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Publicaciones Andamio

Alts Forns nº 68, Sót. 1º


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Publicaciones Andamio es la sección editorial de los Grupos Bíblicos Unidos
de España (GBU)

You Can Change


© Tim Chester 2008
All rights reserved. This translation of You Can Change first published in 2008
is published by arragement with Inter-Varsity Press, Nottingham, United
Kingdom.
Tu puedes cambiar
©2008 Tim Chester
©2013 Publicaciones Andamio
Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin
la autorización por escrito del editor. All rights reserved. No part of this book
may be reproduced in any form without written permission from editor.

Traducción: Pilar Florez


Maquetación interior: theroomrooms’
Edición del formato ebook: Sonia Martínez

Depósito Legal: B.1952-2013


ISBN : 978-84-96551-27-5
Printed by Publidisa
Printed in Spain
© Publicaciones Andamio 2013
1ª Edición septiembre 2013
ÍNDICE

Introducción
1. ¿Qué te gustaría cambiar?
2 ¿Por qué te gustaría cambiar?
3 ¿Cómo vas a cambiar?
4 ¿En qué ocasiones luchas?
5 ¿Qué verdades has de tener en cuenta?
6 ¿De qué deseos te tienes que apartar?
7 ¿Qué te impide cambiar?
8 ¿Qué estrategias van a ayudarte a reforzar tu fe y arrepentimiento?
9 ¿Cómo podemos ayudarnos mutuamente para el cambio?
10 ¿Estás preparado para una vida de continuo cambio?
Anexo: Material adicional para profundizar
Lecturas complementarias
Introducción

La vida de Colin cambió por completo al convertirse. Dejó de beber


y emborracharse, y puso punto final a una relación adúltera. Pero,
transcurrido un tiempo, su crecimiento como cristiano parece
haberse estancado. Al igual que Carla, da toda la apariencia de vida
respetable, pero los que le conocen bien saben que tiene un genio
insoportable. No es a la persona a la que uno quisiera llevar la
contraria.
En apariencia, Carla es una cristiana ejemplar. No dice palabrotas,
no se emborracha, no roba, no es infiel a su pareja y no comete
ninguno de los pecados por los que juzgamos a las personas. Pero en
todo lo que hace como servicio cristiano hay poco gozo. Está
constantemente irritada y se queja por cualquier cosa.
Jack empezó a masturbarse de adolescente. Han pasado ya veinte
años desde entonces y no deja de hacerlo dos o tres veces por
semana, y siempre acompañado de fantasías pecaminosas. Pensaba
que el matrimonio lo solucionaría, pero no ha sido así. Lo cierto es
que ha tratado de dejar de hacerlo en varias ocasiones y hasta se ha
impuesto un régimen de disciplina espiritual. También sin resultados.
A ese hábito, ha sumado últimamente una adicción a la pornografía—
potenciada con la llegada de Internet.
Si ir de compras fuera un deporte olímpico, Emma sería candidata a
una medalla. Su vida nunca ha sido fácil e ir de compras le levanta el
ánimo. La ropa nueva, algo para la casa, comida de capricho—eso es
lo que pone un poco de alegría y color en su vida—. Es una
compensación. Pero eso supone una economía muy ajustada y no
tener dinero para compartir con los demás.
Todo el mundo coincidía en que Jamal era una gran promesa:
espiritual, diligente, bien preparado. Pero pronto se hizo evidente que
esa diligencia obedecía a una necesidad desproporcionada de
demostrar su valía. ‘Necesitaba’ en todo momento y circunstancia un
papel destacado. Pero el temor al fracaso pasa siempre factura.
Malos humores, tendencia a estar desanimado sin razón, períodos de
inactividad, lágrimas injustificadas.
Bautizar a Kate había sido el momento más venturoso de todo el
año. Pero, ¿por dónde empezar ahora? ¿Con su problema con el
racismo? ¿Con su afición a la bebida? ¿Sus puyas? En un principio,
había dicho estar dispuesta incluso a morir por Cristo. ¿Sería capaz
ahora de renunciar a la bebida? ¿En qué se quedaban para ella las
‘buenas nuevas’?

¿En verdad, puede decirse que hay esperanza para esas personas?
Personalmente, estoy convencido que sí. En Jesús, siempre hay esperanza
para el cambio. Y lo sé bien porque, aun habiendo ocultado su identidad
real, los conozco personalmente a todos.

Colin ha revivido con un gozo creciente en Dios. Sigue enfadándose


de vez en cuando. Pero ahora sabe que esa ira tiene su origen en el
ansia por tenerlo todo bajo control. Cuando le pasa, reacciona con
arrepentimiento. Está aprendiendo a confiar en el poder soberano de
Dios en esos momentos.
Carla está ahora radiante. No es que haya cambiado por completo
su comportamiento, pero su actitud es radicalmente distinta. Con
frecuencia, se le oye hablar del gozo que tenemos en Dios y de la
maravilla de su gracia. Ahora está dispuesta a colaborar en todo
momento y toma la iniciativa en muchas cosas. Cuando habla de los
defectos de los demás, es con pena y en amor, buscando siempre lo
que haya de positivo.
Cuando Jack repasó conmigo las pruebas de este libro, dejó de
masturbarse de un día para otro. Ese pecado, y la tentación que lo
acompañaba, desaparecieron. La lucha con la afición a la pornografía
persistió, pero con más victorias que recaídas. De vez en cuando, me
envía un correo electrónico pidiendo oraciones a su favor, sugiriendo
que le haga ‘la pregunta’ la próxima vez que nos veamos.
A Emma, le sigue gustando comprar. Pero ahora tiene otras
ocupaciones que llenan su tiempo, y otros lugares a los que ir. De
hecho, está tremendamente atareada cocinando para los demás y
cuidando de los niños. Los momentos felices de la semana son ahora
las reuniones con otros creyentes. Está aprendiendo a encontrar
ayuda y consuelo en Dios.
Jamal está ahora mucho más relajado. Y hace mucho que no le veo
llorar. Le sigue costando no dejar que los fracasos le abrumen, pero
es un gozo enorme ver cómo está aprendiendo a descansar en la
gracia divina. Esa nueva actitud ha venido acompañada de un gran
deseo de servir, tanto en su trabajo como ayudando en la comunidad.
Ha sido un gozo muy grande ver cómo Kate maduraba como
cristiana. Primero, ha habido que hablar con ella de algunos cambios
necesarios, pero ella ha ido cambiando otras cosas de forma
espontánea y cada vez es más evidente la gloria de Cristo en su vida.
El proceso no ha carecido de altibajos, pero está aprendiendo a salir
ella sola de las dificultades y sabe bien qué es lo que tiene que
cambiar. Y no puedo evitar sonreír cuando le oigo decir: ‘Creo que,
bueno, en realidad, quizás sería yo quien debería...’

Son muchos los libros escritos por expertos. En este caso, no ha sido así. Si
me decidí a escribirlo, fue motivado por mi propia lucha por cambiar. Mi
larga batalla con problemas particulares me llevó finalmente a indagar en las
Escrituras y en escritos de tiempos pasados. En este libro, comparto las
maravillosas verdades que he ido descubriendo y que han aportado
consuelo y esperanza a mi vida.

Durante años, me preguntaba si iba a ser capaz de superar ciertos


pecados. Y aunque no pueda decir que haya conquistado el pecado —nadie
lo consigue en esta vida—, sí que he encontrado algunas grandes verdades
que han supuesto un cambio en mi vida y en las vidas de otras personas. En
las páginas que siguen, mi lector va a encontrar genuina esperanza para el
cambio.
Tal vez tu caso sea el de un creyente recién convertido, esforzándote por
desechar hábitos de tu anterior forma de vivir. O puede que seas un
creyente de muchos años, que se ha atascado en su crecimiento: el
crecimiento había sido muy rápido al principio, pero ahora la vida de
creyente parece siempre más de lo mismo. Es posible que tu caso sea el del
creyente que ha caído en un gran pecado y que ahora no sepas cómo volver
al buen camino. Y cabe también de que estés ayudando a otros creyentes a
crecer y madurar, diciéndoles incluso cómo deben vivir, pero sin saber muy
bien cómo se hace en la práctica.

Este es un libro dedicado por entero a la esperanza: de la esperanza que


tenemos en Jesús, esperanza de perdón y también esperanza de cambio.
Evidentemente, este libro no va a operar ese cambio sin más. No hay norma
o sistema que cambie realmente a las personas. Necesitamos un Redentor
que nos haga libres, y los creyentes tenemos un gran Redentor en Jesús. Lo
que sí hace este libro es apuntar a Jesús, explicando cómo la fe en su
persona puede producir un cambio: lo que los teólogos denominan
‘santificación’ o ‘volverse más como Jesús’.

La esperanza en la posibilidad de cambio es real. Tú puedes cambiar. Es


posible que, en tu caso particular, hayas abandonado ya esa esperanza. Al
igual que yo, puede incluso que hayas intentado cambiar una y otra vez. Y
tal vez, también como yo, hayas leído libros con montones de pautas y
consejos para lograr el cambio. Si es así, ¡por favor, no pierdas la esperanza!
Estoy absolutamente convencido de que la esperanza del cambio puede ser
algo real en tu vida. En mi caso particular, leí libros llenos de buena teología
y libros con incontables consejos para el día a día. Lo que este libro va a
intentar ahora es conectarte a la verdad de Dios en una lucha diaria.

Un problema muy común es que pensamos en la vida espiritual como una


renuncia a todo aquello con lo que disfrutamos, movidos por un sentido de
la obligación. Pero yo estoy absolutamente convencido de que la verdadera
espiritualidad no va por ese camino. La verdadera espiritualidad tiene
siempre su origen en una buena noticia. En la mejor noticia que podamos
imaginar. Y es que Dios nos llama a vivir una vida plena y para ello nos
ofrece algo mucho más maravilloso y satisfactorio que todo lo que pueda
encontrarse en el pecado.

El problema es que pensamos en la vida espiritual como una renuncia


a todo aquello con lo que disfrutamos movidos por un sentido de la
obligación. Pero yo estoy convencido de que la verdadera
espiritualidad es siempre una buena noticia.

La clave está en darse cuenta de por qué cambiar es buena noticia en la


lucha con el pecado.

Por eso, quiero animarte a que trabajes los aspectos de tu vida que son un
problema. Y para ello te propongo un verdadero ‘proyecto de cambio’.

Cada capítulo contiene una pregunta en concreto que va a ayudarte a


conseguirlo, con una serie de preguntas más al final que te ayudarán a
profundizar en cada problema particular. Una última sección incluye temas
para reflexión y citas que pueden servir para meditación personal o para
debate en grupo. Te animo a que leas este libro con un amigo, o incluso en
grupo, para animaros mutuamente y para ir comprobando los progresos.

También puedes consultar en el anexo final material adicional con


resúmenes por capítulos, más reflexiones y seis lecturas bíblicas diarias por
capítulo, para usarse en los días intermedios de cada sesión de estudio.

Empecemos ahora por la primera y más importante cuestión...


1. ¿Qué te gustaría cambiar?

¿Qué te gustaría cambiar? De entre las muchísimas posibilidades, puede


que quieras cambiar de imagen o encontrar pareja o que tus hijos se porten
mejor. O tener un mejor puesto de trabajo o al menos tener trabajo. Quizás
te gustaría vencer la timidez o tener más ingenio o no tener tan mal genio o
no desanimarte tan a menudo o no dejarte llevar siempre por las
emociones.

Todos tenemos algo que quisiéramos cambiar. Algunos de esos cambios


son buenos, y otros puede que no lo sean tanto. Pero el problema común a
todos ellos es que ¡no son lo suficientemente ambiciosos! Dios te ofrece
mucho, pero que mucho, más que todo eso.

Creados a imagen de Dios

En el primer capítulo de toda la Biblia, leemos: ‘Y creó Dios al hombre a su


imagen, a imagen de Dios lo creó’ (Génesis 1:26-27). Fuimos creados para
ser imagen de Dios en la tierra: para conocerle, para compartir su soberanía
sobre el mundo y para reflejar su gloria. Pero esa semejanza nada tiene que
ver con imágenes de dioses fabricadas por el hombre que sean
representativas de su autoridad y de su gloria. El que no debamos hacernos
imágenes del Dios vivo es precisamente porque nosotros somos su imagen.
Somos los genuinos representantes de Dios en la tierra. Somos la gloria de
Dios manifestada en esa semejanza.

Tras cada día respectivo de la creación, Dios declaró que lo creado era
‘bueno’. Pero en el día sexto, el veredicto acerca de un mundo que ahora
incluía a la humanidad fue que era ‘muy bueno’. La obra creadora de Dios no
concluyó hasta que hubo en el mundo algo que era reflejo de su gloria. Con
frecuencia, excusamos nuestro comportamiento diciendo: ‘Es que no soy
más que un ser humano’. Pero esa ‘humanidad’ no es algo para tener en
poco: somos verdaderamente humanos en nuestro reflejo de la gloria de
Dios.

Una imagen rota

El problema es que esa primera imagen se desvirtuó cuando la humanidad


rechazó a Dios. Ahora, tratamos de hacer las cosas a nuestra manera y el
caos es el resultado. Conscientes de que ya no reflejamos la imagen de Dios
en la tierra, nos esforzamos por recuperar esa gloria. El veredicto de Dios es
claro: ‘Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios’ (Romanos
3:23). ‘Los términos que emplea ahí Pablo’, comenta Sinclair Ferguson,
‘resuenan con el tema bíblico de la imagen divina. En las Escrituras, la
imagen y la gloria se relacionan entre sí. Como auténtica imagen de Dios, el
hombre fue creado para reflejar, manifestar y participar en la gloria de Dios,
a escala menor, evidentemente, y como criatura humana’.1 Pero fracasamos
en el intento. Y ya no somos como quisiéramos ser. Y menos aún como
deberíamos ser.

La verdadera imagen

Jesús, ‘verdadera imagen de Dios’ vino al mundo (2 Corintios 4:4):

‘Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación’.


(Colosenses 1:15)

‘El Hijo es el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia’.


(Hebreos 1:3)

‘Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria,
gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad’. (Juan
1:14)
Jesús es la gloria del Padre. Él es quien da a conocer Dios al mundo. Es Dios
en forma humana. Y él muestra realmente lo que significa ser imagen de
Dios y reflejar su gloria. Por eso, el Nuevo Testamento indica que hemos de
ser reflejo tanto de Dios como de Cristo. Y es así por ser Cristo igual a Dios
Padre.

Jesús hace manifiesto el plan de Dios para el cambio. Dios no está


interesado en convertirnos en personas religiosas. Recordemos que Jesús
sufrió el odio de las personas religiosas. Dios tampoco quiere hacernos seres
‘espirituales’, si por espirituales entendemos centrados en nosotros mismos:
Jesús es Dios comprometido con los seres humanos. Dios nos quiere
volcados hacia los demás: Jesús fue la entrega personificada. Dios tampoco
está interesado en los sentimientos: Jesús demostró su pasión por la causa
de Dios, airado ante el pecado, sollozante por la ciudad. El término ‘santo’
significa ‘apartado’ o ‘consagrado’. Para Jesús, santo significaba en concreto
estar apartado de los caminos del pecado y diferenciarnos claramente de
ellos. No supone, sin embargo, estar apartado del mundo, sino estar
consagrado a Dios en el mundo. Jesús era la gloria de Dios en y por el
mundo.

La gloria de Dios es la suma de toda su esencia: su amor, su bondad, su


belleza, su pureza, su juicio, su esplendor, su poder, su sabiduría y su
majestad. La vida terrenal de Jesús reflejó la gloria de Dios en la bondad de
sus acciones, en la belleza de su carácter y en la pureza de su pensamiento.
Jesús reflejó el poder de Dios de una forma que a nosotros nos parece un
despropósito, reflejando la infinita libertad y gracia de Dios no aferrándose
al esplendor, sino entregándose en amor para rescate nuestro (Filipenses
2:6:8). Jesús es la verdadera imagen de Dios, desplegando la gloria divina en
su vida y en su muerte.

‘En cuanto llegue a casa, me siento en el sofá y a descansar’, me informó


Colin mientras iba sorteando el tráfico. Pero apenas entraba por la puerta, le
recibieron los chillidos de su hijo pequeño y las quejas de su esposa sobre la
aspiradora que estaba fallando. ‘Dadme un respiro, por favor’, murmuró
agotado, dejándose caer en un sillón.
Jamal se sentó de nuevo ante su mesa de trabajo, con la taza de café
recién hecho. Era ya media tarde, el turno que todos odiaban. Con el ‘ratón’
en la mano, echó una ojeada a la bandeja de entrada. El siguiente paso fue
clicar en el juego del Solitario. Por supuesto que iba a trabajar. Pero primero
un juego rápido.

‘Ya soy adulta’, se dijo Kate a sí misma. Pero es que le encantaba estar con
Pete. Él parecía entenderla, y mucho mejor que su marido. La verdad es que
su vida de pareja no había ido muy bien últimamente. Tras respirar hondo,
dio todo un rodeo para poder pasar junto a la mesa de Pete. No es que
estuviera pensando en sexo. Le bastaba con una sonrisa.

Hacía ya tres años que duraba. Tres años de paciente labor de enseñanza,
de hacer el bien y de no ser entendido; con hostilidad como única respuesta.
El impulso era decir: ‘Lo dejo. No tengo por qué seguir adelante’. Pero su
reacción fue otra. Su respuesta fue: ‘No se haga mi voluntad, sino la tuya.’
Horas después, colgaba de una cruz, con clavos lacerándole pies y manos, y
la respiración entrecortada, mientras la muchedumbre gritaba enfurecida.
La tentación era decir: ‘Abandono, y descender por sí mismo de la cruz’.
Pero no hizo eso. ‘Padre, perdónales’, fueron las palabras que pronunció,
permaneciendo en la cruz del suplicio hasta poder decir finalmente:
‘Consumado es’.

Jesús es la persona sin defecto, la verdadera imagen de Dios, la gloria del


Padre. El propósito de Dios para el ser humano es hacernos igual a Jesús:

‘Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien,
esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que
antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a
la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos
hermanos. Y a los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a
estos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó’.
(Romanos 8:28-30)

‘Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como
también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y
sacrificio a Dios en olor fragante’. (Efesios 5:1-2; véase también 1 Corintios
11:1; Filipenses 2:5; 1 Pedro 2:21)

‘El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo’. (1 Juan
2:6; véase también 3:16-17; 4:10-11)

En Romanos 8, Pablo dice que Dios usa todo cuanto nos pasa, tanto lo
bueno como lo malo, para hacernos semejantes a Jesús. De hecho, las cosas
malas se convierten en alguna manera buenas para nosotros por esa
semejanza con Jesús. Puede que sean innegablemente malas, pero Dios las
usa para bien para aquellos que le aman, siendo ese ‘bien’ el ser más como
Jesús. Y no hay razón para sentirnos frustrados o desilusionados porque ese
‘bien’ sea precisamente el parecemos más a Cristo. No se trata de que nos
hayan prometido un banquete y tengamos que conformarnos con una
ensalada. Sabemos que la ensalada es beneficiosa para nuestro organismo,
aunque nos sigue haciendo más ilusión el banquete. Pero la auténtica
cuestión es que Jesús no es tan solo un bien para beneficio nuestro. Es el
bien supremo en sí. Jesús encarna la definición de ‘bien’. El secreto del
cambio en el evangelio es estar convencido de que Jesús es la verdadera
fuente de vida y gozo en abundancia. Toda otra alternativa que se nos
pueda ocurrir supondrá fracaso y desengaño.

El que fuéramos semejantes a Jesús había sido el plan de Dios desde el


principio. Dios nos había ‘predestinado’ en su voluntad para ser igual que su
Hijo (versículo 29). Antes incluso de la creación del mundo, el propósito de
Dios ya era hacernos semejantes a Jesús. Y todo cuanto nos pueda ocurrir en
la vida va a tener un sentido dentro de ese plan. Llegará un Día en el que
compartiremos la gloria de Dios, rindiéndole nosotros gloria a él como
reflejo suyo (v. 30).

Era el día de celebración de la Pascua y yo llevaba a mi hija a su escuela


para que representara, mediante mímica, el personaje de Jesús,
correspondiéndole al resto de la clase hacer la entrada triunfal. De camino,
recogimos a Anna, que se había bautizado en nuestra iglesia unos meses
antes. Según bajaban del coche, Anna le dijo a mi hija. ‘Que seas hoy un
buen Jesús’. ‘Lo mismo digo’, contesté yo (aunque no tan rápido como para
que quizás me oyeran).

¡Sé un buen Jesús! Esa tiene que ser nuestra meta: estudiar la gloria de
Dios revelada en la vida y muerte de Jesús. Y para ello podemos estudiar su
carácter, aprender de su forma de comportarse y tratar de entender las
razones que le movían a intervenir. Así es cómo podremos estar
adecuadamente preparados para hacer en todo momento la parte que nos
corresponda. Cierto que nosotros tendremos que hacer frente hoy día a
situaciones muy distintas a las de los tiempos de Jesús. Pero si entendemos
de la debida forma su persona y su carácter, siempre habrá ocasión para
intentarlo, y podremos verdaderamente dar la medida de un buen Jesús.

Re-creados a imagen de Dios

Me gustaría jugar al fútbol como David Beckham, y sería capaz de pasarme


horas viendo videos de sus partidos, estudiando sus jugadas. Podría incluso
tratar de persuadirle para que fuera mi entrenador. Y hasta es posible que,
haciendo todo eso, finalmente consiguiera mejorar mis habilidades. Pero
nada de todo ello conseguiría hacer de mí un gran futbolista.

Lo que yo quiero de verdad es ser como Jesús. Leyendo los evangelios,


puedo observar cómo se comportaba y qué cosas hacía, e incluso estudiar
cómo vivió y el amor que demostró a las personas. Sin duda, podría tratar de
imitarle con todas mis fuerzas. Pero, aun en el mejor de los casos, todo eso
solo supondría una pequeña y pasajera mejora. Y es muy probable, además,
que me hiciera sentirme indebidamente orgulloso.

Lo que yo verdaderamente necesito es un ejemplo. Necesito también


ayuda. Necesito a alguien que me cambie. Tratar de imitar a Jesús con mis
propias fuerzas solo sirve para resaltar aún más mi incapacidad. Yo no puedo
por mí mismo ser como Jesús. No puedo en modo alguno estar a su altura.
Necesito ayuda para poner las cosas en su sitio. Necesito que se me rescate.
Y necesito, sobre todo, perdón.
La gran noticia es que Cristo no solo es mi ejemplo, sino que también es mi
Redentor.

‘Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; ¡he
aquí todas son hechas nuevas!’ (2 Corintios 5:17). Al hacernos cristianos se
produce la maravilla de una nueva creación. El poder de Dios, que hizo el sol
y las estrellas, se abre paso como un rayo láser penetrando en nuestro
corazón. Dios se acerca, por así decirlo, al mundo y crea todo de nuevo.
Somos, por tanto, transformados, nacidos de nuevo, hechos nuevas
criaturas. ‘Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz,
es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del
conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo’ (2 Corintios 4:6).
Dios atravesó las tinieblas con su palabra y la luz hizo su aparición. Esa
palabra suya puso orden en el caos, creándose belleza. Y Dios ha vuelto a
hablar nuevamente a través del evangelio. Su palabra se abre paso a través
de la oscuridad que reina en nuestros corazones y la luz lo inunda todo. Con
su palabra, ordena el caos y la armonía se instala en nuestro corazón.

¿Qué significa para nosotros ser una nueva criatura? Pues significa que
somos re-creados a imagen de Dios. Significa que se nos da una vida nueva
que nos permite crecer en Cristo. Y ser como Cristo significa ser semejante a
Dios, reflejando su gloria y su imagen.

‘Vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de


la verdad’. (Efesios 4:24)

‘Y así como hemos traído la imagen del [Jesús] terrenal, traeremos


también la imagen del [Jesús] celestial’. (1 Corintios 15:49)

‘No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre
con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que
lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno’. (Colosenses 3:9-10)

Jesús vino para rehacer en nosotros la imagen de Dios. Es el segundo Adán.


Todos tenemos la impronta de Adán y somos hechos a semejanza suya. Eso
debería haber supuesto estar hechos a imagen y semejanza de Dios, pero la
realidad es que hemos sido hechos a semejanza de la imagen rota. Y
tenemos por ello en nuestro ser interior una animosidad innata contra Dios.
Pero Jesús es el segundo Adán y todos los que se unen a Jesús por medio de
la fe son hechos nuevas criaturas a imagen y semejanza de Dios. Esto es,
según la imagen que debería haber sido desde un principio. Jesús asumió
nuestro quebrantamiento, nuestra rebeldía y la maldición en contra nuestra,
en su entrega en la cruz. Jesús cargó con la culpa y la sanción de nuestro
pecado, dándonos en su lugar una nueva vida y un nuevo amor. Charles
Wesley lo expresó con muy acertadas palabras en su célebre himno ‘¡Cantan
ángeles en las alturas!’:

La semejanza a Adán borra,2


que Tu imagen ocupe ahora su lugar;
del cielo venido, Segundo Adán,
en Tu amor recréanos.

Dios es el primer interesado en que se produzca ese cambio. Él quiere


verdaderamente recrearnos a imagen de Jesús. Y es a través de esa
restauración que podemos conocerle, gobernar nuestra vida junto a él,
reflejando en todo ello su gloria.

Contemplar y reflejar Su gloria

‘No como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro, para que los hijos de
Israel no fijaran la vista en el fin de aquello que había de ser abolido. Pero el
entendimiento de ellos se embotó; porque hasta el día de hoy, cuando leen
el antiguo pacto, les queda el mismo velo no descubierto, el cual por Cristo
es quitado. Y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está
puesto sobre el corazón de ellos. Pero cuando se conviertan al Señor, el velo
se quitará. Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor,
allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como
en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en
la misma imagen, como por el Espíritu del Señor’. (2 Corintios 3:13-18)
‘Al bajar Moisés del monte Sinaí, tras estar con Dios, su rostro resplandecía
en reflejo de la gloria de Dios. Y tan deslumbrante era esa luz, que el pueblo
israelita se aterrorizó hasta el punto de rogarle que cubriera su rostro para
no cegarles’ (Éxodo 34:29-35). El apóstol Pablo afirma que ese velo persiste
todavía en alguna manera. Y lo cierto es que las gentes no reconocen la
gloria de Dios porque no reconocen a Cristo. El corazón humano se encoge
temeroso ante la gloria de Dios.

Pero ‘cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará’. En el interior del


tabernáculo, Moisés se podía quitar ese velo por estar mirando hacia Dios y
no hacia el pueblo (Éxodo 34:34). Lo mismo ocurre cuando nosotros ahora
nos volvemos a Dios arrepentidos. El velo que oculta la gloria de Dios se
retira. Nuestros ojos son abiertos y podemos ver en Cristo la gloria de Dios.

El Moisés que descendió del monte Sinaí tras su encuentro con Dios era
representativo de lo que la humanidad tendría que haber sido desde el
principio. Moisés resplandecía con la gloria de Dios por haberla
contemplado. Y así debería ser para toda criatura humana.

Pero eso es algo que puede ocurrir de nuevo. Nosotros podemos también
irradiar esa gloria divina. Cuando nos volvemos a Jesús, vemos la gloria de
Dios. Vemos, afirma Pablo unos versículos más adelante, ‘la gloria de Dios en
la faz de Jesucristo’ (2 Corintios 4:6). Al contemplarla, nuestros rostros
resplandecen con esa gloria. Nos transforma para poder reflejar la gloria de
Dios, trayendo luz al mundo y alabanza a Dios.

Al estudiar ese pasaje por primera vez, di por sentado que Pablo estaba
hablando de Moisés señalando a Jesús, siendo Jesús el que reflejaba la gloria
de Dios en genuina semejanza divina. Pero lo que Pablo está diciendo
realmente ahí es algo mucho más sorprendente: somos nosotros los que
reflejamos la gloria de Dios al contemplarla en el rostro de Cristo.

Por ello, el mensaje del presente libro es que puede operarse un cambio
en nuestras vidas al contemplar la gloria de Dios en Jesús. ‘Vemos’ la gloria
de Cristo cuando ‘oímos’ su evangelio (2 Corintios 4:4-6). El esfuerzo moral,
el temor al juicio y el cumplimiento de determinadas normas no sirven para
un cambio duradero. Pero algo maravillosamente sorprendente ocurre
cuando ‘nos volvemos al Señor’.

En primer lugar, ‘el Señor es el Espíritu, y allí donde está el Espíritu del
Señor, hay libertad’. Por nuestros propios medios, no podemos llegar a ser
las personas que quisiéramos ni reflejar de ningún modo la gloria de Dios.
Somos prisioneros de nuestros deseos y de nuestras emociones. Pero,
cuando nos volvemos al Señor, él nos libera por medio de su Espíritu. En
lugar de corazones temerosos ante la gloria de Dios, recibimos un corazón
que se deleita en esa gloria. Lo que nos impulsa, no es el miedo a la
severidad de la Ley, sino la posibilidad de experimentar personalmente esa
gloria.

En segundo lugar, ‘nosotros, ahora...con el rostro descubierto reflejamos


la gloria del Señor’. Al volvernos al Señor, somos de nuevo criaturas que
muestran al mundo esa gloria divina. Nos volvemos como Moisés, y nuestro
rostro resplandece con la radiante gloria de Dios.

En tercer lugar, ‘somos transformados a semejanza suya’. Cuando nos


volvemos al Señor, nos parecemos más a Jesús: personas de gracia y de
verdad, de amor y de pureza.

En cuarto lugar, cuando nos volvemos al Señor somos transformados ‘con


creciente gloria’. Somos cambiados ‘de un nivel de gloria a otro distinto y
superior’. Y aun siendo ya reflejo de la gloria divina, la reflejamos con mayor
intensidad al apreciar en mayor medida su gloria en Cristo. Llegará, además,
el día en que seremos glorificados en él y disfrutaremos de su persona por la
eternidad. Los tiempos de Moisés fueron gloriosos (3:7). El tiempo presente
es aún más glorioso (3:8). El futuro será de ‘gloria en constante aumento’
(3:18). El puritano Thomas Watson señaló que la santificación, como
proceso de cambio, ‘es la instauración de los cielos comenzando en el alma.
La santificación y la gloria difieren tan solo en grado: la santificación es la
gloria contenida en la semilla, y la gloria es la santificación ya hecha fruto’.3

¿A quién te gustaría parecerte? ¿Qué querrías cambiar? Mi deseo es que


no te conformes con menos que ser semejante a Jesús y reflejar la gloria de
Dios. ¿Qué hay que hacer para conseguirlo? Poner la mirada en la gloria de
Dios reflejada en el rostro de Cristo. La gran mayoría no vivimos de manera
que el mundo considere extraordinaria. Creemos que la santidad no consiste
en actos heroicos, sino en las múltiples decisiones que tomamos a diario.
Dios, sin embargo, nos da la oportunidad de llenar lo cotidiano y más común
con su gloria. Nosotros podemos llevar luz a un mundo que parece avanzar
en tinieblas. Merece la pena escuchar de nuevo la voz de Charles Wesley en
su himno ‘Amor Divino, superior a todos’:

Concluye ahora Tu nueva creación:


puros y sin mancha haznos ser;
que podamos contemplar Tu gran salvación,
restaurada en perfección para Ti:
cambiados de gloria en gloria,
hasta los cielos llegar,
nuestras coronas a Tus pies,
anonadados de amor y de alabanza.

Para pensar

1. Piensa en personas concretas que te parece que han sido transformadas


a semejanza de Cristo. ¿Qué es lo que las diferencia? ¿Por qué resultan
atrayentes? ¿Qué cambio tuvo lugar en su vida para ahora ser así? ¿Qué
piensan de ellas mismas? ¿Qué piensan de Jesús?

2. ‘Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su


cruz, y sígame’ (Marcos 8:34). La entrega, la sumisión, el sufrimiento que
contemplamos en la cruz son los rasgos distintivos de parecerse a Jesús.
Cómo se entiende en el Nuevo Testamento esa disposición:

¿respecto a otros creyentes? Véase Romanos 15:7 y Filipenses 2:1-


11);
¿la influencia de nuestros compañeros y la sociedad en general?
(véase Gálatas 6:14);
¿los que padecen necesidad? (véase 2 Corintios 8:8-9 y 1 Juan
3:16);
¿nuestra pareja? (véase Efesios 2:18-25);
¿el pecado? (véase 1 Pedro 4:1-2).

Proyecto de cambio

1. ¿Qué te gustaría cambiar?

Piensa en un área de tu vida que te gustaría cambiar. Puede ser un


comportamiento (mentir por sistema, comer en exceso, gastar demasiado,
la obsesión por el sexo, amistades que no te convienen) o una actitud ante
la vida (descontento, envidia, ansia, irritabilidad, desánimo). O puede que lo
que quieras sea ver convertidos en realidad en tu vida los frutos del Espíritu
que crees que no tienes.

¿Tu proyecto de cambio tiene que ver más con la conducta o con las
emociones? Lo que no va a dar nunca mucho resultado es tratar de cambiar
a los demás. No podemos aspirar a que nuestra pareja ‘se comporte mejor’
o que nuestros hijos ‘sean modélicos’. El cambio tiene que ser algo personal,
como, por ejemplo, ‘dejar de gritarles a los niños’ o ‘que no me irrite todo lo
que hace mi pareja’.

¿Tiene que ver ese cambio con algo concreto?


Procura no elegir cambiar algo en términos muy amplios, como, por
ejemplo, ‘ser mejor padre/madre para mis hijos’. Céntrate en una conducta
en particular o en un sentimiento específico, algo muy concreto y particular
que sea fácil de tener presente y que ocurra con cierta frecuencia.

¿Qué significaría para ti ser más como Jesús?

Tal vez hayas pensado en lo negativo de tu vida que te gustaría


cambiar, sentimientos incluidos. ¿Qué podría ser lo positivo?
Describe con detalle el objetivo concreto de tu proyecto de cambio.
¿Cómo pensaría y reaccionaría Jesús en tu situación?
¿Recuerdas algún relato o enseñanza de Jesús que ilustre cómo
deberías comportarte tú?

Haz un resumen con todo lo que te gustaría cambiar en tu vida.

Notas

1 Sinclair Ferguson, The Holy Spirit, Inter-Varsity Press, 1996, pp. 139-140

2 Effacea significa limpiar o borrar.

3 Thomas Watson, A Body of Divinity, 1692.


2 ¿Por qué te gustaría cambiar?

¿Por qué te gustaría cambiar? Piensa en ello. ¿Por qué quieres ser más
como Jesús? ¿Por qué quieres controlar tu mal genio o dejar de
obsesionarte con el sexo y no vivir ya más en un mundo de fantasía? ¿Qué te
impulsa a superar la desánimo, a dejar a un lado la amargura y la
frustración? ¿Qué te motiva para ser mejor padre o marido o mujer o
empleado más responsable? Hay tres posibles razones que es posible que
sean también ciertas en tu caso.

1. Para demostrarle a Dios mi valía

Quizás quieras cambiar para influir en Dios y que te bendiga o incluso que
te salve.

Son muchos los que creen que las buenas personas van al cielo, y si uno
quiere ir también al cielo tendrá que portarse bien. Se puede pensar en el
cielo como un club privado en el que el portero solo deja entrar a los más
elegantes. Si vas con vaqueros y zapatillas deportivas, no te van a dejar
pasar. Así que hay que cambiar de aspecto para que te admitan.

También puede pensarse que, en el último momento, Dios, movido por la


gracia, acaba por admitir a todo el mundo. Pero, aun así, tal vez quieras
impresionar a Dios para que bendiga tu vida mientras llega ese momento.
‘Me he esforzado por vivir agradando a Dios’, me dijo en cierta ocasión una
mujer, ‘pero aun así no me ha concedido un marido’. Su intención había sido
presionar a Dios con su buen comportamiento y conseguir de esa forma su
deseo.

El instinto de justificarnos a nosotros mismos está profundamente


arraigado en el ser humano. Y tratamos con todas nuestras fuerzas de
compensar nuestras faltas. Dios ya ha hecho en Cristo todo lo necesario
movido por su amor y misericordia, y por pura gracia. Sin embargo, sucede
que la gracia divina es fácil de entender pero costosa de aceptar. Lo que la
hace difícil, no es su complejidad . El problema está en que actuamos como
condicionados para hacer que Dios esté predispuesto a nuestro favor. El
mérito ha de ser nuestro. Pero Dios no cesa de repetir: ‘Por amor a vosotros
entregué a mi Hijo. Él hizo todo cuanto era necesario para asegurar mi
bendición. Yo ya os amo tal como sois, y os acepto en la persona de mi Hijo’.
Dios no puede amarte más de lo que ya te ama, por mucho que hagas para
cambiar tu vida. Y Dios no va a amarte menos porque tu vida no discurra
como es debido. ‘Dios demuestra que nos ama incondicionalmente porque:
aun siendo pecadores, Cristo murió por nosotros’ (Romanos 5:6-9).

2. Para demostrarles a otros mi valía

Esta suele ser una de las razones más frecuentes para el cambio: quiero
impresionar a los demás. Puede ser para ganar la aprobación ajena o para
encajar en un contexto determinado. Y lo que no queremos en modo alguno
es que los demás averigüen cómo somos en realidad. Nos ponemos una
máscara para ocultarlo. Pero llevar continuamente esa máscara crea una
gran tensión: como si hubiera que estar siempre interpretando un papel.
Pero lo soportamos todo antes que quedarnos al descubierto.

Uno de los problemas de tratar de demostrar lo que valemos de cara a los


demás es que son precisamente otros los que marcan la norma. Norma que
tal vez no sea en modo alguno espiritual, pero que, aun así, nos
apresuramos a cumplir. O puede que sus normas sean buenas y que nos
rijamos por ellas, pero dejando a un lado la obediencia a Dios. Así, acabamos
viviendo para los demás y no en conformidad con Cristo. Y es posible que
incluso queramos compararnos con los demás para quedar nosotros por
encima.

Pero nada de todo eso va a dar resultado. Jesús es la norma a seguir y, si


somos completamente honestos, admitiremos que no damos en absoluto la
talla. Necesitamos por ello, y con urgencia, un Salvador.

3. Para demostrarme algo a mí mismo


Otra razón muy común para desear un cambio es poder encontrarnos a
gusto con nosotros mismos. Cuando no obramos bien, sentimos la
vergüenza del pecado y tratamos de solucionar el error por nuestros propios
medios. Así, afirmamos ‘yo solía ver porno’, cuando la realidad es que de
hecho se es ‘adicto al porno’. Nos gustaría poder decir ‘yo tenía un problema
de carácter’, en vez de admitir que ‘tengo un problema de carácter’. La
tendencia, cuando no obramos bien es disfrazarlo de ‘pecado antiguo’. Nos
resulta imposible sentirnos bien hasta no poner cierta distancia entre
nosotros y nuestro ‘pecado’. Nosotros mismos somos, por ello, las primeras
víctimas del pecado. Si peco, me he fallado a mí mismo. Y el sentimiento que
entonces nos embarga es de ofensa a la propia autoestima, no de ofensa a
Dios.

Justificados por la gracia

¿Qué puede tener de malo querer cambiar para demostrar nuestra valía a
Dios, a los hombres y a uno mismo? Para empezar, que no da resultado. Tal
vez consigamos engañar a los demás por un tiempo e incluso puede que nos
engañemos a nosotros mismos. Pero nunca cambiaremos lo suficiente para
impresionar a Dios. Y es así porque tratar de impresionar a Dios o a los
demás e incluso a nosotros mismos, hace que nosotros seamos el centro de
ese proyecto de cambio. El objetivo del cambio se reduce así a causar buena
impresión. Es un cambio para mi propia gloria. Y es lo que está en el fondo
de todo pecado. El pecado consiste en vivir siempre para propia gloria y no
para gloria de Dios. Pecar es vivir a nuestra manera, para provecho propio,
en vez de vivir en conformidad con Dios y sus caminos. En la práctica, suele
traducirse en rechazar a Dios como Señor, en desear ser señor uno mismo, y
conlleva, por tanto, un rechazo de Dios como Salvador, porque queremos
salvarnos por lo que hacemos. Los fariseos hacían buenas obras y se
arrepentían de las malas. Pero el evangelio del verdadero arrepentimiento
incluye arrepentirse incluso de las posibles obras buenas movidos por
razones no buenas. Necesitamos arrepentirnos de aspirar a salvarnos por
nuestros propios medios. El teólogo John Gerstner dice en ese sentido: ‘Lo
que verdaderamente nos aparta de Dios no es el pecado, sino las obras
buenas condenables’.4

En lo más profundo del ser humano, hay siempre una tendencia a querer
demostrar lo que valemos: a basar nuestra persona en lo que hacemos. Las
personas religiosas lo hacen constantemente. Y lo mismo ocurre con las que
no lo son, con una versión secular en función de sus logros. Así, me siento
bien porque tengo éxito en mi trabajo o porque visto bien o porque se me
da bien el sexo.

Como cristianos, cometemos el error de tratar de salvarnos a nosotros


mismos. Al final del Sermón del Monte, Jesús presenta una alternativa: dos
posibles caminos, dos fundamentos para la vida (Mateo 7:13-27). Podría
pensarse que se trata de escoger entre una vida buena y una mala. Pero si
leemos con mayor atención, no se trata ni mucho menos de eso. La opción
que Jesús rechaza es una vida buena con razones equivocadas. Rechaza la
‘justicia de los fariseos’ (5:20). Los fariseos estaban convencidos de que su
justicia era de cara a Dios, pero en realidad estaban preocupándose tan solo
de sí mismos (7:21-23) y ‘para ser vistos por los hombres’ o para manipular a
Dios (6:1-8). Su justicia no salía del corazón (5:21-48). La alternativa que
propone Jesús es la humildad y la pobreza de espíritu (5:3).

Otra posible forma de tratar de demostrar nuestra valía es ‘justificarnos’.


Queremos justificarnos a cualquier precio, dejar patente que somos dignos
de Dios y respetables a los ojos de los hombres. Pero la auténtica realidad es
que hemos sido justificados por tener fe en la obra de Cristo. Cuando sientas
la tentación de demostrar lo que vales, recuerda que en Dios estamos ya
reconciliados en Cristo. No hay nada que nosotros podamos hacer para ser
aún más aceptables a Cristo. No hay absolutamente ninguna razón para
preocuparse por impresionar a los demás. El ser humano ya ha sido
justificado y vindicado en Cristo. Y lo que ha de llevarnos a sentirnos bien no
es lo que nosotros mismos podamos hacer, sino lo que Cristo ha hecho a
favor nuestro. Nuestra identidad personal no depende de posibles cambios
que podamos hacer o experimentar. Somos, desde un principio, hijos del
Rey de los cielos.

‘A unos que confiaban en sí mismos como justos y menospreciaban a los


otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar:
uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo
mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros
hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno
dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano,
estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el
pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.

Os digo que este descendió a su casa justificado antes que el otro; porque
cualquiera que se enaltece será humillado; y el que se humilla será
enaltecido’.(Lucas 18:9-14)

El fariseo quería impresionar a Dios. Y por eso da una lista completa de sus
buenas obras. Pero Jesús hace notar ahí que no había hecho otra cosa que
enaltecerse a sí mismo, en su deseo de causar buena impresión en las
gentes. Por eso, ‘oró en pie’ (Mateo 6:5). Es de suponer que estaba muy
pagado de sí, lo que demuestra juzgándose mejor que el recaudador de
impuestos.

En el polo opuesto, el recaudador de impuestos no piensa de sí mismo


grandes cosas. De hecho, se mantiene a discreta distancia del resto y lo
único que hace es solicitar la misericordia divina. Pero Jesús nos informa que
el que se volvió a su casa ‘justificado’ fue el recaudador . El fariseo había
tratado de justificarse a sí mismo de forma equivocada y, por tanto, no fue
justificado. El recaudador confió exclusivamente en la misericordia de Dios y
fue justificado.

Recuerdo el caso de un hombre al que se le dio la noticia de que su hija


alcohólica iba a ser bautizada, quedándose entre sorprendido y airado. Él
siempre se había considerado a sí mismo suficientemente bueno de cara a
Dios. Pero la auténtica realidad es que su vida era caótica en más de un
aspecto. Aun así, se aferraba a la ilusión de creerse en paz con Dios
señalando para ello las faltas de los demás. Él tenía muy claro que podía
sentirse superior al resto. Y, de repente, ahí estaba su hija alcohólica siendo
admitida en el reino de los cielos. El que no fuera lo bastante buena para
ello no parecía importar. Su idea de la aceptación por parte de Dios
experimentó un vuelco total.

Ese es el auténtico problema de buscar el cambio para impresionar: Dios


entregó a su Hijo para que pudiéramos ser justificados. Jesús murió en la
cruz, separado de su Padre y soportando el peso de la ira divina para que
nosotros podamos ser aceptados por Dios. Cuando tratamos de demostrar
lo que valemos a través de nuestras buenas obras, estamos dando a
entender que la cruz no fue suficiente.

Imagina que una deuda enorme te ha dejado sumido en la más absoluta


pobreza. Hace entonces su aparición un familiar que paga todo cuanto
debes a tus acreedores. Pero si tú hubieras tratado de cancelar esa gran
deuda con un poco de calderilla, de nada habría servido.

No tenemos que hacer buenas obras para ser salvos; somos salvos para
poder hacer buenas obras. ‘Porque por gracia sois salvos por medio de la fe;
y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras... porque somos
hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios
preparó de antemano para que anduviésemos en ellas’ (Efesios 2:8-10).

Al no entender el orden debido en que se produce la salvación para


buenas obras, son muchos los creyentes que nunca disfrutan de la salvación.
Aunque, sin duda, es igualmente cierto que, por no entender bien el orden
sucesivo de salvación y buenas obras, muchos creyentes se quedan sin
disfrutar la realidad de la santificación.

No limpiarás de tu vida ningún pecado que no hayas reconocido


primeramente como ya perdonado en la cruz. Y eso es así porque la
santificación actúa en primer lugar sobre nuestra conducta, nuestras
actividades y nuestros proyectos. La santificación trae nuevos afectos,
nuevos deseos y nuevas motivaciones que desembocan en un nuevo
comportamiento. Si tú no ves tu pecado como completamente perdonado,
tus afectos y motivaciones serán erróneos. Tratarás de demostrar tu propia
capacidad. El enfoque estará en las consecuencias del pecado y no en
aborrecer el pecado en sí y buscar poner siempre por delante de todo a Dios
mismo.
Muchas personas cambian efectivamente de conducta, pero lo que les
motiva sigue siendo erróneo, por lo que su nueva forma de comportarse no
agrada a Dios más que su anterior conducta.

Muchas personas cambian efectivamente de conducta, pero lo que les


motiva sigue siendo erróneo, por lo que su nueva forma de comportarse no
agrada a Dios más que su anterior conducta. Consideremos a un alcohólico
que deja la bebida por miedo al estigma social o porque quiere salvar su
matrimonio o incluso porque no quiere terminar tirado en la cuneta. El que
haya dejado de beber es buena cosa, pero, para Dios, sigue obrando por
deseos egoístas que nada tienen que ver con Dios. O pensemos en un
creyente que asiste a las reuniones de oración para causar buena impresión
de cara a la galería, o para sentirse bien, o para que no se lo echen en cara
sus amigos cristianos. Su conducta ha experimentado un cambio grande,
pero su motivación y deseo siguen siendo los mismos. Imposible calificar esa
actitud de santa (aunque pudiera ser que orar conjuntamente con otros
cristianos contribuyera positivamente a cambiar sus afectos y motivaciones).
John Piper dice en ese sentido: ‘La conversión da lugar a nuevos deseos, no
tan solo a nuevas obligaciones; a nuevos gozos, no únicamente a nuevos
hechos; a nuevos tesoros, no exclusivamente a nuevas tareas’.5

Charles Spurgeon, gran predicador del siglo XIX, ilustra esta realidad muy
certeramente con la historia del humilde hortelano que le ofrece al rey un
simple manojo de zanahorias para demostrarle lo mucho que ama a su
soberano.6 El rey recompensa ese gesto con una buena parcela de terreno
para que pueda seguir siendo de bendición para el reino. Un cortesano que
presencia el hecho piensa para sí: ‘Una excelente parcela de terreno por un
puñado de zanahorias-¡Qué buen negocio!’. Así que, al día siguiente, ese
cortesano le regala al rey un magnífico caballo. El rey, lleno de sabiduría y
discerniendo la auténtica razón, le agradece tan espléndido presente con un
simple ‘muchas gracias’. Ante el evidente desconsuelo del cortesano, el rey
le explica: ‘El hortelano me dio las zanahorias a mí, pero tú te has dado a ti
mismo el caballo. No me lo regalaste por amor a mi persona, sino por amor
a ti mismo con la esperanza de la recompensa’. ¿Estás pensando en los
pobres o tan solo en ti mismo?, nos pregunta Spurgeon. ¿Estás vistiendo al
desnudo o buscas tu propia recompensa? La Biblia alude en varias ocasiones
a las recompensas, siendo siempre la auténtica recompensa Dios mismo.
Esto es, el gozo de conocer y poder agradar al Dios que amamos y en quien
nos deleitamos.

No tenemos que buscar el cambio para poder demostrarle algo a Dios.


Dios es el que nos acepta primeramente para que pueda operarse el cambio.
Dios nos da una nueva identidad, que es la razón y la base de nuestro
cambio.

Una nueva identidad

Se nos exhorta de múltiples maneras a ‘ser tal como somos’, lo cual no


tiene nada que ver con acciones que podamos realizar para impresionar a
los que nos rodean. Se trata y muy por el contrario, de vivir en la práctica
esa nueva identidad que Dios nos da en Jesús.

‘Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido
dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos
llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado
preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser
participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que
hay en el mundo a causa del deseo: vosotros también, poniendo todo
interés en eso mismo, añadid a vuestra fe, virtud; a la virtud, conocimiento;
al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la
paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor.
Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar
ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.
Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo
olvidado la purificación de sus antiguos pecados’. (2 Pedro 1:3-9)

No tenemos necesidad de nada nuevo para disfrutar de la santificación


porque, de hecho, ya disponemos de todo lo necesario. Las extraordinarias y
preciosas promesas que dan forma y fondo a esta nueva identidad nuestra
hacen posible que nos asemejemos a Dios. El crecer y madurar en
santificación comienza al depositar nosotros nuestra fe en esas promesas.
Pensemos, además, en el problema que se plantea cuando alguien no es ni
eficiente ni productivo. No cabe duda de que es por ‘haber olvidado que ya
ha sido limpio de sus pecados’. Se ha producido una lamentable pérdida de
vista de la nueva identidad.

Pensemos por un momento en tres formas en que la Biblia manifiesta esa


nueva identidad, examinando de qué manera nos proporciona grandes
motivos para el cambio.

1. Eres hijo del Padre

‘Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido
de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la
ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos,
Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo, el cual clama: ‘Abba,
Padre!. Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de
Dios por medio de Cristo... Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis
llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne,
sino servíos por amor los unos a los otros’. (Gálatas 4:4-7; 5:13-14; véase
también Romanos 6:15-23) Antes éramos esclavos del pecado, siendo
plenamente conscientes de ello si nos detenemos con toda honestidad a
pensarlo. Trata de recordar todas las ocasiones en las que te habías
propuesto cambiar, fracasando en el intento. Reflexiona acerca de todas las
veces en que no eres capaz de comportarte como crees que debieras. Piensa
en las muchas resoluciones de principio del año que no fueron más allá de la
primera semana de enero. La auténtica realidad es que somos incapaces de
ser las personas que quisiéramos, y menos aún personas semejantes a Jesús.

