nacer
¿Has conocido alguna vez a alguien que haya estado vivo mucho
antes de nacer, unos miles y millones de años antes de nacer? Dirás que es
una idea loca, y con razón, ¡en la mayoría de los casos! Todos
comenzamos nuestra vida cuando somos concebidos y luego, nueve meses
más tarde, nacemos al mundo. Pero Jesús es una excepción a esta regla.
Jesús, como el eterno Hijo del Padre, como la segunda Persona de la
Trinidad, vivió eternamente (por siempre en el pasado) antes que fuera
concebido por el Espíritu Santo en el vientre de su madre, la virgen María.
Por lo tanto, Jesús es el único ser humano que ha vivido mucho
(¡realmente muchísimo!) tiempo antes de nacer.
¿Por qué es importante esto? Bueno, es importante por una sencilla
razón. Para que nuestro Salvador Jesús sea a la vez Dios y hombre, debe
ser Dios antes que también se convierta en hombre. Dado que Dios no
tiene principio ni final (Dios es eterno o vive por siempre en el pasado y en
el futuro), entonces Jesús, como el eterno Hijo de Dios, tampoco tuvo
principio y no tendrá final. Pero la vida humana de Jesús sí tuvo un
comienzo, pues toda vida humana debe comenzar en algún punto. En
consecuencia, Jesús como Dios no tuvo comienzo. Pero Jesús como
hombre tuvo un comienzo cuando fue concebido por el Espíritu Santo en
María. Jesús como Dios vivió mucho tiempo (eternamente) antes que Jesús
como Dios-hombre naciera en este mundo.
Uno de los pasajes más potentes que muestra que Jesús sabía que había
existido como Dios mucho antes que naciera en Belén es su afirmación en
Juan 8:58. Dado que este verso también demuestra la deidad de Cristo, es
uno que ya hemos considerado antes. Escucha la discusión entre Jesús y
los maestros judíos. Jesús dijo: «“Abraham, el padre de ustedes, se
regocijó al pensar que vería mi día; y lo vio y se alegró”. “Ni a los
cincuenta años llegas”, le dijeron los judíos, “¿y has visto a Abraham?”.
“Ciertamente les aseguro que, antes de que Abraham naciera, ¡yo soy!”»
(Juan 8:56-58). Los maestros judíos no sabían qué hacer con Jesús. Él
siempre estaba haciendo afirmaciones y declaraciones que a ellos les
costaba entender, y a veces no les gustaba lo que oían. Así que, cuando
Jesús les dijo que Abraham había visto el día de Jesús, ellos no pudieron
entender cómo era eso posible. Después de todo, Abraham vivió alrededor
de dos mil años antes que ocurriera esta discusión entre Jesús y los
maestros judíos. Y por lo que ellos observaban, Jesús tenía mucho menos
de cincuenta años. ¿Cómo podría Abraham haber visto a Jesús?
¡La respuesta que les dio Jesús los dejó pasmados! Él les dijo:
«Ciertamente les aseguro que, antes de que Abraham naciera, ¡yo soy!»
(Juan 8:58). Las primeras palabras, «ciertamente les aseguro», es la
manera de Jesús de decir: «Lo que les estoy diciendo es la verdad
absoluta». Es decir, «antes que Abraham viviera, yo ya estaba vivo». Así
que Jesús estaba afirmando que tenía más de dos mil años de edad, y, no
obstante, estaba en el cuerpo de un hombre que tenía menos de cincuenta
años. ¿Cómo es esto posible? Bueno, la clave de su respuesta está en sus
palabras «yo soy». Aquí Jesús no estaba meramente afirmando que era
mayor que Abraham, lo cual parecería ridículo para un hombre que aún no
llega a los cincuenta. Lo que Jesús estaba afirmando realmente es que él
era el «Yo soy» de Éxodo 3, Yahvé, el Dios de Israel. Como vimos
anteriormente, cuando Moisés le pregunto a Dios su nombre para poder
decirle al pueblo de Israel en Egipto quién había hablado con él, Dios le
dijo que les dijera que «YO SOY» lo había enviado (Éxodo 3:14). Así que
Jesús afirma ser el «YO SOY» del Antiguo Testamento, Yahvé, el Dios de
Israel. Como Dios, entonces, Jesús vivió eternamente antes de ser
concebido y nacer como el Dios-hombre, Jesús.
Para confirmar que Jesús estaba en lo correcto al darse el nombre «Yo
soy» o Yahvé, algunos otros pasajes muestran que Jesús de hecho era
Yahvé del Antiguo Testamento. En Isaías 40:3 leemos: «Una voz
proclama: “Preparen en el desierto un camino para el SEÑOR; enderecen
en la estepa un sendero para nuestro Dios”». La palabra castellana
«SEÑOR» es la manera en que varias versiones en español traducen el
nombre de Dios, Yahvé o Jehová (literalmente «Yo soy»). Así que Isaías
habla del día cuando una voz llame a preparar el camino para Yahvé. Esto
se cumplió, por supuesto, cuando Juan el Bautista predicó y preparó el
camino para la llegada de Cristo (Mateo 3:3). Así que Yahvé de Isaías 40:3
es una referencia a Cristo.
Otro sorprendente pasaje que resulta que se trata de Cristo es Isaías 6.
Este pasaje describe la visión que tuvo Isaías del Dios santo que estaba
sentado en su trono excelso y sublime. En el verso 3, las huestes celestiales
claman: «Santo, santo, santo es el SEÑOR Todopoderoso; toda la tierra
está llena de su gloria». Como puedes ver, aquí se usa la misma palabra
«SEÑOR», lo que indica que ellos ven y adoran a Yahvé. Qué asombroso
es descubrir que la visión de este «SEÑOR» de Isaías 6:3 es de hecho una
visión del Hijo eterno que es Jesús, porque en Juan 12 el apóstol Juan hace
referencia a esta visión de Isaías en Isaías 6 y luego dice: «Esto lo dijo
Isaías porque vio la gloria de Jesús y habló de él» (v. 41). El punto, pues,
es este: Isaías en realidad había visto la gloria de Cristo y había hablado de
él. Jesús no es otro que Yahvé del Antiguo Testamento.
Consideraremos solo otros dos pasajes que muestren que Jesús como
Dios vivió eternamente antes de nacer también como un hombre en Belén.
Isaías 7:14 dice: «Una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá
por nombre Emmanuel» (NBLH). Como dice Mateo 1:23, este nombre de
Jesús significa «Dios con nosotros». Por lo tanto, Jesús nacido de la virgen
María es Dios nacido como hombre. Isaías 9:6 también indica que Jesús
nacido en Belén era Dios antes que se convirtiera también en hombre.
