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Cueto - Desarrollo-Desigualdades y Conflictos Sociales - Apdf
Cueto - Desarrollo-Desigualdades y Conflictos Sociales - Apdf
los productores cocaleros, los mineros informales, entre otros grupos sociales,
se caracterizan por presentar un fuerte arraigo territorial local que dificulta ar-
ticulaciones nacionales. Por ello, con ciertos matices, presentan una estructura
orgánica precaria, con directivas poco consolidadas. Asimismo, acorde con el
modelo neoliberal predominante, levantan reivindicaciones no estrictamente
salariales, más bien ligadas a condiciones de vida y derechos de propiedad. Se
plantean como antagonistas los grandes capitales transnacionales o actores in-
ternacionales como la Drug Enforcement Administration (DEA). En los pro-
cesos de negociación del conflicto, buscan, además, negociar directamente con
el Poder Ejecutivo antes que con instancias locales. Se trata de una nueva gene-
ración de movimientos sociales a los que, a las características mencionadas, se
agrega la primacía de liderazgos muy radicales, tendientes al caudillismo y a la
polarización, formados durante el fujimorismo y el conflicto armado. Asimis-
mo, a diferencia de los sindicatos de los años setenta, estos movimientos no se
plantean cambiar el conjunto de la sociedad ni se quedan en la reivindicación
economicista; aceptan la contingencia y reclaman derechos colectivos abiertos
al plano internacional (Grompone 2005).
Justamente, dadas las características de estos movimientos, los líderes juegan
un rol fundamental. En la medida que los liderazgos impulsan la movilización
de las partes agraviadas, facilitan la activación de recursos para el desarrollo de la
acción, y juegan un rol determinante para identificar y enfrentar a los oponentes.
Quienes asumen roles dirigentes desarrollan lo que Erickson, tomando el con-
cepto de Bourdieu, denomina “capital de liderazgo”, para referirse a las diferentes
habilidades, valores, conocimientos y potencialidades que conectan al líder con
la masa y le permiten desenvolverse en diversas esferas dirigiendo los procesos de
protesta o de negociación (Erickson 2006). Este capital es movilizado configu-
rando un trabajo de representación en el cual entran en juego tradiciones políti-
cas y capitales militantes ligados a ciertas trayectorias políticas locales o naciona-
les. Al denunciar el descontento y articularlo en discursos compartidos, las y los
líderes transforman el sufrimiento individual en denuncia pública de injusticia
ante la desigualdad, lo que permite una memoria compartida y una justificación
a las protestas y acciones colectivas.
¿Cómo se plantean los movimientos sociales más activos la problemática de
la desigualdad en el Perú actual? Para acercarnos a la respuesta, analizamos las
opiniones y discursos de líderes de las organizaciones más activas y/o con mayor
presencia en los últimos años, básicamente AIDESEP y CONACAMI. Dentro de
la percepción general de desigualdad, buscamos, además, identificar el o los prin-
cipales ejes que se problematizan y detonan más fácilmente la conflictividad, y los
distinguimos de aquellos que resultan más “tolerables”.
Cuando salíamos al pueblo, siempre había una diferencia. “Tú eres el nativo y el otro
es el blanco”; o el colono y el nativo. Ahora algunas personas ya lo ven así, tenemos
más solidaridad. Pero es por las personas no tanto porque haya hecho algo el Estado.3
más fregado, es la comunidad, la gente de ahí que ya tiene el río contaminado, tiene
el ambiente depredado, el ambiente contaminado.6
7. Respecto del término ‘mecer’, nos parece ilustrativo lo señalado por Vargas Llosa: “Mecer es un
peruanismo que quiere decir mantener largo tiempo a una persona en la indefinición y en el engaño,
pero no de una manera cruda o burda, sino amable y hasta afectuosa, adormeciéndola, sumiéndola
en una vaga confusión, dorándole la píldora, contándole el cuento, mareándola y aturdiéndola de
tal manera que se crea que sí, aunque sea no, de manera que por cansancio termine por abandonar
y desistir de lo que reclama o pretende conseguir. La víctima, si ha sido “mecida” con talento, pese
a darse cuenta en un momento dado que le han metido el dedo a la boca, no se enoja, termina por
resignarse a su derrota y queda hasta contenta, reconociendo y admirando incluso el buen trabajo
que han hecho con ella”. “El arte de mecer”, diario El Comercio, Lima 21 de febrero de 2010.
