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Las editoriales y ciertas autoras tienen demandados a usuarios que


suben sus libros, ya que Wattpad es una página para subir tus propias
historias. Al subir libros de un autor, se toma como plagio.

Algunas autoras ya han descubierto los foros que traducen sus libros
ya que algunos lectores los suben al Wattpad, y piden en sus páginas
de Facebook y grupos de fans las direcciones de los blogs de descarga,
grupos y foros.

¡No subas nuestras traducciones a Wattpad!

Es un gran problema que están enfrentando y contra el que luchan


todos los foros de traducción. Más libros saldrán si no se invierte
tiempo en este problema. Igualmente por favor, no subas capturas de
los PDF a las redes sociales y etiquetes a las autoras, no vayas a sus
páginas a pedir la traducción de un libro cuando ninguna editorial lo ha
hecho, no vayas a sus grupos y comentes que leíste sus libros, ni subas
capturas de las portadas de la traducción, recuerda que estas tienen el
logo del foro o del grupo que hizo la traducción.

No continúes con ello, de lo contrario: ¡Te quedaras sin

Wattpad, sin foros de traducción y sin sitios de descarga!


Soy un prestamista.

Romper gente está en mi sangre.

Se suponía que los Haynes eran un trabajo sencillo. Entrar y apretar el


gatillo dos veces.

Una bala para Charlie, una para su hermana. Pero cuando vi a


Valentina, la quise. Sólo que en nuestro mundo, los que nos deben no
tienen segundas oportunidades.

De ninguna manera mi madre la dejará vivir. Así que ideé un plan para
mantenerla.

Es depravado.

Es inmoral.

Es cuestionable.

Es perfecto.

Igual que ella.


Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17
Nunca doy por sentado el brillo amarillo de una bombilla o el parpadeo
azul de la pantalla de la televisión. Buscar señales de vida es un hábito
arraigado para gente como yo, gente que vive con miedo. Desde el
rincón, me esfuerzo por mirar el suelo. Luego me paró en seco. El
rectángulo de nuestra ventana me mira fijamente. Negra y Oscura.

Oh, Dios mío.

¡Charlie!

Mis palmas se vuelven húmedas. Me las limpio en mi túnica y subo


corriendo las escaleras restantes hasta el segundo piso, casi tropezando
en el último escalón. Un tirón en la manija confirma que la puerta está
cerrada. Gracias a Dios. Nadie irrumpió, atacó a Charlie y lo dio por
muerto. Dejé caer mis llaves dos veces antes de meterlas en la
cerradura. Desde adentro, Puff comienza a ladrar.

El maldito mecanismo de la cerradura se resiste. Uno de estos días el


endeble níquel se romperá en la puerta. La fuerzo hasta que la llave se
gira. En mi prisa por entrar, me tropiezo con Puff que sale corriendo a
saludarme. Se escapa con un aullido y el rabo entre las piernas.

La oscuridad es amenazante. Encender las luces no expulsa el vacío o


la sensación de malestar que empuja en mi garganta. Un vacío se
instala en mi pecho mientras tomo el tazón de Rice Krispies a medio
comer y el vaso de leche de la mesa.

—¡Charlie!

Incluso sé lo que voy a encontrar, corro al baño. No hay nadie.

—Maldición.

Apoyándome en la pared, me cubro los ojos y me permito un segundo


para reunir fuerzas. Algo húmedo y caliente toca mi pantorrilla. Puff me
mira con sus ojos esperanzados y tristes, su cola meneándose en una
feliz ignorancia.

—Todo está bien, cariño. —Acaricio su pelo enrulado, necesitando la


seguridad de su pequeño y cálido cuerpo más de lo que él necesita mi
caricia.

Un rayo atraviesa el cielo, y el sonido se oye un poco más tarde. Cierro


las cortinas. Puff odia las tormentas eléctricas. Después de darle de
comer, cierro y llamo a la puerta de al lado pero como la nuestra, el piso
de Jerry está oscuro.

Maldito sea. Jerry me lo prometió.

Es una idea loca, pero apuesto a que Napoles es el lugar favorito de


Jerry. Ese es al único lugar al que él va.

El desvencijado armazón se agita bajo mis zapatillas mientras bajo las


dos escaleras. Son más de las ocho. Tener un ladrón de coches como
vecino me mantiene hasta cierto punto protegida, pero sólo de
criminales de menor jerarquía que Jerry. Hay que tener en cuenta a los
traficantes de drogas, la mafia y las pandillas. Me mantengo alerta
sobre la marcha, revisando las casas abandonadas, los autos aparcados
y los callejones. Permaneciendo bajo las luces de la calle, al menos las
que no están rotas, camino como mi madre me enseñó... Como si no
fuera una víctima.
La tormenta se disuelve, llevándose consigo la lluvia que hubiera
arrastrado el hedor y el hollín del vecindario. Es verano, pero el humo
proveniente de los fuegos de la cocina le da al aire de Johannesburgo
un olor espeso e invernal mientras cruzo de Berea a Hillbrow. La
mayoría de los edificios de Hillbrow ya no tienen electricidad. Cuando el
crimen se apoderó de la ciudad, la gente que podía pagar los servicios
municipales se mudó a los suburbios, convirtiendo el centro de la
ciudad en un pueblo fantasma. Poco después, los sin techo y otros con
objetivos más siniestros invadieron los edificios abandonados. Los
edificios sin puertas ni ventanas parecen calaveras con enchufes vacíos
y bocas abiertas. Las puertas hace mucho tiempo que se han usado
como leña. Lo que queda es el cadáver de una ciudad. Los buitres han
arrancado la carne de los huesos, y ahora sólo quedan los carroñeros
que se alimentan unos a otros, y si tengo suerte esta noche, no de mí.

El paseo a Napoles dura casi cuarenta y cinco minutos. Tengo miedo y


me duelen las piernas de estar todo el día en la clínica veterinaria, pero
la preocupación por mi hermano supera el miedo y el cansancio. Para
cuando llego al club, estoy a punto de desmayarme. No es la primera
vez que Charlie desaparece. Por experiencia, sé que la policía no
ayudará. Tienen las manos llenas con casos de asesinato y tantas
personas desaparecidas que no tienen suficiente espacio en los cartones
de leche para poner a todos. De todos modos, la mayoría de ellos son
corruptos. Es más probable que me violen en grupo los oficiales en una
celda de la policía que recibir su ayuda. Tengo que encontrar a mi
hermano yo misma.

Un grupo de adolescentes con chalecos sucios que esnifan pegamento


en la esquina gritan insultos.

El más alto se pone de pie, su piel brilla por el sudor y el blanco de sus
ojos como platillos. —Oye, perra blanca. ¿Qué haces en mi cuadra?

—¡Eh! —Un gorila carnoso con una camiseta con el logo de Napoles los
hace callar con una mirada.

El portero no me para cuando empujo por la entrada, pero siento sus


ojos quemando la parte de atrás de mi cabeza mientras camino por el
pasillo pintado de negro hacia el interior brillantemente iluminado. Una
canción de una banda de rave-rock local suena por unos altavoces de
gran tamaño. Las paredes están cubiertas de arte callejero, los colores
dayglo1 saltan de los ladrillos bajo las luces fluorescentes. El club huele
a poppers y a humo de máquina de discoteca. Hay todo tipo de
generalizaciones en el interior, desde los portugueses de traje oscuro
hasta los nigerianos de cadena dorada. Las mujeres semidesnudas
hacen las rondas, la mayoría de ellas mirando hacia afuera.

Por favor, que estén aquí.

Dirijo mi mirada sobre la barra y las mesas de la ruleta en la parte de


atrás. A la izquierda, los sonidos animados provienen de la pantalla
plana donde se desarrolla una carrera de caballos. Los espectadores se
callan cuando me ven. Uno de los hombres toca su cinturón y amplía
su postura. Un cartel dice que la oficina de préstamos está arriba. Hay
una cola fuera de la puerta. Ahí es donde los jugadores y la gente que
no puede pagar el alquiler o la mafia firman con sus vidas,
comprometiéndose a pagar intereses de hasta el ciento cincuenta por
ciento en préstamos, que literalmente les costarán un brazo y una
pierna.

Los hombres que juegan a los dardos giran la cabeza cuando paso.
Mierda. Me estoy poniendo cada vez más ansiosa. Cuando el pánico se
apodera de mí, veo el afro naranja de Jerry en un círculo de cabezas en
una de las mesas de juego. Charlie está sentado en la silla de al lado.
Casi llorando de alivio, empujo a la gente con vasos de cerveza de
plástico en las manos para que no se acerquen a mi hermano. Los rizos
de Charlie caen sobre su frente y sus ojos están arrugados por la
concentración. Lleva puesta una camiseta de Spiderman y la parte de
abajo de su pijama de franela. El atuendo lo hace parecer vulnerable a
pesar de su edad y su voluminoso cuerpo. Cualquiera puede ver que no
pertenece a este lugar. ¿Cómo se atreve el enfermo hijo de puta que
dirige este pozo negro a dejar entrar a mi hermano?

—¿Cómo pudiste? —Le digo a Jerry al oído.

Salta y me mira sorprendido. —¿Qué estás haciendo aquí?


1
Pintura Fluorescentes de luz negra, fueron desarrolladas por primera vez por DayGlo Color Corp en la
década de 1930.
Charlie está estudiando las cartas en su mano. No se ha fijado en mí,
todavía.

Me pongo la mano en la frente y cuento hasta cinco.

—Dijiste que lo vigilarías por mí.

—Lo estoy vigilando.

—Se supone que no debería estar aquí.

—Es un hombre adulto.

—Mi hermano no es responsable de sus acciones y lo sabes.

Charlie mira hacia arriba. —¡Va-Val! Estoy ganando.

Por ahora, mi atención se centra en Jerry. El alcohol y el juego no son


sus únicas adicciones. —¿Qué le diste?

—Relájate. —Encoje los hombros exasperado—. Jugo de naranja, eso es


todo.

—Ven, Charlie.

Tomo el brazo de mi hermano, pero el crupier me arrebata la muñeca.

—No irá a ninguna parte hasta que su deuda esté pagada.

Mi boca se abre. ¿Cómo pudo Jerry dejar que esto pasara? Sabe que
apenas llego a fin de mes, saco el brazo de las garras del traficante.
—¿Cuánto?

—Cuatrocientos.
—¡Cuatrocientos rands2!

Eso es casi la mitad de mi salario semanal.

—Cuatrocientos mil.

La fuerza desaparece de mis piernas. Soltando a Charlie, me agarro con


las palmas de las manos en la mesa. También podemos tallar muertos
en nuestras frentes.

—Es imposible. —No puedo procesar esa cantidad—. ¿En una noche?

El crupier me mira de forma extraña. —Charlie es un habitual. Ha


estado llevando una cuenta y se le acabó el tiempo.

—¿Jerry? —Lo miro para buscar una explicación, una solución que me
diga que es una broma, cualquier cosa, pero él muerde su labio inferior
y mira hacia otro lado.

Doy un golpe con el puño, sacudiendo las fichas de plástico. —¡Mírame!

La mesa se calla, pero no por mi arrebato. Las cabezas de los hombres


se giran hacia el descanso en el piso superior. Cuando sigo sus
miradas, no puedo dejar de ver al hombre que está bajo la luz con sus
manos agarrando la barandilla. Lleva un traje oscuro, como los
portugueses, pero no tiene nada de común. No es más que un
monstruo.

Su cuerpo es musculoso. Demasiado grande. No hay suficiente espacio


en la habitación para él. Su presencia grita poder y dominio. No es
joven, pero tampoco es un viejo. En lugar de definir su edad, sus años
le dan la ventaja de los hombres con experiencia. El pelo negro y grueso
cae desordenadamente sobre su frente, los mechones rozan sus orejas.
Sus rasgos son oscuros, salvajes e intransigentes. Las cicatrices que
van de su nariz a su boca están profundamente grabadas. Son el tipo
de cicatriz que llevan los hombres de vidas duras y rudas. Una

2
Moneda sudafricana 100 centavos forman un rand. El rand lleva el nombre de un área cerca de
Johannesburgo llamada Rand, que es famosa por sus minas de oro
espantosa conexión de cicatrices va desde su ceja izquierda hasta su
mejilla. Bajo su mandíbula desfigurada, su tez está bronceada. La
aspereza de su piel da la impresión de estar estropeada por las balas.
Una barba corta y un bigote cubren algunas de sus imperfecciones,
pero el daño es demasiado grande para ocultarlo. Es un rostro que no
quieres ver en la oscuridad y definitivamente no en tus sueños. Es un
rostro que me mira fijamente.

Un calor de los que dan miedo se arrastra sobre mi piel. Cuando le miro
a los ojos, es como si un cubo de hielo se vaciara en mi camisa. Un
escalofrío inoportuno contrae mi piel, y mi miedo se convierte de
caliente a frío. Sus iris son azules como los glaciares lejanos que sólo he
visto en fotos. Todo en él parece extraño, fuera de lugar y peligroso. Es
la clase de malo que está incluso fuera de la liga de Napoles.

—Joder, joder, —murmura Jerry cuando encuentra su voz. —Gabriel


Louw.

He vivido aquí lo suficiente como para reconocer el nombre. Su familia


dirige la de Napoles. Si Hillbrow es la capital del crimen, Gabriel Louw
es el rey de los señores del dinero. Lo llaman "The Breaker3". Es un
usurero, y he oído historias sobre él que me congelan la sangre por su
brutalidad.

El mejor momento para correr es cuando tu oponente está distraído. Si


tenemos alguna posibilidad de salir vivos de aquí, es ahora, mientras
Gabriel mantiene la atención de la sala con una exigente demanda.
Llevarse a Charlie contra su voluntad no funcionará. Pesa el doble que
yo y cuando se obstina, es un peso muerto inamovible.

—Vamos a tomar un helado, —le susurro al oído, —pero tienes que


venir en silencio.

Charlie sabe lo que es estar callado, lo practicamos suficientes veces


cuando nos escondemos de la mafia, fingiendo que no estamos en casa.

3
El Quiebra Huesos
Charlie se levanta como recé en silencio para que lo hiciera y me
permite llevarlo a la puerta. Cierro los ojos y espero que alguien grite,
nos agarre, dispare o las tres cosas, pero cuando miro hacia atrás
Gabriel levanta la palma de la mano y el portero se aparta para que
salgamos.

Afuera, aspiro una bocanada de aire contaminado. Agarrando el brazo


de mi hermano, lo llevo de vuelta a nuestro lado de las vías, lo cual no
es mucho mejor, pero es todo lo que tenemos. Él habla y yo dejo que su
voz me tranquilice tratando de no pensar. Cuando estemos en casa,
repasaré lo que pasó. Por ahora, estoy demasiado preocupada por los
peligros que acechan.

En Three Sisters, le compro a Charlie un cucurucho con helado de


vainilla bañado en caramelo, su favorito. No es hasta que doblamos la
esquina de nuestro edificio que los problemas vuelven a aparecer. Tiny
se inclina en la entrada fumando un porro. Cuando nos ve se endereza,
da una última calada, y tira la colilla a la cuneta.

—Vaya, vaya. —Se limpia las manos sobre las rastas de su cabeza—.
Hola, solcito. Tiny te estaba buscando. —Hay un borde en su voz—.
¿Dónde estabas?

—He-helados, —dice Charlie.

—¿Es así? —Tiny se detiene cerca de mí. No es nigeriano o zimbabuense


como la mayoría de la gente de nuestra cuadra, sino zambiano. Su
delgado cuerpo se eleva sobre mí, su piel negra perdida en la oscuridad
de la noche, excepto por el blanco de sus ojos y dientes—. ¿Tienes
dinero para malcriar a tu viejo hermano, pero no para los impuestos de
Tiny?

Se llama a sí mismo el Recaudador de Impuestos. No es el propietario,


pero cobra "impuestos" sobre el alquiler de todos los que viven en
nuestro edificio. Es una mini mafia dentro de una mafia más grande,
pero tratar con él significa que no tengo que tratar con la mafia más
grande y él es el menor de dos males.
Poniendo su nariz en mi cabello, él huele. —Hueles a humo, humo de
club. ¿Con quién estabas?

Tiny finge ser mi dueño. Sobre todo, finge que me gusta. En realidad, es
un cobarde, pero aún tiene el poder de hacerme daño.

Lo sé por un labio partido y un ojo azul.

—¿Ahora estás saliendo con alguien?

—No es asunto tuyo. —La llave de Charlie no está en el cordón


alrededor de su cuello. Tendré que preguntárselo a Jerry más tarde.
Saco la llave de mi bolso y se la doy a Charlie—. Sube y cierra la puerta.
—Charlie toma la llave, pero no se mueve—. Ve, —le insto—. Subiré
enseguida.

—O-ok. —Charlie da dos pasos y se detiene. Le doy una sonrisa


alentadora.

—Rápido. No quiero que te resfríes.

Tiny agarra mi cabello, cierro los ojos. Por favor, Charlie obedece, no
quiero que veas esto. Cuando levanto las pestañas, mi hermano está
subiendo las escaleras del lado del edificio.

—¿Tienes el dinero ? —Tiny tira de mi cola de caballo.

La renta de nuestro piso está totalmente pagada. Mis padres pagaron


en efectivo por la propiedad hace años, antes que nadie pudiera
predecir cómo el crimen y el deterioro harían que su inversión no
valiera nada.

—No, pagamos el alquiler —le digo. Esto no significa nada para Tiny,
pero tengo que intentarlo. Dios sabe por qué, pero lo intento cada vez.

—Todavía debes. —Sonríe, mostrando una fila de dientes rectos—. Tiny


no puede dejar que te quedes sin pagar impuestos. ¿Qué ejemplo será
ese para los demás? Dámelo, Valentina.
Me congelo. —No te atrevas a decir mi nombre.

Se burla. —Así es, porque eres mi perra. —Me tira del pelo—. ¿No es
así, perra?

—Vete al infierno.

—Ahora... ahora. Esa no es forma de hablarle a Tiny. —Chasquea la


lengua—. ¿Quién te va a proteger si Tiny no está cerca? —Inclina la
cabeza—. No te preguntaré de nuevo. ¿Dónde está el dinero de Tiny?

Trago. —Lo tendré a finales de mes.

—Conoces las reglas. El decimoquinto es el día de pago.

—Por favor, Tiny. —Las lágrimas me queman en el fondo de los ojos. Un


peso frío presiona mi corazón.

En medio del camino sucio, me empuja sobre las rodillas en la grava,


las piedras se clavan en mi piel. Sus ojos adquieren una luz febril
mientras desata el cordón de su chándal y lo deja caer a sus tobillos.

—Si vuelves a morder, te irás con algo más que un ojo morado. Esta
vez, te romperé el brazo. —Tomando la raíz de su polla en una mano,
agarra mi cabello en la otra y guía mi boca a su polla. El asco se
acumula en mi garganta.

Se empuja contra mis labios. —Chúpame, perra blanca.

No hago nada de eso, me desconecto del momento y me convierto en


una cáscara vacía. Es una rutina que conoce bien. Suelta su pene para
atrapar mi mandíbula, apretando dolorosamente las articulaciones
hasta que mi boca se abre por sí sola. Luego simplemente me usa,
bombeando y empujando hasta que me atraganto. Las lágrimas ruedan
por mis mejillas, la salinidad se desliza en mi boca, mezclándose con el
sabor del sudor y la suciedad. Afortunadamente, como siempre Tiny se
corre rápido, ni siquiera un minuto después, eyacula con un gruñido y
dispara su carga a mi boca. Cuando se retira, jadeando como un cerdo,
giro la cabeza a un lado y escupo.

Se ríe. —Uno de estos días, vas a tragar.

Me limpio la boca con el dorso de la mano. —Cuando seas bonito y tus


padres sean ricos.

—Vamos, nena. —Me levanta por el brazo, con su polla colgando entre
nosotros—. Dale un beso a Tiny. Deja que Tiny se pruebe a sí mismo en
esa inútil boca tuya, porque seguro que no sabes cómo chupar una
polla.

—Déjame ir. —Me libero y agarro mi bolso de donde ha caído al suelo,


su risa me sigue por el camino mientras corro a nuestro piso,
odiándome a mí misma tanto como lo odio a él.

Jerry se apoya en nuestra puerta cuando subo las escaleras. Él mira


hacia otro lado, evitando mis ojos. Debe haberse ido de Napoles poco
después que nosotros. Eso significa que pasó junto a mí en la calle
mientras Tiny se metió en mi boca.

—Eres una basura. —Intento apartarlo, pero no se mueve.

—Val...

—¿Te gustó mirar?

Se mete las manos en los bolsillos. —Lo siento.

—¿Por ser un mirón o por arrastrar a Charlie a Napoles?

—No pude resistir la tentación. Un pase VIP de Napoles no ocurre todos


los días.

—Cuatrocientos mil rands, Jerry.

—Lo arreglaremos, no te preocupes.


—Bien. —La única forma de solucionarlo es desaparecer, y no tenemos
a dónde ir—. ¿Cuánto tiempo ha estado sucediendo esto?

Se rasca la cabeza y tiene la decencia de parecer culpable. —pocos


meses.

—¿Arrastraste a Charlie por la noche, sin mi permiso?

—Vamos, Val. —Jerry apoya su hombro en la puerta—. Dije que lo


siento.

Toco para que Charlie abra. Estoy física y mentalmente demasiado


agotada para luchar ahora. —Lo que sea.

Cocino y limpio para que Jerry vigile a Charlie mientras trabajo, y


aunque Jerry es un ladrón, no es físicamente malo, al menos no para
Charlie.

Después de un tiempo, cuando Charlie no abre, Jerry saca la llave de


Charlie de su bolsillo y me la da. Puff ladra cuando abro la puerta. Él
espera con un movimiento de cola. —Buenas noches, Jerry.

—¿Puedo entrar?

—Es tarde, necesito estudiar. —Uso la excusa aunque sé que no hay


forma que me concentre en un libro de texto esta noche, pero es la
forma más rápida de deshacerme de Jerry. De lo contrario, se quedará
hasta las cuatro de la mañana.

—Oh, vamos, sólo una hora.

Cierro y aseguro la puerta, esperando que sus zapatos bajen por el


descanso. Me cepillo los dientes tres veces antes de preparar a Charlie
huevos revueltos y tostadas para la cena, lo acuesto y me siento en el
sofá cama con Puff.

El sueño no viene. Pienso en Charlie y en el guapo chico de quince años


que había sido. Era uno de esos todoterreno que era bueno en los
deportes y el primero de su clase. Era mi hermano mayor, mi héroe.
Dos años más joven que Charlie, yo estaba en la escuela primaria
cuando él fue a la secundaria, me recogía cuando sonaba la campana al
final del día, llevaba mi mochila, me tomaba de la mano y me
acompañaba a la práctica de ballet. No les dijimos a mis padres que
había hecho un trato con la Srta. Paula, para que trabajara en su jardín
para que yo pudiera seguir bailando. Si lo supieran, mi padre habría
exigido que trabajara por dinero para comprar cosas, como alcohol y
cigarrillos. Charlie me ayudaba a ponerme las zapatillas de ballet que
me prestaba la Srta. Paula y esperaba la hora que duraba la práctica de
baile antes de acompañarme a casa para prepararme un sándwich.
Podría haber salido con sus amigos, pero no lo hizo. Me cuidó.

Si el accidente
ccidente no hubiera ocurrido, si no hubiera querido un estúpido
trozo de pastel de chocolate esa noche, Charlie habría sido Charles. Mi
hermano se habría convertido en el hombre que nació para ser. Como
cada noche lloro en mi almohada, derramando lágrimas amargas que
no ayudan en nada. El daño cerebral es irreparable.

PUFF LLORA EN LA PUERTA, haciéndome saber que necesita salir. El


sol ha salido, pero apenas son las cinco. Espero abajo en el hormigón
agrietado mientras hace su trabajo contra un árbol muerto y le lanzo un
palo para que lo traiga un par de veces. A su lado con alegría, se
tropieza con sus patas para poner la rama rota a mis pies. Puff es
siempre un perro feliz. Una mañana, los gritos que venían de un
basurero del jardín me alertaron, saq
saquéué un cachorro hambriento, sucio
y desollado, hasta el día de hoy Puff le tiene miedo a los basureros.
No ha terminado de jugar, pero tengo que llamar a Kris y decirle que no
iré a trabajar hoy. Odio dejarla plantada, pero tengo que pensar en qué
hacer. Cuatrocientos mil rands no se van a ir. Tal vez pueda explicarle
sobre el estado de Charlie en Napoles. Tal vez si Jerry me apoya,
tendremos una oportunidad. Napoles es parte de los peces gordos y
hacen picadillo a los pequeños delincuentes como Jerry, pero él es un
habitual, nada menos que con un pase VIP. Se alimentan de adictos
como él, necesitan su negocio.

Adentro de la casa, Charlie está despierto, me ofrece una sonrisa que


me rompe el corazón, porque es una sonrisa que no ha crecido más allá
de quince años. Le peino el pelo y me vuelvo a la cocina para que no vea
las lágrimas en mis ojos. Llamo a Kris, pero su teléfono va directamente
al buzón de voz, tal vez esté en la ducha, le dejo un mensaje rápido,
diciéndole que no estaré y que la llamaré más tarde para explicarle.

—¿No vas a tra-trabajar?

—Hoy no. —Abro los armarios y escaneo el contenido, no hay mucho.


Charlie come como un caballo.

—¿Qué hay para de-desayunar?

No puedo decirle cuánto lo siento, no podemos tener discusiones


maduras sobre la culpa y la penitencia. —¿Qué tal unas galletas? —Las
simples golosinas que lo hacen feliz son todo lo que puedo ofrecer.

—¿Cho-chocolate?

Hay harina, leche en polvo, un huevo y cacao. Puedo preparar algo. Si


pudiera, le daría el mundo. Caliento el horno portátil de dos placas y
dejo que mezcle la masa. Mientras se hornean las galletas, me ducho y
me visto antes de enviar a Charlie a su aseo matutino, al mismo tiempo
que el temporizador de mi teléfono suena para el horno, hay un
mensaje de texto de Jerry.

Corre.
Un temblor me sacude los huesos, tiemblo, aunque esté caliente
adentro por el horno. Corriendo hacia la ventana, miro a través de ella,
un Mercedes negro está aparcado al otro lado de la carretera. Una
mujer está sentada delante, pero con el brillo del sol en la ventana no
puedo ver nada más que su pelo negro. Un hombre con traje sale del
asiento del conductor y otro de la parte de atrás sostiene la puerta. Un
tercer hombre dobla su gran cuerpo para salir, ajustando las mangas
de su chaqueta mientras mira arriba y abajo de la calle, antes de girar
la cabeza en dirección a nuestra ventana.

Gabriel Louw.

Se me corta el aliento. Salto hacia atrás antes que me vea. Charlie sale
del baño y empieza a hacer su cama como le enseñé.

—Las ga-galletas.

Se están quemando. Apago el horno y uso un trapo para tirar la


bandeja de hornear en un plato de corcho, tratando de no entrar en
pánico.

No hay puerta trasera ni ventana. La única salida es por el frente,


estamos atrapados. Me apoyo en la pared, temblando y sintiéndome
mal.

Por favor, no dejes que nos mate. Olvida eso. Prefiero que nos mate a que
nos torture.

Todos, desde Auckland park hasta el Valle de Bez, saben lo que hace
The Breaker a los deudores que no pagan. Tiene una reputación
construida sobre un rastro de cuerpos rotos y casas quemadas. Puff,
siempre sintiendo mi ansiedad, me lame los tobillos.

Los pasos caen en el suelo. Es demasiado tarde. El instinto de lucha se


enciende en mí.

Mi necesidad de proteger a mi hermano toma el control.


Agarro la mano de Charlie. —Escúchame. —Mi voz es urgente, pero
tranquila—. ¿Puedes ser valiente?

—Va- Valiente.

Puff ladra una vez.

El golpe en la puerta me asusta, aunque lo esperaba. No puedo


moverme. Debí haber tomado a Charlie y correr anoche. No, nos
habrían encontrado.

En ese caso, habría sido peor. No puedes escapar de The Breaker.

Otro golpe cae, más fuerte esta vez. El sonido es hueco en la madera
falsa.

—Párate derecho. —No muestres tu miedo, quiero decir, pero Charlie no


lo entenderá.

El tercer golpe no llega.

La puerta se rompe hacia adentro, la madera prensada se astilla con un


sonido seco y quebradizo. Tres hombres atraviesan el marco para hacer
realidad mi peor pesadilla. Llevan armas. De tez oscura, portugueses,
excepto el del medio. Es sudafricano. Se mueve con una cojera, su
pierna derecha está rígida. Gabriel es aún más feo de cerca a la luz del
día, el azul de sus ojos parece helado. Mantienen el calor de un iceberg
mientras su mirada hace un recorrido por la habitación, midiendo la
situación hasta los más mínimos detalles con una sola mirada.

Sabe que estamos desprotegidos. Sabe que estamos asustados y le


gusta. Se alimenta de ello. Su pecho se hincha, estirando la chaqueta
sobre sus anchos hombros. Golpea el arma contra su muslo mientras
su mano libre se cierra y se abre alrededor del aire vacío.

Golpe, golpe, golpe, golpe.


Esas manos, dios mío, son enormes. La piel es oscura y áspera con
fuertes venas y una ligera capa de pelo negro. Esas son manos que no
temen ensuciarse son manos que pueden envolver un cuello y aplastar
una tráquea con un apretón.

Trago y levanto mi mirada a su cara. Ya no revisa la habitación. Me está


evaluando. Sus ojos recorren mi cuerpo como si buscara pecados en mi
alma. Se siente como si me abriera y dejara salir mis secretos me hace
sentir expuesta, vulnerable. Su presencia es tan intensa, que nos
comunicamos sólo con la energía que vibra a nuestro alrededor. Su
mirada llega a lo más profundo de mí y se filtra a través de mis
pensamientos privados para ver la verdad, que su cruel autoconfianza
despierta tanto odio como temor. Es el asombro que siente, como si
fuera su derecho a explorar mis sentimientos íntimos, pero lo hace de
manera probada casi tierna, ejecutando el acto invasivo con respeto.

Entonces pierde el interés. Tan pronto como me ha chupado hasta


dejarme seca dejo de existir. Soy la alfombra en la que se limpia los
pies. Su expresión se vuelve aburrida mientras fija su atención en
Charlie.

Recuperando algo de poder, le digo: —¿Qué quieres?

Sus labios se mueven. Sabe que estoy fanfarroneando. —Sabes por qué
estoy aquí.

Su voz es profunda, la aspereza de ese tono oscuro resuena con


autoridad y algo más inquietante: sensualidad. Habla de manera
uniforme, articulando cada palabra. De alguna manera, la calidad
musical y el volumen controlado de su voz, hacen que la declaración
suene diez veces más amenazadora que si la hubiera gritado. En otras
circunstancias me habría encantado el rico timbre. Todo lo que siento
ahora es miedo y se refleja en el rostro de Charlie. Odio no poder
quitárselo.

—Sólo te preguntaré una vez, —dice Gabriel—, y quiero un simple sí o


no como respuesta. —Golpe, golpe, golpe, golpe—. ¿Tienes mi dinero?
Las palabras rebotan en los labios de Charlie—. No me-me gustan ellos,
no son hombres bu-buenos.

El hombre de la izquierda, el de los ojos verdes lima, levanta su arma y


apunta a los pies de Charlie. Pasa demasiado rápido. Antes que pueda
cargar, su dedo aprieta el gatillo. El silenciador amortigua el disparo.
Espero el daño, la sangre coloreando el blanco de la zapatilla de
Charlie, pero en cambio hay un lamento y Puff se cae.

Oh, no. Por favor, no. Dios mío. No, no, no.

Tiene que ser una película de terror, pero el agujero entre los ojos de
Puff es muy real. También lo es la sangre que corre sobre el linóleo. El
cuerpo sin vida en el suelo despliega una rabia en mí. Sólo era un
animal indefenso. La injusticia, la crueldad y mi propia impotencia son
el combustible que alimenta mis sentidos conmocionados.

En un ataque de furia ciega, asalto al hombre con el arma. —¡Tu


lamentable excusa de un hombre!

Se agacha, agarrando fácilmente mis dos muñecas en una mano.


Cuando me apunta con el arma a la cabeza, Gabriel dice, con su
hermosa voz vibrando como una cuerda de guitarra apretada, —Déjala
ir.

El hombre obedece, dándome un empujón que me hace tropezar. En el


momento en que estoy libre, voy por Gabriel, golpeando con mis puños
en su estómago y en su pecho. Cuanto más se queda allí y toma todos
los golpes, mi asalto no tiene ningún efecto en él, más me acerco a las
lágrimas.

Gabriel me deja continuar, hacer el ridículo, sin duda, pero no puedo


evitarlo. Continúo hasta que mi energía se agota, y tengo que detenerme
en una dolorosa derrota. Al arrodillarme, siento el pequeño pecho de
Puff. Su ritmo cardíaco ha desaparecido. Quiero abrazarlo a mi cuerpo,
pero Charlie está acurrucado en una esquina, arrancándose el pelo.
Ignorando a los hombres, enderezo y acaricio las manos de Charlie,
alejándolas de su cabeza. —¿Recuerdas lo que dije sobre ser valiente?

—Va-Valiente.

El odio por Gabriel y sus compinches en mi corazón es tan negro como


un volcán quemado. No hay espacio para nada bueno ahí dentro. Sé
que no debo ceder a la oscuridad de las sensaciones que corren por mi
alma, pero es como si la negrura fuera una mancha de tinta y sangra
por los bordes de una página. Abrazo la ira. Si no lo hago, el miedo me
consumirá.

Gabriel me da una mirada extrañamente compasiva. —Me debes una


respuesta.

—Mira a tu alrededor. —Hago una seña a nuestro piso—. ¿Parece que


podemos permitirnos esa cantidad de dinero? Eres un retorcido por
darle un préstamo a un discapacitado mental.

Sus ojos se estrechan y se arrugan en las esquinas. —No tienes ni idea


de lo retorcido que estoy dispuesto a ser. —Gabriel agarra a Charlie por
el cuello de su camiseta, arrastrándolo más cerca—. Para que conste, si
no querías que tu hermano se endeudara, debiste declararlo
incompetente y revocar su poder de firma financiera.

—¡Déjalo en paz!

Agarro el brazo de Gabriel y lo sostengo con todo mi peso, pero no hay


diferencia. Estoy colgando de él como un pedazo de ropa en una cuerda.
El me golpea, enviándome a volar al suelo, y presiona el cañón de su
pistola contra la suave sien de mi hermano, donde una vena late con
una vida inocente aún no vivida.

—¡Va-Val!

Él amartilla el seguro. —¿Sí o no?


—¡Sí! —Usando la pared de mi espalda como soporte, me pongo de pie.
— Lo pagaré.

Charlie llora suavemente. Gabriel me mira como si no notara nada más,


sus ojos me clavan en el lugar. Bajo su mirada soy una rana abierta y
clavada en una tabla, y él tiene el bisturí en su mano.

No baja el arma. —¿Sabes cuánto?

—Sí. —Mi voz no vacila.

—Dilo.

—Cuatrocientos mil.

—¿Dónde está el dinero?

El fantasma de una sonrisa ha vuelto a su cara. Detrás de la máscara


con cicatrices hay un hombre que sabe cómo herir a la gente para
conseguir lo que quiere, pero por ahora está entretenido. El bastardo
encuentra la situación divertida.

—Lo pagaré.

Inclina la cabeza. —Lo pagarás. —Hace que parezca que estoy loca.

—Con interés.

—Señorita Haynes, supongo. —A pesar de su suposición declarada, lo


dice como si fuera un hecho. Todo en él grita confianza y arrogancia—.
Dime tu nombre.

—Sabes mi nombre. —Los hombres como él saben los nombres de todos


los miembros de la familia antes de entrar a matar.

—Quiero oírte decirlo.

Humedezco mis labios secos. —Valentina.


Parece digerir el sonido como si una persona probara el vino en su
lengua. —¿Cuánto ganas, Valentina?

Me niego a acobardarme. —Sesenta mil.

Baja el arma. Esto es un juego para él ahora. —¿Por mes?

—Por año.

Se ríe suavemente. —¿A qué te dedicas?

—Soy una asistente. —No ofrezco más, es suficiente con que ya sepa mi
nombre.

Me mira con los brazos colgando libremente a sus lados. —Nueve años.
—Suena ridículo, pero el rápido cálculo que hago en mi cabeza me
asegura que no lo es. Son casi cinco mil por mes, incluyendo el treinta
por ciento de interés en la suma total. No puedo llamarlo injusto. Los
prestamistas de este vecindario piden cualquier cosa entre el cincuenta
y ciento cincuenta por ciento de interés.

—Nueve años si lo pagas con el más bajo de los intereses, —continúa,


confirmando mi cálculo.

Por supuesto, no planeo seguir siendo una asistente veterinaria para


siempre. Es sólo hasta que obtenga el título de veterinaria en cuatro
años más. Para entonces, estaré ganando más. —Lo pagaré más rápido
cuando consiga un mejor trabajo.

Cierra los dos pasos entre nosotros con un andar desigual. Está tan
cerca que puedo oler el jabón de su camisa y la débil y picante fragancia
de su piel.

—Tú malinterpretaste mi oferta. —Sus ojos perforan los míos—.


Trabajarás para mí durante nueve años.

Mi aliento se recupera. —¿Para ti? —Sólo me mira—. ¿Haciendo qué?


—pregunto en un susurro.
La intensidad en esas heladas y azules profundidades se agudiza.
—Cualquier tarea que me parezca adecuada. Piénsalo bien Valentina. Si
aceptas, será un puesto de interna4.

Sé lo que implica cualquier deber. No es distinto al de Tiny. El odio me


llena.

Gabriel me considera como si estuviera haciendo una apuesta con él


mismo. —O le disparo a tu hermano y te vas, o él es libre y tú pagas su
deuda.

—Dame cualquier contrato que tenga que firmar y buscaré la manera


de pagarte.

Se ríe. —Son mis condiciones o ninguna.

¿Qué opción tengo? Me tiemblan las rodillas, pero no es el momento de


ser débil.

—Lo haré. —Mientras digo las palabras, una bola de hielo se hunde en
mi estómago.

Por un momento, parece sorprendido, pero luego su expresión se cierra.


—Tienes cinco minutos para empacar.

—Tengo una condición.

La diversión ha vuelto a su cara. Se pone la pistola en el muslo y


espera.

—Quiero la seguridad de mi hermano garantizada. —Si no estoy cerca,


Charlie necesitará protección, no quiero que se repita lo que nos metió
en este lío.

—Me parece justo, tendrá mi protección.

4
Empleadas domésticas que residen en casa de sus empleadores generalmente de lunes a viernes teniendo
los fines de semana libres.
—Necesito llamar a alguien para que lo busque, no puede quedarse
solo. —Saca el teléfono de su bolsillo, introduce un código y me lo pone
en la mano—. Usarás el mío hasta que nos aseguremos que el tuyo no
está comprometido.

Dándoles la espalda, escribo el número de mi única amiga. Mientras


marco a Kris, el hombre de los ojos oscuros busca mi bolso que cuelga
sobre una silla en la cocina. Observo a los hombres por el rabillo del
ojo, mi mano tiembla mientras espero a que Kris conteste la llamada.

—Es Valentina, —digo cuando ella responde.

Los perros ladran en el fondo. —No reconocí este número. ¿Tienes un


teléfono nuevo? Vi que llamaste antes, pero aún no he escuchado tu
mensaje.

—Kris, escúchame. Necesito que vengas a buscar a Charlie. ¿Puede


quedarse contigo por un tiempo?

—¿Qué ha pasado?

—Charlie se endeudó en Napoles, estoy con el acreedor.

—¿Qué? —grita—. ¿Estás con un usurero? ¿Dónde?

—Mi casa, las cosas han cambiado. Voy a pagar la deuda de Charlie,
pero no puede quedarse solo. —Mis mejillas se calientan cuando
agrego—. Es un puesto de interna.

—¿Qué hay de tu trabajo aquí?

—Lo siento, sé cuánto me necesitas.

Siempre hay mucho ajetreo en la clínica, y me siento mal por lo que


tengo que hacer. Kris es una de los mejores veterinarios que conozco.
Me dio un trabajo cuando nadie más lo hacía, y odio darle la espalda.

Gabriel revisa su reloj. —Tienes tres minutos.


—Me tengo que ir. ¿Me llamarás cuando tengas a Charlie?

—Estoy en camino.

—Gracias Kris. —Miro el cuerpo de Puff, forzando mis lágrimas—.


Tendrás que...

Gabriel me quita el teléfono de la mano. —Hola Kris. —Mantiene su


mirada penetrante entrenada en mí—. La puerta del piso de Valentina
está rota, pero no te preocupes, haré que la reemplacen. —Corta la
llamada—. Dos minutos, supongo que empacarás ligero.

El estrés me impulsa mientras meto los pocos trajes y artículos de aseo


que tengo en nuestra única bolsa de viaje. ¿Qué será de Charlie? Por
ahora está vivo, yo estoy viva. En eso es en lo que necesito
concentrarme.

Los secuaces de Gabriel se sirven las galletas que se están enfriando en


la mesa. Gabriel no dice nada. Sólo su mirada perturbadora me sigue
mientras me muevo por la habitación. Apenas he cerrado la cremallera
de mi bolso antes que él diga, —Vamos.

La adrenalina del shock me hace fuerte, lo suficientemente fuerte para


caminar hacia mi hermano con pasos seguros y tomar su cara llena de
lágrimas en mis manos.

Voy de puntillas y le beso la frente. —Recuerda lo que dije sobre ser


valiente, puedes hacerlo. —Quiero decir que lo llamaré, pero no quiero
mentir—. Espera a Kris. Ella estará aquí pronto.

Gabriel toma mi bolso y me lleva a la puerta, deteniéndose en el marco


para decirle al hombre que le disparó a Puff. —Quédate con su hermano
hasta que llegue la mujer y entierra al perro. Haz que arreglen la puerta
antes de irte.

El hombre asiente con la cabeza. Es más bajo que Gabriel, pero no


menos musculoso.
Miro por encima del hombro y veo todo lo que puedo... El pelo
desordenado de Charlie, sus suaves ojos color avellana y la camiseta de
Spiderman descolorida, porque no sé si volveré a verlo.
La pequeña se pone rígida cuando le tomo el codo para que baje las
escaleras, su rostro es de un blanco espantoso y todo su cuerpo
tiembla, pero camina con la espalda recta. He arrastrado a hombres
tres veces más grandes que ella, pateando y gritando a un destino más
dócil que el que le espera. Tiene agallas, pero ya lo sabía desde anoche.

En el pavimento, tomo su mano para ayudarla a bajar la acera. Su


delicada estructura se vuelve aún más rígida pero no se resiste, Magda
gira la cabeza hacia la ventanilla del auto cuando nos acercamos. Se
asusta al ver a la mujer que tengo como agarre de hierro con mis dedos,
entonces su expresión se vuelve estoica. Mi madre no está contenta,
esto no es lo que ella ordenó. Mala suerte, no va a suceder como ella
quiere hoy, pero tengo que dar algunas explicaciones.

Magda sale, sus ojos me hacen pedazos.

—Ponla atrás, —le digo a Quincy, entregando a Valentina como un


paquete.

Magda espera a que Quincy cierre la puerta y camina hacia donde no


nos pueden oír. —Se suponía que estaría muerta.
—Hice un trato.

—¿Qué trato?

—Nueve años por la deuda de Charlie.

Ella parpadea. —¿Te la llevas?

Cruzo los brazos. —Sí.

—Quieres follarla.

No lo niego, no tiene sentido.

—No es tan simple, Gabriel.

La vi, la quise, la tomé. Sí, es así de simple.

—Ese no era el plan, —insiste Magda.

—El plan cambió.

Levanta las manos y comienza a caminar por la acera. —El precio era la
muerte.

—Charlie tiene daño cerebral. —Es un precio más duro que la muerte,
para mí, al menos—. No debimos haberle concedido un préstamo.

—Bueno lo hicimos, retrasado o no, mostrar misericordia es mostrar a


nuestros enemigos que nos estamos ablandando.

—Nueve años no son exactamente misericordia. —No con lo que estoy


planeando para Valentina.

—Ella tiene que morir.


—Nunca me retracto de mi palabra. La gente en nuestro negocio confía
en nosotros porque yo cumplo mi palabra, Rhett y Quincy me
escucharon hacer el trato.

Las líneas oscuras alrededor de sus ojos se arrugan —¿Qué prometiste?

—Un acuerdo de convivencia.

—¿Arreglo?

—Le dije que podía pagar la deuda.

Debajo del exterior controlado de Magda está hirviendo a fuego lento.


Una vena sale de su sien. —Bien. ¿Quieres jugar con la muñeca?
Diviértete, pero la estamos preparando para que falle, cuando lo haga,
estará muerta y su hermano también.

Un dolor agudo me golpea en mi cadera dañada, hago un esfuerzo


consciente para relajar mi cuerpo, músculo por músculo.

—Vamos. —Magda ya está de camino al coche—. Lo averiguaré de


camino a casa.

Por primera vez, me arrepiento de no haber dado una mierda por la


relación profesional, no me importa lo que la gente piense sobre
cualquiera que no sea mi hija, pero Magda siempre ha echado la red de
par en par, atrapando a todos los que pueda meter en su bolsillo. Su
red e influencia se extiende mucho más allá de la mía. Ella tiene toda la
autoridad en esta organización. A veces tengo la fea sospecha que el
negocio es la única razón por la que se casó con mi padre, para poder
hacerse cargo de todo. Ella es más dura como prestamista que él. Y él
era un bastardo aterrador.

Yo me siento atrás con Valentina mientras Magda se sienta adelante


con Quincy.

—Conduce, —le dice a mi guardaespaldas.


Quincy y Magda están callados, supongo que por la chica, una intensa
conciencia de la mujer a mi lado y mi poder sobre ella se extiende por
mi cuerpo, poniéndome duro.

Jódeme. Soy su dueño.

Ella es mía.

El pensamiento me da un subidón a la cabeza. Es tan pequeña que


parece la muñeca con la que Magda me acusó de querer jugar. De pie,
Valentina apenas llega a mi pecho, sus huesos son tan frágiles que se
aplastarían bajo la más ligera presión, si la abrazo demasiado fuerte
sus costillas podrían romperse. Puedo envolver una mano alrededor de
su delgado cuello. La fuerza con la que cierre los dedos será el factor
decisivo entre la vida y la muerte, sin embargo, ella me atacó cuando
Rhett le disparó a su perro, me dio una orden cuando me dijo que
dejara ir a Charlie Haynes. Es fuerte y leal.

Estoy fascinado y celoso del amor por su hermano. Nadie ha luchado


nunca por mí de esa manera y dudo que alguien lo haga. Poner
cualquier deber que yo vea que encaje en el paquete fue una prueba que
quería ver hasta dónde estaba dispuesta a llegar por Charlie, aunque su
decisión no hubiera cambiado nada. Me apoderé de ella en cuanto la vi
anoche, ya sabía que me la iba a llevar a pesar de todo.

Cuando el gerente del club de Napoles me llamó para decirme que el


objetivo de mi madre era Charlie, mi plan era entrar, sacar a Charlie y
luego a su hermana, que estaría sola en casa. Hacer ejemplo con gente
que no paga es el procedimiento estándar. Algunas personas no temen
por sí mismas, pero siempre temen por sus familias. Según el diseño de
Magda, Valentina habría sido el sacrificio de servir como un
recordatorio a nuestros deudores mientras deban, sus familias no están
a salvo.

Entonces salí de la oficina y allí estaba ella toda tetas, culo y piernas.
Ninguna mujer, excepto las prostitutas, entra en Napoles por voluntad
propia. Un nervio me pellizca entre los omóplatos cuando pienso en lo
que podría haberle pasado si yo no hubiera estado allí. Es
extremadamente ingenua o estúpidamente valiente, después de esta
mañana, sospecho que lo último.

Ahora que lo pienso, no entiendo cómo ha sobrevivido tanto tiempo


aquí, según Jerry ella ha estado residiendo en Berea durante seis años.
El agujero de mierda en el que vivía está en el valle de las drogas. Es
una sorpresa que los señores de la droga y el sexo no la hayan
secuestrado y vendido o que una banda callejera no la haya violado y
matado todavía. Hay cosas infinitamente oscuras que pueden pasarle a
una chica hermosa y desprotegida en este vecindario.

La observo de reojo, en los veinte minutos que llevamos conduciendo,


no ha dicho ni una palabra, su pelo castaño es largo y ondulado, rizado
en sus hombros. Un olor limpio se aferra a ella, como un champú de
fragancia o una loción corporal. Me gusta, los perfumes complejos me
dan dolor de cabeza. En los pantalones cortos blancos y la camiseta
amarilla, sus piernas tonificadas y sus pechos redondeados están
expuestos a mí. También la vena que late bajo la piel dorada de su
cuello. Su miedo me excita, su coraje me intriga. Largas y oscuras
pestañas cierran la expresión de sus ojos marrones, finge mirar por la
ventana, pero sé que es consciente de mí y el arma apoyada en mi
regazo.

El arma está fría en mi mano, hace mucho que he pasado la etapa en la


que mis palmas se ponen sudorosas antes de un trabajo. No me
importa la matanza, vivo en una ciudad violenta. Sólo los más duros
sobreviven y yo soy un superviviente, no dudaré en apretar el gatillo si
alguien amenaza o daña a mi familia. Pon un dedo en mi propiedad y lo
romperé. Yo era el tipo de chico que se complacía en romper los
juguetes de otros chicos. Todavía los rompo, la mayoría son huesos en
estos días. Cuando se trata de corazones, sólo rompo lo que ya está
roto. De esa manera, no tengo que responsabilizarme de los
sentimientos de nadie, ahora me he responsabilizado de una persona a
un nivel totalmente diferente. Al menos no hay riesgo de romper el
corazón de Valentina, ella ya me odia y con lo que estoy planeando para
su cuerpo, sólo me odiará más pero me necesitará con igual intensidad,
me aseguraré de eso.
Su mirada se ensancha parcialmente cuando nos acercamos a nuestra
propiedad. Es una mansión de dos pisos en un gran terreno rodeado
por un muro de dos metros, con alambre de púas electrificado y
guardias armados las 24 horas, en esta ciudad, sólo la gente con dinero
está a salvo. Ella mantiene su cara en blanco mientras abrimos las
puertas. El diseño original de Frank Emley data de principios de 1900 y
combina varios estilos con una fuerte influencia victoriana, trabajos en
hierro, muros de piedra y vitrales de arte nouveau. Está en el corazón
de Parktown, en medio de las casas de los banqueros, los comerciantes
de diamantes, los políticos y todos los demás que se pueden comprar.

Quincy estaciona y abre la puerta para Magda primero, luego para mí.
Mientras estiro mi pierna rígida, él deja salir a Valentina, ella se vé tan
frágil con su cartera y su maleta frente a la fuente.

—Tomare eso. —Agarro sus posesiones y le agarro el brazo para llevarla


a la escalera del porche, mis dedos se superponen al pequeño diámetro
de su brazo. Este es el punto en el que espero que patee sus talones y
grite, pero ella permanece misteriosamente tranquila.

Magda nos adelanta en las escaleras. —Un movimiento equivocado, una


palabra equivocada a cualquiera y Charlie está muerto. ¿Lo entiendes?

Valentina inclina su cabeza lejos de mi madre, un temblor recorre su


cuerpo.

Marie, nuestra fiel y antigua cocinera, abre la puerta y su cara se


congela cuando sus ojos se posan en la joven.

—Prepara la habitación de la criada —dice Magda—. Te informaré más


tarde. —Ella entra delante de nosotros—. Gabriel, trae a la chica a mi
estudio.

Antes que pueda discutir, Magda se ha ido. La mirada de María


permanece fija en la mujer que está a mi lado. Lo mejor es que termine
esta presentación.

—Esta es Valentina, —digo. —Ella es una propiedad.


Marie asiente con la cabeza como si llevara propiedades a casa todos los
días, pero ella entiende, ha estado dando vueltas a la manzana. Se
escabulle sin ofrecerme mi bebida habitual.

Llevo a Valentina al estudio de mi madre y cierro la puerta. Lo que sea


que Magda esté cocinando, ya no me gusta. Ver al guardaespaldas
personal de mi madre, Scott, de pie detrás de su silla con una pistola en
la mano me hace apoyar la mano en mi propia arma metida en la
cintura, la amenaza es clara, desafía a Magda y Valentina terminará
como su perro... con una bala entre sus suaves ojos color marrón fango.

Magda se dirige a mi pequeña carga. —Entiendo que trabajarás para


nosotros. —Señala la silla que está frente a su escritorio—. Siéntate.

Dejo que Valentina se vaya, ella obedece, balanceándose en el borde del


asiento, siguiendo la postura de Scott me quedo de pie, por si acaso.

—¿Cuáles son tus habilidades? —pregunta Magda.

Las pestañas de Valentina revolotean mientras levanta los ojos hacia


mí, son grandes para su pequeña cara y son inquietantemente tristes,
pero también orgullosos.

—Responde cuando te hablen, —dice Magda con la voz de directora que


reservó para castigarme cuando era niño.

—Soy una asistente.

La boca de Magda cae. —¿Eso es todo?

—También cocino y limpio para mi vecino.

Magda golpea sus uñas en el escritorio, después de un tiempo, dice:


—Trabajarás para nosotros como criada y todo lo que Gabriel quiera de
ti. —Mi madre me mira con dureza, como si la vista le produjera una
indigestión—. Trabajarás de lunes a viernes hasta que se sirva la cena y
la cocina esté limpia, el sábado tienes libre desde las cinco de la tarde.
Se espera que vuelvas a las ocho el lunes por la mañana, si tenemos
eventos en casa, esperamos que trabajes, sin importar los horarios.

La idea de la criada me molesta, pero el horario de ocio para ella, desata


una rabia en mí. Pero no tengo un fundamento válido en el que
apoyarme para contradecirla. Es asunto de Magda y su deuda a cobrar,
yo sólo soy el que hace los tratos, será mejor que mi nuevo juguete no
intente escapar. Apuesto a que eso es lo que Magda está esperando, le
dará la razón para eliminar a Valentina y terminar mi estúpido trato,
como ella lo dijo.

—Mantendrás la casa ordenada —continúa Magda—, y con ordenada


quiero decir impecable, todo lo que está dentro del edificio es tu
responsabilidad excepto la cocina, Marie se encarga de eso, si necesito
que cocines, te lo diré. Si envenenas a alguno de nosotros, tú y tu
hermano morirán lenta y dolorosamente. ¿Entiendes?

Su garganta se mueve al tragar. —Sí.

—Sí, Sra. Louw o Señora.

Esos ojos oscuros brillan con desafío, pero ella los evita rápidamente.
—Sí, señora.

—Si fallas en alguna de tus tareas, el trato se cancela y estás muerta.


—Una luz sardónica brilla en los ojos de Magda—. Trabaja bien por...
—Me mira y espera.

—Nueve años, —respondo.

—Trabaja bien durante nueve años —continúa Magda—, y la deuda de


Charlie será saldada. No te pagaremos un salario, el dinero que te
hubiéramos dado irá para el pago de tu deuda, no permito que los
criados coman en nuestra mesa, pero pueden usar las instalaciones de
la cocina para preparar sus comidas, como no ganarás dinero mi hijo te
pagará un subsidio para comida y artículos personales. ¿Alguna
pregunta?
—¿Hay alguna rutina que deba seguir? ¿Qué hago exactamente?

Magda se pone de pie. —Ya te darás cuenta. Empieza inmediatamente.

Valentina sigue el ejemplo de Magda, levantándose de su silla con


consternación en su cara.

Antes que se vaya, hay una cosa que debe entender, agarro su cara con
una mano, clavando mis dedos en sus mejillas. —Huye de mí y
desearás que te hubiera disparado hoy.

Su cuerpo está cerca del mío y puedo inhalar su olor. Lleno el vacío
olfativo que no pude ubicar en el auto. Frambuesa. Ella se ve como una
paloma con las alas atadas, pero no vacila ante mi mirada.

—¿Está claro? —pregunto en voz baja, nunca levanto la voz, no tengo


que hacerlo.

—Sí.

—Bien. —La dejo ir.

Su mano va a su mandíbula, tocando la huella de mis dedos.

—Marie te mostrará tu habitación —dice Magda—. La encontrarás en la


cocina.

Le entrego a Valentina su maleta de viaje, pero me guardo el bolso y me


quedo de pie ya que no me han despachado.

En el momento en que Valentina se va, digo: —No conoce el camino.

Magda va hacia el bar y sirve un poco de vodka, que diluye con jugo de
naranja. —Dejar que encuentre su propio camino es su primera prueba.

—¿Por qué?
—Las cámaras ocultas grabarán cualquier acto traicionero que ella
conciba en su mente simplona y tú lo usarás a tu favor para quebrarla.

Magda toma un sorbo de su bebida y vuelve a su escritorio para tomar


el teléfono interno que conecta con la cocina. Marie contesta al primer
timbre con un profesional, —¿Sra. Louw?

—Ordena uniformes de criada para Valentina y ropa de cama para su


habitación.

—¿Alguna preferencia, señora?

—Negro.

—¿El uniforme o la ropa de cama?

—El uniforme. La ropa de cama... —Piensa por un segundo, dándome


una sonrisa demasiado fácil—. Blanca. —Cuelga y continúa— blanco y
negro. Suena bien, ¿verdad? Le recordará en qué se convirtió... En
nuestra criada y tu juguete.

—Ella no huirá. —Digo, con un desafío en mi voz, acabo de encontrar a


Valentina, no voy a matarla el domingo.

Magda sonríe, girando su vaso. —No es por eso que le di los domingos
libres.

—¿Por qué lo hiciste?

—Para darle la ilusión de libertad, de justicia. Por ahora, le dejaré creer


que tiene una oportunidad, la gente sin esperanza no puede ser
quebrantada. —Mi madre se lleva el vaso a los labios—. ¿Ves? Nos estoy
dando a ambos lo que queremos. Tú puedes romperla y yo puedo
matarla.

El odio envuelve las palabras de Magda. El hecho que quiera a esta


mujer lo suficiente para desafiar a mi madre provoca el desprecio de
Magda. No dudo que hará pagar a Valentina por hacer desviarme del
camino no tan recto y estrecho que se me ha marcado.

Ante mi silencio, Magda dice: —¿Entiendes que no podemos dejar que


cumpla su parte del trato? Eso sería una debilidad.

—Le prometí nueve años.

—No tengo intención de dejarla vivir tanto tiempo. —Su sonrisa crece
hasta que invade toda su cara—. Ella está destinada a meter la pata
más pronto que tarde.

Una repentina sensación me asusta. Magda está feliz con el giro de los
acontecimientos. Quiere que Valentina sufra y confía en mi naturaleza
para que eso suceda.
ME DUELE LA GARGANTA por las lágrimas reprimidas al salir del
estudio de la Sra. Louw. Si tenía alguna esperanza que la madre de
Gabriel tuviera compasión y me ayudara, ha sido eliminada en esa
habitación, ella es peor que su hijo, su oscuridad es mucho más fría.

Me siento mal del estómago debido a la preocupación por Charlie,


necesito llamar a Kris y comprobar que está bien, pero Gabriel me dio
mi ropa y guardó mi bolso con mi teléfono. No puedo permitirme pensar
en esta mañana o en Puff, todavía no. Por ahora, necesito ser fuerte.

Con el inminente peligro de muerte, la realidad se me viene encima, la


desesperación se filtra en mis poros, el pronóstico es desgarrador.
Tendré treinta y dos años antes de ser libre, si alguna vez soy libre. No
hay duda que Gabriel me matará sin pestañear, conozco a los hombres
como él, mi padre fue uno de ellos. El papel de la criada no es sólo para
pagar una deuda, es un medio para degradarme. No tengo ningún
problema en recoger el pelo de la ducha de Gabriel o en fregar su baño,
lo que me está matando es dormir bajo su techo y comer la comida que
él paga. Me veo obligada a permitir que mi enemigo se ocupe de mí, se
siente personal y equivocado. Lo último que quiero de Gabriel es
cualquier tipo de cuidado. Hablaré con Kris y negociaré para trabajar
los domingos, así podré seguir pagando mis estudios. Pase lo que pase
no voy a renunciar a ello, es mi única esperanza, nuestro boleto de
salida de Berea. Tendré que dejar mis planes en un segundo plano
durante nueve años.

Después de perderme en los pasillos y en demasiados cuartos con sofás


y sillas... ¿Cuántos salones pueden necesitar una familia? Por fin
encuentro la cocina en el extremo Este de la mansión. El tamaño de la
casa me abruma, va a ser un gran trabajo mantener el lugar impecable.

Marie me espera en una cocina de aspecto estéril, con una expresión


hostil en su rostro. —Será mejor que te muestre el lugar.

Sin decir nada, me pongo detrás de ella, pasamos por la planta baja con
sus salas de lectura, de descanso, televisión, entretenimiento y
comedor, subimos un tramo de escaleras. Los dormitorios y baños del
primer nivel son lujosos y cómodos. A medida que avanzamos, mi
corazón se hunde cada vez más, es demasiado.

—¿Quién está actualmente limpiando la casa?

Marie me mira como si le hubiera pedido una moneda de oro. —Un


servicio de limpieza, supongo que ya que estás aquí, serán despedidos.

Pobre gente, van a perder un gran contrato, pero al menos serán libres.

En una puerta de madera con un tallado intrincado, se detiene. —Este


es tu dormitorio, la siguiente puerta es de la Señorita Carly, la madre
del señor Louw está en el extremo opuesto.

Llama a la puerta de la Srta. Carly y la abre sin esperar respuesta.

Una chica de unos dieciséis años está boca abajo en la cama. La


habitación es una de las más bonitas que he visto. Está decorada en
azul con muebles blancos.

—Carly —dice Marie—, esta es Valentina. Es la nueva residente.

Carly levanta la cabeza para mirarme de arriba a abajo antes de volver a


enterrar su cara en su iPad.

—Su hija —dice Marie, cerrando la puerta, baja la voz—. A veces vive
con su madre, pero la mayoría de las veces está aquí.

Así que, Gabriel y la madre de Carly están separados o divorciados.


Exploramos la casa hasta que terminamos de nuevo en la cocina. Sólo
la cocina es blanco quirúrgico, no es una habitación frecuentada por los
habitantes de la casa, no hay un rincón para desayunar, libros o flores,
ni un rastro de calidez. Es una habitación funcional equipada para el
personal, aquí es donde Marie se detiene más tiempo para mostrarme la
cocina adyacente donde guardan los electrodomésticos y una nevera
para el personal.

—Puedes guardar tu comida aquí, —dice Marie—. La de la despensa es


sólo para la familia.

Los productos de limpieza se apilan ordenadamente en los estantes de


la pared, todo está ordenado y en su lugar. Al menos hay una
aspiradora y una lavadora de última generación para trabajar.

—¿Sabes cómo funciona esto? —Marie señala la lavadora y la secadora.


Asiento, aunque no lo haga. Yo lavaba nuestra ropa en la bañera, pero
¿qué tan difícil puede ser entender una lavadora?

—La ropa tiene que ser secada al sol, —explica Marie—, a menos que
llueva. La Sra. Louw no cree en el desperdicio de electricidad.

Desde la cocina, una puerta lleva a la habitación de la criada, aquí es


donde dormiré los próximos nueve años. Pongo mi cabeza alrededor del
marco, la habitación es pequeña, la cama doble ocupa la mayor parte
del espacio, pero la alfombra de color crema está limpia y el colchón
parece nuevo. La pintura es blanca, y no hay malos olores o humedad
que oscurezca las paredes, una puerta de conexión da acceso a una
pequeña bañera con una boquilla de ducha instalada en el interior, un
lavabo y un inodoro. Es mucho mejor que a lo que estoy acostumbrada.
No hay ropa de cama ni toallas y no he traído ninguna, pero no
pregunto.

—Bueno, —Marie se sacude las manos—, te dejaré seguir con ello, tus
uniformes llegarán más tarde. Por ahora, tendrás que trabajar así. —Le
da a mis piernas una mirada de desaprobación.

—¿Puedo tener mi teléfono?


—Tendrás
Tendrás que preguntarle al Sr. Louw sobre eso.

En el momento en que se va, uso el baño para echarme agua en la cara.


La enormidad de la situación presiona mi pecho. No puedo respirar,
necesitando aire abro la ventana, dejand
dejando
o que la brisa refresque mis
mejillas mojadas. Desde aquí, tengo una vista sobre un patio cerrado.
Hay un tendedero circular en el centro y una carretilla empujada contra
la pared. A través de la puerta abierta que da acceso al patio trasero, se
puede ver el agua azul de una piscina.

No sé cómo hacer mi nuevo trabajo con el enorme tamaño de la casa,


decido sumergirme en las profundidades y nadar. Es un enfoque que
siempre me funciona. Durante las siguientes horas, elaboro un plan de
acción a medida que avan avanzo,
zo, comenzando con la lavandería y el
desempolvado, luego paso la aspiradora y finalmente lavo los pisos y las
ventanas. Mi mente está llena de Charlie y Puff, aunque no puedo
luchar contra mis lágrimas, puedo esconderlas mientras inclino mi
cabeza sobre ell trapeador. Mientras lloro por Puff, dejo que madure mi
odio por Gabriel y el tipo que le disparó. El único rayo de esperanza en
esta pesadilla es que hoy es miércoles, el domingo, veré a Charlie.

A ÚLTIMA HORA DE LA TARDE, Gabriel me convoca a la sa sala de


lectura. Al entrar, me sorprende la presencia de un anciano vestido con
una camisa estilo Mandela y chinos.

Gabriel se vuelve hacia mí. —Este


Este es el Dr. Samuel Engelbrecht, va a
tomar una muestra de sangre y a examinarte.
Miro entre los hombres. —¿Para qué?

Gabriel ignora mi pregunta. —¿Estás tomando anticonceptivos?

La pregunta me deja sin aliento, aunque lo esperaba como parte


inevitable del trato que había hecho. Si el doctor reconoce el shock en
mi cara, no lo refleja.

—No, —fuerzo a través de mis labios secos.

El doctor me ofrece una sonrisa indiferente. —Quítate la ropa y


acuéstate en el sofá querida.

No puedo moverme, estoy pegada a la alfombra.

—¿Cuánto tiempo necesitas? —pregunta Gabriel.

—Veinte minutos.

—Volveré por ella.

De camino a la puerta, se para delante de mí. —Si él te hace daño, lo


mataré.

El Dr. Engelbrecht se burla de su caso. —No está bien hacer bromas


como esa.

—No es una broma.

Gabriel lo dice con una sonrisa, pero sus palabras me dan escalofríos.
Sale de la habitación, encerrándome dentro con el doctor.

—Vamos —dice el doctor—, no tengo todo el día.

Es vergonzoso desnudarse frente a un extraño que sabe que mi


empleador me va a follar, todo mi cuerpo se ruboriza cuando me quito
las zapatillas, me bajo las bragas y me quito el top.
Debe ver a muchos pacientes a domicilio, porque está bien preparado,
una sábana desechable ya está extendida en el sofá. Mantengo los ojos
fijos en el techo mientras me acuesto, tratando de ir a algún lugar
oscuro en mi cabeza.

Se ajusta un par de guantes quirúrgicos. —Dobla las rodillas.

—¿Qué vas a hacer?

—No te preocupes querida, es sólo una prueba de papanicolau5, se


supone que lo haces todos los años. ¿Primera vez?

Asiento con la cabeza. No es que tenga dinero para las visitas al médico.

Charla durante el examen para que me sienta cómoda, pero estoy tensa
y cuando toma la muestra me duele. Me deja vestirme antes de sacarme
sangre. Está casi listo cuando Gabriel vuelve a la habitación.

Camina hacia el sofá donde estoy sentada con mi brazo en el


reposabrazos mientras mi sangre corre en un vial. —¿Cómo fue?

Es el doctor quien responde. —Muy bien, tendré los resultados mañana.

Supongo que Gabriel quiere estar seguro que estoy limpia, no puedo
culparlo, viendo de dónde vengo.

—Dependiendo de los resultados de los niveles hormonales —continúa


el Dr. Engelbrech—, dejaré un anticonceptivo oral. —Quita la aguja y
me da un bastoncillo de algodón para presionar la herida. Después de
empaquetar las muestras en su bolsa, se quita los guantes, le da la
mano a Gabriel y se despide.

Miro fijamente a Gabriel cuando estamos solos, el calor ardiendo bajo el


escote de mi top. —Podrías haberme avisado.

—Te habrías estresado innecesariamente.

5
Es un procedimiento que se lleva a cabo para detectar cáncer cervical en las mujeres, el consiste en
recolectar células del cuello uterino, el extremo inferior y angosto del útero que está arriba de la vagina.
—Yo
Yo seré quien juzgue eso —digo, poniéndome de pie—
—. Puede que
trabaje para ti, pero sigue siendo mi cuerpo.

—No, bonita. —Me


Me da una mirada calculada
calculada—.. No estoy de acuerdo.

No tengo una respuesta, todo lo que puedo hacer es pasar de largo,


escapando de la situación inquietante y por ahora me deja.

El duro trabajo físico es una salida para mí ira, frustración e incluso un


poco de mi miedo. Como no me encuentro con nadie mientras estoy
limpiando, una falsa sensación de calma se instala sobre mí, pero
comienzo a estresarme de nuevo
nuevo, cuando me doy cuenta que ue sólo puedo
ocuparme de la planta baja con el tiempo que me queda. Al menos la
casa está inmaculada, puedo empezar con el primer piso mañana. No lo
lograré a menos que trabaje en forma rotativa, limpiando a fondo
algunas habitaciones sólo cada dos o tres días.

No me detengo a almorzar y no he desayunado. Cuando entro en la


cocina al atardecer, estoy hambrienta, sudorosa y cansada
cansada, pero todo
abajo está reluciente y limpio. Marie está removiendo una olla en la
estufa, la deliciosa fragancia del estofado de tomate y carne me llena las
fosas nasales. Mi estómago traicionero da un gruñido. Mi cuerpo no
entiende el orgullo o el honor, rige por las simples necesidades de
supervivencia del hambre y la sed. Tomando un vaso del armario, lo
lleno bajo el grifo y lo b
bebo hasta el fondo.

Marie se limpia las manos en su delantal. —Te


Te guardé un sándwich.
—Hace
Hace un movimiento con un plato bajo un mosquitero en el mostrador
con un sobre blanco a su lado—. El Sr. Louw dejó tu dinero para la
comida. Dijo que no saldrás de la propiedad antes del sábado, pero si
escribes lo que necesitas, lo pediré por ti. Tenemos un servicio de
entrega que viene todos los días.

Por supuesto que lo hacen.

Mirando el reloj de pared, el ama de llaves continúa: —Me voy. La cena


está lista, la Sra. Louw va a salir esta noche, pon la mesa para el Sr.
Louw y la Srta. Carly en el comedor informal. Asegúrate que la cocina
esté limpia y la mesa puesta para el desayuno antes de ir a la cama. El
Sr. Louw suele desayunar temprano antes que yo esté de servicio,
estaré aquí a las ocho.

Un suave miau suena desde la puerta, miro hacia abajo a un par de


ojos amarillos moteados de verde. Un gato gris, con su cola y sus patas
con punta blanca, corre dentro y se frota contra mi pierna.

Me agacho para acariciarlo. —Hola, tú ¿Cómo te llamas?

—Ese es Oscar, —responde Marie.

Por su tono, deduzco que no le importa mucho.

—Es el gato de la difunta abuela del Sr. Louw.

Complacido con la atención, el atigrado se pone de lado, se estira


cuando le rasco la barbilla.

—Nada más que una molestia, —dice Marie con un chasquido de su


lengua.

Esto hace que me guste aún menos. No confío en la gente a la que no le


gustan los animales. —Parece bastante tranquilo.

Ella resopla. —Verás cuánto te gusta cuando tengas que limpiarlo por
todas partes.
—¿Ha sido castrado? —levanto una pierna trasera para ver mejor. Sip.

Una bocanada de aire sale de sus labios. —Como si yo lo supiera.


—Marie toma su chaqueta y su bolso de un gancho detrás de la
puerta—. Nos vemos mañana a las ocho. —Cierra la puerta trasera con
un firme clic.

Por curiosidad, abro el sobre con mi nombre y miro dentro. Me


sorprende sacar once billetes de quinientos rands, quinientos más que
mi salario mensual. Es mucho más generoso de lo que esperaba,
contemplo rechazar el dinero por principio, pero no tengo elección. Sin
un ingreso, no puedo cuidar de Charlie y pagar mis estudios. O comer.
Cuando siento el hambre con toda su fuerza, relleno mi vaso con agua.

Al sonido del grifo abierto, Oscar mueve sus orejas.

—¿Tienes sed? ¿Dónde está tu tazón?

Cuando me acerco a la puerta, se pone de pie y me pasa a la cocina.


Allí, junto al lavavajillas hay dos tazones de porcelana, uno lleno de
agua y el otro de croquetas, no me lleva mucho tiempo localizar la bolsa
de comida para mascotas debajo del fregadero. Es una marca barata,
una con más fibra que valor nutritivo, por lo general se fabrica para
llenar, pero no para nutrir. Lleno la comida, enjuago el cuenco de agua
antes de volver a llenarlo con agua fresca y me siento como en casa en
el suelo junto a Oscar donde le doy de comer trozos de jamón y queso
que saco del sándwich. No es la comida más saludable para él tampoco,
pero al menos es más sabrosa que el cartón con el que lo alimentan. La
comida hace que Oscar sea mi nuevo mejor amigo. Mientras pongo la
mesa y traigo la ropa sucia de fuera, él se queda a mi lado, robándome
miradas esperanzadoras que sólo puedo recompensar con caricias, al
menos hasta que tenga mi propia comida.