Dice: «Porque nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la
soberanía reposará sobre sus hombros, y se le darán estos nombres:
Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz». El
término más importante aquí para mostrar que Jesús era Dios antes que
naciera también como hombre es la frase «Dios fuerte». Esta expresión se
usa a menudo en el libro de Isaías para el Dios de Israel. Por ejemplo, se
puede ver la misma frase en el capítulo siguiente, en Isaías 10:21. Qué
sorprendente declaración es esta cuando uno piensa atentamente acerca de
lo que expresa. Nos nacerá un niño, se nos concederá un hijo, y su nombre
será… ¡Dios fuerte! ¡Nace un niño que es Dios! ¡Se concede un hijo que es
Dios! Efectivamente, Jesús nacido en Belén era eternamente Dios antes
que también se convirtiera en hombre. Dios eterno y un hijo humano:
ambas cosas son ciertas de nuestro Señor Jesucristo.
Hechos 10:38: «Me refiero a Jesús de Nazaret: cómo lo ungió Dios con el
Espíritu Santo y con poder, y cómo anduvo haciendo el bien y sanando a
todos los que estaban oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él».
Jesús resistió la tentación y vivió una vida
sin pecado
Esta sección será un poco distinta a la mayor parte del resto del libro,
pero es una sección muy importante que es necesario incluirla. Aquí
daremos una breve mirada a lo que los primeros concilios de la iglesia (de
los siglos IV y V) decidieron respecto a la pregunta ¿quién es Jesús?
Somos parte de una muy larga tradición de cristianos comprometidos que
han pensado profunda y extendidamente acerca de las preguntas difíciles
de nuestra fe. Nosotros nos beneficiamos de su perspicacia, y deberíamos
estar agradecidos por la ayuda que nos han brindado hoy para permanecer
fieles a la propia enseñanza de la Escritura. ¿Qué, pues, han creído los
cristianos a través de las épocas acerca de Cristo?
En los siglos III y IV de la iglesia cristiana, una postura que muchos
consideraban era enseñada por un antiguo cristiano llamado Sabelio. Él
propuso que solo hay un Dios, y el Padre es ese Dios eterno. Pero el Padre
decidió venir a la tierra en el «modo» del Hijo, y nació como Jesucristo de
Nazaret. Después de la resurrección y ascensión de Cristo, el Padre decidió
venir a la tierra en el «modo» del Espíritu Santo. En Pentecostés (Hechos
2), el Padre, ahora como Espíritu, vino y habitó en la vida de los primeros
cristianos. Esta postura, llamada modalismo, cree que el Padre es
plenamente Dios, el Hijo es plenamente Dios, y el Espíritu Santo es
plenamente Dios, pero solo uno a la vez. Dios es primero el Padre, luego
es el Hijo, y luego es el Espíritu, uno a la vez, en lugar de ser Padre, Hijo y
Espíritu al mismo tiempo, eternamente. Ningún concilio eclesiástico era
necesario para convencer a los cristianos de que esta mirada sencillamente
no podía funcionar. Lo único que uno necesita hacer es considerar el
bautismo de Jesús o la oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní para
darse cuenta de que la Biblia requiere que el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo deban estar presentes al mismo tiempo. Por lo tanto, la iglesia
rechazó el modalismo.
Una postura aún más peligrosa fue presentada por un obispo de
nombre Arrio. Él desarrolló la idea de que, aunque Jesús es muy superior a
nosotros, de todas formas es una criatura que no es Dios eterno. Arrio
enseñó lo que a veces se denomina subordinacionismo, que el Hijo fue el
primer ser creado y era grande en poder. Pero solo el Padre era increado y
eterno. Así que, aunque el Hijo era grande, como criatura estaba
«subordinado» o en su naturaleza era inferior al Padre.
El primer concilio de toda la iglesia, el Concilio de Nicea, se reunión
en el 325 d. C. para decidir la cuestión de si Cristo era un ser elevado pero
creado o si era el Dios increado y eterno. El héroe del Concilio de Nicea
fue un obispo llamado Atanasio. Atanasio era un teólogo muy dotado y
piadoso que defendió la deidad de Cristo contra la postura de Arrio de que
Cristo era un mero ser creado altamente exaltado. No, argumentaba
Atanasio; el registro del Nuevo Testamento es tan claro y potente a favor
de la deidad de Cristo que debemos afirmar que Cristo es de la misma
naturaleza del Padre. La palabra griega que usó aquí Atanasio fue
homoousios (de homo, «mismo», y ousios, «naturaleza»), indicando que
Cristo poseía la misma e idéntica naturaleza que la del Padre. Algunos en
Nicea propusieron que quizá sería suficiente si decíamos que Cristo era
homoiousios (de homoi, «similar», y ousios, «naturaleza») o de naturaleza
similar a la del Padre. Pero Atanasio rechazó esta idea. El Credo Niceno
que fue escrito y todavía es recitado en muchas de nuestras iglesias hoy en
día siguió a Atanasio, insistiendo en que Cristo era de «una naturaleza» o
de una idéntica «misma naturaleza» (es decir, homoousios) con el Padre.
El segundo concilio fue celebrado en Constantinopla en el 381 a. C. Un
obispo de Laodicea llamado Apolinario estaba de acuerdo con el Concilio
de Nicea en que Cristo era plenamente Dios. Pero Apolinario negaba que
Cristo fuera también plenamente hombre. Apolinario no podía ver de qué
manera podía Cristo ser plenamente Dios y plenamente hombre, así que
comenzó a enseñar que, en Cristo, la plena naturaleza divina había venido
a residir dentro de un cuerpo humano, pero no estaba unida a una plena
naturaleza humana. Así que exteriormente Cristo tenía un aspecto humano,
pero en el interior era plenamente Dios, pero solo Dios. Cristo solo
«parecía» un hombre, y por eso a veces esta postura se ha denominado
«docetismo», de la palabra griega dokeo, «parecer».
El concilio de Constantinopla se reunió y rechazó la postura
apolinarista, argumentando que, si Cristo no hubiera asumido la plenitud
de nuestra naturaleza humana, no podría haberse ofrecido como uno de
nosotros y haber muerto en nuestro lugar por nuestro pecado. En suma, si
Cristo no era plenamente humano, no podía ser nuestro Salvador. Así que
la plena deidad de Cristo y también la plena humanidad de Cristo fueron
defendidas en los primeros dos concilios de la iglesia.