Antes éramos, asimismo, esclavos sometidos a la ley. El apóstol Pablo hace


referencia expresa a la ley de Moisés, pero lo que dice es igualmente
aplicable a todo genuino intento de cambio mediante un conjunto de
normas. La ley, lejos de liberarnos, nos aplasta. Su único mérito es hacernos
ver cuán lejos estamos de convertirnos en las personas que nos gustaría ser,
inculcándonos el temor a las consecuencias de la transgresión.
Pero Dios envió a su Hijo para que adquiriera por precio nuestra libertad.
Hemos dejado de ser esclavos sometidos a un amo. Ahora, y muy al
contrario, somos hijos de un Padre celestial. Ya no hay que preocuparse de
demostrar ante el mundo lo que valemos, porque Dios ha dicho: ‘Mis hijos
sois’. Por tanto, ya no tenemos espíritu de temor, sino el Espíritu que nos
lleva a exclamar: ‘Abba, Padre’. Ya no es necesario preocuparnos por el
futuro, porque Dios nos ha hecho herederos suyos, poniendo a disposición
nuestra todos los recursos. G. C. Berkouwer dice por ello: ‘Nuestra adopción
como hijos, ese es el verdadero, y único, fundamento de la santificación... En
la fe personal, todos poseemos aquello que verdaderamente se requiere
para dedicar de forma voluntaria y en amor la vida entera al servicio del
prójimo’.7

Primeramente, fuimos esclavos del pecado y ahora somos hijos de Dios.


Sería un despropósito absurdo seguir viviendo como esclavos y no como
hijos. La libertad no significa que tengamos permiso para pecar: eso sería
justamente lo contrario de la libertad y una vuelta a la esclavitud. Piensa en
una persona alcohólica cuya adición ha arruinado su vida. Alguien se
preocupa de llevarle a rehabilitación, saliendo recuperado unos meses
después. No sería lógico que dijera entonces, ‘Por fin soy libre, voy a
emborracharme para celebrarlo’. Eso no sería en absoluto libertad. Sería
volver a la antigua esclavitud.

Era el primer día de Sophie con sus padres adoptivos y no paraba de


moverse de un lado para otro, intranquila y temerosa de que fuera a recibir
una paliza si rompía algo, como había ocurrido en su vida anterior. Los
juguetes dispuestos en su habitación ni los había tocado; no se terminaba de
creer que fueran realmente suyos. A la hora de comer, se metió a
escondidas comida en un bolsillo: nunca se sabe cuándo va a ser posible
comer otra vez estando todo el día en la calle. Al llegar la noche, se sintió
muy sola en una habitación tan grande. De buena gana habría llorado, si no
fuera porque estaba acostumbrada a reprimir sus emociones.

Estas son las palabras de su nueva madre, transcurrido un año: ‘Asustada


por una pesadilla, vino a meterse en mi cama. Acurrucada junto a mí, me
puso una mano por encima del pecho, me dijo que me quería, sonrió y
volvió a quedarse dormida. Casi me pongo a llorar de alegría’.

Sophie tenía ahora una nueva identidad en su nueva familia. Antes había
vivido precariamente en la calle. Su actitud inicial había obedecido a sus
antiguas experiencias. Lo mismo ocurre cuando nos convertimos: tenemos
una nueva identidad.

Y lo que nos corresponde es vivir plenamente esa nueva forma de vida. No


tiene ningún sentido vivir como esclavos si somos hijos del Rey de los cielos.

2. Somos la esposa del Hijo

‘Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se


entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el
lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una
iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que
fuese santa y sin mancha’. (Efesios 5:25-27)

La iglesia es la esposa de Cristo. Él nos ha amado, limpiado y rescatado


para una nueva vida en su compañía. Nuestra relación con Cristo es de amor
y de plena comunión. Es una unión íntima de carácter único.

¿Por qué le preparo a mi mujer una taza de café por las mañanas? No,
desde luego, porque necesite hacerlo para que sea mi esposa. Ya es mi
esposa, al igual que Cristo es nuestro. No porque quiero hacer todo cuanto
esté en mi mano para que no me deje. Ella está unida a mí por el vínculo del
matrimonio, al igual que Cristo lo está en virtud de su promesa de fidelidad a
la iglesia. Ni tampoco lo hago para que se porte bien conmigo. Ella me trata
bien aun cuando no lo merezco, como Cristo hace conmigo aunque no sea
digno de ello. Yo intento tratar bien a mi esposa porque le amo, y porque
ella me ama a mí. Mi felicidad está en hacerla feliz. Lo mismo ocurre con
Cristo. Cristo nos ama, es nuestro compañero de por vida y por eso vamos a
vivir por él, deseando agradarle y haciendo aquello que solicite de nosotros.
Cuanto mayor es el amor que me demuestra mi esposa, más la amo. Cristo
nos ha amado con amor infinito, entregándose para nuestra salvación en la
cruz. Nos ha amado sin ser nosotros dignos de ello. Y si ahora podemos decir
que estamos limpios de toda mancha es porque él nos ha limpiado. Esa es la
razón de que le amemos y vivamos para él.

La Biblia califica en alguna ocasión el pecado como ‘adulterio’ (Jeremías


3:7-8; 5:7; Ezequiel 23:37; Mateo 12:39; Santiago 4:4; Apocalipsis 2:22). El
pecado es adulterio porque traiciona a nuestro verdadero y más sublime
amor. ¿Por qué se incurre en pecado de adulterio? El ‘amor’ de la persona
adúltera no es en absoluto amor verdadero. El pecado no genera amor. Muy
al contrario, nos utiliza, nos esclaviza, nos controla y, en último término, nos
destruye. El pecado toma de nosotros sin darnos nada a cambio. Puede que
al principio resulte atrayente, seduciéndonos con sus mentiras. Nos promete
poseer el mundo. Pero nada de eso es verdad. El pecado nunca proporciona
auténtica satisfacción. ¿Qué puede inducirnos a serle infiel al compañero
bondadoso, paciente, lleno de amor y fidelidad, que es Jesús, por una
alternativa indigna de tal nombre? El apóstol Pablo así se lo recuerda a los
creyentes de Corinto: ‘Os celo con celo de Dios; pues os he desposado con
un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo. Pero temo
que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, nuestros sentidos sean
de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo’ (2 Corintios
11:2-3). En cierta ocasión, una mujer compartió conmigo lo siguiente: ‘De
niña, soñaba con el día de mi boda, con avanzar por el pasillo con un
precioso vestido blanco. Y, desde luego, nada sucio o roto iba a estropearlo’.

Tenemos que vivir plenamente esa nueva identidad, ser en la práctica lo


que verdaderamente somos. Y eso significa ser puros, devotos y fieles
compañeros de Cristo.

3. Somos la morada del Espíritu Santo

‘Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está


fuera del cuerpo; más el que fornica, contra su propio cuerpo peca. ¿O
ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en
vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido
comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en
vuestro espíritu, los cuales son de Dios’. (1 Corintios 6:18-20)
En el Antiguo Testamento, el templo era un lugar santo. Nada impuro
podía entrar o permanecer en su interior. Nosotros somos ahora ese lugar
santo para Dios. Nuestra vida individual, y la compartida dentro de la
comunidad cristiana, es espacio sagrado consagrado a Dios.

Los cristianos aplicamos el término ‘santificación’ en referencia a un


proceso de por vida que va transformándonos a semejanza de Cristo. Pero
cuando en el Nuevo Testamento se hace mención de los creyentes como
‘santificados’, la referencia es a una acción de Dios en el pasado con carácter
definitivo.8 Hemos sido consagrados por Dios para poder servirle y para
renovación en el Espíritu Santo. Nuestro cometido es ahora esa nueva
identidad como ‘santos’ y ‘apartados’ para Dios. (‘Transformación’ sería,
quizás, un término más apropiado para el proceso de ‘santificación’, pero lo
cierto es que el uso tradicional ha hecho que persista el de ‘santificación’.)

Imagina que has hecho una buena limpieza a fondo porque vas a recibir
visitas. Has fregado bien los suelos, limpiado los cristales de las ventanas y
quitado el polvo a los muebles. Todo está reluciente. Sales, por último, a
comprar unas flores, aunque afuera llueve y las calles están embarradas.
¿Qué haces al volver a casa? ¿Ir por todas partes con los zapatos manchados
y dejar salpicaduras de agua al sacudir la gabardina? Por supuesto que no.
Te quitarías con cuidado los zapatos y la gabardina a la entrada, decidida
como estás procurando que todo esté limpio cuando lleguen las visitas. El
Espíritu Santo nos ha lavado y limpiado a nosotros. Nos ha dado, además,
una nueva vida y una nueva oportunidad. Quiere vivir con nosotros y
nuestro cuerpo es su templo. ¿Vas a echarlo a perder cayendo en antiguos
hábitos y en nuevo pecado? ¿Vas a permitir que tu invitado esté en un hogar
sucio?

Nos corresponde ahora vivir esa nueva identidad y ser la persona que
realmente somos. Esto es, ser morada del Espíritu de Dios.

El reto es dejar que esa nueva identidad nos defina al salir de nuevo al
mundo el lunes. Los domingos es fácil cantar del gozo de ser de Cristo. Lo
difícil es mantener esa identidad entre los compañeros cuando no nos
entienden e incluso se burlan de nosotros. La prueba va a consistir en ser
fieles a Cristo en el trabajo, donde las conversaciones no siempre son las
adecuadas y el ambiente es mundano. O sentir que la vida tiene un
verdadero propósito aun en medio de las tareas más rutinarias.

Libertad y amor

Si hacemos un resumen de las razones para un cambio, podríamos decir


que es para disfrutar de estar libres del pecado y gozarnos en una relación
con Jesús. En ese sentido, podemos resaltar cuatro puntos principales.

Primero, el crecer en santidad no tiene por qué ser una experiencia de


pesadas obligaciones. Es, muy al contrario, una experiencia gozosa. Es
descubrir una felicidad genuina —la alegría de conocer y servir
personalmente a Dios—. Desde luego que va a haber situaciones difíciles y
hasta dolorosas, en las que tengamos que renunciar a nosotros mismos.
Pero esa negación redunda en nueva vida (Marcos 8:34-37). Habrá
ocasiones en las que obremos movidos por una obligación. Pero lo haremos
convencidos al mismo tiempo de que cumplir con esa obligación produce
gozo y de que negarnos en ocasiones supone alcanzar una nueva dimensión
(Marcos 8:34-38).9 ¿Cuántas veces te ha pasado que, después de hacer a
regañadientes el esfuerzo de ir a la reunión de oración, has vuelto a casa
renovado y bendecido, y hasta con nuevas energías?

En segundo lugar, el cambio es para una nueva vida en libertad. No


estamos dispuestos a volver a las cadenas y la suciedad del pecado. Ahora
disfrutamos de la maravillosa libertad que tenemos en Dios. Ahora tenemos
libertad para ser las personas que deberíamos ser.

En tercer lugar, el cambio supone descubrir el gozo de conocer y servir a


Dios. Nuestra parte consiste en dejar de revolcarnos en la suciedad, para
concentrarnos en disfrutar de esa nueva vida. Renunciamos a lo que tan solo
es apariencia, para gozar de lo auténtico. Solemos pensar en la santidad
como desistir del placer del pecado, para vivir algo aburrido aunque bueno.
Pero la auténtica santidad es reconocer que los placeres del pecado son
ficticios y pasajeros. Dios nos invita a una vida de genuina realización,
disfrutando de algo que es para siempre.

En cuarto lugar, hacernos semejantes a Jesús es don gratuito de parte de


Dios. No es un logro nuestro que le ofrecemos. Se trata de disfrutar de la
nueva identidad en Cristo, que tuvo su comienzo con su obra a favor
nuestro, liberándonos del pecado y ofreciéndonos una nueva relación con
él.

Nuestra celebración es, por eso, doble: la amistad con Dios y la liberación
del pecado. Y todos por igual estamos invitados a disfrutar de esa fiesta.
Dios nos invita a disfrutar en su compañía. El problema es que el pecado
continúa atrayéndonos. Por eso, tenemos que elegir. Estas son las palabras
con las que Dios nos invita a estar con él:

‘A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid,
comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. ¿Por
qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no
sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma’.
(Isaías 55:1-2)

El pecado promete muchas cosas que nunca cumple. Y el precio a pagar es


terrible: vidas rotas, relaciones echadas a perder, esperanzas perdidas. La
paga del pecado acaba siempre en muerte. Pero la fiesta a la que Dios nos
invita es siempre ocasión de gozo. Lo que Dios ofrece deleita el alma. Y eso
es razón más que suficiente para el cambio y la santificación de vida. La
fiesta a la que Dios nos invita es incomparablemente mejor. Y ¡es gratuita!
Sin coste alguno. Es un espléndido y duradero regalo de parte de Dios. ¿A
qué fiesta quieres ir tú?

Para reflexionar

1. Lee atentamente los párrafos que siguen. Yo he tomado algunos


versículos de la Biblia y, a continuación, he hecho que parezcan lo opuesto a
lo que realmente dicen. Intenta tú hacer que expresen el mensaje original.
Puedes compararlos con Romanos 5:1-2 y Efesios 2:8-10.

Cuando nos demostramos a nosotros mismos lo que valemos viviendo a


nuestra manera, tenemos paz con Dios por lo que hacemos. Lo que hacemos
es lo que nos da acceso a la bendición de Dios y a tener buena reputación de
cara a los demás. Eso supone no tener que preocuparnos tanto porque todo
el mundo disfrute de la gloria divina.

Cambiando conseguiremos solucionar todos nuestros problemas,


trabajando duro para conseguirlo. Eso es lo que podemos hacer para Dios.
Nos salvamos por lo que hacemos, demostrando lo que valemos. Si hacemos
todas las buenas obras que Dios prepara para nosotros, podremos llegar a
ser su auténtica obra maestra, verdaderas personas nuevas en Jesucristo.

2. Piensa:

El pecado nos ofrece diversión, y es excitante. Pero la consecuencia


final es dolor y tragedia.
El pecado promete libertad, pero acaba haciéndonos adictos
esclavos.
El pecado promete vida y plenitud, pero el resultado es frustración
y muerte.
El pecado promete ganancia, pero al final todo acaba en pérdida.
El pecado nos hace creer que podemos hacer lo que queramos sin
pagar las consecuencias, pero eso nunca es así.10

Busca en tu propia experiencia situaciones en las que el pecado te hacía


promesas similares. ¿Cuál fue el resultado final?

Proyecto de cambio
2. ¿Por qué te gustaría cambiar?

¿ Realmente, quieres cambiar?

¿Te abruma la idea de ser verdaderamente semejante a Cristo?


¿Piensas que entonces tu vida sería aburrida y poco gratificante?
¿Te parece que renunciar al pecado va a ser algo aburrido pero
necesario para conseguir el favor de Dios?

¿Quieres cambiar por las razones equivocadas? ¿Piensas a veces que:

Dios no va a bendecirte hoy porque le has fallado?


Dios va a contestar hoy a tus oraciones porque te has portado
bien?
tienes que arreglar las cosas con Dios porque has pecado?
necesitas cambiar para que Dios te acepte en el día final?

Si tu respuesta es un ‘Sí’ a alguna de esas preguntas, tal vez estés


intentando impresionar a Dios.

¿Te ha ocurrido, alguna que otra vez, que:

tratas por todos los medios que los demás se enteren de las cosas
buenas que haces?
dices pequeñas mentiras para cubrir tus fallos?
crees que los demás van a quedar impresionados por lo espiritual
que eres?
piensas que te has fallado a ti mismo por haber pecado?

Si respondes con un ‘Sí’ a alguna de esas preguntas, puede que estés


tratando de cambiar para causar una buena impresión o para sentirte bien.

¿Qué crees que pasará si tienes éxito en tu proyecto de cambio? ¿Qué


supondrá:

el amor de Dios en tu vida?


la opinión que puedan tener los demás de ti?
esa nueva forma de verte?

¿Qué puedes hacer para reforzar tu deseo de cambiar? Si tienes la


sospecha de que, en realidad, no quieres cambiar, piensa qué podrías hacer
para mantenerte firme en tu propósito. Si consideras que en realidad
quieres cambiar por las razones equivocadas (para impresionar a Dios o a los
demás o para sentirte a gusto), reflexiona en qué podría ayudarte a
centrarte en tu nueva identidad en Cristo.

Aquí tienes algunas sugerencias:

Compara la esclavitud respecto al pecado con pasar a ser


verdadero hijo de Dios. Compara el adulterio del pecado con la gracia
de ser para Cristo. Compara lo sucio del pecado con la morada limpia
del Espíritu Santo.
Aprende de memoria Romanos 5:1-2, Efesios 2:8-10 o Tito 3:5-8.
Usa esos versículos para hablarle a tu corazón cuando te acudan a la
mente esas ideas.
En la cruz, Jesús clamó: ‘Consumado es’. Imagina que tú replicas:
‘No del todo. Yo tengo todavía algo que hacer. Sigo necesitando la
bendición de Dios’. Considera lo absurdo que sería pensar así.
Imagina dos viviendas, una junto a la otra. En la primera de ellas,
Dios está celebrando una fiesta. En la otra, el que hace fiesta es el
pecado. Compara ambos casos. ¿Qué clase de satisfacción se ofrece
en cada caso? ¿Es real y duradera esa satisfacción? ¿Cuál es el precio
a pagar?

Escribe un resumen con todo lo que te gustaría cambiar, resaltando lo que


más te importe. Piensa en qué podrías hacer para reforzar tu deseo de
cambio.

Notas
4 Citado por Tim Keller, Preaching to the Hearta, CDs audio, Ockenga
Institute, 2006

5 John Piper, Cuando no deseo a Dios, Portavoz, 2006.

6 Citado por Keller, `Preaching to the Hearta.

7 G. C. Berkouwer, Faith and Sanctification, Eerdmans, 1952, p. 33

8 David Peterson, Possessed by God: A New Testament Theology of


Sanctification and Holiness, Apollos, 1995.

9 En relación al deber y al gozo, véase John Piper, Cuando no deseo a Dios,


Portavoz, 2006.

10 Christopher J. H. Wright, Life Through God´s Word, Authentic, 2006, p.


60
3 ¿Cómo vas a cambiar?

‘Por favor, perdóname, y libérame.’ No sé cuántas veces he repetido esta


oración. Creo que serán cientos. ‘Padre, aquí estoy de nuevo, confesando el
mismo pecado.’ Tengo que esforzarme continuamente para poder
acordarme del carácter misericordioso de Dios y de sus promesas. Yo ya
estoy perdonado. Lo sé. Pero es que quiero, y necesito, cambiar.

¿Alguna vez te has desesperado pensando que nunca ibas a poder


cambiar? ¿Crees que eres un caso perdido? Es posible que pienses que tu
caso es diferente. Los demás podrán cambiar, pero los problemas y las
tentaciones que tú tienes son completamente distintos.

La buena noticia en Jesús es que tú y yo podemos cambiar.

Gran parte del problema está en que tratamos de cambiar de forma


equivocada.

Intentar cambiar por nuestros propios medios

Frustrado por mi obsesión con el sexo, puse por escrito una promesa.
Decía lo siguiente: “Nunca más”. Anoté la fecha y al cabo de unos meses me
vi comprobando con satisfacción que ese problema era ya cosa del pasado.
Pero no fue ni mucho menos así. Y no funcionó. Yo no funcionaba y era
porque no había leído con suficiente atención Colosenses 2:20-23:

‘Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo,
¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales
como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a
mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con
el uso? Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto
voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor
alguno contra los apetitos de la carne’.

Puede que pienses que hacer votos o alguna disciplina particular es algo
como muy espiritual. Así se creyó al menos durante algún tiempo. Pero el
apóstol Pablo nos advierte de que eso no es más que ‘apariencia de
sabiduría’. En realidad, carecen de verdadero valor a la hora de controlar los
deseos indulgentes. ¿No es en verdad así? Lamentablemente, yo tuve que
aprender esa lección de la forma más dura. El puritano John Favel escribió:
“Nos sería más fácil detener al sol en su curso, o hacer que los ríos discurran
hacia arriba, que tener el poder de gobernar nuestro corazón”.11

Es evidente que, cuando queremos cambiar, el instinto primario en


seguida nos lleva a hacer algo particular. Pensamos que esta o aquella
actividad nos cambiará. Nos atrae la idea de una lista con lo que se puede y
no se puede hacer. En tiempos de Jesús, las gentes creían que podían ser
limpiadas de sus faltas con el agua ceremonial. En la actualidad, se intenta a
base de disciplinas espirituales o de normas legales. Yo también lo he
intentado de esa manera. Hice incluso una lista con pequeños ‘rituales’ a
llevar a cabo cada mañana. La idea era regular mi conducta con listas
específicas. Lo cierto es que muchas de esas cosas son buenas en sí mismas
e incluso pueden ayudarnos a crecer espiritualmente, pero lo que nunca
podrán es hacernos cambiar.

‘Él [Jesús] les dijo: ¿También vosotros estáis así sin entendimiento? ¿No
entendéis que todo lo de fuera que entra en el hombre, no le puede
contaminar, porque no entra en su corazón, sino en el vientre, y sale en la
letrina? Esto decía, haciendo limpios todos los alimentos. Pero decía, que lo
que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del
corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las
fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el
engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez.
Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre’. (Marcos
7:18-23)

Las actividades externas nunca van a cambiarnos, afirma Jesús, por la


sencilla razón de que el pecado sale de nuestro interior, de nuestro propio
corazón.

Nuestros ‘rituales’ pueden modificar nuestra conducta durante un tiempo,


pero nunca cambiarán nuestro corazón. Y esa es la razón de que no puedan
obrar en nosotros una santificación de vida genuina y duradera. Lo que en
verdad se necesita es un cambio de corazón.12

Las actividades externas nunca van a cambiarnos, afirma Jesús, por la


sencilla razón que el pecado sale de nuestro interior, de nuestro propio
corazón. Nuestros ‘rituales’ pueden modificar nuestra conducta durante un
tiempo, pero nunca cambiarán nuestro corazón.

Lo que la ley puede y no puede hacer

En la iglesia primitiva, eran muchos los que abogaban por vivir conforme a
la ley de Moisés. Nos hacemos cristianos por fe, decían, pero seguimos
adelante por cumplir la ley. A primera vista, parece una buena opción.
Después de todo, cabe decir que la ley es una lista de normas confeccionada
por Dios, y ayuda a dar la impresión de estarse tomando la fe muy en serio.
Pero el apóstol Pablo no lo admitía así. Para seguir adelante, hay que
continuar tal como se empezó, creyendo y aceptando por fe lo que Jesús
hizo a favor nuestro.

‘Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en


él; arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe, así como
habéis sido enseñados, abundando en acciones de gracias’ . (Colosenses 2:6-
7)

‘¡Oh gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a


vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre
vosotros como crucificado? Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis
el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?
¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a
acabar por la carne?›. (Gálatas 3:1-3)

Nuestra vida cristiana comienza cuando recibimos el Espíritu por creer en


Cristo crucificado, no por cumplir con todas las disposiciones de la ley.

Es absurdo pensar que eso sea algo que podamos conseguir con nuestro
propio esfuerzo. Imagina que un funámbulo te ayuda a cruzar por cable las
cataratas del Niágara. A mitad de la travesía, se te plantea una disyuntiva.
Puedes dejar que él te siga llevando el resto del camino o puedes decirle que
piensas que va a ser mejor seguir por tu cuenta. Nos hacemos cristianos por
tener fe en Jesús, seguimos siendo cristianos por tener fe en Jesús y crecemos
como cristianos por tener fe en Jesús. J. C. Ryle escribió en ese sentido: ‘Si
somos santificados, el camino a seguir es sencillo y claro —hay que empezar
en Cristo—. Tenemos que presentarnos ante él como pecadores, aduciendo
únicamente nuestra absoluta y gran necesidad, poniendo nuestra alma en
sus manos por fe... Para poder crecer en santificación de vida, tenemos
necesariamente que continuar avanzando por donde empezamos y no dejar
de aplicar con nuevas maneras y contextos la verdad de Cristo’.13 No es
simplemente que tratar de vivir en base a normas y disciplinas sea algo
inútil: es un retroceso importante. Toda una vuelta a la esclavitud,
socavándose con ello el efecto de la gracia y la nueva esperanza (Gálatas
4:8-11; 5:1-5).

Lo único que la ley hace es mostrarnos que no podemos cambiar por


nuestro propio esfuerzo, ni conseguir ser lo suficientemente buenos como
para ser dignos de Dios. El verdadero propósito de la ley es apuntar a la total
justificación que Cristo nos ofrece en virtud de su obra (Romanos 3:21-22).
La ley no está pensada como inicio del cambio. Su función es hacer que nos
demos cuenta de nuestras limitaciones y nos volvamos por ello a Jesús.

Desistir de nuestra propia justicia

Todos tenemos una fuerte tendencia a querer vivir según determinadas


normas —es lo que se considera ‘legalismo’ — . En una charla a estudiantes
sobre distintas formas de vivir, las preguntas que me hacían eran todas muy
concretas y específicas: ‘¿Qué coche debe comprarse? ¿Cómo debería
emplear mis ahorros? ¿Cuánto ha de gastarse en ropa? Estaba claro que
querían toda una lista de normas claras de conducta. Pero aun pudiendo
confeccionarse una lista ideal con especificaciones para cada caso particular,
seguro que en la práctica no funcionaría.

El legalismo nos atrae por dos razones. La primera, es que hace de la


santificación algo manejable. Un corazón devoto por completo a Dios es algo
difícil de conseguir, pero con una lista de diez reglas concretas nos
atrevemos sin grandes problemas. Ese pensamiento es el que motivó al
experto en la ley a preguntarle muy directamente a Jesús: ‘¿Quién es mi
prójimo?’. Lo que él quería era poder justificarse a sí mismo: poner la marca
de ‘cumplido’ en la casilla correspondiente a ‘amar al vecino’. Pero la
parábola del buen samaritano hacía saltar por los aires todo el tinglado. En
segundo lugar, el legalismo convierte la santificación en un logro personal.
‘Sí, soy salvo por gracia’, dice el legalista, ‘pero soy persona piadosa y justa
porque siempre he obrado con rectitud y observando todas las disciplinas
espirituales’. Una de las consecuencias inmediatas es el compararse con los
demás. Nos preocupamos por ver si somos más santos que otras personas y
miramos por encima del hombro a los que no parecen ser tan buenos como
nosotros.

Nadie se ve como legalista, sino como alguien que se toma muy en serio la
santidad. Entre otras cosas, porque ese comportamiento tiene reputación de
sabiduría’ (Colosenses 2:20-23). Pero si quieres ver a un legalista, no vayas
muy lejos: ¡mírate en un espejo! En el fondo de nuestro corazón está el
deseo orgulloso de demostrar lo que valemos. La raíz del pecado consiste en
vivir a nuestra manera sin pensar en Dios. Lo irónico del caso es que incluso
queremos superar nuestro pecado sin la ayuda de Dios. La lucha contra el
legalismo no tuvo su fin hace 2000 años en Palestina, ni siquiera 500 años
atrás con la Reforma. Esa lucha sigue viva y activa día a día en nuestros
corazones.

Eso significa que tenemos que arrepentimos no solo de nuestros pecados,


sino asimismo de nuestra propia ‘justicia’, de lo que hacemos para
demostrar nuestra valía y de lo que creemos que nos hace mejores que los
demás.

‘Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que


tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del
linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la
ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia
que es en la ley, irreprensible. Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las
he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo
todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo
Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura,
para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es
por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la
fe’. (Filipenses 3:4-9)

Las cualificaciones del apóstol Pablo para proclamarse justo eran


impresionantes. Y tenía más razones que la mayoría para confiar en sus
logros. Si se trata de cumplir listas, la del apóstol no tenía ningún fallo. Pero,
al conocer a Cristo, se dio cuenta de que todas sus cualificaciones no servían
de nada. Todo lo que había considerado hasta entonces como ganancia se
revelaba como pérdida total. La justicia alcanzada por méritos propios no es
verdadera justicia. Es necesario arrepentirse y renunciar a creerse uno
mismo justo por cumplir la ley; la única justificación válida es la que procede
de Dios y es por la fe.

El compositor Bob Kauflin cuenta acerca de un periodo de tres años


marcado por la falta de esperanza, la desánimo, ataques de pánico y un
constante desasosiego. Confiando su situación a un pastor, este le dijo, para
gran sorpresa suya: ‘Creo que todavía no estás lo suficientemente
desesperanzado’. Kauflin pensó que se lo decía de broma, pero la aclaración
fue inmediata: ‘Si estuvieras absolutamente sin esperanza, dejarías de
confiar en lo que crees que puedes hacer para cambiar la situación y
empezarías a confiar en lo que Jesucristo ya ha hecho por ti en la cruz’. ‘Una
luz se encendió’, dice Kauflin. A partir de esa conversación, cada vez que se
sentía ansioso o desesperanzado, se decía a sí mismo: ‘Soy una persona sin
esperanza, pero Jesús murió para salvar a los que no pueden salvarse a sí
mismos’.14

El cambio es obra de Dios

Dios es el que nos santifica (1 Tesalonicenses 5:23). Las terapias al uso


pueden modificar conductas. Las drogas pueden suprimir los síntomas más
extremos de algunos problemas. Pero únicamente Dios puede obrar un
cambio auténtico y duradero. Y es porque solamente Dios puede cambiar
nuestros corazones.

Juan el Bautista dijo, refiriéndose a Jesús: ‘Yo a la verdad os he bautizado


con agua; pero él os bautizará con Espíritu Santo’ (Marcos 1:8). Juan sabía
bien que él tan solo podía limpiar lo exterior. Pero Jesús cambia nuestro
interior a través del Espíritu Santo, transformando, limpiando, cambiando.
Juan estaba proclamando ahí el cumplimiento de una promesa del Antiguo
Testamento:

‘Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas


vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré
corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré
de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y
pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis
estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra’. (Ezequiel
36:25-27).

Jesús hace lo que el legalismo nunca conseguirá hacer: darnos un nuevo


corazón y un espíritu nuevo. Sin esa transformación interior, nunca
podremos agradar a Dios. Las personas no cambian por una terapia, ni por
un análisis de su persona —ni siquiera el que puede hacerse desde una
perspectiva bíblica—. Las personas cambiamos por la acción y obra de Dios.
Dios es el impulsor y realizador del cambio.
1. La obra liberadora del Padre

‘Nuestros padres ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a


ellos les parecía, pero Dios nos disciplina para lo que nos es provechoso,
para que participemos de su santidad. Es verdad que ninguna disciplina al
presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto
apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados’. (Hebreos 12:10-
11)

Dios Padre está personalmente interesado en nuestras vidas, siendo su


propósito que podamos ‘participar de su santidad’. Los padres en la carne
hacen cuanto pueden para inculcar a sus hijos valores y conductas
apropiadas. El Padre celestial atiende a ese proceso y su disciplina es
perfecta por cuanto es siempre ‘para bien nuestro’. El Padre aprovecha toda
posible circunstancia en nuestra vida para santificarnos, siendo el resultado
final una ‘cosecha de rectitud y paz’.

Eso no significa que las cosas malas que nos suceden sean una retribución
directa por habernos portado mal. Dios nunca recurre al castigo.

Cristo ya ha pagado el precio necesario para redimir nuestro pecado. Dios


aplica únicamente disciplina y tan solo para fortalecer nuestra relación con
él. Es siempre un acto de puro amor. Es señal de que en verdad somos hijos
suyos (Hebreos 12:8). Dios se sirve de las dificultades (12:79 para debilitar
nuestra dependencia del mundo y poner la confianza en el mundo que ha de
venir; reducir nuestra dependencia de las cosas de este mundo, y fortalecer
la fe en su persona (Romanos 5:1-5; Santiago 1:2-4 y 1 Pedro 1:6-9). Incluso
el Hijo de Dios sin pecado fue hecho perfecto por Dios a través del
sufrimiento (Hebreos 2:10).

No hace mucho, estaba yo en mi jardín podando mi manzano. Las ramas


habían retoñado por todas partes sin orden ni concierto. Eso significaba que
se estorbaban mutuamente y que el fruto sería inferior en tamaño y calidad.
Por espacio de dos horas, trepé de una rama a otra serrando aquí y allá. La
pila de ramas en el suelo estaba ya lista para una buena fogata. Mientras
estaba trabajando, acudieron a mi mente unas palabras de Jesús: ‘Yo soy la
vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva
fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más
fruto’ (Juan 15:1-2). Así como yo cortaba las ramas inútiles, Dios corta de
raíz todo deseo que nos aparta de él. Yo tengo la esperanza de que mi poda
sirva para que mi manzano prospere y dé buenos frutos. La poda que Dios
hace en nosotros nos permite que demos más frutos.

A los empleados que empiezan en una nueva empresa, se les suele asignar
una serie de tareas para que adquieran la experiencia necesaria. Así,
aprenden tanto por enseñanza explícita como por experiencia de primera
mano en su puesto. Tener que superar problemas y dificultades les ayuda a
ganar confianza en sí mismos. Dios Padre tiene un plan completo de
experiencias para que podamos aprender y madurar. Cada circunstancia de
nuestra vida forma parte de ese programa de desarrollo y formación. Dios
usa ‘todas las cosas’ para nuestro bien, y ese bien es que lleguemos a ser
semejantes a su Hijo en todos los apartados de nuestra vida (Romanos 8:28-
29). El desarrollo de ese plan tiene lugar de forma constante hasta que
‘participemos plenamente de su santidad’.

2. La obra liberadora del Hijo

‘¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia


abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado,
¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido
bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque
somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de
que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también
nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente
con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su
resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado
juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que
no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, ha sido justificado del
pecado’. (Romanos 6:1-7)
Nosotros también hemos experimentado muerte y resurrección. Mi
antiguo yo, el tendente al pecado, ya ha muerto. Se me ha dado una vida
nueva, con nuevos deseos e intereses. El ‘antiguo yo’ es la persona que solía
ser, la persona en Adán (Romanos 5:12-21). El antiguo yo estaba bajo el
dominio del pecado, pero ahora estamos unidos a Cristo, realidad
simbolizada en el bautismo; unidos en su muerte, que supone la muerte de
nuestro antiguo yo. Y también estamos unidos a Cristo en su resurrección:
con un nuevo yo para nueva vida. Jesús nos libera del castigo del pecado,
que es la muerte. Y también nos libra del poder presente del pecado, que es
la esclavitud. Ahora somos libres para vivir para Dios. Decirle a un esclavo sin
libertad que sea libre es un despropósito. Pero el decirle a un esclavo
liberado que sea libre es una invitación a disfrutar de su nueva libertad y de
sus privilegios.

El pecado sigue siendo una lucha. Somos esclavos liberados que todavía se
sobresaltan al oír la voz de su antiguo amo, o como la persona que todavía
anda insegura tras recuperarse de un grave accidente. O como el
expresidiario que sigue observando el horario de la cárcel. Por eso, el
apóstol Pablo nos recuerda con apremio: ‘No reine, pues, el pecado en
vuestro cuerpo, de modo que sigáis sus deseos’ (6:12). Pero lo cierto es que
nada de eso tiene ya razón de ser. Algo extraordinario ha sucedido. Ya no es
inevitable ceder ante la tentación del pecado. Disponemos del poder
necesario para decir ‘no’ ante la tentación.

Tenemos, además, una nueva motivación para luchar contra el pecado: ya


no estamos sujetos a la ley, sino a la gracia. Eso puede parecer
incomprensible, porque la ley, con su legalismo, suele ser lo que nos mueve
a obrar con rectitud. Pero la gracia es la que nos permite vivir para Dios.
‘Porque el pecado ya no os dominará; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la
gracia’ (6:14). La gracia reina en nuestros corazones. Sinclair Ferguson lo
dice así: ‘No empezaremos a arrepentimos mientras no dejemos de mirar
obsesionados el pecado, para pasar entonces a contemplar el rostro de Dios,
haciéndose entonces presente el perdón de la gracia. Al ver que realmente
hay perdón y gracia, encontramos fuerzas para apartarnos del pecado,
retomando la comunión con el Padre... Únicamente cuando la gracia se
perfila nítidamente en nuestro horizonte anunciando perdón, comienza
verdaderamente a brillar el sol del amor de Dios, derritiendo el hielo de
nuestro corazón de pecado para poder acercarnos confiados a él.’ 15 William
Romaine, uno de los líderes del Gran Avivamiento, dijo así:

No hay pecado que pueda ser crucificado, ni en la vida ni en el corazón,


hasta no ser primeramente perdonado en la conciencia, porque habrá
ausencia de fe para poder recibir la fuerza de Jesús, que es el único lugar
donde puede ser crucificado. Si no se produce primero una mortificación de
la culpa, no va a poder someterse a ese poder supremo.16

El cambio se produce cuando nos volvemos a Jesús, tenemos comunión


con él, y nos deleitamos en su compañía. Pero eso no va a suceder mientras
seamos reos de pecado. No es posible aceptar a Jesús arrastrando el peso de
la culpa. El cambio tan solo tiene lugar cuando ‘nos acogemos a la gracia’,
con su mensaje de perdón y aceptación. Únicamente entonces ‘nos
acercaremos confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia
y hallar gracia para el oportuno socorro’ (Hebreos 4:16).

Mi amigo Matt describe en los siguientes términos su experiencia como


alumno en una escuela cristiana:

No hay adolescente que no odie las normas, pero esta escuela en


particular superaba a cualquier otra en lo absurdo de sus reglas. Los chicos
tenían que peinarse con la raya de derecha a izquierda, porque hacerlo de
izquierda a derecha era signo de rebeldía. Norma que quedaba ilustrada en
el manual de conducta de la escuela con respectivos dibujos de chico
‘cristiano’ o chico ‘rebelde’ según la dirección del pelo. Si te atrevías a
peinarte contraviniendo la norma, el castigo era inevitable. Castigo que
consistía en copiar a mano capítulos de la Biblia. Los pantalones no podían
tener costuras de pespunte externo ni bolsillos pegados. Si te atrevías a
hacerlo, el Salmo 119 con buena caligrafía era el castigo habitual. Y aún
había más. En clase, no se permitía el contacto visual con los compañeros,
que era una forma de comunicación, algo totalmente prohibido, claro,
siendo de nuevo copiar el Salmo 119 con buena caligrafía la tarea de castigo.
No estaba permitido mascar chicle, comer caramelos ni sentarse con las
chicas. De hecho, había pasillos y escaleras de uso obligado para cada sexo
por separado. Si se quebrantaba alguna de esas normas, el Salmista era cita
obligada. Esas normas hacían que me hirviera la sangre. Personalmente, me
esforcé por contravenir el mayor número de ellas. En los ocho meses que
pasé allí, fui castigado en 32 ocasiones. La idea era que los castigos moldean
el carácter. Y eso fue lo que pasó: ¡me convertí en el chico más rebelde que
uno pueda imaginar! Sin duda, habían conseguido hacer de mí un ser
furioso, amargado, rebelde y maleducado —aunque asimismo es cierto que
acabé conociendo bien los Salmos—.

El aspecto externo de Matt te avisa de cómo es su carácter: grande,


corpulento, con la cabeza rapada y sin cuello diferenciado. Las normas no
pudieron con él. De hecho, lo único que consiguieron fue hacerle perder pie.
Pero eso es historia pasada. Y nadie lo diría viéndole ahora jugar con los
niños en la iglesia, dispuesto a contarle a todo el que quiera escucharle
acerca de Jesús. La gracia de Cristo ha cambiado su vida por completo. Lo
que las normas no lograron, lo ha hecho posible la gracia de Dios.

Cuando Jesús habla del Padre como aquel que se ocupa de cuidar su
huerto, la imagen que propone de sí mismo es la de una vid. Lo que da vida
a los pámpanos es su unión con la planta principal, que es lo que, además, le
permite dar fruto. En nuestra vida, lo que nos hace dar fruto es nuestra
conexión a Jesús. ‘Permaneced en mí’, dice Jesús, ‘y yo permaneceré en
vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no
permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí’ (Juan
15:4). Si vemos una vid sin uvas en tiempo de vendimia, pensaremos que la
planta está muerta. Y si vemos a alguien que no evidencia en su vida el fruto
de la santificación, cabe suponer que su vida como creyente está muerta.
Pero, aun así, el dar fruto no es lo que nos hace cristianos y tampoco son las
uvas lo que da vida a la vid. Es justamente todo lo contrario. La vid da vida a
la rama y las uvas son indicativas de esa vida. De igual manera, Cristo
produce buenas obras en nosotros, siendo esas obras señal y confirmación
de la vida que tenemos en él.

3. La obra liberadora del Espíritu Santo


La transformación es obra especial del Espíritu Santo. Dios nos escogió
‘para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad’
(2 Tesalonicenses 2:13). De hecho, hemos sido ‘elegidos según la presciencia
de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con
la sangre de Jesucristo’ (1 Pedro 1:2). Hace años, en el embalaje de los
juguetes electrónicos aparecía la advertencia ‘Baterías no incluidas’. Cuando
abrías el regalo de Navidad, que llevabas meses esperando con ilusión,
descubrías que, de momento, no iba a funcionar. El evangelio es un regalo
que sí viene ‘con pilas incluidas’. Dios nos da poder y energía a través del
Espíritu Santo para hacer que nuestra nueva vida realmente funcione. John
Berridge lo resume en imágenes:

Corre, John, y trabaja, que así lo dicta la ley,


pero no me da para ello pies y manos;
más dulces nuevas el evangelio trae,
me invita a volar, y me brinda las alas.17

Nuestra santificación comienza con la obra de regeneración del Espíritu


Santo en un nuevo nacimiento (Juan 3:3-8). El Espíritu nos da nueva vida. Y
esa vida en el Espíritu es la que nos hace confiar en Jesús como nuestro
Salvador (por fe) y someternos a él como Señor nuestro (en
arrepentimiento). Vida en el Espíritu que nos capacita para crecer en la fe y
en la obediencia. El insigne puritano John Owen lo explica de la siguiente
forma:

‘La regeneración consiste en dotar al alma de una nueva y muy real


norma de vida, en luz, en santidad, en justicia, haciendo que
desaparezca de nuestra vida todo aquello que a Dios le es odioso... La
regeneración conlleva un milagroso cambio interior que tiene lugar en
el corazón... Nuestro entendimiento se ve así iluminado con una luz
sobrenatural que nos lleva a pensar y a obrar de forma
verdaderamente espiritual’.18

‘Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne.


Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la
carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisierais’.
(Gálatas 5:16-17; véase 5:13-25 y Romanos 8:1-17)

El Espíritu pone en nosotros el deseo de hacer lo que es recto, rechazando


además todo deseo anterior pecaminoso de hacer lo indebido. Nuestra
tarea consiste en seguir al Espíritu. Piensa en un niño al que su padre está
enseñando a pintar.19 Ese padre toma la mano de su hijo y la guía con la suya
para que el pincel haga el trazo adecuado. El Espíritu es la mano de Dios que
nos guía a nosotros en esta vida. Cada vez que nos sentimos inclinados a
obrar mal o a reaccionar indebidamente, el Espíritu se opone con todas sus
fuerzas. Tenemos pues, que dejarnos guiar por el Espíritu, aunque nuestra
antigua naturaleza en el pecado se oponga a que sea así. Y cuando nuestra
intención es hacer algo bueno, se confirma de modo maravilloso el trabajo
en acción del Espíritu. Si notas que hay conflicto en determinados puntos de
tu vida, dirígete sin dudarlo al Espíritu. Camina a su lado. Y déjate llevar por
los deseos que pone en tu corazón.

La vida del creyente es tan sencilla como todo eso. Con frecuencia, me
pongo nervioso al tratar de hacer ver esa maravillosa realidad a creyentes
recién convertidos. Nunca creo haberlo hecho del todo bien. Me gustaría
darles recomendaciones muy concretas e incluso rodearles con un muro
protector. Pero eso sería caer en un legalismo que no tiene razón de ser. Y
justamente por eso el apóstol Pablo nos recuerda que ‘si sois guiados por el
Espíritu, no estáis bajo la ley’ (Gálatas 5:18). Algunas cuestiones relacionadas
con la ética son complicadas, pero en la mayoría de los casos es fácil saber
qué es lo que está bien (‘el amor, el gozo, la paciencia, la amabilidad, la
bondad, la fidelidad, la gentileza y el control de los impulsos’) (19-23) y qué
es lo que está mal (‘la inmoralidad sexual, la impureza’ y demás). En el amor
se resume todo (14). La vida cristiana no es tan complicada y difícil como a
veces la hacemos nosotros. Dos son los mandamientos que realmente
importan: amar a Dios y amar a los demás (Marcos 12:28-31, Romanos 13:8-
10). Todo lo demás consiste sencillamente en ir dando forma a lo que ese
amor conlleva en la práctica. El Espíritu nos impulsa a amar y opone
resistencia a todo deseo egoísta.

La ley estaba pensada para estar inscrita en los corazones (Deuteronomio


6:6). Pero, en la práctica, el pecado es lo que se apodera de nuestro corazón
(Jeremías 17:1). Por eso Dios prometió inscribir su ley en nuestros corazones
por medio del Espíritu (Jeremías 31:31-34; Romanos 7:6). El Espíritu es
nuestra ‘norma’. Somos como la novia que prepara una comida maravillosa,
pero no porque esté obligada a hacerlo, sino por amor a su esposo.20 El
Espíritu es el que pone en nosotros ese nuevo deseo de amor a Cristo como
nuestro esposo, y ello por ser nosotros su esposa como iglesia, y el que nos
guía además hacia lo que le agrada a Dios a través de la palabra. ‘Porque
Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena
voluntad’ (Filipenses 2:13).

El Padre está íntimamente comprometido en nuestras vidas para


que las circunstancias obren en nosotros piedad.
El Hijo nos ha liberado tanto de la paga como del poder del pecado
para que ahora podamos vivir bajo el reinado de la gracia.
El Espíritu nos da una nueva actitud hacia el pecado y poder para el
cambio.

Las fuerzas combinadas de la Trinidad están operando en nuestras vidas


para liberarnos para santificación.

El cambio se opera en nuestro ADN

‘Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la


simiente de Dios permanece en él, y no puede pecar, porque es nacido de
Dios’ (1 Juan 3:9). De entrada, es un versículo que puede hacernos dudar de
que seamos realmente cristianos. ‘El que es nacido de Dios no persiste en el
pecado’, afirma Juan (6-10). Pero yo continúo pecando (nos recuerda el
mismo Juan en 1:8).

¿Quiere decir eso que no he nacido de nuevo? Ahora bien, si leemos más
atentamente el pasaje, vemos que ofrece una esperanza muy grande. De
hecho, Juan lo ha escrito para darnos total confianza (5:13).
Sin duda, es muy cierto que pecamos y que trasgredimos la ley, pero Jesús
vino al mundo para borrar nuestro pecado (4-5). Y es igualmente cierto que
el que peca se sitúa junto al diablo. Pero, una vez más, hay que recordar que
Jesús vino para destruir la obra del diablo (7-8). Sin Jesús, nos sería
totalmente imposible librarnos de las garras del pecado. Él dio inicio a un
proceso que llegará a su fin cuando seamos de nuevo semejantes a Dios:
‘Somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero
sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le
veremos tal como él es’. (2) Ese proceso aún no está completo, y por eso
todavía podemos incurrir en pecado. Pero ya no somos sus esclavos. El
cambio es posible.

Juan dice incluso que ¡nuestra santificación forma parte de nuestro ADN!
‘Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque es nacido
de Dios’ (9), nos informa Juan, en el apartado de lo negativo, pero con su
correspondiente contrapartida positiva: ‘Amados, amémonos unos a otros;
porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce
a Dios’ (4:7). El amor está inscrito en nuestro ADN.

Según van pasando los años, me voy pareciendo más a mi padre. No es


que yo haga un esfuerzo particular por ser como él. Es algo inscrito en mis
genes. Igual ocurre con nuestro Padre celestial. En tiempos de Juan, no se
conocía el ADN, por eso utiliza el término ‘simiente’. La idea sigue siendo la
misma. Al nacer, recibimos una naturaleza con una tendencia innata al
pecado. Cuando nacemos de Dios, recibimos una nueva naturaleza con una
tendencia innata hacia la santificación.

Yo no puedo hacer nada para parecerme a mi padre. Podría intentar no


parecerme a él. Me dejaría el pelo largo y me lo teñiría de verde. Lo mismo
ocurre con la santificación. Sucede que en muchas ocasiones, me descubro a
mí mismo esforzándome por parecerme a mi Padre celestial. Pero el
resultado se parece a lo que ocurriría si me tiñese el pelo de verde. La
consecuencia final es muy distinta a lo que se esperaba, y es un poco
penosa. Pero la posibilidad de un cambio está inscrita en mi ADN. Juan nos
confirma el éxito final del proceso de cambio: seremos como nuestro Padre
celestial cuando estemos ante su presencia (2). Lo que significa que no solo
es posible: ¡es completamente inevitable!

Al principio, yo pensaba en el proceso de santificación como una piedra de


gran tamaño que tenía que empujar montaña arriba hasta llegar a la
cumbre. Un trabajo duro y muy lento. Un fallo momentáneo y la piedra
rueda hacia abajo. Pero, en realidad, pasa justamente lo contrario. Es como
una piedra que rueda colina abajo. Es algo que no puede evitarse, porque es
una acción impulsada por Dios y siempre va a tener éxito. Lo triste es que,
en muchas ocasiones yo intento empujarla hacia arriba. Y es como si en
realidad dijera: ‘No me cambies todavía —disfruto cometiendo esta o
aquella transgresión—’.