Tampoco parece probable que los conflictos encuentren una pronta solución
en el terreno estrictamente electoral, al competir los movimientos por concretar
sus plataformas desde el Estado. Hasta el momento, ninguno de los partidos exis-
tentes pareciera poder aglutinar las reivindicaciones de los movimientos socia-
les en torno de sus propuestas. Tampoco, dadas las características mismas de los
movimientos, se vislumbra como probable su articulación en una propuesta par-
tidaria unificada. Esto lleva a que las posibilidades de que los conflictos se pro-
cesen por medio de los canales de la representación (típicamente pensada como
la secuencia de demandas insatisfechas, agregación de intereses, partido político,
elecciones, Estado) sean mínimas. Al buscar explicaciones en “la larga duración”,
puede afirmarse que estas dificultades de los partidos guardan relación con la
complicada construcción de las mediaciones a lo largo de nuestra historia nacio-
nal, en la que diferentes personajes e instituciones, desde el caudillo al abogado,
pasando por jefes, notables locales, funcionarios estatales o municipales, dispu-
tan a los partidos la agregación y representación de intereses, sobre todo en las
denominadas “fronteras étnicas” del Estado-nación. No es algo nuevo, entonces,
que los partidos políticos no tengan presencia en zonas como el Datem del Mara-
ñón, Macusani, Bagua, Chala o Cotahuasi.
Los actuales partidos actúan sobre estas dificultades históricas y les suman de-
ficiencias propias mucho más contemporáneas. A decir de los líderes, cada uno
de los partidos políticos que cuentan con representación parlamentaria presenta
diversas carencias orgánicas, discursivas y programáticas. Intentan construir ma-
quinarias políticas que no llegan a instituirse como tales, pues no tienen la fuerza
necesaria para establecer vínculos de adhesión, negociación o clientela con la ma-
yoría de los ciudadanos, y menos con los movimientos y/o organizaciones sociales.
El Partido Nacionalista, liderado por Ollanta Humala, que convocó en las elec-
ciones pasadas la adhesión de algunos gremios movilizados, como los cocaleros,
mostró rápidamente su precaria institucionalidad al enfrascarse en disputas inter-
nas y fracasar en su intento por ser el interlocutor político de la movilización. La
percepción generalizada de los líderes de los movimientos sociales entrevistados
resulta muy clara. Resulta representativa la afirmación de Alberto Pizango: “No-
sotros nunca nos hemos sentido representados”. No pudimos encontrar una o un
dirigente que nos mencionara algún partido con parlamentarios electos que para
ellos representaran efectivamente sus intereses y pudiera concretar su procesa-
miento en el terreno político institucional; menos aún aquellos relacionados con
el tema de la desigualdad. Resalta en las opiniones, además, una crítica a las agru-
paciones existentes, particularmente, al Partido Nacionalista, que se considera
debería estar llamado a apoyar sus demandas. En palabras de Eloy Angi, de la Or-
ganización de Desarrollo de las Comunidades del Alto Comaina (ODECUAC),
no han logrado casi nada a su favor bajo el argumento de que no tienen mayoría
parlamentaria, algo que ellos consideran solo un pretexto.
Es lo de siempre, va a ser así pues. Inclusive, escuchamos a los hermanos andinos,
por ejemplo, las mujeres del nacionalismo, las que están congresistas ahora, ellos
siempre dicen, “somos minorías, entonces, las minorías, cuando se toman decisio-
nes, las grandes mayorías se juntan y nosotros siempre perdemos” por eso dicen que
no pueden hacer muchas cosa.8
explícita. Si bien se cuestionan los grandes beneficios obtenidos por las industrias
extractivas y la exclusión de estos de las poblaciones locales, no hay un reclamo
por la implementación de medidas universales que incidirían directamente en
una mayor equidad, como podría ser el incremento de la tasa de presión tribu-
taria a las empresas. Por ejemplo, cuando, al inicio del gobierno de Alan García
(2006-2011), se debatió la posibilidad de colocar un impuesto a las sobre ganan-
cias mineras, las organizaciones aquí mencionadas no ejercieron una presión
significativa ni se movilizaron en demanda de su aprobación con la intensidad
demostrada en otras ocasiones. Por ello, no le fue difícil al APRA descartar la
propuesta y aprobar un “óbolo minero” que, en la práctica, es una cuota de buena
voluntad de los empresarios para proyectos de corte social. Incluso en el caso de
la Ley de Consulta, que es uno de los pocos procesos donde se dio una efectiva
coordinación entre la dirigencia de los movimientos sociales y los parlamentarios
del nacionalismo, el tema fue planteado básicamente como una forma de ordenar
el avance de las industrias extractivas, sin que se plantease con profundidad lo
referente a la redistribución de beneficios.
