Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Nacionalidad Alemana
Período Romanticismo
Influido porDesplegar
Influyó aDesplegar
Firma
Contenido
[ocultar]
• 1 Biografía
• 2 Fausto
• 3 Obra
3.2.1 Morfología
• 4 Abreviatura
• 5 Abreviatura
• 6 Véase también
• 7 Referencias
• 8 Bibliografía
• 9 Enlaces externos
[editar] Biografía
Entre 1772 y 1775 escribió además los dramas Clavijo (1774) y Stella (1775).
Mientras, intentaba abrir con poca fortuna en Fráncfort un bufete de abogado,
y como además había roto su compromiso de matrimonio con Lili
Schömemann, no dudó en 1775 en aceptar la invitación a la Corte de Weimar
de Carlos-Augusto, heredero del ducado de Sajonia-Weimar, y marchó hacia
allá prácticamente huyendo de las dos cosas, de la abogacía y del compromiso
sentimental.
Leyendo el Werther, de Wilhelm Amberg, 1870.
Fue como la mecha que provocara el estallido que descubrió y sacó a plena luz
las más secretas condiciones de hombres dignos. (Poesía y verdad, lib. XV)
Dirigió el Teatro ducal entre 1791 y 1813 y con motivo de este cargo conoció
en 1794 al dramaturgo Friedrich von Schiller, con el que sostuvo una luenga
amistad y cierta correspondencia epistolar hasta la muerte de éste en 1805.
Schiller publicó las hasta entonces inéditas Elegías romanas de Goethe en su
periódico, Las Horas, en 1795. También imprimió la novela Los años de
aprendizaje de Wilhelm Meister (1796) y la novela en verso Hermann y
Dorothea (1798). Schiller incitó a Goethe a que prosiguiera en la gran obra de
su vida, el Fausto, poema que no paraba de corregir y ampliar y cuya primera
versión apareció en 1808. Desde dos años antes se hallaba ya casado con
Christiane Vulpius, quizá para acallar a quienes criticaban su estilo de vida. El
hecho más importante quizá de esta época de su vida es su entrevista en
Erfurt con Napoleón I en 1808, cuando el ejército francés ocupaba parte del
territorio prusiano en el marco de las guerras Napoleónicas.
De ese viaje por Italia son fruto también los Epigramas venecianos, entre los
cuales hay algunas meditaciones profundas sobre la contemporánea
Revolución francesa o el significado de la vida y de la cultura. La postura
política de Goethe es sin embargo conservadora: «prefiero la injusticia al
desorden», escribirá. Eso le supuso algunos recelos por parte de otros artistas
a los que no les importaba en lo más mínimo no acordarse con su contexto
social, como por ejemplo Beethoven. En las dos versiones de su complejo y
grandioso Fausto se encuentra el último mito que fue capaz de engendrar la
cultura europea, el de cómo la grandeza intelectual y la sed omnímoda de
saber pueden, sin embargo, engendrar la miseria moral y espiritual. Por otra
parte, en la lectura y estudio de Spinoza encuentra también un consuelo al
desequilibrio romántico que le embargaba, como cuenta en Poesía y verdad,
donde se extiende en comentar especialmente su frase de que «quien bien
ama a Dios, no debe exigir que Dios le ame a él».
• Complejo de Edipo positivo: odio o rivalidad hacia el progenitor del mismo sexo y
atracción sexual hacia el progenitor del sexo opuesto.
• Complejo de Edipo negativo: amor hacia el progenitor del mismo sexo, así como
rivalidad y rechazo hacia el progenitor del sexo opuesto.1
La teoría de Freud distingue en el desarrollo psicosexual de los niños tres etapas
principales: la oral, la anal y la fálica. El período de manifestación del complejo de Edipo
coincide con la llamada fase fálica (pregenital) del desarrollo de la libido, es decir
aproximadamente entre los 3 y los 6 años de edad y se acaba con la entrada en el período de
latencia. De acuerdo con la teoría freudiana, el complejo se revive en la pubertad y esta
reaparición declinaría a su vez con la elección de objeto, que abre paso a la sexualidad
adulta.
Contenido
[ocultar]
• 9 Enlaces externos
Por eso el complejo de Edipo es una idea tan central para el psicoanálisis como lo es la
universalidad de la prohibición del incesto y constituye un correlato del complejo de
castración.3
El concepto fue desarrollado por Sigmund Freud, quien se inspiró para su denominación en
el mito de Edipo de la mitología griega clásica, más precisamente, en la versión que entrega
Sófocles en la tragedia Edipo Rey: Edipo es el hijo de Layo y Yocasta. Layo, para evitar
que se cumpla el horrible destino que el oráculo le ha anunciado (que va a ser asesinado por
su propio hijo), entrega a Edipo recién nacido a un sirviente para que lo abandone en un
cerro de Citerón. Desobedeciendo al rey, el sirviente lo entrega a un pastor, quien lo acoje y
finalmente lo entrega al rey de Corinto, Pólibo y su esposa Mérope, quienes lo adoptan, le
dan un nombre (Edipo significa «pies hinchados») y lo crían cual si fuera su propio hijo.