Es tarde, pero me preocupa no tener tiempo de ponerme al día con todo


el trabajo pendiente mañana, así que doblo la ropa que puedo y dejo a
un lado las camisas y los vestidos para planchar. Mientras espero a que
la plancha se caliente en la sala, oigo sonidos en la cocina.
Inmediatamente, mi estómago se hunde, no sé cómo, pero estoy segura
que es él. Es como si el aire se espesara, dificultando mi respiración,
cierro los ojos y contengo el aliento, esperando que se vaya, sin embargo
la plancha silba y escupe, delatando mi escondite.

Al oírlo, Gabriel vuelve la cabeza a la esquina, sus ojos se fijan en mí, y


luego en Oscar a mis pies. Es difícil leerlo, me mira como si me valorara
o tratara de encontrar un error. Odio que me provoque miedo, odio aún
más que me haga sentir curiosidad. Intento no mirar, pero las cicatrices
de su cara tienen un tirón magnético en mi mirada. ¿Qué clase de arma
crea esas cicatrices? ¿Qué clase de hombre sobrevive a ello? No puedo
apartar la vista de su mirada desafiante.

Finalmente, las duras líneas de su boca suavizan.

—Será mejor que sirvas la cena mientras esté caliente. —De repente, se
da la vuelta y se va.

Suelto el aliento que contenía, mi pecho se desinfla mientras su


presencia se desvanece y el aire se descomprime de nuevo.

Carly se sienta en la mesa frente a su padre, con un teléfono inteligente


en la mano, cuando entro con una bandeja llena de platos, ella no
levanta la vista de los mensajes de texto mientras coloco todo en el
centro de la mesa. En cambio, los ojos de Gabriel me siguen por la
habitación, me vuelvo intensamente consciente de mi ropa y del estado
de mi cuerpo, mi piel brilla con el sudor, necesito una ducha. Para
añadir a mi malestar, él inhala de forma audible mientras paso por
delante de él.

Cuando la bandeja se desocupa me asiente con la cabeza. —Sírvenos y


luego vete.

Levanto la tapa del tazón de arroz y se lo llevo hasta Carly.

—¿Arroz, señorita? —Trato de ocultar mi incomodidad, ya que me veo


obligada a arrastrarme y a inclinarme ante el enemigo de mi hermano.

No hay respuesta, su cabeza permanece inclinada sobre su teléfono,


causando que su cabello color trigo caiga en un velo alrededor de su
cara. Me quedo suspendida hasta que el golpe de la palma de Gabriel en
la mesa hace que Carly y yo saltemos. Los cubiertos y los vasos chocan
con la fuerza.

—Guarda tu teléfono, Carly. Si lo veo en la mesa de nuevo, lo


confiscaré.

Ella lo mira con una mirada fría y azul. —Entonces cenaré en casa de
mamá.

Un músculo se mueve bajo uno de sus ojos antes de estrechar los dos.
—Puedes hacerlo, pero como yo pago tu mesada, tu teléfono se queda
aquí.

Tira el teléfono sobre la mesa, el móvil golpea la madera con un ruido


sordo. —Bien.

—Valentina te hizo una pregunta.

Ella me mira como si yo fuera la razón de su discusión. —¿Qué?

—¿Arroz, señorita? —repito, manteniendo mi cara sin emociones.

—Por el amor de Dios. —Suspira con un exagerado giro de ojos—.


Llámame Carly. Odio que me llamen señorita.

—¿Arroz, Carly? —digo categóricamente.

Le roba una mirada a su padre y murmura: —Lo que demonios quieras.

Los nudillos de Gabriel se vuelven blancos alrededor del tallo de su


copa. No puedo salir de ahí lo suficientemente rápido. La atmósfera está
tan llena de tensión que quiero ahogarme. Vuelvo a mi plancha y
escucho, pero no hay nada más que el ruido de sus cubiertos y el
tintineo de sus vasos mientras la comida avanza en silencio.

Cuando terminan, yo también. Todas las camisas están dobladas a la


perfección, una odiosa maldición presionada en cada línea. El comedor
está vacío cuando despejo la mesa, la música fuerte viene de arriba. No
quiero contemplar las dificultades de la relación de Gabriel con su hija,
no me importa.

Cuando llego a mi habitación, hay toallas y un montón de ropa de


cama, junto con mi bolso. En el armario, encuentro tres vestidos de
criada negros de mi talla, no hay llave en la cerradura y no hay silla u
otro mueble que pueda empujar contra la puerta, no es que me sirva de
nada. Hice un trato con un monstruo y la única manera de sobrevivir es
honrarlo.

Lo primero que hago, es extraer mi teléfono y llamar a Kris.

Ella responde inmediatamente. —Dime que estás bien.

—Estoy bien.

—¿Dónde estás?

—En la casa de Gabriel Louw.

—¿Él te...?

El sonrojo me sube por el cuello. Lo hará, pero no puedo decírselo a


Kris, ya tiene suficiente en su plato. —No. ¿Cómo está Charlie?

—Estaba disgustado cuando lo traje, pero ahora está tranquilo, está


viendo la televisión.

—Gracias, Kris. —Parpadeo la humedad de mis ojos—. No sabía a quién


más llamar.

—Hiciste lo correcto al llamarme, estaba muy preocupada por ti.

—Lo siento.

—Llamé a tu teléfono varias veces. ¿Por qué no contestaste?


—Estaba trabajando.

—¿Haciendo qué?

Me aclaro la garganta. —Criada.

—¿Criada o puta?

—Kris, por favor.

—Val, tú vales más que eso.

—Estoy haciendo lo que tengo que hacer. —Una repentina ola de


cansancio me invade— ¿Puedes quedarte con Charlie hasta el fin de
semana? Es mucho pedir, pero no tengo otras opciones. Iré visitarte el
sábado y podremos hablar.

—Bien. —Ella ríe aliviada—. Pensé que eras una prisionera o algo así.

—¿Puedo saludar a Charlie?

—Por supuesto, espera un momento. —Dice el nombre de mi hermano,


un segundo después su dulce voz se pone en línea.

—¿Va-Val?

—Hola, ¿cómo estás?

—Bu-burguesas.

—¿Kris hizo hamburguesas?

—S-sí.

—Te vas a quedar con Kris por un tiempo, tengo un nuevo trabajo, y
requiere que me quede en él.

—¿Me visitarás?
—Cada semana.

—¿Cuándo?

—Sábado.

—Sa-Sábado.

—No te preocupes por nada, voy a cuidar de ti.

—Cu-Cuídate.

—Te veré el sábado, ¿de acuerdo?

—Sa-Sábado.

—Te amo y recuerda ser valiente.

—Ta- también te amo.

Cuelgo y miro fijamente el teléfono durante varios segundos, luchando


por procesar lo rápido que han cambiado nuestras vidas. No sirve de
nada llorar por cosas que no puedo cambiar. Ya he pasado por malas
situaciones antes. Puedo superar esto.

Exhausta, hago la cama y me doy una ducha rápida. Trato de no


pensar en el hecho que es su agua o que tengo que dormir en una cama
que le pertenece, entre sus sábanas, bajo su techo. Demasiado cansada
para secarme el pelo, me pongo el camisón y me meto en la cama. Mis
pensamientos se centran en Charlie y Puff mientras mi cabeza golpea la
almohada. Quiero rezar por ellos, pero estoy tan cansada que me quedo
dormida a mitad de camino, sólo para ser despertada por una presencia
familiar y amenazadora en la habitación.
Mi nuevo juguete se despierta con un jadeo silencioso. A propósito dejé
que ella durmiera primero. Desorientada con sus defensas bajas. Hace
más fácil ver la verdad. Por el momento, la única verdad es el miedo en
sus ojos.

No es tan fácil ver la verdad en mí, porque no sé lo que siento, excepto


lo físico. Su olor embriagador predominó en mi comedor y endureció mi
polla. No sé qué es lo que hace que mi lujuria salga a la luz. Sólo sé que
la deseo como nunca he deseado a una mujer.

Desde el marco de la puerta, merodeo hasta el borde de la cama, ella


me mira con sus grandes y turbios ojos, su pecho sube y baja al ritmo
de mis pasos. Agarrando la sábana la bajo lentamente, ella se aferra a
la tela, pero después de un segundo la suelta, rindiéndose a lo
inevitable.

Es la persecución, eso es lo que quiero decirme a mí mismo. No es como


si necesitara mentirme. Es sólo que es difícil encontrar la verdad en el
jodido fango que llamo mi corazón. Tal vez sólo quiero las cosas que
vislumbré en ella, la valentía y el amor que la hizo lo suficientemente
fuerte para soportar esto, lo que está sucediendo ahora mismo y nueve
años más de ello por el bien de su hermano.
Mi mente tiende a ser hiperactiva, rara vez se apaga, ni siquiera cuando
duermo, pero todos mis pensamientos lógicos se quedan tranquilos
mientras miro su cuerpo. Está tendida rígida e inmóvil en la sábana
blanca, con el pelo abanicado sobre la almohada. Alcanzo el botón de
mi cuello mientras desabotono a través de la solapa, ella traga y sus
dedos se clavan en la sábana, si su cuerpo se tensa más, se romperá
como una ramita.

Soy muchas cosas, incluyendo un asesino, sé que soy un hijo de puta


que da miedo, tengo espejos y no tengo miedo de mirarme en ellos. Veo
lo que ella ve en sus ojos. Son amplios y húmedos en la luz que llega de
la cocina, la habitación no está fría, pero ella tiembla en su camisón.
Inexplicablemente, esto me conmueve, Las mujeres con las que suelo
follar no tiemblan. Para suavizar esto para ella, aparto el lado
cicatrizado de mi cara cuando enciendo la luz de su habitación.

Con la sábana descartada a sus pies, tomo el dobladillo de su camisón


y lo muevo hacia arriba sobre su cuerpo exponiendo sus muslos, sus
bragas de algodón y sus pechos llenos. Sus ojos son demasiado grandes
para su cuerpo. Es perfecta, sus pantorrillas están tonificadas y sus
tobillos estrechos. Puedo ver asomarse su vello púbico debajo de la
humilde tela de su ropa interior e incluso la vista del simple algodón
endurece mi polla. Con cuidado de no alterar mi lujuria, me tomo mi
tiempo para estudiar la hinchazón de su estómago y la forma en que
sus pechos se aplanan ligeramente a los lados. Sus pezones son de
color rosa oscuro, exactamente como me gusta. Por el momento esos
pezones no están contraídos, pero sé cómo remediarlo a pesar de su
miedo. He tenido suficientes amantes para leer el cuerpo de una mujer
y darle lo que necesita.

Para aliviar la tensión en mi pecho, desabotono dos botones más,


dejando que el aire frío me baje por el torso, cuando me subo a los pies
de la cama, el primer sonido sale de los labios de Valentina. Es algo
entre un sollozo y un jadeo. Prefiero un gemido. Doblo mis manos
alrededor de sus estrechos pies. Ella se sacude como si la hubiera
golpeado con una pistola eléctrica. Despacio, paso mis manos por sus
piernas, por sus caderas y por sus costillas, se le pone la piel de gallina.
Con cuidado de no tocar ninguna zona erógena, invierto el camino,
manteniendo el tacto ligero. Mi polla se mueve en las restricciones de
mis pantalones, empujando dolorosamente contra mi cremallera, pero
esto no se trata de mí, se trata de tranquilizarla y darle placer. Después
de mucho tiempo de acariciarla así, todavía está incomoda, pero sus
músculos están menos tensos. Con cada caricia, me acerco más y más
a sus pechos, hasta que la punta de mis dedos roza sus pezones.
Incluso cuando finalmente se contraen para mí, con las puntas
convirtiéndose en pequeños guijarro ella lucha, frunciendo sus labios
casi tan fuerte como aprieta sus rodillas. Se detiene, observando cada
una de mis acciones, tratando de contemplar mi próximo movimiento
en lugar de ceder a la sensación.

—Cierra los ojos, Valentina.

—¿Vas a violarme?

Me río. —No.

—Entonces, ¿qué estás haciendo?

—Conociendo tu cuerpo.

—¿No me vas a follar?

—Eventualmente, sí. Cuando me ruegues.

Sus ojos brillan como gemas de ojo de tigre frío. —Eso nunca sucederá.

—Hablas demasiado, cierra los ojos y la boca o me veré obligado a


vendarte los ojos y amordazarte.

Mis palabras tienen el efecto deseado, sella sus labios y cierra los ojos.
Vuelvo a mis movimientos, comenzando un lento roce desde sus pies
hasta la parte inferior de sus brazos. Después de unos minutos de
acariciarla así, un rubor se extiende sobre su piel, manchando su cuello
y la curva superior de sus pechos. Las zonas erógenas de su cuerpo se
llenarán de sangre, haciendo que sus pechos se vuelvan pesados y su
sexo hinchado, preparándola para la penetración. Esta es la señal que
he estado esperando. Dibujando círculos alrededor de sus pechos
endurecidos, cierro el rastro en espiral de mis dedos hasta que estoy
fuera de sus areolas. Veo sus pezones apretarse más, extendiéndose en
pináculos besables que me duele por sentir en mi lengua. Ignorando el
hambre que hace que mis bolas se aprieten, hago rodar sus pezones
entre mis pulgares e índices y soy recompensado con un jadeo que
suena muy diferente ahora. Hay un crescendo de placer y un trasfondo
de vergüenza. La mezcla es un sonido embriagador, en el que tengo un
placer perverso. Quiero ser dueño de sus sentimientos, sus quejidos, su
placer y sus respiraciones. Como una señal, sus caderas se levantan, sé
lo que su cuerpo está pidiendo y sé que lo combatirá. Necesito una
rendición total.

Soltando sus bonitas tetas, envuelvo una mano alrededor de su cuello,


aplicando una suave presión, el toque es dominante y protector, y la
forma en que reaccione me dirá todo lo que necesito saber sobre cómo
hacerla feliz en la cama, para mi sorpresa, su cabeza se levanta
ligeramente, presionando su cuello con más fuerza en mi palma.
Valentina es una sumisa natural, mi tipo de conquista favorita.

Manteniendo mi mano en su lugar, la recompenso con un beso en cada


pezón. Sus labios se separan en un gemido silencioso y sus ojos se
abren. Ella parpadea sorprendida, esperaba que la mordiera o está
luchando para procesar la sensación. Sosteniendo su mirada, paso mi
lengua sobre su pecho derecho, chupando el delicioso pezón
profundamente en mi boca. Su espalda se arquea fuera de la cama, y
un suave grito cae de sus labios. Al oírlo, se queda completamente
quieta, en lugar de luchar contra su excitación se acuesta como un
cadáver, con los ojos fijos en el techo. Sus músculos se relajan,
aflojándose bajo mis manos. Esto no es suficiente, no dejaré que se
esconda de mí en su mente.

—Mírame.

La orden está en desacuerdo con la anterior, pero estoy aprendiendo a


leer y entender sus reacciones. Por supuesto, ella me ignora, vagando
en el vacío que ha creado en su cabeza.

—Si no me miras ahora mismo, vamos a empezar de nuevo, esta vez, lo


haremos frente al espejo.
Lentamente, vuelve la mirada en mi dirección hasta que me observa
desde debajo de sus pestañas.

—Buena chica. Sigue mirándome y dime lo que sientes, si dejas de


hablar, empezamos de cero.

—¿Qué?

Ella arruga sus cejas, pero no le doy tiempo para otra pregunta.
Reanudo la tarea de lamer su pezón como si fuera mi caramelo favorito.
Cuando un gemido reprimido se desliza de sus labios, levanto mi cabeza
para darle una mirada dura.

—Valentina, no te lo diré de nuevo. ¿Cómo se siente?

Ella se lame los labios, mirándome mientras le lamo el pecho con la


lengua.

—Se siente... caliente. —Se pone de color rojo brillante—. Mojado,


quiero decir...

—¿Bueno?

Se muerde el labio inferior.

—Continúa. —Me muevo a su otro seno.

—Suave... ¡Ah! Duro.

Grita mientras la pellizco con los dientes. —Dímelo.

—Doloroso. No, diferente. No lo sé.

La succiono sin parar, metiendo su pecho en mi puño y pellizcando la


punta dura con mis labios. —Sé más clara.

—¡Bien! Ah, Dios. Duele... bien.


Se calienta y se retuerce, es bueno tenerla en el momento conmigo.
Necesito que sienta, porque me excita su placer. Beso sus pechos y
acaricio sus pezones hasta que está cerca de hiperventilar, lanzándome
palabras y frases incoherentes.

—Voy a hacer que te vengas, —le digo —y no puedes detenerlo.

Se tensa de nuevo, su cara es una máscara de placer agonizante.

—Dilo, —insisto, pellizcándole el pezón con fuerza.

Ella grita. —No puedo... para.

—Eso es todo. —Le chupo el pezón—. Déjalo ir.

Ella se contonea. —No puedo.

—No me detendré Valentina, seguiremos toda la noche si es necesario,


pero me lo vas a dar.

Me agarra por los hombros, sus uñas se clavan en mi piel, y da un


sollozo frustrado. —No entiendo lo que quieres de mí.

—Sólo recuéstate y te mostraré.

Su agarre en mí se aprieta y su cuello se tensa, el miedo disminuye la


excitación en sus ojos.

—Mi polla se quedará en mis pantalones. Recuéstate.

Lentamente, los músculos de su cuello se relajan cuando apoya su


cabeza en la almohada. Una vez más, su cuerpo se ablanda debajo de
mí, pero esta vez está presente, ya no hay más contención. Sus piernas
se aflojan, sus muslos se separan una pulgada, el lento y rasposo
lametazo de mi lengua sobre su pezón es otra recompensa, fortaleciendo
su buen comportamiento. Cuando levanta los hombros del colchón, casi
pierdo el control. Le chupo el pezón hasta la parte de atrás de mi boca,
comiendo su pecho como un trozo de pastel y ella me devuelve la
recompensa empujando más profundamente, obligándome a tomar más
y dándome lo que he estado esperando. Los más dulces gemidos caen
sobre mis oídos.

Tan condenadamente caliente. Mis dedos se aprietan involuntariamente


alrededor de su cuello, aplicando más presión, mostrándonos a ambos
a quién pertenece. No hay intención de hacer daño, y su mente
subconsciente lo sabe. Lavo su otro pecho con los trazos húmedos de
mi lengua, dándole a la curva gorda la misma atención meticulosa que
a su gemela hasta que se retuerce en mi mano. Aflojando mi agarre en
su cuello, dejo que mi palma se deslice por su garganta entre sus
pechos, y sobre su estómago. Su piel está resbaladiza por mis besos y el
húmedo rastro hace que su estómago tiemble. Manteniendo mi mano en
su estómago, beso un camino hacia su hueso púbico, acariciando su
piel con mi nariz. El olor de su deseo me vuelve loco. Está mojada, y mi
lado posesivo se deleita sabiendo que yo soy la causa, soy el maestro de
su deseo, yo la traje hasta aquí, la llevaré al límite.

Apenas parece coherente mientras engancho mis dedos en el elástico de


su ropa interior y lo tiro sobre sus caderas y por sus piernas, libero sus
tobillos y desecho la ropa en el suelo. Está lo suficientemente excitada
como para tomarlo con más fuerza. Le abro las piernas de par en par,
dando a todos mis sentidos acceso a su núcleo más profundo.

No es un secreto que me encanta follar. Esta es la parte de las mujeres


que amo con reverencia. Amo sus delicados pliegues, su sabor, su olor y
los sonidos que hacen cuando invado sus cuerpos. El coño de Valentina
es hermoso, los labios de su coño son rosados y regordetes, brillando de
excitación. Su clítoris se asoma entre sus labios hinchados como una
perla. La arruga de su culo es un capullo rosa y la tensión me dice que
ningún hombre la ha reclamado allí. No me importa su oscuro y sedoso
vello púbico, pero tiene que desaparecer. Quiero ver su piel desnuda
cuando la separe mi polla. Quiero ver sus labios de melocotón estirarse
tanto como puedan cuando la lleve profundamente, pero pensar en el
futuro sólo me jode la cabeza y atormenta mi dolorosa polla. En cambio,
cierro los ojos y me concentro en su sabor. Mi lengua pasa por su
rendija hasta la punta de su clítoris. Ella se sacude violentamente, un
dulce grito que rebota en las paredes. Sus manos se clavan en mis
hombros, empujando y tirando simultáneamente. Dejó de hablar, los
únicos sonidos que salen de sus labios son los gemidos que estaba
buscando.

—Sólo siente, —susurro sobre su piel—. No tienes control, no tienes


elección.

Se relaja y se abre más, dándome un mejor acceso, le meto la lengua en


el coño y gimo mientras sus muslos envuelven mi cara en un suave
vicio, su miel cubre mi lengua, el sabor es un poderoso afrodisíaco.
Podría quedarme con la cabeza enterrada entre sus piernas para
siempre, pero incluso mi paciencia, la resolución y el control de los que
estoy tan orgulloso, tienen límites. La devoro como un hombre
hambriento, mis dientes rozando y mordisqueando mientras mis labios
pellizcan y chupan. Sus uñas se clavan en mi piel y sus talones se
clavan en el colchón. Cuando levanto los ojos, me sorprendo al ver que
me mira fijamente, sus charcos marrones se ahogan en el deseo. Suaves
y femeninos gemidos me azotan mientras la chupo más fuerte,
alimentando mi adicción por esto, por todo lo que me está dando. Un
grito de sorpresa llena el aire y sus caderas se cierran, sé lo que esto
significa. Empujo con la palma de la mano sobre su estómago para
medir la reacción de su cuerpo, pero no es necesario. Sé exactamente
en qué momento se corre.

Emite un sonido agudo y se contrae alrededor de mi lengua con una


fuerte explosión de humedad. Quiero usar su orgasmo para mojar mi
polla, para hacerla resbaladiza y así poder hundirla en su cuerpo, tan
profundo como ella pueda llevarme, pero por ahora sólo beso y lamo su
clítoris, prolongando las ondas explosivas y disfrutando de su
liberación. A pesar de mi resolución anterior, estoy más que listo para
follarla, pero algo me está frenando. Por alguna razón, siento que es la
primera vez que se corre. Una ola caliente de satisfacción y una
inmensa anticipación me inunda mientras considero lo imposible.

Valentina es virgen.

Y eso me aplasta.

No puedo romper algo que es íntegro y puro.


Soy inexperta no estúpida, sé que tuve un orgasmo, pero fue el primero
y estoy devastadoramente triste y avergonzada, me rendí ante el hombre
que iba a matar a mi hermano, pero esas manos en mi cuerpo...
esperaba fuerza y rudeza, en cambio, él me dio suavidad. Me confundió
muchísimo la forma en que sus dedos exploraron mi piel, me
tranquilizó y cuando me di por vencida en mi miedo me prendió fuego,
sabía exactamente qué hacer, no hay duda que es un amante hábil e
intuitivo. Me tocó como ningún hombre lo ha hecho nunca, de una
manera que hizo que mi piel cobrara vida. Retorció y preparó mi cuerpo,
tocándolo como un instrumento hasta que le dio la melodía que quería,
pensé que me iba a violar. En cierto modo, lo hizo. En cierto modo, esto
es peor. Me violó los sentidos, me quitó las defensas y me dejó
vulnerable, pero aún de forma fría. Sus brazos me rodearon,
arrastrando mi espalda desnuda a su pecho vestido. Lágrimas calientes
e indeseadas gotean en la almohada.

Me rendí.

He perdido.

Mi cuerpo me traicionó.

Manos grandes y duras, manos que torturaban mis pezones en puntos


dolorosos de necesidad, me rozaron la cadera, un brazo se enrosca
debajo de mí, dedos fuertes que se agarran a mi pecho, mientras que la
otra acaricia mi muslo suavemente mientras lucho por controlar mis
sollozos.
—Shh, —susurra contra mí oído, repitiendo el mismo mantra de antes,
me da la absolución—. No tuviste elección.

Hay muchas cosas que puedo soportar, pero no su amabilidad, necesito


odiarlo. Sacando sus dedos, ruedo hasta el borde de la cama y salto a
mis pies.

—Aléjate de mí. —Pongo mi camisón en mi cuerpo.

Sus ojos se endurecen, pero no me alcanza. Con su expresión oscura


sobre las cicatrices, parece más aterrador que cualquier hombre que
haya visto.

Levantando un dedo y dice: —Debiste haberme dicho que era tu


primera vez.

¿Por qué no puedo sentirme indiferente? La indiferencia no dolerá o


cortará tan profundamente, el dolor y la traición no me dejarán ir.
Usando ese dolor, lo moldeo en un escudo de odio. El odio infunde mi
tono —¿Qué diferencia habría hecho?

Hay una advertencia en su voz. —Valentina, no tomé nada que no


prometieras dar.

—Exactamente —me quiebro—. Prometí dar, no tomar.

Sus labios se levantan en una esquina, dándole la misma expresión


divertida de esta mañana cuando amenazó la vida de Charlie. —Dar y
recibir, es un tema discutible. Tal y como yo lo veo, todo esto fue un dar
por tu parte, yo hice todo el trabajo.

Estoy echando humo, esperaba que me usara, pero que lo hiciera como
Tiny. En cambio, de alguna manera se las arregló para hacerme
cómplice de lo que sea que haya ejecutado.

—¿Estás enojada porque te hice venir o porque lo disfrutaste?


—pregunta, dando en el clavo con el martillo.
Temblando de furia, sobre todo contra mí misma, envuelvo mis brazos
alrededor de mi cuerpo.
rpo. —¿Hay
¿Hay algo más que quieras? ¿Algún otro
servicio que necesites?

Él sonríe.

—Todo
Todo a su tiempo. —Una Una mueca de dolor reemplaza su sonrisa
arrogante cuando se pone de pie pie—.. Tomaré mi desayuno a las cinco,
uvas, jugo de naranja, café y tortilla con chile a
asegúrate
segúrate que esté listo.

Ajustándose los pantalones sobre una erección imposible de pasar por


alto, cojea fuera de la habitación. Espero cinco minutos después que el
ruido de sus zapatos en las baldosas de la cocina haya desaparecido
antes de cerrar la pue puerta,
rta, apoyándome en ella con las piernas
tambaleantes. Mis hombros tiemblan con más sollozos inoportunos,
pero no puedo detenerlos. Me lleva unos minutos encontrar mi control,
quiero darme otra ducha para lavar los restos del toque de Gabriel, pero
un vistazo
zo a mi teléfono me dice que es más de medianoche, tengo que
despertarme en cuatro horas, así que me meto en la cama y me entrego
a la huida de un sueño poco profundo y agitado.

Es una tortura cuando mi alarma suena a las cuatro, Oscar está


estirado a los pies de la cama, ronroneando como un motor. Debe haber
saltado por la ventana durante la noche, sólo puedo darle un abrazo
rápido o llegaré tarde. Anoche me sacó de mis casillas, tomando la
decisión consciente de no pensar en el vergonzoso recuerdo, torturarme
con los detalles no cambiará nada, sólo lo hará más difícil para mí.
Después de una ducha, me visto con el morboso vestido negro y me ato
el pelo en una cola de caballo, sabiendo que estaré de pie todo el día,
me pongo las zapatillas. Media hora más tarde, estoy en la cocina,
cortando chile para la tortilla de Gabriel mientras el café se filtra.
Cocinar es fácil para mí. Nos he alimentado a Charlie y a mí desde que
tenía catorce años, extraño mucho a mi hermano, nunca nos hemos
separado. Siento como si mi ancla se hubiera descolgado y estoy
flotando sin rumbo en un mar oscuro y traicionero.

Estoy de espaldas a la puerta, pero sé en qué momento Gabriel entra en


la cocina, primero lo siento y luego lo huelo. El calor se arrastra por mi
columna vertebral, haciéndome estallar en un sudor frío, el aire se
vuelve espeso como el humo, difícil de respirar, mi cuerpo registra su
olor desde donde lo he clasificado en mi cerebro, conectando los puntos
a la experiencia sensual de anoche, una experiencia que preferiría
olvidar, pero no puedo evitar la poderosa asociación. La limpia y picante
fragancia de su piel desencadena una reacción no deseada en mi
vientre, contrayendo mi útero con un eco revoloteante de mi primer
orgasmo. Mis mejillas arden ante el pensamiento. Espero que piense
que es de la placa de la estufa caliente.

—Buenos días, Valentina.

Esa voz otra vez, ahora que estoy menos asustada, deja una compleja
mezcla de impresiones sensoriales en mí: Oscura, suave, agridulce y
profunda como el azúcar quemada, miro por encima de mi hombro, está
vestido con un traje oscuro con una camisa blanca y una corbata roja,
su pelo está húmedo y su barba recortada.

Doblo su tortilla, haciendo lo posible por no dejar que se vean mis


nervios. —Buenos días.

Viene a pararse a mi lado, tan cerca que nuestras caderas casi se tocan,
y alcanza dos tazas del armario de arriba. Mientras él sirve el café con
una mano firme, la mía que sostiene la espátula comienza a temblar.

—¿Has dormido bien? —empuja una de las tazas hacia mí, alejando el
lado marcado de su cara.

Por supuesto que no. —Sí, gracias.


—¿Has comido?

—Más tarde.

—Podemos
Podemos compartir la tortilla.

—No
No puedo comer tan temprano. —Prefiero
Prefiero morir de hambre
ha que
compartir su tortilla, es un pensamiento ilógico, ya que me da la
asignación que paga mi comida, pero tengo que aferrarme a cualquier
orgullo que pueda salvar.

—El
El doctor envió por correo electrónico los resultados de tus análisis de
sangre. Estás limpia.

Nuestros ojos se fijan cuando involuntariamente sacudo mi cabeza en


su dirección, ambos sabemos lo que esto significa. Tan pronto como
tome el control de natalidad me follará, a menos que use un condón
para hacerlo antes. Antes que pueda decir alg
algo
o más, le sirvo su tortilla
en el plato que calenté y la llevo al comedor, luego desaparezco para
empezar mis tareas del día, tratando de no pensar en lo que dijo en la
cocina o que me convertiría en una criada con beneficios. Una puta.

RÁPIDAMENTE conseguínseguí controlar la rutina de la casa, Carly se levanta


a las seis y sale de la casa a las siete sin desayunar. Marie llega a las
ocho, hace los pedidos del día y empieza a preparar el almuerzo, le doy
mi lista de compras habitual. Mi dieta básica consiste en fideos
instantáneos y manzanas, las manzanas son baratas, llenan y son
nutritivas. Los fideos me dan un impulso de energía cuando mis niveles
de azúcar en la sangre bajan demasiado. Necesito la mayor parte del
dinero que ahorro para Charlie y mis estudios.

Mientras hago la cama en la habitación de Gabriel, intento no


quedarme embobada en su espacio privado, pero mi curiosidad supera
a mis modales. Como él, la habitación es demasiado masculina. Las
pesadas cortinas gris plateadas cubren las ventanas y sus muebles son
voluminosos, modernos y cuadrados, la cama es más grande y larga
que una cama king size. Las iniciales con monograma en las sábanas
indican que están hechas a medida, la tela es suave entre mis dedos.
Un vistazo a la etiqueta me dice que es un algodón egipcio de hilado
alto. Hay muchas fotos en blanco y negro de paisajes y edificios en la
pared, las fotos son de lugares y ciudades extranjeras, tal vez lugares
que ha visitado.

Un vestidor conecta su dormitorio con su baño privado. El armario es


más grande que mi habitación con trajes organizados por colores y
estantes para zapatos y corbatas. Gabriel es meticulosamente pulcro,
no hay ropa sucia ni toallas en el suelo. Cualquier artículo de tocador
que use está guardado en los armarios, nada está en los estantes, ni
siquiera un cepillo de dientes. Los azulejos de su baño son blancos y
negros con un borde gris sobre los lavamanos, los grifos y accesorios
son de latón y es una mierda pulirlos hasta que brillen. Froto hasta que
mis uñas están astilladas, pero esa es la parte fácil. La parte no tan
fácil es tratar de no sentir la vergüenza de mi reacción hacia él, ya que
incluso en su ausencia física, su presencia persistente se burla y me
atormenta, obligándome a recordar.

Oscar me sigue, me hace compañía, cuando llegan las entregas de la


mañana estoy temblando de hambre. Después de engullir un tazón de
fideos y una manzana para el desayuno me siento mejor, entrando en
mi habitación para un rápido descanso para ir al baño, mi mirada cae
en una caja al borde del lavabo, la levanto para leer la etiqueta, píldoras
anticonceptivas. Mi cara está ardiendo de calor, incluso cuando mi
estómago se convierte en hielo. Nunca he usado anticonceptivos. Nunca
lo he necesitado, con una mano temblorosa, saco el folleto y leo las
instrucciones. Siento como si estuviera cruzando la última línea al
aceptar las píldoras, pero quedarme embarazada sería un desastre, y
aunque parezca una locura apreciar cualquier gesto de mi captor,
agradezco a Gabriel su consideración al resp
respecto.

ESTOY COLGANDO la ropa cuando un pitido me llama la atención, el


conductor de ayer entra por la puerta del patio.

—Buenos días. —Me Me ofrece una sonrisa incierta, mirando mi


uniforme—.. ¿Cómo estás?

No sé qué hacer con su saludo, así que simplemente digo, —Bien,


gracias.

—Soy Quincy.

Pongo un mechón de pelo suelto detrás de mí oreja


oreja. —Hola.
Hola.

Cuando vuelvo a colgar la ropa, él deja de hablar


hablar. —Vine
Vine a advertirte
que no salgas antes que lo hables con la caseta de vigilancia.

—¿La caseta de vigilancia?


ilancia?

—Vivimos
Vivimos en una casa de personal en la parte trasera de la propiedad.
Hay un teléfono en la cocina. Si pulsas el botón marcado como casa de
guardia, uno de nosotros contestará.

—Oh.
—La
La próxima vez, si la puerta está abierta, —hace
hace un gesto en el acceso
del jardín—,, llama antes de salir.

—¿Por qué?

—Gabriel
Gabriel tiene un perro guardián. El patrulla el jardín y hemos tenido
un accidente antes.

—Bien.

—Bueno
Bueno entonces, que tengas un buen día. —Debe
Debe darse cuenta de lo
estúpido que es decir, porque sus p
pómulos se oscurecen—.. Hasta luego.
—Con
Con un incómodo saludo, se aleja rápidamente.

Recogiendo la cesta vacía, veo a Marie frente a la ventana de la cocina,


mirándome.

EN ALGÚN MOMENTO DEL DÍA, Gabriel y Magda deben haberse ido,


porque no están cuando C Carly
arly llega a casa a las cinco. A juzgar por su
ropa informal y la hora tardía de su regreso, ella va a una escuela
privada, las escuelas públicas requieren uniformes y salen antes de la
hora del almuerzo. Marie ya se ha ido cuando Carly me encuentra
planchando
ando en el fregadero.

—Valentina,
Valentina, ¿verdad? —Se
Se apoya en la pared y muerde un melocotón.

—Así es.
—Mi padre no dijo que iba a contratar a una criada. —Me mira desde
abajo de sus pestañas—. ¿Puedes hornear?

—Sí.

—¿Me harás un pastel para el postre? Marie hizo flan. Odio el flan.

Me agarro el cuello para comprobar la hora del reloj de pared de la


cocina. Necesito terminar más temprano esta noche para poder hacer
mi tarea, pero puedo encajar algo si no es muy complicado.

—¿Qué te gusta?

Ella balancea la fruta por el tallo. —Cualquier cosa con coco. —Conozco
una simple receta de pastel de miel y coco que no lleva mucho tiempo.
Los ingredientes son bastante comunes, es muy probable que encuentre
todo lo que necesito en la despensa. Apago la plancha.

—Está bien.

Cuando el pastel base sale del horno, vierto la mantequilla derretida, la


miel y el coco rallado por encima y lo caramelizo hasta un marrón
crujiente bajo la parrilla, Carly se apoya en la mesa de la cocina
mientras quito el pastel. Con su pelo rubio colgando en una trenza por
su espalda. Es una chica impresionante. No se parece a su padre, su
madre debe ser hermosa.

Carly olfatea con aprecio. —Eso huele bien, tomaré una rebanada
ahora. —No es una niña, pero le digo lo que le diría a Charlie.

—Arruinarás tu apetito para la cena.

—Vamos, Valentina. —Hace pucheros—. Mi mamá nunca me deja


comer dulces, es malo para mí figura. —Se mueve en su cuerpo, en el
que no hay ni una onza de grasa—. Papá llegará a casa en cualquier
momento y no quiero que sepa que estoy comiendo antes de las
comidas. Nunca oiré el final de esto.
—Eres una chica grande. —Empujo el pastel hacia ella—. No digas que
es mi culpa si no tienes hambre de comida adecuada más tarde.

—Oh, —guiña el ojo—. No lo haré. —Corta una rebanada generosa y


muerde el pastel caliente, tarareando su aprobación—. Oh, Dios mío,
esto es tan bueno.

—Me alegro que te guste. —Vuelvo a mi trabajo, feliz de haberla


complacido. El instinto me dice que seguir adelante con Carly no será
fácil.

Veinte minutos después, estoy doblando la última de las camisas


planchadas cuando la voz estruendosa de Gabriel irrumpe en la casa.

—¡Valentina!

Oscar se baja de la secadora donde ha estado durmiendo y se escapa a


mi habitación, salto quemándome el brazo con la plancha aún caliente,
un segundo más tarde, Gabriel entra en la cocina, casi me deja sin
aliento cuando salgo por la puerta del fregadero.

Me agarra del brazo, sus dedos se clavan en mi carne. Su cara está


pálida, haciendo que las cicatrices rojas resalten más. —Hay un
botiquín de primeros auxilios en la despensa, estante superior a la
izquierda tómalo y llévalo a la sala de televisión.
Corro para hacer lo que se me ha ordenado, pasando por el salón de la
planta baja donde está la gran pantalla plana, hasta encontrar a
Gabriel de rodillas frente al sofá en lo que debe ser la sala de televisión.
Carly está acostada en el sofá, jadeando con la boca abierta. Su piel
está manchada e inflamada y las glándulas de su cuello están
hinchadas. Me sorprendo tanto al verla, pero la voz tranquila y fuerte de
Gabriel me ordena.

—Dame el EpiPen6. Es una caja amarilla y blanca. —Afloja su corbata y


empuja un cojín bajo la cabeza de Carly.

Encuentro la caja y se la entrego con dedos temblorosos. Al contrario de


mis manos temblorosas, las suyas son firmes al abrir la caja y recupera
la inyección. Quita la tapa gris y empuja la punta roja contra el muslo
de Carly, luego cuenta en voz alta hasta diez. Cuando termina,
comprueba que la aguja se ha extendido y la cubre con la tapa. Soy
estudiante de veterinaria, no un médico, pero sé para qué sirve la
epinefrina, y reconozco una reacción alérgica grave cuando la veo.

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Es un aparato médico en forma similar a un lápiz con una jeringa y aguja hipodérmica usado para
administrar una dosis medida de epinefrina. La mayor incidencia de su uso es para el tratamiento de
reacción alérgica aguda para evitar o detener el shock anafiláctico.
Hay un pánico subyacente en la voz firme de Gabriel. —La ambulancia
está en camino, cariño.

—¿Alergia? —Me esfuerzo a través de mi garganta apretada.

La única respuesta que obtengo es su fría y espantosa mirada. Quiero


preguntar a qué es alérgica, pero el timbre de llamada de un teléfono
me interrumpe. Un celular vibra en la mesa de café. Gabriel extiende la
palma de su mano, una instrucción silenciosa, sus ojos de nuevo en su
hija.

Cuando pongo el teléfono en su mano, mira la pantalla, y responde con


un tono seco. —La ambulancia está en camino. —Su expresión se
vuelve dura mientras escucha una respuesta—. Sí, asumo toda la
responsabilidad si algo le pasa y no, ahora no es el momento de
amenazarme con la custodia exclusiva. Ven si quieres ver por ti misma
cómo está o espéranos en el hospital, pero deja de llamar cada dos
minutos. No va a cambiar una maldita cosa. —Corta la llamada y deja
el teléfono en el sofá.

Antes que pueda orientarme, suena el timbre de la puerta. Corro a


atender, pero la puerta se abre para revelar a uno de los hombres de
ayer, el que disparó a Puff. Lleva a dos paramédicos empujando una
camilla dentro. Una ambulancia privada está estacionada en la entrada
circular.

—¿Dónde? —pregunta escuetamente uno de los hombres.

—Síganme.

Los llevo a la sala de televisión. Los médicos entran y cierran la puerta


enfrente de mí. El asesino de Puff me echa un vistazo antes de salir de
la casa. Mientras camino por el pasillo, una mujer guapa como una
modelo dobla la esquina y me acecha. Su pelo rubio está torcido en un
moño francés. Un traje blanco de dos piezas se aferra a su cuerpo
definiendo sus curvas. Hay un asombroso parecido entre ella y Carly.

—¿Dónde están? —pregunta con una calma real.


Indico la puerta. —Por ahí.

Abre y da un portazo, causando que se sacuda en el marco. A través de


la puerta, escucho los tonos acalorados de una discusión, pero no
puedo distinguir las palabras. La madre de Carly debe vivir cerca para
poder llegar aquí tan rápido.

No estoy segura de sí debo esperar o irme, decido quedarme por aquí en


caso que me necesiten. ¿Por qué no me llamó Carly? Tal vez lo hizo y no
la escuché. No puede ser por el pastel. Carly me habría dicho si es
alérgica a los huevos o a la miel. Puede ser una picadura de abeja. Las
puertas corredizas de la cubierta de la piscina están abiertas.

Segundos después, los paramédicos salen empujando a Carly en la


camilla. Gabriel y la mujer rubia caminan junto a la camilla, la cara de
Gabriel esta tensa.

En la puerta principal, los paramédicos se detienen.

—Sólo uno de ustedes puede acompañarnos en la ambulancia, —dice el


hombre mayor.

—Ve tú. —Gabriel se pasa una mano por el cabello—. Te veré en el


hospital.

Cuando el guardia de Gabriel ayuda a los hombres a levantar la camilla


por las escaleras, la mujer que presumo es la madre de Carly gira hacia
Gabriel. —Espero que te ocupes de esto.

—Lo haré, —dice con fuerza.

Me mira con menosprecio antes de bajar las escaleras hacia la


ambulancia que la espera. Al llegar abajo, arroja sus llaves al asesino
de Puff.

—Rhett, lleva mi auto al hospital.


Rhett mira a Gabriel, quien da un pequeño asentimiento. La madre de
Carly se mete en la parte de atrás de la ambulancia, y la puerta se
cierra por dentro. Cuando el vehículo arranca con sirenas a todo
volumen, Rhett se sube a un Mercedes modelo deportivo y los sigue.

Estamos solos en la entrada ahora, Gabriel y yo y la furia reemplaza a


la frialdad en sus ojos.

—Tienes mucho que explicar.

El pánico acelera mi respiración. —¿Qué?

—El pastel.

Decir que estoy temblando en mis zapatos es una subestimación. —Oh,


no, Gabriel. —Esto no puede estar pasando—. Lo siento mucho.

Sus ojos fulminan los míos. —¿Por qué lo hiciste?

—Sólo quería hacer algo bonito para el postre.

—Bonito podría haber hecho que la matara. ¿O lo supiste todo el


tiempo? ¿Cómo es que lo averiguaste?

—Juro que no lo sabía. ¡Aún no lo sé! ¿Fue la miel? ¿Los huevos?

—Carly es alérgica al coco.

—¿Qué? —Mi mente se tambalea—. Ella lo pidió específicamente.

Me mira con una expresión que detiene mi corazón antes de enviarlo a


toda velocidad, el latido golpeando en mis oídos.

—Si estás mintiendo, lo pagarás caro. —Me agarra el brazo con un


agarre tan fuerte que me duele hasta el hueso—. No quieres saber lo
que hago con la gente que amenaza a mi familia y mucho menos tratar
de matarlos. —Me sacude con fuerza—. La próxima vez, apégate a lo
que se espera de ti y deja el menú planificado para Marie. —Me empuja
y toma el teléfono de su bolsillo.

Me abrazo a mí misma mientras él ladra una orden al teléfono.

Hay una amenaza oscura en sus palabras. —Quédate con Valentina


hasta que regrese.

Después de guardar su teléfono, sisea, —Alégrate que no esté muerta


incluso alégrate más que Magda esté en una cena esta noche.

Un guardia viene corriendo por el camino, con un rifle automático en


sus manos.

Cuando llega a la entrada, Gabriel dice, —No la dejes salir y si Magda


regresa, no dejes que se acerque a Valentina.

El guardia asiente, tomando una posición junto a la puerta.

Trato de calmar mi respiración mientras me encuentro con la mirada


furiosa de Gabriel. Él tiene toda la razón del mundo para estar
enfadado, y el hecho que no me golpee hace que le tema más. Significa
que él tiene el control y los hombres con control son los más peligrosos.

—Entra. —Las palabras suenan como un lago de hielo rompiéndose—.


Ni siquiera pienses en huir. Las ventanas y puertas están protegidas
con una alarma.

Me muerdo la mejilla para calmar el castañeo de mis dientes y hago lo


que me han dicho. Apenas entro cuando escucho los neumáticos de un
auto sobre la grava. A través de la ventana del salón, veo un Jaguar
convertible dejar las puertas.

Estoy temblando cuando llego a mi habitación. Oscar es mi consuelo,


ofreciéndome afecto mientras me hundo en la cama y me siento en la
oscuridad hasta que mi respiración es más normal. A medida que los
minutos se convierten en horas, trato de calmar mi mente estudiando,
pero no puedo concentrarme en lo que leo. Una hora se convierte en
dos, luego tres, cuatro y cinco. No tengo el coraje para ducharme o
cambiarme. Todo lo que puedo hacer es esperar el regreso de Gabriel y
Carly. No puedo soportar la tensión un poco más, me siento frente a la
ventana en la habitación del comedor que da a la calle de la propiedad.

Son casi las once antes que los faros de un auto iluminen las puertas.
Puede ser Magda, regresando de su cena. El alivio me inunda cuando el
Jaguar se acerca a la puerta. Un Gabriel con aspecto ojeroso cojea
alrededor del coche para ayudar a Carly desde el lado del pasajero. Con
su brazo alrededor de sus hombros, la lleva por los escalones.

Me apresuro a encontrarme con ellos en la entrada. —¡Carly! ¿Estás


bien?

—Lo estará, —dice Gabriel, pasando por delante de mí.

—Mantuve la cena caliente.

—No tengo hambre, —dice Carly.

—Necesitas tu fuerza, cariño. Llévala a la habitación de Carly.

No me mira mientras suben las escaleras. Preparo una bandeja y llamo


a la puerta de Carly antes de entrar.

Gabriel se sienta en una silla al lado de la cama, la mano de Carly está


en la suya. Él aleja su mirada de mí. —Déjalo en la mesa. Nos
serviremos nosotros mismos.

Obedezco y escapo a la falsa seguridad de mi habitación. Estoy


petrificada, Gabriel no me cree pero aún más aterrorizada es que mi
error le cueste la vida a Charlie. “Un paso en falso” dijo Magda. No
entiendo por qué Carly hizo algo como esto.

Durante una hora más, no pasa nada. Eventualmente, mi cansancio le


gana a mi ansiedad. Me doy una ducha rápida y me meto en la cama.
EN LA SOLEDAD de mi estudio, me siento en mi escritorio para
contemplar mis opciones. Es una decisión difícil. Vi una reproducción
del vídeo de seguridad de las cámaras de la cocina. La voz de Carly era
clara cuando pidió un pastel con coco. Valentina dijo la verdad. Con un
suspiro lo siento todo hasta los huesos, me tomo un trago de whisky y
lo bebo de una sola vez.

No entiendo a mi hija. Le fallé. Hay un barranco tan ancho entre


nosotros, me temo que nunca lo superaré. Cuándo comenzó la grieta,
no puedo decirlo ¿fue durante los años de infancia de Carly, cuando
siempre estuve ausente en casa, el negocio familiar ocupando mis días
y noches? ¿Es porque Sylvia y yo no pudimos hacer que las cosas
funcionaran? Si puedo precisar cuándo empezó, tal vez encuentre la
razón. Carly y yo sabemos que hay un problema. Aunque no lo
reconozcamos, porque es más fácil saltarse el drama. Si yo creyera que
Carly tiene una mejor relación con su madre, la animaría a que se
quedara con Sylvia, pero es lo suficientemente mayor para elegir, y el
hecho que viva aquí me dice lo suficiente.

A pesar de ser una escoria, intento ser justo. Es la única pizca de


humanidad que se interpone entre el hombre y el monstruo, pero en mi
negocio ser justo solo aplica a la familia. Poner a cualquier miembro del
personal por encima de la familia, bien o mal, no será tolerado. Un acto
así podría hacer que dicho miembro del personal fuera asesinado.
Inocente o no, las acciones tienen consecuencias, y Valentina no puede
escapar de asumir su responsabilidad. Sylvia espera que yo inflija un
castigo adecuado. Ella no va a olvidarlo o dejarlo pasar. Si no lo hago
antes que Magda venga a casa, Valentina morirá por lo que ha pasado
esta noche. No siento que tenga que castigar a Valentina por algo que
Carly debería pagar, pero no tengo una elección.

Relleno mi vaso y vuelvo a beber otro trago antes de buscar mi teléfono


y llamar a Rhett. —Ven a mi estudio, —le digo cuando responde.

El hecho que algo se encienda en mí, me excita, cuando pienso sobre lo


que estoy a punto de hacer es una prueba de lo lejos que estoy. Podría
ser que el alcohol sea el combustible de mis oxidadas inhibiciones. Tal
vez es hereditario y está en mis genes. No soy un monstruo hecho. Nací
como tal.

La puerta se abre, y Rhett entra. —¿Me llamó, jefe?

—Lleva a Valentina al gimnasio.

El tic que retuerce sus labios en una sonrisa me hace querer romper su
nariz. Lo añado al error que cometió disparándole al perro. En el fondo,
yo sé que no es culpa de Rhett. Nunca esperó que dejara vivir a los
Haynes. Hizo lo que creyó correcto, pero le causó sufrimiento a
Valentina, y tendrá que pagar. Por suerte para él, se va sin dudarlo.
Podría hacerlo con otro trago, pero no me arriesgaré. Tengo que estar
sobrio. Necesitaré un completo control.

La casa está oscura y tranquila mientras bajo las escaleras hacia el


sótano. Es una habitación sin ventanas donde mis guardias y yo
hacemos ejercicio, pero también sirve como sala de interrogatorios
cuando surge la necesidad. Por esta razón, es a prueba de sonido. Carly
nunca puede saber lo que pasa en las profundidades de la casa cuando
está arriba dormida.
Enciendo las luces y camino por la habitación, tratando de detener el
aumento de arrepentimiento que no es lo suficientemente poderoso para
lavar mi excitación. El tapete de ejercicios omite mis pasos, sin el
sonido de la desigual dureza de mis suelas.

El arrepentimiento me hace débil. La excitación me hace cruel. La ira


me hace peligroso. Evalúo mi estado cuidadosamente. La ira no es parte
de mi repertorio esta noche. Eso es algo bueno o no sería capaz de
hacer esto. Sería demasiado peligroso.

Rhett entra en la habitación con Valentina, con su mano alrededor de la


parte superior del brazo. Lleva puesto su camisón, lo que expone sus
tonificadas piernas. Los dedos de Rhett dejan marcas blancas en su
piel. Sacude todo tipo de sentimientos en mí, pero son como pedazos de
papel triturados. No puedo encontrarle sentido a cualquier cosa,
excepto que quiero cortarle la mano y sacarle los ojos.

Con un movimiento de mi cabeza, lo dirijo a la pared de atrás. Él sabe


qué hacer. Sus ojos sostienen los míos mientras él la arrastra a su
paso. El tipo de ira silenciosa que a menudo reconozco en mí hace que
el marrón de su iris chisporrotee. En segundos, Valentina está colgada
de sus brazos en una cuerda anudada y atada a sus muñecas de cara a
la pared.

—Vete, —le digo a Rhett.

Me mira de forma inquisitiva. La sorpresa y la decepción en su rostro


amenazan con desatar mi furia. Nunca lo he expulsado cuando se
ejecuta un castigo o un interrogatorio, pero esto no es un maldito
espectáculo para su entretenimiento. Rhett me conoce lo suficiente
como para leer las señales. Con una última mirada confusa en dirección
a Valentina, sale de la habitación cerrando la puerta tras él.

Cuando estamos sólo nosotros dos, respiro mejor. La violencia se


disipa. Se convierte en algo diferente, algo que convierte mí ya erguida
polla en una furiosa barra de acero duro. Ajusto la cuerda, estirándola
suavemente a través del anillo en el techo hasta que apenas toca la
alfombra con los dedos de los pies, y aseguro el cordón al gancho de la
pared. No quiero que ella luche o se mueva. Es más seguro de esta
manera.

Me mira por encima del hombro, sus ojos grandes y sus mejillas
pálidas. —¿Qué estás haciendo?

No es una pregunta fácil. Hay muchas capas en ella. Me desabrocho


primero una, luego la otra manga de la camisa, enrollando las mangas
hacia atrás mientras considero la respuesta. No miento si puedo
evitarlo. Decido darle la simple verdad.

—Castigarte, Valentina. —Dejo que su nombre ruede por mi lengua,


amando el sonido del mismo. Un nombre tan bonito. Valens. Fuerte. Le
queda bien.

Se retuerce en sus limitaciones. —No lo hice a propósito.

Levanto la mano por detrás, agarrándola por los brazos para calmarla.
—Lo sé.
Ella deja de luchar y su cuerpo se congela. —Entonces, ¿por qué estás
haciéndolo?

Recojo su sedoso cabello sobre su hombro y le paso los labios por la


curva del cuello. —Porque me gusta esto. —Otra capa de verdad.

Un sollozo se desprende de su garganta. —Por favor.

Mi polla se mueve. Hay súplica en esa palabra, pero también


aceptación.

Ella sabe que no hay vuelta atrás. Incluso si no hubiera expectativa por
parte de Sylvia o la amenaza de mi madre, no puedo detenerme. Ya no.
Beso su oreja.

—Gabriel…

Debería llamarme Señor o Sr. Louw, pero el sonido de mi nombre en


sus labios es un regalo que no me voy a negar a mí mismo. Ya estoy
luchando por llevar su peso, se inclina hacia atrás. La atrapo alrededor
de su cintura. Mis manos se sumergen bajo el dobladillo de su camisón,
deslizándose por sus suaves muslos. Enganchando mis pulgares en el
elástico de su ropa interior, lo dejo sobre sus caderas y pantorrillas,
dejándolo alrededor de sus tobillos.

Ella tiembla bajo mis palmas, pero sabiamente no habla. No hay nada
que puede decir para detener esto. Cuando me alejo, su cuerpo se
balancea hacia atrás. Como una bailarina, baila sobre los dedos de los
pies para recuperar el equilibrio. Un grito deja sus labios cuando agarro
el cuello del camisón y lo rasgo por la mitad. La tela cuelga suelta por
su cuerpo, dándome un vistazo de su suave espalda y la curva de su
culo, pero soy codicioso. Para ahorrar tiempo, uso uno de los cuchillos
de combate del mostrador de armas, abriendo los brazos para liberarla
de la ropa.

Doy un paso atrás para admirar la vista. Maldito infierno. Atada con
sólo sus bragas alrededor de sus tobillos, ella es una imagen erótica que
me perseguirá en mis sueños. Su estructura es un retrato fluido de
líneas en S, desde la delgada curva del cuello a los lados de sus pechos
regordetes y el estrecho diámetro de su cintura, a la hinchazón de sus
caderas y a la elevación de su firme trasero. Mis ojos siguen el rastro de
sus piernas, desde sus muslos temblorosos hasta la caída de sus
rodillas y desde la suave expansión de sus pantorrillas hasta donde se
estrechan sus delicados tobillos. Mis dedos duelen por enterrarse en las
nalgas de su culo y en la profundidad caliente y húmeda de su coño.
Expulso esos pensamientos casi violentamente, sabiendo que no puedo
entrar en ella allí. Por ahora, estoy contento de tenerla desnuda y si soy
honesto, admitiré que no se trata de una retribución o de probarle a mi
madre que no soy débil. Esto ni siquiera se trata de salvar la vida de
Valentina. Esto es todo para mí.

Tomo sus pechos por detrás y busco la suave dulzura de su piel,


arrastrando mis labios por la elegante curva de su cuello. —Si no hago
esto, Magda te matará.

Gira la cabeza a un lado, lejos de mi caricia y mi voz.

Que así sea. No me desafiará por mucho más tiempo. Nunca podré
saciarme de mirarla así, pero sus brazos no pueden soportar más
tiempo su peso antes de arriesgarme a arrancarlos de sus bases.
Sacudo mis dedos para aflojarlos e inspirar y expirar un par de veces
para encontrar mi control. Será fácil pasar por encima del límite con
ella, demasiado fácil. Hay algo acerca de ella que destruye cada onza de
fuerza de voluntad que poseo, una nueva experiencia que estoy seguro
de que me gustaría.

Me aflojo la hebilla y saco el cinturón de las presillas de mi pantalón.


Sólo entonces me mira de nuevo. Finalmente, ella entiende mi
intención. Sus ojos se agrandan y sus labios se separan.

—Ojos al frente. —No me importa ver sus lágrimas o su odio, pero no


quiero que ella vea la lujuria en la mía, la oscuridad que me convierte
en el monstruo.

Al pararme tan cerca puedo oler la fragancia de frambuesa de su piel y


le pongo la mano en el culo. Cuando ella aprieta sus músculos, mi polla
empuja dolorosamente contra mi cremallera. Amaso sus nalgas,
jugando con la firme suavidad de su carne. Al separarlas, puedo
vislumbrar el bonito pliegue de su culo. Le meto un dedo en la abertura,
tentando la entrada oscura antes de correr la punta hacia abajo para
probar su coño, está seca, bien. Me encanta el desafío.

Me alejo un paso, abro los pies y encuentro mi postura. Atrayendo mi


brazo atrás, practico un cuidadoso control con mi fuerza, dejando que
el cuero colisione con el culo lo suficientemente duro para que arda,
pero no lo suficientemente fuerte para magullar.

Zas

La línea roja que surca su dorada piel hace que mi polla se estremezca.
Una gota de pre-semen calienta la punta de mi eje.

Zas

Grita suavemente y se sacude en las correas. Se está conteniendo.

Zas

—Déjame oírte Valentina.

El fuego hierve con lágrimas en sus ojos marrones mientras me mira.


—Jódete.

—Muy bien.

El siguiente azote cae sobre sus muslos, justo debajo de la curva de su


trasero. Ella se retuerce y gime, rechina los dientes tan fuerte que
puedo oírlo. El siguiente azote es más suave, apuntando más alto para
calentar su coño.

Su llanto viene involuntariamente. Se tensa cuando el sonido se le


escapa. Dejo que los azotes vayan más alto, dejando un patrón
entrecruzado sobre su espalda y los hombros. Permitiendo que la punta
del cuero se pliegue alrededor de los lados de sus pechos, me mantengo
bien lejos de sus pezones. Mis latigazos no son lo suficientemente duros
para sacar sangre o romper la piel, pero en poco tiempo está luchando
por el aire, moviéndose tan lejos como la posición lo permite, lo cual no
es mucho. Dejo que el cinturón golpee alrededor de su cintura,
dejándole sentir el ardor en su estómago y moverse hacia atrás hasta el
culo y los muslos.

Le doy un respiro para que recupere el aliento, usando el tiempo para


liberarla de su ropa interior, separarle las piernas, y atar cada tobillo a
una esposa en una cadena que se extiende de la pared. Puede mover las
piernas hacia adelante o hacia atrás, pero no puede cerrarlas.

Camino alrededor para enfrentarla. Agarrando su mandíbula, la beso


con fuerza. Ella llora en mi boca, sus labios indefensos mientras barro
mi lengua sobre la suya devorándola como un hombre hambriento.
Obligándome a alejarme, robo un último y casto beso antes de tomar mi
lugar detrás de ella otra vez.

—¿Lista?

Pruebo mi fuerza balanceando el cuero bajo la curva de su trasero.


Cuando su piel dorada queda sin marcar, giro el cinturón una vez más
alrededor de mi mano, dejando un trozo más corto al final, dejando una
sucesión de suaves pero rápidos golpes que llueven entre sus piernas,
apuntando el cuero para calentar ambos labios y clítoris. Ella lucha al
principio, echando la cabeza hacia atrás, y empujando sus pechos hacia
adelante.

—Déjame oírte.

No paró hasta que finalmente se rompe para mí con un grito. El aliento


que ha estado sosteniendo escapa, permitiendo que sus hombros se
levanten y caigan con sollozos violentos. Cuando se rinde, tiro el
cinturón a un lado y la agarro contra mi cuerpo.

La deseo. La deseo tan jodidamente que no puedo pensar. Por todas mis
atenciones de ser amable, no puedo evitar la rudeza de mis dedos entre
sus piernas. Un gemido queda atrapado en mi pecho cuando la
encuentro mojada, necesito estar dentro de ella, ahora.
Mis manos tiemblan mientras me desabrocho los pantalones y dejo que
caigan a mis tobillos para liberar mi polla. Mi eje duele por la
necesidad, la raíz pulsa mientras la agarro en mi puño y guio hasta el
coño mojado de Valentina. Doblando mis rodillas, me lanzo a través de
sus muslos y arrastro la cabeza de mi polla a través de sus pliegues. Me
estremezco en anticipación a que su humedad me resbale, y el calor que
emana de sus entrañas me invita a profundizar. Impulsado por el
hambre primitiva, coloco la cabeza sensible contra su apertura. Mi
único instinto es empalarla, llevarla tan profundo como puedo, pero es
su gemido asustado lo que me aleja de mi oscura lujuria.

Apenas me aferro a la razón, me cubro la polla con más de su excitación


antes de que se deslicé libremente entre sus piernas. Estoy demasiado
lejos para retroceder completamente, y tanto por mi cordura como por
su castidad, le abro cuidadosamente las nalgas y meto mi polla
resbaladiza entre ellas.

—Por favor, —ruega, arqueando su espalda lejos de mí.

Mi voz es gutural. No reconozco el sonido. —Relájate, no voy a follarte.

Ella sigue en eso, pero sólo hasta que empiezo a deslizarme hacia arriba
y abajo, pegando sus nalgas alrededor de mi polla con mis palmas.
Tengo que empujar su cuerpo contra la pared de enfrente para hacer
palanca. Cuando me muevo más rápido, ella empieza a retorcerse con
total determinación, girando a la izquierda y a la derecha.

—Quédate quieta —siseo—, o te penetraré accidentalmente por el culo.

Una vez más, ella se relaja, permitiéndome encontrar mi liberación


empujando mi polla arriba y abajo por la abertura de su culo frondoso.
Encuentro sus pechos y me sostengo mientras me corro, disparando mi
semilla por su espina dorsal, el calor de mi liberación, el goteo entre
nuestros cuerpos. Cuando no queda nada para dar, la suelto, dando un
paso atrás para mirarla. Ella está marcada con la huella de mi cinturón
y mi esperma corriendo entre las nalgas, sobre su coño y por los
muslos. Una intensa satisfacción surge dentro de mí, anulando incluso
el subidón físico de la eyaculación en su piel. Es la cosa más hermosa
que he visto, y eso me asusta.
Entrando en razón, me subo los pantalones y le quito las esposas de
sus tobillos. Aflojo la cuerda del gancho de la pared, liberando sus
brazos. Valentina cae de espaldas, pero antes de que se golpee contra el
suelo, la agarro por la cintura y uso el mismo cuchillo que utilicé en
cortarle la ropa para atravesar la cuerda alrededor de sus muñecas.
Está llorando y temblando, su cuerpo débil en mis brazos. Uso su
camisón para limpiarle la espalda, entre las piernas y luego la tomo en
mis brazos y la llevo a su habitación.

La pongo en la ducha, le doy un baño frío y la lavo con una esponja.


Ella no se opone a nada. Sus bonitos ojos están cerrados, pero son las
lágrimas que se filtran por debajo de sus largas pestañas y tengo que
mirar hacia otro lado. Lo encuentro demasiado atractivo. Es como una
muñeca de trapo en mis brazos cuando la seco con una toalla, teniendo
cuidado de no presionar las marcas de mi cinturón. Se irán en un día,
pero me odiará mucho más tiempo. No dejarán marcas en su cuerpo,
pero no todos llevan sus cicatrices en el exterior.

La pongo en la cama boca abajo, desnuda, y no le coloco la sábana


encima. Ella no querrá que nada toque su piel por un tiempo. Bajando
de rodillas entre sus piernas, la hago venir con mi boca hasta que me
implore que me detenga a través de sus ruegos, le arranco un orgasmo
más antes que esté satisfecho. Entonces me subo a la cama junto a ella
y la pongo en mi pecho hasta que esta estirada encima de mí. Le beso la
cabeza y le acaricio el cabello, sosteniéndola para que su respiración
tome el ritmo uniforme del sueño.

Es más de medianoche. Magda llegará a casa en cualquier momento.


Valentina no se despierta cuando me quito fácilmente debajo de ella.
Mirando hacia abajo a su delgada espalda manchada con magulladuras
rojas, estoy lleno de la devastadora afirmación que no puedo jugar con
un juguete nuevo y perfecto sin romperlo.
ESPERO en mi estudio a que Magda regrese. Prefiero transmitir los
eventos de esta noche antes de que se entere de la noticia por Sylvia o
Carly. Todavía puedo saborear a Valentina en mis labios. Su excitación
es un poderoso afrodisíaco que retuerce mis bol
bolas
as en nudos duros como
una roca y alimenta mi lujuria. Hay paz en saber que yo sea el dueño de
su placer y discordia al no poder tomarla. Hasta que ella no sea por
más tiempo virgen, no puedo enterrar mi polla en su suave cuerpo y no
quiero nada más que en entrenarla
trenarla para que se venga con mi polla hasta
que se moje con sólo verme. Se necesita todo lo que tengo para no
volver a su habitación y follarla salvajemente. Arrastro mi lengua sobre
mi labio inferior. Degustando el sabor del aroma de mujer de Valentina
por última vez, derramo un trago y bajo el licor, ahogando el perfume de
su piel en alcohol.

Magda está muy enojada cuando le doy un breve resumen sobre cómo
resultó la noche. Es cuando le aseguro que Valentina ha sido castigada,
y ve el video de Carly pid
pidiendo
iendo un pastel de coco con eso ella se calma.

—Tienes
Tienes trabajo con Carly —dice—.. Esa chica tiene problemas.

—Lo sé. —Me


Me froto los ojos.

—Haz
Haz algo al respecto, antes que se convierta en un desastre que no
podamos arreglar. —Ella
Ella camina desde mi estudio sin decir buenas
noches.

Toco la foto de Carly en mi escritorio, teniendo muchas preguntas y


nada de respuestas.
PARECE que Gabriel me ha quitado algo. Sabía que era peligroso, pero
no tenía ni idea de lo oscuro que era. Lo que Tiny me hizo fue casi más
soportable, porque nunca me excitó. Lo que Gabriel me hizo anoche, me
hizo mojarme y eso me enferma. Yo, de todas las personas, debería
estar disgustada por la violencia. No fueron los azotes en mi espalda.
Fue el intenso ritmo del cuero entre mis piernas. Me molestaba y
apreciaba que se encargara de cuidarme tanto emocional como
sexualmente después. Era algo que yo necesitaba desesperadamente...
y me odio por ello.

Queriendo escuchar una voz amable y segura, llamo a Kris antes que
llegue al consultorio y hablar con Charlie, que suena tan feliz como sólo
Charlie puede ser.

Me tranquiliza lo suficiente como para poder hacer las tareas del


viernes por la mañana. Mi cuerpo esta sensible por los azotes de
Gabriel, y cada pincelada del lino áspero de mi vestido es abrasivo en
mi piel. Carly está en casa hoy, faltando a la escuela para recuperarse,
hago todo lo posible para no encontrarme con ella. Sólo limpio su
habitación cuando está fuera, junto a la piscina.

Marie evita mis ojos. Si sabe lo de anoche, no lo dice. Viene a buscarme


a la entrada donde estoy fregando y se las arregla para mirar a un lugar
detrás de mí. —El Sr. Louw dice que las toallas del gimnasio necesitan
ser lavadas.

—Vale. —Trapeo más allá de sus pies.


—Debes tomar unas limpias. Ahora. —Se va rígidamente, ocultando su
incomodidad detrás de su brusquedad.

Traigo un montón de toallas limpias del armario de la ropa de cama y


me dirijo a la casa por el pasillo. Mientras bajo las escaleras del
gimnasio, mi estómago se aprieta y mi garganta se cierra. Obligando a
mis pies a moverse hacia adelante, me detengo abruptamente cuando la
puerta se abre y Rhett sale. La sangre se le acumula en el pecho
desnudo. Él presiona la palma de su mano sobre su nariz, su cabeza
gira hacia arriba, y casi se choca conmigo antes de que tenga tiempo de
salir del camino. La razón de la sangre parece ser su nariz rota. El
puente está hinchado y el cartílago está torcido. Su ojo derecho tiene un
brillo, y la piel de su pómulo está partida. Cuando se da cuenta, me
mira fijamente y pasa de largo yendo hacia las escaleras. Todavía estoy
mirando fijamente cuando Gabriel entra por la puerta vestido sólo con
pantalones de chándal y agarrando las puntas de una toalla que se
puso en el cuello. Su cara y su pecho brillan con el sudor.

Mi cara se ruboriza al recordar la última noche, mi boca se seca. De


donde vengo, he visto a muchos mafiosos que levantan pesas en el
gimnasio todo el día, pero nadie tan duro o tan perfectamente tonificado
como Gabriel. La parte superior de sus brazos está del tamaño de mi
cintura. Las líneas profundas definen sus pectorales y abdominales. Un
rastro de pelo oscuro comienza bajo su ombligo y desaparece bajo los
pantalones, la V de sus caderas cortando bruscamente hasta su ingle.
No es la belleza de su cuerpo lo que me deja sin palabras, si no el poder
de él. Incluso con su discapacidad, él machacó a Rhett de mala manera
y Rhett es un hulk. Mientras él avanza, yo me quedo ahí como una
idiota con las toallas en los brazos, sin palabras.

Una sonrisa coquetea en sus labios. —Entrenamiento, —dice con un


encogimiento de hombros, agarrando una de las toallas limpias del
montón para limpiarse la cara. Me da una intensa mirada fijamente,
registrando mi rostro—. ¿Cómo estás?

—Bien.

—Bien. —Tirando la toalla en la cesta de la puerta, se aleja cojeando.


Es la primera vez que lo veo con algo que no sea una camisa de vestir y
pantalones de traje. La amplitud de sus hombros y la firmeza de su
trasero no me sorprenden tanto como la vista de él medio desnudo,
hace que mi vientre revolotee. No puedo sentir deseo por un hombre
que me torturó. Me hará tan retorcida como él. Me arrastrará a un
lugar del cual no podré regresar.

Enojada por mi reacción no deseada, entro en el gimnasio y coloco las


toallas limpias en el estante antes de recoger las sucias del suelo. Me
tomo mi tiempo de hacer lo que no hice anoche… hacer una evaluación
de la habitación. Hay una sección de pesas libres en la esquina y un
pequeño baño a un lado. A juzgar por los anillos de metal atornillados
al techo y los ganchos colocados en los muros, aquí es donde Gabriel
tortura a sus enemigos. Un escalofrío llena mis venas, ya no puedo
mirar más.

Me apresuro a volver arriba, desterrando mis recuerdos de anoche a las


profundidades del gimnasio. En el salón, me encuentro con Carly.

Ella apoya una mano en su cadera. —Hola, Valentina.

No puedo ignorarla sin ser grosera. —¿Cómo te sientes?

Encoje los hombros. —Estaré bien.

—¿Por qué lo hiciste?

—Para que te despidan.

No sé si sabe lo que su padre hace para ganarse la vida, pero si ella no


lo sabe, no me corresponde desilusionarla. No puedo decirle que estoy
aquí contra mi voluntad, especialmente después de la amenaza de
Magda de matarnos a Charlie y a mí por una palabra equivocada. Todo
lo que puedo preguntarle es, —¿Por qué?

—Vi la forma en que mi padre te miró en la cena.

—¿De qué manera?


—De una manera que nunca miró a mi madre. ¿Es el dinero, no?
—Ella me da una sonrisa irónica—. Siempre es el dinero. Bueno,
muchas otras antes que tú han tratado y siempre termina de la misma
manera. Él no se casará contigo y tú no conseguirás un centavo,
ahórranos todos los problemas y haz las maletas ahora.

—Sí es el dinero, pero no como tú piensas. No puedo dejar este trabajo,


Incluso si quiero.

—No perteneces a este lugar. Quiero que te vayas.

—¿Tanto para poner en peligro tu vida? —pregunto con una nota de


enojo.

—Oh, vamos. ¿Por qué estás tan enfadada? No funcionó, ¿verdad? Tú


todavía estás aquí.

—Tengo todas las razones para estar molesta. Lo que hiciste fue tonto e
irresponsable.

—¿Cuál es tu problema? Actúas como si fueras la que casi se muere.

—Mi problema es que si hubieras muerto, yo habría llevado tu muerte


en mi conciencia por el resto de mi vida. ¿Has considerado eso?

—¿Quién te crees que eres para hablarme así?

—¿Es la atención? ¿Es la única manera de conseguir que tus padres


puedan mostrarte que les importas?

Ella retira su brazo y ataca. Su palma se conecta con mi mejilla,


dejando un escozor ardiente. —No sabes nada de mí.

