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Introducción
1. ¿Qué te gustaría cambiar?
2 ¿Por qué te gustaría cambiar?
3 ¿Cómo vas a cambiar?
4 ¿En qué ocasiones luchas?
5 ¿Qué verdades has de tener en cuenta?
6 ¿De qué deseos te tienes que apartar?
7 ¿Qué te impide cambiar?
8 ¿Qué estrategias van a ayudarte a reforzar tu fe y arrepentimiento?
9 ¿Cómo podemos ayudarnos mutuamente para el cambio?
10 ¿Estás preparado para una vida de continuo cambio?
Anexo: Material adicional para profundizar
Lecturas complementarias
Introducción
¿En verdad, puede decirse que hay esperanza para esas personas?
Personalmente, estoy convencido que sí. En Jesús, siempre hay esperanza
para el cambio. Y lo sé bien porque, aun habiendo ocultado su identidad
real, los conozco personalmente a todos.
Son muchos los libros escritos por expertos. En este caso, no ha sido así. Si
me decidí a escribirlo, fue motivado por mi propia lucha por cambiar. Mi
larga batalla con problemas particulares me llevó finalmente a indagar en las
Escrituras y en escritos de tiempos pasados. En este libro, comparto las
maravillosas verdades que he ido descubriendo y que han aportado
consuelo y esperanza a mi vida.
Por eso, quiero animarte a que trabajes los aspectos de tu vida que son un
problema. Y para ello te propongo un verdadero ‘proyecto de cambio’.
Tras cada día respectivo de la creación, Dios declaró que lo creado era
‘bueno’. Pero en el día sexto, el veredicto acerca de un mundo que ahora
incluía a la humanidad fue que era ‘muy bueno’. La obra creadora de Dios no
concluyó hasta que hubo en el mundo algo que era reflejo de su gloria. Con
frecuencia, excusamos nuestro comportamiento diciendo: ‘Es que no soy
más que un ser humano’. Pero esa ‘humanidad’ no es algo para tener en
poco: somos verdaderamente humanos en nuestro reflejo de la gloria de
Dios.
La verdadera imagen
‘Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria,
gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad’. (Juan
1:14)
Jesús es la gloria del Padre. Él es quien da a conocer Dios al mundo. Es Dios
en forma humana. Y él muestra realmente lo que significa ser imagen de
Dios y reflejar su gloria. Por eso, el Nuevo Testamento indica que hemos de
ser reflejo tanto de Dios como de Cristo. Y es así por ser Cristo igual a Dios
Padre.
‘Ya soy adulta’, se dijo Kate a sí misma. Pero es que le encantaba estar con
Pete. Él parecía entenderla, y mucho mejor que su marido. La verdad es que
su vida de pareja no había ido muy bien últimamente. Tras respirar hondo,
dio todo un rodeo para poder pasar junto a la mesa de Pete. No es que
estuviera pensando en sexo. Le bastaba con una sonrisa.
Hacía ya tres años que duraba. Tres años de paciente labor de enseñanza,
de hacer el bien y de no ser entendido; con hostilidad como única respuesta.
El impulso era decir: ‘Lo dejo. No tengo por qué seguir adelante’. Pero su
reacción fue otra. Su respuesta fue: ‘No se haga mi voluntad, sino la tuya.’
Horas después, colgaba de una cruz, con clavos lacerándole pies y manos, y
la respiración entrecortada, mientras la muchedumbre gritaba enfurecida.
La tentación era decir: ‘Abandono, y descender por sí mismo de la cruz’.
Pero no hizo eso. ‘Padre, perdónales’, fueron las palabras que pronunció,
permaneciendo en la cruz del suplicio hasta poder decir finalmente:
‘Consumado es’.
‘Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien,
esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que
antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a
la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos
hermanos. Y a los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a
estos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó’.
(Romanos 8:28-30)
‘Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como
también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y
sacrificio a Dios en olor fragante’. (Efesios 5:1-2; véase también 1 Corintios
11:1; Filipenses 2:5; 1 Pedro 2:21)
‘El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo’. (1 Juan
2:6; véase también 3:16-17; 4:10-11)
En Romanos 8, Pablo dice que Dios usa todo cuanto nos pasa, tanto lo
bueno como lo malo, para hacernos semejantes a Jesús. De hecho, las cosas
malas se convierten en alguna manera buenas para nosotros por esa
semejanza con Jesús. Puede que sean innegablemente malas, pero Dios las
usa para bien para aquellos que le aman, siendo ese ‘bien’ el ser más como
Jesús. Y no hay razón para sentirnos frustrados o desilusionados porque ese
‘bien’ sea precisamente el parecemos más a Cristo. No se trata de que nos
hayan prometido un banquete y tengamos que conformarnos con una
ensalada. Sabemos que la ensalada es beneficiosa para nuestro organismo,
aunque nos sigue haciendo más ilusión el banquete. Pero la auténtica
cuestión es que Jesús no es tan solo un bien para beneficio nuestro. Es el
bien supremo en sí. Jesús encarna la definición de ‘bien’. El secreto del
cambio en el evangelio es estar convencido de que Jesús es la verdadera
fuente de vida y gozo en abundancia. Toda otra alternativa que se nos
pueda ocurrir supondrá fracaso y desengaño.
¡Sé un buen Jesús! Esa tiene que ser nuestra meta: estudiar la gloria de
Dios revelada en la vida y muerte de Jesús. Y para ello podemos estudiar su
carácter, aprender de su forma de comportarse y tratar de entender las
razones que le movían a intervenir. Así es cómo podremos estar
adecuadamente preparados para hacer en todo momento la parte que nos
corresponda. Cierto que nosotros tendremos que hacer frente hoy día a
situaciones muy distintas a las de los tiempos de Jesús. Pero si entendemos
de la debida forma su persona y su carácter, siempre habrá ocasión para
intentarlo, y podremos verdaderamente dar la medida de un buen Jesús.
‘Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; ¡he
aquí todas son hechas nuevas!’ (2 Corintios 5:17). Al hacernos cristianos se
produce la maravilla de una nueva creación. El poder de Dios, que hizo el sol
y las estrellas, se abre paso como un rayo láser penetrando en nuestro
corazón. Dios se acerca, por así decirlo, al mundo y crea todo de nuevo.
Somos, por tanto, transformados, nacidos de nuevo, hechos nuevas
criaturas. ‘Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz,
es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del
conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo’ (2 Corintios 4:6).
Dios atravesó las tinieblas con su palabra y la luz hizo su aparición. Esa
palabra suya puso orden en el caos, creándose belleza. Y Dios ha vuelto a
hablar nuevamente a través del evangelio. Su palabra se abre paso a través
de la oscuridad que reina en nuestros corazones y la luz lo inunda todo. Con
su palabra, ordena el caos y la armonía se instala en nuestro corazón.
¿Qué significa para nosotros ser una nueva criatura? Pues significa que
somos re-creados a imagen de Dios. Significa que se nos da una vida nueva
que nos permite crecer en Cristo. Y ser como Cristo significa ser semejante a
Dios, reflejando su gloria y su imagen.
‘No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre
con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que
lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno’. (Colosenses 3:9-10)
‘No como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro, para que los hijos de
Israel no fijaran la vista en el fin de aquello que había de ser abolido. Pero el
entendimiento de ellos se embotó; porque hasta el día de hoy, cuando leen
el antiguo pacto, les queda el mismo velo no descubierto, el cual por Cristo
es quitado. Y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está
puesto sobre el corazón de ellos. Pero cuando se conviertan al Señor, el velo
se quitará. Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor,
allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como
en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en
la misma imagen, como por el Espíritu del Señor’. (2 Corintios 3:13-18)
‘Al bajar Moisés del monte Sinaí, tras estar con Dios, su rostro resplandecía
en reflejo de la gloria de Dios. Y tan deslumbrante era esa luz, que el pueblo
israelita se aterrorizó hasta el punto de rogarle que cubriera su rostro para
no cegarles’ (Éxodo 34:29-35). El apóstol Pablo afirma que ese velo persiste
todavía en alguna manera. Y lo cierto es que las gentes no reconocen la
gloria de Dios porque no reconocen a Cristo. El corazón humano se encoge
temeroso ante la gloria de Dios.
El Moisés que descendió del monte Sinaí tras su encuentro con Dios era
representativo de lo que la humanidad tendría que haber sido desde el
principio. Moisés resplandecía con la gloria de Dios por haberla
contemplado. Y así debería ser para toda criatura humana.
Pero eso es algo que puede ocurrir de nuevo. Nosotros podemos también
irradiar esa gloria divina. Cuando nos volvemos a Jesús, vemos la gloria de
Dios. Vemos, afirma Pablo unos versículos más adelante, ‘la gloria de Dios en
la faz de Jesucristo’ (2 Corintios 4:6). Al contemplarla, nuestros rostros
resplandecen con esa gloria. Nos transforma para poder reflejar la gloria de
Dios, trayendo luz al mundo y alabanza a Dios.
Al estudiar ese pasaje por primera vez, di por sentado que Pablo estaba
hablando de Moisés señalando a Jesús, siendo Jesús el que reflejaba la gloria
de Dios en genuina semejanza divina. Pero lo que Pablo está diciendo
realmente ahí es algo mucho más sorprendente: somos nosotros los que
reflejamos la gloria de Dios al contemplarla en el rostro de Cristo.
Por ello, el mensaje del presente libro es que puede operarse un cambio
en nuestras vidas al contemplar la gloria de Dios en Jesús. ‘Vemos’ la gloria
de Cristo cuando ‘oímos’ su evangelio (2 Corintios 4:4-6). El esfuerzo moral,
el temor al juicio y el cumplimiento de determinadas normas no sirven para
un cambio duradero. Pero algo maravillosamente sorprendente ocurre
cuando ‘nos volvemos al Señor’.
En primer lugar, ‘el Señor es el Espíritu, y allí donde está el Espíritu del
Señor, hay libertad’. Por nuestros propios medios, no podemos llegar a ser
las personas que quisiéramos ni reflejar de ningún modo la gloria de Dios.
Somos prisioneros de nuestros deseos y de nuestras emociones. Pero,
cuando nos volvemos al Señor, él nos libera por medio de su Espíritu. En
lugar de corazones temerosos ante la gloria de Dios, recibimos un corazón
que se deleita en esa gloria. Lo que nos impulsa, no es el miedo a la
severidad de la Ley, sino la posibilidad de experimentar personalmente esa
gloria.
Para pensar
Proyecto de cambio
¿Tu proyecto de cambio tiene que ver más con la conducta o con las
emociones? Lo que no va a dar nunca mucho resultado es tratar de cambiar
a los demás. No podemos aspirar a que nuestra pareja ‘se comporte mejor’
o que nuestros hijos ‘sean modélicos’. El cambio tiene que ser algo personal,
como, por ejemplo, ‘dejar de gritarles a los niños’ o ‘que no me irrite todo lo
que hace mi pareja’.
Notas
1 Sinclair Ferguson, The Holy Spirit, Inter-Varsity Press, 1996, pp. 139-140
¿Por qué te gustaría cambiar? Piensa en ello. ¿Por qué quieres ser más
como Jesús? ¿Por qué quieres controlar tu mal genio o dejar de
obsesionarte con el sexo y no vivir ya más en un mundo de fantasía? ¿Qué te
impulsa a superar la desánimo, a dejar a un lado la amargura y la
frustración? ¿Qué te motiva para ser mejor padre o marido o mujer o
empleado más responsable? Hay tres posibles razones que es posible que
sean también ciertas en tu caso.
Quizás quieras cambiar para influir en Dios y que te bendiga o incluso que
te salve.
Son muchos los que creen que las buenas personas van al cielo, y si uno
quiere ir también al cielo tendrá que portarse bien. Se puede pensar en el
cielo como un club privado en el que el portero solo deja entrar a los más
elegantes. Si vas con vaqueros y zapatillas deportivas, no te van a dejar
pasar. Así que hay que cambiar de aspecto para que te admitan.
Esta suele ser una de las razones más frecuentes para el cambio: quiero
impresionar a los demás. Puede ser para ganar la aprobación ajena o para
encajar en un contexto determinado. Y lo que no queremos en modo alguno
es que los demás averigüen cómo somos en realidad. Nos ponemos una
máscara para ocultarlo. Pero llevar continuamente esa máscara crea una
gran tensión: como si hubiera que estar siempre interpretando un papel.
Pero lo soportamos todo antes que quedarnos al descubierto.
¿Qué puede tener de malo querer cambiar para demostrar nuestra valía a
Dios, a los hombres y a uno mismo? Para empezar, que no da resultado. Tal
vez consigamos engañar a los demás por un tiempo e incluso puede que nos
engañemos a nosotros mismos. Pero nunca cambiaremos lo suficiente para
impresionar a Dios. Y es así porque tratar de impresionar a Dios o a los
demás e incluso a nosotros mismos, hace que nosotros seamos el centro de
ese proyecto de cambio. El objetivo del cambio se reduce así a causar buena
impresión. Es un cambio para mi propia gloria. Y es lo que está en el fondo
de todo pecado. El pecado consiste en vivir siempre para propia gloria y no
para gloria de Dios. Pecar es vivir a nuestra manera, para provecho propio,
en vez de vivir en conformidad con Dios y sus caminos. En la práctica, suele
traducirse en rechazar a Dios como Señor, en desear ser señor uno mismo, y
conlleva, por tanto, un rechazo de Dios como Salvador, porque queremos
salvarnos por lo que hacemos. Los fariseos hacían buenas obras y se
arrepentían de las malas. Pero el evangelio del verdadero arrepentimiento
incluye arrepentirse incluso de las posibles obras buenas movidos por
razones no buenas. Necesitamos arrepentirnos de aspirar a salvarnos por
nuestros propios medios. El teólogo John Gerstner dice en ese sentido: ‘Lo
que verdaderamente nos aparta de Dios no es el pecado, sino las obras
buenas condenables’.4
En lo más profundo del ser humano, hay siempre una tendencia a querer
demostrar lo que valemos: a basar nuestra persona en lo que hacemos. Las
personas religiosas lo hacen constantemente. Y lo mismo ocurre con las que
no lo son, con una versión secular en función de sus logros. Así, me siento
bien porque tengo éxito en mi trabajo o porque visto bien o porque se me
da bien el sexo.