Santificados por fe

Hay quien sostiene que la conversión es totalmente obra de Dios, pero que
la santificación es una colaboración entre nosotros y él. Ninguna de ambas
conclusiones es cierta. La conversión es por completo obra de Dios, pero
nosotros tenemos la responsabilidad de responder en fe y arrepentimiento.
De hecho, la fe y el arrepentimiento son un don de Dios para beneficio
nuestro. Dios abre los ojos cerrados; Dios concede el arrepentimiento
(Marcos 8:1830; 2 Corintios 4:4-6; 2 Timoteo 2:25). Esa es la razón de que mi
conversión sea una acción completamente gratuita procedente de Dios.
Ahora bien, por iniciativa divina y con la ayuda de Dios, nosotros tenemos
parte activa. Y lo mismo ocurre con la santificación. En principio, es por
entero obra de Dios. Pero nosotros no somos meros sujetos pasivos.
Nuestra parte es responder con fe y con arrepentimiento. Pero incluso eso
es obra de Dios operando en nosotros, por lo que es obra de Dios de
principio a fin, participando nosotros activamente en virtud de nuestra fe y
de nuestro arrepentimiento por la gracia de Dios. Nos esforzamos al
máximo, pero, aun así, tenemos que decir, junto con el apóstol Pablo: ‘Por la
gracia de Dios soy lo que soy’ (1 Corintios 15:10). ‘Ocupaos en vuestra
salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce
así el querer como el hacer, por su buena voluntad’ (Filipenses 2:12-13).
Las diferencias entre justificación (estar reconciliados con Dios) y
santificación (hacernos semejantes a Dios) son importantes. Al convertirme,
la justicia de Cristo me es adjudicada como propia (Romanos 4:4-8). Mi
unión a Cristo hace que su vindicación sea mi justificación (Romanos 4:25).
Eso es lo que posibilita una confiada espera ante lo que me habrá de ocurrir
el día del juicio final (Romanos 5:1-2, 9-10). Dios me considera persona
reconciliada con él por la obra llevada a cabo por Cristo fuera de mi persona
y sin ningún cambio por mi parte. La santificación opera en mi interior, para
un cambio total. La justificación es un cambio de posición ante los ojos de
Dios; la santificación es un cambio de corazón y de carácter. 21

Pero no debemos separar la justificación de la santificación. Están, de


hecho, tan íntimamente relacionadas que la santificación prosigue de forma
automática a la justificación. Y por detrás está nuestra unión con Cristo por
medio de la fe. Si somos justificados es porque estamos unidos a Cristo, el
Justo. Pero la unión con Cristo también produce un cambio de vida. Calvino
lo expresaba así:

Por medio de la fe, captamos lo esencial de la justicia de Cristo, en


virtud de la cual somos reconciliados con Dios. Pero eso es algo que no
podemos hacer sin comprender a la vez la noción de la santificación...
De lo que se sigue que Cristo no justifica sin asimismo santificar. Ambos
beneficios discurren parejos en virtud de un vínculo inquebrantable. 22

Lo que la justificación y la salvación tienen en común es que ambas tienen


lugar debido a una fe personal en Cristo. ‘La Biblia enseña que somos
santificados por la fe.’23 Por fe encontramos a Dios más deseable que todo
aquello que el pecado pueda ofrecer. Por fe, continuamos unidos a Cristo,
fuente de nuestra nueva vida. Por fe, hacemos nuestra una nueva identidad
en virtud de la gracia. Por fe, seguimos el dictado del Espíritu. La tradición
reformada evangélica trata la santificación como un logro humano, realizada
en respuesta al acto divino de justificación. Somos justificados por fe en la
realidad de la obra de Cristo, pero, se supone, en cambio, que somos
santificados por nuestros propios esfuerzos o incluso por cumplir con los
requisitos de la ley. Nuestro énfasis en la santificación por fe, en mi opinión,
es más fiel tanto a la tradición reformada como a la Biblia.24 Comenzamos
nuestra vida cristiana por medio de la fe y en arrepentimiento. John Owen
dice: ‘La santidad de vida no es sino la realidad del mensaje del evangelio
inscrito y confirmado en nuestra alma’. 25 Cuando las gentes le preguntaron
a Jesús qué esperaba Dios de ellos, su respuesta fue: ‘Esta es la obra de Dios,
que creáis en el que él ha enviado’ (Juan 6:28-29).

Lo que significa que necesitamos una especie de reconversión cada día. La


primera de las 95 tesis de Lutero decía así: ‘Cuando Jesucristo, Señor y
Maestro nuestro, dijo ‘Arrepentíos’, su voluntad era que la vida de los
creyentes estuviera por completo presidida por el arrepentimiento’.26 Cada
día nos volvemos a Dios con una fe y un arrepentimiento renovados.
Redescubrimos nuestro primer amor de nuevo y así no estamos tentados a
caer en adulterio espiritual. ‘La clave de una renovación espiritual más
profunda y continua, y asimismo del avivamiento, es un constante
redescubrimiento del evangelio.’27

En la mitología griega, las sirenas cantaban con dulce e irresistible voz,


atrayendo a los marineros hacia las rocas para un naufragio inevitable.
Ulises se taponó los oídos con cera, haciendo que sus compañeros le atasen
al palo del mástil para no poder moverse. Actitud que recuerda en mucho al
legalismo. Nos atamos a nosotros mismos con leyes y regulaciones en un
vano intento por resistir la tentación. Orfeo, en cambio, tocó una música tan
hermosa con su arpa que sus marineros resistieron el canto de las sirenas.
Así es cómo actúa la fe. La gracia proveniente del evangelio es infinitamente
más maravillosa que el atractivo del pecado, siempre y cuando tengamos la
fe necesaria para poder oír su música.

Para reflexionar

1. Piensa en las cosas que aportas a tu relación con Cristo. Sepáralas en


dos columnas, la de beneficios (contribuciones valiosas en esa relación) y la
de pérdidas (cosas que en nada benefician a esa relación).

Beneficios Pérdidas
Lee ahora Filipenses 3:4-9 y repasa lo que hayas anotado en cada columna.
La única cosa en el depósito de los beneficios es ‘la justicia que es por la fe
de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe’ (versículo 9).

2. ‘Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que
nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él’ (2 Corintios 5:21). Ese
versículo habla de nuestra nueva posición ante Dios (justificación). Pero esa
posición es la base para que se produzca un cambio en nuestras vidas
(santificación). Hazlo más personal incluyendo un pecado que te esté
costando erradicar. Por ejemplo, ‘Dios hizo que Cristo, que no conoció
pecado de lujuria, sufra las consecuencias de que yo sea adicto al porno,
para conseguir que, en su persona y obra, yo sea puro sexualmente ante
Dios.’

Dios hizo a Cristo que no.....................[rellena con tu pecado]


sea...........................[rellena con lo que el pecado hace de ti] por mí, para
que en Cristo yo pueda ser........................[rellena con lo opuesto a ese
pecado] ante Dios.

Proyecto de cambio

3. ¿Cómo vas a cambiar?

¿Cómo has intentado cambiar en el pasado?

¿Qué has hecho para tratar de cambiar en el pasado?


¿Qué dio resultado?
¿Qué no dio resultado?

¿Estás intentando cambiar sin ninguna ayuda?

¿Has hecho alguna vez una promesa o has escrito una lista con
cosas que podrían ayudarte a cambiar?
¿Te sueles comparar con los demás?
¿Necesitas arrepentirte de alguno de los esfuerzos que hayas hecho
por tu cuenta tratando de cambiar?

¿Cómo está obrando Dios en tu vida?

¿Qué cambios has experimentado en los dos últimos años?


¿Cómo tuvieron lugar esos cambios?
¿Notas que Dios esté obrando en tu vida? ¿Puedes identificar
alguna evidencia de la obra liberadora del Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo?

¿Cómo estás reaccionando ante esos cambios obrados por Dios?

Dios transforma a sus hijos en la fe a semejanza suya. ¿Hay algún


punto en el que no quieras ser semejante a Dios?
¿Crees que has llegado a un nivel en tu desarrollo en el que ya no
vas a poder mejorar más? ¿A qué crees que obedece?
¿Hay algún pecado con el que lleves años luchando? ¿Crees, pese a
todo, que sería posible cambiar?

Haz un resumen de cómo vas a cambiar. Anota cada aspecto de la obra de


Dios que te dé concretamente esperanza de éxito en ese cambio.

Notas

11 Adaptado de John Flavel, Keeping the Heart, Christian Heritage, 1999,


p. 9.

12 Richard Lovelace, Dynamics of Spiritual Life, Inter-Varsity Press, 1979,


pp.88-91.

13 J. C. Ryle, Holiness, James Clarke, 1956, p. 32; véase también pp. 49-50.

14 Bob Kauflin, `The Fear of Man, Hopelessness and the Gospela,


www.worshipmatters.com,octubre 16, 2006.
15 Sinclair Ferguson, The Christian Life: An Introduction, Banner of Truth,
1989, p.75.

16 William Romaine, The Life, Walk and Triumph of Faith, 1771; James
Clarke, 1970, p. 280

17 Poema atribuido a John Bunyan, pero Charles H. Spurgeon se lo


adjudica a John Berridge, predicador dentro del Gran Avivamiento, en The
Salt-Cellars, Passmore & Alabaster, Londres, 1889, p. 200.

18 John Owen, The Holy Spirit, versión simplificada por R. J. K. Law, Banner
of Truth, 1998, p. 48

19 J. I. Packer, A Passion for Holiness, Crossways Books, 1992, p. 173.

20 Marcus Honeysett, Finding Joy, Inter-Varsity Press, 2005, pp. 65-66

21 En referencia a la relación entre la justificación y la santificación, véase


Ryle, Holiness, pp. 30-31, y C. J. Mahaney, The Cross-Centred Life,
Multnomah Press, 2002, pp. 32-33.

22 Juan Calvino, Instituciones de la religión cristiana, vol. 3, 3.16.1.

23 Anthony A. Hoekema, SThe Reformed PerspectiveT, Five Views on


Sanctification, Zondervan, 1987, p. 65.

24 Véase G. C. Berkouwer, Faith and Sanctification, Eerdmans, 1952, pp.


32, 78, 93. Véase también Walter Marshall, The Gospel Mystery of
Sanctification, 1692, Reformation Heritage Books, 1999, p. 28.

25 John Owen, Works, ed. W. H. Goold (1674: T. & T. Clark, 1862), vol. 3, p.
370.

26 Citado por J. I. Packer, A Passion for Holiness, Crossway Books, 1992, p.


121.
27 Tim Keller, `The Suficiency of Christ and the Gospel in a Post-Modern
World’ (disponible online).
4 ¿En qué ocasiones luchas?

¿Cuándo pecas? ¿En qué clases de situaciones actúas de forma equivocada


o tienes sentimientos negativos? ¿Qué hace que estés desanimado, irritado,
amargado, iracundo o frustrado? ¿Cuándo te sientes inclinado a caer en la
tentación? Recuerda tu proyecto de cambio. Piensa en la última vez que lo
experimentaste como algo muy real. ¿Cuáles eran las circunstancias? ¿Qué
te movilizó? ¿Qué te dio energías para ponerte a trabajar? ¿Qué hizo, en
cambio, que te sintieras desanimado, enfadado o frustrado? ¿Hay un patrón
que se repita?

La vida tiene momentos duros y difíciles. Todos tenemos que hacer frente
en algún momento a una situación que parece superarnos. En tu caso,
puede que sea una familia difícil o falta de salud o problemas económicos.
Tal vez se trate de personas que te fallan o de un trabajo sin un gran futuro.
Quizás estés soltero o no haya amor en tu matrimonio. La presión de los
compañeros puede que te incite a pecar, o acaso se deba al agobio del
trabajo. Lo cierto es que vivimos en un mundo complejo lleno de problemas
y dificultades.

1. Dios se interesa por nuestras luchas

‘He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto... he oído su clamor... y he


descendido para librarlos (Éxodo 3:7-8). Nuestro Padre celestial está al tanto
de lo que nos pasa. Oye nuestro clamor pidiendo auxilio. Se interesa y
preocupa por lo que nos esté ocurriendo. Solemos pensar que nadie sabe lo
que nos sucede, y que a nadie va a importarle. Pero Dios sí que lo sabe. Y se
interesa y se preocupa. Es comprensible que luchemos. Es legítimo sentir
dolor, desengaño y angustia de corazón. Muchos Salmos tratan acerca de
situaciones de conflicto y, al analizar las circunstancias, encuentran acogida
en la palabra de Dios. Dios Padre ve y conoce nuestras luchas.
Pero Dios no se limita a contemplar nuestra vida desde las alturas. Dios se
ha ‘arremangado’, ha descendido a la tierra, se ha puesto en primera línea
de fuego y ha experimentado en su propia carne nuestros sufrimientos. Dios
entró en nuestro mundo al humanarse en su Hijo. Jesús sabe lo que es pasar
hambre, estar cansado, ser atacado, rechazado, sentirse solo y necesitado,
vivir la oposición y trabajar hasta el agotamiento. Jesús padeció pobreza,
injusticia, tentación y traición final. Pero, más que todo eso, sufrió el tener
que ser abandonado por su Padre mientras colgaba en la cruz (Marcos
15:34). Jesús compartió todas nuestras luchas. No era un ser especial, por
encima de las dificultades humanas. Nada parecido a la imagen que
recordamos de la Escuela Dominical, de un Jesús resplandeciente rodeado
de niños gozosos. Jesús fue una persona real, viviendo en un mundo de
escasez, dolor y angustia.

A veces, nos descubrimos a nosotros mismos pensando: ‘No voy a contar a


nadie por lo que estoy pasando. A nadie le interesa realmente’. Pero la
verdad es que a Dios sí que le interesa. Y mucho.

Jesús compartió en el mundo una humanidad plena. El que él fuera


tentado y sufriera significa que ahora puede entender cómo somos tentados
y sufrimos nosotros. Jesús ‘se conduele en nuestra debilidad’ y por eso
‘podemos acercarnos al trono de gracia confiados, para alcanzar
misericordia, gracia y ayuda en nuestra necesidad’ (Hebreos 2:14-18; 4:14-
16).

Dios no solo ha experimentado nuestro sufrimiento, sino que se mantiene


a nuestro lado en medio de nuestras luchas y dificultades. Su palabra lo
confirma: ‘No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú.
Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo, y si por los ríos, no te
anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en
ti’ (Isaías 43:1-2).

La noche anterior a su muerte, Jesús les dijo a sus discípulos: ‘Yo rogaré al
Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre:
el Espíritu de verdad’ (Juan 14:16-17). Son muchas las personas que me
dicen que necesitan que alguien las aconseje. Y es muy cierto que los
cristianos nos podemos ayudar mutuamente a entender mejor qué nos está
pasando en determinados momentos y circunstancias. Pero, como
cristianos, ya tenemos un maravilloso Consejero, que es el Espíritu de
Verdad. Jesús ha dicho que estará siempre con nosotros. La palabra que
Jesús usa para describir el Espíritu tiene el matiz tanto de abogado defensor
como de consejero. En palabras suyas:

‘Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi


nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo
os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el
mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo’. (Juan
14:26-27)

Jesús nos da la paz al entregarnos al Espíritu Santo como nuestro


Consejero y Consolador, haciendo presente la promesa de gracia de Dios.
Jesús no está ahí siendo ingenuo, ni promete que nunca vayamos a tener
conflictos. De hecho, dice más adelante: ‘En el mundo tendréis aflicción’
(Juan 16:33). A lo largo de la vida, pasaremos problemas y dificultades. Pero
no hay razón para dejar que nos angustien hasta el extremo de perder toda
esperanza. El Consolador divino nos recordará la auténtica verdad.

2. Dios intercede en nuestras luchas

Sentada frente a mí estaba una joven, con el rostro enrojecido e hinchado


por el llanto. El muchacho con el que iba a casarse acababa de morir en un
accidente. La fe estaba presente y, en igual medida, el dolor y la confusión.
Considero un gran privilegio poder estar al lado de las personas en
momentos de crisis. Es cuando se puede ir más allá de la capa superficial,
para tratar de llegar al fondo. En ese caso particular, poco más podía hacer
que estar a su lado. La pérdida y su dolor eran un hecho inapelable. Pero
tener a alguien a nuestro lado cuando hay que caminar por el valle de la
muerte es un gran consuelo. Y lo cierto es que Dios hace en esos momentos
mucho más que rodearnos con sus brazos.
Dios usa nuestras luchas para un mejor fin. ‘Y sabemos que a los que aman
a Dios, todas las cosas les ayudan a bien... para que sean hechos conformes
a la imagen de su Hijo’ (Romanos 8:28-29). Eso es algo muy fácil de creer
cuando lo que nos ocurre es bueno. No lo es ni mucho menos cuando lo que
sucede es algo malo. Pero la Biblia es muy clara en ese aspecto, Dios se sirve
de las pruebas para hacernos semejantes a Jesús. El mal es siempre algo
malo. Produce dolor y nos confunde. En su fondo, está la mente malévola de
Satanás. Pero Dios lo aplica a un propósito infinitamente superior (Génesis
50:20; Hechos 4:27-28). En la perspectiva de la eternidad, las experiencias
del mal que hayamos ido sufriendo servirán para eterna gloria. El
sufrimiento será transformado en algo valioso y singular.

‘También nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación


produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la
esperanza no avergüenza’. (Romanos 5:3-5)

‘Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas


pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Más tenga
la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os
falte cosa alguna’. (Santiago 1:2-4)

‘En esto [la esperanza] vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de
tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para
que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual
aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y
honra cuando sea manifestado Jesucristo’. (1 Pedro 1:6-7)

Lo que llama la atención en estos pasajes es que todos sin excepción nos
instan al gozo. Gozo en el sufrimiento, que solo es posible reconciliar en
conexión con la experiencia y la madurez. El gozo lo experimentamos a
veces en nosotros mismos; en otras ocasiones, en cambio, tan solo podemos
esperarlo por fe. Pero el saber que Dios va a usarlo para bien, esto es, para
hacernos semejantes a Jesús, es un gozo que puede estar siempre presente.

En segundo lugar, Dios no solo se ocupa de nuestros problemas y


dificultades, sino que promete ponerles fin. Dios hace verdaderamente
suyos nuestros sufrimientos. En la cruz, Jesús soportó en su persona la ira
divina, librándonos del castigo que merecíamos. Dios promete en Jesús un
mundo nuevo sin pecado y sin dolor. La resurrección de Jesús marcó el inicio
de una nueva creación, que llegará a su plenitud al final de la historia. Nueva
creación en la que Dios enjugará nuestras lágrimas y ‘ya no habrá muerte, ni
más llanto, ni clamor, ni dolor’ (Apocalipsis 21:3-4). ‘En lo cual vosotros os
alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que
ser afligidos en diversas pruebas’ (1 Pedro 1:6).

3. En la lucha, se prueba el corazón

¿Por qué hacemos las cosas que hacemos? ¿Por qué nos enfadamos, nos
frustramos, nos irritamos, nos desanimamos o, en el polo opuesto, nos
alegramos, o nos sentimos felices y optimistas? ¿Por qué mentimos,
robamos, nos peleamos y criticamos a los demás? ¿Por qué soñamos,
tenemos fantasías, sentimos envidia y nos entremetemos en la vida de los
demás? ¿Por qué nos cargamos de trabajo y comemos más de lo que
necesitamos? ¿Por qué se portan mal nuestros hijos? ¿Por qué tenemos
sexo fuera del matrimonio? ¿Por qué fracasamos como padres, cónyuges o
empleados? ¿Por qué hablamos cuando deberíamos permanecer callados y
nos quedamos callados cuando deberíamos hablar? ¿De dónde salen los
malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, el adulterio, la
avaricia, la envidia, el engaño, la calumnia, la arrogancia, la insensatez, la
maldad y hasta el asesinato? Todo ese mal proviene de nuestro interior,
contaminándonos y haciéndonos “impuros” (Marcos 7:21-23).

Las conductas salen del corazón

De nuestro interior. Del corazón de toda persona. De nuestro yo íntimo.


Según la Biblia, la fuente de nuestro comportamiento y de nuestras
emociones es el corazón. En la Biblia, el ‘corazón’ es más que el órgano que
hace circular la sangre. Se refiere a la persona en lo que verdaderamente la
caracteriza. ‘Como en el agua el rostro corresponde al rostro, así el corazón
del hombre al del hombre’ (Proverbios 27:19). Referirse al corazón humano
equivale a exponer sus deseos y pensamientos. La raíz de nuestro modo de
actuar está siempre, siempre, en el corazón. Lo que vemos es conducta y
emociones, y es fácil, y lógico, querer centrarse en cambiar conductas y
emociones. Pero los cambios duraderos solo se consiguen enfrentándonos a
la fuente de origen —los deseos de nuestro corazón—. Jesús dijo:

‘No es buen árbol el que da malos frutos, ni árbol malo el que da


buen fruto. Porque cada árbol se conoce por su fruto; pues no se
cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas. El
hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el
hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la
abundancia del corazón habla la boca’. (Lucas 6:43-45)

Si vemos un arbusto con espinas, reconocemos que no es una higuera. Su


ADN es el de una zarza y eso hace que tenga espinas y no higos. Lo mismo
ocurre con las personas. Nuestra conducta de pecado refleja el pecado que
haya en nuestro corazón. Toda acción pecaminosa, y toda emoción negativa
ponen de relieve un problema con un origen en nuestro corazón.

Al marcharme de casa con diecinueve años, mi padre se despidió de mí


con un versículo: ‘Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de
él mana la vida’ (Proverbios 4:23). Lamentablemente, me llevó más de
veinte años darme cuenta de lo importante que eso era. En otra versión de
ese versículo, se dice: ‘Guarda tu corazón por encima de todo, porque será
lo que determine el curso de tu vida’. Todo lo que hagamos habrá estado
primeramente en nuestro corazón.

Las circunstancias condicionan el corazón

Tan solo cuando entendemos bien la importancia del corazón, podremos


comprender debidamente el papel que tienen las circunstancias. Nuestras
luchas y tentaciones provocan al pecado, pero nunca son su causa. Su raíz
estará siempre en el deseo indebido que brota del corazón. Y somos
nosotros los que reaccionamos ante las circunstancias, siendo el deseo de
nuestro corazón lo que determina nuestro comportamiento.

Las actividades externas nunca van a cambiarnos, afirma Jesús, por la


sencilla razón que el pecado sale de nuestro interior, de nuestro propio
corazón. Nuestros ‘rituales’ pueden modificar nuestra conducta durante un
tiempo, pero nunca cambiarán nuestro corazón.

Pero lo cierto es que no solemos entenderlo así. Piensa, por ejemplo, en la


última vez que te enfadaste. El enfado no siempre está mal. Dios se enoja en
gran manera con el pecado. ‘La ira divina’ es una respuesta emocional ante
lo que no debe condonarse (el pecado y la injusticia) para que triunfe lo
adecuado (el saber controlarse y desear lo bueno). Pero piensa también en
la última vez que te enfadaste de forma destructiva. ¿Qué es lo que te había
hecho enfadar? Lo normal es que sea un factor externo: ‘No me trataron en
la forma debida’, ‘alguien me rayó el coche en el aparcamiento’, ‘es que
nadie se molesta nunca en entender mi punto de vista’. Santiago nos
recuerda que lo que da lugar a peleas y disputas es el deseo que batalla en
nuestro interior (Santiago 4:1-2). El enfado surge porque aquello que yo
quisiera ver hecho realidad se ve amenazado o frustrado. Las presiones
externas influyen en nuestro comportamiento por la vía del corazón. Y de
poco va a servir que culpemos a las circunstancias.

‘Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios;


porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que
cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y
seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el
pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte’. (Santiago 1:13-
15)

Santiago está dirigiéndose ahí a creyentes ‘en diversas pruebas’. (2) Si


perseveramos, Dios nos recompensará con ‘la corona de vida’. (12) Lo que
no podemos es culpar a Dios. No es falta suya si nosotros fallamos en ser
constantes. No podemos excusarnos diciendo: ‘Fue la forma en que me
criaron, mi genética, mi historia personal o mis circunstancias’. Esa no es la
auténtica realidad. Santiago dice muy claramente que somos tentados ‘por
nuestros propios deseos’. Deseos que nos abocan al pecado que, en
ocasiones, lleva a muerte. El resultado, para muerte, del pecado en nuestra
vida y emociones surge de los deseos indebidos del corazón.

Jerry Bridges nos avisa acerca del uso de un lenguaje de ‘derrota’ en


referencia al pecado, que podría dar pie a pensar en factores externos que
se apoderan de nosotros, eximiéndonos de culpa. Muy por el contrario, el
lenguaje de ‘desobediencia’ es el que más acertadamente describe lo que en
realidad ocurre.28

El trasfondo y las circunstancias en los que nos encontremos podrán dar


lugar a nuestra respuesta en pecado. Hay quien manifiesta su ira gritando y
dando patadas al suelo; otras personas, en cambio, se callan y se retiran. Es
posible, sin duda, que tanto si eres de los que se manifiestan airados como
de los que optan por una respuesta más ponderada, la crianza, el entorno y
las circunstancias hayan influido en las distintas formas de reaccionar, por
haber ‘aprendido’ lo que los demás hacen. Pero, aun así, tanto la ira como el
silencio obedecerán a una violencia interna, que tiene su origen en lo que
verdaderamente estemos sintiendo en nuestros corazones.

Si me vieras a las 7:30 de la mañana, en mi despacho, leyendo la Biblia y


orando, pensarías que soy una persona muy espiritual, de carácter sosegado
y digna de confianza. Pero, obsérvame media hora más tarde, cuando trato
de conseguir que mis hijas estén preparadas a la hora debida para llevarlas
al colegio, y verás a una persona que está muy lejos de ser santa. Yo siempre
me había considerado un persona tranquila y amable —mi yo de las 7:30—
¡y muy espiritual! Por lo que, si algo me hacía perder la calma, la culpa era
siempre de ese ‘algo’. Pero, con el paso del tiempo, he tenido que reconocer
que mi yo natural es el de las 8:00, el de una persona que se deja llevar por
los impulsos no santos de su corazón cuando las cosas no salen como yo
quiero y las personas no se comportan como yo espero. Quien realmente
soy se hace evidente cuando estoy demasiado cansado o irritado para
disimular.
Pecamos porque no con” amos en Dios y no le rendimos alabanza

En las luchas, aparece lo que verdaderamente hay en nuestro corazón, lo


cual supone una gran oportunidad para hacer frente a la raíz de toda
conducta indebida y de las emociones negativas que la acompañan.

¿Qué es lo que realmente pasa en nuestros corazones? La Biblia nos


informa que son dos cosas en particular: ‘los pensamientos y los deseos del
corazón’ (Hebreos 4:12):

• pensamos, interpretamos, creemos y confiamos; deseamos, adoramos,


queremos, atesoramos.

El ser humano no puede dejar de interpretar y de adorar. Interpretamos


para poder entender lo que nos está pasando. Pero fuimos creados para
adorar y la adoración forma parte indivisible de nuestra esencia humana.

El corazón se enfrenta a un doble problema: lo que pensamos y en lo que


confiamos, y aquello que deseamos o adoramos. El pecado hace su
aparición cuando dejamos de confiar en Dios por encima de cualquier otra
cosa (si nuestro modo de interpretar no es el adecuado) y cuando no
deseamos a Dios por encima de cualquier otra posible cosa (al rendir
adoración a lo que no se debe). El pecado surge cuando creemos mentiras
respecto a Dios, en vez de creer y confiar en su palabra, y al adorar falsos
ídolos en lugar de rendir nuestra adoración por entero y en exclusiva a Dios.
Ed Welch lo concreta así:

En nuestros corazones estamos siempre activamente adorando,


confiando, deseando, siguiendo, amando o sirviendo a algo o a
alguien. Cuando las Escrituras hablan del corazón, ha de entenderse
que lo hace para enfatizar que vivimos ante Dios, en todo lo que
hacemos y en todo momento y ocasión. Nuestra respuesta a Dios
puede ser confiando en él o confiando en nuestros ídolos.
Esas lealtades espirituales, que tienen que ver con los verdaderos
afectos de nuestro corazón, pueden mantenerse ocultas, pero, tal
como ocurre con el fruto de los árboles, el corazón acaba revelándose
tal cual es en palabra y en hechos (Lucas 6:43-45). Toda violación de la
ley de Dios surge del corazón, así como las manifestaciones de la fe y la
obediencia. Nuestras emociones son también, en la mayoría de los
casos, el resultado de la orientación del corazón. Cuando nuestra
adoración es genuina, sentimos gozo, paz, amor y esperanza; incluso
en las circunstancias más difíciles. Cuando, por el contrario, es falsa, y
lo que deseamos es inalcanzable, nos podemos sentir agraviados,
frustrados, desanimados, airados o temerosos. Las emociones son
generalmente indicativas de algo y lo más sabio es preguntarnos:
‘¿Qué están transmitiendo mis emociones?’ ‘¿Cuál es su razón de
fondo?’29

Las conductas destructivas, como mentir, manipular, el adulterio, el robo,


la violencia, las adicciones y los trastornos de la alimentación, junto con las
emociones negativas o pecaminosas, como son la ansiedad, el desánimo, la
envidia, la culpa, la amargura y el orgullo, provienen de un corazón que no
confía en Dios o que no le adora como debiera. La única respuesta válida
entonces es la fe y el arrepentimiento. Necesitamos, por tanto:

Confiar en Dios, y dejar de creer en mentiras = tener fe;


Rendir adoración a Dios y no a falsos ídolos = en arrepentimiento.

La clave está en establecer la conexión necesaria entre los pecados


concretos y las mentiras e ídolos de nuestro corazón. Y de eso vamos a
ocuparnos en los capítulos que siguen.

Para reflexionar

¿Cómo completarías tú las siguientes frases:


Cuando me enfado, suele ser porque...
Cuando me desanimo, suele ser porque...
Cuando desobedezco a Dios, suele ser porque...

Piensa en lo que vas a poner. ¿Se corresponde con lo que provoca en


concreto tu forma de reaccionar o más bien, tiene que ver con una raíz de
fondo? ¿Describen bien lo que pasa en tu corazón?

Proyecto de cambio

4. ¿Cuándo entras en conflicto?

¿Por qué o contra qué luchas?

¿A qué presiones tienes normalmente que hacer frente?


¿Qué clase de personas te resulta difícil tratar?
¿Qué situaciones te causan preocupación o te enfadan o te frustran
o te hacen reaccionar fuera de control o te llevan a desear venganza o
te impulsan a justificarte o te sumen en el desánimo?
¿En qué piensas o crees en esos momentos?
¿Qué es lo que más deseas en esos momentos?

¿Cuándo tienes que enfrentarte al problema que señalas en tu proyecto de


cambio?

¿Cuándo surge o lo sientes?


¿Qué lo provoca?
¿Hay alguna pauta que se repita?
¿Qué piensas o sientes en esos momentos?
¿Qué es lo que quieres o reverencias en esos momentos?

¿Cómo te sientes en esas situaciones?

¿Qué es lo que en esos momentos anhelas y echas de menos?


¿Qué te da miedo? ¿Qué es lo que te causa preocupación?
¿Qué piensas que necesitas en esos momentos?
¿Qué esperabas conseguir reaccionando de esa manera?
¿En qué o en quién estabas confiando?
¿A quién estabas tratando de agradar? ¿Qué opinión cuenta para
ti?
¿Qué te movía a amar? ¿Qué causaba tu odio?
¿Qué te habría proporcionado entonces la mayor satisfacción,
alegría, felicidad? ¿Qué te habría supuesto el mayor dolor o tristeza?
30

Escribe un resumen con las situaciones que te inducen a pecar y lo que


sientes entonces en tu corazón.

En los capítulos que siguen, analizaremos esto con más detalle.

Notas

28 Jerry Bridges, The Pursuit of Holiness, NavPress Publishing, 1978, pp.


84-85.

29 Edward T. Welch, Addictions: A Banquet in the Grave, P&R Publishing,


2001, pp. 129-130.

30 De Elyse Fitzpatrick, Idols of the Heart, P&R Publishing, 2001, p. 163.


5 ¿Qué verdades has de tener en cuenta?

Lee sufría ataques de pánico. El hecho de pensar en ello le provocaba un


nuevo ataque. Me telefoneaba hasta cuatro veces por semana. Y yo siempre
le repetía la verdad de las cosas. Algunas frases eran ya de intercambio
obligado: ‘Dios es más grande que tus pensamientos’. ‘No se trata de “qué
va a pasar si”, sino de “qué es lo que realmente es”, y lo que en verdad es;
es que Dios tiene control’. La verdad le ayudaba a centrarse en la realidad de
ser libre. La verdad de la soberanía de Dios trae paz y, con ello, que lo que
verdaderamente cuenta es su Persona y su gloria. Eso no es algo que
comprendemos y vivimos de inmediato. Cada día tiene su dificultad que
superar. Otra de las frases que repetía yo con Lee era: ‘Ayer fue una victoria,
pero hoy hay otra batalla que pelear’. Con el tiempo, esos ataques de pánico
acabaron por desaparecer.

La verdadera libertad va a estar siempre donde confiemos en el gobierno


de Dios, en cuanto que bueno y justo. Así es cómo podremos vivir con
verdadero gozo y paz. Pero, en el jardín del Edén, la serpiente persuadió a
Eva para que dudara de la bondad de ese gobierno divino. Satanás le ofreció
una visión alternativa, presentando el gobierno de Dios como algo tiránico
contra lo que rebelarse. Eva tomó el fruto prohibido porque creyó esa
mentira urdida por Satanás. El pecado tuvo su inicio con la humanidad
dejando de creer la palabra proferida por Dios.

Detrás del pecado y de las emociones negativas, hay siempre una


mentira

Las acciones pecaminosas tienen su origen en una ausencia de fe. Detrás


de todo pecado, hay siempre una mentira. Del corazón surgen las emociones
y las conductas: lo que en verdad creemos y en lo que realmente confiamos.
Si cedemos ante los deseos pecaminosos es porque ‘hemos cambiado la
verdad por una mentira’. (Romanos 1:24-25).

‘Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros
gentiles, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento
entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay,
por la dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron toda
sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase
de impureza’. (Efesios 4:17-19)

El ser humano es víctima de la futilidad de su propio pensamiento,


entenebrecido por la ignorancia que hay en su corazón, dando ocasión a la
inconstancia y a la impureza. Pecamos porque creemos la mentira de que
vamos a estar mejor sin Dios, porque sus normas nos oprimen, y así por fin
podremos ser libres. Pensamos, sin duda, que el pecado puede ofrecernos
más que Dios. Y eso es lo que hay siempre por detrás de cada acción
pecaminosa y de toda emoción indebida. Yo puedo sentir envidia, robar o
estar ansioso por las cuestiones económicas, porque he hecho que mi
felicidad dependa de lo que consumo o porque me cuesta creer que Dios se
ocupe realmente de mí. Se puede caer en una profunda frustración por no
habernos casado y por creer que la relación con la pareja superaría la
relación que podamos tener con Dios. El adulterio suele suceder por razones
muy similares. ¡Pocas personas estarían dispuestas a admitir que creen
fácilmente en patrañas! Pero lo cierto es que cada vez que desconfiamos de
Dios, estaremos confiando en otra cosa que no será la verdad. Si me irrito
cuando me dan un golpe en el coche, es porque no estoy fiándome del
propósito que Dios pueda tener para mi vida. Pienso que o bien Dios no
controla todo o que desconfío de lo acertado de su plan. Cuando trabajo
más de lo que debería, es sin duda porque me creo la mentira de que
necesito demostrar lo que valgo o porque tengo que justificar mi existencia
de alguna manera. La realidad del pecado está presente y activa en más
áreas de lo que pensamos. En el terreno práctico, significa que muchos de
nuestros sentimientos negativos son un pecado por evidenciar una falta de
fe — que es el pecado más grande y su raíz—. Y si estamos desanimados o
tenemos amargura es por creer que Dios no está portándose bien con
nosotros o que no tiene todo el control. ‘Todo lo que no viene de la fe es
pecado’ (Romanos 14:23).

No son muchos los cristianos que se considerarían a sí mismos incrédulos.


De hecho, es el calificativo que los creyentes solemos reservar para los que
no creen. La mayoría de los cristianos suscribimos sin ningún problema los
principales credos de la iglesia. Y es verdad que los problemas que podamos
tener como creyentes rara vez tienen que ver con la falta de creencia en un
sentido confesional o teórico. Lo más frecuente es que obedezcan a una
ausencia de creencia de tipo práctico o disfuncional. El problema suele estar
en la diferencia entre lo que creemos en teoría y lo que creemos en la
práctica.

Los domingos por la mañana canto himnos en los que digo creer en la
justificación por la fe (fe confesional), pero el lunes por la mañana actúo
como si necesitara demostrar quién soy y lo que valgo (incredulidad fáctica).
O puede también que crea que voy a ser declarado libre de culpa en el día
del Juicio Final, pero que, aun así, siga queriendo justificar mis ideas mañana
mismo en un debate. Puedo afirmar que Dios es verdaderamente soberano
(fe confesional), pero que, pese a ello, siga mostrándome ansioso por
controlar mi vida (creencia disfuncional). La santificación consiste en una
progresiva reducción de lo que separa la fe confesional de la fe funcional.

La verdad os hará libres

Reconocer que detrás de cada pecado hay una mentira, no solo nos da una
perspectiva real y radical de lo que es el pecado, sino que nos ayuda a
desistir de tomar una vía sin salida de conducta indebida y de emociones
que nos confunden. El camino que no confunde está siempre en la confianza
en Dios.

‘Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento


hasta que el día es perfecto. El camino de los impíos es como la oscuridad;
no saben en qué tropiezan. Hijo mío, está atento a mis palabras; inclina tu
oído a mis razones. No se aparten de tus ojos; guárdalas en medio de tu
corazón; porque son vida a los que las hallan, y medicina a todo su cuerpo.
Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida’.
(Proverbios 4:18-23)

Proverbios compara la senda de la confianza en Dios como ‘la luz de la


aurora’. Puede que ahora te sientas envuelto en la oscuridad, pesando en tu
ánimo las emociones negativas. Reconocerlas como síntomas de falta de fe
puede ser el primer indicio de una aurora de luz. La esperanza tiene su
punto de arranque en darnos cuenta de que la respuesta definitiva se
encuentra siempre en Dios. El camino hacia Dios es largo y lleva toda la vida
andarlo, pero con cada paso que damos la luz de bondad que se desprende
del conocimiento de su persona se hace ‘cada vez más brillante hasta
resplandecer en la plenitud del día’. Es este un camino en el que, para
seguirlo, hay que prestar atención indivisa a la palabra de Dios (20-21). Esa
palabra divina es la que marca la ruta a seguir. La promesa de gracia de Dios
es fuente de verdadera vida y salud. (22) La verdad preservará nuestros
corazones en la vida. (23)

‘Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone


carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová. Será como la retama
en el desierto, y no verá cuándo viene el bien, sino que morará en los
sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada. Bendito el
varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el
árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y
no verá cuándo viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de
sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto’. (Jeremías 17:5-8)

Jeremías se sirve de una imagen distinta. Las personas que confían en sí


mismas son árboles yermos en el desierto. Puede que tú te sientas así: como
si estuvieras vacío y anhelando algo que te llene. En ocasiones, la vida nos
parece sin sentido y sin propósito. Dios nos dice, en cambio, que las
personas que confían en él van a ser como árboles plantados junto al agua y
que nunca les faltará el fruto. Eso no significa que la vida del creyente
siempre vaya a ser fácil. Habrá tiempos en los que un sol abrasador queme
las hojas más tiernas, pero sus raíces resistirán, porque están en terreno
adecuado. La fe en Dios nos sostiene y hace que demos fruto aun en medio
de la adversidad.

‘Todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado’, dice Jesús (Juan
8:34). Hay ocasiones en las que uno puede sentirse atrapado en un hábito
negativo o por emociones que nos arrastran, y pensamos que nunca vamos
a poder cambiar. Y, en cierto sentido, es verdad. El error entonces es pensar
que es algo que tiene que hacerse en solitario, por cuenta propia. Pero
tratar de cambiar tan solo de conducta no va a dar resultado, porque las
mentiras que dan lugar a determinados comportamientos siguen estando
ahí. Jesús es muy claro al respecto: ‘Si vosotros permanecéis en mi palabra,
seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os
hará libres’ (Juan 8:31-32). Así como las mentiras respecto a Dios nos llevan
a la esclavitud del pecado, la verdad sobre él es libertad para su servicio
(Gálatas 5:1, 13). La verdad que nos libera es la verdad del evangelio (‘si
permanecéis en mis enseñanzas’). La libertad se encuentra en la gloriosa
verdad de que fuimos hechos para conocer a Dios, para adorarle, para
servirle y para confiar en él. La libertad está en reconocer que somos
responsables del error en que vivimos, que nuestros problemas hunden sus
raíces en nuestro propio corazón, que merecemos el juicio de Dios y que le
necesitamos desesperadamente. La libertad está en aceptar que Dios tiene
el control de la vida, que está lleno de gracia y buena voluntad para con
nosotros, y que perdona a todos aquellos que se acercan a él en fe. El
apóstol Pablo dice: ‘Porque la gracia de Dios se ha manifestado para
salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la
impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y
piadosamente’ (Tito 2:11-12).

A menudo, sucede que podemos precisar con toda claridad la verdad que
nos librará de las mentiras que vivimos. Si estoy esclavizado por mis
preocupaciones, la libertad está en confiar en el cuidado providencial de
nuestro Padre celestial. Si mi esclavitud está en querer siempre
demostrarme a mí mismo lo que valgo, la libertad estará en confiar en que
estoy plenamente justificado ante los ojos de Dios por la obra expiatoria de
Cristo.
Ver, conocer, aceptar, desear

El cambio tiene lugar cuando vemos la gloria de Dios en Jesús; conocer la


verdad nos hace libres. Pero ‘ver’ y ‘conocer’ no terminan de explicar lo que
realmente tiene lugar. Si dedicamos este capítulo a señalar las verdades que
necesitamos introducir en nuestra vida, no es pensando en información
específica o en dar nuestro asentimiento a verdades particulares. Es posible
ver sin percibir nada en absoluto (Jeremías 5:21; Ezequiel 12:2; Mateo
13:13). Charles Hodge, teólogo del siglo XIX, dice, respecto al verdadero
conocimiento de la persona de Cristo, que ‘no consiste en captar lo que él es
por vía del intelecto, sino que conlleva asimismo... un sentimiento de
adoración, de gozo, y de anhelo de saber aún más’.31 El ver y el conocer a
Cristo no tiene parecido alguno con recibir información, sino justamente en
reconocerle como el más digno de honor y de admiración. Se trata, pues, de
hacer nuestra la verdad de Dios deleitándonos en ello.

El Salmo 19:10 afirma que la verdad de la palabra de Dios es ‘más dulce


que la miel’. Supongamos, sin embargo, que tú nunca has probado la miel.
Sabes que es dulce porque personas en las que tú confías así lo dicen. Pero
esa forma de conocimiento es muy distinta al conocimiento directo que se
tiene al probarla y quedar entusiasmado ya para siempre.32 Por eso,
necesitamos ‘probar y ver que el SEÑOR es bueno’ (Salmo 34:8). Pablo ora
para que el Padre de gloria nos ‘dé espíritu de sabiduría y de revelación en el
conocimiento de él, alumbrando los ojos de [nuestro] entendimiento, para
que [sepamos] cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las
riquezas de la gloria de su herencia en los santos’ (Efesios 1:17-18). Nuestra
oración debería ser no solo que seamos capaces de comprender la verdad
con el entendimiento, sino de asimilarla hasta hacerla una con nuestro
corazón. Esa es la auténtica clave del cambio. El puritano Walter Marshall
dice: ‘Cuanto mayor es nuestra comprensión de la bondad y magnanimidad
de Dios para con nosotros por toda la eternidad, mayor será el deleite que
tengamos en él, creciendo en proporción nuestro afecto hacia su persona’.
La secuencia será siempre ver a Dios, deleitarse en Dios , desear a Dios,
anhelarlo más de lo que ansiamos el pecado.
Predicar al corazón

Necesitamos convertirnos en predicadores y necesitamos muy


particularmente aprender a predicar a nuestro propio corazón. El Salmista lo
expresa así: ‘Alaba, alma mía, a tu Señor, y no olvides ninguno de sus
beneficios’. ¿A quién se está dirigiendo ahí? Evidentemente, a sí mismo. El
muy conocido y prestigioso predicador Martyn Lloyd-Jones dijo lo siguiente:
‘¿Somos en verdad conscientes de que la mayor fuente de infelicidad en
este mundo es que nos dedicamos a escucharnos a nosotros mismos en vez
de a hablarnos?’33 Es tarea inexcusable ‘llevar cautivo todo pensamiento’ (2
Corintios 10:3-5). Nuestro problema, afirma Sinclair Ferguson, es que
‘pensamos con los pensamientos’.34 Es evidente que no siempre sentimos el
gozo de Dios, pero en virtud de la fe podemos recordar y decirnos a
nosotros mismos que Dios es nuestro gozo. Cuando nos sentimos tentados a
caer en conductas indebidas o cuando las emociones se apoderan de
nosotros, necesitamos instruir al corazón en la verdad. Y la verdad que
necesitamos repetirnos, hasta que realmente penetre en nuestro interior,
es, con voz bien alta: ‘Dios es todo lo que necesito’; espaciando las palabras:
‘Dios... es... todo... lo... que... necesito’; dirigiéndonos directamente a él:
‘Dios mío, tú eres lo único que necesito’. C. S. Lewis lo explica así: ‘Nada más
despertarnos, acuden en tropel todos los planes y expectativas del día. Y por
eso mismo, la primera tarea es mantener a raya esa avalancha caótica. Hay
que aprender a escuchar esa otra voz, tratar de ver ese otro punto de vista,
y dar paso a esa otra corriente de vida más pausada, más fuerte, más
ecuánime’.35

Así es como podremos identificar las mentiras que subyacen tras el


pecado, para dar paso a las verdades que nos harán libres. Pero para ello no
hay que analizar con detalle nuestro corazón. El cambio lo produce la verdad
del evangelio. El compositor de himnos John Newton describió con muy
elocuentes palabras el poder liberador del nombre de Jesús:

¡Cuán dulce el nombre de Jesús


al oído del creyente!
Consuelo para la tristeza, bálsamo para las heridas,
disipa todo temor.
El espíritu quebrantado recompone,
sosiega el pecho agitado;
satisface el alma hambrienta,
descanso en la fatiga es.

Nombre de gran estima,


roca de nuestro fundamento,
escudo y refugio nos eres Tú.
Tesoro que nunca se acaba,
tu arca de gracia siempre llena está.

Quisiera señalar en ese sentido cuatro verdades acerca de Dios que


pueden cambiar nuestra vida. En el Salmo 62:11-12, leemos: ‘Una vez habló
Dios, dos veces he oído esto: que de Dios es el poder, y tuya, oh Señor, es la
misericordia’. Las verdades clave que Dios declara acerca de sí mismo son su
grandeza y su gloria (‘el poder está por entero en sus manos’) y su gracia y
bondad (‘a ti, oh Señor, corresponde el amor constante’).

1. Dios es grande - no necesitamos tener el control.


2. Dios es glorioso - no necesitamos temer a los demás.
3. Dios es bueno - no tengo que buscar a nadie más.
4. Dios está lleno de gracia - no tenemos nada que demostrar.

Se podrían decir todavía muchas más cosas acerca de la persona de Dios,


pero estas cuatro verdades básicas son una poderosa herramienta de
diagnóstico a la hora de enfrentarnos a la mayoría de los pecados y de las
emociones que pugnan por controlar nuestra vida.36

1. Dios es grande - no necesitamos tener el control

Viajando a la velocidad de la luz (300.000 kms/segundo), daríamos siete


veces la vuelta a la tierra en un solo segundo y pasaríamos a la luna en dos
segundos. A esa velocidad, tardaríamos poco más de 4 años en llegar a la
estrella más cercana, y 100.000 años en cruzar la galaxia en su totalidad.
Se calcula que hay más de 100.000.000.000 de galaxias en el universo. Se
tardarían 2.000.000 de años luz en llegar a la galaxia más próxima y
2.000.000 en llegar a la agrupación de galaxias más próximas a la tierra. Aun
así, no habríamos hecho más que empezar a explorar la increíble
inmensidad del universo.

Ese universo fue creado por el poder de la palabra de Dios. El profeta Isaías
dice que ‘Dios midió los cielos con la palma de su mano’ (Isaías 40:12). Bella
metáfora acerca del espacio, que nos ayuda a intuir la grandeza de Dios:
abarca la inmensidad del universo con la palma de su mano. Pon en alto tu
mano extendida: ¡El universo no es más grande que eso para Dios! Hebreos
1:3 dice que Jesús sustenta todo lo creado por el poder de su palabra. Jesús
‘hace todas las cosas según el designio de su voluntad’ (Efesios 1:11). De una
forma misteriosa, que incluye la libertad humana, Dios dispone cada
acontecimiento y determina cada acción: ‘Así está el corazón del rey en la
mano de Jehová; a todo lo que él quiere lo inclina’ (Proverbios 21:1). Incluso
las malas acciones tienen su cometido en los designios de Dios. La intriga
que envió a Jesús a la cruz fue el resultado de malas acciones por parte
humana, ‘para hacer cuanto [su] mano y [su] consejo habían antes
determinado que sucediera’ (Hechos 4:28). Dios sostiene y gobierna en su
providencia, desde el movimiento de los átomos hasta las complejidades de
la historia humana.

No sé si alguna vez has perdido algún documento en el ordenador por


error. A mí me pasó hace algunos días. Con un ¡Noooooo! descomunal,
golpeé la mesa con la cabeza. ¿A quién me estaba dirigiendo yo ahí? La pura
verdad, aunque me cueste admitirlo, es que estaba clamando a Dios,
cuestionando con mi ‘no’ su soberanía. En esos momentos, no quería en
modo alguno que Dios gobernara mi vida. ‘Señor, tú no eres el que sabe lo
que me conviene. No quiero tu gobierno.’

Alan iba sentado en el tren. Sin saberse muy bien por qué, se detuvo unos
metros antes de llegar a la estación. Si no se ponía en marcha en seguida,
iba a llegar tarde a una cita que era muy importante para su vida
profesional. La ansiedad y la irritación iniciaron su escalada.
Beth está muy preocupada. Tener que comprar otro coche, tras la avería
irreparable del antiguo, ha dejado a cero los ahorros. Ahora va a ser duro
llegar a fin de mes. Cuando su marido entra en casa con un costoso ramo de
flores para animarla, no puede más y se echa a llorar.

Colin se siente realmente frustrado. Todos sus esfuerzos por poner en


marcha un nuevo proyecto para la comunidad parecen chocar con
obstáculos insalvables. En casa, le resulta imposible soportar a los niños.

Dorothy se pasa las noches en blanco pensando en su amiga Eileen. Eileen


parece haber entrado en depresión postparto. Dorothy ha tratado de
ayudarla cuidando del bebé en un par de ocasiones, pero no es mucho lo
que puede hacer porque ella también tiene obligaciones. Aun así, le gustaría
hacer más. El problema es que no sabe cómo.

En Marcos 4:35-5:43, Jesús hace patente su control sobre el mundo


natural, el mundo espiritual, la enfermedad e incluso sobre la muerte. Los
relatos correspondientes resaltan su total autoridad. Así, Jesús revive a una
muchacha con la misma facilidad con que tú o yo la despertaríamos de un
sueño. Marcos resalta precisamente la diferencia entre el temor y la fe. Los
discípulos eran avezados pescadores. Aun así, sintieron un temor irracional.
Viéndolo, Jesús les reprende: ‘¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no
tenéis fe?’ (4:40). Las gentes vieron cómo el perturbado mental había
recobrado el sentido común y temieron el poder que lo había hecho posible.
La mujer enferma se acercó a Jesús ‘temblando de miedo’. Pero las palabras
de Jesús la tranquilizaron. Su fe hizo que superara el temor. A Dios no hay
que tenerle miedo. Las palabras que le dice a Jairo resumen la esencia de
toda esa sección: ‘No temas, cree solamente’ (5:36). Dios es infinitamente
superior a todo cuanto podamos temer. Todas esas historias nos previenen
acerca de que en el mundo sufriremos enfermedad y que todos moriremos.
Pero nos enseñan que no debemos temer lo que pueda sucedernos porque
Dios tiene el control y obra a favor nuestro en toda posible circunstancia. En
última instancia, nos llevará a nuestro hogar final de gloria. La muerte no
tiene la última palabra, porque la verdadera palabra final es ‘Talita cumi’,
‘levántate! ‘ (5:41).
¿Qué ocurre cuando no confiamos en el cuidado soberano de parte de
Dios? Una posibilidad es asumir el control uno mismo, saliendo siempre
perjudicado, sea por manipulación sea por dominio. Hay quien trabaja hasta
la frustración y el agotamiento. La aparente seguridad que da el dinero es
una gran prioridad para muchos, incluso por encima del reino de Dios (Lucas
12:22-31). Hay quien, de hecho, se angustia hasta el extremo de anularse
(Filipenses 4:6-7). La preocupación por pagar las facturas y tener suficiente
dinero para todos los gastos necesarios puede convertirse en verdadera
obsesión. Y todo porque no terminamos de creernos que nuestro Padre
celestial vaya a proveer para todas nuestras necesidades. Jesús señaló el
verdadero problema: nuestra falta de fe.

