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La reverencia de San

Jerónimo en las barricadas


de León

Imágenes religiosas en una barricada de la ciudad de León, a finales de junio de 2018. // Foto:
Archivo | Carlos Herrera

En la barricada de El Alacrán inclinaron su toro ante las cruces


azul y blanco levantadas en memoria de Alex Machado y Junior
Núñez

• Sylvia Ruth Torres | Especial para Confidencial



• @confidencial_ni

31 agosto, 2019

El pueblo indígena de Sutiaba venera a San Jerónimo, un ermitaño y traductor


de la Biblia, a quien la iglesia colonial vistió con un taparrabos e hizo acompañar
de un león. En sus celebraciones nunca faltan las danzas, los tambores, la
embriaguez, y el travestismo. Aquí en honor al Santo los hombres se visten de
mujeres. Es un carnaval. Una vez al año, en esta fiesta, simbólicamente mucho
cambia de lugar. Los hombres juegan, se maquillan como mujeres, enamoran a
otros hombres. Es la fiesta en donde las contenciones mestizas y puritanas dan
lugar a lo que se identifica como indígena, salvaje, guerrero, apegado a la
naturaleza.

El punto clave durante la celebración ocurre en septiembre, chavalos y unas


pocas chavalas arriban a la Catedral de León. Bailan desordenadamente, con
los brazos entrelazados. Eufóricos saltan, silban y gritan: ¡Hagan la rueeedaa! Y
en el hueco que dejan al apartarse, el maje que carga la armazón de ramas
forrada con tiras multicolores de plástico que simboliza al toro, lo levanta, astas
hacia el cielo mientras lo agita y el plástico se vuelve un remolino de
colores. Perengue pengue… Perengue pengue… perengue pengue… truenan
los tambores mientras ellos alzan y bajan al toro varias veces; lo sacuden,
irrumpen los chicheros y llegan el apogeo, la reverencia a San Jerónimo, patrón
del pueblo indígena de Sutiaba.
Festividades de San Jerónimo, en León. Fotos: Cortesía | Ana Salgado

El 28 de septiembre del año 2018, un grupo de chavalos hizo esta misma


reverencia en el lugar donde fue la barricada de El Alacrán, en la parte sur del
pueblo indígena de Sutiaba. Allí ellos inclinaron su toro ante las cruces azul y
blanco levantadas en memoria de Alex Enrique Sánchez y Junior Alexander
Núñez, asesinados a media cuadra de sus casas. En esa esquina donde las
huellas de la sangre permanecieron por una semana, un grupo pequeño
defendió la huida de más de cien jóvenes. A Junior lo “blanquearon”: se asomó y
el francotirador le acertó un solo disparo en la cabeza. Apenas tenía 22 años,
era el líder de un equipo de fútbol y sorteador del toro de Los Bachis.

Alex, con 24 años, fue identificado gracias a un video de Facebook seis horas
después de que los antimotines se lo llevaron vivo. Desde uno de los pisos
superiores del hospital escuela de León, alguien filmó y publicó las escenas que
mostraban un cuerpo tirado en la tina de una camioneta. Avisada, la familia lo
identificó y cuando llegaron al hospital y lo revisaron, estaba “sucio y revolcado”,
según dijeron y tenía muchísimos golpes; su cuerpo, sin camisa, sin celular, sin
mochila, y sin zapatos, tenía nueve tiros: tres en la cabeza, tres en el estómago,
y tres en los costados.

Altar en memoria de Alex Machado Vásquez, asesinado por paramilitares en Sutiaba. //


Foto: Cortesía | Radio Darío

Lo ejecutaron. Dice doña Luisa Sánchez, su mamá, que Alex era bien popular, él
“se llevaba bien” con todo mundo, y era bien bromista. También era jugador del
equipo de fútbol de la cuadra y sorteador de toros. Los dos muchachos eran
auto-convocados y estuvieron atrincherados en la barricada de El Alacrán.