El tercer concilio se celebró en Éfeso en el 431 a. C. Habría surgido
otra enseñanza en la iglesia que afirmaba correctamente que Cristo era
plenamente Dios y plenamente hombre, pero resultó tener un problema en
la forma en que lo afirmaba. La principal enseñanza provenía de un obispo
de Constantinopla llamado Nestorio. Él creía y sostenía las decisiones
tomadas en Nicea y en Constantinopla de que Cristo era plenamente Dios
y plenamente hombre, pero pensó que si esto era cierto, entonces Cristo
debe ser dos personas. Nestorio no pudo entender cómo podía Cristo tener
la plena naturaleza de Dios y la plena naturaleza del hombre sin ser
también dos personas, una divina y la otra humana. El Concilio de Éfeso,
no obstante, rechazó esta postura, especialmente debido a la enseñanza de
Cirilo de Alejandría. Cirilo propuso que la persona del Hijo eterno vino y
se unió a una naturaleza humana, pero no se unió a una persona humana.
Si Jesús era dos personas, no sería verdaderamente un individuo que vivió,
ministró y murió en la cruz. Cristo más bien es una persona con dos
naturalezas, insistió el Concilio de Éfeso. Cristo, entonces, es plenamente
Dios (Nicea) y plenamente hombre (Constantinopla), dos naturalezas en
una persona (Éfeso).
El cuarto concilio se celebró en Calcedonia en el 451 d. C. Aquí se
zanjó la última cuestión en el centro de la comprensión de la iglesia acerca
de la persona de Cristo. La pregunta pendiente concernía a la manera en
que se relacionaban las dos naturalezas de Jesús. Eutiques había propuesto
que las naturalezas divina y humana de Jesús se habían combinado, de
modo que había resultado una fusión humano-divina de naturalezas. Es
algo así como verter jugo de manzana desde un jarro y jugo de sandía
desde otro jarro dentro de un jarro común. Lo que resulta no es jugo de
manzana ni jugo de sandía, sino una nueva mezcla que probablemente se
llame jugo de «mansandía». El Concilio de Calcedonia rechazó la postura
eutiquiana, y propuso más bien que se debe entender que las dos
naturalezas de Jesús están unidas pero «sin confusión, sin cambio, sin
división, sin separación». Es decir, cada naturaleza estaba plenamente
presente sin «confusión» (nuestro jugo de mansandía es un ejemplo de tal
«confusión»), pero también sin separación, de manera que las naturalezas
humana y divina estarían juntas para siempre en la persona de Jesucristo.
En consecuencia, los cuatro concilios contribuyeron de manera muy
importante a la comprensión de la iglesia acerca de Cristo. Jesucristo era
plenamente Dios (Nicea) y plenamente hombre (Constantinopla), con una
naturaleza divina y una naturaleza humana que están unidas pero no se
confunden (Calcedonia) en una sola persona (Éfeso). Tenemos una gran
deuda con la soberanía de Dios en su dirección de la iglesia para guiarla a
la verdad.
2 Corintios 5:21: «Al que no cometió pecado alguno [Jesús], por nosotros
Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de
Dios».
Jesús pagó todo el castigo por el pecado
Isaías 53:5: «Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por
nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y
gracias a sus heridas fuimos sanados».
La victoria de Jesús sobre Satanás
mediante su pago por el pecado
Juan 14:6: «Yo soy el camino, la verdad y la vida —le contestó Jesús—.
Nadie llega al Padre sino por mí».
7
EL ESPÍRITU SANTO
La obra del Espíritu Santo en tiempos
del Antiguo Testamento
Números 11:29: «¿Estás celoso por mí? ¡Cómo quisiera que todo el pueblo
del Señor profetizara, y que el Señor pusiera su Espíritu en todos ellos!».
Promesas del Antiguo Testamento sobre
la futura transformación por el Espíritu
Juan 3:5: «Yo te aseguro que quien no nazca de agua y del Espíritu no
puede entrar en el reino de Dios».
El Espíritu Santo une a los creyentes
en Cristo
Romanos 8:14-15: «Porque todos los que son guiados por el Espíritu de
Dios son hijos de Dios. Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo
los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les
permite clamar: “¡Abba! ¡Padre!”».
El Espíritu Santo llena a los creyentes
para que vivan por Cristo
Efesios 1:3-6: «Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que
nos ha bendecido en las regiones celestiales con toda bendición espiritual
en Cristo. Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo, para que
seamos santos y sin mancha delante de él. En amor nos predestinó para ser
adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, según el buen
propósito de su voluntad, para alabanza de su gloriosa gracia, que nos
concedió en su Amado».
«Señores, ¿qué debo hacer para
ser salvo?»
Efesios 2:8-9: «Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la
fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras,
para que nadie se jacte».
Declarados justos delante de Dios cuando
creemos
¿Has visto alguna vez una obra de teatro? Si lo has hecho, sabrás que
una obra es muy distinta a una película. Las obras de teatro se realizan
sobre un escenario con actores y actrices en vivo. Generalmente cuentan
una historia mediante una serie de «actos» que desarrollan gradualmente la
trama de la historia de principio a fin. El plan de salvación en la Biblia
también se puede entender como una serie de actos. Al igual que una obra
teatral que desarrolla el relato a través de su serie del Acto 1, Acto 2, y
Acto 3, la historia de la salvación de la Biblia desarrolla el plan de
salvación a través de tres actos.
En el Acto 1, Adán peca en el huerto, al comer el fruto prohibido, de
modo que su pecado se le imputa no solo a él sino también a todos los que
han venido de Adán (Romanos 5:12-19). Tal como si tú usaras la tarjeta de
crédito de tu padre para comprar algo, y cargaras el gasto a su cuenta, así
también Dios nos carga el pecado de Adán. Al hacerlo, esto nos trae a
Adán y a nosotros tanto la mancha y la esclavitud del pecado en nuestra
vida interior como la culpa del pecado ante un Dios santo.
En el Acto 2, Dios el Padre toma todo ese pecado —tanto el pecado
que recibimos de Adán como todo nuestro propio pecado— y lo carga
sobre Cristo. Como reflexionamos anteriormente, cuando Jesús murió en
la cruz, cargó nuestro pecado y tomó el castigo que nosotros merecíamos.
Aunque él no tenía pecado y era inocente de cualquier maldad, no
obstante, para nuestra salvación, Dios el Padre puso nuestro pecado sobre
su Hijo y satisfizo su propia ira justa contra nuestro pecado por medio de
la muerte de su Hijo. Como señala Pablo: «Al que no cometió pecado
alguno [Cristo], por nosotros Dios lo trató como pecador» (2 Corintios
5:21a).
El Acto 3 es crucial para la historia de la salvación, y en él, Dios el
Padre nos acredita la justicia de su propio Hijo cuando ponemos nuestra fe
solo en Cristo. Acreditar significa agregar algo positivo que aumenta el
valor de lo que antes era verdadero. Cuando uno deposita dinero en una
cuenta de ahorro, acredita la cuenta con la cantidad de ese depósito,
haciéndola más valiosa de lo que era antes. Esto es lo que hace Dios con
los pecadores que se vuelven a Cristo con fe. En el momento en que
confían solo en Cristo para el perdón de todos sus pecados y la única
esperanza que tienen de recibir vida eterna, él les acredita la justicia de su
propio Hijo. El resto de 1 Corintios 5:21 plantea este punto. El verso
completo dice: «Al que no cometió pecado alguno [Cristo], por nosotros
Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de
Dios».