‘¿Quién de vosotros puede añadir más medida a su estatura?... ¡Hombres


de poca fe!... Nos os preocupéis por lo que habéis de comer, ni por lo que
habéis de beber...vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas.
Buscad antes el reino de Dios, y todas esas cosas os serán añadidas.’ (Lucas
12:25-31)

Solemos asociar la soberanía de Dios a los debates teológicos. Pero, en


realidad, todos tenemos que hacer frente diariamente a cuestiones
prácticas. En mi caso, el problema es de escapismo. Y constantemente tengo
que elegir entre una fantasía en la que yo soy soberano y el mundo de la
realidad en el que es soberano Dios. Se trata, en definitiva, de lo falso y de lo
auténtico. Si tengo la tentación de huir, mi refugio debería ser en Dios.

2 Dios es glorioso - no necesitamos temer a los demás

Una razón muy común para pecar es que ansiamos la aprobación de los
demás o tememos su rechazo. Y por ese ‘necesitar’ ser aceptados acabamos
siendo manejados por otros. En términos bíblicos, ‘el temor del hombre
pondrá lazo, mas el que confía en Jehová será exaltado’ (Proverbios 29:25).
Ed Welch, en su libro When People are Big and God is Small,37 sostiene que
el temor al hombre tiene múltiples síntomas: tendencia a ceder ante las
presiones; ‘necesitar’ algo de la pareja; preocupación por la autoestima;
asumir demasiada responsabilidad por no saber decir no; miedo a quedar en
ridículo; incurrir en pequeñas mentiras para salir airosos de una situación
incómoda; la influencia ajena para hacernos sentir celosos, enfadados,
desanimados, ansiosos; evitar el contacto con los demás; compararnos con
otros; incomodidad ante la labor de evangelización.38

La sociedad actual trata de superar esos problemas buscando distintas


formas de elevar la moral. Pero lo que suele hacer es que el problema
empeore, quedando a merced de la persona o situación que en teoría va a
ayudarnos a aumentar nuestra autoestima. En realidad, la baja autoestima
es una forma enmascarada de orgullo frustrado: no hemos alcanzado el
nivel que creemos merecer. Lo que deseamos suele ser bueno en sí mismo
(amor, afirmación, respeto), pero lo elevamos a la categoría de necesidades
sin las que creemos no poder ser personas plenamente realizadas.
Acostumbramos a pensar que ‘necesitamos’ la aprobación y aceptación de
los demás, pero nuestra verdadera necesidad es dar gloria a Dios y amar a
nuestro prójimo.

La solución al temor al hombre es temer a Dios. Y para ello necesitamos


tener una visión más amplia y verdadera de él. Temer a Dios conlleva
respetarle, adorarle, confiar en él y someternos a su persona. Que no es sino
la respuesta debida ante su santidad, su poder, su gloria, su amor, su
bondad y la justicia que dimana de una ira santa. Las apariciones de Dios en
la Biblia suelen estar rodeadas de fuego y resplandor. Su semejanza podría
ser la de sol, con su correspondiente reacción nuclear, dando lugar a una luz
cegadora visible a cientos de miles de kilómetros de distancia. Aun así, la
intensidad y esencia interna de la gloria de Dios excede exponencialmente la
del sol. Dios se viste y ciñe de poder (Salmo 93:1). ‘ “¿A qué pues me haréis
semejante o me compararéis?” Dice el Santo’ (Isaías 40:25). Para el
cristiano, el temor a Dios no conlleva terror. Dios es nuestro Padre y por eso
nos presentamos ante Él confiados a través de la persona de Cristo (Hebreos
4:14-16). Lo que no le convierte, claro está, en colega nuestro. Dios es y será
siempre fuego consumidor. ‘Mi carne se ha estremecido por temor de ti, y
de tus juicios tengo miedo’ (Salmo 119:120).

Si las expectativas de los demás te condicionan, tendrás que


contrarrestarlo aprendiendo el temor del Señor, que es algo que puede ser
enseñado y, por ello, aprendido (Deuteronomio 4:10; 17:18-19; 31:12;
Salmo 34:9-11). Una buena costumbre es meditar en la gloria de Dios y en su
grandeza, santidad, poder, esplendor, belleza, gracia, misericordia y amor.
Así hace el salmista en los Salmos 18 y 34. Ante la aparición de una
amenaza, habla la verdad acerca de Dios y de sí mismo. La certeza de la
gloria de Dios le lleva a sustituir el temor a las personas por la confianza en
Dios. Ante las personas a las que temes, o de las que esperas aprobación,
imagina a Dios a su lado. ¿Quién es más glorioso, majestuoso, santo, amante
y terrible en sus juicios? ¿Qué opinión te importa más? Jesús nos exhorta:
‘No temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed
más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno’
(Mateo 10:28). Tener miedo ante una amenaza de peligro es algo natural y
lo único que puede vencerlo es regularlo por la fe en Dios. Puede que haya
alguien en tu vida que trate de amedrentarte y de imponerse, pero lo cierto
es que nadie es mayor que Dios. David tenía sobradas razones para temer a
determinadas personas a lo largo de su vida. Aun así, pudo decir:

‘Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza


de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme? ‘ (Salmo 27:1-3; véase también
Salmo 56:3-4)

El temor de Dios es liberador. Desde luego que vamos a tomarnos las


expectativas de los demás en serio, porque queremos amar a nuestros
semejantes conforme al mandato divino. Pero no por ello vamos a permitir
que los demás nos esclavicen. De hecho, no servimos a los demás por lo que
podamos obtener a cambio—aprobación, afecto, seguridad o cualquier otra
posible cosa. Al someternos al señorío de Cristo somos libres para servir
también a los demás por amor (Gálatas 5:13).

3. Dios es bueno - no tengo que buscar a nadie más

Recientemente, me contaron la historia de una viuda rusa, ya de cierta


edad, que había aceptado un puesto de trabajo en un poco atractivo bloque
de pisos para fregar las escaleras. La pensión que recibe del Estado cubre sus
necesidades, pero su deseo es ganar un dinero extra para la obra misionera
en Mongolia. ¿Qué puede impulsarle a hacer semejante esfuerzo por
personas a las que ni siquiera ha visto y que, a no dudar, nunca verá? La
respuesta es gozo. Y ese gozo suyo recuerda el relato bíblico del hombre que
encuentra un tesoro en el campo y ‘gozoso por ello va y vende todo lo que
tiene, y compra aquel campo’ (Mateo 13:44). En la Biblia, no se nos invita a
una tarea insípida y adusta. En Dios vamos a encontrar algo que
verdaderamente satisface, con una realización plena y duradera, y con el
gozo inigualable de conocer verdaderamente a Dios. Satisfacción que nada
ni nadie va a ofrecernos. Cualquier cosa que pueda ofrecer el pecado, la
encontramos en Dios en su vertiente más pura, porque es Dios mismo y su
persona lo que se nos ofrece. Dios no solo es bueno, es mejor aún—mejor
que nada y que nadie—, y la fuente de todo gozo.

En Juan 4, Jesús convierte la petición de agua de la mujer samaritana en un


regalo de agua viva. ‘El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed
jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que
salte para vida eterna’. (14) Esa agua viva es Dios mismo dado a conocer a su
pueblo por obra del Espíritu Santo (Juan 7:37-39). Todo posible anhelo que
tengamos es en realidad anhelo de la plenitud de Dios. En muchos casos, un
anhelo distorsionado, pero real, del Dios que nos ha sido dado a conocer.

Los seres humanos solemos pensar en términos de lo momentáneo. Al


pensar en algo que nos proporcione placer inmediato, el atractivo del
pecado es lo que nos parece auténticamente real, en comparación con el
gozo aparentemente insustancial o distante de lo que Dios ofrece. Pero lo
cierto es que es justamente lo contrario: todo placer procedente de las
cosas de este mundo no es sino sombra y pálido reflejo de la auténtica
fuente de gozo que es Dios. El matrimonio, por ejemplo, es reflejo del gozo
de la unión con Dios; el adulterio, en cambio, es un reflejo distorsionado. Si
hacemos un ídolo del matrimonio o si cometemos adulterio, nos habremos
conformado con algo infinitamente inferior al agua viva. El pecado es un
reflejo distorsionado de una hermosa puesta de sol que cambia con cada
brisa que agita las aguas. Dios es el sol en toda su gloria y esplendor. C. S.
Lewis dice: ‘Ha habido épocas en mi vida en las que no deseaba en absoluto
ir al cielo; pero últimamente he empezado a preguntarme si, en el fondo del
corazón, eso es lo único que en verdad el hombre quiere... Es el secreto
mejor guardado de nuestra alma, un anhelo del que cuesta trabajo hablar y
que no es posible calmar.’39

Nada, sino Dios, va a satisfacernos de forma real y duradera. Si lo que


buscamos es satisfacción y realización personal, o sentido e identidad, en
algo que no sea Jesús, acabaremos vacíos. Habrá indudablemente
momentos de alegría y placer, pero la sed de la insatisfacción pronto hará de
nuevo su aparición. Jesús le pide a la mujer samaritana que vaya en busca de
su marido. En el curso del relato, puede parecer algo tangencial, pero va
derecho al corazón de la mujer. Tras haber tenido cinco maridos, su actual
compañero tampoco es marido suyo. La mujer está claramente buscando
satisfacción y sentido en el matrimonio, en el sexo y en una relación de
intimidad personal. Pero todas sus experiencias han sido como agua que
nunca termina de calmar la sed. Sin duda había un placer real en esas
relaciones pero no era duradero. Seguía teniendo sed porque no era
genuino.

La pauta preponderante en la vida de esa mujer era evidente en términos


matemáticos: cinco maridos y el compañero actual.

En tu caso, ¿qué pauta marca tu vida? ¿Las palabras ‘Si conocieras...’ no


son nada más que un estribillo? ¿Qué pones tú tras ese ‘Si...’? ¿Crees
verdaderamente que Dios es bueno?

Cuando la mujer trata de llevar a Jesús al terreno de la controversia


religiosa, Jesús redefine el concepto de verdadera adoración (19-24). La
adoración nada tiene que ver con cultos en determinados lugares. Es una
actitud del corazón: se ha de adorar en espíritu y en verdad. La adoración
tiene que ver con aquello que más deseemos y con lo que consideremos
más valioso. Cada vez que solicitamos a Dios que cumpla nuestros deseos,
nuestra adoración es en espíritu y en verdad. Pero si buscamos satisfacerlos
de otra manera, estaremos sin duda alguna cayendo en idolatría, y hasta las
obras buenas pueden incurrir en esa falta. Si nuestro deleite no está en Dios
sencillamente por ser él quien es, le serviremos por aquello que esperemos
obtener para nuestro propio beneficio: seguridad, buen nombre, ayuda en
las dificultades. Comportamiento que no hace sino poner de relieve lo que
realmente nos preocupa e interesa, esto es, nosotros mismos.40

Es fácil pensar que la obediencia es el precio que pagamos por entrar en el


cielo. Y, aun pensando que sería mejor cosa vivir placenteramente, como
cristianos estamos dispuestos a vivir para Dios. Pero la vida de obediencia a
Dios no tiene por qué ser triste y poco satisfactoria. La vida que el creyente
está en verdad llamado a vivir es de genuina satisfacción. La vida con Dios y
para Dios es la mejor vida a la que aspirarse pueda. El cambio tiene
justamente que ver con disfrutar de la liberación del pecado, para disfrutar
del gozo que Dios nos da en Jesús.

Dios no solo es mejor que todo lo que el pecado pueda ofrecernos: Dios es
lo eterno. La Biblia habla del ‘placer del pecado’ y, sin duda, son muchos los
pecados que proporcionan placer. De nada sirve pretender lo contrario.
Pero la Biblia nos advierte de que los placeres del pecado ‘son de corta
duración’.

‘Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de


Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar
de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el
vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía la mirada en
el galardón’. (Hebreos 11:24-26)

Estamos llamados a mirar más allá del momento presente hacia la


eternidad. ‘La paga del pecado’, dice el apóstol Pablo, ‘es la muerte’
(Romanos 6:23). Hay siempre un precio que pagar por las cosas y las
consecuencias suelen ser ya evidentes en la vida presente: relaciones rotas,
cuerpos dañados, remordimiento de conciencia, hábitos adictivos. Y
también hay consecuencias respecto a la vida futura. ‘El pecado, siendo
consumado, da a luz la muerte’ (Santiago 1:15). Acostumbramos a
centrarnos en la tentación. Empieza por apoderarse de nuestra mente y
acabamos perdiendo de vista la visión general. Conozco a una persona que
rompió el círculo vicioso del pecado en que estaba atrapado tras visitar a un
amigo creyente moribundo en un asilo. Al verse confrontado con la realidad
de la vida, se vio forzado a ver más allá de su pecado.

Piensa en Moisés. Sabemos, por las pirámides y las esfinges que los
gobernantes egipcios eran extremadamente ricos. La vida en la corte era de
lo más placentero que podamos encontrar en la vida presente, vida de
auténticos multimillonarios. Como hijo perteneciente a la corte real, Moisés
disfrutaba de grandes privilegios. Pero renunció a todo, prefiriendo ser
tratado como esclavo junto con los hebreos. Su cambio de actitud se
produjo al darse cuenta de que el Señor es infinitamente mejor que todos
los tesoros de Egipto. Los egipcios encerraban sus tesoros en las pirámides
pensando que podían llevárselos consigo a la otra vida. Pero eso no tenía
lugar. La prueba de ello, es que gran parte de esos tesoros, los podemos
contemplar en la actualidad en los museos. Moisés fue capaz de contemplar
la realidad de una ‘recompensa futura’, convencido de que lo que Dios
ofrecía por la eternidad era mucho mejor que todo lo que el mundo y el
pecado puedan ofrecer en este mundo (Marcos 8:34-36).

En opinión de G. K. Chesterton, buscamos la variedad porque nos


hastiamos y cansamos muy fácilmente. Pero, ¿qué ocurriría si ‘la vida y el
gozo fueran tan inmensos que nunca nos cansáramos’ de la rutina?

Los niños mueven las piernas a compás por exceso de vida y energía, no
por falta de ella. Esa vitalidad exuberante hace de su espíritu algo libre y
decidido, y no notan en absoluto la repetición y la ausencia de cambio. De
hecho, nos piden continuamente: ‘Hazlo otra vez’... Cabe pensar que Dios
goce también de una energía asimismo extraordinaria y disfrute con la
monotonía de la repetición. Así, es posible que Dios diga cada mañana al sol,
‘Sigue haciendo lo mismo’; y a la luna por la noche, ‘continúa con tu ciclo’.
Puede que no sea una necesidad automática lo que hace iguales a las
margaritas; Dios bien podría, si quisiera, ir haciéndolas de una en una pero
todas iguales, y que nunca se canse de hacerlo. Y puede que Dios se deleite
eternamente en el disfrute propio de la edad temprana; que seamos
nosotros los que hemos pecado y envejecido, y que nuestro Padre sea más
joven que nosotros. Puede que la repetición en la Naturaleza no sea mera
sucesión de lo mismo, sino la propina del final de la representación.41
Nos cansamos muy fácilmente de la vida. Y acusamos la fatiga de la
futilidad del pecado. Pero Dios nunca se cansa de la existencia. Él es en
esencia vida y existencia. Su vida y gozo son tan grandes que nunca se cansa
de contemplar el amanecer y las margaritas, ni de disfrutar de todo lo bello.
En Proverbios 8:30-31, Jesús, personificado como Sabiduría, habla del
deleite que le produce la creación. ‘Con él estaba yo ordenándolo todo, y
era su delicia de día en día, teniendo solaz delante de él en todo tiempo. Me
regocijo en la parte habitable de su tierra; y mis delicias son con los hijos de
los hombres.’42 Nos preocupa pensar que la eternidad vaya a ser algo
aburrido. Pero eso es porque estamos cansados y como muertos. Buscamos
el gozo en el pecado y pronto nos hastiamos y tratamos de buscar otra
distracción más. Nos fatigamos en esa búsqueda fútil de perpetua
excitación. Pero en la eternidad habrá ‘un constante flujo de auténtica vida’
fluyendo por nuestras venas. La vida y el disfrute en la vida eterna serán de
proporciones inimaginables estando cada momento lleno de auténtico gozo.
Cada margarita será un deleite renovado día a día; cada amanecer un hecho
prodigioso. Y le rogaremos a Dios entusiasmados: ‘Hazlo otra vez’. Ahora
somos seres caducos, cansados y un tanto cínicos. Pero cuando volvamos a
ser de nuevo jóvenes y llenos de vitalidad, podremos disfrutar sin límite de
Dios y de la nueva vida que él nos da.

4. Dios está lleno de gracia - no tenemos nada que demostrar

Estuve sin conciliar el sueño durante largo rato, repasando la conversación


en mi mente. Ya levantado por la mañana, no conseguía dejar de pensar en
ello. El encuentro habitual del equipo de trabajo había acabado en lo que mi
hija describió más tarde como ‘una auténtica guerra’. El mismo lugar, la
misma hora; pero, la noche anterior, una mujer de la iglesia había acudido a
mí con una profunda crisis pastoral y sin embargo yo no había dejado de
dormir profundamente por ello.

¡Qué tremendo despropósito! Podía olvidar sin más una crisis auténtica,
conformándome con dejarlo en manos de Dios; pero una discusión por algo
que carecía en realidad de importancia me había desequilibrado por
completo. Mi deseo de que se me hiciera justicia y se me diera la razón me
hacía perder el sentido de la proporción. Y eso había sido lo que en realidad
había dado origen al conflicto. Yo quería demostrar a toda costa que mi
punto de vista era el acertado y había peleado sin cuartel para conseguirlo.
Lo que por fin hizo que dejara de darle vueltas morbosamente a todo el
asunto fue el recordar que Dios es pura gracia. Yo no tengo por qué
justificarme a mí mismo. Es más, yo no puedo justificarme a mí mismo. Es
Dios el que me justifica en virtud de la obra salvadora de Cristo. Dios es ‘un
Dios de perdón, clemente y piadoso, tardo para la ira, y grande en
misericordia’ (Nehemías 9:17).

La parábola del hijo pródigo en Lucas 15 pone de relieve la extraordinaria


gracia de Dios. Solicitar su parte de la herencia equivalía a decirle a su
hermano: ‘Por mí, puedes morirte’. Vender esa parte a extraños suponía
poner las tierras de la familia en manos extrañas. Mudarse a otra ciudad era
como rechazar a su familia. Y eso sin llegar todavía a su ¡disipada forma de
vivir! Acabar cuidando de una piara de cerdos era posiblemente el trabajo
más denigrante para un judío, por tratarse de un animal impuro, y desear
poder comer su comida era la humillación definitiva. La cuestión es que
hemos sido nosotros los que hemos querido vivir como si Dios no existiera,
apartándonos todo lo posible de él. Hemos intentado renunciar a su amor y
hemos acabado en el establo ansiando hasta lo más inmundo.

Lo que verdaderamente sorprende y cautiva en este relato es la reacción


del padre. Los que estuvieran oyendo a Jesús mientras lo contaba debieron
quedarse impactados. En aquella sociedad, si un hijo se atrevía a reclamar su
herencia estando todavía con vida el padre, se le desheredaba de inmediato.
Si se rebelaba contra la autoridad del padre, se le azotaba. Si se marchaba
de casa para vivir de forma airada, se le repudiaba. Pero, en este caso, el
padre corre a abrazar al hijo que por fin vuelve a casa. Sin esperar siquiera a
que el hijo le dé las debidas muestras de respeto, le acoge amoroso sin
increparle ni demandar explicaciones. Y no solo eso, sino que le honra con
una rica vestidura, un anillo de reconocimiento de su categoría como hijo
querido, organizando una fiesta para celebrar su vuelta al hogar. Así es
nuestro Dios: nos acoge, nos abraza y nos colma de honra y honor.
Hubo un tiempo en que pensé que, si le fallaba a Dios, tendría un mal día o
que mis oraciones quedarían sin respuesta. Yo daba por sentado que Dios
reaccionaría como yo lo hago cuando alguien me falla. O que tendría que
pagar por ello con un mal día, o con una tanda extra de oraciones. Como si
la muerte de Jesús a favor nuestro no hubiera sido por completo suficiente.
Marcamos las distancias entre Dios y nosotros. Pero él no deja en momento
alguno de estar a la expectativa, dispuesto a acogernos, a abrazarnos, a
darnos la bienvenida al hogar que realmente es nuestro. De hecho, las otras
parábolas de Lucas 15 evidencian que es Dios mismo el que toma la
iniciativa para llevarnos de nuevo a casa.

Si la historia del hermano pequeño pone de manifiesto la abundante gracia


de Dios, en el hijo mayor aparecen muchas de las características de un no
creer verdaderamente en la gracia de Dios.

Un enfado recalcitrante

‘Se enojó grandemente, y no quería entrar’ (Lucas 15:28). Está indignado y


rabioso al ver a su padre colmar de inmerecidos honores a su hermano, no
habiendo él tenido ningún reconocimiento pese a haberse portado siempre
como un buen hijo. Ahí es donde radica el escándalo de la gracia de Dios. Si
no interviniera la gracia, entenderíamos la vida como un contrato entre
nosotros y Dios: nosotros nos portamos bien y Dios nos recompensa por
ello. Cuando todo marcha bien, el orgullo se apodera de nosotros. Pero
cuando las cosas se tuercen, o nos echamos a nosotros mismos la culpa (por
sentirnos culpables) o denostamos de Dios (incurriendo en amargura). Al
excluir a Dios de toda posible explicación, nuestro enojo no toma forma
concreta y ni siquiera sabemos bien dónde ha estado el fallo. Pero el pacto
que Dios ha hecho con sus criaturas es de plena salvación y restauración en
gracia por haber sido ‘pagada la deuda en su totalidad por Jesús’. Y
únicamente cuando comprendemos en su verdadera dimensión la gracia
divina, podemos servirle por ser Dios quien es, no por la recompensa.
Una tarea cumplida sin gozo

‘Tantos años que llevo trabajando como un esclavo’. (29) El hijo mayor no
dice sencillamente que son muchos los años que lleva trabajando para su
padre, sino que pone particular énfasis en que ha trabajado prácticamente
como un ‘esclavo’. Pensemos en un ama de casa que se esfuerza en atender
a su familia sin que esta se lo agradezca. Para ella, su trabajo es una
esclavitud. Pensemos ahora en una joven esposa cuyo marido es atento,
cariñoso y fiel. Cualquier cosa que ella prepara, él lo encuentra delicioso.
¿Vive ella su trabajo como una ‘carga’? ¡Por supuesto que no! Si vemos en
Dios a un amo despegado, todo trabajo que hagamos para él será una
pesada carga. Pero si le vemos como lo que realmente es, un Padre
amoroso, trabajaremos para él con gozoso ánimo.

Trabajar intranquilo

‘No te he desobedecido jamás’ (29). El hijo mayor quiere que todo el


mundo sea consciente de su buen comportamiento porque lo que en
realidad desea es probar su valía. Son muchas las personas que
constantemente tratan de demostrar lo que valen: líderes cristianos que se
esfuerzan para que el sermón les salga impecable, padres que se desviven al
máximo para criar hijos perfectos, trabajadores que realizan infinidad de
horas extra para dejar bien claro lo mucho que valen. Y, sin duda, habrá
momentos en los que sientan que lo han conseguido, en cambio, en otros,
en los que nada parezca ir bien y su mundo se haga añicos. Esa actitud de
fondo crea un constante estado de estrés y un activismo sin freno.
Pendientes siempre de rendir al máximo, la preocupación es constante
pensando que todo puede venirse debajo de la noche a la mañana. La
auténtica cuestión es que no podemos justificarnos, y además ¡no tenemos
por qué hacerlo! Dios es pura gracia y siempre está dispuesto, sean cuales
sean nuestras circunstancias, a rodearnos con sus brazos.

Una comparación por orgullo


‘Este tu hijo ha malgastado tu dinero con rameras’. (30) Esta es la primera
mención que se hace de ese hecho. Pero el hermano mayor da por sentado
lo peor para hundir definitivamente la reputación de su hermano. En el ser
humano existe la tendencia a disfrazar el orgullo de compasión o
amabilidad, tratando a los demás con condescendencia. Hacemos notar las
faltas ajenas para parecer nosotros mejores. Pensamos en la justicia como
una escalera y lo único que nos importa es la posición que nosotros
ocupamos.

La gracia que Dios despliega hacia sus criaturas pone del revés nuestro
juicio. Todos sin excepción estamos por igual a los pies de la cruz de Jesús:
avergonzados por igual, aceptados de igual manera. Jesús puso el ejemplo
del hijo pródigo porque los fariseos censuraban que tuviera trato y hasta
comiera con pecadores (1-2). Pero la verdad es que a Dios no le preocupa ni
nuestra respetabilidad ni nuestra propia justicia. Él se interesa por los
pecadores arrepentidos. Jesús está en lo cierto al compartir mesa con
pecadores reconocidos porque el cielo está justamente en disposición de
acogerlos (7, 10, 23-24).

¡Muchos de nosotros vivimos tranquilos por saber que seremos


justificados en el día final: declarados libres de culpa en virtud de la muerte
de Jesús. Pero, ¿qué podemos decir de la justificación en el día de hoy o
mañana? ¿Estás tú todavía tratando de justificarte por tus propios medios?

¿Sueles enfadarte por querer a toda costa demostrar que eres tú


quien tiene razón?
¿No sientes ningún gozo en el servicio cristiano, viviéndolo más
bien como una obligación sin aliciente?
¿Te sientes en alguna manera presionado para hacer cosas?
¿Sirves a los demás para poder sentirte bien o para impresionar?
¿Menosprecias lo que hacen los demás e incluso lo criticas
abiertamente?
¿Te angustias pensando que no vas a hacer en toda tu vida nada
que merezca realmente la pena?
¿Disfrutas hablando de los defectos ajenos?
El hijo mayor no parece sentirse como un verdadero hijo, sino como un
siervo más. En consecuencia, el padre puede contar con su obediencia pero
no con su afecto. ¿Es ese tu caso respecto a Dios Padre?

Esta es la absoluta y chocante verdad: sin la fe en la justificación, ‘nunca


haremos nada por verdadero amor a Dios, sino tan solo por amor a nosotros
mismos o por miedo a la condenación’.43 Hay actos con apariencia de
buenas obras, que realizamos por seguir pensando que va a ser nuestro
buen comportamiento lo que nos ponga a bien con Dios y lo que demuestre
mi valía de cara a los demás. Lo cual equivale a decir que nos consideramos
más aptos salvadores que Jesús.44 Parece que vivimos convencidos de que es
necesario completar la obra iniciada por Cristo. Por eso, Jesús dice: ‘Esta es
la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado’ (Juan 6:29). Dios solo nos
pide que hagamos una cosa: tener fe en su Hijo. Todo lo demás será la
resultante de ese primer paso ineludible y esencial.

Permitidme que repita aquí unas palabras muy apropiadas de William


Romaine: ‘No va a haber pecado que sea crucificado en el corazón o en la
vida si antes no ha sido perdonado en la conciencia... Si no experimenta
mortificación por la culpa, no podrá ser sometido en su poder’.45 Richard
Lovelace afirma rotundo que la principal razón de que los cristianos no
cambien es que fallan en su comprensión de la gracia divina:

Los cristianos ya no están seguros de que Dios les ame o les acepte a
través de Jesús y, con independencia de sus progreso espiritual, son
inconscientemente personas radicalmente inseguras... Esa inseguridad
se hace patente en forma de orgullo, asertividad a la defensiva de la
propia justicia y de la crítica a los demás... Se aferran por ello con
desesperación a una justicia legalista de corte farisaico, haciendo su
aparición la envidia, los celos y otros pecados más como resultante de
esa inseguridad de fondo.46

Pero no todo está perdido. El padre se esfuerza por hacerle ver a su hijo
mayor la realidad de su afecto (Lucas 15:28). Como padre amoroso, está
dispuesto tanto a admitir de nuevo al hijo disoluto como a mostrar su
contentamiento con el hijo de buen comportamiento. El relato termina, y el
hermano mayor sigue sin entrar a la fiesta, quedándonos la duda de qué
acabaría pasando; lo que nos lleva a plantearnos qué habríamos hecho
nosotros en esas circunstancias y qué haremos si nosotros nos vemos en una
situación parecida. ¿Demostraremos creer verdaderamente en la gracia
divina?

En el templo, la obra de expiación nunca estaba terminada del todo. Los


sacerdotes tenían que realizar la ceremonia necesaria día tras día (Hebreos
10:11-12). Pero Jesús ya está ocupando el puesto que le corresponde junto
al Padre, después de haber llevado a cabo todo lo necesario. Y justamente
por ello nosotros también ahora podemos sentarnos confiadamente en la
seguridad de nuestra salvación. No hay razón alguna para que nos
esforcemos por demostrar lo que valemos, expiando nosotros mismos
nuestra culpa y esperando por ello la correspondiente bendición.

Vedle postrado en el huerto;


en tierra yace nuestro Hacedor;
contempladle colgado del madero,
oídle gritar en el Calvario antes de morir:
‘¡Consumado es! ¡Consumado es!’
¿No crees, pecador, que con aquello bastó?47

Conclusión

La única posible forma de pecar es perdiendo de forma total la


perspectiva. Únicamente olvidando que Dios es grande y bueno podremos
pecar. Y eso es justamente lo que hacemos una y otra vez. Olvidamos a Dios
y la identidad que nos confiere. El cambio se produce por medio de la fe en
un Dios grande y bueno. Y tiene lugar cuando nos decimos a nosotros
mismos esa gran verdad. Eso no significa que vaya a ser algo fácil. Y, aunque
tan solo es necesario creer, ¡es un ‘tan solo’ realmente grande! La fe
conlleva una lucha diaria. Las mentiras acerca de Dios nos rodean por todas
partes: mundo, demonio y carne tratan de seducirnos continuamente con
distintos placeres engañosos. La lucha va a ser constante. Pero no es ni
mucho menos una batalla perdida. ‘Esta es la victoria que ha vencido al
mundo, nuestra fe’ (1 Juan 5:4).

¿Qué significa eso en la práctica? En primer lugar, que tenemos que


cultivar nuestra confianza en la grandeza de Jesús, respetando su gloria,
deleitándonos en su bondad, aguardando expectantes el futuro que nos
tiene prometido y descansando en su promesa de gracia mientras llega ese
momento. Y eso es algo que tenemos que hacer día tras día, en virtud de la
palabra, la oración y la comunidad de la fe (más sobre este punto, en el
capítulo 8).

En segundo lugar, al vernos enfrentados a la tentación, no tenemos tan


solo que decir: ‘No voy a hacer eso’, sino asimismo: ‘No tengo por qué hacer
eso’. Cuando nos sintamos tentados a envidiar las posesiones ajenas, no solo
hay que decir: ‘No debo envidiar’, sino también: ‘No tengo por qué envidiar
nada porque yo tengo a Cristo’. Y cuando la tentación sea preocuparnos,
diremos no solo: ‘No debo preocuparme’, sino: ‘No tengo por qué
preocuparme porque Dios tiene el control.’ Sea lo que sea que el pecado
ofrezca, Dios estará siempre muy por encima y será infinitamente mejor.

Decir ante la tentación ‘No debo hacer esto’ es mero legalismo. Decir en
cambio ‘No tengo por qué hacer esto porque Dios está muy por encima y es
infinitamente mejor’ es buena nueva.

Para reflexionar

1. ¿Qué mentira puede estar oculta tras las siguientes emociones y


conductas? Es posible que haya más de una respuesta válida. ¿Qué verdades
necesitan las personas tener en cuenta por fe?

Abdul se queja casi constantemente. La verdad es que lleva años


con dolencias y los médicos no acaban de averiguar qué es lo que
realmente le pasa. Eso le hace estar desanimado y es su único tema
de conversación.
Colin está realmente cansado. Tan agotado está que pierde casi
constantemente la paciencia con sus hijos, y la noche pasada, al
querer hablar su esposa con él, se quedó dormido en el sofá sin darse
siquiera cuenta de ello. En su deseo de que a su familia no le falte de
nada, acepta todo el trabajo extra que le sale. El gasto principal es
realmente la hipoteca.
Cathy está pensando en irse a vivir con su novio. Sus amigos
cristianos le dicen que eso no está bien. Pero es que ellos no saben
que Paul le hace sentirse realmente amada. Antes de conocerle, se
sentía vacía, pero ahora nota como si toda su vida estuviera plena.
Además, es muy fácil para sus amigos dar consejos teniendo en
cuenta que todos están casados.
Jamal pasa las horas con los juegos de ordenador, hasta el punto de
estar afectando a su relación familiar. Además, está dejando de
cumplir con sus responsabilidades. La vida real le resulta aburrida,
entre otras cosas porque él es una persona de lo más normal y
corriente. En cambio, en el mundo de lo virtual es todo un héroe.
No hay mañana que Elsa no sienta una fuerte tensión que la
agarrota el estómago según sale de casa para ir al colegio. Sus
compañeras hablan constantemente mal de los profesores y critican
si cesar al resto de los alumnos. Están obsesionadas con la moda y
con los chicos con los que van a quedar el fin de semana. De vez en
cuando, se burlan también de Elsa por no ser como ellas. A veces,
cede ante la presión y hace cosas que sabe que no están bien. La
tensión está empezando a afectarle más seriamente.
Carla no para de criticar a todo el mundo. Realmente, disfruta
señalando los defectos ajenos y avergonzando a las personas. No lo
puede remediar, es algo que la hace sentirse bien.

2. Redacta una versión del Salmo 27 diciendo justamente lo opuesto al


texto.
Por ejemplo:

- Jehová es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré?


- Mi cónyuge ilumina mi vida; y yo busco su aprobación.

* Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?


* Mi jefe garantiza mi seguridad; me preocupa enojarle.

- Cuando se juntaron contra mí los malignos, mis angustiadores y mis


enemigos, para comer mis carnes, ellos tropezaron y cayeron.
- Cuando mis compañeros se meten conmigo, yo tropiezo y caigo.

¿Cuánto de lo opuesto al texto del Salmo es cierto en tu caso? ¿Cuáles son


las verdades correspondientes que remediarían esa situación perjudicial?
Repite el ejercicio con los Salmos 31, 84 y 103.

Proyecto de cambio

5. ¿Qué verdades necesitas tener en cuenta?

¿Qué pensamientos hay detrás de tu comportamiento y tus sentimientos?

Piensa ahora en lo que has decidido que quieres modificar en tu proyecto


de cambio.

¿Por qué haces o sientes lo que haces o sientes?


¿Qué esperas lograr?
¿Qué crees que te haría feliz en esa situación?
¿Qué creencias o pensamientos dan fondo y forma a tu
comportamiento y tus emociones?

¿Dónde está la mentira?


Detrás de cada pecado y de cada emoción negativa hay una mentira. ¿Cuál
es la mentira en el caso que has escogido para tu proyecto de cambio?
¿Qué ponen de relieve tus pensamientos respecto a tu confianza en Dios?
Es realmente importante que manifiestes tus creencias o pensamientos
acerca de Dios. Eso no es algo que hagamos a menudo, ya que tendemos a
dejar a Dios afuera. El resultado es que no vemos nuestros pensamientos
como mentiras en relación a Dios. Plantéate dar nueva forma a tu
pensamiento, incluyendo ahora a Dios. Las siguientes preguntas pueden
serte de ayuda:

Si deseas algo, ¿crees que va a ofrecerte más de lo que Dios ofrece?


Si algo te infunde temor, ¿crees que ese algo es más importante
que Dios?
Si algo te enoja en extremo, ¿piensas que Dios te ha fallado?

¿Qué verdades has de tener en cuenta?


Dale la vuelta a la respuestas que hayas dado a las preguntas previas para
que sean justo lo contrario. Si eso es mentira, ¿dónde está la verdad? ¿Cuál
de las siguientes verdades es particularmente aplicable en el caso de las
mentiras que subyacen tras el área que has seleccionado en tu proyecto de
cambio?

Dios es grande - por eso nosotros no necesitamos tener el control.


Dios es glorioso - por eso no debemos temer a las personas.
Dios es bueno - por eso no debemos buscar ayuda extra.
Dios es pura gracia - por eso no tenemos por qué demostrar
nuestra valía. Los siguientes pasajes tomados de las Escrituras se
ocupan de todas estas verdades. Reflexiona al respecto. Ponlas en
oración. Pídele a Dios que te ayude a tenerlas presente y a creer en su
realidad ante la tentación.
Dios es grande - Salmo 27.
Dios es glorioso - Salmo 31.
Dios es bueno - Salmo 84.
Dios es pura gracia - Salmo 103.

Notas
31 Citado por John Piper, Cuando no deseo a Dios, Portavoz, 2006

32 Esta analogía está tomada de un sermón de Jonathan Edwards titulado


`Divine and Supernatural Lighta, Works, vol. 2, Bell, Arnold & Co., 1840, pp.
12-17

33 D. Martyn Lloyd-Jones, Depresión spiritual, Libros Desafío, 2004

34 Sinclair Ferguson, citado por C. J. Mahaney, The Cross-Centred Life,


Multnomah Press, 2002, p. 48

35 C. S. Lewis, Mero Cristianismo, RIALP, 1995

36 Para un ejemplo detallado del modo en que estas verdades son


aplicables en los casos de exceso de ocupaciones, véase Tim Chester,
Cristianos superocupados, Publicaciones Andamio, 2013.

37 Edward T. Welch, When People are Big and God is Small, P&R
Publishing, 1997.

38 Ibid., p. 15

39 C. S. Lewis, El problema del dolor, Editorial Universitaria, 1998.

40 Jonathan Edwards, Charity and Its Fruits, Yale University Press, 1989,
pp.180-181.

41 G. K. Chesterton, `The Ethics of Elfland’, Orthodoxy, House of Stratus,


2001, p. 41.

42 Véase Calvin Seerveld, Rinbows for the Fallen World, Tuppence Press,
1980, p. 53.

43 La Confesión Belga, §24.

44 Martín Lutero, Treatise Concerning Good Works, 1520, Parte xi.


45 William Romaine, The Life, Walk and Triumph of Faith, 1771; James
Clarke, 1970, p. 280

46 Richard Lovelace, Dynamics of Spiritual Life, Inter-Varsity Press, 1979,


pp. 211-212.

47 Joseph Hart, `Come, ye sinners, poor and wretched.a


6 ¿De qué deseos te tienes que apartar?

‘Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y


esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea
manifestado; como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que
antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó
es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir’. (1
Pedro 1:13-15)

El propósito de Dios para nuestras vidas es que seamos santos, al igual que
él lo es. Esa santidad es el fruto de lo que pensamos y de aquello en que
confiamos, y de lo que deseamos y veneramos. Hemos visto ya, cómo la
conducta de pecado y las emociones negativas proceden de las mentiras que
creemos sobre Dios, en vez de confiar en la verdad y bondad de su palabra.
Por eso, Pedro nos insta a ‘preparar la mente para actuar de forma distinta’.
Tenemos para ello que llenar la mente con la auténtica verdad y luchar con
un pensamiento humano equivocado. Pedro nos insta también a ‘no ceder
ante los deseos indebidos’ que nos asediaban cuando ‘vivíamos en la
ignorancia’ (véase también 1 Pedro 2:11). La otra cuestión que está activa en
nuestros corazones es todo aquello que deseamos, veneramos y
consideramos un tesoro. Pecamos porque deseamos o adoramos ídolos en
vez de adorar y honrar a Dios.

Deseamos o adoramos ídolos en vez de adorar y honrar a Dios

No solemos imaginarnos adorando ídolos, porque lo asociamos a estatuas


y santuarios. Pero Dios les dice a los líderes de Israel que ‘han puesto ídolos
en su corazón’ (Ezequiel 14:3). No debemos apresurarnos a juzgar a los
israelitas por tener ídolos, sino que, en cambio, deberíamos examinar
nuestro propio corazón. Juan Calvino dijo en ese sentido: ‘La naturaleza del
hombre le lleva, a su manera, a hacerse de continuo ídolos’. 48 Dios dice
categórico: ‘Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente
de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen
agua’. En consecuencia, ‘corren tras dioses ajenos para su propio mal’ y
‘vergüenza suya’ (Jeremías 2:13; 7:6, 19). Un ídolo es aquello a lo que nos
volvemos en nuestra necesidad en vez volvernos a Dios. El doble pecado
nuestro hoy día es, primero, rechazar la verdad de la grandeza de Dios y su
bondad, y, segundo, depositar nuestros afectos en otras cosas.

Un dios es aquello en lo que ponemos nuestra esperanza para la obtención


de todo bien terrenal, y en lo que nos refugiamos en la hora de la angustia...
Sea donde sea que pongas tu corazón, ahí depositarás tu confianza, y ten en
cuenta que eso será tu verdadero dios. (Martin Lutero) 49

La idolatría no siempre consiste en una negación explícita de la existencia


de Dios o del carácter de su persona. Así, puede revestir la forma de apego
desmesurado a algo que, de entrada, es bueno... Un ídolo puede ser un
objeto físico, una propiedad, una persona, una actividad, un rol, una
institución, una esperanza, una imagen, una idea, un placer, un héroe—el
problema ahí es que cualquier cosa puede sustituir a Dios—. (Richard
Keyes)50

Nuestros ídolos son aquellas cosas de las que dependemos y en las que
confiamos para darle sentido a la vida. Es aquello de lo que decimos
‘Necesito esto para poder ser verdaderamente feliz,’ o ‘Si no tengo eso, mi
vida carecerá de valor y sentido’. (Tim Keller)51

En el Nuevo Testamento, la idolatría es claramente todo ‘deseo


pecaminoso’, esto es, ‘deseos de la carne’. ‘Deseos’ que no solo tienen que
ver con el placer sexual, sino con todo deseo no lícito. Y ‘carne’ no es
referencia al cuerpo físico, sino a la naturaleza de pecado que caracteriza al
ser humano: la proclividad al pecado que tenemos desde el nacimiento.
Pablo considera la avaricia una forma más de idolatría (Colosenses 3:5).
Ídolo es todo aquello que te incita a codicia. Puede ser dinero, aprobación,
sexo o poder. David Powlison dice: ‘Si “idolatría” es el término que resume
en el Antiguo Testamento nuestro apartamiento de Dios, “deseo” es su
equivalente en el Nuevo Testamento. En ambos casos, se trata del problema
básico que afecta al ser humano’.52 Dicho de otra forma, los ‘deseos
pecaminosos de la carne’ es una forma alternativa de referirse a los ídolos
que albergamos en nuestro corazón. Tim Stafford dice al respecto:

La ‘carne’, esto es, la vida alejados de Dios, necesita con urgencia múltiples
cosas. Necesita poder. Necesita placer. Necesita salud. Necesita posición y
reconocimiento. Ninguna de esas cosas es censurable. Y nada hay de malo
en desearlo. Pero el deseo desmesurado, esto es, la codicia, va mucho más
allá del mero disfrute. Es la voluntad empecinada de querer conseguirlo a
cualquier precio. Y el ansia codiciosa convierte las cosas en objeto de
adoración. Así es como el deseo desbordado entra en lo que la Biblia califica
de ‘idolatría’. Ansiamos lo que idolatramos. Puede que nos permitamos
aliviar la tensión bromeando al respecto, pero nuestro comportamiento
hace patente una sumisión de fondo. Nos volvemos a nuestros ídolos para
conseguir aquello que creemos necesitar para que nuestras vidas tengan
verdadero sentido.53

‘Porque donde esté vuestro tesoro’, dice Jesús, ‘allí estará también vuestro
corazón’ (Mateo 6:21). Aquello que tengamos en mayor aprecio será lo que
domine nuestra voluntad. El proceso puede calificarse de ‘cautividad’.
Nuestro deseo es nuestro cautiverio, quedando prisionero el corazón.
Confundimos ‘libre voluntad’ con ‘propia voluntad’. Pensamos que nos
liberamos cuando nos apartamos de Dios, pero en realidad pasamos a ser
esclavos de nuestros deseos. ‘El hombre es esclavo de lo que le domina’ (2
Pedro 2:19). ‘Nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y
amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a
Dios y a las riquezas’ (Mateo 6:24). Servimos a aquellos que más deseamos
en esta vida. Si nuestro deseo es Dios y su gloria, entonces Dios será nuestro
señor. Pero si lo que deseamos es, por ejemplo, dinero, el dinero es lo que
será nuestro ‘señor’, apareciendo la idolatría. El dinero es el nuevo dios, el
de las riquezas, Mamón’.

Cuando Eva vio que la fruta del árbol prohibido era agradable a la vista,
buena para comer y propicia para adquirir sabiduría, tomó de ella y la
comió, dándole a probar también a Adán’ (Génesis 3:6). ‘Buena... agradable
a la vista... deseable’. Elyse Fitzpatrick comenta en ese sentido: ‘Convertimos
nuestro deseo en predicado de lo que codiciamos: “bueno”, “deleitoso”,
“deseable”. El verdadero fondo de lo que escogemos es que decidimos
según conveniencia, creyendo elegir lo mejor y lo que mayor placer y
satisfacción va a darnos’.54 Eva pensó que el fruto del árbol prohibido iba a
darle mayor satisfacción que su relación con Dios. Ese deseo se adueñó de
su corazón hasta el punto de dominar su pensamiento y su conducta. Eso
fue lo que ocurrió con el pecado en origen y eso es lo que sigue ocurriendo
con todo pecado en la actualidad. ‘Sino que cada uno es tentado, cuando de
su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia,
después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo
consumado, da a luz la muerte’ (Santiago 1:14-15). El pecado parte siempre
de un deseo. No es que seamos pecadores porque cometamos pecados, sino
que actuamos pecaminosamente porque somos pecadores, con una
tendencia natural al pecado y atrapados en las redes de nuestros deseos no
lícitos. Esa es la razón por la cual no podemos cambiar nuestro modo de ser
y actuar a voluntad. Necesitamos inapelablemente a Dios para que renueve
nuestros corazones y obre un cambio.

No hay pecado que no tenga su inicio en un deseo indebido. ‘Por lo cual


Dios los entregó a deseos ilícitos, en la concupiscencia de sus corazones, de
modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la
verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes
que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén’ (Romanos 1:24-25).
Ya vimos cómo el pecado hace su aparición donde cambiamos la verdad de
Dios por una mentira. Ahora comprobamos que el pecado se adueña de
nosotros cuando Dios permite que el deseo domine nuestra voluntad. Surge
donde rendimos culto a las cosas antes que al Creador. Y creemos las
mentiras antes que a Dios (capítulo 5), adorando a ídolos en vez de a Dios
(capítulo 6).

El deseo controla nuestra existencia, determinando nuestro modo de ser y


actuar. Hacemos siempre aquello que queremos. La cuestión es qué deseo
en particular domina a la hora de actuar. Un alcohólico puede desear un
vaso de vino, absteniéndose, sin embargo, de tomarlo consciente de su
problema.
Podría decirse que no está ahí haciendo lo que de verdad quiere. Pero lo
que en realidad ha ocurrido es que un deseo distinto (quizás no pasar
vergüenza o no perder a su familia) se ha impuesto ‘por encima’ del deseo
de beber. Sigue, sin duda, haciendo algo que en verdad quiere hacer; la
diferencia es que su deseo de beber ya no es su principal deseo. 55 Nos
buscamos excusas pensando que sí queremos portarnos como es debido,
pero que no es posible porque lo impiden factores tales como las
circunstancias, nuestra genética, la falta de salud y tantas otras cosas más.
Nos justificamos por creernos víctimas. Pero la visión de la Biblia respecto al
pecado es absolutamente radical, demostrando, sin posible apelación, que
somos nosotros los responsables. Somos nosotros los que actuamos según
capricho.

Pero todavía hay esperanza. En Romanos 7, Pablo nos enfrenta a una


realidad personal: ‘No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.
Eso es lo que de continuo hago’ (Romanos 7:19). A primera vista, parece
contradecir lo que hemos venido subrayando. De hecho, hay quienes
realmente no hacen lo que en verdad quieren hacer. Pero la razón de que no
obren según sus buenos propósitos es que los deseos indebidos son más
fuertes y por eso se imponen (Romanos 1:24-26; 7:23-25). La respuesta,
afirma Pablo categórico, está en el Espíritu Santo y en la renovación de
mente que lleva a efecto:

‘Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero
los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu... y los que viven según
la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no vivís según la
carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en
vosotros’. (Romanos 8:5, 8-9)

Saber esto nos hace ser más humildes, dándonos asimismo esperanza de
cambio. La fe opera un cambio radical en nuestras vidas al hacerse realidad
la infinita gloria de Dios, siendo el deseo de su persona superior al deseo de
lo que el pecado ofrece y, por ello, venciéndole.
Cuando el deseo se tuerce

El desear no es algo que esté mal en sí mismo. Es consustancial al ser


humano. Deberíamos desear a Dios y su gloria y honra por encima de todo
(Lucas 22:15; 1 Corintios 12:31). El deseo pecaminoso es aquel que se
impone por encima de Dios. En origen, incluso puede ser un deseo de algo
bueno, pero que se ha vuelto más importante para nosotros que Dios mismo.
La palabra en el original griego para ‘deseo pecaminoso’ es epithumiai, es
decir, ‘deseo desbordado’. Parafraseando a Calvino: ‘El problema no está en
los deseos naturales que Dios puso en nosotros en la creación, esto es, los
deseos que nos distinguen como seres humanos [amar y ser amados, vivir
ordenadamente, disfrutar]. El auténtico problema es desear aquello que
contraviene lo dispuesto por Dios... Los deseos humanos tienen un fondo
pecaminoso que los hace perniciosos, y no porque deseemos cosas no
naturales, sino porque son deseos que no se sujetan a la razón ni a lo que
edifica’.56 La falta no está en lo que queremos en sí, sino en que lo queremos
por encima de Dios. El desear gozar de buena salud, tener éxito profesional,
casarnos y compartir la vida, por ejemplo, son cosas buenas en sí. Pero si el
no casarnos, el no triunfar profesionalmente o el perder la salud crean en mí
resentimiento y amargura, será porque los deseos naturales se han
apoderado de tal forma de nosotros que superan con creces el deseo que
podamos tener de Dios y sus caminos. El pecado será el no aceptar la
soberanía de Dios en nuestras vidas.

El mundo está lleno de cosas buenas que Dios quiere para nosotros. Y no
hay nada más lógico y natural que desear disfrutar de ellas. Pero su
fundamento y propósito es que nos lleven asimismo a disfrutar y gozarnos
en Dios. Debemos deleitarnos en el don y en el Donante. Realidad que ha de
manifestarse en la práctica con agradecimiento. ‘Porque todo lo creado por
Dios es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias;
porque por la palabra de Dios y por la oración es santificado’ (1 Timoteo 4:1-
5). Toda ‘cosa buena’ puede convertirse en ‘cosa no santa’ si usurpa el lugar
que solo corresponde a Dios, esto es, si la dádiva es para nosotros más
importante que el Dador.

En Juan 6, Jesús alimenta de forma milagrosa a 5000 personas con tan solo
cinco panes y dos peces. Al día siguiente, la multitud se agolpó de nuevo a su
alrededor porque quería más. Siempre habrá personas que esperan de Jesús
tan solo beneficios, sin estar interesados en su persona y su mensaje. La
comida gratuita es lo que les atrae. Jesús se lo hace ver claramente: ‘Me
buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os
saciasteis’. (26) Jesús les insta a no buscar en su persona satisfacción de su
idolatría, sino la auténtica satisfacción de su mensaje. ‘Trabajad, no por la
comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual
el Hijo del Hombre os dará’. (27) Su voluntad era que Jesús satisficiera su
deseo de forma inmediata.