En ese momento, su guardia está baja, y una parte vulnerable se asoma


debajo de su perra apariencia.
Me acuno la mejilla, presionando una palma fría sobre mi piel caliente.
La lucha se aleja de mí, ya que sólo siento lástima por la pobre chica
rica que, debajo de todo es sólo una chica.

Suspiro. —Escúchame
Escúchame Carly. Eres joven, hermosa, privilegiada, y
saludable. Tienes todo tu futuro por delante. Puedes tener cualquier
cosa que quieras. Es más de lo que la mayoría de la gente tiene. No lo
desperdicies. Incluso si no lo ves ahora, tus padres habrían quedado
devastados si algo te pasara y yo nunca me habría perdonado a mí
misma.

—¿Si? —Las
Las lágrimas brillan en sus ojos
ojos—.. Como si me conocieras a mí
o a mi familia, noo te atrevas a predicarme. Tal vez te hubiera gustado
ser una psicóloga, pero no lo eres. Eres una sirvienta, así que apégate a
tu oficio. —Sus
Sus ojos se vuelven durosduros—.. Estaré afuera,
afuera tráeme un
sándwich de pavo y limonada c con
on mucho hielo. Cuando termines,
puedes limpiar mi baño de nuevo nuevo, tee falto una mancha. Entonces
puedes planchar mi nuevo ves vestido azul, quiero
uiero usarlo para la escuela
mañana.

Quiero decir que no respondo ante ella, pero eso no es cierto. Por las
reglas de nuestra clase, estoy más abajo en la jerarquía que el gato.

ESA TARDE, Carly no toca su almuerzo. Es una lasaña de aspect aspecto


delicioso, pero no hay que persuadirla para que coma un bocado.
Magda y Gabriel la tratan con guantes de seda. Gabriel se esfuerza por
arrastrar una conversación con ella pero se rinde después de un
tiempo.
Después de limpiar la mesa, recupero la parte del plato de Carly y la
guardo para comer más tarde. El resto lo raspo en un recipiente de
plástico que guardo en la nevera del personal para los perros callejeros.
Odio desperdiciar y estoy hambrienta, famélica de algo que no sean
manzanas y fideos. Estoy segura que a nadie le importará que coma
una porción sobrante destinada al basurero.

Durante mi hora de almuerzo, pongo un cojín de una silla del patio en


los escalones de la terraza para ponerme lo más cómoda posible en mi
trasero magullado. Entonces comienzo. La lasaña es rica en salsa
blanca y queso, la carne gotea con tomate fresco y orégano. Cierro los
ojos mientras mastico, saboreando cada bocado. Marie sabe cocinar.

Casi he terminado cuando los ladridos llaman mi atención. Quincy se


para en el borde de la piscina con un Boerboel7 de aspecto feroz. La
bestia se está forzando en la correa, enseñando los dientes.

Quincy tira de la cadena. —¡Silencio!

Los ladridos cesan, pero el perro sigue gruñéndome, sus labios se


retiran sobre sus dientes.

—¿Qué demonios estás haciendo afuera? Te dije que llamaras. No


deberías estar en el jardín cuando el perro esté fuera. —Quincy da unos
pasos hacia mí, pero se detiene a una distancia segura—. Le dije a
Marie que lo llevaría a dar un paseo.

—Supongo que se le olvidó de decírmelo.

—Hablaré con ella. —Con una fuerte inclinación de cabeza, continúa su


camino, el perro va saltando en tres patas.

—¿Qué le pasa a su pata? —Le digo detrás de ellos.

Hace una pausa. —No lo sé. Lo llevaré al veterinario mañana. —Parece


doloroso. Dejo el plato en el escalón y me pongo de pie.

7
Boerboel, raza canina de moloso de tipo dogo original de Sudáfrica, raza muy apta para la guardia,
defensa personal y trabajos pesados
Quincy parece ligeramente sorprendido cuando me acerco, pero cuando
estoy casi al alcance de la correa, sostiene su palma. —No te acerques
más.

El perro se enfurece, ladra y se estira hacia mí.

—Abajo muchacho, —digo en voz alta.

El perro reacciona inmediatamente. Deja de ladrar y se sienta.

—Así está mejor.

Mientras alcanzo al perro, Quincy parece que va a tener un ataque al


corazón. —¡Valentina! Quédate…

Sus palabras se acortan cuando la bestia cae de lado y se gira en su


espalda, las cuatro patas en el aire.

Me agachó para acariciar su vientre. —Eso es buen chico. No es cortés


hacer tanto ruido por nada.

Quincy me mira fijamente, con la boca abierta. —¿Cómo lo hiciste?


Nadie es capaz de tocarlo, excepto yo y he entrenado con él durante un
año.

—Tengo algo con los animales.

—No me digas.

Sonriendo ante la sorpresa en su tono, lo miro. —¿Cómo se llama?

—Bruno.

—Por supuesto que sí. ¿Puedo echarle un vistazo a su pata?

Me entrecierra los ojos. —Si te lo permite.


Tomando la pata herida en mi mano, estudio la almohadilla. Una espina
rota está alojada en la carne. El pobre bebé debe estar sufriendo.

—Es una espina. —Se la señalo a Quincy—. ¿Tienes un par de pinzas?

—No. —Piensa un poco—. Espera. Tal vez esto sirva. —Él saca una
navaja suiza de su bolsillo y despliega un pequeño par de pinzas.

—Perfecto. —Tomando el cuchillo, le rasco la oreja a Bruno—. Voy a


hacer que te sientas mejor.

Tardo un segundo en extraer la espina. El área alrededor de la herida


esta inflamada. Devolviéndole el cuchillo a Quincy, le pregunto,
—¿Cuánto tiempo ha estado así?

—Ha estado cojeando toda la semana. No pude conseguir una cita con
el veterinario antes.

—Aun así tendrás que llevarlo. —Me enderezo—. Necesita una crema
antibacterial y antiinflamatoria.

Inclina la cabeza. —¿Cómo es que sabes todas estas cosas?

—Un interés.

Bruno se gira sobre sus patas y me lame los dedos de los pies.

—No me digas. —Quincy me muestra una sonrisa—. Gracias por tu


ayuda. Él no me dejaba tocar esa pata.

—Ni lo menciones.

—No estoy seguro que Gabriel vaya a estar feliz cuando se entere que
convertiste a su perro guardián en un cachorro babeante.

—Será nuestro secreto. En lo que respecta al resto del mundo, Bruno es


un guardián feroz.
Silba a través de sus dientes. —Vamos
Vamos Bruno. Es hora de terminar tu
paseo. —Saluda
Saluda y se va con Bruno en dirección al huerto.

MI TAREA SE ESTÁ ATRASANDO. Tengo un ensayo que terminar antes


del viernes de la semana que viene, pero estoy demasiado agotada para
leer más de una página. Con lo que pasó anoche, no dormí mucho.
Tengo que cumplir con los plazos de mis estudios
estudios, no
o me rendiré. No
puedo. No es sólo mi sueño lo que me mantiene motivada, es saber que
tendré algo a lo que recurrir cuando esté libre. Charli Charlie y yo
necesitaremos un ingreso. No vamos a volver a Berea.

Tengo que construir un futuro mejor para nosotros. Y Gabriel Louw no


nos va a quitar eso.

Me doy una ducha fría, todavía siento el escozor del agua en mi espalda
y trasero. Como el único camisón q que
ue tenía está destruido, me pongo
una camiseta y un par de bragas antes de meterme en la cama.

Como la primera noche, Gabriel viene a mí cuando estoy durmiendo. No


estoy segura si es la forma en que suavemente toma mis pechos o el
sonido de mi gemido lo qu que
e me despierta, pero estoy demasiada
cansada para luchar contra ello. Simplemente le dejo oír lo que su
toque me hace. Soy recompensada con un beso en la boca,
sorprendiéndome hasta despertarme. No es más que un roce de sus
labios sobre los míos, pero la iintensidad
ntensidad arde como fuego, y lo
encuentro… placentero. Su boca es fresca y seca, su aliento huele a
menta y alcohol, como a whisky.
Aire caliente sopla sobre mi oído mientras sus labios rozan el lóbulo.
—Date la vuelta para mí, Valentina.

Levanta la sábana para facilitarme la tarea, pero mis pies se enredan en


el edredón. Cuidadosamente, libera cada pie, deteniéndose para
acariciar el arco antes de plantar un beso en la planta. El tierno acto
me confunde. Esperaba que me lastimara como anoche, no que
arrastrar sus manos suavemente por mi cuerpo y enroscara mi cabello
en una cola de caballo antes de colocarlo en la almohada a mi lado. Tal
vez lo haga. Mi cuerpo se tensa. Gabriel es cualquier cosa menos
predecible. Él levanta mis brazos y doblándolos por los codos, pone mis
manos sobre mi cabeza. Un golpecito en la parte interna del muslo me
hace levantar la cabeza para mirarlo, pero él se inclina sobre mi cuello y
con la más mínima presión, empuja mi rostro de vuelta a la almohada.
Me da golpecitos en el muslo otra vez. Entendiendo la señal, abro mis
piernas. El colchón se hunde cuando se pone en la cama detrás de mí.
No se desnuda pero me empuja la camiseta hasta los hombros y me
baja las bragas hasta la curva inferior de mi trasero.

El calor empapa mi piel mientras se estira sobre mí sin tocar nuestros


cuerpos. Manteniendo su peso en sus brazos, golpea su lengua sobre
un moretón en mi hombro, haciendo que mis terminaciones nerviosas
revienten con la electricidad. Se me pone la piel de gallina cuando sopla
aire sobre el rastro húmedo de su lengua. Continúa bajando por mi
cuerpo, tratando cada azote con el mismo cuidado, hasta que llega a los
hoyuelos de mi culo. Mientras lame y sopla sobre mi culo, la humedad
se acumula entre mis piernas. Esto continúa por mucho tiempo, hasta
que mi clítoris está hinchado y palpitante de necesidad.

La primera vez que me pone las manos encima después de besar mis
moretones es para quitarme la ropa interior. Agarrando mis caderas, me
levanta el culo. Se toma su tiempo para colocarme como él quiere,
arrodillada con las piernas abiertas y la frente descansando en la
almohada. Con mi culo y el sexo expuestos a él, se sienta y observa. No
puedo ver, pero siento sus ojos en mi cuerpo, ardiendo en mi desnudez.
Sus palmas se deslizan sobre mis nalgas antes de poner sus manos en
cada una de ellas, separándome como a una fruta mientras pasa su
nariz de mi coxis a mi abertura. Un escalofrío recorre mis órganos. Mi
cuerpo depravado sabe lo que viene y lo desea. Su lengua se arrastra en
mi clítoris, caliente y húmeda. Grito mientras la superficie áspera y
caliente se dibuja sobre mi abertura, hasta mi culo. En algún lugar de
mi mente hay un grito de vergüenza, Pero no sirve de nada dar rienda
suelta a ese sentimiento. Gabriel hará lo que quiera.

El sigue lamiéndome así hasta que estoy desesperada por correrme.


Incapaz de soportar la lenta tortura por más tiempo, me quejo en voz
alta en la almohada. Tararea su aprobación y finalmente me da lo que
quiero. Agarrando mi clítoris suavemente entre sus dientes, pasa la
lengua por el pequeño nudo rápido, pero demasiado suave.

Mis manos se meten en las sábanas. —Ah, Dios. Por favor.

—¿Por favor qué?

—Por favor, hazme correr.

Tan pronto como expreso mi necesidad con palabras, él me abre más


con sus manos y pellizca mis pliegues, alternando los suaves mordiscos
con la succión en mi clítoris. Me lleva segundos llegar con un violento
espasmo de mi útero. Alfileres y agujas pinchan mis genitales. Los
dedos de mis pies se enroscan. No puedo soportar más.

—Detente. Por favor.

Suplicar no ayuda. Me deja seca hasta que soy un desastre tembloroso,


sólo entonces me empuja sobre mi espalda para bajar la pelvis a la
cama. Temblorosa y cual marioneta. Nunca pensé que podría ser así. Él
baja sobre mí, al fin presionando nuestros cuerpos juntos, hasta que mi
temblor se detiene. Con un beso en mi cuello, se levanta de la cama. Me
giro de lado para mirarlo, una parte de mí necesita ver su expresión,
pero él aparta la cara.

Me da golpecitos con los dedos en la parte baja de la espalda. —Vuelve


a dormir.

Entonces se ha ido.
Durante mucho tiempo, me quedo en la oscuridad, tratando de
entender a Gabriel. No lo entiendo. ¿Qué me está haciendo?
NO AYUDA que Valentina esté cerca cada hora de cada día. Yo estoy
caminando empalmado, sufriendo de constantes bolas azules. Ninguna
cantidad de masturbación es suficiente para aliviar mi dolor. Quiero
estar dentro de ella. Profundo. Lo suficientemente profundo como para
que duela. El único problema es su virginidad. Es una barrera para mí,
literal y psicológicamente. No quiero ser el que la rompa de esa manera.
Su primera vez tiene que ser especial, no monstruosa. Ni siquiera yo
soy tan cruel. Ella merece una cara bonita y besos suaves, no una cara
llena de cicatrices que le gusta follar duro.

En esto radica el problema. No puedo quitarle la virginidad, y no puedo


soportar la idea de que alguien más la tome tampoco. No duraré mucho
más sin alivio. Considero llamar a Helga, pero cuando pienso en otra
mujer, no se me levanta. La imagen del cuerpo colgado de Valentina con
su ropa interior alrededor de sus tobillos me persigue por las noches.
Desearía haber tomado una foto así tendría algo concreto que hacer.

La emergencia con Carly me pone de los nervios. No estoy seguro de sí


debería castigarla o pedir ayuda profesional. No soy un gran ejemplo
moral. No tengo motivos para juzgarla o disciplinarla. Si hay una cosa
que estoy seguro es que Carly no vivirá la vida que yo llevo. Mi madre
nunca me dio a elegir. Me puso una pistola en la mano cuando tenía
doce años y me dijo que apretara el gatillo. Cuando no pude, me disparó
en el pie.

No tiene sentido hablar con Sylvia. Sylvia es demasiado parecida a


Magda. Dios sabe por qué pensé que teníamos una oportunidad. La
amaba. De verdad lo hice. Creí que aprendería a amarme con el tiempo,
pero lo único que se hizo claro con el tiempo era su ambición. Lo que
ella quería era mi dinero y protección, no mi amor. Se casó conmigo por
orden de su padre y lo consiguió tan rápido como pudo, tan pronto
como produjo el heredero que se esperaba de ella. Su sacrificio le dio lo
que quería. Como madre de mi hija, ella siempre tendrá mi dinero y mi
protección. Después de Carly, ella insistió en la histerectomía,
asegurando que no me daría más hijos. Sylvia odiaba cada minuto de
estar embarazada. Estaba devastada cuando el doctor confirmó los
resultados de la prueba de embarazo. Carly la estiró y le dejó cicatrices
en su cuerpo. Sylvia nunca me perdonó por eso. En el momento en que
Carly nació, Sylvia se puso a dieta y se excedió con cirugías plásticas,
dejando que la niñera se encargara de nuestra hija. Tal vez Carly
subconscientemente sintió el rechazo. Ella era un bebé con cólicos.
Nunca ha sido una niña fácil, pero es mi hija y el único ser humano que
amo en este mundo. Ojalá supiera cómo arreglar esto.

La voz aguda de Magda y los tacones rápidos en el suelo de mármol en


el vestíbulo me saca de mis problemas. Una picazón se abre paso por
mis omóplatos.

—¡Eso es! Ya me harté.

Abro la puerta para ver a Magda cargando por el pasillo con Oscar.

Lo tiene agarrado por la piel del cuello.

—¿Qué está pasando? —Apenas oculto la irritación de mi voz.

No se detiene en su paso, pero contesta sobre su hombro, —Se orinó en


mi sofá Louis Vuitton. ¡Quincy! Trae tu trasero aquí.

Quincy da la vuelta a la esquina, con la incertidumbre en su cara.

—Aquí. —Magda empuja el gato con garras en sus brazos—. Llévalo al


veterinario y que le practiquen la eutanasia.
Estoy a punto de decirle a mi madre que está exagerando cuando
Valentina vuela desde el salón, con un paño y un recipiente en sus
manos.

—Oh, no, por favor, Sra. Louw, no tiene que hacer eso. No es su culpa.
Puede ser una infección urinaria. Estoy segura de que los antibióticos
arreglarán el problema en poco tiempo.

Magda se vuelve contra Valentina. —¿Qué te hace una maldita experta?

—Ella tiene razón, —dice Quincy.

El hecho de que se ponga entre Valentina y mi madre no pasa


desapercibido para mí. No me gusta. Ni un poco.

—Iré al veterinario con Bruno, de todos modos —continúa Quincy—.


Puedo llevar a Oscar.

—No voy a gastar ni un centavo más en esta contaminación de pelos.


Acaba de firmar su sentencia de muerte.

Eso parece. Mi madre nunca albergó ningún amor por el difunto gato
con sobrepeso de la abuela. Si fuera por ella lo habría abandonado en la
casa de mi abuela después del funeral, pero Carly insistió en traerlo
aquí.

—Me lo llevaré —dice Valentina rápidamente—. Me refiero al


veterinario. No tendrá que pagar nada, lo prometo.

Me inclino en el marco de la puerta, disfrutando de la irritación de


Magda. —Era el gato de la abuela, después de todo, —señalo.

Mi madre me echa una mirada asesina. —Bien, —le dice a Valentina—.


Si tienes dinero para gastar, haz lo que quieras pero si se mea en la
casa una vez más, está muerto.

—Puedo llevarlo el domingo cuando es mi día libre.


—Hoy o nunca, —dice Magda, marchándose a su estudio y azotando la
puerta.

Valentina me mira. Hay una súplica en su cara. No me he perdido cómo


Oscar la sigue o duerme en su cama. Le gusta arrojarle una bola de
pelusa.

—Puedes tomarte una hora esta tarde, —digo.

Su cara se ilumina, y una sonrisa transforma sus rasgos en algo


angelical, algo demasiado bueno para mí. Lo tomo de todos modos,
disfrutando sabiendo que puse esa expresión en su cara, dándole algo
más que el placer físico.

—Te llevaré, —dice Quincy.

Inmediatamente, mi buen humor se evapora. Celos oscuros y


sofocantes ahogan mi razón. El gesto de mi guardaespaldas puede ser
de la manera más platónica posible, pero quiero romperle todas y cada
una de sus costillas. Lo único que me impide darle una patada para
quitarle la vida, es que Valentina no ve la forma en que sus ojos se
suavizan mientras los arrastra sobre ella, porque me está mirando. Me
está mirando para pedirme permiso. El acto de sumisión me calma un
poco. No logro más que un asentimiento.

—Gracias, —dice, con la mirada perdida, como si estuviera leyendo el


cambio en mi temperamento.

Estaré vigilando a Quincy de ahora en adelante.


LA CUENTA DEL VETERINARIO hace un agujero en mis ahorros, dinero
que iba a usar para mis estudios, pero las pruebas están hechas y
Oscar tiene su medicina. Es una infección urinaria como pensaba. El
veterinario me asegura que volverá a la normalidad en un par de días.
Mi plan era llevarlo con Kris el fin de semana. Ella lo habría tratado
gratis, pero no podía arriesgar su vida y no dudo por un segundo que
Magda lo habría matado. Para ir a lo seguro, lo encierro en mi
habitación con su arenero y comida, esperando que la frecuente
necesidad de orinar se detenga.

Cuando llego a mi habitación esa noche, hay un paquete de seda de


colores atado con una cinta en mi cama, y una nota debajo. Curiosa,
recojo el pedazo de papel. La letra es clara y cuadrada.

Aféitate el coño.

Gabriel es el hombre más retorcido que conozco. Tirando la nota a un


lado, saco la cinta revelando siete camisones en rojo, azul marino,
blanco, rosa, celeste, negro y rojo cereza, todos con encaje y adornos de
cinta. ¿Me da nuevos camisones porque destruyó los míos, o la ropa de
dormir pecaminosamente sexy es algo que le excite?

Debería estar estudiando, pero no puedo dejar de pensar en la nota.


Habrá repercusiones si desobedezco. En la ducha, me corto y afeito el
vello púbico. Es una tarea sorprendentemente larga. Después de
humectar mi cuerpo, me pongo el camisón azul marino, que es el
menos revelador, y me siento en la cama a esperar.
No pasa mucho tiempo antes de que oiga pasos en la cocina. Oscar, que
duerme en mi cama, agita sus orejas pero no se mueve. El alto Gabriel
aparece en el marco de la puerta. Con la luz de fondo de la cocina, su
cara está en la oscuridad. No puedo entender su expresión. Él enciende
la luz y entra en la habitación con pasos lentos pero decididos. Es un
hombre que siempre sabe lo que hace y siempre tiene una razón para
sus acciones. Su mirada se desliza sobre mí de arriba abajo, pero no
hay nada mínimo que lujuria y necesidad de una rápida solución en sus
ojos. Están llenos de preguntas mientras dirige las puntas de sus dedos
hacia abajo por mi brazo desde mi hombro hasta mi mano. Hay un
momento de locura en el que casi le confío mi cuerpo, que casi entrego
mi mente. Es como estar en un auto con un buen conductor, sabiendo
que acabarás a salvo en tu destino. Debo estar volviéndome loca. Son
las endorfinas de mi cuerpo que se liberan cuando me toca. Puramente
hormonal, biológico. Gabriel es un sádico y me hizo una puta. Nunca
puedo confiar en él.

Desliza un dedo bajo la correa del camisón. —Se ve bien en ti.

—Gracias —digo torpemente—. No tenías que hacerlo.

—Sí, tenía que. —Levanta a Oscar de las mantas y lo pone en su cama


para gatos en la esquina—. No necesita ver esto.

No estoy segura de sí está bromeando o es serio, pero la insinuación


detrás de sus palabras hacen que mi ropa interior se humedezca. No
quiero esta reacción, pero no puedo evitar que mi cuerpo quiera lo que
él me da. Tamborilea sus dedos en mi muñeca. Lo que sea que esté
pasando por su mente, lo está pensando mucho. Finalmente, rompe el
silencio con una simple orden.

—Desnúdate.

Puedo pelear y argumentar, llorar y suplicar, pero eso no cambiará


nada. Eso nunca sucede con hombres como él. Sentada, tomo el
dobladillo del camisón y me lo paso por encima de la cabeza. Mi ropa
interior sigue a continuación. No quiero quitármela. Cuanto antes
acabemos con esto, podré volver a fingir que no quiero que me toque
así.
Gabriel no esconde su excitación de mí. Se siente cómodo con ello,
como lo está con su cuerpo y su ropa. Su erección se tensa bajo el tejido
de su pantalón, pero no lo toca ni va por su cremallera. Me coloca el
cabello sobre mi hombro con un suave roce y continúa con sus órdenes.

—Arrodíllate y abre las piernas.

El calor sube por mi cuello cuando tomo la postura que me abre para
su mirada, pero levanto mi barbilla y lo enfrento. No me rendiré ante mi
vergüenza, no con él en la habitación. Por un largo momento, sus ojos
se fijan entre mis muslos, aparentemente complacido de haber
obedecido su orden de afeitarme.

Él prueba el peso de mis pechos, enviando un escalofrío incontenible


sobre mi piel. No puedo evitar que mis pezones se endurezcan.

—Hombros hacia atrás, tetas hacia adelante.

Le doy lo que quiere y espero.

Una rara sonrisa tira de los labios. —Eres tan valiente, Valentina. —Sin
advertencia, su mano se desliza entre mis piernas. Él pone su palma
ancha sobre mi sexo—. Amo tu coño desnudo. ¿Sabes lo que quiero
hacerte?

No espera mi respuesta, sino que mueve el dedo índice de su mano libre


de izquierda a derecha sobre la punta de mi pecho. El movimiento es
firme y rápido, y hace que mi ya pesado pecho se vuelva aún más
hinchado. Mientras que él juega con mi pezón, empuja su dedo medio
contra la abertura de mi vagina. Él no me penetra, pero pasa la punta
de su dedo hacia arriba y a mi apertura. La dureza de la piel áspera de
su mano se siente más intensa en mi piel afeitada. Extrañamente, su
toque en mi pecho hace eco en mi clítoris. El nudo entre mis pliegues se
hincha y palpita de una dolorosa necesidad. La humedad abriga su
dedo. Puedo sentir la humedad mientras se desliza por las paredes
exteriores en mí, abriéndose con mi excitación. Decido no darle ni un
sonido, jadeo sin embargo cuando agarra mi pezón entre su pulgar e
índice con un pellizco.
La satisfacción se refleja en su expresión. Por alguna razón, es feliz con
mi reacción. Está feliz de tener este efecto en mí. Otro llanto deja mis
labios mientras me enrolla el pezón.

—Valentina —dice con un gemido—, eres todo lo que quiero.

Alternando entre pellizcar y enrollar mi pezón, trabaja mi cuerpo en un


estado de necesidad desesperada. La mordedura del dolor seguida de la
caricia más suave es demasiado para soportar. Ningún hombre me ha
tocado nunca así. Hay tanta humedad, su mano está cubierta. Se
necesita todo lo que tengo para no molerme en su palma. No tengo que
hacerlo. Presiona la yema de su pulgar sobre mi clítoris, masajeando en
movimientos circulares. Sus hábiles dedos abandonan mi atormentado
pecho para empezar a trabajar en el otro. Cuando le da a la curva un
suave golpe en el costado, haciéndolo rebotar, un chorro de calor
líquido se derrama desde mi cuerpo y cubre sus dedos.

Sus ojos se abren, y sus pupilas se dilatan. —Te gusta eso.

Mis labios se separan y los sonidos que no quiero hacer caen de mi


boca. Las terminaciones nerviosas de la parte inferior de mi cuerpo se
encienden con electricidad, una invisible banda de fuego se aprieta
alrededor de mi vientre. Explotan y arrastra todas mis partes femeninas
apretando mis entrañas antes de que se rompa y explote desde mi
clítoris hacia afuera. Todo el tiempo, miro su cara. Sostengo su mirada
tanto como él sostiene la mía. Por el más breve de los momentos, está
expuesto y entiendo por qué está disfrutando de esto. Mi placer le da
poder.

Con una mano en mi espalda, presiona la parte superior de mi cuerpo


contra su pecho mientras tiene mi sexo en la mano, aplicando una
presión suave pero inflexible a mi clítoris. Mientras que las réplicas de
mí orgasmo destrozan mi cuerpo. Tiemblo en su agarre, mi energía se
desgasta y mi placer es suyo. Sólo cuando mi cuerpo se vuelve
silencioso, él detiene su asalto a mi clítoris. Mantiene su mano entre
mis piernas mientras me pasa su palma ancha por el pelo y por la
espalda. Sus labios son cálidos y secos mientras planta besos desde el
arco de mi cuello hasta mi hombro. Su aliento es una niebla de calor en
mi piel. Su erección es una barra de acero que presiona contra mi
estómago por la diferencia de altura con él de pie y yo de rodillas, pero
no le presta atención. Lentamente, me vuelve a poner en el colchón y
me endereza las piernas. Arrodillado en el suelo entre mis piernas, él
besa primero mi clítoris y luego mis pliegues, corriendo su lengua sobre
la humedad y lamiéndola hasta que sólo esté mojada por su lengua,
pero ya no es resbaladiza.

Cuando finalmente se pone de pie, se limpia la boca con el dorso de su


mano. Un rubor me quema las mejillas.

Sonríe y se inclina sobre mí para plantar un beso firme en la esquina de


mi boca. Mi olor se mezcla con él. Él continúa plantando besos en mi
cuerpo, volviéndose más rudo. Todavía estoy volando desde mi orgasmo
cuando él empieza a morder mis pezones y pellizcando mi clítoris. Le
lleva mucho tiempo traer a mi cuerpo a un rápido, pero intenso,
segundo orgasmo. Su rudeza, en contraste al primer orgasmo, se siente
como un castigo, pero no puedo pensar en una sola razón del por qué.
Su casa está impecable y yo me mantengo alejada de la cocina. Para
cuando ha terminado conmigo, está jadeando tan fuerte como yo. No
voltea su cara lejos de mí como estoy acostumbrada, pero me lleva a
una posición sentada en el borde de la cama mientras sus manos van
por sus pantalones.

El aire sale de mis pulmones.

Me va a follar la boca.
Visiones de mí de rodillas en medio de la carretera para que alguien me
vea me aprietan la garganta. Cierro los ojos, tratando de visualizar un
agujero negro en el espacio, cualquier cosa para poder escapar a un
rincón oscuro de mi mente.

—Abre los ojos, —ordena Gabriel.

Obedezco. No tengo elección.

—Desabróchame.

Se ha soltado el botón de sus pantalones. Un hilo de vello aparece


debajo de las solapas abiertas. Mis manos tiemblan mientras bajo la
cremallera. Tengo los ojos a la altura de su entrepierna, y se eleva sobre
mí. La diferencia de fuerza entre nosotros me asfixia. Puede fácilmente
hacerme tragarlo y no habrá nada que pueda hacer.

—Sácalo. —Su voz es tranquila y calmada. No hay nada amenazador en


eso.
Lentamente, empujo el elástico de su bóxer por sus caderas para liberar
su erección. Es imposiblemente grande. Libre de sus limitaciones, su
polla se mueve y se endurece más. La punta es amplia y suave. Las
venas varoniles corren sobre el grueso eje hasta donde la raíz está
protegida por pesadas bolas.

No me agarra el cabello y se mete a la fuerza en mi boca, sino que


simplemente se queda ahí, mirándome mientras estudio su polla.
Nunca he visto una de cerca. He tenido a Tiny en mi garganta, pero
deliberadamente nunca lo he mirado. El de Gabriel es perfecto, una
obra de arte.

No se opone cuando deslizo un dedo por su longitud de abajo a arriba,


así que continúo con mi exploración, acariciando la cabeza sedosa. Soy
recompensada con una gota de humedad que se derrama por la rendija.
En respuesta, el calor líquido se acumula entre mis piernas, incluso si
acabo de tener dos orgasmos. Cuando lo rodeo con los dedos, gime.
Ruidosamente. No tiene miedo de dejarme ver el poder que tengo. Las
profundas líneas que cortan desde sus caderas hasta su ingle me
fascinan. Abandono su polla para trazarlas con mis dedos, sorprendida
por lo duro que es el músculo debajo. Una cicatriz blanca recorre su
cadera, cubriendo el hueso y la carne. Aprieta los dientes cuando lo
trazo, pero no dice nada. Su polla se sacude cuando llevo mis manos a
la parte interior de sus muslos y tomo sus bolas. Son suaves y pesadas,
se contraen en mi palma.

—Valentina —gime—, chúpame ya o súbeme la cremallera.

¿Me está dando a elegir? La emoción me obstruye el pecho. Trago y miro


hacia arriba para captar su expresión. Me mira con algo como
esperanza y aceptación. Tomará lo que esté dispuesta a dar.

Me roza el cabello, su gran mano me acaricia la parte posterior de la


cabeza. —Toma sólo lo que quieras.

Con la confirmación verbal, mi miedo se desvanece. Me dejará parar. No


me lo reprochará. Lamo mis labios para humedecerlos, sin saber cómo
proceder. Nunca he hecho esto sin ser forzada.
—Como quieras —susurra—. No hay un camino correcto o equivocado.

Me acerco un poco más, tomando su polla con ambas manos.


Sujetándolo cerca de mi boca, saco la lengua para probarlo. Un gruñido
estrangulado se escapa cuando lamo la punta. Sabe a tierra y mar, una
mezcla de tierra fértil y aire salado, y me encanta. Lamo hasta la base
para ver si es lo mismo, y cuando succiono un testículo en mi boca el
sabor embriagador se intensifica.

—Joder. Maldita sea.

Me pasa los dedos por el cabello, pero no tira. Se aferra a mí para


apoyarse mientras tomo su control. El conocimiento me da más poder y
me hace valiente. Me deslizo por toda su polla con mi lengua, usando
mi saliva como lubricante para mis manos. Agarro su polla firmemente,
una mano sobre la otra, y desciendo mi agarre mientras empujo mis
labios sobre él.

—Ah, joder. —El aire silba a través de sus dientes—. Sí.

Lo succiono en mi boca, ahuecando mis mejillas y pasando mi lengua


por la cabeza.

Entierra sus dedos más profundamente en mi cabello. —Sí bonita, así


de simple.

Cuando deslizo mis manos arriba y abajo de su longitud donde mi boca


no llega, se vuelve aún más grueso en mi boca. Su fijación en mi cabello
es más firme y su culo se aprieta—. Sácalo si no quieres tragar.

No quiero entregar mi poder, todavía no. Me deja hacer lo que quiero y


su polla se está moviendo en mi boca. Está cerca. Quiero llevarlo hasta
el final. Hay agonía en sus ojos. Reconozco la mirada, conozco la
profundidad de ese tipo de placer. Lo sentí en sus manos, labios, lengua
y dientes. Abro mi garganta y lo llevo profundo, respirando por mi nariz.
Su mandíbula se aprieta cuando gruñe su placer mientras los chorros
calientes cubren mi lengua. Sostiene mi cabeza entre sus palmas
mientras se vacía. Manteniendo sus caderas quietas, me deja chuparlo
hasta secarlo en vez de moverlo entre mis labios. Tomo cada gota como
me la he ganado, bebiendo el vertiginoso cóctel de éxtasis masculino y
poder femenino.

Pareciendo agotado, se inclina y apoya nuestras frentes juntas mientras


recupera el aliento. Sigo flotando en una nube de cálida satisfacción
sabiendo que agradé a un hombre como él, cuando inclina mi cabeza y
aplasta nuestros labios juntos. Me besa con fiereza, enredando nuestras
lenguas y chupando mi labio inferior en su boca. Cuando finalmente me
suelta, me quedo sin aliento.

Sus ojos se arrugan en las esquinas. —Sabes bien con mi semen en tu


lengua.

Una ola de calor sube por mi cuello y se extiende a mis mejillas.

Se ríe y me besa la frente. —Súbeme la cremallera.

Me inclino para subirle el bóxer y los pantalones. Hay más cicatrices en


su pierna, pero no me detengo ahí. Por ahora, me estoy concentrando
en ajustar la ropa sobre su polla. Todavía está semiduro. El tacto suave
de su cálida piel es agradablemente erótico. Me toma la mano y la
retira, terminando él mismo la tarea de subir la cremallera de sus
pantalones. Me da un cálido y húmedo beso en la boca y me empuja al
colchón con una mano enrollada en mi cuello. Por un segundo se queda
así, mirándome, y luego me suelta.

—Todavía no —dice, como si fuera para sí mismo—. Buenas noches,


Valentina.

Entonces, como anoche se marcha.


Son las diez cuando subo a la habitación de Gabriel para hacer su
cama. A estas alturas ya habría terminado su entrenamiento matutino
y se habría duchado. Estaría trabajando en su estudio. Cua
Cuando estoy
tirando de las sábanas sobre el colchón, la puerta del baño se abre y
sale con una toalla atada alrededor de su cintura, su cabello mojado y
gotas que corren por su pecho.

Trago y casi me ahogo con mi saliva. El calor se acumula en mi ropa


interior mientras mi imaginación completa el cuadro escondido bajo la
toalla. Una lenta sonrisa se extiende por su cara. Gira la cabeza
escondiendo las cicatrices de mí, y camina hacia el vestuario.

—¿Hago la cama? —preguntó


preguntó en voz baja.

Se vuelve para mirarme,


arme, dejando que sus ojos se deslicen sobre mi
vestido, haciéndome sentir desnuda. —¿A
¿A menos que tengas otras
ideas?

Su sonrisa se amplía mientras un rubor calienta mis mejillas.

Me aclaro la garganta. —Quería


Quería decir que puedo volver más tarde.

Deja caer la
a toalla y me muestra todo el frente de su glorioso cuerpo
desnudo.

—No
No hay nada que no hayas visto —dice—,, así que no dejes que te
impida trabajar.
Se equivoca. La línea blanca en relieve que atraviesa diagonalmente su
rodilla es nueva para mí. También lo es la marca circular rodeada de
líneas más finas, como una telaraña, en su pie. Parece un perfecto
espécimen de Frankenstein, cosido con rabia y magníficamente duro.
No hay una pulgada que no sea cien por ciento humano, en todas las
formas correctas y equ
equivocadas posibles.

Por un momento totalmente embarazoso, me quedé congelada en el


lugar mirándolo como una idiota. Es Gabriel el que rompe el hechizo
caminando hacia un estante de camisas. Su culo parece como si
estuviera cincelado en mármol.

Mi aliento se agita mientras alejo mis ojos y continúo la tarea de hacer


su cama. Todo el tiempo soy consciente de él. Se pone una camisa
blanca y la abotona, luego siguen el bóxer, los pantalones negros y la
corbata plateada. Se sienta en un taburete para ponerse calc calcetines y
zapatos caros. Abre un cajón y selecciona un par de gemelos que le
quedan bien.

Nunca he visto a un hombre arreglarse. Hay algo íntimo en eso. Es


como un privilegio que me ha dado permitiéndome mirar. Vestido
elegantemente sale de la habitación de deslizando
slizando la palma de su mano
sobre mi culo al salir. La caricia es tan ligera, que tal vez la imaginé.
Sola sin nadie que me vea saco su almohada y empujo mi cara hacia
ella. Inhalo su aroma, recordando su sabor en mi boca. ¿Cómo será ser
una mujer de su mundo
undo atesorada y respetada, y no una criada o un
juguete sexual? Somos mundos separados y nuestros mundos no se
mezclan.
DURANTE EL RESTO del día mantengo un ojo vigilante sobre Oscar. Su
frecuente micción se detiene al final de la tarde. Es seguro dejarlo salir
de mi habitación. Además, no puede quedarse aquí todo el fin de
semana cuando me vaya.

Gabriel está fuera cuando mi turno semanal llega a su fin. Estoy


nerviosa por dejar el recinto aunque Magda haya sido clara en las
reglas, pero también estoy ansiosa por ver a Charlie y Kris. Meto una
muda de ropa y los restos de comida en una bolsa de supermercado y
compruebo que Oscar tiene suficiente comida antes de irme. Afuera
encuentro a Rhett en el porche.

—Hola. —Tengo el bolso en mis manos—. Estoy libre hasta el lunes.

—Lo sé.

—Necesitaré la nueva llave de mi piso.

—¿Vas a volver allí?

—Necesito atar los cabos sueltos.

—Espera aquí. —Desaparece dentro y sale poco después con un juego


de llaves que pone en mi mano—. La grande es para la cerradura
principal, y las dos pequeñas para las cerraduras superior e inferior.

—Gracias.

—¿Vas a ir allí ahora?

—Probablemente mañana. Primero voy a ver a mi hermano. —También


quiero visitar la tumba de Puff—. ¿Dónde enterraste a Puff?

—No quieres saber.

—Quiero poner flores en su tumba.


—No quieres poner mierda ahí fuera. De hecho, no estoy seguro que
debas ir a ningún lugar cerca de ese vecindario.

Por la mirada que me da tengo miedo que me impida salir así que le
digo rápidamente —Hasta el lunes.

No responde, pero tampoco me detiene. Cuando pulsa un código en su


teléfono que abre la puerta me siento aliviada. No hay autobuses
públicos en esta área, pero si camino lo suficiente eventualmente
tomaré la salida de la autopista donde puedo tomar un taxi minivan. Me
paro después de una caminata de 50 minutos. Soy la única chica
blanca en la camioneta y recibo comentarios desagradables sobre el
color de mi piel por parte de los demás pasajeros, pero el conductor es
amable y me deja sentarme adelante hasta que me deja en Orange
Grove.

Una comunidad judía habita la zona debido a la sinagoga. En la calle


Rocky me detengo para alimentar a los perros callejeros con los restos
de comida antes de correr las dos últimas cuadras a la casa de Kris.
Entro por la clínica contigua. Unos pocos clientes están esperando en la
recepción. Kris dirige una clínica buena y honesta por amor a Dios.
Cobra mucho menos de lo que debería, y sé que trata a muchos
animales gratis cuando los clientes no pueden pagar la medicina o las
consultas, apenas llega a fin de mes, me siento mal por cargarla con
mis problemas pero no tengo a nadie más.

No hay ningún asistente. No me ha reemplazado todavía. Llamo a la


puerta de la consulta y la abro.

Kris levanta la mirada de un Yorkshire Terrier y me sonríe. —Ponme


una vacuna mientras estés aquí, ¿Quieres?

Me lavo las manos y entro en la pequeña trastienda donde guarda las


vacunas. Está muy ocupada, así que me quedo y ayudo en lo que
puedo.

Después de las siete, me da palmaditas en el hombro y sacude la


cabeza hacia la puerta. —Continúa. Charlie está en la casa. Sé que
estás ansiosa por verlo.
—Gracias. —Le ofrezco una sonrisa y me apresuro a ir a la casa.

Charlie está sentado en el salón frente al televisor, usando una


camiseta y pantalones cortos de Superman con su flequillo cayendo en
sus ojos.

Cuando me ve, sus ojos se iluminan. —¡Va-Val!

Salta y me abraza, casi me aplasta las costillas. A veces olvida su


fuerza.

—Hola. —Le quito el cabello de la cara—. ¿Cómo estás? ¿Kris te está


cuidando bien?

—Mi-mira. —Señala un montón de cómics en la mesa de café—. Kri-


Kris me dio dinero para ca-cambiarlos.

—Eso es genial —digo, aunque me preocupe. La tienda de comics está


al otro lado de la calle. Charlie tiene que cruzar una calle muy
transitada para llegar allí—. ¿Has comido?

—Kris es buena cocinera. Está haciendo ma-macarrones con queso esta


noche.

—Suena bien. —Me ato un delantal alrededor de la cintura y me pongo


a trabajar cocinando la cena y limpiando la cocina. Los platos sucios se
apilan en todas las superficies. El basurero necesita un buen fregado y
los pisos un lavado. Kris nunca ha sido ordenada, pero pasa cada
segundo libre en el consultorio. Una hora más tarde la cocina está
impecable, el salón y los dormitorios aspirados. Estoy ocupada
poniendo ropa limpia en las camas cuando Kris entra con aspecto de
estar destrozada.

—La cena está lista. —Saco una silla de la mesa pequeña de la cocina
donde Charlie ya está sentado.

Mira a su alrededor y sacude la cabeza. —No tenías que hacerlo.


—¿Estás bromeando? ¿Después de lo que estás haciendo por Charlie?

—Sí. —Sus ojos están sondeando—. Tenemos que hablar de eso.

Miro a mi hermano y le pongo una mirada aguda. —Después de la cena.

—Bien.

Más tarde, cuando meto a Charlie en la cama, saco la ropa limpia de la


secadora y empiezo a doblarla. Kris toma dos cervezas de la nevera,
abre las latas y me da una.

Se recuesta en el mostrador y apoya un pie en la puerta del armario.


—Entonces, ¿Te importaría contarme sobre tu nuevo trabajo?

Tomo un largo trago de la cerveza antes de enfrentarla. —No hay nada


más que contar.

Sus ojos se estrechan sobre mí. —¿Cuánto tiempo?

—Nueve.

—¿Nueve meses?

—Años, —digo por detrás de la lata de cerveza.

Rocía el trago de cerveza que acaba de tomar sobre el piso limpio.

—Jesús, Val. —Mete una mano en el bolsillo de sus jeans y me mira


con la boca abierta.

—Lo sé. No es como si tuviera elección. —No entro en los detalles


espinosos.

—Espera. ¿Me estás diciendo que serás su criada durante los próximos
nueve años?

—Sí. —Limpio la cerveza derramada con una toalla de papel.


Comienza a caminar de un lado a otro. —¿Qué hay de tus estudios?

—Seguiré adelante.

Se detiene. —¿Te las arreglarás?

—Tendré que hacerlo.

—Es mucho estudio. Un maldito montón de estudio.

—Lo sé.

—¿Firmaste un contrato?

—No necesito un contrato. El papel no tiene valor para hombres como


él. Su palabra es suficiente.

—¿Cómo funciona este acuerdo?

—El salario que me habría pagado va para saldar la deuda.

—¿Cómo pudo aprobar un préstamo para Charlie? Quiero decir,


Charlie. De todas las personas. Debe haber una ley que impida a las
instituciones conceder préstamos a los discapacitados.

—Nunca declaré a Charlie incompetente. Un gran descuido de mi parte.


En cualquier caso, luchar contra él con el sistema legal no funcionará.
Sabes que todos los jueces de este país son corruptos. El hombre con
más dinero siempre gana.

—Joder, Val, debe haber algo que podamos hacer.

—Mira, no puedo cambiarlo. Tengo que hacer lo mejor que pueda.

—Si trabajas para él por nada, ¿Cómo vas a pagar tus estudios?
—Me está dando una asignación. Será suficiente para pagar la parte
que no cubre la beca y esperaba que me mantuvieras en el trabajo los
domingos.

—Te vas a consumir.

—Eso es gracioso viniendo de ti, señorita adicta al trabajo.

Sonríe. —Sabes qué haré lo que sea para ayudar.

—Pagaré la comida y los gastos de Charlie. No espero que lo alojes por


nada.

—Olvídalo.

—No es negociable. —Dudo—. Nueve años es mucho tiempo.

—No te preocupes por Charlie. Es bienvenido aquí por el tiempo que sea
necesario.

—Gracias, Kris. —Un peso enorme se levanta de mis hombros—. No sé


qué habría hecho sin ti.

—¿Qué pasa con tu piso?

—Lo estoy vendiendo. No tiene sentido conservarlo si va a quedar vacío.

—Buena suerte. Tratarán de conseguirlo gratis.

Suspiro. —Lo sé. Escucha, sobre Charlie. —Giro la punta de mi zapato


en el suelo—. Me habló de la tienda de cómics. Es un camino muy
transitado, Kris.

—Le enseñé a esperar la luz verde. Hicimos unas cuantas rondas de


práctica juntos. Tienes que soltarlo un poco, darle algo de libertad. Sé
que te sientes protectora y es comprensible pero tienes que empujarlo a
ser lo más autónomo posible.
—Sólo... —trago—.. Simplemente no lo sé. Me siento responsable.

Deja su cerveza en la mesa y me toma de los hombros. —No fue tu


culpa. Fue un accidente. Tienes que dejarlo ir.

Me limpio las lágrimas no deseadas de mis ojos y miro hacia otro lado.
—Lo sé.

—Oye. —Me Me limpia la cara con las palmas de las manos


manos——. Todo va a
estar bien. Todo saldrá bien. Ya lo verás.

—Seguro. —Sólo
Sólo lo digo para aplacar a Kris, porque un
unaa vez que está en
marcha no se detendrá hasta que crea que me ha convencido. Kris es la
reina del pensamiento positivo y por eso estoy tan agradecida por
haberme dado un trabajo y haber recibido a Charlie.

—Vamos. —Rodea
Rodea su brazo alrededor del mío y me arr
arrastra
astra al salón.

—Veamos
Veamos una estúpida comedia y riámonos tontamente.

—No lo sé. —Me


Me aparto
aparto—. Tengo que ir a mi piso.

—¿Qué, ahora? —Señala


Señala la ventana
ventana—.. Está muy oscuro afuera. ¿Cómo
llegarás allí? No te dejaré salir de esta casa esta noche. Puedes dormir
en el sofá. Por cierto, limpié tu casa y vacié la nevera.

Las lágrimas de gratitud fluyen por mi cara. Realmente necesito poner


un cierre de paso, pero es como si el muro de la presa se hubiera roto.

—Ya, ya. —Me


Me abraza fuerte
fuerte—. Mañana es otro día.
Trabajo todo el domingo en el consultorio y después de comprar
algunos comestibles para abastecer los armarios de Kris me dirijo a
Berea en un taxi minivan antes de que oscurezca. El agente al que
llamé esa mañana me espera frente al edificio cuando llego. Me
pregunto por Jerry pero ya veo desde la calle que sus ventanas están
oscuras. Cuando dejamos las escaleras de mi piso, mi corazón se
tambalea. La puerta está entreabierta.

—Espera, —dice el anciano caballero, empujándome a un lado.

Toma una pistola de la cintura de sus pantalones y abre la puerta de


un golpe con su zapato.

El caos nos saluda. Todos los armarios están abiertos, la vajilla está
rota y esparcida por el suelo, el colchón está destrozado, la
gomaespuma se desprende de los cortes en la tela. Los cojines también
han sido destruidos.

Baja el arma. —¿Se ha perdido algo valioso?

Sacudo la cabeza. No había nada, excepto nuestros utensilios de cocina.


—¿Por qué alguien haría esto?

—Destrucción. No necesitan ninguna otra razón.

Estudiamos la puerta juntos. No está rota.

—Los bastardos abrieron las cerraduras, —dice, confirmando mi


deducción.

Mientras empiezo a barrer los cristales y la porcelana rota, el agente


inspecciona el espacio arruinado y los desperfectos, probando los grifos
y el botón para tirar del inodoro.

—Todo parece estar limpio —dice finalmente—, pero es difícil vender en


Berea en estos días.
Mi corazón se hunde, aunque sé que nadie en su sano juicio comprará
un lugar en el corazón del valle de la drogas y los que se arriesgan aquí
no pagan alquiler. Simplemente toman o destrozan.

—¿Puedes intentarlo? Realmente necesito el dinero.

—¿No lo hacemos todos? ¿Qué pasa con los muebles?

—Voy a hacer que los recojan en una casa de empeños. —Kris me dio el
contacto. Me ofrecieron unos cuantos dólares por nuestras
pertenencias.

—Me mantendré en contacto.

Después de que se haya ido, me aseguro de que la nevera esté vacía y


me doy una ducha antes de apagar el calentador. Mañana tendré la
electricidad y el agua suspendida. Son facturas adicionales de las que
no tengo que preocuparme; el dinero irá a Kris para ayudar a pagar la
parte de los gastos de Charlie. Esta es la última noche que planeo pasar
aquí. No quiero volver nunca más. Cuando termine de pagar la deuda
de Charlie me uniré a Kris en su práctica y nos conseguiré un lugar
propio. Kris me prometió una sociedad completa cuando me gradúe de
la escuela de veterinaria.

Lleva un buen par de horas limpiar el piso, después de lo cual mi


estómago gruñón me recuerda que no he comido desde el almuerzo.
Bebo un vaso de agua pero los dolores del hambre no se van. No hay
nada en los armarios. Los ladrones se llevaron toda la comida enlatada
y seca que quedaba. Hay diez dólares en mi bolso de la asignación que
Gabriel me pagó, pero los necesitaré para el taxi. Pongo el lado roto del
colchón en el marco de la cama y la ordeno, tratando de no pensar en la
comida. Compruebo que la puerta esté cerrada con llave. La nueva
puerta es robusta y viene con un cerrojo en el interior que deslizo en su
lugar. Me da un poco más de seguridad.

En algún momento de la noche hay una tormenta eléctrica. Me quedo


despierta viendo los rayos correr por el cielo y escuchando las gotas que
caen sobre el techo. Anhelo a Charlie y a Puff. Una parte egoísta de mí
desea que estén aquí para poder tenerlos en mis brazos, mientras que
mi parte lógica está feliz de que estén libres de este infierno. Es un
milagro que esté aquí sin ataduras, que a pesar de mi deuda, tenga
cierta libertad. Me da esperanza. Tal vez Magda tiene algo de justicia en
su interior.
terior. Mis pensamientos se dirigen a Gabriel mientras me duermo
y mis sueños están llenos de imágenes inquietantes y eróticas de su
cuerpo lleno de cicatrices.

CUANDO LA ALARMA de mi teléfono suena a las cinco no he dormido


mucho, pero no puedo arrie arriesgarme
sgarme a llegar tarde al trabajo. Las
pandillas y los criminales están mayormente activos por la noche. En
este momento, la mayoría de ellos están desmayados por el abuso de
alcohol o drogas y hay pocas posibilidades de que me encuentre con
algún elemento desfavorable en la calle. Después de cepillarme los
dientes y lavarme la cara, me pongo un vestido limpio, cierro la puerta,
llevo las bolsas de basura con la vajilla rota abajo y salgo a la calle.

Mis zapatos caen silenciosamente sobre el pavimento mientr


mientras esquivo
los baches llenos de agua. El aire es fresco después de la lluvia con el
vapor que sale del asfalto. Hay una calma después de la tormenta,
dejándome en paz y tranquila, pero mi tranquilidad no dura mucho.

Un poco más abajo en la calle, una figur


figuraa alta y delgada emerge de
entre dos edificios.
Mi corazón se tambalea en mi pecho. Tal vez no me ha visto. Aferro la
bolsa a mi cuerpo, buscando un camino lateral en el que deslizarme
pero es demasiado tarde. El hombre se dirige directamente a mí.
Conozco ese paso. Tiene una ligera inclinación en las rodillas y los
brazos abiertos. Mi respiración se acelera y mi cuerpo empieza a sudar
pero levanto mi barbilla y le doy una mirada desafiante cuando se
detiene frente a mí.

—Bueno —dice Tiny—, si no es Caperucita Roja.

—No tengo tiempo para tus juegos.

Intento pasar por delante de él, pero me agarra del brazo.

—¿No hay tiempo para Tiny? Vaya, vaya, ¿Ahora eres una imbécil
engreída?

—A diferencia de ti, trabajo. Déjame ir o llegaré tarde.


—Alto y poderoso, ¿Eh? Tiny oyó que te fuiste. Tiny estaba vigilando tu
piso, esperándote.

Sus palabras me sacuden. No lo encontré por casualidad. Me esperaba.

—Tiny... —Quiero que suene como una advertencia, pero hay un


quiebre en mi voz.

—Todavía le debes a Tiny. Siempre le deberás a Tiny. Y ya ha esperado


bastante.

Empieza a arrastrarme del brazo hacia un callejón. Le doy una patada e


intento abrirle los dedos pero su agarre es como el acero. El pánico se
apodera de mí. Esta vez es diferente, si fuera a follarme la boca lo
habría hecho en la calle, como siempre.

—¡Tiny, no!

—Puedes gritar todo lo que quieras. No importa una mierda.

Me empuja por el callejón maloliente hasta el final, donde la salida está


bloqueada por los cubos de basura desbordados y me arranca la bolsa
de plástico de las manos. Mirando dentro saca mi bolso, lo deja caer al
suelo por los pies y tira el resto en el montón de basura.

—Ven aquí, perra blanca. —Toma una postura amplia y tantea el


camino bajo mi vestido, arrastrando sus palmas sudorosas sobre mi
cadera y mi estómago.

Oh, Dios, me voy a enfermar. —No lo hagas.

—¿O qué?

Mi vulnerabilidad me enfurece. La ira se desborda. Me echo atrás y le


doy un puñetazo en la mandíbula tan fuerte como puedo. Durante un
segundo está desequilibrado, pero antes de dar un paso me agarra del
brazo y me lanza contra la pared. Mi espalda golpea los ladrillos con un
ruido sordo. Me da una bofetada tan fuerte que me zumban los oídos.
—Maldita perra.

Grito y le rasguño, mis dedos van hacia sus ojos mientras mi rodilla
apunta a su entrepierna pero me agarra las muñecas por encima de la
cabeza y presiona mi cuerpo contra la pared con su peso.

—¿Quieres pelear? —siseó, el repugnante aire de su boca abanicando


mi cara.

—¡Suéltame!

Se ríe y se mueve, sujetándome con una mano para meter la otra en la


parte delantera de mis bragas. —¿Qué has estado haciendo con este
coño, eh? —Sus dedos se arrastran sobre mi clítoris, separando mis
pliegues.

Aprieto mis rodillas pero es inútil. Mueve su puño hasta que se alojó
entre mis piernas, forzando mis muslos a abrirse.

Me lame el cuello, provocando un escalofrío de repulsión.

—Tiny te va a follar tan fuerte que olvidarás tu nombre.

La parte superior de su cuerpo me aplasta. Casi suspiro de alivio


cuando saca su mano de mis bragas, sólo para gritar de desesperación
cuando la baja por mis caderas.

Por favor, no. Esto no.

Golpea mis manos contra la pared, pero apenas siento el dolor. Necesito
luchar. Lucho como una loca lo que sólo le hace reír. Para cuando se
saca la polla de su bóxer y ha subido mi vestido a mi cintura, ya estoy
jadeando por el esfuerzo de luchar mientras que él ni siquiera ha
empezado a sudar.

—Tiny. —La súplica cae de mis labios mientras las lágrimas corren por
mis mejillas.
—Sí, di mi nombre perra.

Cuando se frota contra mí, me muerdo el labio tan fuerte que siento el
sabor de la sangre. El miedo contra el que he luchado toda mi vida
finalmente llega a mí, haciendo que mi garganta se contraiga y mi
corazón bombee con furiosos latidos. Es difícil respirar. Sucede de
nuevo, el hombre que me violó. Lucho contra las imágenes que se
repiten en mi mente pero vuelvo al bar donde los hombres me
arrastraron de espaldas sobre la mesa de billar mientras el de la voz
profunda se abre la cremallera y los demás miran. Estoy en una zona
donde no quiero estar pero no puedo volver. La mano de Tiny está
alrededor de su flácida polla, bombeándola a la vida, pero ya siento el
desgarro en mi cuerpo y el goteo de sangre corriendo por mis piernas.

—Quítale las manos de encima.

La voz que habló no es parte del recuerdo. Los hombres lo animaron. No


le dijeron que quitara las manos. Lo estaban filmando, riéndose
mientras lloraba.

—Ahora.

La calma mortal en la voz de barítono es peligrosa. Es como la calma de


esta mañana antes de la tormenta. Tiny se congela, atrayendo mi
atención de nuevo hacia el presente. Deja caer su polla y levanta sus
manos mirando por encima de su hombro mientras da un paso atrás.

—Tranquilo, hombre —dice con una voz suave—. Estás interrumpiendo


nuestra diversión.

—¿Diversión? —La figura alta y ancha en la oscuridad da un paso


adelante con un arma apuntando a Tiny.

Su cara está en las sombras, pero sé que es él. Conozco su voz, su


forma, su olor, su presencia.

—No parece que se esté divirtiendo, —dice Gabriel.


—Vaya. —Tiny se ríe nerviosamente—. Lo has entendido todo mal aquí.
Tiny no está haciendo nada malo. Es la perra de Tiny. ¿No es así,
cariño? Dile, amor. —Sacude la cabeza en dirección a Gabriel—. Dile al
hombre.

Gabriel se mueve tan rápido, que no lo veo venir. En un minuto está


parado en la entrada del callejón y al siguiente está frente a Tiny,
golpeándolo en el estómago con un puñetazo que lo hace volar por el
aire y caer en el agua estancada. Gabriel se para sobre él, apuntando el
arma a su cabeza.

—Oh, joder. —Tiny levanta sus manos—. Lo siento, hermano. No te


reconocí.

Gabriel estira el cuello, tronando los huesos. —Discúlpate.

—Lo siento Sr. Louw, de verdad lo siento.

—A ella, no a mí imbécil.

Tiny se lame los labios y me mira brevemente antes de volver la mirada


al arma. —Lo siento. Tiny no sabía que tú y el Sr. Louw eran amigos.

—¿Amigos? —Gabriel pronuncia con una risa fría que se desvanece tan
rápido como empezó—. Ella es mi propiedad.

Traga un poco y empieza a llorar. —Joder, hombre.

Estoy temblando, sintiendo como si estuviera atrapada en una


pesadilla.

—Valentina. —La firmeza con la que Gabriel dice mi nombre llama mi


atención—. Camina a la calle y espera en la esquina.

—No, —dice Tiny, sacudiendo sus rastas, con mocos saliendo de su


nariz—. Por favor, joder. No.

Gabriel va a dispararle.
—Gabriel, por favor... —Doy un paso hacia él. Necesito encontrar una
conexión, para que razone—. Por favor, mírame.

No aparta la vista de Tiny. —No te lo diré de nuevo. Sal del callejón y


espera en la esquina.

Empiezo a llorar, tocando el brazo de Gabriel. —No vale la pena. No lo


hagas.

No puedo vivir sabiendo que soy la razón de la muerte de otro hombre.


Mi padre es suficiente.

Gabriel me agarra por la nuca y me tira más cerca, apretándome con


fuerza contra su cuerpo sin mover su puntería de Tiny. Besa mi sien
con su mirada fija en el hombre en el suelo y habla suavemente contra
mí oreja.

—Vete. Ahora.

En el mundo de Gabriel, hay venganza y violencia. La violencia puede


ser disuadida pero nunca la venganza. Sé cómo funciona. Si no le
dispara, Tiny tendrá que matarlo o mirar por encima del hombro para
siempre. No quiero esto para Gabriel. No quiero que lleve otra vida en
su conciencia, especialmente no por mi culpa.

—Gabriel...

Quincy viene corriendo por el callejón. Frena en seco cuando entra en la


escena.

Bruscamente, Gabriel me empuja hacia Quincy. —Llévala al auto.

Quincy no duda. Me arrastra pateando y gritando por el callejón, hasta


el auto donde espera Rhett. Me mete en la parte de atrás y se pasa una
mano por la cara. Rhett me da una mirada sombría en el espejo
retrovisor. Me acurruco en la esquina incapaz de controlar mis
temblores. Espero que se produzca un disparo, pero no oigo nada.
Gabriel usaría un silenciador. Unos segundos más tarde aparece por el
callejón, se ajusta las mangas y camina a pasos agigantados hacia el
auto con mi bolso en sus manos.

Una vez que está dentro, Rhett se pone en marcha. Nadie dice una
palabra en el camino a casa. Gabriel me rodea con su brazo, me abraza
fuerte, cierro los ojos y lloro en silencio por el terrible acto que cometió
por mí.
A ESA HORA, todos en casa están durmiendo. Nos estacionamos atrás
para poder llevar a Valentina a su cuarto sin tener que recorrer toda la
casa. Se opone cuando la levanto en mis brazos pero no le hago caso.
Rhett y Quincy volverán para ocuparse del cuerpo. Conocen el
procedimiento. Como ese imbécil hijo de puta de Tiny no estaba
conectado a ninguna pandilla no hay logística ni pago para resolverlo.
Mi prioridad es Valentina.

Oscar salta de la secadora y corre hacia la habitación de Valentina para


vigilar desde el marco de la ventana. La acuesto en la cama, le quito los
zapatos antes de quitarle el vestido. Va a la basura. No quiero nada que
ese asqueroso zambiano haya tocado. De todos modos, el vestido está
desgastado.

Revisando los estantes de su armario encuentro una camiseta de


tirantes, un par de jeans que ha visto mejores días y un par de
pantalones cortos. ¿Esta es toda la ropa que tiene? Hago una nota
mental para revisar sus pertenencias más tarde y tomo la camiseta.

Ayudándola a sentarse la visto. Después de lo que pasó, no quiero que


se sienta vulnerable y la desnudez hará eso.

—¿Qué hora es? —pregunta.

—Casi las seis.

—Necesito prepararme para el trabajo.


Trata de levantarse, pero la empujo de vuelta.

—Quédate.

—Estoy bien. —Me mira a través de sus pestañas húmedas, sus labios
temblorosos.

Claro que sí. Parece cualquier cosa menos bien pero es obstinada y está
preocupada que falle en su trabajo y por lo tanto, reciba un disparo.

—No te muevas, —digo con suficiente autoridad para hacerla obedecer


cuando salgo de la habitación.

En la cocina, sirvo un trago de whisky y tomo un sedante suave del


botiquín. El remedio es natural y no tendrá efectos adversos con el
alcohol.

Sentado en el borde de la cama levanto su cabeza, deslizo la píldora en


su boca y sostengo el vaso en sus labios. —Bebe.

No discute. Su ciega obediencia me calienta por dentro. Es un paso


enorme, no creo que se dé cuenta de la confianza que me está
mostrando.

Depositando el vaso vacío en el suelo tomo su mano en la mía. Sus


huesos son delicados y delgados en mi palma... rompible. Hay rasguños
en sus nudillos pero no son profundos. Podemos preocuparnos de eso
más tarde. La vista de esas marcas desata el monstruo en mí, sin
embargo, requiere un esfuerzo para calmarme lo suficiente como para
preguntar —¿Quieres hablar de esto? —Yo sí, pero no voy a presionar.
No ahora, al menos.

Se pone una mano en la frente. —No me siento muy bien.

Mi cuerpo se tensa en cada músculo. —¿Qué pasa?

—No lo sé. Me siento rara.


—Dime lo que sientes.

—Mareada. Todo está girando.

El efecto del alcohol está haciendo estragos, pero en vez de relajarla la


está emborrachando.

—¿Cuándo fue la última vez que comiste? —pregunto con precaución.

Levanta los ojos al techo mientras piensa. —Almuerzo.

Intento mantener mi voz normal. —¿Ayer?

Me agarra la mano como si una marea estuviera a punto de separarnos.


—¿Gabriel?

—Es sólo el whisky que te di para relajarte. Necesitas comida, te traeré


algo de comer.

—No tienes que hacerlo. Yo puedo. —Hay un ligero grosor en su


discurso.

—Sé que puedes, bonita.

Aparto su mano suavemente y vuelvo a la cocina a hurgar en la nevera.


Buscando todos los carbohidratos, grasas y proteínas que pueda
encontrar, apilo un plato alto con restos de Bacon Carbonara y añado
mucho queso. Mientras la comida se calienta en el microondas tomo un
tenedor y una servilleta de papel. De vuelta en su habitación, la apoyo
contra las almohadas y giro la pasta alrededor del tenedor. Cuando se
la llevo a la boca, hace una débil protesta.

—Abre —le digo.

De nuevo, obedece.

La alimento hasta que el plato se vacía y luego la llevo a mi regazo.


—Deberías dormir ahora.
Sacude la cabeza, rozando su mejilla sobre mi pecho. —No puedo.
Tengo trabajo que hacer.

—Es una orden, no una petición.

Sus párpados ya están pesados. —Gracias por salvarme.

—De nada. ¿Por qué estabas allí?

Paso mi mirada por su rostro, disfrutando de sus bonitos rasgos


cuando la verdad se registra en su expresión.

—¿Me has seguido? —pregunta con incredulidad con un toque de dolor


en la mezcla.

—Tu teléfono —respondí rotundamente—. Le puse un rastreador antes


de devolvértelo.

—¿Por qué? ¿No confías en mí? ¿Crees que me escaparé?

Si conoce la intensidad de mi obsesión, expondría la única debilidad


que no puedo permitirme. Perderé mi poder sobre ella y eso no es algo
que esté dispuesto a dejar ir, nunca, así que le doy una versión
distorsionada.

—Tú vales mucho dinero para mí, Valentina. Estoy protegiendo mis
intereses.

El dolor brilla en sus ojos y se desliza en la sonrisa trémula que me da.


—Por supuesto. ¿Cómo podría olvidarlo? Cuatrocientos mil rands.

Dejé que una nota de advertencia infundiera mi tono. —Tú elegiste.


Nunca te obligué.

—Tienes razón. —Una sola lágrima se libera y pasa por su mejilla—. Lo


siento.

Su disculpa me pilla con la guardia baja. —¿Por qué?


—Por lo que pasó esta mañana.

Atrapo la gota en mi pulgar y la meto en mi boca saboreando su dolor.


—No fue tu culpa. —Vacilo, escogiendo mis palabras cuidadosamente.
No quiero contradecir lo que acabo de decir haciéndola sentir
responsable de lo que pasó—. ¿Qué estabas haciendo en tu piso?

—Tratando de venderlo.

Sólo puede haber una razón por la que se arriesgaría a hacer una venta.
El estado de su armario casi desnudo me da una pista. —¿Tanto
necesitas el dinero?

Mira hacia otro lado. —No tiene sentido quedarme con el lugar si ni yo
ni Charlie vamos a vivir allí.

Ese no es el punto. El punto es que nadie va a comprar un piso de


soltero en Berea. Los sin techo y los matones pueden mudarse pero no
van a pagar ni un centavo. Pero lo entiendo. Es orgullosa. No quiere
decirme por qué quiere el mísero dinero que vale ese agujero de mierda.
Le doy más que suficiente dinero para alimentarla y vestirla, es
suficiente dinero para cuidar de su hermano. No es que le deba a nadie.
Lo comprobé con los señores del dinero. Hay algo más.

—¿Cuánto esperas conseguir? —pregunto.

—¿Tal vez Diez, veinte mil?

Si esto es parte de un plan para pagarme más rápido, le seguiré la


corriente por ahora. Con el tiempo entenderá que no la dejaré ir. De
todos modos, no recibirá un centavo de dinero por el lugar. Si quiere
veinte mil, se los daré.

—Me encargaré de la venta por ti. —No tiene por qué saber que seré
quien lo compre—. Nunca volverás a esa zona. ¿Entiendes?

—Oh, no. —Sus ojos se agrandan—. No voy a hacer que mi problema


sea tuyo. Puedo hacerlo.
—Sé que puedes hacerlo, pero he dicho que me encargaré del agente.
Fin de la discusión. Hay muchos otros como Tiny por ahí.

Se calla cuando menciono el nombre del maldito. Bien hecho, Louw.


¿Por qué no se lo restriegas en la cara?

—Le disparaste, ¿Verdad? —pregunta en voz baja.

La abrazo más fuerte. —Nunca más te molestará. —Tengo miedo de


preguntar, pero necesito saber si debo llamar a un médico—. ¿Te ha
hecho daño?

—Un poco.

Me tenso, la furia de antes reviviendo en mis venas. —¿Cómo?

—Cuando me abofeteó. Mis manos.

Eso explica los moretones en sus nudillos. —¿Algo más?

—No así.

El alivio me hace cerrar los ojos brevemente. —No era la primera vez
que te molestaba. —Más que nadie sé cuándo un hombre es propietario
y Tiny actuó como si fuera su territorio.

—Recaudó impuestos para nuestro edificio. Ya no importa ahora.

Lo hace. Sólo puedo imaginar cómo la hizo pagar. El pensamiento tiene


un tic nervioso en la parte de atrás de mi ojo, haciendo que mi globo
ocular salte en la cuenca.

—¿Qué te hizo?

—Nada.

—No parecía nada.


—No siempre fue así. Hoy fue diferente.

La bombilla se enciende en mi cabeza. —Te hizo dársela —afirmo sin


rodeos, alejando la rabia agonizante de mi voz porque necesito saber.

—No le di nada —dice—. Usó mi boca, pero no le di ni una maldita


cosa.

Ese maldito hijo de puta de los bajos fondos. Ojalá hubiese tenido más
control en ese callejón, lo suficiente para evitar dispararle de inmediato.
Debería haberlo torturado hasta la muerte empezando por cortarle la
polla. La ironía de la situación no se me escapa, estoy condenando a un
hombre ya muerto a una muerte lenta y dolorosa por algo de lo que
también soy culpable. Me la llevé y decidí quedármela. Me como su coño
todas las noches y me excita su clímax. Le metí la polla en la boca y le
disparé mi carga por su garganta. Sí, no soy mejor que el hombre que
maté por ella hoy pero es mía. Tiny no tenía derecho a ponerle las
manos encima.

Girando mis cicatrices hacia las sombras, bajo la cabeza y me froto los
labios. Quiero borrar de sus labios la huella de la polla de todos los
demás hombres. Aprieto mis labios en la boca de la que el maldito Tiny
abusó, Dios sabe cuántas veces.

—Ahí. —A pesar de mi humor oscuro, trato de mantener las cosas


claras—. Todos los besos mejoran.

Una sonrisa curva sus labios. Se ve tan condenadamente inocente


mirándome así. Después de lo que le pasó, la enormidad del sexo oral
pesa mucho sobre mis hombros. Es mía como ninguna otra persona lo
ha sido, ni siquiera mi ex-esposa. Cuando tomé posesión de su cuerpo,
también me comprometí a cuidar de sus sentimientos. Estoy
entrenando su cuerpo para que me quiera, porque Dios sabe que soy
demasiado feo para inspirar un deseo espontáneo en una mujer, por no
hablar del amor pero debe entender que chupar mi polla no es
obligatorio.

Deslizo mi mano sobre su cabello. —No tienes que volver a hacer eso
nunca más. No para nadie. Ni siquiera para mí.
Levanta la cabeza para mirarme, sus ojos marrones suaves y amplios.
—No era lo mismo. Contigo... quería.

El alcohol le suelta la lengua pero también le hace decir la verdad. Una


sensación extraña aplasta mi pecho. Gratitud. Es la primera vez en mi
vida que siento gratitud hacia alguien.

Sin saber qué hacer con la emoción, la acuné en mis brazos hasta que
se quedó a la deriva. Durante mucho tiempo la sostuve hasta que casi
es la hora de entrada de Marie. Dejando su cuerpo flácido en el colchón,
la cubro con el edredón y coloco a Oscar en la cama para que le haga
compañía. Voy directamente a mi estudio para llamar a mi investigador
privado. Prefiero hacer llamadas delicadas en una habitación que es
barrida por micrófonos todos los días.

Anton responde al primer timbre. —Gabriel —dice jovialmente—, ¿qué


puedo hacer por ti?

—Necesito un informe detallado de la actividad financiera de Valentina


Haynes y cualquier cosa que puedas conseguir de su historia.

—¿La hija de Marvin Haynes?

—El único e irrepetible.

—Estoy en eso. ¿Para cuándo lo necesitas?

—Ayer.

—No sé por qué sigo preguntando.

Estoy a punto de ir a la ducha cuando Rhett regresa.

—El piso fue allanado —dice—. Hablé con el agente que Valentina
conoció allí. Aparentemente, el lugar estaba patas arriba.
¿Por qué diablos alguien robaría su casa cuando está bajo nuestra
protección? Es un acto estúpido que sólo un idiota en una misión
suicida se arriesgaría.

—¿Alguna pista? —pregunto con firmeza.

—No. Debe ser un robo al azar, tal vez un ladrón que es nuevo en el
vecindario y no sabe una mierda de la jerarquía.

