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conflicto social y emancipación
INTRODUCCIÓN
Es probable que se sienta atrevido y desproporcionado establecer
puentes de conexión o mediaciones entre la poética utopista y el pen-
samiento jurídico crítico, dada la fuerza que tiene el estatuto norma-
tivo en sí mismo y la univocidad de las reglas en su objeto de estudio
frente a la metáfora y la polisemia de la poética, además del riesgo
de caer en un análisis de sentimentalidad en lugar de hacerlo con un
carácter conceptual.
Así, acudiendo a las lógicas argumentativas de Ricoeur (2001)
para establecer relaciones admisibles entre dos conceptos que pare-
cen inconmensurables, este ejercicio reflexivo se plantea construyen-
do mediaciones prácticas y documentando de manera metódica tales
relaciones entre estos dos términos, al comienzo desproporcionados y
luego enlazados dialécticamente.
Para empezar, y tomando por utopía “aquella exploración imagi-
nativa de nuevos modos y estilos de capacidad y voluntad humanos, y
la confrontación imaginativa de la necesidad de todo lo que existe –—
sólo porque existe–— en pos de algo radicalmente mejor, por el cual
* Abogada, magíster en Filosofía de la Universidad del Valle. Investigadora asocia-
da Colciencias. Docente investigadora de la Universidad de Nariño y la Universidad
Cooperativa de Colombia (Pasto). Integrante del GT Clacso Pensamiento Jurídico
Crítico.
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3 A este respecto, puede verse el estudio sobre la teodicea como movimiento histó-
rico, conforme a lo expuesto por Caro (2010). En este se presenta un panorama de los
movimientos que impulsaron y los que criticaron fuertemente el sistema del mejor de
los mundos posibles, defendido en la teodicea tradicional.
4 Halard Weinrich nos recuerda que Voltaire, por su parte, no solo puso en duda la
bondad de Dios y su sentido de la justicia, sino que negó su existencia. Rechazando
el optimismo de Pope y de Leibniz, a Voltaire, de hecho, le pareció absurdo ver en
este acontecimiento un mal necesario al bien, un mal integrable en el mejor de los
mundos posibles (Poulain, 2003).
5 Para una mayor comprensión de la visión sobre la antinomia kantiana y su rela-
ción con el optimismo leibniziano, ver Caro (2005).
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6 Lo que constituye todo el enigma del mal consiste en poner bajo un mismo tér-
mino, por lo menos en la tradición del Occidente judeocristiano, aquellos fenómenos
tan dispares como el pecado, el sufrimiento y la muerte. Para Ricoeur (2001) existe
una enigmática profundidad común entre el mal cometido (pecado) y el mal sufrido
(dolor o sufrimiento).
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7 Hay que recordar el libro de Voltaire titulado Cándido, en el que se hace una pa-
rodia a la filosofía optimista que considera al mundo presente el mejor de los mundos
posibles, porque, según Pangloss (personaje central de la obra), está demostrado que
las cosas no pueden ser sino como son, “pues habiéndose creado todo lo que vemos
con un fin, claro que todo está hecho para el mejor fin; por ello, todo es perfecto”
(Voltaire, 1985: 6).
La burla del filósofo francés hacia el optimismo desmesurado por este mundo deja entre-
ver el surgimiento de un nuevo optimismo que será afirmado con la pedagogía ilustrada
de los enciclopedistas, para quienes la adquisición de conocimiento hará, de manera
irremediable, que el hombre sea cada vez mejor y deje su maldad (Cassier, 1984).
8 El argumento fundamental de la teodicea tradicional consiste en probar que esos
derechos no son violados en serie: esto implica optimismo. El optimismo se resque-
braja en la revelación de antinomias. La teodicea solo puede tener éxito cuando ya
no se considera a Dios como creador, sino —desde un punto de vista idealista— al ser
humano: el único creador del que los hombres pueden exigir en serio que haga este
mundo mejor de lo que ya lo ha hecho, y de tal modo que todos los hombres consigan
sus derechos en él, transformando las relaciones jurídicas (Marquard, 2000).