Sin embargo el joven Edipo, al escuchar rumores acerca de que el rey y la reina no son sus
padres, consulta al oráculo de Delfos, quien le revela que su destino será dar muerte a su
propio padre y que se casará con su madre. En efecto, Edipo asesina a Layo y se casa con
Yocasta para más tarde descubrir la desastrosa verdad de que son sus padres. Cuando
Yocasta descubre que Edipo es su hijo se suicida. Edipo, incapaz de soportar el horror que
el parricidio y el incesto le provocan, se saca los ojos y en total humillación, abandona la
ciudad para vagar como un pordiosero por toda Grecia, atendido por su hija Antígona.
Tótem y tabú (1913). Freud argumenta aquí la universalidad del complejo de Edipo.
Se trata además de un fenómeno universal, que ocurre con independencia de factores como
la educación, la pertenencia étnica o la cultura. Freud desarrolla esta idea en su obra Tótem
y tabú7 sirviéndose de una metáfora, de una suerte de "mito científico" propio, para
argumentar la universalidad del complejo de Edipo. Freud plantea el escenario en que
podría haberse instaurado el tabú del incesto e inaugurado la cultura: En una época
indeterminada de las hordas primitivas, los hombres vivían en pequeñas agrupaciones
dominadas por un macho poderoso y tiránico (el padre) que tenía el privilegio de poseer a
las hembras. Un día los machos jóvenes de la horda primitiva deciden rebelarse contra el
padre, lo asesinan y se comen su cadáver. La cena totémica habría involucrado además una
dimensión simbólica muy importante: no sólo se habrían comido el cuerpo, sino que
principalmente también sus atributos espirituales, lo que da por resultado una identificación
con el padre. El arrepentimiento y los sentimientos de culpa que surgieron tras el asesinato
los llevaron a instaurar un nuevo orden social basado en la exogamia, es decir, en la
prohibición (o tabú) de poseer a las mujeres del clan, al tiempo que instauraron el
totemismo (tabuización de dar muerte al tótem (figura que sustituye simbólicamente al
padre). El padre asesinado, sin embargo, tiene más poder y autoridad que el padre vivo,
concluye Freud, puesto que la obediencia retroactiva que se le presta se basa en el
sentimiento de culpa. Las prohibicioes del totemismo (el incesto y matar al tótem)
representan los dos deseos inconscientes centrales del conflicto edípico. Concluye Freud en
esta obra que el complejo de Edipo es la condición central del totemismo, por lo tanto,
universal y fundante de la cultura en cualquier sociedad de seres humanos.
El interés del niño por los genitales desaparece durante el período de latencia y reaparece
con la pubertad. Cuando ve la falta en una niña, advierte la posibilidad de la castración pero
la amenaza adquiere su efecto con posterioridad (nachträglich, en el original en alemán).
Salida del complejo de Edipo en la niña: Recibir de regalo un hijo del padre. (Foto:Ross
Gorman e hija, aprox. 1920).
La niña percibe inicialmente que su clítoris es un pene pequeño que ya crecerá pero, al
advertir que las mujeres adultas no poseen pene, intuye que ha sido castrada. El Superyó se
instituye como resultado de la educación y el amedrentamiento externo. La niña se acerca
al padre en busca de lo que la madre no tiene. Simbólicamente el falo pasa del pene al hijo,
su complejo culmina en el deseo del recibir de regalo un hijo de su padre, el cual
permanece en lo inconsciente como el del pene y constituye la base para su futura función
sexual.
El primer desarrollo ulterior divergente de la teoría original de Freud es el de Carl Jung con
la introducción en 1913 del complejo de Electra en Ensayo de exposición de la teoría
psicoanalítica. En este período Jung critica a Freud por centrar demasiado los
descubrimientos del complejo de Edipo en las experiencias de su propia persona y aboga
además por la desexualización de la teoría. Es en este contexto que se produce la ruptura
definitiva.
Jacques Lacan hace una lectura diferente del concepto freudiano y lo reconstruye en varios
aspectos esenciales. Lacan destaca que Freud se basó en un mito, es decir no en un hecho,
sino en una ficción, en algo que ocurre no en la esfera de lo real, sino en el ámbito de lo
simbólico, es decir, en algo que sucede en el lenguaje. Para Lacan el padre que juega un
papel en el complejo de Edipo no es un padre real sino que es una función: la función
paterna, un lugar en la estructura que puede ser ocupado por otros representantes, no
necesariamente el padre real. Lo que resulta relevante para Lacan es la ficción de una
instancia que representa la ley (es decir la prohibición del incesto). Lacan denomina a esta
instancia el Gran Otro y puede estar asumida por diversas figuras de la autoridad (jueces,
policías, maestros, profesores, clérigos, etc.). Es el momento de la subordinación del niño a
esta instancia lo que permite su entrada en el orden de lo simbólico, es decir del lenguaje,
del discurso del mundo social y de sus normas. Para Lacan la salida del complejo de Edipo
es entonces la renuncia a la madre y el comienzo de los intentos de llenar ese lugar
estructural de la falta con otros «objeto causa del deseo» (también denominado «pequeño
otro» u «objeto a»).