Cierto. Hay miles de asesinos y ladrones ahí fuera. No todos están


familiarizados con las familias o con la forma en que operamos. Aun así,
huelo una rata y no me gusta.

Le doy una palmada en el hombro. —Descansa un poco.

Ha estado despierto toda la noche. Si la reunión de negocios del sábado


no se hubiera alargado, habría estado en casa antes que Valentina se
fuera el fin de semana. Estaba irritado por no poder verla antes que se
fuera, durante dos noches la seguí a través de su teléfono hasta Orange
Grove y cuando volvió a Berea pasamos la noche fuera de su piso,
aparcado en una calle cercana. Tuve suerte de comprobar el rastreador
cuando lo hice o no me habría dado cuenta que estaba en movimiento,
siendo atacada en un callejón sucio por ese asqueroso zambiano. No
esperaba que se fuera tan pronto. Mis guardaespaldas deben pensar
que estoy loco, pero son más sabios para no hacer comentarios. Podría
haber derribado su nueva puerta y arrastrarla a casa a salvo pero
quiero que Valentina tenga una ilusión de libertad. Magda quiere que
tenga esperanza pero también quiero que sea feliz. De repente e
inexplicablemente, es importante para mí.
ES después del mediodía cuando me despierto con un sobresalto. El
hielo llena mis venas cuando el recuerdo de esta mañana inunda mi
mente. Gabriel disparó a un hombre por mi culpa. Sé que no es el
primer hombre que mata y no será el último, pero no quería ser
responsable. Si voy a funcionar hoy, no puedo pensar en eso. Sacando
el oscuro recuerdo de mi mente me pongo un uniforme y me trenzo el
cabello.

Marie levanta la vista con el rostro fruncido cuando entro en la cocina.


—El Sr. Louw dijo que estás enferma. Aparentemente, también lo está
Carly. Debe ser un virus que está pasando por la casa. Hice las camas
pero será mejor que te ocupes de la lavandería.

Agarro la cesta de la ropa y paso a buscar la ropa sucia por los


dormitorios. Antes de llegar a la habitación de Carly, voces enardecidas
que atraviesan la puerta abierta me paran en seco.

—Papá, vamos, soy lo suficientemente mayor para tener una cita.

—No con un chico que no conozco y menos si es de Adam8.

—¿Quieres conocer a todos los chicos que me piden una cita? Jesús
papá, están demasiado asustados de ti para venir a nuestra casa. Puede
que me convierta en monja ahora y termine con esto.

8 Adam: Nombre de un sector de la ciudad..


—Cuida tu lengua, jovencita.

—Todas las chicas de mi clase tienen citas. Es sólo una película.

—Dije que no.

—Quedaré como una idiota si voy sola. Todo el mundo pensará que no
pude conseguir una cita.

—Si esa es tu única motivación para querer ir con él, no lo haces por la
razón correcta.

—¡Papá!

—Si realmente es tan importante, haré que el chico de los Hills vaya
contigo.

—¡Eres malo y cruel! No me gusta Anthony Hill. Me gusta Sebastian.

—Me importa un bledo. No confío en un hombre que no conozco y no


conozco a Sebastian.

—¡Estás arruinando mi vida! —Carly sale de la habitación, con los ojos


llenos de lágrimas—. ¡Te odio!

Corre por las escaleras, sus sollozos se oyen hasta que la puerta
principal se cierra de golpe a su espalda. Cuando miro alrededor de la
puerta, Gabriel está de pie en el medio de la habitación con los ojos
cerrados y la cabeza hacia el techo.

—¿Qué estás haciendo? —Magda dice detrás de mí, haciéndome


saltar—. ¿Escuchar a escondidas?

—Lavandería. —Levanto la cesta.

—Entonces sigue con eso.


Salgo de su camino y cargo la cesta de ropa pero no puedo dejar de
pensar en Carly. En algunos aspectos es una mocosa, pero lo siento por
ella. Recuerdo cómo era cuando mi padre me dijo con quién me casaría
y que nunca me permitiría salir con otros chicos. En ese momento,
sentí que mi mundo había llegado a su fin.

Más tarde, cuando lavo las ventanas veo a Carly sentada afuera en la
piscina con las mejillas llenas de lágrimas. Vierto un vaso de limonada y
lo llevo afuera.

Dejándola en la mesa de al lado, le digo —Siento que estés disgustada.

Se cruza de brazos. —Estoy segura que sí.

—Sólo está siendo protector.

—Es un dolor en el culo.

Mi madre siempre me preparó el camino con mi padre. —¿Por qué no le


pides a tu madre que hable con él?

Resopla. —Como si eso ayudara. Es diez veces peor.

—¿Cuándo es esa gran noche?

—Viernes.

—Tal vez lo convenza.

—Si eso es lo que piensas, no conoces a mi padre.

Miro su cara de infelicidad, viéndome a mí misma a una edad temprana


cuando ya sabía que nunca tendría amor, no del tipo por el que la gente
se casa, de todos modos. Tal vez es la inutilidad de mi vida, de mi
propia existencia infeliz lo que me hace decir —¿Quieres que hable con
él?

Levanta la cabeza y separa los labios. —¿Lo harías?


—No puedo garantizar que me escuche pero puedo intentarlo.

Gira la cara hacia la piscina, mirando fijamente al agua azul con los
ojos vacíos. —Supongo que eres mi única oportunidad. Nadie más lo
intentará.

—Está bien. Ahora anímate. El enfurruñamiento te produce arrugas.

Una sonrisa casi curva sus labios.


Estoy analizando la información que Anton envió sobre Valentina... el
material general que es fácil de conseguir... cuando el objeto de mi
investigación entra en mi estudio.

—Disculpa. ¿Tienes un minuto?

Bajando el informe, la escudriño. Está pálida. —¿Te sientes mejor?

—Sí. —Fija su mirada en la alfombra y arrastra los pies—. Gracias.

Está nerviosa. —¿Qué pasa, Valentina?

—Antes, allá atrás —lanza un pulgar en dirección general—. No pude


evitar escuchar la discusión.

Me inclino hacia atrás en mi silla y estrecho mi mirada. —¿Con Carly?

—No es asunto mío, pero...

—Eso es correcto, no lo es. —Carly es mi hija y cualquier problema que


tenga como padre es privado.

Con mi tono, sus ojos se agrandan. Prácticamente puedo ver el miedo


sangrando en ellos. Haciendo un esfuerzo consciente para suavizar mi
tono, digo, —Lo que quieras decir, estoy seguro que tienes buenas
intenciones pero tu opinión no es deseada. —Volteo la cara a la pantalla
del ordenador, no la despido, sino que le muestro que ya no tiene toda
mi atención.

Por un momento, no dice nada. Creo que va a huir pero entonces


levanta la barbilla y me mira desde su escasa altura.

—Gabriel.

Todo lo que quiero es tirarla sobre el escritorio y follarla, pero en esto


tengo que mostrarle su lugar.

—Es señor cuando no estoy bajando sobre ti.

Sus mejillas se vuelven rosadas, pero se mantiene firme, su magnífico


coraje me calienta el cuello y me pone duro en los pantalones.

—Señor, le prometí a Carly que hablaría con usted. Puede hacerme lo


que quiera, escuche o no, pero no romperé mi promesa.

La silla raspa el suelo cuando la empujo y me pongo de pie. —No te lo


diré de nuevo, mantén tu nariz fuera de mis asuntos.

El dobladillo de su vestido se mueve un poco... sus rodillas deben estar


temblando... pero no se echa atrás. —Estás cometiendo un error.

Doy la vuelta al escritorio y me detengo frente a ella. —¿Lo estoy,


ahora?

—Deberías dejar que Carly decida con quién quiere salir.

—Tú lo sabes.

—Sí.

—No eres padre. Hasta que lo seas, guárdate tu opinión para ti misma.

Levanta el cuello para mirarme a los ojos. —No, no soy un padre pero
he estado allí. Sé lo que se siente.
La parte enfadada de mí se mantiene mientras la imagino como una
joven que pide permiso a su padre para salir en una cita. Por el informe
que acabo de leer, sé que sólo tenía trece años cuando él murió,
demasiado joven para tener una cita pero tengo curiosidad.

—Mi padre ya había decidido con quién me iba a casar cuando cumplí
los diez años. No importaba lo que quisiera o cómo me sintiera. Mi
madre ya estaba reuniendo un ajuar para el día que cumpliera
dieciocho años. Mi padre falleció antes de tiempo, salvándome de ese
destino pero si hubiera seguido vivo, yo habría estado muy, muy lejos
de aquí.

No hay ningún lugar lo suficientemente lejos donde podría haber


corrido. Marvin la habría encontrado. Era un pez pequeño en un gran
estanque pero era parte de la mafia. Todos los hombres del negocio la
habrían buscado. Mi curiosidad aumentó aún más y pregunté —¿Con
quién se supone que te casarías?

—Lambert Roos.

Tiene sentido. Habría fortalecido las conexiones de Marvin, pero oírla


decir eso no me sienta bien. Lambert es un viejo cabrón. Tengo ganas
de matarlo ahora sólo porque alguna vez consideró casarse con ella. Lo
que plantea las preguntas que he estado meditando durante la última
hora. ¿Por qué nadie de la familia acogió a los huérfanos de Haynes?
Ahora quiero saber, ¿Por qué la familia Roos no se llevó a Valentina y
Charles cuando su madre murió? La familia de Lambert debió
reclamarlos y criar a Valentina hasta que cumpliera la edad para
casarse.

Demasiadas cosas sobre Valentina no tienen sentido.

Me mira con sus grandes ojos. —No la alejes. Dale una razón para
confiar en ti, no para hacer cosas a tus espaldas. Carly es su propia
persona. Merece tomar sus propias decisiones incluso si son errores.

Todo lo que dice es cierto, pero mi lado protector es demasiado feroz.


—Es sólo una cita —continúa—. No puedes encerrarla en una jaula de
cristal para siempre. Tiene que encontrar su camino en la vida.

—No estoy seguro de poder hacerlo.

—Por supuesto que puedes. Al menos conoce al chico antes de juzgarlo.


Invítalo a venir así podrás decidir si ella está a salvo con su compañía.

Considero sus palabras. No soy el mejor padre del mundo pero quiero lo
mejor para Carly.

—Siempre puedes matarlo si se porta mal, —dice con una pizca de


sonrisa.

Es su manera de decirme que aceptó lo que pasó esta mañana, no es


que necesito su aceptación. Tampoco me preocupa que me delate
porque sé lo mucho que quiere mantener vivo a su hermano. De todos
modos, no le servirá de nada. Magda prácticamente es dueña de la
fuerza policial.

Suspiro y me paso una mano por la cara. —Tengo que discutirlo con su
madre.

La esperanza ilumina las sombrías profundidades de sus ojos. —¿Puedo


decirle que lo pensarás?

—Bien. —Meto las manos en los bolsillos—. Lo pensaré y se lo diré yo


mismo.

—Gracias, —dice, como si le acabara de conceder la libertad a la fecha,


lo que me trae a la mente otro tema persistente, la virginidad de
Valentina.

No seré capaz de aguantar mucho más tiempo. En algún momento, mi


control se va a romper. Me desgarra incluso pensar en eso pero pronto
tendré que enfrentarme a la decisión que he estado postergando
durante demasiado tiempo.
Cuando Valentina está limpiando arriba, mando a Marie a hacer
compras con Quincy mientras reviso la habitación de Valentina. Sólo
hay unas pocas prendas de vestir, un par de chanclas y un cambio de
ropa interior blanca, hay champú con aroma a frambuesa, loción
corporal, desodorante y tampones en su armaarmario.
rio. No hay cosméticos,
joyas o zapatos, ni siquiera un broche para el cabello.

En el estante de abajo, encuentro una fila de libros y cuadernos. Por los


títulos, deduzco que son de ciencia veterinaria. ¿Podría ser que
Valentina sea una estudiante universi
universitaria?
taria? Debería haberlo pensado
antes. Es inteligente, impulsiva y ambiciosa. Tiene sentido que quiera
continuar su educación. Mientras observo su letra clara me llama la
atención otra emoción extraña.

Orgullo.

El orgullo que siento por Carly es su derecho por nacimiento, pero esto
es diferente. Este orgullo se gana. Un pedazo de la siempre presente
frialdad en mí da paso a una agradable ráfaga de calor. Valentina quiere
ser veterinaria. Será una brillante y hermosa doctora de animales. Por
eso necesita el dinero.
inero. Terminé un MBA después de la escuela
secundaria y sé lo duro que es esto. No podrá mantener este trabajo y
sus estudios. No por mucho tiempo. La parte de mí que quiere que sea
feliz quiere que tenga esto pero tendré que encontrar una manera de
evitar a Magda.

Disfruto demasiado de la sensación de calor en mi pecho como para


dejarla ir pero cuando mi mirada se posa sobre sus pertenencias, un
nuevo sentimiento humedece mi orgullo. Me lleva un tiempo
identificarlo.

Maldición. Siento compasión. Una gran compasión empática. Siempre


supe que Valentina iba a hacer estragos en mi cuerpo, pero ¿Qué
diablos le está haciendo a mi corazón?
—¿Cuál? —Carly sostiene un vestido rosa sin tirantes y uno azul con
un corpiño ajustado.

Dejo de planchar para considerar las opciones. —El rosa. —Gabriel


definitivamente se opondrá si muestra demasiado su figura.

Pone el rosa en la pila de planchar y se levanta el cabello sobre su


cabeza. —¿Arriba o abajo?

—Tienes un bonito cuello. Diría que arriba.

Sale corriendo de la cocina, dejándome con una sonrisa. Me alegro que


Gabriel finalmente aceptara dejarla salir después de conocer a
Sebastian y a sus padres. No se necesitó un neurocirujano para ver que
Carly estaba enamorada del chico. Tiene todas las cualidades para
debilitar las rodillas de una colegiala, incluyendo el hecho que juega en
el equipo de rugby de la escuela.

Termino de planchar el mantel, escondiendo un bostezo detrás de mi


mano. Estoy exhausta. Es una batalla para mantener mis ojos abiertos
después de las once. Cada noche Gabriel viene a mí. Mi cuerpo ha
aprendido no sólo a responderle sino también a necesitar el placer que
me da, como si necesitara comida y agua. Cuando mi cuerpo golpea el
colchón, comienzo a anhelarlo. Estoy mojada y me duele antes que
entre por mi puerta. Cuando me acaricia y me besa, le ruego que me
deje correrme. A veces, me deja devolverle el favor. Siempre es la misma
rutina. Cuando soy yo quien lo hace correrse deja todo en mis manos.
Encuentro consuelo y poder en eso pero también encuentro que
necesito más. Me avergüenza admitir que quiero más de Gabriel que el
sexo oral. Estoy fantaseando con tenerlo dentro de mi cuerpo,
sintiéndolo mecerse en mí con su polla. No debería querer esto, no de él
entre todas las personas. Anhelo lo que le hace a mi cuerpo, pero lo
odio por tener este efecto en mí. Nunca antes quise a un hombre o tuve
sueños eróticos pero ahora me despierto empapada y necesitada cada
mañana, mis sentidos están súper conscientes de él mientras se mueve
por la casa. Anoche estuve a punto de pedirle que me follara pero mi
orgullo no me lo permite. Tal vez controlarme con poderosos orgasmos
sea suficiente para él pero no lo es para mí. No sólo me hizo una puta,
sino que me hizo una codiciosa.

—Reunión en la cocina, —dice Marie, rompiendo mi tren de


pensamiento.

Dejé caer mi cabello alrededor de mi cara para ocultar mis mejillas


agitadas. —Voy.

Magda nos espera con un portapapeles en la mano. Como de costumbre


salta directamente a los negocios. —El cumpleaños de mi hijo es dentro
de cuatro meses y estamos organizando una fiesta en la casa. Estoy
contratando proveedores y servidores, pero se necesita la ayuda de
todos. Asegúrate de estar disponible el sábado y el domingo 10 y 11 de
marzo. Terminará tarde, así que Marie tendrás que quedarte a dormir.
Puedes compartir la habitación de Valentina. ¿Alguna pregunta?

Tanto Marie como yo sacudimos nuestras cabezas.

—Bien. Te daré más detalles cerca de la fecha.

Cuando se va, tratando de sonar casual, le pregunto a Marie —¿Qué


edad tiene?

—Treinta y seis.

—Tuvo a Carly joven.


—Se casó con la Sra. Louw cuando ambos tenían sólo diecinueve años.
Tuvieron a Carly al año siguiente.

—¿Fue un matrimonio arreglado?

Marie se pone erguida. —No deberías hacer preguntas sobre asuntos


que no te conciernen.

Tiene razón, pero tengo una insaciable curiosidad sobre mi guardián.


Estoy devastada al admitir que quiero conocer todo lo que hay que
saber sobre él.

—Hay que limpiar la mesa, —dice con dureza.

Ordeno el comedor y llevo de contrabando la comida intacta a mi


habitación. En mi descanso, llevo el pastel de Shepard al exterior y me
pongo cómoda en la pared baja que separa el jardín de la piscina.
Antes de la llegada de Valentina, nunca pasé tiempo en la cocina.
Nunca tuve razones para hacerlo. Ahora, gravito hacia esa parte de la
casa con una frecuencia cada vez mayor. El deseo de ver a Valentina me
lleva allí pero no la veo por ningún lado. Marie no puede ocultar su
sorpresa ante mi presencia, más aún cuando enciendo la tetera y tomo
una taza del armario.

—¿Puedo ayudarle en algo, Sr. Louw?

—Puedo encargarme de esto.

Me mira con recelo mientras dejo caer una bolsita de té en la taza.

—Puedo prepararle una bandeja —dice—, o hacer que Valentina se la


lleve al estudio.

—¿Dónde está Valentina?

—Descanso para almorzar. —La forma en que arruga su nariz me dice


que nuestra criada no es una de sus favoritas. Cualquier resentimiento
que tenga debería dirigirse a mí. La criada vino voluntariamente pero
sólo porque me aseguré que no hubiera otra opción.

—¿La llamo? —Marie pregunta, mirándome con ojos de halcón.

—No. —Valentina necesita descansar. Se está rompiendo la espalda


bajo las cargas que Magda le acumula.
—Como quiera. —Su consternación es visible. Si no fuera una empleada
leal le habría pateado el culo en el acto.

Como si sintiera mi discordia se aleja rápidamente, ocupándose de


cortar verduras. No quiero el maldito té pero si abandono la tarea,
Marie sabrá mi motivo oculto para colarme en la cocina.

Camino hacia la ventana mientras espero que el agua hierva. Valentina


está sentada y recargada en la pared con un plato en sus manos.

Estoy más frío que en la morgue.

Bruno está fuera. Quincy me dijo diez minutos antes que lo dejaba
correr libre para hacer ejercicio.

—¡Valentina! —Mi voz se transmite a través de la ventana, porque


levanta la cabeza con la frente fruncida.

Saltando a la acción, corro tan rápido como mi cojera lo permite a la


puerta trasera, mi cuerpo en modo de lucha. Salgo de la casa a una
velocidad récord pero mi voz no sólo atrajo la atención de Valentina. El
Boerboel dobla la esquina con las orejas en alerta. Mi corazón se
detiene. Mis pulmones se colapsan, haciendo imposible respirar.

—¡Quincy! —¿Dónde mierda está?—. ¡Valentina!

No tengo tiempo para explicar mi advertencia. El perro la ve y va a la


carga.
Las posibilidades están a favor de Bruno, llegara a Valentina antes que
yo y no tengo mi arma encima. Pongo mi peso a favor de mi esfuerzo,
pero mi discapacidad me hace demasiado lento.

Un segundo más y Bruno estará junto a la pared. Visiones horribles se


repiten en mi mente. Alcanzo a Valentina con un brazo extendido,
tratando de lanzarme entre ella y el perro pero Bruno está a sus pies,
su enorme mandíbula va directa a su delicado tobillo. Estoy a punto de
atacar y estrangular al animal cuando registro en mi mente frenética el
hecho que le lame la pierna en lugar de destrozarla. Apenas me detengo
antes de estrellarme de frente contra ambos, mis manos tiemblan y mi
piel está sudorosa. El poderoso torrente de adrenalina cae tan rápido
como ha estallado, haciéndome sentir físicamente enfermo. Trago varias
veces para suprimir el impulso de vomitar. Mientras lucho por asentar
mis tripas, Bruno babea sobre ella.

Valentina me mira confusa, la incertidumbre aparece en sus ojos. Pone


un plato con una porción a medio comer de pastel de Shepard en la
pared y lo aparta como si la comida fuera la causa de mi reacción.
Bruno pone sus patas delanteras en la pared y se estira. Cuando
Valentina le rasca detrás de su oreja, él cierra los ojos e inclina su
cabeza al tacto.
—¿Está todo bien?, —pregunta en voz baja.

Debo parecer como si fuera... un maldito loco.

Quincy viene corriendo desde atrás, trotando cuando me ve. Se detiene


con las manos en la cadera, mirando entre Valentina y yo.

—¿Qué está pasando?

No puedo mirarlo ahora mismo. Las posibilidades que le arranque la


cabeza del cuerpo son muy grandes. En lugar de eso, fijo la mirada en
Valentina.

—¿Qué mierda haces afuera cuando el perro está suelto?

Deja de acariciar a Bruno y baja la mano. —No le importo.

—Es un perro guardián, no un perro faldero.

La muy zorra se atreve a desafiarme. —Me parece bastante amistoso.

—Tiene razón —añade Quincy rápidamente—. A Bruno le gusta. No la


atacará.

—Tú —me dirijo a Quincy con hielo en mi tono—, se supone que debes
comprobar que nadie está fuera antes de soltarlo.

—No es culpa de Quincy —dice—. No le dije que iba a salir.

¿Está cubriendo a Quincy? Con las secuelas de la adrenalina aún


ardiendo en mis venas y mi pierna doliendo como una perra por el
sobre esfuerzo, esto es todo lo que puedo soportar.

La agarro del brazo y la muevo de la pared agarrándola por la cintura


antes que se caiga. —Adentro.

Su cara palidece ante mi tono, aunque la orden no fue más fuerte que
un susurro.
Quincy levanta las palmas de sus manos. —Gabriel, tómalo con calma.

—¿Me estás dando una orden?

Se echa atrás. —Por supuesto que no.

—La próxima vez sigue las instrucciones. —gruño.

No me importa que Marie se detenga a mirarnos mientras arrastro a


Valentina detrás de mí por la cocina. No me detengo hasta que llego al
gimnasio. Empujándola hacia adentro cierro la puerta y me giro para
mirarla. Se abraza a sí misma, me mira con calma pero hay cautela en
sus ojos.

Por un momento, sólo la miro. La idea que algo le pase me deja un


sabor ácido, amargo y jodidamente horrible en la boca. La intensidad de
la idea me impacta hasta la médula. La odio por eso. La odio por la
angustia paralizante que sufrí. Es un maldito sentimiento enfermizo y
me hace jodidamente débil. Me gusta el sexo salvaje y me encantan las
lágrimas en una mujer, por lo que me acuesto con mujeres que anhelan
mi dinero lo suficiente para tomar lo que viene al tener sexo conmigo.
¿Pero Valentina? Nunca quise lastimarla hasta este momento. Cuando
la golpeé, fue para evitar que Magda la matara. Sí, me excitó pero me
arrepentí. Ahora, quiero azotarle el culo hasta que grite. Quiero
castigarla por lo que siento.

Desabrocho los botones de los puños de mi camisa y los doblo dos


veces. Sus ojos siguen el movimiento pero no dice nada. Sólo cuando
camino hacia el banco de pesas y me siento, encuentra su voz.

—Gabriel, por favor.

—Ven aquí.

No se mueve.

—Si tengo que ir a buscarte, vas a sufrir el doble de lo que tengo


planeado para ti.
Lentamente se mueve hacia mí, sus ojos revoloteando entre mi cara y
mi regazo.

Apunto a mis rodillas. —Inclínate.

—Gabriel... —Su labio empieza a temblar.

—Pusiste en peligro tu vida y tu vida es mía, lo que significa que pusiste


mi propiedad en riesgo.

—No pasó nada.

—No me hagas repetírtelo.

Se acerca hasta que sus rodillas rozan mis muslos.

—Inclínate sobre mi regazo y presiona tus palmas y pies en el suelo.


Mantén tus piernas abiertas.

Se baja sobre mi regazo para que su cabeza cuelgue a un lado de mis


muslos y sus piernas al otro. El banco es lo suficientemente bajo para
que sus manos y pies toquen el suelo.

Le subo el vestido hasta la cintura y le bajo las bragas hasta los muslos.
—Si te mueves, tu castigo se triplicará.

Su suave y dorado trasero, al igual que su regordete y rosado coño


están expuestos a mí. Me tomo mi tiempo para admirar su cuerpo
perfecto, su belleza inmarchitable y su inocencia sin mancha. Mi polla
se agita y se pone imposiblemente dura. Levanto mi mano y apunto.

Zas.

Mi palma se posa en la curva de su mejilla izquierda. Se sacude en mi


regazo clavando su vientre en mi dura polla.

Zas.
La segunda marca, su otra mejilla. Aspira un aliento pero no se rinde
ante mí. Su silencio es su desafío. Sin darle tiempo a respirar de nuevo
le doy una sucesión de golpes firmes en el culo hasta que encuentro mi
ritmo. Lo mantengo lo suficientemente ligero como para no magullar,
pero lo suficientemente duro para que su piel se vuelva rosa. Se
retuerce y gime pero no rompe su postura. Su culo se aprieta con cada
bofetada. Continúo hasta que no queda ni una sola zona de su piel sin
marcar. Cuando empiezo a repetir el patrón en su piel inflamada,
finalmente se rompe. Un fuerte grito escapa de su garganta. Sigo
haciéndolo sin piedad, no le doy el indulto hasta que su cuerpo se
afloja.

Mientras se relaja bajo mi toque, sus gritos se vuelven diferentes. Los


gemidos se convierten en lamentos; murmura mi nombre y aplasta su
cuerpo en mi polla. La recompenso deteniendo los golpes y metiéndole
mano entre las piernas para apaciguar su sexo. Está empapada. Mi
polla se eleva contra el cierre de mi cremallera en satisfacción. No
planeé tomarla aquí, pero no puedo evitarlo. La lucha se ha ido
completamente fuera de mí. Todo lo que queda es la lujuria que roe.
Acaricio sus pliegues por un tiempo, deleitándome con la forma en que
se hinchan al tacto, antes de frotar mi dedo medio en movimientos
circulares sobre su clítoris. Me gusta el punto de vista que tengo sobre
su coño. Cuando inclino la cabeza, su coño está tan cerca que puedo
oler su excitación. Me vuelve loco. Sus hermosas partes femeninas se
aprietan, la parte inferior de su cuerpo vibra, sus muslos y brazos
tiemblan mientras grita su orgasmo. La dejo tenerlo y algo más. Sigo
frotando y pellizcando su clítoris hasta que me ruega que me detenga,
pero no me detengo hasta que estoy seguro que no puede aguantar
más. Sólo entonces le ajusto la ropa, la ayudo a levantarse y la tomo en
mis brazos con su cabeza acunada contra mi pecho. Mientras solloza
acaricio su mejilla, secando las lágrimas mientras caen. Cada molécula
de mi cuerpo es consciente de ella. Estoy intoxicado de la mujer que
tengo en mis brazos, la mujer que eventualmente tendré que matar. Es
entonces cuando reconozco la verdad. No voy a matarla. Nunca lo iba a
hacer. Está destinada a ser mía.

Cuando deja de llorar, seco sus lágrimas con las palmas de las manos.
—No vuelvas a hacerme eso nunca más.
Parpadea. Está confundida. Demonios, yo también. Azotarla me pone
caliente, abrazarla me hace olvidar por qué lo hice en primer lugar. Con
sus brazos alrededor de mi cuello y su culo acolchando mi polla, no
puedo pensar con claridad. Todo lo que sé es que no puedo perderla.

—De ahora en adelante, quiero que Quincy te entrene con Bruno.

Levanta la cabeza para mirarme.

—No se te permite salir si está suelto, a menos que me hagas una


demostración que pruebe que puedes manejarlo.

—No me atacará.

—Ya ha mordido a un intruso antes. Maldición, Valentina. —Me paso


una mano por el cabello—. Ni siquiera Magda se arriesga a salir a
menos que esté encerrado en la parte de atrás.

—¿Por qué tienes un perro si es tan peligroso, incluso para tu propia


familia?

—Protección. La gente que quiere irrumpir lo suficiente encontrará


eventualmente una manera.

—La gente mala también envenenará a un perro.

—Está entrenado para no tomar comida de nadie más que de Quincy.


—Estudio sus ojos llenos de lágrimas—. ¿Qué le hiciste? ¿Cómo le
hiciste para que aprendiera?

—Le quité una espina de su pata.

—¿Eso es todo?

—No es nada difícil. Sólo tienes que mostrarle quién tiene la autoridad.
No puedes tener miedo. Los animales sienten el miedo.
Se parece mucho a mí. No hay sorpresas ahí. Soy un animal en el mejor
de los casos. Deslizo mis labios sobre su cabello inhalando su dulce
aroma a frambuesa. —¿Fue mi lección lo suficientemente clara para ti o
necesitaré repetirla?

—No, —dice rápidamente—. Lo entiendo.

—¿Me temes?

—¿Por qué? ¿Lo sientes?

—Sí, —digo con gravedad. Lo hago y la fomentaré, aunque sólo sea para
usar su miedo como una correa, manteniéndola cerca de mí.

La pongo en pie. —Le diré a Quincy que aparte algún tiempo para la
tarde hoy.

Se acomoda el cabello detrás de la oreja.

—¿Necesitas un momento?

Asiente agradecida. —Por favor.

Le doy la privacidad que necesita para recuperarse. Después de arreglar


el entrenamiento del perro con Quincy, me distraigo poniéndome al día
en los negocios, luego accedo a los registros financieros que Anton me
envió por correo electrónico. Valentina ganó un salario de la Clínica
Veterinaria de Rocky Street. Cuando dijo que era una asistente, asumí
que era del tipo secretaria.

Eso explica la túnica blanca de la primera noche en Nápoles. Los


débitos de su cuenta fueron para pagar el agua y la electricidad que
suspendió ayer. Los estados de cuenta de su tarjeta de crédito
muestran los gastos usuales de comida y artículos de primera
necesidad. Aparte de eso, Valentina no es una gastadora. No es que
tenga los medios. No hay lujos ni nada de lo que les gusta a las
mujeres, ni siquiera un lápiz labial. Cada mes retira una cantidad
sustancial de dinero y siempre es la misma cantidad, hasta el último
centavo.

Llamo a mi banquero privado y hago que le transfieran los 20.000 a su


cuenta. Luego llamo al agente y le ofrezco una comisión de cinco mil por
transferir la propiedad de Berea a mi nombre. Está feliz de
complacerme. En primer lugar, sabe quién soy. En segundo lugar, sabe
que de otra manera no recibirá ni un centavo por el piso. Me encargaré
que se entreguen los documentos necesarios para la transferencia de la
propiedad. Por el bien de Valentina, la venta debe parecer auténtica.

Con las finanzas en su lugar, llamo al gerente del club en Nápoles. Me


gustaría hablar con el ex-vecino de Valentina sobre el robo y Jerry no
ha estado en casa desde que la tomamos con su hermano. El gerente
me asegura que Jerry no ha vuelto así que le digo que lo estoy
buscando. Quienquiera que haya destrozado el piso de Valentina lo
pagará. Dejo la tarea más desagradable para el final, marcar a Lambert
Roos. El teléfono suena durante mucho tiempo sin entrar en el buzón
de voz. Parece que tendré que hacerle una visita a Lambert.

Sólo cuando me siento más tranquilo es cuando reflexiono sobre el


episodio de esta tarde, recuerdo el almuerzo que Valentina nunca
terminó. Por orden estricta de Magda, Marie no servirá la comida que
prepara al personal. ¿Valentina se está comiendo nuestras sobras?
Maldita sea. Una emoción incómoda se clava en mi corazón. El tirón en
mi pecho no se detiene. Saqué los registros de pedidos de la tienda de
comestibles. Valentina vive de manzanas y fideos chinos baratos. Siento
demasiadas cosas para distinguir una de otra. Hay lástima,
preocupación y enojo conmigo mismo por no haber descubierto la
verdad antes. Se muere de hambre delante de mis narices.

Esto no servirá, la necesito sana. Ajusto el pedido y le envió una nota a


Marie. A partir de ahora, Valentina comerá lo que yo decida.
HAY una caja con mi nombre en la cocina cuando vengo de lavar el
patio.

—Esto es para ti, —dice Marie, secándose las manos con un paño.

—¿Para mí? —Levanto las tapas para mirar dentro.

Hay carne, queso, huevos, verduras, fruta, agua embotellada y zumo.


En una caja más pequeña encuentro una variedad de delicatessen,
incluyendo aceitunas, nueces, aceite de cocina embotellado y chocolate
negro. Debe haber un error.

—No pedí estos.

—Es del Sr. Louw. —Me examina—. Lo que sea que hayas hecho, lo hizo
muy feliz.

No debería sentirme culpable, pero un rubor me calienta las mejillas.


Me avergüenzo de mi pobreza, siempre lo he estado y el gesto de Gabriel
sólo me recuerda la brecha entre nosotros. La amabilidad me hace
irracionalmente triste e inexplicablemente enojada. No soy el caso de
caridad de nadie. Lo devolveré todo pero por ahora lo desempaqueto en
la nevera para evitar que la comida cara se eche a perder.

Cuando Gabriel viene a mi habitación lucho contra el orgasmo que me


impone, haciendo todo lo posible por no correrme pero es una batalla
perdida. Eventualmente, el placer se apodera de mí. Mi cuerpo se rinde
y entrega lo que él quiere. Su poder sobre la parte física de mí está
completo. Me despojó de mis defensas, no puedo permitir que me
despoje de mi orgullo.

Después de eso me toma en sus brazos. Su voz es suave, pero severa.


—¿Qué es lo que pasa?

—Nada.

—Cuanto más duro luches conmigo, más duro te presionaré.

Bajo los ojos. —La comida... no me gusto el gesto.

—Ah. —Lo dice como si de repente entendiera todo lo que pasa por mi
cabeza—. Mírame.

Lo hago. A regañadientes.

—¿Qué eres para mí, Valentina?

—Una inversión —digo.

—¿Qué hago con mis inversiones?

—Cuidas de ellas.

Me pasa un pulgar por la mejilla. —Me gusta cuidar de ti. ¿Es eso tan
malo?

Sí, maldita sea. Quiero ser más que la inversión de alguien. —No
puedes forzarme a comer.

—Sí puedo. Puedes comer lo que te diga o ser alimentada a la fuerza. Es


tu elección pero me complacerá si lo aceptas sin discutir.

Me sorprende lo mucho que quiero complacerlo. ¿Qué diablos me pasa?

—Lo que necesites —continúa—, quiero que me lo digas.


Sólo puedo mirarlo, no estoy segura de lo que está cambiando entre
nosotros pero el equilibrio está cambiando.

Pasa un dedo índice sobre mis labios. —¿Hay algo que quieras decirme
ahora? —El aire de anticipación que le rodea le hace parecer vulnerable,
como si tuviera más que perder que yo en este extraño juego entre
nosotros.

—No, —le respondo, no estoy segura de lo que quiere de mí.

Como esperaba, mi respuesta le decepciona pero no sigue el asunto.


Simplemente me besa hasta que mi deseo aumenta de nuevo antes de
ponerse en pie y desabrocharse el cinturón.
¿QUÉ ESPERABA de Valentina? ¿Qué se abriera a mí? ¿Por qué es
importante para mí que me hable de sus estudios por su propia
voluntad? No tengo una respuesta. Sólo sé que quiero oírlo de ella.
Hasta que lo admita, no le diré que descubrí la verdad.

Además de vigilar los hábitos alimenticios de Valentina, la preocupación


por la cita de Carly domina el resto de mi semana. El viernes por la
noche tengo hombres ubicados alrededor del cine. Discretamente, por
supuesto. Aun así, no me relajo hasta que mi hija llegue a casa sana y
salva más animada que nunca. Si Sebastian le pusiera un dedo encima,
mis hombres habrían actuado y me alegro que no llegara a eso. Carly
viene a mi estudio a darme las buenas noches. Me sorprende con un
inusual beso en la mejilla y un abrazo.

Cuando la casa está tranquila me dirijo a la habitación de Valentina. Es


una rutina que espero con ansias, un arreglo al que ya soy adicto. Mis
pasos caen de forma irregular en el suelo de la cocina. Mi cojera es más
pesada esta noche. Hay lluvia en el aire. La humedad hace que me
duelan las articulaciones.

Mi aliento se recupera cuando abro su puerta. Está extendida desnuda


en la cama. Su piel dorada es perfecta, excepto por el pequeño punto de
belleza bajo su pecho izquierdo. La pequeña marca de la imperfección
sólo añade más a su encanto. Mientras duerme parece más vulnerable e
inocente que cuando me mira con sus grandes y asustados ojos. Sus
pliegues ya brillan con la excitación que la condicioné a tener.
Caminando hacia la cama la miro fijamente. Normalmente mi presencia
es suficiente para despertarla, pero últimamente está cansada.
Demasiado cansada. No ayuda que le robe unas horas de sueño pero
tengo muy poco control sobre Valentina. Me tomo otro momento para
estudiar su cuerpo. Me gusta mirarla cuando está durmiendo. El acto
voyeurista es invasivo, pero me excita y alimenta una parte oscura de
mí.

Después de unos segundos empieza a moverse, sus párpados se agitan


y sus pestañas se levantan. Leo su expresión mientras se despierta de
su sueño. Primero, hay reconocimiento y luego deseo. No hay más
miedo o resistencia. Está lista para el siguiente paso.

Manteniendo mi ropa puesta, me estiro a su lado en la cama


levantándome sobre mi codo. Inmediatamente, abre las piernas. Este
acto de sumisión me marea por el deseo. Si me hubiera quedado de pie,
se habría sentado de rodillas para mí con las piernas abiertas, como le
enseñé. La recompenso con un suave beso, mi lengua atravesando sus
labios y acariciando los suyos mientras juego con sus pechos. Puedo
emborracharme con sus gemidos. Quiero ahogarme en su excitación
pero tengo otros planes para su coño esta noche.

Paso mi mano por su estómago hasta llegar a su sexo. Acaricio con la


punta de mi dedo medio arriba y abajo de su abertura, llevando la
humedad a su clítoris. Cuando está empapada en su propia humedad,
pongo mi boca sobre la suya y meto el primer dedo en su canal
empapado. Es suave como el terciopelo y tan jodidamente húmeda, tan
caliente. Sus ojos se abren y jadea en mi boca. Me trago el sonido como
un adicto, tragando con avidez los gemidos que siguen cuando giro el
dedo unas cuantas veces. Cuando Engelbrecht la examinó me dijo que
no hay membrana, algo muy común en las vírgenes, por lo que no
debería haber sangrado pero maldita sea, está muy tensa. Succionando
sus labios dentro de mi boca conduzco a casa, enterrando mi dedo
hasta el interior, y luego me quedo quieto mientras la estiro. Esta vez,
gime muy fuerte dentro de mi boca. No me importa si grita. Su
habitación está demasiado lejos para que alguien en la casa la escuche
pero quiero comer sus sonidos de placer como si comiera sus orgasmos.
Quiero tragar su esencia de todas las maneras posibles para llevarla
dentro de mí. Quiero que sea una parte de mí en el sentido más literal.
Está jadeando en mi boca, aspirando el oxígeno de mis pulmones y
alimentándome con rápidas respiraciones de éxtasis. Tomo tanto como
doy, bebiendo su aire como un vampiro. Se convierte en una batalla de
respiraciones, una succión y exhalación, un dar y tomar. Poniendo mi
mano libre en su frente, toco su cabello en una caricia calmante,
preparándola para lo que está por venir. Cuando empieza a respirar
más fácilmente por mi boca aceptando sólo el aire que elijo darle, saco
mi dedo y lo vuelvo a meter. Sus paredes internas tiemblan a mí
alrededor. Entro y salgo, encontrando un ritmo que coincide con la
subida y bajada de su pecho. Mi pulgar encuentra su clítoris,
presionando mientras enrosco el dedo en su interior para acariciar el
punto sensible bajo su hueso púbico. Sus caderas se levantan hacia mí
persiguiendo mi toque, así que le doy más un poco más fuerte, un poco
más rápido.

La parte inferior de su cuerpo tiembla. Quiero hacerla volar tan alto. El


pensamiento hace que mis pelotas suban hasta mi cuerpo. Cuando el
primer temblor de un espasmo acaricia mi dedo, deslizo la palma de mi
mano de su frente sobre sus ojos para luego apretar su nariz con mi
pulgar e índice. Antes que tenga tiempo de registrar mi intención,
empiezo a follarla con mi dedo en serio, abofeteando su coño lo
suficientemente fuerte con el talón de la palma de mi mano para que su
clítoris se vuelva rosa.

Le chupo la vida de su cuerpo con mi boca mientras le devuelvo la vida


con mi mano. Sus piernas en forma de tijera. Su culo se levanta de la
cama y sus dedos se enroscan. Entonces comienza a luchar. Intenta
girar su cabeza en mi mano mientras me empuja por los hombros. Al
darse cuenta que no es rival para mí fuerza, me rasguña. Mi piel arde
deliciosamente caliente donde sus uñas dejan largos cortes en mi
cuello. Me muerde la lengua, el sabor metálico de la sangre cubre mis
labios y me vuelve loco. Un segundo más y su cuerpo se sacude como si
hubiera tomado mil voltios. Puedo ser dueño de su vida por varios
segundos más antes que se desmaye, pero no quiero que llegue tan
lejos. Sólo quiero que tenga el placer. Dos segundos más y se queda sin
fuerzas, tomando la implacable follada de mi dedo en su coño sin
luchar más. No hace más que montar el placer que le saco a la fuerza
permitiéndome controlar su respiración.
Rendición total.

Me aferro a su nariz y boca, manteniendo nuestros labios separados por


una fina franja. Aspira el aire fresco de la noche con un jadeo ronco, su
cuello se arquea por la intensidad de la acción. Las ondas de choque se
agitan a través de su abdomen, disipándose en su coño. Mantengo su
coño en movimiento con mi dedo medio que aún está en su interior y mi
pulgar que está presionando su clítoris, hasta que los temblores pasan.
Su coño se siente regordete y maduro por mi entrenamiento. Beso sus
labios por última vez, trazando mi lengua sobre un punto donde se
mordió durante la lucha y me muevo por su cuerpo hasta que mi
lengua encuentra sus pliegues.

Tiembla cuando empujo en su interior para probar su clímax.


Valentina, es una experiencia única. Sabe cruda y bien amada y tengo
un deseo impactante de probarla con mi semen en su cuerpo. Estoy
más allá de mí mismo con la necesidad. Protesta con un gemido manso
cuando le abro los muslos y le pongo las manos debajo del culo,
metiéndole los dedos en los labios carnosos para abrirla. Me quedo
mirando su coño. Es más que un regalo. Es la comida que necesito para
sobrevivir. Entierro mi cabeza entre sus piernas y devoro su carne. La
devoro como si la necesitara, sin excusas y sin piedad.

—Gabriel, no más. Por favor.

Ignoro sus ruegos. El asunto de encontrarle un hombre, un hombre


guapo para que le quite la virginidad me tiene al límite. Le daré un
hombre guapo sólo por esta vez, incluso si se siente como si me cortara
el corazón con un cuchillo desafilado, pero a la mierda, me pertenece.
Necesito demostrarnos a los dos que después de todo lo que pasará
seguirá siendo mía. Su placer es mío. Dejarla correrse es mi adicción.

La hago correrse una vez más con mi boca y dos veces con mi mano.
Cuando termino, está flácida. Ni siquiera estoy seguro que esté
consciente. Me instalo a su lado y la arrastro contra mi cuerpo, doblo
mis brazos a su alrededor y la sostengo hasta que me quedo dormido.
ME DESPIERTO con un peso en el estómago y el pecho. Gabriel está
envuelto a mi alrededor completamente vestido, excepto por sus
zapatos. Es la primera vez que se queda después de hacerme correr.
Una descarga de cuerpo entero calienta mi piel cuando recuerdo lo que
hizo anoche. Mis pechos se vuelven pesados y mi clítoris comienza a
palpitar. Fue carnal, mortal. En algún momento entre el último
orgasmo y Gabriel acariciándome me desmayé, demasiado cansada
para abrir un ojo. Con cuidado de no moverme, me deleito en el confort
de estar en sus cálidos brazos. El sol apenas se levanta, manchando las
cortinas con un brillo dorado. No tengo que enfrentarme a la realidad
todavía, que es el hombre que tiene el poder sobre mi vida. La vida de
Charlie. Me muerdo el labio al reconocer la dolorosa verdad. Me gustó lo
que hizo. Me gustó mucho. Una vez que superé mi pánico inicial, me
entregué por completo, confiando en que me mantendría a salvo y lo
hizo.

Gabriel se mueve, su agarre en mí se estrecha. Su respiración no


cambia pero arrastra su barbilla sobre mi mandíbula y me besa la
oreja, su barba raspa mi piel haciéndome consciente de su
masculinidad de una manera áspera y agradable.

—Buenos días, bonita. —Me mordisquea el lóbulo de la oreja y pasa la


palma de la mano por la piel de gallina—. ¿Café?

¿Gabriel me está ofreciendo café? Me giro hacia él, tratando de leer su


expresión, pero su cara está en blanco.
Sin esperar una respuesta, saca las piernas de la cama y se pone de
pie. No me pierdo el estremecimiento que trata de ocultar mientras pone
su peso en su pierna dañada. Su camisa blanca está arrugada y su
cabello negro desordenado. Se ve magnífico. Quiero decirle lo
agradecida que estoy que no me dejara anoche, lo mucho que
necesitaba sus brazos a mí alrededor después de la intensa forma en
que trató a mi cuerpo pero cojea hasta la puerta y desaparece antes que
pueda formular las palabras.

Tengo otros diez minutos antes que mi alarma se active. Acurrucada


bajo las mantas, me siento repleta y extrañamente feliz. Poco después,
Gabriel regresa con una taza de café humeante, el aroma acogedor llena
mi habitación.

Me apoyo en las almohadas para poder tomarlo. —Gracias. —No estoy


segura de qué más decir. Es un acto tan inesperado.

—Leche, dos de azúcar —dice.

¿Sabe cómo me tomo el café? Le parpadeo, no estoy segura de sí debo


preguntar pero no me da la oportunidad. Me pasa el pulgar por el labio
inferior, por la marca donde me mordí y arrastra sus ojos calientes
hasta los míos. Por la forma en que se endurece su polla, está pensando
en la noche anterior.

Revisa su reloj y aparta la mirada de mí. —Saldré esta noche. No te


vayas mañana sin despedirte.

En el momento en que sale de mi habitación el aire cambia. Un vacío


frío se expande en mi pecho. Necesitando un poco de calor, acuno la
taza entre mis manos. Permito que su acto de bondad caliente mi
corazón y llene mis espacios vacíos. Es una contradicción de
sensaciones, una muy mala clase de bien.
CUANDO ENTRO en mi estudio después del almuerzo, Helga está
utilizando mi silla. ¿Cómo diablos pasó la seguridad?

Cierro la puerta con un clic. —¿Cómo entraste?

—Hola a ti también. —Se inclina hacia atrás en mi silla y cruza sus


tobillos en mi escritorio. Su vestido llega hasta los muslos, dejando al
descubierto las medias de liga negras. —Tranquilo. Tu madre me dejó
entrar.

Tendré que hablar con Magda. Por el bien de Carly no invito a mis
compañeras de cama a casa. Verla me recuerda que no me he acostado
con una mujer en mucho tiempo, no desde que tomé a Valentina.

—¿Por qué has venido? —Me acerco al escritorio, irritado por su


presencia—. Conoces las reglas.

Hace pucheros. —Te echo de menos.

—Carly está en casa, por el amor de Dios.

—No has llamado. No es propio de ti.

Cruzo los brazos y la miro fijamente. No le debo explicaciones. Follamos


cuando ambos estamos de humor y eso es todo.

—Te necesito, chico amante.


—Ya te lo he dicho antes, no me llames así.

Descruza sus piernas y planta un tacón a cada lado de mi escritorio.


Sin bragas. Su coño está desnudo, depilado como me gusta. La postura
abierta me da una vista privilegiada de la mercancía que me ofrece.

—Dime cómo llamarte, chico feo.

Normalmente, Helga tendría mis bolas en un nudo con este acto. A


estas alturas, la habría tenido inclinada sobre mi escritorio. Le habría
dado unas nalgadas antes de follarme su boca inteligente, pero no hoy.
Mi polla no se mueve. Ni siquiera un tic.

—Estoy ocupado.

—Sólo tomará cinco minutos.

Sonrío. —Me conoces mejor que eso.

—Bien, —me dice con una sonrisa maliciosa—, treinta si lo haces


rápido.

—Tienes que irte.

—¿Me estás echando?

—No me obligues. No será agradable para ninguno de los dos.

Estrecha sus ojos. —¿A quién te estás follando?

—A nadie.

—Vamos. Te conozco. No puedes pasar un día sin sexo y mucho menos


semanas.

No tengo tiempo para esta mierda. Doy la vuelta al escritorio y me paro


junto a la silla, intimidándola con mi tamaño y altura. —Te lo pediré
amablemente por última vez.
Me agarra de la corbata y me lleva a su nivel. —No me asustas. Lo que
quieras dar puedo tomarlo.

Un golpe en la puerta nos interrumpe, pero no suelta ni rompe la


mirada. Voy a ser un imbécil de primera clase. Le doy una sonrisa
calculada.

—No lo harás.

—Obsérvame, —susurro.

—Puede ser tu hija.

Carly nunca llama a la puerta. Probablemente sea Quincy o Rhett.

—Adelante, —digo en voz alta.

Los ojos de Helga se agrandan. A estas alturas, debería saber que


nunca alardeo. Junta sus rodillas y se baja el vestido pero no antes que
el visitante que abrió la puerta le vea el coño.

Triunfante, giro la cabeza para ver quién es el afortunado espectador y


me congelo. Valentina está de pie en el marco de la puerta, con una pila
de sobres blancos en la mano y el shock en los ojos.
—Lo siento, —dice Valentina— no sabía que estabas ocupado.

Libero mi corbata del agarre de Helga y la enderezo sin perderme la


curiosa expresión de ella. Tengo que tener cuidado ya que Helga es
perceptiva. Levantando una ceja a Valentina la animo a continuar.

Ella traga y sostiene los sobres. —Tu madre me envió a traerte esto.

—Déjalo en mi escritorio.

Se acerca apartando la vista y los pone en la pila de la esquina. Con


una pequeña inclinación de cabeza se apresura a salir de la habitación.

—¿Nuevo personal? —pregunta Helga— Nunca me dijiste que tenías


una criada. Pensé que usabas un servicio de limpieza.

Le agarro el brazo y la pongo de pie.

—¿Qué estás haciendo?

—Dime por qué estás realmente aquí.


Se lame los labios, dejando caer finalmente la fachada. —Necesito
dinero.

Siempre dejo dinero después de follar a Helga y ella sentiría dos


semanas sin un bono. Soltando su brazo, saco mi billetera y presiono
un par de miles en su mano. Ella bate sus pestañas cuando tomo su
muñeca y la llevo alrededor del escritorio.

—¿Significa esto que estamos follando?

—Significa que te voy a acompañar a la salida. —Casi la arrastro hasta


la puerta principal donde Rhett hace guardia—. Encárgate que salga de
los terrenos.

—¡Gabriel!

Lo último que veo antes de cerrarle la puerta en la cara es su expresión


de descontento. Se acabó, no quiero volver a verla nunca más.
GABRIEL LOUWN TIENE UNA REPUTACIÓN. Es peligroso y las mujeres
que tienen experiencia de primera mano dicen que es todo un semental
en la cama. ¿Por qué verlo con mis propios ojos me duele tanto? Es que
no puedo entenderlo. No es como si hubiera descubierto una
infidelidad. ¿Qué esperaba? ¿Exclusividad? Anoche él fue muy dulce. El
dolor sordo entre mis piernas me recuerda cómo Gabriel me follo con
sus dedos. Este es un tipo de dolor que se siente bien, hasta hace unos
momentos, antes que entrara y viera esa bonita rubia con sus partes
desnudas en su escritorio. Soy un juego para él, soy su juguete.
Cuando se canse de mí me dejará de lado. Lo único que le importa es la
deuda que tengo con ellos. Cuando quede libre, no quiero dejar un
pedazo de mi corazón aquí. Eso sería demasiado irónico. Es bueno que
los haya sorprendido. No, es muy bueno que él me haya permitido
entrar y verlos. Supongo que quería que lo viera, para recordarme que
no soy especial. Soy una de muchas y por el momento soy conveniente.

Paso el día trabajando hasta acabar. Incluso mi cerebro está demasiado


cansado para pensar. Esta noche, por primera vez, no viene a mí. Soy
un montón de necesidad temblorosa y dolorosa cuando llega la
mañana, maldiciéndolo a él y a mi cuerpo. Las visiones de él en la cama
de la mujer rubia me hacen llorar de rabia. Me ha arruinado para otros
hombres. Me ha arruinado incluso para mí misma.

Estoy ocupada con la aspiradora a la mañana siguiente cuando él se


tropieza con la puerta, Rhett y Quincy lo acompañan. Su pelo está
despeinado, hay sangre en su camisa y sus nudillos están sangrando.
Mi corazón se aprieta y mi pulso se acelera. Me mira, pero cojea por el
pasillo sin saludar. Contemplo la razón de su estado todo el día,
negándome a reconocer la preocupación que me roe las entrañas.
Preocuparse significa que me importa y no lo hace.

A las cinco me doy una ducha, me pongo los pantalones cortos y la


camiseta. Pongo la camiseta de tirantes en mi bolso junto con la comida
para los perros sin hogar. No estoy de humor para enfrentarme a
Gabriel, pero no soy tan estúpida como para ignorar su orden de
despedirme antes de irme.

Como ayer, me invita a pasar cuando toco la puerta de su estudio. Pero


no lo hago, en cambió asomó la cabeza por el marco.

—Que tengas un buen fin de semana. Me voy. —Giro la cabeza,


esperando poder despedirme rápidamente, pero no tengo tanta suerte.

—Valentina.

Cierro los ojos y respiro profundamente antes de enfrentarlo de nuevo.

Se levanta de su escritorio. Lleva una camisa azul con pantalones azul


marino y una corbata a rayas, tan guapo como siempre. —Te llevaré.

Todo lo que puedo hacer es mirarlo fijamente con confusión. —¿Qué?

—Te llevaré.

¿Gabriel se ofrece a llevarme? No estoy segura de cómo me siento al


respecto. No quiero que sea amable conmigo. —Eso no es necesario.
Puedo encontrar mi propio camino.

—¿Cómo lo hiciste la semana pasada?

—Um, sí.

—¿Te irás en transporte público?

—Sí.
Cruza el suelo con pasos amenazantes. —Si vuelves a subirte al
transporte público te azotaré el culo tan fuerte que no te sentarás en
una semana.

Parpadeo.

—¿Tienes alguna idea de lo peligroso que es eso? —pregunta.

Para una chica blanca, quiere decir. Otras personas tienen autos. Nadie
se atreve a caminar en la calle solo. Las posibilidades de ser violada,
torturada y asesinada son muy altas. La vida no tiene valor en esta
ciudad, pero en mi mundo si no tienes elección, sólo tienes que
arriesgarte.

—Tú vales mucho para mí Valentina. Me perteneces y yo protejo lo que


es mío.

Vuelve a la silla y quita la chaqueta. Recoge las llaves del escritorio, me


toma de la mano y me lleva al garaje.

Me siento pequeña a su lado en el lujoso interior del coche. No dice


nada mientras conduce el elegante Jaguar y se adentra en el tráfico. En
lugar de dirigirse al este, se dirige al norte. No me pregunta a dónde voy
así que mantengo la boca cerrada hasta que llega a una tienda
exclusiva en Sandton. Salgo cuando se acerca para abrirme la puerta,
agarrando mi bolso junto al pecho mientras me guía dentro de la lujosa
tienda. No es como cualquier tienda departamental que conozco. No hay
artículos en exhibición, sólo hay un sofá de cuero y un escritorio de
cristal lleno de ropa, bolsos y zapatos. Una joven y bonita dama nos
saluda en la puerta y nos dirige con el brazo al escritorio.

—Todo está listo para usted, señor Louw.

Le agradece con un guiño y me hace avanzar. —Adelante. Elige lo que


quieras.

Atónita, me quedo con la boca abierta.


—¿Cuál es tu color, cariño? —pregunta la mujer—. El rojo se verá bien
con tu cutis. El blanco también. Plateado para la noche. —Empieza a
tirar de los vestidos del montón y los pone sobre el sofá.

—Um, disculpe. —Me aclaro la garganta—. ¿Puedo tener un momento


con... —¿Cómo lo llamo delante de ella?— ...el señor Louw?

—Gabriel —me corrige.

La mujer mira de mí a Gabriel. Hay juicio en sus ojos, incluso si trata


de ocultarlo. —Voy a buscar refrescos. Tómese su tiempo.

Cuando desaparece en la parte de atrás, me dirijo a Gabriel. —¿Qué


estás haciendo?

—Te voy a comprar ropa.

—¿Por qué?

—Tiré tu vestido azul a la basura.

—No espero que lo reemplaces.

—Te dije que me gusta cuidarte.

Al torcer mis manos, cierro la distancia entre nosotros. —No puedo


tomar tu dinero.

Sus ojos se oscurecen, el azul cristalino se vuelve tormentoso. —Es


dinero legal.

—No es eso. Simplemente no se siente bien.

—Se siente muy bien para mí. ¿Estás diciendo que hacerme sentir bien
no está bien?

—No cambies mis palabras.


Me agarra hacia él tan repentinamente que mi aliento se atrapa. Me
sujeta alrededor de la cintura con un brazo, me toma del pecho y me da
un suave pellizco en el pezón. —No pongas a prueba mi paciencia.

Inmediatamente el calor inunda mi cuerpo, burbujea en mis venas y


envía sangre a mi clítoris. Mis pezones están duros como piedras.
Quiero odiar los sentimientos que corren a través de mí pero no puedo.
Mientras mi cuerpo muestra mi excitación, el mismo calor que siento se
refleja en sus ojos.

La encargada regresa con una jarra de té helado y vasos pero Gabriel no


me suelta.

Ella mide nuestra postura. Depositando la bandeja sobre la mesa, dice


en un tono profesional —¿Ya has elegido algo?

Una hora después, salgo con un nuevo vestido, jeans de diseño, dos
camisetas, una gabardina casual, un par de zapatos de bailarina, cinco
conjuntos de ropa interior bonita y un lindo suéter sin hombros.
Gabriel me empujó a tomar más, pero esto ya es más de lo que necesito.

Carga mis bolsas en la parte trasera de su coche y cuando estamos


sentados, se vuelve hacia mí —¿A dónde, bonita?

Estoy segura que ya lo sabe pero le doy la dirección de Kris. De camino


allí, trato de averiguar lo que acaba de pasar. Para cuando llegamos al
lugar todavía no estoy cerca de entender a Gabriel.

Apaga el motor. —Tu piso ha sido vendido.

—Wow, ¿tan rápido?

—Arreglé que el dinero se pague en tu cuenta bancaria. Espero que eso


esté bien.

—Gabriel... —No tengo palabras— Gracias. —Las palabras no expresan


mi gratitud, pero son todo lo que puedo reunir.
—No hay necesidad de agradecerme. Dije que me encargaría de ello.

Se acerca a mí y abre mi puerta con su brazo rozando mis pechos.


Antes que pueda objetar, toma mis bolsas y las lleva a la casa de Kris.
Charlie se encuentra con nosotros en la puerta y me da un abrazo de
oso.

—¡Va–Val!

—Hola, hermano mayor.

Gabriel le da la mano a Charlie para que la estreche. —Hola, ¿me


recuerdas?

—Eres el ho-hombre malo.

Gabriel se ríe. —Supongo que puedes decir eso, pero prefiero Gabriel.
—Charlie da un paso atrás y me mira con grandes ojos.

—Está bien Charlie. Gabriel no va a hacernos daño. Trabajo para él,


¿recuerdas?

Después de contemplar mi respuesta, los buenos modales de Charlie


finalmente ganan. —¿Quieres un ju-jugo?

—Seguro. —Gabriel me muestra una sonrisa y se siente como en casa


en la cocina de Kris.

Soy cautelosa de tenerlo cerca de mi hermano. Lo observo como un


halcón mientras charla con Charlie, pero Charlie rápidamente se pone
animado con Gabriel. Cuando se va una hora después juraría que son
los mejores amigos. ¿A qué juego está jugando Gabriel? Puede jugar
conmigo si es el precio que tengo que pagar por la libertad de Charlie,
pero no dejaré que perturbe la vida de mi hermano.
Ya que Carly está en casa de su madre este fin de semana, tengo la
noche y el día de mañana para mí. Magda está fuera con sus amigos.
Me aseguré que no hubiera reuniones de negocios y les di a Rhett y
Quincy el fin de semana libre. Me sirvo un whisky y me acomodo en un
sillón en la sala de lectura con el expediente de Valentina en mi regazo.
No hay mucho en su historia que no sepa ya. Su padre, Marvin estaba
involucrado en un sindicato de clonación de autos. Su madre, Julietta
era ama de casa. Valentina creció en Rosettenville, en el sur. Cuando
tenía trece años, su Chevrolet se cayó de un puente. Marvin murió en el
impacto. Valentina sobrevivió y Charlie sufrió heridas graves que le
causaron daño cerebral. Un año después, su madre murió durante un
robo armado a un banco. Una tía se ocupó de Valentina y Charlie,
mudándose al piso que sus padres poseían en Berea cuando su casa
fue subastada para cubrir las cuentas pendientes y los gastos del
funeral. La tía murió después que Valentina cumplió los 19 años
dejándola sola para cuidar de Charlie.

Mi pregunta anterior sigue siendo. ¿Por qué nadie cuidó de Julietta y


sus hijos? En nuestro negocio, la familia lo es todo. Cuidamos de los
nuestros. Marvin no estaba en la cima de la jerarquía, pero tampoco era
un ladrón de poca monta. Tenía suficiente influencia y apoyo para
garantizar a su viuda e hijos protección, un techo y comida. En cambio,
vivieron de la mano a la boca después de su muerte.

Pongo el expediente a un lado y me paso una mano por la cara. El


segundo expediente contiene la actividad bancaria de Valentina al día.
La mitad del dinero que le pagué por su piso fue transferido a la cuenta
de Kris. La otra mitad, la pagó en una cuenta registrada a UNISA9.
Siguiendo la pista de la Universidad de Sudáfrica, confirmo mi
suposición. Valentina está matriculada en una licenciatura por
correspondencia en ciencias veterinarias. En cuestión
stión de minutos
usando mis contactos tengo el número de la mentora de Valentina en la
universidad. Incluso si es tarde, marco el número. No me lleva mucho
tiempo convencer a la señora Cavendish que desayune conmigo
mañana.

Me siento en una mesa escondida en un rincón privado en la azotea del


Hotel Rosebank cuando llega Aletta Cavendish. No es la vieja mojigata
que su voz me hizo imaginar. La única razón por la que sé que es ella es
porque entra en la azotea a la hora exacta que acordamos. La rubi
rubia alta
tiene unos treinta y tantos años. El anillo de bodas es un gran
diamante. El marido debe tener un trabajo acogedor, porque los
profesores universitarios no ganan tanto. Su pelo está suelto alrededor
de sus hombros y no hay ni un rastro de maquillaje en su cara. Incluso
sin la ayuda de los cosméticos, es atractiva. Lleva una camiseta blanca
y una falda de estampado indio con sandalias de cuero. Debe tener
veinte brazaletes en el brazo del tipo de flores de niños. Por su espalda
recta y sus hombros cua cuadrados,
drados, deduzco que tiene confianza. Su
caminar es fácil y ligero. Claramente es del tipo que duerme bien por la
noche.

Ella le da su nombre al camarero y cuando él se mueve en mi dirección,


ella se encuentra con mis ojos con una mirada nivelada y amistosa
amistosa. Por
9
UNISA: La Universidad de Sudáfrica (abreviado en inglés University of South Africa
Africa)
un momento, hay una conmoción en su cara cuando observa mis
rasgos, pero su sonrisa no se desvanece. Sus pendientes cuelgan
cuando se acerca a mi esquina. Me pongo de pie antes que llegue a la
mesa.

Me saluda con un firme apretón de manos. —Señor Louw.

—Gabriel, por favor. —Saco su silla y se sienta—. Gracias por reunirse


conmigo.

Dejando caer una bolsa de gran tamaño junto a su silla, me da una


mirada examinadora. —Tengo que admitir que si la estudiante en
cuestión no fuera Valentina yo no estaría aquí.

—Aprecio su tiempo. —Le hago una seña al camarero—. ¿Ordenamos?

Mientras estudia el menú la observo. Aletta es inteligente y no se anda


con rodeos. Me gusta. Es apasionada y dedicada. Debe ser una buena
profesora.

Ambos pedimos café y huevos benedict. Cuando el camarero se va ella


dice, —Dijiste por teléfono que eres el nuevo empleador de Valentina.
No sabía que había cambiado de trabajo.

—Es muy reciente.

—¿Qué hace ella por ti, exactamente?

—Administración de la casa.

Ella inclina la cabeza. —¿Como una criada?

Sonrío, manteniendo mi expresión uniforme.

—Estoy sorprendida —continúa Aletta—. Le encantó el trabajo en el


consultorio veterinario y fue una buena experiencia.

—Le hice una oferta que no pudo rechazar. —No hay mentiras ahí.
El camarero vuelve para servirnos el café. Aletta remueve el azúcar y la
leche. —En ese caso, debe ser por un mejor sueldo. Dios sabe, lo que
ella puede hacer con cada centavo extra.

—Me preocupa su bienestar financiero, por lo que quería conocerla. Por


supuesto, Valentina no sabe nada de esto. Es orgullosa y apreciaría si
podemos mantener esta discusión entre nosotros.

Ella sopla su café, mirándome desde el borde. —¿Qué me estás


preguntando?

—¿Cuánto debe?

—¿No es una pregunta que deberías hacerle a ella?

—Está bien. Lo diré de otra manera. ¿Cuánto cuesta un título de


veterinario en estos días?

—Se trata de unos 50.000 al año, sin contar los libros y el material.

—Sé cuánto ganaba antes de empezar a trabajar para mí. ¿Cómo se las
arregló?

—Tiene una beca parcial, pero no es suficiente para cubrir todo.

—¿Es una buena estudiante?

—¿Honestamente? Ella es sin duda la mejor que he tenido. Sus notas


son las mejores, pero esa chica es un veterinario natural. Nunca he
visto a los animales reaccionar ante nadie cómo se comportan con ella.

Ya lo creo. —Entonces, ¿cómo es que sólo obtuvo una beca parcial?

—Con el colapso financiero y los disturbios políticos, queda muy poco


en los fondos de la universidad. No hay becas a tiempo completo para
los estudiantes de veterinaria. Estoy donando sus libros, pero como
dijiste, es orgullosa. Por suerte, Valentina también es fuerte.
Convertirse en veterinaria es su sueño. Ella encontrará una manera.
La comida llega. El camarero prepara la sal y el zumo, dándole varias
vueltas antes que pueda colocar los platos.

Nunca he tenido que preocuparme por el dinero. Si quiero algo, salgo y


lo compro. No puedo imaginar lo que es trabajar hasta los huesos y
preocuparse por cubrir las facturas, lo cual es irónico viniendo de un
hombre que gana dinero con los problemas financieros de otras
personas.

Me inclino hacia atrás en mi silla. —Si voy a crear una beca, ¿puedo
elegir a quién va a ir?

El cuchillo todavía está en su mano. —Sí. —Me mira con una leve
sorpresa—. Puedes nombrar al beneficiario.

—¿El beneficiario no necesita saber quién es el patrocinador?

Una sonrisa calienta sus ojos. —Puedes llamar a la beca cómo quieras.
No tiene que llevar tu nombre y ciertamente puede ser anónima.

Apoyo mis codos sobre la mesa y junto los dedos. —En ese caso, me
gustaría ofrecer una beca completa con todos los gastos pagos.

Su sonrisa se vuelve diez grados más cálida. —Te pondré en contacto


con la persona adecuada en finanzas.

—El lunes. —Quiero pavimentar este camino para Valentina lo antes


posible.

—Entendido. —Toma un bocado, mastica lentamente y traga—. Sabes,


yo tenía mis dudas sobre ti.

—¿Sí?

—Creí que me ibas a decir que los estudios de Valentina están


interfiriendo con su trabajo.

—Oh, no. Nada de eso.


—Me
Me alegro de haberme equivocado.

No tiene ni idea.

DESPUÉS DEL DESAYUNO, envió un mensaje a mi banquero privado y


le doy instrucciones para que se establezca la beca. Luego me dirijo a
Rosettenville. Paso por la dirección de mi expediente, la casa en la que
creció Valentina. Es una humilde casa de minero barata, d del tipo que
construían las minas de oro para sus trabajadores y vendidas a
propietarios privados. En esta calle, todo se ve igual. Es difícil imaginar
a alguien como Valentina caminando por las calles de este barrio medio
y aburrido. Ella pertenece a un lu lugar
gar exótico, a un lugar hermoso. La
calle principal que alberga la mayoría de los negocios comerciales es
tranquila, las tiendas están cerradas los fines de semana. En el taller
mecánico, aparco mi coche y meto la pistola en la parte trasera de mi
cinturón.. Lambert Roos vive en una casa contigua al taller. La simple
vivienda tiene una baja pared de enfrente, un blanco fácil para los
ladrones. Con la caída de Hillbrow y el centro de la ciudad, Rosettenville
se convirtió en un barrio peligroso. El hecho que n no
o haya levantado el
muro y lo haya equipado con alambre de púas electrificado me dice una
de dos cosas; o es demasiado pobre o es lo suficientemente poderoso
para que los criminales no le jodan. A juzgar por la pintura pelada de
las paredes y las tejas que faltan, apuesto por la primera opción.

Salto por encima de la pared y golpeo la puerta. Los pasos se arrastran


dentro. —¿Quién es? ——dice una voz masculina.
—Gabriel Louw.

Hay un momento de vacilación antes que la puerta se abra una grieta.


Un hombre bajo y calvo vestido con un chaleco y un par de calzoncillos
me mira con escepticismo. Me echa una mirada por encima del hombro,
su mirada recorre la calle de arriba a abajo.

—Estoy solo, —digo con una fría sonrisa.

—Vaya, vaya si es el patito feo de Owen. ¿Qué tal?

Debería matarlo por ese comentario, pero necesito información.


Pasando por delante de él me dirijo a su casa. El lugar huele a
calcetines viejos y a repollo rancio. Las alfombras están desgastadas y
los muebles han visto mejores días. El negocio debe ir lento. O tal vez
no. En la mesa hay varias bolsas llenas de polvo blanco. Coca o tal vez
perico.

Sus ojos siguen los míos. Una fina capa de sudor brilla en su frente.
—¿Qué puedo hacer por ti? —pregunta con una sonrisa sin sentido del
humor— ¿Quieres una cerveza? —Cambia su peso de un pie al otro.

Es bastante hospitalario, pero quiere que me vaya. —¿Recuerdas a


Marvin Haynes?

El levanta su cuello, parpadea dos veces. —Sí. ¿Quién no?

—Debió conocerlo bien ya que se suponía que se casaría con su hija.

Sus ojos hinchados se estrechan y se ríe a la fuerza. —Vivía abajo en el


camino, pero no éramos muy amigos. Veía a su señora de vez en
cuando en la farmacia. ¿Por qué lo preguntas?

—Si Valentina Haynes te fue prometida, ¿por qué tu familia no la acogió


a ella y a su hermano después que su madre muriera?

Se rasca la nuca. —Con su padre muerto, el trato se canceló.


—¿No querías honrar el acuerdo?

—Ella no es mi tipo.

Puta madre. —Es una mujer muy bonita, ¿no?

—Sí.

—¿No te gusta lo bonito? ¿O no te gustan las mujeres?

—Mira, ella no se hizo para mí.

—¿Te echaste atrás porque ella no fue hecha para ti?

—Sí.

Está mintiendo a través de sus torcidos y amarillos dientes.

—¿Por qué quieres saberlo? —pregunta, tratando de parecer indiferente,


pero su voz se quiebra en la última palabra.

Me encojo de hombros. —Curiosidad.

Con una inclinación de cabeza, vuelvo a mi auto. Antes de entrar, el


idiota tiene el móvil en la mano, mirándome a través de las cortinas de
encaje andrajosas mientras hace una llamada. Debí haber intervenido
su teléfono antes de mi visita. No importa. Lo averiguaré. Le envío a
Anton un mensaje de texto con el nombre y la dirección de Lambert, así
como la fecha y la hora, indicándole que consiga una grabación de la
conversación y la envíe como un mensaje encriptado a mi cuenta
privada de correo electrónico.
Cuando salgo de la casa de Kris el domingo por la tarde, Rhett está
esperando al otro lado de la carretera junto al Mercedes. Abre la puerta
trasera y me hace una señal silenciosa para que yo entre. No decimos ni
una palabra entre nosotros durante el viaje a Parktown. Mi corazón está
triste por dejar a Charlie me siento culpable por no poder cuidarlo pero
más que eso, extraño su presencia. Su alegría es inocente y genuina. Es
la única pieza de verdad sin complicaciones en las emociones retorcidas
de mi vida.