Os digo que este descendió a su casa justificado antes que el otro; porque
cualquiera que se enaltece será humillado; y el que se humilla será
enaltecido’.(Lucas 18:9-14)
El fariseo quería impresionar a Dios. Y por eso da una lista completa de sus
buenas obras. Pero Jesús hace notar ahí que no había hecho otra cosa que
enaltecerse a sí mismo, en su deseo de causar buena impresión en las
gentes. Por eso, ‘oró en pie’ (Mateo 6:5). Es de suponer que estaba muy
pagado de sí, lo que demuestra juzgándose mejor que el recaudador de
impuestos.
No tenemos que hacer buenas obras para ser salvos; somos salvos para
poder hacer buenas obras. ‘Porque por gracia sois salvos por medio de la fe;
y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras... porque somos
hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios
preparó de antemano para que anduviésemos en ellas’ (Efesios 2:8-10).
Charles Spurgeon, gran predicador del siglo XIX, ilustra esta realidad muy
certeramente con la historia del humilde hortelano que le ofrece al rey un
simple manojo de zanahorias para demostrarle lo mucho que ama a su
soberano.6 El rey recompensa ese gesto con una buena parcela de terreno
para que pueda seguir siendo de bendición para el reino. Un cortesano que
presencia el hecho piensa para sí: ‘Una excelente parcela de terreno por un
puñado de zanahorias-¡Qué buen negocio!’. Así que, al día siguiente, ese
cortesano le regala al rey un magnífico caballo. El rey, lleno de sabiduría y
discerniendo la auténtica razón, le agradece tan espléndido presente con un
simple ‘muchas gracias’. Ante el evidente desconsuelo del cortesano, el rey
le explica: ‘El hortelano me dio las zanahorias a mí, pero tú te has dado a ti
mismo el caballo. No me lo regalaste por amor a mi persona, sino por amor
a ti mismo con la esperanza de la recompensa’. ¿Estás pensando en los
pobres o tan solo en ti mismo?, nos pregunta Spurgeon. ¿Estás vistiendo al
desnudo o buscas tu propia recompensa? La Biblia alude en varias ocasiones
a las recompensas, siendo siempre la auténtica recompensa Dios mismo.
Esto es, el gozo de conocer y poder agradar al Dios que amamos y en quien
nos deleitamos.
‘Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido
dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos
llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado
preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser
participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que
hay en el mundo a causa del deseo: vosotros también, poniendo todo
interés en eso mismo, añadid a vuestra fe, virtud; a la virtud, conocimiento;
al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la
paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor.
Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar
ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.
Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo
olvidado la purificación de sus antiguos pecados’. (2 Pedro 1:3-9)
‘Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido
de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la
ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos,
Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo, el cual clama: ‘Abba,
Padre!. Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de
Dios por medio de Cristo... Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis
llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne,
sino servíos por amor los unos a los otros’. (Gálatas 4:4-7; 5:13-14; véase
también Romanos 6:15-23) Antes éramos esclavos del pecado, siendo
plenamente conscientes de ello si nos detenemos con toda honestidad a
pensarlo. Trata de recordar todas las ocasiones en las que te habías
propuesto cambiar, fracasando en el intento. Reflexiona acerca de todas las
veces en que no eres capaz de comportarte como crees que debieras. Piensa
en las muchas resoluciones de principio del año que no fueron más allá de la
primera semana de enero. La auténtica realidad es que somos incapaces de
ser las personas que quisiéramos, y menos aún personas semejantes a Jesús.
Sophie tenía ahora una nueva identidad en su nueva familia. Antes había
vivido precariamente en la calle. Su actitud inicial había obedecido a sus
antiguas experiencias. Lo mismo ocurre cuando nos convertimos: tenemos
una nueva identidad.
¿Por qué le preparo a mi mujer una taza de café por las mañanas? No,
desde luego, porque necesite hacerlo para que sea mi esposa. Ya es mi
esposa, al igual que Cristo es nuestro. No porque quiero hacer todo cuanto
esté en mi mano para que no me deje. Ella está unida a mí por el vínculo del
matrimonio, al igual que Cristo lo está en virtud de su promesa de fidelidad a
la iglesia. Ni tampoco lo hago para que se porte bien conmigo. Ella me trata
bien aun cuando no lo merezco, como Cristo hace conmigo aunque no sea
digno de ello. Yo intento tratar bien a mi esposa porque le amo, y porque
ella me ama a mí. Mi felicidad está en hacerla feliz. Lo mismo ocurre con
Cristo. Cristo nos ama, es nuestro compañero de por vida y por eso vamos a
vivir por él, deseando agradarle y haciendo aquello que solicite de nosotros.
Cuanto mayor es el amor que me demuestra mi esposa, más la amo. Cristo
nos ha amado con amor infinito, entregándose para nuestra salvación en la
cruz. Nos ha amado sin ser nosotros dignos de ello. Y si ahora podemos decir
que estamos limpios de toda mancha es porque él nos ha limpiado. Esa es la
razón de que le amemos y vivamos para él.
Imagina que has hecho una buena limpieza a fondo porque vas a recibir
visitas. Has fregado bien los suelos, limpiado los cristales de las ventanas y
quitado el polvo a los muebles. Todo está reluciente. Sales, por último, a
comprar unas flores, aunque afuera llueve y las calles están embarradas.
¿Qué haces al volver a casa? ¿Ir por todas partes con los zapatos manchados
y dejar salpicaduras de agua al sacudir la gabardina? Por supuesto que no.
Te quitarías con cuidado los zapatos y la gabardina a la entrada, decidida
como estás procurando que todo esté limpio cuando lleguen las visitas. El
Espíritu Santo nos ha lavado y limpiado a nosotros. Nos ha dado, además,
una nueva vida y una nueva oportunidad. Quiere vivir con nosotros y
nuestro cuerpo es su templo. ¿Vas a echarlo a perder cayendo en antiguos
hábitos y en nuevo pecado? ¿Vas a permitir que tu invitado esté en un hogar
sucio?
Nos corresponde ahora vivir esa nueva identidad y ser la persona que
realmente somos. Esto es, ser morada del Espíritu de Dios.
El reto es dejar que esa nueva identidad nos defina al salir de nuevo al
mundo el lunes. Los domingos es fácil cantar del gozo de ser de Cristo. Lo
difícil es mantener esa identidad entre los compañeros cuando no nos
entienden e incluso se burlan de nosotros. La prueba va a consistir en ser
fieles a Cristo en el trabajo, donde las conversaciones no siempre son las
adecuadas y el ambiente es mundano. O sentir que la vida tiene un
verdadero propósito aun en medio de las tareas más rutinarias.
Libertad y amor
Nuestra celebración es, por eso, doble: la amistad con Dios y la liberación
del pecado. Y todos por igual estamos invitados a disfrutar de esa fiesta.
Dios nos invita a disfrutar en su compañía. El problema es que el pecado
continúa atrayéndonos. Por eso, tenemos que elegir. Estas son las palabras
con las que Dios nos invita a estar con él:
‘A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid,
comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. ¿Por
qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no
sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma’.
(Isaías 55:1-2)
Para reflexionar
2. Piensa:
Proyecto de cambio
2. ¿Por qué te gustaría cambiar?
tratas por todos los medios que los demás se enteren de las cosas
buenas que haces?
dices pequeñas mentiras para cubrir tus fallos?
crees que los demás van a quedar impresionados por lo espiritual
que eres?
piensas que te has fallado a ti mismo por haber pecado?
Notas
4 Citado por Tim Keller, Preaching to the Hearta, CDs audio, Ockenga
Institute, 2006
Frustrado por mi obsesión con el sexo, puse por escrito una promesa.
Decía lo siguiente: “Nunca más”. Anoté la fecha y al cabo de unos meses me
vi comprobando con satisfacción que ese problema era ya cosa del pasado.
Pero no fue ni mucho menos así. Y no funcionó. Yo no funcionaba y era
porque no había leído con suficiente atención Colosenses 2:20-23:
‘Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo,
¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales
como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a
mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con
el uso? Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto
voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor
alguno contra los apetitos de la carne’.
Puede que pienses que hacer votos o alguna disciplina particular es algo
como muy espiritual. Así se creyó al menos durante algún tiempo. Pero el
apóstol Pablo nos advierte de que eso no es más que ‘apariencia de
sabiduría’. En realidad, carecen de verdadero valor a la hora de controlar los
deseos indulgentes. ¿No es en verdad así? Lamentablemente, yo tuve que
aprender esa lección de la forma más dura. El puritano John Favel escribió:
“Nos sería más fácil detener al sol en su curso, o hacer que los ríos discurran
hacia arriba, que tener el poder de gobernar nuestro corazón”.11
‘Él [Jesús] les dijo: ¿También vosotros estáis así sin entendimiento? ¿No
entendéis que todo lo de fuera que entra en el hombre, no le puede
contaminar, porque no entra en su corazón, sino en el vientre, y sale en la
letrina? Esto decía, haciendo limpios todos los alimentos. Pero decía, que lo
que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del
corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las
fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el
engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez.
Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre’. (Marcos
7:18-23)
En la iglesia primitiva, eran muchos los que abogaban por vivir conforme a
la ley de Moisés. Nos hacemos cristianos por fe, decían, pero seguimos
adelante por cumplir la ley. A primera vista, parece una buena opción.
Después de todo, cabe decir que la ley es una lista de normas confeccionada
por Dios, y ayuda a dar la impresión de estarse tomando la fe muy en serio.
Pero el apóstol Pablo no lo admitía así. Para seguir adelante, hay que
continuar tal como se empezó, creyendo y aceptando por fe lo que Jesús
hizo a favor nuestro.
Es absurdo pensar que eso sea algo que podamos conseguir con nuestro
propio esfuerzo. Imagina que un funámbulo te ayuda a cruzar por cable las
cataratas del Niágara. A mitad de la travesía, se te plantea una disyuntiva.
Puedes dejar que él te siga llevando el resto del camino o puedes decirle que
piensas que va a ser mejor seguir por tu cuenta. Nos hacemos cristianos por
tener fe en Jesús, seguimos siendo cristianos por tener fe en Jesús y crecemos
como cristianos por tener fe en Jesús. J. C. Ryle escribió en ese sentido: ‘Si
somos santificados, el camino a seguir es sencillo y claro —hay que empezar
en Cristo—. Tenemos que presentarnos ante él como pecadores, aduciendo
únicamente nuestra absoluta y gran necesidad, poniendo nuestra alma en
sus manos por fe... Para poder crecer en santificación de vida, tenemos
necesariamente que continuar avanzando por donde empezamos y no dejar
de aplicar con nuevas maneras y contextos la verdad de Cristo’.13 No es
simplemente que tratar de vivir en base a normas y disciplinas sea algo
inútil: es un retroceso importante. Toda una vuelta a la esclavitud,
socavándose con ello el efecto de la gracia y la nueva esperanza (Gálatas
4:8-11; 5:1-5).
Nadie se ve como legalista, sino como alguien que se toma muy en serio la
santidad. Entre otras cosas, porque ese comportamiento tiene reputación de
sabiduría’ (Colosenses 2:20-23). Pero si quieres ver a un legalista, no vayas
muy lejos: ¡mírate en un espejo! En el fondo de nuestro corazón está el
deseo orgulloso de demostrar lo que valemos. La raíz del pecado consiste en
vivir a nuestra manera sin pensar en Dios. Lo irónico del caso es que incluso
queremos superar nuestro pecado sin la ayuda de Dios. La lucha contra el
legalismo no tuvo su fin hace 2000 años en Palestina, ni siquiera 500 años
atrás con la Reforma. Esa lucha sigue viva y activa día a día en nuestros
corazones.
Eso no significa que las cosas malas que nos suceden sean una retribución
directa por habernos portado mal. Dios nunca recurre al castigo.
A los empleados que empiezan en una nueva empresa, se les suele asignar
una serie de tareas para que adquieran la experiencia necesaria. Así,
aprenden tanto por enseñanza explícita como por experiencia de primera
mano en su puesto. Tener que superar problemas y dificultades les ayuda a
ganar confianza en sí mismos. Dios Padre tiene un plan completo de
experiencias para que podamos aprender y madurar. Cada circunstancia de
nuestra vida forma parte de ese programa de desarrollo y formación. Dios
usa ‘todas las cosas’ para nuestro bien, y ese bien es que lleguemos a ser
semejantes a su Hijo en todos los apartados de nuestra vida (Romanos 8:28-
29). El desarrollo de ese plan tiene lugar de forma constante hasta que
‘participemos plenamente de su santidad’.
El pecado sigue siendo una lucha. Somos esclavos liberados que todavía se
sobresaltan al oír la voz de su antiguo amo, o como la persona que todavía
anda insegura tras recuperarse de un grave accidente. O como el
expresidiario que sigue observando el horario de la cárcel. Por eso, el
apóstol Pablo nos recuerda con apremio: ‘No reine, pues, el pecado en
vuestro cuerpo, de modo que sigáis sus deseos’ (6:12). Pero lo cierto es que
nada de eso tiene ya razón de ser. Algo extraordinario ha sucedido. Ya no es
inevitable ceder ante la tentación del pecado. Disponemos del poder
necesario para decir ‘no’ ante la tentación.