Melanie Klein recoge algunos aspectos de la descripción freudiana del concepto, pero sitúa
el Edipo en el primer año de vida del niño, postulando además que la fase tiene un trascurso
similar en ambos sexos. Para Melanie Klein, la relación con el pecho materno sería el factor
fundamental que rige todo el desarrollo psicosexual del niño. Son las relaciones de
satisfacción y frustración experimentadas con este primer objeto las que permiten orientar
el deseo hacia nuevos objetos, en su teoría, primeramente hacia el pene del padre. Pero la
frustración inevitable que representa este objeto haría que el lactante regresara al objeto
primario. De este modo, el pecho y el pene constituyen los primeros objetos de deseo oral
del lactante. Los seres humanos contarían, de acuerdo con su teoría, con un saber congénito
acerca de la existencia del pene y la vagina. El Edipo se configura porque el lactante desea
una satisfacción constante, por lo que al no obtenerla, aparecería la frustración y la
agresión. Ocurriría entonces una idealización del pecho bueno (la madre buena) y una
dirección de la agresión hacia el pecho malo, que se transformará en el prototipo de todas
las relaciones objetales frustrantes posteriores.
La teoría ha sido también muy fuertemente criticada al interior del psicoanálisis. Por
ejemplo, en la interpretación que Erich Fromm hace del complejo de Edipo freudiano, el
Edipo no se trataría en primera línea de un conflicto desencadenado por deseos incestuosos.
Si bien Fromm reconoce que la estructura descubierta por Freud es contrastable con
fenómenos que ocurren en la realidad del desarrollo infantil, eso no tendría necesariamente
que ver con la sexualidad. El centro y origen del odio y rivalidad con el padre estarían
determinados, según este autor, por la rebelión contra la autoridad paterna y las estructuras
sociales patriarcales que representa.
Asimismo, la psicoanalista alemana Karen Horney hace una crítica profunda a las ideas que
sostienen el concepto freudiano, planteando que la envidia del pene constituye una ofensa a
las mujeres.9
La universalidad cultural del complejo de Edipo también ha recibido objeciones desde otras
disciplinas y por investigadores ajenos al psicoanálisis. Es así como Bronislaw Malinowski,
antropólogo británico de origen polaco y fundador de la antropología funcionalista, intentó
refutar la pretendida universalidad con datos empíricos. Mostró, por ejemplo, como entre
los habitantes de las Islas Trobriand en Papúa Nueva Guinea un niño era una criatura de su
madre y del espíritu de sus ancestros, quedando vacío el lugar del padre. El tabú del incesto
estaba allí referido a la hermana y no a la madre. En respuesta a esta crítica desde la
antropología, Ernest Jones defendió en su momento de manera ortodoxa la validez
universal del complejo de Edipo aduciendo que en el sistema matriarcal de los
trobriandeses lo que existía era una negación del rol del padre en la reproducción y un
desplazamiento hacia la figura del tío.10 Hasta hoy la discusión continúa y el problema no
ha podido ser zanjado de manera definitiva, ni por parte del psicoanálisis, ni por parte de la
antropología.
Complejo de Electra
De Wikipedia, la enciclopedia libre
Saltar a navegación, búsqueda
Complejo de Electra es el término propuesto por Carl Gustav Jung en 1912 para designar
la contrapartida femenina del complejo de Edipo.1 Consiste en una atracción afectiva de la
niña en la figura del padre. El complejo de Electra es un concepto psicológico que procura
explicar la maduración de la mujer.
Según Jung, el Complejo de Electra es algo muy común a todas las niñas en algún
momento de la infancia aunque, en algunas ocasiones, va más allá. La fijación afectiva o
enamoramiento hacia el padre puede generar una situación de rivalidad con la madre. Se
supone que es una dinámica normal en el desarrollo de las pequeñas, que puede observarse
a partir de los 3 años y que en un plazo de dos años suele resolverse de forma natural.
Al contrario que en los niños, esta circunstancia es menos clara y pasa más inadvertida
puesto que las niñas tienen un vínculo muy estrecho con las madres, lo que les dificulta
mantener la competitividad con esta.
Contenido
[ocultar]
• 5 Bibliografía
No obstante, actualmente apenas se ven casos así en la clínica. Se producían muchos más
en los siglos XIX y XX, debido a la represión sexual, lo cual hace sospechar que hay un
factor cultural importante.
Marxismo
De Wikipedia, la enciclopedia libre
Saltar a navegación, búsqueda
El marxismo es el conjunto de doctrinas políticas y filosóficas derivadas de la obra de Karl
Marx, filósofo y periodista revolucionario alemán, quien contribuyó en campos como la
sociología, la economía y la historia, y de su amigo Friedrich Engels, quien le ayudó en
muchas de sus teorías.
Para distinguir la doctrina inicial de las corrientes derivadas, al marxismo propuesto por
Marx y Engels se ha denominado históricamente como socialismo científico.