Lo mismo puede ocurrir con nosotros. Esperamos de Dios que provea para
nuestras necesidades tanto materiales como emocionales. Y muchas veces
así lo hace. Pero Dios tiene para nosotros planes mucho más grandes y
satisfactorios. Quiere primero que le conozcamos bien y que estemos
dispuestos a servirle. Quiere que crezcamos y maduremos en semejanza a su
Hijo. Cuando nuestros deseos se vuelven más importantes que Jesús, Dios
hace que sus designios se hagan realidad incluso pese a nosotros.

‘Engañoso es el corazón más que todas las cosas’ (Jeremías 17:9). Lo que el
corazón anhela es ‘deseo engañoso’ (Efesios 4:22). El deseo suele
engañarnos disfrazándose de ‘necesidad’. Así, no decimos ‘deseo ser
amado’, sino ‘necesito ser amado’. Partimos de un deseo lícito (recibir
afecto) y lo transformamos en deseo idólatra que calificamos de necesidad.
Dios y su gloria dejan de ser el centro de mis expectativas, pasando yo a
ocupar ese centro y demandando en consecuencia que los demás me
‘honren’ mostrando afecto y adhesión. Richard Lovelace lo denomina
‘complejo de deidad’.57

Dios promete responder a nuestras auténticas necesidades. Lo que no


podemos es esperar que satisfaga todo deseo egoísta. Dios no es nuestro
servidor celestial, dispuesto a satisfacer sin más lo que le pidamos. Dios no
es tampoco la vía de acceso a una buena vida (como quiera que entendamos
ese concepto). Él es la buena vida y el que la define. Dios tiene que ser
deseado por sí mismo, no como proveedor de éxitos según demanda.
Carolyn quería casarse y esperaba que Dios le proporcionara el marido.
Por su parte, ella se esforzaba por vivir correctamente, pero Dios, se
lamentaba ella, no estaba cumpliendo su parte, lo que le provocaba
amargura. En el curso de varias conversaciones, le hablé de la gracia de Dios.
Pero eso no supuso cambio alguno en su vida. Lo que yo no fui capaz de
percibir en un principio es que había un problema mayor que resolver y que
tenía que ver con su corazón. Su deseo de encontrar marido se había
convertido en una obsesión para Carolyn, por encima incluso de su deseo de
Dios. Al no concederle Dios su deseo, su devoción se transformó en
amargura. Lo que yo tendría que haberle dicho desde un principio es:
‘Gustad, y ved que es bueno Jehová’ (Salmo 34:8). ‘Volveos de vuestra
idolatría; encontrad satisfacción en el Pan de Vida y no tendréis necesidad
jamás.’

En Amós 4, Dios hace mención de algo muy particular que tiene preparado
para su pueblo: ‘dientes limpios’ o ‘estómagos vacíos’ (6). El Señor ‘detuvo la
lluvia’ y las gentes ‘desmayaban por falta de agua para beber’ (7-8). Y mandó
plaga sobre las cosechas (9). De entrada, es difícil tener por dones todos
esos actos prodigiosos. Pero lo cierto es que Dios pone a prueba a su pueblo
para arrepentimiento. Los ‘dones’ son, en el conjunto del relato, algo
verdaderamente terrible, pero las consecuencias de una conducta idólatra
aún serían más terribles. Dios siempre prepara lo mejor para su pueblo, y lo
mejor va a ser siempre, y en toda posible circunstancia, él mismo. La
hambruna y la sequía pertinaz eran actos guiados por el amor divino para
hacer que el pueblo se volviera a su Dios.

Arrepentirse: desistir de seguir el camino equivocado del deseo

El pecado surge cuando deseamos algo por encima de nuestro deseo de


Dios. El pecado se vence con el proceso contrario: deseando a Dios más que
cualquier otra cosa.

La Biblia denomina ese proceso ‘arrepentimiento’. Su significado es ‘darse


la vuelta’ y, en este caso, supone darle la espalda a los deseos idólatras para
volverse a Dios.

El pecado surge cuando deseamos algo por encima de nuestro deseo


de Dios. El pecado se vence con el proceso contrario: deseando a Dios
más que cualquier otra cosa.

El pecado es fundamentalmente centrarse de forma egoísta y exclusiva en


uno mismo. En el pecado, no hay lugar para Dios. Se vive según propio
criterio y deseo, dejando a Dios completamente al margen. El ‘yo’ es el
centro del que todo parte y al que todo converge. Por el contrario,
arrepentirse supone dar una nueva orientación a nuestra vida con Dios en el
centro. El placer y el éxito dejan de ser lo más importante, los problemas
pasan a un segundo plano, siendo lo verdaderamente crucial rendir gloria a
Dios en todo lo que hagamos (2 Corintios 12:7-9).

El problema es que tendemos a considerarnos el centro. Vista la vida de


forma secuencial, relegamos a Dios a un papel secundario, aun
considerándonos cristianos. Dios es tan solo para cuando le necesitamos.
Figura de consuelo. Motivo de agradecimiento. Pero siempre, siempre, a
nuestro servicio. Nuestra historia es nuestra y esperamos que Dios se goce
en nuestro gozo. Pero la verdad es que nuestra historia no es en absoluto
nuestra. La historia es y será siempre de Dios. Evidentemente, Dios está
siempre ahí cuando nos volvemos a él. Pero la realidad del cuadro al
completo es que somos nosotros los que estamos y debemos estar ahí para
Dios. Existimos para gloria y alabanza de Dios. Dios no nos debe nada, ni
siquiera una explicación. Nosotros, en cambio, le debemos absolutamente
todo a nuestro Creador y Redentor.

Va a ser sin duda alguna siempre mucho mejor ser un personaje


secundario en el gran relato de Dios, que tratar vanamente de escribir
nosotros nuestro propio guión. La vida con Dios en el centro es la auténtica
vida. El calor del sol va a ser siempre mejor que nuestras fogatas. Mejor ser
reflejo de la gloria de Dios que consumirnos en la lucha por alcanzar nuestra
propia gloria.

Confieso que uno de mis pecados es autocompadecerme. Si alguien me


trata mal, se me agria el carácter. Si algo no me sale tal como lo tenía
planeado, me irrito exageradamente. Puedo levantarme ya de mal humor.
Todo en mi mundo tiene que girar alrededor mío. Pero la realidad no es ni
mucho menos así. Fui creado para dar gloria a Dios y disfrutar de su
compañía de por vida. Así, cuando por fin recapacito y me regaño a mí
mismo, reconozco humildemente que el mundo es de Dios, no mío. Si me
irrito y me quejo, es porque las cosas no me salen siempre tal como yo
quisiera. Pero ni tengo derecho, ni necesito que todo salga siempre tal como
yo lo haya planeado. Ha de bastarme con saber que Dios tiene el control y
que él sabe siempre lo que es mejor.

Aprender a confiar y depender de Dios es liberador y toda una lección en


humildad, porque nos sitúa en el lugar que realmente nos corresponde.
Nosotros no somos el centro del universo. Y ni siquiera podemos realmente
decir que somos el centro de nuestra propia vida. Y por eso no necesitamos
en absoluto tener continuamente el control. Podemos dejar a Dios que sea
Dios. Nuestro buen nombre no es lo verdaderamente importante. La
aprobación o el rechazo de los demás es algo secundario. Lo que en verdad
cuenta es que gozamos de libertad para servir al prójimo.

Un arrepentimiento constante

Nos hacemos cristianos en virtud de la fe y en arrepentimiento, y


crecemos y maduramos como cristianos en continuidad de fe y firme
arrepentimiento. De la fe nunca nos licenciamos. No hay proyecto de fin de
carrera que nos cualifique de forma definitiva para una vida de santidad.
Lutero lo advirtió desde el principio: ‘El progreso está en recomenzar
continuamente’.58

El arrepentimiento no es un acontecimiento que ocurra una sola vez al


convertirnos. Calvino dijo expresamente: ‘Dio a [los creyentes] una carrera
que han de correr a lo largo de toda su vida’.59 El arrepentimiento es una
vocación de por vida, es un constante volverse a Dios apartándonos de todo
aquello que pueda desplazarlo. Pero arrepentirse no es solo desistir de
determinadas conductas, renunciando a ídolos de propia factura y a deseos
que comportan pecado.

La Biblia habla del arrepentimiento como la ‘mortificación’ de


determinados deseos. Hay deseos que necesitan ser destruidos. ‘Haced
morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones
desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría’ (Colosenses 3:5). Lo
que conlleva decir de forma constante y decisiva ‘no’ al pecado, sobre todo
en esos primeros momentos en los que surge la tentación.

El pecado es mortificado en nuestras vidas a través de Cristo y por el


Espíritu. El fundamento de la mortificación es la obra realizada por Cristo en
la cruz. ‘Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado
juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que
no sirvamos más al pecado’ (Romanos 6:6; véase también Gálatas 2:20;
5:24). Cristo asestó en la cruz un golpe mortal a nuestra vieja naturaleza
pecadora, liberándonos de ese poder. Y por ‘haber muerto con Cristo’ y
‘haber resucitado con él’ somos ‘muertos con Cristo en cuanto a los
rudimentos del mundo’ (Colosenses 2:20; 3:1, 5). Eso es algo que podemos
aplicar para verdadera vida: ‘si por el poder del Espíritu hacéis morir las
obras de la carne’ (Romanos 8:13). El Espíritu renueva nuestro corazón con
el deseo de servir a Dios. El arrepentimiento (renunciar a deseos
pecaminosos) o la mortificación (hacer morir todo deseo tendente al
pecado) es lo resultante de la obra de Cristo a favor nuestro y del Espíritu
operando en nuestros corazones. Con la ayuda del Espíritu, venimos a ser
participantes activos en el proceso de maduración y santificación.

La mortificación recuerda el trabajo de jardinería. Hay que erradicar el


pecado que crece como la mala hierba. En mi jardín, hay diferentes clases de
plantas. De tiempos anteriores, hay restos de árboles viejos que es necesario
arrancar. Conseguirlo es trabajo duro y exige esfuerzo y perseverancia. Un
poco de ayuda nunca viene mal: mi amigo Steve siempre está dispuesto a
echarme una mano a mí y la otra al hacha...También tenemos madreselva,
que crece muy fácilmente, que es fácil de erradicar, de ser necesario, pero
que invade todo lo que se le pone por delante. También hay algunas zarzas
que han crecido espontáneamente. Son también fáciles de arrancar... con
los guantes adecuados. Pero cuidado con dejar la más mínima parte de raíz
porque rebrota con renovada energía.

En ocasiones, arrancar las malas hierbas que el pecado siembra en


nuestras vidas es tarea tan ardua como desbrozar bien el jardín. Así, puede
que un pecado en particular esté tan arraigado que vaya a requerir esfuerzo
y constancia extra para deshacernos de él. El verdadero problema es cuando
se ha convertido en un hábito, de ahí que sea de crucial importancia
arrancarlo de cuajo nada más hacer su aparición. Aun así, no dejará de ser
una tarea de constante atención y cuidado, ya que al más mínimo descuido,
el problema se hace más agudo. La clave está en la mortificación de aquello
que alienta y da vida al pecado. Y es totalmente imprescindible no solo
poner fin a todo deseo pecaminoso, sino asimismo, y de forma simultanea,
cambiar de conducta y hábitos. La alternativa es el riesgo de la zarza, que
crece con renovado vigor. Evidentemente, yo no sé dónde está creciendo
una zarza hasta que se deja ver; pero, en cuanto lo hace, puedo y debo
actuar de inmediato. Cuando detectes algo pecaminoso que está afectando
tu vida, busca la raíz y tira con fuerza. Sinclair Ferguson lo explica con
detalle:

¿En qué consiste entonces erradicar el pecado? Es, en verdad, como una
batalla que se libra a diario, no permitiendo que nada nos distraiga del
objetivo que perseguimos, ni que los afectos nos lleven en pos de aquello
que nos aparta de Cristo. Es, pues, un rechazo consciente y deliberado de
todo pensamiento pecaminoso, de todo deseo no lícito, de toda aspiración
no conveniente y de todo hecho, circunstancia, o provocación, en el
momento mismo en que somos conscientes de su existencia.60

‘En el momento mismo en que somos conscientes de su existencia.’ Mi


problema es que yo no lo hago. Un deseo no lícito me tienta y yo pienso:
‘Bueno, ya no estoy pecando’. Y sigo dándole vueltas al deseo que me atrae.
Dejo que la imaginación divague. Y el deseo crece. Soy yo quien lo alimenta
y, cuando ha crecido demasiado, me quejo de su fuerza y vigor. La verdadera
cuestión es que soy yo el que está pecando todo el rato. Puede, claro está,
que no de hecho, pero sí de pensamiento y voluntad. Y ello porque no he
dicho un ‘no’ rotundo al pecado.61 Necesitamos disciplina y fuerza de
voluntad para poder decir ‘no’, desde un primer momento y con el corazón
a todo deseo que nos mueva a pecado.

Personalmente, ha sido liberador comprender que todo deseo pecaminoso


ya es pecado.

• Noto que estoy empezando a sentir rencor y amargura. En otro tiempo,


habría alentado esos sentimientos repasando morbosamente todo agravio
contra mi persona. Pero ahora soy plenamente consciente de que esa
amargura es queja indirecta ante la bondad divina. Y es por eso por lo que
(con la ayuda de Dios y en mis mejores momentos) me esfuerzo por ponerle
fin antes de que se apodere de mí por completo.

• Noto que estoy empezando a enfadarme. En otro tiempo, habría


alentado ese sentimiento echando la culpa a la incompetencia de los demás.
Pero ahora me doy perfecta cuenta de que me enfado porque quiero
controlarlo todo en vez de confiar en un Dios soberano. Y procuro ponerle
fin a mi enfado de inmediato.

• Noto que me irrito. En otro tiempo, habría hecho crecer mi irritación aún
más, convencido de que se me había tratado injustamente. Pero ahora sé
que me irrito porque quiero justificarme a mí mismo, en vez de confiar en
Cristo y su obra de expiación a favor mío. Y procuro poner límite a mi
irritación.

Desde luego, no es sabio ni aconsejable examinar morbosamente todo


pensamiento que se nos pase por la cabeza, explorando motivaciones
ocultas. De hecho, podría ser hasta malsano. Nuestro foco de atención
debería ser la verdad liberadora de Dios. Una buena guía práctica es
explorar todo deseo pecaminoso o no lícito que tenga como fruto una mala
actitud o conducta, unido además a emociones negativas.

Son muchas las personas que me preguntan: ‘¿Cómo puedo saber si un


deseo es pecaminoso o no? ¿Cómo puedo saber si deseo algo en exceso?’
Mi respuesta es siempre acordarnos de Jesús diciendo que al árbol se le
conoce por sus frutos (Lucas 6:43-45). Nos damos cuenta de que hay un
deseo pecaminoso en nuestra vida cuando hacen su aparición malos frutos
(desobediencia, ira, ansiedad...). Malos frutos que están siempre en relación
con los deseos idólatras del corazón.

El análisis introspectivo es un fenómeno social reciente. Pero lo cierto es


que los creyentes lo han venido haciendo como norma desde hace mucho
tiempo. Aunque con una diferencia importante: se daba por sentado que
había una clara relación entre la acción y los deseos del corazón. Identificar
esa relación era asunto difícil por lo engañoso que puede ser el pecado. Pero
la solución no estaba en una más profunda introspección, sino en permitir
que el Espíritu Santo y la Palabra nos iluminaran al respecto. Pero vivimos
actualmente en la era postFreud. Sigmund Freud declaró que la raíz de
nuestras acciones y emociones se encuentra en el subconsciente, siendo por
ello necesario sacarla al exterior mediante profunda y prácticamente infinita
introspección. Y lo curioso es que aplicamos ese modelo a la santificación.
Creemos que necesitamos alguna forma de análisis o de consejería para
entender las capas ocultas de nuestra conducta. Pero lo que
verdaderamente necesitamos es volvernos a Cristo. Martyn Lloyd-Jones
escribió en ese sentido: ‘Traspasamos la línea entre el autoexamen y la
introspección cuando, en un cierto sentido, no hacemos otra cosa que
examinarnos a nosotros mismos... Si ocurre que nos pasamos la vida
hablando de nosotros mismos y de nuestros problemas... es muy probable
que sea porque en realidad estamos centrados en nosotros mismos todo el
tiempo’.62 La introspección asume que soy yo lo que verdaderamente
importa en la santificación. Pero es Dios quien nos transforma. Es a Dios a
quien hay que pedirle que ponga al descubierto nuestro corazón a través del
Espíritu por medio de su Palabra (Salmo 139:2324; Hebreos 4:12-13). Hay
que evitar cometer el tremendo error de dedicar toda nuestra energía a
mirarnos a nosotros mismos. Esa energía tiene que ser dedicada a Cristo.
Robert Murray M’Cheyne dijo en célebre frase: ‘Por cada mirada que te
dediques a ti mismo, eleva diez veces la vista hacia Cristo’.63

Junto con la tarea de erradicar toda mala hierba, hay que ‘plantar fruto de
gracia’. Si las plantas buenas prosperan como es debido, no hay espacio
disponible para las que no interesan, porque no van a recibir ni agua ni
alimento ni cuidados. Lo mismo ocurre con la vida del creyente. Cuando
nuestros pensamientos están ocupados en la gloria de Dios y nuestras vidas
están llenas de obras para su servicio, poco o nulo espacio habrá para la
tentación y el pecado (Gálatas 6:7-10). (Volveremos a este tema en el
capítulo 8.)

Fomentando hábitos, creando carácter

Hay momentos en los que pensamos que las pequeñas concesiones que
podamos hacer ante la tentación no van a tener gran importancia: la mirada
de deseo carnal, el resentimiento, las fantasías pasajeras. No van a ninguna
parte, pensamos. El problema es que las pequeñas concesiones no solo no
satisfacen la tentación, sino que ¡la aumentan! Ceder ante la tentación hace
que resurja y con mayor ímpetu todavía. Con el paso del tiempo, el pecado
puede convertirse en verdadero hábito. Pero el apartarnos o resistir el
pecado también puede hacerse hábito. La tentación, en lugar de hacer su
aparición más rápidamente y con renovado brío, ocurre más
espaciadamente y con menor fuerza. En los momentos de presión, el
pensamiento va a dirigirse a Dios y no al pecado.

Es un hecho comprobado que la mayoría de nuestras decisiones morales


son actos reflejos. Actuamos movidos por las circunstancias del momento.
Casi sin darnos cuenta, las palabras maliciosas se nos escapan de la boca y
ya no hay manera de dar marcha atrás. Lo que cuenta entonces no es
nuestra habilidad para razonar moralmente o para reflejar la verdad bíblica,
sino el hábito que tengamos de vivir en santificación. Lo que va a importar
es el carácter que tengamos como cristianos. Lo necesario será ahí un
corazón no dividido. El novelista de la época victoriana Charles Reade dijo en
ese sentido: ‘Si siembras una acción, recogerás una costumbre. Siembra una
costumbre y cosecharás un carácter. Siembra un carácter y tendrás un
destino’.

En 1569, Dirk Willems se fugó de una prisión en Holanda. Su


encarcelamiento había sido debido a su fe anabautista, esto es, por creer
que la iglesia estaba integrada por todos aquellos que confiesan a Cristo.
Willems huyó atravesando un lago helado, siguiéndole de cerca un guardia
de la prisión. Muy hambriento por la pésima calidad del rancho de prisión,
consiguió, pese a todo, cruzar el lago sin percance. Pero el guardia que lo
perseguía tropezó, hundiéndose a través del hielo que él mismo había
resquebrajado al caer. Sabiendo que moriría de dejarle allí en el agua
helada, Willems se dio la vuelta y acudió en su ayuda. El guarda, agradecido
porque le había salvado la vida, quería dejarle en libertad. Pero para
entonces ya se había presentado en el lugar de los hechos en burgomaestre
de la localidad. Willems fue arrestado de nuevo, torturado y quemado en
una pira. Willems no se detuvo a considerar cómo comportarse. Reaccionó
movido por las circunstancias del momento. Eso es justamente lo que ha de
distinguir al creyente: un genuino carácter de fondo cristiano, en el que la
gracia se ha convertido en hábito. El carácter cristiano genuino no se
improvisa, sino que es fruto del sufrimiento y la perseverancia (Romanos
5:3-4), y resultado visible de una constante erradicación del pecado con
implantación de gracia. Paul Toews comenta lo siguiente:

Para la comunidad menonita, no hay historia que haya cautivado su


imaginación y conquistado su corazón como la de Willems. Su reacción en el
lago helado fue un acto espontáneo —no se paró a pensar qué estaba bien y
qué estaba mal, o cuáles podrían ser las consecuencias de su acción—.
Reaccionó espontáneamente ante una necesidad ajena. Y eso es algo que no
ocurre en un corazón dividido.64

Nos arrepentimos en fe: creyendo en verdad que Dios es más grande y


mejor que nuestros deseos pecaminosos

¿Cómo nos arrepentimos? Nos arrepentimos en fe. Nos volvemos a Dios


para adorarle cuando de verdad creemos que Dios es mejor que nuestros
ídolos.

En el pasado, no podía dejar de pensar que el arrepentimiento iba


acompañado de algo más. Que no nos salvábamos exclusivamente por fe,
sino por la fe acompañada de un arrepentimiento. Pero eso no es así.
Volvernos a Dios en fe y darle la espalda al pecado en arrepentimiento son
una única y misma cosa. Compruébalo tú ahora mismo. Ponte de pie frente
a una ventana, date entonces la vuelta para mirar a la pared del lado
opuesto. El acto de girarse desde la ventana y el de volverse hacia la pared
posterior es un único movimiento que incluye ambos actos. No podemos
volvernos sin darle la espalda a la ventana. De igual manera, no podemos
dirigirnos a Dios en fe sin darle la espalda al pecado en arrepentimiento.
Cuando confiamos en Dios, estamos afirmando implícitamente que él es más
grande y mejor que todos nuestros deseos pecaminosos. El arrepentimiento
es ya, en sí, todo un acto de fe.

1. Dios es más grande que mis deseos pecaminosos

Sucede a menudo que, presionados por la propia tentación, sentimos que


pecar es algo inevitable. Un amigo mío me escribió el siguiente correo
electrónico: ‘La tentación ocurre de dos formas distintas:
1. El pecado nos atrae.
2. Pecar parece algo inevitable. La sensación que se tiene es que no se
puede hacer nada al respecto. Nos sentimos completamente atrapados. Y
por eso mismo, cedemos ante la tentación y ante el pecado’.

Eso es algo muy cierto en mi experiencia. Digo un ‘no’ rotundo ante la


tentación, pero esta se obstina en volver a aparecer. Al final, deja incluso de
parecer una cuestión de ceder o no ceder, sino de cuándo hacerlo. Pero eso
es una gran mentira. El pecado no es algo inevitable para un hijo de Dios. De
hecho, hemos sido liberados de su poder. Yo necesito creer que en verdad
Dios es más grande que mis deseos no lícitos. Necesito tener fe en el poder
de Dios, si es que verdaderamente voy a arrepentirme de mi pecado.

2. Dios es mejor que mis deseos pecaminosos

Escogemos seguir nuestros deseos pecaminosos porque en ese momento


particular, creemos que nos ofrecen más que Dios. La fe es darse cuenta de
que Dios es infinitamente mejor que mis deseos pecaminosos. Y cuando así
lo afirmemos en nuestro corazón, nos apartaremos de esos deseos
engañosos para hallar la verdadera satisfacción en Dios.

‘¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que


no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma
con grosura’. (Isaías 55:2).

‘Efraín dirá: ¿Qué más tendré ya con los ídolos? Yo lo oiré, y miraré; yo
seré a él como la haya verde; en mí será hallado tu fruto’. (Oseas 14:8)

Para reflexionar

Tendemos a pensar en los ‘pecados’ como algo plural y bien diferenciado,


como actos de la voluntad de los que somos plenamente conscientes,
desestimando la alternativa buena... Pero, en realidad, el pecado suele
germinar primero en el inconsciente. El pecado, en cuanto que deseo que
nos mueve a actuar, lo que en verdad creemos y los hábitos que tenemos
como una segunda naturaleza, es algo intrínsicamente engañoso. Si nos
diéramos cuenta de que estamos siendo engañados, no caeríamos en su
trampa. Pero la realidad es que sí somos engañados, a no ser que seamos
advertidos por la verdad de Dios y la iluminación del Espíritu. El pecado
entenebrece la mente, haciéndonos perder la verdadera noción de las cosas
y logrando que aflore a la superficie lo instintivo, la compulsión y la locura,
para esclavitud, ignorancia y torpeza moral.

Hay quien cree que al definir el pecado como hecho inconsciente se


elimina la responsabilidad personal. Así, ¿cómo puedo ser culpable de algo
que no decidí hacer voluntariamente?

Pero la Biblia discurre por un camino muy distinto. La naturaleza


inconsciente o semiconsciente de muchos pecados no hace sino dar
testimonio del hecho innegable de que estamos inmersos en ello. Los
pecadores piensan, quieren y actúan de forma pecaminosa por naturaleza,
por buscarlo y por fomentarlo (David Powlison).65

Proyecto de cambio

6. ¿De qué necesitas apartarte?

¿Cuáles son los ídolos de tu corazón?

Cuando te enfadas, ¿qué es lo que no consigues que tanto deseas?


Cuando sientes ansiedad, ¿qué es lo que vives como una amenaza?
Cuando te desanimas, ¿cuál ha sido la pérdida o el fracaso?
¿Qué crees que necesitas tener?
‘Sería feliz si pudiera tener...’

¿Qué deseos controlan tu corazón?


Repasa las preguntas del capítulo 4. Piensa en qué es lo que
verdaderamente está pasando en tu corazón cuando te ocupas del área que
has elegido para tu proyecto de cambio.

¿Qué querías o esperabas?


¿Qué temías? ¿Qué te causaba preocupación?
¿Qué creías necesitar?
¿Qué estrategias e intenciones tenías al respecto?
¿En quién o en qué confiabas?
¿A quién querías complacer? ¿Qué opinión contaba más para ti?
¿Con qué disfrutabas? ¿Qué te desagradaba?
¿Qué te habría causado la mayor alegría, placer, deleite? ¿Qué te
habría supuesto el mayor dolor y tristeza?66

Haz un resumen con todos los deseos de tu corazón de los que tienes que
apartarte.

Notas
48 Juan Calvino, Instituciones de la religión cristiana, vol. 1, I.II.8

49 Parafraseado por Martín Lutero en el primer Mandamiento en El


Catecismo Ampliado, Parte 1

50 Citado por Os Guiness y John Seel, No God But God, Moody Press, 1992,
p. 33.

51 Tim Keller, Church of the Redeemer, Apprenticeship Manual, Unit 2.4

52 David Powlison, `Idols of the Heart and {Vanity Fair|a, Journal of Biblical
Counselling 13:2 (Invierno 1995), p. 36.

53 Tim Stafford, `Serious about Lusta, Journal of Biblical Counselling 13:3


(Primavera 1995), p. 5.

54 Elyse Fitzpatrick, Idols of the Heart. P&R Publishng, 2001, pp. 80-81.

55 Este argumento está tomado de Jonathan Edwards, `The Freedom of


the Will, Works, vol. 1, Bell, Arnold & Co., 1840, I.II.

56 Calvino, Instituciones, 3.3.12.

57 Richard Lovelace, Dynamics of Spiritual Life, Inter-Varsity Press, 1979, p.


90

58 Martín Lutero, Lectures on Romans, Library of Christian Classics, vol. 15,


Westminster/SCM, 1961, p. 128.

59 Calvino, Instituciones, 3.3.9.

60 Sinclair Ferguson, The Christian Life, Banner of Truth, 1989, p. 162.

61 Véase Calvino, Instituciones, 3.10.10.

62 D. Martyn Lloyd-Jones, Depresión espiritual, Libros Desafío, 2004.


63 Andrew Bonar, Memoir and Remains of R. M. M´Cheyne, 1844, Banner
of Truth, 1966, p. 279

64 Paul Toews, `Dirk Willems: A Heart Undivideda, Profiles of Mennonite


Faith, No. 1 (Otoño 1997).

65 David Powlison, Journal of Biblical Counselling 25:2 (Primavera 2007),


pp. 25-26.

66 Tomado de Fitzpatrick, Idols of the Heart, p. 163.


7 ¿Qué te impide cambiar?

‘He tratado de cambiar, pero sin grandes resultados.’ ‘Es la historia de


siempre, con el mismo pecado.’ ‘Podría escribir un manual sobre la santidad,
pero no dejo de seguir cayendo.’ ‘Llevo tiempo trabajando en mi proyecto
de cambio, pero esta semana he vuelto al principio.’ Ya hemos visto que
Dios está obrando un cambio. Entonces, ¿por qué no es más evidente? ¿Qué
es lo que está impidiendo que sea efectivo? Cuanto más reflexiono acerca
de mis propias luchas, sobre mi experiencia como pastor y con la Biblia, más
convencido estoy de que es una cuestión que se resume en dos puntos: el
amor a uno mismo y el gusto por el pecado. No es falta de disciplina ni de
conocimientos ni de apoyo externo. Todo eso cuenta, desde luego, y mucho;
pero la razón principal por la que las personas no cambiamos es el orgullo,
seguido muy de cerca por el amor al pecado, pese a odiar los resultados.

1. Autoconfianza en el orgullo

¿Te has sentido alguna vez frustrado e incluso furioso por no ver cambios
en tu forma de ser? Son muchas las personas que me confiesan: ‹No puedo
creer que haya vuelto a cometer el mismo error› o, ‹¡Estoy furioso conmigo
mismo por haber vuelto a hacer lo que no quería!›. Yo sé algo de eso por
propia experiencia. Atentos a lo que dice Ed Welch: ‘Habrá, sin duda, quien
esté furioso consigo mismo por cometer una y otra vez el mismo error e
idéntico pecado. Pero eso no es sino una forma velada de orgullo humano
que da por sentado que puede obrar bien por sus propias fuerzas. La verdad
es que se resta importancia a la propia incapacidad espiritual apartados de
Dios’.67 Jerry Bridges dice certero: ‘Dios quiere que andemos en obediencia,
no en victoria’. ‘Nuestro problema’, explica, ‘es que nuestra actitud respecto
al pecado es de fijación en nosotros mismos en lugar de estar centrados en
Dios. Nos preocupa más nuestra “victoria” personal sobre el pecado que el
hecho de que nuestras transgresiones le rompan el corazón a Dios’.68
El orgullo es más que un pecado; es parte integrante de su definición. El
orgullo hace que queramos ocupar el lugar que corresponde a Dios. Nos
desentendemos de la tarea principal de adoración y glorificación de Dios, y
acabamos adorándonos y glorificándonos a nosotros mismos. Y otro tanto
ocurre con la santificación. C. J. Mahaney lo califica de ‘plagio cósmico’. 69
Eso explica por qué la humildad es un paradigma del arrepentimiento.
Someternos humildemente ante Dios supone renunciar a nuestro propio
endiosamiento. Y es la explicación de por qué la humildad es el requisito
previo que Dios demanda (Miqueas 6:8). ‘Las Escrituras dicen: “Dios resiste a
los soberbios, y da gracia a los humildes”... Humillaos delante del Señor, y él
os exaltará’ (Santiago 4:6, 10; 1 Pedro 5:5). La humildad es el secreto para
recibir la gracia. Como Jack Miller dice, ‘la gracia circula de arriba abajo’.
Antes se hablaba de la santificación como lo más elevado, pero lo que
necesitamos en el presente es vida efectiva a ras de suelo: ‘Crecemos en
Cristo hacia arriba, en la medida en que descendemos hacia abajo en
humildad’.70 Si en verdad queremos la gracia de la santidad, tenemos que
descender hacia lo humilde, para que Dios nos eleve hacia lo alto.

La humildad, como es lógico y natural, no es en sí un mérito espiritual


digno de la gracia de Dios. Es justamente lo contrario. Es un darnos cuenta
de que nunca seremos merecedores de la bendición divina. Es, por lo tanto,
el reconocimiento de que la gracia es nuestra única esperanza. Se trata de
renunciar a nosotros mismos para encontrar todo lo necesario en Jesús. Si tu
incapacidad para el cambio te frustra, da entonces el primer paso para
solucionarlo, que es justamente desistir de tus propias fuerzas y de la
confianza en tu propia capacidad. Alégrate y disfruta del beneficio de la
gracia divina: gracia para perdón y gracia para transformación.

2. Autojustificación orgullosa

La gente no suele calificarse a sí misma de malas personas. Y nadie va a


admitir fácilmente tener un corazón malvado. De ahí que rara vez
asumamos responsabilidad ante el pecado. Admitimos, claro está, que
necesitamos cambiar, pero no queremos reconocer que nosotros somos el
problema. Las estrategias de evitación son el resultado. La confianza en uno
mismo dice: ‘Voy a triunfar por mis propios medios’. La autojustificación
afirma: ‘Me va a salir bien con mi esfuerzo’. El pecado de fondo queda así
excusado, minimizado u oculto.

Disculpar el pecado

El primer pecado consiste en dudar de la Palabra de Dios y en desear las


cosas creadas por encima de su Creador: características comunes a todo
pecado. Otro rasgo presente en cualquier pecado es la negación de culpa
personal. Las excusas respecto a la propia responsabilidad están a la orden
del día. Adán culpó a Eva y ella culpó a la serpiente (Génesis 3:11-13). El
paso del tiempo no ha traído un cambio. Nos negamos a asumir
responsabilidades y culpamos a los demás por los propios fallos.

La culpa de lo que hacemos la tienen los demás. ‘Me provocaron...


hicieron que saltara... fueron ellos los que empezaron... tenía miedo de
cómo fueran a reaccionar...’ Y les culpamos asimismo por lo que no hacen.
‘Si me hubieran ayudado... si hubieran estado allí para defenderme... si de
verdad me hubieran querido.’

O culpamos a las circunstancias: la forma en que nos educaron, el entorno,


el contexto, la genética o nuestro estado de ánimo en ese momento. Juzga
las razones que siguen a continuación.

Contexto ‘Es que su actitud me enfureció. Era tan evidentemente injusto.


Tú habrías hecho lo mismo en mi lugar.’

Crianza ‘Soy igual que mi padre. Él se ponía enseguida furioso. Aprendí de


él a enfadarme por cualquier cosa.’

Historia personal ‘Tú también tendrías mal carácter si hubieras pasado por
todo lo que he pasado yo.’
La genética ‘Es que yo soy así. Empiezo a verlo todo ‘rojo’ y ya no puedo
parar.’

Como explicaciones, todas tienen un punto de verdad. Los factores


externos pueden hacernos ‘saltar’. Y la provocación condiciona la reacción.
Pero ninguno de esos factores explica por completo la realidad de nuestro
pecado. Somos nosotros los que escogemos cómo reaccionar ante las
circunstancias, siendo nuestro pensamiento y nuestro deseo lo que
determina nuestra conducta. Nuestro corazón de pecado justifica lo que
hacemos como algo inevitable e incluso apropiado. Si alguien me falla, doy
por sentado que tengo derecho a enfadarme, por ser no solo inevitable, sino
también lo lógico. Pero la verdad es que mi ira pone de relieve el deseo
idólatra de mi corazón. Jerry Bridges sostiene que, en toda honestidad, para
describir el pecado deberíamos aplicar el lenguaje de la desobediencia en
lugar de la derrota:

Cuando digo que el pecado me ha vencido, estoy negando


inconscientemente mi responsabilidad, porque achaco el resultado a una
intervención negativa. En cambio, cuando digo que soy desobediente, la
responsabilidad de mi pecado recae sobre mí. Puede que estemos
derrotados, pero será por haber elegido libremente desobedecer.71 El hábito
de exonerarnos de responsabilidad por la propia culpa nos lleva
directamente ante Dios. Y aunque culpemos de nuestros errores a las
circunstancias, a los demás o a la genética, lo que en realidad pensamos es
que todo es culpa de Dios. Él me hizo como soy. Santiago dice algo radical en
ese sentido: ‘Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de
Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino
que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y
seducido’ (Santiago 1:13-14). Dios no quiere pillarnos en falta, ni tampoco
nos pone en situaciones en las que va a ser prácticamente imposible no
pecar. Lo que nos atrae, es nuestro propio deseo, aun sabiendo que va a
perjudicarnos. ‘Es que mi caso es distinto’, decimos para justificarnos. ‘Mis
circunstancias son muy especiales. Hay quien tiene posibilidad de elegir,
pero yo no tenía alternativa, no se me puede culpar.’ El ser humano siempre
quiere ser especial, ¡incluso cuando peca! Dios nos advierte en ese sentido:
‘Las tentaciones que sufres no son diferentes de las de los demás’. No hay
comportamiento que sea absolutamente inevitable: ‘No os ha sobrevenido
ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará
ser tentados más de lo que podáis resistir, sino que dará juntamente con la
tentación la salida, para que podáis soportar’ (1 Corintios 10:13).

Dorothy y Naomi eran dos mujeres, ya mayores, de mi iglesia. Ambas


luchaban con tremendos dolores físicos. El problema de Dorothy era la mala
circulación en las piernas. Si te detenías a hablar con ella, te contaba todas
sus dolencias. Eso la desanimaba y hacía que fuera tremendamente
pesimista. Su único tema de conversación era ella misma. Naomi llevaba
años padeciendo de artritis y como consecuencia de ello, se le habían
engarabitado los dedos de las manos hasta el punto de casi no poder hacer
uso de ellas. En los últimos meses de su vida, el cáncer la dejó prácticamente
en los huesos. El dolor era una constante en su vida. Pero los ojos le
brillaban siempre llenos de vida y no dejó de hablar en momento alguno
acerca de la bondad de Dios, interesándose siempre por la salud de los
demás. Las circunstancias de ambas mujeres eran similares. Ahora bien, si le
preguntabas a Dorothy por qué estaba tan desanimada, te contestaba que
por sus padecimientos físicos. Pero Nao- mi reaccionaba en una situación
muy parecida de forma completamente distinta. El gozo del Señor era su
fuerza.

Minimizar el pecado

Solemos evitar la responsabilidad por el pecado restándole importancia.


Así, minimizamos la ofensa: ‘No es tan grave’, ‘No era para tanto.’ Y nos
comparamos con otros: ‘Al menos yo no soy como...’, ‘¿Sabes lo que hizo
ella?’. Y resaltamos nuestros puntos fuertes: ‘Yo me preocupo de los
demás’, ‘No hago nada que esté realmente mal’. Como pastor, oigo frases
de este estilo con frecuencia. Enmascaramos el pecado como error, lapso,
equivocación, inadvertencia, caída desafortunada. Reconocemos, además,
que puede que hayamos sido: ‘rebeldes, indisciplinados, torpes,
maquinadores, despreocupados, pesimistas y faltos de disciplina’.
Disfrazamos la realidad del pecado calificándolo de mentira sin importancia,
mentira piadosa, indiscreción de poca monta. Las vueltas que damos al
lenguaje para no llamar al pecado por su nombre son muchas. ‘Es algo que
no tiene mucha importancia’, decimos. ‘Todo el mundo hace lo mismo’, nos
justificamos. ‘Es que yo soy así.’ Pero el pecado es falta muy grave, tan grave
que ha exigido la muerte expiatoria del Hijo eterno de Dios o una condena
eterna al infierno. El verdadero arrepentimiento lamenta profundamente la
realidad del pecado; nunca va a minimizarlo ni a restarle importancia.

¿Cuándo fue la última vez que temblaste ante la palabra de Dios? ‹Miraré
a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra›
(Isaías 66:2). Los verdaderamente humildes tiemblan ante la inmensidad de
la Palabra divina y jamás se les ocurriría restarle importancia al pecado. Pero
el orgullo nos hace insensibles a la Palabra de Dios. Creemos conocerla bien
y ya no nos acercamos a ella con verdadera necesidad y como pecadores
que somos. El orgullo ahoga toda convicción de propia culpa porque hacerlo
lastimaría nuestra autoestima.

‘No es culpa mía. Y tampoco es para tanto. Yo no soy una mala persona.’
Así tratan muchos de justificar el no asumir responsabilidad por sus faltas.
Pero la respuesta apropiada por parte nuestra debería ser: ‘Sí es mi culpa. Es
algo grave. Soy una mala persona’.

En la sociedad actual, la realización personal se ha convertido en lo


principal. Estamos convencidos por ello de que nos debemos ocupar
primero de nosotros mismos, para así poder convertirnos en las personas
que queremos ser. Por eso, cualquier intento de hablar de la noción de culpa
es percibido como un ataque a un ‘proyecto personal’. El resultado es que
cuando se señala nuestro pecado, somos las víctimas. Y alguien tiene la
culpa de habernos hecho sentir mal.

Nada más lejos de mi intención que hacer que las personas se sientan mal
por mi culpa. Lo que yo verdaderamente quiero es que conozcan el gozo del
perdón y la liberación. Pero las personas rechazan ese gozo porque no están
dispuestas a admitir que necesitan un Salvador. No es que queramos
convertirnos en víctimas cuando hablamos del pecado. Muy al contrario,
estamos empezando a ver el principio de un camino que lleva al perdón y a
la verdadera libertad. Al arrepentimos de nuestros pecados, volviéndonos a
Dios por fe, se hace realidad ese perdón y esa libertad. Nunca va a haber
auténtico perdón y libertad sin arrepentimiento. Y no hay verdadero
arrepentimiento sin responsabilidad. Cuando nos dedicamos a echar la culpa
a las circunstancias o restamos importancia a nuestro pecado, será porque
no se ha producido un verdadero arrepentimiento.

No puede haber ‘peros’ condicionantes en el arrepentimiento. Nada va a


solucionar decir: ‘Me arrepiento de mi pecado, pero es que en realidad no
fue culpa mía’. Y tampoco podemos decir: ‘Me arrepiento de mi pecado,
pero no era tan grave’.

Me expreso en estos términos porque me acuerdo de todas aquellas


personas que he ido conociendo, a lo largo de mi vida, que no estaban
dispuestas a asumir ninguna responsabilidad por su pecado, que acabó en
tragedia. En algunos casos se trataba de creyentes que seguían atrapados en
su pecado. En otros, eran de no creyentes que iban a morir sin Dios por no
admitir su pecado.

Hay un episodio en la serie de televisión Los Simpson en el que padre e


hijo, esto es, Homer y Bart, se quedan a la deriva en el mar en un frágil
bote.72 Homer malgasta toda el agua potable lavando sus calcetines y
además se come todas las provisiones que tenían. Cuando aparece por el
cielo una avioneta de rescate, Homer enciende una bengala que se estrella
contra el aparato. Más adelante, se ven envueltos por una espesa niebla y
Homer tiene un ataque de pánico. ‘Esto es el final. Estamos condenados’,
grita angustiado. Cuando por fin la niebla desaparece, avistan un barco.
‘¿Algún problema?’, les preguntan. Pero Homer no quiere admitir por
orgullo que necesita ayuda, así que responde: ‘Nada, toda va bien aquí’. La
niebla vuelve a aparecer y el barco desaparece de su vista. El pánico vuelve a
apoderarse de Homer.

¡Todos podemos comportarnos como Homer! Muchas veces nos


encontramos en situaciones verdaderamente desesperantes. Y no hay modo
de que podamos salvarnos por nuestros propios medios. La tragedia se
adueña de nuestra vida. Pero cuando Dios nos ofrece ayuda, nos negamos a
reconocer nuestra necesidad. Preferimos antes rechazar su ayuda que
reconocer la realidad de nuestro pecado.

Ocultar el pecado

Una de las principales formas en las que el orgullo hace zozobrar el


proceso de cambio es cuando ocultamos nuestro pecado a ojos de los
demás. ‘El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y
se aparta alcanzará misericordia’ (Proverbios 28:13). Queremos preservar
nuestra buena reputación a toda costa. Por eso, ocultamos la realidad y
pretendemos que no necesitamos ayuda. El deseo de autosuficiencia se alía
con el orgullo. Por encima de todo, no queremos pasar vergüenza y
pretendemos que podemos arreglárnoslas solos. Pero la realidad es que
amamos nuestra reputación más que odiamos el pecado. Nos gustaría dejar
de pecar, pero no al precio de perder la aprobación ajena. Lo que quiere
decir que no está teniendo lugar un verdadero arrepentimiento. ‘Una cosa
es tomar una resolución, y otra muy distinta arrepentirse y buscar con
diligencia consejo y, en concierto con otros, desarrollar un plan concreto
centrado en Cristo.’73 Piénsalo bien: solemos estar más dispuestos a escoger
el pecado, rechazar a Dios, renunciar a la auténtica libertad y hasta
arriesgarnos a ir al infierno, antes que sufrir la hipotética vergüenza de que
los demás nos señalen.

El verdadero arrepentimiento no permite que nada, ni nadie, se


interponga al cambio, ni siquiera la propia reputación. ¿Has confesado tu
necesidad de perdón por el pecado a un cristiano en quien confíes? ¿Estás
pasando revista a tus posibles progresos en la fe con alguien
verdaderamente espiritual? ¿Les has dicho a las personas más allegadas a ti
el cambio operado en tu vida? No siempre es conveniente decírselo de
entrada a absolutamente todo aquel con el que tengas relación. Pero sí
tendrías que sentirte libre y con deseo de confesar tu pecado y la necesidad
de perdón a todas aquellas personas a las que debes un respeto y una
consideración. ¿No lo has hecho ya? ¿Hay algo que te lo impide? Eso puede
que signifique que tu reputación pese todavía más en tu ánimo que una vida
restaurada y santificada. La culpa provoca que lo que tú opines al respecto
sea lo más importante; la vergüenza hace que la opinión ajena sea lo más
importante. En el arrepentimiento, Dios pasa a ocupar el centro, teniendo
uno plena certeza de haber sido declarado justo en Cristo.

El pecado es como el moho: crece mejor en la oscuridad. Si se le expone a


la luz, empieza a secarse. ‘Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la
luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que
practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son
hechas en Dios’ (Juan 3:20-21). Necesitamos sacar nuestro pecado a la luz.
Cuando Terry se acercó a ver a Bob, nadie abrió la puerta. Pero pudo ver
cómo se agitaban las cortinas y oír el sonido de pisadas.

Bob se había vuelto a emborrachar gastándose toda la paga. Ahora se


escondía (de mala manera) para no verse avergonzado. Todos podemos en
algún momento ser como Bob (aunque nos empeñemos en negarlo). Nos
ocultamos en la oscuridad y guardamos ese secreto que nos avergüenza.
Pero ocultarnos impide que podamos recibir ayuda. Elegimos seguir en la
oscuridad en vez de alzar el vuelo a plena luz del día. Pero la gracia viene a
romper ese círculo vicioso, triunfando sobre todo temor, trayendo la luz a
nuestras vidas, dando inicio a un cambio radical.

El evangelio, aplicado a los deseos de nuestro corazón día a día, nos libera
para ser verdaderamente honestos con Dios y con nosotros mismos. La
seguridad del total perdón de nuestros pecados en virtud de la sangre de
Cristo significa que ya no es necesario estar a la defensiva. No hay razón
alguna para racionalizar y excusar nuestros pecados. Podemos, por ello,
decir bien alto y claro que mentimos y no que habíamos exagerado.
Podemos admitir no tener espíritu de perdón y dejar de echar la culpa de
todo a nuestros padres o a las presiones externas. Podemos llamar al
pecado por su verdadero nombre, por muy feo y vergonzoso que pueda ser,
porque tenemos la certeza de un total perdón en Cristo y ya no hay razón
alguna para seguir ocultando la realidad de nuestro pecado.74

Quiero poder ser identificado por una vida de rectitud. Pero ese deseo
impide justamente que pueda ser verdaderamente santificado. Mi orgullo
hace que la santificación sea mi vanagloria, apartándome de mi única
esperanza —la gracia que procede de Dios (Santiago 4:6) —. El orgullo me
lleva a ocultar mi pecado, impidiendo que los demás puedan ayudarme. Mi
orgullo minimiza o excusa mi pecado, por lo que nunca me enfrento a él con
la fuerza y resolución necesarias. Me debato a diario entre el deseo de ser
considerado una persona santificada y el deseo de ser verdaderamente una
persona de vida cambiada. La verdad que tengo que repetirme de forma
constante es que la reputación es un precio pequeño a pagar por el inmenso
gozo de conocer mejor a Dios y poder reflejar, por ello, su gloria. Me
imagino a mí mismo admirado por las multitudes y me imagino también
estando junto a Dios. El estar con Dios supera con creces toda otra opción
posible. Cuando me incorporo de nuevo a las relaciones humanas, la lucha
comienza de nuevo.

3. Odiar las consecuencias del pecado, pero no el pecado en sí

Sucede con frecuencia que no cambiamos porque, en realidad, no


queremos hacerlo. Una reacción muy natural es querer combatirlo. ‘Llevo
años luchando con el pecado’, puede que repliques. ‘Durante años he
querido liberarme de él, y ahora vas tú y me dices que ¡en realidad no
quiero cambiar!’.

La verdad es que lo que solemos querer es cambiar las consecuencias del


pecado, pero no, desde luego, el pecado en sí. El deseo de cambiar la culpa,
el temor o las relaciones echadas a perder pueden ser un poderoso acicate
para decidirse a buscar ayuda. Pero, en el fondo de nuestro corazón,
continuamos deseando lo que el pecado nos da. En los momentos de
tentación, seguimos pensando que el pecado tiene más que ofrecer que
Dios.

Eso es algo que compruebo a diario en el comportamiento humano. Son


muchas las personas que me piden que les ayude a salir del atolladero en
que se encuentran. Pero lo cierto es que no tienen verdadera intención de
cambiar el comportamiento que ha dado lugar a esa situación. Hay quien
quiere que se le ayude con una deuda, pero sin estar dispuesto a dejar de
comprar compulsivamente y poner fin a un hábito de despilfarro. Hay quien
solicita ayuda para restablecer relaciones truncadas, pero sin querer
renunciar a un yo idólatra que es causa de fricción. John Owen lo percibió así
hace ya muchos años:

El ser humano que tan solo se opone al pecado de su corazón por temor a
la vergüenza o por miedo a un castigo eterno por parte de Dios, no dejaría
de practicarlo si no fuera por las consecuencias. ¿En qué se diferencia esto
de vivir practicando el pecado? Los que son de Cristo, y por ello obedientes a
la Palabra de Dios, cuentan con la muerte expiatoria de Cristo, el amor de
Dios, la naturaleza detestable del pecado, la preciosa comunión con Dios y
un acendrado odio al pecado en cuanto que pecado, para oponerse a la
influencia nefasta de los deseos no lícitos en su corazón.75

La respuesta es siempre la misma: la fe y el arrepentimiento. Necesitamos


ir todavía más al fondo para poner al descubierto las mentiras alojadas en
nuestro corazón y renunciar a los correspondientes ídolos. El lenguaje del
Nuevo Testamento referido al arrepentimiento es sumamente agresivo,
mencionándose amputaciones de partes del cuerpo, muerte violenta, lucha
sin tregua y necesidad física extrema.76 Pero es que es realmente necesario
ser violentos con el pecado. Si nos echamos hacia atrás, será sin duda por no
querer hacer daño a algo que todavía seguimos queriendo. Pero es
absolutamente necesario odiar el pecado como pecado que es, y desear, en
cambio, a Dios por sí mismo. De nuevo, Owen lo presenta con palabras muy
apropiadas:

Contempla a aquel que fue traspasado por ti y deja que te conmueva. Dile
a tu alma: ¿Qué te he hecho? ¡Cuánto amor, qué misericordia, qué sangre,
qué gracia he despreciado y pisoteado! ¿Es así como estoy pagando al Padre
por su amor? ¿Es así como doy gracia al Hijo por su sangre derramada a mi
favor? ¿Es así como le respondo al Espíritu Santo por su gracia? ¿He
contaminado este corazón mío por el que Cristo murió y donde el Espíritu
Santo ha elegido morar? ¿Cómo puedo levantarme del polvo? ¿Qué puedo
decirle a Jesús? ¿Cómo podré llevar la cabeza alta ante él? ¿En tan poco
tengo mi relación con él que, llevado de un deseo desordenado, apenas si
hay sitio para él en mi corazón? ¿Cómo salir bien librado si dejo escapar una
salvación tan grande?