A pesar de mi tristeza, mi cuerpo empieza a zumbar cuando nos


acercamos a la casa. Como un animal condicionado, mi cuerpo se
excita al saber que pronto estará con mi captor, mientras mi cerebro
condena la reacción. Odio esta división entre mis pensamientos y las
reacciones físicas. Estoy en constante guerra conmigo misma.

El mismo Gabriel espera en el porche. Mi corazón se tambalea al ver su


cuerpo musculoso. Él abre la puerta, junto con mis bolsas, la ropa
nueva empacada y las etiquetas de precios intactos. Rhett desaparece.
En el momento en que se ha ido, Gabriel roza sus labios sobre la base
de mi oreja.

—Bienvenida a casa.

Las palabras se me quedan grabadas. Esta no es mi casa, mi hogar es


con Charlie. Lo que Gabriel nos está haciendo como familia está mal.
Me apresuro a entrar y me dirijo a mi habitación. Un minuto más tarde
Gabriel entra, parado con una amenazante y oscura energía a los pies
de la cama.
—¿Qué es lo que está mal?

—Nada.

—¿No estás feliz de haber pasado tiempo con tu hermano? —Le doy una
mirada dura.

—Por supuesto que sí.

Empiezo a desempacar la ropa, tomándome mi tiempo para doblar cada


artículo meticulosamente.

Me deja seguir así un rato antes de quitarme el montón de las manos y


dejarlo en la cama. —Vamos a nadar.

Se me cae la mandíbula. ¿Invita a un sirviente a darse un chapuzón en


su piscina?

—¿Qué dices Valentina?

—No tengo traje de baño.

—No necesitas uno.

Sin esperar una respuesta me toma la muñeca, me lleva a la cocina y


me saca por la puerta trasera. En la terraza el comienza a desnudarse.

Miro alrededor para asegurarme que estamos solos. —¿Qué estás


haciendo?

—Nadar desnudo contigo.

—¿Estás loco?

—Estamos solos. Magda está fuera y Carly no volverá hasta mañana.

Gabriel está completamente desnudo y duro delante de mí. Su cuerpo


lleno de cicatrices es aterrador en su brutal belleza. Las marcas en sus
pies y rodillas no disminuyen su perfección física. Para mí se suman a
su atractivo, haciéndolo impresionantemente perfecto de una manera
dañada. ¿Es un retorcido atractivo de la imperfección o es que una
parte de mí se siente atraída por todo lo que es oscuro y destructivo?

Mostrándome su duro trasero, camina hacia el fondo y se sumerge. El


agua salpica en el costado, el sonido me recuerda a las vacaciones y a
los tiempos sin estrés que ya pasaron.

—Vamos —llama—. El agua esta buena.

Es tentador. Ha sido un día caluroso como el infierno y mi cuerpo se


siente pegajoso. No puedo recordar la última vez que nadé.

Mi mirada viaja en dirección a las habitaciones del personal. —Rhett...

—Rhett no se acercará a la casa a menos que yo le dé una orden. Ahora


te estoy dando una. Entra.

—Está bien.

Me quito las zapatillas junto con la ropa y camino hasta el borde de la


piscina. En el momento en que nuestras miradas se cruzan hay un
cambio en la suya, el hielo en sus ojos deja paso a una mirada de calor
fundido. Desvergonzadamente, me mira los pechos y más abajo. Su
polla se vuelve enorme bajo el agua. Desearía no sentir un hormigueo
entre mis piernas o que mis pezones no se hubieran endurecido, pero
soy tan impotente a mi reacción como lo soy a su orden sin palabras
cuando me toca con un dedo. Al entrar en el agua fría en el extremo
poco profundo dejo atrás mi culpa y mi juicio. No importa cuánto
proteste, Gabriel hará lo que quiera. El loco y desigual juego de poder
me da una medida de absolución.

Cuando estoy hasta la cintura en el agua, él nada hacia mí y agarra un


puñado de mi cabello. Tirando de mi cabeza hacia atrás para arquear la
parte superior de mi cuerpo, se agarra a un pezón y aspira mi pecho
profundamente en su boca. Grito mientras el dolor asalta la punta
sensible. Inmediatamente, se retira para mirarme.
—Normalmente te gusta eso.

Me encojo con dolor ante el apretón de su mano —Es casi esa época del
mes. Se vuelven demasiado sensibles.

Estudia mis pechos con nuevo interés, tomando ambos en sus manos.
—Son más grandes. —Los sacude, haciéndome gemir con la
incomodidad—. Y más pesados. —Sus manos se mueven a mi lado
hasta mis caderas y sobre mi estómago hinchado—. ¿Cuándo te viene el
período?

—Mañana. —Tiemblo un poco cuando lo digo. Después de eso el control


de natalidad será efectivo y nada le impedirá dar el paso final.

Entonces se tranquiliza, liberando mi cuerpo. —Tal vez el agua te haga


bien.

Lo hace. Nadamos unas cuantas vueltas y nos quedamos a la deriva sin


hablar. Para cuando salimos, mi piel está arrugada. Gabriel trae toallas
de la casa de la piscina y me cubre con una en una tumbona. Por unos
momentos de felicidad, olvido mis circunstancias y simplemente
disfruto de los rayos del sol poniente en mi cara. Nunca he estado a
solas con él en la casa. Hay menos tensión cuando no hay nadie más
alrededor.

Cuando empieza a enfriar, me lleva dentro y me acuesta en mi cama.


Como cada noche que viene a mi habitación, me hace venir. Es amable,
evitando mis pechos doloridos y mi abdomen hinchado. Después me
deja tomarlo en mi boca y se queda conmigo por otra hora.

¿Sostiene a otras mujeres así? ¿Sale a follar con alguien después de


haber estado conmigo? Nunca he visto otra mujer en la casa, excepto la
mujer de su estudio pero eso no significa que sea célibe. Tal vez
entretiene a sus mujeres en otro lugar para proteger a Carly. Por lo que
sé, tiene una novia. Tal vez es la mujer que vi. Tal vez se la esté follando
todas las noches después de salir de mi habitación. Nuestro silencio ya
no es amigable.
No puedo evitar preguntarme, —¿Te acuestas con alguien?

Su pecho vibra contra mi espalda con una risa. —¿Importa?

Si el dolor en mis costillas es algo a lo que atenerse, sí lo es, pero


moriría antes de admitirlo. —Sólo me preguntaba. —Diablos, me
desconozco a mí misma.

—Su nombre es Helga.

Humph. Es como si me diera un puñetazo en el estómago. Quería saber


y ahora me arrepiento de haber preguntado. Especialmente no quiero
saber su nombre. El dolor me arroja lanzas desde todas las direcciones,
haciéndome vulnerable. Los celos se acumulan en mi pecho.

—Es la mujer que viste en mi estudio. Eso es lo que realmente estás


preguntando, ¿no?

Ahora que está fuera, puedo hacer las nueve yardas completas y
dejarme herir a fondo. Tal vez el dolor amortiguará mi necesidad de
Gabriel. —¿Te acostaste con ella?

—Sí. —Después de un momento, continúa—. Pero no me la he follado


desde que llegaste.

Algo cede en mi pecho, como una banda elástica que se rompe.


Estúpidamente, tengo ganas de llorar. Corrección, tengo ganas de
berrear. Maldito SPM10 —No importa.

Su risa es de conocimiento. —Por supuesto que no.

—¿Por qué no te has acostado con ella? —Aguanto la respiración por


algo que no puedo nombrar.

—No quiero.

10
SPM: síndrome premenstrual es un conjunto de síntomas que se produce en las mujeres, generalmente
entre la ovulación y la menstruación.
Pero puede que lo haga. Gabriel es el tipo de hombre que toma lo que
quiere, no por la fuerza sino haciendo que tu propio cuerpo te traicione,
robando tu voluntad
luntad y rompiendo cada una de tus buenas intenciones,
dejándote con un agujero que sólo él puede llenar. Donde me duele
ahora, sólo su polla puede llenar la sensación de vacío. Es retorcido. Me
hizo quererlo... necesitarlo... como necesito el agua, mientr
mientras que él
puede alejarse a su antojo cuando no me quiere. Llegará un día en que
seré la próxima Helga, un día en que no vendrá a mi habitación para
hacerme correr, sólo porque ya no quiere.. Es un imbécil y me odio a mí
misma por estar afectada.

—Estás callada, —musita


musita—.. Si estás cansada te dejaré dormir.

Anhelando la soledad para poder enrollarme en una bola, dejo que la


mentira se derrame de mis labios. —Eso sería amable.

Mi corazón cae cuando su peso se levanta del colchón. Con un beso


casto en mi frente sale de mi habitación. Finalmente, tengo la soledad
que pedí, pero estoy total y miserablemente sola.

EL LUNES POR LA MAÑANA, Magda me espera en la cocina con


noticias impactantes. Marie tuvo un derrame cerebral.

—Te
Te encargarás de la planificación del menú —dice— y de la cocina.
cocina
Pásamelo para que lo apruebe. —Ella Ella apunta al ordenador de la
esquina—.. Encontrarás el presupuesto y los supermercados que
cumplen con el sistema.
—¿Estará bien?

—No lo sé. Su hija me lo hará saber. Sin embargo, es un inconveniente


viendo que tenemos una cena formal de negocios en la casa el viernes.
Tendrás que ocuparte del catering y del servicio. Enviaré el menú por
correo electrónico al ordenador de la cocina. Sólo se espera dos o tres
invitados. —Escribe un código en el bloc de notas—. Aquí está la
contraseña.

Está a medio camino de la puerta antes que encuentre el valor para


hablar. —No estoy segura de poder hacerlo.

Se da la vuelta para estrechar los ojos en mí dirección. —¿Tienes algún


problema?

—La limpieza y la cocina... es mucho para una persona. No es que no


esté dispuesta, pero es una casa grande. No quiero descuidar una u
otra.

—Entonces asegúrate de no hacerlo. —Sus labios se estiran en una


sonrisa—. Tu vida depende de ello.

La miro fijamente a la espalda cuando sale de la cocina. Odio el ruido


altivo de sus tacones tanto como detesto el color rojo tráfico de su lápiz
labial. Puede que me menosprecie porque soy pobre y me trate como a
una esclava porque es dueña de nueve años de mi vida, pero cuando
esos nueve años se acaben, nunca volveré a aceptar un pedido suyo. Me
llevaré a Charlie y me mudaré a otro pueblo, una ciudad donde los
Louws no gobiernan. Permitiendo la intención de fortalecer mi
resolución, enciendo la computadora y espero a que se encienda para
poder hacer el pedido del día.
LUNES Y MARTES pasan de forma borrosa. Tengo una especie de
horario, paso la aspiradora cada dos días y plancho más tarde por la
noche. El martes por la noche, recibimos una actualización de la hija de
Marie, diciendo que no volverá al trabajo por lo menos en seis meses.
Como no conozco las recetas de Marie no tengo más remedio que
cambiar el menú. Lo que sé es más bien el estilo mediterráneo de mi
difunta madre. Encuentro un pequeño productor local de producto
productos
frescos, que resulta no sólo ser orgánico sino también más barato. La
fruta y las verduras no son bonitas pero son sabrosas. También pido
menos productos de limpieza. Puedo lavar un suelo igual de bien con
un poco de vinagre en agua que con un producto c caro
aro que huele como
un huerto de verano, pero que ha sido probado en animales. El
resultado es un ahorro del treinta por ciento en la factura semanal del
supermercado.

El nuevo ritmo de trabajo es agotador. Además, mi período llegó justo a


tiempo. Siempre hee sufrido de un fuerte flujo que me deja sintiéndome
débil. Pido un suplemento de hierro con mis entregas personales para
estimularme para la gran noche del viernes. Lo último que quiero es
fallar en mi primera prueba para la cena cuando mi vida depende de
ello.

A pesar de mi período, Gabriel sigue viniendo a mí por la noche, pero en


lugar de llevarme a los clímax terribles a los que me he acostumbrado,
acaricia mi cuerpo con frotes y masajes de espalda. Es extraño y muy
diferente al carácter de él, no es que él sea predecible. Cuanto más me
empuja Magda más amable es Gabriel conmigo, lo que enfurece a
Magda. Es un círculo vicioso entre ellos dos y yo estoy atrapada en el
medio.

Carly es genial pero completamente antipática desde que salió a su cita.


A Sebastian se le permite visitarla en casa con la supervisión de su
abuela o su padre, pero como Gabriel siempre está fuera durante el día,
especialmente es Magda quién vigila a los tortolitos.

El miércoles, Carly está sola en la piscina. Cuando tomo su toalla para


lavarla noto que dejó su iPad afuera otra vez, algo que hace a menudo;
lo tomo con la intención de guardarlo en la casa, pero cuando llego a las
puertas corredizas la voz de Quincy me detiene.

—Hola, Val. Mira, Bruno está mejor.

Bruno corre con una correa con Quincy, la cojera se ha ido. El perro
ladra y mueve la cola furiosamente cuando me acerco. Dejando el iPad
en la pared, me agacho y le doy un descuidado beso de perro.

Me río, limpiándome la cara con el dorso de la mano. —Me alegra ver


qué has vuelto a estar en forma, chico.

—Gracias, de nuevo.

—Me alegro de haber podido ayudar. —Me enderezo y miro por encima
del hombro a la casa— Será mejor que vuelva. Hay mucho que hacer.

—Sí. —Parece incómodo—. ¿Te estás adaptando?

—Seguro.

—Valentina —dice Magda desde la puerta, su mirada condescendiente


descansando en Quincy y en mí como si nos hubiera pillado
besándonos o algo así—, si has terminado de socializar, tenemos que
hablar del menú del viernes.

—Adiós, Bruno. —Acaricio su lomo y le sonrío a Quincy como saludo.


Sus ojos son duros cuando los dirige hacia la puerta donde Magda
espera con las manos en las caderas, pero no lo pienso más mientras
me apresuro a entrar.

NO ES HASTA la mañana siguiente cuando Carly hace un alboroto en el


desayuno por suu iPad perdido que recuerdo haberlo dejado afuera.
Magda me convoca en el comedor. Al principio, estoy perdida cuando
Carly me señala con el dedo y exclama, —Lo
Lo tomó. Estaba allí anoche y
ahora no está.

—¿Tomaste
¿Tomaste el iPad de Carly? —Magda pregunta—.. No te molestes
m en
mentir, porque yo misma iré a tu habitación.

Mi interior se congela, recordando dónde lo dejé. Se enfrían aún más


cuando miro a Gabriel. Me mira con el ceño fruncido. ¿Cree que lo he
robado? Las lanzas de dolor en mi corazón. ¿Por qué importa lo que él
piensa?

—¿Y bien? —Magda


Magda pregunta alzando su ceja.

—Quise
Quise traerlo anoche, pero me distraje y lo olvidé en la pared.

—Distraída
Distraída con Quincy —dice Magda con ironía.

Una expresión oscurece el rostro de Gabriel. De las tres personas en la


habitación, ahora
ora mismo, es la que más miedo me da.
—Iré a buscarlo —le ofrezco rápidamente, pero Carly ya está en pie
dirigiéndose a la puerta.

Magda dobla sus manos sobre la mesa y me da una sola instrucción.


—Quédate.

Me quedo quieta en el incómodo silencio hasta que los gritos de Carly se


filtran por la puerta trasera. Todo dentro de mí se encoge aún más.

—¡Está arruinado! —Carly grita, mientras viene corriendo a la


habitación con el iPad. Está chorreando agua.

El tono de Gabriel es plano. —¿En qué pared lo dejaste, Valentina?

—¡En la de la piscina! —Carly me dispara dagas con sus ojos.

—Los rociadores llegan allí por la noche. —dice Gabriel sonando


distante.

—Esto es tú culpa. —Carly continúa histérica—. ¿Te das cuenta de


cuántas fotos tenía aquí? ¡Sin mencionar mi tarea!

—Carly. —La voz tranquila pero dura de Gabriel la hace callar al


instante—. Que sea una lección bien aprendida por dejar tu iPad fuera.
No es la primera vez. Estaba destinado a suceder.

—¡Papá!

Levanta una mano, dándole una mirada oscura. —Déjame terminar.


Puedes recuperar tus deberes y fotos de iCloud.

—¡No lo activé!

El tono de Gabriel es inflexible. Ni un parpadeo de simpatía calienta sus


ojos. —Lección número dos, bien aprendida. De ahora en adelante,
harás una copia de seguridad como te dije. —Se vuelve hacia mí, de
repente parece cansado—. Me ocuparé de ti después del desayuno.
—Reemplazarás el iPad de Carly, —dice Magda—. Te enseñará a ser
menos olvidadiza en el futuro. —Sacude la servilleta en su regazo—.
Ahora, quiero comer en paz. Silencio todos ustedes.

Carly cae en su asiento, con la cara roja.

Estoy temblando cuando vuelvo a la cocina, maldiciéndome a mí misma


por mi negligencia. No puedo permitirme reemplazar el iPad, no sin
endeudarme más.

No le toma mucho tiempo a Gabriel venir a buscarme. Las palabras que


más temía salen de sus labios. —Ve al gimnasio después de limpiar la
mesa.

Bajar al sótano es como un paseo a la horca. Ya está esperando dentro,


se ha quitado la corbata y se ha echado atrás las mangas de la camisa.

—Cierra la puerta. —dice en voz baja.

Empujo hasta que oigo el chasquido, pero no tengo el coraje de girarme


y enfrentarme a él.

—Ven aquí.

Me muerdo la uña mientras reúno la fuerza suficiente para obedecer


paso a paso. Cuando me detengo frente a él, me quita la mano de la
boca. —Desvístete.

Mis ojos se elevan a los suyos. No quiero suplicar, pero se me escapa de


todas formas. —Por favor.

No pestañea. No hay compasión, no hay piedad. —Desvístete.

Mientras me quito los zapatos, el vestido y la ropa interior me observa


como un halcón. Ya estoy acostumbrada a su mirada escrutadora y es
menos vergonzoso que durante las primeras veces, pero no menos
aterradora. Una vez que estoy desnuda se pone un dedo en los labios
estudiando mi cara. Finalmente, deja caer su brazo como si hubiera
tomado una decisión y señala el suelo. —Sobre tu espalda.

Trago mientras me tumbo de espaldas, viéndole traer una barra con un


juego de esposas aseguradas en cada extremo.

—¿Qué estás haciendo? —pregunto mientras me cierra las muñecas por


ambos lados.

Recoge mis bragas y me las mete en la boca. —Lo siento, hermosa pero
no estoy de humor para el diálogo ahora mismo.

Murmuro una protesta cuando me traba los tobillos a las muñecas,


abriéndome en la barra. Empuja la barra hacia atrás hasta que toca la
alfombra, levantando mis brazos sobre mi cabeza y mis piernas con
ellos. De espaldas, mi culo y mi coño están expuestos de la forma más
vulnerable. Mis tendones están en llamas. Me muevo en un esfuerzo por
aliviar el incómodo estiramiento cuando saca un objeto del estante de
tortura.

Regresa con una paleta de madera. Sacudo la cabeza, suplicando con


los ojos pero él agarra la barra y la levanta algunas veces, dándome un
breve respiro de la posición antes de empujar hacia abajo y comenzar a
azotar mi trasero. El primer golpe en la nalga es un shock. Grito detrás
de la tela en mi boca, aunque el ardor calienta mi piel sin herirme. El
segundo azote me hace temblar, pero cuando me doy cuenta que está
acariciando mi piel en lugar de infligirme dolor, casi me relajo. Se abre
camino de izquierda a derecha en la parte carnosa de mi culo hasta que
mis terminaciones nerviosas queman y mi clítoris es un dolor pulsante.
Mi coño se siente hinchado, la necesidad de liberación es severa.
Cuando ya no estoy rogando con mis ojos que se detenga, le ruego que
me deje sentir la paleta donde más la anhelo. Sólo después que cada
centímetro de mi piel zumba con chispas eléctricas, él finalmente baja
la paleta justo en medio de mi coño, cubriendo mi abertura y el clítoris.
Con el tampón dentro de mí, se siente lleno. Y bien. Yo me estrujo
desesperada por más, pero él cambia a un ritmo más lento y suave,
burlándose de mí sin piedad con unos golpecitos demasiado suaves en
mis partes hinchadas.
Justo cuando creo que no puedo soportar más, me saca las bragas de la
boca y me dice, —Ruega.

No lo dudo. —Por favor, Gabriel.

—¿Por favor qué?

—Por favor, por favor follame.

Se queda quieto. Hay una mezcla de shock e incredulidad en su rostro,


que lentamente se reemplaza por satisfacción. El calor oscurece sus
ojos. Su mandíbula se aprieta mientras mira hacia abajo a mi sexo.

—Por favor.

Su pecho se eleva y baja rápidamente, su respiración es tan dura como


la mía. Sólo está el sonido de nuestras respiraciones en la habitación.
Luego exhala con un largo y tembloroso aliento. Empuja la paleta hacia
abajo en mi clítoris y comienza a masajear con movimientos circulares.
Todo se aprieta cuando me corro violentamente con un espasmo que
destroza mi respiración. Me quedo sin aire cuando él libera las
restricciones y me arrastra hasta las rodillas. En su prisa por
desabrocharse los pantalones, sus dedos tocan mí clítoris. Agarro la
cintura y lo bajo por sus caderas para ayudar, sin molestarme con la
cremallera. Me acerca su polla, la punta cerca de mis labios. Lo devoro
como una mujer loca y hambrienta, chupando y lamiendo hasta que me
agarra el pelo para controlar mis movimientos. Aprieta su culo, con un
rugido primitivo y una maldición mientras se vacía en mi boca. Trago lo
mejor que puedo, tratando de respirar por la nariz. No quiero que se
salga. Lo quiero dentro de mí para siempre.

Después de un momento, me toma el rostro con sus ásperas y


gigantescas manos, saliendo de mi boca. Usa mi cabello para limpiarse,
un acto que encuentro extraña y salvajemente satisfactorio. Tirando de
mí, me mete la lengua entre los labios, probándose en mi boca. Pellizca
y chupa, muerde y lava. No soy consciente de nada más que de la piel
caliente de mi culo y la humedad de su boca mientras me roba la razón.
Su sabor es adictivo. No sé por cuánto tiempo me besa antes de
apartarme con un suave empujón.
—Vístete, —dice con voz ronca— y vete.

Confundida por el cambio de su comportamiento obedezco sin palabras,


vacía e insatisfecha a pesar del orgasmo que acabo de tener. En la
puerta, sus palabras me hacen detenerme.

Saca cada sílaba como si tuviera que empujarla desde su garganta.


—Ponte un vestido bonito esta noche, vas a tener una cita.
CUANDO LE PEDÍ que suplicara, esperaba que suplicara por la
liberación. En cambio, me rogó que me la follara.

Ella está lista.

Me alegro y tiemblo de miedo, porque la primera vez no estará conmigo.


Por mucho que quiera quitarle la virginidad, me hice una promesa a mí
mismo y nunca rompo mis promesas. Esta vez puedo ser empujado a
mis límites para mantener esta promesa, pero ya tengo un plan.

Magda me espera en mi estudio cuando vuelvo del gimnasio. Aprieto los


dientes mientras paso junto a ella.

—¿Lo hiciste?

Sé lo que quiere decir, pero de todas formas pregunto. —¿Hacer qué?

—Castigarla.

—Sí. —Me siento y abro mi portátil.

—¿Cómo?

—Apropiadamente.
Carly aprendió una valiosa lección. No había nada por lo que castigar a
Valentina. Soy un bastardo enfermo por usar la situación para
alimentar mi propia lujuria.

Magda no se mueve. —¿Cómo?

Le doy una mirada incrédula. —¿Quieres los detalles jugosos?

—¿Qué tiene ella que te hace pensar con la polla en vez de con la
cabeza?

—No me insultes y tu referencia a mi polla es muy inapropiada.

Sus ojos del mismo azul cristalino que los míos se oscurecen con la ira.
Pone sus palmas en mi escritorio, colocándose a la altura de mis ojos.
—Eres igual que tu maldito padre.

Manteniendo mi voz calmada y mi mirada indiferente, digo: —Si no


puedes hablar sin repetirte y no tienes nada nuevo que decir, por favor
sal de mi oficina para que pueda concentrarme y dirigir tu empresa.

Sus fosas nasales se hinchan. La gruesa capa de base alrededor de su


nariz se agrieta con líneas finas. Los poros son grandes con pelos
blancos erguidos en cada folículo. Cada pequeño detalle de su edad me
llama la atención.

—No vivirás para siempre, Magda.

Se endereza y ajusta su chaqueta. —Tú tampoco lo harás. —Una


sonrisa superior curva sus labios—. ¿Quién sabe? Puedes morir antes
que yo. —Se da la vuelta, dejando claro que se va de mi oficina bajo sus
términos.

No hay amor perdido entre mi madre y yo y ninguna cantidad de


reflexión para averiguar dónde se equivocó cambiará eso. Somos lo que
somos.
Levanto el teléfono y me dispongo a hacer lo que he querido hacer
cuando entré por la puerta.

Quincy responde con un brillante —¿Sí, jefe?

—Ven a mi estudio.

Respiro profundamente y me fortalezco. Poco después, entra. Quiero


romperle la cara pero no es su culpa que se haya enamorado de
Valentina. Como tampoco lo es de ella. Es una mujer hermosa con un
corazón valiente y tiene un punto débil por los animales. ¿Cómo podría
no estar bajo su hechizo?

—Siéntate. —Señalo la silla que está frente a mi escritorio.

Él toma asiento, su postura es relajada.

—Tengo una misión para ti esta noche. —Espera tranquilamente a que


continúe.

—Te vas a follar a Valentina.


Bien podría haber empapado a Quincy con un cubo de agua helada.

Tose. —¿Perdón?

—Llévala a una cita, a un lugar agradable, romántico. Cena a la luz de


las velas, ese tipo de cosas —le doy la vuelta a mi tarjeta de crédito—.
Todos los gastos pagados. Toma dos guardias para asegurarte que estás
a salvo.

Sus ojos se agrandan a cada segundo.

La siguiente parte es difícil de sacar. Me trago el sabor amargo de mi


boca. —Entonces consigue una habitación en el Hotel Westcliff y
tíratela.

Su piel es tan pálida como el blanco de sus ojos. —No entiendo.

—No hay nada que entender, usa un condón y sé amable. Es su


primera vez. Oh y está teniendo su período, ese tipo de cosas no te
desaniman, ¿verdad?
—Por
Por supuesto que no, pero...

Como no puedo soportar más la conversación, digo bruscamente,


—Puedes retirarte.

Se pone de pie, obviamente


mente ansioso por escapar de mi presencia.

—Una cosa más —le le digo al llegar a la puerta


puerta—,, no quiero verte hasta
mañana por la mañana. Asegúrate de mantenerte alejado de mí hasta el
amanecer y luego espero un informe completo.

Casi salta a través de la puer


puerta,
ta, dejándome solo con una especie de
agonía que ningún ser humano puede entender.

POR LA TARDE, una visita de Sylvia me pone más nervioso. Me


encuentro con ella en mi estudio. Mantiene las cosas profesionales.
Rechaza mi oferta de una copa y se sienta en la esquina de mi
escritorio, con la falda corta subiendo por el muslo. En algún momento,
me habría arrodillado a sus pies y besado mi camino por esa pierna.
Ahora, no hay deseo para la mujer que se casó conmigo con un bonito
vestido blanco y con una falsa sonrisa en su cara.

—¿Qué
¿Qué pasa con la nueva dieta de Carly? —pregunta—.. Ya lo hemos
discutido. Se supone que no debes cambiar su plan de alimentación
sin consultarme.

Lucho por controlar mi irritabilidad. —No


No estoy al tanto de ninguna
dieta.

—Es intolerante al trigo, por el amor de Dios. Se supone que no debe


comer pasta. ¿Qué le pasa a Marie? ¿Se está volviendo vieja?

—Marie tuvo un derrame cerebral. Valentina se está encargando de la


cocina.

—¿La criada que intentó matar a nuestra hija? —grita.

—No lo hizo a propósito. Fue otra de las acciones autodestructivas de


Carly en busca atención.

—No te atrevas a ponerte del lado de esa criada en vez del de nuestra
hija.

Suspiro profundamente. —Relájate. Valentina ha sido castigada. No


volverá a suceder.

—No me relajaré en lo que respecta a Carly. Tiene una audición de


modelo en un mes. No puede permitirse engordar con carbohidratos y
salsas cremosas para pasta.

—No va a hacer una audición de modelo.

—No está en discusión.

—¿Has llamado al terapeuta?

Se pone rígida. —Carly no necesita un terapeuta. Son las hormonas,


problemas normales de una adolescente.

—Sylvia. —Digo su nombre de forma cautelosa—. Carly nunca superó


nuestro divorcio. Es hora de enfrentar el hecho que ella puede tener
problemas que no estamos preparados para tratar.

Se ríe. —Eso es encantador viniendo The Breaker.


—Mantén el negocio fuera de esto.

—¿Cómo puedo? Es lo único que importa en tu vida.

—Sin embargo, por eso te casaste conmigo. Seguridad y dinero, ¿no te


acuerdas?

—No seas tan dramático. ¿Por qué siempre tienes que sacar a relucir
las mismas viejas acusaciones? Es aburrido —se pone de pie—. ¿Debo
hablar con tu criada?

—Perdiste el derecho a dirigirte a mi personal cuando te fuiste.

Ella gira los hombros. —Querido Dios, Gabriel. Supérame y sigue


adelante.

—Lo estoy, Sylvia. No tienes ni idea.

—Bien. Te hará más fácil seguir adelante. —Camina hacia la puerta con
la espalda recta—. Dile a Carly que pasé por aquí.

—¿Por qué no la llamas esta noche y se lo dices tú misma?

Ella estrecha sus ojos. —Jódete Gabriel. Amo a mi hija y ella lo sabe.

—¿Lo hace?

Abre la puerta de un tirón y la cierra con fuerza para sacudir el marco.


Pasando una mano por mi cara, me tomo un momento para calmarme
antes de salir atender los asuntos del día, que requieren el fin de la vida
de otra escoria.
CUANDO LLEGO a casa, me ducho y paso tiempo con Carly,
ayudándola con su tarea de matemáticas. No bajo para la cena. No
puedo soportar mirar a Valentina. Estoy demasiado asustado que
cambie de opinión. Después de un whisky de más llamo a Rhett y le
digo que se reúna conmigo en el gimnasio.

Entra con cautela, probablemente pensando en la última vez que


luchamos porque le disparó al perro de Valentina.

Arrastrando un banco de la sección de pesas llibres


ibres a las cadenas
metálicas fijadas a la pared, me siento. —Espósame.

Le lleva un momento encontrar su voz. —¿Qué?

—Ya me has oído.

No es tan estúpido como para desafiarme, se acerca lentamente.


Extiendo mis muñecas. Él asegura primero una, luego la otra con los
puños de metal.

—Lleva
Lleva la llave contigo —le digo—,, no se la des a nadie, pase lo que
pase.

—¿La
¿La llave para las esposas o para la puerta?

—Ambas.
Su cabeza se mueve arriba y abajo, como un perro de juguete en el
salpicadero de un coche. —¿Cuándo debo volver?

—A las seis de la mañana y ni un segundo antes. ¿Entendido? —Él


traga.

—Sí.

—Vete.

Sus ojos dicen que finalmente lo he perdido, pero no discute. La llave


raspa en la cerradura después de cerrar la puerta, haciéndome
prisionero de mi libre voluntad.
USANDO el nuevo vestido que Gabriel compró, me muerdo las uñas
mientras espero en la cocina. Nunca he tenido una cita. Debería estar
estudiando, pero tengo curiosidad por lo que Gabriel ha planeado. La
puerta se abre justo después de las ocho, pero no es Gabriel quien
entra. Es Quincy.

—Hola —digo con una sonrisa fácil, medio aliviada y medio estresada,
porque ahora tendré que pasar por la ansiedad de la espera otra vez.

Hay un rubor en sus mejillas mientras observa el vestido rojo. —Te ves
bien.

Esto es muy incómodo. —Gracias.

—¿Lista?

Parpadeo. Tal vez me lleve algún lugar para encontrarme con Gabriel.
—Um, sí.

—Vámonos —Me mira—. Toma una chaqueta. Se pondrá fresco más


tarde.

Agarro mi gabardina negra y sigo a Quincy hasta el auto. Él conduce


mientras otro coche nos sigue a distancia. Miro los faros en el espejo
lateral.

—¿Nos van a seguir toda la noche?


—Protección —murmura, su frente se pliega con el ceño fruncido.

—¿Adónde vamos?

—Estaba pensando en el Thai Hut. Tiene críticas de cinco estrellas por


sus platos de curry y es elegante sin estar tenso. ¿Qué te parece?

No tengo ni idea de dónde o cual es el sitio tailandés, pero mi cerebro


está atascado en otra cosa. —Espera, ¿quieres decir que tú y yo
decidimos? ¿Gabriel no va a venir?

Me echa un vistazo rápido. —Ah, joder. No te lo dijo.

—¿Decirme qué?

Aprieta el volante y mira hacia adelante. —Esto es... ¿Cómo decirlo?


Nos ha fijado una cita.

—¿Tú y yo?

—Hola —se ríe con ironía—. Sé que no soy el mejor hombre del
mundo, pero no hay necesidad de decirlo como si no fueras a salir
conmigo si soy el último hombre en la tierra, lo que probablemente no
harías, incluso si fuera cierto.

Estoy tan sorprendida que tengo que recordarme a mí misma de cerrar


la boca. —No lo entiendo.

—Yo tampoco —se mueve en su asiento—. Mira, seré honesto contigo.


Todo lo que sé es que Gabriel me ordenó que te hiciera pasar un buen
rato esta noche.

—¿Te lo ordenó? —¿Quién demonios ordena a alguien que tenga una


cita? ¿Qué soy yo? ¿Un pedazo de carne para la subasta? Entrecierro
los ojos— ¿Qué más?

Me roba otra mirada. —¿Qué quieres decir con qué más?


—Un buen momento y ¿qué más?

Se pasa una mano por la cara. —Cena, velas y...

—¿Y qué?

—Quiere que me acueste contigo.

—Detén el auto.

—Valentina...

—¡Ahora! —Ya estoy tirando de la manija de la puerta.

Hace que el auto se detenga a un lado de la carretera y me agarra el


brazo. —Por favor, cálmate. Tenemos a sus guardias vigilándonos.

Sigo recordando sus palabras. No puedo creer que Gabriel me haya


puesto en contacto con Quincy para tener sexo. Me cubro el rostro con
las manos. —Estoy tan avergonzada.

Me quita las manos. —No es tu culpa. No tienes nada de qué


avergonzarte, no sé cuál es la idea de Gabriel con todo esto, pero
podemos salir y pasar un buen rato ya que él está pagando. —Añade
rápidamente— No digo que tengas que acostarte conmigo. Sólo diremos
que no funcionó de esa manera, sé que no te sientes atraída por mí y no
tengo el hábito de forzar a las mujeres.

—Gracias. —Me acomodo con un aliento tembloroso—. Supongo que


tienes razón. Iremos a nuestra cita imaginaria y pediremos los platos
más caros del menú.

—Bien —me da una palmadita en la mano—. Ahora puedo relajarme,


hombre, esto me estaba matando que no tienes ni idea.

No puedo evitar reírme. —Lo siento. No quería que te estresaras por el


sexo conmigo. Debe ser un pensamiento aterrador.
Me da otra sonrisa irónica. —No pongas palabras en mi boca, ahora.

La opresión en mi pecho se desvanece un poco, pero no el dolor que


Gabriel prefiera enviarme a ser atendida como una vaca o una yegua,
que tratar conmigo él mismo. Necesito cambiar el tema incómodo.

—¿Cómo es que tienes que entrenar con Bruno? —pregunto.

—Yo era el único que más o menos no le tenía miedo.

—Deberías cuidarlo mejor. Vi lo que le estás dando de comer. También


puedes darle aserrín.

Él se burla. —¿Sí? ¿Qué me recomiendas?

—Te daré el nombre de una buena marca, pero tendrás que pedírselo al
veterinario.

—¿Es una orden o una petición? —pregunta burlonamente.

—No es que Gabriel no pueda permitirse lo mejor.

—Tienes razón —su sonrisa es brillante—. Lo intentaremos.

El Thai Hut es una pequeña casa de madera sobre zancos con luces de
hadas de colores que se extienden sobre el porche. El interior huele a
curry y el ambiente es cálido. A pesar de todo, me relajo con las bromas
fáciles de Quincy. Acabamos una botella de vino y cuando pedimos la
cuenta, no quedan más comensales. Ya que Quincy se ha pasado del
límite, uno de los guardias nos lleva de vuelta. En casa, me da un beso
en la mejilla y se va a las habitaciones del personal.

El guardia nocturno me deja entrar. Después de un segundo de


vacilación, tomo las escaleras de la habitación de Gabriel. Quiero
algunas respuestas y las quiero ahora. Abro la puerta a empujones, la
ira me hace valiente, pero la habitación está oscura y vacía. Tal vez esté
fuera, haciendo lo que quería que hiciera con Quincy. Desterrando el
pensamiento de mi mente, voy a mi habitación e intento no pensar en él
mientras me duermo.
Las bombillas zumban con un ruido constante. Su luz blanca azulada
elimina las sombras con una intensidad demasiado brillante. Ha pasado
una hora desde que Rhett me dejó en el gimnasio. Estoy repasando los
asuntos de la semana en mi mente, tratando de concentrarme en la
planificación y las cifras, pero mis pensamientos siguen derivándose
hacia Valentina y Quincy. ¿Dónde están? ¿Qué están haciendo? ¿Qué
lleva puesto? ¿Tiene el pelo suelto en la espalda o lo lleva en el moño
desordenado que se hace los domingos? Tal vez está atado en la cola de
caballo que usa para el trabajo y mi guardia está tirando el elástico de
las hebras sedosas ahora mismo, dejando que se derrame sobre sus
pechos completos. ¿Está presionando sus labios contra la suave y
regordeta curva de su boca? ¿Está su mano entre las piernas de ella?

Me sacudo los puños, haciendo sonar las cadenas como una bestia en
una jaula. Un grito de indignación llena el espacio. Me toma varias
respiraciones largas el encontrar algún parecido con la calma, forzando
a mi cerebro a funcionar racionalmente. Hice una promesa. Esto es
para Valentina. Me destroza el corazón en pedazos sangrantes, pero he
visto la forma en que se miran. Quincy está enamorado de mi mujer y le
gusta más de lo que nunca admitirá. Diariamente, me veo obligado a
presenciar la forma en que sus ojos se iluminan cuando se encuentran
en el jardín. Su gentileza hacia ella se me mete en la garganta. Es un
recordatorio que nunca la tendré como otro hombre puede tenerla, un
hombre con una cara bonita y una sonrisa fácil. Un hombre sin
oscuridad y con la necesidad de herirla y poseerla. Ella nunca será mía
así... libremente... pero no importa. Nunca la dejaré ir. A cambio de una
eternidad, le daré esta única noche. Se merece estar con un hombre
gentil encima, ofreciéndole una cara bonita para que la mire y un
cuerpo intacto para que se aferre.

¿La encontrará mojada?

—¡No!

Me esfuerzo con las cadenas. Mi rugido suena como el de un animal,


incluso para mis propios oídos. No puedo hacerlo. No lo soporto. A la
mierda mi promesa.

—¡Rhett! —Mi voz se transmite a través de la habitación, levantando el


techo—. ¡Déjame salir, carajo! ¡Abre la puerta!

Grito blasfemias y amenazas que hasta Magda se avergonzaría,


sacudiendo los puños hasta que mi piel queda cruda y corro el riesgo de
sacar mis brazos de sus órbitas. Grito hasta que mi voz está ronca, pero
los sonidos están atrapados en la habitación diseñada exactamente
para ese propósito.

—¡Valentina!

Lucho en una rabia tan oscura que la razón huye de mi mente. Me


enfrento a pensamientos que me abren el corazón y me ciegan en la roja
furia de mis celos posesivos. Lucho con nada más que el aire, como si
pudiera estrangular esas imágenes torturando mi mente y dejándolas
descansar. Arañando y pataleando, retuerzo mi cuerpo hasta que el
banco se cae de debajo de mí. Pateo la madera con mis botas, el crujido
astillado mientras se rompe es un sonido satisfactorio que alimenta mi
necesidad de violencia. El dolor sube por mi pierna herida, una
punzada aguda en mi rodilla. Lucho hasta que cada parte de mí me
duele tanto como mi corazón, hasta que no me queda más energía.

Empapado de sudor y herido, resbaló con mis cadenas, la cordura


colgando de un hilo. La ironía de dónde me encuentro no se me escapa.
Estoy encadenado en mi propia cámara de tortura, sufriendo una
tortura auto-infligida mucho peor que cualquier cosa que haya hecho a
cualquier enemigo que haya tenido el disgusto de cruzar esta puerta.
—Valentina.

Su nombre es un graznido. Me arde la garganta. Ya no puedo gritar.


Sólo puedo sollozar y ceder a la crueldad de mi imaimaginación
ginación mientras
me lleva a un recorrido gráfico de la primera vez de Valentina.

A VECES ME DESPERTABA, durante las horas de la madrugada,


encontrándome una posición sobre mis rodillas, mis brazos levantados
y mi cabeza colgando entre mis hombros. Debo haberme desmayado por
el agotamiento físico. Mi garganta y mis ojos están deshidratados. Todo
dentro de mí está crudo. Le hice un favor, pero la parte egoísta de mí es
demasiado grande, la parte posesiva de mí está demasiado completa
para aceptarlo con
n gracia. Miro el reloj de pared. Ya está hecho.

Demasiado tarde.

La llave gira en la cerradura y la puerta se abre. Rhett hace una pausa


cuando entra en la escena.

—¡Ven por mí! —grito.


grito.

Duda, pero finalmente se acerca con pasos rápidos. Al abrirme, evita


mis ojos. En el momento en que estoy libre, se retira al otro extremo de
la habitación.

—Vete —gruño,
gruño, asustado que me desquite con él.
No me deja decírselo dos veces. Como una flecha de un arco, sale
disparado a través de la puerta y sus pasos se escuchan a toda
velocidad por el pasillo.

Me limpio la cara con la mano, los rastrojos donde hay barba me


recuerdan que necesito una ducha y un afeitado. Cada onza de mi
cuerpo se aprieta. Más que nada, quiero cazar a Quincy y matarlo. En
menos de una hora, me enfrentaré a él y escucharé su relato. Quiero
cada maldito detalle para poder fingir que he estado allí, que he sido
parte de todo. Estoy demasiado celoso para ahorrarme el dolor.

Caminando hacia el bar que siempre está lleno de agua embotellada y


bebidas... torturar a la gente es un trabajo que da sed... me sirvo un
whisky y lo trago solo. Luego otro Y otro. Necesito el alcohol si no quiero
aplastar la tráquea de Quincy y arrancarle la polla. Por si acaso, tengo
un cuarto. El alcohol me quema el estómago y alivia lo peor de la
crudeza de mi garganta de las viles maldiciones que pronuncié toda la
noche. Mi piel se calienta y mi cerebro se nubla lo suficiente como para
embotar mis emociones, lo suficiente como para pasar la hora que me
espera sin cometer un asesinato en mi propia casa.
A LAS CINCO, estoy levantada como siempre, pero Gabriel no viene a
la cocina por su café. Dejo su desayuno en la bandeja caliente y me
encojo de hombros. Si tuvo una noche difícil, espero que se despierte
con una resaca infernal. Le servirá para el truco que intentó hacer
conmigo. Aun hirviendo de fastidio, tomo la cesta de la ropa sucia y
salgo a recogerla. En el pasillo, mis pasos se ralentizan cuando nada
menos que Gabriel dobla la esquina, dirigiéndose hacia mí.

Se ve como una mierda. Su pelo está despeinado en todas las


direcciones y su barba insípida difumina su línea bien afeitada. Sus
ojos están irritados y su ropa, la misma ropa de anoche, está
arrugada. Donde quiera que haya estado, parece que se deslizó de la
cama de alguna mujer hace un segundo.

Sus ojos se fijan en mí con el tipo de intensidad que nos aísla en este
momento. Todo lo demás se desvanece mientras me clava su mirada
glacial, haciéndome temblar por dentro. Me mantiene encerrada con
restricciones invisibles hasta que está casi encima de mí. Incluso si
quiero, no puedo moverme. Estoy congelada en el lugar.

Apoya un brazo sobre su cabeza en la pared y cruza un tobillo sobre el


otro, su postura es relajada e intimidante mientras me mira fijamente.

—Entonces —sus ojos me recorren de arriba a abajo—, ¿cómo estuvo


anoche?

Hay una suavidad en sus palabras que contradice el destello de dolor


en sus ojos. El whisky que le da aliento va a la deriva hacia mí en el
aire. ¿Ha estado bebiendo?

Quiero decirle que es un imbécil, pero su masculinidad se pliega a mí


alrededor como una capa, el poder que tiene sobre mí es aterrador y
excitante.

—¿Te besó? —pregunta, una diversión glacial enmascarando otra cosa


que no puedo descifrar.

—¿En una primera cita? —digo sarcásticamente—. Algunos hombres


son caballeros, ya sabes.

Primero parece sorprendido, luego aliviado y luego enojado. —¿Me


estás diciendo que no pasó nada?

—Como dije, Quincy es un caballero.

La intención de un depredador le llena los ojos. Se mueve tan cerca de


mí, que puedo ver sus pupilas dilatarse. —Entonces parece que no es
un caballero lo que necesitas.

Me pongo a su altura, mis pechos rozando su pecho en el proceso,


pero no me importa. —Vaya, Gabriel. Pareces decepcionado —bato mis
pestañas en una inocencia simulada—. ¿Qué esperabas?

Se extiende tan rápido que salto asustada y dejo caer la cesta cuando
me agarra la muñeca.

—Te ofrecí la oportunidad de tenerlo bonito —sus labios son finos—.


Te lo ofrecí bonita. Arruinaste esa oportunidad y ahora te quedas con
lo duro y lo feo. —Aprieta hasta el punto del dolor—. Te quedas
conmigo.

Hay tanto significado en esas palabras, que no puedo detener el


escalofrío que me sube por la columna vertebral.

Me suelta con un suave empujón y me dice con una voz tranquila y


amenazadora, —recuerda, tú lo pediste.
Recoge la cesta, la empuja en mis brazos y camina a mí alrededor
como si yo no fuera más que un irritante obstáculo en su camino. Si
anoche estaba furiosa, ahora lo estoy diez veces más.

—No puedes pasarme alrededor de tus hombres como un juguete —le


digo a su espalda—. Y no puedes decidir con quién me acuesto.

Se detiene y da dos pasos hacia mí. Su sonrisa es fría y cruel —Ahí es


donde te equivocas. Eres una propiedad, Valentina. Aceptaste
cualquier deber que yo considere adecuado. Puedo compartirte como
quiera, pero no tienes que preocuparte de ser un juguete para mis
hombres. No me gusta compartir mis juguetes. Anoche fue un gran
regalo. Pero no para Quincy. Para ti —el calor y la intención posesiva
oscurecen sus ojos, haciéndole parecer más peligroso que nunca—. Y
nunca volverá a suceder.

Se aleja con una fuerte cojera, dejándome temblando con algo más que
la ira. La comprensión florece en mí. Gabriel quería que mi primera
experiencia fuera con alguien normal. Quería que probara lo dulce que
puede ser antes de someterme a la lujuria oscura que siento por él. Me
pongo de espaldas contra la pared y respiro profundamente. No sé qué
es peor, sí que su intención me parezca dulce o si ansío la oscuridad
que me está ocultando.
Esa tarde, Gabriel salió a trabajar y no regresó para la cena. Ya estoy en
la cama cuando escucho su caminar irregular en la cocina. Los sonidos
de la despensa. Si él tiene hambre, dejé su comida en el horno. No estoy
lista para enfrentarlo, pero no puedo posponerlo indefinidamente. Más
vale ahora, que luego.

Al entrar en el espacio de la cocina, olvido mi aprehensión. Gabriel se


quita una camisa ensangrentada sobre el lavabo, el botiquín se
equilibra en el borde.

—¡Gabriel!

Corro hacia él, mis ojos haciendo una rápida evaluación de su estado.
Hay un corte en su hombro a través del cual rezuma sangre y varios
rasguños en su estómago y costillas.

Presiona la camisa contra la herida y abre el grifo. —Shh ¿Dónde está


Carly?

—Se fue a la cama después de la cena. ¿Qué pasó? —Le quito la camisa
y la tiro a la basura. Está rota y manchada más allá de lo que se puede
salvar.
—Negocios.

Se estremece cuando toco la herida para evaluar la profundidad del


corte.

—Esto necesita puntos de sutura. ¿Dónde están Rhett y Quincy?

—Los envié a la cama. No es tan grave —me muestra una sonrisa


divertida—. Pero tú preocupación es halagadora.

—No es momento para bromas. —Tomando desinfectante y gasas


estériles del botiquín, empiezo a limpiar la herida.

—Menos mal que la sangre no te da náuseas.

No le devuelvo la sonrisa. No quiero ni pensar qué actividad siniestra le


ha hecho ganar estas heridas.

—Dame una aguja e hilo. —Ordena.

Sólo Gabriel guarda agujas e hilo quirúrgico estériles en su botiquín. Yo


localizo los artículos y se los llevo. Toma un espejo de mano del estante
y lo balancea sobre el mostrador. Observo como tira del hilo a través del
ojo de la aguja, pero cuando se inclina hacia el espejo y empuja la aguja
a través de la piel en la parte superior del corte, me hago cargo. Él me
deja, estudiándome mientras trabajo para coserlo de nuevo. No soy una
enfermera. Ni siquiera soy veterinaria, pero he visto a Kris coser cortes
muchas veces. Hace una mueca de dolor, pero no dice una palabra
hasta que el corte está cerrado y tapado.

—Gracias.

—De nada.

Me deshago de los materiales usados y me lavo los brazos y las manos


con desinfectante. Cuando termino, le doy un analgésico y un
antiinflamatorio con un vaso de agua. Se bebe las píldoras sin
protestar. Finas líneas de fatiga marcan sus ojos y las esquinas de su
boca. Sus líneas permanentes del ceño fruncido son más profundas de
lo normal. Tomando su mano, lo llevo a mi baño.

—¿Qué estás haciendo? —pregunta.

—Sacándote la sangre. Deberías preocuparte por contraer el SIDA.

Él sonríe. —La próxima vez, usaré guantes quirúrgicos.

Yo resoplo. Me deja desnudarlo mientras el agua caliente corre. Tengo


que desnudarme también para que mi ropa no se moje, pero la ducha
de mi bañera es demasiado pequeña para que los dos estemos cómodos.
Cuando estoy con él, tiene que atraerme sobre su cuerpo y sostenerme
en sus brazos. Alejo el agua de su herida y lavo el resto de su cuerpo,
tratando de ser suave con su abdomen donde está magullado. Cuando
está limpio, le envuelvo una toalla en la cintura y tomo otra para
secarlo. Tengo que pararme en el inodoro para alcanzar su cabello. A
juzgar por la sonrisa amplia que me muestra, encuentra divertido mi
cuidado, pero no interfiere ni se hace cargo. Le seco la espalda, el pecho
y los brazos, y luego me arrodillo para frotarle la toalla en las piernas.
Hay tantos músculos en estas piernas. Se unen en líneas rígidas,
definiendo el duro exterior del hombre con una imagen exacta de lo que
hay dentro de su alma.

Mientras me pongo de pie, él me lo impide con sus manos sobre mis


hombros. Miro hacia arriba. Me devora con los ojos, con su polla
acariciando la toalla a la altura de mis ojos.

—Valentina.

Hay una súplica en la forma en que dice mi nombre. No puedo evitar


querer complacerlo. Mi respuesta a su pregunta es tirar de la toalla y
dejarla caer al suelo. Lo tomo en mi boca, y como siempre, me deja
hacer lo que quiera. Lo chupo tan profundo como puedo, comiéndolo
con hambre. Gime y tiembla entregándose a mí. Tomo su placer como si
fuera mío, como si fuera su deber entregarse a mí. Cuando termino,
respira con dificultad, pero yo también. Me pone las manos debajo de
los brazos para ayudarme a levantarme, presiona nuestros labios y
sumerge su lengua en mi boca como siempre lo hace cuando me trago
su semilla. Gruñe profundamente desde su pecho mientras me chupa la
lengua. El sonido primitivo hace que el calor líquido se acumule entre
mis muslos. Estoy imposiblemente mojada, mi cuerpo se prepara para
su invasión, una invasión que está por venir.

Después de secar el agua que me salpicó mientras bañaba a Gabriel, lo


llevo a mi cama y lo hago recostar de espaldas para evitar que presione
su hombro. Me acurruco contra su lado con mi cabeza en el lado ileso
de su pecho.

—¿Por qué lo hiciste? —pregunta.

—¿Hacer qué?

—Cuidar de mí.

—No lo sé. —En el fondo, quería hacerlo. Me asustaba verlo herido.

—No importa. —Él me da un toque en mi sexo, acariciando un pulgar


sobre mi clítoris—. Fue dulce.

Mete un dedo en mi humedad, burlándose y torturándome hasta que


saca de mi cuerpo un largo y lento orgasmo.

Más tarde, mientras me sostiene en sus brazos, digo, —¿Gabriel?

—¿Mmm?

—¿Alguna vez tienes miedo de morir?

Responde sin dudarlo. —Todos los días.

El hombre grande y fuerte que está a mi lado de repente parece


demasiado vulnerable para mi gusto. —Las cicatrices, ¿son de peleas
como la de hoy?

Se ríe a carcajadas. —No pensaste que nací feo, ¿verdad?


Le pongo una palma en su mejilla. —Eso no es lo que dije. Es que
tiendo a pensar en ti como indestructible. Intocable.

Pone su mano sobre la mía y frota su mejilla contra mí palma. —No soy
intocable, Valentina. Estoy lejos de serlo. —Mueve mi mano a su
pecho—. Tengo un corazón.

Beso el círculo plano de su pezón y pongo mi oreja en su pecho, sólo


para escucharlo bien. El ritmo es fuerte y rítmico. Suena seguro y
confiable. Tengo que creer que no le pasará nada. Si algo le pasara,
nuestro trato de nueve años se cancelaría y yo estaría muerta. Magda
no cumplirá el acuerdo. De eso estoy segura.

Me empujo en un codo para trazar las líneas de su cara. —Dime cómo


sucedió.

Me coge la mano. —No esta noche.

—¿Nada? —pregunto con un toque de decepción. Quiero saber su


historia. Quiero entender al hombre dentro del sádico.

—Todo lo que necesitas saber es que me arrepiento de ello. —Mueve mi


palma hacia la tira del vendaje que cubre el corte en su hombro—. Por
esta cicatriz, por otra parte, estoy eternamente agradecido. Espero que
nunca se desvanezca.

—¿Por qué?

—Ahora es un recordatorio de ti. —Besa mi sien—. Duérmete es tarde.

La balanza comenzó a cambiar entre nosotros desde el día en que me


compró la comida, el lado de la balanza, el lado donde el afecto
sobrepasa lo físico. Ya no lo puedo negar. Estoy empezando a querer a
mi carcelero. Tal vez estoy sufriendo el síndrome de Estocolmo. No es
que importe ¿cómo? o ¿Por qué sucedió? Lo que sea que haya
provocado mis sentimientos, son reales.
Cuando me despierto en algún momento de la noche, él se ha ido. Ni
siquiera tengo una cicatriz para pasar mi dedo, ni un tejido levantado
en la superficie de mi piel que pueda hacerme sentir más cerca de él.
Todo lo que tengo son las marcas que está dejando en mi corazón.

Mi período ha terminado. Mis pechos y mi útero ya no son sensibles,


pero mi cuerpo está preparado con una poderosa excitación que no me
da alivio. Los orgasmos que Gabriel me da ya no son suficientes. Él me
hizo así, una patética adicta que lo necesita y anhela y aun así me niega
el remedio, incluso cuando le suplico. Me quedo en la oscuridad
durante mucho tiempo, tratando de hacerme correr. No son mis dedos,
mi tacto, lo que necesito. Ni siquiera es el toque de Gabriel. Lo quiero
dentro de mí. No me importa que me haya arruinado o que todavía
tenga mi vida en sus manos. Él me ha condicionado y estoy al final de
lo lejos que puedo llegar. Estoy al borde de un oscuro abismo y aunque
le temo a la caída, no puedo volver atrás. Al salir de la cama, atravieso
descalza la casa oscura.

Él ganó.

Otra vez.
DEJAR A Valentina en su cama se está volviendo más difícil. La quiero
a mi lado toda la noche. Es una noción poco práctica y peligrosa. Si
Carly nos ve o Magda sospecha que estoy yendo más allá del juego que
reclamo, perderé a mi hija y a la mujer que domina cada minuto de mis
horas de vigilia e incluso mis sueños. La alarma suena, sacándome de
mis pensamientos.

El punto rojo en el monitor al lado de la cama me advierte del


movimiento en la casa. Nuestra seguridad es de primera clase, pero
incluso los mejores sistemas son violados. Reviso las puertas y
ventanas en el monitor. Ninguna entrada ha sido comprometida. Puede
ser Carly o Magda. Aun así, no me arriesgaré. Quienquiera que se esté
moviendo a través de mi casa está en mi puerta. El crujido de una tabla
del suelo confirma la información de la pantalla.

Alcanzo el arma en la mesa de noche. Cuando la puerta se abre con un


movimiento silencioso, apunto. Mi dedo se congela en el gatillo. Es la
forma delgada de Valentina la que llena el marco de la puerta. La
comprensión me atraviesa por la facilidad con que pude haberle
disparado. Bajo el arma, la pelea abandona mi cuerpo, pero mis
músculos no se relajan. Están tensos con un tipo diferente de
anticipación. Su bata blanca perlada brilla a la luz de la luna. Me mira
fijamente, mordiéndose el labio. Pongo la pistola en la mesita de noche y
enciendo la lámpara para ver mejor.

Sé lo que ella quiere. Ambos sabemos por qué está aquí.


Me dije a mí mismo que no podía hacerlo y sin embargo, nunca he
querido nada más. La he golpeado y azotado sin romper una molécula
en su piel, pero si la tomo esta noche, no sólo romperé su cuerpo
virgen, sino también mi promesa. Llámame débil, pero ya perdí la
batalla la noche que Rhett me encerró en el gimnasio. Era sólo cuestión
de tiempo. Esta noche es una noche de promesas rotas.

Extiendo mi mano. —Ven aquí.

Ella camina hacia la cama y se arrastra sobre mí. Cada centímetro de


mi piel arde. Para cuando su coño está descansando en mi entrepierna,
soy un cable vivo, listo para explotar, pero me contengo, dándole el
control, porque ella vino a mí y es el momento más dulce de toda mi
jodida vida.

No soy un hombre de charla trivial o de andar con rodeos.


Especialmente cuando algo tan serio como esto está a punto de
suceder. Cuando ella no se mueve durante varios segundos, sin saber a
dónde ir desde aquí, nos doy la vuelta, sujetándola debajo de mí.

—Deshazte de la ropa. —Le doy el espacio justo para que se saque la


bata sobre su cabeza.

Impaciente, le bajo las bragas y ella se las saca a patadas. Ella mueve la
parte inferior de mi pijama sobre mis caderas hasta mis rodillas. Tengo
que levantar primero una y luego la otra pierna para deshacerme de
ellas. Extendido sobre ella desnudo, las chispas de estática detonan en
cada célula de mi cuerpo. Mi polla esta pesada y dolorosamente dura,
acolchada entre sus suaves muslos. Me duelen las pelotas por
demasiadas semanas de celibato y no tener suficientes manos y
mamadas. La necesidad de entrar en ella es tan feroz que tengo que
apretar los dientes.

Deslizo mi mano por nuestros cuerpos y meto mis dedos entre sus
piernas. Ella no necesita juegos preliminares. Está empapada. Para mí.
Las noches de entrenamiento de su cuerpo para quererme y
necesitarme son como un largo e interminable tramo de juego previo y
finalmente ella está a punto de explotar. Le he chupado y masajeado los
pechos, le he comido el coño y he jugado con su clítoris durante
semanas. Lo que queda es darle cada centímetro de mi polla. Una vez
esté dentro de ella, no habrá vuelta atrás. Su cuerpo me pertenece, pero
cuando termine de follarla, su alma será mía. Una vez que mi semilla se
derrame en su vientre, ningún otro hombre la tocará de nuevo, no
mañana, no cuando sus nueve años hayan pasado. Nunca.

Extendiendo sus labios vaginales con mis dedos, empujo la cabeza de


mi polla contra su entrada. Giro mi cabeza como si estuviera en lo más
alto. Mantengo mis ojos abiertos. Quiero ver su cara en el momento en
que me hunda en ella. Quiero recordar su expresión. Quiero saber cómo
se ve cuando ella se corra en mi polla, y qué siente cuando la marque
por dentro con mi semen.

Se encuentra con mi mirada de frente tan valientemente como pensé


que lo haría y toma mi cara entre sus manos.

—Gabriel... —Ella inhala profundamente.

Hay vacilación en su voz. Estoy listo. Ella también lo está o no estaría


aquí. Lo único que me impide entrar en ella es el aire atrapado en sus
pulmones junto con sus palabras no dichas.

—Dilo, —estoy desesperado, me duele la necesidad.

Aplacando mi libido, me muevo sobre su hueso púbico. La punta de mi


eje se inclina hacia adelante, sumergiéndose en el resbaladizo calor que
me espera. Casi violentamente, retrocedo antes de perder toda razón y
follarla antes que hable.

—Sé qué crees que soy virgen, —dice suavemente,— pero no lo soy.

Por un momento, me sorprende. ¿Cómo pude haberme equivocado


tanto? Mi juicio sobre el cuerpo de una mujer siempre está en el blanco.
Todo este tiempo, me he castigado a mí mismo, controlándome,
haciendo promesas que no podía cumplir. Y pensar que casi dejo que
Quincy se la folle. Me sacudo el pensamiento. No es donde quiero llevar
mi mente ahora mismo. Quienquiera que fuera su amante, el imbécil no
supo cómo follarla. En ese sentido, definitivamente soy su primero. De
todos modos, no me importa quién fue su primero. No importa, porque
seré el último. No me importa si es una virgen santa o una puta.

—No me importa, —digo roncamente, agarrando mi eje y dirigiéndolo al


lugar que me dará acceso a su alma. Cuando tomas a una mujer,
cuando la haces caer en tus brazos, ves la desnudez de su corazón y
todas las verdades que esconde del mundo.

—¿No te importa? —pregunta con un deje de incredulidad.

—Por supuesto que no. —Le pellizco la oreja—. ¿Por qué lo haría? Yo
tampoco soy virgen.

—No quiero que te decepciones.

¿Decepcionarme? ¿Está loca? —Créeme, nada de esto —froto mi polla


sobre sus resbaladizos pliegues—, puede ser decepcionante.

Un gemido se desprende de su garganta. Me pilla tan desprevenido que


casi no noto el destello de miedo que brilla en sus ojos.

—Valentina. —Me retiro una pulgada—. Si no estás lista, tienes que


decírmelo ahora. —Usé la seducción como arma para atraerla a mi
cama por una buena razón. No hay placer en ello para mí si es por la
fuerza.

—¿Es por eso que esperaste? ¿Pensaste que no estaba lista?

—Sabes por qué esperé. ¿Qué es lo que realmente me estás pidiendo?

—¿Tú...? —Se muerde el labio—. ¿Me quieres? Quiero decir, ¿me desea
así?

—Maldita sea, Valentina. Esto no es un acto de bondad o un favor. La


razón por la que estás aquí es porque te quise desde el momento en que
te vi por primera vez y dentro de un segundo voy a follarte como he
querido durante mucho tiempo así que mejor me dices si te estás
arrepintiendo.
—No es eso. —Suena avergonzada—. No sé qué hacer.

—Espera... —Si no es virgen, pero no sabe qué hacer... una fría


sensación de rabia se despliega en mis entrañas. La amargura llena mi
boca. La verdad se aloja como una estaca en mi corazón—. Fuiste
violada.

—Sí —susurra—, pero fue hace mucho tiempo.

El ritmo de mi respiración se acelera, cambiando de dirección. Paso de


estar excitado a estar loco de atar. Jodidamente furioso. Mataré al hijo
de puta con mis propias manos, le arrancaré la piel del cuerpo y le
cortaré los músculos de los huesos. Forzando mis emociones, suelto mi
polla, relajándome para acunar su mejilla.

Con calma, para no asustarla con la fuerza de mi ira, pregunto: —¿Sólo


una vez? —mientras contengo la respiración por la respuesta.

—Sólo una vez.

—¿Cuándo?

Gira la cabeza a un lado.

No dejaré esto pasar. Necesito saber. —Mírame.

Ella obedece, sus ojos me suplican que no empuje, pero cuanto más ella
lo retiene, más me inquieta.

Arrastro mi pulgar sobre su mejilla. —¿Cuándo?

Ella frunce los labios y me mira con grandes ojos, como si fuera a
juzgarla. —Tenía trece años.

Cuando le ponga las manos encima a ese hijo de puta, va a sufrir. Sólo
queda una pregunta por hacer. —¿Quién?

—No lo sé.
No está mintiendo. No parpadea ni mira hacia otro lado y sus pupilas
no se dilatan. Fue una víctima al azar. Lo encontraré y lo mataré por
ella. Si quiere, le daré el arma y dejaré que le dispare ella misma.
Aunque sea lo último que haga, haré que el bastardo pague.

Beso sus labios. —No fue tu culpa.

—Lo sé.

Me alegra que me lo haya dicho. Esto requerirá una habilidad y una


actitud diferente. Técnicamente, puede que no sea virgen, pero física,
emocional y mentalmente es la virgen por la que la tomé.

Con cuidado sobre su cuerpo, le pongo una mano en la mandíbula y la


mantengo en su lugar para un beso, golpeando nuestros labios juntos.
Ella jadea en mi boca, pero me deja tomar el control. Como no puede
mover la mandíbula, soy yo quien muerde, chupa y moldea mis labios
alrededor de los suyos, tomando y dando, haciendo mío el momento.
Después de un rato, ella comienza a luchar conmigo, envolviendo sus
brazos alrededor de mi cuello y tirando de mí hacia abajo para un beso
más profundo, su lengua enredándose con la mía en una urgencia que
me hace arder. Muevo mi palma de su mandíbula a su cuello,
apretando con un control dominante. Ella abraza el toque, arqueándose
en mi mano. La sujeto al colchón con esa sujeción dominante mientras
me acerco a sus pezones, comenzando una lenta seducción de lengua y
dientes en cada zona erógena de su cuerpo. Le sujeto la parte interior
de sus rodillas y muerdo la carne donde su coño se encuentra con su
muslo. Arrastro mi lengua por el interior de sus piernas y meto mis
dedos en su culo, separando la carne curva para poder lamer su
agujero hasta su coño. Para cuando he besado mi camino desde sus
pies hasta su montículo, sus piernas están envueltas alrededor de mí y
ella está deslizando su sexo húmedo sobre mi polla, buscando la
fricción que la liberará.

—Te deseo —susurra—. Te deseo, Gabriel. Por favor.

Un gemido bajo vibra en mi pecho. Me está rogando. Ella me desea


como ninguna otra mujer me ha querido antes... no por mi dinero o
protección, sino para aliviar la necesidad que tan cuidadosamente
planté y alimenté dentro de ella. Su placer es mío y me lo mantendré
para siempre.

—Oh, Dios, por favor. —Me clava las uñas en la espalda—. Fóllame ya.

Los dos estamos fuera de control. Necesito estar lúcido o me arriesgo a


lastimarla, pero me tiene agarrado de las pelotas, literalmente,
arrastrando sus afiladas uñas por el saco de mis bolas por el culo y
enviándome más allá de la cordura.

Agarro mi polla y aprieto la base con fuerza, rezando para que el pellizco
de dolor me mantenga dentro de lo razonable. Empujándome en un
brazo, me salgo de la delicia de sus muslos y separo sus piernas con mi
rodilla. Cuando ella está abierta, sólo tardo un segundo en disfrutar de
la vista antes de alojar la cabeza de mi polla en su coño. Sus labios se
extienden alrededor de mi circunferencia, estirándose para acomodarse
a mí. Me queda muy poco control.

—Mírame —exijo.

Ella abre los ojos. Están nublados por el deseo y humeantes por la
necesidad, pero están enfocados en mí. Descanso mis codos en el
colchón para poder poner su cara entre mis manos, necesitando captar
sus expresiones como una oración entre mis palmas. El movimiento me
empuja otra pulgada dentro de ella. Ella jadea y sus ojos se abren aún
más. Está apretada y caliente, su canal no utilizado ya empuja para
expulsar el objeto extraño alojado en su entrada. Empujo más
profundamente, sintiéndola como un puño de terciopelo a mí alrededor.
Soy grande y ella es frágil, pequeña. Su humedad ayuda, pero es como
empujar en una estrecha cámara de lava caliente y derretida. Cuanto
más profundo voy, más se retuerce. Lo veo todo en su cara... el shock,
el dolor, la confianza y la necesidad de consumirlo todo.

Perlas de sudor en mi frente y torso. Mi piel está en llamas. Sus


respiraciones explotan desde su pecho.

—Gabriel...
Es una petición de misericordia. Se mueve demasiado lenta. Puedo
arrastrar la incomodidad o hacer que duela fuerte y rápido antes que la
folle bien. Tirando hacia atrás hasta que sólo la cabeza de mi polla se
mantenga en su lugar por el músculo de estiramiento en su abertura,
agarro su cara con fuerza y entro en casa. Rompiendo el tejido
femenino, me entierro dentro de su cuerpo hasta dónde puedo llegar. Es
el momento con el que he estado soñando, de oír sus sonidos, ver su
rendición, inhalar el olor de nuestro sexo, y sentir su cuerpo estirarse
para mí polla. Ella está temblando, sus dedos clavándose en mis
caderas.

—Ya casi ha terminado bonita. No dolerá por mucho tiempo. —Beso su


mandíbula y me muevo, tomándola con largos y cuidadosos golpes
hasta que su cuerpo se rinde igual que su mente, su estrecho canal
abrazando mi polla en lugar de empujarla hacia fuera.

Sus gemidos se convierten en jadeos. Es música para mis oídos.


Cuando echa la cabeza hacia atrás, suelto su cara, sosteniendo sólo sus
ojos. Juego con su cuerpo, acariciando sus pechos y clítoris mientras
me muevo más y más rápido, tomando todo lo que puede dar, todo lo
que hace de Valentina una mujer. Amaso y masajeo hasta que está
suave y flexible en mis brazos. Ella se moldea como arcilla húmeda y
terrosa bajo mi toque, hasta que sus caderas empiezan a moverse al
ritmo de mis dedos en su clítoris.

Y entonces se acabó.

Ella se rompe.

Su cuerpo me chupa más profundamente, atrapando mi polla en una


trampa de éxtasis doloroso. Sus pupilas se dilatan como estrellas
fugaces y su mirada se aleja de mí como un cometa cuando viene y deja
un rastro ardiente en mi alma. En este momento, ella puede pedirme
cualquier cosa y yo me romperé las pelotas para dárselo. Le traeré la
luna y las estrellas, si eso es lo que quiere, pero ella sólo dice:
—Abrázame —y yo le doy lo que desea
LOS BRAZOS DE Gabriel me mantienen a salvo a su alrededor. Él me
ha dado innumerables orgasmos, pero este fue diferente. Este fue más
profundo y más intenso, agitando las emociones enterradas que no he
tenido el coraje de afrentar por tanto tiempo. Después de mi asalto, me
alejé de los hombres. El evento me impidió explorar mi sexualidad.
Tenía miedo de ir por ese camino por el temor de desarraigar todo lo
que experimenté esa horrible noche, pero lo que compartí con Gabriel
no fue nada de eso. Fue una necesidad carnal, libre de culpa y
necesaria. Él me quitó la libertad e hizo de mi cuerpo un esclavo del
suyo, pero ahora mismo, no hay ningún otro lugar en el que prefiera
estar. Aquí es donde pertenezco. Aquí es donde él pertenece. Por mucho
que él haya tomado de mí, yo también he tomado una parte de él. Tomé
algo de él para mí y siempre lo guardaré en mi corazón. Me siento
conectada a él mientras yazgo en su abrazo, disfrutando del resplandor
de mi orgasmo. Ahora que lo he tenido dentro de mí, tengo más hambre
de él. Estoy hambrienta de información que vaya más allá del sexo que
compartimos. Quiero saber por qué su hermoso físico está estropeado,
quiero saber todo sobre él.

Deslizo mi mano por su cuerpo para trazar la cicatriz de su rodilla. Tal


vez me lo diga esta noche. —¿Cómo sucedió esto?

—Uno de nuestros rivales me disparó en la rodilla, —dice con


naturalidad.

—¿Y aquí? —Acaricio su cadera.

—Bate de béisbol.
—¿Y esto? —Cuando estoy a punto de acariciarle la mejilla, me coge la
mano.

—Un fragmento de explosión. Un deudor intentó volarnos con el edificio


donde estaba lavando el dinero que nos robó.

—¿Sobrevivió?

Me da una sonrisa forzada. —¿Tu qué crees?

—¿Alguna vez has considerado arreglarlo? —Lo pregunto tan


gentilmente como puedo.

Responde con una voz fría. —Esto está arreglado.

El horror, no por la fealdad, sino por la tristeza, me invade. ¿Cómo se


veía antes, si esto es después?

Emite un pequeño suspiro. —Mis huesos fueron aplastados. Debajo de


la piel, hay mayormente metal. El riesgo que los músculos se colapsen
con más cirugía plástica es demasiado alto.

Lo envuelvo con mis brazos alrededor de su cintura, sujetándolo tan


fuerte a mí. Decir que su máscara de dolor no me molesta sólo sonará
frívolo, aunque sea verdad.