Contenido
[ocultar]
• 12 Enlaces externos
Marx tuvo dos grandes influencias filosóficas: la de Feuerbach, que le aportó y afirmó su
visión materialista de la historia, e indudablemente la de Hegel que inspiró a Marx acerca
de la aplicación de la dialéctica al materialismo. Aunque para su trabajo de disertación
doctoral eligió la comparación de dos grandes filósofos materialistas de la antigua Grecia,
Demócrito y Epicuro, Marx ya había hecho suyo el método hegeliano, su dialéctica. Ya en
1842 había elaborado su Crítica de la filosofía del derecho de Hegel desde un punto de
vista materialista. Pero a principios de la década del 40, otra gran influencia filosófica hizo
efecto en Marx: Feuerbach. Especialmente con su obra La esencia del cristianismo. Tanto
Marx como Engels abrazaron la crítica materialista de Feuerbach al sistema hegeliano,
aunque con algunas reservas. Según Marx, el materialismo feuerbachiano era inconsecuente
en algunos aspectos, idealista. Fue en las Tesis sobre Feuerbach (Marx, 1845) y La
ideología alemana (Marx y Engels, 1846) donde Marx y Engels ajustan sus cuentas con sus
influencias filosóficas y establecen las premisas para la concepción materialista de la
historia.
Además de las raíces mencionadas, algunos pensadores marxistas del siglo XX, como
Louis Althusser o Miguel Abensour, han señalado en la obra de Marx, el desarrollo de
temas presentes en la obra de Maquiavelo o Spinoza. También diversos sociólogos y
filósofos, como Raymond Aron y Michel Foucault, han rastreado en la visión marxista del
final del feudalismo como comienzo del absolutismo y la separación del Estado y la
sociedad civil, la influencia de Montesquieu y Tocqueville, en particular en sus obras sobre
el bonapartismo y la lucha de clases en Francia.
Karl Marx.
El primer trabajo emprendido para resolver las dudas que me azotaban, fue una revisión crítica de la
filosofía hegeliana del derecho, trabajo cuya introducción apareció en 1844 en los “Anales
francoalemanes”, que se publicaban en París. Mi investigación me llevó a la conclusión de que,
tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado no pueden comprenderse por sí mismas ni
por la llamada evolución general del espíritu humano, sino que, por el contrario, radican en las
condiciones materiales de vida cuyo conjunto resume Hegel siguiendo el precedente de los ingleses
y franceses del siglo XVIII, bajo el nombre de “sociedad civil”, y que la anatomía de la sociedad
civil hay que buscarla en la economía política.
En Bruselas a donde me trasladé a consecuencia de una orden de destierro dictada por el señor
Guizot proseguí mis estudios de economía política comenzados en París. El resultado general al que
llegué y que una vez obtenido sirvió de hilo conductor a mis estudios puede resumirse así: en la
producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e
independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada
de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción
forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la
superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia
social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y
espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el
contrario, el ser social es lo que determina su conciencia.
Al llegar a una fase determinada de desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad
entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la
expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto
hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en
trabas suyas, y se abre así una época de revolución social.
Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que
caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de producción antes de
que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado dentro de la propia sociedad
antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar,
porque, mirando mejor, se encontrará siempre que estos objetivos sólo surgen cuando ya se dan o,
por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización. A grandes rasgos,
podemos designar como otras tantas épocas de progreso en la formación económica de la sociedad
el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués.
Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social de
producción; antagónica, no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un antagonismo que
proviene de las condiciones sociales de vida de los individuos. Pero las fuerzas productivas que se
desarrollan en la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la
solución de este antagonismo. Con esta formación social se cierra, por lo tanto, la prehistoria de la
sociedad humana.
La economía marxista
En su labor política y periodística Marx y Engels comprendieron que el estudio de la
economía era vital para conocer a fondo el devenir social. Fue Marx quien se dedicó
principalmente al estudio de la economía política una vez que se mudó a Londres. Marx se
basó en los economistas más conocidos de su época, los británicos, para recuperar de ellos
lo que servía para explicar la realidad económica y para superar críticamente sus errores.
Vale aclarar que la economía política de entonces trataba las relaciones sociales y las
relaciones económicas considerándolas entrelazadas. En el siglo XX esta disciplina se
dividió en dos.
Marx siguió principalmente a Adam Smith y a David Ricardo al afirmar que el origen de la
riqueza era el trabajo y el origen de la ganancia capitalista era el plustrabajo no retribuido a
los trabajadores en sus salarios. Aunque ya había escrito algunos textos sobre economía
política ( Trabajo asalariado y capital1 de 1849, Contribución a la Crítica de la Economía
Política1 de 1859, Salario, precio y ganancia1 de 1865) su obra cumbre al respecto es El
Capital.
El capital ocupa tres volúmenes, de los cuales sólo el primero (cuya primera edición es de
1867) estaba terminado a la muerte de Marx. En este primer volumen, y particularmente en
su primer capítulo (Transformación de la mercancía en dinero), se encuentra el núcleo del
análisis marxista del modo de producción capitalista. Marx empieza desde la "célula" de la
economía moderna, la mercancía. Empieza por describirla como unidad dialéctica de valor
de uso y valor de cambio. A partir del análisis del valor de cambio, Marx expone su teoría
del valor, donde encontramos que el valor de las mercancías depende del tiempo de trabajo
socialmente necesario para producirlas. El valor de cambio, esto es, la proporción en que
una mercancía se intercambia con otra, no es más que la forma en que aparece el valor de
las mercancías, el tiempo de trabajo humano abstracto que tienen en común. Luego Marx
nos va guiando a través de las distintas formas de valor, desde el trueque directo y
ocasional hasta el comercio frecuente de mercancías y la determinación de una mercancía
como equivalente de todas las demás (dinero).