¿Qué podré decirle al Señor? Su amor, su misericordia, su gracia, su


bondad, su paz, su gozo y su consuelo — ¡todo eso he despreciado yo! — .
Lo he tenido por nada en mi corazón, para poder así entregarme a las
pasiones de mi corazón. ¿He visto en verdad a Dios como mi Padre,
atreviéndome, pese a ello, a provocarle? ¿Fue lavada mi alma para dar paso
a nueva contaminación? ¿He de empeñarme en desbaratar el propósito de
la muerte de Cristo? ¿He de apenar al Espíritu Santo, que me selló para el
día de la redención final?

Que tu conciencia no deje de considerar todas estas grandes cosas cada


día.77

Una vida centrada en la cruz

La clave para el cambio es tener presente en todo momento la realidad de


la cruz. Una vida realmente cambiada ha de estar centrada en la cruz. En la
cruz, contemplamos la fuente de nuestra santificación (Efesios 5:25;
Colosenses 1:22; Tito 2:14). Encontramos asimismo esperanza, porque
percibimos el poder del pecado quebrantado y la vieja naturaleza ya
vencida. Nos vemos unidos a Cristo, comprados al precio de su sangre.
Consideramos la gloriosa gracia de Dios, muriendo por sus enemigos, el
Justo por los injustos. Constatamos nuestra esperanza, nuestra vida,
nuestros recursos y nuestro gozo. En la cruz, encontramos la gracia, el poder
y el gozo en Dios necesarios para vencer al pecado. Si no nos volvemos
constantemente a la cruz, nos distanciaremos de Dios, nos desconectaremos
de su poder y nos mostraremos indiferentes ante su gloria —receta segura
para incurrir de nuevo en pecado—.

Una vida centrada en la cruz supone un rechazo inevitable de la confianza


que podamos tener en nosotros mismos y en nuestra justicia. La vida de
Jesús nos enseña humildad, siendo la cruz la que nos hace verdaderamente
humildes. En la cruz, vemos nuestro pecado en toda su extensión: dada la
ocasión, nos revolvemos en contra de nuestro Creador. La cruz no permite
humana vanagloria. Si hemos de blasonar de algo, será de Jesucristo,
‘nuestra sabiduría, justificación, santificación y redención’ (1 Corintios 1:30-
31). ‘Sé tan solo una cosa que me aplasta contra suelo y me humilla hasta el
polvo, y es el contemplar al Hijo de Dios, y sobre todo contemplar la cruz...
Ninguna otra cosa puede conmoverme así. Al verme como el pecador que
realmente soy... que únicamente el Hijo de Dios en su cruz puede salvarme,
me humillo hasta el polvo de la tierra... Nada salvo la cruz puede impartirnos
ese espíritu de verdadera humildad.’ 78 El secreto de la humildad y, en
consecuencia, del cambio, nunca está muy lejos de la cruz. Por tanto,
debería estar a menudo en nuestros pensamientos, en nuestros labios, en
nuestros cánticos, determinando nuestras acciones, dando forma y fondo a
nuestras actitudes y cautivando nuestros afectos.

Cuando contemplamos la cruz, vemos a Dios muriendo por nosotros. Si


dejamos a un lado a cualquier otro dios, este se vengará de ello. Si vives
buscando la aprobación de los demás, por nuestra profesión, por posesiones
materiales, por el control del poder o por cualquier otra cosa de atractivo
humano, y no alcanzas el objetivo propuesto o lo echas a perder, sentirás
temor o te desanimaras y hará su aparición la amargura. Pero cuando es a
Dios a quien abandonas, él no deja de quererte. No va a castigarte. Él murió
verdaderamente por ti.

Permite entonces que ese amor se gane tu amor y que ese amor sustituya
a todo otro posible afecto. El secreto del cambio está en renovar tu amor
por Cristo al verle crucificado en tu lugar.

Señor, nos llegamos a ti, un pueblo bendecido pero aun quebrantado,


trayendo en nuestras manos tan solo pecado y vergüenza; sabiendo
muy en lo vivo todo lo que agita este orgulloso corazón nuestro que
ama su propia fama y a ti desprecia.

Venimos por eso ante ti sin nada para crédito nuestro, aferrándonos
tan solo a la preciosa cruz de Cristo, donde el León que ahora ocupa el
trono, que es en verdad el Cordero de Dios, entregó su vida en sacrificio
a favor nuestro.

Intentamos aun así vivir sin tenerte a ti en cuenta; tratando de


encontrarnos a nosotros mismos en cosas que no permanecen; dando
importancia a lo que nosotros hacemos y no a lo que Tú eres; como
necios sin rumbo, nos desviamos del buen camino.

Por eso, venimos de nuevo ante ti, para gozarnos en tu misericordia;


convocándonos los unos a los otros para recuperar tu gran amor;
vueltos a ti dejando atrás ídolos y sustitutos fijando nuestro amor tan
solo en Dios.

Misericordia sin tasa hay en tu muerte, Señor, ningún otro lugar hay
donde buscar refugio el hombre pecador pueda, y nos apresuramos por
ello a encontrar la gracia que es hecha nuestra por ti, y viviremos
entonces allí donde nuestro Salvador murió: En la cruz, en la bendita
cruz de nuestro Señor.79

Para reflexionar

John Flavel señala seis argumentos que Satanás utiliza para tentarnos,
junto con las respuestas correspondientes.80 Identifica la voz de la tentación
en tu vida y trata de dar con la manera adecuada de reaccionar. Puede que
quieras que otras dos personas lo lean en alto según esquema de diálogo.

1. El placer del pecado

La tentación: Fíjate en mi cara sonriente y escucha mi agradable


voz. Te ofrezco placeres para disfrutar. ¿Cómo abstenerse de tales
delicias?
El creyente: Los placeres del pecado son reales, pero igualmente lo
son los remordimientos y las llamas del infierno. Los placeres del
pecado son reales, pero complacer a Dios es mucho mejor.
2. El secreto del pecado

La tentación: Este pecado nunca te avergonzará en público, porque


nadie va a enterarse de su existencia.
El creyente: ¿Puedes indicarme acaso algún lugar en el que pueda
pecar sin que Dios lo vea?

3. El beneficio del pecado

La tentación: Si fuerzas un poco la conciencia, será mucho lo que


ganes. Esta es tu oportunidad.
El creyente: ¿Qué beneficio obtengo de ganar el mundo y perder mi
alma? No voy a arriesgar mi alma ni por todos los tesoros del mundo.

4. La insignificancia del pecado

La tentación: No es nada verdaderamente importante, cosa de muy


poca valía, una fruslería. ¿Quién podría preocuparse por algo tan
trivial?
El creyente: ¿Es la majestad del cielo algo también de poco valor? Si
cometo este pecado, ofenderé a un Dios que es verdaderamente
grande. ¿Es que acaso hay un infierno de pequeño tamaño para
atormentar a los que han pecado poco? Grande es la ira que se
descargará contra aquellos que el mundo considera pequeños
trasgresores. ¡Cuanto más insignificante sea el pecado, mayor razón
habrá para no cometerlo! ¿Por qué serle infieles a Dios por algo que
no tiene valor?

5. La gracia de Dios

La tentación: Dios lo disculpará como una debilidad. No va a


concederle mucha importancia.
El creyente: ¿Dónde voy a encontrar una promesa de misericordia
para con los pecadores? ¿Cómo puedo tratar así a un Dios tan
magnánimo? ¿Me aprovecharé de la gloriosa misericordia divina para
pecar? ¿Deberé tratarle mal porque es bueno?

6. El ejemplo de los demás

La tentación: Mejores personas que tú han cometido este pecado.


Y se cuentan por miles los que han sido restaurados tras cometer este
pecado.
El creyente: Dios no ha puesto por escrito los pecados de hombres
buenos para que yo los imite, sino para advertencia mía. ¿Estoy
verdaderamente dispuesto a sentir lo que ellos sintieron después de
pecar? No voy a seguir su ejemplo, porque no quiero que Dios me
someta al horror profundo en el que ellos se vieron sumidos.

Proyecto de cambio

7. ¿Qué te está impidiendo cambiar?

¿A qué o a quién culpas de tu pecado?

Piensa en tu proyecto de cambio. ¿Te sorprendes a ti mismo pensando o


diciendo lo que sigue, en parte o en su totalidad?

Los demás me provocan.


Si al menos me echaran una mano y me apreciaran más.
Soy como mi familia.
Es que yo soy así.
La gente no entiende cómo lo vivo yo.
Es por el trasfondo del que vengo.
Es de lo más injusto.
Cualquiera podría reaccionar igual que yo.

¿A quién o a qué echas la culpa de tu comportamiento y tus sentimientos?


Piensa otra vez en tu proyecto de cambio. ¿Hay alguien que se sienta
responsable de tu conducta y sentimientos en un área en particular? De ser
así, puede que sea porque has encontrado la manera de descargar la culpa
en otros.

¿Cómo minimizas tu pecado?


Piensa en tu proyecto de cambio. ¿Te descubres en ocasiones pensando o
diciendo alguna de las siguientes cosas?

No es para tanto.
Es algo sin importancia.
¿Qué pasa con lo que hacen los demás?
Visto en conjunto, no soy muy mala persona.
Hay que tener en cuenta todo lo bueno que he hecho.
Todo el mundo lo hace.
Me pareció que era la mejor opción.

¿Cómo minimizas y excusas tu conducta y tus sentimientos?

¿Cómo evitas asumir responsabilidades?


Cuando hablas de tu proyecto de cambio:

¿Incluyes siempre un ‹pero...›? ¿Qué viene después de ese


‹pero...›?
¿Dices alguna vez ‹si al menos...›? ¿Qué viene detrás?

¿ Verdaderamente quieres cambiar?

¿Quieres tan solo cambiar las consecuencias de tu pecado o la vergüenza


de ese pecado?

Piensa si alguna cosa de las que siguen son aplicables en tu caso:81


Quieres cambiar, pero sin tener que hacer para ello grandes
esfuerzos.
Quieres cambiar porque se supone que es lo que hay que querer.
Quieres cambiar, pero no al precio de tener que decir ‘no’ para
siempre.
Quieres cambiar, en ocasiones.
Quieres cambiar, empezando a partir de mañana.
Quieres cambiar, pero estás esperando a que Dios se ocupe
primero de quitar de ti todos esos deseos no lícitos.
Quieres cambiar para que la vida te sea más fácil.

¿Tiene tu arrepentimiento alguna de las características descritas en 2


Corintios 7:8-13?

¿Te estás tomando en serio la santificación y la necesidad de


cambiar?
¿Estás enojado por ese pecado y alarmado por lo que puede acabar
siendo?
¿Tienes un deseo renovado de Dios y de la santificación?
¿Estás dispuesto a remediar todo el mal que puedas haber hecho a
otros?

¿Le has hablado a alguien de tu proyecto?

¿Le has pedido a alguien que regularmente te pregunte cómo lidias


con esa lucha? Si no lo has hecho, será porque puede más la
vergüenza de que se sepa que tu deseo de agradar a Dios, o porque
quieres seguir teniendo abierta la opción del pecado.
¿Has dicho alguna vez: ‹Se lo diré a alguien si vuelvo a hacer lo
mismo›? Cuidado, esa es otra táctica más para detener el proceso.
Tómate en serio el cambio compartiéndolo con alguien.

Redacta un resumen con las formas típicas con las que te excusas,
minimizas u ocultas tu pecado, para así poder identificarlo con toda claridad
y rapidez en el futuro.

Notas

67 Edward T. Welch, Addictions: A Banquet in the Grave, P&R Publishing,


2001, p. 170

68 Jerry Bridges, En pos de la santidad, Unilit, 1995.

69 C. J. Mahaney, Humility: True Greatness, Multnomah Press, 2005, p. 80.

70 J. I. Packer, A Passion for Holiness, Crossway Books, 1992, p. 120.

71 Jerry Bridges, En pos de la santidad, Unilit, 1995.

72 The Simpons, `Boy Scoutz N the Hooda, guión de Dan McGrath, dirigido
por Jeffrey Lynch (18 noviembre, 1993).

73 Ed Welch, `Self Control: The Battle Against {One More|a, Journal of


Biblical Counselling 19:2 (Invierno 2001), pp. 24-31.

74 Jerry Bridges, The Discipline of Grace, NavPress Publishing, 1994, pp.


22-23

75 John Owen, The Mortification of Sin, versión abreviada y simplificada


por Richard Rushing, Banner of Truth, 2004, pp. 59.

76 Véase Mateo 5:29-30; Colosenses 3:5; Romanos 13:14; Efesios 6:13-17


y Timoteo 6:12.

77 Owen, Mortification of Sin, pp. 78-79

78 Citado por Mahany, Humility, p. 66.

79 Christopher de la Hoyde © 2007, www.thecrowdedhouse.org. Usado


con permiso

80 Adaptado de John Flavel, A Saint Indeed, Works, vol. 5, Banner of Truth,


1968, p. 477-480; publicado asimismo como Keeping the Heart, Christian
Heritage, 1999, p. 116-121.
81 Adaptado de Edward T. Welch, Addictions: A Banquet in the Grave, P&R
Publishing, 2001, pp. 215-216.
8 ¿Qué estrategias van a ayudarte a reforzar tu fe y
arrepentimiento?

Llegados a este punto, sabemos cuáles son las mentiras que hay detrás de
los actos y sentimientos pecaminosos y cuál es la auténtica verdad a la que
hay que volver en fe. Es probable, además, que sepas qué deseos idólatras
tienes que erradicar de tu vida con sincero arrepentimiento. La cuestión, sin
embargo, es que aun siendo ese el camino a seguir, el cambio no se produce
de forma automática. Comprender el verdadero trasfondo de las cosas es un
gran paso adelante. Ahora sabemos qué tenemos que hacer. Aun sin
conocer del todo nuestro corazón, y quedando sin duda todavía cuestiones
pendientes de analizar, sí sabemos qué verdades y prácticas del evangelio
tenemos que seguir y practicar para ser verdaderamente libres. Esto va a
suponer una lucha diaria, sin tregua ni descanso. Y justamente por eso el
apartado 8 es: ¿Qué estrategias van a ayudarte a reforzar tu fe y
arrepentimiento?

‘No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre
siembre, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la
carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu
segará vida eterna’. (Gálatas 6:7-8)

Lo que Pablo está diciendo ahí es que hay un principio que rige en el
mundo creado por Dios: el hombre recoge lo que siembra. Esa es una verdad
incuestionable en la agricultura y es igualmente cierto en nuestra vida
espiritual. Únicamente en los cuentos de hadas pueden cultivarse judías y
obtener plantas mágicas que te llevan a un tesoro en las alturas. Joshua
Harris comenta en este sentido:

Lo que ves hoy en tu vida espiritual es el resultado directo de lo que


pusiste en la parcela de tu vida en un tiempo pasado... La diferencia entre la
persona que crece en santificación y aquella otra que no lo hace, no es
cuestión ni de personalidad, ni de crianza, ni de capacidades; la diferencia es
lo que cada uno haya plantado en la parcela de su alma y en su corazón. La
santificación no es un estado espiritual misterioso al que solo puedan
acceder unos pocos. Es mucho más que una emoción, que una resolución o
que un momento puntual. La santificación es una cosecha.82

¿Qué quiere decir entonces el apóstol Pablo con sembrar para pecado y
sembrar para el Espíritu? Sus palabras exactas son: ‘Digo, pues: Andad en el
Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne
es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen
entre sí, para que no hagáis lo que quisierais’ (Gálatas 5:16-17). Nuestra
naturaleza carnal tiene apetencias idólatras que abocan a una conducta
pecaminosa y a sentimientos contraproducentes. Pero el Espíritu ha puesto
en el corazón de cada creyente un nuevo deseo: el de la santificación.
Sembramos entonces para la carne cuando hacemos algo que refuerza o
suscita deseos no lícitos. Y sembramos para el Espíritu cuando reforzamos
todo deseo procedente del Espíritu para nuestra santificación.

El cambio nunca vamos a conseguirlo por nuestros propios esfuerzos y


méritos. Es Dios el que obra el cambio para santificación. Nosotros
participamos en ese proceso en fe y en arrepentimiento, como genuinas
realidades de la disciplina que se desprende del evangelio. Estar atentos a
no sembrar para la naturaleza pecaminosa y hacerlo, en cambio, para el
Espíritu es de importancia capital. Las disciplinas a las que nos llama el
Evangelio no son algo secundario. Son, de hecho, la medida necesaria para
gobernar nuestro corazón y sus deseos. No sembrar para la naturaleza
carnal tiene que ver con un refuerzo del arrepentimiento. Sembrar para el
Espíritu es, en cambio, para refuerzo de la fe.

No sembrar para la naturaleza carnal = decir ‘no’ a lo que refuerza el deseo


no lícito = refuerza el arrepentimiento.

Sembrar para el Espíritu = decir ‘sí’ a todo lo que fortalece los deseos
inspirados por el Espíritu = refuerza la fe.
Evitar todo lo que suscita deseos pecaminosos

No sembrar para la naturaleza carnal significa evitar situaciones que


susciten deseos no lícitos. El cambio no va a producirse simplemente por
evitar la tentación: el cambio tiene que empezar en el corazón. Pero evitar la
tentación tiene sin duda un papel importante. No va a ser nunca la solución
total, pero, sin duda, forma parte de ella. En palabras de mi amigo Samuel,
‘evitas la tentación y así ganas tiempo’. Los deseos no lícitos pueden tener
una fuerza arrolladora, pero si no hay estímulos que los provoquen, la
verdad acaba imponiéndose. El ser humano es particularmente vulnerable
ante la tentación, en el cansancio, en la ira, en la soledad, en la necesidad y
en la esperanza de algo distinto (siendo su acróstico= CISNE, los
sentimientos que bullen). En todas esas situaciones vamos a tener que
poner un cuidado especial. Y va a ser una buena medida estar descansado y
evitar la soledad.

En la Biblia, se nos insta a ‘huir’ de la tentación (1 Corintios 6:18-20; 1


Timoteo 6:9-11; 2 Timoteo 2:22). Tenemos que salir corriendo en dirección
opuesta al foco de tentación. Los adolescentes suelen preguntar respecto a
salir en pareja: ‘¿Hasta dónde podemos llegar?’. Y esa es una pregunta que
todos nos hacemos respecto a otras muchas áreas: ‘¿Qué es aceptable?’ ‘
¿Es pecado si tan solo hago esto?’. Y Dios nos responde: ‘Huye’. No
preguntes respecto al pecado: ‘¿Hasta dónde puedo llegar en situaciones de
riesgo?’. Pregunta en su lugar: ‘¿En qué medida me puedo apartar del
pecado?’.

‘No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es


Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podáis resistir, sino que
dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis
soportar. Por tanto, amados míos, huid de la idolatría’. (1 Corintios 10:13-
14)

En toda situación, Dios proveerá una vía para huir de la tentación. Pero eso
no significa que podamos estar sin problema en situaciones de riesgo de
pecar o que demos pie a pensamientos y deseos no lícitos. ‘Por tanto’, dice
Pablo: Dios ha provisto una vía de escape, y por tanto debemos usarla.
Tengo un amigo que está luchando por vencer su alcoholismo. Con dos
cervezas que beba, el alcohol se adueña de su persona. Llegados a ese
punto, la batalla está perdida. Pero lo cierto es que, de entrada, puede
decidir ir o no ir al bar. Dios siempre va a proporcionarnos una vía de escape
antes de que sea demasiado tarde. De nosotros depende entonces coger esa
vía y echar a correr.

Evitar todo aquello que potencie los deseos pecaminosos

La mayoría de los deseos ilícitos se nutren de lo que encontramos en la


sociedad. Las mentiras que se esconden detrás de nuestros pecados se
activan comunitariamente. La Biblia lo califica de ‘la influencia del mundo’. Y
aunque ‘el mundo’ es, sin duda, objeto del amor de Dios en su acepción más
generalizada (Juan 3:16), en lo que respecta al pecado se refiere a la
sociedad opuesta a la voluntad de Dios. El mundo que nos rodea se goza en
multitud de deseos ilícitos, mintiendo respecto a Dios. No podemos vivir en
un ghetto. Pero sí que podemos, y debemos, tomar las medidas necesarias
para restringir su influencia en nosotros.

‘No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al
mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el
mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la
vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos,
pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre’. (1 Juan 2:15-
17)

Tengo muy vivo un recuerdo que he guardado por espacio de más de


veinte años. Algunos amigos míos cristianos y yo habíamos estado hablando
de qué clase de comedia nos gustaba. Y yo puse en el vídeo un extracto de
algo que me había gustado mucho a mí. De inmediato, se hizo evidente que
mis amigos se sentían incómodos con el fondo de intención sexual. Y fue
entonces cuando me di cuenta por primera vez que había estado
exponiéndome a influencias claramente corruptas. Ese fue un momento
clave en mi madurez como cristiano. Tenemos que fomentar
necesariamente el hábito de apagar el televisor o la radio cuando el
contenido no sea adecuado. De Dios no podemos burlarnos nunca. Y
siempre vamos cosechar aquello que hayamos sembrado.

Los cristianos hemos hablado tradicionalmente del mundo, de la carne


(esto es, de una naturaleza de pecado) y del demonio como los tres grandes
peligros y amenazas para la vida de la fe. Tres riesgos que suelen ir de la
mano. El mundo está bajo el control del Maligno, diseminando sus mentiras
por todas partes (1 Juan 5:19). Mentiras que encuentran eco en nosotros,
reforzando nuestros peores deseos (1 Juan 2:16). La auténtica cuestión a
plantear es entonces: ¿a qué voces estamos haciendo caso? ¿las voces del
mundo, el demonio y la carne?, ¿o la voz de la Palabra de Dios? El Salmo 1
nos recuerda que la bendición llega cuando desestimamos la voz del mundo
y prestamos atención a la Palabra de Dios.

‘Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni


estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha
sentado; sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita
de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de
aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que
hace, prosperará. No así los malos, que son como el tamo que arrebata
el viento’. (Salmo 1:1-4)

Decir ‘no’ a los deseos no lícitos

¿Qué supone, en la práctica, decir ‹no› a todo lo que pueda provocar o


reforzar deseos pecaminosos? Las posibilidades son varias.

Jack luchaba por vencer sus deseos sexuales. Se daba cuenta de que tenía
que dejar de desnudar a las mujeres con la mirada y de ver a solas películas
con escenas de sexo en la televisión. Cuando aparecían esas escenas en la
pantalla, se esforzaba por pensar en Dios y en su bondad. Para poner fin a su
adicción, había instalado en el ordenador un filtro antiporno, y un buen
amigo suyo le estaba ayudando a controlar también su hábito de
masturbarse.

Carla luchaba por no obsesionarse en ser amada. Ente otras medidas,


había dejado de vestir ropas escotadas y cortas, y hacía verdaderos
esfuerzos para no coquetear. También había dejado de ver películas
románticas, de leer novelas de amor y de pasarse el día soñando despierta
sobre el matrimonio.

Colin quería tener el control de todo. Como estaba empezando a ser un


problema, decidió dejar de monitorizar las tareas delegadas. Al principio, lo
pasó muy mal, pero no cejó en su empeño. Además, puso en un cajón su
agenda electrónica, usando de nuevo la vieja agenda de papel, y se deshizo
de todas sus listas de control de tareas. Los sábados volvieron a ser un
tiempo de descanso del trabajo.

Emma se refugiaba en las compras. La primera medida fue dejar de mirar


escaparates compulsivamente y de pasarse las horas comprando por
Internet. A la compra iba tan solo cuando necesitaba algo de verdad, y
siempre con una lista a la que no se permitía añadir nada sobre la marcha.
Cuando veía la tele, quitaba el sonido durante los anuncios. Además, canceló
todas sus suscripciones a revistas de moda y ventas por catálogo.

Jamal sabía que su tendencia era a centrarse en sí mismo y en sus cosas,


renunciando a su blog precisamente por eso. Y dejó también de tener
fantasías en las que él era el héroe, empezando a colaborar con una
organización de ayuda a personas sin hogar.

La bebida era un problema para Kate, hasta que decidió que la mejor
solución iba a ser dejar por completo de beber. Evitaba, además, ir a bares y
quedar con amigos que la animaran a beber. Si tenía que estar con ellos por
alguna razón, le pedía a una amiga suya cristiana que la acompañara.

Es evidente que no vamos a identificarnos con todos esos problemas. Cada


uno luchará con su problema particular. Lo que para ti no es un problema,
puede que sí lo sea para otra persona. Yo tengo la tendencia de
preocuparme por el futuro y por eso soy muy cuidadoso con el dinero. Por
eso mismo, he tenido que tomar la decisión de no anotar todo lo que gasto y
ser un poco más liberal. En cambio, habrá quien disfrute especialmente
yendo de compras y en su caso, sí que será muy conveniente anotar cuánto
gasta y en qué. Todos estos casos, y las correspondientes sugerencias, no
son ni característicos ni obligatorios en la vida cristiana. El apóstol Pablo lo
resume así: ‘ “Todas las cosas me son lícitas”, mas no todas convienen.
“Todas las cosas me son lícitas”, mas yo no me dejaré dominar de ninguna’
(1 Corintios 6:12). John Stott lo resume como sigue:

El ‘sembrar para la carne’ es ceder ante sus gustos, permitiendo que obre
según le plazca, en vez de mortificarla como conviene... Cada vez que
permitimos que se apodere de nosotros la queja o pensamientos impuros o
la autocompasión, estaremos sembrando para la carne. Cuando nos
juntamos con malas compañías, sabiendo que no vamos a resistir sus
propuestas insidiosas; cuando seguimos en la cama sabiendo que
deberíamos levantarnos y ponernos a orar; cuando nos deleitamos en la
pornografía; cuando ponemos a prueba innecesariamente nuestra
capacidad de control, estaremos sin duda sembrando, y en abundancia, para
perpetuar los deseos carnales. Son muchos los cristianos que siembran
continuamente para la carne y todavía se preguntan cómo es que no
cosechan santidad de vida.83

La tarea puede ser dura. Jesús pone a manera de ejemplo la necesidad de


amputar los miembros gangrenados (Mateo 5:29-30). Tal vez de ese modo
nos quedemos sin algún miembro y suframos por ello. Renunciar a deseos
muy arraigados puede vivirse como una pérdida. Y todos sufrimos cuando
perdemos algo que verdaderamente apreciamos. Alguien me confesó en el
curso de un debate, sobre cuál podría ser el mejor camino a seguir en esos
casos: ‘Yo me siento como si me estuvieran arrancando un trozo de
corazón’. A punto ya de rebatírselo, me di cuenta de que ¡es exactamente
eso lo que ocurre! Hay siempre una parte de nuestro corazón comprometida
con nuestros deseos menos confesables y el único remedio va a ser
extirparlo con el bisturí. Y esa es precisamente la razón de que el legalismo
no funcione en estos casos.

Thomas Chalmers, en un muy conocido sermón suyo que tiene por título
“The Expulsive Power of a New Affection’, sostenía que de nada sirve
decirnos a nosotros mismos que tenemos que dejar de pecar. Lo que
verdaderamente necesitamos es reconducir aquellos deseos contaminados
por el pecado hacia una verdad que libera y transforma: la persona de Dios.
Un renovado afecto a Dios es la única cosa que va a librarnos de deseos
pecaminosos.

A veces, somos como niños con un cuchillo oxidado en la mano. Lo que


tenemos es peligroso, pero no estamos dispuestos a renunciar a ello. Si le
gritamos al niño con la suficiente energía y autoridad en la voz, puede que
nos lo entregue, aunque de mala gana. Pero si le ofrecemos a cambio un
juguete atractivo, el cuchillo pronto pasa al olvido. Dile a alguien que deje de
pecar y lo más probable es que lo haga parcialmente y a regañadientes. Pero
si le ofreces una visión de la persona de Dios en todo su amor y gloria,
procurará deshacerse de aquello que impida su relación con Dios (Hebreos
12:1-3).

Sembrar para el Espíritu

Sembrar para el Espíritu implica cultivar un afecto a Dios que se exterioriza


en el amor a los demás. La mejor forma de evitar las malas hierbas es
plantar las buenas en su lugar. Lo mismo ocurre con la vida espiritual. La
mejor manera de mantener a raya los deseos pecaminosos es sembrar para
cosecha del Espíritu. Cuando Pablo le dice a Timoteo que huya de todo
deseo pecaminoso, lo acompaña con el consejo de ocuparse de algo bueno
en su lugar. ‘Porque raíz de todos los males es el amor al dinero... mas tú, oh
hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el
amor, la paciencia, la mansedumbre’ (1 Timoteo 6:10-11). ‘Huye también de
las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que
de corazón limpio invocan al Señor’ (2 Timoteo 2:22).

Sembrar para el Espíritu significa decir ‘sí’ a todo aquello que refuerza los
deseos que proceden de él. Tal como ya hemos tenido ocasión de ver,
pecamos cuando creemos mentiras acerca de Dios. Sembrar para el Espíritu
supone llenar nuestros corazones con la verdad de Dios. Pecamos porque
anteponemos nuestro gusto por lo ilícito a la persona de Dios. Sembramos
para el Espíritu cuando cultivamos atentos el amor a nuestro Señor.

Incluyo a continuación siete puntos que nos ayudan a reforzar la fe. Hay
quien los cataloga como ‘disciplinas espirituales’, pero mi opinión particular
es que es una terminología equívoca. De hecho, puede hacer que el
crecimiento cristiano parezca un logro personal, cuando la realidad es que
es Dios el que nos cambia por medio de la gracia. Las únicas disciplinas
espirituales genuinas en la práctica cristiana son la fe y el arrepentimiento,
actos que centran nuestra atención en la acción divina. Es por eso por lo que
prefiero, y con mucho, el término tradicional de ‘medios de la gracia’, que
son las formas en que Dios hace patente su gracia y misericordia para con
nosotros fortaleciendo nuestro corazón. La gracia divina alimenta nuestra fe
en Dios.84 Y así es como se manifiesta en la práctica el sembrar para el
Espíritu.

1. La Biblia

La Palabra de Dios es quizás el medio primario por el que Dios obra un


cambio en nosotros, ‘Santifícalos en tu verdad’, le ruega Jesús al Padre,
añadiendo, ‘tu palabra es verdad’ (Juan 17:17). La Palabra es el agua que nos
limpia, el arma con la que luchamos, la herramienta a nuestra disposición y
la leche que nos hace crecer.85

La Biblia pone al descubierto lo que en verdad hay en nuestros corazones


La conexión entre deseo y modo de actuar está bien como teoría, pero
sucede que cuando examinamos nuestro corazón, tan solo vemos oscuridad
y confusión. Es tarea difícil determinar qué es en verdad lo que gobierna
nuestros corazones o detectar las mentiras que se ocultan tras nuestra
conducta. Pero ‘la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda
espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las
coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del
corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes
bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien
tenemos que dar cuenta’ (Hebreos 4:12-13). ‘La Biblia es un gran bisturí en
manos de Dios. Capaz de atravesar todas las capas de nuestro ser, poniendo
al descubierto el verdadero contenido del corazón... La Biblia es revelación
divina para manifestación de la verdadera esencia humana. Por ello, debe
ser nuestra principal herramienta para un apropiado crecimiento personal, y
para prosperidad del ministerio.’86 Santiago afirma que la Biblia es el espejo
en que hemos de mirarnos para saber cómo somos en realidad (Santiago
1:22-25). Deberíamos, por tanto, leer la Biblia no para analizarla y explicarla,
sino para que nos analice y explique ella a nosotros.

La Biblia revela la gloria de Cristo

Más importante incluso que revelar la verdad de nuestros corazones, la


Biblia revela la gloria de Dios. Contemplar esa gloria hecha manifiesta en
Cristo nos transforma. Y vemos la luz de la gloria de Cristo en el evangelio (2
Corintios 4:4-6). En Éxodo 33:18, Moisés solicita ver la gloria de Dios, a lo
que él responde revelando esa gloria suya en la proclamación de su nombre:
‘¡Jehová! ¡Jehová! Fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y
grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que
perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado’ (Éxodo 34:6-7).

La Biblia proporciona palabra de liberación a corazones cautivos, cuando la


leemos a título personal y cuando la compartimos con otros. La Biblia es la
fuente de la verdad que contrarresta las mentiras del pecado que el mundo
perpetúa. Si no vivimos la Biblia día a día, viviremos una mentira. ‘Para la
santificación, la Palabra debe penetrar hasta lo profundo de nuestro ser,
iluminando la luz de la revelación todos los recovecos de nuestro corazón’.87

‘La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de


Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová
son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que
alumbra los ojos’. (Salmo 19:7-8)

Sin duda, habrá momentos en los que te sientas confuso, desalentado, sin
fuerzas. Puede que te asedie el pecado, el sufrimiento, el miedo o la culpa.
En la palabra de Dios, siempre encontrarás medicina para el alma. Pero
sabemos por experiencia que siempre es mejor prevenir que curar. La Biblia
ofrece una dieta saludable que va a ayudarnos a prevenir que hagan su
aparición ciertos problemas. ‘En mi corazón he guardado tus dichos, para no
pecar contra ti’ (Salmo 119:11). Chris Wright dice al respecto: ‘Cuanto más
asimilemos la Biblia en el corazón, en la mente, en el alma y en nuestro flujo
sanguíneo, más difícil nos resultará pecar sin remordimiento. La Biblia aviva
nuestra conciencia y hace que nos volvamos a Dios en arrepentimiento,
anhelando entonces vivir como agrada a Dios’. 88 La Biblia, al revelar la gloria
de Cristo, refuerza en nosotros el deseo de obrar en conformidad con el
Espíritu.

Han sido repetidas las ocasiones en las que he podido establecer una
correlación entre el abandono de la palabra de Dios y un empobrecimiento
espiritual. No es que la Biblia sea una cura mágica contra el pecado ni
tampoco un talismán contra la tentación. Muy al contrario, la Biblia contiene
la verdad que debemos conocer sobre la grandeza y bondad de Dios,
socavando las mentiras del pecado. No te propongas leer la Biblia como una
tarea obligatoria con la que cumplir a diario. Saborea la verdad sobre Dios
que da a conocer en sus páginas. Busca en ella la gloria de Cristo. Deja que
tu corazón la interprete. Medita en el mensaje de lo que leas. Ora en todo y
por todo. No la leas tan solo buscando conocimientos, sino como mensaje
vivo que nos transforma a semejanza de Jesús (Romanos 12:2).

2 La oración

Con frecuencia nos quejamos de no tener tiempo para orar. Pero los días
tienen veinticuatro horas para todo el mundo. Las personas que oran más,
no tienen más horas en su día. El verdadero problema es que decidimos que
hay otras cosas más importantes. Pero cuando por fin nos damos cuenta de
que Dios es el sublime agente de cambio en nuestra vida, la oración pasará
de inmediato a ocupar un lugar preferente. Para algunos, eso supondrá
tener que bajar a un segundo plano actividades que hasta ese momento
estaban en lo más alto de la lista. J. C. Ryle lo dice así:

Orar y pecar no pueden convivir en un mismo corazón. O la oración


desbanca al pecado o el pecado ahoga la oración... La diligencia en la
oración es el secreto de la santificación. No puede negarse, sin embargo, la
gran diferencia que hay en su práctica incluso entre verdaderos cristianos...
Personalmente, creo que la diferencia en diecinueve de cada veinte casos
tiene que ver con los distintos hábitos en la oración a título privado. Y creo
también que todos aquellos creyentes que no destacan por ser
eminentemente espirituales es porque oran poco, y que los que, por el
contrario, son eminentemente piadosos es porque oran mucho.89

Deberíamos hacer de la oración el recurso natural indispensable para


vencer la tentación: cuando vemos una imagen que nos incita sexual-
mente, cuando hace su aparición la ira, cuando nos desanimamos. En todas
esas situaciones, y en otras muchas más posibles, deberíamos recurrir a la
oración sin demora, elevando nuestras peticiones a Dios. Los niños saben
cómo jugar felices en su pequeño mundo, pero en cuanto presienten
peligro, se vuelven rápido a sus padres. Así es como tendríamos que hacer
también nosotros. Nada más advertir el peligro, deberíamos acudir a
nuestro Padre celestial pidiendo ayuda.

3. La comunidad

Una de las razones de que Dios nos haya puesto en comunidades cristianas
es como ayuda para el cambio. La iglesia tiene que ser una comunidad que
ayude a ese cambio. Analizaremos esto con más detalle en el próximo
capítulo. Pero incluyo aquí algunas formas en las que la iglesia es medio de
gracia:

Nos recordamos unos a otros la verdad.

Aprendemos de la Biblia guiados por personas dotadas por Dios para ese
ministerio.

Oramos juntos a Dios pidiendo ayuda. Somos ejemplo recíproco de cambio


y santificación. Vemos cómo va obrando Dios en la vida de los creyentes.
Nos recordamos mutuamente la grandeza y bondad de Dios en una
adoración conjunta.

Es una oportunidad sin igual para el servicio. Nos sentimos responsables


los unos de los otros.

4. La adoración

Cuando adoramos a Dios, nos estamos recordando a nosotros mismos que


Dios es mejor que todo lo que el pecado pueda ofrecernos. La adoración no
es solo una proclamación de la bondad de Dios. Es una rotunda afirmación
de que Dios es mejor. En la adoración, no solo nos instamos mutuamente a
adorar a Dios, sino que nos instamos asimismo a no adorar a otros dioses.

Cuando adoramos a Dios, nos estamos recordando a nosotros


mismos que Dios es mejor que todo lo que el pecado pueda
ofrecernos.

Le recordamos a nuestro corazón la bondad de Dios y su majestad, amor,


gracia, santidad y poder. Pero no se trata de un mero recuento intelectual.
Dios nos ha dado la música para avivar las emociones. Cantamos la verdad
para que nos conmueva, nos inspire, nos emocione y nos lleve a una
transformación.

¿Te ha pasado alguna vez que no dejas de cantar mentalmente una


canción que no sabes bien de dónde ha venido? A veces, es incluso una
canción que ni siquiera te gusta. El mundo que nos rodea canta una canción
y en ocasiones se nos contagia y nos unimos a ese canto. Lo que el mundo
piensa y desea se convierte en lo que nosotros pensamos y deseamos.
Adorar a Dios supone recuperar la canción que en verdad nos corresponde.

Un medio especial de gracia es la comunión o Mesa del Señor. El pan y el


vino nos recuerdan que Cristo dio su vida para santificarnos, para
quebrantar el poder del pecado, para darnos una nueva identidad y para
formar con todos los creyentes una nueva familia. Nos recuerdan asimismo
que somos de Dios porque fuimos comprados al precio de la sangre de
Cristo. El Libro común de oración nos insta a ‘nutrir nuestro corazón por fe
con acción de gracias’. La Mesa o Cena del Señor es una invitación a ‘gustar y
ver que el Señor es bueno’ (Salmo 34:8). Descubrimos de nuevo la promesa
hecha por Jesús: ‘Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá
hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás’ (Juan 6:35). Por la fe,
renovamos la comunión con Jesús. Y se nos recuerda la verdad que el pan y
el vino representan, y esa verdad nutre nuestros corazones.

5. El servicio

Solemos pensar en el servicio como fruto o signo de cambio. Pero es,


asimismo, un medio de gracia que Dios usa para cambiarnos.

El pecado es fundamentalmente estar centrado en uno mismo. Somos


muchos los que padecemos de excesiva atención a nosotros mismos,
dándole constantemente vueltas a nuestros éxitos y a nuestros fracasos. Y
solemos también hacer todo lo posible para que toda conversación acabe
incluyendo nuestro tema favorito: nosotros mismos. O perfeccionamos el
hábito de vivir centrados en nosotros mismos para propio confort y
seguridad.

Servir a Dios y a otras personas puede ayudarnos a reorientar nuestra vida


hacia el exterior y a desviar la atención de nuestra propia persona. Es, de
hecho, el consejo más adecuado para los aquejados de emociones
negativas. El consejo de Pablo al ladrón no es tan solo que deje de robar,
sino que ‘haga con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué
compartir con el que padece necesidad’ (Efesios 4:28). Dios quiere creyentes
que dejen de pensar en sus propias apetencias y que empiecen a hacerlo en
las necesidades ajenas.

Todo tipo de cosas pueden suceder cuando empezamos a servir a los


demás. De entrada, aprendemos de ellos. Vemos cómo Dios actúa en sus
vidas. Encontramos gozo en servir a Dios. Comprobamos que las oraciones
reciben respuesta. Hacemos frente a situaciones que no superaríamos en
solitario, mostrándose la fuerza de Dios. Somos testigos de la maravilla de
ver a Dios actuando en la vida de las personas.

‘Si dieras tu pan al hambriento, y saciaras el alma afligida, en las


tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía. Jehová te
pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus
huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas,
cuyas aguas nunca faltan’. (Isaías 58:10-11)

¿Qué ha prometido Dios a los apesadumbrados, a los inseguros, a los in


satisfechos, a los fatigados, a los que se sienten vacíos? Que él apartará la
pesadumbre, será guía en el camino, satisfará en la necesidad, fortalecerá
los huesos y llenará a los vacíos, si, por nuestra parte, nosotros nos ponemos
al servicio de los pobres. Dios nos ha creado para amarnos y para que
nosotros amemos a otros. Nos convertimos en las personas que debemos
ser al servir a los demás. Cuando ‘nos volcamos’ hacia los demás, acabamos
llenos nosotros también. Si ‘satisfacemos el alma afligida’, Dios ‘saciará en la
sequía nuestra alma’.

6. El sufrimiento

En la película Karate Kid, el maestro le asigna al joven alumno una serie de


tareas. El joven no les encuentra ningún sentido y piensa que son
totalmente irrelevantes: pintar la cerca, lavar el coche y otras más por el
estilo. Pero llega un momento en que se da cuenta de que el ejercicio
repetido de movimiento coordinado de mano y brazo le ha dado fuerza,
reflejos y agilidad: ¡todo ello muy necesario para ser un gran campeón de
kárate! Con frecuencia, nos pasan cosas que no entendemos y que nos
parecen del todo irrelevantes. Pero Dios ha estado ahí todo el tiempo,
formándonos en gracia para santificación.

El sufrimiento puede ser medio de gracia en las manos de Dios. En Jueces


3:1-2, Dios permite que Israel conviva con las naciones paganas para que
aprenda a ‘guerrear’. A medida que las sucesivas generaciones van
enfrentándose a los ejércitos enemigos, se dan cuenta de la necesidad de
confiar en Dios. La adversidad nos pone a prueba, nos fortalece y hace que
nuestra fe sea personal.

Los deseos pecaminosos pueden anidar en nuestro corazón sin que


seamos conscientes de ello. Y es así porque ni se sienten amenazados ni los
frustramos. El sufrimiento, en cambio, agita las apacibles aguas de los
deseos latentes. Y se pone de relieve el verdadero estado de nuestro
corazón. Es el instrumento de diagnóstico en manos de Dios, que prepara el
camino para la medicina del evangelio de la verdad. Deuteronomio 8:2 dice:
‘Te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos
cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que
había en tu corazón’. Horatio Bonar comenta en ese sentido:

La prueba no generó el mal: simplemente hizo que aflorara a la superficie


lo que ya existía, no detectado, no sentido, cual víbora que todavía duerme.
Pero llegó un momento en el que las corrientes de aguas ocultas se
desbordaron, inundando impetuosas todo cuanto encontraban a su paso,
negras como el Averno... Y así ocurre con los creyentes. Dios los somete a
disciplina, para que salga a la superficie el mal que yacía oculto en su
interior, un mal no sospechado... Cuando la calamidad se cierne sobre ellos
cual tempestad, el mal oculto en su corazón se hace manifiesto. 90

El sufrimiento siempre nos aboca a elegir. Podemos frustrarnos,


enfadarnos, amargarnos o desanimarnos, según nuestro deseo de control,
éxito o salud se vea amenazado. O, por el contrario, podemos aferramos a
Dios con nuevas fuerzas, siendo su persona nuestro consuelo y gozo a la luz
de sus promesas.

El 19 de mayo de 2006, Nicole Tripp fue arrollada por un coche, que la


aplastó contra un muro, dejándola gravemente herida. En ese momento, su
vida, y la de sus padres, sufrió un vuelco total. La rutina pasó a ser cuidar de
ella para su recuperación. Su padre, Paul Tripp, escritor y consejero de
renombre, creó un blog para mantener informados a familiares y amigos
sobre el proceso de rehabilitación. Lo que sigue es una transcripción de uno
de esos informes:

Es muy duro empezar el día sabiendo que es muy probable que vaya a ser
de fútil actividad, acompañado de una incomodidad que nos gustaría evitar.
Es imposible enfrentarse honestamente a ese lapso de tiempo tratando de
encontrarle algún sentido... El sufrimiento nos lleva a un terreno que se sale
de los límites de la razón y que se escapa por completo de nuestro control...
El sufrimiento es como un secuestrador que irrumpe en nuestras vidas, nos
tapa los ojos para que no podamos ver nada y nos lleva adonde no
quisiéramos estar.

Pero el sufrimiento tiene otra función más, la de maestro... Hace que


tengamos plena conciencia de que es muy poco lo que realmente está bajo
nuestro control. Y nos conduce, por eso mismo, al lugar donde podemos
encontrar verdadero consuelo y genuina esperanza. Cual paciente maestro
con un alumno obstinado, el sufrimiento va paulatinamente abriendo
nuestro puño cerrado para que abramos la mano y nos aferremos a la vida.
El sufrimiento nos invita a encontrar seguridad, descanso, esperanza y
consuelo en el totalmente Otro y, al así hacerlo, presenta batalla a la
irracional soberanía humana que nos ciega. Entendido así, el sufrimiento es
algo más que un secuestrador y un maestro de excepción; es también un
excepcional agente de liberación. El sufrimiento nos libera para poder
experimentar con mayor profundidad el consuelo y la esperanza en una
medida no experimentada hasta ese momento.91

7. La esperanza

Calvino recomendaba muy encarecidamente ‘meditar acerca de la vida


futura’. Y es, sin duda, necesario soñar con la nueva creación. Necesitamos
recordarnos mutuamente la ‘gloria eterna’ que nos aguarda, que supera con
creces ‘esta leve tribulación momentánea’ (2 Corintios 4:17-18; Romanos
8:17-18). Supone recordar que somos peregrinos de paso por este mundo,
camino de ‘una mejor patria’ (Hebreos 11:13-16; 1 Pedro 1:1, 2:11). ‘Aunque
creyentes, somos por el presente peregrinos en este mundo’, afirma
Calvino, ‘pero, aun así, confiados en que remontaremos hacia los cielos,
gozándonos anticipadamente de esa futura herencia en tranquila espera’.92
Lo que nos libera de toda vana persecución de tesoros terrenales es la
esperanza de un tesoro mayor en el cielo (Mateo 6:19-20; 1 Timoteo 6:17-
19).

Meditar acerca de la vida futura que nos aguarda está en estrecha relación
con la ascensión de Cristo. En virtud de la fe, somos unidos al Cristo
glorificado en los cielos. Por eso, fijamos la mirada en la gloria celestial. ‘Si,
pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está
Cristo sentado a la diestra de Dios’ (Colosenses 3:1). Con los ojos puestos en
las cosas celestiales, ‘[hacemos] morir lo terrenal...’ (Colosenses 3:5). Pensar
en el retorno de Cristo nos libera de las ataduras del mundo, inspirándonos
para el cambio (2 Pedro 3:10-14; 1 Juan 3:2-3).

Para reflexionar

Escribe tu propia versión del Salmo 1.

Busca la lista que incluyo a continuación con distintas oraciones del


apóstol Pablo. ¿Cuáles son los temas principales? ¿En qué difieren tus
propias oraciones? Romanos 15:5-6, 13; 2 Corintios 13:14; Efesios 1:17-19;
3:16-21; Filipenses 1:9-11; Colosenses 1:9-14; 1 Tesalonicenses 3:9-13; 2
Tesalonicenses 1:11-12; 2:16-17; Filemón 1:4-6.

Proyecto de cambio

8. ¿Qué estrategias van a reforzar tu fe y tu arrepentimiento?

¿Qué puedes hacer para evitar que hagan su aparición los deseos
pecaminosos?
Piensa en el área que has escogido para tu proyecto de cambio.
¿En qué contexto o ámbito va a ser más probable que lo pongas en
práctica?
¿En qué momento del día?
¿Con qué personas?
¿Eres más vulnerable ante la tentación cuando tienes hambre o
estás cansado, cuando te enfadas o te sientes solo?

¿Qué medidas vas a tomar para reducir la tentación?


¿Qué puedes hacer para evitar reforzar los deseos pecaminosos? Piensa en
el área que has elegido para tu proyecto de cambio.

¿Qué imágenes, películas, programas de TV, libros o revistas,


estimulan esos deseos?
¿Qué personas los fomentan?
¿Qué actividades los refuerzan?
Piensa en las mentiras que se esconden detrás de esas conductas o
emociones (comprueba tu respuesta a la pregunta 5). ¿Cuándo ves o
escuchas esas mentiras?

¿Qué pasos puedes dar para evitar reforzar esos deseos no lícitos?

Si no estás seguro respecto a la actividad o la situación en concreto, usa las


preguntas que siguen basadas en 1 Corintios 6:12 y 10:23-24:

¿Es beneficiosa esa actividad en alguna manera? ¿Te ayuda a


parecerte más a Jesús?
¿Está dominándote esa actividad? ¿Refuerza un deseo que podría
hacerse con el control de mi corazón?
¿Beneficia esa actividad a alguien? ¿Podría ser una tentación para
otros creyentes?

¿Qué puedes hacer para reforzar tu fe?


¿Obtienes el mayor beneficio posible de los ‹medios de la gracia›? ¿Tienes
posibilidad de poner en práctica alguna de las cosas que se indican a
continuación? Identifica cinco pasos que vayas a poner en práctica o a hacer
de forma diferente para reforzar tu fe con los medios de la gracia.
Haz un breve resumen con las distintas estrategias del plan que te has
marcado para reforzar tu fe y tu arrepentimiento.

Notas

82 Joshua Harris, Not Even a Hint, Multnomah Press, 2003, pp. 162-163

83 John Stott, The Message of Galatians, Inter-Varsity Press, 1968, p. 170.

84 J. C. Ryle, Holiness, James Clarke, 1956, p. 21.

85 Efesios 5:26; 6:14-17; 2 Timoteo 3:16-17 y 1 Pedro 2:2

86 Timothy Lane y Paul Tripp, Helping Others Change, CCEF/Punch Press,


2005, 2.7.

87 Horatius Bonar, God´s Way of Holiness, Evangelical Press, 1864, 1979,


pp. 118-119.

88 Christopher J. H. Wright, Life Through God´s Word: Psalm 119,


Authentic, 2006, p. 65.

89 J. C. Ryle, Practical Religion, 1878; Banner of Truth, 1998, pp. 71, 74-75.

90 Horatius Bonar, The Night of Weeping en The Life and Work of Horatius
Bonar, LUX Publications, 2004, pp. 36-37.

91 Paul David Tripp, `Control?, nicolenews.blogspot.com, 11 de junio,


2006.

92 Juan Calvino, Las epístolas del apóstol Pablo a los Romanos y a los
Tesalonicenses, destacando Romanos 5:2.
9 ¿Cómo podemos ayudarnos mutuamente para el
cambio?