Cuando Jesús habla del Padre como aquel que se ocupa de cuidar su
huerto, la imagen que propone de sí mismo es la de una vid. Lo que da vida
a los pámpanos es su unión con la planta principal, que es lo que, además, le
permite dar fruto. En nuestra vida, lo que nos hace dar fruto es nuestra
conexión a Jesús. ‘Permaneced en mí’, dice Jesús, ‘y yo permaneceré en
vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no
permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí’ (Juan
15:4). Si vemos una vid sin uvas en tiempo de vendimia, pensaremos que la
planta está muerta. Y si vemos a alguien que no evidencia en su vida el fruto
de la santificación, cabe suponer que su vida como creyente está muerta.
Pero, aun así, el dar fruto no es lo que nos hace cristianos y tampoco son las
uvas lo que da vida a la vid. Es justamente todo lo contrario. La vid da vida a
la rama y las uvas son indicativas de esa vida. De igual manera, Cristo
produce buenas obras en nosotros, siendo esas obras señal y confirmación
de la vida que tenemos en él.
La vida del creyente es tan sencilla como todo eso. Con frecuencia, me
pongo nervioso al tratar de hacer ver esa maravillosa realidad a creyentes
recién convertidos. Nunca creo haberlo hecho del todo bien. Me gustaría
darles recomendaciones muy concretas e incluso rodearles con un muro
protector. Pero eso sería caer en un legalismo que no tiene razón de ser. Y
justamente por eso el apóstol Pablo nos recuerda que ‘si sois guiados por el
Espíritu, no estáis bajo la ley’ (Gálatas 5:18). Algunas cuestiones relacionadas
con la ética son complicadas, pero en la mayoría de los casos es fácil saber
qué es lo que está bien (‘el amor, el gozo, la paciencia, la amabilidad, la
bondad, la fidelidad, la gentileza y el control de los impulsos’) (19-23) y qué
es lo que está mal (‘la inmoralidad sexual, la impureza’ y demás). En el amor
se resume todo (14). La vida cristiana no es tan complicada y difícil como a
veces la hacemos nosotros. Dos son los mandamientos que realmente
importan: amar a Dios y amar a los demás (Marcos 12:28-31, Romanos 13:8-
10). Todo lo demás consiste sencillamente en ir dando forma a lo que ese
amor conlleva en la práctica. El Espíritu nos impulsa a amar y opone
resistencia a todo deseo egoísta.
¿Quiere decir eso que no he nacido de nuevo? Ahora bien, si leemos más
atentamente el pasaje, vemos que ofrece una esperanza muy grande. De
hecho, Juan lo ha escrito para darnos total confianza (5:13).
Sin duda, es muy cierto que pecamos y que trasgredimos la ley, pero Jesús
vino al mundo para borrar nuestro pecado (4-5). Y es igualmente cierto que
el que peca se sitúa junto al diablo. Pero, una vez más, hay que recordar que
Jesús vino para destruir la obra del diablo (7-8). Sin Jesús, nos sería
totalmente imposible librarnos de las garras del pecado. Él dio inicio a un
proceso que llegará a su fin cuando seamos de nuevo semejantes a Dios:
‘Somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero
sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le
veremos tal como él es’. (2) Ese proceso aún no está completo, y por eso
todavía podemos incurrir en pecado. Pero ya no somos sus esclavos. El
cambio es posible.
Juan dice incluso que ¡nuestra santificación forma parte de nuestro ADN!
‘Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque es nacido
de Dios’ (9), nos informa Juan, en el apartado de lo negativo, pero con su
correspondiente contrapartida positiva: ‘Amados, amémonos unos a otros;
porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce
a Dios’ (4:7). El amor está inscrito en nuestro ADN.
Santificados por fe
Hay quien sostiene que la conversión es totalmente obra de Dios, pero que
la santificación es una colaboración entre nosotros y él. Ninguna de ambas
conclusiones es cierta. La conversión es por completo obra de Dios, pero
nosotros tenemos la responsabilidad de responder en fe y arrepentimiento.
De hecho, la fe y el arrepentimiento son un don de Dios para beneficio
nuestro. Dios abre los ojos cerrados; Dios concede el arrepentimiento
(Marcos 8:1830; 2 Corintios 4:4-6; 2 Timoteo 2:25). Esa es la razón de que mi
conversión sea una acción completamente gratuita procedente de Dios.
Ahora bien, por iniciativa divina y con la ayuda de Dios, nosotros tenemos
parte activa. Y lo mismo ocurre con la santificación. En principio, es por
entero obra de Dios. Pero nosotros no somos meros sujetos pasivos.
Nuestra parte es responder con fe y con arrepentimiento. Pero incluso eso
es obra de Dios operando en nosotros, por lo que es obra de Dios de
principio a fin, participando nosotros activamente en virtud de nuestra fe y
de nuestro arrepentimiento por la gracia de Dios. Nos esforzamos al
máximo, pero, aun así, tenemos que decir, junto con el apóstol Pablo: ‘Por la
gracia de Dios soy lo que soy’ (1 Corintios 15:10). ‘Ocupaos en vuestra
salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce
así el querer como el hacer, por su buena voluntad’ (Filipenses 2:12-13).
Las diferencias entre justificación (estar reconciliados con Dios) y
santificación (hacernos semejantes a Dios) son importantes. Al convertirme,
la justicia de Cristo me es adjudicada como propia (Romanos 4:4-8). Mi
unión a Cristo hace que su vindicación sea mi justificación (Romanos 4:25).
Eso es lo que posibilita una confiada espera ante lo que me habrá de ocurrir
el día del juicio final (Romanos 5:1-2, 9-10). Dios me considera persona
reconciliada con él por la obra llevada a cabo por Cristo fuera de mi persona
y sin ningún cambio por mi parte. La santificación opera en mi interior, para
un cambio total. La justificación es un cambio de posición ante los ojos de
Dios; la santificación es un cambio de corazón y de carácter. 21
Para reflexionar
Beneficios Pérdidas
Lee ahora Filipenses 3:4-9 y repasa lo que hayas anotado en cada columna.
La única cosa en el depósito de los beneficios es ‘la justicia que es por la fe
de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe’ (versículo 9).
2. ‘Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que
nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él’ (2 Corintios 5:21). Ese
versículo habla de nuestra nueva posición ante Dios (justificación). Pero esa
posición es la base para que se produzca un cambio en nuestras vidas
(santificación). Hazlo más personal incluyendo un pecado que te esté
costando erradicar. Por ejemplo, ‘Dios hizo que Cristo, que no conoció
pecado de lujuria, sufra las consecuencias de que yo sea adicto al porno,
para conseguir que, en su persona y obra, yo sea puro sexualmente ante
Dios.’
Proyecto de cambio
¿Has hecho alguna vez una promesa o has escrito una lista con
cosas que podrían ayudarte a cambiar?
¿Te sueles comparar con los demás?
¿Necesitas arrepentirte de alguno de los esfuerzos que hayas hecho
por tu cuenta tratando de cambiar?
Notas
13 J. C. Ryle, Holiness, James Clarke, 1956, p. 32; véase también pp. 49-50.
16 William Romaine, The Life, Walk and Triumph of Faith, 1771; James
Clarke, 1970, p. 280
18 John Owen, The Holy Spirit, versión simplificada por R. J. K. Law, Banner
of Truth, 1998, p. 48
25 John Owen, Works, ed. W. H. Goold (1674: T. & T. Clark, 1862), vol. 3, p.
370.
La vida tiene momentos duros y difíciles. Todos tenemos que hacer frente
en algún momento a una situación que parece superarnos. En tu caso,
puede que sea una familia difícil o falta de salud o problemas económicos.
Tal vez se trate de personas que te fallan o de un trabajo sin un gran futuro.
Quizás estés soltero o no haya amor en tu matrimonio. La presión de los
compañeros puede que te incite a pecar, o acaso se deba al agobio del
trabajo. Lo cierto es que vivimos en un mundo complejo lleno de problemas
y dificultades.
La noche anterior a su muerte, Jesús les dijo a sus discípulos: ‘Yo rogaré al
Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre:
el Espíritu de verdad’ (Juan 14:16-17). Son muchas las personas que me
dicen que necesitan que alguien las aconseje. Y es muy cierto que los
cristianos nos podemos ayudar mutuamente a entender mejor qué nos está
pasando en determinados momentos y circunstancias. Pero, como
cristianos, ya tenemos un maravilloso Consejero, que es el Espíritu de
Verdad. Jesús ha dicho que estará siempre con nosotros. La palabra que
Jesús usa para describir el Espíritu tiene el matiz tanto de abogado defensor
como de consejero. En palabras suyas:
‘En esto [la esperanza] vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de
tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para
que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual
aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y
honra cuando sea manifestado Jesucristo’. (1 Pedro 1:6-7)
Lo que llama la atención en estos pasajes es que todos sin excepción nos
instan al gozo. Gozo en el sufrimiento, que solo es posible reconciliar en
conexión con la experiencia y la madurez. El gozo lo experimentamos a
veces en nosotros mismos; en otras ocasiones, en cambio, tan solo podemos
esperarlo por fe. Pero el saber que Dios va a usarlo para bien, esto es, para
hacernos semejantes a Jesús, es un gozo que puede estar siempre presente.
¿Por qué hacemos las cosas que hacemos? ¿Por qué nos enfadamos, nos
frustramos, nos irritamos, nos desanimamos o, en el polo opuesto, nos
alegramos, o nos sentimos felices y optimistas? ¿Por qué mentimos,
robamos, nos peleamos y criticamos a los demás? ¿Por qué soñamos,
tenemos fantasías, sentimos envidia y nos entremetemos en la vida de los
demás? ¿Por qué nos cargamos de trabajo y comemos más de lo que
necesitamos? ¿Por qué se portan mal nuestros hijos? ¿Por qué tenemos
sexo fuera del matrimonio? ¿Por qué fracasamos como padres, cónyuges o
empleados? ¿Por qué hablamos cuando deberíamos permanecer callados y
nos quedamos callados cuando deberíamos hablar? ¿De dónde salen los
malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, el adulterio, la
avaricia, la envidia, el engaño, la calumnia, la arrogancia, la insensatez, la
maldad y hasta el asesinato? Todo ese mal proviene de nuestro interior,
contaminándonos y haciéndonos “impuros” (Marcos 7:21-23).
Para reflexionar
Proyecto de cambio
Notas
‘Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros
gentiles, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento
entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay,
por la dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron toda
sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase
de impureza’. (Efesios 4:17-19)
Los domingos por la mañana canto himnos en los que digo creer en la
justificación por la fe (fe confesional), pero el lunes por la mañana actúo
como si necesitara demostrar quién soy y lo que valgo (incredulidad fáctica).
O puede también que crea que voy a ser declarado libre de culpa en el día
del Juicio Final, pero que, aun así, siga queriendo justificar mis ideas mañana
mismo en un debate. Puedo afirmar que Dios es verdaderamente soberano
(fe confesional), pero que, pese a ello, siga mostrándome ansioso por
controlar mi vida (creencia disfuncional). La santificación consiste en una
progresiva reducción de lo que separa la fe confesional de la fe funcional.
Reconocer que detrás de cada pecado hay una mentira, no solo nos da una
perspectiva real y radical de lo que es el pecado, sino que nos ayuda a
desistir de tomar una vía sin salida de conducta indebida y de emociones
que nos confunden. El camino que no confunde está siempre en la confianza
en Dios.
‘Todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado’, dice Jesús (Juan
8:34). Hay ocasiones en las que uno puede sentirse atrapado en un hábito
negativo o por emociones que nos arrastran, y pensamos que nunca vamos
a poder cambiar. Y, en cierto sentido, es verdad. El error entonces es pensar
que es algo que tiene que hacerse en solitario, por cuenta propia. Pero
tratar de cambiar tan solo de conducta no va a dar resultado, porque las
mentiras que dan lugar a determinados comportamientos siguen estando
ahí. Jesús es muy claro al respecto: ‘Si vosotros permanecéis en mi palabra,
seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os
hará libres’ (Juan 8:31-32). Así como las mentiras respecto a Dios nos llevan
a la esclavitud del pecado, la verdad sobre él es libertad para su servicio
(Gálatas 5:1, 13). La verdad que nos libera es la verdad del evangelio (‘si
permanecéis en mis enseñanzas’). La libertad se encuentra en la gloriosa
verdad de que fuimos hechos para conocer a Dios, para adorarle, para
servirle y para confiar en él. La libertad está en reconocer que somos
responsables del error en que vivimos, que nuestros problemas hunden sus
raíces en nuestro propio corazón, que merecemos el juicio de Dios y que le
necesitamos desesperadamente. La libertad está en aceptar que Dios tiene
el control de la vida, que está lleno de gracia y buena voluntad para con
nosotros, y que perdona a todos aquellos que se acercan a él en fe. El
apóstol Pablo dice: ‘Porque la gracia de Dios se ha manifestado para
salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la
impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y
piadosamente’ (Tito 2:11-12).
A menudo, sucede que podemos precisar con toda claridad la verdad que
nos librará de las mentiras que vivimos. Si estoy esclavizado por mis
preocupaciones, la libertad está en confiar en el cuidado providencial de
nuestro Padre celestial. Si mi esclavitud está en querer siempre
demostrarme a mí mismo lo que valgo, la libertad estará en confiar en que
estoy plenamente justificado ante los ojos de Dios por la obra expiatoria de
Cristo.