Estos tres actos del plan de salvación a veces se denominan los tres
actos de imputación. Imputar es cargar a alguien algo malo, o bien
acreditar a alguien algo bueno. En el Acto 1, Dios nos imputa (carga) el
pecado de Adán. En el Acto 2, Dios imputa (carga) nuestro pecado sobre
Cristo. Pero en el Acto 3, Dios imputa (acredita) la justicia de Cristo a
todos los que creen. Como puedes ver, 2 Corintios 5:21 habla de los actos
de imputación que suceden tanto en el Acto 2 como en el Acto 3. Dios
trató a Cristo como pecador —imputándole (cargándole) nuestro pecado a
su Hijo— para que nosotros recibiéramos la justicia de Dios por medio de
Cristo, imputando (acreditando) la justicia de Cristo a los que creen.
Algunos han llamado a esto «el gran intercambio». Dios le imputa nuestro
pecado a Cristo, y a cambio Dios les imputa la justicia de Cristo a los que
creen. Ese es el mayor intercambio que podría acontecer.
Hay otra cosa del Acto 3 que necesitamos entender claramente.
Cuando Dios imputa (acredita) la justicia de Cristo a los que creen, Dios
ve a esos creyentes como justos. Es decir, Dios considera que están en una
recta situación delante de él o gozan de su favor. Pero aquí hay algo muy
importante: la razón por la que Dios los ve justos no es porque su vida
interior haya sido limpiada y todo su pecado quitado. No; aquellos que
ponen su fe en Cristo siguen teniendo una vida interior pecaminosa; siguen
luchando con el hecho de no siempre pensar de forma correcta, tener
actitudes correctas, decir las palabras correctas, o hacer las cosas correctas.
Pero si siguen teniendo pecado en su interior, ¿cómo puede Dios
considerarlos en una recta situación delante de él? A fin de cuentas,
incluso después de creer siguen siendo pecadores. La respuesta es
asombrosa, una respuesta que está en el centro de lo que se trata realmente
la fe cristiana. ¿Cómo puede Dios ver a los pecadores como justos?
Respuesta: porque se les ha acreditado la justicia de Cristo, una justicia
que no es de ellos, una justicia completa y perfecta. Su situación delante de
Dios es ahora la de pecadores que han sido perdonados de la culpa de su
pecado porque Cristo pagó el castigo de su pecado en la cruz, y ellos han
confiado en la muerte de Cristo como su única esperanza. Por la fe,
entonces, a aquellos que han confiado en Cristo se les acredita la justicia
de Cristo. Cuando Dios los mira, ahora ve la perfecta justicia de su Hijo
como de ellos, imputada a ellos por la fe.
Una de las declaraciones más sorprendentes de toda la Biblia se
encuentra en Romanos 4. Pablo escribe: «Ahora bien, cuando alguien
trabaja, no se le toma en cuenta el salario como un favor, sino como una
deuda. Sin embargo, al que no trabaja, sino que cree en el que justifica al
malvado, se le toma en cuenta la fe como justicia» (vv. 4-5). ¿Te fijaste en
una sorprendente, incluso impactante declaración? Está en el verso 5,
donde Pablo dice que Dios «justifica al malvado». Justificar significa
declarar que alguien es justo o está en una recta situación con Dios.
Justificar es hacer una declaración legal, como en un tribunal de justicia,
de que alguien es inocente de delito. Pero observa aquí que aquel a quien
Dios justifica —declara que es inocente y justo— ¡es una persona
malvada! ¿Cómo puede ser eso? Dios mismo ha dejado claro que hacer tal
cosa está mal. Proverbios 17:15 dice: «Justificar al malvado y condenar al
justo es igual de repugnante para el Señor» (RVC). Así que observa esto:
en Proverbios 17:15 Dios dice que el que «justifica al malvado» es
repugnante, algo que al Señor le desagrada profundamente, y en Romanos
4:5 Pablo dice que Dios «justifica al malvado». ¿Por qué Dios no es
culpable de hacer lo que él considera algo tan malo?
La respuesta estriba en el hecho de que la persona malvada ha sido
declarada justa por la fe. Mira Romanos 4:5 nuevamente: «Al que no
trabaja, sino que cree en el que justifica al malvado, se le toma en cuenta
la fe como justicia». Como ves, si esta persona malvada intentara
«trabajar» por su justicia, jamás podría recibir aquello por lo que trabajó.
Ninguna cantidad de obras, ni siquiera todas las buenas obras del mundo,
podrían hacer justo a un pecador delante de Dios. Pero este versículo dice
que el malvado «no trabaja», sino que más bien «cree en» Aquel que
«justifica al malvado», de modo que «se le toma en cuenta [se le acredita]
la fe como justicia».
En el Acto 3, entonces, Dios acredita a los pecadores con la justicia de
Cristo cuando ellos ponen su esperanza y fe solo en Cristo. Cuando los
pecadores confían en la obra de Cristo, no en sus propias obras, Dios les
acredita la justicia de Cristo, no la justicia de ellos. Dios declara justos a
aquellos que aún son muy injustos solo porque han recibido la justicia de
otro: la perfecta justicia de Cristo. Justificados por la fe, no por obras: esta
es la esencia de la historia del plan de salvación de Dios.
LA IGLESIA DE JESUCRISTO
Jesús es el Señor de la Iglesia
Mateo 16:18: «Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré
mi iglesia, y las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra
ella».
Un pueblo del nuevo pacto
Alguna vez has tenido que firmar un papel que dijera que tú
acordabas hacer ciertas cosas? Tal vez fuera un formulario para la escuela
que decía que, si te lastimabas haciendo deporte, no culparías a la escuela
por lo que pasó. O quizá hayas estado con tu mamá o papá cuando
firmaron un acuerdo para comprar un auto o tu casa. Un acuerdo como este
se realiza entre dos personas o dos grupos de personas, e intenta decir con
mucha claridad lo que cada persona o grupo ha acordado hacer, como
también lo que sucederá si una parte o la otra no hace lo que dijo que
haría.
En la Biblia, se celebran varios acuerdos entre Dios y su pueblo que
son similares a lo anterior. Estos acuerdos se suelen denominar «pactos».