Había dejado pasar la oportunidad un centenar de veces. Sorprendiéndose


a sí mismo, se decidió a dar el paso, farfullando no muy claramente que
tenía algo que decir. Ya no había vuelta atrás. Eran cuatro las personas que
estaban alrededor de la mesa, en la hora de la comida, para la reunión de
oración, y todas le miraron con gesto amistoso, como animándole.
Respirando hondo, se dispuso a contarles su pecado, confesando años de
pecado.

Para Stephen, fue un momento crucial. Tres años después, seguía clavado
en su memoria. Pero esos tres años habían sido de gozo, de liberación y de
crecimiento.

Dios tiene como oficio el cambio y por eso nos pone en una comunidad de
cambio. La iglesia es uno de los medios de gracia para refuerzo de la fe y el
arrepentimiento, y es el canal por el que también discurren los otros medios
de gracia. Tengo ahora mismo al alcance de mi mano un libro sobre la
santificación, y en la portada se ve a una persona caminando por una playa.
El mensaje es que la santificación es algo entre Dios y yo. Pero en la Biblia el
cambio no es jamás algo que se realiza en solitario. El cambio es un proyecto
comunitario.

Una comunidad de cambio

En Efesios 4, Pablo habla de la iglesia como comunidad de cambio.


Comienza para ello instándonos a ‘vivir de acuerdo con [nuestro]
llamamiento’. Los capítulos 2-3 explican en qué consiste ese llamamiento.
En virtud de la muerte de Jesús, hemos pasado a ser morada de Dios (2:22) y
ejemplo de su sabiduría (3:10). La iglesia local es esa morada y ejemplo vivo
en tu zona. Lo que significa que el cambio es un proyecto comunitario.

El cambio es un proyecto comunitario

El cambio es un proyecto comunitario por ser tanto de la persona como de


la comunidad en la que se integra y a la que pertenece. Cuando Pablo habla
de madurar, está refiriéndose al cuerpo de Cristo en su totalidad (4:12-13).
Es la comunidad cristiana en su conjunto la que ejemplifica la sabiduría de
Dios. A Dios lo damos a conocer no solamente como individuos, sino por
medio de una vida compartida y el amor mutuo que nos profesamos (Juan
13:3-35; 17:20-23). Esa es la razón de que Pablo nos inste a ser una
comunidad unida (4:2-6). Nuestro objetivo es ‘[crecer] en todo en aquel que
es la cabeza, esto es, Cristo’ (15).

Piensa en esos cuadernos infantiles, con pegatinas intercambiables que


dan forma a un cuerpo, pudiendo intercambiarse según distintos modelos.
Lo divertido es combinarlos de forma inusual. El apóstol está diciendo ahí
que la iglesia es un cuerpo integrado por miembros muy variados, siendo la
cabeza siempre Cristo. Nuestra tarea consiste precisamente en ir cambiando
las partes de ese cuerpo para que combinen de forma adecuada con la
Cabeza. No hay, por tanto, posibilidad alguna de ser cuerpo solos y por
nuestra cuenta. Y tampoco va a ser posible madurar. El cambio es y será
siempre un proyecto comunitario.

El pecado es, por esa misma razón, una cuestión que afecta a la
comunidad en su totalidad. Mi pecado particular impide el crecimiento de la
comunidad como un todo. Detiene o retrasa el crecimiento conjunto del
cuerpo de Cristo. Y el impacto nos afecta a todos. Incluso los pecados más
secretos y ocultos inciden en la salud del cuerpo. Nadie estaba al tanto de
que Acán se había quedado con un manto, con plata y con oro tras la
derrota de Jericó. Pero ese pecado suyo significó la posterior derrota a su
vez del pueblo de Dios (Josué 7). Mi pecado impide que cumpla con mi
cometido dentro del plan dispuesto por Dios, retrasando el crecimiento de
la iglesia según el designio divino.

La comunidad es el contexto provisto por Dios para realización del


cambio

La comunidad cristiana es el contexto adecuado para el cambio por ser el


contexto designado por Dios. La iglesia es el lugar más apropiado para ese
cambio que un grupo de terapia, un programa de consejería o un centro de
retiros. El amor de Dios se comprende ‘conjuntamente con todos los santos’
(3:18). Cristo da dones a la iglesia para crecer juntos (4:7-13).

¿Qué rasgos caracterizan la madurez cristiana? Su semejanza a Jesús (4:13,


15). Uno de los grandes valores de la comunidad cristiana es que nos
proporciona modelos de comportamiento en semejanza a Cristo.
Obviamente, nadie es perfecto en esa semejanza, pero hay cristianos que
nos ayudan a ver lo que significa caminar junto a Dios. La santidad de vida es
el ejemplo a seguir, junto con el crecimiento y la gracia. Somos modelos de
progreso en medio de la lucha contra el pecado, vueltos en fe hacia Dios.

Cada domingo, en nuestra iglesia, damos a la congregación la oportunidad


de compartir lo que Dios ha obrado en sus vidas a lo largo de la semana:
respuestas a oraciones, consuelo en la Palabra, oportunidades de dar
testimonio, ayuda en la tentación. De ese modo, se refuerza nuestra
creencia en un Dios que está vivo y activo en medio nuestro.

El Espíritu Santo es el don a la iglesia de Cristo resucitado para capacitar a


los creyentes con sus respectivos dones: nuestra contribución a la vida de
iglesia como congregación (4:7). Todas las aportaciones son importantes.
‘Todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas
que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro,
recibe su crecimiento para ir edificándose en amor’ (4:16). Todos tenemos
una función en la edificación de la casa de Dios. Nos necesitamos los unos a
los otros para ser una iglesia viva, sana y en constante crecimiento. Lo que,
en la práctica, significa que los demás te necesitan y que tú necesitas a los
demás. Nos necesitamos mutuamente para hacer realidad y efectivo el
proceso de cambio. Tú tienes que ayudar a otros a cambiar, y necesitas dejar
que otros te ayuden a ti a cambiar.

Cristo es exaltado por la comunidad confesante, aportando cada miembro


su propia melodía. Nos consolamos mutuamente con el consuelo que nos ha
sido dado (2 Corintios 1:3-7). Las diferentes experiencias de la gracia de Dios
pasan a enriquecer un consejo compartido. En el seno de la comunidad
cristiana, se hace patente una persistencia que, en su conjunto, es más
fuerte y vigorosa que las distintas partes que la integran. Cuando yo me
canso de proclamar la verdad de una situación en concreto, siempre va a
haber ahí alguien dispuesto a tomar el testigo. Somos como un coro de
distintas voces que cantan al unísono la gloria de Jesús.

Ninguno de nosotros en solitario puede mantener constante esa


secuencia, pero juntos sí es posible.

Pablo resalta la función de aquellos que proclaman, explican y aplican la


Palabra de Dios (4:11). Y eso es posible por ser la Biblia fuente de toda
verdad acerca de Dios, dando la réplica apropiada a las mentiras que
pregona el pecado. Pero nótese ahí que no son los líderes los que llevan a
cabo la obra de Dios en la iglesia. Su función es justamente la de equipar al
pueblo de Dios para que la hagan realidad. El cuerpo de Cristo se edifica
conjuntamente por parte de su pueblo.93 Trabajamos los unos con los otros,
y los unos por los otros, para alcanzar la madurez en semejanza a Cristo.

El apóstol Pablo nos informa que Cristo ‘hace que todo el cuerpo quede
bien concertado y unido entre sí’ (4:16). La iglesia a la que vayas nunca será
producto del azar. Cristo mismo ha escogido a cada miembro de la
congregación para hacerla perfecta según su propósito. Nosotros escogemos
según gustos y afinidades, pero Dios nos ha puesto a cada uno de nosotros
en el lugar adecuado para cooperar en el cambio. Compartiendo este pasaje
con mi amigo Matt, dijo algo totalmente relevante: ‘Ahora veo claro que
tengo que apreciar más a todas y cada una de las personas que integran mi
congregación’.
El apóstol Pablo no está hablando ahí de una congregación ideal con
miembros de excepción, sino muy por el contrario, dirigiéndose a una iglesia
real con personas reales. Está, de hecho, hablando de y a tu iglesia. No
podemos por ello decir: ‘Estupendo en teoría, pero mi iglesia nunca va a ser
así’. Dios ha puesto a esas personas en tu vida para cuidado mutuo. Si tu
iglesia no está creciendo y funcionando como debiera, empieza tú a trabajar
para el cambio. Comparte tus luchas, tus triunfos, tus problemas, lo que el
Señor te ha enseñado, hablando siempre la verdad en amor fraterno.

El versículo 31 dice: ‘Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira,


griterío, y maledicencia, y toda malicia’. Comportamiento que evidencia dos
cosas. Primero, que todo el mundo comete las mismas faltas. Segundo, que
son síntoma de deseos pecaminosos que provocan frustración. Sucede, de
entrada, que ni siquiera somos capaces de darnos cuenta de la existencia de
esos deseos no lícitos. Pero cuando las circunstancias externas los hacen
irrealizables, se desata nuestra ira y frustración, con conductas insolentes,
agresivas y maliciosas. Una de las grandes ventajas de formar parte de una
congregación es que rápidamente caen por los suelos toda falsa noción que
tuviéramos acerca de nosotros mismos. Los que nos rodean van a ser causa
de irritación o enojo en un momento u otro, haciendo que perdamos el
control de los nervios. Pero, por muy frustrante que eso pueda ser, nos
ayudará a darnos cuenta de todo lo que idolatramos en esta vida.

Sin duda, Dios está sirviéndose de las distintas personas, con caracteres
contrastados, para llevar a efecto el cambio necesario en tu vida. Está
sirviéndose de personas que nos irritan y nos frustran para que nos demos
cuenta de cómo somos realmente. Y seguro que te habrá puesto a ti junto a
todas ellas para que os moldeéis mutuamente. Trata de imaginarte a ti
mismo como un guijarro más, junto a otros muchos, que Dios va a hacer
rodar en compañía para limar toda aspereza e irregularidad. Saltarán
chispas. Pero el resultado final serán piedras aptas para edificación. La
próxima vez que alguien te trate injustamente, ¡recuerda que Dios te está
puliendo! Dios habrá puesto a esa persona en tu vida para crecimiento,
madurez y santificación. Sinclair Ferguson comenta al respecto: ‘La iglesia es
una comunidad en la que recibimos ayuda espiritual, pero también un lugar
en el que aflorarán a la superficie problemas enquistados que requerirán
cuidados especiales... Sucede a menudo que acabamos descubriendo cosas
sobre nosotros mismos que jamás habríamos pensado que estaban ahí’.94

Una comunidad de la verdad

¿Cómo crecemos y maduramos para ser semejantes a Cristo? Efesios nos


suministra de nuevo la respuesta: ‹en la unidad de la fe y en el conocimiento
del Hijo de Dios› (4:13). La inmadurez hace que en un principio seamos
‹llevados por doquiera de todo viento de doctrina’, expuestos a ser víctimas
de ‘las artimañas del error’ (4:14). El mundo, el demonio y la carne nos
proponen mentiras con apariencia de verdad. La madurez nos ayuda a decir:
‘No, esa no es la verdad acerca de Dios. No voy a caer en la trampa de
pensar y comportarme de ese modo’.

La madurez llega siempre ‘siguiendo la verdad en amor’ (4:15). Nos


edificamos mutuamente con lo que hablamos. Y por ello es absolutamente
necesario que vivamos conforme a lo que creemos: ‘ninguna palabra
corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria
edificación, a fin de comunicar gracia de vida a los que nos escuchan’ (4:29).
Necesitamos urgentemente ser comunidades de apoyo, consolación,
reprensión, reto, consejo oportuno, exhortación y esperanza, ayudados de la
palabra de verdad. Y tenemos asimismo que ser comunidades en las que la
verdad esté en boca de todos para beneficio de todos.

En los versículos 17-24, Pablo nos recuerda que ‘hablar la verdad en amor’
es imprescindible para el cambio, puntualizando que la causa de toda
conducta pecaminosa y negativa son los pensamientos fútiles, el
entendimiento entenebrecido, la mente ignorante, el corazón endurecido,
los deseos indulgentes y las apetencias de la carne. Dicho con otras palabras,
pensamos y creemos mentiras en vez de confiar en la Palabra de Dios
(capítulo 5), y deseamos y adoramos por ello ídolos en lugar de adorar a
Dios (capítulo 6).

‘Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, si en verdad le habéis oído,


y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. En
cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está
viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de
vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia
y santidad de la verdad’. (Efesios 4:20-24)

Lo que nos transforma es la verdad. Así, oímos de parte de Cristo... se nos


enseña... según la verdad que está en Jesús... para ser renovados en mente y
en conducta. El problema va a seguir siendo el de los ‘deseos engañosos’
(4:22), deseos que parece que ofrecen más que Dios, pero que en realidad
nos esclavizan. La respuesta válida va a ser siempre ‘la verdad que está en
Jesús’. La verdad de Jesús nos libera al darnos un nuevo deseo de Dios.

Pablo no deja de repetir esta verdad crucial: ‘Por lo cual, desechando la


mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos todos
miembros de un solo cuerpo’ (4:25). Pablo no está ahí diciendo simplemente
‘No digáis embustes’. Lo que está enfatizando es que debemos desechar
toda falsedad, tal como rechazamos en su momento ‘el viejo yo’ (4:22).
Tenemos que desistir de vivir con embustes que nos abocan a deseos y
acciones ilícitas, que es lo que acostumbramos a hacer. Las personas se
acercan a nosotros con problemas y anhelos, y reaccionamos ofreciendo
consuelo, en vez de indagar en la motivación de fondo para su frustración.
Nos dicen: ‘Mi jefe ha estado insoportable hoy’. Y en lugar de tratar de llegar
a la verdad del caso, nos limitamos a decir: ‘Te entiendo. A mí también me
pasa a veces’. Las personas nos exponen sus quejas, y unimos nuestras
lamentaciones a las suyas. Nos confiesan lo que más desean en la vida y, sea
lo que sea, alabamos su gusto, como diciendo: ‘Sí, es un ídolo digno de ser
deseado’. Pero los creyentes estamos llamados a obrar de forma muy
distinta y a decir ‘la verdad de Jesús’ aunque duela. Tenemos
necesariamente que recordarnos los unos a los otros la grandeza y la
bondad de Dios revelada en Jesús.

Donde antes estábamos dominados por los deseos de una naturaleza


caída, vivimos ahora la realidad de una nueva creación con nuevos deseos.
Donde antes estábamos bajo el control de Satanás, vivimos ahora guiados
por el Espíritu Santo. Y donde antes oíamos tan solo la voz del mundo,
disponemos ahora de la voz de la comunidad de creyentes.

En Hebreos, se nos exhorta con muy firmes palabras: ‘Considerémonos


unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de
congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y
tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca’ (10:24-25). Los cristianos nos
reunimos para mutua exhortación y para recordar la gloria de nuestro Dios
conjuntamente. Exhortación que llevamos a cabo mediante salmos, himnos,
y cánticos espirituales (Efesios 5:19-20). Allí donde estemos reunidos,
debemos recordarnos mutuamente la grandeza y bondad de Dios, para que
resuene gloriosa música en nuestro corazón en alabanza al Señor, en lugar
de adorar nuestros propios deseos idólatras.

Para conseguirlo, hace falta mucho más que asistir a la iglesia todos los
domingos. Hay que compartir la vida y las experiencias. El mundo, el
demonio y la carne nos incitan a diario a continuar con los mismos deseos
pecaminosos. Y por ello es indispensable relacionarnos todos los días con la
verdad. ‘Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón
malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos
a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de
vosotros se endurezca por el engaño del pecado’ (Hebreos 3:12-13).
Estamos emplazados para exhortarnos mutuamente a diario. Nuestro
corazón se inclina todos los días peligrosamente hacia el pecado, la
incredulidad, la dureza de corazón y el engaño. Y por eso mismo
necesitamos permanentemente que alguien nos recuerde la verdad de
palabra y de obra.

En ocasiones, oímos a alguien que dice: ‘No hagas de otros creyentes


muleta en la que apoyarte’. Pero ese comentario no hace sino poner en
evidencia el individualismo de la sociedad actual, que valora
desmesuradamente el espíritu de autosuficiencia. Pero nadie puede decir
que la Biblia sea la muleta del creyente. Estoy absolutamente convencido de
que, incluso en aislamiento total, Dios proveería lo necesario para resistir.
Mientras tanto, Dios ha provisto la Biblia y la comunidad de creyentes para
crecimiento y perseverancia. A nosotros nos corresponde no depender de
los demás para nuestra madurez y compromiso. Las dependencias nunca
son sanas. Cristo es nuestro Salvador personal y, por tanto, necesitamos fijar
nuestra mirada en él. No queremos sustitutos, esto es, personas que
resuelvan nuestros problemas y nos lleven a confiar en ellas cuando
tendríamos que estar confiando en Cristo. Dios no ha provisto la comunidad
cristiana en sustitución de Cristo, sino como punto desde el que centrarse en
él. La verdad que nos comunicamos unos a otros es la verdad que es en
Jesús.

Pablo nos insta a ‘hablar la verdad en amor’. El amor sin la verdad es como
practicar la cirugía con un pez por bisturí. Pero la verdad sin amor es como
operar usando un martillo.

El amor sin la verdad es como practicar cirugía con un pez como


bisturí. Pero la verdad sin amor es como operar usando un martillo.

La verdad tiene que hablarse siempre en el contexto de una relación en


amor. No ha de ser, por tanto, nunca mera comunicación verbal, sino una
realidad de vida. ‘Nadie ha visto jamás a Dios, pero si nos amamos unos a
otros, Dios permanece en nosotros, y su amor nos perfecciona’ (1 Juan
4:12). Hacemos a Dios visible en nuestras acciones. Por ello, hemos de
perdonarnos los unos a los otros ‘tal como Dios nos perdona en Cristo’
(4:32). Y, asimismo, hemos de amarnos ‘como Cristo nos amó’ (5:2).

He oído numerosos testimonios de cristianos que han agradecido


profundamente la ayuda de otros creyentes en momentos de necesidad,
con distintas tareas y recados, viendo en ellos a Dios en medio de la
oscuridad.

La verdad puede hacerse patente compartiendo nuestras propias


experiencias. La verdad se vuelve algo personal, aplicable al día a día. La
verdad de Dios es más fácil de explicar con ejemplos prácticos, sobre todo
cuando no sabemos bien cómo presentarla de forma conceptual. Si, por
ejemplo, alguien se queja de un problema de salud, podríamos decir: ‘Luchar
contra la enfermedad puede ser muy duro. Yo estuve hospitalizado el año
pasado y tuve que estar recordándome a mí mismo continuamente que Dios
está con nosotros en toda posible circunstancia. El sufrimiento puede ser
para bien. Yo aprendí a confiar en él como mi verdadero Padre’.

Una comunidad de arrepentimiento

La comunidad cristiana es una comunidad confesante, que da cuenta de


sus actos y que practica la reprensión y asimismo el consuelo. El
arrepentimiento y el perdón son parte consustancial de la vida cristiana:

‘Si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te


oye, has ganado a tu hermano. Mas si no te oye, toma aún contigo a uno o
dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los
oye a ellos, dilo a la iglesia; y si no oye a la iglesia, tenle por gentil y
publicano’. (Mateo 18:15-17).

‘Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois


espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti
mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas
de los otros, y cumplid así la ley de Cristo’. (Gálatas 6:1-2)

Tenemos que reprendernos para mutua edificación (Romanos 15:14;


Colosenses 1:28; 3:16; 1 Tesalonicenses 5:14; 2 Timoteo 4:2; Tito 2:15). No
es, desde luego, la única forma en que nos decimos la verdad los unos a los
otros, pero sin lugar a dudas, es un buen medio. Pero es, aun así, un medio
poco aprovechado. Puede que, por temor a situaciones incómodas y quizás
también por evitar la confrontación directa. Pero Pablo, en palabras dirigidas
a los ancianos de Éfeso, dice: ‘Recordad que por tres años, de noche y de
día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno’ (Hechos 20:31). La
intención es que sus lectores hagan lo mismo. El libro de Proverbios lo
expone con muy elocuentes palabras.

‘La lengua falsa atormenta al que ha lastimado,


y la boca lisonjera hace resbalar...
Mejor es reprensión manifiesta que amor oculto.
Fieles son las heridas del que ama;
pero importunos los besos del que aborrece...
El ungüento y el perfume alegran el corazón,
y el cordial consejo del amigo, al hombre...
Hierro con hierro se aguza;
y así el hombre aguza el rostro de su amigo’.
(Proverbios 26:28; 27:5-6, 9, 17)

Parte de nuestro problema consiste en que no sabemos reprendernos en


el día a día. Eso significa que, cuando lo hacemos, crea o exacerba una
sensación de crisis. La reprensión puede acabar en confrontación. Tal vez
eso sea necesario en algunas situaciones, pero en la mayoría de los casos
podría evitarse si se practica como norma una sana y amorosa reprensión,
como parte de una disciplina mutua. Yo personalmente necesito que alguien
me pregunte con regularidad cómo voy en mi caminar con Dios, que
cuestione mi comportamiento y que conozca el fondo de mis tentaciones.
Necesito a mi amigo Samuel, que es el que me plantea: ‘¿Qué pregunta no
quieres que te haga?’

Hay pecados que prosperan en lo secreto. Los pecados de ‘escapismo’


entran de lleno en esa categoría: lo que hacemos cuando estamos bajo
presión, como las fantasías sexuales, la pornografía, el comer
compulsivamente y las adicciones. E incluye asimismo los pecados de
actitud: la envidia, la amargura, los celos y las quejas. Se nos da bien
ocultarlos. Pero el estar en lo oculto hace que prosperen. Hacen que nos
sintamos mal y comemos compulsivamente. Comemos compulsivamente y
tenemos remordimientos. Nos sentimos incapaces de hacer frente a las
cosas de la vida y nos evadimos siendo héroes en los videojuegos. Pero esa
adicción hace que sea todavía más difícil vivir la realidad. El miedo a quedar
expuesto nos hace apartarnos de la comunidad cristiana o aprendemos a
disimular. Pero la retirada o la pretensión impiden que la comunidad
creyente nos ayude a salir de ese círculo sin fin.

Una cosa que hemos aprendido en mi iglesia es que el cambio tiene lugar
únicamente cuando esos pecados salen a la luz. Es duro, pero el confiar la
verdad a otro creyente es un gran paso hacia delante. Además, ¡tampoco
hay que ir proclamándolo a los cuatro vientos! Basta con decírselo a la
persona adecuada.

¿Qué deberás hacer si alguien te confiesa un pecado en particular? Lo


primero de todo, decir la verdad en amor. De nada va a servir responder que
es algo comprensible y sin importancia. Eso no va a ser consuelo porque se
sabe que es una mentira. En cambio, podemos ofrecer una palabra de ánimo
guiados por la gracia. Insta a la persona al arrepentimiento por ese pecado y
a que acepte por fe el perdón que Dios ofrece: ‹Eres culpable, pero Cristo
cargó con tu juicio›. Ese sí que es verdadero consuelo. Concreta ese perdón
con tu propia aceptación en amor. Nuestra aceptación tiene que ir siempre
acompañada de la agenda del cambio. Explora, de ser posible, las mentiras y
los deseos que han dado lugar a ese comportamiento pecaminoso. Juntos,
podréis discernir la verdad a la que hay que hacer frente y a los deseos
idólatras que habrá que erradicar. Ofrécete para un seguimiento, lo que
supondrá tener que hacer preguntas: cómo se sienten, si están haciendo
progresos, si ha habido recaídas. Sé muy claro y específico: cuándo, dónde,
por qué, con qué frecuencia. Y, por encima de todo, fomenta el encuentro
con la gracia y la gloria de Cristo.

Una comunidad de gracia

Una comunidad que se precia de su piedad no permite que ninguno de sus


miembros sea un pecador. En consecuencia, los pecados se ocultan tanto de
uno mismo como de la comunidad. No nos está permitido ser pecadores.
Muchos cristianos se horrorizan más allá de lo imaginable cuando se
manifiesta la existencia de un verdadero pecador en su seno. La hipocresía,
las mentiras y la ocultación son la única compañía en la soledad de nuestro
pecado. El hecho cierto de que somos pecadores persiste.95

Para poder ser comunidades de arrepentimiento, primero tenemos que


ser comunidades de gracia, lo que supone ser honestos, abiertos y
transparentes respecto a nuestras luchas personales. En imitación a Cristo,
debemos ser capaces de vernos y aceptarnos tal como somos. No podemos
pretender ser ya las personas perfectas que nos gustaría ser. He de
presentarme ante los demás como lo que realmente soy: un pecador
necesitado de la gracia que recibo de Cristo. Como comunidad, precisamos
reconciliarnos con nuestra imperfección de pecadores. Lo que sigue a
continuación es un extracto de mi blog:

No hace mucho, alguien me preguntó qué tal me iba. No es pregunta que


uno pueda contestar con un simple ‘bien’ o ‘mal’. La vida en mi
congregación es complicada. Muchos de los miembros tienen problemas
conocidos por la congregación en su totalidad. ¿Puede uno decir que las
cosas van bien cuando uno de esos miembros tuvo que ser sacado borracho
e inconsciente de un bar?, ¿cuando son varios los matrimonios con
problemas de pareja?, ¿cuando el desánimo es el estado permanente de
algunos? Aun así, y pensándolo bien, creo que podría decir que ‘No vamos
del todo mal’. En estos últimos años, la primera de las bienaventuranzas, en
versión retocada, ha sido clave para mí: ‘Benditos son los quebrantados
porque de ellos es el reino de los cielos’. Dios imparte sus bendiciones a los
que sufren. Como es lógico, no es que yo disfrute con los problemas ajenos,
pero sí que me gozo por poder compartir las vidas de los que sufren y
claman a Dios. Podría describir mi iglesia como un grupo de personas con
muchos problemas que reciben ayuda de parte de personas que también
tienen cosas que resolver. Como entorno, no puedo pensar en uno más
apropiado para solucionar mis propios problemas.

¿Qué otra alternativa puede haber? Quizás, la de una congregación de


apariencias, en la que los problemas existen, pero que no se permite que
salgan a la luz. Esas iglesias suelen ser muy ordenadas y respetables.
Personalmente, ¡prefiero con mucho estar en una iglesia con problemas! Los
problemas nos llevan a la palabra de gracia. Y cuando hacemos como que no
existen, será o porque no confiamos en la gracia divina o porque no
esperamos que los demás nos traten con misericordia.

Lo que sigue ahora es una transcripción de algunos de los comentarios que


recibí por mi blog:

Hace poco, he estado reflexionando acerca de lo mucho que temo que las
personas de mi iglesia por fin se den cuenta de la clase de personas que
somos en realidad. El saber lo peor de otros, ¿no lleva a un caos total? ¿No
sería además mayor el perjuicio que el posible beneficio? Es probable. Pero,
¿por qué me da tanto miedo que eso llegara a ocurrir? ¿Creo firmemente en
la fuerza y relevancia de la Palabra? ¿Creo sinceramente que Dios cumplirá
su promesa de crear su iglesia en base a personas quebrantadas? ¿Es que se
ocupa únicamente de las personas con todos sus problemas resueltos?

La iglesia se ha ido encerrando en sí misma con comunidades que


enmascaran sus problemas y en las que la auténtica verdad rara vez se
trata... Yo no estoy dispuesto a seguir por ese camino, aunque sé
perfectamente que es el camino más fácil y más corto.

Me pregunto si llegaré a ver algún día una solicitud oficial de pastor para
una iglesia conflictiva y con las ideas poco claras: con un montón de
personas con problemas y pocas perspectivas de ir a solucionarse a corto
plazo. A mí no me atraen las iglesias respetables tradicionales, pero resistir
entre tanto conflicto también es duro. No deja de maravillarme que Jesús
nos ame pese a todo.

En Juan 4, Jesús se encuentra con la samaritana junto al pozo a mediodía.


Noel Coward sostenía que ‘únicamente los ingleses y los perros salen a la
calle con el calor del mediodía’. Lo acostumbrado es ir a por agua con el
fresco de la mañana. Pero la mujer sale a esa hora para evitar los
comentarios ajenos, dada su condición. Tras su conversación con Jesús,
corre a contarles a todos que ha conocido a un hombre santo que sabía toda
la verdad de su vida: ‘Venid, y ved a un hombre que me ha dicho todo
cuanto he hecho’. Para ella, la verdadera buena noticia es que Jesús conocía
su vida y, aun así, ¡le había ofrecido agua viva! Ya no tenía por qué seguir
ocultándose. Y esa es la clase de testimonio que atrae a las personas a Jesús.
Podemos compartir nuestros respectivos problemas porque no hay razón
para ocultar la realidad de las cosas. La gracia va a hacernos libres.

¿Qué nos impide acercarnos a los demás para lograr el cambio? ¿Por qué
no nos abrimos? ¿Por qué huimos de las relaciones conflictivas? No me cabe
duda de que las razones serán múltiples. Estamos demasiado ocupados,
somos demasiado independientes, tenemos demasiado miedo, estamos
demasiado centrados en nosotros mismos. Pero si realmente creemos que
Jesús ha puesto en nuestra vida una comunidad cristiana para ayudarnos a
cambiar, deberíamos hacer de ello nuestra prioridad.

Para reflexionar

Incluyo a continuación una lista de las cosas que el Nuevo Testamento dice
que deberíamos hacer (o no hacer) los unos respecto a los otros en la iglesia:

Estar en mutua paz, perdonando los agravios, siendo humildes y


pacientes, fomentando la armonía, saludándonos con el beso de paz.
No juzgar a los demás, no mentir, no quejarnos.
Ser hospitalarios.
Confesarnos los pecados.
Ser amables, devotos, serviciales, preocuparnos del prójimo, hacer
el bien.
Instruirnos en la fe.
Amonestarnos y exhortarnos, estimularnos.
Consolarnos y animarnos.96

¿En qué crees que destacas tú? ¿Cuáles son tus fallos?

¿En qué crees que sois buenos en tu iglesia? ¿En qué falláis?

¿Qué crees tú que puede impedir el ocuparse más los unos de los otros?

Proyecto de cambio

9. ¿Cómo podemos ayudarnos mutuamente en el cambio?

¿Qué relaciones crees que pueden ayudarte en tu cambio?

¿Qué oportunidades tienes tú de ayudar a otros en ese proceso?


¿Qué impide que tengas relaciones que fomenten ese cambio?

Estoy demasiado ocupado. ¿Estás demasiado ocupado porque


tienes necesidad de controlarlo todo? ¿Para demostrar tu valía?
¿Para sacarle el mayor partido posible a la vida? ¿Para conseguir la
aprobación ajena?
No necesito ayuda. ¿Eres de los que piensan: ‘no me gusta molestar
a los demás con mis asuntos’ o ‘no me gusta depender de los demás’?
Me da miedo lo que podría suceder. ¿Evitas las relaciones
profundas por temor a los problemas que puedan surgir? ¿Por
sentirte vulnerable?
Tengo bastante con mis propios problemas. ¿Piensas primero en lo
que los demás puedan hacer por ti? ¿Eres tú mismo el tema principal
cuando hablas con otros creyentes?

¿Te ves reflejado en esas situaciones? ¿En todas? ¿Solo en algunas? ¿Qué
dicen de tu actitud respecto a Dios? ¿Hay alguna mentira oculta? ¿Qué
verdad debería regir en tu vida?

¿Es tu iglesia una comunidad de gracia?

¿Son las personas claras respecto a su pecado o se recurre al


disimulo?
¿Es una comunidad sana o de conflicto?
¿Está el conflicto a la vista o se oculta por temor?
¿Se practican el perdón y la reconciliación?
¿Se tiene en cuenta la obra de la cruz en las conversaciones, en las
oraciones, en la alabanza?

¿Qué puedes hacer para que tus relaciones personales estén orientadas al
cambio?

¿Conoces amigos cristianos que no tienen esa misma actitud ante la vida?
Piensa en qué podrías empezar haciendo para ayuda mutua en el cambio.
Por ejemplo:
Compartir tu lucha contra el pecado.
Compartir un tiempo de lectura de la Biblia y de oración.
Compartir la relación con Dios en el marco del proyecto de cambio.
Hablar con alguien en quien confíes cuando estés luchando con la
tentación.

Piensa en formas prácticas de ayudar, o de recibir ayuda, para evitar caer


en la tentación o situaciones que fomenten deseos no lícitos. Tal vez
necesites ayuda:

• En situaciones particulares

Tengo un amigo alcohólico. Cuando quiere ver un partido de fútbol en el


bar, nos aseguramos de que vaya acompañado de alguien para que no caiga
en la tentación de beber alcohol.

• En momentos especiales

Soy más proclive a caer en la tentación cuando mi familia no está conmigo,


así que procuro no estar solo cuando eso ocurre.

Pon por escrito algo que vayas a hacer para asegurarte de pasar más
tiempo con creyentes y una cosa que realices tú a favor de otros.

Notas

93 Para un análisis pormenorizado relativo a las controversias exegéticas


acerca de estos versículos, véase Peter T. O´Brien, The Letter to the
Ephesians, Eerdmans y Apollos, 1999, pp. 297-305.

94 Sinclair Ferguson, Grow in Grace, Banner of Truth, 1989, p. 77.

95 Dietrich Bonhoeffer, Life Together, SCM, 1954, p. 86.


96 Marcos 9:50; Juan 13:34-35; Romanos 12:10, 16; 14:13; 15:5, 7, 14;
16:16; 1 Corintios 12:25; 2 Corintios 13:11-12; Gálatas 5:13; Efesios 4:2, 32;
5:19, 21; Colosenses 3:9, 13, 16; 1 Tesalonicenses 4:18; 5:11, 15; Hebreos
3:13; 10:24-25; Santiago 5:9, 16 y 1 Pedro 4:8-10; 5:5, 14.
10 ¿Estás preparado para una vida de continuo
cambio?

Es mucho lo que se dice en la actualidad acerca de la libertad de elección.


Se trate de comprar en el supermercado, cuidar de nuestra salud, la
orientación sexual personal, el posible final de niños aún por nacer, la
sociedad actual quiere libertad total a la hora de decidirse y elegir. Pero,
desde la perspectiva cristiana, la libertad de elección es, de alguna manera,
un mito. El ser humano no tiene total libertad de elección: es esclavo de
deseos pecaminosos. Evidentemente, podemos elegir entre pan blanco o
integral, entre leche entera o desnatada. Pero no podemos elegir vivir en
santificación. No somos libres para ser las personas que nos gustaría ser.
Estamos bajo el control de aquello que anhele nuestro corazón: ‘los que son
de la carne piensan en las cosas de la carne’ (Romanos 8:5 a).

Libres para elegir y libres también para luchar

Jesús nos ha hecho libres. Nos ha liberado al darnos un deseo distinto: el


deseo de la persona de Dios. Evidentemente, seguimos haciendo aquello
que queremos, pero Jesús ha puesto en nosotros el deseo de querer servir
también a Dios. Deseo que hizo efectivo al poner al Espíritu Santo en
nuestros corazones: ‘los que son del Espíritu [piensan] en las cosas del
Espíritu’ (Romanos 8:5 b).

El cristiano siempre va a poder elegir. Los antiguos deseos persistirán. Pero


el Espíritu ha puesto uno nuevo en nuestro corazón, y por ello vamos a tener
que elegir continuamente entre dos deseos en oposición: el engañoso del
pecado y el de Dios inspirados por el Espíritu Santo. ‘Antes de ser salva [la
persona], había un único resultado posible en todas nuestras elecciones: el
pecado. Pero ahora tenemos un nuevo corazón y las posibilidades son dos.
Podemos pecar o no pecar, escogiendo libremente según la inclinación de
nuestros deseos’.97

La Biblia describe esta lucha entre el pecaminoso de antes y el inspirado


por el Espíritu de ahora como en perpetua lucha. Y el campo de batalla es
nuestro corazón. ‘Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que
os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma’ (1 Pedro
2:11). ‘Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es
contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que
quisierais’ (Gálatas 5:17). Cuando buscamos seguir nuestros propios deseos
pecaminosos, el Espíritu nos advierte. Cuando, en cambio, queremos seguir
los deseos puros que el Espíritu inspira, la naturaleza de pecado se opone.
Nunca hacemos del todo lo que verdaderamente queremos, porque nuestra
antigua naturaleza de pecado nos impide que nos entreguemos por
completo al servicio, pero no es menos cierto que el Espíritu impide que
pequemos sin remordimiento. No ha de extrañarnos, por tanto, que
estemos en continua lucha y tensión. El apóstol Pablo nos previene: ‘No nos
cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo segaremos, si no
desmayamos’ (Gálatas 6:9). La pregunta que todos hemos de hacernos es,
pues: ¿Estoy preparado para un constante cambio en mi vida?

1. Toda una vida de lucha diaria El cambio es una tarea de por vida

El cambio no es cosa de un día y un único evento. La santificación es


progresiva. Y lleva toda una vida. Es un maratón de largo recorrido, no una
carrera de sprint. Los cristianos estamos llamados a perseverar en toda una
vida de cambio. Los hábitos y procesos de pensamiento del pecado no se
desaprenden fácilmente. No hay soluciones fáciles a corto plazo. De hecho,
nunca vamos a ser perfectos en esta vida. Lo que sí podemos es cambiar
continuamente e ininterrumpidamente.

No vamos a ser nunca perfectos en esta vida, pero podemos y


debemos cambiar constantemente.
‘Somos obra de Dios’, dice Pablo en Efesios 2:10. En palabras de Horatius
Bonar, es como si Dios estuviera esculpiéndonos para hacernos a imagen de
su Hijo. Con la salvedad, eso sí, de que somos más que piedra inanimada.
Moldear mármol es tarea relativamente sencilla si la comparamos con la
inmensa dificultad que supone el remodelar el alma. Las influencias que ahí
se activan son tanto internas como externas, espirituales y materiales, y en
número importante. Aun así, y en el curso de toda una vida, sin para ello
violentar nuestra voluntad, pero sin posible fracaso, Dios va moldeándonos
a imagen del Hijo.98

En algunos casos, el cambio es dramático, desapareciendo de inmediato y


de forma definitiva un área de conflicto. Pero esos casos son la excepción. E
incluso cuando tienen lugar, persisten otras áreas todavía necesitadas de
cambio. La mayoría de nosotros encontramos esa lenta batalla. El análisis es
rápido, el cambio es pausado. Y no hay que confundirlos. Entender las
mentiras y los deseos que se ocultan tras mi pecado no significa que estén
resueltos. Sé dónde aplicar mis esfuerzos. Sé la verdad que necesito aplicar.
Pero persiste la lucha para creer por completo la verdad.

El cambio es una tarea diaria

La fe y el arrepentimiento son disciplinas que hay que practicar a diario.


Darle la espalda por la fe a los deseos ilícitos no significa que el problema no
vaya a seguir existiendo mañana. Puedo descubrirme a mí mismo teniendo
que seguir luchando con deseos pecaminosos por mi fe en Dios hoy, mañana
y los días que seguirán. Puede que me dé cuenta de mi necesidad de
aprobación ajena, haciendo de ello un ídolo en mi corazón y resuelva por
ello temer a Dios más que a las personas. Pero seguirá siendo una lucha
diaria recordar que Dios es más grande que cualquier otra posible cosa. Es
posible que me dé cuenta de que, para mi propia identidad, estoy
dependiendo más de la ropa que visto que de mi relación con Cristo. Y tomo
por ello la determinación de cancelar los catálogos de modas y limitar muy
estrictamente el gasto de mi tarjeta de crédito, lo que no va a impedir que
pase mañana mismo delante de un escaparate y tenga que luchar de nuevo
con mis inclinaciones.

El evangelio puede ser tan incomprensible (según mi criterio humano), tan


escandaloso (para mi conciencia) y tan increíble (ante mi falta de valor), que
supone una batalla diaria creer su mensaje en la forma debida. Pero no hay
alternativa posible para vencer mis prejuicios, mis dudas y las mentiras del
mundo y del Demonio, que volver vez tras vez a sus páginas. 99

La batalla por la santificación se gana, en palabras de Horatius Bonar,


mediante ‘escaramuzas parciales’.100 No todos tenemos la oportunidad de
arriesgarnos a muerte por nuestro Salvador. Ni van a ser muchos los que
sean llamados al martirio si no se retractan. Lo que la mayoría de nosotros
vamos a tener es una lucha fragmentada en miles de momentos, que va a
tener un definitivo impacto final: elegir entre mi yo egoísta y servir.
Caeremos, pero no al enfrentarnos a la muerte, sino en medio del atasco de
tráfico al perder la calma. Es muy fácil vernos como cristianos fuertes,
resistiendo ante la persecución, mientras dejamos que deseos no lícitos nos
controlen en el vivir del día a día. Nos imaginamos ganando grandes batallas,
cuando la realidad es que perdemos posiciones a diario. Pero la verdad es
que las posiciones son parte crucial de la batalla total. Bonar dice en ese
sentido: ‘La vida cristiana es algo grande, una de las cosas más grandes en
este mundo. Integrada por infinidad de pequeños detalles diarios, no es en
sí algo pequeño y, en la medida en que sea vivida en sincera entrega...su
nobleza es excepcional. Como parte de un todo, es una verdad que ahora es
dada a conocer por medio de la iglesia en los lugares celestiales (Efesios
3:10)›.101

Nuestra profesión de fe demanda de nosotros que estemos


constantemente activos. Imagina a un soldado que, en lo más recio de la
batalla, decida tomarse el día libre. Tumbado en su hamaca, se pone a leer
el periódico, como si nada pasara. ¡Poco iba a durar vivo! Mantente alerta,
porque el enemigo acecha como león tras su presa. La única forma de
conseguirlo va a ser manteniéndonos firmes en la fe, sabiendo que todos los
creyentes estamos expuestos por igual al peligro y al sufrimiento (1 Pedro
5:8-9). Necesitamos precavernos porque nuestro enemigo no va a cejar en
su empeño (Efesios 6:14-17). John Flavel dice:
Mantener activo el corazón es una tarea constante y de por vida. No
hay momento o situación que vayan a permitirnos, por así decirlo,
bajar la guardia. Un momento de distracción involuntaria y las
consecuencias se hacen sentir. El rey David y el apóstol Pedro lo
comprobaron por amarga experiencia propia. Es tarea primordial en la
vida del creyente... Y es Dios mismo el que nos dice: ‘Hijos míos, por
encima de toda otra cosa, dadme vuestro corazón’.102

Se conocen historias increíbles de soldados japoneses que siguieron


defendiendo islas remotas tras haber finalizado ya la II Guerra Mundial. Las
personas que se acercaron a la isla, los encontraron dispuestos para la
batalla, porque no habían tenido noticia del fin de la guerra. Los creyentes
padecemos el problema opuesto y hay quien no parece haberse dado
cuenta de que estamos inmersos en una lucha sin cuartel. Nos comportamos
como si reinara la paz y la realidad es justamente lo contrario.

Hemos visto ya cómo la fe nos cambia. Pero no se trata de una fe pasiva e


inactiva. Las respectivas tradiciones iniciadas por Wesley y por Keswick
enfatizaban la centralidad de la fe en santificación, pero no siempre de la
forma más efectiva. La tradición de Wesley animaba a los creyentes a buscar
un momento de crisis similar al de la conversión, que inducía a un estado de
‘entera santificación’. En la tradición de Keswick, la fe se entendía como una
confianza absoluta en Cristo que tenía como resultado una ‘vida superior’ en
la que el pecado, aun sin estar erradicado por completo, era reprimido por
el Espíritu. La liberación del pecado era continua.103

El cambio bíblico difiere de forma notable respecto a ambas propuestas.


En primer lugar, la fe que santifica es una actividad diaria, ratificándose al
afirmar nuestra identidad en Cristo, encontrando mayor placer en Dios que
en el pecado. La santificación puede estar marcada por una crisis, siendo el
resultado un paso hacia delante, pero sin que por ello pueda darse por
superada. La fe es un proceso que abarcará toda nuestra existencia.

En segundo lugar, la fe que santifica demanda de nosotros un duro


esfuerzo y una disciplina constante. ‘Seguid la paz con todos, y la santidad,
sin la cual nadie verá al Señor’ (Hebreos 12:14). Se requiere el esfuerzo, con
la ayuda del Espíritu, de afirmar la grandeza y la bondad de Dios, y su obra a
favor nuestro. Esfuerzo continuado de seguir creyendo cuando el mundo, el
demonio y la carne inducen en nuestra mente mentiras que entran en
conflicto con la verdad. La fe se refuerza con los medios de gracia, que
hemos de aplicar de forma disciplinada. No estamos hablando de una fe
pasiva que espera de parte de Dios una experiencia especial que le libre de
la lucha. ¡La fe pasiva y las acciones legalistas no son la única opción! La
opción bíblica es la ‘lucha de la fe’104, una batalla activa que demanda el
ejercicio de la fe apoyándonos en el Espíritu Santo. Una fe que influye en mil
maneras en la voluntad y que nos ayuda en las opciones que tenemos que
tomar para ver más allá del pecado. El cambio siempre va a ser una lucha.

2. Toda una vida de esperanza

El cambio es un proceso que entraña una lucha de por vida. Pero hay
amplio espacio para la esperanza. El apóstol Pablo dice en este sentido: ‘No
nos cansemos, pues, de hacer el bien, porque a su tiempo segaremos, si no
desmayamos’ (Gálatas 6:9). Cosecha de santidad. Con certidumbre total de
cambio.

Yo puedo cambiar

Puedo cambiar porque ‘con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no


vivo yo, mas Cristo vive en mí’ (Gálatas 2:20). Cristo ha roto las cadenas del
pecado en mi vida. No tengo ya por qué pecar. La vieja naturaleza de pecado
ha sido sustituida por una nueva naturaleza. Dios me ha dado su Espíritu,
con nuevos deseos que moldean mi conducta. El pecado ya no es lo que me
define. El cambio es algo seguro debido a la obra de Cristo a mi favor y a la
acción del Espíritu en mi vida.

Es por eso por lo que el cambio va a ser siempre una realidad abierta y
posible. No hay pecado del que no me pueda liberar. Y no hay área de mi
vida que no pueda ser transformada. Tal vez hayas estado cometiendo el
mismo pecado durante años. El cambio no va a ser para ti algo fácil. El
pecado tiende a transformarse en hábito. Y no solo hábitos de conducta,
sino asimismo hábitos del pensamiento. Aun así, la buena noticia de la fe es
que el cambio es posible. Porque así como el pecado puede crear hábito, la
santidad puede también ser un hábito. Descubrirás que, según vayas
progresando en la santificación, no tendrás que luchar tan a menudo con
ciertos pecados. Decirte la verdad a ti mismo cada día va a crear hábitos de
pensamiento. Cada vez que resistas la tentación, se debilitará la influencia
de los deseos pecaminosos.

Los cristianos no tenemos por qué conformarnos con un límite. Muchos


cristianos crecen rápidamente al principio. Al convertirse, se sintieron llenos
de entusiasmo y deseos de cambio. Sin embargo, pasado un tiempo, la
rutina hace su aparición. Los pecados evidentes han desaparecido, pero el
crecimiento real es muy escaso. Si representáramos el cambio en un gráfico,
la línea indicativa sería prácticamente plana. El comportamiento ha
cambiado, pero el corazón persiste en sus errores. Pero lo cierto es que no
tiene por qué ser así. Cambiar es siempre posible.

Hay otros cristianos, en cambio, que se preocupan por creer que no están
creciendo, cuando en realidad es que sí lo están haciendo. Sucede, de
hecho, que crecer en la gracia suele ir acompañado de una conciencia muy
clara de pecado.105 Lo contaminado en nuestro corazón se hace más
evidente cuanto más nos acercamos a la luz de Dios. La santificación
progresa por etapas y niveles, de forma similar a las dificultades que hay que
superar en un juego de ordenador. Los pecados del nivel uno son evidentes,
lo que puede verse desde fuera. Pero para cuando llegamos al nivel diez, los
deseos más sutiles y engañosos se hacen patentes con toda su fuerza.

Necesitamos, por tanto, mirar hacia atrás y, asimismo, hacia delante. Al


mirar al pasado, vemos cómo éramos entonces y cómo hemos cambiado. Al
mirar hacia delante, expectantes ante lo que podemos y debemos llegar a
ser, el lastre de los pecados no resueltos se hace sentir. Ahora bien, si
dejamos que se apodere de nosotros una tensión negativa entre lo ‘ya’
conseguido y lo ‘todavía no’106, caeremos en la trampa de las expectativas no
realistas de perfección o en la presión de rendirnos.
Puede que en tu caso hayas tratado de cambiar con nueva determinación
al haber leído este libro, pero pasan los días y el pecado sigue ahí. Te lo
ruego, por favor, no te rindas y no te desesperes. Deja que resuma lo que
hemos ido viendo hasta aquí respecto al cambio. ¿Hay algo que falle en tu
caso?

1. Vuélvete constantemente a la cruz, recordando que tu culpa ya ha


sido pagada y cancelada, y acércate a Dios con la plena certeza de su
aceptación.
2. Busca en Dios tu satisfacción en vez de en los deseos no lícitos,
teniendo presente de forma constante las cuatro grandes verdades
acerca de Dios: su grandeza, su gloria, su bondad y su gracia.
3. Corta, desecha, rechaza, destruye todo cuanto pueda provocar y
reforzar los deseos pecaminosos.
4. Saca el pecado a la luz, compartiendo tu lucha con otro cristiano.

Si te resistes en los puntos 3 y 4, será síntoma claro de que hay todavía


alguna forma de pecado que atesoras en tu corazón: el pecado estará ahí
siendo más importante que tu relación con Dios. Si eso sucede, no vaciles.
Vuélvete a Dios en arrepentimiento, examina las consecuencias del pecado,
piensa en la gloria de Cristo y pídele a Dios que renueve tu amor a él de tal
forma que el deseo por el pecado se eclipse.

Yo voy a cambiar

El apóstol Pablo dice ‘a su tiempo segaremos, si no desmayamos’ (Gálatas


6:8-9). El cambio puede llevar toda una vida, pero no más. El proceso de
cambio llegará inevitablemente a su fin, cuando un día seremos todos
transformados y perfeccionados en glorificación. No habrá un solo día en
que no tengamos que luchar contra el pecado. Pero no será para siempre.

El río Mississippi tiene múltiples meandros antes de llegar al mar. Su curso


cambia de dirección cuando fluye por un tiempo hacia el norte, alejándose
de la costa. Pero su caudal de agua acaba inexorablemente en el punto
debido, esto es, en el mar. Los cristianos nos movemos a veces por la vida de
forma muy similar, alejándonos de Dios. Pero nuestro curso acabará
finalmente en el océano de su amor. Dios nunca va a fallarnos. ‘Estoy
persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la
perfeccionará hasta el día de Jesucristo’ (Filipenses 1:6).

Dios no va a perfeccionarnos en el momento de nuestra muerte o cuando


Cristo vuelva. Ni agitando una varita mágica. El perfeccionamiento es la
culminación de todo un proceso de santificación en el que estamos inmersos
desde el primer momento de nuestra conversión. Tal como vimos en el
capítulo 1, el cambio tiene lugar al contemplar la gloria de Dios hecha
efectiva en Jesucristo. Por el momento, vemos esa gloria por fe en su
palabra. ‘Sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él,
porque le veremos tal como él es’ (1 Juan 3:2). Lo que nos perfecciona es
esa plena visión de la gloria de Dios. Cuando la fe da lugar a la percepción, se
hace evidente la grandeza y la bondad de Dios. Los deseos no lícitos se
desvanecen. La magnitud de la gracia de Dios hace que nuestro afecto sea
suyo para siempre. ‘Todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a
sí mismo, así como él es puro’ (1 Juan 3:3).