Ver, conocer, aceptar, desear
Ese universo fue creado por el poder de la palabra de Dios. El profeta Isaías
dice que ‘Dios midió los cielos con la palma de su mano’ (Isaías 40:12). Bella
metáfora acerca del espacio, que nos ayuda a intuir la grandeza de Dios:
abarca la inmensidad del universo con la palma de su mano. Pon en alto tu
mano extendida: ¡El universo no es más grande que eso para Dios! Hebreos
1:3 dice que Jesús sustenta todo lo creado por el poder de su palabra. Jesús
‘hace todas las cosas según el designio de su voluntad’ (Efesios 1:11). De una
forma misteriosa, que incluye la libertad humana, Dios dispone cada
acontecimiento y determina cada acción: ‘Así está el corazón del rey en la
mano de Jehová; a todo lo que él quiere lo inclina’ (Proverbios 21:1). Incluso
las malas acciones tienen su cometido en los designios de Dios. La intriga
que envió a Jesús a la cruz fue el resultado de malas acciones por parte
humana, ‘para hacer cuanto [su] mano y [su] consejo habían antes
determinado que sucediera’ (Hechos 4:28). Dios sostiene y gobierna en su
providencia, desde el movimiento de los átomos hasta las complejidades de
la historia humana.
Alan iba sentado en el tren. Sin saberse muy bien por qué, se detuvo unos
metros antes de llegar a la estación. Si no se ponía en marcha en seguida,
iba a llegar tarde a una cita que era muy importante para su vida
profesional. La ansiedad y la irritación iniciaron su escalada.
Beth está muy preocupada. Tener que comprar otro coche, tras la avería
irreparable del antiguo, ha dejado a cero los ahorros. Ahora va a ser duro
llegar a fin de mes. Cuando su marido entra en casa con un costoso ramo de
flores para animarla, no puede más y se echa a llorar.
Una razón muy común para pecar es que ansiamos la aprobación de los
demás o tememos su rechazo. Y por ese ‘necesitar’ ser aceptados acabamos
siendo manejados por otros. En términos bíblicos, ‘el temor del hombre
pondrá lazo, mas el que confía en Jehová será exaltado’ (Proverbios 29:25).
Ed Welch, en su libro When People are Big and God is Small,37 sostiene que
el temor al hombre tiene múltiples síntomas: tendencia a ceder ante las
presiones; ‘necesitar’ algo de la pareja; preocupación por la autoestima;
asumir demasiada responsabilidad por no saber decir no; miedo a quedar en
ridículo; incurrir en pequeñas mentiras para salir airosos de una situación
incómoda; la influencia ajena para hacernos sentir celosos, enfadados,
desanimados, ansiosos; evitar el contacto con los demás; compararnos con
otros; incomodidad ante la labor de evangelización.38
Dios no solo es mejor que todo lo que el pecado pueda ofrecernos: Dios es
lo eterno. La Biblia habla del ‘placer del pecado’ y, sin duda, son muchos los
pecados que proporcionan placer. De nada sirve pretender lo contrario.
Pero la Biblia nos advierte de que los placeres del pecado ‘son de corta
duración’.
Piensa en Moisés. Sabemos, por las pirámides y las esfinges que los
gobernantes egipcios eran extremadamente ricos. La vida en la corte era de
lo más placentero que podamos encontrar en la vida presente, vida de
auténticos multimillonarios. Como hijo perteneciente a la corte real, Moisés
disfrutaba de grandes privilegios. Pero renunció a todo, prefiriendo ser
tratado como esclavo junto con los hebreos. Su cambio de actitud se
produjo al darse cuenta de que el Señor es infinitamente mejor que todos
los tesoros de Egipto. Los egipcios encerraban sus tesoros en las pirámides
pensando que podían llevárselos consigo a la otra vida. Pero eso no tenía
lugar. La prueba de ello, es que gran parte de esos tesoros, los podemos
contemplar en la actualidad en los museos. Moisés fue capaz de contemplar
la realidad de una ‘recompensa futura’, convencido de que lo que Dios
ofrecía por la eternidad era mucho mejor que todo lo que el mundo y el
pecado puedan ofrecer en este mundo (Marcos 8:34-36).
Los niños mueven las piernas a compás por exceso de vida y energía, no
por falta de ella. Esa vitalidad exuberante hace de su espíritu algo libre y
decidido, y no notan en absoluto la repetición y la ausencia de cambio. De
hecho, nos piden continuamente: ‘Hazlo otra vez’... Cabe pensar que Dios
goce también de una energía asimismo extraordinaria y disfrute con la
monotonía de la repetición. Así, es posible que Dios diga cada mañana al sol,
‘Sigue haciendo lo mismo’; y a la luna por la noche, ‘continúa con tu ciclo’.
Puede que no sea una necesidad automática lo que hace iguales a las
margaritas; Dios bien podría, si quisiera, ir haciéndolas de una en una pero
todas iguales, y que nunca se canse de hacerlo. Y puede que Dios se deleite
eternamente en el disfrute propio de la edad temprana; que seamos
nosotros los que hemos pecado y envejecido, y que nuestro Padre sea más
joven que nosotros. Puede que la repetición en la Naturaleza no sea mera
sucesión de lo mismo, sino la propina del final de la representación.41
Nos cansamos muy fácilmente de la vida. Y acusamos la fatiga de la
futilidad del pecado. Pero Dios nunca se cansa de la existencia. Él es en
esencia vida y existencia. Su vida y gozo son tan grandes que nunca se cansa
de contemplar el amanecer y las margaritas, ni de disfrutar de todo lo bello.
En Proverbios 8:30-31, Jesús, personificado como Sabiduría, habla del
deleite que le produce la creación. ‘Con él estaba yo ordenándolo todo, y
era su delicia de día en día, teniendo solaz delante de él en todo tiempo. Me
regocijo en la parte habitable de su tierra; y mis delicias son con los hijos de
los hombres.’42 Nos preocupa pensar que la eternidad vaya a ser algo
aburrido. Pero eso es porque estamos cansados y como muertos. Buscamos
el gozo en el pecado y pronto nos hastiamos y tratamos de buscar otra
distracción más. Nos fatigamos en esa búsqueda fútil de perpetua
excitación. Pero en la eternidad habrá ‘un constante flujo de auténtica vida’
fluyendo por nuestras venas. La vida y el disfrute en la vida eterna serán de
proporciones inimaginables estando cada momento lleno de auténtico gozo.
Cada margarita será un deleite renovado día a día; cada amanecer un hecho
prodigioso. Y le rogaremos a Dios entusiasmados: ‘Hazlo otra vez’. Ahora
somos seres caducos, cansados y un tanto cínicos. Pero cuando volvamos a
ser de nuevo jóvenes y llenos de vitalidad, podremos disfrutar sin límite de
Dios y de la nueva vida que él nos da.
¡Qué tremendo despropósito! Podía olvidar sin más una crisis auténtica,
conformándome con dejarlo en manos de Dios; pero una discusión por algo
que carecía en realidad de importancia me había desequilibrado por
completo. Mi deseo de que se me hiciera justicia y se me diera la razón me
hacía perder el sentido de la proporción. Y eso había sido lo que en realidad
había dado origen al conflicto. Yo quería demostrar a toda costa que mi
punto de vista era el acertado y había peleado sin cuartel para conseguirlo.
Lo que por fin hizo que dejara de darle vueltas morbosamente a todo el
asunto fue el recordar que Dios es pura gracia. Yo no tengo por qué
justificarme a mí mismo. Es más, yo no puedo justificarme a mí mismo. Es
Dios el que me justifica en virtud de la obra salvadora de Cristo. Dios es ‘un
Dios de perdón, clemente y piadoso, tardo para la ira, y grande en
misericordia’ (Nehemías 9:17).
Un enfado recalcitrante
‘Tantos años que llevo trabajando como un esclavo’. (29) El hijo mayor no
dice sencillamente que son muchos los años que lleva trabajando para su
padre, sino que pone particular énfasis en que ha trabajado prácticamente
como un ‘esclavo’. Pensemos en un ama de casa que se esfuerza en atender
a su familia sin que esta se lo agradezca. Para ella, su trabajo es una
esclavitud. Pensemos ahora en una joven esposa cuyo marido es atento,
cariñoso y fiel. Cualquier cosa que ella prepara, él lo encuentra delicioso.
¿Vive ella su trabajo como una ‘carga’? ¡Por supuesto que no! Si vemos en
Dios a un amo despegado, todo trabajo que hagamos para él será una
pesada carga. Pero si le vemos como lo que realmente es, un Padre
amoroso, trabajaremos para él con gozoso ánimo.
Trabajar intranquilo
La gracia que Dios despliega hacia sus criaturas pone del revés nuestro
juicio. Todos sin excepción estamos por igual a los pies de la cruz de Jesús:
avergonzados por igual, aceptados de igual manera. Jesús puso el ejemplo
del hijo pródigo porque los fariseos censuraban que tuviera trato y hasta
comiera con pecadores (1-2). Pero la verdad es que a Dios no le preocupa ni
nuestra respetabilidad ni nuestra propia justicia. Él se interesa por los
pecadores arrepentidos. Jesús está en lo cierto al compartir mesa con
pecadores reconocidos porque el cielo está justamente en disposición de
acogerlos (7, 10, 23-24).
Los cristianos ya no están seguros de que Dios les ame o les acepte a
través de Jesús y, con independencia de sus progreso espiritual, son
inconscientemente personas radicalmente inseguras... Esa inseguridad
se hace patente en forma de orgullo, asertividad a la defensiva de la
propia justicia y de la crítica a los demás... Se aferran por ello con
desesperación a una justicia legalista de corte farisaico, haciendo su
aparición la envidia, los celos y otros pecados más como resultante de
esa inseguridad de fondo.46
Pero no todo está perdido. El padre se esfuerza por hacerle ver a su hijo
mayor la realidad de su afecto (Lucas 15:28). Como padre amoroso, está
dispuesto tanto a admitir de nuevo al hijo disoluto como a mostrar su
contentamiento con el hijo de buen comportamiento. El relato termina, y el
hermano mayor sigue sin entrar a la fiesta, quedándonos la duda de qué
acabaría pasando; lo que nos lleva a plantearnos qué habríamos hecho
nosotros en esas circunstancias y qué haremos si nosotros nos vemos en una
situación parecida. ¿Demostraremos creer verdaderamente en la gracia
divina?
Conclusión
Decir ante la tentación ‘No debo hacer esto’ es mero legalismo. Decir en
cambio ‘No tengo por qué hacer esto porque Dios está muy por encima y es
infinitamente mejor’ es buena nueva.
Para reflexionar
Proyecto de cambio
Notas
31 Citado por John Piper, Cuando no deseo a Dios, Portavoz, 2006
37 Edward T. Welch, When People are Big and God is Small, P&R
Publishing, 1997.
38 Ibid., p. 15
40 Jonathan Edwards, Charity and Its Fruits, Yale University Press, 1989,
pp.180-181.
42 Véase Calvin Seerveld, Rinbows for the Fallen World, Tuppence Press,
1980, p. 53.
El propósito de Dios para nuestras vidas es que seamos santos, al igual que
él lo es. Esa santidad es el fruto de lo que pensamos y de aquello en que
confiamos, y de lo que deseamos y veneramos. Hemos visto ya, cómo la
conducta de pecado y las emociones negativas proceden de las mentiras que
creemos sobre Dios, en vez de confiar en la verdad y bondad de su palabra.
Por eso, Pedro nos insta a ‘preparar la mente para actuar de forma distinta’.
Tenemos para ello que llenar la mente con la auténtica verdad y luchar con
un pensamiento humano equivocado. Pedro nos insta también a ‘no ceder
ante los deseos indebidos’ que nos asediaban cuando ‘vivíamos en la
ignorancia’ (véase también 1 Pedro 2:11). La otra cuestión que está activa en
nuestros corazones es todo aquello que deseamos, veneramos y
consideramos un tesoro. Pecamos porque deseamos o adoramos ídolos en
vez de adorar y honrar a Dios.
Nuestros ídolos son aquellas cosas de las que dependemos y en las que
confiamos para darle sentido a la vida. Es aquello de lo que decimos
‘Necesito esto para poder ser verdaderamente feliz,’ o ‘Si no tengo eso, mi
vida carecerá de valor y sentido’. (Tim Keller)51
La ‘carne’, esto es, la vida alejados de Dios, necesita con urgencia múltiples
cosas. Necesita poder. Necesita placer. Necesita salud. Necesita posición y
reconocimiento. Ninguna de esas cosas es censurable. Y nada hay de malo
en desearlo. Pero el deseo desmesurado, esto es, la codicia, va mucho más
allá del mero disfrute. Es la voluntad empecinada de querer conseguirlo a
cualquier precio. Y el ansia codiciosa convierte las cosas en objeto de
adoración. Así es como el deseo desbordado entra en lo que la Biblia califica
de ‘idolatría’. Ansiamos lo que idolatramos. Puede que nos permitamos
aliviar la tensión bromeando al respecto, pero nuestro comportamiento
hace patente una sumisión de fondo. Nos volvemos a nuestros ídolos para
conseguir aquello que creemos necesitar para que nuestras vidas tengan
verdadero sentido.53
‘Porque donde esté vuestro tesoro’, dice Jesús, ‘allí estará también vuestro
corazón’ (Mateo 6:21). Aquello que tengamos en mayor aprecio será lo que
domine nuestra voluntad. El proceso puede calificarse de ‘cautividad’.
Nuestro deseo es nuestro cautiverio, quedando prisionero el corazón.
Confundimos ‘libre voluntad’ con ‘propia voluntad’. Pensamos que nos
liberamos cuando nos apartamos de Dios, pero en realidad pasamos a ser
esclavos de nuestros deseos. ‘El hombre es esclavo de lo que le domina’ (2
Pedro 2:19). ‘Nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y
amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a
Dios y a las riquezas’ (Mateo 6:24). Servimos a aquellos que más deseamos
en esta vida. Si nuestro deseo es Dios y su gloria, entonces Dios será nuestro
señor. Pero si lo que deseamos es, por ejemplo, dinero, el dinero es lo que
será nuestro ‘señor’, apareciendo la idolatría. El dinero es el nuevo dios, el
de las riquezas, Mamón’.