Así como un biólogo utiliza el microscopio para analizar un organismo, Marx utiliza la
abstracción para llegar a la esencia de los fenómenos y hallar las leyes fundamentales de su
movimiento. Luego desanda ese camino, incorporando paulatinamente nuevo estrato sobre
nuevo estrato de determinación concreta y proyectando los efectos de dicho estrato en un
intento por llegar, finalmente, a una explicación integral de las relaciones concretas de la
sociedad capitalista cotidiana. En el estilo y la redacción tiene un peso extraordinario la
herencia de Hegel.
La crítica de Marx a Smith, Ricardo y el resto de los economistas burgueses residen en que
su análisis económico es ahistórico (y por lo tanto, necesariamente idealista), puesto que
toman a la mercancía, el dinero, el comercio y el capital como propiedades naturales
innatas de la sociedad humana, y no como relaciones sociales productos de un devenir
histórico y, por lo tanto, transitorias. Junto con la teoría del valor, la ley general de la
acumulación capitalista, y la ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia, son otros
elementos importantes de la economía marxista.
Análisis de clases
Los marxistas consideran que la sociedad capitalista se divide en clases sociales, de las que
toman en consideración principalmente dos:
• La clase trabajadora o proletariado: Marx definió a esta clase como
«los individuos que venden su mano de obra y no poseen los medios de
producción», a quienes consideraba responsables de crear la riqueza de una
sociedad (edificios, puentes y mobiliario, por ejemplo, son construidos
físicamente por miembros de esta clase; también los servicios son prestados
por asalariados). El proletariado puede dividirse, a su vez, en proletariado
ordinario y lumpenproletariado, los que viven en pobreza extrema y no
pueden hallar trabajo lícito con regularidad. Éstos pueden ser prostitutas,
mendigos o indigentes.
• La burguesía: quienes «poseen los medios de producción» y emplean
al proletariado. La burguesía puede dividirse, a su vez, en la burguesía muy
rica y la pequeña burguesía: quienes emplean la mano de obra, pero que
también trabajan. Éstos pueden ser pequeños propietarios, campesinos
terratenientes o comerciantes.
Para el marxismo, el comunismo sería una forma social en la que la división en clases
habría terminado, la estructura económica sería producto de «la asociación de los
productores libres», y la producción y distribución de los bienes se efectuaría según el
criterio «de cada cual de acuerdo a su capacidad; para cada cual según sus necesidades».
El marxismo y la religión
El marxismo ha sido tradicionalmente opuesto a todas las religiones. Marx escribió al
respecto que "el fundamento de la crítica irreligiosa es: el ser humano hace la religión; la
religión no hace al hombre" y la frase cuyo final se haría célebre:
La miseria religiosa es, por una parte, la expresión de la miseria real y, por la otra, la protesta contra
la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin
corazón, así como es el espíritu de una situación carente de espíritu. Es el opio del pueblo.2
La referencia al opio ha prestado a una interpretación vulgar ya que éste no es -como suele
suponerse- un estupefaciente ni tampoco un alucinógeno, sino un narcótico analgésico. Este
equívoco del lector contemporáneo ha derivado en una confusión frecuente respecto de la
sentencia marxista. La cita completa revela el por qué de la referencia a un opiáceo: jamás
pretende que la religión se considere una forma de degradación intelectual ni tampoco una
mera ilusión generada por las clases dominantes (interpretación no marxista que suprimiría
la idea que éste tenía de la ideología, esto es, la ilusión de universalidad dentro de cada
clase), sino que la religión sea, por el contrario, el anestésico necesario de la sociedad
entera frente a la alienación social y de las clases oprimidas frente a sus condiciones
materiales de existencia.
En cualquier caso, ha habido diversos teóricos que consideran que ser marxista y religioso
es compatible. Dentro de ellos se puede señalar al irlandés James Connolly y a diversos
autores dentro de la teología de la liberación como Camilo Torres y Leonardo Boff. Pero la
crítica teórica hacia cualquier religión se basa en que ésta es concebida como el resultado
de la producción de la superestructura de la sociedad, es decir, de la fabricación de ideas
ideológicas que se hace una sociedad sobre sus propios modos de producción económicos.