3. Una vida de gracia

Soy pecador

El cambio conlleva toda una vida de lucha diaria que tendrá su fin. Pero,
mientras llega ese día, la lucha no va a cesar. Sin embargo, sucede que a
menudo perdemos la batalla ante el asedio de la tentación. Y aunque no sea
el pecado lo que ahora nos define, pese a todo, sigue presente en nuestra
existencia.

No es realista esperar que el pecado vaya a dejar de existir por completo


en nuestra vida. Haremos mal en ofrecer esa esperanza a las personas o
pretender que ese no es ya nuestro caso. Ha habido personas en el curso de
la historia de la iglesia, destacando, entre otros, John Wesley,107 que han
pensado que se puede alcanzar ese estado de ‘perfección sin pecado’ en la
vida presente.108 Pero la realidad muestra algo muy distinto. De hecho,
Wesley nunca dijo de sí mismo que hubiera alcanzado ya la perfección.
Quizás por conocer demasiado bien su corazón. Se cuenta que Charles
Spurgeon, gran predicador de la época victoriana, escuchó a alguien
declararse ya perfecto y sin pecado. Sin decir nada en ese momento, se
acercó a la mañana siguiente a la hora del desayuno y, sin mediar palabra, le
echó toda una jarra de leche por la cabeza. ¡La pretendida perfección resultó
no ser tal!109

La Biblia refuta la noción de perfección con ausencia de pecado en la vida


presente: ‘Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros
mismos, y la verdad no está en nosotros’ (1 Juan 1:8). Pretender lo contrario
supone subvertir la noción bíblica de pecado, reduciéndola a mero acto de
transgresión. Wesley estaba convencido de que hasta los creyentes ya
perfeccionados podían cometer errores involuntarios e incluso no
conscientes, pero nunca una transgresión intencionada. Pero lo cierto es
que el pecado es mucho más que actos pecaminosos. Es un obstinarse en no
obedecer el mandato de Dios, trastornándose nuestros pensamientos,
nuestros deseos y nuestra voluntad,110 dejándonos expuestos a un
comportamiento compulsivo y a una nociva tendencia a suprimir la verdad
(Romanos 1:18-32). Actos que parecen involuntarios, o nacidos de la
ignorancia, son en realidad reflejo de una corrupción de fondo. Finalmente,
pretender ser ya perfectos nos aboca a un orgullo que provoca nuestra
caída. Cuando pensamos que estamos por encima de la batalla diaria contra
el pecado, el diablo aprovecha para asestar la puñalada mortal.

Se produce ahí una discrepancia que hay que analizar. El pecado nunca es
completamente inevitable, porque Jesús rompió su poder en la cruz (1 Juan
3:4-6). Pero sí que, en cambio, es inevitable que yo siga pecando en la vida
presente (1 Juan 1:9 - 2:2). No que yo esté forzado a cometer determinados
pecados, pero sí que continúo tomando decisiones que me llevan a pecar
porque mi naturaleza de deseo todavía no ha sido transformada por
completo. ‘Queda en el hombre regenerado el rescoldo vivo del mal, del que
siguen saltando chispas de atracción hacia el pecado.’ 111 Nuestros deseos no
están totalmente transformados porque no he sido capaz todavía de ver a
Dios tal como él realmente es: en su inconmensurable grandeza y en su
infinita bondad. Nuestra fe no es lo suficientemente fuerte como para ver
ahora lo que un día contemplaremos: la verdadera grandeza y bondad de
Dios. Cuando Dios se haga por fin manifiesto, le veremos tal como en verdad
es y seremos hechos semejantes a él (1 Juan 3:2).

Soy justo

‘Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y


la verdad no está en nosotros’, dice el apóstol Juan, añadiendo: ‘Si
confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarlos, y para
limpiarnos de toda maldad’ (1 Juan 1:9). Mi intención al escribir este libro ha
sido evitar que peques. Cambiar es posible por la obra de Cristo a favor
nuestro y por la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas. Pero en la vida
presente es del todo imposible no incurrir en pecado en una u otra forma.
Somos pecadores y lo seguiremos siendo hasta el día de nuestra muerte o
hasta que Cristo vuelva. Pero Dios está lleno de gracia. Gracia que aplicará a
nuestro favor hasta que muramos y por toda la eternidad. Cristo ha muerto
por mis pecados y su muerte es efectiva hasta nuestro último aliento y por la
eternidad. Somos pecadores, de nada va a servir negarlo, pero pecadores
justificados. Los Reformadores utilizaban una frase en latín que encierra esta
gran verdad: semper peccator, semper iustus: ‘siempre un pecador, siempre
justificado’. Desde luego que sigo pecando, pero Dios me ha declarado justo
en Cristo aquí y ahora.

No debemos desesperar. Si pensamos en nosotros como pecadores


fracasados, sucederá que nos sentiremos descalificados para el servicio
cristiano, conformándonos con una vida parcial. Para contrarrestar ese
sentimiento, hemos de tener constantemente presente que somos personas
justificadas y santificadas, preparadas sobradamente para la batalla, capaces
de poner en práctica una disciplina arriesgada y sorprendente en primera
línea de fuego a favor del reino de Dios.
Gracia, y no pecado, es la última palabra para los hijos de Dios. Si
confesamos nuestros pecados a Dios, él es fiel en su promesa de gracia y de
perdón. Jesús dijo en la última cena: ‘Esto es mi sangre del nuevo pacto, que
por muchos es derramada para remisión de los pecados’ (Mateo 26:28).
Dios va a cumplir siempre con su pacto. Y Dios es justo: no va a penalizarte a
ti cuando Cristo ya sufrió y pagó por nuestros pecados. ‘Hijitos míos, os
escribo estas cosas para que no pequéis; y si alguno hubiera pecado,
abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la
propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino
también por los de todo el mundo’ (1 Juan 2:1-2).

Siempre habrá esperanza para un cambio. Esperanza que nada tiene que
ver con consejería, métodos o reglas. Es esperanza en un Salvador grande y
misericordioso que ha quebrantado el poder del pecado, poniendo en su
lugar un Espíritu dador de vida. Y estamos, por eso mismo, llamados a mirar
más allá de las mentiras del pecado para fijar la vista en la gloria de Dios. Él
es quien nos llama a creer por fe que Dios es más grande y mejor que
cualquier cosa que el pecado pueda ofrecernos. Y él es asimismo el que nos
insta a desistir arrepentidos de todos nuestros deseos idólatras, pudiendo
entonces encontrar y disfrutar un gozo genuino en Dios. Jesús murió en la
cruz como Salvador nuestro, siendo todavía nosotros ‘enemigos de Dios,
invitándonos a ‘acercarnos confiados al trono de la gracia, para alcanzar
misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro’ (Romanos 5:10;
Hebreos 4:16).

Para reflexionar

Lo que sigue es un resumen de todo lo visto en este capítulo:

El cambio es una tarea de por vida.


El cambio es una tarea diaria.
Yo puedo cambiar.
Yo soy pecador.
Yo he sido hecho justo.
Medita acerca de estas verdades secuencialmente. ¿Cuáles van a ser las
consecuencias si no crees estas verdades? ¿Cuál va a ser tu
comportamiento? ¿Detectas ya alguna señal de ese posible comportamiento
en tu vida?

Proyecto de cambio

10. ¿Estás preparado para una vida de constante cambio?

¿Te habías hecho la ilusión de un cambio instantáneo?


Piensa en tu proyecto de cambio.

¿Estás esperando una solución que lo dé por terminado?


¿Has creído alguna vez, en el pasado, que todo ya estaba
‹solucionado›?
¿Esperas que sea algo que lleve poco tiempo?
¿Estás preparado para una lucha diaria y continua?

Puede que tengas que ser más realista respecto al pecado en tu corazón.
¿Te sientes frustrado por no haber conseguido cambiar del todo todavía?

¿Crees que has llegado a un punto en tu vida en el que no va a ser


posible avanzar más?
¿Te sientes desanimado porque el cambio no ha sido tan radical
como tú esperabas?
¿Tienes la impresión de estar yendo hacia atrás?
¿Te has estado preocupando más de cambiar de conducta que de
cambiar tu corazón?
¿Qué cambios has experimentado el año pasado? ¿En los últimos
cinco años?

Puede que necesites confiar más en la obra de Dios en tu vida.

¿Qué haces cuando pecas?


Cuando pecas:
¿Piensas que Dios te quiere menos por ello?
¿Crees que Dios te va a bendecir menos?
¿Crees que tienes que hacer algo para contentar a Dios?
¿Te sientes descalificado para el servicio cristiano?

Atención: nada de todo eso es cierto. El amor de Dios es constante: no nos


ama o bendice menos cuando pecamos. Jesús murió siendo nosotros
pecadores y enemigos de Dios (Romanos 5:6-10). Nosotros no tenemos que
hacer nada para satisfacer a Dios. Cristo pagó en la cruz el precio completo
de nuestro pecado.

Es posible que necesites tener más confianza en la gracia de Dios y en la


obra definitiva de Cristo.

Pon por escrito una verdad que necesites recordar y tener en cuenta al
plantearte una vida entera de constante cambio.

Repasa tu proyecto de cambio

Repasa lo que hayas ido escribiendo al final de cada capítulo.

¿Qué has aprendido respecto a ti?


¿Qué has aprendido acerca de Dios?
¿Qué has aprendido respecto al cambio?
¿Qué has empezado ya a pensar y a hacer?
¿Qué más tienes que pensar y hacer?

Notas

97 Elyse Fitzpatrick, Idols of the Heart, P&R Publishing, 2001, p. 147.

98 Horatius Bonar, God´s Way of Holiness, 1864; Evangelical Press, 1979,


pp. 5-6.

99 Milton Vincent, A Gospel for Christians, www.cornerstonebible.org,


2006, p. 14; en cita de 1 Corintios 1:21, 23; 1 Juan 3:19-20; 2 Corintios 4:4.

100 Bonar, God´s Way of Holiness, p. 127

101 Ibid.

102 Adaptado de John Flavel, Keeping the Heart, Christian Heritage, 1999,
p.

103 Véase David Bebbington, Holiness in Nineteenth-Century England,


Paternoster Press, 2000.

104 J. C. Ryle, Holiness, James Clarke, 1956, pp. 57-60

105 J. I. Packer, A Passion for Holiness, Crossway Books, 1992, pp. 156, 221

106 Sinclair Ferguson, The Holy Spirit, Inter-Varsity Press, 1996, p. 149.

107 John Wesley, `Sermon 34: Christian Perfectiona, Forty-Four Sermons,


1787-1788; Epworth, 1944, pp. 457-480.

108 Véase Donald Alexander (ed.), Christian Spirituality: five Views of


Sanctification, Inter-Varsity Press, 1988.

109 Hay varias versiones de esta misma historia. Véase R. Paul Stevens y
Michael Green, Living the Story, Eerdmans, 2003, p. 141, y Charles H.
Spurgeon, The Early Years, 1897; Banner of Truth, 1962, pp. 228-230.

110 Véase Juan Calvino, Instituciones de la fe cristiana, vol. 1, 3.3.10.

111 Ibid
Anexo: Material adicional para profundizar

Capítulo uno: ¿Qué te gustaría cambiar?

Resumen

Todos tenemos cosas que nos gustaría cambiar. Y Dios tiene también su
propia agenda de cambios para nuestras vidas. En el principio, fuimos
creados a imagen de Dios para reflejar su gloria, pero rechazamos a Dios y
esa imagen se rompió. Jesús vino al mundo para restablecer esa imagen en
perfecto reflejo de su gloria. Dios quiere que nosotros seamos como Jesús y
que reflejemos también esa gloria.

Reflexiones

A. El espíritu nos hace libres para poder ser como Jesús (2 Corintios 3:17-
18). ‘Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad,
bondad, fe, mansedumbre, templanza’ (Gálatas 5:22). Jesús fue ejemplo vivo
de la realidad de esos frutos del Espíritu. Señala ejemplos concretos de esos
frutos en su vida.

B. ‘Esa santidad o consagración se extiende a la totalidad de nuestro ser,


nos llena y se refleja en lo que somos, lo que hacemos, lo que pensamos, lo
que decimos y lo que planeamos; sea grande o pequeño, interno o externo,
negativo o positivo, con nuestra manera de vivir, en lo que detestamos, en
lo que nos gozamos, en nuestra forma de divertirnos, en nuestro silencio y
en nuestro discurso, en lo que leemos y en lo que escribimos, en nuestro
salir, y en nuestro entrar—nuestro ser como un todo, y en cada
manifestación personal de nuestro espíritu, de nuestra alma y de nuestro
cuerpo físico-. En casa, y asimismo en la iglesia, en la sala privada, pero
también en la plaza pública, en la oficina y en el despacho, en la calle y en la
carretera. Y todo ello, por igual, sin posible excusa, ni excepción, tiene que
ser por entero consagrado a Dios.’ (Horatius Bonar)112

¿En qué áreas en concreto crees que necesitas consagrar o renovar tu


consagración de vida?

Lecturas bíblicas diarias

Día 1

Lee Éxodo 34:29-35 y 2 Corintios 3:16-18.

¿Cómo irradió Moisés la gloria de Dios? ¿Cómo reflejamos nosotros ahora


esa gloria?

Día 2

Lee Lucas 4:1-13.

¿Cómo reaccionó Jesús ante la tentación?

Día 3

Lee Lucas 4:14-29, 42-44. ¿Qué vino a hacer Jesús?

Día 4

Lee Lucas 5:1-16.

¿Qué quería Jesús que hicieran sus seguidores?

¿Cómo responde Jesús ante las necesidades de las personas?

¿Cómo se relaciona Jesús con su Padre?

Día 5
Lee Lucas 5:27-32.

¿Cómo reacciona Jesús ante las personas marginadas?

Día 6

Lee Lucas 6:20-42.

¿Cómo quiere Jesús que vivamos nosotros?

Capítulo dos: ¿Por qué te gustaría cambiar?

Resumen

Hay tres posibles razones para querer cambiar: demostrarle a Dios algo
(para que nos bendiga o nos salve); demostrar lo que valemos de cara a los
demás (para ser aceptados, o para ocultar nuestro verdadero yo) y para
demostrarnos algo a nosotros mismos (y poder sentirnos bien). Ninguna de
estas razones da resultado en la práctica, porque seguimos siendo nosotros
el centro de ese proyecto de cambio, lo que supone “pecado.” La buena
noticia es que Dios nos justifica en la persona de Jesús y nosotros no
tenemos que demostrar nada. Dios nos da una nueva identidad, que va a ser
el motivo y la base del cambio. Ahora somos hijos del Padre, desposados con
el Hijo y morada del Espíritu Santo. Como creyentes, la razón del cambio es
poder disfrutar del gozo de haber sido liberados del pecado, para una
relación personal con Jesús.

Reflexiones

A. Lee el párrafo que aparece a continuación. He escogido algunos


versículos de la Biblia, haciendo que signifiquen lo contrario de lo que dicen.
Haz tú ahora que vuelvan a presentar el mensaje original. Puedes controlar
el resultado comparándolo con Tito 3:5-8.

Somos salvos por la gracia de Dios más las buenas obras que
hagamos. Nos liberamos del pecado y empezamos una nueva vida con
la ayuda del Espíritu Santo que Dios nos da de vez en cuando a través
de Jesucristo Salvador nuestro. Así es cómo demostramos lo que
valemos, pudiendo por ello confiar en que tendremos vida eterna. Esta
es la pura verdad, y yo quiero resaltarla para que todo el mundo se
aplique a hacer buenas obras.

B. ‘No sé qué es lo que tú piensas, pero yo puedo decir que no oro sin
pecar, que no predico sin pecar, que no hago nada sin pecar. Todo mi
arrepentirme está necesitado de arrepentimiento, y las lágrimas que
derramo han de ser lavadas en la preciosa sangre de mi amado Redentor.
Los deberes mejor hechos no dejan de ser muestra de extraordinario
pecado. Para que pueda haber paz en tu corazón, primero tendrás que
aborrecer el pecado antiguo y el pecado nuevo, admitiendo la inutilidad de
tu justicia y la falta de valor de las obligaciones cumplidas. Tendrá que haber
pleno reconocimiento de la propia incapacidad. Ese será el último ídolo al
que renunciar. El orgullo de nuestro corazón no nos permite fácilmente
rendirnos a la justicia de Jesucristo. Pero si no nos damos cuenta de esa
deficiencia, nunca nos acercaríamos a Jesús. Son muchas las personas que
dicen: ‘Bueno, yo creo, que todo eso es cierto, pero hay una gran diferencia
entre lo que se dice y lo que se siente. ¿Has sentido tú alguna vez la
necesidad de un Redentor? ¿Has notado en algún momento que te falta
Jesús por la insuficiencia de tu propia rectitud? ¿Puedes ahora decir con
todo tu corazón: Señor, tienes derecho a condenarme por la insuficiencia de
mis buenos actos? Si no has sentido en momento alguno esa gran verdad,
podrás hablar de paz personal, pero no será verdadera.’ (George Whitefield
en ‘The Method of Grace’).

C. ‘El secreto de un recto caminar es el volverse continuamente a la sangre


de [la cruz] y una [comunión] diaria con Cristo muerto y resucitado. Toda
vida divina y todos sus preciosos frutos, el perdón, la paz, y la santidad,
proceden de la cruz. Toda aparente justificación que no surja de la sangre
derramada en la cruz es mero fariseísmo. Para una verdadera vida santa,
hay que acercarse a la cruz y aferrarse a ella. Si no es así, todos nuestros
esfuerzos, toda nuestra diligencia, nuestros ayunos, nuestras oraciones y
nuestras buenas obras, estarán faltos de verdadera santificación. El amor
que Dios nos tiene y el amor que nosotros le tenemos a él se unirán para
santificación. El miedo no produce una obediencia real. La incertidumbre no
genera santidad de vida. La ausencia de seguridad respecto al favor de Dios
puede que modere nuestros apetitos y que corrija lo torcido de nuestra
voluntad, pero el perdón gratuito de la cruz erradica el pecado, haciendo
nulas sus ramificaciones. Tan solo la total certeza del amor para perdón
puede hacerlo realidad.’ (Horatius Bonar)

D.‘La pornografía, por su atractivo, promete aplacar nuestra sed y darnos


total satisfacción. Y así es, pero por un brevísimo espacio de tiempo. No
tardando mucho, descubrimos que volvemos a tener ‘sed’ y, a medida que
pasan los años, nos damos cuenta de que va a seguir siendo así. El pecado
nunca produce verdadera satisfacción. Nos vacía, para no llenarnos. En mi
experiencia, fui pasando de las revistas de porno suave a los vídeos
calificados como X y al cibersexo. Yo creía, al principio, que si llegaba a ver
algún día la película perfecta, o si tenía la experiencia sexual definitiva, me
sentiría por fin satisfecho. Eso es lo que nos hace creer el pecado,
llevándonos cada vez más lejos por un camino lleno de promesas que nunca
se hacen realidad y que nunca van a colmar nuestra necesidad de algo
eterno y duradero. Esa es la razón de que se vuelva una y otra vez a
intentarlo.’ (Mike Cleveland)113

Lo que Mike Cleveland dice sobre la pornografía es igualmente cierto


respecto a cualquier otro pecado. Piensa en ejemplos en tu propia vida del
modo en que el pecado nos esclaviza al prometer una satisfacción que nos
deja siempre queriendo más.

Lecturas bíblicas diarias

Día 1

Lee Romanos 5:1-11.

¿Cómo nos reconciliamos con Dios?


¿Qué diferencia marca esa reconciliación?

Día 2

Lee Efesios 2:1-10.

¿Cómo éramos antes de que Dios nos salvara? ¿Qué tenemos que hacer
para ser salvos? ¿Cómo encajan ahí las buenas obras?

Día 3

Lee 2 Pedro 1:3-9.

¿Qué tenemos que recordar si queremos dar fruto?

Día 4

Lee Gálatas 4:4-7 y 5:13-15. ¿Qué significa estar libre de pecado?

Día 5

Lee Efesios 5:22-33.

¿Qué ha hecho Cristo por su Iglesia?

Día 6

Lee 1 Corintios 6:12-20.

¿Qué consecuencias tiene el pecado sexual?

Capítulo tres: ¿Cómo vas a cambiar?

Resumen
Tal vez hayas probado cambiar en el pasado y no haya salido bien. ¿Dónde
estuvo el fallo? Una posible razón es que solemos querer cambiar mediante
prácticas espirituales, determinados códigos de conducta y actividades
religiosas. Pero nada de todo eso nos lleva a ser como Jesús. Puede que lo
primero que tengamos que hacer sea arrepentirnos y renunciar a nuestro
orgullo y nuestra autosuficiencia. Para un cambio duradero, tiene que
operarse primero un cambio en el corazón de pecado. El cambio tiene
siempre su inicio en Dios. El Padre actúa en nuestras vidas para santificación.
El Hijo nos libera del poder de la culpa y del pecado, para poder vivir bajo la
gracia. El Espíritu nos da una nueva forma de ver el pecado y poder así
cambiar. El ADN de los nacidos de nuevo en Dios incluye lo necesario para el
cambio. La fe nos ayuda a cambiar.

Reflexiones

A. ‘Nunca vamos a poder ir “más allá del evangelio” en nuestra vida


cristiana. No hay nada que realmente pueda superarlo. El evangelio no es un
primer “peldaño” en una escalera de verdades. Es el eje sobre el que todo
gira. El evangelio contiene la verdad total del cristianismo, de la A a la Z, no
solo las normas básicas. Pero no es que seamos primero justificados por el
evangelio y después santificados para obediencia, sino que el evangelio es el
camino del crecimiento (Gálatas 3:1-3) y de la renovación (Colosenses 1:6).
El principal problema en la vida cristiana es que no solemos reflexionar
debidamente acerca de las profundas implicaciones del evangelio... La clave
para una constante y profunda renovación y avivamiento va a ser siempre el
constante redescubrimiento del evangelio.’ (Tim Keller)114

B.‘El creyente debería ser como un árbol frutal, ¡no un abeto de Navidad!
En el primer caso, el fruto es natural y genuino, mientras que, en el segundo,
las decoraciones son algo añadido y artificial. Dicho con otras palabras, la
santificación cristiana no es un añadido artificial, sino un proceso natural
que da su fruto en el poder del Espíritu Santo.’ (John Stott) 115

Lecturas bíblicas diarias


Día 1

Lee Hebreos 12:4-11.

¿Qué papel tiene Dios Padre en nuestro cambio?

Día 2

Lee Romanos 5:1-5; Santiago 1:2-4 y 1 Pedro 1:6-9. ¿Cómo usa Dios el
sufrimiento para cambiarnos?

Día 3

Lee Romanos 6:1-14.

¿Qué papel tiene Dios Hijo en ese cambio?

Día 4

Lee Juan 15:1-8.

¿Cómo describe Jesús el papel de Dios Padre en nuestro cambio? ¿En qué
términos habla Jesús del papel que él tiene en ese cambio?

Día 5

Lee Romanos 8:1-17.

¿Cuál es el papel de Dios Espíritu Santo para que podamos cambiar?

Día 6

Lee Tito 3:3-8.

¿Cuál es el papel de Dios Espíritu Santo en el cambio?


Capítulo cuatro: ¿En qué ocasiones luchas?

Resumen

A Dios le interesan nuestras luchas. El Padre está al tanto de nuestras


luchas, el Hijo experimentó nuestras mismas luchas y el Espíritu Santo está a
nuestro lado en las luchas. Pero Dios, además, se ocupa de esas luchas y
llegará un día en que dejarán de existir. Mientras tanto, las luchas que
tengamos que superar pondrán a prueba nuestro corazón. Las circunstancias
pueden dar ocasión al pecado, pero no lo causan. La raíz de nuestra
conducta estará siempre en los deseos de un corazón mediatizado por el
pecado. Pecamos porque nos creemos las mentiras respecto a Dios, en vez
de creer su palabra, y asimismo porque adoramos a nuestros ídolos en lugar
de a Dios.

Reflexión

El corazón es la sede de nuestros principios y el fundamento de nuestras


acciones... La mayor dificultad a superar en la conversión es ganar nuestro
corazón para Dios; y la mayor dificultad tras la conversión es guardar
nuestro corazón para él... El corazón es el motor de toda acción vital. Es la
fuente y origen tanto del bien como del mal, y es lo que pone en marcha el
mecanismo de nuestro comportamiento. El corazón es el almacén, y la mano
y la lengua son los instrumentos y el taller. Lo que la mano y la lengua hacen
está en relación a lo que haya en ese almacén. Las demás partes del cuerpo
tan solo llevan a efecto lo que primeramente pone en marcha el corazón
(Lucas 6:45). Por eso, si nuestro corazón no actúa bien, el resultado tampoco
será bueno. (John Flavel)116

Lecturas bíblicas diarias

Día 1

Lee Éxodo 2:23-3:10.


¿Qué supone saber que Dios Padre conoce nuestras luchas?

Día 2

Lee Hebreos 2:14-18 y 4:14-16.

¿Qué supone saber que Dios Hijo entiende nuestras luchas?

Día 3

Lee Isaías 43:1-5 y Juan 14:16-17.

¿Qué supone saber que Dios Espíritu Santo está a nuestro lado en las
luchas?

Día 4

Lee Jeremías 17:5-10 y Lucas 6:43-45.

¿Cómo podemos tener fruto en nuestras vidas?

¿Cómo nos ayudan estos pasajes a entender nuestro corazón?

Día 5

Lee Proverbios 4:18-27.

¿Cómo deberíamos caminar en la vida?

Día 6

Lee Santiago 1:1-18.

¿Qué papel desempeña el sufrimiento en la vida cristiana? ¿Dónde


empieza el pecado? ¿Cuál es su fin?
Capítulo cinco: ¿Qué verdades has de tener en cuenta?

Resumen

Detrás de todo pecado y emoción negativa hay siempre una mentira. Pero
lo cierto es que ¡nadie está dispuesto a admitir que cree en mentiras! Cada
vez que no confiamos en Dios o en su palabra es porque creemos otra cosa
distinta = una mentira. La vida y la libertad se encuentran tan solo en Dios.
Nuestros problemas tienen su origen en los espacios en blanco que dejamos
entre lo que creemos en teoría y lo que creemos en la práctica. Por eso
necesitamos aprender a decirle a nuestro corazón la verdad de Dios. Hay, en
este sentido, cuatro verdades que pueden obrar un cambio en nuestra vida:
Dios es grande—no necesitamos tener el control. Dios es glorioso—no
tenemos por qué temer a nadie. Dios es bueno—no tenemos que buscar
ninguna otra cosa. Dios es pura gracia—no necesitamos demostrar nada.

Reflexiones

A. De entre todas las tareas relativas a la fe, guardar el corazón es la tarea


más difícil e importante, y también la que más cuesta mantener constante.
Trabajarse el corazón es, sin duda, algo ‘trabajoso’. Llevar a cabo más o
menos bien la rutina de la fe y la iglesia no exige mucho de nosotros. Pero
ponernos delante del Señor, y poner también en orden nuestros
pensamientos de forma responsable y constante ante él, tiene sin duda un
coste. Aprender a orar con soltura y palabras adecuadas es algo
relativamente sencillo, pero estar dispuestos a quebrantar nuestro corazón
confesando nuestros pecados, o admitir la reconvención de la gracia con
corazón agradecido, o avergonzarnos sincera y humildemente ante la
infinita santidad de Dios, y mantenerlo de forma constante en medio de
nuestro trabajo, va a suponer sacrificio y dolor del alma. Reprimir las
acciones externas del pecado y controlar los distintos aspectos de tu vida
personal de manera respetable, no es algo tan extraordinario. Todo el
mundo, no creyentes incluidos, puede hacerlo por puro hábito. Pero acabar
con la raíz de lo que hay de corrompido en nuestro interior, manteniendo a
raya los pensamientos indebidos, no es tarea fácil. (John Flavel)117
B. Conocer a Jesús crucificado
excede todo cuanto pueda haber;
lo material pérdida nos es
ante el Salvador en su cruz.
El conocimiento de lo terrenal,
verdadero placer al alma no da;
paz no hay sino en el Hijo de Dios;
gozo tampoco hay sino en su sangre de perdón.
Si conocerle y amarle más pudiera
las maravillas de su gracia explorar,
la honra ajena no envidiara.
Seguirle y partir con él,
eso yo en verdad quisiera. (Richard Burnham)

C. ‘Cuán dulce fue quedar libre, por fin, de todos esos gozos sin fruto que
tanto había yo temido perder... Tú me apartaste de ello. Tú, verdadero gozo
soberano. Fuiste en verdad tú el que me apartó de todo ello, viniendo a
ocupar su lugar. Tú, que eres más dulce que todo posible placer, no de carne
ni de sangre. Tú, que brillas con la luz más radiante, y aun así oculto en
mayor profundidad que todo posible secreto de nuestro corazón. Tú, que
sobrepasas toda honra y honor, aunque así no sea para el ojo humano, que
solo su propia honra busca... Oh, mi Dios y Señor, mi Luz, mi Tesoro y mi
Salvación.’ (San Agustín)118

D. Paul Tripp habla de un círculo de responsabilidades y de un círculo de


intereses personales.119 El círculo de responsabilidades incluye todas esas
cosas que consideramos importantes y en las que podemos influir
directamente. Rodeándolo, hay otro círculo mayor—el círculo de los
intereses personales. Ese círculo contiene todo lo que nos interesa a título
personal, pero nada podemos hacer para cambiarlo.
Mi
Círculo Contenido Ejemplos
obligación

ser un buen
cosas que son
marido/esposa, obedecer
Círculo de importantes para
padre/madre, amigo/
responsabilidades mí que puedo
amiga, y un buen a Dios
cambiar
miembro de la iglesia

el amor a nuestro
Círculo de cosas que son
marido/ esposa, la confiar
importantes para
intereses conversión de un
mí, pero que no en Dios
personales amigo/amiga, la
puedo cambiar
seguridad financiera
Piensa en tu vida. ¿Qué cosas figurarían en el círculo de intereses
personales? ¿Qué cosas pondrías en el círculo de responsabilidades? ¿Hay
algo en un círculo que no debería estar ahí? ¿Qué consecuencias está
teniendo?

--> El poner cosas en el círculo de intereses personales que deberían estar


en el círculo de responsabilidades --> eludir responsabilidades

--> El poner cosas en el círculo de responsabilidades que deberían figurar


en el círculo de intereses personales --> preocuparse, manipular, o afanarse
indebidamente

Lecturas bíblicas diarias

Día 1

Lee Juan 8:31-36.

¿Cómo nos esclavizamos? ¿Cómo nos hace libres la verdad?

Día 2

Lee Salmo 27.

¿Cómo debería influir en nuestra conducta y nuestras emociones saber


que Dios es en verdad poderoso?

Día 3

Lee Salmo 31.

¿Cómo la verdad que Dios es grande debería afectar a nuestra conducta y


a las emociones?

Día 4

Lee Salmo 84.

¿Cómo la verdad que Dios es bueno debería afectar a nuestra conducta y a


las emociones?

Día 5

Lee Salmo 73 y Hebreos 11:1-12:3.


¿Cómo el saber que Dios es para siempre debería afectar nuestra conducta
y emociones?

Día 6

Lee Salmo 103.

¿Cómo el saber que Dios es pura gracia debería afectar a nuestra conducta
y sentimientos?

Capítulo seis: ¿De qué deseos te tienes que apartar?

Resumen

Pecamos porque deseamos cosas o adoramos a ídolos antes que a Dios. La


Biblia habla de ‘los deseos pecaminosos del corazón’. Cada vez que el deseo
controla nuestro corazón, ya se ha convertido en ídolo. Puede ser el deseo
de algo bueno que ha pasado a ser más importante que Dios. Para poder en
verdad adorar y servir a Dios, tenemos que arrepentimos y desechar todo
deseo pecaminoso. El arrepentimiento es una disposición que dura toda la
vida, erradicando de continuo el pecado en sus distintas formas. Nos
arrepentimos en fe porque estamos convencidos de que Dios es grande y
muy superior a nuestros malos deseos.

Reflexión

‘Las personas tienden a pensar en el pecado en plural, como actos


voluntarios y conscientes en los que se sabe bien qué se debería hacer, pero
sin optar por esa alternativa... Esta actitud afecta por igual a cristianos y a no
cristianos...La Biblia se ocupa ciertamente de los grandes pecados a los que
somos proclives, pero no por ello deja de mencionar aquello que surge de
forma natural y que tiene que ver con el modo en que pensamos, deseamos,
recordamos y actuamos.’
‘La mayoría de los pecados no le son evidentes al pecador porque así es
como funcionamos de forma impensada... El núcleo esencial de nuestra falta
de cordura como seres humanos es la transgresión del primer gran
mandamiento. Deseamos cualquier posible cosa antes que a Dios. Y así es
hasta que somos confrontados por la gracia.’

‘El ser humano tiende a despreocuparse de los sentimientos más


profundos y complejos del corazón. Pero ahí es donde reside la esencia del
pecado, hecho manifiesto en las metas que nos proponemos, en las
creencias que tenemos, en los hábitos que practicamos, en el engaño en que
vivimos. Si fuéramos conscientes de ello, el engaño dejaría de ser... Pero el
pecado se hace patente en un oscurecimiento de la mente, en hábitos que
perjudican nuestra salud, en instintos que no van más allá de nuestra
naturaleza animal, y ello en ignorancia, en falta de cordura, en conciencia
embotada. Creemos que reducir el pecado a aquello de lo que no nos damos
cuenta nos libra de toda responsabilidad. ¿Cómo ser culpables de algo que
no hemos decidido hacer conscientemente? Pero la Biblia nos hace ver ese
error. La naturaleza inconsciente de muchos pecados no es sino muestra de
hasta qué punto estamos inmersos en ello. Los pecadores piensan, desean y
actúan según su naturaleza pecaminosa, influidos por su entorno y
reforzados por la práctica.’ (David Powlison)120

Lecturas bíblicas diarias

Día 1

Lee Génesis 3:1-7.

¿Por qué cometieron Adán y Eva el primer pecado?

Día 2

Lee Ezequiel 14:1-8. ¿Dónde están tus ídolos?


Día 3

Lee Santiago 4:1-10.

¿Por qué cosas nos peleamos y discutimos? ¿Dónde está la solución?

Día 4

Lee Juan 6:25-35.

¿Qué quiere la multitud? ¿Qué ofrece Jesús?

Día 5

Lee Efesios 4:17-24.

¿Cuál es la causa del pecado? ¿Cuál es el remedio?

Día 6

Lee Romanos 8:1-17.

¿Cómo nos liberan del pecado Jesús y el Espíritu Santo? ¿Qué debemos
hacer nosotros para vivir libres del pecado?

Capítulo siete: ¿Qué te impide cambiar?

Resumen

La principal razón para que no cambiemos es nuestro orgullo y el confiar


en nuestras propias fuerzas. Por orgullo, disculpamos, minimizamos u
ocultamos el pecado. Asumir responsabilidad por nuestros pecados lleva a
arrepentimiento, que, a su vez, lleva a perdón y libertad. Otra razón que
explica por qué no cambiamos es que, en realidad, no queremos hacerlo.
Queremos, desde luego, evitar la vergüenza y las consecuencias del pecado,
pero el pecado sigue atrayéndonos. Tenemos que ponernos delante de la
cruz una y otra vez para que nos haga humildes y nos acerque a Dios.

Reflexiones

A. ‘El evangelio, aplicado a diario a nuestros corazones, nos libera para


poder ser brutalmente sinceros con nosotros mismos y con Dios. La
seguridad de un perdón total por la sangre de Cristo, para los que se
arrepienten de los pecados, significa que no necesitamos seguir a la
defensiva, porque ya no tiene sentido racionalizar o tratar de disculpar
nuestros pecados. Podemos admitir que dijimos una mentira en vez de que
exageramos un poco. Podemos reconocer nuestra incapacidad, en lugar de
echar constantemente la culpa a los demás. Podemos llamar al pecado por
su nombre, por muy feo y vergonzoso que sea, porque sabemos que Jesús
cargó con nuestros pecados en la cruz. La absoluta certeza de un perdón
total en Cristo hace que no sea necesario seguir ocultándonos de nuestros
pecados’. (Jerry Bridges)121

B.

Ser humildes produce exaltación,


Negar el propio yo lleva a nueva vida,
La pobreza es el camino para la riqueza,
El dolor acaba en gozo,
El hambre es saciado para satisfacción,
La vergüenza desemboca en gloria,
Los errores producen sabiduría. 122

208

Lecturas bíblicas diarias


Día 1

Lee Génesis 3:8-15.

¿Cómo Adán y Eva trataron eludir la responsabilidad de su pecado?

Día 2

Lee 1 Samuel 15.

¿Qué excusas pone Saúl? ¿Qué piensa Samuel sobre esas excusas?

Día 3

Lee 2 Corintios 7:10-11.

¿En qué se caracteriza un genuino arrepentimiento?

Día 4

Lee Salmo 51.

¿En qué se caracteriza el arrepentimiento del rey David?

Día 5

Lee 1 Pedro 4:1-11.

¿Qué actitud tiene el mundo en general ante el pecado? ¿Cuál debería ser
nuestra actitud?

Día 6

Lee 1 Corintios 10:1-13.

¿Qué errores deberemos evitar viendo el comportamiento del pueblo de


Dios en el Antiguo Testamento? ¿Qué podemos esperar enfrentados a la
tentación?

Capítulo ocho: ¿Qué estrategias van a ayudarte a reforzar tu fe y


arrepentimiento?

Resumen

Aunque es muy cierto que no podemos cambiar a base de leyes y


disciplina, sí que hay ciertas estrategias que podemos y debemos adoptar
para reforzar nuestra fe y el arrepentimiento. No hay que abonar el terreno
de la carne = evitando todo lo que provoque o refuerze el deseo de pecado.
Hay que sembrar para el Espíritu = reforzando nuestro deseo de Dios. La
gracia actúa = a través de la Biblia, la oración, la comunidad, la adoración, el
servicio, el sufrimiento y la esperanza de eternidad.

Reflexiones

A. Considera los siguientes versículos: Josué 1:8; Deuteronomio 8:3; Salmo


1:23; Jeremías 15:16; Juan 6:48-51 y 17:17. ¿Qué nos recomiendan que
hagamos? ¿Cómo podemos aplicarlo en la práctica?

B. ¿Aprovechas al máximo los ‹medios de la gracia›? De las cosas que


siguen a continuación, ¿cuántas podrías hacer? Señala al menos tres cosas
por las que quieras empezar o hacer de forma diferente para reforzar la fe.

Hacer de la Biblia parte de la rutina diaria.


Consultar la Biblia ante la tentación o en situaciones difíciles.
Escuchar la Biblia leída en CD o en Internet.
Estudiar la Biblia con regularidad con alguien cristiano.
Escribir en una hoja versículos que vayan a ayudarnos a lo largo del
día .
Memorizar versículos de la Biblia, sobre todo aquellos que ponen
de relieve las mentiras ocultas detrás de nuestros pecados.
Llevar siempre a mano un Nuevo Testamento, para leer en las
oportunidades que siempre surgen a lo largo del día.
Leer libros que ayuden a comprender la Biblia y que nos inspiran
para vivir cristianamente.
Hacer de la oración una práctica diaria.
Orar en la tentación y en los momentos difíciles.
Orar con regularidad con otros creyentes.
Asistir a las reuniones de la iglesia.
Aprovechar al máximo el ministerio de enseñanza bíblica de la
iglesia a la que asistas.
Reunirte con otros cristianos durante la semana.
Intercambiar experiencias personales de la lucha contra el pecado.
Animar a otros creyentes a descubrir la verdad en Jesús.
Hacer de la alabanza una práctica diaria (¡aunque no cantes bien!).
Escuchar música cristiana que refuerce la fe con su mensaje.
Agradecer a Dios diariamente sus bendiciones.
Buscar maneras de ser de ayuda a otras personas.
Ofrecerse voluntario para los proyectos de la iglesia y de la
comunidad cristiana en general.
Entender el sufrimiento como don de Dios.
Animar a los que están pasando por pruebas y sufrimiento,
recordando cómo te ayudó a ti recibir ese consuelo.
Pensar y hablar de la realidad del cielo.

Lecturas bíblicas diarias

Día 1

Lee Gálatas 5:16-17 y 6:7-8.

¿Qué significa no satisfacer los deseos de la carne? ¿Qué significa sembrar


para el Espíritu?

Día 2

Lee Mateo 5:29-30 y 1 Corintios 6:18-20.

¿Qué clase de reacción espera Jesús de nosotros?

¿Qué significa ‹huir› de la inmoralidad sexual y de los deseos


pecaminosos?

¿Cómo puede eso reflejarse en tu vida?

Día 3

Lee 1 Juan 2:15-17.

¿Cuál debe ser nuestra actitud respecto al mundo que nos rodea?

Día 4

Lee Salmo 1.

¿Cuáles son las consecuencias de oír mentiras acerca de Dios? ¿Cuál es el


resultado de deleitarse en la verdad de Dios? ¿Qué ‹voces› hay en tu vida?
¿Cuáles son las más influyentes?
Día 5

Lee Salmo 19.

¿En qué términos habla David de la palabra de Dios? ¿Cuáles dice que son
sus efectos? ¿Por qué cosas ora David? ¿Cómo va a evitar David el pecado?

Día 6

Lee Colosenses 3:1-10.

¿Cómo nos ayuda en el presente el pensar en la creación del futuro?

Capítulo nueve: ¿Cómo podemos ayudarnos mutuamente para el


cambio?

Resumen

Dios nos ha dado la comunidad cristiana para ayudarnos en el cambio.


Reforzamos nuestra fe recordándonos unos a otros la auténtica verdad.
Confirmamos la verdad de nuestro arrepentimiento dando razón de nuestro
comportamiento. Para combatir el engaño del pecado, necesitamos hacerlo
de forma constante, compartiendo nuestras vidas en comunidad de gracia y
pudiendo por ello abrirnos.

Reflexión

¿Qué impide que te relaciones con vistas a un cambio?

Estoy muy ocupado --> confía en el reinado de


Estás muy ocupado porque: •¿quieres Dios;
tener el control? •¿hay algo que quieras --> confía en la gracia de Dios;
demostrar?
•¿quieres sacarle el máximo provecho a la --> piensa en la eternidad;
vida? --> teme a Dios más que a las
•¿te preocupa lo que puedan pensar de ti? personas.

No necesito ninguna ayuda ‘No me gusta --> arrepiéntete de tu orgullo y


dar molestias a nadie’ o ‘quiero solucionar acepta lo que Dios nos da por
yo mis cosas’ o ‘no quiero depender de medio de la comunidad
nadie’ cristiana.

Me dan miedo las consecuencias de lo que --> confía en el cuidado divino;


pueda pasar Evitas relacionarte porque: --> confía en la gracia divina;
•¿temes hacerte vulnerable?
•¿te da miedo quedar en vergüenza? --> antepón el amor a la
•¿puede ser ocasión de conflicto? comodidad.

Ya tengo bastantes problemas propios --> arrepiéntete de tu


¿Piensas primero en lo que los creyentes egocentrismo y empieza a
puedan hacer por ti? ¿Giran todas tus servir a los demás.
conversaciones con creyentes sobre cosas
tuyas?
Lecturas bíblicas diarias

Día 1

Lee Hebreos 3:7-19.

¿Cómo y por qué necesitamos animarnos mutuamente a diario?

Día 2

Lee Hebreos 10:19-25.

¿Por qué se reúnen los cristianos?

Día 3

Lee Efesios 4:1-13.


¿Cómo y por qué tenemos que guardar la unidad del Espíritu? ¿Por qué ha
dado Cristo dones a cada uno de nosotros?

Día 4

Lee Efesios 4:11-16.

¿Qué significa crecer juntos como creyentes? ¿Cómo va a producirse ese


crecimiento conjunto?

Día 5

Lee Efesios 4:14-25.

¿Qué significa hablar la verdad en amor?

¿Por qué es importante hablar la vedad a nuestro prójimo?

Día 6

Lee Efesios 4:26-5:2.

¿Por qué debemos servirnos unos a otros en la comunidad cristiana?

Capítulo diez: ¿Estás preparado para una vida de continuo cambio?

Resumen

Únicamente los cristianos tenemos libertad para no pecar porque tenemos


una nueva disposición por la gracia de Dios. Pero la vieja naturaleza, con sus
hábitos y deseos, persiste en la vida cristiana para batalla continua en
nuestros corazones. El cambio va a suponer una vida de constante lucha. La
fe y el arrepentimiento no son acontecimientos de un único día para
después pasar página. Son disciplinas diarias a practicar durante toda la vida.
La esperanza va a ser una realidad constante. El cambio es posible y no hay
ninguna razón para desistir o para detenerse llegados a un cierto punto. El
cambio es un hecho cierto y recogeremos sus frutos en la vida eterna.
Mientras llega ese momento, seguiremos siendo pecadores justificados =
necesitados siempre de un cambio y siempre aceptados por Dios.

Reflexión

Incluimos a continuación un resumen de nuestras diez grandes cuestiones.


Lee Gálatas 5:1-6:10. ¿Dónde encontramos esas verdades reflejadas en
Gálatas?

1. ¿Qué te gustaría cambiar?


El cambio que marca la diferencia es el que nos hace más como Jesús en
reflejo de la gloria de Dios.

2. ¿Por qué te gustaría cambiar?


Cambiamos para poder disfrutar de la liberación del pecado y para
deleitarnos en lo que Dios ha provisto en Cristo. No cambiamos para
demostrar nada a título personal.

3. ¿Cómo vas a llevar a cabo ese cambio?


Dios opera el cambio en nuestras vidas por la obra de Cristo a favor
nuestro y la obra del Espíritu Santo en nosotros. No podemos cambiar por
efecto de nuestras propias normas y disciplina.

4. ¿En qué casos o situaciones tienes que luchar?


Nuestras luchas pueden dar pie al pecado, pero el pecado en sí ocurre por
los deseos del corazón.

5. ¿Qué verdades has de tener en cuenta?


Pecamos porque pensamos, o creemos, mentiras en lugar de creer a Dios.
El cambio ocurre cuando nos volvemos a Dios en fe, aceptando y gozando de
su bondad y grandeza.

6. ¿De qué deseos te tienes que apartar?


Pecamos cuando deseamos o adoramos a ídolos en vez de adorar a Dios. El
cambio ocurre cuando nos volvemos de nuestros deseos idólatras en
verdadero arrepentimiento.

7. ¿Qué impide que cambies?


No cambiamos porque no aceptamos responsabilidad por nuestros
pecados o porque no queremos renunciar a nuestros deseos idólatras.

8. ¿Qué estrategias pueden ayudarte a reforzar la fe y el arrepentimiento?


Tenemos que decir un rotundo ‘no’ a todo aquello que provoque o refuerce
los deseos pecaminosos, y afirmar con un claro ‘sí’ lo que nos ayude a
reforzar el nuevo deseo de rectitud que el Espíritu ha puesto en nosotros.

9. ¿Cómo podemos ayudarnos mutuamente en el cambio?


Dios ha dispuesto la comunidad para nuestro beneficio y así poder cambiar
juntos, al decir la verdad en amor, fomentando la fe y el arrepentimiento.

10. ¿Estás preparado para una vida de cambio constante?


El cambio va a suponer una lucha constante que tendrá su fin con una
recompensa en el cielo para santificación eterna.

Lecturas bíblicas diarias

Día 1

Lee Tito 2:11-15.

¿Cómo podemos decir ‹no› ante lo no santo? ¿Cómo podemos animarnos


mutuamente?

Día 2

Lee 1 Pedro 5:5-11.

¿Qué nos dice Pedro que deberíamos hacer? ¿Cómo nos anima a poderlo
poner en práctica?
Día 3

Lee 1 Juan 1:5-2:2.

¿De qué mentiras está hablando Juan ahí? ¿Qué verdades contrapone a
esas mentiras?

Día 4

Lee 1 Juan 3:1-3 y Colosenses 3:1-5.

¿Cómo seremos cuando Cristo vuelva? ¿Qué deberíamos ir haciendo


ahora?

Día 5

Lee Gálatas 5.

¿Te recuerda este pasaje algunas de las lecciones que hemos ido
aprendiendo en este libro?

Día 6

Lee Gálatas 6:1-10.

¿Te recuerda este pasaje algunas de las lecciones aprendidas leyendo este
libro?

Tú puedes cambiar

1. ¿Qué te gustaría cambiar?

2. ¿Por qué te gustaría cambiar?

3. ¿Cómo vas a cambiar?


4. ¿En qué situaciones tienes que luchar?

5. ¿Qué verdades necesitas aplicar en tu vida?

Proyecto de cambio

6. ¿De qué deseos te tienes que apartar?

7. ¿Qué te impide cambiar?

8. ¿Qué estrategias reforzarán tu fe y tu arrepentimiento?

9. ¿Cómo podemos ayudarnos mutuamente en ese proyecto de cambio?

10. ¿Estás preparado para una vida de continuo cambio?

Notas

112 Horatius Bonar, God´s Way of Holiness, Evangelical Press, 1864, 1979,
p. 10

113 Mike Cleveland, The Way of Purity (Focus, 2007), p. 8.

114 Tim Keller, 3The SufÞ ciency of Christ and the Gospel in a Post-
Modern Worlda.

115 John Stott, Las controversias de Jesús, Publicaciones Andamio, 2010.

116 Adaptado de John Flavel, Keeping the Heart, Christian Heritage, 1999,
pp. 7, 10

117 Adaptado de John Flavel, Keeping the Heart, Christian Heritage, 1999,
pp. 19-20.
118 Citado en John Piper, Cuando no deseo a Dios, Portavoz, 2006

119 Paul David Tripp, Instruments in the Redeemer´s Hands, P&R, 202, pp.
250-255.

120 David Powlison, The Journal of Biblical Counselling 25:2 (Primavera


2007), pp. 25-26

121 Jerry Bridges, The Disciple of Grace, NavPress, 1994) pp. 22-23

122 Véase Santiago 4:7-10; Lucas 14:11; Marcos 8:34-38; Mateo 5:3-12; 1
Corintios 1:18-24.
Lecturas complementarias

BERKOUWER, G. C., Faith andSanctiffcation, Eerdmans, 1952.


BRIDGES, Jerry, The Discipline of Grace, NavPress, 1944.
BRIDGES, Jerry, En pos de la santidad, Unilit, 1995.
CHEsteR, Tim, Cristianos superocupados, Publicaciones Andamio, 2013.
CLEVELANS, Mike, The Way of Purity, Focus Publishing, 2007.
FERGUSON, Sinclair, The Christian Life, Banner of Truth, 1989.
FITZPATRICK, Elyse, Idols of the Heart, P&R Publishing, 2001.
FLAVEL, John, Keeping the Heart, Christian Heritage, 1999.
HARRIS, Joshua, Sex Is Not the Problem (Lust Is), Multnomah Press, 2005.
LANE, Timothy, y TRIPP, Paul, How People Change, CCEF/Punch Press, 2006.
MAHANEY, C. J., The Cross-Centred Life, Multnomah Press, 2002.
OWEN, John, Overcoming Sin and Temptation, Crossway Books, 2006.
PACKER, J. I., A Passion for Holiness, Crossway Books, 1992.
PIPER, John, Gracia Venidera, Editorial Vida, 2006.
PIPER, John, Cuando no deseo a Dios, Portavoz, 2006.
RYLE, J. C., Holiness, James Clarke, 1956.
WELCH, Edward, When People Are Big and God is Small, T&R Publishing,
1997.

Otros libros del autor:

Cristianos superocupados
Organiza tu vida, ¡No dejes que ella te organice a ti!
Tim Chester

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