Cuando Eva vio que la fruta del árbol prohibido era agradable a la vista,
buena para comer y propicia para adquirir sabiduría, tomó de ella y la
comió, dándole a probar también a Adán’ (Génesis 3:6). ‘Buena... agradable
a la vista... deseable’. Elyse Fitzpatrick comenta en ese sentido: ‘Convertimos
nuestro deseo en predicado de lo que codiciamos: “bueno”, “deleitoso”,
“deseable”. El verdadero fondo de lo que escogemos es que decidimos
según conveniencia, creyendo elegir lo mejor y lo que mayor placer y
satisfacción va a darnos’.54 Eva pensó que el fruto del árbol prohibido iba a
darle mayor satisfacción que su relación con Dios. Ese deseo se adueñó de
su corazón hasta el punto de dominar su pensamiento y su conducta. Eso
fue lo que ocurrió con el pecado en origen y eso es lo que sigue ocurriendo
con todo pecado en la actualidad. ‘Sino que cada uno es tentado, cuando de
su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia,
después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo
consumado, da a luz la muerte’ (Santiago 1:14-15). El pecado parte siempre
de un deseo. No es que seamos pecadores porque cometamos pecados, sino
que actuamos pecaminosamente porque somos pecadores, con una
tendencia natural al pecado y atrapados en las redes de nuestros deseos no
lícitos. Esa es la razón por la cual no podemos cambiar nuestro modo de ser
y actuar a voluntad. Necesitamos inapelablemente a Dios para que renueve
nuestros corazones y obre un cambio.
‘Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero
los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu... y los que viven según
la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no vivís según la
carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en
vosotros’. (Romanos 8:5, 8-9)
Saber esto nos hace ser más humildes, dándonos asimismo esperanza de
cambio. La fe opera un cambio radical en nuestras vidas al hacerse realidad
la infinita gloria de Dios, siendo el deseo de su persona superior al deseo de
lo que el pecado ofrece y, por ello, venciéndole.
Cuando el deseo se tuerce
El mundo está lleno de cosas buenas que Dios quiere para nosotros. Y no
hay nada más lógico y natural que desear disfrutar de ellas. Pero su
fundamento y propósito es que nos lleven asimismo a disfrutar y gozarnos
en Dios. Debemos deleitarnos en el don y en el Donante. Realidad que ha de
manifestarse en la práctica con agradecimiento. ‘Porque todo lo creado por
Dios es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias;
porque por la palabra de Dios y por la oración es santificado’ (1 Timoteo 4:1-
5). Toda ‘cosa buena’ puede convertirse en ‘cosa no santa’ si usurpa el lugar
que solo corresponde a Dios, esto es, si la dádiva es para nosotros más
importante que el Dador.
En Juan 6, Jesús alimenta de forma milagrosa a 5000 personas con tan solo
cinco panes y dos peces. Al día siguiente, la multitud se agolpó de nuevo a su
alrededor porque quería más. Siempre habrá personas que esperan de Jesús
tan solo beneficios, sin estar interesados en su persona y su mensaje. La
comida gratuita es lo que les atrae. Jesús se lo hace ver claramente: ‘Me
buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os
saciasteis’. (26) Jesús les insta a no buscar en su persona satisfacción de su
idolatría, sino la auténtica satisfacción de su mensaje. ‘Trabajad, no por la
comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual
el Hijo del Hombre os dará’. (27) Su voluntad era que Jesús satisficiera su
deseo de forma inmediata.
Lo mismo puede ocurrir con nosotros. Esperamos de Dios que provea para
nuestras necesidades tanto materiales como emocionales. Y muchas veces
así lo hace. Pero Dios tiene para nosotros planes mucho más grandes y
satisfactorios. Quiere primero que le conozcamos bien y que estemos
dispuestos a servirle. Quiere que crezcamos y maduremos en semejanza a su
Hijo. Cuando nuestros deseos se vuelven más importantes que Jesús, Dios
hace que sus designios se hagan realidad incluso pese a nosotros.
‘Engañoso es el corazón más que todas las cosas’ (Jeremías 17:9). Lo que el
corazón anhela es ‘deseo engañoso’ (Efesios 4:22). El deseo suele
engañarnos disfrazándose de ‘necesidad’. Así, no decimos ‘deseo ser
amado’, sino ‘necesito ser amado’. Partimos de un deseo lícito (recibir
afecto) y lo transformamos en deseo idólatra que calificamos de necesidad.
Dios y su gloria dejan de ser el centro de mis expectativas, pasando yo a
ocupar ese centro y demandando en consecuencia que los demás me
‘honren’ mostrando afecto y adhesión. Richard Lovelace lo denomina
‘complejo de deidad’.57
En Amós 4, Dios hace mención de algo muy particular que tiene preparado
para su pueblo: ‘dientes limpios’ o ‘estómagos vacíos’ (6). El Señor ‘detuvo la
lluvia’ y las gentes ‘desmayaban por falta de agua para beber’ (7-8). Y mandó
plaga sobre las cosechas (9). De entrada, es difícil tener por dones todos
esos actos prodigiosos. Pero lo cierto es que Dios pone a prueba a su pueblo
para arrepentimiento. Los ‘dones’ son, en el conjunto del relato, algo
verdaderamente terrible, pero las consecuencias de una conducta idólatra
aún serían más terribles. Dios siempre prepara lo mejor para su pueblo, y lo
mejor va a ser siempre, y en toda posible circunstancia, él mismo. La
hambruna y la sequía pertinaz eran actos guiados por el amor divino para
hacer que el pueblo se volviera a su Dios.
Un arrepentimiento constante
¿En qué consiste entonces erradicar el pecado? Es, en verdad, como una
batalla que se libra a diario, no permitiendo que nada nos distraiga del
objetivo que perseguimos, ni que los afectos nos lleven en pos de aquello
que nos aparta de Cristo. Es, pues, un rechazo consciente y deliberado de
todo pensamiento pecaminoso, de todo deseo no lícito, de toda aspiración
no conveniente y de todo hecho, circunstancia, o provocación, en el
momento mismo en que somos conscientes de su existencia.60
• Noto que me irrito. En otro tiempo, habría hecho crecer mi irritación aún
más, convencido de que se me había tratado injustamente. Pero ahora sé
que me irrito porque quiero justificarme a mí mismo, en vez de confiar en
Cristo y su obra de expiación a favor mío. Y procuro poner límite a mi
irritación.
Junto con la tarea de erradicar toda mala hierba, hay que ‘plantar fruto de
gracia’. Si las plantas buenas prosperan como es debido, no hay espacio
disponible para las que no interesan, porque no van a recibir ni agua ni
alimento ni cuidados. Lo mismo ocurre con la vida del creyente. Cuando
nuestros pensamientos están ocupados en la gloria de Dios y nuestras vidas
están llenas de obras para su servicio, poco o nulo espacio habrá para la
tentación y el pecado (Gálatas 6:7-10). (Volveremos a este tema en el
capítulo 8.)
Hay momentos en los que pensamos que las pequeñas concesiones que
podamos hacer ante la tentación no van a tener gran importancia: la mirada
de deseo carnal, el resentimiento, las fantasías pasajeras. No van a ninguna
parte, pensamos. El problema es que las pequeñas concesiones no solo no
satisfacen la tentación, sino que ¡la aumentan! Ceder ante la tentación hace
que resurja y con mayor ímpetu todavía. Con el paso del tiempo, el pecado
puede convertirse en verdadero hábito. Pero el apartarnos o resistir el
pecado también puede hacerse hábito. La tentación, en lugar de hacer su
aparición más rápidamente y con renovado brío, ocurre más
espaciadamente y con menor fuerza. En los momentos de presión, el
pensamiento va a dirigirse a Dios y no al pecado.
‘Efraín dirá: ¿Qué más tendré ya con los ídolos? Yo lo oiré, y miraré; yo
seré a él como la haya verde; en mí será hallado tu fruto’. (Oseas 14:8)
Para reflexionar
Proyecto de cambio
Haz un resumen con todos los deseos de tu corazón de los que tienes que
apartarte.
Notas
48 Juan Calvino, Instituciones de la religión cristiana, vol. 1, I.II.8
50 Citado por Os Guiness y John Seel, No God But God, Moody Press, 1992,
p. 33.
52 David Powlison, `Idols of the Heart and {Vanity Fair|a, Journal of Biblical
Counselling 13:2 (Invierno 1995), p. 36.
54 Elyse Fitzpatrick, Idols of the Heart. P&R Publishng, 2001, pp. 80-81.
1. Autoconfianza en el orgullo
¿Te has sentido alguna vez frustrado e incluso furioso por no ver cambios
en tu forma de ser? Son muchas las personas que me confiesan: ‹No puedo
creer que haya vuelto a cometer el mismo error› o, ‹¡Estoy furioso conmigo
mismo por haber vuelto a hacer lo que no quería!›. Yo sé algo de eso por
propia experiencia. Atentos a lo que dice Ed Welch: ‘Habrá, sin duda, quien
esté furioso consigo mismo por cometer una y otra vez el mismo error e
idéntico pecado. Pero eso no es sino una forma velada de orgullo humano
que da por sentado que puede obrar bien por sus propias fuerzas. La verdad
es que se resta importancia a la propia incapacidad espiritual apartados de
Dios’.67 Jerry Bridges dice certero: ‘Dios quiere que andemos en obediencia,
no en victoria’. ‘Nuestro problema’, explica, ‘es que nuestra actitud respecto
al pecado es de fijación en nosotros mismos en lugar de estar centrados en
Dios. Nos preocupa más nuestra “victoria” personal sobre el pecado que el
hecho de que nuestras transgresiones le rompan el corazón a Dios’.68
El orgullo es más que un pecado; es parte integrante de su definición. El
orgullo hace que queramos ocupar el lugar que corresponde a Dios. Nos
desentendemos de la tarea principal de adoración y glorificación de Dios, y
acabamos adorándonos y glorificándonos a nosotros mismos. Y otro tanto
ocurre con la santificación. C. J. Mahaney lo califica de ‘plagio cósmico’. 69
Eso explica por qué la humildad es un paradigma del arrepentimiento.
Someternos humildemente ante Dios supone renunciar a nuestro propio
endiosamiento. Y es la explicación de por qué la humildad es el requisito
previo que Dios demanda (Miqueas 6:8). ‘Las Escrituras dicen: “Dios resiste a
los soberbios, y da gracia a los humildes”... Humillaos delante del Señor, y él
os exaltará’ (Santiago 4:6, 10; 1 Pedro 5:5). La humildad es el secreto para
recibir la gracia. Como Jack Miller dice, ‘la gracia circula de arriba abajo’.
Antes se hablaba de la santificación como lo más elevado, pero lo que
necesitamos en el presente es vida efectiva a ras de suelo: ‘Crecemos en
Cristo hacia arriba, en la medida en que descendemos hacia abajo en
humildad’.70 Si en verdad queremos la gracia de la santidad, tenemos que
descender hacia lo humilde, para que Dios nos eleve hacia lo alto.
2. Autojustificación orgullosa
Disculpar el pecado
Historia personal ‘Tú también tendrías mal carácter si hubieras pasado por
todo lo que he pasado yo.’
La genética ‘Es que yo soy así. Empiezo a verlo todo ‘rojo’ y ya no puedo
parar.’
Minimizar el pecado
¿Cuándo fue la última vez que temblaste ante la palabra de Dios? ‹Miraré
a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra›
(Isaías 66:2). Los verdaderamente humildes tiemblan ante la inmensidad de
la Palabra divina y jamás se les ocurriría restarle importancia al pecado. Pero
el orgullo nos hace insensibles a la Palabra de Dios. Creemos conocerla bien
y ya no nos acercamos a ella con verdadera necesidad y como pecadores
que somos. El orgullo ahoga toda convicción de propia culpa porque hacerlo
lastimaría nuestra autoestima.
‘No es culpa mía. Y tampoco es para tanto. Yo no soy una mala persona.’
Así tratan muchos de justificar el no asumir responsabilidad por sus faltas.
Pero la respuesta apropiada por parte nuestra debería ser: ‘Sí es mi culpa. Es
algo grave. Soy una mala persona’.
Nada más lejos de mi intención que hacer que las personas se sientan mal
por mi culpa. Lo que yo verdaderamente quiero es que conozcan el gozo del
perdón y la liberación. Pero las personas rechazan ese gozo porque no están
dispuestas a admitir que necesitan un Salvador. No es que queramos
convertirnos en víctimas cuando hablamos del pecado. Muy al contrario,
estamos empezando a ver el principio de un camino que lleva al perdón y a
la verdadera libertad. Al arrepentimos de nuestros pecados, volviéndonos a
Dios por fe, se hace realidad ese perdón y esa libertad. Nunca va a haber
auténtico perdón y libertad sin arrepentimiento. Y no hay verdadero
arrepentimiento sin responsabilidad. Cuando nos dedicamos a echar la culpa
a las circunstancias o restamos importancia a nuestro pecado, será porque
no se ha producido un verdadero arrepentimiento.
Ocultar el pecado
El evangelio, aplicado a los deseos de nuestro corazón día a día, nos libera
para ser verdaderamente honestos con Dios y con nosotros mismos. La
seguridad del total perdón de nuestros pecados en virtud de la sangre de
Cristo significa que ya no es necesario estar a la defensiva. No hay razón
alguna para racionalizar y excusar nuestros pecados. Podemos, por ello,
decir bien alto y claro que mentimos y no que habíamos exagerado.