Ellos dicen lo que el pueblo de Dios es responsable de hacer delante de
Dios, y también declaran lo que Dios promete que hará. A veces también
dejan claro lo que sucederá si el pueblo de Dios no hace lo que el pacto
dice que deben hacer. No obstante, hay una gran diferencia entre la
mayoría de los acuerdos humanos y los pactos de la Biblia. Los pactos son
redactados o establecidos por Dios sin pedirle ideas a su pueblo acerca de
cómo creen ellos que deberían ser las cosas. En otras palabras, Dios no
negocia con su pueblo. Los requerimientos y las promesas de los pactos en
la Biblia no se llevan a cabo mientras Dios y su pueblo discuten lo que
todos pensamos que sería lo mejor. No, Dios decide, punto. A fin de
cuentas, ¡él es Dios! Y todo lo que Dios ha decidido, su pueblo debe
hacerlo. Así es como funcionan los pactos de Dios con su pueblo.
Hay un pacto en el Antiguo Testamento que fue especialmente
importante para la vida cotidiana del pueblo de Israel. Después que Dios
libertó a su pueblo de la esclavitud en Egipto, los llevó al desierto, donde
Dios le habló a Moisés sobre un monte. Dios le dio a Moisés la Ley,
incluidos los Diez Mandamientos (Éxodo 20), la cual se le mandó a Israel
que cumpliera. Dios dejó claro que si ellos obedecían esta Ley, recibirían
gran bendición de Dios. Pero si desobedecían la Ley, Dios traería sobre
ellos un terrible castigo (ver Levítico 26; Deuteronomio 28-30). Esta ley,
que a veces se denomina Ley de Moisés o Pacto Mosaico, daba
instrucciones muy claras y detalladas para la vida del pueblo. Les enseñaba
cómo se debía adorar a Dios, qué debían hacer cuando pecaran, y cómo
tratarse entre sí y a su prójimo.
Pero a través de la historia del pueblo de Israel, lamentablemente a
menudo ellos se apartaron de la Ley y desobedecieron a lo que Dios les
había dicho. Y tal como Dios había advertido, cuando desobedecieron día
tras día, año tras año, Dios trajo castigo sobre ellos. Las mayores formas
de castigo de Dios llegaron cuando él levantó a dos naciones distintas para
que vinieran y casi borraran a su propio pueblo, Israel. Los asirios
lucharon contra las tribus del norte de Israel y las tomaron cautivas en el
722 a. C. Más tarde, Dios levantó a los babilonios, quienes vinieron contra
las tribus del reino del sur de Judá y los llevaron cautivas, y destruyeron el
muro y el propio Templo de Jerusalén en el 586 d. C. Qué triste. Dios
había dicho que si su pueblo obedecía su Ley, él mantendría a todas estas
naciones alejadas de ellos y les concedería indescriptible bendición. Pero
ellos rehusaron obedecer. Así que Dios hizo lo que había advertido y
castigó a este pueblo que había escogido.
No obstante, los planes de Dios para su pueblo no se habían arruinado.
Mira, aunque Israel desobedeció, Dios sabía que lo harían. Él siempre tuvo
el plan de cambiar este antiguo pacto, el Pacto Mosaico, por un «nuevo
pacto». En Jeremías 31:31-34, Dios promete un día cuando ya no escribirá
las demandas de su ley en tablas de piedra, sino que la escribirá en el
corazón de su pueblo. Cuando la ley se vuelva parte de la propia vida
interior de ellos, escogerán obedecer la ley. Se deleitarán en hacer la
voluntad de Dios y hallarán gozo en obedecer su Palabra. Este nuevo pacto
que toma el lugar de la Ley de Moisés es un pacto que el pueblo de Dios
va a cumplir. Y puesto que ellos van a cumplir este pacto, todas las
bendiciones que Dios había prometido para su pueblo finalmente serán
suyas.
En consecuencia, el propósito de Dios para la ley del antiguo pacto, la
Ley de Moisés, era mostrarle a su pueblo el pecado de su propio corazón.
Dios sabía que ellos no podrían cumplir la ley porque su propio pecado los
incitaría a quebrantar la ley. Pablo plantea este punto en Romanos 7
cuando habla de lo que sucedió cuando fue dada la ley. Él comenta que,
«si no fuera por la ley, no me habría dado cuenta de lo que es el pecado.
Por ejemplo, nunca habría sabido yo lo que es codiciar si la ley no hubiera
dicho: “No codicies”. Pero el pecado, aprovechando la oportunidad que le
proporcionó el mandamiento, despertó en mí toda clase de codicia. Porque
aparte de la ley el pecado está muerto» (Romanos 7:7-8). ¿Por qué, pues,
dio Dios la ley? Pablo responde esta pregunta en otro lugar, diciendo que
fue dada para exponer el pecado y las transgresiones de nuestra vida, para
enseñarnos lo mucho que necesitamos a Cristo y su obra en la cruz para
libertarnos de nuestro pecado (Gálatas 3:19-25). Él dice que la ley no
podía otorgarle justicia y vida nueva al pueblo de Dios. Y Dios nunca
pensó que lo haría. Pablo escribe: «Si se hubiera promulgado una ley
capaz de dar vida, entonces sí que la justicia se basaría en la ley. Pero la
Escritura declara que todo el mundo es prisionero del pecado, para que
mediante la fe en Jesucristo lo prometido se les conceda a los que creen»
(Gálatas 3:21-22).
Por lo tanto, la iglesia de Jesucristo no está bajo la Ley de Moisés, una
ley que los pecadores no pueden cumplir por su propia cuenta. La iglesia
más bien está bajo el nuevo pacto, en el cual Dios escribe sus leyes y
mandamientos en nuestro corazón. Su Espíritu actúa dentro del corazón de
los creyentes para rehacer su vida interior a fin de que aprendan a amar las
cosas de Dios. Con el tiempo, el Espíritu le da al pueblo de Dios nuevos
gustos, nuevos anhelos, nuevos deseos, de modo que lo que ellos quieren
hacer es lo que Dios quiere que hagan. Por lo tanto, el nuevo pacto solo es
cumplido porque el Espíritu actúa en la vida de los creyentes para hacerlos
crecer día a día en querer seguir los caminos de Dios.
Pablo explica muy bien esto en un útil pasaje. Él escribe: «La ley no
pudo liberarnos porque la naturaleza pecaminosa anuló su poder; por eso
Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de
pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó
Dios al pecado en la naturaleza humana, a fin de que las justas demandas
de la ley se cumplieran en nosotros, que no vivimos según la naturaleza
pecaminosa, sino según el Espíritu» (Romanos 8:3-4). Debido al pecado de
nuestra vida interior (nuestra «carne» o naturaleza humana), nosotros no
queríamos cumplir la ley de Dios. Así que Dios envió a su Hijo a perdonar
nuestro pecado (el castigo del pecado es pagado) y a romper las ataduras
con que este nos sujetaba (el poder del pecado es conquistado), para que
por la fe recibiéramos la obra de Cristo en nuestra vida. Jesús nos envía el
Espíritu precisamente con este propósito, para darnos un poder que antes
no teníamos. Al romper el control del pecado y al darnos el nuevo poder
del Espíritu, crecemos en la capacidad de vivir en obediencia a lo que Dios
nos manda. Por el Espíritu, no por nuestros propios esfuerzos, crecemos
para ser más semejantes a Cristo y vivir agradando más al Señor.