Descanso mi mejilla en su pecho. —¿Tu pie?

Todos sus músculos se ponen tensos. Le toma varios segundos antes


que se relaje debajo de mí otra vez. Justo cuando pensé que no me lo
iba a decir, me dice: —Mi madre me disparó.

Apenas consigo tragarme el aliento de asombro. —¿Por qué?

Su voz es suave. —Cuando cumplí doce años, me dio una pistola y me


dijo que disparara a un hombre. No pude.
Un nudo en la garganta me impide hablar. No puedo imaginar el tipo de
infancia
fancia que tuvo. Una parte de mí se relaciona con eso y entiende. Hay
un acuerdo silencioso entre nosotros mientras nos abrazamos y
consolamos, dos personas dañadas con diferentes cicatrices.

TODAVÍA ESTÁ OSCURO cuando Gabriel me despierta con un beso en


la boca. Me estiro, sintiendo la aspereza de su amor y ternura entre mis
piernas, incluso si ha sido tan gentil como supongo que pudo ser.

—Buenos días. —Me


Me mordisquea el labio inferior.

Su polla está dura contra mí cadera, un recordatorio de anoche y d


de lo
que puedo volver a tener.

—Gabriel. —Mi
Mi voz es ronca.

Se ríe. —Si Si no estuviera tan preocupado por dejarte dormir lo


suficiente, me habría enterrado entre tus muslos hace una hora atrás.

Me estremezco al pensarlo, el deseo me moja.

Una sombra se desliza


a en sus ojos. —Tienes
Tienes que irte. Carly se levantará
pronto.

Es un comentario lógico, pero duele y eso es una sorpresa. Tal vez es


porque arrastrarse por el oscuro pasillo como si tuviera algo que
esconder, como si lo que hice con Gabriel perteneciera a las sombras,
mata el resurgimiento emocional de anoche.
—Tienes razón. —Me siento, agarrando la sábana a mis pechos.

Buscando bajo las sábanas, encuentro mi camisón y mi ropa interior,


me las pongo. Mientras balanceo mis pies fuera de la cama, él me
agarra del brazo. Hago una pausa, pero no miro hacia atrás. Tengo
miedo que él vea lo que siento en mis ojos. Que me importa.

Me besa el hombro y me roza los labios en la curva del cuello hasta la


oreja. Cuando me suelta, lo tomo como una señal para irme. Cierro la
puerta de su habitación en silencio detrás de mí y miro por el pasillo
para asegurarme que está despejado antes de volver a mi habitación. La
habitación parece vacía y fría. De la nada, tengo un ataque de soledad
inexplicable, seguido de un ataque de culpa porque Oscar está
durmiendo solo en mi almohada.

Lo levanto y lo abrazo contra mi pecho. —Pobrecito. Siento haberte


dejado solo anoche.

Ronronea y frota su cara contra mí mandíbula, no tan inquieto como


yo.
NO HAY MUCHA información en el país que Anton no pueda conseguir,
así que cuando me dice que los registros telefónicos de Lambert Roos
han sido borrados, sé que la rata que olí es real. Le ordeno a Anton que
investigue la historia de Lambert, presente y pasada, y que señale
cualquier cosa sospechosa que surja, especialmente en relación con la
familia Haynes. Lambert hizo negocios con Marvin. Quiero saber por
qué dejó de hacer negocios con la clonación de coches después del
accidente de Marvin. También quiero saber quién es el violador de
Valentina, pero tendré que obtener más información de ella, una
situación delicada que no espero. Ya revisé los registros policiales. La
familia no reportó su violación. Mi propia investigación no produjo nada
útil.

El resto de mi tiempo lo dedico a preparar la cena de esta noche. A


pesar de sus protestas, envío a Carly a donde Sylvia para el fin de
semana. No la quiero cerca de la cena, no con los invitados que Magda
invitó. Estaremos atendiendo a los hombres del cártel de drogas de
Ferreira, Jeremy el propietario y su hijo y futuro heredero, Diogo. Ya es
bastante difícil pisotear a los peones políticos que a Magda le gusta
entretener. No me gusta alojar a matones de la droga en nuestra casa,
pero Magda está haciendo un trato para abrir una nueva franquicia de
financiación en Westdene, el corazón del territorio de Jeremy.

Desde el momento en que entran por la puerta, no me gustan. Jeremy


tiene los ojos cerrados de un cocodrilo que actúa dormido para atrapar
su presa desprevenida. Me toma la mano con un jovial apretón de
manos, tratándome como un hijo perdido de hace tiempo, mientras
Diogo, un hombre más bajo y guapo de veintitantos años, me da una
mirada mesurada que me dice que me encuentra demasiado bajo, no en
el sentido literal, por supuesto. Puede que sea diez años más joven que
yo y que esté bendecido con un cuerpo entero, pero tengo años de
experiencia sobre él y una oscuridad que no puede empezar a
comprender.

Le besan la mano a Magda y aceptan los cócteles y aperitivos que ofrece


en el salón. Su charla y pretensión de civismo me irrita. Si dependiera
de mí, habría dejado de lado las tonterías y habría ido al grano.
Queremos exclusividad en su área. Ellos quieren nuestro dinero. Es
muy sencillo. Pagamos sus sobornos, y ningún otro usurero entra. Un
trato también garantiza que no les jodamos y que no maten a nuestros
hombres.

Magda navega a través de todo un árbol familiar de preguntas sobre sus


esposas, hijos, abuelas y todo eso antes de anunciar que la cena está
servida. El esmoquin que llevo para la ocasión, siendo estos asuntos
sórdidamente formales, es demasiado caliente. Engancho un dedo entre
mi cuello y el cuello de mi camisa de noche y tiro. La pajarita cede un
poco, pero sólo respiro mejor cuando Valentina entra en la habitación
con su sombrío vestido negro y el pelo recogido en un moño alto en la
nuca.

La observo descaradamente mientras sirve nuestros entrantes. La curva


de su cuello es larga y elegante. Sus dedos son delgados, pero sirven
con movimientos eficientes y seguros, sin derramar ni una gota de la
sopa de gazpacho. Un olor a frambuesa llena mis fosas nasales cuando
pasa junto a mí, la tela de su vestido tocando mi silla. Está presente en
todos mis sentidos, incluso en mis pensamientos con un recuerdo de
cómo su cuerpo se entregó al mío anoche. Mi polla se endurece. Es
bueno que estemos sentados.

Es difícil apartar mi atención de ella, pero necesito concentrarme en la


negociación y en los sutiles matices de la conversación. Soy bueno
leyendo el lenguaje corporal. Puede que no diga mucho, pero si nuestros
compañeros intentan jodernos, siempre soy el primero en tener la
corazonada. Con dificultad, vuelvo mi atención a la gente sentada en el
lado opuesto de la mesa, pero cuando levanto la vista, me doy cuenta de
la forma en que Diogo mira fijamente a Valentina. La ira explota en mi
cuerpo y corre por mis venas. Lo único que me impide alcanzar la mesa
y ahogarlo en su plato de sopa es que Valentina sale de la habitación y
él aparta su mirada. No puedo esperar a que esta noche termine.

A mitad del plato fuerte, llegamos a un acuerdo. En el momento en que


nos damos la mano sellando el acuerdo, la tensión de Magda se
evapora. Se convierte en la atractiva anfitriona por la que es conocida,
atrayendo a Jeremy a una amistosa discusión sobre los equipos de
rugby rivales que apoyan. Diogo pide indicaciones para ir al baño y se
excusa.

La piel entre mis omóplatos se me eriza. Empujo mi silla hacia atrás.


—Discúlpenme, voy a ver el postre.

Magda me lanza una mirada, pero estoy ciego ante la molestia en sus
ojos. Mis suelas ya están avanzando en el pasillo alfombrado. En la
entrada de la cocina, me detengo abruptamente. Valentina tiene la
espalda contra la pared y un cuchillo de cocina apuntando a Diogo.
El cuchillo en la mano de Valentina me hace ver imágenes que me
perseguirán para siempre. Un millón de escenarios aparecen en mi
cabeza. La idea de Valentina herida o de las manos de Diogo sobre ella,
me lleva de la razón a un estado de locura. En un instante, me abalanzo
sobre Diogo, tirándolo al suelo. Golpeo su cara contra las baldosas y lo
inmovilizo con mis rodillas, mis puños golpeando sus costillas. Los
sonidos de sus gruñidos estrangulados y el crujido de los huesos no son
suficientes. Quiero que tosa sangre hasta que sus pulmones se ahoguen
con ella.

—¡Gabriel!

La voz de Valentina atraviesa la fea burbuja de mi ira. El pedazo de


mierda debajo de mí está luchando por su vida. Lentamente, vuelvo a la
parte distante de la humanidad dentro de mí, lo poco que queda en mi
alma. Magda y Jeremy entran corriendo a la habitación, probablemente
alarmados por el grito de Valentina.

—¿Qué pasa en el nombre de Dios? —Magda me agarra del brazo e


intenta apartarme del hombre que está tirado en el suelo.
Me la sacudo, pero son los ojos redondos y temerosos de Valentina los
que me hacen señas para que suelte a la escoria.

Me pongo de pie, me ajusto la chaqueta. —Levántate, hijo de puta.

—¿Qué demonios está pasando? —Jeremy toma a Diogo por los


hombros para ayudarle a ponerse de pie.

Levantarlo es una lucha. Parece que tiene problemas para respirar.


Debo haberle sacado el aire y haberle roto algunas costillas. Su nariz
está sangrando por el golpe en las baldosas.

Magda revolotea a su alrededor como una gallina. —¡Gabriel! ¿Estás


loco?

Señalo a Diogo con un dedo. —Si le pones un dedo encima, imbécil,


estás muerto.

Magda y Jeremy giran la cabeza hacia Valentina. Ella sigue de pie con
la espalda contra la pared, su cuerpo temblando y sus ojos fijos en
Diogo.

Avanzo hacia ella, le quito el cuchillo de la mano y lo dejo en el


mostrador. Bajando la cabeza, nos pongo a la altura de los ojos.
—Mírame. —Una vez que tengo su atención completa, le pregunto—.
¿Te tocó?

—No —susurra.

Magda empieza a hablar, pero yo la interrumpo. —¿Qué hizo?

—Él quería...

No tiene que decirlo. Conozco a los hombres como Diogo. Sé las cosas
que quieren hacer. Me dirijo a Diogo con cálculo frío. —Si yo no hubiera
entrado aquí, ¿qué hubieras hecho tú?
Escupe sangre de su labio partido en el suelo. —Divertirme un poco. Es
sólo una criada, por el amor de Dios.

Mi voz es suave, pero mi ira se transmite en mi tono. —¿Eso te da


derecho a agredir a la gente que vive bajo mi techo, la gente que yo
protejo?

—Cálmate, hijo. —Jeremy se interpone entre nosotros, con las palmas


de las manos levantadas—. No vas a arriesgar nuestra recién forjada
relación por una criada, ¿verdad?

Me vengaré del viejo. —No es sólo una criada. Es una propiedad.

Jeremy sabe lo que eso significa. En su mundo y en el mío, la propiedad


es más intocable que la esposa de un hombre. Puedes follarte a la mujer
de otro y rezar para que no te cojan, pero no pones un dedo en la
propiedad de otro hombre sin aceptar que te corten la mano.

—Guau. —Emite una risa nerviosa— Grave error. Diogo no lo sabía.


Estamos acostumbrados a ayudarnos entre nosotros mismos, si sabes
lo que quiero decir.

—¿Me insultas insinuando que mi casa es un burdel?

—Jeremy —Magda toma su brazo—, tu hijo necesita atención médica.


Cubriré todos los gastos, por supuesto. Me disculpo por este
desafortunado malentendido.

Es una forma sutil de decirle que se vaya, Magda me conoce demasiado


bien. Soy un lunático y ahora mismo, estoy tan estable como un volcán
activo.

Jeremy libera su brazo. —Vamos, Diogo.

Diogo se burla de mí cuando pasa, apartándose de su lado. Debería


haber seguido caminando, pero el error que comete es volver hacia la
puerta.
—¿Sabes cuál es tu problema, cariño? —Le dice a Valentina—. Eres
demasiado hermosa. Es una pena que también seas una mojigata. Creo
que hubieras disfrutado si te hubiera tomado contra la pared.

Así como así, mi control ya deshilachado se deshace. Magda agarra el


dobladillo de mi chaqueta mientras me tambaleo hacia adelante y
agarro al hijo de puta por el cuello. Jeremy está maldiciendo e
intentando apartar mis brazos de su hijo, pero no bastan cien caballos
para apartarme. Lo arrastro por su cuello flaco hasta Valentina y lo
obligo a arrodillarse a sus pies. Agarro un puñado de su pelo
perfectamente peinado y le echo la cabeza hacia atrás. Alcanzando el
mismo cuchillo que Valentina usó para defenderse, empujo la punta
contra su cuello blanco y bonito.

—Discúlpate.

—Diogo —dice Jeremy por detrás de mí, con un temblor en su voz—,


haz lo que dice.

—Gabriel. —Hay consternación en el tono de Magda, pero ella no me


toca. La situación es demasiado volátil. Soy demasiado impredecible, un
toque a mi muñeca y la vida de Diogo se desangrará a los pies de
Valentina. Sólo que no quiero la sangre de otro hombre en su
conciencia, ella se siente responsable de la muerte de Tiny. Diogo no
merece la culpa que ella sufrirá por él.

—Lo siento. —Diogo lo dice con indignación.

Le jalo el pelo más fuerte, haciéndole gritar de dolor. —Dilo como si lo


estuvieras diciendo en serio.

—Lo siento mucho, joder.

Pongo la punta del cuchillo bajo su piel. —Suplica. —Un delgado chorro
de sangre corre por su cuello sobre el corte.

—Perdóname —dice—. Te lo ruego.


Miro a Valentina. —¿Lo perdonas?

Me mira con sus ojos muy abiertos. —Sí.

—Eres más compasiva que yo. —Lo jalo por el pelo hasta que él se
sostiene en sus pies—. Lárgate de mi casa. Se acabó el trato y mejor
reza para que no me encuentre contigo en la calle. Será mejor que te
mantengas muy lejos de mí.

Cuando lo dejo ir, Diogo se tropieza con su padre, Magda está más
pálida que las baldosas blancas del suelo, callada por una vez. Jeremy
me da una mirada estrecha, pero toma el brazo de Diogo y lo escolta
fuera de la cocina. No se insulta a un hombre en su propia casa.
Jeremy lo sabe, él sabe que puedo cortarle el cuello a Diogo por eso y
ninguno de sus socios se vengará.

Magda se frota la nuca. —Te acompaño a la salida. —Se vuelve hacia


Valentina—. Es mejor que vayas a tu habitación y no salgas hasta la
mañana, si veo tu cara antes, no podré reprimir el impulso de matarte.

Cuando estamos los dos solos en la cocina, la tomo en mis brazos y le


doy un abrazo. —¿Estás bien?

Ella asiente con la cabeza. —No quería causar problemas.

—Hiciste lo correcto —Le beso la nariz—. Estoy orgulloso de ti.

—Pones tu vida en riesgo, te van a matar.

—Lo intentarán, pero también lo harán todos los demás criminales y


policías del país. Eres mía, Valentina y nadie te toca.

Los pasos de los tacones de Magda en el pasillo me hace ponerme


rígido. —Vete a la cama.

—La cocina...

—Puede esperar a mañana, ve.


Ella obedece sin palabras. Cuando Magda vuelve a entrar en la
habitación, Valentina está fuera de su vista.

—En mi estudio. —Magda continúa desde la cocina, sin esperar a ver si


la sigo.

Ella me sostiene la puerta y la cierra de golpe cuando paso por el


umbral.

—¿Estás loco?

—Sabes que lo estoy, Magda.

—¿Tienes idea de lo duro que trabajé para asegurar ese trato? —Me
pone el dedo en la cara—. ¿Qué te dio el derecho de tírarlo a la basura?
¡Por una maldita criada!

Agarro su dedo y lo aparto con fuerza. El acto la sorprende con la


guardia baja. Ella da un paso atrás y me mira con una mezcla de
incredulidad y miedo.

—Si vuelves a señalarme con el dedo la cara, te lo romperé.

—Gabriel —exclama con un suspiro—. Soy tu madre.

—Nunca has sido una madre para mí. No reclames la designación


ahora.

—¿Qué te pasa? ¡Has estropeado un trato multimillonario, por el amor


de Dios! —Ella endereza su espalda, su miedo se ha ido de repente—.
No creas que estás por encima de mi castigo porque eres mi hijo. Estás
llevando este juego que estás jugando con la chica demasiado lejos. Ya
te has divertido. Déjala que cometa un error y mátala para que todos
podamos volver a nuestras vidas.

—Yo decidiré cuando se acaba la diversión.


—¿Es parte de la diversión comprarle ropa elegante? ¿Jugar con una
muñeca no es suficiente para ti? ¿Tienes que vestirla también?

—¿Estás revisando mis estados de cuenta bancarios?

—Conozco a la dueña de la tienda donde llevaste a tu esclava de


compras.

—Eso no es asunto tuyo.

—Estás jodido de la cabeza, ¿lo sabes? Igual que tu padre.

—¿Cómo puedo olvidar cuando estás haciendo un gran trabajo


recordándomelo?

Se limpia la cara con una mano. —Necesito un trago. —Apoyando sus


manos en las caderas, me mira desde debajo de sus pestañas—. Sácala
de tu sistema, Gabriel. Haz lo que sea necesario. Eventualmente,
tendrás que matarla.

—Buenas noches, madre.

La deje sola en su estudio, voy al mío a tomar un trago fuerte y a


reflexionar sobre la noche. Debí haberle roto la nariz a Diogo en el
momento en que pasó por mi puerta. Así me habría ahorrado toda una
noche de su desagradable presencia. Mis pensamientos no se centran
en el hijo de puta por mucho tiempo, como siempre, mi atención está
reservada a Valentina. No sé en qué estado emocional estará cuando
vaya a su habitación, pero estaré ahí para ella, de todas formas.
Debería sentirse segura bajo mi techo, sabiendo que no dejaré que
nadie le haga daño. El tipo de daño que quiero hacerle, es algo
completamente diferente. El tipo de dolor que me gusta infligirle es
tanto para su placer como para el mío.

Cuando cruzo su puerta, no la encuentro acurrucada en la cama o


acurrucada en un rincón. Está tendida en la cama, desnuda,
esperándome. Mis bolas se tensan. Mi polla se hincha.
No puedo apartar la vista de sus dedos que descansan entre sus
piernas. —¿Jugaste contigo misma?

—Sí.

—¿Te corriste?

—No, estaba guardando eso para ti.

—Bien, porque de lo contrario tendría que haberte castigado, yo soy


dueño de tus orgasmos. Dilo.

—Tú eres mi dueño, Gabriel, dueño de todos mis orgasmos.

Me trago la ronquera de mi garganta. —Muéstrame. Juega contigo


mismo.

—Más tarde. —Mueve sus caderas—. Te quiero dentro de mí.

Joder. Lo que ella me hace, me saco la ropa y me subo entre sus


piernas. Incluso si ella se me ofrece, quiero cazarla. Quiero atraparla en
el bosque más salvaje, oscuro de nuestros deseos y conquistar su
cuerpo. Quiero domar su alma. La tengo, pero tengo miedo de perderla.
Necesito atraparla y consumirla, mantenerla en la jaula de la lujuria
que tan cuidadosamente construí para atraparla.

Aplasto mi palma de la mano en su pelvis, manteniendo la parte inferior


de su cuerpo en su lugar mientras le meto dos dedos en el coño. Está
mojada. La succión de sus músculos internos me da la bienvenida. No
puedo esperar, agarro la base de mi polla y la coloco en su entrada,
pero ella sacude la cabeza. Se necesita toda la fuerza de voluntad que
poseo para no ceder al impulso de atarla y hacer que se salga con la
suya. Se necesita fuerza para levantar mi mano de su abdomen y
permitirle escapar, pero ella no huye del monstruo en su cama. Ella
abraza la necesidad que nos persigue a los dos dándose la vuelta sobre
sus manos y rodillas. Me mira por encima del hombro, poniendo su
hermosa vagina en exhibición.
—Tómame así —susurra.

El animal que hay en mí está a la altura de las circunstancias. Abro su


coño con mis pulgares, alineo mi polla con sus pliegues resbaladizos y
entro a casa. Su espalda se arquea por la rápida y dura intrusión, pero
ella retrocede, encontrando mi fuerza con una urgencia propia. Le estoy
dando todo lo que tengo, empujando nuestras ingles con suficiente
fuerza para magullar su piel.

—Más —ella exige—. Te estás conteniendo.

Estoy sacando el aire de sus pulmones y ella está pidiendo más.

—Más fuerte Gabriel. Por favor, por favor, Dios, déjalo salir. Hazme
olvidar, hazme olvidar lo que pasó esta noche.

Sí, lo sé. Los muros de mi restricción se rompen, se desmoronan a su


alrededor y la tomo como nunca antes había tomado una mujer.
GABRIEL ESTÁ BOMBEANDO DENTRO DE MI, me hace daño por
dentro, pero necesito más. Con él, siempre necesitaré más. Me roba el
aliento, me quita el placer y es dueño de mis deseos. Estoy tan llena de
él, que no puedo tomar más y sin embargo, lo quiero en cada espacio y
rincón de mi cuerpo.

Entre mis piernas, acaricio sus testículos, sintiendo cómo se balancean


mientras él golpea su ingle contra mí trasero.

—Más, —me quejo—. Por favor.

—Si te follo más fuerte, te romperé.

Quiero que él se desangre en mis células hasta que seamos


inseparables, hasta que nuestro ADN se enrede y mi vida se injerte con
la suya. Juntos, somos invencibles. Mientras esté conmigo, nadie más
puede tocarme. Así, no hay nada feo, no hay Diogo no hay hombres
como Tiny. Sólo Gabriel que me hace olvidar todo, incluso que él me
posee.

—Lléname Gabriel, lléname más.

—Maldita sea Valentina, me estás matando.

Lo miro desde mi hombro. Su cara está arrugada por el deseo


reprimido, sus ojos fríos y oscuros por la lujuria y su mandíbula tensa
por el control. Sin romper su ritmo, me suelta la cadera para meter su
dedo índice en su boca. Abre mi culo con su mano libre y mete su dedo
mojado en mi entrada oscura. Me caigo hacia adelante y sostengo mi
peso en los brazos. Con la intrusión en mi culo, la presión en mi coño
se duplica.

—Sí —gimoteo— Así.

Me preparo para el impacto. Como sus manos están ocupadas, ya no


puede sostener mis caderas. La fuerza es demasiada. Mi cuerpo está
indefenso bajo su brutal golpeteo. Cada golpe hace que brinque más
alto en el colchón. Me sigue sacando y empujando hacia dentro, su
polla y sus dedos trabajando en sincronía. Una mano se mueve
alrededor de la parte delantera de mi cuerpo, encontrando mi clítoris.
Unos pocos golpes rápidos después me corro, gritando su nombre.
Espero que él se corra conmigo, pero no lo hace. Mientras estoy
montando la increíble ola de mi liberación, él me estira añadiendo un
segundo dedo en mi trasero. Estoy demasiada llena, pero no me
importa. Me estoy contrayendo, excitada, mi cuerpo es un lienzo de
receptores para el placer. Estoy flotando en un espacio de eufórica
felicidad. No me importa lo que haga con mi cuerpo.

Después de un rato, saca su polla. Sólo sus dedos están castigando mi


trasero. Esto también se detiene. Su tacto desaparece.

—No te muevas.

Exhausta, me fundo en las sábanas. No voy a ninguna parte. El colchón


se hunde y luego se va. Los armarios se abren y cierran en la cocina.
¿Qué está haciendo? Tengo mi respuesta cuando vuelve con una botella
de aceite de cocina. La pone en el suelo y continúa donde lo dejó,
metiéndome dos dedos en el culo. La sensación es oscura y
emocionante. Un tipo de placer prohibido corre por mi columna
vertebral. Después de un momento, retira sus dedos y abre mis
cachetes. Un líquido frío se mete en mi culo. Después del calor, el frío
viene como un shock. Me retuerzo para escapar de la embestida, pero él
me agarra entre las piernas y me mantiene quieta mientras más de ese
líquido resbaladizo me llena. El aceite. Se siente como cuando él entra
en mí, sólo que más frío. Frota la sustancia alrededor del estrecho anillo
del músculo y cuando empuja su dedo hacia atrás, se desliza hacia
adentro. Arqueo mi espalda en respuesta, necesitando más fricción. El
segundo dedo se une al primero y pronto un tercer dedo me estira. No
duele pero estoy demasiado llena. Estoy a punto de decirlo cuando su
mano desaparece y una superficie caliente y lisa empuja contra mí
entrada oscura. Miro por encima de mi hombro para verle colocando su
polla donde han estado sus dedos.

Intento levantar la parte superior de mi cuerpo para ayudarle, pero él


me empuja hacia abajo con una mano en la parte inferior de mi
espalda, trabajando él mismo dentro de mí, pulgada por pulgada. Arde
como el infierno. Gimoteo y me retuerzo y trato de empujarlo hacia
afuera, pero cuanto más aprieto mi trasero, más fuerte me empuja.

—Relájate —dice con voz firme— Tomaré tu culo de todas formas.

Sé que lo hará... y quiero que lo haga. Respiro profundamente y trato de


liberar la tensión, pero cuando se mueve más profundamente, grito y
muerdo la almohada para amortiguar el sonido.

—Ya casi está —dice, frotando sus palmas sobre las mejillas de mi culo.

Dios, duele. No estoy segura de poder soportarlo. —Gabriel.

—Silencio, bonita —Se inclina y me besa la columna vertebral—.


Respira hondo.

Me habla, haciéndome respirar dentro y fuera hasta que él se haya


enterrado todo dentro de mí. La última pulgada es la peor. Jadeo y
trago aire. Cuando se mueve, grito aplastando mi pelvis contra el
colchón para escapar del contacto, pero él me persigue, follándome más
profundamente. Con cada empujón me saca el aliento hasta que mi voz
se vuelve áspera, manteniendo su polla en mi cuerpo. Apenas soy
consciente de nada más que de la dureza invasiva. Cuidadosamente,
desliza dos dedos en mi coño. La almohadilla de su pulgar se apoya en
mi clítoris, estimulando mi necesidad. Cuando mi deseo comienza a
subir de nuevo y mis músculos se contraen a su alrededor, él se mueve
de nuevo. Me lleva a un lugar que no sabía que existía, donde el placer
y el dolor son uno solo y el efecto de tener ambas sensaciones
simultáneamente en mi cuerpo hace imposible discernir dónde empieza
una y dónde termina la otra. Él está encendiendo la mayor necesidad en
mí hasta ahora. Estoy llena y satisfecha. Me duele, pero me está
calmando. Estoy flotando en el borde. Si me desmayo, puede que no
deje de caer, pero no puedo evitarlo.

Mi cuerpo se tensa. Cuando la ola comienza a rodar, arrastra sus dedos


húmedos de mi coño. Sus manos se doblan alrededor de mi cuello,
apretando lo suficiente para cortar mi flujo de aire. Necesito luchar,
pero estoy demasiado débil. No me queda suficiente energía. Sólo puedo
quedarme acostada con escalofríos eléctricos en mi clítoris y la polla de
Gabriel chocando contra mí trasero mientras las manchas blancas
empiezan a bailar en mi visión y mi pulso martilla en mis oídos. En el
momento en que me devuelve el regalo del oxígeno, de la vida, llego con
una fuerza que destroza mi cuerpo y mi mente. Miles de voltios de
placer pasan a través de mí, tirando de cada músculo, dedo de la mano
y del pie tan fuerte que mi cuerpo es un gran espasmo. Debo haber
caído sobre ese borde, porque voy a la deriva como una pluma y todo lo
que me rodea se convierte en una cómoda oscuridad donde el brutal
placer se detiene misericordiosamente.
JODER. Mierda. Es la primera vez que me he follado a una mujer
inconsciente. Pongo el cuerpo blando de Valentina en su espalda y le
doy una bofetada en las mejillas.

—Despierta, nena.

Ella no se mueve. Ni siquiera sus pestañas se mueven. La euforia de mi


clímax se evapora. Joder, joder, joder. La tomo en mis brazos y la llevo a
la ducha. Apenas puedo meterme dentro con ella encima. Ajusto el agua
a un nivel tibio e inclinando su cabeza hacia atrás, dejo que pase por su
cara y su pelo.

Ella frunce el ceño y se agita.

—Esa es mi chica. Vamos, Valentina.

Ella jadea y tose. Sus párpados revolotean revelando las piedras


preciosas de ojo de tigre que me miran fijamente. —Gabriel.

El alivio me inunda, y la opresión en mi pecho se expande


gradualmente. —Estoy aquí, bonita.

La sujeto junto a mí, dejo que encuentre sus pies sin soltar mi agarre
en su cintura. Permitir que se desmaye no era parte de mi plan. Estoy
furioso conmigo mismo. Se merece algo mejor que un sádico que la
empuja a los límites del placer, hasta el puto desmayo. La única forma
que conozco de hacer lo correcto es darle consuelo. Como ella me cuidó
la noche en que me apuñalaron yo la cuido a ella, lavándole el pelo y el
cuerpo desde la cabeza hasta las puntas de los pies lo mejor que puedo
en el espacio reducido. Tengo cuidado con la parte tierna entre s sus
piernas y especialmente con su trasero. Después de secarla y vestirla, la
acuesto. Me destroza dejarla, pero tengo que ir a mi cama. Estoy
demasiado cansado para arriesgarme a quedarme con ella. Si me
duermo puede que no me despierte antes que Carly. No quiero dejarla
así, pero debo hacerlo. ¿Por cuánto tiempo más puedo seguir fingiendo?

DESPUÉS DE MI ENTRENAMIENTO MATUTINO con Quincy y Rhett me


encuentro con Sonny y Lance, dos de los dueños de mi franquicia,
sobre una disputa de territorio. Lance ha estado echando sus redes en
el embalse de Sonny y por mucho que odie jugar al defensor del pueblo,
prefiero intervenir antes que tengamos una guerra en nuestras manos.
Es un día soleado y estamos teniendo nuestra discusión en la piscina.
Mi pierna me ha estado
stado molestando más de lo normal después del
maratón sexual de anoche y el ejercicio en el agua me hace bien. Nado
unas cuantas vueltas antes de estirarme en una tumbona al sol,
escuchando la discusión entre los hombres adultos. Cuando se acerca
la 1:00 pm,
m, interrumpo sus charlas.

—No
No quiero ojos en el ama de llaves.

Sonny y Lance se intercambian una mirada, pero la comprensión se


despierta en sus caras cuando Valentina sale de la cocina, una bandeja
cargada de comida en sus manos y camina hacia nosotros. Sonny mira
al cielo mientras Lance fija su mirada en los dedos de los pies.

Su figura es delgada en el vestido oscuro. Con los zarcillos escapando


de su cola de caballo, se ve femenina y vulnerable. La quiero a mi lado,
en mis brazos, no a una distancia aceptable para un sirviente, no con
una barrera entre nosotros que me permita disfrutar del sol mientras
ella está ahí de pie con su vestimenta negra, sudando al sol.

No hay ni una pizca de resentimiento en la brillante sonrisa que me da.


—¿Puedo ofrecerte algo de beber?

—Limonada. —Me dirijo a Sonny y Lance, que buscan en cualquier


lugar menos en Valentina—. ¿Cerveza?

—Por favor —dicen al unísono.

—¿Algo más?

De repente me molesta que tenga que servir a hombres que no son


dignos de besarle los pies. —No.

Su sonrisa es genuina y pura, un rayo de belleza que no cabe en la


suciedad de mi mundo. —Grita si me necesitas.

Mientras camina de vuelta a la cocina, no puedo evitar mirar fijamente


al frágil conjunto de sus estrechos hombros con una emoción que, esta
vez, no me es extraña.

Anhelo.

Estoy consumido por la nostalgia.


NO HAY NADA PEOR que la impotencia que sentí a manos de los
hombres que me intimidaron y agredieron. Tiny levantó la tapa
herméticamente sellada de esas emociones. Lo que Diogo intentó hacer
me hizo revivir esos sentimientos. Esos sentimientos prohibidos, los que
desterré al fondo de mi mente, me hacen temblar de vergüenza y rabia.
Odio no poder defenderme. Luego está Gabriel. Las cosas que siento
cuando estoy con él son demasiado complicadas para examinarlas y
tengo demasiado miedo de lo que encontraré. Lo que necesito no es
analizar lo que está pasando entre mí y mi captor no puedo cambiarlo,
de todas formas sino aprender a protegerme de personas más fuertes
que yo. Tal vez podría conseguir un arma y aprender a usarla.

Estoy barriendo las hojas del pavimento, fantaseando con mis opciones,
cuando Magda se acerca.

—Quiero que todos los sofás de cuero sean tratados con cera de abejas
y pulidos hasta que brillen hoy. Carly se queja que sus armarios están
llenos de polvo. Desembala todo y limpia los estantes. A su armario le
vendría bien una buena reorganización.

—Sí, señora.

—Quiero que la cena se sirva una hora antes, esta noche. Tengo una
cita después.

—Me aseguraré que esté lista.


—Mañana tienes que empezar a bajar las cortinas y lavarlas. Empieza
por los dormitorios. Puedes hacer una habitación cada día.

—Sí, señora.

Ella revisa su reloj. —


—No
No esperes a la tarde para barrer el pavimento.
Hay que hacerlo cada mañana a las ocho. Los vecinos d deben
eben pensar que
somos cerdos viviendo en una pocilga.

—Lo haré a las ocho.

—¿Eres
¿Eres buena con la máquina de coser?

—Nunca
Nunca he usado una.

—Mejor
Mejor aprende. Puedes ajustar los dobladillos de las nuevas cortinas
que compré para el salón.

La furgoneta de reparto se detiene, afortunadamente me salva que más


tareas se le ocurran, ya que tengo que comprobar y firmar por los
productos.

Durante el resto del día, corro a través de mis tareas, saltándome el


almuerzo y la hora del té. Es difícil no estresarse por arruinar u
una tarea
o no ejecutarla cuando tu vida está en la balanza. No he dormido lo
suficiente en semanas y no he estudiado en días. No he cumplido con
los plazos de dos tareas y sólo me han dado prórrogas por mis buenas
notas, pero no importa lo rápido que traba
trabaje,
je, siempre hay más trabajo y
muy poco tiempo. Mi mentor me advirtió que si no cumplía con otra
fecha límite, obtendría un cero en la tarea. No puede seguir haciendo
excepciones por mí.
DURANTE LAS DOS SEMANAS SIGUIENTES, Gabriel apenas está en
casa. Cuando viene a mí por la noche, hay líneas de tensión en su cara.
No le pregunto sobre sus negocios, pero por la forma en que me toma,
dura e implacable, sé que a su manera, está tan estresado como yo, así
que no me quejo. Cuando estoy en la casa de Kris, cocino, limpio, ayudo
en la clínica y paso todo el tiempo que puedo con Charlie. Por la noche,
trato de ponerme al día con mis proyectos pendientes, pero llevo varias
semanas de retraso. Duermo entre cuatro y cinco horas por noche,
volviendo a mis estudios cuando Gabriel me deja para volver a su
propia habitación. No me atrevo a confesárselo por temor que me lo
quite y no puedo perder mi sueño. A pesar del sexo explosivo, sigo
siendo propiedad. Nada más que un juguete divertido. Gabriel me cuida
como si fuera a mantener un coche caro o a cuidar una linda mascota.
Copiosas cantidades de café me mantienen despierta y nerviosa durante
el día. Es sólo por pura fuerza de voluntad que término las tareas que
Magda me asigna. Cuanto más me empuja, más me esfuerzo. Cuanto
más me exige, más le entrego.

Es una brillante mañana de diciembre cuando la mitad del cuerpo de


un kudú se deja en la cocina.

—Un regalo de los colegas de negocios que fueron de caza —dice ella,
respecto al trozo de carne con las manos en las caderas.

No es temporada de caza. —¿De dónde viene?

—Un amigo hizo una selección en una granja de caza en el norte.

—¿Qué debo hacer con él, señora?

—Marie solía procesar la carne. La pierna es buena para el biltong11.


Puedes usar el resto para las salchichas.

Nunca he cortado medio antílope, pero no voy a admitirlo. Cuando se


ha ido, hago una búsqueda en Internet y obtengo una página que da
ilustraciones detalladas de cómo procesar un kudú. Es demasiado
pesado para que lo maneje sola, así que cuando Quincy pasa por la

11 El biltong es un tipo de carne seca originaria de la cocina sudafricana.


cocina con Bruno, le pido que me ayude. Juntos, usamos el hacha para
cortar la carne en trozos más pequeños y manejables. Me ayuda a
colocar la sierra eléctrica para carne y la trituradora en el mostrador de
la isla. Mientras él limpia las cuchillas para mí, yo pido los intestinos
para la salchicha a un carnicero local.

—Todo listo —dice—¿Necesitas ayuda con la molienda?

—Estoy bien, gracias. —Estoy orgullosa de haber solucionado esto.

—Sólo grita si me necesitas. —Con un adiós, se va.

Durante la siguiente hora, corté los trozos más grandes en partes más
pequeñas, dejando a un lado las tiras para el biltong, mientras
empapaba los recortes en una solución de vinagre y sal para la
salchicha. Es un proceso largo y que lleva mucho tiempo. Estoy
estresada porque tengo que preparar la cena, pero no puedo cocinar en
la cocina sucia. Primero tendré que desinfectar las encimeras.

Mi teléfono suena mientras estoy empujando la carne a través de las


cuchillas para hacer filetes de solomillo. Normalmente no interrumpo
mi trabajo para revisar mis mensajes, pero el tono de la señal me dice
que es de mi mentora, Aletta. Presiono el interruptor de la sierra y saco
con cuidado el teléfono del bolsillo del delantal con el pulgar y el índice.
El mensaje me golpea como un martillo entre los ojos.

Ven a verme. Reprobaste en tu prueba de biología celular.

Mi mano tiembla cuando dejo el teléfono en el mostrador, leyendo el


texto una y otra vez. Las repercusiones son enormes. Los resultados de
los exámenes se tienen en cuenta al final del año. Si suspendo una
asignatura, mi beca parcial será revocada. Tendría que abandonar. La
devastación se derrumba sobre mí. Quiero seguir siendo positiva, pero
el lado realista de mi mente se detiene para evaluar los hechos y
enfrentar la verdad.
No voy a lograrlo.

Hay una terrible finalidad en la noción. Es como si me hubieran cortado


el ancla de mi vida y ahora que ya no estoy anclada en un sueño, estoy
flotando sin sentido en una vida cuyo único propósito es mantener a
Charlie vivo. Golpeando la humedad que se acumula en mis ojos, trato
de dejar que mi orgullo me mantenga fuerte. No lloraré por esto, pero mi
corazón no está a la altura de mi mente. Las lágrimas frescas nublan mi
visión cuando vuelvo a encender la sierra y empiezo a deslizar la carne
a través de las cuchillas. Trabajo en piloto automático, dejando que el
ritmo de mis manos y el ruido de la máquina me emboten hasta un
estado de movimientos insensibles y automatizados. Libero mi mente
para pensar. No hacer mi sueño realidad herirá mi corazón, pero fallar a
mi hermano me destruirá, así que hago las paces con renunciar al
sueño.

En el momento en que tomo la decisión, una sensación de calor explota


en mi mano derecha y sube por mi brazo. Miro la rebanadora y la carne
que agarro en mis manos, pero no le encuentro sentido inmediato a la
escena. Mi cerebro registra la sangre que sale a chorros de mi pulgar
mucho antes que me duela.
Mi dedo pulgar ha desaparecido. Lo he cortado justo encima del hueso
metacarpiano. Mi mente se desconecta y mi cuerpo entra en modo de
funcionamiento automático. Abro el grifo de agua fría y mantengo mi
mano bajo el chorro. La sangre diluida en agua se arremolina por el
desagüe. Lo primero que tengo a mano es un paño limpio y seco. Cierro
el grifo y envuelvo el paño fuertemente alrededor de mi mano para
detener la hemorragia. Desconecto la cortadora de la pared, con
cuidado con las cuchillas, atravieso el depósito hasta encontrar mi
pulgar cortado. Me siento enferma y mareada, como si estuviera a
punto de vomitar y desmayarme, pero la adrenalina me mantiene en
marcha. Después de poner la parte superior de mi pulgar en la mini
nevera, recupero una bolsa de hielo del congelador para mi mano
derecha. Agarro mi bolso con mi tarjeta de identidad y camino por la
casa, buscando a alguien, pero sólo Carly está en su habitación.

—Mi papá no está —dice Carly sin levantar la vista de su libro.

No puedo pagar una ambulancia y no tengo seguro médico. El seguro


privado cuesta una fortuna en este país. Me arriesgaré con el hospital
público, pero necesito que me lleven.
Salgo por el frente y encuentro a Rhett en la puerta. —Necesito que me
lleven al hospital. ¿Puedes llevarme, por favor?

Mira la tela manchada de sangre alrededor de mi mano y saca las llaves


del coche de su bolsillo. Me abre la puerta y me ayuda a entrar en el
Mercedes.

—El Joburg Gen es el más cercano, —le digo.

Asiente con la cabeza y conduce el coche por la carretera a una


velocidad que probablemente nos mate antes de llegar al hospital. En el
camino, llama a Gabriel por órdenes de voz a través del kit de manos
libres y va directo a su buzón de voz.

—Es Rhett. Estoy llevando a Valentina al Joburg Gen. Ella... —Me mira.

—Me corté el dedo, —digo en voz alta.

—Te mantendré informado. —Desconecta y marca otro número para


indicar a un guardia que tome su puesto en la puerta de la residencia
Louw.

Cuando cuelga, me da una mirada de reojo. —¿Estás bien?

—Sí. —Como si fuera una señal, el dolor se intensifica. Me inclino hacia


atrás y frunzo los labios. Mi mano late como un corazón gigante.

La entrada de emergencia está bloqueada con vehículos, así que nos


dirigimos al estacionamiento subterráneo. El estado del lugar es una
sorpresa. La basura ensucia la superficie hasta los tobillos. Tomamos el
ascensor hasta el piso de emergencia y cuando salimos, me freno en
seco ante las filas de gente sentada en el piso del pasillo, todos con un
aspecto diez veces peor que yo. Algunos de ellos tienen heridas abiertas,
y otros tienen dolencias invisibles que no parecen menos fatales a
juzgar por el brillo sin vida de sus ojos. El pasillo apesta a vómito y
orina. No he visto el interior de un hospital desde los diez años cuando
me caí y necesité puntos de sutura en la cabeza. Esto hizo que no
quisiera volver nunca más. Pasamos por delante de un hombre con una
fractura, con el hueso atravesando su piel. Otro tiene un corte en el
brazo tan profundo que puedo ver los tendones. La mujer que está a su
lado tiene una botella de cerveza rota aún alojada en su mejilla. La
violencia aquí grita por todas partes.

Tomo a Rhett con mi mano buena, aferrándome a sus dedos mientras


nos abrimos paso entre la miseria y la desesperación hasta la recepción
donde una enfermera con aspecto aburrida mira hacia arriba.

—¿Cuál es tu problema, amor?

Cuando me mareo, Rhett me atrapa. —Me corté el dedo.

Ella empuja un portapapeles con un formulario a través del mostrador.

—Llena esto. —Se rasca la cabeza con un lápiz y señala un área en la


parte posterior—. El área de espera está por allí.

Pasamos una sala de examen. Un hombre desnudo yace en un colchón.


Está esposado a la cama de hierro. Una enfermera le está lavando la
sangre de las piernas. El suelo está sucio y las paredes están
manchadas. No hay almohadas, ni sábanas, ni divisores. Nuestros ojos
se conectan. Evito sus ojos rápidamente, pero siento que los suyos me
siguen hasta que no nos vemos.

Todos los asientos están ocupados, pero no quiero arriesgarme a


sentarme en el suelo infectado de gérmenes. Rhett me quita el lápiz y
hace las preguntas mientras le digo lo que tiene que escribir.

Por la forma en que la tela está absorbiendo la sangre, la hemorragia no


se ha detenido. Empiezo a sentir el efecto de la pérdida de sangre o tal
vez es un shock retardado que me hace sentir como si me desmayara.

—Vamos, —dice Rhett suavemente, tomando mi brazo para llevarme a


la recepción cuando el cuestionario está completo.

La enfermera toma el formulario, pero ella está conversando con un


colega y no mira hacia arriba para atendernos.
—¿Cuánto tiempo tiene que esperar? —Rhett pregunta con fuerza.

—¿Qué es, amor?

Sacude la cabeza hacia la larga fila de gente. —¿Cuánto tiempo?

Ella se ríe. —¿Ves a ese hombre de ahí? —Señala al que tiene el corte
en el brazo—. Ha estado esperando durante doce horas.

Él abre la boca para discutir, pero no tiene sentido. Esta gente está tan
necesitada, si no más que yo.

Le toco el brazo y le digo en voz baja: —Creo que deberíamos hacerlo en


casa. No podré mantener el trozo cortado en su lugar y coserlo ¿Puedes
ayudarme?

La atención de la enfermera ya está en su colega de nuevo. Se están


riendo juntos, compartiendo una broma.

Él asiente con la cabeza en mi mano. —Muéstrame.

Desenvuelvo la pequeña toalla lentamente para revelar mi pulgar. La


sangre sale del dedo como si burbujeara de una fuente subterránea.

Rhett palidece. —Jesucristo. —Me toma en sus brazos y comienza a


caminar con largas zancadas en la dirección por donde vinimos.

—¡Rhett! ¿Qué estás haciendo?

—Hay una clínica privada en Brixton. Está a sólo siete kilómetros de


aquí.

—No tengo seguro médico. No puedo pagar una clínica privada.

—Yo pagaré —él cambia mi peso en sus brazos—. No te preocupes por


el dinero, ¿de acuerdo? No te dejaré en este basurero ni un segundo
más.
—Podemos hacerlo en casa —insisto.

Él no dice nada, pero la dureza de su mandíbula me dice que no está de


acuerdo.

Veinte minutos después, estamos pasando por el mismo procedimiento


en la Garden Clínica, pero el cambio es notable. El edificio está limpio y
estéril. Una enfermera se encarga de mí en cuanto entramos y no
menos de diez minutos después que Rhett depositara el dinero para el
tratamiento que era necesario desde el principio, estoy en una bata de
hospital, tumbada en una camilla fuera de la sala de operaciones. Rhett
camina por el pasillo, su figura pasa de izquierda a derecha y de nuevo
frente a la ventana de la puerta, su teléfono pegado a su oído. El médico
que se presenta como el cirujano me dice que la buena noticia es que
puede tratar de salvar mi pulgar, gracias a mi previsión para recuperar
y traer la pieza que falta. Cuando empiezan a empujarme hacia el
quirófano, la puerta se estrella contra la pared, y Gabriel se precipita
hacia el pasillo, con su cojera pesada y su pelo corto desordenado.

—Disculpe —exclama el doctor—. No puede irrumpir aquí.

Él no mira al doctor. Encuentra mis ojos y los sostiene. —Ella está


conmigo.

—No me importa si está con la reina de Inglaterra.

Los ojos azules de Gabriel se ponen duros. Su cara se convierte en una


máscara aterradora y cuando voltea a ver al doctor dice con voz fría.
—Me quedo con ella.

Gabriel alcanza mi mano no lesionada, pero el doctor le aparta la mano.

—Salga o haré que seguridad lo saque.

Su mirada se fija en mi herida cubierta y como Rhett, palidece.

—Menos mal que no eres miedoso, ¿eh? —Le sonrío, sintiéndome un


poco medicada por lo que me inyectaron para matar el dolor.
—Llama a seguridad —
—le dice el doctor a la enfermera.

Gabriel levanta las palmas de sus manos. —Cálmese


Cálmese de una puta vez.
Me voy a ir.

Supongo que nadie va a comer carne esta noche.

El pensamiento envía una repentina oleada de histeria a través de mí.


—Oh,
Oh, Dios mío Gabriel. La cena. —Me Me tropiezo con mis propias
palabras, tratando de hablar
hablar—Fue
Fue un estúpido accidente. No presté
atención y lo siento mucho. Por favor, no dejes que Magda me mate.

—Olvídate
Olvídate de la maldita ce
cena —dice
dice con dureza. Cuando el médico le
echa una mirada de advertencia, continúa en un tono más suave
suave—. Me
estoy ocupando de todo.

Él mantiene mi mirada mientras el personal médico me empuja hacia


las puertas giratorias. Mientras lo miro parado ahí solo, tengo la
extraña idea que está solo en el mundo. De repente, lo anhelo,
inexplicable y completamente. En este momento de miedo, es a él a
quien quiero a mi lado. Lo busco con la mirada, reconociendo la
expresión de impotencia en su rostro y luego tras las puertas
desaparece su imagen. La frialdad me baña el cuerpo e invade mi alma
mientras el doctor me pone una máscara en la cara y me dice que
cuente hasta diez. Llego al tres antes que el recuerdo del rostro de
Gabriel se desvanezca.

EL DOCTOR ME MANTIE
MANTIENE
NE durante una noche y me da el alta al día
siguiente al mediodía. Me dice que la operación fue bien y que me puso
la vacuna del tétano. Un tenso y cansado Gabriel entra en mi
habitación con un enorme ramo de lirios blancos cuando el doctor se va
después de examinarme.

—Hola, bonita. —Me besa los labios—. ¿Cómo te sientes?

—Estoy bien, gracias.

—Vamos. —Me ayuda a vestirme incluso cuando protesto al ver una


enfermera empujar una silla de ruedas a la habitación, me baja a la
silla—. Es la silla o mis brazos. —Me dedica una sonrisa, pero es débil.
La expresión de sus ojos está cerrada, lo que hace difícil para mí leerlo.

—Tengo tu receta del médico —dice—. Pararemos en la farmacia antes


de irnos.

Salimos con antibióticos y analgésicos de la farmacia del hospital. De


camino a casa, Gabriel me agarra los dedos, y cuando cambia de
marcha, coloca mi mano vendada en su muslo.

Sólo habla cuando tomamos la curva de salida a Parktown. —No


vuelvas a hacerme eso nunca más.

Su enojo provoca molestias en mí. Es con dificultad que mantengo mi


temperamento bajo control. —Fue un accidente.

—No tienes ni idea de lo que me has hecho pasar.

—Puedo adivinar. Estabas preocupado por tu inversión.

Se desvía y lleva el coche a una parada tan rápida en el arcén de la


carretera, que mi cuerpo es lanzado hacia delante y el cinturón de
seguridad me aprieta el pecho. Pronuncio un grito de asombro, pero se
pierde en su boca cuando me agarra de los hombros y presiona
nuestros labios. Su beso es frenético y brutal. Sus dientes me cortan la
lengua y la fuerza de su caricia golpea mis labios. Me duele la
mandíbula cuando finalmente me deja ir. Ambos respiramos con
dificultad, nuestros pechos suben y bajan rápidamente. Sólo puedo
mirarlo excitada y asustada.

—Valentina... —Un destello de algo cruza por sus ojos y hace que sus
fosas nasales se abran—. No tienes ni idea... —Se pasa una mano por el
pelo, desordenándolo más.

Me trago la constricción de mi garganta que hace difícil hablar. —Dije


que lo sentía.

Me toma la mejilla y me pasa el pulgar por debajo del ojo. —No tanto
como yo.

En ese momento, me deja ver su angustia. Recuerdo lo que dijo sobre


tener un corazón la noche que le pregunté sobre sus cicatrices. La
compasión reemplaza mi irritación.

Coloco mi mano sobre la suya. —Todo va a estar bien.

El rastro de una sonrisa se le dibuja en los labios. —Se supone que sea
yo quien diga eso, maldita sea.

—Entonces dilo. —Lo desafío con mis ojos, instándolo a que deje ir lo
que la oscuridad ha tomado de él.

—Todo va a salir bien, Valentina.

—Así está mejor. —Llevo su palma a mi boca y le doy un beso.

—Se supone que yo también debo hacer eso. —dice con una pizca de
tristeza.

Le ofrezco sin palabras mi palma, pero él no besa el interior. Lleva mi


mano a sus labios y me chupa el dedo índice hasta el fondo de su boca,
mordiendo suavemente la punta. El calor inunda mi ropa interior
mientras gira su lengua alrededor del dedo. Luego saca mi dedo
húmedo de su boca y lo seca en su camisa. El beso que deja en la parte
superior de mi mano es lo contrario de lo que le hizo a mi boca. Es
dulce, tierno y cuidadoso. Después de sostener mis ojos por otro
segundo, pone mi mano en la misma posición que antes en su muslo y
dirige el coche de vuelta al tráfico. Cuando no está cambiando de
marcha, juega con mis dedos, frotando su pulgar sobre mis nudillos.

En casa, Rhett abre la puerta y me ayuda salir del auto. —Si necesitas
ayuda con algo, sólo tienes que decir.

—Gracias por llevarme ayer.

La oscura expresión de Gabriel aún se mantiene en Rhett. No estoy


seguro de cuál es el problema de Gabriel con Rhett, pero el guardia se
excusa inmediatamente y se va.

Dentro, Quincy y Carly se apresuran a saludarnos.

—Muéstrame tu mano —exclama Carly—. Podrías habérmelo dicho.

Levanto mi pulgar vendado. —No es tan malo.

—El almuerzo está en el horno —dice Quincy—. Tuvimos que


improvisar, pero es comestible. —Se vuelve hacia mí, pareciendo
culpable—. No debí haberme ido ayer. Debí haberme quedado y
ayudarte.

—No es tu culpa.

—Vamos papá —Carly se engancha al brazo alrededor de Gabriel.— Me


muero de hambre.

Duda por un segundo antes de seguirla al comedor, sus ojos


encuentran los míos sobre su hombro.

Para ser honesta, estoy feliz por el tiempo a solas. Aún no he superado
el shock y quiero que la soledad procese lo que pasó. Oscar me saluda
en la entrada de la cocina, frotando su suave cuerpo contra mis
piernas.
—Hola bebé. —Me tomo un momento para acariciarlo y asegurarme que
tiene comida.

No hay lugar para poner el enorme ramo de flores en mi habitación, así


que tomo prestado un jarrón del armario de cristal y las dejo en el
mostrador de la cocina. Afortunadamente, Quincy dejó la cocina limpia.
Tengo prohibido usar mi mano o trabajar por una semana, pero no
permitiré que eso le dé a Magda una razón para matarme o a Charlie.
Ella solo está esperando su momento, esperando la excusa correcta.
Vaciando el lava vajillas y haciendo algunas tareas menores, encuentro
que me las arreglo bastante bien con una mano, pero Magda me dice a
regañadientes que me tome el resto del día libre. Utilizo ese tiempo para
descansar, poniéndome al día con el sueño.

Mucho más tarde, Gabriel viene a mi habitación. Él cubre cada


centímetro de mi piel con besos y me hace el amor suavemente. Cuando
me abraza después, dejo que el calor de sus brazos me calme. Lágrimas
no invitadas fluyen sobre mis mejillas. El dolor de dejar mis estudios y
el shock del accidente me caen encima, empujándome bajo una ola de
dolor que me dificulta la respiración. Los senos me aprietan mientras
me aferro a él, aferrándome al hombre que me quitó la libertad. En lo
que parece ser mi hora más oscura, él es todo lo que tengo. Esto es tan
jodido. ¿Cuánto más puedo manejar antes que Gabriel me destruya
completamente?

Me lleva a su regazo y me besa la parte superior de la cabeza. —Calma,


bonita.

—Gabriel —Entierro mi cara en su cuello, inhalando la fragancia


picante de su piel—. Libérame te lo ruego.

Apoya su barbilla en mi cabeza e inhala lentamente. —También puedes


pedirme que me corte el brazo.

Cuando me duermo mucho tiempo después, sueño que estoy de pie en


un extremo del pasillo del hospital y Gabriel en el otro. Entre nosotros,
hay filas de personas con heridas horribles, el número de pacientes es
demasiado grande para contarlo. Estoy abriéndome paso a través de los
cuerpos, tratando de llegar a él pero cuando llego al otro lado, se ha ido.
Me despierto con un ataque de dolor, sudor y sola en mi cama. Tomo
un analgésico y cuento cien ovejas diez veces antes de volver a
dormirme.
LO PRIMERO que hago a la mañana siguiente, es llevar la sierra de
carne al basurero. La segunda es contratar un seguro médico para
Valentina. Mientras viva, cubriré sus facturas, pero puede que no viva
tanto como quisiera, especialmente no con mi tipo de negocio. Casi
despido a Rhett por su estupidez de llevarla al maldito Joburg Gen. Lo
único que le salvó el pellejo es que no pude castigarlo por mi
negligencia. Debí haber pensado en la salud de Valentina en cuanto
cruzó mi puerta. Debí haber informado a mi personal en caso de
cualquier emergencia, ella debe ser tratada como cualquier miembro de
la familia. Todo tipo de cosas malas podría haberle pasado. Podría
haberse desangrado hasta morir, podría haber contraído una infección.
Con toda la suciedad y la sangre que hay alrededor del Joburg Gen,
pudo haber contraído el SIDA. Pensar que ella consideró coserse su
propio pulgar. El hecho que no se haya asustado me da un nuevo nivel
de respeto por ella. Una cosa es coserte tú mismo, pero otra muy
distinta es levantar el pulgar del suelo y no levantar el techo en medio
de la histeria.

Ella se las arregla con una sola mano, como siempre lo hace, pero esto
no es lo que quiero para ella. Ha estado en mi casa menos de un cuarto
de año, y ella mi muñeca perfecta ya está rota. La he amenazado con el
látigo si no descansa. Magda no está contenta con el giro de los
acontecimientos, pero sólo plantea el tema cuando estamos solos en el
auto de camino a una de las oficinas de préstamos.

—¿Por qué lo hiciste?

La miro por el borde de mis gafas de sol. —¿Hacer qué?


—Pagar la cuenta del hospital de Valentina.

—Jesús, Magda ¿Esperabas que me sentara y dejara que perdiera el


pulgar? De todos modos, Rhett pagó por ello. Yo sólo le reembolsé.

—Estás invirtiendo en carne muerta.

—Ya hemos pasado por esto suficientes veces.

—¿Cuándo vas acabar con esto?

—Cuando esté listo.

—¿Cuándo será eso?

La miro con atención. —Cuando esté bien listo para hacerlo y ni un


segundo antes.

—He sido indulgente contigo, pero mi paciencia se está agotando. No


me hagas elegir una fecha.

—Elegiré una fecha —digo evasivamente, para aplacarla por ahora.


Maniobrando el coche por la colina empinada hacia Braamfontein, hago
la pregunta que, durante las últimas semanas, ha sido la más
importante de mi mente—. ¿Por qué la quieres muerta?

Parpadea y mira hacia otro lado. —Te lo dije, para hacer un ejemplo de
ella.

—¿Por qué ella?

—¿Por qué no?

—Si es sólo por el dinero, pagaré su deuda.

Se gira en su asiento. —¿Estás dispuesto a comprar a esa pequeña


zorra?
La ira brota en mis venas, haciendo que mi corazón se acelere a un
ritmo peligroso. —Ella es cualquier cosa menos una zorra.

Da un cínico resoplido. —Tal vez prefieras un término diferente, pero


ella es tu juguete de mierda y en mi opinión eso la convierte en una
zorra.

—Tranquila, Magda —digo uniformemente—. Me estás presionando


demasiado.

—Gabriel —su voz adquiere un tono más suave—, nunca puedes confiar
en ella. Si bajas la guardia, te apuñalará por la espalda o te robará a
ciegas.

No puedo decir con seguridad que ella no me apuñalara por la espalda.


Estoy seguro que Valentina me ha deseado la muerte muchas veces. Lo
que sí sé es que no es una ladrona.

—Ella ha estado manejando el presupuesto de alimentos desde el


ataque de Marie y nos está ahorrando mucho dinero.

—Eso no dice nada.

—Eso dice que ella es de confianza en lo que se refiere al dinero. No


creas que no soy consciente del dinero que Marie se embolsó para ella
misma con el soborno que recibe de los proveedores.

—Es poco dinero.

—No cambia lo que significa. Robar es robar, lo que convierte a Marie


en una ladrona. Sin embargo, nunca la atacaste.

—Eso es diferente. Marie es prácticamente parte de la familia. Su madre


trabajaba para mi madre. Tu muñeca de mierda no es ni familia, ni es
leal. No me importa cuánto dinero nos está ahorrando, su tiempo se
está acabando.

—Déjalo ir.
En la fría deliberación de mi tono, ella gira la cabeza para mirar por la
ventana. —De De todos modos, no estoy interesada en venderla. No
saldarás su deuda.

Lo dejo pasar, haciendo un esfuerzo para calmarme. —Llamé


Llamé a nuestra
antigua empresa de servicios de limpieza. Estarán hasta la próxima
semana.

Mi madre se sienta más recta. —¿Hiciste qué?

—Valentina
Valentina está en reposo médico. Ya lo sabes.

—Esta
Esta es la oportunidad perfecta par
para dejarla caer.

Aprieto la mandíbula. —No me hagas repetirme.

—Bien —Ondea
Ondea una mano en el aire
aire—.. Trátala como a una princesa y
envuélvela en algodón. La hará caer mucho más fuerte.

Mis dedos se aprietan en el volante. Tengo ganas de inclinarme sobre mi


madre, abrir su puerta y empujarla fuera de mi auto y de mi vida.
Seguiremos teniendo estos enfrentamientos y si ella no puede aceptar
que Valentina es parte de nuestras vidas para siempre, esto se va a
poner feo.

LA SEMANA SE PROLONGA con Valentina si siendo


endo retraída y tranquila,
manteniéndose en su habitación. Al menos tiene tiempo para descansar
y tal vez estudiar. Todavía ella no me ha hablado de sus estudios. No
estoy seguro de si me está ocultando algo más o si es el efecto
secundario de la anestesia lo que le está provocando tristeza, pero no es
ella misma. Supongo que es normal, dado lo que ha pasado. Todo lo que
puedo hacer es darle mi apoyo y cuidado hasta que vuelva a la cocina
con su vestido negro. No estoy feliz por ello, pero no he encontrado una
solución al dilema todavía y Magda no cederá.

Además de mi preocupación por Valentina, necesito plantear un tema


difícil a Carly. Carly normalmente no come por la mañana, pero como
Magda no está presente hoy, le pido a mi hija que desayune conmigo
para que podamos hablar en privado.

Espero a que Valentina nos deje después de servir panecillos de salvado


antes de decir. —Sé que amas a tu madre y que nuestro divorcio fue
duro para ti. No lo discutimos mucho cuando el divorcio ocurrió. Creo
que es importante que tengas a alguien neutral con quien hablar.

Me mira con los ojos abiertos. —Es un poco tarde para eso.

—Nunca es demasiado tarde.

—No ayudará. —Ella esconde su cara detrás de su cabello.

—No puedes decirlo a menos que lo hayas intentado. —Ella empuja la


fruta en su plato—. Deja de esconderte detrás de tu cabello y mírame.

Levanta la cabeza, sus ojos lanzando dagas. —Sólo hay una cosa que
ayudará y es que tú y mamá vuelvan a estar juntos.

Suspiro profundamente. —Eso no va a suceder. Tienes que aceptarlo.

Ella golpea su tenedor en su plato. —¿Por qué no ¿Por qué no pueden


vivir juntos como una pareja normal?

—Tu madre y yo ya no nos amamos. Eso no significa que no te amemos.

—Mentira —Empuja su silla hacia atrás y salta a sus pies— No conoces


el significado de la palabra.
Agarra su bolso y corre hacia la puerta.

—¡Carly!

Quiero ordenarle que vuelva y termine su desayuno, pero mi sentido


común me dice que le dé espacio hasta que se haya calmado. Debido a
mis problemas paternales, termino el desayuno solo, aunque ya no
tenga apetito.

La voz de Valentina me lleva al presente. —¿Puedo


¿Puedo limpiar los platos?

La nueva melancolía que la ha invadido hace que sus grandes y tristes


ojos sean más inquietantes que nunca. Recojo mi plato y mi vaso para
llevarlo a la cocina
a y vuelvo con la bandeja mientras Valentina se lleva
el resto. Sabiendo lo orgullosa que es, trato de facilitarle las cosas sin
hacerlo evidente. Mientras cargo mi plato en el lavavajillas, noto que
saca el panecillo sin tocar de Carly del plato, envolvié envolviéndolo
cuidadosamente en una servilleta de papel. El resto de mi panecillo
medio comido lo empaca en un recipiente de helado medio lleno de
huesos, trozos de carne y verduras cocidas, que guarda en la nevera del
personal. Nunca la he visto limpiar la mesa a antes,
ntes, pero es obvio que
tiene el hábito de recoger los restos. ¿Qué hace con la comida que se
destina al contenedor de la basura? Mi conferencia de esta mañana ya
está prevista, así que no lo pienso más, pero salgo de la cocina con una
sensación que no pue puedo
do situar. Es como si mi tiempo con Carly y
Valentina se estuviera acabando. No me gusta. La última vez que me
sentí así fue justo antes de tropezar con un cable y me dieron por
muerto con la mitad de mi cara hecha pedazos.
PROGRAMO MIS reuniones para estar libre durante la pausa del
almuerzo de Valentina para ver cómo está. Antes de salir, paso unos
minutos imperturbables observándola a través de la ventana de la
cocina. Me encanta mirarla así, cuando tiene la guardia baja. A la
perversidad que hay en mí le gusta invadir su privacidad, robando una
parte de ella que de otra manera nunca tendría. He llegado a aceptar
que Valentina nunca será cien por ciento abierta conmigo. Nuestra
relación forzada no es del tipo que alimenta un compartir incondicional
del alma.

Como siempre, está sentada en la pared baja de la piscina. Bruno está


tumbado a su lado en la hierba, con la cabeza en las patas, mirándola
con ojos cariñosos. Sus manos están ahuecadas alrededor de un objeto,
como los pétalos que protegen el estigma de una flor. Ella los abre para
revelar algo redondo y blanco. ¿Qué está sosteniendo? Parece una
servilleta de papel. Desdoblando la servilleta con cuidado, rompe en dos
el panecillo que hay dentro, y le da una mitad a Bruno mientras se
come la otra. El perro se lo come de un solo y mueve su cola con
optimismo, mirando a ver si viene más. Ella come lentamente, como
una persona que prueba cada bocado.

Todo dentro de mí se paraliza. Lo que estoy presenciando es una escena


ordinaria de una mujer alimentando su cuerpo, pero me destroza. He
visto muchos actos atroces y torturas que harán que la mayoría de los
hombres adultos se desmoronen, pero esto... Valentina comiendo
nuestras sobras de comida... esto me hace algo que ni siquiera una
matanza hace. Duplicaré su mesada y le compraré más comida. Pondré
a su hermano en un instituto de lujo. Haré lo que sea necesario para
que no tenga que volver a comer las migajas de otra mesa. Será mejor
que esa beca llegue pronto. Vuelvo a mi oficina y llamo a mi director
financiero, que me asegura que es cuestión de días. Algún papeleo en la
universidad está ralentizando el proceso.

Cuando voy a verla esa noche, decido abordar el tema. La desnudo y le


meto la polla, manteniéndonos a ambos en un precipicio de placer. La
arrastro hasta que ninguno de los dos puede tolerarlo por más tiempo.
Sus uñas se clavan en mis hombros. —Gabriel,
Gabriel, por favor. —Mueve sus
caderas contra las mías, tratando de crear más fricción.

Me salgo casi por completo y mantengo mis movimientos. —¿A quién


perteneces?

Ella tiembla cuando presiono mi pulgar en su clítoris. —A


A ti.

—¿Quién te cuida?

—Tú.

—¿Cómo te cuido?

—Como quieras.

—Maldita
Maldita sea, sí. Cómo diablos quiera —Su Su espalda se arquea cuando
le pellizco el pezón—.. ¿Quién te hace venir? —Me vuelvo
vo a meter en ella.

—Tú —llora
llora ahogándose.

—¿Quién te viste?

—Tú.

Entro en ella de nuevo con mucha fuerza. —¿Quién


¿Quién te alimenta?

—¡Ah,
¡Ah, Dios Gabriel! Tú.
—Así es, bonita. —Beso sus labios— Yo.

Golpeo nuestros cuerpos con tanta fuerza que tengo que sujetar su
cabeza para evitar que se golpee contra la pared. Llora mi nombre
mientras se corre con un espasmo violento, su coño me chupa más
profundamente y me ordeña hasta dejarme seco. No hay nada más
satisfactorio que entrar en ella. Vacío mi cuerpo en el suyo, haciéndole
tomar cada gota, pero no me quiero salir de ella. Sus mejillas están
sonrojadas y su pelo se pega a su frente húmeda.

Enmarco su cara entre mis manos. —Cualquier cosa que necesites, lo


tendrás. Sólo tienes que decir la palabra ¿Entiendes?

Cierra sus ojos.

—Mírame, Valentina.

Cuando los abre de nuevo, están húmedos con lágrimas. —¿Por qué
haces esto? No es parte de nuestro trato.

Beso cada párpado y luego su nariz. —Porque soy todo lo que necesitas.

La tristeza de su mirada se intensifica, alimentando mi miedo, lo que en


términos estimula mi ira. —Dilo.

Se lame los labios, pero no responde.

Envuelvo mis dedos alrededor de su cuello y aprieto. —Dilo, maldita


sea.

Su cuerpo se tensa, pero no lucha contra mí control. En cambio, sus


hombros se hunden mientras lentamente deja salir el aire. —Sí,
Gabriel. Tú eres mi todo.

La satisfacción, calienta mis bolas, extendiéndose por toda mi columna


vertebral. Mi polla se endurece dentro de ella otra vez. La tengo en todas
las formas que quiero, pero todavía la necesito de muchas maneras.
Levantándome sobre mis rodillas, engancho sus piernas sobre mis
hombros y uso mi semen para lubricar su trasero. Ella grita cuando
entro en ella, pero con mis dedos en su coño y en su clítoris,
rápidamente me da los gemidos de éxtasis que busco. Mucho después
que tuvo su segundo orgasmo, sigo castigándome con un nuevo placer.
Pasa mucho tiempo antes de mi segunda liberación. Con ella, puedo
estar toda la noche, pero necesita descansar, así que atraigo su cuerpo
contra el mío y la sostengo hasta que se duerme.
MI MADRE SOLÍA decir que si algo malo pasaba, celebrara algo
positivo. De esa manera, nunca te deprimirías. Tal vez así sobrevivió
cuando mi padre murió y lo perdimos todo. Nunca salía de casa sin el
pintalabios rojo Estee Lauder.

—Si estás triste, Valentina —solía decir—, ponte tu lápiz labial rojo.

Tomo el labial que pedí con mis provisiones de mi bolsa y me aplico el


lápiz labial en el espejo. El rojo destaca en mi piel bronceada. Aprieto
mis rizos alrededor de mi cara, dejando que su brillo natural resalte.
Llevo puesta la camiseta rosa, los vaqueros y los zapatos planos de la
boutique Sandton. Por fuera, me veo guapa. Nadie sabrá lo rota que
estoy por dentro. Tal vez, un día, podré mirar a la bonita y olvidar que
he sido la puta del asesino más peligroso de la ciudad.

Cuando me despido de Gabriel por el fin de semana, me mira como si se


opusiera a que saliera de la casa con el maquillaje en mi cara, pero no
soy su hija y este es mi momento.

Él traga mientras me estudia, sacudiendo las llaves en su bolsillo. —Te


llevaré.

Ya no discuto más. No tiene sentido. En el camino, le pido que se


detenga en la panadería de la esquina para recoger un pastel de Selva
Negra. Podría haberlo horneado por la mitad de precio, pero ese no es el
punto. Nunca he comprado un pastel en mi vida. Sostengo el elegante
pastel de la tienda en su envase de plástico en mi regazo, las cerezas
negras brillantes con jarabe de azúcar sobre la crema batida.
Gabriel mira el pastel y luego a mí. —¿De quién es el cumpleaños? Sé
que no es el tuyo.

—Nadie. —Miro desde la ventana a los coches que pasan.

—¿Qué se celebra?

—Nada.

Aprieta los labios, pero no continúa el interrogatorio. Cerca de la calle


Rocky, le pido que se detenga de nuevo para poder alimentar a los
perros hambrientos. En cuanto me ven, vienen corriendo. Gabriel se
inclina contra el coche con los tobillos cruzados, mirándome mientras
distribuyo la comida entre ellos. Limpio el recipiente de plástico con una
toalla de papel y lo envuelvo en una bolsa de plástico para lavarlo
después. Una sombra de una sonrisa juega en sus labios mientras
vuelvo al coche.

—¿Qué?

Me mete un mechón de pelo detrás de la oreja. —Eres muy buena.

—No, no lo soy.

—Para mí tú lo eres.

No me da la oportunidad de responder. Abre la puerta y me ayuda a


entrar.

Cuando me deja al otro lado de la carretera de la casa de Kris, espero a


que su coche gire la esquina antes de ir a la casa. Charlie casi me
tumba cuando entro por la puerta de la cocina.

—Hola —me río y deposito el pastel en el mostrador—. ¿Cómo estás?


—Le doy un gran abrazo. Hay más carne en sus huesos.

—¡Pa-pastel!
—Es para después de la cena. —Le aprieto los hombros y me siento a
su lado en el sofá, apagando la televisión.

Jugamos a las damas chinas hasta que Kris cierra la consulta. Como de
costumbre, cocino y ella se toma un muy necesario descanso después
de pasar los primeros diez minutos enloqueciendo por mi pulgar.
Cuando Charlie está sentado con una gran porción de pastel frente a su
caricatura favorita, ella toma la silla frente a mí en la mesa de la cocina.