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con una estructura narrativa nueva que resista y que no olvide pero
que, a la vez, perdone y sane. Se trata de una narración terapéutica
(de origen latinoamericano) para una sociedad violenta y enferma
que nos legó el colonialista de antaño y el imperialista de hoy. “La
utopía del interconocimiento es aprender otros conocimientos sin
olvidar el propio. Esta es la idea de la prudencia que subyace en la
ecología de saberes. La ecología de saberes comienza con la asun-
ción de que todas las prácticas de relaciones entre los seres huma-
nos, así como entre los seres humanos y la naturaleza, implican
más de una forma de conocimiento y, por ello, de ignorancia” (De
Sousa Santos, 2010: 44).
La narración terapéutica latinoamericana que propone esta re-
construcción identitaria no es pasiva sino militante. Los autores in-
tuyen que la exaltación del mestizo como nuevo protagonista de la
historia puede producir una resistencia continental frente al dominio
social, económico y político de los imperialismos contemporáneos.
Para ello, el primer paso está en reelaborar, en recordar tanto su his-
toria como su conocimiento, hurtados en forma violenta tras los años
de colonización sobre el territorio hoy particularmente mestizo. Los
conocimientos subalternos fueron excluidos, omitidos, silenciados e
ignorados. Desde la Ilustración, en el siglo XVIII, este silenciamiento
fue legitimado sobre la idea de que tales conocimientos representa-
ban una etapa mítica, inferior, premoderna y precientífica del conoci-
miento humano. Solo el conocimiento generado por la élite científica
y filosófica de Europa era tenido por conocimiento “verdadero”, ya
que era capaz de abstraer sus condicionamientos espaciotemporales
para ubicarse en una plataforma neutra de observación” (Grosfoguel
y Castro-Gómez, 2007: 20).
El latinoamericano de hoy está llamado a reconstruir el cono-
cimiento con sus propias manos, destacan estas corrientes, lo cual
ya es una acción combativa, pues solo cuando se reconozca a sí
mismo formará parte de un proyecto de identidad de nación; de lo
contrario, estará condenado a ser un hombre exiliado y dominado,
un subordinado sujeto sin recuerdos y un creyente fiel de los mega-
proyectos históricos y científicos continentales. Evidentemente, tales
posturas aciertan una crítica a la historia oficial, puesto que no creen
en la manera como se han contado ciertos hechos, por lo que piden
cuentas, particularmente en lo que concierne a los acontecimientos
fundadores del concepto de nación. Además, su crítica a la colonia-
lidad no se hace solo frente a esta como la mera imposición de una
verdad que dominó América (Asia y África) por razones de raza, sino
como un sistema de dominación que constituyó una suerte de parti-
ción óntica (Schaeffer, 2009; énfasis original) entre el hombre blanco
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13 Sobre este punto, cabe destacar que “la dificultad de imaginar la alternativa al
colonialismo reside en que el colonialismo interno no es solo ni principalmente una
política de Estado, como sucedía durante el colonialismo de ocupación extranjera;
es una gramática social muy vasta que atraviesa la sociabilidad, el espacio público y
el espacio privado, la cultura, las mentalidades y las subjetividades. Es, en resumen,
un modo de vivir y convivir muchas veces compartido por quienes se benefician de él
y por los que lo sufren. Para esta vertiente de la tradición crítica, la lucha anticapita-
lista tiene que ser conducida de modo paralelo a la lucha anticolonialista” (De Sousa
Santos, 2011: 24).
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14 Ver, sobre este punto, Wolkmer y Fernandes (2015), quienes desarrollan discusio-
nes interesantes sobre las relaciones entre la descolonización, la crítica jurídica, así
como la filosofía de la liberación, la interculturalidad y el Estado en América Latina.
15 Óscar Correas construye una sociología jurídica que podría inscribirse en una de
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BIBLIOGRAFÍA
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de Potosí: Centro de Estudios Jurídicos y Sociales P. Enrique
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San Luis Potosí).
Sobre las diferencias que estos giros retan, pueden verse, por ejemplo, entre algunos
postulados básicos del modelo de Estado moderno, el individualismo y la distinción
entre el ámbito público y el privado (Anchustegui, 2011).
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