¿No te alegra que la iglesia esté bajo el nuevo pacto y no el antiguo?
Bajo la Ley de Moisés, al pueblo de Dios se le indicó la correcta manera
de vivir (Romanos 7:12), pero no podían hacer lo que se les decía.
Mediante las obras de la ley no podían agradar a Dios. Pero ahora, en el
nuevo pacto, Dios ha dado a su Hijo para que muera por el pecado de ellos
y ha dado a su Espíritu para que traiga poder a sus vidas. Por medio de la
obra de gracia de Dios, el pueblo de Dios puede crecer en obediencia y
santidad. ¡Qué gran esperanza para la iglesia de Cristo! ¡Qué alegría es ser
un pueblo del nuevo pacto!
1 Corintios 11:23-26: «Yo recibí del Señor lo mismo que les transmití a
ustedes: Que el Señor Jesús, la noche en que fue traicionado, tomó pan, y,
después de dar gracias, lo partió y dijo: “Este pan es mi cuerpo, que por
ustedes entrego; hagan esto en memoria de mí”. De la misma manera,
después de cenar, tomó la copa y dijo: “Esta copa es el nuevo pacto en mi
sangre; hagan esto, cada vez que beban de ella, en memoria de mí”. Porque
cada vez que comen este pan y beben de esta copa, proclaman la muerte
del Señor hasta que él venga».
Crecimiento de la iglesia haciendo
discípulos
Hechos 1:8: «Pero, cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán
poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y
Samaria, y hasta los confines de la tierra».
10
LO QUE ACONTECERÁ
AL FINAL
Conocer el futuro ayuda en el presente
Para la mayoría de las personas, los funerales son difíciles. Aun en las
mejores circunstancias, la gente suele hacerse preguntas acerca de lo que
ha sucedido con los parientes o amigos que ya han partido. No cabe duda:
la muerte es definitiva. Todos los que hemos perdido a seres queridos o
amigos cercanos conocemos muy bien esta realidad. Mi querida esposa,
Jodi, tenía una hermosa relación con su padre y lo amaba mucho. En los
años después de su partida, ella a menudo ha comentado: «Solo desearía
poder hablar con él sobre esto». Probablemente experimentarás (o quizá ya
lo has hecho) la tristeza que llega cuando muere alguien querido. A menos
que el Señor regrese durante nuestra vida, sabemos que la realidad de la
muerte nos enfrenta como a todos. Así que, ¿qué pasa con la abuela
cuando muere? O en términos más generales, ¿qué hay después de la
muerte física?
En respuesta a esta última pregunta, lo primero que deberíamos tener
claro es esto: después de la muerte física hay vida. Como enseña la Biblia,
la muerte no es el final de nuestra existencia como seres humanos. Más
bien es un punto de transición a nuestra vida por el resto de la eternidad.
Hebreos 9:27 enseña que «está establecido que los seres humanos mueran
una sola vez, y después venga el juicio». Así que la muerte no se debería
considerar como un final de la vida, sino como un paso de nuestra vida a la
siguiente fase de la vida, el lugar definitivo donde viviremos para siempre.
La muerte física, entonces, implica una separación de quiénes somos
en el interior de nuestro cuerpo que constituye parte de nuestra vida. Ahora
bien, es cierto que nuestra vida humana plena y normal incluye vivir en
nuestro cuerpo, pero la Biblia enseña que en la muerte física seguimos
viviendo aunque nuestro cuerpo vaya al sepulcro. La mayoría de los
maestros bíblicos creen que la Escritura dice que nuestra vida como
humanos consta de partes tanto físicas como no físicas. Muchos buenos
cristianos han discrepado sobre si estamos compuestos por cuerpo, alma y
espíritu (tres partes, por así decirlo), o solo cuerpo y alma (o espíritu),
nuestra vida humana compuesta de dos partes. Para nuestra discusión aquí,
no vamos a intentar zanjar esta diferencia, porque ambos lados concuerdan
en que en parte somos físicos y en parte somos no físicos, en parte
materiales y en parte inmateriales. La muerte, entonces, resulta de la
separación de la parte material de nuestra vida de la parte inmaterial.
Nuestra vida interior (inmaterial) se separa de nuestro cuerpo (material) al
morir, pero seguimos viviendo en nuestra vida interior. Así que, si bien
nuestra parte física efectivamente deja de vivir, nuestra vida interior,
nuestra(s) parte(s) inmaterial(es) sigue(n) viviendo, aunque nuestro cuerpo
ya se ha ido.
¿Cuál es la experiencia de los que han muerto? ¿Qué podemos esperar
que ocurra con nosotros al morir? La Biblia deja claro que las experiencias
del creyente y el incrédulo al morir son muy diferentes. Como podríamos
esperar, el creyente entra en el gozo y la bendición reales en su muerte
física, si bien todavía espera la resurrección del cuerpo cuando llegue la
plenitud de su vida transformada. El incrédulo puede esperar entrar en una
verdadera desdicha y tormento en su muerte física, aunque él también
espera la resurrección de su cuerpo y su juicio final delante de un Dios
santo.
Un pasaje que ayuda mucho para ver la realidad de la vida después de
la muerte física y las diferentes experiencias del creyente y el incrédulo es
Lucas 16:19-31. Tal vez desees leer todo el pasaje. Algunos de los versos
más importantes son los siguientes: «Resulta que murió el mendigo, y los
ángeles se lo llevaron para que estuviera al lado de Abraham. También
murió el rico, y lo sepultaron. En el infierno, en medio de sus tormentos, el
rico levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Así
que alzó la voz y lo llamó: “Padre Abraham, ten compasión de mí y manda
a Lázaro que moje la punta del dedo en agua y me refresque la lengua,
porque estoy sufriendo mucho en este fuego”. Pero Abraham le contestó:
“Hijo, recuerda que durante tu vida te fue muy bien, mientras que a Lázaro
le fue muy mal; pero ahora a él le toca recibir consuelo aquí, y a ti, sufrir
terriblemente. Además de eso, hay un gran abismo entre nosotros y
ustedes, de modo que los que quieren pasar de aquí para allá no pueden, ni
tampoco pueden los de allá para acá”» (Lucas 16:22-26). A partir de este
pasaje vemos que tanto el rico (el incrédulo) como el pobre (el creyente)
siguieron viviendo después que murieron. No obstante, las experiencias de
ambos hombres fueron muy distintas. Lázaro disfrutó del consuelo de estar
con el pueblo de Dios, mientras que el rico sufría tormento y angustia.