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Entre el primero de junio y el cinco de julio, las barricadas fueron punto de


reunión de la comunidad. Eddy López, periodista leonés, reportó que en León
había cientos de barricadas. Los jóvenes de El Alacrán querían impedir la
entrada de camionetas Hilux, las mismas que habían visto en las redes sociales
y desde las cuales se ametrallaba a la población.
Barricadas en una calle de la ciudad de León, a finales de junio de 2018. // Foto:
Archivo | Carlos Herrera

Un vecino que tuvo que huir les dijo ¡hagamos barricadas! y todo mundo,
personas mayores, muchachas y muchachos se dieron a la tarea de levantar
adoquines. La llamada “Operación Limpieza” dejó por último a Sutiaba, a cuya
población se le atribuye un espíritu indomable, como a la de Monimbó. En esta
fatídica operación Alex y Junior fueron los únicos asesinados del grupo que
quedó defendiendo la barricada.

La barricada de Sutiaba

Mantener el punto, cuando el avance de la “Operación Limpieza” había destruido


los obstáculos erigidos en la parte oriental de la ciudad, también fue un asunto
de honor para los atrincherados. Ellos querían impedir que por sus calles
circulara la marcha orteguista hacia El Fortín, una vieja fortaleza situada al este
del barrio indígena, y que el frentismo celebra cada 7 de julio. ¡No pasaron!
En repuesta a la matanza de El Alacrán, un grupo de jóvenes destruye el puente
que conduce la Fortín. Un día después, los orteguistas tuvieron que evadir
Sutiaba; montaron una marcha, raquítica por cierto, y recorrieron angostos
caminos secundarios para llegar al Fortín. En la represión que sigue a la
destrucción del puente, asesinan a Dany López. Ese día él había escrito en su
Facebook:

Hay causas por las que merece la pena morir,


pero no por las que merece la pena matar

Danny López Morales, en una foto tomada de su perfil de Facebook. // Foto: Cortesía

Entre el 5 y 6 de julio, en Sutiaba también fueron asesinados Mario Antonio


Peralta y Wilder Jarquín, conocido como comandante Choreja, un joven rapero y
trabajador. Wilber, aunque de familia indígena, vivía en el barrio Guadalupe, y
cuando lo asesinaron cuidaba una de las barricadas de Sutiaba. Además se
reportaron 22 heridos y 14 detenidos, entre ellos un niño de 12 años y dos
periodistas.
Las divinidades

En Sutiaba se honra a la divinidad investida en la imagen de San Jerónimo, con


danzas, embriaguez y el ruido de tambores. Ancestralmente los seres humanos
se comunicaban con sus dioses y sus diosas a través de estos medios. En el
Pacífico de Nicaragua la población indígena veneraba a Tamagastad y su
esposa Cipaltomalt, pero en Sutiaba, donde aún hay quienes reclaman tener una
identidad no mestiza, se veneraba específicamente al dios Sol, mismo que hoy
comparte con las deidades católicas el templo San Juan Bautista; y con los
turistas el techo del restaurante El Sesteo.

Perengue pengue… Perengue pengue… perengue pengue… De la iglesia San


Juan Bautista parte cada 29 de septiembre por la tarde una procesión celebrada
como un carnaval para llevar el santo a Sutiaba y regresarlo a Catedral al día
siguiente.

Ambiente de la marcha nacional que concluyó en la Plaza de Sutiaba, de León, a


mediados de mayo de 2018. // Foto: Archivo | Carlos Herrera

El punto aquí es que las divinidades, todas ellas, ayudan en tiempos


incomprensibles. Como ese 5 de julio, cuando decenas de Hilux, palas
mecánicas, antimotines vestidos de negro, cascos y armas de guerra
irrumpieron en el vecindario asesinando muchachos, para desmontar la última
barricada de León y abrirse paso poder celebrar, el día 7 del mismo mes, un
hecho ocurrido 39 años atrás, cuando otros jóvenes indígenas fueron
asesinados. Dicen que algunos de los que jefearon los asesinatos en julio, o
delataron a los chavalos de El Alacrán, eran compañeros de armas de los otros
chavalos elevados cuatro décadas atrás a la cada vez más inútil categoría de
héroes y mártires.