Tenemos, así, que no existen propuestas claras y de consenso sobre los meca-
nismos más efectivos para luchar contra la desigualdad, sobre todo contra aquella
generada por las empresas mineras y petroleras. Ello evidencia una desconexión
entre la indignación generada y el subsecuente conflicto, con la poca capacidad
propositiva que conlleva. Si bien algunos líderes de grupos de izquierda o centro
izquierda han planteado el tema de modo puntual o tangencial,9 su capacidad
de influir en las agendas de los movimientos y hacer que incluyan estos aspec-
tos de redistribución universal en sus agendas es escasa. Esto expresa la compleja
relación entre partidos y movimientos, en la que los partidos y las representacio-
nes tradicionales pierden eficacia para tareas como agregar voluntades, construir
consensos, exigir rendición de cuentas y constituir instancias de deliberación.
Ven mermada también su capacidad de reclutar en sus filas a los principales líde-
res sociales y de incidir en sus discursos y demandas prioritarias.
No obstante, la representación política es cada vez menos tarea exclusiva de
los partidos políticos. Si bien los partidos canalizan las demandas de la población,
de ellas también se ocupan los movimientos sociales; cada vez más los movimien-
tos ensayan sus propios esfuerzos organizativos para competir en la arena política
y conseguir puestos de representación, sea por la vía de los “instrumentos políti-
cos” o por el establecimiento de alianzas con partidos ya existentes. Las mismas
9. Nos referimos básicamente a grupos como Tierra y Libertad, liderado por Marco Arana, o Fuerza
Social, de Susana Villarán.
Anotaciones finales
La creciente conflictividad social no es un fenómeno espontáneo y aislado, sino
que guarda estrecha relación con procesos políticos de carácter estructural, como
la desigualdad y la crisis de representación política. No se trata tampoco de una
relación causal, pues no necesariamente la crisis de representación y la desigual-
dad producen, en otros países, conflictos de la intensidad y frecuencia que ha
vivido el Perú los últimos años. Sucede, más bien, que las características de los
movimientos sociales, la actuación de los partidos y la postura estatal desencade-
nan protestas muy violentas —como el paro amazónico de Bagua o las más re-
cientes protestas de Espinar—, que difícilmente encuentran resolución duradera
y acordada por los canales institucionales. Se configura un complejo panorama
en el que los focos de conflicto se multiplican conforme el Gobierno persiste en
un modelo de desarrollo básicamente extractivo, que avala el avance de grandes
empresas a la par que excluye a poblaciones locales que no perciben cómo pueden
favorecerse de estas. Hay, entonces, en estos pobladores, una clara sensación de
desventaja y de desprotección relacionada con la inequidad redistributiva y con la
explotación de recursos que consideran propios o cercanos a ellos.
Justamente, en lo que respecta a la desigualdad, este es un tema de antigua
data en el país, muy vinculado a procesos históricos de larga duración que dan
lugar a desigualdades categoriales persistentes. Fenómenos recientes, como el
conflicto armado interno, el fujimorismo y las medidas de ajuste estructural,
operan sobre estos aspectos y varían los ejes de desigualdad, especialmente los
relacionados con la expansión de las industrias extractivas. La desigualdad no es
solo una cuestión de percepciones, pues datos y mediciones recientes la confir-
man. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL),
hoy, en el Perú, el 10% de la población acumula el 40% de riquezas y sus ingresos
equivalen a 50 veces los del 10% de menores ingresos (CEPAL 2009). La pobreza,
además, no se ha reducido de modo uniforme y significativo en todo el territorio.
Según cifras del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), en el pe-
riodo 2004-2007, la costa es la región donde la reducción de la pobreza fue más
significativa, al pasar del 36,1% al 22,6%. En la selva, donde se sitúan la mayoría
de los recursos petroleros, la disminución fue del 9,3% (del 57,7 a 48,4%) y, en la
parte andina, donde están importantes yacimientos mineros, apenas la disminu-
ción alcanzó el 4,6%, al pasar de 64,7% a 60,1%. Se trata, en general, de cifras de
pobreza bastante altas.
Ante este panorama, los movimientos sociales que cobran protagonismo a ini-
cios de la década del 2000, como AIDESEP y CONACAMI, además de otras orga-
nizaciones más bien locales como los frentes de defensa, comparten la percepción