Anhelaba que alguien fuera y le llevara alivio, pero nadie podía ir. Un
abismo los separaba, de manera que nadie podía cruzar de un lugar al otro.
Esto nos muestra entonces que el lugar donde viviremos para siempre se
fija al momento de la muerte física. Por mucho que al rico le hubiera
encantado estar con Lázaro, jamás podría cambiar el tormento que
experimentaba. Como dice 2 Pedro 2:9, Dios reserva «a los impíos para
castigarlos en el día del juicio».
La esperanza más grande para los cristianos es el regreso de Cristo y
nuestra resurrección para estar con él para siempre. Pero la Escritura
también enseña la alegría de la vida para el creyente al momento de la
muerte física, algo que brinda mucho consuelo cuando muere un creyente.
Pablo estaba muy consciente de la brevedad de la vida. Además, la
aflicción y la persecución permanentes que experimentó le hacían darse
cuenta de que su vida podía acabarse en cualquier momento. En algunos
lugares de la Escritura él habló de lo que esperaba al morir. En un pasaje
escribió: «Por eso mantenemos siempre la confianza, aunque sabemos que
mientras vivamos en este cuerpo estaremos alejados del Señor. Vivimos
por fe, no por vista. Así que nos mantenemos confiados, y preferiríamos
ausentarnos de este cuerpo y vivir junto al Señor. Por eso nos empeñamos
en agradarle, ya sea que vivamos en nuestro cuerpo o que lo hayamos
dejado» (2 Corintios 5:6-9). Su uso de la frase «vivir junto al Señor» era su
forma de hablar acerca de estar con Cristo tras la muerte física. Pero
observa la claridad que tenía en su expectativa de seguir viviendo después
que muriera (cuando se «ausentara del cuerpo»). Más aún, él comentó en
el verso 8 que prefería morir físicamente («ausentarnos de este cuerpo») a
fin de estar con Cristo («vivir junto al Señor»). Pablo anhelaba su muerte
como algo que quería más de lo que quería seguir viviendo en la tierra.
Esto muestra que Pablo realmente estaba viviendo por fe en la promesa de
Dios y no vivía por vista (v. 7).
Finalmente, el pasaje más conmovedor de Pablo es este: «Porque para
mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia. Ahora bien, si seguir viviendo
en este mundo representa para mí un trabajo fructífero, ¿qué escogeré? ¡No
lo sé! Me siento presionado por dos posibilidades: deseo partir y estar con
Cristo, que es muchísimo mejor, pero por el bien de ustedes es preferible
que yo permanezca en este mundo. Convencido de esto, sé que
permaneceré y continuaré con todos ustedes para contribuir a su jubiloso
avance en la fe» (Filipenses 1:21-25). Pablo entendía el momento de su
muerte física como «ganancia» (v. 21), una que era «muchísimo mejor» (v.
23). ¿Cómo es esto posible? Existe una y solo una razón: «Pablo sabía que
cuando muriera, iba a «partir y estar con Cristo», y eso es lo que era
«muchísimo mejor» (v. 23). Como aprendemos del capítulo 3 de
Filipenses, Pablo cedió todo lo que consideraba importante para él y lo vio
como basura. Pablo llegó a ver a Cristo como el mayor tesoro, el único
gozo real. Si la muerte sería el momento cuando él huiría a los brazos de
Cristo, entonces la muerte sería «ganancia». Partir de este mundo para
estar con Jesús es «muchísimo mejor».
¿Qué pasa con la abuela cuando muere? Respuesta: ella vive. Pero la
pregunta más importante para ella y para todos nosotros es esta: ¿Ha
confiado ella —y nosotros— solo en Cristo como Salvador y Señor? Que
todos moriremos es seguro. Que viviremos después de morir también es
seguro. No obstante, dónde viviremos depende de dónde pongamos
nuestra esperanza.
PREGUNTAS PARA PENSAR
1. La Biblia enseña que la muerte física no es el fin de nuestra vida. ¿Qué
pasa con la gente cuando muere? ¿Es importante si han confiado en Cristo
o no al momento de su muerte física?
2. ¿Qué crees que quiere decir Pablo cuando escribe: «Porque para mí el
vivir es Cristo y el morir es ganancia» (Filipenses 1:21)? ¿Puedes decir lo
mismo respecto a tu propia vida? ¿Qué podría impedir que una persona
realmente crea que su muerte le traería una ganancia, un incremento en su
gozo y felicidad?
Génesis 12:1-3: «El Señor le dijo a Abram: “Deja tu tierra, tus parientes y
la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré. Haré de ti una nación
grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición.
Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; ¡por
medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra!”».
Jesús vendrá otra vez
Una de las más grandes promesas que Jesús les hizo a sus seguidores
fue que, después de dejarlos por algún tiempo, él regresaría. Jesús les
había dicho que el Padre iba a enviar al Espíritu para darles el poder de
Jesús para que vivieran una nueva vida y testificaran acerca de Cristo. No
obstante, ellos anhelaban no solo tener el Espíritu de Jesús en su interior,
sino que amaban a Jesús y querían que estuviera con ellos para siempre.
Jesús era el Mesías, el Cristo, y ellos querían servirle, bajo su dominio
como Rey. Pero Jesús estaba partiendo, así que los discípulos estaban
tristes. Escucha las propias palabras que Jesús les dijo para consolarlos y
alentarlos: «No se angustien. Confíen en Dios, y confíen también en mí.
En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo
habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar. Y, si me voy y se lo
preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo
esté. Ustedes ya conocen el camino para ir adonde yo voy» (Juan 14:1-3).
Qué esperanza y gozo les da esto a los seguidores de Jesús. Aunque ahora
él se ha ido para estar con su Padre, prometió que iba a regresar. Puesto
que Jesús siempre cumple su palabra, sabemos que viene este gran día.
¡Jesús va a volver!
Después de la muerte y resurrección de Jesús, sus discípulos lo vieron
ascender a las nubes a estar con su Padre. Las últimas palabras de Jesús a
sus discípulos les habían recordado una vez más la buena noticia de que el
Espíritu iba a venir a vivir en ellos y a darles su poder. Ellos tendrían el
mismísimo Espíritu de Jesús viviendo dentro de ellos, y serían testigos a
través del mundo de este Cristo que había muerto y ahora había resucitado.