Así, la religión siempre es una concepción de ideas políticas que tienden a reafirmar la
estructura económica existente. Los textos marxistas donde se puede encontrar información
sobre la concepción marxista de la religión son: La ideología alemana de Marx y Engels, y
La filosofía como arma de la revolución de Louis Althusser. Marx describe a la religión
como un ente alienador, el cual le pone como meta alcanzar a Dios, situación imposible
para un humano pues Dios es la esencia humana deificada, es decir: la humanidad le ha
dado sus mejores características a Dios. La religión haría conformista al hombre y lo
obligaría a no luchar en este mundo, pues este es solo un preludio del verdadero. La síntesis
cristiano-marxista de los teólogos de la liberación replica que el marxismo no implica este
aserto y que, de ser así, también las clases dominantes impregnadas de espíritu religioso
serían conformistas respecto de su existencia material e incluso serían pasivas frente a un
conflicto con otras clases sociales. Para estos, en cambio, la religión -y en particular la
cristiana- siempre exige una lucha en este mundo en función de una comunidad religiosa:
sea con o sin clases dependiendo de cómo se la entienda políticamente. Debe recordarse
que para el catolicismo la resurrección es el regreso al edén en la tierra y que, aunque
dependa de Dios, ningún esfuerzo individual tendría sentido si estuviera coronado por una
muerte sin retorno (incluso si la realización plena de la humanidad pudiera hacerse sólo
socialmente y no biológicamente como en la resurrección cristiana), ya que la salvación de
cada hombre de acuerdo a su esfuerzo dentro del alienado mundo presente sólo puede ser
asegurado con la eternidad y la participación en el mundo venidero. Esto es igualmente
cierto tanto para el ideario de autorrealización personal de la derecha cristiana (calvinista o
al menos reconciliada con la burguesía), como para la lucha de clases de la izquierda
cristiana (marxista o no), como para las originarias posiciones ascéticas y apolíticas del
cristianismo primitivo. Estas últimas en particular dieron forma estamental a la dicotomía
interna entre la vida económica y la religiosa del occidente medieval extramundano y a su
peculiaridad histórica de fusión entre "sociedad civil" y "sociedad política" descrita con
atención por Marx en su obra Sobre la cuestión judía, cuya visión llegaría, junto con la
opuesta de Nietzsche, a Max Weber, y que entroncaría en el debate marxista-weberiano
sobre la influencia económica de la religión.
Tras morir Lenin, Iósif Stalin se había hecho con una gran concentración de poder en sus
manos en el seno del Partido Comunista y del Estado soviético, el cual fue fortaleciendo en
detrimento de los propios soviets (ya de por sí debilitados durante el hambre, la bancarrota
económica y las masacres ocasionadas por la Guerra Civil Rusa). Hasta su muerte,
numerosas purgas se vivieron en la URSS, bajo consignas tales como la "lucha contra el
trotskismo", "los sabotajes", o "los agentes del fascismo", en las que se logró inhabilitar a
los principales elementos críticos del PCUS y la sociedad soviética, muchos de ellos
comunistas, testigos directos de la Revolución y opositores en mayor o menor medida a la
deriva burocrática y la concentración de poderes que se estaba generando en seno de la
URSS, encarnada en una casta de funcionarios y burócratas del partido, cuya divergencia
de intereses respecto a la clase trabajadora y el peligro que entrañaban para la revolución
obrera comienzan a manifestarse desde la primera mitad de los años 20, aún en vida del
propio Lenin. Dichas purgas sólo logran fortalecer el poder de la nueva dirección del
PCUS, encabezada ahora por Stalin, y pronto se extenderán a las secciones nacionales del
Komintern, que, a nivel internacional, comienza a ser dirigido desde el comisariado de
asuntos exteriores en Moscú.
Al final de la II Guerra Mundial se produjo una expansión, por la vía militar, del poder
político de la URSS, que se consolidó mediante el establecimiento de los llamados Estados
satélites o del Pacto de Varsovia, en los países del Este que quedaron bajo su zona de
influencia tras los acuerdos de Yalta y de Postdam. Estos Estados reprodujeron estructuras
políticas y sociales y tipos de economía y de gobierno muy similares a los de la Unión
Soviética. Fueron gobernados mediante la formación de Partidos Comunistas, encuadrados
en la Komintern, y adscritos a las fórmulas del marxismo-leninismo oficial. Algunos de los
partidos adscritos a la Internacional Comunista que llegaron a formarse por sí mismos,
lograron a la postre tomar el poder a través de insurrecciones guerrilleras y, en algunos
casos, con bastante apoyo popular, y establecer un estado que seguía el modelo marxista-
leninista oficial. Estas naciones comprendían a la República Popular China, Vietnam, Corea
del Norte, Yugoslavia, Albania, Etiopía, Yemen del Sur, Angola, y otros. Después de la
invasión militar por parte de Vietnam de Kampuchea Democratica, gobernada por el Jemer
Rojo, un gobierno de estructura similar a aquél será establecido en Camboya.
En Chile, el gobierno de la Unidad Popular, encabezado por Salvador Allende, que duró
desde 1970 hasta el golpe de estado de 1973, tenía una fuerte inspiración marxista. Si bien
cambió radicalmente la formas de lucha conocidas al concretar un gobierno por la vía
electoral, la revolución a la chilena buscaba la transformación de la sociedad hacia el
socialismo. Al mismo tiempo, la coalición que llevó a Allende al gobierno estaba
construida por la unión del Partido Comunista y el Partido Socialista, ambos declarados
marxistas-leninistas en ese tiempo.