Podemos admitir no tener espíritu de perdón y dejar de echar la culpa de
todo a nuestros padres o a las presiones externas. Podemos llamar al
pecado por su verdadero nombre, por muy feo y vergonzoso que pueda ser,
porque tenemos la certeza de un total perdón en Cristo y ya no hay razón
alguna para seguir ocultando la realidad de nuestro pecado.74
Quiero poder ser identificado por una vida de rectitud. Pero ese deseo
impide justamente que pueda ser verdaderamente santificado. Mi orgullo
hace que la santificación sea mi vanagloria, apartándome de mi única
esperanza —la gracia que procede de Dios (Santiago 4:6) —. El orgullo me
lleva a ocultar mi pecado, impidiendo que los demás puedan ayudarme. Mi
orgullo minimiza o excusa mi pecado, por lo que nunca me enfrento a él con
la fuerza y resolución necesarias. Me debato a diario entre el deseo de ser
considerado una persona santificada y el deseo de ser verdaderamente una
persona de vida cambiada. La verdad que tengo que repetirme de forma
constante es que la reputación es un precio pequeño a pagar por el inmenso
gozo de conocer mejor a Dios y poder reflejar, por ello, su gloria. Me
imagino a mí mismo admirado por las multitudes y me imagino también
estando junto a Dios. El estar con Dios supera con creces toda otra opción
posible. Cuando me incorporo de nuevo a las relaciones humanas, la lucha
comienza de nuevo.
El ser humano que tan solo se opone al pecado de su corazón por temor a
la vergüenza o por miedo a un castigo eterno por parte de Dios, no dejaría
de practicarlo si no fuera por las consecuencias. ¿En qué se diferencia esto
de vivir practicando el pecado? Los que son de Cristo, y por ello obedientes a
la Palabra de Dios, cuentan con la muerte expiatoria de Cristo, el amor de
Dios, la naturaleza detestable del pecado, la preciosa comunión con Dios y
un acendrado odio al pecado en cuanto que pecado, para oponerse a la
influencia nefasta de los deseos no lícitos en su corazón.75
Contempla a aquel que fue traspasado por ti y deja que te conmueva. Dile
a tu alma: ¿Qué te he hecho? ¡Cuánto amor, qué misericordia, qué sangre,
qué gracia he despreciado y pisoteado! ¿Es así como estoy pagando al Padre
por su amor? ¿Es así como doy gracia al Hijo por su sangre derramada a mi
favor? ¿Es así como le respondo al Espíritu Santo por su gracia? ¿He
contaminado este corazón mío por el que Cristo murió y donde el Espíritu
Santo ha elegido morar? ¿Cómo puedo levantarme del polvo? ¿Qué puedo
decirle a Jesús? ¿Cómo podré llevar la cabeza alta ante él? ¿En tan poco
tengo mi relación con él que, llevado de un deseo desordenado, apenas si
hay sitio para él en mi corazón? ¿Cómo salir bien librado si dejo escapar una
salvación tan grande?
Permite entonces que ese amor se gane tu amor y que ese amor sustituya
a todo otro posible afecto. El secreto del cambio está en renovar tu amor
por Cristo al verle crucificado en tu lugar.
Venimos por eso ante ti sin nada para crédito nuestro, aferrándonos
tan solo a la preciosa cruz de Cristo, donde el León que ahora ocupa el
trono, que es en verdad el Cordero de Dios, entregó su vida en sacrificio
a favor nuestro.
Misericordia sin tasa hay en tu muerte, Señor, ningún otro lugar hay
donde buscar refugio el hombre pecador pueda, y nos apresuramos por
ello a encontrar la gracia que es hecha nuestra por ti, y viviremos
entonces allí donde nuestro Salvador murió: En la cruz, en la bendita
cruz de nuestro Señor.79
Para reflexionar
John Flavel señala seis argumentos que Satanás utiliza para tentarnos,
junto con las respuestas correspondientes.80 Identifica la voz de la tentación
en tu vida y trata de dar con la manera adecuada de reaccionar. Puede que
quieras que otras dos personas lo lean en alto según esquema de diálogo.
5. La gracia de Dios
Proyecto de cambio
No es para tanto.
Es algo sin importancia.
¿Qué pasa con lo que hacen los demás?
Visto en conjunto, no soy muy mala persona.
Hay que tener en cuenta todo lo bueno que he hecho.
Todo el mundo lo hace.
Me pareció que era la mejor opción.
Redacta un resumen con las formas típicas con las que te excusas,
minimizas u ocultas tu pecado, para así poder identificarlo con toda claridad
y rapidez en el futuro.
Notas
72 The Simpons, `Boy Scoutz N the Hooda, guión de Dan McGrath, dirigido
por Jeffrey Lynch (18 noviembre, 1993).
Llegados a este punto, sabemos cuáles son las mentiras que hay detrás de
los actos y sentimientos pecaminosos y cuál es la auténtica verdad a la que
hay que volver en fe. Es probable, además, que sepas qué deseos idólatras
tienes que erradicar de tu vida con sincero arrepentimiento. La cuestión, sin
embargo, es que aun siendo ese el camino a seguir, el cambio no se produce
de forma automática. Comprender el verdadero trasfondo de las cosas es un
gran paso adelante. Ahora sabemos qué tenemos que hacer. Aun sin
conocer del todo nuestro corazón, y quedando sin duda todavía cuestiones
pendientes de analizar, sí sabemos qué verdades y prácticas del evangelio
tenemos que seguir y practicar para ser verdaderamente libres. Esto va a
suponer una lucha diaria, sin tregua ni descanso. Y justamente por eso el
apartado 8 es: ¿Qué estrategias van a ayudarte a reforzar tu fe y
arrepentimiento?
‘No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre
siembre, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la
carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu
segará vida eterna’. (Gálatas 6:7-8)
Lo que Pablo está diciendo ahí es que hay un principio que rige en el
mundo creado por Dios: el hombre recoge lo que siembra. Esa es una verdad
incuestionable en la agricultura y es igualmente cierto en nuestra vida
espiritual. Únicamente en los cuentos de hadas pueden cultivarse judías y
obtener plantas mágicas que te llevan a un tesoro en las alturas. Joshua
Harris comenta en este sentido:
¿Qué quiere decir entonces el apóstol Pablo con sembrar para pecado y
sembrar para el Espíritu? Sus palabras exactas son: ‘Digo, pues: Andad en el
Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne
es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen
entre sí, para que no hagáis lo que quisierais’ (Gálatas 5:16-17). Nuestra
naturaleza carnal tiene apetencias idólatras que abocan a una conducta
pecaminosa y a sentimientos contraproducentes. Pero el Espíritu ha puesto
en el corazón de cada creyente un nuevo deseo: el de la santificación.
Sembramos entonces para la carne cuando hacemos algo que refuerza o
suscita deseos no lícitos. Y sembramos para el Espíritu cuando reforzamos
todo deseo procedente del Espíritu para nuestra santificación.
Sembrar para el Espíritu = decir ‘sí’ a todo lo que fortalece los deseos
inspirados por el Espíritu = refuerza la fe.
Evitar todo lo que suscita deseos pecaminosos
En toda situación, Dios proveerá una vía para huir de la tentación. Pero eso
no significa que podamos estar sin problema en situaciones de riesgo de
pecar o que demos pie a pensamientos y deseos no lícitos. ‘Por tanto’, dice
Pablo: Dios ha provisto una vía de escape, y por tanto debemos usarla.
Tengo un amigo que está luchando por vencer su alcoholismo. Con dos
cervezas que beba, el alcohol se adueña de su persona. Llegados a ese
punto, la batalla está perdida. Pero lo cierto es que, de entrada, puede
decidir ir o no ir al bar. Dios siempre va a proporcionarnos una vía de escape
antes de que sea demasiado tarde. De nosotros depende entonces coger esa
vía y echar a correr.
‘No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al
mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el
mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la
vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos,
pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre’. (1 Juan 2:15-
17)
Jack luchaba por vencer sus deseos sexuales. Se daba cuenta de que tenía
que dejar de desnudar a las mujeres con la mirada y de ver a solas películas
con escenas de sexo en la televisión. Cuando aparecían esas escenas en la
pantalla, se esforzaba por pensar en Dios y en su bondad. Para poner fin a su
adicción, había instalado en el ordenador un filtro antiporno, y un buen
amigo suyo le estaba ayudando a controlar también su hábito de
masturbarse.
La bebida era un problema para Kate, hasta que decidió que la mejor
solución iba a ser dejar por completo de beber. Evitaba, además, ir a bares y
quedar con amigos que la animaran a beber. Si tenía que estar con ellos por
alguna razón, le pedía a una amiga suya cristiana que la acompañara.
El ‘sembrar para la carne’ es ceder ante sus gustos, permitiendo que obre
según le plazca, en vez de mortificarla como conviene... Cada vez que
permitimos que se apodere de nosotros la queja o pensamientos impuros o
la autocompasión, estaremos sembrando para la carne. Cuando nos
juntamos con malas compañías, sabiendo que no vamos a resistir sus
propuestas insidiosas; cuando seguimos en la cama sabiendo que
deberíamos levantarnos y ponernos a orar; cuando nos deleitamos en la
pornografía; cuando ponemos a prueba innecesariamente nuestra
capacidad de control, estaremos sin duda sembrando, y en abundancia, para
perpetuar los deseos carnales. Son muchos los cristianos que siembran
continuamente para la carne y todavía se preguntan cómo es que no
cosechan santidad de vida.83
Thomas Chalmers, en un muy conocido sermón suyo que tiene por título
“The Expulsive Power of a New Affection’, sostenía que de nada sirve
decirnos a nosotros mismos que tenemos que dejar de pecar. Lo que
verdaderamente necesitamos es reconducir aquellos deseos contaminados
por el pecado hacia una verdad que libera y transforma: la persona de Dios.
Un renovado afecto a Dios es la única cosa que va a librarnos de deseos
pecaminosos.
Sembrar para el Espíritu significa decir ‘sí’ a todo aquello que refuerza los
deseos que proceden de él. Tal como ya hemos tenido ocasión de ver,
pecamos cuando creemos mentiras acerca de Dios. Sembrar para el Espíritu
supone llenar nuestros corazones con la verdad de Dios. Pecamos porque
anteponemos nuestro gusto por lo ilícito a la persona de Dios. Sembramos
para el Espíritu cuando cultivamos atentos el amor a nuestro Señor.
Incluyo a continuación siete puntos que nos ayudan a reforzar la fe. Hay
quien los cataloga como ‘disciplinas espirituales’, pero mi opinión particular
es que es una terminología equívoca. De hecho, puede hacer que el
crecimiento cristiano parezca un logro personal, cuando la realidad es que
es Dios el que nos cambia por medio de la gracia. Las únicas disciplinas
espirituales genuinas en la práctica cristiana son la fe y el arrepentimiento,
actos que centran nuestra atención en la acción divina. Es por eso por lo que
prefiero, y con mucho, el término tradicional de ‘medios de la gracia’, que
son las formas en que Dios hace patente su gracia y misericordia para con
nosotros fortaleciendo nuestro corazón. La gracia divina alimenta nuestra fe
en Dios.84 Y así es como se manifiesta en la práctica el sembrar para el
Espíritu.
1. La Biblia
Sin duda, habrá momentos en los que te sientas confuso, desalentado, sin
fuerzas. Puede que te asedie el pecado, el sufrimiento, el miedo o la culpa.
En la palabra de Dios, siempre encontrarás medicina para el alma. Pero
sabemos por experiencia que siempre es mejor prevenir que curar. La Biblia
ofrece una dieta saludable que va a ayudarnos a prevenir que hagan su
aparición ciertos problemas. ‘En mi corazón he guardado tus dichos, para no
pecar contra ti’ (Salmo 119:11). Chris Wright dice al respecto: ‘Cuanto más
asimilemos la Biblia en el corazón, en la mente, en el alma y en nuestro flujo
sanguíneo, más difícil nos resultará pecar sin remordimiento. La Biblia aviva
nuestra conciencia y hace que nos volvamos a Dios en arrepentimiento,
anhelando entonces vivir como agrada a Dios’. 88 La Biblia, al revelar la gloria
de Cristo, refuerza en nosotros el deseo de obrar en conformidad con el
Espíritu.
Han sido repetidas las ocasiones en las que he podido establecer una
correlación entre el abandono de la palabra de Dios y un empobrecimiento
espiritual. No es que la Biblia sea una cura mágica contra el pecado ni
tampoco un talismán contra la tentación. Muy al contrario, la Biblia contiene
la verdad que debemos conocer sobre la grandeza y bondad de Dios,
socavando las mentiras del pecado. No te propongas leer la Biblia como una
tarea obligatoria con la que cumplir a diario. Saborea la verdad sobre Dios
que da a conocer en sus páginas. Busca en ella la gloria de Cristo. Deja que
tu corazón la interprete. Medita en el mensaje de lo que leas. Ora en todo y
por todo. No la leas tan solo buscando conocimientos, sino como mensaje
vivo que nos transforma a semejanza de Jesús (Romanos 12:2).
2 La oración
Con frecuencia nos quejamos de no tener tiempo para orar. Pero los días
tienen veinticuatro horas para todo el mundo. Las personas que oran más,
no tienen más horas en su día. El verdadero problema es que decidimos que
hay otras cosas más importantes. Pero cuando por fin nos damos cuenta de
que Dios es el sublime agente de cambio en nuestra vida, la oración pasará
de inmediato a ocupar un lugar preferente. Para algunos, eso supondrá
tener que bajar a un segundo plano actividades que hasta ese momento
estaban en lo más alto de la lista. J. C. Ryle lo dice así:
3. La comunidad
Una de las razones de que Dios nos haya puesto en comunidades cristianas
es como ayuda para el cambio. La iglesia tiene que ser una comunidad que
ayude a ese cambio. Analizaremos esto con más detalle en el próximo
capítulo. Pero incluyo aquí algunas formas en las que la iglesia es medio de
gracia:
Aprendemos de la Biblia guiados por personas dotadas por Dios para ese
ministerio.