—¿Qué pasa con el pastel? —pregunta a través del movimiento de


masticar.

—Estamos celebrando.

—¿Lo estamos?

—Sip. —Lamo el relleno de chocolate de mi cuchara.

—¿Puedes ser un poco menos reservada?

Me encojo de hombros. —Estamos celebrando que tengo más tiempo


libre y dinero. Ahora puedo pagarte una pensión adecuada para
Charlie.

Engrandece sus ojos. —¿Te dio un aumento de sueldo? ¿Más tiempo


libre?

Doy un gran mordisco. Mi boca está demasiado llena para responder.

—¿Y bien?

Limpio la crema de la esquina de mi boca con mi pulgar bueno y la


lame. —No exactamente.

—Val. —Kris empuja su plato y dobla sus brazos sobre la mesa—. ¿Qué
está pasando?

—Dejé la universidad.
Lo digo como si le hubiera dicho que hace calor hoy, esperando que lo
deje pasar pero ya lo sé.

—Como, ¿Abandonar los estudios? —exclama.

Charlie levanta la vista de la televisión.

—Shh. —Le doy mi mejor ceño fruncido de enfado—. Le harás creer que
algo anda mal.

—Algo está mal.

—Kris.

—¿Por qué?

—Míralo de esta manera, ya no tengo la carga de pagar una enorme


factura de la escuela, ni me preocupo por los exámenes y de pasar las
noches estudiando anatomía.

Ella levanta su cabeza, buscando mis ojos. —¿Por qué?

Suspiro. —La cocinera tuvo una embolia cerebral. Me hice cargo de sus
tareas.

—Van a contratar a otro cocinero, ¿verdad? No puedes rendirte. Val,


has completado más de la mitad de la carrera!

—No puedo mantener el trabajo y los estudios. Es demasiado.

Sus labios tiemblan. —Los estás dejando ganar.

—No tengo elección —digo a través de los dientes apretados—. Trabajo


hasta que se sirve la cena y la cocina está limpia, lo que significa que
tengo suerte si salgo a las diez. Dios, tengo suerte si me acuesto a
medianoche y me levanto a las cuatro cada mañana. —No digo que
Gabriel ocupa otra hora o más de mi día, follandome sin sentido y
dándome orgasmos hasta que me desmayo.
Las emociones juegan en su cara. Gracias a Dios que no dice algo sin
sentido como si lo sintiera.

—Es por Charlie —bajo mi voz—. Nada importará de todos modos si él


está muerto. Es todo lo que tengo.

Ella cubre mi mano con la suya. Es una mano grande y fuerte con
arañazos de gato y marcas de mordeduras de perro, y una piel callosa
que cuenta su propia historia. —Me tienes a mi nena.

El calor se extiende por mi pecho, haciendo que las lágrimas se


acumulen en el fondo de mis ojos. —Gracias.

—Todavía puedes trabajar aquí. Quiero decir, después de...

—Lo sé. —Después de nueve años, no estoy segura que todavía tenga el
estómago para esta ciudad—. Cómete el pastel. Pagué mucho dinero por
él.

—Mejor esconde el resto o Charlie lo devorará en la noche.

La preocupación me recuerda. —Está ganando peso.

—Lo siento. Me temo que no estoy mucho por aquí, o lo habría sacado a
hacer ejercicio.

—Tengo una idea.

—Uh-uh. Cuando tienes esa mirada del momento que se te encendió la


bombilla, me preocupo.

Pongo mi pie en el asiento de mi silla, abrazando mi rodilla. —Puede


pasear a los perros.

—¿Te refieres a ellos? —Ella arroja su pulgar a la puerta contigua a la


clínica.
—¡Sí! Cruza la calle solo, ¿verdad? Podemos intentarlo con un perro
primero y ver cómo va. Puedo ir con él mañana.

—Supongo que no puede hacer daño.

—Será bueno para él salir más, respirar un poco de aire fresco.

Ella resopla. —¿Qué aire fresco? En caso que no lo hayas notado, esto
es Joburg.

No voy a tener mi ánimo oscuro, no esta noche. —Charlie y yo haremos


el primer paseo de perros juntos.

—Eres una buena hermana, Val. Charlie tiene suerte de tenerte.

—No, yo tengo suerte de tenerlo.

Todavía estoy triste por mis estudios, pero hay una razón para hacer
esto. La razón es un hermoso e inocente niño atrapado en el cuerpo de
un hombre que se sienta en el sofá de Kris con una enorme sonrisa en
su rostro. Todo lo que se necesita para hacer feliz a Charlie es pan
comido. Debería aprender de él.
LA TERAPEUTA LLAMA a mi puerta a las diez en punto, como
acordamos. Dorothy Botha es una mujer bajita y atractiva de unos
cuarenta años. Lleva vaqueros ajustados y una camisa elástica, no es el
atuendo que imaginé para un psiquiatra. Al precio que pago por la
visita a domicilio, esperaba que apareciera en Dior o Gucci.

Me da la mano y me ofrece una sonrisa. —Señor Louw.

—Llámame Gabriel. Gracias por reunirte con Carly en casa. Es más


cómodo para ella en su propio ambiente. —Y hay menos posibilidades
que uno de nuestros enemigos descubra que mi hija tiene problemas de
inestabilidad. Usarán todo lo que puedan contra mí.

La llevo a la sala de lectura donde Carly se sienta en el sofá, con las


piernas levantadas debajo de ella. Mi hija me mira de reojo cuando
entramos y no saluda a Dorothy. Cada parte de su lenguaje corporal
dice que no está contenta de pasar la mañana del domingo con un
psiquiatra.

—Carly esta es la señora Botha, saluda.

—Saluda —Carly repite como un loro.

Estoy a punto de perder la calma y darle un sermón sobre los buenos


modales, pero Dorothy pone su mano en mi brazo.

—Puedes llamarme Dorothy. —Toma la silla frente a Carly y me mira


expectante.
Lo entiendo. Quiere que me vaya. —¿Café, té?

—No, gracias. —Ella es amable, pero firme.

—Muy bien, entonces. —Cierro la puerta, esperando porque Dios


Dorothy logre lo que ni Sylvia ni yo somos capaces de hacer, que Carly
se abra.

Mientras las mujeres hablan, o espero que hablen, recojo la mesa de


nuestro desayuno tarde, y alimento a Oscar. Tiene una nueva marca de
comida, la misma que Bruno. Con el precio en la etiqueta, deben poner
copos de oro en las croquetas. La marca vale su peso en oro, porque las
alergias de Bruno han desaparecido y el pelo de Oscar es grueso y
brillante. La comida de Bruno es entregada a nuestra puerta por
nuestro veterinario local. Yo pago la cuenta. No se incluye la comida
para gatos. La comida especial no está disponible en los
supermercados. Si Valentina no la pide con nuestra comida diaria, ¿de
dónde viene?

Magda entra en la cocina, vestida con su traje blanco y negro de


Chanel. —¿Dónde está Carly? Quiero invitarla a almorzar.

Cruzo los brazos y me apoyo en el mostrador. —¿Dónde?

—Los McKenzies.

Mi espalda se pone rígida inmediatamente. —No me interesa.

—Vamos, Gabriel. —Ella apoya su bolsa de mano en su cadera—. Carly


nunca va a ocupar tu lugar. Ella no lo tiene en su interior. Nuestra
única oportunidad es encontrarle el marido adecuado.

—Ya dije que no.

Ella avanza dos pasos, deteniéndose cerca de mí. —¿Tienes una idea
más inteligente? ¿Y si te pasa algo? ¿O a mí? ¿Quién se hará cargo de
nuestro negocio? No esa caza-fortunas de tu ex-esposa. Se dice que
tiene la mira puesta en François. Si se casa con él y no podemos
proporcionarle un sucesor, esa rata babosa se hará cargo como
padrastro de Carly. ¿Es eso lo que quieres?

El ácido me quema la boca. François es un niño bonito cinco años


menor que Sylvia, pero eso no es lo que me preocupa. Es la idea que
haga de padrastro de Carly lo que no puedo digerir.

—Respóndeme. ¿Es eso lo que quieres?

—¿Es todo lo que te importa, encontrar un sucesor para el negocio?


¿Qué hay de la felicidad de Carly?

—¿Felicidad? —Ella se ríe—. Carly es mi nieta, pero por Dios, es una


niña malcriada. La has acostumbrado a esto. —Ella agita sus brazos
alrededor de la habitación—. Le das todo lo que su corazón desea.
¿Crees que se conformará con menos? No lo creo.

—No proyectes tus sentimientos en Carly.

—Oh, el dinero es tan importante para ella como para mí. Afrontémoslo,
aunque no sea una líder, es una Louw. Cumplirá con su deber por
nuestro nombre.

—No te atrevas a tratarla como un peón en tu negocio. Carly no va a


llevar la vida que yo vivo.

—¿La vida que vives? ¿Quieres vivir la vida de uno de nuestros


deudores? ¿Quieres ver cómo es el lado pobre de la valla? ¿Sabes lo que
les pasará a ti y a tu hija por la noche cuando no tengan suficiente
dinero para un sistema de alarma que los criminales no pueden
atravesar?

—Sé lo que pasa, lo he visto.

—No lo has sentido. Créeme, no quieres vivir otra vida que no sea esta.
—Ella me observa detenidamente—. Te estás ablandando Gabriel. Es
esa chica, ¿no?
Mis cejas se elevan. —Ella no tiene nada que ver con esto. Con
Valentina o sin ella, nunca casaré a Carly con Benjamin McKenzie.

—Espero por tu bien que te estés cansando de follarte a tu juguete.

Todos los músculos de mi cuerpo se tensan. Mi pierna herida protesta


contra la tensión. —¿Qué se supone que significa eso?

—Un gato sólo juega con un ratón durante un tiempo antes de matarlo.
¿Por qué no está muerta todavía?

Mi corazón cae como un hacha partiendo madera. —No estoy listo.

—He sido paciente contigo, te di el juguete que tanto querías, hicimos


un trato, ahora te doy una orden directa. Mátala o yo lo haré por ti.

Casi salto sobre ella, estoy a un pelo de su cara antes de detenerme.


—No harás nada por mí, ¿me oyes?

—Tienes una última oportunidad, hazlo más pronto que tarde —ella
sonríe dulcemente—. Ya no tienes doce años, no me hagas dispararte
en el pie.

Mi visión se vuelve borrosa. Estoy a punto de estrangular a mi propia


madre en nuestra cocina. Lo único que me impide alcanzar su cuello
flaco, blanco y arrugado, es la figura de Carly que aparece en el marco
de la puerta.

Su voz es ronca. —Hemos terminado.

—Voy a salir a almorzar Carly querida. ¿Por qué no te unes a mí?

—Magda está almorzando con los McKenzies —digo, sabiendo lo mucho


que Carly odia a Benjamin.

—No gracias abuela, tengo tarea. —Camina por el pasillo, fingiendo que
no existo.
Cuando los oídos de Carly se alejan, entrecierro los ojos. —Déjame
manejar mis propios asuntos y deja a Carly fuera del negocio. —Dando
la espalda a mi madre, salgo de la habitación, sintiendo la tensión en
mi pierna.

—La suavidad hará que te maten Gabriel —grita a mi espalda.

Dorothy espera en la sala de lectura.

Cierro la puerta y tomo asiento. —¿Cómo ha ido?

Se pasa los dedos sobre la frente. —Es difícil hablar con ella. Por
supuesto, necesito ganarme su confianza primero. —Me mira desde
debajo de sus pestañas—. Capto una necesidad de aprobación y
aceptación en ella. ¿Pasas suficiente tiempo con ella?

—No tanto como me gustaría.

—¿Un trabajo ocupado?

—No es eso. Carly prefiere pasar tiempo con sus amigos que con su
padre.

—Es normal. Trata de fortalecer su autoestima felicitándola por los


deberes bien hechos o las buenas acciones, cualquier cosa positiva,
pero sé auténtico. Asegúrate que sepa que te estás fijando en ella y que
te interesas por su vida.

—Te aseguro que lo soy.

—No lo dudo o no estaría aquí. Sólo asegúrate de mostrarle así como de


decirle. Ayudará, por supuesto, si puedo tener una sesión conjunta con
usted y su ex-esposa para acordar una estrategia consistente que
refuerce la auto-estima de su hija.

—Me temo que no encontrará mucha cooperación de mi ex-esposa.


—Ah, bueno. —Se limpia las manos en los muslos y se endereza—.
Veamos cómo va después de un par de sesiones. Intenta mantener todo
tranquilo en casa. No introduzcas ninguna situación nueva o estresante
si puedes evitarla, al menos por un tiempo.

—¿Cómo?

—Una madrastra.

—¿Carly está preocupada por eso?

—Ella lo mencionó. Sé que es una pregunta personal, pero ¿Estás


saliendo con alguien, tal vez con una amiga con la que tu hija no se
lleva bien?

—No. —No que Carly sepa al menos.

—Entonces el temor de Carly es infundado. No es raro que los niños se


sientan perdidos después de un divorcio. Carly tiene miedo de perderte
a ti o a su madre por otra persona. Asegúrale tu afecto siempre que
puedas.

—Por supuesto.

—Te veré la semana que viene, a la misma hora.

—Te acompañaré a la puerta.

Incluso mientras hablo, mi mente se está desviando hacia un


pensamiento recurrente. ¿Cómo reaccionará Carly si alguna vez se
entera de lo de Valentina?
EL ARREPENTIMIENTO NO ES UN SENTIMIENTO PROPICIO. Aun así,
no puedo evitar sentirlo cuando leo la carta dirigida a mí que Gabriel
trae a la cocina el lunes por la mañana. Leyéndola de espaldas a él,
enrosco los dedos en un puño hasta que las uñas me cortan la piel.
Quiero llorar, pero él está rondando la máquina de café.

—¿Buenas noticias?

Le miro por encima del hombro. Está vestido con un traje oscuro con
una camisa azul y una corbata amarilla. Hace que el conjunto parezca
perfecto. Los pantalones a medida se extienden sobre sus estrechas
caderas, lo que enfatiza la amplitud de su pecho. Su fragancia única me
atrae, pero necesito estar sola para lidiar con las noticias.

Me encojo de hombros.

—Está bien. —Lo dice como una amenaza, haciéndome entender que
me dejará salirme con la mía de desobediencia de no darle una
respuesta por ahora, pero tal vez no más tarde.

Aguanto la respiración hasta que él ha salido de la habitación. Sólo


cuando estoy sola permito que las emociones exploten dentro de mí.
Agarro los bordes del mostrador con tanta fuerza que mis brazos
tiemblan por la tensión. La carta se arruga en mi puño. La aprieto hasta
que es una pequeña bola. De todas las bromas enfermizas del mundo,
ésta debe ser la más oportuna. Golpeo mis puños en el mostrador,
haciendo sonar los cuencos, cuchillos y cucharas. Durante tres
segundos, me permito cada emoción destructiva que me llega al
corazón, y luego levanto la tapa del cubo de basura y tiro la carta que
me informa de mi beca todo incluido. Cuando la tapa se cae con un
estruendo, algo dentro de mí deja de existir. Lo que queda es el eco
hueco de un sueño y nada más que la voluntad de sobrevivir.
LA CARTA que llegó de la universidad esta mañana debería haber
extasiado a Valentina. Hay un cambio en ella que no entiendo. Después
de hacer mis rondas matutinas en nuestras franquicias en la ciudad,
me dirijo a la casa de su amiga donde vive Charlie. La mujer que espera
en la recepción con un Doberman en miniatura se retrae cuando me
mira a la cara. Pasando junto a ella con una ignorancia practicada, me
aventuro a la sección de comida y levanto mis gafas de sol para leer las
etiquetas. Saco del estante una bolsa de la marca de dieta Urinaria que
Valentina compró para Oscar y la llevo a la caja. Pasan unos minutos
antes que salga una rubia peróxido con un abrigo blanco. Las líneas
duras estropean su cara curtida y sus uñas están rotas. Sus ojos no
revelan nada mientras me evalúa. Saltan de mí a la bolsa de comida
que está en el mostrador.

—¿Puedo ayudarle?

—¿Esta es la mejor marca que tienes?

—Por el momento.

Apoyo un codo en el mostrador y compruebo la tabla con las tarifas de


esterilización y vacunas. —Mi ama de llaves lo compra para mí gato. No
conozco la marca, pero pensé en comprar lo mismo.

Sus ojos brillan durante unos breves segundos antes que los estreche.
—Tu ama de llaves es una chica inteligente.
—Seguro que sí, pero debería haberme dicho que está pagando la
comida de su propio bolsillo.

—Tal vez no pudo, porque sabe que no te importa mucho tu gato.

La señora con el Doberman nos está mirando, su cabeza se balancea


entre la veterinaria y yo.

—Es verdad. No me importa el pelo que se desprende en mi casa o el


hecho que rompa mis cortinas en pedazos, pero a mí ama de llaves
parece gustarle, así que este es el trato. Abriré una cuenta y enviaré un
conductor una vez al mes para recoger la comida. —Señalo la comida
para perros de raza grande de la misma marca—. Puedes añadir un par
de bolsas de eso, también.

Casi parece que me va a rechazar, pero el estado de su sala de espera


me dice que necesita este negocio. Después de un momento de
observación, me dice. —Anotaré sus datos.

Ella escribe mi dirección y mi número de teléfono en un libro. Hoy en


día, nadie usa un libro, ni siquiera mis prestamistas menos
sofisticados. Ella tiene un paciente esperando y yo tomando una parte
de su tiempo de consulta. Lo que necesita es un ordenador y un
asistente. No es de extrañar que esté operando en un edificio
destartalado, cobrando honorarios más bajos que la tarifa actual.

Golpeo mis dedos en la encimera mientras ella garabatea mi pedido.


—Deberías hacerlo electrónico.

Levanta la cabeza para darme una mirada entre cortada. —Lo


actualizare cuando pueda permitírmelo.

No la culpo por odiarme. ¿Qué la hace diferente del resto del mundo?
En cualquier caso, no quiero ganar el amor de nadie. Puedo olvidarme
de obtener información sobre el estado emocional de Valentina de esta
mujer. No me dará un vaso de agua si me estoy muriendo.

Ella cierra de golpe el libro. —¿Ya terminamos?


Dejo que las gafas de sol se me resbalen por encima de los ojos. —Por
ahora.

Despidiéndome, tomo la comida y me acerco a la puerta. El Doberman


se queja cuando paso al lado de su dueña que se inclina lo más lejos
posible de mí sin caerse de su silla.
ESTA LASAÑA no puede ser un fiasco. Estoy tan absorta en dejar que la
salsa blanca se espese sin formar grumos que no me doy cuenta de
Rhett hasta que está a mi lado. Asustada, dejo caer el batidor. Rebota
en la estufa, rueda por el borde y golpea el suelo. Es la primera vez que
pone un pie en la cocina desde que llegué. Se agacha para recuperar la
batidora y la enjuaga bajo el grifo antes de devolvérmela.

—Gracias. —Uso mi mano izquierda para remover la salsa.

Hace un movimiento con la cabeza a la venda a mi pulgar. —¿Cómo


está la mano?

—Bien, gracias.

Él da una sonrisa irónica. —No tuve oportunidad de disculparme por


llevarte al Joburg Gen. Si hubiera sabido que el lugar era tan malo,
habría ido directamente a la clínica.

—Hiciste lo que te pedí.

—No estaba pensando con claridad. Vi la sangre y me quedé en blanco.

No puedo evitar sonreír. —¿Tú? ¿En serio?

Levanta las palmas de las manos en un gesto de rendición. —No fue la


sangre tanto, fuiste tú. Pensé que Gabriel iba a matarme.
—¿Por qué?

—Ocurrió en mi turno.

—No fue tu culpa.

—No habría importado. Yo era el mensajero.

Dejo de moverme para mirarlo. —Lo siento si te he metido en


problemas.

Él sonríe. —No tantos problemas como en los que te has metido. No


más accidentes en la cocina, ¿de acuerdo?

—Haré lo mejor que pueda. —Vuelvo a prestar atención a la salsa.

Se apoya en el mostrador y cruza los tobillos. —Estaba pensando en


conseguirte un cachorro.

—¿Un cachorro?

—Ya lo he hablado con Gabriel. —Cambia su peso de un pie al otro—.


Puedo conseguirte uno de esos perros peludos que les gustan a las
mujeres. Un caniche maltés o algo así.

—No quiero un perro.

Parece decepcionado. —¿Por qué no?

—Ya he perdido bastante. No quiero preocuparme por otro perro.

Descruza sus tobillos y cruza los brazos, sin mirarme a los ojos.

No habla, pero tampoco se va, muevo la salsa del fuego y me vuelvo


para enfrentarlo de frente. —¿Por qué le disparaste a Puff, Rhett?
Su pecho se expande, como si estuviera respirando y cuando vuelve a
levantar la mirada, me mira con una mirada fija. —No quería dejar al
perro para que se las arreglará por sí mismo en la calle.

—¿Qué?

—He visto suficientes perros como para saber que ese perro mestizo no
iba a sobrevivir por sí solo. Dejarlo vivo habría significado una larga y
cruel muerte de hambre.

—¿Dejarlo vivo?

Su voz adquiere un tono tranquilo. —Cuando entramos en tu piso esa


mañana, fue con órdenes explícitas.

La sangre se drena de mi rostro, dejándome con una sensación borrosa.


Rhett estaba seguro que no íbamos a salir vivos, ni Charlie ni yo. Oh
Dios mío. Gabriel no estaba allí sólo por Charlie. Iba a matarnos a los
dos. Puse esa información en el fondo de mi mente para tratar con ella
más tarde a solas.

—No sé por qué Gabriel cambió de opinión, pero puedo asegurarte que
esto nunca antes había pasado.

Mi risa es forzada. —Mi madre solía decir que tengo un ángel guardián,
tal vez ella tenía razón.

—Si te hace sentir mejor, Gabriel me jodió bien por matar a tu perro.

—Ese día saliste del gimnasio con la nariz rota.

—Sí. Mira, dormiré mucho mejor si me dejas que te consiga ese perro.

La mirada que me da es de tal remordimiento que mi compasión vence


a mi venganza sobre Puff. Lógicamente, entiendo por qué lo hizo. No lo
hace correcto o mejor, pero no estoy en posición de negar a nadie la
redención. Todavía estoy persiguiendo la absolución por lo que le pasó a
Charlie. Limpiándome las manos en mi delantal, considero su
propuesta. Otro ser vivo sólo me hará más vulnerable de lo que ya soy,
porque eso es lo que hace amar o que te importe alguien o algo.

—No quiero un perro. Quiero que me entrenes.

Me mira como si hubiera perdido la cabeza. —¿Qué?

—Enséñame a defenderme, podemos practicar en el gimnasio.

—Gabriel me matará.

—No si no lo sabe, podemos hacerlo cuando esté fuera.

—Es una idea loca Valentina.

—¿Es así? ¿Alguna vez te has quedado indefenso mientras los hombres
tomaban el dinero por el que te rompiste el culo ¿Alguna vez te han
sujetado y violado, sin poder hacer nada al respecto?

Aparta sus ojos, incapaz de sostener los míos.

—Por favor Rhett. No voy a usarlo contra nadie en esta casa. No soy
estúpida. Sólo es que no quiero sentirme impotente por más tiempo.

Él traga. —Pídeme cualquier otra cosa, si Gabriel se entera...

—No lo hará, no a menos que se lo digas.

Me mira de nuevo, una guerra en sus ojos. Finalmente, es su culpa la


que gana. —Bien, pero ni una palabra a nadie, ni siquiera a Quincy.

—Está bien.

Se endereza del mostrador con sus hombros caídos. —Te avisaré


cuando no haya moros en la costa.

—Gracias.
—Considéranos en paz. —Hay una pizca de aprensión e incluso miedo
en su expresión cuando sale de la habitación.
EL INFORME de Anton sólo confirma lo que ya sé. Nadie sabe nada
sobre la violación de Valentina. Dejo caer el bolígrafo en mi escritorio y
me froto los ojos cansados. No me sorprende que Marvin no haya ido a
la policía. Su familia estaba avergonzada. La forma en que habría
lidiado con el crimen era vengar la inocencia robada de su hija matando
al hombre responsable. Como él murió el mismo año en que ella fue
atacada, no estoy seguro que lo hiciera. ¿Es por eso que Lambert
abandonó a su prometida? ¿Porque ella era una mercancía dañada?
Encontrare al bastardo que la violó pero por ahora tengo una mayor
prioridad... la amenaza de Magda.

Nunca subestimes a Magda. Sé de lo que es capaz mejor que nadie. Si


no mato a Valentina, ella lo hará y como castigo por mi desobediencia lo
hará de una manera que me hará daño. No me avergüenzo de mis
hábitos. Mi madre sabe que follo como si me dedicara a un hobby. Sabe
que soy territorial y el bastardo más posesivo de la faz de la tierra. Me
conoce lo suficiente para entender que la idea que otro hombre le ponga
las manos encima a Valentina me pondrá de rodillas, especialmente
después de lo que le hice a Diogo. La muerte de Valentina es un lugar al
que no puedo ir. Si Magda tiene que terminar el trabajo por mí,
Valentina probablemente sufrirá una violación en grupo seguida de una
horrenda y lenta muerte por tortura. Tengo que encontrar una manera
de esconderla, pero no hay ningún lugar donde pueda esconderla para
que la red de socios de Magda no la encuentre. Y luego está Charlie.
¿Qué hago con él? ¿Dónde lo mantengo a salvo? Hice un trato con
Valentina y sabiendo lo mucho que Charlie significa para ella, esto es
algo que pretendo cumplir. Cada problema tiene una solución. Sólo
tengo que buscar lo suficiente.
Viendo que tengo poco tiempo, debería buscar una manera de mantener
mi hermoso juguete, no dar un portazo en mi estudio y acechar en el
pasillo como un loco, mis pasos me llevan donde siempre lo hacen, la
habitación de Valentina. Es tarde, Magda y Carly se han acostado hace
tiempo pero yo sigo vigilando.

Sólo unos minutos. Necesito un descanso para aclarar mi mente.


Perseguir soluciones improbables para escapar de la promesa de Magda
me ha enviado en círculos como un perro persiguiendo su propia cola.
Necesito abrazarla, verla, probarla, respirarla, para calmar el miedo a
perderla.

Cuando entro en su habitación ella está saliendo del baño con el pelo y
el cuerpo mojado. Se detiene en el marco de la puerta, su vendaje está
seco, bien. Lo último que quiero es preocuparme más, la necesito
demasiado.

Durante unos segundos, tenemos la mirada fija, cada uno de nosotros


esperando que el otro haga un movimiento. Hay un millón de cosas que
puedo hacer con ella. Debería castigarla por la obstinación de esta
mañana cuando me dio la espalda, pero no la tocaré de esa manera
cuando esté herida. Aún no me he decidido cuando ella cierra la
distancia entre nosotros, poniendo su delicado cuerpo frente al mío
como un vulnerable peón blanco en el camino de las pezuñas del
semental negro. La posición es un recordatorio físico de la diferencia de
poder entre nosotros, Puedo tirarla en la cama y comer su coño de
adentro hacia afuera, puedo follar cada agujero de su cuerpo, o besarla
hasta que no pueda respirar. Ella es mía para hacer con ella lo que me
plazca. Sobrecompensé mi apariencia convirtiéndome en un maestro del
placer físico. No puedo darle una cara bonita, pero puedo hacerla gritar
con orgasmos hasta que no le quede ni un soplo de aire en los
pulmones.

Sus manos alcanzan mi camisa. Tengo curiosidad ¿Va a desnudarme?


Agarra los bordes de la tela sobre el primer botón y los separa, maldita
sea, hay un sonido de desgarro y botones volando por todas partes. Se
pone de puntillas para empujar la camisa por encima de mis hombros,
pero las mangas se atascan en la parte superior de mis brazos.
Abandonando sus esfuerzos con la camisa, se concentra en mi
cinturón, y sus dedos tocan la hebilla.

Mi corazón late como los cascos de ese caballo oscuro que ella desató, y
tengo miedo que la bestia la aplaste cuando deje libre su pasión, pero
estoy demasiado débil para detenerla. Finalmente logra sacar el cuero
de la presilla de la cintura del pantalón, ella le da un doblado y lo
empuja en mi mano. Está ahí en sus ojos, lo que quiere que haga, el
marrón de sus iris está manchado de oscuridad, abatidos, como una
presa después de un deslizamiento de tierra.

En circunstancias normales, la ataría y le daría lo que quiere, la


azotaría mientras me la follo pero no ha sido una semana normal.
Cuando no me muevo, ella me agarra las bolas y las aprieta a través del
pantalón, su lengua está caliente y húmeda en mi estómago, lamiendo
una línea de lava fundida en mi pecho. Sus pequeños dientes se
agarran a mi pezón. Me sacudo cuando muerde. Maldita sea. Ella se
desliza un poco para morder el músculo de mi pectoral y luego se retira
para estudiar las marcas que dejó en mi piel. Sus manos serpentean
alrededor de mi cuello, arrastrándome hasta sus labios, el mordisco que
me da en el labio inferior me saca sangre sus uñas se clavan en mi
cuero cabelludo, me besa como una loca, gimiendo y frotando su cuerpo
contra el mío.

Tan repentinamente como me agarró, se soltó, cayendo de nuevo en la


cama con los muslos abiertos. Su coño está listo para mí, húmedo e
hinchado. La sigo como si me tuviera con una correa apretada, pero
antes que pueda montarla se da la vuelta y se pone de rodillas,
ofreciéndome su culo y su coño. Es una vista tan atractiva que casi
pierdo la razón. No muevo los ojos del triángulo limpio y afeitado entre
sus piernas mientras me quito los zapatos y casi rompo la cremallera
para salir de mis pantalones. No tardo más de un segundo en quitarme
los calcetines, agarrando sus caderas con fuerza, la arrastro hasta el
borde de la cama, colocándola donde la necesito.

—Tómame, Gabriel, tómame fuerte —Estoy a punto de hacer


exactamente eso cuando ella dice—. Haz que duela, haz que duela
mucho.
Mi lujuria se desvanece. Me gusta lastimarla, pero su dolor nos da
placer a los dos. Estoy usando el dolor para entrenar a su cuerpo a
necesitarme pero no le permitiré usar el dolor físico para escapar de sus
sentimientos. Eso está reservado a los monstruos como yo y no tengo
intención de convertirla en un monstruo. La necesito dulce e inocente,
la necesito por lo que es.

Me mira por encima del hombro. —Gabriel.

Su llanto es una súplica mientras sus ojos se llenan de miedo... miedo


que no voy a complacer. No hay muchas cosas que le negaré, pero esto
no se lo daré.

—¡Gabriel!

Su pequeña mano se dobla alrededor de mi eje. Estoy tan duro que


apenas siento la presión de sus dedos mientras me guía hacia su
agujero de su culo. Sé cómo se siente una follada por el culo sin la
preparación adecuada para una mujer. Hice que mis amantes me
describieran cada sensación con detalle. El hecho que ella quiera esto
me muestra lo mucho que está sufriendo.

—Fóllame ya si eres un hombre.

Sé lo que está tratando de hacer. —La provocación no va a funcionar


conmigo bonita.

Agarrándola por la cintura con un brazo, la subo al colchón. Cuando


me pongo de costado, traigo su cuerpo conmigo, presionando su
espalda contra mi pecho.

—¡Jódete Gabriel!

Ella lucha con toda seriedad, tratando de liberarse pero yo la atrapo en


la restricción de mis brazos.

—¡Déjame ir!
La sostengo en su lugar y le planto el más suave de los besos en el
cuello.

—¡No! No te atrevas.

Beso su oreja, su pelo y su sien con un suave roce de mis labios. —Eres
tan hermosa Valentina. ¿Alguna vez te lo he dicho?

Su voz se quiebra. —Por favor, no lo hagas.

Pongo mi pierna sobre la suya, confinando sus patadas mientras


empujo la parte superior de su cuerpo en el colchón para besar su
columna vertebral. Los sollozos sacuden su cuerpo pero yo beso cada
vértebra, abriéndome camino hasta la curva de su culo y vuelvo a subir.

—No así —grita—. No suavemente, no como si te importara.

Le doy toda la ternura que soy capaz, acariciando mis dedos sobre su
firme trasero y entre sus piernas, probando sus pliegues. Está mojada.
Siempre está lista para mí, como la entrené. Cuando dirijo mi polla a su
entrada, empieza a luchar conmigo otra vez, moviendo la parte superior
de su cuerpo y dando patadas con sus piernas. Todo lo que puedo
hacer es sostener sus hombros con mis brazos y mantener sus piernas
atrapadas entre las mías mientras entro en su cuerpo resbaladizo,
pulgada por pulgada lentamente hasta que me ha tomado todo. Está
tan caliente y apretada que me embriago. Con sus muslos apretados, la
fricción es demasiado. Con cada empuje me arriesgo a correrme como
un adolescente inexperto.

—Te odio. —Sus palabras son amortiguadas por la almohada, pero su


cuerpo ya se mece con el mío—. ¿Por qué no puedes hacerlo? ¿Por qué
no me haces daño?

No le reprimiré el aire, no le enterraré la polla en el culo y no le daré con


mi cinturón. Es mi trabajo entender sus necesidades y lo que necesita
ahora es ser amada.

—¿Por qué no me has matado todavía, Gabriel?


—¿De qué estás hablando?

Gira la cara hacia un lado. —Rhett me lo dijo.

Ese cabrón.

—Por eso le disparó a mi perro, —susurra—. No se suponía que


saliéramos vivos.

Empiezo a moverme de nuevo, tratando de calmarla con nuestro placer


pero ella no lo deja ir.

Hay lágrimas en su voz. —¿Por qué Gabriel? Dímelo, maldita sea.

—Porque te quería —lo sacó a relucir.

Ella empuja su culo contra mí ingle. —¿Es esto? ¿Necesitabas un polvo?

Me empujo mucho más profundo, haciéndola gemir. —Ya sabes por


qué.

—Me perdonaste la vida para convertirme en tu puta.

—No eres mi puta. —Beso la suave y dorada piel de su hombro—. Eres


mi propiedad.

—¿Cuál es la diferencia? —pregunta amargamente.

—La diferencia es que la propiedad pertenece. —Encuentro sus labios,


besándola como si fuera mía, tratando de mostrarle que por mucho que
la entrené para que me necesitara, la necesito en igual cantidad. Esta
vez, ella no se resiste a la suavidad de mi toque. Me devuelve el beso,
nuestro ritmo es lento y reverencial. Deslizo mi cuerpo sobre el de ella,
la piel húmeda y sudorosa hace que la fricción sea suave. El
movimiento hace que mi eje valla más profundo. La siento en cada
centímetro de mí. Un profundo gemido me desgarra el pecho.
Maldita sea, esto es el cielo. Mis bolas empujan en mi ingle y agujas
afiladas perforan la base de mi columna vertebral. Joder, todavía no,
quiero durar. Todavía me queda un momento para deleitarme en el
placer. Arrastro mis manos sobre su pelo y bajo sus hombros, sobre las
suaves curvas donde sus pechos están presionados contra el colchón.
Son suaves, firmes y muy mujer. Me deleito invadiendo su cuerpo,
haciendo que sus secretos y sentimientos sean míos. Empujo tan
profundo como puedo, hasta que mi polla choca contra una barrera. Un
pequeño jadeo se escapa de sus labios. Debo estar empujando contra
su cérvix. Con cuidado, me relajo y empujo de nuevo. Echa la cabeza
hacia atrás y gime, sus gemidos cambian de gritos de desafío a
necesidad. Un poco más profundo y tocaría el lugar de su cuerpo donde
ocurren los milagros, donde un niño puede crecer a partir de una
semilla en su vientre. La única cosa más hermosa que una mujer, es
una mujer embarazada. Cuando tu semilla echa raíces en su vientre y
sus pechos crecen gordos con la maravilla de la nueva vida mientras su
vientre se expande con tu hijo, quieres amarla y follarla con tu hijo
creciendo entre nosotros. Valentina me atraparía con la crudeza de su
belleza mientras la maternidad la cambia.

Mi cuerpo se tensa con una eyaculación tan poderosa que duele.


Mientras mi liberación explota una idea irrumpe en mi mente. Mientras
me vacío en su cuerpo, encuentro la respuesta que he estado buscando.
Sé cómo salvarla irrevocablemente.

Es depravado e inmoral.

Es cuestionable.

Es perfecto.
Le toma un día a mi doctor enviar las pastillas anticonceptivas.
Mientras él está allí, uso la oportunidad de explicarle que necesito para
la próxima visita en casa.

Desde el próximo mes, valentina no estará protegida. Soy un imbécil,


pero quedar embarazada es su única esperanza. La única línea que
Magda nunca cruzaría, seria matar a la madre de su nieto. No soy tan
ingenuo para creer que Valentina alguna vez querrá un hijo conmigo.
Ella nunca podrá saber que tome la opción de sus manos. Será fácil de
aceptar si piensa que fue un accidente.

Estar embarazada será duro para ella. No tengo ilusiones acerca de la


psique de “mujeres embarazadas”. Sylvia detesto cada minuto estar
embarazada. Odió lo que el embarazo le hizo a su cuerpo. Mi madre
nunca dejo pasar una oportunidad para recordarme cuanto ella sufrió
pariéndome. De acuerdo a Magda, el dolor de traerme a este mundo fue
peor que una tortura. Se resintió de no ser tan ágil o móvil como de
costumbre. Ella obtuvo venas varices y dolor de espalda que la volvían
loca. La única vez que Magda simpatizo con Sylvia fue cuando ella
estaba embarazada de Carly. Si, no será un camino fácil, especialmente
para una joven mujer quien no ha completado sus estudios. Ni siquiera
quiero pensar en nuestra diferencia de edades. Me estoy dirigiendo a
una calle llena de baches, arrastrando a una mujer joven en contra de
su conocimiento y voluntad. No consigues más depravación que esa.

Después de mi mañana de ejercicios, tomo una ducha, y me encierro en


mi estudio para revisar los reportes financieros. No pasan ni diez
minutos cuando suena el teléfono. El nombre de mi CEO aparece en la
pantalla.

—Harry, ¿qué puedo hacer por ti?

—Acabo de recibir una llamada de UNISA. La señorita Haynes se salió.

—¿Qué? —Lo escuche alto y claro, pero no tiene sentido—. No estoy


seguro de entender.

—¿Te gustaría retirarte de la beca o estás dispuesto a considerar otro


estudiante?

—Me reuniré contigo —termino la llamada y pongo a Aletta Cavendish


en la línea— Me acabo de enterar que Valentina renuncio a sus
estudios.

—Oh, querido. Pensé que ella te lo había dicho.

Claro que no lo hizo. Ella no sabe que estoy al tanto de sus estudios.
—¿Te dijo por qué?

—Solo que sus prioridades han cambiado.

—¿Es demasiado tarde para revertir su cancelación?

—Puedo retenerlo por un tiempo, pero no largo. Sus asignaciones están


vencidas y los exámenes están por venir en menos de dos semanas. No
ayuda que ya falló una prueba.

—Se cuanto desea este título. Dame una oportunidad de hablar con
ella.
—Espero
Espero puedas persuadirla.

—Lo hare.

—Estaré
Estaré esperando por tu llamada entonces.

Cuelgo y me recuesto en mi silla. Así que, esto es lo que ha estado


escondiendo valentina. Rhett me dijo que incluso rechazó eel cachorrito
que le ofreció. Si ella puede estar allí por unas pocas semanas más,
todo cambiara.

POR EL RESTO del día, persigo pistas de la violación de Valentina, pero


las puertas se cierran en mi cara tan lejos como voy. Es un esfuerzo en
vano que me deja agotado y exhausto. Para el momento que llego a casa
tarde por la noche. Me he estado ejercitando, hasta el punto de dejar a
Quincy con un labio partido por nuestra lucha libre. Una tormenta se
asoma por el horizonte cuando me doy una ducha, dejand
dejando el cielo en
un amenazante, purpura claro con un toque de dorado donde el sol
penetra las masas oscuras. Bajando las escaleras para la cena, Magda
anuncia que tenemos un invitado sorpresa. Sylvia está sentada al lado
de Carly, su cabello rubio trenzado en un tejido francés y un casto
vestido blanco adhiriéndose a su cuerpo como un guante. Ella perdió
peso.

—Gabriel. —Ella
Ella me reconoce con un fuerte asentimiento y una fría
sonrisa.

Beso la mejilla de mi ex
ex-esposa. —Luces
Luces hermosa, como siempre.
Ella toca su collar de diamante, un regalo de mi parte por nuestro
primer aniversario de bodas. —Gracias.

Tomo asiento y empiezo a servir el vino. Voy a necesitar unas cuantas


copas. —¿A que debemos esta visita?

—A nada. No necesito una razón para visitar a mi hija, o ¿sí?

Nuestras miradas se cruzan a través de la mesa en una batalla no


verbal. La mía es arrancada de la suya cuando Valentina entra con los
aperitivos. El comportamiento de mi criada es de profesionalismo
mientras nos sirve, pero no pierdo la manera en que Sylvia la fulmina
con la mirada.

—Voy a ir donde Sebastián después de la cena. —dice Carly, trayendo


mi atención a ella.

Asiento mientras Valentina se cierne a mi lado con los espárragos. —No


te recuerdo preguntado.

—Ya dije que sí. —Sylvia acomoda la servilleta sobre su regazo,


retándome a desafiarla.

La razón de la visita de Sylvia se vuelve repentinamente clara.

—Aún no me agrada ese chico.. —Magda le da una dura mirada a


Carly—. El no es de nuestra clase.

—¡Abuela! —Carly se queja—. No es tu asunto.

Estoy muy cansado para lidiar con esto esta noche. —Cuida tu lenguaje
señorita. No le hables así a tu abuela.

—Ella empezó. —Carly hace pucheros y se cruza de brazos.

Magda resopla—. ¿Qué puedes ganar de una relación con él? ¿Quiénes
son sus padres? Nada bueno de trabajadores corrientes con un negocio
en textiles.
—Ella no está preguntando para casarse con él —dice Sylvia—. De
cualquier modo, ella es mi hija y no tienes nada que decir.

—Nuestra hija, —le recuerdo.

Magda agarra su tenedor. —No vamos a discutir por esto en la cena.

—No lo estamos —dice Sylvia dulcemente—. La decisión ya está


tomada.

—No es acerca del chico —digo—. Es acerca de ir detrás de mi espalda


sin preguntarme.

—Como ya dije —Sylvia adiciona con fuerza—, Ella me pregunto.

Por una vez, concuerdo con Magda. Esta no es una discusión que
necesite tocarse aquí. Tendré unas palabras con Sylvia después de la
cena acerca de sus conspiradoras formas con Carly.

—Bien —Los hombros de Sylvia se enderezan en una línea recta—. Está


resuelto entonces. —Le da una palmadita a la mano de Carly con más
afecto del que nunca le había visto en cuanto a nuestra hija.

Algo está tramando Sylvia. Ella odia la pobreza tanto como Magda, lo
cual coloca a Sebastián bajo su línea de radar de material de novio
adecuado.

El resto de la cena es tensa. Estoy aliviado cuando el calvario se


termina. La mamá de Sebastián viene con su hijo para buscar a Carly y
educadamente declina nuestra oferta de una bebida. Desde el porche,
observo a Sylvia decir adiós a Carly.

—Regresa a las once, —Insto, dándole a Sebastián una mirada que le


dice que no joda conmigo.

Cuando el carro se detiene, Sylvia regresa unos pasos y le pasa su


chaqueta para cubrir sus hombros. —Buenas noches, Gab. Te dejare
que regreses a follar a tu criada.
Agarro su muñeca. —Es la última vez que me llamas así y la última vez
que haces un comentario malicioso sobre mi criada.

Sacudiendo su brazo por mi agarre, ella sisea, —Ya veremos cuán bien
funciona en el futuro para ti, —entonces ella avanza hacia su carro con
la espalda rígida. Ella saluda a través de la ventada antes de arrancar
con las llantas chirriantes.

Hubo un tiempo en que me llamaba Gab. Fue el tiempo cuando


confiaba en ella y creía que le importaba. Es una maldita buena actriz.

—Eso es lo que obtienes por casarte con esa zorra —dice Magda detrás
de mí.

Miro sobre mi hombro para verla observando desde el umbral de la


puerta. —Seria sabio que guardes silencio ahora.

Ella solo se ríe mientras gira en sus tacones y desaparece dentro de la


casa.

En el salón, me sirvo un trago fuerte y espero una hora. No hay manera


que pueda ir a la cama antes que Carly esté en casa. Marco a la cocina.

La voz de Valentina sale del intercomunicador. —¿Sí?

—Ven al salón.

Ella entra a la habitación cinco minutos más tarde, observándome con


desconfianza cuando me siento en el sillón.

—Ven, siéntate conmigo. —Sostengo mi mano para ella.

En vez de subir en mi regazo como me hubiese gustado, se detiene al


borde de mi asiento, y se acomoda a sí misma en el tapete a mis pies.
Empujo su cabeza hacia mi muslo, acariciando su sedoso cabello. Así
como aceptó mi dolor, está aprendiendo a aceptar mi ternura. Estoy
disfrutando de nuestro momento tranquilo, pero hay dos asuntos de
importancia que debo mencionar. No tengo el lujo de esperar por ella a
confiar en mí, por más tiempo. Me rendí esperando por su confianza.

—¿Por qué abandonaste la escuela?

Su cuerpo se pone rígido. Le toma un momento para responder.


—¿Cómo te enteraste?

—¿Importa?

—Tienes razón —susurra—. No quiero saber.

—Vas a volver.

Ella sacude su cabeza para mirarme. —No. Ya me encargué de ello. No


quiero seguir por ese camino otra vez.

Empuño mi mano en su cabello. —Volverás.

—Gabriel. —Sus ojos se llenan con lágrimas—. Por favor.

—Marie volverá. Las cosas volverán a la normalidad. —Es una mentira,


pero no le puedo decir como estoy planeando en cambiar sus
circunstancias.

—Nada volverá a ser normal para mí.

Es verdad, pero mejor que lo acepte. Ella tomara lo que se escoja para
darle. Mi mano se aprieta en su cabello. —Llamaras mañana y retiraras
tu cancelación.

—¿Porqué? —Ella susurra.

Porque a pesar de todo, aún deseo que sea feliz. —Me obedecerás, como
prometiste.

Dolor titila en sus ojos. —¿Me estas amenazando?


—Soy la maldita mayor amenaza de tu vida.

Su labio inferior empieza a temblar. —Claro. ¿Cómo podría olvidarlo?

Mi mano esta adolorida por azotar su culo. Si no fuese por su herida,


ella estaría sobre mi regazo ahora mismo, sus bragas alrededor de sus
tobillos.

—No me presiones, Valentina. Harás lo que yo diga sin cuestionar,


porque sé lo que necesitas y es mi trabajo dártelo.

La misma aceptación con que ella se rindió a mis azotes y folladas se


filtra en su expresión. No es tanto una elección como un entendimiento
que no hay opción.

—Buena chica.

Me inclino hacia abajo para besarla, probando su dulzura de sumisión


mientras sus labios se estremecen debajo de los míos. Si no la aparto,
la follaría justo aquí en el salón, y aun tengo mucho que decir.

—Hay algo más que vas hacer por mí. —Observo su cara
cuidadosamente mientras elijo mis próximas palabras—. Vas a
hablarme sobre el hombre que te violó.

El pánico destella en sus ojos. Sus mejillas pálidas, y sus labios


entreabiertos. Por un momento, ella solo me mira. Por su reacción, está
claro que ella nunca habló con nadie sobre ello, no en el sentido
curativo, al menos.

—¿A quién se lo has dicho?

Ella traga. —Paso mucho tiempo…

Tiro gentilmente de su cabello. —Eso no fue lo que pregunte. ¿A quién


le dijiste?

—Mi-mi… nadie.
—Déjame decírtelo de otro modo. ¿Quién sabe o supo?

—Mi familia.

—¿Quiénes en tu familia?

—Mi mamá, papá, y mi hermano.

—¿Alguien más?

Sacude su cabeza.

—¿Ellos no te hicieron ir a un doctor, la policía o terapeuta?

—Mi mamá me consiguió la pastilla del día después.

Yo sé por qué. Su familia trataría de enterrar la vergüenza. Lo que


necesito son detalles y así poder rastrear al cabrón.

—Empieza por decirme ¿Dónde estabas cuando paso?

Un sollozo escapa de su garganta. —No quiero volver allí.

Suavizo mis dedos en su cabello y los paso por sus largas hebras.

—Estoy aquí para ti, nena. No vas a pasar por esto sola.

—No puedo hacerlo.

Ella trata de levantarse, pero la empujo hacia abajo. Si pudiera


encontrar la verdad sin hacerla pasar por esto, lo haría, pero estoy en
un callejón sin salida.

—Tú no tienes que entrar en detalles. Piensa que es como una película.
Míralo desde afuera. Vuelve a las escenas y dime dónde estabas.

—Gabriel, no —ella se pone de rodillas y se aferra a mis muslos—. Por


favor, te lo suplico.
Casi flaqueo. Valentina arrodillada frente a mí, suplicando, es más de lo
que puedo manejar, pero ella necesitar sanar o nunca será libre. El
hombre que robo su virginidad siempre tendrá una parte de ella,
mientras lo tenga guardado dentro. Y ese cabrón no merece su
tranquilidad o dolor. Presiono su cara hacia abajo en mi regazo,
pasando mis dedos por su cabello.

Me armo de valor, y digo en voz severa. —Empieza por el principio.

Ella frota su mejilla en mi muslo. Una gran lagrima rueda desde sus
largas pestañas, la humedad traspasando la tela de mis pantalones.
Ella lame sus labios, los abre y cierra dos veces antes de decir una
palabra.

—Mamá me envió a llevarle la cena a papá. El estuvo trabajando hasta


tarde.

—¿Donde?

—En el taller.

—¿Estaba oscuro?

Piensa por un momento. —Aún había luz. Creo que fue antes de las
seis, porque fue justo antes del programa de comedia por la tarde.

—Bien, continúa.

Ella traga de nuevo. —Un auto se detuvo.

—¿Qué clase de auto?

Todo su cuerpo se pone rígido. —No recuerdo.

—No sientas, nena. Solo dime quién manejaba el auto.

—Y-yo no lo sé. Solo sé que ellos eran viejos.


¿Ellos? Ella había dicho que solo un hombre la violó. —¿Cuantos?

—Cinco, seis. Creo que seis. Estaba asustada. No quise mirarlos.


Mantuve mis ojos en el suelo.

—No lo sientas. —Paso mi pulgar sobre las lagrimas derramadas en su


mejilla.

—¿Qué decían ellos?

—No puedo recordar. No creo que dijeran mucho. Uno de ellos agarro
mi brazo. La bolsa del almuerzo de papá cayó al suelo. Sus sándwiches
se cayeron fuera. Recuerdo pensar cuan enojado él iba a estar si había
arena en ellos.

—Continúa. —Dije cuando ella se quedó callada, pasando mi mano


arriba y abajo en su espalda.

—Ellos se reían, mucho.

La rabia hierve dentro de mí. Siento ganas de romper algo.

—Ellos me llevaron.

—¿Donde?

Ella parpadea. —No lo sé.

—¿Te llevaron en el auto? ¿Te hicieron entrar en él?

—No. Ellos me arrastraron dentro del edificio. Un bar.

—¿Puedes recordar el nombre del bar?

—No lo vi.

Si ella caminó, no fue muy lejos de donde vivía. —Quizás lo viste


cuando pasaste por ahí después.
—Nunca camine esa calle de nuevo.

—¿Cómo era el lugar por dentro?

—Estaba oscuro. Humo. Olía como a humo de cigarrillo. Había un


mostrador, taburetes de bar y un letrero de neón sobre el espejo, creo.
Había una habitación atrás con una mesa de villar.

—¿Había otras personas dentro?

—Un hombre detrás del bar. Lo recuerdo porque grito por ayuda, pero
se dio vuelta.

—¿Cómo era él?

—Gordo. Calvo. Eso-eso es todo lo que recuerdo.

—Lo estás haciendo bien, cariño. ¿Dónde te llevaron?

Ella empieza a sacudirse, su frágil cuerpo tiembla entre mis rodillas.


—Atrás.

—Es una película. No te está sucediendo. ¿Puedes verlo?

—Ellos me arrancaron mi ropa y me sujetaron.

Es suficiente. No lo puedo soportar, pero tampoco puedo dejarlo ir.

—¿Cómo era él?

—Mantuve mis ojos cerrados. No podía mirar.

—¿Solo fue uno?

—Sí. —Dice dócilmente.

Controlo mi ira. —¿Qué paso después?


—Ellos me dejaron.

—¿Cómo llegaste a casa?

—Desperté en un callejón, estaba oscuro.

—¿Despertaste?

—Ellos me golpearon, debí haberme desmayado.

Dios me ayude, arrancaré las extremidades de sus cuerpos y los haré


tragar su polla antes de despellejarlos vivos.

—Trate de caminar, pero estaba herida y sangrando, no llegue muy


lejos. Allí es cuando mi hermano me encontró. Cuando no volví a casa,
mi mamá se preocupó, llamó a mi padre. Me empezaron a buscar.

—¿El te llevo a casa?

Ella asiente, exhalando un tembloroso suspiro. —Mi mamá curo mis


heridas, me quede en casa hasta que los golpes desaparecieron. Mi
padre dijo que encontraría al culpable.

—¿Lo hizo?

—No lo sé. No quise recordar, no quise preguntar.

—¿Puedes recordar la fecha, Valentina?

—Trece de Febrero.

Dos meses más tarde, su padre murió en un accidente de auto, y su


hermano sufrió daño cerebral. La mafia quien se suponía que era su
familia los rechazó, y aquí esta ella, en sus rodillas frente a mí. Meto
mis manos debajo de sus brazos y la levanto hasta mi regazo,
sosteniendo su cabeza contra mi pecho.

—Lo van a pagar.


La tensión se alivia de algún modo de su pequeño cuerpo mientras se
sienta en mis brazos, permitiéndome calmarla y mantenerla a salvo.

Beso la parte de arriba de su cabeza. —No dejare que nadie te lastime


de nuevo.

Por primera vez en mi vida, no tengo más deseo que sostener una mujer
en mis brazos. Hay una satisfacción más grande que la obtenida del
sexo, en proporcionarle fuerza y protección. Es Incluso mejor cuando
ella me permite cuidarla, ser el hombre para ella que no he podido ser
para ninguna mujer.

Nos sentamos así por un largo tiempo. Mi único deseo es llevarla arriba
y recostarla en mi cama, sostenerla hasta que el día termine, pero son
casi las once y Carly estará pronto en casa.

Mi pensamiento se enfría, cuando la puerta de enfrente se abre de


golpe, y Carly vuela a través de ella. Sollozos y lágrimas siguen su paso
mientras corre entre la entrada y escalera arriba. Valentina se sacude
en mis brazos. Se escurre de mi regazo tan rápido como yo, tratando de
ponerme de pie en mis inútiles piernas. Ella me mira con ojos amplios,
preocupación grabada en el rostro.

—No nos ha visto. —Digo.

Tengo que dejar a Valentina para ir detrás de mi hija. Si ese capullo de


niño bonito universitario la tocó, el tendrá su merecido.

En el descansillo de la escalera, la escucho tirar su puerta. Me duele la


cadera cuando me apresuro a su habitación.

—¿Carly? —llamo, golpeando en la puerta.

—¡Vete!

Intento con el picaporte. Está bloqueado. Su llanto me alcanza a través


de la madera.
—Abre la puerta, Carly.

—¡He dicho que te vayas!

—Si no abres esta puerta ahora mismo voy a tirarla.

—No me importa. Me importa una mierda.

—¡Carly! —estoy más preocupado que enojado, pero es la rabia que


suena en mi voz—. Tienes tres segundos.

—Vete al infierno.

Eso es todo. Doy varios pasos atrás y me alisto para empujar. Estoy a
punto de tirar mi peso contra la puerta cuando Valentina viene
corriendo por las escaleras.

—¡Gabriel! —Ella agarra mi brazo—. ¿Qué estás haciendo?

—No te metas en esto.

—La asustarás.

Es la suplica en sus ojos que me hace parar. No quiero asustar a Carly,


pero mis instintos paternales están en marcha.

Paso mis manos a través de mi cabello. —Algo está mal.

Mi preocupación se refleja en el rostro de Valentina. Quizás es la


conversación que sosteníamos antes de la turbulenta entrada de Carly,
pero estamos pensando la misma cosa.

Valentina camina hacia la puerta y la toca gentilmente. —¿Carly?


¿Estás bien? Tu papá está realmente preocupado por ti. Por favor sal y
habla con él antes que haga algo estúpido.

Un hipo y una risa-ronquido vienen de adentro. Reír es bueno. Lo que


sea que está pasando no puede ser tan malo.
—No me siento con ganas de limpiar el desastre que él está a punto de
hacer —Valentina continua—, sin mencionar el tener que enfrentar a tu
abuela cuando él la despierte con todo el alboroto.

La mención de Magda lo logra. Pasos se aproximan a la puerta. La llave


gira. La puerta se abre en un chasquido, y la cara manchada de llanto
de Carly aparece por el marco, rímel regado debajo de sus ojos y su
cabello un desastre. Tengo que apretar los dientes, manos y músculos
para no empujar la puerta abierta, y caminar dentro de su habitación.

Carly sorbe y mira entre Valentina y yo. —No quiero hablar de eso,
papi. Ve a la cama.

—No hasta que me digas que está mal.

—Nada.

Señalo su rostro. —Eso no luce como nada.

—Tú no entenderías.

Es en ocasiones como esta cuando odio a Sylvia con una injusta


intensidad por abandonarnos. —Intentare lo mejor que pueda.

—No, gracias —añade sarcásticamente—. ¿Puedo ir a dormir ahora?

—Bien. Tendré que conducir hasta la casa de Sebastián.

—¡Papá! —Nuevas lagrimas se reflejan en sus ojos.

No soporto ver sus lágrimas. Moviéndome hacia delante, sostengo mis


brazos abiertos para un abrazo, pero ella retrocede unos pasos dentro
de su habitación y empieza a cerrar la puerta. Solo cuando detengo mi
camino ella deja ir la puerta.

—¿Puedo hablar contigo, Valentina?


Valentina me dispara una mirada. Le hice señas para que siguiera.
Estoy desesperado. Usare cualquier medio para que Carly se abra.

—Seguro —Valentina se aclara la garganta—. ¿Quieres hablar en tu


habitación?

Carly la agarra por su brazo y la arrastra adentro, la puerta cerrándose


tras ellas.

¿Porque estoy rodeado de mujeres que se proponen hacer mi vida tan


difícil? Voy a mi estudio y activo el sistema de seguridad. Para la
protección de mi familia, cada habitación en la casa está equipada con
micrófonos escondidos. Nunca se sabe. Es menos que honorable espiar
la conversación de mi hija con Valentina, pero solo un padre entendería
como me siento. Me sirvo un whiskey y tomo asiento detrás de mi
escritorio.

La voz de Carly sale por la bocina. —Tuvimos una pelea.

—Oh, Carly. Lo siento, cariño. Las peleas ocurren, sabes.

—No esta clase de peleas.

—¿Fue grosero contigo?

—No exactamente. De hecho, él fue amable. Solo no entiendo. No


entiendo a los chicos.

—¿Qué hizo para molestarte?

—El rompió conmigo.

—Oh. No sabía que ustedes iban en serio.

—El me lo pidió en nuestra primera cita.

—¿Entonces, el rompe unas semanas más tarde?


—El conoció a alguien más, me traicionó, me mintió.

—Eso debe doler terriblemente.

—El dice que soy muy niña para él. Es tan humillante. Lo odio.

—No deberías verlo de esa forma. Alguien que no le gustes por quien
eres no tiene nada de humillante.

—Es un idiota de primera clase. Está saliendo con Tammy Marais.

—No conozco a Tammy, pero sé que tú eres hermosa e inteligente.


También eres aún muy joven, hay bastante tiempo para que conozcas al
hombre correcto.

—¿Cómo sabes que conoceré a alguien más? ¿Qué y si no hay nadie


para mí ahí afuera?

—Hay bastantes hombres buenos ahí fuera.

—¿Cómo puedo estar segura que les gustaré?

—Siendo tú misma

—¿Has tenido bastantes novios? ¿Tienes uno ahora?

—No salí con nadie.

—¿Por qué no? ¿No te gustan los hombres?

—Estuve ocupada. Tenía mis estudios y un trabajo.

—¿Te lamentas ahora que estas vieja?

Valentina se ríe suavemente. —No soy tan vieja.

—¿Estás arrepentida?
—A veces, pero no suelo llorar sobre las cosas que no podemos cambiar.

—Lo quiero de vuelta Valentina, dime qué hacer.

—¿Quieres mi opinión? El no te merece de regreso.

—Si tú no tienes experiencia con hombres, ¿Cómo sé que puedo confiar


en tu consejo?

—No tienes que confiar en mí, confía en ti, estoy segura que sabes que
vales más que mentiras y engaños.

—Tienes razón, valgo más que Tammy cabello castaño.

—Y las señoritas jóvenes elegantes no son desagradables.

Carly ríe nerviosamente. —No eres divertida, no puedo cotillear contigo.

—¿Ves? Ya te estás sintiendo mejor.

—Supongo, gracias por… uh… poner las cosas en perspectiva.

—No te preocupes. ¿Qué tal un chocolate caliente con malvavisco?

—Mi mamá no lo aprobaría.

—¿Chocolate caliente sin malvavisco?

—Supongo, después que no me haga subir de peso.

—Tú eres delgada. No tienes nada que preocuparte por un chocolate


caliente.

—Bien. ¿Lo traerías a mi habitación?

—Solo si le das las buenas noches a tu papá. El está preocupado


porque te ama.
—Ya se, es solo…. No puedo hablar con él sobre chicos. Se enojaría.

—Dile como te sientes. Si él lo entiende, será más paciente.

—¿Hablarías con él por mí, como lo hiciste para poder salir con
Sebastián?

—Creo que puedes manejarlo todo tú sola.

—Gracias, Val.

—No hay de qué. Ve a ver a tu papá. Dejaré el chocolate caliente sobre


tu mesa de noche.

Corto la conexión de seguridad y pongo mis manos juntas. Valentina


estuvo en lo correcto. No era necesario hacer tanto alboroto sobre Carly
saliendo con Sebastián. El problema se solucionó solo. Valentina fue
buena con Carly esta noche. Le confiaría mi única hija a ella cualquier
día.
Después de abrirme con Gabriel sobre mi violación, él se volvió más
posesivo que nunca. Pero también me quito un peso de encima. El
consejo de mis padres fue pretender que ese día nunca paso, hasta
Gabriel, nadie sabía exactamente qué había ocurrido. Mi mamá no
quiso escuchar los detalles. Ella quería evitarme el dolor de revivirlo.
Habría confiado en Charlie, pero no tuve oportunidad. Después del
ataque, mis padres hicieron todo en su poder para complacerme.
Cuando dije que tenía ganas de un pastel de chocolate, mi padre nos
subió a Charlie y a mí en el auto y entonces el accidente que cambio
nuestras vidas por siempre sucedió.

Gabriel me hace ir a su estudio cada noche después de cenar. Me siento


a sus pies con mi cabeza en sus muslos mientas el lee y comenta sobre
mis deberes o mira las noticas mientras acaricia mi cabello. Luego, él
me folla dependiendo en cómo interpreta mis necesidades y estado de
ánimo. A veces tierno y a veces duro. Yo disfruto lo que sea que me dé,
necesitando su cuerpo con una intensidad que no disminuye, sin
importar cuantas veces el me haga correr.

Las cosas están mejorando en mi vida. Desde que Carly se abrió


conmigo sobre su ruptura con Sebastián, nuestra relación es amistosa.
Aletta dice que si entrego mis asignaciones, ella detendrá mi
cancelación de estudios, dándome una segunda oportunidad en mis
sueños. Aún puedo ser algo más que una criada después de nueve
años. Con la beca, tengo más dinero para gastar en Charlie y Kris.
Incluso me puedo permitir llevarlos a almorzar el domingo. Elijo el
restaurante en Rosebank, cerca de El Toro, un lugar exquisito donde
Marie acostumbra comprar un chorizo español. Magda me pide hacer
Paella el lunes y ella solo come este particular tipo de embutido en el
platillo. Ya que El Toro no hace entrega a domicilio, aprovecho recoger
mi orden mientras consiento a Kris y Charlie.

Conseguimos una mesa en la terraza de Roma y ordeno espagueti con


vieiras en crema de albahaca. Charlie está abriéndose camino en su
segundo refresco de helado. Sus ojos brillan, y sus mejillas tienen un
color saludable. El incluso perdió un poco la soltura alrededor de su
cintura.

—El cambio es notorio en él, Kris.

Ella toma un sorbo de su vino. —El es un buen paseador de perros.


Además, me ahorra mucho tiempo.

—Me hace feliz verlo así. Deseo poder hacer más.

—Entonces, ¿Qué hay de este almuerzo? —Ella pregunta después que


hemos terminado de comer, directa como siempre.

—Tengo buenas noticias. La universidad me concedió una beca


completa.

—Pensé que la abandonaste.

—Lo hice, pero Gabriel le dijo a Marie que debería volver al trabajo
pronto. Tendré tiempo de estudiar de nuevo y con la beca completa, no
necesitaría preocuparme por el presupuesto.

Reclinándose, se cruza de brazos. —¿Qué está sucediendo con él, Val?


—Nada —agarro mi servilleta, rompiéndola en pequeños pedazos—.
¿Por qué?

No le puedo decir a nadie lo que sucede a puertas cerradas en la casa


de Gabriel. Especialmente a Kris. No lo entendería... Rayos, a veces ni
yo lo entiendo.

—El ha estado en el consultorio.

Prosigo. —¿Para qué?

—Para comprar comida de gato y perro, aparentemente. Tiene una


orden abierta.

—No me lo dijo.

—Estas durmiendo con él, ¿cierto?

Sacudo mi cabeza y miro a Charlie, pero esta entretenido con su


bebida. No le puedo mentir a Kris en su cara, por lo que no digo nada.

—Él es un usurero y tu estas en deuda con él por nueve años. ¿Quieres


saber que pienso? Pienso que tú eres su juguete sexual. Su juguete
favorito por el momento. Él te viste, okey. Vi las encomiendas que llevó
a mi casa y paga tus deudas. Ey, no me estoy quejando, necesito del
negocio. Todo lo que digo es que no te enamores de él.

Miro a lo lejos donde una mamá y un papá esta almorzando con una
linda niña pequeña. —No es así.

—¿Cómo es entonces? ¿Estás desfilando para él en un vestuario de ama


de llaves francesa? ¿Es esa su fantasía?

Le regaño con la mirada. —¡Detente!

—Eventualmente todos se cansan de sus juguetes, incluso de sus


favoritos.
—No tengo opción —digo en voz baja—. Él no es tan malo, Kris. Creo
que se esfuerza mucho por tratarme mejor.

Ella se inclina hacia delante. —Él es un maldito asesino. Un criminal.


The breaker, Val. ¿Necesitas que te recuerde como asesina personas?

—No.

—No lo endulces solo porque es bueno contigo. Nunca olvides quien es


él. Más importante, nunca olvides quien eres tú y que eres para él.

—¿Qué soy?

—El pago de la deuda. Eres una esclava.

—Llámalo como quieras, pero hice un trato para salvar la vida de


Charlie. Seré una esclava, una zorra, romperé mi culo y trabajaré con
mis dedos hasta los huesos para mantenerlo a salvo.

—¿Qué hay de tu vida?

Kris no sabe mi historia. No sabe como Charlie me recogió en la


miseria, golpeada y tirada a punto de morir y me cargo por más de dos
millas. Ella no sabe que él se sentó al lado de mi cama y sostuvo mi
mano cada noche después del asalto, cuando estaba temerosa de cerrar
mis ojos para dormir.

—Hice una elección, Kris. Le hice una promesa a Gabriel Louw y no


rompes una promesa a Gabriel, dame un descanso. ¿Quieres? Hago lo
mejor que puedo.

—Jesús, Val. Si esto es lo mejor, entonces te diriges a un cúmulo de


mierda. Te cortaste los dedos por amor de Dios. —Se pasa una mano
por su frente—. ¿Cómo va a terminar esto?

—Después de nueve años me voy; consigo un trabajo; una casa decente


para mí y Charlie. Y dejaré de molestarte.
—No eres una molestia niña, pero me preocupas.

—Lo sé. —Empujo mi silla hacia atrás desesperada por aire—. Llevaré a
Charlie a caminar.

—Ordenaré el postre. ¿Tiramisú?

—Suena bien. Vamos, Charlie. —Tomo el brazo de mi hermano y


cruzamos la esquina de RoseBank para pasear por el andén frente a las
tiendas. Charlie se detiene y mira cada ventanal. No hay muchos
objetos que le guste como los colores.

—¿Charlie?

Él apunta hacia una bicicleta roja en una tienda de deportes.

—Mi-mira.

—¿Qué? —Quiero que él lo diga. Quiero saber que está pasando por su
mente.

—Bo-bonito.

—¿Qué es bonito?

—Mi-mira. —apunta de nuevo, frustrándose.

—¿La bicicleta?

Él ha cambiado, entretenido ahora con un estante de coloridos cascos


de ciclismo.

—Gu-gustar.

—¿Cuál?

Él rueda sus hombros como siempre cuando está molesto y continúa


por el camino con un ritmo rápido.
Corro para alcanzarlo tomando su mano. —¿Recuerdas como solías
llevarme caminando de la casa al colegio?

Se apresura rumbo a la calle. Una vez que Charlie tiene una misión es
difícil distraerle. Él coloca todo su peso en una tarea y no se detendrá
hasta complacer lo que se ha propuesto hacer. Estoy anhelando la
conexión que una vez tuvimos. Añoro tener a mi hermano de regreso,
regresarlo a sí mismo, pero él está en su propio mundo y algunas veces
me pregunto si incluso soy parte de él.

Nos detenemos en frente de un Ferrari rojo parqueado en el bordillo;


esto es lo que atrae su atención. Cuando saca sus manos y toca la
brillante carrocería, lo halo hacia atrás.

—No toques el auto. ¿Qué te he dicho acerca de tocar cosas que no son
de nosotros?

—Está bien. —Dice una voz masculina.

Giro hacia donde proviene la voz. El hombre frente a nosotros tiene


cabello rubio y una cara bronceada; con ojos verdes amigables.

—Puedes tocarlo si te gusta —Le dice a Charlie—, es mío.

El hombre es tan hermoso como su carro. Es la clase belleza


pecaminosa que haría a una mujer olvidar a su compañía masculina en
una fiesta.

Tiro de la mano de Charlie —Deberíamos irnos.

—Puedo darle una vuelta si gustas.

—Vu-vuelta.

—Uh, gracias —pongo mi cabello detrás de mi ojera—. Pero mi amiga


esta esperándonos.

—Es una pena —Él tiende su mano—. Soy Michael.


Extiendo la mano con vacilación, pero antes de decidirme él estrecha su
amplia palma alrededor de la mía y la sacude. Cuando no digo nada, el
me da una divertida sonrisa.

—¿Tú nombre es?

—Valentina.

—Es lindo —Me


Me deja ir y estrecha manos con Charlie
Charlie—.. Tienes buen
gusto eh… —Levanta
Levanta una ceja y espera.

—Charlie. —Digo.

—Es
Es un placer conocerlos a ambos, quizá podamos hablar sobre esa
vuelta. Si me das tu número puedo llamar cuando sea conveniente.

—Nuestro
Nuestro postre está listo —La
La palabra “postre” captara la atención de
Charlie—.. Gracias de todos modos.

Charlie me deja liderar el camino de regreso cruzando la esquina hasta


nuestra mesa.

—¿Quién es ese? —pregunta


pregunta Kris.

—No
No lo sé. A Charlie le gusto su auto.

—Da igual —Ella


Ella ondea su cuchara en el plato frente a mi
mi——. Empieza a
comer, esta delicioso.
ES DURO decirle adiós a Charlie, al menos él luce feliz. Dejo a ese
pensamiento tranquilizarme mientras cruzo la calle hacia donde espera
el Jaguar de Gabriel. Es Rhett quien sale.

—¡Hola! —digo sorprendida. Gabriel dijo que él me buscaría.

—Gabriel está ocupado. —Dice con un guiño, sostenido la puerta para


mí.

Espero hasta que entra en el tráfico para preguntar. —¿Dónde está?

—En la empresa.

Un escalofrío me recorre. ¿Y si está rompiendo los huesos de alguien?


¿Matando a alguien?

Rhett me da una mirada de reojo. —Es mejor no preguntar.

—No iba a hacerlo. —Miro a través del vidrio para escapar de sus
penetrantes ojos.

—Por otro lado —Continúa radiantemente—, podemos entrenar.

Volteo hacia el rápidamente. —¿Enserio?

—Él estará ocupado hasta tarde.

Mi ánimo mejora. Tengo que aprender cómo defenderme. Gabriel no


estará ahí siempre para protegerme; como dijo Kris, él se cansará de su
juguete tarde que temprano.

Rhett cambia la marcha y aumenta la velocidad cuando entra en la


autopista. —¿Por qué la cara triste? ¿Está tu hermano bien?

—Domingo triste. —Intento sonreír, pero es un débil intento.

No hablamos por el resto del camino. En casa, me cambio a unos


pantalones y suéter; y me uno a Rhett en el gimnasio. Es raro estar
aquí fuera por mí misma; libre albedrío. El gimnasio representa un
lugar de dolor erótico y arraigado placer para mí. Mi cuerpo reacciona al
pensamiento, enviando humedad a mi coño. Sacudo mi cabeza y muevo
mis dedos, físicamente expulsando la inoportuna excitación del
recuerdo de lo que Gabriel me hace aquí.