Críticas al marxismo
Artículo principal: Críticas al marxismo
La crítica liberal
Los miembros de la escuela austríaca fueron los primeros economistas liberales en criticar
sistemáticamente la escuela marxista, ya que trataban en forma casi opuesta cuestiones
como el dinero, el capital, los ciclos económicos y los procesos económicos. Entre estos se
cuenta principalmente a Eugen von Böhm-Bawerk quién se dedicó a refutar la teoría del
valor marxista, tanto desde la Escuela Austríaca (La teoría de la explotación) como desde
dentro de la propia teoría marxista (La conclusión del sistema marxiano). Rudolf Hilferding
hizo una contrarréplica que salteó ciertas cuestiones puntuales para rescatar la validez
holística del marxismo como crítica a la "teoría económica burguesa". El debate que
sucedió a este fue entre Ludwig von Mises (discípulo de Böhm-Bawerk) y el economista
marxista polaco Oskar Lange. Mises impactó profundamente en los planificadores
soviéticos preocupados por la poca consecución de sus objetivos, con una observación
empírico-deductiva sobre las razones del creciente fracaso de los proyectos económicos del
socialismo, su inminente colapso o dependencia de países extranjeros capitalistas. Esta
primer exposición sobre la necesidad de precios para los factores de producción se volvería
una obra completa titulada El socialismo. Más tarde Mises se extendió más allá de la
imposibilidad del cálculo económico en el socialismo (problema observado con especial
atención por su colega Max Weber en Economía y sociedad), alcanzando su crítica a la
misma metodología marxista de interpretación histórica con su análisis del polilogismo
clasista en Teoría e historia, que había sido la base de la crítica de Hilferding. Oskar Lange
propugnó una economía socialista con un mercado estatal en la que los precios fuesen
determinados según un método de ensayo y error, hasta hallar un precio adecuado. El
debate entre ambos economistas continuó durante varios años, hasta que Oskar Lange
afirmó que von Mises tenía parcialmente razón, asimilando el aporte de von Mises al
análisis de la acción humana: la praxeología, pero sin explicar con ella toda la teoría
económica. La respuesta austríaca a los argumentos de Oskar Lange se vio completada con
el análisis no-praxeológico y evolucionista de Friedrich Hayek, cuyos escritos al respecto
fueron compilados en el libro Individualismo y orden económico. Un amigo de Hayek, el
epistemólogo Karl Popper, realizaría paralelamente una crítica muy conocida a la filosofía
social del marxismo, en un aspecto nuclear de dicha doctrina: el historicismo. Economistas
austríacos como Joseph Schumpeter han revisado los orígenes del capitalismo y han
rechazado la noción marxista de acumulación originaria como una contradicción
autorreferente que requiere capital inicial para la actividad de una supuesta burguesía
violenta originaria. En El capitalismo y los historiadores, Hayek junto a T.S. Ashton, Louis
Hacker y otros historiadores del progreso tecnológico, proponen una relectura no-marxista
de la historia del desarrollo del capitalismo, en particular la Revolución industrial.
Desde premisas económicas no tan dispares a las marxistas, el ala más liberal de las
escuelas económicas clásicas así como del mainstream neoclásico, ha entrado en conflicto
con interpretaciones teóricas e históricas de los seguidores de Marx. Entre estos cabe
mencionar a Gary Becker para la comprensión de la historia desde la sociología económica
y James Buchanan con una visión maquiavelista de la filosofía política desde la teoría de la
elección racional. Thomas Sowell desde la economía y Robert Nozick desde la filosofía (en
Anarquía, Estado y utopía) han reabierto el debate sobre las contradicciones gnoseológicas
en el análisis económico marxista. El institucionalista Douglass North en su estudio clásico
El nacimiento del mundo occidental: una nueva historia económica ha ofrecido una
revisión de la historia del capitalismo que ha sido tenido muy en cuenta entre los
historiadores marxistas.
Otra confrontación se encontraba en el papel que tenían lucha económica y la lucha política
en la emancipación de la clase obrera. Para los marxistas, como el objetivo de la lucha
proletaria era la conquista del poder político, la lucha política ocupaba un lugar central.
Para los anarquistas, la única lucha política válida era la lucha por la destrucción
revolucionaria del Estado, que esperaban surgiera espontáneamente de la lucha económica.
La socialdemocracia, heredera del marxismo, se inclinó hacia el parlamentarismo y la
actividad legal; mientras que el anarquismo se inclinó hacia los ataques a las instituciones y
agentes estatales (propaganda por el hecho) y a la organización obrera apolítica
(anarcosindicalismo).
La confrontación entre marxistas y anarquistas continuó luego bajo otro cariz a partir de la
revolución rusa. El bolchevismo ruso, encabezado por Lenin, dio nueva vida a la teoría del
Estado revolucionario. En su obra El Estado y la Revolución, Lenin explica que el estado
burgués debe ser destruido para luego instaurar un Estado revolucionario y que sería este
estado quien se extinguiría conforme desaparezcan las contradicciones de clase. Los
anarquistas, ante las consecuencias de la dictadura bolchevique, continuaron reivindicando,
con nuevo brío, la teoría bakuninista de la destrucción inmediata del Estado como objetivo
de la revolución social.