Y mientras ellos pensaban en lo que Jesús les había dicho, de pronto
apenas podían creer lo que veían. Ellos vieron a Jesús ascender al cielo
donde una nube lo apartó de su vista. Aparecieron dos ángeles que les
dijeron: «Galileos, ¿qué hacen aquí mirando al cielo? Este mismo Jesús,
que ha sido llevado de entre ustedes al cielo, vendrá otra vez de la misma
manera que lo han visto irse» (Hechos 1:11). Qué maravillosa noticia que
confirmaba lo que Jesús ya les había dicho. Sí, Jesús iba a estar con su
Padre algún tiempo, pero luego regresará del cielo tal como los discípulos
lo vieron partir. ¡Jesús vendrá otra vez!
Cuando Jesús regrese, su segunda venida será muy distinta a la
primera. Tal vez conozcas unas palabras muy conocidas del Evangelio de
Juan acerca de la primera venida de Jesús, cuando vino a morir para
salvarnos de nuestros pecados. Juan escribe: «Porque tanto amó Dios al
mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se
pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para
condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él» (Juan 3:16-17). En
su primera venida, entonces, Jesús no vino como juez. Él no vino a
condenar a los pecadores del mundo; más bien vino a salvar el mundo.
Vino a llevar a cabo lo que el Padre lo envió a hacer, a morir en la cruz y a
resucitar de los muertos para que los pecadores pudieran ser salvos de su
pecado.
Pero la segunda venida de Jesús no será así. Cuando Jesús regrese,
como les prometió a sus discípulos, su propósito ya no será salvar a los
pecadores. Más bien mostrará la ira de Dios por el pecado de nuestro
mundo. Él traerá el juicio de Dios contra todos aquellos que siguen
rebelándose contra Dios. Por supuesto, los seguidores de Jesús se alegrarán
en su segunda venida. Los que hemos confiado en Cristo para nuestra
salvación seremos levantados y unidos a Cristo para siempre.
Comenzaremos nuestra nueva vida resucitada, ya liberados completamente
del pecado y disfrutando de la presencia de Dios para siempre. Pero los
que están fuera de Cristo —los que no han confiado solo en Cristo para el
perdón de su pecado y como su única esperanza para la vida eterna—
serán juzgados por Cristo cuando regrese a la tierra.
Jesús les habló a sus discípulos acerca de esto cuando estaba con ellos
en su primera venida. Jesús les dijo: «El Padre no juzga a nadie, sino que
todo juicio lo ha delegado en el Hijo» (Juan 5:22), y les contó que el Padre
«le ha dado autoridad para juzgar, puesto que es el Hijo del hombre» (Juan
5:27). En la resurrección de todas las gentes, entonces, los seguidores de
Jesús serán levantados a la vida, pero aquellos que siguen haciendo el mal
contra Dios «resucitarán para ser juzgados» (Juan 5:29). Y en una de las
enseñanzas más extensas de Jesús acerca del juicio que vendrá sobre toda
la tierra (Mateo 24-25), Jesús también declara que él actuará como juez
sobre toda la gente. Él llama a sus propios seguidores «las ovejas» y a los
que están fuera de Cristo «las cabras». Él dice: «Cuando el Hijo del
hombre [Cristo] venga en su gloria, con todos sus ángeles, se sentará en su
trono glorioso. Todas las naciones se reunirán delante de él, y él separará a
unos de otros, como separa el pastor las ovejas de las cabras» (25:31-32).
Él continúa diciendo que las ovejas (sus seguidores) entrarán al nuevo
lugar que él ha preparado para ellos. Pero a las cabras (incrédulos que no
han confiado ni seguido a Cristo) les dirá: «Apártense de mí, malditos, al
fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles» (25:41).
Otros pasajes del Nuevo Testamento también nos enseñan acerca del
juicio de Cristo en su segunda venida. Para alentar a los creyentes que
están sufriendo por su fe, Pablo les dice que cuando Cristo venga otra vez,
ya no sufrirán más. Dios más bien traerá sufrimiento a los que han sido
viles y les han causado mal a sus seguidores. Él escribe: «Dios, que es
justo, pagará con sufrimiento a quienes los hacen sufrir a ustedes. Y a
ustedes que sufren, les dará descanso, lo mismo que a nosotros. Esto
sucederá cuando el Señor Jesús se manifieste desde el cielo entre llamas de
fuego, con sus poderosos ángeles, para castigar a los que no reconocen a
Dios ni obedecen el evangelio de nuestro Señor Jesús. Ellos sufrirán el
castigo de la destrucción eterna, lejos de la presencia del Señor y de la
majestad de su poder, el día en que venga para ser glorificado por medio
de sus santos y admirado por todos los que hayan creído, entre los cuales
están ustedes porque creyeron el testimonio que les dimos» (2
Tesalonicenses 1:6-10).
Cuando Cristo viene nuevamente para traer juicio sobre la tierra,
también viene como el Rey de reyes y Señor de señores. Nadie puede
sostenerse en su contra. Viene con toda autoridad y poder. Y viene a
expresar la justa ira y el justo juicio de Dios. Uno de los últimos capítulos
de la Biblia habla de la venida de Cristo como Juez y Rey. Leemos:
«Luego vi el cielo abierto, y apareció un caballo blanco. Su jinete se llama
Fiel y Verdadero. Con justicia dicta sentencia y hace la guerra… De su
boca sale una espada afilada, con la que herirá a las naciones. “Las
gobernará con puño de hierro”. Él mismo exprime uvas en el lagar del
furor del castigo que viene de Dios Todopoderoso. En su manto y sobre el
muslo lleva escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores»
(Apocalipsis 19:11-16).
¡Jesús vendrá otra vez! Ese día será de gran gozo para los seguidores
de Cristo, porque serán levantados y llevados al reino de Cristo para vivir
en la presencia de Dios para siempre. Pero para aquellos que continúan en
su pecado, sin confiar en Cristo para su salvación, este será un día de gran
angustia. Ellos sabrán que Jesús realmente era la única esperanza de los
pecadores, pero ya no pueden confiar en él para ser salvos. Él viene en su
segunda venida como su Juez, no como su Salvador. Qué importante es,
pues, confiar en Cristo ahora para el perdón de nuestro pecado y la
esperanza de vida eterna. Asimismo, deberíamos compartir con otros ahora
que Jesús es Salvador, porque él vendrá de nuevo un día como Juez y Rey.
Apocalipsis 21:3-4: «Oí una potente voz que provenía del trono y decía:
“¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en
medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será
su Dios. Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni
llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de
existir”».
La gloria y la grandeza de Dios
manifestada por siempre y siempre
Isaías 11:9: «No harán ningún daño ni estrago en todo mi monte santo,
porque rebosará la tierra con el conocimiento del Señor como rebosa el
mar con las aguas».