4. La adoración
5. El servicio
6. El sufrimiento
Es muy duro empezar el día sabiendo que es muy probable que vaya a ser
de fútil actividad, acompañado de una incomodidad que nos gustaría evitar.
Es imposible enfrentarse honestamente a ese lapso de tiempo tratando de
encontrarle algún sentido... El sufrimiento nos lleva a un terreno que se sale
de los límites de la razón y que se escapa por completo de nuestro control...
El sufrimiento es como un secuestrador que irrumpe en nuestras vidas, nos
tapa los ojos para que no podamos ver nada y nos lleva adonde no
quisiéramos estar.
7. La esperanza
Meditar acerca de la vida futura que nos aguarda está en estrecha relación
con la ascensión de Cristo. En virtud de la fe, somos unidos al Cristo
glorificado en los cielos. Por eso, fijamos la mirada en la gloria celestial. ‘Si,
pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está
Cristo sentado a la diestra de Dios’ (Colosenses 3:1). Con los ojos puestos en
las cosas celestiales, ‘[hacemos] morir lo terrenal...’ (Colosenses 3:5). Pensar
en el retorno de Cristo nos libera de las ataduras del mundo, inspirándonos
para el cambio (2 Pedro 3:10-14; 1 Juan 3:2-3).
Para reflexionar
Proyecto de cambio
¿Qué puedes hacer para evitar que hagan su aparición los deseos
pecaminosos?
Piensa en el área que has escogido para tu proyecto de cambio.
¿En qué contexto o ámbito va a ser más probable que lo pongas en
práctica?
¿En qué momento del día?
¿Con qué personas?
¿Eres más vulnerable ante la tentación cuando tienes hambre o
estás cansado, cuando te enfadas o te sientes solo?
¿Qué pasos puedes dar para evitar reforzar esos deseos no lícitos?
Notas
82 Joshua Harris, Not Even a Hint, Multnomah Press, 2003, pp. 162-163
89 J. C. Ryle, Practical Religion, 1878; Banner of Truth, 1998, pp. 71, 74-75.
90 Horatius Bonar, The Night of Weeping en The Life and Work of Horatius
Bonar, LUX Publications, 2004, pp. 36-37.
92 Juan Calvino, Las epístolas del apóstol Pablo a los Romanos y a los
Tesalonicenses, destacando Romanos 5:2.
9 ¿Cómo podemos ayudarnos mutuamente para el
cambio?
Para Stephen, fue un momento crucial. Tres años después, seguía clavado
en su memoria. Pero esos tres años habían sido de gozo, de liberación y de
crecimiento.
Dios tiene como oficio el cambio y por eso nos pone en una comunidad de
cambio. La iglesia es uno de los medios de gracia para refuerzo de la fe y el
arrepentimiento, y es el canal por el que también discurren los otros medios
de gracia. Tengo ahora mismo al alcance de mi mano un libro sobre la
santificación, y en la portada se ve a una persona caminando por una playa.
El mensaje es que la santificación es algo entre Dios y yo. Pero en la Biblia el
cambio no es jamás algo que se realiza en solitario. El cambio es un proyecto
comunitario.
El pecado es, por esa misma razón, una cuestión que afecta a la
comunidad en su totalidad. Mi pecado particular impide el crecimiento de la
comunidad como un todo. Detiene o retrasa el crecimiento conjunto del
cuerpo de Cristo. Y el impacto nos afecta a todos. Incluso los pecados más
secretos y ocultos inciden en la salud del cuerpo. Nadie estaba al tanto de
que Acán se había quedado con un manto, con plata y con oro tras la
derrota de Jericó. Pero ese pecado suyo significó la posterior derrota a su
vez del pueblo de Dios (Josué 7). Mi pecado impide que cumpla con mi
cometido dentro del plan dispuesto por Dios, retrasando el crecimiento de
la iglesia según el designio divino.
El apóstol Pablo nos informa que Cristo ‘hace que todo el cuerpo quede
bien concertado y unido entre sí’ (4:16). La iglesia a la que vayas nunca será
producto del azar. Cristo mismo ha escogido a cada miembro de la
congregación para hacerla perfecta según su propósito. Nosotros escogemos
según gustos y afinidades, pero Dios nos ha puesto a cada uno de nosotros
en el lugar adecuado para cooperar en el cambio. Compartiendo este pasaje
con mi amigo Matt, dijo algo totalmente relevante: ‘Ahora veo claro que
tengo que apreciar más a todas y cada una de las personas que integran mi
congregación’.
El apóstol Pablo no está hablando ahí de una congregación ideal con
miembros de excepción, sino muy por el contrario, dirigiéndose a una iglesia
real con personas reales. Está, de hecho, hablando de y a tu iglesia. No
podemos por ello decir: ‘Estupendo en teoría, pero mi iglesia nunca va a ser
así’. Dios ha puesto a esas personas en tu vida para cuidado mutuo. Si tu
iglesia no está creciendo y funcionando como debiera, empieza tú a trabajar
para el cambio. Comparte tus luchas, tus triunfos, tus problemas, lo que el
Señor te ha enseñado, hablando siempre la verdad en amor fraterno.
Sin duda, Dios está sirviéndose de las distintas personas, con caracteres
contrastados, para llevar a efecto el cambio necesario en tu vida. Está
sirviéndose de personas que nos irritan y nos frustran para que nos demos
cuenta de cómo somos realmente. Y seguro que te habrá puesto a ti junto a
todas ellas para que os moldeéis mutuamente. Trata de imaginarte a ti
mismo como un guijarro más, junto a otros muchos, que Dios va a hacer
rodar en compañía para limar toda aspereza e irregularidad. Saltarán
chispas. Pero el resultado final serán piedras aptas para edificación. La
próxima vez que alguien te trate injustamente, ¡recuerda que Dios te está
puliendo! Dios habrá puesto a esa persona en tu vida para crecimiento,
madurez y santificación. Sinclair Ferguson comenta al respecto: ‘La iglesia es
una comunidad en la que recibimos ayuda espiritual, pero también un lugar
en el que aflorarán a la superficie problemas enquistados que requerirán
cuidados especiales... Sucede a menudo que acabamos descubriendo cosas
sobre nosotros mismos que jamás habríamos pensado que estaban ahí’.94
En los versículos 17-24, Pablo nos recuerda que ‘hablar la verdad en amor’
es imprescindible para el cambio, puntualizando que la causa de toda
conducta pecaminosa y negativa son los pensamientos fútiles, el
entendimiento entenebrecido, la mente ignorante, el corazón endurecido,
los deseos indulgentes y las apetencias de la carne. Dicho con otras palabras,
pensamos y creemos mentiras en vez de confiar en la Palabra de Dios
(capítulo 5), y deseamos y adoramos por ello ídolos en lugar de adorar a
Dios (capítulo 6).
Para conseguirlo, hace falta mucho más que asistir a la iglesia todos los
domingos. Hay que compartir la vida y las experiencias. El mundo, el
demonio y la carne nos incitan a diario a continuar con los mismos deseos
pecaminosos. Y por ello es indispensable relacionarnos todos los días con la
verdad. ‘Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón
malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos
a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de
vosotros se endurezca por el engaño del pecado’ (Hebreos 3:12-13).
Estamos emplazados para exhortarnos mutuamente a diario. Nuestro
corazón se inclina todos los días peligrosamente hacia el pecado, la
incredulidad, la dureza de corazón y el engaño. Y por eso mismo
necesitamos permanentemente que alguien nos recuerde la verdad de
palabra y de obra.
Pablo nos insta a ‘hablar la verdad en amor’. El amor sin la verdad es como
practicar la cirugía con un pez por bisturí. Pero la verdad sin amor es como
operar usando un martillo.
Una cosa que hemos aprendido en mi iglesia es que el cambio tiene lugar
únicamente cuando esos pecados salen a la luz. Es duro, pero el confiar la
verdad a otro creyente es un gran paso hacia delante. Además, ¡tampoco
hay que ir proclamándolo a los cuatro vientos! Basta con decírselo a la
persona adecuada.
Hace poco, he estado reflexionando acerca de lo mucho que temo que las
personas de mi iglesia por fin se den cuenta de la clase de personas que
somos en realidad. El saber lo peor de otros, ¿no lleva a un caos total? ¿No
sería además mayor el perjuicio que el posible beneficio? Es probable. Pero,
¿por qué me da tanto miedo que eso llegara a ocurrir? ¿Creo firmemente en
la fuerza y relevancia de la Palabra? ¿Creo sinceramente que Dios cumplirá
su promesa de crear su iglesia en base a personas quebrantadas? ¿Es que se
ocupa únicamente de las personas con todos sus problemas resueltos?
Me pregunto si llegaré a ver algún día una solicitud oficial de pastor para
una iglesia conflictiva y con las ideas poco claras: con un montón de
personas con problemas y pocas perspectivas de ir a solucionarse a corto
plazo. A mí no me atraen las iglesias respetables tradicionales, pero resistir
entre tanto conflicto también es duro. No deja de maravillarme que Jesús
nos ame pese a todo.
¿Qué nos impide acercarnos a los demás para lograr el cambio? ¿Por qué
no nos abrimos? ¿Por qué huimos de las relaciones conflictivas? No me cabe
duda de que las razones serán múltiples. Estamos demasiado ocupados,
somos demasiado independientes, tenemos demasiado miedo, estamos
demasiado centrados en nosotros mismos. Pero si realmente creemos que
Jesús ha puesto en nuestra vida una comunidad cristiana para ayudarnos a
cambiar, deberíamos hacer de ello nuestra prioridad.
Para reflexionar
Incluyo a continuación una lista de las cosas que el Nuevo Testamento dice
que deberíamos hacer (o no hacer) los unos respecto a los otros en la iglesia:
¿En qué crees que destacas tú? ¿Cuáles son tus fallos?
¿En qué crees que sois buenos en tu iglesia? ¿En qué falláis?
¿Qué crees tú que puede impedir el ocuparse más los unos de los otros?
Proyecto de cambio
¿Te ves reflejado en esas situaciones? ¿En todas? ¿Solo en algunas? ¿Qué
dicen de tu actitud respecto a Dios? ¿Hay alguna mentira oculta? ¿Qué
verdad debería regir en tu vida?
¿Qué puedes hacer para que tus relaciones personales estén orientadas al
cambio?
¿Conoces amigos cristianos que no tienen esa misma actitud ante la vida?
Piensa en qué podrías empezar haciendo para ayuda mutua en el cambio.
Por ejemplo:
Compartir tu lucha contra el pecado.
Compartir un tiempo de lectura de la Biblia y de oración.
Compartir la relación con Dios en el marco del proyecto de cambio.
Hablar con alguien en quien confíes cuando estés luchando con la
tentación.
• En situaciones particulares
• En momentos especiales
Pon por escrito algo que vayas a hacer para asegurarte de pasar más
tiempo con creyentes y una cosa que realices tú a favor de otros.
Notas
1. Toda una vida de lucha diaria El cambio es una tarea de por vida
El cambio es un proceso que entraña una lucha de por vida. Pero hay
amplio espacio para la esperanza. El apóstol Pablo dice en este sentido: ‘No
nos cansemos, pues, de hacer el bien, porque a su tiempo segaremos, si no
desmayamos’ (Gálatas 6:9). Cosecha de santidad. Con certidumbre total de
cambio.
Yo puedo cambiar
Es por eso por lo que el cambio va a ser siempre una realidad abierta y
posible. No hay pecado del que no me pueda liberar. Y no hay área de mi
vida que no pueda ser transformada. Tal vez hayas estado cometiendo el
mismo pecado durante años. El cambio no va a ser para ti algo fácil. El
pecado tiende a transformarse en hábito. Y no solo hábitos de conducta,
sino asimismo hábitos del pensamiento. Aun así, la buena noticia de la fe es
que el cambio es posible. Porque así como el pecado puede crear hábito, la
santidad puede también ser un hábito. Descubrirás que, según vayas
progresando en la santificación, no tendrás que luchar tan a menudo con
ciertos pecados. Decirte la verdad a ti mismo cada día va a crear hábitos de
pensamiento. Cada vez que resistas la tentación, se debilitará la influencia
de los deseos pecaminosos.
Hay otros cristianos, en cambio, que se preocupan por creer que no están
creciendo, cuando en realidad es que sí lo están haciendo. Sucede, de
hecho, que crecer en la gracia suele ir acompañado de una conciencia muy
clara de pecado.105 Lo contaminado en nuestro corazón se hace más
evidente cuanto más nos acercamos a la luz de Dios. La santificación
progresa por etapas y niveles, de forma similar a las dificultades que hay que
superar en un juego de ordenador. Los pecados del nivel uno son evidentes,
lo que puede verse desde fuera. Pero para cuando llegamos al nivel diez, los
deseos más sutiles y engañosos se hacen patentes con toda su fuerza.
Yo voy a cambiar
Soy pecador
El cambio conlleva toda una vida de lucha diaria que tendrá su fin. Pero,
mientras llega ese día, la lucha no va a cesar. Sin embargo, sucede que a
menudo perdemos la batalla ante el asedio de la tentación. Y aunque no sea
el pecado lo que ahora nos define, pese a todo, sigue presente en nuestra
existencia.