Actualmente, la controversia entre anarquistas colectivistas y marxistas pasa más por las
formas de organización y métodos de lucha revolucionarias anticapitalistas. Mientras los
herederos del marxismo (partidos leninistas de distinto cuño) continúan reivindicando las
prácticas político-partidarias con sus métodos centralistas, los herederos del anarquismo
colectivista reivindican la organización asamblearia, la federación y la democracia directa.
Reforma política en México de 1977
De Wikipedia, la enciclopedia libre
Saltar a navegación, búsqueda
La Reforma Política de 1977 implicó una importante serie de cambios legales promovidos
en México por el destacado político, intelectual e historiador Jesús Reyes Heroles desde su
cargo de secretario de Gobernación en el sexenio del presidente José López Portillo, a
través de los cuales comenzó el proceso de transición democrática en el país de un esquema
de partido hegemónico a un modelo de efectivo pluripartidismo, mismo que se prolongaría
por más de dos décadas, junto a sucesivas modificaciones en la normatividad e instituciones
electorales, hasta alcanzarse la conformación de una mayoría opositora en la LVII
Legislatura de la Cámara de Diputados en 1997 y la alternancia en la presidencia de la
República el 2 de julio de 2000.
Contenido
[ocultar]
• 1 Antecedentes
• 2 Proceso y contenido
• 3 Los primeros resultados
• 4 Enlaces externos
[editar] Antecedentes
Después de que López Portillo contendiera en 1976 como candidato por el Partido
Revolucionario Institucional (que entonces dominaba la vida política mexicana sin
contrapesos y era apuntalado por partidos paraestatales como el Popular Socialista y el
Auténtico de la Revolución Mexicana, los que siempre elegían como su abanderado al del
priísimo), sin nadie contra quien competir, pues el Partido Acción Nacional, único
realmente opositor al PRI, no postuló a ninguno de sus militantes en aquella justa al
generarse fuertes disputas internas, y Valentín Campa, mítico líder sindical y personaje del
proscrito Partido Comunista Mexicano, fue lanzado como aspirante sin registro, obteniendo
casi un millón de votos que debieron ser anulados, se creó un problema de legitimidad que,
como nunca, evidenció una crisis de representatividad que puso en tela de juicio el modelo
democrático contemplado en la Constitución y en el discurso oficial.
En este contexto Reyes Heroles, funcionario y jurista respetado, atípico dentro de la clase
gobernante en su carácter de culto historiador del Liberalismo en México e ideólogo del
Estado, ocupa la cartera de Gobernación con el propósito de hacer ajustes que respondiesen
a la encrucijada en que se hallaba inmerso el régimen. Como primer paso, el 1 de abril de
1977 en Chilpancingo, Guerrero, externa la decisión de promover cambios sustantivos en el
esquema electoral para abrir espacios y hacer frente a la inminente realidad política. La
selección de esta ciudad para el anuncio no fue casual: era la capital de la entidad donde
habían surgido el mayor número de movimientos campesinos y armados contrarios al
gobierno, como los de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas. Lanzado aquel compromiso, son
convocados al debate la oposición en pleno y el mundo académico e intelectual para
consensuar la reforma, que se expresó en modificaciones constitucionales y en la
aprobación, en diciembre de aquel año, de la Ley Federal de Organizaciones Políticas y
Procedimientos Electorales (LOPPE), misma que ordenaba la estructura de un colegio
electoral; otorgaba el registro a más de una organización que permanecía en la
clandestinidad (como el mencionado Partido Comunista); permitía las coaliciones; abría
tiempos oficiales en radio y televisión para la promoción de las distintas fuerzas políticas;
contenía la nueva fórmula de la representación proporcional (consistente en la repartición
de cien escaños entre los partidos según el porcentaje nacional de sufragios que obtuviesen
en ese rubro de votación, independientemente de los distritos electorales ganados o
perdidos, garantizando de ese modo la presencia parlamentaria de todas las siglas y
corrientes); y aumentaba de 186 a 400 el número de diputados que integrasen la Cámara
Baja, lo cual obligó a la construcción del Palacio Legislativo de San Lázaro para darles
cabida.
Un año después, se promovió una ley de amnistía para exonerar a los militantes de grupos
subversivos urbanos y rurales, tales como la Liga Comunista 23 de Septiembre, el Partido
de los Pobres o el Movimiento de Acción Revolucionaria, torturados y presos en el marco
de la guerra sucia de los años setenta; una constante exigencia de la izquierda que
completaba este paquete de cambios para sentar las bases, a través del diseño de conductos
democráticos, del fin de la clandestinidad política.
Así, en septiembre del mismo año se instaló la LI Legislatura del Congreso de la Unión, la
cual, aunque en términos reales no contase con la cantidad suficiente de representantes de
la oposición para cristalizar el equilibrio de poderes, fue histórica al constatar la presencia
de expresiones políticas distintas a las que habían prevalecido por más de tres lustros en el
horizonte parlamentario y erigirse como símbolo del inicio de una etapa diferente para el
país, incluida la presidencia de la Cámara de Diputados en manos de una mujer por vez
primera: la priísta Beatriz Paredes, una joven tlaxcalteca con apenas 24 años de edad.