Habría que examinar si esa costumbre de danza carnavalesca, profusión de


tambores y juegos pirotécnicos tan arraigada en Sutiaba, tanto que ni las iglesias
protestantes que han restado hegemonía al catolicismo han logrado acallar, está
anclada en una memoria larga que sobrevive a las expresiones modernas de
identidad impuestas por la cultura letrada, como dice la antropóloga boliviana
Silvia Cusicanqui. Los tambores transmiten una energía poderosa y meterse en
uno de esos bullicios donde todo mundo se hermana, es fuera de serie.

Explosión de un mortero, recurso de celebración y protesta, en la Plaza de Sutiaba, de


León, al final de una marcha contra la dictadura de Daniel Ortega, a mediados de mayo
de 2018. // Foto: Archivo | Carlos Herrera

Para celebrar a San Jerónimo, la gente de Sutiaba y de otros barrios de León


organiza más de 100 comparsas o “toros”, algunas como la de doña Anita
Maradiaga, ya fallecida, que tiene casi 60 años y cuenta con 50 sorteadores. Ella
heredó de su marido el mandato de no dejarse quitar el lugar al “pie del santo” y
sus herederos mantienen la tradición.

En el boletín, La voz de Adiact, el autor Mario Cruz cita al cronista español


Oviedo y señala que los naturales de Sutiaba danzaban portando un remedo de
fiero animal que consistía en un armazón de bejucos de forma cóncava con el
aspecto de un animal salvaje y forrado con el cuero del mismo animal. Alrededor
de esta figura danzaba un grupo de aborígenes portando máscaras de animales,
chischiles (sonajas) y tahonas (látigos de cuero) con las que hostigaban al
animal para enfurecerlo. Así se producía una danza de ataque y huida. Milagros
Palma, una antropóloga radicada en Francia, asegura que el tigre desapareció
como símbolo de poder y fue reemplazado por el toro.

De acuerdo con don Enrique Fonseca, destacado intelectual de Sutiaba ya


fallecido, los ritmos de los tamboreros eran sones de guerra de antes de la
conquista. Él dice que los indígenas se apropiaron de la imagen del toro, traído
al Nuevo Mundo por los españoles, como una expresión de protesta y denuncia
frente al yugo colonial. Y que durante la evangelización frailes misioneros
cambiaron el aspecto de “El Toro” forrándolo con cintas de colores en lugar piel
cruda, como parte del culto procesional a San Jerónimo. Este santo también se
venera en Monimbó, y en Bonanza hacia donde la población originaria de
Masaya llevo la tradición.
Una tiradora utilizada por manifestantes azul y blanco para defenderse de los ataques
paramilitares, sobre una barricada de adoquines, en León. // Foto: Archivo | Carlos
Herrera

El sacerdote Oscar Chavarría, en un artículo publicado en la prensa nacional en


enero del 2017, escribió: “Hay que tener presente que para muchas personas
alejadas de la práctica de la fe cristiana, la religiosidad popular es la única
experiencia religiosa que les resulta ‘próxima’, pues sabe conectar con las
personas cuando viven experiencias fuertes de dolor, duda, gozo, fracaso,
debilidad o gratitud.”

Para los chavalos de Sutiaba, celebrar San Jerónimo se convirtió en una forma
de procesar su duelo. En la cuadra de El Alacrán había unos 60 integrantes de
la comparsa El Bachi, quienes desde su niñez y por 18 años bailaron al santo.
Pero en 2018, el dueño de Los Bachi dijo que debido a la matanza del año
anterior no participarían en la procesión. A pocas cuadras de El Alacrán, la
comparsa de Los Güirilas sí celebraría La Velada, otra típica tradición indígena
que consiste en sacar al santo en una procesión que termina con una comilona.

Así fue que el 28 de julio salió la procesión; Los Bachis alistaron las camisas
negras, el típico uniforme de su toro, y se dispusieron a marchar en procesión.
Las mujeres los acompañaron formando una valla alrededor de ellos; había que
protegerlos en caso de que volvieran los hombres que habían asesinado a
Junior y Alexander.

No hubo ataque, los chavalos de El Alacrán al pasar por la esquina de la


barricada se percataron de que el toro iba a hacer la reverencia en las cruces de
sus compañeros, uno de ellos corrió veloz y dijo: “Brother, dame el toro, nos toca
a nosotros”. Y así se hizo la reverencia para Alex y Junior.

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