—¿Lista? —Rhett camina a mi alrededor como un boxeador midiendo a


su oponente.

—Dame tu peor golpe.

Él se ríe. —Eres graciosa.

Me lanzo a su alrededor y le pego en el estómago. —¿Gracioso como


esto?

Mis nudillos duelen y él ni siquiera se inmuta. Antes de saber que está


pasando, él patea mis pies debajo de mí con un rápido movimiento de
su pierna haciéndome caer en mi trasero con un quejido.

—Este movimiento es un juego de niños, tetas alegres. Tienes un largo


camino antes que puedas manejar mi peor golpe.

—Ok, polla corta. —levanto mi mano para que me ayude a levantar.

Él solo se ríe del diminutivo nombre. Cuando está a medio camino hago
el gesto de levantarme, tiro fuerte, usando el momento para llevarlo al
piso. El hace un movimiento de hombros gracioso y da vuelta sobre mí,
sujetándome cara abajo en la colchoneta.

Suelta una risita. —Tienes espíritu; te daré eso, tetas alegres.

—Jodete, polla corta.

—¿Quieres ver? Te retractaras de tus palabras.

—No gracias. Pateando tus bolas cuando tus pantalones están


alrededor de tus tobillos no sería un juego justo.
El se ríe de nuevo. —Sip, eres graciosa. —Se pone sobre sus pies y me
hala hacia arriba por mi brazo—. Empezaremos con algunos
movimientos básicos de defensa y cuando hayas aprendido el truco de
ellos, te enseñaré como usar la fuerza del atacante para golpearlo.

El minuto que estoy de pie, pateo a sus pies como lo hizo conmigo, pero
atrapa mi pierna manteniéndome prisionera.

—Eres un aprendiz rápido y tienes mayor coraje que cerebro, pero


déjame hacer la enseñanza, no quiero que te lastimes.

Doy saltitos alrededor en un pie para mantener mi balance. —Tomará


un poco más que eso.

—Como dije, más coraje que cerebro; eres pequeña. Tienes que
aprender a pelear con inteligencia.

—Okey.

Él me libera. —¿Lista?

Por la siguiente hora él me entrena. Para el momento que da por


finalizado el día, estoy sudando.

—Mejor toma una ducha, Gabriel estará en casa pronto.

—Quiero aprender a usar un arma también.

Él apoya sus manos en sus caderas y me contempla debajo de sus


cejas. —Valentina.

—Es un gran mundo malo ahí fuera, no viviré aquí por siempre.

Después de un momento, él suspira y sacude su cabeza. —Una vez


hecho, no hay vuelta atrás.
Estoy contenta con mi progreso. Finalmente, estoy saliendo de mi
burbuja vulnerable. Hay el tiempo suficiente para tomar una ducha
antes que Gabriel entre a mi habitación.

El camina y se detiene contra mi espalda. —¿Cómo estuvo tu fin de


semana?

—Bien.

Empuja mi cabello a un lado y besa mi cuello. —Haremos una velada en


casa el martes. Será una noche larga.

—Está bien. ¿Tienes algún menú en mente?

—Magda te informará; es importante para ella. —No necesita decir más,


él quiere mi mejor comportamiento—. No olvides tu chequeo mañana.

Vendo las heridas religiosamente, pero aun están rojas e inflamadas.

Él coloca sus brazos alrededor de mi cintura y me jala contra su pecho.

—Inclínate y pon tus manos en la pared.

Su tono esta entrecortado como cuando está desesperado y no puede


esperar más; mi cuerpo crece deliciosamente caliente y húmedo. Curvo
mi espalda y me soporto en la pared; él sube mi falda a la cadera y tira
de mis bragas hacia abajo. El sonido metálico de su cinturón suena en
la habitación seguido del áspero tirón de su cremallera. Su polla
empuja contra mis pliegues. Sin advertencia él se sumerge dentro,
penetrándome de una, bombeando duro. Mi espalda se arquea por la
fricción.

—Joder, Valentina. —Él se mantiene quieto ya sea para darle tiempo a


mi cuerpo de acomodarse a su alrededor de su larga polla o para poder
controlarse a sí mismo.

—Follame como quieras. —Jadeo sin poder mantenerlo por más tiempo.
—Oh, lo haré. —Agarrando
Agarrando mis caderas entre sus palmas, él se sale del
todo y entra de un golpe. Placer recorre a través de mi vientre. El no
pierde tiempo en llevarme al clímax follándome duro. Cuando me corro,
es explosivo, pero también es su liberación. Él gruñe y se mantiene
bombeando hasta que su polla es demasi
demasiado
ado blanda para mantenerse
dentro de mí. Solo cuando su polla se desliza fuera, se pone sobre sus
rodillas y succiona mi clítoris dentro de su boca; es imposible no
correrse de nuevo, él es implacable. Él tiene sus dientes en mi clítoris y
sus dedos en mi coño y culo.

Nuestros sonidos se mezclan hasta que hay un solo quejido en la


habitación. Él me hace correr de nuevo en su boca, llevándome al borde
de la locura; mis piernas no pueden cargar mi peso. Cuando colapso, el
me atrapa alrededor de mi cintura y m
mee lleva a la cama. Él me sostiene
hasta que está oscuro afuera y entonces me folla de espalda y en mis
manos y rodillas hasta que mi garganta esta ronca de tanto gritar. Mi
cuerpo está exhausto; no puedo darle más, pero yo quiero más de él;
soy insaciable y es el responsable.

Mi corazón duele con algo que no puedo nombrar cuando él me deja.


Permanezco acostada en la oscuridad hasta que ya no puedo sufrir por
más tiempo. Solo hay una cosa por hacer; me escabullo a través de la
casa oscura hasta su habitación
habitación.. Él está de pie en el marco de la puerta
como si me esperara. Saltando dentro de sus brazos, me aferro a él; soy
una extraña para mí misma, no entendiendo esta mujer que no puede
respirar sin su captor. Envuelve sus manos alrededor de mi culo para
sostenerme
rme y besarme largo y dulce. Gentilmente, el me recuesta en su
cama, jalándome hasta su pecho; solo entonces a salvo y feliz, caigo en
un exhausto sueño.
LA CITA CON EL DOCTOR será a las cuatro del día siguiente. Mientras
me alisto, Gabriel me llama por el intercomunicador y me ordena ir a su
habitación. Si no salimos pronto, se hará tarde. ¿Por qué querrá verme
ahora? Antes que pueda tocar la puerta, él la abre. Me congelo con mi
mano a medio camino en el aire; unas sabanas desechables yacen en el
sofá cama, y una camilla con monitores y escáneres a su lado. El
mismo doctor de antes, Samuel Engelbrecht, espera en la habitación.
Miro hacia Gabriel por respuestas, pero él no dice nada, solo me jala
dentro y cierra la puerta.

—Desvístete y recuéstate ahí. —Dice el doctor.

Asumí que iba a ver el doctor que me opero en la clínica. Lo que el


doctor de Gabriel demanda no tiene sentido. —¿Necesita que me
desvista para que me revise los dedos?

Gabriel toma mi mano. —Después de lo que me dijiste, quiero


asegurarme que está todo bien. Podrías haber sufrido lesiones internas
de las que no estás enterada.

Un sonrojo sube hasta mi cuello, calentando mis mejillas. —¿Por qué


no me lo dijiste?

—No quería estresarte.

Quito mi mano de la suya. —Esto no es necesario.

Sus ojos se vuelven duros. —Quítate la ropa o lo hare por ti.

Me siento tan humillada que no sé dónde mirar. No dudo ni por un


minuto que Gabriel cumplirá su amenaza. Lagrimas de rabia queman
en mis ojos mientras les doy la espalda a ellos y me quito mis zapatillas,
uniforme y bragas. Acomodo mi ropa en el brazo del sillón me recuesto
en el sofá cama.

El médico se acerca con una sonda. —Dobla tus piernas.


Lo hago a regañadientes, evitando los ojos de Gabriel. El doctor coloca
un condón sobre la sonda, la lubrica con un gel y la inserta gentilmente
en mi coño. El escáner pita con vida. El no dice nada mientras me
examina, solo le da a Gabriel un asentimiento cuando el libera la sonda.
Mi abdomen es el siguiente, no estoy segura que está buscando y no
puedo imaginar porque Gabriel quiere saber si la violación daño mi
cuerpo. Después del ultrasonido, el doctor mide mi presión arterial y me
pesa. Es cuando el trae una aguja a mi brazo que comienzo a protestar
nuevamente.

—¿Qué es eso?

Gabriel agarra mi muñeca, pasando su pulgar sobre mi pulso. —Es una


inyección de vitaminas.

—No la necesito.

—Ya te lo dije, tu salud es mi responsabilidad.

Hay una nota de acero en su voz. El me sostendrá si tiene que hacerlo,


no tengo más opción que aceptar la inyección y lo que sea que hay en
eso.

Con la inyección terminada, el doctor me deja vestirme y hace que me


siente en la cama para examinar mi dedo. Su cara esta en blanco, pero
él mira la herida por un largo tiempo.

—Voy recetarte un antibiótico fuerte. Quiero verte todos los días.

—¿Cual es el problema?

—Una pequeña infección —Dice como si le hablara a un niño—. Tienes


que mantenerlo quieto. No uses la mano.

La vendé ajustada cuando luche con Rhett y nosotros fuimos


cuidadosos; también soy cuidadosa con el trabajo de la casa.
El doctor mira a Gabriel. —¿Hay
¿Hay posibilidad que la mantengas quieta
por un par de semanas?

La mandíbula apretada de Gabriel es suficiente para darnos una


respuesta. Magda jamás lo dejara.

—Bien, entonces —El


El doctor comienza a reunir su equipo
equipo——. ¿Mañana a
la misma hora?

—Sí. —Dice Gabriel.

Cuando el doctor se ha ido, reúno valor para confrontar a Gabriel.


—¿Por qué?

—No
No me hagas repetirte las respuestas que ya te he dado.

—¿No
¿No se va a llevar sus aparatos? —Hago
Hago mención a la camilla con los
monitores.

—Estarán
Estarán aquí por un tiempo.

—¿Qué
¿Qué estás haciendo, Gabriel?

El ahueca mis mejillas. —Cuidando de ti.

Cuando jala mi cabeza hacia su pecho, no me puedo resistir. Solo


puedo derretirme contra él, dejando que sus erráticos latidos me
seduzcan haciéndome pensa
pensarr que de hecho a él le importa mucho más
que mi cuerpo.
POR LA CUIDADOSA planificación del menú, es obvio que la cena del
martes en la noche es importante para Magda. Ella elije un aperitivo de
mousse de caviar, seguido de crumble de salmón y espinacas con
pasteles dulces de postre. Preste especial atención a la cocina,
asegurándome que no haga nada para poner en peligro nuestro trato.
Giro mi cabello en un ordenado moño a la base de mi cuello y restriego
mis uñas, las cuales están teñidas de naranja por el curry con el que
usualmente cocino. El mousse está listo justo cuando Magda suena la
campa para servir. Balanceando la bandeja en una mano, empujo la
puerta oscilante hacia el comedor con mi hombro, abriéndola.

Mirando hacia arriba me congelo en el acto. El hombre sentado al lado


opuesto de Gabriel es el mismo de Rosebank, el del Ferrari. A su lado se
sienta una belleza de cabello rojo con pecas en su nariz.

—¡Valentina! —Michael salta en sus pies y sostiene la puerta para mí,


para pasar.

Gabriel se vuelve rígido. La boca de Magda se abre y sus ojos de pit Bull
cayendo en las esquinas.

—¿Se conocen? —Gabriel pregunta; sus fríos ojos azules estrechados en


mi.

—Nos conocimos el domingo —Michael toma asiento de nuevo—. Ella


no me dio su número —Él toma la mano de la pelirroja y sonríe—,
parece que el hada madrina del destino sigue haciendo su trabajo.

—Valentina no está disponible. —Responde Gabriel fríamente. Se vuelve


hacia mí—. ¿Cómo se conocieron exactamente?

Aclaro mi garganta. —En Rosebank.

—¿Qué estabas haciendo allí?

Lo que hago en mi tiempo libre no es de su incumbencia y su actitud


celosa es injustificada e irrazonable, pero Magda aun puede poner una
bala en mi cabeza por volver a hablar o tirar una cuchara, así que
decido responder obedientemente—. Fui a El Toro para comprar el
chorizo.

—Yo fui a El Toro para recoger una botella del vino favorito de Magda.
—Dice Michael—. ¿Ya ves? Intervención divina.

—Ella pertenece a su clase —Dice Magda—. Nosotros la recogimos en


Berea.

Camino alrededor de la mesa, sirviéndoles a las personas que hablan


sobre mí como si no estuviese en la habitación. Quiero regar el mousse
en su regazo. Charlie, piensa en Charlie.

—No me importa de donde es ella —dice la mujer—; no somos snobs de


esa manera.

Ella tiene una roca de diamante en el anillo de su dedo anular. Ella


debe ser la esposa de Michael. ¿Les gustan los tríos? No puedo salir de
esta habitación lo suficientemente rápido. En la cocina, inhalo y exhalo
para controlar mi ira. Estoy harta de ser mirada como un pedazo de
carne.

Por el resto de la cena, el estrés aumenta cada vez que piso dentro del
comedor. Michael me mira boquiabierto mientras su esposa elogia mi
apariencia física; la cara de Magda esta roja con molestia. El que más
me da miedo es Gabriel; el esta callado. Callado nunca es bueno.

Para el momento en que sirvo los pasteles en el salón, mi estomago


duele con tensión. Mi esperanza de escapar es destruida cuando
Gabriel me llama de nuevo mientras estoy a punto de salir.

—Valentina —Hay autoridad en su voz—. Ven aquí.

Cuatro pares de ojos están mirándome. Magda se sienta en una silla


solitaria en el lado corto de la mesa de café. Su mirada es con desprecio
y esperanzadora. Ella espera que desobedezca; las consecuencias serian
divertidas de mirar. Michael mira con abierta curiosidad mientras su
esposa tiene un destello de excitación en sus ojos. Mi mirada se bloquea
con la de Gabriel. En una instrucción silenciosa, él toma un cojín del
sillón y lo tira en el piso al lado de sus pies. No tengo opción. Camino
hacia él, la pesadez de mi estomago crece con cada paso; como he
hecho muchas veces antes, me siento a su lado. Una sonrisa de
aprobación calienta su cara. El me mira como si no hubiese nadie más.
Ahueca mis mejillas e inclina mi cabeza para apoyarla en su muslo.
Entonces nuestro breve privado momento ha terminado; Gabriel
continúa su conversación de negocios en una manera formal, mientras
juega distraídamente con mi cabello.

Magda parece un dragón hinchado a punto de arrojar fuego por su


boca. Michael y su esposa obviamente están acostumbrados a esta
clase de comportamiento. Mi posición en el piso, mientras Gabriel me
acaricia no toma más de su atención, excepto por la ocasional y
envidiosa mirada que Michael le dispara a Gabriel.

Mientras ellos están discutiendo un contrato de arrendamiento por


nuevas promesas de negocios, Gabriel me alimenta con sorbos de
champán. Cuando la bandeja con los dulces pasa alrededor, él toma su
tiempo para estudiar la selección y escoge uno de los milhojas que mete
en mi boca; su pulgar se queda en mi lengua. Después que he
masticado y tragado, limpia el glaseado de la esquina de mi boca antes
de lamer su dedo limpio, dándole a la acción toda su atención. Hay una
sonrisa en sus ojos mientras me mira. De nuevo, estamos compartiendo
un momento del que las otras tres personas en la habitación no son
parte.

Después del postre, él intercambia el champán por whiskey. No soy una


gran bebedora; ya estoy entonada por el champán. Sacudo mi cabeza
cuando el presiona el vaso en mis labios, pero sus dedos se aprietan en
mi cabello, jalando hacia atrás para arquear mi cuello. Él toma un trago
del vaso y trae su boca hacia la mía; entiendo su intención solo cuando
separa mis labios con su lengua, forzándome a abrirlos y pasarlo
directo a mi boca, lo trago sorprendida. El mantiene mi cabeza en su
lugar para arrastrar su lengua sobre mi labio superior, lamiéndome
hasta limpiarlo. Solo entonces es cuando deja ir mi cabello, mi cara esta
en llamas con vergüenza. Si la señora y el señor Michael se encuentran
impresionados, no lo demuestran; Solo Magda se mueve en su silla.
Cuando Gabriel trae el vaso a mis labios por segunda vez, abro la boca
sin protestar. Ser alimentada a la fuerza enfrente de su madre y amigos
no es una experiencia que me gustaría repetir. Es como si Gabriel
estuviera haciendo un punto demostrando que le pertenezco.

Al final de la velada, tres vasos de champán y un whiskey más tarde, he


pasado de estar entonada a sentirme alegre. Estoy consciente de lo que
está pasando a mí alrededor, pero viendo doble y mi nariz esta
entumecida; también estoy extremadamente letárgica. Estoy agradecida
cuando Michael se pone de pie y anuncia su partida.

El camina lentamente hacia nosotros. —¿Puedo besar a tu dama,


Gabriel?

Gabriel coloca una amplia mano en mi hombro—. No puedes.

El hace una cara de decepción simulada. —Entiendo. Actuaria de la


misma forma si ella fuese mía. Me haces desear una sumisa de nuevo.

—Ella no es una sumisa —Magda ataca—. Ella es una propiedad.

Michael suspira, apenas mirando a Magda. Sus ojos encuentran los


míos. —Incluso mejor.

Su esposa cruza el suelo para recostar su cabeza en el hombro de


Michael. —Si alguna vez te cansas de ella, Gabriel, déjanos saber.
Estaría encantada de hacerle una propuesta.

—Eso no pasará —Dice Gabriel a través de sus labios apretados—. Ella


es demasiado valiosa para mí.

—Quieres decir que su deuda es muy alta. —Magda corrige, su mirada


comunicando algo a Gabriel que no entiendo.

Michael le da una palmadita en el hombro de Gabriel. —Bueno, buenas


noches mi buen hombre. La próxima vez la cena es en nuestra casa
—Él me mira—, deberías traer tu…

Propiedad, juguete, cuatro cientos mil rands activos.


—Ama de llaves. —Dice Magda.

Gabriel se pone de pie. —Te acompañaré a la salida. —Él me direcciona


con un simple comando—. Quédate.

Mientras Gabriel y Magda ven a sus invitaos irse, permanezco como


Gabriel me ordenó. Mi cabeza está girando y no estoy de humor para
castigos esta noche. Cuando ellos regresan, los hombros de Gabriel
están tensos y la boca de Magda esta apretada en una dura línea.

—Buenas noches, Magda —Dice intencionadamente.

Magda no es tan fácil de despedir. —Tú me avergonzaste. No toleraré


esta clase de comportamiento enfrente de nuestros invitados.

Gabriel sonríe con superioridad. —Ellos no me parecieron


avergonzados.

—Recuerdo que esta es mi casa.

—Tú insististe que viviéramos aquí.

—Por razones de seguridad. Hay cientos o más personas que les


gustaría tener tu cabeza en un plato.

—Concuerdo. Es más fácil protegernos todos debajo de un techo; eso no


quiere decir que puedes decirme que hacer. Como tú misma dijiste, ya
no tengo doce años.

Sus fosas nasales se dilatan. —¿Estas lidiando con lo que hablamos?

—Lo estoy.

—¿Hasta cuándo?

—Pronto.
Ella lo contempla por un momento en silencio. Estoy parte aliviada
cuando ella sale de la habitación. La otra parte de mi se tensa ahora
que estoy sola con Gabriel. Su humor es oscuro. ¿Va a castigarme? El
me tiende una mano y me jala en mis pies. Mis piernas están adoloridas
por estar sentada en la misma posición por horas; me tambaleo,
estrellándome en su pecho.

—Lo siento. —Balbuceo. Oh Dios, mi lengua está dormida.

Me pone de pie con sus manos en mis caderas, probando mi balance


antes de soltarme. Cuando controlo el estar de pie sin caerme, da un
paso a un lado y apunta a la puerta, interpretándolo como mi señal de
salida. Tomo unos cuantos pasos, pero tengo que sostenerme de los
muebles para mantenerme derecha. No logro llegar hasta el sofá antes
que sus manos me detengan. Con un brazo alrededor de mis hombros y
el otro debajo de mis rodillas, el me carga y lleva arriba.

—La cocina. —protesto, apuntando a la dirección opuesta.

Su pecho retumba con su voz profunda. —La cocina puede esperar.

En frente de su habitación, se entorpece con la perilla. Cuando la


puerta se abre, me lleva dentro y la cierra de una patada. El equipo
médico aun esta aquí; vagamente me pregunto cuando el doctor va a
enviar por ello.

Recostándome en la cama, el me desviste y después a sí mismo. Su


cuerpo es duro y rudo, las líneas partidas y las cicatrices profundas se
adicionan a su masculina y prohibida belleza. El salta sobre mí,
sujetando mis brazos encima de mi cabeza. El alcohol afloja mis
inhibiciones. Esto no es una buena idea, quizá diga y haga cosas de las
que me arrepentiré en la mañana.

—Gabriel —Su nombre sale como un susurro de necesidad—, creo que


estoy ebria.

—Bien. Una mujer ebria nunca miente.


El se mueve hacia abajo y toma mi pezón en su boca. Me arqueo,
chillando mientras el placer se riega por mi cuerpo.

El lame sobre la punta de mi pezón. —¿Lo encuentras atractivo?

Su lengua rasposa envía corriente sobre mi piel. Esfuerzo mi cuello para


mirarlo. —¿Qu-que?

El lame el otro pezón antes de succionarlo profundamente en su boca

—¡Ah, Dios! Gabriel. —caigo de espaldas, jadeando.

—Michael, ¿Lo encuentras atractivo?

El agarra mis muñecas en una sola mano y mueve la otra entre mis
piernas, separando mis pliegues y golpeando mi clítoris. Mis caderas se
elevan hacia él, pero el remueve su toque.

—Respóndeme, Valentina.

Me quedo sin aliento mientras el presiona la yema de su pulgar en mi


clítoris. —Sí, si, el es muy hermoso.

Su cara se contorsiona en una mezcla de dolor y aceptación como si


supiera la respuesta, pero quisiera castigarse el mismo oyéndolo. Es
una inusual muestra de emoción. El es un libro abierto mientras mira
hacia mí, quizás porque él cree que soy incoherente, pero el alcohol afila
mi conciencia y sentidos.

Extrañamente, mi temor se retira lejos al rincón en mi mente,


dejándome perceptiva a todo lo demás. A las sensaciones fluyendo entre
nosotros y especialmente a sus dedos mientras me abre y desliza un
dedo en mi humedad, follándome lentamente.

—¿Te gustaría que él te follara?


Frunzo el ceño, tratando de imaginar a Michael en la posición de
Gabriel. La idea de cualquier otro hombre tocándome me llena de
desagrado. —No.

—Puedes ser honesta. No te castigaré por la verdad.

Contraigo mis músculos internos, tratando de tomar sus dedos más


profundos y apretar mi coño contra su palma. —¿No entiendes lo que
me has hecho? Te deseo a ti, Gabriel.

El dolor en sus ojos no se reduce. Hay alivio, pero aun el dolor se


mantiene en su cara dentro de los duros ángulos que enfatizan sus
rigurosas características. Las sombras de la habitación esconden las
cicatrices blandas en su mejilla, pero no la sombría luz de sus fríos ojos
azules mientras me mira. Para mí, el es perfecto. Amo las duras líneas
que definen su inusual belleza masculina e incluso la melancolía que
está permanentemente grabada en su cara. Necesitando su toque, jalo
de su agarre, pero lo ajusta más.

—Por favor, Gabriel. —Le suplico con mis ojos, mi voz y mis caderas.

El gruñe mientras muevo la parte inferior de mi cuerpo, capturando su


mano entre nosotros. Lentamente, el apretón de sus dedos en mi
muñeca se relaja, permitiéndome levantar mi mano a su cara. Ahueco
sus mejillas y paso mi pulgar sobre el devastador mapa de cicatrices. Es
aterrador mirarlo, pero cuando encuentras el valor de mirar, realmente
mirar, el poder de la belleza que yace debajo de la destrucción física es
cegador. He visto su belleza interior, también. El es un buen padre para
Carly y me da mucho más de lo que toma, incluso si no soy nada más
excepto una propiedad para él.

—Solo te deseo a ti. —susurro.

Por un momento, el se presiona en mi toque, pasando su cicatrizada


mejilla sobre mi palma, pero entonces el mueve su cabeza aparte,
apuntando su cara hacia la oscuridad.

—Gabriel. —protesto.
El empuja mis piernas ampliamente abiertas, posicionando su polla en
mi entrada.

—Gabriel.

Digo su nombre, tratando de traerlo de vuelta a mí, para capturar el


momento que habíamos perdido; pero él se soporta a sí mismo sobre
mis brazos, poniendo más distancia entre nosotros. La única conexión
entre nosotros es su polla que golpea violentamente dentro de mi
cuerpo. Un dolor se esparce dentro de mí. El bombea de nuevo,
estrechando y quemándome con ese ligero dolor que me dice que es
demasiado rudo. Él me folla tan fuerte que mi cuerpo se desplaza hacia
la cabecera. Una y otra vez el bombea dentro de mí y todo lo que puedo
hacer es envolver mis piernas y brazos a su alrededor, sosteniéndolo
mientras le doy todo lo que tengo. Con cada embestida, el gruñe;
manteniendo su cara apartada de mi. El nunca me había follado tan
brutalmente antes, e incluso mientras duele, mi alma disfruta su
posesión. Por ahora, no me importa que sea una propiedad. No me
importa que tenga un precio y un cuerpo vacio. Solo quiero ser suya.

—Solo tú. —Digo.

El se lanza dentro de mí fuertemente, sus gruñidos más fuertes,


castigándome por algo que no entiendo. Entre más rudo me trata, más
suave mi cuerpo se amolda a su alrededor.

—Solo tuya.

El ruge, bombeando dentro de mí con tal fuerza que asusta que me


rompa.

—Maldición, Valentina. No te atrevas a mentir, no sobre esto.

—Quiero ser tuya.

El agarra mi rostro entre sus palmas y sacude su cabeza hacia mí,


poniendo nuestras narices a centímetros de distancia sin ralentizar el
duro ritmo de sus caderas.
—Mira este rostro. ¡Mírame!

—Estoy mirando.

Ira tira de sus facciones, en una máscara temerosa. Sus fosas nasales
se estiran y humedad se forma en sus ojos. —Detente.

—Tuya.

Suelta un crudo llanto y muele su polla contra mí. Tirando hacia atrás
su cabeza. Él rechina sus dientes y muerde el sonido, mientras liquido
caliente llena mi cuerpo. El sacude su liberación, su cuerpo se escurre
con sudor. Lo necesito a él. Él hizo un hueco en mi corazón, y solo él
puede arreglarlo. Serpenteando mis brazos alrededor de su cuello, lo
jalo cerca por un beso, pero el desenreda mis muñecas y sostiene mis
brazos al lado de mi cuerpo. El solo descansa su frente sobre la mía por
unos breves momentos antes de alzar una ceja mirándome. Nuestros
ojos se mantienen bloqueados mientras deja su polla deslizarse libre
para llenar el vacío espacio con sus dedos. Usando su liberación, el
lubrica mi clítoris y me lleva a un rápido orgasmo, observándome todo
el tiempo.

Cuando desaparecen las replicas, me lleva a la ducha y me limpia.


Demasiado débil para sostenerme en mis pies, el se sienta en el banco
conmigo a horcajadas, mi cabeza descansando sobre su pecho. El agua
arde en mis partes privadas, y me encojo de dolor cuando él me
enjabona ahí. Nos seca con toallas. Me lleva de regreso a su cama,
entonces él desaparece dentro del baño nuevamente. Cuando regresa,
me tiende un vaso de agua y una píldora.

Miro hacia la píldora blanca —¿Qué es esto?

—Paracetamol. Lo necesitaras si no quieres despertar con un dolor de


cabeza.

Coloca la píldora en mi lengua y me hace beber toda el agua. La cama


se hunde mientras se acuesta detrás de mí, poniéndome contra su
pecho.
—Debería irme. —Digo adormilada.

—Active la alarma para las cinco. —El besa mi hombro—. Descansa.

Me acurruco más cerca, disfrutando del calor de su abrazo. Incluso, si


es por solo unas pocas horas, tomaré todo lo que pueda obtener. Estoy
acostumbrada a vivir con sobras.

Estoy casi a la deriva cuando su voz me trae de regreso de mi sueño.

—Había un gato.

Me quedo inmóvil, esperando a que continúe.

—Era un gatito. Nada especial, solo un gato callejero, pero para mí ella
era hermosa. Tenía un pelaje suave, negro como la noche y ojos
amarillos como la luna. El gato apareció de la nada en la casa de mi
mejor amigo. Él la llamo Blackie. Desde el día uno, Blackie siempre
siguió a mi amigo por los alrededores. Ella se quedaba en su habitación
y dormía en su cama.

Su pecho se agranda con un suspiro. —Estaba celoso de él. Quería que


el gato viniera a mi casa. Quería que ella me siguiera a mí, pero no lo
hizo, entonces metí pedazos de pescado y carne en su casa, atrayéndola
a través de la ventana de su habitación. Ella comió la comida, pero aun
así no me siguió a casa. Un día, cuando mi amigo estaba en su práctica
de rugby, fui a su casa y tomé el gato. Encerré a Blackie en mi
habitación, escondiéndola de Magda y nuestras criadas. Hice una cama
para ella en el closet y le di de comer, premios que mi amigo nunca
podría permitirse darle. La mantuve en el closet por dos semanas. Con
el tiempo, creí que ella aceptaría su nuevo y lujoso hogar.

—¿Qué paso?

—El día que la deje salir, ella corrió de vuelta directo hacia la casa de
mi amigo. —El acaricia mi brazo por un tiempo, entonces dice
tranquilamente— Él pensó que ella había escapado, como hacen los
callejeros.
—¿Ella aún vive con él?

—No lo sé. Deje de ser su amigo desde ese día.

—¿Por qué?

—No pude soportar mirar al gato.

¿Qué está tratando decir? Me vuelvo en sus brazos para mirarlo a él.

El besa mis labios suavemente. —Si dejas algo libre, no volverá a ti; no
importa cuán bien lo trates.

Un profundo sentido de desasosiego se asienta en mi estomago. ¿Me


está diciendo que no me dejará ir?

—Duerme —Él me besa de nuevo, el gentil acto en conflicto con dolor


dentro de mi cuerpo que actúa como un recordatorio de su rudeza
anterior—. Estarás cansada mañana.

Cierro mis ojos para esconder mis turbulentas emociones por él. Su
historia me conmociona. Me dice tres cosas. Uno, el tomará lo que sea
que quiera; dos, el se cree desmerecedor del amor y tres, el me
mantendrá por el tiempo en que mi cuerpo le sirva. Lo que más me
conmociona es que yo anhelo confiar en él. Mientras el sostenga la vida
de Charlie y la mía en sus manos, no puedo hacerlo. Por primera vez,
considero que él no honrará nuestro acuerdo. Él no me dejará libre
como el gatito negro. Un hombre como Gabriel no repite el mismo error
dos veces. Es eso lo que me estaba diciendo con esa historia. Lagrimas
se construyen detrás de mis parpados cerrados. Giro mi espalda
nuevamente, así puedo derramarlas silenciosamente en la almohada. Él
no me deja más opción; si él no me deja ir cuando pague la deuda de
Charlie, tendré que escapar.
Despierto mucho antes que suene la alarma, acerco el suave y cálido
cuerpo de Valentina y reflexiono sobre anoche. Emborrachar a
Valentina no estaba planeado. Es demasiado pronto para que ella
pueda concebir, por ende, no estaba arriesgando su bienestar ni el de
un feto en desarrollo. La idea apareció en mi cabeza mientras Michael la
follaba con los ojos. Sylvia siempre fue brutalmente honesta cuando
bebía demasiado. Así fue como descubrí que ella nunca me amó. No
debería haber sido una sorpresa. No hubiera sido tan crédulo si no
hubiera estado desesperado por una mujer que pudiera llamar mía.

Sí, la verdad se revela cuando una mujer está borracha y, a diferencia


de los hombres, no susurran mentiras en sus momentos de pasión.
Cuando una mujer está a un segundo de correrse, es cuando ves sus
verdaderos sentimientos en sus ojos. Valentina me necesita. Para eso la
entrené. Al igual que a un gatito, la atraje con placer y orgasmos,
llevándola a sus límites y más allá, asegurándome que ningún otro
hombre pueda darle lo que yo puedo, porque ningún otro hombre
tendrá las bolas para lastimarla y hacerla correrse más duro. Entonces,
¿por qué estoy destrozado? Las mujeres me quieren por mi dinero, por
sexo o por la seguridad que conlleva estar conectado a mí. Valentina me
quiere porque la diseñé así. Es demasiado esperar que ella me quiera
por quién soy. Las chicas como ella quieren hombres como Michael y
Quincy. Es la naturaleza. No hay una maldita cosa que pueda hacer
sobre la naturaleza, excepto torcerla, forzarla y doblarla a mi manera. Si
necesito hacerla mi cautiva para siempre, que así sea. Pronto, ella se
unirá a mí en sangre. Nuestro hijo será una conexión que ella jamás
podrá romper.

A las cinco, sigo con mis pensamientos amargos, apago la alarma y


comienzo la triste tarea de despertarla. Si pudiera, la habría dejado
durmiendo en mi cama. Me encanta tenerla entre mis sábanas. Ella
gime cuando le quito el cabello de su hombro para besar la graciosa
curva.

—Despierta, bonita.

—Gabriel. —Su voz adormilada.

Con mucho pesar, tiro la sábana, dejando que el aire fresco de la


mañana refresque nuestros cuerpos. Se le pone la piel de gallina sobre
los brazos. Se da la vuelta, se frota los ojos y se estira.

—¿Qué hora es?

Enciendo la lámpara de la mesita de noche. —Las cinco.

Ella se sienta y balancea sus piernas sobre la cama. Su espalda es un


retrato perfecto de vértebras frágiles cubiertas de piel sedosa.

Ella me mira con timidez por encima del hombro. —¿Puedo por favor
usar tu baño? Con todo lo que bebí anoche, no llegaré al mío.

—Adelante. —Quiero que toque todo lo que es mío. La idea que sus
dedos se arrastren sobre los objetos que me pertenecen hace que mi piel
se contraiga de placer, como si me tocara a mí.

Su mano delgada roza el colchón mientras se levanta. Toma mi camisa


de la silla y se la pone. El calor al verla con mi ropa llena mi pecho.
Cuando cierra la puerta del baño detrás de ella, me levanto para
seleccionar mi ropa para el día, pero me detengo en seco. La sangre
mancha mis sábanas. No es mucho, solo unas pocas gotas, pero es
suficiente para decirme que la he roto de nuevo.

Con el ceño fruncido, saco un traje de una percha. Dios sabe que no
merezco nada tan hermoso y perfecto como ella, pero no puedo dejarla
ir.

La puerta se abre y Valentina entra. Sus mejillas están pálidas, y hay


círculos oscuros debajo de sus ojos. Me sonríe mientras cruza el piso
con pequeños pasos. Antes que llegue a la puerta, la interrumpo. La
atraigo hacia mí con un brazo alrededor de su cintura, ahuecando su
sexo suavemente con mi mano libre.

—¿Estás bien?

Ella hace una mueca ante mi toque. —Solo cansada.

Furia dirigida a mí mismo arde en mi pecho. —Nos iremos a la cama


temprano esta noche.

Asiente débilmente. —Mejor me voy antes que Carly o Magda se


despierten.

De mala gana, retiro mi toque. —Te lastimé.

—Querías hacerlo.

—No así. Deberías habérmelo dicho.

Su mirada sostiene la mía. —No, Gabriel. No querías escuchar lo que


intentaba decirte. —Sin otra palabra, camina cautelosamente desde mi
habitación.

La dejo ir porque no tengo una maldita elección. Abandonando el traje,


me pongo ropa de ejercicio, bajo al gimnasio y golpeo mis puños en el
saco de boxeo hasta que sangran.
VA A NEVAR EN PLENO VERANO. Carly está desayunando con
nosotros. Está inusualmente conversadora, hasta el punto que Magda
escapa con su café a su estudio.

—Papá —dice
dice después de un relato excepcionalmente largo de su
semana en la escuela—
—, tengo algo que decirte.

Mi intestino se retuerce. No me va a gustar lo que viene. Me preparo


mientras espero en silencio con una cara estoica.

—He
He decidido volver a vivir con mamá.

El golpe me da justo enentre


tre los ojos. No sé lo que esperaba, pero no era
esto. Bajo la taza y respiro hondo para tranquilizarme. Las visitas
inesperadas de Sylvia y el fácil acuerdo para dejar que Carly salga en
citas, de repente tienen sentido.

Tengo cuidado de mantener mi voz u


uniforme. —¿Qué
¿Qué provocó la
repentina decisión?

—Mamá me extraña.

La carta de la culpa es sucia para que Sylvia la juegue. —No


No tienes que
tomar una decisión apresurada. ¿Por qué no lo piensas un momento?

—Ya
Ya lo he estado pensando por mucho tiempo. No es que solo me verás
cada segundo fin de semana. Puedo visitarte cuando quiera.
—Por supuesto. Tu habitación siempre estará aquí.

—Gracias papá.

No tiene sentido discutir con Carly una vez que se ha decidido. Ella es
como yo en ese sentido. No confío en Sylvia como madre. Ella solo me
ha demostrado que no es capaz del trabajo y no me gusta el nuevo
novio de Sylvia. Todo lo que puedo hacer es estar ahí para Carly cuando
ella me necesite.

—¿No estás enojado? —pregunta.

—Por supuesto que no. —Decepcionado, triste, pero no estoy enojado


con mi hija.

—Estoy empacando algunas de mis cosas hoy. Mamá recogerá esta


noche. ¿Estarás aquí para despedirnos?

¿Tan pronto? —Por supuesto. —El día, que comenzó mal, se vuelve más
oscuro—. Avísame si necesitas una mano.

—Gracias, pero estoy bien.

Incapaz de contener mis emociones, empujo mi silla hacia atrás. —Te


recogeré después de la escuela.

—Uh, ¿Papá?

Me detengo, esperando que ella hable.

—Iré con algunas chicas de mi clase a Mugg & Bean12 después de la


escuela.

—¿Quién conduce?

—Mamá.

12 Mugg & Bean: es una cadena de restaurantes de franquicias con temática de café y servicio completo
—Te veré antes que te vayas, entonces. —Camino hacia la puerta antes
que ella vea la angustia que siento en mis ojos.

—Que tengas un buen día, —me dice.

Así como así, mi hija, mi precioso regalo de Sylvia, es arrancada de mi


casa.

Lo que necesito es una pelea. Llevo a Rhett conmigo para conducir por
el antiguo barrio de Valentina. Las posibilidades de encontrar el bar que
mencionó son escasas. Muchos de los lugares antiguos ya no existen. El
vecindario, como tantos otros, se ha convertido en un pozo negro del
crimen. Los edificios están en ruinas. Algunos se descomponen en el
suelo. Solicité el plan de la ciudad hace doce años al municipio, pero
como el resto del gobierno, son un grupo corrupto de funcionarios sin
educación. Los registros han sido desplazados desde hace mucho
tiempo con el colapso del sistema. Es una broma que este país siga
funcionando. Son las personas como yo y el resto de los matones en la
calle, quienes manejan los hilos. Los políticos son simplemente los
títeres. Hay un millón de maneras de ir al infierno, y me las he ganado
todas.

No queda nadie de la vieja pandilla que conocía el vecindario. Los


amigos de mi padre de hace mucho tiempo que recaudaron dinero en
este círculo, se han ido. Steven murió de un ataque al corazón, con los
pantalones alrededor de los tobillos en un baño. Dawie estiró la pata
cuando cayó por los escalones delanteros y se rompió el cuello. Barney
salió a la antigua usanza, abatido a tiros en su patio delantero. Mickey
falleció de cáncer y Conrad contrajo SIDA de las putas que prostituía.
La muerte de mi padre fue mientras dormía pacíficamente, es la más
gentil y sin complicaciones de todas, contrario del estilo de vida violento
que llevó. ¿Cómo llegará mi fin? ¿Moriré por el negocio, con una bala en
el cerebro o como mi padre en mi cama?

Rhett se detiene en la acera y asiente con la cabeza hacia la casa en


ruinas con las tejas faltantes. —¿Esta?

—Sí. —Levanto mi arma y me la meto en la cintura—. Vamos.


Lambert tiene la puerta abierta antes que pase entre las malezas en su
patio delantero.

—Gabriel. —Él se ríe nervioso—. Me darás una idea equivocada,


buscándome todo el tiempo.

Le indico que entre. Rhett y yo lo seguimos. El firme clic de la puerta


cuando la cierro hace que Lambert se ponga tenso. Su piel amarilla
adquiere un tono pálido.

—¿Qué puedo hacer por ustedes?

Odio su jerga, pero me trago mis insultos. —Cuéntame sobre el bar que
solía estar por aquí.

—¿El bar? —Sus hombros se relajan visiblemente.

—Letrero de neón, un barman calvo, mesa de billar en la parte de atrás.

Se rasca la cabeza y piensa por un momento. —Ah —dice después de


un momento—, ese será Porto, pero el lugar ya no existe. —Se burla—.
No encontrarán mucho más que los ocupantes ilegales que viven allí.

—¿Quién es el dueño?

—Bigfoot Jack.

El nombre hace sonar una campana. Mi padre lo mencionó una o dos


veces.

—¿Dónde puedo encontrarlo?

—Seis pies bajo tierra.

Mierda. Otro callejón sin salida. —¿Quién lo protegió? —Todos en el


barrio tenían protección de alguien. No podrías sobrevivir de otra
manera.
—Estaba con los judíos de Kensington.

—¿Judíos? ¿En territorio portugués?

—Su esposa es judía. El gran jefe hizo un trato con los Porras para
mandar a Bigfoot fuera del circuito. ¿Por qué quieres saber todo esto?

—Estoy escribiendo un libro de historia, —digo secamente.

Su nariz se arruga, enterrando sus pequeños ojos de cerdo en capas de


piel. —Me estás jodiéndo.

El acento del hombre es muy fuerte.

—¿Dónde puedo encontrar a la esposa?

—No te hará ningún bien. Sophia tiene Alzheimer. Ella no distingue una
hormiga de una mosca.

Esto no ayuda. Me paso una mano por la cara.

Lambert no parece saber dónde poner los pies. Se desplaza de izquierda


a derecha. —¿Quieres una cerveza?

—Vamos. —Asiento con la cabeza a Rhett y regreso al auto.

Dentro, mi guardaespaldas se vuelve hacia mí. —¿Te importaría


decirme qué está pasando?

—Necesito los registros telefónicos de Lambert.

—Llamaré a Anton.

—Ya lo hice. Han sido borrados.

—¿Desde cuándo?
Le doy la fecha en que visité por primera vez al casi marido de
Valentina.

—Conozco a un hacker en Vodacom13 que es discreto. Lo llamaré y veré


qué puede hacer.

Mientras conduzco, llama a su contacto. Antes de entrar en nuestro


garaje, él tiene un número para mí. Estaciono y golpeo los números que
él lee en voz alta en mi teléfono. Ya en el cuarto dígito, sé a quién
pertenece el número. Mientras escribo el último dígito, el nombre de
Magda aparece en la pantalla.

Abro la puerta y me dirijo a la casa con grandes zancadas.

—¡Gabriel! —Rhett salta del auto y corre detrás de mí.

—Mantente fuera de esto, —le digo.

Encuentro a Magda en su estudio. —¿Por qué te llamó Lambert Roos?

Ella se inclina hacia atrás, mirándome por encima del borde de sus
lentes. —Quería saber por qué estamos husmeando en su territorio.
—Se cruza de brazos—. ¿Por qué lo estamos, Gabriel?

—¿Conocías a Bigfoot Jack?

—No personalmente, pero todos en el negocio saben quién era Jack.

—¿Qué sabes de él?

—Lo mismo que tú, no mucho. ¿Por qué este repentino interés en
Bigfoot?

—Estoy tratando de reconstruir la historia de Valentina, pero todas son


calles sin salida.

13 Vodacom: es una compañía de telefonía móvil pan-africana


—¿Por qué?

—Estoy interesado.

—No te apegues a ella, Gabriel. Ya te lo advertí.

—Así que lo has hecho.

—¿Estás?

—¿Estoy qué?

—¿Apegado?

—No creo que sea capaz de apegarme.

—Siempre has sido un chico blando, demasiado blando para lo que se


necesita.

—¿Qué se necesita, Magda?

—Hacer tu trabajo.

—Quieres decir matarla.

—Según lo acordado.

No estoy de acuerdo en absoluto, pero llega un mensaje de texto de


Rhett, informándome que el médico ha llegado. Le ordeno que espere
arriba y vaya en busca de Valentina. Ella está paseando a Bruno con
Quincy y verlos juntos en bromas amistosas solo aumenta mi
irritabilidad.

—Ey, —dice ella cuando me ve.

Su cálida sonrisa se enfría ante mi estado explosivo.

—El doctor está esperando, —le digo.


A mí tono, Quincy murmura un saludo y se despide.

—Lo sé. Sugerí que empezáramos, pero él insistió en esperarte, —me


dice.

—Estoy aquí ahora, así que vamos.

En mi habitación, le digo al médico que repita las mismas pruebas de


ayer. Ayer quería asegurarme que Valentina no haya sufrido lesiones
internas que pudieran impedirle tener hijos. Hoy, necesito saber que no
la he dañado.

—¿Otra vez? —él dice, su voz no revela sus pensamientos.

Levanto la ceja en desafío. Le pago lo suficiente como para no hacer


preguntas.

Se vuelve hacia Valentina. —Sabes qué hacer, querida.

—No entiendo.

—Hazlo, Valentina, —le digo con más dureza de lo que pretendía.

Ella se estremece ante mi tono, pero obedece. Solo cuando el médico me


dice que está bien me relajo. Le había ordenado que le inyectara un
tratamiento de fertilidad ayer para aumentar sus posibilidades de
concebir. Estará ovulando dentro de una semana a partir de hoy y mi
semilla estará dentro de ella mañana, tarde y noche, hasta que lo logre.

Le paso el vestido para que ella se lo coloque y abroche el frente antes


de guiarla de regreso al sofá cama. El médico desenrolla la venda de su
pulgar, exponiendo una herida roja. No necesito su confirmación para
saber que los antibióticos no están ayudando. Tampoco Valentina.

Ella me mira con ojos grandes. —Esperaba que estuviera mejor hoy.

El doctor me da una mirada sombría. —Tendrá que ir a la clínica.


Ahora.
Mi mundo se detiene por tercera vez ese día. Tomo la mano de
Valentina en la mía. Su palma está fría y húmeda. —¿Existe el riesgo
que pierda su pulgar?

—No lo sé. No soy un cirujano. —Se quita los guantes médicos y los tira
a la basura—. ¿Necesitas que llame a una ambulancia?

—No. —Aprieto sus dedos—. Yo la llevaré.

Hago que Quincy nos lleve para poder sentarme en la parte de atrás con
Valentina, con mi brazo alrededor de sus hombros. Su cuerpo está
tenso, pero se apoya en mi toque cuando la tomo de la barbilla para
besar sus labios. Por azotarla, conozco su dolor, el umbral es bajo. Por
eso estaba tan pálida esta mañana. Quiero decirle que todo estará bien,
pero ya hay suficientes mentiras entre nosotros y simplemente no lo sé.

De camino al hospital, llamo a mi agente de seguros personal y le pido


que organice la pre-admisión en la clínica. Es el tráfico de la hora pico a
las cinco, pero Quincy conoce las carreteras secundarias y logra
llevarnos allí en poco más de treinta minutos. Con Valentina ya
admitida, caminamos directamente a una sala de examen donde nos
espera un joven cirujano. Él echa un vistazo a su dedo y ordena que se
realicen pruebas.

—¿Cuál es el procedimiento a realizar?—pregunto con fuerza.

—Una cosa a la vez. Vamos a obtener los resultados primero.

—¿Cuánto tiempo tomará?

—Una hora a hora y media. Tenemos el laboratorio en el sitio y solicité


las pruebas como prioridad. Puedo conseguirles una habitación privada
donde se sentirán cómodos, o pueden esperar en la cafetería.

—Consíguenos una habitación, por favor. —No puedo soportar las


multitudes y dudo que Valentina esté de humor para el café del
hospital.
Una enfermera nos muestra una habitación con paredes amarillo
brillante y una cama individual con una sábana azul. Quincy toma una
posición junto a la puerta mientras yo hago que Valentina se siente la
cama. Verifico la hora en mi teléfono. Son casi las seis. Estoy a punto
de meterlo en mi bolsillo cuando suena. El nombre de Carly aparece en
la pantalla.

—Disculpa. —Presiono un beso en la sien de Valentina y camino hacia


la esquina de la habitación—. Hola princesa, ¿Dónde estás?

—Estoy en casa. ¿Dónde estás?

—En el hospital.

—¿Pasa algo?

—Tuve que traer a Valentina. Su herida está infectada.

—¡Oh, no! Dile que espero que todo salga bien. Escucha, mamá está
aquí. Rhett está cargando mis cosas en el auto.

—¿Ya? —Echo un vistazo a Valentina—. ¿Cuándo te vas?

—No podemos esperar mucho. Mamá tiene algo que hacer. Puedo pasar
la semana que viene.

Estoy roto en dos. No quiero dejar ir a Carly sin decir adiós, pero
tampoco quiero dejar a Valentina.

Valentina salta de la cama y pone su mano sobre mi hombro. —¿Carly?


—susurra.

Asiento

—Ve, —dice—. Estaré bien.

—Dame un minuto, Carly. —Pongo la llamada en espera—. No te voy a


dejar. Ahora no.
—Quincy está aquí. Escuchaste lo que dijo el doctor. Puede tomar una
hora o más. Ve a despedirte de tu hija. Soy una niña grande. Es solo
una infección. Recibiré una inyección de potente medicina y luego
volveré.

Miro su rostro, sus labios carnosos y sus ojos tristes y turbios.


Racionalmente, lo que dice tiene sentido, pero no consigo decirle a Carly
que estaré en casa en treinta minutos.

—Continúa —insta—. Tu hija se está mudando de tu casa. No la


dejarás ir así, sin siquiera estar allí.

Me pellizco el puente de la nariz y me tomo un segundo para tomar una


decisión antes de regresar con la llamada. —Estaré en casa en treinta
minutos.

—Vale, —dice Carly alegremente—. Te espero.

Presiono un beso fuerte en los labios de Valentina. Está en la punta de


mi lengua decirle que la amo, pero me trago las palabras justo a tiempo.
Un escalofrío me recorre la espalda. ¿Qué demonios me pasa? El
pensamiento cayó en mi mente de la nada. Costumbre. Debe ser
costumbre. Cada vez que tenía que dejar a Sylvia en una situación
difícil, siempre necesitaba tranquilizarla sobre mis sentimientos.
Retrocedo hasta la puerta y digo: —Volveré más tarde.

Su sonrisa es cálida y fácil. Es una sonrisa destinada a calmar. Escapo


de los sentimientos que caen sobre mí, dejándolos en los confines de la
habitación del hospital mientras huyo.

—Quédate con ella —le digo a Quincy—, y llámame cuando haya


noticias. Cualquier cosa que necesite, cualquier cosa, no lo dudes.

—Sí, jefe.

—Dame las llaves del auto. Voy a la casa, pero volveré tan pronto como
pueda.
Saca las llaves de su bolsillo y me las entrega.

—No te alejes de esta puerta. Mantenla a salvo.

Tira su chaqueta a un lado, mostrándome el arma que lleva en la


cintura.

Salgo del hospital con sentimientos encontrados. Si Sylvia fuera


razonable, le habría pedido que esperara, pero no lo es y será
especialmente difícil en lo que respecta a Valentina.

El tráfico es una pesadilla. Me lleva más de cuarenta y cinco minutos


llegar a casa. Sylvia y Carly esperan afuera al lado del descapotable
sobrecargado de Sylvia.

—¡Papá! —Carly corre hacia mí cuando salgo del auto—. Sabía que
vendrías. Te lo dije, mamá.

Ella me deja abrazarla, algo raro. Miro las cajas y las maletas
amontonadas en el asiento trasero del Mercedes. —Wow, ¿cuándo
acumulaste todas estas cosas?

Ella me da un codazo en las costillas. —Deberías saberlo. Tú pagaste


por eso.

—¿Puedes incluso usar todo eso?

—No es solo ropa —dice indignada—. También hay libros.

—¿Cuántos, diez?

Sylvia se nos acerca con un ajustado traje rosa de falda lápiz.


—Tenemos que irnos.

—Carly, si necesitas algo…

—Llamaré.
—No más de una hora en su teléfono por día y nada de citas sin mi
permiso.

—Gabriel. —Sylvia me da una mirada dura—. Soy su madre. Soy capaz


de manejar estas decisiones.

—Pero las tomaremos juntos.

Ella se aleja, haciendo su mejor esfuerzo para no parecer abrupta frente


a Carly. —Ella está creciendo. Acéptalo.

No me voy a pelear con Sylvia. Hoy no. Beso la mejilla de Carly. —Te
amo, princesa. Lo sabes, ¿verdad?

Se limpia la palma de la mano sobre la mejilla. —¡Ay! Papá! ¿Desde


cuándo son todos blandos?

—Desde que mi bebé está creciendo. —Iba a decir yéndose, pero no


quiero que se sienta culpable por pasar tiempo con su madre.

—Basta. —Me golpea el brazo—. Me harás llorar, y no quiero que mi


máscara se corra.

—Carly. —Sylvia comienza a golpear con su pie.

Las dos mujeres se dirigen al automóvil y entran. Cuando el vehículo


abre las puertas, me invade un sentimiento de desolación. La casa está
vacía y sin alma. Su marco se erige como un gran elefante blanco detrás
de mí. La piscina, el jardín, los televisores, todo era para Carly. Es como
si una parte de mí se hubiera ido con mi hija.

Mi teléfono vibra en mi bolsillo, volviendo mi atención al presente. Hay


un mensaje de texto de Quincy.

Valentina está en cirugía.


Despierto en una cama de hospital sin un pedazo de mí. No es el fin del
mundo perder un pulgar. Pueden suceder cosas peores, pero nunca
volveré a sostener una aguja e hilo. Para ser una cirujana veterinaria,
necesitas todos tus dedos. Sucedió demasiado rápido para que lo
procesara. Veinte minutos después que Gabriel se fue, el médico
regresó con la noticia. El dedo que suturaron ha sido rechazado. Tenía
gangrena en el pulgar. Para evitar que la infección se propagara, tuvo
que amputar por encima del nudillo. Quince minutos después, me
llevaron a la sala de operaciones.

La puerta se abre y entra una enfermera. —Estás despierta. —Ella mira


el gráfico al pie de la cama y ajusta el goteo en mi brazo—. ¿Lista para
los visitantes? El señor Louw está ansioso por verte.

No lo estoy. Quiero estar sola para procesar lo que pasó.

—Presiona el botón si tienes dolor. —Ella deja un botón de llamada al


alcance de mi mano buena y llama brillantemente a través de la
puerta—, puede verla ahora.

Cuando Gabriel entra, mi corazón se rompe. Su pelo está desordenado y


su camisa arrugada, como si hubiera dormido así toda la noche. La piel
debajo de sus ojos es de un color azulado. Cojea hasta mi cama, su
rostro es una máscara ilegible. A pesar de su figura alta y todos esos
músculos, se ve completamente vulnerable. Una profunda necesidad de
calmarlo me hace extender la mano, ahuecando su mejilla.

—¿Qué hora es?

—Poco más de las seis. —Agrega—, en la mañana.

—¿Te quedaste toda la noche?

—Por supuesto.

—No tenías que hacerlo.

No dice nada, pero la agitación repentinamente tuerce su cara.

—Es solo un pulgar, —le digo.

Me agarra los dedos y me aprieta tan fuerte que duele. Cuando lloro, los
suelta sin saber qué hacer con mi mano. Finalmente, la coloca encima
de la sábana.

—No eres el único que puede presumir. Tengo mi propia cicatriz ahora.

—Ya he hablado con el médico sobre una prótesis.

—No quiero un pulgar artificial.

—¿Por qué no? Se verá natural.

—No funcionará.

—No. —Él evita mis ojos—. No funcionará.

—No me importa cómo me veo. —Cuando sus ojos se tornan


tormentosos, intento el humor—. Maldición, nunca podré hacer
autostop.
Una sonrisa rompe su expresión oscura. —No
No tienes que hacerlo. Me
tienes a mí.

No para siempre

Traza un dedo a lo largo de mi mandíbula. —Hay


Hay otras cosas. Asistente
de veterinaria. Enfermera.

Es como decirme que hay otros hombr


hombres además de él.

—Sí, —digo
digo suavemente
suavemente—, hay otras cosas.

EL TIEMPO VUELA durante las próximas semanas. La Navidad viene y


se va. Compartí un almuerzo tranquilo con Kris y Charlie. En lugar de
comprarnos regalos, donamos dinero a una organización ben benéfica que
rescata animales de la calle. Gabriel, Sylvia, Carly y Magda tuvieron
una fiesta con sus conocidos y amigos. Magda contrató servicios de
catering, por lo que mi ayuda no fue necesaria. Gabriel me dio un
cupón de spa para Navidad que incluía todos los tratamientos de mimos
imaginables. Mi regalo para él fue de una naturaleza más depravada.
Pidió atarme y filmarlo, darme nalgadas y follarme. No necesitaba mi
permiso, pero mi libre albedrío fue el regalo que quería. Era otra forma
de incitar más sumisión
sión de mí, de hacerme caer más profundamente en
la oscuridad que somos nosotros. Después, me hizo verlo. Como el ser
perverso en el que me he convertido, me excitó, y la recompensa por mi
reacción fue un maratón tierno de hacer el amor lentamente.
La casa está tranquila sin Carly. Ella viene a visitarnos cada segundo
fin de semana durante un par de horas. Puedo decir que Gabriel la
extraña. Después de año nuevo, la casa se vuelve aún más tranquila
cuando Magda se va a Ciudad del Cabo. No sé qué tipo de trabajo está
haciendo allí, y no pregunto. Gabriel suele hacer negocios, dejándome
sola en la mansión. Gabriel, Quincy y Rhett me tratan como una
inválida, llevando la canasta de lavado y cualquier otra cosa que pueda
recoger fácilmente. Para algunas tareas, cambio a mi mano izquierda.

Otras, me las arreglo con cuatro dedos.

Marie regresa al trabajo, tiene problemas para hablar y su disposición


es más brusca que antes. A medida que viajar entre la casa y el trabajo
se vuelve demasiado para ella, se muda a una habitación de la casa.
Sospecho que habla con Magda. Ella me vigila como un halcón. Por esa
razón, incluso si Magda y Carly no están presentes, todavía no paso
noches enteras en la cama de Gabriel. Algunas noches él viene a mí, y
algunas noches voy a él. Cuando estamos juntos, soy su objeto sexual.
Su mascota. Cuando Magda entra en la ecuación, soy una propiedad.
Gabriel tiene cuidado de atenuar el afecto que me muestra en privado
cuando Marie o Magda están cerca.

Kris es solidaria. Dijo que aún podía conseguir la práctica, incluso si


ambas sabemos que nunca podré pagarla con el sueldo de una
empleada doméstica o una enfermera veterinaria. Aletta estaba triste
cuando le conté la noticia. Poco después, ella me informó que otorgaron
la beca a otro estudiante necesitado. Charlie se involucró mucho en la
caminata del perro. Se toma muy en serio la tarea, y la responsabilidad
parece hacerle bien.

Solo soy yo quien no está bien. En un nivel no físico. Mis chequeos son
favorables. El médico dice que la infección no se ha propagado. Estoy
atrapada en la casa de Gabriel, sometida a su misericordia y no puedo
decir que me esté maltratando. He llegado a anhelar las nalgadas y los
cinturones. Él compra mi comida y ropa. Lo que quiera, solo tengo que
mencionarlo, y lo encontraré en mi habitación al día siguiente. Es como
si estuviera tratando de reparar la pérdida de mis sueños y las
necesidades oscuras a las que me somete con una compensación
material. Sus regalos van desde cosméticos hasta libros, e incluso un
nuevo iPhone.

El sexo con Gabriel siempre es explosivo, incluso cuando es gentil.


Últimamente, hay mucha gentileza. Por eso no puedo entender mi
creciente tristeza. Cuanto más amable actúa hacia mí, más triste me
siento. No puedo unir al hombre en mi cama junto con el hombre que
tiene el futuro de Charlie sobre mi cabeza. Quiero odiarlos a ambos,
pero sé la verdad. Ha pasado mucho tiempo desde que solo sentí deseo
por Gabriel. Me preocupo por él y odio hacerlo.

Como siempre, Gabriel se da cuenta de mi estado de ánimo. Esa noche,


él acomoda mi cuerpo desnudo sobre el colchón de forma que pueda
mirarme. Él ahueca mi pecho suavemente, acariciando su pulgar sobre
mi pezón.

—Ouch. —La sensación es casi demasiado para soportar.

Al probar el peso de mi pecho, me da una mirada pensativa. —Estás


cerca de tener tu período.

Casi parece decepcionado. No es que no me haya hecho el amor durante


mi periodo. No entiendo su desánimo silencioso.

—Sí. —Me pongo de lado, frente a la pared, aliviada al comprender la


razón de mis sentimientos depresivos. Es sólo un fuerte ataque de
SPM14.

Frota una palma sobre mi estómago y presiona su polla entre mis


piernas. —Seré gentil. —Sin esperar mi consentimiento, me rueda sobre
mi estómago y se acomoda entre mis muslos—. Ábrete para mí, bonita.

Abro las piernas y le doy la vista que quiere. Me acaricia y me provoca


durante mucho tiempo, hasta que sus dedos están empapados de mi
humedad. Solo entonces empuja hacia adentro, lento y fácil. Es
entonces cuando me golpea. Desde que regresé del hospital, solo me ha
tomado por detrás. ¿Cómo podría haberme perdido esto antes? Me ha

14 SPM: Síndrome Premenstrual.


follado contra la pared, en su escritorio, en su sillón, en la piscina y en
una variedad de otros lugares creativos, pero mi trasero siempre estaba
presionado contra su ingle, mi rostro fuera de su vista. ¿Soy yo? ¿Me
encuentra poco atractiva? Me giro debajo de él, comenzando a
retorcerme.

—Valentina.

—Déjame levantarme.

No espero que lo haga, pero él se obliga. Me mira con cautela mientras


cambio de posición, volteándolo sobre su espalda.

—¿Qué estás haciendo?

—Mirándote.

—¿Por qué? —dice con una expresión de dolor.

—Porque me gusta.

Me bajo sobre su polla, llevándolo a la profundidad de mi cuerpo. Dejo


que el placer se muestre en mi rostro, dejándolo ver lo que me hace.
Cuando empiezo a balancearme, mis terminaciones nerviosas cobran
vida para él.

—No tienes que hacerlo, —dice.

—¿Te gusta mirarme?

—Sabes que sí.

—Entonces deja de hablar y fóllame.

Es como si algo dentro de él se rompiera. Él gruñe y agarra mis caderas,


manteniéndome en su lugar mientras golpea contra mí, llevándome al
borde al que quiero llegar.
Cuando mi cuerpo se tensa, él grita su clímax. Es lo más rápido que
nos hemos enrollado desde la semana en que comenzó a follarme.
Pongo mi cuerpo sobre su pecho, sosteni
sosteniéndolo
éndolo dentro de mí. Desearía
poder quedarme así, pero no soy tan ingenua como para creer que esto
durará. No le importa nada. No tiene ninguna obligación emocional
conmigo. Puede follar a quien quiera sin explicación.

—¿Gabriel?

Me acaricia la espalda. —¿Sí, bonita?

—¿Te
¿Te follas a otras mujeres?

Su mano se detiene. —
—¿Por qué?

Me encojo de hombros —¿No necesito pruebas de ETS?

Se reanuda la caricia. —Solo


Solo estás tú, Valentina. Te lo dije antes.

—Fue
Fue hace mucho tiempo. Podría haber cambiado.

—Te diré si es así.

Mi corazón se siente como si acabara de pasar por una licuadora. Puede


cambiar. Estaba en lo cierto. Me trago las lágrimas, enojada por mis
sentimientos irracionales. No tengo derecho a esperar más de él. Es
culpa mía, y soy tan estúpida que me enamor
enamoréé de mi torturador.
TRES SEMANAS DESPUÉS, reanudo mi entrenamiento secreto con
Rhett. Mi pulgar amputado se ha curado lo suficiente como para
realizar más ejercicios extenuantes. Estoy fuera de forma, incluso si
trato de mantenerme en forma usando la caminadora en el gimnasio. Él
me derriba cada vez, tirando mi trasero sobre la colchoneta. Es durante
nuestra sesión del jueves por la noche, cuando Gabriel está fuera por el
negocio, que rompo a llorar frustrada.

Rhett me mira horrorizado. —¿Te lastimé?

—No. —Me limpio las mejillas—. Solo estoy emocional.

Mi maldito período aún no ha comenzado. Cuanto antes lo haga, más


pronto superaré este estado de depresión.

Me ofrece una mano para levantarme. Apenas estoy de pie cuando la


cena de la noche viene a mi garganta. Me apresuro al baño, llegando al
inodoro justo antes de vaciar mi estómago. Rhett corre detrás de mí,
deteniéndose junto al baño.

Las arcadas secas agitan mi cuerpo y me hacen llorar.

—Jesús, Valentina. —Toma un montón de toallas de papel y me las


da—. ¿Estás bien?

—Estoy bien.

Sintiéndome un poco mejor, me enjuago el rostro y me lavo las manos.

Me toca el brazo. —¿Estás…

—No. —Sacudo la cabeza—. No estoy enferma.

—Quise decir ¿estás embarazada?

Mis labios se separan en estado de shock. La sangre cae directamente


de mi cabeza a mis pies, dejándome mareada. —No, por supuesto que
no.
Nunca he perdido mi píldora. Sin embargo, estoy retrasada. Oh Dios ¿Y
si?

Gabriel me matará.

Imposible

He tenido cuidado.

Tomo otra toalla del dispensador y me limpio la boca, notando cuánto


me tiemblan las manos. —Creo que terminamos aquí esta noche.

—¿Puedo conseguirte algo?

—No, gracias. Solo necesito una noche temprana para recuperar el


sueño.

Me observa mientras me alejo, sin decir una palabra.

Me arrastro a la cama después de una ducha, pero no cierro un ojo. Es


tarde cuando Gabriel regresa. Se desnuda y se mete en la cama a mi
lado. Estoy mojada por él, pero se toma su tiempo para lamer y
provocar mis pliegues. No se detiene hasta que me he corrido dos veces,
y solo entonces me folla. La forma en que ama mi cuerpo es increíble,
pero mi mente no está allí. Mi mente está buscando soluciones a
problemas que aún no he confirmado.

—¿Dónde estás? —finalmente pregunta, besando mis pechos.

—Lo siento. Estoy cansada.

Cubre mi cuerpo con besos, desde el estómago hasta los pies. Es tan
gentil que quiero llorar.

Cuando ha besado su camino de regreso a mi cuello, me abraza


fuertemente y dice, —Vete a dormir.
DESPUÉS DEL DESAYUNO, camino hacia la unidad de personal. Rhett
está sentado en el porche, sorbiendo su café. Se pone de pie cuando me
ve.

—Te
Te ves como una mierda.

—Gracias. —Le
Le doy una sonrisa irónica
irónica—.. Necesito algo, por favor.

—Cualquier cosa. —Deja


Deja la taza en la barandilla.

—Necesito
Necesito que vayas a la farmacia.

Su mirada es
s lamentable. —Está bien.

—Gabriel
Gabriel no puede saberlo. ¿Me oyes?

—Valentina…

Baja los escalones y me alcanza, pero yo me alejo.

—Él
Él no puede saber, Rhett, no hasta que yo esté segura.

Él traga y asiente. —Volveré


Volveré pronto.
Un poco más tarde, me siento en el asiento del inodoro, mirando las dos
líneas azules en la prueba.

Positivo

Estoy esperando un bebé de Gabriel.

Una mezcla de sentimientos se precipita a través de mí. Me mareo del


asombro. También enfermo de miedo. ¿Me va a culpar? Se pondrá
furioso. Peor,
r, él pensará que lo hice a propósito para atraparlo. Gabriel
nunca querrá un bebé con una mujer que es una propiedad. No me
importa criar un hijo sola. Gabriel no tiene que darme un centavo. No
esperaré el apoyo de él, pero ¿y si él no quiere que tenga es este bebé?
¿Qué pasa si él me obliga a tener un aborto? Si me lleva a una clínica,
no habrá nada que pueda hacer para detenerlo. Todavía me posee, y
ahora es dueño del bebé que crece en mi vientre también.

Solo hay una cosa que puedo hacer para salvar la peq pequeña
ueña vida dentro
de mí. Rápidamente hago una maleta, me tiemblan tanto las manos que
dejo caer el teléfono dos veces. Envuelvo la prueba de embarazo en una
bolsa de plástico y la descarto en la basura afuera, donde nadie lo verá.
Solo Rhett adivinará, pero cuando Gabriel lo confronte, ya me habré
ido.

En el estudio de Gabriel, escribo una nota rápida.

No puedo cumplir mi promesa. Espero que me perdones.


Dejándola en su escritorio, cierro la puerta, sabiendo que Marie no
entrará en su estudio. Entonces llamo a un taxi privado. Va a costarme
un brazo y una pierna, pero no puedo darme el lujo de llevar una
minivan. Necesito desaparecer rápido. Rhett se fue con Gabriel hace
poco tiempo, y Quincy está paseando a Bruno. Paso a los guardias en la
puerta con un gesto,
o, mi bolso colgado de mi hombro, actuando lo más
normal que puedo. Solo me han visto salir de la propiedad a pie una
vez, pero me voy rápidamente para que no me detengan.

A una cuadra de la casa, me detengo a esperar. Dos minutos después,


el taxi se detiene
ne en la esquina de la calle que le di al conductor.
Mirando sobre mi hombro para asegurarme que nadie me siga, salto
dentro.

—Vamos,
Vamos, por favor. Rápido.

No miro hacia atrás mientras el conductor se aleja. Ahueco mis manos


sobre mi estómago y miro hacia ade
adelante.

Tengo que hacerlo.

Por mi bebe.

Continuara…
Estimado lector:

Muchas gracias por acompañarme en el viaje de Valentina y


Gabriel. Si disfrutaste la historia, considera dejar una breve reseña
(solo una o dos líneas) en tu sitio favorito de reseñas o ventas para
ayudar a otros lectores a descubrir el libro. ¡Cada reseña hace una gran
diferencia!

Espero seguir en contacto.

Saludos.

Charmaine
Serie The Seven Forbidden Arts
(Romance Paranormal)
Loving the Enemy
Pyromancist
Aeromancist: The Beginning
Aeromancist
Hydromancist
Geomancist
Necromancist
Scapulimancist
Chiromancist
Man

Standalone Novels
(romance Futurista)
Between Fire & Ice
The Astronomer

AKrinar Novels
(romance Futurista)
1. The Krinar Experiment
2. The Krinar's Informant

(Romance Paranormal)
The Winemaker
(Romance Literario)
Between Yesterday and Tomorrow
Second Beast

SerieThe Loan Shark Duet


Dubious
Consent

Serie The Age Between Us Duet


Old Enough
Young Enough

Diamond Magnate Novels


(Trilogia Diamonds are Forever)
Diamonds in the Dust
Diamonds in the Rough
Diamonds are Forever

Serie Darker Than Love


Sweeter Than Hate
Darker Than Love

Otros libros independientes


Beauty in the Broken
A Miracle for Christmas
The Exchange
Catch Me Twice
Charmaine Pauls nació en Bloemfontein, Sudáfrica. Obtuvo una
licenciatura en Comunicación en la Universidad de Potchestroom y
siguió una trayectoria profesional diversa en periodismo, relaciones
públicas, publicidad, comunicaciones, fotografía, diseño gráf
gráfico y
marketing de marca. Su escritura siempre ha sido una parte integral de
sus profesiones.

Después de mudarse a Chile con su esposo francés, ella cumplió su


pasión por escribir creativamente a tiempo completo. Charmaine ha
publicado más de veinte novelas, así como varios cuentos y artículos
desde 2011. Dos de sus cuentos fueron seleccionados para su
publicación en una antología africana de todo el continente por la
Sociedad Internacional de Compañeros Literarios en colaboración con el
Consejo Internacional
nacional de Investigación sobre África. Literatura y
Cultura.

Cuando no está escribiendo, le gusta viajar, leer y rescatar gatos.


Charmaine actualmente vive en Montpellier con su esposo e hijos. Su
hogar es una mezcla lingüística de afrikaans, inglés, fran
francés
cés y español.

https://charmainepauls.com/
Consent

The Loan Shark Duet 2

Cuando Gabriel derribó mi puerta,


se apoderó de mi cuerpo y mi vida.
Nunca con la fuerza, pero siempre
con una hábil manipulación. Me
despojó de mi independencia, mis
defensas, mi ropa y me convirtió
en una adicta. Mi adicción es él.

Una vez, tuve sueños y un futuro.


Ahora, tengo miedos, cicatrices y
necesidades insaciables. Estoy
dañada sin remedio, pero si quiero
sobrevivir al hombre más peligroso
de Johannesburgo, no puedo
permitir que me rompa, porque los
juguetes rotos están destinados al
vertedero de basura.

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