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No en vano pasan los años

Cuando Ramón se fue para el bufete Josefina saló al jardín y se sentó durante unos
minutos. Se sentía cansada. Ayer, domingo, habían estado en casa de Piedad y Adolfo y,
aunque la habían pasado muy bien, ella había dormido poco durante la noche y sentía
una extraña desazón que la tenía inquieta.
Ella y Ramón tenían 35 años de casados. Se habían conocido desde jovencitos porque
los padres de ambos, hoy ya fallecidos, habían sido siempre vecinos y amigos. Justo al
año de casados había nacido Raquel, a la que, dos años después, había seguido Sofía y,
finalmente, había nacido Ramón hijo. Ella fue siempre una madre devota y se había
dedicado en cuerpo y alma a sus hijos. Aunque, igual que su marido, había sacado la
carrera de Derecho, nunca había ejercido para estar disponible para ellos.
El pasado diciembre se había casado el último y ella y su marido habían quedado solos.
Las dos mayores, además, se mudaron a otra ciudad y, aunque la llamaban
religiosamente tres veces por semana, no la visitaban con tanta frecuencia. El menor era
bastante “disimulado”, hacía seis meses se había casado y apenas se aparecía por casa
un par de veces al mes, siempre andaba a la carrera y sin quedarse el tiempo que a
Josefina le habría gustado.
Ramón, que tenía 59, seguía muy activo y el bufete le demandaba casi todo el día, un
día a la semana se iba por la noche a un club de servicio a la comunidad del que era
miembro y el fin de semana se iba para la finca que le habían heredado sus padres, a la
que llegaba el sábado muy temprano y no abandonaba sino el domingo entrada la noche
Con Josefina hablaba poco: comentaban el acontecer político nacional e internacional,
alguna noticia de las hijas y…nada más.
Con Piedad y Adolfo eran muy amigos desde los años de juventud, tanto que sólo
cuando ellos los invitaban a cenar él regresaba temprano de la finca un domingo por la
tarde.
Aunque estas invitaciones no eran raras, quien sabe porque razón en esta ocasión
Josefina había observado detenidamente la manera como se relacionaban y
comunicaban Piedad y Adolfo. Contemporáneos de ellos, habían procreado cuatro hijos,
todos mayores, profesionales y casados.
A Josefina le había llamado la atención la manera galante como Adolfo trataba a su
esposa, el ambiente de alegría cómplice que se notaba entre los dos y la manera fluida y
fácil como conversaban. Sin querer, trajo a su memoria sus noches viendo telenovelas,
sola en la sala, mientras su esposo iba al club, leía los periódicos, veía las noticias o se
iba a dormir.
Se dio cuenta que sentía envidia, que a ella le encantaría que Ramón la tratara con más
cariño y que los temas de conversación no fueran siempre los mismos y, además, no
fueran siempre ajenos a ellos.
Estaba triste. A sus 56 no estaba contenta de cómo iban yendo las cosas y no estaba
segura de qué hacer ni como proceder. Estaba consciente de que aún estaban jóvenes y
que, seguramente, tenían por delante muchos años; pero, esa realidad, más que alegrarla
la preocupaba, porque temía llegar a la vejez con una vida que hoy creía sin sentido y
una relación conyugal que hacía tiempo había perdido la frescura y el encanto.

Caso de estudio elaborado por Róger Martínez Miralda

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