Se produce ahí una discrepancia que hay que analizar. El pecado nunca es
completamente inevitable, porque Jesús rompió su poder en la cruz (1 Juan
3:4-6). Pero sí que, en cambio, es inevitable que yo siga pecando en la vida
presente (1 Juan 1:9 - 2:2). No que yo esté forzado a cometer determinados
pecados, pero sí que continúo tomando decisiones que me llevan a pecar
porque mi naturaleza de deseo todavía no ha sido transformada por
completo. ‘Queda en el hombre regenerado el rescoldo vivo del mal, del que
siguen saltando chispas de atracción hacia el pecado.’ 111 Nuestros deseos no
están totalmente transformados porque no he sido capaz todavía de ver a
Dios tal como él realmente es: en su inconmensurable grandeza y en su
infinita bondad. Nuestra fe no es lo suficientemente fuerte como para ver
ahora lo que un día contemplaremos: la verdadera grandeza y bondad de
Dios. Cuando Dios se haga por fin manifiesto, le veremos tal como en verdad
es y seremos hechos semejantes a él (1 Juan 3:2).
Soy justo
Siempre habrá esperanza para un cambio. Esperanza que nada tiene que
ver con consejería, métodos o reglas. Es esperanza en un Salvador grande y
misericordioso que ha quebrantado el poder del pecado, poniendo en su
lugar un Espíritu dador de vida. Y estamos, por eso mismo, llamados a mirar
más allá de las mentiras del pecado para fijar la vista en la gloria de Dios. Él
es quien nos llama a creer por fe que Dios es más grande y mejor que
cualquier cosa que el pecado pueda ofrecernos. Y él es asimismo el que nos
insta a desistir arrepentidos de todos nuestros deseos idólatras, pudiendo
entonces encontrar y disfrutar un gozo genuino en Dios. Jesús murió en la
cruz como Salvador nuestro, siendo todavía nosotros ‘enemigos de Dios,
invitándonos a ‘acercarnos confiados al trono de la gracia, para alcanzar
misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro’ (Romanos 5:10;
Hebreos 4:16).
Para reflexionar
Proyecto de cambio
Puede que tengas que ser más realista respecto al pecado en tu corazón.
¿Te sientes frustrado por no haber conseguido cambiar del todo todavía?
Pon por escrito una verdad que necesites recordar y tener en cuenta al
plantearte una vida entera de constante cambio.
Notas
101 Ibid.
102 Adaptado de John Flavel, Keeping the Heart, Christian Heritage, 1999,
p.
105 J. I. Packer, A Passion for Holiness, Crossway Books, 1992, pp. 156, 221
106 Sinclair Ferguson, The Holy Spirit, Inter-Varsity Press, 1996, p. 149.
109 Hay varias versiones de esta misma historia. Véase R. Paul Stevens y
Michael Green, Living the Story, Eerdmans, 2003, p. 141, y Charles H.
Spurgeon, The Early Years, 1897; Banner of Truth, 1962, pp. 228-230.
111 Ibid
Anexo: Material adicional para profundizar
Resumen
Todos tenemos cosas que nos gustaría cambiar. Y Dios tiene también su
propia agenda de cambios para nuestras vidas. En el principio, fuimos
creados a imagen de Dios para reflejar su gloria, pero rechazamos a Dios y
esa imagen se rompió. Jesús vino al mundo para restablecer esa imagen en
perfecto reflejo de su gloria. Dios quiere que nosotros seamos como Jesús y
que reflejemos también esa gloria.
Reflexiones
A. El espíritu nos hace libres para poder ser como Jesús (2 Corintios 3:17-
18). ‘Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad,
bondad, fe, mansedumbre, templanza’ (Gálatas 5:22). Jesús fue ejemplo vivo
de la realidad de esos frutos del Espíritu. Señala ejemplos concretos de esos
frutos en su vida.
Día 1
Día 2
Día 3
Día 4
Día 5
Lee Lucas 5:27-32.
Día 6
Resumen
Hay tres posibles razones para querer cambiar: demostrarle a Dios algo
(para que nos bendiga o nos salve); demostrar lo que valemos de cara a los
demás (para ser aceptados, o para ocultar nuestro verdadero yo) y para
demostrarnos algo a nosotros mismos (y poder sentirnos bien). Ninguna de
estas razones da resultado en la práctica, porque seguimos siendo nosotros
el centro de ese proyecto de cambio, lo que supone “pecado.” La buena
noticia es que Dios nos justifica en la persona de Jesús y nosotros no
tenemos que demostrar nada. Dios nos da una nueva identidad, que va a ser
el motivo y la base del cambio. Ahora somos hijos del Padre, desposados con
el Hijo y morada del Espíritu Santo. Como creyentes, la razón del cambio es
poder disfrutar del gozo de haber sido liberados del pecado, para una
relación personal con Jesús.
Reflexiones
Somos salvos por la gracia de Dios más las buenas obras que
hagamos. Nos liberamos del pecado y empezamos una nueva vida con
la ayuda del Espíritu Santo que Dios nos da de vez en cuando a través
de Jesucristo Salvador nuestro. Así es cómo demostramos lo que
valemos, pudiendo por ello confiar en que tendremos vida eterna. Esta
es la pura verdad, y yo quiero resaltarla para que todo el mundo se
aplique a hacer buenas obras.
B. ‘No sé qué es lo que tú piensas, pero yo puedo decir que no oro sin
pecar, que no predico sin pecar, que no hago nada sin pecar. Todo mi
arrepentirme está necesitado de arrepentimiento, y las lágrimas que
derramo han de ser lavadas en la preciosa sangre de mi amado Redentor.
Los deberes mejor hechos no dejan de ser muestra de extraordinario
pecado. Para que pueda haber paz en tu corazón, primero tendrás que
aborrecer el pecado antiguo y el pecado nuevo, admitiendo la inutilidad de
tu justicia y la falta de valor de las obligaciones cumplidas. Tendrá que haber
pleno reconocimiento de la propia incapacidad. Ese será el último ídolo al
que renunciar. El orgullo de nuestro corazón no nos permite fácilmente
rendirnos a la justicia de Jesucristo. Pero si no nos damos cuenta de esa
deficiencia, nunca nos acercaríamos a Jesús. Son muchas las personas que
dicen: ‘Bueno, yo creo, que todo eso es cierto, pero hay una gran diferencia
entre lo que se dice y lo que se siente. ¿Has sentido tú alguna vez la
necesidad de un Redentor? ¿Has notado en algún momento que te falta
Jesús por la insuficiencia de tu propia rectitud? ¿Puedes ahora decir con
todo tu corazón: Señor, tienes derecho a condenarme por la insuficiencia de
mis buenos actos? Si no has sentido en momento alguno esa gran verdad,
podrás hablar de paz personal, pero no será verdadera.’ (George Whitefield
en ‘The Method of Grace’).
Día 1
Día 2
¿Cómo éramos antes de que Dios nos salvara? ¿Qué tenemos que hacer
para ser salvos? ¿Cómo encajan ahí las buenas obras?
Día 3
Día 4
Día 5
Día 6
Resumen
Tal vez hayas probado cambiar en el pasado y no haya salido bien. ¿Dónde
estuvo el fallo? Una posible razón es que solemos querer cambiar mediante
prácticas espirituales, determinados códigos de conducta y actividades
religiosas. Pero nada de todo eso nos lleva a ser como Jesús. Puede que lo
primero que tengamos que hacer sea arrepentirnos y renunciar a nuestro
orgullo y nuestra autosuficiencia. Para un cambio duradero, tiene que
operarse primero un cambio en el corazón de pecado. El cambio tiene
siempre su inicio en Dios. El Padre actúa en nuestras vidas para santificación.
El Hijo nos libera del poder de la culpa y del pecado, para poder vivir bajo la
gracia. El Espíritu nos da una nueva forma de ver el pecado y poder así
cambiar. El ADN de los nacidos de nuevo en Dios incluye lo necesario para el
cambio. La fe nos ayuda a cambiar.
Reflexiones
B.‘El creyente debería ser como un árbol frutal, ¡no un abeto de Navidad!
En el primer caso, el fruto es natural y genuino, mientras que, en el segundo,
las decoraciones son algo añadido y artificial. Dicho con otras palabras, la
santificación cristiana no es un añadido artificial, sino un proceso natural
que da su fruto en el poder del Espíritu Santo.’ (John Stott) 115
Día 2
Lee Romanos 5:1-5; Santiago 1:2-4 y 1 Pedro 1:6-9. ¿Cómo usa Dios el
sufrimiento para cambiarnos?
Día 3
Día 4
¿Cómo describe Jesús el papel de Dios Padre en nuestro cambio? ¿En qué
términos habla Jesús del papel que él tiene en ese cambio?
Día 5
Día 6
Resumen
Reflexión
Día 1
Día 2
Día 3
¿Qué supone saber que Dios Espíritu Santo está a nuestro lado en las
luchas?
Día 4
Día 5
Día 6
Resumen
Detrás de todo pecado y emoción negativa hay siempre una mentira. Pero
lo cierto es que ¡nadie está dispuesto a admitir que cree en mentiras! Cada
vez que no confiamos en Dios o en su palabra es porque creemos otra cosa
distinta = una mentira. La vida y la libertad se encuentran tan solo en Dios.
Nuestros problemas tienen su origen en los espacios en blanco que dejamos
entre lo que creemos en teoría y lo que creemos en la práctica. Por eso
necesitamos aprender a decirle a nuestro corazón la verdad de Dios. Hay, en
este sentido, cuatro verdades que pueden obrar un cambio en nuestra vida:
Dios es grande—no necesitamos tener el control. Dios es glorioso—no
tenemos por qué temer a nadie. Dios es bueno—no tenemos que buscar
ninguna otra cosa. Dios es pura gracia—no necesitamos demostrar nada.
Reflexiones
C. ‘Cuán dulce fue quedar libre, por fin, de todos esos gozos sin fruto que
tanto había yo temido perder... Tú me apartaste de ello. Tú, verdadero gozo
soberano. Fuiste en verdad tú el que me apartó de todo ello, viniendo a
ocupar su lugar. Tú, que eres más dulce que todo posible placer, no de carne
ni de sangre. Tú, que brillas con la luz más radiante, y aun así oculto en
mayor profundidad que todo posible secreto de nuestro corazón. Tú, que
sobrepasas toda honra y honor, aunque así no sea para el ojo humano, que
solo su propia honra busca... Oh, mi Dios y Señor, mi Luz, mi Tesoro y mi
Salvación.’ (San Agustín)118
ser un buen
cosas que son
marido/esposa, obedecer
Círculo de importantes para
padre/madre, amigo/
responsabilidades mí que puedo
amiga, y un buen a Dios
cambiar
miembro de la iglesia
el amor a nuestro
Círculo de cosas que son
marido/ esposa, la confiar
importantes para
intereses conversión de un
mí, pero que no en Dios
personales amigo/amiga, la
puedo cambiar
seguridad financiera
Piensa en tu vida. ¿Qué cosas figurarían en el círculo de intereses
personales? ¿Qué cosas pondrías en el círculo de responsabilidades? ¿Hay
algo en un círculo que no debería estar ahí? ¿Qué consecuencias está
teniendo?
Día 1
Día 2
Día 3
Día 4
Día 5
Día 6
¿Cómo el saber que Dios es pura gracia debería afectar a nuestra conducta
y sentimientos?
Resumen
Reflexión
Día 1
Día 2
Día 4
Día 5
Día 6
¿Cómo nos liberan del pecado Jesús y el Espíritu Santo? ¿Qué debemos
hacer nosotros para vivir libres del pecado?
Resumen
Reflexiones
B.
208
Día 2
¿Qué excusas pone Saúl? ¿Qué piensa Samuel sobre esas excusas?
Día 3
Día 4
Día 5
¿Qué actitud tiene el mundo en general ante el pecado? ¿Cuál debería ser
nuestra actitud?
Día 6
Resumen
Reflexiones
Día 1
Día 2
Día 3
¿Cuál debe ser nuestra actitud respecto al mundo que nos rodea?
Día 4
Lee Salmo 1.
¿En qué términos habla David de la palabra de Dios? ¿Cuáles dice que son
sus efectos? ¿Por qué cosas ora David? ¿Cómo va a evitar David el pecado?
Día 6
Resumen
Reflexión
Día 1
Día 2
Día 3
Día 4
Día 5
Día 6
Resumen
Reflexión
Día 1
Día 2
¿Qué nos dice Pedro que deberíamos hacer? ¿Cómo nos anima a poderlo
poner en práctica?
Día 3
¿De qué mentiras está hablando Juan ahí? ¿Qué verdades contrapone a
esas mentiras?
Día 4
Día 5
Lee Gálatas 5.
¿Te recuerda este pasaje algunas de las lecciones que hemos ido
aprendiendo en este libro?
Día 6
¿Te recuerda este pasaje algunas de las lecciones aprendidas leyendo este
libro?
Tú puedes cambiar
Proyecto de cambio
Notas
112 Horatius Bonar, God´s Way of Holiness, Evangelical Press, 1864, 1979,
p. 10
114 Tim Keller, 3The SufÞ ciency of Christ and the Gospel in a Post-
Modern Worlda.
116 Adaptado de John Flavel, Keeping the Heart, Christian Heritage, 1999,
pp. 7, 10
117 Adaptado de John Flavel, Keeping the Heart, Christian Heritage, 1999,
pp. 19-20.
118 Citado en John Piper, Cuando no deseo a Dios, Portavoz, 2006
119 Paul David Tripp, Instruments in the Redeemer´s Hands, P&R, 202, pp.
250-255.
121 Jerry Bridges, The Disciple of Grace, NavPress, 1994) pp. 22-23
122 Véase Santiago 4:7-10; Lucas 14:11; Marcos 8:34-38; Mateo 5:3-12; 1
Corintios 1:18-24.
Lecturas complementarias
Cristianos superocupados
Organiza tu vida, ¡No dejes que ella te organice a ti!
Tim Chester